Spinosa - El Sujeto Ético Político
Spinosa - El Sujeto Ético Político
Spinosa - El Sujeto Ético Político
56 FILOSOFÍA
Temario 1993
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filosofía
2. El sujeto ético
2.1. Ética, metafísica y sujeto
2.5. El conocimiento
3. El sujeto político
3.1. La potencia del sujeto en la dimensión colectiva
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INTRODUCCIÓN
Este tema debería estudiarse tras el Tema 56 sobre Descartes y antes del
Tema 61 sobre Hegel. Del bloque de temas de metafísica se solapa en
algunos puntos con los Temas 18 y 19. Se complementa bien con temas
como el 29 sobre vida afectiva o el 34 y 44 sobre derechos básicos.
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No obstante la forma matemática y árida que Spinoza reserva para su pensamiento en su exposición
madura, el primer contacto que el autor toma con la inquietud filosófica es de naturaleza, cabría
decir, existencial. La obra que muchos consideran ser la primera de Spinoza, el tratado De intellectus
emendatione, se suele considerar como el homólogo del Discurso sobre el método (1637) de René
Descartes (1596-1650), pensador que para Spinoza representa un referente irrenunciable.
En efecto, tanto el corte autobiográfico como la función introductoria de sendas obras a las doctri-
nas de otras posteriores y más sistemáticas (las Meditaciones metafísicas en el caso de Descartes y la
Ethica more geometrico demonstrata en el caso de Spinoza) sugieren un paralelismo que, en realidad,
no es tan relevante como la sustancial diferencia que distancia a estos dos autores. Si bien es verdad
que ambos autores emprenden la tarea filosófica desde una experiencia autobiográfica de conver-
sión a la filosofía, entendida como búsqueda del verdadero Bien en cuanto que garantía de eterna
quietud, Spinoza se orienta por otra parte hacia un interés principalmente práctico por el sumo Bien
que, más que por proporcionar el conocimiento verdadero, es anhelado en cuanto que fuente de
significado para la existencia.
En esta búsqueda de beatitud y serenidad es necesario adoptar algunas medidas preliminares, capa-
ces de acercarnos a nuestro objetivo. Ante todo es imprescindible tener en cuenta que es imposible
conciliar tal búsqueda con el afán por los bienes terrenales: el placer es, según Spinoza, fuente de
toda tristeza, arrepentimiento y náusea. El ansia de riquezas desemboca en la mayoría de los casos
en un dolor insatisfecho e insaciable; la ambición y el deseo de poder nos obligan a vivir según los
deseos de los demás, obligándonos a ahogar nuestras íntimas vocaciones y ocasionándonos, así,
nuevo dolor.
Para poder empezar el camino hacia la forma de vida buena Spinoza nos avisa de la necesidad de
liberarse de todo prejuicio, entendiendo con este término lo que nos hace confundir un bien provi-
sorio y falso con uno definitivo y verdadero. Aunque los bienes provisionales aparezcan como algo
más seguro que el ideal propuesto por la filosofía, concluye Spinoza que en realidad y a largo plazo
éstos se revelan, por su misma naturaleza, males seguros delante de un Bien cuyo alcance es aún
indeterminado, pero cuya esencia es la verdad y la certeza.
Para poder llevar a cabo la reforma o enmendación del intelecto, a saber, su purificación de todo
error y pasión que puedan obstaculizar la correcta intelección, escribe Spinoza De intellectus emen-
datione, cuya máxima principal es «ni reír, ni llorar, ni despreciar, sino entender»y cuya intención es
poder llegar al número de personas más amplio posible, dado que según Spinoza es parte de nues-
tra felicidad saber que los demás también son felices.
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La reforma del intelecto hacia el conocimiento adecuado del Bien pasa por cuatro estadios episte-
mológicos fundamentales, que volveremos a encontrar también en la Ética. Estos grados de conoci-
miento o modos de la percepción son:
1. Primer grado: de oídas o por algún signo arbitrario.
2. Segundo grado: la percepción que resulta de una «experiencia vaga».
Estos primeros dos grados están unificados en la Ética bajo el nombre de imaginación o imaginatio.
3. Tercer grado: razón o ratio. Es la percepción inadecuada de la esencia de algo, donde la esencia
de una cosa se obtiene de otra, como acontece cuando se infiere la causa a partir de un efecto.
