Los Papeles de Leonardo Castellani (1° Ed. Ampliada) PDF

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LOS PAPELES DE

LEONARDO CASTELLANI

Daniel O. González Céspedes - Liliana B. Pinciroli de Caratti


Compilación Prólogo
Daniel O. González Céspedes
(Compilador)

LOS PAPELES
DE
LEONARDO CASTELLANI
(Recopilación de sus prólogos y epílogos a terceros)

1° edición ampliada

Prólogo:
Dra. Liliana B. Pinciroli de Caratti

San Rafael – Mendoza – Argentina

2019
González Céspedes, Daniel Omar
Los papeles de Leonardo Castellani: recopilación de sus prólogos y
epílogos a terceros / Daniel Omar González Céspedes; compilado por
Daniel Omar González Céspedes; prólogo de Liliana Beatriz Pinciroli. - 1a
ed. ampliada. - San Rafael: Daniel Omar González Céspedes, 2019.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-86-0331-5

1. Ensayo Literario. I. González Céspedes, Daniel Omar, comp. II.


Pinciroli, Liliana Beatriz, prolog. III. Título.
CDD A864

Hecho el depósito que previene la ley.


Índice

Sobre la presente edición ......................................................................... 5


Prólogo no indispensable ......................................................................... 7
Introducción ........................................................................................... 11

Los Papeles de Leonardo Castellani

Theonas, de Jaques Maritain ........................................................................23


La historia falsificada, de Ernesto Palacio ............................................ 35
La Iglesia de nuestra Fe, de Ludwig Kösters ........................................ 61
58°, de Edmundo Vanini..............................................................................67
Suma Teológica, de Santo Tomás de Aquino ........................................ 71
La gloria de Tomás de Aquino, de Henry Gheon ................................ 109
La revolución que anunciamos, de Marcelo Sánchez Sorondo .................113
La Crítica de Kant, de Joseph Maréchal.............................................. 139
La Reina de las siete espadas, de Gilbert K. Chesterton ..................... 177
Señor del mundo, de Robert H. Benson .....................................................183
Avivando brasas, de Federico Ibarguren ............................................. 193
Nociones de comunismo para católicos, de Enrique Elizalde ............. 197
Poemas en nostalgia mayor, de Clemente Ruppel ....................................213
Nosotros los inmortales, de Helvio Botana ......................................... 219
La Iglesia patrística y la parusía, de F. Alcañiz y L. Castellani ......... 229
Nos los representantes del pueblo, de José María Rosa ............................235
La Universidad y la Nación, de Carlos A. Disandro ........................... 237
Así fue Mayo, de Federico Ibarguren ................................................... 239
Las apariciones no son un mito, de F. Sánchez Ventura y Pascual ...........245
Política, Nacionalismo, Estado, de Juan C. Cornejo Linares .............. 255
Imperialismos y Masonería, de Virgilio Filippo.................................. 259
Reflexiones sobre y desde La Pampa, de Francisco V. Schoo ...................261
Las negaciones de Garabandal, de F. Sánchez Ventura y Pascual ..... 267
El fusilado, de Jorge Vicente Schoo .................................................... 271
Semblanzas heroicas, de Blas A. Malvicini...............................................275
Descenso a los infiernos de la burocracia en la enseñanza secundaria,
de Magda Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez ................................. 279
La ciudad de mi infancia, de Magda Ivanissevich de D’Angelo
Rodríguez ............................................................................................ 287
Las cien mejores poesías (líricas) argentinas, de AA.VV ........................291
Argentina y su sombra, de Juan Francisco Guevara ............................ 295
Alma de pie de gallo, de Ángel L. M. Salvat ....................................... 297

Clasificación temática de los escritos que integran el presente volumen ...299


SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN

En noviembre de 2017 se publicó la primera edición de Los Papeles


de Leonardo Castellani, recopilación de prólogos y epílogos que fue
resultado de una prolija investigación. Sin embargo no habíamos
podido hallar el prólogo de Castellani al libro Semblanzas heroicas de
Blas A. Malvicini, que providencialmente llegó a nosotros en este año
de 2019.

Ofrecemos, pues, esta edición ampliada; renovando nuestro


propósito de continuar con la tarea de difusión de la obra castellaniana,
como un servicio a Dios y a la Patria.

Los editores

5
PRÓLOGO NO INDISPENSABLE

La mayoría de los lectores se saltean los prólogos. Y los epílogos. Y


es justo, ya que lo interesante es el “logos”: el quid, no sus alrededores.

El prólogo es un paratexto, es decir, un texto que rodea, como el


caparazón a la perla, algo valioso en sí. Es un envoltorio que demora el
acceso a la sustancia.

Pero hay prólogos y prólogos.

Están los del mismo autor: son prólogos autógrafos aclaratorios, o


autobiográficos, o de defensa: “galeatos” (“con morrión” los llama
Castellani), o simplemente introductorios, y muchas veces
indispensables para la comprensión del texto, en tanto lo enmarcan y
justifican. Y ponen “en situación” al lector, que en este caso debe
comportarse como el “amable lector” al que se pide entendimiento,
tolerancia y complicidad.

Están los prólogos “alógrafos” o “de terceros”. Es decir, escritos por


personas distintas del autor del libro a quien este ha solicitado su
redacción.

Como lo exige la cortesía, suelen consistir en amables presentaciones


de obras ajenas que aportan algún dato externo, una mirada crítica, una
clave de interpretación. Es tanto la voz laudatoria que aconseja
propagandísticamente su lectura, cuanto le da una autoridad en la
materia que le da su aval y respaldo: garantiza su valor.

7
Algunas veces resultan superfluos, y su existencia ha marcado para
siempre el desprestigio de sus congéneres. Otras veces demasiado
extensos, un modo hábil de parasitar el propio libro en el ajeno…

Aquí el lector, interlocutor principal, ante cuyos ojos se exponen las


tesis, se explayan las aclaraciones y se manifiestan las discrepancias
sobre algún punto, participa como juez convocado por el afán
persuasorio del prologuista.

Y entre todas las variedades de prólogos están los que han tomado
vida propia y con ínfulas de texto-en-sí, han hecho casi olvidar que
aparecieron como “dentorno”. Son los que justifican su ascenso a la
categoría de género literario y no pocas veces perexistieron aun a la obra
que acompañaban. Son prólogos emancipados –aunque no
absolutamente, como es obvio– que han alcanzado estatura de ensayo.

A más de los prólogos a sus propias obras, enjundiosos e


insoslayables, Leonardo Castellani escribió prólogos a pedido –pues fue
varias veces convocado a presentar obras ajenas– que resultan
igualmente ineludibles. Fiel a su estilo, en más de una oportunidad,
luego de realizar los elogios de rigor, se metió en tema y estableció un
contrapunto con el autor en el que sus propias ideas prevalecieron para
iluminar el asunto tratado en el libro. Entonces, más que una
presentación, Castellani ha entablado en cada caso una conversación. Le
dieron pie para expresarse: así, pues, lo hizo, dialógicamente,
magisterialmente.

8
El responsable de esta recopilación de prólogos de Castellani a obras
ajenas entendió que se los podía despegar del texto al que acompañaban
para ser leídos por sí mismos, porque halló en ellos algo que trascendía
la relación. Y ese algo es la universalidad que suele otorgar Castellani a
sus reflexiones, aun cuando se refiera a un hecho puntual. Siempre pega
el salto hacia los principios, hacia el deber ser, hacia el ideal, o como
quiera llamárselo: siempre mira el meollo del asunto.

Con su pluma apurada –calamo currente– escribe como debatiendo,


como apuntando las ideas que se le caen a los labios –a los dedos– a
propósito de.

Por eso es que cuando uno lee sus prólogos a terceros no siempre se
entera acabadamente de qué tratará el libro al que saluda desde el
umbral. Porque ni hace un análisis, ni una síntesis, ni una reseña.

Castellani, simplemente, acepta la invitación al canto, y entonces


canta opinando porque ese es su modo de cantar.

Pero no se demora mezquinamente en los zaguanes: conduce al


lector hasta la puerta y acompaña el ingreso al convite con la cortesía
del anfitrión que recibe a los invitados. “Pase al banquete que lo espera
detrás de estas cancelas” le dice.

La mesa está servida.

Dra. Liliana Pinciroli de Caratti

San Rafael, Mendoza, noviembre de 2017

9
INTRODUCCIÓN

“La primera utilidad de la buena literatura reside en


que impide que un hombre sea puramente moderno”.
G. K. Chesterton

Si bien los motivos que nos llevaron a emprender la tarea de rastrear


y compilar los prólogos y epílogos escritos por Leonardo Castellani a
libros de terceros fueron varios, podemos circunscribirlos a cinco.

El primero de ellos, por un deber de gratitud. El Padre Alberto


Ezcurra lo sintetizó de manera insuperable: “amó a la Patria y a Dios en
su Iglesia”1. Y porque debemos seguir haciéndonos aquellas preguntas
que Domingo Demaría se hiciera en su momento: “¿Qué seríamos
nosotros si el Padre Castellani no hubiera existido? ¿Qué sería hoy la
Argentina?”2.

Lo creímos conveniente, en segundo lugar, por el propósito de


continuar con la tarea de difusión de la obra castellaniana; porque si bien
estos escritos vieron la luz en un momento determinado –entre 1935 y
1975–, sabemos que no son tantas las personas que los conocen; y su
lectura les resultará provechosa. Estamos convencidos de ello ya que al
leerlos o releerlos volvemos a encontrarnos con el sabio.

Sabio en el sentido aristotélico-tomista. Sus conocimientos, de la


índole que fueran, estaban engarzados en una perfecta armonía que solo

1
Ezcurra, Alberto (1981). In Memoriam. P. Leonardo Castellani. En: Mikael. Paraná, a. 9, n. 25, p.
96.
2
Demaría, Domingo [Pseudónimo de Aragón, Roque Raúl] (1981). Castellani, el Escritor. En
Cabildo 2° época. Bs. As, a. V, n. 41, p. 20.
11
da la Metafísica, y aún más, la Fe. Pero el Padre Castellani era sabio
además porque no solamente conocía las cosas sino que saboreaba su
verdad, se complacía en ella y su presentación las tornaba bellas y
gustosas. Por eso puede abordar cualquier tema, analizarlo en
profundidad, comprenderlo en sus causas últimas y exponerlo,
finalmente, para hacerlo gustar y amar. Tenía mucha razón Rubén
Calderón Bouchet cuando escribió:

“… sin ser dominico, ha hecho suyo el lema de aquella


orden: contemplari et contemplata aliis tradere. Si esto no fuera
mucho latín para nosotros, no tendríamos necesidad de añadir,
para los más legos, que el fruto de la contemplación debe ser
volcado sobre los otros de una manera capaz de llegar a su
entendimiento”3.

Castellani sabía muy bien que "si la riqueza es un bien codiciable en


la vida, ¿qué cosa más rica que la sabiduría, que todo lo obra?”4.

“No hay tiempo. Lea los clásicos”, fue la recomendación que el


Padre Castellani le diera a Ezcurra cuando se despedía rumbo al
Seminario. Es este el tercer motivo: Castellani es un clásico en el
sentido vero del término. Entonces, si nos sentimos deudores de sus
enseñanzas; si es guía segura para nosotros, no podemos permitir que la
luz de la antorcha con que iluminó se extinga, pues “no hay tiempo”.

3
Calderón Bouchet, Rubén (1977). Estudio preliminar a Castellani, Leonardo. Las canciones de
Militis. Buenos Aires: Dictio, p. 9-10.
4
Sabiduría 8, 5.
12
Hasta aquí, sucintamente explicados, los motivos gozosos. Pero
lamentablemente existen razones que preocupan.

En cuarto lugar, la decadencia cultural en que nos encontramos


inmersos es aterradora. Y, lo que es peor, no se vislumbra que semejante
panorama pueda revertirse. Todo lo contrario; transitamos por un
auténtico desierto cultural en el que cada día las arenas van ganando más
terreno. ¿Qué diría nuestro Cura de esta Argentina devastada por la
mediocridad y la frivolidad, chata en extremo? Seguramente recordando
a Madame Marie Jeanne Roland de la Platière5 parafrasearía: “¡Oh,
Cultura! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. E imposible no
mentar, ante semejante cuadro, lo que con gracia sin igual llamaba
Aníbal D’Angelo Rodríguez: Cultura y otros negocios turbios6.

El último motivo, y en cierta manera concatenado con lo expuesto, es


que el Padre Castellani ironizaba con que “los argentinos no somos
entendidos en libros; pero somos entendidos en encuadernaciones”7.
Una terrible avalancha de porquerías de todo tipo nos desborda,
comenzando por los famosos e inefables “best-seller”. Lecturas que
embrutecen al hombre, al buen decir de Gustave Thibon.

La actualidad de Castellani no se puede discutir. Muchas de sus


afirmaciones en estos escritos nos asombran. Incluso el valor que les

5
El 8 de noviembre de 1793, en la Plaza de la Revolución, antes que la guillotinaran, exclamó: “¡Oh,
Libertad! ¡Cuántos crímenes se comenten en tu nombre!”.
6
Así tituló la sección donde publicó varios artículos suyos aparecidos en la 3° época de la Revista
Cabildo (N. del E.).
7
Hernández, Pablo José (1977). Conversaciones con el Padre Leonardo Castellani. Buenos Aires:
Hachette, p. 39.
13
podemos asignar, debido a los años transcurridos, es aún mayor si
tenemos en cuenta este presente caótico.

Por eso vemos que estos prólogos y epílogos no solo fueron un


espaldarazo de buen cristiano a los autores presentados, sino que
también tuvo muy en cuenta el bien que se les podía hacer a los
eventuales lectores. Y en nuestro caso, a los futuros lectores. Tenía en
alta estima los buenos libros y aborrecía los malos.

Expuestos los motivos, digamos dos palabras acerca del contenido de


este libro.

Para el presente trabajo nos valimos, inicialmente, del detalle de la


bibliografía del autor incluido en el Volumen I de la Biblioteca del
Pensamiento Nacionalista Argentino8, pero posteriormente realizamos
otras investigaciones y consultas, tanto en archivos particulares como en
repositorios académicos de distintas bibliotecas para cerciorarnos de que
estuviese completo. Pudimos identificar así treinta escritos.

Algunos de estos no fueron redactados ex profeso como prólogos o


introducciones, sino que los autores de dichas publicaciones –o las
editoriales– los vieron útiles para este fin. Asimismo indicamos los
trabajos que fueron incluidos en otras publicaciones.

Al momento de determinar el criterio de clasificación de los escritos,


primó el cronológico sobre el temático. Consideramos pertinente seguir
el orden cronológico en que aparecieron porque el lector avezado podrá

8
Leonardo Castellani (1973). Las canciones de Militis – 6 ensayos y 3 cartas, Buenos Aires, Dictio,
pp. 374-391.
14
notar los giros, matices, y sutilezas en su pensamiento y estilo. Y porque
algunos prólogos remiten a otros escritos con anterioridad.

Al final de este libro ofrecemos una clasificación temática


orientadora a modo de guía didáctica y útil para el lector. Esta fue
confeccionada siguiendo una escala natural jerárquica en los saberes
tratados. No debe entenderse de manera taxativa o estricta, pues todos
sabemos que Castellani, en cualquier tema que abordaba, incluía
enseñanzas que iban desde lo teológico o religioso hacia lo filosófico,
político, cultural, etc.

 Theonas, de Jacques Maritain. 1935. Buenos Aires, Librería


Santa Catalina, pp. 9-24. El subtítulo de esta obra es O las
conversaciones de un sabio y dos filósofos sobre materias
desigualmente actuales. Castellani publicó en el tomo L de
la revista Estudios unas impresiones acerca de Maritain,
tituladas “Los grados del saber”. Esas constituyen este
prólogo. Esta obra es el volumen XVII de la Biblioteca de
Doctrina Católica. También en el año 1941, lo incluyó como
capítulo en su libro Conversación y Crítica filosófica (pp.
70-82) bajo el sello editorial de Espasa-Calpe Argentina.
 La historia falsificada, de Ernesto Palacio. 1939. Buenos
Aires, Editorial Difusión, pp. 5-36. Esta obra corresponde al
volumen II de la Colección “Las 4 C”, en la cual el Padre
Castellani es “asesor”. Leemos: “El asesor de esta colección,
Leonardo Castellani S.J., no considera hacer suyas las
opiniones políticas y sociales como tampoco las

15
apreciaciones críticas de los autores: su función considera
solamente la ortodoxia católica y la calidad literaria de los
libros; y esto no de los suyos propios”. La fe de erratas que
figura en la página 203 también estuvo a cargo del Padre
Castellani.
 La Iglesia de Nuestra Fe, de Ludwig Kösters. Bs. As.,
Herder & Cía., pp. V-X. Versión de la segunda edición
alemana por el Profesor Juan Armelín S.J., Herder y Cía,
Friburgo de Brisgovia (Alemania). Imprimi potest 30 de
septiembre de 1938, Tomás Travi (Prepósito Provincia
Argentina), sin pie de imprenta, salvo la indicación de
tipografía alemana de Herder & Cía. Presumiblemente en
Bs. As., entre 1939 y 1940.
 58°, del P. Edmundo Vanini. 1945. 2° edición aumentada.
Buenos Aires, sin editorial. Impreso en los Talleres gráficos
de la Escuela de Artes y Oficios “San José”, Obra de Don
Orione, pp. 9-12. El libro trae también un estudio de
Monseñor Gustavo Franceschi.
 Suma Teológica, de Santo Tomás de Aquino. Buenos Aires,
Club de Lectores, T. I, II, III, IV y V. 1944-1945. Castellani
anotó, explicó y comentó los cinco primeros tomos de esta
edición. En el primer tomo señala que se trata de un
“anteprólogo”, ya que: “Santo Tomás puso a la «Summa»
un prólogo de 22 líneas, explicando su propósito. No es
lícito pues ponerle otro prólogo, a no ser que sea un mero
comentario o paráfrasis de la media página del maestro. Eso

16
nada más quieren ser estas 22 páginas”. En la “Advertencia”
del segundo tomo informa el porqué de la traducción y en el
tercero la “razón de este trabajo”. El tomo cuarto lo inicia
con una “Nota a la cuestión CXIX” y en el último, trata de
“La fundamentación de la Moral”.
 La gloria de Tomás de Aquino, de Henry Gheon. 1944.
Buenos Aires, Ediciones Penca, pp. 9-12. El prefacio a esta
obra fue firmado con el pseudónimo Jerónimo del Rey y
conjuntamente con Jorge Mejía.
 La revolución que anunciamos, de Marcelo Sánchez
Sorondo. 1945. Buenos Aires, Ediciones Nueva Política, pp.
260-286. Este epílogo fue incluido posteriormente en el
libro Seis ensayos y tres cartas con ligeras modificaciones
de forma; publicado por Ediciones Dictio, en 1978, con el
título La Argentina de 1943 y de hoy – ¿La Revolución de
Junio es una revolución restauradora?, pp. 163-188.
 La crítica de Kant, de Joseph Maréchal, S.J. 1946. Buenos
Aires. Ediciones Penca, pp. 13-49. En nota a pie de página
Castellani advierte que “la gente seria, estudiosa, o bien
extranjera a la República Argentina, no tiene obligación de
leer este prólogo”. El epílogo, también escrito por
Castellani, lleva por título Kant escribe, pp. 325-326.
 La Reina de las siete Espadas, de Gilbert K. Chesterton.
1951. Buenos Aires, Editorial Librería Plantín, pp. 7-11.
Castellani hace la traducción directa del inglés y firma con
el seudónimo Clara Petty de Saravia.

17
 Señor del mundo, de Robert H. Benson. 1958. Buenos Aires,
Ed. Itinerarium, pp. 283-292. La traducción del inglés es del
Padre Castellani.
 Avivando brasas, de Federico Ibarguren. 1957. Buenos
Aires, Ediciones Theoria, pp. 13-15.
 Nociones de comunismo para católicos, de Enrique C.
Elizalde. 1961. Buenos Aires, Editorial Poblet, pp. 7-26.
Este prólogo fue reproducido posteriormente en el libro
“Seis ensayos y tres cartas”, con ligeras modificaciones de
forma; publicado por Ediciones Dictio, en 1978, con el título
Prólogo al libro Nociones de comunismo para católicos, de
Enrique Elizalde, pp. 147-162.
 Poemas en nostalgia mayor, del Padre Clemente Ruppel.
1961. Buenos Aires, Editorial Guadalupe, pp. 5-7.
 Nosotros los inmortales, de Helvio Botana.1961. Buenos
Aires, Fariña Editores, pp. 11-19.
 La Iglesia patrística y la parusía, de los PP. Florentino
Alcañiz y Leonardo Castellani. 1961. Buenos Aires,
Ediciones Paulinas, pp. 7-13.
 Nos los representantes del Pueblo. Historia del Congreso de
Santa Fe y de la Constitución de 1853, de José María Rosa.
1963. 2° edición corregida. Buenos Aires. Editorial Huemul,
pp. 9-10. El autor coloca una carta enviada por el Padre
Castellani a modo de introducción.
 La Universidad y la Nación. Tres disertaciones, de Carlos
Disandro. 1965. Buenos Aires, Ediciones del Autor, pp. 7-9.

18
 Así fue Mayo, de Federico Ibarguren.1966. 2° Ed. Buenos
Aires, Ediciones Theoria, pp. 9-14. Con el título Los dos
Mayos y con ocasión de la aparición de la primera edición
de este ensayo histórico, el Padre Castellani redactó un
artículo que se publicó en el n. 73 de Dinámica Social,
correspondiente a octubre de 1956. Al realizarse la segunda
edición del libro, los editores decidieron incluir ese artículo
junto a una carta de Manuel Gálvez. También este artículo
fue publicado en el Volumen IV de la Biblioteca del
Pensamiento Nacionalista Argentino: Leonardo Castellani:
Crítica Literaria – Notas a caballo de un país en crisis.
 Las apariciones no son un mito, de Francisco-Sánchez
Ventura y Pascual. 1966. Buenos Aires, Cruz y Fierro
Editores, pp. 9-19.
 Política, Nacionalismo, Estado, de Juan Carlos Cornejo
Linares. 1966. Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, pp. 9-
10.
 Imperialismos y Masonería, del Padre Virgilio Filippo.
1967. Buenos Aires, Editorial Organización San José, pp.
11-12. El autor coloca a modo de introducción un extracto
de la carta que Castellani le remitiera a él. El prólogo del
libro lo redactó el R.P. Julio Meinvielle.
 Reflexiones sobre y desde La Pampa, de Francisco Vicente
Schoo. 1968. Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, pp. 11-
16.

19
 Las negaciones de Garabandal, de Francisco Sánchez-
Ventura y Pascual. 1968. Buenos Aires, Cruz y Fierro
Editores, pp. 9-11.
 El fusilado. El subtítulo de esta obra es: Meditación ante la
muerte, de Jorge Vicente Schoo.1968. Buenos Aires, Cruz y
Fierro Editores, pp. 7-9.
 Semblanzas heroicas, de Blas A. Malvicini. 1970. Buenos
Aires, Organización San José, pp. 5-6.
 Descenso a los infiernos de la burocracia en la Enseñanza
Secundaria, de Magda Ivanissevich de D’Angelo
Rodríguez. 1970. Buenos Aires, Ed. del Autor, pp. 7-15.
 La ciudad de mi infancia, de Magda Ivanissevich de
D’Angelo Rodríguez. 1971. Buenos Aires, Librería Huemul,
pp. 11-14.
 Las cien mejores poesías (líricas) argentinas, AA.VV.
1971. Segunda edición ampliada. Buenos Aires, Librería
Huemul, pp. 7-10. Se trata de una antología preparada junto
a Fermín Chávez, con quien firma el prefacio. La primera
edición de este libro fue publicada por la Editorial Cintra en
agosto de 1953.
 Argentina y su sombra, de Juan Francisco Guevara. 1973.
2° Ed. Buenos Aires, Ed. del Autor, p. 1. La introducción al
libro corresponde a una carta enviada al autor por el Padre
Castellani.

20
 Alma de pie de gallo, de Ángel L. M. Salvat. 1975.
Mendoza, Ediciones Lucta, p. 11-12. El prólogo se tituló La
musa moza.

***

Agradecemos a todas aquellas personas que nos ayudaron en la


realización de este trabajo, pues han contribuido al “hacer verdad”
castellaniano.

Y, finalmente, al Padre Castellani le imploramos con el poeta:

(…)

Un envío te llegue desde esta peripecia,


desde esta soledad cimarrona y cetrina,
ruega al Padre que salve del diluvio a la Iglesia,
pide al Hijo que reine en la patria argentina9.

Daniel O. González Céspedes


San Rafael, Mendoza, abril de 2019

9
Caponnetto, Antonio. (2002). Campanas de Tierra y Cielo. Buenos Aires: Nueva Hispanidad, en
coedición con APC, Guadalajara, Jalisco México p. 50.
21
THEONAS *

LOS GRADOS DEL SABER

(1935)

El filósofo tomista francés ha publicado un gran libro, Degrés du


Savoir, el más grande de los suyos, hasta dimensionalmente, 920
páginas macizas1. “Libro central en la obra de Maritain” dice la precinta.
Todos los libros de Maritain son centrales, él mismo es una testa central,
una mente que no puede sino instalarse de rondón en el núcleo de los
problemas que considera un metafísico. Vero discípulo del angélico
doctor de las dos Summas, Maritain no puede detenerse en el ensayo en
que se divierte tallando facetas el corto aliento de la mente hodierna, y
no para hasta el tratado. Pero hijo de nuestro tiempo, hace tratados en
que cada uno de los capítulos tiene la redondez, la unidad y el pulido de
un ensayo. Les Degrés du Savoir es una Summa epistemológica
compuesta de nueve partes que son nueve preciosos Opuscula.

Por el gracioso don que nos ha hecho en este libro solidísimo, sea a
la manera de antaño bautizado Doctor ínteger, que este adjetivo señorial
le cuadra por todos lados, en lo físico, en lo moral, intelectual y
doctrinal. Para quedar en lo último, siempre el eminente filósofo mostró
ese instinto totalista que es propio de los grandes, de responder a una
pregunta cualquiera con todo el universo, de para conocer una cosa,
poner al lado todas las otras del mundo. Cuando en 1919 el director de
“Les Lettres” Gaetán Bernoville le pide un artículo Arte y Moral
atañente la polémica Maurice Barrés - Francois Vincent sobre Le Jardin
sur l’Oronte, va el joven filósofo de ojos de acero y se descuelga con
Art et Scolastique que es el boceto de una estética tomista, breve y
remansado, pero nuclear y completo. Empieza a escribir una serie de
textos para el Bachi, profesor en el liceo Stanislas, y da primero una
Introduction générale á la Philosophie cuya mitad en letra 12 es para
colegiales, y el todo es para todos, espléndida sinopsis de los problemas
y posiciones perennes de toda especulación filosófica. Continúa por una
Dialéctica (Petite Logique) y esta vez el bachiller se pierde de vista, un

*
Maritain, Jacques (1935). Theonas o las conversaciones de un sabio y dos filósofos sobre materias
desigualmente actuales, Buenos. Aires: Librería Santa Catalina, pp. 9-24.
1
Desclée De Brouwer, 1932, in 8°, XVIII - 920 págs.
23
volumen in 8° de 350 páginas exhaure la materia substancial de la
Lógica Formal, o Lógica de la Razón Correcta, como él la llama.

Los restantes fascículos de la serie de textos no han aparecido. Pero


una maciza y original Epistemología (Lógica de la Razón Vera) dásenos
en este libro sobre un problema básico, los escalones del conocer
científico; y una Cosmología en preparación, que se espera resultará
algo grande, se diseña en el fragmento La finalité en Biologie,
(discusión con Elie Gagnebin aparecida en la colección “Questions
disputées”) y en las actuales clases del Instituto Católico, en que el
maestro llega cada viernes cargado como una abeja obrera de material
fresco y rico en plena elaboración. En pleno vigor físico, grande, bien
hecho, melena gris leonado, ojos claros, ademanes de gentilhombre,
sencillez y afabilidad de cristiano, nada más y nada menos que todo un
hombre y todo un filósofo, oír a Maritain es un júbilo, no sólo por lo que
da, sino aun por lo que promete. Sus libros han marcado una ascensión
segura y metódica, su prodigiosa información ha hecho el cerco de las
ciencias humanas, y aun sacras, su talento filosófico está en plena
madurez y asiento ¿qué no puede dar aún este doctor trasplantado, o
mejor providencialmente resucitado, del tiempo de las grandes
Summas? Quiera el cielo que nos dé también como obra de su vida una
especie de gran Summa, que integre en la órbita inmensa de la síntesis
del Angélico las adquisiciones y lecciones (las de progreso y también
las de escarmiento) de la filosofía moderna, y los resultados del inmenso
avance científico de nuestro tiempo. Como su maestro Tomás el
Reintegrador, que consiga cazar los hilos rotos y enredados de los
Grados del Saber y reanudarlos a la corriente por un tiempo subterránea
de la Filosofía Perenne. Doctor ínteger. Reintegrar…

*
* *

… Viejos idealistas (Brunschvieg, Parodi, Gentile) que aun juran por


Koenisberg que es absurdo que una cosa pensada exista fuera del pensar
2
; fenomenologistas de Scheler y Husserl que rehuyendo el contradicho
de la Cosa-en-sí kantesca (Ding-in-sich) trasladan sus propiedades al

2
Ya lo creo: en cuanto pensada, es implicante; pero no en cuanto sujeto transobjectivo, como dicen
hoy.
24
mundo cartesiano del Objeto, y renuevan el idealismo de que huyen por
una peor y más ensimismada involucración; neorrealistas
estadounidenses, que rencuentran brutalmente la Cosa suprimiendo el
Objeto (Kant cortó el puente a la Cosa, éstos pretenden ir volando), la
Cosa-en-sí inmanente al pensar en cuanto Cosa, solución yanquimente
simplista, como el pragmatismo, mucho más cruda que el antiguo
Empédocles, que para explicar su conocer las cosas, hacía al alma una
mixtura de todas ellas; bergsonistas y neohegelianos, que cargan el
Pensar Absoluto de elementos voluntarios y biológicos y se embarcan
hacia un vago panteísmo emanatista en los equívocos empujes del
Ímpetu Vital… el cielo del conocer filosófico está aún asaz nublado,
aydenós! ¿Quién iba a pensar que tales nubarrones brotarían de los
limpidísimos diamantes de las “ideas claras y distintas” de Descartes,
inocentes intuiciones angélicas, si fuese inocente para el hombre querer
dárselas de ángel (“qui veut faire l’ange, fait la bête”, dijo Pascal). Y
bien, la prueba está hecha, los callejones sin salida tienen su utilidad,
llegará un día cuando quien desee pensar, empezará por someterse a las
humildes leyes de nuestra naturaleza intelectual la más flaca y débil de
todas, en que el filósofo dejará la Crítica en su campo que es la
Metafísica y en que ser la Filosofía del Sentido Común no será ya
baldón mas noble presea del realismo crítico de Santo Tomás, mal
llamado hoy realismo ingenuo.

Una crítica que sea a la vez metafísica, una crítica en su lugar. Me


atrevo a decir que este libro de Maritain es la primera realización de
aliento de una idea pedagógica que corría calles ya en los filósofos
escolásticos de hoy3 y es de vieja cepa aristotélica, pero que no había
aún tomado cuerpo: la epistemología metafísica4. El conocer reflejo
viene después del conocer directo; y la misma historia de la filosofía (y
la historia de cada día) nos muestra que la mente tira dentrada a
escudriñar las cosas enfrente; y sólo cuando el saber madura en
conocimiento ananoético (como dicen), sólo al llegar a su forma más
abstracta y más pura, se dobla de una ciencia ensimismada, de una
crítica explícita y formal – ya que, implícita, in actu exército, toda

3
Cf. GÉNY: Questions d’enseignement de philosophie scolastique. Beauchesne. París, 1913.
MERCIER: Logique, Préface. Bruxelles, 1905.
4
Maravillosa introducción y planta de una epistemología metafísica nos parece el libro monumental
de nuestro maestro Maréchal S. J. “Le point de depart de la Métaphysique”, cahiers I, II, III y V
lessianum, Louvain, 1922 -1926.
25
ciencia vera entraña una crítica de su objeto propio. Así el Estagirita
comienza su metafísica por una crítica de los sistemas anteriores y un
examen de los primeros principios. Así yerra Descartes, situando en la
conciencia de nuestro acto pensal, que es segunda con relación a la del
objeto, la raíz de toda especulación cierta5. Así Kant distuerce todo el
movimiento natural de nuestra mente a la Cosa por el Objeto, hacia lo
que es della sólo signo formal (“signum quo”) que no es conocido ni
tampoco existe sino en función del “signatum”. Distorsión lícita si se
quiere, pero peligrosa, posición alambicada y difícil del problema
metafísico del conocer, especie de disección sutilísima del “objeto
fenoménico”, en la que Kant no pudo zafarse del mismo error
racionalista contra el cual reagía.

Ahora, como para probar el movimiento lo mejor es darse a andar,


para liquidar las Críticas desviadas no hay como hacer una Crítica
derecha, explicar como hace Maritain aquí, en un vasto excursus en que
apela a la psicología, a la lógica, a la dialéctica, a la ontología, a una
vasta información científica y una sólida meditación filosófica –
explicar las amplias y sintéticas posiciones del realismo eterno. Que la
vera filosofía tomista no está irremediablemente comprometida por los
errores de la física aristotélica, y mucho menos por los inmensos
adelantos de la actual física matemática – antes contra, que sólo ella
prométese capaz de dar a esta ciencia actual la base roqueña y el cielo y
aire respirable que sus alas (o hélices) bruscamente crecidas reclaman,
es otra cosa que este fuerte libro muestra del mismo directo modo –
quiero decir, andando. La Nueva Física (que algunos simples veían ya
destruyendo la newtoniana, la filosofía y aun el sentido común), el
indeterminismo microfísico de Heisenberg, la mecánica ondulatoria de
De Broglie, la cuarta dimensión einsteniana, no son sino el tomar más
plena conciencia ella de su forma propia, que es la de una “scientia
media”, materialmente física y formalmente matemática, ciencia
emperchada entre dos grados diversos del saber. Su revolución ha sido
una purificación de su objeto formal, es decir, una mayor
geometrización, un soltar el lastre seudofilosófico que en virtud del
instinto humano de escudriñar las cosas en sí y no sólo en signo, cargaba
la física moderna, – bajo el nombre de fuerzas, energía, inercia,
gravitación, sustancia, masa, etc., – de pedazos irreductibles de
5
“Cogito, ergo sum”. ¡No!
“Cogito cogitatum, ergo etiam ego sum”.
26
nociones abstractivas de primer grado (física natural) en una ciencia de
alma abstractiva, segundo grado (matemática).

La Nueva Física habría simplemente escogido señorear el mundo


sensible por tercería exclusiva de la cantidad; reducir su universo a la
simbolización real pero no exhaustiva que nos da el formular
matemático cada vez más alto de las medidas y escalas de nuestros
aparatos; cazar el Cosmos a través de una malla maravillosa de realidad
ciertamente parcial, pero exactísima y sumamente manejable. Malla de
precisión, pero no de ilusión, no la búdica Maya sino más bien el
platónico Mito, en el senso lógico no de engaño sino de aproximación
heterogénea a una realidad en sí misma incógnita. Para hablar como
Maritain, de los tres mundos cognitivos

lo real sensible
lo preter-real cuantitativo
lo trans-real filosófico

la ciencia moderna, después de la revolución galileo-cartesiana, se


asentó en el segundo. Allí la Física y la Química y la Astrofísica ven
abrirse horizontes insospechables. La Biología y la Psicología
Experimental, ciencias de la vida que trasciende la cantidad no por
cierto, pues vemos hoy a ojos vistas cómo ha llegado a un atollo,
fácilmente previsible del resto, la utopía de Fechner y Wundt; por más
que podrán ellas aprovechar la medición de sus “causas materiales”
como instrumento de trabajo o material de investigación, o aplicarlas a
objetivos útiles, como la orientación artesanil – en grueso.

*
* *

El saber humano tiene diversos potenciales, no es homogéneo. Esta


verdad casi de sentido común (¿no decimos “una gran verdad, un hondo
conocer, un alto saber”, siendo así que Verdad es indivisión y ecuación,
consiste en un puro sí o no?) esta verdad banal y central es todo el libro
de Maritain. Verdad honda, los escolásticos la proponen en la forma
resabida de los tres grados de abstracción:

27
physica
mathematica
metaphysica

que constituyen tres reinos mentales diversos, no una extensión de un


mismo círculo en un mismo plano, sino como tres esferas celestes de las
que soñaban los ptolemaicos. No se vuelve filósofo un matemático a
fuerza de ser matemático, como soñaba Descartes, sino superando las
Matemáticas. El hombre es capaz de ciencias, pero la Ciencia no existe.
Existe si acaso la Sapiencia.

Al principio de la gran virada de la moderna época, Leonardo de


Vinci dijo una cosa equívoca que resume bien el error y confusión
inicial del filosofar hodierno, error de creer que todo lo que es ciencia
puede reducirse a un común denominador, contra el que insurge Émile
Meyerson6. Afirmó el gran Leonardo: “el saber no toma nobleza de lo
que sabe sino de ser saber: conocer una mosca puede ser tan noble
como conocer a Dios”. Este aserto es vero en un sentido y falso en
varios. Es verdad que una ciencia de suyo no toma nobleza de su objeto
material; testigo la nobilísima dellas, la Metafísica que tiene por campo
todos los seres (en cuanto tales) desde la mosca a Dios, y aun los no-
seres o los cuasi-seres, como los posibles y los entes de razón. Pero es
falso que no tome nobleza de su objeto formal, de la razón o ángulo só
que conoce las cosas, de la elevación desde dó las enfoca, y que a veces,
(como en el caso de todo lo suprasensible) el mismo objeto material
comanda. Y es falsísimo que todos los ángulos deban reducirse al
mediano (matemático) que es, sí, el más connatural al hombre, y pare
dende una ciencia la más segura y menos trabajosa de todas – pero pesca
lo real sólo a través del mundo imaginario (no ilusorio) de lo Cuánto
continuo y discreto, nacido del encuentro miraculoso de nuestra activa
mente con el accidente real de todo cuerpo, la Cantidad. Hay otrosí
modo de ennoblecerse una ciencia por su principio, si es posible una
ciencia de principio sobrenatural o elevado. Hay otro ennoblecer que
viene de la sobreminencia del mismo objeto material, del cual bien dijo
Aristóteles “que el conocer de las cosas supremas, aunque sea poco y

6
Le Cheminement de la Pensée. Alcan. París, 1930.
28
tópico, da más deleite y provecho al hombre que todo lo que sabemos de
las inferiores”7.

La gran utopía de Descartes obsede aún a los “savants” como


obsedía a Fausto:
Habe nun, ach! Philosophie,
Juristerei und Medezin,
Und leider auch Theologie
Durchaus studiert, mit heissem Bemühu…

Fue la utopía de Descartes el descubro de la Ciencia Única, “Scientia


Admirabilis” como la llama8, que arrebatábalo de forma a atribuir su
invención a una especie de revelación de un genio o Esprit de Vérité, en
medio de un extraño ensueño en gracias del cual prometió a la Virgen
una peregrinación a Loreto. Una ciencia que redujese todas las cosas y
todo saber a ideas claras y distintas, evidentes en sí o por una deducción
que fuese una intuición continuada – y todas las ideas, a la primera de
mi propio Pensar, muestra de mi propio Existir: noción absolutamente al
abrigo de todo dudar, escepticar o sofisticar. Aydemí, el ángel conoce
todas las cosas por medio de intuiciones de las esencias admirablemente
claras y distintas, todas ellas reducibles a la única perfectísima y directa
intuición de su propio ser inteligible. Aydemí, el matemático conoce una
parte de las cosas por medio de construcciones admirablemente claras y
distintas todas ellas reducibles a principios como el de igualdad o
contradicción absolutamente irrebatibles. Pero el hombre, el hombre es
una mente engrudada en la materia, con ojos de ave nochera, que va a la
esencia de las cosas por vericuetos cautos, por escalas triples, por
obstinadas preguntas, todo ensunchado de “habitus” y de técnicas
mentales armado de metros y de mensuras, anteojeado, desconfiado de
errar y presto cada hora a rectificar. Volar no puede sin máquinas más
pesadas que el aire. Todos los sabios que no caminan así, todos los
sabios alíferos que van a Marte en clavileños, desconfiad un poco dellos
pues muchos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.

7
De Animalibus, c. V. De coelo et mundo, II, text.,comment. 34. S. THOM.: Contra Gent., I, 5.
8
El Discours de la Méthode debía llamarse Projet d’une science universelle qui puisse éléver notre
nature à son plus haut dégré de perfection. Cf. MARITAIN: Le Songe de Descartes, Correa. París,
1932, passim.
29
Descartes que fue un vero sabio, precipitó por orgullo o flaqueza la
Humanidad en la tentación de comer la Manzana Sintética, fusión de
todas las ciencias al alcance de todos. Descartes es el suplantador de los
habitus por los métodos, de esa cualidad y perfección interna y dinámica
de nuestro intelecto que lo habilita en orden a un reino del saber, por un
ordiño externo o picaporte universal (ganzúa) conjunto de reglas y
astucias para conquistar el saber por sorpresa y estrategia. Descartes es
en el senso más estricto el padre de los vulgarizadores, de los inventores
de métodos fáciles para aprender cosas difíciles. De su desdichada
empresa iban a salir por arriba las corrientes filosóficas – (Malebranche,
Espinoza, Leibnitz – Hume enfrente – Kant arriba –) que terminan en el
idealismo; mas por abajo, no sólo el ideal mecanista de las ciencias
naturales hasta la mitad del siglo pasado, y la utopía de Wundt que
menté arriba, de una psicología experimental matemática o psicotecnia;
más aun la osadía de los seudosabios, de los improvisadores, de los
enciclopedistas, de los semicultos, de los librescos, de los ensayeros, de
los “pensadores” que son hoy mangas oscureciendo el sol. Me refiero a
los que osan abordar una ciencia con el “habitus” de otra, como Freud o
Pierre Janet cuando filosofan, con respeto sea dicho mas con firmeza; o
bien, horresco réferens, a los que las abordan todas sin el habitus de
ninguna. Los pensadores. ¿Qué es un pensador? Un pensador es un
hombre que no sabe filosofía, ni literatura ni historia ni matemáticas ni
física ni zoología ni lingüística ni biología… y piensa.

*
* *

Si a nuestros abuelos alguien dijera por ejemplo: “La Ciencia va a


suprimir la guerra, ceci tuera cela”, hubiesen preguntado incontinenti:
“¿Qué ciencia?” porque hay muchas dellas, al menos que se dé la
antonomasia a la más alta de todas, que es la que enseña justamente que
se pueden evitar las guerras pero no suprimir la Guerra. Si preguntamos
a un argentino promedio qué psicología hay que enseñar en el Bachi,
responderá que evidentemente la Psicología, la ciencia del alma, toda.
Pero amigo, si el alma es una, la psicología es cuatro. Puedes considerar
el alma como desde una botánica, o desde una física, o desde una
antropología, o desde una metafísica, desde cuatro observatorios que te

30
dan visiones no ya específicas mas aun genéricamente distintas9. Lo que
hoy llaman Psicología es un conjunto inmenso de estudios e
investigaciones heterogéneas que se pueden clasificar por este cuadro:

Es decir, advirtiendo antes que esto no se corta con cuchillo:


Psicología número 1, psicoempiria, una historia natural del alma, ciencia
del fenómeno puro, coleccionadora, depuradora y clasificadora de
hechos: es decir, ciencia adyutriz.

Psicología número 2, Psicometría, una ciencia que intenta formular


lo observado en términos de espacio y tiempo, como la técnica de
Fechner o Piéron, las determinaciones biofisiológicas del excitante o

9
De ahí el error, de que hablaré algún día, de querer introducir en la Filosofía al alumno argentino de
4° año, por medio de la Psicología. La Psicología Experimental no es hoy día una ciencia “hecha”; y
en el sentido de Wundt no es ni siquiera Ciencia, ni tiene que ver con la Filosofía. La Psicología
Experimental de aparatitos y estadísticas, es un “ersatz” desgraciado de la Filosofía, hoy día
arrinconado, excepto en Abisinia y en la Argentina. Pero ¿qué estamos pidiendo cohesión o lógica a
la enseñanza media argentina, una de las más desdichadas del orbe universo, y a mi juicio un
verdadero flagelo y crimen nacional?
31
concomitante cognitivo de Dumas: especie de Física o fisiología
aplicada, de delicada y limitadísima aplicación: de ningún modo una
“ciencia del hombre”, en frase de Anquín.

Psicología número 3, o Positiva, ciencia de las causas próximas, que


coordina y combina los fenómenos en síntesis cada vez más altas y
complexivas. Ésta es ya o quiere ser una filosofía de la natura: a pesar
de que su objeto es aún lo sensible, su modo es metampírico. En Freud,
Adler, Dilthey, Klages, Prinzhorn, por ejemplo, la clínica o la
introspección no son sino punto de apoyo para la teoría, aunque la
caracterología klaguesiana tenga ya un vero núcleo metafísico. Ésta y la
anterior, son dos “scientiae mediae”, ciencias del primer grado
sometidas a una abstracción del segundo y el tercero, materialmente
físicas y formalmente matemática y metafísica.

Psicología número 4, racional o metafísica, entiende las últimas


causas de los fenómenos psíquicos, conocimiento de la natura del alma.

Como nosotros no conocemos derecho las esencias, mas por los


actos las potencias, por las potencias las naturas, podemos decir que la
primera y segunda no pasan de los actos (fenómenos), la tercera de las
potencias (facultades, complejos y aparatos), la cuarta pretende la
natura.

Y si uno quisiera complicar, quedarían aún otras psicologías: la


sociología y la pedagógica10 por ejemplo, aplicación de las tres primeras
a los fenómenos gregales y al arte de educar – la psicología moral, los
“moralistas” que llaman en Francia (Montaigne, La Rochefoucauld,
Pascal, Faguet, Nietzche, Paulhan) que viene a ser la tercera bajo la
atracción de la Ética o filosofía de los mores, a la cual pertenece
“reductive” la psicología del novelista y el poeta, como cuando decimos
que Shakespeare, Dostoiewski o Claudel son inmensos psicólogos –
cuyo cabo de abajo lo constituye la santa graciosa y preciosa psicología
parda, de la casa y parentela del bienaventurado sentido común.
10
No creemos tampoco mucho en la “psicología pedagógica” de hoy. En gran parte es un “bluff”:
escamaje conceptual para cubrir la fluidez de un habitus vivo, como es el pedagógico. No se niega
que datos recogidos a ojo o con instrumento puedan ayudar para conocer al niño a hombres en
posesión del arte de enseñar; pero, éste ausente o deficiente, no pueden suplirlo. Bergson y Dilthey lo
han abonado suficientemente. Muchos erizados y pedantescos sistemas pedagógicos de hoy son
desdichados intentos de mecanización o cuartelización de la escuela: “substituir la madre por la
incubadora”.
32
Todo esto no es un cuentadoy del libro de Maritain. No es dél un
resumen ni una sinopsis ni una idea, no lo malprecien. Son notas de las
que se me hacían al margen de la lectura apasionante. Las copio porque
es preciso llamar la atención sobre él en Buenos Aires. El libro de
Maritain es una obra bien escrita y deliciosamente legible. Eso sí, es un
libro de filosofía. No se entiende sin trabajo (al menos quien no es del
oficio) pero no se puede estudiar sin alto provecho.

L. CASTELLANI

33
LA HISTORIA FALSIFICADA*

ERNESTO PALACIO

(1939)

Me ha tocado como “deber de vacaciones” la tarea honrosa y


agradable, aunque un poco arriesgada, de prologar un libro de Ernesto
Palacio, el cuarto. Este libro es una colección de ensayos elegidos en la
constante y maciza producción periodística del joven pensador
argentino, que guardan entre sí la suficiente cohesión genérica para
soportarse mutuamente, conspirar a la meditación de algunas pocas y
profundas ideas básicas, y sostener un título común de sugestiva
agresividad: LA HISTORIA FALSIFICADA.
La mente de Palacio está en franco progreso. Los ensayos déste libro
son casi todos superiores a la mayoría de los que dieron las dos entregas
de “La Inspiración y la Gracia” (Gleizer, 1929) y “El Espíritu y la Letra”
(Serviam, 1936), aun con ser éstos de lo mejor que se escribe en el país
en materia de prosa pensada. Ellos forman como una pequeña
constelación entorno al foco de primera magnitud representado por el
libro “Catilina” (1934) que tuve el honor de anunciar a su aparición
como un “libro eximio” (“Criterio”, N° 412), juicio que una segunda
lectura acaba de ratificar sólidamente. CATILINA es un libro con
cualidades de obra maestra.
Se trata como es sabido de una paradójica “revisión procesal” hecha
de mano de artista y perspicacia de filósofo-político enmedio de una
amplia construcción histórica que se despliega ante los ojos con la
viveza y la “vivencia” de un drama trágico. La otra vez no dudé en
comparar este libro, salvando elementos imparangonables, con el
“Richelieu” de Hilaire Belloc. Hoy diré más: diré que si la movida
biografía del historiógrafo inglés aventaja a la disquisición política de
Palacio en cualidades técnicas de erudición, cultura y método (juntas a
una sorprendente visión panorámica de historia europea moderna), en
cambio el audaz ensayo de rehabilitación de “Catilina” a través de la
filosofía política tentado por el argentino, lleva un exponente más alto
de valor intelectual en una cierta hondura de pensamiento y contagio de

*
Palacio, Ernesto (1939). La Historia Falsificada. Buenos Aires: Difusión, pp. 5-36.
35
persuasión, provenientes a mi juicio de lo que llaman los retóricos una
“invención” más profunda. El “Catilina”, como veremos luego, está
sacado de más adentro. Quiero hablar dél principalmente en este
prólogo, ya que los ensayos déste volumen sonle a modo de “Parerga y
paralipomena”; y no hay para qué tampoco delibárselos al lector.

*
* *

En mi manual de Historia - Filosofía (Maurice de Wulf) existe un


apéndice del traductor, un franciscano español, en donde se niega el
título de filósofo a Unamuno, reservándolo para Urráburu. El excelente
fraile confunde notoriamente “filósofo” con “profesor de filosofía".
Olvida que un “ensayista” genial o solamente profundo ocupa entre los
dos que menté arriba el sitial medio, el honroso sitial de Boecio, de
Bacón, de Montaigne, del gran Pascal, de Nietzsche. Todo pensar que
llegue a excelsa altura en lo alto (Claudel por ejemplo) o a inmensa
hondura en lo bajo (Freud por ejemplo) se vuelve por el mismo caso
filosofía, (sondeo de causas últimas) por lo menos en estado bruto,
aunque carezca de una sistemación metódica o un utilaje técnico;
entanto que los poseyentes déste utilaje solo, sin una chispa de
pensamiento espontáneo, por excelente que sea el sistema a que
adhieren, no pasan de profesores de filosofía o de dómines memoristas,
si es que no son simples simuladores.
En la actual Argentina, hay si no me engaño dos modos legítimos de
filosofar: el “ensayo” profundo y a la vez concreto, enraizado en los
problemas urgentes de nuestra incipiente vida propia; o bien el “cultivo”
inteligente de un sistema filosófico macizo que esté actualmente vivo.
Es triste, pero el “gran” Ingenieros se sale déste dilema. En cambio no
se sale Alejandro Korn. He dicho adrede “el cultivo”, el cual supone un
“trasplante” en tierra propia, y no la mera “divulgación” (contenta con el
transporte de frutos) ni muchos menos la “repetición”, que come hojas
secas. Carlos Alberto Erro ha indicado varias veces la importancia del
“ensayo” entre nosotros como fuente viva de filosofía argentina; y ha
dado déllo un sabroso ejemplo en su “Tiempo Lacerado”, tan ponderoso
de opíma sustancia propia. Eduardo Mallea, Ernesto Palacio y otros,
confirman también este caso de que Dama Filosofía prefiere en sus

36
favores a los fuertes contrabandistas de su huerto sobre los entecos
peones de su biblioteca.
Solamente la fina y fuerte “Digresión sobre la Ambición Política”
—que con la “Digresión sobre una Mística de la Juventud” rompen
como dos “intermezzos” filosóficos los tres actos del drama
retrospectivo “Catilina”—, otorga un lugar a Palacio en la naciente
filosofía argentina, escuela tomista. Ha ascendido a ella por el camino
de las letras (puesto que hay dos grandes senderos) y, expresamente, por
el camino del arte poético, de la historia, de la psicología moral y la
ciencia política, como por cuatro etapas graduales. Palacio es ahora
propiamente un “moralista” especializándose en esa rama de la moral
colectiva que nombró Aristóteles la “Política”. Su pensamiento no
necesita preocuparse de los problemas de la epistemología o la
cosmología por ejemplo. Su campo es el alma del hombre realizada en
espíritu objetivo, como dicen hoy; donde le introducen regiamente su
sólida versación lingüística, su vadeo vencedor a través de las magnas
creaciones poéticas y de la crítica estética y cultural, con su ordinario
trabajo en historia; al mismo tiempo que su breve pero penetrante
experiencia política y su acción de periodista.

*
* *

“Moralistas” llama la preceptiva francesa a los pensadores que —


como Montaigne, La Rochefoucauld, La Bruyére—en nuestros días
Nietzsche —en la antigüedad Séneca y Teofrasto— especulan los
“mores” del hombre (“modo de moverse” etimológicamente) o sea las
leyes de su ser moral, en forma no metafísica sino positiva. Kant en su
“Fundamentos de la Metafísica de las Costumbres” hizo la distinción
necesaria entre la Ética abstracta (filosófica o teológica) que continúa en
la Escuela llamándose “Moral” y estotra Ética antropológica,
profundamente calzada de Psicología, que representa un “grado del
Saber” intermedio (Maritain) y que él adscribe con razón a la
Antropología. Lo mismo que la moderna Psicología Positiva, su melliza,
esta Ética correlativa ha adquirido su Carta Magna con Nietzsche y
Carus, mientras trabajan en su sistemación Klages y Scheler. En estado
libre ella existe desde Sócrates y desde siempre, impregna a Platón y
Aristóteles —y en realidad a todo pensador digno déste nombre, lo

37
mismo que a todo gran poeta, sobre todo dramaturgos y novelistas— y
ha sido contada por Augusto Messer como la primera de las “Tres
Raíces de la Psicología”. Pero en cierto sentido ella es también flor de
Psicología.
Esta es una vera Ciencia (y no arte sola) dependiente de la Filosofía
y parte délla indispensable. Su objeto no es “moralizar” en el sentido
corriente, es decir, producir moralina, sino anotar las causas próximas
de los fenómenos morales, y para eso, definirlos, clasificarlos,
interpretarlos, empezando por percibirlos. Esta es la ciencia que sabe
Ernesto Palacio, en la cual merece espaldarazo de Doctor recibido, como
lo hallará quien este libro leyere. Y digo “doctor” en ella, por ser él no
sólo capaz de divulgar o glosar provechosamente los maestros, sino de
ostentar pensamiento libre y reflexión propia, andar por sus pies y ver
por sus ojos.

*
* *

Bastaría un botón para muestra: daremos tres: 1, relación entre


Poesía y Vida; 2, relación entre Vocación y Moral; 3, estado y rol de la
Inteligencia en el mundo actual. Son de esas “ideas básicas” que dije al
principio enseña a meditar Palacio.
La tercera es la mejor de todas, las otras dos vendrán luego. En
muchas ocasiones, también en “Catilina”, Palacio ha intentado fijar la
posición de la inteligencia en el mundo moderno; y lo ha conseguido
con notable precisión en su ensayo “El Espíritu y la Revolución”,
escrito después de “Catilina”, y una de las más sólidas piezas de su
producción como moralista. Esta meditación, llevada con rigor y
claridad cuasi geométricas, toca con certeridad uno de los más
profundos síndromes del desconcierto contemporáneo, y en
consecuencia, toma posición en el tumulto y le asigna probable
pronóstico. “El Espíritu ha sido hoy desplazado de su puesto rector”.
He ahí el síndrome, que para un tomista dice mucho. La Inteligencia,
que para Palacio significa, no ya el nudo Intelecto de los Intelectuales,
sino el Pensar íntegro, sostenido por las virtudes intelectuales y aún
morales (“la falta de armazón moral que debilita la misma inteligencia”)
ha perdido sus últimas posiciones, que eran el disconformismo y la
sedición ante el brutal poderío económico. En el siglo pasado, estúpido
38
como se llamó (“creador”, lo llama Palacio, y es cierto que lo fue
también en un sentido) el fenómeno del soborno, la deyección y la
traición de la inteligencia por lo menos no era todavía ley general. Hoy
día el Saber especulativo que rehúsa prostituirse es reducido a la soledad
por falta de una “élite” receptora, una aristocracia intermediaria entre él
y el pueblo; el cual “pueblo” tampoco existe, reducido “ipso facto” a
“masa”: Paul Claudel, mística y heroicamente solo, es el tipo del actual
“clerc” que no ha traicionado; Anatole France es el tipo del intelectual
vendido, mientras el pobre Bourget, con quien Palacio se ensaña, es el
intelectual que ha claudicado de su misión, que ha desertado, o al menos
se ha emboscado, frente a los rigores del asedio.
Pero he aquí que nada y nadie puede cambiar la natura de la
inteligencia, ella es una fuerza cósmica; obstruida de sus cauces
comunes, ella se rompe otros, se desplaza hacia la acción, a la cual
impregna de su poder explosivo (“guerras de ideologías”); se convierte
en instrumento incontrastable de demolición (“demagogia”); se alista en
vastas empresas destructivas (“resentimiento”); y coadyuva, por todos
lados a la Revolución, o bien a la Super-Revolución (“destrucción
previa de la iniquidad presente”) que Palacio considera inevitable, y por
ende, providencial y deseable.

*
* *

Este esquema de la meditación sobre la función y misión social de la


inteligencia, no da su riqueza en armónicos, ni mucho menos la solidez
de su sustancia intelectual. Los “sociólogos” premurosos hoy día por
fundar “obras sociales” y hacer “acción social” convendría que lo
leyesen despacio. No hablo de los que hacen auténtica docencia cristiana
—un monseñor Franceschi, por ejemplo. Hablo de los que han
descubierto un poco tarde que hay que “ir al pueblo”... Y se le
aproximan con las consabidas sonrisitas y palmaditas amigables,
diciéndoles que “Jesucristo también fue obrero". “Y no se trata de eso
— dice con acierto Palacio. No se debe “ir al pueblo”. Una aristocracia
del Espíritu está en el pueblo; es ella misma, supremamente, pueblo. Y

39
cuando falta, como hoy, no puede ser sustituida por fórmula
circunstancial alguna"1.
El fondo déste ensayo adopta pues en forma moderada la atrevida
tesis de Berdiaeff de que la lucha de clases no puede ya ser superada
sino después del choque y la victoria de una déllas. Tesis de Marx,
podada de su intemporalidad abusiva. Esta tesis es discutible; pero no se
puede negar que tiene respaldos válidos. Después del trabajo de Palacio
nada conocemos que se le haya opuesto fuertemente, anoser la inerte
confianza de los fabricantes de paños tibios, que esa sí que es fuerte.
(“No porque uno duerma deja de llover”, me decía un paisano hace
poco). En una nota reciente Bruno Jacovella pronostica también la
necesidad actual de la coerción para llegar a una solución social durable,
lo cual implica en la Argentina una revolución previa, inclusa y
forzosamente política. He de confesar que en lo que respecta a nuestro
país, mi opinión pende déste lado. No quiero decir que la desee, sino
que no la veo evitable. Si hubo un momento en que fue esperable
declinar la lucha de clases con meras obras sociales tipo “León Harmel”
o “Marqués de Comillas”, hoy es tarde, como lo indican las mismas
encíclicas sociales de S. S. Pío XI. No digo que no se prosiga con ellas,
si son en realidad sólidas (algunas son puras “filfas”) pero no hay que
creerlas “la Solución” ni apoyar todo sobr'ellas. Palacio sostiene la
necesidad histórica y la probable inminencia de un “cesarismo popular”,
de un “nacionalismo marianista”; y cree en la medicación argentina de
un Irigoyen mejor que el otro — léase un Rozas o un Moreyra, a falta de
un Mussolini.
Esto es sin duda desconsolante para los que creen que: “se puede ir
tirando mucho tiempo así (no estamos tan tan mal)... educando a las
masas, haciendo apostolado, promoviendo la caridad de los Patrones y
la resignación de los Obreros...” (“¡Ganó Ortiz! ¡Tenemos seis años para
hacer apostolado!” —me decía un Padrecito chileno, Rector de un
Seminario) —. Lo peor no está en los patrones criollos, masa en general
buena, sino en los patrones extranjeros. Lo difícil no está en los obreros
1
Por supuesto que no zaherimos aquí la fórmula de "ir al obrero", usada por León XIII y repetida por
S. S. Pío XI en el § 61 de la "Divini Redemptoris", sino a su falso entendimiento y peor uso de parte
de los cultores de cierto "paternalismo" social aburguesado. La fórmula papal "ir al obrero" no sirve
sino en función de la otra fórmula papal "Apostolado del igual por el igual". Como nota Palacio, para
"ir al pueblo" no hay nada mejor que "ser pueblo", aunque sea en forma eminente. Jesucristo no sólo
fue al obrero sino que simplemente fue obrero, aún en los tres años de su vida pública.

40
criollos (desocupados y aplastados), está en la cosmopolita plebe urbana
con su fermento de inasimilados y judíos. Ojalá fuese cierto el
apostolado, caro R., pero ¿y “Crítica”, por ejemplo? ¿Qué me cuenta
usté de “Crítica”? En el actual momento argentino, es un hecho obvio
que la gran mayoría del pueblo pobre del país es “miliciano” o
“negrinista”. ¿Qué es eso? Eso es simplemente un triunfo de “Crítica”.
“Crítica” ha triunfado en la Argentina de manera incuestionable. Y
“Crítica” (¡oh, no crean que con maldecirla está todo arreglado!)
“Crítica” es un problema argentino que no tiene absolutamente ninguna
solución bienpensante.

*
* *

Este estudio que resumo y el libro “Catilina” no han venido por


generación espontánea.
“La Primavera ha venido
nadie sabe cómo ha sido...”

Los otros dos libros pertenecen al período de formación de Palacio, a


esos “veinte años de larga holganza distraída con literatura” como lo
califica “cavalièrement” en su deliciosa “Carta a un poeta joven”. “La
Inspiración y la Gracia” representa lo que llamaremos el período de la
“crítica estética”: son trabajos de alta teorización literaria —que por alta
deja cada momento de ser puramente literaria— en que apoyando sobre
un sólido y fino gusto, y sobre una extensa lectura de primer agua, más
los andadores de algunos pocos maestros fundamentales, como Pascal,
Baudelaire y Maritain, el joven pensamiento se ejercita y se mide con
otros excelsos en una gimnasia llena de realizaciones que son promesas
y de promesas que son realizaciones.
El segundo libro “La Inspiración y la Gracia” representa el período
de la crítica “cultural y moral”. Era seguro que Palacio no demoraría en
la superficie del arte literario, sino que de los grandes poetas iba a entrar
a la pepa, al documento humano, bien histórico, bien psicológico.
Aparece la viva preocupación, aunque todavía de garra tierna, por los
problemas políticos, entanto que se alza una virulenta reacción contra la
“literatura”, es decir, contra la poesía en lo que tiene de pura palabra y
pulpa, o mejor digamos, contra el arte alejandrino y enteco de nuestra
41
época crepuscular. Uno de los mejores contenidos déste segundo libro es
a mi juicio la definición del estado actual del arte aburguesado,
deshumanizado, “amansado” junto con el retrato “d'après nature” del
diletantismo intelectual. Esto es lo que llamé arriba “relación de Poesía
y Vida”. Entonces enseñábamos nosotros literatura española y leíamos
los clásicos. Este libro nos ayudó a entender el enigma de Lope, el
inmenso poeta poco hombre que fue Lope. Lope es simplemente un
Gran - poeta - chico - hombre, como Víctor Hugo...
“poète si l'on veut, mais grand homme? Non pas!
en quien para mal del hombre y aun del poeta se verificó la parasitación
de la vida por el arte que tan bien define Palacio en “Reflexiones sobre
el Arte y la Conducta”. En gracia de Ignacio Anzoátegui, el cual me
discute esta tesis, voy a transcribir la nota que puse aquel entonces en la
"Historia de la Literatura" de Hurtado. Perdón por citarme a mí mismo:
LOPE DE VEGA Y EL PROBLEMA DEL “GENDELETTRES”

1. —Cofrade del Santísimo Sacramento, burgués marido de Juana de Guardo, sacerdote y


sacrílego amante de Marcia Leonarda…

2. —Ver Platón (“República”), De Sanctis (“La Conversione Religiosa”), cita de Wágner


acerca de Lohengrín, etc.

3. —Apesar de indudable genio, Lope no deja ninguna obra “aere perennior”: “se
despilfarra”. Si Rubén Darío vendió su primogenitura por un cubo de “champagne”, Lope la
despilfarró en cintajos para mujeres.

4. —Tirso y Calderón, de indudable menor potencia creadora, tuvieron fuerza volitiva


bastante para concentrar aquélla en frutos de plena sazón: el 1° en personajes veramente
shakspirianos (Don Juan Tenorio, Paolo el eremita, los amantes de Teruel) fantasmas eternos
hechos de la más pura sustancia teatral; el 2° en el acabamiento de tres obras maduras, el
Alcalde Marmóreo, Segismundo transcendente, el Gran Teatro del Mundo...

5. —Lope pudo haber sido (¡oh! ¿quién develará el “pudo haber sido”?) quizá, (digo
quizá) el Shakespeare español y se quedó en Luca Giordano Fa-Presto.

6. —La inmaturación de todas las obras de Lope les da un agridulce especial que aman
Grillparzer y… Anzoátegui; pero no es madurez, es fruta verde.

7. —Véase Ernesto Palacio en LA NACION: “Reflexiones sobre el arte y la conducta”; y


“Situación del hombre de letras”. (15-V-1935).

Hasta aquí mi apunte marginal a Lope.


