Manual Derecho Internacional Público

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“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

MANUAL DE DERECHO
INTERNACIONAL PÚBLICO

Huánuco
2019

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

CAPITULO I
LA COMUNIDAD INTERNACIONAL

Según Pierre-Marie Dupuy, la dinámica de la comunidad internacional actual puede entenderse


a partir de algunas contradicciones: 1) es cerrada y al mismo tiempo abierta; y 2) está en
tensión, pero muestra cierta apertura a la negociación. Se ha calificado a la comunidad
internacional como cerrada debido a que los Estados comúnmente apelan al concepto de
soberanía para frenar la influencia de algunos organismos u otros Estados en determinados
ámbitos considerados como de exclusividad estatal; y como abierta en la medida en que se
encamina a una mayor institucionalización del sistema jurídico denominado derecho
internacional. Asimismo, existe una comunidad internacional excesivamente negociadora en
casi todos los temas, como cambio climático, comercio internacional, cooperación científica y
cultural, y transferencia y utilización de tecnología, entre otros. Sin embargo, dicha comunidad
se encuentra en tensión –es decir, en conflicto permanente– en aspectos como los económicos,
bélicos, políticos, etcétera. Por otra parte, esta comunidad ha generado un derecho
internacional marcado por dos grandes características: la regionalización y la especialización.
A este fenómeno se le ha denominado fragmentación del derecho internacional, y es abordado
con todo detalle en el informe sobre fragmentación del derecho internacional de la Comisión de
Derecho Internacional de las Naciones Unidas, presidida por Martti Koskenniemi.

El término regionalismo hace referencia al agrupamiento continental o geográfico de distintos


Estados de la comunidad internacional. Para comprender el regionalismo se debe partir de la
premisa de que en el derecho internacional no existe el monopolio de la creación de las normas,
lo que propicia una actividad legislativa internacional difusa. Existe tanta posibilidad de crear
normas jurídicas internacionales como Estados deseosos de firmar tratados internacionales. A
partir del surgimiento de las organizaciones internacionales de alcance general surgió la
inquietud de construir una sociedad internacional con el mismo derecho para la mayoría de los
Estados. Es así como el derecho internacional adquiere pretensiones de universalidad, lo cual
también fue un medio para imponer valores occidentales (y en especial los propios de los
vencedores de las guerras mundiales).

La minoría –de poderosos– imponía una forma de concebir el derecho internacional a la


mayoría –de débiles–. Así, la tradición europea del derecho internacional y el narcisismo
jurídico estadounidense han sido los promotores de buena parte de la concepción actual de las
relaciones internacionales y quienes han establecido las reglas de reacomodo geográfico e
institucional del mundo. En el derecho internacional el regionalismo aparece como un vocablo
contrario al de universalidad –pretendida por el derecho internacional clásico o tradicional–,
que incluye a todos los Estados del orbe en beneficio del mantenimiento de la paz y de la
cooperación entre los miembros de la comunidad internacional. No obstante, el regionalismo
no puede ser entendido como una justificación arbitraria de un determinado sujeto de derecho
para el incumplimiento arbitrario de una norma universal con mayor peso.

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
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Debe advertirse que, si bien existen las regiones, hay una gran
dificultad para ubicarlas con precisión, pues no existe un consenso sobre el número de Estados
que las conforman ni de otras características comunes que debieran reunir.

El derecho internacional regional permite sostener posiciones conjuntas entre Estados


latinoamericanos, asiáticos, europeos orientales u occidentales, y de alguna manera posibilita
la edificación de una sociedad internacional mejor integrada. En el siglo xxi la idea de la
regionalización permite que las construcciones culturales de determinados grupos de Estados
puedan ser bien recibidas por todos los integrantes de la comunidad, sin que exista la
imposición de los vencedores o de los poderosos. De este modo, una particular forma
latinoamericana de concebir el derecho internacional, y específicamente de construir el
contenido y la protección de los derechos humanos, puede ser respetada y tolerada frente a la
concepción europea o estadounidense.

El otro aspecto de la fragmentación del derecho internacional es la especialización. Por ésta


debe comprenderse el proceso de institucionalización técnica que el derecho internacional ha
alcanzado en determinadas materias, separándose en algunos casos del derecho internacional
general –así llamado por la propia Corte Internacional de Justicia (cij)–. Se expone así la idea
del nacimiento de instituciones jurídicas (normas, cortes, organismos, etc.) que atienden sólo
una materia específica del derecho internacional.

Actualmente es difícil encontrarnos con una situación de derecho interno, incluso de derecho
privado, que por alguna razón no pueda ser estudiada a partir de normas internacionales y,
todavía más, resuelta en tribunales de este tipo. En efecto, la especialización del derecho
internacional también ha contribuido a la creación de tribunales y cortes versados en
determinadas áreas, por ejemplo, el Tribunal Internacional del Mar, la Corte Penal
Internacional, las cortes regionales de derechos humanos o el Órgano de Solución de
Diferencias de la Organización Mundial de Comercio (omc), entre otros.

Organizaciones, autoridades, comités, comisiones, conferencias, cortes y tribunales


internacionales han generado una cascada de material jurídico cuyo análisis resulta imposible
agotar. Debido a estas circunstancias, en la actualidad es frecuente hablar de regímenes
especiales o de regímenes autónomos (self-contained regimes).

A los campos jurídicos de conocimiento que se han especializado y/o regionalizado, y que por
tanto han producido instituciones autónomas, se les denomina ramas del derecho
internacional. El grado de institucionalización de estas ramas determina la configuración de un
régimen autónomo o especializado. La Comisión de Derecho Internacional de las Naciones
Unidas identifica dentro de estas instituciones al conjunto de normas jurídicas (primarias y

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secundarias), demás organizaciones de cooperación, organismos


cuasijurisdiccionales, e incluso a cortes internacionales permanentes.

En un repaso más o menos breve de las actuales instituciones internacionales se pueden


encontrar el derecho internacional de los derechos humanos, el derecho penal internacional, el
derecho internacional del mar, el derecho internacional económico, el derecho comunitario, el
derecho internacional ambiental, el derecho internacional humanitario, el derecho
internacional de las personas refugiadas, el derecho internacional de la propiedad intelectual
y, por supuesto, el derecho internacional general, entre otros. Ello demuestra la diversidad de
ramas del derecho especializadas en el ámbito internacional. Una vez que se ha revisado
brevemente la situación que guarda el derecho internacional en la comunidad internacional,
precisaremos el papel que tienen los derechos humanos en el ámbito del derecho internacional.

¿Cuál es la ubicación del derecho internacional de los derechos humanos en el derecho


internacional?

La tradición jurídica de los derechos humanos es primeramente constitucional y luego


internacional. El derecho internacional de los derechos humanos no es más que el tránsito del
constitucionalismo moderno al derecho internacional en aquello que se refiere exclusivamente
al catálogo de derechos y libertades fundamentales. En efecto, a diferencia de otras
instituciones típicas –podríamos decir– del derecho internacional público (como la no
intromisión en asuntos de otros Estados), los derechos humanos existieron primero en el
derecho interno y posteriormente alcanzaron niveles internacionales. De la Bill of Rights (1689)
a la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) trascurrieron más de 250 años. La
primera marcó el comienzo de los documentos internos que plasmaban la idea inicial sobre la
libertad (y la propiedad), mientras que el segundo determinó el inicio del derecho internacional
de los derechos humanos. En el entretiempo de los referidos documentos, el movimiento
pendular entre la aparición (respeto) y la desaparición (violación) de los derechos humanos fue
constante.

Después de la segunda Guerra Mundial, el derecho internacional de los derechos humanos se


convirtió en el redentor de los individuos agobiados por el salvajismo de la guerra y las
violaciones a los derechos fundamentales. Esta tríada (víctimas, salvajes y salvadores) todavía
es recurrente en el discurso de los derechos humanos, ya sea en el derecho interno o en el
derecho internacional, debido a un diseño estatal insuficientemente adecuado para lograr el
respeto a los derechos de los seres humanos; por ello representa, por así decirlo, una
oportunidad para la redención a través del derecho internacional. Existe el derecho
internacional de los derechos humanos cuando los derechos de las personas físicas aparecen
en normas internacionales, independientemente de la fuente utilizada.

Con la firma de la Declaración Universal el respeto a los derechos humanos no adquirió una
categoría auténtica definitiva como norma jurídica internacional, aun cuando constituyó un
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estadio superior a las cartas constitucionales del siglo xviii en donde


prevalecían las referencias a la libertad, a la propiedad y a la ley como expresión de la voluntad
general. La fuerza vinculatoria de la Declaración tuvo que llegar por la vía consuetudinaria o
como contenido de los artículos de la Carta de San Francisco, que mencionaban el término
derechos humanos y libertades fundamentales, pero no como documento normativo autónomo.
Actualmente, la Declaración Universal ha adquirido tal nivel de aceptación y fuerza moral que
sería una necedad afirmar que nos encontramos frente a un documento no vinculante. En todo
caso, la costumbre internacional rescató a la Declaración de la penumbra jurídica en que se
encontraba y la ubicó como referencia jurídica necesaria para la protección y promoción de los
derechos humanos, aunque sus defectos de origen sean evidentes. Por ello, un tanto para
corregir la no vinculatoriedad de la Declaración Universal, se crearon los denominados pactos
de 1966 que contemplan una división entre los derechos civiles y políticos, y los derechos
económicos, sociales y culturales.

Como evidencia de que el derecho internacional de los derechos humanos es un régimen


autónomo y especializado, se hará un breve recorrido para destacar los documentos
internacionales que han acrecentado y consolidado los sistemas universal y regional de
protección a los derechos humanos.

• En la década de los sesenta (1965) fue aprobada la Convención Internacional sobre la


Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, la cual entró en vigor en
1969.
• En los setenta, además de la adopción de los protocolos facultativos a los pactos de 1966
y de la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de
Apartheid, firmada en 1973, se adoptó la Convención sobre la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación contra la Mujer en 1979, cuya elaboración se había iniciado
durante la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en la ciudad de
México en 1975. Dicha disposición entró en vigor hasta 1981. En los ochenta destaca la
Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes
(1984); así como la Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada a finales de dicha
década (1989).
• En el decenio siguiente se crea la Convención Internacional sobre la Protección de los
Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares, que entró en vigor
hasta 2003.
• Finalmente, en los primeros 10 años del actual siglo han aparecido la Convención
Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones
Forzadas, que entró en vigor en diciembre de 2010; y la Convención sobre los Derechos
de las Personas con Discapacidad de 2006, que entró en vigor en 2008.

Como puede apreciarse, el derecho internacional de los derechos humanos, a manera de


régimen especializado en el ámbito universal, cuenta con normas propias que se han
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desarrollado en poco más de 60 años y que le han impreso una


particular forma de entender los derechos humanos en el mundo. Al lado de todo este progreso
normativo ya mencionado, existen otros tratados internacionales denominados protocolos que
desarrollan, sobre todo, mecanismos de policía o de observación para el cumplimiento de los
tratados origen.

Aunado a las disposiciones antes referidas, existen también normas regionales que configuran
estructuras de protección a los derechos humanos. Para no ser exhaustivos, se mencionarán
solamente los tres grandes instrumentos que le dan vida a los sistemas regionales: el Convenio
Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales
(Convenio de Roma de 1950), la Convención Americana sobre Derechos Humanos27 (Pacto de
San José de 1969) y la Carta Africana sobre los Derechos Humanos y de los Pueblos28 (Carta de
Banjul de 1981).

Finalmente, es pertinente señalar que el derecho internacional de los derechos humanos cuenta
con instituciones supranacionales, organismos cuasijurisdiccionales, órganos judiciales,
relatorías especiales, etc.; es decir, con todo un entramado jurídico que se encuentra ubicado
dentro del plano del derecho internacional y al cual nos referiremos en distintos momentos a
lo largo de este curso.

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Albert Einstein
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CAPITULO II
CONCEPTO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Son muchas las definiciones que del D.I. se han dado. Obedecen a distintos criterios,
tales como la forma de producirse las normas jurídicas, la estructura social de la vida
internacional, los sujetos a que va dirigido, etc. No es el momento de entrar en una
crítica de las mismas señalando sus aciertos o errores. Por otro lado, como hemos dicho
en la introducción, la propia estructura de la Sociedad internacional, su constante
estado de evolución y el ensanchamiento del campo de las relaciones internacionales
hacen sumamente impreciso intentar dar una definición muy concreta del D.I. Ella
adolecería de la provisionalidad que es propia a cualquier definición que intente
recoger todos los matices.