4. Cuarto grado: intelecto o intellectus. Es la percepción adecuada de la esencia de una cosa, bien
por su esencia, bien por una causa próxima a ésta. En la Ética Spinoza afirma que alcanzando este
grado se llega a la felicidad. Cuando, de hecho, conocemos a Dios realizamos de la forma más
completa nuestro ser, potenciándonos y sintiendo una alegría muy grande (véase § 4.2). Ésta pro-
duce en nosotros el amor más grande hacia la causa (Dios), trasformándose en el célebre amor
intelectual a Dios (amor Dei intellectualis) en el cual intelecto y amor coinciden. La expresión se
debe entender tanto como amor intelectual por parte del hombre como también amor de Dios
hacia sus criaturas, que resultan así dignificadas. Es importante no confundir este tipo de conoci-
miento con el conocimiento de los universales del pensamiento escolástico: Spinoza se adhiere
a la crítica nominalista pero aboga más bien por un tipo de intuición intelectual que proporciona
un conocimiento claro y distinto, reconduciendo todas las ideas hacia la unidad.
El sistema del conocimiento se debe, por tanto, fundar sobre una idea a partir de la cual se sigan
lógicamente todas las demás. Es esta la idea de un ente perfectísimo, causa de todas las cosas y de
la cual se infieren, según necesidad lógico-ontológica, las leyes naturales que valen para todos los
entes. Llegar a las definiciones verdaderas y adecuadas constituirá la garantía de moverse con igual
exactitud en el ámbito de la objetividad. Sólo Dios puede cumplir tales requisitos: por eso la primera
parte de la Ética se titula De Deo (acerca de Dios).
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2 El sujeto ético
A pesar del claro objetivo ético que Spinoza se propone en sus obras, que perfilan un camino de
formación para el sujeto que quiera alcanzar la felicidad, el sistema de este autor se caracteriza ante
todo por su corte principalmente metafísico. La Ética demostrada según el orden geométrico es consi-
derada, de hecho, uno de los tratados de metafísica racionalista más relevantes de la época moder-
na. Se trata de un marco metafísico para la comprensión lógico-ontológica de la realidad, un marco
que produce consecuencias notables en el campo de la ética del sujeto, que Spinoza considera
oportuno fundamentar desde sus cimientos.
Por este motivo resulta imprescindible recurrir en esta exposición al marco metafísico de la ética
de Spinoza, que él mismo ofrece al principio de su Ética. La intencion final es declaradamente ética,
pero la exposición de aquella obra sigue criterios lógicos y metafísicos que es necesario analizar ade-
cuadamente. La propuesta ética de Spinoza procede conjuntamente de su ontología y constituye,
por lo tanto, el punto de partida inevitable para la formación ética del sujeto.
Este último debe, ante todo, comprender la estructura de la realidad para poder actuar después
correctamente. Según Spinoza no hay sujeto ético sin comprensión metafísica, ya que la misma
ética implica y es fruto de una ontología rigurosamente estructurada. Comprender adecuadamente
la realidad y sus leyes, en este sentido, quiere decir dotar al sujeto de una herramienta que primera-
mente le permite conocer su exacta colocación en el mundo, es decir, conocerse a sí mismo como
simple modificación de la sustancia única, abandonando así su centralidad.
Analizaremos en primer lugar el método sintético-geométrico y la ontología que Spinoza elabora en
la primera parte de la Ética, explicitando las implicaciones morales de los asuntos lógico-metafísicos
tratados. En segunda instancia nos dedicaremos a la parte que Spinoza dedica manifiestamente al
sujeto y a sus pasiones, examinando tanto su mecánica como su dinámica, que Spinoza deduce
siempre de acuerdo con su ingeniosa y geométrica maquinaria metafísica.
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En la época de la matematización del mundo, cuando Francis Bacon (1561-1626) impulsa el dominio
de la naturaleza mediante su conocimiento científico y las técnicas derivadas de aquél, Spinoza no
elige el método geométrico como instrumento de dominio, sino como herramienta productiva que,
si por una parte refleja el clima cultural de la revolución científica que lee y expone todo contenido
mediante fórmulas matemáticas, por otro lado permite a cualquier lector de la Ética emprender el
camino cognoscitivo hacia la vida beata sin necesidad de ningún conocimiento previo.
