0% encontró este documento útil (0 votos)
87 vistas10 páginas

Ensayo Corte III. Sistemas de Gobierno

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1/ 10

UNIVERSIDAD DE FALCÓN

Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas


Carrera de Derecho
Cátedra Fundamento del Derecho Público
Punto Fijo. Edo. Falcón

Ensayo
SISTEMA PRESIDENCIALISTA
Y
SISTEMA PARLAMENTARIO

Autora:
Diana Isabella Peña Brea
C.I.: V-27.942.341
Tutor:
Dr. Luis Daniel Primera Isea

Punto Fijo, Abril 2019


SISTEMA PRESIDENCIALISTA Y SISTEMA PARLAMENTARIO

La historia de los sistemas políticos no registra sólo una modalidad de organización del
poder. En la realidad existen distintas formas de organizar y hacer funcionar los diseños
institucionales, aun cuando algunos de ellos coincidan en sus ejes fundamentales. La razón
inmediata de esa diversidad se encuentra en que las variantes particulares de los distintos
modelos responden a historias e idiosincrasias peculiares. Un sistema político es la
interacción del conjunto de instituciones, organizaciones y procesos políticos que dan paso a
las decisiones, en comunicación e influencia recíprocas con el medio. Se compone de valores
que orientan la acción política, de normas que guían el comportamiento, de colectividades
que le dan sentido y de papeles específicos que los actores y grupos políticos cumplen.
Todo ello abarca el conjunto de procesos y funciones que permiten definir y alcanzar los
objetivos de gobierno de una sociedad, e implica decisiones que movilizan recursos
materiales y humanos y que conllevan acciones colectivas y la regulación y coordinación de
las relaciones entre los actores y los grupos de actores que integran el sistema político. Lo
anterior supone que los órganos políticos gocen de cierta legitimidad; que los miembros de
la colectividad participen en el proceso de toma de decisiones; que la autoridad se ejerza con
base en normas, y que sus responsabilidades se distribuyan jerárquicamente de acuerdo con
las facultades de cada órgano.
El criterio de clasificación, de la forma de gobierno, que nos convoca refiere a la relación
existente entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo. Por ello, no interesa, ni nada tiene
que ver, la forma en que se componen ambos Poderes. Es decir, el Poder Legislativo podrá
ser unicameral o estar integrado por varias cámaras. De la misma forma sucede con el Poder
Ejecutivo. Este podrá ser unipersonal o colegiado y relacionarse con el Poder Legislativo
presidencial o parlamentariamente. Tanto el sistema parlamentarista, como el
presidencialista pueden estructurarse en forma de Monarquías constitucionales, o
Repúblicas, ya que el criterio de clasificación de esas formas de organización del gobierno
del Estado, también, es diferente.
Visto de esta forma, un sistema político no es un bloque homogéneo. Al contrario, expresa
la interacción de intereses contradictorios. Para ser democrático, un sistema político debe ser,
a la vez, pluralista. De este modo, un sistema político es un conjunto de relaciones e
interacciones por medio de las cuales se tiene la capacidad de procesar y tomar las decisiones
que afectan a una sociedad e imponerlas legítimamente al conjunto, es decir, a los miembros
del sistema. El sistema político no se reduce a las reglas que él se da a sí mismo ni a los
principios que dice perseguir.
El sistema político es el resultado de la historia y de las contingencias de momentos
particulares; oscila entre las aspiraciones sobre las cuales se construye y las dificultades que
se le imponen. Para decirlo brevemente, son muchas las paradojas y las contradicciones que
afectan la estructura, existencia y evolución del sistema político. Tensiones permanentes
entre los valores y la necesidad modifican sus equilibrios internos y transforman subrepticia
o brutalmente sus características fundamentales. El sistema de poder político no escapa a esta
regla. El papel de gobierno tiene acciones diferentes de acuerdo con las circunstancias
políticas que enfrenta.
Las reglas constitucionales son normas que se imponen a los hombres políticos, pero son
también recursos que ellos intentan someter o ajustar a sus objetivos. De cualquier forma,
esas normas constituyen la estructura jurídica del sistema político, son el eje en torno del cual
