Las Horas de La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

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Las 24 horas de la pasión de Jesús

Sierva de Dios Luisa Piccarreta


La pequeña Hija de la Divina Voluntad

[Año]

Dell
[Nombre de la compañía]
[Fecha]
“Lo que más me gusta es que el alma
rumié continuamente mi Pasión.
El mundo se ha desequilibrado porque
ha perdido la memoria de mi pasión. El
mundo ha hecho como un niño que ya
no quiere reconocer a su madre, o un
discípulo que ya no quiere oír las
enseñanzas de su maestro. ¿Qué será
de este niño y de este discípulo?
Estas “horas” son el orden del universo;
pondrán en armonía el cielo y la tierra,
y harán que no se destruya el mundo.”

De los escritos de Luisa Piccarreta


LA SIERVA DE DIOS LUISA PICCARRETA

Nació en la ciudad de Corato en la provincia de Bari, Italia, en


la mañana del 23 de abril de 1865, Domingo "In Albis" (actual
fiesta de la Divina Misericordia), y el mismo día fue
bautizada; vivió siempre ahí y murió en concepto de santidad
el 4 de marzo de 1947. Nació de la señora Rosa Tarantino y
del señor Vito Nicola Piccarreta, trabajador de una hacienda
de la familia Mastrorilli. La pequeña Luisa, la cuarta de cinco
hijas, era de temperamento tímido, temeroso; no obstante,
era también vivaz y alegre.

El Domingo "in Albis" de 1874, a los nueve años, recibió la


Primera Comunión y el mismo día el Sacramento de la
Confirmación. Ya desde pequeña mostraba una fuerte
inclinación a dedicar largos periodos de tiempo para la
meditación y oración, teniendo como elementos
fundamentales de su vida interior un encendido amor a Jesús
doliente en su pasión y prisionero de amor en la Eucaristía, y
una madura y sólida devoción a la Santísima Virgen María.
Sus padres no prestaron atención a estas aficiones, hasta que
se comenzó a manifestar en su hija una misteriosa
enfermedad que la obligaba a quedarse en cama. Los
médicos sin poder encontrar la causa y dar un diagnóstico,
sugirieron la visita de un sacerdote. Asombrados quedaron
cuando a la señal de la cruz Luisa se recuperó de su "habitual
estado", como ella misma lo llamaría años después a lo largo
de sus escritos.
Alrededor de los dieciocho años, mientras trabajaba en su
habitación, se encontraba haciendo la meditación sobre la
pasión de Jesús; sintió su corazón oprimido y que le faltaba
la respiración, asustada, salió al balcón y desde allí vio que
la calle estaba llena de personas que empujaban a Jesús
llevando la cruz. Sufriente y ensangrentado, Jesús entonces
alzó los ojos hacia ella pronunciando estas palabras: "Alma,
¡ayúdame!".
Luisa entró a su habitación con el corazón desgarrado por el
dolor, y llorando le dijo: ¡Cuánto sufres, oh mi buen Jesús!
¡Pudiera yo al menos ayudarte y librarte de esos lobos
rabiosos, o cuando menos sufrir yo tus penas, tus dolores y
tus fatigas en tu lugar, para así darte el más grande alivio...!
¡Ah, Bien mío!, haz que yo también sufra, porque no es
justo que tú debas sufrir tanto por amor a mí y que yo
pecadora esté sin sufrir nada por ti.
Y desde aquel momento repitiendo siempre su FIAT
(hágase), se hicieron siempre más frecuentes los períodos
transcurridos en cama hasta la completa inmovilidad por 62
años.
En esta "pequeña prisión" Jesús le dio a conocer el gran
deseo de su Corazón: que el hombre viva en su Voluntad,
para que regrese al orden, al puesto y a la finalidad para la
que fue creado, esto es, lo que él mismo nos enseñó a pedir
en el Padrenuestro: "Hágase tu Voluntad en la tierra como
en el cielo"; así depositó en ella sus maravillosas verdades,
para que a su vez, como "Heraldo del Reino", depositaria y
secretaria de los tesoros de la Divina Voluntad, diera a
conocer el decreto eterno del advenimiento de su Reino en
la Iglesia y en el mundo entero.
Al respecto escribe San Aníbal María di Francia:
“Nuestro Señor, que de siglo en siglo aumenta cada vez más
las maravillas de su Amor, parece que de esta virgen, que Él
dice que es la más pequeña que ha encontrado en la tierra,
desprovista de toda instrucción, haya querido hacer un
instrumento idóneo para una misión tan sublime, que
ninguna otra se le pueda comparar, o sea, EL TRIUNFO DE
LA DIVINA VOLUNTAD en el universo, conforme a lo que
decimos en el Padrenuestro: FIAT VOLUNTAS TUA, SICUT IN
COELO ET IN TERRA”
Luisa, como hija de la Iglesia, le fue siempre sumisa y
obediente. Durante el período desde 1884 hasta su muerte
en 1947, ella estuvo bajo el cuidado y la obediencia de
varios confesores enviados por el Obispo de su
Arquidiócesis. Su segundo confesor, Don Gennaro di
Gennaro el 28 de febrero de 1899 le dio la obediencia de
poner por escrito todo cuanto sucedía entre Jesús y ella y
las gracias que continuamente recibía. Fue entonces que
Luisa se decidió a vencer la repugnancia de hacer público lo
que vivía en su interior. Y así, con gran esfuerzo, escribió
más de 2.000 capítulos, recogidos en treinta y seis
volúmenes, sin contar cientos de cartas, "las Horas de la
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo", y "la Virgen María en
el Reino de la Divina Voluntad".
Uno de sus confesores y promotor más importante de la
Divina Voluntad (la doctrina que Jesús le enseñó a Luisa) fue
San Aníbal María di Francia quien fue Revisor Eclesiástico de
los volúmenes (dio su Nulla Obstat a 19 de los 36
volúmenes), y primer apóstol del Reino del Fiat Divino
(como Jesús mismo lo titula en el volumen 20 de su diario,
noviembre 6, 1926).

Luisa murió antes de cumplir los ochenta y dos años de


edad, el 4 de marzo de 1947, después de una corta pero
fatal pulmonía -la única enfermedad diagnosticada en su
vida-, entró a la vida eterna para continuar sumergida en la
Divina Voluntad en el cielo, como lo estuvo en la tierra. En
1993, sus despojos fueron trasladados al Santuario de Santa
María Greca, gracias a su último confesor Don Benedetto
Calvi. El 20 de noviembre 1994 -en la Fiesta de Cristo Rey-,
la Santa Sede dio su "Nulla Obstat" a la Arquidiócesis de
Trani-Barletta-Bisceglie, guiada por S.E. Mons. Carmelo
Cassati, para la apertura oficial de la Causa de Canonización.
El 29 de noviembre del 2005 S.E. Mons. Giovan Battista
Pichierri -Arzobispo actual de la Arquidiócesis-, clausuró la
fase diocesana, recogiendo multitud de documentos y
testimonios sobre la fama de santidad de la Sierva de Dios,
iniciando así la fase romana de la causa, donde el Santo
Padre la elevará a la dignidad de los altares.
Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo
De la Sierva de Dios Luisa Piccarretta

Es una serie de 24 meditaciones sobre la Pasión de Nuestro


Señor Jesucristo, precedida la presentación de la autora y la
introducción escrita por su censor oficial y primer editor San
Aníbal de Francia consta en el epílogo final.
Está escrita especialmente para almas amantes de
Jesucristo, que desean cultivar su vida espiritual, y para
almas consagradas, como indica el Beato Aníbal de Francia.
Les servirá para “internarse en los sentimientos del Corazón
Santísimo de Jesús en sus divinos padecimientos” y obtener
gozosos frutos de mayor amor y gratitud hacia Jesús,
purificación del alma, progreso espiritual, fortalecimiento
en las pruebas, mayor unión con Dios…
Que la Sma. Virgen María, la primera en haber acompañado
a Jesús en su camino de la Cruz y en rememorar después
muchas veces en su corazón, volviendo a recorrerlo, el amor
y el dolor por el que Jesús quiso redimirnos, haga que sean
muchos los que, aprovechando la guía de este librito,
gusten en acompañarla a Ella y a su Divino Hijo en la Vía
Dolorosa ahora y en la Gloria y Dicha Celestial, en su
compañía, después.
San Aníbal María de Francia
Confesor extraordinario y censor de los escritos de la sierva
de Dios Luisa Piccarretta Apóstol de la Divina Voluntad
Canonizado el 16 de Mayo de 2004

De una carta de S. Aníbal a Luisa Piccarretta:


“Son escritos que ya es necesario dar a conocer al mundo.
Creo que producirán grandes frutos. Por cuanto la grandeza
de esta ciencia del “Divino Querer” es sublime, igualmente
estos escritos dictados celestialmente nos la presentan clara
y límpida. Pero a mi parecer, ninguna inteligencia humana
hubiera podido crearla”.
Vuestro en J. C. Canónigo A. M. Di Francia Messina, 20.6.1924
INTRODUCCIÓN
(DE SAN ANNIBALE MA. DI FRANCIA)
La presente obra, si bien publicada bajo mi nombre, o mejor
a mi cargo, no ha sido escrita por mí. Yo la conseguí, la
obtuve, después de mucho insistir, de una persona que vive
solitaria en íntima comunión de inefables sufrimientos con
nuestro adorable y Divino Redentor Jesús, y no sólo con los
de Él, sino también con las penas de su Santísima e
Inmaculada Madre María.

Esta persona inició la serie de sus meditaciones a partir del


siguiente suceso:

Tenía la edad de trece años cuando, mientras se encontraba


un día en su estancia, escuchó ruidos extraños, como de una
multitud de gente ruidosa que pasara por la calle. Corrió al
balcón... y asistió a un espectáculo conmovedor. Una turba
de feroces soldados, con antiguos cascos, armados con
lanzas, con aspecto como de gente ebria y enfurecida, y cuyo
caminar se mezclaba con gritos, blasfemias y empellones, y
llevaba entre ella a un hombre encorvado, vacilante,
ensangrentado... ¡Ay, qué escena!... El alma contemplativa
se conmueve y se estremece... Mira entre la turba para ver
quién es ese hombre, ese infeliz así maltratado, así
arrastrado... Ese hombre se encuentra ya bajo su balcón... y
levantando su cabeza, la mira, y con una voz profunda y
lastimera, dirigiéndose a ella, le dice: “¡Alma, Ayúdame...!”.
Oh Dios, el alma lo fija, lo mira... lo reconoce, ¡es Jesús!, es el
Redentor Divino... coronado de espinas, cargado con la
pesada Cruz, quien es cruelmente llevado hacia el Calvario.

La escena de la Vía Dolorosa se le presenta ante la mirada


espiritual y corporal. Lo que sucedió veinte siglos atrás se le
hace presente por la Divina Omnipotencia... y Jesús la mira y
le dice: “¡Alma, ayúdame...!”.

En ese momento la jovencita, a punto de desvanecerse ante


tal vista y no pudiendo soportar tan desgarrador espectáculo,
rompe en llanto y deja el balcón para entrar a la estancia,
pero el amor, la compasión que han surgido hacia el Sumo
Bien así reducido, la llevan de nuevo al balcón...Temblando
dirige su mirada hacia la calle, pero todo ha desaparecido:
Desaparecida la turba, desaparecidos los gritos,
desaparecido Jesús. Todo ha desaparecido... excepto la viva
imagen de Jesús sufriente que fue al Calvario a morir
crucificado por nuestro amor... excepto el sonido, siempre
vivo, de esa voz...“¡Alma, ayúdame!”.

El alma solitaria, en el florecer de su juventud espiritual fue


presa en aquel momento del tal amor a Jesús sufriente, que
ni de día ni de noche ha podido dejar de meditar, con la más
profunda contemplación de amor y de amoroso dolor, en los
sufrimientos y en la muerte del adorable Redentor Jesús.
Muchos años han transcurrido desde el día de aquella visión,
desde aquella doliente invitación...“¡Alma, Ayúdame...!”, y la
persona a quien fueron dirigidas estas palabras no ha dejado
nunca sus dolorosas contemplaciones.

No me es lícito manifestar su nombre, ni el lugar donde


sencillamente y en la soledad ella vive.

Me contentaré con llamarla simplemente con el nombre de


“Alma”, y a este nombre lo complementaré frecuentemente
con adjetivos de toda clase, tanto en el curso de esta
introducción como en el cuerpo de las meditaciones de este
libro.

***
Antes de todo, hay que decir que cualquier meditación
acerca de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo es de suma
complacencia al Corazón adorable de Jesús, y de sumo
provecho espiritual para quien devotamente la hace.
El bien espiritual que obtiene el alma de la asidua y
cotidiana meditación de los padecimientos de nuestro
amorosísimo Bien Jesús, no hay lengua humana que lo
pueda dignamente expresar. Ante todo, es imposible que el
alma no se sienta inflamar día a día en amor hacía el divino
Redentor Jesús. Aquí se realiza lo dicho por el profeta:
“En la meditación el fuego se enciende”.
Del valor y del Provecho del Ejercicio de Estas Horas
de la Pasión

Con la debida reserva y con la más perfecta sumisión al juicio


de la Santa Iglesia, según el decreto del Papa Urbano VIII,
transcribo ahora algunas REVELACIONES que Nuestro Señor
Jesucristo habría hecho al Alma Solitaria, a la que inspiró esta
Obra. Revelaciones que muestran cuán agradable es al
Corazón adorable de Jesús que se practique este Ejercicio.

Comienzo con transcribir una carta enviada a mí por la


Autora:

“Muy Reverendo Padre Annibale:

Finalmente, le remito las Horas de la Pasión. Todo para gloria


de nuestro Señor. Le envío también otras hojas en las que se
contienen los efectos y las bellas promesas de Jesús para
quien hace estas Horas de la Pasión.

Yo creo que si quien las medita es pecador, se convertirá; si


es imperfecto, se hará perfecto; si es santo, se hará más
santo; si es tentado, encontrará la victoria; si sufre,
encontrará en estas Horas la fuerza, la medicina y el
consuelo; si su alma es débil y pobre, encontrará un alimento
espiritual y un espejo donde mirarse continuamente para
embellecerse y hacerse semejante a Jesús, nuestro modelo.
Es tanta la complacencia que del ejercicio de estas Horas
Jesús bendito recibe, que Él quisiera que hubiera un ejemplar
en cada ciudad y pueblo y que se practicara, porque entonces
sucedería como si en esas reparaciones Jesús sintiera
reproducirse su misma voz y sus mismas oraciones tal como
Él mismo las elevaba al Padre en las 24 horas de su dolorosa
Pasión. Y si esto se hiciera por las almas en todas las ciudades
y hasta en los más pequeños pueblos, Jesús me hace
entender que la Justicia Divina quedaría en gran parte
aplacada y serían en gran parte evitados y como aligerados
los flagelos en estos tan tristes de dolores y de sangre.

Haga UD. Reverendo Padre, una llamada a todos, para que


tenga su cumplimiento esta obra que Jesús me ha hecho
hacer.

Quiero decirle que la finalidad de estas Horas de la Pasión no


es la de narrar la historia de la Pasión, pues muchos libros hay
que tratan este piadoso tema, y no habría sido necesario
hacer uno más. La finalidad es la de unirse con nuestro Señor
Jesucristo para hacernos corredentores en Él, aceptándonos
el Padre Eterno como a su propio hijo. De aquí la importancia
que tiene el meditar y reparar estas horas junto a Jesús, en
algunos pasajes se bendice, en otros se da correspondencia,
en otros se suplica, se pide, se implora, etc.
Pero dejo a Ud. Padre Annibale, hacer conocer a todos esta
finalidad de las Horas con un prólogo o introducción”.

Las hojas con los escritos a que se refiere la Autora al


principio de esta carta, contienen lo que Jesús le ha dicho en
relación al ejercicio de las Horas, y son, con sus fechas, los
siguientes:
9 de noviembre de 1906

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en


la Pasión de nuestro Señor, y mientras esto hacía, él vino y
me dijo:

“Hija mía, me es tan grato quien siempre va pensando en mi


Pasión, la siente y me compadece, que me siento como
retribuido por todo lo que sufrí en el curso de mi Pasión. El
alma, rumiándola siempre, llega a formar un alimento
continuo en el que hay variados condimentos y sabores, que
producen en ella diversos efectos. Entonces, si durante mi
Pasión me dieron cadenas y cuerdas para atarme, el alma me
desata y me da libertad; aquellos me despreciaron, me
escupieron y me deshonraron, ella me aprecia, me limpia de
esas escupitinas y me honra; aquellos me desnudaron y me
flagelaron, ella me cura y me viste; aquellos me coronaron de
espinas, me trataron como rey de burla, me amargaron la
boca con hiel y me crucificaron; el alma, rumiando todas mis
penas, me corona de gloria y me honra como su Rey, me llena
la boca de dulzura y me da el alimento más exquisito, como
es el recuerdo de mis mismas obras; me desclava de la Cruz
y me hace resucitar en su corazón. Y por cada vez que todo
esto hace, Yo como recompensa le doy una nueva vida de
Gracia; de manera que ella es mi alimento y Yo me hago su
alimento continuo. Así que, la cosa que más me gusta es que
el alma rumie continuamente y siempre mi Pasión”.
10 de Abril de 1913

Esta mañana, Jesús ha venido y estrechándome a su Corazón


me ha dicho:

“Hija mía, quien piensa siempre en mi Pasión forma en su


corazón una fuente, y por cuanto más piensa tanto más esta
fuente sea grande, y como las aguas que brotan son comunes
a todos, esta fuente de mi Pasión que se forma en el corazón
sirve para el bien del alma, para gloria mía y para bien de las
criaturas.”

Entonces yo le he dicho: “Dime, Bien mío, ¿qué cosa darás en


recompensa a quienes hagan las Horas de la Pasión, tal como
Tú me has enseñado?”

Y Él: “Hija mía, estas Horas no las consideraré como cosas


vuestras, sino como cosas hechas por Mí, y os daré mis
mismos méritos, como si Yo estuviera sufriendo en acto mi
Pasión, y así os haré conseguir los mismos efectos, según las
disposiciones de las almas, y esto en la tierra, por lo que cosa
mayor no podría daros; luego en el Cielo, a estas almas me
las pondré de frente saeteándolas con saetas de amor y de
contentos por cuantas veces habrán hecho las Horas de mi
Pasión, y ellas me saetearán a Mí. ¡Qué dulce encanto sea
éste para todos los bienaventurados!”
6 de septiembre de 1913

Estaba pensando en las Horas de la Pasión escritas, y como


están sin Indulgencias, quien las hace no gana nada; en
cambio hay tantas oraciones enriquecidas con muchas
Indulgencias... Y mientras esto pensaba, mi siempre amable
Jesús todo benignidad, me dijo:

“Hija mía, con las oraciones indulgenciadas se gana alguna


cosa, en cambio las Horas de la Pasión son mis mismas
oraciones, mis mismas reparaciones; son todo amor y han
salido del fondo de mi Corazón. ¿Has acaso olvidado cuántas
veces me he unido contigo para hacerlas juntos y he
cambiado los flagelos en gracias para toda la tierra? Y es tal
y tanta mi complacencia que en lugar de la Indulgencia le doy
al alma un puñado de amor, que contiene precio incalculable
de infinito valor. Además, cuando las cosas son hechas por
puro amor, mi amor encuentra ahí su desahogo... y no es
indiferente que la criatura dé alivio y desahogo al amor de su
Creador”.
Octubre de 1914

Estaba escribiendo las Horas de la Pasión y pensaba para mí:


“Cuántos sacrificios por escribir estas Horas de la Pasión,
especialmente por tener que poner en el papel ciertos actos
internos que solo entre mí y Jesús han pasado. ¿Cuál será la
recompensa que Él me dará?”. Y Jesús haciéndome oír su voz
tierna y dulce me dijo:

“Hija mía, en recompensa por haber escrito las Horas de la


Pasión, por cada palabra que has escrito te daré un alma, un
beso”.

Y yo: “Amor mío, eso para mí, pero a aquellos que las harán,
¿Qué les darás?”.

Y Jesús: “Si las hacen junto Conmigo y con mi misma


Voluntad, por cada palabra que reciten les daré también un
alma, porque toda la mayor o menor eficacia de estas Horas
de la Pasión está en la mayor o menor unión que tienen
Conmigo, y haciéndolas con mi Voluntad la criatura se
esconde en mi Querer y actuando mi Querer puedo hacer
todos los bienes que quiero, aun por medio de una sola
palabra; y esto cada vez que las hagan”.
Otro día estaba lamentándome con Jesús porque después de
tantos sacrificios para escribir las Horas de la Pasión, eran
muy pocas las almas que las hacían, y entonces me dijo:

“Hija mía, no te lamentes, aunque fuera solo una, deberías


estar contenta. ¿No habría sufrido Yo toda mi Pasión aunque
se debiera salvar una sola alma? Pues así también tú. Jamás
se debe omitir el bien porque sean pocos los que lo
aprovechan; todo el mal es para quien no lo aprovecha. Y
como mi Pasión hizo adquirir el mérito a mi Humanidad como
si todos se salvaran, a pesar de que no todos se salvan,
porque mi Voluntad era la de salvarlos a todos, merecí según
Yo quise y no según el provecho que las criaturas habrían
querido recibir. Así tú, según tu voluntad se ha fundido con
la Mía de querer hacer el bien a todos, así serás
recompensada, todo el mal es de los que, pudiendo no las
hacen. Estas Horas son las más preciosas de todas, que no
son otra cosa que repetir lo que YO hice en el curso de mi
vida mortal y lo que continúo en el Santísimo Sacramento.
Cuando oigo estas Horas de mi Pasión, oigo mi misma voz,
mis mismas oraciones, veo mi voluntad en esa alma,
voluntad de querer el bien de todos y de reparar por todos,
y Yo me siento transportado a morar en ella para poder hacer
en ella lo que ella misma hace. ¡Oh, cuánto quisiera que,
aunque fuera una sola por pueblo, hiciera estas Horas de la
Pasión; me oiría a Mí mismo en cada pueblo, y mi Justicia, en
estos tiempos tan grandemente indignada, quedaría en parte
aplacada”.
Agrego que otro día estaba haciendo la Hora cuando la
Mamá Celestial dio sepultura a Jesús, y yo la seguía junto
para hacerle compañía en su amarga desolación para
compadecerla. No tenía la costumbre de hacer esta Hora
siempre, sino solo algunas veces, y estaba indecisa si la hacía
o no, y Jesús bendito, todo amor y como si me rogara, me
dijo:

“Hija mía, no quiero que la descuides, la harás por amor mío


y en honor de mi Mamá. Has de saber que cada vez que la
haces, mi Mamá se siente como si Ella misma en persona
estuviera en la tierra repitiendo su vida y, por lo tanto, recibe
Ella la gloria y el amor que me dio a Mí en la tierra. Y Yo siento
como si estuviera de nuevo mi Mamá en la tierra, sus
ternuras maternas, su amor y toda la gloria que Ella me dio.
Y por todo esto te tendré en consideración de madre...”

Y entonces, abrazándome Jesús, me decía quedo, quedo al


oído: ”Mamá, mamá...” y me sugería lo que hizo y sufrió en
esta Hora la dulce Mamá, y yo la seguía... Y desde ese día en
adelante no he descuidado esta Hora ayudada siempre por
su gracia...
4 de Noviembre de 1914

Estaba haciendo las Horas de la Pasión, y Jesús,


complaciéndose todo, me dijo:

“Hija mía, si tú supieras la gran complacencia que siento al


verte repetir estas Horas de la Pasión y siempre repetirlas, y
de nuevo repetirlas, quedarías feliz. Es verdad que mis santos
han meditado la Pasión y han comprendido cuánto sufrí, y se
han deshecho en lágrimas de compasión hasta sentirse
consumar por amor de mis penas, pero no lo han hecho así
de continuo y siempre repetido con este orden. Así que
puedo decir que tú eres la primera que me da este gusto tan
grande y especial. Y al ir desmenuzando en ti hora por hora
mi vida y lo que sufrí. Yo me siento tan atraído que hora por
hora te voy dando el alimento y como contigo ese mismo
alimento y hago junto contigo lo que haces tú. Debes saber
que te recompensaré abundantemente con nueva luz y
nuevas gracias; y aún después de tu muerte, cada vez que
sean hechas por las almas en la Tierra estas Horas de mi
Pasión, Yo en el Cielo te cubriré siempre de nueva luz y nueva
gloria”.
6 de noviembre de 1914

Continuando las acostumbradas Horas de la Pasión, mi


amable Jesús me ha dicho:

“Hija mía, el mundo está en continuo acto de renovar mi


Pasión, y como mi inmensidad envuelve todo dentro y fuera
de las criaturas, así estoy obligado por su contacto a recibir
clavos, espinas, flagelos, desprecios, escupitajos y todo lo
demás que sufrí en mi Pasión... y aún más. Ahora bien, quien
hace estas Horas de mi Pasión, a su contacto Me siento sacar
los clavos, pulverizar las espinas, endulzar las llagas, quitar
los salivazos; me siento cambiar en bien el mal que me hacen
los demás; y Yo, sintiendo que su contacto no me hace mal
sino bien, me apoyo siempre más en ella.”

Después de esto, volviendo el bendito Jesús a hablar de estas


Horas de la Pasión me ha dicho:

“Hija mía, has de saber que con estas Horas, el alma toma mis
pensamientos y los hace suyos, mis reparaciones, las
oraciones, los deseos, los afectos y aún mis más íntimas
fibras, y las hace suyas; elevándose entre el Cielo y la Tierra
hace mi mismo oficio, y como corredentora dice conmigo:
”Ecce ego mitte me”, quiero repararte por todos,
responderte por todos e implorar el bien para todos”.
23 de abril de 1916

Continuando mi habitual estado, mi adorable Jesús se hacía


ver todo circundado de luz, luz que le salía de dentro de su
santísima Humanidad y que lo embellecía en modo tal que
formaba una vista encantadora y raptora; yo quedé
sorprendida y Jesús me dijo:

“Hija mía, cada pena que sufrí, cada gota de sangre, cada
llaga, oración, palabra, acción, paso, etc., produjo una luz tal
en mi Humanidad de embellecerme de manera de tener
raptados a todos los bienaventurados. Ahora, el alma, a cada
pensamiento de mi Pasión, a cada compadecimiento, a cada
reparación, etc. que hace, no hace otra cosa que tomar luz
de mi Humanidad y embellecerse a mi semejanza, así que un
pensamiento de más de mi Pasión será una luz de más que
llevará un gozo eterno.”
13 de octubre de 1916

Estaba haciendo las Horas de la Pasión y el bendito Jesús me


dijo:

“Hija mía, en el curso de mi vida mortal, millones y millones


de ángeles cortejaban a mi Humanidad y recogían todo lo
que Yo hacía, los pasos, las obras, las palabras y aún mis
suspiros y mis penas, las gotas de mi sangre, en suma, todo.
Eran ángeles encargados de mi custodia, y para hacerme
honor, obedientes a mis más pequeñas señales subían y
bajaban del Cielo para llevar al Padre todo lo que Yo hacía.
Ahora estos ángeles tienen un oficio especial, y cuando el
alma hace memoria de mi vida, de mi Pasión, de mis
oraciones, se ponen en torno a ella para recoger sus palabras,
sus pensamientos, sus compadecimientos, y los unen con los
míos y los llevan ante mi Majestad para renovarme la gloria
de mi misma vida. Y es tanta la complacencia de los ángeles
que, reverentes, se están en torno al alma para oír lo que dice
y rezan junto con ella; por eso, con qué atención y respeto el
alma debe hacer estas Horas, pensando que los ángeles
toman de sus labios sus palabras para repetir junto a ella lo
que ella dice.”

Luego agregó: “Ante tantas amarguras que las criaturas me


dan, estas Horas son los sorbos dulces que las almas me dan,
pero ante tantos sorbos amargos que recibo, son demasiado
pocos los dulces, por tanto, más difusión, más difusión”.
9 de diciembre de 1916

Estaba afligida por la privación de mi dulce Jesús, que si


viene, mientras siento que respiro un poco de vida, quedo
más afligida al verlo más afligido que yo y que no quiere saber
de aplacarse, pues las criaturas lo constriñen, le arrancan
otros flagelos, y mientras flagela, llora por la suerte del
mundo y se oculta dentro de mi corazón, casi para no ver lo
que sufre el hombre. Parece que no se puede vivir en estos
tristes tiempos, y además parece que se está solo al principio
de ellos. Entonces mi dulce Jesús, estando yo pensativa por
mi dura y triste suerte de deber estar casi continuamente
privada de Él, vino y poniéndome un brazo al hombro me
dijo:

“Hija mía, no acrecientes mis penas con afligirte, son ya


demasiadas y Yo no espero esto de ti; es más, quiero que
hagas tuyas mis penas, mis oraciones, y todo Yo mismo, de
modo que pueda encontrar en ti otro Yo mismo. En estos
tiempos necesito gran satisfacción y solo quien hace suyo a
Mí mismo me la puede dar. Y lo que en Mí encontró el Padre,
es decir, gloria, complacencia, amor, satisfacción, completas
y perfectas y para bien de todos, Yo lo quiero encontrar en
estas almas como otros tantos Jesús que me lo hagan a la par
de Mí, y estas intenciones las debes repetir en cada Hora de
la Pasión que hagas, en cada acción, en todo. Y si no
encuentro mis satisfacciones... ah, para el mundo se habrá
terminado; los flagelos lloverán a torrentes. ¡Ah hija mía! ¡Ah
hija mía!”

2 de febrero de 1917

Continuando mi habitual estado me encontré fuera de mí


misma y vi a mi siempre amable Jesús todo chorreando
sangre y con una horrible corona de espinas; con dificultad
me miraba por entre las espinas y me dijo:
“Hija mía, el mundo se ha desequilibrado porque ha perdido
el pensamiento de mi Pasión. En las tinieblas no ha
encontrado la luz de mi Pasión que lo ilumine y que
haciéndole conocer mi amor y cuántas penas me cuestan las
almas, pueda reaccionar y amar a quien verdaderamente lo
ama, y la luz de mi Pasión, guiándolo, lo ponga en guardia de
todos los peligros. En la debilidad no ha encontrado la fuerza
de mi Pasión que lo sostenga. En la impaciencia no ha
encontrado el espejo de mi paciencia que le infunda la calma,
la resignación; y ante mi paciencia, avergonzándose, tenga
como un deber dominarse a sí mismo, en las penas no ha
encontrado el consuelo de las penas de un Dios, que
sosteniendo a las suyas le infunda amor al sufrir. En el pecado
no ha encontrado mi Santidad, que haciéndole frente, le
infunda odio a la culpa. Ah, en todo ha prevaricado el hombre
porque se ha separado en todo de quien puede ayudarlo. Por
eso el mundo ha perdido el equilibrio. Ha hecho como un
niño que no ha querido más conocer a su madre, con un
discípulo que desconociendo al maestro no ha querido más
escuchar sus enseñanzas ni aprender sus lecciones. ¿Qué
será de este niño y de este discípulo? Serán el dolor de sí
mismos y el terror y el dolor de la sociedad. Tal se ha hecho
el hombre: terror y dolor, pero dolor sin piedad.
¡Ah, el hombre empeora, empeora siempre más... y Yo lloro
con lágrimas de sangre!”
16 de mayo de 1917

Encontrándome en mi habitual estado, estaba fundiéndome


toda en mi dulce Jesús y luego me extendía toda en las
criaturas para darles a todas por entero a Jesús. Entonces Él
me dijo:

“Hija mía, cada vez que la criatura se funde en Mí da a todas


las criaturas un flujo de Vida Divina, y según tienen ellas
necesidad obtienen su efecto: la que es débil siente la fuerza,
la obstinada en la culpa recibe la luz, la que sufre recibe
consuelo; y así de todo lo demás.”