Esta afirmación no nos priva de dar un concepto del Derecho Internacional General
en sentido amplio. Por tal entendemos al sistema de normas y principios que forman el
Ordenamiento jurídico de la Sociedad internacional contemporánea.

La definición propuesta requiere algunas precisiones:

a) Con el término sistema de principios y normas nos queremos referir a dos aspectos
esenciales: en primer lugar, entendemos que el Ordenamiento jurídico no es una serie
de normas aisladas, sino un verdadero conjunto, que por sus conexiones forma un
sistema; en segundo lugar, con el término «sistema» pretendemos no limitarnos a decir
que es un conjunto de principios y normas; si así lo hiciéramos, olvidaríamos su carácter
esencial de proceso, situando en primer plano el aspecto estático (el conjunto de
normas), que tiene poco interés si lo separamos del aspecto dinámico, es decir, de la
producción y cambio de las normas y de su aplicación, así como de sus relaciones o
conexiones. De ahí que se proponga la expresión «sistema».
b) El referido Ordenamiento tiene carácter jurídico, lo que debe diferenciarlo de la
Moral y de la Cortesía internacionales. La diferencia entre Moral internacional y D.I. no
es siempre fácil. La confusión ha llegado incluso a recogerse en algún Tratado, como el
art. 227 del Tratado de Versalles, en el que se llegaba a acusar al Káiser Guillermo II de
Alemania de «ofensa suprema a la moral internacional y a la santidad de los Tratados».
Los criterios diferenciales al uso no siempre son satisfactorios. No es enteramente
cierto que la moral se ocupe de los actos que no trascienden al exterior y el Derecho sí.
Tampoco que la primera se refiera exclusivamente a actos individuales y el segundo a
actos o comportamientos sociales. Es sabido que se habla de la moral social, y,
efectivamente, la existencia de la misma y de los correspondientes comportamientos
colectivos movidos por unos fines éticos comunes no ofrecen muchas dudas. Estos fines
éticos inspiran, además, las reglas jurídicas: como el T.I.J. puso de relieve en la segunda
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fase del Asunto del Sudoeste africano en 1966, «el Preámbulo


de la Carta de las Naciones Unidas constituye la base moral y política de las
disposiciones jurídicas que son enunciadas en reglas de derecho. Tales consideraciones
no son empero reglas de derecho en sí mismas. Todos los Estados [...] tienen un interés.
Pero el hecho de que tal interés exista no implica que ese interés tenga un carácter
específicamente jurídico» (C.I.J., Rec. 1966, p. 34, pár. 50). Lo que realmente diferencia,
a mi juicio, los dos órdenes normativos de la moral y el Derecho es el diferente grado
de sanción, y más exactamente, por lo que al ordenamiento internacional se refiere, la
responsabilidad internacional que la violación del D.I. origina. El hecho de que en el D.I.
la coacción aparezca mucho más tenuemente que en los Derechos internos y el que sus
normas se cumplan, en la mayoría de los casos, de forma llamémosle espontánea no nos
permite deducir que no existe la coacción en D.I. La existencia de ésta se da cuando se
sabe «con toda certeza que la coacción jurídica puede actuar plenamente en cualquier
momento en que resulte necesario para la defensa del ordenamiento jurídico» (Díaz:
3). La Cortesía, o Comitas gentium, ha tenido y tiene, aunque pasemos por momentos de
regresión, una gran importancia en el ámbito de las relaciones internacionales. Los usos
sociales internacionales pueden llegar a transformarse en normas jurídicas cuando al
elemento material de repetición de actos se une la opinio iuris, o convencimiento de que
ellos obligan jurídicamente.
El referido mecanismo no es otra cosa que la transformación de usos sociales en
costumbres jurídicas. Una buena parte de las instituciones del Derecho diplomático —
inmunidades y privilegios— nacieron por esa vía. Ahora bien, lo que verdaderamente
nos interesa es diferenciarlos. Mientras que la violación de las normas de cortesía no
engendra responsabilidad internacional, la infracción de una norma jurídica, por el
contrario, sí da origen a la misma. La infracción de un uso social produce, como máximo,
«una sanción sui generis, como es la repulsa de la opinión pública (que por lo demás
puede tener sociológicamente la mayor eficacia) o un enfriamiento más o menos grave
del clima moral de la convivencia» (Truyol Serra, 1977: 33). Como puede observarse, el
carácter jurídico del ordenamiento internacional está muy vinculado a la aplicación del
mismo, a las consecuencias de su violación y a los mecanismos para garantizar su
aplicación. A todo ello dedicamos la Parte VI de esta obra (Capítulos XXXIII a XLI), a la
que nos remitimos para su estudio detallado.
c) Por último, al ser el Derecho un producto en transformación, debemos acentuar
la nota de historicidad. En este sentido es acertado considerar como D.I. las «normas de
conducta que en un determinado momento rigen para los Estados y demás sujetos
internacionales sometidos a él» (Whiteman: 1, p. I). Esa nota de historicidades,
precisamente, la que provoca que dichas normas, utilizando las palabras del T.I.J. en su
Dictamen sobre el asunto de Namibia, deban ser interpretadas y aplicadas «en el marco

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del conjunto del sistema jurídico vigente en el momento en que se practica la


interpretación» (C.I.J., Rec. 1971, p. 16, pár. 31).

Igualmente, dicha nota de historicidad hace que, conforme a las características


analizadas de la S.I. contemporánea, podamos afirmar que el Derecho Internacional
contemporáneo regula las relaciones de coexistencia y de cooperación, frecuentemente
institucionalizada, además de ciertas relaciones de vocación comunitaria, entre Estados
dotados de diferentes grados de desarrollo socioeconómico y de poder y culturalmente
diversos. Detengámonos un momento en explicar esta afirmación.

El elemento de la coexistencia y cooperación es el que permite caracterizar al D.I.


contemporáneo como un tipo histórico concreto y diferenciado de los que le han
precedido. También puede apreciarse que el concepto se basa, desde la perspectiva de
los sujetos, en los Estados soberanos, individualmente considerados o integrados en la
estructura compleja de las Organizaciones internacionales intergubernamentales, que
han roto el monopolio del Estado como sujeto exclusivo del D.I. y se han convertido en
cauces permanentes e institucionalizados para la cooperación entre los Estados.

Ahora bien, el Estado sigue siendo la estructura elemental e irreductible desde la


que se construyen las relaciones internacionales y su ordenamiento jurídico. El carácter
eminentemente interestatal de la S.I. se refleja en todos los aspectos de su
ordenamiento jurídico a los que determina de forma decisiva, inclusive el fenómeno de
la organización internacional, respetuoso de la soberanía del Estado y que se define por
su relación de complementariedad con el mismo. Por tanto, las Organizaciones in-
ternacionales se dedican a coordinar los intereses comunes de sus Estados miembros y
se subordinan siempre a esos intereses con el fin de lograr que sus miembros cooperen
organizadamente en muy diversos campos.

En cuanto a las relaciones jurídicas más complejas derivadas de la existencia de


Organizaciones internacionales universales y regionales, hay que decir que representan
en el plano subjetivo el desarrollo de un Derecho de la cooperación, y de la integración,
en su caso, que pretende potencialmente cubrir todo el espectro de las relaciones
humanas en cuanto es consecuencia y proyección de su interdependencia, confiriendo
dimensión internacional a ramas hasta ahora familiares para los Derechos estatales de
nuestro tiempo. Los nuevos campos que invade el Derecho de Gentes conciernen ya no
sólo a la seguridad política y militar, como solía ser tradicional, sino también a la
seguridad social, las posibilidades de trabajo, el valor de la moneda, la salud, la
educación, la alimentación o la vivienda. Este nuevo D.I. no es ya para el hombre común

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una lejana abstracción, sino una realidad de su entorno muy


cercana a sus problemas cotidianos.

Este fenómeno también se percibe, en particular, en el proceso de cambio de los


fines o funciones de la O.N.U. y en sus transformaciones institucionales, ya que a la fi-
nalidad de la seguridad, predominante en 1945, ha venido a añadirse la del desarrollo,
con la consecuencia de que mecanismos y medios que al elaborar la Carta de la O.N.U.
en 1945 se consideraron como indirectos para el fin de lograr la paz (la protección de
los derechos humanos, la libre determinación de los pueblos sujetos a dominación
colonial, la cooperación internacional multilateral e institucionalizada para el desa-
rrollo socioeconómico, la promoción y regulación del desarme, entre otros) son hoy
preocupaciones dominantes en la vida de la O.N.U. y cauces directos para la creación de
condiciones de paz y de un orden internacional basado en la interdependencia. En este
cambio ha mediado el progresivo incremento del número de órganos subsidiarios de la
A.G. (como es el caso de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y
Desarrollo —U.N.C.T.A.D.—), la convocatoria de conferencias globales bajo los
auspicios de la O.N.U. sobre problemas que interesan a toda la S.I. (medio ambiente,
población, alimentos, ciencia y tecnología, cooperación al desarrollo, entre otros), la
celebración de períodos de sesiones especiales o de emergencia de la A.G. para tratar
temas monográficos como el de Palestina o el de la situación económica en África, etc.

Hay más actores (pero no necesariamente sujetos tal y como veremos en los Capí-
tulos correspondientes a la subjetividad internacional) participantes en las relaciones
internacionales. Podemos mencionar, sin ánimo exhaustivo, a las grandes comunidades
religiosas, sindicales y políticas (las iglesias, las internacionales sindicales y de partidos
políticos); las asociaciones internacionales con un fin lucrativo constituidas en forma
de sociedades mercantiles (las empresas multinacionales por su capital social y
transnacionales por su radio de acción); y las asociaciones internacionales sin un fin
lucrativo constituidas espontáneamente por grupos de particulares para la defensa y
promoción de valores solidarios muy diversos, comúnmente denominadas
Organizaciones internacionales no gubernamentales (O.N.G.) para distinguirlas de las
intergubernamentales o interestatales que sí tienen subjetividad internacional; hay que
resaltar que cierto número de estos actores, aun no siendo sujetos del ordenamiento,
ejercen una gran influencia en las relaciones internacionales (Truyol Serra, 1993: 128
y ss., 137 y ss.; Mesa, 1980: 199 y ss., 211 y ss.), como lo prueba el impulso decidido que
han dado las O.N.G. al principio de solidaridad. Piénsese, por ejemplo, en la labor
realizada en favor del fomento y aplicación de ciertos principios jurídicos en materia de
Derechos Humanos y Derecho Humanitario por el Comité Internacional de la Cruz Roja
(C.I.C.R.), que es en principio una organización compuesta únicamente por personas

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privadas, constituida conforme al Derecho suizo y con sede en Ginebra, aunque con
un estatuto internacional muy especial. O la influencia de las O.N.G. presentes en la
conferencia diplomática de Roma en 1998, en la que se elaboró el Estatuto de la Corte
Penal Internacional. Debe advertirse que otros sectores del Derecho Internacional —
incluso aquéllos típicamente reservados a dominio más exclusivo de los Estados— han
visto cómo las O.N.G. influían determinantemente en el proceso de elaboración de
normas internacionales.

El Derecho internacional del desarme es significativo: gracias a la presión de


multitud de O.N.G. se aceleró el proceso y finalmente se concluyeron tratados como el
que prohíbe definitivamente los ensayos nucleares de 1996, o el tratado de prohibición
de minas terrestres antipersonas de 1997. De modo que, a pesar de la falta de
subjetividad que padecen estos actores, no sería lícito olvidar su contribución al
desarrollo del ordenamiento internacional.

Dicha contribución se hace por cierto, en ocasiones, contra la voluntad de los pro-
pios Estados, que no aceptan de buen grado las actividades de información y denuncia
a la opinión pública internacional de las O.N.G. y son reacios a aceptar su influencia en
aquellos ámbitos (como el D.I. de los derechos humanos o el D.I. del medio ambiente)
donde sus intereses entran frecuentemente en contradicción con los ideales
humanitarios y ecológicos cuya defensa constituye el principal objetivo de dichas O.N.G.
(por ejemplo, de Amnesty International y de Greenpeace, respectivamente).