El elemento geométrico es, por tanto, el medio privilegiado para la exposición, tal y como planteaba
Descartes en su Discurso sobre el método acerca del método sintético, aunque entre éste y Spinoza
es necesario evidenciar una importante distinción. Para Descartes la certeza subjetiva posterior a la
duda metódica seguía caminos distintos a los de la concatenación lógica de lo verdadero. Por esto
Descartes prefería, en cuanto a la búsqueda y a la investigación, el método analítico, que procede
a partir de una demostración particular sin exhibir los axiomas de los cuales ésta depende. Este
procedimiento le permitía seguir más de cerca el proceso psicológico de la investigación, en el que
se adquiere la certeza de algo antes de conocer las proposiciones universales de las cuales dicha
certeza depende.
Esto significa que para Descartes el método sintético/deductivo o geométrico es mayormente apto
para el segundo momento de la investigación, a saber, la exposición y demostración de los resulta-
dos. Spinoza, por el contrario, aplica el ideal deductivo de forma absoluta y rigurosa, y su convenci-
miento del hecho de que la verdad es norma de sí misma y de lo falso le mueve a utilizar únicamente
el método geométrico incluso en la búsqueda de lo verdadero.
XX Conceptos básicos
El orden o mos geométrico (término latino que literalmente significa «costumbre») consta, tal y como
se aprecia en la geometría euclidiana, de una serie de elementos formales a los cuales es necesario
recurrir para demostrar deductivamente algo. Spinoza en la Ética utiliza todos estos elementos para
explicar y desarrollar el contenido de su sistema que, por lo tanto, consiste en una continua demos-
tración, con abundantes referencias internas entre partes del texto, por lo que resulta posible tanto
una visión general del todo sistemático como distintas lecturas temáticas que relacionen las diversas
proposiciones del texto. Veamos los elementos fundamentales de la forma geométrica:
1. Definición. Spinoza, siguiendo a la tradición escolástica, distingue entre dos tipos de definición:
a) La que explica la cosa tal y como es fuera del intelecto y que, por lo tanto, habiendo un objeto
determinado, debe ser verdadera, es decir, correspondiente con el enunciado de la esencia de
la cosa definida. Esta es la «definición real».
b) La que explica una cosa tal y como puede ser concebida por nosotros y que no es necesario
que sea verdadera (en el sentido de correspondiente a un objeto fuera del intelecto), sino que
lo único que requiere es que sea concebible, esto es, libre de contradicción. Es la «definición
nominal».
Distinguir las definiciones reales y nominales en la Ética es bastante espinoso. Un criterio utilizado por
algunos intérpretes se basa en la relación con el resto del sistema: si nos encontramos una definición
que describe un término, independientemente de su relación con el todo sistemático, es muy proba-
ble que nos hallemos en presencia de una definición nominal, mientras que las definiciones que se
relacionan con otros elementos del sistema han de ser consideradas como definiciones reales.
2. Axioma. Se trata de un enunciado claro y manifiesto que no requiere demostración, pues nadie
se atrevería a ponerlo en duda. A diferencia de las definiciones nominales, es siempre verdadero;
a diferencia de las definiciones reales, puede tratar de verdades eternas.
3. Postulado. Es una verdad evidente, como el axioma, del cual difiere por un único carácter: se trata
de una proposición que se halla siempre dentro de un procedimiento demostrativo.
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4. Proposición. Se trata de un enunciado que concierne la esencia de las cosas o de sus afecciones,
cuya verdad o falsedad debe ser siempre demostrada a partir de axiomas y postulados.
5. Corolario. Es una proposición que se deduce de una proposición precedente como su inmediata
y evidente consecuencia.
6. Escolio. Comentario sobre una proposición o grupo de proposiciones. Por lo general se encuen-
tra al final de una sección argumentativa y sirve para iluminar una demostración relevante o para
reformular la tesis demostrada.
7. Lema. Proposición preliminar a la demostración de una tesis. O bien se puede asumir como ver-
dadera, o bien es necesario demostrarla.
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realizarse, sino como causa desde la cual éstos se siguen necesariamente, en la medida en que «de
una determinada causa el efecto sigue necesariamente».
Al respecto distingue, con el fin de evitar que en la sustancia divina se insinúe un elemento de fini-
tud, dos tipos de causalidad: el primero, divino, permanece en la infinitud y es causa de la totalidad,
mientras que el otro se da entre los cuerpos que se determinan y relacionan entre ellos. Es decir, que
para explicar cómo un cuerpo se mueve a causa del choque con otro cuerpo, Spinoza no recurre
inmediatamente a Dios, sino que considera suficiente explicar las leyes físicas que regulan la natura-
leza. Es así posible una cierta autonomía entre lo divino y lo mundano mediante las leyes físicas, cuya
necesidad, sin embargo, remite a la única sustancia.