Después, me encontré fuera de mi misma y me hallaba en


medio de muchas almas que me hablaban y parecían ser
almas del Purgatorio y santos y nombraban a una persona
conocida mía que había fallecido no hacía mucho, y oía: ”Él
se siente como feliz al ver que no hay alma que entre al
Purgatorio que no lleve el sello de las Horas de la Pasión, y
ayudada y rodeada por el cortejo de estas Horas toma sitio
en lugar seguro. No hay alma que vuele al Paraíso que no sea
acompañada por estas Horas de la Pasión. Estas Horas hacen
llover del Cielo continuo rocío sobre la Tierra, en el
Purgatorio y hasta en el Cielo.”

Al oír esto decía yo para mí: “Tal vez mi amado Jesús, para
mantener la palabra dada de que por cada palabra de las
Horas de la Pasión daría un alma, hace que no haya alma
salvada que no se haya servido de estas Horas. “Después he
vuelto en mi misma, y habiendo visto a mi dulce Jesús le he
preguntado si eso era cierto y Él me ha dicho:

“Estas Horas son el orden del universo, ponen en armonía el


Cielo con la Tierra y me detienen para que no destruya al
mundo. Siento poner en circulación mi Sangre, mis Llagas,
mis ansias de salvar a las almas y me siento repetir mi Vida.
¿Cómo podrían obtener las criaturas algún bien sino es por
medio de estas Horas? ¿Por qué dudas? La cosa no es tuya,
sino mía; tú no has sido más que el esforzado y débil
instrumento”.
12 de julio de 1918

Estaba rezando con cierto temor y ansiedad por un alma


moribunda, y mi amable Jesús, al venir, me ha dicho:

“Hija mía, ¿por qué temes? ¿No sabes tú que por cada
palabra sobre mi Pasión, pensamiento, compasión,
reparación, recuerdo de mis penas... se establecen nuevas
comunicaciones de electricidad entre el alma y Yo, y por lo
tanto el alma se va adornando de tan múltiples y diferentes
bellezas? Esa alma ha hecho las Horas de mi Pasión y Yo la
recibiré como hija de mi Pasión, vestida y adornada con mis
Llagas. Esta flor ha crecido en tu corazón y Yo la bendigo y la
recibo en el mío como una flor predilecta.”

Y mientras esto decía, se desprendía una flor de mi corazón


y emprendía el vuelo hacia Jesús...
21 de octubre de 1921

Estaba pensando en la Pasión de mi dulce Jesús, y entonces


Él, al venir me ha dicho:

“Hija mía, cada vez que el alma piensa en mi Pasión, se


acuerda de lo que sufrí o me compadece, en ella se renueva
la aplicación de mis penas, surge mi Sangre para inundarla,
se ponen en camino mis Llagas para sanarla si está llagada o
para embellecerla si está sana, así como también todos mis
méritos para enriquecerla. El negocio que hace es
sorprendente, es como si pusiera en un banco todo lo que Yo
hice y sufrí y ganara el doble. Todo lo que Yo hice y sufrí está
en acto continuo de darse al hombre, como el sol está en acto
continuo de dar su luz y su calor a la tierra. Lo que Yo he
obrado no está sujeto a agotarse, basta con que el alma lo
quiera y por cuantas veces lo quiera para que reciba el fruto
de mi vida. De modo que si se recuerda veinte veces, o cien,
o mil, de mi Pasión, otras tantas gozará los efectos de Ella,
pero... ¡qué pocos son los que de Ella hacen tesoro! Con todo
el bien de mi Pasión... y se ven almas débiles, ciegas, sordas,
mudas, cojas, cadáveres vivientes que dan asco, y ¿por qué?
Porque mi Pasión es olvidada.

Mis penas, mis Llagas, mi Sangre, son fortaleza que quita las
debilidades, son luz que da vista a los ciegos, son lengua que
desata las lenguas y que abre los oídos, son camino que
endereza a los cojos, son vida que hace resucitar a los
muertos.

Todos los remedios necesarios a la humanidad están en mi


Vida y en mi Pasión, pero las criaturas desprecian la medicina
y no se preocupan de los remedios, por eso se ve que con
toda mi Redención... y el hombre perece en su estado, como
afectado por una enfermedad incurable. Pero lo que más me
duele es ver a personas religiosas que se fatigan por la
adquisición de doctrinas, de especulaciones, de historias,
pero de mi Pasión... ¡nada!; de manera que mi Pasión muchas
veces está lejos de las iglesias, lejos de la boca de los
sacerdotes, por lo que su hablar es sin luz, y así las gentes se
quedan más en ayunas que antes”.
Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia,


suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la
dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por
nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable
como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah,
dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y
entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora
la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la
voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención
meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a
dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh
misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de
provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera
santamente todo lo que deseo practicar.

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu


Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía
oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con
las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la
salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora,
debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones,
siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh
Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo
lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te
bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por
cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada,
amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús,
quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús,
haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de
agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre
mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah
Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos
márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”,
para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno
continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se
tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor,
y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi
dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu
latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me
estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me
lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote,
rápidamente me deje atraer a la unión contigo. Ah mi Jesús,
mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico
que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas
manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer.
Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y
bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo
en Ti.
PRIMERA HORA – De las 5 a las 6 de la tarde
Jesús se despide de su Madre Santísima

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por


medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor,
extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Oh Celestial Mamá, la hora de la separación se acerca y yo
vengo a Ti. ¡Oh Madre, dame tu amor y tus reparaciones,
dame tu dolor, porque junto contigo quiero seguir paso a
paso al adorado Jesús!
Y he aquí que Jesús viene y Tú con el alma rebosante de amor
corres a su encuentro, pero al verlo tan pálido y triste el
corazón se te oprime por el dolor, las fuerzas te abandonan
y estás a punto de desfallecer a sus pies. Oh dulce Mamá mía,
¿sabes por qué ha venido a Ti el adorable Jesús? ¡Ah! Él ha
venido para darte el último adiós, para decirte la última
palabra, para recibir el último abrazo.
Oh Mamá, a Ti me estrecho con toda la ternura de la cual es
capaz este mi pobre corazón, a fin de que estrechado y unido
a Ti, también yo pueda recibir los abrazos del adorado Jesús.
¿Me desdeñarás acaso Tú? ¿No es más bien un consuelo para
tu corazón tener un alma a tu lado y que comparta contigo
las penas, los afectos, las reparaciones?
Oh Jesús, en esta hora tan desgarradora para tu ternísimo
corazón, qué lección nos das de filial y amorosa obediencia
hacia tu Mamá. ¡Qué dulce armonía hay entre Tú y María,
qué suave encanto de amor que sube hasta el trono del
Eterno y se extiende para salvación de todas las criaturas de
la tierra!
Oh Celestial Mamá mía, ¿sabes qué quiere de Ti el adorado
Jesús? No quiere otra cosa que tu última bendición. Es
verdad que de todas las partes de tu ser no salen sino
bendiciones y alabanzas a tu Creador, pero Jesús al
despedirse de Ti quiere oír las dulces palabras: “Te bendigo
oh Hijo.” Y este te bendigo aleja todas las blasfemias de sus
oídos, y dulce y suave desciende a su corazón; y casi como
para poner una defensa a todas las ofensas de las criaturas,
Jesús quiere tu “te bendigo.”
Yo me uno a Ti, oh dulce Mamá, sobre las alas del viento
quiero girar por el Cielo para pedir al Padre, al Espíritu Santo,
a todos los ángeles, un “te bendigo” para Jesús, a fin de que
yendo a Él le pueda llevar sus bendiciones. Y aquí en la tierra
quiero ir a todas las criaturas y pedir de cada labio, de cada
latido, de cada paso, de cada respiro, de cada mirada, de
cada pensamiento, bendiciones y alabanzas a Jesús, y si
ninguno me las quiere dar, yo quiero darlas por ellos.
Oh dulce Mamá, después de haber girado y vuelto a girar
para pedir a la Trinidad Sacrosanta, a los ángeles, a todas las
criaturas, a la luz del sol, al perfume de las flores, a las olas
del mar, a cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a cada
hoja que se mueve, al centellear de las estrellas, a cada
movimiento de la naturaleza un “te bendigo”, vengo a Ti y
uno mis bendiciones a las tuyas.
Dulce Mamá mía, veo que recibes consuelo y alivio por esto,
y ofreces a Jesús todas mis bendiciones en reparación de las
blasfemias y maldiciones que Él recibe de las criaturas. Pero
mientras te ofrezco todo, oigo tu voz temblorosa que dice:
“Hijo, bendíceme también a Mí.”
Oh dulce amor mío, Jesús, bendíceme también a mí junto con
tu Mamá, bendice mis pensamientos, mi corazón, mis
manos, mis obras, mis pasos, y junto con tu Mamá bendice a
todas las criaturas.
Oh Madre mía, al mirar el rostro del adolorido Jesús, pálido,
triste, desgarrador, se despierta en Ti el recuerdo de los
dolores que dentro de poco Él deberá sufrir. Adivinas su
rostro cubierto de salivazos y lo bendices, la cabeza
traspasada por las espinas, los ojos vendados, el cuerpo
desgarrado por los azotes, las manos y los pies traspasados
por los clavos, y a donde quiera que Él está a punto de ir, Tú
lo sigues con tus bendiciones, y junto contigo lo sigo también
yo. Cuando Jesús sea golpeado por los azotes, coronado de
espinas, abofeteado, traspasado por los clavos, donde quiera
encontrará junto a tu “te bendigo”, el mío.
Oh, Jesús, oh Madre, os compadezco; inmenso es vuestro
dolor en estos últimos momentos, el corazón de uno parece
que arranque el corazón del otro. Oh Madre arranca mi
corazón de la tierra y átalo fuerte a Jesús, a fin de que
estrechado a Él pueda tomar parte de tus dolores, y mientras
os estrecháis, os abrazáis, os dirigís las últimas miradas, los
últimos besos, estando yo en medio de vuestros dos
corazones pueda recibir vuestros últimos besos, vuestros
últimos abrazos. ¿No veis que yo no puedo estar sin
Vosotros, no obstante mi miseria y mi frialdad?.
Jesús, Mamá, tenedme estrechada a Vosotros, denme
vuestro amor, vuestro Querer, saetead mi pobre corazón,
estrechadme entre vuestros brazos, y junto contigo, oh dulce
Madre, quiero seguir paso a paso al adorado Jesús con la
intención de darle consuelo, alivio, amor y reparación por
todos.
Oh Jesús, junto a tu Mamá te beso el pie izquierdo
suplicándote que quieras perdonarme a mí y a todas las
criaturas por cuantas veces no hemos caminado hacia Dios.

Beso tu pie derecho, perdóname a mí y a todos por cuantas


veces no hemos seguido la perfección que Tú querías de
nosotros.
Te beso la mano izquierda pidiéndote nos comuniques tu
pureza.
Beso tu mano derecha, bendíceme todos mis latidos,
pensamientos, afectos, a fin de que validados por tu
bendición todos se santifiquen, y junto conmigo bendice
también a todas las criaturas, y sella la salvación de sus almas
con tu bendición.
Oh Jesús, junto a tu Mamá te abrazo, y besándote el corazón
te ruego que pongas en medio de vuestros dos corazones el
mío, a fin de que se alimente continuamente de vuestros
amores, de vuestros dolores, de vuestros mismos afectos,
deseos y de vuestra misma Vida. Así sea.

+++
SEGUNDA HORA – De las 6 a las 7 de la tarde
Jesús se separa de su Madre Santísima y se encamina al
Cenáculo

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi adorable Jesús, mientras junto contigo he tomado parte


en tus dolores y en los de la afligida Mamá, veo que te
decides a partir para ir a donde el Querer del Padre te
llama. Es tanto el amor entre Hijo y Madre que os vuelve
inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de la
Mamá, y la Reina y dulce Mamá se deja en el tuyo, de otra
manera os habría sido imposible el separaros. Pero después,
bendiciéndose mutuamente, Tú le das el último beso para
darle fuerzas en los acervos dolores que está por sufrir, le
das el último adiós y partes.
Pero la palidez de tu rostro, tus labios temblorosos, tu voz
sofocada como si quisiera romper en llanto al decirle adiós,
¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla,
pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros
corazones fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis,
queriendo reparar por aquellos que, por no vencer las
ternuras de los parientes y amigos, los vínculos y los apegos,
no se preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y
corresponder al estado de santidad al que Dios los llama.
¡Qué dolor no te dan estas almas al rechazar de sus
corazones el amor que quieres darles, para contentarse con
el amor de las criaturas!
Amable amor mío, mientras contigo reparo, permíteme que
permanezca con tu Mamá para consolarla y sostenerla
mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos para
alcanzarte. Pero con sumo dolor veo que mi angustiada
Mamá tiembla, y es tanto el dolor, que mientras trata de
decir adiós al Hijo, la voz se le apaga en los labios y no
puede articular palabra, casi desfallece y en su
desfallecimiento de amor dice: “¡Hijo mío, Hijo mío, te
bendigo! ¡Qué amarga separación, más cruel que cualquier
muerte!” Pero el dolor le impide aún el hablar y la deja
muda.
Desconsolada Reina, déjame que te sostenga, te enjugue las
lágrimas y te compadezca en tu amargo dolor. Mamá mía,
yo no te dejaré sola, y Tú tenme contigo, enséñame en este
momento tan doloroso para Ti y para Jesús lo que debo
hacer, cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y
consolarlo, y si debo dar mi vida para defender la suya.
No, no me separaré de debajo de tu manto, a una señal
tuya volaré a Jesús y le llevaré tu amor, tus afectos, tus
besos junto a los míos y los pondré en cada llaga, en cada
gota de su sangre, en cada pena e insulto, a fin de que
sintiendo Él en cada pena los besos y el amor de la Mamá,
sus penas queden endulzadas. Después regresaré bajo tu
manto trayéndote sus besos para endulzar tu corazón
traspasado.
Mamá mía, el corazón me late fuertemente, quiero ir a
Jesús, y mientras beso tus manos maternas bendíceme
como has bendecido a Jesús y permíteme que vaya a Él.
Mi dulce Jesús, el amor me descubre tus pasos y te alcanzo
mientras recorres las calles de Jerusalén junto con tus
amados discípulos; te miro y te veo aún pálido, oigo tu voz,
dulce, sí, pero triste, tanto que rompe el corazón de tus
discípulos, que por oírte así están turbados.
“Es la última vez”, dices, “que recorro estas calles por Mí
mismo, mañana las recorreré atado, arrastrado entre mil
insultos.”
Y señalando los lugares donde serás más deshonrado y
maltratado, sigues diciendo:
“Mi vida está por llegar a su ocaso acá abajo, como está por
llegar a su ocaso el sol, y mañana a esta hora no estaré más,
pero como sol resurgiré al tercer día.”
Por tus palabras, los apóstoles quedan tristes y taciturnos y
no saben qué responder. Pero Tú agregas:
“Ánimo, no os abatáis, Yo no os dejo, siempre estaré con
vosotros, pero es necesario que Yo muera por el bien de
todos ustedes.”
Al decir esto estás conmovido, pero con voz trémula
continúas instruyéndolos. Antes de que entres en el
cenáculo miras el sol que ya se pone, así como está por
llegar al ocaso tu Vida; ofreces tus pasos por aquellos que se
encuentran en el ocaso de la vida y les das la gracia de que
la hagan terminar en Ti, reparando por aquellos que no
obstante los sinsabores y los desengaños de la vida se
obstinan en no rendirse a Ti. Después miras de nuevo a
Jerusalén, el centro de tus prodigios y de las predilecciones
de tu corazón, y que en pago te está preparando la cruz y
afilando los clavos para cometer el deicidio, y Tú te
estremeces, se te rompe el corazón y lloras por su
destrucción.

Con esto reparas por tantas almas consagradas a Ti, que con
tanto cuidado tratabas de formar como portentos de tu
amor, y ellas, ingratas, sin corresponderte, te hacen sufrir
más amarguras. Quiero reparar junto contigo para endulzar
el dolor de tu corazón.
Pero veo que quedas horrorizado ante la vista de Jerusalén,
y retirando de ella tu mirada, entras en el cenáculo. Amor
mío, estréchame a tu corazón, a fin de que haga mías tus
amarguras para ofrecerlas junto contigo, y Tú, miras
piadoso mi alma, y derramando en ella tu amor, bendíceme.

+++
TERCERA HORA – De las 7 a las 8 de la noche
La Cena Legal

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:

Oh Jesús, ya llegas al cenáculo junto con tus amados


discípulos y te pones a cenar con ellos. Qué dulzura, qué
afabilidad no muestras en toda tu persona al abajarte a
tomar por última vez el alimento material. Allí todo es amor
en Ti, también en esto no sólo reparas por los pecados de
gula, sino que impetras también la santificación del
alimento, y así como éste se convierte en fuerza, así nos
obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más
comunes.
Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece
escrutar a todos los apóstoles, y aun en el acto de tomar el
alimento tu corazón queda traspasado al ver a tus amados
apóstoles débiles y vacilantes aún, especialmente el pérfido
Judas que ya ha puesto un pie en el infierno. Y Tú desde el
fondo de tu corazón amargamente dices: “¿Cuál es la
utilidad de mi sangre? ¡He aquí un alma, tan beneficiada por
Mí, y está perdida!” Y con tus ojos resplandecientes de luz
lo miras, como queriendo hacerle comprender el gran mal
cometido. Pero tu suprema caridad te hace soportar este
dolor y no lo manifiestas ni siquiera a tus amados discípulos;
y mientras te dueles por Judas, tu corazón quisiera llenarse
de júbilo al ver a tu izquierda a tu amado discípulo Juan,
tanto, que no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo
dulcemente a Ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón,
haciéndole sentir el paraíso por adelantado.

Es en esta hora solemne que en los dos discípulos vienen


representados los dos pueblos: el réprobo y el elegido. El
réprobo en Judas, que siente ya el infierno en el corazón; y
el elegido en Juan, que en Ti reposa y goza.

Oh dulce bien mío, también yo me pongo cerca de Ti, y


junto a tu amado discípulo quiero apoyar mi cabeza cansada
sobre tu corazón adorable y rogarte que me hagas sentir,
aun sobre esta tierra, las delicias del Cielo, y así, raptada por
las dulces armonías de tu corazón, la tierra no sea para mí
más tierra, sino Cielo.
Pero en esas armonías dulcísimas y divinas, siento que se te
escapan dolorosos latidos, son por las almas perdidas. ¡Oh
Jesús, no permitas que nuevas almas se pierdan, haz que tu
latido corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de la
vida del Cielo, como los siente tu amado discípulo Juan, y
atraídas por la suavidad y dulzura de tu amor, todas puedan
rendirse a Ti!
Oh Jesús, mientras permanezco en tu corazón, dame
también a mí el alimento como se lo diste a los apóstoles, el
alimento de tu Divina Voluntad, el alimento del amor, el
alimento de la palabra divina. Jamás me niegues, oh mi
Jesús, este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo
de formar en mí tu misma Vida.
Dulce bien mío, mientras me estoy a tu lado, veo que el
alimento que tomas junto con tus amados discípulos no es
otro que un cordero. Es el cordero que te representa, y así
como en este cordero, por la fuerza del fuego, no queda
ningún humor vital, así Tú, cordero místico, que por las
criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni
siquiera una gota de tu sangre conservarás para Ti,
derramándola toda por amor nuestro.
Así que, oh Jesús, nada haces que no represente a lo vivo tu
dolorosísima Pasión, que tienes siempre presente en la
mente, en el corazón, en todo, y esto me enseña que si
también yo tuviera siempre delante a mi mente y en el
corazón el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el
alimento de tu amor. ¡Cuánto te agradezco por esto!
Oh mi Jesús, ningún acto se te escapa en que no me tengas
presente y con el que no intentes hacerme un bien especial,
por eso te ruego que tu Pasión esté siempre en mi mente,
en mi corazón, en mis miradas, en mis obras, en mis pasos,
a fin de que a donde quiera que me dirija, dentro y fuera de
mí, te encuentre siempre presente a mí, y dame la gracia de
que jamás olvide lo que has sufrido y padecido por mí. Esta
sea para mí un imán, que atrayendo todo mi ser en Ti, no
me deje alejarme de Ti.
+++
CUARTA HORA – De las 8 a las 9 de la noche
La Cena Eucarística

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que


al terminar la cena legal te levantas de la mesa y junto con
tus amados discípulos elevas el himno de agradecimiento al
Padre por haberos dado el alimento, queriendo reparar con
esto todas las faltas de agradecimiento de las criaturas por
los tantos medios como nos das para la conservación de la
vida corporal. Por eso Tú, oh Jesús, en lo que haces, tocas o
ves, tienes siempre en tus labios las palabras: “¡Gracias te
sean dadas, oh Padre!” También yo, oh Jesús, unida contigo
tomo las palabras de tus labios y diré siempre y en todo:
“Gracias por mí y por todos”, para continuar la reparación
por las faltas de agradecimiento.

Pero, oh mi Jesús, parece que tu amor no tiene reposo, veo


que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos,
tomas una palangana con agua, te ciñes una blanca toalla y
te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan
humilde que te atrae la mirada de todo el Cielo y lo hace
permanecer estático, los mismos apóstoles se quedan casi
sin movimiento al verte postrado a sus pies. Pero dime
amor mío, ¿qué quieres, qué pretendes con este acto tan
humilde, humildad jamás vista y que jamás se verá?

“¡Ah hija mía, quiero todas las almas, y postrado ante ellas
como un pobre mendigo, las pido, las urjo, y llorando tramo
mis insidias de amor para tenerlas! Quiero, postrado a sus
pies, con esta agua mezclada con mis lágrimas lavarlas de
cualquier imperfección y prepararlas a recibirme en el
sacramento. Me importa tanto este acto de recibirme en la
Eucaristía, que no quiero confiar este oficio ni a los ángeles,
ni siquiera a mi amada Mamá, sino que Yo mismo quiero
purificarlas, aún las fibras más íntimas, para disponerlas a
recibir el fruto del sacramento, y en los apóstoles era mi
intención preparar a todas las almas.
Intento reparar todas las obras santas y la administración de
los sacramentos, sobre todo hechas por sacerdotes con
espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino y de
desinterés. ¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para
deshonrarme que para darme honor! ¡Más para amargarme
que para complacerme! ¡Más para darme muerte que para
darme vida! Estas son las ofensas que más me afligen. Ah, sí
hija mía, numera todas las ofensas más íntimas que se me
hacen y repárame con mis mismas reparaciones, consuela
mi corazón amargado”.

¡Oh mi afligido bien, hago mía tu Vida y junto contigo


intento reparar todas estas ofensas! Quiero entrar en los
más íntimos escondites de tu corazón divino y reparar con
tu mismo corazón las ofensas más íntimas y secretas que
recibes de tus más amados, y junto contigo quiero girar en
todas las almas que te deben recibir en la Eucaristía, y
entrar en sus corazones, y junto a tus manos pongo las mías
para purificarlas.
Ah, Jesús, con estas tus lágrimas y esta agua con las cuales
lavaste los pies de los apóstoles, lavemos a las almas que te
deben recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos,
sacudamos de ellos el polvo con el cual están manchados, a
fin de que recibiéndote, Tú puedas encontrar en ellas tus
complacencias en vez de tus amarguras.
Pero, afectuoso bien mío, mientras estás atento a lavar los
pies de los apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa
tu corazón santísimo. Estos apóstoles representan a todos
los futuros hijos de la Iglesia, y cada uno de ellos,
representa la serie de cada uno de tus dolores. En uno las
debilidades; en otro los engaños; en otro las hipocresías; en
otro el amor desmedido a los intereses; en San Pedro, la
falla a los buenos propósitos y todas las ofensas de los jefes
de la Iglesia; en San Juan, las ofensas de tus más fieles; en
Judas todos los apostatas, con toda la serie de los graves
males causados por ellos.
¡Ah! tu corazón está sofocado por el dolor y por el amor,
tanto, que no pudiendo resistir te detienes a los pies de
cada apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas por cada
una de estas ofensas, e imploras y consigues para todos el
remedio oportuno.
Jesús mío, también yo me uno a Ti, hago mías tus plegarias,
tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma.
Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a fin de que jamás
estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir
tus penas.
Veo, dulce amor mío, que ya estás a los pies de Judas, oigo
tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas,
y mientras lavas aquellos pies, los besas, te los estrechas al
corazón, y no pudiendo hablar porque tu voz está ahogada
por el llanto, lo miras con tus ojos hinchados por el llanto y
le dices con el corazón:
“Hijo mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas: ¡No te
vayas al infierno, dame tu alma que postrado a tus pies te
pido! Di, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con
tal de que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a Mí, tu
Dios!”
Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón, pero viendo
la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te
sofoca y estás a punto de desfallecer. Corazón mío y vida
mía, permíteme que te sostenga entre mis brazos.
Comprendo que estas son las estratagemas amorosas que
usas con cada pecador obstinado, y yo te ruego, oh Jesús,
mientras te compadezco y te doy reparación por las ofensas
que recibes de las almas que se obstinan en no quererse
convertir, que me permitas recorrer junto contigo la tierra,
y donde estén los pecadores obstinados démosles tus
lágrimas para ablandarlos, tus besos y tus abrazos de amor
para encadenarlos a Ti, de manera que no te puedan huir, y
así consolarte por el dolor de la pérdida de Judas.
Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, y
rápidamente corre, te levantas, doliente como estás, y casi
corres a la mesa donde está ya preparado el pan y el vino
para la consagración. Te veo, corazón mío, que tomas un
aspecto todo nuevo y nunca antes visto, tu Divina Persona
toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso, tus ojos
resplandecen de luz, más que si fueran soles; tu rostro
encendido resplandece; tus labios sonrientes, abrasados de
amor; y tus manos creadoras se ponen en actitud de crear.
Te veo, amor mío, todo transformado, parece como si tu
Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad.
Corazón mío y Vida mía, Jesús, este aspecto tuyo jamás
visto llama la atención de todos los apóstoles, ellos son
presa de un dulce encanto y no se atreven ni siquiera
respirar. La dulce Mamá corre en espíritu a los pies del altar,
para contemplar los portentos de tu amor; los ángeles
descienden del Cielo y se preguntan entre ellos: “¿qué
sucede? ¿Qué pasa?” ¡Son verdaderas locuras, verdaderos
excesos! ¡Un Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí
mismo. ¿Y donde? ¡Dentro de la materia vilísima de un poco
de pan y un poco de vino!
Pero mientras están todos en torno a Ti, oh amor insaciable,
veo que tomas el pan entre las manos, lo ofreces al Padre y
oigo tu voz dulcísima que dice: “Padre Santo, gracias te sean
dadas, pues siempre escuchas a tu Hijo. Padre Santo,
concurre conmigo, Tú un día me enviaste del Cielo a la
tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a
salvar a nuestros hijos, ahora permíteme que me encarne
en cada una de las hostias para continuar su salvación y ser
vida de cada uno de mis hijos. Mira, oh Padre, pocas horas
me quedan de vida, ¿cómo tendré corazón para dejar solos
y huérfanos a mis hijos? Son muchos sus enemigos, las
tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos,
¿quién los ayudará? ¡Ah, te suplico que Yo permanezca en
cada hostia para ser vida de cada uno y poner en fuga a sus
enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra manera, ¿a
dónde irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras son
eternas, mi amor es irresistible, no puedo ni quiero dejar a
mis hijos.”
El Padre se enternece ante la voz tierna y afectuosa del Hijo,
y desciende del Cielo. Está ya sobre el altar y unido con el
Espíritu Santo para concurrir con el Hijo. Y Jesús con voz
sonora y conmovedora pronuncia las palabras de la
Consagración, y sin dejarse a Sí mismo, crea a Si mismo en
aquel pan y en aquel vino. Después te das en comunión a
tus apóstoles, y creo que nuestra Celestial Mamá no quedó
privada de recibirte. ¡Ah Jesús, los Cielos se postran, y todos
te mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan
profundo aniquilamiento!
Pero, oh dulce Jesús, mientras tu amor queda contentado y
satisfecho no teniendo otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien,
sobre este altar, en tus manos, todas las hostias
consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y
en cada una de las hostias desplegada toda tu dolorosa
Pasión, porque las criaturas, a los excesos de tu amor,
corresponderán con excesos de ingratitud y de enormes
delitos, y yo, corazón de mi corazón, quiero encontrarme
siempre contigo en cada uno de los tabernáculos, en todos
los copones y en cada una de las hostias consagradas que
habrá hasta el fin del mundo, para ofrecerte mis actos de
reparación a medida que recibes las ofensas. Por eso
corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso la frente
majestuosa, pero mientras te beso siento en mis labios los
pinchazos de las espinas que circundan tu cabeza. Oh mi
Jesús, en esta hostia santa no te limitan las espinas como en
la Pasión, veo que las criaturas vienen a tu presencia y en
vez de darte el homenaje de sus pensamientos, te mandan
sus pensamientos malos, y Tú de nuevo bajas la cabeza
como en la Pasión para recibir las espinas de los malos
pensamientos que se hacen en tu presencia. Oh mi amor,
junto contigo la abajo también yo para dividir contigo tus
penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para
quitar estas espinas que tanto te hacen sufrir, y cada
pensamiento mío corra en cada pensamiento tuyo para
hacerte el acto de reparación por cada pensamiento malo y
así endulzar tus afligidos pensamientos.
Jesús mío, bien mío, beso tus bellos ojos, te veo en esta
hostia santa, con estos ojos amorosos, en acto de esperar a
todos aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con
tus miradas de amor, para tener la correspondencia de sus
miradas amorosas, pero cuántos vienen a tu presencia y en
vez de mirarte a Ti y buscarte a Ti, miran cosas que los
distraen de Ti, y te privan del gusto del intercambio de las
miradas entre Tú y ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote,
siento mis labios bañados por tus lágrimas. Ah, mi Jesús, no
llores, quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir
estas tus penas y llorar contigo, y repararte por todas las
miradas distraídas de las criaturas con ofrecerte mis
miradas y tenerlas siempre fijas en Ti.
Jesús mío, amor mío, beso tus santísimos oídos, ah, te veo
atento para escuchar lo que las criaturas quieren de Ti, para
consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen llegar a los
oídos oraciones mal hechas, llenas de desconfianza,
oraciones hechas más por costumbre y sin vida, y tus oídos
en esta hostia santa son molestados más que en la misma
Pasión. Oh mi Jesús, quiero tomar todas las armonías del
Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte estas penas, y
quiero poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir
contigo esta pena, sino para estar siempre atenta a lo que
quieres, a lo que sufres, para poner pronto mi acto de
reparación y consolarte.
Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro, lo veo
ensangrentado, lívido e hinchado. Las criaturas, oh Jesús,
vienen ante esta hostia santa, y con sus posturas
indecentes, con sus conversaciones malas que hacen
delante a Ti, en vez de darte honor te dan bofetadas y
salivazos, y Tú, como en la Pasión, con toda paz y paciencia
los recibes, y todo soportas. Oh Jesús, quiero poner mi
rostro junto al tuyo, no sólo para acariciarte y besarte
conforme te llegan estas bofetadas y quitarte los salivazos,
sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo para dividir
contigo estas penas, también quiero hacer de mi ser tantos
diminutos pedacitos para ponerlos ante Ti como tantas
estatuas arrodilladas continuamente, para repararte por
todos los deshonores que te hacen en tu presencia.
Jesús, mi todo, beso tu dulcísima boca. Ah, veo que al
descender en los corazones de las criaturas, el primer apoyo
que Tú haces es sobre la lengua. ¡Oh, cómo quedas
amargado encontrando muchas lenguas mordaces, impuras,
malas, ah, Tú te sientes atormentar por esas lenguas, y peor
aun cuando desciendes a sus corazones. ¡Oh Jesús, si fuera
posible quisiera encontrarme en la boca de cada una de las
criaturas para endulzarte y repararte cualquier ofensa que
recibas de ellas.
Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello, te veo cansado,
agotado y todo ocupado en tu trabajo de amor, dime qué
haces.