*
* *

42
La “Situación del Hombre de Letras” al mismo tiempo que un
capítulo de caracterología contemporánea representa una reacción
personal y una toma autobiográfica de posiciones. Característica de
Palacio como escritor es una especie de “transfusión auto-biográfica” a
los temas abstractos, que vuelve contundentes y concretas sus
argumentaciones discursivas.
Palacio escribió “Catilina” de un tirón en unas vacaciones, en
interminables cuadernos que se llenaban por ensalmo de su clara letra
“de molde”. Se había producido ese contacto mágico de embriones
intelectuales que dan una obra viva, asaber:
su experiencia aún cálida de la Revolución de Uriburu topando con
un trozo de historia romana privilegiadamente documentado por Cicerón
y Salustio, —
todo vivificado por dentro por esa operación introyectiva del poeta, a
que el Estagirita asignaba mayor valor epistemológico que a la
reconstrucción material del historiógrafo.
A esta “invención profunda” del asunto de que hablé arriba hay que
atribuir en “Catilina” la naturalidad holgada y señorial del conjunto
(“fondo y forma”, ideología y composición) por un lado; y por otro el
picante interés actual désta “biografía novelada”, o por mejor decir,
“biografía filosofada”. No se trata de un panfleto ni de un “libro a
clave” como se ha dicho; se trata de una “historia ejemplar” a la manera
de Plutarco. Un trozo de Historia Romana ha sido aislado y cerrado
sobre sí mismo, y después, recontándolo en términos hodiernos y
dándole un sentido “thético”, ha sido transformado en un trozo de
historia Universal, y por ende también de Historia Argentina. Las
alusiones a la situación política argentina, que constituyen su pimienta
sutil, no son vulgares “indirectas” sino traslúcidas trasposiciones, que
proceden por lo que llaman los tomistas “conocimiento por analogía de
proporción” única manera legítima de aplicar la Historia.
En este libro de una sola pieza es dable ver realizada una vez más la
promesa de Horacio:
………………… cui lecta potenter erit res

43
nec facundia déseret hunc nec lúcidus ordo*

puesto que la buena “invención” del asunto, que es un don de los dioses,
ha dado por rebote los efectos de la composición elegantísima y de la
prosa recia, una novedad natural y una especie de natural elocuencia.
Los capítulos se engranan con lógica secuencia, los finales despliegan
pequeños trozos de “bravura” lírica o sentenciosa, la acción avanza
potentemente encadenando al lector atento, los prota- y anta-gonistas
son introducidos cada uno a tiempo y según rango, —Catilina, Cicerón,
César, Sila, Pompeyo— destacándose en primer plano con sus máscaras
inconfundibles, la perspectiva filosófica de la acción va indicada con
certeros toques, las reflexiones, sentencias, enuncies de leyes, definición
de entes morales, análisis de complejos políticos, y asignación teórica de
causas y efectos, forman cuerpo compacto con el severo y limpio relato
sin intersticio alguno, como carne y hueso. El prólogo es un ensayo
magnífico, una de las cosas mejor escritas de Palacio, que fundamenta y
resume todo el libro. Ernesto Palacio es un prosista potente: clásico sin
esfuerzo, nervudo sin distensión, naturalmente limpio y proporcionado,
sin acicalamientos ni efectismos femeninos, en quien una lengua de
experto lingüista se ciñe a un pensar seguro de sí mismo con el
desahogo y la morbidez de una toga. Los lectores déste libro me dirán si
miento, si no tenemos delante un maestro de la lengua moral y política,
lengua que pide ser remozada en castellano después de Jovellanos y
Saavedra Fajardo.

*
* *

¿Qué decir del asunto paradojal, la rehabilitación política de


Catilina? ¿No es temeridad y puerilidad pretender tablarrasar veinte
siglos de historia y revisar un proceso a distancia inconmensurable de
los testigos? ¿No es extremar la paradoja hacer un héroe civil del
rebelde de Pistoya?
Si eso fuera lícito, dice el historiador alarmado: tomar la Historia y
contravolverla como un guante ¿qué queda de mi sacra Ciencia?

*
Epístola a los Pisones, vv.40 -41 “A quien haya elegido un asunto según sus propias fuerzas, no le
faltarán la elocuencia ni el orden brillante” (N. del E).
44
Queda lo que siempre ha sido. La Historia es una ciencia auxiliar y
subordinada a la filosofía. Sus fallos son legítimos, pero subalternados a
superior apelación, sobre todo siendo dados bajo presión y violencia,
como es el caso del malaventurado Catilina; caído entre el torbellino de
odios políticos de un drama histórico de peripecias fulminantes, en la
alborada sanguinolenta del Imperio.
Catilina en su proceso no tuvo defensor; y ahora le sale un abogado
bravísimo al cabo de 20 siglos. Dése el valor que se quiera a los
argumentos de Palacio, el libro representa por lo menos un “tour de
force” como alegato de defensa. Si no llega a convertir al Conjurado en
un Mártir y un Precursor, a lo cual tiende por natural reacción contra las
atroces diatribas de Cicerón Fiscal, es cierto que consigue hacerlo más
simpático que todos sus vencedores y a crear un “Catilina poético” en el
cual quizá Palacio proyecta algo de la nobleza de su alma juvenil y
cristiana. Yo sospecho que el Catilina real debió adolecer de fallas
morales mayúsculas; así se explica con más facilidad el veredicto
unánime posterior, el abandono de César, y su caída fulminante y
definitiva. La fatalidad no es jamás tan inexorable con los buenos: Dios
los aprieta pero no los aplasta. Recordemos el proceso de Juana de Arco,
por ejemplo, y la inmediata contrarreacción popular en favor suyo. El
pormenor de la muerte ritual del esclavo (monstruosidad imperdonable
imposible de atenuar), las atroces violencias premeditadas y hasta el
olvido total de su nombre arrojan sobre la sustancia moral de Catilina
una luz sospechosa2. Sin embargo, gracias a la brillante pieza de Palacio,
desde hoy leeremos las Cuatro Catilinarias de Cicerón con mente más
cauta que cuando buscábamos solamente el latín broncisonante y la
pomposa elocución; y el pesado dómine deberá ahora decir a sus
alumnos honestamente algo como esto:
“Catilina se rebeló contra el orden establecido.
“Desde el punto de vista legal fue un criminal.

2
El Dr. Palacio, a quien comuniqué mi opinión, me contestó con fecha 6-II-39 lo siguiente:
"Al llamar: asesinato imperdonable que no se puede atenuar" la muerte ritual del esclavo, me parece
que Vd. incurre en anacronismo moral y psicológico. La vida humana no tenía la importancia que
hoy le damos ¡y la de un esclavo! Por lo demás, se trataba de un acto religioso. "Tantum religio
potuit suadere malorum". Consulte el "Traité des Sacrifices" de De Maistre y a Fustel, Burkhardt,
etc. La indignación del "libre pensador" Cicerón (no muy violenta, ni muy insistente) era ya una
manifestación de humanitarismo decadente".

45
“Sin embargo, cristianamente la rebelión no es siempre un crimen, y
por excepción ella puede ser legítima o disculpable.
“Hay un autor argentino que ha hecho ver la posibilidad de que tal
sea este caso; y por ende, que el execrado Catilina sea al fin de cuentas
más desdichado que monstruo”.

*
* *

Es natural que exista una Historia para Niños y una Historia para
Hombres, sin contar la Historia para Partidarios. Si no es una ciencia
“relativa” (es decir una mera arte) como sostuvo el cartesiano
Gheulinck, la Historia es una ciencia eminentemente revisible; y el
último fallo sobre cosas y personas pasadas pertenece de jure al filósofo,
si ya no pertenezca al teólogo, quien alega en favor de su foro lo
siguiente:
1° el margen de incognoscibilidad que todo lo que es individual
comporta, “Omne individuum ineffabile”;
2° el elemento providencial y extrahumano, “los imponderables, el
azar, la voluntad de los dioses” (como dice Palacio) que interviene en la
composición del Universo del Albedrío.
De ahí la legitimidad de la “revisión histórica” a medida que la
lejanía capacita al filósofo para el enfoque de los conjuntos y el sopeso
de las sustancias.
¡Qué diferente el Don Juan Manuel evocado por D. Carlos Ibarguren:
genio político nutrido de las más hondas esencias de nuestra tierra
aunque con grandes lagunas morales —del otro tirano sanguinario y
grotesco que nos mostraron en el Liceo. Déspota sí, tirano quién sabe,
dice hoy la crítica histórica3.

3
Me retruca el Dr. Palacio:
"No comparto su opinión sobre las profundas fallas morales que sospecha en Catilina y en Rosas. El
argumento del "veredicto unánime posterior” no es históricamente exacto. La “inmediata
contrareacción popular” existió en el caso de Catilina como en el de Juana de Arco (v. pág. 17 de
"C”). No digo que Catilina ni Rosas hayan sido perfectos; pero sí moralmente superiores a su medio.
De tal modo que, insistir sobre sus fallas morales, parece una transacción poco gallarda con la
opinión corriente. No eran santos, desde luego; pero sí grandes almas heroicas, dechados de
46
Richelieu, el fundador de la Francia y la Europa Moderna para los
maurrasianos — el siniestro Inquisidor para Michelet y Víctor Hugo
(“Marión Delorme”) sale humanizado aunque desautorizado del terrible
libro de Belloc (que desenvuelve un tema de Ludwig von Pastor), quien
retomando la tesis del antiguo “partido devoto” muestra en el sagaz
siervo de Francia el error chauvinista, destructor de la Cristiandad
Europea, y lo sindica cómplice inconsciente de todos los desastres
políticos contemporáneos.
El P. Juan de Mariana podría ser otro ejemplo de revisión histórica,
se nos ocurre. Antonio Astrain, en su “Historia de la Compañía de Jesús
en España”, castiga severamente al gran historiador y ensayista hispano,
defendiendo así la verdad oficial y legal. La verdad filosófica quién sabe
lo que diría si uno la despertase.
Astrain incrimina a su antiguo colega su adhesión a los rebeldes y
díscolos en las crueles discordias de su Orden en el siglo XVII, su
desdichada memoria sobre “Las Cosas de la Compañía” y encima el
delito de haber mandado un día españolamente a un Superior jerárquico
“allá donde no se nombra” (como diría D. Segundo): pecado este último
imborrable y sumo para Astrain, y sobre todo para el Superior, al cual
aquí Astrain se atiene. Habría que ver si en todo este asunto no era
Mariana al fin de cuenta (apesar de defectos y tachas) quien amó mejor
a su Orden, a la Verdad y a la Iglesia, quien se sacrificó por ellas, y les
hizo en definitiva el mayor beneficio.
Es posible que con el tiempo algún filósofo encuentre que en el
pobre Mariana tan golpeado se cumplió la ley que decíamos arriba de la
Inteligencia en las sociedades, la cual según Sto. Tomás es de natura
directiva déllas, porque el intelecto especulativo regla el práctico, no
difiriendo dél según sustancia, mas sólo según modo. De tal forma que
cuando, circunstancial o aberrativamente, nó el Inteligente tiene los
comandos (“intelligentis est ordinare”) sino el Practicón, el Figurón, el
Fantasmón y el Mediocre Formulero y Rutinario, entonces una de dos: o

"virtud" civil. Hay que juzgarlos con relación a sus adversarios: los Cicerones, Alberdis y
Sarmientos, que es lo que yo he hecho en Catilina" (6-II-39).
Por el contrario, a mí me sigue pareciendo justo de Rozas lo que intenté expresar en la tragedia
"Don Juan Manuel" ("Criterio" N° 559) a saber, "un genio político insuficientemente santo, quizá
también insuficientemente sano'. Lo mismo que Lope, genio poético y hombre menor.

47
bien gobierna ella lo mismo por imposición, oposición o consejo
(“servus prudens dominábitur filiis insipiéntibus”, dice la Escritura), o
bien la Sociedad padece anemia, y después colapso y ruptura: al primer
huracán se va contra un banco de arena. La aberración moral de que el
“Práctico” gobierne al Capitán, es decir, al Inteligente (aberración y
“monstruosidad” lo llama Santo Tomás, De Anim. 1. 19) es apta de suyo
a producir naufragios. Quién sabe, se nos ocurre también, si este
fenómeno no está en las raíces de la innegable derrota de la Iglesia
Española en la reciente trágica crisis de la grande y trabajada España.
No faltan indicios déllo en la contemporánea historia española: tema
bravo éste que quizá será necesario abordar un día, si se plantean aquí
como parece posible los mismos magnos problemas de la España de la
Pre-Guerra.

*
* *

En el Cap. XI, “Digresión acerca de la Ambición Política”, entre


otras dilucidaciones, plantea y discute finamente Ernesto Palacio una
delicada cuestión moral, que arriba designé como “relación entre
Vocación y Ley”. Este trozo de la pág. 180 ss. es buena muestra del
poder dialéctico de su mente. Como todos los ingenios, Ernesto Palacio
es llevado a extremar la distinción y a “despuntar de agudo”, como
dicen. Así por ejemplo, a mi ver, cuando busca disculpas en favor de
Catilina al bárbaro crimen de la muerte ritual. Pero en estotro problema
del "fin y medios" en política nos parece que pisa firme y ve claro.
En el humanísimo y actualísimo problema: “¿Será lícito emplear un
medio inicuo para obtener el éxito político? — que puesto así se
resuelve solo — en la vieja tentación de quemar a traición las naves de
Esparta en el puerto de Atenas... la moral responde con Platón y con
Arístides el Justo que NO, que “la ley moral no admite excepciones”
(Palacio); pero el “politicismo” de todos los tiempos con Gorgias y
Machiavelo responde que SÍ, que lo contrario sería atar las manos al
gobernante y poner al defensor del Bien Común en “handicap” fatal
frente a los inicuos que ese Bien inmoralmente opugnan.4

4
La tentación de preferir a la moral el éxito inmediato es eterna; el problema del amoralismo político
es de suma actualidad. Pero no son sólo los "maurrasianos" y los "ultranacionalistas" a preconizarlo;
48
Ernesto Palacio primero acepta de plano la verdad metafísica de
Platón de que la injusticia, o sea el Mal, no puede ser nunca, malgrado
las apariencias, causa vera del vero Bien; y responde luego a la objeción
política de Maquiavelo que el dilema por él introducido es simplemente
“un falso problema”.
Al dilema florentino:
“El político que no quiere apartarse de la moral deberá resignarse a
fracasar”, dada la existencia de hombres inicuos, que harán con
seguridad juego sucio, responde rotundo Palacio:
“Un medio necesario para obtener un fin benéfico no puede ser
malo” (pág. 185).
Así es, vive el cielo.

*
* *

En nuestra nota anterior sobre el libro de Palacio aceptamos esta


proposición y ensayamos probarla y aclararla someramente. Merecimos
una carta del malogrado Ramiro de Maeztu (quien apreció mucho el
libro “Catilina”) aseverando que para él quedaba probada; y otra carta
de un considerable teólogo europeo que nos reprochaba nada menos
haber caído en el decantado error: “el fin justifica los medios”. En
prueba de su reproche, el teólogo traía el ejemplo de la “craniotomia” de
un feto vivo. “He aquí —decía mi objetante— un evidente medio
necesario para obtener un fin bueno (la vida de la madre), el cual medio
sin embargo no es lícito de ningún modo”. (C. C., Roma, abril 1936).
Responder a este reproche precisando más la doctrina, puede tener su
interés también para el público. A ver:
Hay una ambigüedad en esa palabra “fin bueno” que pone el
objetante. Hay fines buenos de muchas maneras. Hay un fin bueno

fueron los liberales los primeros en suscitarlo. Recordar la proposición 64 condenada por Pío IX en el
"Syllabus": "Tanto la violación de la palabra jurada cuanto las acciones criminales que contradicen
la ley eterna, no sólo no merecen reprobación sino que son licitas y laudables cuando se las practica
por el bien de la patria".
49
particular, como es conservar la vida de una mujer; y hay un fin bueno
universal, como es conservar el orden o la justicia de una república.
El médico que aplica atrozmente el “basiotripsor” a una criatura viva
en el seno materno para salvar a la madre, mata pura y simplemente una
persona humana inocente para salvar a otra. Que viva la madre es un fin
bueno pero no obligatorio: y el médico no ha recibido misión de
distribuir vida y muerte, sino taxativamente su función profesional es
tratar de conservar la vida a quien sea posible.
El caso del estadista que tiene que conservar o crear el orden societal
es otro distinto: espántome cómo pudo mi interlocutor identificarlos.
“Vigilanti verbo” escribió Ernesto Palacio en su riesgoso aforismo
arriba citado “fin benéfico” y no fin simplemente “bueno”. Pero todo el
contexto además está tratando dése bien general que es el Procomún, ese
famoso Bien Común, clave de la ciencia política, que para Sto. Tomás
justifica hasta la “pena cápitis” y para Lope en “La Estrella de Sevilla”
la “pena cápitis” sin juicio previo. La existencia misma del pacífico
consorcio humano es en su línea fin necesario y supremo; donde sigue
que si en un momento dado hay un único medio de conseguirlo, no es
posible que ese medio sea intrínsecamente malo, anoser que se quiera
anular la oposición ontológica del Bien y del Mal, y en el plano
teológico, hasta la Providencia Divina.5
Esta es la tesis de Palacio. Necesita otras precisiones que no puedo
hacer. Pero está a mil leguas del chambón amoralismo maquiavélico. He
aquí sus palabras:
“En realidad, el único apto (digamos “el más apto”) para conocer y
pesar todos los elementos de una situación política determinada es el
político que la domina. El único que por consiguiente sabe (al menos ex
previa suppositione) lo que se debe hacer. Un juicio objetivo sobre sus
actos sólo puede pronunciarse con criterio histórico, es decir, atendiendo
a las consecuencias. Cuando éstas son benéficas ¿no habrá de inferirse la
utilización de los medios necesarios? ¿Necesarios y por tanto buenos, ya

5
Recordar aquí el axioma metafísico: "Media et finis sunt ejusdem géneris". Un medio intrínseco está
en la línea ontológica del Fin necesariamente, puesto caso que dél recibe su ser de medio.

50
que metafísicamente el mal no puede engendrar el bien (anoser “per
áccidens)?”
Hasta aquí Palacio. Confesamos que la expresión podría ser más
técnica. Pero la doctrina no es sofística, y se reduce al fin de cuentas a
distinguir entre la moral aparencial y formalista del vulgo —y de los
fariseos— y la moral viva de la conciencia personal, para dar una
prudente voz de “cuidado” al que prejuzgare los grandes personajes
históricos desde afuera, desde abajo y desde lejos; como hacen sin cesar
hoy día periodistas, novelistas y cineastas. “La presunción debe ser
favorable y no contraria al ejecutor que obró en el sentido indicado por
su vocación... El político obra bien cuando obra en el orden de su
vocación”. Verdades naturales a las cuales el Cristianismo añadió sólo la
humildad de la exploración recelosa, controlada por la Jerarquía Visible,
de que realmente mi vocación viene de Dios.

*
* *

En suma, la moral íntegra es viva: comprende además de la parte


negativa, que nos veda tal y tal acto esencialmente desordenado, una
parte positiva que es más importante, cuyo primer precepto nos ordena
“llegar a ser lo que somos”, edificar nuestro destino, devenir lo que Dios
soñó de nosotros, es decir, obedecer a nuestra Vocación, a nuestro
particular llamado de arriba. Todo el Evangelio rebosa esta Verdad, que
hay que clamar hoy día después, al lado y sobre Nietzsche —ese
formidable “fletrisseur” de la moral meramente negativa— ese moralista
nato que para su mal no conoció más que la moral burguesa y
protestante, el desdichado.
Jacob se hizo pasar por Esaú. Los hebreos expoliaron a los egipcios.
David comió los panes de la proposición. Samuel trucidó al panzudo rey
de Amalec maniatado.
El Niño Dios se quedó en el Templo a ocultas de sus padres. Jesús
Maestro curó en Sábado. Santa Apolonia se arrojó de por sí a la hoguera
con que el mal juez la conminaba. San Simeón el Loco se iba a los
burdeles a perorar (como Malánik) a las malas mujeres. San Francisco
Javier pasó a las Indias sin saludar a su contigua madre anciana. San
Agustín dejó abandonada a la mujer que le diera un hijo y le guardara
51
fidelidad de esposa. San Alejo de Roma huyó de su desposada, y
después moró toda la vida incógnito en el subsuelo de la casa donde
lloraba su desconsolada y virgen viuda. Don Bosco asustó a todos sus
confesores. San Luis Gonzaga no miraba a su madre... Todos estos actos
excéntricos a la moral habitudinaria, los teólogos los explican
atribuyéndolos a especiales impulsos del espíritu de Dios, y
declarándolos (según la fórmula conocida) “admirables pero no
imitables”.
Pero en realidad (si mi mística no me engaña) todo hombre debe
hacer para Dios una cosa inimitable, aquello que él solo puede dar,
aquello para lo cual el Ser Supremo lo suscitó, con el grito de un
Nombre propio que Él solo sabe, de la noche del No-Ser.6
“Historia, magistra vitæ” dijo aquel Cicerón de quien Palacio acaba
de burilar un retrato poco grato. Es verdad que es maestra de la vida la
historia, con tal que se sepa leer: pues la Vida nunca se repite, solamente
se reproduce. Y por eso decía alguien que el político mediocre consulta
la Historia, que sabe lo que pasó; pero el político eximio consulta la
Filosofía, que de lo que pasó sabe también lo que debió pasar.7
Ya que hemos ponderado lo bien que lee Palacio la Historia,
mencionemos un ejemplo de su doctrina política.
Como el título lo dice, hay en el libro un estudio muy acusado del
fenómeno de la “oligarquía”. Partiendo de la platónica distinción entre
“oligarquía” (gobierno de pocos) y “aristocracia” (gobierno de los pocos
mejores), Palacio dibuja la que indudablemente existía (bajo el cendal
de “democracia”) en el momento romano que él cronica, dándole por
transparencia estilo y caracteres universales. “Oligarquía es el gobierno
de pocos nó en razón de su virtud” reza la noción tomista. ¿En razón de
qué, entonces? La oligarquía más típica es la que gobierna en razón y en
pro del dinero, osea, un equipo gobernante al servicio de la alta finanza.
Esta eterna persona política (silueteada para siempre por Platón en su
“República”) es evocada poco a poco por Palacio con rasgos incisivos y
vestida de sus atrejos esenciales: es como el antagonista del drama,

6
"Die Stunde, wo ihr sagt: Was liegt an meiner Gerechtigkeit! Ich sehe nicht, dass ich Glut und
Kohle wáre. Aber der Gerechte ist Glut und Kchle" (Nietzsche, A. s. Z., I, Vorrede, 3).
La verdadera justicia es brasa y llama.
7
"La Historia, tesorera del pasado, es la pitonisa del porvenir" (Nicolás Avellaneda).
52
frente a Catilina y las turbas tumultuantes. “Catilina contra la
Oligarquía”.
La oligarquía desciende degenerativamente de jefes expectables y
meritorios, cuya memoria usufructúa. Tiene el hábito (o almenos la
costumbre) de la función pública, y conoce su técnica. Ama el orden
legal que para ella implica la preservación de sus privilegios. Es
formulista y solemnuda, maneja con facilidad la palabrería patriotera o
humanitaria. Es fuerte en intriga y flexible al compromiso. Pero ha
perdido la “idea de sacrificio por el bien público, sin lo cual ninguna
clase dirigente puede justificar su subsistencia”. Son innúmeros los
rasgos certeros con que Palacio hace surgir este monstruo híbrido y
frío8, compuesto de gerontes, de capitalistas, de aristócratas tronados, de
políticos profesionales, de generales ambiciosos, de abogados venales,
de jefes de comité, de arribistas, de figurones y de matones; y detrás hay
una notable suscitación de la atmósfera turbia y movediza de una
sociedad atascada, tal como debió ser la que precedió la genial creación
política de Julio César, el segundo Catilina mayor y más dichoso que el
primero. César, uno de los “operarios de la viña” según Papini; el
Adviento providencial, según la teología de los Padres Latinos, al Reino
del Rey eviterno.
El paralelo de César y Catilina, encarnación del genio y el talento,
con la galería de retratos que los circundan; el fino distingo entre
“república”, “democracia” y “liberalismo”; la definición filosófica del
“cesarismo”, del “marianismo”, de la reacción “silana” o conservadora,
del fenómeno de los “emigrados”, son florones del libro que recuerdo
solamente; lo mismo que los agudos análisis del “clima revolucionario”,
del legalismo corrompido, de la concurrencia de causas económicas y
políticas, de la interacción de ciudad y campo y del papel de la clase
media, del ejército y de la comunidad rural en la conservación del orden
societario. El fruto más precioso de la historia es la introducción a la
meditación política. CATILINA puede ser délla un correcto manual
introductorio.

*
* *

8
Ver en "Also Sprach Zarathustra" 1. I, "Vom neuem Goetzen" la virulenta diatriba anarquista de
Nietzsche contra el moderno estado llamado liberal y en realidad plutocrático.
53
Vamos a ponerle un reparo, apesar de todo. Nos parece que deja
demasiado en sombra la “biología patológica” de las revoluciones.
En su “gageure” de defender Una subversión que pudo ser legítima,
peligra inducir al incauto que simplemente, La Subversión es legítima.
Ahora bien. La Subversión (revolución violenta de masas contra el
poder legítimo) es de suyo ilegitima, y en su gran pluralidad es
contraproducente y dañina. Por cada una subversión que haya resultado
operación quirúrgica salutífera, el histórico anota diez, si no veinte, que
no fueron sino desesperados descuartizamientos. Es que el equilibrio del
cuerpo social, lo mismo que la salud del organismo animal, es una cosa
delicadamente inestable, sostenida por causas profundas y complicadas
que sobrepasan inmensamente la penetración del médico humano y
mucho más su alcance y poder. Paludizar a un enfermo no es licito sino
en evidente caso de previa sifilización neuronal.
En el tiempo que Palacio evoca, 100 a. C., la sociedad pagana
llegada al término de su evolución providencial —y de su corrupción
histórica— estaba quizá en un punto de crisis insoluble a medios
naturales, un fatídico “embolse” donde tanto el conservadurismo de
Cicerón como la rebeldía de Catilina eran variedades de iniquidad, y en
que el grito del Hombre agotado en sus recursos reclamaba la
intervención de un elemento nuevo, la taumaturgia evangélica. No
puede el ánimo distraerse, leyendo la evocación de Palacio, désa pintura
del hombre carente de la Gracia que hizo San Agustín (Cf. Boyer S. J.
“De Gratia”) el cual no puede de hecho evitar el Mal, mientras puede
por natura distinguir el Bien del Mal — y por tanto puede pecar, puede
desear no pecar, y no dejará de facto de pecar. Así decía San Pablo que
la Ley se volvió tropiezo a los judíos, acreciéndoles responsablez sin
darles la caridad.
Así como la Razón Teórica, encarnada en el pueblo heleno, tocó los
confines de su poder natural con los grandes genios del ciclo platónico
sin acabar para la humanidad ninguna solución filosófica segura — así
parece que la Razón Práctica, sublimada en estos recios latinos al
culmen del Dominio Imperial del Mundo, (Cicerón y Catilina, César y
Augusto, testigos impotentes y fautores inconscientes del hundirse el
Coloso de Pies de Barro), la Razón Política se debió sentir entonces en
el fondo de sus entrañas herida de muerte por la radical impotencia del

54
Hombre a eternizar sus creaciones, esencialmente deiformes pero
esencialmente mortales.
CEBES. — Et les hommes ne sont que des pauvres enfants...
Mais crois-tu que Celui que je dis existe?
TÊTE D'OR. — Tu mets le doigt en moi aussi sur une vieille
blessure! — Il existe.
CEBES. — Il existe donc... (Claudel, Tête d'Or, II, pg. 310).
Entonces nació algo imprevisto. En el dilema insoluble de la
sociedad antigua, injusticia arriba contra injusticia abajo, el Cristianismo
introduce, sin suprimir los remedios de la razón, la cuña nueva del
Martirio, que limpia la atmósfera y deja ver que de hoy más la iniquidad
no podrá ser nunca obligatoria. Entre el Héroe Sublevado y el Jerarca
Injusto, el Mártir extendió los brazos, recibió los dobles golpes, y
perdonó muriendo; y todos bajaron del monte de la justicia, los que
reputáronlo Rebelde y los que lo creyeron Impostor, unos en confuso
silencio y otros diciendo: “Vaya a saber si éste no era no más el Hijo de
algún Dios”.

*
* *

Hay una verdad escondida en los dos sofismas de K. Marx acerca de


la predominancia de lo económico y el fenómeno capitalista como una
causa de revoluciones. Existe una “biología de las revoluciones”, que
desborda ciertamente la mecanicista y estrecha hipótesis de Marx, un
poco como el vitalismo de Driesch desborda el mecanicismo de
Descartes; pero que al desbordarla, la contiene.
Marx veía la causa material de un estado histórico presente. Se
equivocó en confundirla con la causa “formal”. Pero la causa material es
vera causa. Una subversión total supone un pródromo de dislocaciones,
en las cuales se violaron las jerarquías naturales y se luxaron los huesos
del esqueleto societario; pero es siempre el estómago, como en la
parábola de Agripa, el que causa el vómito final. Una subversión se
caracteriza por convulsiones de masas, las cuales suponen penurias
económicas, (crisis) las cuales a su vez comportan mala o injusta
55
distribución de los bienes materiales (capitalismo). Sobre este “cuerpo”
de disturbio, se encarna dando vida y forma, una “ideología”. Como
nunca hay Alma sin Cuerpo, Marx creyó que el alma no era sino el
nombre ilusorio del cuerpo. El hombre es un animal esencialmente
amigo de su pellejo; de donde nunca las masas se arriesgan a desafiar —
para dar— la muerte, sin el aguijón del hambre y el fantasma de un
Posible Edén. Véase el ejemplo de la actual España. Tocqueville y Taine
han probado, por lo demás, con toda certeza que un mismo estado social
deficiente (“L'Ancien Régime”) dio origen a dos revoluciones
heterogéneas en Inglaterra y Francia debido al inmiscue en la francesa
de la ideología irreligiosa.
Las causas de esta descomposición del consorcio humano en busca
de nuevas estructuras son multiformes, pero entran en este enuncie
general: el vómito viene cuando anda la cabeza abajo y los pies arriba.
Tomás de Aquino señala al estallar de las guerras civiles, el pródromo
de una previa degradación de la Inteligencia, y una deficiencia de la
Justicia. Las dos cosas andan juntas, por ser la Justicia: "dar a cada cual
lo suyo" y la Inteligencia: “ver cuál es lo suyo de cada cosa”.
La “lucha de clases” de Marx es un fenómeno evidente en nuestro
tiempo; pero en el momento pre-revolucionario, como es dable ver en
España, ella oculta una división más profunda: la división de los
Contentos o Resignados frente a la de los Descontentos o Resentidos;
aquéllos para quienes el estado actual es almenos soportable frente a
todos los que “no pueden más” o para quienes “no hay nada que
perder”, cualquiera sea la causa y el sentido désta actitud psicológica.
“La mejor política para ustedes —nos decía J. Maritain poco ha— es
pechar contra la guerra civil”.
En efecto, casi nunca estas dos actitudes se recubren exactamente
con el Bien y el Mal moral — como ambas por natural ilusión lo
pretenden. El Conformismo y el Inconformismo pueden estar sostenidos
por motivos morales de toda la gama, desde santos a protervos. Véase el
“aprovechamiento de la Religión” intentado por los partidos “conserva-
duros”. Véase “la mano tendida” de los comunistas en Francia. Los dos
vamos hacia allá, pero usté ¿dónde se pára?
¿Qué hacer, entonces, en esas circunstancias en que un clima de
insatisfacción y malestar profundo hace desear cambios fondales a
56
todos, y más que todo a los rectos, (“aquí en la Argentina tendríamos
que cambiar la Constitución, poner un rey o hacer una guerra, a ver
qué pasa: porque esto va mal”... me decía A. G., funcionario) mientras
dan pie al ambicioso, al demagogo, al díscolo para intentar canalizarlos
en propio auge?
Sólo a la pura virtud de la Prudencia toca dictaminar los casos
particulares, ella la encargada de amoldar la conducta a los principios,
através la movediza y viva solicitación de las circunstancias
contingentes. Pero son pertinentes hoy estas advertencias generales:
1° — No consentir echar mano de medios realmente ilícitos por
ningún caso.
2° — Repechar contra toda guerra civil desatada, la cual nunca se
preconice como medicación “humana”, siendo como es, intervención
quirúrgica de corte reservado a la Providencia.
3° — No poner esperanza alguna en el “expoliatores expoliabuntur”
de Karlos Marx. La simple substitución de una “clase” por otra en el uso
o goce del poder no remedia nada. Es falso que el obrero en el orden
político sea “intrínsecamente puro”, como dogmatiza Marx. Es falso que
la lucha engendra por sí sola la virtud política, como habló Sorel. En el
“clima revolucionario” casi siempre unos y otros contendientes están
contaminados, aunque sus vicios pueden ser opuestos, como es dable
ver en la avaricia y sibaritismo del ricacho de hoy y en la grosera
envidia y rencor del populacho.
Esta era la probable situación en tiempo de Catilina (no carente de
lección para el nuestro) cuyo “clima revolucionario” Palacio supo poner
tan al vivo.
*
* *

Desde la aparición de “Catilina” han pasado ya cuatro años. ¿Qué


fue dél? “¿Tuvo éxito?”
Los libros en la Argentina tienen dos clases de éxito: uno es el éxito
clamoroso (o mejor dicho, “bullanguero”) de la obra “de moda” (que
puede ser “de escándalo”) la cual agota ediciones, alegra la bolsa del
editor, alborota a los diarios; y hace fogonazo y llamarada. Entre
57
nosotros ese éxito pide cinchada comercial del autor y sus amigos, o
bien una suerte escandalosa. El gusto popular va siendo estragado de tal
modo por los traficantes de papel impreso que hasta un Hugo Wast por
ejemplo, con todos los requisitos necesarios para la gran popularidad,
apenas puede retener al gran público. Si seguimos así, dentro de poco el
único negocio editorial serán dos libros: el “libro de texto” (manual)
malo - feo - obligatorio - y - caro que exige la escuela monopolizada —
y el libro pornográfico. Dios quiera que no estemos ya en ese punto.
El segundo éxito es el de la mancha de aceite. Un libro eximio
aparece tímidamente, y el autor es saludado por algunas cartas generosas
de hombres inteligentes, mientras poco a poco lo van leyendo todos los
otros inteligentes de la Argentina, los cuales son más de lo que parece,
(aunque no tanto como los “intelectuales”) quienes por modos brujos se
van pasando la palabra. Al fin lo llega a comprar bastante gente y la
edición “se agota”; pero para el autor ha sido igual un mal negocio,
porque ya ha vendido por lo que den el resto de los 3.000 ejemplares a
Palumbo en un apurón de fin de mes, cansado de hacer el papel de
comerciante, que no es el suyo. Mas he aquí que como en el libro “hay
algo”, ese algo empieza a germinar secretamente desde el fondo
inviolable del humano terrón, y algunas ideas tuyas aparecen un día en
flor inesperada a los ojos del autor ya olvidado: un señor escribidor te
plagia cuatro déllas; una aparece dando el ciento por uno en otro libro
inteligente, otra te afirma un fulano citándotela que le alumbró una
situación personal a modo de un relámpago, y en fin, lo más gracioso,
un “alma” (si se trata de un libro bueno) viene y te anuncia con el
envión de un beso por sorpresa que cuatro estúpidas líneas tuyas le
dieron un día nada menos que “la verdad”, es decir, le iluminaron el
paso fatídico en el día solemne de una decisión vital.
Aquel día el pobre poeta hambriento ve el velo de la Reina Mab — y
aún a la misma Reina Mab sin velo. Exulta su alma y se borra el
recuerdo de todos sus hambrientos sudores.
Scrivere un libro non é piú che niente
se il libro fatto non rifá la gente.

Por lo menos este éxito “de estima” tuvo si no me engaño el libro


“Catilina”, el cual ha producido por lo menos “catilinarios”. Pero la
mayor condecoración que se puede plantarle en el pecho (si lo tiene) es
58
constatar su coincidencia honorable con la opinión de una de las
inteligencias más geniales de nuestro tiempo, el grande y pobre
Baudelaire. En su “Projets de Lettre a Jules Janin” (Oeuvres, II,
Plejade, pg. 604), Baudelaire apunta sobre Catilina la misma tesis que
ha desarrollado Palacio, desatándose contra el campanudo burgués
Janin, para quien Catilina tiene que ser execrable porque Catilina ha
conspirado — “Catilina ha conspirado en favor de los pobres”.
Baudelaire, el “maldito”, fue también pobre. Fue inmensamente
pobre, pobre en el espíritu, hasta un punto que no se puede decir. Y sus
libros no tuvieron gran éxito de venta. Y —cosa que le hizo un daño
profundo — su único libro fue condenado como inmoral por un sanedrín
de burgueses liberales.
*
* *

El libro “Les Fleurs du Mal” es en realidad un libro inmoral; pero se


da el caso de que es un libro profundamente al servicio de la verdad, la
expresión profunda de aquella pobre gran alma y de nuestra pobre chica
época. ¡Ay Verdad, qué peligroso en esta época se va haciendo el
servirte!
Escritor de cosas peligrosas y verdaderas, Ernesto Palacio, tanto en
“Catilina” como en sus otros libros, se define como escritor pero
también se define como hombre.
“Este es un hombre influyente,
Bienpensante y Malfaciente”…

Esta definición nos dieron un día de un católico (o por lo menos un


devoto) argentino. La de Palacio sería al revés:
“Un escritor arrogante
Bienfaciente y Malpensante”,

en el sentido que la palabra “malpensante” tiene para todos los que


no piensan.
Para los que no piensan nada, aquellos otros que se atreven a pensar,
piensan mal seguramente.

59
El agudo Bergson dijo una verdad hoy día bien amarga cuando dijo:
“No hay cosa más penosa que pensar, ni más peligrosa que un
hombre que piensa”.
LEONARDO CASTELLANI. S. J.
Camet, verano 1939.

60
LA IGLESIA DE NUESTRA FE *

Palabras introductorias

del Prof. Leonardo Castellani

(Ca. 1940)

Yo soy de una ciudad que como estrella


brilla en la noche sobre un alta loma…
Más antigua que el mundo y aun doncella,
grande, a la vez Jerusalén y Roma.
Su pie en la piedra y su pupila bella
la luz por sobre las estrellas toma.
La ciudad del Gran Rey, que es cielo y suelo.
¡Venid, oh gentes que buscáis consuelo!
(J. del Rey)

El traductor de la obra de Ludwig Kösters, «Die Kirche unseres


Glaubens», me pide en nombre de nuestra vieja amistad que quiera
presentarla a los lectores de habla española, a pesar de mi poca
competencia en la materia. Esta materia no es otra que la Apologética.

Añado en seguida, antes de que algún lector se alarme: el presente


libro es un tratado sobre la Iglesia. Es un tratado de Teología
Fundamental sometido al riesgoso módulo de la vulgarización. Es
exactamente el segundo de los dos tratados que en el comienzo de los
estudios teológicos se designan con el nombre de Teología Fundamental
o Introductoria. En él se entiende reducir a edificio sistemático por
medio de la argumentación discursiva –y demás aparato técnico de esa
ciencia– el gran hecho histórico-teológico, actual y eterno, de la
existencia de la «Ciudad sobre el Monte». Con el Cardenal Dechamps,
Maurice Blondel, de Grandmaison S.J. y otros, creemos hace tiempo
que este gran hecho bien pesado basta; y que sin este hecho bien
pensado (pensar es pesar en latín) nada vale en Apologética.
A algunos hombres alarma o fastidia este pesado exasílabo [sic]
griego: Apologética; y no sin razón del todo, vive el cielo, porque existe
considerable cantidad de mala Apologética. Si se nos permite recordar

*
Kösters, Ludwig. La Iglesia de Nuestra Fe. Versión de la segunda edición alemana por el Prof.
Juan Armelín, S.J.. Buenos. Aires: Herder, pp. V-X. (s.f.)
61
cosas propias, el primer ensayo publicado en nuestra vida (hace hoy
justo 10 años, CRITERIO, 1928 «un libro cabal») versaba sobre un
libro de buena Apologética, el «Jésus Christ» de Leónce de
Grandmaison, que estudia con rigor científico el otro hecho histórico-
teológico, éste de orden temporal, que es la existencia y la figura del
Fundador divino de la Iglesia. Es el otro tratado de la Introducción a la
Teología. En aquel ensayo juvenil aventuramos un chiste de dudoso
gusto al decir que en el idioma inglés «Apologética» significa
«disculpa» o «excusa» («to apologize»); y que en efecto muchos de los
libros que hoy día emplean o usurpan ese título, empezando por los
sosos manuales que nos hicieron sudar en el Colegio, medio justifican
la sajona semántica. Y bien, hoy aún, después de 10 años de experiencia
y lectura, no nos atrevemos a retirar el chiste, malvisto de algunos. En
el fondo del alma sentimos que M. N., T. I., R. H., R. A. (pon, lector,
los nombres que te parezca) no son libros eficaces para dar la fe, ni para
conservar la fe, ni para ilustrar la fe, ni para defender la fe. Ella no
crece en el ruido de las disputas, ni se defiende a batacazos.

Éstos de que hablo (y no nombro, por si no los conoces) son, lector


amigo, libros hechos con retazos mal hilvanados de varias ciencias
(como Historia, Filosofía, Teología, Biología, Psicología, etc.) sin el
método ni el rigor de ninguna, llenos de «objeciones» y respuestas, y
que no pertenecen a género literario alguno (a no ser el famoso «genre
ennuyeux»), pues no son ni ciencia, ni arte, ni filosofía, ni teología, ni
polémica, ni controversia, ni nada de cuantas cosas limpias y honestas
puede crear la mente del hombre. Son excusas, son disculpas, son pide-
lástimas, son discusiones indefinidas, pero siempre vencedoras, con
contrincantes que no existen.

Justamente ojeando estos días el precioso libro de las memorias


argentinas de William H. Hudson, ese inglés acriollado, que con su
«Far away and long ago» conquistó nuestro país para la literatura
inglesa mucho más noblemente que sus paisanos capitalistas con sus
ferrocarriles para el imperialismo inglés, hallamos en el cap. XXIII una
pintoresca ilustración de lo que decimos. Narra el anglo-argentino
Hudson una profunda crisis espiritual sufrida con ocasión de una
enfermedad grave, en la cual su ansia de inmortalidad (¡oh Unamuno!)
le llevó a meditar afanosamente sobre la fe religiosa, a desearla y a
pedirla. Buscó auxilio a su obscuridad en los libros de Apologética y…

62
He aquí sus palabras:

«No es de extrañar que en tales circunstancias me dedicara


cada vez más a la literatura mística: teología, sermones y
meditaciones para cada día del año, «El deber completo del
hombre», «Un llamado a los incrédulos», y otras obras por el
estilo… Entre ellas encontré un tomo titulado, si mal no
recuerdo, «Una réplica al hereje». Sobre esta obra puse manos y
ojos con entusiasmo, en la esperanza de ahogar las dudas
enloquecedoras que asaltaban sin cesar mi mente. Confié en que
sería de consuelo y ayuda para mí. Sólo sirvió de empeorar las
cosas, al menos por cierto tiempo. Porque aquel volumen me
inició e instruyó en los argumentos de los librepensadores, tanto
de los deístas que opugnan el credo cristiano, como de los
incrédulos que combaten toda religión. Y las refutaciones a
dichos argumentos no siempre lograban su objeto…»

Y termina el buen Hudson de este modo su capítulo:

«Sufrí otros golpes de esta clase. Cuando evoco esta triste


época, me parece increíble que tal endeble fe en la religión haya
podido resistir, y que la lucha aun siguiera como siguió y como
sigue todavía…

«Para muchos de mis lectores, aquellos que se hallan


interesados por la historia de la religión y sus repercusiones en la
mente humana (o sea su psicología), todo lo que he escrito sobre
mi estado anímico les parecerá cuento resabido, desde que
millares de hombres han pasado análogas experiencias y las han
narrado en innumerables libros. Pero aquí debo recordar que en
los días de mi juventud no habíamos caído todavía en la
indiferencia y en el escepticismo que ahora pervade el mundo
todo. En aquel tiempo la gente tenía creencias profundas o al
menos no ostentaba lo contrario; y aquí en Inglaterra los
campeones de la Iglesia empeñaban mortal contienda con los
darwinistas. Yo ignoraba todo eso. Carecía de libros modernos.
Los contenidos de mi biblioteca databan de cien años atrás. Mi
lucha empleaba armas herrumbradas. Por eso la he revelado. No
dudo que mis angustias religiosas fueron más grandes que en

63
otros casos similares, a causa de esta especial circunstancia que
apunto…»

Otro testimonio convergente con el del poeta anglo-argentino


Hudson podrían ser las palabras de Fray Agustín Gemelli, Rector de la
Universidad Católica de Milán, a un grupo de estudiantes y profesores
españoles («El Debate», 1931). La verdadera Apologética –dijo más o
menos el sabio franciscano– o es la genuina ciencia sagrada, o es
alguna de las ciencias profanas cultivada a fondo, que siendo mucha
ciencia, siempre lleva a Dios, según la profunda palabra del Canciller
Bacón.

Y es que en la primera literatura cristiana, los «Apologéticos» de


Tertuliano, Lactancio y Orígenes eran verdaderas «defensas», como lo
pide la etimología (contra adversarios verdaderos, a los
cuales se rebatía a veces verdemente, al mismo tiempo que se les
proporcionaba noción somera, maguer fuese aproximada o metafórica,
de los «misterios» cristianos por ellos mal entendidos. Esta clase de
Apologética genuina y primitiva ha sido practicada en nuestros días
durante casi todo el curso de su larga y fecunda vida por el magno
periodista que fue G.K. Chesterton, por ejemplo, controversista genial,
humoroso y amable, que se dio el quehacer de enseñar a sus paisanos el
catecismo patas arriba, el catecismo en negativo, el decir, a través de las
gansadas suavemente jocosas que él atrapaba alegremente en los que no
saben el catecismo… «What they don’t know», como él decía. Ésta es
una de las dos grandes Apologéticas genuinas que existen, la polémica
de acero, cortés y mortal como un duelo, con adversarios existentes de
igual categoría al apologeta. Su género es «controversia». Llamémosla
«apologética aplicada o artística».

El otro género de Apologética genuina es la Apologética pura o


teológica. Ella está en los «Apologéticos» primitivos arriba citados en
forma embrionaria. Ella es o debe ser la exposición de todo el dogma
cristiano, tal como puede ser visto desde afuera por el que está afuera,
por el que carece del don de la Fe. Esta exposición no puede ser otra
cosa que la teorización parcial o total del magno hecho histórico-
teológico de la Iglesia visible como respuesta a la instintiva pregunta
del hombre en busca de la verdad religiosa. Son los dos grandes hechos,
uno externo, otro interno, que al encontrarse, abrazarse, conjugarse,

64
originan el fenómeno de la conversión. Sobre ellos como sobre un eje
debe girar necesariamente toda tentativa de conducción hacia la Fe. El
Concilio Vaticano lo indicó al definir por una parte la obligatoriedad de
la búsqueda de la religión verdadera y por otra la capacidad del
«milagro moral» de la Iglesia para sancionar y saciar esa búsqueda, que
es un fenómeno psicológico normal en ese «animal religiosum» que es
el hombre, según la definición de Lamarck.

«Ut autem officio veram fidem amplectendi in eaque constanter


perseverandi satisfacere possemus, Deus per Filium suum unigenitum
Ecclesiam instituit, suaeque institutionis manifestis notis instruxit, ut
ea, tamquam custos et magistra verbi revelati ab omnibus posset
agnosci… Ecclesia per se ipsa, ob suam nempe admirabilem
propagationem, eximiam sanctitatem et inexhaustam in omnibus bonis
fecunditatem, ob catholicam unitatem invictamque stabilitatem,
magnum quoddam et perpetuum est motivum credibilitatis et divinae
suae legationis testimonium irrefragabile» (Concilio Vaticano).

… Hay un hecho en el fondo del alma humana que es la tendencia


inevitable, la sed inextinguible hacia la verdad absoluta y la vida sin
término; hecho universal, sempiternal, profundísimo. Hay otro hecho en
la historia de la humanidad, que es la presencia en toda ella de una
sociedad que proclama como suya la posesión de esa verdad, por medio
de toda clase de signos y testimonios maravillosos. Estos dos hechos
son la base ineludible de toda adhesión a la Fe, la cual no es la mera
admisión intelectual de una teoría, sino el aferrarse a una actitud y
dirección vital con todas las fuerzas del alma. Heidegger ha definido al
hombre como el animal que conoce de antemano la muerte: Unamuno
lo ha definido como el animal que no puede resignarse a la muerte. La
Religión es la solución al problema de la Vida y la Muerte. Esa
solución no puede hallarse sino en una sociedad, siendo el hombre
animal social por esencia. Toda invitación a ella presupone la
percepción de esa tal sociedad que, desafiando a la muerte en el orden
histórico, da prendas de que posee en sí el desafío victorioso a la muerte
en el orden trascendental-personal. Sólo una sociedad inmortal puede
enseñar al hombre su inmortalidad…

Mi insegnerete come l’Uom s’indía…


Me enseñarás cómo se endiosa el hombre… (Dante.)

65
Que el presente libro de Kösters sirva para dar a conocer esa
Sociedad a los que sienten esa hambre y esa sed. De él puedo decir que
está escrito con la prolijidad, exactitud y profundidad de que se honran
los profesores alemanes, y está traducido con la escrupulosa fidelidad al
texto, la claridad castellana, y la acomodación del genio idiomático
capaz de dar la transposición honesta, posible en tan difícil materia y en
dos lenguas tan diversas y tan soberanas.

LEONARDO CASTELLANI
Profesor de Filosofía

66
58° *

PRÓLOGO

(1940)

“Curar” de una Parroquia es una cosa seria. El cura párroco de


Florida (F.C.C.A.)1 tiene encima la martingala de una sucursal de la
Religión Norteamericana plantada en el ejido de su propio redil; quiero
decir que en Florida está establecida la central de la propaganda
protestante en toda la América del Sur, munida de recursos
considerables y hasta de una potentísima Editorial para difundirla.

El protestantismo yanqui de importación toma el nombre de


“religión evangélica”, dejando a las innumerables sectas en que está
dividido sus denominaciones particulares en orden a la acción “ad
extra”, la cual acción no consigue el fin que preconiza de “cristianizar”
a Sud-América; antes al contrario aumenta el laicismo (o sea la
irreligión) al separar a los argentinos de sus pastores y creencias
tradicionales. El latino al dejar de ser católico no se vuelve protestante
sino ateo. Hace poco el Dr. Julio Navarro Monzó se lo dijo con toda
cortesía y firmeza a una delegación yanqui de buena vecindad en la
arenga de bienvenida en inglés que le tocó hacer como miembro del
Ministerio de Relaciones Exteriores.

Así pues, si además de llenar satisfactoriamente un puesto avanzado,


es capaz un párroco de enriquecer el acervo de las letras patrias con una
colección de cuentos, hay que contarlo como benemérito, y más si los
cuentos, como en el caso presente, son buenos.

Aunque no fuesen buenos, los cuentos del P. Edmundo Vanini que


me toca presentar al lector, tendrían todavía un interés documental no
vulgar, puesto que están tomados de una fidelísima observación de las
costumbres de nuestras clases suburbanas, y transcriptas casi
fonográficamente en su propia lengua. Interés lingüístico del estudio del
“coloquial” porteño, como los cuentos de Fray Mocho, sumado al

*
Vanini, Edmundo (1945). 58°. 2° ed. aumentada. Buenos. Aires: sin Editorial, impreso en los
talleres gráficos de la Escuela de Artes y Oficios “San José” de la Obra de Don Orione, pp. 9-12.
1
En esa época el autor era Párroco de Florida.
67
interés de la descripción de las costumbres de la clase pobre, hecha con
una especie de inexorable exactitud que no embellece ni perdona, y
brotada de la experiencia transversal –vasta y penetrante– que el
necesario tráfico de la vida parroquial proporciona.

Otro párroco conocemos que ha acometido esta misma empresa, el


abate Loutil, de la Parroquia Saint François de Sales de París, conocido
en el mundo por su pseudónimo de Pierre L’Ermitte.

Pierre L’Ermitte no ha usado el “argot” parisino, que es una especie


de dialecto formal, sumamente difícil, sino raras veces: sus cuentos son
dramáticos incisivos, sarcásticos, violentos, a veces un poco
melodramáticos con un rudo color de realismo escuela naturalista; y
siempre una especie de fábulas para inculcar o ilustrar proposiciones
morales o religiosas. Sacando este último carácter común, los cuentos
del presbítero Vanini difieren enteramente de los de su colega, y están
más bien en la línea de los de Fray Mocho, diálogos pintorescos y
fotográficos en el ambiente sucio de los arrabales; a los cuales nos
parece que superan por la trascendencia de la intención moral y por un
mayor ajuste en la transcripción del “coloquial” porteño. Véase este
ejemplo:

“… Yo no puedo seguir así. En casa es una pelea viva..! Y vos, con


pura promesa, hast’hora!”.“…Cuando te veo, m’agarra l’ispiración!
Soy como Gardel! Me siento calandria y te canto..! Pucha! Si pudiera
decirte tantas cosas como siento aquí “drento” como Carlitos Gardel.
Pero soy tuyo. Vos m’ataste a tu vida pa’siempre, te lo juro! ¡Y sos
linda... y sos buena, por eso no t’entienden en tu casa! ¡Vas a venir
conmigo!...”

El estudio del “coloquial” porteño es necesario aunque no sea


consolador. La lengua popular de las grandes urbes argentinas es
pobrísima, es una corrupción y desecamiento del español escrito, el cual
a su vez no es ningún azogue; es rígido y obeso. Por diferentes
fenómenos sociológicos –como la inmigración, la decadencia cultural,
la escuela deficiente, la falta de latín, etc. – el castellano en la Argentina
ha sufrido un bajón sensible. Compárense estas transcripciones del P.
Vanini (o las de Fray Mocho o Carlos de la Púa) con el “coloquial”
madrileño tal como lo transcribe Benavente en “Una pobre mujer” o
con el coloquial sevillano de los Quintero y de Pérez Lugín. Si
68
recordamos el axioma lingüístico irrecusable de que el légamo donde
las raíces de una lengua asientan, se nutren y vigorizan, es el habla
popular (“il n’y a ni force ni saveur que dans la langue populaire”)
tendremos que reconocer que la nuestra está sufriendo una anemia
terrible, ya que los aportes del maloliente “lunfardo” son nulos y los
aportes del coloquial son insignificantes y todavía inasimilables. Y que
esta anemia lingüística tenga su origen en una anemia intelectual y
moral, es decir, en una falla de la vida espiritual de nuestro pueblo, es
cosa que no puede hacer dudar a nadie que piense.

Y he aquí como hemos llegado, por la consideración del instrumento


formal y la curiosidad seca del lingüista, a tocar el gran tema central de
todos estos amargos croquis al carbón y al aguafuerte que el párroco de
Florida ha querido titular con la coordenada geográfica de la gran urbe
argentina.

de esta magna Singapur


de la América del Sur,

como dijo el otro poeta, como un nuevo alegato y voz de alarma a la


gran ciudad aturdida y turbulenta.

LEONARDO CASTELLANI.

25-IX-1940.

69
SUMA TEOLÓGICA*

TOMO I

ANTEPRÓLOGO 1

(1944 – 1945)

I. – RAZÓN DE ESTE TRABAJO

Viajando por nuestro país nombré una vez a Tomás de Aquino; y un


compañero de tren me preguntó con toda seriedad si ese Aquino era de
Corrientes. Porque, en efecto, Aquino es apellido correntino.
Se podía responder que no con una sonrisa. Pero también se puede
responder con más profundidad aunque con menos sencillez: “Sí señor,
Tomás de Aquino es de Corrientes. No está en las listas del Senador
Vidal2. Pero fue uno de los maestros de San Martín y del Sargento
Cabral”.
Tomás de Aquino es de toda la Cristiandad entera, aun en sus
rincones mesopotámicos, y sobre todo de esta cristiandad latina a que
tenemos el honor y el riesgo de pertenecer. El Senador Vidal, como todo
correntino, debe tener mucho de tomista sin saberlo, porque nadie puede
sustraerse a una tradición secular. A través de la Orden de Predicadores,
de las otras órdenes religiosas, de la Jerarquía católica, del clero secular
y de los conquistadores, la Suma Teológica del Aquinense se instiló en
el Nuevo Continente inspirando costumbres, leyes, actos de gobierno,
hábitos mentales y maneras de hablar. “Es increíble la cantidad de latín
que hay incluso en el lunfardo de un reo de la Boca y en la
lengua turfística de un sportsman de Palermo” –ha dicho Eugenio D’Ors
(“El Debate”, Madrid, 20 de junio de 1934).

Esa lengua latina que impregna como un mantillo húmedo las raíces
de nuestro romance castellano –y sin cuyo conocimiento al menos en
las élites intelectuales nuestra lengua degenera necesariamente– fue

*
Tomás de Aquino (1944). Suma Teológica. Buenos Aires: Club de Lectores, pp. IX-XXIV.
1
Santo Tomás puso a la “Summa” un prólogo de 22 líneas, explicando su propósito. No es lícito pues
ponerle otro prólogo, a no ser que sea un mero comentario o paráfrasis de la media página del
maestro. Eso nada más quieren ser estas 22 páginas.
2
Conocido político / Circa 1938. (N. del E.)
71
rechazada de la enseñanza por los hombres del 84 sin que se pueda
asignar para ese fenómeno hoy día ninguna razón perceptible; puesto
que en esto no imitaron según su costumbre, ni a Francia ni a los
Estados Unidos. De modo que la “Summa” del de Aquino, que está más
honda en nuestra nacionalidad que los mismos Aquinos de Corrientes,
fue sustraída en su texto original hace 60 años a la incipiente alta cultura
argentina. ¡Y así le ha ido a ella desde entonces! Y ahora hay que
traducirla como se pueda a la lengua vulgar. Paciencia. No hay mal que
por bien no venga. Puede ser que sirva como instrumento de
comunicación hispano-americana.

“He aquí que de nuevo en 1944 –escribe la revista “Moctezuma”, de


Méjico– van saliendo de las prensas argentinas los volúmenes poderosos
de su obra magna en lengua de Castilla. En otros tiempos, cuando
Occidente era Cristiandad, un occidental que no supiera latín era
considerado un primitivo. Hoy, que se nos ha quebrado en pedazos la
herencia de muchas generaciones… nos parece primitivo el que sabe
latín; progresista el que posee una radio Philco y un Ford V 8.

“La Suma Teológica fue una de las más poderosas contribuciones a


la culminación de la unidad occidental. Unidad que era idea antes de ser
hecho. Cuando todo Occidente –desde Oxford a Mesina y desde
Salamanca a Nuremberg– estudiaba la Suma sin pensar que Tomás era
fraile o italiano o escribía en latín, existían valores superiores a esos
instintos carniceros que nos encierran hoy en fronteras de montes o de
ríos, de lenguas o de razas, para odiar o explotar más cómodamente a
los que viven al otro lado…”.
II. – LO QUE ES EL AUTOR

El Pbro. Dr. Nicolás O. Derisi nos ha vertido un libro de Jacques


Maritain, El Doctor Angélico, donde está contenido todo cuanto hace
falta saber del hijo de los condes de Aquino; como hombre, como santo
y como Doctor.
Santo Tomás de Aquino es un milagro de la Providencia, nacido para
llenar una misión intelectual que había de extenderse a todos los siglos,
y prevenido ende para ella con dones tan extraordinarios de natura y de
gracia que a los que tienen la dicha de conocerlo aparece como una gran
montaña del mundo moral. Esa especie de gran ángel sereno y activo,

72
con sangre de reyes y cuerpo robusto de guerrero teutón que enseñó en
Colonia, París y Nápoles, el triángulo de la Cristiandad Trecientesca, y
recorrió en mula o a pie todos sus caminos, con los ojos grandes abiertos
sobre todas las cosas y todos los libros, sorbiendo el alma y la entraña
viva de los libros y las cosas, infatigable devorador del SER, que es el
alimento insaciable de la inteligencia, la vida más vida que hay en
nosotros… Hacer un recuento de esa grandeza, ni aun en tenue silueta,
nos resulta imposible; y por eso nos referimos al libro de Maritain. Una
imagen alegórica de la misión intelectual de Santo Tomás en el mundo,
realmente hermosa, fue diseñada en forma de Auto sacramental
o Misterio por el poeta Enrique Gheón2, traducido hace poco al
castellano por J. del Rey y J. Mejía con el nombre
de La Gloria de Tomás de Aquino.

Pondremos aquí sólo un cuadro sinóptico de su vida y otro de sus


obras para comodidad de nuestro lector de la Summa.
VIDA

MANDONNET, O.P.
Revue Sc. Phil. Théolog.
1920, pág. 140
1225 – Nacido antes del 9 de marzo.
30 – Oblato en Montecasino.
39 – Expulsión de los monjes por Federico II. Vuelve a
su familia.
39-40 – Universidad de Nápoles.
44 – Dominico: Abandona su patria hacia París; preso
un año en Monte San Giovanni.
45 – Con Alberto el Grande.
48-52 – Colonia.
52 – A París
56 – Bachiller bíblico y sentenciario.
56-59 – Maestro en Teología.
59-61 – Profesor en Anagni. (Alejandro IV.)
ITALIA

61-65 – Profeso. (Urbano IV.)


65-67 – Roma, Convento Santa Sabina.
67-68- Curia de Viterbo.
69 – París: actividad inmensa. Summa
72 – Italia. Theolog.
73 – Florencia, Traetto, Nápoles.
74 – Hacia el Concilio de Lyón.
74 - † el 7 de marzo.

2
Le Triomphe de Saint Thomas d’Aquin, “Revue des Jeunes”, Paris, 1922.
73
LIBROS
PARÍS
1254 – Bachiller a los 29 años. I Sentent.
55 – De Principiis naturæ.
56-59 – DE VERITATE.
DE ENTE ET ESSENTIA.
56-64 – Collationes dominic.
57-58 – In Boeth. De Hebdom. – In De Trinit.
58-60 – SUMMA CONTRA GENTES.
59-63 – DE POTENTIA.
59-68 – In 1 ᵃᵐ 2 ᵃᵐ Decretal.
60 – Compendium Theologiæ.
61 – In De Divin. Nomin.
61-62 – Catena Aurea: Matthei.
61-68 – De articulis Fidei.
63-68 – De Malo – Quodlibeta VII-XII. – contra Errores Græcor.
ITALIA

64 – Officium Smi. Sacramenti.


64-68 – IN ARISTOT. (1ª parte).
(Comentarios de la Physic., Metaphys., De Anima, De Sensu,
De Memoria, Ethica, Política, 2 Analyt.)
65-66 – De Regimine Princ. – Respons. Ad 108 qu.
66 – Catena Aurea II: Marc., Lc., Jo.
67-73 SUMMA THEOLOGICA.
68 – De Unione Verbi Incarnati.
69-72 – De Spir. Creatis – Quodlib. I, II.
(Ensayos: De Anima – Occult. Operationibus – Regimine Judæorum –
Forma absol. – Et coet.)
69-71 – IN ARISTOT. (2ª parte).
PARÍS

(Comentarios al De Causis, Meteoris, Perihermeneias.)


70 – De Virtutibus – QUODLIB. III, IV. – Otros ensayos.
DE UNITATE INTELLECTUS – DE ӔTERNIT. MUNDI.
71 – QUODLIB. V. – Los 37 artículos.
72 – » VI. – IN ARISTOT. (3ª parte). De Coelo,
De Generat. Et Corruptione.
73 – IN ARISTOT. (4ª parte). De motu cordis, De Mixtione.
74 – Epistola ad Bernardum Monachum.

74
El espíritu de ciencia y de inteligencia para la sabiduría de las cosas
divinas que el Verbo prometió a la Iglesia, se derramó en los primeros
siglos en la obra varia y tumultuosa de los Santos Padres, brotada
primero de la polémica con los herejes y rebalsada luego en caudalosos
remansos doctrinales. La Edad Media heredó esa enorme masa de
ciencia sacra, que incluía la ciencia profana (no profanada aún en aquel
entonces) y que tenía como fermentos poderosos las reliquias de la
filosofía pagana y la ardiente contradicción de la contemporánea
especulación mahometana y judía. San Agustín, Aristóteles, Averroes, y
Salomón Maimónides simbolizan el momento intelectual de la Alta
Edad Media. De aquesa masa que por momentos parecía
corrompiéndose más que fermentando (y de ahí los anatemas a
Aristóteles y a los estudios racionales de prelados más celosos que
sapientes) había que hacer pan de palabra divina a los pequeñuelos.
Aquella gente a la vez infantil y gigantesca, llena de fuerza y de candor,
aquel
“Moyen Age énorme et délicat”

emprendió fervientemente la tarea. Fue el tiempo de


las “Sentencias” y de las “Sumas”.
El doctor Juan P. Ramos ha explicado entre nosotros en tres doctas
conferencias el alma, el mecanismo vital y el método tan natural como
profundo de la “Universidad” medieval. La flor de esa Universidad es
la Summa del Aquinense.

Tanto la Iglesia como la Monarquía necesitaban “letrados”, que


conociesen éstos la Escritura, aquéllos el Derecho Romano. Por tanto, ni
el Rey hacía magistrados, ni el Papa Obispos y curas, por regla general,
sino al que acreditase ciencia profana o sacra: no se
daban “puestos” sino a quien fuese un “letrado” –tipo humano especial
cuya lamentable degeneración conocemos hoy día con el nombre
de “intelectual”–. Un Juan de Salisbury (Johannes Parvus) salía de la
Universidad con un enorme volumen titulado “Polycráticus”, se lo
mandaba con una dedicatoria al Rey de Romanos, y a vuelta de chasque
le venía el “nombramiento” de Arzobispo de Chartres.
Ni la Iglesia ni el Rey soñaban no obstante en “monopolizar” la
enseñanza y fabricar ellos los “Letrados”: al letrado lo fabrica el Sabio,

75
y su propia vocación y total dedicación a las letras. Les convenía que
hubiese sabios en sus reinos y que nadie los estorbase, al contrario.
Como esos reyes sabían bien su oficio de Rey, sabían honrar como se
debe a los que sabían bien su oficio de Sabios; y así Luis IX rogaba a su
mesa al fraile fornido y moreno, que no hablaba más que latín y
napolitano, y que se abstraía durante la comida y dando de pronto un
puñetazo en la mesa gritaba: “Esto es definitivo contra los Maniqueos”;
sobre lo cual el Rey sonriente mandaba traer al punto vitela y tinta para
anotar el topado argumento decisivo. El rey veía en el fraile un
ministro de Dios; y el fraile veía claramente en el rey la espada de
Dios. Dichosos los puros de corazón porque ellos verán EN Dios.
Así pues en el Barrio Latino, sobre la colina de Santa Genoveva, a la
orilla izquierda del Sena, se aglomeraba y bullía el mundo pintoresco de
los maestros de toda laya en medio del hormigueo de los estudiantes de
todo pelo y pueblo, sobre los cuales el Rey había puesto una especie de
intelectual Sub-Rey, un Sabio entre los Sabios, que tenía el poder de
azotar y hasta de imponer pœna cápitis a los suyos; poder este último
que no usó casi nunca. “Studium Generale!” “Univérsitas Studiorum!”
Era toda una institución, que tenía su fuerza propia y privativa, que
podía hacer temblar a los poderosos del dinero y de la espada, incluso de
la espada espiritual, y que ocupaba una tercera parte de los pensamientos
del Rey y del Papa, aunque no les gravaba para nada la Hacienda ni el
Tesoro. Hoy día es al revés: la Universidad gasta mucho y puede poco,
su luz es más sin fuerza que la luna; y entre nosotros su pobre luz
prestada parece más bien a ratos el resplandor fosforescente que brota de
los cadáveres.

Pedro el Lombardo, que recitaba todos los Santos Padres y sabía el


hebreo como un rabino, poseía un galpón cualquiera, o un patio
abovedado. Se sentaba en un sillón frailero puesto encima de dos
arneses, mientras los discípulos se amontonaban en taburetes y los más
pobres en montones de paja, algunos tirados pecho a tierra con la nariz
en los papeles, escribiendo como demonios, mientras en la puerta se
agolpaban de pie caballeros y nobles y algunas veces asomaba
discretamente un obispo extranjero; y en el silencio profundo donde
reinaba la voz chillona del Maestro de las Sentencias había novecientos
alumnos. Si el Maestro se volvía a tomar un manuscrito, surgía un
rumor espeso como el suspiro de un monstruo, un cuchicheo como el de
la lluvia; pero mirando él a su público, ni la menor palabra se escapaba,
76
pues los mancebos sabían bien lo que son 25 colas de gato y el
Lombardo no sabía de bromas. Un día en medio de la “lectio” llegó un
faraute con una bula del Papa refrendada por el Rey y el fornido
lombardo dejó su asiento de dos arneses por la silla archiepiscopal de
París, que en aquel tiempo era como ser Vice-Papa.

