Movimientos Indigenas en America Latina Resistencia y Nuevos Modelos de Integracion PDF

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I3

MOVIMIENTOS INDÍGENAS
EN AMÉRICA LATINA

Resistencia y nuevos modelos de integración

Ana Cecilia Betancur J.


(editora)

IWGIA – Debates
4I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Movimientos indígenas en América Latina


Resistencia y nuevos modelos de integración

Copyright: los autores y el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas


Foto de tapa: pueblo Awajún, Perú, archivo de IWGIA
Producción editorial: Alejandro Parellada

Catalogación Huridocs (CIP)


Título: Movimientos indígenas en América Latina. Resistencia y nuevos modelos
de integración
Autores: Araceli Burguete Cal y Mayor; William Villa Rivera; Pablo Ortiz-T.;
Alberto Chirif y Pedro García; Xavier Albó
Edición: Ana Cecilia Betancur J.
ISBN: 978-87-92786-05-0
EAN: 9788792786050
Idioma: castellano
Index: 1. Pueblos Indígenas – 2. Movimiento Indígena
Área Geográfica: América Latina
Editorial: IWGIA
Fecha de publicación: septiembre de 2011

Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas


Classensgade 11 E Tel: (45) 35 27 05 00 [email protected]
DK 2100 - Copenhague Fax: (45) 35 27 05 07 www.iwgia.org
Dinamarca
I5

Contenido

ANA CECILIA BETANCUR J.


Presentación . .......................................................................................................... 7

ARACELI BURGUETE CAL Y MAYOR
Movimiento indígena en México
El péndulo de la resistencia: ciclos de protesta y sedimentación
Introducción: movimientos sociales y movimiento indígena.................. 12
Primer ciclo de protesta indígena:
movimiento 500 años de resistencia indígena, negra y popular.............. 15
Segundo ciclo de protesta indígena:
el levantamiento armado del EZLN.............................................................. 23
El reflujo y sus alcances.................................................................................... 27
Dimensiones locales y regionales de las luchas indígenas......................... 29
A manera de conclusión................................................................................... 37
Referencias bibliográficas ............................................................................... 39

WILLIAM VILLA RIVERA


El movimiento social indígena colombiano:
entre autonomía y dependencia
Introducción..................................................................................................... 42
Los orígenes del movimiento indígena
contemporáneo en Colombia........................................................................ 43
Ascenso del movimiento, titulación de tierras y reconocimiento
constitucional de derechos a los pueblos indígenas.................................. 44
Alcances de los derechos indígenas.............................................................. 46
Autonomía y participación indígena en el Estado neoliberal.................. 55
Los impactos del nuevo modelo de representación
de los pueblos indígenas................................................................................. 57
La resistencia indígena.................................................................................... 60
El movimiento indígena, entre la dependencia y la resistencia............... 62
Referencias bibliográficas............................................................................... 66

6I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

PABLO ORTIZ-T.
20 años de movimiento indígena en Ecuador
Entre la protesta y la construcción de un estado plurinacional
Introducción..................................................................................................... 68
Antecedentes.................................................................................................... 69
Irrupción del movimiento indígena en el escenario nacional................. 73
De actores sociales a actores políticos.......................................................... 77
La revuelta de los forajidos y el movimiento indígena............................. 88
Asamblea Nacional Constituyente: expectativas y frustraciones........... 92
Los desafíos: Estado plurinacional y modelo económico......................100
Referencias bibliográficas.............................................................................104

ALBERTO CHIRIF Y PEDRO GARCÍA


Organizaciones indígenas de la amazonía peruana - Logros y desafíos
Nacimiento y proceso organizativo............................................................106
Otras organizaciones.....................................................................................116
Legislación indigenista y movimiento indígena......................................122
Hacia el futuro................................................................................................130
Referencias bibliográficas.............................................................................132

XAVIER ALBÓ
Hacia el poder indígena en Ecuador, Perú y Bolivia
Introducción...................................................................................................133
Procesos históricos trenzados.....................................................................133
Desarrollos más recientes.............................................................................138
Contrapuntos desde el Estado.....................................................................152
Juego de autoidentificaciones......................................................................155
La lucha por los recursos naturales.............................................................160
Más allá de cada país, hacia una glocalización alternativa......................163
Referencias bibliográficas.............................................................................166

Los autores .........................................................................................................168
PRESENTACIÓN I7

Presentación

Han pasado ya tres décadas desde cuando los movimientos indígenas irrum-
pieron en los escenarios nacionales de América Latina. Corrían los años 80
cuando se formaron las principales organizaciones indígenas de carácter na-
cional, especialmente en los países andino-amazónicos (Perú, Colombia, Bo-
livia y Ecuador), cada una con experiencias organizativas previas de carácter
local y regional o por pueblos indígenas que se habían gestado en la década
anterior en la casi totalidad de los países latinoamericanos.
La emergencia del movimiento indígena en dicho período, tiene como
contexto el ascenso de la organización campesina y las políticas estatales
que impulsaron las reformas agrarias en todo el continente. Así, a partir de
la segunda mitad del siglo pasado, las poblaciones indígenas inscribieron su
acción en la organización campesina, pero con el tiempo comenzaron a dife-
renciarse y a proyectar su propio camino. El trascurrir de las luchas indígenas
desde entonces ha sido similar en los países latinoamericanos y se ha alimen-
tado con discursos convergentes que se cuecen en los espacios nacionales y
se retroalimentan en los internacionales, donde también hacen presencia las
organizaciones desde aquella época.
Con el propósito de reflexionar sobre lo ocurrido con los movimien-
tos indígenas en Latinoamérica a partir de la década del 80, el Grupo
Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas, IWGIA, invitó a un
conjunto de personas, entre profesionales y académicas vinculadas es-
trechamente con las luchas de estos pueblos, para que compartieran sus
análisis a partir de sus experiencias en el respectivo país. Se propuso te-
ner como referentes las adecuaciones del Estado y otras transformaciones
derivadas del modelo neoliberal, igual que sus impactos en los modos de
vida indígenas, en sus dinámicas organizativas y en las formas de asumir
la resistencia.
Araceli Burguete, de México, ilustra sobre los ciclos pendulares de los movi-
mientos sociales en general y en particular sobre los del movimiento o los movi-
mientos indígenas en México, que se definen entre la protesta y el reflujo, este úl-
timo necesario para decantar los procesos en las respectivas comunidades. Enseña
también cómo la aspiración de autonomía se realiza de facto en localidades y regio-
nes y cómo en éstas se generan procesos sociales reivindicativos, mientras en el nivel
nacional la protesta se diluye.
8I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

William Villa, de Colombia, cuenta cómo el movimiento indígena que


indujo transformaciones importantes durante los 80 y 90 en el ordenamiento
territorial y político nacional, hoy se encuentra disperso y no logra articular
una resistencia sólida, que prefigure un nuevo proyecto de largo plazo. Des-
taca que mientras el liderazgo y las organizaciones se involucran en diversas
tareas estatales y de gobierno, las comunidades y los pueblos en conjunto vi-
ven la arremetida de la guerra y de las inversiones económicas que amenazan
sus territorios.
Pablo Ortiz-T., de Ecuador, describe la trayectoria del movimiento in-
dígena en los últimos 20 años y la manera como sucesivamente alterna la
protesta y la participación política, sin que esta última logre viabilizar sus
aspiraciones en torno a la construcción de un Estado plurinacional y al re-
conocimiento y respeto de los territorios ancestrales. A pesar de los cambios
que se verifican en Ecuador en los últimos años, en los que el movimiento
indígena ha sido actor de primer orden, las políticas económicas del Gobier-
no mantienen como prioridad la explotación de recursos naturales afectando
gravemente sus territorios, contra lo cual se gestan sucesivas movilizaciones.
Alberto Chirif y Pedro García hacen un recuento de la construcción del
movimiento indígena amazónico en Perú, subrayando sus logros y las crisis que
afrontan. Refieren los problemas y contradicciones que se presentan en el día a
día en las organizaciones, los distanciamientos entre dirigentes y bases, pero ante
todo señalan cómo las políticas gubernamentales revierten los derechos conquis-
tados y amenazan la existencia misma de las comunidades como sujetos colec-
tivos, sin que el movimiento nacional pueda dar una respuesta consistente que
delinee caminos hacia el futuro.
Finalmente, Xavier Albó, de Bolivia, analiza los procesos entrelazados de
los pueblos indígenas en los países centrales de la región Andina (Ecuador,
Perú y Bolivia), donde tienen en común una población significativa con res-
pecto al conjunto nacional. Destaca la forma en que se recrean y conjugan
identidades étnicas para abrir paso a diversas reivindicaciones territoriales y
autonómicas, y muestra que en el juego de identidades está presente el tema
de los recursos naturales, pero éste también da soporte a una posición de
clase frente a los poderosos intereses que los amenazan. Al respecto, analiza
las respuestas de los sectores antes hegemónicos en el control del aparato
estatal, las que han dado lugar a la categoría de el indio permitido que, valga la
redundancia, les ha permitido a los indígenas pasar de dirigir sus organizacio-
nes a asumir gobiernos locales y altos cargos en el Estado, especialmente en
Ecuador y Bolivia, con diferentes resultados.
Los análisis presentados muestran que muchas de las organizaciones que
en décadas pasadas lucharon por cambios a nivel político y social, hoy tienen
PRESENTACIÓN I9

fisuras o evidencian desarticulación, dispersión o falta de claridad sobre los rum-


bos que deben seguir. Los movimientos indígenas, actualmente en el período de
reflujo y sedimentación al que alude Burguete, deambulan entre la protesta y la
inserción en un Estado que los reconoce y los involucra de manera marginal o
funcional para dejar a salvo intereses que les son contrarios. Esto se observa con
claridad en los países donde se han reconocido derechos y se ha promovido la
participación indígena en múltiples escenarios, sin que de esto se deriven cam-
bios favorables en las condiciones de vida de las comunidades, generando, por el
contrario, dispersión para exigirlos y conquistarlos.
Por ello no deja de ser, cuando menos, paradójico que se reconocieran
derechos a los pueblos indígenas en un período en el que se impulsaban cam-
bios en las estructuras y dinámicas estatales para facilitar la apertura econó-
mica, cambios que a la postre restringirían el ejercicio de los derechos reco-
nocidos o lo harían funcional al modelo. Precisamente Albó recuerda que en
varios casos la recuperación de identidades étnicas vino de la mano de políti-
cas auspiciadas por el Banco Mundial, que orientó abundantes recursos para
los pueblos indígenas, y cómo los sectores dominantes aceptaban o hasta re-
comendaban la incorporación de lo indígena en las políticas y legislaciones.
Sobre el particular, plantea la hipótesis de que tales políticas podrían estar
orientadas a controlar desde el poder a estos movimientos reivindicativos,
para evitar una polarización clasista ante los avances en la apertura económi-
ca y la imposición del modelo neoliberal.
Lo concreto es que mientras se reconocían derechos étnicos por doquier,
cambiaron las condiciones materiales que posibilitaban su ejercicio. Eso su-
cedió especialmente con los derechos a la autonomía y a los territorios, pues
éstos entraban al mismo tiempo a jugar en el gran mercado de capitales, bien
por las riquezas minerales que albergan, bien por su ubicación estratégica o
por su importancia ecosistémica. En este escenario, la autonomía reconocida
a los pueblos indígenas para ejercer control territorial, queda en la práctica
limitada por los múltiples proyectos que se impulsan en sus territorios con
graves repercusiones sobre sus vidas. Los pueblos y comunidades no solo no
deciden sino que en la mayoría de los casos deben enfrentar estos proyectos,
incluso por vías de hecho, y muchas veces los aprueban a cambio de contra-
prestaciones o de beneficios económicos individualizables, sin que medie un
análisis sobre los impactos que pueden causar.
Así lo muestra Villa en el caso colombiano. En los territorios indígenas
que se integran a grandes proyectos fundamentalmente extractivos, las em-
presas son las que ejercen dominio y las poblaciones indígenas pasan a ser de-
pendientes de los programas que éstas financian, o de los empleos y contra-
tos que les brindan, mientras pierden vigencia sus formas de organización y
10 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

sus dinámicas tradicionales. También Chirif y García, Ortiz y Albó informan


sobre las divisiones y confrontaciones que se presentan en las organizaciones
indígenas o entre ellas por este tipo de proyectos, pues unos sectores apues-
tan a sacarles provecho económico, en tanto otros los resisten por los impac-
tos que generan en el entorno ambiental y en la vida de sus comunidades.
Un análisis comparativo de la situación de los indígenas en los países de
referencia podría conducir a preguntas sustanciales en torno a si los pueblos
indígenas son hoy objeto de la peor arremetida para integrarlos y desarticular
sus formas esenciales de vida, al hacerse participes de ese escenario en el que
se les reconocen formalmente sus derechos e involucrarse en la conducción de
Estados que han sido y siguen siendo ajenos a ellos y a otro conjunto impor-
tante de la población.
Sería oportuno indagar si los pueblos indígenas que resistieron o sobrevi-
vieron a los procesos de conquista y colonización, esta última no solo a manos
de los invasores sino, sobre todo, del que Pablo Ortiz-T. denomina proyecto crio-
llo de Estado nación, resistirán hoy a la embestida de grandes capitales en sus
territorios o terminarán sucumbiendo a una integración en el modelo de vida
urbana, de manera marginal y dependiente del Estado. Varios de los autores de
este libro se refieren a que en la actualidad buena parte de la población indígena
vive en centros urbanos, fuera de sus tierras ancestrales, lo que obedece a mu-
chos factores externos, pero también puede guardar relación con modificacio-
nes en sus aspiraciones de vida.
Cabe preguntarse también hasta qué punto ha influido en el estado de
cosas la deslegitimación social y política de paradigmas que iluminaron las
luchas populares en décadas anteriores en torno a sociedades más igualitarias
y justas, bajo los cuales se confrontaba colectivamente a los poderes econó-
micos que las obstaculizaban. La sustitución de éstos por otros paradigmas
construidos sobre miradas más locales, culturales o sectoriales quizás ha con-
tribuido a obnubilar la mirada sobre los factores estructurales que causan las
desigualdades sociales, la exclusión y la subordinación de los pueblos indí-
genas, inhibiendo una articulación social más amplia para enfrentar dichos
factores.
En síntesis, cabe preguntarse si hace falta algo más allá de la reivindica-
ción y defensa de derechos y de lo estrictamente indígena para dar un nuevo
sentido a las luchas sociales en pos de cambios sustanciales para amplios sec-
tores de la población que, como los indígenas, viven al margen de los proce-
sos sociales, económicos y culturales que hoy moldean al mundo capitalista.
Para abordar esa reflexión parece necesario centrar la mirada en los prin-
cipales problemas que viven los indígenas, no solo en sus relaciones con el
mundo dominante, sino, especialmente, en sus propias organizaciones y co-
PRESENTACIÓN I 11

munidades. De esa manera quizás se puedan desenmascarar los retos que en-
frentan los indígenas para consolidar en la práctica los derechos conquistados
en las normas y configurar proyectos que garanticen su pervivencia cultural
en medio de un mundo de interacciones con la sociedad dominante y de
grandes intereses económicos que les amenazan, pero que también seducen
a una parte importante de líderes, representantes y gentes de base.
Esta reflexión es tarea del liderazgo y de las propias organizaciones, pero
también lo es de todas aquellas personas preocupadas por el rumbo de nues-
tras sociedades. Los elementos de análisis que los autores brindan en la pre-
sente publicación no tienen otra pretensión que la de aportar insumos para
pensar estos rumbos y contribuir a perfilar la lucha hacia un futuro digno
para los pueblos y comunidades indígenas y para otros pobladores.

Ana Cecilia Betancur J.


agosto de 2011
12 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Movimiento indígena en México


El péndulo de la resistencia: ciclos de protesta y sedimentación

Araceli Burguete Cal y Mayor

Introducción: movimientos sociales y movimiento indígena

Estudiosos en México coinciden en ubicar a las décadas de los setenta y


ochenta como el período del surgimiento del movimiento indígena. Este
irrumpe cuando grupos que a sí mismos se definían indígenas, comenzaron
a construir su propia agenda, marcando distancia de las organizaciones cam-
pesinas (Bonfil, 1978; Mejía y Sarmiento, 1987; Stavenhagen, 1997; De la
Peña, 1995; Dietz, 1996; Barabas, 1996; Díaz Polanco, 1997; Sánchez, 1999;
Velasco, 2003; López Bárcenas, 2006; Valladares, 2007; Pérez Ruiz, 2010)1.
Desde su fase muy temprana, esas organizaciones surgen situadas en tres
campos diferenciados: a) el gubernamental, ligadas a la acción indigenista
(como el Consejo Nacional de Pueblos Indígenas -CNPI- y la Asociación
Nacional de Profesionales Indígenas Bilingües, A. C., Anpibac); b) organi-
zaciones aliadas o aupadas por la Iglesia católica progresista (como el Primer
Congreso Indígena en Chiapas, en 1974); y, c) las organizaciones indígenas
llamadas independientes, ligadas a organizaciones y/o partidos de izquierda,
o bien movilizadas en alianza con otros sectores de la sociedad civil.
Esos tres campos permanecen vigentes. En ciertas coyunturas se han uni-
do (como la protesta de 1992 y la de 1994-2001), minimizando los límites
que las separan para articular una única fuerza. Estas articulaciones han sido
los momentos cumbres de la protesta indígena; después de la cual, las alian-
zas se rompen, las organizaciones vuelven a actuar por separado y en muchas
ocasiones compiten o disputan entre sí. Cuando baja la protesta, es el mo-
mento de la latencia, del reflujo y también de la sedimentación, para ir hacia
abajo, hacia las regiones y comunidades.
Los movimientos sociales surgen como nuevas formas de hacer po-
lítica, cuestionando los límites de la política institucional. Sus dinámicas
incluyen interacción horizontal, esfuerzo coordinado, redes compactas
y estructuras de conexión de personas. De ellos forman parte élites que
comparten objetivos comunes y solidaridades desde donde mantienen su
posición opositora.
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 13

En su acción política, hay ciclos de protesta. Según Sidney Tarrow


(2004:263-264), los ciclos de protesta son fases de intensificación de los
conflictos y la confrontación, que incluyen una rápida difusión de la acción
colectiva de los actores más movilizados a los menos politizados. Es un mo-
mento de innovación acelerada en las formas de confrontación. La protesta
se logra al combinar la participación organizada con la no organizada, y unas
secuencias de interacción intensificada entre los disidentes y las autoridades.
De esa interacción pueden resultar reformas, o puede darse la represión y
conducir a la radicalización de los disidentes, hasta llegar a una revolución.
La protesta se sitúa en un contexto histórico específico, cuando se pre-
sentan cambios en las pautas de las oportunidades y restricciones políticas.
En la perspectiva de Tarrow (2004) la irrupción de un ciclo de protestas está
directamente relacionada con una coyuntura del entorno político nacional
(e internacional), a la que ha llamado Estructura de Oportunidades Políticas,
que facilita su activación. El énfasis de la explicación se pone en los factores
externos. En cierta coyuntura concreta, los actores encuentran aliados po-
tenciales, con lo que reducen los costos de la acción colectiva, radicalizan
sus demandas y ponen en evidencia la vulnerabilidad de las autoridades para
responder a sus demandas y presiones.
Alberto Melucci (2001:222, 296), por su parte, distingue dos niveles
de existencia de los movimientos sociales. Un nivel de visibilidad (la fase de
protesta de Tarrow) que se expresa en la movilización colectiva de actores
sociales durante un tiempo determinado, cuando despliegan sus demandas. Y
un nivel de latencia, que es una suerte de redes subterráneas, donde se cons-
truyen códigos culturales alternativos. En la perspectiva del autor, latencia
no significa inactividad, sino potencial de resistencia. La vida cotidiana es el
terreno de la latencia.
Ambos niveles tienen igual importancia. Las manifestaciones públicas
y las redes subterráneas son dos componentes de las formas alternativas de
organización de la vida social. En la perspectiva de Melucci, los movimientos
sociales operan mediante un “sistema bipolar” compuesto por un elemento
latente, que son las redes inmersas en la vida cotidiana, y otro visible, enten-
dido como la expresión manifiesta del movimiento. En este sistema, la acción
colectiva puede entenderse únicamente como la interrelación de esos dos
ámbitos (Melucci, 1999:74). En los momentos de latencia, los movimientos
mantienen un perfil bajo o de existencia prácticamente invisible, hasta que
un nuevo ciclo de protesta los reanima.
El periodo de latencia o reflujo, es una fase importante en la vida de los
movimientos sociales. Al analizar el reflujo de los movimientos sociales eu-
ropeos, Ángel Calle observa que si bien la fase de visibilización de esos movi-
14 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

mientos se ha agotado, ellos permanecen realizando la “revuelta cotidiana” en


espacios locales y vuelven a irrumpir en coyunturas como la protesta del 13
de marzo de 2004, contra del gobierno español, demandando transparencia
en la información frente al atentado en contra de cuatro trenes el 11 de mar-
zo, en Madrid. Describe el fenómeno de la siguiente manera:
En comparación con años previos el ciclo de protesta habrá dismi-
nuido (colectivos o redes que desaparecen, menor capacidad de de-
safío en la calle, menores sinergias entre movimientos sociales y cier-
tos sectores de la cclo de movilización que le da vida (la “revolución”
de las formas de hacer y decir). Incluso protestas como las del 13 de
marzo sólo podrán ser explicadas, a mi juicio, desde la sedimentación
que se está produciendo de nuevas formas de protesta y de represen-
tarse el mundo […] (Calle, 2005).
De igual forma, en el curso de dos décadas en México se observan cambios
en el ciclo del movimiento indígena. Éste se ha expresado mediante protestas
muy visibles que adquieren carácter nacional, en el año 1992 y en el perio-
do comprendido entre 1994-2001. Después, sigue un periodo de reflujo o
latencia, durante el cual, sin liderazgo de organizaciones que se presuman
nacionales, la acción política se desarrolla en los ámbitos regional, munici-
pal y comunal, a veces articuladas a lo global, buscando resolver problemas
concretos, construyendo proyectos propios de incidencia local y articulando
redes y esfuerzos contra las políticas neoliberales. Simultáneamente, la resis-
tencia permanece en escalas más pequeñas, “hasta abajo y hacia adentro”. De
esta forma, después de 1992 el proceso de sedimentación se produjo al ex-
pandir la noticia de los derechos indígenas y formar organizaciones regiona-
les. En la última década, se produce un proceso de sedimentación de la pro-
puesta autonómica, mediante algunas experiencias de autonomías de facto, y,
sobre todo, mediante procesos de expansión de la conciencia de los pueblos
por ejercer el control de sus espacios comunales (Dietz, 1996).
Es por ello que la mayoría de las luchas indígenas contemporáneas en
México, aunque dispersas y atomizadas y sin liderazgos nacionales, emiten
reclamos en una gramática de autodeterminación, en una exigencia de dere-
chos. Así, ocurre la paradoja de que mientras las organizaciones indígenas de
presencia nacional entraron en un periodo de reflujo crítico, en los espacios
regionales, municipales y comunales, se recrean los derechos autonómicos en
su fase de sedimentación. Allí se construyen intersticios autonómicos, donde
se anida la resistencia potencial y permanece la latencia, esperando irrumpir
en una nueva coyuntura de protesta nacional.
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 15

En suma, sedimentar forma parte del proceso del movimiento indígena


y es un extremo necesario del péndulo protesta-sedimentación. Es una fase
imprescindible porque en esos espacios se piensan y se ejercitan nuevas for-
mas de hacer política, que van más allá de los límites puestos por los marcos
normativos en materia indígena. Son espacios para la construcción de nuevos
discursos y de nuevos liderazgos; aquellos que estarán listos para protagoni-
zar nuevas protestas, cuando una nueva coyuntura lo haga posible. En este
mismo orden de ideas, en un balance sobre la situación del movimiento indí-
gena en México, Guillermo Almeyra (2008:100) escribió lo siguiente:
El aparente reflujo de los movimientos sociales (muy espectacular
en el caso del EZLN) esconde en realidad un proceso más complejo,
ya que las luchas sociales son como ríos cársticos, que a veces dejan
la superficie y parecen hundirse en la arena para aparecer algunos ki-
lómetros más abajo, reforzados por otras surgientes y por las aguas
subterráneas, y proseguir su camino hacia el mar. Sólo en la visión
anárquica, los trabajadores, obreros o campesinos pueden estar cons-
tantemente movilizados y en la calle. En particular cuando carecen
de dirección política que dé sentido y perspectivas a sus luchas.

Primer ciclo de protesta indígena: movimiento 500 años de


resistencia indígena, negra y popular

Antecedentes
En México, la emergencia del movimiento indígena y el ciclo de protestas arti-
culadas al Movimiento 500 Años de Resistencia Indígena, al final de la década
de los ochenta y en los primeros dos años de los noventa del pasado siglo, se
sitúan en un contexto de cambios profundos en el sistema económico y po-
lítico del país, acompañado por un rediseño del Estado, que progresivamente
se ajustaba a los requerimientos del modelo neoliberal. De hecho, los dos mo-
mentos de irrupción de los ciclos de protesta indígena (1992 y 1994) se produ-
cen durante el periodo de gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994),
presidente que ejerció el poder en medio de crisis políticas; primero por la in-
certidumbre sobre los resultados del proceso electoral en el que salió electo, y
luego por los cambios radicales que promovió en la organización del Estado.
Salinas recibió el país con una fuerte inestabilidad económica. Las medi-
das de ajuste estructural y el pago de la deuda externa, lo habían conducido
a una profunda crisis con un fuerte desempleo, inflación, devaluación de la
moneda, y con problemas de corrupción en la administración pública.
16 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

La población sufría en partida doble las consecuencias. Las medidas de


ajuste, como el “adelgazamiento” del Estado, condujeron a cambios drásticos
en la organización de las instituciones estatales, muchas de las cuales fueron
privatizadas, y se abandonaron las políticas de apoyo y subsidio al campo, lo
que contribuyó a profundizar la pobreza y la exclusión social en el medio ru-
ral. Para enfrentar esta situación, Salinas apostó por medidas modernizado-
ras, dirigidas hacia la integración de México a la economía de libre mercado.
Pero, por su falta de legitimidad tuvo que implementar políticas que parecían
contradictorias entre sí. Mientras apostaba por medidas neoliberales y priva-
tizadoras, aprobó decretos a favor de los derechos de los pueblos indígenas,
aunque ciertamente, con un propósito simulador.
La contemporaneidad entre neoliberalismo y derechos de los pueblos
indígenas ha constituido la arena en donde los indígenas mexicanos han li-
brado sus principales batallas en los últimos años.
En 1989 Salinas inicia el proceso de discusión del Tratado de Libre Co-
mercio con Estados Unidos de Norteamérica y Canadá cuya negociación
concluye con la firma del Tratado el 17 de diciembre de 1992. En 1993 las
asambleas legislativas de los tres países aprueban el TLC y éste entra en vigor
el 1º de enero de 1994, junto con la rebelión del Ejército Zapatista de Libera-
ción Nacional (EZLN).
Para ir dando pasos concretos a favor del libre mercado, Salinas promo-
vió diversas reformas, una de las más importantes al artículo 27 constitucio-
nal cancelando el reparto agrario y abriendo paso a la privatización de ejidos
y tierras comunales. En un ejercicio común en la política mexicana de ace-
lerar los tiempos legislativos para minimizar el costo político de las decisio-
nes, el 1º de noviembre 1991 el presidente envió al Congreso legislativo la
propuesta de reforma, que fue aprobada un mes después y publicada el 6 de
enero de 1992, para entrar en vigor al día siguiente. La ley reglamentaria (Ley
Agraria), se publicó el 26 de febrero del mismo año.
Al tiempo que empezó la negociación de tratados neoliberales y antes
de firmar decretos privatizadores, Salinas había promulgado el instrumento
de ratificación del Convenio 169 de 1989 de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT), y había enviado al Congreso legislativo una propuesta
de reforma al artículo 4º constitucional para reconocer la diversidad cultural
en México y los derechos culturales de la población indígena. El Convenio
169 fue aprobado por la Cámara de Senadores del Honorable Congreso de la
Unión, el 11 de julio de 1990, y publicado en el Diario Oficial el 3 de agosto
del mismo año (CDI, 2003).
La reforma al artículo 4º no tuvo, sin embargo, la misma celeridad que
se le dio después a la del Artículo 27 cancelando la reforma agraria. En abril
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 17

de 1989 Salinas instaló la Comisión de Justicia para los Pueblos Indígenas,


encargada de elaborar y promover el texto constitucional, liderado por el en-
tonces Instituto Nacional Indigenista (INI). La propuesta, enviada el 7 de
diciembre de 1990, fue aprobada el 3 julio de 1991 y publicada el 28 de enero
de 1992, ya cuando estaba promulgada la reforma al artículo 27 cuyo trámite
había empezado dos meses antes (Burguete, 1991). Y, también a diferencia
de la reforma agraria, la reforma indígena no gozó de la voluntad guberna-
mental para su implementación. El artículo 4º nunca se reglamentó y el Con-
venio 169 de la OIT careció de aplicación.

La contrarreforma agraria
Desde 1989 cuando se anunció la reforma al artículo 27, hasta la publicación
del decreto en 1992, se presentaron intensos debates públicos y diversas ma-
nifestaciones de inconformidad de parte de las organizaciones campesinas de
raigambre de izquierda, como la Central Independiente de Obreros Agríco-
las y Campesinos (Cioac). El 21 de noviembre de 1991, junto con otras seis
organizaciones regionales y un contingente de 1.500 campesinos, la Cioac
realizó un plantón frente a la Cámara de Diputados, para manifestar su recha-
zo a las reformas.
En torno a esas movilizaciones, el 30 de noviembre se constituyó el Mo-
vimiento de Resistencia y Lucha Campesina, en el que participaron 11 or-
ganizaciones agrarias que suscribieron el “Plan de Anenecuilco” buscando
sumar al resto de las organizaciones campesinas nacionales. Pero no todas
respondieron. Las principales organizaciones que integraban el Congreso
Agrario Permanente (CAP), como la Central Nacional Campesina (CNC),
brazo corporativo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), operaban
a favor de la reforma, debilitando la posibilidad de detenerla o de conjuntar
una gran protesta campesina en contra de ella. El presidente gozó, entonces,
de la venia de varias organizaciones agrarias para impulsar la reforma.
A diferencia de sus líderes corporativizados en el CAP, el grueso de los cam-
pesinos pobres (mayoría indígena), veía la (contra) reforma como una gran trai-
ción. El reparto agrario históricamente había sido leído como un pacto que ligaba
a los campesinos con el sistema político, que se asumía heredero de la Revolución
de 1910. El régimen del PRI había tenido en los campesinos sus aliados incondi-
cionales, de los que recibía votos cautivos mientras ellos a cambio recibían trato
político preferencial. Fueron “los hijos predilectos del régimen”, según reza el títu-
lo de un texto clásico de Arturo Warman (1972). Pero, en sus privilegios estaban
sus limitaciones, pues sus liderazgos fueron permanentemente cooptados.2
18 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Antes de la (contra) reforma agraria de 1992, el presidente había prepa-


rado el terreno. En 1989, el propio Salinas promovió la formación del CAP,
que aglutinaría a las principales organizaciones campesinas del país, asegu-
rándoles, de esta manera, recursos permanentes para su operación y garantías
en la gestión de sus proyectos. Ésta fue la pinza que se activó para evitar la
protesta campesina de 1991, que hubiera sido inminente ante la cancelación
del reparto agrario; pero que no ocurrió (Brunt, et al., 1996).
En 1992 y 1994 fallaron los controles. Inesperadamente, la pinza corpo-
rativa no alcanzó a amarrar a los indígenas, que ya habían construido sus pro-
pios liderazgos fuera de las centrales campesinas.
El indigenismo intentó en distintos momentos corporativizar a los in-
dígenas. En la década de los setenta promovió la formación de la figura de
“Consejo Supremo” por cada uno de los grupos lingüísticos en el país, bus-
cando disciplinar a la población, aunque no siempre lo consiguió:
Se suponía que el Consejo iba a estar subordinado al Estado, pero
pronto comenzó a agitarse. En 1976 el CNPI exigió el desmante-
lamiento del INI y durante la presidencia de [ José] López Portillo
(1976-1982) criticó la Ley de Fomento Agropecuario, utilizada como
lo era, para desarrollar el capitalismo agrario por la vía de empresas
conjuntas entre capitalistas y ejidatarios, usando tierra de ejido. Cuan-
do el Consejo llamó a su tercer congreso en contra de la voluntad
presidencial, [el presidente] trató sin éxito de liquidar al Frankestein
emancipado. Esta tarea finalmente, fue lograda por su sucesor, el presi-
dente Miguel de la Madrid (1982-1988) en 1985, cuando el CNPI fue
transformado en la sumisa Confederación de Pueblos Indígenas que se
afilió al PRI gobernante (Bartra y Otero, 2008:413).
Los disidentes del Consejo integraron la Coordinadora Nacional de Pueblos
Indígenas (CNPI), que mantuvo su independencia durante varios años. De
tal forma que cuando el presidente Salinas promovía la reforma del artículo
27, no contaba con una contraparte con liderazgo y legitimidad en el campo
indígena que le operara el control político que requería para realizar reformas
sin protesta social. Para ello, en 1990, la CNC progubernamental, a petición
del presidente Salinas, promovió la formación del Congreso Indígena Per-
manente (CIP). Pero el esfuerzo no logró su propósito, y sin plan previo de
por medio, en 1992 se desataron las múltiples protestas. En varios lugares del
país, los indígenas que continuaban demandando tierras ejidales y la restitu-
ción de sus territorios comunales, abandonaron las centrales campesinas y
formaron sus propias organizaciones, reconfigurando sus identidades etno-
políticas y dando lugar a nuevos liderazgos.
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 19

Desde 1989, aunque débiles, las organizaciones indígenas que se asu-


mían “independientes” (fuera del control corporativo del PRI) habían co-
menzado a articular el descontento rural y adquirieron una cierta legitimi-
dad. Pero fue la contra-celebración del “Encuentro de dos Mundos”, en 1992,
la que abrió una coyuntura de extraordinaria importancia para visibilizar su
presencia a nivel nacional y mostrar el descontento social contenido. Fue un
momento cumbre que articuló a los más diversos actores sociales organiza-
dos y no organizados de la ciudad capital de México, y a comunidades y orga-
nizaciones indígenas, desde la frontera norte hasta el sur del país.
La protesta contra la celebración de los 500 Años, fue la arena en donde
diversos actores manifestaron su rechazo a las políticas salinistas. También don-
de surgieron reclamos de justicia y por la realización de los derechos de los
pueblos indígenas, que habían quedado en la Constitución como letra muerta.

Marcha por la paz y los derechos humanos de los pueblos


indígenas Xi’nich’ (Hormiga): “Bienvenidos a la historia”
El músculo que fue desarrollando el movimiento indígena para hacer del año
1992 un momento de protesta importante, dio su primer campanazo ese año
con la “Marcha por la paz y los derechos humanos de los pueblos indígenas
Xi’nich’ (Hormiga)”. Una caminata de más de mil kilómetros que siete cen-
tenas de indígenas tsotsiles, tseltales, choles, tojolabales y zoques, realizaron
desde Chiapas hasta la ciudad de México.3
La protesta inició el 28 de diciembre de 1991, como reacción a un violento
desalojo policíaco de un “plantón” que la población Tseltal del municipio de Pa-
lenque realizaba en la plaza central contra un presunto fraude electoral y contra la
reforma al artículo 27 constitucional. Las comunidades inconformes demanda-
ban además obras públicas, traductores indígenas en los ministerios, disminución
del impuesto predial, respeto a las libertades políticas, reconocimiento y vigencia
de los derechos de los pueblos indígenas y un alto a la corrupción.
El desalojo dejó un saldo de diez heridos y alrededor de 108 detenidos.
El Centro de Derechos Humanos y el Comité de Defensa de la Libertad In-
dígena (CDLI) asumieron la defensa del caso. Los inconformes tenían mili-
tancia con raíces en el Congreso Indígena de 1974, y el Centro de Derechos
Humanos estaba ligado a la Iglesia Católica progresista. Los tseltales reinsta-
laron el plantón y realizaron gestiones para lograr la libertad de los detenidos,
uno de los cuales era sacerdote.
Una acción conjunta de veinticinco centros de derechos humanos presio-
nó la liberación de los presos y la mayoría obtuvo su libertad el 2 de enero de
20 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

1992. Pero diez de ellos permanecieron detenidos, acusados de delitos graves.


Las denuncias alcanzaron dimensión nacional. Se solicitó la intervención de la
Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y se demandaron modi-
ficaciones a la legislación chiapaneca y la eliminación de los delitos de “motín,
sedición, asonada y daño al patrimonio estatal”, bajo los cuales se reprimía la
inconformidad ciudadana. La CNDH recomendó liberar a los presos y nueve
de ellos obtuvieron su libertad. Pero uno quedó preso por el delito de homi-
cidio, dando inicio a una nueva fase de lucha por su liberación.
Luego de 71 días de plantón en Palenque, el 7 de marzo de 1992 unos
700 indígenas provenientes de más de un centenar de comunidades tzotzi-
les, choles y zoques, iniciaron la “Marcha por la paz y los derechos huma-
nos de los pueblos indígenas Xi’nich’ (Hormiga)” buscando dialogar con las
autoridades federales ante la falta de respuestas del gobierno del estado de
Chiapas. Su pliego de demandas incluía, además de la libertad de los presos
políticos, la resolución de añejos problemas agrarios y mejoras en la justicia,
entre otros reclamos. Durante los cincuenta días que duró, la marcha reci-
bió la simpatía y acogida en los distintos poblados que cruzaba y grupos de
campesinos e indígenas se sumaban a la travesía, aumentando el número de
marchistas. Todos protestaban contra el TLC, la modificación del artículo 27
y la celebración de “la invasión europea”, y reclamaban la dignificación de los
indígenas.
La marcha campesina del 10 de abril, que históricamente se realizaba en la ciu-
dad de México conmemorando la muerte de Emiliano Zapata, “asesinado a traición
por el gobierno”, fue más concurrida y combativa que nunca. En sus consignas se
leía que con la reforma salinista al artículo 27 “Zapata volvió a morir”. Otras mar-
chas, igualmente significativas se realizaron en diversos puntos del país.
Ante el apoyo a la marcha Xi’nich’, la presión adquirió carácter nacional y
el gobierno federal intervino para liberar al último preso, al tiempo que pedía
a los marchistas que retornaran a sus lugares de origen. Pero la respuesta era
tardía. Miles de personas esperaban a los marchistas en la ciudad de México
y al momento de entrar triunfantes, en una manta de recibimiento se leía:
“bienvenidos a la historia”.4

Contra la celebración del Quinto Centenario:


reencuentro y movilización
La organización popular en contra de la celebración festiva del quinto cen-
tenario del llamado descubrimiento de América, partió de las resoluciones
del “Encuentro latinoamericano de organizaciones campesinas e indígenas,
500 años de resistencia indígena y popular”, realizado en Bogotá, Colombia,
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 21

en octubre de 1989. Organizaciones de diversos países de América Latina


allí representadas se comprometieron a impulsar la formación de instancias
nacionales para organizar la contra celebración.
La constitución del Consejo Mexicano 500 Años de Resistencia, Indíge-
na, Negra y Popular (CM-500 Años), en agosto de 1990, fue resultado de un
laborioso proceso de coordinación en eventos realizados en varias regiones
del país, convocados con temas y propósitos diferentes. Uno de los objetivos
del CM-500 Años era la conformación de consejos a nivel regional, pero la
cifra de los que se crearon en realidad no alcanzó la decena. Se conformaron
consejos en la Península de Yucatán, en Puebla, en Morelos, en Guerrero y en
Ciudad de México, lo que da cuenta también de las dificultades para la cons-
titución formal de organizaciones indígenas amplias. Precisamente, el CM-
500 Años aspiraba a formar una organización indígena nacional, y en agosto
de 1991 se constituyó el Frente Nacional de Pueblos Indígenas (Frenapi),
pero su vida no llegó más allá de 1992.5
La limitante de no contar con una organización indígena amplia fue sin
embargo superada ampliamente con otras adhesiones menos formales que
funcionaron como red o coordinación de acciones. Durante su auge, el CM-
500 Años alcanzó a coordinar acciones de más de 350 organizaciones y pro-
pició la coordinación regional entre organizaciones y comunidades, siendo
ésta una de sus principales contribuciones (Flores, 2005:74).
La promoción de la contra-celebración dio lugar a numerosos encuentros,
foros y congresos y a múltiples encuentros y reencuentros de pueblos indí-
genas, en los cuales se conoció, celebró y debatió sobre la noticia del recono-
cimiento de sus derechos como pueblos, tanto del Convenio 169 de la OIT,
como del artículo 4º constitucional, de limitado alcance.6 Las reuniones más
emotivas fueron las de encuentro o reencuentro regional. Los pueblos indios
del Noreste del país celebraron dos encuentros en territorio del pueblo Yaqui,
en Sonora, los cuales permitieron juntar a las autoridades de los siete pueblos
yaquis de México con las autoridades del mismo pueblo de los Estados Unidos,
además de convocar a autoridades y representantes de otros pueblos, como los
Cucapá, Guarijio, Kikapoo, Mayo, Ootam, Pima y Raramuri, algunos de ellos
binacionales. Todos ellos compartían agendas y preocupaciones por sus territo-
rios, lenguas, cultura e identidad. Les preocupaban profundamente el despojo
y la creciente amenaza sobre sus territorios comunales y de empobrecimiento,
los fenómenos de cambio cultural en los jóvenes y los retos de la vida en la
frontera norte. En los encuentros sellaron compromisos de acompañamiento
mutuo y de hacer una sola fuerza para enfrentar sus problemas.7
Pese a los más de tres mil kilómetros que separan a la ciudad de México
con la frontera Norte del país, representantes de estos pueblos solían asistir
22 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

a las reuniones de coordinación del CM-500 Años, y se sumaron a la magna


concentración en el zócalo de la ciudad de México, el 12 de octubre de 1992.
Se hicieron presentes también, dos años después, en los procesos de acom-
pañamiento a la rebelión armada zapatista, sumando más de mil kilómetros
a su travesía.
El año de 1992 posibilitó conquistas indígenas. Una de las más contun-
dentes fue el logro de los nahuas del estado de Guerrero que lograron detener
la construcción de una nueva presa en su territorio. El Proyecto Hidroeléctrico
San Juan Tetelcingo de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) planteaba
construir una presa en el río Balsas, lo que implicaba inundar una considerable
parte del territorio de los nahuas del Alto Balsas, incluyendo tierras de culti-
vo, viviendas y lugares sagrados. Para resistir contra la presa, los nahuas habían
conformado en octubre de 1990 el Consejo de Pueblos Nahuas del Alto Balsas.
A través de éste se incorporaron a la contra-celebración para visibilizar su lucha,
y fueron los más activos promotores del Consejo Guerrerense 500 Años de
Resistencia Indígena, Negra y Popular. Una nutrida marcha partió desde Gue-
rrero para arribar a la ciudad de México el 12 de octubre de 1992 portando
una manta por delante que decía “¡Nunca más un México sin nosotros!”. Al día
siguiente, el Presidente Salinas recibió al CM-500 Años en audiencia y en ella,
el Congreso Guerrerense logró arrancar la firma a Salinas de Gortari, compro-
metiéndolo a cancelar la obra hidráulica (Díaz y De Jesús, 1999).
Pero no todos los convocados por la protesta llegaron a la ciudad de
México; de hecho fueron la minoría. La gran protesta fue a nivel nacional.
Prácticamente en todas las plazas de las capitales del centro y sur del país
hubo manifestaciones de inconformidad. Más de nueve mil personas, aglu-
tinadas por el Frente de Organizaciones Sociales de Chiapas (FOSCH), por
ejemplo, participaron en la marcha en San Cristóbal de Las Casas. Allí esta-
ban presentes los todavía clandestinos miembros del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN), algunos de ellos portando arcos y flechas con
sus rostros pintados de colores. En esa ocasión, un grupo se separó de la co-
lumna principal para derribar con marro, piedras y palos, la estatua del con-
quistador Diego de Mazariegos. En una pancarta se leía: “Hoy se cumplen
quinientos años de robo, muerte y destrucción del pueblo indígena”. Cosa
similar ocurrió en Morelia, Michoacán, donde una concurrida marcha de co-
muneros y profesores indígenas llenó la plaza principal, y un grupo de ellos
derribó la estatua del clérigo Vasco de Quiroga. En la ciudad de Oaxaca, cerca
de 25 mil profesores disidentes de la sección XXII, tomaron las calles para
protestar por los “500 años de opresión”.
En suma, la coyuntura de los 500 años del “encuentro de dos mundos”,
fue el escenario en el que campesinos comuneros indígenas y una multifacé-
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 23

tica sociedad civil, tomaron las calles y las plazas para rechazar la celebración
festiva de ese evento histórico, pero también para plantear demandas concre-
tas y para rechazar la firma del TLC y la reforma al artículo 27.
La semilla sembrada en estos eventos sedimentaría para formar organi-
zaciones, procesos y liderazgos indígenas de carácter local. Fueron tantos y
tan importantes los nuevos liderazgos, que uno de los participantes en las
movilizaciones, miembro de la directiva del Consejo Guerrerense 500 Años
de Resistencia, los identificó como “la generación del V Centenario”.8 Fue
esta generación de liderazgos la que se hizo presente con los zapatistas en el
proceso de negociación en San Andrés Larráinzar, cuando el EZLN nombró
a una larga lista de “asesores” para que lo acompañaran en el diálogo con el
gobierno federal, poniendo sobre la mesa la agenda indígena y el reclamo del
derecho a la autodeterminación.

Segundo ciclo de protesta indígena:


el levantamiento armado del EZLN

La rebelión del EZLN el primero de enero de 1994, día en que el TLC en-
traba en vigencia, tuvo un fuerte contenido simbólico, de rechazo al neoli-
beralismo salinista y contra la reforma al artículo 27, así como de cuestiona-
miento al sistema corporativo del PRI. El levantamiento armado contribuyó
de manera decisiva a colocar a los indígenas en el centro del interés nacional.
Durante siete años, desde 1994 hasta 2001, el EZLN acaparó la atención na-
cional e internacional y fue el actor más importante del país, desplazando a
los partidos políticos.
El movimiento indígena tuvo en este proceso una oportunidad privile-
giada para constituirse también como sujeto político, al articularse alrededor
de una agenda común. En efecto, los “Acuerdos de San Andrés”, emanados
de la mesa de diálogo de los rebeldes con el gobierno federal y el Estado de
Chiapas cumplieron el papel de articuladores del movimiento indígena. El
documento en el que constaban los acuerdos, más allá de las limitaciones de
éstos, fue durante casi una década base de consenso de todas las organizacio-
nes indígenas, que lo asumieron y defendieron como propio.
El levantamiento zapatista estuvo acompañado por una protesta indígena
en prácticamente todo el estado de Chiapas. A pocos días del acontecimien-
to, varios cientos de hectáreas habían sido tomadas por grupos de campesi-
nos, cuyas solicitudes de tierra habían quedado congeladas desde 1992 por
la cancelación del reparto agrario. De la misma forma, casi medio centenar
de palacios municipales fueron tomados por ciudadanos inconformes con
24 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

sus ayuntamientos, los cuales fueron acusados de corrupción o de ascenso


al poder en elecciones fraudulentas. La protesta incluyó la instauración de
demarcaciones rebeldes en resistencia, como gobiernos autónomos de facto,
desconociendo a los ayuntamientos constitucionalmente electos. En estas ac-
ciones participaron organizaciones sociales y los propios rebeldes zapatistas,
quienes compartieron agendas durante los primeros años del levantamiento
(García, et. al., 1998).
Alrededor de la rebelión se creó un clima nacional de protesta, en el que
irrumpieron diversas iniciativas de democratización y floreció un amplio de-
bate sobre los derechos de los pueblos indígenas en México, en el que par-
ticiparon académicos y distintos sectores de la sociedad nacional. Las orga-
nizaciones, los comuneros y las autoridades locales también debatieron sus
aspiraciones y el alcance de sus derechos.
Una de las discusiones más importantes giró en torno a la construcción
de una propuesta legislativa autonómica nacional. Para debatir sobre ella, en
abril de 1995 las organizaciones indígenas independientes se auto convoca-
ron a una asamblea nacional, que se realizó en la sede de la Cámara de Dipu-
tados en la ciudad de México. De esta asamblea surgió una primera versión
para la propuesta legislativa que se planeaba llevar a la mesa de diálogo en
Chiapas. En ella se contemplaba un régimen autonómico en tres niveles de
gobierno: comunitario, municipal y regional. Con el propósito de incorpo-
rar las distintas perspectivas indígenas, desde el norte hasta el sur del país, y
construir de manera colectiva la propuesta final, la asamblea se constituyó
como “asamblea itinerante”, a realizarse en distintas partes del país. A este
“diálogo entre pueblos indios” se le denominó “Asamblea Nacional Indígena
Plural por la Autonomía” (Anipa) y entre abril de 1995 y noviembre de 1998
se realizaron siete asambleas en todo el país (Ruiz, 1999).
Además, organizaciones, comuneros y autoridades indígenas acompaña-
ron de manera constante el proceso de diálogo entre el EZLN y el gobierno,
desde el primer día del levantamiento armado en 1994. Para darle estructu-
ra y organicidad a esa presencia, se integró el Congreso Nacional Indígena
(CNI) por un resolutivo del Primer Congreso Nacional Indígena, celebra-
do del 8 al 12 de octubre de 1996, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
El propósito inmediato del CNI era dar seguimiento a los Acuerdos de San
Andrés, suscritos el 16 de febrero del mismo año, así como manifestarse en
contra de la militarización en las regiones indígenas.
Para entonces el contexto era de incertidumbre sobre el desenlace de los
diálogos, y se percibían cambios en la estrategia gubernamental, pues el go-
bierno comenzó a actuar de manera unilateral, ignorando al EZLN. Desde
1996 hasta 1998, la agenda del CNI se centró, entonces, en la exigencia de
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 25

cumplimiento de los Acuerdos y en trazar estrategias para una mejor coor-


dinación del movimiento nacional indígena, al tiempo que avanzar en pro-
cesos de autonomías de facto y de reconstitución de los pueblos. Pese a la
voluntad de los actores políticos indígenas, quienes estuvieron movilizados
desde 1996 hasta el 2001, el quehacer del CNI tuvo grandes dificultades por
la actitud del gobierno, que ignoraba el diálogo tanto con zapatistas como
con organizaciones indígenas, en una clara apuesta por el desgaste (Anzal-
do, 1998).
En respuesta a la indiferencia gubernamental, y contra el cerco y la mi-
litarización en las regiones indígenas, el EZLN volvió a sorprender con una
nueva movilización, la “Marcha del color de la tierra”, otro momento cumbre
de la protesta. Con esta marcha, iniciada el 25 de febrero de 2001, los zapa-
tistas recuperaron protagonismo y convocaron a multitudes, indígenas y no
indígenas, organizadas y no organizadas, durante su recorrido “en forma de
caracol” hacia la ciudad de México.
La decisión de marchar fue anunciada por los zapatistas el 2 de diciem-
bre de 2000, un día después de la toma de posesión del nuevo presidente,
Vicente Fox, como una manera de exigir el cumplimiento de los Acuerdos
de San Andrés. Se trataba de que el nuevo congreso y el nuevo presidente,
aceptaran la propuesta de reforma constitucional preparada por la Comisión
de Concordia y Pacificación (Cocopa), que era la más cercana al espíritu de
los acuerdos firmados.
Alrededor de la marcha y de los eventos, comunicados y declaraciones,
se fue armando una gran protesta. Fueron miles los que salieron a recibir a
los 23 comandantes y al Subcomandante Insurgente Marcos, en su recorrido
por trece estados de la República entre febrero y marzo de 2001. Uno de los
eventos más emotivos fue la presencia del EZLN en el recinto legislativo en
Ciudad de México. El 28 de marzo de 2001, la comandante Esther, una pe-
queña mujer Tseltal, tomó la palabra en la tribuna de la nación, para deman-
dar al Congreso la aprobación de la propuesta de ley sobre derechos y cultura
indígena elaborada por la Cocopa. El país entero se paralizó para escuchar su
mensaje. Con su voz suave reclamó a la nación el reconocimiento de los de-
rechos de los pueblos indígenas, y el cumplimiento de la palabra empeñada.
Terminó su intervención con las siguientes palabras:
Señoras y señores legisladoras y legisladores: soy una mujer indígena
zapatista. Por mi voz hablaron no sólo los cientos de miles de zapa-
tistas del sureste mexicano. También hablaron millones de indígenas
de todo el país y la mayoría del pueblo mexicano. Mi voz no faltó el
respeto a nadie, pero tampoco vino a pedir limosnas. Mi voz vino
26 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

a pedir Justicia, Libertad y Democracia para los Pueblos Indios. Mi


voz demandó y demanda reconocimiento constitucional de nuestros
derechos y nuestra cultura. Y voy a terminar mi palabra con un grito
con el que todas y todos ustedes, los que están y los que no están, van
a estar de acuerdo: ¡con los pueblos indios, viva México, viva Méxi-
co, viva México! ¡Democracia, libertad, justicia! (Causa Ciudadana,
2001:396-397).
Al día siguiente el EZLN inició su retorno a la selva de Chiapas a donde arri-
bó el 1º de abril.
Concluido el recorrido zapatista, los congresistas hicieron caso omiso al
propósito de la marcha y a la petición de la comandante Esther. Diputados
y senadores procedieron a legislar, elaborando un documento distinto y dis-
tante de la iniciativa de la Cocopa, y el 25 de abril de 2001, el Senado de la
República por unanimidad aprobó la reforma constitucional que modificaba
los artículos 2º y 115 constitucionales.
La reforma fue recibida como una afrenta, tanto por el EZLN como por
el movimiento indígena. El 29 de abril de 2001 los zapatistas emiten un co-
municado en el que desconocen la reforma constitucional aprobada por el
Congreso de la Unión, argumentando que:
no responde en absoluto a las demandas de los pueblos indios de
México, del Congreso Nacional Indígena, del EZLN, (…) traiciona
los Acuerdos de San Andrés en lo general y, en lo particular, toma
distancia de la iniciativa elaborada por la Cocopa en puntos sustan-
ciales como: autonomía y libre determinación, los pueblos indios
como sujetos de derecho público, tierras y territorios, uso y disfru-
te de los recursos naturales, elección de autoridades municipales y
derecho de asociación regional, entre otros, y porque, en lo general,
impide el ejercicio de los derechos indígenas.9
Haciendo oídos sordos de las protestas, tanto del EZLN como de las orga-
nizaciones indígenas y de organismos civiles, el 18 de julio la Comisión Per-
manente del Congreso de la Unión declaró consumada la reforma y el 14 de
agosto el presidente Fox la promulgó.
En un último esfuerzo, organizaciones, comuneros, autoridades, con-
gresistas y organismos de derechos humanos, presentaron controversias
constitucionales (272 controversias interpuestas por municipios de Chia-
pas, Veracruz, Guerrero, Puebla, Morelos y Oaxaca); dos acciones de incons-
titucionalidad interpuestas por los Congresos de Tabasco y Tlaxcala, y 14
amparos interpuestos por comunidades indígenas del Distrito Federal, y de
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 27

los estados de México, Chihuahua, Jalisco y Chiapas. El proceso para su reso-


lución duró alrededor de un año, y en septiembre de 2002 la Suprema Corte
de Justicia de la Nación se declaró incompetente para conocer de las materias
impugnadas (Carrillo, 2009).
Es importante mencionar que en la elaboración y aprobación de la re-
forma participaron de manera activa los diputados de los partidos políticos
de izquierda, entre ellos el Partido de la Revolución Democrática (PRD), lo
que significó un duro golpe para su militancia, para el zapatismo y para el mo-
vimiento indígena. A partir de entonces el EZLN rompió de manera radical
con ese partido, y en general con el sistema político mexicano.