Y Jesús: “Hija mía, Yo en esta hostia trabajo desde la


mañana hasta la noche, formando continuas cadenas de
amor, a fin de que conforme las almas vienen a Mí, Yo las
hago encontrar pronta mi cadena de amor para
encadenarlas a mi corazón; ¿pero sabes tú qué me hacen
ellas a cambio? Muchas toman a mal estas mis cadenas, y
por la fuerza se liberan de ellas y las hacen pedazos, y como
estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo quedo
torturado y doy en delirio; al romper mis cadenas tiran al
vacío mi trabajo que hago en el Sacramento, y buscan las
cadenas de las criaturas, y esto lo hacen aun en mi
presencia, sirviéndose de Mí para lograr sus intentos. Esto
me da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que
me hace desfallecer y delirar.”

Prisionero de amor, Tú estás no sólo aprisionado sino


también encadenado, y con ansia febril estás esperando los
corazones de las criaturas para descender en ellos y salir de
tu prisión, y con las cadenas que te ataban encadenar sus
almas a tu Amor. Pero con sumo dolor ves que vienen ante
Ti con un aire indiferente, sin premuras por recibirte; otras
de hecho no te reciben; y otras, si te reciben, sus corazones
están atados por otros amores y llenos de vicios, como si Tú
fueras despreciable, y Tú, vida mía, estás obligado a salir de
estos corazones encadenado como entraste, porque no te
han dado la libertad de hacerse atar, y han cambiado tus
ansias en llanto. Jesús mío, permíteme que enjugue tus
lágrimas y te tranquilice el llanto con mi amor, y para
repararte te ofrezco las ansias y suspiros, los deseos
ardientes que te han dado todos los santos que han existido
y existirán, los de tu Mamá y el mismo Amor del Padre y del
Espíritu Santo, y yo haciendo mío este Amor, quiero
ponerme a las puertas del tabernáculo para hacerte las
reparaciones y gritar detrás a las almas que quisieran
recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces intento
repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos
das a todos los santos, y por cuantos movimientos contiene
la Santísima Trinidad.

Coronada Mamá, te beso el corazón y te pido que custodies


mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y
que los pongas como lámparas a la puerta de los
tabernáculos para cortejar a Jesús.

¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor es puesto en


aprietos, ¡ah! te ruego, para consolarte por las ofensas que
recibes y para repararte por tus cadenas que son hechas
pedazos, que encadenes mi corazón con todas estas
cadenas para poder darte por todos mi correspondencia de
amor.
Jesús mío, flechero divino, beso tu pecho. Es tal y tanto el
fuego que él contiene, que para dar un poco de desahogo a
tus llamas que se elevan tan alto, Tú, queriendo hacer un
descanso en tu trabajo, quieres jugar en el Sacramento, y tu
juego es formar flechas, dardos, saetas, a fin de que cuando
vengan ante Ti, Tú te pongas a jugar con las criaturas,
haciendo salir de tu pecho tus flechas para flecharlas, y
cuando las reciben Tú haces fiesta y formas tu juego, pero
muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote en
correspondencia flechas de frialdad, dardos de tibieza y
saetas de ingratitud; y Tú quedas tan afligido por esto, que
lloras porque las criaturas te hacen fracasar en tu juego de
amor. Oh Jesús, he aquí mi pecho dispuesto a recibir no sólo
tus flechas destinadas para mí, sino también aquellas que te
rechazan los demás, y así no quedarás más frustrado en tus
juegos, y quiero también repararte por las frialdades, las
tibiezas y las ingratitudes que recibes.
Oh Jesús, beso tu mano izquierda y quiero reparar por
todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu
presencia, y te ruego que con esta mano me tengas siempre
estrechada a tu corazón.
Oh Jesús, beso tu mano derecha, e intento reparar todos los
sacrilegios, especialmente las misas malamente celebradas.
¡Cuántas veces, amor mío Tú eres obligado a descender del
Cielo a las manos de los sacerdotes, que en virtud de su
potestad te llaman, y encuentras esas manos llenas de
fango, que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes
náusea de esas manos te ves obligado por tu amor a
permanecer en ellas! Es más, en algunos sacerdotes, Tú
encuentras en ellos a los sacerdotes de tu Pasión, que con
sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio.
¡Jesús mío, me da espanto el sólo pensarlo! Y otra vez,
como en la Pasión, te estás en aquellas manos indignas,
como manso corderito, esperando de nuevo tu muerte. ¡Oh
Jesús, cuánto sufres, Tú quisieras una mano amorosa para
liberarte de esas manos sanguinarias! Ah, te ruego que
cuando te encuentres en esas manos me llames para estar
presente, y para repararte quiero cubrirte con la pureza de
los ángeles, perfumarte con tus virtudes para disminuir el
hedor de aquellas manos y mi corazón como consuelo y
refugio, y mientras estés en mí yo te rogaré por los
sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y no
pongan en peligro tu Vida Sacramental.

Oh Jesús, beso tu pie izquierdo, y quiero repararte por


quienes te reciben por rutina y sin la debidas disposiciones.
Oh Jesús, beso tu pie derecho, y quiero repararte por
aquellos que te reciben para ultrajarte. Ah, te ruego que
cuando se atrevan a hacer esto, renueves el milagro cuando
Longinos te traspasó el corazón con la lanza, y al flujo de
aquella sangre que brotó, tocándole los ojos lo convertiste y
lo sanaste, y así, a tu toque Sacramental, conviertas las
ofensas en amor.
Oh Jesús, beso tu corazón, contra el cual se hacen todas las
ofensas, y yo intento repararte de todo, y por todos darte
una correspondencia de amor, y siempre junto contigo
compartir tus penas.
Ah, te ruego celestial flechero de amor, si alguna ofensa
huye a mi reparación, aprisióname en tu corazón y en tu
Voluntad, a fin de que nada se me escape. Rogaré a la dulce
Mamá que me tenga alerta, y junto con Ella te repararemos
todo y por todos, juntas te besaremos, y haciéndonos tu
defensa alejaremos de Ti las olas de las amarguras que
recibes de las criaturas. Ah Jesús, recuerda que también yo
soy una pobre encarcelada, es verdad que tu cárcel es más
estrecha, cual es el breve giro de una hostia, por eso
enciérrame en tu corazón, y con las cadenas de tu amor no
solo aprisióname, sino ata uno por uno mis pensamientos,
mis afectos, mis deseos, átame las manos y los pies a tu
corazón para que yo no tenga otras manos y otros pies que
los tuyos. Así que, amor mío, mi cárcel será tu corazón, las
cadenas el amor, las puertas que me impedirán salir será tu
Santísima Voluntad, tus llamas serán mi alimento, tu respiro
será el mío, así que no veré más que llamas, no tocaré sino
fuego, que me darán vida y muerte, como la que sufres Tú
en la hostia, y así te daré mi vida; y mientras yo quedaré
aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en mí. ¿No ha sido este
tu intento al encarcelarte en la hostia, el ser desencarcelado
por las almas que te reciben, tomando vida en ellas? Por
eso, en señal de amor bendíceme y dame un beso, yo te
abrazo y permanezco en Ti.
Pero, oh dulce corazón mío, veo que después de que has
instituido el Santísimo Sacramento y que has visto las
enormes ingratitudes y ofensas de las criaturas, si bien
quedas herido y amargado, no te haces para atrás, es más,
quieres ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor; veo
que instruyes a tus apóstoles, y después agregas que lo que
has hecho Tú lo deben hacer ellos también, dándoles
potestad de consagrar, y de tal manera los ordenas
sacerdotes e instituyes este otro sacramento. Así que, oh
Jesús, en todo piensas y todo reparas, las predicaciones mal
hechas, los sacramentos administrados y recibidos sin
disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones
equivocadas de los sacerdotes, por parte de ellos como por
parte de quien los ordena, no usando todos los medios para
conocer las verdaderas vocaciones. Nada se te escapa, oh
Jesús, y yo quiero seguirte y reparar todas estas ofensas.

Después de que has dado cumplimiento a todo, en


compañía de tus apóstoles te encaminas al huerto de
Getsemaní para dar principio a tu dolorosa Pasión. Te
seguiré en todo, para hacerte fiel compañía.

+++
QUINTA HORA – De las 9 a las 10 de la noche
Primera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi afligido Jesús, como por una corriente eléctrica me


siento atraída a este huerto, comprendo que Tú, imán
potente para mi herido corazón me llamas, y yo corro
pensando entre mí: “¿Qué son estas atracciones de amor
que siento en mí? ¡Ah, tal vez mi perseguido Jesús se
encuentra en estado de tal amargura, que siente la
necesidad de mi compañía!”
Y yo vuelo, ¿pero qué?, me siento horrorizada al entrar en
este huerto, la oscuridad de la noche, la intensidad del frío,
el lento moverse de las hojas, que como tristes y débiles
voces, anuncian penas, tristezas y muerte para mi dolorido
Jesús. El dulce centellear de las estrellas, que como ojos
llorosos están todas atentas a mirarlo, y haciendo eco a las
lágrimas de Jesús me reprochan por mis ingratitudes, y yo
tiemblo y a tientas lo voy buscando, lo llamo: “Jesús,
¿dónde estás? ¿Me llamas y no te dejas ver? ¿Me llamas y
te escondes?” Pero todo es terror, todo es espanto y
silencio profundo. Pongo atentos mis oídos y oigo un
respiro afanoso, y es precisamente a Jesús a quien
encuentro, pero qué cambio funesto, no es más el dulce
Jesús de la cena eucarística, en donde su rostro
resplandecía con una belleza deslumbrante y raptora, sino
que está triste, con una tristeza mortal que desfigura su
natural belleza. Ya agoniza y me siento turbada pensando
que tal vez no escucharé más su voz, porque parece que
muere. Por eso me abrazo a sus pies; me hago más atrevida
y me acerco a sus brazos, le pongo la mano en la frente para
sostenerlo y en voz baja lo llamo: “Jesús, Jesús.” Y Él,
sacudido por mi voz, me mira y me dice:

“Hija, ¿estás aquí? ¡Ah! te estaba esperando, y era esta la


tristeza que más me oprimía, el total abandono de todos, y
te esperaba a ti para hacerte ser espectadora de mis penas,
y hacerte beber junto conmigo el cáliz de las amarguras que
dentro de poco mi Padre Celestial me enviará por medio de
un ángel. Lo beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo
sino de amarguras intensas, y siento la necesidad de que
alguna alma amante beba alguna gota al menos, por eso te
he llamado, para que tú lo aceptes y compartas conmigo
mis penas y me asegures que no me dejarás solo en tanto
abandono”.
¡Ah! sí, mi atormentado Jesús, beberemos juntos el cáliz de
tus amarguras, sufriremos juntos tus penas y no me
apartaré jamás de tu lado.

Y el afligido Jesús, después de habérselo asegurado, entra


en agonía mortal, sufre penas jamás vistas ni entendidas, y
yo, no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y
aliviarlo le digo: “Dime, ¿por qué estás tan triste, afligido y
solo en este huerto y en esta noche? Es la última noche de
tu vida sobre la tierra, pocas horas te quedan para dar
principio a tu Pasión. Creí encontrar aquí al menos a la
Celestial Mamá, a la amante Magdalena y a tus fieles
apóstoles, en cambio te encuentro solo, en poder de una
tristeza que te da muerte despiadada, sin hacerte morir. Oh
mi bien, mi todo, ¿no me respondes? ¡Háblame! Pero
parece que te falta la palabra, tanta es la tristeza que te
oprime. Pero, oh mi Jesús, tu mirada, llena de luz, sí, pero
afligida e indagadora, que parece que buscas ayuda, tu
rostro pálido, tus labios abrazados por el amor, tu Divina
Persona que tiembla toda de pies a cabeza, tu corazón que
late fuerte, fuerte, y aquellos latidos buscan almas y te dan
tal afán que parece que de un momento a otro expires, me
dicen que estás solo y por eso buscas mi compañía.” ¡Heme
aquí oh mi Jesús, toda para Ti, junto contigo! Mi corazón no
resiste el verte tirado en la tierra; te tomo entre mis brazos
y te estrecho a mi corazón, quiero numerar uno por uno tus
afanes, una por una las ofensas que te hacen, para darte
alivio por todo, reparación por todo, y por todo, al menos
compadecerte.
Pero, oh mi Jesús, mientras te tengo entre mis brazos, tus
sufrimientos se acrecientan, siento, oh vida mía, correr en
tus venas un fuego, y siento que la sangre te hierve y quiere
romperlas para salir fuera. Dime amor mío, ¿qué tienes? No
veo flagelos, no espinas, no clavos ni cruz, no obstante
apoyando mi cabeza sobre tu corazón siento que crueles
espinas te traspasan la cabeza; azotes despiadados no te
dejan a salvo ninguna parte, ni dentro ni fuera de tu Divina
Persona; tus manos paralizadas y contraídas más que por
clavos. Dime dulce bien mío, ¿quién tiene tanto poder, aun
en tu interior, que te atormenta y te hace sufrir tantas
muertes por cuantos tormentos te da? Ah, me parece que
Jesús bendito abre sus labios moribundos y me dice:
“Hija mía, ¿quieres saber quién me atormenta más que los
mismos verdugos? Es más, estos verdugos son nada en
comparación de esto. Es el Amor Eterno que queriendo el
primado en todo, me está haciendo sufrir todo junto y en
las partes más íntimas lo que los verdugos me harán sufrir
poco a poco. Ah, hija mía, es el amor el que prevalece en
todo sobre Mí, y en Mí el amor me es clavo, el amor me es
flagelo, el amor me es corona de espinas, el amor me es
todo, el amor es mi Pasión perenne, mientras que la de los
hombres es temporal. Ah hija mía, entra en mi corazón, ven
a perderte en mi amor, pues sólo en mi amor comprenderás
cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a
amarme y a sufrir sólo por amor.”

Oh mi Jesús, ya que Tú me llamas dentro de tu corazón para


hacerme ver lo que el amor te hace sufrir, yo entro en él.
Pero mientras entro veo los portentos del amor, que no te
corona la cabeza con espinas materiales, sino con espinas
de fuego; que no te azota con látigos de cuerdas, sino con
látigos de fuego; que te crucifica no con clavos de fierro,
sino de fuego; todo es fuego que penetra hasta los huesos,
y en la misma médula, convirtiendo toda tu Santísima
Humanidad en fuego, te da penas mortales, ciertamente
más que en la misma Pasión, y prepara un baño de amor a
todas las almas que querrán lavarse de cualquier mancha y
adquirir el derecho de hijas del amor.

¡Oh amor sin término, yo siento retroceder ante tal


inmensidad de amor, y veo que para poder entrar en el
amor y comprenderlo, debería ser toda amor! ¡Oh mi Jesús,
no lo soy...! Pero ya que Tú quieres mi compañía y quieres
que entre en Ti, te suplico que me conviertas toda en amor.
Por eso te pido que corones mi cabeza, cada uno de mis
pensamientos con la corona del amor; te suplico, oh Jesús,
que me azotes con el flagelo del amor mi alma, mi cuerpo,
mis potencias, mis sentimientos, mis deseos, mis afectos, en
suma, todo, y en todo quede flagelada y sellada por el
amor. Haz, oh amor interminable, que no haya cosa en mí
que no tome vida del amor.
Oh Jesús, centro de todos los amores, te suplico que claves
mis manos, mis pies con los clavos del amor, a fin de que
toda clavada por el amor me convierta en amor, el amor
entienda, de amor me vista, de amor me alimente, el amor
me tenga toda clavada en Ti, a fin de que ninguna cosa,
dentro y fuera de mí, se atreva a tocarme y desviarme y
alejarme del amor, oh Jesús.

+++
SEXTA HORA – De las 10 a las 11 de la noche
Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:

Oh mi dulce Jesús, ya ha pasado una hora desde que te


encontré en este huerto; el amor ha tomado el primado en
todo, haciéndote sufrir todo junto, todo lo que los verdugos
te harán sufrir a lo largo de tu amarguísima Pasión; es más,
suple y llega a hacerte sufrir lo que ellos no pueden hacerte,
en las partes más íntimas de tu Divina Persona. Oh mi Jesús,
te veo vacilante en los pasos, no obstante quieres caminar.
Dime, oh mi bien, ¿a dónde quieres ir? Ah, he entendido,
quieres ir a encontrar a tus amados discípulos; yo quiero
acompañarte a fin de que si Tú vacilas yo te sostenga.

Pero, oh mi Jesús, otra amargura para tu corazón, ellos


duermen, y Tú siempre piadoso los llamas, los despiertas, y
con amor todo paterno los amonestas y les recomiendas la
vigilia y la oración, y regresas al huerto, pero te llevas otra
herida en el corazón. En esa herida veo, oh amor mío, todas
las heridas de las almas consagradas a Ti, que, o por
tentaciones, o por estado de ánimo, o por falta de
mortificación, en vez de estrecharse a Ti, de vigilar y orar, se
abandonan a sí mismas, y soñolientas, en vez de progresar
en el amor y en la unión contigo, retroceden. Cuánto te
compadezco, oh amante apasionado, y te reparo todas las
ingratitudes de tus más fieles. Son estas las ofensas que más
entristecen tu corazón adorable, y es tal y tanta su
amargura, que te hacen dar en delirio.
Pero, oh amor sin confines, tu amor que ya bulle en tus
venas vence todo y todo olvida. Te veo postrado por tierra y
oras, te ofreces, reparas y en todo buscas glorificar al Padre
por las ofensas hechas a Él por las criaturas. También yo, oh
mi Jesús, me postro contigo y junto contigo intento hacer lo
que haces Tú.
Pero, oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que en tropel
todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades,
los delitos más enormes, las más negras ingratitudes te
vienen al encuentro, se te arrojan encima, te aplastan, te
atacan, te hieren, y Tú, ¿qué haces? La sangre que te hierve
en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las
venas y como ríos sale fuera, te baña todo, corre por tierra,
y das sangre por ofensas, vida por muerte. ¡Ah amor, a qué
estado te veo reducido! Tú expiras. Oh mi bien, dulce vida
mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has
bañado con tu santísima sangre, ven a mis brazos, haz que
yo muera en vez de Ti.
Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús que
dice:
“¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz, pero no se haga
mi voluntad sino la Tuya!”
Ya es la segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús, ¿pero
qué cosa me hace entender con este “Padre, si es posible
pase de Mí este cáliz?” Oh Jesús, se te hacen presentes
todas las rebeliones de las criaturas; aquel “Fiat Voluntas
Tua” que debía ser la vida de cada criatura, lo ves rechazado
por casi todas, y en vez de encontrar la vida encuentran la
muerte; y Tú queriendo dar la vida a todas y hacer una
solemne reparación al Padre por las rebeliones de las
criaturas, por tres veces repites: “Padre, si es posible pase
de Mí este cáliz”, es decir, que las almas sustrayéndose de
nuestra Voluntad se pierdan; este cáliz para Mí es muy
amargo, pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya.”
Pero mientras dices esto, es tal y tanta tu amargura que
desfalleces, agonizas y estás a punto de dar el último
respiro.
Oh mi Jesús, mi bien, ya que estás entre mis brazos quiero
también yo junto contigo, repararte y compadecerte por
todos los pecados que se cometen contra tu Santísimo
Querer, y al mismo tiempo suplicarte que en todo yo haga
siempre tu Santísima Voluntad. Tu Voluntad sea mi respiro,
mi aire; tu Voluntad sea mi latido, mi corazón, mi
pensamiento, mi vida y mi muerte.
Pero, ah, no mueras, ¿adónde iré sin Ti? ¿A quién me
dirigiré? ¿Quién me dará ayuda? ¡Todo terminará para mí!
Ah, no me dejes, tenme como quieras, como más te plazca,
pero tenme contigo, siempre contigo; jamás sea que por un
solo instante quede separada de Ti. Déjame endulzarte,
repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos
los pecados, de cualquier especie que sean, pesan sobre Ti.
Por eso amor mío beso tu santísima cabeza, ¿pero qué veo?
Veo todos los malos pensamientos, y Tú sientes horror de
ellos. A tu santísima cabeza cada pensamiento malo le es
una espina que te hiere acerbamente. Ah, ante esto es nada
la corona de espinas que te pondrán los judíos; cuántas
coronas de espinas te ponen sobre tu cabeza adorable los
malos pensamientos de las criaturas, tantas, que la sangre
te chorrea por todas partes, por la frente, de entre los
cabellos. Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras
tantas coronas de gloria, y para endulzarte te ofrezco todas
las inteligencias angélicas y tu misma inteligencia, para
ofrecerte una compasión y una reparación por todos.

Oh Jesús, beso tus ojos piadosos y en ellos veo todas las


malas miradas de las criaturas, que hacen correr sobre tu
rostro lágrimas de sangre. Te compadezco y quisiera
endulzar tu vista poniéndote delante todos los placeres que
se puedan encontrar en el Cielo y en la tierra.

Jesús, mi bien, beso tus santísimos oídos. ¿Pero qué


escucho? Oigo en ellos el eco de las horrendas blasfemias,
los gritos de venganza y de maledicencia; no hay voz que no
resuene en tus castísimos oídos. Oh amor insaciable, te
compadezco y quiero consolarte haciendo resonar en ellos
todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de la amada
Mamá, los encendidos acentos de la Magdalena y de todas
las almas amantes.
Jesús, vida mía, un beso más ardiente quiero poner en tu
rostro, cuya belleza no tiene par. Ah, este es el rostro ante
el cual los ángeles ávidamente desean grabárselo, por la
tanta belleza que los rapta, no obstante las criaturas lo
ensucian con salivazos, lo golpean con bofetadas y lo
pisotean bajo los pies. ¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera
gritar tanto, para ponerlos en fuga! Te compadezco, y para
reparar todos estos insultos me dirijo a la Trinidad
Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo,
las inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo
también a la Celestial Mamá, a fin de que me dé sus besos,
las caricias de sus manos maternas, sus adoraciones
profundas, me dirijo después a todas las almas consagradas
a Ti y todo te ofrezco para repararte por las ofensas hechas
a tu santísimo rostro.
Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca, amargada por las
horribles blasfemias, por la náusea de las embriagueces y
gulas, por las conversaciones obscenas, por las oraciones
mal hechas, por las malas enseñanzas, por todo lo que de
mal hace el hombre con la lengua. Jesús, te compadezco y
quiero endulzar tu boca ofreciéndote todas las alabanzas
angélicas y el buen uso que hacen tantos santos cristianos
de la lengua.
Oprimido amor mío, beso tu cuello y lo veo cargado de
sogas y cadenas por los apegos y los pecados de las
criaturas. Te compadezco y para aliviarte te ofrezco la unión
indisoluble de las Divinas Personas y yo, fundiéndome en
esta unión te extiendo mis brazos, y formando en torno a tu
cuello una dulce cadena de amor, quiero alejar de ti las
cuerdas de los apegos que casi te sofocan, y para endulzarte
te estrecho fuerte a mi corazón.

Fortaleza divina, beso tus santísimos hombros. Los veo


lacerados y tus carnes casi arrancadas a pedazos por los
escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. Te
compadezco y para aliviarte te ofrezco tus santísimos
ejemplos, los ejemplos de la Reina Mamá y los de todos los
santos; y yo, oh mi Jesús, haciendo correr mis besos sobre
cada una de estas llagas quiero encerrar en ellas a las almas
que por vía de escándalo te han sido arrancadas del
corazón, y quiero así sanar las carnes de tu santísima
Humanidad.
Mi atormentado Jesús, beso tu pecho que veo herido por
las frialdades, tibiezas, falta de correspondencia e
ingratitudes de las criaturas. Te compadezco, y para
endulzarte te ofrezco el recíproco amor del Padre, de Ti y
del Espíritu Santo, la correspondencia perfecta de las tres
Divinas Personas, y yo, oh mi Jesús, sumergiéndome en tu
amor quiero hacerte un refugio para poder rechazar los
nuevos golpes que las criaturas te lanzan con sus pecados, y
tomando tu amor quiero con él herirlas para que ya no se
atrevan a ofenderte más, y quiero derramarlo en tu pecho
para endulzarte y sanarte.
Mi Jesús, beso tus manos creadoras, veo todas las malas
acciones de las criaturas que como otros tantos clavos
traspasan tus santísimas manos, así que no con tres clavos,
como sobre la cruz, Tú quedas traspasado, sino con tantos
clavos por cuantas obras malas cometen las criaturas. Te
compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas las obras
santas, el valor de los mártires al dar su sangre y su vida por
tu amor; quisiera en suma, oh Jesús mío, ofrecerte todas las
obras buenas para quitarte los tantos clavos de las obras
malas.
Oh Jesús, beso tus pies santísimos, siempre incansables en
la búsqueda de almas; en ellos encierras todos los pasos de
las criaturas, pero muchas de ellas sientes que te huyen y Tú
quisieras aferrarlas. Por cada mal paso te sientes clavar un
clavo, y Tú quieres servirte de esos mismos clavos para
clavarlas a tu amor; y tal y tanto es el dolor que sientes y el
esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor, que te
estremeces todo. Mi Dios y mi bien, te compadezco, y para
consolarte te ofrezco los pasos de todas las almas fieles que
exponen su vida para salvar almas.
Oh Jesús, beso tu corazón. Tú continúas agonizando, no por
lo que te harán sufrir los judíos, sino por el dolor que te
causan todas las ofensas de las criaturas.
En estas horas Tú quieres dar el primado al amor, el
segundo lugar a todos los pecados, por los cuales Tú expías,
reparas, glorificas al Padre y aplacas a la Divina Justicia; y el
tercer lugar a los judíos. Con esto muestras que la Pasión
que te harán sufrir los judíos no será otra cosa que la
representación de la doble amarguísima Pasión que te
hacen sufrir el amor y el pecado, y es por esto que yo veo
en tu corazón todo concentrado: la lanza del amor, la lanza
del pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos,
y tu corazón sofocado por el amor sufre contracciones
violentas, sentimientos impacientes de amor, deseos que te
consumen y latidos de fuego que quisieran dar vida a cada
corazón.
Y es propiamente aquí, en el corazón, donde sientes todo el
dolor que te causan las criaturas, las cuales con sus malos
deseos, con sus desordenados afectos, con sus latidos
profanados, en vez de querer tu amor buscan otros amores.
¡Jesús, cuánto sufres! Te veo desfallecer sumergido por las
olas de nuestras iniquidades; te compadezco y quiero
endulzar la amargura de tu corazón triplemente traspasado,
ofreciéndote las dulzuras eternas y el amor dulcísimo de la
amada Mamá María y el de todos tus verdaderos amantes.

Y ahora, oh mi Jesús, haz que de tu corazón tome vida mi


pobre corazón, a fin de que no viva más que con tu solo
corazón, y en cada ofensa que recibas haz que yo esté
siempre pronta a ofrecerte un alivio, un consuelo, una
reparación, un acto de amor jamás interrumpido.