Por la mañana la “lectio”, por la tarde la “disputatio”, los dos


ejercicios escolares fundamentales que menciona Santo Tomás en
su Prólogo.
“Lectio” (pr. léccio) significa lectura. En aquel tiempo no había
imprenta, los libros eran pocos, la memoria humana era mayor; y quizá
también (hablando en general) la inteligencia. Los maestros tenían
libros, que eran sus instrumentos, su capital y su tesoro; Santo Tomás
dijo una vez que daría la ciudad de París por un manuscrito del
Crisóstomo. El Maestro se sentaba en alto, y empezaba simplemente a
leer su libro, el “De Trinitate” de San Agustín. Pausadamente. Todo.
Tanto el texto como las notas marginales suyas, deteniéndose a
momentos para añadir otra nota o hacer una observación exegética; y los
discípulos “¡COPIABAN TODO!”. ¡Qué memorismo!, diría una
maestra normal de hoy. Ese era el tipo general de enseñanza. Pero Pedro
el Lombardo había inaugurado una enseñanza más compendiosa y
nerviosa: en vez de leer el texto patrístico entero había coleccionado las
sentencias más notables, los dichos capitales que contenían o rozaban un
dogma, o que encerraban herejías aparentes, contradicciones,
antinomias, aporías, problemas. Como un albatros sobre el mar, su
memoria inmensa cernía sobre los escritos patrísticos buscando el
pejerrey del punto duro. Y así la “lectura” se convertía en preparación
inmediata de lo que era lo esencial de la enseñanza medieval (y de toda
enseñanza propiamente filosófica), a saber, la “disputatio”.

Por la tarde, uno de los mejores alumnos se sentaba al lado del


Maestro y proponía en voz resonante una “Quæstio disputata”; por
ejemplo:

“Si Adán no pecara, ¿la virginidad religiosa sería siempre preferibl


e al estado conyugal?
Respondo que no; porque San Pablo (2ª Corintios, quinto) al
recomendarla dice: “propter instantem necesitatem”; y San Agustín, en

77
el “De bono pudicitiæ”, dice que la oblación del cuerpo sexual no es
posible sin la gracia sanante ni sería meritoria sino como reacción
heroica contra la tiranía de la actual concupiscencia. Por lo cual el
Divino Maestro decía: “Sed hoc non omnes capiunt.”

Entonces se levantaba uno del coro y con voz no menos juvenil


trompeteaba en latín macarrónico:
“Veniâ Reverendi Moderatoris cunctorumque adstantium, contra the
sim in quâ tenes:
“Si Adam non pecasset, etc…, sic arguo:

Virgínitas esset quandocumque preferenda castitate conjugali!”


Porque: el mayor sacrificio que se ofrecía a Dios en la Antigua Ley
era el holocausto, por el cual se destruye completamente un animal
limpio. Ahora bien, el hombre es mortal en cuanto al cuerpo, y, sin
embargo, todo su Yo, cuerpo y alma, elementos inseparables, tienden
con toda su fuerza a la inmortalidad; y así el cuerpo animado tiende con
fuerza enorme a la inmortalidad por la progenie, inmortalidad carnal de
la especie y no del individuo, débil sustituto natural de la sobrenatural
resurrección de la carne. El mayor sacrificio que el hombre hace a Dios
es su vida, consta por Jo. XV, 13; pero por el voto de castidad el hombre
se mata en cierto modo, renunciando a esa inmortalidad carnal del amor
humano. Luego, en cualquier caso, aun en el estado de natura íntegra, la
virginidad por motivo religioso hubiera sido estado superior al casto
matrimonio, como el holocausto del cordero es acto de religión superior
a su recto uso.
El sostenedor repetía la objeción reducida a tres limpios silogismos;
otro arguyente y otro y otro se levantaban a romper lanzas. La
muchachada aplaudía, se reía y gritaba, el Gran Bedel se las veía negras
con su campanilla. Los italianos corregían a gritos los errores de
gramática, los españoles pateaban y se atusaban las nacientes perillas,
los ingleses decían flemáticamente ¡hear! ¡ hear!, los tudescos, que se
ponían siempre juntos en un rincón, rubios y grandotes, eran famosos
por sus carcajadas. Los gordos bedeles circulaban todos colorados entre
las filas con sus temibles varas de mimbre; y parecían barriles de aceite
echados al mar, se hacía calma súbita donde pasaban, porque el día

78
de Disputatio Menstrua cualquier bedel tenía potestad de infligir una
“sala”, y una “sala” era cosa seria. Sobre un cartapacio de piel de cabra
el Maestro anotaba tranquilamente en medio de la batahola el resumen
de las objeciones.

Entonces se levantaba el sustentante y en pausado latín y clara prosa


daba su razón fundamental, “probatio”, la prueba de su tesis. Y después,
tomando una a una las objeciones, concedía la mayor, transaba la menor,
distinguía la menor subsunta, y por ende contradistinguía el consecuente
o bien negaba la consecuencia. El entusiasmo ardía de nuevo y se
trababan diálogos vivísimos mechados de interjecciones en todos los
“dialectos” de la Grande Europa; y cuando después del solemne
resumen y conclusión hechos por el Cancelario la multicolor escolaresca
se volcaba como un torrente sobre el Quai Saint Michel y
la Place de Sorbon, era seguro que la lista de tesis o “cuestiones
disputadas” había sido vuelta y revuelta en todos sentidos y el
entendimiento se había tendido al máximo, como las fuerzas y destreza
de un caballero en el torneo.

La discusión es absolutamente necesaria en filosofía, cuando menos


como método didáctico3. Nadie puede enseñar “la filosofía”, se puede
enseñar a filosofar. Filosofar es ejercitar la propia razón sobre los
primeros principios hacia las últimas razones de las cosas; y eso no es lo
mismo que repetir de memoria los razonamientos de los filósofos
puestos en fila, como pasa en muchas cátedras no muy lejos de aquí
mismo. El argumento de autoridad tiene máximo peso en Teología,
cuando se trata de la Autoridad Revelante; pero tiene el último lugar en
filosofía, donde no basta el f, “el Maestro lo dijo”, de los
Pitagóricos. Algunos dicen que la polémica es indigna del filósofo: la
polémica le será indigna, pero la crítica le es indispensable. El libro que
para muchos es el pórtico de la filosofía moderna, la Primera Crítica de
Kant, pese a su forma expositiva, es una discusión disimulada, donde los
argumentos contrarios están implícitos o reducidos a antinomias o
antítesis. Los 3.112 artículos de la Summa son discusiones en resumen.
Habiendo usado ya el método expositivo en sus comentarios a
Aristóteles y un método semipolémico en la “Summa contra Gentes”, el
instinto poético del Santo Doctor designó calcar su “libro de texto”
teológico sobre la práctica pedagógica de la “disputatio”, imitando
3
Ver De si la doctrina sacra es argumentada, I°, c. 1, a. 8.
79
la “vía inventionis” de la verdad por el intelecto humano; al mismo
tiempo que en la disposición de los artículos empleaba el camino
analítico, la vía expositionis.
Esta idea fue un hallazgo genial. Como él lo nota en su prólogo,
la lectura comentada de los Padres era engorrosa por las repeticiones y
confusa por la falta de orden lógico; mientras que la “disputatio” dejaba
lagunas, y se enardecía sobre puntos de menor importancia. El
Lombardo había tratado de combinarlas en un cuerpo de doctrina con su
selección de “Sentencias”, que el mismo Tomás había comentado en
una vasta obra de juventud, que fue preparación de la Suma4. No era
bastante. Dominando con su mente arquitectónica el boscaje de las
“cuestiones cuodlibetales” que él reduce analíticamente a sus primeras
raíces, y calcando después la exposición de ellas sobre la misma vida
intelectual de la época, en forma de fingida disputa, la Summa surge
como una inmensa catedral gótica: catedral que es simple en el centro,
donde como en un Sagrario late la pregunta eterna del Santo: “¿Quién es
Dios?”; inmensamente varia en la superficie, cubierta por la procesión
de todas las criaturas.

Los que no pueden ver más que la superficie, se pueden perder en


ella. Hipólito Taine, en unas páginas de increíble superficialidad, se
escandaliza de la “inutilidad” de muchas cuestiones de la Suma, y no se
arredra de emplear la palabra “imbécil” hablando de uno de los genios
reconocidamente más grandes del Universo5. El renovador de la
moderna crítica literaria, el asombroso perito en libros, el implacable
disecador de la Revolución Francesa, comete aquí un traspié de esos que
los españoles no se sabe por qué llaman garrafales. Santo Tomás hubiera
triunfado de él modestamente diciendo que justamente por ser un
contemplador de lo concreto es inapto a filosofar, porque de lo concreto
no hay ciencia sino a lo más una virtud intelectual inferior
llamada perspicacia. “Socrates et album non est vere ens neque vere
unum!”

4
In 4 Libros Sententiarum Commentarium.
5
“Vous vous croyez au bout de la sottise humaine? Attendez encore….”, (Histoire de La Littérature
Anglaise, c. III, § VIII, pág. 225 de la edic. de 1866). Taine se hace allí una mezcolanza con toda la Edad
Media bajo la etiqueta equívoca de “escolástica”, mezcla de Sto. Tomás con Abelardo, Pedro Lombardo,
Escoto, Roscelín, Bacon, Raimundo Lulio, Occam y aun con San Ignacio y Sta. Teresa, a quienes califica de
“Edad Media que revienta espléndida y demente”. Diderot, a quien él moteja cruelmente de superficial en
la “France Contemporaine”, tomo I, no escribió páginas más frívolas ni botaratescas.
80
Pero nosotros tenemos derecho a pedir más, no al pobre filósofo
de “L’Intelligence”, pero al crítico literario de la “Histoire de Ia
Littérature Anglaise”. Muchas de las cuestiones que él pone como
ejemplo de inútiles y estúpidas y mancha con burla fácil de
enciclopedista, representan problemas eternos de filosofía, debatidos
hoy día con palabras más abstrusas y forma menos pintoresca, debatidos
por Taine mismo. La cuestión que pusimos arriba sobre la virginidad y
el matrimonio, que no está en la Suma pero sí en el Maestro de las
Sentencias, tenemos una bibliografía de más de cien libros actuales
sobre ella, desde Lutero, por Freud, hasta el monstruoso “La chasteté
perverse”, de Boivenel, que la discuten con más encarnizamiento, y
menos limpieza que antes. El mismo Taine la ha discutido sin darse
cuenta; con la diferencia de los antiguos que aquéllos eran claros y la
resolvían, y él es oscuro y encima no puede resolverla ni de lejos.
Es que la humildad de la ciencia antigua desconcierta a la
ampulosidad del cientifismo moderno. No hay nada que se parezca más
a lo simplón que lo simple; porque los extremos se tocan y la suprema
sencillez del genio puede parecerse por momentos al simple devaneo del
niño. Pero un gran crítico literario debe distinguirlos; y aquí le falló a
Taine su crítica, a causa de su rígido espíritu de sistema, de su
ignorancia filosófica y de sus prejuicios vehementes de hombre
“positivo”.
Que la escolástica haya disputado cuestiones meramente académicas
o de puro virtuosismo dialéctico o conceptual, es obvio; no hay ciencia
alguna en estado floreciente que no se vaya algo “en vicio”, sin contar
las cuestiones sistemáticas o técnicas (como la fijación del vocabulario),
que no interesan al de afuera, pero son necesarias adentro, como el afilar
un obrero la herramienta. La socorrida cuestión de “si infinitos ángeles
caben en la punta de un alfiler”, citada comúnmente como ejemplo de
ridículo bizantinismo, envuelve en sí nada menos que el problema
metafísico del espacio, puesto en solfa y como en juego. Debe
recordarse que aquellas mentes medievales eran sanas y juveniles, y no
un vitriólico pedante cansado de la vida como Taine. Sin embargo,
Santo Tomás es entre todos los escolásticos el más sobrio y serio, y
menos amigo de hacer parábolas como la del “asno de Buridán”. ¡Quién
le iba a decir a él cuando reprendía a Platón “de tener mala manera de
enseñar, porque habla demasiado alegóricamente”, que andando los

81
siglos le iban a dirigir a él la misma reprensión aunque con diferente
causa!
En el prólogo del tomito IV de esta traducci6n veremos un ejemplo
de este modo concreto de tratar los problemas filosóficos en la
sorprendente cuestión “De si en el estado de natura íntegra nacerían
solamente varones”. En esta duda más bien chusca está encerrada la
difícil cuestión de la diferencia caracterológica de los sexos, debatida
hoy, por ejemplo, por Ludwig Klages en “Grundlagen der
Charakterkunde”, cap. VI.

La última razón de esta forma juvenil y poética de discurrir, no es


solamente la frescura de la mente medieval (pues bien en abstracto
discurre Tomás en sus magnos comentarios a Aristóteles) sino el hecho
de que la Teología es concreta y en la Suma los problemas filosóficos
están ordenados a los teológicos6.
IV. – LO QUE NO ES LA OBRA

Santo Tomás es un hombre a quien se le puede pedir mucho; pero


siendo nada más que hombre no se le puede pedir todo. No se le puede
pedir, por ejemplo, que sea infalible; no se le puede pedir que resuelva
explícitamente los problemas que en su tiempo no existían; no se le
puede pedir la misma certeza en todas sus conclusiones, la misma
suprema elegancia intelectual en todas sus cuestiones. Creyó, por

6
Ver De si la ciencia sagrada debe usar de metáforas y símbolos – respuesta afirmativa, en Iª, q. 1,
art. 9. Es curioso que donde tropieza un gran crítico literario como Taine, ve claro y hace justicia a la
Escolástica un pedagogo protestante, el doctor Phil. – Paul Monroe, profesor en la sección Magisterio
de la Columbia University de Nueva York. Mejor fundado que Taine en Filosofía, percibe detrás de
las cuestiones “pueriles” de la Escolástica: 1º, las más profundas inquisiciones acerca del ser, de la
naturaleza de la realidad y del espíritu, de la esencia de lo divino; 2º, un propósito pedagógico de
llegar con caridad a todas las mentes, aun a riesgo de exponerse al ridículo. En su clásico: “Brief
Course in the History of Education”, dice así el profesor Monroe:

“Hence such trivial or even sacrilegious questions as those which are so often quoted as indicative of
the puerility and utter worthlessness of scholastic learning, in reality deal with subjects regarded as
of vital importance in our own times, “How many angels can stand on the point of a needle?”, “Can
God make two hills without the intervening valley?”, “What happens when a mouse eats the
consecrated host?” – all such questions conceal beneath their simple form the most profound
inquiries concerning the relation of the finite to the infinite, the attributes of the infinite, the nature of
reality. Give them a form that only the trained metaphysician can understand, and they constitutes
the profoundities of modern thought; give them such form as the untrained adult or the youth just
beginning his course of scholastic studies can comprehend and handle, and they form the alleged
“monstrosities” of the Schoolmen.” (LC.)

82
ejemplo, que lo que es hoy el Dogma de la Concepción sin Mancha era
una opinión solamente, y la menos probable, o por lo menos no lo vio
claramente (ver S. Th., III, c. 27); falla que Dios permitió quizá para que
no presuma un hombre, aunque sea un águila del pensamiento, contener
él solo el depósito de la revelación divina, que está prometido solamente
al Cuerpo Total de la Iglesia viviente y perpetua.
El entendimiento del hombre está unido a un cuerpo, que está en el
espacio, y por ende en el tiempo; todo filósofo, por inmortal que sea,
está tocado de temporalidad. ¡No le pidamos a Santo Tomás que viva a
la vez en el siglo XIII y en el siglo XX! Justamente es de todos los
siglos porque vivió a fondo su siglo XIII –lo vivió intelectualmente, que
es la más alta manera de vivir–; pero no es de todos los siglos de la
misma manera. Su mente es tan arquitectónica, sus intuiciones tan
profundas y penetrantes, su sistema tan vasto, coherente y flexible, que
realmente fue en un momento toda la filosofía y será por todos los siglos
el representante quizá más completo de la Philosophia Perennis, de tal
modo que no parece posible surja en lo filosófico prolongación o
progreso alguno, que no sea posible injertar o integrar en ella. Pero en él
la filosofía no era una edición ne varietur, una Biblia protestante, un
depósito muerto de verdades definitivamente formuladas, como la tabla
de multiplicar: ¡era una vida! ¡Insistió tanto él mismo en la penuria de
nuestros conceptos, la intrínseca cojera del pensar discursivo, advirtió
tantas veces que el sistema, necesario a la ciencia humana, no es más
que un sucedáneo de la Idea pura, de la intuición angélica imposible al
hombre! Pero evidentemente, después de decir que el discurso es una
condición peyorativa de la existencia corporal y espacial de nuestra
mente, tiene que entregarse al discurso y a veces por cierto lo hace hasta
el punto de pasarse un poco a la embriaguez dialéctica. Sería cerrar los
ojos a la evidencia querer negar que aquí o allá confía demasiado en
algunas fórmulas, que sustituye en la explicación de los textos el
artificio lógico a la razón psicológica o histórica, que desdeña un poco la
región baja de las ciencias medias en su volar acucioso al ideal helénico
de la ciencia pura, que después de advertir que los misterios no se
comprenden ni demuestran, se pone (comprendedor incorregible) a dar
demostraciones de la Trinidad que no son sino semejanzas; o bien
pruebas congruas de la Encarnaci6n que son especie de poemas
lógicos ad edificationem fidelium más aptos para la oración que para la
apologética. El “intelectualismo” que le han incriminado Bergson y M.

83
Seeberg no es un racionalismo, mil leguas de eso; pero su confianza
absoluta de que la inteligencia y el ser son una cosa, “ens et verum
convertuntur, de que no hay divorcio final entre la Vida y la Idea, le
lleva a olvidarse a ratos de la oscuridad que infunde la materia a las
cosas de este bajo mundo, a querer explicarlo todo, a racionalizar todas
las enumeraciones, a poner a veces tranquilamente y sin decir ¡ojo! un
orden ficticio, de tipo artístico, en los puntos impenetrables al ordenar
científico, llevado quizá de ese instinto de simetría que movía al
arquitecto medieval a poner estatuas donde no eran necesarias ni casi
posibles. Estaba seguro de que la Inteligencia era la causa de todas las
cosas y por tanto ¡todo tenía que tener explicación! “Era necesario que
Cristo naciese de mujer y sin padre: porque Adán nació sin padre ni
madre, Eva nació de varón sin mujer, nosotros nacemos de varón y
mujer, luego era conveniente “ad decorum universo” que un hombre
naciese de mujer sin varón”, ¡para agotar todas las generaciones
posibles! Explicaci6n de tipo meramente poético, donde la ciencia
suprema, la Teología (como advirtió en la Prima Pars, c. 1, art. 9) toca
con los pies la ciencia ínfima, la poesía, con la cual tiene de común el
instrumento del símbolo.
Así como no se puede pedir a la Teología el método propio de las
matemáticas, tampoco se puede pedir a Santo Tomás el aparato de la
teología moderna. El teólogo medieval era un “comprendedor”
apasionado, en tanto que el teólogo moderno parece más bien (no hablo
de discípulos de Tomás como Billot) un “rememorador” minucioso y
escrupuloso hasta el delirio, un custodio armado del hipogrifo del
Dogma que jamás se le ocurre ponerle el freno para salir en él volando.
El archivista ha matado al soñador y los tratados de Teología se parecen
hoy mucho más a códigos que a poemas. Así, pues, no busquen en Santo
Tomás, por ejemplo, las aparateras “notas” teológicas que prenunció
Melchor Cano (“De Locis”) e introdujo la polémica con los jansenistas:
“Esto es de fe y esto no es de fe; esto es de fe definida, de fe próxima a
definirse, de fe por la Escritura, de fe por el magisterio común, de fe
implícita; esto es conclusión teológica cierta, doctrina unánime de los
doctores, sentencia común, probabilísima, más probable, probable,
disputada”. En la cuestión “De si negar las Nociones (de la Trinidad) es
herejía”, el Santo Doctor advirtió en general que toda proposición
negante lo que está de algún modo conexo racionalmente con el Dogma,
se reduce también de algún modo a la herejía, salva siempre la intención

84
subjetiva; pero él no se aflige por distinguir en su inmenso tratado los
diversos grados de conexión de las verdades con la Revelación: amasa
tranquilamente todo lo que él tiene por verdadero en un solo bloque, que
sería imprudente tener por monolítico; yuxtapone al dogma, la
conclusión, la congruidad, la alegoría y hasta la conjetura; y al lado del
teorema metafísico de que en el Ángel la sustancia no se identifica con
el acto intelectivo, estampa tranquilamente el loguema poético de que
los querubines fueron creados en el Cielo Empíreo, confiando quizá
demasiado en el criterio de su lector, incluso del lector de su tiempo.

Menos todavía se le puede pedir a Santo Tomás que haga un tratado


magistral tan accesible como una novela, o que informe teológicamente
a un sujeto impreparado. Es superfluo advertir aquí que la Suma es una
obra científica, por más que el interés transcendente de sus cuestiones,
sus vínculos con todo lo que hay de más humano, la modestia de su
vestidura terminológica y el milagro de la claridad a que la llevó el
genio del Aquinense puedan inducir en error a los incautos: porque,
como notó Vázquez de Mella, la profundidad del pensamiento tomista
no está tanto en las líneas cuanto en los blancos que hay entre ellas;
quiere decir, en lo que suponen las líneas para ser entendidas en toda su
fuerza, que es nada menos que la familiaridad con la filosofía
aristotélica7. De modo que dio más bien muestra de inteligencia aquella
dama a quien Fray T. Pègues, O. P., prestó su traducción francesa de la
Summa, la cual después de leer la Cuestión 3ª: “De la simplicidad de
Dios”, se la devolvió diciéndole que tenía bastante: “porque si ésta es
la simplicidad de Dios, ¿qué será su complicación?”, –dijo con todo
buen sentido la buena señora.
Pero Tomás de Aquino no fue un filósofo solamente; y si fue un gran
filósofo era porque estaba por encima de su misma filosofía. No fue un
solitario como Kant, ni un catedrático como Suárez, ni un reformador
vagabundo como Descartes, ni un diletante de genio como Leibnitz: fue
una especie de atleta intelectual, miembro de una orden naciente, metido
en el vivo foco de la vida religiosa política y social (que entonces eran
una) de uno de los siglos más hervorosos que han sido: por lo tanto, en
su obra maestra, pese a lo que pueda parecer, no hay nada de académico,
nada de pura técnica y virtuosismo, nada de repuesto o de sobra, ni

7
Familiaridad que puede adquirirse meditando la Summa tan bien en cierto modo como leyendo a
Aristóteles y mejor que leyendo manualitos.
85
mucho menos los abismos de ignorancia que creyó ver, a través de la
suya propia, el pobre Taine. Él sabe ser tan sutil como Escoto, pero no
busca la sutileza por la sutileza; él es tan ecléctico como Suárez, pero
tiene demasiada sangre para no preferir a los sabios resúmenes o tibios
compromisos el avalance del propio pensar personal. En su catedral no
hay criptas ni recovas y hasta el último capitel está sosteniendo algo; no
hay adornos, contrapuertas ni falsas ventanas. Por cada artículo se entra
a alguna parte, y detrás de muchos de ellos está guardando una
Melisinda el Caballero de las Armas Verdes, hacha de todos los Taines
y los Viejos Verdes, sólo superable por la divina obstinación del
Enamorado.
Leonardo Castellani, S. J.

(Mar del Plata, Febrero de 1944, en el Instituto Peralta Ramos.)

***

TOMO II

ADVERTENCIA *

Este segundo tomo de nuestra edición de la SUMMA comprende las


cuestiones 27 a 46 de la Prima Pars, es decir, lo concerniente a la
Trinidad Divina; y después lo concerniente a la operación “ad extra” de
la misma Trinidad, que es la obra de la Creación, primera sección, de la
creación en general.

El plan primero de este trabajo fue publicar someramente revisada y


retocada la traducción y notas que en 1878 hizo don Hilario Abad de
Aparicio. Pero muy pronto se hizo evidente que el texto de Aparicio no
era digno de simple reimpresión: la traducción es pedestre y un tanto
descuidada, con lugares borrosos que frisan lo ininteligible, o que
simplemente caen en lo erróneo. La meticulosa corrección, línea por
línea, de esa versión ya difundida, equivale casi a una nueva traducción;
por lo cual es posible que si el tiempo nos lo permite, abandonemos
desde el tomo III la corrección y traduzcamos de nuevo, para mayor

*
Tomás de Aquino (1944). Suma Teológica. T. II. Buenos Aires: Club de Lectores, pp. 7-8.
86
honor del Santo y servicio del lector argentino, que ha respondido tan
generosamente al Club de Lectores.

Lo que aquí hemos hecho fue ajustar la traducción antigua,


buscando:

1°, una mayor fidelidad al pensamiento y al estilo del Angélico;

2°, una mayor concisión por ende;

3°, una mayor adaptación a la lengua filosófica actual.

En suma, fuera de los pasajes confusos que hemos debido verter de


nuevo, nos hemos limitado por ahora a quitar palabras superfluas,
sustituir las inexactas, añadir las mal omitidas y ajustar la terminología,
de cuyo rigor el traductor antiguo no curó mucho, como pasando por
alto que toda filosofía adulta tiene sus propios tecnicismos, que es
obligatorio traducir por una locución constante. Lo engorroso de este
trabajo nos fue aliviado por el encanto de releer al Angélico. Si
perdemos la vista traduciendo a Santo Tomás de Aquino, no estará del
todo mal perdida.

Aparte de la soberana elegancia de la arquitectura de la SUMA, que


ha sido felizmente comparada a una catedral gótica, Santo Tomás tiene
una elegancia estilística propia, caracterizada por una expresión directa
de diafanidad absoluta, y por el uso de las figuras literarias más simples
y naturales, propias del estilo oral, como la repetición, la simetría, el
paralelismo, la similicadencia, la sentencia, el apotegma, y las demás
que los retóricos llaman lógicas. Menéndez y Pelayo ha comparado esta
nueva lengua latina –que se puede decir creó el de Aquino, tallándola
del artificioso latín clásico y del bruto latín vulgar del Medioevo– , con
un lago montañés profundísimo, como nuestro Limay – de – La -
Cumbre, que parece playo de puro “puro”. De más está decir que esta
angélica gracia de pureza estilística del Maestro no es traducible del
todo, ni por nosotros ni por nadie.

La edición de 1880 fue anotada por uno de esos escolásticos pesados,


literales, memoristas, farragosos y rígidos con los cuales chocó
vivamente en su juventud Menéndez y Pelayo, y que representaban y
representan la decadencia de una vida, tan peligrosos como un cáncer en
87
un organismo. Casi todas las notas que firma M. C. G. resultan hoy día
superfluas por lo menos, y a la prueba nos remitimos, si alguien lo duda:
que las lea. Por lo cual la mayoría han sido descartadas.

Las que he añadido con la sigla (LC) se podrían hacer prohijar así en
conjunto por el Cardenal Ludovico Billot, S.J., el mayor teólogo de
nuestros tiempos, y gran comentador del Angélico, pues están tomadas
de mis cuadernos de Teología escritos en mi juventud bajo la égida del
magisterio billotiano.

LEONARDO CASTELLANI, S.J.

Purificación de María, 1944.

***

TOMO III

RAZÓN DE ESTE TRABAJO *

“… Ad officium boni traslatoris pertinet ut…


servet sententiam, mutet autem modum loquendi
secundum propietatem linguæ in qua transfert.”

Un buen traductor debe conservar el


pensamiento del autor trasvasándolo
al modo propio de la lengua que usa.

(SANTO TOMÁS DE AQUINO: Opúsculo


Contra errores Græcorum, Proemio, ad finem.)

Toda traducción no siempre es una traición, como dice el italiano


(traduttore, traditore), porque existen algunas raras obras maestras de
sacrificio y de habilidad, que han hecho una obra literaria nueva sobre
una obra literaria anterior, como el Fausto de Llorente, Los novios de
Gabino Tejado, la traducción de los Siete Tratados de Séneca por
Navarrete, las traducciones de Fray Luis de León, las traducciones del
toscano que alaba Cervantes, etcétera. Aun aquí cerca, en la Argentina,

*
Tomás de Aquino (1944). Suma Teológica. T. III. Buenos Aires: Club de Lectores, pp. 7-10
88
tenemos un eximio traductor orfebre, el doctor Carlos Obligado, que
siendo poeta y a la vez cumplidísimo schólar, ha puesto en verso
castellano con gran primor, las mejores poesías de los románticos
franceses y de otros modernos, así como una gran parte de Shelley y
todo Poe, con gran ventaja para las letras patrias. Así también, si lecit
parvis… lo han ensayado Jerónimo del Rey y Jorge Mejía con el poema
dramático de Ghéon La gloria de Tomás de Aquino. Traducir no es
devolver, sino imitar.

Pero esto, como digo, es una especie de milagro, y es hacer un nuevo


poema propio sobre un poema ajeno, cosa que no se puede hacer con la
Suma del Angélico, a no ser por obra de algún otro Angélico, el cual no
es probable que surja, pues según la doctrina del mismo Santo Doctor,
los ángeles, hay uno solo de cada especie. De modo que lo que quedaba
abierto era esto: hacer una traducción que no fuese una traición; y fuese
solamente como un tapiz mirado del revés, según la comparación de
Cervantes. O sea, mejorar la última traducción española que data de
1880.

Reproducir tal cual esta vieja versión, obra de D. Hilario Abad de


Aparicio, no es lícito. Podrá ser obra de comercio –y es sabido que la
edición de libros en la Argentina está infelizmente regida ahora y en
gran parte por la logrería mercantil–; pero no es obra de ciencia. Dicha
traducción es mediana para abajo, y reproducirla tal cual es un error en
el respecto científico y del honor del Maestro. Para traducir a un escritor
de primer orden hay que ser por lo menos escritor de segundo orden; y
para traducir a un filósofo hay que ser por lo menos profesor de
filosofía. El buen abogado Abad de Aparicio no tiene idea de lo que es
la pureza y la fuerza del estilo, no digamos nada de la elegancia; y no
conoce suficientemente el conjunto sistemático del Angélico, lo cual se
ve en que incurre en errores serios, haciéndole decir a veces lo que
nunca pensó ni pudo pensar –y desde luego no escribió. El prólogo y
casi todas las notas son documentos fehacientes de la decadencia de la
escolástica española en aquel entonces; y explican bien la polémica
vivaz hasta la injusticia de Menéndez y Pelayo joven (recogida en La
Ciencia Española) con los seudorrepresentantes de la filosofía católica
en España; esa escolástica rancia, anquilosada, ininteligente, atrasada y
muerta, de un Jungmann o un Losada.

89
Los principales defectos de la traducción de Abad de Aparicio son:

1°, los errores formales. Por ejemplo, en I (pág. 63, col. 1°, al fin)
dice así:

“La materia de que se componen puede existir sin la forma


sustancial.”

Esto es un error garrafal en filosofía. La materia prima es imposible


exista sin forma. Lo que dice el texto latino es:

“La materia de que se componen puede ser despojada de su (actual)


forma substancial” (sobreviniéndole otra, ¡se entiende!).

“Quia materia eorum potest esse cum privatione forma substantiale


ipsorum” (I, q. IX, a. 2, in córpore). El traductor precipita al Santo en
una herejía filosófica.

Y como éste podría citar muchos otros, más de seis sólo en el primer
tomito nuestro, que dejo por no ser prolijo. En sólo la segunda columna
de la página 426 (I, C. L, a. 3) incurre el buen Aparicio en dos
incorrecciones que hacen decir a Santo Tomás lo que no está en su
texto: 1ª, que el número de los ángeles excede al número sumado de
todos los seres materiales, en tanto que la frase deliberadamente
indeterminada del Santo “excedit omnem multitudinem materialem”, no
autoriza a extender tanto; 2ª, más importante, le planta un “es cierto
que” en un argumento de congruencia, que expresamente al final Santo
Tomás deja calificado de probable. Mas en este tomo III de nuestra
traducción (en la P. I, C. LXXII, artículo único, a la tercera) hace decir
nuestro buen abogado a Santo Tomás una cosa graciosa: que las
hormigas son cuadrúpedos y que además son reptiles; traduciendo por
hormigas dos veces la palabra tortucæ, que significa, como ustedes bien
suponen, tortugas.

El 2° defecto es que casi todas las citas de los Santos Padres están
regularmente mal traducidas, no siempre erróneamente pero sí
toscamente, de tal modo que la nitidez de Gregorio, la ingeniosidad de
Agustín, la elegancia de Ambrosio, el alambicamiento de Hilario, la
conceptuosa oscuridad del Seudionís, la barroca facundia de Boecio

90
están monocordemente vueltos en un llano castellano de sacristía con
sabor a garbanzos. Por ejemplo, en donde dice Boecio:

En toda cosa, el ser buena es uno y otro el ser (“In rebus aliud est
quod sunt bona et aliud quod sunt”) –traduce nuestro amigo (I, p. 35):
“Veo en las cosas que el ser buenas no es lo mismo que el que
simplemente sean” –; lugar que es un prodigio de incuria estilística,
pues en sólo dos líneas nos prodiga 4 artículos, 3 relativos que, y un
adverbio simplemente que no está en el texto y que en Santo Tomás es
palabra técnica, opuesta a “secundum quid” y usada siempre en ese
sentido estricto.

El 3° defecto es la abundancia de fórmulas ilativas pesadas y


pedestres, como He aquí por qué – De donde se deduce – De
consiguiente – Como se dice en aquellas palabras – Con lo cual queda
de manifiesto que – Para ponerlo en evidencia es preciso que… – con
que carga y empacha la exposición pretendiendo volver literalmente los
ágiles Unde, Ergo, Enim, Autem, Quidem, del latín; y transformando las
proposiciones sueltas y limpias del Santo en períodos hinchados y
estreñidos.

El 4° defecto es la pobreza o masomenismo de los términos técnicos


como el uso constante de la palabra naturaleza para verter los cuatro
términos natura, essentia, ratio y hujusmodi; el vago bajo este concepto,
por el enérgico secundum; el impreciso según nuestro modo de
entender, por el preciso secundum intellectum; la equivocada versión de
idea en lugar de las cuatro palabras técnicas ratio, aprehensio, conceptio
intellectus y simplex aprehensio, siendo así que en Santo Tomás se
encuentra siempre la palabra idea con el justo matiz platónico de
ejemplar o dechado, que hay que conservarle.

El 5°defecto, la tendencia a la inflación de la prosa y su relleno con


palabras superfluas. De modo que, repetimos, no es empresa noble sino
a lo más mercantil o bastarda reproducir tal cual la vieja traducción, para
lo cual no se precisan muchos doctorados sino mandar el libro a la
imprenta y tener incautos que lo paguen. Cualquiera fuese el engorro de
corregir, el trabajo de traducir de nuevo a la escasez de la compensación
material, no podíamos resignarnos a eso. Y así hemos hecho un trabajo
piacular que, si bien estamos ciertos no es el otro que merecía Santo

91
Tomás –para el cual no está la Argentina de hoy– también estamos
ciertos que mejora no poco la chabacana versión de Abad de Aparicio.

LEONARDO CASTELLANI, S.J.

25 de marzo de 1944
Día de la Anunciación del Ángel.

***

TOMO IV

NOTA A LA CUESTIÓN CXIX *

Al dividir por razones de comodidad en 20 tomos las tres grandes


partes de la Suma, al modo de la conocida edición latina de Perojo,
hemos procurado en lo posible seccionar la obra por las coyunturas, es
decir, por donde se ofrecía una división natural del vasto organismo.
Este tomo IV comprende más o menos la ANTROPOLOGÍA Y
PSICOLOGÍA GENERAL del Santo, aunque no toda entera por
supuesto, porque el Aquinense escribe un tratado de Teología, y no
aporta la filosofía sino como y cuando le conviene a la estructuración de
la Ciencia Reina. Pero como el interés general hoy día se ha desplazado
a estas cuestiones antropológicas, hemos anotado más prolijamente este
volumen. Porque el maestro que trata de servir a un público tan vasto y
vario como el nuestro, tiene el deber de contemplar las necesidades del
público antes que su propio gusto o preferencias, no menos que de su
propia vanidad literaria o doctoral. Si es necesario hacer chistes se harán
chistes ante la faz del Eterno y ante el escándalo simplón de algunos
pedantes almidonados que siendo ingenieros civiles o cosa por el estilo,
quisieran enseñarle el camino a un doctorado en Teología, con veinte
años de familiaridad de la Suma –y de los discípulos argentinos.

Conforme a lo dicho en el Anteprólogo del tomo I, tenemos por


expediente dilucidar aquí una cualquiera de las cuestiones llamadas por
los críticos del enciclopedismo (entre los cuales por desgracia hay que
incluir a Hipólito Taine, a Wilhem Dilthey y entre nosotros a Alejandro

*
Tomás de Aquino (1944). Suma Teológica. T. IV. Buenos Aires: Club de Lectores, pp. 7-12.
92
Korn) “cuestiones vacías o ridículas”; a causa de que abordaron la Suma
sin la conveniente preparación, y encima sin el condigno y razonable
respeto. Tomaremos para ello la cuestión última de este tomo, dejando
aparte la otra prometida cuestión “De si en el estado de natura íntegra
nacerían solamente varones”, de la cual basta lo dicho en la nota a su
pie. Para muestra basta cualquiera de ellas.

Cuando empezamos a traducir al Angélico teníamos el tópico común


que todos recitan acerca de su ciencia, a saber: que su “física”, o sea la
física aristotélica, era trasnochada y disparatada, en tanto que su
filosofía permanecía incólume. Nos acusamos de no haber reflexionado
que en el pensamiento de un filósofo verdadero las dos cosas no son
piezas separables del todo. Pero nos engañaron aquí las apariencias y la
autoridad de Maritain, de quien es la frase aludida.

En medio de nuestro trabajo alborea ahora en nosotros la convicción


de que Tomás de Aquino es grande intelectualmente no sólo en su
filosofía sino también en su “física”, en cuanto ella es corporada con su
pensamiento general, dado que solamente para eso la usa y le interesa,
no siendo un cientista, como su maestro próximo San Alberto, sino una
mente arquitectónica, como su maestro remoto el Estagirita. Si
exceptuamos los inevitables errores de hecho (de que no carece tampoco
la ciencia moderna ni mucho menos) como la generación de las querezas
de por la podre, las siete esferas de los cielos o la teoría de los cuatro
humores, los cuales “errores” si no hubiesen existido tampoco existirían
hoy las verdades correspondientes a partir de ellos adquiridas, a saber, la
generación unívoca, el heliocentrismo, y la endocrinología –es decir, si
sabemos distinguir, como debe saberlo todo filósofo, las “working –
hipotheses” de aquella época–, entonces las grandes líneas de la
cosmología y la fisiología tomista continúan solidísimamente
expresando –en forma aproximada, o general o al menos simbólica–
grandes verdades capitales y estructurales que muchos modernos
cientistas no perciben o han olvidado, con grave perjuicio para las
verdades menudas que manejan. Ejemplo de esto podía ser Alexis
Carrell en su talentoso La Incógnita del Hombre, donde a vueltas de
mucha sana biología experimental ignora la solución del problema
filosófico fundamental de la unión sustancial del alma y el cuerpo; y por
momentos (cuando filosofa) es platónico y los pone como dos sustancias

93
separadas; y por momentos (cuando hace ciencia) es aristotélico y tiene
la impresión confusa de que forman una sola unidad bipolar.

Los datos manifiestamente falsos que Santo Tomás (como no podía


menos) tomó de la ciencia de su tiempo, rara vez invalidan el
razonamiento, del que suelen ser no más que apoyos materiales, a modo
de ejemplos, índices o comparaciones. Sustitúyase por ejemplo “fuerzas
cósmicas” en lugar de “cuerpo celeste” – “ether interplanetario” en
lugar de “cielo empíreo” – “plasma germinativo en lugar de “razón
semental” – y en vez de “la luz es una cualidad” dígase “la teoría
emitiva-vibratoria de Luis de Broglie”; y el Angélico pasa de golpe a la
compañía de los mayores hombres de ciencia de nuestros tiempos –la
cual jamás ha abandonado en la realidad, sino solamente en la aprensión
alborotada de algunos enanos modernos.

Y la razón es que la simple vista es anterior al microscopio; y si es


verdad que los ojos sanos no ven tantas cositas como el microscopio de
un gafudo, lo que los ojos pueden ver es más cierto y sin ellos el
microscopio es nada. Los antiguos no son autoridades en materia de
microbios, gérmenes, átomos, células, fórmulas químicas, tejidos
nerviosos, paralajes y años – luz; pero nada impide que vean como
nosotros, y aun mejor si se ofrece, cuando miran el hombre, el alma, la
virtud, el gobierno, la sociedad, la religión, la santidad, el heroísmo, el
sol, el ángel y más arriba. Aun cuando yerra el genio, genialmente yerra;
y en cierto sentido enseña más un sabio cuando se equivoca que un
necio cuando acierta –si acaso alguna vez acierta–. Y también más que
los mediocres cuando criticamos.

Tomemos esta cuestión 119 como ejemplo de la biología del Ángel


de las Escuelas. Voltaire hizo varios chistes muy agudos acerca del
“semen que no es más que alimento superfluo” y la otra pregunta de si
“algo del alimento pasa a ser verdadera sustancia humana” y ¿puede
concebirse –dice Taine– cosa más inútil, incomprensible y vacua?
“¡Diez siglos de escolástica no han añadido una sola idea al
entendimiento humano!” –exclama el engreído literato, como si él
tuviera en el magín el censo de las ideas del entendimiento humano,
acerca del cual escribió una obra decididamente mediocre. Pero se trata,
oh amigos, de saber leer.

94
Encuéntrese la cuestión fundamental y eterna que late detrás de esas
preguntas simples y concretas hasta el punto de semejar adivinanzas o
alegorías, y póngase ella en la terminología moderna, más adulta y
también más pedante y confusa que la antigua; y velay las dos
“cuestiones vacuas” se vuelven dignas de ser debatidas incluso en el
Reader Digest. Los antiguos hacían a la vez la ciencia y el Reader
Digest, o sea la adaptación pedagógica necesaria al profano. En nuestros
días suelen andar divorciadas una y otra cosa, es decir, no sólo la ciencia
se muestra altivamente inaccesible al profano, sino que los
vulgarizadores adulteran o traicionan a la ciencia.

La delicada solución hilemórfica del problema del compuesto


humano tropieza continuamente, no sólo en tiempo del Santo sino en los
nuestros, con el simplismo de la mentalidad mecanista en la ciencia
positiva. El hecho experimental del torbellino biológico parece
amenazar la verdad superior de la permanencia sustancial del Yo; y el
misterio de la generación debe ser encuadrado en el conjunto de
teoremas filosóficos sobre la sustancia, la vida, la materia y la forma. El
esperma, que tiene la virtud de producir otro animal viviente, ¿qué es en
definitiva? No puede ser un fragmento de la sustancia misma del
supósito vivo, la cual evidentemente “stat in indivisíbilis”, consiste en
algo infragmentable; ni puede ser tampoco una materia adyacente y
preincorporada, pues entonces no “re-produciría” al padre. ¿Hay un
medio entre esas dos cosas? Ciertamente: es la sangre en cuanto
sometida a la “virtud generativa del alma”, como dice Santo Tomás, que
hoy llaman “espermatopoyesis”. La tesis biológica defendida en este
artículo es fundamental para la sistemática por un lado; y por otro
animadora de la búsqueda científica seria, a la cual salvaguarda su
objeto propio. Dan grima las críticas pueriles de los que tropiezan en las
palabras y se meten por donde nunca los han llamado.

“De si algo del alimento se convierte en la verdad de la natura


humana”. Al leer este enunciado mi señor don Tomás La Peña, canónigo
afrancesado de Burgos en el año 1808, tira con desdén el viejo infolio y
retomando la pluma escribe lo siguiente:

“La filosofía y la teología escolástica no eran más que un conjunto


de bagatelas; y los talentos finos, disgustados de ellas, se empeñaron en
destruirlas… Se sigue de lo que precede que este método de enseñar y

95
de estudiar infestó todas las ciencias y todos los países; produjo una
infinidad de opiniones pueriles o perniciosas; degradó la filosofía;
introdujo el escepticismo, por la facilidad que había de defender la
mentira, oscurecer la verdad, y disputar sobre una misma cuestión en
pro y en contra; arruinó la verdadera elocuencia; separó a los mejores
entendimientos de los buenos estudios; hizo despreciables a los autores
antiguos y modernos; retardó e impidió la verdadera inteligencia de
Aristóteles; redujo todos los conocimientos a un aspecto ingrato y
bárbaro; y últimamente se deduce que su lógica no era más que una
sofística pueril; su física, un tejido de impertinencias; su metafísica, un
embrollo imposible de entenderse; su teología natural o revelada, su
moral, su jurisprudencia y su política, una miscelánea de ideas buenas y
malas”3.

Hasta aquí el formidable La Peña, que más que peña parece aerolito,
salvȃ reverentiȃ. Pero pregúntele usted a esa peña lo siguiente:

– El llamado por la ciencia “torbellino vital” ¿puede conciliarse con


la unidad sustancial y permanente del YO, que usted tiene por la fe
católica?

Y entonces la peña, con todos los innúmeros peñoncitos del


“estúpido siglo XIX” se saca el sombrero al oír “Ciencia” y dice:

– Lo ignoro. Pero esa pregunta me suena a algo muy filosófico,


profundo y trascendental, y no bagatelas; porque suena mucho a
Descartes, a La Mettrie y a Diderot, que me los he leído todos, aunque
son muy difíciles de entenderse.

Del mismo modo, si usted le pregunta:

3
De el Ensayo sobre la historia de la filosofía ¡desde el principio del mundo! hasta nuestros días, II,
pág. 187 y 190; citado por Fco. Romero, Sobre la Historia de la Filosofía (pág. 70). Subrayado
nuestro. El doctor Romero canoniza al ensayo burgalés de “buen sentido y una gran diligencia… del
“piadoso canónigo” que “es más expeditivo [que Brucker] y se despacha con una franqueza castellana
que ignora las medias tintas y las atenuaciones”… En realidad el piadoso canónigo ignora muchísimo
más que las medias tintas y las atenuaciones. Ignora Santo Tomás y toda la gran escolástica, y a
juzgar por lo que dice quizá también la pequeña, lo que no arguye una gran “diligencia”. En cuanto a
su buen sentido basta considerar las palabras que he subrayado en su texto; o bien la condenación
final con que aniquila expeditivamente toda la ciencia antigua –¡incluso la teología revelada! ¡incluso
la jurisprudencia, es decir, allí en su misma patria a Bobadilla y Las Partidas de Alfonso el Sabio!–
para que el lector pueda hacer juicio por sí mismo. (LC.)
96
– ¿Qué piensa, Monseñor, de ese apotegma de Aristóteles: “el semen
es lo superfluo del alimento”?

– Que es chocante, perfectamente chocante. Pero enfin ¡qué pudo


saber Aristóteles de biología!

En cambio si usted le dice sexquipedaliamente:

– Dígame: la simiente genésica ¿provendría del plasma somático ya


diversificado histológicamente o del plasma aún no diversificado?

Entonces el piadoso y atropellado canónigo se levanta todo


impresionado y poniéndose el bonete se va al coro a rogar a Dios que la
“Ciencia” moderna no vaya a destruir en un momento la religión de
nuestros padres.

Fuera de broma, las dos cuestiones en cuestión tocan dos problemas


serios de biología, enlazados con la psicología y por ende con la
teología, los cuales el Angélico solventa con sensatez eximia, con
solidez inconcutible, y con un acierto que sorprende, dados los pobres
medios de observación de que disponía –tal como el paciente lector lo
verá en las últimas páginas de este tomo, a poco que las lea una pizca
mejor que Voltaire, Brucker, Taine y Tomás La Peña.

L. CASTELLANI, S.J.

Día de San Leonardo de 1944.

***

TOMO V

LA FUNDAMENTACIÓN DE LA MORAL *
I. – SANTO TOMÁS, MAL EXPLICADO

En cierta región del globo terráqueo, famosa por los conocimientos


en Filosofía que tienen los médicos, los ingenieros, los obispos y los
generales, un profesor de Filosofía enseñaba como Filosofía lo
siguiente:

*
Tomás de Aquino (1945). Suma Teológica. T. V. Buenos Aires: Club de Lectores, pp. 7-17.
97
“Hay éticas autónomas y éticas heterónomas. Éticas
heterónomas son las que toman de fuera el principio de
la Moral: por ejemplo Dios, la sociedad, o la naturaleza.
Ejemplo del primer caso es la moral cristiana. La moral
cristiana dice que el bien es bien y el mal es mal, porque
Dios lo quiere. La Moral se basa, pues, en la Ley de
Dios: es la voz de Dios, que Dios revela a los hombres.
Los encargados de administrar esta voz de Dios son los
sacerdotes. La conciencia interna de la Moralidad es
reemplazada por la voz del sacerdote”…
Etcétera.
Sí. Estas son literalmente las palabras de los alumnos en el examen.
Claro que los alumnos siempre rebajan algo. Hallábase presente un
quídam, que no se las da de filósofo sino de crítico, el cual, advirtiendo
el error, quiso sacar de él al profesor de Filosofía diciéndole:

“Ese es un serio error. Jamás la religión cristiana ha


enseñado eso. Ni tampoco los grandes filósofos
cristianos; antes bien, Santo Tomás de Aquino reprueba
gravemente esa opinión y la califica nada menos que de
«blasfemia»4. El que de algún modo dice que el orden
moral depende (en último término y no inmediatamente)
de la voluntad de Dios, es Descartes. Pero la opinión de
Descartes no es de la Iglesia y tampoco es tan burda
como eso. Es un error filosófico, pero es filosofía; esotro
es mero disparate.

La filosofía moral católica no sitúa el último


fundamento de la distinción del Bien y del Mal y de la
ética obligación en el Imperativo Categórico, es decir, en
el mismo hombre solamente, en efecto; pero no por eso
es “heterónoma”, como la de Bentham o Augusto
Comte.

4
“Et ideo primum ex quo pendet ratio omnis justitiæ est sapientia divini intellectûs, quæ res constituit
in debita proportione et ad se ínvicem et ad suam causam: in qua quidem proportione ratio justitiæ
creatæ consistit. Dícere autem quod ex símplici voluntate dependeat justitia, est dícere quod divina
voluntas non procedat secundum órdinem sapientiæ, quod est BLASPHEMUM.” (Quæst. Disput. XI.
De Verit., q. XXIII, a. 6)
… “Decir pues que de la mera voluntad [de Dios] depende la justicia [objetiva de las cosas], es decir
que la divina voluntad no procede según el orden de la Sapiencia, lo cual es BLASFEMIA.”
98
Según Santo Tomás la razón última de la Moral es la
Ley Natural, cuya razón a su vez es la Ley Eterna. Ley
natural es la percepción por la inteligencia humana del
orden natural de las cosas, fundado en sus esencias; y la
obligación que a esa percepción informa, basada en el
apetito natural primitivo de todo ser (que se confunde
con su propio ser) de realizarse plenamente. La
percepción del orden natural de las cosas por el hombre
se basa en la percepción que la inteligencia divina tiene
de su propia divina Esencia, que es su propio Ser, y es el
paradigma de la creación y es el ejemplar y fuente de
todos los seres, incluso de los meramente posibles. En
una palabra, la moral no es un orden venido de afuera, ni
siquiera del cielo: es la voz de la razón humana
reconocida como una voz divina. El Bien es bien y el
Mal es mal, porque el Bien es ser y el Mal es privación
de ser; y el intelecto es la facultad perceptiva del ser.

Santo Tomás no discutiría a los doctores de la


“inmanencia” que el hombre debe tener en sí mismo
aqueso que lo habilita para realizar su natura racional y
obtener su último fin: en sí mismo, digo, pero no con
exclusión de Dios, que en cierto modo está en aquel que
es su imagen. “Impreso está, Señor, en nuestras almas –
el lumen de tu Rostro”… El Angélico sabe
perfectamente que “una sola acción de un hombre vale
más que todo el universo” y por tanto, no va a ir a pedir
lo formal del acto virtuoso a ninguna cosa del Universo.
Pero Dios no es una cosa del Universo. Santo Tomás
sabe bien, como Aristóteles, que el hombre anhela la
felicidad irrefrenablemente. ¿Qué puede ser la felicidad
sino el Soberano Bien del sujeto? ¿Y qué es el bien de
cada ser sino lo que puede completarlo, y perhacerlo
según su natura? ¿Y cuál puede ser el término del
devenir natural del hombre sino la perfección de su
facultad más alta apoderada del objeto más alto posible?
¿Y cómo puede darse esa perfección en un sujeto
sentiente sin encontrar el gozo, que no es sino el
descanso consciente de toda tendencia en su propio bien
99
logrado? Esta es la autonomía de la moral tomista;
autonomía que es relativa por cierto y no absoluta, como
en Kant; porque el hombre es un relativo y no un
absoluto. Kant ignora a Dios, y sólo lo postula, y en esa
falla de su gnoseología está el germen terrible (que Kant
no desarrolló por cierto) de la deificación panteísta del
hombre, la gran herejía de nuestro tiempo.

Pero la autonomía de nuestra moral va más lejos. No


solamente pone a Dios –no inmanente sino trascendente–
en el fondo de la acción del hombre, con la noción de
causa primera; sino que lo pone en las proyecciones
ultraindividuales de su acción con la noción de mérito,
como explicaré luego; y después, dejando el filósofo
paso al teólogo, se aleja más aún de la heteronomía con
la noción de gracia sobrenatural, dando la solución más
completa y exacta que existe de una Ética que sea a la
vez formal y ontológica. En efecto, el “mérito” no es en
nosotros solamente una cosa que se espera (como
podrían hacerlo creer las Cuestiones de la Iª y IIᵆ
tomadas aparte), no es una mera promesa de Dios o un
postulado de la razón práctica, “un cierto Haber que se
reduce a un Debe” (como dijo el poeta), sino que es una
realidad, una entidad sobrenatural a la cual no sólo se
debe el Reino de los Fines, sino que ya es incoadamente
el Reino de los Cielos, fuente en el corazón humano que
revienta hacia la vida eterna. Qué bien sé yo la fuente
que mana y corre, aunque es de noche.
Aquesta eterna fonte está escondida
Qué bien sé yo dó tiene su manida
Aunque es de noche.
En esta noche oscura de mi vida
Muy bien sé yo dó está la fonte Frida
Aunque es de noche…
Aquí se está llamando a las criaturas
Y desta agua se hartan, aunque a escuras
Porque es de noche.
Aquesta fonte viva que deseo
En este pan de vida yo la veo
Aunque es de noche.

100
Y para que vean que esto no es poesía solamente, le
voy a poner en el pizarrón el esquema del eudemonismo
aristotélico, que aun antes de su compleción por Santo
Tomás, ya esquiva perfectamente el reproche de
heteronomía, cuantimás después de la integración en él
del elemento agustiniano-platónico que hizo el genio del
de Aquino:
EUDEMONISMO ARISTOTÉLICO

ONTOLOGÍA PSICOLOGÍA

I. La conducta humana se I. El hombre tiene tendencia


rige por fines. natural a la felicidad.
II. Los fines particulares
dependen de un último II. La felicidad es absolutamente
fin. querida por sí y no por otro.
III. Luego, el último fin es el
III. Luego, felicidad coincide con
fundamento de la
Último Fin.
[rección de la conducta
humana] Moral.

MORAL

1. Los actos voluntarios del hombre son los pasos.


2. La felicidad es el término de su [motus voluntario] conducta.
3. Entre el término y los pasos hay dependencia intrínseca.

CONSECUENCIA

1. Ética eudemónica no es fatalmente heterónoma. [Aunque]


2. No toda ética eudemónica es buena. [Pero]
3. Toda ética no eudemónica o es incompleta o incurre en un círculo vicioso.

II. – RÉPLICA INCONGRUA

A esta andanada la respuesta fue literalmente la siguiente:


Buenos Aires, 1943.

Señor Rector del Instituto Nacional del Profesorado Secundario,


Dr. O. Tracchia.
…………………………………………………………………………
……………………………………………………….…… En lo que se
101
refiere al tema especial, objeto del examen observado, cúmpleme
mencionar las fuentes que me sirven para estructurar las clases
correspondientes. Se trata del problema de los fundamentos de la Moral y
de una clasificación de los sistemas morales en Autónomos y
Heterónomos. Utilizo como guía, en primer término, las obras del filósofo
alemán Manuel Kant, intituladas Crítica de la Razón Pura y
Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Me valgo
igualmente de varias Introducciones de la filosofía, como la de Guillermo
Wundt, Kulpe y E. Morselli. Con respecto al fundamento heterónomo de
la moral cristiana, me inspiro especialmente en dos pensadores, altamente
colocados en el movimiento de la Filosofía Católica contemporánea:
Charles Secretán en Suiza y Edouard Le Roy en Francia. El primero ha
expuesto sus doctrinas morales en las siguientes obras: La Raison et le
Cristianisme (1863); Discours laiques (1877); Le principe de la Morale
(1884); La Philosophie de la Liberté. Me permito transcribir la opinión de
F. Pillon, pensador francés de orientación netamente católica, acerca de
Secretán. “La metafísica de Secretán es una teoría filosófica de los
grandes dogmas cristianos. Su moral es una teoría filosófica de la moral
cristiana. Kant nos ha enseñado a distinguir la forma, es decir, el carácter
imperativo, y la materia, es decir, el objeto, el contenido de la ley moral.
La forma de la ley moral cristiana, es la voluntad divina, el mandato
divino; su materia es la caridad, el amor de Dios y el amor del prójimo.
Secretán no pone en duda esta forma y esta materia de la ley moral
cristiana: se trata para él de justificarlas ante la razón.” “Él comprueba
ante todo, en el hombre, el sentimiento de una obligación interior y este
sentimiento, al cual estamos constreñidos a reconocer una autoridad
perentoria, no puede explicarse a sus ojos sino por la voluntad divina.”

Dice Secretán: “Una obligación no se concibe sin un ser que obliga;


una ley de la libertad supone legislador; una sentencia supone un juez. Si
no tuviéramos ningún otro medio de conocer a Dios, lo que es bien
posible, lo conoceríamos por el grito de nuestra conciencia… La ley del
deber escrita en nuestro corazón nos testimonia nuestra dependencia; nos
revela la existencia de un principio superior a la humanidad.” (La
Philosophie de la Liberté, 2ª edic., t.I, 1ª sección, p. 11.)

“El libre albedrío no sabría prescribir la ley, no puede sino seguirla; es


la razón la que dicta las leyes a la voluntad, y esta razón, es la ley de Dios
en nosotros, esta razón es en último análisis, la voluntad de Dios que nos
constituye…” “Así la conciencia moral manifiesta realmente lo que
constituye el fondo de nuestro ser, precisamente porque es la voz de Dios
la que habla en nosotros, la íntima revelación de Dios, que las
revelaciones exteriores, históricas, de su voluntad no podrían tener otro
objeto sino refirmar y fortalecerlas. Razón para nosotros, voluntad en
Dios, la ley que la conciencia revela es el acto mismo de Dios que
constituye la substancia y el fondo de nuestro ser… La conciencia es a la
vez un mandato íntimo hecho a nosotros y superior a nosotros, porque
somos criaturas y la criatura no subsiste sino por el Creador y en el

102
Creador. El hecho de la Creación se comprueba en nosotros por el hecho
de la conciencia, ya que fuera de la Creación es imposible explicar el
hecho de la conciencia sin desnaturalizarla de una u otra manera.”
(Discours laiques, p. 307.)

El filósofo francés Edouard Le Roy, figura eminente y destacada del


pensamiento católico contemporáneo, en su obra Comment se pose le
problème de Dieu al examinar y discutir las diferentes pruebas de la
existencia de Dios, formula en los siguientes términos la prueba moral
propiamente dicha: “Dios es necesario para explicar el sentimiento de
obligación, el carácter imperativo de la ley moral, el mandato absoluto del
deber. Hay en efecto en el hombre, casi a pesar de él, en todo caso sin ser
suya, la afirmación imperiosa e incondicional de un deber ser, que se
postula como un derecho primando sobre todo hecho, que se impone
como superior a todos los fracasos, a todos los desfallecimientos, a todos
los rechazos. Esta exigencia misteriosa puede sin duda no admitirse, pero
se la sobrelleva y uno se siente asimismo dominado por ella hasta en la
resistencia por la cual se esfuerzan en rehuirla. Luego, dónde buscar el
origen de tal compulsión sino en una Autoridad soberana, exterior al
sujeto cuyos deseos violenta y cuya sumisión reclama. La voz de la
conciencia moral sería así una revelación de Dios legislador” (pág, 156).
…………………………………………..

Aquí terminó el contrapunto: porque el crítico de marras respondió


brevemente:

“Esa argumentación con citas está enteramente fuera de la cuestión.


No pretenderá el señor profesor enseñar a un doctor en Teología por la
Gregoriana de Roma en qué consiste la “forma” y la “materia” de la
moral católica con citas de Secretán (protestante-liberal suizo) y de Le
Roy (puesto en el Index por la Iglesia); y, por lo demás, autores
enteramente secundarios y sin ninguna autoridad en la materia.”

En efecto, después de querer hacer la Ética cristiana idiota, la querían


hacer herética, es decir, kantiana.
III. – SOLUCIÓN TOMISTA DE LA APORÍA ARISTOTÉLICA

La noción de mérito es la clave con que Santo Tomás resuelve la


laguna o aporía (A. BRÉMOND: Le Dilemme Aristotélicien) que aqueja
a la Ética de Aristóteles, mejor que el altivo desafío de Kant. El mérito

103
conecta la virtud con la felicidad, atando en un punto que Aristóteles no
enfocó, el camino y el término de la vida moral del hombre.

Aristóteles deduce analíticamente que el último fin del hombre no


puede ser sino el desarrollo pleno de su natura específica, es decir, el
mejor acto de la mejor potencia acerca del mejor objeto, o sea, la
Contemplación.

El análisis psicológico le demuestra también que todo el motus de la


vida consciente del hombre tiende de necesario hacia la Felicidad.
Finalmente, el análisis ontológico le muestra que el acuerdo de la
conducta con el orden inmutable de las esencias que la razón descubre al
hombre, o sea la Virtud, debe ser necesariamente el camino que lleva al
Bien Soberano y por ende a la Felicidad Suma, que resulta de su
posesión. Porque si la conducta del hombre son los pasos y la felicidad
es el término de su movimiento natural, necesariamente la virtud y la
felicidad tienen ligazón intrínseca, dado que “la natura es el principio
del motus al fin” y la voluntad no es sino un tender al ideal congénito.

Pero toda esta deducción parece excesivamente suspendida por sobre


la realidad, por no decir en cruel conflicto con ella. El gran empirista
que es Aristóteles lo siente vivamente y por eso su voz se hace velada y
opaca al llegar a hablar de la conexión de la virtud con la felicidad5
(Etic. Nicom. 1, I, c. 8) y de la felicidad con la contemplación6 (I. X, c.
7). La conexión intrínseca de la virtud con la felicidad es invisible y a
veces (quizás ¡ay! la mayor parte de las veces) parece cortada. La
existencia del dolor, de los grandes dolores como los de Príamo, es un
hecho. La rudeza y bestialidad en las masas parece una ley zoológica
ineluctable. En las naturalezas superiores, en los filaretos (pero ¿cuántos
son éstos?) el ejercicio de la virtud está acompañado de goces internos
nobilísimos, superiores en calidad a la brutales embriagueces del vulgo;

El
 (I, 1100, 16). Y siendo esto así, llamaremos felices a quienes las dichas cosas
competen durablemente; felices como el hombre puede.
6



(1177, C. 27). Pero no viviendo en cuanto es hombre, sino en cuanto existe en él algo de divino…
pero desmortalizándonos en cuanto quepa… en vida que sea según lo más excelso nuestro… ya que
eso parece ser algo nuestro, eso divino.
104
pero existen casos en que naturas poco favorecidas o francamente
taradas o simplemente víctimas de un ambiente adverso, luchan toda la
vida contra siniestros internos o externos, sin alcanzar ni la íntima
satisfacción ni el honor social que a la virtud se deben; antes, al
contrario, las sanciones se invierten y la virtud se convierte en un
castigo de sí misma; y la acrecida delicadeza de conciencia se torna un
instrumento de tortura y de fracaso. La doctrina moral del Estagirita
parecería una brillante especulación académica en cuyo esqueleto debe
haber una grave fractura.

Pero el fiero entendimiento de Aristóteles está seguro de sí. Rehúsa


acudir a los castigos y premios de ultratumba, como su maestro Platón,
no por incredulidad sino por rigor metodológico, desdeñando esa
especie de compensación externa que vendría ex máchina a arreglar un
mundo esencialmente desordenado; porque el pensamiento helénico
creía con seguridad (y en esto era simplemente teísta) que la natura no
puede estar mal hecha; ni aun siquiera cortada en dos. Rehúsa retirar las
austeras y sublimes conclusiones a que le llevan sin vacilar todos los
grandes principios de su metafísica, conjugados para resolver el más
difícil quizá y siempre el más importante de los problemas del hombre.
Y cerrando los ojos a la dificultad invencible asienta con fuerza que el
hombre es nacido (digan lo que quieran las objeciones y las apariencias)
para escalar ese pico, alimentarse de esa nieve y vivir de ese azur; es
decir, que:

la felicidad tiene que ser el último fin del hombre;

la contemplación tiene que ser la felicidad;

la virtud tiene que ser el camino de la contemplación. (*)

Pero el mamífero humano, “inmane ánimal ad cibos et ad venerea


profligatíssimum”, se ríe del azul, se arrastra por el polvo y toda esa
nieve a su nivel se vuelve barro. ¡Qué contemplación ni qué ocho
cuartos!
¡Qué Argentina al Sur,
Ni Argentina al Norte!
A mí lo que me gusta
¡Bailar con corte!

105
Kant rehúye la dificultad rompiendo severamente el vínculo entre el
animal sensible y el animal racional. La virtud se funda en sí misma y es
su propio premio; la ley moral es un primum cógnitum dotado no
solamente de evidencia sino también de un misterioso imperio absoluto;
el fin del hombre es realizar con su esfuerzo el “reino de los fines”. La
ley del ser racional es obsecundar (sin concesión ninguna al agrado o
desagrado) el orden universal y permanente que su conciencia le
descubre dentro de sí mismo, como un cielo estrellado. Todas las éticas
que no ponen el fundamento de la virtud en sí misma y en su intrínseca
belleza y dignidad, son “heterónomas”, anticientíficas, circulares, y por
ende van a desembocar necesariamente en el hedonismo, que es la ética
del animal. La piedra fundamental de la moral no es la felicidad sino el
“Imperativo Categórico”… He aquí la solución kantiana a la aporía de
Aristóteles.

El imperativo categórico de Kant es (creemos) un error filosófico;


pero representa un orgulloso esfuerzo por consolidar en forma
inquebrantable la moralidad humana, independientemente de toda
revelación y aun de toda creencia en Dios, por un lado; y por otro, un
intento de dar rigor científico a la moral filosófica decaída en el
empirismo o el escepticismo de su tiempo, a causa de la ruptura de la
gran tradición filosófica del tomismo. Este intento no era posible sino
injertándose en una ética ya adulta, en el subconsciente substratum de
ética cristiana del pietista de Koenisberg; que viene a ser deudor así de
una filosofía moral que desconoce en sus fundamentos, aunque respira
en el ambiente y lleva en la sangre. Kant no hubiese podido existir sin
aquel Santo Tomás que desgraciadamente ignora; porque la Escolástica
le llegó por las desdichadas acequias de Wolf y de Cartesius.