Además de las O.N.G., el proceso de mundialización ha hecho surgir con especial


fuerza otros actores como los medios de comunicación (C.N.N., Al Jazzera...) o, de una
forma especialmente llamativa en los últimos años, la opinión pública mundial, que, de
forma cada vez más coordinada y a la vez espontánea, hace oír su voz a través de
manifestaciones convocadas en los lugares donde se celebran cumbres internacionales
o, incluso, manifestaciones planetarias como la convocada con gran éxito el 16 de
febrero de 2003 contra la intervención armada de los Estados Unidos en Irak, en la que
participaron más de sesenta millones de personas en todo el mundo. La presión de esa
opinión pública que quiere hacer oír su voz directamente en las relaciones inter-
nacionales ha conseguido que los Estados aceptaran la condonación de una parte sus-
tancial de la deuda externa de los países más pobres del mundo, y tal vez sea el único
medio que pueda frenar los afanes imperialistas de la superpotencia hegemónica que
representan los Estados Unidos.

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Por último, no puede olvidarse tampoco la irrupción de los llamados actores no


estatales que ocupan cada vez un lugar más destacado en el marco de los conflictos
armados y la seguridad internacional. Y frente a los cuales la S.I. se está viendo obligada
a buscar respuestas nuevas, no siempre fáciles de alcanzar por falta de consenso entre
los distintos Estados y grupos de Estados interesados.

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CAPITULO III
PRINCIPIOS DEL DERECHO INTERNACIONAL PUBLICO

Hemos caracterizado a la S.I. contemporánea, entre otros rasgos, por su naturaleza


cambiante, compleja, heterogénea y poco integrada y, a continuación, hemos dicho que
esa S.I. está sometida a un ordenamiento jurídico. Es lógico que nos preguntemos cómo
es posible someter una realidad social como ésta a un cierto orden jurídico que otorgue
la necesaria coherencia y estabilidad a la producción y cambio de las normas que
regulan las relaciones en su seno. Ello exige la presencia de un amplio consensus sobre
el marco general de referencia legal que da soporte formal al proceso de formación y
cambio de las normas en un contexto material como el del grupo social internacional
marcado por las grandes desigualdades entre los Estados. En otras palabras, frente a
las contradicciones de la escena internacional, afirmar la existencia de un orden jurídico
exige la existencia de un marco general, constitucional si se quiere, que garantice
jerarquía, estabilidad y seguridad suficientes.

El origen de ese marco general de referencia son los principios formulados en el art.
2 de la Carta de la O.N.U., que establecen las obligaciones principales a que se somete la
conducta de los órganos y de los miembros de las Naciones Unidas. Son reglas de
organización muy generales que pretenden enmarcar jurídicamente el
comportamiento de los órganos de la O.N.U. y las relaciones entre los Estados
miembros, con el objetivo de propiciar la paz y la seguridad internacionales. El art. 2 de
la Carta reza así:
«Para la realización de los propósitos consignados en el artículo 1, la Organización y sus
Miembros procederán de acuerdo con los siguientes principios:
1. La Organización está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus Miem-
bros.
2. Los Miembros de la Organización, a fin de asegurarse los derechos y beneficios inhe-
rentes a su condición de tales, cumplirán de buena fe las obligaciones contraídas por ellos de
conformidad con esta Carta. 3. Los Miembros de la Organización arreglarán sus controversias
internacionales por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la
seguridad internacionales ni la justicia.
4. Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de
recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia
política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las
Naciones Unidas.
5. Los Miembros de la Organización prestarán a ésta toda clase de ayuda en cualquier
acción que ejerza de conformidad con esta Carta, y se abstendrán de dar ayuda a Estado
alguno contra el cual la Organización estuviere ejerciendo acción preventiva o coercitiva.

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6. La Organización hará que los Estados que no son Miembros de las Naciones Unidas se
conduzcan de acuerdo con estos Principios en la medida que sea necesaria para mantener la
paz y la seguridad internacionales.
7. Ninguna disposición de esta Carta autorizará a las Naciones Unidas a intervenir en los
asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los Estados, ni obligará a los Miem-
bros a someter dichos asuntos a procedimientos de arreglo conforme a la presente Carta; pero
este principio no se opone a la aplicación de las medidas coercitivas prescritas en el Capítulo
VII.»

La «guerra fría» impidió el desarrollo de estos principios, hasta que se aprueba


solemnemente por consenso la famosa Resolución 2625 (XXV) de la A.G., de 24 de
octubre de 1970, que incluye como Anexo la Declaración sobre los principios de D.I.
referentes a las relaciones de amistad y a la cooperación entre los Estados de conformidad
con la Carta de las Naciones Unidas. Principios que en el apartado 3 de la Declaración se
proclama que «constituyen principios básicos de derecho internacional».

La Resolución 2625 sobre todo declara y desarrolla progresivamente normas de D.I.


ya existentes como los cinco principios incluidos veinticinco años antes en la Carta y
que son por tanto comunes a ambas, a saber, el principio de igualdad soberana de los
Estados, el principio de buena fe, el principio del arreglo pacífico de las controversias, el
principio de la prohibición de la amenaza o del uso de la fuerza, y el principio de la
igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos, este último reconocido
indirectamente en el art. 1.2.º de la Carta, que establece como propósito de las Naciones
Unidas:
«Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la
igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, y tomar otras medidas
adecuadas para fortalecer la paz universal».

A estos cinco principios hay que sumar el principio de no intervención y el principio


de la cooperación pacífica entre los Estados, que son en cambio privativos de la
Resolución 2625 porque no aparecen recogidos taxativamente en la Carta.

Algunos de estos principios, como los de igualdad soberana y arreglo pacífico de


controversias, parecen representar la aceptación del presente estado de cosas en la S.I.,
mientras que otros parecen apostar por el cambio social, como los principios de no
intervención e igualdad de derechos y libre determinación de los pueblos (Pérez Vera: 45
y ss., 59 y ss.). Los principios de este segundo grupo son, naturalmente, los que más se
contravienen. En cualquier caso, son los principios de igualdad soberana, entre los
primeros, y no intervención, entre los segundos, los que mejor reflejan todavía hoy, a
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

treinta y cinco años de la adopción de la Resolución 2625, la estructura emi-


nentemente descentralizada e interestatal de la S.I. de nuestros días, y por eso rigen la
estructura relacional del ordenamiento internacional contemporáneo.

Esta relación de principios no es exhaustiva, ya que la naturaleza básica, fundamen-


tal o constitucional (según otras terminologías), de los mismos no depende de su fuente
formal original (la Carta de las Naciones Unidas, la Res. 2625), sino de su contenido
material y de la práctica internacional sobre los mismos, de manera que la relación de
principios está siempre abierta y puede ampliarse mediando el consensus necesario
para ello.

Así, en los años transcurridos desde la aprobación de la Resolución 2625 (XXV) han
continuado produciéndose acontecimientos significativos para la clarificación,
consolidación y desarrollo de los diversos principios, en especial en la jurisprudencia
del Tribunal Internacional de Justicia, en la práctica de la propia Asamblea General, y a
través de las diversas conferencias y cumbres mundiales celebradas en los últimos
quince años como la de Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Río de Janeiro en
1992, sobre Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993, sobre Población y
Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994, sobre Desarrollo Social celebradas en Co-
penhague en 1995 y en Ginebra en 2000, sobre la Mujer celebrada en Pekín en 1995,
sobre Asentamientos humanos celebrada en Estambul en 1996, sobre la Alimentación
celebradas en Roma en 1996 y 2002, sobre el Control Global de las Drogas celebrada en
Nueva York en 1998, contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las
formas conexas de intolerancia celebrada en Durban en 2001, sobre Financiación para
el Desarrollo celebrada en México en 2002, sobre el Envejecimiento celebrada en
Madrid en 2002, sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Johannesburgo en 2002,
sobre Sociedad de la Información celebradas en Ginebra en 2003 y en Túnez en 2005,
o sobre Reducción de los Desastres celebrada en Kobe en 2005, a las que hay que añadir
la Cumbre del Milenio celebrada en Nueva York en 2000 y la Cumbre de 2005 celebrada
en Nueva York con ocasión del 60 aniversario de la creación de las Naciones Unidas,
ambas de carácter general.

En este marco y como hemos señalado en otro lugar, puede mantenerse el principio
del respeto de los derechos humanos, así como la afirmación cada vez mayor del princi-
pio de la democracia (DIEZ DE VELASCO, 2003).

Pero la evolución en el consensus de los Estados no sólo afecta al número de los


principios, sino también a su contenido y a la interacción (y a veces contradicción) entre

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

ellos. A este respecto, es significativa la relación, a veces tormentosa, entre el


principio de libre determinación de los pueblos con otros principios igualmente
fundamentales como el que prohíbe el uso de la fuerza o el de no intervención en los
asuntos internos; o su relación con otros «valores», como el de la democracia
representativa como sistema político o el de la economía de mercado como sistema
económico.

En todo caso, para un examen pormenorizado de los principios nos remitimos al


Capítulo titulado «Los propósitos y los principios de las Naciones Unidas» de nuestra
obra titulada Las Organizaciones Internacionales (Diez de Velasco: Las Organiza-
ciones...). Los principios enumerados constituyen para la mayoría de la doctrina el
marco normativo del D.I. contemporáneo y su principal seña de identidad, ya que por
su propio contenido y por la práctica estatal que los ha seguido ocupan una posición
central en el ordenamiento y vienen a representar formalmente la expresión de su
estructura general en la presente etapa de su evolución histórica (Tunkin: 94-96;
Jiménez de Arechaga: 40, 107 y ss.; Mariño Menéndez: 66-70).

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

CAPITULO IV
FUENTES DEL DERECHO INTERNACIONAL PUBLICO

1. IDEAS GENERALES

El grupo de capítulos que ahora iniciamos, hasta el IX, está dedicado a un examen de
las fuentes en sentido formal o propio. A través de ellas, generalmente, se crean,
modifican o extinguen las normas jurídicas internacionales. Son, pues, procedimientos
o medios a través de los que el D.I. nace, se modifica o extingue. El criterio expositivo y
enumerativo elegido es el mismo que emplea el art. 38 del Estatuto del T.I.J.; más tarde
expondremos el porqué de haberlo escogido. Junto a las referidas fuentes, hemos creído
conveniente estudiar también, siguiendo la letra del citado art. 38 del Estatuto, los
medios auxiliares o de comprobación del D.I. Con ello queda excluido que estos últimos
sean fuentes en el sentido formal o propio del término.

La enumeración de referencia no tiene carácter exhaustivo. Con ello queremos


manifestar que el D.I. puede ser creado por otros procedimientos no mencionados en el
citado art. 38, como ocurre —por ejemplo— con una parte del formado en el seno de
las Organizaciones internacionales por medio de resoluciones, recomendaciones, etc.
De éstos nos ocuparemos también aquí, concretamente en el Capítulo VIII, además de
hacerlo en otro lugar, en nuestro manual sobre Las Organizaciones internacionales, al
examinar en sus primeros capítulos la teoría general de las Organizaciones
internacionales. De todas formas, queremos poner de relieve que el Derecho de las
Organizaciones internacionales nace, en su mayor parte, por procedimientos
secundarios de producción jurídica, pues tiene su origen y fundamento en el Tratado
creador de las Organizaciones de referencia o en un Acuerdo posterior entre los
miembros de la Organización.

El orden de exposición que seguiremos en este Capítulo comprende un examen


general de las fuentes; el estudio de una de las fuentes principales o primarias recogidas
por el art. 38, los principios generales del derecho; y sendos epígrafes sobre los medios
auxiliares para la determinación del D.I. citados en dicho artículo, a saber, la
jurisprudencia y la doctrina científica. Son, por supuesto, razones primordialmente
pedagógicas las que justifican el contenido de este Capítulo. Dejamos, por tanto, para el
Capítulo IV el análisis detenido de la costumbre y del proceso codificador, que ha
cobrado mucha importancia en el D.I. contemporáneo, así como de los actos
unilaterales, y, para los tres siguientes (el V, VI y VII), el de los tratados internacionales;

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

costumbre y tratados constituyen sin duda el núcleo de las fuentes primarias del D.I. y
merecen nuestra mayor atención.

2. EXAMEN DE LAS FUENTES: EL ART. 38 DEL ESTATUTO DEL TRIBUNAL


INTERNACIONAL DE JUSTICIA

A) ENUMERACIÓN DE LAS FUENTES DEL D.I.P.

