Avivamiento en La Isla de Luis
Avivamiento en La Isla de Luis
Avivamiento en La Isla de Luis
Por Duncan Campbell (Tomado de la revista “La Trompeta de Dios”, no. 63,
may-jun 1990).
Ante todo, quiero decir que yo no produje el avivamiento en Luis, sino que
empezó antes de que yo llegara a la isla.
¿QUE ES EL AVIVAMIENTO?
Un día al atardecer, una mujer ciega de 84 años, tuvo una visión. Esta anciana
querida, Margarita, vio en la visión a la iglesia de sus padres llena de jóvenes y
a un ministro desconocido en el púlpito. Estaba tan emocionada por esta visión
que llamó al pastor y se la contó. El pastor de la colonia era un hombre que
temía a Dios y anhelaba verlo obrando, había tratado muchas cosas para
interesar a los jóvenes de la parroquia, pero ni siquiera un adolescente asistía
a la iglesia.
¿Qué es lo que le dijo Margarita? -Estoy segura de que usted está anhelando
ver a Dios obrar. ¿Qué piensa de convocar a los ancianos y diáconos y
sugerirles que pasen dos noches por semana en oración a Dios? Ustedes han
probado misiones; han probado evangelistas especiales. ¿Han probado a Dios?
El pastor humildemente obedeció.
-Sí, convocaré la sesión, sugiriendo que nos juntemos los martes y viernes en
la noche, para pasar toda la noche en oración.
Las súplicas y las reuniones duraron por varios meses, luego, una noche,
aconteció algo muy notable; estando de rodillas en medio de la paja en el
granero, de repente un joven se puso de pie y leyó en voz alta una parte del
Salmo 24: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar
santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a
cosas vanas, ni jurado con engaño. El recibirá bendición de Jehová” (v.v. 3-5),
cerró su Biblia y mirando a los ojos del ministro y a los otros arrodillados allí,
dijo: Hermanos, me parece que es tiempo perdido el orar como hemos estado
orando, y esperar como hemos estado esperando, si nosotros mismos no
tenemos relaciones debidas con Dios, entonces comenzó a orar: “Señor,
¿están limpias mis manos? ¿Es puro mi corazón?” Y aquel querido hombre no
siguió más adelante, pronto se arrodilló y se extendió boca abajo en la paja.
En cosa de pocos minutos, un poder se soltó en Barvas, el cual desconcertó a
todos los habitantes de la isla.
¡DIOS SE MANIFESTÓ!
¿Y qué fue eso? ¡Fue avivamiento! No fue algo organizado a base de esfuerzo
humano, sino que era toda la comunidad consciente de Dios, lo cual tuvo en
suspenso a todos en el área, tanto así que todo trabajo se paró. La gente se
reunió en grupos. Los jóvenes se reunían en el campo y comenzaron a hablar
acerca de este fenómeno de parte de Dios, que saturaba la comunidad.
En cosa de unos días, recibí una carta invitándome a la isla. En ese momento
experimentaba un movimiento muy grande en la isla de Skye. No era un
avivamiento, pero hombres y mujeres aceptaban a Cristo, y Dios fue
glorificado por los muchos hombres notables quienes encontraban al Salvador.
Cuando recibí esta invitación a venir a Luis por diez días, respondí que no me
era posible puesto que estaba envuelto en una convención durante los días de
fiesta. Ya habíamos hechos los arreglos para los predicadores y también por
las habitaciones en los hoteles para la gente que venía de todas partes de Gran
Bretaña, pero después tuve que cancelar esa convención, principalmente,
porque la agencia de viajes alquiló los hoteles para una semana especial que
iban a celebrar.
Nunca comí esa cena porque no llegué a la casa del pastor hasta las cinco y
veinte de la mañana. Fuimos a la iglesia, y prediqué a una congregación de
más o menos 300 personas. Fue una buena reunión, con un sentido
maravilloso de la presencia de Dios, pero nada excepcional pasó. Terminé la
junta con oración y caminaba por el pasillo cuando un joven se me acercó y
dijo: “Nada todavía ha pasado, pero Dios está presente, y en cualquier
momento El va a abrir un camino”.
Soy perfectamente honesto cuando digo que no sentí nada. Pero aquí había un
joven mucho más cerca de Dios que yo, y él sabía el secreto.