El reflujo y sus alcances

A partir de 2001, el movimiento indígena con presencia nacional entró en


un fuerte reflujo, del que aún no ha salido. El EZLN dio un giro a su estrate-
gia, dejando de ser un “movimiento indígena” para regresar a su origen, de
Movimiento de Liberación Nacional, con posiciones anti sistémicas y anti
neoliberales (Pérez Ruiz, 2006). En este perfil, la autonomía dejó de recla-
marse como un derecho, exigible al Estado en cumplimiento del artículo 2º
constitucional, para convertirse en una estrategia de resistencia y de combate
al Estado neoliberal (Mora, 2010).
En su nueva estrategia, el EZLN rompe alianzas con los partidos políti-
cos, pero también con todas aquellas organizaciones, comunidades y auto-
ridades indígenas vinculadas con la organización estatal. Esta ruptura ha sig-
nificado la disolución de las articulaciones políticas del movimiento indígena
chiapaneco y ha conducido al aislamiento de los zapatistas, con altos costos
para su militancia. Su número ha disminuido drásticamente, quedando en gru-
pos minoritarios dentro de las comunidades indígenas, que sobreviven hosti-
gados y permanentemente amenazados; lo que alienta el gobierno mediante la
intimidación, la cooptación y la aplicación de políticas asistenciales. Cuando
el EZLN dejó de ser la fuerza política que reclamaba el cumplimiento de los
Acuerdos de San Andrés, la agenda de derechos indígenas quedó a la deriva.
Por otro lado, la Anipa perdió liderazgo, cuestionada por los zapatistas
y por sectores del movimiento indígena cuando sus principales líderes dis-
putaron espacios de poder a nivel legislativo y ejecutivo, tanto en el ámbito
federal como en las entidades federativas, y finalmente se disolvió. El CNI
también perdió capacidad de convocatoria y liderazgo y en la actualidad la
parte más activa, en la región Centro-Pacífico, impulsa la defensa de territo-
rios y recursos naturales con incidencia solo local.
28 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

El pulso del debilitado movimiento indígena se percibió en la coyuntura


de las celebraciones del Bicentenario, frente a las cuales su voz estuvo ausen-
te. Algunos eventos intentaron construir una oposición, pero fueron aisla-
dos y, contrario a la expectativa, la efeméride no resultó propicia para una
nueva articulación de la protesta indígena. Otros esfuerzos por reactivar una
organización de carácter nacional no han logrado resultados. Algunos de los
principales líderes de la disuelta Anipa han convocado a eventos buscando la
rearticulación del movimiento indígena nacional y la conformación de una
nueva organización a la que han nombrado “Movimiento Indígena Nacional
(MIN)”. Aunque se han realizado dos reuniones nacionales concurridas (en
febrero y septiembre de 2010), enfrentan dificultades para la coordinación
nacional y el seguimiento.
En síntesis, el movimiento indígena en su dimensión nacional ha perdido
convocatoria y ha dejado de estar en el centro del interés público. Una de las
principales consecuencias del reflujo del movimiento indígena y la ausen-
cia de liderazgos nacionales, es que la lucha por los derechos autonómicos y
los derechos indígenas, quedó sin un sujeto que la asuma. Después de 2001,
el gobierno federal ha realizado una interpretación unilateral de la reforma
constitucional; ha ignorado el Convenio 169 y la Declaración de la ONU
sobre derechos indígenas, y ha operado prácticamente sin oposición.
Aunque ciertamente nuevas luchas indígenas emergen de manera cons-
tante en los ámbitos regional, municipal y comunal, como se verá líneas aba-
jo, lo que hace que el movimiento indígena se mantenga activo y dinámico,
los valiosos esfuerzos, sin embargo, no logran movilizar lo suficiente o no
encuentran eco a nivel nacional para alcanzar un mayor impacto, por carecer
de referentes nacionales que construyan las sinergias necesarias para ampli-
ficar las luchas locales. La ausencia de ese sujeto nacional que reclame los
derechos conquistados, ha conducido a retrocesos en la política pública, que
ha regresado a las viejas prácticas indigenistas (en combinación con un neo
indigenismo) sin que haya voces fuertes y contundentes que puedan dar un
golpe de timón al estado de cosas.
En el corto plazo no se anuncian cambios sustanciales. Siguiendo a Ta-
rrow (2004), es probable que sea hasta otro momento del entorno político
nacional/internacional (Estructura de Oportunidades Políticas, EOP), que
genere una nueva coyuntura y facilite la activación y articulación de la protes-
ta, cuando las voces regionales, municipales y comunales, que hoy están acti-
vas (en la latencia del movimiento nacional, de acuerdo con Melucci, 1999),
puedan actuar alrededor de una misma causa, como ocurrió en la contra-
celebración del V Centenario y con el zapatismo.
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 29

Dimensiones locales y regionales de las luchas indígenas

No obstante el reflujo del movimiento nacional, la resistencia indígena per-


manece activa y es muy dinámica en los ámbitos regional, municipal y comu-
nal; y en muchos casos se articula a procesos globales. Aunque en este texto,
por convención, se refiere el movimiento indígena, en realidad éste se integra
por muchos movimientos indígenas, varios de ellos locales, por lo cual resulta
adecuado referirse al movimiento indígena chiapaneco, o a los movimientos
indígenas michoacano, guerrerense, veracruzano, mexiquense u oaxaqueño,
entre otros, pues en las últimas dos décadas ha sido más reducido el tiempo
de coordinación y acción conjunta a nivel nacional, que el de distanciamien-
to y desencuentro entre luchas locales.
En síntesis, lo que se denomina movimiento indígena en México, se inte-
gra por la acción política segmentada que en ciertos momentos, cuando se
configura un ciclo de protesta, se constituye en movimiento nacional, pero
éste se dispersa o se disuelve cuando pasa la coyuntura y llega el reflujo. Esta
dinámica segmentada es consustancial a su existencia. Los extremos protes-
ta-reflujo, nacional-local, son parte constitutiva de un mismo proceso y del
movimiento indígena. Por ello, resulta importante visibilizar las luchas indí-
genas de menor escala geográfica en el momento de reflujo nacional, para lo
cual se puntualizan algunas de las más relevantes de la primera década en el
nuevo milenio.

Dimensión regional:
la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO)
En el año 2006 el Estado de Oaxaca, en el sur de México, caracterizado por
la fuerte presencia de población indígena, fue escenario de una gran pro-
testa que adquirió una dimensión de revuelta ciudadana. Inició como una
movilización de carácter gremial. La Sección 22 del Sindicato Nacional de
Trabajadores de Oaxaca, tiene una larga tradición de más de dos décadas de
resistencia a la imposición de cuestionados liderazgos nacionales. En mayo
de 2006, como lo habían hecho durante varios años, los trabajadores del
sector educativo iniciaron sus movilizaciones que incluían un plantón en el
centro histórico de la ciudad capital. En la madrugada del 14 de junio y sin
que mediara diálogo alguno, los manifestantes fueron sorprendidos a golpes
y gases por parte de la policía que intentaba desalojarlos, dejando un saldo de
92 heridos y varios cientos de personas intoxicadas. La noticia del atropello
30 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

policial se propagó en el Estado y la solidaridad fue inmediata. Era el límite


de lo que la ciudadanía estaba dispuesta a aceptar.
El PRI continuaba en el poder después de 78 años y el gobernador, Uli-
ses Ruiz, había establecido un gobierno autoritario y violento y se servía de
grupos caciquiles y del uso clientelar de los programas públicos como instru-
mentos de control político. La represión al plantón de profesores era parte de
sus prácticas de gobierno. Del rechazo a la represión a los docentes se pasó
a la solidaridad y luego a la acción política organizada, cuando docenas de
organizaciones sociales, comunales y de autoridades, fueron arribando a la
capital. En una semana, más de trescientas organizaciones sindicales, indíge-
nas, estudiantiles y de campesinos, así como un variopinto mapa de actores
civiles, iglesias y grupos sectoriales se congregaron para debatir sobre el sis-
tema político local y para cuestionarlo como un todo. El debate tomó forma
de asamblea permanente bajo la denominación de Asamblea Popular de los
Pueblos de Oaxaca (APPO). Durante los meses siguientes, la ciudad se con-
virtió en una gran “comuna”, con barricadas en los cuatro puntos cardinales.
Llegó un momento en que la movilización había rebasado tanto al sindicato
de profesores como a la misma APPO, logrando concentraciones de más de
500 mil ciudadanos en la calle, en una ciudad de cerca de un millón de habi-
tantes (Beas, 2006).
Pese a esa gigantesca acción colectiva y a las muchas voces nacionales
que demandaban la destitución del gobernador, el gobierno federal, la Cá-
mara de Diputados y la directiva nacional del PRI, lo sostuvieron en el poder.
La represión a los líderes fue feroz, varios de ellos fueron a la cárcel y se inti-
midó a los participantes. En los años subsiguientes, los ciudadanos dejaron
de participar de manera activa, y la protesta se debilitó. Pero dejó una huella
memorable en la historia oaxaqueña y sedimentos de autodeterminación en
los municipios y comunidades de esa entidad federativa.

Dimensiones municipal y comunal: las autonomías de facto


La instauración de demarcaciones, instituciones y autoridades paralelas a
las del Estado, como estrategia de resistencia de las comunidades y pueblos
indígenas, constituye lo que se ha llamado “autonomías de facto” (Burgue-
te, 2002). Éstas son muestras de rechazo a la institucionalidad del Estado-
nación por su falta de reconocimiento a la autodeterminación de los pueblos.
Las autonomías de facto se instituyen para desafiar al Estado, para rechazar el
indigenismo, el asistencialismo, las prácticas corporativas y la subordinación
burocrática. Se asumen como alternativa a la imposición de decisiones, a los
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 31

programas y políticas públicas clientelares y a los partidos políticos, y consti-


tuyen un ejercicio del derecho de autodeterminación, cuyas prácticas e insti-
tuciones se caracterizan por estar adelante de los limitados reconocimientos
legales a los derechos indígenas. Son una manera de recordar al Estado y a la
sociedad que hay una agenda pendiente a su pleno reconocimiento.
Entre las autonomías de facto están las promovidas por los zapatistas
como “municipios autónomos” y “Juntas de Buen Gobierno” en el Estado
de Chiapas, pero también se presentan en otros estados, como en el caso de
Oaxaca, como respuesta a la disolución de municipios para subordinar co-
munidades indígenas a cabeceras municipales mestizas. Adicionalmente está
el caso de la Policía Comunitaria de Guerrero, que además ha desarrollado su
propio sistema de justicia.

Las autonomías zapatistas en Chiapas


Estas autonomías, promovidas por los zapatistas en una treintena de “munici-
pios autónomos” y cinco “Juntas de Buen Gobierno”, se han ido construyen-
do progresivamente en un proceso acumulativo iniciado en 1994. Su impulso
ha sido la principal estrategia del EZLN para desafiar al Estado, construyendo
el nicho desde donde se expresa la rebeldía zapatista. En estos espacios las
bases civiles del EZLN han creado un sistema de gobierno propio y políticas
sociales para su membrecía (Burguete, 2004).
Las autonomías zapatistas se diferencian de otras experiencias de auto-
nomías de facto en Chiapas (como la organización civil Las Abejas, en el
municipio de Chenalhó), y se caracterizan por lo siguiente: i) Los munici-
pios autónomos son parte de una lógica político-militar de control territo-
rial; ii) La autonomía opta por el camino rebelde, en oposición al gobierno
y no dialoga con él; no aspira a su reconocimiento, sino que exige su respe-
to, en ejercicio de su autonomía; iii) La fundación de los municipios autó-
nomos contiene un rechazo implícito a las instituciones estatales y una sus-
pensión casi definitiva de negociaciones con los gobiernos federal y estatal;
iv) En los espacios autónomos se crea una identidad política colectiva entre
sus miembros; v) Han establecido sus propias instituciones de educación,
salud y producción agrícola, paralelas a las estatales, motivo por el cual han
restringido la entrada a representantes de los gobiernos locales y estatales;
vi) Los organismos autónomos incluyen comisiones técnicas y administra-
tivas que diseñan propuestas sociales alternativas; vii) La filosofía política
zapatista no aspira a “tomar el poder”, sino a crear espacios autónomos de
resistencia (Mora, 2010).
32 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Mediante esta estrategia, los zapatistas, desde sus espacios de resistencia


con una identidad política colectiva, refuerzan las identidades étnicas y sedi-
mentan nuevas prácticas y proyectos políticos de futuro.

El municipio autónomo de Copala, Oaxaca


Una de las demandas más recurrentes en las últimas dos décadas en México, ha
sido la de creación de nuevos municipios y la restitución de poderes municipa-
les a aquellas comunidades que les fue retirado ese rango. En Chiapas, varias de
las declaratorias de municipios autónomos zapatistas, contenían ese reclamo,
pues más de cincuenta municipios habían sido desaparecidos por la Constitu-
ción local de 1921. Aunque luego se inició un proceso de re municipalización,
éste fue lento durante todo el siglo XX. Precisamente como respuesta a la con-
formación de los municipios autónomos zapatistas, y sin que los rebeldes lo
aceptaran, el gobierno del Estado implementó, a partir de 1999, una política
para la creación de una treintena de nuevos municipios; pero después de un
complicado proceso, solo se crearon siete (Leyva y Burguete, 2007).
Esta práctica de desaparecer municipios indígenas para subordinar a
las comunidades a cabeceras municipales mestizas, también estuvo presen-
te en Oaxaca y el pueblo Triqui fue víctima del despojo de su derecho al
autogobierno, mediante decretos gubernamentales. Como resultado de su
participación en las luchas de Independencia, y como respuesta a un re-
clamo de ese pueblo, dos cabeceras triquis fueron reconocidas con rango
de municipio en los años 1825 y 1826 (Chicahuaxtla y San Juan Copala).
Sin embargo, la categorización como municipio fue usada por el gobierno
también para dividir y subordinar a los triquis. Fue así como en 1844 erigió
en municipio a San Martín Itunyoso, que hasta entonces formaba parte de
Chicahuaxtla, produciendo una fractura en la integridad territorial y políti-
ca de ese pueblo. Un siglo después, en 1940, fue suprimido el municipio de
San Andrés Chicahuaxtla y en 1948 ocurrió lo mismo con San Juan Copala,
cuyas comunidades fueron repartidas y subordinadas en los municipios de
Santiago Juxtlahuaca, Putla de Guerrero y Constancia del Rosario.
Las comunidades afectadas mantuvieron la lucha por la restitución de
sus municipios durante más de medio siglo. Ante la negativa de su recons-
titución, las comunidades que integraban el antiguo municipio de San Juan
Copala, bajo el liderazgo de actores que habían participado en la APPO, de-
cidieron en el año 2007 auto restituirse de facto sus poderes municipales y
declarar el “Municipio Autónomo de San Juan Copala” (López Bárcenas,
2009:302).
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 33

La decisión ha sido sumamente compleja por diferencias internas entre


las varias organizaciones que disputan el liderazgo local, generando una
alta conflictividad. Los autónomos acusan a una facción de recibir fondos
gubernamentales y operar mediante prácticas caciquiles y paramilitares,
para evitar la autonomía de los triquis. Los otros por su parte, acusan a los
autónomos de excluir y negar el reconocimiento de derechos a todos sus
habitantes.
La intervención de muchos actores en el conflicto ha radicalizado la po-
sición de los autónomos de Copala, quienes rechazan la presencia de todos
los partidos políticos en el municipio e incluso plantean como sana la des-
aparición de las organizaciones indígenas formadas en los últimos cincuenta
años para recuperar sus propias instituciones de gobierno local y de elección
y nombramiento, eliminando las mediaciones partidarias y corporativas. Al
concluir el año 2010, la continuidad del Municipio Autónomo de Copala se
encontraba en riesgo por falta de pleno consenso entre todos sus habitantes,
y no se avizoraba aún la voluntad gubernamental para restituir los poderes
municipales y reconocer el autogobierno a San Juan Copala.

La Policía Comunitaria de Guerrero


La Policía Comunitaria de Guerrero es el resultado de la iniciativa de comu-
nidades situadas en una inhóspita y aislada región, en la Montaña de Guerre-
ro, caracterizada por bajos índices de Desarrollo Humano y el abandono de
las instituciones del Estado, donde la violencia y la inseguridad eran cosa de
todos los días. Asaltos, violaciones, robos, secuestros y asesinatos ocurrían
con frecuencia en total impunidad. Abrumadas por este problema y defrau-
dadas por el alcance de las reformas sobre derechos y cultura indígena en
México, cuarenta comunidades mixtecas, tlapanecas y nahuas, de la Montaña
y de la Costa Chica de Guerrero, inspiradas en los derechos indígenas reco-
nocidos en instrumentos internacionales (especialmente el Convenio 169 de
la OIT) fueron alentadas por las luchas autonómicas que se daban en el país
a promover su propia experiencia.
En 1995 iniciaron un proceso de discusión, análisis y reflexión tendiente
a establecer un sistema de vigilancia comunitaria, que dio nacimiento a la
Policía Comunitaria (CRAC, 2009:58-59). Los liderazgos habían participa-
do en distintos procesos organizativos, como parte del Consejo Guerrerense
500-Años, de la Anipa y del CNI, y también algunos de ellos fueron asesores
del EZLN en el proceso de diálogo con el gobierno federal, todo lo cual les
dio experiencia y certidumbre sobre sus derechos.
34 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Integrada por vecinos, la Policía Comunitaria comenzó a ganar acepta-


ción regional y al paso de los años fue ampliando su jurisdicción y el ámbito
de intervención hacia la administración de justicia, para lo cual se conformó
la Coordinadora de Autoridades Comunitarias (Crac), como órgano separa-
do. Para el año 2009, este sistema alternativo de justicia involucraba a más de
50 mil habitantes de la región. Los principios sobre los que se imparte justicia
son los de reeducación, sanción moral, servicio social, asesoría del consejo de
ancianos, trabajo comunitario y participación activa de las comunidades en
la gestión de la justicia. Cuando el delito es grave, es la Asamblea de la Crac
la encargada de su atención. En la práctica de justicia, se retoman principios
ancestrales que son actualizados ante el crecimiento de la población y la com-
plejidad de los problemas contemporáneos.
La efectividad del sistema se puede demostrar con datos duros: los deli-
tos han disminuido en un 95%, cifra reconocida por las autoridades del Es-
tado (Sierra, s. f). El éxito de esta experiencia ha alcanzado repercusiones
regionales y nuevas comunidades se han sumado a la iniciativa, concitando
el celo gubernamental. En el año 2002, se produjo el conflicto más grave con
el Estado. Los coordinadores regionales fueron encarcelados, acusados de
violaciones a los derechos humanos en el desempeño de sus funciones por
privación ilegal de la libertad. Al día siguiente de la aprensión, cerca de 4 mil
personas se manifestaron en la Agencia del Ministerio Público, logrando su
liberación.
Igual que los zapatistas, la Crac no reclama reconocimiento legal sino que
demanda del Estado el respeto a sus instituciones como instituciones indí-
genas, protegidas por la legislación internacional. La fuerza de este proceso
obligó al gobierno del Estado a establecer un acuerdo informal de respeto
y cooperación con las instancias judiciales de la Policía Comunitaria (Crac,
2009:60).

Luchas indígenas en gramática autonómica


El signo de los tiempos le ha dado nuevos contenidos a las luchas indígenas
en México. Desde el siglo XIX hasta la actualidad, la lucha por la defensa y
recuperación de la tierra y los bienes comunales ha estado en el centro de
sus movilizaciones. Desde la pequeña comunidad hasta los movimientos
nacionales, y aún el levamiento armado zapatista, contenían los históricos
reclamos agrarios. Pero hoy, las luchas indígenas van más allá de la demanda
agraria. El movimiento indígena contemporáneo se caracteriza por haberse
diversificado y muchas organizaciones, que se asumen indígenas, han sur-
gido politizando su etnicidad. En efecto, en las últimas dos décadas se ha
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 35

producido una ampliación de las luchas argumentadas en una gramática de


autodeterminación, y entre éstas se destacan los procesos organizativos de las
mujeres indígenas y los de articulación de organizaciones contra el modelo
neoliberal.

Organización y lucha de las mujeres indígenas


La organización y las organizaciones de mujeres indígenas es un fenómeno
nuevo en México. Fue hasta la rebelión zapatista, con el ejemplo y la fuerza
de figuras emblemáticas como la “comandanta Ramona” y el impacto de la
“Ley Revolucionaria de las mujeres” emitida desde el corazón zapatista, que
las mujeres indígenas comienzan a construir su propia historia organizativa.
En los inicios dentro de las organizaciones indígenas, y más recientemente,
construyendo organizaciones de mujeres indígenas.
El movimiento de mujeres indígenas ha tenido que enfrentar diversos
obstáculos para su construcción. Primero dentro de sus propias organiza-
ciones, comunidades y pueblos, que no veían con buenos ojos la agenda
de género. También dentro de las organizaciones feministas que, con una
visión etnocéntrica del feminismo, han debido comprender y apoyar la
mirada de las mujeres indígenas y la forma específica cómo construyen su
propia agenda.
En este escenario comienza a esbozarse un movimiento indígena de
mujeres de carácter nacional. En 1997 se realiza el “Encuentro Nacional de
Mujeres Indígenas Construyendo nuestra Historia”, al que asistieron más de
700 mujeres pertenecientes a más de una veintena de pueblos indígenas de
diferentes lugares del país. En este encuentro se conformó la Coordinadora
Nacional de Mujeres Indígenas, con participantes de los estados de Chiapas,
Michoacán, Morelos, Distrito Federal, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Estado
de México, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora, Veracruz y Oaxaca
(Hernández, 2001).
Pero, como ocurre con el movimiento indígena mexicano, la organiza-
ción nacional de mujeres enfrenta retos para alcanzar una sólida articula-
ción. Su desarrollo más importante es en las entidades federativas pero se
presentan contradicciones. En el estado de Chiapas, por ejemplo, existen
numerosas organizaciones en las que participan mujeres indígenas, pero la
mayoría de ellas funcionan como Organismos No Gubernamentales (ONG),
lo que implica que no se pueda hablar de un movimiento de mujeres indíge-
nas chiapanecas. No sucede igual en Guerrero, donde las organizaciones de
mujeres indígenas lograron articularse y constituir en 2004 la Coordinadora
36 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Guerrerense de Mujeres Indígenas (Espinosa, et. al., 2010). Sus liderazgos,


provenientes de organizaciones mixtas del movimiento indígena nacional y
estatal, en su mayoría, participaron en el Consejo Guerrerense 500 Años de
Resistencia Indígena, Negra y Popular, en el CM-500 Años, en la Anipa y en
el CNI, y fueron asesoras del EZLN en el proceso de paz.
En el último lustro la mayoría de las organizaciones de mujeres se han
articulado en diversas redes a nivel continental e internacional.

Defensa de territorios y resistencia contra el neoliberalismo


También en el curso de las dos últimas décadas, la resistencia indígena y su
confrontación al gobierno federal y a los estados y municipios, se ha incre-
mentado con motivo de la imposición de diversos proyectos que suponen
el despojo de territorios y el desplazamiento de la población. Sin consul-
ta previa, a lo largo y ancho del país se realizan supercarreteras, parques
industriales, proyectos turísticos, represas, explotaciones petroleras y de
minas a cielo abierto, y otros proyectos extractivistas que, privilegiando
intereses particulares de unos cuantos, modifican radicalmente la vida de
la gente sencilla.
Esto sucede especialmente a partir de la firma por el presidente Salinas
de Gortari de algunos decretos que reconocían los derechos de los pueblos
indígenas mientras se abrían las puertas a la inversión de capital, al libre mer-
cado y la privatización de las tierras y territorios, haciendo nugatorios los de-
rechos que se reconocieron, pues en México el Convenio 169 de la OIT no
se aplica y las políticas gubernamentales operan a favor del capital, aún en
contra de aquellos derechos y de la vida misma de las comunidades. Esta es
la principal contradicción al finalizar la primera década del siglo XXI, y pue-
de tener consecuencias insospechadas, pues la resistencia y la confrontación
parecen ser la única opción para los indígenas.
Es por ello que en los últimos años la tendencia que se observa es al in-
cremento de los conflictos entre el Estado y los pueblos indígenas por este
tipo de proyectos al mismo tiempo que se incrementa la criminalización de
la resistencia. Para enfrentar estos proyectos se han formado espacios de co-
ordinación y frentes de resistencia que articulan y amplifican la voz de los
pueblos amenazados. Es el caso de la Alianza Mexicana por la Autodetermi-
nación de los Pueblos (Amap), constituida en marzo de 2002 para dar cober-
tura a las denuncias de las comunidades indígenas y los pueblos campesinos
de diversas regiones por este tipo de proyectos que afectan directamente sus
derechos económicos, laborales y sociales; propician migración forzada o im-
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 37

plican el despojo de tierras, territorios, recursos naturales y biodiversidad o


del acervo cultural.
Los casos que enfrentan las comunidades son variados. La tribu Yaqui, en
Sonora, denunció la amenaza que se cierne sobre sus recursos hídricos por
la construcción de un acueducto para drenar la presa El Novillo. La obra pre-
tende llevar las aguas del río del mismo nombre al municipio de Hermosillo,
para favorecer intereses inmobiliarios, turísticos y agroindustriales, despo-
jando a los indígenas del agua con que riegan sus cultivos. Los pueblos del
Istmo de Tehuantepec, por su parte, rechazan la creciente ocupación de sus
territorios por el establecimiento de parques eólicos, con inversión de capital
español. Se prevé que para el año 2014 funcionen un total de 18 parques. La
Coordinadora de Pueblos en Resistencia, que agrupa a líderes indígenas de
la región, denuncia que dicho proyecto despoja a las comunidades de sus re-
cursos naturales, divide a las comunidades, corrompe a autoridades y genera
poco empleo. En el año 2002, el presidente Fox promovió la construcción de
un aeropuerto sobre territorios del pueblo de Atenco sin haber consultado a
la población. Ésta, inconforme, resistió y logró impedir la obra “por la fuerza
de los machetes”.

A manera de conclusión

La mirada realizada sobre el movimiento indígena en México en las dos últi-


mas décadas, identificando sus dimensiones nacional y local y sus ciclos de
protesta y reflujo, pone en evidencia que son principalmente los ciclos de
protesta desarrollados en el ámbito nacional, los que han visibilizado a los
actores indígenas logrando protagonismo y reconocimiento. Evidencia tam-
bién que después de cada ciclo de protesta, el movimiento indígena nacional
entra en una fase de reflujo pero en su lugar las dinámicas se desarrollan en
el ámbito local.
Al concluir la primera década del siglo XXI, el movimiento nacional ca-
rece de actores fuertes para hacer valer los derechos conquistados como pue-
blos indígenas, pues no existen sujetos ni articulaciones en tal ámbito que
asuman su defensa y pugnen por su aplicación en momentos en los que se
encuentran más amenazados tales derechos, pues en los últimos años se han
registrado retrocesos que implican el retorno o restauración del indigenismo,
que ya se creía superado.
Sin embargo, en medio de esta situación de debilidad del movimiento
indígena nacional, también se presentan oportunidades y se verifican fortale-
zas. Los pueblos indígenas se mantienen movilizados, pasando de la revuelta
38 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

nacional a la revuelta cotidiana, volviendo “hacia abajo y hacia adentro”, en


las regiones y comunidades. En este periodo de latencia, las autonomías de
facto resguardan su voluntad de resistir y animan las luchas regionales y nue-
vas articulaciones por la defensa de territorios frente a megaproyectos que los
amenazan gravemente en sus vidas. Muchas de estas luchas se realizan, ade-
más, articulando las problemáticas locales en una perspectiva global contra
el modelo de desarrollo.
Es en estos espacios donde se produce la sedimentación. Sedimentar es
la otra cara de la protesta, extremo necesario del péndulo protesta-sedimen-
tación. Allí se piensan y se ejercitan las nuevas formas de hacer política que
superan los límites del sistema dominante que se expresa en marcos norma-
tivos y reformas constitucionales, mientras se omite la aplicación práctica de
los derechos reconocidos, como es el caso del Convenio 169 de la OIT y de
la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.
Estas dinámicas que se generan en la sedimentación y las organizaciones
que las impulsan son las llamadas a irrumpir en un nuevo ciclo de protesta
indígena. Los sujetos están en construcción.

Notas

1 Los textos publicados por Bonfil (1978), significa la coordinación persistente de las
De la Peña (1995) y Stavenhagen (1997), movilizaciones emprendidas por los indí-
no mencionan la existencia de un movi- genas, tendientes al logro de reivindicacio-
miento indígena en México, sino única- nes específicas (…)” (Mejía y Sarmiento,
mente la presencia de “organizaciones 1987:14).
indígenas”. Mejía y Sarmiento son inclu- 2 Gerardo Otero y Armando Bartra, lo dicen
so precavidos al aclarar que las luchas de la siguiente manera: “Si los campesi-
indígenas de los años setenta a 1984 que nos mexicanos se inventaron a sí mismos
ellos documentaron , no integraban, en durante la revolución, permanecieron
sentido estricto, un movimiento indígena eventualmente oprimidos por el Estado
movilizador de utopías o proyectos, sino durante el siglo XX. Pero los campesinos
una convergencia de organizaciones que también recibieron una serie de concesio-
buscaban, cada una de ellas, sus propias nes del Estado, que en la mayoría de los
reivindicaciones específicas: “En el mo- casos resultó en su cooptación política. De
vimiento confluyen diversas expresiones aquí que el ganador mexicano del premio
organizadas y espontáneas, atomizadas y Nobel, Octavio Paz, caracterizara al Esta-
desemejantes, en las que puede identifi- do [mexicano] como el ‘ogro filantrópico’:
carse un hilo conductor, una tendencia oprime y reprime a aquellos que disien-
general que las unifica, aunque esto no ten, al mismo tiempo que recompensa la
se exprese en un objetivo común reco- lealtad. Para los campesinos, entonces, la
nocido abiertamente por los actores del tensión entre rebelión y cooptación ha
movimiento (…). Pero este tipo de mo- marcado su historia” (2008:407).
vimiento dista mucho de ser ‘El Movi- 3 No era la primera vez que los indígenas
miento Indígena’ en tanto que una sola y chiapanecos caminaban hasta la capital del
gran corriente de masas. Tal movimiento país para clamar justicia. Entre septiembre
MOVIMIENTO INDÍGENA EN MÉXICO I 39

y octubre de 1983, un centenar de ellos, tunidad. Parte importante de los procesos


miembros de la Cioac, también había mar- sociales de los pueblos indígenas conflu-
chado hacia la ciudad capital, en la llamada yó en el Consejo Guerrerense 500 años
“Marcha de la Dignidad Indígena”, para exigir de Resistencia Indígena, Negra y Popular,
al gobierno federal la cancelación de la presa (CG500-años), que sintetizó años de lucha
Itzantún, que inundaría su territorio (Renard, de los indios guerrerenses y que adquirió
1997). La memoria de su triunfo, sigue toda- dimensiones nacionales e internacionales.
vía viva. “Parecería exagerado decir la gran impor-
4 La crónica de esta marcha puede leerse en tancia que alcanzó el CG500-años en la
el texto de Rosa Rojas (1995:201-216). vida política estatal y nacional, pero coin-
5 Documentos del Frenapi pueden verse en cidimos con Gaudencio Mejía, uno de sus
Sarmiento (1998:135-137). fundadores, cuando asegura que los líderes
6 Un voluminoso libro compilado por Sergio del Consejo eran parte de la generación del
Sarmiento (1998) recoge casi medio cen- V Centenario, como declaró en el foro so-
tenar de relatorías y declaraciones de esos bre Alcozauca: Entre la resistencia y la espe-
eventos. ranza, realizado el mes de mayo. La mayoría
7 “II Encuentro de Pueblos Indios del No- de los que impulsaron el CG500-años en-
roeste”, celebrado entre el 7 y el 9 de agosto contraron en esa coyuntura una veta nueva
de 1992 (Sarmiento, 1998:91-120). a sus procesos de organización, pero sobre
8 Respecto a la importancia de estos conse- todo elaboraron un discurso político no-
jos regionales, Sarmiento pondera el caso vedoso de grandes alcances.” (Sarmiento,
del Estado de Guerrero: “Después de estas 2004).
experiencias [en los años ochenta], los indí- 9 Comunicado del Comité Clandestino Re-
genas perdieron visibilidad en el escenario volucionario Indígena- Comandancia Ge-
político estatal hasta que en la coyuntura neral del Ejercito Zapatista de Liberación
del V Centenario hallaron una nueva opor- Nacional, 29 de abril de 2001.

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42 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

El movimiento social indígena colombiano:


entre autonomía y dependencia
William Villa

Introducción

El movimiento indígena colombiano ha recorrido un largo camino que se


remonta a medio siglo de acciones caracterizadas por la resistencia y la mo-
vilización, a la vez que en el Estado se decantan políticas para responder
a sus demandas. Una lectura sobre este transcurrir permite contrastar el
lenguaje de los derechos consignados en la Constitución Política de 1991 y
en las leyes, con la realidad que en la actualidad vive la población indígena
en el orden económico y social. Pero sobre todo, con las garantías que el
Estado despliega para el ejercicio de los derechos consignados en dicha
normatividad.
El balance resulta precario. El Estado colombiano, campeón en el reco-
nocimiento de los derechos indígenas, en la formulación de políticas para
estas poblaciones y en la titulación de sus territorios, es a la vez modelo so-
bre la forma como se agencia una política de dependencia que, en la prácti-
ca, restringe la posibilidad de construcción de espacios de autonomía en lo
cultural, en lo económico y en el manejo territorial.
Es en la consulta previa, instrumento establecido para que los pue-
blos indígenas se informen y participen en aquellos proyectos que pueden
afectar su existencia, donde se conoce la respuesta estatal para garantizar
a estos pueblos el ejercicio de sus derechos fundamentales. A partir de
que Colombia suscribiera el Convenio 169 de la OIT, el recorrido de la
consulta es una larga historia de asociación entre la institucionalidad gu-
bernamental y empresas petroleras o mineras para imponer proyectos en
sus territorios.
Por esta vía, la autodeterminación como concepto que subyace a to-
dos los derechos reconocidos a los pueblos indígenas, se convierte en
enunciado instrumental, pues no se observan acciones del Estado dirigi-
das a fortalecer una institucionalidad indígena llamada a concretar la au-
tonomía o a garantizar condiciones para la reproducción física y cultural
de sus pueblos.
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 43

Los orígenes del movimiento indígena contemporáneo en


Colombia

Hacia mediados del siglo XX, las poblaciones indígenas de Colombia locali-
zadas en la región central del país y el campesinado en general, se debaten en
un escenario de conflicto determinado por los cambios en la tenencia y uso
de la tierra. La articulación de amplias áreas de producción campesina a las
formas modernas de producción agroindustrial, conlleva una nueva distri-
bución de la población y un nuevo ordenamiento del territorio, y tiene como
correlato el desplazamiento forzado de la población rural. Esta huye hacia los
centros urbanos en formación o migra hacia las tierras bajas, hacia las zonas
que permanecen cubiertas de bosques y hacia las extensas sabanas localiza-
das al oriente del territorio nacional, en busca de espacios para colonizar.
Estas transformaciones del mundo rural, que se suceden paralelo a la
guerra que se extiende a lo largo de la región central del país, tienen implica-
ciones diversas para las poblaciones indígenas. Mientras las que se localizan
en la región andina experimentan la creciente pérdida de sus tierras de res-
guardo y, con ello, la amenaza física a su existencia, quienes habitan en las
tierras bajas conocen de la presión colonizadora y la paulatina reducción de
sus territorios tradicionales.
En este contexto aparece como política estatal alternativa la democra-
tización del acceso a la tierra por la vía de la reforma agraria, y para llevarla
a cabo el estado agencia y promociona la organización del campesinado. Es
así como desde mediados de los años sesenta y durante los setenta se expe-
rimenta una gran movilización social de corte campesino que, bajo el influjo
de las ideologías socialistas dominantes en esa época, integra a la población
alrededor de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc). En
este proceso, en distintas regiones del país la población indígena se asume
como parte de la Anuc y en identidad con esta organización, para posterior-
mente diferenciarse y definir su propio proyecto político y cultural.1
El ascenso y consolidación del moderno movimiento indígena se ubica
entonces en la década del setenta y se caracteriza por adoptar diferentes for-
mas de resistencia, determinadas por el contexto histórico de cada pueblo
o del conjunto de pueblos que habitan en una región. Mientras en algunas
regiones la población indígena se organiza y se moviliza con el objetivo de
recuperar sus tierras y consolidar dominio sobre sus antiguos resguardos, en
otras regiones la resistencia indígena se convierte en fórmula para enfren-
tar la colonización de sus tierras y la expansión de la frontera agrícola. La
conformación de las organizaciones les permite desprenderse del control y
44 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

dominio de los misioneros en los que el Estado ha delegado la educación de


la población indígena, poner en cuestión las formas serviles de trabajo que
tienen vida en las grandes haciendas y confrontar el modelo discriminatorio
que fundamenta las relaciones en la sociedad nacional.
Durante este período formativo de las organizaciones indígenas no exis-
te un derrotero único, como tampoco para el Estado existe una política que
oriente su acción.
El inicio de la década del ochenta abre una nueva fase en la historia indíge-
na de Colombia. En el plano regional aparecen diversas organizaciones conver-
tidas en actores políticos que demandan del Estado solución a sus reivindica-
ciones, al mismo tiempo que se estructura la Organización Nacional Indígena
de Colombia (Onic) y se hace evidente la apertura estatal hacia el reconoci-
miento territorial y de autonomía a los pueblos indígenas. Durante esta década
se avanza de modo acelerado en la titulación de territorios de resguardo y de
reestructuración de los resguardos coloniales, a la vez que se definen políticas
relativas al funcionamiento de los gobiernos indígenas y al fortalecimiento de
sus culturas, cuestión que se advierte en los programas educativos.

Ascenso del movimiento, titulación de tierras y


reconocimiento constitucional de derechos a
los pueblos indígenas

El impacto de la movilización indígena en Colombia y de la conformación de


una red de organizaciones de tipo regional2 a lo largo del territorio nacional
durante los ochenta se puede valorar a partir de los cambios que ocurren en
el ordenamiento territorial del país y en las políticas que orientan la adminis-
tración de los territorios indígenas. Luego de una década de acelerada acción
de titulación de territorios indígenas, al inicio de la década del 90 las áreas
de resguardo alcanzaban 25.447.348 hectáreas, equivalentes al 22,28% de la
superficie total del país (Roldán, 1993), poniendo en evidencia la interacción
entre pueblos indígenas y Estado.
Estas transformaciones son el preámbulo de la convocatoria a una
Asamblea Nacional Constituyente que sesionó en el año de 1991, mo-
mento de gran importancia para los pueblos indígenas. En la Asamblea
Constituyente el universo indígena se hace visible ante la sociedad co-
lombiana y la nación toma conciencia de su identidad fundada en la di-
versidad. Francisco Rojas Birry y Lorenzo Muelas, elegidos en votación
popular, participan en este escenario como voceros de los pueblos indí-
genas y un tercer representante llega de modo directo como resultado de
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 45

los acuerdos de paz con el Movimiento Armado Quintín Lame, formado


por los indígenas.
La participación de los indígenas en la elaboración de la nueva Consti-
tución Política es además importante por el modo como quedan registrados
en ésta sus derechos y por la visión sobre el ejercicio de autonomía que allí se
plasma. Ello es el resultado de más de quince años de movilización, durante
los cuales las poblaciones indígenas se asocian en organizaciones regionales
a lo largo de la geografía nacional y construyen una agenda compartida para
demandar del Estado espacios de interlocución.
Las reformas políticas del año 1991 que cobran vida en la sociedad y
el Estado colombiano se constituyen en verdadera ruptura con respecto al
modo en que se concibe a los pueblos indígenas y a sus territorios en el or-
denamiento político y administrativo de la nación. Se puede entender, inclu-
so, que ese momento es de una real innovación del Estado que privilegia el
reconocimiento de la diversidad cultural como fundamento de la sociedad
colombiana.
Son varios los campos en los que se puede leer la nueva forma de re-
presentación de los pueblos indígenas y el lugar que éstos adquieren en la
configuración del Estado. El territorio indígena se reconoce como una de las
entidades territoriales sobre las cuales se ordena el país en lo político y admi-
nistrativo. Esto significa que el territorio indígena goza de igual autonomía
que el municipio, el departamento, los distritos especiales u otros entes que
se pudieran conformar como las provincias o las regiones. El gobierno de las
Entidades Territoriales Indígenas (ETI) está en cabeza de las autoridades tra-
dicionales de cada pueblo y sus regulaciones tienen como marco sus propias
tradiciones o se definen en el contexto de cada cultura.
Pareciera, entonces, que con la nueva Constitución el proyecto político
y cultural de los pueblos indígenas encuentra solución a todas sus demandas.
Es por ello que con la Constitución Política de 1991 se cierra una fase de la
movilización y se abre un escenario en el que los indígenas se involucran en la
gestión estatal y toman asiento en múltiples espacios de participación.
En síntesis, es el punto de clausura de un período caracterizado por el en-
cuentro de los pueblos indígenas para recuperar sus tierras, período en el que
con ese empeño irrumpen en los poblados, se toman las carreteras y oficinas
públicas, demandan la inclusión en el sistema educativo y en el de salud, e inte-
rrogan sobre sus derechos frente al modelo de desarrollo dominante. La nueva
Constitución cierra el ciclo durante el cual las organizaciones indígenas experi-
mentan e innovan en su propia institucionalidad, innovaciones susceptibles de
observar en proyectos de institución escolar adecuados al contexto cultural y
en sistemas de salud que promueven sus propios agentes tradicionales.
46 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Veinte años después de la Asamblea Constituyente es posible hacer una


lectura sobre el real alcance de los derechos reconocidos a los pueblos indí-
genas y sobre el impacto que el modelo genera en el movimiento social y en
las diferentes culturas.

Alcances de los derechos indígenas

Los resguardos indígenas en el ordenamiento territorial del


país

A mediados de la década del 2000, las áreas tituladas a pueblos indígenas


alcanzan una cifra cercana a los 34 millones de hectáreas, es decir, el 29,5%
del territorio nacional para una población que representa en la actualidad el
3,5% del total nacional (Dane, 2005). Observadas de manera absoluta, estas
cifras permiten inferir que existe una clara política estatal de reconocer los
derechos territoriales de los pueblos indígenas. Sin embargo, la afirmación
resulta relativa al hacer el análisis de la extensión titulada como resguardo
con respecto a las diferentes regiones y a su población. El 79% de las tierras
de resguardo se encuentra en la Amazonia y Orinoquia, regiones donde se
asientan 71.000 habitantes indígenas, que representan el 5% del total de esta
población en el país (Vásquez, 2009). La titulación de estas áreas, realizada
en su gran mayoría en los años ochenta, es parte de una política de ordena-
miento territorial que responde a demandas internacionales en la perspectiva
de conservación, lo mismo que a un proceso de transnacionalización de re-
cursos estratégicos como los de biodiversidad, los energéticos o los mineros.
Como la historia reciente lo enseña, ese modelo de ordenamiento se con-
vierte en fórmula para garantizar el fácil acceso del capital transnacional en
procura de tales recursos.3
Como parte de esa política de conservación de ecosistemas especiales, el
7,8 % de los territorios indígenas titulados, cerca de 4 millones de hectáreas,
son a la vez áreas de Parques Nacionales (Roldán, 2007), declarados como
tales sin consulta con sus propietarios. Esta superposición de dos figuras de
ordenamiento, pone en cuestión el ejercicio de gobierno indígena, pues son
los funcionarios estatales quienes controlan dichos espacios.
Esta lectura del ordenamiento del territorio permite anticipar la preca-
riedad en que quedan los pueblos indígenas para el ejercicio de sus derechos,
especialmente en lo que se refiere al reconocimiento de la autonomía. Auto-
nomía restringida y dependiente es el modelo real que se observa en la asig-
nación de los recursos estratégicos de que disponen los territorios indígenas
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 47

en dichas regiones del país, o en el manejo de los Parques Nacionales Natura-


les que se sobreponen con aquellos.
En contraste con los territorios titulados a pueblos indígenas en re-
giones tradicionalmente no integradas en la economía nacional, aparecen
los de la región andina, donde se concentra la mayoría de la población co-
lombiana y de la población indígena. Es en la región central del país, en
las estribaciones de las cordilleras que lindan con los valles interandinos,
donde se localizan las tierras tituladas como resguardos durante la Colonia
o los primeros años de la República. Se trata de tierras marginales, de baja
fertilidad, de altas pendientes, a las que debieron llegar muchas poblacio-
nes luego de ser expulsadas de los valles. Estos lugares, donde se confinó a
los indígenas durante los siglos XIX y XX como mano de obra servil en las
haciendas, son también espacios en los que, en acción de resistencia y de
recuperación de la tierra, pueblos diversos le dan continuidad y un nuevo
significado a su cultura.
No quiere decir que para estos pueblos sus expectativas territoriales estén
resueltas. Al contrario, es en las tierras marginales para la agricultura donde
se concentra la población indígena en pequeñas propiedades. Verdaderos
microfundios son el asiento de las familias, siendo frecuente que hombres y
mujeres salgan de sus comunidades a laborar en la agricultura o en espacios
urbanos como condición para supervivir.
La situación de los indígenas con respecto a la tenencia de la tierra en la
zona central del país es referente para deducir el estado real de sus derechos y
la forma como se concreta la agenda del movimiento indígena.
En el departamento del Cauca, lugar paradigmático porque allí emergió
el Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), fundador de los principios
sobre los que se realiza la movilización indígena en los últimos 40 años, ha-
bita el 17,9% del total de la población indígena del país. Allí 721.000 hectá-
reas corresponden a las áreas tituladas como resguardos, cifra que contrasta
con la gran propiedad en este departamento, donde 800 propiedades englo-
ban la misma tierra de la que disponen los 247.845 indígenas que lo habitan
(Dane, 2005). El análisis de la zonificación de las tierras de resguardos del
Cauca permite descubrir que sólo 91.000 hectáreas de éstas son aptas para
la agricultura, siendo el área restante tierras de páramos o protectoras, zonas
de conservación, tierras de altas pendientes y áreas de bosques. Esto signifi-
ca que por habitante sólo se dispone de 0,37 hectáreas (Mondragón 2008:
412). A la baja extensión se agrega la poca fertilidad de los suelos o disponi-
bilidad de aguas, y la ausencia de políticas de fomento a la producción por
parte del Estado, situación que enseña sobre los limitantes que las familias
viven para garantizar su reproducción.
48 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Igual ocurre a los indígenas del Tolima, quienes han mantenido un proce-
so de resistencia que se remonta a los inicios del siglo pasado, sin que logren
hasta el presente una solución a su reivindicación territorial. La población de
origen Pijao está integrada por 54.411 personas que corresponden al 3,9% de
la población indígena nacional y sólo disponen de 19.016 hectáreas tituladas
como resguardos. En esta zona, en tierras de muy poca fertilidad, caracteriza-
das por fuertes limitaciones ambientales por el avance de la desertificación, con
una baja disponibilidad de aguas en el curso del año, viven 16.448 indígenas,
el 30.46% del total que habita en este departamento, en tanto el 69.54% no
dispone de tierras (Morales et al, 2008) y sus pobladores deben trabajar como
jornaleros en las grandes propiedades. En el lapso de 40 años y a pesar del reco-
nocimiento de derechos a los pueblos indígenas, en el departamento del Toli-
ma el Estado no satisface las expectativas territoriales de la población indígena,
mientras en sus tierras del antiguo resguardo colonial florece la agroindustria.
En la región central de Colombia, en la zona donde se concentra la pro-
ducción de café, en los municipios de Supía y Riosucio se asientan las fa-
milias indígenas que actualmente se identifican como embera chamí y que
ascienden a 34.310 personas, el 2,5% del conjunto de los indígenas del país.
Esta población se distribuye en tierras de resguardos coloniales, sobre los que
el Estado reconoce apenas una extensión de 30.455 hectáreas, área a la que
se deben substraer las tierras de altas pendientes que no presentan aptitud
para la agricultura y las zonas protectoras, de tal forma que las tierras que
realmente disponen los 27.058 indígenas que viven en la zona rural no llega a
las 2 hectáreas por familia. Ante la imposibilidad de garantizar su subsistencia
en actividades productivas en su territorio, la población indígena de estos res-
guardos debe migrar a los centros urbanos, en donde se ocupa en actividades
marginales como el servicio doméstico cuando se trata de mujeres o en la
construcción cuando se trata de hombres.
Al sur, en los territorios del pueblo Pasto, la situación no es diferente.
Ubicado en la frontera con Ecuador, este pueblo cuenta con una población
cercana a los 100 mil habitantes, que representan el 7,2% de la población
indígena nacional. Se trata de 21.463 familias concentradas en 111.065 hec-
táreas que engloban los diferentes resguardos (Guerrero, 2008). Las condi-
ciones ambientales de estos territorios presentan sinnúmero de restricciones,
por ser áreas adyacentes a ecosistemas de páramo y a zonas protectoras de las
partes altas de las cuencas que se desprenden en dirección occidente hacia
el Pacífico o al oriente hacia el piedemonte amazónico, factores que llevan a
concluir que estas familias viven en verdaderos microfundios.
En el norte del país, en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa
Marta, el pueblo Kankuamo resiste frente a la violencia más extrema, pero
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 49

al mismo tiempo debe enfrentar las condiciones adversas que supone el no


disponer de tierras suficientes para garantizar su existencia. De una pobla-
ción cercana a las 15.000 personas, el 65% vive en el territorio del resguardo,
mientras el 35% ha sido forzado por los actores armados a vivir en espacios
urbanos. Los kankuamos, que representan un poco más del 1% de los indí-
genas del país, se asientan en un territorio de 24.000 hectáreas, de las que
sólo un 3% presenta condiciones para la producción agrícola, pues el 79%
de su territorio corresponde a zonas de aptitud forestal y las restantes están
sometidas a fuertes procesos de degradación (Resguardo Kankuamo, 2008).
En estas cinco zonas de Colombia que se han tomado como referencia,
vive en condiciones de marginalidad el 32,5% del total de la población in-
dígena del país, en un área que representa menos del 3% de las tierras re-
conocidas como resguardos, porcentaje éste que se reduce sensiblemente
si se consideran solo las tierras aptas para la producción agrícola. Cuando
las comunidades se movilizan para demandar del Estado soluciones a este
problema que ya es histórico, la respuesta que reciben del gobierno es que
la población indígena del país dispone de una superficie cercana al 30% del
territorio nacional y que, contrario a lo que demandan, no se les puede dar
un centímetro más de tierra.4 La verdad es que cerca al 80% de la población
indígena de Colombia se encuentra en similares condiciones a las descritas
en estas regiones de referencia.

