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Salven A Clark Kent - Tato Contissa PDF

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¡Salven a Clark Kent!

Exhortaciones ante la muerte del periodismo

Un libro de Tato Contissa


A algunos de los nombrados en esta aventura.
Para que no me odien sin saber que se están odiando
en lo que digo, puesto que lo que digo no lo digo desde
ningún lugar ajeno a ellos, soy parte impotente de lo
que aquí se describe.
A los que no nombro, parte de los cuales son el
reaseguro de la salvación posible. Y al resto,
periodistas estudiantes y compatriotas, para que sean
la esperanza.

1
La Exhortación del Título

Tenía la conciencia de la muerte del periodismo. Tenía los


cincuenta síntomas de la enfermedad clasificados y descriptos.
Tenía la razón política de clamar por la salvación de algo
resueltamente funcional al futuro de los hombres. No toleraba
imaginar un mundo sin periodistas. Tenía ideas tan firmes como
vagas de qué hacer y de quiénes era responsabilidad ese hacer
para impedir la extinción.

Tenía el libro, aún cuando no había sido escrito.

Me faltaba el título, para empezar a escribir ese libro.

Christopher Reeves se mueve incómodo en su saco de


gabardina. La voracidad de Luisa se arroja sobre la oportunidad
de la nota que le alienta Pedro Withe.

Vi la escena media docena de veces. Por eso me detuve


en esa incomodidad. Es la incomodidad que produce el asedio, y
con el asedio la encerrona, y con la encerrona el final. Le quito el
envoltorio a un alfajor y me concentro en la pantalla.

Christopher Reeve es Clark Kent. Clark Kent es


Superman. Todos lo sabemos. Todos salvo los personajes del
reparto de la película. Ellos son Jaime, Luisa, Pedro, y son
especialmente los que ignoran que Clark y Superman son la
misma persona. Que lo ignoren mientras nosotros lo sabemos es
parte fundamental de la trama. Y también parte esencial del
resto de la historia que no contiene las respuestas a las
preguntas que a mí me surgen esta vez, por vez primera,
cuando advierto la incomodidad extrema de Clark.

Muerdo el alfajor.

Esos Luisa y Pedro, esos periodistas son unos simples


chismosos, ansiosos de primicias, hechos truculentos y
espectaculares, y de escandalotes y de curiosidades banales y
de historias ramplonas. La sociedad y sus valores, los
ciudadanos, su seguridad y sus derechos, son una y otra vez
salvados de los villanos y malhechores por Superman. Es
Superman quien pone cada tanto ciertas cosas en su lugar y
garantiza que impere la justicia, la ley y el orden.
Y Superman es Clark Kent cuando no es Superman.

2
Otro mordisco.

Ahora, cuando Superman es Clark Kent, no es un gran


periodista. Al menos no lo consideran así ni Pedro, ni los
lectores, ni el fotógrafo pelirrojo.

Y no lo es a pesar de sus poderes porque le falta lo que


tiene Luisa. O, para mejor decir, le sobra lo que Luisa no tiene,
que no es un sexo de acero precisamente, sino un montón de
escrúpulos.

Está muy claro que Clark es desconsiderado como


periodista por sus excesivos escrúpulos.

Obviamente esos escrúpulos son parte de la naturaleza


de Superman. Si no tuviese esos escrúpulos no andaría por allí
invirtiendo sus súper energías en bajar gatos de los árboles y
maniatar pandillas de asaltantes de bancos. Se concentraría en
lograr aquello que tanto ansía Cerebro, el ratón petiso y cabezón
de otro comic animado, que es dominar el mundo.

Ahora bien, ¿por qué Superman escogió esconderse


detrás de un periodista?

Esa es la pregunta.

Me felicito mientras termino mi alfajor.

Veamos. Clark estaba convencido que desde el


periodismo podía estar al tanto de todo acontecer en Metrópolis,
que los ojos y los oídos del pueblo estaban allí, en el laberinto
vidriado de la redacción.

Entonces, cuando eligió su cobertura, la cobertura de su


superpersonalidad, no imaginó la verdad, la que se reflejaba
ahora en esa incomodidad de la escena en la que advierte que
el periodismo parece estar en otra cosa. Una cosa muy diferente
a la que él creyó cuando eligió la carrera de periodista.

Hay allá afuera un montón de curiosidades infantiles a las


que adormecer con historias. A construir esas historias parece
que se dedica el periodismo. Luisa, Pedro, los demás.

Clark se había tomado muy en serio sus dos trabajos.

Superman se había tomado muy en serio sus dos


trabajos.
3
Ambos sabían que sólo en uno era invencible, y que en el
otro, sino cambiaban ciertas condiciones, afuera y adentro de las
redacciones, estaba destinado a desaparecer.

Me quedé mirando el interior sedado del papel que


envolvía el alfajor liquidado.

Sobre esa superficie tersa escribí con un marcador


fino de tinta indeleble:

Título posible...Salven a Clark Kent.

4
Capítulo Primero
La Función va a empezar…
(La forma en función de los ritos mediáticos)

Fíjate en ti mismo. Desvía tu mirada de todo lo que te


rodea y dirígela a tu interior. He aquí la primera petición que la
filosofía hace a su aprendiz. No se va a hablar de nada que esté
fuera de ti, sino que se hablará exclusivamente de ti.

Johann Gottlieb Fichte. Introducción a la teoría de la ciencia.

“En los últimos años del milenio, la cámara de


televisión fue como el lago de Narciso en el que se ahogan las
vanidades. Se es porque se es mirado. No importa si la mirada
es de reprobación o admiración, lo que cuenta es ser
reconocido. Y esto sólo se consigue con aparecer en la
televisión; la pérdida del anonimato, aunque sea efímera y no
influya para nada en la vida de los otros y sí en los que buscan
aparecer, anestesiados por una falsa sensación de poder.”

Norma Morandini

Juan Castro ha muerto.

Hay unos restos de Juan Castro que por semanas y


meses no serán sepultados. Y esa vigilia de velorio mediático
muestra toda la impudicia de que es capaz ese sistema.

A las primeras horas de la carroñería sucederán las horas


del escarnio. El puto imperdonable, bello y paradójico,
diseccionado brutal e incompasivamente, deberá darle a ese
sistema mediático tanto como a la sociedad que lo sustenta una
multiplicidad de respuestas que sirvan para encubrir las culpas
profundas que, más allá de Juan Castro, tienen sociedad y
sistema.

Si sólo se tratara de mal gusto. Pero no.

5
Es una cultura, una manera de ser y de hacer. Un
procedimiento que se juzga desde adentro del periodismo como
inevitable.

En la radio escucho tenores, bajos y barítonos. Desde la


baratura escandalosa y el comentario pedestre hasta las
intelectualizaciones más forzadas en la necesidad de tomar
distancia y plantar diferencias. Para graficar digo: desde Polino
hasta Barone. Pero nada logra ir en desmedro de ese intento de
variación. Todos, en lo estructural, son lo mismo.

Llamaría a Barone desde mi respeto y le preguntaría


sobre su necesidad de hablar de ese tema. Pero no lo llamo
porque sé la respuesta que no me va a dar.

Hay una compulsión inexorable a no quedarse fuera de


“la agenda”. El periodismo se encuentra impelido a dar cuenta
de todo, a tomar posición frente a todo, a no escatimar ni un
trazo del relato que debe dibujar al mundo. Existe en ese ánimo,
un temor reverencial a defraudar la expectativa de “la gente”.
“Ellos” están aguardando que diga yo alguna cosa respecto de
todos los hechos de “la agenda”. Allí voy.

¿Qué sería de mí si nada dijese sobre la muerte de Juan


Castro? De modo que allí voy a decir alguna cosa respecto de
este hecho de “la agenda”. Y entonces diseño mi posición.
Graciosa y desgraciada posición, como la de la revista Noticias,
dedicándole la tapa de su número a un personaje considerado,
en esa misma portada, vacío. La paradoja de la importancia de
lo que, decimos, carece de toda importancia.

Además he visto a la gente rezando, portando su foto,


llorando como si se tratase de un ser cercano y querido, cosa
que, por el poder actual de los medios de comunicación, sea
quizá irremediablemente cierto. Es muy posible que Juan Castro
sea un ser querido y cercano en esta sociedad de lejanías y
desamor.

Junto al cadáver de Juan Castro yace otro cuerpo, cuyos


olores no alcanzan a llamar la atención del gran público. El
cuerpo tiene un tiempo largo de agonía y otro presunto de
descomposición. Nadie lo advierte. Nadie lo llora. Nadie lo
lamenta.

Nadie vela el ignorado cuerpo del periodismo.

6
- El cinco por ciento…y no los conoce nadie –
cacheteó la respuesta con una certidumbre rayana en la
displicencia.

Estoy parado en el extremo argentino del puente


binacional en trámite de bautizo Tancredo Neves. Corre el final
de 1985, un año signado por el afianzamiento de la
Coordinadora en el gobierno de Raúl Alfonsín, el Plan Austral, y
la primera victoria en el campo legislativo del nuevo gobierno de
la democracia.

Allí habemos una trouppe de periodistas, de diferentes


medios, entre los que recuerdo especialmente a Oscar Cardozo
y a Jorge Dorio. Las razones del recuerdo se vinculan al respeto
que tengo por el primero y a la comunidad generacional que
tengo con el segundo. Porque lo cierto es que ellos se
mantienen inexplicablemente al margen de la discusión.

Los que sí discuten, y a orillas de la violencia, son


dos muchachos cuyos nombres se me escapan, pero que en
cualquier caso bien podrían ser, por la edad y por el talante,
cualquiera de los destacados periodistas de los medios
electrónicos de hoy día. Especialmente uno se había manejado
durante toda la jornada con esa velocidad de tiburón que tanto
se festeja contemporáneamente en la colectividad periodística.

- Tenés una idea bastante pobre de lo que es el


prestigio – replicó el segundo ante el arrecio estadístico del
primero.

- Repito – en un tono destinado a incluir en la


conversación a todos los periféricos – los que vos llamás
periodistas son el cinco por ciento a gatas, del resto el 60 por
ciento se pudre en las redacciones haciendo boletines, flashes,
pirulos y recetas de cocina y el resto es la televisión. Y el
prestigio – remató feliz de haber concitado la atención de todos –
viene después de que te conocen…y te conocen si vas a la
televisión… ¿tan difícil es de entender?

- A la larga – equivocó fatalmente el otro – los


verdaderos periodistas son los que sobrevivirán.

Casi veinte años después, trato de evitar la


selectividad del recuerdo. ¿Era entonces una discusión sobre el
destino de la profesión o se trataba simplemente de una cuestión
7
vinculada a los destinos de los periodistas? ¿Importaba tanto
para los que discutían en ese límite circunstancial como para los
que atestiguábamos tal confrontación? No tengo tal capacidad
de abstracción.

Si recuerdo lo que se dijo, grosso modo, de una y otra


parte, posiciones que, aún cuando antagónicas, se paraban en
la misma cuestión de fondo: Había un algo que nacía y que se
comía irremediablemente a un otro algo que moría.
Para algunos de nosotros, los periodistas de ese día en el
Tancredo Neves, unos pocos quizá, la cuestión tenía que ver
con el destino del periodismo, para los más, en y fuera del
puente, se trataba del destino personal, individual. Veo ahora,
con el paso de los años, que frente a la voluntad de
supervivencia de los individuos de la posmodernidad parece que
poco puede hacer esa cosa vetusta de la moral colectiva.

El destino del periodismo se diluye ante la


necesidad de los periodistas de cumplir su propio destino.

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Está el Blumberg de carne y hueso y está el otro, la


construcción mediática, la medida canónica de los sectores
medios que encontraron un dolor de identidad y una glorificación
de sus temores.

La ideología de esos sectores, que atraviesa toda la


sociedad, vertebra además la cultura de los medios.

Los medios piensan como la clase media, la gente en los


medios es la clase media. El sentido común, para esta cultura,
es el sentido “del común de la gente”. Y aún cuando el
periodismo se siente (y se desea) ajeno a ese anonimato, no
cesa de reverenciarlo en el discurso. Su adicción a las
audiencias construye una demagogia suficiente para envaselinar
la columna mercurial de los ratings.

Por eso uno y otro Blumberg se han convertido por un


tiempo indeterminado en la piedra de toque de la referencia
mediática. Pocos se atreven a rozar la túnica del nuevo tribuno.
Un tribuno que no cesa de atropellar a las instituciones que
desconoce y que ignora indeliberadamente.

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Indeliberadamente porque la ignorancia de Blumberg es
genuina, la misma ignorancia que los sectores medios
mayoritariamente tienen sobre la cosa pública.

Pocos se atreven a contrariar al personaje. Casi nadie.


Los periodistas más aventurados juegan al sosiego y al
equilibrio, y hasta a la condescendencia ante cada infortunio
verbal del nuevo santo.

Los griegos llamaban a quien se desentendía de la cosa


pública: idiota. Una paradójica idiotacracia se apoya en el terror
del periodismo a desafiar la caprichosa voluntad de las
audiencias.

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Sintió la carga amenazante de la voz del contestador. Era


una mujer, mucho peor para él. Con la pesadez admonitoria de
una esposa defraudada, de una hermana beligerante, de una
hija hastiada, de una madre abochornada ante la conducta del
hijo.

– Después de eso que leyeron pienso cambiar de radio.


Ustedes no tienen derecho a degradar la persona del padre de
Axel.-

Se había tomado en serio la modalidad de los mensajes


telefónicos al aire. Tanto que ya casi ni chequeaban lo que salía.
De manera que la voz de esa indignación golpeó con furia
inesperada.

Había tres cosas. La primera “cosa” era la cosa del temor.


La sentía alrededor de los ojos, en el cuello, en los bronquios,
como un sofoco. Era el temor a desaparecer por efecto de
cambio de dial. Conocía esa condena, puesto que había vivido
una vida de culpable. Una vida de decir lo que más le parecía, lo
que más concluía, lo que se presentaba ante su conciencia
luego de haber reunido datos, contrastándolos y finalmente
reflexionado. Esa tarea siempre lo alejaba del sentido común y lo
acercaba a su patíbulo. Se había entrenado para convencer, y
para convencer había que argüir. Y argumentar era investigar,
estudiar, trabajar. Le parecía escuchar la voz del Ruso
haciéndole el favor de amigo de una condescendencia
compasiva diciéndole mientras comentaba sus escritos:

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-Qué manera de esforzarte por ganar amigos que tenés.-

Pero al Ruso le importaba más el amigo que el periodista


(porque casi amigos ya no tiene) y siempre terminaba mirándolo
como quien mira el irremediable trayecto de alguien que acaba
de caer por el hueco del ascensor.

Él en cambio, se obstinaba en sostener la forma del


periodismo que no recordaba quién le había enseñado.

Supo tarde, cuando ya la modalidad se le había hecho


hábito, que la tarea no era la de convencer sino la de coincidir, la
de captar el temperamento de “la gente” y reproducirlo con
fidelidad, la de halagar el oído del oyente, la de decir “lo que la
gente quiere oír”. Y aún cuando tarde, cuándo tarde eso ya le
era sabido, no lograba sino apenas aproximaciones y, como en
ese caso, cuando el asunto lo desbordaba, cuando el resultado
de su pensar se le volvía irrefrenable, volvía a contrariar al
“soberano” y a recibir la condena.

La segunda cosa era que le tiraban a Axel por la cara. Le


tiraban la poderosa y fantasmal figura del chico asesinado como
la carga de la prueba. Lo inhabilitaban silenciándolo con la
impronta de la muerte, con su indiscutible fatalidad. Lo ponían en
ese lugar en el que el gesto condenatorio clausuraba todo
pensamiento posible.

Ahora hijito mío tenés que sentir. Y sentir significa


imbuirte del sentimiento promedio de la audiencia. Mutar extático
al inconsciente colectivo en una relación que siempre te
obstinarás en vincular con “el uno y el todo”. Muy oriental y muy
a propósito.

La tercera cosa era la necesidad de una tanda, otro par


de mensajes, un tema musical y un respiro. Había pecado de
una inteligencia prohibida en el paraíso mediático. Dios estaba
enfurecido, y muy dispuesto a escuchar la radio de Hadad.

------------------------------------------

Cuando una especie desaparece, previamente han


desaparecido las condiciones esenciales de su habitat. Pero
nada termina allí.

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La desaparición conlleva nuevas futuras desapariciones.
La misma cadena de acontecimientos que formula la vida en
toda su expresión se repite en el mundo humano.

Tomo por cierto que el periodismo tiene como causa y


efecto de su trabajo la condición esencial de las democracias: la
libertad.

Si no hay error en estas apreciaciones, las condiciones


esenciales del habitat en el que se desenvuelve el periodismo
han desaparecido o están desapareciendo dramáticamente.
Digo: nada menos que la libertad.

Tal vez salvar al periodista sea, en una instancia previa,


salvar el apetito de libertad que ha mantenido el latido de la
historia.

Como el gesto de amor que salva a la pareja cuando todo


parece terminado.

De manera que no es este un libro para periodistas desde


la misma exhortación del título.

Pero es éste también un libro para periodistas.

Sin el control social y sin la vergüenza profesional el


periodismo termina irremisiblemente yéndose por la esclusa del
nuevo siglo.

El control social puede darse no sólo con un mejor


ciudadano sino con un ciudadano alfabetizado en la construcción
de la realidad que hacen los medios. Este libro es en parte eso,
un intento de vulgarización de las distorsiones sufridas por el
periodismo en plena sociedad mediática.

Saber es la mejor defensa contra cualquier arte de


manipulación.

Desenmascarar de la forma más prístina esas


distorsiones, es poner proa a la rectificación y coto a su perjuicio.
Esa es toma de conciencia y de conducta que nos compete a los
periodistas. Este libro es también en parte esto otro, un “llamado
en el hombro” a periodistas y subespecies, a estudiantes y a
estudiosos del oficio.

El conocimiento crea conducta y posibilita la ética.

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Y ambas acciones deben darse unísono, ya que el control
ciudadano para cualquier función vital del sistema ratifica aquello
que dijera un argentino: “Los hombres son generalmente
buenos. Pero si se los vigila suelen ser mejores.”

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A Diego se le cuelga un helicóptero sobre la casa. La


vigilia periodística es pertinaz. La devoción por esa vigilancia
convence a los cronistas de su seriedad y de su necesidad.

Hay que estar.

Y hay que encontrar algo para contar, algo para mostrar


que se está, y que se está atento, y que el resultado de esa
atención garantiza que, si algo sucediera, “la gente” se enteraría
por nosotros.

A partir de nosotros y de nuestra vigilia, de nuestra


devoción, nuestra seriedad y de la necesariedad del trabajo de la
vigilancia, todo cobra sentido y razón de ser.

Y entonces sucede. El fisgoneo se vuelve arte y una


imagen premia la perseverancia. Igual que la foto de portada del
Balbín agonizante y atravesado de tubos de treinta años atrás, la
imagen de un Diego infortunado, de un Diego diezmado por su
desgracia sale a la luz y se revela a todo color y a todo impudor.

La imagen es real. Su realidad justifica su necesidad.


Como todo puede y debe saberse, debe conocerse, lo que es
real “necesita” hacerse saber.

Y nosotros, los periodistas, nos encargamos de eso.

------------------------------------------

El que mal cría al chico sufre al chico malcriado, dice la


frase gallega.

Los gustos aculturados en las audiencias se terminan


convirtiendo en la esclavitud y el sufrimiento del productor, igual
que la ineptitud del padre se convierte en su posterior
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padecimiento. Pero, en ambos casos también en su seguridad.
Tanto el padre como el productor tienen refugio y consolación en
el hecho inexorable de que las audiencias siempre tienen la
razón, como los clientes, o en que el nene es “la piel de Judas y
no hay qué hacer con él”. Las razones de la porquería que se
produce o de la porquería que se tolera están en las audiencias
y en el nene, nunca en el padre o el productor.

El éxito se diferencia del triunfo en que aquel tiene la


posibilidad de la recurrencia. Para tener éxito hay que seguir los
pasos de la receta, hay que seguir los caminos de la experiencia
probada. El triunfo tiene carácter de único, es un resultado
innovador fruto de factores que sólo pueden ser evaluados por el
historiador, pero que jamás podrían repetirse desde la mecánica
del laboratorio. Los ejércitos de los imperios tienen éxitos. Las
victorias de las insurgencias contra el imperialismo o cualquier
otro tipo de opresión son triunfos.

Los medios siguen las modalidades impuestas desde lo


que se supone es requerimiento de las audiencias en busca del
éxito. En los medios, cada tanto, alguien innova y seduce el
gusto de las audiencias con algo que las audiencias no podrían
querer pues desconocían. Estos últimos son triunfos, y
ciertamente que no son pocos en los medios argentinos.

Hecha la elección por el éxito y desconociendo el sabor


glorioso del triunfo, los medios se arrojan a satisfacer los deseos
de un público al que, previamente, hay que suponer.

En 2001 realizamos un trabajo de investigación que entre


otros arrojó un resultado precioso para este análisis. La mayoría
de las elecciones que hacen los productores mediáticos se
solventan en suposiciones respecto de lo que “la gente quiere”.
Estas suposiciones están referidas a mediciones que son todas,
sin exclusión, de carácter cuantitativo. Es decir los ratings.
Repetir fórmulas, remedarlas o bien desarrollar modelos
“nuevos” en función de los paralelos o las tangentes trazadas
sobre los viejos, son las maneras de seguir de modo seguro y
protegido “por el camino del éxito”.

Uno de los modos seguros de obtener éxito en la cancha


mediática del periodismo es la espectacularización de la
información.

La adopción de este modo está en consonancia con otros


caracteres de la cultura mediática contemporánea de la que

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hablaremos más adelante: la supremacía de la imagen y el
supuesto temperamento del receptor.

Supremacía de la imagen y suposición de un receptor


abúlico al que hay que sacudir, interesar, entusiasmar,
recuperarlo de la dormidera y las anestesias.

Igualmente, en esa cultura, la de productores y


periodistas, existe la imaginación de audiencias demasiado
acostumbradas a los modelos de “interés” y por lo tanto, se
requiere ritualizar las formas de ese interés de manera de no
defraudarlas desde la apariencia, desde la presentación de la
información.

No importa el tema, debe ser espectacular. No importa el


uso de la información, lo que no debe descuidarse es “la
puesta”.

Cierto es que tales notas, tales artes, son reputados y


valorados profesionalmente y con razón. La calidad de las
formas periodísticas, sea el género que sea y el medio por el
que se realice es cuestión a tener debidamente en cuenta por el
hombre de prensa.

Pero lo que marcamos aquí como una deformación


profesional es un estado hipertrófico de ese carácter
indispensable, y que además ha sido instalado como precepto
en la habitualidad de los medios. Se trata de la forma
suprimiendo al contenido, de la espectacularidad reemplazando
la trascendencia del acontecimiento.

¿Dónde está el daño, se me podrá inquirir?

Respondo: mala pregunta.

La pregunta buena sería ¿dónde están los daños?,


puesto que yo percibo, al menos, dos.

Sigo respondiendo.

Primer daño: No es la matriz informativa la que motiva la


narración, sino un modelo de presentación que usa algo que
puede ser narrado. Es decir, no son los hechos los que
gobiernan el relato, sino la forma del relato la que usa hechos de
cualquier importancia para realizarse, para concretarse.

14
El primer secuestro express resulta un hecho que
demanda una narración. Sin experiencia, la producción
informativa arranca con dudas, pero pronto encuentra una
manera de construir el relato, testimonios, infografías, merodeos
por la zona del hecho, policía, fuentes judiciales, familiares,
asedios y casas sitiadas.

En los casos siguientes, cuando ese tipo de secuestro ya


tiene bautismo periodístico, la rutina se repite, pero ya no se
trata de mejorar el acceso a la información sino de ajustar la
espectacularidad del relato, de aumentar los climas en torno a lo
que irá del secuestro al desenlace.

Como ese interregno entre el momento de producido el


secuestro y el futuro en el que la situación se resolverá de una u
otra forma carece de precisiones posibles, toda clase de
especulaciones, rumores, trascendidos, informaciones vendidas
por la policía o por las mismas fuentes de la justicia dan
materiales para armar la escenificación y recrear el clima de
tensión y expectativa, clima de inminencias sostenidas,
espectáculo con toda la estructura estereotipada de los
espectáculos.

Segundo daño: la ficción verdadera resulta muy


desconsiderada.

El valor de la narración imaginativa es desconsiderado


gradualmente por la aparición de un supuesto valor de realidad
de hechos que sólo alcanzan importancia por la
espectacularidad con la que son narrados y no por la
importancia de su propia realidad. Esta tendencia, formada en
los paladares de las audiencias, es la que ha dado plafond a los
realitys show, género cuya virtud reside en que construye una
lábil frontera entre la realidad y la ficción. Una frontera cuya
movilidad y labilidad es tal que casi podría decirse que no existe,
sino fuera por el acuerdo dado entre las audiencias y los
productores en tomar como realidad los hechos que se suceden
en el interior de esos programas. Ese acuerdo decide una
frontera impuesta, podría decirse una división política, por la que
los productores y las audiencias se comprometen a creer que lo
que sucede fronteras adentro del género es realidad, lo que
convierte en real, en primera instancia, una frontera que no lo es.

Por eso que, aunque desesperada y comprensible, la


reacción laboral de los actores argentinos contra este tipo de
programa, carece de otro fundamento que la propia necesidad.

15
Ya que la ficción que se ha constituido en su competencia no se
concibe a sí misma como ficción.

El periodismo se ha entregado a la espectacularización


especialmente en la televisión, pero no sólo en ella. Parte de las
razones de esta entrega están maduradas en la personalidad del
homo médium, un carácter que describiré con algún pormenor
en forma secuencial a lo largo de este libro.

En este punto advierto que estos pasajes insolubles de


continuidad entre la puesta y el hecho, lo real y lo ficcional,
desajustan aún más la imagen que los periodistas tienen de sí
mismos, tanto como profesionales individuales cuanto como
corporación.

Parecería un simplismo decir que los periodistas


muestran las mismas veleidades y vanidades que sus
compañeros mediáticos vinculados con el arte y las
producciones de ficción. Como decir que amenaza tragárselos el
maquillaje.

Pero es que ciertas verdades por su propia contundencia


pueden decirse simplemente.

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-Se están peleando por la polvera – ironizó en tanto


reunía los papeles del script. Detrás de la fina pared de durlock
se oían nuevos arrecios de histeria casi masculina.

La tarde había comenzado ríspida. Claudio hacía


dirección de cámara y cámara uno, armaba el guión y revisaba
del piso hasta los detalles de iluminación. La estructura de la
agencia de esa producción no daba para el personal básico, de
manera que había que arreglárselas con lo que se tenía.

Guillermo y Daniela eran los conductores de ese


programa “para la mujer” que remedaba los formatos “magazín”
de la televisión de Buenos Aires.

Cómo Guillermo no quería contaminar su imagen con la


frivolidad de ciertos tratamientos aceptó compartir los créditos
con Daniela. Como Daniela no quería hacer de “rubia tarada” (a
16
pesar de ser morocha) le disputaba palmo a palmo las notas
“serias” y “periodísticas” a su compañero de set.

Así transcurrían siempre los primeros cuarenta minutos de


aquellas tardes en el improvisado estudio de TV de esa casona
barilochense, entre puestas en escena pletóricas de desplantes
y arañazos y frases agraviantes de dudosa inteligencia. Y gritos.
Siempre gritos.

Claudio miraba por el ventanal la hilera de notros que ya


empezaban a mostrar sus rojos furiosos. La primavera – pensó –
está haciendo estragos en estos chicos.

En medio del estudio, sentado con la pesadez de un


Buda, estaba aguardando ser entrevistado el dueño de un
reinaugurado boliche bailable para estudiantes. El negocio se
había incendiado meses atrás y ahora, reconstruido y
actualizado, buscaba todas las formas de difusión posibles para
el relanzamiento. El entrevistado era chino por donde se lo
mirara y escuchara. La entrevista era un “chivo” por dónde se la
interpretara o analizara.

Iniciado el programa, bajando los títulos por la pantalla,


recién Daniela salió rutilante y altiva del improvisado camerino
para instalarse en la silla giratoria contigua a la ocupada por el
chino del chivo.

Con rituales de confidencialidad intercambió unas pocas


palabras en tono de murmullo antes de comenzar la entrevista.

Arrancó bien, con soltura y logrando transmitir un interés


genuino sobre un asunto que carecía absolutamente de él.

- Una buena noticia para los chicossss. Tanto para


los nuestrosss como para los que nos visitannn.-

Daniela consideraba poco profesional dejar que las


consonantes finales desaparecieran en las locuciones por lo que
las estiraba impiadosamente.

-Nos visita Harry Hong, titular de Rabbit Discotteque, que


en pocas horas reabrirá sus puertas superado ya el amargo
trance sufrido el último invierno.-

Hong debió haber gozado del “amargo trance” pues no


pudo evitar que se le escapara una inoportuna y muy oriental
carcajadita a la simple mención del episodio.
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Sucedía que el chino había arribado a la Argentina sólo
un par de años atrás, con un bagaje de castellano muy precario
si se lo comparaba, entre otras cosas, con sus otros bagajes del
arribo.

Por eso cuando arrancó con sus frases despobladas y


pobremente articuladas sobre sustantivos y verbos infinitivos
descontroló a Daniela, generalmente acostumbrada a no
entender pero en un castellano mucho más fluido.

Hong, no obstante, tenía sus precisiones y con la tonada


del cocinero de Bonanza, bien que mal, demostraba saber a qué
había venido.

- Erabit toro nuevo. Contentos. Vamo poner laser. Fiesta grande.


Toro grati. Mejó que ante... nivel internacional..pistas
mejó...laser....luce...

A Daniela, como quien descubre su cometido en la vida,


se le iluminó el rostro. Se lanzó así, sin más, a realizar una
traducción simultánea del cocoliche chino al castellano, pero con
aditamentos que daban a entender que nosotros y los
televidentes no sólo que no entendíamos sino que tampoco
escuchábamos.

-Dice Harrry Hong que la reinauguración de Rabbit va a


ser inolvidable, con nuevas pistas, con un festival de laser al
mejor nivel internacional y superando lo que fuera la gran
infraestructura del Rabbit original....-

Los asistentes del piso se miraban entre ellos como


no dando crédito a lo que sucedía. Daniela siguió casi feliz la
tarea de la transferencia idiomática.

Una hora más tarde, cuando el set se encontraba


umbrío y vacío. Claudio se sentó en la giratoria que había
ocupado Hong.

Para él los animadores, los locutores, los periodistas y


todos los tipos que estaban delante de la línea de cámara
habían sido siempre la misma cosa. Esa línea dividía dos
trabajos y dos mundos. El mundo real, el de los swichers que
efectivamente activaban una luz o un micrófono, el mundo real,
tangible en donde el trabajo y el resultado eran los extremos de
una misma condición concreta. Y el otro mundo, el mundo de la
ficción, de la representación, de la apariencia, poblado de
18
muñecos caprichosos, volubles, seres a los que se lo había
tragado el maquillaje.

Hoy lo había comprobado una vez más. Pero otra cosa


asomó por primera vez a su razonamiento. La verdadera
televisión, la televisión para la gente, era la que transcurría un
metro delante de su silla frente al mixer. Allí, en ese lugar en
donde la luz se concentra, como se concentran las vanidades y
la petulancia, allí estaba la televisión para la gente. La televisión
sucedía en ese rectángulo en dónde era todo posible por el sólo
hecho de hacerlo posible, como que lo falso pareciera real, una
publicidad un hecho periodístico, y la traducción de lo que se
entiende a lo que no hace falta una tarea imprescindible.

No. No había dos mundos en la televisión. Sólo uno. Y en


él Claudio se sabía inexistente.

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Caer de culo ha dejado de ser, por unas semanas, la


metáfora de la sorpresa. Alejandra Pradón ha suspendido de un
culazo la centenaria asociación, la misma que configuró el “plop”
de las viejas historietas.

La caída del balcón concitó, en la carrera por la


competencia, una sobreabundancia de especialistas dispuestos
a aportar su “granito de arena” para el esclarecimiento del
hecho.

Lo de Pradón fue asunto casi exclusivo de la Televisión y


en menor medida la radio.

Así fue que los sets se atiborraron de extraños personajes


convocados por la febril creatividad de los productores
televisivos, esos mismos editores que Jorge Rial bautizara como
posperiodistas.

Físicos, masoterapistas, anatomistas, quiropractas,


proctólogos, acróbatas, constructores de balcones, botánicos y
otros peritos sumaron explicaciones que variaron desde la
resistencia de materiales, la fuerza gravitatoria en los
subtrópicos y la capacidad amortiguatoria de las ramas de los
paraísos, hasta la capacidad de absorción de impactos de la
carne humana con soporte de siliconas. Como si fuese broma

19
pero sin serlo, sin siquiera un asomo de sorna, dada la gravedad
del hecho.

Sólo las cuatro bombas de Madrid interrumpían con su


realidad de acontecimiento el acopio testimonial en torno a la
caída. Claro que el atentado era tratado por los mismos
periodistas, por los mismos canales, con más superficialidad y
con el mismo gesto adusto y reconcentrado. Lo de Pradón era
todo alarde de minuciosidad, detalle y precisiones.

Una infografía animada del funcionamiento y composición


anatómica de un esqueleto en la zona pelviana me llevó
imaginariamente al informe Warren, aquel con el que la prensa
norteamericana tras el asesinato de Kennedy se tuvo que
conformar y que, contaba entre sus documentos, la famosa
teoría de la “bala loca” de la que se sostenía el argumento de
“un solo tirador”.

La ex mujer de Alberto Locatti, quien había sido arrojada


por el cómico desde un balcón muchos años atrás también se
incluyó en los “contenidos” jugando su experiencia de
“observador participante”. No llegué a verlo, por saberme
incapaz del riesgo de la pregunta presumible: ¿qué se siente al
caer desde un balcón?, de manera que apagué el televisor.

Sabía que apagar el televisor, igual que no ver televisión,


no significaba en absoluto desconectarse del sistema mediático.
Lo sabía porque yo mismo lo había advertido años atrás a
quienes “se curaban en salud” eliminando la televisión de sus
vidas. Somos parte funcional y vivencial de la sociedad
mediática. Sabía que, aún con mi televisor desconectado, lo que
se le continuaba infligiendo al periodismo me afectaba, nos
afectaba a todos. Sabía que el único ahorro que me hacía ese
silencio era el de la electricidad.

Lo sabía.

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En el mismo sitio en donde hasta ayer nomás reinaba el


gesto ascético del ácrata hombre de prensa, escondido de gris a
la mirada de los otros, hoy habita el homo medium armado con
máscara de panqueq y arte de simulaciones, un profesional de la

20
miss en scenne , un consagrador de las distorsiones, el más
verdadero de los mentirosos. 


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- Estamos condicionados por el espectáculo.


Reconozcamos que somos un poco prisioneros de eso.-
reflexiona Mónica Gutiérrez en un programa en el que un grupo
de periodistas ha sido llamado para la reflexión.

La mesa tiene una interesante composición. Mariano


Grondona, Ari Paluch, Gómez Castañón, la mencionada Mónica
y, en rol de conductora, Nancy Pazos.

El programa tiene un cometido: un intento de autojuicio y


de autocrítica que se percibe como creciente exigencia de “la
gente” y que el periodismo, obligado a considerarlo en su
agenda, no tiene más remedio que realizar.

Será que la corporación no está dispuesta a facilitar el


acceso a los caminos de una revisión de la actividad profesional,
será que algunos periodistas perciben esta circunstancia como
una especial oportunidad para saldar cuentas personales o
darse un envión contra sus competidores, lo cierto es que este
intento de autojuicio y autocrítica es solo un burdo remedo
siempre.

Ni bien la escena del juicio se monta, un poco antes de


que el jurado se instale en sus butacas y se hagan las primeras
declaraciones testimoniales, un segundo antes de que el primer
cuestionamiento a lo que realmente está sucediendo en el
periodismo contemporáneo sobrevenga por la fuente que sea,
los periodistas proceden a otorgarse la absolución. A este
propósito se orientan entonces los evidentes esfuerzos de la
conductora.

Pazos apura los pasos. Se sobre exige en la velocidad de


resolución de la cuestión planteada. Esfuerza su mejor
condición: la superficialidad.

Es una mujer con una inteligencia ordenada a un sólo


cometido, por eso mismo la superficie de su superficialidad brilla
y encandila. A veces. O para cumplir con el principio de la duda
razonable, no siempre. No permite que nadie se interne en las
dos cuestiones que parecen nunca tener oportunidad en esa
21
mesa. La una: ¿son ellos el periodismo tanto como para hablar
en su nombre? La otra: ¿hay otra obligación en el periodismo
que la del éxito, o es que ese objetivo indefectiblemente se traga
la razón de ser original del periodismo?

Toda vez que alguien se asoma al precipicio de estas


cuestiones, Pazos retrocede dos casilleros.

Corrijo algo, es más intuitiva que inteligente, puesto que


está claro que no sabe por qué razón evade esas veredas. Pero
lo hace. Las más de las veces improlijamente. Así el programa
discurre y se disuelve cumpliéndose como lo que se propuso
originalmente: una parodia de juicio, o de auto juicio. Cuando
aún el jurado no se ha desayunado con que aquí jueces, jurados
y acusados son la misma cosa, el programa se termina.

Se ha cumplido un ritual más, en donde la crítica acrítica


de los formadores de la agenda se constituye en parte de la
agenda.

¡Claro que los periodistas podemos hablar de los


periodistas y del periodismo! (preferentemente solo ellos,
debería acotar, sino fuese que yo soy uno de ellos). Y ya está.
¡Que alivio! Casi como desalojar la excreta.

Y esto hay que hacerlo porque esos humores están


produciendo raras efervescencias en la gente.

El mismo temor que la gente provoca, o para mejor decir


que la imaginada indiferencia de la gente produce, es la que
excusa la espectacularización como necesidad, los afeites, los
rituales y toda la batería de elementos extraprofesionales que el
periodismo ha convertido en condiciones básicas de su
profesión.