Al emprender el estudio de las fuentes del D.I. en particular vamos a seguir la


enumeración dada en el art. 38 del Estatuto del T.I.J., de cuya glosa nos ocuparemos a
continuación. Cabe preguntarse el porqué de esta actitud, pues no es totalmente satis-
factoria la contestación de que se trate del texto positivo más importante y conocido de
cuantos enumeran las fuentes de nuestro Derecho. Varias razones nos mueven a
basarnos en la enumeración del referido art. 38 para el estudio de las fuentes, y son las
siguientes:
a) El T.I.J. está abierto, prácticamente, para todos los Estados del mundo, según se
preceptúa en el art. 93.2 de la Carta de las N.U. y en el art. 35, números 2 y 3, del Estatuto
del T.I.J., aunque la participación de los Estados no miembros de las N.U. esté sometida
a que se cumplan las condiciones que determine en cada caso la A.G., a recomendación
del C. de S. (art. 93.2 de la Carta) o el propio C. de S. (art. 35.2 del Estatuto del T.I.J.).
b) Una razón suplementaria la basamos en el examen de los debates en el seno del
«Comité de los Diez», redactor del Estatuto del antiguo Tribunal Permanente de Justicia
Internacional (T.P.J.I.). En el ánimo de los miembros de dicho Comité estuvo, sin duda,
presente la idea de recoger las fuentes, no de una Organización internacional en
particular, sino de la S.I. Su influencia ha sido bien notoria, como señaló Sörensen
acertadamente (SÖRENSEN: 40-42).
Por otro lado, en el referido Comité de los Diez influyó de manera notable para llegar
a la enumeración señalada el hecho de que en bastantes compromisos arbitrales
anteriores, en los que se fijaban las normas aplicables para la solución del litigio some-
tido a una decisión arbitral, y en algunos tratados, se establecieran las normas aplica-
bles al caso en la misma forma que posteriormente se recogió en el Estatuto del T.P.J.I.
El antecedente más claro está en el art. 7.º del Convenio XII de La Haya de 1907, por el
que se pretendió establecer un Tribunal Internacional de Presas (ROUSSEAU: 119).
c) Pero si las razones anteriores serían suficientes para servir de fundamento a la
tesis que estamos manteniendo, hay otra razón más que desvanece las dudas. Ella nos
viene facilitada por la modificación introducida en el Estatuto del Tribunal Inter-
nacional de Justicia respecto al que estuvo vigente en el antiguo T.P.J.I. La modificación
que nos interesa ahora consiste en la introducción de las siguientes palabras: «El
Tribunal, cuya misión es decidir conforme al derecho internacional las controversias que
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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le sean sometidas, [...].» Las palabras transcritas nos hacen ver claramente cómo, a
través de la referencia expresa al D.I., se ha llegado a un reconocimiento palpable de
que las fuentes enumeradas en el art. 38 son las fuentes del D.I. La doctrina interna-
cionalista lo afirma también de forma prácticamente general.

El art. 38 del Estatuto del T.I.J., al enumerar las fuentes, lo hace en la forma siguiente:
«1. La Corte, cuya función es decidir conforme al derecho internacional las controversias
que le sean sometidas, deberá aplicar: a) las convenciones internacionales, sean generales o
particulares, que establecen reglas expresamente reconocidas por los Estados litigantes; b) la
costumbre internacional como prueba de una práctica generalmente aceptada como derecho;
c) los principios generales de derecho reconocidos por las naciones civilizadas; d) las decisiones
judiciales y las doctrinas de los publicistas de mayor competencia de las distintas naciones,
como medio auxiliar para la determinación de las reglas de derecho sin perjuicio de lo
dispuesto en el art. 59.»

El artículo continúa diciendo, en el número 2, que:


«La presente disposición no restringe la facultad de la Corte para decidir un litigio ex aequo
et bono si las partes así lo convinieren».

De este número 2 nos ocuparemos en el Capítulo XXIX. Por lo que se refiere al


número 1 del art. 38 una glosa muy somera nos plantea diversas cuestiones. El estudio
de cada una de las fuentes primarias —tratado, costumbre y principios generales del
derecho— y los medios auxiliares —jurisprudencia y doctrina científica— lo llevare-
mos a cabo al examinar en concreto, en epígrafes separados y en capítulos sucesivos,
cada una de las fuentes en particular. Como ya hemos avanzado, comenzaremos con los
principios generales y los medios auxiliares por razones didácticas.

No obstante, debemos dejar bien señalado aquí que las fuentes, en el sentido estricto
de la palabra, sólo son las conocidas por principales o primarias, y que la referencia del
art. 38 a la jurisprudencia y doctrina científica no está hecha en el sentido de que ellas
sean capaces de crear, modificar o extinguir una norma jurídica, sino, simplemente, la
de cumplir una misión estrictamente auxiliar de ayudar al Juez y al intérprete a
determinar el exacto contenido de las normas jurídicas, principalmente la costumbre y
los principios generales del Derecho, o bien a interpretar estos últimos y los tratados
internacionales. Quede con ello bien sentado que la jurisprudencia y la doctrina
científica no son verdaderas fuentes de producción de normas.

B) PRIMACÍA Y DEROGACIÓN ENTRE LAS FUENTES

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

Una última interrogante principal plantea el art. 38 del Estatuto del T.I.J. examinado.
Me refiero a si el orden de enumeración supone o no una jerarquía entre las fuentes o,
dicho en otros términos, si el Juez debe preferir un tratado a una costumbre o ésta a un
principio general del derecho. La cuestión se plantea también en la mayoría de los
ordenamientos internos: pero en éstos se establece generalmente una primacía a favor
de la ley. En D.I., por el contrario, no creo pueda mantenerse la existencia a priori de
una jerarquía entre las fuentes. Varias razones avalan nuestra afirmación:
a) En el Proyecto del art. 38 del Estatuto del T.P.J.I. figuraba que la aplicación había
de hacerse por «orden sucesivo». La Asamblea General de la S. de N. decidió suprimir
este inciso por considerarlo innecesario.
b) En el artículo de referencia se hace una enumeración con las letras a), b) y c) y no
se utilizan los ordinales, que hubieran supuesto un criterio claramente jerárquico.
c) La doctrina es prácticamente unánime en considerar que las distintas fuentes tienen
entre sí el mismo rango normativo y valor derogatorio. Es decir, la costumbre no
prevalece sobre el tratado y a la inversa; lo que no ocurre, por cierto, en los ordena-
mientos internos, que establecen en general la primacía de la ley o norma escrita.

Por tanto, en caso de conflicto entre fuentes, los criterios de primacía y derogación
son los generales. En primer lugar, una norma posterior de contenido contrario deroga
a una anterior de idéntico rango (lex posterior derogat priori), excepción hecha de las
normas de ius cogens que prevalecen sobre cualesquiera otras según reza el art. 53 del
Convenio de Viena sobre Derecho de los Tratados, ya citado; por ejemplo, una
costumbre o tratado general posterior de contenido contrario deroga a una costumbre
o tratado general anterior. En segundo lugar, una norma especial o particular prima —
sin derogarla— sobre una norma general. Así pues, los tratados, que contienen
normalmente reglas particulares porque obligan a un número limitado o menor de
sujetos, priman por esta razón sobre las costumbres generales. Lo mismo ocurre con
las costumbres particulares, sean regionales o locales, que prevalecen siempre sobre
las costumbres generales, como el T.I.J. recordó en su Sentencia de 12 de abril de 1960
sobre el Caso del derecho de paso por territorio de la India (I.C.J., Rep. 1960: p. 42):
«Si, por consiguiente, la Corte descubre una práctica claramente establecida entre dos
Estados que sea aceptada por las partes como reguladora de sus relaciones, la Corte debe
atribuir un efecto decisivo a esa práctica con el fin de determinar sus derechos y obligaciones
específicos. Tal práctica particular debe prevalecer sobre cualquier regla general.»

Por último, la igualdad de rango es acorde con la práctica judicial, con la propia
estructura descentralizada del D.I., si se la compara con los ordenamientos internos, y
con su evidente falta de formalismo en la creación y aplicación de las normas.

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ser divinizado”.
Albert Einstein
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3. LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO

Una de las fuentes que enumera el tan citado art. 38 del Estatuto del T.I.J. son los
principios generales del derecho. Desde la introducción de los mismos en las fuentes
del D.I. por el art. 38 del Estatuto del T.P.J.I., se vio el carácter problemático que tenían,
poniéndose bien de manifiesto en las discusiones de la Conferencia de La Haya en 1930
(Visscher, 1933: 395). No obstante, y aunque ellos sean objeto de discusión especial-
mente en cuanto a su contenido y delimitación, hoy no cabe duda de que se trata de una
fuente del D.I. máxime después de su reconocimiento por el propio Estatuto del T.I.J.
Sobre los mismos se ha producido una extensa literatura y diferentes teorías
doctrinales opuestas.

A) LOS ORÍGENES DE LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO Y SU


INCLUSIÓN EN EL ESTATUTO DEL T.I.J.

La acogida de los principios generales del derecho entre las fuentes del D.I. se
mantuvo de forma tajante por el Comité de los Diez, que elaboró el texto del Estatuto
del T.P.J.I. Con anterioridad a la redacción del Estatuto del T.P.J.I., los principios
generales habían sido objeto de especial mención en varios compromisos arbitrales, en
algunos tratados y en sentencias de tribunales arbitrales. Como ejemplos más sig-
nificativos cabe citar el Tratado de Washington de 8 de mayo de 1871, entre Estados
Unidos e Inglaterra, relativo al Arbitraje del Alabama (art. 6.º); el compromiso arbitral
de 14 de marzo de 1908 sobre la frontera marítima entre Suecia y Noruega; y el
compromiso arbitral en el caso Fabiani de 1896 entre Francia y Venezuela. En todos
ellos se declaran aplicables «los principios generales del Derecho de Gentes» o «los
principios generales reconocidos por el D.I.». En la sentencia del caso Fabiani de 20 de
diciembre de 1896 se decía:
«Consultados los principios generales del Derecho de Gentes sobre la denegación de
justicia; es decir, las reglas comunes a la mayor parte de las legislaciones o enseñadas por la
doctrina [...]» (LA FONTAINE: 356).

Finalmente cabe recordar el Preámbulo de la Declaración Naval de Londres de 1909


sobre la guerra marítima, en el que se declara que las reglas contenidas en la referida
Declaración corresponden en sustancia a «los principios generales reconocidos por el
D.I.». También en el art. 7.º del Convenio XII de La Haya de 18 octubre de 1907, relativo
a la creación de un Tribunal de Presas, se decía en su parte final:
«Si no existieran normas generalmente reconocidas, el Tribunal fallará según los
principios generales del derecho y la equidad.»

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

El Comité de los Diez parece que tuvo en cuenta los precedentes anteriores y acogió
a los principios generales mediante una fórmula que representa el compromiso entre
dos tendencias que existían en el seno del Comité y que estuvieron representadas por
el Presidente, barón Descamps, y lord Phillimore, respectivamente. El Presidente
presentó un proyecto en el que se preveía que el Tribunal aplicaría, después del tratado
y la costumbre, «las reglas del Derecho Internacional tal y como eran reconocidas por
la conciencia jurídica de los pueblos civilizados» (C.P.J.I., Proces verbaux: 306). A la
objeción de que esta conciencia no era plenamente uniforme, respondió el barón
Descamps diciendo que «la ley fundamental de lo justo y lo injusto está profundamente
grabada en el corazón de todo ser humano, y recibe la expresión más elevada y más
autorizada en la conciencia jurídica de los pueblos civilizados» (C.P.J.I., Proces verbaux:
310). La otra postura estaba representada por los miembros anglosajones del Comité.
Entre ellos, lord Phillimore «evocó, a título de ejemplo, el principio de cosa juzgada [...]»,
y en general, dijo, «que todos los principios del Derecho común, el common law, eran
aplicables a las relaciones internacionales» (SÖRENSEN: 125). En esta situación, Root
propuso la fórmula, que fue aceptada, de que el Tribunal aplicaría «los principios
generales del derecho reconocidos por las naciones civilizadas» (C.P.J.I., Proces verbaux:
344). Tal fue la aceptada por el Comité y, posteriormente, por la Asamblea de la
Sociedad de Naciones, fórmula que ha pasado íntegramente al art. 38.1.c) del Estatuto
del T.I.J.

Así pues, los principios generales a los que se pretendía hacer especial referencia en el
art. 38.1.c) del Estatuto eran los que podemos denominar «principios generales del
Derecho», es decir, principios que están presentes en todos los ordenamientos jurídicos
y, lógicamente, también en el Derecho Internacional con las consiguientes
adaptaciones. Como señaló De Visscher, «los principios generales del derecho tienen su
origen en una convicción jurídica que ha encontrado su expresión en los principales
sistemas jurídicos internos de las naciones civilizadas» (Visscher, 1933: 406). La re-
ferencia hecha a las «Naciones civilizadas» no debe ser entendida como una discrimi-
nación entre los Estados (civilizados y no civilizados). Lo que pretendió el Comité de
redacción fue expresar «la idea de que estos principios deben tener una base objetiva
en la conciencia jurídica concordante de los pueblos. Por tanto, esta fórmula puede ser
interpretada conforme con el párrafo 1 del art. 2 de la Carta de las Naciones Unidas que
reconoce la igualdad soberana de todos los Estados miembros» (Verdross: 523).