Nos hallamos delante del armazón esencial de la metafísica de Spinoza, del cual resulta una sustan-
cia-Dios que es causa de sí y de la totalidad de las cosas (lo que Spinoza llama facies totius universi),
infinita (luego inconmensurable e indivisible), eterna, no generada, inmanente y única. Esta última
característica constituye uno de los puntos de ruptura más importantes con la tradición cartesiana.
Descartes admitía la unicidad de la sustancia divina por un lado y sin embargo por otra parte con-
cedía a las criaturas, mediante el recurso a la analogía, la sustancialidad del alma y del mundo (la
famosa doctrina de las tres sustancias). Spinoza, al contrario, libre de remordimientos religiosos y
aplicando rigurosamente el orden geométrico, no dudaba en afirmar que sólo Dios es la única sus-
tancia posible. Ni el pensamiento ni la extensión, los dos atributos infinitos que el intelecto humano
es capaz de percibir entre los infinitos que la sustancia posee, pueden considerarse sustancia, como
tampoco los cuerpos o las almas.
Todo se reduce a simple modo finito, modificación finita y particular según el atributo del pensa-
miento (en el caso de las mentes) o de la extensión (en el caso de los cuerpos). No obstante, pensa-
miento y extensión poseen unos modos infinitos: el intelecto infinito, conjunto de todas las mentes,
correspondiente al atributo del pensamiento; y el movimiento, la quietud y el mundo físico en su
totalidad (facies totius universi) o conjunto de los entes reales, por lo que atañe a la extensión. Ade-
más desde los dos atributos perceptibles por la conciencia humana se articula, de la misma manera
en la que se deducen las conclusiones de unas premisas, una serie (ordo en latín) de modos finitos
que para el pensamiento son las ideas y para la extensión son las cosas reales. La serie de lo modos
finitos según el atributo del pensamiento toma, por lo tanto, el nombre de ordo idearum, mientras
que su homólogo según el atributo del pensamiento es el ordo rerum.
Ambos órdenes, en cuanto que determinados según causalidad necesaria, poseen una serie de rela-
ciones ineludibles, estructurándose, por lo tanto, además de como ordenes, como conexiones, por
lo que Spinoza hablará de ordo et connectio rerum et idearum (orden y conexión de las ideas y de las
cosas). El problema más importante que afecta a la ontología de Spinoza se encuentra justamente
en este punto, dado que el dualismo entre pensamiento y extensión no puede subsistir si lo único
existente es la sustancia divina. Se trata del mismo problema que Descartes había resuelto con la
figura divina como garante de la verdad o, en el caso del hombre, mediante la célebre glándula
pineal.
Evidentemente Spinoza rechaza este planteamiento y resuelve el dualismo mente-cuerpo dentro
de su rígido sistema. Dios, según Spinoza, en cuanto que sustancia provista del atributo del pensa-
miento, contiene tanto la idea de sí mismo como las de todas las cosas que de él necesariamente
se siguen o, lo que es lo mismo, posee las ideas de todas las cosas, dispuestas según un orden (el
ordo idearum). Sin embargo, Dios es también sustancia extensa que contiene en sí todos los cuerpos,
deducidos de ella con la misma necesidad y según el mismo orden que las ideas. En este sentido se
puede afirmar que «el orden y la conexión de las cosas es lo mismo que el orden y la conexión de
las ideas»(Eth., II, p. 7).
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Esto quiere decir que si hay conexión entre dos ideas es necesario que la misma conexión se dé
entre las dos cosas correspondientes a estas ideas, sin que se deba afirmar una interdependencia de
los órdenes entre ellos. Spinoza resuelve aquí brillantemente el dualismo mente-cuerpo afirmando
que, dado que pensamiento y extensión no tienen nada en común, la única forma de relacionarlos
es mediante una especie de paralelismo psicofísico, posible sólo gracias a la común raíz divina de
ambos atributos.
En el célebre Apéndice a la parte primera de la Ética, Spinoza deja de lado por un momento el rígido
y aséptico lenguaje matemático, tanto para explicar los motivos que le han empujado a escribir esta
obra como para criticar enérgicamente toda una serie de prejuicios dañinos para el hombre. Estas
dos tareas en realidad coinciden con la que Spinoza considera la fuente de la infelicidad humana,
a saber, la causa final. En este sentido la crítica a la causa final se puede considerar como un punto
esencial del camino de formación ético-metafísico del sujeto cuyo deber es eliminarla en cuanto
prejuicio sin fundamento.