Así tanto la cuestión del juicio, como del periodismo,


como de lo que sea, termina bien si termina como un programa
de televisión.

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Pienso.

Pienso un pensamiento agujeado de pregunta. ¿La


boconeada de Jorge Rial respecto de la existencia de una cosa
22
de la que igual conviene hablar y que se llamaría
posperiodismo, es el epitafio inscripto en la piedra sepulcral del
periodismo?

Tal vez Rial viva la misma premonición que yo.

Quizá, me parece, el goza tanto esa evidencia como yo la


sufro.

Tal vez no. Pero ya abandoné esa balsámica receta que


años atrás me abría y me cerraba puertas de conciliación con el
resto del mundo y que consistía, llanamente, en pensar que lo
previsiblemente estúpido era naturalmente estúpido. Es posible
que el Rial que no conozco sea bastante menos estúpido que el
que se da a conocer. Siempre pasa eso en la distancia que
separa al espectador mediático de la sociedad mediática
respecto de los actores de esa sociedad.

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Porque la forma es la que gobierna.

Y pretendo ser bien entendido. Digo la forma en el sentido


de formalidad, como quien dice la apariencia en el sentido de
fenómeno de “lo que aparece”, de lo que parece ser, de lo que
da la apariencia de ser. Es la mimesis del mundo del
espectáculo con el mundo del periodismo con escenario en el
mundo de los medios. Claro que la farsa es solo concebida
despectivamente cuando intenta trasladarse al mundo de la
realidad.

Claro que sí.

Pero no es la espectacularización un requerimiento


ineludible en virtud de las características propias del lenguaje
televisivo. No es la “imprescindible necesidad de mostrar” que se
le adjudica equivocadamente a la televisión la que hace
imposible escapar a los modelos espectaculares con imperio
hegemónico de la forma y de las apariencias. Esa es una
imposición del sistema mediático y no una imposición de la
naturaleza del lenguaje de la televisión. En realidad las
posibilidades de ese lenguaje no han sido en sesenta años de
vida del medio, en cuanto a la producción informativa, ni
remotamente exploradas.

23
No es aceptable como sostienen algunos periodistas del
ámbito gráfico, caso de Ignacio Ramonet, el argumento de que
la televisión no sea por naturaleza un medio eficiente para
informar. Se trata de un prejuicio de la interna corporativa y no
una mirada atinada sobre la cuestión. La producción informativa
en televisión, contra lo que se cree en estos tiempos en que todo
se da por acabado, tiene aún un largo camino de desarrollos por
recorrer. La recuperación del concepto de la actividad
periodística como la construcción de un relato tendrá mucho que
ver en esa recorrida. La formación periodística en las técnicas de
nuevos relatos es, como aquí postulamos, la herramienta
indispensable para la recuperación de las capacidades
profesionales que cuentan en el perfil periodístico que evitará la
desaparición de la actividad.

De manera que, repetimos y subrayamos, los


requerimientos de espactacularización son en realidad políticas
mediáticas y no exigencias naturales del lenguaje.

Estas políticas mediáticas están relacionadas con la


vinculación de los medios con sus audiencias y con una de las
dos grandes confusiones que el periodismo contemporáneo
sufre: la creencia de que esas audiencias y la opinión pública
son la misma cosa. Como dije, de eso hablaremos más
adelante.

Hay una cultura productiva que tiene en la


espectacularización una herramienta cómoda y segura para
cumplir con el cometido de atraer, vender y conformar a esas
audiencias. Esa cultura productiva tiene, además, en la
espectacularización su manera de “comprender” a las
audiencias. Es decir una manera de abarcarlas, concebirlas y de
relacionarse con ellas.

Comunicación, éxito y existencia son sinónimos para esa


cultura productiva de los medios. Y nada que ponga a riesgo
esta sinonimia será tolerado en el sistema mediático habitado
por esa cultura.

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- El que informa debe mirar a los ojos del televidente.


Para eso está el telempromter – dijo preso de un frenético
arrebato que lo obligaba a hablar y beber café casi haciendo
gorgoritos.
24
Siempre parecía apurado, todos esos personajes se
visten de apuro, se disfrazan de apuro, se protegen de apuro. El
apuro supone que algo importante les espera en otro lado y que
aquí, donde está uno, hay menos importancia que en ese otro
lado y que, además, el nexo entre el lado importante y el lado
que no lo es, es él, atestiguado por su apuro, con el apuro por
testigo.

Ana lo había citado porque había entrado en dudas.


Dudas sobre su capacidad, sobre su función en el canal, sobre
su destino profesional y sobre su deseo.

Si hubiese contado con una inteligencia de un mejor


porte y una sensibilidad más fina, ella habría descubierto por su
cuenta que estaba atravesando por una duda existencial. Pero lo
que le pasaba tanto como lo que debía entender superaban
largamente los límites de su capacidad de comprender. Por
cierto que no se trataba de una estúpida, ni de una timorata, era
simplemente una medida estándar de lo que hacía falta para
cumplir la función que de ella se esperaba.

No sólo una cara bonita. También una bonita sonrisa, una


bonita y conveniente simpatía, una bonita forma de presentar los
temas y disimular su ignorancia sobre ellos. Lo que se llama:
una bonita. Con la seriedad previsible de los oficiales de a bordo
y la simpatía previsible de las azafatas. Con la aparente
eficiencia y repentización de las telefonistas y la dibujada
atención personalizada de los vendedores de teléfonos.

Eso era ella. Y por eso su inseguridad.

- Pero es que resulta más fácil dar noticias sobre temas


que entiendo – dijo mientras buscaba en la mirada del otro una
respuesta que sabía, nunca llegaría – y para entender necesito
más tiempo.

- No necesitas…querés, que es distinto. Con que te des


cuenta de que la noticia es seria, o de color, y que sigas la rutina
de dirección, de manera que vayas bien a las notas y no te rías
cuando hay que estar solemne es suficiente. El que se informa
es el que te ve, y vos le das con la cara el tono de aquello con lo
que se va a informar. Después si vos sabés o no sabés si el
dólar empujará a la inflación o no, no tiene ninguna importancia.

25
- Pero si sé esas cosas me voy a sentir más segura –
afianzó con el primer dejo fatuo en esa charla que ya la
tenía como irremediablemente perdedora.
- ¿Segura de qué? – silabeó y labió él, sobre el borde del pocillo.
- ¿?
- ¿Segura de qué…nena? – clavó con la taza contra el plato.
- De…que la gente sabe lo que digo…para que me crea…porque
si me cree a mí cree lo que digo…¿me entendés?
El no la entiende. Le atenaza una rodilla con la palma de la
mano izquierda debajo de la mesa, Sin deseo. Sin alarde de
poder. Casi con lástima por todo. Hasta por él mismo.
- Ni vos ni la gente tienen que entender nada Ana…sólo se trata
de aceptar. Lo importante de este negocio es que nada es
importante para siempre y todo lo es por el instante, el puto
segundo en que está al aire.
El cuarto de minuto siguiente sonó a eternidad. Ella se acomodó
la carga de rimel sobre el borde del párpado derecho. Un tic más
que un afeite.
- Es bueno hablar con vos…ahora entiendo.-

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La prueba más contundente de que la espectacularización


de la información no es un requerimiento que surja de la
naturaleza del mensaje televisivo, es otra operación a la que se
somete a la información realizada por la misma cultura
productiva de los medios. Esa operación es llamada aquí
banalización de la información.

Como por efecto de un baño moderador y modelador de


la realidad la información tiende a tratarse banalmente.
Cualquier asunto es objeto de un tratamiento desaprensivo,
tanto para elevarlo de su insignificancia como por el contrario
para quitarle los efectos de su pesada realidad.

Los dispositivos productivos trabajan una suerte de


estandarización sobre los hechos que alimentan la maquinaria
informativa. Por cierto que esto no es patrimonio de ningún
medio en especial, sino una decisión productiva que se aloja en
la totalidad del sistema mediático con mayor o menor evidencia y
que, al igual que la espectacularización, tiene su fundamento en
una necesidad que se refiere indefectiblemente al humor y al
temperamento de las audiencias.

26
El inconfeso precepto reza algo así como: “nada es tan
importante que merezca ser tratado de otra manera que no sea
la manera de los medios y nada es tan poco importante que no
adquiera relevancia cuando es tratado por los medios de
comunicación”.

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Menem iba por la reelección.

Quería que la novia se entregara por derecho tanto como


por deseo. Así fue que abrió la calle de su derrotero histórico
pavimentándola con una nueva constitución, obra civil que
además de lo obvio tradujo las necesidades de los grupos que
tanto lo soliviantaban como lo empujaban hacia el futuro.

El gesto llevó a las puertas del delirio cualquier


vindicación posible de la Constitución del 49, la última base
jurídica legítima incontrastable que había sido derogada y
reemplazada con amputaciones por un mamarracho.

Durante 28 años esa macilenta Carta Magna, la de 1956,


sirvió tanto para toda variedad de atropellos al derecho político
como para la perpetración de la mayor enajenación económica
de la historia, sólo superada por la que vendría después de su
reforma. Apenas algunos de los derechos del trabajador se
habían salvado de la demolición constitucional comprimidos en
ese 14 bis tan obsequiado por los juristas.

Había en 1994 entonces, un propicio momento para mirar


hacia atrás como quien busca el porvenir.

Pero no. Había en los medios otras necesidades.

Ernesto fue destacado en la convención constituyente por


el diario. Era joven. En realidad hoy uno lo ve y siente que
siempre fue joven, que lo seguirá siendo indefinidamente.
Versión desangelada de Hughes Grant la televisión le otorga
patente de transgresor acomodados a las formas requeridas por
las nuevas expectaciones y por el nuevo público. Un público que
aplaude de corazón la música de la insolencia sin entender casi
nada de la letra.

Esa tarde de invierno santafesino, en un bar a doscientos


metros del paraninfo de la Universidad del Litoral, las
27
cavilaciones de Ernesto navegaban otras honduras distintas de
las que podría provocar la historia que se estaba cerrando bajo
los pies de los argentinos.

Vio a Alberto garrapateando notas sobre un informe de


prensa surgido de las oficinas dispuestas en torno al gran circo
convencional. Se acercó con aires livianos altamente
contrastantes con la sombría y contracturada actitud del otro.

Porque Alberto estaba viejo, arrasado, trasegado por los


tiempos de resistir, y se refugiaba automáticamente en lo que
estos tipos llamaban rigurosidad. Ratas de hemeroteca,
viviseccionadores de documentos, rastreadores de
incomprensibles insignificancias invendibles cuya trascendencia
estaba más en manos de los historiadores que de los jefes de
redacción y los dueños de los medios. Ernesto sabía que Alberto
era de esos. Un loser a todas luces y sombras.

Alberto Sombras hurgaba papeles en su maletín raído


mientras se retorcía frente a la barra de ese revivido café
santafecino. Ernesto lo saludó con la displicencia que, parece
ser, es la apariencia imprescindible del periodista, una pizca de
detective de novela negra y un dejillo de asomada bohemia. Algo
que en suma tiende a decir: detrás de este pibe de aspecto
difuso, se esconde mucho más de lo que puede advertirse a
primera vista.

Alberto Luces chispeó - ¿Y nene....llegaste a leer lo de la


Constitución de 1826? –

Asomaron las paletas separadas más sobre el labio


inferior que de costumbre, casi como enjugando saliva en fuga.

-No – dijo terminando de descubrirse hasta la encías - se


me ocurrió una nota sobre las barrigas de los constituyentes.
Formas de abdomen que pueden insinuar abundancia o
descuido, algo de más color. ¿Viste que la panza y lo burgués y
el mal gusto funcionan en paralelo? Bueno...me iluminó. Tiré la
idea y en la redacción les pareció excelente.-

Alberto Luces y Sombras tardó en reaccionar.

Tardó como quince años.

Tanto tardó, que ya era tarde.

28
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Semiólogos reputados acuden a la cita. Psicólogos o


sociólogos, y los pensadores mediáticos, esa especie que
funciona como una representación de lo que realmente existe
pero que jamás llegará a la televisión. Esos pocos están allí,
componiendo un arca con especimenes de toda laya, al solo
efecto de consagrar la aparición de un nuevo género. Un género
que, como ya dijimos, no es de ficción aceptada como ficción,
sino de ficción acordada como realidad.

¡Cuidado! – advierte Jorge Rial – De estos nuevos


programas pueden salir los nuevos líderes, los nuevos modelos
sociales. No se lo tomen tan a la ligera – remata la advertencia.

La idea atemoriza. Más no por su certeza, ya que no la


tiene, sino por su mismo error, por su desajuste evidente.

Esos “modelos sociales” son el resultado estadístico de


las audiencias, no su causa. Esos líderes no infundirán patrones
de conducta en el conjunto social, puesto que son la
consecuencia fatal de ese conjunto. Es un sistema cerrado,
centrípeto, que termina agotándose a sí mismo.

Más lo único realmente cierto es que la “misa mediática”


de los reality son liturgias de consagración.

Un orden de existencia se legitima, el de la


realidad/reality, en donde lo real juega a que cobra una nueva
realidad, la que le da el espacio de los medios. Allí las
audiencias eligen de dónde no hay para elegir, puesto que los
modelos posibles ya han sido elegidos de antemano. Allí juega
el show a sola condición de que lo aceptemos como regla de
juego.

Bandana o “el candidato de la gente”. El éxito de la


industria se convierte en la industria del éxito. El producto viene
con el éxito incluido. O mejor, es lo exitoso el producto en
cuestión.

Y si esto es así ¿qué impide que cualquier otro orden


simbólico ingrese al juego? ¿si una realidad encerrada en el
formato de un producto mediático es obligada a comportarse
como realidad y a aceptarse casi como superrealidad, que
imposibilita que toda realidad sea sometida por la performance

29
de los medios a convertirse en el único acceso humano a la
realidad?

Dicho de otro modo, si la conciencia de lo que pasa


es la conciencia construida por los medios ¿es posible que
estemos en una instancia de derogación y muerte del
acontecimiento? ¿Es probable que la hoja que cae en el bosque
que no vemos ni oímos, por ese solo hecho, no haya
efectivamente caído?

------------------------------------------

El Pato y yo siempre armamos los argumentos. Marciano


quiere ser el solitario que nunca se casa, y Abraham hace de lo
que sea con tal de que haya bastantes tiros y trompadas.

El Pato es bueno en plantear la situación de inicio: que


otro planeta, que el lejano oeste, que una ciudad abandonada
vaya a saberse por que. Marciano aporta escenografía.
Generalmente buenos vehículos con sillas volcadas y secadores
de piso haciendo de volantes y balancines de una nave que
suena a onomatopeya.

Cuando el juego se larga cada quien sabe lo que tiene


que hacer, y lo respeta sin sombra de duda o cuestionamiento,
puesto que lo que sucede en el juego es lo único que sucede.

Un “tiene” muy parecido a un “quiere”, porque cuenta con


la aceptación de los otros y por lo tanto pesa en el interior del
juego con el peso de la verdad. Jugamos seriamente, como
luego me enteraré que Nietszche sabía, jugaban siempre los
niños.

Y cuando el viejo de Marciano lo llamaba para adentro, de


una manera tajante volvíamos a esa otra realidad, la que se nos
imponía por encima del acuerdo que había construido la realidad
del juego.

Nos costaba volver. La fortaleza de la ficción se fundaba


en la convicción con que éramos capaces de armarla, de
aceptarla y de ejecutarla vivencialmente. Había un acuerdo entre
nosotros, una consagración, aunque ninguno de nosotros fuera
entonces capaz de comprender en que se fundaba el poderío del
juego que jugábamos. Cuando se tienen nueve años esos
acuerdos son indestructibles.
30
Nunca imaginé que el “¿dale que éramos piratas…? iba a
superar la barrera de la infancia para transformarse en un
género mediático de un siglo en el que ya casi nadie quiere
jugar.

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Hubo la idea de que un monstruo insatisfecho, abúlico e


indiferente, era el juez del trabajo periodístico. El “gancho”, esa
traducción de una palabra francesa que designa el punto de
atracción de una información terminó mutando, de un arte de
aplicación en el relato, a la totalidad del esfuerzo informativo.

Satisfacer, movilizar y despertar el interés del monstruo


consumía todo ese esfuerzo.

La imagen del monstruo cambió por una menos ingrata.


Hoy se imagina alguien indispuesto a pensar por el agobio de la
vida contemporánea. A ese tipo que se arroja a su sofá al final
del día, hay que brindarle una información que le ingrese casi
osmóticamente. Y no hay que preocuparlo demasiado, pues
seguro que la preocupación le movilizará el pulgar del zaping,
que cae con la misma fuerza asesina que el pulgar del César en
los circos romanos.

Por eso banalizar es una acción imprescindible.

La función de banalizar no se reduce a tratar banalmente


temas de un cierto interés, sino a poner temas de complejidad,
como ciertos temas científicos, en versiones módicas y
descafeinadas, al “alcance de todos”.

A veces la banalización se hace por obligación. No puedo


olvidar que, muchos periodistas, sienten una compulsión a tratar
todos los temas de la agenda, y esto los enfrenta infinidad de
veces en situaciones de opinión forzada, o de descripción
obligatoria, generándose esas superficialidades o directamente
disparates que suelen verse, oírse y leerse en los medios de
comunicación.

Otras veces, las más de las veces, la banalización se


presenta como una tendencia de homogeneización realizada
sobre la totalidad de los temas tratados por los medios. El
sistema mediático necesita que todos sus productos tengan un
31
mismo tenor, una misma naturaleza, la naturaleza de los
productos mediáticos. No importa si los temas sean deportivos,
científicos, artísticos. No interesa que los hechos provengan de
sistemas ajenos al sistema mediático, al ingresar a él deberán
ser “cepillados”, “cortados”, “facetados”, “amolados”, “lavados” y
“planchados” de manera de cobrar una entidad nueva, entidad
que le permitirá estar a tono con la propuesta del sistema
mediático.

La banalización es, en este segundo sentido, la última


etapa de la espectacularización.

Por esta operación, si hablamos de información, todo los


que ocurra o no ocurra es pasible de ser noticia, y todo hecho,
suceso o acontecimiento, es objeto potencial de desaparición.

Como en la tramoya, la mano más rápida que la vista.

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Norma Morandini se debate en las confusiones


sembradas con la minuciosidad de un trampero por los
integrantes de la mesa que compone con otros. Esta vez son
Chiche Gelblung, Orlando Barone y Miguel Wiñasky y, como
siempre la moderación, de Nancy Pazos.

Es un juicio al periodismo como el otro, como todos. Es


decir una simulación. Claro que por algunos de los componentes
de la mesa uno imaginaba un simulacro, es decir una simulación
dispuesta para la oportunidad en que se haga un juicio serio.

Pero no. Mientras Barone se extravía en requerimientos


éticos que no remiten a ningún tribunal y a ninguna sanción y
Wiñasky se extravía simplemente, solo Gelblung cumple con lo
que esperamos de él.

Morandini quisiera que las cosas fueran de otra manera.


Intenta vanamente intercalar otra gama de ideas en dónde solo
reinan apuestas sobre la base de un juego de naipes archí
conocido. Cualquiera de sus intervenciones es degollada en el
enunciado por uno o por otro, pero el más predecible, el que
según el patrón de mi prejuicio debería confrontar con Morandini,
que es Gelblung, rara vez la interrumpe, son los otros (tu
también Bruto) quienes se arrojan una y otra vez a la factura de
ese sacrificio.
32
Wiñasky ha decidido desbaratar su imagen académica
aún cuando solo sea para esa oportunidad. Desliza una y otra
vez la idea del periodismo real, del periodismo en acción frente a
una cosa que nadie se anima a llamar, la utopía del periodismo.
Se para en un pragmatismo y un profesionalismo acorde con la
línea mediática del pensamiento único. Se lo advierte feliz de
jugar “en primera”.

Cuando Morandini realiza otro conato de insubordinación


al discurso único de esa mesa sacando a jugar aquel prejuicio
que pesó durante años sobre la formación periodística
universitaria, casi juzgado como un pecado antes que como una
virtud, Wiñasky desempolvó sus fueros docentes en ese nivel,
descolocando más a la discusión que a su ocasional
interlocutora. Y allí entra Gelblung, en esa fisura de un bloque
que parecía lógicamente unido.

La televisión ingresa a la agenda temas que no ingresan


por la puerta de los grandes diarios. Eso dice Gelblung, quien
traza ejemplos en el aire sin temor al absurdo, puesto que no
espera reflexión alguna de sus dichos en la audiencia y, parece
que tampoco, en esa mesa. Y Wiñasky ratifica. Claro dice, yo no
tenía idea de la existencia de ese chico…¿Walter Olmos se
llama?…y coquetea una ignorancia elegante dada la naturaleza
del dato, para rematar: ...y me enteré por la televisión.

Chiche retoma la insólita posta y continúa con sus


ejemplos de alta improbabilidad y que no obstante nadie
cuestiona: es imposible que Joaquín Morales del Solá, o
Ernestina de Noble o Magnetto se hagan cargo de la historia de
esa mujer a la que le mataron al chico en la villa.

La audacia parece que terminará con la coherencia que el


discurso errático de la reunión coronaba una vez más esa
noche. Pero no pasará absolutamente nada.

Morandini alcanzó a pronunciar cuatro palabras más en


las que pudo haber estado el punto axial de un debate que
discurría intrascendente. Pero rauda, una vez más, la
conductora olió el vértigo y juntó todos los naipes de la mesa
para dar de nuevo.

- A mi me interesa que hablemos de la relación del


periodismo con la política y los políticos – reubicó Pazos- si les
parece en el próximo bloque.

33
No es de esperar que algo ocurra en estos programas, y
menos que tal ocurrencia propicie un fenómeno de opinión
pública. Pero son sintomáticos de la operación mediática, o para
mejor decir una necesidad adicional a la acción de los medios de
lanzar sus sondas al seno de la sociedad mediática.

Sí los actores de la construcción mediática permiten que


otros realicen el juicio a su accionar, toda la construcción corre
peligro de derrumbes.

Pero no soy amigo de resolver todos los complejos por la


vía de la teoría conspirativa. Creo que el periodismo en general
se mira pero no se ve. Acostumbrado a ser ojo no hace caso a
ningún espejo y se le ha atrofiado el sentido de la autocrítica
que, en la profesión, es el imprescindible modo de la
autorregulación, y fuera de ella, condición excluyente para que
un sistema no pierda el equilibrio funcional.

En ese sentido, me parece más apropiado (aún a riesgo


de reducir el análisis vía psicologuismo) fundar esta ceguera en
el miedo.

En efecto, creo que el miedo a caerse de la corporación,


el miedo al castigo que el sistema mediático ( el gran fantasma
del periodista) le puede infringir a quien lo desafíe, el miedo a
desaparecer, el miedo a perder la competencia, el miedo a no
ser tenido en cuenta, el miedo al olvido de las audiencias, el
miedo a la intrascendencia, el miedo al fracaso (es decir a la
pérdida del “éxito”) son los motivos básicos por los cuales, el
periodismo en general no puede verse ni puede ver tampoco
esta situación de desesperante agonía en que se encuentra la
profesión.

Pero si hablamos del periodismo en particular hallaremos


muchos otros motivos que, no debemos generalizar ni siquiera
ponerlo en números mayoritarios, explican el porque hay
periodistas que prefieren no ver. Desde la simple ambición
personal hasta la asociación con el poder en cualquiera de sus
manifestaciones, podemos enumerar una docena de esos
motivos. Pero hay periodistas que, por el contrario, imaginan que
cualquier crítica, cualquier puesta en juicio de la actividad es,
mas temprano que tarde, un instrumento del poder para
cercenar la libertad de información.

Horacio Verbitzky, por ejemplo, asegura que parte del


poder político sueña con una sociedad sin periodistas. Algo que
es tan cierto como que es probable que esto concluya en una
34
sociedad en la que haya periodistas sin periodismo, que es
como decir que haya una sociedad sin periodistas tal como han
sido concebidos originalmente y que, como aseguramos aquí, lo
que llamen periodista sea el resultado final de una desgraciada
mutación.

Creo que Verbitsky sabe de este otro peligro de


desaparición del periodismo, como tantos otros periodistas. Y si
nadie debería contradecir la primera sospecha, tampoco debería
silenciar la segunda. Sería bueno que si Verbitsky sabe que el
periodismo peligra también por sí mismo, nos lo haga saber.

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Rolando Graña viene agravando sus defectos. Quiero


decir defectos en el sentido de faltas, de carencias. De
presentador de noticias se va convirtiendo a buena velocidad en
un opinador gestual. En la radio se ve obligado a reemplazar sus
golpes de rostro con fraseo pedestre y obviedades. Por cierto
que el efecto no es el mismo. En radio no lo logra. Algo parecido
le sucede a Carnota, salvando las distancias, o al menos
intentándolo.

Tognetti contrapesaba tanta morisqueta, tanto meneo de


flequillo y tanta mirada cómplice a la cámara. Quiero decir con
esto que quizá Graña no haya empeorado, sino que ahora, sin
Tognetti, lo peor se le nota más.

Pero cuáles son las adolescencias a las que me refiero? Y


para que sirve la elección del ejemplo?

Estamos con que la forma siempre se encuentra más que


subordinando al contenido, directamente convirtiéndose en él.

La forma es, ha sido en tiempos normales, continente y


vehículo del contenido, la estructura de su posibilidad, el
esqueleto de su materialización. También la forma y el contenido
se han tocado convenientemente en el arte de la comunicación,
de manera que puede hablarse de la forma del contenido y del
contenido de la forma, como dos niveles expresivos posibles,
linderos a la poética.

Distinto es lo contemporáneo, lo que vemos hoy, la forma


como obstáculo del contenido, como su cárcel, como su
reemplazo directo.
35
¿Por qué el empeño en exponer diariamente, ritualmente,
lo que “todo el mundo sabe”? ¿Por qué resignar la posibilidad de
la innovación y del suceso y reemplazarlos por actos de
ratificación y consolidación de lo “público y notorio”, de lo
remanido?

Es el requerimiento de la competencia. El periodismo


hegemónico, dijimos ya, se debe a las audiencias y a lo que
presupone de ellas. Sostener el contacto, la complicidad, el
acuerdo con esas audiencias es toda la tarea del periodismo
hegemónico, Tanto es toda la tarea que ya no queda lugar para
la tarea periodística.

Pero además, esa tarea debe hacerse rápida y


económicamente. De manera que el camino escogido es el de la
apariencia, el de la inmediatez de la imagen, el de la
incorporación osmótica. La verdad sea dicha y jamás
demostrada. La verdad sea presupuesta y jamás considerada.
La verdad sea consagrada, jamás puesta a juicio.

Esa vía regia es la vía de la imagen, pero no porque ella


comunique directamente con el seno de las emociones, tal como
sostienen algunos, como si emoción, raciocinio y voluntad
pudieran darse en los hechos sin mutuas y cruzadas
contaminaciones. Lo que la imagen hace es suspender la duda,
congelar la práctica de la mayéutica, y arrojarnos a la nitidez de
las apariencias.

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Sobre cuatro jinetes se monta la reducción del mundo


simbólico al imperio de la imagen.

El error de la máxima evidencia.


La simplificación hasta la frontera del absurdo.
La tesis de que el acontecimiento siempre tiene una parte
visible.
La telemorfosis de todo el sistema mediático.

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Luis Pedro Toni acaba de pontificar.


36
La silla de par que ocupa en el set pareciera ascender por
encima de las contiguas, ocupadas por otros periodistas de
espectáculos quienes jamás hacen o harán un comentario sobre
espectáculos.

El disparador es un tema policial en dónde pesan en la


balanza de la justicia las declaraciones y testimonios realizados
frente a cámara. No importa qué tema.

Toni acaba de sentenciar:

- Lo que pasa es que ahora, gracias a la televisión, ya no


se puede engañar como se hacía antes. –
La aseveración lo proyecta al primer plano de la cámara,
un director atento que sabe que la televisión debe prestarse
atención cuando se nombra a sí misma.

Toni se explaya, digamos – En la radio se habla y


se puede mentir, se puede encubrir la verdad. En cambio en la
televisión hay que dar la cara…ya no se puede mentir porque la
gente te está viendo y se da cuenta.-

El postulado no tiene refutación. Por el contrario los


presentes convalidan con gestos silenciosos y con silencios
mímicos.

¡Extraordinaire!

Podría suponerse así que las intrigas palaciegas


planeadas y desarrolladas por la Borgia se efectuaron
telefónicamente, y que la mentira, el engaño y el encubrimiento
tuvieron apariciones y desapariciones a lo largo de la historia
según la aparición y la desaparición de las imágenes y de las
palabras.

Esta es una prueba más del error de la máxima evidencia


que sostiene insólitamente la producción televisiva hegemónica:
Basta ver para comprender.

Es no sólo la renuncia, sino la negación de la ruta lógica


del pensamiento. A la par de manifestar que la verdad se
“presenta” a la vista, y que la vista es por sí capaz de
aprehenderla en su totalidad, se extrema el concepto negándole
a las palabras, al discurso lingüístico y a las proposiciones de la
lógica su capacidad de llegar a ella, a la verdad.

37
La explicación es la mentira, la verdad es la evidencia.

No sólo ver para creer, sino que ver para saber.

La televisión usa y abusa de esta falacia. Cuando un


sospechado tiene cara de culpable los planos de esa cara que
se entrega se prodigarán en la pantalla mientras el relato
transcurre sin mayores datos. Primeros planos, plano detalle de
los ojos, cámara ralenteada para imponer dramatismo,
congelado en la mejor fotografía del rostro condenatorio.

Una fisonomía como la del juez de Rufino o el


histrionismo visual del Conzi hermano es pasto para los
tiburones mediáticos.

Pero si en cambio un rostro trasunta inocencia aún contra


la probada culpabilidad resulta inoperable su exhibición. De
manera que los medios no abundan en suministrar esa
“información”.

El poder de la imagen, y de su capacidad para sintetizar


prejuicios, para consolidar redes simbólicas socialmente
construidas, es archiconocido. Recordará el lector aquel test
realizado en una escuela primaria del Gran Buenos Aires en la
que se sometió a los chicos a la tarea de construir una historia
con un héroe y un villano, colocando sobre el pizarrón la imagen
fotográfica de un hombre de raza blanca y uno de raza negra. La
trama de la historia no determinaba quien de los dos era el héroe
y quien el villano. Sin embargo la mayoría de los chicos eligieron
al negro para el peor papel y colocaron al blanco en calidad de
“muchachito”. La prueba de las imágenes consolidadas hubiese
sido menos conmocionante de no darse el fatídico hecho de que
los retratos exhibidos ante los niños pertenecían a Martin Luther
King y a Alfredo Astiz.

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-Hay algo en ese tipo que no me gusta –

La frase es muy reputada en estos tiempos. Las personas


tienden a confiar mucho en sus “intuiciones”. La vida
contemporánea impone al individuo infinidad de relaciones
superficiales, circunstanciales y determinadas funcionalmente.
De esa escasez en la naturaleza de las relaciones nace la

38
necesidad de tomar rápida nota del otro. Esta nota se hace
mediante estereotipos, prejuicios, pautas estándar.

La superficialidad de las relaciones es directamente


proporcional a su conmutabilidad, de manera que no importa el
número de fracasos que las “intuiciones” carguen en su haber, el
individuo continuará configurando la imagen del otro desde esa
disponibilidad.

Tenemos entonces una sobrevaloración de la intuición.

La intuición se advierte además como una capacidad, como


un “poder”, como una condición distintiva de la personalidad.

– Y cuándo yo digo que alguien no me gusta…mmmh…-

Las imágenes apelan a las impresiones inmediatas, y las


impresiones inmediatas lindan con el campo de las emociones.
Imagen y emoción se corresponden y se provocan mutuamente.
La imagen estimula la emoción, la emoción completa a la
imagen con un contenido que la imagen es incapaz de brindar
por sí misma.

La fotografía del niño villero, descalzo, sobre un camino de


tierra y mirando la cámara es un sujeto de diversos contenidos.
O de interpretación abierta, para ser más preciso.

Normalmente imágenes como ésta se completan con frases


de manera de “cerrar” la comprensión del contenido de la
imagen derogando su ambigüedad.

Esa fotografía bien puede anclar una campaña contra la


guerra, contra el hambre, a favor del aborto o de la planificación
familiar. O todo lo contrario.

La cadena de TV europea Euronews generó un original


recurso expositivo de imágenes durante la segunda guerra del
Golfo. No Comments se tituló.

Esas imágenes generaban dos grupos de efectos. El primer


grupo era producido entre quienes habían visto la secuencia
informativa realizada con ediciones de esas imágenes y las
narraciones anejas. El segundo grupo entre quienes no habían
recibido esa información previamente.

Para los primeros, las vistas reforzaban el mensaje


construido. Para los otros, el nivel de ambigüedad ensanchaba
39
de tal manera el campo de la sugerencia que podía tornarse
incomprensible para alguno, como sujeto a multiplicidad de
“seguras interpretaciones” para otros.

He aquí la gran confusión, se pretende que el carácter


patente de la imagen es máxima elocuencia, cuando en realidad
es el contexto interpretativo, el que no está en la imagen y que
puede o no puede agregársele, el que determina el portentoso
efecto.

El “Daisy Spot” que ha sido referido un millar de veces como


ejemplo del poderío comunicacional de las imágenes jamás ha
sido interpretado con relación a su contexto.

Ese corto fue utilizado en los EE UU durante la campaña


presidencial de 1964 que consolidó en la Casa Blanca a Lyndon
Johnson. El competidor de Johnson, el republicano Barry
Goldwater se había manifestado claramente a favor de la
utilización de armas nucleares tácticas para acelerar el
desenlace de la guerra de Vietnam. Los publicitarios de la carpa
demócrata, con Tony Swartz a la cabeza, diseñaron lo que se
conocería después con el nombre de Daisy Spot. Una niñita
deshoja una margarita en cuenta progresiva mientras a cada uno
de los nueve pétalos de la secuencia la cámara hacía también
progresivos acercamiento.

El Noveno pétalo coincide con un plano detalle de uno de los


ojos de la niña. La cuenta termina y comienza una simétrica
cuenta regresiva desde nueve por la poderosa voz de un locutor.
El cero de la secuencia coincide con una explosión nuclear cuyo
hongo se materializa en la pupila de la jovencita.

El spot fue pasado por única vez, puesto que los


republicanos presionaron ante el exceso y la desproporción que
implicaba.

Lo curioso es que haya quienes sostengan que los sesenta


millones de espectadores que vieron el spot por vez única no
pudieran ya más separar la imagen de la explosión nuclear de la
figura política de Goldwater.

Nada más alejado de la verdad. La imagen negativa del


armamentismo nuclear es un contexto muy estable, y por
supuesto una construcción sustentada en miles de exposiciones,
comentarios, ensayos, novelas y todo un arsenal de productos
culturales. El Daisy Spot no dice más ni agrega nada que ya no
pertenezca al orden de las emociones negativas de la mayoría
40
de las personas al armamento nuclear. Lo nuclear mismo, en
usos imprescindibles, carga con ese estigma muy a pesar de su
ya probada utilidad en términos seriamente conservacionistas.

Lo que hizo la imagen del Spot es disparar el contexto. Un


cebitazo en una gran caja de resonancia que es ese contexto
que resonó con el estruendo de una bomba atómica.

Por supuesto que una imagen no vale más que mil palabras.
De hecho vale menos. Invirtamos el orden. Pidamos a algún
publicista, o cineasta, que resuelva este encadenado de figuras:
“Umbrío por la pena
Casi bruno
Porque la pena tizna
Cuando estalla.”

Muestre alguien una imagen que diga más que esta docena
de palabras.

Según el periodista y comunicólogo peruano Mario


Castillo Hilario, en una conferencia dada por el escritor y
periodista Tomás Eloy Martínez éste se preguntó:

“ ¿Con qué palabras narrar, por ejemplo, la desesperación de


una madre que ha sido vista llorando en vivo delante de las
cámaras? ¿Cómo seducir, usando un arma tan insuficiente como
el lenguaje a personas que han experimentado con la vista y con
el oído todas las complejidades de un hecho real? “ Para
responderse diciendo: “ Ese duelo, entre la inteligencia y los
sentidos ha sido resuelto hace varios siglos por las novelas”

Suelen decirse frases como éstas.

Extraña que no se advierta que la confrontación no es entre


la inteligencia y los sentidos, ni entre la inteligencia y las
emociones, puesto que siempre hay concurrencia de sentidos
inteligencia y emociones, y que el edificio que se levanta se
yergue en un terreno contextual y con determinadas “leyes de
gravedad”.

Extraña más aún que no se advierta que el significado tiende


a realizarse por los medios que fueren y que si Martínez habla
de lenguaje refiriéndose a la palabra, como parece ser, ignore
que la palabra es esencialmente imagen y representación. Tan
imagen como la imagen de la lágrima surcando la mejilla de la
madre desesperada, que no es una lágrima sobre una mejilla
sino la imagen de la lágrima sobre una imagen de mejilla, en un
41
plano determinado, con un enfoque y un encuadre también
determinados.
Viviana Gorbato desea que Tomás Eloy Martínez diga algo
que jamás pensó: “Sólo la literatura va a salvar al periodismo
frente a la competencia de la televisión”. Gorbato asegura haber
rescatado esa hipótesis jamás pronunciada por Martínez de “uno
de sus más bellos trabajos sobre el tema”. Es respetable el
deseo que no se cumple y curiosa la deducción de una tal
hipótesis de alguien que ya ha declarado la derrota de la
literatura “a manos de la imagen”.

Tampoco “está bueno”, como se dice en la actualidad,


aceptar que el periodismo y la televisión estén celebrando una
guerra, aún si esto fuera en algún sitio fabuloso invisible por
cierto a los ojos de la historia. Es dable pensar en cambio que tal
“confrontación” u “oposición” resulta un decir de ocasión, solo
una coquetería intelectual de uso módico por parte de los
miembros más ilustrados del periodismo hegemónico. La única
guerra que está librando el periodismo es contra sí mismo o,
para mejor decir, contra una parte de si mismo. Y la está
perdiendo.