No obstante, como veremos, la jurisprudencia va a utilizar el art. 38.1.c) del Estatuto


para referirse no sólo a esos «principios generales del Derecho», sino también para
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referirse a los «principios generales del Derecho


Internacional» que son principios propios de este ordenamiento jurídico.

B) LA UTILIZACIÓN DE LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO POR LA


JURISPRUDENCIA INTERNACIONAL

Lo cierto es que, en la realidad, los principios generales han representado un papel


menor en la jurisprudencia internacional salvo en los aspectos procesales, gracias al
depurado desarrollo de este campo científico en los ordenamientos internos. Ya nos
hemos referido anteriormente a la precaria utilización que en los compromisos arbi-
trales y en la jurisprudencia arbitral del siglo XIX se hizo de los principios generales del
derecho. Ahora vamos a examinar brevemente la utilización posterior. Para una mayor
claridad expositiva distinguiremos varias jurisdicciones internacionales:
1. En la jurisprudencia arbitral encontraremos menciones expresas a principios
generales del derecho en la sentencia de 11 de noviembre de 1912 del Tribunal Perma-
nente de Arbitraje en el caso de las Indemnizaciones de la guerra de Turquía (R.S.A.: XI,
437 y ss.). En la misma se reconocían los principios de «indemnización por actos
ilícitos» y el que condena el «enriquecimiento injusto». Este segundo principio lo
encontramos también recogido en el caso Lena Goldfields, en sentencia de 2 de
septiembre de 1930 (Annual Digest: Cas. n. 258). Finalmente, en el caso Abou Dhabi, en
el que el árbitro lord Asquith of Bishoptown, a nuestro juicio sin plena fortuna, busca el
derecho aplicable «en los principios enraizados en el buen sentido y en la práctica
común de la generalidad de las naciones civilizadas», y entiende por ellos «los
principios de justicia, equidad y buena conciencia» (I.L.R.: 149 y ss.). Más recientemente
los principios generales han desempeñado un papel sustantivo en la solución arbitral
de litigios surgidos en las relaciones entre Estados y particulares regidas por el D.I., con
motivo de algunas sentencias arbitrales —como las conocidas por sentencias libias—
sobre contratos y concesiones.
2. El T.P.J.I. y el T.I.J. se han referido en varias ocasiones a los principios generales
del derecho, aunque no lo han hecho ni con mucha frecuencia ni basando en ellos sus
decisiones. Los principios también han sido invocados por varios Jueces —Anzilotti,
McNair, etc.— en sus votos particulares.

En la jurisprudencia del T.P.J.I. encontramos una referencia clara a los principios en


el Caso de la Alta Silesia Polaca (C.P.J.I., Serie A, n. 6: 19), y más concretamente en el Caso
de la Fábrica de Chorzow, en el que el Tribunal «observa que es un principio de Derecho
Internacional, y hasta una concepción general del Derecho, que toda violación de un
compromiso implica obligación de reparar» (C.P.J.I., Serie A, n. 17: 29).

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ser divinizado”.
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El T.I.J. ha hecho referencia a los principios generales. Unas


veces de forma muy genérica como en el Caso del Estrecho de Corfú (C.I.J., Rec. 1949: 22),
y otro más específicas como en el Dictamen sobre las Reservas a la Convención del
Genocidio, en el

que se refiere «a los principios reconocidos por las naciones civilizadas obligatorios
para todos los Estados, incluso fuera del vínculo convencional» (C.I.J., Rec. 1951: 23-24),
y en la sentencia de 18 de julio de 1966 sobre el Sudoeste africano, en la que rechazó
reconocer como principio general de derecho, conforme al art. 38 del Estatuto, a la
«acción popular» que en algunos Estados los miembros de una colectividad pueden
interponer en interés público (C.I.J., Rec. 1966: 47). En su Dictamen de 21 de junio de
1971 sobre Namibia, el T.I.J. se ha referido expresamente al principio general del
derecho que considera la violación de un acuerdo o tratado como causa de extinción del
mismo. El T.I.J. afirma al respecto
«el principio general del derecho conforme al cual hay que presumir que la facultad de poner
fin a un mandato o a cualquier convención, como consecuencia de una violación del mismo,
existe de una manera inherente incluso cuando no ha sido expresado» (C.I.J., Rec. 1971: 48).

3. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha realizado una gran aplicación de los


principios generales del derecho. Ciertamente todos los principios que aplica no
coinciden con los que entiende por tales el art. 38.1.c) del Estatuto del T.I.J., pues aplica
también principios específicamente aceptados por el derecho originario de la Unión
Europea; pero al lado de éstos hace también uso de los principios comunes a los
ordenamientos de los Estados Miembros y de los principios generales del D.I.P. Para la
afirmación de estas categorías de principios y para su concreción la experiencia del
Tribunal de la Unión Europea puede ser particularmente valiosa.

La homogeneidad de los sistemas jurídicos de los países miembros de la Unión ha


favorecido ciertamente la aplicación de los principios generales del derecho. La entrada
de Gran Bretaña en las Comunidades, que pudo ser un obstáculo inicial, supuso una
aportación de la experiencia de los jueces del Common Law a las tareas del Tribunal.
Como ya hemos mantenido anteriormente, la influencia del Derecho europeo sobre la
evolución del D.I. puede llegar a ser notable, como ya lo ha sido en materia de Derechos
Humanos y previsiblemente lo será en otras materias.

C) LA CONCRECIÓN DE LOS PRINCIPIOS GENERALES EN EL DERECHO


INTERNACIONAL

Los principios generales del derecho aplicables en el ordenamiento internacional


tienen dos procedencias. En primer término —los más numerosos—, aquellos que han
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sido recogidos de los ordenamientos internos, es decir, los


principios considerados como tales in foro domestico. Como antes decíamos, alguno de
los redactores del Estatuto del T.P.J.I. ha manifestado (PHILLIMORE: 355) que la
incorporación de los

principios al art. 38 se hizo pensando en aquellos que estaban recogidos en los


ordenamientos estatales. La jurisprudencia internacional a que antes hemos hecho
referencia confirma esta afirmación.

Sobre cuáles sean en concreto los principios generales in foro domestico que han
sido recibidos por el D.I., recogemos la enumeración de los mismos hecha por Gug-
genheim y que son los siguientes: a) El de prohibición de abuso de derecho; b) el de
responsabilidad internacional nacida de actos ilícitos y la restitución de lo adquirido
por medio de un enriquecimiento injusto; c) la excepción de prescripción liberatoria; d)
la obligación de reparar los daños debe abarcar no sólo al daño efectivamente sufrido
—damnum emergens—, sino también la ganancia dejada por obtener —lucrum
cessans— (GUGGENHEIM: 301-303). Todos los principios generales anteriormente
enumerados han sido recogidos en sentencias de tribunales internacionales, como
hemos expuesto anteriormente; pero conviene añadir aquí, por lo que se refiere a la
prescripción liberatoria, la fundamentación que de la misma se hace tanto como prin-
cipio general del derecho en los ordenamientos internos como su aplicación al D.I. en el
Caso Gentini (RALSTON: 724-730), que, aparte de distinguir claramente ambos
momentos, resulta en extremo convincente.

Sobre los principios generales del derecho procedentes del foro doméstico a que nos
hemos venido refiriendo creo debe adjuntarse una atinada precisión de Rousseau,
quien, después de afirmar que se trata de una fuente específica indiscutible del D.I., nos
dice: «La admisión de estos principios por la práctica internacional está lejos de tener
la amplitud y precisión que le dan muchos juristas en base a un análisis apresurado de
los precedentes» (ROUSSEAU: 389).

Junto a los principios in foro domestico que son los que tienen su origen en una
convicción jurídica reflejada en la generalidad de los ordenamientos jurídicos y que tras
su constatación y correspondiente adaptación a las características del Derecho In-
ternacional son reconocidos como tales en la categoría de principios internacionales,
existen otros principios generales propiamente internacionales, tales como la primacía
del tratado internacional sobre la ley interna, el principio de la continuidad del Estado,
el de que en materia de responsabilidad internacional la indemnización debe ser

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apreciada en función de la realización efectiva del daño, la


regla del agotamiento previo de los recursos internos antes de acudir a la vía
internacional y algunos otros relativos a la conducta en la guerra marítima, cuya
enumeración atinada y fundadamente hace Rousseau (392-395).

Estos principios tienen un origen diverso, «pero son esencialmente el producto de


la acción conjugada del juez internacional y de la diplomacia normativa de los Estados
[...]. Un carácter común de estos principios es su alto nivel de abstracción y su extrema
generalidad, cuyo efecto es condensar frecuentemente la regla jurídica en una fórmula
sencilla» (Dupuy, P. M.: 261). No se trata de una fuente subsidiaria en relación con la
costumbre o los tratados, sino de una fuente autónoma, con independencia de que su
contenido se vea también normalmente reflejado en normas consuetudinarias o
convencionales.

Esta autonomía y diferencia ha sido constatada por la jurisprudencia internacional.


En el asunto relativo a las Reservas a la Convención para la prevención y la represión del
crimen de genocidio, el T.I.J. señaló que «los principios que están en la base de la
Convención son principios reconocidos por las Naciones civilizadas como que obligan
a los Estados al margen de toda relación convencional» (C.I.J., Recueil 1951: 23). Este
carácter autónomo de los principios del Derecho Internacional en relación a las normas
convencionales o consuetudinarias que también pueden recoger el mismo o parte de su
contenido, será igualmente reiterado en el asunto del Personal diplomático y consular
de los Estados Unidos en Teherán, al señalar que «el principio de la inviolabilidad de las
personas de los agentes diplomáticos es uno de los fundamentos mismos [del derecho
diplomático] establecido de larga data [...]. El carácter fundamental del principio de la
inviolabilidad es por otra parte subrayado con fuerza por las disposiciones de los
artículos 44 y 45 de la convención de 1961 (ver también los artículos 26 y 27 de la
convención de 1963)» (C.I.J., Recueil 1980: 40).

Un núcleo reducido de esos principios está anclado en la convicción jurídica de los


Estados con tal fuerza que la Comunidad Internacional en su conjunto los considera
principios básicos o fundamentales del ordenamiento jurídico tal y como ha reconocido
también la jurisprudencia internacional. Así, por ejemplo, en el asunto de las actividades
militares y paramilitares en y contra Nicaragua el T.I.J. señaló:
«el principio de la prohibición del uso de la fuerza, expresado en el artículo 2, apartado 4 de la
Carta de las Naciones Unidas es aceptado por los Estados como siendo no solamente un
principio de derecho internacional consuetudinario, sino incluso un principio fundamental o
esencial de este derecho» (C.I.J., Rec. 1986: 100; ver también las referencias en el mismo
sentido al principio de no intervención en la p. 106 de esta misma sentencia).
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

Éstos son los principios a los que hicimos referencia en el Capítulo I de esta obra
como principios básicos o fundamentales, a los que deben sumarse algunos otros prin-
cipios de carácter humanitario que han anclado también en la convicción jurídica de los
Estados y que han sido calificados como «principios intransgredibles». Así lo ha

señalado también el T.I.J. tanto en la opinión consultiva sobre la licitud de la amenaza


o del empleo de las armas nucleares como en la referente a las consecuencias jurídicas de
la construcción de un muro en los territorios palestinos ocupados. En palabras del T.I.J.:
«La Convención IV de La Haya y las Convenciones de Ginebra [sobre derecho internacional
humanitario] han obtenido una amplia adhesión de los Estados. Por otra parte, estas reglas
se imponen a todos los Estados, hayan o no ratificado los instrumentos convencionales que
las expresan, pues dichas reglas constituyen principios intransgredibles del derecho
internacional consuetudinario» (C.I.J., Recueil 1996: 226; y C.I.J., Recueil 2004: pár. 89).