se justifica su acción. Sin embargo, en sí mismas no garantizan ni la vida política ni la
democracia. Es a partir de la interacción entre las
reglas del juego y los jugadores que un sistema político se puede comprender en su totalidad
y en su complejidad.
El nacimiento del Estado moderno no se puede separar de las primeras constituciones
escritas. En el siglo XVIII surgieron, en Francia y en Estados Unidos, los pactos
fundamentales, fundados en las nociones filosóficas del derecho natural y del contrato social,
que sentaron los principios de organización de la sociedad política y del Estado: la igualdad
de los individuos, la primacía de la ley, entendida como expresión de la voluntad general, y
la soberanía democrática.
Históricamente, ésta fue una etapa de crisis del absolutismo. El absolutismo es, sin duda,
la primera forma de Estado; es decir, de organización del poder conocida. Se basa en el
derecho divino de los reyes, o sea, en la inexistencia de derechos de los súbditos. En otras
palabras, en los Estados absolutistas no existía el concepto de ciudadanía. La crisis del
absolutismo y de la concepción arcaica del poder desembocó en la victoria de las ideas
liberales, lo que permitió la creación del Estado de derecho, es decir, de un sistema jurídico
fundado en un texto solemne y sagrado al que deben someterse gobernantes y gobernados y
que consagra, esencialmente, la existencia de los derechos del hombre, inalienables e
intransferibles, como principios preexistentes al Estado y al derecho, y la creación de una
organización política sujeta al respeto de los principios liberales, entre ellos el Parlamento,
que, en reacción contra el absolutismo, desembocó en gobiernos moderados, no
democráticos, pero tampoco absolutos.
Los Estados liberales se instauraron sobre la base de una estructura jurídica expresada en
la norma fundamental, la Constitución. Lo que la Constitución logró fue dar forma escrita a
ciertas prácticas políticas que se habían venido desarrollando, prácticas propiamente liberales
que iban en el sentido de limitar el ámbito de competencias del rey y abrir el camino al
ascenso de nuevos grupos organizados de la sociedad. El rey, que justificaba en Dios su poder
absoluto, fue conducido, desde fines del siglo XVIII, a negociar el ejercicio de su poder con
los detentadores del poder económico: la nobleza y la burguesía. Es así como se le fueron
imponiendo límites. El primero y más importante fue el desarrollo del Parlamento y de sus
facultades, hasta llegar a obtener para éste dos derechos fundamentales: el de formular las
leyes en sustitución del monarca y el de controlar el ejercicio del poder. El monarca deja de
ser absoluto y el Estado absolutista se va resquebrajando en la misma medida en que se
desarrolla el liberalismo, sobre todo a través del parlamento moderno.
Es aquí, cuando aparecieron entonces, tres principios liberales de organización del
poder político: a) Con base en el pacto social, los ciudadanos determinan la esfera de
derechos y libertades que el gobernante deberá garantizar: básicamente, el derecho a la vida
y a la propiedad; b) La sociedad política de hombres libres se dota de un gobierno cuyas
decisiones son tomadas por mayoría. Por ello, el gobierno de mayoría es un gobierno
representativo que se erige, a través de las instituciones representativas, en garante de la
libertad y; c).Aparece la idea según la cual un poder moderado es un poder dividido; a la
inversa, la autocracia es el poder concentrado en un solo hombre o en uno de los órganos del
poder. Un poder moderado, entonces, es aquél en el que las competencias o facultades están
distribuidas en órganos separados los unos de los otros, es decir, el principio de división de
los poderes que integran el Estado, conocidos como Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
La democratización de la vida política se encargará de ampliar sus fuentes de legitimidad
y de afinar la relación entre los poderes. Esto implica la aplicación de modelos de sistemas
con poderes divididos: Presidencialismo y Parlamentarismo; que son dos formas de
organización del poder político. Ambos responden a lógicas políticas e históricas diferentes.