Desconocimiento de resguardos antiguos


La política de titulación de resguardos y el reconocimiento territorial a los
pueblos indígenas son temas de debate, y no son pocas las iniciativas para
revertir los derechos reconocidos a los indígenas. En los dos últimos años
se actualiza una vieja discusión sobre la vigencia de los resguardos indígenas
antiguos, constituidos durante la Colonia o los primeros años de la Repúbli-
ca, que en su mayoría se localizan en la región andina, donde se concentró
la economía hispana. La disolución de estos resguardos ha sido uno de los
ideales de sectores políticos tradicionales del país que consideran necesario
liberar esas tierras para el mercado, con el objetivo de modernizar los sis-
temas productivos y ampliar la gran propiedad. Una política encaminada a
ello, agenciada durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, llevó a que en
ciertas regiones los indígenas perdieran sus propiedades o en otras regiones
vivieran un intenso proceso de mestizaje y se integraran por esa vía al modelo
de vida campesina, mientras algunos pueblos sostuvieron acciones de resis-
tencia y lograron mantener vivos sus resguardos antiguos.
50 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

La resistencia a la política de disolución de los resguardos es fundamen-


to histórico del movimiento indígena actual, pues al amparo de los títulos
coloniales o republicanos se impulsó la movilización indígena por la tierra
a partir de los años sesenta del siglo pasado. El resultado de esta lucha fue la
recuperación parcial de las tierras de las que fueron despojados por hacenda-
dos y por la Iglesia, y el reconocimiento gubernamental como resguardo de
las tierras recuperadas.
La discusión sobre la vigencia y legitimidad de estos resguardos pare-
cía clausurada con la Constitución Política de 1991 que reconoce el carác-
ter inalienable de la propiedad indígena. Pero no lo entendieron así sectores
que perciben estas tierras como oportunidad para ampliar sus propiedades
y fortalecer el modelo agroindustrial, especialmente en la zona andina, para
quienes la política estatal en la materia debe someterse a nueva discusión.
En tal sentido debe leerse un oficio del Instituto Colombiano de Desarrollo
Rural (Incoder) dirigido al Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac) en
el que certifica que no existen resguardos indígenas de origen colonial en el
territorio nacional.5
Este tipo de actuaciones gubernamentales, contrarias a la Constitución
y a toda la legalidad vigente, ponen de manifiesto la verdadera política que
identifica a los poderes asociados a la estructura agraria del país y a los secto-
res que ven en el actual ordenamiento territorial un obstáculo para desplegar
el proyecto económico minero.

La promesa ilusoria de la consulta previa


Para entender el camino recorrido por los pueblos indígenas y la sistemáti-
ca evasión de los gobiernos en la aplicación del instrumento de la consulta
previa, es necesario conocer las políticas que, a partir del nuevo milenio, han
convertido la extracción de recursos del subsuelo en uno de los sectores eco-
nómicos sobre los que se estructura el modelo de desarrollo nacional.
La historia de la consulta previa corre paralela a la historia de la Cons-
titución Política de 1991, el mismo año que Colombia ratifica el Convenio
169 de la OIT y en el que se abre para los pueblos el capítulo ilusorio de la
autodeterminación en sus territorios.
Su aplicación no se refiere a escenarios que den cuenta de la forma en
que un pueblo se informa sobre un proyecto que lo afecta y en consecuencia
asume una decisión. Al contrario, es el escenario en el que de modo fraudu-
lento se imponen proyectos a los pueblos indígenas en sus territorios, y que
luego deviene en escenario de confrontación jurídica para que se asuma la
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 51

consulta como un derecho que se debe materializar. En síntesis, se trata de


la constante omisión del gobierno nacional, al punto que se cuenta con un
cúmulo importante de pronunciamientos judiciales que ordenan adelantar
dicha consulta en los términos establecidos en el Convenio 169 de la OIT.6
La industria asociada a la producción de hidrocarburos en Colombia se
identifica históricamente con la extinción de pueblos indígenas, la sistemá-
tica vulneración de sus derechos o el desplazamiento forzado de sus pobla-
dores; pero además, tales prácticas se representan con visos de legalidad al
amparo de la acción gubernamental.
En el marco del conflicto del pueblo U’wa frente a la explotación petro-
lera en su territorio a cargo de la Oxy, la Onic se hacía una pregunta: ¿para
qué les ha servido la explotación petrolera a los indígenas? Y mostraba una
larga lista de exterminio y etnocidio asociada con esta actividad. En el Cata-
tumbo, los indígenas barí perdieron las dos terceras partes de su territorio en
lo que fue la Concesión Barco, que en los inicios del siglo XX inaugura esta
industria en Colombia. Los indígenas del Putumayo pasaron de ser el 65% de
la población del departamento, a menos del 10%, luego de haberse estable-
cido hacia 1960 la industria petrolera a cargo de la estadounidense Texas y la
estatal Ecopetrol. Donde hoy la British Petroleum explota el campo Cusia-
na, quedaba un resguardo Sáliva y Sikuani, arrebatado fraudulentamente. En
Orocué, después que la Occidental comenzara trabajos en 1980, los sikuani,
betoyes, hitnú, hitanú y domejiwi pasaron a ser los limosneros de las ciuda-
des circundantes a la explotación, cuando años atrás eran los dueños de la
sabana, justo al lado de la riqueza petrolera de Caño Limón. Tras 20 años de
actividad petrolera, los macaguán o hitnú perdieron el 75% de su territorio.
De 30 mil hectáreas que tenía la reserva indígena constituida en 1975, sólo
les titularon 8 mil hectáreas como resguardo. El resto fue colonizado tras el
descubrimiento de Caño Limón (Onic, 1997).
La situación de atropello a los pueblos indígenas descrita por la Onic
estaba llamada a cambiar luego de que la Constitución de 1991 dispusiera
que la explotación de recursos naturales en territorios indígenas se haría sin
desmedro de la integridad social, económica y cultural de las comunidades
y de que se instituyera la consulta previa como mecanismo idóneo para sal-
vaguardar esa integridad. Sin embargo, en las áreas de exploración de hidro-
carburos, la consulta se ha convertido en una simple transacción, en la opor-
tunidad para que un sector de la población movilice unos recursos que se
concretan en un proyecto productivo o en una obra de infraestructura, como
también en contratos para miembros de las comunidades afectadas.7
La transacción se realiza entre representantes de las comunidades indí-
genas y funcionarios gubernamentales y de la Agencia Nacional de Hidro-
52 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

carburos especializados en consulta previa. En esta transacción no es impor-


tante preguntar por la legitimidad de la representación, como tampoco lo es
asumir una metodología para informar a los indígenas de manera cualificada
sobre el proyecto a realizar y sus impactos sobre su vida y sus territorios. El
objetivo es cumplir formalmente la obligación de consultar y transar un mon-
to de inversiones. Luego aparecen las Organizaciones No Gubernamentales
que operan los proyectos y que garantizan una comunicación entre la empre-
sa y los pueblos indígenas, adecuada a los intereses de aquella.
La ilegalidad en el procedimiento para concesionar y poner en explora-
ción o explotación áreas mineras o de hidrocarburos se expresa de diversas
formas. Una que se ha generalizado consiste en imponer la presencia de las
empresas mediante el control militar del territorio. Así lo vivieron los pue-
blos Embera localizados en la región occidental del país, hacia la región del
Pacífico.
En febrero de 2005, Ingeominas, empresa estatal adscrita al Ministerio
de Minas y Energía, otorgó nueve títulos mineros a la compañía Muriel Mi-
ning Corporation, empresa de origen estadounidense, para explotar y co-
mercializar las reservas de cobre y los subproductos de oro y molibdeno en
los municipios de Carmen del Darién (Chocó) y Murindó (Antioquia). Las
concesiones se otorgaron sobre un área aproximada de 16.000 hectáreas,
que cubren parte de los resguardos Embera de Murindó, de Chageradó-
Turriquitadó y de Urada Jiguamiandó, y el territorio afrocolombiano de la
cuenca del río Jiguamiandó. La compañía minera se instaló entre finales del
año 2008 y principios de 2009, con el aval del gobierno nacional y el acom-
pañamiento del Ejército Nacional. Esto ocurrió luego de que en los años
precedentes, mediante manipulaciones y engaños, la empresa pretendiera
adelantar una consulta a las comunidades afectadas buscando en vano lega-
lizar a posteriori su presencia en los territorios indígenas y afrocolombianos
(Arango et al, 2006).
Un capítulo de ese suceso culmina con una sentencia de la Corte Cons-
titucional (T-769 de 2009) que ordena a la institucionalidad estatal el cierre
de la operación de la empresa mientras no se cumpla en debida forma la con-
sulta previa. Esta historia parece sacada de un libreto que deben seguir las
organizaciones indígenas para defender sus derechos, es decir, apelar a las
altas cortes como garantes, sin que ello signifique que finalmente la consulta
se va a realizar en los términos de la Ley.
En la misma región del país, en el departamento del Chocó, en la que
históricamente y desde la época de la colonización hispana se viene explo-
tando el oro de aluvión, actualmente sobre los territorios de resguardo se han
concesionado alrededor de 122.000 hectáreas (Tobón, 2009), fundamental-
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 53

mente a la empresa Anglo Gold Ashanti, sin que las poblaciones que habitan
en tales territorios tengan antecedentes al respecto o se les haya consultado
tal decisión.
Pero si bien existe la industria que se realiza con la anuencia guberna-
mental, también se encuentra la que se desarrolla a partir de la ocupación
y el control de los territorios indígenas por actores armados, los cuales han
convertido la minería en oportunidad para financiar el sostenimiento de sus
ejércitos, ya sean de guerrilleros o de paramilitares.
En este marco, los territorios indígenas son susceptibles de leerse actual-
mente de dos maneras: en el sentido de los derechos constitucionales y en la
lógica del mercado. El sujeto colectivo que emerge con derechos en la Cons-
titución desaparece una vez se transnacionaliza el territorio por efecto de los
recursos estratégicos que allí existen. Por ello, la consulta previa no es viable,
pues las objeciones y demandas de un pueblo indígena se subordinan a los
intereses económicos que, entonces, se convierten en determinantes.8
En la lógica del mercado, como sustrato de la ideología neoliberal, la ex-
plotación de recursos mineros o de hidrocarburos, lo mismo que la cons-
trucción de una hidroeléctrica, es una decisión que se adopta supuestamente
para cumplir un objetivo de interés público. Bajo ese argumento, los intereses
de la mayoría imperan sobre los de la minoría y, por esa vía, desaparece la
cultura indígena como sujeto de derechos y se impone un modelo de subor-
dinación en el que prevalecen los derechos individuales asociados al mercado
y los intereses que se agencian de modo violento (Villa, 2002).

Guerra por el control de recursos estratégicos


Los desafíos que enfrentan los pueblos indígenas en la búsqueda por afirmar
su proyecto de control y gobierno en sus territorios son resultado de la forma
como en la práctica se ha ordenado el territorio nacional. En la construcción
de la sociedad colombiana, la colonización armada ha sido el camino para in-
tegrar nuevas áreas a las redes de mercado, controlar poblaciones y desplegar
el proyecto de “civilizar”.
Si bien esa es la experiencia de los pueblos indígenas desde los días en los
que se inaugura el dominio de los hispanos en América, un nuevo ciclo de
colonización armada se origina hacia mediados del siglo pasado. Al comien-
zo se extiende por la región central del país, y evoluciona, especialmente en
las dos últimas décadas, hasta integrar toda la geografía nacional. Realidad
paradójica es la que viven los pueblos indígenas en sus territorios: mientras
en el plano jurídico se titulan como resguardo extensas áreas en las regiones
54 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

periféricas, ellas se convierten en espacio de frontera, en nuevas áreas que se


articulan por la vía armada al modelo de desarrollo dominante.
Para entender la situación actual es importante conocer que a partir de
1995 grandes ejércitos privados agenciados por instancias estatales se con-
vierten en instrumento para controlar amplios territorios y confrontar a la
guerrilla, pero también como mecanismo para imponer el modelo económi-
co en boga. De este modo se produce la articulación de los territorios indíge-
nas a las dinámicas de guerra, lo que va a tener implicaciones en el ejercicio
del gobierno propio y del control social, pues son los actores armados los que
imponen sus propias normas y, de hecho, se constituyen en la autoridad que
gobierna e imparte justicia.
Pero el impacto mayor que experimentan los indígenas es la violencia
que se despliega y la vulneración sistemática de sus derechos. La amenaza y el
asesinato de líderes y el desplazamiento de amplios sectores de la población
se convierten en práctica corriente,9 y otras formas de violencia se imponen,
como el control a la movilidad o el trabajo obligado al servicio de los actores
armados (Villa et al., 2005). La pérdida de la soberanía alimentaria es ex-
presión de la crisis humanitaria y los altos índices de mortalidad infantil y
desnutrición indican el estado de la población.
Aunque el significado de la guerra se puede diferenciar según regiones y
contextos históricos, es posible advertir que su única lógica es la imposición
del modelo de desarrollo, que se asocia al control de los recursos naturales
disponibles en los territorios indígenas, a la expansión de la frontera agrícola,
o a la política estatal minero-energética.
Los recursos naturales en algunos casos se convierten en rentas de guerra
que usufructúan directamente los actores armados y, en otros, los ejércitos
son intermediarios al servicio de empresarios y comerciantes asociados con
la extracción forestal, la minería, la pesca o las redes de mercado de tales re-
cursos.
La frontera agrícola se expande mediante el establecimiento de cultivos
de coca y la consecuente inserción de la población indígena en ese tipo de
economía, pero también por la presión en zonas que el gobierno identifica
como potenciales para el establecimiento de cultivos para la producción de
agrocombustibles.
La política estatal en el dominio de lo minero y lo energético se orienta
a concesionar amplios territorios indígenas a empresas transnacionales. Es
significativo que las cuencas sedimentarias o áreas donde potencialmente
existen hidrocarburos se superponen en un 69,5% a territorios de resguardos
y que las zonas en producción lo hacen en un 55,5%. Un estudio realizado
en 2008, mostraba que de las 135 áreas que hay en exploración en mayo de
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 55

2008, 39 de ellas afectan parcial o totalmente 90 resguardos y a 16 pueblos


indígenas. El número de resguardos afectados asciende a 127, considerando
un radio de acción de 3 km alrededor de las áreas de exploración (Mingoran-
ce et al, 2008, p. 17).
El Estado dispone de estas áreas sin que se realice en debida forma la
consulta previa y el control armado resulta el camino más fácil para garantizar
a las empresas su ingreso a los territorios.
En ese contexto de confrontación por el control de los territorios y sus
recursos, los pobladores indígenas se convierten en mano de obra al servicio
de comerciantes y empresarios, en proveedores de materias primas que se ex-
traen de sus propios territorios y en actores articulados a redes de comercio
ilegal, como es explícito en la extracción forestal.
La colonización armada que avanza hacia los territorios indígenas deja a
su paso una profunda crisis social y cultural. Es tal la alteración que la Corte
Constitucional promulga el Auto 004 de 2009 en el que, a partir del análisis
de los impactos de la guerra sobre los pueblos indígenas, señala la amenaza a
la existencia física de esas poblaciones y ordena a las instituciones guberna-
mentales la definición y ejecución de planes de salvaguarda para 34 pueblos
que viven el fantasma de la extinción.
Fantasma que ya es realidad para otros pueblos indígenas, condenados
a desaparecer, cuya situación describe la Onic: 28 pueblos, que representan
el 30,4% de los existentes en Colombia, están al borde de la extinción, con
poblaciones que no superan las 500 personas. Cuatro de ellos, tienen pobla-
ciones inferiores a las 60 personas. Esta dinámica demográfica, que es un pro-
ceso de larga duración, tiende a agravarse en la medida en que los territorios
de estos pueblos se integran por la colonización, por la presencia de grandes
empresas, por la guerra y por las políticas estatales contrarias a toda acción de
protección (Flórez et al, 2009).

Autonomía y participación indígena en el Estado neoliberal

El análisis sobre los instrumentos desarrollados por el Estado para la gestión


política y administrativa de las autoridades indígenas en sus territorios per-
mite comprender la visión de autonomía que se viene decantando. La Cons-
titución política deja al legislador la tarea de introducir regulaciones sobre el
ordenamiento territorial del país mediante una ley que precise y delimite los
diferentes entes territoriales, sus competencias, su presupuesto y las institu-
ciones que los administran. Esa ley llevaría a concretar la Entidad Territorial
Indígena (ETI) y a determinar su papel y el de sus autoridades de gobierno
56 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

en el ordenamiento político-administrativo del país; es decir, la autonomía


de los pueblos indígenas para darse su propio gobierno y proveer a su propio
desarrollo. Pero 20 años después, la tarea no se ha cumplido10 y, contrario a
la expectativa sobre la regulación de la autonomía territorial indígena, lo que
se impulsa es la creación y profundización de una situación de dependencia
de los indígenas con respecto al Estado.
En ejecución de una norma derivada de la Constitución, complementaria
al mandato de autonomía para los territorios indígenas, en 1994 el Estado
comienza a transferir recursos del presupuesto nacional para la gestión de los
gobiernos indígenas en sus resguardos. El proceso se lleva a cabo por medio
de los municipios donde éstos se localizan y las autoridades municipales son
las directas responsables del gasto. Esta fórmula implica que el resguardo si-
gue adscrito territorial y administrativamente al municipio y que la autoridad
indígena se encuentra bajo tutela del alcalde municipal. El tutelaje, contrario
al régimen autonómico dispuesto por la Constitución, es aún más absurdo
en donde la mayoría del territorio y de la población municipal es indígena o
donde la totalidad del municipio es resguardo o forma parte de éste. Pero la
institucionalidad pública en su conjunto reproduce el modelo heredado de
la formación republicana y a pesar de los cambios políticos y normativos, las
élites locales tradicionales controlan el poder.
En lugar de viabilizar el proyecto de autonomía de los pueblos indíge-
nas en sus territorios, las políticas gubernamentales lo vuelven funcional al
modelo de Estado que impone el proyecto neoliberal, caracterizado por la
transferencia al sector privado de funciones esenciales.
En el año de 1993, a partir de la promulgación de la ley 100 sobre se-
guridad social, los pueblos indígenas se convierten en sujetos inscritos en la
lógica del mercado de la salud. El Estado subsidia la atención a este sector
de la población y desde la visión neoliberal se debe contratar con empresas
constituidas para cumplir con ese objetivo. Son las mismas organizaciones
indígenas las que pronto se disponen a conformar las empresas que les per-
mitan contratar con el Estado, sin que medie discusión para entender las im-
plicaciones de esta política. Las empresas prestadoras de servicios de salud
agenciadas por las organizaciones compiten en el mercado por la inscripción
de nuevos clientes.
Igual ocurre con la educación,11 ámbito en el que la cobertura se erige
como indicador de atención a la población, sin que se pregunte por la ade-
cuación de la escuela al contexto cultural o por las expectativas de fortalecer
la identidad del pueblo en el que se desarrolla esa innovación.
La contratación es el camino seguido por el Estado en función de ga-
rantizar la universalización de la educación básica, proceso que se desarrolla
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 57

sin el propósito de generar la institucionalidad específica que requieren los


pueblos indígenas y sin la previsión de adecuar los contenidos para la cons-
trucción de un verdadero escenario intercultural. La prestación del servicio
educativo se contrata por número de estudiantes y son las mismas organi-
zaciones indígenas las que asumen el papel de intermediación. El resultado
es una precaria alfabetización, que reproduce la condición de marginalidad.

Los impactos del nuevo modelo de representación de los


pueblos indígenas

Transformación del liderazgo y crisis del modelo organizativo


indígena
Con independencia de los límites que el Estado impone a los pueblos indí-
genas en el ejercicio de la autodeterminación, a partir de la nueva Constitu-
ción se sucede una serie de transformaciones derivadas de la participación
indígena en la gestión estatal, en labores de tipo legislativo,12 en funciones
de gobierno, en organismos de tipo consultivo o de asesoría, y en general en
múltiples escenarios en los que se promueve la participación como uno de
los fundamentos del nuevo modelo de Estado. Las transformaciones también
son efecto de la visibilidad y empoderamiento que los pueblos indígenas ad-
quieren a partir de ese momento.
En ese escenario, la promoción del liderazgo responde a un nuevo estatu-
to. El representante indígena en la organización social que tuvo vigencia du-
rante las dos últimas décadas del siglo pasado, asumía su papel por identidad
con las reivindicaciones que movilizaban a los diferentes pueblos. Hoy, ese
modo de representación da paso a las formas de promoción individualizadas
y fundamentadas en la apropiación de lenguajes expertos o en la delegación
que se hace sin atender a la tradición. La eficacia de la representación está de-
terminada por el aprendizaje que el indígena logra en el entorno externo a su
pueblo, por la capacidad de instrumentar los lenguajes que provee la escuela
formal y por la apropiación de los discursos institucionales.
Tal modelo de promoción o de movilidad social entre los pueblos indíge-
nas se ve con claridad en la fórmula asumida por el Estado para la prestación
de los servicios de salud o educación, en la cual los líderes y técnicos indíge-
nas se promueven en tanto funcionarios y administradores de las empresas
que los contratan.
El impacto del modelo de participación indígena en la gestión estatal
también se observa en la fragmentación de las organizaciones, en la pérdida
58 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

de vigencia de las asociaciones de tipo regional y en la irrupción de muchas


pequeñas células. Por artificio de los recursos presupuestales que el Estado
transfiere a los resguardos por medio de las autoridades municipales o direc-
tamente por la contratación de los servicios de salud o educación, el modelo
de organización que se generaliza es el de asociaciones de cabildos o de au-
toridades tradicionales por cada municipio, y en muchos casos, varias asocia-
ciones convergen en uno solo.
La participación que propicia la nueva Constitución claramente ha deri-
vado en estrategias de cooptación del liderazgo. Por esa vía, se emprende el
desmonte de las estructuras organizativas que propiciaron la movilización
indígena, o su conversión en agentes operadores de los programas estatales,
en administradoras de los recursos de la cooperación internacional y, en algu-
nos casos, en intermediarias entre la comunidad y las empresas extractoras de
recursos forestales o del subsuelo. En estos nuevos roles, el proyecto político
de largo plazo que animó las luchas indígenas durante los años 70 y 80 pasa
a un segundo plano.
La crisis de las organizaciones es una tendencia que se observa en va-
rias regiones del país y pone en evidencia las transformaciones del liderazgo
indígena y sus expectativas frente al papel de las organizaciones. El caso de
la organización indígena del departamento de Chocó enseña esta nueva rea-
lidad. Hacia el año 2004 se produce la ruptura de la Organización Regional
Embera Wounann (Orewa), que durante 25 años representó los intereses de
los pueblos indígenas de ese departamento. La Orewa era identificada en el
contexto nacional por su sólido discurso acerca de la autodeterminación y
por la promoción de un proyecto regional y nacional de los indígenas. Un
análisis sobre su fragmentación, describe los cambios en el modelo de orga-
nización y en las expectativas del liderazgo:
El ejercicio del liderazgo organizativo se ha convertido entonces en
un modo de vida, y son muchos los que no asumen para sí la diná-
mica de la comunidad local… Estas transformaciones respecto a las
expectativas de vida conducen a que la organización sea percibida
como una oportunidad y el acceso a cargos en su dirección se con-
vierte en objetivo fundamental y motivo de disputa. Muchos diri-
gentes que no acceden a los cargos de la organización pasan a ocupar
el papel de asesores o se refugian en el sector público asumiendo res-
ponsabilidad como funcionarios… De este modo, los problemas de
fondo que aquejan a las comunidades en su conjunto pasan a conver-
tirse en asunto secundario frente a otros intereses en juego (Flórez,
2006: 93).
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 59

Pobreza y marginalidad de la población indígena


Es preciso leer los cambios que propició la Constitución de 1991 en el mar-
co de la adecuación del Estado al modelo neoliberal y, en tal dimensión, en-
tender que el cúmulo de derechos reconocidos a los pueblos indígenas se
convierte en instrumento que da vida a nuevas formas de dependencia. Esta
afirmación adquiere sentido cuando se valora el modo como se inscribe la
población indígena en la economía nacional y las políticas que el Estado dis-
pone para este sector de la población, para descubrir la situación de pobreza
y marginalidad de la que participa.
Si se hace la lectura de los territorios indígenas oponiendo nuevamente
los de la región central o andina a los de las tierras bajas y sabanas, se pue-
de ver que el lugar que se asigna a estas poblaciones tiene una continuidad
histórica. En la región andina, los logros en el reconocimiento de tierras de
resguardos, conseguidos en el período de ascenso y consolidación del mo-
vimiento indígena, deben verse como la solución a las expectativas de una
generación que se libera de las formas de trabajo servil y que logra concretar
en el escenario local nuevas formas de tenencia de la tierra. Pero el modelo
que se inaugura no asegura sostenibilidad y en la actualidad es posible ver a
las nuevas generaciones reproduciendo la marginalidad. Muchos resguardos
fungen como satélites de los centros urbanos y sus poblaciones se desplazan
de sus territorios por temporadas en busca de trabajo, por lo general infor-
mal, bajo las modernas formas de trabajo servil. Para las mujeres indígenas,
generalmente cabeza de hogar, el camino es dejar a sus hijos bajo la respon-
sabilidad de los abuelos y trabajar en las ciudades en servicio doméstico, en
las casas de la clase media, para enviar los recursos económicos requeridos
para su sustento.
La realidad de los hombres es similar a la de las mujeres. Los jóvenes
indígenas ofician como jornaleros que se desplazan por periodos, según la
región, para cosechar café, para limpiar potreros en las grandes propiedades,
para raspar coca o para ocuparse en la industria de la construcción en las ciu-
dades. De igual modo familias enteras migran hacia los centros urbanos en
busca de oportunidades, por motivación económica o por desplazamiento
forzado debido al conflicto armado, y por lo general se establecen de modo
definitivo en los barrios periféricos o en las villas miseria.13
Las políticas del Estado profundizan la condición de dependencia de la
población indígena, que en su gran mayoría se localiza por debajo de la línea
de pobreza. En materia rural, dichas políticas tornan invisible a los indígenas,
pues el sujeto de desarrollo es la propiedad asociada al gran capital con fines
60 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

de exportación. El resguardo como unidad territorial o las necesidades de los


indígenas en términos de dotación de tierras no son objeto de reflexión o de
políticas de fomento a la producción, o a la innovación tecnológica. Tampoco
cuenta para ellos el fortalecimiento de la seguridad alimentaria ni, en general,
la garantía de condiciones para su reproducción en lo económico y lo cultu-
ral. Es por ello que en las grandes ciudades proliferan los indígenas que piden
limosna sentados en los andenes mientras las mujeres en los resguardos están
reducidas a la condición de miseria y solo reciben las limosnas de los progra-
mas estatales que les subvencionan por cada hijo un monto de dinero degra-
dante, que las determina a mantenerse en su condición de pobreza.
Al otro lado de los resguardos de la región central están los grandes glo-
bos territoriales propiedad de los pueblos indígenas de las selvas y sabanas,
espacios ricos por su diversidad o por los recursos mineros, riqueza que
condena a sus poblaciones. Sus autoridades son a la vez las que administran
esos territorios en lo ambiental, pero la verdad es que en las zonas ricas en
bosques gobiernan las empresas forestales, los comerciantes de madera y los
grupos armados. Los indígenas viven la moderna esclavitud. Articulados por
medio del endeude14 han pasado a ser los aserradores que proveen la madera
a los comerciantes locales, mientras sus territorios se degradan y se destruye
la base natural que les brindaba seguridad alimentaria. Empresa ilegal es la
de la extracción forestal y se desarrolla con la complacencia gubernamental;
cadena de corrupción es la que se arma alrededor de la extracción y el comer-
cio de maderas y en ella participan las corporaciones autónomas regionales
(CAR), las empresas y en muchos casos líderes y autoridades indígenas.
En los resguardos, en acuerdo con la población indígena o con su des-
acuerdo, se instalan las retroexcavadoras que extraen el oro, se fundan las
empresas de extracción de hidrocarburos, se establecen bases militares, se
expanden los cultivos de coca y se articulan estas zonas a la visión de desarro-
llo que promueve el Estado.

La resistencia indígena

En la historia reciente, la movilización indígena se puede describir a partir de


dos momentos, uno en el año de 1996 y el más reciente en el año 2008.
El primer momento se vive a 5 años de haberse expedido la Constitu-
ción. Corre el año 1996 cuando se gesta la última movilización que integra
al conjunto de organizaciones indígenas del país y tiene como trasfondo la
ausencia de compromiso gubernamental para concretar los derechos recono-
cidos a los pueblos indígenas por la nueva Constitución. La representación
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 61

de 30 organizaciones regionales ocupa la sede de la Conferencia Episcopal


Nacional en Bogotá y en la mayoría de los departamentos en donde viven
poblaciones indígenas se recurre a la toma de carreteras y a la ocupación de
oficinas públicas, y se realizan manifestaciones en centros urbanos. Para las
organizaciones indígenas la acción gubernamental va en contravía de los de-
rechos enunciados en la Constitución y demandan una política y una agenda
para concretarlos.
Como resultado de esta movilización se crean dos instrumentos para
el diálogo y la concertación entre el gobierno nacional y las organizaciones
indígenas: la Mesa Permanente de Concertación con los Pueblos y Organi-
zaciones Indígenas y la Comisión Nacional de Territorios Indígenas. El pri-
mero tiene el propósito de acordar las políticas del gobierno para los pueblos
indígenas y el segundo se orienta a garantizar la dotación de tierras.
Un balance sobre el funcionamiento de la Mesa de Concertación, en la
que concurren las instancias gubernamentales nacionales y la representación
de las organizaciones indígenas, permite deducir que no es allí donde se dis-
cuten los temas estratégicos en el dominio político o donde se debaten los
grandes problemas que afectan a los pueblos indígenas. Ejemplo de ello es lo
sucedido con las leyes Forestal y de Desarrollo Rural, ambas promulgadas sin
consulta a los pueblos indígenas a pesar de disponerse del espacio de concer-
tación. Es la Corte Constitucional la que finalmente se ocupa de proteger los
derechos indígenas, gravemente amenazados por estas normas y las declara
inconstitucionales.15
Pero es en el dominio de la reglamentación para la realización de la con-
sulta previa en donde se puede observar el verdadero alcance de la Mesa.
Después de 20 años de haber ratificado Colombia el Convenio 169 de la OIT
y de 15 años de funcionamiento de la Mesa Nacional de Concertación, una
de cuyas funciones es definir el procedimiento para la consulta a los pueblos
indígenas, el gobierno nacional no ha tenido la iniciativa de debatir una fór-
mula para hacer efectivo ese derecho.
La Comisión Nacional de Territorios Indígenas ha corrido un camino
pobre en resultados por las sucesivas políticas gubernamentales orientadas
a poner fin a la reforma agraria y, consecuentemente, por la ausencia de pre-
supuesto para atender la problemática indígena en la materia (Mondragón,
2006).
El segundo momento de la movilización indígena sucede en el año 2008
y se origina en la violencia que se ejerce sobre los pueblos indígenas y en la
negación sistemática de sus derechos.
En respuesta a uno de los gobiernos más autoritarios de la historia de
Colombia, nuevamente los indígenas del Cauca se movilizan y convocan a
62 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

la Minga nacional de resistencia indígena y popular, congregando a pueblos de


varios departamentos (Valle del Cauca, Guajira, Risaralda, Chocó, Córdoba
y Caquetá), a organizaciones campesinas, de mujeres, de trabajadores y a mo-
vimientos estudiantiles del país. La iniciativa se venía gestando desde el año
2004, cuando se realizó el Congreso Indígena y Popular en ese departamento,
y maduró con la Cumbre de itinerante de organizaciones sociales realizada
en el año 2006.
Tanto la Minga como las manifestaciones que la precedieron adquieren
un importante significado, pues suceden en un período en el que la protesta
social se judicializa y el movimiento social colombiano no dispone de esce-
narios para expresar sus demandas frente al Estado, ante las cuales es acusa-
do de terrorismo. Luego de un desplante al presidente de entonces, Álvaro
Uribe, en una plazoleta en la ciudad de Cali, la Minga se reunió con el alto
gobierno en un territorio que simboliza la lucha de los indígenas por la tierra
(La María, municipio de Piendamó), para plantear sus demandas de territo-
rio, de respeto a los derechos humanos y de cumplimiento de compromisos
asumidos con los pueblos en diferentes momentos de movilización. Sin arri-
bar a acuerdos, la Minga decidió continuar un recorrido hasta la ciudad de
Bogotá, ya no con la expectativa de sentarse a dialogar con el gobierno, sino
de generar un encuentro entre sectores sociales en torno a los impactos del
modelo de desarrollo y las políticas gubernamentales (Granados, 2008).
Este último proceso evidencia la intención de reconstruir un proyecto
indígena de alcance nacional que involucre a otros sectores sociales, en me-
moria de la lucha clasista que alimentó los orígenes del movimiento indíge-
na. Sin embargo, las acciones todavía no abren camino a la consolidación de
nuevos espacios para el movimiento indígena o hacia la integración de las
diversas organizaciones indígenas alrededor de un proyecto político reno-
vado. Esta movilización de gran importancia tiene un valor simbólico y su
significado debe verse como acción de resistencia ante un modelo de gestión
gubernamental autoritario.

El movimiento indígena, entre la dependencia y la resistencia

Después de cuarenta años de lucha de los pueblos indígenas, con el acrecen-


tamiento de la guerra interna en el país y la integración de sus territorios por
la vía armada a las dinámicas económicas de la nación, la población indígena
en su conjunto vive una profunda crisis humanitaria y una fuerte fragmen-
tación de sus organizaciones. Esta situación lleva a plantear interrogantes
sobre el futuro de estos pueblos y a esbozar hipótesis respecto al sentido de
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 63

la autonomía, así como a entender las restricciones que las políticas estatales
imponen a los ideales de los pueblos indígenas de desplegar su propio pro-
yecto político y cultural.
Al inicio de los años 90, Christian Gros analiza al movimiento indígena
colombiano e identifica como elementos relevantes el dinamismo e innova-
ción de sus modernas organizaciones, al tiempo que evidenciaba las respues-
tas gubernamentales orientadas a formular políticas que pudieran satisfacer
sus demandas. Frente a esta realidad, se interrogaba sobre la sostenibilidad
del movimiento social en tanto su capacidad para concretar las aspiraciones
o la visión de autonomía que fundamentaba la movilización. También se pre-
guntaba sobre la verdadera intencionalidad de las políticas gubernamentales
y aventuraba hipótesis acerca de la dependencia que se podía estar fraguando
(Gros, 1991).
Pasadas dos décadas de vigencia de la Constitución Política de 1991, el
panorama es mucho más claro y la disyuntiva entre autonomía y dependen-
cia parece resuelta. La historia es una larga sucesión de eventos en los que el
Estado restringe la autodeterminación indígena e instrumenta o impone un
modelo de desarrollo que amenaza la existencia de los pueblos indígenas. Es
por ello que una lectura actual de las políticas gubernamentales muestra a los
indígenas convertidos simplemente en población vulnerable, en sujetos de
atención humanitaria, en objetos de subsidios que profundizan su condición
de dependencia. También, en obstáculo para los proyectos de explotación de
los recursos naturales que en gran parte se localizan en sus territorios.
La dispersión y fragmentación de las organizaciones como resultado de
la guerra que se generaliza en sus territorios y de las políticas estatales que
subsumen a la población en un modelo de dependencia, parecen indicar que
el dinamismo e innovación que caracterizó a la movilización indígena por el
ejercicio de la autonomía es historia clausurada. Pero es posible advertir que
los pueblos indígenas mantienen viva la memoria sobre el significado de la
resistencia.

Notas
1 Entre los documentos de discusión del integrado a indígenas y campesinos, como
Primer Congreso Indígena Nacional en el también por la visión clasista de la movili-
año de 1982 es evidente la necesidad de zación social. Al respecto, el Documento de
precisar la naturaleza del movimiento in- discusión sobre el marco ideológico del mo-
dígena y caracterizar a las sociedades indí- vimiento indígena, Cric, que se discute en
genas, aspecto que adquiere relevancia por el momento en el que se está formando la
la profunda identidad en la movilización Onic, señala: “Nosotros aceptamos en ge-
social que desde finales de los sesenta ha neral nuestra ubicación clasista (en varios
64 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

documentos hemos afirmado que los indí- guardos de origen colonial en el territorio
genas somos “campesinos”), pero la consi- nacional, le informo lo siguiente: Revisados
deramos claramente insuficiente. Para las los archivos y bases de datos del Instituto
comunidades andinas, por ejemplo, tanto no se encontraron resguardos de origen
varios de los problemas principales (tierra, colonial. En los departamentos del Cauca,
crédito, mercadeo, etc) como los enemigos Nariño, Risaralda y Putumayo existen unos
(terrateniente, intermediarios, usureros), presuntos resguardos de origen colonial
están en su mayoría enmarcados por nues- y republicano, a los cuales el Instituto, de
tra condición de campesinos. En cambio conformidad con lo establecido en la Ley
para los indígenas de las selvas y de las 160 de 1994 y sus Decretos Reglamentarios
llanuras, que muchas veces tienen con los 2663 de 1994 y 2164 de 1995, tiene que
colonos o con organizaciones misioneras su adelantar el proceso de clarificación de la
contradicción principal, es evidente que su Propiedad, para determinar la vigencia legal
clasificación como campesinos poco aporta de los títulos que presentan las comunida-
para la comprensión de su situación.” (Sán- des, para posteriormente, y una vez estable-
chez, E. y Molina, H. 2010: 188). cida su autenticidad, se proceda a realizar la
2 Durante la década de los ochenta ocurre reestructuración del Resguardo.”
una profusa formación de organizaciones 6 Entre tantas sentencias de la Corte Consti-
indígenas de tipo regional, que confron- tucional relativas a la omisión de la consulta
tan los poderes en ciertas regiones y que previa se pueden citar T-380/93, T-342/94,
además concurren en la Organización SU-039/97, T-652/98, T-634/99, T-737 de
Nacional Indígena de Colombia (Onic), 2005. También se pueden ver sobre la mis-
conformada en el año de 1982. Esta red de ma omisión tratándose de medidas legisla-
organizaciones se convierte en interlocuto- tivas, las sentencias sobre constitucionali-
ra del Estado, que en ese momento estruc- dad C-208 de 2007, C-030 de 2008, C-461
tura una política respecto a las poblaciones de 2008 y C-175 de 2009.
indígenas, especialmente para la titulación 7 Las empresas petroleras utilizan una mo-
de sus territorios bajo la figura de resguar- dalidad de contratación con los indígenas
do. Es interesante que en varias regiones por 28 días, cuya práctica se remonta a los
del país la titulación se realiza por iniciativa años sesenta del siglo pasado en la explo-
estatal y no responde a demandas de las or- tación del territorio tradicional del pueblo
ganizaciones indígenas. Kofán en el Putumayo, hacia la frontera con
3 El Estado colombiano históricamente ejer- Ecuador. A estos trabajadores en labores
ció un frágil control en las regiones de la no calificadas se les llama veintiocheros y los
Amazonia y Orinoquia, por haber delegado contratos constituyen una importante mo-
su administración en la Iglesia desde finales tivación para los indígenas obtener algunos
del siglo XIX. La titulación de resguardos ingresos.
indígenas en tales regiones debe verse como 8 En una de las audiencias convocadas sobre
un modelo de integración que involucra a la las demandas del pueblo U’wa para que se
población indígena, a la vez que, mediante respetaran sus derechos territoriales y cultu-
programas modernizantes, se afianzan lazos rales ante la licencia de exploración petrole-
de dependencia con relación al Estado o al ra concedida a la Oxy, la Onic señalaba: “El
modelo de desarrollo que se impulsa. Ministro de Minas ha expresado en varias
4 Esta fue la respuesta del presidente de enton- oportunidades, a propósito de los U’wa, que
ces, Álvaro Uribe Vélez, ante la movilización 35 millones de colombianos no se pueden
indígena realizada en el Departamento del “perjudicar” por cinco mil indígenas. Ha
Cauca el segundo semestre de 2008. puesto por encima de los derechos de los
5 El oficio No. 2400 del 24 de septiembre de pueblos indígenas, el interés económico del
2009, firmado por el subgerente de promo- país. Pero resulta que lo que está en juego no
ción del Incoder, señala: “En atención a la es solo un pueblo indígena determinado. Las
comunicación del asunto, mediante la cual disposiciones constitucionales de los artícu-
solicita se certifique la presencia de res- los 7 y 70 elevan a interés nacional la protec-
EL MOVIMIENTO SOCIAL INDÍGENA COLOMBIANO: ENTRE AUTONOMÍA Y DEPENDENCIA I 65

ción de la diversidad cultural y la integridad perdido vigencia respecto a la promoción de


de las culturas.” (Onic 1997). los maestros indígenas y en muchos de los
9 Según los registros del Sistema unificado territorios indígenas el proyecto educativo
de información sobre Derechos Humanos no se diferencia de la escuela campesina.
Onic-Cecoín, desde el año 1998 hasta 2009 12 A partir de 1991, una circunscripción es-
fueron asesinados 1.801 indígenas, cifra pecial garantiza la presencia indígena en
que representa el 80,1% del total de asesi- las instancias legislativas nacionales, dos
natos políticos contra indígenas registrados indígenas en el Senado y uno en la Cámara
por el mismo sistema desde 1974. Tal in- de Representantes. Esta posibilidad lleva a
cremento es una tendencia que se observa la formación de partidos políticos de corte
respecto otros indicadores como el despla- indígena con el objeto de respaldar la par-
zamiento forzado, la amenaza, la desapari- ticipación electoral, aspecto que adquiere
ción o la violencia sexual contra mujeres. gran dinamismo en la década del noventa.
El asesinato recae sobre líderes que desem- Durante ese período los líderes indígenas
peñan algún papel en la organización o de irrumpen en las asambleas departamen-
autoridad en lo local y se orienta a debilitar tales, en los concejos municipales y como
la resistencia indígena. alcaldes de municipios (Laurent, 2005). Al
10 En la fase posterior a la promulgación de la paso de los años la participación electoral
Constitución se crea una Comisión de Or- tiende a desvirtuar el proyecto indígena,
denamiento Territorial, COT para que en pues muchos líderes se promueven con el
función de asesoría explore alternativas para respaldo de los partidos políticos tradicio-
concretar la nueva visión sobre el ordena- nales y en alianza con poderes locales que
miento del país. En tal contexto las organiza- no se identifican con tal proyecto.
ciones indígenas realizan ejercicios de pros- 13 El censo nacional de 2005 señala que el 23%
pección respecto a la forma de delimitar la del total de la población indígena se loca-
ETI, de administrarla y de relacionarse con liza en centros urbanos, tendencia que se
los otros entes territoriales del país y prepa- mantiene en la medida que las nuevas gene-
ran su propuesta para ser incluida en la Ley raciones no dispongan de tierras en sus res-
Orgánica de Ordenamiento Territorial. En guardos. Es general en el país la tendencia al
la agenda de las organizaciones indígenas era crecimiento de la concentración poblacional
estratégico en ese momento lograr la auto- en áreas urbanas, por diversas causas.
nomía de sus territorios en el plano legislati- 14 La extracción de maderas de los resguardos
vo, pero al paso de los años tal propósito des- indígenas se inscribe en la lógica del mer-
aparece y los gobiernos indígenas satisfacen cado ilegal que determina la economía en
su función administrativa con el manejo de este campo. Si se analiza lo que actualmente
los recursos económicos que anualmente se sucede en los resguardos indígenas en la re-
transfieren a los resguardos por intermedio gión occidental de Colombia, en el depar-
de los municipios. tamento del Chocó, es posible afirmar que
11 En el ascenso del movimiento indígena uno la totalidad de los territorios y sus poblado-
de los rasgos que lo caracterizaban era la res se articulan a la producción de maderas
reivindicación sobre la educación y su sig- bajo una modalidad económica conocida
nificado, aspecto que en el período previo como endeude, es decir, que a los produc-
a la convocatoria a la Asamblea Nacional tores se les paga en especie o se les entrega
Constituyente se ponía de manifiesto en las un anticipo en dinero con el compromiso
experiencias de educación propia que venían de devolver el monto en madera. Esta mo-
construyendo. Al amparo del Decreto 1142 dalidad de transacción entre comerciantes y
de 1978 las organizaciones impulsaban una productores ha tenido vida durante todo el
visión propia sobre el significado de la es- siglo XX en esta región y ha permitido que
cuela y la promovían bajo el principio del los comerciantes dispongan de una mano
fortalecimiento de su identidad cultural y de obra cautiva ligada a actividades extracti-
el desarrollo de contenidos adecuados al vas y producción de materias primas (Villa,
contexto lingüístico y cultural. Tal ideal ha 2009).
66 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

15 La Ley Forestal, Ley 1021 de 2006, y la Ley día regular el uso y manejo de los bosques
de Desarrollo Rural, Ley 1152 de 2007, naturales del país, el 40% de los cuales se
ambas llamadas a regular aspectos sus- localizan en territorios indígenas (Betan-
tanciales a la territorialidad indígena, fue- cur, 2009).
ron declaradas inexequibles por la Corte
Constitucional por no haberse realizado la
consulta previa. En el caso de la Ley Fores-
tal es importante señalar que ésta preten-

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68 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

20 años de movimiento indígena en Ecuador


Entre la protesta y la construcción de un Estado plurinacional

Pablo Ortiz-T.

Nosotros somos como los granos de quinua


si estamos solos, el viento lleva lejos
pero si estamos unidos en un costal,
nada hace el viento, bamboleará, pero no nos hará caer

Dolores Cacuango

Introducción

El último tramo de la historia ecuatoriana evidencia la confrontación abierta en-


tre dos mundos, vinculando dialécticamente al oprimido y al opresor: los pueblos
y nacionalidades indígenas y los afrodescendientes frente a una sociedad mestiza
dominante. No se trata solo de un problema de exclusión y asimetrías, sino tam-
bién del desconocimiento sobre cómo superar la triple agresión de la que son
víctimas los primeros: el despojo, la discriminación y el desprecio.
La cultura dominante ha propugnado por la integración de los pueblos
indígenas, para que estos asuman los códigos de conducta, de consumo y de
intelección del mundo propios de la sociedad occidental. Aunque muchos
indígenas van acogiendo tales patrones por una dinámica de sobrevivencia,
en general se resisten a la asimilación cultural y a la pérdida de sus respectivas
identidades. Ello se puso de presente con el levantamiento de junio de 1990,
que marcó el inicio de un proceso orientado a la liberación de los pueblos
indígenas. En el campo de las percepciones sociales, ese acontecimiento re-
presenta el inicio del tránsito de una visión racializada de lo indígena, al reco-
nocimiento de la existencia de culturas diferentes.
En efecto, la lucha del movimiento indígena en las últimas décadas se
desarrolla en el marco de la recuperación o reafirmación de sus identidades y
para ello, construyó formas complejas de organización y de interpelación al
proyecto de configuración del Estado-nación. Estas formas de interpelación
le dan sentido y constituyen el eje en torno al cual gira toda la trama de rela-
ciones entre el Estado y las nacionalidades indígenas del Ecuador, frecuen-
temente tensas y conflictivas (Guerrero, 2000; Bretón, 2001; Carroll, 2002;
Beck y Mijeski, 2001).
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 69

Antecedentes

Los antecedentes del movimiento indígena se remontan a los pasados años


60 y 70. Tales décadas estuvieron acompañadas de una vorágine de factores
externos, como el auge de la Guerra Fría y la revolución cubana, ambos con
fuerte repercusión en América Latina; la renovación de la Iglesia Católica
que a partir del Concilio Vaticano II (1962) y la difusión de la Teología de
la Liberación definió la opción preferente por los pobres, bajo un clima de
cuestionamiento al régimen capitalista (Cueva, 1988; Beck y Mijeski, 2001).
En este período se reveló la existencia de conflictos estructurales en el
país en torno a la tenencia de la tierra y las relaciones de trabajo ahí estableci-
das, pero también frente al carácter del Estado y la nación ecuatoriana.