Debray dice que las noticias que no necesitan explicarse


tienen una considerable ventaja sobre las que necesitan
explicación, y que las imágenes permiten que las fuertes
impresiones predominen desde el punto de vista psicológico.

Tampoco parece advertirse aquí que lo que las imágenes


visuales tienen, es una gran carga de ambigüedad y que esa
indeterminación, esa misma imprecisión, es la que valoriza la
acción del contexto de interpretación y por lo tanto casi
determina el “contenido” de lo comunicado. Esto es, se invierte
la aseveración de Debray. Como en el juego de la seducción, lo
que no se ve jerarquiza y reinterpreta a lo que se ve, y lo que se
ve jerarquiza y reinterpreta a lo que se ve.

Todas las noticias, por otra parte, son pasibles de


explicaciones. En cambio no toda noticia tiene su parte visible.

Resumiendo: La supremacía de la imagen en la construcción


simbólica contemporánea es el resultado de un estado de la
cultura, no un hecho de la naturaleza.

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Bien podríamos dejar de hablar del poder de las imágenes
y empecemos a hablar del poder de los contextos.

Estas posturas sobre la inexorable superioridad de la


imagen sobre el resto de las herramientas comunicativas, y
especialmente las que se utilizan en el sendero de la razón, son
proclives a la naturalización de los fenómenos sociales y al
adormecimiento de las políticas de elevación del control social
sobre las prácticas mediáticas.

De allí a decir que las mentes “infantiles” son mejor sujeto


de las emociones que de la razón hay un paso. Ya varios lo han
dado.

Por otra parte, solo las palabras, y su posibilidad de


juicio, pueden penetrar el entramado de los contextos para
modificarlos, en tanto que las imágenes visuales son
virtualmente tragadas por esos mismos contextos.

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La nena asesinada en Rufino acaba de resucitar.

Lo ha hecho fragmentariamente, en un sentido


macabramente figurado, ya que solo su mano derecha es la que
ha cobrado vida y dibuja con letra clara y redondeada los versos
de un poema. La mano rediviva traza preciosas paralelas sobre
los renglones de un cuaderno infantil. La pantalla enmarca mano
y cuaderno con un aura de difuminados tonos perla.

La voz de Julio Bazán, con el mismo tono de paradójico


fervor apesadumbrado de siempre, y sin la agitación de todas las
veces, “reconstruye” la inocencia virginal de la niña muerta. Un
Bazán mucho más conmovedor que conmovido, dibuja con su
voz el mapa de la joven vida truncada, sus emociones y
sentimientos definitivamente expulsados del mundo por otra
mano, una mano que no aparece, la mano asesina.

Patético.

Pero invisiblemente patético.

43
Bazán hará otro tanto con los libros escolares con
la imagen de Perón y Eva y el culto a la personalidad, algunas
postales de villas y niñitos con enfermedades terminales.

Pero no es su gusto por la obscenidad lo que me hace


traerlo a esta instancia del libro, sino su afición al recurso, su
inclinación a los dispositivos de ilustración en la convicción de
que se trata de un mecanismo no sólo pertinente sino legítimo.

Estos dispositivos, narraciones ramplonas apoyadas por


imágenes obvias y de dudosa estética, se convierten en la
quintaesencia de la voluntad manipuladora. Hay una delectación
por estos métodos que arraigan en la propia ignorancia de
Bazán, pero que desnudan al mismo tiempo la convicción de que
la realidad puede ser tratada de cualquier manera, y este no es
un asunto individual sino un rasgo de la cultura productiva del
periodismo televisivo hegemónico.

El poder de la imagen, para estas convicciones, no reside


tanto en lo que ella puede contar por sí (que como dijimos ya, es
muy poco) sino en lo que se puede contar a partir e ellas, es
decir en su utilización para construir otra realidad que no está
contenida en esa imagen.

En tanto, otros dispositivos que podrían darle a la


televisión herramientas para noticiar son inexplorados o de uso
esporádico. Esto es así, en parte porque volvería a subordinarse
el relato a la realidad que relata y en la voluntad productora se
trata de todo lo contrario, de subordinar las realidades desde
algunos extractos de sus imágenes a la realidad del relato
construido. Pero también en parte, esto es así, porque noticiar
es más trabajoso que “hacer noticias”, ver y contar qué pasa es
más trabajoso que contar cómo veo lo que pasa. Lo primero es
asunto del periodista, lo segundo del homo médium.

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En los cincuenta se consolidó la necesidad editorial


de los diseñadores gráficos. Ellos eran, ante todo, periodistas.
Unos periodistas con inclinaciones al arte visual, con pautas
comunicativas de la imagen, con criterios estéticos bien
definidos. Pero con todo y eso, periodistas. Y como tales
construyeron lo periodístico de la imagen y, junto con el
fotoperiodismo, incorporaron criterios noticiosos que aumentaron

44
la agilidad y la nitidez de las noticias, al par de establecer
mejores pautas de comunicación en el periodismo gráfico.

Fueron tiempos de grandes transformaciones en el


formato y la producción de los medios escritos, tiempo de
generación de estilos que se transformaron también en criterios
editoriales, en personalidades gráficas.

Pero esta consolidación produjo un acercamiento


de fronteras entre la comunicación visual periodística y la
publicitaria. Un estrechamiento de fronteras que terminó
permeándolas y traspasándolas. El golpe definitivo lo dio la
entronización de la televisión en el centro del sistema mediático
y su reposicionamiento como medio informativo.

¿Cuál fue la consecuencia de ese golpe? La tele


morfosis de todo el sistema mediático.

Es decir la reducción del funcionamiento de todos los


medios de comunicación a las formas impuestas por la
televisión, reducción que se extendió por la radio, las revistas y
los diarios, y que por una rara jugada del destino comenzó su
reversión con la parición de la Internet, con más precisión con la
cultura de diseño de las páginas Web. Pero de esto último
hablaremos más adelante.

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-No hay para sesenta líneas – dijo y se dijo,


arrojando sobre el escritorio la nota garrapateada a mano con el
desaliño propio de lo hecho a los apurones.

La respuesta pareció partirle de adentro, tanto


escuchar las mismas indicaciones y tanto renunciar a
encontrarle sentido o a discutirle el sinsentido, que se le
presentó como una voz interior: ¡Igual hacé sesenta líneas!

En puntos como este iniciaba cruzadas


caprichosas, rebeliones infantiles apenas perceptibles.

Iba a hacer la de siempre. Sesenta y una líneas, o


cincuenta y nueve, esa era la medida de la trasgresión. O mejor,
más finito todavía, esta vez iba a pasar el texto un puntito para
arriba o uno para abajo. Mejor cincuenta y nueve con un puntito
para arriba, entre 11 y 10 nunca prestaban atención.
45
Porque era cierto que en ese pedazo de mierda no había
para sesenta líneas, tan cierto como que la prueba de “exactitud”
a la que parecían someterse era una farsa, un folklorismo, un
alarde de habilidades digna de otro cometido. Y de otros
tiempos.

Y es que finalmente toda esa parafernalia de precisiones


terminaba en la pantalla del diagramador, campeón de
estiramiento de fotos, de ajustes en los cuerpos de los textos, y
degollador de párrafos. En las manos del diagramador morían
las pautas editoriales con que se mentían adentro de la
redacción y nacían una y otra vez las pautas editoriales del
diagramador.

Puesto que de eso se trataba ¿a qué tanto esmero en


estirar una idea gurrumina e intrascendente como la que pedía
sesenta líneas en la cabeza del perro Gardinetti, su jefe de
redacción, la voz que de reiterada parecía provenir de su
interior? A nada. A absolutamente nada.

Pero igual la mierda era escasa. De manera que hubo de


recurrir al “manual de estilo”. Sabido era para él que casi ningún
lector de diarios, y ninguno de el diario en el que él trabajaba,
sobrepasa más allá del tercer párrafo posterior al “copete”,
encabezado que, pretendiendo resumir la noticia y generar
interés, solía terminar contando otra historia. Tan sabido era
que, para completar texto por razones de espacio, cuando el
cansancio abundaba tanto como escaseaba el talento, los
primeros datos, los lanzados en los primeros párrafos se
repetían con impunidad una y hasta dos veces en el pie de la
nota, en esa cola final donde jamás se posaría ningún ojo
movido por ninguna avidez.

Quizá por ese conocimiento, o quizá para ponerle una


cuota de verdad al margen de la verdad periodística, ese día
incorporó una dosis mucho más fuerte de rebeldía y trasgresión.
Promediando el anteúltimo párrafo agregó entre comas: - y la
falta de información respecto del paradero del sospechoso
reside en el hecho de que esta mierda no da para sesenta
líneas”.

Como bien imaginaba, nunca nadie lo advirtió.

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Clarín suele tener una determinada cantidad de páginas
según cada día de la semana y la previsión de sus suplementos
y eventuales ediciones especiales. Todos los días puede,
generalmente es, y parece deber ser, igual. La misma cantidad
de páginas para la misma posible cantidad y calidad de hechos,
asuntos, y “acontecimientos”.

Digo Clarín, pero bien podría decir cualquier otro diario, o


semanario.

Nadie se pregunta cómo es posible que cada día, los


telediarios duren media o una hora, los diarios tengan tanta
cantidad de páginas referidas a los mismos temas generales,
más o menos igual de jornada en jornada, con un número
determinado de fotos y con un centimetraje relativamente
idéntico.

Peor aún: nadie se interroga sobre las razones por las


cuales “toda la información”, “toda la realidad”, cabe en el
formato de la media hora o las 64 páginas.

Un pliego más es una razón económica y no una razón


informativa. Pero es una razón muy poderosa.

Si sólo se tratase de la construcción del diario o de la


revista, si sólo se tratase de la construcción del telediario o del
informativo radial, la problemática sería una problemática medial,
mediática. Pero al ser los medios lo que son: constructores de la
realidad, la problemática es de una dimensión inesperada,
demasiado extensa y consecuentemente mayor. De manera
que, un pliego más, un criterio de selección que aloja un tema y
desaloja otro, es un acto de abolición o entronización de una
realidad. Y si es la dos cosas, menos por más es, matemática y
lógicamente, menos. Quiero decir y digo: se trata, lisa y
llanamente, de la supresión del acontecimiento.

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La primera plana de los diarios cada vez es más una


pantalla televisiva que conduce a canales imaginarios.

O cada vez menos, puesto que su disponibilidad de menú


también tiende a remedar la página de apertura de un site de
47
Web. Pero digo, cada vez es menos la página de apertura, la
tapa, la portada que acostumbrara y performateara la idea
editorial del diario.

No estaría mal, sino fuese porque esa costumbre se


interna en el diario repitiéndose mecánicamente, ya no como un
recurso sino como un lenguaje. Mejor, como “el” lenguaje.

La concisión se ha vuelto un recurso extremo, y no por


cierto en beneficio de la información, su claridad y
entendimiento, sino en aras de una velocidad, de una inmediatez
y una sensación de vértigo que, siendo lo mediático un sistema,
da la certeza de que nos encontramos frente a un contagio, una
uniformación de todos los medios a las pautas de los medios
electrónicos, en especial la televisión.

Digámosle “tele morfosis” y estaremos abarcando todos


los sentidos en la definición del traslado de las formas televisivas
a los diarios y al periodismo gráfico en general.

------------------------------------------

¿Por qué la foto retrato se ha vuelto importante como


cabeza de la columna con firma, del reporte, de la nota de
opinión?

Debo otra perogrullada: las fotos tienen el cometido de


ilustrar. La pregunta que sigue es ¿qué ilustra la fotografía
retrato-carné que acompaña a las columnas firmadas, los
reportes de corresponsales o cronistas y las notas de opinión?

Resistamos a decir nada, puesto que este recurso, la


fotografía retrato del autor, cumple una función comunicativa que
le viene a los medios gráficos de la televisión. Es otra muestra
de tele morfosis si ya hemos adoptado el término.

En un trabajo anterior, dediqué unos párrafos a ilustrar un


carácter adquirido por el periodismo y la comunicación en los
tiempos finales. Repetiré aquí esos párrafos pues no puedo
mejorar lo dicho. Sólo me detengo a relacionar aquellos
argumentos con la repuesta a la pregunta que inicia este
apartado: la foto es el instrumento de relación personalizada que
demanda hoy la comunicación por efecto de la impronta
televisiva. Los lectores practican también el rito del encuentro
con los autores. Las ideas ya no se califican por sí y sólo por sí,
48
tampoco la fuente emisora de esa idea es una concomitancia al
valor de la idea, ahora funciona como su certificación. Por eso la
foto, por eso el remedo del face to face, por eso la alegoría de
la comunicación directa.

Aquí lo ya mencionado:

“En 1998 descubrí como se habían corrido las referencias


mediáticas sin que yo me diera cuenta. La opinión infundada
había dejado de existir. Ahora, las opiniones habían encontrado
su fundamento no en el peso de sus argumentaciones ni en su
apego por la contrastación con la realidad observable. Ahora,
una opinión se validaba por la validación de quien la emitía.

Mi descubrimiento se debió a una casualidad.


Sintonizando FM Horizonte descubrí una tarde un programa con
un conductor muy poco apropiado para la naturaleza
descafeinada de ese segmento radial. Se trataba de Bobby
Flores, una personalidad de la radio y la televisión que yo
conocía poco y que mediante el mecanismo de las
transgresiones a la carta había logrado despertar mi interés.

Una de esas tardes se presentó una historia de la crónica


diaria en la que se narraba un caso de sanción social que yo aún
no había descubierto como lo que era realmente: una sanción
social-mediática. Un joven, en un café, le había propinado un par
de escupitajos a un político en las cercanías del Congreso de la
Nación.

Flores, sin recursos acordes con su apellido, legitimó la


acción y la agresión que conllevaba con un argumento tan
económico y certero como cualquiera de los escupitajos de
marras: - Está bien que el joven escupa al político.- repitiendo la
idea para emparejar con el número de salivazos: – Está bien que
el joven escupa al político-.

Rápidamente me di cuenta que Flores estaba seguro que


su audiencia esperaba esa respuesta y no su fundamentación.
Bobby entendía que sus oyentes querían conocer su juicio sin
importar como había arribado a él. Para eso está la confianza
que se ratifica en cada sintonía. Para eso está el rito del
encuentro entre la audiencia y el comunicador que sacraliza por
su sola existencia el hecho de la comunicación.

Unos días después escuche a Bobby hacer una libre


interpretación sobre la década del 70 y, especialmente, sobre la
época del proceso militar. La exégesis, por lo que se desprendía
49
del relato, estaba dirigida a los más jóvenes. Allí me enteré que
la gran preocupación de las fuerzas de seguridad en aquellas
oscuras épocas era el pelo largo de una juventud que así, y por
lo visto especialmente así, mostraba su rebeldía. También supe
que la policía se había llevado a alguien por hacerle escuchar
funky a un grupo de amigos y que había dos grandes
preferencias musicales: los Beatles y los Rollings.

Como imaginé con razón que Bobby no tenía edad para


contar lo que contaba le mandé un fax con algunas aclaraciones.
Esencialmente que los Rolings eran la hinchada de Cambaceres
contra la de Boca que en la analogía vendría a ser la de los
Beatles, y que los jóvenes de entonces eran llevados por
razones y acciones políticas entre las que se incluía la lucha
armada y que esto implicaba un compromiso mayor que el de
hacer difusión del funky. Le comenté también que en realidad se
escuchaba más a la negra Sosa que a Bob Marley y que la
pasión de esa juventud tenía nombres que hoy son abominables
para los jóvenes y para los pendeviejos: Patria, Política,
Revolución, Perón, Evita, compromiso.

Flores, a quien pedí que no leyera eso al aire sino que lo


tomara como referencia jamás contestó mi fax. Claro: al no
saber quien era yo le faltaba el fundamento de mi opinión”. ( De
El Juego del Ahorcado. Apuntes sobre vicitimación social
mediática. Ed. Corregidor. 2002.)

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Digo que la noticia convertida en producto se vuelve


conmutable, fácilmente reemplazable, pierde su condición
trascendente y su función en el sistema republicano para adquirir
una, muy distinta, en el sistema productivo.

La reclusión de la noticia a este destino no está


disgregada del reduccionismo esencial que opera la industria
cultural sobre todo el sistema de producción simbólico. Todo
tiende a dirigirse hacia esa esclusa, también lo digo.

Bien. Esta nueva condición y función de la noticia produce


una relación entre producto y consumidor también diversa.

Con aquel carácter original de la noticia la información del


ciudadano producía también su formación.

50
Ahora no. Con la noticia producto la formación del
ciudadano ya no ocurre.

La noticia producto se consume, y su consumo presupone


y exige la aparición de otra noticia, de otro producto, de otro
objeto de consumo. Y en la operación se lleva al ciudadano y
nos deja al usuario y al consumidor. Al usuario de medios y al
consumidor de noticias-producto.

Esto explica lo que no podría explicarse de otra manera:


la incongruencia de todo el contenido informativo a través del
tiempo. La posibilidad de que una cosa sea hoy y mañana su
contrario. La increíble resurrección y repetición de “hechos”. La
ciclicidad de los temas de la agenda.

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Walter Mathov es el padre de Diane Keaton, Meg Ryan y


otra rubia que ni recuerdo. Su personaje es el de un geronte que
no se resigna a entregar el equipo sin darle uso hasta el último
suspiro.

Las tres hijas grandes acaban de sorprenderlo en la


alcoba con una rubicunda y rolliza enfermera, mucho menor que
él, encargada de menesteres distintos a los que acababa de
cumplir.

La mujer, con incomodidad pero sin vergüenza, se


despide del trío de hijas subrayando el encanto de su padre y
lamentando el terrible accidente de su madre.

Solos, padre e hijas, Meg le pregunta a qué accidente se


refiere, ya que su madre vive y separada del mentiroso desde
hacía mas de veinte años.

El viejo pone una sonrisa de antesala a una explicación


de salón.
-Le dije que su madre murió en un accidente aéreo, muy
conocido, la caída del avión de United en Atlanta.-

Las tres miraron con fingida reprobación, pero solo Meg


atinó a una pregunta: - ¿qué avión de United?

-Ninguno - replicó el septuagenario – no tengo idea de


que haya sucedido algo así. Pero es increíble como la gente
51
cree recordar ese tipo de noticias, aunque nunca hayan
sucedido.

Mientras los cuatro ríen el final de la escena, una noticia


menos graciosa y más auténtica queda plasmada en la pantalla:
como la fast food, pero en otro embalaje, hay news food.

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Personalización de los periodistas. He aquí un problema.

No digo el prestigio de la profesión, eso es otro


asunto del que ni vale la pena hablar toda vez que la escala de
prestigio en las sociedades contemporáneas están dadas cada
vez y con mayor vigor en las relaciones con el poder. No me
habilito demasiadas afirmaciones pueriles en un mismo libro. No.
Quiero destacar que la imagen del periodista en los medios se
ha convertido en el propio periodista. Como si la huella digital
hubiese adquirido, como por encanto, entidad de dedo.

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Mario Markic no intuyó que el triunfo de La Alianza


encabezada por Fernando De la Rúa era no otra cosa que una
victoria estratégica del menemismo. Aquella tarde noche de la
elección que talló la piedra sepulcral del siglo político argentino
fue vivida por Mario con una euforia sorprendente. Sus lecturas
de Tom Wolfe, mejor novelista que teórico, impidieron quizá que
la ecuación de Menem, simple y obvia, se hiciera evidente a sus
ojos, más acostumbrados a colorear postales de viajes
desvaídas que a adivinar los giros de la historia.

Claro, armar narraciones siempre será más fácil que


atisbar el rumbo de los tiempos. Esa capacidad no se obtiene
con la aplicación de técnicas narrativas destinadas al “éxito
periodístico” sino con la paciente contemplación de la trama
fáctica en busca del perfil del “acontecimiento”. Trabajoso y con
magro resultado, como siempre ocurre cada vez que
perseguimos una verdad.

Por eso Mario sonreía un triunfo con aires casi futboleros.


En una cosa sí estaba cierto, había sido derrotado el peronismo.
Sinceramente creyó que eso era lo importante. Honestamente
52
consideró que la trascendencia de la jornada estaba dada por la
vox populi vox Dei contra los diez años de peronismo
menemista.

De cualquier manera, a contracarga de sinceridad y


honestidad, Mario estaba incapaz de comprender ese como
cualquier presente. Su tarea no es esa ni puede serla si se
considera que Mario ha construido su “personalidad periodística”
con las mismas técnicas con las que construye sus historias.

Mario es un hombre visto por una cámara. Mario es un


hombre actuando lo inenarrable y visto por una cámara. Mario es
un modelo serial del autodiseño del periodismo hegemónico, un
surfeador de noticias, un testigo prócer de la ilíada
comunicacional.

El cree y asegura que su narrativa está tinta de Hammet y


de Chandler, pero huele en realidad mucho más a La chanson
de Roland o a cualquier trovadoresca medieval, puesto que el
centro de la escena es él, el que mira, no él la noticia, sino él, el
que descubre narrando, el que baña de miradas inesperadas e
inéditas la topografía de los hechos. Al menos eso es lo que
Mario cree, puesto que es lo que desea y, por tanto, lo que
cuenta, lo que narra, y en cierto sentido lo que es de lo que
hace.

Es una cultura y una psicología, mucho más que un caso


testigo, el caso de Mario que he tomado al acaso.

Quiero decir con esto que Markic no designa al


periodismo hegemónico que resulta la agonía del periodismo de
la que se habla aquí sino que, por el exacto contrario, está
designado y formateado por la cultura y la psicología de ese
periodismo.

Es siempre el Narciso de la fuente, el de la superficie del


agua, y nunca el Narciso real y que refleja sobre esa pantalla. El
hombre imprescindible para el sostén del periodista se reduce y
se resume en esa realidad plana y virtual. Es demasiado poco, y
al mismo tiempo excesivo alarde, como para acometer la ardua
tarea de contarle a los otros algo que sucede fuera de uno
mismo.

53
54
Capítulo Segundo
Prestidigitadores

(Los juegos contextuales)


“El mago restregó la galera con la bocamanga y
preguntó con ánimo cordial….y usted ¿a qué se dedica?…Raúl
González Tuñón se apresuró a contestar, como quien explica su
razón de estar en ese lugar: soy periodista.
El ilusionista levantó las cejas y practicó su mejor
sonrisa….¡ah!…entonces los dos nos dedicamos a lo mismo.”

Relatos de la película Juancito Caminador, de Miguel Ángel


González y Carlos Galettini.

¿Cuándo fue que me impuse esta tarea?

No quiero que la primera pregunta sea ¿por qué? Pues


obligaría respuestas vertiginosamente dolorosas. Prefiero la
determinación en el tiempo, una determinación que sirva para
explicarles a ustedes, pero para explicarme a mí mismo, cómo
fue que empezó esta desencarnada manía de profanar los
nuevos altares de la devoción mediática.

No fue seguramente cuando, frente a mis primeros


embates titubeantes, los colegas empezaron sus críticas a la
indecencia anticorporativa de quien, como yo, osaba hacer
“periodismo del periodismo”. No, eso fue después.

Tampoco fue cuando descubrí que mi condición de


periodista le daba a mis dichos, y desde mis dichos a mi
persona, un aura que, yo sabía muy bien, no tenía, no hacía falta
y no merecía.

No. Eso también fue después.

Siquiera fue en el momento en que tropecé casualmente


con Vigotsky y la teoría del constructivismo social. Ese ha sido el
salvoconducto que me permitió atravesar las tierras sagradas del
santo oficio del periodismo, y permitirme entender que sólo
somos constructores de un relato posible entre otros tantos
relatos de la realidad.

55
Tampoco fue entonces. Aquello sucedió mucho antes.

Sucedió en el baño de la casa de mi abuelo paterno, en


Villa Diego, lindero de la ciudad de Rosario, en un verano de
largas vacaciones.

Aquel baño de mosaicos en tablero, tenía un gran espejo


sobre el espaldar del lavabo. Y una resonancia superior, si se la
comparaba con el estrecho excusado de mi casa de la Isla
Maciel. Allí jugué a la radio, armé mis primeras fantasías, un
equipo de fútbol con todos sus jugadores, nombre por nombre,
un equipo que tenía la escasa alegría del triunfo permanente y
que jamás me haría llorar reír por la misma causa como lo
hicieron desde entonces los rojos de Avellaneda.

Allí supe, que lo que los chicos tienen como ambiciones y


juegos, en los grandes resultan veleidades y miserables
especulaciones. Allí me apropié de mi oficio, el oficio de contar.
Un amor por las palabras se apoderó de mí para el resto de mis
días.

En ese baño, frente a ese espejo, aprendí de mi mirada


cómo se construye la mirada de los otros.

Hace unos diez años recuperé aquel nacimiento de la


conciencia y acepté la tarea.

No sólo tenemos derecho a ser informados, tenemos


derecho a saber cómo se nos informa. Garantizar ese derecho
es garantizar la supervivencia de un oficio en extinción: el
periodismo. El riesgo de esa desaparición implica algo más que
la mera caducidad de una profesión; su tambaleante credibilidad
amenaza con arrastrar en su caída otro perfil político
fundamental: el del ciudadano. Y eso es ya problema de todos.

De aquí la solicitud y el reclamo: salven a aquella vieja


tarea de notarios evaluadores de hechos comprobables; salven
al voluntarioso y pertinaz buscador de verdades, al austero
sacerdote de la desconfianza pública, al desentrañador de
intrigas, al ácrata furioso lanzado contra todos los abusos del
poder; salven a los ojos y los oídos del pueblo, a los develadores
de injusticias, a los indagadores del presente; salven al
periodista tal como fuera construido por el deseo de libertad,
salven a ese periodista más soñado que realizado, ese dibujo
social del hombre poderoso y débil con un oficio más digno
cuanto más humilde; salven la utopía del periodista, salven a
Clark Kent.
56
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Algunos periodistas suelen defender sus análisis


ostentando los “hechos” con los que los construyen como
prueba contundente de su veracidad y su “objetividad”. Se
abroquelan detrás de los “hechos” toda vez que se les insinúa lo
que son, constructores de la realidad mediática.

Esos “hechos”, sin embargo, configuran mascarones de


proa de operaciones de manipulación que suelen funcionar
eficientemente sobre las audiencias bien adiestradas.

Entre las múltiples operaciones a las que me refiero, y de


las que se da mayoritaria cuenta en este libro de auxilio, se
encuentra la de la subinformación.

Los hechos no se encuentran aislados, sino relacionados


en tramas complejas. Seleccionar de esa trama los “hechos”
convenientes al relato intencional y presentarlos, ordenadamente
a ese propósito, es subinformar.

Todos los días sucede ante nuestros ojos y oídos.

Todos los días.

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Laje se apoya sobre sus brazos y estos sobre la mesa


redonda que, encabezada por Daniel Hadad, reúne al grupo
original de “Después de Hora”, formato de monólogo polifónico
analizando la realidad cotidiana al final de cada día.

Ha llegado su turno, un pase corto del conductor lo pone


en el centro de la escena y un toque certero del director en el
centro de la pantalla. Habla del presupuesto, que es el sinónimo
fatídico de gasto público, y el gasto público la bruja andrajosa
que ceremonialmente el grupo coloca en la diaria hoguera de su
pantalla.

Laje hace su número; sus números.


- La Universidad tiene un presupuesto de 1800 millones
de dólares – casi regurgita – es increíble y desproporcionado.
57
Ayer pasé frente a la Universidad y la apariencia del frente del
edificio es lamentable...ni siquiera pintada. ¿Podrá saberse en
qué gastan semejante presupuesto? –

Laje ignora o no ignora. Cualquiera de las opciones


opuestas carece de importancia ante la funcionalidad de su
relato.

Laje ignora o no ignora que lo que llama “Universidad” son


en realidad 34 universidades nacionales en todo el territorio de la
República, con cerca de doscientas carreras terciarias y un
número no menor de carreras de grado y de post grado, un
centenar de departamentos de investigación, un centenar de
edificaciones con gas, luz, agua y teléfonos, estructura no
docente para atender la friolera de un millón y medio de
alumnos, lo que llevaría los guarismos a la tasa de 83 dólares
por mes por alumno si ese presupuesto realmente se ejecutara,
cosa que jamás ocurrió por lo que puede decirse ya que nunca
ocurre.

Laje ignora o no ignora. Eso es lo de menor importancia.


Lo que importa no es la verdad sino el efecto de verdad que la
acción de subinformación realizada por Laje genera.

Pasarían pocos días hasta que López Murphy, en sus


escasas horas como ministro de Economía de Fernando de la
Rúa, tomara el guante de “la desproporción” denunciada, e
intentara un recorte de casi 380 millones a ese presupuesto
universitario en una primera etapa y de 420 posteriormente. Ese
recorte no se sustanció por la vía de López, pero atacó más
certeramente a los sueldos del sector público con el
advenimiento de Cavallo ya sobre la agonía del gobierno del
“hechizado”. A partir de allí, contra lo esperable según el
razonamiento de Laje, el presupuesto de las universidades
continuó sin alcanzar para pintura.

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La subinformación no es en realidad sólo una


operación, como podría ser la deliberada quita del contexto. Es
también un resultado. Es el resultado de utilizar un dato y
forzarlo a acomodarse a una interpretación.

Resulta comparable a armar muy mal y apresuradamente


una valija para que todo entre y lo que asoma al cerrarla sea
58
cortado con una tijera. Irremediablemente habrá partes rotas y
partes que quedarán fuera de la maleta.

La lógica proposicional no admite roturas ni partes


ausentes.

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La subinformación siempre se apoya en un prejuicio.

Cuando digo prejuicio no quiero decir juicio falso, sino un


juicio a priori del tema mencionado en la subinformación. El
gasto público es el juicio previo que funciona como contexto
interpretativo de la subinformación: “La Universidad tiene mucho
presupuesto y ni siquiera tiene sus edificios pintados.”

Ese prejuicio o juicio previo, repito, funciona como el


contexto interpretativo ausente, es el reemplazo de lo que se
omitió, cercenó y quitó por resultar disfuncional al relato. La idea
socialmente aceptada del desmesurado gasto público reemplaza
como contexto interpretativo al contexto del gasto público
universitario que implica el monto de presupuesto por alumno, la
cantidad de universidades, carreras y el hecho de que lo
presupuestado rara vez se ejecuta.

Es muy probable que los juicios previos que sirven de


recontextualización estén apoyados en verdades o directamente
lo sean, pero esa calidad de verdadero no se transmite, aunque
se lo pretenda, al tema de la subinformación. Se trata de una
especie un poco más compleja de sofisma.

Subinformar es, por lo tanto, sacar de contexto un hecho


o serie de hechos y otorgarle un contexto nuevo, sea por simple
sugerencia o por maneras más explícitas. La intención es
conducir el razonamiento de la audiencia sobre caminos
presuntamente lógicos y haciendo pie en también presuntas
evidencias.

De acuerdo a como se encuentran preparadas


informativamente las audiencias de hoy este caso podría estar
ocurriendo a cada rato.

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59
-¿Pero por qué lo echaron? La pregunta tenía una carga de
indignación recién asomando sobre la disipación de la sorpresa.

Durante veinte años Pancho había sido el jefe de la


agencia del diario en la principal localidad de la provincia. O eso
al menos a mí me parecía. Periodista de raza y de letra, supo
afianzar la sensación de seriedad y de austeridad con gestos
claros, día por día. Fue lo que me descompensó.

Sergio Pizarro me miró con el tedio de un entomólogo


frente a una mariposa lechera.

-Estaba viejo- sentenció a muerte-

-Pero la concha de tu madre – dije a modo de interjección


– si el Pancho tiene un año más que yo.-

-Estoy hablando de su manera de hacer las cosas –


amplió la sentencia Sergio – Estamos con mucha competencia
de diarios regionales, se achica la torta publicitaria, y Pancho no
entendía que se le estaba escapando la tortuga.-

Huyó casi hacia la fotocopiadora. Lo seguí sin otro


apremio de interrogación que mi propia presencia. Estaba
caliente y asombrado. Finalmente cedió. Se sentó quitándose
los lentes sin marco y casi sin aumento, una mascarilla de
apariencia intelectual en la que suelen refugiarse los periodistas.
Por fin se dignó a explicar lo que no tenía ganas.

-La cagada se la mandó con el caso Gaglio. Planchó la


información con todos esos datos de la madre de la piba,
que era prostituta conocida y todo eso que ensuciaba la nota
sobre abuso de menores. Se lo dijimos, pero él insistió en que
había que poner todo lo que surgiera.

Y ese fue el pecado –solté incrédulo...planchó la


información. Le metió demasiada realidad, demasiada
complejidad y eso caga el armado del sorete que había que
publicar, del sorete que se hacía complicado digerir por los
idiotas que leen el diario de reojo en el café.

El tono hasta a mi me pareció sentencioso. Imaginé un


impacto emocional en mi interlocutor producto del efecto que
creí producían mis parrafadas después de tantos años de radio.
Pero fueron trescientos veinte voltios sobre un cadáver de dos
meses.
60
Eso fue –cerró Sergio con seguridad y sin asomo de
nausea y sin ganas de explicar nada de nada.

Trepé Quaglia hasta la Mitre. El sol horizontal del invierno


patagónico parecía una lámpara de frigorífico.

Sentí tanto frío.


Tanto.

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Lo fatal no es el recorte de la realidad para que quepa en
el formato del boletín radial, del noticiero televisivo o de la
crónica gráfica. Lo fatal es el caprichoso itinerario de la tijera que
recorta trazado por una mano armada de prejuicios,
simplificaciones estandarizadas, moldes de espectacularidad,
desapego por el conocimiento y una profunda pereza para la
búsqueda de la verdad.

Lo fatal no es la fatalidad sino la naturaleza de su artífice.

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- No se te entiende – prefirió no gritar – y haces los
bloques demasiado largos. La gente se aburre y cambia de radio
– terminó afirmando su verdadera preocupación.

El otro se achicaba en el asiento cumpliendo la frase de


Nietzsche que definía la humildad como el encogimiento de los
gusanos ante la amenaza del pisotón.

Máximo a su vez agigantaba su enojo al comprobar su


propia incapacidad para intimidar realmente. El otro, los otros,
siempre lo descubrían.

Lo que sucede es que este tema de Hidronor es un


poco complejo – se animó a decir titubeante – un poco complejo
y necesita ser explicado un poco más.

Necesita....quién necesita?...A quien le hace falta


entender eso?

61
Y sí....tenés razón Máximo...no es muy interesante....es
solamente importante – dijo con texto pero sin inflexión de ironía.

Máximo tiene un nombre que le pesa y una función que lo


sobrepasa. Pero sabe que todo lo que ignora sobre medios es
su virtud frente a las audiencias. Por eso él, que nunca puede
sofrenar sus colores, silabeó determinante y sin asomo de rubor:

Para nosotros si-no- es- in-te-re-san-te no es im-


por-tan-te. Ese es el criterio editorial de esta emisora...lo
importante es sólo importante cuando es in-te-re-san-te...cuando
le interesa a la gente...sea lo que sea...te guste o no te
guste...sea verdad o mentira... honesto o deshonesto.....bueno o
malo....lo que tiene que ser es in-te-re-san-te...¿te queda claro?

Cuando el otro vació su cara de gestos y se disponía


a asentir sin más, Liliana traspasó el umbral de la ante sala y se
asomó a la oficina, sorprendiéndose por la reunión. Saludo
rápidamente con sendos besos y salió igualmente rauda
quedando del otro lado del ventanal, desde dónde podía vérsela
charlando animadamente en la sala del operador.

Como abandonando el interés por la charla,


y casi suspendiendo para siempre el rito de la sumisión, el otro
se quedó prendado del recuadro de cristal y de la imagen de
Liliana.

Máximo se exasperó. Enrojeció.

Escuchame nene – sacó desde la tensión de


la mandíbula más inclinada a la manifestación del capricho que
de la determinación – Te estás jugando el aire, el trabajo y el
futuro...adónde mierda vas a ir si ya te fuiste de las otras dos
radios...y en lugar de prometer que te vas a adecuar a lo que te
digo te ponés a mirar a las minas como un puñetero.-

El otro separó la vista del vidrio sin deseo y


lo miró con una serenidad y un aplomo que sólo se le
manifestaba cuando estaba frente al micrófono.

Disculpame. Me estaba adaptando a tu


criterio editorial Máximo...miraba ese importante par de tetas.-

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62
Cuando se acostumbra a ese ambiente
existencial de los sets el homo medium se abandona a la
ignorancia y la convierte en su condición de permanencia.
Empieza a “saber” qué saber y a desconocer y lateralizar todo lo
que no se corresponda con ese saber.

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Habemos los que tardamos demasiado en


darnos cuenta que no era este tiempo de narradores sino de
“comunicadores”.

Ya no se quiere narrar.

Lo que se demanda es comunicar.

Las reglas entonces de lo que se persigue


como fin, cambian.

El leader de la línea de pesca es el que


manda. Por eso, la exquisitez de la narración, aún la precisión y
justeza del relato, pueden conspirar con el objetivo de la
comunicación ya que dejan abierto el mundo de las distracciones
y de los “ruidos” que la comunicación abomina.

Poner sobre el tapete todos los datos es


peligroso. Puede “aplanarse”, “plancharse” la información,
quitarle estruendo y brillo, reducir su interés en el espíritu simple
y abúlico de las audiencias. Lo que es una exigencia de calidad
de la narración es para la comunicación un riesgo. Un riesgo
fatal.

Lo primero es convertir en sinónimos las


ideas de eficiente y eficaz. Para que la eficacia reemplace a la
eficiencia en la lengua y en la idea.

Hay que ser eficaz...hay que llegar,


comunicar, completar el ciclo de manera perfecta. Mensaje e
interpretación deben ser la misma cosa, un solo texto y una sola
lectura.

No hay sentido que producir, ni social ni


individualmente. Por lo tanto debe derogarse el principio de “ un
solo sentido en la producción de sentido y todos los sentidos
posibles en la instancia de reconocimiento”.
63
El sentido debe ser comunicado, no
producido. El sentido, la significación de lo que sea, debe ser
“re-producido”.