Spinoza critica ante todo el antropocentrismo religioso que orienta el todo en función de una única
e insignificante parte (el hombre), considerándolo un simple reflejo de lo que en realidad es el mo-
dus operandi del ser humano, que actúa en vista de un fin hasta el punto de considerar todo, incluso
las cosas naturales, como medio para la realización de sus intereses.
Esta forma mentis consigue arraigarse hasta tal punto que el hombre, preguntándose por el origen
de las cosas, no puede evitar reconducir esta cuestión hasta postular la existencia de dioses que,
como él, actúan según sus propios intereses. En este delirio de omnipotencia Spinoza rechaza du-
ramente el antropomorfismo de las religiones, que considera fantasías del hombre tomadas como
modelo de referencia para lo divino que pronto se vuelven un mar de supersticiones dañinas. Conse-
cuencia de esta «historia del error»son también conceptos como el de bien y mal como distinciones
absolutas, que en Spinoza por contra llegan a asumir únicamente un valor relativo a un modelo
externo a la realidad. Con el objetivo de acabar con aquellos conceptos y con la infelicidad que
ocasionan, Spinoza los reelabora en sentido neutro, considerando como bueno lo que promociona
y nos acerca al modelo de naturaleza humana que entendemos alcanzar, y como malo lo que nos
aleja de nuestro propósito.
Célebre es el ejemplo de la teja mediante el cual se quiere demostrar el funcionamiento falaz de la
visión finalista que, en vez de buscar su causa eficiente, justifica cualquier acontecimiento recurrien-
do exclusivamente a la finalidad externa. El finalista, sostiene Spinoza, es capaz de atribuir a la volun-
tad divina incluso el más insignificante de los sucesos, cambiando el efecto por la causa, como por
ejemplo en el caso de la caída de una teja encima de un hombre. De nada, afirma Spinoza, servirá
explicar las causas físicas de tal contingencia, dado que el finalista siempre preguntará por el «para
qué», acudiendo constantemente a la causa final, en una espiral infinita que acaba inevitablemente
en el asilo de toda ignorancia: la voluntad libre de Dios.
Delante de esta potente crítica resulta inteligible la acusación de ateísmo que los contemporáneos
dirigían a Spinoza: el Dios de Spinoza en nada se parecía al de la Biblia que, por el contrario, resultaba
ser el fruto arrogante y supersticioso de la ignorancia humana. Pero a la religión de la Escritura, en
realidad, Spinoza no contrapone un ateísmo, una negación de la existencia de Dios, sino más bien
un monismo protagonizado por la sustancia divina que, además, coincide con la Naturaleza. De ahí
la conocida afirmación del Deus sive Natura (Dios o la Naturaleza) que instituye claramente el pan-
teísmo, a saber, la presencia de Dios en todas las cosas en calidad de natura naturans o actividad de
generación de los entes naturales, que constituyen por otra parte la natura naturata o fruto de esta
actividad.
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2.5. El conocimiento
Una vez concluido el marco general de la ontología de la sustancia (cuyas consecuencias éticas he-
mos ido apreciando en nusra exposición), Spinoza se dedica a la explicación de su teoría del conoci-
miento (Ética, II parte) y de su psicología (Ética, III parte), completando así un salto ontológico hacia
el mundo de los modos finitos, ocupándose explícitamente y detalladamente tanto de la mente
como del cuerpo humanos.
De la primera destaca una peculiaridad muy importante que le permite contener otros modos fini-
tos según el atributo del pensamiento, a saber, las ideas. La primera idea contenida en la mente es,
sin duda alguna, la idea de Dios, cuya esencia por lo tanto es perfectamente comprensible por la
mente del hombre. Es más: la idea de Dios es la más clara y más evidente que la mente humana po-
see. De ésta la mente puede deducir las otras ideas, que serán verdaderas o adecuadas en la medida
en la que resultarán directamente deducidas de ésta, o serán falsas o inadecuadas si no se deducen
de la idea de sustancia o si están simplemente basadas sobre la experiencia.
