Texto comparativo entre Los asesinos de Ernest Hemingway y La espera de Jorge Luis
Borges
En el siguiente texto se pretende comparar, a través de distintos criterios, dos cuentos que
forman parte del acervo cultural universal.
En relación con los títulos de cada cuento, y citando a Piña Rosales podemos establecer
que: “El título sirve no sólo para interesar al lector sino también para darle forma a la
anécdota, crear el ambiente (…); o introducir la imagen clave de la narración (…). El título
de un relato puede ser clave para su posible comprensión o interpretación, ya que a veces
encierra un sentido críptico, hermenéutico, acorde con su con su contenido.” En ambos
cuentos los títulos hacen foco en lo que pretende resaltar el autor. En Los asesinos, como
bajo la luz de una candileja, vemos a este par de “gangsters de vaudeville” cuya presencia
es entre cómica y perversa (porque poco hay más peligroso que dos ignorantes con
vocación de servicio) tratando de llevar a cabo una “misión” de su enviado. En ellos recae
la anécdota: son ellos los que llaman la atención del lector, los que se despliegan ante
nuestros ojos, los que soportan la crítica, los que transmiten la crítica a la sociedad de la
época, los que representan, seguramente, el signo de los tiempos, quiénes tienene derecho a
hablar, quiénes deben callar, quiénes piensan, quiénes asumen, quiénes se rebelan (y qué
consecuencias les traerá):
“Tú no tienes que reírte —le dijo Max—. Tú no
tienes que reírte para nada, ¿entendiste?
—Está bien.
—Así que en tu opinión está bien —Max se volvió
hacia Al—. Opina que está bien. Eso sí que está bueno.
—Oh, se trata de un pensador —dijo Al. Siguieron
comiendo.”
En contraposición con esto, Borges, en La espera, hace foco en la situación del extranjero
que aguarda en su cuarto de pensión, que es un cobarde, matón con los débiles pero incapaz
de actuar. Piensa y sueña y espera. En esa especie de limbo, en esa espera aburbujada se
pasan sus días. El final será definitivo pero llenar el vacío hasta llegar a él, es la idea que
quiere transmitir Borges: todo lo que se dice y lo que suponemos que piensa el personaje, lo
que siente en una atmósfera desesperante ante la incógnita, en ese sentido es un título clave
para la interpretación:
“…o porque es menos duro sobrellevar un acontecimiento
espantoso que imaginarlo aguardarlo sin fin…”
El recurso que utilizan los autores para titular los relatos son diferentes: Hemigway resalta a
los personajes; Borges, la situación angustiante de una espera eterna en su naturaleza para
el personaje.
En cuanto a los finales de cada cuento, se puede ver cierta relación entre ellos. En Los
Asesinos, si bien se desconoce el momento en que se efectivizará la muerte de Ole
Andreson, los muchachos del pueblo se quedan pensando en lo angustiante de la espera
-imagino, igual que el Borges lector de Hemingway-, en la tortura que implica saber que se
está condenado a muerte y que se espera el desenlace en cualquier momento:
“—No soporto el imaginarla esperando en el cuarto,
sabiendo que va a llegarle. Es demasiado terrible.”
Sin embargo, los interrogantes no culminan con este final ¿abierto? en el que esperamos
conocer mucho más pero tendremos que llenarlo nosotros solos.
El final de Borges es definitivo y evanescente: una realidad y un sueño a la vez. Lo
estuvimos esperando junto con el doble de Villari, al menos en el apellido; lo que no
esperamos es que en ese momento final el personaje nos hiciera la jugarreta de hacernos
creer que en el sueño no van a matarlo. Esta vez no se puede esconder:
“En esa magia estaba cuando lo borró la descarga.”
Ambos cuentos presentan finales verosímiles pero aquí no se trata del final en sí, sino del
camino que se nos propone para llegar a él y lo que sucede luego de que adviene sobre los
lectores. En Los asesinos, el final abre una puerta a otra historia porque aunque Ole está
vivo, para los personajes ya está muerto, es cuestión de tiempo. Lo interesante es ver cómo
influye esta muerte en la vida de los que quedan. En La espera lo definitivo de la muerte se
convierte en una magia, en un sueño, en una inexistencia. Sin embargo, en ambos relatos
podemos distinguir el alivio final, la muerte como un magnánimo manto de piedad ante
tanta huída, ante tanto temor acumulado. Hemigway, empero, decide continuar la tortura en
una historia no narrada pero intuída por el lector.
Desde la perspectiva del uso lexical propio de cada autor, es interesante, en su versión en
castellano, el uso que se hace de los pronombres personales esa referencia constante, casi
despersonalizada en la paradoja de la personalización, es un recurso muy efectivo para
describir a sus usuarios: los matones. Son ellos los que cosifican, los que pronominalizan,
los que cambian las referencias en un juego escénico, como dos cómicos sobre un
escenario.
El uso del estilo indirecto, reiterando las frases terminan de dotar a los personajes de un
halo humorístico, grotesco dentro de la terrible acción que piensan llevar a cabo.