Igualmente, se fundan en supuestos culturales y estructurales distintos. Dentro de cada uno
existen variantes y modos de funcionamiento diversos, aunque ambos son sistemas de
gobierno que surgen por oposición a estructuras en las que el poder se encuentra concentrado
en un solo individuo o en un solo órgano. En la actualidad existe un tercer modelo, el mixto
o semipresidencial, que comparte algunas de las características de los dos anteriores.
Todos ellos, constituyen diseños institucionales cuyo propósito es organizar el poder
democráticamente y moderarlo. Es común la tendencia a definir a los sistemas presidenciales
y a los parlamentarios por exclusión mutua. Este modo de acercarse a los dos tipos clásicos
de sistemas de gobierno democrático responde a cuestiones prácticas, debido a dos razones
básicas: por un lado, porque un sistema presidencial no es parlamentario y uno parlamentario
no es presidencial; por otro, porque si bien existe una teoría muy elaborada acerca del origen
y la evolución de los sistemas parlamentarios, no ocurre lo mismo con los presidenciales.
El sistema parlamentario aparece en los siglos XIII y XIV y su lugar de origen,
históricamente hablando, es Inglaterra. Posteriormente, se expandió por casi toda Europa
Occidental. El presidencialismo, en cambio, tiene su origen en el siglo XVIII en Estados
Unidos de América, sin que hasta la fecha se pueda encontrar otro país en el cual se
reproduzca la mezcla original de un presidente electo con base en el sufragio universal, un
Congreso fuerte y un Poder Judicial autónomo. Aunque muchos países latinoamericanos se
han inspirado en el modelo estadounidense, lo cierto es que el presidencialismo
latinoamericano tiene características distintas a las del modelo original.
El sistema parlamentario designa una forma de gobierno representativa en la que el
Parlamento participa en forma exclusiva en la dirección de los asuntos del Estado. En ese
sentido, para Giovanni Sartori, la característica primordial del sistema parlamentario es que
el Poder Ejecutivo y Legislativo se comparte. De acuerdo con Silvano Tosi, el sistema
parlamentario se caracteriza por el reconocimiento de que, principalmente en el Parlamento,
pero no únicamente en el Parlamento, se encarna la soberanía expresada por la voluntad
general de los coasociados Inglaterra, Italia, Alemania o España, por mencionar algunos
países con estructuras institucionales semejantes, comparten en lo sustancial los elementos
del diseño parlamentario: división del Ejecutivo entre un jefe de Estado no electo y un jefe
de gobierno nombrado por la mayoría parlamentaria, y un Parlamento organizado en dos
cámaras, de las cuales una de ellas, la Cámara Baja, dispone de atribuciones y facultades más
amplias que la Cámara Alta.
Es importante señalar, que entre ellos hay también diferencias. Entre otras, derivadas de
aspectos específicos del diseño institucional, las decisivas están en los sistemas electorales y
de partidos, diversos en cada país. Las formas de relación e interacción entre los distintos
elementos del sistema y su resultado son, por tanto, diferentes. Otra diferencia observable
está en los términos empleados para llamar o designar a los titulares del gobierno y a los
órganos representativos: el jefe de Estado puede ser un rey (Inglaterra o España) o un
presidente de la República (Italia o Alemania); el jefe de gobierno puede ser un primer
ministro (Inglaterra o Italia), el presidente del gobierno (España) o el canciller (Alemania).
En todos los casos, sus funciones son similares.
El principio de disolución del Parlamento, propio de los sistemas parlamentarios, por
ejemplo, tiene motivaciones diferentes y produce efectos distintos de un país a otro. Puede
servir como amenaza para consolidar una mayoría de gobierno, o bien, se aplica para dar
paso a la conformación, por medio de elecciones, de mayorías afines. Son dos modos
distintos de construir mayorías coherentes.
El sistema presidencial, por su lado, corresponde a otro tipo de diseño, pues responde a
otras necesidades. Es, por definición, opuesto a las formas absolutistas y de despotismo, y
funciona sobre la base de un complejo mecanismo de balances y contrapesos. Combina un
doble sistema de división de poderes: por un lado, tiene un Poder Ejecutivo monocéfalo,