+++
SEPTIMA HORA – De las 11 a las 12 de la noche
Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro y veo que


sigues agonizando. La sangre a ríos te escurre por todo el
cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en
pie has caído en un lago de sangre. ¡Oh mi amor, se me
rompe el corazón al verte tan débil y agotado! Tu rostro
adorable y tus manos creadoras se apoyan en la tierra y se
llenan de sangre; me parece que a los ríos de iniquidad que
te mandan las criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para
hacer que estas culpas queden ahogadas en ellos y así, con
eso, dar a cada uno el reescrito de tu perdón. Pero, oh mi
Jesús, reanímate, es demasiado lo que sufres; baste hasta
aquí a tu amor.
Y mientras parece que mi amable Jesús muere en su propia
sangre, el amor le da nueva vida. Lo veo moverse con
dificultad, se pone de pie y así, manchado de sangre y de
fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas
con trabajo se arrastra. Dulce vida mía, deja que te lleve
entre mis brazos. ¿Vas tal vez a tus amados discípulos? Pero
cual no es el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos
de nuevo dormidos. Y Tú con voz temblorosa y apagada los
llamas: “Hijos míos, no durmáis, la hora está próxima, ¿no
veis a qué estado me he reducido? Ah, ayúdenme, no me
abandonéis en estas horas extremas.
Y casi vacilante estás a punto de caer a su lado, mientras
Juan extiende los brazos para sostenerte. Estás tan
irreconocible que si no hubiera sido por la suavidad y
dulzura de tu voz, no te habrían reconocido. Después,
recomendándoles que estén despiertos y que oren, regresas
al huerto, pero con una segunda herida en el corazón. En
esta herida veo, mi bien, todas las culpas de aquellas almas
que, no obstante las manifestaciones de tus favores en
dones, besos y caricias, en las noches de la prueba,
olvidándose de tu amor y de tus dones, quedan
somnolientas y adormiladas, perdiendo así el espíritu de
continua oración y vigilancia.
Mi Jesús, es cierto que después de haberte visto, después
de haber gustado tus dones, para permanecer privados y
resistir se necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer
que tales almas resistan la prueba. Por eso, mientras te
compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y
ofensas son las más amargas a tu corazón, te ruego que en
caso de que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en
lo más mínimo disgustarte, las circundes de tanta Gracia
que las detengas, para que no pierdan el espíritu de
continua oración.
Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto, parece que no
puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y
de tierra y por tercera vez repites: “Padre, si es posible pase
de Mi este cáliz. Padre Santo, ayúdame, tengo necesidad de
consuelo; es verdad que por las culpas que he tomado
sobre Mí soy repugnante, despreciable, el último entre los
hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia está indignada
conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre tu Hijo, que
formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh Padre,
no me dejes sin consuelo!”
Después me parece oír, oh dulce bien mío, que llamas en tu
ayuda a la amada Mamá: “Dulce Mamá, estréchame entre
tus brazos como me estrechabas siendo niño; dame aquella
leche que tomaba de ti para darme fuerzas y endulzar las
amarguras de mi agonía; dame tu corazón que es todo mi
contento. Mamá mía, Magdalena, amados apóstoles, todos
vosotros que me amáis, ayudadme, confortadme, no me
dejéis solo en estos momentos extremos, hacedme todos
corona a mi alrededor, denme por consuelo vuestra
compañía y vuestro amor.”
Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el verte en estos
extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al
verte ahogado en sangre? ¿Quién no derramará a torrentes
amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que
buscan ayuda y consuelo? Jesús mío, consuélate; veo que ya
el Padre te envía un ángel como consuelo y ayuda, para que
puedas salir de este estado de agonía y puedas entregarte
en manos de los judíos. Y mientras estés con el ángel, yo
recorreré Cielo y tierra.
Tú me permitirás que tome esta sangre que has derramado,
a fin de que pueda darla a todos los hombres como prenda
de la salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en
correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos
y obras.
Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos juntas a
todas las almas dándoles la sangre de Jesús. Dulce Mamá,
Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo que le podemos
dar es llevarle almas.
Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué
estado se ha reducido Jesús. Él quiere consuelo de todos y
es tal y tanto el abatimiento en el cual se encuentra, que no
rechaza ninguno.
Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas
amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras
más, que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices:
“¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto en mi
Humanidad, os quiero, os suspiro! ¡Ah, no seáis sordas a mi
voz, no hagáis vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi
amor, mis penas! ¡Vengan, almas, vengan!”
Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una herida a
mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu
sangre, tu Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por
Cielo y tierra quiero ir a todas las almas para darles tu
sangre como prenda de su salvación y llevártelas a Ti para
calmar tus deseos, tus delirios y endulzar las amarguras de
tu agonía. Y mientras hago esto, Tú acompáñame con tu
mirada.
Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere almas, quiere
consuelo. Así que dame tu mano materna y giremos juntas
por todo el mundo en busca de almas. Encerremos en su
sangre los afectos, los deseos, los pensamientos, las obras,
los pasos de todas las criaturas, y arrojemos en sus almas
las llamas del corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así,
encerradas en su sangre y transformadas en sus llamas, las
conduciremos en torno a Jesús para endulzarle las penas de
su amarguísima agonía.
Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a
las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que
ninguna gota quede sin su copioso efecto. ¡Mamá mía,
pronto, giremos! Veo la mirada de Jesús que nos sigue,
escucho sus repetidos sollozos que nos incitan a apresurar
nuestra tarea.
Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos encontramos a
las puertas de las casas donde yacen los enfermos. ¡Cuántos
miembros desgarrados! Cuántos bajo la atrocidad de los
dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la
vida, otros son abandonados por todos y no tienen quien les
dé una palabra de consuelo, ni los más necesarios socorros,
y por eso mayormente maldicen y se desesperan. Ah,
Mamá, escucho los sollozos de Jesús que ve correspondidas
con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor que
hacen sufrir a las almas para volverlas semejantes a Él. Ah,
démosles su sangre, a fin de que les suministre las ayudas
necesarias y con su luz les haga comprender el bien que hay
en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; y tú
Mamá mía, ponte a su lado y como Madre afectuosa toca
con tus manos maternas sus miembros doloridos, alivia sus
dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama
torrentes de gracias sobre todas sus penas. Haz compañía a
los abandonados, consuela a los afligidos, a quien carece de
los medios necesarios dispón tú almas generosas que los
socorran, a quien se encuentra bajo la atrocidad de los
dolores obtenles tregua y reposo, y así, fortalecidos, puedan
con más paciencia soportar cuanto Jesús dispone para ellos.

Sigamos nuestro recorrido y entremos en las estancias de


los moribundos. ¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas
están por caer en el infierno, cuántas después de una vida
de pecado quieren dar el último dolor a ese corazón
repetidamente traspasado, coronando su último respiro con
un acto de desesperación! Muchos demonios están en
torno a ellas infundiendo en su corazón terror y espanto de
los divinos juicios, y así dar el último asalto para llevarlas al
infierno, quisieran hacer salir las llamas infernales para
envolverlas en ellas y así no dar lugar a la esperanza. Otras,
atadas a los vínculos de la tierra no saben resignarse a dar el
último paso; ah Mamá, los momentos son extremos, tienen
mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan, cómo
se debaten entre los espasmos de la agonía, cómo piden
ayuda y piedad? ¡La tierra ya ha desaparecido para ellas!
Mamá Santa, pon tu mano materna sobre sus heladas
frentes, acoge Tú sus últimos respiros; demos a cada
moribundo la sangre de Jesús, y así, poniendo en fuga a los
demonios, disponga a todos a recibir los últimos
sacramentos y a una buena y santa muerte. Por consuelo
démosles la agonía de Jesús, sus besos, sus lágrimas, su
llagas; rompamos las ataduras que los tienen atados,
hagamos oír a todos la palabra del perdón y pongámosles
tal confianza en el corazón, que hagamos que se arrojen en
los brazos de Jesús. Y así, cuando Él los juzgue los
encontrará cubiertos con su sangre, abandonados en sus
brazos y a todos les dará su perdón.
Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con
amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres
criaturas que tienen necesidad de esta sangre. Mamá mía,
me siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a
correr, porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo
de mi corazón que me repiten: “¡Hija mía, ayúdame, dame
almas!”
Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena de almas que
están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo
a su sangre sufrir nuevas profanaciones. Se requiere un
milagro que les impida la caída, por eso démosles la sangre
de Jesús, para que encuentren en ella la fuerza y la gracia
para no caer en el pecado.
Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en la
culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús
las ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas,
y su agonía se hace más intensa. Démosles la sangre de
Jesús, y así encuentren esa mano que las levante. Mira, oh
Mamá, son almas que tienen necesidad de esta sangre,
almas muertas a la gracia; ¡oh cómo es deplorable su
estado!
El Cielo las mira y llora con dolor, la tierra las mira con
repugnancia, todos los elementos están contra ellas y
quisieran destruirlas, porque son enemigas del Creador. Ah
Mamá, la sangre de Jesús contiene la vida, démosla pues a
fin de que a su contacto estas almas renazcan, pero
renazcan más bellas, tanto, que hagan sonreír a todo el
Cielo y a toda la tierra.

Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la marca


de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo
ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son los
nuevos Judas esparcidos por la tierra, y que traspasan ese
corazón tan amargado. Démosles la sangre de Jesús, a fin de
que esta sangre les borre la marca de la perdición y les
imprima la de la salvación; ponga en sus corazones tal
confianza y amor después de la culpa, que los haga correr a
los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para no
separarse de ellos jamás.
Mira, oh Mamá, hay almas que corren alocadamente hacia
la perdición y no hay quien las detenga en su carrera. Ah,
pongamos esta sangre delante a sus pies, para que al
tocarla, ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere
salvas, puedan retroceder y ponerse en el camino de la
salvación.
Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay almas buenas,
almas inocentes en las que Jesús encuentra sus
complacencias y el reposo en la Creación, pero las criaturas
van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para
arrancar esta inocencia y convertir las complacencias y el
reposo de Jesús en llanto y amarguras, como si no tuvieran
otra mira que el dar continuos dolores a ese corazón divino.
Sellemos y circundemos pues su inocencia con la sangre de
Jesús, como si fuera un muro de defensa, a fin de que no
entre en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien
quisiera contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a
fin de que Jesús encuentre su reposo en la Creación y todas
sus complacencias, y por amor a ellas se mueva a piedad de
tantas otras pobres criaturas. Mamá mía, pongamos a estas
almas en la sangre de Jesús, atémoslas una y otra vez con el
Santo Querer de Dios, llevémoslas a sus brazos, y con las
dulces cadenas de su amor, atémoslas a su corazón para
endulzar las amarguras de su mortal agonía.
Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere todavía
otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de
los herejes y de los infieles. ¡Cuánto dolor no siente Jesús en
estas regiones! Él, que es vida de todos, no recibe en
correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no
es conocido por sus mismas criaturas. Ah Mamá, démosles
esta sangre a fin de que les disipe las tinieblas de la
ignorancia y de la herejía, les haga comprender que tienen
un alma, y abra a ellas el Cielo.
Después pongámoslas todas en la sangre de Jesús y
conduzcámoslas en torno a Él como tantos hijos huérfanos y
exiliados que encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá
confortado en su amarguísima agonía.
Pero parece que Jesús no está aún contento, porque quiere
otras almas aún. Las almas de los moribundos en estas
regiones se las siente arrancar de sus brazos para ir a caer
en el infierno. Estas almas están ya a punto de expirar y
precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para
salvarlas; el tiempo apremia, los momentos son extremos y
se perderán sin duda. No, Mamá, esta sangre no será
derramada inútilmente por ellas, por eso volemos
inmediatamente hacia ellas, derramemos la sangre de Jesús
sobre su cabeza y les sirva de bautismo e infunda en ellas
Fe, Esperanza y Amor. Ponte a su lado, Mamá, suple todo lo
que les falta, más aún, déjate ver, en tu rostro resplandece
la belleza de Jesús, tus modos son en todo iguales a los
suyos, y así, viéndote a Ti, con certeza podrán conocer a
Jesús; después estréchalas a tu corazón materno, infunde
en ellas la vida de Jesús que Tú posees, diles que siendo Tú
su Madre las quieres para siempre felices contigo en el
Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en tus brazos y haz
que de los tuyos pasen a los de Jesús; y si Jesús mostrase,
según los derechos de la Justicia, que no las quiere recibir,
recuérdale el amor con el que te las confió bajo la cruz,
reclama tus derechos de Madre, de manera que a tu amor y
a tus plegarias Él no sabrá resistir, y mientras contentará tu
corazón, contentará también sus ardientes deseos.

Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y démosla a todos:


A los afligidos, para que por ella reciban consuelo; a los
pobres, para que sufran resignados su pobreza; a los que
son tentados, para que obtengan la victoria; a los
incrédulos, para que triunfe en ellos la virtud de la Fe; a los
blasfemos, para que cambien las blasfemias en bendiciones;
a los sacerdotes, a fin de que comprendan su misión y sean
dignos ministros de Jesús. Con esta sangre toca sus labios, a
fin de que no digan palabras que no sean de gloria de Dios;
toca sus pies para que corran y vuelen en busca de almas
para conducirlas a Jesús.
Demos esta sangre a los que rigen los pueblos, para que
estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor
hacia sus súbditos.
Volemos ahora al purgatorio y démosla también a las almas
purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su
liberación. ¿No escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios
de amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten
atraídas hacia el sumo bien? Mira cómo Jesús mismo quiere
purificarlas para tenerlas cuanto antes consigo, las atrae
con su amor, y ellas le corresponden con continuos ímpetus
de amor hacia Él, pero al encontrarse en su presencia, no
pudiendo aún sostener la pureza de la divina mirada, son
obligadas a retroceder y a caer de nuevo en las llamas.
Mamá mía, descendamos en esta profunda cárcel y
derramando sobre ellas esta sangre, llevémosles la luz,
mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el fuego que
las quema, purifiquémoslas de sus manchas, y así, libres de
toda pena, vuelen a los brazos del sumo bien. Demos esta
sangre a las almas más abandonadas, a fin de que
encuentren en ella todos los sufragios que las criaturas les
niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos
a ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren
alivio y liberación. Haz de reina en estas regiones de llanto y
de lamentos, extiende tus manos maternas y una a una
sácalas de estas llamas ardientes, y haz que todas
emprendan el vuelo hacia el Cielo.

Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo.


Pongámonos a las puertas eternas, y permíteme, oh Mamá,
que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor gloria.
Esta sangre te inunde de nueva luz y de nuevos contentos, y
haz que esta luz descienda en beneficio de todas las
criaturas para dar a todas gracias de salvación.
Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú sabes
cuánto la necesito. Con tus mismas manos maternas retoca
todo mi ser con esta sangre, y retocándome purifica mis
manchas, sana mis llagas, enriquece mi pobreza; haz que
esta sangre circule en mis venas y me dé toda la Vida de
Jesús, descienda en mi corazón y me lo transforme en el
corazón mismo de Jesús, me embellezca tanto que Jesús
pueda encontrar todos sus contentos en mí.
Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones celestiales y
demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a
fin de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en
himnos de agradecimiento a Jesús y rueguen por nosotros, y
así en virtud de esta sangre podamos un día reunirnos con
ellos. Y después de haber dado a todos esta sangre,
vayamos de nuevo a Jesús. Ángeles, santos, vengan con
nosotras; ah, Él suspira las almas, quiere hacerlas reentrar a
todas en su Humanidad para darles a todas los frutos de su
sangre. Pongámoslas en torno a Él y se sentirá regresar la
Vida y recompensar por la amarguísima agonía que ha
sufrido. Y ahora Mamá santa, llamemos a todos los
elementos a hacerle compañía a fin de que también ellos le
den honor a Jesús. Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas
de esta noche para dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con
vuestros trémulos rayos descended del cielo y venid a dar
consuelo a Jesús; flores de la tierra, venid con vuestro
perfume; pajarillos, venid con vuestros trinos; elementos
todos de la tierra, venid a confortar a Jesús. Ven, oh mar, a
refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro Creador, nuestra
Vida, nuestro todo; vengan todos a confortarlo, a rendirle
homenaje como a nuestro Soberano Señor. Pero, ay, Jesús
no busca luz, estrellas, flores, pájaros, Él quiere almas,
almas.
Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas conmigo; a tu
lado está la amada Mamá, descansa entre sus brazos,
también Ella tendrá consuelo al estrecharte a su seno, pues
ha tomado mucha parte en tu dolorosa agonía; también
está aquí Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes
de todos los siglos. Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una
palabra de perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a
fin de que ningún alma te huya más. Pero me parece que
dices: “¡Ah hija, cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y
se precipitan en la ruina eterna! ¿Cómo podrá entonces
calmarse mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma, cuánto
amo a todas las almas juntas?”
+++
Conclusión de la Agonía
Agonizante Jesús, mientras parece que está por apagarse tu
vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos
eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros
abandonados, y frecuentemente siento que no respiras
más, y siento que el corazón se me rompe por el dolor. Te
abrazo y te siento helado; te muevo y no das señales de
vida. ¿Jesús, has muerto? Afligida Mamá, ángeles del Cielo,
vengan a llorar a Jesús y no permitan que yo continúe
viviendo sin Él, porque no puedo. Me lo estrecho más fuerte
y oigo que da otro respiro y de nuevo no da señales de vida,
y yo lo llamo: “¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras! Ya oigo
el ruido de tus enemigos que vienen a prenderte, ¿quién te
defenderá en el estado en que te encuentras?” Y Él,
sacudido, parece que resurge de la muerte a la vida, me
mira y me dice: “Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces
espectadora de mis penas y de las tantas muertes que he
sufrido? Debes saber, oh hija, que en estas tres horas de
amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las
criaturas, y he sufrido todas sus penas y sus mismas
muertes, dando a cada una mi misma Vida. Mis agonías
sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se
cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de vida. ¡Ah,
cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos
correspondido! Por eso tú has visto que mientras moría,
volvía a respirar, eran las muertes de las criaturas que
sentía en Mi.” Mi atormentado Jesús, ya que has querido
encerrar en Ti también mi vida, y por lo tanto también mi
muerte, te ruego por esta tu amarguísima agonía, que
vengas a asistirme en el momento de mi muerte. Yo te he
dado mi corazón como refugio y reposo, mis brazos para
sostenerte y todo mi ser a tu disposición, y yo, oh, de buena
gana me entregaría en manos de tus enemigos para poder
morir yo en lugar tuyo. Ven, oh vida de mi corazón en aquel
momento a darme lo que te he dado, tu compañía, tu
corazón como lecho y descanso, tus brazos como sostén, tu
respiro afanoso para aliviar mis afanes, de modo que
conforme respire, respiraré por medio de tu respiro, que
como aire purificador me purificará de toda mancha y me
dispondrá al ingreso de la eterna bienaventuranza. Más aún
mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu Santísima
Humanidad, de modo que mirándome me verás a través de
Ti mismo, y mirándote a Ti mismo en mí, no encontrarás
nada de qué juzgarme; después me bañarás en tu sangre,
me vestirás con la cándida vestidura de tu Santísima
Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último
beso me harás emprender el vuelo de la tierra al Cielo. Y
ahora te ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos
los agonizantes; estréchatelos a todos en tu abrazo de amor
y dándoles el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no
permitas que ninguno se pierda.
Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa en memoria de
tu Pasión y muerte, para desarmar la justa ira de Dios por
los tantos pecados, por la conversión de todos los
pecadores, por la paz de los pueblos, por nuestra
santificación y en sufragio de las almas del Purgatorio. Pero
veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres dejarme
para ir a su encuentro. Jesús, permíteme que te de un beso
en tus labios, en los cuales Judas osará besarte con su beso
infernal; permíteme que te limpie el rostro bañado en
sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y salivazos, y
estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que
te sigo y Tú me bendices y me asistes.

+++
OCTAVA HORA – De las 12 de la noche a la 1 de la
mañana
La captura de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús mío, ya es media noche; escuchas que se
aproximan los enemigos, y Tú limpiándote y enjugándote la
sangre, reanimado por los consuelos recibidos vas de nuevo
a donde están tus amados discípulos, los llamas, los
amonestas y te los llevas junto contigo, y vas al encuentro
de tus enemigos, queriendo reparar con tu prontitud mi
lentitud, mi desgano y pereza en el obrar y en el sufrir por
amor tuyo. Pero, oh dulce Jesús, mi bien, que escena tan
conmovedora veo:
Al primero que encuentras es al pérfido Judas, el cual
acercándose a Ti y poniéndote un brazo alrededor de tu
cuello te saluda y te besa; y Tú, amor entrañable, no
desdeñas besar aquellos labios infernales, lo abrazas y te lo
estrechas al corazón, queriéndolo arrancar del infierno y
dándole muestras de nuevo amor. Mi Jesús, ¿cómo es
posible no amarte? Es tanta la ternura de tu amor que
debiera arrebatar a cada corazón a amarte, y sin embargo
no te aman. Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de Judas,
soportándolo, reparas las traiciones, los fingimientos, los
engaños bajo aspecto de amistad y de santidad,
especialmente de los sacerdotes. Tu beso, además,
manifiesta que a ningún pecador, con tal de que venga a Ti
humillado, rehusarías darle el perdón.
Ternísimo Jesús mío, ya te entregas en manos de tus
enemigos, dándoles el poder de hacerte sufrir lo que ellos
quieran. También yo, oh mi Jesús, me entrego en tus
manos, a fin de que Tú, libremente, puedas hacer de mí lo
que más te agrade; y junto contigo quiero seguir tu
Voluntad, tus reparaciones y sufrir tus penas. Quiero estar
siempre en torno a Ti para hacer que no haya ofensa que no
te repare, amargura que no endulce, salivazos y bofetadas
que recibas que no vayan seguidas por un beso y una caricia
mía. En tus caídas, mis manos estarán siempre dispuestas a
ayudarte para levantarte. Así que siempre contigo quiero
estar, oh mi Jesús, ni siquiera un minuto quiero dejarte solo;
y para estar más segura, ponme dentro de Ti, y yo estaré en
tu mente, en tus miradas, en tu corazón y en todo Tú
mismo, para hacer que lo que haces Tú, pueda hacerlo
también yo, así podré hacerte fiel compañía y no pasar por
alto ninguna de tus penas, para darte por todo mi
correspondencia de amor.

Dulce bien mío, estaré a tu lado para defenderte, para


aprender tus enseñanzas y para numerar una por una todas
tus palabras. ¡Ah, cómo me desciende dulce la palabra que
dirigiste a Judas: “Amigo, ¿a qué has venido?” Y siento que a
mí también me diriges la mismas palabras, no llamándome
amiga sino con el dulce nombre de hija: “Hija, ¿a qué has
venido?” Para oír que te respondo: “Jesús, a amarte.” “¿A
qué has venido?”, me repites si me despierto en la mañana;
“¿a qué has venido?”, si hago oración; “¿a qué has
venido?”, me repites desde la Hostia Santa si vengo a
recibirte en mi corazón. ¡Qué bello reclamo para mí y para
todos! Pero cuántos a tu “¿a qué has venido?” responden:
Vengo a ofenderte. Otros, fingiendo no escucharte se
entregan a toda clase de pecados, y a tu pregunta “¿a qué
has venido?” responden con irse al infierno. ¡Cuánto te
compadezco, oh mi Jesús! Quisiera tomar las mismas
cuerdas con que van a atarte tus enemigos, para atar a
estas almas y evitarte este dolor.

Pero de nuevo escucho tu voz ternísima que dice, mientras


vas al encuentro de tus enemigos: “¿A quién buscáis?” Y
ellos responden: “A Jesús Nazareno.” Y Tú les dices: “Yo
soy.” Con esta sola palabra dices todo y te das a conocer
por lo que eres, tanto que tus enemigos tiemblan y caen por
tierra como muertos, y Tú, amor sin par, repitiendo de
nuevo “Yo soy”, los vuelves a llamar a la vida, y por Ti
mismo te entregas en manos de tus enemigos. Y ellos,
pérfidos e ingratos, en vez de caer humildes y palpitantes a
tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad y
despreciando gracias y prodigios te ponen las manos
encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te
arrojan por tierra, te pisotean bajo sus pies, te arrancan los
cabellos, y Tú, con paciencia inaudita callas, sufres y reparas
las ofensas de aquellos que a pesar de los milagros, no se
rinden a tu Gracia y se obstinan de más.

Con tus sogas y cadenas consigues del Padre la gracia de


romper las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con la
dulce cadena del amor.
Y corriges amorosamente a Pedro que quiere defenderte, y
llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres reparar con
esto las obras buenas que no son hechas con santa
prudencia, y que por demasiado celo caen en la culpa.
Mi pacientísimo Jesús, estas cuerdas y cadenas parece que
ponen algo de más bello a tu Divina Persona. Tu frente se
hace más majestuosa, tanto que atrae la atención de tus
mismos enemigos; tus ojos resplandecen con más luz; tu
rostro divino se pone en actitud de una paz y dulzura
suprema, capaz de enamorar a tus mismos verdugos; con tu
tono de voz suave y penetrante, si bien pocos, los haces
temblar, tanto que si se atreven a ofenderte es porque Tú
mismo se los permites.
Oh amor encadenado y atado, ¿podrás permitir que Tú seas
atado por causa mía, haciendo más desahogo de amor, y yo,
pequeña hija tuya, esté sin cadenas? No, no, más bien
átame con tus manos santísimas con tus mismas sogas y
cadenas.
Por eso te ruego que ates, mientras beso tu frente divina,
todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi
corazón, mis afectos y todo mi ser, y al mismo tiempo ata a
todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus
amorosas cadenas no se atrevan a ofenderte más. Dulce
bien mío, ya es la una de la madrugada, la mente comienza
a adormecerse; haré lo que más pueda por mantenerme
despierta, pero si el sueño me sorprende, me dejo en Ti
para seguir lo que haces Tú; más bien lo harás Tú mismo por
mí. En Ti dejo mis pensamientos para defenderte de tus
enemigos, mi respiración como cortejo y compañía, mi
latido para decirte siempre que te amo y para darte el amor
que los demás no te dan, las gotas de mi sangre para
repararte y restituirte el honor y la estima que te quitarán
con los insultos, salivazos y bofetadas.
Jesús mío, bendíceme y hazme dormir en tu adorable
corazón, para que por tus latidos, acelerados por el amor o
por el dolor, pueda despertarme frecuentemente, y así
jamás interrumpir nuestra compañía. Así queda acordado,
oh Jesús.

+++
NOVENA HORA – De la 1 a las 2 de la mañana
Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y
el sueño. ¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que
todos te dejan y huyen de Ti? Los mismos apóstoles, el
ferviente Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida
por Ti, el discípulo predilecto que con tanto amor has hecho
reposar sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te dejan
en poder de tus crueles enemigos.
Mi Jesús, estás solo. Tus purísimos ojos miran a tu alrededor
para ver si al menos uno de aquellos que han sido
beneficiados por Ti te sigue para testimoniarte su amor y
para defenderte; y mientras descubres que ninguno,
ninguno te ha permanecido fiel, el corazón se te oprime y
rompes en abundante llanto. Y Tú sientes más dolor por el
abandono de tus fieles amigos que por lo que te están
haciendo tus mismos enemigos. Mi Jesús, no llores, o haz
que yo llore junto contigo. Y el amable Jesús parece que
dice:
“Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas
consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por
incidentes de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan
solo; lloremos por tantas otras, tímidas y viles, que por falta
de valor y de confianza me abandonan; por tantos y tantos
que, al no hallar su provecho en las cosas santas no se
ocupan de Mí; por tantos sacerdotes que predican, que
celebran la Santa Misa, que confiesan por amor al interés y
a su propia gloria; esos hacen ver que están en torno a Mí,
pero Yo permanezco siempre solo. Ah hija, ¡cómo me es
duro este abandono! No sólo me lloran los ojos, sino que
me sangra el corazón. Ah, te ruego que repares mi acerbo
dolor prometiéndome que no me dejarás jamás solo.”
Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y
fundiéndome en tu Divina Voluntad! Pero mientras Tú lloras
el abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan
ningún ultraje que te puedan hacer. Oprimido y atado como
estás, oh mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera
puedes dar un paso, te pisotean, te arrastran por esas calles
llenas de piedras y de espinas, así que no hay movimiento
que no te haga tropezar en las piedras y herirte con las
espinas. Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú
dejas detrás de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que
te arrancan de la cabeza. Mi Vida y mi todo, permíteme que
los recoja a fin de poder atar todos los pasos de las
criaturas, que ni aun de noche dejan de herirte; más bien se
sirven de la noche para ofenderte mayormente: quién con
sus encuentros, quién por placeres, quién por teatros, quién
para llevar a cabo robos sacrílegos. Mi Jesús, me uno a Ti
para reparar todas estas ofensas.
Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente Cedrón, y los
pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te
golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza,
que de tu boca derramas tu preciosísima sangre, con la cual
dejas marcada aquella piedra. Después, jalándote, te
arrastran bajo aquellas aguas pútridas, de modo que te
entran en los oídos, en la boca, en la nariz. Oh amor
incomparable, Tú quedas todo bañado y como cubierto por
aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en este estado
representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas
cuando cometen el pecado. ¡Oh, cómo quedan cubiertas
por dentro y por fuera con un manto de inmundicias, que
dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas,
atrayéndose así los rayos de la Divina Justicia! Oh Vida de
mi vida, ¿puede darse jamás amor más grande? Para
quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los
enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para
reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que
te reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres en
sus corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la
náusea de sus almas; Tú permites también que estas aguas
te penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos
temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para
mayores tormentos te sacan fuera, pero causas tanto asco,
que ellos mismos sienten asco de tocarte.

Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no


resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo
que por el frío Tú tiemblas de pies a cabeza; miras a tu
alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz,
uno al menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en
vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y
se ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá
está lejana, porque así lo dispone el Padre.

Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos. Quiero llorar


tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y
acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos. Mi
amor, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con
el calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos
santos, quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida
junto con la tuya para salvar a todas las almas. Quiero
ofrecerte mi corazón como lugar de reposo, para poderte
reconfortar en algún modo por las penas sufridas hasta
aquí, y después continuaremos juntos el camino de tu
Pasión.

+++
DECIMA HORA – De las 2 a las 3 de la mañana
Jesús es presentado a Anás

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Jesús sea siempre conmigo. Dulce Mamá, sigamos juntas a
Jesús. Mi Jesús, centinela divino que me vigilas en tu
corazón, y no queriendo quedarte solo sin mí me despiertas
y haces que me encuentre junto contigo en casa de Anás. Te
encuentras en aquel momento en que Anás te interroga
sobre tu doctrina y tus discípulos; y Tú, oh Jesús, para
defender la gloria del Padre abres tu sacratísima boca, y con
voz sonora y llena de dignidad respondes: “Yo he hablado
en público, y todos los que aquí están me han escuchado.”

Ante estas dignas palabras tuyas, todos tiemblan, pero es


tanta la perfidia, que un siervo, queriendo honrar a Anás, se
acerca a ti y te da una bofetada con la mano, tan fuerte de
hacerte tambalear y ponerse pálido tu rostro santísimo.

Ahora comprendo dulce Vida mía por qué me has


despertado, Tú tenías razón: ¿Quién habría de sostenerte
en este momento en que estás por caer? Tus enemigos
rompen en risas satánicas, en silbidos y en palmadas,
aplaudiendo un acto tan injusto, y Tú, tambaleándote, no
tienes en quien apoyarte. Mi Jesús, te abrazo, es más,
quiero hacer un apoyo con mi ser; te ofrezco mi mejilla con
ánimo y pronta a soportar cualquier pena por amor tuyo; te
compadezco por este ultraje, y junto contigo te reparo las
timideces de tantas almas que fácilmente se desaniman, por
aquellos que por temor no dicen la verdad, por las faltas de
respeto debido a los sacerdotes, y por todas las faltas
cometidas por murmuraciones.
Pero veo afligido Jesús mío, que Anás te envía a Caifás, y tus
enemigos te precipitan por las escaleras, y Tú amor mío, en
esta dolorosa caída reparas por aquellos que de noche se
precipitan en la culpa, aprovechándose de las tinieblas, y
llamas a los herejes y a los infieles a la luz de la fe. También
yo quiero seguirte en esas reparaciones, y mientras llegas
ante Caifás te envío mis suspiros para defenderte de tus
enemigos. Y mientras yo duermo continúa haciéndome de
centinela y despiértame cuando tengas necesidad. Por eso
dame un beso y bendíceme, y yo beso tu corazón y en él
continúo mi sueño.

+++
UNDECIMA HORA – De la 3 a las 4 de la mañana
Jesús en casa de Caifás

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil
naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño
frecuentemente es interrumpido por las opresiones de
amor y de dolor de tu corazón divino, y entre la vigilia y el
sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y digo:
“Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no hay quien te
defienda.” Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco
mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te
hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra
opresión de amor de tu corazón divino me despierta, y
siento ensordecer por los insultos que te dicen, por las
voces, por los gritos, por el correr de la gente. Amor mío,
¿cómo es que todos están contra Ti? ¿Qué has hecho que
como tantos lobos feroces te quieren despedazar? Siento
que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus
enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré
para defenderte. Pero mi afligido Jesús teniéndome en su
corazón me estrecha más fuerte y me dice: “Hija mía, no he
hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el
amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo
inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi
corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu
sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre
que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis
miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y
calentarte para sentir parte de mis penas, y al mismo
tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la
más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta.”
Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos
que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más
violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han
atado tan fuertemente, que hacen salir sangre por las
muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos. Recuerda
que mi sangre está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la
mía te la besa, la adora y repara. Tu sangre sea luz a todos
aquellos que de noche te ofenden e imán para atraer a
todos los corazones en torno a Ti. Amor mío y todo mío,
mientras te arrastran y el aire parece que ensordece por los
gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te muestras todo
manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta
que hace aterrorizar a los mismos enemigos, y Caifás todo
furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se distingue bien la
inocencia y el pecado!

Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en


acto de ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles
son tus delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál
es tu amor! Y quién te acusa de una cosa y quién de otra,
diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y
mientras te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan
de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo
horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen
los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz
de tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo
soportarla se alejan de ti, pero otros llegan para darte más
tormentos.
Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones
atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a
estallar por el dolor. Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede
ahora? Porque veo que todo eso que te están haciendo tus
enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y
lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón con toda
calma repara las calumnias, los odios, los falsos testimonios,
y el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y
reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus
jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida
contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en Ti un
cambio, un nuevo dolor no sentido hasta ahora. Dime,
¿dime qué pasa? Hazme partícipe de todo, oh Jesús.

“¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice


no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera
vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me
conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado?
¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces
morir de dolor! ¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme
desde lejos, exponiéndote a la ocasión!”

Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las


ofensas de tus más amados. Oh Jesús, quiero hacer correr
mi latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres,
y mi latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y
mil veces que te conozco; pero tu corazón no se calma
todavía y tratas de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas,
llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece,
llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te
calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la
Iglesia, y especialmente por aquellos que se exponen a las
ocasiones. Pero tus enemigos continúan acusándote, y
viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice:
“Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú
verdaderamente el Hijo de Dios?” Y Tú amor mío, teniendo
siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud
de majestad suprema y con voz sonora y suave, tanto que
todos quedan asombrados, y los mismos demonios se
hunden en el abismo, respondes:

“¡Tú lo dices, sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día


descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las
naciones!”

Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten


estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos
instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más
que bestia feroz, dice a todos:
“¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ya ha dicho una
gran blasfemia! ¿Qué más esperamos para condenarlo? ¡Ya
es reo de muerte!” Y para dar más fuerza a sus palabras se
rasga las vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como
si fuesen uno solo, se lanzan contra Ti, bien mío, y quién te
da puñetazos en la cabeza, quién te tira por los cabellos,
quién te da bofetadas, quién te escupe en la cara, quién te
pisotea con los pies. Son tales y tantos los tormentos que te
dan, que la tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos.
Amor mío y vida mía, conforme te atormentan, mi pobre
corazón queda lacerado por el dolor. Ah, permíteme que
salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar afronte
todos esos ultrajes. Ah, si me fuera posible quisiera
arrebatarte de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo
quieres, porque lo exige la salvación de todos, y yo me veo
obligada a resignarme.
Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle
los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te
seque la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo
que Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en
manos de los soldados. Por eso te bendigo, y Tú bendíceme,
y dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu
corazón divino para conciliar el sueño, poniendo mi boca
sobre tu corazón, a fin de que conforme respire te bese, y
según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes,
pueda advertir si Tú sufres o reposas. Y así, protegiéndote
con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo, me
estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.

+++
DUODECIMA HORA – De las 4 a las 5 de la mañana
Jesús en medio de los soldados

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulcísima Vida mía, Jesús, mientras estrechada a tu corazón
dormía, sentía muy a menudo los pinchazos de las espinas
que herían a tu corazón santísimo; y queriéndome despierta
junto contigo, para tener al menos una que vea todas tus
penas y te compadezca, me estrechas más fuerte a tu
corazón, y yo, sintiendo más a lo vivo tus pinchazos, me
despierto, ¿pero qué veo? ¿Qué siento? Quisiera
esconderte dentro de mi corazón para ponerme yo en lugar
tuyo y recibir sobre mí penas tan dolorosas, insultos y
humillaciones tan increíbles, que sólo tu amor podría
soportar tantos ultrajes. Mi pacientísimo Jesús, ¿qué cosa
podías esperar de gente tan inhumana? Ya veo que juegan
contigo, te cubren el rostro de densos salivazos, la luz de tus
bellos ojos queda eclipsada por los salivazos, y derramando
ríos de lágrimas por nuestra salvación retiras esos salivazos
de tus ojos, y aquellos malvados, no soportando su corazón
ver la luz de tus ojos, vuelven a cubrirlos de nuevo con
salivazos, otros haciéndose más atrevidos en el mal, te
abren tu dulcísima boca y te la llenan de fétidos salivazos,
tanto que ellos sienten nausea, y como algunos de esos
esputos caen, muestran en parte la majestad de tu rostro,
tu sobrehumana dulzura, ellos se sienten estremecer y se
avergüenzan de ellos mismos y para estar más libres te
vendan los ojos con un vilísimo trapo, de modo de poder
desenfrenarse del todo sobre tu adorable persona; así que
te golpean sin piedad, te arrastran, te pisotean bajo sus
pies, repiten los puñetazos, las bofetadas, sobre tu rostro y
sobre tu cabeza, rasguñándote y jalándote los cabellos y
empujándote de un lado a otro. Jesús, amor mío, mi
corazón no resiste verte en tantas penas, Tú quieres que
ponga atención a todo, pero yo siento que quisiera
cubrirme los ojos para no ver escenas tan dolorosas que
arrancan de cada pecho los corazones, pero tu amor me
obliga a ver lo que sucede contigo, y veo que no abres la
boca, que no dices ni una palabra para defenderte, estás en
manos de esos soldados como un harapo, y te pueden hacer
lo que quieren; y viéndolos saltar sobre Ti temo que mueras
bajo sus pies. Mi bien y mi todo, es tanto el dolor que siento
por tus penas, que quisiera gritar tan fuere que me hiciera
oír en el Cielo para llamar al Padre, al Espíritu Santo y a los
ángeles todos, y aquí en la tierra, de un extremo a otro,
llamar en primer lugar a la dulce Mamá y a todas las almas
amantes, a fin de que haciendo un cerco en torno a Ti,
impidamos el paso a estos insolentes soldados para que no
te insulten y atormenten más, y junto contigo reparemos
toda clase de pecados nocturnos, especialmente aquellos
que cometen los sectarios sobre tu Sacramental persona en
las horas de la noche, y todas las ofensas de aquellas almas
que no se mantienen fieles en la noche de la prueba.

Pero veo, insultado bien mío, que los soldados, cansados y


ebrios quieren descansar, y mi pobre corazón oprimido y
lacerado por tus tantas penas no quiere quedarse solo
contigo, siente la necesidad de otra compañía, ah dulce
Mamá mía, sé Tú mi inseparable compañía; me estrecho
fuerte a tu mano materna y te la beso y Tú fortifícame con
tu bendición, y abrazándonos junto con Jesús apoyemos
nuestra cabeza sobre su dolorido corazón para consolarlo.
Oh Jesús, junto con la Mamá te beso, bendícenos y junto
con Ella tomaremos el sueño del amor en tu adorable
corazón.

+++
DECIMATERCERA HORA – De las 5 a las 6 de la
mañana
Jesús en prisión

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi prisionero Jesús, me he despertado y no te encuentro, el
corazón me late fuerte y delira de amor, dime, ¿dónde
estás? Ángel mío, llévame a la casa de Caifás. Pero busco,
recorro, vuelvo a buscar por todas partes y no te encuentro.
Amor mío, pronto, con tus manos mueve las cadenas que
tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que
atraída por Ti pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme
en tus brazos. Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo
mi compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en
prisión. Mi corazón, mientras exulta de alegría por
encontrarte, lo siento herido por el dolor al ver el estado al
que te han reducido. Te veo atado a una columna, con las
manos atrás, atados los pies, tu santísimo rostro golpeado,
hinchado y ensangrentado por las brutales bofetadas
recibidas, tus santísimos ojos lívidos, tu mirada cansada y
triste por la vigilia, tus cabellos todos en desorden, tu
santísima persona toda golpeada, y por añadidura no
puedes valerte por Ti mismo para ayudarte y limpiarte
porque estás atado. Y yo, oh mi Jesús, llorando,
abrazándome a tus pies exclamo: “¡Ay de mí, cómo te han
dejado, oh Jesús!” Y Jesús mirándome, me responde:

“Ven, oh hija mía, y pon atención a todo lo que ves que


hago Yo para que lo hagas tú junto conmigo, y así poder
continuar mi Vida en ti.”

Y veo con asombro que en vez de ocuparte de tus penas,


con un amor indescriptible piensas en glorificar al Padre
para darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos
obligados a hacer, y llamas a todas las almas en torno a Ti
para tomar todos sus males sobre de Ti y darles a ellas
todos los bienes. Y como estamos al amanecer del día oigo
tu voz dulcísima que dice:

“Padre Santo, gracias te doy por todo lo que he sufrido y


por lo que me queda por sufrir; y así como esta aurora llama
al día y el día hace surgir el sol, así la aurora de la Gracia
despunte en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol
Divino, pueda surgir en todos los corazones y reinar en
todos. Mira, oh Padre a estas almas, Yo quiero responderte
por todas, por sus pensamientos, palabras, obras, pasos, a
costa de mi sangre y de mi muerte.”

Mi Jesús, amor sin límites, me uno contigo; también yo te


agradezco por cuanto me has hecho sufrir, por lo que me
quede por sufrir, y te ruego hagas despuntar en todos los
corazones la aurora de la Gracia para que Tú, Sol Divino,
puedas resurgir en todos los corazones y reinar sobre todos.
Pero también veo, mi dulce Jesús, que Tú reparas todas las
primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que
al principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y
llamas en Ti, como en custodia, los pensamientos, los
afectos y palabras de las criaturas para reparar y dar al
Padre la gloria que ellas le deben.
Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión tenemos
una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que
haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y
fundirme en todo Tú, por eso me acerco a tu santísima
cabeza y reordenándote los cabellos quiero repararte por
tantas mentes trastornadas y llenas de tierra, que no tienen
ni un pensamiento para Ti; y fundiéndome en tu mente
quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las criaturas y
fundirlos en tus pensamientos, para encontrar suficientes
reparaciones por todos los malos pensamientos, por tantas
luces e inspiraciones sofocadas. Quisiera hacer de todos los
pensamientos uno solo con los tuyos para darte verdadera
reparación y perfecta gloria.
Mi afligido Jesús, beso tus ojos tristes y cargados de
lágrimas, y que teniendo las manos atadas a la columna no
puedes limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te han
ensuciado, y como la posición en la que te han atado es
desgarradora, no puedes cerrar tus ojos cansados para
tomar reposo. Amor mío, cuanto deseo hacer con mis
brazos un lecho para darte reposo; quiero enjugarte los ojos
y pedirte perdón y repararte por cuantas veces no hemos
tenido la intención de agradarte y de mirarte para ver qué
querías de nosotros, qué cosa debíamos hacer y a dónde
querías que fuésemos; quiero fundir mis ojos y los de todas
las criaturas en los tuyos, para poder reparar con tus
mismos ojos todo el mal que hemos hecho con la vista.
Mi piadoso Jesús, beso tus oídos cansados por los insultos
de toda la noche, y mucho más por el eco que resuena en
tus oídos de todas las ofensas de las criaturas; te pido
perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado y
hemos sido sordos, hemos fingido no escucharte, y Tú,
cansado bien mío, has repetido las llamadas, pero en vano;
quiero fundir mis oídos y los de todas las criaturas en los
tuyos para darte una continua y completa reparación.

Enamorado Jesús, beso tu rostro santísimo, todo lívido por


las bofetadas, te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú
nos has llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros
uniéndonos a tus enemigos te hemos dado bofetadas y
salivazos. Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo para
restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por
todos los desprecios que han hecho a tu santísima
Majestad.
Amargado bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida por
los golpes y abrasada por el amor, quiero fundir mi lengua y
la de todas las criaturas en la tuya, para reparar con tu
misma lengua por todos los pecados y las conversaciones
malas que se tienen; quiero mi sediento Jesús unir todas las
voces en una sola con la tuya, para hacer que cuando estén
por ofenderte, tu voz corriendo en la voz de las criaturas
sofoque las voces del pecado y las cambie en voces de
alabanza y de amor.
Encadenado Jesús, beso tu cuello oprimido por pesadas
cadenas y cuerdas, que van desde el pecho hasta detrás de
la espalda y sujetándote los brazos te tienen fuertemente
atado a la columna; ya tus manos están hinchadas y
amoratadas por la estrechez de las ataduras y de algunas
partes brota sangre. Ah, permíteme atado Jesús, que te
desate; y si amas ser atado, te ato con las cadenas del amor,
que siendo dulces, en vez de hacerte sufrir te aliviarán, y
mientras te desato, quiero fundirme en tu cuello, en tu
pecho, en tus hombros, en tus manos y en tus pies, para
poder reparar junto contigo todos los apegos, y dar a todos
las cadenas de tu amor; para poder reparar por todas las
frialdades y llenar todos los pechos de las criaturas con tu
fuego, porque veo que es tanto lo que Tú tienes que no
puedes contenerlo; para poder reparar por todos los
placeres ilícitos y el amor a las comodidades y dar a todos el
espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento. Quiero
fundirme en tus manos para reparar por todas las obras
malas y por el bien hecho malamente y con presunción, y
dar a todos el perfume de tus obras. Y fundiéndome en tus
pies, encierro todos los pasos de las criaturas para repararte
y dar tus pasos a todos para hacerlos caminar santamente.

Y ahora dulce Vida mía, permíteme que fundiéndome en tu


corazón encierre todos los afectos, latidos, deseos, para
repararlos junto contigo y dar a todos tus afectos, latidos y
deseos, a fin de que ninguno te ofenda más.

Pero oigo en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos


que vienen a llevarte. ¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la
sangre porque Tú estarás de nuevo en manos de tus
enemigos! ¿Qué será de Ti? Me parece oír también el ruido
de las llaves de los tabernáculos, cuántas manos
profanadoras vienen a abrirlos y tal vez para hacerte
descender en corazones sacrílegos. En cuántas manos
indignas eres obligado a encontrarte. Mi prisionero Jesús,
quiero encontrarme en todas tus prisiones de amor para ser
espectadora cuando tus ministros te saquen y hacerte
compañía y repararte por las ofensas que puedas recibir.
Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú saludas al sol
naciente en el último de tus días, y ellos desatándote y
viéndote todo majestad y que los miras con tanto amor, en
pago descargan sobre tu rostro bofetadas tan fuertes que lo
hacen enrojecer con tu preciosísima sangre. Amor mío,
antes de que salgas de la prisión, en mi dolor te ruego que
me bendigas, para recibir fuerza para seguirte en el resto de
tu Pasión.

+++
DECIMACUARTA HORA – De las 6 a las 7 de la
mañana
Jesús de nuevo ante Caifás y después es llevado a
Pilatos

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, estás tan
agotado que vacilas a cada paso. Quiero ponerme a tu lado
para sostenerte cuando vea que estás a punto de caer. Pero
veo que los soldados te presentan ante Caifás, y Tú, oh mi
Jesús, como sol apareces en medio de ellos, y si bien
desfigurado, envías luz por todas partes. Veo que Caifás se
regocija de gusto al verte tan malamente reducido, y a los
reflejos de tu luz se ciega más, y en su furor te pregunta de
nuevo: “¿Así que Tú realmente eres el verdadero Hijo de
Dios?” Y Tú amor mío, con una Majestad suprema y con una
gracia en tu decir, con tu acostumbrado acento dulce y
conmovedor que rapta los corazones respondes:

“Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios.”

Y ellos, si bien sienten toda la fuerza de tu palabra,


sofocando todo, sin querer saber más, con voz unánime
gritan: “¡Es reo de muerte, es reo de muerte!” Y Caifás
confirma la sentencia de muerte y te envía a Pilatos. Y Tú,
condenado Jesús mío, aceptas esta sentencia con tanto
amor y resignación que casi la arrebatas del inicuo pontífice,
y reparas todos los pecados hechos deliberadamente y con
toda malicia, y por aquellos que en vez de afligirse por el
mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los
lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos.
Vida mía, tus reparaciones y oraciones hacen eco en mi
corazón y reparo y suplico junto contigo. Dulce amor mío,
veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima que
les quedaba de Ti, al verte sentenciado a muerte te toman y
agregan cuerdas y cadenas, te atan tan fuerte que casi
quitan el movimiento a tu Divina Persona, y empujándote y
arrastrándote te sacan del palacio de Caifás. Turbas del
pueblo te esperan, pero ninguno para defenderte, y Tú, mi
Sol Divino, sales en medio de ellos queriendo envolverlos a
todos con tu luz. Y conforme das los primeros pasos,
queriendo encerrar en los tuyos todos los pasos de las
criaturas, ruegas y reparas por aquellos que dan sus
primeros pasos y obran con fines malos: quién para
vengarse, quién para matar, quién para traicionar, quién
para robar, y tantas otras cosas. Oh, cómo todas estas
culpas te hieren el corazón, y para impedir tanto mal,
ruegas, reparas y te ofreces todo Tú mismo. Pero mientras
te sigo, veo que Tú, mi Sol Jesús, al momento de salir del
palacio de Caifás te encuentras con la bella María, nuestra
dulce Mamá; sus miradas se encuentran, se hieren, y si bien
quedan aliviados al verse, también se agregan nuevos
dolores: Tú, al ver a la bella Mamá traspasada, pálida y
enlutada; y a la amada Mamá al verte a Ti, Sol Divino,
eclipsado por tantos oprobios, lloroso y envuelto en un
manto de sangre. Pero no pueden disfrutar mucho el
intercambio de miradas, y con el dolor de no poder decirse
ni siquiera una palabra, sus corazones se dicen todo, y
fundidos el uno en el otro cesan de mirarse porque los
soldados te empujan, y así, pisoteado y arrastrado llegas a
Pilatos. Mi Jesús, me uno a la traspasada Mamá en seguirte,
para fundirme junto con Ella en Ti; y dándome una mirada
de amor, bendíceme.
DECIMAQUINTA HORA – De las 7 a las 8 de la
mañana
Jesús ante Pilatos. Pilatos lo envía a Herodes

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Atado bien mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes te
presentan ante Pilatos, y ellos fingiendo santidad y
escrupulosidad, debiendo festejar la Pascua se quedan
fuera en el atrio, y Tú, mi amor, viendo el fondo de su
malicia reparas las hipocresías del cuerpo religioso. También
yo reparo junto contigo, pero mientras Tú te ocupas del
bien de ellos, ellos en cambio comienzan a acusarte ante
Pilatos, vomitando todo el veneno que tienen contra Ti,
pero Pilatos mostrándose insatisfecho de las acusaciones
que te hacen, para poderte condenar con motivo te llama
aparte y a solas te examina y te pregunta: “¿Eres Tú el rey
de los judíos?” Y Tú mi Jesús, verdadero rey mío respondes:

“Mi reino no es de este mundo; de lo contrario millares de


legiones de ángeles me defenderían.”

Y Pilatos conmovido por la suavidad y dignidad de tu


palabra, sorprendido te dice: “¿Cómo, Tú eres rey?”

Y Tú: “Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he venido al mundo a


enseñar la Verdad.”

Y Pilatos sin querer saber más y convencido de tu inocencia,


sale a la terraza y dice: “Yo no encuentro culpa alguna en
este hombre.” Los judíos enfurecidos te acusan de tantas
otras cosas, y Tú callas y no te defiendes, y reparas las
debilidades de los jueces cuando se encuentran de frente a
los poderosos y sus injusticias, y ruegas por los inocentes
oprimidos y abandonados. Entonces Pilatos al ver el furor
de tus enemigos y para desentenderse te envía a Herodes.

Mi rey divino, quiero repetir tus oraciones y reparaciones y


acompañarte hasta Herodes. Veo que tus enemigos,
enfurecidos, quisieran devorarte y te conducen entre
insultos, burlas y befas, y así te hacen llegar ante Herodes,
el cual en actitud soberbia te hace muchas preguntas, y Tú
no respondes, no lo miras, y Herodes irritado porque no se
ve satisfecho en su curiosidad y sintiéndose humillado por
tu prolongado silencio, dice a todos que Tú eres un loco y
sin juicio, y como a tal ordena que seas tratado, y para
mofarse de Ti hace que seas vestido con una vestidura
blanca y te entrega en las manos de los soldados para que
te hagan lo peor que puedan.
Inocente Jesús, ninguno encuentra culpa en Ti, sólo los
judíos, porque su fingida religiosidad no merece que
resplandezca en sus mentes la luz de la verdad. Mi Jesús,
sabiduría infinita, cuánto te cuesta el haber sido declarado
loco. Los soldados abusando de Ti te arrojan por tierra, te
pisotean, te cubren de salivazos, te escarnecen, te golpean
con palos, y son tantos los golpes que te sientes morir. Son
tales y tantas las penas, los oprobios, las humillaciones que
te hacen, que los ángeles lloran y se cubren el rostro con sus
alas para no verlas. También yo, mi loquito Jesús, quiero
llamarte loco, pero loco de amor, y es tanta tu locura de
amor que en vez de ofenderte, Tú ruegas y reparas por las
ambiciones de los reyes que ambicionan reinos para ruina
de los pueblos, por las destrucciones que provocan, por
tanta sangre que hacen derramar por sus caprichos, por
todos los pecados de curiosidad y por las culpas cometidas
en las cortes y en las milicias.

Mi Jesús, cómo es tierno el verte en medio de tantos


ultrajes orando y reparando, tus palabras repercuten en mi
corazón y sigo lo que haces Tú. Y ahora deja que me ponga
a tu lado y tome parte en tus penas y te consuele con mi
amor, y alejándote a los enemigos, te tomo entre mis
brazos para darte fuerzas y besarte la frente.

Dulce amor mío, veo que no te dan reposo y que Herodes te


envía nuevamente a Pilatos. Si doloroso ha sido el venir,
más trágico será el regreso, porque veo que los judíos están
más enfurecidos que antes y están resueltos a hacerte morir
a cualquier precio. Por eso antes que salgas del palacio de
Herodes quiero besarte, para testimoniarte mi amor en
medio de tantas penas, y Tú fortifícame con tu beso y con tu
bendición, y te sigo ante Pilatos.

+++
DECIMASEXTA HORA – De las 8 a las 9 de la mañana
Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a
Barrabás. Jesús
es flagelado.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre
ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién
eres Tú, Sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en
delirio y digo: ¿Cómo, Jesús loco? ¿Jesús malhechor? ¡Y
ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a
Barrabás! Mi Jesús, Santidad que no tiene igual, ya estás de
nuevo ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido
y vestido de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha
condenado, queda más indignado contra los judíos y se
convence mayormente de tu inocencia y de no condenarte,
pero queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como
para aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de
tu sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los
judíos gritan:
“¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!” Y entonces
Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos te condena
a la flagelación.
Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que
mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú,
encerrado en Ti mismo piensas en dar a todos la Vida, y
poniendo atención te escucho decir:

“Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara


la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta
vestidura blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas
que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa. Mira oh
Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que
casi les hace perder la luz de la razón, la sed que tienen de
mi sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las
venganzas, las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz
de la razón. Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar
insulto mayor? Me han pospuesto al más grande
malhechor, y Yo quiero repararte todas las posposiciones
que se hacen, ¡ah, todo el mundo está lleno de
posposiciones! Quien nos pospone a un vil interés, quien a
los honores, quien a las vanidades, quien a los placeres, a
los apegos, a las dignidades, a las crápulas y hasta al mismo
pecado, y en modo unánime todas las criaturas, aún a cada
pequeña tontería nos posponen, y Yo estoy dispuesto a
aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar las
posposiciones de las criaturas.”

Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu


gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus
virtudes en medio de tantas penas e insultos. Tus palabras y
reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi
pobre corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus
reparaciones, ni siquiera un instante puedo separarme de
Ti, de otra manera muchas cosas de lo que haces Tú se me
escaparían. Pero, ¿qué veo? Los soldados te conducen a una
columna para flagelarte.
Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor mírame y
dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.
Jesús Flagelado

Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados


enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es
suficiente, te despojan de tus vestiduras para hacer cruel
carnicería de tu santísimo cuerpo. Amor mío, vida mía, me
siento desfallecer por el dolor de verte desnudo, Tú
tiemblas de pies a cabeza y tu santísimo rostro se tiñe de
virginal rubor, y es tanta tu confusión y tu agotamiento, que
no sosteniéndote en pie estás a punto de caer a los pies de
la columna, pero los soldados sosteniéndote, no por
ayudarte sino para poderte atar, no te dejan caer.
Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero tan fuerte que
enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota
sangre. Después, en torno a la columna pasan sogas que
sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que
no puedes hacer ni siquiera un movimiento, y así poder
ellos desenfrenarse sobre de Ti libremente.
Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de
otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto.
¿Cómo? Tú que vistes a todas las cosas creadas, al sol de
luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas, a los
pajarillos de plumas, Tú, ¿desnudo? ¡Qué atrevimiento!
Pero mi amante Jesús, con la luz que irradia de sus ojos me
dice:

“Calla, oh hija. Era necesario que fuese desnudado para


reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de
candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y
virtud, de mi Gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo
a modo de brutos. En mi virginal rubor reparé las tantas
deshonestidades y afeminaciones y placeres bestiales. Por
eso atenta a lo que hago y ruega y repara conmigo y
cálmate.”

Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo que


los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad,
tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta
la ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados,
pero otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te
azotan tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo
comienza a chorrear a ríos la sangre, y lo continúan
golpeando todo, abriendo surcos y lo llenan de llagas. Pero
aún no les basta, otros dos continúan, y con cadenas de
fierro continúan la dolorosa carnicería.
A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a
pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y
la sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno
a la columna.
Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta
tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder
tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu
preciosísima sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una
herida a mi corazón, mucho más, pues poniendo atención
oigo tus gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la
tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos
gemidos Tú dices:

“Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender el


heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi
sangre la sed de sus pasiones, la sed de tantas ambiciones,
de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en
esta mi sangre encontrarán el remedio a todos sus males.”

Tus gemidos continúan diciendo:

“Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo


llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi
cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi
Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí
mismo su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la
Divinidad. Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare
ante Ti, uno a uno cada especie de pecado, y conforme me
golpean, así sea excusa para aquellos que los cometen. Que
estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les
hablen de mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a
Mí.”

Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con


sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten
aún más.
Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento
enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos
están agotados y no pueden continuar la dolorosa
carnicería. Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en
tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te
sientes morir por el dolor, al ver en aquellas carnes
arrancadas de Ti, a las almas perdidas, y es tanto tu dolor,
que agonizas en tu propia sangre.
Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para
restaurarte un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso
encierro a todas las almas en Ti, así ninguna más se perderá,
y Tú bendíceme.

+++
DECIMASEPTIMA HORA – De las 9 a las 10 de la
mañana
Jesús coronado de espinas. “Ecce Homo.” Jesús es
condenado
a muerte.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más
comprendo cuánto sufres. Ya estás todo lacerado y no hay
parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en
medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu
mirada amorosa formando un dulce encanto, casi como
tantas voces ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y
estos, si bien inhumanos, pero también forzados por tu
amor, te ponen de pie, y Tú, no sosteniéndote caes de
nuevo en tu propia sangre, y ellos, irritados, con patadas y
con empujones te hacen llegar al lugar donde te coronarán
de espinas.
Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo
no puedo continuar viéndote sufrir. Siento ya un escalofrío
en los huesos, el corazón me late fuertemente, me siento
morir, ¡Jesús, Jesús, ayúdame! Y mi amable Jesús me dice:

“Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a


mis enseñanzas. Yo debo rehacer en todo al hombre, la
culpa le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y
de confusión, así que no puede comparecer ante mi
Majestad, la culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo
derecho a los honores y a la gloria, por eso quiero ser
coronado de espinas, para poner sobre la frente del hombre
la corona y restituirle todos los derechos a cualquier honor
y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre reparaciones y
voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento y
especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica
a cada mente creada para que no me ofendan; por eso, tú
únete conmigo y ora y repara junto conmigo.”
Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te
ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de
espinas y con furia infernal te la ponen sobre tu adorable
cabeza, y a golpes de palo te hacen penetrar las espinas en
la frente, y algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al
cráneo y hasta detrás en la nuca. ¡Amor mío, qué desgarro,
qué penas tan inenarrables! ¡Cuántas muertes crueles no
sufres! La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que no
se ve más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre
se descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz
y de amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia
te vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por cetro
y comienzan sus burlas. Te saludan como rey de los judíos,
te golpean la corona, te dan bofetadas y te dicen: “Adivina
quién te ha golpeado.” Y Tú callas y respondes con reparar
las ambiciones de quienes aspiran a reinos, a las dignidades,
a los honores, y por aquellos que encontrándose en estos
puestos, no comportándose bien forman la ruina de los
pueblos y de las almas confiadas a ellos, y cuyos malos
ejemplos son causa de empujar al mal y de que se pierdan
almas. Con esa caña que tienes en la mano reparas por
tantas obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso
hechas con malas intenciones. En los insultos y en esa
venda reparas por aquellos que ponen en ridículo las cosas
más santas, desacreditándolas y profanándolas, y reparas
por aquellos que se vendan la vista de la inteligencia para
no ver la luz de la verdad. Con esta venda impetras para
nosotros el que nos quitemos las vendas de las pasiones, de
las riquezas y los placeres.
Mi rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos, y la
sangre que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que
llegándote hasta la boca te impide hacerme oír claramente
tu dulcísima voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú,
por eso vengo a tus brazos, quiero sostener tu cabeza
traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas
espinas para sentir sus pinchazos.
Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada
de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de
sostener su cabeza. ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun
en medio de mil tormentos! Y Él me dice:

“Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido rey
de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú
toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo
lo que a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu
corazón como señal de que Yo soy tu rey y para impedir que
ninguna otra cosa entre en ti. Después gira por todos los
corazones, y pinchándolos haz salir de ellos todos los humos
de soberbia, la podredumbre que contienen, y
constitúyeme Rey de todos.”

Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te


ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que
sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus
espinas para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus
espinas la boca, de modo que mi lengua quede muda a todo
lo que pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para
alabarte y bendecirte en todo. Oh mi Rey Jesús, circúndame
de espinas, y estas espinas me custodien, me defiendan y
me tengan toda atenta a Ti. Y ahora quiero limpiarte la
sangre y besarte, porque veo que tus enemigos te conducen
a Pilatos, el cual te condenará a muerte. Amor mío,
ayúdame a continuar tu dolorosa Vida y bendíceme. Mi
coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y
traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te
busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos. ¡Pero qué
espectáculo conmovedor! ¡Los Cielos se horrorizan y el
infierno tiembla de espanto y de rabia! Vida de mi corazón,
mi mirada no puede soportar el mirarte sin sentirme morir;
pero la fuerza raptora de tu amor me obliga a mirarte para
hacerme comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y
suspiros te contemplo. Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de
vestidos te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y
destrozadas, los huesos al descubierto, tu santísimo rostro
irreconocible; las espinas clavadas en tu santísima cabeza te
llegan a los ojos, al rostro, y yo no veo más que sangre, que
corriendo hasta la tierra forma un arroyo sanguinolento
bajo tus pies.
¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado
reducido! ¡Tu estado ha llegado a los excesos más
profundos de las humillaciones y de los dolores! ¡Ah, no
puedo soportar tu visión tan dolorosa! Me siento morir,
quisiera arrebatarte de la presencia de Pilatos para
encerrarte en mi corazón y darte descanso; quisiera sanar
tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera inundar
todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas y
conducirlas a Ti como conquista de tus penas. Y Tú, oh
paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por
entre las espinas y me dices:

“Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza


sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos,
porque lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra
cosa que el desahogo de mis penas interiores. Pon atención
a los latidos de mi corazón y oirás que reparo las injusticias
de los que mandan, la opresión de los pobres, de los
inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de
aquellos que para conservar las dignidades, los cargos, las
riquezas, no dudan en romper cualquier ley y en hacer mal
al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad. Con estas
espinas quiero romper el espíritu de soberbia de “sus
señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza quiero
abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas
todas las cosas según la luz de la verdad. Con estar así
humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a
todos que solamente la virtud es la que constituye al
hombre rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que
solamente la virtud, unida al recto saber, es la única digna y
capaz de gobernar y regir a los demás, mientras que todas
las otras dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y
deplorables. Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue
poniendo atención a mis penas.”
Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente
reducido, se siente estremecer y todo impresionado
exclama: “¿Será posible tanta crueldad en los corazones
humanos? ¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los
azotes!” Y queriendo liberarte de las manos de tus
enemigos, para poder encontrar razones más convenientes,
todo hastiado y apartando la mirada, porque no puede
sostener tu visión demasiado dolorosa, vuelve a
interrogarte: “Pero dime, ¿qué has hecho? Tu gente te ha
entregado en mis manos, dime, ¿Tú eres rey? ¿Cual es tu
reino?” A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi
Jesús, no respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en
salvar mi pobre alma a costa de tantas penas. Y Pilatos,
porque no respondes, añade: “¿No sabes Tú que está en mi
poder el liberarte o el condenarte?” Pero Tú, oh amor mío,
queriendo hacer resplandecer en la mente de Pilatos la luz
de la verdad le respondes:

“No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo


alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han
cometido un pecado más grave que el tuyo.”

Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz,


indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo
que los corazones de los judíos fuesen más piadosos, se
decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se
muevan a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte
liberar.
Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a
Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella
horrible corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en
cuanto sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa
que, ansiosa espera tu condena. Pilatos imponiendo silencio
para llamar la atención de todos y hacerse escuchar por
todos, toma con repugnancia los dos extremos de la
púrpura que te cubre el pecho y los hombros, los levanta
para hacer que todos vean a qué estado has quedado
reducido, y en voz alta dice: “¡Ecce Homo! Mírenlo, no tiene
más figura de hombre, observen sus llagas; ya no se le
reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente, más bien
demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho sufrir
tanto, por eso dejémoslo libre.”
Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no
sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas.
Ah, en este momento solemne se decide tu suerte, a las
palabras de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo,
en la tierra y en el infierno. Y después, como en una sola voz
oigo el grito de todos: “¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier
costo lo queremos muerto!”
Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte
desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz
de tu amado Padre que dice:

“¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!”


Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada,
desolada, hace eco a tu amado Padre: “¡Hijo, te quiero
muerto!” Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz
unánime gritan: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Así que no hay
alma que te quiera vivo. Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor
y horror, también yo me siento obligada por una fuerza
suprema a gritar:
“¡Crucifícalo!”
Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma
pecadora, te quiero muerto. Sin embargo te ruego que me
hagas morir junto contigo. Y Tú, mientras tanto, oh mi
destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me
dices:

“Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis


penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se
debe decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las
criaturas. En este momento dos corrientes se vierten en mi
corazón, en una están las almas que, si me quieren muerto
es porque quieren hallar en Mí la Vida, y así, al aceptar Yo la
muerte por ellas son absueltas de la condenación eterna y
las puertas del Cielo se abren para recibirlas; en la otra
corriente están aquellas que me quieren muerto por odio y
como confirmación de su condenación y mi corazón está
lacerado y siente la muerte de cada una de éstas y sus
mismas penas del infierno. Mi corazón no soporta estos
acerbos dolores; siento la muerte a cada latido y a cada
respiro, y voy repitiendo: “¿Por qué tanta sangre será
derramada en vano? ¿Por qué mis penas serán inútiles para
tantos? ¡Ah, hija, sostenme que no puedo más, toma parte
en mis penas, tu vida sea un continuo ofrecimiento para
salvar las almas y para mitigarme penas tan desgarradoras!”

Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a tus
reparaciones.
Pero veo que Pilatos queda atónito y se apresura a decir:
“¿Cómo?
¿Debo crucificar a vuestro rey? Yo no encuentro culpa en Él
para condenarlo.” Y los judíos haciendo escándalo gritan:
“No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no lo condenas
no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo,
crucifícalo.”
Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser
destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las
manos dice: “Yo soy inocente de la sangre de este Justo.” Y
te condena a muerte. Pero los judíos gritan: “¡Su sangre
caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Y al verte
condenado estallan en fiesta, aplauden, silban, gritan;
mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que
encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder
su puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles
la ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y
condenando a los inocentes; reparas también por aquellos
que después de la culpa instigan a la Ira Divina a castigarlos.
Pero mientras reparas todo esto, el corazón te sangra por el
dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la
maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad
han querido, sellándola con tu sangre que han imprecado.
Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis
manos haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu
amor te empuja aún más alto, e impaciente ya buscas la
cruz. Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis
brazos, y después llegaremos juntos al monte Calvario; por
eso permanece en mí y bendíceme.

+++
DECIMOCTAVA HORA – De las 10 a las 11 de la
mañana
Jesús toma la cruz y se dirige al Calvario donde es
desnudado.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus
desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza
y en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de
amor, y Tú, no pudiendo contener el fuego que te devora,
te afanas, gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir:
“¡Cruz!”
Cada gota de tu sangre repite:
“¡Cruz!”
Todas tus penas, en las cuales como en un mar interminable
Tú nadas dentro, repiten entre ellas:
“¡Cruz!”
Y Tú exclamas:
“¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y
Yo concentro en ti todo mi amor!”
Entre tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el pretorio,
te quitan la púrpura queriendo ponerte de nuevo tus
vestidos. ¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Me sería más dulce el
morir que verte sufrir tanto! ¡La vestidura se atora en la
corona y no pueden sacártela por arriba, así que con
crueldad jamás vista te arrancan todo junto, vestidos y
corona. A tan cruel tirón muchas espinas se rompen y
quedan clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te
llueve y es tanto tu dolor, que gimes; pero tus enemigos no
tomando en cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y
de nuevo vuelven a ponerte la corona oprimiéndola
fuertemente sobre tu cabeza, y hacen que las espinas te
lleguen a los ojos, a las orejas, así que no hay parte de tu
santísima cabeza que no sienta los pinchazos de ellas.
Es tanto tu dolor que vacilas bajo esas manos cueles, te
estremeces de pies a cabeza y entre atroces espasmos estás
a punto de morir, y con tus ojos apagados y llenos de
sangre, con trabajos me miras para pedirme ayuda en
medio de tanto dolor.
Mi Jesús, rey de los dolores, deja que te sostenga y te
estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te
devora para incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo,
pero Tú no quieres porque las ansias de la cruz se hacen
más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun para
bien de tus mismos enemigos. Pero mientras te estrecho a
mi corazón, Tú estrechándome al tuyo me dices:

“Hija mía, hazme desahogar mi amor, y junto conmigo


repara por aquellos que hacen el bien y me deshonran.
Estos judíos me visten con mis ropas para desacreditarme
mayormente ante el pueblo, para convencerlo de que Yo
soy un malhechor. Aparentemente la acción de vestirme era
buena, pero en sí misma era mala. Ah, cuántos hacen obras
buenas, administran sacramentos, los frecuentan pero con
fines humanos e incluso perversos, pero el bien mal hecho
lleva a la dureza; Yo quiero ser coronado una segunda vez,
con dolores más atroces que en la primera, para romper
esta dureza y así, con mis espinas, atraerlos a Mí. Ah, hija
mía, esta segunda coronación me es mucho más dolorosa,
la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en cada
movimiento que hago o golpe que me dan, tantas muertes
crueles sufro. Reparo así la malicia de las ofensas, reparo
por aquellos que en cualquier estado de ánimo en que se
encuentren, en vez de pensar en la propia santificación se
disipan y rechazan mi Gracia, y regresan a darme espinas
más punzantes, y Yo soy obligado a gemir, a llorar con
lágrimas de sangre y a suspirar por su salvación. ¡Ah, Yo
hago todo por amarlas, y las criaturas hacen de todo para
ofenderme! Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en
mis reparaciones.”

Destrozado bien mío, contigo reparo, contigo sufro, pero


veo que tus enemigos te precipitan por las escaleras, el
pueblo con furor y ansias te espera; ya te hacen encontrar
preparada la cruz, que con tantos suspiros buscas, y Tú con
amor la miras y con paso decidido te acercas a abrazarla,
pero antes la besas, y corriéndote un estremecimiento de
alegría por tu santísima Humanidad, con sumo contento
tuyo vuelves a mirarla y mides su largo y su ancho. En ella
estableces la porción para todas las criaturas, las dotas
suficientemente para vincularlas a la Divinidad con nudo de
nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos;
después, no pudiendo contener el amor con el cual las
amas, vuelves a besar la cruz y le dices:

“Cruz adorada, finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de


mi corazón, el martirio de mi amor, pero tú, oh cruz,
tardaste hasta ahora, mientras mis pasos siempre se
dirigían hacia ti. Cruz santa, eras tú la meta de mis deseos,
la finalidad de mi existencia acá abajo, en ti concentro todo
mi Ser; en ti pongo a todos mis hijos y tú serás su vida y su
luz, su defensa, su custodia, su fuerza. Tú los ayudarás en
todo y me los conducirás gloriosos al Cielo. Oh cruz, cátedra
de sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, sólo
tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los santos.
Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo partir de la tierra,
tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego en dote a
todas las almas. A ti las confío para que me las custodies y
me las salves.”

Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus


santísimos hombros.
Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es demasiado ligera, pero
al peso de la cruz se une el de nuestras enormes e inmensas
culpas, enormes e inmensas cuanto es la extensión de los
cielos, y Tú, quebrantado bien mío, te sientes aplastar bajo
el peso de tantas culpas, tu alma se horroriza ante la vista
de ellas y siente la pena de cada culpa; tu santidad queda
turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo la cruz
sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima
Humanidad brota un sudor mortal. Ah, amor mío, no tengo
ánimo para dejarte solo, quiero dividir junto contigo el peso
de la cruz, y para aliviarte el peso de las culpas me estrecho
a tus pies; quiero darte a nombre de todas las criaturas:
Amor por quien no te ama, alabanzas por quien te
desprecia, bendiciones, agradecimientos, obediencia por
todas. Declaro que en cualquier ofensa que recibas, yo
quiero ofrecerte toda yo misma para repararte, hacer el
acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hacen y
consolarte con mis besos y mis continuos actos de amor.
Pero veo que soy demasiado miserable, tengo necesidad de
Ti para poderte reparar de verdad, por eso me uno a tu
santísima Humanidad, y junto a Ti uno mis pensamientos a
los tuyos para reparar mis pensamientos malos y los de
todos; uno mi boca a la tuya para reparar las blasfemias y
las malas conversaciones; uno mi corazón al tuyo para
reparar las inclinaciones, los deseos y los afectos malos; en
una palabra, quiero reparar todo lo que repara tu santísima
Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor por
todos y al bien inmenso que haces a todos.
Pero no estoy contenta aún, quiero unirme a tu Divinidad y
perder mi nada en Ella, y así te doy el todo: Te doy tu amor
para confortar tus amarguras; te doy tu corazón para
reconfortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias,
ingratitudes y poco amor de las criaturas; te doy tus
armonías para aliviarte el oído de las blasfemias que le
llegan; te doy tu belleza para reconfortarte de las fealdades
de nuestras almas cuando nos ensuciamos en la culpa; te
doy tu pureza para aliviarte por las faltas de rectitud de
intención, y por el fango y podredumbre que ves en tantas
almas; te doy tu inmensidad para aliviarte de las
estrecheces voluntarias donde se meten las almas; te doy tu
ardor para quemar todos los pecados y todos los corazones,
a fin de que todos te amen y ninguno más te ofenda; en
suma, te doy todo lo que Tú eres para darte satisfacción
infinita, amor eterno, inmenso e infinito.
La vía dolorosa al Calvario

Mi pacientísimo Jesús, veo que das los primeros pasos bajo


el peso enorme de la cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y
cuando Tú, débil, desangrado y vacilante estés por caer, yo
estaré a tu lado para sostenerte, pondré mis hombros bajo
la cruz para dividir junto contigo el peso de ella. Tú no me
desdeñarás, sino acéptame como tu fiel compañera.
Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no
llevan con resignación su propia cruz, sino que maldicen, se
irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras
para todos amor y resignación a la propia cruz; pero es
tanto tu dolor, que te sientes como destrozar bajo la cruz.
Son apenas los primeros pasos que das y ya caes bajo de
ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan
más en tu cabeza, mientras que todas tus llagas se abren y
sangran nuevamente; y como no tienes fuerzas para
levantarte, tus enemigos, irritados, a patadas y con
empujones tratan de ponerte en pie.
Caído amor mío, deja que te ayude a ponerte en pie, te
bese, te limpie la sangre y junto contigo repare por aquellos
que pecan por ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te
ruego que des ayuda a estas almas.
Vida mía, Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir penas
inauditas, han logrado ponerte en pie, y mientras caminas
vacilante oigo tu respiro afanoso, tu corazón late más fuerte
y nuevas penas te lo traspasan intensamente, sacudes la
cabeza para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y
ansioso miras. Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá
que como gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte
una última palabra y recibir una última mirada tuya, y Tú
sientes sus penas, su corazón lacerado en el tuyo, y
enternecido y herido por su común amor la descubres, que
abriéndose paso a través de la muchedumbre, a cualquier
costo quiere verte, abrazarte y darte el último adiós. Pero
Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal y
todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor.
Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu
Omnipotencia. Ya diriges tus pasos al encuentro de los
suyos, pero con trabajo pueden intercambiar las miradas.
¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados lo advierten y
con golpes y empujones impiden que Mamá e Hijo se den el
último adiós, y es tan grande la angustia de los dos, que tu
Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por
sucumbir; el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen,
mientras Tú de nuevo caes bajo la cruz.
Entonces tu doliente Mamá, lo que no hace con el cuerpo
porque se ve imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti,
hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus
penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura,
y en todas tus llagas derrama el bálsamo de su doloroso
amor.
Mi Penante Jesús, también yo me uno con la traspasada
Mamá, hago mías todas tus penas y en cada gota de tu
sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y
junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros
peligrosos y por aquellos que se exponen a las ocasiones de
pecar, o que obligados a exponerse por la necesidad quedan
atrapados por el pecado.
Tú entre tanto gimes caído bajo la cruz, los soldados temen
que mueras bajo el peso de tantos martirios y por la pérdida
de tanta sangre; no obstante esto, a fuerza de latigazos y
patadas, con dificultad llegan a ponerte de pie. Así reparas
las repetidas caídas en el pecado, los pecados graves
cometidos por toda clase de personas y ruegas por los
pecadores obstinados, y lloras con lágrimas de sangre por
su conversión.
Quebrantado amor mío, mientras te sigo en las
reparaciones, veo que no te sostienes bajo el peso enorme
de la cruz. Ya tiemblas todo, las espinas a los continuos
golpes que recibes penetran siempre más en tu santísima
cabeza, la cruz por su gran peso se hunde en tu hombro
formando una llaga tan profunda que descubre los huesos,
y a cada paso me parece que mueres, y por lo tanto te ves
imposibilitado para seguir adelante. Pero tu amor que todo
puede te da la fuerza, y conforme sientes que la cruz se
hunde en tu hombro, reparas por los pecados escondidos,
que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus
dolores. Mi Jesús, deja que ponga mi hombro bajo la cruz
para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados ocultos.
Pero tus enemigos, por temor de que Tú mueras bajo la
cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, el cual,
de mala gana y refunfuñando, no por amor sino por fuerza
te ayuda. Y entonces en tu corazón hacen eco todos los
lamentos de quien sufre, las faltas de resignación, las
rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir; pero
mucho más quedas herido al ver que las almas consagradas
a Ti, a quienes llamas por compañeras y ayudas en tu dolor
te huyen, y si Tú las estrechas a Ti con el dolor, ah, ellas se
desvinculan de tus brazos para ir en busca de placeres y así
te dejan solo para sufrir.
Mi Jesús, mientras reparo contigo te ruego que me
estreches entre tus brazos, y tan fuerte que no haya
ninguna pena que Tú sufras de la cual no tome parte, para
transformarme en ellas y para compensarte por el
abandono de todas las criaturas. Fatigado Jesús mío, con
trabajo caminas y todo encorvado, pero veo que te detienes
y tratas de mirar.
Corazón mío, ¿pero qué pasa? ¿Qué quieres? Ah, es la
Verónica, que sin temor a nada, valientemente con un paño
te limpia el rostro todo cubierto de sangre, y Tú se lo dejas
estampado en señal de gratitud.
Entre tanto los enemigos viendo mal este acto de la
Verónica, te azotan, te empujan y te hacen proseguir el
camino. Otros pocos pasos y te detienes de nuevo, pero tu
amor, bajo el peso de tantas penas no se detiene, y viendo a
las piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te
olvidas de Ti mismo y las consuelas diciéndoles:

“Hijas, no lloren por mis penas sino por sus pecados y los de
sus hijos.”

¡Qué enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu palabra! Oh


Jesús, contigo reparo las faltas de caridad y te pido la gracia
de olvidarme de mí misma para que no recuerde otra cosa
que a Ti solo. Pero tus enemigos, oyéndote hablar se llenan
de furia, te jalan con las cuerdas, te empujan con tanta
rabia que te hacen caer, y cayendo te golpeas en las
piedras; el peso de la cruz te oprime y te sientes morir.
Deja que te sostenga y que con mis manos resguarde tu
santísimo rostro.
Veo que tocas la tierra y boqueas en la sangre; pero tus
enemigos te quieren poner de pie, tiran de Ti con las
cuerdas, te levantan por los cabellos, te dan patadas, pero
todo en vano. ¡Tú mueres Jesús mío!
¡Qué pena, se me rompe el corazón por el dolor! Y casi
arrastrándote te conducen al monte Calvario. Mientras te
arrastran siento que reparas todas las ofensas de las almas
consagradas a Ti, que te dan tanto peso, que por cuanto Tú
te esfuerzas por levantarte te resulta imposible. Y así,
arrastrado y pisoteado llegas al Calvario, dejando por donde
pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.
Jesús desvestido y coronado de espinas por tercera
vez

Aquí en el Calvario nuevos dolores te esperan. Te desnudan


de nuevo y te arrancan vestidura y corona de espinas. Ah,
gimes al sentir que te arrancan las espinas de tu cabeza; y al
tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan también
las carnes desgarradas que están adheridas a ella.
Las llagas se abren de nuevo, la sangre corre a ríos hasta la
tierra, y es tanto el dolor que caes casi muerto. Pero nadie
se mueve a compasión por Ti, mi bien, al contrario, con
bestial furor te ponen de nuevo la corona de espinas, te la
clavan a golpes, y es tanto el tormento por las laceraciones
y por el arrancar de tus cabellos amasados en la sangre
coagulada, que sólo los ángeles podrían decir lo que sufres,
mientras horrorizados retiran sus celestiales miradas y
lloran.
Desnudado Jesús mío, permíteme que te estreche a mi
corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un
frío sudor de muerte invade tu santísima Humanidad.
¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir a la
tuya, que has perdido para darme vida!
Mientras tanto, Jesús mirándome con sus lánguidos y
moribundos ojos, parece que me dice:

“¡Hija mía, cuánto me cuestan las almas! Aquí es el lugar


donde los espero a todos para salvarlos, donde quiero
reparar los pecados de aquellos que llegan a degradarse por
debajo de las bestias, y se obstinan tanto en ofenderme que
llegan a no saber vivir sin cometer pecados. Su razón queda
ciega y pecan a tontas y a locas; he aquí el por qué me
coronan de espinas por tercera vez. Y con el desnudarme
reparo por aquellos que llevan vestidos de lujo e
indecentes, por los pecados contra la modestia y por
aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores,
a los placeres, que de ellos se forman un dios para sus
corazones. Ah sí, cada una de estas ofensas es una muerte
que siento, y si no muero es porque el Querer de mi Eterno
Padre no ha decretado aún el momento de mi muerte.”

Desnudado bien mío, mientras reparo contigo te ruego que


con tus santísimas manos me despojes de todo y no
permitas que ningún afecto malo entre en mi corazón, te
ruego que Tú me lo vigiles, me lo circundes con tus penas,
me lo llenes de tu amor, te ruego que mi vida no sea otra
cosa que la repetición de la tuya, y reafirma con tu
bendición mi despojamiento; bendíceme de corazón y dame
la fuerza de asistir a tu dolorosa crucifixión para quedar
crucificada junto contigo.

+++
DECIMANOVENA HORA – De las 11 a las 12 del día
La Crucifixión de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Jesús, Mamá mía, vengan a escribir conmigo, préstenme
vuestras santísimas manos a fin de que pueda escribir lo
que a Vosotros os plazca y sólo lo que queráis.
Amor mío, Jesús, ya estás despojado de tus vestiduras, tu
santísimo cuerpo está tan lacerado, que pareces un cordero
desollado, veo que tiemblas de cabeza a pies, y no
sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la
cruz Tú te dejas caer a tierra en este monte. Mi bien y mi
todo, el corazón se me oprime por el dolor al verte
chorreando sangre por todas partes de tu santísimo cuerpo
y todo llagado de cabeza a pies. Tus enemigos, cansados
pero no satisfechos, al desnudarte han arrancado de tu
santísima cabeza, con indecible dolor, la corona de espinas,
y después te la han clavado de nuevo entre dolores
inauditos, traspasando con nuevas heridas tu sacratísima
cabeza. Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación en el
pecado, especialmente de soberbia.
Jesús, veo que si el amor no te empujase más arriba, Tú
habrías muerto por la acerbidad del dolor que sufriste en
esta tercera coronación de espinas. Pero veo que no puedes
resistir el dolor, y con aquellos ojos velados por la sangre,
miras para ver si al menos uno se acerca a Ti para
sostenerte en tanto dolor y confusión. Dulce bien mío,
amada vida mía, aquí no estás solo como en la noche de la
Pasión, está la doliente Mamá, que lacerada en su corazón
sufre tantas muertes por cuantas penas Tú sufres. Oh Jesús,
también está la amante Magdalena, parece enloquecida por
causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido por
la fuerza del dolor de tu Pasión.
Aquí es el monte de los amantes, no puedes estar solo. Pero
dime amor mío, ¿a quién quisieras para sostenerte en tanto
dolor? Ah, permíteme que venga yo a sostenerte. Soy yo
quien tiene más necesidad que todos; la amada Mamá, con
los demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a
Ti, te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mis
hombros y que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas.
Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no sólo para sentir
tus espinas sino también para lavar con tu preciosísima
sangre que te escurre de la cabeza, todos mis
pensamientos, a fin de que puedan estar todos en actitud
de repararte cualquier ofensa de pensamiento que cometan
todas las criaturas. Mi amor, ah, estréchate a mí, quiero
besar una por una las gotas de sangre que chorrean sobre
tu santísimo rostro; y mientras las adoro una por una, te
ruego que cada gota de esta sangre sea luz a cada mente de
criatura, para hacer que ninguna te ofenda con
pensamientos malos, pero mientras te tengo estrechado y
apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo que miras la cruz
que los enemigos te preparan, oyes los golpes que dan a la
cruz para hacerle los agujeros donde te clavarán; escucho
oh mi Jesús, a tu corazón latir fuertemente y casi
estremeciéndose, anhelando el lecho para Ti más
apetecible, donde, si bien con dolor indescriptible, sellarás
en Ti la salvación de nuestras almas. Ah, te oigo decir:

“Amor mío, amada cruz, precioso lecho mío, Tú has sido mi


martirio en vida y ahora eres mi reposo; oh cruz, recíbeme
pronto en tus brazos, Yo estoy impaciente de tanto esperar,
cruz santa, en ti vendré a dar cumplimiento a todo, pronto
oh cruz, cumple mis deseos ardientes que me consumen de
dar vida a las almas, y estas vidas serán selladas por ti, oh
cruz! ¡Oh cruz, no tardes más, con ansia espero extenderme
sobre ti para abrir el Cielo a todos mis hijos y cerrar el
infierno! Oh cruz, es verdad que tú eres mi batalla, pero
eres también mi victoria y mi triunfo completo, y en ti daré
abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas a mis
hijos.”
¿Pero quién puede decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la
cruz?
Pero mientras Jesús se desahoga con la cruz, los enemigos
le ordenan extenderse sobre ella y Tú pronto obedeces a su
querer para reparar nuestras desobediencias. Amor mío,
antes de que te extiendas sobre la cruz, permíteme que te
estreche más fuerte a mi corazón y que te dé un beso;
escucha oh Jesús, no quiero dejarte, quiero venir junto
contigo a extenderme sobre la cruz y permanecer clavada
contigo. El verdadero amor no soporta separación de
ningún tipo. Tú perdonarás la osadía de mi amor y me
concederás el quedarme crucificada contigo. Mira tierno
amor mío, no soy sólo yo quien esto te pide, sino también la
doliente Mamá, la inseparable Magdalena, el predilecto
Juan, todos te dicen que les sería más soportable el
permanecer crucificados contigo, que asistir a verte a Ti
crucificado. Por eso junto contigo me ofrezco al Eterno
Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor, con tus
reparaciones, con tu mismo corazón y con todas tus penas.
Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice:

“Hija mía, has previsto mi amor, esta es mi Voluntad, que


todos aquellos que me aman queden crucificados conmigo.
Ah sí, ven también a extenderte conmigo sobre la cruz; te
daré vida de mi Vida y te tendré como la predilecta de mi
corazón.”

Y he aquí dulce bien mío que te extiendes sobre la cruz,


miras a los verdugos que tienen en las manos clavos y
martillo para clavarte, con tanto amor y dulzura, que les
haces una dulce invitación para que pronto te crucifiquen. Y
ellos, si bien sienten repugnancia, con ferocidad inhumana
te toman la mano derecha, ponen el clavo, y con golpes de
martillo lo hacen salir por el otro lado de la cruz, pero es tal
y tanto el dolor que sufres, oh mi Jesús, que te estremeces,
la luz de tus bellos ojos se eclipsa, tu rostro santísimo
palidece y se hace lívido.
Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te
agradezco por mí y por todos. Y por cuantos golpes
recibiste, tantas almas te pido en este momento que liberes
de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre
derramaste, tantas almas te ruego que laves en esta sangre
preciosa; y por el dolor acerbo que sufriste, especialmente
cuando te la clavaron a la cruz, de modo de desgarrarte los
nervios de los brazos, te ruego que abras a todos el Cielo y
que bendigas a todos, y pueda tu bendición llamar a la
conversión a los pecadores, y a la luz de la fe a los herejes y
a los infieles.
Oh Jesús, dulce Vida mía, habiendo terminado de clavar la
mano derecha, los enemigos con crueldad inaudita te
toman la izquierda, te la tiran tanto para hacer que llegue al
agujero preparado, que sientes dislocarse las articulaciones
de los brazos y de los hombros, y por la fuerza del dolor, las
piernas quedan contraídas y con movimientos convulsos.
Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te
adoro y te agradezco; te ruego por cuantos golpes y dolores
sufriste cuando te clavaron el clavo, que me concedas
tantas almas en este momento para hacerlas volar del
Purgatorio al Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego
que extingas las llamas que queman a aquellas almas, y
sirva a todas de refrigerio y de baño saludable para
purificarlas de todas las manchas, para disponerlas a la
visión beatífica. Amor mío y mi todo, por el agudo dolor
sufrido cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda, te
ruego que cierres el infierno a todas las almas, y que
detengas los rayos de la Divina Justicia,
desafortunadamente irritada por nuestras culpas. Ah Jesús,
haz que este clavo en tu bendita mano izquierda sea llave
que cierre la Divina Justicia, para hacer que no lluevan los
flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la Divina
Misericordia en favor de todos, por eso te ruego que nos
estreches entre tus brazos. Ya has quedado incapacitado
para todo, y nosotros hemos quedado libres para poderte
hacer todo; por lo tanto pongo en tus brazos al mundo y a
todas las generaciones, y te ruego amor mío con las voces
de tu misma sangre, que no niegues el perdón a ninguno, y
por los méritos de tu preciosísima sangre, te pido la
salvación y la Gracia para todos, no excluyas a ninguno, oh
mi Jesús.
Amor mío, Jesús, tus enemigos no están contentos aún, con
ferocidad diabólica toman tus santísimos pies, siempre
incansables en la búsqueda de almas, y contraídos como
estaban por la fuerza del dolor de las manos, los tiran tanto,
que quedan dislocadas las rodillas, las costillas y todos los
huesos del pecho. Mi corazón no soporta, oh mi bien, te veo
que por la fuerza del dolor tus bellos ojos eclipsados y
velados por la sangre se contraen, tus labios lívidos e
hinchados por los golpes se tuercen, tus mejillas se hunden,
los dientes se aprietan, el pecho jadeante, el corazón por la
fuerza del estiramiento de las manos y de los pies, queda
todo desquiciado. ¡Amor mío, con que ganas tomaría tu
lugar para evitarte tanto dolor! Quiero distenderme sobre
todos tus miembros para darte en todo un alivio, un beso,
un consuelo, una reparación por todos.
Jesús mío, veo que ponen un pie sobre el otro y con un
clavo, por añadidura despuntado, te clavan tus santísimos
pies, oh mi Jesús, permíteme que mientras te los traspasa el
clavo, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes,
para que sean luz a los pueblos, especialmente a aquellos
que no llevan una vida buena y santa; y en el pie izquierdo a
todos los pueblos, a fin de que reciban luz de los sacerdotes,
los respeten y les sean obedientes; y conforme el clavo
traspasa tus pies, así traspase a los sacerdotes y a los
pueblos, a fin de que unos y otros no se puedan separar de
Ti. Pies benditos de Jesús, os beso, os compadezco, os adoro
y os agradezco; y te ruego, oh Jesús, por los agudísimos
dolores que sufriste cuando por los estiramientos que te
hicieron te dislocaron todos los huesos, y por la sangre que
derramaste, que encierres a todas las almas en las llagas de
tus santísimos pies, no desdeñes a ninguna, oh Jesús; tus
clavos crucifiquen nuestras potencias a fin de que no se
aparten de Ti; nuestro corazón, a fin de que se fije siempre y
solamente en Ti; todos nuestros sentimientos queden
clavados por tus clavos a fin de que no tomen ningún gusto
que no venga de Ti.
Oh mi Jesús crucificado, te veo todo ensangrentado,
nadando en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no
te dicen otra cosa sino:
¡Almas! Es más, en cada una de estas gotas de tu sangre veo
moverse almas de todos los siglos; así que a todas nos
contenías en Ti, oh Jesús.
Por la potencia de esta sangre te pido que ninguna huya de
Ti.
Oh mi Jesús, hasta que los verdugos terminan de clavarte
los pies, yo me acerco a tu corazón, veo que no puedes más,
pero el amor grita más fuerte: “¡Más penas aún!” Mi Jesús,
te abrazo, te beso, te compadezco, te adoro, te agradezco
por mí y por todos. Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu
corazón para sentir lo que sufres en esta dolorosa
crucifixión. Ah, siento que cada golpe de martillo hace eco
en tu corazón; este corazón es el centro de todo, y de él
comienzan los dolores y en él terminan. Ah, si no fuera
porque esperas una lanza para ser traspasado, las llamas de
tu amor y la sangre que regurgita en torno a tu corazón, se
hubieran abierto camino y ya te lo habrían traspasado.
Estas llamas y esta sangre llaman a las almas amantes a
hacer feliz estancia en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido,
por amor de este corazón y por tu santísima sangre, la
santidad de las almas, y a aquellas que te aman, oh Jesús,
no las dejes salir jamás de tu corazón, y con tu Gracia
multiplica las vocaciones de las almas víctimas que
continúen tu Vida sobre la tierra. Tú quisieras dar un puesto
distinto en tu corazón a las almas amantes, haz que este
puesto no lo pierdan jamás.
Oh Jesús, las llamas de tu corazón me abrasen y me
consuman, que tu sangre me embellezca, que tu amor me
tenga siempre clavada al amor con el dolor y con la
reparación.
Oh mi Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos y tus
pies a la Cruz, y volteándola para remachar los clavos
obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por
tu misma sangre, y Tú con tu boca divina la besas
intentando con este beso besar a todas las almas y
vincularlas a tu amor, sellando con esto su salvación. Oh
Jesús, quiero tomar yo tu lugar para que tu sacratísimo
cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu preciosa
sangre; quiero estrecharte entre mis brazos, y mientras los
verdugos rematan los clavos haz que estos golpes me hieran
también a mí y me claven toda a tu amor.
Pongo mi cabeza en la tuya, y mientras las espinas se van
hundiendo siempre más en tu santísima cabeza, quiero
ofrecerte, oh mi Jesús, todos mis pensamientos como besos
para consolarte y endulzar las amarguras de tus espinas.
Oh Jesús, pongo mis ojos en los tuyos, y veo que tus
enemigos aún no están saciados de insultarte y
escarnecerte, y yo quiero hacerte una defensa con mi vista
dándote miradas de amor para endulzar tus miradas
divinas.
Pongo mi boca en la tuya, veo tu lengua casi pegada al
paladar por la amargura de la hiel y la sed ardiente. Para
aplacar tu sed, oh mi Jesús, Tú quisieras todos los corazones
de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos te
abrazas cada vez más por ellas. Oh Jesús, quiero enviarte
ríos de amor para mitigar en algún modo la amargura de tu
sed.
Oh mi Jesús, pongo mis manos en las tuyas, veo que a cada
movimiento que haces, las llagas se abren más y el dolor se
hace más intenso y acerbo. Oh Jesús, quiero ofrecerte todas
las obras santas de las criaturas para reconfortar y mitigar
en algún modo la amargura de tus llagas.
Oh Jesús, pongo mis pies en los tuyos, cuánto sufres, todos
los movimientos de tu sacratísimo cuerpo parece que se
repercuten en los pies, y no hay nadie a tu lado para
sostenerlos y mitigar un poco la acerbidad de tus dolores.
Oh mi Jesús, quisiera girar por todas las generaciones,
pasadas, presentes y futuras, tomar todos sus pasos y
ponerlos en los tuyos para sostenerte y endulzar tu dolor, es
más, quiero poner también todos los pasos del Eterno y así
poder dar un verdadero consuelo a tu Divina Persona.
Oh mi Jesús, pongo mi corazón en el tuyo, pobre corazón
cómo estás destrozado. Si mueves los pies, los nervios de la
punta del corazón te los sientes como arrancar; si mueves
las manos, los nervios de arriba del corazón quedan
estirados; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del corazón
mana sangre y sufre la completa crucifixión. Oh mi Jesús,
¿cómo puedo aliviar tanto dolor? Me difundiré en todo Tú,
pondré mi corazón en el tuyo, mis deseos en tus ardientes
deseos, para destruir los malos deseos de las criaturas;
difundiré mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego
suficiente para abrazar todos los corazones de las criaturas
y destruir los amores profanos. Me difundiré en tu
Santísima Voluntad para poder aniquilar cualquier acto
maligno. Y es así que tu corazón queda aliviado y yo te
prometo mantenerme siempre clavada a este corazón con
los clavos de tus deseos, de tu amor y de tu Voluntad.
Y he aquí, oh mi Jesús, crucificado Tú, crucificada yo en Ti.
Tú no me permitirás que me desclave en lo más mínimo de
Ti, para poderte amar y reparar por todos y reconfortarte
por las ofensas que te hacen las criaturas.
Jesús crucificado. Junto con Él desarmamos a la
Divina
Justicia.
Y ahora, oh mi Jesús, veo que tus enemigos levantan el
pesado madero y lo dejan caer en el hoyo que han
preparado; y Tú, dulce amor mío, quedas suspendido en el
aire, entre el Cielo y la tierra, y es en este solemne
momento que Tú te diriges al Padre, y con voz débil y
apagada le dices:

