Christian Marazzi Capital y Lenguaje Hacia El Gobierno de Las Finanzas Páginas 149,151 183

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Hacia el gobierno de las finanzas

La democracia en América
Financierización y comunismo del capital

Intentaré reflexionar sobre algunos elementos que podríamos consi-


derar intentos de crítica de la democracia. Lo haré sin embargo po-
niendo el foco sobre algunos procesos que se han dado en estos años,
por cierto al interior de EE. UU., pero con poderosos efectos de irra-
diación y difusión sobre el plano mundial. Trataré estos elementos de
crítica radical de la democracia bajo la perspectiva de aquel fuerte pro-
ceso que hemos definido financierización, que se ha ido desarrollando
hombro con hombro junto a aquel otro potente proceso que hemos
denominado New Economy o economía posfordista. El interés de este
intento de analizar la financierización consiste en que en ella se con-
jugan tanto procesos de cambio de forma de la soberanía como, por
primera vez en la historia, la entrada de partes del cognitariado, del
general intellect, en los mercados bursátiles, como si el general intellect
por primera vez fuera presentado vistiendo traje luego de haber lleva-
do durante mucho tiempo jeans y remera.
¿Cuál es el propósito político de observar la financierización? Ella,
recordaremos, ha sido aquel gran dislocamiento del ahorro colectivo
de los circuitos económicos nacionales a los circuitos bursátiles mun-
diales; ha sido el primer desplazamiento del ahorro colectivo fuera de
las fronteras nacionales que ha visto masas de capitales catapultarse
sobre los mercados bursátiles, hasta los límites eufóricos e incluso
irracionales durante los últimos dos años de la última década. Este
proceso tiene un preciso derrotero histórico, parte de 1979, es la cara
financiera de la crisis y de la destrucción de la clase obrera fordis-
ta; tanto es así que se inicia precisamente con el giro monetarista

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de Volker, entonces presidente de la Federal Reserve, con el aumen-
to drástico de las tasas de interés en octubre de 1979, que marcó el
giro hacia una progresiva desestabilización de la política monetaria y
del rol de los bancos y llevó a la afirmación decisiva de los mercados
bursátiles como modalidad de financiamiento de la economía. Por
primera vez aquel duopolio entre modelo anglosajón, basado en las
finanzas, y modelo renano, basado en el financiamiento bancario, tí-
picamente alemán, pero también francés e italiano, termina fuerte-
mente desbalanceado a favor del modelo anglosajón.
Si, por una parte, se da la captura de los fondos de pensión y de
los fondos institucionales del ahorro colectivo, por otra aparece cada
vez más la afirmación, en el despliegue de esta financierización, del
sector de las nuevas tecnologías, sector que ha involucrado, y al día
de hoy involucra, a la fuerza de trabajo creativa, innovadora, que
ha provocado las aventuras y desventuras de la New Economy. En
este sentido, vemos aquí por primera vez el equivalente del pro-
ceso ocurrido en los años veinte antes de la primera gran crisis, la
aparición de un fordismo microeconómico que para poder genera-
lizarse e imponerse como modo de regulación de la economía ha
necesitado su gran crisis. Creo que esta crisis iniciada en marzo de
2000 y reintroducida, en cierto modo, pero con precios muy eleva-
dos, alrededor del año 2002, es la primera crisis –primera pero no la
última– de lo que llamamos el capitalismo cognitivo. Una crisis que
marca el pasaje hacia una posterior difusión y generalización de la
financierización.
Lo primero a subrayar es que en los años de la financierización,
del boom de las bolsas, se ha comenzado a hablar de la afirmación
de un individualismo patrimonial basado en la perspectiva contractua-
lista: la empresa se ha vuelto un nodo de contratos entre empleador
y empleado, entre accionista y management, entre trabajadores, fon-
dos de pensión y propiedad colectiva del capital. Este individualismo
patrimonial basado en el principio contractualista ha tomado el lugar
de aquella perspectiva organicista que por el contrario era típica de la
fase fordista, principio según el cual el interés colectivo de los sujetos

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que participan, de un modo u otro, en la producción de riqueza, es
fijado ex ante, a priori, y define los contornos dentro de los que cada
uno persigue su interés. Todo esto ya no existe.
Con la financierización cada uno entra en una relación contrac-
tual con el otro alimentando un proceso de individualización del lazo
social y económico: es el fin del modelo renano-alemán donde los
obreros, los sindicatos, los representantes bancarios, los representan-
tes del Estado, todos en cierto sentido, ayudaban a definir el contexto
dentro del cual el interés colectivo era diseñado a priori.
Un intento de recuperar esta perspectiva organicista se perpetúa
hoy en la idea de la corporate social responsability, el intento de rede-
finir la empresa como nodo de una pluralidad de intereses: los tra-
bajadores, los consumidores, los accionistas, etc. Recientemente, el
“Economist” ha publicado en su tapa una crítica de este intento de re-
cuperar la perspectiva organicista. No pienso que haya grandes chan-
ces de volver a constituir el eje alrededor del cual puedan redefinirse
las relaciones de clase, las relaciones de fuerza.
La salida del punto de vista organicista y el intento de contractuali-
zar los lazos sociales es trabajosa y no es obvia, aun si la financieriza-
ción, sobre todo en los últimos años de la década del noventa, ha dado
con seguridad un bello giro a la organización capitalista del trabajo y
de las relaciones entre capital y trabajo.
Los discursos sobre la democracia absoluta, los más extremos que
se han sentido, siempre han sido formulados a partir de los mercados
financieros: de allí se ha desarrollado la primera teoría de la democra-
cia absoluta, porque es allí donde cada uno piensa que adquiriendo
una porción del capital estaría él mismo autorrepresentado en la for-
ma de la participación en la distribución de este capital. Sabemos que
las cosas no son así, sabemos muy bien que el individualismo propie-
tario y patrimonial, el proyecto de sociedad que Bush ha relanzado,
está lleno de asimetrías y de falsas representaciones. Pero, de hecho,
éste es el modelo que produce opinión y consenso. Es sobre esto que
el concepto mismo de democracia ha sido llevado a sus últimas con-
secuencias históricas y teóricas y, al mismo tiempo, ha abierto toda

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una serie de fallas dentro de las cuales el pensamiento crítico debe de
cualquier modo reencontrarse.
Quisiera aquí abrir un paréntesis. Creo que debemos hacer una
autocrítica a propósito del uso de la categoría de trabajo inmaterial:
esta expresión ha inducido una serie de malentendidos y pensamien-
tos erróneos. Antes que nada “trabajo inmaterial” es un oxímoron:
el trabajo es siempre material aun cuando es cognitivo; el trabajo es
cansador sea como gasto de energía física o como gasto de energía
intelectual, por lo que creo que deberíamos abandonar este concepto
de trabajo inmaterial; debemos en todo caso insistir en el aspecto
cognitivo y dejar la inmaterialidad a los bienes y servicios porque de
otro modo se escapan diversas cuestiones.
Por ejemplo, el sufrimiento ligado al trabajo cognitivo: en los últi-
mos años ha habido un particular desarrollo de patologías, sufrimien-
tos, depresiones. Precisamente en este período han surgido datos
concernientes al mercado de trabajo norteamericano: en los últimos
tres años se han perdido 1.800.000, no de puestos de trabajo, sino de
personas en el trabajo, casi todas en situación de invalidez. No debe-
mos subestimar esta dimensión del sufrimiento del trabajo porque
si no, creo, no conseguiremos entrar en diálogo con nadie que tenga
que ver con estos procesos. No debemos caer en el error, tantas veces
denunciado por los filósofos del lenguaje, de escindir cartesianamen-
te el cuerpo de la mente porque de otro modo nos arriesgamos a me-
ternos en trampas de las que luego es difícil salir. Cierro el paréntesis.
Pero otro aspecto interesante a propósito de la financierización es
la cuestión de la soberanía. En la New Economy se han desarrollado
diversas formas de remuneración –por ejemplo las stock options para
el manager, pero no solo para él– ligadas al rendimiento de la empre-
sa, incluso para los asalariados a través de los fondos de pensión o los
fondos de inversión. Estas formas de remuneración monetaria han
permitido a los mercados financieros crecer con fuerza, trasladando
la creación de liquidez de la esfera del Estado a la esfera de los mer-
cados financieros. Ha habido realmente un traslado de la creación
de la liquidez “en última instancia” del Banco Central, que no por