Reforma agraria e invisibilización de los pueblos indígenas


El problema de la tenencia de la tierra sale a la luz pública a partir de la segun-
da mitad del siglo pasado, cuando se intenta superar el antiguo régimen polí-
tico hacendatario y se aborda el problema relacionado con la concentración
de la propiedad agraria (Ibarra, 1999). La perspectiva de una reforma agraria
redistributiva convocó al debate a prácticamente todas las fuerzas políticas y
sociales del país, entre éstas al campesinado.
La cuestión indígena se conceptualizó como parte del problema cam-
pesino, de manera similar a como sucedía en otros países de la región. Las
leyes de reforma agraria de 1964 y de 1973 uniformaron la población rural,
sin identificar rasgos culturales y étnicos. Esto relegó particularmente a los
pueblos de la Sierra, que desde mediados de los años 50 estaban sujetos a tra-
tamiento específico por parte de la Misión Andina del Ecuador (MAE), pre-
cursora de las políticas de desarrollo rural integral. Tal como lo señala Bretón
(2001:36), el eje central de las intervenciones de la MAE fue el denominado
“desarrollo de la comunidad”, que consistía en dotar a las comunidades de
una condición jurídica, en aplicación de la Ley de Comunas y del Estatuto
Jurídico de las Comunidades Campesinas, vigente en el país desde 1937. El
impacto más importante de la MAE fue la promoción organizativa.
Pero la reforma agraria aparecía sobre todo como un elemento coadyu-
vante del desarrollo mercantil y de la construcción de un orden capitalista
moderno, que generaría ciertas condiciones para la industrialización. Se
trataba también de una presión para la modernización terrateniente, facti-
ble con los recursos del Estado, que para entonces se tornaba en figura do-
70 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

minante con la renta petrolera. Como complemento de la redistribución de


la propiedad rural, se impulsó la colonización de las llamadas “tierras baldías”,
como se denominaban las zonas de pie de monte andino, la costa noroccidental
y especialmente los territorios indígenas amazónicos, como una medida para
descongestionar las zonas rurales potencialmente conflictivas y una de las vías
para ampliar la frontera agrícola (Rudel y Horowitz, 1993; Ortiz, 1997).
Los intentos de reforma agraria se enfrentaron a una tenaz oposición
de los terratenientes, agrupados en las cámaras de agricultura y en las aso-
ciaciones de ganaderos, quienes plantearon en su lugar la colonización de la
Amazonía como forma de aliviar la presión en la Sierra sin afectar sus pro-
piedades. El gobierno militar se limitó entonces a afectar algunas tierras que
no cumplían la función social o que estaban sujetas a relaciones de trabajo
precario (renta en trabajo y renta en producto). Así viabilizó la eliminación
de tales relaciones y abrió camino al imperio de relaciones salariales.
A pesar de que los intentos de reforma agraria posibilitaron cambios en
el sistema de hacienda tradicional en la zona andina y, con ello, que los ex
huasipungueros, los ex yanaperos1 y algunos campesinos accedieran a peque-
ñas parcelas, para los indígenas solo significó el traspaso de las peores tierras,
mediante las “ventas anticipadas” o en medio de los procesos de afectación,
pues los terratenientes solo permitieron la afectación de sus tierras margina-
les. Con el paso del tiempo, las tierras de ladera y sin riego entregadas a los in-
dígenas se habían desgastado mientras el número de familias y comunidades
había crecido. Es por lo anterior que se puede afirmar que de ninguna manera
las leyes de reforma agraria atendieron sus profundas necesidades.
Para 1979, la Ley de Fomento y Desarrollo Agropecuario definió un nue-
vo statu quo haciendo coincidir los objetivos de la modernización terrate-
niente con la colonización amazónica, lo qué cerró la posibilidad de redistri-
bución en la Sierra y en la Costa.
A finales de los años 70, el gobierno puso en funcionamiento el Fondo de
Desarrollo Rural Marginal (Foderuma) y el Plan Nacional de Alfabetización,
que permitieron a la población indígena más pobre acceder a crédito median-
te sus organizaciones y participar en elecciones al eliminarse el analfabetismo
como restricción para votar. Estas políticas y las acciones de apoyo a comu-
nidades en varias zonas indígenas del país por parte de sectores progresistas
del clero católico influenciados por los cambios del Concilio Vaticano II y
la emergencia de la Teología de la Liberación, encabezados por Monseñor
Leonidas Proaño, generaron las condiciones para el desarrollo de las orga-
nizaciones indígenas (Ibarra, 2003; Ramón, 1993). En tal contexto surge la
Confederación Kichwa del Ecuador, Ecuarunari, que luego agruparía a todas
las organizaciones de la Sierra.
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 71

La configuración del Estado nación


En los años 60 y 70 hubo grandes debates en torno a la configuración del
Estado y a su papel en la economía y una constante agitación social y política.
Durante estas dos décadas afloraron los intereses contrapuestos de las clases
sociales. En Ecuador se sucedieron siete gobiernos entre 1960 y 1972, sólo
dos de ellos resultado de elecciones populares, y entre 1972 y 1979, dos dic-
taduras.
La primera, del general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976), se de-
finió como gobierno nacionalista y revolucionario de las Fuerzas Armadas,
y en el contexto del “boom petrolero” iniciado con la explotación en el noro-
riente amazónico a cargo del consorcio transnacional Texaco-Gulf, inauguró
una nueva política petrolera basada en los conceptos de recurso estratégico,
soberanía, nacionalismo y autoridad militar. Durante este período se puso en
vigencia la Ley de Hidrocarburos, se revirtieron al Estado antiguas concesio-
nes, se revisaron contratos con las compañías extranjeras, se crearon la Cor-
poración Estatal Petrolera Ecuatoriana, Transportes Navieros Ecuatorianos,
y la Flota Petrolera Ecuatoriana. Ecuador ingresó a la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (Opep) y el Estado llegó controlar el 80% de la
actividad petrolera en el país (García Gallegos, 2003).
Con el inicio de las exportaciones de crudo en agosto de 1972 comenza-
ron a crecer los ingresos fiscales, más todavía con el espectacular incremento
de los precios internacionales del petróleo en los años posteriores2. La ri-
queza generada permitió al gobierno, además de cierta independencia de los
grupos de poder económico, principalmente agroexportadores, consolidar
el intervencionismo de Estado en el desarrollo económico, esbozado tem-
pranamente por la Junta Militar del año 63. Nuevamente se priorizó la indus-
trialización bajo el esquema proteccionista de sustitución de importaciones
y se amparó el crecimiento empresarial en todos los órdenes de la economía.
Se enfatizó también en la reforma agraria y en programas de desarrollo rural,
aunque ya sin las prioridades del proceso de los años 60.
Las transformaciones sociales, lentas en los primeros años, aceleraron su
curso al final de este período. Las clases trabajadoras se ampliaron y, sobre
todo, desarrollaron una conciencia reivindicativa que pronto se expresó en la
lucha obrera y campesina.
Durante la segunda dictadura, del Triunvirato Militar (1976-1979), la
Confederación Ecuatoriana de Organizaciones Clasistas (Cedoc), la Confe-
deración de Trabajadores del Ecuador (CTE) y la Confederación Ecuatoria-
na de Organizaciones Sindicales Libres (Ceosl) se acercaron paulatinamente
72 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

en la búsqueda de unidad clasista, y arribaron a plataformas y acciones rei-


vindicativas comunes. En 1981 constituyeron el Frente Unitario de Traba-
jadores (FUT) cuyos programas obrero-campesinos y sus movilizaciones y
huelgas fueron determinantes en las luchas populares hasta bien entrada la
década del 80.
La transición a los regímenes civiles ocurrió en medio de una crisis eco-
nómica sin precedentes, a consecuencia de la recesión en los países capitalis-
tas desarrollados, que se agravó con el endeudamiento externo de la región.
Pronto comenzó la implementación en América Latina de las fórmulas neo-
liberales, al amparo de las nuevas estrategias del capital financiero internacio-
nal, de los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y
del Banco Mundial (BM) y de la globalización de la economía. En Ecuador,
los gremios empresariales presionaban contra el intervencionismo estatal y
los organismos multilaterales de crédito, para que el Estado diera un giro a la
reprimarización de la economía y privilegiara la apertura externa para dina-
mizarla.
Las nuevas políticas se orientaron en tal sentido durante la gestión de
Febres Cordero (1984-1988) y los sectores populares sufrieron el impacto
de los ajustes económicos y del autoritarismo político que el mandatario im-
primió a su gestión3. En medio del reprimido malestar social y de la progresi-
va orientación del gobierno en torno a intereses regionales costeños, Febres
Cordero afrontó un levantamiento militar, que reactivó la oposición. El con-
flictivo ambiente social llevó al Congreso a pedir la renuncia del presidente
de la República, pero éste continuó su gestión hasta concluirla en medio de
una crítica situación económica, una creciente corrupción y un evidente de-
terioro de la democracia, que dejaba un amplio saldo negativo en materia de
derechos humanos (Conaghan y Malloy, 1994).
A Febres Cordero le sucedió el socialdemócrata Rodrigo Borja (1988-
1992), patrocinado por la Izquierda Democrática, cuyo triunfo fue resultado
de la reacción política contra la derecha. El nuevo gobierno se preocupó por
restaurar la convivencia democrática e institucional del país, desconfió del
heredado neoliberalismo procurando atribuir al Estado alguna gestión en la
promoción de la economía y proclamó el “pago de la deuda social” y la “con-
certación social”. Sin embargo, no pudo sustraerse al modelo que ya domina-
ba América Latina y a los condicionamientos internacionales, de manera que
adoptó medidas claves en la perspectiva neoliberal, como la flexibilización
laboral, y mantuvo las medidas de estabilización económica y la reforma del
Estado (Conaghan y Malloy, 1994).
En los primeros años de la década del 80 hubo un claro protagonismo de
los sectores populares, que encontraron espacio para formular sus deman-
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 73

das y conquistar varias reivindicaciones bajo el liderazgo del Frente Unitario


de Trabajadores (FUT) y el apoyo de partidos y movimientos de izquierda.
Pero en el segundo lustro, fueron perdiendo efectividad y con el derrumbe
del socialismo en el mundo entraron en crisis. También llegaron a su fin
las demandas por profundizar la reforma agraria y la redistribución de la
tierra, especialmente en la Costa. La crisis arrastró los otros órdenes de la
vida social.
Al final de la década se habían impuesto en Ecuador las políticas de mo-
dernización y reducción del Estado y las privatizaciones. Se habló entonces
de la ”década perdida” para América Latina.
Sin embargo, en esos años, los indígenas dieron sus primeros pasos para
constituirse como movimiento nacional. En 1980 se conformó la Confede-
ración de Nacionalidades Indígenas de la Amazonia (Confeniae) y con la
Ecuarunari, creada desde 1972, integraron una coordinación nacional que
en 1986 se constituyó como la Confederación de Nacionalidades Indígenas
del Ecuador, Conaie. Estas organizaciones, junto a la Federación Ecuatoriana
de Organizaciones Campesinas (Fenoc), ampliaron el escenario de luchas y
demandaron la atención a los pueblos indígenas y al campesinado, especial-
mente con dos hechos históricos: el levantamiento indígena del Inti Raymi
en junio de 1990, encabezado por la Conaie, y la marcha de la Organización
de Pueblos Indígenas de Pastaza (Opip), filial de la anterior, en abril de 1992.

Irrupción del movimiento indígena en el escenario nacional

Para muchos políticos y analistas, la década del ochenta es considerada como la década
perdida. Al contrario, precisamente esta década desde el punto de nuestros pueblos constituye
una década ganada donde se incorpora con bastante fuerza nuestra lucha y el proceso orga-
nizativo, imprimiendo un nuevo giro y energía a la lucha por las reivindicaciones indígenas a
nivel regional y nacional.
Leonardo Viteri, fundador y ex dirigente de la Confederación de
Nacionalidades Indígenas de la Amazonía, Confeniae.
(Boletín ICCI-Rimay No.20, noviembre de 2000)

Al mediodía del 6 de junio de 1990 más de 35 mil indios estaban concen-


trados en la Plaza de El Salto en Latacunga, provincia de Cotopaxi. Pro-
venían de lejanos territorios, en particular, de páramos de más de tres mil
metros de altura sobre el nivel del mar. Organizaciones y cabildos de Tigua,
Zumbagua, Guagaje, Apagua y demás comunidades marcharon en silencio
durante varios días hasta llegar al centro de la capital provincial. El miedo
74 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

de los blanco-mestizos de varios pueblos ubicados a lo largo de las rutas


contrastó con la solidaridad que encontraron en Latacunga. Durante una
concentración en esa localidad interpelaron a las principales autoridades
locales y presentaron sus principales reivindicaciones en un documento
titulado El Mandato por la Defensa de la Vida y por los Derechos de las Nacio-
nalidades Indígenas.
Los 16 puntos del Mandato reclamaban todo: tierra, salud, vivienda,
crédito y otros derechos que por la justeza de su planteamiento, lograron la
aceptación de la opinión pública. Sin embargo, dos de ellos causaron estu-
por: el reconocimiento de los pueblos indígenas como nacionalidades en
igualdad de condiciones a la “nacionalidad ecuatoriana o mestiza”, y la decla-
ratoria del país como un Estado plurinacional.
Al gobierno socialdemócrata de Borja le resultó difícil dar salida a estas
demandas del movimiento indígena con acciones amplias y eficaces, aunque
concretó algunas campañas de salud, educación y atención indígena. No obs-
tante, el levantamiento fue de gran importancia para los indígenas:
Los compañeros están alegres diciendo que hemos ganado esta gue-
rra que hemos enfrentado (…). Ahora no tenemos miedo a nadie, ni
al pueblo de San Pablo ni a ningún pueblo. Desde ahora vamos a sa-
lir más adelante, con más coraje; aunque vengan con perros policías,
aunque venga cualquiera, ¡nosotros vamos a salir hasta morir enfren-
tando! ( José Tocagón, vicepresidente de la comunidad Huaycopun-
go, provincia de Imbabura, durante una concentración los días 4 y 5
de junio de 1990).
El denominado Levantamiento Indígena del Inti Raymi logró impactar so-
bre el dique construido desde 1830 por el proyecto criollo de Estado-nación.
Para el reconocido investigador Andrés Guerrero,
el movimiento masivo de los indígenas desvaneció aquella imagen
mental, parte constitutiva del sistema político, y terminó la desin-
tegración (…) de la figura de los sujetos-indios, aquel calco de la
ciudadanía ecuatoriana proyectada en una segunda escena político-
jurídico (una suerte de yanantín jerarquizado, en buena tradición
andina) desprovista de reconocimiento, sin legalidad ni legitimidad,
que requiere mediadores políticos. En síntesis, creó un hecho polí-
tico: puso en causa el modelo, el sistema jurídico-político, el proce-
so de formación y la propuesta de la ciudadanía, elaborados desde
el Estado nacional y la sociedad civil blanco-mestiza (Guerrero,
1993:107).
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 75

Luego vendría la marcha de la Organización de Pueblos Indígenas de


Pastaza (Opip) en abril de 1992, que pugnaba por la legalización de sus te-
rritorios y que posibilitó su reconocimiento y titulación parcial, pero sobre
todo, por el reconocimiento de la autodeterminación, que a la postre sería
una de las más significativas decisiones del gobierno en relación con el movi-
miento indígena y sus luchas.
Pero al concluir Borja su mandato, las realizaciones liberales contrade-
cían las definiciones socialdemócratas proclamadas por él y el anunciado
pago de la ”deuda social” quedaba frustrado. El nuevo gobierno de Sixto Du-
rán Ballén (1992-1996) reafirmó de manera agresiva las bases del modelo
neoliberal y un alineamiento con la política exterior estadounidense. Impul-
só la reforma del Estado y definió de interés estratégico las privatizaciones,
especialmente en áreas sensibles como la petrolera y la de energía eléctrica,
aunque no logró concretar mecanismos jurídicos y operativos para ello.
La alianza entre el gobierno y las empresas petroleras no podía ir me-
jor y las autoridades de energía anunciaron nuevas licitaciones para explota-
ción en la Amazonía y reformas legales en torno a la Ley de Hidrocarburos,
exonerando a las empresas del pago de regalías, primas de entrada, derechos
superficiarios y aportes en obras de compensación. Para entonces, se había
instaurado una demanda contra la Texaco en Nueva York a nombre de pobla-
dores campesinos e indígenas de la Amazonía afectados por la actividad de
dicha empresa. La demanda cayó como un balde de agua fría en la agenda del
gobierno y el embajador en Washington y el propio canciller se encargaron
de desacreditar y restar validez a dicha acción, aduciendo incluso razones de
seguridad nacional y de soberanía (Varea, 1995). Tras fuertes presiones de
éstos y de la compañía acusada, las autoridades judiciales norteamericanas
terminaron transfiriendo una década más tarde el caso a una Corte de Nueva
Loja.
En 1994, los empresarios agroexportadores y ganaderos, aglutinados en
la Cámara de Agricultura de la Primera Zona, promovieron una Ley Agraria
a su medida, que generalizó las reacciones populares a la gestión del gobierno
y puso nuevamente en la agenda social el tema del acceso a la tierra. Para en-
tonces, se había conformado el Comité Unitario Sindical Indígena y Popular
(FUT, Conaie y Frente Popular), que organizó diversas acciones de protesta
contra esta Ley y las propuestas de privatización que amenazaban el sistema
de seguridad social y las empresas petroleras del Estado. (Guerrero y Ospina,
2002:60).
La Conaie decidió realizar un levantamiento el mes de junio de ese año
en oposición a la Ley Agraria y planteó una propuesta para la redistribución
de tierras y la introducción de tecnologías locales y capacidades productivas.
76 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Fueron diez días de paralización que conmocionaron al país. El Tribunal de


Garantías Constitucionales suspendió la Ley y las más altas autoridades del
gobierno encabezadas por el propio presidente abrieron espacio para escu-
char los argumentos de los líderes indígenas.
La Ley Agraria cambió de carácter en la negociación. De ser un instru-
mento jurídico y político tallado a la medida de los intereses corporativos,
devino en política pública en tanto que las fuerzas sociales y económicas im-
plicadas tuvieron que expresar sus intereses, argumentar y negociar.
De este proceso se destaca que, en un contexto de ausencia de políticas
sociales y de sensibilidad del gobierno frente a los derechos y demandas de
los sectores sociales en general, fueron los indígenas, por medio de su organi-
zación, quienes tomaron la vanguardia para plantear problemas estructurales
ligados a la tenencia de la tierra. Como lo afirma Guerrero (1996: 41),
Al marcar su tiempo en la negociación, la Conaie fue construyendo
un discurso propio: formuló una visión étnica del problema agrario
con vinculaciones hacia las grandes cuestiones sociales y naciona-
les. Así, por ejemplo, el problema de la autosuficiencia y garantías
alimenticias del país se planteó desde la discusión del preámbulo;
luego, hubo que precisar las dimensiones sociales y ambientales de la
tenencia de la tierra y el agua.
El acontecimiento de la negociación de la Ley Agraria liderado por Conaie
impactó en la dinamización del movimiento social para enfrentar las políticas
del Gobierno. La propuesta de construir un oleoducto de crudos pesados
para asegurar la ampliación de la frontera petrolera en la Amazonía, fue re-
sistida por los trabajadores públicos liderados por el sindicato de la petrolera
estatal contando con el respaldo de la Conaie y otros sectores sociales que se
aglutinaron en la llamada Coordinadora de Movimientos Sociales (CMS).
En adelante, bajo el liderazgo de la Federación de Trabajadores Petroleros del
Ecuador (Fetrapec) y la CMS se impulsó la oposición a las reformas neolibe-
rales con resultados importantes, como el triunfo en el plebiscito convocado
por el Gobierno sobre la privatización de la seguridad social y el petróleo y la
eliminación del derecho a la huelga, entre otros.
Sin embargo, según Guerrero y Ospina (2002:56) las reformas del go-
bierno de Durán Ballén fueron desfavorables a los pueblos indígenas y és-
tas originaron al menos tres procesos: la paulatina retirada del Estado de las
áreas rurales, con una escasa o nula intervención en programas de desarrollo
rural; un proceso de contrarreforma agraria orientado al mercado de tierras
y la eliminación de las causales de expropiación; y la marginalización de pe-
queños y medianos productores agrícolas del sistema de crédito a partir de la
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 77

descapitalización del Banco Nacional de Fomento y la eliminación del interés


subsidiado.
Al finalizar su mandato, Durán Ballén finiquitó un acuerdo con la em-
presa Texaco para la recuperación de las zonas destruidas en la Amazonía
Centro Norte, a consecuencia de sus operaciones desde fines de los años 60
(Varea, 1995). Pero dicho acuerdo estuvo acompañado de varios sobornos al
interior de municipios amazónicos y de las organizaciones kichwas de la ac-
tual provincia de Orellana. Fue el colofón del cierre de esta etapa, con graves
consecuencias para los sectores populares y la frágil democracia.

De actores sociales a actores políticos

El dinamismo social generado en los primeros años de la década del 90 y los


últimos del gobierno de Durán Ballén fue el preludio de la conformación, en
el año 1996, del Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País
como instrumento político del movimiento indígena para la participación
electoral (Barrera, 2001). Su primera lista para las elecciones de ese año in-
cluía candidatos de diversa procedencia social y logró 8 de los 82 escaños en
el Congreso, entre éstos, los dirigentes indígenas Luis Macas, presidente de
la Conaie, y Miguel Lluco, dirigente de Chimborazo. Los relativos triunfos y
reconocimientos a lo largo de este período, parecían, entonces, consolidarse.
Sin embargo, en las elecciones presidenciales triunfó el líder populista
Abdalá Bucaram, auspiciado por el Partido Roldosista. Durante los seis me-
ses que se sostuvo en el gobierno hizo gala de espectáculos de tarima, mien-
tras desarrollaba los puntos pendientes de la agenda neoliberal establecida
por su antecesor.
El Partido Social Cristiano (PSC) y la Democracia Cristiana compartían
con el gobierno el control del Congreso y de las cortes de Justicia. Los tra-
bajadores petroleros y el Movimiento Pachakutik-Nuevo País se negaron a
sumarse a la corriente oficial y por ello recibieron como respuesta el ame-
drentamiento y la persecución.
Aprovechando divergencias entre las organizaciones indígenas amazó-
nicas y serranas y contando con algunos sectores amazónicos como aliados,
el gobierno adelantó una estrategia de división y de cooptación a partir de
la creación del Ministerio Étnico, a cuya cabeza nombró al dirigente shuar
Rafael Pandam.
En el Parlamento, el presidente intentó reformas económicas, a las que
se opusieron Pachakutik y el Movimiento Popular Democrático (MPD), de
corte maoísta, y se propusieron una alianza más amplia, aprovechando que
78 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

las medidas del gobierno empezaron a generar reservas en importantes seg-


mentos de las élites empresariales de Quito y Guayaquil.
Por su parte, la Coordinadora de Movimientos Sociales construyó una
coalición con los sindicatos, las organizaciones barriales urbanas, de muje-
res y estudiantes, denominada Frente Patriótico de Defensa del Pueblo, y se
propuso un paro cívico para enfrentar el nuevo paquete económico. En sus
estrategias incluyeron una alianza con sectores empresariales quiteños y el
alcalde de Quito Jamil Mahuad, entre otros, y a sectores neoliberales que ha-
bían manifestado sus discrepancias con el gobierno.
La iniciativa de movilización esta vez estuvo en manos de las organiza-
ciones urbanas y mestizas, mientras la Conaie pasaba a un segundo plano,
ensimismada en conflictos internos derivados del control del nuevo aparato
gubernamental.
En general, el gobierno proyectaba una imagen del Estado como botín
político y económico, en un clima tal de corrupción y arbitrariedad que es-
candalizó a la opinión pública nacional hasta llevarla a la indignación (De
la Torre, 1997). En tal ambiente prosperaron masivas manifestaciones que
condujeron al Congreso a destituir al presidente por la causa constitucional
de incapacidad mental, hecho inédito en la historia del país. A partir de en-
tonces se inició el ciclo de inestabilidad política que se prolongó por casi una
década (Mejía, 1998).
Durante las protestas, las organizaciones aglutinadas en la CMS recibie-
ron promesas para convocar una Asamblea Nacional Constituyente. A la Co-
naie en particular se le reconoció su demanda de cerrar el Ministerio Étnico
y crear un Consejo de Nacionalidades y Pueblos.
Tras la caída de Bucaram, luego de una fugaz sucesión de su vicepresi-
denta Rosalía Arteaga, el Congreso Nacional designó como sucesor cons-
titucional en calidad de presidente interino al conservador Fabián Alarcón
Rivera, dirigente del Frente Radical Alfarista (FRA). A casi un mes de su
posesión, Alarcón creó oficialmente el Consejo de Planificación y Desarro-
llo de Pueblos Indígenas y Negros (Conpladein), para dar cumplimiento a
las promesas hechas al movimiento social. A la vez, inició el proceso para la
convocatoria a una Asamblea Constituyente abriendo un espacio de debate
sobre un nuevo modelo de Estado y el rediseño del sistema político. Pero sus
verdaderas prioridades giraban en torno a controlar dicho proceso y a ejecu-
tar los puntos pendientes de la agenda neoliberal, en torno a lo cual aglutinó
a las fuerzas políticas más tradicionales.
En enero de 1998 se reunió una Asamblea Nacional Constituyente ele-
gida por votación popular pero controlada por el sistema de partidos y las
élites de poder, que funcionó en forma paralela al Congreso. Al tiempo que
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 79

amplió significativamente los derechos y garantías ciudadanas, la Constitu-


ción consolidó el modelo neoliberal con la adopción de medidas como la
apertura al capital privado de los sectores estratégicos de la economía y creó
el marco jurídico para la desvertebración del Estado, el cual quedó reducido
a cumplir funciones de reordenamiento del juego político interno, dotación
de servicios públicos y recaudación de tributos (Barrera, 2001).
Las propuestas del movimiento indígena y los movimientos sociales
sobre el Estado plurinacional y transformaciones sustanciales al sistema po-
lítico y al modelo económico, quedaron frustradas. Como concesión a los
pueblos indígenas, la Constitución incluyó en los artículos 83 y 84 una codi-
ficación parcial de los derechos colectivos reconocidos en el Convenio 169
de la Organización Internacional del Trabajo, OIT.
De este modo, lejos de ser el escenario para un pacto social, la Asamblea
Constituyente de 1998 se convirtió en un espacio en el que los grupos de
poder y las organizaciones sociales pegaron en la Constitución sus temas de
mayor interés, a la espera de reglamentos que los pondrían en práctica duran-
te el nuevo gobierno a ser elegido.
Al amparo de los cambios introducidos en la nueva Constitución, que
incluían la definición de nacionalidades, el gobierno de Alarcón creó el Con-
sejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador (Codenpe)
y la Corporación para el Desarrollo Afroecuatoriano (Codae), en reemplazo
del Consejo de Planificación y Desarrollo de Pueblos Indígenas y Negros,
creado meses atrás en sustitución del Ministerio Étnico.
Desde entonces, la Conaie, además de controlar dichos enclaves dentro
del Estado, se hizo al monopolio oficial de la representación indígena, gene-
rando oposición y fricciones con las organizaciones nacionales más peque-
ñas como la Federación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas
y Negras (Fenocín) y la Federación de Indígenas Evangélicos del Ecuador
(Feine) (Bretón, 2001). Al mismo tiempo, varios dirigentes indígenas in-
cursionaron en instancias locales de control y representación (municipios,
prefecturas y juntas parroquiales), logrando una parcial renovación de las
prácticas de planificación y gestión en esos niveles, que, como en las alcaldías
de Cotacachi, Guamote o Suscal, introdujeron mecanismos participativos
novedosos, así como una perspectiva intercultural del desarrollo local.

Crisis de Estado y crisis del movimiento indígena


Jamil Mahuad ganó las elecciones de 1998 y en una impensable alianza entre
su partido (Democracia Popular) y el Partido Social Cristiano (PSC), el Par-
80 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

lamento le dio viabilidad al proyecto neoliberal con la Constitución reciente-


mente aprobada, que mostraba su verdadero rostro.
La economía del país, dependiente de las exportaciones de productos
primarios, entró en una profunda crisis, agravada por la caída de los precios
del petróleo y la devastación del litoral por el fenómeno del Niño. La desre-
gulación financiera de años anteriores había contribuido a una concentración
de créditos sin precedentes y cuando los exportadores no pudieron respon-
der los bancos entraron en crisis. A pesar de que el gobierno invirtió millones
de dólares en el salvataje, la inflación, que era ya muy alta a fines de 1998
(43%), se duplicó en menos de un trimestre y el sucre (moneda nacional
de entonces) se devaluó en 200% en 1999. La desconfianza se generalizó y
progresivamente crecieron las demandas de renuncia del presidente (Barrera,
2001; Beck, 2001; Álvarez Grau, 2001).
En medio de la crítica situación, el gobierno avaló la instalación de una
base militar de Estados Unidos en el puerto de Manta, en la costa central, con
el propósito oficial de monitorear los movimientos del narcotráfico y la gue-
rrilla en la frontera colombiana. Luego, para afrontar el deterioro del sucre,
decretó la ”dolarización” de la economía.
Estas decisiones encontraron la oposición del movimiento indígena y de
organismos de derechos humanos y generaron reacciones en cadena que con-
fluyeron en al menos cinco conspiraciones para derrocar al gobierno. Estas
involucraban una fracción de la Conaie, a la cabeza de Antonio Vargas, su
presidente; mandos medios del Ejército, vinculados con los servicios de inte-
ligencia, liderados por el coronel Lucio Gutiérrez y respaldados por algunos
grupos de la oligarquía de Guayaquil; al ministro de Relaciones Exteriores,
Benjamín Ortiz; a generales de alto mando con el Vicepresidente de la Repú-
blica, Gustavo Noboa; y al presidente del Congreso, Juan José Pons.
Fueron los mandos militares con Lucio Gutiérrez y el Vicepresidente
Noboa los que se impusieron el 21 de enero de 2000 con el apoyo del presi-
dente de la Conaie. Antonio Vargas se encargó de movilizar alrededor de 8
mil indígenas, especialmente de la provincia de Cotopaxi, a la sede del Con-
greso Nacional en Quito contando con el resguardo de oficiales y tropas del
Ejército al mando del Gutiérrez y se tomaron la sede del Parlamento para
luego, en el Palacio de Gobierno, proclamar un Triunvirato de Salvación Na-
cional integrado por el general Carlos Mendoza, el abogado y político Carlos
Solórzano Constantine y Antonio Vargas, presidente de Conaie.
El Triunvirato duró pocas horas. Tras negociaciones no aclaradas, en las
que participaron la embajada estadounidense en Quito y el Departamento de
Estado de Estados Unidos en Washington (Paz y Miño, 2002), el Congreso
destituyó al día siguiente a Jamil Mahuad y designó como Jefe de Estado al
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 81

vicepresidente Gustavo Noboa Bejarano, quien asumió el poder en medio de


gran incertidumbre (Ponce, 2000; Dávalos, 2002; Barrera, 2001).
Puede afirmarse que el objetivo del golpe de Estado del 21 de enero fue
subir a la Presidencia a Noboa, porque era la vía más aceptable para los gru-
pos de poder de Guayaquil, para las Fuerzas Armadas y para el gobierno de
Estados Unidos. De esa manera se aseguraba la defensa de intereses en riesgo
de ciertas fracciones financieras de Guayaquil, la consolidación de las refor-
mas neoliberales, en particular aquellas relacionadas con las inversiones nor-
teamericanas en el sector petrolero, y la desarticulación o neutralización del
movimiento indígena encabezado por la Conaie, considerado entonces como
una de las principales amenazas al proyecto neoliberal.4
Noboa mantuvo la dolarización y posibilitó materializar reformas prio-
ritarias para los intereses de los grupos de poder y del capital multinacional.
Aprobó las llamadas Leyes Troles I y II5 que reformaron 31 cuerpos jurí-
dicos, entre éstos, el de hidrocarburos; facilitó la ampliación de la frontera
petrolera en la Amazonía y alineó al país en la estrategia estadounidense de
combate a la guerrilla y al narcotráfico en Colombia.
La Conaie inició una campaña de recolección de firmas para disolver
el Congreso y la Corte Suprema de Justicia mediante consulta popular, de
acuerdo con lo previsto en la Constitución. Esto y una demanda de amnistía
para los coroneles y oficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía que parti-
ciparon en el golpe militar constituyeron los ejes de acción de la organización
durante esa coyuntura. El Tribunal Supremo Electoral no acogió el pedido de
consulta popular debido a la presentación de firmas falsificadas. El hecho se
atribuyó a su presidente, lo que generó fuertes críticas a la organización y a
sus dirigentes y un profundo malestar en sus bases (Dávalos, 2004).
Mientras la Conaie se debatía en su crisis interna, Noboa gobernó si-
guiendo al pie de la letra las imposiciones del Fondo Monetario Internacio-
nal, incluso pasando por encima de la Constitución. Sus medidas de mayor
impacto y que provocaron las más amplias e intensas reacciones sociales
fueron los incrementos en los precios de los combustibles, del gas de uso
doméstico y de las tarifas de transporte, que a la postre desataron una oleada
migratoria de más de 1 millón de ecuatorianos en los años siguientes.
No obstante su crisis, la Conaie se sumó al llamado del Frente Unitario
de Trabajadores (FUT) y de la Fenocín a movilizaciones y marchas pacíficas,
que tuvieron su apogeo el 26 de enero de 2001, día en que se desplazaron a
Quito alrededor de 10 mil manifestantes provenientes de todo el país. El go-
bierno respondió con violencia y represión y los manifestantes se concentra-
ron en la Universidad Politécnica Salesiana (UPS), cercada por el gobierno
luego de declarar la emergencia nacional que suspende garantías ciudadanas.
82 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

La medida mantuvo en vilo al país por más de dos semanas y dejó un saldo
de 6 muertos, más de 30 heridos a bala y centenares de detenidos en todo el
país (Guerrero y Ospina, 2002).
Denuncias internacionales, gestiones de diputados cercanos a las organi-
zaciones indígenas y una corriente de opinión generalizada que demandaba
salidas a la crisis llevaron a Noboa a buscar un acuerdo con las organizaciones
participantes en la movilización. La Conaie y la Fenocin lideraron las nego-
ciaciones bajo la consigna “Nada solo para los indios” e incluyeron a los afilia-
dos al Seguro Social Campesino, a los indígenas evangélicos y a líderes como
el alcalde de Cotacachi y Auki Tituaña. El acuerdo suscrito el 8 de febrero de
2001 contenía 23 puntos y 4 disposiciones transitorias, la mayoría de carácter
general y ambiguo y algunos simbólicos6, de modo que la consigna terminó
convirtiéndose en “Nada para los indios”.
Los acuerdos evidenciaron grandes limitaciones en las estrategias de lu-
cha indígena. Ninguno de sus puntos ponía en riesgo la vigencia del paquete
económico adoptado por el gobierno, ni la decisión de éste de continuar ade-
lante su plan económico y de explotación de los recursos naturales. Se puede
afirmar, incluso, que tales acuerdos legitimaron los planes del gobierno para
asegurar las inversiones en marcha, especialmente en el sector petrolero.
En efecto, el acuerdo abrió las puertas de los territorios indígenas amazó-
nicos al ingreso de las empresas petroleras. El numeral 17, apartado de “De-
mandas Específicas”:
trato especial a todas las nacionalidades y pueblos del Ecuador, espe-
cialmente de la Región Amazónica para su desarrollo. La X Ronda de
Licitaciones Petroleras se realizará cumpliendo con la Constitución
y los convenios internacionales.
Antes de que los dirigentes de la Conaie proclamaran “el triunfo” con una
marcha por las calles de la ciudad, varias organizaciones amazónicas mani-
festaron su inconformidad con el contenido del documento y abandonaron
el sitio de las reuniones. Los territorios indígenas de Pastaza, de los pueblos
Kichwa, Shuar y Achuar, representados por sus organizaciones Opip, Fipse y
Finae, hoy NAE, respectivamente, sufrían una fuerte arremetida de las petrole-
ras Compañía General de Combustible (CGC) y Arco Oriente apoyadas por
militares. Mientras, el gobierno apuraba las gestiones para ejecutar el proyecto
de Oleoducto de Crudos Pesados (OCP) a través de un consorcio de empre-
sas multinacionales. Este proyecto mostraba los verdaderos alcances del nue-
vo marco jurídico, que posibilitaba entregar en forma directa, sin licitación, la
construcción y operación del oleoducto en beneficio de las compañías petrole-
ras, con las que el Estado tenía contratos de exploración y explotación.
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 83

Autores como Dávalos (2002) y Barrera (2001) consideran que tanto


el golpe de enero de 2000 contra Mahuad, como la movilización de 2001
contra Noboa mostraban una dirigencia que se planteaba como una fuerza
representativa de intereses nacionales, más allá de lo corporativo y comunal,
y que pugnaba por responder a las necesidades de amplias capas de pobla-
ción y no solo de las comunidades étnicas. La Conaie se asumía portavoz de
los débiles y con una fuerza capaz de formular y defender una agenda propia
para todos los grandes problemas del país, aunque al mismo tiempo dejara de
lado las demandas específicas de sus organizaciones de base (León T., 2001).
Sin embargo, al no radicar sus demandas como elementos estratégicos,
militares, políticos o económicos, la fuerza de la Conaie se puso en duda,
más aún para convertirse en fuerza electoral predominante o protagónica por
medio de Pachakutik, brazo político partidista del movimiento indígena.

Alianza con los militares y Cuarta Vía al Poder


En los comicios presidenciales de 2002, el voto mayoritario a favor del co-
ronel Lucio Gutiérrez Borbúa fue consecuencia del desgaste que la políti-
ca y los políticos tradicionales dejaban en la ciudadanía tras varios años de
crisis institucional. Gutiérrez surgía como figura tras el golpe de enero de
2000 contra Mahuad y buena parte de la intelectualidad, incluida de izquier-
da, planteó la hipótesis de que la coyuntura de 2002 era una reedición de la
“revuelta popular” del 21 de enero de 2000. Así lo afirmó Heinz Dieterich,
anunciando que se trataba de una “Cuarta Vía al Poder”7, basada en la alianza
entre sectores populares indígenas y militares nacionalistas, como había ocu-
rrido, según su opinión, con la revolución bolivariana de Venezuela (Lucas,
2000).
Esta hipótesis partía de varios supuestos discutibles, por no decir falsos;
entre éstos, el carácter eminentemente popular de dicha revuelta y la dimen-
sión del propio movimiento indígena como actor político de la misma. Así
lo plantearon varios intelectuales influyentes en la Conaie (Dávalos, 2002 y
2004 y Barrera, 2001). Al respecto, no se pueden confundir las manifesta-
ciones populares de descontento y la conspiración planificada, organizada y
financiada por fracciones oligárquicas de Guayaquil en alianza con militares,
por el hecho de que éstos involucraran en su estrategia a Antonio Vargas, para
entonces presidente de la organización. La lectura sobre el protagonismo del
movimiento indígena en aquella revuelta, auspiciada por asesores cercanos a
la cúpula de la Conaie y del movimiento Pachakutik, se transformó en “ho-
rizonte de verdad” para la opinión pública y el mundo de las ONG y de la
cooperación. Además, fue base para la toma de decisiones de las organizacio-
84 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

nes sociales y el conjunto del movimiento indígena de cara a las elecciones


de 2002.8 En aquel momento no hubo ninguna mirada alternativa o crítica
entre la dirigencia indígena, aunque sí la propusieron oportunamente varios
intelectuales de izquierda y dirigentes de organizaciones de base.
Varios factores explican el avance de la candidatura del coronel Gutié-
rrez, proclamada a nombre de un Frente Plurinacional Social y Político e
inscrita formalmente ante el Tribunal Supremo Electoral junto a Pachakutik
como el Partido Sociedad Patriótica 21 de Enero (PSP): la existencia de una
alianza mayor, la fragmentación del electorado, el apoyo de los movimientos
y organizaciones indígenas y de una base con capacidad de movilización de
sectores afectados por la crisis en el campo y las ciudades, y la alianza de cen-
tro izquierda (Partido Sociedad Patriótica/Movimiento Pachakutik/Movi-
miento Popular Democrático) con capacidad para competir en medio de un
sistema partidista débil y desestructurado tras las sucesivas crisis.
El triunfo de Gutiérrez en la primera vuelta obnubiló a casi toda la iz-
quierda ecuatoriana, que celebró con enorme expectativa la elección del
primer militar como presidente de la República en la historia nacional. En
su imaginario, Gutiérrez completaba los “cuatro ases” de la lucha antiimpe-
rialista y antineoliberal con Luis Inacio Lula da Silva en Brasil, Hugo Chávez
Frías en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Así lo destacaban el semanario
“Tintají” (julio de 2002) y el influyente autor de la tesis de la “Cuarta vía al
poder” (Dieterich, 2000).
Poco importaban entonces los antecedentes de Gutiérrez9 y sus propias
declaraciones a pocos días de su triunfo, en las que refería que no era co-
munista porque era cristiano y creía en la propiedad privada, o sus lacónicas
respuestas a un vespertino en alusión a supuestas relaciones con Chávez y
la organización guerrillera Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), en las que decía “Son afirmaciones ridículas, infantiles porque yo
soy militar y he sido entrenado para combatir a los movimientos guerrilleros”
(Diario La Hora, Quito, 24 de octubre de 2002).
La homologación de su triunfo electoral con la revuelta popular de 2000
obedece a que los protagonistas del golpe de Estado fueron punto de partida
de la alianza que lo llevó al poder, en lo que algunos denominaron la “alianza
indígena-militar” (Ibarra, 2002). Sobre esta idea se desarrolló su campaña
electoral y se organizó en principio el gobierno. Pero en realidad, fue la im-
posición de la lógica política del movimiento Pachakutik sobre las reservas
y temores que plantearon varias organizaciones de base. La entonces parla-
mentaria kichwa amazónica Mónica Chuji Gualinga, criticando la alianza del
Movimiento Pachakutic que involucró a la Conaie con el régimen de Gutié-
rrez, sostiene que ésta se adelantó sin que mediara ninguna consulta a las bases
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 85

ni ninguna discusión o acuerdo programático y afirma que tal alianza “fue la


base del debilitamiento paulatino de un movimiento que en su momento fue
referente para toda América Latina” (citada por Zibechi, 2004:2).
Sin advertirlo oportunamente, el frente económico y la política exterior
estaban en manos de poderosos grupos. A pesar de que el movimiento indí-
gena dispuso de dos figuras representativas en dos ministerios (Nina Pacari y
Luis Macas), más otros altos funcionarios, carecía de incidencia en el diseño
y ejecución de las políticas estatales.
El pacto del PSP con Pachakutik y el Movimiento Popular Democrático
se fue diluyendo conforme se consolidaban el autoritarismo y el nepotismo
de la gestión gubernamental, hasta que se desplazó el núcleo duro de la alian-
za indígena-militar, cuando el gobierno puso como norte la Carta de Inten-
ción suscrita con el FMI.10
La ruptura final con Pachakutik tardó 8 meses. Los diputados de este
partido negaron su apoyo al proyecto de ley que modificaba las condiciones
de empleo y remuneración para el presidente y los empleados públicos y en
respuesta, Gutiérrez destituyó a los ministros de esta tienda política.
Con el cese de la alianza, las grietas internas del movimiento indígena
afloraron nuevamente. Los líderes de la Conaie y de Pachakutik quedaron
expuestos al fuego cruzado entre una cuestionada cúpula indígena de la Ama-
zonía, encabezada por Antonio Vargas, Valerio Grefa y José Avilés (muy cer-
canos a varias compañías petroleras y apoyados por la dirigencia de la Coor-
dinadora Indígena de la Cuenca Amazónica, Coica), que criticaban la salida
del gobierno, y sectores radicales de la Sierra, aglutinados en Ecuarunari y
encabezados por Humberto Cholango y Blanca Chancoso, y de la Amazonía
Sur (Achuar, Shuar y Kichwa de Pastaza), que recriminaban la demora en
romper con Gutiérrez.
La gestión de Gutiérrez se caracterizó desde sus inicios por una total sub-
ordinación a los lineamientos establecidos por los organismos multilatera-
les.11 El Banco Mundial y el FMI desarrollaron lo que se llamó una “estrategia
de asistencia para el Ecuador”, que incluía préstamos por algo más de mil
millones de dólares, previéndose que la mitad de los fondos se utilizarían
para programas sociales durante el período 2003-2007.
La disponibilidad de los recursos del crédito externo para actuar en el
frente social le sirvió a Gutiérrez para debilitar el movimiento mediante ac-
tividades proselitistas del PSP en áreas rurales, lo que irritaba a las organiza-
ciones de base, mientras los dirigentes de la Confederación, encabezados por
Leonidas Iza, no atinaban a dar respuesta, en medio del descrédito público.
Para el PSP, un propósito complementario al fraccionamiento de la Conaie
era cooptar a las organizaciones de base, establecer alianzas con las antiguas
86 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

organizaciones rivales como la Federación de Indígenas Evangélicos (Feine)


y desarrollar amplias redes clientelares rurales, especialmente en comuni-
dades indígenas y campesinas en la Costa Centro Sur, la Sierra Central y la
Amazonía.
Su afán por consolidar bases sociales de sustentación le llevó a emitir
un decreto que lo facultaba a nombrar de manera unilateral a los funciona-
rios del Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador
(Codenpe) y de otras entidades estatales indígenas. Se trataba de atizar las
discrepancias para dividir el frente indígena-campesino y, sobre todo, neutra-
lizar a la Conaie con la amenaza de quitarle sus privilegios, que se veía con el
imperativo de defender:
la Conaie, señala León Zamosc, se había convertido en un rehén de
su propio éxito: el temor de perder lo que el movimiento había gana-
do emergía ahora como un factor que podía inhibir su carácter con-
testatario (2005: 218).
Mientras en la región norte de la Amazonía se agudizaban las divisiones
internas y los grupos pro gobiernistas, especialmente kichwa de Orellana y
Napo, consolidaban el control de varias federaciones y nacionalidades peque-
ñas, en el Sur se libraba una verdadera batalla que oscilaba entre la autonomía
de las organizaciones y su resistencia frente a la arremetida de fuerzas milita-
res en respaldo a proyectos petroleros en los territorios kichwa de sarayaku, y
achuar y shuar del Transkutukú.
Conscientes de que la credibilidad del gobierno era cada vez menor, pues
los escándalos de corrupción y nepotismo estallaban por todos los frentes,
los líderes de la Conaie convocaron a sus bases para planear una gran mo-
vilización y exigir la destitución de Gutiérrez. Pero el llamado no tuvo eco,
en parte porque varios dirigentes indígenas amazónicos habían sido coop-
tados por el gobierno y por la respuesta negativa de antiguos aliados como
Fenocin. Los indígenas evangélicos de la Feine habían optado por apoyar a
Gutiérrez a cambio de obras de infraestructura y programas sociales para sus
comunidades. Sólo en la Sierra central, el Movimiento Indígena y Campesi-
no de Cotopaxi (MICC) se movilizó de manera parcial y Gutiérrez decidió
militarizar la provincia.
En ese contexto, el 1o de febrero de 2004 se produjo un atentado contra
Leonidas Iza, presidente de la Conaie, en las puertas de su sede en el norte de
Quito, en el que su esposa y su hijo quedaron heridos. Este hecho sucedió en
un ambiente de amenazas a varios dirigentes indígenas y sociales por parte
del régimen, que incluían el encarcelamiento del presidente de Ecuarunari,
Humberto Cholango, y la circulación de una ”lista de enemigos” del gobier-
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 87

no. Los organismos de derechos humanos reaccionaron con fuerza, pues


el hecho se sumaba a una serie de denuncias sobre ejecuciones sumarias y
desapariciones forzadas que involucraban a miembros de la policía nacio-
nal. La Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH) subrayaba
que después del régimen de León Febres Cordero (1984-1988), era la se-
gunda ocasión en que se presentaban casos de desaparición forzada en el
país.
A pesar del ambiente de represión, no existía una oposición política clara
al gobierno, el fraccionamiento y las pugnas internas estaban presentes en
casi todo el frente de izquierda, mientras la derecha pasaba por alto los escán-
dalos gubernamentales.
Gutiérrez aprovechó esta circunstancia para llegar a un acuerdo in-
formal con los partidos populistas y de derecha, lo cual fue insuficien-
te, sin embargo, para frenar la caída de su popularidad, que de un 57%
registrado al inicio del gobierno en 2003, bajó al 37% en junio y al 24%
en septiembre del mismo año, luego de la ruptura de la alianza con Pa-
chakutik y MPD, hasta llegar a menos del 10% a mediados de 2004. En
noviembre de este año, los ex presidentes León Febres Cordero y Rodri-
go Borja, junto a los diputados de Pachakutik, buscaron seguirle un juicio
político, que amenazaba con tumbarlo con una simple mayoría de votos
en el Congreso. Este hecho, aunado a su debilidad política, lo llevaron a
que el pacto con la derecha incluyera al Partido Roldosista (PRE) a cam-
bio del regreso al país de Bucaram (De la Torre, 2005: 101). Gutiérrez
confiaba en que la ausencia de un paquetazo económico, con estabilidad
macroeconómica, con políticas clientelares y de patronazgo y con un re-
punte de su popularidad alrededor del 30%, tendría asegurada no solo su
supervivencia, sino que el pacto con el PRE le podría redituar un triunfo
en las elecciones de 2006.
Con estos presupuestos, Gutiérrez armó una nueva mayoría legislativa
y logró consolidar un bloque de apoyo que se lo denominó “aplanadora”.
Con este bloque acaparó la Presidencia del Congreso, conformó un nuevo
Tribunal Supremo Electoral (TSE) y sustituyó a la Corte Suprema de Jus-
ticia, asociada al Partido Social Cristiano, con personalidades ligadas a los
partidos aliados. Pero el cálculo le falló con la arbitrariedad manifiesta en el
cese del máximo tribunal de Justicia y el inminente retorno al país de Abdalá
Bucaram. Lo primero se interpretó como la ausencia de instituciones y el
descalabro del Estado de derecho. El regreso de Bucaram, que representaba
los vicios más repudiables de la política ecuatoriana, le costó su caída. (De la
Torre, 2005).
88 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

La revuelta de los forajidos y el movimiento indígena

Bucaram regresó al país el 2 de abril de 2005, en medio de un recibimiento


organizado en la ciudad de Guayaquil, para estar en el país solo 18 días, que
fueron un infierno para Gutiérrez. A solo unos días de su retorno, hubo un
paro provincial en Pichincha y Azuay para pedir la salida de Gutiérrez por
haber posibilitado el retorno de Bucaram y por haber sustituido la Corte Su-
prema de Justicia. Pasando por alto la capacidad de reacción de la población
de Quito,12 el presidente hizo suya la inocencia de su aliado para ganarse con
ello la enemistad definitiva de la mayoría de habitantes de la capital.
En la tarde del miércoles 13 de abril de 2005, cuando el régimen procla-
maba su victoria frente a los paros en Pichincha y Azuay, se inició la revuelta
en Quito, que se prolongó a lo largo de siete noches. Atendiendo una auto-
convocatoria general a través de radio La Luna, mediante llamadas telefó-
nicas, los ciudadanos acordaron acciones como el cacerolazo, el papelazo, el
reventón o el tablazo, hasta la multitudinaria marcha desde la Cruz del Papa
hacia el Centro Histórico, el martes 19 de abril, exigiendo la salida del gobier-
no y el cierre del Congreso (Ramírez, 2005).
En el denominado “abril quiteño” o “abril de los forajidos”, por el califica-
tivo que dio a los manifestantes el presidente Gutiérrez, pródigo en acciones
de resistencia que rebasaron formas de desobediencia civil, la sociedad quite-
ña ejerció su derecho a la insurrección bajo diferentes modalidades de acción
política no violenta para rechazar las arbitrariedades del poder. La mayor
parte de quienes protestaron en las calles fueron ciudadanos y ciudadanas
de clase media, jóvenes y mujeres de la ciudad de Quito, que desplegaron
su dinámica insurreccional a partir de un nítido elemento de comunicación
política y deliberación colectiva y no desde lineamientos vanguardistas.13
La población apropió el adjetivo “forajidos” y lo re-significó equiparándolo
a “dignidad”, “cambio”, “combate a la corrupción” y “resistencia al autorita-
rismo”, que se resumía en dos consignas: “L(s)ucio Fuera” y “Fuera todos”
(Ramírez, 2005: 90 y siguientes).
El gobierno reaccionó organizando sus propias marchas de apoyo, sin
importarle que sus militantes reconocieran que recibían dinero del ministe-
rio de Bienestar Social, manejado por Antonio Vargas, ni que personas con
antecedentes penales organizaran el grupo “Cero Corrupción” como una
fuerza de choque, para aterrorizar a la oposición y demostrar respaldo popu-
lar al gobierno.
Como lo refieren De la Torre (2005: 110) y Araújo (2005: 117), las mu-
chedumbres concentraron sus acciones en torno a las sedes institucionales
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 89

que mejor reflejaban la politiquería, y varias veces rodearon el Congreso. La


mañana en que cayó Gutiérrez se dirigieron al Ministerio de Bienestar So-
cial, donde se encontraban atrincherados Antonio Vargas y su subsecreta-
rio, Bolívar González, quien organizó grupos de choque que provocaron
incidentes con armas de fuego dejando varios heridos.
Frente a las cada vez más numerosas manifestaciones nocturnas, Gu-
tiérrez redobló la seguridad del palacio de gobierno y declaró a Quito en
estado de emergencia, lo que agudizó las tensiones y aumentó el repudio
contra el gobierno. Durante la fase más intensa de la movilización, el Ejérci-
to se negó a reprimir en las calles contra orden expresa del gobierno,14 a lo
que se sumó la renuncia del Jefe de la Policía. La mañana del 20 de abril, el
Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Víctor Hugo Roseo,
anunciaba al país que los militares retiraban el apoyo a Gutiérrez. El gobier-
no había caído en manos de los “forajidos”, que expresaron la frustración
del pueblo ecuatoriano.
A diferencia de enero de 2000, cuando cayó Mahuad, los indígenas de
la Conaie estuvieron ausentes en la revuelta de “abril de los forajidos”. En la
sede de la organización, algunos dirigentes seguían los acontecimientos por
la televisión local. Tras la caída de Gutiérrez, sus pronunciamientos tarda-
ron varios días. Un editorial del boletín del Instituto Científico de Culturas
Indígenas (ICCI), dirigido por Luis Macas, resume el escepticismo de la
dirigencia con respecto al futuro del proceso:
De todas maneras es muy temprano aún para desentrañar esta es-
pontaneidad de los ‘forajidos’ y sus verdaderos alcances en el tiem-
po. La espontaneidad, así como surgió, puede tender a desaparecer
(…) los ‘forajidos’, carentes de una agenda política, de un progra-
ma nacional, sin líderes, sin una perspectiva de cambio a largo pla-
zo, pueden ser el caldo de cultivo de ciertos líderes oportunistas
que pululan en la vida política nacional (Boletín ICCI-ARY Rimay,
abril de 2005).