El concepto de verdad como «adecuación»es importante para comprender cómo lo verdadero en
Spinoza es lo que tiene una correspondencia objetiva: tener una idea verdadera o adecuada de algo
quiere decir conocer su correcta colocación en el orden de las ideas que corresponde al objeto que
tiene la misma colocación en el orden y conexión de las cosas. Las ideas adecuadas, claras y distintas
(la evidencia, tanto en Spinoza como en Descartes es el criterio de la verdad) son verdaderas en la
medida en que son deducidas de la idea de sustancia y no necesitan recurrir a la experiencia; las
ideas inadecuadas, oscuras y vagas, no corresponden a ningún objeto real (siendo evidente que
para Spinoza la realidad no es lo que se infiere en virtud de la experiencia sensible) y no están basa-
das en la deducción sino en la experiencia.
El conocimiento, como ya vimos en el apartado 1.2, se estructura en distintos grados según la pre-
sencia de ideas inadecuadas. El más perfecto, para Spinoza, será el intelectual, que además de no
albergar ideas inadecuadas posee una perspectiva de totalidad que las demás formas de conoci-
miento no llegan a alcanzar.
La Ética de Spinoza, aun empezando a partir de Dios y deduciendo de éste todo conocimiento de
la realidad, mantiene como objetivo, tal y como promete su título, la formulación explícita de una
moral que pueda indicarnos el camino hacia la felicidad. A la mecánica del sujeto están dedicadas las
tres ultimas partes de la obra que tratan respectivamente de las pasiones, de cómo el hombre puede
ser esclavo de éstas, y de la condición en la que se encuentra (la felicidad) cuando consigue librarse
de ellas, siempre, evidentemente bajo la forma argumentativa sintético-geométrica.
Antes de analizar la geometría de las pasiones humanas es oportuno evidenciar cómo la actitud de
Spinoza al respecto, en conformidad con lo dicho en el Apéndice a la parte I, no es bajo ningún con-
cepto normativa (como en Platón o Aristóteles) sino descriptiva: Spinoza estudia las pasiones para
comprenderlas, puesto que sólo conociéndolas adecuadamente es posible sacarlas del reino confu-
so de la pasividad y comprender su mecánica y dinámica hasta el punto de poder dominarlas. Des-
pués de todo, las pasiones son para Spinoza iguales a todos los demás elementos de la realidad y se
mueven según el mismo rígido paradigma mecanicista que determina y regula toda lo existente.
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El hombre, tal y como lo concibe Spinoza, es una síntesis de mente y cuerpo, una continua relación
entre un exponente del orden de las ideas (la mente es definida como la idea de un cuerpo exis-
tente en acto) y una porción del orden de las cosas. El paralelismo entre los dos órdenes permite
la continua y dinámica relación entre ellos. El ser humano, por lo tanto, resulta ser una unidad en
movimiento, no estática; un perseverar en sí mismo que Spinoza llama conatus (esfuerzo), indicando
con este término la tendencia hacia la conservación del propio ser.
En realidad todos los entes, revela Spinoza, tienen esta tendencia, por lo que el conatus constituye la
esencia de toda realidad particular. Esto significa, por un lado, que la esencia de los entes es definible
también en términos de potencia, es decir, de un conatus más o menos potente y, por otro lado, que
es posible una intensificación o una disminución de la potencia del conatus en virtud de las afeccio-
nes que cada ente recibe en virtud de las relaciones de causa-efecto que lo envuelven.
La peculiaridad de la naturaleza humana está en la simultánea participación de los dos órdenes
existentes. El conatus, referido a la sola dimensión del pensamiento, constituye lo que habitualmente
llamamos «voluntad», que se vuelve «apetito»si añadimos la dimensión del cuerpo. El apetito es re-
lativo únicamente al hombre como unidad de mente y cuerpo; y sin embargo su verdadera esencia,
que lo distingue e identifica, es constituida por la cupiditas (deseo de algo), que no es más que el
apetito consciente de sí mismo. Ésta dirige al hombre hacia las cosas buenas, capaces de intensificar
su potencia. El tránsito a mayor potencia, de hecho, se acompaña de un estado de alegría que Spi-
noza llama laetitia, mientras que a la disminución de la potencia se acompaña un estado de tristitia.
A partir de estos tres elementos Spinoza deriva todas las demás pasiones humanas, descritas en la
parte IV de la Ética. Las dos primeras, por ejemplo, son el amor y el odio, que se configuran respecti-
vamente como la alegría y la tristeza más una causa externa a la cual atribuirlas.