“Padre Santo, estoy aquí cargado con todos los pecados del
mundo, no hay pecado que no recaiga sobre Mí, por eso no
descargues más sobre el mundo los flagelos de la Divina
Justicia, sino sobre Mí, tu Hijo. Oh Padre, permíteme que
ate todas las almas a esta cruz y con las voces de mi sangre
y de mis llagas responda por ellas. Oh Padre, ¿no ves a qué
estado me he reducido? Es desde esta cruz que Yo
reconcilio Cielo y tierra, y en virtud de estos dolores
concede a todos paz, perdón y salvación. Detén tu
indignación contra la pobre humanidad, contra mis hijos;
están ciegos y no saben lo que hacen, por eso mírame bien
cómo he quedado reducido por causa de ellos; si no te
mueves a compasión por ellos, que te enternezca al menos
este mi rostro ensuciado por escupitinas, cubierto de
sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y
golpes recibidos. Piedad Padre mío, era Yo el más bello de
todos, y ahora estoy todo desfigurado, tanto, que no me
reconozco más, he llegado a ser la abominación de todos,
por eso a cualquier costo quiero salva a la pobre criatura.”

Oh Jesús, mientras estás crucificado sobre esta cruz, tu alma


no está más sobre la tierra sino en los Cielos, con tu Divino
Padre, para defender y perorar la causa de las almas.
Crucificado amor mío, también yo quiero seguirte ante el
trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar la Divina
Justicia. Hago mía tu santísima Humanidad, unida con tu
Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú; es
más, permíteme vida mía que corran mis pensamientos en
los tuyos, mi amor, mi voluntad, mis deseos en los tuyos,
mis latidos corran en tu corazón, todo mi ser en Ti a fin de
que no deje escapar nada y repita acto por acto, palabra por
palabra todo lo que haces Tú.
Pero veo, crucificado bien mío, que Tú, viendo al Divino
Padre indignado contra las criaturas, te postras ante Él y
escondes a todas las criaturas dentro de tu santísima
Humanidad, poniéndonos al seguro, a fin de que el Padre,
mirándonos en Ti, por amor tuyo no arroje a la criatura de
Sí.
Y si las mira enfadado es porque muchas almas han
desfigurado la bella imagen creada por Él, y no tienen otro
pensamiento que para ofenderlo, y de la inteligencia que
debía ocuparse en comprenderlo forman por el contrario un
receptáculo donde anidan todas las culpas. Tú, oh mi Jesús,
para aplacarlo atraes la atención del Divino Padre a mirar tu
santísima cabeza traspasada entre atroces dolores, que
tienen en tu mente como clavadas todas las inteligencias de
las criaturas, por las cuales, una por una ofreces una
expiación para satisfacer a la Divina Justicia. ¡Oh! Cómo
estas espinas son ante la Majestad Divina voces piadosas
que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas.
Jesús mío, mis pensamientos con los tuyos son uno solo, por
eso junto contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la
Divina Majestad todo el mal que se comete por todas las
inteligencias de las criaturas; y permíteme que tome tus
espinas y tu misma inteligencia, y junto contigo gire por
todas las criaturas y una tu inteligencia a las de ellas, y con
la santidad de la tuya les restituya la primera inteligencia,
tal como fue por Ti creada; que con la santidad de tus
pensamientos reordene todos los pensamientos de ellas en
Ti y con tus espinas traspase todas las mentes de las
criaturas y te restituya el dominio y el régimen de todas.
¡Ah! sí, oh mi Jesús, sé Tú solo el dominador de cada
pensamiento, de cada afecto, y de todas las gentes; rige Tú
solo cada cosa, sólo así será renovada la faz de la tierra que
causa horror y espanto.
Pero me doy cuenta crucificado Jesús que continuas viendo
al Divino Padre enojado, que mira a las pobres criaturas y
las encuentra a todas sucias de culpas, cubiertas con las más
feas suciedades, tanto de dar asco a todo el Cielo. ¡Oh,
cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, no
reconociendo más como obra de sus santísimas manos a la
pobre criatura! Más bien parece que sean tantos monstruos
que ocupan la tierra y que van atrayendo la indignación de
la mirada paterna; pero Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo,
tratas de endulzarlo cambiando tus ojos con los suyos,
haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de
lágrimas, y lloras ante la Divina Majestad para moverla a
compasión por la desventura de tantas pobres criaturas, y
oigo tu voz que dice:
“Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más se
va ensuciando con las culpas, hasta no merecer ya tu
mirada paterna, pero mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero
llorar tanto ante Ti, para formar un baño de lágrimas y de
sangre para lavar estas suciedades con las cuales se han
cubierto las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú
rechazarme?
No, no lo puedes, soy tu Hijo, y a la vez que soy tu Hijo soy
también la cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis
miembros, salvémoslas, oh Padre, salvémoslas.”

Mi Jesús, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar
ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres
criaturas y por estos tiempos tan tristes.
Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas,
que son una con las mías, y gire por todas las criaturas; y
para moverlas a compasión por sus almas y por tu amor les
haré ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se van
ensuciando, Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu sangre
para lavarlas, y al verte llorar se rendirán. Ah, con estas tus
lágrimas permíteme que lave todas las inmundicias de las
criaturas; que estas lágrimas las haga descender en sus
corazones y pueda reblandecer a tantas almas endurecidas
en la culpa y venza la obstinación de todos los corazones; y
con tus miradas las penetre, de modo de hacer que todos
dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no las dirijan más
a la tierra para ofenderte; así el Divino Padre no desdeñará
mirar a la pobre humanidad. Crucificado Jesús, veo que el
Divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque
mientras su paterna bondad, movida por tanto amor hacia
la pobre criatura ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas
de amor y de beneficios hacia ella, que casi a cada paso y
acto se siente correr el amor y las gracias de aquel corazón
paterno, la criatura siempre ingrata, despreciando este
amor no lo quiere reconocer, más bien hace frente a tanto
amor llenando el Cielo y la tierra de insultos, desprecios y
ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies,
queriéndolo casi destruir idolatrándose a sí misma. ¡Ah,
todas estas ofensas penetran hasta en los Cielos y llegan
ante la Majestad Divina, la Cual, oh cómo se indigna al ver a
la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en
todos los modos! Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a
defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu amor obligas
al Padre a mirar tu santísimo rostro cubierto de todos estos
insultos y desprecios, y dices:

“Padre mío, no rechaces a la pobre criatura, si la rechazas a


ella, a Mí me rechazas; ¡ah! aplácate, todas estas ofensas las
tengo sobre mi rostro que te responde por todas.”

---Desde aquí hasta el final de esta hora--- no forma parte del escrito
original de Luisa, fue escrita entre el año de 1916 y 1917, después de la primera edición
(1915), y a petición expresa de ella se agregó. Por tanto, la frase “estos tiempos tan
tristes” corresponde a los sucesos de la primera guerra mundial.
Jesús mío, ¿será posible que nos ames tanto? Tu amor
tritura este mi pobre corazón, y queriendo seguirte en todo,
permíteme que tome este tu rostro santísimo para tenerlo
en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado
al Padre, para moverlo a compasión de la pobre humanidad,
que está tan oprimida bajo el azote de la Divina Justicia, que
yace como moribunda; permíteme que me ponga en medio
de todas las criaturas y les haga ver tu rostro tan
desfigurado por su causa, y las mueva a compasión de sus
almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese tu
rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga
comprender quién eres Tú y quiénes son ellas que osan
ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de tantas
culpas en las cuales viven muriendo a la Gracia, y las haga
postrarse ante Ti, todas en acto de adorarte y glorificarte.
Mi Jesús, crucificado adorable, la criatura va siempre
irritando a la Divina Justicia, y desde su lengua hace resonar
el eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y
maldiciones, conversaciones malas, concertaciones para
decidir cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo
matanzas. Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y
penetrando hasta en los Cielos ensordecen el oído Divino, el
cual, cansado de estos ecos venenosos que la criatura le
manda, quisiera deshacerse de ella arrojándola lejos de Sí,
porque todas esas voces venenosas imprecan y claman
venganza y justicia contra ellas mismas.
¡Oh, cómo la Divina Justicia se siente incitada a mandar
flagelos; cómo encienden su furor contra la criatura tantas
blasfemias horrendas! Pero Tú, oh mi Jesús, amándonos con
amor sumo, haces frente a estas voces asesinas con tu voz
omnipotente y creadora, en la cual recoges todas estas
voces y haces resonar en el oído paterno tu voz dulcísima,
para tranquilizarlo por las molestias que las criaturas le dan
con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y
gritas:

“¡Misericordia, Gracias, Amor para la pobre criatura!”

Y para aplacarlo más le muestras tu santísima boca y le


dices:

“Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las


criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien da satisfacción
por todas; por eso te ruego que mires a la criatura, pero que
la mires en Mí, ¿si las miras fuera de Mí qué será de ella? Es
débil, ignorante, capaz sólo de hacer el mal, llena de todas
las miserias; piedad, piedad de la pobre criatura, respondo
Yo por ellas con esta mi lengua amargada por la hiel, reseca
por la sed, quemada y abrazada por el amor.”

Mi amargado Jesús, mi voz en la tuya quiere hacer frente a


todas estas ofensas, y permíteme que tome tu lengua, tus
labios y gire por todas las criaturas y toque sus lenguas con
la tuya, a fin de que ellas sintiendo en el momento de
ofenderte la amargura de la tuya, si no por amor, al menos
por la amargura que sienten no blasfemen; déjame que
toque sus labios con los tuyos, a fin de que apague el fuego
de la culpa sobre los labios de todas ellas, y con tu voz
omnipotente, haciéndola resonar en todos los pechos,
pueda detener la corriente de todas las voces malas, y
cambiar todas las voces humanas en bendiciones y
alabanzas.
Crucificado bien mío, la criatura ante tanto amor y dolor
tuyo no se rinde aún, por el contrario, despreciándote va
agregando culpas a culpas, cometiendo sacrilegios enormes,
homicidios, suicidios, fraudes, engaños y traiciones. Ah,
todas estas obras malas hacen más pesados los brazos
paternos, y el Padre, no pudiendo sostener el peso está a
punto de dejarlos caer y verter sobre la tierra furor y
destrucción. Y Tú, oh mi Jesús, para arrancar a la criatura
del furor divino, temiendo verla destruida, extiendes tus
brazos y estrechas los brazos paternos, a fin de que no los
deje caer para destruir a la criatura, y ayudándolo con los
tuyos a sostener el peso lo desarmas, e impides que la
Justicia actúe; y para moverlo a compasión por la mísera
humanidad y enternecerlo, le dices con la voz más
insinuante:

“Padre mío, mira estas manos destrozadas y estos clavos


que me las traspasan, que me clavan junto a todas estas
obras malas. Ah, es en estas manos que siento todos los
dolores que me dan todas estas obras malas. ¿No estás
contento Padre mío con mis dolores? ¿No son tal vez
capaces de satisfacerte? Ah, estos mis brazos dislocados
serán siempre cadenas que tendrán estrechada a la pobre
criatura, a fin de que no me huya, sólo alguna que quisiera
arrancarse a viva fuerza; y estos mis brazos serán cadenas
amorosas que te atarán, Padre mío, para impedir que Tú
destruyas a la pobre criatura, es más, te atraeré siempre
más hacia ella para que viertas sobre ella tus gracias y tus
misericordias.”

Mi Jesús, tu amor es un dulce encanto para mí y me empuja


a hacer lo que haces Tú, por eso dame tus brazos, porque
junto contigo quiero impedir, a costa de cualquier pena, que
la Divina Justicia haga su curso contra la pobre humanidad;
con la sangre que escurre de tus manos quiero apagar el
fuego de la culpa que la enciende y calmar su furor; y para
mover al Padre a piedad de las criaturas, permíteme que yo
ponga en tus brazos los tantos miembros destrozados, los
gemidos de tantos pobres heridos, los tantos corazones
doloridos y oprimidos, y permíteme que gire por todas las
criaturas y las ponga a todas en tus brazos, a fin de que
todas regresen a tu corazón, y permíteme que con la
potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de
tantas obras malas y aparte a todos de obrar el mal.
Mi amable Jesús crucificado, la criatura no está satisfecha
aún de ofenderte, quiere beber hasta el fondo toda la hez
de la culpa y corre como enloquecida en el camino del mal,
se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y
desconociéndote se rebela contra Ti, y casi sólo por darte
dolor quiere irse al infierno. ¡Oh! cómo se indigna la
Majestad Suprema, y Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre
todo, y también sobre la obstinación de las criaturas, para
aplacar al Divino Padre le muestras toda tu santísima
Humanidad lacerada, dislocada, desgarrada en modo
horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los cuales
contienes todos los pasos de las criaturas que te dan
dolores mortales, tanto, que están contraídos por la
atrocidad de los dolores; y escucho tu voz más que nunca
conmovedora, como a punto de apagarse, que quiere
vencer por fuerza de amor y de dolor a la criatura y triunfar
sobre el corazón paterno, que dice:

“Padre mío, mírame de la cabeza a los pies, no hay parte


sana en Mí, no tengo donde hacerme abrir otras llagas y
procurarme otros dolores; si no te aplacas ante este
espectáculo de amor y de dolor, ¿quién podrá aplacarte?
Oh criaturas, ¿si no os rendís ante tanto amor, ¿qué
esperanza les queda de convertirse? Estas mis llagas y esta
sangre serán siempre voces que llamarán del Cielo a la
tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y compasión
por la pobre humanidad.”

Mi Jesús, te veo en estado de violencia para aplacar al Padre


y para vencer a la pobre criatura, por eso permíteme que
tome tus santísimos pies y gire por todas las criaturas, y ate
sus pasos a tus pies, a fin de que si quieren caminar por el
camino del mal, sintiendo las cadenas que tienes puestas
entre Tú y ellas, no lo podrán hacer. Ah, con estos tus pies
hazles retroceder del camino del mal y ponlas sobre el
camino del bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes, y con
tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él.
Mi Jesús, amante crucificado, veo que no puedes más, la
tensión terrible que sufres sobre la cruz, el crujido continuo
de tus huesos que se dislocan cada vez más a cada pequeño
movimiento, las carnes que se abren cada vez más, las
repetidas ofensas que te llegan, repitiéndote una pasión y
muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las
penas internas que te sofocan de amargura, de dolor y de
amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que
te hace frente y que penetra como ola impetuosa hasta
dentro de tu corazón traspasado, ah, tanto te aplastan, que
tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de
tantos martirios está por sucumbir, y como delirando de
amor y de sufrimiento pide ayuda y piedad.
Crucificado Jesús, ¿será posible que Tú, que riges todo y das
vida a todos pidas ayuda? ¡Ah, cómo quisiera penetrar en
cada gota de tu sangre y derramar la mía para endulzarte
cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina, para hacer
menos dolorosas sus pinchaduras, para aliviar en cada pena
interior de tu corazón la intensidad de tus amarguras!
Quisiera darte vida por vida, y si me fuera posible quisiera
desclavarte de la cruz para ponerme en lugar tuyo, pero veo
que soy nada y nada puedo, soy demasiado insignificante,
por eso dame a Ti mismo, tomaré vida en Ti y te daré a Ti
mismo, así contentarás mis ansias.
Desgarrado Jesús, veo que tu santísima Humanidad
termina, no por Ti, sino para cumplir en todo nuestra
Redención. Tienes necesidad de ayuda divina, y por eso te
arrojas en los brazos paternos y pides ayuda y auxilio.
¡Oh! cómo se enternece el Divino Padre al mirar el
horrendo desgarro de tu santísima Humanidad, el trabajo
terrible que la culpa ha hecho en tus santísimos miembros,
y para contentar tus ansias de amor te estrecha a su
corazón paterno y te da las ayudas necesarias para cumplir
nuestra Redención. Y mientras te estrecha, sientes en tu
corazón repetirse más fuertemente los golpes sobre los
clavos, los azotes de los flagelos, las laceraciones de las
llagas, las pinchaduras de las espinas. ¡Oh, cómo queda
conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo que todas
estas penas te las dan hasta en tu corazón, aun las almas a
Ti consagradas! Y en su dolor te dice:

¿Será posible Hijo mío, que ni siquiera la parte elegida por


Ti esté contigo? Al contrario, parece que piden refugio y
alojo en este tu corazón para amargarte y darte una muerte
más dolorosa, y lo que es más, todos estos dolores que te
dan están escondidos y cubiertos por hipocresías. ¡Ah, Hijo,
no puedo contener más la indignación por la ingratitud de
estas almas, las cuales me dan más dolor que todas las otras
criaturas juntas!”

Pero Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo defiendes a


estas almas, y con el amor inmenso de tu corazón das
reparación por las olas de amarguras y de heridas que estas
te dan; y para aplacar al Padre le dices:
“Padre mío, mira este mi corazón, todos estos dolores te
satisfacen, y por cuanto más acerbos tanto más potentes
sobre tu corazón de Padre para obtenerles gracias, luz y
perdón. Padre mío, no las rechaces, ellas serán mis
defensoras, continuarán mi Vida sobre la tierra.”

Vida mía, crucificado Jesús, veo que agonizas sobre la Cruz,


pero no está aún satisfecho tu amor para dar cumplimiento
a todo. También yo agonizo junto contigo y llamo a todos
ustedes, ángeles, santos, venid al monte calvario a mirar los
excesos y las locuras de amor de un Dios. Besemos sus
llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos esos
miembros lacerados, agradezcamos a Jesús por la
Redención; demos una mirada a la traspasada Madre, que
tantas penas y muertes siente en su inmaculado corazón
por cuantas penas ve en su Hijo Dios; sus mismos vestidos
están mojados de la sangre que está esparcida por todo el
monte calvario, por eso, todos juntos tomemos esta sangre
y roguemos a la doliente Madre que se una a nosotros,
dividámonos por todo el mundo y vayamos en ayuda de
todos, ayudemos a los vacilantes, a fin de que no perezcan;
a los caídos, para que se levanten; a aquellos que están por
caer, para que no caigan; demos esta sangre a tantos
pobres ciegos a fin de que resplandezca en ellos la luz de la
verdad; y en modo especial pongámonos en medio de los
pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes
centinelas: si están por caer alcanzados por los proyectiles
recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos, a fin de
que si son abandonados por todos, si están impacientes por
su triste suerte, demos a ellos esta sangre para que se
resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores; y si vemos
que hay almas que están a punto de caer en el infierno,
demos a ellas esta sangre divina que contiene el precio de la
Redención y arrebatémoslas a Satanás. Y mientras tengo a
Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido y
reparado de todo, pondré a todos en este corazón a fin de
que todos podamos obtener gracia eficaz de conversión, de
fuerza y salvación. Y ahora, volvamos al monte calvario para
asistir a la muerte de nuestro crucificado Jesús.
Oh Jesús, la sangre a ríos escurre de tus manos y de tus pies,
y los ángeles haciéndote corona, admiran los portentos de
tu inmenso amor, veo a tu Mamá a los pies de la cruz,
traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al
predilecto Juan, y todos en un éxtasis de estupor. Oh Jesús,
me uno a Ti, me estrecho a tu cruz, tomo todas las gotas de
esta sangre y las pongo en mi corazón, y cuando vea a tu
Justicia irritada contra los pecadores, te mostraré esta
sangre para aplacarte; cuando vea almas obstinadas en la
culpa, te mostraré esta sangre y en virtud de ella no
rechazarás mi oración, porque tengo la prenda en mis
manos.
Y ahora, crucificado bien mío, a nombre de todas las
generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con tu
Mamá y con todos los ángeles, me postro ante Ti y te digo:
“Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque con tu
santa cruz has redimido al mundo.”
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VIGÉSIMA HORA – De las 12 a la 1 de la tarde
Primera hora de agonía en la Cruz La Primera Palabra

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Crucificado bien mío, te veo sobre esta cruz, sobre tu trono
de triunfo, en acto de conquistar todo y a todos los
corazones, y de atraerlos tanto a Ti, que todos sientan tu
sobrehumano poder. La naturaleza horrorizada de tanto
delito se postra ante Ti y en silencio espera una palabra tuya
para rendirte homenaje y hacer reconocer tu dominio; el sol
lloroso retira su luz, no pudiendo soportar tu vista
demasiado dolorosa. El infierno siente terror y silencioso
espera; los mismos enemigos pierden el ánimo, y si algún
insulto te lanzan, este muere en los labios, así que todo es
silencio.
La traspasada Mamá, tus fieles, están todos mudos y tan
petrificados ante la vista, ay, demasiado dolorosa de tu
destrozada y dislocada Humanidad, y silenciosos esperan
también una palabra tuya. Tu misma Humanidad que yace
en un mar de dolores entre los espasmos atroces de la
agonía, está silenciosa, tanto, que temo que de un respiro a
otro Tú mueras. Pero penetrando en tu interior veo que el
amor desborda, te sofoca y no puedes contenerlo, y
obligado por tu amor que te atormenta más que las mismas
penas, con voz fuerte y conmovedora hablas como el Dios
que eres, y dices:

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”

Y de nuevo quedas en silencio, inmerso en penas inauditas.


Crucificado Jesús, ¿será posible tanto amor? ¡Ah! Después
de tantas penas e insultos, la primera palabra es el perdón,
y nos excusas ante el Padre por tantos pecados; esta
palabra la haces descender en cada corazón después de la
culpa, y eres Tú el primero en ofrecerles el perdón. Pero
cuántos te rechazan y no lo aceptan, y tu amor da en delirio
y quieres dar a todos el perdón y el beso de paz.
A esta palabra tuya el infierno tiembla y te reconoce por
Dios. La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu
Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para
ver hasta dónde llega tu amor. Pero no es sólo tu voz, sino
también tu sangre y tus llagas que gritan a cada corazón
después del pecado:

“Ven a mis brazos, que te perdono, y el sello del perdón es


el precio de mi sangre.”

Oh mi amable Jesús, repite esta palabra a cuantos


pecadores hay en el mundo. Para todos implora
misericordia, a todos aplica los méritos infinitos de tu
preciosísima sangre, por todos, oh buen Jesús, continúa
aplacando a la Divina Justicia y concede gracia a quien
encontrándose en acto de tener que perdonar, no siente la
fuerza.
Mi Jesús, crucificado adorado, en estas tres horas de
amarguísima agonía Tú quieres dar cumplimiento a todo, y
mientras silencioso te estás sobre esta cruz, veo que en tu
interior quieres satisfacer en todo al Padre. Por todos le
agradeces, satisfaces por todos y por todos pides perdón, y
a todos impetras la gracia de que nunca más te ofendan. Y
para obtener esto del Padre resumes toda tu Vida, desde el
primer instante de tu concepción hasta tu último respiro. Mi
Jesús, amor interminable, deja que también yo recapitule
toda tu Vida junto contigo, con la inconsolable Mamá, con
san Juan y con las pías mujeres.
Mi dulce Jesús, te agradezco por las tantas espinas que han
traspasado tu adorable cabeza, por las gotas de sangre que
de esta has derramado, por los golpes que en ella has
recibido y por los cabellos que te han arrancado.
Te agradezco por el bien que has hecho e impetrado a
todos, por las luces y las buenas inspiraciones que nos has
dado, y por cuantas veces has perdonado todos nuestros
pecados de pensamiento, de soberbia, de orgullo y de
estima propia.
Te pido perdón a nombre de todos, oh mi Jesús, por cuantas
veces te hemos coronado de espinas, por cuantas gotas de
sangre te hemos hecho derramar de tu sacratísima cabeza,
por cuantas veces no hemos correspondido a tus
inspiraciones. Por todos esos dolores sufridos por Ti te pido,
oh buen Jesús, impetrarnos la gracia de no cometer jamás
pecados de pensamientos.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tu
santísima cabeza, para darte toda la gloria que todas las
criaturas te habrían dado si hubieran hecho buen uso de su
inteligencia. Adoro, oh Jesús mío, tus santísimos ojos y te
agradezco por cuantas lágrimas y sangre han derramado,
por las espinas que los han traspasado, por los insultos,
escarnios y menosprecios soportados en toda tu Pasión.
Te pido perdón por todos aquellos que se sirven de la vista
para ofenderte y ultrajarte, rogándote por los dolores
sufridos en tus santísimos ojos, que nos consigas la gracia
de que nadie más te ofenda con malas miradas.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus
santísimos ojos para darte toda la gloria que las criaturas te
habrían dado si sus miradas hubieran estado fijas solamente
en el Cielo, en la Divinidad y en Ti, oh mi Jesús.
Adoro tus santísimos oídos. Te agradezco por todo lo que
sufriste mientras los canallas sobre el calvario te los
aturdían con gritos e injurias.
Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas malas
conversaciones hemos hecho, y te ruego que se abran
nuestros oídos a las verdades eternas, a las voces de la
Gracia, y que ninguno más te ofenda con el sentido del
oído.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus
santísimos oídos, para darte toda la gloria que las criaturas
te habrían dado si de este sentido siempre hubieran hecho
uso según tu Voluntad.
Adoro y beso, oh Jesús mío, tu santísimo rostro, y te
agradezco por cuanto sufriste por los salivazos, por las
bofetadas y las burlas recibidas, y por cuantas veces te has
dejado pisotear por tus enemigos.
Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces
hemos tenido la osadía de ofenderte, suplicándote por
estas bofetadas y por estos salivazos recibidos, que hagas
que tu Divinidad sea por todos reconocida, alabada y
glorificada.
Es más, oh mi Jesús, quiero ir yo misma por todo el mundo,
de oriente a occidente, de sur a norte, para unir todas las
voces de las criaturas y cambiarlas en otros tantos actos de
alabanza, de amor y de adoración.
Quiero también, oh mi Jesús, traer a Ti todos los corazones
de las criaturas, a fin de que en todos Tú pongas luz, verdad,
amor y compasión a tu Divina Persona; y mientras
perdonarás a todos, yo te ruego que no permitas que
ninguno más te ofenda, y si fuese posible, aun a costa de mi
sangre.
En fin, quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísimo
rostro, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían
dado si ninguna hubiera osado ofenderte.
Adoro tu santísima boca y te doy las gracias por tus
primeros gemidos, por cuanta leche mamaste, por cuantas
palabras dijiste, por los besos encendidos que diste a tu
santísima Madre, por el alimento que tomaste, por la
amargura de la hiel y por la sed ardiente que sufriste sobre
la cruz, por las plegarias que elevaste al Padre, y te pido
perdón por cuantas murmuraciones y conversaciones malas
y mundanas se hacen, y por cuantas blasfemias pronuncian
las criaturas; quiero ofrecer tus santas conversaciones en
reparación de sus conversaciones no buenas; la
mortificación de tu gusto para reparar sus gulas y todas las
ofensas que te hacen con el mal uso de la lengua.
Quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima boca,
para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si
ninguna hubiera osado ofenderte con el sentido del gusto y
con el abuso de la lengua.
Oh Jesús, te doy las gracias por todo y a nombre de todos.
A Ti elevo un himno de agradecimiento eterno, infinito.
Quiero, oh mi Jesús, ofrecerte todo lo que has sufrido en tu
santísima persona, para darte toda la gloria que te habrían
dado todas las criaturas si hubiesen uniformado su vida a la
tuya.
Te agradezco oh Jesús, por cuanto has sufrido en tus
santísimos hombros, por cuantos golpes has recibido, por
cuantas llagas te has dejado abrir en tu sacratísimo cuerpo y
por cuantas gotas de sangre has derramado.
Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas veces, por
amor a las comodidades, te hemos ofendido con placeres
ilícitos y no buenos.
Te ofrezco tu dolorosa flagelación para reparar todos los
pecados cometidos con todos los sentidos, por el amor a los
propios gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a todas
las satisfacciones naturales, y quiero ofrecerte también
todo lo que has sufrido en tus hombros, para darte toda la
gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen
buscado agradarte sólo a Ti y de refugiarse a la sombra de
tu divina protección.
Jesús mío, beso tu pie izquierdo, te doy las gracias por todos
los pasos que diste en tu vida mortal, y por cuantas veces
cansaste tus pobres miembros para ir en busca de almas
para conducirlas a tu corazón.
Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis acciones, pasos y
movimientos, con la intención de darte reparación por todo
y por todos.
Te pido perdón por aquellos que no obran con recta
intención.
Uno mis acciones a las tuyas para divinizarlas, y las ofrezco
unidas a todas las obras que hiciste con tu santísima
Humanidad, para darte toda la gloria que te habrían dado
las criaturas si hubiesen obrado santamente y con fines
rectos.
Te beso, oh Jesús mío, el pie derecho y te agradezco por
cuanto has sufrido y sufres por mí, especialmente en esta
hora en que estás suspendido en la cruz.
Te agradezco por el desgarrador trabajo que hacen los
clavos en tus llagas, las cuales se abren siempre más al peso
de tu sacratísimo cuerpo.
Te pido perdón por todas las rebeliones y desobediencias
que cometen las criaturas, ofreciéndote los dolores de tus
santísimos pies en reparación de estas ofensas, para darte
toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo
hubiesen estado sujetas a Ti.
Oh mi Jesús, beso tu santísima mano izquierda, te
agradezco por cuanto has sufrido por mí, por cuantas veces
has aplacado a la Divina Justicia satisfaciendo por todo.
Beso tu mano derecha y te doy las gracias por todo el bien
que has obrado y que obras por todos, especialmente te
agradezco por las obras de la Creación, de la Redención y de
la Santificación.
Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces
hemos sido ingratos a tus beneficios, y por tantas obras
nuestras hechas sin recta intención.
En reparación de todas estas ofensas quiero ofrecerte toda
la perfección y santidad de tus obras, para darte toda la
gloria que las criaturas te habrían dado si hubiesen
correspondido a todos estos beneficios.
Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y te agradezco
por todo lo que has sufrido, deseado y anhelado por amor
de todos y por cada uno en particular.
Te pido perdón por tantos malos deseos, afectos y
tendencias no buenas.
Perdón, oh Jesús, por tantos que posponen tu amor al amor
de las criaturas, y para darte toda la gloria que estos te han
negado, te ofrezco todo lo que ha hecho y continúa
haciendo tu adorabilísimo corazón.