En el mundo del “todo ha sido dicho”, del


“todo está terminado”, del “fin de la historia”, del “nada nuevo
bajo el sol”, lo que queda es re-producir con eficacia, y darle
salida, es decir expulsar a la eficiencia.

Siendo sólo todo lo que es y habiendo


sólo todo lo que hay, estando como parecemos estar sin destino
de novedad, y habiéndose decretado la muerte por asesinato del
acontecimiento, no hay lugar para ciencia e innovación en lo que
se hace, no hay lugar para la efi-ciencia.

Lo que queda es “re-producir” con efi-


cacia.

Lo que queda es una técnica terminada y


terminal.

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Qué poco se dice cuando se dice que la


información es una mercancía. La lente materialista del análisis
deja fuera un hecho que desmejora claramente la valoración de
la información como mercancía contemporánea:

La noticia para ser mercancía debe, naturalmente, dejar


de ser noticia.

Efectivamente, y esto es así porque el producto, cualquiera


que sea, siempre será previsibilidad, estándar, estereotipo. La
noticia, en cambio, se proclama novedad, originalidad, única,
irrepetible.

Esto parece no importarles a los periodistas, o al menos


parece ser recibido por ellos de manera resignada, como quien
enfrenta fenómenos irreversibles con los que no queda otro
remedio que convivir y a los que habrá que adaptarse.

Y esta es la gran estupidez. Porque lo que no se advierte


es que, lo mismo que mata la noticia mata al periodista.

64
Constructores de un relato, realizado con moldes
productivos consagrados por el uso y que, garantizada la
honestidad, deben asegurar un resultado: la noticia, los
periodistas se ven envueltos ahora en la necesidad de realizar
un producto, sólo un producto, es decir, otro resultado.

Lo fatal resulta ser que las determinaciones de ese


producto no están en la técnica de realización sino en las
expectativas del mercado.

El periodista ha dejado de ser un artesano, un artista y


se ha convertido en un fabriquero, en un mero diente de uno de
los tantos engranajes de la fabulosa maquinaria de la
construcción de la realidad mediática. Ya ni siquiera sabe lo que
hace, ni cual es el destino final de lo que hace. Igual que la
campesina puesta a obrera de la canción de Serrat, suelda “el
cuatro con el dos y el cinco con el tres, y sin saber por qué.”

El destino de la noticia como producto es la marca del


destino de extinción del periodista. Si lo que hacemos muere,
morimos con lo que hacemos.

La noticia aguarda trascendencia. El relato periodístico


aspira a ser fundamento de alguna opinión, de alguna conducta
ciudadana. Es el espacio de realidad pública ofrecido al saber
del soberano, para que este disponga de ese dato y actúe de
alguna manera.

El producto no pretende ninguna trascendencia. Su


destino es ser consumido. Y en ese consumo su única finalidad
es asegurar la continuidad del consumo para afianzar el sistema
productivo.

La noticia tiene responsabilidad histórica. Su ser debe


ser coherente con el pasado y debe ser atendido en el futuro.
Las noticias deben guardar la lógica de la realidad, tanto las
pasadas como las venideras, pues son los ladrillos de la historia,
y el material de los relatos futuros.

El producto carece de determinación temporal. No


importa lo que haya dicho, jamás será sujeto de contradicciones
o contrasentidos. Está para ser consumido y reemplazado por
otro, rápidamente. Está para satisfacer la necesidad creada en
los individuos de constatación del presente. El producto es
presente, es decir no es con relación a otra cosa que no sea él
mismo.

65
Y es que el producto está hecho a imagen y
semejanza supuesta de su supuesto consumidor.

El producto debe ser tan fugaz y conmutable como la


memoria de su consumidor.

Repito con más temor al olvido que al hartazgo: esta


realidad que se obstinan en desconocer muchos periodistas, es
la que está decretando el principio de extinción de la profesión.

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.

Una muestra de las innumerables marcas de la


cultura mediática en la sociedad es la de la valorización de “lo
nuevo”, la “actualidad”, por encima de cualquier otro valor.
“Quedarse en el tiempo” es un disvalor castigado por este fervor
que el presente desata en el ánimo del homo medium.

La sed de “presente” es excluyente en el ánimo


contemporáneo, un desentendimiento del pasado y una evasión
a la responsabilidad por el futuro.

Así Da Vinci vale menos que Tamara, dice menos de


lo humano, diciendo menos de lo que somos y de lo que
seremos. El hoy vale como ningún otro tiempo ya que en su
velocidad y prolongación desecha absolutamente el pasado y
conmuta todos los futuros posibles.

No importa que ese presente que llamamos


actualidad, como dice Derrida, sea sólo un artefacto, una
construcción realizada mediante la operación pautada de una
serie de dispositivos mediáticos. Tampoco importa que ese
presente sea un presente que se presentará mañana y dirá
“presente” ad infinitum. Como dice Silvio Rodríguez “Hoy leí la
prensa y me pareció que ayer decía lo mismo”. Lo que importa
es la última palabra, porque la fugacidad de las imágenes que
son el centro de la cultura y de las pantallas, contagia en su rito
de apariciones y desapariciones permanentes la condición
misma de la realidad.

Es por eso también, que las creencias y las


convicciones de antaño se han convertido en creencias y
convicciones móviles. Hoy están, mañana tal vez no.

66
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La sed de protagonismo que se despliega
obscenamente en los reality show es la evidencia de su correlato
con toda la realidad social.

Al “todo el mundo quiere ser alguien” se le adosa


una concepción de “ser alguien” que pasa exclusivamente por la
exposición consagratoria en la pantalla de la realidad mediática.

Esto tiene a su vez una vinculación con el


modelado que los medios de comunicación (especialmente los
de alta exposición) operan en el carácter y en el temperamento
de las personas que trabajan en ellos.

Se teoriza sobre la imagen y su constitución.


Suele decirse que la imagen de una persona está construida
sobre la base de tres imágenes superpuestas tal y como si
fuesen tres lentes uno encima del otro. La primera lente es la de
la imagen que cada cual tiene de sí mismo. La segunda es la de
la imagen que los demás tienen de cada cual y la tercera, la
imagen que cada cual cree que los demás tienen de sí mismo.

En un patrón normal las tres lentes se construyen


sobre un número limitado de relaciones personales
independientemente de la intensidad y calidad de esas
relaciones.

Esto quiere decir que, cuantitativamente, hay una


relación de equilibrio entre las tres lentes que conforman la
imagen final.

Por el contrario, si alguien se expone


públicamente en un medio, es decir pasa a ser una persona
conocida a través de la televisión por ejemplo, la segunda de las
lentes tiende a deformar y su deformación se multiplica con la
deformación de la tercera haciendo que, finalmente la primera
sea una imagen aberrada.

Suelo decir como una advertencia que considero


saludable y protectiva a los estudiantes, que los medios de
comunicación enferman a las personas que trabajan en ellos.

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67
Está allí esclavizado por su propia decisión de ignorancia.
Se somete a dos juegos de instintos. Uno, el que lo convence de
que está “del lado de los buenos”, que defiende los intereses “de
la gente” y que por lo tanto es “un peligro” para el status quo.

El otro juego de instintos lo empuja a una megalomanía


módica, y lo hace depender de la exposición pública ignorando
deliberadamente que, por el contrario, esa sed de exposición es
inversamente proporcional a su independencia profesional. Su
función, su “mensaje”, se desdibuja a medida que se amplía su
plano en la superpantalla de los mass media. Cuanto más visible
sea será más roma su espada, más trastocada su lógica, más
imbécil su pensamiento.

------------------------------------------

El verbo castellano “cubrir” es un lapsus linguae del


homo medium. O más precisamente dicho: una verdadera
confesión.

La acción mencionada, la de “cubrir”, no puede ser más


atinada para describir lo que efectivamente se pretende de eso
que se llama actualidad y de eso que se llaman noticias: cubrir.

La antigua pretensión de descubrir, desentrañar, develar


para luego mostrar se ha convertido, transformado, en una arte
de enmascaramiento, de modelado, de construcción puramente
técnica y, dicho sea de paso, con escaso arte.

La verdad ya no atrae desnuda, no se trata de quitarle los


ropajes que la esconden. Por el contrario se trata de cubrirla con
la indumentaria uniformante de los medios de tal suerte que a
fuerza de amputaciones y apliques ese cuerpo sea un cuerpo de
“noticias”.

La idea de lo “noticiable” es, a la vez, un reconocimiento


de las operaciones de modelación aplicadas y una mitificación
del carácter realmente protagónico de lo que ha sido “construido”
en lugar de lo que efectivamente pudo ser recogido.

No se reconstruye lo posiblemente ocurrido, se construye


lo necesariamente ocurrente.

68
¡Quiero hablar con una acosada! – dirá el “productor”,
habiendo sentenciado la verdad del hecho a partir de la
“potencialidad” atractora de su naturaleza.

Sí. El show debe seguir. El news show debe continuar.

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Durante décadas su profesión fue la de naturalizar los


hechos. Rescatar acontecimientos sin lectura e integrarlos a una
compresión del mundo presente. Contar, describir, interpretar,
no como un simple espectador sino como un testigo elocuente
poseedor de una mirada panóptica. Una literatura encarnada
surgía desde la crónica diaria. El tipo liberaba su animal literario
a cazar letras verdaderas.

Desgraciadamente esa, su profesión, chocó hace años


con una pretensión pobrísima que fue increíblemente festejada
por la propia corporación: “El periodismo es la primera versión
de la historia.”

Chau. A partir de allí bajo la supuesta persecución de la


noticia sucumbió la utopía de la verdad, empezó la “producción”
de la “actualidad” y se asesinó la identidad del acontecimiento.

------------------------------------------

-Pero y entonces ¿quién? – se angustió María, con esa


angustia abismada y enferma de vértigo que se le sangraba en
la pregunta.

Habían sido muchas horas de discusión. Cuando ya las


ganas de discutir porque sí se habían cansado, y de los que
quedaban y no habían hecho de esa reunión una sesión de
terapia, la mayoría entendía que se había dicho alguna cosa,
algo recordable, algo de esa materia inusitada e infrecuente que
dicen son ladrillos de la memoria venidera; cuando eso
empezaba a ocurrir, a María le había entrado la cosa de la sed
de definiciones. Quería “al pan pan…” cuando ya el vino había
sucumbido.

- Caparrós y Lanata – tiró Arí con la convicción de quien


tira al boleo desde la mitad de la cancha.
69
- Caparrós y Lanata – repitió cuando vio que el
pelotazo teórico se le iba pegado al banderín del corner.

María hinchó el pecho (tenía qué cosa hinchar) y


con el pecho hinchado y la hinchada de los ojos puteando la
pifiada de Ari se sentó al borde del abismo de su angustia a dar
una batalla mas con el vino que le quedaba en el vaso.

- Vos querés que yo te diga que estás loco – armó


para empezar – que vos no podés traer a esta conversación a
ese gordo pelotudo pagado de sí mismo… ¿no es cierto?

Ari se replegó sin entregarse. La oportunidad de discutir


con María nunca se le había presentado con la forma tan
patente y provocadora de esas hinchadas. Mezcló sorpresa y
arrobo y sin eco de tartamudeo disparó.

Hay que elegir de lo que hay. Lo malo define lo bueno. O te


quedás con Lanata y Caparrós o te quedás con Cherasny,
Feinmann y Hadad. O jugás con los unos o jugás con los otros.
No hay otra.-

Hay – devolvió María retirando sus hinchadas a los altos de sus


tribunas – Vos te equivocas en lo que se equivocan todos. No se
trata de esto o aquello, sino de lo que es y de lo que no es.
Lanata y Hadad son el bueno y el malo de lo malo, vainilla y
chocolate de un helado que te vende el mismo heladero. Es
como dice mi tío Guillermo, que cuando era joven él era fana de
Tom Jones y mi tía Betty de Engelbert Humperdinck, y se
mataban en las discusiones sobre quien era más capo. Un día
descubrieron que los dos trabajaban para el mismo sello y tenían
el mismo representante. Mi tío y mi tía se casaron y empezaron
a escuchar a los Beatles, de bronca nada más.

-A ver – pidió Ari – ¿Vos qué querés decirme? ¿Porque no


podes estar imaginando que, por estar en la misma pantalla
dos discursos que son diametralmente opuestos pueden ser
la misma cosa?

-La misma cosa –apostó de nuevo María.- Porque son la misma


televisión y el mismo periodismo. Un progresismo como el de
Caparrós que huele a positivismo del siglo XIX aderezado
con salsas posmodernas además de patético es paradójico, y
le sirve tan bien a la televisión y a este periodismo como
Feinmann. Te imaginás a Caparrós y a Lanata sin Hadad y
sin Feinmann. Para que Tom Jones pudiera hacer soul y
70
música negra el dueño del kiosco tenía a Humperdinck
cantando Baladas. Todos los gustos cubiertos por el mismo
productor de productos.

Las hinchadas ya ocupaban toda la tribuna, y Ari no podía


dejar de alterar sus percepciones, mirando esa boca, oliendo
ese cuello y escuchando a las hinchadas. Hizo lo posible por
prolongar el entrevero aunque ya sus argumentos habían
retirado el equipo. Incapaz de resignar la baza movió
negativamente la cabeza y puso su mirada en el piso, con un
esfuerzo contra la hipnosis, como considerando inútil lo que
mentía tenía para decir. Sirvió. Una María que ya parecía a
reparo del abismo de la angustia continuó bañándolo de
atención y presencia exclusivas.

-Creo que Baudrillard decía…creo, pero si no, no


importa…alguien dijo que lo opuesto al mal eral el mal y no el
bien…algo así como que el bien no tenía oportunidad. El
sistema es tan cerrado que te propone el mal y su otro mal
alternativo, lo amargo y lo dulce salido de la misma fábrica, el
problema y la solución, Boca y Ríver, el dolor y la aspirina, el
stress y el spa….Hadad y Lanata. Así nunca te vas a esforzar
por encontrar lo otro posible en un lugar distinto al lugar del
negocio del sistema.

-Lo tercero – murmuró Ari desde su estado magnético. Y sin


creer poderlo, porque querer sí que lo quería, logró que esa
mujer se iluminara y mojara con su luz todo el ambiente.

-¡Sí!. Lo tercero. No podía encontrar una palabra mejor.

Y los dos sonrieron y se entregaron al calor de esa insólita


burbuja. Los linderos de una verdad cualquiera, el calor de un
hallazgo, suele llevar a los seres humanos a las temperaturas de
origen.

Lo que el poeta dijo “al calor del amor”.

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Exageran en la precisión y minuciosidad de los aspectos


irrelevantes de los temas y jamás profundizan en los relevantes,
de los que se someten, en el mismo nivel de ignorancia que sus
audiencias, al clima de la sospecha, a la cultura de la suposición
como verdad y a la teoría de la conspiración. El hecho de que el
71
candidato duerma con medias de lana o que el detenido haya
almorzado arroz con pollo (De La rúa electoral y Cavallo Preso),
genera la impresión de que los informadores están a tiro de
piedra de los acontecimientos (por lo tanto de su verdad) y
desobliga la investigación precisa y la opinión comprometida, es
decir desobliga de la función periodística.

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Lo que importa no es lo que Gastaldi significa a la


interpretación del fenómeno político de la impunidad, lo que
importa es la espectacularidad que resulta de la condición
socialmediática de Gastaldi: un hombre vinculado al “Clan
Legrand”. Se apela así a la curiosidad infantil e indolentemente
banal de las audiencias para no apelar a la responsabilidad civil
del ciudadano a quien debe informarse. Esta última es
demasiado comprometedora y fundamentalmente, poco atractiva
al consumo mediático ya que implica un esfuerzo de
pensamiento que, se cree en los medios, conspira con la
ergonomía y el facilismo que encarna el espíritu de la
comunicación contemporánea.

Lo que no divierte no llega.

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Lo que no divierte no llega.

Como quien agita el sifón y reaviva el gas de la


soda, Osvaldo Quiroga ha recibido un reavivamiento al insípido
programa que sobrevuela asuntos de libros en la cada vez más
desvaída pantalla de Canal 7.

Por “razones de grilla” su programa, “El refugio de


la cultura”, fue levantado junto a “Los Siete Locos” de Cristina
Mucchi.

A poco de tomada la torpe medida, el propio gobierno


nacional tuvo que actuar de bombero socorrista para apagar el
incendio. Para colmo de males, la cosa de la cultura se pondría
especialmente combustible por esas horas ante las
declaraciones impensadas del secretario del área, Torcuato Di

72
Tella, empeñado en superar a su hermano en eso de producir
infortunios verbales.

Nunca tanta gente volvería a enterarse de la existencia de


un programa de televisión que jamás había visto y al que jamás
le rendiría su voluntad de verlo. Sucedió que la impericia levantó
el programa sin medir las verdaderas razones por las cuales ese
programa existía. La razón era por demás de sencilla, era un
programa de libros que nadie ve, el ideal de la cultura refugiada,
de y para pocos, y que toma merienda en “El refugio de la
Cultura”.

Que se vea casi nada garantiza su exquisitez y da dos


razones a los fabricantes de razones únicas. La primera razón
es la ya dicha, la cultura es de una élite, ingresar a ella demanda
atravesar los precintos que custodian los Quiroga con su
derecho de admisión en ejercicio. La segunda razón es la que
esgrimen los adictos a los raitings, la cultura es aburrida, y lo
que no divierte no llega.

Si los autores de la primera parte del papelón hubiesen


reflexionado o hubiesen tenido conciencia sobre la existencia de
estas dos razones habríanse ahorrado el inútil escarnio al que se
sometieron y sometieron a otros casi inocentes.

Por la primera razón el programa no se debía levantar,


pues pasaría lo que pasó. Por la segunda razón debería hacerse
alguna cosa con ese programa horrendo, invisible, pésimo
programa de radio con sobreabundancia de cámaras de
televisión conducido por un lector de solapas, o mejor
metaforizado, un visitador médico de editoriales, como dice mi
amigo Asurey.

Y lo que debe hacerse en estos casos es más. Nunca


menos. Por ejemplo: otro programa de libros. Pero de televisión
y bien hecho. Que pueda demostrar en los hechos, y en los
hechos de la televisión, que la cultura no es aburrida ni necesita
refugios, que se puede hacer un programa de libros que la gente
no solo pueda ver sino que hasta quiera ver.

Claro que eso es lo tercero. Lo tercero que rara vez se


hace.

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73
Mauro hace una entrada a “la chica”, la “movilera”. Coló
en la agenda de esa tarde el asesinato de un muchacho
practicado por su futuro suegro, o algo así. Un crimen demencial
o pasional, poco importa, puesto que sólo está ordenado a
satisfacer una curiosidad vulgar de una audiencia que, a esa
hora, está mejor y más dispuesta a consumir esgrima de grisines
por parte de un par de homosexuales que ya se encuentran en
piso, prestas las uñas para hacer centro en el pequeño coliseo
del set.

Pero hay que cortar, vender y seguir, y Mauro sabe bien


de esa pisada para redistribuir el juego, como un cinco de los de
antes. Como Ratín. Pisa, pega la vueltita y a empezar de nuevo.

La “chica”, la “movilera” tiene nombre, pero no lo


recuerdo. Mejor. Para esto y para ella.

Mauro la cita, la concita, la sitúa en el pecho mismo de la


pantalla. La vende como: “estamos en contacto con X, quien se
encuentra en la casa del muchacho asesinado....hay novedades,
estamos allí.... X, ¿qué hay de nuevo para contar?

La chica X, la X movilera ya está en un recuadro de


la pantalla. Rígida y expectante. Podría jurar que unos segundos
antes se había alisado el suéter, girado el cuello en redondo,
gimnasia de relax imprescindible para enfrentar el desafío de la
cámara, del vivo y del directo, del ojo insondable de la gente.
Podría jurarlo, pero no lo haré.

Si, Mauro- anima, previo a lanzar una catarata de


afirmaciones respecto de lo ya sabido y asegurando que, unos
segundos antes - por esa puerta -, y la cámara enfoca una
puerta - acaba de pasar la novia del occiso, a la sazón la hija del
presunto asesino.

La cámara panea vertical una puerta. Una puerta que es


eso, una puerta, con la forma y la textura y uno de los tantos
colores que puede tener una puerta. Una puerta que parece
presentada como la puerta de una verdad que aún no ha sido
revelada. Pero debemos ser consecuentes con la sensación de
inmediatez, debemos ser capaces de percibir el aura dejada por
el pasaje de una protagonista de la historia que no nos cuentan.
La televisión y nuestro tiempo invertido en ella se lo merecen.

Luego volvemos a piso, a la pelea de putos, a la siguiente


pisada de Ratín, a la vuelta y al volver a empezar.

74
Pues es bueno que no te digan nada nuevo sobre algo
que no interesa y que te lleven de vistas a un lugar que no
importa y en el que se presume nada ha pasado.

Siempre nada a la vista es mejor que algo que no se


puede ver.

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El contagio de las modalidades del periodismo de


espectáculo y deportivo es otra de las rutas tomadas por la
deformación profesional.

Los deportes son, aún con su evidencia y su eventualidad,


asuntos de apreciación. Suele decirse que el Boxeo es
fundamentalmente un deporte en el que, de no mediar el K.O,
resulta de la pura apreciación. Pero este principio recorre casi
todas las disciplinas deportivas. La misma riqueza de los hechos
que pueden observarse posibilita el desarrollo de las opiniones y
de los comentarios que no por abundantes son más precisos y
certeros.

El periodismo en general toma esta modalidad


sometiendo muchas veces la aplicación de la lógica y del
pensamiento al mero comentario de los hechos observables
luego de una inocua pero esforzada selección.

Así, la indumentaria del presidente, la cantidad de


comunicaciones telefónicas que se dan entre el ministro de
economía y el primer mandatario, el hecho de que se haya
trasladado el secretario desde aquí hasta allá y desde allá a
acullá, que haya desarrollado tal actividad luego de desayunar a
la “americana”, pasan a ser los asuntos que le dan certidumbre y
fundamento a los comentarios que a se darán sin ninguna
sustancia ni ningún fundamento.

Estas “noticias” referidas a “hechos” vienen a reemplazar


el esfuerzo lógico y de pensamiento que implica, por ejemplo,
entender quienes negocian qué cosa, cómo se negocia, por qué
razón cada quién toma una postura y como resulta el proceso de
esa negociación.

Esta especie de razonamiento que rara vez es requerida


al periodista deportivo pero que resulta de permanente

75
necesidad para cualquier otro sector del periodismo se
encuentra sino extinguida al menos en fatal vía de extinción.

Curiosamente y casi paradójicamente es en el periodismo


deportivo en dónde se encuentra (al menos en la Argentina) las
mayores cuotas de esa capacidad de reflexionar, combinar y
contrastar hechos, relacionar ideas, analizar procesos y producir
explicaciones.

En el periodismo político, con materiales menos


maleables al tratamiento de la imagen, la estupidez comienza a
reinar casi con obscenidad.

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La televisión ocupa el centro. Es decir la imagen,


pretendida quintaesencia de lo evidente, de la verdad
ineluctable, ocupa el centro del campo periodístico. Se pavonean
con idiotez diciendo que el encubrimiento y la mentira tienen
mayor posibilidad en el periodismo escrito y aún el radial que en
el televisivo. ¿Por qué? Pues porque “en la televisión hay que
dar la cara”.

Esto nace de la fatal equivocación de creer que los ojos


(lo aparentemente más revelador de la cara) son el espejo del
alma, una equivocación fatal heredada de la tradición hispana.

También este error acuñado en al cultura occidental tiene


base en una falacia con origen oriental, el cuento chino de que
“una imagen vale más que mil palabras”, increíble ocurrencia
asignada no menos increíblemente a Confucio.

La imagen visual es por cierto y por el contrario,


infinitamente más imprecisa y por lo tanto menos elocuente que
la proposición lógica más elemental. El pensamiento lógico se
expresa por proposiciones y relaciones proposicionales para
conducir al pensamiento por caminos seguros. La verdad es
alcanzada aunque sea parcialmente luego de atravesar
metódicamente todos los engañosos laberintos de las
apariencias. O al menos casi todos.

La imagen visual es una maraña de ambigüedades, solo


es leída desde la totalidad de su contexto, o con el soporte
adicional pero esencial de la palabra escrita o dicha (los
epígrafes de las fotos, los videograf de los noticieros televisivos
76
y las voces de los presentadores otorgándole sentido a la
secuencia del video) a riesgo de caer irremediablemente en lo
difuso o en la interpretación contraria.

Abundaremos en esto, puesto que se ha constituido en


una supuesta discusión entre medios. La televisión está siendo
acusada de carecer de capacidades informativas a partir de esta
preeminencia de la imagen en la cultura contemporánea. Aquí se
piensa de manera diferente. No se trata de las posibilidades de
un lenguaje, se trata mejor de la centralidad de ese lenguaje en
la construcción simbólica, una centralidad que ya hemos
advertido en otra parte, ya no se sostiene.

Dicho de otro modo, no es la televisión per se la inepta de


ofrecerse con capacidad informativa, es su voluntad de poner
solo en juego su rasgo diferencial respecto de los otros medios:
la imagen.

La televisión es imagen, dicen. Podrá ser, si la televisión


decide esta castración de sus posibilidades en función de la
competencia con los otros medios, allá ella. Pero la información
no es sólo imagen, y la imagen no es solo lo que la televisión
puede brindar informativamente.

La diferencia de la televisión con los otros medios no es la


imagen, no es la diferencia en el sentido de la resta, en el
sentido de lo que los otros no tienen. La televisión puede
englobar sonido, imagen y texto, es decir es un complejo de
discursos simultáneos y/o consecutivos.

Esa es su diferencia esencial y no su diferencia


diferencial, si hacemos valer esta redundancia.

La televisión no aprovecha la totalidad de sus


posibilidades por una multiplicidad de factores de los cuales
damos en este trabajo un importante número: el carácter abúlico
de las audiencias televisivas, el temperamento del agente social
mediático dicho de otra manera, la competencia en el seno del
sistema mediático entre los distintos medios, la
homogeneización de la competencia televisiva, etc. Pero la
razón básica por la cual la televisión se restringe en su potencial
es su inmersión en la cultura de la imagen, que es una cultura de
la totalidad social, no de la televisión, aunque la televisión haya
sido uno de los principales agentes formadores.

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En 1994 Ruanda cobró desgraciado protagonismo con lo
que los medios occidentales presentaron al mundo como
genocidio y limpieza étnica. Las poblaciones tutsis de ese país
habían sido masacradas por los hutus, enemigos históricos e
irreconciliables.

El número de víctimas, que bien pudo haber alcanzado la


escalofriante cifra del medio millón como el millón también, fue el
que facultó el tratamiento preferencial otorgado por los medios.

No vamos a detenernos aquí en algo que es una


constante en el tratamiento informativo de las noticias que se
llaman “del exterior” o “internacionales” en los diferentes bloques
de Occidente. La superficialidad caricaturesca y el moldeo y la
repetición que se le otorga en Latinoamérica contrasta en
Europa y EE UU con la visión etnocéntrica y el filtrado de toda la
información según categorías únicas. En cualquiera de los dos
casos, y en la mayoría de los medios, el tratamiento informativo
del “exterior” es limitado, ramplón y folclórico. A excepción de
grandes diarios todos cumplen con el rito de “saber lo que
sucede en el país y el mundo” de la manera más económica y
sencilla posible.

Si se le pregunta a un lector qué sabe sobre el conflicto


en la zona de los Balcanes, o sobre la situación afgana luego de
un año tras el atentado a las gemelas, poco podrá responder,
aún cuando cada día se publican y se dan “informaciones” sobre
ambos casos. La imperfección, o directamente la imposibilidad
de la respuesta, no se debe a la falta de retentiva del
interrogado, sino a lo anodino de las informaciones publicadas y
a la falta de contexto interpretativo de los hechos que se
distribuyen a través de las agencias noticiosas. Son muy pocos
los periodistas expertos en cuestiones internacionales y muy
poca la riqueza informativa habida cuenta del supuesto escaso
interés que ellas despiertan, según suponen en las redacciones
de los medios. Lo que se hace es llenar el espacio, cumplir con
la cuota, es decir respetar los términos estéticos del producto
integral que se entrega a las audiencias.

Aquella vez, que fuera la última vez de Ruanda, la


información hacía pie en genocidio, limpieza racial,
persecuciones y refugiados. La televisión, como cualquier medio,
pudo haber hecho más cosas como para explicar semejante
número de muertos, pero prefirió seguir saltando sobre las
piedras ya instaladas por las agencias internacionales que
78
hablaban de genocidio, limpieza étnica, persecuciones y
refugiados.

Había pocas imágenes de las sangrientas acciones,


tomas lejanas y poco elocuentes, viciadas de las imperfecciones
de los registros militares. Los escuetos relatos, y las referencias
de videograf, se montaron entonces en diferentes tomas aéreas
que mostraban gigantescas caravanas de hombres, mujeres,
niños y animales, desplazándose por el terreno desértico. Esos
relatos y esas inscripciones continuaban narrando la
desgraciada suerte de las víctimas y de los refugiados. Se supo
después que las imágenes que vio el mundo no pertenecían a
las víctimas sino a los victimarios. Eran los hutus que se
trasladaban a ocupar el territorio que había sido arrebatado a los
tutsis y otras poblaciones que cayeron bajo el rigor de los
macheteros.

Los diarios y los reporters de otros medios se dedicaron a


posteriori de profundizar el conocimiento del “malentendido”,
pero sólo a favor de burlarse de la torpeza televisiva y, los más
profundos, a dar en el episodio el fundamento de que no puede
pedírsele a los telediarios más de lo que estos pueden ofrecer
desde el punto de vista informativo.

Y advierto esto, porque tampoco el resto del sistema


mediático hizo las correcciones necesarias al curso informativo
por razones que cada quien sabrá, pero que van desde los
intereses específicos de países como Alemania y Francia en el
foco del conflicto hasta la ya mencionada relevancia de cotillón
que se le otorga a las “exóticas noticias internacionales”.

Lo verdadero es que la monstruosa matanza poco tuvo


que ver con “limpieza étnica” toda vez que se trata (aún se trata)
de un conflicto social de clases/castas de corte posmedieval
como hacía siglos no atestiguaba Occidente. Un conflicto que
además, había tenido desde 1956 una media docena de
antecedentes. La democracia sobrevenida puso a la mayoría
hutu, campesinado en estado de servidumbre, en una posición
impensada respecto de sus amos tutsis. Eso fue todo.
Reasignación de poderes y venganza. Nada que ver con lo
étnico, ya que el origen egipcio de los tutsis y bantú de los hutus
estaba permeado por unos cuantos siglos de cruzas y mezclas.
Solo la inmovilidad social mantuvo el esquema sobre el que
estalló el conflicto histórico. Y con esto digo nada sobre un tema
de extrema complejidad pero que el interesado puede componer,
con alguna guía, en la Internet.

79
Francia y Alemania, Italia, tanto como el resto de los
grandes países de Occidente aprovecharon para ejercitar su
capacidad de horrorizarse ante la “irracionalidad” y la “barbarie”,
con lo que las piedras de limpieza étnica y genocidio y el medio
millón o el millón de víctimas aportaban hechos fuertes al
propósito.

Los doce millones de muertos en el África durante el


último cuarto del siglo XIX y el primero del XX, con centenares
de etnias desaparecidas, es decir centenares de especies
humanas cuyas condiciones genéticas ya no existen porque la
supremacía europea, que terminaría con su expresión
supradogma en el holocausto de la segunda gran guerra, tuvo
decisión sobre su destino.

Esto que dije antes, y lo mucho que queda por decir,


puede ser presentado a la opinión pública por cualquier medio,
en el formato de cualquier género, sin otra limitación que la
propia capacidad del relato. Y con soporte en millares de
imágenes de archivo, centenares de testimonios de historiadores
e investigadores, miles de crónicas antecedentes, docenas de
enciclopedias convencionales o virtuales.

Es decir, puede ser presentado a la opinión pública a sola


voluntad de informar. Una voluntad que se pierde un segundo
antes de la desaparición del periodista.

------------------------------------------

Era época de cables, de cables en papel, de


agencias noticiosas y de teletipos. Eran otros tiempos, los
primeros tiempos de los últimos tiempos.

El negro Penna había sido primero la voz del


mediodía, una voz con olor a churrasco y sedosa textura de puré
de papas. Un timbre noticioso que decretaba con letras variadas
del ámbito nacional e internacional la hora de salir para el
colegio. Turno tarde de tren Lomas-Constitución, marcada por el
tono de la voz del negro Penna y rematada por el seseo
dictatorial de un perro sin dientes, un celador sin celo, de
apellido Damoso en el Nacional Rivadavia, preámbulo de otro
turno y otros tiempos en el Nacional de Adrogué.

80
Una voz sin nombre entonces, y que cobraría nombre
cuando el negro Penna, Edgar Penna se convirtiera en su jefe
de informativo. Década del 80, radio Splendid.

Era época en que la urgencia informativa ya existía.


Un apuro mayor que el de las dos décadas posteriores, porque
los periodistas tirábamos de carros, la tecnología disponible
dejaba muy poco margen para el error, resolvía muy poco, se
corría delante de ella y, a fuerza de formación y conocimiento, se
tapaban sus baches.

Así, sin Internet para la consulta, el negro Penna


pontificaba- no digan histérico…no existe el histérico, llámenle
de otra manera a esos pelotudos…histérica viene de histere, que
significa útero….las histéricas son más respetables que esos
putos.-

Con esas calidades, con esas experiencias-


conocimientos, los periodistas completaban las deficiencias de la
tecnología, se hacían imprescindibles, supletorios,
complementarios y decididamente operadores semánticos.

Los operadores semánticos están siendo reemplazados


por reproductores mediáticos, una fórmula ciborg en la que lo
importante es la tecnología y el periodista resulta ser sólo uno de
sus soportes.

Pero esa tarde se venía el panorama de las seis y él


había estado demasiado ocupado haciendo entrevistas
telefónicas en la recorrida por la agenda política. Tanto le
apasionaba el tema que se olvidaba de los corsetes que el
modelo “panorama” tenía como exigencia según el respeto por la
costumbre de la audiencia.

Desesperó. Solo faltaban tres minutos para que


comenzara “el pan de las seis”. Confesó y bramó por auxilio.
Creyó que esta vez, ante la calidad de su trabajo podría haber
una excepción, las notas del panorama eran muy buenas, y él
resultaba ser siempre su peor crítico.

-Penna – confesó suplicando algo que no sabía que era –


me faltan dos títulos del exterior para el panorama. La cablera no
tira nada desde las dos. Con el material que tenemos nos
arreglamos para cubrir la hora. ¿Levantamos internacionales?-
cerró a la espera de que su “solución” fuese tal para su
“problema”.

81
El negro no abandonó la lectura del horóscopo anual de
Horangel y sobre la vuelta de página indagó con deliberado
desinterés: ¿Qué te falta?

-Dos títulos internacionales…para cubrir el bloque de


entrada…-

Penna se mesó la cabeza engominada….- Anotá – casi


gritó- el Papa abogó por la paz y sigue el conflicto en medio
oriente.- Y cerró el diálogo al tiempo de reabrir el libro de
Horangel en temas más predictivos y menos predecibles que el
de una noticia de informativo radial.

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Hubo una traslación de centros en sólo treinta años. En


los que van de 1965 a 1995.

Sobre mediados de la década del sesenta, una televisión


joven ganaba palmo a palmo la centralidad de todo el sistema
mediático. En esa televisión lo periodístico era en el mejor de
los casos supletorio, aledaño, complementario. Claro que
importante y respetable, casi la locomotora que arrastraba a toda
la programación televisiva.

Las restricciones de los horarios de la televisión, su


relegamiento a los tiempos del ocio social y del descanso, frente
a la “permanencia temporal” y la ubicuidad de la radio y de los
medios gráficos, ponían a la tele fuera de la competencia en la
tarea informativa, a la que llegaba tarde irremediablemente, y
remedando, imitando pobremente los recursos de los otros
medios informativos.

La radio anticipa, la prensa escrita comenta y la televisión,


cuando puede, lo muestra. Así rezaba el apotegma medial de
hace treinta años.

Ese “cuando puede” fue de menor a mayor. Y finalmente


mostrar fue mejor que informar, e hizo casi innecesario los
editoriales que no surgieran de la baratura de los comentarios
superficiales e impunes y constituyó a la televisión en la catedral
de la primicia, del anticipo y de la inmediatez.

Esto fue posible a partir sí de los desarrollos tecnológicos


que dieron lugar al tiempo real y a “el vivo y a la vista”, pero
82
también por la capacidad de la televisión de alimentar el perfil
del nuevo consumidor de “noticias” que se iba formateando al
mismo tiempo que los nuevos géneros periodísticos que la
televisión producía.

Pero eso fue después, casi al final, sobre el presente.

La noticia, lo periodístico, le daba a la televisión una


oportunidad futura de ser considerada, en un tiempo
relativamente corto, un medio de comunicación serio. La miel sin
embargo se cargaba en la función del entretenimiento.

Esa miel tiene panal en la experiencia de la radio, que es


la que aporta su material humano y su cultura mediática a la
televisión. No hay actores en la prensa escrita sino los del
folletín. La radio le da cotidianeidad al glamour del cine, a la
fantasmagoría del espectáculo. La radio amplía al sujeto de la
industria cultural, hace multitudinaria la ansiedad del consumo
de la cultura para las masas. De ese filón cultural e ideológico
nace el carácter televisivo, el temperamento mediático de la
televisión. Es el principio del fin, la finalidad inexorable. La
fatalidad.

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La base moral del homo médium es el desconocimiento


del fraude del que es actor principal.

Hay un derecho que no sabe de dónde le nace que lo


autoriza a engañar sin conciencia del engaño, a dañar sin
responsabilidad por el daño.

Es la moral que le confiere un poder que siente le ha sido


asignado desde la divinidad del supermediador: los mass media.
Se sienta a la mesa de la entrevista a hacer el rol de inquisidor
bajo las mismas premisas que ordenaban la escena de la
original inquisición: los supuestos del juicio.

Los supuestos del juicio son los que se exponen en la


escena. Alguien juzga con derecho, alguien es culpable y se le
enjuicia es decir, se lo expone a juicio, se le carga el juicio.