Una vez presentados los elementos claves de la antropología, es necesario analizar la mecánica de
las pasiones humanas en relación al objetivo de la Ética, prestando atención a las indicaciones que
Spinoza mismo nos ofrece para poder alcanzar la felicidad. Ante todo debemos tener presente que
la intensificación del conatus y el consiguiente estado de alegría se obtienen únicamente cuando
el hombre pasa de un estado de pasividad a uno de actividad. Para potenciar al sujeto y conseguir
su bienestar y felicidad Spinoza afirma que es necesario padecer lo menos posible. La causa de la
pasividad es el conocimiento parcial o inadecuado, hecho de ideas inadecuadas que nos hacen
víctimas de las pasiones. Para poder pasar a un estado de actividad debemos ser causa adecuada,
a saber, poseer un conocimiento adecuado que ilustre tanto nuestra colocación en el todo de la
sustancia como los nexos y las causas que nos determinan. Sólo así el hombre se vuelve activo, do-
minando sus pasiones mediante el conocimiento de las causas y conviviendo felizmente con éstas
en un esfuerzo de potenciación infinito. El ideal antropológico de Spinoza, por lo tanto, es el de una
estructura emotiva estable que se eleva o degenera en virtud de la calidad de su conocimiento: el
hombre libre (en el sentido de libera necessitas) es el individuo que conoce claramente el mecanismo
del cual es una de las muchas piezas.
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3 El sujeto político
De la antropología de Spinoza hemos podido apreciar el valor que éste otorga tanto al componente
extenso como al mental del ser humano. Las pasiones, aun siendo algo a dominar, no deben ser anu-
ladas sino encauzadas hacia la potenciación del conatus. El elemento corpóreo, por tanto, desempe-
ña un papel fundamental para la acción humana, que no es fruto de la sola razón sino que es fruto
de una razón apasionada, sin tener por qué acabar en una dimensión irracional. El encauzamiento
racional de las pasiones, posible mediante el conocimiento adecuado y que se despliega en el orden
de la extensión, es de hecho él mismo racional. La acción humana según Spinoza es una unidad de
razón y pasión, en la que el elemento pasional mueve al hombre hacia su interés o utilidad.
La moral, por lo tanto, se configura como una moral utilitarista en la que cada conatus puede con-
seguir lo que es útil y funcional para el crecimiento de su potencia siempre y cuando se trate de un
esfuerzo de conservación ex ductu rationis (bajo el mando de la razón). Es más: en la proposición 18
de la IV parte Spinoza iza las velas de su visión de la colectividad, afirmando que homo hominis nihil
utilius (nada es más útil para el hombre que el mismo hombre), en clara oposición a la célebre máxi-
ma de Plauto (254-184 a.C.), recogida por el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679). La doctrina ética
de Spinoza revela por tanto su utilidad para la vida social, enseñando a los hombres que operan ex
ductu rationis a no odiar, no envidiar y no despreciar al prójimo.
Los que están bajo el mando del conocimiento adecuado de las causas, gozando de un estado de
máxima actividad gracias al dominio de éstas, se encuentran libres de toda coacción (liberi a coatio-
ne) y necesariamente deberán ponerse de acuerdo entre ellos. A pesar de que es posible vislumbrar
en la Ética una cierta visión política por parte de Spinoza, que se articula a raíz de la antropología, por
lo que concierne a la dimensión propiamente política es oportuno hacer referencia a la obra en la
cual este autor expresamente se ocupa del estado, a saber, en el Tratado teológico-político.
El título de esta peculiar obra de Spinoza indica dos dimensiones que no siempre resultan relaciona-
das entre sí en el ámbito de filosofía política. En realidad esta obra, elaborada al mismo tiempo que
la Ética y publicada anónima, tiene la función de defensa, por parte de Spinoza, de la acusación de
ateísmo, tratando de demostrar cómo la libertad religiosa y la libertad de expresión no resultan en
absoluto perjudiciales para el estado. Al contrario, Spinoza se propone demostrar que tales liberta-
des no ponen en peligro la paz social, sino que la favorecen.
En la primera parte Spinoza se detiene en cuestiones de tipo teológico, estrenando la que se defi-
nirá como interpretación racionalista de la Biblia. La aproximación a la Sagrada Escritura desde esta
perspectiva debe ser de tipo únicamente filológico, es decir, que para interpretar las escrituras es ne-
cesario aplicar las mismas normas válidas que para la interpretación de cualquier texto antiguo. Este
planteamiento constituye una ruptura tanto con la tradicional posición ortodoxa que hace hincapié
en la iluminación e inspiración del Espíritu Santo y en la auctoritas de los concilios, como con la vi-
sión heterodoxa que sostiene el derecho de interpretación del texto sagrado por parte de la razón.