Me volví al anciano y dije: “¿No piensa que debiéramos abrir de nuevo las
puertas de la iglesia y permitirles entrar?”
En unos minutos la iglesia se llenó, a quince minutos de la medianoche. ¿De
dónde vino la gente? ¿Cómo sabían ellos que se celebraba un culto? No puedo
decirle, pero vinieron de las aldeas y los caseríos. Si hoy uno les preguntara:
“¿Qué es lo que les influenció a venir?”, ellos no podrían decirle. Fueron
conmovidos por un poder que está más allá de una explicación, y ese poder les
dio a entender que eran pecadores que merecían el infierno y el único lugar en
el cual podían pensar para obtener el socorro, fue la iglesia. Allí estaban, entre
seiscientos y setecientos.
Esa misma noche había un baile en la parroquia. Cuando este joven oraba en
el pasillo de la iglesia, el poder de Dios entró a ese baile, y los jóvenes, más de
100 de ellos, huyeron del baile como si fueran huyendo de una plaga, y se
dirigieron a la iglesia.
Cuando traté de subirme al púlpito, fui impedido por los muchos jóvenes del
baile. Cuando por fin logré hacerlo, descubrí que allí en el piso detrás del
púlpito estaba una joven, una graduada de la Universidad Aberdeen, quien
estaba sentada allí llorando: “¿No hay nada para mí? ¿No hay nada para mí?”
Dios estaba obrando, y la visión de Margarita fue verdadera y real. La iglesia
fue llena tanto de jóvenes como de adultos.
Esa reunión duró hasta las cuatro de la mañana. Al salir de la iglesia, encontré
a un joven que no era creyente, aunque temía a Dios, y me dijo: “Señor
Campbell, debe haber entre 200 y 300 personas congregadas en la comisaría.
Algunos están arrodillados. No lo entiendo”.
Hubo aquí una multitud de hombres y mujeres de una aldea vecina, a eso de
cinco millas de allí, quienes se encontraban tan conmovidos por Dios, que
vinieron a la comisaría porque sabían que el policía allí era un hombre bien
salvo que temía a Dios. La comisaría estaba junto a la casa de Margarita. Este
joven me suplicó que fuera a la comisaría, lo cual hice. Nunca olvidaré lo que
oí y vi esa mañana: Jóvenes se arrodillaban al borde del camino. Pienso en un
grupo de seis, uno de ellos borracho. Su madre anciana estaba arrodillada a su
lado, llorando: “Oh, Memo, ¿por fin vienes? Memo, Memo, ¿por fin vienes?” Y
ahora Memo es pastor en la parroquia. Y del grupo de jóvenes quienes
buscaron a Dios esa noche, nueve de ellos están predicando.
¡ESO ES UN AVIVAMIENTO!
¡Dios obró! ¡Eso es el avivamiento! Esa es la necesidad enorme de la iglesia
alrededor del mundo hoy día. No es este o aquel esfuerzo con base en
tentativas humanas, sino una manifestación de Dios la cual conmueve a los
pecadores a pedir la misericordia antes de acercarse al edificio del culto.
Una noche un hombre se me acercó y dijo: “¿Le será posible venir y visitar
nuestra parroquia?” “Bueno, depende de cuándo pueda yo visitarla. Creo que
sería posible a la una de la mañana”. Y así fue que fuimos, llegando a la una y
media.
Al llegar, encontré una de las iglesias grandes totalmente llena, con mucha
gente afuera. Prediqué allí por una hora, y después salí mientras centenares de
personas pedían a Dios misericordia.
Al salir de la iglesia, otro joven se acercó y me dijo: “Sr. Campbell, debe haber
entre 300 y 500 en un campo aquí abajo, y los ancianos están preguntándose
si usted puede hablar con ellos.
Fui y encontré a este gentío, oh, fue muy fácil predicarles. El Espíritu de Dios
estaba conmoviéndolos.
Oh, que pudiéramos ver más convicción -convicción de pecado, la cual postrara
a los hombres ante la presencia de Dios-. ¡Dios, dánosla, dánosla!
Fuimos por el pasillo, y ella abrió con cuidado la puerta, y allí estaba el
granjero, arrodillado, clamando vez tras vez: “Dios, ¿puedes tener piedad de
mí? ¿Puedes tener piedad de mí? Me parece que el infierno es demasiado
bueno para mí”.