La verdad le preexiste no sólo al juicio, sino a la escena


del juicio que ya está construida con las articulaciones de esa
verdad. Cuando sentaban a alguien frente a los jueces de la

83
inquisición lo que ese alguien sufría no era un juicio injusto, sino
la escenificación de la sentencia, el acto ritual de la condena.

La justicia, como la verdad misma parte de los supuestos


del juicio, ya está establecida. Cualquier político, por caso, es
culpable aunque se demuestre lo contrario. Es, no ya la
inversión de la prueba, sino su eliminación.

Antes nada debía darse por supuesto, ahora todo


debe pensarse ignorado, salvo las premisas de la relación con
las audiencias. Para un periodista cada idea debía, en los
tiempos del imperio de Clark Kent, ser explicitada como si el
lector careciera de todo conocimiento sobre ella. Esto traía
enojos y cierto rechazo. Eran tiempos en que el lector sí tenía
mucha idea sobre los temas que se planteaban. Claro que ese
enojo no trasponía ninguna barrera puesto que se había
establecido que todos debían tener derecho a saber de qué se
les estaba hablando.

Cuando el supermanesco Homo Médium entró en escena,


la responsabilidad de explicar el propio conocimiento quedó
suspendida. Nadie tiene la obligación de fundamentar sus
planteos, y mucho más acá de las ideas, nadie tiene por qué
asegurarse de saber qué cosa y cómo la está diciendo. No hay
impunidad pues no hay delito. No hay error pues sólo hay
ignorancia.

Lo único que debe ser considerado hasta la adoración es


el lugar común, la vulgaridad y el “pensamiento de la gente”.
Estos mandamientos no resisten violaciones. Ya no es que los
pueblos nunca se equivocan, ahora es que la verdad es un
acuerdo entre “la gente” y el homo médium.

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La niña es bella. Odiosamente infantil esa belleza,
una máscara de una infantilidad odiosa.

Tal vez Grondona la consideró un dato más a sus


resignaciones de forma, las obligadas resignaciones que se le
imponían desde los requerimientos del rating. Lo mismo que el
beso con Moria, o el análisis del cenicerazo de Susana. Tal vez.

Pero lo cierto es que ella estaba allí, esa noche, junto a la


otra versión genérica de su impertinencia: Carnota.
84
El chico es apuesto, los ojos desmesuradamente abiertos
no alcanzan en su apertura a mostrar siquiera el menor brillo de
la inteligencia. Lo que no está no alumbra. Cumple allí la misma
función que ella. Son centros de mesa actuantes, canarios,
coloridos loritos parlanchines. Y como los cuzcos, garroneros de
la impudicia que los políticos en general no quieren resignar. De
allí arrebatan su pedacito de gloria, efímera, lastimosa, con el
sabor carroñero que se llevan en la boca los profanadores de
tumbas.

Esa noche estaba Schuberoff.

Schuberoff era el entrevistado.

Los escandaletes videograbados con pericia de cineasta


en la UBA, y las denuncias llovidas desde la legitimidad y el
interés ilegítimo, habían puesto al rector de la Universidad
Nacional más importante de la Argentina en el centro del interés.

Allí había un juicio, la ceremonia de un ajusticiamiento. Y


bien que si a esa mesa de la entrevista se hubieran sentado
periodistas Schuberoff no se habría convertido en un mafioso
entregándose a la justicia para que el hacer de la mafia continúe.
Pero esa noche allí había sólo televisión.

Las preguntas sobre el patrimonio del rector habían


rebotado contra la improbabilidad del chisme que las fundaban.
Schuberoff tenía ese patrimonio desde antes de ser rector. O
más o menos.

Pero el asunto de fondo era su estada perenne como


rector. Demasiados años. Dice la preceptiva que los únicos que
pueden durar in eternum en sus cargos son los periodistas. O al
menos así debería ser.

Schuberoff no era periodista. Era un funcionario que se


había “enquistado” en la universidad desde hacía una eternidad,
desde el mismo momento de la restauración democrática.

Pero, a pesar de la frescura con la que el rector se sacaba


los cargos, nadie perdía la paciencia. Y eso era porque la bella
tenía el as de la victoria en el dobles del escote. Allí, cerca del
cerebro.

Le escupió la pregunta incisiva, más que incisiva canina:

85
Digamé Schuberoff ¿usted no cree que sería mucho más
democrático si el rector de la Universidad fuese elegido por el
voto directo de los estudiantes?

Grondona debió haber empalidecido. Intuyo, pues la


cámara no lo tomó. Los claros ojos del rector se llenaron de
unas lágrimas que eran producto de esa in conjugable emoción
que llamamos estupor.

El silencio fue un silencio de huesos. Las tumbas de los


reformistas del año dieciocho trepidaron. La autonomía
universitaria había sido sepultada en un solo acto bajo la
impávida mirada sin rimel de la interrogadora, doscientos metros
más debajo de los escombros de su ignorancia.

¿Qué explicar? Mejor una respuesta elegante como la del


rector: Mire señorita, evidentemente parecerá muy democrático,
pero es un disparate.

O mejor aún, una evasión por el camino de la


conmiseración:
¡Bonita!.

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Un hecho puede cobrar dimensiones insospechadas con


el debido contexto. Probablemente hasta aquí ya lo hayamos
demostrado. Un hecho real y constatado/constatable es la piedra
de apoyo de un edificio que tiene base en otro lado. Bases
reales digo, bases que se encuentran inclusive en la experiencia
del común de la gente.

El traslado improcedente del edificio le ha dado al hecho


una significación trascendente a su insignificancia, o a su
significancia, sea la que fuere.

Pero hay otro juego contextual también frecuente


en el periodismo de Lane, en el periodismo de Withe, en el
periodismo que no es el periodismo de Clark, en el periodismo
de hoy y de hace un rato; se trata de la sobreinformación.

La sobreinformación no es un solo juego de


contextualización contrario al de la subinformación, es un kit, un
combo. Viene en tres formatos.

86
Primer caso: un hecho tiene su propio contexto y su
propia significación, su entidad y su importancia, sea la que
fuere. Pero se lo descentra ampliándole el contexto. Es decir se
le quita relevancia a partir de la sobreabundancia de datos
colaterales, tangenciales y accidentales.

El árbol informativo, de pronto, deja de tener tronco. Hay


una maraña de enredaderas y ramaje, lianas, parásitos, arbustos
y renovales que no permiten distinguir la centralidad de ese
tronco que sostiene la totalidad de la estructura.

Una mirada desorganizadamente analítica produce la


distracción respecto de las notas esenciales que el hecho trae
consigo. Lo que resulta evidente por la nitidez y la elocuencia del
hecho central, pierde nitidez y elocuencia por la
descentralización del hecho, por la aparición de una andanada
de “informaciones complementarias”, que no complementan y
que no informan.

El hecho está perdido como un niño en la playa.

Y nadie aplaude.

El periodista y corresponsal de guerra polaco


Ryszard Kapuscinski lo presentó de esta manera: "Habría que
entender que una cosa son los hechos y otra es la verdad.
Contar en media hora muchos hechos no es necesariamente
entregar la verdad de los hechos. Una información objetiva, es
explicar lo que pasó, la importancia que tiene para la sociedad.
De lo contrario, se entrega mucha información que no dice nada.
Y cuanta más información se da, el receptor menos entiende".

Otra especie de sobreinformación es la que


consigue darle a un hecho un rango que no tiene y que no puede
tener.

Todos los días leemos, vemos y escuchamos,


ejemplos claros de la técnica de la desproporción.

Sin ser patrimonio de la televisión se advierte como las


comparaciones han perdido en el sistema mediático el carácter
de odiosas que alguna vez les asignaba el adagio.

Ahora, por el arte de la voluntad caprichosa de asociación


de algunos periodistas, cada cosa es comparable con cualquiera
otra, sin dimensión de categorías, sin distinción de naturalezas,
87
sin consideración de jerarquías. Será la propia condición del
sintagma informativo, que se mueve en la continuidad insoluble
de los videoclips y que avecinda en el mismo cuerpo del
noticiero la violación de menores y el carnaval de Gualeguaychú,
y por el sólo arte de “darle un giro al ángulo de la información”, o
por lo que fuere, lo cierto es que el establecimiento de paralelos
no reconoce ningún obstáculo a su desenvolvimiento ni siquiera
la irracionalidad.

Esta nueva derrota de la lógica abona el campo en el que


se dará prolífico el orégano de esta segunda especie de
sobreinformación.

El asesinato de una persona conocida a través de los


medios cobra el tratamiento de un magnicidio. Los mecanismos
son simples, se trata de asociación directa sin análisis de las
categorías ni las naturalezas de los términos comparados. No es
la Biblia llorando contra el calefón. Es una Biblia feliz apoyada
contra un magnífico y funcional termotanque. De esos de
recuperación rápida. Y sin contenido ni contraste, la instalación
es aceptada por una audiencia acostumbrada ya a la continuidad
sin ninguna solución.

La tercera forma de la sobreinformación es la más común


en estos tiempos. Aquí el contexto es caótico, necesariamente
caótico en razón de que el soporte de la interpretación es un
clima emocional previo en las audiencias y no, como en los tipos
anteriores, su contexto. Ese clima emocional previo sostiene
toda la estructura y, generalmente, es producido por un hecho
que debe tener cierto portento.

Es imprescindible entonces que el hecho original tenga su


importancia puesto que desde allí, desde el clima emocional
generado, se desarrolla la práctica sobreinformativa, una
especie de “cartapesta”, una agregación constante de retazos
inconexos que adhieren a la superficie del “relato” por la
adherencia que le confiere el clima original del hecho central y
disparador.

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Ramallo había estallado bajo la silla de Duhalde.

Después se dirá (cuando ya Menem y la Alianza hubieran


logrado el propósito de la derrota electoral del bonaerense) que
88
al hombre de Lomas de Zamora le habían tirado muchos
cadáveres en las puertas de su gestión.

Pero cuando lo de Ramallo, estaban en vigencia


las afinidades de intereses entre los principales medios, la
Alianza y el menemismo basal.

La cantidad de Walkies Talkies utilizados por la


policía bonaerense, si dos o tres, se convirtió durante una media
hora en un problema insoluble en Día “D” programa conducido
por Jorge Lanata.

Jamás se explicaba un algo que debería deducirse de la


diferencia en el número de aparatitos. Pero allí había un
problema. Debía haberlo porque se insinuaba construido por las
emociones igual que las amenazas que aterran en las sombras a
los niños en los desvanes.

Unas miradas detrás de las cámaras de Lanata mientras


la pregunta sin respuesta se perdía en los silencios de los
pasillos y se arrastraba por los tejados para perderse en una
oquedad absoluta. Esa mirada que hurga detrás de las cámaras
se la he visto también a Elisa Carrió, antes, durante y después
de las cajas que nunca desaparecieron de su misterio.

El clima sospechante y la teoría de la conspiración hacen


el resto. Algo anda mal allí. Alguien está haciendo algo muy mal
y nos está perjudicando. Podemos continuar haciendo
agregados, llamadas telefónicas, fragmentos de respuestas de
personajes, inclusiones de nuevos participantes, estimaciones
de especialistas, aún cuando estos no tengan material sobre el
asunto. Y plantearlo todo sobre una mesa evaluadora, de
composición variopinta e “interdisciplinaria”.

En el caso García Belsunce, en una mesa de estas


características y mientras el conductor trazaba diagramas sobre
una pizarra en la que horarios, distancias y declaraciones
bailaban la danza de las especulaciones, una periodista de
espectáculos, atinó una pregunta que se notaba peregrinando
desde el fondo de su inteligencia: ¿Cuánto tarda en enfriarse un
cuerpo?

Imaginé que se llamaría el concurso de un meteorólogo y


un patólogo para que, de consuno, calcularan el tiempo de
enfriamiento de un cuerpo de una edad determinada respecto de
la temperatura ambiente, descontadas las condiciones térmicas
del interior de la casa, siempre tomando referencia de los 36 y
89
medio grado promedio que solemos tener los seres humanos
vivos. Sin embargo eso no sucedió. Tal vez fue un milagro, o
quizá simplemente no la escucharon. Pero quedé con las ganas
de saber para que se emplearía ese dato, la velocidad de
enfriamiento, en la evolución de ese escrutinio.

Hace unos cuantos años, con precisión en 1972, el


gobierno de facto del General Alejandro Agustín Lanusse
contaba con la colaboración vaya a saberse en qué condiciones
de contratación, de un personaje que desde la Alianza
Nacionalista hasta los servicios de inteligencia israelíes, supo
interpretar la importancia de las operaciones de opinión frente a
cámara. Por entonces su misión era desacreditar a Perón ante la
inminencia de su regreso. Una decena de años después, ya con
el muñeco mediático archireconocido por las audiencias,
Guillermo Patricio Kelly volvió por sus fueros y, en esta
oportunidad, realizando operaciones que insinuaban las
relaciones entre el peronismo, los sindicatos, la mafia y las
organizaciones súcubas del proceso militar.

El mecanismo de Kelly es del tercer tipo de


sobreinformación.

¿Qué tiene que ver Lorenzo Miguel con Aníbal Gordon? –


le inquiere Bernardo Neustadt – Aclare Guillermo por favor.

La respuesta no llega, tal vez porque no la haya, o porque


no es conveniente. En su lugar Kelly incorpora un nuevo
nombre, un personaje, pero en él, sin que haya afirmación de
nada queda respondida la pregunta afirmativamente.

Pregúntele a la mucama de Gordon, hable con el


secretario de Miguel y que le diga a quien va a visitar todos los
jueves a su oficina de la calle La Rioja.

Neustadt no repregunta, y la historia sigue un curso con


música de intriga, pero que sólo quiere lo que consigue:
continuar sosteniendo el clima anímico de la sospecha. Ningún
conocimiento, ninguna letra de una nueva denuncia, sólo su
música y su emoción.

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El destino original de la actividad de prensa era el


ciudadano.
90
El ciudadano: esa indeterminación, ese modelo utópico,
ese colectivo-individuo que producía el fenómeno que se
constituye en el lugar sin lugar y sin tiempo en donde el
periodismo debe alojar el resultado de su trabajo. Para eso
trabajamos, a eso nos debemos. Lo llaman opinión pública. Es
un sitio.

Hubo un instante que se prolongó hasta el presente, en el


que se dio una terrible confusión. Una confusión que resultó ser
una de las dos grandes confusiones del periodismo. Pero de eso
les diré unas líneas adelante. Sólo anticipo que esa confusión es
la de creer que opinión pública y audiencias son la misma cosa.

La audiencia.

Esos condenados melindrosos, volubles, ignorantes…y


deseables.

Bien. El periodismo actual, quizá como nunca en toda la


historia de occidente, se resigna al sometimiento de los
caprichosos y variables humores y apetitos que se le asignan a
las audiencias.

Lo que nos interesa aquí es destacar que esa pleitesía


rendida, y ese plusvalor asignado a las audiencias han
provocado más y más deformaciones al perfil profesional del
periodismo que las transformaciones naturales que se le asignan
a la aparición de nuevas tecnologías de la información.

¿Cómo? Sencillo, la cuestión de las audiencias ha sido


gradualmente una cuestión de número mucho más que una
cuestión de tipo o calidad de público. Sobre todo cuando las
publicidades de productos de consumo masivo ocuparon
centralmente las pautas de los medios. No importa si después
esto ha sufrido variaciones haciendo que no necesariamente el
número de las audiencias determinara el ingreso de la pauta
publicitaria. Lo que importa es que, en rigor, las audiencias son
valuadas por su número. El raiting, las mediciones diarias de
audiencia y las mediciones de circulación se mueven
indefectiblemente bajo ese patrón. De esta verdad de Perogrullo
salto a la cuestión que importa aún más: el pasaje del
periodismo a género mediático.

En efecto, el funcionamiento del periodismo dentro de los


medios en estas condiciones de competitividad que propone el
modelo de los ratings, ha convertido al periodismo, que fuera
91
garantía del derecho a la información, en una secuencia más de
programación y, en consecuencia, en un producto sujeto a las
mismas reglas productivas que el resto de los productos de la
industria cultural. Nada debe extrañarnos dado que los ideólogos
patólogos del modelo del capitalismo tardío han festejado este
poder homogeneizador del sistema que extremó esta
característica al terreno de la salud y de la educación.

Es en esta nueva naturaleza entonces que el periodismo


sufre tan poderosa mutación. Los horóscopos y las recetas de
cocina, las clases de tai chi chuang y los chismes del ambiente
conviven en el hacinamiento de la pauta con los cada vez más
anodinos panoramas internacionales y las noticias de la agenda
diaria, con la información política sin cultura política y las
crónicas cotidianas.

El número manda la tarea de sincretizar. Se supone que


hay público para la información. Se supone que hay público para
el entretenimiento. Se supone que yo puedo reunir ambos
públicos frente a la pantalla del noticiero si reúno los contenidos
que los convierten en audiencia. Así mejoro el número.

De igual forma las telenovelas y los programas


declaradamente de entretenimiento invaden el terreno de la
actualidad logrando (o al menos intentando lograr) concitar la
atención de las audiencias que gustan de los modelos
informativos. Es el número, una vez más.

El periodismo tuvo, dentro de su propio catálogo de


géneros, formas en donde se complacieran los gustos por lo
literario y se recrearan las emociones y el sentido de la estética,
pero siempre fue desde sí. Las aguafuertes y los relatos de
enviados especiales, el humor satírico, y las amplitudes que para
el arte de la narración brindara el reportaje, permitieron
desarrollar brillantemente ese requerimiento. Curiosamente, el
sincretismo forzado por asuntos del mercado, debilitó
fuertemente esta condición quitándole al perfil periodístico
mucho de la exquisita veta literaria que tanto enriqueciera la
profesión. Tal posibilidad fue reemplazada por las inclusiones en
el modelo magazín de tartas de alcauciles y técnicas de
quiromancia.

Peor aún es el hecho de que tal renunciamiento no


significó la dedicación del periodismo a profundizar su tarea
sobre los hechos. Ese relato también se envileció cargándose de
formalismos y solemnidades rematadas en insufribles lugares

92
comunes, o bien trocando el proverbial cinismo adjudicado al
carácter periodístico en la más ramplona de las hipocresías.

Esta resignación permitió invasiones sobre la profesión


que de otra forma jamás se hubiesen producido.

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Georgina está envuelta en una bandera. Es un mástil


móvil, o un Clemente sin el pañuelo de los cuatro nudos. Está
enojada por la incautación de fondos que el Estado Nacional le
propició a los ahorristas argentinos y que el mundo conociera
con el nombre de “corralito”.

Putea. Georgina hace un editorial de indignación y


solidaridad con su audiencia de ahorristas con la simplicidad de
la puteada. No podría hacer otro. No tiene idea del millar de
cosas que podrían decirse de ese invento de Cavallo que lo
sobrevivió más de un año. Pero hace lo que puede creyendo que
es lo que debe. No imagino que sus colaboradores directos
puedan superar esa media, de manera que eso es lo que hay
para hacer y se hace.

Georgina cree que está obligada con su público y está


convencida además de que no hacer “alguna cosa” ante un
hecho de tal envergadura y sensibilidad social la pone a riesgo
de una indiferencia que pudiese ser juzgada como traición y
connivencia con el poder.

Y tiene razón.

Poca.

También culpa.

También poca. Porque no ha sido sino esa metastásica


demagogia de los medios, de la que ella es sólo un capítulo
menor, la que ha formado a unas audiencias ávidas de
definiciones por parte de todos los miembros de la gran trouppe
mediática.

Las ingeniosas opiniones del tipo de las de Moria Casán


sobre los modelos familiares, la sociedad y el Estado, matizadas
con tópicos de psicología, meditación trascendental y
sexualidad, han ido formateando la costumbre de esas
93
audiencias de autorizar como válida y reputada cualquier
opinión que de esa pantalla surja.

Esto se vio germinal y brutalmente durante el octenio del


proceso cívico militar 76/83 en la Argentina. Casi diría que allí
adquirió su modelo terminado y definitivo. Es la cultura de las
dictaduras, la que debe reemplazar a la otra cultura, la que está
sometida y acallada por la dictadura.

Por entonces las apariciones en los programas de la


primera tarde marcaban el raport de lo que era en particular la
televisión y en general los medios desde el punto de vista
funcional en esos tiempos fatídicos. Las incursiones de artistas
de varietté y sus opiniones sobre lo que fuere, se acendraban en
los horarios “reflexivos” en los que la oportunidad de la noche de
Neustadt nos ofrecía las opiniones laudatorias del cardiólogo
Favaloro sobre la ejemplar figura histórica de “Yivadavia”. Esa
era la máxima altura del pensamiento.

No quiero ahorrarme el golpear. Pero si bien golpeo en lo


blando, no golpeo en lo bajo. Yo no rompí las reglas y me siento
en derecho de jugar con las mismas que se me impusieron en
ese tiempo. Mientras esas voces se oían para decir sus
naderías, miles de nombres que hoy no conocemos eran
tragados por el silencio de las cámaras de tortura. Nombres que
pudimos haber conocido, que tal vez tenían un destino para
ofrecerle al destino de todos. Nunca lo sabremos.

Como en la secuencia interrupta de la programación, los


periodistas, el periodismo y lo otro que hay, son latidos del
mismo corazón, Georgina, la periodista embanderada, ha hecho
su editorial evitándonos todo pensamiento posible y
consagrando la sensación generalizada.

Para que sea como vos sentís gorda, que pasa a ser la
verdad, porque los buenos nunca se equivocan gorda…y vos y
yo somos de los buenos….¿entendés?

Después, un poco después, Georgina debería pasearse


por los sets de todos los programas constructores de la realidad
para dar la cara por un contrato de 46.000 pesos, lacerada por
los filos de la superficialidad con que se hacen las cosas que ella
hace. La ignorancia, la inocencia o la boludes. Tres puertas para
un posible escape.

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94
Los hechos de diciembre de 2001 en la Argentina
han dejado al descubierto muchos de los actos reflejos del
sistema mediático que aquí se comentan.

Los acontecimientos, cuando superan la media de


la previsibilidad, es decir cuando son realmente acontecimientos
también afectan los modos del relato. Un balbuceo que fue
desde la comprensiva legitimidad hasta el patetismo recorrió
toda la línea de la producción informativa en las jornadas finales
de ese diciembre.

De eso ya hablaremos. Pero debemos detenernos


en este punto para descubrir un recurso sintomático: la
apelación a las emociones para cubrir el bache informativo que,
ineludiblemente, resulta del carácter inédito y sorpresivo de los
acontecimientos.

Digo acto reflejo con la intención de brindar una


primera impresión destacando cierto automatismo que existe en
las respuestas profesionales ante los hechos y la necesidad de
su relato. Pero más ajustado sería decir “último recurso” puesto
que la identidad del acontecimiento, su inedición, inhiben la
utilización de patrones de producción probados, esas conductas
afiatadas que dan como resultado una “noticia”. Cuando ninguna
de las herramientas conocidas sirve para contar ese peculiar
suceso (puesto que en realidad su novedad, su carácter original
lo torna incomprensible) el último recurso es la apelación a la
descripción de las emociones que atraviesan la realidad que se
intenta narrar.

¿Por qué? Por dos razones.

En primer lugar la descripción de las emociones


carece de compromiso con la precisión. El mismo marco emotivo
que se describe habilita cualquier desproporción, pues quien
narra es sujeto y objeto de ese marco. Por cierto que también
estos permisos se extienden al manejo del “arte”, de la “retórica”,
siendo que la emotividad faculta por sí a la más libre de las
estéticas.

En segundo lugar, dados estos permisos, se tiene


terreno abierto para la utilización de modos ya probados de
hacer esa descripción. Ya hemos corrido jadeantes delante de la
cámara, ya hemos quebrado la voz en el relato, ya hemos
escrito frases poderosas montadas sobre caprichosas columnas
95
de adjetivos. Ya hemos sido obscenos con las imágenes y con
las palabras. Lo hemos hecho corriendo detrás de un operativo
policial, en una toma de rehenes o en la tranquilidad relativa de
una sala de edición.

La emoción es incuestionable, corre con esa


ventaja, nos protege con esa ventaja.

En diciembre de 2001 un gobierno enclenque se


derrumbaba desde su propia impotencia. Sus últimas torpezas
volcaron a la calle el caldero de postergación y miseria, de
desconcierto y alienación que los diez años finales de la política
argentina habían preparado. Una parte del periodismo testimonió
como pudo los sucesos con una valentía que no fue
debidamente reconocida. Estuvo en las calles, rodeado de
verdades manifiestas con la violencia con la que suelen
manifestarse las verdades. Corridas, balas, sangre, muertos,
apaleados, represión y más violencia, gritaron su existencia en
las cámaras, en las descripciones fotográficas y en las
transmisiones en directo.

Otro periodismo, menos arriesgado, decidió que


eso sólo era lo que había que contar.

De explicar nada.

Mejor era que hablasen la emociones.

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Me había tomado vacaciones. Trabajaba en el servicio


informativo de Splendid. Casi promediaba la década del 80.
Regresé imaginando que debía ponerme al tanto del acontecer.
Suponía que medir el día a día me iba a reclamar una atención
especial a los hechos de las 15 jornadas de sol impensado que,
con la precisión de lo imprevisible, fueron menos jornadas y
menos sol que lo pensado.

Pero me pasó lo que ya he dicho dice Rodríguez (Silvio):


“Hoy leí la prensa, me pareció que ayer decía lo mismo.”

Me pasó que había pasado del hecho de que nada había


pasado. La órbita de esa quincena se había dibujado sin ningún
sobresalto, con la misma carga de azar y de aventura que puede
esperarse del derrotero de un caballo de calesita. Me pasó, lisa y
96
llanamente, que cada ladrillo del escenario de la realidad que
había dejado antes del bronceador (por entonces aceite de coco
con yodo) reaparecía ante mis ojos con la plenitud del suceso,
sin que nada hubiera sucedido, o para mejor exponer, sin que
algo hubiese sucedido.

Pasaron años hasta descubrir que ese efecto, esa ilusión,


estaban comprendidos y movidos por un deseo.

Nos sentamos frente a la televisión a la hora del noticiero,


ojeamos superficial o distraídamente el diario, prestamos una
atención módica a la radio y con todo ello completamos la
sensación, más o menos sentida, de que estamos informados.

Jamás hemos reparado en el hecho de que la inmensa


mayoría de las noticias consumidas poco o nada tiene que ver
con nosotros. Ni en lo vivencial ni en la experiencia esos asuntos
nos aluden, nos referencian. Hemos olvidado que un saber como
el saber sobre el hoy, eso que llamamos actualidad, debería
estar ordenado a una toma de posición, a una formación de
opinión, a una disponibilidad de la conducta. No obstante la
mayoría de los hechos que sustancian la agenda periodística,
con sus formas y su manera de producir, se nos presentan sin
otra razón que la de haber sucedido. Y lo aceptamos.

Y un tipo cultural como el que pretendemos ser, como el


que suponemos que somos en nuestra condición posmoderna,
un tipo que vive encogiéndose de hombros ante cada latido de
su época, un ser que se jacta de su desinterés y sus anestesias,
contra lo esperable, contra todo lo esperable, se sienta a
contemplar el día que le construyen lo medios y a vivir la
sugestión de ese relato como si se tratase de su presente.

Y al no tratarse de lo que pasa, al no ser el presente de lo


que se trata sino de lo que se me hace presente a través de los
medios, hago con el aporte del “grano de arena” de mi anuencia,
la consagración colectiva del desierto mundo de la actualidad.

------------------------------------------

Leyó en algún lugar que el tamaño del cerebro de


los hombres era mayor que el de las mujeres. Había discutido el
asunto con Lidia hasta que a ella se le ocurrió recordarle la
inconveniencia que significaba para él hablar de cualquier
asunto que se vinculase con el tamaño.
97
Esa mañana, mientras se clavaba las rigurosas dos
medialunas de grasa dedicó esos pocos minutos de atragante a
ejercitar el músculo del interés por “la información”. Era una cosa
de todos las mañanas como la mañana esa, un ponerse en
forma para las conversaciones fugaces e intrascendentes con
las que se matizaba un trabajo empelotante y pletórico de
frustración.

En el rincón de abajo, a la izquierda del diario leyó


que el cerebro de las mujeres tenían una mayor número de
circunvalaciones y que tal registro, dado que en esos vericuetos
se alojaban las funciones del “bocho”, implicaba una mayor
capacidad por parte del “sexo débil”. Lo de “sexo débil” le trajo a
la memoria, por extrapolación, la imagen de las piernas de Inés,
con quien había ya decidido emprender la charla de alto
contenido científico a la espera de una mejor fortuna que la
obtenida en sus arrestos anteriores.

Entre el tercero y el noveno piso, en el ascensor, a


las puertas del delirio diario, trató de recordar los datos básicos
con los cuales argüir a la hora del abordaje. Universidad, creyó
que de Massachussets y si no lo mismo, grupo de
investigadores, muestra sobre 300 casos…en fin, lo usual.

Tenía dos verdades de periodismo de divulgación científica.


Una la del mayor volumen del cerebromasculino, la otra la de
una superficie más trabajada, más rica y compleja en el
cerebrofemenino. Cerebrofemenino y cerebromasculino, dos
herramientas en la lucha de los géneros por la supremacía de la
inteligencia.

No. No era eso. Se trataba de un asuntillo bueno para seguir


jugando disputas de patio de recreo, entre los miedos a lo
desconocido de las nenas y el irrefrenable deseo de sumergirse
en ese desconocido.

Pisó las alfombras del aburrimiento con una serena certeza:


igual que sucedió aquella vez de la noticia respecto de carácter
preventivo que la masturbación sobre el cáncer de próstata, esta
noticia sobre las rayas del bocho de las féminas ya debía haber
corrido en el comentario de apertura por toda la oficina.

De pronto, llegando por el pasillo a la altura de los botellones


de agua recordó una cosa que alguna vez le había dicho
Javiercito, su hijo mayor, estudiante universitario de
comunicación. Era algo de un tipo bastante capo, un tal Mac
98
Laughin, o Mc Cartney o Mac Luhan: “Los medios son incapaces
de hacerte pensar de una determinada manera sobre una
determinada cosa. Pero son infalibles a la hora de hacerte
pensar sobre determinada cosa.

Frunció el ceño y mirando hacia abajo al estilo George


Clooney tiró sobre la mesa de Inés…- ¿En que lugar de ese
intrincado laberinto que tenés en esa hermosa cabecita está el
lugar de tus planes para esta noche?

Inés rió con la serenidad y la comprensión de quien lee


habitualmente los diarios.

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.

Se espectaculariza, se carga de apelaciones a las


emociones para que podamos vincularnos desde ese lugar a
temas que nada tienen para decirle a nuestras vidas.

Y nuestras vidas transcurren sin poder abstenerse de las


historias dibujadas en esas pantallas.

Y mientras la intrascendencia sube a escena a desplegar


sus bengalas y la realidad más dura, en contrapartida, se
banaliza para que proceda más confusamente digerible, como
esos guisos cuya composición resulta inconfesable, los
productores mediáticos corren inexorablemente hacia la última
etapa de la espectacularización y la banalización de las noticias:
la dramatización.

Se ven.

Cierto es que la estética de la puesta debe tener


correspondencia con el contenido. La cara que da la noticia del
incendio debe estar encendida del rubor de la tragedia. Pero la
última fase de la espectacularización, la última etapa de la
puesta trae otras representaciones fisgonómicas por parte de los
presentadores de noticias.

La dramatización exige más que la adecuación de un


rostro a una enunciación de datos. Ya no alcanza con serio para
serio, distendido para nota color. La dramatización exige la
formulación de un personaje que construya la confianza. Así, el
presentador de noticias debe dar las formas de lo que raramente
es: inteligente.
99
Como el mosquetero que Depardieu hace en “El hombre
de la máscara de hierro”, todo hace suponer en ese rostro
concentrado el momento previo al nacimiento de una intuición,
de un pensamiento revelador, de la observación de una epifanía
pero, al igual que en la película, puede que se trate sólo de
gases.

Se ven. Véanlos.

------------------------------------------

Ya dije que los periodistas, los productores y en general


cualquiera que participe del ambiente de las redacciones,
supone a las audiencias.

Bien digo supone, puesto que se trata de un supuesto


imprescindible para poder hacer lo que se hace con una firme
base de convencimiento.

Entre los componentes de imagen clásica de esas


audiencias supuestas está el de lo que “la gente quiere”.

Una idea estereotipada de un espectador agotado y


abúlico, apoltronado en una sala imaginaria de su casa frente al
televisor en el final del día puede bien ser la de las audiencias de
los telediarios de la noche.

Ese prototipo de mirador imaginado desea que la


información le llegue sin demanda de esfuerzo, pero no sólo eso,
quiere adicionalmente que la propia información se le presente
de una manera “entretenida”, una manera que le permita
enterarse de los asuntos principales de la agenda del día sin ser
sujeto de la tentación de mirar otra cosa.

Estas representaciones de las audiencias, confesadas


abiertamente por las producciones de programas de noticias,
obligan a la confección de adicionales a la hora de la
construcción de ese relato de la realidad que llamamos noticias.
Esos adicionales tienen que ver con la forma, una forma que
debe ser ergonómica, amable, viable, entretenida.

Sean o no las audiencias como se las supone, hasta


aquí la presencia de tales adicionales resultan absolutamente
razonables. No puede pretenderse, en el afán de rigor y
100
seriedad, que la construcción de esos relatos de la actualidad
deban ser formalmente insípidos e indigeribles. Pero una
cuestión muy otra a la de producir relatos noticiosos con
adicionales entretenidos, es la de concebir (como se concibe) a
la noticia como entretenimiento.

La lógica del entretenimiento no es la lógica de la noticia


por lo que de ninguna manera puede regir las modalidades de su
realización.

La aceptación de una regla como esa, la de la aplicación


de la lógica del entretenimiento como la lógica productiva de la
información periodística implica la concepción del periodismo
como entretenimiento, como parte del “tiempo libre”.

Claro que periodismo en esencia no tiene esa misión.


Pero claro que si la tiene hoy día. Claro que la ha asumido
como una novedad. En aceptarse como entretenimiento se ha
ocupado el periodismo más que en optimizar las técnicas de
nuevos relatos que las disponibilidades tecnológicas le han ido
posibilitando.

Cuando CQC fuera nominado, y creo que premiado


(realmente no interesa) con el Martín Fierro, se lo hizo en el
rubro “Programa periodístico de televisión”. Tal mirada del
periodismo de espectáculos sobre el periodismo televisivo no se
advirtió públicamente sino tiempo después, a raíz de un
incidente en el que uno los noteros del programa estudiantil de
Pergolini, de apellido Malnatti, fuera atemorizado física e
intelectualmente en Tucumán por un represor de la dictadura
conchabado como custodio local del ex presidente Menem.

No el hecho, sino la propia confesión del notero en otro


programa de espectáculos produjo la revelación. Malnatti se
manifestó sorprendido ante la agresión puesto que le resultaba
inconcebible que se la “agarraran” con ellos “que sólo hacían un
programa humorístico”.

Nunca quedó claro si Malnatti consideraba lógico o


necesario que los tipejos que acostumbran a amenazar y agredir
lo hicieran sobre el periodismo político, por ejemplo, ni tampoco
si su sorpresa obedecía a alguna suposición suya, fundada
quizá en alguna creencia profunda, de que quienes no se
detuvieron ante mujeres, bebés y ancianos, deberían hacerlo
ante el humor. Algo así como que las fieras, esas fieras, tenían
en el humor la música que los apaciguara. Perdóneseme el

101
chiste estúpido, pero esté claro que hablamos de estúpidos y de
humor, y esta es la única intolerancia que me permito.

------------------------------------------

Si la lógica del entretenimiento se convierte en la lógica


productiva del periodismo, si la aplicación de lo que produce ese
sistema se dedica a ocupar el tiempo libre, si la noticia es un
producto cuyo destino es el de ser consumido, no queda lugar
para una función que el periodismo estimaba su propia razón de
ser, como lo es la de relatar y componer la organización de
sentido que la realidad social produce, contar historias, medir
humores y explicitarlos, sondear todas las manifestaciones
posibles de ese presente público que llamamos actualidad.

En el nuevo rol, el periodismo puede hacer lo que quiera


con los datos ofrecidos por el magma de la realidad. Puede por
ejemplo, jerarquizar, elevar la presunción de importancia por
medio de una escenificación asuntos que realmente carecen de
toda importancia. Porque la cuestión de fondo, la cuestión que
mueve la nueva lógica, le dicta una nueva valoración de su
hacer. El “hecho” y sus investiduras espectaculares deben
completar la intensidad suficiente para llegar a ser “noticia”,
producto mediático de rápido y fácil consumo.

Fíjense que, deliberadamente, no digo aquí que tal


posibilidad, tal “amoralidad” si se la juzga en términos de una
ética pasada, como la que significaría poner en calidad de
noticia importante un asunto menor y baladí, constituye una
puerta abierta a matizadas y variadas formas de manipulación.
No hago preliminarmente esta mención no por temor a la
obviedad, ya que la magnitud del riesgo bien vale la mención. Lo
que pretendo que se entienda es que independientemente del
fin político que cualquiera de estas acciones puede implicar,
desde el arranque, desde el origen, el verdadero desorden lo
constituye el reemplazo de la lógica del entretenimiento por la
lógica de la información.

------------------------------------------

La belleza de Nina está destinada a no ser vista. La


tapa de Noticias se ha encargado de ponerla en esa posición.
Baños de insidia ensucian lo que Nina tal vez no sea, pero que
102
se haya en la mayoría de las mujeres que ella no está en lugar
de representar.

Pose de modelo, evidencia de bombacha en el


fondo de un callejón que abren sus piernas, rostro cargado de
etnias poderosas y de cansancios profundos. Todo al servicio de
la leyenda de venta que la portada de esa revista ha decidido
poner a consumo de quiosco: La Evita Piquetera.