Santo Tomás había superado antes que él la aporía aristotélica en


forma más sólida y segura. La razón conoce la existencia de Dios y
también la inmortalidad del alma. La razón puede probar la providencia
de Dios, a que no alcanzó la teodicea del Estagirita. Estas tres nociones
conglomeran la noción de mérito; y esta noción encola fuertemente las
tres conclusiones de Aristóteles, rigurosamente deducidas del examen de
la naturaleza racional del hombre7. El mérito es la proyección en Dios
del efecto ordenador que obra la razón humana al practicar la virtud; es

7
Ver página anterior (*)
106
decir, es como la ampliación pantográfica de nuestros mezquinos actos
incompletos o impedidos al plano de la vida futura del hombre. La vida
de virtud deja de ser así un tejido autónomo para convertirse en un
simple hilván de ricas estofas sobrehumanas, de las cuales no vemos
sino los frunces. La virtud y su premio no son ya la misma cosa, como
en Kant; ni tampoco dos cosas diversas y ensambladas quizá más allá
del foco de nuestra vista mortal, como en Aristóteles. El premio de la
virtud es Dios, que en gracia del hábitus sobrenatural de la caridad es al
mismo tiempo su objeto y ha sido su principio íntimo. Aquí el filósofo
ha cedido ya el paso al teólogo, el cual sabe dos cosas que ignoró
Aristóteles, a saber, la elevación y la gracia. Santo Tomás sabe primero
que la verdadera felicidad del hombre sobrepasa al hombre, o sea, que la
contemplación de Dios que de hecho nos está prometida transciende la
inteligencia humana; aunque la trascienda por cierto en cuanto es
humana, no en cuanto es inteligencia. Santo Tomás sabe después que la
humilde noción de mérito, que él toma del hecho humano de la relación
social, natural al hombre (Cf. Iª IIᵆ, C. 21, a. 3°) es algo más en el fondo
del alma humana que una mera relación a algo extrínseco (Dios
prometiente): es una realidad sobrenatural, un accidente del alma
infinitamente precioso, que el teólogo llama “la gracia santificante”.
Hay una nueva vida en el hombre, vida divina enteramente invisible,
como la vida de la savia en el sarmiento injertado, que hace
prospectivamente sobrehumano cada pobre actito individual humano. O
sea, que como dijo el Aquinense por boca del otro poeta:
“Y mostraré cada acto suyo, meritorio o demeritorio,
A la luz concentrada del espejo ustorio
De la Fe, que conserva el depósito del Único Saber Necesario,
De las Virtudes y Dones que forman el nuevo organismo
depositario
De una nueva vida germinal y obsoleta
Que alborea en él de manera gratuita y secreta
Y fuente de comunión divina no cesa de manar en lo oscuro
y nunca se sacia.
Hasta la vida eterna. Y es la Gracia…8

La eternidad viene a insertarse de este modo en la vida mortal, con la


alegría misteriosa y no arrebatable de la esperanza; no solamente la

8
GHEON: La gloria de Tomás de Aquino, traducción Jerónimo del Rey – Mejía, pág. 77, Club de
Lectores, Buenos Aires, 1944.
107
de Sócrates, sino también la virtud teologal de la Esperanza (pas
seulement l’espoir mais l’Espérance1) que la informa y la sublima.
Porque el mérito no es solamente una promesa, es una prenda. Spe
gaudentes. Es la misma vida eterna poseída en forma germinal; porque
el que está nouménicamente unido al Último Fin, no está nunca fuera
del Reino de los Fines.

LEONARDO CASTELLANI, S.J.

Día de San Antonio de Padua de 1945.

1
PÉGUY: Le porche de la deuxième vertu.
108
LA GLORIA DE TOMÁS DE AQUINO *

PREFACIO

(1944)

EMPEZADA esta versión con miras a una representación escolar,


los traductores se persuadieron luego que su publicación era conveniente
y que su lectura misma podía ser muy útil en el círculo, cada vez más
vasto en la Argentina, de personas interesadas en la Filosofía. Pocas
Introducciones a la Filosofía y vulgarizaciones tomistas tienen su valor
de penetración y síntesis unida a su amenidad.

Con frecuencia encuentra el que la profesa personas cultas que le


preguntan qué libro podrían leer para introducirse en la filosofía.
Engañados por lo corriente de sus términos (y también por la cantidad
de mistificadores y charlatanes que los manosean) y atraídos por la
magnitud de sus problemas, no reparan en que su pregunta tiene la
ingenuidad de un profano que preguntara a un especialista cómo podría
introducirse en el cálculo infinitesimal1. La respuesta impertinente y
rápida, sería decirles: “Nadie se puede introducir en ella que no esté ya
dentro de ella”: muy socrática por cierto. La respuesta cortés pero
desesperante, sería remitirlos a un artículo de Francisco Romero, Las
vías de la iniciación, una de las cosas más lindas y sólidas que ha escrito
el cultísimo profesor argentino. Pero, en fin, inspiran simpatía, son
abogados o médicos inteligentes a quienes el Liceo argentino ha hecho
el cuento del tío de hacerles aprender de memoria, durante dos años,
manuales horripilantes de imposible digestión para las circunstancias
mentales de un alumno nuestro de quinto año; y en la Facultad, les han
tomado examen de ingreso y después les han enseñado una especie de
pequeño laberinto con el nombre de Filosofía del Derecho, para
lanzarlos, finalmente, con la pretensión de que conocen la filosofía sin
haber practicado ninguna técnica filosófica (ni la del silogismo) en toda
su vida. Un día llegan a madurez intelectual, caen del burro, y se dan
cuenta que filosofía no saben, cuando tendrían el derecho y hasta el

*
Gheon, Henry (1944). La gloria de Tomás de Aquino. Buenos Aires: Penca, pp. 9-12.
1
Después de escrito este prefacio apareció la obra Introducción a la Filosofía, del P. Dr. Juan B.
Sepich, que el Estado honró, muy justamente, con un premio nacional y que simplifica de golpe, con
su prestancia, la respuesta engorrosa a que aludíamos.
109
deber de saberla. La simpatía hacia ellos le inspira a uno vagos
sentimientos ineficaces de escribir un libro (uno más) y propósitos
eficaces de hacer algunas buenas traducciones, entre las cuales la
presente, que esperamos no sea mala.

Los materiales de la obrita de Gheon son de primer orden, como que


fueron ad hoc suministrados al artista por Jaime Maritain. Gheon es un
escritor distinguidísimo, pensador sólido, poeta inspirado, y que se
recomienda por la rara prez de haber puesto su talento al servicio de las
causas más puras y de haber trabajado continuamente los temas más
difíciles y nobles. Es uno de los más finos hagiógrafos contemporáneos.
Malgrado sus apariencias inocentes y populares, que son una de las
reglas del género, este estudio alegórico de la personalidad filosófica de
Santo Tomás proyectada sobre la confusión del mundo moderno, está
perfectamente logrado y constituye una cifra felicísima de ideas, a veces
muy difíciles en su envoltura técnica. Su exposición bufa de los mitos
filosóficos modernos, no representa, cierto, una befa irreverente de los
complicados sistemas de donde ellos fueron recortados en muletillas o
comodines, lo cual está indicado suficientemente por Gheon al
personificarlos en monstruos y ponerlos bajo el control del diablo, el
espíritu de las ideas muertas y de todo lugar vacío. Su burla de la
pedantería, de la cultura a medias y del saber -que-no-salva, no toca más
la verdadera filosofía que la enérgica prevención de San Pablo a los
colosenses sobre los charlatanes de su época y de todas las épocas,
“decipientes per philosophiam et vanas falacias”.

Para hacerlo más útil a nuestra patria, los traductores han tenido que
tomarse con el texto la libertad absolutamente necesaria en el caso de
todo texto poético,2 conforme al ejemplo del primer traductor de la
Hispanidad, Fray Luis de León, patrono de este oficio de lengua tan
delicado y de tan alta responsabilidad y actualmente entre nosotros tan
pisoteado. Para traducir bien un poema bueno, hay que hacer otro poema
propio y bueno, con el contenido mismo del original, que se supone el
traductor lo tiene en su alma, y con los recursos artísticos peculiares a la
lengua natal, que son diferentes en cada lengua. Así, por ejemplo, los
dos largos monólogos de la Segunda Jornada, en que Santo Tomás
2
Es evidente que para la representación de esta obrita, hay que hacer en el texto muchos cortes y
supresiones, que el escenador hallará fácilmente por sí mismo.

110
expone su resumen de la filosofía aristotélica y su plan de la Summa
Theologica, resultaban, sin duda, en su traducción literal, bastante
opacos y demasiado técnicos (natural en un autor que no profesa la
filosofía ni la teología), por lo cual han sido sustituidos por otros dos
análogos en versículos clodelianos, que expresan exactamente el mismo
contenido en forma, creemos, más aireada. “Y el que quisiere desto ser
Fiscal, pruebe primero qué cosa es traducir poesías elegantes de una
lengua extraña a la suya sin añadir ni quitar sentencia, y con guardar
cuanto es posible las figuras del original y su donaire y hacer que
hablen en castellano y no como extranjeras y advenedizas sino como
nacidas en él y naturales…”

“No digo que lo he hecho yo; mas helo pretendido hacer, y así lo
confieso.”

JERÓNIMO DEL REY.

JORGE MEJÍA.

111
LA REVOLUCIÓN QUE ANUNCIAMOS *
A MODO DE EPÍLOGO O EPÍLOGO INTRUSO

(1945)

1. –Este libro

Este libro es una meditación acerca del estado político de la


Argentina, surgiendo de una apasionada, con acentos de manifiesto,
crónica de los tres años antecedentes a la revolución o lo que fuere de
junio de 1943.

El libro es un acierto. El lector ha visto que es completamente


actual, apesar de ser revista de tiempo pasado, lo cual significa que es
perdurable. Por ser historia y, aunque el autor se defienda, profecía,
mezcla afortunada de pasado y futuro, resulta una famosa falsilla para
leer el presente. Perdónese nuestra parcialidad hacia todo libro bien
hecho. Si hemos de agradecer cordialmente, dado como anda el arte y la
ciencia del libro entre nosotros, a todo autor que por lo menos muestre
gramática, cuanto más a los que encima muestran más excelsas
disciplinas; como nobleza filosófica, solidez de doctrina, elegancia
estilística y belleza verbal sin contar las grandes cualidades humanas
que constituyen la elocuencia del corazón y la solidez del trabajo de la
inteligencia.

La inteligencia es poca cosa sin el trabajo, decía Santa Teresa. Por el


concienzudo conato con que Marcelo Sánchez Sorondo –hijo de tigre–
se aplicó a observar y a interpretar en impaciencia y esperanza la
enfermedad de nuestro régimen político –simbolizada cruelmente en la
enfermedad del presidente Ortiz– ha podido surgir de una serie de
comentarios periodísticos una obra de consistencia y de interés
permanente. La figura del Dr. Ramón S. Castillo, por ejemplo, juzgado
sine ira et cum studio, con justicia escrupulosa y con severidad patricia,
sale de estas páginas ya medio hilvanada para la historia. El centón de
crónicas se vuelve un libro-testigo; y por tanto en los actuales
momentos un libro-medicina. Al enfermar, lo primero es acudir al

*
Sánchez Sorondo, Marcelo (1945). La Revolución que anunciamos. Buenos Aires: Nueva Política,
pp. 260-286.
113
médico. Para el médico, lo primero es diagnosticar. Para diagnosticar,
hay que observar e interpretar, lo cual pide ojos y principios. Leído hoy,
por ejemplo, el libro demuestra realmente que el llamado “Régimen” ya
no era soportable y que su caída tenía que producirse, aun con riesgo
de atrapar otra cosa peor; y demuestra la continuidad política de la
actual situación con la de entonces, nos cura de espantos si no de penas,
haciendo ver que los actuales males estaban en el determinismo
sociológico, y no son hijos solamente de tal o cual casualidad,
ingerencia [sic] extraña, inmoralidad o perversidad, mala voluntad o
voluntad a secas de Fulano o Zutano que hoy ocupa el “poder” o es
ocupado por él. Las personas singulares en sociología son menos causas
que “efectos”; y tanto más efectos cuanto menos personas.

Cuando se haga la crítica literaria de este libro ya impreso, a quien


Dios dé aplicados lectores, podremos destacar las excelencias técnicas
que aquí no son asunto; la preparación próxima y remota del autor para
este trabajo y su gran promesa de publicista; sus aciertos de definidor,
de retratista analista y sintetizador; el sólido bagaje de historia y
psicología; la base de lúcidos principios políticos de la vieja escuela
española, desde Saavedra Fajardo a Balmes y Donoso, fundido todo en
un estilo personalísimo, en que el corazón al hacerse inteligencia deja
un agridulce y cuasi mohíno sentido del humor, que templa el
desaliento y la ira. El libro está sembrado de especie de grabados en
cobre o en caoba, de esos menos fáciles y lindos que los dibujos a
pluma por más poderosos; como aquella etología de los católicos
borregones en general, que tiene la desgracia de endosar un fortuito
señor Durelli; pero que posee la objetividad fría de un Durero:

“Hace ya tiempo que el falso senequismo protestante se coló,


húmedo y pegajoso, por las paredes de las sacristías reclutando
pacifistas. El católico medio y común se contaminó
temperamentalmente de ese desprecio y horror por la grandeza, de
ese sentido miope de la seguridad por el ahorro y el cerrojo, de ese
afán de calumniar a la aventura, de ese modo laico, profano –ajeno
al misterio, a lo sobrenatural– exclusivamente moralista y llorón –de
considerar los deberes religiosos del hombre. Y se contaminó de
tantos imponderables que forman como la imagen de lo que se
razona en la Reforma protestante”.

114
2 –Crítica global

Si hubiera de corresponder en estas líneas a la parcialidad con que el


autor me elogia en las suyas, no escribiría la crítica que sigue. Pero el
autor me llama “maestro” –lo cual también pertenece a la historia,
habiéndolo sido yo suyo hace cuatro lustros. Lo cierto es que
actualmente Marcelo Sánchez Sorondo en su disciplina es tan maestro
como cualquiera en la suya. “Nosotros servimos para indagar en
política” (pág. 256). Es verdad. Y sirve también Marcelo Sánchez
Sorondo para poner lo indagado en cláusulas inteligibles, para decir
claramente su mente, en lo cual consiste propiamente el ser maestro.
Eso era el “doctor” en otros tiempos. El capaz de enseñar.

Pero en su mente (y en la de muchísimos otros jóvenes) había en


aquel tiempo una exageración al lado de una gran verdad.

La exageración era creer que la Argentina estaba madura para una


“revolución restauradora”. Esto de revolución restauradora parecerá
contradictorio a muchos, que entienden una restauración es lo contrario
de una revolución; si se entiende por esa palabra “revolución de
masas”, fenómeno político moderno que no construye ni sana nada, a
no ser “per accidens”, antes es siempre como una enfermedad. Pero
Marcelo Sánchez Sorondo fija lo que entiende por “revolución”
(palabra tan vaga en la vaguedad intelectual presente) al decir en su
excelente Discurso a los militares que la historia argentina toda viene a
ser una revolución hasta ahora inconclusa y fallida. “Revolución
restauradora” sería pues una reconstrucción enérgica y a corto plazo,
como la metedura en caja, dolorosa y casi violenta, de un hueso
“sacado”. Para “eso”, no estaba madura nuestra patria, como lo mostró
el suceso. Esta exageración era de todos los nacionalistas1.

1
NOTA DEL AUTOR: Aquí me atrevo a trabar polémica con mi generoso crítico, este formidable
pájaro solitario, como lo describe San Juan de la Cruz, que resulta ser el P. Castellani. No es que se
creyera que la Argentina estuviese madura. Lo que se pensó es que por entonces estaba madura una
oportunidad. La oportunidad de una política hacia lo nacional. Eso es lo que testimonia el libro, y de
ahí, lo observo en el prólogo, el ansia que trasunta, redoblada a medida que transcurre el tiempo y se
deja pasar, morir la oportunidad. No es madurez atribuida al país –mayúsculo asunto sociológico–
sino referida a la contingencia política concreta que se ofrecía espontáneamente, per se, pues así
venían las cosas. Evidentemente el desgaste o desate del 4 de junio se calcula en razón de la
probabilidad u oportunidad adjunta que fue estropeada, desaprovechada: por lo que se dejó de ganar,
el “lucrus cesans” de los juristas. Pero el mismo 4 de junio con su materialidad o materialismo
revolucionario –un verdadero bombardeo de átomos desintegrador de las formas– prueba hasta qué
115
La gran verdad que sustentaba la exageración era que el país no
podía (decentemente) seguir como estaba.

La cual verdad no creemos ha dejado mucho de serlo.

3 –El fin del “régimen”

Esta verdad se le representaba a Marcelo Sánchez Sorondo en forma


dramática en lo que podríamos llamar el problema de la Neutralidad, el
problema de la Sucesión Presidencial y el problema de la Corrupción
Partidista, tres actos de un mismo drama, el drama de la Impotencia
Nacional. La corrida de telón fue el llamado “Escándalo del Palomar”,
el nudo la enfermedad del doctor Ortiz y las inminentes elecciones
“muleras”, y el desenlace, un golpe de Estado precipitado por un grupo
de altos jefes militares. La razón de que la política argentina de plácida
y pastoril que estaba se volviera súbito dramática, es que afloraron de
nuevo en ella (a través de pretextos politiqueros y a conjuros de la
Guerra Mundial), la cuestión económica y la política exterior, es decir,
los dos problemas polos de todo gobierno real. ¿Es que antes pues el
gobierno argentino no era real? Così è, se vi pare. No era muy real. Las
dos máximas tareas del gobernante nos eran dadas hechas desde afuera;
y para que nos creyésemos nación, nos dejaban divertirnos, afanarnos y
matarnos con los triquitraques sórdidos de la “política interna”. La
política interna consiste, como es sabido, en el llamado “juego de los
partidos”, instrumento artificial de una pseudo democracia, que tiene
poquísimo de política real.

El llamado “juego de los partidos” (o “libre juego de las


instituciones”) consiste simplemente, al final del proceso del régimen
liberal, en que no hay partidos. No hay una cosa realmente partida –a
no ser la concordia y el bien común de la Nación– hay una sola cosa
real en el fondo con dos trajes rojo y verde, como lo mostró, en el punto
concreto (y simbólico) el mencionado escándalo del Palomar. En lo que
toca a la sustancia del procomún nacional, todos eran unos. Otro

punto la exigencia de una nueva acomodación de lo político era una realidad ya demasiado cruda. Es
más, requeríamos en tren urgente, perentorio, el cambio político no porque creyéramos que el país
vivía una plenitud saludable sino al contrario como remedio, precisamente porque lo conocíamos
enfermo y en peligro de desfallecer en anarquía pasiva liquidándose como nación. (Conf., entre otras,
págs., 47, 55, 156, 162, 227, 231, 241, 251). Esta alternativa en disyuntiva –o se logra la política o si
no, no se logra la nación– es, al cabo, lo que justifica, lo que enaltece la intensa inquietud política que
arrastró a nuestra generación; generación creyente en “la politique d’abord”.
116
ejemplo concreto que se puede dar es el gran aviso de la Cade (y otros
ejusdem fúrfuris) que ostenta actualmente la 5° página de La
Vanguardia. Y así mil otros ejemplos muy claros.

Los partidos liberales, en este proceso que entre nosotros ha sido


rápido, tienden a convertirse en una clase de hombres homogéneos
moral, intelectual y hasta caractéricamente, que se adjudican como
prebenda la función de gobernar, y luchan continuamente (con bastante
fealdad) por el poder; en el cual, si las cosas marchan como deben, lo
justo es que se vayan turnando, lo contrario sería totalitarismo. Esta
observación, hecha por todos los grandes publicistas contemporáneos
(en particular Bagehot, H. Belloc, Cécil Chesterton en The Party
System, para no mencionar sino ingleses y “liberales”) en la Argentina
se volvió de evidencia meridiana: no había diferencia esencial alguna
en los “programas”, en las “plataformas”, ni en las doctrinas. Lo cual no
quiere decir no hubieran brutales diferencias en las codicias (“quítate tú
que me pongo yo”), obcecadas diferencias en los ánimos (“nosotros
somos los buenos, nosotros ni más ni menos, los otros son unos potros,
comparados con nosotros”) y vagas diferencias en las tendencias
generales profundas, reliquias de la gran división histórica de “federales
y unitarios”, que ésa sí fue contraposición de apetitos racionales además
de sensuales. En suma, la división real estaba en lo profundo y era
informe (creencias) en vez de estar en lo contingente y ser razonada
(opiniones) como debería de ser según la teoría de los partidos. Es
decir, que el país había caído en discordia civil latente, signo fiero de
decadencia nacional, según Aristóteles (Ethic. Nicom., libro IX, 6°).
Eso puso de manifiesto la “revolución”. Ahora la discordia profunda,
mortal, es un hecho de simple vista.

Tomad un conservador de 1943, empobrecedlo y agriadlo, y tenéis


un radical; tomad un radical, hacedlo comecuras, tenéis un socialista. El
fondo común de los tres es el liberalismo del siglo pasado, que al
excluir a todo otro partido como “contrario a las instituciones” se
convierte pues en un dogma, al mismo tiempo que rezuma por debajo
su natural y actual destilación, el comunismo. Muestra pues lo que fue
siempre, dogma, es decir, herejía católica. Lo que diferencia las tres
ramas del Partido Único Trifásico es sólo la hipertrofia de uno de los
elementos componentes: privilegio, oposición, resentimiento. Tenemos
pues absurdamente una especie de Totalitarismo de la Libertad o Iglesia

117
de la Democracia; dado que el Radicalismo, brote de un retoño federal,
perdió rápidamente en un proceso ya estudiado la característica que le
imprimió su fundador, el hijo del mazorquero: el federalismo
tradicional.

Todo esto es bien complicado por informe; y los esquemas


necesariamente resultarán toscos. Así pues, el juego de los partidos se
volvió tan juego entre nosotros, que se empezó a jugar sucio: advino el
fraude, que está potencialmente en el fondo de todo pretendido
“sufragio universal”. Un refugiado en Montevideo ha escrito
recientemente: “Si la Revolución de Junio consistió en quitar del poder
al presidente legal para poner en él a un hombre que el pueblo no ha
pedido, pues ni lo conocía, entonces la Revolución de Junio es una
elección fraudulenta”. Se debe conceder que así es, si se admite el
antecedente; pero se debe añadir que entonces todas las modernas
elecciones argentinas fueron fraudulentas en cierto modo, porque todas
en nuestro sistema encaraman a hombres que la masa del pueblo no
conoce ni puede conocer (como gobernantes) a no ser si acaso después
que han gobernado mal; y ya no es tiempo. Hay un absurdo intrínseco,
o por lo menos una idea utópica, en el sufragio universal directo, o
democracia individualista, tal como rige entre nosotros, que constituye
una falla del sistema mismo que no de los particulares, y que prescribe
que tal sistema simplista de democracia, si es democracia, no puede ser
la mejor democracia posible, –y entre nosotros, quizás ni siquiera
pasable. La democracia será jerárquica y gremial el día que sea, como
decía ayer no más S.S. el Papa. Si no es gremial es fraude.

Bien. Esa falla interna (todos los sistemas políticos las tienen, no
nos engañemos) se desarrolló de tal modo que llegamos a fuerza de
sufragios (o “muleros” o puros) a una especie de selección al revés, al
encumbramiento casi infalible de los irresponsables y los inconscientes,
a la exclusión de los mejores. “Para subir en la Argentina no basta ser
estúpido, además hay que ser solemne” –decía allá por el Centenario mi
irritable tío don Claudio del Rey. Pues bien, después se añadió a eso
otra condición peor, si cabe, que fue el ser inmoral. Como las
elecciones son caras, había que ser “coimero”. La coima es pecado
capital argentino. En español se dice “cohecho, concusión, baratería”;
pero esos crímenes, que son sumamente graves, tres pecados mortales
en uno (dinero robado al pobre abusando de algo sacro, la autoridad

118
pública) tienen para el argentino la atracción carnal de una concubina,
que eso significa “coima” en español. Lo mismo que “rico” significa
entre nosotros todo lo apetecible, incluso lo bello, así como lo sabroso.
Singulares perversiones lingüísticas que denotan cómo la sed de oro y
la licencia sensual se han fundido y se han hecho carne en nosotros. La
concusión o la prostitución impuesta a infelices maestras a cambio del
“puesto”, vendría a ser su símbolo más detonante.

Este mal con ser tan grande no es más que un síntoma de la esencial
prevaricación oculta que consistía en la entrega consuetudinaria del
poder, o sea del país, a fuerzas tenebrosas. Los nacionalistas, con más
celo que prudencia, querían arrancar el síntoma a toda prisa y costa. Se
formó en el ejército, y también en el país, un clima. Una logia de
oficiales creyó pillar la ocasión de hacer algo. Castillo estaba muy
viejo. Se produjo la revolución, golpe de Estado o pronunciamiento del
4 de Junio. Finó el “régimen”. Comenzó el baile.

4 –Las causas

Las causas de estos síntomas las conoce o las columbra Marcelo


Sánchez Sorondo, que son muchas y dispuestas en diversos planos,
desde las particulares como el “sarmientismo” hasta las generales,
como la actual circunstancia del mundo; desde las próximas, como esa
“quiebra del sistema” arriba notada, hasta las remotísimas, como la
herejía; que todas ellas se reúnen en una sola, esa especie de intuición
informulable que surge del conjunto del libro, y que si se formulara
parecería blasfemia o paradoja; como sería por ejemplo:

Esta – nación – nunca – ha – sido – y – hoy – debería – ser –


nación; o bien:

Esta – nación – nació – enferma – y – ahora – se – resiente –


cuerpo – y – alma.

La enfermedad de la Argentina no es local sino total. Por tanto abarca de


la Nación tanto lo material como lo formal. Lo material de una nación
son los hombres y lo formal es la autoridad, porque una nación es un
ente moral y no geográfico. Así que la nación argentina consta de lo
siguiente:

119
intereses comunes
genuino
pueblo
lo material
(masa
falso
Intereses particulares)

los partidos
las élites la aristocracia
(los demagogos)
lo formal
ejército
clero
la autoridad Estado
(caciques)
(figurones)

Este esquema no es muy brillante y el hacerlo parecerá pueril. Pero


aclara todo lo que está enfermo entre nosotros desde hace mucho. La
enfermedad parece radicar en una sequía de Verdad: de verdad
ontológica, de verdad lógica y de verdad moral. La señal más visible es
que la colectividad ha acabado por consentir en alimentarse de
mentiras, de las cuales actualmente se propina grandes panzadas. Difícil
es que haya un país del mundo que nos aventaje en el consumo de
“grupos”, mulas, bolazos, chimentos, boletos, camelos, timos y
macanas, tanto nacionales como importados.

No he de recorrer los efectos de la enfermedad en cada una de las


partes susodichas. Alguna queda dicha arriba, como la mentira de los
partidos. De la enfermedad de la aristocracia hemos tratado en un
ensayo titulado, Los emigrados. De lo demás por orden diremos algunas
palabras así al vuelo; y medio riendo un poco para no llorar.

5 –La materia

Para discurrir con esperanza de acierto sobre el estado político de la


Argentina y sus causas, hay que partir de dos patentes verdades, una de
120
hecho y otra de principio, a saber: que la Argentina, después de una
breve lucha “se ha uniformado con el resto de Sud América”, como
dicen los diarios, es decir, está igual en estado que México, Nicaragua o
Paraguay, con diferencias no de esencia sino de grado o modo; y
segunda, que este acontecimiento transcendental no es una casualidad,
ni un milagro, ni un efecto de la voluntad de tal o cual persona
solamente, sino un parto de las entrañas de la nación, un fruto de la
educación nacional. Los grandes fenómenos políticos tienen causalidad
moral tan determinada como la causalidad física de un eclipse o un
terremoto.

La materia de los fenómenos políticos es el pueblo o bien la masa,


que no es lo mismo. Cuando locutores y tribunos se dirigen a las
amadas “masas laboriosas” en trance de cumplimiento, creen hacer una
lisonja, y en realidad quizá digan una verdad, pero no lisonjera; al
contrario. Pues la multitud puede ser homogénea (horda) o heterogénea;
si es heterogénea organizada (pueblo) o desorganizada; y en este último
caso se llama masa, la cual agitada y lanzada al desorden lleva el
nombre de turba. Desde la Revolución Francesa, el fenómeno de la
“turba” es endémico en Occidente, lo cual prueba la vigencia habitual
de la “masa” y la destrucción paulatina del “pueblo”. Las conexiones
que ligan entre sí a hombres y familias han sido destrozadas por el
liberalismo, el industrialismo y el maquinismo moderno de un modo
cruel. “Oh pueblo, yo te quiero inmensamente” –dice el demagogo. No
hay pueblo.

La desorganización actual del pueblo argentino, rotos incluso los


lazos rudos de los antiguos partidos (unitario y federal) que eran un
artificial vínculo mancomunal, es fantástica. Políticamente somos un
desierto de once millones de granos de arena, capaces a lo más de
formar médanos, que no montañas. La “concordia política” de que
habló el filósofo (en Eth. Nic. IX, c. 6) no existe en la Argentina porque
ella tiene una base religiosa y no hay religión en la Argentina, religión
formada: hay sí bastante religiosidad informe. “Y quitaré de entre ellos
el Vidente y el Jefe –dice el Profeta– y se echarán el uno contra el otro”
(Isaías, III, 2). Pero mejor es traducir toda la perícopa, actualmente bien
argentina.

121
“He aquí; el Caudillo, el Dios de los ejércitos,
Quitará de la nación ésta
El robusto y el fuerte
Toda fuerza de pan, toda fuerza de agua:
Tanto el fuerte y el peleador
Como el juez, el profeta, el adivino, el cuerdo,
El capitanejo, el de rostro atrayente, el consejero,
El edificador y el perito en lengua mística
Y pondré chiquillos al frente de ellos
Y los mujeriegos los dominarán.
Y caerán uno contra otro
Cada una atropellará a su prójimo
Tumultuará el mocoso contra el viejo
Y el plebeyo contra el noble.
Tomará un hombre a su hermano
O al doméstico de su casa:
–Aquí tienes el vestido, sé príncipe nuestro,
Y responde de esta ruina.
Y el otro responderá diciendo:
–No soy doctor
En mi casa no hay pan ni hay ropa.
No me pongan de rey de este pueblo”.

La razón última de la atomización o desmenuce político de nuestra


sociedad no es otra que la indicada por el Profeta, a saber, la ausencia
del Vidente, la falta de luz, la propaganda libre y triunfante del error; y
primero del error religioso, o sea, de la herejía. Se ha callado “el perito
en lengua mística”, –o lo han callado–. Desde Esquiú no ha habido
entre nosotros ningún gran espíritu religioso capaz de ver y decir las
verdades profundas de la patria: Estrada habló tarde y Esquiú mismo
estuvo contaminado de compromiso.

6 –El pueblo

El pueblo argentino es masa.

En estos momentos estoy sintiendo, gracias a un vecino, el tango de


Nestor Yamandú: “Calle mía, barrio mío, tu hijo pródigo soy yo”.
Estética y culturalmente el Tango será una porquería, pero no lo

122
podemos despreciar: es la expresión poética genuina de nuestra “masa”
actual.

La bastardización de nuestro pueblo en masa no reconoce como


causa total, pese a los sociólogos improvisados, al injerto imprudente y
macizo de inmigración indiscriminada. Está de moda ahora despotricar
contra el “hijo de italiano” y “el judío”. La introducción del italiano y
del judío no fuera nociva en un organismo fuerte, que hubiera asimilado
mejor el primero y aislado al segundo; lo fue en un organismo
anemiado y descoyuntado adrede. Justamente con ese propósito se
procuró la inmigración y su característica cuantitativa, para “suplantar
al criollo”, como decía Sarmiento, en una imitación torpe y apresurada
de Norte América, la cual sabía bien lo que hacía, supuesto que ella no
copiaba. El hijo de italiano no copió el tango, lo encontró aquí; de suyo
él hubiera desarrollado la “canzone”, el producto artístico popular más
fino del mundo. El judío argentino no inventó el comunismo, por
mucho que sepa servirse de él. El populacho de las grandes ciudades no
creó el diario CRÍTICA, con el cual actualmente ceba su espíritu; lo
creó un aventurero uruguayo, con la tolerancia y la ayuda de lo que
había de más alto en nuestra sociedad. En el gran Congreso Eucarístico
de 1934 un Presidente de la República y General del Ejército Nacional,
que era uno de los mayores accionistas de CRÍTICA, diario blasfemo,
consagró el país confiado a su conciencia al Sacratísimo Corazón de
Jesús, al lado del Legado de su Santidad, hoy Santidad él mismo, y del
Cardenal Arzobispo. Y después se fue a cenar a lo de Botana. Mediten
sobre este hecho.

La permisión del envenenamiento ideológico de la masa argentina,


contemplado con indiferencia por los que tienen a su custodia la espada
del Espíritu (que es la palabra de Dios) y la espada de la Ley, está en el
principio del desconyuntaje político del país, que es de esencia moral;
antes que las mismas injustas condiciones económicas de nuestro
pueblo, que provocan tanta ira y resentimiento; y conste que no he
dicho de nuestros obreros, sino de “nuestro pueblo”. La expoliación
visible del país, está condicionada por otra expoliación invisible. La
claudicación argentina es total (como aquel que renguea a causa de un
trauma epiléptico) y a las vergüenzas de nuestra carne han precedido y
acompañan enormes claudicaciones de nuestra alma. He aquí por qué
nadie ni nada nos hará reaccionar jamás con desprecio, rencor o mofa a

123
los males morales de nuestro pueblo pobre. Nunca, ni aun en el caso de
que la masa vuelta turba nos destroce como “nazis”, ninguna torpeza o
error de los pequeños nos hará olvidar las palabras de Aquel que dijo:
“Me dan lástima estas turbas, porque andan como ovejas que no tienen
Pastor”. El compás que les venía de arriba no era de himno ni de
marcha sino de tango.

7 – La forma

El diagnóstico general de nuestra patria –dado por personas con el


hábitus de la religión y por ende probablemente con el de profecía– es
que no podemos llegar a un rosado porvenir sino a través de un presente
escarlata. La otra alternativa a esta salida dramática sería un paulatino
hundimiento en el tembladeral de la tiranía extranjera, de inexorable y
silencioso proceso, cuyo desenlace no verá ninguno de los que hoy
caminamos. Yo no me pronuncio acerca de este vaticinio, porque no
soy profeta ni hijo de profeta. Lo que sé con certeza es lo que dice Dios
a Israel: “Tu perdición, Israel, viene de ti; tu salvación viene toda de mí,
y no está en tus manos sino en las mías”. Tal como estamos no hay en
nosotros fuerza visible alguna de la cual razonablemente se pueda
esperar redención; menos que nada de los Cinco, de los Tres, o de los
Siete grandes (no sé cuántos son a punto fijo) que parecen ignorar
perfectamente que nadie es grande sino Dios: aunque conocen
perfectamente qué naciones son chicas.

Las élites y los cuerpos constituidos en autoridad son los que dan
forma a las masas: entre nosotros están dispersos o quebrados. El
patriciado argentino parece enteramente deshecho, como clase social
dirigente. La llamada “Inteligencia” está corrompida en parte, y en un
todo (salvo excepciones heroicas) desgonzada de la vida y de los
intereses reales del país. Los verdaderos emigrados no son los de
Montevideo. Los emigrados del país son las clases llamadas altas,
ausentistas, indolentes o necias (los argentinos en París) y los escritores
y maestros extranjerizantes, que tienen en Sarmiento y Echeverría sus
precursores.

Sobre el pueblo la pituquería cipaya no influye nada, a no ser


negativamente, destruyéndoles la religión y el sentido, lo mismo que
hace la propaganda protestante en el plano religioso. Los que influyen
realmente sobre la masa son los demagogos, los del comité y los de la
124
prensa amarilla, que no trabajan casi nunca por cuenta propia. Tripas
llevan corazón, que no corazón tripas.

Los antiguos partidos no representan de ninguna manera la vida real


del país como unidad nacional, sino a lo más como tendencia ciega de
sus elementos en vía desintegrante. (La química de un cadáver tiene sus
leyes, pero son leyes de más en más informulables; y cuya formulación,
por lo demás, no interesa). La prueba es que en estos momentos los
únicos partidos argentinos con realidad política efectiva son el “nazi”
(prohibido) y el “antinazi”, o frente popular, en vías de formación.
Reales con realidad nunca vista hasta ahora, desde el tiempo de
federales y unitarios. Jamás hasta ahora , por ejemplo, un radical
pretendía que los conservadores fuesen asesinados o fusilados, ni un
conservador reclamaba que se quitase a los radicales el hablar o
expresarse en público –¡y cómo se expresaban algunos, Dios del cielo!–
que es como otra manera de matar; así como es otra la de quitarle los
medios de subsistencia, de comerciar, de viajar…En los poblados de
San Juan o de Corrientes existían divisiones sociales feroces entre las
familias a causa de la política; pero jamás llegaban a tanto. “Vuelven
los federales –vuelven mi vida– vuelve la cinta roja –pero teñida”.
Vuelve la vieja contienda histórica, y por desgracia planteada quizá con
la misma testarudez cerril que la primera vez, con esa falla de
contemplación y esa obra de pasión que según Marcelo Sánchez
Sorondo (en su Prólogo) hizo fracasar ya una vez la deseable solución
integradora, síntesis necesaria de las dos entrañables tendencias
parcialmente argentinas, síntesis fallida cuyo fracaso nos atrasó un
siglo.

La palabra “nazi” representa hoy, por lo menos en la intención de


sus mangoneadores, algo semejante a la palabra papista en la Inglaterra
de 1700 o a la palabra chrestianus en el mundo de Nerón a Juliano
(salvando diferencias); es decir, algo a la vez indeterminado y horrible,
cuya aplicación o delación sirve de arma persecutoria fulminante. Un
elemento religioso interviene pues en esta calificación (pues “nazi” en
puridad equivale al “hereje” de otros tiempos, es decir, un criminal peor
que ladrón, asesino y degenerado sexual) y no es extraño que la lucha
que ella connota sea por ende de carácter atroz, pues no hay guerras
peores que las guerras entre hermanos y las guerras religiosas. No es tan
fácil desprenderse de la religión, como creyó el feliz siglo pasado.

125
Nuestro siglo está plagado de “ersatz” de la religión perdida, cargados
de la fuerza disociadora y explosiva de la religiosidad natural en estado
informe: es decir, nuestro siglo está plagado de “ídolos” y es idólatra.
La guerra que acaba de pasar (pero ¿es que ha pasado de veras?) fue
una guerra de idolatrías; lo dijimos cuando ella comenzó en
ESTUDIOS, julio 1940, siguiendo por lo demás al gran historiador
Belloc. Dios mismo está revolviendo esta cuba en fermentación, Dios o
el diablo; no penséis que vais a escapar de sus manos con palabrerías, ni
con declaraciones, ni con cartas, actas, congresos, reuniones y
pelotuderías de las cuales Él permanece ausente.

Para volver a los demagogos de la prensa (causas y a la vez efectos


los más serios del desorden argentino) su carácter distintivo en este
momento es la impudencia de la mentira, como arriba dijimos. El
demagogo es un adulador, y por tanto es siempre inveraz; pero los
extremos de hoy día, aquí entre nosotros, difícil es que se hayan visto
jamás en el mundo; lo cual prueba cómo nos desprecian los que
mienten desde afuera y cómo se desprecian los que aquí mienten. Los
grandes medios de difusión de la técnica moderna usados sin ética y
frente al aborregamiento y confusión de las masas, han producido ese
fenómeno de la “propaganda”, indigno del género humano. Porque
ahora se aprisiona y se amordaza en nombre de la libertad, se oprime en
nombre de la igualdad, y se mata en nombre de la fraternidad. Las
masas han sido siempre medio malas en general; pero posiblemente
nunca han sido tan imbéciles y tan hipócritas en conjunto. “¡Oh
Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, dijo la pobre
Madame Roland; pero le faltaba ver el crimen de la destrucción
sistemática y organizada de la poca libertad que nos queda, hecha por
los sayones y festejada por las víctimas al grito entusiástico de
¡Libertad!

La impudicia en el mentir es lo que más nos subleva en la situación


actual, ella cubre de incienso y esconde a la conciencia moral colectiva
los peores vicios, la crueldad, la impiedad, la rapiña. Hemos llegado a
un extremo en que las palabras-banderas significan por lo general lo
exacto contrario de lo que suenan; y basta examinar los nombres de
algunos de los grandes mentideros nacionales, como un excelente
ejemplo:

126
Un diario que es un tacho de bazofia intelectual y sensacionalista de
bestias, se llama CRÍTICA, que es la operación intelectual por
excelencia, el instrumento fino del trabajo científico y del gusto
literario;

Una revista snob, protestantoide, pazguata, enteramente comercial,


se llama EL HOGAR, o como dice el pueblo, EL LOGRAR.

Un diario que se distingue entre todos (lo cual es mucho decir) por
su servilismo lacayuno se llama LA RAZÓN.

Un diario que publica listas de argentinos con incitaciones paladinas


al asesinato o a la venganza demente, se llama EL PATRIOTA.

Lo único que nos falta es una revista pornográfica que se llame “La
Virgen”, un diario chantajista que se llame “La Probidad”, un diario de
historietas que se llame “La Filosofía”, un diario socialista que se llame
“La Tradición”, y un diario oficialista que se llame “La Inteligencia”. Y
sin embargo (para que vean que a pesar de tanto veneno, no somos
envenenados del todo) esta misma corrupción de nuestra prensa ha
producido al menos una gran vocación periodística, porque Dios no
permitiera el mal si no pudiera sacar un mayor bien. Un amigo nuestro
que era poeta, místico y millonario, usaba decir que cuando Dios deja
corromperse diabólicamente una cosa humana, quiere sacar de ella algo
divino. Y se hizo periodista. Y escribió una Balada del Periodista, de la
cual serviré un fragmento: Decía que en el desorden extremo del
periodismo argentino él discernía una tentación de heroísmo para el
periodista criollo y para el criollo en general. Lo decía de este modo
más o menos:

Balada del periodista sin diario


“Crítique quinte, Razón, diario… oh!”

Se olvidará el soldado de su espada


Y el marinero de su mar
Se olvidará el labriego de su arada
Y la novia de su azahar
Se olvidará el masón del negro avío
Y el cura del Kirielensón

127
Antes de Sión se olvidará el judío
Que nosotros del diario… oh!

Todo el que vió la plancha y la platina


De este deporte colosal
Tragar tres leguas de papel bobina
Y hacerlo fango o ideal
Todo el que hizo a furor de cacoquimia
De tabaco y de discusión
Un artículo, entró en la negra alquimia
Que se llama el diarioooo… oh!

¿Podéis contar las mariposas blancas


Que vuelan sobre el alfalfar?
¿Podéis contar las mil cuartillas francas
Que os hemos hecho tragar?

¿Podéis frenar el palafrén bizarro


Cuando oyó el bélico atambor
Y al periodista que se unió al cotarro
Para hacer su diario… oh!

El Papa lanza sus excomuniones


Sus listas negras la Reunión
El Coronel apunta sus cañones
Derechos a mi corazón
No importa, hay que pinchar las pompas fúnebres
Con la nueva palabra de hoy
Parar al necio y desmentir al pérfido
Y sacar el diario, oh!

Envío

Príncipe, que fumando estás sentado


En tu trono de emperador
Abdica, junta plata, y al contado
Compra una rotativa, oh!

128
8 –La autoridad

Para acabar podríamos hablar, si fuésemos maldicientes, entre otras


cosas discutidas, del fracaso del Colegio Militar en su efecto intelectual
y del fracaso del servicio militar en cuanto a lo moral, temas amplias y
rabiosamente discutidos hoy en día, aun por aquellos que tienen el
tejado de vidrio: supuesto que el fracaso de Campo de Mayo no es sino
una parte del fracaso de nuestra enseñanza, y el fracaso de la moral del
conscripto, es parte del fracaso de nuestra moral a secas. Pero dice el
viejo Aristóteles que cuando hay discordia la gente discordiosa ama
confesar al prójimo y evita confesarse a sí mismo, que es lo
provechoso: “quiere que sus semejantes cumplan toda justicia y ellos
nada” –dice el Estagirita.

El error era creer que el ejército argentino como clase gestaba en sí


los valores morales y los saberes políticos indispensables para nuestra
gigantesca reconstrucción, al menos en función de instrumento
inteligente; cosa que quizá no se pueda pedir hoy a ningún ejército del
mundo, como no se podía pedir en 1945 al ejército español, testigo
Balmes en La preponderancia militar (Obras, t. XXX, pág. 291). ¡Qué
candidez! Los saberes políticos supremos son lo más alto que hay en el
género del saber práctico, tanto que resurten a una verdadera Sabiduría;
y el Filósofo, en el algún tanto ditirámbico proemio a su Moral
Nicomáquea, no duda en calificarlos de ciencia “arquitectónica” o sea
filosófica: ciencia negada, por su misma profesión, al actual soldado.
No es lícito aplicar hoy día la doctrina de Platón sobre su utópica “clase
guerrera” a todo el estado militar indistintamente, según hizo en 1943
un conferencista del Círculo Militar; así como no se puede aplicar a
todo el clero el sermón sobre el Sacerdocio de San Juan Crisóstomo.
Militar es una cosa y guerrero es otra; sobre todo, guerrero de Platón,
que viene a ser algo así como el “caballero andante” de Don Quijote.
Este fue el momentáneo error de casi todos los argentinos, pueblo de
anchas esperanzas.

Todo el error en este caso consistió en olvidar que el orden militar


no es ni ha sido nunca a derechas sino una parte del orden civil; cosa
extrañamente olvidada entre nosotros, primero por los civiles y luego
por los mismos militares. Los nacionalistas que más ruidosamente
clamaban a todo viento que “aquí todo está podrido y hay que

129
cambiarlo todo” eran por incomprensible inconsecuencia quienes
mantenían una fe extraña en que el Ejército era el Paladión de todas las
virtudes y saberes. Y en consecuencia, los mismos militares, aunque no
todos, al verse de golpe encumbrados por la “elección fraudulenta” del
4 de junio, cayeron en la ilusión tan humana de que no eran parte sino
todo, que el orden militar adecuaba y comprendía al civil, y que no
había dificultad ni problema alguno en la difícil ciencia y tarea del
gobierno que un militar de buena voluntad debidamente asesorado no
pudiese soltar, cortar, deshacer, destruir, sajar, descuajar y desmenuzar
de un tajo victorioso de su espada gordiana. Eso se vio primero en la
candidez con que llenaron todos los altos puestos con hombres del
arma; después en la tranquilidad con que empezaron a molestar a la vez
a todo el mundo; tercero, en la franqueza con que cambiaron, rodaron y
manejaron a sus colaboradores civiles; y por último en la posterior
actitud con que dieron marcha atrás dirigiéndose con velocidad a un
estado parecido al que hubo antes pero no del todo igual, porque como
dicen los italianos: “Igual que antes es peor que antes”, come prima
peggio di prima.

Convenzámonos que esa creación moderna que es el ejército


permanente (nacido de la “leva forzosa” de la Revolución Francesa)
participa de las condiciones del mundo moderno, y también por ende de
sus taras. Es una construcción no sacra, artificial, profesionalista y
clasista, que tiene sobre sí esta condición temible: que no es útil ni
necesario sino en función de una calamidad inmensa, que es la guerra
moderna; y que no habiendo guerra está en continua ocasión próxima
de ocio, padre de muchos vicios, sobre todo nuestro ejército,
excesivamente mimado; entendiendo por ocio también el agitarse en el
vacío. Ese es nuestro ejército en sus cuadros superiores, y no ese mito
de santidad y patriotismo, al cual un cierto poeta de estas partes opuso
aquella otra imagen también exagerada, pero interesante, que dice:

Al fin habrá que hallarle algo que hacer – Porque no sirve para
gobernar – Y para ganar guerras sin pelear – Resulta caro, ya lo van a
ver.

Andar luciendo atrás de su mujer – Uniformes y ganas de charlar –


Es por ahora todo su efectuar – Y todo lo demás es prometer.

130
Son altos empleados – De instrumentos mortíferos dotados – A fin
de hacer lo que el Estado mande.

Meros esclavos de linaje adusto – Del Dios Estado, sea vil o grande
– Sea justo o injusto.

9 –La Iglesia

Si hablar del Ejército es peliagudo, más bravo es hablar de la


Iglesia: tarea superior a este ensayo, y en cualquier caso superior a
nuestras actuales fuerzas. Y sin embargo, será forzoso algún día hablar
francamente de ella, porque no sé cómo quieren llegar a una solución
nacional sin eso. Y segundo, porque ya se ha hablado; ya ha sido
interpelada formalmente la clerecía, no sólo por el chacarero Argentine
Diary de Ray Israel, sino por doctrinarios como André Siegfried o
politicones como Aguirre Cámara, y aun por católicos no
menospreciables.

El caso de la Iglesia Argentina puesto en dos palabras es el


siguiente: está atada con rendaje de oro a un Estado que ha dejado de
ser católico, o va por ese camino; y con la mayor buena voluntad de que
no deje de ser católico, tiene que agarrarse de los colores de la bandera,
del Preámbulo de la Constitución, del catolicismo de nuestros próceres,
del clero de la independencia, del catecismo de Sarmiento y de los
Tedéums y bendiciones de piedras fundamentales. Esto constituye una
dificultad seria y un problema que no es para broma y que nos
atormenta desde Estrada. Los socialistas dicen que la solución es la
ruptura o separación violenta de la Iglesia y el Estado. Los Católicos
dicen que el remedio es un Concordato. De nosotros no depende la
decisión y quizá ni de hombre nacido, sino que lo zanjará uno de estos
días la circunstancia o la Providencia. Nosotros desearíamos un
Visitador Apostólico de agallas, y un Sínodo Nacional, y si a mano
viene, un Concilio Ecuménico. Nada menos.

El vulgo resume la situación de este modo: para salvar las almas se


necesitan muchos sacerdotes; para muchos sacerdotes se necesitan
muchos seminarios; para muchos seminarios, se necesita mucha plata;
para mucha plata se necesita la liberalidad del Gobierno; para eso hay
que andar bien con el Gobierno, con todos los Gobiernos, hagan lo que
hagan y vengan de donde vengan. Este resumen bien inexacto lo hace,
131
como dije, el vulgo; tanto el vulgo adverso como el vulgo converso a la
Iglesia, sólo que éste lo califica de prudencia y el otro de acomodo o
servilismo. Este resumen no representa sino una proyección informe o
deformada del problema, el cual demandaría un libro. Que la Iglesia
necesita bienes temporales es cierto; pero los bienes de la Iglesia no son
el Bien de la Iglesia. Que la Iglesia debe respetar los gobiernos
legítimos es indudable; pero mucho más debe respetar, naturalmente, la
palabra de Dios y su misión propia, que no es sino repartirla. Que la
Iglesia “no debe meterse en política” o como dijo recientemente un
Prelado “que lo espiritual no debe entrometerse en lo temporal” podrá
ser cierto; pero uno de los peores modos de meterse en política la
Iglesia es no tener más política que la del gobierno y bendecir todo lo
que los poderes de este mundo, para tenerlos contentos, nos meten por
delante. “Fornicar con los reyes de la tierra”, llama a esto la Escritura.
San Cipriano de Cartago escribía a sus Obispos: “No os preocupéis
mucho de edificar templos, ya sabéis que en ellos un día se sentará el
Anticristo. Preocupáos de edificar almas, donde no puede asentarse el
diablo”. El resultado de todo esto (es decir, del aflojamiento de lo
formal) es que el Estado Argentino se debilitó gradualmente: hoy día
los muchachos le tosen, una mota lo asusta, con una palabra mito se lo
conturba, un cable de afuera lo desconcierta. Se disoció de la Nación, y
se hizo parásito, irritable y débil. Violento a ratos también, por
supuesto: es la ley de los débiles.

10 –Jam non est profeta

Atrevámonos a ir más adentro en estos males de la Iglesia y la


Nación. El filósofo como el matemático y el dentista está obligado a
sacar raíces. De ahí la peligrosidad de la filosofía para sus cultivadores
serios, pues el paciente a veces empieza a las patadas. Hablemos de lo
que San Juan en el Apocalipsis llamó “sodomía espiritual”. “Quae
vocatur spirituáliter Sódoma”.

Retire esa palabra, le dijeron una vez a Vázquez de Mella. ¡Qué la


retire el Profeta! respondió el gran tribuno gallego. Efectivamente la
palabra era del Eclesiastés: Væ tibi terræ cujus rex puer est. Desdichada
la Nación gobernada por mujeres y niños (María Cristina y Alfonso
XIII) había exclamado Vázquez. Así también yo digo que retire Santo
Tomás la palabra de sodomía espiritual, conque califica a la aberración

132
que consiste en poner a gobernar a hombres qui non eminentiâ
intellectus prœcellunt, que no resplandecen por su inteligencia.
Sodomía espiritual, es invertir el orden de las facultades, poniendo por
encima del Vidente al “Dinámico”2.

Por su lado la Iglesia habiendo olvidado el esoterismo y en algunas


partes incluso la Teología, está actualmente llena de prelados que no
presiden en virtud de ninguna excelencia espiritual (“charismata”) y por
ende no son obedecidos anoser por disciplina o rutina; de donde se
sigue que aquella estructuración del Cuerpo de Cristo que pintó San
Pablo, compacta y conexa, en donde los dones de luz y calor espiritual
descienden de arriba para distribuirse armoniosamente por los
miembros según su función y capacitación, está obstruida por pegotes,
escombros, várices, coágulos, tumores y apostemas, hijos crueles del
desorden de los tiempos, –ha escrito un gran teólogo contemporáneo3.

La complejidad de los tiempos modernos ha obligado a la


especialización; y el ideal paulino de que los Obispos sean a la vez
“pastores y doctores” –alios prophetas, alios quidem pastores et
doctores, (Ephes. IV, 11) – realizado paradigmalmente en San Agustín
no puede pedirse ahora siempre, pero también es una demasía que no
salga nunca.

Según una leyenda oral, el Presidente Roca fue una vez cómplice de
este crimen masónico. Se trataba de ordenar la terna para nombrar un
obispo en el interior; y el Ministro del Interior le hacía al Zorro Roca el
recuento de los candidatos: –Este –le dijo– es un buen orador sagrado
que posee una verdadera elocuencia a falta de una profunda ciencia.

– ¡Pase! –dijo el Presidente.

2
En su comentario al libro aristotélico De anima Lecc. XIX, el Angélico la llama aberración
(construm) que es la palabra que usa para designar las perversiones sexuales.
3
“Cum Ecclesia esoterismum quidem et alícubi etiam meram Theologiam palam evacuaverit, hodie
non raro a Prelatibus gubernatur qui presunt non virtute charísmatum vel excellentia spiritali
quacumque, ac deinde non obtinent obedientiam nisi disciplinæ cujusdam vel rutinae causa; unde
séquitur quod tota ædificatio Córporis, compacta atque connexa, ubi lucis ac róboris charitatis a
Cápíte descendit ut concinne per membra divercificetur, ut Paulus describit, rudéribus, purgamentis,
obstructionibus ulcéribusque impediatur…” (L. B. D. D. Pro Concilio Vaticano ressumendo
Simplices Annotationes, Romæ, Isola de Liri, Donato Cámpoli, 7, 1931, Ad usum NN. Tantum).
133
– Este otro –prosiguió el Ministro– es un frailito muy culto, muy
estudioso, muy trabajador, muy versado en esa macana que ellos llaman
Teología…
– ¡Pase! –Repitió el Zorro.
–El tercero –dijo el informante– es un prelado buen mozo, de mucho
mundo, de mucho trato, de mucha sociología, muy popular entre las
señoras; pero de mollera vacía.
–Ese –dijo Roca– Pásemelo al primer término. Ese es nuestro
Obispo. Ese no nos dará que hacer.

Los Obispos deberían ser escogidos realmente por el clero y el


pueblo fiel de acuerdo con la Sede Apostólica.

El andar por ahí diciendo verdades fue la ocupación de Jesucristo y


es la misión de la Iglesia; y sigue siendo la vocación particular de
algunos pocos varones, bien infelices ellos si atendemos a las
apariencias, que surgen todavía a la manera de bichos raros en esta
época mentirosa y amedrentada.

Recordemos la lista de los que en los últimos tiempos, según el


Apocalipsis (XXI, 7) cobrarán la ira de Dios: los primeros de todos son
los “miedosos”; porque el miedo en efecto puede ser un pecado capital;
y los últimos son los “mentirosos”.

“El que venza poseerá todo esto; y yo le seré Dios y él será mi hijo.
“Pero los miedosos y los incrédulos y los onanistas.
Y los asesinos, los fornicarios y los supersticiosos.
Y los idólatras y todos los embusteros.
Su parte será en el estanque ardiente de fuego y azufre.
Lo cual es la muerte eterna”.

11 – ¿Qué hacer?

Primeramente, persuadirse que no hay nada que hacer mientras


nuestra nación esté presa de histerismo colectivo, y SIN GOBIERNO
ASENTADO, con una dictadura militar precaria y provisoria.

¿Qué vendrá después? Lo que vendrá depende de lo que se viene en


el mundo entero; y lo que se viene en el mundo entero es un enigma.
Yo no puedo ver mucho en términos políticos, y sólo puedo mirar ahora
134
en términos religiosos. Lo que viene es una inmensa revolución
enteramente decidida a liquidar los restos de la antigua “Cristiandad”
europea, frente a la cual no se ve nada capaz de impedírselo. Es posible
que esa Cristiandad europea (estructura política de un continente
animada por la idea cristiana) sea el famoso “Katéjon” de San Pablo
(Ad Thessal. II, 2) es decir, el obstáculo que ataja la manifestación del
misterio de iniquidad y debe ser quitado de en medio antes que se
manifieste el Anticristo.

En este caso, la Iglesia vuelve a las catacumbas, desaparecen las


patrias, y los pocos capaces del coraje terrible de seguir fieles a Cristo
se repliegan sobre sí mismos a defender su fe y pedir su segunda
Venida. Es decir, esta estructura externa de la Iglesia Católica creada
por la Contrarreforma y hoy casi impotente del todo y minada de
internos morbos, se deshace; las patrias dejan de ser cosas sacras (la
ridícula adoración al Gral. San Martín de estos días en que escribo)
convirtiéndose las naciones, como en tiempo de San Agustín, en
“organizaciones enormes de bandidaje en gran escala”, es decir, en las
fieras que vio Daniel en su Visión y predijo que volverán; los que creen
en la divinidad de Cristo son sujetos a la persecución doble, “la peor
que ha habido desde que empezó el mundo”; persecución de una falsa
religión universal y poderosísima, que llegará quizá a apoderarse de la
misma sede romana y atacará sus almas; al mismo tiempo que atacan
sus bienes y sus cuerpos los poderes políticos unificados por la Bestia,
hasta la pena de muerte. “Porque llegará un día en que os matarán
creyendo que con eso hacer obsequio a Dios” –profetizó el Cristo (Jo.
XVI, 2).

Esta es una alternativa. La otra es una profunda purificación de la


Iglesia por el dolor, la manifestación del Espíritu en grandes santos
varones (actualmente la Iglesia no canoniza más que mujeres) la
conversión de Europa y por ella del mundo por un período
probablemente breve. Esto ahora parece imposible; pero otras veces ha
parecido imposible, y la Iglesia ha resurgido como de un sepulcro,
porque nada hay imposible a Dios.

Tenemos pues que defender los bienes de la cultura, la nacionalidad


y la tradición cristiana; pero como quien ve que son perecederos, y no
ve si Dios los ha condenado acaso desde ya a perecer: sin apoyar

135
demasiado en ellos, sabiendo que Dios nos pide que luchemos, pero no
nos pide que venzamos sino que no seamos vencidos. El que tiene
mujer como si no tuviera mujer, el que tiene bienes como si no tuviera
bienes, el que tiene patria como si no tuviera patria4.

Y el bien nacional primero por defender es la libertad de expresión,


sin la cual somos presa de la mentira y la oscuridad. La supresión de
toda la prensa nacionalista unida a la máxima libertad para el resto de la
prensa embanderada y comprada, aun la más guaranga, es un augurio
siniestro para el país. Siniestro incluso para la religión, porque los que
empiezan por amordazar a los patriotas, amordazarán mañana con la
técnica ya hecha a los creyentes– si se pueden separar esos dos epítetos;
y entonces la Iglesia deberá prepararse para el martirio, anoser que
descienda definitivamente, lo que sería horrible, al acomodo total del
perro mudo.

El que se deja maniatar puede no pasar de cobarde: pero el que se


deja sacar los ojos y la lengua, ese es idiota.

En suma, que esa palabra de San Pablo: Noli vinci a malo sed vince
in bono malum, “no te ahogue el mal, pero en bien ahoga el mal”, no
significa propiamente que hay que hacer bienes a quienes nos hacen
mal, lo cual no siempre es posible; sino más bien que hay que
desarrollar y radiar la propia actividad beneficiosa de tal modo que el
mal que nos infieren en vez de sofocarnos quede como sofocado o al
menos amortiguado en la correntada segura y pacífica de nuestro propio
raudal de vida.

Cabo

Con perdón de Núñez de Arce, y de todos los patrioteros, de todos


los engrupidos y de todos los coribantes delirantes de la Nueva Religión
del Paraíso en la Tierra y el Hombre Redimido por sí mismo,

4
Los hebreos tienen hoy en la Argentina mucho más patria que muchos de nosotros. Un escritor
judío mediocre tiene en la Argentina donde escribir; yo no tengo donde escribir –aunque tengo, eso
sí, libertad de prensa. No me importa por mí; al contrario, para mí es más cómodo. Me importa por la
patria.
Los judíos son dueños actualmente entre nosotros de los más poderosos vehículos de expresión; y
los yanquis tienen el control de todos ellos. Si la Argentina no consigue rehacer la posibilidad de su
expresión independiente, está lista como nación independiente.
136
dedicaremos un soneto a la Argentina tal como la vimos el 14 –VIII –
45 desde un balcón de la Avenida al 2.100.

Rotas las riendas y la cincha rota


Y de la inteligencia roto el freno
Pulgada por pulgada dentro el cieno
Te hundes en la laguna que te agota.
Ni causa externa ni razón remota
Busques el cáncer que te come el seno
La estupidez, como fatal veneno
La vida de tus vísceras embota.
No esperes en continua sacudida
Alcanzar el remedio por tu mano
República plebeya y desvaída.
Perseguirás la libertad en vano
Que quien de la mentira hace comida
Es presa del tirano. Y del pantano.

L. CASTELLANI S. J.

(Asunción de N. Sra., 1945).

137
LA CRÍTICA DE KANT *

KANT EN LA OBRA DE JOSÉ MARÉCHAL, S.J.1

(1946)

I. MARÉCHAL

El Padre José Maréchal, belga, nacido en 1889 y residente en la


noble y docta Lovaina2, al lado de una Universidad Católica fundada por
Carlos V de Alemania y España, fue discípulo del Padre Shoewers, un
hombre nacido con metafísica en la sangre, y por cierto, con metafísica
germánica. El Padre Shoewers es el profesor ridiculizado en el libro The
Jesuitic aenigma del apóstata Boyd-Barret, el cual, sin embargo, rinde
testimonio a la extraordinaria potencia mental de aquel flamenco
taciturno, para quien los clásicos modernos de la filosofía alemana no
tenían secretos, que no dejó nada escrito, y que sólo sabía dar clases
meticulosas y pesadas en las que de repente se elevaba a alturas
vertiginosas, diciendo a sus discípulos primero: “Si no entienden, ¡no
importa!” Shoewers vio en su discípulo una extraordinaria vocación
filosófica, y volcó en él todo cuanto sabía, que no era otra cosa sino todo

*
Maréchal, Joseph, S.J. (1946). La crítica de Kant. Buenos Aires: Penca, pp. 13-49.
1
La gente seria, estudiosa, o bien extranjera a la República Argentina, no tiene obligación de leer este
prólogo.
2
Lovaina,
la hoja en la vaina, la boina
con borla estudiante
walona de encaje coleto de ante.
Lovaina,
la misma de antes
flamenca flamante, pintóla
Van Dyck –o Rubens
con sangre española
y un tic– en la sien
y con castañuelas y cruz monacal,
germana y gitana y un gesto walón,
bullicio de pájaros, saber medieval
y al brazo dos ejes para la ocasión
de matar herejes o cavar carbón.
Plantada en la ruta real,
baluarte en la cúspide y abajo mesón
y un enorme escudo: caldera y león
y un águila con un fanal.
(De Postales, 1933.)

139
Kant, Fichte, Schelling y Hegel, interpretados en sus grandes líneas y en
sus últimos pormenores sobre el propio texto. Maréchal se preparó
después con la obtención de un doctorado en ciencias biológicas en la
Universidad de Bonn, con una tesis sobre el metabolismo celular,
método que me recomendó a mí mismo (y recomendó al General de los
jesuitas, Ledóchowski) para formación de filósofos: mejor que un bienio
de Filosofía en la Gregoriana, un doctorado de “otra cosa” en una gran
Universidad secular, para adquirir la experiencia del método científico
y fecundar el espíritu en el choque de la contradicción ideológica.
Porque nada nace en este mundo sino del encuentro de dos principios en
cierto modo opuestos, decía el viejo Heráclito: dos varones no tienen
hijos. Método bien lovaniense por cierto, y no para mentes mediocres.
Lovaina puesta en la misma frontera del mundo latino y germánico, en
el encuentro del catolicismo y la protesta, representa el espíritu
mozárabe de marka, es un bastión, y al mismo tiempo, un broche –como
dice el poema de Jerónimo del Rey que puse en nota.

No sé si Maréchal vive; no tengo nuevas hace cinco años3. Dios


quiera que no muera antes de haber publicado su Cuaderno IV y su
Cuaderno VI, joyas filosóficas inestimables, en que considera, a través
de su maravillosa interpretación de Kant, los grandes panteísmos
postkantianos en el primero y las epistemologías contemporáneas en el
segundo. De todos modos, lo capital de su obra ya es nuestro, desde la
aparición de su Cuaderno V, Ensayos de una Crítica tomista como lo
intituló modestamente, que contiene el intento poderoso de una
superación de Kant sobre Kant mismo. Su idea está expresada en el
presente volumen con estas palabras:

“Supongamos que se pudiera mostrar que los postulados de la razón


práctica –al menos el Absoluto divino– son justamente «condiciones de
3
En prensa este libro recibo noticias del Padre Maréchal, malas por desgracia: murió en Lovaina el
11 de diciembre de 1944, a los 66 años; no publicó todavía ni el 4° ni el 6° tomo de su obra principal.
Las noticias las tuve por un diario de Bombay, el Examiner. El filete dice así:
FR. JOSEPH MARÉCHAL, S.J., died at Louvain on Dec. 11th of thrombosis, aged 66. He is known
to all Catholic scholars for his studies in Scholastic Philosophie and in Mysticim. After studying
Biology, Cytology, Physiology, Nervous Pathology and Psychiatry at Louvain and at various German
Universities, he thaught for many years at the Jesuit Philosophical and Theological College of
Louvain and wrote highly specialized studies in Thomistic Psychology and Epistemology as well as
in Mysticim. His best known work, besides his Studies in the Psycology of the Mystics, is his
masterly Le point de départ de la Métaphysique in 5 volumes (the 4th of which has not yet appeared).
His death is a great loss to Thomism. R.I.P. (The Examiner, marzo 17 de 1945).

140
posiblez» del ejercicio más fundamental de la razón teórica, queremos
decir «de la función misma con que la razón pura se da un objeto en la
experiencia»; se habría fundamentado entonces la realidad objetiva de
estos postulados sobre una «necesidad» perteneciente al dominio
especulativo. Devendrían, si es lícito hablar así, «postulados de la razón
especulativa» y podrían denominarse «constitutivos del objeto teórico».
Pero, por otra parte, por falta de contenido intuitivo suprasensible, no
nos entregarían el concepto propio y directo de los objetos
trascendentes, de quienes, sin embargo, nos develarían por un esguince
la existencia necesaria.