Encuentros y desencuentros en torno a la reforma política


El mismo día en que Gutiérrez intentaba huir de Quito con apoyo militar y
en medio de la turbulencia social, Alfredo Palacio asumió la Presidencia pro-
metiendo “refundar la República”. Durante los primeros días de su mandato,
si bien las tensiones habían desaparecido en Quito, como legado del “abril
forajido” se mantuvieron activas varias de las autodenominadas Asambleas
Soberanas Populares.
90 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

En pocos días, éstas asambleas desarrollaron diversas propuestas para


la refundación de la República, entre ellas la convocatoria a una Asamblea
Constituyente sin participación de los movimientos y partidos políticos oli-
gárquicos y la anulación de los pronunciamientos de la Corte Suprema in-
tegrada por Gutiérrez; suspender la negociación del TLC y el acuerdo de
la base de Manta y otras referidas a la deuda externa, el salvataje bancario
y asuntos económicos. Para los pueblos y nacionalidades indígenas, se de-
mandaba restituir sus conquistas y derechos consignados en leyes y decretos,
como en materia de salud indígena y educación intercultural bilingüe o el
Consejo de Nacionalidades y Pueblos del Ecuador y programas de desarrollo.
A estas propuestas se sumaron las de la Plataforma de Lucha de la Conaie
que, aparte de demandas similares a las anteriores, reclamaba la suspensión
de las licitaciones del anterior gobierno para explotaciones mineras, petrole-
ras y madereras en la Amazonía.
En lugar de acoger el “Mandato de Abril” o las propuestas indígenas, Pa-
lacio se planteó una agenda política cuyo puntal era un proceso de concerta-
ción nacional. Mediante Decreto Ejecutivo conformó el Sistema de Concer-
tación Nacional con la Sociedad Civil (SCN), que procesaría las propuestas
de las asambleas ciudadanas para formular preguntas que incluyeran textos
de reforma constitucional a consideración de la ciudadanía mediante una
consulta popular. El anuncio de una consulta popular en lugar de la convo-
catoria a una Asamblea Constituyente llenó de escepticismo a la mayoría de
organizaciones sociales. El propio Luis Macas, presidente de Conaie advirtió
lo siguiente:
dure cuanto dure, decimos que es un gobierno interino y de transi-
ción, al cual le pedimos que convoque a una Asamblea Constituyen-
te, y que sea esa Asamblea la que formule una forma de organización
del Estado (Boletín de Resumen Latinoamericano, Agencia EFE,
abril de 2005. http://www.efe.com).
El compromiso asumido por Palacio se había esfumado y con él, el apoyo y
legitimidad con la que inició su gestión presidencial. Entendimientos de facto
con el Partido Social Cristiano (PSC) y las cámaras de comercio, que condi-
cionaron su respaldo a las reformas políticas que se proponía el presidente a
cambio de garantizar la suscripción del TLC, completaron el cuadro de frus-
tración de las organizaciones sociales.
La Conaie y la Fenocin convocaron nuevamente a movilizaciones, las
más importantes registradas desde 1994 en Ecuador. Estas incluyeron a 9
provincias de la Sierra y lograron paralizar parcialmente el país. En marzo de
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 91

2006, miles de indígenas y campesinos salieron a bloquear las principales vías


de las provincias de Cotopaxi, Tungurahua y Bolívar. Al norte de Quito, en
Cayambe y Cangaua, hubo acciones similares. Una marcha con represen-
tantes de los pueblos amazónicos encabezados por Hilda Santi, presidenta
de la Opip, avanzó hasta Quito. Las protestas comenzaron tras el anuncio
gubernamental de continuar las negociaciones del TLC y por la ambigüe-
dad del gobierno frente a la demanda de caducidad del contrato de conce-
sión con la empresa Occidental (Oxy) para la explotación petrolera en la
Amazonía (Adital, Noticias de América Latina e Caribe, marzo de 2006).
El gobierno nuevamente respondió con acciones represivas que inclu-
yeron el bloqueo de vías para impedir el paso de los marchistas y el arres-
to de muchos dirigentes indígenas. Ello fue motivo para incrementar las
acciones de protesta en Quito, con la toma de plazas céntricas. En una
marcha, los indígenas llegaron a la sede de gobierno, donde entregaron al
presidente un documento con sus demandas, que incluían tres exigencias
básicas: la no firma del Tratado de Libre Comercio (TLC); la caducidad
del contrato de la Occidental (Oxy) y no involucrar al Ecuador en el Plan
Colombia.
Luego de muchas dubitaciones, bajo la presión de las movilizaciones
sociales, el régimen decidió declarar la caducidad del contrato de explota-
ción petrolera con la Oxy por violación a la Ley de Hidrocarburos y a los
términos del contrato. La decisión del gobierno condujo al congelamiento
de las negociaciones del TLC, otra de las demandas del movimiento social,
decidido por Estados Unidos como represalia por la caducidad del contrato
con la Oxy y por nuevas reformas a la Ley de Hidrocarburos que introdu-
jeron una cláusula que permite revisar la participación del Estado en los
contratos petroleros, a causa de los incrementos de los precios internacio-
nales del crudo.15
Aquella movilización colocó el tema del TLC en primera plana del de-
bate nacional y le permitió a la Conaie recuperar una parte importante de
su credibilidad y capacidad de convocatoria. El gobierno interino de Pala-
cio culminaría ese mismo año sin concretar la convocatoria a una Asamblea
Constituyente.
En octubre de 2006 triunfó Rafael Correa en las elecciones para la Presi-
dencia de la República, respaldado por una fuerte coalición de movimientos
políticos y sociales que se denominó Alianza País. Su gestión comenzó alre-
dedor de dos ejes prioritarios: la reforma política del Estado, para lo cual se
dio a la tarea de viabilizar la Asamblea Nacional Constituyente. El segundo
eje giraba en torno a las políticas económicas, de corte nacionalista.
92 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Asamblea Nacional Constituyente:


expectativas y frustraciones

Queremos primero la construcción de un Estado plurinacional,


que deseche para siempre las sombras coloniales y monoculturales
que lo han acompañado desde hace casi 200 años.
Domingo Ankuash, presidente de la Confeniae, en el Congreso de enero de 2008.

Para el año 2007, el proceso hacia la conformación de una Asamblea Cons-


tituyente copaba la agenda nacional. En las organizaciones indígenas, parti-
cularmente de la Conaie, la crítica proveniente de ciertas corrientes, espe-
cialmente de base amazónica y costeña, había distanciado la dirigencia y las
bases. Este distanciamiento y un proceso de cooptación del Estado mediante
la creación de aparatos como el Consejo Nacional de Desarrollo de los Pue-
blos (Codenpe), repercutieron en la legitimidad tanto del sistema político
como de la propia organización indígena. Pero la confluencia de distintas
fuerzas sociales y políticas en torno al proceso constituyente involucró a to-
das las organizaciones de base y permitió superar tal distanciamiento.
Tanto las bases de Ecuarunari como las de la Confeniae impulsaron sen-
dos procesos de debate interno con el fin de articular propuestas coherentes
de cara a la Asamblea Constituyente. A partir de estos procesos, se elaboró
un documento de propuestas de la Conaie que se presentaría a la Asamblea
Nacional Constituyente. Sus planteamientos giraban en torno cinco ejes fun-
damentales, cuyo marco era el primero: la propuesta de Estado unitario y
plurinacional. Los otros cuatro ejes fueron: recuperación de la soberanía del
Estado para el manejo de la economía y los recursos naturales y de biodiversi-
dad como sectores estratégicos; democracia y participación política; acceso a
los servicios públicos como derecho humano; y construcción de un “modelo
económico social solidario, ecológico, equitativo, soberano, planificado e in-
cluyente” (Domingo Ankuash, presidente de la Confeniae, enero de 2008)
Igual que las organizaciones de la Conaie, también las pertenecientes a
la Federación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras
(Fenocin) se involucraron en el proceso y generaron una alianza que sirvió
como catalizadora de los límites de la visión del gobierno con respecto a la
relación del Estado con los pueblos indígenas.
El debate en torno a las propuestas indígenas reveló la poca apertura de
la mayoría de la Asamblea en torno a estos temas. A lo largo del proceso, fue
notorio el desinterés por considerar a profundidad las demandas indígenas,
presentadas de manera pública en una movilización de miles de indígenas.
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 93

Bajo la presidencia de Alberto Acosta,16 la Asamblea Constituyente im-


pulsó y abrió espacios de participación y diálogo con los principales actores
políticos, organizaciones sociales y gremiales y se realizaron foros itinerantes
en la mayoría de provincias de las tres regiones del país. Sin embargo, esta
agenda fue insuficiente para producir consensos básicos y chocó con frecuen-
cia con las estrategias y cronogramas establecidos por el gobierno y con su
afán por imponer sus propuestas aprovechando la absoluta mayoría de que
disponía en la Asamblea (61% de los votos en plenaria).17 Esto condujo a la
renuncia de Acosta, quien demandó sin éxito ampliar los plazos para garanti-
zar mayor debate y consenso y con su reemplazo se impusieron el cronogra-
ma inicial y las estrategias del sector dominante, dominado por Correa.
Tres de las propuestas planteadas por la Conaie fueron las que motivaron
mayor polémica en el bloque de mayoría: el reconocimiento de la plurinacio-
nalidad, en particular el derecho a la autodeterminación y al autogobierno indí-
gena; la incorporación del derecho al consentimiento previo, libre e informado,
presente ya en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU (2007), y la
relativa a la gestión y las políticas de explotación de la naturaleza.
El reconocimiento de un Estado plurinacional fue resistido por sectores de
Alianza País, entre ellos, sus aliados de la Fenocín que optaron por una figura
menos radical cercana al multiculturalismo. En el evento realizado en Quito, en
la Plaza Grande, frente a la sede del gobierno central, ante más de 20 mil indíge-
nas, Humberto Cholango, presidente de Ecuarunari, manifestó:
tenemos una lengua, un espacio de hábitat, un ejercicio de autori-
dad. Lo que queremos es que se fortalezca ese proceso. No queremos
crear un Estado dentro de otro Estado y en la Constitución se debe
definir con claridad la relación entre el Estado y los gobiernos comu-
nitarios. Creemos que así se fortalecería el Estado porque su acción
llegaría a esos sectores a través de estas organizaciones comunitarias.
Nadie está diciendo que las comunidades indígenas se van a apropiar
del petróleo, el agua, las fuentes naturales.
Tras intensos debates, se aceptó la propuesta de la Conaie,18 pero no sucedió
en otros temas. Lo concerniente al derecho al consentimiento previo, libre
e informado provocó fuertes reacciones del propio Correa y de los sectores
más moderados de Alianza País, que manifestaron abiertamente su rechazo a
profundizar o ampliar los derechos indígenas y a modificaciones sustanciales
del esquema convencional para la toma de decisiones en materia de explota-
ción de recursos naturales. Según ellos, estos eran asuntos de competencia
exclusiva del Estado. En ese punto se ratificó la figura de la consulta previa e
informada, establecida ya en la Constitución de 1998 (artículo 398, Cons-
94 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

titución Política del Ecuador de 2008). En estas condiciones, la discusión de


fondo sobre el derecho al consentimiento se desarrollará en cada caso y queda
en manos de los jueces nacionales o internacionales su eventual resolución.
En los temas de gestión y políticas de explotación de la naturaleza hubo
mayores acercamientos, a pesar de que en tópicos específicos como el agua
hubo debate entre su reconocimiento como derecho humano fundamental y
la tesis sobre el derecho de “acceso al agua”. Finalmente se reconoció al agua
como derecho humano fundamental e irrenunciable y como patrimonio na-
cional de uso público. También hubo acuerdos para reconocer derechos a la
naturaleza, principios como el in dubio pro natura que obliga a que en caso de
duda se adopte la decisión que mejor proteja la naturaleza; y para fortalecer
el sistema nacional de áreas protegidas y zonas intangibles. Sobre los recur-
sos naturales no renovables, se mantuvo la propiedad en cabeza del Estado y
su facultad para explotarlos, que puede ser delegada sin que su participación
en las ganancias sea inferior al 50 por ciento.
Otros temas generaron fuertes confrontaciones en la Asamblea con
los sectores de oposición. El reconocimiento de diversas formas de pro-
piedad (privada, pública, estatal, comunitaria, social, cooperativa y mix-
ta), los límites a su ejercicio, derivados del cumplimiento de la función
ambiental y social y la expropiación para fines de utilidad pública, así
como el reordenamiento político, administrativo y territorial del Estado,
fueron los más polémicos. Temas como el aborto terapéutico, la invoca-
ción a Dios en el preámbulo de la Constitución o el reconocimiento de
las uniones homosexuales se utilizaron para estimular marchas oposito-
ras y agresivas campañas mediáticas, que involucraron a los sectores más
conservadores de la sociedad, incluidos los altos jerarcas de las iglesias
católica y evangélica.19
Paralelo al proceso constituyente, las relaciones entre el movimiento in-
dígena y el gobierno se fueron deteriorando. Desde el inicio del mandato de
Correa, las organizaciones indígenas manifestaron su inconformidad por las
políticas gubernamentales sobre pueblos indígenas. En el Congreso nacional
de la Conaie celebrado en enero de 2008, su nuevo presidente Marlon Santi
manifestó que el gobierno no tenía en su agenda las propuestas del movi-
miento indígena. Y con respecto a los debates en la Asamblea expresó:
Para ellos, todos somos ciudadanos, pero el Ecuador, desde la con-
cepción de pueblos y nacionalidades, es un Ecuador plurinacional y
pluricultural. Ellos quieren borrar esa palabra.
Al final del período se presentó una fuerte dispersión y debilitamiento del
movimiento representado por la Conaie, por divergencias entre las organiza-
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 95

ciones locales y regionales que se declararon afines al gobierno y las que op-
taron por declararse en abierta y radical oposición, acusándolo de traicionar
acuerdos alrededor de la reforma política.
Pero en el trasfondo de los desacuerdos estaban las decisiones de Correa
para explotar recursos naturales en territorios indígenas, en particular, petró-
leo y minerales. La intensificación de conflictos en áreas de concesión mine-
ra, especialmente en el suroriente del país, había llevado al distanciamiento
de la Conaie y luego a su ruptura con el gobierno.

Política económica, recursos naturales y territorios indígenas


El gobierno de Correa se propuso devolverle al Estado un rol más activo en la
economía y en la explotación de los recursos naturales, sobre todo en materia
petrolera. En medio de un incremento acelerado de los precios internaciona-
les del crudo, el presidente emitió un decreto que ordenaba la apropiación
por parte del Estado del 99% de las ganancias extraordinarias que obtuvieran
las empresas petroleras que operan en el país. Posteriormente, para aplicar
la norma adoptada, planteó la renegociación de los contratos, proponiendo
migrar del contrato de participación a uno de prestación de servicios.
Amparado en los ingresos que generaría la aplicación de tales decisiones,
el gobierno adoptó políticas sociales orientadas a los grupos de población
más vulnerables, ligados a las economías rurales y urbanas afectadas por los
impactos de las políticas de ajuste. Incrementó el 15% de la inversión social,
duplicó el llamado Bono de Desarrollo Humano y aumentó en un 100% el
llamado Bono de Vivienda, ambos para familias con menos recursos econó-
micos y en situación de pobreza extrema. Estas y otras iniciativas sociales del
gobierno, aunadas a sus decisiones de retirar la base militar estadounidense
en Manta y de no involucrar a Ecuador en el Plan Colombia, se tradujeron en
un respaldo ciudadano mayoritario que duró un largo período.
Además, en materia petrolera, sorprendió al país, especialmente a las orga-
nizaciones indígenas, con la propuesta de no explotar el mayor campo de cru-
dos pesados por encontrarse al interior del área protegida más importante del
país, el Parque Nacional Yasuní, a la vez territorio ancestral de la nacionalidad
Waorani. Esta propuesta, fue auspiciada por grupos ambientalistas, a cambio
de una compensación de 350 millones de dólares anuales. Se trata de la iniciati-
va “Yasuní ITT” en sustitución del denominado proyecto “Tiputini” que desde
1983 se venía impulsando para explotar un total de 947 millones de barriles
de crudo durante un período aproximado de 25 años, construir una refinería
e instalar una planta de mejoramiento de crudo y generación termoeléctrica.
96 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Frente a la Iniciativa “Yasuní ITT”, la Confederación amazónica planteó


reservas,
si es que no se la trata como una política más integral y amplia, apun-
talando la protección y defensa de los territorios, especialmente wao-
rani y en el conjunto del Centro Sur, donde están las nacionalidades
shuar, achuar, shiwiar, kichwa, andoas y zápara, quienes controlamos
aún, más de 4 millones y medio de hectáreas de territorio con un
90% de bosque nativo.20
Sus temores enfatizan en que si el Estado deja de percibir 350 millones de
dólares por año, eso puede convertirse en pretexto para otorgar en concesión
12 bloques petroleros, lo que afectaría a más de 2,5 millones de hectáreas de
sus territorios.
La iniciativa “Yasuní ITT” generó expectativas en las comunidades indí-
genas, pero a lo largo del año, el gobierno reprimió y hostigó a las que se opu-
sieron a varios proyectos extractivos en sus territorios. En el mes de junio de
2007 hubo duras protestas contra las transnacionales Petrochina y Petrobrás
en la Amazonía central, en las que se amenazaba con bloquear la producción
petrolera. En lugar de diálogo, el gobierno acudió al estado de emergencia,
reforzó la presencia militar en la zona y declaró vigente la Ley de Seguridad
Nacional que pone a los civiles bajo fuero militar. Aquello derivó en hechos
violentos contra la población de Dayuma, provincia de Orellana, ampliamen-
te denunciados por organismos de derechos humanos.21
Un año más tarde, habiéndose aprobado ya la nueva Constitución y en
medio de varios conflictos específicos entre petroleras y comunidades lo-
cales, la empresa estatal Petroamazonas decidió avanzar sobre el campo
Pañacocha, ubicado en los límites de la Reserva Faunística Cuyabeno, un
bosque protector del mismo nombre de tierras ancestrales siona-secoya,
en el nororiente de la Amazonía, donde ahora habitan algunas familias co-
lonas y kichwa. A inicios de octubre de 2008 ingresó maquinaria a través
del río Aguarico, custodiada por militares. Unos doscientos comuneros de
la Federación de Organizaciones Kichwa de Sucumbíos (Fonakise) inter-
ceptaron las gabarras para impedir el paso de la caravana, denunciar la falta
de consulta y reclamar indemnizaciones. La compañía solo había negociado
con un reducido grupo de familias de una de las comunidades afectadas, pro-
vocando su división interna. Los militares disolvieron la protesta y hubo dos
comuneros heridos.
Estos hechos confirmaban la expansión petrolera en la Amazonía a con-
secuencia del incremento de los precios del petróleo, expansión a la que el
gobierno de Rafael Correa no renunciaba a pesar de los conflictos en esta y
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 97

otras regiones periféricas del país. Confirmaban también los temores antici-
pados por el presidente de la Confeniae sobre anuncios gubernamentales que
generan esperanzas en las comunidades, pero que con bastante frecuencia se
convierten en frustraciones y anunciaban que las reformas que impulsaría el
gobierno generarían grandes conflictos sociales y políticos.
Los conflictos empezaron a desatarse en muchos territorios indígenas ya
no solo por actividades petroleras, sino también por explotaciones mineras.
En la Cordillera del Cóndor, zonas colonizadas y áreas ecológica y cultural-
mente frágiles, varias comunidades shuar se opusieron a la actividad mine-
ra en sus territorios y sus dirigentes fueron víctimas de amedrentamiento y
persecución22 por dos empresas, una de origen canadiense y otra, de Esta-
dos Unidos. También en Intag, provincia de Imbabura, en la Sierra Norte, se
responsabiliza a otra minera canadiense, la Ascendant Cooper, de contratar
grupos armados para amedrentar a las organizaciones campesinas y a autori-
dades locales y de agredirlas con armas de fuego o gases.23
Estos y otros casos fueron sucediendo en varias zonas del país en torno a
áreas mineras concesionadas, generando enfrentamientos entre comunidades
mientras las empresas concesionarias manifestaban no tener conflictos a causa
de sus actividades24. Pretendiendo resolverlos, el gobierno convocó al llamado
Diálogo Nacional Minero, que no arrojó resultados positivos ni compromisos
específicos, aparte de la presentación de un Plan Nacional Minero Artesanal.
Pero fueron los procedimientos aplicados por el gobierno, en particular
en torno a las leyes de minería y agua, los que desataron la ira de la dirigencia
de la Conaie.
Las asambleas extraordinarias de Ecuarunari y de la Conaie, reunidas
en octubre y noviembre de 2008, resolvieron convocar a una movilización
nacional para defender a la “madre tierra” y exigir el archivo de una Ley de
Minas propuesta por el gobierno, por considerar que implantaba “un modelo
de explotación a gran escala que atenta contra el ambiente, contamina el agua
y expolia las riquezas naturales del país sin dejar casi beneficio alguno para
los ecuatorianos” (Kintto, 2009). Además, la Ley no había contado con la
participación de la población indígena que se vería afectada.
En respuesta a la convocatoria de las organizaciones, se realizó un paro
nacional antiminero en enero de 2009, en el que participaron 8 provincias
de la zona andina, pero pocas organizaciones de base y fue controlado por
fuertes dispositivos policiales. En Quito, algunos dirigentes de Conaie y gru-
pos ecologistas encabezaron una pequeña manifestación y en las provincias
del sur del país, las organizaciones locales filiales de Ecuarunari y de Conaie
bloquearon algunas carreteras. La prensa registró los hechos como un fracaso
del movimiento debido a sus divisiones internas y a su baja convocatoria.
98 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Dirigentes como Luis Andrango y Patricio Santi, de la Fenocin y la Feine,


respectivamente, organizaciones más cercanas al gobierno, aseguran acerca
de la polémica Ley de Minas que,
se había incluido el 70% de nuestras observaciones, pero no estamos
de acuerdo con la falta de precisión de los mecanismos para la con-
sulta previa a las nacionalidades y pueblos indígenas y la repartición
de la utilidades en una localidad (Iwgia, 2011).
La Conaie anunció acciones ante la Corte Interamericana de Derechos Hu-
manos (CIDH) y una demanda de inconstitucionalidad contra la Ley de Mi-
nas, presentada posteriormente, advirtiendo que no permitirán la explota-
ción minera en sus territorios si no hay consulta previa de por medio.
Al firmar los reglamentos de la Ley de Minería, el presidente afirmó:
no daremos nunca marcha atrás en la Ley de Minería porque el desa-
rrollo responsable de la minería es fundamental para el desarrollo del
país (…) Esta Ley ha sido debidamente socializada y a pesar de ello
persiste la oposición de grupos fundamentalistas que no entienden
que en el Ecuador vivimos una democracia, donde velaremos por el
bien común y no por el fundamentalismo infantil de unos cuantos
(Diario Expreso, Guayaquil, 5 de noviembre de 2009).
Luego crearía la Empresa Nacional de Minería Enami EP, en diciembre de
2009, y pondría en funcionamiento la Agencia de Regulación y Control Mi-
nero para iniciar la sustitución de títulos mineros y el censo de la minería
artesanal, actualización requerida para emitir nuevos títulos mineros.
Igual sucedió con el Proyecto de Ley Orgánica de los Recursos Hídri-
cos, Uso y Aprovechamiento del Agua, que a lo largo del año 2009 tuvo
siete versiones oficiales con innumerables contradicciones con la Consti-
tución. La participación de las organizaciones sociales e indígenas en la
discusión fue restringida a cuestiones informativas generales, a pesar que
las organizaciones Fenocín, Ecuarunari, la Confederación Nacional Cam-
pesina (CNC), las Juntas de Agua de Consumo y Riego y el Foro de los
Recursos Hídricos mantuvieron reuniones de análisis y formulación de
alternativas en torno a los borradores. La expectativa era asegurar la par-
ticipación de las comunidades en la gestión de los recursos hídricos, el re-
conocimiento y fortalecimiento de sus propios sistemas comunitarios y un
aprovechamiento del agua acorde con los derechos de la Madre Tierra y
demás establecidos en la nueva Constitución25. Pero la expectativa se fue
diluyendo y en la Ley aprobada los avances logrados en la Constitución
sufrieron un retroceso.
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 99

Así las cosas, en septiembre de 2009, la Conaie y las Juntas de Regantes


y Agua Potable decidieron movilizarse por la “Defensa del Agua, la Vida y el
Estado Plurinacional”. Para ese momento, Correa confrontaba de manera in-
tensa otros dos frentes de oposición: un paro de la Unión Nacional de Educa-
dores (UNE) y una fuerte discusión con las empresas privadas de televisión y
prensa escrita sobre un proyecto de Ley de Comunicación, que consideraban
lesivo a sus intereses.
Mientras en la Sierra la paralización perdía fuerza a menos de 24 horas
de iniciada, en la Amazonía, las organizaciones aglutinadas en la Confeniae
comunicaban su decisión de “mantenerse firmes” en oposición a las conce-
siones mineras y petroleras y en la exigencia de incorporar las propuestas de
la Conaie en la Ley de Aguas. La policía intentó desalojar a los manifestantes.
En los enfrentamientos, murió un profesor shuar de la comunidad de Cora-
zón de Jesús y 40 policías resultaron heridos. Tras una serie de acusaciones
mutuas en cuanto a las responsabilidades por los incidentes en el río Upano,
el gobierno y la Conaie aceptaron dialogar.
Los acuerdos, sin embargo, solo llevaron a postergar las decisiones de
fondo. Estos se centraron en la creación por decreto presidencial de una mesa
de diálogo para trabajar la agenda de la Conaie, la conformación de una co-
misión para analizar las reformas a la Ley de Minería y la presentación a la
Asamblea Nacional de una propuesta consensuada en torno a la Ley de Agua,
además de revisar el decreto 1585 sobre educación intercultural bilingüe y
encargar a la Comisión de la Verdad la investigación de las causas y responsa-
bles de la muerte del profesor shuar Bosco Wizuma.
Más tarde, el presidente de Conaie denunció el incumplimiento del
acuerdo por parte del gobierno y criticó que además de aprobar leyes que
afectan los territorios indígenas sin consulta y debate previo, Rafael Correa
emprendía un ataque verbal permanente contra las organizaciones y sus líde-
res (Diario Hoy, Quito, 4 de noviembre de 2009).
Del lado del gobierno, la Ministra Coordinadora de la Política Doris
Soliz sostenía que uno de los retos del proceso de cambio era precisamente
canalizar hacia él la energía de los movimientos sociales y que éstos debían
“ir más allá de las demandas reivindicativas y de los intereses corporativos”.
Argumentaba:
Necesitamos cualificar nuestra acción política y cualificar la cons-
trucción de sujetos sociales de este proceso de cambio, que es la
síntesis de muchos movimientos sociales: el indígena, el campesino,
mujeres, ecologistas, jóvenes, etc. (Revista Vanguardia No. 225, Qui-
to, 1o de febrero de 2010).
100 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Los desafíos: Estado plurinacional y modelo económico

Dos tensiones marcan el último período del movimiento indígena del Ecua-
dor: la compleja transición del Estado-nación al modelo plurinacional y la
persistencia de un modelo económico basado en la extracción de recursos
naturales, con fuertes consecuencias para los pueblos indígenas.
Correa prioriza un enfoque nacional-popular que parece subordinar las
nacionalidades indígenas y pasar por alto sus demandas históricas, especial-
mente en cuanto al control y legalización de sus territorios ancestrales y al
ejercicio pleno de sus derechos como sujetos colectivos para ejercer una “ciu-
dadanía diferenciada” y poner en práctica la autonomía y la libre determina-
ción en el Estado unitario.
El gobierno de Correa cuenta con asesores muy cercanos a intereses
empresariales, lo que explica en buena medida que poco a poco las nuevas
leyes minimicen los logros indígenas en la Constitución Nacional en mate-
rias sustantivas como la participación ciudadana, los derechos colectivos y
los derechos de la naturaleza. En el bloque Alianza País convergen diversas
posiciones, desde las que defienden intereses privados con respecto al agua
y las comprometidas con cambios sustanciales, hasta posiciones “indife-
rentes”.
Quizás por lo anterior las relaciones entre el gobierno, portador de una
perspectiva nacionalista, integracionista y de expansión extractiva, y el mo-
vimiento indígena que lucha por el ejercicio pleno de sus derechos se desen-
vuelven en varios tiempos que alternan aproximaciones, distanciamientos,
desencuentros y disputas, sin un desenlace claro. Al comienzo, se manifiestan
tensiones marcadas por las movilizaciones contra la ley de minería y disputas
asociadas a las leyes de aguas, de participación popular, descentralización y
ordenamiento territorial y otras relacionadas con sus derechos reconocidos.
Luego, se establecen mecanismos de diálogo para canalizar y procesar dife-
rencias. El tercer momento es de ruptura, cuando el gobierno desatiende los
reparos y exigencias de las organizaciones para llevar adelante su agenda po-
lítica y económica.
No obstante los desencuentros con motivo de las leyes de Minas y de
Agua, los indígenas pasaron nuevamente a ser autoridades del Ejecutivo y
legisladores de Alianza País.
Desafíos como la reforma política, la materialización del Estado plurina-
cional mediante el reconocimiento de los gobiernos autónomos indígenas,
las políticas territoriales y agrarias, el futuro del modelo extractivo y el esta-
blecimiento de mecanismos claros y democráticos que aseguren el respeto y
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 101

vigencia de los derechos indígenas consagrados en la Constitución son ape-


nas unos en la mesa de debates.
En un contexto donde priman más las desconfianzas mutuas que la vo-
luntad para encontrar soluciones, el sendero de la estructuración del Estado
plurinacional no es claro en el corto ni en el mediano plazo.

Notas

1 Los huasipungueros eran los trabajadores bre de “leyes troles” aluden a su mentor, el
en las haciendas que a cambio de su trabajo presidente Mahuad, apodado por la prensa
recibían un pedazo de tierra, el huasipun- local como “troleman” por haber instalado el
go, para procurarse su subsistencia. Los sistema de trole bus durante su gestión en la
yanaperos trabajaban gratuitamente en las alcaldía de Quito.
hacienda a cambio de utilizar áreas de éstas 6 Como la reducción de algunos centavos en el
para el pastoreo de sus animales. precio del gas o el congelamiento del precio
2 Las exportaciones realizadas de 1972 a de los combustibles.
1974 llegaron a representar ingresos por 7 Heinz Dietrich analista político alemán re-
casi la totalidad de las realizadas en los 140 sidente en México, conocido como ideólo-
años anteriores, pues los precios del barril go de la izquierda latinoamericana y asesor
saltaron de $ 2,56 a $ 13,9 (Acosta, 1982) del presidente venezolano Hugo Chávez.
3 La Comisión de la Verdad, creada en mayo Uno de sus ensayos, La tercera vía (2000),
de 2007 por el presidente Rafael Correa analiza la crisis del modelo neoliberal y el
para esclarecer las violaciones a los dere- ascenso político de la izquierda en varios
chos humanos atribuidas a agentes del Esta- países latinoamericanos, equiparando sus
do ocurridas a partir de 1984, catalogó este gestiones como una farsa socialdemócrata.
período de gobierno como el de mayores La Cuarta Vía al Poder se refiere el ascenso
violaciones en democracia. de verdaderas propuestas de izquierda.
4 En 1997, el profesor Richard Cooper, de 8 Años más tarde, Dávalos haría un mea cul-
Harvard, encabezó una comisión que re- pa, reconociendo que “la debilidad de la
dactó el documento “Global Trends 2010”, izquierda obedece tanto a su falta de vincu-
auspiciado por los órganos de inteligencia lación y compromiso con los sectores po-
del gobierno norteamericano, en el que se pulares, cuanto a las falencias de su propio
afirma que “los movimientos indígenas de discurso e incapacidad de interpretar al país
protesta, incrementados debido a la facili- (…) La producción teórica de la izquierda
dad de las redes trasnacionales de los acti- ecuatoriana es débil: en efecto, no existe ni
vistas de derechos indígenas y financiados debate, ni discusión, ni autocrítica. Autár-
por fundaciones internacionales de dere- quica y autista, autosuficiente y engañándo-
chos humanos y grupos ambientalistas, se a sí misma, creyéndose que su verdad es
son parte de las amenazas que confrontan la única verdad, la izquierda se fagocita a si
los Estados, especialmente desde México misma…” (Dávalos, 2006).
hasta la Región Amazónica”. Cf .”Global 9 Hasta la fecha misma del golpe de Estado
Trends 2015”, National Intelligence Coun- en el año 2000 se desempeñó como jefe
cil (NIC)-Institute for National Strategic de la oficina conocida con el código C3i2
Studies (INSS), Washington D.C. (Centro de Comando, Control, Comu-
5 Las leyes Trole son la “Ley para la Transfor- nicaciones, Inteligencia e Informática del
mación Económica del Ecuador”, No. 33 del Comando Conjunto de las Fuerzas Arma-
13 de marzo, y la “Ley para la Promoción de das), según lo refiere el ex ministro del in-
la Inversión y la Participación Ciudadana”, terior de Mahuad, Vladimiro Álvarez Grau.
No.144 del 18 de agosto de 2000. El nom- Además gozaba de la confianza absoluta del
102 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Departamento de Estado y de la Embaja- naron con la masacre de sus promotores un


da Norteamericana, por su formación en año después. En tiempos más recientes, las
Washington en el Inter-American Defense manifestaciones estudiantiles y barriales a
College (IADC) y en programas de coope- lo largo de los años 80 contra las medidas
ración militar entre el Comando Sur del de ajuste y la represión en los gobiernos de
Ejército de Estados Unidos y las Fuerzas Osvaldo Hurtado y Febres Cordero, o la
Armadas Ecuatorianas (García Gallegos, caída de Bucaram en 1997 que contó con
2003). una participación masiva de distintos secto-
10 Las Cartas de Intención fueron promovi- res de la ciudad. En torno a esto existe una
das por el FMI para el ajuste estructural y la memoria colectiva en la ciudad, no exenta
adopción de medidas neoliberales en Amé- de mitos, que resulta fundamental al mo-
rica Latina. Ecuador suscribió la primera mento de desatar movilizaciones.
Carta de Intención en el año 1983, y se fue 13 Las formas de protesta se argumentaron y
actualizando en posteriores gobiernos. La negociaron públicamente a través de la ra-
última había sido suscrita por Noboa en el dio local La Luna, y en menor medida, por
año 2000 y Gutiérrez firmaría la siguiente páginas Web creadas para el efecto. En lo
en el 2003. operativo, junto con la radio y el internet,
11 Priorizó el pago de la deuda externa, la el uso de teléfonos celulares fueron instru-
concesión a firmas extranjeras de la admi- mentos que escaparon al control guberna-
nistración de las empresas eléctricas y de mental. La prensa jamás entendió el proce-
telecomunicaciones, acompañada de una so de comunicación, pues sus parámetros
feroz campaña de desprestigio de los tra- mediáticos habían sido pulverizados. Varias
bajadores y sus organizaciones laborales. cadenas televisivas, habituadas a reportar
En el sector petrolero, estableció una mo- grandes marchas con figuras mediáticas a la
dalidad de contratos de asociación con las cabeza, buscaban desesperadamente identi-
empresas transnacionales y se ampliaron ficar líderes o voceros de los “forajidos”, que
sus incentivos tributarios. De manera ile- obviamente no existían. Tampoco enten-
gal, decretó que todos los crudos pesados dían las dinámicas descentralizadas y dis-
debían ser transportados por el oleoducto persas de las movilizaciones, que presentes
de propiedad de las empresas multinacio- en extremos opuestos de la ciudad y zonas
nales, y que su venta debía servir para finan- aledañas, gradualmente establecían puntos
ciar el Fondo de Estabilización Petrolera y de encuentro en torno a tomas simbólicas
un fondo para recomprar deuda externa. A y a sanciones morales al orden político co-
ello se agrega su beneplácito a la estrategia rrupto.
del Plan Colombia y el inicio del proceso 14 Pese a ello, murió el fotógrafo chileno Julio
de negociación del Tratado de Libre Co- García Romero, residente en el país desde
mercio (TLC) con los Estados Unidos, que fue expulsado por la dictadura de Pi-
cuya firma sería su complemento natural, nochet, conocido en los medios alternati-
al decir del propio representante comercial vos por su trabajo con las organizaciones
norteamericano para el TLC andino, Ro- populares, indígenas y de derechos huma-
bert Zoellick. nos.
12 La población de Quito se organiza con fa- 15 La reforma a la Ley de Hidrocarburos ha-
cilidad para reaccionar masivamente contra bía sido difundida por el Gobierno con el
los atropellos del poder. Juan Paz y Miño argumento de que se traduciría en una ma-
Cepeda (2002) recuerda cómo en el siglo yor disponibilidad de recursos económi-
XVI se gestaron allí las principales revueltas cos, que serían utilizados para reorientar
contra los tributos de la corona española, la política social y la atención de deman-
conocida por las crónicas de Indias como la das largamente postergadas. En la Ama-
“Rebelión de las Alcabalas” o “Rebelión de zonía y otras regiones periféricas del país
los barrios quiteños”; también los sucesos había generado grandes expectativas que
del 9 de agosto de 1809 cuando se procla- posteriormente se convirtieron en frustra-
mó la independencia de España, que culmi- ciones. Numerosas protestas se originaron
20 AÑOS DE MOVIMIENTO INDÍGENA EN ECUADOR I 103

en ese período a causa de las operaciones 20 Carta al presidente Rafael Correa, 31 de


y concesiones petroleras, como el paro julio de 2007.
bi-provincial de Sucumbíos y Orellana en 21 La Federación Internacional de Derechos
agosto de 2005 que movilizó alrededor de Humanos FIDH declaró que: “Los días 29
30 mil personas y duró 9 días. La respues- y 30 de noviembre del 2007 unas 45 per-
ta del Gobierno inicialmente represiva, sonas fueron detenidas arbitrariamente
concluyó con la suscripción de un acuer- por la Fuerzas Armadas quienes entraron
do con los miembros de la Asamblea Bi- a los hogares de los habitantes, compor-
provincial y las empresas petroleras. (Or- tándose de manera muy violenta. Algunas
tiz, 2005) También hubo movilizaciones personas detenidas fueron torturadas.
indígenas y de colonos en Orellana para Mediante habeas corpus el 1 de diciembre
impedir que la francesa Perenco conti- se ordenó la libertad de 31 personas, dis-
nuara la explotación por los altos niveles posición que no fue acatada por la fuerza
de contaminación en la región, y en la pública”. El conflicto y la represión en Da-
Amazonía centro Sur, en territorio Shuar, yuma pusieron también en entredicho a la
donde las actividades divisionistas de la Asamblea Constituyente por haberse abs-
empresa Burlington, provocaron disputas tenido de aprobar una condena contra el
armadas entre dos comunidades locales, gobierno, en lugar de lo cual nombró una
que dejaron dos heridos graves. La polé- Comisión para investigar las denuncias.
mica se agudizó a inicios del 2006, cuan- 22 En Morona Santiago, compañías mineras
do 31 asociaciones Shuar se reunieron en de origen canadiense y norteamericano,
asamblea para condenar la actuación de encontraron importantes yacimientos
su presidente, Enrique Cunami, por haber polimetálicos de cobre y oro para cuya ex-
firmado un convenio con el Ministerio de plotación emprendieron persecución a los
Energía y Minas y la petrolera, para permi- dirigentes. Los hechos fueron denuncia-
tir su ingreso al territorio. Un informe del dos en febrero de 2007 por el entonces di-
Comando Conjunto de las Fuerzas Arma- putado Salvador Quishpe, del movimiento
das señala que la participación del Estado Pachakutik (Diario La Hora, 17 de febrero
en éste contrato era la más baja que se ha- de 2007).
bía dado y pudiera darse (solo el 12.5% de 23 Véase Observatorio de Conflictos Mineros
las ganancias para el país). de América Latina, Ocmal.
16 Reconocido intelectual e investigador cer- 24 Se refiere a declaraciones de Ecuacorrien-
cano a los movimientos sociales y uno de te, Lowell Mineral Exploration, Ascenden-
los fundadores del movimiento Alianza te Cooper y Iam Gold Ecuador cuando se
País. denunciaban conflictos en Morona Santia-
17 Al respecto se pueden revisar textos testi- go y Zamora Chinchipe, en a mediados de
moniales en Acosta, 2008; (Varios, 2008); año 2006, donde las comunidades vivie-
Quintero, 2008; Lucio-Paredes, 2008; en- ron una escalada de violencia y represión
tre otros. que involucró a miembros del Ejército.
18 El artículo 1o de la Constitución Política Véase diario El Comercio, “Los conflictos
del Ecuador de 2008 reza en su primer llegan a cuatro mineras”, página 10A, Qui-
inciso: “El Ecuador es un Estado constitu- to, 15 de noviembre de 2006.
cional de derechos y justicia…intercultu- 25 Como el derecho humano al agua, el reco-
ral, plurinacional” nocimiento del manejo exclusivo público
19 Hay que mencionar que en la agenda de y comunitario del agua que cierra el paso
Acuerdo País tampoco estaba promover a la privatización, la autoridad única del
estos temas, en parte por cálculos electo- agua, el manejo y protección de las fuen-
rales pero también por el propio conser- tes de agua o la prelación en su uso para
vadurismo de Correa. Las movilizaciones garantizar el caudal ecológico, el consumo
contra su inclusión fueron actos masivos, humano y la soberanía alimentaria.
especialmente en la ciudad de Guayaquil.
(Osal, 2008).
104 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

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106 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Organizaciones indígenas de la Amazonía


peruana. Logros y desafíos
Alberto Chirif y Pedro García

Nacimiento y proceso organizativo

La organización es un asunto sine qua non para la existencia de cualquier so-


ciedad y ya en el pasado histórico ha habido en la Amazonía movimientos
muy articulados para enfrentar a los invasores. De hecho, todas las rebeliones
indígenas que registra la historia, desde las más complejas, como la de Juan
Santos Atahualpa a mediados del siglo XVIII, hasta otras más sencillas y efí-
meras, han implicado una madurez organizativa en términos de concepción,
estrategia, tácticas y responsabilidades de los congregados con miras a la con-
secución de sus fines. Sin embargo, las organizaciones de los pueblos indíge-
nas tal como hoy las conocemos, es decir, como estructuras permanentes que
tienen por objetivo central la defensa de los derechos de sus representados,
son relativamente recientes.
En el caso del Perú, las referencias más antiguas sobre este tipo de orga-
nización, que podríamos llamar moderna, en el sentido de que en menor o
mayor grado está montada sobre estructuras que no son propias de las so-
ciedades indígenas, las da Casanto, un comunero ashaninka del Perené que
publicó un artículo sobre el tema (Casanto, 1986). En él da cuenta de una re-
unión de cerca de 120 delegados indígenas en Tsotani (río Perené), en 1959,
para discutir el tema de sus tierras ocupadas por entonces por la Peruvian
Corporation, empresa británica que había recibido del Estado, a fines de del
siglo XIX, 500.000 hectáreas (Barclay, 1989); y también por colonos andi-
nos, inmigrantes espontáneos que se habían asentado allí en gran número,
especialmente desde comienzos del siglo XX. Así nació la Asociación de Na-
tivos Campas (nombre que por entonces recibían los ashaninkas) del Perené,
que hizo acuerdos con el comité de colonizadores, en una alianza estratégica
para enfrentar al enemigo mayor: la mencionada empresa. No sabemos cuál
fue el destino de esas iniciativas ni tenemos información sobre en qué medi-
da lograron sus propósitos; sin embargo, las semillas que allí se sembraron
brotarían a fines de la década del 70, como veremos más adelante.
Desde aquel tiempo hasta el nacimiento de organizaciones como las que
hoy conocemos no pasaron muchos años. A raíz del trabajo realizado durante
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 107

el último tercio de la década del 60 por Richard Ch. Smith, antropólogo esta-
dounidense, con comunidades del pueblo Yanesha (por entonces conocido
como Amuesha), se creó, en 1969, el Congreso Amuesha. En 1981, éste se
reorganizó y cambió su nombre por el de Federación de Comunidades Nati-
vas Yanesha (Feconaya), que funciona hasta hoy.
La década del 70 fue fructífera en la aparición de organizaciones indíge-
nas que, grosso modo, responden al mismo patrón general: unas bases organi-
zadas a partir de las comunidades nativas, la figura a la que el ordenamiento
legal peruano reconoce personería jurídica1, cuyos representantes consti-
tuyen la asamblea general como máxima autoridad, que, además de definir
sus estatutos, elige una directiva para regir su marcha durante periodos que
varían entre dos y cuatro años. Esta directiva está encabezada por un presi-
dente, que a veces recibe el nombre de alguna autoridad tradicional (cornes-
ha entre los yanesha, pinkatsari entre los ashaninka y apu entre los pueblos
de habla quechua y algunos otros), y secundada por un número variable de
secretarios, quienes asumen la responsabilidad sobre temas específicos (te-
rritorio, educación, salud, economía, mujer y otros).
El nacimiento del Congreso Amuesha no sólo coincide sino que está rela-
cionado con dos hechos importantes. Uno de ellos es el inicio del interés de la
antropología en los pueblos indígenas amazónicos, que inauguró el antropó-
logo Stefano Varese con sus trabajos sobre los “campas” del Gran Pajonal. En
efecto, su libro La sal de los cerros, publicado por primera vez en 1968, abrió un
campo nuevo no sólo de estudios antropológicos, sino de compromiso con los
pueblos indígenas, cuyos derechos y dignidad humana estaban conculcados.
El otro fue la llegada al poder del general Juan Velasco Alvarado, en 1968,
mediante un golpe de Estado. En ese momento se instauró un régimen que
impulsó cambios sustanciales que buscaban superar las brechas existentes en
la sociedad peruana, caracterizada por una minoría que ejercía el poder y una
inmensa mayoría, gran parte de ella compuesta por indígenas, ubicada en el
otro extremo de la escala: pobre, humillada y abrumada por la injusticia. En
este marco, los pueblos indígenas de la Amazonía aparecieron por primera
vez como preocupación del Estado y sujetos de derecho. Fue precisamente
Varese quien comenzó a trabajar estos temas en ese gobierno y quién planteó
la primera propuesta legal para ellos, que finalmente se aprobó en junio de
1974 con el nombre de Ley de Comunidades Nativas y de Promoción Agro-
pecuaria de las Regiones de Selva y Ceja de Selva.
El proceso de elaboración y consulta de la ley generó espacios de re-
flexión con las organizaciones, donde existían, o con delegados de comuni-
dades en talleres y otros eventos. En ellos, a través del Sistema Nacional de
Apoyo a la Movilización Social (Sinamos), institución creada por el gobierno
108 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

para apoyar organizaciones populares con las cuales relacionarse de mane-


ra directa, se impulsó la formación de algunas federaciones indígenas. No
obstante, la mayoría de los intentos en este sentido no pasaron de ser expe-
riencias fallidas, por haber surgido más por imposición externa que como
iniciativas propias. Aun así, el caldo de cultivo promovido por ese gobierno
fue propicio para el surgimiento de nuevas organizaciones.
Al Congreso Amuesha le siguieron diversos intentos organizativos. En
el río Napo, en la zona norte de la región amazónica peruana, se constituyó,
a mediados de los años 70, la Organización Kichwaruna Wangurina (Or-
kiwan), inicialmente con 26 bases, que hoy sobrepasan las 40. En ese caso
fue importante el aliento organizativo comunicado por Juan Marcos Mercier,
misionero franciscano canadiense. Esta experiencia sirvió de modelo para el
surgimiento de otras organizaciones en esa parte del país.
En la zona del alto Marañón, habitada por los pueblos Awajun y Wampis,
un programa de colonización militar había arrinconado a gran parte de la
población indígena que, a consecuencia de ese proceso y de la instalación
de escuelas, fue paulatinamente concentrada en asentamientos permanentes
(comunidades), gran parte de ellos ubicados a orillas de los ríos navegables.
El proceso de abandono de las zonas interfluviales continuó en los años sub-
siguientes, dando lugar a un incremento de la densidad demográfica en las
zonas ribereñas.
Una cooperativa organizada y manejada por los misioneros jesuitas
para tratar de encauzar las relaciones de las comunidades con el mercado
encendió las críticas de una parte de la población indígena, que optó por
formar, en 1972, una organización propia, la Central del Cenepa, embrión
del que nacería, en 1977, el Consejo Aguaruna Huambisa (CAH). En este
proceso fue importante el apoyo de un grupo multidisciplinario de jóve-
nes profesionales españoles que trabajó principalmente con las comuni-
dades del río Cenepa. El CAH fue en su tiempo una de las organizaciones
más fuertes por el número de comunidades que agrupaba (unas 80), por
su ámbito de influencia, que abarcaba las cinco cuencas de la zona (Mara-
ñón, Santiago, Nieva, Cenepa y Chiriyacu) y por su fortaleza al reclamar
los derechos de sus bases y promover actos que tuvieron gran resonancia
en la prensa mundial, como la expulsión de su territorio al cineasta alemán
Werner Herzog.2
En la selva central, especialmente en el valle del río Perené, como se ha
mencionado, hubo intentos organizativos desde la década del 50, teniendo
siempre en la mira el tema de las tierras, que sin duda es el motivo central
de todas las organizaciones indígenas. En el caso de esta cuenca, otra de las
motivaciones de la población para organizarse fue el tema de la producción
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 109

agrícola, dado su involucramiento en cultivos comerciales. Como resultado


de esos procesos, en 1976 surgió la Federación de Comunidades Nativas del
Perené (Feconape), que un año más tarde cambió de nombre por el de Cen-
tral de Comunidades Nativas de Producción y Comercialización Agropecua-
ria del Perené (Ccnapcape).
En esta parte de la Amazonía hubo también varios intentos organizati-
vos promovidos desde Sinamos, que no llegaron a madurar. No obstante,
recogiendo energías de su propia experiencia de 30 años atrás, así como del
proceso puesto en marcha por la ley de 1974, la población creó, en 1978, la
Central de Comunidades Nativas de la Selva Central (Ceconsec), que inicial-
mente abarcó la zona de Satipo y las cuencas del Perené y Pichis, aunque más
adelante las bases de esta última se desmembraron para formar una organiza-
ción independiente.
La caracterización como “central” de esta organización respondía al he-
cho de que la zona de asentamiento de sus bases estaba fuertemente influen-
ciada por los cultivos comerciales y la economía de mercado, dado que ella
había sido objeto de colonización desde la segunda mitad del siglo XIX. Esto
había originado dos cosas: la drástica reducción de los espacios territoriales
de los indígenas, limitados a “islas” comunales (asentamientos locales) y la
disminución de los recursos naturales que constituían la base de su econo-
mía: peces, fauna y bosque.
Esta federación y otras de la selva central, así como también algunas de
otras zonas altas de la cuenca amazónica, respondían a esta realidad de frag-
mentación, aislamiento y deterioro del medio ambiente en que habitaban
sus bases. También el diseño de la Ley de Comunidades Nativas respondió
a este diagnóstico, ya que quienes la elaboraron no conocían la situación de
pueblos indígenas de zonas más alejadas, como los de la selva baja, libres en
ese tiempo del proceso de colonización y donde la gente vivía en un medio
ambiente aún sano.
En el mismo tiempo surgieron otras dos organizaciones de las conside-
radas pioneras. Una es la Federación de Comunidades Nativas del Ucayali
(Feconau), como maduración de varios intentos anteriores (Feconash, Or-
desh). Sus bases inicialmente eran unas 120 comunidades shipibas, cacataibo
y cocamas. La otra es Ijumbau Chapi Shiwag, en la actual provincia de Da-
tem del Marañón, que agrupó comunidades de los pueblos Awajun, Shapra
y Chayahuita, aunque más adelante estos dos últimos formarían sus propias
organizaciones.
En las décadas posteriores han aparecido nuevas organizaciones en la
Amazonía peruana, hasta llegar hoy en día a sumar alrededor de 60. No es
finalidad de este trabajo hacer un recuento de ellas, sino señalar cómo fue el
110 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

inicio de las primeras y relatar cómo ellas dieron origen a niveles más com-
plejos de organización.