Adentro, la nota es sólo más inmunda, apenas una


diferencia de grado que le da la extensión. Pero en sustancia la
nota de ese otro Wiñaski es profundamente racista, ejerce un
caracterizado desprecio por las clases bajas de la Argentina que
se sustancia en igual sentimiento acompañado de temor que es
el temperamento que las clases medias tienen para con ellas.

El destino de la publicación es la burla, no para con


Nina, sino para con todos los aindiados que la década del 90
fabricó con “el modelo productivo reconvertido”. La víctima y su
degradación ahora se arman como mono de circo.

¿Qué es lo que importa detectar mientras se


controla la náusea? Respuesta: La forma.

La nota y sus porquerías son, casi paradójicamente, de


fácil lectura. Unos recuadros ilustradores que refieren un “kit
piquetero” que va desde un termo y un mate hasta una capa de
lluvia, recuerdan la didáctica del “Billiquen”. Los epígrafes que
revelan los huesos grandes del reporte son efecto puro. La saga
fotográfica abunda los mismos escarnios que la imagen de la
tapa. Lo que podríamos llamar, sin temor, una nota entretenida.

Pero más. Mucho más. Se trata de una nota prohijada


bajo la lógica del entretenimiento. La mayoría de los asuntos allí
dichos pesan demasiado. Prácticamente Nina desnuda
vocaciones conspirativas contra todo el orden institucional.
Amenaza a todo aquel que quiera ver el gesto. Pero la graciosa
nota se recorre sin el horror de lo que puede significar. Las
entretenidas páginas se sobrevuelan con la fluidez con las que
se suelen atacar las notas de las revistas de sociedad que
atestan las mesas de vidrio de las peluquerías.

Una muestra de racismo y una amenaza institucional


digerida por las maquillantes tintas del nuevo periodismo.

103
104
Capítulo Tercero

Del Dios que todo lo ve al Dios que todo lo


hace

(La voluntad constructiva de la realidad)

“Una noche hubo una fiesta en palacio, y fue un


hombre y se prosternó ante el príncipe. Todos los invitados lo
miraron y vieron que le faltaba uno de los ojos y que la cuenca
vacía sangraba.
El príncipe le preguntó:
– ¿Qué te ha sucedido?
Y el hombre respondió:
– ¡Oh! príncipe, soy un ladrón profesional y esta noche, al ver que
no había luna, fui a robar a la casa de un cambista. Cuando
entraba por la ventana, me equivoqué y entré en el taller de un
tejedor. En la oscuridad tropecé con el telar, que me arrancó el
ojo. Y ahora, oh príncipe vengo a pedir justicia contra el tejedor.
Entonces el príncipe mandó a llamar al tejedor, y cuando
lo tuvo delante ordenó que le arrancasen uno de sus ojos.

-Oh príncipe- dijo el tejedor- tu orden ha sido justa.


Está bien que me hayas hecho arrancar uno de los ojos pero,
desgraciadamente, mis dos ojos me eran necesarios para poder
ver la tela que tejo. Tengo un vecino que es zapatero remendón
y posee también los dos ojos, y para su oficio no necesita los
dos ojos.

Entonces el príncipe mandó llamar al zapatero. Y


cuando se presentó le fue arrancado un ojo.
Y así se hizo justicia.

El Loco. Gibrán Khalil Gibrán

En 2002 hice pública, con consecuencia y repercusión de


escasa a nula, una crítica al sentido (o a la falta de sentido) de la
publicación de encuestas preelectorales.

105
Pensaba yo que nadie me acusaría de exageración ni de
excesos en la evaluación si me dedicaba a mostrar como los
procesos preelectorales se convertían en un infierno de
especulaciones, timba con escenario en los medios y
operaciones tan siniestras como vergonzosas.

Pero aún si los sacerdotes de esa “libertad”, la libertad de


publicar encuestas preelectorales negaran la evidencia de
candidatos inflados para “transferir” por miedo la voluntad del
sufragio de un nombre a otro, aún cuando se desentendieran de
esa miserable acción sobre la de por sí famélica inteligencia del
electorado respecto de la magnitud de la instancia, creía yo que
no podrían refutar una verdad ineluctable: la publicación de esas
encuestas no tienen ninguna justificación.

Mi razonamiento sigue siendo el mismo. Si por


información entendemos aquello que sirva como elemento al
ciudadano para una eventual toma de decisiones, la
“información” de encuestas no es información, puesto que nada
aporta, nada incorpora al conocimiento ciudadano que le mejore
las posibilidades de ejercer su derecho.

La elección es, en sí, la encuesta inefable, nada ni


nadie tiene por qué adelantar su manifestación y su designio.

Las voluntades individuales que se expresan en una


elección democrática conforman el dibujo soberano de la
voluntad del conjunto, y establecen la pirámide de la
representatividad que sostiene a la República y que consolida el
contrato social. Esas voluntades individuales y el dibujo colectivo
resultante se alteran por la difusión de estas mediciones. Y
siendo así, esto significa que ciertos ciudadanos, y ciertos
grupos, entre los que incluyo a los medios, se encuentran con la
disposición de una herramienta adicional para ejercer poder
sobre el poder soberano del pueblo.

Y digo “sobre” pudiendo decir “contra”, puesto que lo que


importa reconocer es que esos ciudadanos y esos grupos no
pueden tener ese poder, en tanto que su sola posesión implica
un atentado contra el sistema democrático.

Siendo como es, que esas publicaciones resultan


prácticas actual y potencialmente antidemocráticas debería el
sistema proveer la legislación que proteja el derecho que
violenta. O no debería. Ya que no quiero que se me sindique en
el deseo de cercenar libertades, sean estas libertades de
106
porquería como la libertad de publicar encuestas de intención de
voto. Que no sea para que no se diga. No quiero que esos
miserables se me escapen con gritos histéricos y farsa de
escandalotes.

Quería yo, con estos dichos, aportar a que supiera el


pueblo que esas publicaciones son inmorales, que lucran con el
permiso que les otorga y garantiza el sistema contra el que
atentan, que operan para deformar la intelección de la realidad
que a duras penas tienen las personas de la compleja situación
en la que vivimos.

Pretendía, y aún pretendo que los sociólogos de las


encuestas sepan que su formación y su conocimiento tienen otro
destino, y que de ellos depende: El destino de darle
información e instrumentos a la política tras la utopía de que
la política sea alguna vez sociología aplicada, y no esta
basura de especulaciones que le da negocio a los lobbistas
de los medios y a las empresas encuestadoras.

Quien no que siga con esta inmundicia de ponerse al


servicio de la manipulación electoral, de las operaciones
mediáticas y la táctica de tramperas, en pos del dinero que se
genera en torno al poder y al marketing.

Adicionalmente los maldije.

Acabada la manifestación pública sin casi público advertí


inmediatamente algo que es lo que pretendo convocar aquí.

Tenía yo razón completa, o al menos una razón tomada


por el rabo y digna de ser zarandeada hasta que confesara su
verdadera naturaleza. No obstante en las pocas oportunidades
que pude menear esta cuestión en medios, un silencio
acompañado de miradas absortas hacía levitar en el vacío toda
posibilidad de discusión. Lo máximo que pude lograr fue que lo
dicho sobre la publicación de encuestas preelectorales se
considerara como un “curiosa apreciación”. Pero ni siquiera su
posibilidad de absurdo movilizó el tratamiento.

Cosa parecida sucedía (ya no tanto) con las advertencias


sobre los peligros que acarrea la economía agraria de la soja.

Una especie de campana de silencio rodea ciertos temas


y los inmoviliza, les impide ingresar a la “agenda” que resulta
ser algo así como la dimensión de la “realidad real”, una quinta
dimensión habitada por los hechos que son. Los hechos que
107
suceden sólo podrán ser, y únicamente, si la voluntad
constructiva de la realidad los habilita.

|Y he aquí la paradoja, la monumental paradoja que


estructura el argumento central del periodismo hegemónico.

------------------------------------------

Majul sigue abusando del dramatismo que su


incomodidad en la mayoría de las económicas entrevistas que
realiza le produce. Su propio patetismo (nunca sabré si cierto o
forzado) es una tinta demasiado abundante en su dibujo
televisivo.

Esta vez, el filo que tiene enfrente lo está lastimando de


verdad. Aníbal Fernández ha venido resultando el tipo más
peligroso para el sistema mediático. Imagino que más de un
pope de ese sistema espera que una denuncia termine de una
vez por todas con ese incordio.

Este Fernández sabe que su única posibilidad en la


escena mediática es romperla, marcar los tiempos, no cumplir
con lo que se espera de él. Por eso es que cuando Maximiliano
Montenegro, siendo colaborador de Lanata, exigido por el rol de
inquisidor intentó marcarle el camino de la norma en la
insustancialidad de una discusión televisada, Fernández se
dedicó a revisar su “palm”, pequeño ordenador digital. La
maquinita se ofreció a la escena, aparentemente, como un
auxilio a la memoria del funcionario, pero en realidad, se trató de
la ruptura de esa escena.

Por segundos que resultaron interminables para el


surfeante y liviano discurso de la tele, la cámara que tomaba a
Fernández debió conformarse con un primer plano de su
coronilla. Se tomo un tiempo que no te dan en la TV, un tiempo
de arrebato y lleno de su silencio, un silencio ofensivo para la
dinámica coloquial que se espera de esas entrevistas.
Maximiliano lo sufrió, lo sufrió el director de cámaras que no
sabía que cosas sostener en la pantalla, lo sufrió la
representación esforzada de esos programas que se empeñan
sin saber cómo en no ser un programa de radio televisado.

Pero el centro de atención puesto por Fernández,


dispuesto por la hipnosis de la cámara sobre su coronilla, se
consagró cuando Fernández comenzó a leer de su Palm en voz
108
alta y pausada, cuando encontró lo que buscaba o cuando quiso,
qué más da. Porque fue entonces cuando lo imprevisible (porque
esas cosas no se hacen) hizo irrumpir en el marco de lo
previsible un color cercano a la sorpresa.

En un tipo de relato en el que debe uno andarse con


cuidado y al mismo tiempo con velocidad como es este relato de
la televisión, una duda, una demora, una palabra que no acude
se computa fatal. Los “pensadores rápidos de los que habla
Pierre Bourdieu, superan en los sets a las verdaderas
inteligencias sólo por esa razón y por esa dogmática de la
pantalla chica. Pues bien, contra ese precepto, el hereje de la
“palm” impuso el terror. El terror de romper las reglas, de patear
el escenario, de disponer de lo que no te dan para que
dispongas.

En la puesta de la televisión, que sirve de paradigma para


toda puesta de medios, lo que se hace es ritualizar un relato.
Cuando el político se pone en el banquillo la letra del juicio
resulta ser lo de menos. Es curioso y hasta patético observar
esos rostros ansiosos aguardando que sus decires los liberen de
una condena que ya está prevista de antemano, que tiene
carácter de inexorable e irrevocable pues se encuentra inscripta
en la misma disposición de la escena.

Si. Se trata de un rito en el que el periodista es incisivo y el


político es culpable o simplemente “no inocente de algo”.
Después podrían bien estar charlando de fútbol o de ganchillo
que en tanto se sostenga el tono y las formas resultaría
exactamente igual.

Por eso fue que esa noche Majul tropezó con las sogas que
suben y bajan los telones. Aníbal Fernández le gritaba, le
imputaba hacer ostentación de verdades absolutas respecto del
tema de la inseguridad y de estar desinformado deliberada o
indeliberadamente, pero en cualquier caso irresponsablemente.
Majul apeló al paupérrimo “la gente piensa” un recurso de
boxeador grogy que tantea el aire en búsqueda del auxilio de las
cuerdas. Fernández le había encontrado demasiado
rápidamente la mandíbula. Claro que Majul nunca fue bueno en
estas lides y por cierto que viene recibiendo últimamente
demasiado castigo. Pero en cualquier caso lo que importa aquí
es el ejemplo ilustrador que se constituyó patente esa noche de
domingo.

Al “la gente piensa” Fernández lo neutralizó con


esas verdades que ningún político se anima a utilizar: - La gente
109
piensa en función de lo que usted informa, de lo que usted dice
saber, de sus verdades absolutas. Pero aquí hay otros datos que
también podrían hacer pensar y sentir a la gente.-

Majul creyó que Fernández se había inmolado, por eso tiró la


mano izquierda en directo, claro que sin dar el paso al frente, por
lo que le salió un jabb con la consistencia de un merengue. –
Ministro, ministro, los periodistas no inventamos la inseguridad,
las cosas pasan, los hechos no los inventamos los periodistas.-

Ahí está, la verdad de última instancia. Los periodistas no


“inventan” la realidad, la transmiten. La llevan a su hogar en
servicio delibery. Acá está, señora-señor, esta cosa cierta que le
recortamos del acontecer global igual que el rotisero le corta un
muslo del pollo global que todavía gira en el espiedo de la
rotisería.

El periodismo agónico padece malamente de este increíble


descubrimiento. Digo una vez más que nunca podrá ser la
última: los periodistas somos constructores de relatos.

Pero el periodismo hegemónico necesita que eso no sea así.


El periodismo hegemónico necesita que las audiencias vivan
estos productos como certidumbres absolutas, como verdades
incontrastables, como hechos perfectos, indubitables e
incuestionables.

Necesita indefectiblemente que se vivan como realidad


absoluta lo que es virtualidad relativa, su construcción, porque
de lo contrario, no podría seguir ejerciendo su voluntad
constructiva de esa realidad.

Toda una paradoja.

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Al haber voluntad, un hacer tan subjetivo como el de la


construcción de un relato, se convierte en una operación. Para
ser más preciso se trata de más de una forma de operación. No
es que los recursos sean innumerables, pero hasta en esto se
ha vuelto mezquino el periodismo hegemónico, solo utiliza una
escasa media docena de esos recursos.

El más común es el de la inversión del orden de la


información.
110
Una veintena de datos hacen a una noticia. Todos deberían
confluir al cumplimiento de las preguntas básicas que el
periodismo ha clavado en el frontispicio de su fatua catedral:
“Qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué.” Este listado
parece más una regla nemotécnica que un procedimiento
narrativo, aún cuando sea las dos cosas.

Más siendo las dos cosas, sus precisiones deberían estar


sino contenidas, al menos protegidas en el título de la
información. Pues esto no sucede hoy. Y no sucede de varias
maneras.

Como ovejas arriadas por unos necios pero pertinaces perros


pastores, la veintena de datos que hacen a la noticia son
acorralados en la necesidad del título. Si lo que hace falta es un
caso de “acoso sexual”, cada dato-oveja que pueda por
ambigüedad o imprecisión alentar la sospecha es traído al frente
del corral, hacia la zona de la primera mirada del lector, oyente o
televidente. Por el contrario, los datos-ovejas que impongan
dudas sobre la veracidad del título deberán ser confinados a los
fondos del corral o directamente desalojados.

No hay que hacer ningún esfuerzo desmedido para


corroborar la utilización de este procedimiento a diario en
cualquier medio de comunicación.

Por gusto de extremos, voy a contar un caso extremo.

No voy dar precisiones innecesarias cuando mi interés en


este caso no es el escarnecimiento de nadie sino la
demostración de una mecánica de la distorsión bastante común
en los medios. Por otra parte quien quiera puede rastrear el caso
ya que su título y ubicación en el tiempo son datos suficientes y
le hará ahorro, al autor del desaguisado, suponer que tengo otro
deseo que el de mostrar un caso.

Lo cierto es que un diario regional norpatagónico asombró


una mañana de ese sur con el título “Hallan una tumba Nazi”.
Todo el ancho de la doble central sacudía con la noticia del
accidental hallazgo. Un copete escueto daba cuenta del
acontecimiento como consecuencia de un incendio de campos.
En el decurso de la nota, es decir del cuerpo
informativo completo, el lector recibía una interesante historia
referida a un aviador alemán que había tenido un accidente en el
lugar allá por el inicio de la década del veinte del siglo también
veinte, a consecuencia del cual se había erigido un monolito en
111
el sitio mencionado. El alemán, salvo del siniestro, volvió a su
país en donde unos diez años después se alistó en el ejército
(ignoramos con cuanta voluntad) por lo que participó de la
segunda guerra mundial, cosa que parece ser le pasaba a una
gran cantidad de alemanes por esos tiempos. La nota no decía
más.

En pocas palabras, un título que nos prometía tumba nazi,


nos había dejado en doble página sin tumba y sin nazi.

No se crea que este hecho pueda considerarse aislado.


Por el contrario se trata de una recurrencia. En los diarios
además, el riesgo se agudiza dado que infrecuentemente el
autor de la nota sea autor del título. A veces su título sugerido se
modifica en razón de estilo y otras por criterios de calidad. Esta
rutina de autores divergentes (el de la nota y el del título)
produce frecuentemente divorcio evidente entre ambos
contenidos.

Pero no quiero ni ser inocente ni dejar de remarcar la idea


de este apartado: lo que se hace es invertir el orden de la
noticia. Lo que se hace es tratar de justificar un título, no importa
la realidad a la que se refiera, no importa en cuanto se desvía de
los hechos, no importa que deja de resultado al “consumidor” de
la información porque la creencia es, y resulta una acertada
creencia, que de otra manera nadie leería la noticia.

------------------------------------------

El taxista escucha radio 10. Muchos taxistas escuchan radio


10. Trato de que eso no me moleste de la manera en que
habitualmente me molesta. Trato de entender, de ser honesto
conmigo. Trato de no buscar explicaciones que terminen
denostando a los taxistas.

Me conformo sabiendo que la frecuencia de esa radio le fue


prácticamente arrebatada a Radio Municipal por la gestión de
Carlos Menem y ratificada por un decreto de Fernando De la
Rúa. Sé cada historia complementaria a esa historia, como la
que da cuenta de la presión que el hechizado recibió para firmar
ese decreto de ratificación.

Igual nada me hace feliz, nadie calma este disgusto que


siento cuando subo a un taxi y escucho radio 10.

112
Me digo finalmente que esa frecuencia y la potencia con la
que esa radio emite (muy por encima de lo permitido por la ley)
explica porqué tanto taxista escucha radio 10. –Claro – me digo
– se escucha bien, la “agarras” en cualquier parte de la ciudad.
Esa es la razón.

No me creo. Sé que me miento, o que al menos digo la parte


de la verdad que menos me molesta.

Mientras doy por terminada esta discusión conmigo mismo,


en radio 10, la odiada radio 10, vienen las noticias.

El primer titular no me sorprende (Radio 10 será muy


escuchada pero ni me parece buena radio ni me sorprende)

– Preocupación en la Iglesia por la ola de secuestros y


violencia.-

Entrecierro los ojos para ver la reacción del tachero. Pero


este si apenas se mosquea. Ese es el segundo en el que
comienza la bajada, la ampliación de la noticia:

- Monseñor Bergoglio llamó a no desanimarse ante la ola de


secuestros y violencia.-

– Qué hijos de puta – dije más que como una exclamación


como una interpelación al taxista.-
– Eh? – respondió ofreciéndome su atención por el espejo
retrovisor.-
– Que radio hija de puta ésta. –escupí– Titula que hay
preocupación en la Iglesia por la Ola de violencia y
secuestros e, inmediatamente amplía diciendo que Bergoglio
llama a no desanimarse ante la ola de violencia y de
secuestros…
– Y sí – me devolvió con le mismo interés y la misma enjundia
que tienen los tenderos del Once – está todo muy jodido.-
No me gusta hablar desde el asiento trasero de los taxis.

Me enoja. Me tiré para atrás. Recordé que a Radio 10 no


solo la escuchan mucho los taxistas, sino también mucho en la
ciudad de Buenos Aires.

– Si – casi balbucié para mí – estamos rejodidos.

------------------------------------------

113
Hay una realidad a la vista y una realidad oculta. Voy a
decirlo mejor: la realidad tiene partes visibles a la vista, partes
invisibles y partes visibles ocultas.

El periodismo hegemónico cree que toda realidad es visible y


que la parte oculta de la realidad ha sido deliberadamente
ocultada. Pienso mejor que no es que lo crea sino que bien le
viene hacerlo creer.

Hay una teoría llamada conspirativa, consistente en el


postulado de que “alguien está haciendo algo mal y me está
perjudicando” que ha teñido las sensaciones de los sectores
medios en la Argentina. Esta teoría es sustento básico de una
parte del periodismo hegemónico, digamos del periodismo
progresista de los 90, pero poco a poco se ha venido corriendo
en el espectro y ya pasó a ser base de cualquier
posicionamiento ideológico del periodismo en general.

Pues bien, con esta idea de la visibilidad de la realidad y con


una teoría tan hecha carne en las clases medias, el único
periodismo posible para el periodismo hegemónico es el
periodismo de revelación. Esencialmente porque resulta el único
periodismo capaz de concitar la atención de las audiencias,
objetivo esencial para el periodismo contemporáneo como ya
dijimos.

El periodismo de revelación ha venido a suplantar al


periodismo de denuncia, muy rico en casos durante la última
década del siglo XX, en que los funcionarios y los periodistas
hacían “las delicias de grandes y chicos” como diría Adalberto
del Mar, personaje que Jorge Marchetti despliega en el
programa de Héctor Larrea. Los casos de coimas, tráfico de
influencias, presiones económicas, amenazas, se mezclaban
con escandalotes sexuales, acosos, orgías de buró,
sodomización administrativa y loterías clandestinas. Una
prodigalidad alimentada tanto por la obscenidad de la clase
política como por la fruición por la obscenidad de la clase
periodística.

No me reprochen y acepten lo que digo. Fueron años en los


que siempre importó más la nadería de los afeites presidenciales
y su farandulezca que la enajenación sistemática de los destinos
del país. El periodismo hegemónico fue capaz de aceptar los
argumentos de la nueva era, de la posmodernidad inexorable, de
la globalización tras la caída del muro, y solo “denunció” las
114
sombras chinescas que las manos de la entrega proyectaban
sobre la pantalla de la televisión.

Y más, ni siquiera fue capaz de dejar algún indicio, alguna


referencia para que se cumpla esa sandez tan festejada en
ciertos ambientes de que “el periodismo es la primera versión de
la historia”. Tan así que confundieron lo esencial. Creyeron que
el problema principal era la corrupción.

Lo digo así en otra parte:

“Los hacedores del golpe del 76 construyeron dos judíos. Un


Abel “subversivo” y un Caín defensor de la “forma de vida
occidental y cristiana”. Con la sangría de Abel y la alineación de
Caín abrieron el drama final de la Argentina. Ocuparon siempre
los lugares definitorios. Los Ministerios de Economía y los
Bancos, los líderes de la opinión mediática y los Bancos, las
consultoras mejor munidas de contactos internacionales y los
Bancos, los distractores profesionales y los Bancos.
Muerto Abel, y Caín en el exilio de la locura, el judío que se
venía era el político. Clase tamizada por la discriminación desde
el 30 hasta el 45, filtrada por la persecución desde el 55 hasta el
72 y asesinada, cooptada y vaciada desde el 76 hasta el 83. Lo
que quedó en la nómina es miserable si se lo compara con lo
que hubo en una generosa historia de la política nacional. Pero
de cualquier manera lo que quedó era molesto para los reales
sectores de poder, a menudo indescifrable y siempre objeto de
una operación de compra, convencimiento o directamente
eliminación.
La realidad política de la Argentina a partir del ‘83 fue para
este poder sin nombre una realidad fácilmente abordable. La
clase política, sobrevivientes casuales de la purga ejemplar,
estaba obnubilada con sus pujas menores: un radicalismo que
por una vez podía triunfar ante un rival que se había convertido
en su enemigo existencial, un peronismo que estaba tan seguro
del triunfo electoral que jugaba en su interna histórica todo el
destino del país.
Corromper un cuerpo muerto es relativamente fácil: se
aumenta la temperatura y la humedad, es decir se generan las
condiciones más adecuadas para que el proceso de corrupción
proceda y se tiene el éxito asegurado.
Conscientes de lo que pasaba en el mundo, diez años
después descubrieron que en realidad la política debía ser
desalojada. ¿Qué mejor que hacer visible lo que se había
conseguido a fuerza de gestión: la corrupción inveterada de la
clase política argentina? De manera que se pusieron en gestión
tomando y asociándose con los medios de comunicación en todo
115
y parte (una sinergia y simbiosis de adecuación natural) y se
lanzaron a la empresa final de terminar con la política. Para ello
se contaba con la colaboración inestimable e involuntaria del
“público” que en diez años había reemplazado la amansadora
mental de Neustadt y Grondona por la ensarta de clichés y
estereotipos de Gelblung y Rial, un aberretamiento sistemático
e imprescindible que condecía con la degradación en paralelo de
la clase política.
Pero además estaba “la gente”, “el público” como solía
llamarla Alsogaray, una facilidad adicional para la castración de
la historia. La gente. La gente.
(El Juego del Ahorcado. Del Autor. Corregidor. 2002)

------------------------------------------

Que lo importante sea, en el clima de las


redacciones, enemigo de lo bueno, parece ser una regla
productiva.

Si se presta la debida atención se observará como


los hechos se sobrevuelan sometidos a las urgencias del
sistema productivo.

Juan Jorge Faundes, periodista y escritor chileno, nos


ayuda con una introducción definitoria de la investigación en el
periodismo y del periodismo de investigación.

“Entiendo el Periodismo de Investigación como la


búsqueda y difusión de información acerca de sucesos con valor
periodístico (es decir: con grados considerables de
improbabilidad de ocurrencia del hecho, y de probabilidades
altas de impacto histórico y psicológico del mismo), eventos e
información que otros (individuos, grupos, empresas,
instituciones, organizaciones gubernamentales o no
gubernamentales, clases sociales o el sistema mismo en su
conjunto) mantienen ocultos y quieren impedir que sean
conocidos y difundidos en un ámbito social mayor que aquel
circuito de los que están enterados.

Es decir, la materia del Periodismo de Investigación, su


objeto, es la información oculta, reservada, secreta, y sus
fuentes, aquellas que están cerradas. Estas últimas
características (información oculta y fuentes cerradas)
diferencian al Periodismo de Investigación de cualquier otro tipo
de formas periodísticas, aunque sean de denuncia, pero que
116
trabajen con información socialmente disponible a través de
fuentes abiertas.

Esto no implica que el trabajo con información


socialmente disponible a través de fuentes abiertas no sea
investigativo: todo reportero, toda construcción de información
por medio de la interrelación de datos, variables y actores es una
práctica de investigación.

La investigación puede ser simple o compleja, superficial


o profunda, individual o colectiva, observante o participante,
tradicional o activa-participativa, usando fuentes abiertas o
cerradas. Pero sólo al hacer uso de este último tipo de fuentes
(que pueden ser personas, documentos, lugares, y en general
cualquier objeto orgánico, inorgánico, vivo, muerto, analógico,
digital, etc.) el trabajo se transforma en lo que se ha venido en
bautizar periodismo de investigación. Lo que no implica que el
Periodismo de Investigación trabaje exclusivamente con
información oculta. Necesariamente ha de usar todo tipo de
fuentes y todo tipo de datos. Pero los datos ocultos, el lograr la
apertura de fuentes cerradas, le dan el carácter propio. “

Instituciones, investigación, información oculta, fuentes


abiertas o cerradas, pueden todas estas instancias que se
mencionan ser el resultado del periodismo que reflexiona sobre
sí, pero indudablemente también da una referencia cierta sobre
la complejidad de una tarea. Una complejidad en búsqueda de
un resultado. Un resultado que no puede subsumirse a las
urgencias productivas.

No obstante, se sigue aduciendo que no hay peor noticia


que la que sale “tarde”, ni desecho más desechable que el diario
del día anterior, para justificar la escasa calidad de la
información que se publica.

Los segmentos informativos diarios se cobijan en sus


estructuras (minutos de policiales, de política, de economía, de
internacionales y de notas color preestablecidas de manera más
o menos rígida), así como también en los ítems más estables de
sus agendas (inseguridad, corrupción) para poder paliar esa falta
no solo de calidad sino de cantidad informativa posible de ser
producida en el marco de esas urgencias.

Cuando se reavivó el espíritu de generación del


Periodismo de Investigación en la Argentina, no faltaron quienes
confundieron de manera casi patética la naturaleza de este
117
periodismo. Creo que fue Lanata quien, como ejemplo,
manifestó a cámara que todo periodismo era periodismo de
investigación, ya que toda búsqueda informativa implicaba
necesariamente la tarea de la investigación. Aún cuando
Faundes hace innecesaria a esta altura una aclaración, prefiero
subrayar y aprovechar el subrayado para decir algo más.

Palmario es que toda tarea periodística requiere de


investigación. Tanto como decir que, si bien todo periodismo es
investigación periodística, no toda investigación periodística es
periodismo de investigación.

En esto también tienen que ver los tiempos, pero


esencialmente la modalidad de trabajo.

Cuando el primer Telenoche Investiga, sobre


mediados de la década del noventa, las investigaciones se
hacían públicas una vez terminadas y sin periodicidad
establecida. A nadie se le ocurriría entonces (como no debería
habérseles ocurrido ahora) que un programa de investigación
podría tener una publicación semanal. Imposible sin atentar
contra la calidad y, en consecuencia, con el propio género de la
investigación periodística.

Dada la característica de la tarea era absolutamente


impredecible el momento en que podía estar concluida. El grupo
de trabajo, reducido, económico y casi anónimo, desarrollaba
simultáneamente varias líneas de investigación. En ese
derrotero, sólo en los tramos finales sabían “de qué iba la cosa”
puesto que la reunión de datos y sus relaciones, las
certificaciones y los chequeos iban configurando un entramado
que, en un momento, impreciso y único momento, terminaba
encajando y dándole a los periodistas el perfil final del tema
investigado.

Igual que la publicidad que ha corrido la


importancia desde el producto publicitado a la calidad del
anuncio que lo publicita, la televisión primero y todo el sistema
mediático después, ha puesto las prioridades del formato medial
(televisivo, radial, gráfico) sobre las prioridades que hacen a la
calidad de la información que difunden.

Insólitamente, contradiciendo la frase popular, este


carro viene desde hace más de una década, arrastrando al
caballo.

118
------------------------------------------

Nunca quise emitir ningún juicio sobre las posibles


o presuntas inocencia o culpabilidad del cura Grassi. Primero
porque mi opinión carece en éste tópico de todo valor, y aún
cuando soy periodista, soy de los periodistas que saben que no
pueden opinar sobre todo lo que se les presente. Segundo
porque lo trascendente del asunto se jugaba en escenarios muy
distantes de los escenarios de la justicia y de la verdad, sea esta
última la que fuere.

De lo poco claro que hubo en ese asunto rescaté quizá lo


más claro: hay contendores que juegan a las guerrillas
mediáticas.

Por un lado el grupo acusador, que fue incapaz de


justificar con alguna documentación sustanciosa los declarados
“dos años de tarea investigativa”. Tan así que no puede
pretenderse la publicación de lo que efectivamente sucedió, ya
que parece definitivo que eso no está al alcance de este grupo
periodístico.

¿Fue quizá que el grupo, quizá apremiado por el final de


algún plazo legal, trató de mutar la simple noticia de una
denuncia en un caso resultante de una tarea de investigación
periodística que evidentemente no hubo?

Lo cierto es que no la hubo. Al menos como resultado.


Aquí me detengo en una observación adicional pero esencial:
hubiese sido muy conveniente que los productores periodísticos
de ese programa repasaran el concepto de Investigación
Periodística y recalculen sus inversiones en recursos humanos;
hay demasiado esfuerzo en demostrar que lo que no es en
realidad es. Y no estoy hablando de los hechos que se
involucran. Estoy hablando del procedimiento periodístico, la
supuesta investigación.
Grassi podrá ser culpable, pero lo de Telenoche no fue ni
por asomo una investigación periodística.

Y por semanas no fue lo que ofrecían desde el título.

Igualmente prudente sería también que esos productores


repasaran la historia original del TI y la respetaran un poco más.
Ha sido lo último realmente importante en la historia del
periodismo de la Argentina.

119
No se puede cargar demasiado las tintas sobre estas
responsabilidades habida cuenta de que nadie puede verse en la
obligación de producir investigaciones periodísticas para cubrir
una emisión semanal, ni aún mensual o con cualquier
periodicidad predeterminada.

La Investigación Periodística, como género, no puede


estar sometida a ninguna periodicidad. Tampoco estoy muy
seguro que sea la televisión el medio más adecuado para un
buen ejercicio de este género, más allá de los beneficios de las
cámaras ocultas. Luego diremos que cosa nos parecen que
ocultan las cámaras ocultas.

Si esto se fuerza, los resultados son los que saltan a la


vista: Chismografía, abusos de planos con pretendida
elocuencia, evaluación sobre indicios menores y rotundas
admoniciones de maestra jardinera por parte de la conductora,
para poner desde lo escénico algo que sintonice con la gravedad
de una denuncia y que no se materializa en ningún dato
relevante, sin descontar el infructuoso empeño del conductor por
que los determinantes de su fisonomía arrimen a la idea de
seriedad.

El país, aún cuando desquiciado, nunca estuvo en


condiciones de producir hechos pasibles de Investigación
Periodística con tanta regularidad. Paradójicamente nuestro
querido país no es productivo ni en sus desgracias.

En la otra trinchera está la competencia, a quienes les


hubo tocado el papel de defensores.

Esta gente trató de disimular su interés más vinculado con


el rating y los niveles de audiencia que con la supuesta
reivindicación del cura. Cierto que no lo logró.

Aún cuando las relaciones entre Grassi y el menemismo


se adujeron como fundamento de la defensa realizada por este
grupo, la pulseada fue sin dudas de poder mediático y no por
intereses específicamente políticos. Aunque cabe aquí con
justeza el adagio de lo que bien sirvió “tanto para un barrido
como para un fregado”.

Ahora bien, dejando de lado las reacciones genuinas de


los amigos de Grassi en ese grupo, (caso Raúl Portal) toda la
tarea estratégica de la “defensa” se limitó a desacreditar a los
acusadores mostrando la flacura de las argumentaciones y la

120
dudosa procedencia de los materiales pretendidos como
pruebas.

Muy bueno lo de demostrar con el falso testimonio del


“abusado rentado” que estas cosas se preparan con absoluta
posibilidad, verosimilitud y a un costo muy bajo. Un verdadero
chiche de Chiche. Lástima que no practiquen este develamiento
con sus propias producciones. Pero no son ni la televisión en
general ni lo de este canal en particular ámbitos de los que
pueda pretenderse tanta generosidad.

De manera que ni investigación periodística ni lucha por la


verdad, sólo nuevas petulantes demostraciones del poder de los
medios.

El resto del sistema mediático electrónico se vio obligado


a colgarse de la disputa de diversa manera ante la hegemonía y
centralidad que el tema cobró en la agenda. Nadie puede
quedarse afuera.

El resultado del caso Grassi será asumido como victoria


por unos y disimulado como derrota por los otros, le toque a
quien le toque uno u otro rol.

Y de tanto ver como no ver, presiento que no se está


viendo lo mejor. Convendrá que la gente pueda ver las cosas de
una manera distinta a como se la presentan. Ese es mi esmero.

Primero: el caso Grassi fracasó como intento de victimación


mediática.

Para que se produzca un fenómeno de esas características y


que trato especialmente en otro lado, se tienen que dar tres
condiciones:

Operación Política.
Escenificación y concurrencia de intereses en los medios.
Deseo social.

¿Qué duda hay sobre el cumplimiento de los dos primeros


requisitos ante la magnitud del escándalo?

La operación política resulta de la conjunción de intereses


contra Grassi. Sus socios de antes, para tomar por caso.

La escenificación y la concurrencia de los medios se cumplen


en razón de que, contra cualquier prejuicio, la Iglesia sigue
121
contando con un alto nivel de imagen si se la compara con
cualquiera de las otras instituciones tradicionales. Ese poder
suele molestar a algunos medios más que a otros.

Pero dos de los tres factores no alcanzaron para cumplir con


una victimación mediática. El problema fue la falta del tercero, la
falta de deseo social.

Cierto que las posturas estuvieron divididas, nunca sabremos


el porcentaje de esa composición. Distinto hubiese sido si Grassi
fuera un político en lugar de un cura, entonces no hubiese tenido
ninguna posibilidad de salvación.

Si se tratase de un político o un juez, la condena habría caído


con el peso de una guillotina por el deseo de algunos, pocos o
muchos, y por la indiferencia del resto.

Ahora bien, siendo como es un cura, no hubo indiferencia. Y


con eso basta para que tiemblen los cultores de la victimación.

Los sacerdotes del santo Oficio de la Inquisición Periodística


se tuvieron que enfrentar a una fuerza que no habían tenido en
cuenta. Era un cura, y en la acendrada cultura de los argentinos
un cura es Brochero, Mujica, Castellani y hasta Sandrini en
alguna película de tres décadas atrás.

No se toca. Hay cosas que no se tocan.

En esta consideración cultural, por supuesto, tampoco nada


tiene que ver lo verdadero o lo falso.

“La gente”, como suelen los periodistas llamar a sus


audiencias, no quiere que el cura sea culpable. No quiere. Julio
César decía que la gente suele creer lo que desea.

Constructores de un relato, los periodistas no debemos


olvidar que la honestidad con la que cumplimos la tarea de esa
construcción es la única garantía de credibilidad.

Una profesión que corre peligro de desaparición, como la


nuestra, debería atender a estas advertencias de los
acontecimientos. Hacemos falta quizá más que nunca y no
estamos haciendo lo que se espera de nosotros.

Está muy claro que en todo este embrollo Grassi podrá o no


ser inocente de lo que se le acusa. Tan claro como que el
periodismo que juega este juego de ninguna manera lo es.
122
Lo que presentó esta puja en los medios es un asunto que
raramente se devela públicamente y difícilmente se pueda
detectar con fidelidad en los productos mediáticos. Se trata de
un cambio de voluntad. Ya no se pretende sólo ejercer la
denuncia, sino ejercer efectivo control sobre sus consecuencias.
Es el cambio de la denuncia por el control, una muestra cabal de
que lo que importa no es sólo “instalar una verdad” sino
demostrar hasta que punto se es eficiente en consolidarla como
verdad pública.

Es probar que se tiene el máximo poder al que aspiran los


que ambicionan el poder, tener el poder sobre la mirada pública.

Otra versión del poder del rey desnudo.