representado por el Presidente de la República, acompañado de un Congreso depositado en
una o dos cámaras. Cada uno de ellos surge de elecciones independientes. Por otro lado,
mantiene una estructura federalista, que modera los ímpetus centralistas. En este modelo no
tiene relevancia la disciplina de partidos ni la existencia de una mayoría parlamentaria afín
al Ejecutivo, predeterminada y permanente.
Presidencialismo y parlamentarismo son dos modelos considerados clásicos. Por su
longevidad y desarrollo son los que más han atraído la atención de los estudiosos de la vida
política. Sin embargo, ya muy entrado el siglo XX surgió un tercer modelo que combinó
principios de organización del poder tanto del sistema presidencial como del parlamentario.
Se trata del diseño institucional de la Quinta República Francesa, fundada en 1958. Desde el
punto de vista constitucional el sistema francés no es ni presidencial ni parlamentario, sino
un sistema mixto. Por ello, algunos autores lo ubican como un sistema semiparlamentario,
mientras que la mayoría lo concibe como un sistema semipresidencial.
Así que podemos afirmar, que los sistemas parlamentario, presidencial y mixto son
estructuras de gobierno con poderes divididos. Esto es, en todos ellos las funciones del Estado
se encuentran distribuidas en tres órganos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, los cuales
mantienen formas de relación diferenciadas de acuerdo con el tipo de sistema, pero necesarias
para el funcionamiento regular de las instituciones. La característica distintiva del sistema
parlamentario es la capacidad del Parlamento, electo por votación directa, para crear y
destituir gobiernos, que se combina con el papel meramente simbólico del jefe de Estado
(puede recaer en la figura del rey, como en Inglaterra y España, o en la del presidente, como
en Italia). El sistema presidencial es la combinación de un presidente de la República electo
con base en el sufragio directo o casi directo, con un Congreso también electo, pero sin
facultades de gobierno.
En el sistema semipresidencial el Poder Ejecutivo se divide en presidente de la República
o jefe de Estado, electo de manera directa, y un primer ministro o jefe de gobierno, nombrado
por el Parlamento.
El sistema parlamentario es más flexible para gobernar sociedades afectadas por
conflictos étnicos, culturales, religiosos, lingüísticos o ideológicos, precisamente porque el
Parlamento permite la discusión, la confrontación pacífica, la negociación, el compromiso y
la repartición del poder. Este sistema conoce diversas modalidades, entre las que
encontramos la monarquía parlamentaria, la república y la democracia parlamentaria, que
surgen de la mezcla original de la historia y la cultura políticas y de los diseños institucionales
de cada país.
La característica institucional distintiva del sistema parlamentario, es la capacidad del
Parlamento electo por votación directa para crear y destituir gobiernos, así como la facultad
del Ejecutivo de disolver el Parlamento, que se combina con el papel meramente simbólico
del jefe de Estado. La teoría del sistema parlamentario surge en Inglaterra, en donde aparecen
por primera vez las libertades públicas, la separación de poderes y la elección de los
gobernantes. Tiempo después, otros países adoptaron el modelo parlamentario de
organización del poder político. Las características institucionales esenciales del sistema
parlamentario son, primero, la división del Ejecutivo entre el jefe de Estado y el jefe de
gobierno; segundo, la responsabilidad del gobierno frente al Parlamento y, tercero, el derecho
de disolución de la Cámara Baja.
Los mecanismos del régimen parlamentario no desembocan necesariamente en la
democracia. Se puede decir que el régimen político británico realiza la democracia
parlamentaria desde el momento en que el derecho al voto se extiende a todo el pueblo, por
un lado; pero, por otro, el parlamentarismo democrático encuentra su origen en una
disminución sensible de los poderes de la Cámara Alta. Los Lores comparten el Poder
Legislativo con los Comunes, pero no pueden destituir al gabinete, que es responsable frente
a la Cámara electa. Los Lores deben mostrar cierta discreción en materia financiera, porque