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VIGÉSIMA PRIMERA HORA – De la 1 a las 2 de la
tarde
Segunda hora de agonía en la cruz. Segunda, tercera
y cuarta
palabra sobre la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza
raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada
en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y
Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que
queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de
incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma
muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu mirada en
el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al
infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo
cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios, y todo contrito
dice:
“Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.”
Y Tú no vacilas en responderle:

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor


veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el
corazón, sino a tantos moribundos. ¡Ah! Tú pones a su
disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los
artificios y estratagemas divinos para tocarles el corazón y
robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve
impedido. ¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y
también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que
de nuevo te reduces al silencio.
Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan
de la Divina Misericordia en el punto de la muerte.
Dulce amor mío, inspira a todos confianza y seguridad
ilimitada en Ti solo, especialmente a aquellos que se
encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de
esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder
volar de esta tierra al Cielo. En tu santísimo cuerpo, en tu
sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh
Jesús.
Por los méritos de tu preciosísima sangre no permitas que
ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a
todas, junto con tu voz:

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Tercera Palabra
Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas aumentan
siempre más.
Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de los Dolores,
pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino
que das a cada una tu propia Vida. Pero tu amor se ve
impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en
cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso, te da
torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué
más puede dar al hombre para vencerlo y te hace decir:

“Mira, oh alma cuánto te he amado, si no quieres tener


piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!”
Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle,
habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está
más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el
amor que la tortura, que la tiene crucificada a la par
contigo.
Madre e Hijo se entienden, y Tú suspiras con satisfacción y
te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y
considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan
tierna para enternecer a todos los corazones dices:

“Mujer, he ahí a tu hijo.”

Y a Juan: “He ahí a tu Madre.”

Tu voz desciende en su corazón materno y unida a las voces


de tu sangre continúa diciendo:

“Mamá mía, te confío a todos mis hijos; todo el amor que


sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y
ternuras maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a
todos.”

Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas, que te reducen


al silencio.
Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la
Santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos
que no quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a
todos dándonosla por Madre.
¿Cómo podemos no agradecerte por tanto beneficio?
Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te ofrecemos tu
sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón.
Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír la voz
del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros?
Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin
más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos.
Te agradecemos, oh Virgen bendita, y para agradecerte
como mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de
tu Jesús.
Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu
cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aun
mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus
manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir
jamás.
Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las
ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía.
Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú
abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y
yo no me estaré indiferente, sino que como paloma quiero
sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y
sumergirme en tu sangre para poder decir contigo:
“¡Almas, almas!” Quiero sostener tu cabeza traspasada y
dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y
perdón por todos.
Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las
espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna
turbación entre en mí.
Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido que
atraigas todos mis pensamientos para contemplarte, para
comprenderte.
Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien cubiertos de sangre,
mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi
pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos
admirables de vuestra mirada divina.
Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los insultos y las
blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos,
ah, escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones.
Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual sólo se
tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor.
Rostro bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que yo te vea
a fin de que de todos y de todo pueda yo desapegar mi
pobre corazón; tu belleza me enamore continuamente y me
tenga siempre raptada en Ti.
Boca suavísima de mi Jesús, háblame, resuene siempre tu
voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya todo lo
que no es Voluntad de Dios, que no es amor.
Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para abrazarte, y
Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien,
que sea tan apretado este abrazo de amor, que ninguna
fuerza, ni humana ni sobrehumana pueda separarnos, así
que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y mientras
quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu
corazón y Tú me darás tu beso de amor; y así me harás
respirar tu dulcísimo aliento, infundiendo en mí un siempre
nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme respire,
respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu Vida
Divina.
Hombros santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y
constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza,
constancia y heroísmo en el sufrir por amor suyo.
Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el amor,
hazme tomar parte en tu inmutabilidad.
Pecho encendido de mi Jesús, dame tus llamas, tú no
puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia las busca
por medio de tu sangre y de tus llagas.
Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te
atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no
te mueve a compasión un alma tan fría y falta de tu amor?
Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis creado el
cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderse mover
más.
Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor, crea en
todo mi ser vida nueva, Vida Divina, pronuncia tus palabras
sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el
tuyo.
Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás sola, hagan
que yo corra siempre junto a ustedes y que no de un solo
paso alejado de ustedes.
Jesús, con mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por
las penas que sufres en tus pies.
Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso
una por una tus llagas con la intención de poner en ellas
todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas
reparaciones.
Una por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy a todas
las almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas,
consuelo en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la
culpa, ayuda en las tentaciones, defensa en los peligros,
sostén en la muerte y alas para transportarlas de esta tierra
al Cielo.
Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi
morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a
todos a Ti, y si alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo
saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera, más bien lo
encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de
convertir las ofensas en amor.
Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu corazón,
aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para
poderte amar como Tú ansías ser amado.

Cuarta Palabra

Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me


abandono numerando tus penas, veo que un temblor
convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se
debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre
contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas
fuertemente:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más


densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya.
Mi Vida, mi todo, mi Jesús, ¿qué veo? Ah, Tú estás próximo
a morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y
entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor
que no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien
descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa
separación de ellas que se arrancan de tus miembros.
Y Tú, debiendo satisfacer a la Divina Justicia también por
ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que
sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los
corazones:

“¡No me abandonen! Si quieren que sufra más penas estoy


dispuesto, pero no se separen de mi Humanidad. ¡Este es el
dolor de los dolores, es la muerte de las muertes, todo lo
demás me sería nada si no sufriera su separación de Mí!
¡Ah, piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi muerte! Este
grito será continuo a sus corazones:

¡No me abandonen!”

Amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu


santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te
abandona.
Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar contigo:
¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas,
para pedirte almas, y si Tú quieres descenderé en los
corazones de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin
de que no me huyan, y si me fuera posible quisiera
ponerme a la puerta del infierno para hacer retroceder a las
almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. Pero Tú
agonizas y callas, y yo lloro tu cercana muerte.
Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu
corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la
cual soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura
divina y con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón
en ríos de dulzura y derramarlo en el tuyo para endulzar la
amargura que sientes por la pérdida de las almas. Es en
verdad doloroso este grito tuyo, oh mi Jesús; más que el
abandono del Padre, es la pérdida de las almas que se
alejan de Ti lo que hace escapar de tu corazón este doloroso
lamento. Oh mi Jesús, aumenta en todos la Gracia, a fin de
que ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de
aquellas almas que se deberían perder, para que no se
pierdan. Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo
abandono, que des ayuda a tantas almas amantes, que para
tenerlas de compañeras en tu abandono, parece que las
privas de Ti, dejándolas en las tinieblas.
Sean, oh Jesús, las penas de estas, como voces que llamen a
las almas a tu lado y te alivien en tu dolor.
+++
VIGÉSIMA SEGUNDA HORA – De las 2 a las 3 de la
tarde
Tercera hora de agonía en la Cruz. Quinta, sexta y
séptima
palabra sobre la cruz. Muerte de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por


medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor,
extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Mi crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego
que quema toda tu santísima persona; el corazón te late tan
fuerte, que levantándote las costillas te atormenta en modo
tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima Humanidad
sufre una transformación que te hace irreconocible. El amor
que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo
contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo de la
sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino
mucho más por la sed ardiente de la salud de nuestras almas.
Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a
salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas
gritas:

“¡Tengo sed!”

¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón:


“Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de
tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu
alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo
cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto
que no puedo más articular palabra, sino que me siento
también secar el corazón y las entrañas. ¡Piedad de mi sed,
piedad!”

Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad


del Padre.
Ah, mi corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus
enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y vinagre, y Tú no
los rechazas.
Ah, comprendo, es la hiel de tantas culpas, es el vinagre de
nuestras pasiones no domadas que quieren darte, y que en
lugar de confortarte te queman de más.
Oh mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis
afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y
des un alivio a tu boca seca y amargada.
Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi
Jesús.
Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aun una sola
alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo.
A Ti yo me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te
plazca.
Quiero reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que
se pierden y la pena que te dan aquellas, a las cuales,
mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas
en vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que
te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar
más.

Sexta Palabra

Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el


fuego que te consume, y más que todo el Querer Supremo
del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten
esperar que puedas continuar viviendo.
Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus
ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una
palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso
e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te
puedas reanimar. Al fuego que te quema lo sustituye un hielo
y un sudor frío que te baña la frente, los músculos, y los
nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los
dolores y por las perforaciones de los clavos; las llagas se
abren más y yo tiemblo, me siento morir.
Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas
lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que
fatigosamente haces oír aún otra palabra:

“¡Todo está consumado!”


Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada
más, el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he
consumido toda por tu amor?
¿Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que
ser mi gratitud hacía Ti? Oh mi Jesús, quiero reparar por
todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y
consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas
mientras te estás consumiendo de amor sobre la cruz.

Séptima Palabra

Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el


último respiro de tu vida mortal, tu santísima Humanidad
está ya rígida, el corazón parece que no te late más.
Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera
posible, dar mi vida para reanimar la tuya.
Entre tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y
miras en torno a la cruz, como si quisieras dar el último adiós
a todos, miras a tu agonizante Mamá que no tiene más
movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu
mirada le dices:

“Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú


ten cuidado de los hijos míos y tuyos.”

Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos


enemigos y con tu mirada les dices:
“Yo os perdono y os doy el beso de paz.”

Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos


perdonas.
Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y
sonora gritas:

“¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”

E inclinando la cabeza expiras.


Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora
tu muerte, la muerte de su Creador.
La tierra tiembla fuertemente y con su temblor parece que
llore y quiera sacudir las almas de todos para que te
reconozcan como el verdadero Dios.
El velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que
hasta ahora ha llorado tus penas, retira horrorizado su luz.
Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho
y dicen:
“Verdaderamente este es el Hijo de Dios.”
Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras
que la muerte.
Muerto Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a
todos nosotros en las manos del Padre, para que no se nos
rechace; por eso gritas fuerte no sólo con la voz, sino con
todas tus penas y con las voces de tu sangre:
“¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!”
Mi Jesús, también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de
morir toda en tu amor, en tu Querer, rogándote que no
permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo salga de
tu Santísima Voluntad.
Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan
perfectamente a tu Santísima Voluntad, perdiendo así, o
reduciendo el precioso fruto de tu Redención.
¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas
criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí
mismas?
Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí.
Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por
tantos pensamientos míos de soberbia, de ambición y de
propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un
pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me
encuentre en las ocasiones de ofenderte, gritaré
inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús, beso tus hermosos ojos bañados aún por las
lágrimas y cubiertos por sangre coagulada, y te pido perdón
por cuantas veces te ofendí con miradas malas e inmodestas;
te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados
a mirar cosas de la tierra, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta
los últimos momentos por insultos y horribles blasfemias.
Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho
escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas
conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo
que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello
que no conviene, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido,
ensangrentado, y te pido perdón por tantos desprecios,
insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas
criaturas, por nuestros pecados.
Yo te prometo que cada vez que me venga la tentación de no
darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben,
gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada.
Te pido perdón por cuantas veces te he ofendido con mis
malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a
amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez
que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían
ofenderte, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas
de las cadenas y de las cuerdas que te han oprimido, te pido
perdón por tantas ataduras y por tantos apegos de las
criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo
cuello.
Te prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos,
deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré
inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por
tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados
cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te
prometo que cada vez que me venga el pensamiento de
tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu
gloria, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por
tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes
horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que
cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré
inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por
todas las obras malas e indiferentes, por tantos actos
envenenados por el amor propio y por la propia estima; te
prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no
obrar solamente por tu amor, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por
tantos pasos, por tantos caminos recorridos sin recta
intención, por tantos que se alejan de Ti para ir en busca de
los placeres de la tierra.
Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de
apartarme de Ti, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar
en Él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti,
para que todas sean salvas, sin excluir ninguna.
Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él,
de modo que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo.
Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de
querer salir de este corazón, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!”

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VIGÉSIMA TERCERA HORA – De las 3 a las 4 de la tarde
Jesús muerto es traspasado por la lanza.
El descendimiento de la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Muerto Jesús mío, toda la naturaleza ha dado un grito de
dolor al verte expirar y ha llorado tu dolorosa muerte,
reconociéndote como su Creador.
Miles de ángeles se ponen alrededor de tu cruz y lloran tu
muerte; te adoran y te rinden homenajes de
reconocimiento, confesándote como nuestro verdadero
Dios y te acompañan al Limbo, a donde vas a beatificar a
tantas almas que desde siglos y siglos yacen en aquella
cárcel oscura y te suspiran ardientemente.
Y yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta cruz,
ni me sacio de besar y volver a besar tus santísimas llagas,
señales todas ellas de cuánto me has amado, pero al ver las
horribles laceraciones, la profundidad de tus llagas, tanto
que descubren tus huesos, ay, me siento morir.
Quiero llorar tanto sobre estas llagas para lavarlas con el
agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte
todo con mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad
su natural belleza, quiero abrir mis venas para llenar las
tuyas con mi sangre y llamarte nuevamente a vida.
Vida mía, mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor es vida
y yo con mi amor quiero darte vida, y si no basta con el mío,
dame tu amor y con él todo podré, sí, podré dar vida a tu
santísima Humanidad.
Pero, oh mi Jesús, aún después de muerto quieres decirnos
que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio,
un albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado
empujado por una fuerza suprema, para asegurarse de tu
muerte, con una lanza te desgarra el corazón, abriéndote
una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas
gotas de sangre y agua que contiene tu ardiente corazón.
Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no por el
dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu
corazón y oigo que dice:

“Hija mía, después de haber dado todo, con esta he querido


hacerme abrir un refugio para todas las almas en este mi
corazón; este corazón abierto gritará continuamente a
todos: “Vengan a Mí si quieren ser salvos, en este mi
corazón encontrarán la santidad y los haré santos,
encontrarán el consuelo en las aflicciones, la fuerza en la
debilidad, la paz en las dudas, la compañía en los
abandonos. Oh almas que me aman, si quieren amarme de
verdad, vengan a morar siempre en este corazón, aquí
encontrarán el verdadero amor para amarme y llamas
ardientes para quemarse y consumirse todas de amor. Todo
está concentrado en este corazón, aquí están contenidos los
sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de todas las
almas. En este mi corazón siento las profanaciones que se
hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos, los ataques
que le lanzan, a mis hijos conculcados, porque no hay
ofensa que este mi corazón no sienta, por eso hija mía, tu
vida sea en este mi corazón, defiéndeme, repárame,
condúceme a todos hacia él.”

Amor mío, si una lanza ha herido tu corazón por amor mío,


te ruego que con tus manos hieras mi corazón, mis afectos,
mis deseos, toda yo misma, y que no haya parte en mí que
no quede herida por tu amor.
Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae desmayada
por el inmenso dolor al ver que te traspasan el corazón, y
como paloma vuela a tu corazón para tomar el primer lugar
para ser la primera reparadora, la reina de tu mismo
corazón, intermediaria entre Tú y las criaturas.
También yo junto con Mi Mamá quiero volar a tu corazón
para oír cómo te repara y repetir sus reparaciones en todas
las ofensas que recibes.
Oh mi Jesús, después de tu muerte desgarradora y
dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida
propia, pero en este tu corazón herido yo reencontraré mi
vida, así que cualquier cosa que esté por hacer, la tomaré
siempre de él.
No daré más vida a los pensamientos, pero si quisieran vida,
la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi
querer, pero si vida quiere, tomaré tu Santísima Voluntad;
no tendrá más vida mi amor, pero si querrá vida la tomaré
de tu amor.
Oh mi Jesús, toda tu Vida es mía, esta es tu Voluntad, este
es mi querer.
Muerto Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la
cruz; y tus discípulos José y Nicodemo, que hasta ahora
habían permanecido ocultos, ahora con valor y sin temer
nada quieren darte honorable sepultura, y por eso toman
martillo y pinzas para cumplir el sagrado y triste
descendimiento de la cruz, mientras que tu traspasada
Mamá extiende sus brazos maternos para recibirte en su
regazo.
Mi Jesús, mientras te desclavan, también yo quiero ayudar a
tus discípulos a sostener tu santísimo cuerpo y con los
clavos que te quitan, clávame toda a Ti, y junto con nuestra
Santa Madre quiero adorarte y besarte, y después
enciérrame en tu corazón para no salir más de él.

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VIGÉSIMA CUARTA HORA – De las 4 a las 5 de la
tarde
La sepultura de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo


por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu
lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi
cabeza sobre tu corazón empiezo:
Doliente Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio,
el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y
resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus
mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras
recompones aquellos miembros tratas de darle el último
adiós y el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el
corazón del pecho.
El amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del
amor y del dolor tu Vida está a punto de quedar apagada
junto con tu extinto Hijo.
Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? Él es tu vida, tu todo,
y sin embargo es el Querer del Eterno que así lo quiere.
Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: El
amor y el Querer Divino.
El amor te tiene clavada, de modo que no puedes separarte;
el Querer Divino se impone y quiere este sacrificio.
Pobre Mamá, ¿cómo harás?
¡Cuánto te compadezco! ¡Ah, ángeles del Cielo, venid a
levantarla de encima de los inmóviles miembros de Jesús,
de otra manera morirá!
Pero, oh portento, mientras parecía extinta junto con Jesús,
escucho su voz temblorosa e interrumpida por sollozos que
dice:
“Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me
quedaba y que mitigaba mis penas: Tu Santísima
Humanidad, desahogarme sobre estas llagas, adorarlas,
besarlas, pero ahora también esto me viene quitado, el
Querer Divino así lo quiere y Yo me resigno; pero debes
saber, oh Hijo, que lo quiero y no lo puedo, al solo
pensamiento de hacerlo me faltan las fuerzas y la vida me
abandona. Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir
fuerza y vida para hacer esta amarga separación, que me
deje toda sepultada en Ti, y que tome para Mí tu Vida, tus
penas, tus reparaciones y todo lo que eres Tú. Ah, sólo un
intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme fuerza para
cumplir el sacrificio de separarme de Ti.”
Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres
esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la
besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti
sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de
Jesús, y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza.
¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la
tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que
empiezas a revivir, con haber tomado en tu mente los
pensamientos y las espinas de Jesús.
Adolorida Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y
quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más.
¡Cuántas veces esas miradas divinas, mirándote, te
extasiaban en el Paraíso y te hacían resurgir de la muerte a
la vida!
Pero ahora, al ver que ya no te miran te sientes morir, por
eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti
los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que
tanto ha sufrido al ver las ofensas de las criaturas y tantos
insultos y desprecios.
Pero veo traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos,
lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices:
“Hijo mío, ¿será posible que no me escuches más? Tú que
aún en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora
lloro, te llamo, ¿y no me escuchas? ¡Ah, el amor amoroso es
el más cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi misma Vida,
¿y ahora deberé sobrevivir a tanto dolor? Por eso, oh Hijo,
dejo mi oído en el tuyo y tomo para Mí lo que ha sufrido tu
santísimo oído, el eco de todas las ofensas que se
repercutían en el tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus
penas, tus dolores.”
Mientras esto dices, es tanto el dolor, las congojas del
corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento.
¡Pobre mamá mía, pobre Mamá mía, cuánto te
compadezco, cuántas muertes crueles no sufres!
Pero doliente Mamá, el Querer Divino se impone y te da el
movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo
besas y exclamas:
“Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me
dijera que eres mi Hijo, mi Vida, mi todo, no te reconocería
más, tan irreconocible has quedado. Tu natural belleza se
ha transformado en deformidad, tus mejillas se han
cambiado a violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu
hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era lo
mismo–, se ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo
amado, Hijo, cómo has quedado reducido, qué feo trabajo
ha hecho el pecado en tus santísimos miembros, oh, cómo
tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva
belleza. Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí
el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo
que has sufrido en tu rostro santísimo. ¡Ah! Hijo, si me
quieres viva dame tus penas, de otra manera Yo muero.”
Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las palabras y
quedas como extinta sobre el rostro de Jesús.
¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco!
Ángeles míos, vengan a sostener a mi Mamá, su dolor es
inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le queda más vida ni
fuerzas. Pero el Querer Divino rompiendo estas olas de
dolor que la ahogan, le restituye la vida.
Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus
labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la
boca de Jesús, y sollozando continúas:
“Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá, ¿será posible
que no deba escuchar más tu voz? Todas tus palabras que
en vida me dijiste, como tantas flechas me hieren el corazón
de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se
remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables
muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una
última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me dicen:
“Así que no lo escucharás más; no volverás a oír más su
dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti
creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía.”
Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa que
amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la
tuya, dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la
amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y
plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor
será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en
medio de tus penas.”
Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que
están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como
volando pasas sobre las manos de Jesús, las tomas entre las
tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus
manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las
perforaciones de aquellas manos santísimas.
Y llegando a los pies de Jesús y mirando el desgarro cruel
que los clavos han hecho en aquellos pies, pones en ellos los
tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de
Jesús a correr al lado de los pecadores para arrancarlos del
infierno.
Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós al
corazón traspasado de Jesús. Aquí te detienes, es el último
asalto a tu corazón materno, te lo sientes arrancar del
pecho por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí
mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón
santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a
tomar el corazón Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor
rechazado por tantas criaturas, tantos deseos suyos
ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores
las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te
tendrán crucificada durante toda tu Vida.
Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus labios
su sangre, y sintiéndote la Vida de Jesús, sientes la fuerza
para hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y
permites que la piedra sepulcral lo encierre.
Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no permitas
que por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada,
espera que primero me encierre en Jesús para tomar su
Vida en mí, si Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin
mancha, la santa, la llena de Gracia, mucho menos yo que
soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados, ¿cómo
puedo vivir sin Jesús? Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola,
llévame contigo; pero antes deposítame toda en Jesús,
vacíame de todo para poder poner a todo Jesús en mí, así
como lo has puesto en Ti.
Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio
estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una
brecha en tu corazón materno, con tus mismas manos
maternas enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi
mente los pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro
pensamiento entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los
míos, a fin de que jamás pueda huir de mi mirada; pon su
oído en el mío, para que siempre lo escuche y cumpla en
todo su Santísimo Querer; su rostro ponlo en el mío, a fin de
que mirando aquel rostro tan desfigurado por amor mío, lo
ame, lo compadezca y repare; pon su lengua en la mía para
que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus manos
en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada
obra que realice tomen vida de las obras y movimientos de
Jesús; pon sus pies en los míos, a fin de que cada paso que
yo dé sea vida para las otras criaturas, vida de salvación, de
fuerza, de celo para todas las criaturas.
Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su
corazón y que beba su preciosísima sangre, y Tú,
encerrando su corazón en el mío haz que pueda vivir de su
amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano
derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su
última bendición.
Y ahora permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú,
destrozada besas este sepulcro y llorando le dices tu último
adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas
petrificada, ahora helada.
Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y
llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu
amarga desolación, quiero ponerme a tu lado, para darte a
cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor, una palabra de
consuelo, una mirada de compasión. Recogeré tus lágrimas,
y si te veo desfallecer te sostendré en mis brazos. Pero veo
que estás obligada a regresar a Jerusalén por el camino por
donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras ante la
cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú
corres, la abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno
se renuevan en tu corazón los dolores que Jesús ha sufrido
sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando
exclamas:
“¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada
los has perdonado! ¿Qué mal te había hecho? No me has
permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un
sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has
dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía
licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado
corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme
rechazada. Oh cruz cruel, sí, pero santa, porque has sido
divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo. Aquella
crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia
los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido
sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para
que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y cruces.
Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la Vida de un
Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti,
oh cruz.”
Y besándola y volviéndola a besar te alejas. Pobre Mamá,
cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen
nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y
volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te
ahogan, y a cada instante te sientes morir.
Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana lo
encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado,
chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza,
las cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y
en cada golpe le daban dolores de muerte.
La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya buscaba piedad,
y los soldados para quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo
empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva
sangre; ahora Tú ves el terreno empapado con ella, y
arrojándote a tierra te oigo decir mientras besas aquella
sangre:
“Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta sangre, a fin de
que ninguna gota sea pisoteada y profanada.”
Mamá doliente, déjame que te de la mano para levantarte y
sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús.
Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas, por
todas partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de
Jesús. Por eso apresuras el paso y te encierras en el
cenáculo. También yo me encierro en el cenáculo, pero mi
cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su
corazón quiero venir sobre tus rodillas maternas para
hacerte compañía en esta hora de amarga desolación.
No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor.
Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy
demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir;
ponme sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos
maternos, hazme de Mamá, tengo necesidad de guía, de
ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre mis llagas
derrama una lágrima tuya, y cuando me veas distraída
estréchame a tu corazón materno, y vuelve a llamar en mí la
Vida de Jesús.
Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para
poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar
al ver que conforme mueves la cabeza sientes que te
penetran más adentro las espinas que has tomado de Jesús,
con los pinchazos de todos nuestros pecados de
pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos te hacen
derramar lágrimas mezcladas con sangre, y mientras lloras,
teniendo en tus ojos la vista de Jesús pasan ante tu vista
todas las ofensas de las criaturas.
Cómo quedas amargada por esto, cómo comprendes lo que
Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas.
Pero un dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus
oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las
criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de
criaturas, penetrando por los oídos al corazón, te lo
traspasan, y repites el estribillo:
“¡Hijo, cuánto has sufrido!”
Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te
limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me
siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido,
con una palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos
dados a Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto
sufrir, tanto, que moviendo tus labios para rezar o para
dejar escapar suspiros de tu inflamado pecho, siento tu
aliento amargo y tus labios quemados por la sed de Jesús.
Pobre Mamá mía, cuanto te compadezco, tus dolores van
creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre
ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas
por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor
al ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas
las obras malas, que repiten los golpes, agrandando las
llagas y exacerbándolas cada vez más.
Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera Mamá
crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos;
es más, no sólo te los sientes clavar, sino también arrancar
por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al
infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no caigan en las
llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá,
todas tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el
corazón y te lo traspasan, no con siete espadas sino con
miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en Ti el
corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y
envuelve en su latido los latidos de todos, y ese latido divino
conforme late así va diciendo:
“Almas, Amor.”
Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr en tus latidos
todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que
dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua
actitud de muerte y de vida.
Mamá crucificada, cuanto compadezco tus dolores, son
inenarrables; quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz,
para compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis
compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la
Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti
sus armonías, sus contentos, su belleza, para endulzar y
compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre
sus brazos y que te cambien en amor todas tus penas.
Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por
todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga
desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi
muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola,
abandonada por todos, en medio de mil angustias y
temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que
tantas veces te he hecho en mi vida, ven a asistirme, ponte
a mi lado y ahuyenta al enemigo, lava mi alma con tus
lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme con sus
méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas
y las obras de Jesús; y en virtud de las penas de Jesús y de
tus dolores, haz desaparecer todos mis pecados, dándome
el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre tus
brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del
enemigo y llévame al Cielo y ponme en los brazos de Jesús.
¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!
Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la
compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá,
son momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por
eso no niegues a ninguno tu oficio materno.
Una última palabra:
“Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el corazón
santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá mía, hazme de
centinela a fin de que Jesús no me ponga fuera de su
corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no me pueda salir.
Por eso te beso tu mano materna y bendíceme.
AMEN

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