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casualidad ha debido ir tras las finanzas monetizando aquello que las
finanzas emitían bajo formas de deudas.
¿Qué significado tiene todo esto? Significa que la soberanía, es de-
cir, aquello que en última instancia salda la deuda social y permite a
los ciudadanos sentirse parte, a través de la convicción, de una comu-
nidad, ha sido desestatalizada. No entiendo la vuelta a las teorías del
imperialismo, que vuelven a proponer el deseo del Estado nacional,
cuando la soberanía imperialista se ha debilitado fuertemente a favor
de una soberanía ligada a los mecanismos financieros de mercado,
los cuales constituyen una soberanía mucho más compleja, global,
transnacional y transestatal.
El hecho de que nos encontramos en un desplazamiento concreto,
no simplemente ligado a la burbuja especulativa, de la soberanía (desde
el punto de vista del análisis de la creación de la liquidez) lo demuestra
el hecho de que cada vez más los mercados financieros crean formas
embrionarias de moneda que permiten, por ejemplo en las fusiones,
usar las acciones para fundirse con otra empresa. Las stock options cons-
tituyen también ellas una forma embrionaria de moneda que en cierto
sentido alude a una posible forma privada del dinero, precisamente
como von Hayek la había anunciado. Estamos lejos de poder usar las
acciones en el supermercado para hacer las compras, pero es un hecho
que aquí hay algo inédito que se ha desarrollado en los últimos años.
Me interesa hablar de esto para señalar el desplazamiento inducido por
los propios procesos de transformación del capitalismo y de su modo
de crear valor. Pero esto está además acompañado de una mutación
de la comunidad de referencia. Podemos resumir la cuestión de este
modo: la liquidez bancaria es tal que, sobre todo en la fase fordista, ha
visto al Estado, al Estado social, al Estado como banco central, fijar los
objetivos de crecimiento a partir del centro como eje de constitución
de la comunidad. La liquidez financiera, con sus símbolos y valores, ha
creado un nuevo espacio social que se emancipa de la soberanía estatal.
El individuo de esta sociedad propietaria, de esta sociedad basada en el
individualismo patrimonial, es portador de derechos que son, para usar
una expresión hoy muy de moda en Italia, titularizados securitizados.

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Tomemos al jubilado que durante su vida activa ha constituido
su ahorro con el depósito de las cuotas del sistema de jubilación
pública y cuando llega a la edad de jubilación recibe su dinero. El
principio sobre el que se basa la jubilación pública es el principio
del reparto, quien trabaja paga el dinero a quien está jubilado, y es
dinero. Piénsese en cambio en el sistema jubilatorio basado no en
el reparto, sino en la capitalización. Cuando se llega a la edad de
jubilación no tendremos dinero, sino títulos que deben ser converti-
dos, vendidos en los mercados financieros para poder tener su equi-
valente monetario. Esto significa que los derechos fundamentales
que han constituido toda la era fordista, los derechos sociales, en un
cierto sentido se titularizan y de este modo amplían la esfera de la
financierización y del individualismo.
Ahora, un punto sobre el que es necesario reflexionar juntos es el
siguiente: que, de todos modos, estos procesos son siempre incom-
pletos. Porque más allá de todo, la soberanía ligada a los bancos cen-
trales persiste: nos enfrentamos, sí, a procesos de financierización,
pero ciertamente todavía tenemos mucho que hacer con el poder y
su forma soberana en la gestión en última instancia del dinero. Esto
es importante porque precisamente sobre la base de esta contradic-
ción, de esta tensión, de esta ambigüedad, tenemos que enfrentar-
nos, con la primera crisis de la New Economy, a un nuevo nivel de la
propia globalización.
¿Qué ha sucedido durante la crisis iniciada en 2000 y todavía en
curso? En estos primeros años del 2000 se ha dado una inversión
de tendencia en los flujos de las inversiones directas. Es la realidad
actual de China e India y de los países en los que las empresas nor-
teamericanas y europeas invierten directamente. Este outsourcing
mundial, esta subcontratación a escala global, es un proceso real y
no solo relacionado con los sectores más viejos, los manufactureros,
clásicamente fordistas, sino que involucra a segmentos importantes
de fuerza de trabajo altamente calificada. Nos enfrentamos a un pro-
ceso de dislocamiento impresionante que explica en parte esta extra-
ña recuperación norteamericana sin una gran creación de puestos

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de trabajo. Pero nos dice también que la crisis de la New Economy ha
visto al cognitariado no simplemente en una posición de nuevo suje-
to, sino de un sujeto que pone los problemas, problemas que en EE.
UU. están en el origen mismo de esta crisis.
La fuerza de trabajo cognitiva, que fue involucrada de modo muy
fuerte en los procesos de la New Economy, ha sido una fuerza de traba-
jo que demostró tener valores diferentes de aquellos del capital y del
capitalismo cognitivo. Ha sido literalmente retenida por las empresas
de la New Economy a fuerza de stock options. Este es un punto funda-
mental: la fuerza de trabajo cognitiva es una fuerza capaz de resistir
y de desarrollar hostilidad. Peter Drucker, uno de los grandes gurúes
del business management, dice que todo el que haya trabajado para
Microsoft la odia, porque todo su saber, todo su conocimiento ha sido
siempre reducido a sus mero valor monetario. El único modo de re-
tener a esta fuerza de trabajo ha sido ofrecerle remuneraciones muy
elevadas, pero esto no quita que dentro del trabajo cognitivo exista
algo que Claudio Napoleoni denominaba un residuo, un resto, una ex-
cedencia no comprimible únicamente dentro de los valores del capital.
Esta subjetividad, esta sustracción activa lleva por un lado a tener que
empujar al extremo la financierización, pero, por otra parte, lleva a
esta misma financierización a su crisis. La crisis de la New Economy,
iniciada en el año 2000, es una crisis debida a costos remunerativos
demasiado elevados para ese sector, a una incapacidad del empresa-
riado de controlar la dinámica y los costos de la fuerza de trabajo
cognitiva. De aquí la necesidad de hacer de la crisis un momento de
desvalorización, de reducción de su valor a niveles inferiores. Solo
esto explica el reflujo de capitales hacia países como China e India
donde la calidad de la fuerza de trabajo cognitiva existe, pero los sa-
larios son inferiores, junto a las diferencias del caso en la regulación
política misma de los mercados de la fuerza de trabajo.
Quiero insistir en que cuando se presta atención al costo de la
fuerza de trabajo en su conjunto, de los managers hasta abajo, en el
sector de las nuevas tecnologías a fines de los años noventa, se obser-
va que la parte de las ganancias pre-impuestos que ha ido a pagar la