El narrador es neutro, ajeno, aséptico; comparte el horror junto con el lector.
En La espera, aparece un narrador extradiegético pero con el punto de focalización desde la
perspectiva del personaje. Es interesante ese “entrar y salir” de la cabeza de Villari, que nos
termina de completar pensamientos y temores. El uso de los adjetivos: “invariables,
necesarias y familiares” ; “aire distraído o cansado” lejos de entorpecer la lectura la vuelve
vivaz, describiendo el “color local” de esos espacios suburbiales, de los lugares, de los
personajes. Incluso el juego enumerativo es interesante en Borges: una noche, otra noche,
una vez... Una imprecisión que quiere mostrarnos el carácter del personaje.
La descripción es la gran trama textual de este relato; pero en Los Asesinos es la trama
dialogal.
Un autor juega con la pronominalización; el otro, lo hace con los adjetivos. Un narrador
está casi ausente; el otro, se involucra en los pensamientos.
En relación con los campos semánticos en Hemingway el uso de términos referidos al
mundo de los matones, la violencia, la amenaza, el menosprecio por el otro que en lugar de
ensalzar la tarea de los asesinos los vuelve cómicos, risibles.
Borges mezcla una forma lexical impecable, perfecta gramaticalmente como es esperable.
Lo interesante se da en la mezcla de las expresiones filosóficas, oníricas y pedestres. El uso
de adverbios precisos, sustantivos abstractos, subordinadas perfectas es de un equilibrio y
delicadeza asombrosos. Tiene la posibilidad de combinar géneros discursivos tan dispares
en un solo texto, en una unidad:
“No lo sedujo, ciertamente, el error literario de imaginar que asumir el
nombre del enemigo podía ser una astucia.”
Las reiteraciones tanto en Los asesinos como en La espera refuerzan distintos aspectos: en
los asesinos la reiteración funciona como un tartamudeo, “chico listo” refleja las pocas
luces de los hablantes, se usa como un elemento descriptivo que refuerza la historia 2. En
Borges, las repeticiones son indicios, adelantos: turbio vidrio, turbia mañana.
Los personajes son fascinantes: el juego de Borges sigue siendo el del otro. Un italiano que
es uruguayo que se hace pasar por su perseguidor. El perseguido, aunque sean
nominalmente, se convierte en el otro; en el perseguido. Dos Villari espejados aparecen al
final: asesino y asesinado:
“cuando la mujer le preguntó cómo se llamaba, dijo Villari, no como un
desafío secreto, no para mitigar una humillación que, en verdad, no sentía,
sino porque ese nombre lo trabajaba, porque le fue imposible pensar en
otro.”; “El señor Villari, al principio, no dejaba la casa”; bajos los ojos como
si el peso de las armas los encorvara Alejandro Villari y un desconocido lo
habían alcanzado, por fin.”
Desde esta perspectiva tanto el protagonista como el antagonista llevan el mismo
nombre (y la misma naturaleza), los personajes incidentales son utilizados para
reforzar algunos aspectos del personaje principal: violencia (cuando lo empujan),
torpeza (cuando se equivoca con el cochero), soledad (con la mujer de la pensión).
Los asesinos de Hemingway son dos, pero parece que fueran uno solo que comparten
un mismo cerebro (abollado, además): uno termina la frase del otro, uno piensa por el
otro, uno aclara lo que el otro quiere decir. Los muchachos del bar son piezas
necesarias para profundizar la crítica vedada que está implícita en el texto. Ole
Andreson es una excusa para criticar usos y costumbres.
Para finalizar es necesario aclarar que ambos cuentos poseen otros muchos elementos en
común: los cuartos de los dos hombres, las pensiones miserables, la soledad absoluta que
ambos los envuelve.
Esta relación tan directa entre los dos cuentos: uno va al cine -Villari-; los asesinos sugieren
asistir; las camas de los personajes, anticipo de la muerte es llamativa. Me parece exquisito
cuando Borges escribe:
“La cama era de hierro, que el artífice había deformado en
curvas fantásticas, figurando ramas y pámpanos;…”
Desde mi perspectiva, ese es un “punctum” al decir de Barthes, no puedo quitar la vista de
esa imagen, como tampoco de la cama demasiado pequeña para Olé:
“Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta. Había
peleado por el campeonato de los pesados y era demasiado
largo para la cama. Yacía con la cabeza sobre dos
almohadones.”
Esa cita me provoca una infinita ternura: un hombre grande, enorme, esperando el
momento de su muerte, entregado como un corderito listo para el sacrificio.
Como se ha visto, en este texto se compararon varios aspectos de los cuentos, es un recorte:
existen otros múltiples elementos para completar un buen análisis, sin embargo, se ha
optado por los que se creía relevantes. Ambos relatos, para concluir, son obras sutiles,
hiladas con el más fino de los hilos narrativos, entre los que se entrelazan una multitud de
sentidos, imágenes, sonidos, sensaciones. Dos relatos que son dos caras distintas de lo
mismo: la soledad humana.