Estos dos enfoques, según Spinoza, tienen en común la creencia de que el sentido del texto coinci-
de con la verdad, mientras que el análisis filológico muestra únicamente un texto, escrito según un
lenguaje mitológico, cuyo objetivo es el de inducir a las masas hacia la obediencia de las leyes. De la
Biblia se salva únicamente el valor moral que se expresa de la forma más elevada en los preceptos
cristianos del amor hacia el prójimo (Spinoza sin embargo considera que se trata de preceptos fácil-
mente deducibles por la vía racional).
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Todas la religiones en este sentido son equivalentes, siendo el fruto de unas contingencias determi-
nadas. La única y verdadera religión es la «religión natural», fundamentada en la razón y que excluye
todo tipo de evento sobrenatural. Resulta evidente, por lo tanto, que la posición de Spinoza no es la
de una ateo de sistema, sino más bien la de un deísta.
Si la Escritura tiene como objetivo concreto el de promover la obediencia y la paz social, se hace
patente la necesidad de analizar el lugar de la libertad de pensamiento dentro del Estado. Spinoza
sostiene que ésta no representa ningún peligro para el orden social, sino que se revela como el me-
dio más eficaz para su supervivencia. Para demostrarlo Spinoza recurre a la abstracción del estado
de naturaleza, según el cual los distintos conati, de suyo animados únicamente por el interés parti-
cular, deben ceder su potencia a cambio de estabilidad y seguridad. Como en Hobbes, también en
Spinoza los ciudadanos hacen un pacto, cediendo su potencia, y generan un estado absoluto que,
al contrario que el de Hobbes, tiene como finalidad la libertad, además de los otros derechos natu-
rales. El sentido de la creación del Estado es, por lo tanto, el de crear condiciones más favorables a la
potencia de los conati o, mejor dicho, a la máxima utilidad.
Cualquier Estado despótico, tirano y opresor deja entonces de tener sentido en la medida en que
no cumple con sus objetivos. De hecho, argumenta Spinoza, un Estado realmente fuerte y sano es
aquel que persigue la felicidad de sus ciudadanos, concediéndoles en primer lugar la libertad de
prensa y de expresión. Dicho Estado está libre de conspiraciones porque el ciudadano obedece sus
leyes no por miedo, sino porque las considera justas. Mediante la libertad de expresión, comporta-
miento natural del hombre que lo potencia, el Estado se garantiza aquella supervivencia que tanto
le preocupa y en nombre de la cual ejerce a menudo un control innecesario. La experiencia personal
de Spinoza, que pudo escribir sus obras gracias a la extrema tolerancia de la Holanda de la época, lo
lleva, en fin, a teorizar como mejor forma para el Estado la republicana, en contra de la forma monár-
quica absoluta propuesta por Thomas Hobbes. Por otro lado, podemos sin temor afirmar que es a
Baruch Spinoza a quien se puede atribuir la moderna concepción laica del Estado.
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CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
Literatura primaria
Literatura secundaria
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RESUMEN
1.2. La reforma del intelecto como 2.3. La crítica a la causa final como causa
introducción al pensamiento de infelicidad del sujeto
Estadios del conocimiento: de oídas, experiencia vaga, razón La causa final es la causa de la infelicidad humana. Ésta se
e intelecto. genera a partir del antropomorfismo que es responsable
también de los concepto de Bien y Mal en sentido absoluto.
Spinoza los convierte en modelos relativos al bienestar del
sujeto.
2. El sujeto ético Ejemplo de la teja como razonamiento finalista al cual es
necesario contraponer la sustitución de la causa final por la
eficiente.
2.1. Ética, metafísica y sujeto
Acusación de ateísmo. Panteísmo y monismo del sistema de
La Ética como obra metafísica con objetivos éticos. La impres- Spinoza.
cindibilidad de la fundamentación metafísica de la ética.
La ontología como punto de partida irrenunciable para la pro-
2.4. Libertad y necesidad
puesta ética de Spinoza. La comprensión de la realidad cons-
tituye la herramienta fundamental para la acción del sujeto. Spinoza rechaza el libre albedrío y resuelve la dicotomía en-
La necesidad del análisis metafísico previo representa la con- tre libertad y necesidad mediante el concepto de libertas a
dición necesaria para la comprensión del mecanismo ético coatione.
del sujeto en Spinoza.
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AUTOEVALUACIÓN
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