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fuerza de trabajo fue en promedio de más del 70 por ciento. ¡En los
sectores manufactureros, en cambio, es de alrededor del 20-25 por
ciento! Esto quiere decir que hay verdaderamente algo en el trabajo
cognitivo que ha desestabilizado las relaciones de fuerza al interior
de los procesos de valorización en su conjunto. Esto me parece un
punto para no olvidar: todos han tomado un poco en broma a la New
Economy, pero en realidad todos en el fondo querían creer en ella,
unos por una razón y otros por otra, unos porque veían el triunfo del
cognitariado, otros porque veían el triunfo del empresariado, otros,
finalmente, por ver su irracionalidad. Luego ha estallado, y todos sa-
bíamos que debía estallar, pero habíamos hecho todo lo posible para
olvidarla y cuando se busca remover algo tan rápidamente, cuando
se busca no elaborar el luto, quiere decir que algo ha permanecido
adentro. Y esto que ha permanecido dentro de nosotros es precisa-
mente el descubrimiento de un terreno que es de democracia abso-
luta, o mejor, una especie de prefiguración de formas de democracia
absoluta; pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de realizar esta
democracia al interior de la forma propietaria, al interior de la forma
contractualista, al interior de la financierización.
Concluyo con una cuestión que ha sido planteada por Tronti: ¿me-
jor Bush o Clinton? Pienso que siempre es mejor Clinton, pero lo
sostengo no porque haya creído en él. Los años de la administración
Clinton fueron años en los que el estado social fordista fue completa-
mente desmantelado, en el 96 se pasó del welfarestate al workfarestate,
del asistencialismo al racionamiento de subsidios; fueron años en los
que buena parte de la reducción, hasta la pulverización, del déficit
público ha sido posible gracias al fuerte recorte de los gastos sociales
y el aumento de las entradas fiscales debido a los impuestos sobre
ganancias de capital. Por otra parte Clinton ha hecho sus bellas incur-
siones armadas alrededor del mundo. No quiero decir que esa forma
socialdemócrata de la New Economy fuera en absoluto la mejor, y creo
también que si Kerry hubiese ganado una serie de dramas con los
que debemos convivir, directa o indirectamente, no habría para nada
terminado. El problema del bushismo es que frente a la globalización

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del capitalismo cognitivo, con sus enormes procesos de deslocaliza-
ción, de inversión de flujos de capital, más de la mitad de la deuda
pública norteamericana es financiada por los asiáticos, los cuales han
tenido el interés de frenar la devaluación del dólar para poder seguir
exportando sus bienes hacia EE. UU., y por lo tanto desvían sobre
bonos del tesoro norteamericano los gastos que consiguen realizar.
El hecho es que el capitalismo norteamericano, en virtud del circuito
internacional de las inversiones, consigue bajar las tasas, convivir con
el endeudamiento privado de las familias, consigue tener una infla-
ción negativa en términos reales, consigue tener tasas de interés muy
bajas, y todo esto nos lo hacen pagar con una peligrosa militarización
del mundo. ¿Por qué hasta hoy se mantiene un equilibrio del circuito
financiero? Porque existe un interés global en mantenerlo: los chinos
están interesados en comprar bonos del tesoro norteamericanos por-
que están interesados en frenar la devaluación del dólar, porque están
interesados, con un dólar poco devaluado, en continuar exportando.
Pero es cierto que los chinos tienen en sus manos un arma letal: pue-
den efectivamente salirse de la deuda pública norteamericana, cuan-
do la acumulación de estas contradicciones pudiera presentar riesgos
reales, cuando, por ejemplo, como ya está sucediendo, los asiáticos
quieran ir a invertir a Brasil, Argentina, Venezuela o Europa. Estos
son los cambios de alianza que están en juego y estos cambios de
alianza no serán permitidos fácilmente por los norteamericanos. La
guerra es la prolongación de una crisis de la soberanía imperial, pero
imperial también porque otros lugares están movilizando las alianzas
y redefiniendo la geo-estrategia de las luchas.

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Socialismo del capital

En la última lección del Curso dictado en el Collège de France


entre 1978 y 1979, Foucault hace la siguiente pregunta: “¿Cómo hacer
para que el soberano no renuncie a ninguno de sus campos de ac-
ción, e incluso para que no se convierta en geómetra de la economía?
¿Cómo hacerlo? La teoría jurídica no es capaz de retomar ese proble-
ma y resolver la cuestión: cómo gobernar en un espacio de soberanía
poblado por sujetos económicos, pues precisamente esa teoría jurí-
dica –la del sujeto de derecho, la de los derechos naturales, la de los
derechos otorgados por contrato, y de las delegaciones– no se ajusta,
y no puede ajustarse […] a la idea mecánica, a la designación misma
del homo oeconomicus” (Foucault, 2007, p. 334).
El arte liberal de gobernar, para poder ejercitar el poder contem-
poráneamente sobre sujetos de derecho y sujetos económicos radi-
calmente heterogéneos entre sí, tiene necesidad de un “nuevo obje-
to”, un “nuevo ámbito”, un espacio relativamente autónomo. Según
Foucault, este campo de referencia, que se impone frente a la emer-
gencia histórica del homo oeconomicus, es la sociedad civil. La socie-
dad civil representa la respuesta a la cuestión recién evocada: “¿cómo
gobernar, de acuerdo con reglas de derecho, un espacio de soberanía
que tiene la desventura o la ventaja, según se prefiera, de estar pobla-
do por sujetos económicos?” (ibídem, p. 335).
Que sujetos de derecho y sujetos económicos sean heterogéneos
entre sí, es decir, no superponibles y no gobernables según la misma
ratio, depende del hecho de que los primeros se integran al conjun-
to del que forman parte siguiendo la dialéctica de la renuncia a los

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propios derechos, mientras los segundos se integran “no gracias a
una transferencia, a una sustracción, a una dialéctica de la renuncia,
sino por medio de una dialéctica de la multiplicación espontánea”. El
homo oeconomicus constituye desde su primera aparición una suerte
de átomo insustituible e irreductible de interés (en el espíritu liberal
no se exige a un individuo a renunciar a su interés), y esto depende
de cómo el sujeto económico se coloca frente al poder del soberano. A
diferencia del sujeto de derecho, el sujeto económico no se contenta
con limitar el poder del soberano, sino, al menos hasta cierto punto,
lo hace decaer en virtud de la incapacidad fundamental y decisiva del
poder de dominar la totalidad del ámbito económico. En efecto, en
los enfrentamientos del campo económico, “el soberano no puede ser
más que ciego”. Los laberintos y sinuosidades del campo económico
toman el lugar de los designios de la Providencia o de las leyes de
Dios, de aquella opacidad que en la Edad Media elevaba al soberano
y precisamente por ella su trascendencia lo legitimaba a ejercer el po-
der en la tierra. Ahora, en la economía liberal de mercado, la misma
opacidad, el velo de ignorancia (o la mano invisible), son constitutivos
tanto del accionar egoísta del sujeto económico como de su propia
racionalidad. Teniendo dentro de sí el principio de soberanía y de di-
vinidad, la economía de mercado obliga así a redefinir constantemen-
te las modalidades del arte de gobernar. Y la sociedad civil se ofrece
como solución de la aporía que atraviesa la gobernabilidad en una
sociedad poblada de una multitud de sujetos heterogéneos entre sí.
En la definición canónica de Ferguson (2010), la sociedad civil es
la globalidad concreta dentro de la que viven los mismos sujetos eco-
nómicos que Adam Smith intentaba estudiar. Releyendo a Ferguson,
las razones puestas en evidencia por Foucault son cuatro. En primer
lugar, la sociedad civil representa una suerte de social pre-social, una
constante histórico-natural que, ab origine, asocia de manera espon-
tánea e indisoluble individuo y sociedad (“el lazo social no tiene pre-
historia”): “el lenguaje, la comunicación, y por consiguiente cierta
relación perpetua de los hombres entre sí son absolutamente caracte-
rísticos del individuo y la sociedad, porque ninguno de los dos puede