“Se presienten en esta vía intermedia (entre la intuición intelectual


del nóumenon y el objeto puramente fenoménico) problemas
infinitamente complicados, pudiera ser hasta contradicciones. Sin
embargo, es allí donde hay que lanzarse si se quiere escapar al dilema
kantiano, y allí también es donde se halla el albur de alcanzar por las
vías mismas de la Crítica el sentido profundo que el tomismo antiguo
daba al «conocimiento analógico»…”

Ese albur quiso correr Maréchal, y volvió de su ataque cargado de


botín de noble guerra. La empresa estaba ya diseñada por San Agustín
en una refinada demostración de la “existencia de Dios a partir de la
Verdad” contra los Académicos en el 2° libro de su De Libero arbitrio.
Santo Tomás había recogido aquella semilla antigua de demostración
“crítica” de Dios en una frase sencilla y abismática de su tratado De
Veritate (XXII, a. 2, ad 1), donde dice sencillamente:

“Se puede decir que conocemos a Dios en cada acto nuestro de


conocimiento porque sin la Verdad Primera no existe en acto ninguna
verdad particular”4.

Es el enunciado de la respuesta al desafío kantiano. Toda la inmensa,


sabia y laberíntica obra de Kant gira en torno de un solo gonce, aquel
“rincón de sombra” que, escribía él a Lambert en 1772, le había
aparecido en el momento de dar fin a su famosa Dissertatio de 1770,
después de la “gran luz” de 1769 (la idealidad del espacio y el tiempo),

4
“Omnia cognoscentia cognoscunt Deum implicite in quolibet cognito, quia nihil est cognoscibile
nisi per similitudinem primæ veritatis.”
141
con la cual luz un momento creyó haber clausurado todo su apasionada
inquisición metafísica. Y sin embargo, entonces comenzaba de veras.

El gonce es éste:

“¿Cómo es posible conectar las ideas puras con la realidad?” Para lo


cual, dada la natura de nuestro pensar, hay que resolver esta cuestión
previa:

¿Cómo los “objetos” son posibles en el pensamiento?, o sea:

¿Cuáles son las condiciones de posibilidad del pensar objetivo?

Mas, para contestar a esta pregunta, Kant necesita instituir un


examen que nadie ha hecho hasta él, el examen de la “razón pura”, es
decir, de la facultad de conocer despojada de todo contenido, por una
operación de prescisión; que él estima lícita de acuerdo con el principio:
“Prescindentium non est mendacium…” “Prescindir no es excluir”. No
voy a examinar mi razón por medio de mi razón, lo cual es absurdo, por
cierto. Voy a averiguar las condiciones de posibilidad del acto cognitivo
cierto a partir del acto supremamente cierto, que es el YO PIENSO, al
cual yo llamaré “fenómenon”.

En este Cuaderno, Maréchal expone con fidelidad escrupulosa toda


esa respuesta de Kant a su pregunta crítica; reservándose su propia
respuesta ulterior, correctiva y completiva, para su Cuaderno V. Como
exposición fiel de Kant, la más rica y perspicua que conocemos, esta
obra es superior, incluso, a la conocida de Morente (Kant, Madrid,
1924), tan estimable, empero. Pero el trabajo de Maréchal es más que
eso, está situado en una perspectiva superior. Sin tocar en lo más
mínimo a la genuinidad del sistema kantiano, Maréchal lo ha sujeto a la
operación que el dibujante llama “estilizar”, para poder insertarlo en
armonía con todos los otros sistemas fundamentales en el vasto conjunto
orquestal de la historia del problema liminar de la metafísica, problema
puesto por Kant con la máxima acuidad y en su forma más escueta y
desnuda. El sistema de Kant deja de ser “la filosofía moderna” (como
creen algunos), para ingresar más útilmente como un episodio (quizás el
más capital, para nosotros por lo menos) del drama filosófico del
conocimiento. Este ángulo universal y este sometimiento a una
estructura superior, dan al Cuaderno de Maréchal que así separado,
142
como lo publicamos, es sólo una Introducción a Kant (la mejor que
existe en el mundo), la perspicuidad de planos y absoluta robustez de
líneas que no tendría si mirase a Kant solo; y no lo viese comparado con
todos sus magnos espíritus cojerárquicos. Al introducirlo en el Panteón
de la Filosofía y confrontarlo con Santo Tomás, en vez de amenguar a
Kant, Maréchal lo ha agigantado. Y, dicho sea de paso, lo ha aclarado
no poco en su fino intelecto latino y su pericia de buen escritor.

El Cuaderno V de Maréchal no es posible resumirlo aquí. Ensayo de


una Crítica tomista le llama él modestamente. En realidad, es una
Gnoseología Fundamental a tono con los tiempos modernos. Su núcleo
lo constituye una demostración de la existencia de Dios que resume las
Cinco Vías de Santo Tomás haciendo uso de los mismos instrumentos
complicados y sutiles de Kant, mortíferos en otras manos: una
transposición, al tomismo, de todo el aporte positivo del estricto y recio
pensar kantiano. Hemos intentado hacer un somero esquema de su
tercera parte en nuestro San Agustín y Descartes, publicado en
Conversación y Crítica filosófica (Espasa-Calpe Argentina, 1940). Aquí
haremos otra cosa más audaz todavía, casi temeraria, que es indicar en
un cuadro sinóptico los pasos de esa demostración metafísica de Dios
“dentro de los límites de la razón pura”:
LA DEDUCCIÓN TRANSCENDENTAL
Omne cognoscens cognoscit Deum in quocumque
cognito. (De Ver. XXI, 2) SANTO TOMÁS

Sin ese término ninguno de Ese término está en cada uno


los movimientos sería posible. de los movimientos.

El término de ese devenir no puede ser sino


una Afirmación objetiva pura o
un Necesario Incondicionado.

“El entender es un devenir activo.” BERGSON


Tiene grados. Hay en él un movimiento. (Cuarta vía)

“La necesidad condicional “La afirmación objetiva impli-


dentro de la afirmación cada como postulado en la
objetiva.” acción.”

contra Dogmáticos contra Escépticos

143
Este cuadro está explicado en nuestro libro Conversación y Crítica Filosófica, artículo:
Descartes y San Agustín.
Es una demostración ascendente. Las dos proposiciones de la base permanecen más acá de
las conclusiones kantianas sobre la “noumenalidad” de los Postulados de la Razón Práctica, y
se limitan a dar razón a Kant contra Hume y contra Salomón Maimón. Consideran
simplemente “la afirmación objetiva como postulado práctico”. Por tanto, la palabra
“implicada” de la proposición contra los escépticos, no significa “especulativamente” o
“analíticamente”, lo cual daría la tesis por casi probada.
Las otras dos proposiciones superpuestas representan el “análisis de la afirmación
objetiva”. Ellas nos llevan a la comprobación del dinamismo de la inteligencia, y de la
implicación ontológica de la voluntad (o de la “acción”, como dice Blondel) en ella. Los libros
de este filósofo, sobre todo la segunda versión de L’Action, constituyen una monumental
demostración de estos dos peldaños.
Las proposiciones cimeras sacan la consecuencia del contenido noumenal de la
afirmación como necesidad especulativa en su objeto más alto, o sea, la existencia de Dios, el
mismo que eligió Kant para su demostración de la “exclusiva fenomenalidad del objeto de toda
afirmación especulativa”.
II. KANT AQUÍ

Kant es un gran filósofo. Es también una gran porquería. Desde otro


punto de vista, por supuesto. Kant es el Aristóteles del Protestantismo.

Nos ponemos a traducirlo, y nos “exponemos” a publicarlo, no por


ser protestante, sino por ser aristóteles. Quiero decir, a publicar una
“introducción a Kant”, la mejor que existe en el mundo, según la revista
especializada Kantstudien. ¿Para qué? –preguntará quizás alguno.

Se puede preguntar, en efecto: ¿qué objeto tiene introducir un libro


tan especializado y refinado (fragmento parcial de una obra en 6 tomos
de la más alta técnica) en un medio de cultura débil y embarullada como
es el nuestro? ¿No hay otras cosas que publicar primero?

Una respuesta cínica sería que la publicación de libros no está regida


hoy entre nosotros por el Consejo del Sapiente, sino más bien por el
negocio del Editor. Pero esa respuesta es manca, porque ¿quién le
manda, entonces, colaborar al Sapiente?

He aquí la respuesta: para el mal de nuestra cultura mistificada no


existe por ahora más que un doble y precario remedio:5 1°, reconocerlo
y acusarlo; 2°, introducir al azar productos genuinos de gran calibre, a
manera de exutorios, en medio de la balumba de los productos
adulterados. Por lo menos, la gente que conserva la sensatez, al leer a

5
Ver nota pág. 49. (Para esta edición es la nota n. 28, correspondiente a la p. 174. N. del E).
144
Maréchal, se dará cuenta que eso es Kant, que eso es filosofía y que la
filosofía (supongamos) no es para ellos.

En cambio, hay infinidad de desdichados que han absorbido, a


manera de latas de conserva averiadas, los libritos a $0, 30 cada uno de
la (atención) Nueva Biblioteca Filosófica Tor y tienen la cabeza
arreglada para un rato. No solamente la selección de los libros de ese
indigno mercachiflismo está hecha a mil leguas de todo criterio, no digo
sabio pero ni racional siquiera, sino que se han cometido en la
publicación misma deshonestidades intelectuales de grueso calibre. Por
ejemplo, se ha publicado con el título de Las Ilusiones el capítulo I, del
libro II de L´Intelligence de Hipólito Taine, en una versión de un tal A.
Conca. La versión es tan extremadamente inepta, que hay infinidad de
párrafos trabucados, y corrompidos a tal punto, que no dicen lo que
Taine quiso decir, porque a veces no dicen nada ¡y a veces dicen lo
contrario! Así, por ejemplo, en la página 28 el malaventurado traductor
escribe:

“Ni la percepción externa ni las otras fuentes de conocimientos dejan


de ser simples acciones que se aplican y refieren a objetos distintos de
ellas mismas…”

¿Ha entendido algo el lector?

El texto francés dice exactamente lo contrario:

“… Ne sont des actions simples qui s’appliquent et se terminent à


des objets.”

Pero donde el desdichado asesino de texto perpetra su crimen


perfecto es en el § III, pág. 21. Es sabido que Taine expresó su tesis
ultracartesiana sobre la natura del conocimiento sensorial todavía
discutida en las escuelas (ver PAULUS: L’Hallucination) aunque sea
como ejercicio académico, con la siguiente paradoja:

“La perception ce n’est qu’une hallucination vraie.”

Es decir, la sensación no difiere de la alucinación sino que en la


primera coincide con un objeto exterior y la segunda no coincide.
Intrínsecamente no diferirían en natura.

145
Nuestro asesinatextos ni ha pispado lo que Taine quiere decir, y
cambiando de puesto el adjetivo “vraie”, traduce en esta forma:

“La percepción exterior es una verdadera alucinación.”

Proposición que adscribiría a Taine entre los negadores del mundo


externo, y que no se atrevería a firmar el más rabioso solipsista6.

Bien. La primera razón para publicar una buena Introducción a Kant


es, pues, que estamos plagados de malas introducciones que no
introducen a nada fuera del manicomio.

La segunda razón es que, siendo Kant un gran filósofo, su obra


interesa soberanamente a la filosofía, mi casta y divina Reina. Porque un
gran filósofo aprovecha más a la filosofía cuando yerra, que un repetidor
cuando acierta.

La seducción que ejerce Kant sobre muchas mentes científicas


modernas, y su apariencia de rigor técnico sobrehumano, se debe, en
definitiva, al uso severo que hace el filósofo balta de las nociones de
“materia y forma” y de “precisión objetiva”, comunes instrumentos de la
mente antigua, que él no recogió, por desgracia, directamente de Santo
Tomás, sino (a través de una cadena de intermediarios) de Escoto. La
filosofía moderna, en lo que tiene de interesante, vive de fragmentos de
la filosofía perenne, a los cuales su misma disgregación hipertrófica ha
dado un relieve dramático, bien como los portes de un demente pueden
iluminar mejor los trasfondos de la psicología normal. De mí sé decir
que no comprendí la profundidad de la doctrina aristotélica acerca de la
“materia y forma” hasta haber leído todo Bergson, que en su antítesis
“espíritu y materia” las ha iluminado exagerándolas; y que no alcancé
del todo la teoría tomista de la “contemplación” y la “felicidad
imperfecta” hasta haber estudiado la abstrusa “caracterología” de
Ludwig Klages.

Kant también puede, pues, aunque haya errado, frutar grandes


provechos al lector preparado; por ejemplo: el inexorable rigor lógico, la
probidad en el pensar, la clave para comprender la mentalidad del
mundo moderno –que está todo penetrado de Kant, querámoslo o no lo

6
Cf. ALFREDO FRANCESCHI: La teoría del conocimiento. Buenos Aires, 1929.
146
queramos–. El que quiera conocer la filosofía moderna y no empieza por
leer y comprender a Kant, no dará un solo paso en firme; y eso, dicho no
sólo de los filósofos que le dependen directamente, como Lange o
Nicolai Hartmann, pero aun de los que parecen independientes, como
Blondel, Max Scheller, Carlini, Przywara, Klages, Adler, etc.
“Occupatio cum Kantio pro cognitione status hodiernae culturae
absolute est necessarius”, decía en latín macarrónico un profesor mío de
la Gregoriana, Schaaf, S.J.

Además de eso, Kant, como todo pensador poderoso, vuelve


insistentemente sobre una pequeña cantidad de principios muy sencillos,
pero a los que comunica una fecundidad asombrosa, como hace todo
metafísico; los cuales quedan, por lo mismo, maravillosamente
confirmados e iluminados. Y son principios que pertenecen a la filosofía
perenne. Por ejemplo:

No hay nada en el intelecto que no haya sido sensado.

El conocer humano no es meramente pasivo ni del todo activo.

No existen ideas innatas.

No existe intuición intelectual.

La necesidad de una afirmación depende únicamente del principio


de contradicción.

Los diversos “ingredientes” integrales que se pueden distinguir en el


conocer humano forman una totalidad simple.

Etcétera.

Con estas puras esencias Kant fabricó un mensaje falso: “la filosofía
del protestantismo”, como la llamó Lange… ¡Paciencia! El filósofo es
falible, pero la filosofía es eterna. Y ella no miente. A todos sus
enamorados les conviene más leer una obra maestra que 40 manuales y
las Sugerencias de Gar-Mar encima.

¿Y cuál es el mensaje de Kant?

147
Augusto Valensin, S.J., ha intentado resumirlo en 10 proposiciones
en su obra À travers la Métaphysique7.

Probemos de reducirlo todavía más. Toda la ponderosa catedral


kantiana va a acabar al fin en tres agujas, que en vez de mostrar el cielo
apuntan solamente a los planetas, si es que pasan del orbe de la luna:

7
El kantismo ha muerto como sistema, pero su espíritu vive. He aquí lo que queda de él y ha
sido vulgarizado:
1°Lo que se llama Naturaleza no es dato bruto. No es que haya naturaleza externa y espíritus que
la conocen, sino un material informe (sensorial) y mentes que lo estructuran. El espíritu construye la
natura y la natura refleja el espíritu (tesis retomada y marginada por Hegel).
2° Lo que se llama Verdad no es una ecuación del conocer y de su objeto. Ontológicamente, la
verdad consiste en la regularidad de la operación por la cual inconsciamente el intelecto elabora su
objeto; y lógicamente consiste en la conformidad del uso empírico de las categorías del intelecto con
su uso transcendental. De consiguiente, la objetividad no viene del hecho de que la cosa exista en sí,
sino de que aparezca idénticamente a todo intelecto, es decir: la objetividad es el efecto de una
elaboración regular. Esta tesis pasó a la teoría de la ciencia con Henri Poincaré, y a la filosofía de la
religión con Schleiermacher y Augusto Sabatier.
3° La Razón tiene un “uso inmanente”, limitado a los puros “fenómenos”. Puede concebir pero
no puede conocer lo que traspasa el campo de la experiencia. Fuera de la intuición nuestros conceptos
no tienen sentido. La filosofía debe cesar de ocuparse de objetos, es la ciencia del sujeto. Tesis
fundamental del cientismo contemporáneo.
4° La Moral se funda sobre la necesidad y no sobre la certeza. La necesidad funda legítimamente
la persuasión. El agnosticismo metafísico debe ser completado por el dogmatismo ético. Tesis base
de la “moral autónoma” de Guyau, Payor, H. Bayet.
5° La Fe es la adhesión por motivos subjetivos a las realidades de orden práctico que la moral
necesita. Creer en Dios, por ejemplo, es conducirse prácticamente en nuestra conducta moral como si
Dios existiera; no es pronunciarse intelectualmente sobre su existencia. No hay ni puede haber deber
alguno respecto a las afirmaciones especulativas, sino solamente respecto a los actos de voluntad. El
deber no atañe al conocimiento de ningún modo, sino sólo a la práctica. Tesis que niega las virtudes
intelectuales y fundamenta el liberalismo moderno: libertad de pensar, libertad de opinar, de prensa,
etc.
6° La Ciencia y la Fe son heterogéneas: mutuamente ni pueden ayudarse ni desayudarse. Tesis
que destruye la teología tradicional al mismo tiempo que decapita las ciencias del espíritu.
7° La Voluntad del hombre es autónoma, es decir, no está sujeta intrínsecamente a dueño alguno;
parejamente es autónoma la razón, que es su propio juez en todo. Racionalismo contemporáneo.
8° El Premio o el castigo son cosas amorales. Obrar en vista de la felicidad temporal o eterna,
por evitar el castigo o por amor a la humanidad, no es conducta moral, sino solamente lo que se
cumple por el único respecto del deber. Tesis estoica desarrollada por Krause, Guyau, Renouvier, Le
Roy, Sabatier.
9° La Religión es una función de la moral: su contenido dogmático tiene un valor puramente
económico y evolutivo. Tesis que pasa a los fundamentos del modernismo; ver TYRREL, Samuel
Butler, Unamuno, etc.
10° El Hombre es un fin en sí, en el sentido de que no depende de nadie absolutamente. Remate
monstruoso al ateísmo y a la antropolatría.
Esta última tesis no sería justo adscribírsela literalmente ni formalmente a Kant; pero está
focalmente y en forma de límite contenida en el conjunto de todas las otras, si se prolongan sus líneas
de fuerza. Y es lo que ha deducido de Kant el vulgo, “el vigilante de la esquina”, como dicen. (L.C.)

148
La certidumbre del hombre no puede franquear los lindes del
conocer sensorial. Dios, el alma inmortal y la libertad moral son
“tendencias” invencibles de nuestra natura. Dios, el alma y la libertad
son una especie de “mitos” necesarios para la vida.
III. KANT EN CIFRA

1. La ciencia humana no se extiende más allá de los lindes impuestos


por la sensoriedad.

Esta proposición es sumamente vieja: es la eterna afirmación del


empirismo o sensismo. Protágoras y Gorgias la decoraban con elegancia
en tiempo de Pericles. David Hume la formuló así: “Es ilegítimo todo
uso de la razón más allá del campo de la experiencia sensible.” ¿Qué
añade Kant?

Kant añade dos cosas: una delicada limitación y una elaborada


demostración. Una limitación que salve las ciencias físicas y
matemáticas del escepticismo, porque, ciertamente, lo que en ellas es
“científico” (formal) no lo alcanzan formalmente los sentidos. “¿Tus
ojos ven la unidad? –decía San Agustín–. ¿Tus ojos ven que siete y
cinco hacen doce?”

Y después, una demostración laboriosa en que revuelve esas mismas


ciencias exactas contra la metafísica; como quien dice: amotina contra el
grado sumo del saber a los grados medios. Quiero decir que, parándose
en equilibrio sensibilísimo sobre la Dimensión y el Tiempo, o sea, sobre
la sutura que une lo universal de la ciencia con lo sensible del Universo,
tapona en su fuente misma toda aspiración a un conocimiento inmaterial
puramente intelectivo; y en nombre de las Matemáticas sacrifica la
Metafísica.

Es de advertir que esta proposición, entendida en un sentido, es


verdadera, y se reduce al famoso “Nihil est in intellectu…” de
Aristóteles. Es verdadera si se reconoce que: el conocer sensible está
penetrado en el hombre de conocer intelectual, con el cual forma en
cierto modo una sola cosa, como el alma con el cuerpo: verdad en que
insisten tanto hoy los psicólogos llamados “estructuristas”. Los sentidos
mismos del hombre son (por orden, no por natura) intelectuales, y por
eso dice Aristóteles que difieren radicalmente del sensorio animal. Son

149
mis ojos mismos los que, al ver tal volumen, o silueta, o color, ven al
Hombre por carambola (per accidens), y después, por doble carambola
en banda (“per conversionem ad phantasma”), ven también a Sócrates;
quiero decir, a Sócrates Recamán, que fue un compañero mío de
colegio, porque al otro Sócrates de los ejemplos no lo han visto mis ojos
carnales, francamente; aunque esperan verlo junto con Kant en los
Campos Elíseos, al lado del

Santo Maestro di color che sanno.

2. Dios, el Alma Inmortal y la Libertad de Albedrío son tendencias


invencibles de nuestra natura.

Otra proposición que bien entendida es verdadera, pero no al uso


agnóstico de Kant. El objeto formal del intelecto es el ser, de ahí que
nuestro intelecto esté cimbreante como un resorte hacia el Ser primero y
último –y no sólo la voluntad, la cual no puede desgarrarse del
intelecto–. Nuestra mente tiende naturalmente a tocar detrás de los
fenómenos internos el propio YO, detrás de las apariencias externas al
Creador, detrás de todas sus decisiones voluntarias la Ley Moral, que es
lo que une a modo de camino las otras dos substancias o “nóumenons”.

Pero Kant lo entiende de otro modo. Dios y el Alma son


absolutamente incognoscibles, aunque necesarios. No pueden ser
objetos reales de un acto de conocer cierto. Y no obstante, la mente
humana, por una razón desconocida, tiende ineludiblemente a
“ponerlos”; por un lado, como supremas reglas normativas de toda
especulación (Ideas de la Razón Pura), y por otro, como misteriosas
necesidades de la acción (Postulados de la Razón Práctica).

Creemos que hay una idea típicamente luterana en este resurtir y


botar inútil de la razón hacia el Super-Incognoscible, que en kantiano
tiene el nombre de “Dios” y que Kant llama “un abismo más
inconmensurable que los espacios de Haller”.

Lutero, en su De Servo Arbitrio, proclamó la natural viciación de la


natura humana, su perversión y tuertura insanable por el Pecado de
Origen. Es un dogma duro e impío; en el fondo, es una posición atea o
maniquea. Si lo más alto que hay en el hombre, lo que define al hombre,

150
se engaña siempre y lo engaña invenciblemente, la culpa no puede
menos de rebotar a la Natura misma, y de allí a su Autor.

“Desiderium naturale non potest esse inane”. Esta tranquila


asunción de los antiguos, que ni siquiera está expresa en Aristóteles sino
implícita en toda la Ethica Nicomaquea, es un acto de fe natural; pero si
se mira bien, es también una proposición patente en sí (“nota quoad se”)
aunque pueda no ser patente a nos (“nota quoad nos”). En efecto; si se
medita bastantemente sobre lo que significa este término natura, se ve
que la posición kantiana y luterana de un deseo natural invencible
eternamente frustrado es cosa contradictoria, y que el apotegma tomista
es una proposición de las que él llamaría sintéticas a priori.

3. Dios, el Alma y la Libertad vienen a ser a modo de “mitos”


necesarios para la vida.

En su Segunda Crítica, Kant hizo un esfuerzo por reponer como


necesarias en el orden de la acción esas tres Ideas de la Razón excluidas
de las certidumbres de la razón especulativa. Los neokantianos de
Marburgo y no pocos pensadores estiman que es posición contradictoria
y que no se pueden conciliar las dos Críticas. Maréchal estima que no se
contradicen; pero se oponen lo suficiente para pedir una superación.

Es que Kant quiere aniquilar la metafísica antigua; pero salvando, al


mismo tiempo, al mundo moderno. Después de haber salvado la
moderna ciencia fisicomatemática, quiere salvar también la piedad, la
moral y la religión tal como él las entendía; y no las entendía de otro
modo que como el Protestante las había conformado y configurado en
torno suyo en hechos culturales incuestionables. Todo filósofo es un
escuchador de la eternidad; pero, a la vez, una voz del tiempo. Kant
llevó el Protestantismo a sus últimas consecuencias, y por eso es el
padre del “Modernismo”.

Así, pues, Dios, el Alma y la Ley Moral son “postulados de la Razón


Práctica”, es decir, condiciones de posibilidades de la acción humana; la
cual es ineludible. Es decir, son necesidades.

Pero, ¿son también realidades? Eso es lo que pregunta el vigilante


de la esquina. La respuesta de Kant es tortuosa: en cuanto la acción
humana es una realidad, esos tres participan necesariamente de esa
151
realidad que condicionan. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que los
términos se han invertido: desde hoy todo lo transcendental es
antropocéntrico, al modo que desde Copérnico todo lo terrestre es
heliocéntrico. Antes, el hombre era bueno porque Dios existía y lo
mandaba. Ahora, Dios existe porque el Hombre debe ser bueno; y de
hecho es “naturalmente bueno”, diría Rousseau, maestro de moral de
Kant. No es que nuestro intelecto vea que Dios existe; eso es imposible.
Es nuestra voluntad quien, con necesidad ineludible, lo “postula”. Por
tanto, es una especie de Mito inevitable o Ficción directriz
(Vertarskende Fiktion), como dijo más tarde Rudolf Adler.

Pero ¿quién amará de amor y quién obedecerá con gusto a un Mito


Inevitable? –dice el vigilante de la esquina. Delante del Dios de Kant, el
Mundo Moderno, hijo de Kant, se comporta exactamente como aquel
gitano a quien le dijo el cura:

–¡Desdichado! ¿Qué harás cuando Dios te llame a juicio?

Respondió el gitano:

–Pues ¡no ir!


IV. GAR - MAR

Esto es lo que tenía que decir como excusa leal de argentino por
haber leído a Kant y traducido a Maréchal –en estos momentos de la
patria. Entra un porteño y me dice:

–Estás perdiendo tiempo. En este país, eso es trabajo inútil. La


deducción transcendental de las categorías del entendimiento puro, ¿qué
le puede importar a Culacciatti?

–A Culacciatti no sé; pero al vigilante de la esquina, si usté se la


propone en forma que la entienda, verá si no le interesa la filosofía
crítica: “Se trata ch’amigo de la fabricación de un instrumento
delicadísimo y de una especie de maquinaria ultrasensible para discutir
con toda seguridad si hay Dios, si hay Alma, y si existe la Natura del
Orbe Universo.

– Pero, ¿eso se discute? ¿Todo eso no es seguro?

152
– Es seguro. Pero salieron unos herejes allá en el Viejo Mundo y
dijeron que no era seguro.

– Y dejémoslos que se embromen.

– No se puede; porque las ideas de ellos han llegado hasta aquí y por
todas partes, y se ha armado una especie de gran payada de contrapunto.

– Y ¿quién ganó?

– Al principio ganaron los otros, porque nos agarraron sin perros;


pero a la postre ganamos nosotros.

– ¿Quién son nosotros?

– Usté, yo, y todos los que creemos que realmente la inteligencia del
hombre puede llegar a saber con certeza (aunque con trabajo) que hay
Dios, que hay Alma y que existe la Natura del Orbe Universo… Al
principio, los otros (¡qué herejes!) hicieron una maravillosa técnica que
agarraba únicamente los objetos de la geometría y la física, cosa de
profesores ensimismados y bol… aceros. Eso sí, con fuerza
incontestable. Todo el resto quedaba afuera. Pero ahora nosotros hemos
llegado a fabricar la planta de conexión de ese mismo aparato con las
otras máquinas viejas, hoy remozadas, con que la Humanidad ha
agarrado siempre la totalidad del Ser…

El vigilante, que es correntino, no ignorante de las leyes de la payada


en contrapunto, consciente de que estas cosas se han de tratar con
métrica por dos peritos, exclamó como el sargento Cabral:

– “¡Huá tigre viejo grandote potí!”

Y digo esto porque ahora empezó la payada con un compañero


que se llama Gar-Mar. Este es un profesor de física que escribió en el
año 1932 en Santander un libro realmente bien escrito que se llama
Sugerencias. El segundo tomo del libro pretende ser filosofía. Es mala
filosofía.

El último gran provecho de la lectura de Kant, que me dejé en el


tintero, es que Kant vacuna infaliblemente contra el dogmatismo.
Llámase dogmatismo a un vicio mental del filósofo, que consiste en
153
argumentar sin crítica. Santo Tomás luchó bastante contra este vicio,
que es, en efecto, cosa perniciosa; y las dos únicas veces que se enojó en
su vida (De Unitate Intellectu, opusc. De aeternitate Mundi, opusc.) fue
a causa de eso mismo. Y sin embargo, él mismo resbaló a veces al
dogmatismo; véase, por ejemplo, en la Suma (1ª pars) el artículo Utrum
daemones sint in áere caliginoso. No es fácil no pecar, y todos somos
mortales. Pero, a fuerza de medir rigurosamente nuestros conceptos y de
poner en cuestión su alcance, Kant ha escarmentado felizmente a todo
pensador moderno de aquellas fáciles escapadas a los cerros de Úbeda y
aquellas excursiones a la luna de Valencia, que eran posibles a la mente
antigua, juvenil y audaz más que la nuestra. Kant ha impuesto a la
filosofía una “tenue” severa.

Y bien, Gar-Mar ignora esto y se pone a hacer filosofía con el


hábitus de las ciencias matemáticas y con una florida imaginación
literaria.

Se lo dijimos en 1935 en un largo artículo de la revista Estudios,


donde le probamos, amable y minuciosamente, que estaba equivocado.
No se quiso enterar. Publicó en Buenos Aires otra edición de su libro,
donde dice que el Padre Castellani publicó un artículo contra él en un
momento de mal humor. El mal humor es asunto mío; los argumentos
del artículo son los que interesan en filosofía. Continúan tan válidos hoy
como entonces y desafían a toda clase de humores. Reproduzco el
artículo casi inédito, tal cual, podándole solamente algunos ornamentos
y chistes, a manera de prueba que la lectura de Kant es necesaria;
incluso a los Profesores de Física de la Compañía de Jesús de Santander
que tienen buen estilo literario, si quieren escribir de filosofía hoy en
día; si quieren hacer investigaciones filosóficas; si quieren mostrar al
público iberoamericano lo que es la filosofía cristiana.

SUGERENCIAS
“Este trabajito de investigación filosófica está
especialmente dedicado a los… familiarizados con la
filosofía: sólo ellos pueden someter a crítica personal y
razonable lo que aquí se les ofrezca de nuevo.”
(Sugerencias, tomo II, pág. 156.)

154
Sugerencias de Gar-Mar es un libro sugeridor. Su papá es un
pensador. Es, ante todo, un poeta. Y es lo que salta a la primera vista:
encuentra para encarnar las ideas abstractas, afortunadas gemas de
expresión.

Pero de ese aspecto del libro no deseo ocuparme, pues la crítica


literaria está hecha y muy bien. Por ejemplo, en el diario madrileño A B
C (22 de marzo de 1933). En esta misma revista se han publicado de él
una serie de juicios definitivos. (Estudios, núm. 266, pág. 105, agosto de
1933.)

En el exergo, Gar-Mar invita a “criticar” su obra: es lo que quisiera


aceptar aquí, salvado antes el ingenio del autor y el valor indudable del
libro. Esa crítica fue apuntada entre nosotros por Ventura Chumillas
(Criterio, 1933), por José María Blanco, S.J., en Estudios (julio de
1933).

Me ocupo del 2° tomo, que es su parte filosófica. Dejo a un lado dos


meditaciones poéticoteológicas: una sobre el Problema pavoroso de la
predestinación, otra sobre la Voluntad creadora de Dios, que abren y
cierran el libro y están bien. Dejo también una meditación filosófica
sobre “la pequeñez del universo material vista en su expresión
intelecto-material en los libros de los hombres”, que el autor intitula
bellamente La máquina de pensar, y es una joya, como vulgarización
filosóficomatemática.

El resto del libro lo constituye, dividida en Sugerencias, una larga


meditación sobre nada menos que el problema del movimiento, el
hondón inicial de la metafísica aristotélica y quizá de toda la metafísica.
El autor profesa la metafísica suareziana. Posee conocimientos no
vulgares de física y ciencias naturales, y el don de explicar, que debe
haberlo un profesor notable. Poniendo un postulado real dado por
apodíctico, el autor nos lleva paso a paso a conclusiones descomunales y
paradójicas que lo dejan a uno boleado. La demostración, empero,
aparece tan rigurosa como la del conocido teorema sofístico:

155
¹ Supón x=a

luego = ax

luego + = ax +

luego (x – a) (x + a) = a (x + a)

luego x+a=a

pero ¹ x=a

luego a+a=a

luego 2a = a

luego 2=1

Paréceme que el caso del teorema de la llamada por Gar-Mar


Realidad alfa es exactamente este de arriba: una demostración
matemática sobre un error metafísico o criteriológico, que desemboca,
es claro, en una brava paradoja. Por lo menos.

Más bien que un error, un mal paso; un vicio de andadura que


produce numerosas proposiciones distinguibles, y por tanto, falsas
(“Quod potest distingui potest negari”). Es el viejo como el mundo (o al
menos como Pitágoras) error racionalista de saltarse indebido de un
grado de abstracción al otro, del matemático al metafísico. De este
resbalón radical me parece brotar en Gar-Mar la proclividad a
modalizar, a sustantivar inconsciamente las realidades ontológicas, a
pensar per modum substantiae, las realidades, pongamos, de la categoría
Relación o Acción.

“Todo hombre nace cartesiano –como decía con humor mi maestro


Gilson– y sólo estudiando se vuelve aristotélico.”8

8
“Tout français nait cartesien; et seulement avec de la peine on devient thomiste.” (Curso inédito
1933, Collège de France.)
156
Esto no tendría ninguna consecuencia; ultra el distraer
agradablemente al vulgar; y a los entendidos, hacerlos reflectir en torno
de esos eternos problemas: Materia, Forma, Espacio, Tiempo, Infinitud,
Creación, Eternidad, Movimiento, y a la postre, Ser Supremo; y muy
mucho en este otro de Kant: ¿de dónde sé yo que esto que razono tiene
un valor absoluto? si no fuera que Gar-Mar, en vez de dárnoslos por
entretenimientos de filosofía aplicada, o “sugerencias” como había
intitulado muy bien, pareciera en el cuerpo del libro querer darlo como
“metafísica” (pág. 183), “filosofía católica” (pág. 128), “teología” (pág.
127), “filosofía escolástica y moderna” (175). Eso no. No sea que los
profanos y prejuiciados puedan creer que una cosa así es Santo Tomás,
el Angélico. Yo no sé si Francisco Suárez permitiría a Sugerencias el
rótulo de “filosofía suareziana”. Pero cierto que, aun en ese caso,
todavía no sería toda la escolástica, y mucho menos toda la “filosofía
católica” (pág. 128).

A la prueba. Para no recorrer tediosamente todo el libro


distinguiendo las proposiciones distingüendas, vamos a escoger tres
ejemplos típicos y discutirlos: la “Realidad alfa”, base de todo el
raciocinio; el “Aniquilamiento”, modo común de sus “experiencias
metafísicas”; y finalmente, “el movimiento local indefinido”.

En la figura adjunta, supón AB y CD paralelas; M, un móvil sobre


CD con movimiento continuo indefinido; m, un móvil con velocidad tal,
que se mantenga siempre enfilado a A y M (en línea recta con ellos). Es
matemáticamente cierto que m se aproximará in aeternum
(indefinidamente) a su límite AB sin jamás allegarlo: porque si el ángulo
BAM igual cero, las rectas AB y CD se cortarían, siendo por hipótesis
paralelas. Es un simple ejemplo de una fracción periódica en álgebra, o
de una variable hacia un límite asintotal de los geómetras. “Caminar
siempre hacia un punto sin allegarlo” no es brujería para el matemático,
el cual sabe que él opera en el espacio imaginario, que ha postulado de

157
la metafísica como indefinidamente divisible. Pero el físico advierte:
“Ojo, que no es ése un movimiento real”9.

El cosmólogo dice: “El movimiento local infinito es absurdo”10.

Y el metafísico explica: “La extensión es percibida por nosotros


como esencialmente múltiple: ésa es mi traducción, y nada más, de la
figura de arriba. Y eso lo veo yo por introlección directa de los dos
términos, o en lenguaje moderno: explorando la ley a priori de la
construcción imaginativa11.

Pero Gar-Mar no traduce, mas transpone en el plano metafísico las


conclusiones matemáticas sin introleerlas; y con arte de poeta les da
cuerpo e imagen antes de piedratocárlas a ver si no son acaso allí un
simple sofisma de los llamados por Aristóteles:
.

En efecto, de este teorema, hace él: “un tren lleno de viajeros a una
velocidad decreciente la mitad por hora, con el milagro de que todo él,
contenido y dentornos, disminuyen también la mitad correlativamente”.
Claro, ese tren viajará siglos y siglos por un trecho de un milímetro sin
allegar fin; y se hará tan chico, que cabrá en el hueco de un átomo de
oro; y como ese tren puede ser el Universo, velay todo el Universo
jaulado en un átomo, y yo, Gar-Mar, de tamaño natural, desde fuera
contemplándolo y haciendo deducciones ascéticas y místicas12.

A esto le llamamos nosotros filosofía a lo Julio Verne.

9
BERGSON: L’évolution créatrice, pág. 337. Alcan, París, 1932.
10
“Non potest esse continuus motus aeternus super recta.” (ARISTÓTELES: Phys., cap. VIII, 360,
12. Didot.)
11
MARÉCHAL: Le point de départ de la Métaphysique, cap. V, I. II,cap. 4, § 4. Lessianum,
Louvain, 1926. “A vrai dire, la loi de continuité spatiale qui régit toute représentation sensible (loi
inductive ou constructive, objetive ou subjéctive, peu importe ici; n’affirme ni ne nie la divisibilité
infinie de l’objet réel: elle n’assigne aucune limite nécessaire de la division, qui dépend d’autres
conditions encore que de la simple continuité; c’est tout. Il en irait d’ailleurs autrement si l’étendue
des géomètres constituait l’essence intelligible des choses matérielles, comme l’ont cru les Cartésiens
orthodoxes.”
(Para más, ver sobre este asunto, si se quiere, el luminoso análisis de la lect. II, chap. 2, § 3, Le
problème de l’apriori dans la connaissance sensible.)
12
Olvida Gar-Mar flagrantemente el severo sosegáte de Santo Tomás a Averroes: “De dimensionibus
ergo interminatis nihil ad naturalem spectat”.
158
Es lindo. Es exactamente el viejo sofisma eleático de Aquiles y la
Tortuga, ya resuelto por Aristóteles (Phys. Akroas., I. V, cap. IX, XIV)
y psicológicamente por Bergson (L’évolution créatrice, pág. 338…),
reeditado en forma moderna y atrayente y puesto como pedestal de
consideraciones religiosas: que es lo que menos nos gusta en este libro.

ANIQUILAR. Gar-Mar usa de esta operación divinal de aniquile


para sus llamados experimentos metafísicos. Es su reactivo ordinario:

“Supón que Dios aniquila todo el Universo, menos los cuerpos A y


Z” (pág. 47).

“Supón que Dios aniquila el cuerpo Z independientemente de A.


Después aniquila el A” (pág. 48).

“Dios aniquila un hombre y después al mismo lo recría, de modo que


pueda decir: “Yo he estado en la nada” (pág. 18).

“Dios aniquila todo el Universo y lo recría idéntico” (ib.).

“Dios aniquila todo el Universo menos yo”.

“Dios me aniquila a mí sin tocar el Universo”. Etcétera.

A cada uno de estos suponeres, hay que oponer esta formal recusa:
“¿Es eso posible? ¿Y cómo lo sabés?” No vayamos a antropomorfar la
creación y el “aniquile”, y dar de barato que es lo mismo que la
destrucción y refección que el hombre puede hacer, por ejemplo, de un
objeto de su bufete sin tocar los otros. Parece evidente que Gar-Mar
maneja estos dos peligrosos conceptos Creación-Aniquile con ingenuo
abuso racionalista. Los ha convertido en “términos espaciales”, como
diría Bergson.

¿Qué sabemos nosotros del aniquile? Sólo que es lo contrario de la


Creación.

¿Qué sabemos nosotros de la Creación?

159
De la Creación sólo sabemos: 1°, que ha sido –y eso solamente, en
opinión de Santo Tomás, por revelación–; 2°, que puede, por ende, ser;
3°, que no es como la acción, la facción, y la producción humana; 4°,
que no es en el tiempo. (Decirlo de este modo: “que es instantánea”, es
peligroso, aunque es verdad para los que pueden entender lo
“instantáneo”, no en términos de Tiempo y Espacio).

Si, pues, no tenemos de la Creación ningún concepto directo, mas


sólo un concepto negativo, ¿qué noción podemos tener del aniquile, del
cual no sabemos ni siquiera si ha sido, ni siquiera si será; o mejor dicho,
sabemos que nunca será?13

Hemos de conceder por necesidad racional que existe ese poder de


descrear en Dios si existe el de crear; pero si funciona y cómo y con qué
condiciones y efectos actúanse la Schafkraft y la Vernichtenbarcheit –el
de-crear-poder y la de-ser-aniquilado-capacidad que dice el alemán–,
es para nosotros tan inaccesible como el propio divino Poder, que es
igual al propio divino Ser. Ahora bien, Gar-Mar se ha apoderado del
creader y de la aniquilidad y los maneja a destajo, con resultados
naturalmente sorprendentes14.

“Supongamos que Dios descría un hombre y lo recría el mismo


hombre”…

– ¿Es eso posible, ch’amigo?

– Debe ser posible, pues yo no veo ninguna contradicción.

– ¿Basta no ver contradicción en algo para que sea ipso facto


posible? Bastará cuando “comprehendamos” la esencia de ese algo.
¿Conoces la esencia del aniquilar?

13
“Nulla creatura, annihilatur, sed quælibet secundum aliquid permanet in aeternum” (S. Th., Iª, c.
65, 1.).
14
Véase, por el contrario, un ejemplo de prudencia en el Angélico. “Et tándem non est demostratum
quod Deus non possit facere infinita actu”. (S. Th., “Deo aetern. mundi”, cond.) No afirma, por
cierto, que Dios pueda hacer infinitos; afirma que no se ha demostrado que no pueda. Es decir,
insinúa que no se puede demostrar, se gana a un prudente agnosticismo. Imitemos al Angélico.
Parecería que se puede demostrar fácil: “Si Dios pudiese hacer infinitos algos actuales, podría
también contarlos, y entonces el Infinito sería traspasado, lo que es contradictorio”. Y no. Santo
Tomás rehúsa la demostración, al parecer clara. Es que se da cuenta que del Infinito, como de la
Creación no tenemos sino idea indirecta y negativa.
160
– Pero… si algunos filósofos del siglo XVII (ARRIAGA: Cursus
philosophicus) han hecho un gran uso de esas hipótesis…

– Sí pero… entre ellos y nosotros ha existido Kant. La historia de la


filosofía no es uno de esos móviles de tu fábrica que pueden marchar
adelante y atrás al mismo tiempo. Ella marcha solo adelante.

Pero a los dos últimos aniquiles de Gar-Mar citados, se puede


oponer, no sólo el interrogante “¿es posible?”, mas el categórico “no es
posible”.

“Dios… es capaz de aniquilarnos sin perdernos por eso de vista, y


crearnos de nuevo… de modo que no sólo fuésemos iguales a los
aniquilados… pero los mismos…” (Un rayo de Metafísica, t. II, pág.
18).

Disparate cierto. Con toda evidencia, eso no es posible. Gar-Mar


salta a pies juntos, en vuelo de fantasía, nada menos que el problema de
la individuación. Vamos a ver. Hombre Sócrates no es Sócrates por lo
mismo que es hombre, sino por algo distinto; que los antiguos llamaban
pintorescamente la “socratez”, sea lo que fuere. Ese algo, en la solución
aristotélico-tomista, es una relación transcendental del Yo a la materia
prima, obscurísima, por cierto, y no a cualquiera materia, sino a la
materia “sellada por la cantidad” tal como dice el Angélico.

En esta solución, la hipótesis susodicha es, a mi ver, imposible. El


Universo marcha, es como una inmensa sinfonía ontológica. Es
imposible concebir un Universo material sin movimiento (metafísico),
como es inconcebible un ser sin operar y una materia sin forma15.

15
“Nulla res propria destituitur operatione” (S. Th., “De Ente et Ess”, cap. I in med.). “Omnis
naturalis corporis est proprius motus” (ARISTÓTELES: De Cœlo, III, cap. V). ¿Es posible existir
algo que no opere –esse sine operatione–, es concebible el mito de la Substancia Inerte?; otramente,
¿es posible la creación de Una Sola Creatura Indiferenciada? Los metafísicos son aficionados a estos
problemitas regiamente ociosos. No; Dios no puede crear la “Mónada Inmóvil”. Un Adán ontológico
sin Eva y sin Paraíso es imposible.
Es inconcebible cosa existente sin un algo allí que esté en Acto. Pura Potencia sería la Materia pura,
que no puede existir por sí. Pero esa parte en Acto debe ser o Moviente o Moviéndose, y en ambos
casos está en Moción; opera. Ahora bien; son solamente tres modos del ser posibles respecto a la
Moción: o Movible o Moviéndose o Moviente. Y si fuese puro Movible, volvíamos al primer
161
“Operatio sequitur esse, esse propter operationem”. Ese
movimiento óntico llega a nuestro conocer (a través de los sentidos) sólo
por intermedio de las categorías Espacio y Tiempo –se expresa para
nosotros en términos de Cuantidad y Sucesión; de Dónde y Cuándo–.
Mi “castellanidad”, pues, “mi selladura de cuantidad”, lo que hace que
mi Yo sea tal hombre distinto de todo otro (¡y qué distinto, según opinan
mis amigos!), sería “la función o posición dinámica de una parte de la
Materia (informada por mi vida) en la intersección inmensa de acciones
y reacciones que resultan de la movilidad esencial del Universo
corpóreo”. Por lo tanto, así como una misma palabra al fin de un poema
no es la misma que al principio (paradojalmente) por cargar en ella todo
el efecto que ya las otras y ella misma han labrado –así como la misma
romanza del caballero Walter von Stolzing es trivial en el primero, es
linda en el segundo y es sublime en el último acto del capolavoro de
Wagner–, así no puede el mismo hombre existir ahora, aniquilarse luego
y reexistir después, habiendo en tanto el Universo marchado. Esta
marcha está ónticamente dijéramos “registrada” (“quod fuit non potest
non fuisse”), y ese registro no es otro que el ser mismo material de los
individuos en cuanto individuos “interconsistentes”.

Negar esta intersolidaridad activa del Universo sería caer en la


incoherencia. El mismo Gar-Mar la reconoce, recuerda y glosa muy
poéticamente en la sugerencia Movilidad universal (pág. 69). Véase
BALMES: Filosofía fundamental, II, 1, 7, cap. VII y VIII; KANT:
Kritik der Reinen Vernunft; C. DRITTE: Analogie, I, abt., II buch, pág.
98 de la Volkausgabe16.

Pero el aniquile segundo de Gar-Mar es aún peor. Este era imposible,


el otro es absurdo.

“Dios… aunque aniquilase el Universo… podría luego criarlo otra


vez, sin confundirlo con ninguno de sus iguales” (pág. 18).

supuesto. (Véase la demostración indicada por Aristóteles contra Empédocles en Phys., VIII, C. 1,
342, 155. Didot.).
16
“Also kann das Zugleichsein der Substanzen in Raume nicht anders in der Erfahrung erkann
werden, als unter Voraussetung einer Bechsel wirkung derselben untereinander;… diese ist also auch
die Bedingung der Moglichtkeit der Dinge selbst als Gegenstande der Erfahrung…”.
162
Aquí no chocamos contra un teorema tomista; nos estrellamos al
principio de contradicción.

Tenemos: 1) este nuestro Universo A (fuera del cual nada creado


existe); 2) su aniquile y vuelta a la nada; 3) su recriación B (ese luego
que usa Gar-Mar es inexactitud hablando de aniquile o Creación que
están extra-tiempo). A es no sólo igual, mas idéntico con B; A y B son
uno, pura y llanamente, en la hipótesis “garmariana”.

Es absurdo. Tenemos una relación entre dos términos A y B, y una


relación transcendental de identidad, como la que hay entre mi Yo de
hoy y mi Yo de ayer.

Pero A no existe, ha sido aniquilado. Tenemos una relación entre dos


términos, uno de quienes no existe, un lazo substancial y todo, entre el
Ser y No Ser. “Sed nihil quidem non potest esse differentia” (SANTO
TOMÁS: Opúsc. 4, q. 3, art. 5).

“Dios aniquila este Universo y lo recría”: pura fantasía. Son dos; no


es un Uni-verso, sino dos Diversos. No son (uno de ellos no es). Es un
Universo actual y otro posible separados metafísicamente por el mismo
abismo insondable entre el Ser y el No Ser.

– Pero Santo Tomás concede que puede Dios aniquilar y después


recriar un mismo hombre.

– Nunca.

– En el Quodl. IV, 9, 3, art. IV, V (1276).

En este trabajito de clase (Santo Tomás acababa de salir bachiller,


tenía 45 años –qué atrasado– y enseñaba a los jóvenes dominicos de
París), que es como un borrador para la Summa, el Angélico Tomás
simplemente negó como cosa contradictoria que Dios pueda recriar algo
sucesivo y afirmó que Dios puede “reparar” (ojo a la palabra) algo
permanente, aunque aniquilando fuera. ¿Qué quiso decir?

Alude a la “resurrección de la carne”. Habían negado Pedro de


Taranto y otros que Dios pudiese resucitar nuestro mismo cuerpo,
163
alegando que “lo que ha sido ni Dios puede hacerlo no sido”. Y el
Angélico contempla entonces la recriación de un cuerpo perexistiendo el
alma (no la recriación de un hombre total aniquilado) y la admite
precisivamente.

El sentido de la cuestión y el porqué de moverla se ve claro en el


opúsculo 5 años anterior: Responsio de articulis 108 ex opere Petri de
Tarantasia (Opúsc. IX, edic. romana VIII).

Allí prudentemente rechaza Tomás a Pedro de Taranto negándole la


consecuencia, pero rehuyendo la cuestión.

“Ex magna autem ignorantia calumniantis procedit quod contra hoc


objicit, quod Deus potest hoc in nihilum cedit idem numero facere, et
quod eadem caro numero resurgat, quamvis aliquid ejus in nihilum
cesserit, quia ut hoc ei sine quæstione concedatur, non propter hoc
sequitur quod id quod est præteritum non sit præteritum”.

Mas en el lindo ensayo Quæstio de anima, escrito el mismo año que


la Quodlibeto IV, Tomás terminantemente afirma dos veces como
principio inconcuso, hablando aquí del alma, que lo que se anonadase,
no podría ser recriado numeralmente el mismo. “Quod cedit in nihilum
non resumitur idem numero” (qu. 19, obj. 5 y 13).

Instan: pero el Quodl. IV, donde trata la cuestión adrede, ¿no dice
que lo permanente, contradistinto del tiempo y la moción, puede ser
recriado? ¿Y el alma no es algo permanente?

Ojo aquí. Algunos comentadores y los índices edic. Fiaccadori y


Vivés resumen mal este artículo. “Deus potest annihilatum permanens,
non autem succesivum reparare idem numero”. Así súbito parecería que
permanens, lo permanente = a la substancia, y lo sucesivo = moción o
tiempo.

Pero, mirándolo bien, lo que prueba en ese artículo el Angélico es


que repugna la creación identical de algo que en su unidad contenga
relación transcendente al Tiempo; mas no repugnaría que recriara algo
sin tal relación, si por hipótesis aniquilado fuera. ¿A qué alude? ¿Qué es

164
nominatim eso que en su natura no dice orden a la marcha óntica, que el
tiempo mide?

No la substancia creada en total. Toda substancia creada tiene


moción propia (“operatio”) y, por tanto, está enredada en la interacción
universal, y por ende, en el tiempo. A lo que alude el Angélico (si no me
engaño) es a la Materia Prima “precisive” considerada. “Los seres
mudables, que incluyen por necesidad un tránsito del no ser al ser…
todos envuelven sucesión” (BALMES: Fil. Fund., II, 7, 7, 49).

Kant ha existido17.
Lástima de tiempo gastado en Historia de la Filosofía si después
escribimos como si Kritik der Reinen Vernunft no hubiese tronado en el
mundo. Una tromba puede ser todo lo maléfica y pestilencial que se
quiera; pero no las permitiera Dios si no es por algún bien. Hay cosas
que deben morir. El ultrarrealismo de algunos escolásticos de la
decadencia, su (más que platónico) pitagórico racionalismo, no debe ser
reconstruido. Allí donde están, y de lejos, son venerables las ruinas, y de
noche con luna son hasta hermosas; pero vete a cobijarte allí de día…
Para vivir hay que tener casa.
“Oh les voix, mourez donc, mourantes que vous êtes”.

LA ENTIDAD ALFA. – Este es el tercer ejemplo del modo de


filosofar del autor que prometí examinar. Ruego paciencia al lector
porque creo que este pequeño análisis que hacemos encierra una
enseñanza útil.

“La entidad Alfa satisface a todas las exigencias de la Metafísica del


ente corpóreo. Con ella, a nuestro juicio, se resuelven todos los

17
“Denjenige, welcher die Begebentheiten in Gebite des Geistes, und das sind die Philosophien, fur
Zufalligkeiten halt, ist es nich Ernst mit dem Glauden an eine gottliche Weltregierung, und was er
davon spricht, ein leeres Gerede.” (HEGEL: Begriff der Geschichte der Philosophie, Werke, ed.
Dmocker – Humblot, vol. XIII, pág. 49).”Aquel que tuviere por eventualidades vanas los
movimientos del Reino del Espíritu (y esto son las filosofías), ese tal no tiene fe profunda en la divina
Mundiducción, y lo que diga de la Providencia es vana palabrería…”
“Cognitio philosophiæ Kantianæ pro justa æstimatione moderni status culturæ absolute est
necessaria”. (Chr. PESCH, S.J.: Halt, pág. 126).
165
problemas del Espacio y sin ella se hace inconcebible la realidad de los
fenómenos naturales.

“Por otra parte, la entidad Alfa no es un ente teórico, ficticio,


hipotético; sino una realidad cuya existencia se funda en la experiencia
de los sentidos… y sin la cual es metafísicamente imposible concebir los
movimientos absolutos de la Naturaleza” (GAR-MAR: Crítica Espacial,
tomo II, pág. 64. Subrayamos nosotros).

Dos cuerpos A y Z en moción alejándose; y Dios aniquila todo el


Universo menos ellos. Que continúan alejándose. Después, Dios
aniquila el Z, y A continúa, si no alejándose (¿de quién?), al menos en
movimiento, dice Gar-Mar. De este “hecho de experiencia” (?) se puede
deducir rigurosamente la Realidad Alfa, que es nada menos que el
“movimiento absoluto”. Y la Realidad Alfa, una vez en campo, hay que
ver cómo ella “resuelve todos los problemas”: no sólo los “del Espacio”,
sino aun los del misterio de la Eucaristía, que quedan tan simples y
vulgares que un niño los puede dibujar.

La Multiubicación,

la Traslación instantánea,

la Disextensión,

la Conextensión

del Cuerpo de Cristo en el Pan sacro, cosas reveladas, se comprenden


fácil con unas adiciones y substracciones oportunas de Realidad Alfa.
Como quien carga y descarga un acumulador. “Sublime Apologética”,
exclama el crítico de Razón y Fe (junio de 1933). “Obra genial”.

Mas, si la Realidad Alfa fuese absurda, también sería fácil explicar


todas sus sorprendentes explicaciones. “Ex absurdo séquitur quódlibet”.

La Realidad Alfa escogitada por Gar-Mar, por simpática que sea a


los que aceptan toda Apologética de dondequiera que venga, envuelve

166
absurdo, porque un Moverse local absoluto es contradictorio. “Motus
localis essentialiter est relativus” (F. SUÁREZ)18.

Es impensable un Movimiento Local sin dos términos Delque y


Alque (a quo, ad quem) como sería un movimiento local sin extensión.

Dejando aparte los dos aniquiles ya discutidos, es imposible que dos


cuerpos solos en el Universo se desaparten. Así como para casarse,
según el dicho inglés, no bastan dos, así para moverse hay que ser por lo
menos tres. Por extraño que parezca a primera vista. ¿Para qué rehacer
la demostración ya hecha por Aristóteles (Phys., cap. IX, 330, 1 s.s.),
Santo Tomás (In Phys., loc. cit.), Leibnitz (Nouveaux essais sur
l’Entendement, II; c. 13, a. 23), Balmes (Filosofía Fundamental, t. II, 1,
3°)…? El que no la ve con éstas, es inútil: es un preso de su fantasía. Si
sólo dos cosas existen, no hay extensión entre ellas, no habiendo Nada
entre ellas. Si A y Z son solos en ser, una de dos: o se interaccionan, y
entonces son contiguas (nulla actio in distans), o no influyen entre sí, y
entonces son dos mundos diversos, entre quienes lejos y cerca no tienen
sentido. No coexisten19.

Pero el siguiente suponer de Gar-Mar es peor, si cabe. A sólo existe y


continúa moviéndose con moción local. “El entendimiento divino ve el
movimiento de A aunque B no exista”.

Para quien no vea de golpe la absurdidad del arriba enunciado, se


puede declarar de estos dos modos siguientes.

¿Qué es motus localis, moción local? Es el fieri de un ubi20.

Es el acto imperfecto de una posición respectiva.

18
“Est probabile etiam includere transcendentalem habitudinem, ad tale spatium” (Metaphys., D. 51,
sec. 1ª, n° 13.).
19
Leibnitz siente que el problema del Vaso dentro del cual Todo se aniquila (¿se tocan o no las
paredes?) está mal puesto; y así elude prudentemente la solución llamándose a iglesia. “Ich glaube
aber das dieser Falle kraft der gottlichen Volkommenhait ausgeschlossem ist” (Nouveaux essais, pág.
136).
20
Fieri, hacerse; ubi, donde.
167
Veamos el absurdo, primero por el lado del fieri, y después, del ubi.

Hacerse una cosa no puede si no es determinada. (Nullum ens


indeterminatum.) Pero el nuevo ubi del móvil A no puede ser
determinado. ¿Por qué lo sería, si el viejo ubi pasa a no ser, el nuevo aun
no es y nada existe? No tiene lugar posible, pues fuera de A nada es; y
no teniendo lugar, un movimiento local, no es. Lo que pretenden
hacernos devorar con el Cuerpo-que-está-Solo-y-se-Mueve, es esto: un
movimiento interminado, una moción sin dirección. Dirección es la
determinación del movimiento21.

Pregúntese a un pibe graduado 3 en la escala Binet-Simon si puede


darse un movimiento sin dirección… Pregúntese a un labriego inglés y
responderá el fino proverbio: “There is no way, to no-where”22.

Ubicación es posición respectiva. Respecto no hay sin algo con quien


respectar. No hay relación sin dos términos. Todo ubi se mide en
geometría por dos distancias (coordenadas cartesianas). Distancia es el
producto de una moción local. Toda distancia es representable por una
línea. No hay dar distancia ilineable o inmediable, pues no hay dar línea
con una sola punta. Pregúntese a un labriego francés si puede haber
camino sin comienzo y proferirá el refrán rutero:

“C’est mi-chemin que de sortir…”23

21
MARÉCHAL: Point de départ de la Métaphysique, tom. V, sec. II, ch. 3. Lessianum, Louvain,
1926.
22
¿Cuál es el único tren
que nadie puede tomar?
El tren para Niunlugar
que pasa por Niunaparte
que de Ningún punto parte
y a Niunlao va a parar…
23
La mitad del camino salir de casa. No quiero cargar este artículo con los lugares en que Aristóteles
rechaza el “moverse indefinido”. El //¡/ (Phys., 273, 191) y el
/ vuelven a cada instante en su pluma en la Phys. (Véase, por
ejemplo, en edic. Didot, t. II, 343, 300, 332, 376, etc).
SANTO TOMÁS: De natura loci (Opusc. 48, rom. 52): “Licet emim de ratione corporis non sit
locus, est tamem de ratione corporis moti localiter” (pág. 168).

168
¿Cómo ha hecho Gar-Mar para concebir tales engendros? Sencillo.
Ha confundido primero el Moverse Local o Motus (“hecho de
experiencia”) (pág. 47), “realidad fundada en la experiencia de los
sentidos” (pág. 64), con su causa o Nisus (“el movimiento absoluto es
totalmente imperceptible por los ojos”, pág. 51). Después ha confundido
el invisible pero necesario Nisus de los antiguos con su causa, la
Potencia. Y después ha hecho de la Potencia una Substancia
(“Movimiento Absoluto”). Claro, la potencia activa o pasiva que causa
el mover y poder-ser-movido es algo (sea lo que sea) intrínseco a los
cuerpos (aunque tampoco absoluto, según nuestro parecer),24 es algo
invisible, algo ligado a la substancia, algo que “Dios puede contemplar”
(pág. 48) independientemente del moverse actual, pues Dios puede ver
todos los efectos en sus causas.

Pero no distinguir efecto de causa, o efecto potencial de efecto


actual, es el paralogismo que en griego se llama ¢n£basij e‡j ¢llo; y en
criollo, enchufe. Y de ese modo, Gar-Mar orna la humilde Moción Local
con los atributos substanciales y cae sin novedad en el resbalón de
Boscovith (dinamismo cartesiano) del hacer del Motus una substancia;
que es, al fin, el viejo resbalón de la Segunda Stoa (Chrysippo y
Cleantes) con su famosa kr£sij d„ Ôlou que hacía a la a„t…a a la vez
oÙs…a, sîma y pneÚma: el movimiento, hecho tomo y persona, espíritu
y cuerpo25.

Esa es la Realidad Alfa.


24
Véase SUÁREZ: De Angelis, I, 4°, c. 8, n. 7. El matemático Euler no puede ser traído como asertor
del movimiento absoluto; por aquello de “Omne corpus etiam sine respecto ad alia corpora vel
quiescit vel movetur; hoc est, vel absolute quiescit vel absolute movetur” (Theoria Motus corp. sol.,
cap. 2, pág. 30).
Léase el contexto y se verá que el gran autor del Álgebra (matemático y no filósofo) no intenta
defender la absolutez del Mover Local sino sólo la del “Nisus”, tomando las dos cosas “per modum
unius”, como Gar-Mar.
25
Es curioso recordar que Kant, en su segundo estadio de su itinerario mental (1760-1770) admitió,
con Proclo Neoplatónico, el Espacio = Realidad Substancial al mismo tiempo que giraba en la órbita
del Escepticismo Humiano (De ultima ratione discriminis regionum in Spatio, año 1768). Lo mismo
Gar-Mar, y por el mismo proceso mental, rechaza esa evidencia del “Espacio Imaginario” y admite
en el fondo, sin saberlo, ese absurdo del Espacio-Substancia.
169
No es lo mismo hablar mal del Gobierno que gobernar. Gar-Mar, en
el inicio de este trabajo, en nombre de la Razón Pura, malhabla muy feo
de la fantasía y del “Espacio Imaginario” y trata a estos señores:

“Newton, Clarke, Fénelon, Jouffret, Spinoza, Descartes, Tschitserin,


Kant, Renouvier, Dunan, Baumann, Leibnitz, Berkeley, Hume, Hegel,
Blassmann, Planks, Drossbanc, Bergson, Spencer, Vacherot, Seeland,
Palaggi…” (pág. 45) nada menos que de “desvariados”. Mas si lo que
está dicho arriba es cierto, es él quien resulta un engrupido de la
fantasía.

De modo que la “Realidad Alfa” podría servir para ayuda de la


imaginación para contemplar la Eucaristía con tal que no se nos dé
como ciencia, como filosofía, o como “magnífica apologética”. Porque
si se la da como ciencia, entonces es peligrosa: suprime el Misterio. A
costa del Absurdo. Los simples se encandilan (véase el coro de loas
pomposas de parte de la prensa hispánica, incluso revistas serias), y
luego vienen los semisabios capaces de hacer estallar la contradicción y
dan pie a la calumnia de Carlyle contra nuestros dogmas:

“El intelecto católico es enfermo; le falta el signo fundamental de


salud mental, el vómito de lo Absurdo” (Booklets, Macmillan, New
York, 1899).

Por esto se enojó mucho, la única vez en su vida, Santo Tomás de


Aquino un día de 1270. “Et inde est quod multorum inexperti ad pauca
respicientes enuntiant facile” (Op. De aeternitate mundi). Se enojó
como nunca en su vida porque algunos filósofos devotos querían probar
un dogma de fe, la Creación, con malos argumentos filosóficos.

No ha sido mi intención brulotear este libro, como dicen. Es un libro


sincero. No es un libro brulotable, es un libro vivo. Y en este libro hay
filosofía, sólo que no está donde Gar-Mar y los más de sus críticos
creen. En el primer tomo, dedicado “A ellas”, donde Gar-Mar cree hay

170
poesía, hay filosofía. En el segundo, dedicado “A ellos”, donde quiso
hacer filosofía, hay amables fantasías26.

Para desagraviar al libro de este artículo, he de hacer otro sobre el


primer tomo de Sugerencias. En él mostraré que Gar-Mar es un notable
escritor, psicólogo y moralista de fibra. Es lástima que no haya él
percibido quizá hasta hoy que su camino de escritor estaba

desde Selgas por Gracián a Séneca.

Gar-Mar es un Gracián gallego, mucho más poeta que el acerado


aragonés, aunque sin su premura mental y su dominio del idioma: más
psicólogo, más ameno y humano. Más simpático. Su vocación no era la
de metafísico sino la de psicoapotegta, como Montaigne, La
Rochefoucauld o Joubert. Podía haber sido un ensayista como
Chesterton. ¡Qué lástima!

Por quién sabe qué sino fatal, ha seguido Gar-Mar uno de esos
caminos que su segundo tomo intenta hacernos creer posibles.

Su segundo tomo sí que es una Realidad Alfa, una de esas Rectas sin
Punta, una de esas Rutas que llevan a Ninguna Parte:

–¿Cuál es el único tren


que nadie puede tomar?
–El tren para Niun Lugar
que sale de Niuna Parte
que de Ningún punto parte
y a Niunlao va a parar.

V. CÉSAR PICO

El más querido de los dogmatistas modernos es el doctor César Pico.


Pico opina que la paciente demostración de Dios “a partir de la

26
Como lo notó certeramente desde el principio el Director de Estudios, Dr. José María Blanco, S.J.,
en la nota bibliográfica del n° de julio de 1933, t. II, pág. 78. “Tienen más enjundia tres sentencias del
primer tomo que todas esas ocho páginas del sueño de la inmovilidad…”
171
existencia innegable de la verdad” hecha por Maréchal en su Cuaderno
V, no marcha; y que todo aquel que admite el planteo del problema
epistemológico hecho por Kant, “rompe el puente” y queda
irremisiblemente preso en la isla del idealismo, rodeada por el báratro
del escepticismo.