La coordinadora nacional
En la segunda mitad de la década del 70 existían ya varias organizaciones
indígenas articuladas por cuencas, que además de relacionarse con organis-
mos del Estado tomaron contacto con otros grupos de actores nacionales
y extranjeros. Uno de ellos estaba compuesto por un conjunto de personas
independientes, de diversas profesiones, que trabajaban en la región con
pueblos indígenas. Otro estaba integrado por estudiantes de antropología
de las universidades Católica y San Marcos que habían declarado su interés
de trabajar con pueblos indígenas y realizaban trabajos de campo en dis-
tintas zonas. El tercero estaba constituido por algunas agencias extranjeras
que comenzaban a financiar actividades puntuales de las nacientes organi-
zaciones.
No obstante, a partir de 1975 el Estado comenzó a dar marcha atrás en
sus reformas favorables al movimiento popular. Consecuencia de esto fue la
modificación, en 1978, de la Ley de Comunidades Nativas, para permitir el
acceso del gran capital a los bosques nacionales,3 así como la concentración
de tierras para dedicarlas a la agroindustria.
Éste es el marco general en el que se creó, en 1976, un núcleo de coordi-
nación que inicialmente reunió a personas de los tres grupos mencionados.
A estos encuentros se integraron poco a poco representantes de las recién
creadas organizaciones indígenas quienes, a su vez, comenzaron a estrechar
relaciones entre sí al darse cuenta de que muchos de sus problemas eran co-
munes. Con esta finalidad acordaron reunirse periódicamente en la ciudad
de Lima, lugar al que de todas maneras debían acudir cada cierto tiempo para
plantear reclamos o gestionar trámites.
En 1978, poco tiempo después de haberse formalizado esos encuentros
mixtos, los representantes indígenas expresaron su voluntad de continuarlos,
pero sin la presencia de profesionales, estudiantes y agencias. Sin duda, tra-
taban de deslindar campos y afirmar su autonomía. En este contexto se creó
la Coordinadora de Comunidades Nativas de la Selva Peruana (Coconasep).
Pocos años más tarde cambió su nombre por el de Asociación Interétnica
de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep) y, en 1985, adquirió personería
jurídica como asociación civil sin fines de lucro, ya que hasta hoy no existe en
la legislación peruana ninguna figura jurídica para reconocer organizaciones
indígenas de este nivel.
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 111

A partir de 1989, Aidesep se descentralizó creando organizaciones regio-


nales en San Lorenzo, Iquitos, Pucallpa, Satipo, Madre de Dios y Bagua, que
se formalizarían con personería jurídica propia y amplio margen de autono-
mía con respecto a la sede central.
Aidesep ha mantenido su presencia en la Amazonía durante todos estos
años y ha recibido el reconocimiento general de las comunidades y del resto
del movimiento organizativo popular. No obstante, la coyuntura favorable
que supuso la conmemoración del V centenario de la invasión de América en
1992, que propició en el resto de los países andinos un muy auspicioso en-
cuentro entre las organizaciones de los pueblos indígenas amazónicos y andi-
nos, no maduró en Perú para producir el fortalecimiento de esta confluencia
de cosmovisiones. La razón principal fue el conflicto armado impulsado por
el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y por Sendero Lu-
minoso. Los años de violencia afectaron de manera muy severa a gran parte
de la población indígena de la Amazonía por la pérdida de muchas vidas en
defensa de sus territorios, su libertad y su independencia.

Logros
En sus 30 años de vida institucional, Aidesep ha tenido éxitos y altibajos. Su
primer logro es haber levantado, desde una perspectiva propia y autónoma,
una plataforma muy completa y desarrollada en que se plasman las principa-
les reivindicaciones indígenas. Durante las primeras décadas del siglo XX, el
tema indígena era manejado por instituciones indigenistas vinculadas a los
Andes, pero nunca directamente por los propios indígenas. A partir de la ley
de Reforma Agraria de 1969, los términos “indígena” e “indio” fueron pros-
critos del lenguaje oficial, por considerarse racistas y discriminadores, cuan-
do en realidad su carga negativa derivaba de su uso y no de su etimología.
A la consecución de estos logros ciertamente ha contribuido el movi-
miento indígena global, con el cual se ha vinculado Aidesep desde su inicio y
ha sido una de las organizaciones más activas para su expansión. La creación
de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica
(Coica) es también un logro suyo, junto con otras organizaciones nacionales
de los países que la fundaron.
El proceso impulsado por Aidesep ha tenido también repercusiones en el
mundo de los indígenas andinos en el Perú, quienes han reasumido su iden-
tidad después de haberse ocultado durante décadas detrás de la etiqueta de
“campesinos”. Esta identidad les proporciona ahora la energía aglutinadora
para enfrentar nuevos problemas, en especial, los estragos causados por la
112 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

minería sobre sus tierras y su economía, y las medidas legales y de políticas


que hoy se orientan a desaparecer a sus comunidades.
En el terreno de la afirmación de los derechos de los pueblos indígenas,
el proceso más notorio impulsado por Aidesep ha sido sin duda la consoli-
dación territorial. Mediante convenios con el Ministerio de Agricultura, la
organización ha conseguido la legalización de las tierras indígenas en diversas
zonas de la Amazonía, principalmente como tierras comunales, pero también
como reservas comunales y reservas territoriales,4 contando con apoyo fi-
nanciero complementario de diversas entidades promotoras de los derechos
indígenas. Se trata de un proceso que aún no está culminado.
Precisamente, fue el Grupo de Trabajo Internacional sobre Asuntos Indíge-
na, IWGIA, el que con recursos proporcionados por el gobierno de Dinamarca
apoyó uno de los procesos de los que Aidesep se siente más orgullosa. Por la
magnitud del problema, la cantidad de población y comunidades involucradas
en el conflicto y por el significado que tuvo más allá de la titulación, es impor-
tante mencionar esta iniciativa, realizada entre 1989 y 1993, que permitió res-
catar a cientos de indígenas esclavizados por patrones madereros y dueños de
fundos ganaderos en la zona conocida como alto Ucayali, que abarca el curso
alto de este río y el bajo de sus formantes, el Tambo y el Urubamba.
Este proceso sacó a la luz la manera cómo esos patrones obligaban a fami-
lias indígenas a trabajar sin remuneración y sometidas a vejámenes de todo
tipo. Las personas vivían en barracas insalubres y sufrían castigos físicos en
caso que incumpliesen órdenes o intentasen fugarse. Con frecuencia, estos
castigos causaron la invalidez o la muerte de los indígenas. (Véanse Aidesep,
1991a, 1991b y 1991c y García et al, 1998.)
Resultados notables de este trabajo fueron la liberación de familias ente-
ras, la titulación de comunidades y la articulación de una organización regio-
nal que pocos años más tarde, en las elecciones municipales de 1995, ganó la
alcaldía de Atalaya, la capital de la provincia.
En el campo de las propuestas de educación intercultural bilingüe, Aidesep,
en convenio con el Ministerio de Educación, impulsa desde hace más de 20
años un programa de formación de maestros bilingües de varios pueblos in-
dígenas de la región. Su centro más importante sigue siendo Iquitos, pero en
los últimos años se ha descentralizado para poder atender a pueblos indíge-
nas del alto Marañón y de la selva central.
En el área de la salud, Aidesep participa, junto con la Oficina General de
Epidemiología del Ministerio de Salud, en la elaboración de los Análisis de
Salud Integral de Pueblos Indígenas (Asis), que marcan (o debieran marcar)
las pautas de colaboración entre el Estado y las organizaciones indígenas para
el diseño de los programas de salud en las diversas regiones.
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 113

Aidesep da igualmente mucha atención a los procesos relacionados con


los grandes impactos de las industrias extractivas, principalmente la petrolera
y la minera, y al control de las normas orientadas a propiciar la mercantili-
zación de las tierras de propiedad colectiva como consecuencia de tratados
comerciales que buscan liberar grandes extensiones de tierras para ofertarlas
a inversores agroindustriales.
En los últimos años, organizaciones ubicadas en antiguas áreas de extrac-
ción petrolera han podido obligar a las empresas a poner en marcha mecanis-
mos de cuidado ambiental y de la salud humana, que el Estado había pasado
por alto durante décadas.

Crisis y problemas
Como toda organización, Aidesep ha tenido sus altibajos y crisis. Organizada
sobre la base de impulsos muy apremiantes y con discursos elaborados me-
diante una aproximación muy cercana a las necesidades de sus representados,
en la actualidad debe responder a cuestiones nacionales y a interlocutores ex-
ternos que obligan a desarrollar un lenguaje y a tratar temáticas distanciadas
de los requerimientos de la vida cotidiana de sus bases.
El significativo avance de los discursos teóricos en el nivel más alto (te-
rritorio, libre determinación, concepción intercultural de la educación y la
salud, entre otros temas) no siempre concuerda con las condiciones reales
en que se debaten los problemas comunales, que la gente debe enfrentar
cotidianamente con diversos actores económicos y sus discursos sobre de-
sarrollo. Unas veces son madereros que captan la solidaridad de parte de
la población mediante pagos y dádivas; otras son agentes del Estado que
ofrecen pequeñas sumas de dinero de programas asistenciales, como “Jun-
tos” o “Crecer”, a condición de que se acepten sus propuestas, por ejemplo,
la parcelación de tierras colectivas; otras, por último, son relacionistas co-
munitarios de empresas petroleras que buscan dividir a las comunidades a
cambio de donaciones.
El acelerado crecimiento de la organización ha hecho que ésta asuma
nuevos ámbitos y responsabilidades sin haber afirmado debidamente sus pro-
pios cimientos. Esto hace que el avance de los procesos no siempre descanse
sobre bases sólidas y que se perciban con frecuencia discrepancias entre las
reivindicaciones de los niveles central, regional y, sobre todo, local. El debili-
tamiento de las relaciones entre los dirigentes de los diversos niveles organi-
zativos y de éstos con sus bases es uno de los mayores retos que afronta hoy
el movimiento indígena peruano.
114 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Como consecuencia del mencionado distanciamiento, la institución se


ha burocratizado en muchos casos. Las energías y capacidades de respuesta
demostradas en el pasado por dirigentes y equipos de apoyo en los momen-
tos de mayor tensión a causa del dramatismo de los desafíos, han cedido paso
con frecuencia a actitudes blandas y lentas que supeditan el enfrentamiento
de los problemas a la existencia de un proyecto que financie actividades para
solucionarlos. La responsabilidad no es exclusiva de la organización, sino
compartida con algunas agencias internacionales que, con poca información
sobre las condiciones reales de ella y la viabilidad y utilidad de algunas de
sus propuestas, financian proyectos que parecerían más destinados al cum-
plimiento de sus propias metas de colocación anual de fondos que a apoyar
procesos de consolidación organizativa.
Los problemas también son resultado inevitable de una mayor interac-
ción de los indígenas con la sociedad regional y nacional y con el Estado mis-
mo, así como de los cambios políticos y económicos que se producen en el
país en las últimas décadas. En efecto, como parte de la creciente inserción
de los pueblos indígenas en el sistema nacional, éstos no sólo han adoptado
estrategias económicas propias del mercado, que con frecuencia alteran sus
propias estructuras sociales y de intercambio, sino también han incorporado
pautas de comportamiento que responden a modelos de la sociedad crio-
lla. Uno de ellos es el caudillismo, que ha originado enfrentamientos entre
dirigentes en actividad o de los nuevos con los salientes, con su secuela de
tensiones y gasto de energía que frenan la construcción de concepciones po-
líticas del movimiento en el largo plazo.
Otra actitud aprendida del mundo criollo es la corrupción que ha ori-
ginado ya algunas serias crisis por el mal uso de recursos institucionales en
diferentes niveles de la organización. Las propias características de una or-
ganización multiétnica hacen que a veces los dirigentes se inhiban de aplicar
medidas de control frente a este tipo de comportamientos, temiendo que las
acusaciones sean tomadas como afrentas por el pueblo al que pertenece el
representante. Sea por ésta u otra causa, lo cierto es que no existen procedi-
mientos adecuados para frenar dichas irregularidades y sancionar a los res-
ponsables. La falta de un órgano de control para la aplicación de los estatutos
determina también que personas comprometidas en estos actos puedan pos-
tular y acceder a cargos directivos.
En esta situación es necesario analizar ahora las circunstancias que ro-
dean al movimiento indígena en la actualidad, teniendo en cuenta el contexto
político peruano de aplicación irrestricta, desde el gobierno de Alberto Fuji-
mori hasta la fecha, de políticas neoliberales.
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 115

Políticas nacionales y respuestas del movimiento indígena


Los levantamientos indígenas de 2008 y 2009 contra los decretos legislati-
vos aprobados por el presidente Alan García para implementar el Tratado
de Libre Comercio (TLC) revelaron que la unidad, la convocatoria y la dis-
ciplina organizativa subsisten y reaparecen en los casos en que se percibe la
gravedad de las agresiones. A pesar de esto, el movimiento indígena nacional
en general ha demostrado debilidad en los últimos 15 años para responder
de manera oportuna frente a políticas agresivas contra los pueblos indígenas
orientadas a restringir o revertir sus derechos y poner los recursos de la Ama-
zonía a disposición del capital transnacional. Políticas de este tipo fueron en
aumento durante ese tiempo sin que las organizaciones reaccionen de mane-
ra contundente.
Esta tendencia comenzó durante los primeros años del gobierno del pre-
sidente Alberto Fujimori y se ha profundizado con inusual furia en el de Alan
García, quien ha resumido su política con respecto al tema de los recursos
naturales del país, el desarrollo y los derechos de los pueblos indígenas en
tres artículos publicados en diarios de circulación nacional, bajo títulos que
son variaciones del refrán español sobre el perro del hortelano que, según
reza, no come ni deja comer.
Para el presidente García, las tierras y demás recursos en manos de co-
munidades indígenas y campesinas del país entero y también las parcelas de
los colonos andinos que han ocupado extensas zonas al este de los Andes
están mal usadas o son desaprovechadas por falta de tecnología, de afán de
superación y de visión empresarial. Sostiene que son recursos que la gente
no aprovecha, pero que tampoco deja que otros lo hagan. La solución, según
el gobierno, es despejar esas áreas y reconcentrar las tierras en manos de em-
presarios con capital y tecnología que las hagan producir y generen empleo
y riqueza, de la cual podrán gozar sus antiguos propietarios, los indígenas y
campesinos, que se convertirán en la mano de obra de sus antiguos domi-
nios. Afirma además que la venta de sus tierras les proporcionará el capital
con el que podrán convertirse en pequeños empresarios.
Nunca antes se había visto en la escena nacional un grado de agresión tan
desaforado contra indígenas, campesinos y colonos, y sobre todo, hecho de
manera tan artera. Así, propuestas legales que hace poco habían sido recha-
zadas por gobiernos regionales, organizaciones de base y algunas por las pro-
pias comisiones legislativas del Congreso, han sido aprobadas distribuyéndo-
se a veces su contenido en innumerables decretos legislativos aprobados por
el Ejecutivo, valiéndose de facultades especiales que le otorgó el Parlamento
116 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

para promulgar normas que faciliten la aplicación del TLC entre Perú y Esta-
dos Unidos. Bajo este paraguas, el gobierno ha aprobado decretos que anulan
el proceso de consulta a comunidades para entregar contratos de explotación
minera, una nueva ley forestal que permite privatizar los bosques y normas
que rebajan los requisitos para la parcelación de comunidades indígenas y la
venta de sus tierras a terceros, entre otras muchas que suman un centenar.
Frente a la gravedad de éstos y otros hechos que afectan de manera de-
terminante a los pueblos indígenas, la respuesta de Aidesep había sido lenta
en los últimos años. Sin embargo, el 9 de agosto de 2010 se puso a la cabeza
de una enérgica protesta indígena de alcance nacional que ha originado una
convulsión política de gran envergadura (sobre este tema volveremos más
adelante).
A pesar de que Perú ha incorporado en su legislación el Convenio 169 de
la OIT y aprobó la Declaración de Naciones Unidas sobre los derechos de los
pueblos indígenas, la perpetua criminalización de la protesta hace muy difícil
introducir planteamientos alternativos de la población indígena en el seno de
una sociedad nacional que, aunque empobrecida, está bombardeada por el
discurso liberal. La débil (y en muchos casos xenófoba) acogida del discurso
indígena en los sectores medios urbanos de la sociedad nacional puede expli-
car en cierta medida la lentitud de las reacciones.
Y aquí es donde aparece otra de las grandes dificultades de la organiza-
ción indígena amazónica del Perú: su poca habilidad para armar alianzas con
el resto del movimiento popular, lo que determina su aislamiento social. La
singular explosión de solidaridad de los gremios de trabajadores y campesi-
nos durante el levantamiento de agosto de 2010 demuestra que tiene abiertas
las puertas para organizar alianzas efectivas que le permitan acelerar y forta-
lecer su capacidad de respuesta frente a los acontecimientos nacionales que
agreden a las comunidades, cerrando filas con el resto del movimiento popu-
lar también violentado por las políticas del gobierno.

Otras organizaciones

El movimiento indígena amazónico en el Perú está integrado también por


otras organizaciones, aunque éstas se declaran con fines diferentes a los de
Aidesep. Se trata, especialmente, de la Confederación de Nacionalidades de
la Amazonía Peruana (Conap), que aparecía como su rival más antigua, aun-
que en los últimos tiempos las cosas han comenzado a cambiar. Para enten-
der sus diferencias es importante trazar el camino que ha seguido desde su
nacimiento.
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 117

La Conap nació en 1987, es decir, pocos años después de Aidesep y, de


hecho, como una primera escisión de esta organización nacional. El Congre-
so Amuesha era una de las federaciones que había impulsado la fundación de
Aidesep. La politización partidaria del debate indígena en su seno, influen-
ciada por actores externos, se expresó incluso en críticas de tipo lingüístico,
como la de que un “congreso” no era una organización sino una “reunión”
transitoria de personas. El ataque a los líderes de entonces llevó a la disolu-
ción del Congreso y a la conformación, en 1981, de la Federación de Comu-
nidades Nativas Yanesha (Feconaya). Los pasos siguientes fueron afiliar la
federación a la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP),
alejarse de Aidesep y afirmarse en el lenguaje clasista.
Indígenas y colonos -argumentaban los nuevos dirigentes- eran parte de
la clase explotada y como tales tenían que buscar soluciones sin enfrentarse
entre sí. Ambos necesitaban tierras y no cabían las disputas entre ellos. En
una zona fuertemente colonizada desde la segunda mitad del siglo XIX, sobre
todo por inmigrantes de comunidades indígenas andinas, y donde a conse-
cuencia del proceso los indígenas amazónicos habían quedado con reducidas
extensiones de tierra, era previsible que el discurso animara más a los colonos
que ocupaban las comunidades, sea como invasores o por haberse integrado a
ellas, especialmente mediante matrimonios con mujeres indígenas, que a los
propios yaneshas. En aquel momento, Aidesep reivindicaba los derechos de
los pueblos indígenas y si para lograrlos había que enfrentarse a los colonos,
no estaba dispuesta a cambiar de actitud por ningún discurso político.
En la escena nacional de ese tiempo estaban además otros actores que
jugaron un papel importante en la ruptura de esta base con Aidesep y en la
radicalización de su propuesta, hasta el punto de impulsar otra central nacio-
nal paralela. Eran algunas ONG que comenzaban a trabajar en la Amazonía.
Como el discurso de Aidesep era fuertemente crítico contra instituciones de
ese tipo, a las que entonces calificaba de intermediarias de la voz de los indí-
genas, y rechazaba su actuación señalando que los indígenas tenían el dere-
cho y la capacidad de trabajar para sí mismos, el campo de las ONG se había
ido cerrando. El debate trascendió hasta las agencias internacionales que, con
la idea de no agravar los problemas, condicionaron su apoyo a dichas ONG al
requisito de que coordinaran sus acciones con las organizaciones indígenas,
lo que no siempre fue posible ni querido por éstas.
Una de las instituciones excluidas asumió el protagonismo de la disiden-
cia y, recogiendo el discurso clasista de Feconaya, comenzó a criticar a Aidesep,
acusándola de desarrollista. La mejor prueba que aportaron estaba en el pro-
pio nombre de la organización: Asociación Interétnica de Desarrollo de la
Amazonía Peruana. Aunque ciertamente su nombre puede no ser el mejor
118 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

para una organización indígena, lo cierto es que éste fue el elegido por los
propios dirigentes y el que revelaba el estado de la cuestión en ese momento.
En cualquier caso, y a pesar del nombre, lo que menos ha hecho Aidesep a
lo largo de su vida institucional es desarrollismo, como se lo han criticado
permanentemente el Estado y la propia Conap, y en cambio ha centrado su
acción en la defensa de los derechos de sus afiliados.
La creación de la Conap se produjo finalmente en mayo de 1987 en me-
dio de estas confrontaciones. Su propuesta central era que la organización
debía cumplir el rol de representar políticamente a sus bases y no asumir,
como lo hacía Aidesep, programas y proyectos para titular comunidades, para
formar capacidades en los campos de la educación y la salud y cuestiones de
este tipo, las cuales deberían quedar en manos de las instituciones de apo-
yo. A contracorriente de Aidesep y del movimiento indígena mundial, que
centran sus planteamientos en la reivindicación territorial y en la lucha por
la autodeterminación, Conap declaró desde el comienzo que la tierra no era
un derecho exclusivo de los indígenas, sino también de los colonos, y que la
autodeterminación indígena era un absurdo que escondía afanes separatistas
(véase sobre el tema Chirif, 1991).
En los escasos documentos en los que Conap expresa sus planteamien-
tos iniciales como organización, la reivindicación territorial no aparece. Más
aun, las comunidades de una de sus bases más sólidas y antiguas, asentadas
en la cuenca del alto Mayo, han alquilado sus tierras a colonos. Se trata de
una zona donde la producción de arroz tiene altos rendimientos como con-
secuencia de haber sido mecanizada y contar con infraestructura de riego. Es
evidente que la permanencia prolongada de arrendatarios que han invertido
en maquinaria e infraestructura consolida en la práctica derechos de propie-
dad privada que ahora, además, empiezan a ser impulsados por la legislación
vigente. Recién en los últimos años estas comunidades han comenzado a
darse cuenta del peligro que implica su decisión de alquilar las tierras, me-
diante contratos que no sólo les dejan magros ingresos económicos sino que
además comprometen su dominio territorial. En efecto, dichos contratos
no establecen plazos de vigencia ni restricciones para el asentamiento de los
colonos, quienes no sólo están usando las tierras sino que han construido
viviendas y llevado a familiares.
El lenguaje clasista desapareció del discurso de Conap que, en cambio,
mantuvo inalterable su desinterés por promover los derechos de los pueblos
indígenas. En este contexto, la mejor manera de definir su quehacer es seña-
lando que consiste en hacer todo lo contrario de lo que plantea Aidesep. Esto
se hizo palpable en la posición de las partes con respecto al mayor problema
que enfrentan los pueblos indígenas en los últimos tiempos: la explotación
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 119

de hidrocarburos, por sus efectos contaminantes del medio ambiente y de


la salud de la gente. Mientras Aidesep y sus bases se oponen a esta actividad
porque destruye los territorios indígenas y debilita las bases sociales de la
economía, la salud y la organización de los pueblos, Conap y sus afiliados se
constituyen en bastiones de apoyo para que el Estado y las empresas desa-
rrollen sus actividades. Esta central asumió además la tarea de demostrar en
foros nacionales e internacionales las ventajas de contar con empresas petro-
leras o mineras en las tierras comunales, señalando que esto traería desarrollo
y beneficios a sus moradores.
En 2006, en lo peor de la crisis causada por el enfrentamiento entre el
Estado y la empresa petrolera Pluspetrol, por un lado, y, por el otro lado, la
Federación de Comunidades Nativas del Corrientes (Feconaco) que, en de-
fensa de sus bases, denunciaba el deterioro de los territorios comunales y
la contaminación de la gente con metales pesados, el presidente de Conap
de entonces, quien se mantenía en el cargo desde hacía 12 años, clamaba en
apoyo de la explotación de hidrocarburos, afirmando que ésta producía ri-
queza y bienestar a las comunidades. En el mismo tiempo, mientras comu-
neros de los pueblos Awajun y Wampis rechazaban la incursión de una com-
pañía petrolera en su territorio, con la que el Estado, violando el derecho de
consulta, había suscrito contrato, ese mismo (ahora ex) dirigente de Conap
defendía a la empresa e insultaba a la gente, argumentando que su oposición
era producto de su ignorancia y de falta de espíritu de progreso y anunciaba
en Washington, en una reunión con empresas petroleras, que los indígenas
amazónicos las esperaban con los brazos abiertos.
La utilidad de la Conap para los intereses empresariales y estatales fue
tan manifiesta que tras el feroz discurso del señor Alan García contra Aidesep
en la fecha en la que se debía debatir en el Congreso la derogatoria del Decre-
to Legislativo que proponía rebajar el quórum de la asamblea comunal para
decidir la parcelación y venta de las tierras indígenas, aparecieron dirigentes
de esta organización defendiendo esta propuesta y acusando a Aidesep de
manipular a los indígenas y de estar sometida a ciertas ONG. Mientras esto
sucedía, bases de Aidesep se enfrentaban a contingentes de la policía que te-
nían autorización para utilizar armas.

Explotación petrolera y territorios indígenas


Sostener que la vinculación de las comunidades con las empresas extracti-
vas genera progreso para ellas y que quienes la rechazan se oponen al de-
sarrollo es un argumento central del Estado, de las empresas y de algunos
120 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

sectores políticos que omite la información contraria que proporciona la


realidad
Diferente a lo que se argumenta con mala intención para fomentar la mi-
nería y la explotación de hidrocarburos y descalificar a quienes se oponen a
ella con la finalidad de proteger sus propias actividades económicas (indí-
genas, campesinos, agricultores), las industrias extractivas no sólo no traen
mejoras económicas ni en la calidad de vida de los moradores locales, sino
que, por el contrario, generan pobreza por la contaminación de sus medios
de vida y la destrucción del tejido social.
Roxana Barrantes analiza información sobre distritos mineros en el país.
Ella señala que,
lo primero que llama la atención […] es que la gran mayoría (139
de 159) de los distritos productores [de minerales] recibe menos de
S/. 10,000 anuales por concepto de canon minero y que 63 distri-
tos reciben transferencias per cápita menores a S/ 2.00 soles anuales.
Solamente 8 distritos, reciben más de un millón de soles anuales, lo
que resulta en una transferencia per cápita de casi cien soles anuales.
Recordemos que el canon minero no se reparte sino que se invierte
en obras de infraestructura, por lo que valdría la pena preguntarse
sobre la efectividad de estos montos para superar una posible brecha
de infraestructura (Barrantes, 2005: 16).
Sus conclusiones presentan una situación dramática: “más distritos empeo-
ran que mejoran en la clasificación si se compara el Mapa de Foncodes de
1995 con el Mapa del MEF5 de 2001”. Señala también que tanto los pobla-
dores como las autoridades entrevistadas durante su trabajo consideran no
haberse beneficiado por la operación de las compañías mineras, que el canon
que perciben es insuficiente y que sólo les permite realizar inversiones limita-
das, “que los programas de responsabilidad social se diluyen y que se pierden
recursos naturales y se contamina las fuentes de agua” (p.: 41).
Otras regiones del país enfrentan una situación similar. En el mismo sen-
tido que Barrantes, el Instituto Nacional de Estadísticas e Informática (Inei),
organismo oficial y por tanto libre de sospechas de actuar como agitador y
manipulador de información para contradecir al Estado, señala:
los distritos más pobres de la región Puno son aquellos donde se ex-
plota algún mineral. Por ejemplo, en Pichacani-Laraqueri (Puno) el
82,7% de sus pobladores son pobres y 37,8% están en pobreza extre-
ma; mientras que en San Antonio de Esquilache (Puno) la pobreza
es de 87,2% y la pobreza extrema 49,9% (Inei, 2009b).
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 121

Novak y Namihas abordan el tema de la trata de personas y la explotación


laboral en la minería aurífera y la tala ilegal en Madre de Dios. Los indicado-
res de pobreza son altos en sus provincias, a pesar de ser una de las principa-
les regiones productoras de oro. Señalan los autores que “el ingreso familiar
mensual per cápita es de S/299,10 nuevos soles. De otro lado, sus niveles de
pobreza se ven reflejados en los indicadores de desarrollo humano” (Novak y
Namihas, 2009: 36). Un dato sobrecogedor es que “un porcentaje no mayor
del 20% son niños, entre 12 a 14 años” (p. 44).
Una situación similar sucede con la explotación de petróleo. Entre los
1.832 distritos del país, Andoas, uno de los que produce más petróleo en la
región de Loreto, ocupa el puesto 1.801, sólo 31 puestos antes del último
(PNUD, 2006: 273-274.)

Cambios en Conap
A partir de la segunda mitad de 2009, Conap ha empezado a acercarse a las
posiciones de Aidesep. Los cambios comenzaron a producirse después de
la tragedia de Bagua, en la que murieron 25 policías y 10 civiles, entre ellos
varios indígenas. Las protestas que culminaron en esa tragedia, se debieron a
las políticas abusivas impuestas por el gobierno del presidente García, que in-
cluyeron la promulgación de decretos contrarios a los derechos reconocidos
por la legislación nacional y los instrumentos internacionales, y a la firma de
numerosos contratos para explotación de recursos naturales (principalmente
mineros e hidrocarburos) en sus territorios, sin realizar la consulta previa a la
que los pueblos indígenas tienen derecho.
Los cambios de Conap, sin embargo, habían comenzado un poco antes.
En reunión de su Consejo Directivo, el 11 de marzo de 2009, la Confedera-
ción acordó destituir al dirigente César Sara Sara, quien venía desempeñan-
do la presidencia desde hacía 12 años. En una carta dirigida “a la opinión
pública” el 22 de septiembre de ese año, el nuevo presidente de la organi-
zación argumentó que la destitución de su antecesor se debía a que “venía
asumiendo dicho cargo de manera deficiente desde el mes de junio de 2007”.
En este documento advierte a las instituciones públicas y privadas, naciona-
les e internacionales “a fin de que no se dejen sorprender por esta persona,
[…] que en reiteradas oportunidades ha creado intrigas y desunión entre los
miembros de nuestra organización”, y lo sindica como causante del deterioro
de la imagen institucional. En la última parte señala que Conap se encuentra,
en pleno proceso de cambios internos demostrando capacidad de
gestión con resultados tangibles y positivos a favor de las federacio-
122 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

nes nativas de nuestra Amazonía peruana, estableciendo claramente


nuestra posición institucional que es la reivindicación y aspiración
de nuestros pueblos indígenas, a fin de lograr su desarrollo integral
en un contexto amazónico.6
Muestra de este cambio es también un pronunciamiento, producido el 14 de
diciembre de 2010, dirigido a los presidentes del Congreso de la República,
de la Comisión Agraria y del Consejo de Ministros, a los ministros de Agri-
cultura y de Comercio Exterior y Turismo, al viceministro de Interculturali-
dad, a la Defensoría del Pueblo, a las ONG, a los medios de comunicación,
a la comunidad internacional y a la opinión pública en general, en el que se-
ñalan haber participado de buena fe, conjuntamente organizaciones afiliadas
a Aidesep y Conap, en el proceso de consulta previa del proyecto de Ley N°
4141, Ley Forestal y de Fauna Silvestre, y advierten que “cualquier intento de
aprobación del Proyecto de Ley Forestal y de Fauna Silvestre sin antes haber
completado adecuadamente el proceso de Consulta será rechazado con fir-
meza por nuestras organizaciones”.
En los últimos años han surgido nuevas organizaciones que apoyan la
actividad petrolera y, de paso, otras políticas oficiales, todas ellas financiadas
por empresas petroleras e incluso, muchas de ellas, directamente creadas por
estas empresas. Esta dependencia financiera y funcional hace que, por ab-
surdo que parezca, se pueda considerar a las empresas como las centrales o
confederaciones de dichas bases.
El análisis del papel que juegan las empresas en el proceso organizati-
vo de los indígenas es una tarea pendiente y necesaria para complementar
el cuadro de polución biológica con el de la contaminación moral que ellas
generan mediante la compra de dirigencias y la promoción de organizaciones
paralelas que secundan sus discursos.

Legislación indigenista y movimiento indígena

La legislación indigenista peruana referida a las comunidades de la Costa y


de los Andes es antigua, no sólo porque se remonta a las primeras épocas de
la República, sino porque en buena medida recoge disposiciones de la Colo-
nia contenidas en las Leyes de Indias. De hecho, muchas de esas comunida-
des tienen títulos coloniales. La Constitución de 1920 incorporó las garantías
de imprescriptibilidad, inalienabilidad e inembargabilidad de sus tierras. No
obstante, los indígenas amazónicos, considerados tribus silvícolas en un es-
tadio anterior al civilizado, quedaron al margen de este proceso hasta 1974,
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 123

cuando se dio la primera ley sobre “comunidades nativas”. Ésta fue luego mo-
dificada en 1978 por una norma que, aunque mutilada, está aún vigente.
El nombre de comunidades nativas dado a los asentamientos indígenas ama-
zónicos se debe a varias razones, entre estas, la influencia del modelo andino
y costeño (comunidades indígenas hasta 1969 y de allí en adelante, campesi-
nas) y la formación en muchas zonas de asentamientos nucleados de población
amazónica que sugerían la existencia de un modelo comunal (véase sobre el
tema Chirif y García, 2007). Estos asentamientos nucleados, por su parte, se
fueron conformando por diversas razones. Algunos a consecuencia de procesos
sociales desarrollados de manera más o menos espontánea, como la coloniza-
ción de tierras amazónicas por parte de población principalmente andina, lo
que había dado como resultado el arrinconamiento de los amazónicos en pe-
queñas islas rodeadas de inmigrantes agresivos que habían ocupado gran parte
de sus espacios tradicionales. Otros fueron resultado de medidas impulsadas
desde el Estado, especialmente por el Ministerio de Educación que exigía un
número determinado de alumnos para instalar escuelas; y desde las iglesias
Católica y Evangélica, que también requerían de población concentrada para
desarrollar sus labores misionales. Los patrones también fueron decisivos en
el impulso de este modelo de concentración, en tanto requerían mano de obra
para sus fundos agropecuarios y para la extracción de recursos del bosque.
La Ley de 1974 tuvo como motivación principal el salvamento de los
asentamientos indígenas (“comunidades”) más afectados por los procesos
de colonización que, en algunas zonas, como la llamada selva central (región
amazónica de Junín y Pasco) y la selva sur (Cusco) datan de fines del siglo
XIX. Dos razones más ayudan a entender por qué la estrategia se dirigió a ga-
rantizar los pequeños espacios que los indígenas amazónicos habían podido
mantener bajo su poder.7
La primera razón es el escaso conocimiento que había en aquella época
sobre las sociedades indígenas amazónicas y sus sistemas de uso del bosque;
y la otra es el carácter incipiente de las organizaciones indígenas que esta-
ban sobre todo preocupadas por salvaguardar lo que la colonización les había
dejado libre de invasiones. Por entonces, además, estas organizaciones no
habían elaborado los conceptos políticos que hoy manejan. En efecto, el dis-
curso sobre pueblo indígena como unidad de referencia y territorio étnico
como espacio de reivindicación para el ejercicio de autonomía comenzaría a
desarrollarse una década más tarde. La ausencia en los países vecinos de mo-
delos legislativos para encarar este tipo de realidad también ayuda a explicar
las opciones que se tomaron en el Perú.
Otra grave limitación de la legislación indigenista peruana es la superpo-
sición de derechos sobre un mismo espacio dependiendo del tipo de recur-
124 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

sos de que se trate. Así, mientras la ley les garantiza el derecho de propiedad
sobre los suelos de uso agropecuario, sólo reconoce la cesión del uso sobre
aquéllos que son de capacidad forestal, lo que resulta absurdo y arbitrario
en una región como la Amazonía, donde la mayor parte de sus suelos son de
capacidad forestal y donde la economía indígena tiene su base principal en el
bosque y no en la agricultura. Hay otras superposiciones más que debilitan el
derecho de propiedad territorial de las comunidades indígenas. Por ejemplo,
el Estado no reconoce a las comunidades como dueñas de los cuerpos de
agua que están dentro de sus tierras tituladas y ni siquiera su derecho priori-
tario para el uso exclusivo de estos cuerpos, los cuales pueden ser entregados
a terceros para su explotación. Por lo general, quedan en el limbo de la inde-
finición de la propiedad pública y, por falta de presencia real del Estado, que
le resta posibilidades de gestión, terminan siendo mal utilizados y destruidos
por cualquiera. Es también grave el caso de los hidrocarburos y de los recur-
sos mineros, tanto del subsuelo como de la superficie (placeres auríferos),
que se mantienen como propiedad pública y son entregados por el Estado
para su explotación a empresas privadas. Esto, además de generar serios con-
flictos sociales con la población indígena, está causando estragos irreparables
o muy difíciles de revertir en muchas zonas de la Amazonía peruana.
Aun con estas debilidades de concepción, el proceso de fortalecimien-
to de las nacientes organizaciones indígenas que se desarrolló en los años
siguientes a la promulgación de esta ley permitió superar algunas de sus limi-
taciones y comenzar el largo trabajo de recomposición territorial. Una de las
estrategias usadas para esto fue buscar la colindancia entre las comunidades
al ser tituladas, de manera que en conjunto constituyeran un territorio lo más
amplio posible. Cierto que no siempre se pudo lograr esto porque en muchas
partes el avance de la colonización había dejado asentamientos indígenas ais-
lados en un mar de colonos. La titulación de una comunidad con otras como
“anexos” fue otra estrategia para dar continuidad a los territorios. El caso más
emblemático en este sentido fue el de la comunidad matsés, que con sus más
de 15 anexos (asentamientos) compone hoy un gran espacio territorial de
más de 400.000 hectáreas continuas.

Un penoso retroceso
Desde el gobierno del presidente Fujimori, los derechos de los pueblos indí-
genas comenzaron a ser drásticamente debilitados, al punto que hoy la legis-
lación peruana sobre la materia está a la zaga de la del resto de países del área.
La Constitución Política de 1993 puso fin a un largo periodo de garantías
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 125

constitucionales para las comunidades indígenas que se había iniciado en


1920, cuando eliminó el carácter inembargable e inalienable de las tierras co-
munales. Aunque declaró que la propiedad de sus tierras era imprescriptible,
puso como salvedad que en caso de abandono éstas deberán pasar a dominio
del Estado para su adjudicación en venta (artículos 88º y 89º). El riesgo está
en las posibilidades de uso (y abuso) del concepto de abandono, sobre todo
tratándose de comunidades cuya economía se basa en el manejo del bosque
en pie y no en su tala para dedicar las tierras a actividades agropecuarias.
El ejemplo más patético sobre el riesgo que entraña el concepto de aban-
dono es el de las comunidades ashaninkas del Ene. Durante la década del 80 y
comienzos de la siguiente, la población debió abandonar sus asentamientos a
causa de la violencia desatada por la subversión, la represión y el narcotráfico.
Cuando intentaron retornar a sus comunidades, luego de haber contribuido
significativamente a la pacificación de la zona, encontraron sus tierras ocupa-
das por colonos y un Estado que no les prestó garantías para que las recupe-
rasen y que incluso había iniciado programas de repoblamiento basados en la
ocupación de tierras indígenas por parte de colonos.
En un acto al parecer contradictorio pero que en realidad expresa bien el
escaso valor que le da a la palabra, el Estado ratificó el Convenio Nº 169 de la
OIT sobre Pueblos Indígenas (RL Nº 26253 del 2/12/93) y un año y medio
más tarde aprobó la más agresiva norma que hayan enfrentado las comuni-
dades: la Ley Nº 26505, “Ley de la inversión privada en el desarrollo de las
actividades económicas en las tierras del territorio nacional y de las comuni-
dades campesinas y nativas”. Esta norma, conocida de manera simplificada
como la Ley de Tierras, fue aprobada por el Congreso el 14 de julio de 1995.8
En lo concerniente a las comunidades, esta ley impulsa cambios en dos
direcciones complementarias: su naturaleza jurídica y su régimen de tenencia
de tierras. Sobre lo primero, lo que está en juego es el tránsito de un modelo
asociativo basado en las características sociales y económicas de las comuni-
dades, a uno de naturaleza empresarial (artículos 8º-10º), cuyos miembros
en adelante serán considerados ”socios”. De esta manera, la ley pretende de-
bilitar su carácter y su organización social e individualizar la participación de
sus integrantes en la “unidad productora”. Logrado esto cobra relevancia el
segundo cambio, que tiene que ver con el régimen de tenencia de tierras. Al
respeto, la ley dispone que:
Los socios pueden disponer, gravar, arrendar o ejercer cualquier otro
acto sobre las tierras comunales de la Sierra o Selva [contando con el]
acuerdo de la Asamblea General con el voto conforme de no menos de
los dos tercios de todos los miembros de la Comunidad (artículo 11º).9
126 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

La cuestión es mucho más seria para los campesinos de la costa. En su


caso, para ejercer dichos actos o vender sus tierras a “miembros de la comu-
nidad no posesionarios o a terceros, (...) se requerirá el voto a favor de no
menos del cincuenta por ciento de los miembros asistentes a la Asamblea
instalada con el quórum correspondiente” (artículo 10º, b).
Esta ley resultó muy efectiva para acabar con la propiedad colectiva de
numerosas comunidades de Piura, en la costa norte, cuyas tierras eran am-
bicionadas por empresas dedicadas a cultivos de exportación y fueron la
meta fijada por el gobierno de Fujimori y los grupos de poder a quienes
éste servía.

Siguiendo el camino trazado: el perro del hortelano


A finales de 2007, el presidente Alan García publicó tres artículos que, con
pequeñas variantes, recogían el refrán español del “perro del hortelano”.
Las reflexiones del presidente eran simples y pueden resumirse como una
propuesta general de privatización de recursos y paisajes naturales del país,
la que, una vez producida, debe generar la capitalización de la gente pobre
que de este modo tendrá dinero para invertirlo en las actividades económi-
cas que decida. Por su parte, los compradores de esas tierras, contando con
la seguridad jurídica de la propiedad, podrán invertir para generar nuevas y
prósperas empresas productivas. La propuesta del presidente fue virulenta
porque, además de calificar de perros de hortelanos a indígenas, campesinos
andinos y costeños e incluso a colonos (no obstante ser ellos el resultado de
políticas oficiales de “conquista amazónica” para poner sus tierras en valor y
generar riqueza), acusó de comunistas del siglo XIX enmascarados a quienes
defienden los derechos de los pueblos indígenas y el manejo sostenible de los
recursos.
Como las críticas llovieron desde diferentes sectores, García respondió
con el segundo escrito en el que daba la impresión que trataba de enmendar
los desatinos de su primer escrito. En éste, en efecto, las críticas se centran
menos en los ambientalistas y defensores de derechos indígenas, para poner
mayor énfasis en la responsabilidad del propio Estado como retardatario del
avance social y económico del país. Los perros del hortelano serían entonces
los burócratas que dominan el aparato del Estado y que con su desidia frenan
iniciativas importantes para el progreso del país. Empero, en la práctica, el
presidente no rectificó nada de lo que ya se había trazado como política y, al
amparo de la delegación legislativa recibida del Congreso, comenzó a pro-
mulgar una andanada de decretos supuestamente para adecuar la normativa
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 127

nacional a los términos del Tratado de Libre Comercio suscrito por Perú con
Estados Unidos.
Muchos de estos decretos contenían propuestas que, como se mencionó,
habían sido rechazadas por gobiernos regionales, organizaciones de base y
comisiones legislativas del Congreso. Un número importante de ellos vul-
neraba los derechos reconocidos a las comunidades indígenas, con el fin de
apoyar intereses de grandes empresas.
Entre otras cosas, en estos decretos se anulaba el proceso de consulta
para la suscripción de contratos petroleros y mineros en lotes ubicados en
territorios comunales; se rebajaba el quórum de la asamblea, de dos tercios
al 50%, para disolver comunidades y vender sus tierras a terceros; se permitía
la privatización de los suelos forestales y el cambio de uso al de agrícolas para
proyectos que fuesen declarados “de interés nacional” (el objetivo subyacen-
te era apoyar plantaciones para biocombustibles); se determinaba la expro-
piación de terrenos comunales usados para servicios públicos; se declaraban
como propiedad del Estado todas las tierras eriazas no tituladas, aunque estu-
viesen poseídas y fuesen pretendidas por comunidades indígenas u otros po-
bladores locales; y se permitía que invasores con cuatro años de establecidos
se apropiasen de tierras comunales, con lo cual se anulaba la garantía consti-
tucional que otorga carácter imprescriptible a la propiedad territorial de las
comunidades. Por último, todos estos decretos tenían defectos formales que
los hacían inconstitucionales por el hecho de no haber sido consultados y,
algunos de ellos, por legislar sobre temas sobre los que no está permitida la
delegación al Ejecutivo de funciones legislativas.
Los análisis jurídicos realizados sobre dichos decretos por especialistas
en temas indígenas y constitucionales fueron contundentes sobre la trans-
gresión del gobierno al Estado de Derecho al haber legislado sobre materias
que no estaban relacionadas con el TLC y, por tanto, no hacían parte de sus
facultades excepcionales, además de su inconstitucionalidad por afectar dere-
chos reconocidos a los indígenas, entre ellos la consulta previa, y por derogar
normas de mayor jerarquía.
Las primeras protestas de las organizaciones indígenas se hicieron sentir
a mediados de 2008 y lograron la derogatoria de algunos decretos y el com-
promiso del Estado de revisar los otros y proceder de igual manera en los me-
ses posteriores. No obstante, el gobierno no cumplió esto último a pesar de
una recomendación en este sentido de la Comisión de Constitución del Con-
greso, avalada por una demanda específica de la Defensoría del Pueblo ante el
Tribunal Constitucional. En su lugar, continuó con su política de promulgar
normas y suscribir contratos con empresas extractivas sin consultar con las
organizaciones indígenas, tal como lo prevé el Convenio 169 de la OIT.
128 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Las expresiones de rechazo de las organizaciones indígenas se fueron en-


dureciendo cada vez más y de protestas realizadas dentro de las comunidades
pasaron al bloqueo de carreteras y a la captura y paralización de estaciones de
bombeo del oleoducto norperuano que lleva el crudo desde las cuencas del
Corrientes y del Pastaza hacia la costa norte. Luego de más de dos meses de
paros regionales y manifestaciones diversas de protesta, que culminaron en
un enfrentamiento entre indígenas y policía el 5 de junio de 2009 en Bagua
(Amazonas) causando la muerte de 25 policías y 10 personas más entre indí-
genas y otros pobladores, el gobierno resolvió derogar los decretos cuestio-
nados por las organizaciones indígenas.
La reacción violenta de los indígenas hay que analizarla tomando en
cuenta la violencia de la agresión que ellos vienen sufriendo en las últimas
décadas y, en especial, durante el gobierno del presidente García que ha se-
ñalado que no son “ciudadanos de primera categoría” y ha tratado por todos
los medios de pisotear sus derechos reconocidos. Las causas del conflicto
que desembocó en la tragedia de Bagua están magníficamente señaladas en
el informe en minoría de la comisión especial conformada para investigar y
analizar los sucesos, suscrito por el señor Jesús Manacés Valverde y la religio-
sa Carmen Gómez Calleja. Ellos señalan que la falta de respeto por las formas
de vida de los pueblos indígenas y el menosprecio por las características intrínsecas
de los bosques amazónicos han deteriorado su seguridad alimentaria.
El llamado Baguazo no fue generado por los indígenas, sino por el go-
bierno. El enfrentamiento y las muertes no eran el punto al que las protestas
indígenas querían llegar. Por el contrario, buscaban una reconsideración del
Estado para que les reconociera sus derechos perfectamente establecidos en
las leyes. Las muertes, los heridos y la tragedia de ese día son resultado de la
agresión de un gobierno que no quiso dialogar, que se negó a respetar dere-
chos reconocidos y que los engañó a ellos y a la ciudadanía. En efecto, el día
anterior a la invasión armada de la policía, voceros del partido gobernante
dijeron que la decisión de derogar los decretos sería paralizada hasta que las
partes llegaran a un acuerdo. Sin embargo, en ese momento ya la decisión de
reprimir violentamente a los manifestantes, en la llamada Curva del Diablo,
había sido tomada por el Ejecutivo (sobre el tema, véase Uceda, 2010).
Lo terrible es que el gobierno ni siquiera en apariencia ha realizado el
menor esfuerzo para reorientar su política. Después de los sucesos de Ba-
gua suscribió nuevos contratos con empresas extractivas que comprometen
sus territorios y aprobó propuestas legales que afectan sus derechos sin pasar
por el compromiso de realizar consulta previa, libre e informada a que está
obligado como firmante del Convenio 169. Un gobierno como el de García,
empeñado en pisotear los derechos ciudadanos para asegurar sus negocios
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 129

turbios con empresas, podría repetir esta terrible y torpe experiencia represi-
va que desembocó en la muerte de muchos peruanos.
Recordemos ahora cómo también en el caso de la cuenca del Corrientes
las comunidades achuares tuvieron que tomar medidas de fuerza para que el
gobierno escuchara sus protestas, señalando que la actividad petrolera conta-
minaba su medio ambiente y afectaba la salud de su población.

Hernando de Soto, el mismo sendero


Dos meses después de las protestas indígenas que tuvieron su punto de ex-
plosión en los sucesos de Bagua, el economista Hernando de Soto apareció
en escena con un video que intenta demostrar que la propiedad comunal no
es verdadera propiedad y que además constituye un freno para el progreso y
la superación de la pobreza. La perfecta sincronización entre este hecho y el
momento que se vivía después de la violencia, con unas “mesas de diálogo”
entre indígenas y gobierno, indicaba que la relación del economista con el
presidente no era sólo ideológica sino también estratégica y tenía por fina-
lidad insistir en las ideas compartidas por ambos para tratar de ponerlas en
práctica.
En declaraciones posteriores, el propio De Soto se encargaría de dejar
en claro su relación con el presidente García en su común esfuerzo por im-
pulsar la estrategia del perro del hortelano. En un artículo firmado por Lester
Pimentel (Peru Riots Create Reform Opportunity, De Soto Says),10 el autor in-
troduce el tema:
De Soto dijo que su anunciada campaña buscará construir un con-
senso en torno a la idea de extender derechos de propiedad en el me-
dio rural, allanando el camino para la legislación e implementación
de una reforma.
Luego cita al economista: “Fui a ver al presidente y le dije ‘voy a hacer esto;
¿me vas a bloquear?’, le dijo de Soto. ‘Él [el presidente] dijo no, te vamos a
apoyar’”. La palabra utilizada en el original en inglés es support, que incluye la
idea de financiar (sobre el tema, véase Chirif, 2010).
Pimentel agrega: “Su instituto [Instituto Libertad y Democracia, ILD]
producirá un video protagonizado por personas de lugares como Alaska y
Montana como parte de una campaña, dijo. Él [De Soto] estima el costo total
en $ 200.000”.
Las declaraciones de De Soto a Pimentel no dejan dudas sobre la sóli-
da alianza de De Soto con el presidente García para impulsar su estrategia y
130 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

ayudan a entender, al menos en parte, el misterioso capital tras su propuesta.