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existir sin el otro. En suma, jamás hubo un momento, o en todo caso
es inútil imaginar un momento en que se haya pasado de la natu-
raleza a la historia, de la no sociedad a la sociedad. La condición de
la naturaleza humana consiste en ser histórica, pues consiste en ser
social” (Foucault, 2007, p. 339).
En segundo lugar, la sociedad civil representa la síntesis espon-
tánea de los individuos que no tienen necesidad de constituir una
soberanía a través de un pacto de sujeción. Es la reciprocidad (la sim-
pathy smithiana) la que mantiene junto el conjunto de las individua-
lidades: “En efecto, lo que liga a los individuos en la sociedad civil no
es el máximo de ganancia en el intercambio, sino toda una serie que
podrían llamar de ‘intereses desinteresados’” (ibídem, p. 342). Instin-
to, sentimiento, simpatía, compasión, pero también repugnancia por
otros individuos, o por la infelicidad de los otros. “Por lo tanto, ésa es
la primera diferencia entre el lazo que une a los sujetos económicos y
a los individuos que forman parte de la sociedad civil” (ibídem, p. 343).
La sociedad civil se caracteriza como una síntesis espontánea en cuyo
interior el lazo económico encuentra su lugar, aun si lo amenaza sin
tregua a causa de su vocación de ir más allá de todo límite comunita-
rio, más allá de toda dimensión local.
En tercer lugar, en la sociedad civil existe una formación espontánea
del poder, un poder que precede la institución del poder a través de la
delegación, por lo tanto antes de la definición jurídica del poder sobe-
rano. Nosotros seguimos a un jefe –dice Ferguson– aun antes de haber
imaginado discutir su poder o haber fijado las formas para elegirlo. La
estructura jurídica del poder llega siempre después, a posteriori. “El
hombre, su naturaleza, sus pies, sus manos, su lenguaje, los otros, la
comunicación, la sociedad, el poder, todo eso constituye un conjunto
solidario que es precisamente característico de la sociedad civil” (ibí-
dem, p. 347). En fin, la sociedad civil es el motor de la historia porque
el equilibrio espontáneo y estable que funda la sociedad civil es tal en
virtud de fuerzas disgregantes, desequilibrantes, conflictivas (como el
conflicto entre intereses económicos e intereses sociales) que condenan
a la sociedad civil a renovarse continuamente. “El principio disociativo

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de asociación es también un principio de transformación histórica. Lo
que constituye la unidad del tejido social es al mismo tiempo lo que se
erige en principio de la transformación histórica y el desgarramiento
perpetuo del tejido social” (ibídem, p. 349).
Es bueno observar que el modo en el que Foucault interpreta la so-
ciedad civil en la línea de Ferguson representa una alternativa radical
a las teorías de Hobbes, Rousseau, Montesquieu y Hegel (y se podría
agregar de Carl Schmitt), para quienes la articulación de la historia
de la relación entre sociedad civil y forma Estado se basa en una su-
cesión lógico-jurídica. Para Foucault, en cambio, hay “una creación
perpetua de la historia sin degeneración, una creación que no es una
consecuencia jurídico lógica sino una formación constante de nuevo
tejido social, nuevas relaciones sociales, nuevas estructuras económi-
cas y, por consecuente, nuevos tipos de gobierno” (ibídem, p. 351). La
autonomía de lo político que Foucault va buscando, ese espacio “otro”
respecto de los espacios habitados por sujetos económicos y por su-
jetos de derecho heterogéneos entre sí, esa dimensión necesaria para
hacer convivir una multitud de sujetos irreductibles unos de otros,
no se encuentra lógico-jurídicamente en el Estado soberano, sino en
la sociedad misma. Se trata de una suerte de “estado en el estado”, una
autonomía política pre-estatal, por así decir, hecha de lazos sociales
histórico-naturales que no tienen necesidad de delegar poder al sobe-
rano para asegurar la gobernabilidad de la sociedad y de sus conflic-
tos internos. No por casualidad Foucault cita a Thomas Paine: si es
verdad que la sociedad civil está dada por completo, si es verdad que
ella garantiza su propia síntesis, si es verdad que existe una suerte de
gubernamentalidad interna a la sociedad civil, ¿qué necesidad hay de
un gobierno suplementario?
El descubrimiento de un espacio relativamente autónomo pre-es-
tatal, de un “estado en el estado”, pone de un modo completamente
anómalo, al menos respecto de la tradición del pensamiento político
moderno, la cuestión de la relación entre sociedad civil y estado, entre
sociedad civil y gobierno soberano. El estado de derecho no es llama-
do a neutralizar el conflicto social, su vocación no es la de sublimar,

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a través del orden político (a través de la autonomía de lo político
estatal), lo que la sociedad civil no consigue reglamentar/realizar a
su interior. El estado no es, en resumen, autoconciencia y realiza-
ción ética de la sociedad civil. El conflicto político está dado histórica
y recursivamente como conflicto entre derecho de los vencedores y
derecho de los dominados. El campo semántico de la política, en la
perspectiva de Foucault, es un verdadero campo de batalla.
La sociedad civil como espacio de gubernamentalidad de elemen-
tos constitutivamente no homogéneos se presenta nuevamente, y con
mayor intensidad, como problema en el pasaje histórico del fordismo
al posfordismo en cuyo interior se inscribe la reflexión de Foucault
sobre el nacimiento de la biopolítica: “De esto nace un nuevo proble-
ma, que es el pasaje a una nueva forma de racionalidad como índice
de regulación del gobierno. Se trata, ahora, de regular el gobierno no
ya sobre la base de la racionalidad del individuo soberano que puede
decir ‘yo, el estado’, sino más bien sobre la base de la racionalidad de
aquellos que son gobernados, en cuanto sujetos económicos y, más
en general, en cuanto sujetos de interés, entendiendo interés en el
sentido más general del término”.
Foucault parece intuir que el concepto de sociedad civil está vaci-
lando bajo el avance inexorable de los procesos de economicización de
la sociedad puestos en marcha por el giro político neoliberal de fines
de los años setenta.
La racionalidad de los sujetos económicos, en efecto, está a un
paso de la conquista del poder, primero en Inglaterra con Tatcher,
luego en EE. UU. con Reagan, y desde aquel momento en adelante,
hasta hoy, será precisamente “esta racionalidad de los gobernados
la que deberá servir de principio de regulación para la racionalidad
del gobierno”. El giro liberal coloca un nuevo problema, el proble-
ma de determinar en la sociedad civil, aun antes que en la esfera de
la representación, aquellos mismos elementos que históricamente
han permitido asegurar la unidad de un todo intrínsecamente hete-
rogéneo. La extensión de la racionalidad económica a todo el cuer-
po social, la aplicación de la grilla económica a los propios sujetos

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de derecho, agrava la irreductibilidad de la multitud que puebla la
sociedad civil. A la dialéctica de la renuncia y de la delegación del
sujeto jurídico se le superpone la dialéctica de la multiplicación es-
pontánea del sujeto económico. Gobernar sobre la base de la racio-
nalidad de los gobernados significa crear las condiciones para una
multiplicación de sujetos ingobernables.
En las lecciones precedentes del Curso, allá donde examina el neo-
liberalismo norteamericano y sus lazos programáticos con el ORDO
ordo-liberalismo alemán (Berti, 2006), Foucault demuestra magis-
tralmente la esencia del proyecto neoliberal de salida del fordismo y
del keynesianismo, vale decir, la generalización de la forma “impre-
sa” (empresa) a la sociedad toda. Por un lado, observa Foucault, se
trata de multiplicar el modelo económico de la oferta y la demanda,
el modelo inversión-costo-beneficio, “para hacer de él un modelo de
las relaciones sociales y de la existencia misma”. Por otro lado, para
hacer de la empresa el modelo social universalmente generalizado, es
preciso redefinir un conjunto de valores morales y culturales “calien-
tes” capaces de sustituir al “frío” mecanismo de la competencia. En
la Vitalpolitik de los ordoliberales alemanes está clara la intención teó-
rico-práctica de superar la alienación (mejor sería decir el antagonis-
mo) del sujeto económico fordista respecto de su ambiente de trabajo,
de su vida, de su casa y de su familia. La política económica neoliberal
“tendrá la función de compensar lo que hay de frío, de impasible, de
calculador, de racional, de mecánico en el juego de la competencia
propiamente económica”. A tal fin es necesario un contexto político
capaz de garantizar una “comunidad no disgregada”, una coopera-
ción entre hombres naturalmente radicados y socialmente integrados.
Organizar el cuerpo social según las reglas de la economía de merca-
do, éste es el programa de relanzamiento de una sociedad civil liberal.
La generación de la forma impresa a la sociedad toda implica
inevitablemente la metamorfosis del homo oeconomicus. En el neoli-
beralismo norteamericano, gracias sobre todo a los trabajos del eco-
nomista premio Nobel Gary Becker, el homo oeconomicus deja de ser
aquella abstracción típica de la economía clásica, es decir, un sujeto