Nosotros lo desafiamos a una discusión pública en los Cursos


Católicos acerca de la Última Deducción Transcendental. Pico no
aceptó la discusión oral, pero sí por escrito. Como después de eso
publicó en Sol y Luna (N° 9) un notable estudio sobre el problema
cognitivo, a modo de digresión desproporcionada de un trabajo sobre el
Vitalismo, tenemos derecho a considerarlo como el primer descarte. Por
eso hemos publicado aquí (difunta ya la revista Sol y Luna) el cuadro
esquemático de la demostración mareschálica, que toda persona iniciada
en filosofía puede entender fácilmente. Tanto cada una de las posiciones
encuadradas en forma ascendente por el esquema, como su conexión
mutua, se pueden probar con todo rigor científico.

En ese trabajo notable, nos parece, sin embargo, que César combate
con un adversario informe y no distingue bastante tres posiciones: la de
Descartes (duda universal metódica), la de Pita-Cienfuentes (duda
sistemática) y la de Maréchal (duda crítica).

Se hace fuerte en tres ponencias que me suenan a ambiguas.

1ª. El tomismo rehúsa que se dude de la veracidad de las facultades.

Asegún. Es un hecho que nuestras facultades se equivocan. ¿Será


lícito dudar de su veracidad en cuanto equivocables? Pues intentar
delinear sus límites, no es más que eso. Quien de nada duda, de nada
está cierto, dice Tomás de Aquino.

2ª. De un hecho particular no se puede concluir universalmente.

Asegún. Existe un hecho privilegiado que tiene valor transcendental,


y goza de universalidad intencional. Este es el fenómeno en el sentido de
Kant, el Cógito de San Agustín. Por eso, “el alma en acto pensante es,
en cierto modo, todas las cosas”, según el noto apotegma tomista. Por
eso, ciertamente, “la noción universal lograda (noción de Ser) no calza,
por universal, con ninguno de los seres concretos de donde fue
172
abstraída”, como dice muy bien César. Pero eso no obsta que, después
de lograda de ese modo (“per abstractionem formalem”), no pueda tal
noción mostrarse (por vía de demostración “adversus académicos”)
realizada eminentemente en un SER CONCRETO que por su natura
intelectual es espejo transcendente de lo universal, a saber: el Yo
cognoscente en acto; tanto más si está munido del “habitus” de las
ciencias, como lo suponen San Agustín y Kant.

3ª. La metafísica debe ser anterior a la crítica.

Asegún. Hay una metafísica precrítica, que es justamente la


metafísica nocrítica (y pongamos de ejemplo extremo la de Wolf),
metafísica inmatura o por lo menos anacrónica con respecto al estado de
la mente moderna; y aun esa, si algo vale, lleva en sí una crítica
implícita. Kant, lo que hizo fue esforzarse por explicitar (con resultados
discutibles, desde luego) esa crítica latente en toda filosofía seria y no
garmárica; que, por serlo, se debe a sí misma el estar continuamente
vigilando sus instrumentos. Y de ahí la convicción no infundada de Kant
de haber hecho una “ganz neue Wissenschaft von welcher niemand auch
nur den Gedanken vorher gefasst hatte”… una ciencia nueva impensada
hasta ahora, y que ninguno que tratase de metafísica iba desde hoy a
poder sortear”… – “denn abweissen kann er sie nicht”27.

¿Qué tal, César Pico, si ponemos que la metafísica y la crítica son


simultáneas y se enlazan entre ellas con causalidad recíproca? Así
aparecen en Aristóteles, aunque todavía sin conciencia clara de su
distinción. Y así aparecen en el Cuaderno V de Maréchal, que hace
preceder su brevísima refutación de Kant de largos capítulos sobre la
“ontología del conocimiento”. Ninguna puede romper con la otra y
ponerse delante, porque son las dos ruedas de la biga, la cual perdiendo
una, deriva fatalmente a una de las dos cunetas: o Dogmatismo o
Escepticismo. Justamente, el defecto de Kant fue pretender poner su
Crítica como “Prolegómeno de toda Metafísica futura” sin soñar quizá

27
Das aber derjenige, der Metaphysik zu beurteilen, ja selbst eine abzufassen unternimmt, den
Forderungen die hier gemacht werden, durchaus ein Gnuge tun musse, es mag nun auf die Art
geschehen das ser meine Auflosung annimt, oder sie auch grundlich widerlegt und eine andere and
eren Stelle setzs –denn abweissen kann er sie nicht… (KANT: Prolegomena, Vorwort, Insel IV, pág.
38).
Allein diese Prolegomena werden ihn dahin bringen, einzusehen, das es eine ganz neue Wissenschaft
sei, von welcher niemand auch nur den Gedanken vorher gefasst hatte, wovon selbst die Blosee Idee
unbekannt war… (Ibid., 379).
173
que de ella surgirían las tres metafísicas panteístas más
desmesuradamente dogmáticas que se conocen en la historia de la
Filosofía.

Y con esto termino casi toda la cuarta parte de la primera mitad de lo


que quisiera decir acerca de Kant en la Argentina, habiendo tiempo y
lectores. Pero que no voy a poder decir28 si siguen gobernando
Culacciatti y los Coroneles.

LEONARDO CASTELLANI, S.J.

(Otoño de 1945, de la Entrada en Guerra de la Argentina, año I)

***

EPÍLOGO

KANT ESCRIBE *

Oh Tú, de quien oscura nuestra Existencia brota,


Tú, incognoscible Causa, Tú, inaccesible Tema,
Que el hombre adora en vano y que en vano blasfema
Y a quien no encierra número ni palabra ni nota.

28
Doble y precario remedio… No voy a poder decir… El problema del libro está pensado de un
modo para mí intolerable. Este problema consiste en que el clima argentino se hace, al parecer, cada
día más contrario al libro bueno y favorable al libro-bazofia. En suma, se hace cada día menos
“culto”; o lo que es peor, más culturalmente “falsificado”.
Mi tío el canónigo solía decir: “Quien quiera escribir hoy en la Argentina un libro eximio, debe saber
que tendrá que pasar por la siguiente carrera de baquetas: 1°, pagarlo; 2°, luchar por venderlo; 3°,
pasar la humillación de verlo pospuesto al libro-bazofia; 4°, silenciado por la prensa llamada
“grande”; 5°, para postre, el autor recibirá una andanada’ denuestos. El escribir libros para los
argentinos no es ya por ende un oficio (il ne paie pas son homme, como dice Francia) sino una obra
de caridad al alcance solamente de un santo que fuese millonario, y como yo no soy nada de eso…” –
decía mi tío.
Exageraba algo. La dificultad de ser buen autor, que siempre existió, está hoy exacerbada por el
desorden de la época, es verdad. Esta dificultad aumenta a medida que el buen autor está más al
servicio del Reino de Dios, también es verdad. Pero eso es sabido y ya profetizado por Cristo: “Si me
persequuti sunt…”. Eso no debe acobardar a nadie.
Eso sí, la Iglesia y las Órdenes Religiosas es menester que tomen conciencia de este problema, del
cual ahora parecen bastante ayunas y dando golpes de ciego; –si es que esta cultura occidental y
occidua a que pertenecemos debe seguir adelante todavía. Así lo mandó en su testamento Fray
Esquiú. Ahora, si ya se viene el Anticristo, entonces la cosa cambia. En las catacumbas no se
necesitan buenos libros.
*
Epílogo, p. 325-326.
174
____

Sumido en su impotencia y encarnizado aforo


Mi pensamiento frente de tu faz formidable,
Mis viejos libros sobre mi vieja mesa abre
Donde la oleosa lámpara pone un círculo de oro.

____

Leo… Con sólo el juego de cambios infinitos


De veintisiete letras sobre amarillas hojas,
Agavillando el verbo sus míticas panojas
El genio humano oficia sus seculares ritos.

____

Escribo… Y de mi mano deshila como un cable


De luz la nueva ciencia con la sapiencia antigua,
Mientras la noche extiende, sofocante y ambigua,
La tachonada bóveda de su templo implacable.

____

Arriba, tú despliegas tu gran tienda secreta


Desafiadora esfinge que al débil hombre aplasta,
Y abajo, mi insondable conciencia como un asta
Con veintisiete signos te fija y te interpreta.

____

Y mientras tú me arrojas miriastral desafío


Con tu ojo milfacético que sin párpados guiña,
Yo me interno en mi interna fenoménica piña
Y te busco en los hondos del firmamento mío.

____

Y al otro firmamento le digo: “Noche inmensa,


Sombra tan sólo eres de Aquel que no se nombra,
175
Como yo, tú eres sueño de un sueño, sombra en sombra,
Que morirá primero que mi mente que piensa.

____

“Y cuando la otra sombra con sus mortajas tetras


¡Oh abismo azul con clavos de fuego! te haga nada,
Bajarán más potentes la báscula sagrada
Que tus millares de astros, mis veintisiete letras.”

____

Pero es mi noche entanto más oscura que el orco,


Perdido norte, roto bajel, triza la vela,
Como la infausta araña que se enredó en su tela
Con el sutil devane de mi entraña me ahorco.

____

Y yo que el intelecto notomicé pujante,


Yo el Grande, como triste lechuza al mediodía,
Lo que la vejezuela reza, lo que el infante
Invoca, lo que el místico toca, lo que el pedante
Describe, y todos saben…
¡Oh Dios!
… yo no sabía.

JERÓNIMO DEL REY


Día de la Virgen de Guadalupe, 1945.

176
Como yo, tú eres sueño de un sueño, sombra en sombra,
Que morirá primero que mi mente que piensa.

____

“Y cuando la otra sombra con sus mortajas tetras


¡Oh abismo azul con clavos de fuego! te haga nada,
Bajarán más potentes la báscula sagrada
Que tus millares de astros, mis veintisiete letras.”

____

Pero es mi noche entanto más oscura que el orco,


Perdido norte, roto bajel, triza la vela,
Como la infausta araña que se enredó en su tela
Con el sutil devane de mi entraña me ahorco.

____

Y yo que el intelecto notomicé pujante,


Yo el Grande, como triste lechuza al mediodía,
Lo que la vejezuela reza, lo que el infante
Invoca, lo que el místico toca, lo que el pedante
Describe, y todos saben…
¡Oh Dios!
… yo no sabía.

JERÓNIMO DEL REY


Día de la Virgen de Guadalupe, 1945.

176
LA REINA DE LAS SIETE ESPADAS *

TRADUCCIONES

(1951)

TODO aquel que traduce, desluce; pero traducir en verso a un poeta,


es una especie de absurdo.

Cervantes dijo que las traducciones son tapices vueltos del revés;
serán las traducciones en prosa; porque las en verso son simplemente
otros tapices: siempre menores o peores que el primero: en arpillera.

Solamente hay excepción, y el segundo tapiz es tan bueno como el


primero, cuando se trata de un poema extranjero que hemos leído hace
varios años, y una mañana nos levantamos, y sin encomendarnos al
diablo, lo traducimos de un tirón y sin saberlo de memoria; y ésto sólo
en el caso de que el traductor sea mejor poeta que el traducido; y
entonces es difícil que se dedique a hacer traducciones.

Porque si es menor o igual poeta, la traducción debe salir inferior por


la razón obvia de que el traducido tuvo para hacer su hecho las patas
libres, mientras el traductor, como en carrera de embolsados, tiene las
suyas en la bolsa del pensamiento y el sentimiento ajeno; y estas cosas
viven tan pegadas a la palabra en el hombre poeta, que trasplantadas a
otras palabras se marchitan; ya que no hay correspondencia exacta entre
dos lenguas, y sólo es posible la “trasposición”.

De modo que se ha dicho y se puede decir con verdad que el robo es


lícito en literatura, solamente cuando es seguido de asesinato.

Este caso se ha dado en la historia de la poesía unas 3 ó 4 veces; si


digo 7 creo que me paso. Odas de Horacio traspuestas por Luis de León,
las Églogas de Garcilaso de la Vega…

*
Chesterton, Gilbert K. (1951). La Reina de las Siete Espadas. Buenos Aires: Plantín, pp. 7-11.

177
El tercer ejemplo no recuerdo cuál es, pero estoy seguro que no era
Shakespeare traducido por De Vedia y Mitre, como me sugiere aquí un
amigo. Será quizá Marlowe traducido por Goethe.

El otro ejemplo que recuerdo es aquel breve poema y precioso


epigrama o epitafio que Leopardi tradujo de un desconocido poeta
español con brevedad y sobriedad dignas de Anacreonte: La hoja seca.

Lungi dal proprio ramo


Povera foglia frale
Dove vai tu? Dal faggio
Là dov’io nacqui, mi divise el vento.
Esso, tornando a volo
Dal bosco alla campagna
Dalla valle mi porta alla montagna…
Seco instancabilmente
Vo pellegrina e tutto l’altro ignoro.
Vo dove va ogni cosa
Dove naturalmente
Va la foglia di rosa
E la foglia d’alloro…

El soneto de donde procedió esta divina endecha, donde no sobra una


palabra (es decir, sobran tres, pero no importa), dice así en español:

Pobre hoja seca, ¿dónde vas en vuelo


De mariposa enferma y desvaída,
Entre la niebla y luz descolorida
Del sol de otoño y desteñido cielo?
¿Dónde vas, hoja seca, no nacida
Ni para el alto azul ni el bajo suelo,
Ni para demasiada dicha y duelo,
Hoja que va como se va mi vida?
–Yo no sé. De la flor vuelo a la fosa,
Del suelo al astro, al lodo o al vergel,
Presa de un aspirar que no reposa,
Donde va toda cosa
En confuso tropel…
Voy donde va la hoja de la rosa,

178
Voy donde va la hoja del laurel…

Puédese quizá notar aquí, en estas dos piezas de idéntico contenido,


la diferencia del gusto italiano y español; éste más amigo del énfasis, el
color, el adorno; el italiano, puro.

Es superior a nuestro ver al español a quien copió… a no ser que


hayan plagiado ambos a algún anónimo francés, como era de uso en el
siglo XIX…

Así pues, no había de hacerse al gran Don Gilberto el denuesto de


traducirlo en verso, sobre todo habiéndose de publicar la traducción con
el texto inglés enfrente.

Tengo aquí los dos tomos de traducciones de la “Biblioteca Clásica”,


CCXXXVII y CCXXXVIII: “Antología de líricos ingleses y
angloamericanos”… Todos se parecen… A pesar de que en inglés son
tan diversos entre sí como una aldea de ángeles, en castellano los
poemas suenan todos un poco a lo mismo, a la escuela académica
española de antes de Rubén Darío, con sus selgadas, zorrilladas y
quintanadas; y cuenta que hay entre los traductores poetas tan hábiles
como Querol, de Vedia, José María Heredia (no el francés), Caro,
Unamuno, Isaacs, Samaniego, Díez Canedo, Pombo y Llorente: este
último traductor casi triunfal del Fausto y el Búcaro roto de Sully-
Prudhomme.

El feroz Corsario de Byron queda convertido en un “trovattore” en


Llorente: el vikingo se vuelve valenciano. Las ideas se alargan,
dulcifican y “estompan”.

Hay sin embargo aquí un poeta que iguala a su original. Es D. Félix


M. de Samaniego en sus fábulas “El pastor y el Filósofo; El Lobo, El
Tigre y el Caminante; El Águila y el Congreso de Animales; El Jabalí y
el Carnero; El Filósofo y el Faisán; El Chivo Afeitado; La Mariposa y el
Caracol; El Enfermo y la Visión; El Raposo Enfermo; El Hombre y la
Fantasma; La Pava y la Hormiga; Los dos Titiriteros; El Poeta y la
Rosa; La Muerte; El Filósofo y la Pulga; más El Raposo y el Perro”.

Todas estas fábulas las dio como propias el fabulista español: son del
poeta inglés John Gay (1688–1732). El marqués de Melgar en su
179
“Poetas del siglo XVIII” descubrió el inocente hurto; que se puede
llamar inocente, pues la perfección castellana lo hace beneficiable del
indulto arriba enunciado.

El gran traductor en verso que fue D. Carlos Obligado nos decía una
vez que era posible traducir del inglés en el mismo metro y número de
versos: pues la sinalefa del castellano se traga muchas sílabas y permite
embutir muchas palabras en un endecasílabo. Lo contradijimos. Con
perdón del dilecto y llorado amigo, no es posible. El inglés es el idioma
más breve, bárbaro y hermoso del universo. El español, al menos como
lo hablamos nosotros y los catalanes, es una lengua obesa.

Por eso pues, después de haberse roto la testa para traducir en verso:

But I have learned what wiser knights


Follow the Grail and not the Gleam

y otros lugares semejantes, la traductora1 optó cuerdamente por hacer


una versión que sea por lo menos útil, y no incurra en la nota de
irreverente; y menos en un librito dedicado a María Santísima, “The
Queen of the Seven Swords”, “Nuestra Señora de las Siete Espadas”.

De estas últimas ya hay bastantes en la Argentina.


LEONARDO CASTELLANI.

_________

P.S. –Estimada hermana y señora: Ahí va el prólogo que le prometí para el público;
permita ahora una posdata para Ud.
He revisado su versión y corregido las pocas palabras que Ud. verá. Francamente opino
que no debían haberse traducido algunos poemas, que son simplemente INTRADUCIBLES;
como por ejemplo: PEQUEÑA LETANÍA, IMÁGENES Y LOS DIJES.
Ud. sabe que los poetas juegan a veces con los sones y las imágenes y hacen especie de
ninananas para niños; al verterlas a otra lengua, cambian los sones y las imágenes aparecen
estrafalarias: desapareció la poesía.
Corremos el peligro de que al autor y a Ud. los tengan por “irreverentes”; y aun conozco
un magnate que sin duda lo hará. Eso a Chesterton no le importa; pero a Ud…
Hay en estos versos una cantidad de sutiles alusiones, poco rastreables para el lector no
inglés. ¿Quién gustará, por ejemplo, en el potente y patético poema “La Torres del Tiempo”
(que yo hubiese traducido “Los Poderes de este Mundo”) el resumen del derrumbe de Carlos I

1
Clara Petty de Saravia, quien figura como traductora del libro, es uno de los pseudónimos del P.
Castellani [N. del E.]
180
en la 2ª estrofa? ¿Y quién intuirá en la 3ª del poema “Santiago de España” la alusión conjunta
a la España roja, la España de Franco y la España sarracena todo en uno?
En fin, allá Ud. y el editor. Yo he penosamente cumplido. También Ud., pues no se puede
traducir mejor en este caso.
Suyo en Cristo Jesús.
L. C.

181
SEÑOR DEL MUNDO *

(1958)

He traducido este libro para una persona, y si ella lo lee, lo demás no


importa, pero puede ser útil, si no me engaño, a muchos otros.

“Qui scribit, bis legit”, decían los romanos; bien pudieran decir:
“qui vertit, ter legit”, el que traduce, lee tres veces…Quiero decir que
traducirlo me ha sido extraordinariamente provechoso también a mí.
Entre otras cosas, para traducir bien una obra maestra, hay que ir hasta
el tuétano del pensamiento y de la técnica del artista; y se le revela a
uno la delicada fábrica de ambos, oculta allá detrás.
*
* *

En julio de 1956, estando en Londres, busqué con afán las obras de


R.H. Benson que aún no poseo, y un ejemplar bueno de “LORD OF
THE WORLD”, su obra maestra, que poseo en una edición barata
(Hutchinson C°) hecha para los “Dominios”, sin fecha, mala impresión,
mal papel, deplorable presentación… La búsqueda fue infructuosa;
aparentemente, las obras del admirable novelista no se reimprimen más;
y en Foyles, la librería mayor del mundo, que tiene un stock de
1.400.000 libros de segunda mano, me dijeron que no los encontraría.
Supongo que los estragos de la guerra y el ambiente protestante de
Inglaterra explican esto.

Este libro religioso, que para nosotros puede ponerse al lado


del “Pilgrim Progress” de Bunyan y el “Paradise Lost” de Milton,
tiene mala suerte. Juan Mateos Pbro., lo tradujo pobremente, por no
decir mal, para Gili, de Barcelona, tomándose la libertad de
hacerle añadiduras, y ésas, chabacanas, estropeando por ejemplo el § 3
del Cap. IV. Además, parece que antepuso al comienzo del “Prólogo”
este pegote insolente: “Los que son enemigos de prólogos fastidiosos,
pueden omitir la lectura de éste, que no ingresa en la acción de la

*
Benson, Robert (1958). Señor del Mundo. Buenos Aires: Itinerarium, pp. 283-292.

183
novela” (cito de memoria), lo cual es falso, y es una broma pesada del
autor; pues siendo éste un soberano artista, si el Prólogo fuese
superfluo, lo hubiese omitido él mismo. Un artista no pone nada
innecesario en su obra.

Una “editorial” de Buenos Aires tomó esta traducción y la reprodujo


con los siguientes empeores: 1°) cambió el título del libro; 2°) omitió
dos páginas de “la muerte de Mabel”, arruinando el Cap. IV del Libro
Tercero; y 3°) suprimió tranquilamente el prólogo calumniado.

Yo no quería que esta obra se perdiera. La leí a los 15 ó 16 años en


la traducción de Mateos, y me hizo una impresión indeleble. Releída
más tarde en el texto inglés, la juzgué una de las más interesantes de la
riquísima novelística inglesa, superior a las de Wells como “novela
anticipatoria”, comparable a las de Meredith en estudio psicológico y
pulcritud de forma, cargada de un mensaje religioso de alta actualidad e
importancia; en suma, un poema teológico en prosa que se puede poner
al lado del “Paradise Lost”, y superior a él en algunos aspectos; desde
luego, el de la amenidad…y la ortodoxia.

Pasando por Barcelona este año, vi que Gili Hijos había reeditado su
traducción de hace cuarenta años, sin retoques. Como dijimos, esa
traducción es deficiente, es “aguada”, ha puesto demasiadas palabras de
más, además de verba y retórica española; ha “rebajado” el texto, en el
sentido en que se “rebaja” el vino; y este rebajar, tratándose de una gran
obra literaria, puede equivaler a “anular”. Nosotros hemos añadido a
veces; pero para reforzar, no para diluir. Hemos añadido graduación, no
agua. Reparar algún olvido del autor, es lícito; y también sacar en
limpio, por medio de una palabra más, una conclusión que el autor sabe
que sus lectores ingleses sacarán por sí mismos; pero yo sé que mis
lectores no.

En suma, he hecho mi oficio a conciencia, tomándome todas las


libertades que eran necesarias, pero ni una sola más que las necesarias;
cotejando de paso con asombro las cualidades de ambas lenguas; y
notando que aunque la inglesa es “la más breve, bella y bárbara del
Universo”, con todo es posible emular hasta cierto punto (como notó
ese gran “scholar” que fue don Carlos Obligado) su heroica concisión
con la española; no con la enormidad de monosílabos, las preposiciones
separables y las palabras compuestas, que son su privilegio regio, sino
184
por medio de la elipsis, la metáfora, las frases hechas y modismos, y la
rica flexión de los verbos castellanos.
*
* *
“Lord of the World” a su aparición suscitó una gran resistencia en
muchos católicos, que lo acusaron de “sombrío” y aun de
“desesperado”, estimando que la “Iglesia no podía ser derrotada (es
decir, perseguida) en tal forma, pues poseía las promesas divinas, etc.”
Eso oí declamar con mucho énfasis cuando era mozuelo al P. Irribaren,
un sacerdote vasco. El escándalo ante el Apocalipsis y la Segunda
Venida de Cristo (que son dogmas de Fe) es común en el catolicismo
actual; y creo que se ha acentuado desde Benson acá. Viene quizá de
que se adhiere a la Iglesia como a un partido político; y además, los que
están muy enfermos no aman oír hablar de la muerte; y así el mundo
actual. Como se ve por la correspondencia de Benson (publicada por
Martindale s.j) la resistencia en Inglaterra fue enorme. Benson podía
haber contestado tranquilamente: “Más sombrío, si acaso, es el
Apocalipsis y el capítulo XXIV de San Mateo”. Mas él escribió otra
novela, llamada “Aurora Total” (The Dawn of All) –traducida al
español con el título de “Alba Triunfante” – para darse a entender
mejor.

Estotra novela contempla la “Otra posibilidad” abierta en tiempo de


Benson, y que en realidad no está cerrada nunca al Poder imprevisible
que gobierna la historia: la posibilidad de un gran triunfo de la Iglesia:
esa “conversión de Europa” que invoca Hillaire Belloc como único
albur de salvar el mundo actual. Pero… “nunca segundas partes fueron
buenas”; y esta segunda parte (en realidad, contraparte) no tiene la
fuerza, la grandeza ni la convicción de su gemela-antípoda. Se ve que
las presunciones de su autor (llámense “pesimistas” si se quiere) no
corrían por ese cauce, y se inclinaban al otro polo, al de las grandes
derrotas inminentes de la cristiandad; y los acontecimientos de este
último medio siglo ciertamente no lo han desmentido.

Muchas de las cosas previstas por Benson en su fantasía poética (en


la cual no hizo sino prolongar algunas líneas de fuerza de su tiempo,
proyectándolas al futuro) se han verificado. Apoyándose en el libro del
Apocalipsis (que siendo él todavía niño, su padre, el Arzobispo de
Cantorbery, había comentado), Benson sin embargo no lo asume por
185
entero, a fin de lograr, con certero tacto artístico, la unidad de la obra;
y esquivar los temas que, por su vastitud desmesurada, eran
inabarcables a la representación artística; escollo que quizás no supo
salvar del todo nuestro Hugo Wast en su “666”, novela del tema
análogo. Benson se ciñó al motivo del Anticristo y la Última
Tribulación, siguiendo en esto quizá la gran tradición medieval,
resumida por Newman en sus cuatro sermones de 1835 sobre “el
Anticristo según la doctrina de los Padres”.

En lo que no acertó Benson, como les pasa generalmente a los


profetas, fue en el cálculo del tiempo, en el cual se quedó generalmente
corto; lo mismo que le ocurrió, por ejemplo, a Nietzsche en sus
predicciones. También rehuyó el tema de la Guerra de los Continentes,
que está predicha en la Revelación de San Juan; haciéndola evitar por
obra del Anticristo Félsenburgh, que procura la paz, y por medio de este
gran triunfo se convierte en “Señor del Mundo”. Benson esquivó,
además, las profecía de San Pablo acerca de la Conversión de los Judíos
y la Restauración del Reino de Israel; las Siete Fialas de la Ira de Dios;
y el misterioso pasaje de los Dos Testigos Taumaturgos, así como el de
la “Segunda Bestia”.
*
* *
Roberto Hugo Benson nació en 1871, hijo del Primado Protestante
de Inglaterra, Arzobispo de Cantorbery, Edgard White Benson, también
notable escritor, como toda esta familia (Edgard, Arturo, Edward,
Estela…) y autor de varios libros religiosos, uno de ellos sobre el
Apocalipsis, como dijimos. Su hijo menor, Robert Hugh, se convirtió al
catolicismo después de ordenado clérigo anglicano y desempeñados
algunos curatos de la “Iglesia Establecida”. Hizo un viaje a Roma,
donde se ordenó sacerdote católico, cuyo recuerdo emocionado pasó a
este libro. Soportó mucho tiempo la aversión y la persecución de su
hermano mayor Eduardo Federico, arqueólogo y también autor de
novelas, como “Dodo”, novela costumbrista decididamente fútil y
floja, y “Spook Stories”, cuentos de duendes; las cuales sí existen
actualmente en librerías y se reeditan y propalan, a pesar de ser
inferiores a las del hermano menor, según nuestra opinión; que no todos
comparten. Eduardo escribió en su larga vida más de 50 novelas,
además de algunas piezas de teatro y libros de viaje; Roberto Hugo
escribió en su corta vida dos o tres obras maestras. La madre sostuvo,
186
apoyó y consoló constantemente al hijo sacerdote, como puede verse en
la tierna correspondencia citada en la biografía de Martindale
s.J.: “Robert Hugh Benson, his Life and Work”. Murió en 1914, de 44
años.

Sin disculpar al hermano, era natural que R.H.B. fuera perseguido


en Inglaterra, aunque honrado en Roma con el título de “Monsignore”;
en aquellos tiempos, los “Monsignori” del Vaticano honraban todavía a
los profetas. Con lo que dice R.H.B. de la Iglesia establecida y del
Imperio Británico tenía que lastimar al anglicanismo y al jingoísmo (o
patrioterismo inglés), las dos religiones más vigentes en Gran Bretaña,
y suscitar, ende, el “odium theologicum”. Dijo verdades tremendas,
tanto más cuando proferidas por el hijo mismo de la cabeza suprema de
ambas religiones, el Arzobispo-Príncipe de la Iglesia Nacional
Protestante. Pero, en fin, es el lote de todos los profetas.

Publicó 19 novelas, además de varios libros teológicos, como “Las


Paradojas del Cristianismo”, tan amado por Chesterton; “El amor a
Jesús”, “Santo Tomás de Canterbury”, “La Religión del Hombre
Medio”, “Denominaciones No-Católicas” y “La Amistad de
Cristo”. Los títulos de sus novelas, además de las dos nombradas, son:

The King’s Achievement (Lo que hizo del Rey)

By what Authority? (¿Con qué autoridad?)

The Queen Tragedy (La tragedia de la Reina) trilogía histórica


acerca del nacimiento del cisma inglés.

Come, Rack! Come, Rope! (¡Ven, potro, ven, cuerda!) novela


histórica acerca de los mártires ingleses del reino isabelino.

El espejo de Shalot (cuentos de duendes)


Ricardo Raynal, solitario
La luz invisible (cuentos de misterio)
Los nigromantes (acerca del espiritismo)
Los sentimentales
Los convencionales
Bicho Raro (“Oddfish”)
El cobarde
187
Soledad (“Loneliness”)
Iniciación
Un hombre medio
Un cribado (“A winnowing”) y
¡Un solo Dios!, otra obra maestra genuina, traducida al francés y al
italiano con el título de “La conversión de Frank Guilesley”… (“None
other Gods”).

La corta vida del sacerdote artista resplandeció de todas las virtudes,


y de un estudio y un trabajo incansables. Todas sus novelas, aun las más
flojas o inmaduras (como “Loneliness” o “Iniciation”) muestran
maestría y saber y contienen valores apreciables. Su hermano las
calificaba públicamente de “panfletos de propaganda papista
sensacionalista y folletinescos” –indicando así, sin querer, las dos
cualidades máximas de Roberto que a él le faltaron, a saber: el don de la
invención novelesca y la trascendencia del mensaje. El “Dictionary of
English Litterature”, publicado por John W. Cousin en la
colección “Everyman’s”, omite tranquilamente a Robert Hugh como si
no existiera, en tanto que incluye los datos biográficos y bibliográficos
de su hermano (edic. 7ª, 1929), lo mismo que otras obras de referencia
que hemos visto. Puede que me equivoque, pero me parece una
injusticia manifiesta.
*
* *
Vertere, ter quaterque legere…Traduciendo un libro, mucho más
que leyéndolo, uno entra en el arte y la inteligencia del autor; y también
en sus limitaciones.

Algunos críticos han descalificado el desenlace de este libro


(recordemos a Mateos, su primer traductor, y a León Bloy en su
“Diario”) considerándolo inferior al resto de la obra, un descenso,
colapso.

No nos parece. Pero en último caso hay que tomar lo que a uno le
dan, cuando se lo dan gratis; y si el autor no nos dio más, es que no
pudo darnos más. Inconmensurable como era el tema, preferible es que
nos haya dado el fin del mundo en una especie de poema lírico-
abstracto-místico en prosa, que no una barroca pintura a lo Wells llena
de truculencias, de un suceso que de suyo es inefable.
188
Pero en realidad el final nos parece, bien mirado, egregio. Desarrolla
una idea sencilla y profunda, que todo cristiano tiene, pero es
misteriosa; a saber, que lo sobrenatural es de suyo más poderoso que
todo lo natural, como el viento es más poderoso que la tierra (y el
espíritu que la materia) y en una batalla formal lo derrotaría.

No lo derrotaría arrollándolo por violencia, como un huracán se


lleva por delante los árboles, sino penetrándolo como un ácido y
disolviéndolos; porque el espíritu penetra la materia, si es que no
constituye su raíz misma. Por lo menos hay continuidad entre ellos

car le surnaturel est lui-même charnel;

y aunque no lo parezca en la actual condición y economía de la


creación, el espíritu es el más fuerte.

Por eso Benson discurre armar a los inermes cristianos enfrentados


al enorme poder material del Príncipe de este Mundo con la misa, el
santísimo sacramento y los inofensivos cantos litúrgicos; y a estas
armas las hace triunfar de modo inesperado pero lógico sobre la
tremenda flota aérea del Anticristo; la cual no es precipitada en llamas,
como pensó durante siglos la imaginación vulgar sobre los textos del
Profeta, sino simplemente, en virtud del fuego esencial, desvanecida en
la nada.

Para concebir la muerte del mundo, Benson se apoya con excelsa


intuición poética en la muerte del hombre ¿y qué cosa más lógica?, en
el desvanecimiento gradual de los sentidos y los vínculos vitales entre
cuerpo y alma (tema iniciado en la muerte de Mabel, que hace
“pendant” y preludio a la muerte del universo mundo), no porque el
alma se debilite, sino al contrario. Basta que lo sobrenatural devuelva al
espíritu su fuerza congénita, para que éste domine a la materia –como
ocurre en los milagros.

Sin negar los fuegos pirotécnicos de los diversos Apocalipsis


(terremotos, granizos, calor excesivo, luna sangrienta, estrellas que
caen, bramidos del mar) al contrario, afirmándolos al sublimarlos,
Benson hace ver la última catástrofe desde adentro y no desde afuera:
desde la visión mística (visión de la realidad más honda que la sensible)
del Sacerdote Sirio, puesto en un trance de agonía o parecido a la
189
agonía. Y esto es un soberano acierto artístico, propio de un gran poeta.

*
* *
“Libro sombrío”…El mencionado reproche de que Benson pintaría
los últimos tiempos con colores demasiado negros, me parece carente
de sentido; yo diría que más bien se queda corto.

Desde luego, y aunque “cela va sans dire, mais nous le


disons”, esto no es una Suma Teológica ni un Apocalipsis ni un Libro
de los Reyes; es una imaginación, es decir, una novela, con la verdad
propia de este género. Inventa una manera como la cosa puede pasar,
sabiendo que puede haber otras maneras. Lo importante es que la Cosa
va a pasar, de esta manera u otra.

Por lo pronto, ya hoy, a los cincuenta años, algunas líneas de 1906


que Benson proyectó al futuro (como la de Gustavo Hervé, por
ejemplo) se han cortado, otras han desviado camino. Algunas nuevas
han surgido imprevistamente, como el fenomenal Imperio Soviético
Ateo, o la creación del Nuevo Reino Israelí, suceso eminentemente
profetal.

Fácilmente se podría objecionar ahora (en parte) la concepción de


Benson y proponer otra; pero eso sería pecar contra los derechos de
autor: los derechos de la imaginación poética.

Los cristianos de Benson, por ejemplo, son admirables. En realidad,


retrata de cerca a uno solo, Percy Franklin; y de lejos, una gran masa de
cristianos sin rostro, los miembros de la Orden de Cristo. Todos son
admirables.

Frente a estos cristianos admirables…renegados como el P. Francis,


seres dolorosamente equivocados como Mabel y perversos como
Félsenburgh, o simplemente malos (egoístas) como Oliver Brand. Los
dos extremos: seres demoníacos y seres admirables.

Pero hoy día nos encontramos en medio de inmensa cantidad de


cristianos NO ADMIRABLES. El término medio –“los imbéciles”,
como dice Bernanos– escapó a Benson, o no lo quiso considerar…a no
ser fugazmente, en Mister Phillips, quizá.

190
El Vaticano de Benson es un modelo, tal como lo pudo ver la mente
idealista de un joven sacerdote convertido que fue dos años a estudiar a
Roma; como lo vimos (con la imaginación) nosotros mismos durante
nuestros estudios.

El Vaticano convertido en un nidal de intrigas políticas, en una


burocracia impersonal e insensible, en una sucursal del Quay
d’Orsay…o en una Beocia (como la historia nos enseña puede darse)
Benson no podía verlo. Sin embargo, muchos Santos Padres antiguos
creyeron que sería en la Roma de los últimos tiempos (atención, amigos
Adventistas, ¡de los últimos tiempos solamente!) donde se asentaría el
Anticristo. Benson prefiere hacer volar a Roma…Es preferible. No es
seguro.

Puede que Benson haya visto algo de esto, mas no haya querido
“desnudar las vergüenzas de su madre”, como prohíbe el Levítico.
Tampoco yo lo haré.

Anoto esto al vuelo, solamente para esclarecer la novela. Benson no


se sintió con inspiración o con voluntad para retratar el fariseísmo. Sin
embargo, sabemos que cuando Cristo retorne encontrará la religión más
o menos –más y no menos– como cuando vino. Cuando vino la
encontró plagada por el fariseísmo; el cual desconoció al Mesías y dio
muerte deicida al Hijo de Dios.

“Si no hubiese fariseísmo en la Iglesia, no habría comunismo en el


mundo”, nos dijo antaño en Roma un judío converso, don Benjamín
Benavides.
*
* *
Así, pues, el autor de “Señor del Mundo” concibe la Gran
Tribulación como una persecución externa, que hace mártires de los
valerosos y apostatas de los tímidos, reduciendo el número de los
cristianos a un puñado de héroes del espíritu, a través de grandes
matanzas y defecciones inmúmeras; pero ha velado la tribulación de
adentro, la corrupción introducida en el seno de la Iglesia, mucho más
temerosa. Ha prescindido de lo que llama el Apocalipsis “la Segunda
Bestia”. La Iglesia, apretada más y más, se conserva más y más pura,
como un grano de oro en el crisol. Benson no ha tenido la idea (o la ha

191
perdonado al lector) de la corrupción interna específica de la religión;
de la confusión dentro del redil, y no solamente fuera.

Con ligereza indigna de un católico, algunos católicos que no eran


católicos llegaron a insinuar al aparecer este libro la sospecha de que el
novelista “hubiera perdido la fe”…Lo que sí se puede conceder es que
quizás esta novela represente una tentación contra la fe ya rechazada, lo
cual es justamente lo contrario: una tentación de desaliento vencida.

Mas, como ya hemos dicho, cuando Cristo venga por segunda vez
“en gloria y majestad”, encontrará la religión en el mismo estado (y un
poco peor) que en su primera venida: Él mismo lo dijo. Y ese fenómeno
es mucho más espantable que el de la violencia externa y corporal; la
cual no faltará tampoco. Por lo menos, así leemos nosotros las
profecías; sujetándonos, si erramos, al juicio de la Santa Madre
Iglesia. “Cuando veáis la abominación de la desolación en el lugar
donde no debe estar…entonces es”.

“La última corrupción ya ha comenzado, porque la Iglesia ya está


tocada: en el Atrio, no en el Santuario”, nos dijo también don Benjamín
Benavídes.
*
* *
Las palabras que Cristo habló acerca del misterio de la agonía del
mundo que habitamos y su definitiva transformación, son extremosas,
tanto en la amenaza como en el consuelo; y van en su desmesura
sublime más allá de donde el arte humano puede seguirlas. El
Predicador y el Profeta humano (que de esto oficia Benson en este
libro) ante un suceso que es mayor que el Diluvio y comparable a la
creación misma, debe contentarse con balbuceos. Pero esos balbuceos
son también necesarios a la propagación de la Palabra.

Día de San Juan Evangelista de 1956.

Leonardo Castellani Conte-Pomi Th.D.

192
*
AVIVANDO BRASAS

A LA MANERA DE PECO IBARGUREN

(Después de leer su manuscrito)

(1957)

Las moscas tienen frío…

Llueve, llueve, llueve como un río.

Ese árbol frente mío

Se llama rododendro

Que no tiene consonante en castellano

Excepto “engendro”

Que no me sirve, como es llano,

Porque es redondo echado adelante y bien hecho

Como una choza sin pared y con techo

Anoser un pilar color ruano

Que es el tronco fino y derecho

Casi humano.

Y entonces escribí a Federico

Ibarguren

Cuidando los consonantes no me apuren

Cortando en consonante rico;

*
Ibarguren, Federico (1957). Avivando Brasas. Buenos Aires: Theoria, pp. 13-15.
193
Recordando no sé por qué

A San Benito y Santa Escolástica

Que provocó rezando una lluvia fantástica

Y el santo hermano no se fue

Y así no puedo salir deste nido de monjas

Hasta Mañana

Mirando la lluvia las acacias y toronjas

Y escribir al trueno de la ventana

Solamente lo que uno ve

Y todo lo que pensé

Por la mañana

Leyendo “Universitarias” de “La Nación”

Con toda la nueva promoción

De profesores

E “Interventores”

De la sabiduría y la erudición

De esta nación…

El libro es bueno

(Yo lo publicaría)

Unido en hilito de autobiografía

Sencillo y sereno
194
Y hay poemitas logrados sin rebuscarlos

Como el que recuerda a Don Carlos

(¡Otra vez el trueno!)

Cada uno con su pepita de oro

Invisible al literario loro…

La literatura argentina

No existe

A lo menos como materia dina

De estudiarse en esa triste

“Universidad”

Masónica de verdad.

La “Historia Argentina” dividida

En “épocas” y “subépocas”

Es apenas una arruga obstrépera

En el mar de Clío divina

Ni aún la décima parte de la mitad

De una “época” de verdad.

Y tiene aquí cátedra, catedral y santones

Y después dicen no existen los masones…

Mas para nosotros es cosa preciada

Una vez que no esté falsificada.

195
Así que Don Peco a publicar

(Lo difícil luego es vender)

Pero cierto se puede leer

Gustar y aprovechar.

L. Castellani

San Miguel, 20 de diciembre de 1956

196
NOCIONES DE COMUNISMO PARA CATÓLICOS *

PRÓLOGO

(1961)

El comunismo es la cuestión candente hoy día, el problema


específico y fundamental de nuestra época. Nadie escapa a él, se ha
introducido por todo; su espectro por lo menos. Y cómo será de
actuante, que con su mero espectro especulan los politiqueros: que
agitando el “fantasma del comunismo” se mantienen en el mando y
aumentan el Comunismo.

El doctor Enrique Elizalde ha escrito sobre este tema de todos un


libro innegablemente útil; y para mí, original y sólido. Conoce al
comunismo por contacto directo, y conoce lo que de él se dice en el
medio católico común; de donde se persuadió que podía decir algo
provechoso al último, quizás a ambos.

Creo que el resultado honra a las letras argentinas. No es una


repetición o trasfusión de otros libros, es un esfuerzo discreto y sincero
de pensamiento propio, que no presume de descubrimientos, pero
tampoco retrocede ante las preguntas más osadas y difíciles, que son
justamente las que hace “el hombre de la calle”. Posee un pensamiento
bien informado, maduro, y sobre todo crítico –cosa no muy frecuente
entre nosotros–; cualidades que se revelan incluso en el estilo, sencillo,
equilibrado y muy claro; es decir, simplemente puro. Poseer la facultad
mimética de repetir en otra forma, aunque sea mejor forma, no es
pensamiento. El pensamiento existe cuando hay vivencias propias:
cuando existe una reflexión sobre propias experiencias. Sobre los dos
temas que él maneja en contrapunto, catolicismo, comunismo, E.
Elizalde posee mucho más que citas y lugares comunes; y con una
sinceridad impávida profiere verdades u opiniones que el católico vulgar
o “mistongo” rehúsa discutir, rehúsa oír y rehúsa ver.

*
Elizalde, Enrique C. (1961). Nociones de Comunismo para Católicos. Buenos Aires: Poblet, pp. 7-
26.
197
Voy a bordar algunas reflexiones sobre el texto mismo del libro, sin
incurrir en la grosería de intentar hacer “otro” sobre el mismo tema ni
querer exponer mis opiniones a costa de las del autor a la manera de los
parásitos; sin dejar de notar empero al final dos o tres puntos
secundarios que me parecen discutibles o menos exactos. La verdad es
que en un trabajo de teología hecho por un médico, el teólogo puede
tener algo que decir, aunque sea por presunción profesional.

La herejía

El comunismo es una herejía. Esta es una de las afirmaciones básicas


de este sólido ensayo, de la cual se derivan fundamentales conclusiones,
y sin cuya consideración discutir el comunismo, es golpear alrededor del
clavo.

En alguno de mis escritos (“Cristo ¿vuelve?”, pág. 205) lo comparé


con la herejía albiana o albigense. Como ella, el comunismo es a la vez
un movimiento social, un movimiento político y un movimiento
religioso. O sea, es una revulsión demagógica contra la Tradición que
asume forma religiosa y es aprovechada por la política. Un escolástico
diría que el descontento y resentimiento social es su causa material; una
visión herética del hombre su causa formal; y la política su causa
eficiente; aunque las tres causalidades se entremezclen poco
limpiamente.

Hay enormes diferencias entre estos dos albigenismos, que veremos


luego. Pero primero las semejanzas.

El albianismo medieval fue una herejía antisocial, que rechazaba y


destruía todo el cimiento de la civilización romana y cristiana; o la
civilización a secas: la propiedad, el matrimonio, la familia, la autoridad,
el ejército y la jerarquía eclesiástica; para ver su virulencia baste decir
que al matrimonio legal preferían la ramería e incluso la sodomía. Su
dogmática era maniquea: la materia había sido creada por el diablo, el
espíritu por Dios (dicho brevemente pero veramente). Su organización
era sencilla y fuerte, una especie de Antiglesia calcada sobre la Iglesia:
los “espirituales”, o “perfectos”, o “puros” (cátharos) que se habían
libertado del yugo de la materia eran los jefes y tenían obispos e incluso
en un momento un Antipapa residente en Bulgaria, de donde también
los llamaron “búlgaros”. Los demás debían tender a ese estado “electo”
198
o “perfecto” (que combinaba a veces tremendos ayunos con el vicio de
la sodomía) y si no llegaban a él, podían al menos recibir a la hora de la
muerte el “consolamentum” de un Perfecto (especie de extremaunción o
absolución) con el cual se salvaban raspando. Pero la raíz de estos y
otros más complicados dogmas y el fin a donde tendían era la
destrucción de la sociedad existente para dar lugar a otra mejor, igual
que el comunismo. Si hubiesen triunfado las huestes de Raimundo VI de
Tolosa y Pedro de Aragón el joven (como debían triunfar), toda Europa
hubiese cambiado, y no para mejor. Belloc y otros historiadores estiman
que el peligro que pasó entonces la Cristiandad fue mayor que el de los
musulmanes –el cual subsistía en ese tiempo; y por cierto se hubiera
combinado muy bien con el catharismo.

La sangrienta batalla de Murel (o Muret) es uno de los


acontecimientos decisivos de la humanidad, como Marathon, Cañas
(Cannae), las Navas de Tolosa, Tolbiac o Lepanto; en ella Simón de
Monfort con mil hombres venció un ejército de 100.000 hombres; en la
desventaja nunca vista en el mundo de uno contra cien. Mandaba el
ejército Pedro II de Aragón, a quien Belloc llama el Borrachín y
Menéndez Pelayo el católico: quedó muerto en el encuentro. Ni era
albigense ni era su mira “fastidiar a los franceses” como dice Belloc:
probablemente se unió a las huestes de su cuñado Raimundo por
solidaridad feudal y familiar; y si a alguno quiso fastidiar fue acaso al
Papa Inocencio III.

La lucha contra el catharismo duró como dos siglos, desde el famoso


año Mil hasta las vísperas mismas del siglo de San Luis Rey y Santo
Tomás. Al subir al Pontificado Inocencio el Grande se opuso a la
“cruzada” contra los albianos, diciendo: “La religión no se puede
persuadir con la fuerza” y enviando a las regiones infestadas (que más
bien que Albi de donde tomaron su nombre, eran el Languedoc y el
Norte de Italia) misioneros santos, como desea E. E. Los albigenses los
mataban, si venía a mano. Después del asesinato del principal, Pedro de
Castelnau, que todo el mundo atribuyó al Conde Raymond, Inocencio
viró con la fuerza y la majestad de un buque de guerra: canonizó al
Legado papal y proclamó la Cruzada, que ya había declarado el Concilio
de Tours en 1163. Los cristianos tardaron casi dos siglos en tomar las
armas contra la secta organizada subversiva y agresiva.

199
Eran los populachos los que se levantaban primero contra este
movimiento disolvente, hasta el punto de linchar a sus predicadores –
Pedro de Bruys, quemado vivo 20 años antes del Concilio de Tours–;
eran los hombres de gobierno de la naciente monarquía francesa los que
propiciaban la formación de un ejército regular contra ellos; y eran los
hombres de Iglesia como San Bernardo y Santo Domingo de Guzmán
los que se oponían a la violencia; hasta que tuvieron que alzar la mano.
La contienda religiosa se había vuelto netamente política, como ahora
Rusia y Estados Unidos: los barones del Sur de Francia, celosos del
Norte semigermano; y sobre todo del reyezuelo de la Isla de Francia
Felipe Augusto, se habían ligado al Conde de Tolosa y a su compinche
el Rey de Aragón. Sin embargo, el llamado del Papa tuvo mezquino
efecto; ya está dicho que el ejército blanco (así le llamó el cronista poeta
Guillén de Tudela) tenía mil hombres; eso sí, hombres de a caballo;
mandados por el discutido Simón de Monfort:

Lo comte de Monfort venir ab so senhal


Et molt d’autres francés que tuit son a caval.

Nunca se vio más grande esperanza en una situación más


desesperada: encerrados en un castillo, oyeron misa a la madrugada
(dicha por Santo Domingo) montados a caballo, incluso dentro de la
Iglesia; y de allí no más salieron a la desesperada hacia el flanco
izquierdo, y antes de contactar viraron a la derecha y se metieron como
una cuña en el centro. Las tropas de Pedro II, indisciplinadas, se
retiraron en la confusión más espantosa y fueron alanceadas con el furor
de la desesperación… y del miedo. El cronista Pedro Sarnensis dice que
el ejército enemigo parecía un océano. Toda esta “cruzada” se distinguió
por su ferocidad, de ambas partes: en vano Santo Domingo y Pedro de
Osma clamaban. El que ha visto ha franceses furiosos se hace una idea.

Aunque la matanza fue comparable a las de moros en las Navas de


Tolosa, es dudoso (como casi todos los “bons mots” de la Historia) el
dicho del De Monfort: “Matadlos a todos; Dios conocerá a los suyos”.
Como la matanza continuara a manos del populacho y de los jueces
reales, se fundó la “Inquisición” (se llama la Primera Inquisición) no
para matar herejes sino (créase o no) para librar de la muerte por lo
menos a los no-herejes; pues como suele pasar en estos casos, pulularon
las falsas denuncias y los vencedores tendían a alzarse con las

200
propiedades de los vencidos. Bastaba que se probara que un hombre era
casado; o que delante del tribunal de teólogos abjurase su doctrina
anárquica y subversiva, para que los “hombres de la encuesta” (que eso
significa “inquisición”) liberaran al acusado; pues había un decreto del
Rey de Francia de pena capital para todo recalcitrante; y los jueces
reales no se daban mucho trabajo con la teología.

Veinte años más tarde (1233), las “Constituciones de Tarragona” de


Don Jaime el Conquistador ponen el cimiento de la Inquisición
Española; que quien las lea verá eran un inmenso progreso jurídico
sobre la legislación durísima de aquellos tiempos. El Artículo 5° dice
que “para que no pagasen inocentes por pecadores (como pasaba a causa
del tremendo edicto del padre de Pedro II contra los “valdenses”) nadie
podría decidir en causas de herejías sino el Obispo, u otra persona
eclesiástica a eso deputada” –o sea un inquisidor. La Inquisición era un
tribunal doble; y en ella los eclesiásticos no hacían al comienzo sino
“inquirir”.

Así terminó la herejía albigense primera, para bien de la humanidad,


aunque la lucha contra ella continuó casi un siglo más en Cataluña y
León de España; y la Inquisición… evolucionó; la cual nada tuvo en su
comienzo que no fuese loable, y en su medio no fue tan negra como hoy
día hacen creer al vulgo. Y si lo digo yo, que he sido víctima de la
“Inquisición sin Encuesta”…

Y así probablemente tendrá que terminar el Comunismo, si es que el


mundo debe seguir viviendo, cosa que yo no sé. No creo que se pueda
convertir a los comunistas rusos tocándoles el violín del Progreso
Indefinido, los Derechos del Hombre, y la Democracia Liberal, como
San Vicente [sic] Solano a los indios. También puede ser que el
Comunismo no se deba convertir, sino que deba fusionarse con las otras
dos Ranas del Apocalipsis, el Liberalismo y el Modernismo para formar
la trenza del Anticristo.

Y aquí viene la diferencia de los albigenismos Primero y Segundo:

1°- La Herejía de Albi fue un conflicto regional, de los “lugares


oscuros y sucios” de Europa, mal evangelizados; el comunismo es un
conflicto Mundial.

201
2°- El albianismo era una barbarie desorganizada; el comunismo es
una barbarie organizada, teorizada, calculada y (perdón por la palabreja)
tecnologizada.

3°- El albianismo insurgía contra una sociedad cristiana; el


comunismo contra una sociedad que no puede llamarse cristiana
“simplíciter”, como bien nota E. E. Y esta es la diferencia capital. Los
yanquis defienden hoy la Civilización Cristiana… Capitalista.

De aquí que tiene razón el autor en rehusar una “guerra preventiva”


contra Rusia. De punta a cabo en su libro insiste en que “la violencia no
puede persuadir una religión” (como dijo Inocencio III) que la lucha
contra el comunismo debe ser moral y espiritual, que lo primero y
principal es nuestra conversión. Tiene razón en eso, pero permítame:

– Si los rusos atacan a Europa o América, ¿les está permitido


defenderse a los cristianos?

– ¿No han atacado ya los rusos a Europa, como en el caso de


Hungría, Polonia y las otras cinco “naciones cautivas”?

– ¿Es obligatorio esperar para armarse que se produzca de hecho el


ataque “atómico”?

Formular las preguntas es contestarlas.

Las exhortaciones “irenistas” del autor se dirigen a los católicos


comunísimos que dicen que los comunistas son todos bestias y ladrones
y que hay que aniquilarlos cuanto antes.

Algún choque o guerra parece muy probable sino inevitable –porque


sencillamente “la agresión armada al mundo capitalista está dentro de la
doctrina comunista” – en tanto que la defensa armada está
indudablemente dentro de la doctrina racional – no diré católica. Dentro
del sentido común, sea pagano o cristiano.

Conflictos críticos

Abramos las páginas de la historia: en nuestro pobre mundo ha


cuajado muchas veces la siguiente situación: dos núcleos enfrentados
irreconciliablemente, uno de los cuales puede llamarse Civilización y el
202
otro Barbarie. Se produce una guerra desesperada, de exterminio a
veces. Triunfa el núcleo civilizado, y sigue para él un “Siglo de Oro”, un
Imperio. De esta suerte fueron las Guerras Médicas (Grecia y Persia),
las Púnicas (Roma y Cartago) y las Musulmanas (Europa encabezada
por España contra el Islam). Hay otras más pequeñas o menos claras;
como la breve “Cruzada Albigense” que hemos descrito; no tan breve
pues duró 20 años.

Chesterton ha reseñado magistralmente uno de estos choques en su


libro “The Everlasting Man”, capítulo La Guerra de los Dioses y los
Hombres*. Entre nosotros un escritor español Penella de Silva, escribió
un dilatado y curioso libro: “Buenos días, Mister Truman” en que
expone muy bien esta premisa del “permanente asedio de la Civilización
por la Barbarie”, aunque por desgracia no saca conclusiones del todo
justas. Su error a mi parecer es propiciar una “guerra preventiva”, o sea,
un ataque activo de EE.UU. a Rusia (proceder no cristiano) y sobre
todo, el olvidarse que es preciso que preceda a toda vera “cruzada” la
conversión de Europa, por lo menos incoada. De otro modo serán dos
fuerzas igualmente inicuas o poco menos las que choquen; y los que
sonaremos seremos nosotros los cristianos. Esta posibilidad ha sido
también considerada por los videntes; como el ruso Solovief en sus
“Diálogos” (1900) y el inglés R. H. Benson en su novela “Señor del
Mundo” (1910), cuya traducción española publicamos poco ha. Uno y
otro consideran dos enormes potencias enfrentadas, las dos igualmente
acristianas, Europa y Asia (Imperio chinojaponés) y como consecuencia
de esta situación la epifanía del Anticristo. Solovief considera la Guerra
verificada y ganada por los amarillos; Benson considera la Guerra
evitada a último momento por el Anticristo, Juliano Felsenburg.

Quise decir esto para que no se entienda a E. E. en el sentido del


“irenismo” condenado por S. S. Pío XII en su encíclica “Humani
Géneris” contra la Nueva Teología. “Irenismo” (de “irénee” gr. paz)
significa Paz con los herejes a toda costa.

Sospecho que no se puede amansar a las fieras de hoy día tocándoles


la flauta de Orfeo. Si no han leído las “Memorias” de Trotzky, léanlas.
Es una fiera humana; más aún, es un demoníaco.

*
En realidad el capítulo se llama “La guerra de los dioses y los demonios” [N. del E].
203
El asalto actual a la Iglesia se diferencia de todos los anteriores en
que no es solamente malo (con maldad humana), sino satánico. Tiende a
liquidar no solamente lo sobrenatural, sino aun lo natural, como bien
nota nuestro autor la razón, la tradición, la convivencia política, los
derechos humanos –empezando por el derecho de propiedad privada,
palafrén del comunismo.

Entre paréntesis, notaré una proposición, que me parece menos


exacta: “discuten los teólogos si el derecho de propiedad es inherente a
la natura”… (pág. 68).

Eso no lo discuten los filósofos católicos; discuten solamente su


grado de “naturalidad”.

Niegan dos extremos: que sea un derecho natural de “primer grado”,


como el derecho a comer o a casarse, uno; y dos, niegan que sea una
mera convención humana, una ley positiva que otra ley positiva pueda
lícitamente abolir.

Es un derecho natural de “segundo grado”, o sea “derivado con


intermedio de la razón”, como es, por ejemplo, el matrimonio
indisoluble y monógamo.

E. E. defiende que es derecho natural con el argumento que de él


depende el derecho a la libertad. Está bien, pero hay que añadir por
debajo el derecho a comer y a engendrar hijos con tranquilidad. Eso de
la “dignidad de la persona humana” solamente, parece cosa de
democristianos.

En suma, es verdad lo de E. E. en pág. 84:

“Aplastar a las naciones comunistas en una guerra… no tiene


sentido”.

También es verdad complementaria:

No defenderse de los Bárbaros o los Piratas si acometen… no tiene


sentido. E. E. no sueña en negarlo. Pero no insiste en ello, pues no lo
pedía el fin de su libro.

204
La culpa.

E. E. le carga la romana a los católicos. “Los católicos tenemos la


culpa” –dice–, lo cual es verdad; es decir, los Sedicentescatólicos no los
Santos, que son los Verocatólicos. Pero: “los católicos tenemos toda la
culpa”, no sería verdad.

Esto también lo indica al llamar a boca llena “herejes” a los


bolchévicos; pues, la herejía es pecado, y muy grave: es una rama de la
“infidelidad”, que es el más grave de todos.

No se es hereje de nacimiento, o por casualidad; salvando empero la


tesis del filósofo Zubiri acerca del “pecado colectivo de ateísmo”.

Otra cosa es el “error en la fe”, el cual puede ser inculpable; mas el


“hereje” es lo que el criollo entiende cuando dice “hereje”; y algo peor.

El comunismo es, según E. E. una especie de catolicismo ateo, valga


la paradoja; como el albianismo fue un catolicismo maniqueo: Elizalde
hace ver que existen en él profundas aspiraciones cristianas (o hebreas),
asumidas por el ateísmo. Esa es la definición misma de toda herejía; de
las cuales Elizalde opina, el comunismo “es la más inteligente” (?).

Todas las miserias, injusticias, explotaciones y atropellos del mundo


no pueden hacer que un hombre diga: “No hay Dios” si él no quiere.
Podrán hacerlo enojarse contra Dios y aún blasfemar; pero la insensata
afirmación “No hay Dios” procede de la necedad, según la Escritura:
“Dijo en su corazón el necio: No hay Dios” (Psalmo XIII, 1; Psalmo
LII, 1). Y la necedad, entendida como la Escritura, es pecado grave: el
hombre es responsable directa o indirectamente de ella. La simple
ignorancia, que suele ser humilde; la equivocación acerca del número
del colectivo o la hora del tren, que suele ser propia del filósofo, no es la
“stultitia” de la Biblia: Stultitia opponitur sapientiae; es decir, es la
necedad acerca de las cuestiones vitales; o como dicen hoy,
“trascendentes”. Esta necedad es hija de la lujuria o bien de la soberbia,
enseña Santo Tomás (“Summa Th.”, II, IIae, XLVI).

El ateísmo, tan numeroso hoy, no es disculpable, aunque sea en


muchos “atenuable”.

205
Crisis en la Iglesia

¿A qué católicos le carga la romana Elizalde? A los burgueses; es


decir, a los ricos. No han cumplido las encíclicas papales acerca de la
cuestión social.

Algunos las han cumplido. ¿Era posible o fácil que todos las
cumplieran? Para eso era necesario que abajo de ellos la gente llamada
“humilde” las hubiese cumplido también; y arriba de ellos, el clero:
hostigando a los “católicos” malos ricos, como en tiempo de San Juan
Crisóstomo, San Agustín y… Jesucristo. El clero es copartícipe de esta
responsabilidad, como en tiempo de los Albigenses.

Hemos dicho alguna vez que la Iglesia atraviesa hoy una crisis por lo
menos tan grave como antes del estallido del Protestantismo. Pedidos
cuenta de esto, no podemos darla; por lo menos sin escribir un gran
libraco. Es un “pálpito”, digamos; y se han escrito a veces libros enteros
(como el de Congar O.P.), para justificar un “pálpito”, que no son
convincentes; y sin embargo, el “pálpito” era certero.

Yo diría así brevemente que (parece) la actual estructura temporal de


la Iglesia está fallando en su eficacia (lo dijo el insigne Rosmini y el
insigne Newman hace un siglo); ya endurecida y engarabitada, como
pasa a todos los institutos humanos; y a favor de esa falla, enormes
abusos e injusticias son posibles dentro de la Iglesia, que la ensucian y
desacreditan. Una de ellas y muy seria es la preconización de Jerarcas
poco inteligentes, contra lo que enseñó Sto. Tomás y mandó San Pablo
(“Y el pazguato no será ya más llamado Príncipe” – dice el Profeta;
hablando del Siglo de Oro); lo cual proviene en parte de la actual
lamentable distanciación y aun dispartición entre el pueblo fiel y la
Jerarquía; en la cual tanto insistió Rosmini antes del Primer Concilio
Vaticano.

La “estructura temporal de la Iglesia” no es la Iglesia ella ha tenido


varias y diversas en el curso de la Historia. El Vaticano no es el Espíritu
Santo… como me dijo ayer un “nacionalista” argentino. ¡Ojo, sin
embargo!; los comunistas dicen algo parecido: ellos “combaten
solamente al catolicismo político” (?).

206
Quédese esto así; pues con este asunto no es muy apacible meterse
mucho. Elizalde indica esta causa muy de paso; y hace muy bien.

“Sed contra est…”

Esto se está haciendo una disertación. Acabemos.

Hay en este libro algunas proposiciones “filosóficas” (su Catecismo,


Elizalde lo sabe muy bien) que no me gustan, aunque pueden ser
entendidas bien; por ejemplo, acerca de la teoría del conocimiento,
acerca de la teoría de la creencia y acerca del uso de los bienes
temporales.

I – “Los juicios son elecciones antes que comprobaciones. Juzgar es


optar”. Distingamos.

1° – Los juicios de “creencia” (de lo cual trata el contexto) son


opciones a la vez que afirmaciones.

2 – Los juicios en general están conectados con la voluntad, siendo


nuestras facultades un todo y no compartimentos estancos. “El intelecto
está penetrado de voluntad”, dice el autor con razón; que es lo que
decían los antiguos: “voluntas in ratione est”. El hombre que sabe,
primero quiere saber, dice Elizalde. En un sentido: en el sentido de que
el apetito o tendencia general a saber, es propia del intelecto; como toda
potencia apetece su acto. Habría que distinguir aquí, para ser exactos,
entre “voluntad tendencia” y “voluntad potencia”, o sea, entre
propensión y albedrío. No necesitamos “querer saber” cuando se nos
enfrenta una evidencia. Yo quisiera no saber que en estos momentos mi
vecino me está dando Radio gratis a todo volumen; pero no puedo.

3° – El intelecto prima la voluntad; es decir, es primero


ontológicamente, es principal. Lo contrario procede del difundido
“voluntarismo” que impregna la filosofía moderna; que comenzó
históricamente con Occam y fue cuasi impuesto por Suárez. Es un error
en metafísica.

Los únicos filósofos modernos No-voluntaristas que conozco son


Schopenhauer, Husserl y Nikolai Hartmann entre los mayores.

207
II – La fe es una de las especies de la creencia. Es, antes de todo, una
afirmación, no un sentimiento. Según la fórmula teológica, ella es
“intelectual, libre y oscura”.

“Creer en los milagros es también un milagro… Creer en lo que se


deseaba demostrar es un acto de fe…” – dice nuestro autor. Quiere
indicar que al que no quiere, no se le puede demostrar la existencia de
Dios, lo cual es verdad; pero la existencia de Dios no es un acto de fe
sino una verdad natural al alcance de la razón. Como tampoco el
milagro (entendido como hecho histórico) no es un acto de fe.

El autor exagera o no determina bien el papel de la Gracia y la


Voluntad humana, en la Fe; por mor de su empeño en recalcar que la fe
es libre.

“La fe no es cosa nuestra sino de Dios; es muy poco lo que nosotros


aportamos, casi todo lo hace la Gracia…” (pág. 94).

Créase o no, la Gracia lo hace todo y el Albedrío humano lo hace


también todo.

Parece imposible; pero un pintor pintando hace todo el cuadro y el


pincel hace todo el cuadro en diversos planos: causa principal e
instrumental. “Totum sed non totaliter”, decían exactamente los
antiguos.

La comparación flaquea en el caso de la Fe, pues allí el instrumento


no es inanimado, sino vivo. Entonces recurren los filósofos a la noción
de “causas recíprocas”.

Hay causas que se causan mutuamente: están unidas y su acción


produce un solo efecto o un solo “supósito”, como son eminentemente
el cuerpo y el alma en el hombre. “Mi enfermedad me produce tristeza y
la tristeza produce mi enfermedad” (Kierkegaard, enfermo de “mal de
melancolía”) “Causae quae ad ínvicem sunt causae” – causas entre sí
causativas.

La doctrina de las causas recíprocas es una clave en psicología y en


filosofía. Ellas se dan solamente en el dominio de lo viviente y sobre

208
todo de lo espiritual; y resuelven problemas, de otra manera,
desesperantes.

Algunos modernos les llaman ineptamente “causas en cadena” y


“causas en circuito”. Así la teoría de Freud acerca del “placer premio” y
“placer estímulo”.

La Gracia causa la determinación de mi albedrío y la determinación


de mi albedrío causa la Gracia.

¿Es imposible? Más imposible es que la Gracia cause, pongamos


nueve décimos del acto de fe y un décimo sólo lo cause yo. Un acto vital
(“inmanente”, como dicen) no puede ser causado parcialmente por dos
causas vivas a medias; como dos caballos que tiran de un carro. No es
así.

(Paréntesis. – Es una lástima que en la Argentina no se enseñe buena


filosofía, rudimentaria al menos, a todos. Pero para eso sería necesario la
supieran primero Mac Kay el profesor Salonia.

El Bárbaro “Monopolio Estatal de la Enseñanza” ha atrasado al


intelecto argentino, y con él a toda Argentina de un modo inmensurable.
El Estado no puede enseñar filosofía porque no sabe filosofía; entre
nosotros no sabe ni siquiera Política, que es su oficio).