------------------------------------------

¿Cuál es el riesgo de seguir la premisa de la


velocidad en la información?

Por lo que dijimos parece que el error, la posibilidad


de dar una información incompleta, equivocada, aún falsa. Ser
víctima de las propias fuentes e inducirse a seguir pistas
engañosas que inequívocamente llevarán a conclusiones
también erróneas. ¿Si?

No. Quiero decir, esa posibilidad, la del error en la


información, no se vive como riesgo.

Cuando el apuro hace imposible el buen chequeo,


el cruce de fuentes o cualquiera otra fórmula de comprobación
del dato, lo que jamás se hace es no publicarlo. Se lo publica. Se
dice: sucedió esto; aquel hizo aquello; en tal lugar ocurre así. Ni
siquiera hace falta la utilización del verbo en potencial. Habría
ocurrido; sería cierta la versión; podría estarse dando. Ya no.

Ahora se publica el dato como si se tuviera certeza.


Mañana, en todo caso, o en un par de horas, o cuando cuadre
mejor la situación y la posibilidad, se pública el desmentido,
siempre y cuando alguien o algo lo motivara, lo indujera, lo
solicitara. Y lo que ayer se dijo que fue, hoy se dice que no fue, y
sin ningún rubor.

Esto tiene una posibilidad y una ventaja.


123
Empecemos por la posibilidad.

Todos los integrantes del mercado mediático


juegan el juego de la primicia o su versión más aún de mercado
(ya que se refiere más a la posibilidad de acceder a una
información que a la de descubrir su naturaleza) la exclusiva.

Con más o con menos fruición, todos se entregan a


la auto adjudicación de estos laureles.

Lo contrario jamás. Una pifia, una “carne podrida”,


una especulación en falso, rara vez encuentra autor y dueño.
Nadie se hace cargo porque hay una convicción muy cierta, de
que esos errores pueden ser absorbidos por el conjunto del
sistema mediático. Al ser la agenda periodística un conjunto de
temas o noticias que se repiten hasta el hartazgo en todos los
canales, todas las radios, todos los diarios, resulta casi imposible
para el lector, oyente o televidente, y mucho menos para ese ser
macro estadístico que llamamos audiencia, saber con precisión
de qué lugar surgió el error.

Es posible entonces escudar esos errores en el


conjunto, cuando un error es de todos, no es de nadie.

Sigamos por la ventaja.

Obrar así posibilita la duplicación de la información,


ya que la desmentida, la corrección, la negación del dato, se
convierte en otro dato, otra noticia, otro hecho, otro producto.

Clin, caja.

------------------------------------------

Desde el horror de la dictadura hasta la euforia de la vuelta


democrática, desde el incendio alfonsinista hasta el primer
mundo de Carlos Menem, desde la obscenidad de la plutocracia
menemista hasta los aires nuevos de la Alianza, desde la abulia
delaruísta hasta la tragedia del final del 2001.

Podría decirse que estos corsetes conceptuales encierran las


miradas alternas que los argentinos hemos tenido del país en los
últimos veinticinco años. Pero sólo es lo que se quiso ver, mucho

124
menos de lo que fue preciso ver, muchísimo menos de lo que
fue posible ver.

¿Por qué?

Por unos anteojos. Los medios.


Y por unos ópticos.
Los periodistas del periodismo hegemónico.

Presumo que este es un apartado necesario a este libro que


exhorta ante la muerte del periodismo porque no se guarda
nada.

Las descripciones sobre esos pocos días después de la


caída del gobierno de la Alianza atiborraron las librerías y los
kioscos de diarios y revistas con su oferta periodística
evanescente, su operatividad electoral y su no menos transitoria
influencia en las motivaciones colectivas. Una seriedad de
tratamiento altamente redituable.

Lo mío, y a mi pesar, no tiene nunca la seriedad del


dinero.

Para mí esa historia transcurrió en un tiempo carente de


la tosca solemnidad de los matutinos, de esa austeridad de
pensamiento que los periodistas suelen llamar precisión o
concisión, de la mezquindad de imaginaciones que hace
imposible ingresar a la verdad de la historia sobrepasando la
barrera de las apariencias.

He llegado más allá del asesinato de la sorpresa y del


acontecimiento practicado sin pausa y con prisa por la
previsibilidad televisiva. Y me he encontrado frente a un cruce de
la historia argentina, frente a un momento que, por extravagante,
descifra una multiplicidad de razones que la razón formateada
de los medios de comunicación impide entender.

Reconozco haber estado más cerca de la magia que lo


que suelo tolerar. Pero no me resigno reconociendo que esto
haya significado alejarme de mis deseos de verdad.

Sólo he aceptado que los hechos me hablen para


explicarme lo que son, sin obligarlos a explicarme lo que me ha
sido dado pensar, lo que nos es dado únicamente pensar, por el
influjo de la mediación mediática.

125
En guerra santa contra el fundamentalismo del
pensamiento único preferí no desdeñar de manera tan
pretenciosa como se está haciendo a diario, la inefabilidad de los
hechos, la elocuencia de lo efectivamente ocurrido, para ofrecer
a cambio confirmaciones de los temas de la agenda. Con
esfuerzo de mi parte (soy periodista) esto no debe ocurrirme, en
aras del periodismo que anhelo siempre, ahora y nunca.

Las escenas de las calles de Buenos Aires de ese verano


porteño del 2001, ingresando al almanaque y a la historia, a
mitad de camino entre la epopeya y la crónica policial, igual que
los aludes, barrieron los planos inclinados de la realidad
argentina dejando la montaña al desnudo.

Pero con ser esto significativo, no fue lo más importante.

Lo más importante, lo sustancialmente diferente, la


trascendencia de ese momento se halla en otro lugar y tiene otro
escenario de realización.

Lo realmente fenomenal de esos días fue que los medios


no pudieron servirse de sus palabras para enmarcar los
sucesos. Como en el castigo divino de la Babel bíblica, los
signos con los que se construían la realidad y se la ofrecía a los
hombres, quedaron sin efecto.

Por un momento reinó el caos simbólico. No sé decir


cuanto duró ese momento. Sólo sé que escribió la historia de
esa extraña primera semana del verano del 2001/2002 y nos da
hoy la posibilidad de revisar los textos de la bitácora.

Fue el interregno de lo asombroso asomándose desde


una impensada dimensión.

No se trataba de algo posible aún cuando imprevisible.

Ese tipo de acontecimientos, por caso lo del World Trade


Center, tienen una cuota paradójicamente esperable de
sorpresa. Es un algo que, si extraordinario, pertenece al
estrecho horizonte de lo posible; es parte de la agenda, tiene
relato propio, rituales mediáticos que pueden abarcarlos e
integrarlos rápidamente al mundo de lo comprensible.

Los medios tienen redes de contención para lo


inesperado.

126
Pero lo ocurrido en aquella otra semana, semana
argentina del verano del 2001/2002, de trascendencia más
modesta, ingresaba por una puerta mágica mucho más que
inesperada.

Repito, no se trataba de algo posible aún cuando


imprevisible. Se trató de algo imposible, de algo que no podía
pasar.

Un puñado de hombres surgían desde una conflagración


de oscuridades.

La oscuridad del castigo social – mediático.

La oscuridad del desprestigio practicado en las pantallas y


tal vez en la realidad.

La oscuridad que envuelve a los transgresores de la ética


y la estética que propone ese mismo sistema.

La oscuridad de hombres oscuros. El regreso de los


muertos vivos.

Reviglio, Grosso, Vernet, tan asombrosos como


asombrados. Y más allá los “gordos” de las CGT, antihéroes
repulsivos, villanos de historieta. Y en un plano cargado de
impudores un raro cóctel, las madres de plaza de mayo, el
Ejército, y una oleada de “cachivaches” increíblemente
resucitados. Una abigarrada caterva intolerable para las
categorías social mediáticas acendradas en veinticinco años de
historia.
Una sinfonía de la impertinencia.

Un estado paroxístico de la meta trasgresión.

Y la imprecación revolcándose en el discurso político, y la


coloratura de lo ideológico mostrándose impúdica en el gesto y
las palabras de esos extraños personajes.

El credo diabólico rezado al final de aquel discurso del 23.

Remezones, rajaduras en la tierra, erupciones, confusión,


caos.

Pasó.

No podía pasar y pasó.


127
No debía suceder y sucedió.

Y cuando así es, el sistema enmudece. Ese silencio


momentáneo deja escuchar otros sonidos, otra música.
Deberíamos proponernos fijarla en una partitura, asegurar su
sintagma en un claro pentagrama, para que pueda ser
reproducida, entendida y evaluada.

No sé si se podrá.

Es necesario que los argentinos sepamos de esa música


subterránea tal como se dio. Tanto más ahora que el sistema ha
recuperado la voz y, asustado por la magia del acontecimiento,
pretende ensordecernos con sus gritos y enceguecernos con la
prepotencia de sus imágenes reconstruidas.

Es la previsibilidad de la actualidad contra la


imprevisibilidad del acontecimiento.

Empecemos a tararear.

Silbo esta melodía. Lo que acontece viene. Viene de fuera


del “vademécum” de hechos que enciclopedia el sistema
mediático y que llamamos actualidad.

Lo que acontece es lo que es suceso en cuanto que no


está previsto que suceda.

Lo que acontece viene, sorprende, enmudece al sistema,


desorbita las lentes miopes de los medios y genera el caos, el
desconcierto simbólico, la locura de la cordura recuperada.

Algo que un periodista debe ser capaz de ver.

128
Capítulo IV
La verdad verdadera
(Los Nuevos criterios de Verdad)

“Hay algo que me cuesta y que no deja de costarme


siempre los mayores esfuerzos: comprender que es
muchísimo más importante saber cómo se llaman las cosas
que lo que son. La creencia en la reputación, el nombre, la
apariencia, el valor, el peso y la medida habituales de una cosa
– que en un principio fueron algo erróneo y arbitrario que cubrió
a la cosa como un revestimiento totalmente extraño a su
naturaleza e incluso a su epidermis-, la creencia de todo esto,
digo, transmitida de generación en generación, se fue
convirtiendo en el cuerpo de esa cosa, en solidaridad de algún
modo con su crecimiento más íntimo: ¡ la apariencia primitiva
acaba siempre convirtiéndose en la esencia y actuando como
tal! ¡Qué locura supone pretender que bastaría denunciar ese
origen, ese velo nebuloso de la ilusión para aniquilar ese mundo
que consideramos esencial y al que llamamos “realidad”! ¡Sólo
podemos aniquilar siendo creadores! – Pero no olvidemos
tampoco esto: que basta crear nuevos nombres, nuevas
valoraciones y verosimilitudes para crear a la larga “cosas”
nuevas.”

La Gaya Ciencia. Libro Segundo. Aforismo 58. Friedrich


Nietzsche

Lo único que puedo decir a ciencia cierta de la verdad es


que a la verdad se la busca. No hay revelación que sea capaz
de ahorrarnos el esfuerzo, generalmente vano, de andar en su
persecución.

La tradición judeo-cristiana nos ha formado en la ilusión


de que la verdad se emparenta con la luz. Lo que tenemos vivido
como especie, la llamada especie humana, da prueba suficiente
de que la madre de la verdad es la oscuridad.
Andar tras de una verdad es tarea ardua, trabajosa, difícil
y especialmente desalentadora. Porque esa vaga y tenebrosa
respuesta a nuestras preguntas generalmente mal formuladas

129
que solemos lograr como verdad es huidiza, confusa y siempre
insuficiente.

Pero al ser por naturaleza ilusos de verdad, es decir


ilusionados con una verdad posible, nada puede resultarnos más
existencialmente imprescindible como comprendernos capaces
de avizorar la verdad. De manera que algo hacemos para evadir
la frustración. Desarrollamos un trabajo que nos ayuda a eludir el
infructuoso resultado de nuestro esfuerzo racional.

A su derredor, una vez hallada una “verdad” cualquiera,


hemos sabido construir “lo verdadero” que es una consagración
de la paupérrima verdad fugazmente alcanzada. Es un consuelo,
o un consolador para ser más gráfico con el artefacto con el que
hago la metáfora.

El arte es la última etapa de la falsificación, como bien se


dijo. La falsificación es la última etapa de cada verdad hallada.
Se trata del arte de ingeniería que calza las bases de esa
verdad menesterosa sobre lo necesario, lo correcto, lo
aceptable.

Esta tarea se hizo a lo largo de la historia con más o


menos tino, con más o menos ingenio, con más o menos rigor.
Desde las estructuras de los mitos a la naturaleza lógica de las
hipótesis la vida humana es un intento de ponerle sitio a lo
desconocido y clasificar todo lo que pueda presumirse objeto de
interpretación.

En el seno de la sociedad mediática, que es la sociedad


en la que vivimos, la construcción de la realidad se ha
replanteado.

La construcción de la verdad es una tarea de los medios,


pero los planos de la ingeniería son, como siempre, socialmente
aprobados.

Vayamos detrás de esos planos.

------------------------------------------

Conectarse con el inconsciente colectivo.

Años la he pasado buscando el enchufe. Hasta que di en


la cuenta de que carezco de esa capacidad. Que sólo
fugazmente logro hacer sonar mi corazón en una nota colectiva.
No es que sea especial. Creo que es, en contraposición, porque
130
no lo soy. Pero tampoco soy vulgar. La vulgaridad y el no ser
especial no son la misma cosa.

Hay en los medios tipos especiales, los que muchos


podrían decir equivocadamente que son vulgares. Esos tipos,
prueban en el largo de su tiempo, que son capaces de entonar
espíritus, de tocar el alma del que los ve, del que los escucha,
del que los lee. Lo hacen sin el menor cálculo, sin la menor
intención demagógica. Como los que hacen doscientos
“jueguitos” con la pelota sin que toque el piso, los que cuelgan la
pelota de un hilo de goma imaginario. Les sale. Lo saben hacer.
Lo pueden.

¿Quieren que diga?

Digo. Larrea, el gordo Soriano, Ardizzone, Carrizo, Mona


Moncalvillo, Mareco, Fontana, Mesa, Oberdán Rocamora (para
no nombrar al dueño del seudónimo), Martineithz, Juvenal,
Diego Lucero, y tantos más.

Los corazones que tocan son corazones simples, pero


corazones fuertes. O partes simples de corazones complejos y
también fuertes.

Veamos otros.

Hay quienes juntan orejas, quienes halagan veleidades,


creencias, supercherías, estupideces ajenas. Lo hacen a
sabiendas, independientemente de que terminen siendo
sacerdotes fanatiquísimos de esos credos idiotas. Lo hacen para
juntar orejas, para satisfacerse en el número de audiencias. Así
salen a los aires de los medios esgrimiendo sus verdades de
supermercado, sus frases hechas, sus vestidos de ilustración
postiza, su arrogancia. Hoy son mayoría absoluta, de modo que
me ahorro los ejemplos.

Lo que hago es la diferencia entre unos y otros, porque


hace a la diferencia entre la presencia legítima del sentimiento y
la emoción en la comunicación y su utilización sistemática para
la construcción de una “sensación de verdad”.

Los unos son especiales, los otros vulgares.

Esta vulgaridad es la llave maestra de una conversión


increíble lograda por el periodismo hegemónico en los últimos
veinte años. La conversión de la verdad en una “verdad del
sentimiento”.
131
La verdad del sentimiento es no otra cosa que una
sensación de verdad.

La sensación, una sensación, cualquier sensación, no


necesita la criba de la lógica, la comprobación, la explicación, la
prueba. La sensación está o no está, se logra o no se logra, se
siente o no se siente.

Si se es capaz de generar un mecanismo que logre


producir una “sensación de verdad” habremos logrado que se
sienta como verdad algo que no necesariamente lo sea (o no lo
sea) pero que al ser mera sensación, no necesita ser
comprobada, ni demostrada, ni “puesta a prueba”. Basta con que
sea sentida.

El mecanismo existe.

Lo que se hace es apelar a un conjunto de respuestas


automáticas que deduzco de las audiencias. Generalmente se
trata de respuestas relacionadas con sentimientos asentados en
“la gente”. Sensación de inseguridad, odio y desprecio a la clase
política, sentimientos de clase (desprecio y temor a las clases
inferiores, envidia o admiración a las clases superiores),
prejuicios, creencias estables, etc.

Se trata de moverse en consonancia con esas


sensaciones. Los “hechos” deben ajustarse a esas sensaciones
previas, deben ser “reinterpretados” en función de esas
sensaciones.

Así, y en virtud de la regla de este mecanismo, el mismo


hecho puede servir para producir distintos, y aún antagónicos
“sentimientos de verdad”.

Un individuo del sexo masculino, treinta años, arrebata


una campera a una mujer anciana. Pareciera que este “dato”
posee su propia elocuencia y es, por lo tanto, de muy baja
ambigüedad.

De facto lo es, pero eso no impide que pueda, “bien


tratado”, producir diversas sensaciones de verdad. Bien puede,
por ejemplo, demostrar el grado de indefensión que se vive en la
calle, y contribuir a la “sensación de inseguridad” que por lo tanto
resulta ser mayor que la propia inseguridad.

132
Agréguense a la descripción del hecho referencias
ciertas, pero subrayadas, como “en pleno centro y a la luz del
día” y el efecto será logrado. No importa que la estadística
histórica indique que la mayor cantidad de crímenes se cometen
en los centros de las megaciudades y especialmente durante las
horas de mayor circulación, las del día. Las películas de atracos
nocturnos en el Bronx y las historietas con ladrones entrando
bolsa en mano con sonrisa y sigilo a altas horas de la noche, con
linterna, antifaz y remera a rayas, son imágenes más fuertes que
cualquier dato estadístico.

Pero si por el contrario se hace referencia a las penas


aplicadas a estos delitos en los anales de la justicia, se puede
presentar el ejemplo de que el robo con uso de la fuerza de una
campera se castiga con cuatro años de prisión, la misma pena
que le cupo al Brigadier Agosti, conspicuo ejecutor político de la
dictadura militar 76/83. Tal referencia “reinterpreta” el dato,
reconfigura el hecho. Así, lo que estoy abonando es el hecho de
los mayores castigos se aplican “a los ladrones de gallinas”, un
sentimiento de verdad, que trae verdad, pero solo de a chorros y
en partes.

El mismo hecho puede servir para “hacer sentir” todas las


verdades posibles. Desde que los ladrones “entran por una
puerta y salen por la otra” hasta que “sólo pagan los pobres
infelices”. Alcanza con encajar la frase precisa con la emoción
prevista, para que sea verdad porque se siente como verdad.

------------------------------------------

Hay un periodismo que ha logrado invertir el “efecto


discursivo” del pastorcito mentiroso, ya que cuanto más mienten
más se les cree.

Pero si alguna vez la realidad de fuera de los medios los


atropella, acorralados, son capaces de decir cualquier cosa,
como por ejemplo ante la ausencia absoluta de pruebas de una
noticia, y su reemplazo por dichos y suposiciones, argumentar
su derecho a presentar no pruebas jurídicamente válidas sino
“pruebas periodísticas”.

Si. Pruebas periodísticas. Un tipo de prueba que se


arroga como prueba aunque sea incapaz de probar nada. Una
prueba que no prueba. Una excepción al juego, como los
comodines, que bien pueden ser lo que queramos los que los
tengamos en la mano.

133
Y los periodistas del periodismo hegemónico tienden a
jugar sólo con comodines en este juego de construir la verdad.

------------------------------------------

Emoción verdadera, igual a verdad. Esta es una ecuación


que pude confundirse con la anterior, pero conviene marcar las
diferencias.

Pinti no es periodista. Pero bien podría serlo. No por cómico,


ya que cómicos en la profesión abundan, sino por su manejo de
técnicas que son de las más frecuentes y emblemáticas del
periodismo hegemónico.

El humor siempre ha sido un embrague fenomenal para


introducir verdades en las culturas dictatoriales. Una tolerancia
solo homologable a las ignorancias propias de esas culturas,
han permitido que el humor sirva de vehículo para reflexiones
sobre la realidad que de otra manera no podrían resultar
tolerables.

Fuera de las dictaduras clásicas, la dictadura del


pensamiento único, ha tomado al humor como vehículo de
consolidación de creencias, es decir con una función
diametralmente opuesta.

Pinti hace de ese humor. Y sinceramente creo que no sabe lo


que hace.

Es un humor extraordinario, porque logra el efecto emocional


de la risa, la carcajada hasta las lágrimas. Cuando río así, como
en “Salsa Criolla” por ejemplo, llego a “olvidar” lo que se de la
historia de los argentinos que resulta evidente Pinti desconoce.
Tanto río, tanto me emociono de hilaridad, que dejo de saber lo
que sé de esa historia, que siendo muy poco es infinitamente
más de lo que el buen Pinti sabe.

Pero si miro a mi derredor, al no saber quienes me rodean, ni


sus saberes ni sus ignorancias, puedo bien suponer que tanta
risa biendispone para que crean como ciertas los dislates
caprichosos de ese monólogo ramplón.

Si la risa es legítima, si la emoción es verdadera, lo que traen


esas aguas debe ser verdad.

134
El periodismo hegemónico, el que mata al periodismo, tiene
el arte de Pinti, pero a diario y sobre todas las realidades que
componen “la realidad”.

Logran movilizar humores que inmovilizan la inteligencia de


los hechos y de las cosas. Y muchas veces aceptamos por no
contradecir esos humores nuestros.

Porque uno, querido lector, uno, no puede ser, no puede


aceptarse tan estúpido.

------------------------------------------

Lo que se juega aquí dista mucho de producirse en el


seno de la dupla verdad/engaño. Ese proceso no se estructura y
desestructura sobre los polos de lo verdadero y lo falso. Lo que
importa es de qué manera “la verdad” o el “engaño” se vuelven
irrefutables en la lógica interna de la construcción. En este
sentido conviene recordar que cosa es el engaño.

El engaño es un trato mutuo, lo mismo que las otras


formas de la comunicación.

Solemos creernos receptores inocentes del engaño del


otro, pero incluso entonces, aún cuando efectivamente hemos
sido engañados, es difícil descartar el papel que han jugado
nuestras necesidades, valores y expectativas en las decisiones
comunicativas de los demás.

Estamos mucho más expuestos a las manipulaciones del


otro, a creer verdad las mentiras del otro, a creer propias las
necesidades del otro cuando el otro es lo suficientemente hábil
como para “ponerse en nuestro lugar”.

Muchas de las psicopatías han demostrado un desarrollo


exacerbado de la capacidad de penetración en el campo
psíquico del otro. El Aníbal Lecter original, el de las novelas y el
de la primera película de la saga de Anthony Hopkins, “sabía” los
pensamientos de su interlocutor.

Esta posibilidad está dada no por la efectiva “lectura de la


mente” sino por la capacidad de manejo y de estructuración de
la situación de comunicación que el psicópata efectivamente
tiene. El resultado es que se impone como propia una idea, una
opinión o un tema que en realidad es introducido por el otro a
sabiendas de lo apropiado que esa idea, opinión o tema es a la
135
situación efectiva de la comunicación que se da en ese preciso
momento.

Pues bien: los medios tienen esa capacidad. Una


capacidad resultado de la posición otorgada por el sistema social
en la tarea de la mediación.

El límite de lo tolerable en la relación engañosa lo pone el


sentimiento de la preservación de la autoestima. Lo que se
defiende no es la veracidad de los hechos aceptados sino la
capacidad propia de aceptar o signar como veraz un hecho. Lo
que está en juego en cada interacción mediática es la
conciliación entre la satisfacción de expectativas valores y
necesidades que cargarán de veracidad o falsedad un hecho y el
riesgo de que tal asignación produzca en la autoimagen. Muchas
veces un hecho es aceptado o asignado o signado para
refrendar un valor.

La gente asume las versiones de la realidad que le son


impuestas al menos con igual frecuencia con la que crea sus
propias versiones de la realidad. Las concepciones de la
realidad, en este sentido, son tan prestadas como propias.

------------------------------------------

Siempre el rumor, la maledicencia, el aserto irresponsable


y el infundio, circularon con variada libertad y diferente destino
en el seno de las sociedades.

Hasta no hace muy poco, el derrotero de esos dichos


encontraba su límite en algún lugar. Las instituciones sociales
servían como paredes infranqueables para estos abejorros. No
sólo en la justicia, en dónde apenas tiene valor aquello de lo que
“podemos dar fe”, sino en general en lo que llamamos espacio
público.

En efecto, el espacio público era un lugar en el que no se


podía decir por que sí cualquier cosa respecto de cualquier
persona sin contar con una desacostumbrada audacia y sin
correr un riesgo especificado por la norma o el uso.

Muchas cosas han cambiado a este respecto debido a: El


cambio del espacio público, la comprensión de la información
como mercadería y la banalización y venalización de la profesión
periodística.
136
El cambio del espacio público es, esencialmente, su
reubicación en las pantallas de la televisión. Los códigos
sociales se vuelven ahora parte de los códigos de producción
televisiva.

La información es una cosa que se produce según las


leyes del mercado. Nada debe contradecir los apetitos, las
creencias y las necesidades del consumidor. Hay más lugar para
el engaño que para la verdad mal recibida.

El periodista, con más o menos resistencia, se entrega a


los favores de una fama construida sobre esas bases tan ajenas
a la naturaleza de su profesión. Es un actor de las noticias. Deja
de ser un notario de hechos comprobables para ser un notorio
por la simple acción de la exposición mediática. Y cuando se es
eso, eso comienza a ser su razón de ser, sostenida a cualquier
precio y bajo cualquier condición.

------------------------------------------

-Ten-gou-nai-de-a- silabeó acompasando de


golpecitos sobre la tecla de “enter”.

-A-te-so-ra-la- le contestó Pablo acostumbrado a


los raptos de lucidez del cuarentón largo de su socio.
-
-Te cuento- continuó, ignorando el rebote y la ironía.-
Ofrecemos un servicio de cliping a los informativos de los
canales mediante el cual les hacemos saber cómo es que ellos
participan en la construcción de la agenda de los medios.-

Pablo lo miró por encima de la pantalla. Hacía un par de


años que habían entrado en el “negocio” de monitorear medios,
de medir para otros los dichos de los diarios, los temas, las
menciones, la incidencia de sus clientes en los temas de
tratamiento mediático. Cacho era su socio. Mayor que él, con
una inteligencia insidiosa y tendencia a descubrir el agujero del
mate, Cacho solía irradiarse casi extasiadamente.

-¿Qué?- interrogó más que nada para darse tiempo a la


siguiente pregunta.

-Sencillo- auguró- Le decimos a cada cliente qué tema


propio, inédito, exclusivo, colgaron de la agenda de los medios.
Es decir, que goles metieron. Iniciamos un juego nuevo, un
juego como el del rating, pero otro juego. Un juego que consiste
137
en ver qué porcentaje de los titulares del día son capaces de
producir, cómo participan, en cuánto participan de esa primera
plana que los engloba a todos. La bendita agenda. ¿Me
entendés?

Lo entendía. Entendía que, en el afán de competir,


los medios podrían interesarse en una medición de esas
características, con tanta fruición como lo hacían con el servicio
de medición de audiencias de IBOPE. Pero lo que Cacho no
entendía era algo que él entendía. Los medios no podían
anunciar sus logros en una competencia como esta. Era
impensable que el 9 saliera a decir: “Señores, esta semana
nuestro canal produjo el 31 por ciento de los temas de primera
plana del país”. Eso era como reconocer que “la realidad”, “lo
verdadero”, era, en última instancia una capacidad, una
habilidad de los medios, de uno u otro medio, como la habilidad
de atraer audiencias, y no una realidad real, una verdad
verdadera. Quizá pudieran comprar ese servicio de “capulina”,
simplemente para saber. Pero lo veía difícil.

La agenda es una realidad hecha entre todos los


medios, un juego de pulseadas, o mejor un malabarismo, un arte
de magia. Los medios jamás aceptarán que se ponga nadie
detrás del tablado a develar los trucos.

-Cacho- dijo por decir y dejar de hablar- ¿Querés que cebe


unos mates?

------------------------------------------
.
Cuando es posible hacer “sentir” verdad, cuando la
autenticidad de las emociones que se despiertan afirman ese
“sentimiento de verdad”, nada impide que “hechos” tomados y
combinados al antojo, se conviertan en ladrillos sustento de las
opiniones.

Antes de continuar, me resulta imprescindible dar


unas opiniones respecto del valor y la calidad (y aún la
naturaleza) de las opiniones.

El buen criterio democrático de que todos tenemos


derecho a opinar ha producido una lamentable confusión, puesto
que hay quienes creen que esto se traduce en que todas las
opiniones valen lo mismo. Si así fuera, si todas las opiniones
tuvieran el mismo valor, la opinión carecería absolutamente de
valor, puesto que perdería su función y su sentido en el interior
138
de los discursos sociales, que es formar corrientes, ordenar
criterios confluentes, abrir las puertas a nuevas formas del
pensamiento y de la comprensión de la realidad. Serían las
opiniones meras “deposiciones” en una mar de intrascendencias.

Por supuesto que esto no es aceptable. Sin


embargo no hay dudas que existe un animo peyorativo para con
las opiniones, animo que viene, imagino, del corazón mismo del
positivismo del siglo XIX, cuando se ostentaba como paradigma
del pensamiento científico.

Este ánimo, puede representarse


contemporáneamente con esta frase que se usa frecuentemente
como intento de descalificación de una postura cualquiera:
“Bueno, a fin de cuentas, sólo se tarta de opiniones.”

El periodismo no se mantuvo ajeno a este criterio


desmerecedor de las opiniones en particular y de la opinión en
general. Un gran festejo a las dotes de la concisión, de la
remisión a los hechos, de la supuesta “objetividad”, suponía la
excelencia misma de la condición periodística al extremo de
formular un prototipo profesional aséptico de toda exterioridad.
No está demás decir que tal figurada asepsia fue, y siempre
será, funcional a los regímenes dictatoriales con sus criterios de
moderación, su concepción de la seriedad confundida de
solemnidad.

Pero también hubo, cuando los aires de la


República mejoraban, una reconsideración de la opinión como
valor. El periodismo hegemónico, que muta de piel con mayor
habilidad que los ofidios, ha sabido consagrar a la opinión como
necesidad y rasgo destacado de lo profesional “luego de las
oscuras horas de la dictadura”. El periodismo de opinión vuelve
así a recuperar su reputación oficialmente. Y digo oficialmente,
porque está claro para mí que siempre tuvo excelente
reputación en tanto fuese ciertamente periodismo de opinión.

Sin embargo, a poco trecho, el periodismo de


opinión fue nuevamente desplazado. La aparición de la
denuncia, con sus formas conmocionantes y su contundencia,
pero también con ese parentesco remoto que tiene con el
chisme y la delación, generó mejores expectativas entre un
“público” (diría Alsogaray) ya forjado en la cultura de la imagen y
algo perezoso para encontrar disfrute en las complejidades de
los criterios de opinión.

139
El periodismo de opinión debió entonces adecuarse
a los nuevos tiempos y a los nuevos “consumos” y se regeneró
en una subespecie.

Este regenero se mueve bajo unos parámetros que


concentro de esta manera:

Opino y solidifico con mención de hechos o referencia a


hechos.

Así, si digo que el fascismo es un antihumanismo, no debo


exponer las bases de mi opinión sino “probarlo” con hechos.

Probar que el fascismo ha tenido poco aprecio por la


condición humana parece fácil, podría bastar con mencionar las
atrocidades cometidas durante la entreguerra y la segunda
Guerra Mundial.

Pero ya en el terreno de la opinión deberé decir más cosas


para demostrar las bases sobre las que sostengo esa opinión
sobre el fascismo. Deberé definir claramente el criterio de
“humanismo” que concibo. Deberé no confundir “humanismo”
con “humanitarismo” y con “humanidad” en el sentido adjetivo, y
además explicar las diferencias. Deberé desbaratar el concepto
de “raza superior”, “supremacía del más fuerte”, “voluntad de
poderío”, que son utilizados por el fascismo para decirse el
“verdadero humanismo”. Deberé sostener mi idea con un edificio
de ideas.

Repito: Deberé sostener mi idea con un edificio de ideas.

Pero esto no expresa de ninguna manera una desvinculación


con la realidad. Toda vez que aceptemos que eso que llamamos
realidad es, en gran modo, un conjunto de ideas que tenemos
“sobre” la realidad, entenderemos por qué razón la opinión versa
acerca de la realidad y de ninguna manera le va en paralelo.

Este “periodismo de opinión” ha caído en desuso lo que ha


empobrecido al periodismo de opinión y al propio periodismo en
consecuencia, el que toda vez que, por ejemplo en la Argentina,
necesita vestirse momentáneamente de “pensamiento de
hondura” recurre a un listado de “pensadores” que están allí solo
para ratificarle al “público” lo tedioso y dificultoso que resulta la
opinión en estado puro.

La televisión resuelve esto muy fácilmente, con un listado


más económico que incluye sólo a Sebrelli, Abraham y Aguinis,
140
que actúan de presencia, ya que la tele solo requiere que posen
unos segundos delante de las cámaras, hagan unos mínimos
amagues y sean reconocidos públicamente como “intelectuales”
probando que la televisión da también de esos jarabes.

Mientras tanto, el otro periodismo de opinión, el que opina


apilando hechos, meneando estadísticas y contrastando
diapositivas, ocupa todo el lugar posible para que se siga
ahondando el desprecio por la pura opinión.

------------------------------------------

¿Y la opinión sobre los hechos? Nunca pasa de ser una


ensarta de lugares comunes. Hay hasta temor por apartarse de
lo que se supone “piensa la gente”.

En la década del 30 un tranvía cayó al riachuelo. Raúl


González Tuñón plasmó sobre ese hecho una mirada, y la
mirada se constituyó en una de las páginas más insignes de la
historia del periodismo en la Argentina.

Ni el periodismo ni la literatura, ni aquí ni en el resto del


mundo, anda pariendo hombres como Tuñón todos los días, es
cierto. Pero eso no quita que el afán de darle a un relato el
simple eco de las sensaciones que ciertas realidades a veces
nos provoca, sea necesario.

Sigue siendo necesario contar.

Como contrapartida, en el polo del exceso, hay un


periodismo autoreferencial, sobre el que hemos puesto ya
alguna pincelada. Es un sonsonete perpetuo de “Esto que a mí
me pasa”, un esfuerzo digno de otra causa, por hacer polifonía
para una melodía propia, con las voces y los dichos de los otros.

------------------------------------------

Informar es hacer asistir. Mostrar es atestiguar.

Estas dos admoniciones no están escritas en el frontispicio


de ningún edificio de empresa periodística alguna. Pero sí están
inscriptas en el corazón mismo del periodismo hegemónico.

141
Informar es hacer asistir.

No hay mejor manera de que te enteres que por tus propios


ojos, por tus propios oídos.

Dejame llevarte. Dejame ponerte en el centro mismo del


hecho. Seguime Chango.

Qué te puedo contar si lo estás viendo.

Ignacio Ramonet augura por esto la prescindencia futura de


la función periodística.

Sabrá el lector a esta altura, que las razones que construyen


esta exhortación ante la inminencia de la muerte del periodismo,
exceden largamente esta sola evidencia.

No es la supresión de la mediación que el periodista produce


entre los hechos y el público lo que hace a la desaparición del
periodista. No.

El periodista o lo que sea estará allí, siempre allí suponiendo


una tarea que ya tal vez no cumpla, sólo que con otras
habilidades o falta de ellas, sólo que con otra ética, otro sentido
de la vida, otra imagen de sí mismo.

Lo que muere es el periodismo tal como fue concebido, y la


aterradora “otra cosa” que asoma a diario en los primeros planos
de los medios ratifica el mal augurio de que, con la muerte del
periodismo, morirán órganos vitales del sistema democrático de
Occidente.

------------------------------------------

Una euforia creciente recorre con él el tumulto. Gentes


discordantes con el material histórico de las multitudes. Las
ropas, los olores, el espacio que dejan entre ellos era diferente a
la experiencia que había tenido dieciocho años antes cerca de
allí, en el Obelisco, cuando Alfonsín y el peronismo, cada uno y
por separado, podían reunir a 800.000 personas en una sola
jornada. Por supuesto que estos eran menos, pero hacía rato
que nadie, absolutamente nadie podía convocar a 10.000
personas para nada y en ningún lugar.

142
Otra cosa llamó su atención. A su paso, con la cámara al
hombro, iba vivificando la manifestación. Como si la luz tuviera la
virtud de animar a las personas que se habían reunido allí, de
manera “espontánea”. A medida que recorría los grupos estos
abandonaban un clima de expectación y de simple estancia
para reavivar sus consignas, llevar la voz al grito y poner el
cuerpo en la manifestación de bronca y de rechazo.

- ¡Qué se vayan los ladrones – decían buscando un plano


de cámara – no queremos más corruptos! -.

Cuándo Miguel se detenía con el micrófono se producía


un torbellino en su derredor, pero curiosamente nadie rompía la
línea de la escena que la marcaba él con la boquilla de la lente.
Todos frente a la luz, como los bichitos de la noche veraniega
frente al fanal. Era un descontrol controlado, formateado sin
premeditación por los ritos escénicos de la televisión.

Se dio cuenta que la manifestación difería de la de una


semana atrás en mucho. Entonces, el carácter inédito del
hecho, y la imprevisibilidad de sus consecuencias no había
dejado lugar a otro sentimiento que el de la bronca que se
contempla a sí misma. Ese día las personas estaban allí
desbordadas por algo que no eran ellos mismos. Era lo colectivo
que se asomaba sorprendiéndolos, sin organización,
atropellando desde un deseo que se hacía número y violencia de
manera constante y creciente.

Pero esto no. Había un regodeo, una euforia casi feliz y


una conciencia demasiado evidente de estar saliendo por la
televisión.

Cuando apagó se sentó en un banco de la plazoleta


mientras Miguel atendía una llamada del celular. Encendió un
cigarrillo y recordó un hecho que le había contado alguna vez
alguien en un curso de fotoperiodismo. Elaine Sciolino,
periodista del Newsweek estaba cubriendo la manifestación iraní
frente a la embajada norteamericana durante la crisis de
Teherán. Su descripción de los hechos le había impactado
profundamente: “La multitud está actualmente tan sofisticada
que agita sus puños en silencio mientras el operador ajusta los
objetivos. La gente sólo empieza a soltar alaridos cuando entra
en escena, con su micrófono de ambiente, el técnico de
sonido...”.