Una última observación se impone. La enumeración dada de los principios es


meramente indicativa y en manera alguna podemos considerarla como exhaustiva. El
perfeccionamiento constante del D.I., el aumento de la vida de relación internacional, la
incorporación a los tribunales internacionales de personas de culturas jurídicas muy
diversas, y la multiplicación y especialización creciente de la jurisdicción internacional
(con la incorporación del Tribunal Internacional del Derecho del Mar o del Tribunal
Penal Internacional), entre otras cosas, son factores que necesariamente influirán en la
mayor riqueza del D.I. Dentro del mismo, los principios generales pueden ser un
elemento utilísimo para avanzar por el camino de una constante mejora de la convi-
vencia pacífica entre los pueblos.

4. LA JURISPRUDENCIA INTERNACIONAL

Entre los dos medios auxiliares que el art. 38.1.d) del Estatuto del T.I.J. menciona
encontramos las «decisiones judiciales», más conocidas por jurisprudencia. Su misión
no es la de crear Derecho, sino la de ser un medio «para determinar las reglasde
Derecho»; pues como dijo un antiguo Juez del T.I.J. «en definitiva, la misión del Tribunal
es la de decir cuál es el Derecho aplicable, no la de crearlo» (VISSCHER, 1962: 399).

Afirmado esto, también hay que decir que, al igual que ocurre en el Derecho interno,
también las decisiones judiciales tienen en el Derecho Internacional un valor
extraordinario, dando lugar a la forma más notable de interpretación del Derecho. De
esta forma, aunque no podemos definir a la jurisprudencia internacional como una
fuente formal de nuestro Derecho en sentido estricto, pese a muy autorizadas opiniones
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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en contrario, tampoco podemos desconocer que en la práctica el valor del


precedente jurisprudencial es tan grande que bien se puede afirmar con Sereni que ello
«ha contribuido a la formación, también en el campo del Derecho Internacional, de una
jurisprudencia fundada sobre la rerum perpetuo similiter iudicatarum auctoritas»
(SERENI: 163). Buena prueba de ello nos la dan el T.P.J.I. y el T.I.J., que citan
continuamente sus decisiones anteriores, bien para recogerlas o bien para explicar la
falta de similitud con el precedente, y así dejar salvada no sólo la falta de aplicación,
sino también el propio prestigio del Tribunal por la presunta falta de un criterio
congruente y unificado con respecto a las decisiones anteriores. La función de la
jurisprudencia es doble: como elemento de interpretación y como medio de prueba.
Respecto al primer aspecto, ya hemos recogido anteriormente las continuas referencias
que los tribunales internacionales hacen de decisiones anteriores como elemento de
interpretación del Derecho. La función del juez internacional al respecto es tan grande
que, sin desconocer la posibilidad de interpretación auténtica por los propios sujetos
que lo han creado, no nos parece errónea la afirmación de Bentivoglio de que «una
verdadera y propia función interpretativa viene desarrollada en el ordenamiento
internacional sólo por el Juez» (BENTIVOGLIO: 261). Esta función se ha visto
confirmada expresamente por el T.I.J. en el asunto de la licitud de la amenaza o del
empleo de armas nucleares, donde tras afirmar que el Tribunal «dice el derecho
existente y no legisla», añade: «esto es verdad incluso si el Tribunal, diciendo y apli-
cando el derecho, debe necesariamente precisar el sentido y, en ocasiones, constatar su
evolución» (C.I.J., Rec. 1996: 237).

Como medio de prueba de la existencia de las normas de D.I., la jurisprudencia está


llamada a cumplir una misión capital, pues como dice acertadamente Miaja: «Es cierto
que la jurisprudencia de los tribunales internacionales constituye un simple medio
auxiliar de las fuentes del Derecho Internacional; pero lo mismo que ocurre en los
órdenes jurídicos estatales sirve para proclamar principios fundamentales de este
orden jurídico, y aun para extender a otros supuestos las soluciones que ya han sido
ofrecidas por reglas convencionales o consuetudinarias» (MIAJA, 1958: 95).

Es precisamente a este segundo sentido de medio de prueba al que se refiere de una


manera directa el art. 38 del Estatuto del T.I.J. al atribuir a la jurisprudencia la
característica de «medio auxiliar para la determinación de las reglas de derecho». Tal
afirmación es perfectamente explicable si se quería dotar al Tribunal de los medios
necesarios para cumplir su alta misión, pues
«la incertidumbre relativa al contenido de muchos principios constitucionales y normas con-
suetudinarias, derivadas del hecho de no haber sido formuladas por escrito, la escasez de otros
medios para la determinación de su contenido, el prestigio de que gozan y las garantías que
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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circundan a los tribunales internacionales, hacen que el precedente


jurisprudencial tengade hecho, en el ámbito del Derecho internacional, una importancia aún
mayor que la que goza en el derecho interno de los distintos Estados, y tienda incluso a
aumentar continuamente» (SERENI: I, 163-164).

Quedan aún por precisar algunas cuestiones respecto de la jurisprudencia. De ellas


queremos hacer referencia, en primer lugar, a la existencia dentro de la emitida por el
T.P.J.I. y el T.I.J. de dos claras categorías desde el punto de vista del Estatuto. Me refiero
a la distinción entre sentencias y dictámenes del Tribunal, cuyo valor vinculante es bien
distinto. Ahora bien, el Tribunal ha venido haciendo un uso indistinto como precedentes
de sus sentencias y dictámenes. Ello ya fue señalado por Charles de Visscher en su Curso
en la Academia de La Haya de 1929 (VISSCHER, 1929: 60) y ha sido desarrollado más
tarde por Sörensen, avalándole la doctrina del propio T.P.J.I. en los Casos del Lotus y de
la Alta Silesia y en el Dictamen sobre la Comisión Europea del Danubio. Sörensen sienta
la afirmación categórica de que para los efectos de uso de precedentes el T.P.J.I. trata en
pie de igualdad sentencias y dictámenes (SÖRENSEN: 168), afirmación que nos parece
en extremo convincente y que puede predicarse igualmente del T.I.J.

Otra cuestión que resta por examinar es la obligatoriedad de las sentencias pro-
nunciadas por los tribunales internacionales. Está claro que el D.I. no conoce, al con-
trario del Common Law, el sistema de los judicial precedents obligatorios en el futuro.
Ello viene avalado por la misma naturaleza del D.I. que se encuentra en una continua
evolución y, además, porque la existencia de un precedente jurisprudencial no excluye
la prueba en contrario que se pueda presentar contra el mismo. Existe, por otra parte,
en el propio Estatuto —el art. 59— una disposición que nos dice sobre la decisión del
Tribunal que
«no es obligatoria sino para las partes en litigio y respecto del caso que ha sido decidido».
En puridad de principios la cuestión no admite discusión; pero en la práctica las
consecuencias para los casos futuros que puedan plantearse son bien distintas. Hemos
comentado ya el respeto que el propio Tribunal siente por su jurisprudencia anterior,
y este hecho tiene necesariamente que proyectar su influencia sobre los demás Estados,
distintos a las partes en litigio, que deseen llevar en el futuro sus litigios ante el
Tribunal, engendrando entre ellos el convencimiento de que los precedentes jurispru-
denciales serán tenidos en cuenta.

La jurisprudencia de los tribunales internacionales forma hoy un cuerpo muy am-


plio, tanto por lo que se refiere a su volumen como por las distintas jurisdicciones que
la han ido creando o produciendo. Pero es un lugar común el que se tache al D.I. de la
falta de juez para aplicarlo. Ello es totalmente erróneo y la simple enumeración de las

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

jurisdicciones es suficiente para rechazar la falsa afirmación


anterior. No es momento de estudiar ahora, ya que lo haremos en capítulos posteriores,
las principales jurisdicciones internacionales; no obstante, creemos conveniente
adelantar una pequeña referencia a los tribunales internacionales más importantes que
han ejercido o están

ejerciendo jurisdicción hoy en día. Entre los primeros cabe señalar la Corte de Justicia
centroamericana, los Tribunales Arbitrales mixtos, el Tribunal Arbitral de la Alta Silesia,
el Tribunal Administrativo de la S. de N. y el T.P.J.I. de hecho, en el ámbito del Derecho
internacional, una importancia aún mayor que la que goza en el derecho interno de los
distintos Estados, y tienda incluso a aumentar continuamente» (SERENI: I, 163-164).

Quedan aún por precisar algunas cuestiones respecto de la jurisprudencia. De ellas


queremos hacer referencia, en primer lugar, a la existencia dentro de la emitida por el
T.P.J.I. y el T.I.J. de dos claras categorías desde el punto de vista del Estatuto. Me refiero
a la distinción entre sentencias y dictámenes del Tribunal, cuyo valor vinculante es bien
distinto. Ahora bien, el Tribunal ha venido haciendo un uso indistinto como precedentes
de sus sentencias y dictámenes. Ello ya fue señalado por Charles de Visscher en su Curso
en la Academia de La Haya de 1929 (VISSCHER, 1929: 60) y ha sido desarrollado más
tarde por Sörensen, avalándole la doctrina del propio T.P.J.I. en los Casos del Lotus y de
la Alta Silesia y en el Dictamen sobre la Comisión Europea del Danubio. Sörensen sienta
la afirmación categórica de que para los efectos de uso de precedentes el T.P.J.I. trata en
pie de igualdad sentencias y dictámenes (SÖRENSEN: 168), afirmación que nos parece
en extremo convincente y que puede predicarse igualmente del T.I.J.

Otra cuestión que resta por examinar es la obligatoriedad de las sentencias pro-
nunciadas por los tribunales internacionales. Está claro que el D.I. no conoce, al con-
trario del Common Law, el sistema de los judicial precedents obligatorios en el futuro.
Ello viene avalado por la misma naturaleza del D.I. que se encuentra en una continua
evolución y, además, porque la existencia de un precedente jurisprudencial no excluye
la prueba en contrario que se pueda presentar contra el mismo. Existe, por otra parte,
en el propio Estatuto —el art. 59— una disposición que nos dice sobre la decisión del
Tribunal que
«no es obligatoria sino para las partes en litigio y respecto del caso que ha sido decidido».
En puridad de principios la cuestión no admite discusión; pero en la práctica las
consecuencias para los casos futuros que puedan plantearse son bien distintas. Hemos
comentado ya el respeto que el propio Tribunal siente por su jurisprudencia anterior,
y este hecho tiene necesariamente que proyectar su influencia sobre los demás Estados,
distintos a las partes en litigio, que deseen llevar en el futuro sus litigios ante el
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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Tribunal, engendrando entre ellos el convencimiento de que los precedentes


jurisprudenciales serán tenidos en cuenta. La jurisprudencia de los tribunales
internacionales forma hoy un cuerpo muy amplio, tanto por lo que se refiere a su
volumen como por las distintas jurisdicciones que la han ido creando o produciendo.
Pero es un lugar común el que se tache al D.I. de la falta de juez para aplicarlo. Ello es
totalmente erróneo y la simple enumeración de las jurisdicciones es suficiente para
rechazar la falsa afirmación anterior. No es momento de estudiar ahora, ya que lo
haremos en capítulos posteriores, las principales jurisdicciones internacionales; no
obstante, creemos conveniente adelantar una pequeña referencia a los tribunales
internacionales más importantes que han ejercido o están ejerciendo jurisdicción hoy
en día. Entre los primeros cabe señalar la Corte de Justicia centroamericana, los
Tribunales Arbitrales mixtos, el Tribunal Arbitral de la Alta Silesia, el Tribunal
Administrativo de la S. de N. y el T.P.J.I., que se disolvió como consecuencia de la
Resolución de 18 de julio de 1946 de la Sociedad de Naciones.

5. LA DOCTRINA CIENTÍFICA

Junto a la jurisprudencia internacional, cita el art. 38.1.d) como medio auxiliar


también a la doctrina científica. Ésta no es otra cosa que la opinión de los publicistas en
la materia, que forman la llamada interpretación doctrinal y que se manifiesta ya en
forma individual, mediante sus trabajos, ya en forma colectiva, a través de los debates,
acuerdos y resoluciones de los Institutos científicos, tales como el Institut de Droit In-
ternational, por no citar más que al principal. El primer valor de la doctrina científica
en el contexto en que la estamos estudiando ahora es el de ser «un medio auxiliar» para
la determinación de las normas internacionales.

La misión de la doctrina, por tanto, es en extremo valiosa, y no sólo la de los clásicos,


que, como es sabido, ocuparon en otro tiempo algo así como la posición de los responsa
prudentium del Derecho Romano: prueba de lo cual nos lo da la estadística hecha por
Dickinson y recogida por Nussbaum, en la que Grocio, y sobre todo Vattel, fueron
citados ante los tribunales americanos y recogida su doctrina en las sentencias gran
número de veces. Solamente Vattel, en el período de 1789 a 1820, fue citado 92 veces
por las partes y transcritas 22 veces por los tribunales sus doctrinas en las sentencias
(NUSSBAUM: 177). Todavía quedan reminiscencias de esta misión en la práctica actual
y no es extraño que el Estatuto del T.I.J. recogiera la doctrina científica como medio
auxiliar.