III – Acerca del uso de sus bienes, Elizalde da a los ricos consejos
buenos, pero incompletos.

“Si hemos de emplear nuestra fortuna en la política, lograríamos


mayor beneficio dándola de limosna a los pobres” – dice.

Eso es verdad, excepto en el caso de verdadera vocación política; es


verdad de los que tienen vocación religiosa.

Si Marcelo Sánchez Sorondo gastara su fortuna (si la tuviera, digo,


como sería de desear) en traer un buen gobierno a la Argentina, haría
mayor beneficio que fundando una Casa Cuna. Fundaría muchas Casas
Cunas.

Existen (o existieron) en la Cristiandad Europea las virtudes de ricos,


llamadas “liberalidad”, “magnificencia” y “munificencia” que se puede
209
decir son variedades superiores de la limosna o “beneficencia”. Ellas
consisten: 1°, en ser desprendido y generoso con su dinero, o sea
“liberal” en el antiguo buen sentido; 2°, en hacer obras magnas de
pública utilidad; y 3°, en hacer donaciones a los que sirven al procomún
–como los periodistas “nacionalistas de derecha” – o el curandero
uruguayo Federico Díaz.

Enrique Elizalde hace un retrato del nacionalismo del cual sólo diré
que los nacionalistas argentinos que yo conozco, no se parecen ni
sombra. Será el nacionalismo de Alemania – o de Inglaterra. O esto que
llaman ahora “nacionalismo de izquierda”.

Mi finado director y amigo don Lautaro Durañona y Vedia no tenía


ni sombra de los tres caracteres de este mal nacionalismo, a saber: odio a
los judíos, rencor a las demás naciones y prepotencia dictatorial bestial
con sus compatriotas. Más bien pecaba por los tres contrarios a ésto.

Cabo

Este prólogo es así como es a causa de que la primera vez que leí
este manuscrito, fue en orden a hacerle una “censura”. Pido disculpa a
los lectores que hubiesen preferido quizás otra cosa. Para más
pormenores positivos ver el ensayo Comunismo en mi citado libro
“Cristo ¿vuelve o no vuelve?”, pág. 205.

Summa summarum: el autor, a mi parecer, logra su intento, el cual es


oportuno aquí y ahora.

Describe con mansedumbre y exactitud la Segunda Rana.*

Pronostica bien sus causas próximas y consecuencias posibles.

De su lectura, concluyo yo:

O bien el Comunismo Mundial será reducido por el medio y manera


que aquí se indican; como el antiguo Albigeísmo, o el Islam, o el
Arrianismo; y en ese caso vendrá en el mundo una gran prosperidad o al
menos pacificación, que no durará empero más de tres generaciones, o
quizás dos: un “Siglo de Oro”.

*
Referencia a las tres ranas del apocalipsis de San Juan (16, 13-15).
210
O bien el Comunismo no será reducido y seguirá propagándose
lentamente y embromando a medio mundo; y entonces, yo no veré el
resultado ni mis sobrinos nietos tampoco.

O bien el comunismo se funde, pacíficamente o no, con la tercera


Rana, que es la Última Herejía, y “la más inteligente (satánicamente) de
todas”, y ahora ya existe. Esto visionaron Solovief y Benson.

Y entonces, agarráte Catalina que vamos a galopar.

LEONARDO CASTELLANI

Día de San Policarpo Milenista,


Obispo y Mártir – 1961.

211
POEMAS EN NOSTALGIA MAYOR *
PROLOGO

(1961)

Me toca comentar un libro de poesía religiosa, que lo es toda (o por


el tema o por el tono, o por el espíritu) la contenida en el libro “Poemas
en nostalgia mayor” del P. Clemente Ruppel, S.V.D – Edit. Guadalupe,
Buenos Aires, 1961.

Hace unos treinta años Manuel Gálvez decía, en un artículo de la ya


extinguida revista “Ichthys”, que en la Argentina no había poesía
religiosa; lo cual era un hecho, y muy revelador por cierto. Hoy no
puede decirse lo mismo: la poesía religiosa ha aparecido, tímidamente
es verdad, pero con nota de indudable autenticidad; no solamente la
poesía devota, sino también la mística, y la religioso-existencial, que es
la poesía humorosa. El humor, cierto género de humor, es el trecho
entre lo ético y lo religioso, trecho que de suyo se salva de un salto. De
este género de humor es eximio ejemplo el poema “Letanías al Buen
Ladrón” (p. 127), uno de los más notables del libro. Y las poesías en
este tono, a mi juicio, son las más religiosas del libro, aunque no a
primera vista quizás.

He aquí un libro tremendamente argentino, porque es europeo y


“atrasado”: es arte del siglo XVII; es decir, arte religioso barroco. La
palabra “barroco” tiene dos sentidos: uno peyorativo, que significa
exuberante o recargado: rococó en Francia, churrigueresco en España,
manuelino en Portugal, “grottesco” en Italia. Otro sentido técnico, que
indica simplemente el arte tan peculiar del Seiscientos y Setecientos
mitad. En este sentido nos parece se puede calificar este original libro,
salvo mejor parecer.

En la periferia de la provincia de Buenos Aires surgió un día una


catedral seudogótica de ladrillo y cal, destinada a no ser terminada
nunca; contra la cual se desató con furia teatral y pedantesca, aunque
justificada en el fondo, el entonces joven (1910) Leopoldo Lugones, en
su conferencia “La Cacolithia”. ¿Qué diría Don Leopoldo viejo si

*
Ruppel, Clemente (1961). Poemas en nostalgia mayor. Buenos Aires: Guadalupe, pp. 5-7.
213
hubiera contemplado este alcázar de palabras fabricado pacientemente
en la pampa, con las pompas refinadas del siglo XVIII – con la paleta
del Tiépolo, la plomada de Andrea Pozzo y el mármol florecido del
Bernini? Su furia se hubiese inclinado ante la poesía auténtica; y su
patriotismo se hubiese sorprendido y regocijado de este inesperado
trasplante.

“Entiendo que la idea de alzar sobre nuestras pampas un templo


gótico es empresa tan quimérica como la reproducción de un animal
antidiluviano” –dijo en aquella ocasión. En esta, me figuro, diría: –“Es
ley de nuestra tierra que un descendiente de la Germania Católica pueda
escribir en medio de la pampa como si estuviese en el Augusteo de
Munich o San Esteban de Viena”… “el fondo contradictorio y
romántico de nuestro carácter”.

Después de un siglo de desprecio, en el cual se forjó el sentido


despectivo del vocablo, los peritos en artes plásticas se pusieron a
reivindicar el arte de la Contrarreforma; y han convenido en que el
barroco, si no el más religioso, es el más católico de los estilos. Así
como los teólogos, los artistas también salieron en defensa de la antigua
religión europea contra el movimiento duro, cerrado e iconoclasta que,
en nombre de la “vuelta a la Iglesia primitiva”, la amenazaba; y crearon
un estilo fastuoso, regocijado y tierno como antídoto al rebrote de
barbarie y rigorismo. Para contestar al jansenista que escribía como un
eco del sombrío Calvino:

“De notre réligion les mystères terribles


D’ornements égayés ne sont pas susceptibles…”

los artistas católicos no hicieron sino amontonar en torno a los altares


todas las fiestas, e incluso todos los firuletes y farandulerías del universo
mundo. Paradojalmente, ante la rebelión contra el dogma y la norma que
enarbolaba la “libertad interior” para llegar a las más duras cadenas del
alma que han existido, los países católicos representados por sus grandes
artistas se pusieron a jugar, por así decirlo, a danzar: trajeron todas las
cosas risueñas y caprichosas del mundo para colgarlas en torno al
atacado tabernáculo; como en las misiones guaraníes, la procesión del
Corpus con cacatúas y tigres amarrados en el camino atorado de flores
tropicales. El dogma y la norma lo que hacen al fin no es aprisionar sino
liberar el espíritu. Y aunque a mí no me gusta tanto el barroco como a
214
Benedetto Croce, Eugenio D’Ors, Chesterton o Paul Claudel, todavía
creo que la idea de ellos es justa: para que un niño pueda jugar al borde
de un abismo (como “el pequeño Saltimbanqui” de nuestro poeta) es
necesario que haya un antepecho a lo largo del abismo; y así el siglo de
la “Reforma” y de las guerras religiosas, vio aparecer el arte más libre,
juguetón y antojadizo que existe: Bernini, Zerpotta, Lunghena…
empezaron a hacer moverse, ondular y florecer al mármol con drapeados
de piedra que parecen seda, templos que parecen árboles y alcázares que
parecen fogatas –y (por desgracia inevitable) a veces, también,
mazapanes.

Para volver a nuestro poeta, su libro tiene como tres partes: una, la de
los sonetos alejandrinos de tema religioso, factura refinada y contenido
tierno y regocijado, no pocas veces netamente evangélico, como en esa
pieza magistral

LA SAMARITANA

Desciende el mediodía por la boca del pozo.


En su fondo navegan relámpagos de fragua.
En eso Dios irrumpe jadeante y sudoroso,
el cielo como premio por una copa de agua… (p. 39)

Segunda, los poemas en versículos libres o pareados, que constituyen


una especie de parábolas líricas, un poco soñadoras, muy patéticas y
altamente originales, como la ya recordada “El pequeño Saltimbanqui”.

Tercera, las piezas humorísticas o satíricas, también en metro libre


por lo general, de una singular energía, que no vacila ante el toque feroz
o agrio, aunque esta no sea la vena habitual del autor; como “Pérez y
Pérez”, p. 171.

Entre estas partes sustanciales, aparecen exquisitas viñetas, ya en


forma aforística, ya en forma folklórica popular a modo de villancicos; a
veces como refinados madrigales:

Corazón, que tu latido


sea suave como el sueño,
callado como el olvido.

215
Como el olvido… De suerte
que no le quede, al final,
mucho que hacer a la muerte. (p. 153).

El P. Clemente Ruppel soporta la comparación con los mejores


poetas argentinos actuales; y se levanta tranquilamente sobre la turba de
los mistificadores, falsificadores, oropelistas y criptomacaneros. Es un
maestro de la lengua y el metro, un príncipe de la metáfora y un
millonario de la fastuosa ornamentación. Su oscilación entre el amor
místico expresado en términos eróticos y una contrición lírica que lo
lleva a posar un poco de pecadorazo, nos parece un poco forzada; pero
ella cesa en la tercera y mejor etapa del libro, en las secciones llamadas
“La hermana infalible”, “Sonetos pintores”, “Poemas en nostalgia
mayor” y “Balas perdidas”; donde su ascética aparece madura y
completa.

Uno vuelve de un mundo musical, pinturero, armonioso, ensoñado, y


sin embargo real, al acabar el libro, que ha de leerse entero de una vez; y
sin dificultad alguna resplandecen como florones de luz suave las piezas
perfectas, como este ejemplo:

DESPONSORIO BLANCO

Cuando venga la muerte con suavidad de raso,


a bañar con su lumbre mi lóbrego retiro,
prevendrán mis latidos el ritmo de su paso
como esas lentas músicas que acaban en suspiro.

Con precisión de novia que nunca llega tarde


me brindará su diestra sostén de lazarillo.
– ¿Te vienes? … Sin recelo que entonces me acobarde
mi “sí” tendrá rituales resonancias de anillo.

Iremos por la noche que pule sus diamantes.


Hará mi blanca niña que broten del arcano,
si quietudes de tálamo, secreteos amantes.

Y yo callado, porque todo sumiso en gozo,


216
pasaré como en éxtasis, ostentando en la mano,
–ramillete de flores– mis nervios en reposo. (p. 51).

LEONARDO CASTELLANI, E.U.

Junio de 1961

217
PRÓLOGO A NOSOTROS LOS INMORTALES

por Don LEONARDO CASTELLANI *

(1961)

He tenido el privilegio de corregir las galeradas de este libro. Se me


pide diga algo de él.

Yo diría que Helvio Botana es un poeta que saca las primeras


consecuencias de la Fe; que por ser las primeras están olvidadas por los
fatigosamente embarcados en discutir las últimas –o simplemente
olvidados de todas–. La “fe no pensada” es una de las variedades de la
“fe sin obras” del Apóstol Yago. La obra del entendimiento es en el
hombre la primera obra.

Esta obra de pensar la fe ha faltado hasta ahora en la Argentina. En


un cientocincuentañario de “religión”, la Argentina no ha producido
libros religiosos buenos; ni malos, si vamos a eso; y los devotos hacen
un milagro cuando leen una traducción del Cardenal Spellman o Raoul
Plus. Por eso son importantes los libros de Botana, todos ellos de tema
religioso.

Son en nuestro medio una especie de milagrito. Muestran que el país


no está tan degradado como parece.

En un viaje reciente a Rosario fui a visitar a un sacerdote muy


enfermo conocido mío, el cual me preguntó con voz aterrada y
moribunda: “¿La Iglesia no le ha prohibido todavía esos libros que Ud.
anda propalando subrepticiamente?”

Pobre Don Helvio: prologado por mí, es posible que su


perfectamente ortodoxo meditatorio se convierta en herético y
“subrepticio”.

El que los primeros libros religiosos que se publican en el país deban


producir tal grotesca reacción, incluso en personas de la más alta
Jerarquía, es cosa que ya no es de tolerar, pues son desdoro incluso de la
inteligencia y adultez del país, no digamos al decoro de la Iglesia.

*
Botana, Helvio (1961). Nosotros, los Inmortales. Buenos Aires: Fariña Editores, pp. 11-19.
219
Y el hecho de que algunos miembros de esa Jerarquía no sólo yerren
teológicamente acerca de esos libros, sino que anden difundiendo su
error en forma oculta y tortuosa, “por los rincones”, como dijo Santo
Tomás, es grave; pues es derechamente lo contrario de su oficio.

El Papa Benedicto XIV en su bula “Sollícita et próvida” del 9-VII-


1753, mandó que quien pillase una herejía en el libro de un católico, le
avisase primero a él en caridad (cosa que por lo demás el Evangelio
manda en Matt. XVIII, 15) y si el errante recalcitrare o se obstinare,
solamente entonces lo denunciara con las debidas pruebas a la paterna
autoridad competente, mandado que ha entrado en el Reglamento de la
Congregación del Índice. Más ni la bula “Sollícita” ni otra alguna
manda o permite a los Pastores de la Iglesia que anden susurrando por
los rincones delitos ajenos graves que no existen, difamando gravemente
a sus súbditos, prohibiendo libros ya rectamente censurados y aprobados
por medio de circulares secretas a curas o libreros, intentando (sin éxito
por suerte) quitar a un escritor creyente su único medio de vida, etc. Eso
es mugre. Eso sería simplemente, si fuera adelante, “la abominación de
la desolación en el lugar donde no debe estar”.

Para mí la cosa sería cómica si no fuese tan dañina y desdorosa a la


Iglesia. Un alto Prelado dijo en una reunión de A. C. a las indefensas
muchachas (respondiendo a una de ellas) que “Castellani es hereje pero
tiene un talento tan sutil que no se sabe si es o no hereje”. Demasiada
sutileza parece eso. Relata réfero. Relato de dos testigos. Ojalá fuese
falso. Pero solamente que la anécdota corra con datos concretos,
nombres y fechas, ya sería bastantemente malo.

Bien, el libro de Helvio Botana no es herético ni “subrepticio”. Soy


Doctor en Teología y por lo menos las obras de los otros tengo autoridad
para juzgar… en primera instancia.

***

Cualquiera cosa quiera decirse de los tres ensayos religiosos de H. B.


(La Viña y el Grano. Esta difícil libertad y Nosotros los inmortales) lo
que no cabe negar es que son católicos.

Lo segundo que no puede negarse es que son vividos. De repente una


frase nos toca en forma que la creemos nuestra, que ESO lo hubiéramos
220
querido decir. De modo que el comentario no es: “Qué hermosa frase”,
sino “¡Qué cosa real!”.

Véase por ejemplo el capítulo sobre el “existencialismo” artístico o


literario argentino: es patente el contacto o experiencia directa y no de
oídas del autor con los medios sofisticados, snobs, o derechamente
macaneadores que en la Gran Capital del Sur monopolizan en ciertos
modo la dirección de lo que se llama “Cultura”. En la Facultad de
Ingeniería se enseña una “materia” con “trabajos prácticos” llamada
“Historia de la Cultura”. ¿De cuál de ellas?

“Hoy día corromper y ser corrompido llaman cultura”, dijo Tácito.


Corrúmpere et corrompi saeclum vocatur. Más los “artistas”, los
“profesores” y los “filoletros” actuales (en general) peores que los de
Roma pagana, no corrompen solamente las costumbres, estos corrompen
la cabeza. Son “álogos”.

***

La certera frase de H. B. (otro ejemplo de lo dicho) acerca de los


“galimatías intelectuales” del tan cacareado en esos medios tilingos
filósofo Heidegger (que si hay cuatro que lo han leído todo y tres que
han entendido algo, es mucho) revela actualidad y muy buen sentido. En
efecto, dejando aparte su talento para la abstracción (que es la condición
del metafísico pero no es ni de lejos TODO el metafísico) existen en
Heidegger páginas enteras de malabarismo técnico, con palabras
metafísicas forjadas por él con residuos de Aristóteles en el cual
prolonga el profesor de Friburgo, un juego poco noble que inventó
Hegel. Ejemplo de la perspicacia de HB., el cual posee claramente lo
que llamó San Ignacio el “sentir con la Iglesia”.

Es esta pues una apología del cristianismo enteramente vivida; o sea


“subjetiva”, como las quería Kierkegaard. Responde a la pregunta:
“¿Qué vio Ud. en el catolicismo para hacerse católico?”. Exalta por
encima de todo la Caridad y la Libertad del espíritu, que son los dos
principales “frutos del Espíritu Santo”, que decían los antiguos
catecismos españoles; no cualquiera libertad, sino “Esta difícil
Libertad”.

221
La faz tan importante de la penitencia, la cruz y la “tristeza cristiana”
(Balmes) no está negada ni mucho menos, pero está puesta de fondo y
como en sordina. También lo está en Chesterton. Quizás el singular
estado de nuestra época desesperanzada lo pide. Los Padres de los
primeros siglos no hacían más que predicar el cielo y el triunfo; es decir,
la Parusía: la “inmortalidad”, lo mismo que HB. HB. sabe que el
catolicismo es difícil, pero no se ocupa de ese aspecto de él, que aquí y
ahora no es el principal.

La “historicidad” es un factor absolutamente necesario al


entendimiento de las doctrinas. El comunismo es como un albigenismo;
pero es de este tiempo, y por tanto diferente de medio a medio. Estos
días he estado considerando el singular viraje de los escritores
eclesiásticos de alrededor del siglo V°: cómo difiere el enfoque (no la
dogmática) de un Ireneo (siglo II) del de un Agustín (siglo V), uno con
la intensa preocupación de la Parusía, el otro con la no menos intensa de
la construcción inmediata de la Cristiandad. Yerran los que afirman:
“San Ireneo fue milenista, San Agustín fue antimilenista”. Las dos cosas
a la vez fueron los dos; con el acento desplazado. Pero de esto, otra vez.

***

HB. dice cosas obvias que nadie dice, y por ende, pocos saben; pues
la mayoría dice lo contrario. “¡Qué lindo el vestido del Rey!”

Así HB. dice por ejemplo que no estamos en la Era Cristiana, sino en
la Era Descristianada.

El abrió los ojos y lo vio. No llegó a ello por una larga ringla de
silogismos o estadísticas.

Basta querer ponerse a vivir la fe para experimentar una correntada


en contra que lo hace reír a uno del conocido axioma de Mons.
Franceschi: “Nunca la Iglesia ha estado tan bien como ahora…”.

En un cierto sentido espiritual es verdad; más o menos en el sentido


en que San Lorenzo puesto sobre las parrillas ruscientes decía que
estaba fresco.

222
HB. es aquel niño que exclamó: “El Rey está desnudo”, mientras los
cortesanos graznaban exclamaciones a su hermoso vestido; porque un
brujo los había hecho encreyentes que no verían el vestido (inexistente)
los que fueran hijos de bastardía. De esos brujos y cortesanos está lleno
el mundo. Ahora se llaman “la opinión pública”.

El mundo de hoy está compuesto de dos especies: una minoría que


sabe realmente la verdad de las cosas, en un sector del saber al menos; y
una mayoría que sabe lo que dicen los diarios; y esto son los que creen
saber más que todos (como que son mayoría) y desprecian al pobre
solitario en su cueva.

Repiten consignas y chibaletes sin saber que son consignas, y menos


de dónde vienen ¿y nosotros vamos a repetir o respetar tales consignas?
Si uno dice otra cosa es “loco” o por lo menos es “agresivo” – “Oh, no,
quién sabe lo que irá a decir Castellani!!!” – Imbéciles mamaos. Pierdan
cuidado: no les voy a decir la verdad a los que no la desean
ardientemente.

***

Un mamao decía hoy en el tranvía: “Yo no estoy con los Estados


Unidos; más bien estoy en contra de los Estados Unidos”.

Me gustaría saber cómo se hace eso: yo no puedo estar ni a favor ni


en contra de los EE. UU.

¿Qué significa ese vocablo “Estados Unidos” para el buen señor? No


es el signo de nada real, “no supone realmente”, como dicen los lógicos.
El vocablo supone por unos cuantos fantasmas desvaídos y no
concertados que él posee en su mente o en lo que está en lugar de ella;
los cuales él imagina fantásticamente que chocan con otros fantasmas
desconcertados que responden al vocablo Yo.

A Estados Unidos nunca fue; y aunque hubiese ido…

Así que no hay en la realidad de las cosas nada que responda a esa
enunciación, que es un mero “flatus vocis”. Es menos que humo, es una
palabra ociosa de las que prohíbe el Evangelio.

223
Y hay miles y miles y miles de hombres que hablan así: son “la
opinión pública”. De entre ellos elegiré el Domingo próximo el que me
ha de representar a mí en el Gobierno de esta nación. Mediante él, yo
participaré una veintemillonésima parte en el gobierno del país; pero los
otros diez y nueve y pico de millones, que son más, me gobernarán a mí.

No hay ninguna necesidad de chocar a la opinión pública. HB. no


tiene el menor prurito de hacerlo. Pero si él dice lo que es, lo que
simplemente él ve, siente o vive, es el innumerable rebaño de los
imbéciles el que lo mirará torcido. No repite lo que dicen ellos. O si lo
repite, lo dice con un cierto tono diferente…

La caridad para con el innumerable rebaño de los imbéciles consiste


en tratar de diferenciarse de ellos, en el fondo por lo menos; aunque
también puede uno asimilarse a ellos un poco por cortesía, si puede
aguantar eso; si no, irse a la soledad.

La palabra es que no hay hombre que, por ser hombre, no lo sea un


poco. La palabra “imbécil” la inventó la Biblia. En latín significa
“débil”, no apto para la guerra, “bellum”. Un poco más fuerte que
“Imbellis”.

He puesto el ejemplo más sonso que me vino a las mientes de los


miles que pueden mostrar la cerrazón mental, la neblina intelectual y en
suma la mengua de la racionalidad (imbecillistas, insipiencia) que
aqueja a este siglo “científico”, orgulloso y botarate: el ejemplo del
hombre “que está en contra de Estados Unidos”. –“Siempre ha sido así”
– No. Siempre ha habido algo de eso; pero en mi tiempo, a calderadas.

En medio de él HB. se pone a alabar a Dios Padre, a Dios Hijo, y a


Dios Espíritu con odas, ensayos, viacrucis, dramas, cintas de cine y
pinturas “figurativas”; no menos que con paradojas y “salidas”.

“Ex ore infantium et lactencium perfecisti laudem propter inimicos


tuos”.

Para enfrentar a tus enemigos, oh Dios, de la boca de los niños


sacaste loas perfectas.

224
Digo esto porque alguien me dijo de otro libro de Botana Helvio: que
“un neófito no debe irse de golpe a los frutos del Espíritu Santo, los
cuales son propios de los perfectos…”.

Puede que sí, puede que no. El Espíritu sopla donde quiere.

***

HB. proclama que la Iglesia es hermosa con el acento de un


convencido.

De las cosas que uno no puede remediar, es mejor no hablar; o hablar


si acaso a los que deberían o podrían remediarlas, y después quedarse
quietos.

La Iglesia está actualmente en una crisis peor que la que precedió al


estallido del Protestantismo.

La defección de las multitudes dijo San Pío X era la gran catástrofe


del siglo. ¿Y por qué defeccionan las multitudes?

Antiguamente la Iglesia atrajo a grandes multitudes, conforme a lo


predicho por los Profetas, las cuales formaron la Cristiandad europea;
ahora vemos el fenómeno contrario: innumerables personas, incluso
honestas, se separan en silencio de la Iglesia – incluso pobres.

¿Por qué antes atraías y ahora repele? Algo ha cambiado.

Lo que es hermoso atrae, lo que es feo repele.

Si ahora no atrae, es que no se la ve hermosa.

No está vieja, está sucia. No es posible admitir una corrupción


sustancial. Pero la mugre repele.

Un amigo escribió a la revista USTED (tu abuela) que entre retratos


artísticos de mujercitas se ocupa de los más altos problemas, que la
Iglesia debería „usar de instrumentos más modernos” ñoñez que muchos
repiten hoy día con inocencia. Algunas descubren de golpe que la Iglesia
debería comprar “Canales”, el Papa hablar por video como Fulton
Sheen, y los católicos hacer cinematógrafo católico; incluso algunos
225
planean convertir al catolicismo a Carlitos Chaplín y a la otra no sé
cómo se llama. Otros ponen su esperanza en suprimir el celibato de los
clérigos, o la lengua latina de los oficios, o las desaforadas cofias de las
monjas; que si a ellas les gustan ¿a vos qué te importa?

Contesté a mi amigo que lo que debía hacer la Iglesia era limpiarse.

¿De qué? De la mugre. ¿Cuál es la mugre? La que sea. Yo


actualmente no tengo más obligación que atender a mi propia limpieza,
que nunca es tarde mientras queda vida. En la Sagrada Escritura, sobre
todo en el Nuevo Testamento está de sobra indicado cuál es la mugre del
redil…

La televisión está destinada a servir algún día al Anticristo. De suyo


es uno de estos juguetes mecánicos del engreído y aplebeyado hombre
moderno, que lo mismo podría servir para el bien que para el mal, y
ahora no sirve sino a la vanidad; quiero decir, a la vaciedad.

Lo mismo que el cine, es una cosa maravillosa… en teoría. Pero


dénles chiches a los ineducados y maleducados chiquilicuatros de hoy, y
verán qué lindas cosas van a hacer con ellos.

Dios lo puede remediar. Si Dios lo va a remediar o no, yo no lo sé.


Es una cosa tan sutil como el caso de la herejía de Castellani.

Mejor dicho, sé que lo va a remediar, pero no sé por qué medio, si


llanamente por la lluvia o fieramente por el fuego.

***

Así como todo sermón termina por la vida eterna “que para mí y
todos vosotros deseo”, así todo ensayo hoy día termina por (digamos) la
bomba atómica. HB. asegura que la bomba atómica no le da muchos
cuidado a “los Inmortales”. A la manera de los Padres de los primeros
siglos, Hermas, el pseudo Bernabé, Ignacio Mártir, Clemente, Ireneo,
maestros de martirio, HB. no predica la muerte y el infierno sino el
Paraíso Terrenal; el cual se pone a prometer con una cierta prodigalidad
de milenista. Hace bien, según me parece.

Él se gloría de la Libertad de la Verdad y exhorta a una ilimitada


Caridad. De estas dos cosas tiene experimentado que surge la Paz. Ha
226
encontrado en la fe la transformación del mundo, “nuevos cielos y nueva
tierra”. Ha comenzado a ver innúmeras cosas todas encuadernadas en
Una; y esa Una Cosa, tema permanente de sus escritos, ES LO QUE ES.

Como dijo uno:

“Nuestro Dios es el Dios de Las-Cosas-Como-Son,

Nuestro Dios es el Dios que Es”.

L.C.

227
LA IGLESIA PATRÍSTICA Y LA PARUSÍA *

PREFACIO

(1961)

La Gran Misión de Buenos Aires tuvo un buen resultado (por lo


menos) que fue hacerme conocer personalmente al P. Florentino Alcañiz
S.J. Espontáneamente y sin que yo le pidiera nada me regaló su librito
para que hiciera con él “lo que pudiera”. El librito es una preciosidad a
mi juicio, una cosa sin precio. El autor es un castellano nacido en
Cuenca hace unos cincuenta años. Estudió doctorado en Sagrada
Escritura en la Gregoriana de Roma, y durante su “biennium” tomó la
Patrología Latina de Migne e investigó qué cosa tuvieron los Santos
Padres Apostólicos del “milenismo”, al cual pueden llamar ustedes
“milenarismo”, como lo llama San Agustín.

Compuso en un latín elegante una “disquisitio histórica” enteramente


técnica e imparcial, que después de compuesta en Roma y aprobada en
Cerdeña fue impresa pobremente en Granada –y nunca reeditada desde
1933.

El autor enseñó Escritura en Cerdeña, Cosmología en Granada y así


diversas materias en diversos Seminarios hasta dar con sus huesos
alegres y duros (capaces de soportar la persecución) hace seis años en
las misiones rurales para indígenas, en el Perú.

El origen del librito es el siguiente: el insigne José Rovira S.J., que


fue uno de los buenos redactores de la Enciclopedia Espasa, le enseñó a
Alcañíz joven lo que era el “milenismo”; a saber, la doctrina de los
teólogos que interpretan literalmente (y no alegóricamente) el capítulo
XX del Apokalipsis de San Juan Apóstol, simplemente. Al estudiar en
Roma se encontró con que la mayoría de los manuales, sinopsis,
introducciones, notas a la Biblia, etc., e incluso grandes tratados, daban
del milenismo una noticia diferente, que se puede resumir así:

*
Alcañiz, Florentino; Castellani, Leonardo (1961). La Iglesia patrística y la parusía. Buenos Aires:
Paulinas, pp. 7-13.
229
“Es una doctrina herética basada en fábulas judaicas y aún obscenas
que mantuvieron algunos Santos Padres antiguos, los más tontos, pero
que deshicieron para siempre San Agustín y San Jerónimo; de modo que
desde entonces todos los teólogos de nota estuvieron en contra; y hoy
día, unánimemente…La Iglesia la condenó, por lo demás”. Esto dicen
en resumen.

Esa noticia es un mero y simple embuste. Y uno se va de espaldas al


ver que un tratado eruditísimo como el del P. Allo O.P., que es tenido
por “monumental” (y en parte es verdad) y seguido por innumerables
incautos (como Bonsirven S.J. y el poeta Paul Claudel), propaga
tranquilamente ese embuste en materia tan grave. También mi maestro
Luis Billot S.J. acogió el embuste en su juventud, en el libro hoy
inencontrable “La Parousie”. Por lo menos no distinguió entre el
milenismo espiritual (cuyo vero nombre es “la exégesis tradicional”)
que la Iglesia no condenó ni condenará jamás; y el milenismo carnal o
kiliasmo (cuyo vero nombre debía ser “la herejía del judío Kerinthos”)
que está condenado con mucha razón. Estas dos doctrinas no son, como
indicaría su nombre, dos especies del mismo género, el “milenarismo”.
Son dos géneros tan diferentes entre sí como la ortodoxia y la herejía;
así como un cadáver y un viviente no son dos especies del género
“hombre”, sino que solamente el vivo es hombre.

El joven castellano recorrió los escritos de los Santos Padres y


Doctores de los cinco primeros siglos y encontró… lo que encontrarán
ustedes: TODOS LOS SANTOS PADRES PRIMITIVOS SON
MILENISTAS; con las pequeñas especificaciones de exactitud que
hallarán ustedes en la tabla sinóptica del fin del librito.

El texto latino del librito es demasiado seco y técnico para el


público; es más bien para estudiantes de teología. Se me abría esta
encrucijada: O bien hacer una glosa del P. Alcañiz, lo cual es poco
respeto al autor; o bien traducir literalmente y añadir al pie enormes
notas, lo cual es poco respeto al lector. El único medio es la vía media:
insertar el texto literal del autor en un marco nuestro, que no toque el
texto, mas lo encuadre en convenientes o necesarias elucidaciones.
Ningún daño se le hace a una pintura si se la enmarca; y a esta pintura
quisiera yo ponerle marco de oro; pero un cualquiera marco es
indispensable si el librito se ha de editar en la Argentina.

230
¿Cree usted que tiene importancia esta cuestión? –oigo decir–.
Responde el hecho de que yo me ponga a traducir y anotar el libro con
los años que tengo. ¿Y qué importancia tiene? –La verá el lector a
medida que lee; y si no lee, no la verá.

Hace poco un librero protestante me mandó regalado un librito


traducido del inglés y publicado en Méjico que se distribuye por la
librería AURORA titulado “LA SEGUNDA VENIDA DE NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO: una búsqueda de la verdad”. Su autor es el
“Pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana Unida de Bóston” Jorge L.
Murray. El libro no es nada despreciable: consiste en una refutación
(eficaz por cierto) de una secta estadounidense al parecer muy difundida
y fuerte, que él llama “Dispensación”, “Nueva Dispensación” o
“Promilenio” (término confuso este último) propaganda principalmente
según informa por una Biblia Comentada de un Dr. Scofield; del cual
informa que, al salir su libro (1953) se habían editado ya cinco millones
de copias.

Deste libro de teología y exégesis anoté al leerlo:

“Esta nueva Dispensación que refuta es simplemente una especie de


milenismo craso, el cual fue refutado en el siglo V por San Jerónimo y
San Agustín. Extraña reviviscencia.

“No me interesa mucho la fácil refutación desa grosera doctrina; mas


el autor para refutarla se va al otro extremo, el “amilenarismo” como él
dice; o sea, el alegorismo. Ignora que puede existir, existe y existirá otra
posición posible, que es la exégesis de los Santos Padres, llamada poco
científicamente “milenismo espiritual”. Al fin del libro, en una salvedad
insignificante, reconoce el autor que el “milenismo” de los Padres no es
lo mismo que esta “Nueva Dispensación” judaizante que le da tanto
cuidado: distinción capital que debió haber hecho desde el principio;
pues ella es una clave.

“Pero a semejanza de todos los “alegoristas” espera él derribar todo


el Milenismo atacando al milenismo kerinhtiano o carnal; el cual lo
único que tiene que ver con el otro es ser su falsificación.

“Error capital deste Jorge Murray es interpretar las profecías


ignorando que ellas pueden (y deben) tener dos sentidos subordinados:
231
llamadas el typo y el antitypo: esto no fue ignorado por los grandes
exégetas y fue establecido definitivamente por Luis Billot a principios
de siglo en su libro “La Parousie”.

“Por ejemplo, Murray rehace con respeto a San Mateo XXIV el


trabajo de Bossuet de constatación del typo. Pero Bossuet advierte en su
L’Apocalypse avec une explication (1689) que su explicación no
excluye de ningún modo “el otro sentido arcano” (“un autre sense plus
caché”) y este Murray no sabe nada deso. Con lo cual incluso el Sermón
Esjatológico de Cristo deja de designar el fin del mundo, lo que es
absurdo. Y ese suceso capital se va a la lejanía, se pierde en las brumas,
y se envuelve en la incertidumbre. Con lo cual se pueden escamotear de
él incluso sus rasgos o elementos más capitales, como la Gran
Tribulación… “la cual ya se habría verificado en la ruina de Jerusalén”.

Sí, por cierto; pero solamente como bosquejo o anticipación de otra


cosa “más arcana”.

L. CASTELLANI

P. S. – Escrito este prefacio recibí una carta de un “sacerdote amigo


y diserto” que me dice: “Ud. no debe hacer traducciones. Ud. está para
otra cosa. Está perdiendo su tiempo y sus facultades. ¡Ud. debería
escribir un libro de Ejercicios Espirituales para sacerdotes!”

Me apabulló un poco. Pero es mejor que traduzca un libro bueno de


un jesuita que no publique un libro malo mío; suponiendo que yo ahora
pudiese publicar libros míos.

En último caso, publico una pequeña antología patrística, con textos


de los Primeros Padres enhilando en el hilo de oro de la cuestión más
capital que hay en Exégesis. La mayoría de los católicos argentinos
ignoran la Iglesia Primitiva, la de los Mártires y los Testigos. Y hay que
conocerla.

En suma, este librito me gusta y me ha gustado siempre, pues siendo


un trabajito estrictamente científico, es de fácil y aun amena lectura; y
siendo un buen resumen de la “Patrología” de los primeros siglos, es

232
también una especie de Catecismo de Perseverancia, pues a vueltas de la
Parusía, toda la religión en puridad enseñan los Padres; y es finalmente
un aporte serio al problema más difícil de la exégesis. ¿No le parece a
Ud.?

Valeas, care Theóphile.

(Buenos Aires, diciembre 1961)

233
NOS LOS REPRESENTANTES DEL PUEBLO *
(1963)

Puerto Yeruá, 11 de abril de 1961.

Sr. Dr. José María Rosa


Buenos Aires
Querido amigo:

He leído por segunda vez y con renovado placer y provecho su NOS


LOS REPRESENTANTES. No le diré que es monumental (aunque
podría) por aversión a la facilidad ditirámbica porteña. Poner “un libro
clásico” es mejor: es la simple enunciación de un hecho.

Funde la solidez con la amenidad, conforme al consejo de Horacio,


merced a una suma impresionante de conocimientos, de estudio, trabajo
y talento, con una facultad que llamaré genial de penetrar los caracteres
y evocar los tiempos pasados. No es extraño que esta concurrencia de
cualidades produzca un estilo lleno de limpidez y sutileza, siempre
discreto y digno.

Estas condiciones formales encontrándose con un tema central de


nuestra historia (lo mismo que su posterior hermano mayor LA CAÍDA
DE ROSAS) han dado algo como una llave maestra, de perdurable
importancia y de infalible influencia. La luz del sol desinfecta y la
inteligencia limpia. Los que murmuran “demasiado polémico” no saben
lo que se pescan. Es el vínculo de una soberana intuición y no de una
vulgar discusión.

“La rebelión de la ignorancia” se podría llamar a la actividad de los


ideólogos tanto de antes como después de Rosas. Un crítico que
estudiara sus escritos (si es que eso vale la pena) podría hacer riza en
ellos y risa de ellos. La falta de profundidad (o sea, filosofía) y la
infección de lugares comunes, utopías y pamplinas de sus pensamientos
los denuncia como irremediablemente mediocres; muy inferiores a

*
Rosa, José María (1963). Nos los representantes del Pueblo. Historia del Congreso de Santa Fe y
de la Constitución de 1853. 2° edición corregida. Buenos Aires: Huemul, pp. 9-10.
235
Rosas en inteligencia real. Nada extraño que pretendiendo organizar y
constituir el país lo hayan lesionado y retardado considerablemente.

Sólo la verdad desnuda y drástica puede luchar contra esas lesiones y


perdurables llagas; la verdad histórica antes de todo, pues no hay nada
más contundente que los hechos.

No he leído mucha historia argentina, aunque he leído lo mejor que


encabezan los libros de usted. En estos días el cura de Yeruá me ha
hecho leer un folleto sobre el 25 de mayo confeccionado por una Junta
de Paraná, no mal hecho a pesar de ser católico, donde Mayo de 1810
aparece como católico, suareciano y hasta santo. Se me hace que la
Revolución de Mayo fue una cosa compleja con dos tendencias latentes,
entre sí contrarias, medio unificadas al principio por un común
resentimiento contra España originado de motivos también contrarios;
que esas tendencias salieron a flor y se organizaron más tarde en
federales y unitarios, y que siguen hasta nuestros días con nombres o
disfraces diversos. Que en el fondo de ellas hay simplemente una
posición religiosa, en el sentido amplio del término.

Puede que me equivoque y no sea tan sencilla la cosa como todo eso:
la verdad es que sé demasiado poco para poder sintetizar. Pero el
intelecto humano tiende siempre a ver lo simple general en lo confuso
particular.

Que se conserve bien de salud y salude a los amigos.

L. CASTELLANI
Casa Parroquial
Puerto Yeruá (Entre Ríos)

236
LA UNIVERSIDAD Y LA NACIÓN *
PRESENTACIÓN

(1965)

Me toca presentar al Dr. Carlos A. Disandro, que a Uds. no necesita


ser presentado. No haré la habitual retahíla de alabanzas, mas diré
simplemente lo que él es. El Dr. Disandro es un “humanista”.

HUMANISTA en el sentido genuino de la palabra; no solamente en


este sentido vulgar que ahora dan algunos a esta palabra, como sinónimo
de “muy humano” o “humanitario”; aunque eso también es.

¿Qué es un “humanista”? Una persona que posee las letras humanas.


¿Qué son letras humanas? Son la posesión reflexiva y perfecta del
idioma propio y los idiomas clásicos, con todo lo que ello implica,
contiene y trae consigo; a saber, la lingüística, la crítica textual, las
críticas literaria y filosófica, la retórica y poética, la estética, la
psicología, y finalmente la filosofía. Estas son las “ciencias humanas”
que antiguamente (y hoy también) constituían la base de la educación
académica hasta el título de “Maestro en Artes”; pues ellas son las
“Artes Liberales”, o sea las Artes de los hombres libres, en
contraposición a las “Artes Serviles”, que tienden a la utilidad
inmediata.

Las lenguas clásicas contienen en sí un mundo completo, el cual una


vez que el joven ha poseído, está maduro para el estudio sólido de la
filosofía y todas las ciencias del espíritu, cuyo objeto es el hombre y
Dios, y las demás ciencias por añadidura. Constituyen, pues, la mejor
introducción, quizás la única posible, para el estudio realmente
universitario. Las obras maestras de la antigüedad están repletas de
inteligencia en forma concreta, no solamente de emoción, como las
románticas, o de sensación, como en los “modernos”. Su estudio imparte
al alumno una lógica viva, una ética viva y una estética viva,
acostumbrando a la mente a la comprensión profunda y a la exactitud.
En las naciones europeas no se estudia la filosofía en el Bachillerato

*
Disandro, Carlos A. (1965). La Universidad y la Nación. Tres disertaciones. Buenos Aires: edición
del autor, pp. 7 -9.
237
(Alemania, Inglaterra) o bien se estudia (en el 7° del Bachillerato) un
esquema de sus bases y rudimentos (Francia, Austria), pues otra cosa es
embarullar la mente juvenil y hacerle malconocer y odiar la filosofía
para toda la vida –como sucede por desgracia entre nosotros–. Y no sólo
la filosofía sino todas las ciencias, aprendidas a lo loro y sin fundamento
real. Nuestros actuales “programas” parecerían diseñados por un
enemigo del país con el designio de atrofiar la mente juvenil; y
convertirnos, por ende, en una nación sin pensamiento; o sea, no
independiente.

No es aquí el lugar de extenderse sobre esta verdad (que por lo


demás es patente a todos los cuerdos) ni de dar pruebas della. El ataque
general que hoy día existe contra las Humanidades Clásicas como base
educativa, es simplemente parte del ataque general contra la tradición
europea, proveniente de la Revolución Mundial; o sea del
“izquierdismo”, cuya extrema punta es el Comunismo. He leído por ahí
que Rusia, después de haber suprimido el Latín y el Griego de la
educación común, los ha restaurado para su “aristocracia”; o sea los
jefes comunistas; sea por propia perspicacia, sea por imitación de los
países anglosajones.

Ya que dicen que los argentinos somos grandes imitadores,


podríamos imitar en lo bueno a las naciones que modernamente han
llevado la batuta en el mundo. En una conferencia dada en Oxford no
hace muchos años el gran poeta norteamericano (inglés de adopción) T.
S. Eliot, anunció solemnemente que la literatura inglesa, tan rica hoy
día, iba a periclitar y perecer si se suprimían o retaceaban en las escuelas
las “Artes” liberales. A la vista está aquí: el estado triste de nuestras
letras y ciencias provienen directamente de esa supresión; y es sólo una
parte de nuestro general atraso, la parte más importante y más visible.

Leonardo Castellani

238
ASI FUE MAYO *
LOS DOS MAYOS

(1966)

Hay más cosas en la “penumbra de la historia argentina” de las que


enseña la escuela laica.

Y esas cosas que no se enseñan son muy interesantes.

Por ellas nuestra pequeña historia se vuelve grande, pues se conecta


de golpe con la ecumenicidad de la Historia con mayúscula; y se
empuberece para la reflexión filosófica; y aun teológica.

Federico Ibarguren en su reciente libro Así fue Mayo explica con


claridad, vigor y amenidad una de esas cosas incontables o incontadas,
en una coyuntura que hasta ahora no había sido tratada
monográficamente; pues son tres las coyunturas de nuestra breve
historia ocultas con el velo poco espeso de un misterio fabricado, a
saber: la Colonia, la “Revolución” de Mayo y Rosas; y esta última es la
que hasta ahora ha sido más trabajada por los que empezaron a ver a
través del velo.

Con el libro de Ibarguren sabemos por fin a punto fijo lo que fue el
cisnerismo, el morenismo y el saavedrismo; y que la “revolución” de
Mayo no fue una cosa monódica, como nos contaban, sino dual. Estas
tres facciones o movimientos eran enteramente e históricamente lógicos:
por un lado los que querían mantener a toda costa la colonia española,
por otro, los que no; estos a su vez se dividieron (encarnizadamente)
entre los que querían mantener el modo tradicional de la vida,
cortándose de España si acaso, y otros que querían aquí un cambio de
vida, a saber, el advenimiento de la revolución mundial, inaugurada en
Europa en el siglo XVI, o sea, lo que podemos denominar el
“progresismo”. Por esta segunda división, el fenómeno histórico supera
lo meramente político y penetra en lo teológico.

Ya el viejo Aristóteles notó que todas las guerras tienen dos raíces:
una económica (causa material) y otra religiosa (ideológica, decimos
*
Ibarguren, Federico (1966). Así fue Mayo. 2° ed. Buenos Aires: Theoría, pp. 9-14.
239
hoy) que es su causa formal. El antiguo piensa en la guerra de Troya, de
la cual el rapto de Elena sabe bien que no fue sino la ocasión. Ese puerto
mercantil de Troya hacía desde hace mucho atrás opresión económica a
las nacientes comunidades helénicas, y su religión asiática opuesta a la
griega; por lo cual Homero en su poema divide a los dioses entre los dos
contendientes poniendo a Venus, Mercurio y Neptuno de parte del
emporio comerciante y navegante; y de parte de los griegos a Athenea
(diosa del saber), a Febo (de la poesía) y a Ares (del valor militar).

No escapa a esta ley la revolución de Mayo: el mito infantil de la


“fiera opresión” de España, y la prócer, pura y profiláctica rebelión de
los criollos contra la “tiranía”, es un cuento chino que ya no pasaría ni
en la China. Los dos factores constantes de todas las guerras están
presentes ya en la Colonia, con la presencia de la política inglesa,
ganosa de ganancias comerciales; y del galicanismo y liberalismo
“afrancesado” de los Borbones y sus ministros volterianos, autor de
medidas antirreligiosas en nombre de la Corona, que culminaron en el
despojo, expulsión y supresión de los Jesuitas. Los dos factores se
pusieron bruscamente en claro con la invasión napoleónica en la Madre
Patria; y amalgamados causaron la emancipación de las Colonias
Hispanas.

José María Rosa (h.) en su monografía Defensa y pérdida de nuestra


independencia económica ha dilucidado definitivamente el factor
material que juega sin cesar en la historia argentina. Ibarguren en este
escueto y nutrido librito dilucida además el factor ideológico o
teológico. Hubo “realistas” leales al rey Fernando, que fueron
dominados en la lucha armada, y hubo americanistas que se dividieron
al instante en (digamos) jacobinos y girondinos. Me atrevo a decir que
ya al pisar los españoles el Nuevo Mundo bajaron de las carabelas los
dos tipos de hombre; simbolizados en el misionero y en el encomendero.
Ibarguren ha tenido la coquetería y se ha dado el lujo de avalar sus
asertos con referencias numerosas de los historiadores argentinos “no
revisionistas”.

Los “historiadores” liberales adaptaron las tres coyunturas de la


historia argentina a sus esquemas ideológicos “progresistas”; es decir, al
único esquema sumamente simple de que el género humano progresa de
continuo (saltando gallardamente los obstáculos que son las tiranías, las

240
dictaduras, los totalitarismos, el oscurantismo y la superstición) en la
línea recta que lleva a la realización suprema de la Libertad y la
Democracia; que son lo que ustedes saben. De manera que: la Colonia
fue una “fiera opresión” de España a estas tierras, ruin, violenta y
cruenta para cuya descripción fantasiosa los historiógrafos protestantes
les suministraron los materiales de su “Leyenda Negra”. La
Independencia fue el heroico avance a la Libertad conforme a los
módulos e ideales de la Revolución Francesa. Rosas fue otro tirano
horroroso, peor que Cisneros y Hernandarias, que resultó, en cuanto a
tiranía, más español que todos los españoles juntos. Es natural pues que
por esta coyuntura la más próxima y dolorosa comenzara la
reconsideración histórica. Por otra parte, la Colonia ha sido ya vindicada
por Vicente D. Sierra, entre otros. Mayo debe ser objeto del mismo
estudio completo; y entonces la historia argentina se convertirá en un
tema digno de ser enseñado en las escuelas; y los pobres chicos no
sufrirán una especie de embotamiento mental, que los expone al morbo
del “macaneo”, desde los siete años.

La gente se admira de la cantidad extraordinaria de poetas (malos) y


de historiadores (malos y buenos) que pululan en estos reinos; y la
escasez de teólogos, moralistas, filósofos, humanistas, publicistas,
críticos, etcétera. La abundancia de poetastros explicaremos otro día;
pero la de “historiadores” es obvia: es que entre nosotros la historia es
teología; queremos decir, que por medio de ella se debaten aquí los
problemas superiores (incluso antes de resolver los inferiores, que son
los estrictamente históricos), comenzando por los políticos y acabando
por los teológicos, conforme a la idiosincrasia hispana, que es teológica.
La teología se hace aquí en forma implícita; los artículos de la Revista
de Teología acerca de la Transubstanciación, el Paráclito y el Sursum
Corda no son teología propiamente, sino remasco; la teología más real
se halla implícita en otras partes, incluso en algunos novelistas; lo cual
es propio de una cultura por una parte muy adelantada (problemas
teológicos), que por otra parte ha sufrido una interrupción y regreso al
embrión total, a la manera de la famosa Ascidia Clavellina de Hans
Driesch Ph. D.1

1
Cf. Philosophie des Organischen, Engelmann, Leipzig, 2a ed., p. 120.

241
Así que hay dos Mayos, hay dos tendencias implícitas inconciliables
ya el 25 de Mayo de 1810, helas. “Aquí el fiero opresor de la patria / su
cerviz orgullosa dobló…”. No existía entonces sino en aspiración la
Patria. Se ha dicho con bastante razón que la Independencia no fue sino
“una guerra civil entre españoles”; pero detrás de esa guerra local existía
un fermento internacional. “El fiero opresor de la patria”… más bien
que los modestos funcionarios locales de Carlos III y Fernando VII (si
bien bastante abusadores en ese entonces) eran en realidad los españoles
y criollos afrancesados y anglicados del “iluminismo” (que Menéndez y
Pelayo llama con ferocidad “viles ministros de la impiedad francesa”),
mucho más distantes del genuino ser nacional que los otros; lo cual
explica la actitud defensiva instintiva del clero católico de ese tiempo…
y del actual.

San Martín alcanzó la victoria para la naciente patria en la “guerra


civil”; y Rosas fue el victorioso de la guerra extranjera que la siguió, de
la cual habla una copla salteña contemporánea: “Nuestra vida y nuestros
bienes / No los contamos seguros / Porque en trabajos y apuros / A
cada instante nos tienen / Las comisiones que vienen / Todas con
crueldad nos tratan / Vacas, caballos y plata / Todo nos quieren quitar /
No nos dejan trabajar / Y vienen gritando: ¡Patria!”… (1811).

De hecho, Rosas fue vencedor en una pequeña guerra internacional,


y fue vencido en otra: intervenciones externas injertas en la guerra
ideológica que desde Mayo hasta nuestros días no ha cesado.

Por eso el libro de Ibarguren, que muestra con gran nitidez las
causales de la “revolución de Mayo”, y con ellas las líneas de fuerza de
toda la historia argentina, es de gran actualidad; causales que los
actuales momentos han hecho aflorar con gran fuerza y claridad, como
vemos, deploramos y… celebramos. La Argentina no está aislada en el
mundo, no lo estuvo nunca ni puede estarlo; y el proceso secular de la
Revolución Antitradición que comenzó en Europa con el estallido de la
Reforma Protestante, así se manifestó entre nosotros, en forma de
“progresismo” versus españolismo (y criollismo); y así continuó hasta
hoy trabajando nuestra historia, paralelamente a la de Europa.

Nos culpan de que “introducimos división entre los argentinos” por


el hecho de que PERCIBIMOS que hay división entre los argentinos
(cosa que quien HOY no perciba es más legañoso que el viejo Cintes) a
242
la manera de un enfermo que culpase al microscopio de que “introduce”
en sus esputos el bacilo de Koch. Nosotros introducimos lo único que es
capaz de vencer la secular división de los argentinos; que no es sino el
odio a la mentira y a la mistificación, modestamente hablando, el amor a
la verdad.

YO NO SOY de Caseros, aunque viva en esa calle; pero confieso


que SOY de Mayo. Ahora bien, ¿de qué Mayo?

LEONARDO CASTELLANI

243
LAS APARICIONES NO SON UN MITO *
PREFACIO

(1966)

En una conferencia mía dada a comienzos de año y publicada luego


por “Cruz y Fierro Editores” con el título de “Las Profecías actuales”,
di brevemente mi impresión acerca de los sucesos de Garabandal,
conocidos por el libro de Sánchez-Ventura y Pascual, “Estigmatizados y
apariciones” (Zaragoza 1965), y otro anterior, “Las apariciones no son
un mito” (1964), que hoy loablemente se reproduce en nuestro país. El
libro de Sánchez-Ventura me produjo admiración y devoción; me
contentó la conformidad de todo cuanto hacen y dicen las tiernas
videntes con la doctrina de la Iglesia; y su coincidencia con las visiones
anteriores de Lourdes y Fátima, hoy tranquilamente aceptadas por la
Jerarquía Eclesiástica y el mundo creyente. Aparecen como muy
probable cosa de Dios; y otra hipótesis no entra por ningún lado. Mas en
una comunicación de la agencia “Cifra” a la prensa española se
concluye lo siguiente sin dar nombres: “La actitud del Arzobispado,
según nos manifiesta el citado [anónimo] portavoz, sigue siendo
exactamente la misma. Se cree que científicamente [?] es posible que la
niña de 14 años [17 en realidad] que afirma contemplar las apariciones,
sufra un complejo condicionado [¿qué es eso? – término desconocido
en psicología] con posibilidad de éxtasis [?], pero todo ello de tipo
natural [sic] y sin que quepa la posibilidad de intervención
sobrenatural alguna. (Subrayados y corchetes míos).

Este señor periodista, que parece pretender ser el eco de la


“Comisión Especial” nombrada por el Arzobispo de Santander, va
demasiado lejos (“¡sin que quepa la posibilidad”) y le convendría
detenerse un poco a aprender “científicamente” la gramática y la lengua
española. Para que no cupiera ni siquiera la posibilidad, habría que
probar los no ordinarios sucesos fuesen el efecto o bien de enfermedad o
bien de añagaza diabólica, ya que la hipótesis de impostura de parte de
las niñas, queda absolutamente excluida por el mero relato. Una cosa así

* Sánchez Ventura y Pascual, Francisco (1966). Las Apariciones no son un mito. Buenos Aires: Cruz
y Fierro, pp. 9-19.
245
no la puede definir, así de sopetón y sin razón alguna, ni el mismo Papa,
a no ser que el Papa fuera periodista anónimo.

Los que hemos visto enfermos de histeria, y los “estigmas de


accidentes” de esa dolencia terrible (que más que una dolencia es una
calamidad) sabemos cuán desoladora y aun horrorizante es esa vista, la
vista de un “pequeño ataque”, por ejemplo. Todo lo contrario es lo que
se ve en San Sebastián de Garabandal, suavidad, paz, devoción,
edificación, de acuerdo al testimonio de miles de testigos, y aun de las
mismas fotografías: los rostros de las extáticas trasuntan un gozo y
serenidad digamos celeste, concentrados los ojos tranquilamente en algo
que ven arriba. Teólogos, médicos insignes y profesores de psicología,
afirman tajantemente que no se pueden atribuir esos éxtasis públicos
(que ellos han examinado y todos pueden presenciar) a causa natural; y
mucho menos a causa patológica. A simple vista de ojos tienen algo de
milagroso; y son acompañados de verdaderos milagros, en cuanto
podemos desde aquí juzgar.

Una cosa extraordinaria que no trae este libro es el anuncio del Gran
Milagro, el Aviso, y el posible Castigo que anuncia repetidamente como
venido de María Santísima la mayor de las Videntes, María
Concepción1. Este anuncio está reportado en una narración muy sencilla
y elegante por don Jaime García Llorente, que trae el periódico “La
Tradición”, del Padre Hervé Le Lay (Tala, Salta) en su n° 77, julio-
agosto 1966; y en otras publicaciones de España y el extranjero…

–Conchita, ¿tú sabes cuándo vendrá el Aviso de parte de Dios a la


Humanidad?
–Pronto.
–¿Antes del Milagro?
–Sí, señor.
–Y el Milagro, ¿cuándo será?
–No lo puedo decir.
–¿Tú lo sabes?
–Sí, señor.
–Y ¿por qué no lo puedes decir?
–La Virgen me ha dicho no lo diga hasta 8 días antes...

1
En la última edición (1966) ha sido añadido el testimonio de la Vidente acerca desto; el cual va aquí
en Apéndice.
246
…………………………………………………………………
–Y después del Milagro ¿se convertirá Rusia?
–Sí, señor.
–Luego, si Rusia se convierte, Dios no mandará el castigo ¿no es
cierto?
–Que Rusia se convierta no quiere decir que la Humanidad se
convierta; si la Humanidad no se convierte, y no cambia, vendrá el
castigo.
–La Virgen te ha dicho, Conchita, que detrás del Papa actual
vendrán dos Papas que serán los últimos…
–Sí, señor.
–Si estos dos Papas son los últimos, quiere decir que detrás dellos
vendrá el fin del Mundo ¿no es verdad?
–No, señor.
–¿Cómo? ¿No ha dicho el Señor que la Iglesia vivirá hasta el fin de
los tiempos?
–Que a estos dos Papas suceda el fin “de los tiempos”, no quiere
decir que venga el fin del mundo.
–¿Y no es lo mismo? ¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que, después del final de los tiempos, los que queden
darán gloria a Dios…

Hasta aquí Jaime García Llorente.

Este Gran Milagro que Conchita da como preanunciado por la


Virgen –aunque al margen de los dos “Mensajes” que ella transmitió
escritos– tendría estas características: sería una señal en el cielo, mayor
que la del sol girante en Fátima; de la cual Dios dejaría una seña; sería
vista por el Papa y el Padre Pío de Pietralcina donde quiera estén; y por
todos los presentes en Garabandal; de los cuales se curarán los enfermos
y se convertirán muchos pecadores e incrédulos. Y esta señal deberá
suceder “pronto”: el día de la fiesta de un joven mártir de la Eucaristía,
a las 8.30 de la tarde… Así los relatos de los que conversaron con la
jovencita.

Esto es extraordinario; y diferente de lo de Lourdes y Fátima. Como


bien dice Sánchez-Ventura, los “sucesos de Garabandal” quedan con
esto “encajonados”; pues si ese signo, no eludible de conocer, no sucede
“pronto”, ellos “pierden su sentido”; y si sucede… Creo jamás se ha

247
dado una profecía más extraordinaria que ésta, fuera de la ruina de
Jerusalén.

Si no se diera el tal prodigio, señal o aviso, los sucesos de


Garabandal quedarían en la duda.

¿No quedarían convictos de falsedad? ¿De impostura? ¿De


enfermedad? ¿De añagaza diabólica?

No; pues es posible que un profeta agregue de lo suyo a una real


comunicación de Dios.

Oigamos a San Ignacio de Loyola, conocedor en la materia:

“REGLAS PARA EL CONOCIMIENTO DE ESPÍRITUS: La octava, cuando la


consolación2 es sin causa, dado que en ella no haya engaño, por ser de
solo Dios Nuestro Señor, como está dicho; pero la persona espiritual a
quien Dios da la tal consolación, debe con mucha vigilancia y atención
mirar y discernir el propio tiempo de la tal actual consolación del
siguiente, en que la ánima queda caliente y favorescida con el favor y
reliquias de la consolación pasada; porque muchas veces en este
segundo tiempo, por su propio discurso de habitúdines y consecuencias
de los conceptos y juicios, o por el buen espíritu, o por el malo, forma
diversos propósitos y pareceres, que no son dados inmediatamente de
Dios Nuestro Señor; y por tanto han menester ser mucho bien
examinados antes que se les dé entero crédito, ni que se pongan en
efecto”. (Ejercicios Espirituales, hacia el final).

La misma advertencia puede verse, científicamente basamentada, en


el sabio filólogo y psicólogo Louis Massignon, docto en lenguas
semíticas y europeas, erudito en todas las literaturas místicas,
delicadísimo escritor, y autor de la estupenda biografía del mártir árabe
All Halladj, cuyo “descubrimiento” a distancia de 10 siglos lo convirtió
al catolicismo (L´expérience mystique et les modes de stylisation
litteraire, conferencia en la Universidad de Lovaina, publicada en “Le
Roseau d´Or, Croniques”, n° 20).

2
“Consolación”; visiones, profecías, hablas interiores…
248
Su tesis está en página 152: “las confidencias de los místicos…
recogidas y trasmitidas tal cual, serían tan ininteligibles como ilegibles”:
ellas son redactadas más tarde por el vidente, y después, muchas veces,
redondeadas por “secretarios”; como en el caso conocido de las visiones
de Ana Catalina Emmerich, redactadas de acuerdo a sus “notas” de 5
años por el poeta Clemente Brentano, después de muerta la Venerable.

Massignon comienza por ilustrar su tesis con la transcripción a dos


columnas de una “visión” de la “santa de Coutances”, María des Vallées
(Quebec), redactada en forma bien diversa (no en cuanto al fondo) por
M. Le Pileur y San Juan Eudes; continuada después con el análisis de
otros ejemplos igualmente pertinentes, y concluyendo con una lúcida
exposición teórica; y después con estas palabras finales:

“Y aquí, un cristiano recordará: que después de tantos discursos del


Cristo, es el milagro físico de su Resurrección lo que fundó la
convicción y perhizo la conversión de los Apóstoles; que la Iglesia
reclama de sus Santos, no precisamente frases emocionantes, sino para
canonizarlos, milagros materiales. Ella permanece fundada, en su unidad
orgánica, sobre sacramentos, cuya forma física es el vehículo
consagrado de gracias espirituales precisas. Las reliquias de sus santos
le sirven no solamente para elevar el alma, mas para sanar el cuerpo. En
fin, el Sacramento de su unidad, la prenda suprema de amistad, que ella
brinda a la adoración de los hombres –frágil limosna, tímida maravilla,
que nos deja talmente libres– es un memorial de la Pasión; donde se
entrega, muda de un silencio más sustancial que todas las palabras de los
místicos, la Palabra Divina”.

La Virgen dijo a Lucía de Fátima (o ella dijo que le dijo) que Dios
iba a hacer de Rusia un azote para castigar a Europa, y al Mundo. La
Virgen dijo a Concepción de Garabandal (o Concepción dijo que le dijo)
que Rusia se convertirá.

Esta contradicción almenos aparente me disparó en una dirección


imprevista. Estaba leyendo al mismo tiempo dos biografías de Wladimir
Solovief y también sus obras principales (excepto “La Justificación del
Bien”, que no pude hasta hoy conseguir); y me ocurrió un pensamiento
que es quizás la solución; y que no por ser mío, dejaré de relatar.

249
Wladimir Solovief (1853-1900) se sabe quién fue: pensador genial
aunque excéntrico, teólogo inquieto, erudito estupendo, asceta terrible,
pasó la mitad de su corta vida trabajando por la hoy decantada “unión de
las iglesias”. Estaba excepcionalmente dotado para ser el apóstol de los
suyos –a que sin duda lo llamó la Providencia– el más sabio y el más
ruso de los rusos: el tipo del eslavo puro hasta en sus defectos. Aunque
el famoso Mons. Strossmayer (famoso por el tumulto que armó en el
Concilio Vaticano I) dijo de él, escribiendo a Roma: “Anima pía et vere
sancta”, Solovief es un diablo de hombre, el más desbaratado de los
rusos: por un lado, un sabio y un santo, por otro un cuasi demente; pero
lo primero es verdad a medias, lo segundo sólo apariencia. Un súper-
ruso.

Su inteligencia es genial; pero no bien equilibrada, a causa quizás de


su carácter accidentado y su falta de asiento, incluso local; falto de
mujer, de hogar, de techo, incluso de comida y de reposo; perseguido
pertinazmente por la Jerarquía Cismática; lanzado al estudio con “fúror
rússicum” casi suicida; consumado en poco tiempo.

Se parece a Kirkegord (con diferencia sustancial de varios rasgos),


principalmente en que su vida es también un “itinerarium mentis” que
termina en el catolicismo; y no sólo en el vestíbulo dél, como en el
danés. Pero Kirkegord renegó de su religión herética nativa (¡y en qué
forma!) y Solovief por el contrario quería ayuntar la Iglesia Ortodoxa al
Papismo, al cual él declaró “la Verdad”, cosa a que no llegó el
dinamarqués. Decía que Rusia no se había segregado de la Iglesia
Católica sino Bizancio; y que el pueblo ruso no era cismático, mas era
mantenido en la separación y el odio a Roma por la camarilla clerical
oficial, “la Pseudo-Jerarquía no Sacerdotal”, como la llamó.

Sus esfuerzos heroicos fueron anatemados por los ortodoxos y no


apreciados por los católicos; hasta hacerlo caer al fin en desesperanza.
El soñaba unir al Czar de Rusia con el Pontífice de Roma, actuando él
de Profeta, de acuerdo al “Estado Ideal” que se había forjado sobre el
modelo de Israel, compuesto trinitariamente del Pontífice, el Profeta y el
Prepósito (ver “La Russie et l´Église Universelle) pues un tiempo él
pregonó que la Europa estaba en gran peligro, por haberse dividido y
decaído la Cristiandad, guardando Roma al Pontífice, Rusia al Monarca,
y el Protestantismo al Profeta.

250
Consecuentemente no quería pasarse a la profesión católica (y se
amargó cuando la Princesa Volskonky, su discípula y maestra a la vez,
contra sus consejos abjuró el cisma; lo mismo que otro discípulo, el
Padre Nikolás Tolstoi) ni siquiera al señuelo de ser recibido en la Iglesia
por León XIII y nombrado Cardenal, lo mismo que Newman; proyecto
utópico de Mons. Strossmayer.

Pero profesó la fe católica ante testigos 4 años antes de morir en la


Capilla de Lourdes del citado Padre Tolstoi el 18 de febrero de 1896,
cuando ya durante 5 años los popes negaban (secretamente prevenidos)
la Comunión a ese “sospechoso”. Al morir santamente (pero “servir al
Señor es trabajo rudo”, dijo al morir) recibió la comunión de un “pope”
ortodoxo, Bieliaief, a falta de un católico. El médico se extrañó hubiese
vivido 47 años, con la vida que tuvo.

Como queda dicho, unos 20 años luchó por la reconciliación de su


patria con Roma (“con el Papado, no con el papismo”) y fue desanimado
y agotado por una resistencia enorme y una persecución implacable; y
pocos años antes de morir dio un viraje de 180 grados; y rechazando la
esperanza eufórica de una época de prosperidad para Europa traída por
la mentada reconciliación, se volvió “parusíaco”; o sea, se persuadió el
fin de los tiempos no estaba lejos, y la época corría hacia él a grandes
pasos.