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del intercambio, uno de los asociados en el proceso de intercambio
cuyos comportamientos y modos de actuar están determinados por
las necesidades y por la teoría de la utilidad que lo implica. “El homo
oeconomicus es un empresario, y un empresario de sí mismo. Y esto
es tan cierto que, en la práctica, va a ser el objetivo de todos los aná-
lisis que hacen los neoliberales: sustituir en todo momento el homo
oeconomicus socio del intercambio, por un homo oeconomicus empre-
sario de sí mismo, que es su propio capital, su propio productor, la
fuente de [sus] ingresos” (ibídem, pp. 264-265). El hombre económico
al que debe tender la sociedad toda no deberá ser solo un productor
de bienes y servicios, sino también un consumidor que produce su
satisfacción a partir del capital del que dispone. Expresado en térmi-
nos marxianos, el proyecto neoliberal prevé la subsunción real de la
esfera de la circulación, es decir, la esfera de los intercambios, en
la esfera de la producción de mercancías. El tiempo abstracto que
regula los intercambios de las mercancías debe transformarse en el
tiempo concreto, caliente y vital, de la producción de sí a través de la
producción de mercancías.
Dos son los ejes privilegiados a lo largo de los que se efectuará la
transformación del sujeto económico en emprendedor de sí mismo.
El primero respecta a la organización del trabajo a través de los pro-
cesos de flexibilización de la fuerza de trabajo y de externalización
creciente de funciones productivas (outsourcing). Sobre este primer
nivel se trata de descontractualizar las relaciones entre capital y tra-
bajo para transformar la empresa en un nexus of contracts, una red de
contratos individuales. De genérica y abstracta, la fuerza de trabajo
debe ser concretamente singularizada, reducida a átomo de interés
individual cuyas competencias más universales, como el lenguaje, la
capacidad relacional, la movilidad, la percepción sensorial, las emo-
ciones, deben ser puestas a trabajar bajo el control amplio del capi-
tal. Éste es el aspecto más estudiado del posfordismo, aquel que de
modo más inmediato permite aprehender el concepto de biopoder
del capital. La puesta a trabajar de la vida, que implica la superación
de la separación fordista-industrial entre producción y reproducción,

167
da cuenta del proceso omnívoro de des-espacialización de la fábrica,
junto al de virtualización de la empresa, dentro del cual cada poro de
la vida es atravesado por el cálculo económico.
La figura que mejor refleja, en cuanto que lo hace de modo con-
tradictorio, esta metamorfosis del sujeto económico en emprendedor
de sí mismo es la del trabajador autónomo de segunda generación, el
free lance producido por los procesos de externalización de las empre-
sas, la fuerza de trabajo heterodirigida, comandada a distancia, que
para trabajar es forzada a activar recursos colectivos y competencias
vitales en el tiempo denso de la producción-consumo de bienes y
servicios (Bologna, Fumagalli 1997; y también Fumagalli, 2006). El
trabajador autónomo no encarna solamente el proyecto neoliberal de
salida activa del fordismo bajo el perfil de la individualización del
sujeto productor. El trabajador autónomo es también un laboratorio
de producción de los valores culturales calientes, de las mentalidades
que el giro neoliberal tiene absoluta necesidad para relanzar la socie-
dad civil bajo una nueva forma. Él es, debe ser, un sujeto jurídico que
no delega, que reasume en sí mismo, de modo ambiguo y totalmente
contradictorio, pero no por esto menos real, la racionalidad económi-
ca a la que el estado se refiere para poder gobernar.
En cuanto parcial, el éxito de este primer proceso de transforma-
ción del sujeto económico en emprendedor de sí mismo está repre-
sentado por la unificación en el cuerpo de la fuerza de trabajo de las
funciones del capital fijo maquínico y del capital variable. En el nuevo
capitalismo posfordista, el cuerpo vivo de la fuerza de trabajo con-
tiene dentro de sí y al mismo tiempo las funciones de capital fijo
y de capital variable, es decir, de material e instrumento de trabajo
pasado y de trabajo vivo presente (Marazzi, 2005). “Descompuesto
desde la perspectiva del trabajador en términos económicos –escri-
be Foucault–, el trabajo comporta un capital, es decir, una aptitud,
una idoneidad; como suelen decir, es ‘máquina’. Y por otro lado es
un ingreso, vale decir, un salario o, mejor, un conjunto de salarios;
como ellos [los neoliberales] acostumbran decir, un flujo de salarios”
(Foucault 2007, pp. 262-263).

168
La trasposición de los contenidos y de las funciones típicas de la
máquina industrial (en particular, el saber científico acumulado y
las funciones de cooperación) al cuerpo vivo de la fuerza de trabajo
se realiza concretamente gracias a la pérdida de importancia estra-
tégica, tanto en términos físicos como de inversión financiera, del
capital fijo producida por la difusión de las tecnologías de la infor-
mación y de la comunicación.
Para el sujeto económico productor, el salario no es más el precio
de la fuerza de trabajo, sino más bien una renta, un flujo de rentas
derivadas del rendimiento del capital humano invertido. Las consecuen-
cias de la descomposición del trabajo en capital y en renta provocan
una serie de consecuencias importantes: “el capital definido como
lo que hace posible una renta futura –renta que es el salario–, es un
capital prácticamente indisociable de su poseedor. […] En otras pala-
bras, la idoneidad del trabajador es en verdad una máquina, pero una
máquina que no se puede separar del trabajador mismo, lo cual no
quiere decir exactamente, como [lo] decía por tradición la crítica eco-
nómica, sociológica o psicológica, que el capitalismo transforma al
trabajador en máquina y, por consiguiente, lo aliene” (ibídem, p. 263).
Es, en todo caso, el cuerpo-máquina de la fuerza de trabajo el que
se separa, se autonomiza del capital. Bajo esta perspectiva, por biopo-
líticas del trabajo deben entenderse los procesos de unificación, en el
cuerpo de la fuerza de trabajo, de formas de vida consolidadas, en los
que se condensan por un lado reglas, códigos, paradigmas, conven-
ciones heredadas, competencias, y por otra parte actividades produc-
tivas en las que estas reglas, códigos, paradigmas deben ser aplicadas
con el objetivo de crear valor, por la otra. La remuneración del tra-
bajador posfordista es un salario-renta indexado bajo el rendimiento
del capital humano, es decir, indexado sobre C+V, o sea sobre capital
constante + capital variable. La contradicción actual es que, del ren-
dimiento del capital humano, solo V es reconocido (¡y no siempre!).
La individualización de la fuerza de trabajo, en cuanto unificación
del capital constante y del variable en el cuerpo vivo de la fuerza de tra-
bajo vuelve particularmente actual la reflexión de Gilbert Simondon