Es probable que los fuertes grupos empresariales interesados en acceder a
grandes extensiones de tierras en la Amazonía peruana, principalmente para
desarrollar cultivos para biocombustibles, financien otra parte de la campaña
de De Soto. Por esto es más que ingenuo pensar que sus motivaciones son
filantrópicas y buscan ayudar a los indígenas a salir de la pobreza.
La visión presentada por De Soto en el video y en un escrito posterior
llamado “La Amazonía no es Avatar” (De Soto, 2010), además de superficial
y prejuiciada, ha sido calificada de irresponsable y hasta de criminal, ya que
señalar que los títulos comunales no tienen valor constituye una especie de
llamado para que invasores de todo tipo se abalancen sobre sus tierras (Véase
Servindi, 2009). El economista insiste en que los títulos de las comunidades
no son más que “pedazos de papel que no tienen ninguna función” y que
“sólo valen dentro de los linderos de la comunidad”. Un título emitido por
el Estado que sólo vale dentro de los confines de lo titulado tendría que ser
motivo de análisis jurídicos para ver cómo se ubica este esperpento en el De-
recho. Sus reales intenciones son desprestigiar el derecho de los indígenas
sobre sus territorios y crear en torno a él una situación de zozobra tal que
los lleve a optar por la “verdadera propiedad”, la que De Soto propone, que
pasa por el abandono de la concepción transgeneracional de la heredad de
los pueblos indígenas, para convertirse en propiedad llana y simple de indivi-
duos, divisible, hipotecable y alienable de cualquier manera.
Una entrada al mercado de las tierras indígenas como la que plantea De
Soto terminará por arrebatarles lo que tienen, que en algunos casos es muy
poco ya que se trata de tierras fragmentadas y rodeadas de colonos y propie-
tarios medianos y grandes. Desprovistos de lo mínimo, su destino será el ya
conocido de los que pasaron por procesos de este tipo y que hoy constituyen
el grueso de la población pobre que habita en los barrios marginales de las
ciudades del país.

Hacia el futuro

La historia del movimiento indígena y de la organización de pueblos indíge-


nas liderada por Aidesep, impide el pesimismo, pues el balance entre logros
y crisis es favorable a los primeros. La energía y la capacidad de lucha de los
pueblos indígenas se renuevan y, en cada ocasión, ofrecen nuevas muestras
de lo que hay al fondo de sus aparentes debilidades. La gesta de los achuar del
Corrientes, que logró su clímax a fines de 2006, pasará a la historia por haber
puesto ante los ojos del Perú y del mundo entero el dramatismo de su situa-
ORGANIZACIONES INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA PERUANA – LOGROS Y DESAFÍOS I 131

ción y su fortaleza para enfrentar los problemas. Y también perdurará por


logros que van más allá de sus propias fronteras, al haber conseguido que se
apruebe una ley que obliga a las empresas petroleras a reinyectar al subsuelo
las aguas de formación en los nuevos contratos y al forzar, en los hechos, que
también se haga esto en los lotes de extracción con contratos vigentes.
Así como los achuar en 2006, en el presente varias otras zonas de la
Amazonía peruana son escenario de protestas lideradas por organizaciones
indígenas que demandan la derogatoria de las normas que anulan los dere-
chos de los pueblos indígenas y buscan la disolución de las comunidades y la
parcelación y venta de sus tierras; y la anulación de los contratos petroleros
que afectan sus territorios, todos ellos suscritos por el Estado sin respetar el
derecho de consulta previa e informada.
Los problemas señalados en este artículo y otros que se avecinan para los
pueblos indígenas, demandarán gran esfuerzo y compromiso de dirigentes
y bases para enfrentarlos con fortaleza, equilibrio y perseverancia. También
tienen el reto de enfrentar la corrupción promovida por los grandes poderes
económicos a través de diversas estrategias, para acceder a sus territorios y
recursos naturales.

Notas
1 No obstante, el carácter amplio de la defi- 4 La reserva comunal es una categoría de
nición de comunidad que aporta la ley ha Área Natural Protegida para uso directo
permitido en un caso que todos los asenta- de las comunidades aledañas, quienes la
mientos de un pueblo –Matsés– sean reco- administran en cogestión con el Estado.
nocidos como una única comunidad. La reserva territorial es un área declarada
2 En 1979, el cineasta alemán Werner Herzog para proteger a pueblos indígenas en aisla-
se propuso filmar la película Fizcarraldo en miento voluntario. En realidad, se trata de
la cuenca del río Cenepa, en la zona conoci- una protección meramente declarativa en la
da como alto Marañón, habitada por pobla- medida que el Estado no ejerce control de
ción awajun. Como la gente no aceptó su las actividades ilegales que se desarrollan en
propuesta, Herzog puso en marcha diversos ellas (extracción maderera y aurífera) y ade-
mecanismos de presión para hacer prevale- más las puede entregar en concesiones para
cer su punto de vista. Cansados de reclamar explotación de hidrocarburos y minerales.
por la vía legal, que a pesar de serle siempre 5 Las siglas corresponden, respectivamente,
favorable no lograba la salida del director y al Fondo Nacional de Compensación y De-
su equipo, los awajun tomaron la cuestión sarrollo Social y al Ministerio de Economía
en sus manos: incendiaron el campamento y Finanzas.
de la empresa, capturaron a su personal y lo 6 http://Conap.org.pe/pronunciamientos
expulsaron en botes río abajo. 7 En el caso de algunas comunidades de la
3 Los bosques nacionales eran una categoría zona de Satipo, se hubieran podido titu-
especial de bosques particularmente ricos en lar áreas más grandes pero la gente en ese
especies valiosas. El Estado había reservado momento no vio la necesidad de hacerlo,
para sí su explotación pero en 1975 cambió según se lo comunicaron a la antropóloga
la ley para dar paso a las empresas privadas. Lucy Trapnell fundadores de ciertas comu-
132 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

nidades de dicha zona (L. Trapnell, com. 22175, Ley de Comunidades Nativas, que
pers.). han sido derogados por esta ley y mencio-
8 Sobre este tema se puede consultar un tra- na también las contradicciones concretas
bajo especializado de García, 1995: 83-132 entre ella y el Convenio Nº 169 de la OIT
y 139-155. (83-136).
9 García (1995: 133-34) presenta una re- 10 http://www.ild.org.pe/indigenous-
lación completa de los artículos del DL peoples-amazon/press

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cio, 5 de junio. Suplemento contratado.
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 133

Hacia el poder indígena en Ecuador, Perú y


Bolivia
1

Xavier Albó, CIPCA

Introducción

Las identidades de los numerosos pueblos indígenas que hasta ahora habitan
los tres países centrales andinos, incluidas sus tierras bajas amazónicas, han
pasado por diversas vicisitudes desde mucho tiempo atrás. Primero sintetiza-
ré los procesos trenzados por los que éstas han ido transitando y a continua-
ción resaltaré varios aspectos generales, a saber: el cambiante forcejeo entre
el indio alzado y el permitido desde el Estado, el permanente juego de auto
identificaciones, el peso de la lucha por los recursos naturales en el resurgir
de esas identidades y organizaciones étnicas y cómo la escala de esos movi-
mientos reivindicativos ha llegado a rebalsar las fronteras estatales y a formar
parte de la glocalización alternativa.
Como contextualización previa, recordemos que en la región andina
de los tres países la mayoría de la población tiene orígenes quechuas y, en
menor grado, aymaras. Pero en la costa de Ecuador y Perú, que ha recibido
también muchos inmigrantes tanto andinos como de otros muchos países,
ya son pocos los que reconocen esa identidad. En las tierras bajas de toda la
región, hacia las cuencas amazónica y platense, hay más bien una salpicadura
de pueblos minoritarios. La cuantificación demográfica a partir de los censos
se basa en criterios distintos para cada país y con frecuencia cae en lo que
Bonfil Batalla llamaba el “etnocidio estadístico”, uno de cuyos principales ins-
trumentos ha sido la versátil categoría de “mestizo” que, en sí misma, no defi-
ne la pertenencia o no a determinados pueblos; el otro instrumento, usar sólo
la lengua como indicador de pertenencia en países con aplastantes políticas
castellanizadoras. En medio de esas ambigüedades, estimamos que en Bolivia
esta pertenencia a pueblos originarios es sin duda mayoritaria, mientras que
en Ecuador y Perú se aproxima más a un tercio.

Procesos históricos trenzados

Antes de la llegada de los conquistadores europeos, lo que había en esas la-


titudes andinas eran pueblos diferenciados, reconocidos como tales con sus
134 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

nombres propios incluso en el imperio inca, que les dio una primera estruc-
tura estatal conocida como el Tawantinsuyu o “los cuatro suyus (jurisdiccio-
nes) unidos”.
Pero la primera experiencia temprana de globalización, ocurrida tras la
Conquista y la Colonia castellana no respetó las diferenciaciones: fue ama-
sando los pueblos en identidades y nombres más genéricos como naturales,
indios o quizás “la indiada”. Ya tiene una fuerte connotación globalizada el
hecho de que esos pueblos aparezcan desde entonces ficticiamente asociados
a la distante India. De paso por Bolivia en 2008, Michel Wieviorka nos co-
mentó que esa primera globalización es la que da origen al moderno racismo.
Éste tendría un año muy preciso de nacimiento: 1492.
Aquellos pueblos originarios no aceptaron pasivamente esa nueva situa-
ción y en diversas ocasiones organizaron rebeliones entre las que sobresale
la gran rebelión conjunta de Tupaj Amaru (en el actual Perú) y Tupaj Katari
(en la actual Bolivia), entre 1780 y 1782, que sacudió el régimen colonial
tres décadas antes de las guerras de la Independencia. Para los bolivianos ha
quedado particularmente grabado en la memoria colectiva –como esperanza
para los originarios y pánico inconsciente para los criollos– el cerco masivo
conjunto de Kataris y Amarus sobre la ciudad de La Paz durante buena parte
del año 1781.

Los nuevos estados


Saltando a la República, otras dos corrientes globalizantes aportan nuevas
perspectivas.
La primera, desde mitades del siglo XIX, fue la expansión del Liberalis-
mo, con su tesis de que ser libre implicaba tener propiedad privada indivi-
dual; pero ésta se combinó con un nuevo toque pseudocientífico del viejo
racismo, mediante las teorías del darwinismo social. La consecuencia paradó-
jica de tal confluencia fue facilitar ideológicamente la expansión de grandes
haciendas, fincas ganaderas u otras, con regímenes internos de tipo feudal, a
costa de las comunidades y ayllus que seguían siendo el último baluarte de
la identidad cultural de los pueblos originarios. Tal expoliación dio lugar a
una nueva oleada de movimientos étnicos, tanto en las alturas andinas que ya
habían quedado muy integradas al Estado incluso desde antes de la Colonia,
como también entre los guaraní del Chaco, a los que el Ejército Boliviano de-
rrotó y masacró en Kuruyuki recién en 1892, incorporándolos finalmente al
nuevo Estado, muchos de ellos en comunidades cautivas dentro del régimen
de hacienda.
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 135

La segunda perspectiva se inició tras las revoluciones mexicana y rusa de


1917 y el surgimiento de los nuevos políticos y partidos de izquierda. En sus
primeras décadas, éstos pusieron un énfasis muy específico en los pueblos in-
dígenas, vistos ante todo como los más explotados de los explotados rurales.
Pero sus referencias a una identidad específica andina se fueron perdiendo a
medida que los partidos comunistas se iban alineando más en la política in-
ternacional de la Unión Soviética, primero en México2 y después en Bolivia.
Tras su derrota en la guerra del Chaco (1935), Bolivia estuvo buscando
otra manera de pensar el país, hasta que dio forma a todo ello en la Revolu-
ción Nacional de 1952, inspirada en la mexicana y liderada por el entonces
joven partido Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Se logra-
ron reconocimientos ciudadanos y sociales básicos, como el voto universal, la
educación generalizada, la redistribución de tierras y la participación política.
Pero tanto en México como en Bolivia todo ello era al costo de una nueva
visión “civilizadora” encubridora que reducía lo indígena a lo campesino y lo
diluía en una pseudo uniformización mestiza de toda su población.
A las dos décadas, Perú siguió los mismos pasos en la revolución y refor-
ma agraria de Velasco Alvarado en 1969, con un rápido éxito, sobre todo por
los procesos de larga data de modernización y masivas migraciones a la Costa
y a la capital Lima, desde la que se mira y diseña el país.
Lo mismo intentó Ecuador con sus reformas agrarias de 1964 y 1973 y
con el voto universal implementado recién en 1978, aunque en su región an-
dina nunca se logró hacer desaparecer del todo la especificidad indígena. Ya
desde fines del siglo XIX, la inmensa mayoría de sus indígenas andinos qui-
chuas había sido reducida al régimen de huasipungo en las haciendas y desde
los años 20 habían entrado en contacto con el Partido Comunista Ecuato-
riano (PCE) que los ayudó a crear los primeros sindicatos y la Federación
Ecuatoriana de Indios (FEI). Ésta, al tiempo que tenía un enfoque de clase
mantenía esa identidad étnica (Becker, 2006), que las ulteriores reformas
nunca lograron sustituir por sólo la de “campesinos”.
Esta reducción de las identidades étnicas a una simple categorización eco-
nómica reflejaba nuevas corrientes mundiales modernizantes uniformadoras
tanto en regímenes de izquierda como de derecha. Parecía que con ello ya se
había dado el golpe de gracia para enterrar la diversidad étnica y cultural.

El resurgimiento de las identidades étnicas


A la hora de la verdad, no fue tan así. En la región andina de Ecuador y Bo-
livia se fue recuperando la histórica identidad aymara y quechua/quichua3,
136 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

por un proceso interno de frustración, al ver que aquella uniformización


como mestizos y campesinos no les había liberado.
Así, desde fines de los años 60, los aymaras de las tierras altas de Boli-
via volvieron a enfatizar su identidad con el movimiento katarista surgido
dentro de la misma organización campesina. Éste logró efectivamente liberar
a la organización “sindical campesina” (creada en 1952) de la tutela de los
gobiernos de turno e incorporarle con vigor la problemática étnica, reflejada
en su nombre, que recuerda al héroe anticolonial Tupaj Katari de 1780-1781.
Por el peso de la historia, su organización matriz, reestructurada en 1978
como Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia
(CSUTCB), mantuvo esa referencia a los sindicatos campesinos. Pero su en-
foque e ideología ya eran significativamente distintos.
Desde principios de los 70, también en Ecuador, los quichuas serranos
crearon Ecuarunari, sigla silábica quichua que significa “el despertar de los
indios [runas] del Ecuador”. Se contraponía sobre todo a la Federación Na-
cional de Organizaciones Campesinas (Fenoc), más antigua y de enfoque
clasista, aunque en su interior hubo fuertes debates entre una línea más étni-
ca y otra más clasista, que a la larga llevó a cierta convergencia siempre dialé-
ctica entre ambas, con sus altibajos coyunturales. Desde entonces, en Bolivia
y Ecuador los movimientos étnicos han ido ganando cuerpo, sobre todo a
partir de la restauración de regímenes democráticos.
Al otro lado de los Andes, en el pie de monte y en los llanos orientales
de Perú, Ecuador y Bolivia, los pueblos indígenas amazónicos y chaqueños,
que no habían compartido la larga historia de colonización de los andinos,
mantenían sus diversas identidades. Pero, sobre todo desde la segunda mitad
del siglo XX, fortalecieron también de manera simultánea su común identi-
dad indígena con nuevas organizaciones, al sentir amenazada su existencia
con la penetración de colonos, ganado y empresas incluso multinacionales en
sus territorios para explotar sus diversos recursos agropecuarios, forestales,
petróleo y otros.
Desde los pasados años 80, las cada vez más numerosas organizaciones
locales se fueron asociando en otras de mayor cobertura dentro de cada país,
como la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecua-
toriana (Confeniae, 1980), la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Sel-
va Peruana (Aidesep, 1980-1981) y la Confederación Indígena del Oriente
Boliviano (Cidob, 1982). Fueron también los primeros en coordinarse más
allá de los tres países, sobre todo a través de la Coordinadora Indígena de la
Cuenca Amazónica, (Coica, 1984), que abarca además a Colombia, Brasil,
Venezuela y a las Guayanas.
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 137

El caso singular del Perú andino


Sólo en la Sierra del Perú persistió la corriente uniformadora campesina por
el peso de la emigración a la Costa. De esta tendencia se excluyeron algunas
iniciativas más locales, sobre todo de aymaras colindantes con Bolivia, y la
creación del Consejo Indio de Sudamérica (Cisa) en 1980, con pretensiones
continentales, que tuvo su primera sede en Lima, aunque no llegó a cuajar.
Pero en toda la década del 80 y principios de la del 90, muchos pueblos y
organizaciones indígenas y campesinas quedaron condicionados sobre todo
por el conflicto armado desatado por Sendero Luminoso (y, en menor grado,
por el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, MRTA), que bloqueaba
sueños y utopías, mucho más allá de la simple sobrevivencia. Sendero fue
percibido al principio como liberador en algunas áreas rurales, porque hizo
justicia contra varios abusos locales. Pero pronto se vio que no era un movi-
miento campesino ni menos indígena y millones de andinos y amazónicos
quedaron atrapados en una guerra entre estos grupos guerrilleros y el Ejérci-
to. Según el informe final de la Comisión de la Verdad (2003), el 79% de los
70.000 muertos vivía en zonas rurales y el 75% tenía el quechua u otras lenguas
nativas como idioma materno. Esta larga década, por una parte, desgarró mucho
el tejido social de los pueblos implicados, lo que provocó divisiones internas, dis-
locaciones y masivas emigraciones. Pero, por otra, en ciertas regiones del Cusco y
de Puno se mostró cómo la solidez organizativa previa podía imponerse y superar
la crisis.
En la fase final ganaron también fuerza los Comités de Autodefensa (CAD),
creados por el Ejército en numerosos sectores rurales, siguiendo un modelo de
los militares de Guatemala con el que, en aquel país, se había forzado la colabora-
ción de las comunidades rurales al Ejército. Pero en Perú, en medio de una amplia
gama de situaciones en las que hubo también numerosos abusos del Ejército, en
varias partes se logró al final una mayor cercanía y cooperación entre comunarios
y soldados, en parte por la anterior experiencia popular de las Rondas Campe-
sinas de Cajamarca contra los ladrones de ganado, en parte porque el rechazo a
Sendero se iba haciendo más general y en parte porque el Ejército revisó también
su actitud incialmente muy agresiva frente a las comunidades.
Mención especial merece el pueblo Asháninka, el segundo mayor en la selva
peruana, con unos 55.000 habitantes. Uno de cada cuatro miembros fue muerto
o desplazado de sus comunidades. Pero a la vez, ante esta amenaza, ellos mis-
mos organizaron su propio “ejército asháninka”, Ovayerite. Con una disciplina
militar única y poniendo en pie de guerra a todos los jóvenes de 17 años en
adelante, con escopetas, arcos y flechas, lograron mantener bajo su control
138 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

a toda aquella región y rescatar varias zonas ocupadas por la guerrilla y/o
por cocaleros. Recién al final contaron además con un apoyo más directo del
Ejército con armas, munición y acciones coordinadas, en el esquema ya men-
cionado de los CAD, aunque sin perder su propia autonomía.
Según la zona y el momento, hubo diversos tipos de acuerdo implícito u
oposición entre esos varios actores: por ejemplo, en algunas partes, los coca-
leros entregaban recursos a los guerrilleros a cambio de ser protegidos por
ellos frente a los militares; pero en otras se aliaron cocaleros y militares, e
incluso con algunos CAD contra la guerrilla. También Estados Unidos en
ciertos momentos hizo la vista gorda en su “guerra contra las drogas”, argu-
yendo que si reprimían a 50.000 cocaleros, crearían 50.000 colaboradores de
Sendero.

Desarrollos más recientes


La marcada diferencia entre el Perú andino y sus dos vecinos al norte y al
sureste persiste hasta hoy, pero con nuevos y significativos desarrollos en
los tres países. En esta segunda sección me fijaré en el creciente empode-
ramiento de los pueblos indígenas y sus organizaciones en cada uno de los
tres países, con intensidades y resultados distintos. En las sesiones siguientes
volveré a entrelazar sus procesos desde los cuatro ejes transversales que me
han resultado más llamativos.

Ecuador4
En Ecuador, el proceso andino con Ecuarunari y el amazónico con la Confe-
niae llevaron a coordinarse ambas organizaciones en 1980 en el Consejo Na-
cional de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conacnie), que desde
1986 se transformó en la Coordinadora de las Nacionalidades Indígenas del
Ecuador (Conaie).
Cuatro años después, en 1990, ocurrió un hito clave en lo que algunos
analistas han llamado “el sismo étnico”. La Conaie llevaba dos años reclaman-
do sin éxito una Ley de Nacionalidades que reconociera más explícitamen-
te a las “nacionalidades indígenas” y, ya cansados, en la madrugada del 28
de mayo de aquel año sorprendieron con un gran bloqueo sincronizado en
diversas partes del país, sobre todo en la Sierra. Aunque tenían demandas
específicas en línea con aquel proyecto de Ley, sus reclamos más vivenciales
eran dignidad y respeto, como en tantas marchas y bloqueos indígenas; y su
mayor efecto, fue haber conmocionado de golpe la conciencia del país, como
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 139

un sismo. Los pueblos indígenas, tantas veces invisibilizados y mal contados,


ahí estaban presentes, actuantes y por fin escuchados. Fue el principio de
otros varios levantamientos y marchas en los años siguientes, incluida la de la
Organización de Pueblos Indígenas del Pastaza (Opip) desde la Amazonía,
que reclamaba el reconocimiento de sus territorios. Desde entonces las de-
mandas indígenas y su presencia como un actor público significativo fueron
en un ascenso continuo hasta principios de 2000.
De manera paralela, en 1995 dieron otro paso estructural significativo
cuando, después de largas discusiones internas y junto con otras instancias ur-
banas y rurales, decidieron conformar el partido Pachakutik, con un claro lide-
razgo de la Conaie. Este partido fue jugando, efectivamente, un rol importante
y creciente en el país hasta 2004. Por ejemplo, fue clave su participación en la
Asamblea Constituyente de 1998 en la que, pese a su gran mayoría neoliberal,
logró incluir en la Constitución Política bastantes de sus demandas, convirtién-
dola en una de las hasta entonces más avanzadas del continente en relación con
los pueblos indígenas, aunque mucho de ello se quedó en el papel.
Sin embargo, en sus ulteriores intentos de llegar a ser además parte del
gobierno en sucesivas alianzas con otros partidos, tanto por la vía de la obe-
diencia civil como por la de la desobediencia civil, cosechó siempre resulta-
dos ambiguos.
Por la primera vía, se fomentó la participación electoral, que se había ini-
ciado desde 1979 con cierta apertura de las leyes a la participación popular
en gobiernos locales. Éstas facilitaban la presencia de gente local al nivel mí-
nimo de parroquias e incluso al de municipios mayores, como ocurrió sobre
todo en Guamote y en Cotacachi. La primera incursión de Pachakutik se dio
en las elecciones de 1996, cuando se alió con el popular periodista Ehlers y
en ese debut consiguió 8 diputados sobre 82, incluidas primeras figuras de la
Conaie, como Luís Macas, Miguel Lluco y Nina Pacari. La existencia de un
partido propio y con una clara estrategia empezaba a producir efectos.
Por la vía de la desobediencia civil, persistieron los bloqueos, las marchas
y los grandes levantamientos, que iban empoderando a los movimientos so-
ciales, hasta culminar en el año 2000 con el golpe de Estado que dieron al
presidente Mahuad junto a una facción militar liderada por Lucio Gutiérrez.
Duraron apenas unas horas en el poder y se restauró el esquema anterior con
el ex vicepresidente Noboa, un potentado de Guayaquil, y la máxima cúpula
militar. Pero ello no logró calmar los ánimos y en enero 2001, la Conaie hizo
un nuevo levantamiento que, por primera vez, aglutinó a muchas más organi-
zaciones. Si el lema del “sismo étnico” diez años atrás había sido “nunca más
un Ecuador sin indios”, ahora buscaba otra forma asociada de protagonismo
nacional: “nada sólo para los indios”.
140 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Con ambas estrategias tuvieron logros significativos pero también reve-


ses, sea por la inexperiencia o por ambiciones personales y el apego de algu-
nas personas al poder. Pero el punto en el que quizás hubo mayores frustra-
ciones fue en las alianzas políticas, pues éstas no lograron revertir el control
que otros sectores mantenían en el gobierno.
El descalabro más grave ocurrió después de llegar electoralmente al
poder en enero 2003 con el entonces popular ex militar rebelde Lucio Gu-
tiérrez, con quien ya se habían vinculado en el golpe contra Mahuad. Lo-
graron significativos resultados en los ministerios que se les confiaron. Pero
muy pronto el presidente Gutiérrez les traicionó continuando el esquema
neoliberal de sus predecesores. Más aún, hizo lo posible para deshacerse de
sus aliados y, con sus gestos populistas, fue apropiándose incluso de amplios
sectores de las bases de Conaie, aprovechando que los dirigentes más aveza-
dos estaban ocupados en tareas de gobierno. En agosto del mismo año, al Pa-
chakutik no le quedó más que romper aquella alianza, de la que sin embargo
salió mal parado y las bases de la Conaie divididas. Fue particularmente grave
la escisión que entonces ocurrió en su rama amazónica Confeniae, donde un
sector siguió apoyando a Gutiérrez –él mismo amazónico–, incursionando
incluso en lo que se llamó la línea empresarial, más cercana a las multinacio-
nales petroleras, mientras que el otro sector, fiel a la Conaie, adoptaba una
línea de resistencia.
Por manejar un enfoque tan distinto al que sus electores esperaban, Lu-
cio Gutiérrez cayó también en 2005, después de masivas movilizaciones y
protestas sociales, esa vez mayormente urbanas, de un grupo que fue agluti-
nándose bajo el nombre de “los forajidos”, con que el presidente había inten-
tado deslegitimarlos. Tras el interinato de su vicepresidente, a fines de 2006
Rafael Correa salió sorpresivamente electo en segunda vuelta, quien apenas
un año antes era todavía muy poco conocido.
Mucho más abierto a la problemática social, Correa entró con propuestas
bastante audaces y rápidamente ejecutadas, como la de disolver temporal-
mente el Parlamento partidocrático y convocar a una Asamblea Constituyen-
te. Pero, en cambio, no desarrolló una buena relación con las organizaciones
indígenas, por ciertos roces personales con anteriores dirigentes y por el mal
recuerdo de las divisiones y la alianza de algunas de ellas con Gutiérrez. Co-
rrea tampoco ha tomado en cuenta las especificidades indígenas como tales y
habla más de su compromiso con “los pobres”, de una manera genérica.
Por su parte, la Conaie y su partido Pachakutik tampoco manifestaron
mucho interés en acercarse a Correa. Escarmentado por lo ocurrido poco
antes con Lucio Gutiérrez, su principal líder histórico, Luis Macas, rechazó la
invitación para ser su vicepresidente. Él y el partido Pachakutik prefirieron ir
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 141

solos a las elecciones, con Macas como candidato presidencial. Por entonces,
el partido estaba además doblemente dividido, primero, porque algunos con-
notados miembros de Pachakutik se pasaron más bien al flamante partido de
Correa Alianza PAIS (= Patria Altiva i [sic] Soberana; o simplemente AP); y,
segundo, porque otros siguieron apoyando a Gilmar Gutiérrez, hermano del
derrocado e inhabilitado Lucio, con su Partido Sociedad Patriótica (PSP).
El resultado de las elecciones generales de 2006 fue un arrollador ascenso
de Correa (57% en la segunda vuelta), mientras que Pachakutik recibió una
votación muy baja (2,6%) y quedó reducido a un partido menor. Lo mismo
ocurrió en la elección de los miembros de la Asamblea Constituyente y, de
nuevo, en las elecciones de 2009, en las que logró apenas 4 parlamentarios
frente a los 59 de la Alianza de Correa y los 19 de Gutiérrez.
La Conaie ha ido remontando lentamente aquella crisis. Ante todo, si bien
tuvo poca presencia formal en la Asamblea Constituyente de 2007, en la nueva
Constitución promulgada en octubre 2008 mantuvo lo logrado en la de 1998.
Más aún, en alianza con otros constituyentes cercanos que ahora militaban en
la AP de Correa, consiguió incorporar además –por fin, como en la Constitu-
ción de Bolivia– los tan soñados principios de que Ecuador es un Estado Plu-
rinacional, regido por el principio de “vivir bien” (Sumak Kawsay y, en aymara
boliviano, Suma Qamaña) y en armonía con la Madre Tierra.
La Conaie ha ido recuperando su unidad y también algo de su capacidad
de negociación. Una reciente expresión de ello fue el bloqueo realizado en la
Amazonía en septiembre-octubre de 2009, en contra de los proyectos de Ley
de Aguas y de Minería y por problemas con empresas petroleras. El bloqueo
fue reprimido por la policía y terminó con decenas de heridos y con una per-
sona muerta. A partir de ello se realizó una marcha indígena hasta Quito y
se instauró una magna reunión inaugurada por el mismo presidente Correa
ante más de cien representantes de la Conaie, en la que se llegó al final a una
serie de acuerdos no sólo sobre este caso específico sino también con miras
a la viabilización concreta de los principales avances logrados en la nueva
Constitución y en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos
de los pueblos indígenas de 2007. Con ello, la organización ha ganado cierta
participación dentro del gobierno, pero mantiene una pugna permanente con
otros sectores más cercanos a los intereses empresariales.

Bolivia
En Bolivia, la convergencia entre la identidad campesina, fomentada desde
la Revolución del MNR en 1952, y la “indígena originaria”, iniciada a fines
142 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

de los años 60, fue aumentando sobre todo a partir de 1981, cuando el país
retornó a la democracia. No han faltado divisiones y conflictos internos por
la hegemonía dentro de la organización campesina o entre organizaciones,
pero aquí no podemos entrar a detallarlos.
Lo fundamental es que, en medio de ello, fue creciendo la acumulación
de fuerzas, a lo que contribuyeron tres flujos inicialmente inconexos: el ka-
tarismo, la mayoría de edad de las organizaciones de los pueblos indígenas
de tierras bajas y el crecimiento del movimiento cocalero desde los años 70.
El katarismo, al que ya nos hemos referido, surgió a fines de los 60 y con la
democracia creó los primeros partidos kataristas. Víctor Hugo Cárdenas, líder
de su rama moderada, llegó a ser vicepresidente del país en el período 1993-
1997, haciendo binomio con el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, em-
presario minero y principal representante local de la corriente neoliberal glo-
balizadora. Tener un vicepresidente indígena era algo hasta entonces inaudito;
el que, para ello, se aliara y formara además binomio con el principal neoliberal
era algo muy audaz y sorprendente. En esa alianza y gestión gubernamental
se incorporó en la Constitución Política del Estado (CPE) lo fundamental del
Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a favor de
los pueblos indígenas (artículos 1o y 171o) y se introdujeron la educación in-
tercultural bilingüe y los territorios indígenas como nueva forma de propiedad
agraria, con algunos rasgos que prefiguraban cierto autogobierno.
Recién en los años 90 empezaron a reestructurarse varias instancias lo-
cales y regionales que explicitaban mejor sus rasgos originarios, las cuales
desembocaron en 1997 en la Coordinadora Nacional de Markas y Ayllus del
Qullasuyu (Conamaq). Al principio, esta nueva instancia tomó una actitud
más agresiva contra la campesina CSUTCB, pero con los años ha habido un
creciente acercamiento entre ambas mediante pactos y alianzas, aunque no
fusión.
El segundo flujo fue la mayoría de edad de las organizaciones de los pue-
blos minoritarios de tierras bajas, las que en 1982 ya habían creado la Cidob.
Ganaron visibilidad nacional en una masiva y publicitada marcha hasta La
Paz en 1990 y pusieron sobre el tapete nuevos temas entre los que sobresale
la defensa de sus territorios, lo que suponía mucho más que la antigua lucha
campesina para tener un pedazo de tierra para cultivar y pastear: implicaba
también un mayor control de sus otros recursos y del medio ambiente y el
reconocimiento de sus formas internas de gobierno. Lograron entonces el
primer reconocimiento oficial de algunos de sus territorios y, desde entonces,
periódicamente han seguido realizando otras marchas con diversos reclamos.
Entre ellas sobresale la cuarta, en 2002, que logró colocar también en la agen-
da pública la necesidad de una nueva Constitución Política del país.
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 143

El tercer flujo fue el crecimiento del movimiento cocalero desde los años
70. Se trató en buena parte de un resultado no pretendido de la estrategia
estadounidense de priorizar, en su guerra contra las drogas, la reducción y
hasta extirpación de la hoja de coca, que aparte de ser materia prima para
la cocaína, tiene otros muchos usos legales y simbólicos y es casi la única
alternativa productiva de muchos pequeños productores emigrados desde
los Andes. Los menos culpables pasaban así a ser el enemigo principal por
habérselos percibido como el eslabón más débil. Ello contribuyó a movili-
zarlos mucho más.
La principal figura que fue agigantándose en todo ese proceso fue la del
aymara Evo Morales, quien plasma y cataliza en buena medida las múltiples
identidades de los sectores populares bolivianos. Nació en 1959 y tuvo sus
primeras vivencias de niño y adolescente en una pequeña comunidad pastoril
del altiplano aymara, arreando llamas, cosechando y cumpliendo otras tareas
domésticas. Pero pronto fue acumulando también otras experiencias. A los
cinco años acompañó a sus padres a la zafra del azúcar en el norte de Argen-
tina, donde tuvo sus primeros contactos con la cultura dominante y la lengua
castellana. Años más tarde alternó su vida entre su comunidad y la ciudad de
Oruro, donde estudió secundaria. Recorrió el campo y la ciudad como dies-
tro futbolista y como trompetista en una célebre banda de música. Cumplió
su servicio militar y finalmente, por una sequía a principios de los 80, toda la
familia emigró, como tantas otras, a los cocales del subtrópico de Cochabam-
ba. Recién allí, emergió como dirigente de la organización de productores de
hoja de coca frente a los abusos de la policía y la DEA (Drug Enforcement
Agency) de Estados Unidos. Poco a poco, su liderazgo se amplió también a
otros sectores, dentro y fuera de Cochabamba y del ámbito rural.
Desde 1995, junto con su organización, Evo supo aprovechar la nueva
coyuntura que les abría el fortalecimiento de los municipios rurales con la
Ley de Participación Popular, que otros sectores populares rechazaban como
“ley maldita del Banco Mundial”. Sobre esa base, para las elecciones munici-
pales de aquel año, organizaron rápidamente su partido, al que significativa-
mente llamaron “Asamblea Soberana de los Pueblos” (ASP), en alusión a la
intervención norteamericana, y lograron copar no sólo los municipios de la
zona cocalera sino también los de otras áreas rurales quechuas de Cochabam-
ba. Animados con este éxito, en 1997 se lanzaron a las elecciones nacionales
donde lograron 4 diputados.
A todo ello se añadió, desde 2000, la crisis del modelo neoliberal, que
dominaba el escenario desde 1985. El chispazo inicial fue la llamada “gue-
rra del agua” en la ciudad y campo de Cochabamba contra la ineficiencia de
una multinacional. Siguieron diversos conflictos en cadena en los siguientes
144 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

meses y años, allí y en otras partes del país. En enero 2002, el gobierno de
Tuto Quiroga (ex vicepresidente del general Hugo Bánzer, al que sucedió por
enfermedad de éste) pensó dar el golpe de gracia a los cocaleros de Cocha-
bamba, dentro de la meta “coca cero”, declarando ilegal la venta de esta hoja
en los mercados hasta entonces legales de Cochabamba, lo que provocó una
gran marcha hasta la ciudad y un choque con la policía que ocasionó algunas
muertes en ambos bandos.
El gobierno aprovechó la conmoción causada por ese trágico suceso y,
remedando a su colega Bush, Tuto empezó a hablar de “narcoterrorismo”
y “narcoguerrilla”. La Cámara de Diputados organizó una sesión que en
cuestión de horas expulsó definitivamente a Evo de su curul parlamenta-
ria, acusándole sin mayor prueba formal de ser el autor intelectual de toda
la convulsión y de aquellas muertes. Todos los partidos con posibilidad de
ser gobierno votaron por la expulsión. Pero la población y varios medios de
comunicación la criticaron, por su arbitrariedad. Evo salió anunciando el
pronto retorno de innumerables evos al Parlamento, en alusión a las palabras
atribuidas a Tupaj Katari antes de su ejecución en 1781: “volveré y seremos
millones”.
Este episodio, alimentado poco después por advertencias del embajador
de Estados Unidos de limitar la ayuda si Evo llegaba al gobierno, produjo
nuevamente un efecto contrario: el ascenso vertiginoso de Evo. Su partido,
llamado ya Movimiento al Socialismo (MAS), salió segundo en las eleccio-
nes de julio 2002, con un 20,9%, apenas 1,5% menos que el ganador “Goni”
Sánchez de Lozada, de un muy transformado MNR, el partido que medio
siglo antes había hecho la Revolución Nacional.
Para poder gobernar, Goni debió aliarse con sus anteriores enemigos
dentro de la derecha. Pero fue un gobierno débil, lleno de conflictos, que a
la postre no pudo completar su período. Uno de los conflictos centrales que
debió afrontar en muchas partes del país, fue la llamada “guerra del gas”, que
se desató en reacción a los intentos de vender ese producto estrella a Estados
Unidos y a México por la vía de Chile, país que en la guerra de 1871 había
quitado mucho territorio y el mar a Bolivia. El principal foco rebelde fue en-
tonces la ciudad de El Alto (con un 74% de población aymara), que de alguna
manera revivió, esta vez con éxito, el cerco colonial de Tupaj Katari. El golpe
de gracia lo dio la represión armada contra los alzados inermes, que provocó
más de treinta muertos, todos del mismo bando y, con ello, el clamor de to-
dos exigiendo la renuncia del masacrador. Goni renunció, se escapó, tuvo dos
sucesores constitucionales interinos hasta que, en las elecciones adelantadas
de diciembre 2005, Evo y el MAS se impusieron con un inaudito 54% en
primera vuelta.
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 145

En el nuevo régimen se pueden distinguir dos claros momentos. En el


primero, de 2006 a 2009, prevalece la pugna de la nueva hegemonía frente
a la oposición electoralmente minoritaria pero con el control de la llamada
Media Luna, en las tierras bajas del país, donde hay una mayor concentración
de población no indígena y la mayor riqueza económica, sobre todo en torno
a Santa Cruz y Tarija.
El régimen se caracterizó desde un principio por la participación de mu-
chos indígenas y otros sectores populares junto con un significativo sector
de clase media en diversas instancias del Ejecutivo y el Legislativo, bajo el
indiscutible liderazgo del aymara Evo Morales. Pero la consolidación de esta
nueva hegemonía fue lenta y conflictiva, sobre todo en torno a la Asamblea
Constituyente instaurada en agosto 2006, cuya nueva Constitución sólo se
aprobó a principios de 2009, después de mil vicisitudes y negociaciones.
En el proceso de la Asamblea Constituyente tuvieron también un rol cla-
ve los llamados movimientos sociales aliados al gobierno y, dentro de ellos, el
llamado “Pacto de Unidad” de todas las organizaciones indígenas, originarias
y campesinas, significativas tanto en tierras altas como en tierras bajas. Su
propuesta conjunta fue fundamental en la elaboración de la nueva Consti-
tución.
Sin embargo, estos grupos, junto con el resto del MAS y otros aliados, no
llegaban a conformar los dos tercios necesarios para aprobar el texto final, ni
tampoco la oposición llegaba a ser un tercio para bloquearlo sistemáticamen-
te. La pugna trascendió entonces más allá del texto mismo, pues la oposición
más dura, liderada por Santa Cruz, en realidad lo que deseaba era que todo
aquel proceso abortara, para instaurar más bien su autonomía rayana en fe-
deralismo si no en separatismo. Para ello, se había aliado con la ciudad de Su-
cre en su exigencia de que se tratara primero la reposición de la “capitalidad
plena” de esa ciudad, que desde su derrota en la “guerra de capitales” de 1899
sólo mantenía el poder judicial cediendo los demás poderes a La Paz. Era
una exigencia actualmente inviable por su alto costo tanto económico como
político, pero tocaba fibras muy sensibles de los sucrenses. Este se convirtió
así en el mejor abortivo de aquel proceso para adoptar una nueva Constitu-
ción, en el que no creían. Casi lograron su objetivo porque durante meses
los sectores sucrenses movilizados con apoyo cruceño impidieron realizar
sesiones generales de los asambleístas y, en ese período, la confrontación ad-
quirió también fuertes ribetes racistas por el hostigamiento permanente de
sectores sucrenses contra los indígenas y sobre todo contra los asambleístas
de origen indígena.
Pese a ello, la Asamblea Constituyente aprobó el texto de Constitución
a fines de 2007, en dos sesiones maratónicas, en las que hubo suficiente
146 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

quórum pero ausencia de la principal oposición. En la primera, el texto se apro-


bó “en grande”, en unas instalaciones militares en las afueras de Sucre, durante
una apurada y nerviosa sesión. Grupos de choque casi rebasaban la protección
policial del recinto, ocurrían tres muertes y se incendiaron varios centros poli-
ciales, mientras los asambleístas evacuaban el local en la oscuridad de la noche.
Días después, el texto se aprobó “en detalle”, en otra sesión igualmente rápida
pero más tranquila, en la distante ciudad de Oruro (Albó y Ruiz, 2008).
Pero en los meses siguientes, aquel texto siguió provocando protestas y
rebelión abierta en los departamentos controlados por la oposición, en lo
que llegó a calificarse como un intento de golpe de Estado. Finalmente, bajo
el respaldo y la mirada de todos los gobiernos suramericanos (Unasur) y de
las Naciones Unidas, mediante acuerdos políticos, se introdujeron modifica-
ciones en aquel texto. Esa última versión fue finalmente ratificada con el 61%
en un referendo y se promulgó a principios de 2009.
La Constitución aprobada es hasta ahora la más audaz del continente
desde la perspectiva de la inclusión igualitaria de los pueblos indígenas, hasta
el punto de que los perdedores del protagonismo hegemónico la tildan de
indianista. En realidad, su punto clave, ya desde el Preámbulo y el Artículo
1o, es más bien el desafío de ir construyendo un Estado unitario a partir del
pluralismo de opiniones y también económico, político, jurídico y cultural,
sobre todo por la presencia de “naciones y pueblos indígena originarios cam-
pesinos”5 [NyP IOC], cuya existencia precolonial reconoce el Estado por
primera vez en el artículo 2o de la nueva Constitución.
De ahí la definición plurinacional (no sólo pluricultural) del Estado bo-
liviano, cuyo carácter de nación-estado también se reconoce (artículo 3o).
Dado que en el país un 62% se autoidentificó como miembro de alguno de
esos pueblos y naciones en el Censo 2001 (cuatro años antes del triunfo de
Evo), no se trata ya de dedicar sólo un capítulo especial a lo indígena, sino
de un enfoque plurinacional que penetre toda la estructura del Estado. Debe
expresarse, por tanto, en el enfoque y composición de sus instituciones clave,
como la nueva Asamblea Legislativa o el Tribunal Constitucional, ahora de-
nominados “plurinacionales”.
Una de las mayores innovaciones ha sido la creación de dos jurisdiccio-
nes dentro del Órgano Judicial: la ordinaria, que llega hasta la Corte Supre-
ma, y la “indígena originaria campesina”, ambas con igual rango constitucio-
nal. La otra es toda la ingeniería para distribuir y coordinar las competencias
de los diversos niveles autonómicos: departamental y municipal, por un lado,
y la “cualidad indígena originaria campesina” de ciertas autonomías, por el
otro, que según el tamaño y aglutinación de cada pueblo o sector pueden
realizarse a un nivel inferior, igual o superior al municipal.
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 147

Se supera así la vieja concepción de un estado unitario mestizo, arbitra-


riamente concebido o soñado como monocultural, prevalente desde 1952.
No se habla tampoco de una nación mestiza, contrapuesta a esa otra “indí-
gena originaria campesina” (IOC), porque la identificación como mestizo se
aplicó desde 1952 a cualquiera, como una categoría comodín, no como refe-
rida a determinados grupos humanos que pueden organizarse de una manera
común y diferenciada. Lo que sí puede ocurrir y de hecho ocurre en sectores
significativos de la población, sobre todo en áreas urbanas y en tierras bajas,
es que les baste con considerarse parte de la “Nación Estado Bolivia”, a la que
pertenecen igualmente todas las naciones IOC, sin necesidad de pertenecer
a la vez a ninguna “nación y pueblo” IOC.
El segundo período empieza después de haberse promulgado la nueva
CPE, en febrero de 2009. Su primer año fue de transición o, más exactamen-
te, de una espera y un vacío jurídico (salvo unas pocas leyes transitorias),
hasta diciembre del mismo año cuando recién se llevaron a cabo las eleccio-
nes generales en las que Evo y su vicepresidente Álvaro García Linera fueron
ratificados por un amplio 62% y en la nueva Asamblea Legislativa Plurinacio-
nal (antes llamado Parlamento), la alianza gobernante MAS-Movimiento Sin
Miedo (MSM) logró incluso una limpia mayoría de 2/3 en ambas cámaras.
Recién con esta nueva Asamblea, a lo largo de 2010 se inició la ardua
tarea de aprobar las leyes fundamentales para ir acoplando todo el sistema
legislativo a la nueva CPE.
Para completar el panorama, hay que añadir que en diciembre de 2009,
once municipios realizaron y ganaron sus referendos locales para transfor-
marse en las primeras y pioneras autonomías IOC del país.6 Queda además
todavía pendiente, seguramente para la segunda mitad de 2011, la elección
de los nuevos jueces del Órgano Judicial Plurinacional que, según la nueva
CPE, debe hacerse también por una vía electoral sui generis. Entre tanto, este
órgano sigue funcionando con personal interino y con algunas restricciones
en sus competencias.7
Este escenario parecía mucho más favorable para complementar e im-
plementar lo previsto por la nueva CPE. Pero hasta principios de 2011 esta
ha sido una verdad sólo a medias. Ante todo, en abril 2010 se realizó la
elección todavía pendiente de las nuevas autoridades departamentales y
municipales, tanto ejecutivas como legislativas, en el marco del nuevo y
complejo esquema de los diversos niveles autonómicos. En esos niveles
más locales, si bien el MAS volvió a ganar, lo hizo con un tercio menos de
votos, en parte porque el MSM ya no formó parte de la alianza y también
porque el electorado a esos niveles funciona con otras lógicas, candidatos y
prioridades. Ganó en 6 de 9 departamentos y casi en dos tercios de los mu-
148 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

nicipios (especialmente en los rurales) pero en sólo 3 de las 10 principales


ciudades.
La división entre el MAS y el MSM fue provocada sobre todo por el pri-
mero, en un cálculo quizás precipitado de alcanzar el poder total, aunque en las
principales decisiones legislativas el MSM ha seguido apoyando el cambio en
vez de alinearse con la oposición histórica. Por otra parte, como suele ocurrir
cuando la oposición es débil, han empezado a surgir divisiones internas en el
partido gobernante. Las más significativas para nuestro tema son las que se han
dado en el seno mismo de los movimientos populares e indígenas, a veces por
sus intereses encontrados entre diversas facciones locales en temas muy locales
y otras veces por discrepancias incluso entre éstos y el gobierno o el legislativo
en relación con determinadas decisiones impuestas desde la cúpula.
Sobre estas últimas, ocurrió un primer caso en 2009, que afecta sobre
todo a los pueblos de las tierras bajas, relacionado con el número de circuns-
cripciones especiales que les correspondían como pueblos minoritarios en la
Cámara de Diputados. Al final se les asignó un número inferior al que ellos
esperaban y se postergó su ajuste a los resultados del próximo censo.
Pero el desencuentro más grave y que afecta también a los pueblos andi-
nos ha sido el tratamiento de la Ley de Deslinde Jurisdiccional, dirigida a pre-
cisar en qué casos corresponde la jurisdicción IOC y en cuáles la ordinaria,
para la administración de justicia, de acuerdo al territorio, a las personas y a
la materia. A lo largo de 2010, el Viceministerio de Justicia IOC, con el apoyo
de la agencia suiza Cosude y del Alto Comisionado de Naciones Unidas para
Derechos Humanos, posibilitó cumplir mejor que nunca el derecho consti-
tucional (Artículo 30-15 CPE) e internacional (ONU 2007) de los pueblos
IOC a una “consulta previa e informada” sobre leyes que les afecten, entre las
que la Ley de Deslinde es un caso paradigmático. Se realizaron consultas con
grupos focales a lo largo y ancho del país y, de ahí, también una propuesta
razonable del mismo Viceministerio.
Sin embargo, el Legislativo abordó el tema recién a fines de diciembre de
2010 y bajo el argumento, poco convincente en un tema tan clave y complejo,
de tener que aprobarlo en un determinado plazo, se impuso sin mayor dis-
cusión una versión mucho más limitante elaborada por un grupo reducido.
En otras leyes, como la Ley Marco de Autonomías y Descentralización
y la nueva Ley Educativa, se han tomado más en cuenta las propuestas de
los IOC, aunque no todos han quedado satisfechos, sobre todo al pasar ya
de los bellos sueños al plano operativo, donde hay todavía muchas rémoras
burocráticas.
En ese nivel más operativo, las relaciones entre las organizaciones IOC,
entre otras, y el gobierno han sufrido un desgaste. Se debe en parte a con-
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 149

flictos y decisiones políticas como las mencionadas. Pero el talón de Aquiles


parece ser más bien no haber logrado un sólido despegue económico con
una mayor diversificación productiva que asegure ingresos renovables para
todos. Este gobierno ha logrado superávit gracias a cierta bonanza de sus
exportaciones, sobre todo en los primeros años, y a nuevas leyes que han
multiplicado los ingresos fiscales provenientes de ellas (ejemplo, el impuesto
directo de hidrocarburos, IDH). Parte de esos ingresos se ha redistribuido
con diversos bonos y programas que aumentan los recursos y servicios de
muchos sectores populares. Evo en persona ha emulado y superado con cre-
ces a su predecesor el general Barrientos (1964-1969) viajando por todos los
rincones del país para inaugurar obras y hacer donaciones, bajo el lema “Evo
cumple”. Todo ello le ha asegurado cariño y lealtad en particular en el campo
y otros sectores populares que repetían “todos somos Evo”. Pero la inversión
productiva hacia una economía de base ancha ha sido poca y, una vez termi-
nada la bonanza por crisis tanto externas como internas, han empezado los
problemas.
Su momento más crítico fue a fines de 2010 cuando el gobierno decretó,
sin previo aviso, el aumento del precio de la gasolina, casi al doble, con el
argumento de la indudable necesidad de igualar su precio local y los interna-
cionales para evitar el contrabando masivo. La medida, que se conoció como
el gasolinazo, desató aumentos descontrolados y en cadena en otros muchos
productos y las protestas masivas de sectores tanto urbanos como rurales,
salvo algunas altas directivas de las organizaciones rurales. Pero apenas dos
horas antes de las celebraciones de Año Nuevo se tuvo que revocar. Evo sin-
tetizó la situación diciendo que las bases le reconocieron que la medida era
necesaria pero inoportuna y que, por eso, retomando su viejo lema de “man-
dar obedeciendo”, abrogaba el decreto.
Desde entonces no se ha recuperado totalmente la confianza ni la situa-
ción previa. Cuando dos semanas después el gobierno reelecto cumplía su
primer año, en su discurso-informe a la Asamblea Legislativa el presidente
intentó echar tierra sobre el asunto hablando poco del último año, casi nada
del último mes y mucho de los logros globales de los últimos cinco años. El
efecto “desencanto” ya no se ha podido erradicar.