los Comunes representan a la mayoría de los contribuyentes, mientras que los Lores no se
representan más que a sí mismos: es una clase aristocrática.
Por otra parte, tenemos que el sistema presidencial, al igual que el parlamentario, se
caracteriza por la división de poderes. Formalmente consagra tres órganos separados: el
Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Esa división orgánica va acompañada de una
separación de funciones que, sin embargo, para operar requiere de la colaboración de todos
ellos. La interdependencia es, por tanto, una condición para su eficacia. El Poder Ejecutivo
(unipersonal) y el Legislativo, generalmente organizado en dos cámaras (en Venezuela por
ejemplo solo existe una) tienen un modo de elección diferenciada.
Al disponer cada uno de una legitimidad propia, se busca garantizar su autonomía y su
autorregulación: ninguno puede sobreponerse o someter al otro, sino que al ajustarse a los
mecanismos constitucionales de colaboración pueden intervenir en sus ámbitos
correspondientes. Uno y otro se mantienen en el ejercicio de sus funciones por el tiempo
constitucionalmente establecido. El Poder Judicial, a su vez, por mecanismos diferentes
también preserva su autonomía. El principio federativo viene a completar el cuadro, porque
asegura la participación de los distintos estados en pie de igualdad en el proceso político, al
tiempo que sirve como una modalidad adicional de contrapeso y equilibrio de los poderes.
El monocefalismo del Ejecutivo en este sistema presidencialista, es decir, el hecho de que
reúna en una sola figura las jefaturas de Estado y de gobierno, no tiene el propósito de dotarlo
de facultades amplias que lo puedan incitar a abusar del poder. El presidente tiene frente a sí
diversos dispositivos de control que están en manos del Congreso, de la Suprema Corte de
Justicia, de los estados y, entre otros, de los partidos y de grupos privados. Sin embargo, ser
el elegido de la nación y su guía no significa que sea un poder autoritario; al contrario, la
condición institucional y cultural de su eficacia estriba en su apego estricto a las reglas
constitucionales.
En síntesis, la característica esencial del sistema presidencial es la combinación de un
presidente de la República electo con base en el sufragio universal, con un Congreso
organizado en dos cámaras también electas, pero que no tienen facultades de gobierno.
Además, el presidente es políticamente irresponsable ante el Congreso y éste no puede ser
disuelto.
El sistema presidencial, desde su origen encarnado en la estructura de poder de los Estados
Unidos de América, se inspira en el modelo inglés, del cual conserva algunos elementos
fundamentales y modifica otros. La democracia estadounidense preservó las libertades
individuales, la separación de poderes y la elección de gobernantes, pero hizo algunos
cambios importantes: en lo fundamental, sustituyó al rey por un presidente de la República
electo con base en el sufragio universal, e introdujo el principio federalista.16 El Estado
estadounidense se conforma en torno de tres poderes independientes, orgánicamente
separados unos de otros y balanceados: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
Es importante tener en cuenta que, en cada caso nacional se observarán variaciones
determinadas por la historia, la cultura y el desarrollo político del país de que se trate. Contra
la tiranía y el despotismo Importantes influencias doctrinales e históricas desembocaron en
la elaboración de un diseño institucional cuya preocupación central fue evitar a toda costa la
tiranía de un hombre, el Ejecutivo, o de la mayoría a través del Parlamento.
En el sistema presidencialista, el presidente puede intervenir activamente en favor de las
leyes que le convienen o abstenerse de aplicarlas. La intención de la prensa, de los cabildeos,
se enfoca principalmente en el voto de una ley, pues se piensa que entra en vigor desde que
es firmada por el presidente. En rigor, esto no es así, pues son necesarios decretos de
aplicación. Los presidentes tienen un amplio margen para interponer su derecho de veto a
una ley con la que estén en desacuerdo. En la práctica, buscan ampliar en su beneficio este
derecho presentado de manera flexible por la Constitución.

También podría gustarte