169
sobre los procesos de individuación (Simondon, 2009; Virno, 2005).
En efecto, la individuación de la fuerza de trabajo al interior de los
procesos productivos/reproductivos se efectúa a partir de lo que Si-
mondon llama lo preindividual, es decir, el conjunto genérico e imper-
sonal (el “fondo biológico”) de percepciones sensoriales, de lenguaje
y de fuerza productiva históricamente determinada (el general intellect
marxiano) que caracteriza a la especie humana. “En el capitalismo de-
sarrollado –escribe Paolo Virno al respecto–, el proceso laboral movi-
liza los requisitos más universales de la especie: percepción, lenguaje,
memoria, afectos. Papeles y funciones, en el ámbito posfordista, coin-
ciden ampliamente con la ‘existencia genérica’, con el Gattungswesen
del que hablan Feuerbach y el Marx de los Manuscritos económicos y
filosóficos de 1844, a propósito de las facultades más básicas del género
humano. Preindividual es, por cierto, el conjunto de las fuerzas pro-
ductivas. Pero entre ellas el pensamiento tiene un marcado relieve. El
pensamiento objetivo, no correlacionable con este o aquel “yo” psico-
lógico, cuya veracidad no depende del asentimiento de los individuos”
(Virno, 2005, pp. 230-231).
Desde el punto de vista del análisis de la sociedad civil posfordista,
los procesos de individualización/singularización, precisamente por
el hecho de ser procesos que colocan lo social, lo biológico, en suma
lo universal indiferenciado, en el origen de los propios procesos de
individuación, no pueden más que profundizar la crisis de los presu-
puestos de la gubernamentalidad. “Para el pueblo –escribe siempre
Virno– la universalidad es una promesa, para los “muchos” una premi-
sa. Cambia, además, la propia definición de lo que es común/compar-
tido. El Uno hacia donde gravita el pueblo es el Estado, el soberano, la
voluntad general; el Uno que la multitud lleva a sus espaldas consiste,
al contrario, en el lenguaje, en el intelecto como recurso público o in-
terpsíquico, en las facultades genéricas de la especie” (ibídem, p. 226).
Parafraseando lo que Paine decía a propósito de la sociedad civil,
es lícito preguntarse: si es verdad que la fuerza de trabajo social es
un todo dado, si es verdad que asegura ella misma su síntesis con la
activación de cualidades humanas genéricas y a través de la coopera-

170
ción, si es verdad que hay una sociedad “natural” históricamente dada
al interior de la fuerza de trabajo, ¿qué necesidad hay del capitalista?
Es en este nivel de crisis de la relación entre capital y trabajo –de
crisis de la separación clásica entre fuerzas productivas y relaciones
de producción, cuanto más de crisis de la gobernabilidad de la socie-
dad civil que de esto se desprende– que entra en juego la financieriza-
ción del capital. En el nuevo capitalismo posfordista, la financieriza-
ción aparece como un verdadero campo de ejercicio del biopoder. En
primer lugar, la financierización es un dispositivo de capitalización
de la renta diferida, del ahorro colectivo, por parte de los mercados
bursátiles. El capital se reapropia de la vida de la fuerza de trabajo a
través de compartir el riesgo ligado al rendimiento futuro de las inver-
siones. Es como decir que, frente a los procesos de individualización/
autonomización de la fuerza de trabajo, el capital recoloca el destino
colectivo de la fuerza de trabajo bajo su control financiero. Transfor-
mar al trabajador en inversor financiero a través, en particular, de
fondos de pensión, significa reproducir la vieja separación entre capi-
tal y trabajo en el plano mismo de los procesos de individuación. Con
la financierización la fuerza de trabajo está, en efecto, directamente
atravesada por la contradicción entre salario y ahorro invertido, entre
precio de la fuerza de trabajo y rendimiento del capital. Como aho-
rrista el trabajador está interesado en los rendimientos futuros del
(propio) capital invertido, pero como fuerza de trabajo estos mismos
rendimientos y sus oscilaciones actúan retroactivamente sobre la es-
tabilidad salarial y ocupacional de la fuerza de trabajo. El salario se
vuelve así una variable de ajuste del capital financiero. El “capitalismo
empresarial accionario” pone a la vida futura y la vida presente de la
fuerza de trabajo materialmente una contra otra (Gallino, 2005). Con
la financierización, el ejercicio del biopoder se realiza directamente
sobre todo el ciclo de vida de la fuerza de trabajo.
En segundo lugar, la financierización sirve de dispositivo de agre-
gación de los procesos de individuación, una suerte de “comunismo
del capital”, de extensión de la “propiedad de los medios de produc-
ción” a la fuerza de trabajo desplegada (Marazzi, infra). Es el capital

171
financiero, en cuanto capital social cotizado en bolsa, el que se pre-
senta como “representante colectivo” de la multitud de los sujetos
que pueblan la sociedad civil. El capital financiero, para parafrasear a
Simondon, es lo transindividual que profundiza los procesos de indi-
viduación transformando a los individuos que realizan sus intereses
individuales en “sujetos patrimoniales”. La financierización define la
esfera pública del capital. Ella es especular a los intentos fallidos de
constitución política de una transindividualidad como definición de
una esfera pública separada, autónoma del capital. Bajo esta perspec-
tiva, la financierización del capital es el índice de la crisis política de
las formas de representación de la multitud.
Finalmente, la financierización muestra el devenir renta de la
ganancia, el hecho de que la ganancia, en cuanto remuneración del
capital invertido al interior de los procesos de producción de valor,
reconquista sus tasas de crecimiento al exterior de los procesos de
valorización, es decir, al exterior de los lugares de producción de
bienes y servicios (Vercellone, 2008). Si, respecto de la ganancia, la
peculiaridad de la renta, in primis de la inmobiliaria, ha sido siem-
pre huir del dispositivo de captación del valor producido al interior
de los procesos laborales, entonces en el capitalismo posfordista
esta misma exterioridad de la renta aparece como una característica
peculiar de la ganancia misma. El devenir renta de la ganancia es la
otra cara, por así decir, de una fuerza de trabajo que produce valor
poniendo a trabajar a la vida.
La financierización explica su (bio)poder, su arte de gobernar, a
partir de su exterioridad respecto de la sociedad civil. No se trata, por
lo tanto, de una herencia precapitalista, una desviación de un pre-
sunto “buen” capitalismo productivo portador de una lógica de acu-
mulación favorable al crecimiento de la producción y del empleo. Se
trata, en cambio, de la otra cara de un régimen de acumulación en el
que la sociedad civil, su transformación en sentido posfordista, está
atravesada por la crisis estructural de la gobernabilidad. “Todo ocurre
–escribe Vercellone– como si al movimiento de autonomización de la
cooperación del trabajo le correspondiera un movimiento paralelo de

172
autonomización del capital bajo la forma abstracta, eminentemente
flexible y móvil del capital-dinero” (ibídem). La autorregulación de la
sociedad civil, aquel espacio otro, que Foucault estaba buscando al
final de su Curso, necesario para hacer convivir sujetos jurídicos y
sujetos económicos, es traspuesta en el plano de la financierización
misma. Se trata de un punto de no retorno. Solo comprendiendo la
dimensión estructural es posible invertir la financierización en auto-
nomía real del capital (Aglietta, Berrebi, 2007).

173
Acerca del devenir renta de la ganancia

El papel no parasitario de las finanzas, su capacidad de producir ren-


tas de tal forma que se asegure el consumo, no se explica, sin em-
bargo, sólo desde el punto de vista distributivo. Es muy cierto que
las finanzas se nutren de la ganancia no acumulada, no reinvertida
en capital (constante y variable) y multiplicada en modo exponencial
gracias a la ingeniería financiera, como también es cierto que el au-
mento de las ganancias permite distribuir porciones de plusvalía a
los detentores de activos patrimoniales. Desde esta perspectiva (repe-
timos: distributiva), el análisis de la financierización resalta procesos
realmente perversos tales como la autonomía del capital financiero
respecto a cualquier interés colectivo (estabilidad salarial y ocupa-
cional, colapso de las pensiones y de los ahorros invertidos en Bol-
sa, imposibilidad de acceder al consumo a crédito, vaporización de
las becas de estudio), dinámicas autorreferenciales en las cuales la
búsqueda de rendimientos financieros cada vez más elevados genera
aumentos en las ganancias ficticias a través de la proliferación de ins-
trumentos financieros ingobernables, fuera de toda regla y control. El
desarrollo-crisis de este modo de producción agudiza el desfase entre
las necesidades sociales y las lógicas financieras basadas en criterios
de hiper-redituabilidad: en los países desarrollados, la afirmación del
modelo antropogenético, en el cual el consumo se orienta de manera
creciente hacia el sector social, sanitario, educativo y cultural, se con-
fronta con la privatización de amplios sectores gestionados anterior-
mente con criterios públicos; en los países emergentes, la expansión
de los ámbitos de valorización provoca procesos de hiperexplotación