Su último libro “Drei Gespräche” (Tres diálogos) que a pesar de ser


juzgado “flojo” por sus traductores y biógrafos (Herman, Tavernier)
tengo por el mejor de los suyos, y así lo tuvo el autor: al nivel del
monumental “Russie et l´Église Universelle”. Lo llaman “decevant,
decourageant, pessimiste” por ser “apocalyptique”. Es en realidad un
diálogo sobre el problema del Mal; en tres partes deliciosamente
artísticas entre 4 personajes que son “tipos” y al mismo tiempo
delicadamente caracterizados: un general que representa la ideología
tradicional; un político que defiende la ideología liberal “progresista”;
un príncipe, cuyas ideas son las del novelista León Tolstoi; y un 4°
personaje, M. Z. que impersona al mismo Solovief. En el 3er. diálogo, el
modesto M. Z. lee un manuscrito trunco, “proveniente de un su amigo el
eremita Pansophius” con una descripción del imaginado fin de los
tiempos. Es una preciosa novelita o parábola en que Solovief, ciñéndose
al texto del Apokalypsis más que ningún otro de los que han tentado el

251
tema (Benson, Boucher, Hugo Wast…) pone la Revelación de San Juan
en tesitura actual; prediciendo entre otras cosas el “peligro amarillo”, la
derrota próxima de Rusia por los asiáticos; y para más allá, otra
catastrofal de toda Europa por japoneses y chinos aliados; ubicando su
ansiada “unión de las iglesias” en el fin del siglo, ante la faz del
Anticristo; y describiendo al Gran Emperador Plebeyo, la Gran
Apostasía, la Parusía y el Milenio con salvaje energía… Este libro
desearíamos fuese traducido al español. Si nosotros lo tradujéramos del
alemán sería retraducción; pues fue escrito en ruso.

Su teología y antropología religiosa es extravagante a ratos, aunque


nunca incoherente. Solovief incurrió en errores y extravagancias en sus
ideas y su conducta; por ejemplo, asceta asperísimo, estuvo, empero,
expuesto a la pasión del amor en forma casi frenética. Se enamoró con
vehemencia de tres mujeres (sucesivamente) y para mejor, dos dellas
casadas; las cuales se burlaban dél y de su idea extravagante de un amor
platónico o “matrimonio espiritual”. Todos sus errores retractó en el
“Credo de sus últimos doce años”, como dice Mons. D´Herbigny, su
biógrafo. Y por cierto del asunto de sus enamoramientos febricientes no
estamos muy seguros; pues en eso, él se callaba como un pez.

Había proclamado rotundamente la primacía de Roma en la Iglesia


de Cristo (“o Cristo no fundó ninguna Iglesia o la fundó sobre Pedro y
sus sucesores”) en su obra “extraordinaria” (Mons. D´Herbigny) “La
Russie et l´Église universelle”, escrita en francés parisién en 1888 –pues
la Censura Eclesiástica que empezó por cortarle páginas y páginas de
sus libros, después los prohibió y finalmente no los dejaba entrar en
Rusia– si eran publicados en el extranjero.

Pero mucho antes ya había anunciado su evolución hacia Roma, en


sus “Tres Discursos” a la muerte de Dostoiewski, con gran ruidera y
rabia de la “Pseudo-Jerarquía No-Sacerdotal” de San Petersburgo, como
la llamaba.

Pues bien, este casi santo, casi apóstol de la reconciliación de Europa


(pues de la unión de Rusia con Roma él predecía una gran restauración
cristiana de Europa) había previsto –entre otras tantas cosas, pues era
también un casi profeta– una gran catástrofe si Rusia no hacía caso de
las voces que Dios por su medio le daba. Y aquí, después de un circuito
necesario, llegamos a nuestro punto.
252
Había sido precedido en ese aviso por un su maestro y precursor, el
conde Chadaief; personaje original y heroico, “el único filósofo ruso”
antes de Solovief (y después) el cual antes de su muerte en 1856 había
proclamado tronitualmente que si Rusia no se “convertía” –o sea,
reconciliaba con Roma– sería teatro de una inmensa catástrofe, – “y eso
antes de 50 años”.

La predicción se cumplió algo después de los 50 años con la


Revolución Bolche de 1917; que también habían previsto de algún
modo Solovief; y Dostoiewski en su novela “Los Demonios”.

Esa predicción se encuentra en una tremenda diatriba de Chadaief


contra los rusos, nacida no de odio sino al contrario, de amor a su país.
Esa diatriba manuscrita cayó por causa de un alcahuete en manos del
Czar Nicolás I, el cual escribió al margen: “¿Está loco éste?”. Chadaief
fue privado de todos sus grados y empleos inmediatamente; y recluido
en su casa. Además un médico de palacio fue encargado de visitarlo
cada día “para observar el estado mental del ilustre demente”. El
demente era el Czar, que con esto quizás firmó la sentencia de la muerte
trágica de su nieto Nicolás II. (Ver Chadaief, Oeuvres Choisies, editadas
en 1862 por su discípulo el Príncipe Gagarin, jesuita, fundador de la
revista parisina “Études”).

El conde tomó con soda su desgracia y comenzó a escribir una


humorosa “Apología de un loco”, donde se hallan las más hermosas
páginas sobre Jesucristo escritas en Rusia; y murió antes de terminarla.

Ahora bien, ¿no podemos creer que el triste Bolchevismo,


preanunciado por tantos, fue el castigo de Dios, por no haber sido
escuchados esos santos?

La predicción de Fátima en 1917.

¿No podemos creer luego que después de 50 años de régimen


tiránico y ateo, el pueblo ruso puede convertirse, por el peso dese azote?

La predicción de Garabandal en 1966.

Eso conciliaría las dos predicciones. La primera se cumplió. Dios


quiera que se cumpla la segunda; que sí hará, si es de Él.

253
Por descontado, esto es una mera conjetura mía, de que harán
Ustedes lo que quieran.

LEONARDO CASTELLANI

Día de San Leonardo de 1966.

254
POLÍTICA NACIONALISMO ESTADO *

PRÓLOGO

(1966)

He leído este libro en pruebas, y me ha servido: aprendí algunas


cosas y repasé muchas otras.

El autor ha estudiado su tema; o lo tenía estudiado, si quieren; de


modo que lo trata con claridad, asiento y exactitud. Respira sinceridad y
sereno patriotismo, el cual trazuma sin necesidad de declamación
alguna. Buena prosa didáctica, está bien escrito y bien diseñado,
arquitectónicamente. Es tan serio y sólido como el “Peñasco de Martín
de Güemes” que me mostraron en Salta. Es orgánico, tiene principio,
medio y fin.

Si esto vale, diré que no hay una sola frase del libro que yo no
estuviera dispuesto a firmar.

Para mí es una obra de caridad para con el país, obra de inteligencia


amorosa, obra digamos de un diputado verdadero, representante del
pueblo.

Me figuro con gozo la utilidad inapreciable que puede prestar a


tantos; principalmente a las jóvenes generaciones, a los estudiantes de
Derecho o toda Facultad, a los sindicalistas, a los militares y a los que
leen diarios sin creerles del todo, llevarlos a comprender los
acontecimientos argentinos y aún mundiales con la honrada y directa
elucidación de las “categorías” República, Sociedad, Política,
Democracia, Liberalismo, Totalismo, Comunismo, Capitalismo, Iglesia,
Fuerzas Armadas, Factores de Poder, Finanza, Sionismo, Nacionalismo,
Peronismo, Radicalismo, Dictadura, Tiranía, Justicia Social y otras
tantas, que tiran al aire y abarajan los diarios diariamente,
diarísticamente.

*
Cornejo Linares, Juan Carlos (1966). Política Nacionalismo Estado. Buenos Aires: Cruz y Fierro,
pp. 9-10.
255
¿Y los que leen los diarios y creen todo? Esos están perdidos sin
remedio. Pero ¿cuántos son?

Por ejemplo, esa clara definición y descripción del Comunismo. Está


en muchas partes, de acuerdo. En pocas tan breve y criollamente como
aquí. La gente del pueblo tiene un horror digamos “empírico” del
comunismo (o repulsión o aversión o antipatía) simplemente por la
noticia de hechos sueltos que les llegan acaso; por ejemplo, hechos de
crueldad o despotismo o mendacidad; por ejemplo, el muro de Berlín, y
que allí matan a los que quieren salirse del “paraíso marxista”;
probablemente por sacrílegos, porque desprecian el Paraíso, que es casi
como despreciar a Dios, dirá Ulbricht –digo yo. Pero ese horror
empírico no va muy lejos, porque al fin les pinta un imperialismo, un
despotismo o una tiranía como ha habido tantos: “Al fin esos rusos
siempre han sido medio bárbaros”, me decía Esteban, un mecánico.

Pero si a los hechos sueltos viene a sumarse –para iluminar– el


esqueleto del “sistema” adumbrado en textos de los mismos fundadores,
todo se vuelve otra cosa, se lo ve de golpe como uno de los peligros
mayores para la civilización y para la persona humana que haya existido
en el mundo; cien veces peor que la rebelión albigense que amenazó con
destruir Europa en el siglo XII – a la cual se parece mucho, siendo como
ella una herejía a la vez religiosa, política y social. Pero si aquello fue un
tigre, esto es un mastodonte.

Esto, como todo lo demás, está labrado con una muy honesta
exactitud, rectitud y franqueza; y no sin sentimiento; que no por
sofrenado y viril deja de ser impresionante. Una fría disquisición
académica, como las de Ousset o D’Arcy S.J., no sirve para nuestro
pueblo.

Como dije, no es sólo un buen libro, sino una buena acción: las tres
principales obras de misericordia, enseñar al que no sabe, corregir al que
yerra, dar buen consejo al que lo ha menester, están aquí cumplidas con
modesta sabiduría; quiero decir, con modestia y sabiduría. O sea, que
Cornejo Linares sabe, modestamente, mucho; y lo que según Martín
Fierro es mejor, “sabe cosas buenas”.

Dicen que para elogiar hay que ser largo y para criticar breve. Yo
seré breve en el elogiar y meteré violín en bolsa (cuando todavía me
256
sobraría partitura) porque el libro, leídas unas páginas, comienza el
elogio solo.

En suma, es un muy buen libro.

LEONARDO CASTELLANI

257
IMPERIALISMOS Y MASONERÍA *

[INTRODUCCIÓN] **

(1967)

Extractamos de la carta del R.P. Leonardo Castellani lo que sigue:

Buenos Aires, 7 de septiembre de 1967


R.P. Virgilio Filippo
Amado en Cristo

“Cuando leí en original su libro sobre los Imperialismos y la


Masonería, me alegré de haberlo recibido…”.

“… lo considero un libro de gran utilidad (por decir poco), porque


renueva vivamente y pone al día las enseñanzas de la Iglesia, ilumina un
lapso de nuestra historia que está lleno de torbideces y problemas, y
proporciona ingente cantidad de datos útiles acerca de personas y cosas
ocultas.

Cuando venían a mis manos libros sobre la Masonería, no me


interesaban mucho, ni los acababa de leer, pues teniendo en la memoria
las condenas de Gregorio XVI, Pío IX y León XIII, nada me añadían; a
no ser datos concretos que en puridad están implícitos en dichas
condenas; datos que no añadían nada a las Encíclicas, como de hecho no
se puede añadir.

El suyo es diferente, pues injerta en la realidad Argentina todos esos


conocimientos, en forma vívida y documentada; y despeja así no pocas
incógnitas, para mí al menos.

Una de ellas es su actuación parlamentaria («Mi Lucha», podría Ud.


llamarla) tan enturbiada, contradicha y calumniada. Otra es el neto

*
Filippo, Virgilio (1967). Imperialismos y Masonería. Buenos Aires: Editorial Organización San
José, pp. 11-12.
**
Este extracto de la carta dirigida al autor es una introducción al libro. El prólogo corresponde al
R.P. Julio Meinvielle [N del E].
259
esclarecimiento que hace Ud. de la fórmula ambigua que le arrojaban de
que «los curas no han de meterse en política»;… ”.

“… Lo mismo se me achaca vacuamente a mí; y algunos «bec


jaunes» dicen: «El P. Castellani fue candidato a diputado…».

“Tenemos sabido que la Argentina ha versado siempre en «Estado


colonial» desde su independencia; contando por «independencia» desde
que cayó el Ilustre Restaurador Don Juan Manuel de Rosas, como
cumple a los que pertenecemos a la línea Mayo-Caseros: yo nací en
Mayo y vivo en la calle Caseros. Este es un hecho. El otro hecho es que
la Argentina ha sido gobernada por masones, a partir de ese mismo
momento esparrancoso y libertario. ¿Se puede negar uno de estos dos
hechos?...”.

“… Ud. ha vinculado en forma férrea los dos hechos.”

Ore por mí – En Cristo


LEONARDO CASTELLANI
Pbro.

260
REFLEXIONES SOBRE Y DESDE LA PAMPA *
PRÓLOGO

(1968)

Resulta extraño tener que prologar un libro escrito por un profesor de


filosofía que simultáneamente a su profesorado se desempeña como alto
funcionario policial. Pero a mí me resulta no tan extraño porque siempre
he pensado que la filosofía no puede ser meramente libresca, que tiene
que estar encarnada en la vida misma. Y el hecho, que la filosofía tome
contacto así con la función policial no deja de ser interesante en este
momento que vivimos.

La Policía está en contacto con la realidad, con toda realidad. Desde


la alta política hasta los dramas de la miseria –como se dice hoy– todos
los acontecimientos de una nación están conectados con la Policía. La
Policía guarda la seguridad dentro de la sociedad, por ello debe tener
también su propia seguridad. El buen policía no es un hombre ordinario
sino que se distingue ante la sociedad precisamente por su porte, su
pose, su talante que manifiesta esta seguridad. La Policía en estos
difíciles momentos que vivimos ocupa un lugar importante en la
sociedad, porque la Policía garantiza el orden interno de la comunidad;
son los soldados que no matan, sino que por el contrario, evitan que se
maten, aunque ahora la iniquidad de los tiempos obliga al policía a
matar en defensa propia. La Policía trata de algún modo con algo que
tiene un aspecto sagrado que es el orden. Porque el orden está vinculado
con Dios, con la Providencia, con la moral, con la conducta; y por eso el
hombre policial tiene que ser muy hombre y tiene que ser muy hombre
forzosamente porque tiene que tomar decisiones muchas veces graves y
a veces de golpe, y por lo tanto tiene que estar en posesión de los
principios que fundamentan ese orden para decidir sobre su propia
conducta y la de los demás.

*
Schoo, Francisco Vicente (1968). Reflexiones sobre y desde La Pampa. Buenos Aires: Cruz y
Fierro, pp. 11-16.

261
Por eso no es del todo discordante e incongruente que un jefe policial
sepa filosofía. Tendría que darse con más frecuencia si viviéramos en
épocas buenas, en épocas normales.

Yo no sé qué va a pasar con el resto de la aristocracia que nos queda.


Es decir, yo no sé qué va a ocurrir con el predominio de las facultades
superiores sobre las inferiores que es lo que configura al aristócrata,
dónde irá a refugiarse lo que queda de esa aristocracia; porque la
aristocracia es como un don de Dios, que siempre habrá de surgir; lo que
no sé dónde irá a refugiarse.

Los grupos de aristócratas están hostigados por lo que llaman la


rebelión de las masas, es decir, por esa especie de epidemia de
plebeyismo, esta contaminación y propagación que lo va invadiendo
todo sin que se la pueda parar y que tiene a su orden los instrumentos de
decisión y destrucción más grandes que haya tenido la historia del
mundo, proporcionados por la técnica moderna, entregada al servicio del
plebeyismo, de lo bastardo, de lo común, de lo ordinario, y de lo feo. Es
como la vulgar caída en manos de una civilización comercial y logrera.
El comerciante o mercader no es noble, sino por casualidad, pero de
suyo no es noble. Siempre se han distinguido, los nobles de los
mercaderes. El fin del mercader es ganar dinero y este fin –el “lucro
intangible”– es poco noble, porque el lucro no tiene límites. Todas las
cosas naturales tienen límites y son perfectas o tienden a la perfección
cuando se conforman a su propia naturaleza; y el lucro por sí solo no se
limita, y si no lo limitan desde afuera o desde arriba tiende a crecer
enormemente, como un abrojal. Por eso siempre el mercader ha estado
sometido a una clase superior que, porque los tenía, le imponía sus
propios límites. El guerrero, por ejemplo, tenía una moral condicionada
a su estado y se podía en consecuencia imponer estos límites. Pero ahora
ocurre que el mercader es el que está blandiendo la espada del guerrero;
está por encima de todo. El dinero lo dirime todo y el mercader por
oficio está destinado al dinero. El mercader lo único que hace es
cambiar las cosas, no crea nada. No se trata de que sea o no útil o inútil;
humanamente es necesario. Los aristócratas de nacimiento, o los que se
han hecho aristócratas por sus virtudes o por sus sabidurías en este mar
de plebeyismo que se ha desencadenado en el mundo actual, suponen
una vida de sacrificio, una vida heroica, una vida de triunfo sobre las

262
propias pasiones; por eso en la Edad Media era tan considerado un sabio
como un guerrero.

Me pregunto yo dónde se refugiará la aristocracia del mundo


moderno. Se me ocurre que serán grupos aislados que se refugiarán en
los conventos o en la Policía, es decir, en las profesiones que exigen una
rectitud ética y exigen esa moral activa, esa facultad de tomar decisiones
graves en el instante, que sólo pueden nacer de una moral ínsita, que
nace dentro de sí. Pensemos, por ejemplo, en ese fenómeno trivial de la
novela policial actual: el caballero se acabó, la caballería, como
institución desapareció, pero el ideal del caballero –que ahora se nos
presenta de a ratos sublime, de a ratos ridículo como lo señala el
inspector mayor Schoo– siempre subsistirá; y entonces los que tienen
que luchar contra el mal se convertirán como en una especie de
caballeros antiguos; y así se ve, cómo en muchas de las novelas
policiales actuales, el héroe es un detective que no siempre pertenece a
la policía, sino un policía privado, que es parecido a un personaje de la
caballería anglosajona enrolado en la lucha contra el mal, pero que de
cualquier manera proclama la excelencia de la Institución Policial.

Yo siempre he sentido un profundo afecto por esa Institución civil y


armada por la propia comunidad, para su propia defensa, y que por eso a
veces es la que carga con todas las culpas de la sociedad a la que se
debe.

En un guión cinemático que escribimos tiempo ha y publicamos


recientemente titulado EL CABO LEIVA trazamos la figura de un
policía modelo de neta estampa criolla. Alguien nos reprochó que en esa
obrita dejábamos demasiado bien a la Policía y al Ejército “que no son
así”. Replicamos que “así deberían ser” si es que ahora no lo son lo cual
tampoco puede decirse en forma universal; y la seña es el autor deste
libro.

Por eso con todo gusto he prologado estos apuntes del inspector
mayor Schoo referidos al escenario de nuestra pampa. Constituyen un
libro vital; es decir, nacido de experiencias o vivencias, fecundadas por
la posesión serena de los principios. Los dos ensayos de apertura “La
Tierra” y “La Cruz y la Espada” respiran tradición, tal como fue y debe
ser a la luz de la razón, y tal como la da ahora, deteriorada pero no

263
muerta, la experiencia. Lo mismo se diga de la sólida definición de la
Nobleza que constituye el capítulo segundo.

Estas dos experiencias vitales, la Tradición y su Deterioro (o Caída)


constituyen el hilo conductor de los variados ensayos y dan al libro su
firme “unidad en la variedad”, concepto platónico de la belleza – no
“definición” della, como se dice a veces inexactamente.

Incluso en los trabajos más abstractos (“Las contradicciones del


Cristianismo”) y los más particulares (“Rancé en la pampa”) está
presente la “intuición” del autor, esa percepción de lo sensible, unida
agudamente a la penetración intelectiva. Véase lo que dice acerca della
en el capítulo IV: “Civilización y Barbarie”:

“La forma primera y elemental del conocer humano es la intuición.


El tropismo del vegetal elevado al instinto animal y éste levantado a la
naturaleza del hombre. Esta capacidad primaria del conocer la ha ido
perdiendo el hombre en la medida que se ha ido alejando de la
naturaleza. El indio afinó esta facultad hasta límites insospechados. Este
conocimiento iba dirigido al medio –la tierra, los animales– y hacia el
propio hombre…”.

En “Las contradicciones del Cristianismo”, el ensayo más filosófico


de la serie, el mayor Schoo ahonda en la naturaleza de la Verdad y
renueva la solución del problema del conocimiento; verdadera “cruz” de
la filosofía, que en realidad es un misterio natural –y también
sobrenatural–, si vamos a eso. Todas las filosofías se han preocupado
dél, las modernas sobre todo; y han producido notables hallazgos –que
más que hallazgos puros son re-descubrimientos– al lado de extrañas
aberraciones, producidas en desenvolvimientos laterales.

En el vasto ensayo epilogal del libro “Hacia una nueva conquista”,


el mayor Schoo traza las bases de un programa “fundacional”
suprapolítico. Con razón para hacerlo comienza por volverse hacia los
españoles. Recuerdo que habiendo estampado una vez el trillado lema
“La Cruz y la Espada” (precisamente aquí el título de un ensayo) el
linotipista me lo mandó en pruebas transformado en “La Cruz y la
España”. Las erratas de imprenta a veces son creadoras; yo dejé allí el
error con categoría de corrección. En efecto, en la Conquista Española,
la Espada fue lo de menos, o almenos fue secundaria. Un poeta mi
264
condiscípulo, en un poema de juventud (“España Antigua”, por Horacio
Caillet Bois) escribió pintorescamente acerca de uno de los
“Prototipos”, “El Soldado”:

“No tenía más ansia que el ansia de la gloria


Y a veces cambió el oro por un poco de escoria
Y en su vida errabunda llevó la asidua norma
De colgar luteranos e ir contra la Reforma…”.

Y lo curioso es que los soldados españoles, que colgaron muy pocos


luteranos, fueron contra la Reforma sembrando “asiduamente” en toda
América imágenes de María Santísima, que quedaron y aun crecieron
mientras ellos desaparecían. “Nuestra Señora de los Buenos Aires,
Nuestra Señora del Rosario”… exclama Schoo y pudiera proseguir la
lista innumerablemente desde California a la pampa. Por eso creo yo que
la Iglesia tributa a Nuestra Señora (en su Misa Común) este extraño
elogio:

“Santa Madre de Dios, has matado todas las herejías en el universo


mundo”.

LEONARDO CASTELLANI

265
LAS NEGACIONES DE GARABANDAL *
(1968)

No se han producido hechos nuevos en la aldea castellana hecha


famosa en todo el mundo por las “visiones” de cuatro niñas –excepto la
especie de explosión producida por las “negaciones” o retractación de
las videntes. Sobre estas “negaciones” versa la nueva publicación de
Ventura y Pascual, el denodado divulgador y defensor de las
“apariciones”.

Sobre ellas escribimos en el n° 7 de “Jauja”.

El Obispo de Santander hizo público un “auto” en que desautoriza


las “llamadas apariciones de Garabandal”; según él, allí “no ha habido
ninguna aparición, ningún mensaje… todo tiene una explicación
natural” (17/III/67). (Hay en el auto episcopal un error teológico, de
paso: que solamente la Escritura Sacra y la enseñanza oficial de la
Iglesia son fuentes de conocimiento religioso). Concluye el documento
aseverando que todo no ha sido sino "un inocente juego de niños”.

Si fue un “juego” no fue “inocente”: habría sido una grave


superchería; y los “niños” (niñas) se habrían revelado en este caso como
las mayores actrices y prestidigitadoras del mundo.

Hoy (10/V/67) traen los diarios la noticia de la muerte repentina de


Mons. Vicente Puchol Monti en un accidente de su auto que él
conducía. Su acompañante salió ileso. Fue el día de la aparición de San
Miguel Arcángel –8 de mayo.

Casualidad.

Otra casualidad es que la revista “Criterio” publica al pie del auto de


Puchol una carta del Card. Ottaviani, como si fuera un pronunciamiento
pontificio. La carta es de fecha anterior al “auto” y además ni aprueba ni
deja de aprobar nada: simplemente se inhibe de pronunciarse.

Para Dios no hay casu-alidades sino sólo causa-lidades.

*
Sánchez-Ventura y Pascual, Francisco (1968). Las negaciones de Garabandal. Buenos Aires: Cruz
y Fierro, pp. 9-11.
267
Los sucesos de Garabandal quedan en “veremos” hasta que Dios se
digne aclararlos– “si quiere”.

Hasta aquí la revista. Después llegó la noticia de las “negaciones”.


Ventura y Pascual argumenta extremadamente en defensa de las
“apariciones” pese a lo que pese.

Las “negaciones” fueron obtenidas bajo presión: en la Curia, ante el


Obispo y un grupo de sacerdotes: intimidación incluso, según corre la
voz.

Actualmente las “videntes” guardan silencio sobre el “examen” y lo


que sus palabras implican, sostiene la veracidad de sus primeras
manifestaciones –según viajeros argentinos que de allá vienen.

El autor presente argumenta que algunos místicos retractaron por un


momento o un tiempo sus revelaciones por alguna razón; reafirmándolas
después. El caso clásico es el de Santa Juana de Arco, que repudió sus
“voces” aterrorizada por la amenaza del fuego; y después se arrepintió
de su flaqueza y las aseveró hasta la muerte; en esa misma hoguera con
que la amenazaron con falsía el Obispo Cauchon y los Inquisidores;
pues la Inquisición no imponía la pena capital sino a los “relapsos”; o
sea, a los que habiendo retractado la herejía, volvían después a ella. Lo
mismo hicieron con Galileo, falsificando (como parece) un documento.

No quiere decir que estos bárbaros al servicio de los ingleses no


hubieran quemado igual a Santa Juana sin su “relábere”.

Todas las señales que dan los teólogos de la causalidad en los


fenómenos místicos, las negativas y las positivas, parecen darse en el
caso Garabandal. De modo que los que permanecen adictos (como yo)
no pueden ser tratados de supersticiosos o fanáticos.

Las “visiones imaginarias” son las más expuestas a engaño, según


Santa Teresa. Visión “imaginaria” no significa “imaginada” o falsa sino
producida (por acción angélica) en la imaginación del vidente; no fuera
de él, como es el caso de la “visión corporal”; en la cual todos los
presentes tendrían que percibir el simulacro. Como fue el caso de los
tres ángeles de Abraham, los dos ángeles de Loth y sobre todo las
apariciones de Cristo resucitado a sus apóstoles.
268
La historia de la Iglesia está jalonada de fenómenos místicos de esta
laya, visiones de Santa Gertrudis, de Santa Brígida, Santa Ildegarda,
beata Catalina Emmerich, etc. “Estas supersticiones tan poéticas –me
dijo un distinguido pastor protestante, descendiente de uno de los
obispos heréticos que ajustició María Tudor– son necesarias para la fe
del vulgo; y siempre han abundado en la Iglesia Romana…”.

Si son necesarias, no son supersticiones.

LEONARDO CASTELLANI

269
EL FUSILADO *

PRÓLOGO

(1968)

Jorge Vicente Schoo, profesor de Filosofía y Ciencias de la


Educación, nos ha dado una obra singular. No conozco ninguna que
se le parezca. “Una meditación ante la muerte”, la califica. Exacto:
no es una meditación SOBRE la muerte.

La meditación tiene forma de relato: excepto unas reflexiones


abstractas halladas en la libreta del “fusilado”, intercaladas en medio
del escueto relato, que le dan su orientación. El relato es seco,
simple, incisivo, sin sombra de retórica; y sin embargo, o por eso
mismo, impregnado de emoción.

Se trata de un Capitán que entra en una conjura contra el gobierno


por amor a la Patria y lealtad hacia un Jefe amigo en quien tiene
ciega confianza. La conjura es traicionada, el levantamiento
reprimido y el conjurado junto con algunos otros condenado a
muerte. La relación de la conjura hecha por el héroe es enteramente
simple y nítida: es técnica, podría decirse; y en el mismo modo se
narra todo lo que sigue, hasta la muerte y un poco más allá; incluso
las concitadas emociones y reacciones del agónico y su última
“tentación”. Relato supremamente simple y supremamente duro y
dramático, respirando realidad pero en tal forma que uno se siente
llevado a identificar al Fusilado. Pero uno ve que no es Fulano o
Zutano; es un hombre, un guerrero, un prócer, un ingenuo, un alma,
todos los hombres y todas las almas; o por lo menos, todos los
hombres de alma.

Delante deste cuadro hecho a buril no se puede hablar de


literatura, aunque él tenga la máxima prez literaria que es la fuerza.
No se puede hablar de filosofía, aunque si alguna existe en la
Argentina, ella está aquí. No se puede hablar de religión, porque el
ánimo “naturalmente cristiano” del varón no hace ostentación ni es
*
Schoo, Jorge Vicente (1968). El Fusilado. Buenos Aires: Cruz y Fierro, pp. 7-9.
271
apenas consciente della, y ella surge tan naturalmente como su
respiración. No se puede hablar de poesía, aunque el autor haya dado
sin proponérselo justo en el centro y lo más esencial della.

El Fusilado es un hombre recto y sin repliegues que tiene de la


Patria, de la familia, la amistad, la sociedad y Dios el concepto
antiguo y común; y se encuentra con todas esas categorías vitales
bruscamente descuajadas por un evento inesperado aunque no del
todo imprevisto: la presencia de la muerte inmediata y brutal, que él
tiene por injusta.

La tentación suprema ante las bocas de fuego. ¿Qué es la Patria?


¿Existe la Patria? Ahora dicen no existen las patrias y todas deben
reunirse en un solo gobierno mundial. ¿No hice una insensatez al
sacrificar mujer, hija y la vida por esa palabra? Si tengo conciencia
de haber obrado con un sincero anhelo del bien común, ¿cómo es que
la Patria no lo reconoce? ¿Por qué la patria no me salva ahora?
¿Tiene sentido todo esto en que he apoyado mi vida misma? ¿Todo
es engaño?

El autor ha visto justo, y todo esto es enteramente lógico: en este


soldado la patria estaba intrínsecamente unida con Dios; de manera
que al fallarle la patria, es Dios mismo quien queda cuestionado.

La tentación es vencida: comprensible o incompresiblemente,


Dios le pide para su servicio una muerte serena y valerosa, como a
soldado. Él es el dueño. De alguna manera hay que morir. Él
proveerá. Él es su verdadero Coronel.

Lo que sigue a los ocho fogonazos, los ocho lanzazos y el


estruendo en la cabeza es un final enteramente apto y altamente
original: el alma separada del cuerpo sigue un rato junto a él; o quizá,
como dicen los médicos, de algún modo unida a él; y asiste a la
eliminación de su compañero junto con la de su percepción de lo
sensible. Cae lentamente en un sueño. Los primitivos cristianos con
muchos Santos Padres creían no existía lo que ahora llamamos Juicio
Particular y el alma separada quedaba dormida hasta el Juicio Final.

272
Esta obra literaria (o como quieran llamarla) es digna de ser leída,
de ser publicada y de ser meditada. Es escritura argentina en todos
los sentidos: de plata.
LEONARDO CASTELLANI

273
SEMBLANZAS HEROICAS *
PRÓLOGO

(1970)

La Organización SAN JOSÉ ha querido publicar en volumen popular


y con ilustraciones hermosas y exclusivas, esta colección de
composiciones: un intento de hacer la épica de los héroes resucitados o
digamos “revisados”; desenterrados no sin gloria por el “revisionismo”;
pues lo que es la ODA a MITRE de Rubén Darío es una gansada
portentosa.
De Don Juan Manuel poseemos cantidad de poemas sueltos y muy
heterogéneos, desde la violenta y cursi diatriba de Mármol a las
acicaladas poesías de Lizardo Zía y Blomberg; las cuales ha tratado de
reseñar y calibrar el crítico Luis Soler Cañas en un minucioso estudio:
“Imágenes de Juan Manuel de Rosas en la poesía del siglo XX”,
publicado por partes en la revista JAUJA, 1967 y 1968. De los otros,
como el Chacho y Quiroga, no hay nada. El Gaucho Rivero no sabemos
quién fue, hablando en plata.
Es una cosa que hay que hacer y se hará; y este libro es un comienzo.
Digamos que es como una piedra fundamental tosca. De su mérito
artístico no me toca hablar; hablo de su mérito de precursor y pregonero,
de estimulador.
Así como este libro es hasta ahora único, la Organización SAN JOSÉ
es una empresa única entre nosotros: publica libros acerca de “lo
nuestro” que ninguna otra publicaría ni con una pistola al pecho; porque
“lo nuestro” entre nosotros no da usura.
Esa gran “Libertad, libertad, libertad” que debemos al liberalismo, en
la “actividad” editorial (o sea en el negocio editorial) ha producido un
resultado que es para alquilar balcones: una cantidad enorme de bazofia
impresa de todas layas (desde la revista pornográfica hasta el tratado
anticristiano) contra el cual aluvión barroso el pueblo no tiene defensa.

*
Malvicini, Blas A (1970). Semblanzas heroicas. Buenos Aires: Organización San José, pp. 5-6.
275
Hace un siglo uno de esos “católicos liberales” del tiempo (o sea
liberal aguachento y católico aguachento) escribió muy ufano la
siguiente presentación de “su mejor poema” (según Menéndez y
Pelayo):
“Hijo soy de mi siglo

Y no puedo olvidar que por el trunfo

De la conciencia humana

Desde mis años juveniles lucho.

Por Bárbaro, rechazo

De la brutal intolerancia el yugo;

Y quiero en campo abierto

Libremente lidiar con el absurdo.”


La conciencia humana tuvo su anhelado “trunfo” (como hay que
pronunciar si se quiere que el 2° verso conste) y el resultado es que no
podemos más “libremente luchar contra el Absurdo”, porque el Absurdo
en todas sus fases se ha vuelto potente, arrollante y dueño de todas las
imprentas, como si dijéramos.
El Absurdo de la libertad a troche y moche y “el libro para el logro”
ha dado nacimiento a la literatura plebeya, la literatura sofista y la
literatura liviana; pasando por alto la literatura (que no lo es) idiota. La
buena literatura en este gran país está puesta en condiciones
desventajosas, y no sólo no puede vencer pero a veces ni subsistir tan
siquiera; anoser por las empresas tan esforzadas como y literalmente
heroicas como “La Organización SAN JOSÉ”; que quiere bendecir el
Santo Patriarca.
Compárese las facilidades y dificultades que tiene para publicar sus
“productos” un argentino y un judío por ejemplo; y no quiero
particularizar. Compárese (con perdón del modo de señalar) la revista
JAUJA con la revista judía COMENTARIO o la semijudía ESTUDIOS.

276
Bueno, en estas condiciones quiere Dios luchemos hoy día contra el
Absurdo; y nos presentaremos a la presencia de Dios dentro de poco,
quizás no muy limpios pero sonrientes.
“MÍAS SON TODAS LAS IMPRENTAS”, dice el Señor por
Jeremías; “YA NO HAY PATRIA”, dice el Señor por Isaías.
Febrero 25 de 1970
LEONARDO CASTELLANI

277
DESCENSO A LOS INFIERNOS DE LA BUROCRACIA

EN LA ENSEÑANZA SECUNDARIA *
PRÓLOGO

(1970)

Pocos son hoy en día los que se inquietan por el bien del país común,
o sea, aquellos a quienes “duele el país”, según la enérgica expresión de
la autora de este libro; y los que sirven a su costa al pro del país con
trabajo tan enérgico, honrado y bien informado como éste, menos
todavía; casi ninguno.

Que la enseñanza en la Argentina anda mal (o “la educación” como


llaman engreídamente) muchísimos lo dicen, con mayor o menor
responsabilidad, con información bastante o sin ella; pero en fin, se
puede decir que sobre eso hay consenso común.

Vamos a escuchar sobre eso una voz máximamente autorizada con la


enorme fuerza de evidencia que prestan los hechos limpiamente
testimoniados.

II

La autora, como consta en el título del libro, no cubre en su


testimonio toda la vasta y compleja tabla de la instrucción en el país, ni
siquiera la escuela oficial; pero ha tomado un punto central, que si no es
la causa de la decadencia de la escuela, es posiblemente el primero de
los efectos y la principal de las causas secundarias. Porque cualquiera
sea la opinión acerca de la causa última (o primera) que para nosotros es
la “leyenda del Estado Enseñante”, es indudable que la burocracia por el
dicho Estado Enseñante edificada hoy es un fracaso indudable; y se
asemeja a una especie de colmena con polilla; una colmena llena de
hendijas que no puede ser defendida, y deja paso a los peores parásitos.

*
Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez, Magda (1970). Descenso a los infiernos de la burocracia en
la Enseñanza Secundaria. Buenos Aires: Edición del Autor, pp. 7-15.
279
III

Se podría prever (y se previó) que la ley 1.898 llamada


grotescamente “de libertad de enseñanza” iba a traer la actual
decadencia de la escuela al sujetarla tiránicamente al monopolio del
Estado. Actualmente el tal monopolio ha sido modificado aunque no
quitado: y algunos intentos de quitarlo (ministerio Fernández 1903,
Celestino Marcó 1938) han fracasado.

IV

La autora de este “informe”, se ha limitado a considerar la aberración


de la burocracia con su secuela de despilfarro, desperdicio, errores
graves, retardos dañosos y obstáculos a los buenos docentes, con
impunidad para los deficientes.

Sólo indirectamente toca el aspecto moral. Pero los buracos de la


colmena dejan entrada a inmoralidades increíbles sobre todo en torno a
los ascensos, nombramientos y concursos; intrigas, mentiras, calumnias,
simulaciones, favoritismos pagados o no pagados, arbitrariedades,
adulteración de documentos escritos, y también rencores, odios,
venganzas, sabotajes, dejando aparte otra clase de inmoralidades.

Esto no puede ser objeto de estadísticas, pero los que hemos actuado
en la enseñanza Media tenemos experiencia horripilante de la clase de
gente (mezclada por suerte con maestros íntegros) a que el Estado confía
sus vástagos; o mejor dicho los ajenos. Esto es obvio y lo contrario sería
un milagro; la burocracia no puede criar moral ni controlarla; no puede
percibir la justicia ni menos impartirla.

En el breve tiempo en que asistí en el “Consejo Nacional de


Educación” (en el tiempo de José Ignacio Olmedo) pude constatar “sin
dubitar ni poder dubitar” que esa enorme maquinaria sin alma y aun sin
ojos no puede gobernar centenares de escuelas y millares de maestros
desparramados por todo el país: no puede hacer más que un gobierno
aparente que en algunos casos, o en muchos, es mero desgobierno.

VI

280
Yo he defendido la libertad de enseñanza toda la vida desde los 17
años; aunque en aquel entonces mi defensa consistía en aburrir a mis
familiares con declamaciones imitadas de mi maestro de 5° año en el
Colegio, el gaucho uruguayo Juan F. Sallaberry. Sigo defendiéndola
aunque en forma menos absoluta, porque la experiencia algo me ha
enseñado. A saber, que si el derecho de los padres de familia a disponer
la educación de sus hijos sigue siendo una verdad absoluta, lo mismo
que la inconveniencia incluso económica de que el Estado se vuelva
pedagogo, sin embargo el cambio del actual régimen a otro que
respetara y fomentara la iniciativa privada en esta materia no carece de
dificultades y peligros. En suma, que en la Argentina se debe mantener
un cierto estatismo provisorio al menos; y el tránsito de la
responsabilidad del Estado a los particulares debe hacerse con pies de
plomo y control estricto.

No se puede transfigurar la enseñanza con un decreto. La experiencia


de la libertad parcial concedida por Frondizi a las Universidades enseña
mucho: no ha dado resultados esplendorosos.

VII

“La difusión de la escuela pública nacionalizadora y el control en ese


aspecto de la enseñanza privada… son ahora necesarios… Al Estado le
incumbe la vigilancia de la virtud ciudadana… Corresponde también al
Estado una función supletoria de difusión de la enseñanza primaria y
especial en todas las regiones del país donde no exista… Y le
corresponde por último la facultad eminente de exigir cierto mínimo de
capacidad… para el ejercicio de las profesiones”, dice un autor.

VIII

Entretanto se ponga remedio soportamos un estado de decadencia


inveterado y ya intolerable. En todas partes hay abusos y errores y en
otras partes serán más malos que nosotros; pero en ninguna parte son tan
tilingos.

IX

Este trabajo da cuenta de los resultados del Estatuto del Docente en


el régimen. Los resultados en el intelecto los resume así Ernesto Palacio
281
en 1940 –advirtiendo de paso que no llevan traza de mejorar sino al
contrario: “Hay una contradicción visible entre los esfuerzos y dineros
gastados en la enseñanza pública argentina y la miseria de sus
productos. Sobre la calidad de estos nadie puede llamarse a engaño: son
deplorables. Es un hecho de fácil comprobación que el nivel medio de
los bachilleres argentinos es mediocrísimo; y que disminuye año tras
año; que su caudal intelectual se limita a una carga de nociones
incompletas e inconexas; que con trabajo se encuentra entre ellos alguno
que sepa redactar una carta sin errores de ortografía; que carecen de
preparación para la vida social y política, y para seguir sin tropiezos una
vocación universitaria. Las fallas de esa formación se comunican luego
a todas las actividades en que intervienen esos productos y las
padecemos en el periodismo, en el parlamento y en la cátedra…”

En estos momentos se hace enorme alharaca por el asesinato de


Aramburu y Alonso, que ciertamente son odiosos crímenes; pero hay
otros crímenes peores sobre los cuales no se dice una palabra. Y el peor
de todos es nuestra enseñanza “gratuita, laica y obligatoria”, esa gran
conquista del liberalismo.

Los diarios y los políticos tienden sobre ese crimen de lesa patria un
pudibundo velo. Los padres de familia ya no se sublevan, el Padre
Castañeda murió y la Iglesia vive tan campante, codeándose con los
responsables; y eso también debe ser resultado de un siglo de educación
laica.

Esos crímenes de “Gangsters” que han alarmado a la gente (¡oh, no


mucho!) y soltado la canilla de los charlatanes macaneros puede que
sean justamente un castigo de Dios por el estado de crimen en que
vivimos hace mucho.

Que de la falta de educación y la mala educación nazcan toda clase


de males morales, hasta llegar al crimen, no es ningún milagro.

XI

Por complejo que aparezca el problema de hecho, es evidente que el


remedio único es volver a la buena tradición en materia de enseñanza,
282
que consiste en dar libertad para ejercerla a los llamados a ella por
vocación y competencia, reduciéndose el poder político a fomentar sus
esfuerzos, a fiscalizar los fines más que los medios y en última instancia
a suplir las deficiencias y carencias. Este es su fin y cómpito específico.

XII

La tradición del Occidente es ésta que exponemos; e incluso la


tradición de la antigüedad greco-romana, excepto Esparta. Los que han
roto esa tradición entregando al poder político la impartición del
conocimiento –que por el mismo caso se tiñe de política– han sido:

1° Juliano el Apóstata.

2° Dos emperadores alemanes por breve tiempo.

3° Lutero.

4° La revolución francesa.

5° El Gobierno francés masónico (poco francés pardiez) de mitad del


siglo XIX.

Y esta decadencia indefendible padeceremos mientras no se enderece


la espuria enseñanza nuestra hacia su fin natural y tradicional cristiano.

XIII

¿Y cuándo será eso? Les diré: cuando la Argentina haya solucionado


su problema político; el cual condiciona todos los otros problemas
nacionales y es previo a ellos en el tiempo.

El problema político argentino consiste en la carencia ya inveterada


de legitimidad y estabilidad. Desde hace un siglo estamos gobernados o
por el fraude o por la violencia militar; aliadas a la mentira en los dos
casos.

Un país gobernado por usurpadores del poder (que son los que Cristo
llamó “ladrones que entran por la ventana”) que nunca podrá pelechar.
Es una nación o pseudo nación contra natura.

283
El problema político es el primero no en categoría quizá, pero sí
cronológicamente: condiciona a todos los otros, los cuales no pueden
solucionarse antes que él.

En efecto, una nación que no tiene solucionado su problema político


no es nación: mal podrá solucionar sus problemas nacionales.

XIV

En un discurso pronunciado el 2 de Setiembre de 1970 delante del


Presidente de la Nación, el Sr. General Oscar M. Chescota, dijo lo
siguiente:

“Muchas de las dificultades de nuestro país provienen de errores de


conducción, acumulados en décadas, que… han consistido en que el
Estado dejó de hacer lo que debía para ponerse a hacer mal lo que no
debía”.

La primera cosa que no debe hacer y hace mal es enseñar. Pero es


una de las características permanentes del Régimen Liberal Latino. Por
eso hablamos arriba del “problema político”.

León Daudet ha dicho con gracia que eso de ponerse a hacer


cualquier cosa menos el propio oficio, es la idiosincrasia de los
gandules.

XV

No hay que dejar de decir hablando de la Enseñanza Pública


Argentina que existen dentro de ella una cantidad de docentes íntegros y
honrados que hacen por ella todo lo que pueden dentro de lo que les
dejan hacer. Ellos son especie de mártires, pues aguantan sobre sobre
sus espaldas el pesado y descompuesto armatoste; y debemos creer que
gracias a sus sacrificios, aceptos a Dios, el pesado y descompuesto
armatoste no ha hecho todavía triquitraque y no está tan mal la
enseñanza como por lógica debía estar.

Algún atisbo de esos silenciosos sacrificios puede hallarse en este


libro.

XVI
284
Tampoco se puede decir el SACRILEGIO de desterrar de la escuela
y de la mente del niño el nombre de Dios, por la falsamente laica-neutra
ley.

El recordado Dr. José Sola decía: “La Constitución Argentina manda


al Congreso convertir a los indios y… pervertir a los niños”.

Falso. La Laica-Neutra no está en la Constitución; está más bien lo


contrario, la “libertad de enseñar y aprender” que es violada por el
Monopolio y por la irreligión directamente.

Los chicos no tienen defensa, los padres no se afligen ya mucho.


Todavía tengo presente una escena de hace treinta años: una niñita (que
es hoy señora profesora) que dice a su padre, un diputado, presente yo:
“Sí, papá, verdad, el maestro nos dijo que no había Dios”. “No puede
ser, Leonor, vos has entendido mal, no quiero que repitas eso”.

La Santa Madre Iglesia duerme feliz su siesta.

Los colegios “religiosos” muchas veces marran limpio su blanco:


envían no pocos ateos y muchos cristianos mistongos a debatirse en el
desorden ambiente; a veces a desacreditar al Cristianismo.

Hay una maldición de Cristo para los que escandalizan a los


pequeños. No quisiera estar en el pellejo de los Ministros de “Cultura y
Educación”; a no ser de los que renunciaron a los tres meses de
nombrados por haber querido desobedecer a la Masonería.

“¡Ay de la Argentina por causa de los escándalos! Imposible es que


no haya escándalos; pero ¡ay de aquéllos por quienes el escándalo viene!

Cristo promete el fuego eterno a los asesinos de almas”.

Leonardo Castellani
Buenos Aires, Octubre de 1970

285
LA CIUDAD DE MI INFANCIA *
LA IMAGEN DE UNA NIÑEZ FELIZ

(1971)

He tenido el honor de leer en originales este libro de la señora


D’Ángelo Rodríguez. Es un buen libro. Le estoy agradecido;
“agradado” dice el brasileño. ¿Y qué más? Si fuera yo “crítico
literario” (profesión de que hace muy pronto me liberó el destino)
tendría que hacer una conscripción de los libros de retratos o relatos
de la niñez en Inglaterra (la más copiosa), Francia, España, Italia y
Alemania. Comparándolos con el presente y definiendo parecidos y
discrepancias; buscar después la “idea” de cada uno de los cuadritos
y seleccionar los dos que (“a nuestro humilde parecer”) son los “más
logrados”; averiguar la filosofía del conjunto y sus escalonadas
implicancias metafísicas hasta la realidad del Ser Supremo; buscar el
lugar de esta “creación en el cuadro de la floreciente literatura
nacional” y finalmente para demostrarme imparcial y perspicaz,
hallar dos defectos del libro, que en realidad de verdad “no son dos
defectos sino dos lunares que más bien hermosean el fulgor
sheherezadesco del rostro”.

Mejor es decir sencillamente que es un buen libro, discreto y


delicado y logrado con felicidad. Esta palabra aparece al principio y
al fin de él. Feliz quien ha podido escribirlo. Yo no hubiera podido.

Mi niñez fue tajeada por desgracias serias y dolores serios; en un


pueblo sórdido y poco virtuoso. Todavía conservo mataduras.

Leo en una revista llamada CU-MA (espantoso nombre,


Cuaderno Marista) en el curso de una entrevista del Hno. Pablo
Agustín a un actor Antonio Medina:

“– ¿Cuál es el recuerdo más agradable de tu vida?

– En general, toda la etapa de mi niñez…”


*
Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez, Magda (1971). La ciudad de mi infancia. Buenos Aires:
Librería Huemul, pp. 11-14.
287
Todos dicen así: no sé si por ser verdad, o por ser un lugar común
que se consideran obligados a repetir. “¡Qué lindo cuando era
chango!”.

Me puse a pensar cómo respondería este cura, y recorrí “los días


felices del bachillerato” (La Nación, diario) y todos los demás días
consecuentes de los 8 períodos de mi vida; y la conclusión fue que
todos habían sido igualmente felices.

En efecto, según enseña Schopenhauer, la felicidad consiste en el


cese del dolor; y este cese es suministrado por la suspensión
temporánea del correr de la vida (o sea, de la Voluntad) a cargo del
ejercicio del intelecto. Y esto lo he tenido desde los 4 años, en que
comencé a leer los cuentos de Calleja (según me dijeron, créanlo si
quieren) hasta ahora que leo la Breve historia de México de
Vasconcelos; el intervalo de 63 años llenado por libros, más de
cuatro de lo más abigarrado; como Aristóteles y Antonio de
Taboada, el Nuevo Testamento y Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno; y
quién sabe cuántos más. Todos ellos me hicieron el efecto de este
parvo de mi Sra. Magdalena que leí estando enfermo y me olvidé de
la enfermedad.

Alguien dijo que los libros son el opio de Occidente; me parece


más verdad que son (entre otras cosas) las aspirinas del mundo. La
aspirina no puede quitar los grandes dolores pero los alivia todos y
elimina los pequeños. De donde otro poeta francés se atrevió a
compararlas ¡con la Eucaristía! Creo que debe ser un pecado haber
leído tantos libros, algunos muy malos, pero Dios me perdonará por
mi gran necesidad de aspirinas.

Otro dicho que no creo verdad es el de que “no hay libro tan malo
que no tenga algo bueno”. Hay libros del todo malos. No digo los
enteramente canallas como La pucelle de Voltaire, Lourdes de Zola,
The fair Haven de Samuel Butler, y otros que ni nombrar se debe.
Hablo de libros honrados, pero malos. Hay una apología del
cristianismo, The Analogy of Religion de otro Samuel Butler (un
obispo) que si los ingleses lo leyeran perderían la poca religión que
tienen: ¡y lo han puesto entre sus clásicos! “Sacres ils sont, car
288
personne n’y touche”. Los libros de Apologética de P. Nicolás Buil
(que fue mi profesor de lo mismo) son malos, pero tienen algo de
bueno, y es que hacen reír de puro malos. Tratando de lo mismo,
ahora que el padre Ives Congar nos ha honrado con su no pedida
visita: este “apologista” escribió un mamotreto de 650 páginas. Vraie
et fausse reforme de l’Église que es malo de solemnidad, en su
conjunto, en cada capítulo y en cada línea. Si pusieran a un lector
maniático en un calabozo de 3 x 3 x 3 con este libro como único
compañero, no lo acabaría de leer aunque estuviese toda la vida en la
cárcel. Solamente por la intención que no cumplió este charlatán de
completar el mamotreto con otros 8 por el estilo, cuyos títulos da allí
(“Advertissement”) merecía ser azotado con escorpiones.

Como ven no he mencionado más que a cofrades. Saliendo de


ellos he intentado hoy leer un librito de cuentos de una profesora de
castellano, escrito aposta con la traidora intención de imponerlo a sus
alumnos, los de su marido y los de dos o tres profesoras amigas; y
hacer unos pesos. Opinamos se debería prohibir que las profesoras se
autocanonizaran “clásica” sin permiso del Director.

Llegado aquí, veo no necesitaba recurrir por ejemplos a las


literaturas extranjeras, existiendo aquí la maldita legión de “Libros
de lectura” escritos por maestras. Teniendo a Kapelusz y a un
Inspector propicio, es negocio. A los chicos no les hace daño, porque
están inmunizados; a lo más contribuirán a la “deserción escolar”,
pero eso tampoco es un mal. El chico que nunca “se ha hecho la
rabona”, es sospechoso.

Pero este librito La ciudad de mi infancia sí se podría imponer sin


pecado a los rapaces.

Tiene verdadera poesía y da una imagen sincera de la niñez.


(Aquí vendrán las comparaciones: Stalky y sus compañeros de
Kipling son enteramente exagerados; el pequeño Trott de
Lichtenberger es demasiado ingenioso; los muchachitos de Fermina
Márquez de Valery Larbaud son románticos e inventados, no menos
que la muchachita de Ana María Matute, “Primera memoria”, etc.).
Estos cuadritos aquí son enteramente transparentes, no enturbiados
289
por la mentalidad adulta ni por ninguna “literatura”; lo cual no quiere
decir no sea ducha la autora en acuñar hermosas frases; el paisaje
mismo (la ciudad) se ve a través de ellos como a través de un cristal
con rocío.

Feliz el que ha tenido una niñez feliz; y el que puede gozar con el
retrato de una niñez feliz.
LEONARDO CASTELLANI

290
LAS CIEN MEJORES POESÍAS (LÍRICAS) ARGENTINAS *

PREFACIO

(1971)

Las Cien Mejores Poesías del inglés, y más tarde de las otras grandes
literaturas europeas, fueron una iniciativa del librero londinense
Gowans. Menéndez y Pelayo seleccionó las españolas, que más tarde se
ampliaron en las MIL. Méjico, Chile, Cuba y Colombia hicieron sus
respectivas centenas, non sine honore. La selección inglesa se dobló de
A second hundred, y después se multiplicó en Poesía para niños.
Poesías religiosas y Poesía para el pueblo. Los ingleses tienen con qué.
La poesía griega y latina fue sometida a la misma selección; y los
alemanes escogieron además cien poesías épicas.

Nuestro breve siglo y medio de poesía puede proporcionar un librito


útil, por lo menos de entre casa.

Está dicho ya que el título de este libro no puede tomarse en sentido


absoluto; mucho menos en nuestro caso, en que debemos incluir autores
aún vivientes, entre quienes hay que practicar una diezmada dolorosa; y
aun odiosa.

El libro está condenado a perpetrar una serie de In-Equidades, que


serán fatalmente juzgadas iniquidades.

Una cierta perfección formal en los poemas elegidos y un cierto


respeto a la historia y al gusto consagrados, son exigidos por esta clase
de obras, y engrillan al selector.

Hay poesías con grandes valores parciales, que incluirlas en la


colección sería como incluir un poema en francés. Hay poemas que se
salen de ella porque son exquisitos sólo para los exquisitos. Es sabido
desde Porfirio que las selecciones no son para los selectos, sino para
todos. Los selectos tienen cada cual su propia selección.

*
AA.VV. (1971). Las cien mejores poesías (líricas) argentinas, Segunda edición ampliada. Buenos
Aires: Librería Huemul, pp. 7-10.
291
Usurpando la frase de Leopoldo Alas, se puede decir que en la
Argentina ha habido solamente dos poetas y medio: Hernández y
Lugones son los dos; y el medio es cualquiera de todos los otros;
preciosos a veces para nuestro gusto y orgullo nacional, pero sin
proyección posible extraterritorial: Grandes de entrecasa.

La historia de nuestra literatura se ha escrito hasta ahora (y era


natural) con una especie de enfoque corto que magnifica patrióticamente
nuestras pequeñas glorias; como si dijéramos “en familia”. Este enfoque
se puede convertir y se está convirtiendo en vicio. Hay docentes y aun
doctos que afectan considerar a nuestras letras como un orbe completo y
cerrado, dentro del cual han de encontrarse y ungirse necesariamente los
valores supremos: megalomanía de campanario, fatal para la inteligencia
y más aún para la formación de la juventud. En muchos órdenes no
hemos dado todavía ningún valor sumo: nadie nace grande.

Véase, por ejemplo, la antología de Juan de la Cruz Puig y sus


ditirámbicas introducciones; donde reprocha a Menéndez y Pelayo
exceso de acrimonia, cuando lo que hay en el gran crítico castellano
hacia nosotros es justamente propensión a lo contrario.

Malo sería renegar de lo nuestro y aun carecer hacia ello de la


humana ternura fraterna; pero mucho peor es cortarnos de la
ecumenidad del pensamiento con una especie de anteojeras de barbarie
egocéntrica; que nos llevaría a falsedades manifiestas y grotescas.

Nuestra poesía que podríamos llamar “primitiva” (en realidad


superadulta), historiada benévolamente por Menéndez y Pelayo, es
pobre. La Colonia, la Independencia y la Organización Nacional no
dieron o no sufrieron grandes poetas: la retórica, la hinchazón y la
imitación reinan en esas tres Épocas nuestras; –que para la historia del
mundo ciertamente no lo son, así con mayúscula.

Sin embargo, los poetas y rimadores de entonces contienen valores


apreciables, por lo menos pedagógicamente: como por ejemplo, una
cultura más equilibrada y un sentido más firme de la lengua que en la
mayoría de los “modernos”.

Por eso le hemos dado entrada con mesura, sin correr violentamente
la selección hacia los últimos 80 años; lo cual habría de hacerse en el
292
caso de querer aproximarse absolutamente al título de “las cien
mejores”.

Como verá el avisado lector, hemos cerrado la selección el año 1912;


es decir, con los autores nacidos hace 40 años. Los poetas jóvenes
pueden esperar, puesto que para eso son jóvenes. Dirá alguien que
algunos de ellos tienen ya madurez, una madurez que sobrepasa su edad.
De acuerdo. Pero para los fines de la crestomatía hemos debido
atenernos a la madurez de la edad también –como una regla imparcial.
Los límites materiales de ella nos lo imponían. Otro trabajo posible
atrojará si Dios quiere una mies más amplia, así como hará un estudio
ya iniciado de los poetas incluidos en ésta: –esa erudición útil en
segunda instancia, que se sirve en primera instancia y de memoria en la
enseñanza de las Letras en nuestro despistado país. La erudición es
colonial. Los países soberanos leen a Homero; los países incipientes
aprenden de memoria la vida de Homero; y los “argumentos” de sus
rapsodias.

Estas explicaciones no son sino una obvia postulación de grande


indulgencia de parte de los lectores.

***

¿Poesía en este tiempo? –dice el librero. Cosa de otros tiempos.


¿Para qué? ¿Quién piensa hoy en la poesía?

La poesía piensa por nosotros. No hay cosa como ella para educar a
los niños y para educar a los pueblos; con tal de salirse de ella a tiempo
y por arriba, como de la niñez. Claro es que hay muchos que nunca
salen y se amohosan en ella, una podre sutil en el alma como el agua que
no corre de la charca: el remanso estético.

La poesía despierta en el hombre la ilusión transcendental de donde


salen la vida y la muerte; porque su tema permanente es la felicidad,
resorte del vivir; la Felicidad que no existe, por lo menos dentro de sus
reinos. ¡Ay de aquel que no acierta a salir de la esfera encantada de la
estética, del Reino de las Apariencias –como algunos de nuestros poetas
suicidas! Mas la Belleza no es apariencia solamente; y su fin es ser
aparición.

293
La poesía no morirá nunca, aunque hoy parezca moribunda. Pasa por
la más tremenda crisis, por habérsele sustraído la sustancia de que se
sustentaba. Los poetas de hoy parecen esquizofrénicos (y algunos puede
que lo sean), no todos, mas una buena parte. Pero es conmovedor en el
fondo ese enorme e inevitable esfuerzo para labrar una poesía con la
Nada. El alimento de ella es el tuétano de todo lo que es humano; y ha
quedado sin nutrimento, destejiéndose para tejerse, alimentándose de sí
misma en una patética autofagia, porque le han sustraído su sustancia.

Pero ella es la que ha balbucido en todas las cunas la ninanana de


todas las grandes verdades, que no soporta en estado puro el alma aún
niña. Las ha hecho miel y leche, mezcladas de acónito y beleño: es así,
no puede ser de otra manera en la confesada condición del hombre,
monstruo ambiguo, síntesis de contradicciones.

Tenemos más confianza en la miel que en el veneno. Sabemos que el


veneno no ha nacido para eterno, aunque a ratos predomine tanto que
parezca soberano. Sabemos que toda turbiedad se ha de purificar, y que
una fuerza lenta e incontrastable guía la trágica complejidad de las cosas
a una superhumana simplicidad.

Por eso hemos recogido lo más decantado que se ha producido en


este rincón incipiente del Universo (sea ello incompleto o imperfecto
como nuestro) de esa voz balbuciente de la pobre Humanidad.

LEONARDO CASTELLANI FERMÍN CHAVEZ

Año 1952.

294
ARGENTINA Y SU SOMBRA*

(1973)

Sr. Cnel.
Juan Francisco Guevara
Cap.

Enero 27 de 1971
Estimado amigo:

Le agradezco cordialmente el envío de su libro Argentina y su


sombra, que leí primero a ratitos y desde la mitad de un tirón hasta el
fin. Es excelente.

Me ufano de que haya incluido en la preclara exposición algunos


versos míos; honor que nadie les había hecho hasta ahora.

Cuando trata materia filosófica, es sorprendente la exactitud de ideas


y términos; cuando materia histórica, se siente la vibración de lo vivido.

El libro es desconsolador, pero de tanto en tanto hay clarazones de


luz que infunden esperanza. O mejor dicho, lo que es desolador es el
estado del país que el libro retrata, creo que fielmente. Yo a veces me
esfuerzo por determinar la causa de esta mala suerte o “sombra” de la
Argentina, sin poder conseguirlo: si será el fracaso de la educación, si
serán las fallas de la Iglesia o si será cosa de todo el mundo con
compleja casualidad. Lo seguro es que estamos castigados por Dios; hay
cosas que se pueden llamar “pecados nacionales” que no se quieren
reconocer; que el remedio del desorden moral y social está lejos o es del
todo imposible.

La flor de la educación y su meta penúltima es formar hombres


capaces de gobernar (algunos) y de ser gobernados (todos). Esto se
concluye inmediatamente de la condición “social” del hombre; pues si
está hecho para vivir en sociedad, debe ser capaz de hacer la sociedad.

*
Guevara, Juan Francisco (1973). Argentina y su sombra. 2° ed. Buenos Aires: Edición del Autor, p.
1.
295
Creo que los argentinos no tenemos un lenguaje intelectual común,
y… así podría seguir razonando sobre lo que usted razona mejor en su
libro.

Al cual deseo la difícil penetración.

Suyo Affmo. en

Xto. Jesús

L. Castellani

P.D.: La verdad es que estoy hecho bastante indiferente a todos los


males nacionales; porque o son irremediables o yo no puedo hacer nada.

296
ALMA DE PIE DE GALLO *
LA MUSA MOZA

(1975)

Coplas y pensamientos de Ángel Miguel Salvat.

Quien recorra este librito se topará con un hallazgo que me atrevo a


llamar único: un conjunto de canciones populares no solamente honestas
mas pías, no solamente morales mas ingeniosas; en las cuales respira la
musa argentina más genuina.

Ellas están apoyadas en brevísimas notas de filosofía afectuosa que


exponen sólidamente el pensamiento fundamental de lo que después (o
antes quizá) se volcó en rima y guitarra.

Su autor, a la vez músico y moralista, el ingeniero Ángel Miguel


Salvat es el ejemplo más asombroso que conocemos de la inspiración
espontánea y (por decirlo así) vocacional. Se puede decir la guitarra
suscitó las coplas y las coplas crearon los pensamientos morales que las
preceden. Ellos abarcan toda la gama de la vida ética del hombre.

Son un breviario de los sentimientos que deberían inspirar el camino


de todos, grandes y chicos: Dios, la Santísima Madre de Dios, la Patria,
la Familia, el amor paterno y todos los amores naturales y sanos se
suceden en expresión sencilla y justa, que aun cuando es satírica o
chusca, es noble. Que eso haya brotado en forma enteramente manantial,
casi sin parar un momento, denota la salud del alma de nuestra gente.
Por eso estampé arriba la palabra “asombroso”. Es el afecto que surgió
en mí cuando escuché por primera vez al ingeniero Salvat inclinado
sobre la guitarra y dejando brotar como agua de venero una tras otra
estas tonadas, que así como compuso sin esfuerzo, conserva en la
memoria sin confusión.

Los versos son de una corrección notable, el acompañamiento es


simple y fácil, el género de las composiciones estrictamente guardado.
Desde el villancico hasta la chunga, desde el gato y la zamba al valse,
todas las cuerdas han sido tañidas de la musa popular; y el autor puede
*
Salvat, Ángel L. M. (1975). Alma de Pie de Gallo. Mendoza: Lucta, p. 11-12.
297
gloriarse de haber logrado un lírico compendio de las flores de la vida
común.

He aquí la poesía: la verdadera “música ciudadana”.

Leonardo Castellani Conte Pomi. Marzo de 1975

298
CLASIFICACIÓN TEMÁTICA DE LOS ESCRITOS

QUE INTEGRAN EL PRESENTE VOLUMEN

Temas teológicos y religiosos


La Iglesia de Nuestra Fe.
Suma Teológica.
Las apariciones no son un mito.
Las negaciones de Garabandal.
Señor del mundo.
Nosotros los inmortales.
La Iglesia patrística y la parusía.

Temas filosóficos
Theonas.
La crítica de Kant.
Reflexiones sobre y desde La Pampa.

Temas políticos
La revolución que anunciamos.
Nociones de comunismo para católicos.
Nos los representantes del Pueblo.
Política, Nacionalismo, Estado.
Imperialismos y Masonería.
Argentina y su sombra.

Temas históricos
La historia falsificada.
Avivando brasas.
Así fue Mayo.

Temas culturales y educativos


La Universidad y la Nación.
Descenso a los infiernos de la burocracia en la Enseñanza Secundaria.

299
Temas literarios
58°.
La gloria de Tomás de Aquino.
La Reina de las siete Espadas.
Las cien mejores poesías líricas argentinas.
Poemas en nostalgia mayor.
El fusilado.
La ciudad de mi infancia.
Semblanzas heroicas.
Alma de pie de gallo.

300
A más de los prólogos a sus propias obras, enjundiosos e
insoslayables, Leonardo Castellani escribió prólogos a pedido –pues
fue varias veces convocado a presentar obras ajenas– que resultan
igualmente ineludibles. Fiel a su estilo, en más de una oportunidad,
luego de realizar los elogios de rigor, se metió en tema y estableció
un contrapunto con el autor en el que sus propias ideas
prevalecieron para iluminar el asunto tratado en el libro. Entonces,
más que una presentación, Castellani ha entablado en cada caso una
conversación. Le dieron pie para expresarse: así, pues, lo hizo,
dialógicamente, magisterialmente.

Castellani, simplemente, acepta la invitación al canto, y


entonces canta opinando porque ese es su modo de cantar.

Pero no se demora mezquinamente en los zaguanes: conduce


al lector hasta la puerta y acompaña el ingreso al convite con la
cortesía del anfitrión que recibe a los invitados. “Pase al banquete
que lo espera detrás de estas cancelas” le dice.

La mesa está servida.

(Dra. Liliana Pinciroli de Caratti. Del Prólogo)

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