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ser divinizado”.
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No obstante, la importancia de la doctrina es hoy mucho más limitada, pues prin-


cipalmente sirve para dar fe de la existencia de determinadas costumbres internacio-
nales, y, como dijo acertadamente Miaja, el testimonio de los iusinternacionalistas tiene
un papel relevante «por el valor documental que pueden revestir sus opiniones; por
ejemplo, sobre la vigencia de una costumbre para determinado Estado, cuando de éste
es nacional el jurista que emitió aquella opinión». «El valor de la doctrina —nos dice
más tarde— se acrecienta cuando emana de una institución científica prestigiosa y no
vinculada a un determinado Estado» (MIAJA, 1979: 110-111).

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ser divinizado”.
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CAPITULO V
SUJETOS EN EL DERECHO INTERNACIONAL PUBLICO

Para saber cuándo estamos frente a un sujeto de derecho internacional, podemos


valernos de un método de análisis denominado test de subjetividad internacional, a
partir del cual se analizan dos criterios fundamentales:

• La titularidad de los deberes y derechos consagrados en normas internacionales.


• La posibilidad de exigirlos o que le sean exigidos frente a órganos también
• internacionales.

Nótese que se ha dejado de lado la posición doctrinal clásica que establece que sólo son
sujetos de derecho internacional aquellos que crean las normas jurídicas, criterio que
en un principio sólo otorgaba dicho estatus a los Estados y eventualmente a las
organizaciones internacionales, y que dejaba fuera al individuo.

La titularidad de deberes y derechos tiene como origen el significado de persona o sujeto


en la teoría del derecho. En un extraordinario ensayo publicado en la obra titulada El
derecho y la justicia, Rolando Tamayo analiza el concepto de persona a partir de los usos
que pueden darse a dicho término en los lenguajes filosófico, literario y jurídico.

Tamayo acepta, no sin antes advertir de las dificultades que ello implica, que el uso que
la dogmática jurídica le ha dado a persona corresponde al de sujeto de la filosofía
jurídica, y actualmente pueden utilizarse como sinónimos. Persona significa asumir un
papel, ser actor en determinado escenario. No es lo mismo ser individuo, pues en el
escenario jurídico no sólo ellos pueden actuar, es decir que ellos no son las únicas
personas; “persona significa papel dramático, no hombre”. Desde una visión jurídica,
existen personas físicas y personas colectivas; ambas desempeñan papeles jurídicos.
Los entes colectivos (por ejemplo, las empresas o las asociaciones) también pueden ser
personas en el derecho debido a que ejercen un papel determinado; asimismo, en el
ámbito internacional se considera personas a los Estados, las organizaciones
internacionales, los pueblos beligerantes, los gobiernos en el exilio, etcétera. A la idea

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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de persona le siguen las ideas de estatus y de capacidad. La


primera se identifica con la titularidad de deberes (obligaciones) y derechos, mientras
la segunda lo hace con la posibilidad de ejercerlos y exigirlos: lo que el sujeto puede
hacer por sí mismo o a través de otro. En los párrafos siguientes se aplicará el test de
subjetividad internacional y se comentará el papel de los sujetos mencionados en el
escenario del derecho internacional de los derechos humanos.

¿Qué papel desempeñan los Estados en las relaciones internacionales?

El Estado puede considerarse como el sujeto de derecho internacional más importante.


Independientemente del tipo de norma de que se hable, convencional o
consuetudinaria, la literatura jurídica mantiene el protagonismo estatal en virtud de
que la conducta de los Estados genera normas jurídicas. Así, cualquier estudio sobre la
producción de normas jurídicas internacionales debe revisar todavía la función estatal.

En relación con el Estado podemos predicar muchas cosas: sus elementos, la sucesión,
las formas de organización, la nueva composición de los poderes para realizar funciones
de gobierno, los problemas de su reconocimiento, los hechos que le generan
responsabilidad internacional, las obligaciones de reparar violaciones a normas
internacionales, los modos para la adquisición de territorio, etc.; sin embargo, sólo nos
enfocaremos en marcar de forma sucinta tres puntos de debate:
• La superación del voluntarismo estatal como única forma de producción
normativa internacional.
• La reformulación de la noción de soberanía específicamente por la actuación de
las organizaciones internacionales en materia de derechos humanos.
• La propuesta de creación de un Estado internacional y del globalismo judicial
basados en los postulados de Kant, Kelsen, Ferrajoli y la escuela alemana.

Con relación al primero de los puntos antes señalados, podemos referir que
desafortunadamente el voluntarismo estatal todavía rige la producción normativa en
buena parte de las ramas del derecho. La creación de tratados y convenciones
internacionales es la manifestación de la voluntad de un Estado para obligarse a normas
internacionales. Por tanto, en buena medida, aunque no de manera absoluta, un tratado
internacional está subyugado a la voluntad estatal, desde su creación y hasta su
terminación.

No obstante, los Estados han creado instituciones internacionales que caminan solas y
que edifican una nueva forma de pensar el derecho internacional, muchas veces en

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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contra de la voluntad estatal. Aquí debe hacerse especial


referencia a las cortes y tribunales internacionales de derechos humanos y a las
instituciones que realizan labores de policía y cuasijurisdiccionales en esta misma
materia. Por su parte, nociones como costumbre internacional o ius cogens pueden
pasar por encima de los Estados y obligarles a acatar normas jurídicas internacionales.
Sin embargo, como veremos más adelante, es difícil –mas no imposible– determinarlas
sin que haya, en el caso de la primera, una práctica reiterada y, en el caso de la segunda,
un consenso estatal. De cualquier manera, una vez acreditada la costumbre o el ius
cogens, sí podríamos obligar

jurídicamente a los Estados a conducirse de acuerdo con ellas, incluso a aquellos que
no participaron en su formación.

Por otro lado, no podemos negar que a través de las sentencias internacionales se ha
forzado a los Estados a generar reformas en sus sistemas jurídicos, a pesar de sus
intentos desesperados por evitar el cumplimiento de éstas. En la medida en que se
pueda estructurar desde el derecho una forma de obligar a los Estados sin pasar por
alto su voluntad, se tendrá una mejor protección jurídica a los derechos humanos. Una
vez agotado el primer punto de nuestro debate –la superación del voluntarismo estatal–
, nos abocaremos a exponer algunas consideraciones con respecto a la soberanía estatal
–nuestro segundo punto de debate. La soberanía estatal, que limitaba la intromisión de
un Estado en los asuntos internos de otro igualmente soberano, ha tendido a ser
reducida por órganos internacionales que no son soberanos en la misma medida que
un Estado, sino que son sencillamente superiores a ellos.

En la actualidad, las teorías que dan razón de la soberanía estatal no obedecen a las
pautas señaladas en el siglo xvi con Jean Bodino en De la República ni se desprenden del
principio de división de poderes de Montesquieu, descrito en el siglo xviii en Del Espíritu
de las Leyes; sino que constituyen una reformulación práctica y teórica de dos
fenómenos que escapa a la voluntad del Estado: las relaciones y el derecho
internacionales. Por esto, el derecho internacional de los derechos humanos plantea
serios debates sobre el concepto de Estado, visto desde la postura internacional.

El derecho internacional clásico se edificó a partir de la concepción de una soberanía


estatal que limitaba la participación de otro Estado en asuntos de competencia interna.
Por su parte, el actual derecho internacional, con las instituciones supranacionales,
plantea un nuevo modo de resolver el dilema de la soberanía: el Estado es igualmente
soberano frente a otro Estado, pero no puede justificar el incumplimiento de sus
obligaciones internacionales frente a instituciones que no son sus iguales, como una

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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corte internacional, una organización internacional o incluso la


comunidad internacional en su conjunto. Ello no significa que tales instituciones sean
menos o más soberanas que un Estado, sino simplemente que no pueden analizarse las
relaciones internacionales entre ellas y el Estado a partir de los conceptos de soberanía
de otros siglos. El tercer punto de debate es el que atañe a la creación de un Estado
internacional y el globalismo judicial.

La voluntad estatal y la soberanía internacional son replanteadas con base en un nuevo


concepto de organización supranacional, que no es más que la concentración de
posturas tales como la federación de pueblos de Immanuel Kant, el globalismo judicial

de Hans Kelsen, el constitucionalismo global de Luigi Ferrajoli o el Estado


constitucional de Christian Tomuschat y Arminvon Bogdandy. En todos ellos habita la
idea de un Estado menos soberano y reticente al derecho internacional. Hacia allá
apuntan los debates sobre el papel que el Estado juega en las relaciones internacionales.

¿Qué papel desempeñan y qué importancia tienen las organizaciones


internacionales?

Los Estados ya no son actores exclusivos del derecho internacional. Desde finales del
siglo xix y hasta nuestros días las organizaciones internacionales han adquirido un
protagonismo indispensable en el estudio del derecho internacional, no solamente en
el ámbito de cooperación jurídica y política entre Estados, sino también como
instituciones autónomas protectoras y, en algunos casos, responsables de velar por
intereses superiores a la voluntad estatal.

A pesar de que el vocablo organización internacional es de uso común en la literatura


jurídica, no existe consenso ni uniformidad respecto de su significado; esto es así
porque la realidad tampoco es uniforme. Las primeras organizaciones internacionales
fueron de cooperación estatal; posteriormente alcanzaron niveles de integración
estatal y más tarde realizaron actuaciones incluso por encima de la voluntad de los
Estados y con competencias más allá de lo que establecía su tratado constitutivo (aquí
especialmente se piensa en la Organización de las Naciones Unidas).

El derecho internacional actual estudia el papel que desempeñan las organizaciones


internacionales. Según el test de subjetividad que hemos propuesto, las organizaciones
internacionales tienen derechos y obligaciones consagrados en normas internacionales
y además pueden crear normas jurídicas, a diferencia de las personas físicas.

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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Ahora bien, la vasta diversidad de actuaciones de las


organizaciones internacionales puede dar lugar a material jurídico relevante, en
ocasiones perfectamente vinculante, como una resolución del Consejo de Seguridad; en
otras, solamente de valor jurídico insoslayable (aunque no vinculante), como las
observaciones generales del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

Según Remiro Brotons, las organizaciones internacionales “constituyen desde hace


décadas uno de los signos de identidad más característico y significativo de la sociedad
internacional”. Aun cuando son producto de la voluntad estatal, las organizaciones
desarrollan un papel que responde de forma institucionalizada a las exigencias del
nuevo derecho internacional. Sin embargo, también hay consenso en afirmar que las

organizaciones internacionales no han superado la estructura de las relaciones y del


derecho internacionales clásicos; por el contrario, la presuponen.

Nacen dentro de ellos y por supuesto que los fortalecen; en todo caso, contribuyen a la
evolución del derecho internacional contemporáneo, al hacerlo más democrático, social
y humanizado. El ámbito del derecho internacional de los derechos humanos es uno de
los espacios donde mejor han sido recibidas las organizaciones internacionales y donde
más se ha hecho por un derecho internacional distinto.

Las organizaciones internacionales son las encargadas de vigilar las normas


internacionales sustantivas a partir de diversos mecanismos de control como formas
de prevención de violaciones a éstas: 1) informes periódicos; 2) inspección o
verificación directa (visita in loco); 3) procedimientos cuasicontenciosos, o 4) medidas
cautelares.

Estas formas de garantía de las relaciones internacionales, dice Antonio Cassese, se


deben a la aparición de obligaciones estatales que no eran recíprocas de derechos (esto
es, relaciones entre Estados), sino de derechos individuales o de protección de intereses
grupales. Es decir, una relación jurídica internacional (tratado-contrato, por ejemplo)
otorgaba un derecho a un Estado frente a la obligación de otro. En cambio, ahora
pueden presentarse relaciones jurídicas que otorguen derechos a personas físicas o a
grupos determinados, pero que sólo generen obligaciones estatales. De esta forma, la
violación a la norma que protege tales intereses o derechos no le generará un daño
directo al Estado, que es parte de la relación jurídica creadora de derechos y
obligaciones, sino a los sujetos efectivamente protegidos.