175
y destrucción de las economías locales. Las exigencias de redituabili-
dad impuestas por el capitalismo financiero a la sociedad refuerzan la
regresión social en el marco del avance impetuoso de un modelo de
crecimiento que, para distribuir riqueza, sacrifica de buena gana la
cohesión social y la calidad de vida. Deflación salarial, patologización
del trabajo con aumentos en los costes sanitarios generados por el
estrés laboral (que llegan a alcanzar el 3 % del PIB), empeoramiento
de los balances sociales, son efectos de la lógica financiera y de las
deslocalizaciones empresariales típicas del capitalismo financiero.
El problema es que, analizado desde un punto de vista distributivo
(en última instancia economicista), el desarrollo-crisis del capitalismo
financiero conduce a un verdadero callejón sin salida. Todo lo que se
ha tirado por la ventana –es decir, el lugar común de la naturaleza pa-
rasitaria de lo financiero– vuelve a entrar, implícitamente, por la puerta
principal. El impasse, teórico antes incluso que práctico-político, está
ante los ojos de todos: la imposibilidad de elaborar estrategias de salida
de la crisis, el recurso a medidas de estímulo a la economía que, al
presuponer, la salvación de las finanzas (de las cuales somos auténticos
rehenes) vuelven vanas las posibilidades de relanzamiento económico.
Para analizar críticamente, es decir, políticamente, la crisis del
capitalismo financiero es necesario comenzar por el principio: el au-
mento de las ganancias sin acumulación que está en el origen de la
financierización. Es necesario, pues, analizar la financierización en
tanto que la otra cara de un proceso de producción de valor que ha
venido afirmándose a partir de la crisis del modelo fordista, o sea, a
partir de la incapacidad capitalista de succionar plusvalía al trabajo
vivo inmediato, al trabajo asalariado fabril. La tesis que aquí se ofrece
es que la financierización no es una desviación improductiva/parasitaria
de porciones crecientes de plusvalía y de ahorros colectivos sino la forma
de acumulación del capital simétrica a los nuevos procesos de producción
del valor. De acuerdo con esta tesis, la crisis financiera actual es in-
terpretada como un bloqueo de la acumulación de capital más que
como un resultado implosivo de un proceso signado por la ausencia
de acumulación de capital.

176
Junto al papel de lo financiero en la esfera del consumo, lo que ha
sucedido en estos últimos treinta años es una transformación de los
procesos mismos de producción de plusvalía. Ha tenido lugar una
transformación de los procesos de valorización por la cual éstos ya no
circunscriben la extracción de valor a los lugares adscritos a la produc-
ción de bienes y servicios sino que la extienden más allá de los portones
de las fábricas, entrando directamente en la esfera de circulación del
capital. Se trata de la ampliación de los procesos de extracción de valor
hacia la esfera de la reproducción y la distribución, un fenómeno –di-
cho de pasada– bien conocido por las mujeres desde hace ya mucho
tiempo. Cada vez más explícitamente, incluso en sitios de elaboración
de teoría y estrategias gerenciales, se habla de externalización de los
procesos de producción, de “crowdsourcing”, es decir, de puesta en valor
de la multitud (crowd) y de sus formas de vida (Howe, 2008).
Analizar el capitalismo financiero desde el punto de vista de lo
productivo significa hablar de bioeconomía (Fumagalli, 2010) o de
biocapitalismo: “Esa forma que se caracteriza por su creciente entre-
lazamiento con la vida de los seres humanos. Anteriormente, el ca-
pitalismo recurría principalmente a las funciones de transformación
de las materias primas desarrolladas por las maquinarias y por los
cuerpos de los trabajadores. El biocapitalismo, en cambio, produce
valor extrayéndolo, no sólo del cuerpo operando como instrumento
material de trabajo sino también del cuerpo comprendido en su glo-
balidad” (Codeluppi, 2008). En nuestro análisis de la crisis financiera,
la referencia a la bibliografía de estudios y teorías del biocapitalismo
y del capitalismo cognitivo desarrollado en estos años es meramente
de tipo metodológico: más que una cuidadosa y exhaustiva descrip-
ción de sus características más destacadas (por otra parte ya efec-
tuada por los autores recién citados y por un número creciente de
estudiosos), nos interesa aquí resaltar el nexo entre financierización
y procesos de producción del valor que está en la base del desarrollo-
crisis del nuevo capitalismo.
Los ejemplos empíricos de externalización de la producción
del valor, de su extensión hacia la esfera reproductiva son, a estas

177
alturas, muchísimos (Dujarier, 2008). Desde aquella primera fase de
outsourcing empresarial que vio la emergencia del trabajo atípico y del
trabajo autónomo de segunda generación, la colonización capitalista
de la esfera de la circulación ha procedido sin descanso, hasta trans-
formar al consumidor en un auténtico productor de valor económico.
Es útil, aún corriendo el riesgo de simplificar el análisis, reflexionar
sobre ejemplos ya paradigmáticos. Piénsese en Ikea que, después de
haber delegado en el cliente toda una serie de funciones (individua-
ción del código del artículo deseado, búsqueda del objeto, descarga de
la góndola, carga sobre el coche, etc.), externaliza el trabajo de mon-
taje del sistema de bilbiotecas modulares Billy; es decir, externaliza
costes fijos y variables importantes que son, desde ahora, soportados
por el consumidor con un mínimo de beneficio en el precio de los
productos, al tiempo que la empresa disfruta de enormes ahorros en
términos de costes. Se pueden dar otros ejemplos: las empresas de
software, empezando por Microsoft y Google, habitualmente dan a
probar las nuevas versiones de sus programas a los consumidores;
pero no sólo ellas: también los programas pertenecientes al denomi-
nado open source software son frutos del trabajo de mejora desarro-
llado por una multitud de personas, de “consumidores productivos”.
Una primera consecuencia de los nuevos procesos de valorización
del capital es la siguiente: la cantidad de plusvalía creada por los nue-
vos dispositivos de extracción de valor es enorme. Aquella se basa en
la compresión del salario directo e indirecto (pensiones, asistencia
social, rendimiento de los ahorros individuales y colectivos), sobre la
reducción del trabajo socialmente necesario mediante sistemas em-
presariales flexibles y reticulares (precarización, ocupación intermi-
tente) y sobre la creación de un nicho cada vez más vasto de trabajo
gratuito (trabajo en la esfera del consumo y de la reproducción, suma-
dos a la intensificación del trabajo cognitivo). La cantidad de plusvalía,
es decir de trabajo no pagado, se encuentra en el origen del aumento
de las ganancias no reinvertidas en la esfera de la producción; por lo
tanto, ganancias cuyo aumento no genera crecimiento ocupacional ni
mucho menos salarial.

178
Desde esta perspectiva, y en referencia a un debate marxista sobre
las causas de la crisis (véase el debate desarrollado en la revista “La
Brèche”), se puede estar de acuerdo con la tesis de Alain Bihr según
la cual estamos actualmente en presencia de un “excedente de plusva-
lía”; sin embargo, a diferencia de Birh y de Hudson (ya citado), eso no
es el resultado de una falta de acumulación, de una no reinversión de
las ganancias en capital constante y variable. El excedente es, en cam-
bio, el resultado de un nuevo proceso de acumulación que desde la crisis
del fordismo en adelante se ha dado en la esfera de la circulación y la
reproducción del capital. Las objeciones de François Chesnais, para
quien el excedente de plusvalía no ha llevado sólo a la búsqueda de
nuevos nichos de mercado, dado que un número importante de mul-
tinacionales estadounidenses y europeas han incrementado de hecho
sus inversiones directas en el exterior (en China, Brasil y, con alguna
dificultad, India) debería ser ampliada: las inversiones directas, re-
flejo de la típica sed de ganancia del capital, no han sido efectuadas
exclusivamente fuera de los países económicamente desarrollados
sino también dentro, precisamente en la esfera de la circulación y de
la reproducción. Y esto, se quiera o no, constituye el éxito de la larga
marcha del capital contra la clase obrera fordista, un éxito no necesa-
riamente feliz para el capital mismo.
Los estudios sobre el capitalismo cognitivo, además de evidenciar
la centralidad del trabajo cognitivo/inmaterial en la producción de va-
lor agregado, demuestran la creciente pérdida de importancia estraté-
gica del capital fijo (bienes instrumentales físicos) y la transferencia de
una serie de funciones productivo-instrumentales al cuerpo vivo de
la fuerza de trabajo (Marazzi, 2005). “La economía del conocimiento
contiene una curiosa paradoja. La primer unidad de cualquier pro-
ducto nuevo es muy costosa para las empresas, ya que para llegar a
producirla y comercializarla son necesarias enormes inversiones en
el campo de la investigación. Las unidades posteriores, en cambio,
cuestan muy poco, puesto que se trata sencillamente de replicar un
original, y esto es posible hacerlo en forma económica gracias a las
ventajas derivadas de la deslocalización productiva, de las tecnologías