Otro rasgo destacado era esa convicción muy profunda del pecado. He aquí dos
incidentes. Un día la querida anciana, Margarita, vino y me dijo: “Me siento
guiada a pedirle que vaya a esta parte particular de la parroquia. Hay
pecadores empedernidos allí que necesitan la salvación”. “Pero no me siento
guiado a ir allí”, le dije. “Hay hombres allí quienes amargamente se me
oponen, y me figuro que no habrá un lugar para celebrar una reunión”.
Ella me miró y dijo: “Señor Campbell, si usted viviera tan cerca de Dios como
le conviene, El le revelaría Su secreto también”.
Recibí eso como una reprensión, y regresé al hogar del pastor y le dije: “Creo
que debemos pasar la mañana con Margarita, y esperar en Dios junto con ella
en su cuarto”. Así que Margarita y su hermana se arrodillaron con nosotros en
su cuartito, y esa querida mujer comenzó a orar: “Señor, Tú recuerdas la
conversación que tuvimos esta mañana a las dos. Tú me dijiste que ibas a
visitar esta parte de la parroquia con avivamiento. Acabo de hablar con el Sr.
Campbell pero no está preparado para pensar en ello. Tú debes darle la
sabiduría, porque él la necesita muchísimo. “Bueno, Margarita”, dije después
de ponernos de pie, “¿a dónde quiere que vaya? ¿Y dónde vamos a convocar la
reunión?” “Oh, sólo vaya, y Dios proveerá la congregación y el lugar para
reunirse”.
Habían allí cinco pastores. Si usted les hubiera preguntado de que era lo que
los trajo a ese pueblecito, ni siguiera uno le podía decir, pero movidos por un
Dios soberano, estaban allí. Hablé cerca de diez minutos cuando uno de los
ancianos se me acercó y dijo: “Sr. Campbell, ¿vendrá usted al otro lado de la
casa? Uno de los hombres principales del pueblecito está clamando a Dios por
misericordia, vaya usted allí, y nosotros iremos a la pila de turba aquí donde se
puede ver esas mujeres clamando a Dios, arrodilladas.
Fui al otro lado de la casa, y allí estaban los mismísimos hombres que Dios
mostró a Margarita, hombres que se convertirían en pilares de la iglesia de sus
padres. Y eso es lo que son hoy en día.
Entre los que pedían misericordia estaban dos flautistas los cuales estaban
anunciados a tocar en un concierto y un baile en una parroquia vecina. Y el
pastor de aquella parroquia estaba allí, él y su esposa estaban mirando a los
flautistas pedir a Dios piedad.
¡Eso es Dios obrando! Tan fuerte conmovía Dios, y tan terrible era la
convicción, que no podíamos más que dejarlos allí.
Luego, a eso de las dos de la mañana, se puso de pie y dijo esto: “Con base en
Tu promesa de derramar aguas sobre el sequedal (espiritual), me atrevo a
desafiarte a que cumplas Tu pacto”.
Cuando ese hombre dijo eso, la casa del granjero tembló como hoja. Cuando
Juan Smith cesó de orar, terminé la reunión y salí afuera donde descubrí que
toda la comunidad estaba despierta. La oposición se desvaneció, y un
movimiento glorioso comenzó, el cual se nombra en Escocia como el
avivamiento de Arnol. Esto fue uno de los movimientos poderosos en medio de
la visitación graciosa de Dios en la isla de Luis. La taberna se cerró esa noche,
y nunca volvió a abrirse. Los hombres que solían emborracharse allí en las
noches, ahora están orando en nuestras reuniones. Uno de ellos es misionero
en Arabia del Sur.
¿Qué son los frutos del avivamiento? Podía contar sobre mis cinco dedos las
personas que dejaron de asistir a las reuniones de oración. En Luis, y en las
tierras altas de Escocia en general, no creerían que una persona que no asistía
a los cultos de oración era cristiana, no más de lo que creerían que el diablo
era cristiano. Cuando un alma renace, repentinamente uno está con hambre de
reunirse con los que oran a Dios.
¿Entiende usted lo que significa el avivamiento? Significa mirar obrar a Dios -el
Dios de milagros-, obrando de una manera soberana y sobrenatural,
manifestándose entre los hombres y mujeres, induciéndolos a entrar al Reino
de Dios