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
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Los cuatro mecanismos de control aludidos son ejercidos


principalmente por el Consejo de Derechos Humanos y por los comités creados para
vigilar el cumplimiento y la aplicación de diversos instrumentos internacionales, como
el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención Internacional sobre
la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, la Convención sobre la
Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, la Convención
contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, o la
Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las
Desapariciones Forzadas (de reciente creación), entre otros. Los comités, compuestos
por individuos electos a título personal (no en representación de su Estado), pueden
utilizar tres procedimientos básicos para el control de tratados internacionales: 1)
examen a través de informes periódicos; 2) demandas interestatales, y 3) peticiones
individuales.

Por último, además de este control convencional o por virtud de tratados, existe en el
ámbito universal de los derechos humanos el control ejercido por organismos creados
por resoluciones de los órganos competentes de Naciones Unidas, como el Alto
Comisionado para los Derechos Humanos y el Consejo de Derechos Humanos.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos tiene como
función principal la promoción y prevención de violaciones a los derechos humanos en
el mundo. Por su parte, el Consejo de Derechos Humanos, a través de procedimientos
especiales heredados de su antecesora, la Comisión de Derechos Humanos, puede
encargar a grupos de expertos o relatores el examen o el control de una determinada
situación de violaciones a los derechos humanos en algunos Estados; además del
mecanismo de revisión periódica respecto de la situación de los derechos humanos en
Estados específicos, promoviendo el diálogo con el Estado que se encuentre bajo
revisión.

¿Cuál es la posición real del individuo en el actual derecho internacional?

De la satisfacción de los dos elementos principales del test de subjetividad internacional


referido puede seguirse que el individuo (persona física) adquiere la dimensión de
sujeto del derecho internacional solamente cuando puede afirmarse que es objeto
(sujeto indirecto) de derecho internacional, pero sobre todo cuando es sujeto directo
del mismo y cuando efectivamente puede exigir sus derechos frente a un tribunal. El
primer criterio indica que un ente es sujeto de derecho internacional si es titular de
derechos y obligaciones consagrados en normas internacionales. Aquí se sigue la teoría

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

kelseniana en la que una persona jurídica es el centro de


imputación normativa y no se agota en la persona física, sino que puede referirse a
cualquier centro de referencia de actos jurídicos.

Este centro de referencia normativo puede presentarse en dos modalidades: directo o


indirecto. En el primer caso, el pretendido ente expresamente es titular de ciertos
derechos u obligaciones. En el segundo caso, el sujeto es en realidad objeto de la
regulación; es decir, aunque no se le otorgan derechos o adquiere obligaciones de
manera expresa, sí lo hace de manera indirecta.

Este tipo de argumento le sirvió a Kelsen y a los monistas para separarse de aquella
visión dualista que sostenía que el derecho internacional no regulaba conductas de
personas físicas sino de Estados. El argumento contrario clarificaba que los Estados no
pueden actuar más a través de personas individuales, de ahí que el derecho
internacional tenía como sujetos indirectos de sus normas a los individuos.

En una referencia histórica, para hablar del individuo como sujeto de las normas
internacionales hace falta volver a los fundadores, como les llamó Antonio Gómez
Robledo, pues es errónea la frase que afirma que sólo hasta pasada la segunda Guerra
Mundial el individuo surgió como sujeto emergente en el derecho internacional
contemporáneo.

Francisco de Vitoria, por ejemplo, no sólo les niega el ius inventionis a los españoles,
sino que afirma “la igualdad jurídica entre europeos y americanos, no obstante, su
enorme desnivel cultural en aquel momento”. Esto es tanto como darle un lugar especial
al individuo bárbaro en la concepción del derecho de gentes. Actualmente
presenciamos el rescate histórico de la posición del individuo que le otorga derechos
subjetivos consagrados en las normas internacionales de derechos humanos, del
derecho internacional humanitario, del derecho internacional de los refugiados,50 e
incluso del derecho internacional económico.

Sin embargo, ello también le impone las obligaciones internacionales de no cometer


genocidio, crímenes de agresión, crímenes de guerra o crímenes de lesa humanidad,
además de piratería. Así, el individuo es un centro de imputación normativa porque le
son conferidos derechos y obligaciones consagrados en normas internacionales. Debe
quedar abandonada definitivamente la postura que sostiene que el criterio para
determinar los sujetos del derecho internacional debe ser la capacidad de negociación,
creación, exigencia y aplicación de las normas internacionales, esto es que debe
erradicarse la idea del imperio estatal e incluir excepcionalmente a las organizaciones

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

internacionales. El segundo criterio de análisis del test


propuesto alude la posibilidad de que una persona jurídica tenga la capacidad de exigir
por sí misma sus derechos frente a tribunales internacionales. Esto debe hacerse
porque hay juristas que niegan la existencia del individuo en la medida en que no hay
posibilidad de actuación en el plano supranacional sino a través de un Estado, y
específicamente del Estado nacional, incluso para activar al órgano jurisdiccional.

Con base en este argumento, el vínculo creado por la nacionalidad se vuelve


fundamental y necesario para la actuación en las relaciones internacionales; por tanto,
un individuo puede interpretar un papel en el derecho internacional sólo si es protegido
por el Estado, aun cuando haya normas internacionales que le confieran expresamente
derechos a título individual. Resulta oportuno referir que existen casos en que un
Estado ha quitado la nacionalidad a determinados individuos, eliminado con ello su
posibilidad de actuar en el derecho internacional. En el caso de los apátridas el
panorama bajo la concepción tradicional resulta doblemente aterrador, pues no sólo no

cuentan con el camino directo para exigir sus derechos en el plano internacional, sino
que no tienen un Estado que eventualmente pudiera protegerlos.

Actualmente se reconoce que la nacionalidad es, en principio, el estatus necesario para


que los individuos gocen de sus derechos. Al respecto, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos (Corte idh) sostuvo que:
La Convención Americana recoge el derecho a la nacionalidad en un doble aspecto: el
derecho a tener una nacionalidad desde la perspectiva de dotar al individuo de un mínimo
de amparo jurídico en el conjunto de relaciones, al establecer su vinculación con un Estado
determinado, y el de proteger al individuo contra la privación de su nacionalidad en forma
arbitraria, porque de ese modo se le estaría privando de la totalidad de sus derechos
políticos y de aquellos derechos civiles que se sustentan en la nacionalidad del individuo.

Seguir en estricto sentido la posición anterior significa que la protección estatal es la


única vía de participación en el plano internacional para el individuo; esto es, la
protección diplomática. Con todo, no podemos olvidar los más recientes estudios que
sugieren, o por lo menos ponen en la mesa de debate, la titularidad individual del
derecho a la protección diplomática y la obligación estatal correlativa a ejercerla; ya no
es un derecho de monopolio exclusivo estatal, sino a petición del individuo. Entonces
no es válido el argumento en el sentido de que los individuos no son sujetos de derecho
internacional porque no pueden acudir directamente a un tribunal internacional para
exigir sus derechos pues, en primer lugar, el Estado puede actuar a nombre de ellos y,
en segundo, existen tribunales internacionales con jurisdicción obligatoria en los que el
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

individuo ha adquirido un pleno ius standi, a pesar de la reticencia estatal generalizada


para acudir al proceso adjudicativo de forma facultativa; por ejemplo, frente a la Corte
Europea de Derechos Humanos (cedh). Por su parte, en el sistema interamericano
resulta digno de mencionar que el individuo ha adquirido una mayor autonomía
procesal delante de la propia Corte idh y respecto de la Comisión.

Esto significa que se ha fortalecido su locus standi, es decir, su lugar en el proceso ante
el órgano jurisdiccional. En este mismo sentido, la personalidad o capacidad de los
sujetos de derecho internacional fue revisada por la cij en el caso del conde Bernadotte,
donde se entiende que los sujetos de derecho internacional pueden tener personalidad
jurídica plena o personalidad jurídica limitada. En este criterio, la personalidad jurídica
plena le corresponde solamente a los Estados pues, en principio, no tienen límites en su
capacidad de obligarse a determinadas conductas. Por su parte, se reconoce que una
organización internacional –en este caso la propia Organización de las Naciones Unidas
(onu)– es un sujeto de derecho en tanto que puede poseer derechos y deberes
internacionales y puede ser representada por distintas personas para proteger esos
derechos; y, por último, que su personalidad es limitada, debido a que no puede
obligarse sino a lo que le permite su tratado constitutivo.

De aquí es posible seguir que la cij reconoce que pueden existir sujetos de derecho
cuando se tiene la aptitud de poseer o ser titular de deberes y derechos internacionales,
aun con personalidad jurídica limitada. Ese también es el individuo: un centro de
imputación normativa, con personalidad jurídica limitada y con capacidad procesal en
crecimiento. De esta forma, parece que se han aportado argumentos para sostener que
la persona física es centro de imputación normativa, ya que cuenta con derechos y
obligaciones internacionales que puede exigir a nivel internacional. Luis Vigo afirma
que existe un tránsito del derecho interno al derecho internacional del cual se ha
beneficiado el individuo: “un paso que merece ser subrayado en este proceso de
judicialización internacional de los derechos humanos es el reconocimiento por el
derecho internacional de la subjetividad jurídica del individuo para reclamar por
violación a los derechos en cuestión”.

Antônio Augusto Cançado Trindade, actual juez de la cij y antiguo juez de la Corte idh,
afirma que:
Siendo que el derecho internacional contemporáneo reconoce a los individuos derechos y
deberes (como lo comprueban los instrumentos internacionales de derechos humanos), no
hay cómo negarles personalidad internacional, sin la cual no podría darse aquel
reconocimiento […] El reconocimiento del individuo como sujeto tanto del derecho interno

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

como del derecho internacional, dotado en ambos de plena capacidad procesal, representa,
[…] una verdadera revolución jurídica, a la cual tenemos el deber de contribuir.

¿Hacia dónde se dirige el individuo en las relaciones internacionales gracias al


derecho internacional de los derechos humanos?

El panorama actual del individuo en el derecho internacional es alentador si


consideramos que hace 60 años apenas se discutía el tema de forma débil. Sin embargo,
sucesos como los de Libia o Siria, ocurridos en 2011, demuestran la necesidad de una
estructura jurídica idónea para la protección de los derechos humanos en el mundo.

El crecimiento de los tribunales internacionales y sus pronunciamientos, así como el


fortalecimiento de los mecanismos no jurisdiccionales de control de obligaciones
estatales convencionales, contribuyen de forma significativa al posicionamiento de la
persona física en el plano internacional.

El ius standi y el locus standi, logrados dentro del derecho internacional de los derechos
humanos, constituyen el mayor esfuerzo para rescatar judicialmente al individuo del
exilio en el que se encontraba en la sociedad internacional, donde privaban los
Estados.63 Sin embargo, se ha generado mucho temor porque las estructuras jurídicas
poco a poco empiezan a demostrar su insuficiencia, en especial por la carga de trabajo.
La tarea, por tanto, no está terminada.

En el sistema interamericano se ha analizado la posibilidad de que el individuo tenga


acceso directo al órgano jurisdiccional y que la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (cidh), en tanto órgano principal de la Organización de los Estados
Americanos (oea), realice otro tipo de funciones de tipo más general y no bajo el sistema
de peticiones individuales. Sin embargo, el camino no parece ser el correcto. En el
sistema europeo, donde ya existe el acceso directo, las estadísticas en el rubro de casos
pendientes de resolución son alarmantes: de acuerdo con datos del sitio oficial de la
cedh, al 30 de junio de 2011 son 152 800 demandas pendientes, de las cuales 96 300 se
encuentran ante juez único. Por tanto, no parece ser ése el mecanismo idóneo para el
sistema interamericano, si se considera que la Corte idh cuenta sólo con siete jueces y
no es un tribunal que sesione permanentemente.

En el caso de México, las cinco últimas sentencias dictadas por la Corte idh de 2009 a
noviembre de 2010 no demuestran que el respeto a los derechos humanos sea una tarea
satisfecha. Por el contrario, la situación de nuestro país dista mucho de ello; sólo hace
falta observar el trato que se da a las personas migrantes en el territorio nacional. En
“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein
“AÑO DE LA LUCHA CONTRA CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD”

todo caso, serán las instituciones jurídicas internas, no las internacionales, quienes
logren ubicar a los individuos en el pleno goce de sus derechos. El derecho
internacional, desde esta perspectiva, es sólo otra herramienta jurídica.

Regirá, más que nunca, el principio de subsidiariedad de los sistemas regionales de


derechos humanos y el objetivo será que llegue el menor número de casos en la medida
en que las instituciones internas protejan mejor los derechos y las libertades del
individuo. Ésta también es una tarea de la CDHDF.

“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y debe
ser divinizado”.
Albert Einstein

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