179
disponibles y de los procesos de digitalización. De ello resulta que
las empresas concentran sus esfuerzos y recursos en la producción
de ideas, encontrándose así con la necesidad de afrontar una tenden-
cia progresiva al alza de los costes” (Codeluppi, 2008; véase también
Rullani, 2004). Esta característica del capital cognitivo, que nos en-
vía a la teoría de los rendimientos crecientes, está en la base tanto de
las formas de externalización de segmentos completos de actividad
en países con bajos costes laborales y de los procesos de creación de
escasez (patentes, copyrights) necesarios para amortizar los costes ini-
ciales con precios de venta monopolistas, como en las reducciones de
inversiones directas en bienes de capital. Por otra parte, para reducir
los costes iniciales, las empresas “ya no piensan en adquirir bienes
de capital sino de tomar en préstamo, a través de formas variadas de
contrato de alquiler, el capital físico que necesitan, descargando sus
costes relativos como costes de ejercicio, como se hace con los costes
de actividad” (Rifkin, 2000).
Por consiguiente, es a partir de las principales características de los
procesos posfordistas de producción que debe ser reinterpretada la
relación entre acumulación, ganancias y financierización. El aumen-
to de los beneficios que ha alimentado la financierización ha sido po-
sible porque en el biocapitalismo el concepto mismo de acumulación
de capital se ha transformado. Aquél ya no consiste, como durante la
época fordista, en inversiones en capital constante y variable (salario),
sino más bien en inversiones en dispositivos de producción y capta-
ción del valor producido fuera del proceso directamente productivo.
Estas tecnologías de crowdsourcing representan la nueva composición
orgánica del capital, la relación entre el capital constante difundido
en la sociedad y el capital variable también desterritorialziado, des-
espacializado, disperso en la esfera de la reproducción, del consumo,
de las formas de vida, de los imaginarios individuales y colectivos. El
nuevo capital constante, a diferencia del sistema de máquinas (físi-
cas) típicas de la época fordista, está constituido, junto a las tecnolo-
gías de la información y la comunicación (TIC), por un conjunto de
sistemas organizativos inmateriales que extraen plusvalía siguiendo

180
a los trabajadores en cada uno de los momentos de su vida, con la
consecuencia que la jornada laboral, el tiempo de trabajo vivo, se alar-
ga y se intensifica. El aumento de la cantidad de trabajo vivo no sólo
refleja la transferencia de los medios de producción estratégica (el
conocimiento, los saberes, la cooperación) hacia el cuerpo vivo de la
fuerza de trabajo, sino que también permite explicar la pérdida ten-
dencial de valor económico de los medios clásicos de producción. No
es, pues, un misterio que el recurso a los mercados bursátiles no haya
desembocado en inversiones directamente generadoras de ocupación
y salarios sino en un aumento puro y simple del valor de las acciones.
La autofinanciación de las inversiones, en todo caso, demuestra que
la operatoria de la acumulación tiene que ver con la financierización
en tanto dispositivo de producción y captación del valor en la sociedad.
El aumento de las ganancias de los últimos treinta años es, pues,
imputable a una producción de plusvalía con acumulación, aún cuan-
do esta última adquirió una forma inédita, externa a los clásicos pro-
cesos de producción. Se ve justificada, en este sentido, la idea de un
“devenir renta de la ganancia” (y en parte también del salario) como
efecto de la captación de un valor producido fuera de los espacios
inmediatamente productivos.
El actual sistema productivo asemeja, curiosamente, al circuito
económico del siglo XVIII, centrado en la actividad agrícola y teoriza-
do por los fisiócratas. En los Tableaux économiques de Quesnay, la ren-
ta representa la cuota del producto neto generado por el trabajo agrí-
cola asalariado (el cual incluía el trabajo del capitalista arrendatario,
cuyo rédito era considerado de la misma forma que el salario de sus
trabajadores, y no como ganancia), mientras que los medios físicos
de producción no son siquiera tomados en consideración. Quesnay
definía a los productores de bienes instrumentales (capital constan-
te) como pertenecientes a la clase estéril, es decir no productora de
producto neto. Excluir al capital constante –los bienes instrumenta-
les– de los factores de producción del producto neto constituyó, cier-
tamente, un error, como fuera demostrado por los padres de la econo-
mía política clásica durante la ola de la primera revolución industrial.

181
Pero se trató de un error productor de conocimientos, si es cierto que
el posterior descubrimiento del valor económico del capital constante
y de su diferencia cualitativa respecto al capital variable estuvo en la
base del salto epistemológico que signó radicalmente la modernidad
del capitalismo, es decir la separación entre capital y trabajo –la auto-
nomización recíproca de ambos “factores de producción”– así como
la operatoria de desarrollo-crisis del capitalismo naciente.
Se podría decir que las formas de vida que inervan el cuerpo so-
cial son el equivalente de la tierra en la teoría de la renta de Ricardo.
Sólo que, a diferencia de la renta ricardiana (absoluta y diferencial),
la renta contemporánea es asimilable a la ganancia precisamente en
virtud de los procesos de financierización. La financierización, con
las lógicas que le son específicas, en particular la autonomización
de la producción de dinero por medio de dinero respecto de los pro-
cesos inmediatamente productivos, es la otra cara de la externaliza-
ción de la producción de valor típica del biocapitalismo. Aquella no
solamente contribuye a crear la demanda efectiva necesaria para la
realización de la plusvalía producida; no sólo crea, pues, la masa de
rentas y de deudas sin la cual el crecimiento del PIB sería modesto,
o directamente se habría estancado. La financierización determina
de manera fundamental las continuas innovaciones, los constantes
saltos productivos del biocapitalismo, y lo hace imponiendo a todas
las empresas –cotizantes o no– y a la sociedad entera sus lógicas hi-
perproductivistas centradas en la primacía del valor de las acciones.
Los saltos productivos determinados por la financierización se hacen
efectivos sistemáticamente a través de la “destrucción creativa” de ca-
pital, por medio de crisis cada vez más frecuentes y cercanas entre sí;
crisis en las cuales el acceso a la riqueza social, después de haber sido
requerido con fines instrumentales, es, una vez tras otra, destruido.
Desde la crisis del fordismo en los años setenta, las burbujas espe-
culativas son interpretadas como momentos de crisis en un proceso
de larga duración de “colonización capitalista” de la esfera de la cir-
culación. Este proceso es global, lo cual quiere decir que despliega la
globalización como proceso de subsunción de porciones crecientes

182
de periferias socioeconómicas locales y globales según la lógica del
biocapitalismo financiero. El pasaje del imperialismo al imperio (de
una relación de dependencia entre desarrollo y subdesarrollo en la
cual las economías del Sur, además de ser fuentes de materias primas
a buen precio, cumplían esencialmente una función de mercados ex-
ternos para los productos del Norte), a la globalización imperial, en
la cual pierde fuerza la dicotomía dentro/fuera debe ser adscrito a la
lógica capitalista de externalización de los procesos de producción de
valor. La financierización representa la modalidad adecuada y perversa de
acumulación del nuevo capitalismo.

183

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