Perú
En Perú no ha ocurrido algo semejante a los otros dos países, salvo en su
región amazónica, pero también en la parte andina se han dado significativos
avances, lo que mostraremos con cuatro ejemplos:
150 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

1. El departamento-región andino de Puno, colindante con Bolivia y con


una fuerte presencia aymara en su zona sur, fue el primero que manifestó ese
cambio de énfasis. Desde los tempranos 80 surgió allí la Unión de Comuni-
dades Aymaras (Unca), con resonancia nacional, y la Federación Campesina
Aymara ‘Tupac Katari’. En 2002, cuando por fin se calmó el conflicto sende-
rista y concluyó el autoritarismo de Fujimori, salió elegido (por un 26,5%) el
primer gobernador regional-departamental con el llamado Movimiento por
la Autonomía Regional Quechua Aymara (Marqa, que en aymara significa
“pueblo, patria”) y los caminos del departamento se llenaron de propagan-
das alusivas a la nación Aymara. De ahí provino también la primera diputada
nacional con una muy explícita identidad indígena: la comerciante aymara
Paulina Arpasi, aliada del presidente Alejandro Toledo (2001-2005).

2. En el mismo año 2002, en la provincia quechua de Andahuaylas, depar-


tamento-región Apurímac, ganó el Frente Popular Llapanchik (‘todos no-
sotros’, en quechua local) por encima del partido Perú Posible, de Toledo,
colocando como alcalde provincial, por primera vez en la historia y con gran
escándalo de la gente de la ciudad, a un quechua comunero. Documentos de
aquel año ya incluían planteamientos como el siguiente, obviamente inspi-
rados en los de los dos países vecinos (de donde poco antes habían recibido
delegados fraternos en un congreso local):
Un Estado plurinacional y pluricultural para el bienestar de nuestras
nacionalidades (...). Fundamos Llapanchik como movimiento polí-
tico para luchar por las reivindicaciones históricas de nuestras na-
cionalidades originarias, para defender en todo el Tahuantinsuyu las
legítimas demandas e intereses de nuestras comunidades y pueblos
(Pajuelo, 2006: 97-113).
3. La tercera pista surge como reacción a la apertura desbocada que en los
años 90 brindó Fujimori a las inversiones mineras, sin tomar en cuenta sus
efectos en las comunidades andinas allí presentes. En 1999, diversos intentos
aislados convergieron en el Primer Congreso de Comunidades Afectadas por
la Minería, que en su II Congreso de 2003 se trasformó en la Confederación
Nacional Conacami y con los años ha llegado a congregar a más de mil co-
munidades a lo largo y ancho de toda la región andina. Su principal reclamo
es contra el deterioro medioambiental en sus “territorios” y por los derechos
de sus “comunidades”.
Con esa problemática más colectiva, muchas de esas comunidades han
recuperado su identidad étnica, que iba opacándose con las anteriores ideolo-
gías más campesinistas. Es significativo que, también por esa vía, Conacami,
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 151

apoyada por algunas ONG como Oxfam e Ibis, empezó a establecer vínculos
con organizaciones hermanas como Ecuarunari en Ecuador, y Conamaq en
Bolivia.

4. Nuestra última pista proviene de las nuevas legislaciones municipalistas,


que se habían iniciado antes de la década de Sendero, pero tomaron fuerza y
adquirieron nuevos enfoques, sobre todo con Toledo y su nueva Ley Orgáni-
ca de Municipalidades aprobada en 2003, parecida a la Ley de Participación
Popular boliviana. En Perú hay ahora tres niveles municipales: el provincial,
el distrital, dependiente del anterior, y otro tercero aún más local llamado
“municipios de centros poblados” (MCP), que facilita el empoderamiento de
abajo hacia arriba y una mayor expresión de las identidades locales.
En ese contexto, el mismo 2003 ocurrió un hecho grave de repercusión
nacional, en el municipio provincial y distrital de Ilave, que es el que tiene un
mayor número de MCP en todo Puno. Son 43 (conocidos localmente tam-
bién como “comunidades madre” de las comunidades menores de su contor-
no), concentrados sobre todo en el municipio distrital de Ilave (28) donde
está la ciudad del mismo nombre. Ésta es la tercera del departamento, con
unos 30.000 habitantes y se autoproclama la “capital de la nación Aymara”
en el Perú.
En gestiones anteriores, el juego de los tres niveles municipales –MCP,
distrital y provincial– había producido allí una interesante sinergia local a
partir de la distribución equitativa y concertada de recursos entre ellos. Pero
un nuevo alcalde rompió este mecanismo buscando de nuevo una mayor
centralización, en medio de diversas pugnas internas por el control de los
ampliados recursos locales y de quejas por el incumplimiento de obras ya
presupuestadas. Por ello se censuró al alcalde y se le expulsó de Ilave. Sin
embargo, sorpresivamente y desoyendo a sus allegados, el alcalde decidió
retornar y convocó de ocultas una reunión con “sus” regidores, para no que-
dar inhabilitado. Ello provocó una masiva concentración, su ajusticiamiento
extralegal, dejando simbólicamente su cadáver junto a un puente que nunca
concluyó, y golpizas a los regidores que se habían prestado a su juego, antes
de devolverlos a sus comunidades para ser curados y quedar socialmente re-
cuperados.
Tal hecho fue inicialmente presentado por los medios de comunicación
como un linchamiento más y un acto de barbarie aymara, incitado segura-
mente desde la vecina Bolivia. Pero un análisis más a fondo lo ubica estruc-
turalmente dentro de al menos unos sesenta conflictos semejantes aunque
menos graves ocurridos por todo el país en municipios rurales pobres por
los mismos años. Ilave aparece así, en frase de Carlos Iván Degregori (2004),
152 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

como “un espejo del Perú” de esa época, por cuanto muestra su debilidad
institucional para resolver asuntos sobre todo de asignación y uso de fondos.
Pero, aclarado este punto, hay además en toda esta movilización elemen-
tos que merecen un análisis más a fondo en nuestro tema. Antes y después
de los luctuosos sucesos, hubo bloqueos y otras concentraciones masivas,
sobre todo de las comunidades rurales del distrito de Ilave, lideradas por los
alcaldes de las MCP y las autoridades originarias de las comunidades. En un
relato manuscrito en castellano con sabor aymara, Rufino Vidal (2005) nos
detalla cómo se procedía:
Fueron en más de 25 días y noches de vigilia teniéndose en cuen-
ta estrategias de organización. Cada zona entraba por turnos. Y por
subzonas, cada relevo se realizaba a las 6:00 de la tarde y otros lo rea-
lizaba cada 8:00 de la mañana a cada 24 horas, durante los relevos
tanto de salida como de entrada se hacían marchas con sendas aren-
gas por las principales calles de la ciudad, esto fue un acto de mucho
significado de unidad. Cada turno se autofinanciaba con sus propios
productos para prepararse sus alimentos. Así mismo, algunas veces,
las organizaciones de comerciantes, asociaciones, sindicatos y barrios
del medio urbano apoyaron con desayunos.
Las movilizaciones masivas, antes y después de dar muerte al alcalde, no de-
jan de recordarnos el célebre Fuenteovejuna de Lope de Vega. Según Vidal
(2005), el 10 de mayo, cuando la represión a la población alzada era más
fuerte, en otra concentración masiva decidieron “declarar al gobierno central
enemigo del pueblo Aymara” y que si no accede a los pedidos, “entonces que
nos metan presos a todos”.

* * *

Hasta aquí los datos básicos de los tres países. En las cuatro siguientes sec-
ciones nos fijaremos en otros tantos temas transversales que muestran cómo
los tres procesos, en sus expresiones más recientes, siguen teniendo también
bastante en común, en medio de sus diferencias.

Contrapuntos desde el Estado

En una especie de proceso complementario, sobre todo a partir de los años


90, las constituciones políticas de los tres Estados, al igual que las de otros
países latinoamericanos, habían dado ya un pequeño viraje, siquiera simbó-
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 153

lico, y empezaron a reconocer el carácter multiétnico y pluricultural de sus


respectivos países, incorporando algunos elementos favorables a sus pueblos
indígenas.
Era, en parte, una reacción a la presión de estos movimientos, pero res-
pondía también al nuevo panorama internacional surgido tras el fin de la
Guerra Fría y la emergencia de numerosos movimientos étnico-independis-
tas en el antiguo bloque de países socialistas. Ese giro se facilitó además por
otros hechos que iban más allá de los países andinos, como la aprobación
del Convenio 169 de la OIT en 1989; las conmemoraciones de 1992 por
los 500 años del descubrimiento (encubrimiento, resistencia, etc.) de este
continente; e incluso por otros movimientos mundiales, como el feminista y
el de los verdes. En los últimos años se empiezan a sentir también los efectos
de la reciente Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los
pueblos indígenas, aprobada a fines de 2007.
Podría sorprender que sea precisamente la nueva Constitución del
Perú (1993), el país entonces con menor movilización indígena, la pri-
mera en reconocer en los tres Estados andinos su carácter pluricultural y
que ello ocurra cuando su presidente Fujimori fomentaba el enfoque más
campesinista y facilitaba al máximo la penetración de las grandes empresas
capitalistas multinacionales. Más explícitos y amplios fueron, ciertamen-
te, los reconocimientos a lo indígena en los cambios constitucionales de
Bolivia de 1994, también bajo la batuta de otro gobierno neoliberal, pero
que debía quedar modulado por los crecientes movimientos populares y
que, además, había invitado a la Vicepresidencia a Víctor Hugo Cárdenas,
un aymara proveniente del pionero movimiento katarista. Pero los cam-
bios más profundos fueron por entonces los conseguidos en la Asamblea
Constituyente del Ecuador en 1998, con una gran mayoría de miembros
también neoliberales más una militante y compacta minoría del partido
Pachakutik formado poco antes con hegemonía indígena, pero abierto a
todos los sectores sociales.
El que ello ocurra en los tres países y en contextos de cambio neolibe-
ral con distinto grado de avance de sus respectivos movimientos indígenas
muestra que en los tres casos los sectores hegemónicos locales e internacio-
nales aceptaban ya, y hasta quizás recomendaban, la incorporación de la te-
mática étnica –siquiera en su versión pluricultural más manejable– sea por
consideraciones éticas, cívicas o estratégicas.
Con relación a las últimas, más les convenía mostrar apertura cultural,
debidamente controlada desde el poder, que afrontar una polarización des-
nuda de tipo clasista por sus políticas económicas de apertura neoliberal
frente a las fuerzas económicas hegemónicas en el mundo. Nótese que algo
154 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

semejante ocurrió también, por la misma época, en prácticamente todas las


constituciones de América Latina (Barié, 2003).
Podríamos caracterizar estas nuevas estrategias estatales como las del
indio permitido, sin pasar tampoco por alto que mucho de lo que en un de-
terminado momento ya se “permite”, fue previamente objeto de importantes
presiones y movilizaciones del indio alzado.
En esta apertura desde el Estado se inscribe también otro desarrollo que,
a partir de los años 90, ha generado y sigue generando efectos relevantes en
los pueblos y movimientos indígenas de los tres países, en ámbitos más loca-
les. Se trata de la elección directa de autoridades locales, mayor participación,
descentralización y mayores recursos dados a los municipios, facilitadas por
medio de diversas leyes de descentralización, participación y otros cambios
semejantes.
Su implementación ha multiplicado el acceso de gente de base y de or-
ganizaciones populares a los gobiernos municipales o equivalentes, donde
pudieron ganar experiencia sobre las complejidades de ser gobierno, a veces
en medio de conflictos tormentosos y siempre con niveles significativos de
participación. Ahí aprendieron que “no es lo mismo con guitarra”, como de-
cimos Bolivia. En concreto, no es lo mismo protestar y reclamar al gobierno
desde las organizaciones de base y, en general, desde la oposición, que dar
respuestas viables y satisfactorias desde la posición de autoridad pública si-
quiera a este nivel local. De ahí han ido surgiendo después autoridades esta-
tales de orígenes más populares, también a niveles superiores.
En las fases más recientes de estos tres procesos entrelazados se ha ido
perfilando un nuevo horizonte, en el que aparece como una alternativa real
que estos movimientos indígenas lleven a transformar el tipo de Estado, más
allá de la gestión local o de meras concesiones sectoriales puntuales, y que
sus sujetos lleguen a tener un rol protagónico en la estructura estatal, incluso
a niveles regional y nacional. El indio permitido volvía a transformarse en el
indio alzado pero con demandas mucho más audaces que las de aquellos pri-
meros alzados que se resistían a la expoliación de sus territorios a principios
de la República.
Llegar a tener algunos congresistas, funcionarios públicos de nivel supe-
rior y hasta algún ministro, al menos en áreas de mayor incidencia para los
pueblos indígenas, ha estado en la agenda posible para el indio permitido y
de hecho ha ido ocurriendo desde algún tiempo atrás.
Pero en la última década, tanto en Ecuador como en Bolivia, los pueblos
indígenas han llegado a ser incluso actores públicos protagónicos, con diver-
sos éxitos, fracasos, luchas encarnizadas de intereses, aprendizajes y desafíos
inéditos cuyos desenlaces a mediano y largo plazo aún están por verse.
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 155

La más audaz de esas propuestas es la de redefinir y reorganizar esos dos


países como un Estado unitario plurinacional e intercultural, propuesta que en
ambos ya se ha adoptado en sus respectivas nuevas constituciones, promul-
gadas en octubre de 2008 en Ecuador, y en enero de 2009 en Bolivia.
Incluso en Perú, con su peculiar historia reciente y con una correlación
de fuerzas mucho menos favorable, se observa el creciente resurgir de iden-
tidades étnicas hasta hace poco autocensuradas y presenciamos el susto que
en las elecciones de 2006 provocó el militar con raíces indígenas Ollanta Hu-
mala, al quedar delante de todos los demás en la primera vuelta, ganando en
casi todos los distritos de la Sierra y Amazonía8.

Juego de autoidentificaciones

La identidad más sentida es la de pertenencia a un determinado pueblo, en


medio de las vicisitudes históricas ya mencionadas. La más genérica como
indígena, indio u originario ha sido más bien una identidad dada por los
otros, con frecuentes cargas discriminatorias que causan el autorechazo en
muchos o se transforman en bandera de lucha en los más militantes.

Desde la vertiente campesina


La identificación como campesinos tiene toda validez en cuanto categoría so-
cioeconómica en relación con quienes tienen esa forma de vida.
No debemos olvidar con todo que la gente de origen indígena estableci-
da en centros urbanos, que cubre una amplia gama de ocupaciones, es mayo-
ría. El caso más notable es el de la ciudad de El Alto de La Paz, donde el 74%
se autoidentificó como aymara en el censo 2001, aparte de otro 50% que lo
hizo en la vecina ciudad de La Paz, ambas en el corazón del mundo ayma-
ra. Es este un tema que bien merece análisis y atención particular, pensando
sobre todo en la manera en que allí debería implementarse el carácter pluri-
cultural, quizás plurinacional y ciertamente intercultural del respectivo país.
Pero aquí no me referiré específicamente a ello, salvo para dejar constancia
de que muchos líderes del movimiento indígena tienen ya un pie, si no los
dos, en las ciudades.
La pregunta es cómo en el área rural se van armonizando estas dos iden-
tidades, como indígenas miembros de tal o cual pueblo y como campesinos.
Cuando en las primeras décadas del siglo XX, Mariátegui y otros políticos
de izquierda de los tres países se fijaban en el “indio”, lo hacían sobre todo
156 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

por considerarlo el más pobre y explotado y de ahí se solidarizaban con su


causa. Su condición social y económica, como clase, pasaba por encima de
sus identidades culturales, aunque éstas seguían muy presentes en el nombre
étnico de “indio”. Correspondió sobre todo al peruano José María Arguedas
y a otros escritores y promotores culturales recuperar además las identidades
específicas de estos pueblos y expresar su riqueza cultural.
Pero lo que en las siguientes décadas acabó imponiéndose en términos
políticos fue más bien la mimetización de lo indígena en la categoría so-
cioeconómica de campesino, aceptada incluso por los interesados como una
forma de superar las cargas de desprecio y discriminación que traían las de-
nominaciones anteriores. En el habla popular, sin embargo, no fue raro, sobre
todo en Bolivia y Perú, usar indígena y campesino como sinónimos, con casi
las mismas connotaciones negativas. En la Costa de Perú y en Ecuador algo
parecido ha pasado con el nombre sucedáneo serrano y, en las tierras bajas de
Bolivia, con el genérico colla.

Desde la vertiente indígena


Recién desde fines de los años 60 se inició la recuperación de lo indígena
como una identificación positiva, liberada de sus anteriores cargas negativas.
Este ha sido un proceso con diversos ritmos y resultados según lugares, mo-
mentos y contextos.
La pugna inicial se daba entre quienes preferían verse campesinos para
enfatizar una perspectiva de clase y quienes preferían verse como pueblos
indígenas para enfatizar sus raíces históricas. Tanto los kataristas de Bolivia
como después la Conaie ecuatoriana acabaron adoptando ambas perspec-
tivas como los “dos ojos” con que debían ver la realidad: como campesinos
explotados, junto con todos los demás sectores sociales explotados, y como
pueblos o naciones oprimidas, todos ellos juntos.
Entre los pueblos minoritarios de las tierras bajas, la identificación étnica
no tuvo nunca el mismo rechazo que entre las poblaciones andinas. Pero en
éstas últimas llamarse “campesino” podía ser simplemente un mecanismo de
defensa, más que un verdadero cambio de identidad, aunque a la larga puede
desembocar en ello. Es normal que cualquiera prefiera usar y ser reconocido
por la denominación que no le provoque rechazo social. Tampoco hay recha-
zo a autoidentificarse, por ejemplo, como “campesino aymara”.
Por razones semejantes, en Perú ha habido también más facilidad para
aceptar siquiera el término intermedio cholo; y, en Bolivia, cuando después de
largas discusiones se volvió a aceptar una autoidentificación étnica, muchos
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 157

andinos consideraron preferible llamarse a sí mismos originarios, nombre que


incluso les coloca en ventaja sobre los otros, que a fin de cuentas habían llega-
do más tarde. Hoy este término y el de indígena son los genéricos de mayor
aceptación, incluso a nivel continental.
En todos los casos, la autoidentificación más positiva ha sido siempre el
nombre propio de cada pueblo: Quechua (o incluso denominaciones más
locales como otavalos, saraguros, kanas, kanchis, charkas...), Asháninka, Tsá-
chila, etc., pero usando para ello el nombre que ellos dicen de sí mismos; no
el que otros les dan: se acepta shuar, por ejemplo, pero no jívaro.

La estrategia de identidades y alianzas múltiples


Por eso se buscan también nuevos términos pensados y aceptados por ellos
mismos para enfatizar esa autoidentificación positiva. Los que por lo general
más les satisfacen son nacionalidad e incluso nación. Implica una recupera-
ción propia de esos términos frente al monopolio largamente intentado por
el Estado sobre ellos, como si nación coincidiera con Estado o fuera la an-
tesala inmediata para serlo. En cambio, estos pueblos indígenas, al decirse
naciones o nacionalidades, no tienen ninguna pretensión de transformarse en
Estados, a diferencia de lo que sí ocurre en muchas naciones europeas que
aún no lo son. En el caso de Ecuador, la adopción inicial del término naciona-
lidades tuvo que ver con el uso que el marxismo ha dado a ese término, como
la culminación de un proceso previo al de ser nación, término que se asocia al
Estado capitalista. Pero pocos son actualmente los indígenas que usan ambos
términos con esas connotaciones conceptuales. Tanto allí como en otros paí-
ses los indígenas gustan utilizarlos porque no les perciben las cargas negativas
de otros como etnia, tribu, etc.
La nueva Constitución boliviana aceptó como documento base de dis-
cusión la propuesta conjunta de las diez organizaciones reunidas en el Pacto
de Unidad, unas surgidas de la tradición más campesina (como la CSUTCB
y la Confederación Nacional de Colonizadores) y otras de la tradición más
indígena (como la Cidob en las tierras bajas y Conamaq en la región andina).
Por eso, al final, el texto aprobado y promulgado en 2009 adoptó la salomóni-
ca solución de reiterar una y otra vez la larga fórmula “las naciones y pueblos
indígena originario campesinos”, para dejar contentos a todos.
La identidad étnica (llámese como sea) y la condición campesina son
en realidad dos dimensiones o perspectivas en juego permanente, ambas
movilizadoras y que en muchas regiones andinas coexisten en las mismas
personas y organizaciones, por lo que en bastantes contextos pueden refor-
158 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

zarse mutuamente sin que ninguna sea plenamente reducible a la otra. Por
supuesto, hay situaciones en las que alguien es indígena pero no campesino,
por ejemplo en una ciudad; o sólo campesino, por ejemplo, en muchas áreas
de la Costa, o quizás campesino negro. En términos de movilización, todos
ellos pueden hacer alianzas ante una causa común, como ocurrió a nivel lati-
noamericano en vísperas de 1992, cuando se juntaron movimientos de pue-
blos indígenas, negros, campesinos, obreros y otros sectores populares para
celebrar sus “500 años de resistencia”.
Por otra parte, en sociedades (neo) coloniales racistas o discriminadoras
toda autoidentificación étnica tiene siempre una dosis de subjetividad ma-
yor que otras categorías sin esa connotación. Y la adopción de uno u otro
término tiene que verse muchas veces como una estrategia de sobrevivencia
o de lucha, coyuntural o relativamente estable, y no necesariamente como
verdaderos cambios de identidad. Pero optar por un término u otro refleja,
a su vez, la estructura más intolerante o más abierta de la sociedad en un de-
terminado momento histórico. Lo novedoso es que en los últimos tiempos
prevalece más bien la estrategia de autoidentificación étnica.
Un ejemplo notable es el de Conacami en Perú, muchos de cuyos miem-
bros ahora reclaman contra las empresas mineras como pueblos indígenas, lo
que les facilita apelar también a las provisiones favorables del Convenio 169
de la OIT. Otro es la recuperación de identidades étnicas en muchos grupos
amazónicos, para poder así defender mejor e incluso rescatar sus territorios;
en Bolivia, a partir del reconocimiento legal de la figura de territorio indíge-
na ( “tierra comunitaria de origen”, TCO). En Ecuador, la recuperación de
identidades va de la mano de una nueva política del Banco Mundial que, tras
largas tratativas con el Estado y con las organizaciones indígenas, hizo ase-
quibles abundantes recursos especiales para pueblos indígenas9. Con ello se
aceleró a su vez la recuperación o creación de nuevos nombres, incluso para
los diversos pueblos que conforman la nación Quichua.
Este juego incluye, por tanto, usar muchas cartas e identidades a la vez
y se saca una u otra o varias cartas según lo que convenga en cada momen-
to. Más aún, estas cartas pueden provenir de distintos tipos de naipes. En
Ecuador, por ejemplo, la Federación de Evangélicos Indígenas del Ecuador
(Feine), que al principio se concentraba en su especificidad religiosa, en la
última década sacó su carta política indigenista, en alianza o en contrapo-
sición con la Conaie o Pachakutik, según el momento. Los shuar y demás
pueblos de la frontera entre Ecuador y Perú han tenido que dar prioridad a
su lealtad y hasta a su uniforme de soldado ecuatoriano o peruano cuando el
conflicto ha arreciado, pese a sus protestas iniciales por una guerra ajena que
les perjudicaba. Asimismo, en la última fase de la reciente Asamblea Cons-
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 159

tituyente de Bolivia, ésta casi se va al traste cuando indígenas originarios de


los departamentos de Chuquisaca y La Paz discutían los alcances del artículo
sobre la capitalidad de Sucre. ¡Qué no pasará ahora con esa creciente oleada
migratoria transcontinental y las mayores facilidades de ir de un lado a otro!
No sólo hay procesos de mestizaje y culturas híbridas, sino también identi-
dades múltiples.
Esto ocurre también en la forma en que cada uno o cada organización ve
a los demás y puede ser a la vez un recurso muy utilizado para calificar o des-
calificar al otro. En Bolivia, por ejemplo, al principio Conamaq buscó conso-
lidarse diciendo que sus miembros son los originarios genuinos, a diferencia
de esos “campesinos” de la CSUTCB; pero, en otro contexto, la CSUTCB e
incluso otros indianistas descalificaban a Conamaq por las alianzas que hizo
con los gobiernos militares. En Ecuador, algo semejante ha ocurrido también
entre la Conaie y Fenocín, que primero era sólo Fenoc, con la c de campe-
sinas, y de clasista en un nuevo contexto ideológico; después, ante la irrup-
ción de la Conaie, añadió la i de indígena para no quedar marginada, y más
recientemente la n de negros, para abarcar también estas dimensiones, en
una especie de pulseta para ver cual cubre mejor toda la gama, aunque con
visiones diferenciadas.
En 1997 se realizó en Perú un magno evento llamado Conferencia Per-
manente de Pueblos Indígenas del Perú, que cristalizó en la organización
y sigla Coppip, en un intento de reencuentro y remozamiento de diversas
organizaciones campesinas e indígenas que habían quedado desarticuladas,
primero por la guerra interna en la época de Sendero y después por el autori-
tarismo de Fujimori. Sin embargo, a los pocos años, la primera dama Eliane
Karp, esposa de Alejandro Toledo, se apropió de esta instancia y le imprimió
un enfoque a la vez indianista y oficialista, por lo que los que no estaban de
acuerdo con ello se reagruparon en otra Coppip, cuya C ya significaba “Coor-
dinadora”, instancia que tampoco ha llegado a cuajar.
Hay que estar siempre alerta a esos cambios de luces y de identidades.
Lucero (2006) caracteriza como “constructivismo estratégico” la manera en
que cada uno o cada grupo maneja el concepto del “indio real y auténtico”.
Percibe incluso semejanzas estructurales entre el Conamaq boliviano y la
Feine ecuatoriana, por la manera parecida en que hacen esos juegos, a pesar
de que en términos más formales se contrapongan, pues el primero es radi-
calmente “indio” y como tal rechaza lo ajeno, y el segundo sigue casando su
nuevo estilo étnico con la identidad evangélica que adoptó de afuera.
A la luz de estas y otras muchas historias, tal vez cabría lanzar la hipó-
tesis de que cuanto más radicalmente un grupo insiste en que es el único
auténtico, más puede sospecharse que se trata de una construcción en parte
160 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

imaginada, por la mayor carga subjetiva e ideológica que le añade. En esa


misma onda, Ramón Pajuelo (2007) tituló su trabajo comparativo de los
mismos movimientos en nuestros tres países: “reinventando comunidades
imaginadas”. Aplican así a nuestra realidad andina contemporánea los textos
de Hobsbaum y Ranger (1983) y de Benedict Anderson (1983).
Inventar e imaginar no quiere decir necesariamente engañar ni engañar-
se. Puede ser también construir o reconstruir identidades grupales, como
cuando los patriotas del reino y audiencia de Quito prefirieron adoptar el
nombre novedoso que le encontró un geógrafo francés –Ecuador– y las his-
tóricas Charcas y Chuquisaca se transformaron, agradecidas a dos libertado-
res venezolanos, en Bolivia capital Sucre.
¿Por qué no cabrá ahora re-inventar e ir construyendo algo que nos hace
imaginar más fieles a nuestras propias raíces? Los pueblos indígenas del con-
tinente ya lo han hecho al aplicarle la palabra kuna Abya Yala, que significa
“La tierra virgen ya madura para ser fecunda”. Pero imaginar no debe apartar-
nos de seguir con los pies en el suelo. La realidad es siempre más compleja y,
por tanto, las identidades también.

La lucha por los recursos naturales


De manera creciente, el tema de los recursos naturales ha estado presente
en los movimientos indígenas. Más aún, en los últimos años, la pugna de in-
tereses en torno a los recursos más apetecidos ha sido el escenario en el que
algunos pueblos indígenas han percibido mejor tanto su identidad étnica
como pueblos en un determinado territorio como su posición de clase frente
a poderosos que les arrebatan algo muy suyo. Con ello han profundizado y
ampliado también su percepción y lucha política.
No es algo nuevo. Desde siempre, el principal factor movilizador para
las luchas y rebeliones, tanto indígenas como campesinas, ha sido la de-
fensa de su tierra; y, en lo profundo, la defensa de la Madre Tierra, madre
fecunda y fuente de vida. Cuando por la injusta tenencia y distribución
de la tierra se carece de ella o se tiene de manera insuficiente, la toma de
tierras o, a veces, incluso el asalto y destrucción de haciendas ha sido tam-
bién una de las principales formas de movilización, en cualquier tiempo y
lugar. Por lo mismo, las reformas agrarias, favorables o desfavorables, han
sido siempre hitos fundamentales en la historia de estos pueblos, sobre
todo en las regiones agrícolas pastoriles más densamente pobladas y por
tanto con mayor avidez para conservar o ganar un pedazo de tierra. Una
vez conseguida la tierra, consolidar legalmente su tenencia sigue siendo
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 161

un objetivo al que individuos y comunidades están más dispuestos a dedi-


car tiempo y dinero.
En las últimas décadas, las luchas se han ampliado también en torno a
otros recursos naturales. Este fue y es uno de los principales móviles para las
nuevas formas de organización de los pueblos de las tierras bajas en los tres
países. Muchos de aquellos pueblos empezaron a sentirse amenazados y sin-
tieron la necesidad de asociarse frente a nuevos enemigos comunes cuando
con los caminos de penetración empezaron a afincarse en sus dominios otros
explotadores de recursos como las empresas ganaderas o madereras, grandes
o chicas. Y años después, la amenaza se hizo mayor con la llegada de las em-
presas petroleras a los tres países.
En Perú, Aidesep resultó entonces la voz fundamental. Su protesta alcan-
zó su punto álgido entre 2008 y 2009 durante el gobierno de Alan García,
por la adopción de medidas lesivas para los pueblos amazónicos. Tras infruc-
tuosas negociaciones, las protestas culminaron en un bloqueo en Bagua y en
una confrontación que dejó 35 muertos, mayormente policías. En Ecuador,
la Confeniae y la Conaie llegaron a verse, “ante el descalabro del Estado de-
sarrollista en los años del boom petrolero”, como “la única instancia capaz de
aglutinar y enfrentar a sectores amplios de la población contra la implacabili-
dad de un ajuste económico de alto costo social” (Bretón 2005: 42).
Las tensiones ante el boom petrolero han provocado también divisiones
en las organizaciones. La más delicada ocurrió en Ecuador en 2005, primero
en la Confeniae, luego en la Conaie e incluso, a nivel internacional, en la Coi-
ca. En todos esos niveles unos apostaban a hacerse empresas asociadas a las
petroleras, con el apoyo del gobierno, presidido entonces por Lucio Gutié-
rrez, y de algunas instancias internacionales; otros en cambio insistían en re-
sistir esa creciente penetración. Ha tardado varios años reconstruir la unidad
entre estas dos corrientes; en el caso de la Coica, recién en su VIII Congreso
en Iquitos, Perú, a fines de noviembre 2009.
En todas partes, el agua ha sido otro recurso amenazado por la irrupción
de industrias más interesadas en sus ganancias. Las grandes represas que be-
nefician más bien a otros sectores destruyendo el hábitat de territorios in-
dígenas son con frecuencia causa de conflicto en todas las latitudes. En el
caso de Bolivia, brotó la llamada Guerra del Agua, en 2000, aglutinando a
la población urbana, a la asociación de regantes, la federación campesina y a
otros varios sectores, contra una multinacional de servicios combinados de
agua potable y electricidad, que acabó expulsada. Fue el principio del fin de
quince años de gobiernos neoliberales. Las minas son también grandes con-
taminadoras del agua. Ubicadas con frecuencia en las cabeceras de ríos pue-
den afectar y hasta bloquear totalmente las actividades agropecuarias aguas
162 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

abajo, por no mencionar la salud de la población. Un proyecto de ley sobre


usos industriales del agua en la selva ecuatoriana fue también el detonante de
los conflictos entre pueblos indígenas y el presidente Correa en 2009.
Las grandes empresas mineras han reaparecido en el escenario sobre
todo a partir de los años 90. Con sus nuevas tecnologías y su abundante ca-
pital utilizan métodos mucho más agresivos y expandidos que antes en te-
rritorios y comunidades tanto indígenas como campesinas, sobre todo en la
región andina, tan rica en minerales. La vinculación de los pueblos andinos
con la minería tiene raíces precoloniales, pero pasó a un primer plano desde
la Colonia temprana, cuando, para asegurar sus tierras, los indios de tasa de-
bían ir periódicamente como mitayos a las minas de Potosí y Huancavelica.
En el siglo XX, uno de los primeros y mayores levantamientos y tomas
de tierras de los campesinos quechuas empezó en 1959, también contra una
gran empresa minera –la Cerro de Pasco, en el Perú central–, en las comuni-
dades que sufrían la contaminación de sus operaciones. En las últimas dé-
cadas, aunque hay también operaciones y conflictos en los otros dos países,
como la mina Intag en Cotacachi, Ecuador, y las empresas Inti Raymi y San
Cristóbal en Bolivia, la mayor confrontación entre empresas mineras y los
movimientos campesino indígenas ha sido de nuevo en Perú, desde que en
los años 90 Fujimori abrió las puertas de par en par a la inversión y explota-
ción minera internacional. De ahí surgió Conacami, convertida en la punta
de lanza y motor de la recuperación de la identidad étnica en la región andina
de este país, que hasta entonces se mantenía dormida.
En torno a esta defensa más amplia y genérica de sus recursos y forma
de vida se ha ido delineando mejor el concepto más amplio de territorios,
como espacios geográficos socialmente apropiados para vivir en ellos aprove-
chando sus diversos recursos en armonía con la naturaleza. En los tres países
fueron entonces los pueblos amazónicos los primeros que, con este énfasis,
contribuyeron a que también en la región andina –en cuyas reformas agra-
rias habían luchado más por la tierra “para quien la trabaja” con cultivos y
pastoreos– se recobrara mayor conciencia de esta perspectiva territorial más
amplia. En el fondo, no se trataba de una novedad. Sólo se les refrescó la con-
ciencia de que eran desde antiguo territorios, al estar organizados en comu-
nidades, mantener un gobierno propio y haber luchado desde siempre para
delimitarlos y legalizarlos fuera cual fuere el régimen interno de tenencia.
Con este énfasis en el territorio y sus recursos, les resulta más fácil ver su
lucha con los dos ojos: como pueblos que interiorizan y defienden su territorio
y formas de vida tradicionales; y como pobres explotados que reclaman para
que no les quiten ni destruyan los recursos que son su sostén. Como resalta
también Theodore Macdonald (2006: 134-6) para un contexto más amplio, los
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 163

recursos naturales son ejemplos claros de este doble papel del diálogo (…).
A veces los pueblos indígenas ingresan a peleas con empresas internacionales
a las que no podrían ganar, pero esas disputas les ofrecen oportunidades pro-
picias para sus reclamos, por ejemplo, de ciudadanía.

Más allá de cada país, hacia una glocalización alternativa

Los movimientos indígenas ya no se encierran en cada país, sino que in-


crementan sus relaciones e incluso instancias coordinadoras más allá de las
fronteras.

Naciones interestatales
Una primera situación es la de pueblos indígenas que viven entre fronteras.
Un ejemplo preclaro son los pueblos Aymara y Quechua, hoy desgarrados
por las fronteras entre Bolivia, Perú y Chile –más Ecuador, Colombia y Ar-
gentina, en el caso quechua–, que no existían cuando juntos se levantaron
contra los españoles en 1780. Aparte de los vínculos e intercambios locales
tradicionales, desde la emergencia del katarismo en Bolivia, esta propuesta
tuvo repercusiones también en Perú y el norte de Chile, incluidas varias re-
uniones, todavía con poca repercusión en las bases, en el punto de la frontera
en el que confluyen los tres países.
Algo comparable ha pasado en el Chaco a partir de la Asamblea del Pueblo
Guaraní, pueblo que quedó también troceado por varias fronteras, sobre todo
después de la guerra entre Bolivia y Paraguay ocurrida entre 1932 y 1935. En
tiempos más recientes, los pueblos de las familias shuar, awajun (aguaruna) y
otras han vivido una situación similar y se han reencontrado para propuestas
comunes, junto con sus respectivas organizaciones amazónicas, a partir del cese
de hostilidades entre Perú y Ecuador, que tanto afectaba su tránsito a un lado y
otro de la frontera y que incluso les obligó a pelear entre ellos.

Organizaciones, encuentros y alianzas transnacionales


De manera más formal, el primer intento por tener una organización inter-
nacional fue la creación del Consejo Indio de Sudamérica (Cisa), puesto en
marcha en el majestuoso escenario de Ollantaytambo, Cusco, en 1980, con
participantes de todo el subcontinente. Pronto logró ser reconocido por Na-
ciones Unidas, donde tuvo un rol positivo al plantear la Declaración sobre los
164 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Derechos de los Pueblos Indígenas, que finalmente se aprobó en 2007. Pero


fracasó como proyecto aglutinador por haber surgido de forma demasiado
cupular y por quedar pronto desintegrado por conflictos internos de poder
y manejo de recursos, aunque el nombre de Cisa se sigue usando por un pe-
queño reducto mayormente aymara en torno a Puno.
Más exitosa ha sido la Coordinadora Indígena de la Cuenca Amazónica
(Coica), creada en 1984 por decisión de las coordinadoras de pueblos in-
dígenas de tierras bajas de los diversos países y que se expandió después a
los de Venezuela y de las tres Guayanas. Ha desempeñado un buen rol para
afrontar problemas conjuntos y funciona con directivas rotativas. Sin embar-
go, desde su VII Congreso en 2005 sufrió la división que ya se mencionó,
relacionada con dos opciones frente a las empresas petroleras. Esta crisis se
solucionó finalmente, de modo que en el VIII Congreso, en Iquitos, Perú
(realizado entre el 20 y el 2 de noviembre de 2009), asistieron nuevamente
los nueve países miembros.
Más recientemente, en la región más andina, en julio de 2006 en Cusco,
se creó la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (Caoi), por
iniciativa y bajo la dirección del fundador y primer director de Conacami,
Miguel Palacín. Concentrada inicialmente en esta organización del Perú, en
Ecuarunari del Ecuador y en Conamaq de Bolivia, incorporó posteriormente
a otras de Colombia, Chile y de la Argentina mapuche y ha logrado ser inte-
grada al Consejo Consultivo de Pueblos Indígenas de la Comunidad Andina
de Naciones (CAN).
Ha habido otras instancias más coyunturales como el movimiento in-
dígena, negro, campesino, popular que aglutinó a tantas organizaciones de
todo el continente en torno a los 500 años; o los intercambios cada vez
mayores de visitantes fraternos a los eventos de uno u otro país. En un
ámbito mucho más oficial, está además la Comisión Indígena Permanen-
te, que participa formalmente en la elaboración de una Declaración de la
Organización de Estados Americanos (que sigue aún en un lento proce-
so en busca de consenso) y otra Comisión semejante en Naciones Unidas
que acompañó la elaboración de su Declaración sobre la Derechos de los
Pueblos Indígenas, aprobada finalmente en 2007, y ahora trabaja para su
implementación.
El año 2009 fue prolijo en eventos internacionales, en buena parte alen-
tados por la nueva coyuntura de tener un presidente indígena en Bolivia. En
febrero de ese año, se realizó en La Paz, Bolivia, una reunión conjunta de la
Caoi y la Coica, junto con el Consejo Indígena de Centro América (Cica), el
Movimiento de los Sin Tierra (Brasil), la Vía Campesina (de alcance mun-
dial) y las Organizaciones del Pacto de Unidad de Bolivia, de la que salió su
HACIA EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA I 165

Declaración del “Diálogo de Alternativas y Alianzas de los Movimientos In-


dígenas, Campesinos y Sociales del Abya Yala” (26 de febrero de 2009). En la
IV Cumbre de los Pueblos Indígenas, realizada en Puno, Perú, el 27 de mayo
del mismo año, una carta enviada por el presidente Evo al evento llamando a
“acabar con el sistema neoliberal”, fue interpretada a la ligera por el gobierno
peruano como un “complot internacional” que habría causado los sucesos ya
mencionados de Bagua el mes siguiente. A fines de agosto, la Caoi, la Coica
y el Cica se reunieron otra vez en La Paz, donde sacaron varias resoluciones
conjuntas, una de ellas condenando los sucesos de Bagua, solidarizándose
con el dirigente de Aidesep Alberto Pizango, perseguido desde entonces por
el gobierno peruano y exiliado en Nicaragua.

La glocalización desde las bases


Estamos pues bastante lejos de aquella imagen de unos pueblos indígenas
aislados y pasivos en sus regiones de refugio o de aquellos pobres campesinos
caracterizados por Marx como amorfos “costales de papas”.
Todas estas actividades e instancias desde lo más local en las remotas co-
munidades indígenas hasta esta participación activa en declaraciones de las
Naciones Unidas nos llevan a una reflexión sobre la realidad de este proceso
potencialmente tan fecundo que Robertson (1995) empezó a llamar la “glo-
calización”.
Esta interacción complementaria entre lo global y lo local adquiere un
contenido práctico fundamental cuando se la aplica a la pugna por el manejo
y control de recursos naturales, con implicaciones e intereses en conflicto
desde la pequeña comunidad hasta la economía más globalizada.
Recientemente, Bebbington y su equipo han analizado este fenómeno
para el caso de la relación entre las comunidades y organizaciones indígenas
y campesinas y las grandes empresas mineras, tanto en Perú como en otros
países andinos y concluyen:
En la glocalización andina contemporánea, no son solamente los ac-
tores y circuitos económicos los que tienen existencia global, sino
también muchos de los actores sociales que los resisten, además de
muchos de los discursos que se movilizan para nutrir esta resistencia
y darle coherencia ideológica (...). La economía, la sociedad civil, los
discursos y las instituciones políticas de las zonas de influencia mi-
nera son todos glocalizados y con ellos, aunque en diversos grados,
cada una de las localidades donde se asientan los recursos mineros
(Bebbington, 2007: 34).
166 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Con este recorrido, podemos ampliar esta conclusión a otras muchas


situaciones y recursos más allá del caso minero.
Concentrándonos más en la evolución y proyecciones del movimiento
y organizaciones indígenas, debemos enfatizar también en la importancia
que tiene una globalización al revés, que emerja de abajo, de la vinculación
creciente de experiencias muy locales en su confrontación, y a la larga sus
negociaciones, con la otra globalización surgida desde arriba, a partir de los
intereses de las economías mundiales más poderosas.
Visto desde la perspectiva de los movimientos indígenas y demás mo-
vimientos sociales, todo ello aparece como parte de este movimiento más
amplio a nivel continental y mundial, que se expresa periódicamente en los
Foros Sociales por “otro mundo posible”.

Notas
1 Este tema se toca de manera más amplia ginarios” y a otros como “campesinos”; ni
en Movimientos y poder indígena en Bolivia, tampoco a unos como “naciones” y a otros
Ecuador y Perú (La Paz, Cipca, 2008). Aquí como “pueblos”. Es un modelo semántico
se le añaden algunos complementos de las distinto de las grandes abstracciones jurí-
evoluciones posteriores hasta fines de 2010. dicas, pero más comprensible en muchos
2 En ese contexto se creó el Instituto Indige- sectores populares.
nista, de enfoque asimilacionista, ahí y en 6 En otro municipio también se hizo ese re-
todo el continente. ferendo pero ganó el “no” y todo sigue allí
3 Como consecuencia de variantes fonológi- como antes.
cas, en Perú y Bolivia se usa más quechua y 7 El Tribunal Constitucional Interino, por
en Ecuador, quichua. ejemplo, sólo conoce de los numerosos ca-
4 Aquí resaltaré sólo los rasgos que me pare- sos pendientes que deben resolverse según
cen más significativos desde la perspectiva la CPE vigente hasta 2008.
de las mismas organizaciones indígenas, 8 En las recientes elecciones, junio de 2011,
para su comparación con las de los otros el candidato mencionado ganó la Presiden-
dos países andinos. cia de la República en segunda vuelta elec-
5 Se trata de un concepto único cuyo eje toral (nota del editor)
conductor es la “existencia precolonial”. Se 9 También para los pueblos negros. Pero éste
emplean los diversos términos por ser los es otro asunto, con su propia dinámica, en
más usados en uno u otro grupo por razo- que aquí ya no hemos podido entrar.
nes históricas. Pero no se trata de clasificar
a unos como “indígenas” a otros como “ori-

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168 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Los autores

Araceli Burguete Cal y Mayor nació en México. Es Licenciada en Sociolo-


gía con maestría en Desarrollo Rural Regional y diplomado en Derechos Hu-
manos. Actualmente es candidata al título de Doctora en Ciencias Políticas y
Sociales, especialidad en Sociología, de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Ha sido profesora-inves-
tigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Unam, en la Escue-
la Nacional en Antropología e Historia, en las universidades Iberoamericana y
Autónoma de Chiapas, en el Centro de Investigaciones en Integración Social y
en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo (Ceestem).
En la actualidad es profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Es-
tudios Superiores de Antropología Social, Unidad Sureste, Chiapas. Es autora
y editora de varios libros y artículos. Entre sus últimos trabajos destacan La au-
tonomía a debate: autogobierno indígena y Estado plurinacional en América Latina
(coedición con González, M. y Ortiz-T., P., 2010), Gobernar en la diversidad:
experiencias desde América Latina (coedición con Leyva, X. y Speed, S., 2008) y
La remunicipalización en Chiapas. Lo político y la política en tiempos de contrain-
surgencia (2007). Correo electrónico: [email protected]

William Villa Rivera es colombiano, antropólogo de la Universidad Nacio-


nal de Colombia e investigador independiente en temas relacionados con los
pueblos indígenas y las comunidades afrodescendientes, con especialidad
en la región del Pacífico colombiano en historia y poblamiento, relaciones
interétnicas, ordenamiento territorial, conflictos ambientales y economía
asociada a la extracción de recursos naturales. Desde hace 30 años asesora
organizaciones indígenas, campesinas y afrocolombianas en diversos temas y
en la formulación de planes de vida. Ha participado en varias publicaciones
y coordinado revistas especializadas en problemáticas de los pueblos indíge-
nas y las comunidades afrocolombianas y análisis de impactos del modelo de
desarrollo en la vida de los grupos étnicos y de la situación de sus derechos.
Entre sus trabajos se destacan Huellas y memorias. Un recorrido por la historia
de los pueblos indígenas de Colombia (CD con 12 programas radiales, 2010),
Los pueblos indígenas del Chocó y la expropiación de sus territorios (2009), Vio-
lencia política contra pueblos indígenas. 1974-2004 (con Houghton, J., 2004)
y El territorio de comunidades negras, la guerra en el Pacífico y los problemas del
desarrollo (2003). Correo electrónico: [email protected].
LOS AUTORES I 169

Pablo Ortiz-T. es ecuatoriano, profesor-investigador universitario, consul-


tor y asesor de organizaciones indígenas en temas territoriales y de gestión
local en la región andino-amazónica. Es candidato doctoral en Estudios Cul-
turales Latinoamericanos y Máster en Ciencias Políticas. Profesor de la Uni-
versidad Andina Simón Bolívar, docente invitado de la Escuela de Gestión
para el Desarrollo Local de la Universidad Politécnica Salesiana. Fue asesor
de la Asamblea Constituyente de Ecuador en 2008 y del Programa Regio-
nal “Proindígena” para América Latina de la Cooperación Técnica Alemana
(GTZ). Entre sus recientes trabajos y publicaciones están Espacio, territorio
e interculturalidad. Una aproximación a sus conflictos y resignificaciones desde la
Amazonía de Pastaza en la segunda mitad del siglo XX (disertación doctoral en
Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad Andina Simón Bolívar,
Quito, 2010), La autonomía a debate: autogobierno indígena y Estado plurina-
cional en América Latina (coedición con González, M. y Burguete Cal y Ma-
yor, A., 2010), Sumak Kawsay en la Constitución Ecuatoriana de 2008: apuntes
en torno a sus alcances y desafíos (2009).
Correo electrónico: [email protected] y [email protected]

Alberto Chirif es peruano, antropólogo de la Universidad Nacional Mayor


de San Marcos, con maestría en Ecología y Desarrollo en la Universidad Na-
cional de la Amazonía Peruana. Desde hace 40 años trabaja temas relacio-
nados con los derechos colectivos de los pueblos indígenas amazónicos. Se
desempeñó como asesor de Aidesep y del programa Formación de maestros
bilingües de la Amazonía peruana (Formabiap) que ejecutan Aidesep y el
Instituto Superior Pedagógico Loreto. También ha asesorado a otras organi-
zaciones indígenas de Perú como la federación Ashaninka, la Organización
de Desarrollo de Comunidades Fronterizas del Cenepa, la Federación de
Comunidades Nativas del Corrientes y la Federación Nativa del Pastaza. En
la actualidad se desempeña como consultor en asuntos territoriales y de de-
rechos de los pueblos indígenas para diversas instituciones en Perú y otros
países de América Latina. Es autor y editor de publicaciones colectivas como
Imágenes e imaginario en la Época del Caucho (coedición con Manuel Cornejo,
2009); Marcando territorio (coautoría con Pedro García, 2007) y El Indígena
y su territorio (con Pedro García y Richard Ch. Smith, 1991).
Correo electrónico: [email protected]

Pedro García es español nacionalizado en Perú. Es abogado de la Universi-


dad Complutense de Madrid y la Pontificia Universidad Católica del Perú.
En los últimos 40 años ha trabajado con organizaciones indígenas en la Ama-
zonía peruana y en Nicaragua, Guatemala, Colombia, Ecuador y Bolivia.
170 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

Fundador en Perú de las asociaciones Desarrollo Alto Marañón (DAM) en


1970 y Racimos de Ungurahui en 1994. Desde el año 2005 trabaja de ma-
nera independiente en Nicaragua, Perú y Colombia como colaborador en
procesos de iniciativa indígena para la consolidación territorial integral y la
gobernanza territorial. Ha sido autor, editor y compilador de escritos como
Marcando territorio (con Alberto Chirif, 2007), Tierra adentro (coedición con
Alexandre Surrallés, 2004) y El indígena y su territorio (con Alberto Chirif y
Richard Ch. Smith, 1991). Correo electrónico: [email protected]

Xavier Albó, jesuita, nacido en Cataluña, España. Emigró a Bolivia en 1952 y


se nacionalizó en este país, donde vive actualmente, en la comunidad aymara
de Qurpa en El Alto de La Paz. Es Doctor en Filosofía de la Universidad Ca-
tólica del Ecuador y en Antropología Lingüística de la Universidad de Cor-
nell, en Nueva York. En 1971 fundó el Centro de Investigación y Promoción
del Campesinado (Cipca), del que fue su primer director hasta 1976 y en
la actualidad miembro del Directorio e investigador en su oficina nacional
en La Paz. Ha sido autor, coautor o editor de más de 20 libros y varios cen-
tenares de artículos en temática sociocultural, sociolingüística y política del
campesinado y pueblos indígenas. Entre sus más recientes publicaciones es-
tán Autonomías indígenas en la realidad boliviana y su nueva Constitución (con
Carlos Romero, 2009), Movimientos y poder indígena en Bolivia, Perú y Ecua-
dor (2008), Gama étnica y lingüística de la población boliviana (con Ramiro
Molina B., 2006), y Por una Bolivia plurinacional e intercultural con autonomías
(con Franz X. Barrios, 2006). Correo electrónico: [email protected]
I 171
172 I MOVIMIENTOS INDÍGENAS EN AMÉRICA LATINA – RESISTENCIA Y NUEVOS MODELOS DE INTEGRACIÓN

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