143
Volvió con la mente a Buenos Aires. Grosso ya había
renunciado al cargo que provocativamente le había asignado
Adolfo Rodríguez Saá.

Más tarde esa gente se iría ante el primer estallido de los


lanzagases y empezarían las corridas. Miró por el visor de su
cámara apuntando al balcón central de la Casa Rosada. Fijó el
foco cuidadosamente y dejó que desde la sonrisa se le escapara
la onomatopeya:

- Bang ¡- volvió a sonreír - ¡Bang Bang!-

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Claro que informar no es hacer asistir. Claro que mostrar no


es atestiguar. La asistencia, el llevar al televidente de la mano
por entre los desfiladeros del hecho es hacerle “sentir” que está
informado. La información es también un relato, pero un relato
que dice algo y más que algo sobre la “cosa” que relata.

Cada hora vemos como el periodismo hegemónico


lleva a las audiencias a enfrentarse con la esfinge sin darle las
respuestas a las preguntas que de ese monstruo de la realidad
salen a borbotones.

Te cuentan que comió Cavallo en prisión, si arroz


con pollo o ravioles sin sal por la hipertensión. Pero no saben
explicarte nada de la situación política, ni del estado judicial, ni
en perspectiva ni en prospectiva, nada.

Solo te dejan esa sensación de cercanía, ese estar


“a tiro de piedra de la verdad”. Sentimos el hedor del aliento de
la esfinge y creemos saber qué va a pasar.

Pero no sabemos.

No sabemos que el monstruo abrirá la boca para proferir la


pregunta que no nos ayudan a responder.

No sabemos que esa falta de respuesta será la razón por la


cual, cumpliendo la predicción mítica, el monstruo nos arrojará al
abismo.

144
Capítulo V
“Tu me acostumbraste…”
(La Operación Mediática)
“Al lector le toca, ahora que yo he cumplido con todo,
cumplir con su deber: debe hacer como que cree.”

Cirugía psíquica de extirpación.


Macedonio Fernández.

Hay un hacer sospechado en demasía por la propia


actividad periodística. Se trata de una demasiado supuesta
capacidad de influir sobre una determinada corriente de opinión,
una determinada imagen o un determinado acontecimiento, a
partir de una acción periodística. A esto se le llama “operación
de prensa”.

Las hay. Las abundan.

Todo parte de una capacidad que tienen los medios que


yo llamaría aquí, a falta de una frase más ajustada, imposición
de tema.

Plantarme con una cámara o un micrófono ante alguien y


preguntarle: ¿Es usted pederasta? Y someter al interrogado a
dar explicaciones por la negativa para la que no está preparado
es, groseramente, un ejemplo de esa potencialidad.

Con el temor sobre ese “poder de fuego” es que se


producen las operaciones de prensa.

Con ser abominables, dudo a esta altura que su objetivo


real sea el que proclama. Me tiento cada vez más a creer que el
producto”operativo de prensa” es consumido en un mercado
muy específico, el mercado de los “interesados en el tema”.

La clase política descubrió hace algunos años, como un


personaje de Stephen King, un poder que terminaría volviéndose
en su contra.

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145
En 1985 conocí personalmente a Adelina Dalesio de
Viola. Fue con motivo de una breve entrevista para un programa
de radio en el que hacía las veces de moderador político. Con
precisión era setiembre y en la Radio Splendid.

Como en cualquiera otra radio que no manejara la


coordinadora, proliferaban los programas políticos alternativos
que iban desde los “carapintadas” hasta los peronistas marcados
por el S.O.R. (Servicio Oficial de Radiodifusión) que no tenían
lugar ni en Belgrano ni en Excelsior.

Me llamó la atención la familiaridad con la que me trató.


Fue el paso previo a mostrarse “conocedora de mis intereses
profesionales”. Por entonces campeaba la primicia donde hoy
campea la denuncia y, era de suponer que todos nosotros, los
periodistas, precisábamos de esa familiaridad para poder “estar
en la cosa”. Muchas veces después reconocí esa simbiosis
malsana entre periodistas y políticos que no radicaba en
comunidad ideológica alguna sino en intereses tácticos: “una
mano lava la otra y las dos...”. Sorprende hoy ver a periodistas
que profesaban exageradamente esa dependencia de los
políticos arremeter contra ellos con tan furiosa reprobación.

- Ya vas a ver...le voy a hacer flor de quibombo....” -. Me parece


recordar que hablaba de Alsogaray. – Ninguno de estos se
aguanta una puteada- sentenció mientras inclinaba su cabeza
hacia la mía en un ángulo de confidencialidad. – Yo te voy a
avisar.-

El juego del escandalete o de la “primicia” era así una


construcción asociada de dos necesidades, la de generar un
“hecho político a través de los medios” y la de producir un hecho
mediático a través de la “política”. Sin ser pionera Adelina fue
una conspicua y modelar representante de este accionar en lo
que duró su carrera.

No me gustó. Me hacía sentir una cosa que parecía era


“esencial “en mi profesión y que yo no podía adoptar desde mi
condición “esencial”.
Perón decía que los periodistas podían ser peronistas o
cualquiera otra cosa pero siempre eran más periodistas que
cualquiera otra cosa.

146
Ese día sentí que conmigo tenía razón.

No me gustó.

------------------------------------------

La realidad mediática encapsula y neutraliza cualquiera


otra realidad. En los medios “algo” puede ser nombrado y al
mismo tiempo desconocido y desaparecido de la reflexión. Las
reglas de la lógica se disuelven en la lógica de los medios.

A principios de mayo de 2002, el programa “Hora Clave”


conducido por Mariano Grondona recibió algo más que una
visita.

La trouppe completa de Daniel Hadad sorprendió a todos


en un conato de “análisis conjunto de la realidad de dos equipos
periodísticos”. En los bloques ocupados los periodistas
analizaron poco y se dedicaron especialmente a poner en
escena un operativo de prensa que podría llamarse
desvergonzado si la vergüenza contara en estos casos.

El anuncio se hizo desde la boca de todos: la semana


siguiente era una semana definitiva para Duhalde. Antonio Laje,
con un flequillo tan ralo como sus intelecciones se aventuró aún
más: “la crisis que se avecina se lo lleva puesto al presidente”.

Unos días antes, cuando la caída de Remes abrió una


peregrina puerta a la salida del “pensamiento único”, el grupo
Hadad había jugado fuerte contra cualquier cambio de rumbo
presumido. Los estacazos mediáticos a los tobillos de Duhalde
dieron resultado. Ahora, entre otras cosas el nombramiento de
Caamaño, mujer de Luis Barrionuevo, y el acercamiento relativo
que este producía a la CGT de los gordos había encendido una
vez más la luz de alerta a los grupos económicos que le
permiten a Hadad hacer independiente su periodismo.

Había que salir a dar duro.

En un segmento de la charla “analítica de los dos grupos


periodísticos”, curiosamente, se mencionaron diferentes
operativos de prensa realizados contra la Caamaño y cuya autor
intelectual sería Atanasoff, con la previsión de que este no era
el único enemigo de “la negra” en el gobierno de Duhalde.

147
Realmente fue todo un momento que pareció nacimiento
de confesiones. Se hablaba de “operativos de prensa”. Pero todo
quedó allí.

La “corporación” que no debería ser corporación actuó tan


apretadamente como la mafia. Nadie se preguntó con qué
hombres de prensa se hacen los operativos de prensa. Pues
está claro que sólo con los medios y en los medios es posible la
realización de tales operativos. Es más: si se lo mira desde el
lado de la política, un operativo de prensa es una forma más de
la política. Pero si por el contrario se lo mira desde la actividad
periodística un operativo de prensa es una deslealtad para con
la opinión pública y una terrible falla a la ética profesional.

Este fue el primer acto de desaparición de un hecho que


se menciona. Se hace referencia a un operativo de prensa pero
en el mismo acto de hacer referencia a él la magnitud del hecho:
“el operativo de prensa” se pierde, se desvanece, desaparece.

Y más curioso aún, casi como en un cuento de Borges,


esta mención sobre los operativos de prensa se hace en el
interior mismo de un operativo de prensa, generando
seguramente un golpe de rating perfectamente al servicio de lo
que se pretendía lograr.

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En los 90 se inició la moda de “humanizar” a los candidatos


políticos a lo que fuera.

Lo que comenzara como un remilgado esbozo en los


almuerzos de Mirtha, una vidriera que siempre reservó silla para
el poder político aún cuando llevara uniforme en plena dictadura,
se convirtió en omnipresencia mediática.

La cama de Moria, los esqueches de los programas


humorísticos más afamados, las mesas de café de los sets, o
cualquier oportunidad de unos segundos al aire más distendidos
que los impuestos por la “formalidad” de los programas políticos
se convirtieron en el laboratorio de esa “humanización”.

Claro, debe resultar difícil advertir en la actualidad esos


cambios suscitados en ese tiempo, inexplicable la necesidad de
los políticos de acercarse o intentar acercarse a la “gente” por
esa vía, cuando dos de las tres figuras en la que se asienta la
148
imagen de la política en el país de hoy son dos construcciones
mediáticas. Digo (así dice ella), Lilita Carrió, versión femenina de
Torquemada y López Murphy, el súper administrador que jamás
administró siquiera un consorcio de edificio. Uno y otro
construyeron su existencia pública píxel a píxel en la pantalla de
la televisión.

Pero por entonces, la esmirriada clase política argentina,


diezmada veinte años atrás y envilecida desde su regreso al
ruedo, creyó necesitar un toque de desacartonamiento para
acercarse más a sus votantes. Si bien Alfonsín había hecho de
la publicidad y de la imagen instrumentos de la política, Menem
ya había probado que el farandulismo también daba réditos. Así
que nadie dudó en morder la lencería de Moria ni en calzarse la
nariz roja para lograr el “descenso” a la altura de las “masas”.

No imaginaban, pobres, que tanto desenfado enfadaba más y


más a las “masas”. Porque no advertían, tontos, que el negocio
poco a poco, lo iban cerrando los medios.

Los medios lanzan sondas a la sociedad. Y esas sondas,


esos dispositivos de prueba, miden temperamentos, corrientes
de creencias y opiniones, y traen información. El desprecio por la
clase política ya se había manifestado en otros momentos de la
historia argentina, pero jamás con la explicitud que comenzó a
darse por aquellos años.

Los medios advirtieron con claridad ese desprecio, y


comenzaron a darse cuenta que ellos podían sin temor a una
derrota disputarle el poder de la mediación a la política.

En el último tiempo, esa voluntad de reemplazo se hizo más


que evidente, a punto tal que hubo programas que iban
delineando candidatos y no ya sólo candidatos que sin formación
política surgían de esas pantallas.

Pero yo había visto personalmente, sobre inicio de esa


segunda década infame, como se gestaba esa voluntad.

------------------------------------------

No era el único tabique que los separaba. Pero éste era


de mármol. Un par de minutos atrás, la misma pulsión los había
movido de sus asientos de miembro del "Club del Siglo XXI", una
creación de Avelino Porto, aquel moralista predemocrático que
149
en nombre de la Universidad de Belgrano había paseado sus
modelos teóricos por la televisión neustadiana de principios de
los 80. El otro y Bernardo precisamente eran invitados
permanentes a esos almuerzos de los jueves una vez por mes
en el Jockey Club, y con ellos empresarios, periodistas,
sindicalistas, todos componentes de una selecta cincuentena
que Porto intentaba convertir en la plataforma de su despegue
político. Así sustanció en los oídos de la corte menemista lo que
le confirió la candidatura a senador por el justicialismo que
concluyó con su derrota a manos de Fernando De la Rúa.

Orinaban contiguamente, con esa incómoda y falsa


suficiencia con que los hombres orinan en ambientes públicos.
Ese mediodía le había tocado exponer a un importante
empresario periodístico, a la sazón cabeza principal de uno de
los principales grupos empresarios del sector. El orador había
dedicado todo su tiempo a naturalizar lo que él consideraba un
nuevo derecho y un nuevo destino de las empresas mediáticas.

“No sólo tenemos el derecho de construir la noticia,


tenemos la obligación de hacernos cargo de las mediaciones
públicas. El periodismo tiene como producto la noticia, no la
verdad. La determinación de la verdad o la falsedad de una
noticia es asunto a develar por los historiadores, no por los
periodistas. Pero el periodismo tiene que lograr para afianzar su
libertad de expresión su libertad económica, fundamentalmente
de los anunciantes públicos. Para eso deben tener estructuras
económicas multimediales. Si los medios logran esta doble
independencia, expresiva y económica, y si son capaces de
manejar con dinamicidad y oportunidad la noticia, el sistema
mediático está destinado a convertirse en el gran redistribuidor
de la mediación social”. Quien así decía no estaba haciendo otra
cosa que sincerar el apetito que el sistema mediático tenía sobre
la capacidad mediadora de la política. La verdadera política, es
decir la verdadera mediación, debía estar a cargo de quien
pudiera ejercerla con eficiencia: los medios de comunicación.
Por entonces todavía podía verse en la televisión argentina un
programa de producción británica llamado “Max Headroom”. La
serie describía un mundo tal como el que se estaba anticipando
en ese almuerzo del Jockey Club.

Bernardo suspiró levemente en sintonía con el relax de su


vejiga.

- ¿Oíste lo que dijo? Por un momento sentí un escalofrío


correr por la espalda.....- para terminar sentenciando: -este tipo
está loco.
150
Salieron casi juntos. Yo un poco después. Por lo que sé
Bernardo, con el tiempo, había asumido la amenaza como una
raison d´être del periodismo de la última década del siglo. El
otro, que era Carlos Grosso, tal vez hoy aún no lo haya
entendido del todo. Sobre todo si se atiende a la forma inocente
e infructuosa con que se prestaba a entrevistas televisivas en
búsqueda de una reivindicación.

Yo salí de ese baño unos minutos después. Acostumbro


lavarme las manos.

------------------------------------------

-Vendemedias – tosió en asfixia para repicar como


campana de panqueque – vendemedias, nada más que un
vendemedias.

Dos horas atrás el vendemedias se había


presentado con su look trajenegrocamisablancasincorbata,
acompañado de su socio trajenegrocamisacelestesincorbata.
Los mafiosos siempre se inventan un uniforme, recordó a su
abuelo piamontés decir en las fiestas familiares.

La charla se pareció bastante a la que, imaginaba, tenían los


enfermos terminales con esos especialistas en imposición de
mano o curadores de palabra. Una charla que le movió el ánimo
entre la desesperación y el aturdimiento, la fe inconcebible y la
resignación.

Estaba hasta las manos. En realidad, acostumbrado a


manejar las situaciones, por no saber cómo estaba, se sentía
hasta las manos.

Dos semanas atrás había recibido una visita. Otra visita de


trajenegrocamisavayaunoarecordarquécolorysincorbata. En
realidad no tenía memoria certera de los contenidos de la charla
porque no le interesó en absoluto el volumen del negocio.

Si vio (porque él siempre veía) que los tipos podían mover


otros negocios y por eso sólo se puso hablador, cómodamente
boquiflojo, borrachito y exhibicionista. Recordaba que eso había
sido solo un minuto, aunque recordaba poco, demasiado poco,
casi nada.

151
Dos días atrás Horacio, un amigo periodista
muyvinculadoalaside, hizo sonar la chicharra del fin del recreo,
esa dolorosa alarma que nada más le sonaba en la memoria
cuando anunciaba la hora del examen, de ese examen para el
que no estaba preparado: “lehabíanmetidounacámaraocullta”.

Dos horas después del anuncio, el dolor mordía como perro


de pesadilla. Trataba vanamente recordar qué había dicho
exactamente en esa reunión que pudiera comprometerlo. Pero
apenas recordaba que eso había sido solo un minuto, poco,
demasiado poco, casi nada.

Dos minutos después de cerrar la puerta de su oficina tras las


espaldas de los trajes negrocamisablancaycelestesincorbata,
una anestesia barata le navegaba la sangre. Le habían vendido
la salvación.

Dos segundos después de la exhibición de su imagen desde


un ángulo impensado en la pantalla de canal 13, hacía
gorgoritos de wisky y repicaba con su campana de panqueques:

- Vendemedias…vendemedias…-

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El coto de caza del periodismo hegemónico, ese sitio de


aventura en el que el tráfico de influencias y los tratamientos
cosméticos de imagen reemplazan a la tarea de informar, decir,
mirar, contar; ese sitio, tiene infinidad de merodeadores, que al
igual que las hienas y los chacales, se sirven del conflicto
establecido entre el predador y la presa,

Podría enumerar aquí sin riesgo de demandas una lista


impresionante de nombres y apellidos que ilustran este hacer en
los linderos del periodismo hegemónico. Claro que este libro no
debe perder su propósito, que es el de exhortar a las voluntades
todavía nobles y a las voluntades nuevas a salvar el sentido
primero y último del periodismo. Pero hay un César que fuma
habanos que me tienta a violar mi acuerdo interno. No lo haré
más allá de esta gambeta.

Lo cierto es que estos animalejos saben hacerle creer al


funcionariato político, especialmente, que ellos tienen llaves y
cartografía del laberinto suficientes como para darles garantía de
inmunidad. En realidad ofician como la mafia caricaturizada por
152
el cine norteamericano (ya que la verdadera mafia tiene siempre
una razón y una forma menos obvia) ofreciendo la amenaza un
segundo antes que la protección. Convencen a esos infelices de
que, igual pueden cargarles una culpa que no tienen, como
salvarlos de las culpas que sí tienen.

Y como bien dice un gran amigo y periodista “casi no hay


funcionario que resista una investigación”, la mayoría se entrega
a la prestación de estos servicios especiales brindados por estos
servicios especiales.

Esto es lo más que es y lo más que puede lograr un


operativo de prensa.

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Otra cosa, una muy otra cosa es el operativo


mediático. Ese tiene otro destino, otro objetivo, otra peligrosidad.

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Nadie es absolutamente perfecto salvo en los medios.

Nadie es absolutamente imperfecto salvo en los medios.

Nadie es o no es absolutamente nada (o todo)


salvo en los medios.

Con la perfección, como es un capricho, no hay problemas de


tratamiento. Santificar es la mentira más fácil de realizar.
Demonizar lo mismo.

¿Quien no quiere que su deseo y fe finalmente triunfe?


¿Quien no quiere que su temor a la traición, al inexorable triunfo
del mal se compruebe de una vez por todas y “ya basta”?.

Con la imperfección del bien y la imperfección del mal es


“otra cosa”.

La imperfección es para los medios, inexactitud. Y si eso es,


es complejidad. Y los medios no toleran la complejidad.
Telemórficos, es decir repitiéndome: asimilados a la televisión,
los medios padecen de urgencias e impaciencias que conspiran
contra cualquier posibilidad de complejidad. Fundamentalmente
153
porque no hay tiempo ni espacio para exponer y desentrañar esa
complejidad.

Los grises en la televisión se acabaron con la televisión color.


No es un chiste, sino una metáfora.

Con la televisión color sólo hay lugar para blanco y negro. No


es una paradoja, es otra metáfora con juego de palabras.

Desde la aparición de la TV color, que sólo por casualidad


histórica sitúo sobre los finales de la década del 70, y en virtud
de la telemorfosis del sistema mediático, la simplificación, la
automatización, y la absoluta previsibilidad, se ha adueñado de
todo el escenario simbólico.

Los personajes que se recrean y reconstruyen por el digestor


mediático son o Mesías o demonios, o adorables o abominables.
Hay poco lugar para la complejidad humana.

Los tipos deben ser rápidamente identificables. Siniestro,


austero, bonachón, sombrío.

Poco y nítido, claro. Con la misma necesidad que tiene el


relato teatral o cinematográfico, el presentado debe dar rápida
nota de su naturaleza, de manera de que las audiencias tomen,
a su vez, rápida cuenta de esa naturaleza.

Con la misma necesidad que la superficialidad de las


relaciones sociales del mundo real exigen al hombre
contemporáneo.

------------------------------------------

Por eso es tan posible exaltar como victimar. Por eso es


tan escenificable para los medios el patíbulo como el altar.

Y por esto, en este terreno se celebran todos los ritos


imprescindibles para hacer nacer y para matar. Pero no para
hacer nacer y dejar vivir. Los nacidos del útero mediático deben
fidelidad a la madre creadora.

Y los muertos también. Los muertos no se van a la tumba


ni al olvido. Los muertos mueren para exhibir su muerte, su
decrepitud, sus huesos y sus funerales.

154
La operación mediática consiste en dar existencia.
Existencia de santo o de demonio. Existencia de vivo o de
muerto.

Pero la operación mediática consiste también en dar


inexistencia. Ignorar. Radiar. Omitir. Soslayar. Ocultar.

Es decir, sacar de realidad la realidad que no se quiere en


la realidad.

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¿Cómo se construye un judío?

Sartre decía que el verdadero nazi era aquel que sabía


construir su judío. La idea es más aterradora que sencilla. Lo
social es una actividad que genera desechos. Los desechos se
cargan todo el tiempo que sea posible y cuando ya no se puede
más se los elimina. Pero la actividad en el plano social no tiene
la facilidad amoral de excreción de los desechos orgánicos. Esa
eliminación debe ser justificada, institucionalizada, codificada,
significada. Uno no caga eso en cualquier parte y de cualquier
manera.

Los hacedores del golpe del 76 construyeron dos judíos.


Un Abel “subversivo” y un Caín defensor de la “forma de vida
occidental y cristiana”. Con la sangría de Abel y la alineación de
Caín abrieron el drama final de la Argentina. Ocuparon siempre
los lugares definitorios. Los Ministerios de Economía y los
Bancos, los líderes de la opinión mediática y los Bancos, las
consultoras mejor munidas de contactos internacionales y los
Bancos, los distractores profesionales y los Bancos.

Muerto Abel, y Caín en el exilio de la locura, el judío que


se venía era el político. Clase tamizada por la discriminación
desde el 30 hasta el 45, filtrada por la persecución desde el 55
hasta el 72 y asesinada, cooptada y vaciada desde el 76 hasta el
83. Lo que quedó en la nómina es miserable si se lo compara
con lo que hubo en una generosa historia de la política nacional.
Pero de cualquier manera lo que quedó era molesto para los
reales sectores de poder, a menudo indescifrable y siempre
objeto de una operación de compra, convencimiento o
directamente eliminación.

155
La realidad política de la Argentina a partir del ‘83 fue para
este poder sin nombre una realidad fácilmente abordable. La
clase política, sobrevivientes casuales de la purga ejemplar,
estaba obnubilada con sus pujas menores: un radicalismo que
por una vez podía triunfar ante un rival que se había convertido
en su enemigo existencial, un peronismo que estaba tan seguro
del triunfo electoral que jugaba en su interna histórica todo el
destino del país.

Corromper un cuerpo muerto es relativamente fácil: se


aumenta la temperatura y la humedad, es decir se generan las
condiciones más adecuadas para que el proceso de corrupción
proceda y se tiene el éxito asegurado.

Conscientes de lo que pasaba en el mundo, diez años


después descubrieron que en realidad la política debía ser
desalojada. ¿Qué mejor que hacer visible lo que se había
conseguido a fuerza de gestión: la corrupción inveterada de la
clase política argentina?

De manera que se pusieron en gestión tomando y


asociándose con los medios de comunicación en todo y parte
(una sinergia y simbiosis de adecuación natural) y se lanzaron a
la empresa final de terminar con la política. Para ello se contaba
con la colaboración inestimable e involuntaria del “público” que
en diez años había reemplazado la amansadora mental de
Neustadt y Grondona por la ensarta de clichés y estereotipos de
Gelblung y Rial, un aberretamiento sistemático e imprescindible
que condecía con la degradación en paralelo de la clase política.

Pero además estaba “la gente”, “el público” como solía


llamarla Alsogaray, una facilidad adicional para la castración de
la historia. La gente.

La gente.

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¿Cómo fue que la encarnada presencia del espíritu


colectivo que se llamó pueblo, patria, nación, trocó en esta
palabreja denunciadamente descomprometida y
temperamentalmente ovejuna? : La gente. ¿Cómo sucedió este
desplazamiento?

156
La respuesta requiere algunas explicaciones previas. En
primer lugar preciso acuerdo respecto de una definición
recurrentemente malentendida: el concepto de ideología.

Tomo para esto la idea de Michel Foucault. El Foucault


que me auxilia dice que la ideología es “dimensional”. Esto
significa que la ideología no es un discurso, ni una “manera de
pensar”, ni un orden de opiniones debidamente estructurado y al
que echamos mano toda vez que hace falta. La ideología, como
dimensión atraviesa toda nuestra realidad, no la compone, no la
ordena sino que la integra como una dimensión.

Así como el alto, el ancho y el largo no se encuentran


precisamente en ningún objeto pero atraviesa toda la realidad
tangible y se la ubica en todos los objetos. Así la ideología se
entrama en toda la realidad y, especialmente, en toda nuestra
realidad. De manera que difícilmente obremos en contra de
nuestra ideología. Si alguien por ejemplo dijese que por razones
ideológicas debería enviar a su hijo a una escuela pública pero,
en razón del estado por el que atraviesa la escuela pública no le
queda otro remedio que mandarlo a una escuela privada se está
engañando. La acción se ordena a la componente ideológica
siempre perfectamente. Una ideología pequeño burguesa o de
sectores medios contemporáneos privilegia por diferentes
razones y de diferentes maneras a la educación. De manera que
la acción se corresponde a la ideología de manera inevitable. Es
más fácil que se obre en contra de una convicción que se actúe
contra la propia ideología.

Vayamos ahora a una segunda definición de otro


habitante de las cárceles: Antonio Gramsci. La definición es la
de “hegemonía”. Con Gramsci decimos que un paradigma se
vuelve hegemónico cuando por un proceso que no podemos
explicar aquí, hace orbitar a su derredor a cualquier otro
paradigma anterior o nuevo de una manera que obliga a todo a
“ser leído” según sus categorías. Como ejemplos históricos, el
paradigma religioso del medioevo, el paradigma científico del
positivismo de finales del siglo 19, o el paradigma de la
nacionalidad que con intermitencias aparece a lo largo de toda la
historia de los pueblos.

Todos estos paradigmas pueden darse simultáneamente,


sólo que uno y sólo uno tiene en determinado momento de la
historia el rol central. Esto quiere decir que la situación
hegemónica de un paradigma no implica la desaparición de los
otros sino que, en convivencia, todos los otros paradigmas se

157
ordenan según los criterios fijados por el paradigma
hegemónico.

Ahora bien, conviene decir aquí que la ideología de


los sectores medios se ha convertido en el paradigma
hegemónico de la sociedad contemporánea. Y esta es la
respuesta que (habrá que explicar como) responde a la
pregunta: ¿cómo fue que el pueblo se convirtió en “la gente”?

------------------------------------------

Claro, yo no me puedo ir a Miami. –

La insólita declaración salió de su menuda boca, un surco


declinante e insatisfecho sobre - paralelo al mentón perdido en la
creciente papada. Lo dijo frente a la aquiescencia de sus
compañeros de trabajo con o sin micrófono, con o sin cámara, y
frente a la teleaudiencia de América 2 siempre regocijada con el
variable clima de denuncia que Jorge Lanata le sabe imprimir a
sus programas.

El tono era el de la enunciación familiar y callejera que


ayuda a describir el estado en el que se encuentra en la
Argentina la juventud de las clases medias:

- No tengo una moneda.-

Sin embargo, casi siempre merecido, Jorge Lanata es uno


de los periodistas de mejor cachet de la televisión argentina, sin
contar que sus emprendimientos editoriales han sido siempre
exitosos y de gran facturación constituyéndolo en un Midas de la
prensa, capaz de convertir en oro cada empresa tocada. Eso
debe ser comprobable pues la parte del mundo que se dice todo
el mundo lo dice.

Lanata prefiere sindicarse como un desposeído por sus


aventuras empresarias, seguramente consecuencia de los
poderes que enfrenta desde sus páginas, sus cámaras y
micrófonos que a pesar de la magnitud del enemigo no les son
vedados. La mayoría cree empero que es falsa modestia.

Lo que esa parte del mundo, el mediático, dice saber y


nunca comprueba es el de unas supuestas relaciones históricas
de Lanata con fuertes personajes de la corte menemista. En
especial el rumor lo vincula desde la época de Página 12 a
158
Alberto Kohan. La relación parece no centrarse en afinidades
ideológicas ni, evidente, en convergencias generacionales. La
“especie” circulante asegura que se trata de relaciones de dinero
y de política.

Cuando Lanata regresa por primera vez a la TV luego de


un fracasado intento de saltar a canal 9 es enero de 1999.
Imprevistamente, las negociaciones trabadas que prácticamente
fueron vividas como una forma velada de censura por toda la
audiencia fiel comenzaron a discurrir por una pendiente
favorable. Ese alejamiento de las pantallas había dado origen a
la revista XXI en donde Lanata cavó su nueva trinchera.

Se había dicho antes que Eurnekián había dificultado el


retorno de Lanata a América por pedido de Menem y que el
pago obtenido por el empresario había sido los aeropuertos. Fue
tan creído como imposible de probar. Tan insinuado como falto
de corroboración. Tan comentado como desproporcionado.
Ahora, en los ámbitos acotados de los medios la versión era
inversa: Lanata regresaba por la puerta de Eurnekián, a pedido
de Menem, a cambio de cumplir un objetivo relativamente
sencillo: contribuir a la crucifixión de Eduardo Duhalde.

Menem sabía que un eventual triunfo de Duhalde en las


elecciones de ese diciembre próximo implicaría su alejamiento
de la política por 8 años. El cálculo era de la inteligencia sencilla
del riojano: si Duhalde hacía un buen gobierno se quedaba otro
período, si hacía uno malo le tocaba a la Alianza. En cualquiera
de los casos Duhalde debía perder, De la Rúa y la Alianza
debían ganar para que Menem esperara sólo el tiempo que
podía esperar: el 2003.

Cuando se produce el primer regreso de Lanata en estas


condiciones varios de sus colaboradores recibieron la chanza:
“¿qué se siente trabajar para Menem? La especulación secreta
a voces decía además que la operación había sido realizada por
Alberto Kohan.

Sea por falsa o por perfecta la versión no llegó a


trascender la frontera de los medios. Si bien se dice que Hadad
estuvo tentado, jamás se atrevería a denunciar una supuesta
operación de Menem.

Ocurrió lo mismo durante el segundo regreso. Allí se


comentó una ayuda económica de Kohan para cubrir una deuda
que Lanata sostenía con América y que lo ponía en serias
dificultades de negociación. También corrió el rumor de que la
159
deuda a la que habría contribuido Kohan a saldar era
estrictamente de Lanata, contraída con la Revista XXII, Zona 54
, Ego y su nivel personal de gastos.

Antes se había producido su viaje - cura a los Estados


Unidos y a su regreso, munido de más kilos y más enjundia,
Lanata destruyó todos y cada uno de los escollos que lo
separaban de su público y su pantalla, varios de ellos
propiciados por alguno de sus más destacados colaboradores:
Vertbitsky, Caparrós.

Superada la crisis y muertas las rebeliones Lanata se


entronizó delante de “Detrás de las Noticias” sin que nada de lo
que podía heder llegara a la superficie de las audiencias.

Pero en la semana previa al encarcelamiento de Carlos


Menem, el programa de Lanata produjo una contorsión
inesperada hasta por sus propios seguidores. De pronto,
corriendo el foco de la noticia, el juez de la causa que
investigaba al riojano, Urso, pasó a ser un investigado por
Lanata tanto por ser un “juez de la servilleta de Corach” como
por presunto enriquecimiento ilícito.

Si lo hubo, el operativo fracasó en dos sentidos: Menem


fue preso, y el movimiento puso al programa en la línea de la
sospecha, por primera vez, frente a su propio público. Tanto fue
así que la mesa editorial debió recurrir a un slogan
“autolimpiante” con el que se apelaba a la confianza histórica del
público: “vos sabés de qué lado estamos”.

Se advierten claramente las contradicciones que plantean


estos rumores: si Lanata es tan vulnerable al oro de las
campañas ¿qué necesidad tendría Menem de pagar tan caro
una operación sobre Eurnekián, nada más y nada menos que
con los aeropuertos? Como dijimos: una desproporción.

Pero lo que importa es que si cierto o falso, el rumor no contó


con el tipo de tratamiento que la prensa contemporánea, incluido
Lanata, da a los rumores o trascendidos, es decir hacerlos
públicos. Porque así es la costumbre aún cuando la escuela
clásica del periodismo manda a investigar las versiones antes de
ser publicadas. Esta inmunidad, la de no publicar rumores sobre
periodistas, es todavía una prerrogativa que tiene los hombres
de prensa entre sí, parafraseando el adagio de los bueyes.

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160
“Alguien está haciendo algo mal y nos está
perjudicando.”

“Finalmente el mal triunfará, hagamos lo que hagamos,


digamos lo que digamos, pensemos lo que pensemos.”

La teoría de la conspiración es la diaria misa


mediática. Ese mal que inexorablemente triunfa debe sobrevivir
de hoy para mañana, de manera que sigamos nosotros aquí
para contar como va la derrota previsible y darte, al menos, ese
sabor agridulce de que vos, gracias a nosotros, sabías lo que iba
a pasar.

Porque una cosa es ser un perdedor y otra ser un


ingenuo. “Este país” se tolera país de perdedores, pero no se
soporta país de boludos.

------------------------------------------

Supo suponerse que los periodistas teníamos como trabajo


informarnos para informar, ser capaces de decirle a los que no
contaban con tiempo para esa tarea “de qué iba la cosa”. Se
suponía que, por lo tanto, lo que dijésemos no fuese una
apreciación común, vasta, llana, vulgar, sino por el contrario el
resultado de un trabajo de investigación y reflexión hecho en un
tiempo con el que no cuenta el ciudadano.

Dada la abundancia de lugares comunes, supercherías y


creencias superficiales que manan de los medios segundo a
segundo, cabe convenir que esa suposición ha quedado sin
efecto.

Los medios se empeñan en “sintonizar” con las audiencias, y


dentro de los medios los periodistas que, en afán demagógico,
en lugar de informar se dedican a conformar a las audiencias, a
contar cosas que sintonicen con lo que se supone es su pensar
y sentir.

Así se produce el reemplazo del conocimiento que el


periodismo puede ofrecer desde los hechos y desde su trabajo,
por la sumisión absoluta al “conocimiento” de la gente.

Una estúpida cinta de moebius.

161
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En general se habla de la “gente” como si la palabra se


refiriera a un concepto. Se habla y se escribe de ella, en su
nombre, como ella, desde ella y a su través. El sustantivo
indefinido e insustancial “gente” es la herramienta retórica más
eficiente del embuste mediático, la farsa de la representatividad
y el burlebirloque de la política contemporánea.

Una realidad vaciada por la historia: el pueblo, un


concepto amalgama de la pretendida cultura común, del
supuesto sentimiento de nacionalidad y deseo de pertenencia,
fue reemplazada por una palabra vaciada, huera y desalmada:
“gente”, más a propósito con él perfil del agente social
contemporáneo.

La ideología de los sectores medios se ha convertido en


el paradigma hegemónico de la sociedad contemporánea. Y
adicionalmente es la ideología de los medios de comunicación.

Esto quiere decir que esta manera de pensarse sin lo


colectivo, de centrar en el ombligo propio el origen del universo,
de huir ante el primer riesgo y de instaurar toda ética y moral en
la religión del sálvese quien pueda atraviesa toda la sociedad,
toda en su conjunto, haciendo orbitar a su derredor todos los
otros paradigmas de clase.

Es esta explicación la que deja congelado al marxismo


ortodoxo que no puede resistir la evidencia de que su principio
motor de la historia, la lucha de clases, haya cesado.

Pero mejor aún que una explicación en el campo del


conocimiento es que esta descripción explica la totalidad de la
situación actual y todos los niveles en que la conducta social se
expresa.

Así se entiende que los mismos grupos y las mismas


personas desarrollen ideas base definitivamente contradictorias
en el sólo transcurrir de pocos años. La “pulsión mediática” por
las privatizaciones de las empresas del Estado y de la radicación
de las causas del desastre económico de la Argentina en el rol
empresario de ese Estado fue sostenida por los mismos
sectores que, años más tarde, acuñaron con una melancolía de
generación espontánea el concepto de “las joyas de la abuela”.

162
Increíblemente el trasfondo anímico que produjo la idea
social del “algo habrán hecho” es el mismo que crea la extraña
liturgia de los “escraches”. En la misma lábil estructura de la
mentalidad política puede darse el reaccionario y conservador
contumaz tanto como el progresista “avec charmé”.

Así se concibe la naturaleza degradada de los políticos en


la degradación de la política, como una referencia desgraciada
de una ideología desgraciada.

Volviendo al despegue de esta reflexión, así se explica


como el pueblo, ese protagonista innumero, potente y
referencial que encendiera los corazones de las comunidades
históricas, se haya desustanciado hasta convertirse en esta
entelequia llamada “gente”.

La “gente” como una excusa para las manipulaciones


mediáticas, demagogia tecnológica que se sustenta en el
número de ojos y en el número de oídos prestos a su natural
superficialidad, a su intrascendencia y a su impunidad.

163
Capítulo VI
Alegre Mascarita
(Homo Médium: Modelo Profesional)
“Ellos, en cambio, están sentados fríamente entre las sombras
frías: no quieren ser sino espectadores en todo, y se guardan
muy bien de sentarse donde el sol abrase los escalones.
A imagen de los que se plantan en las calles a contemplar
boquiabiertos a la gente que pasa, así aguardan ellos y miran
con las bocas abiertas los pensamientos de los que han pasado
ente ellos.
Como sacos de harina, levantan, sin quererlo, polvo a su
derredor; mas ¿quien sospechará que su polvo proviene del
grano y de la dorada delicia de los campos del estío?
Cuando se la dan de sabios, sus pequeñas sentencias o
esbozos de verdades me hacen tiritar de frío; su sabiduría
despide con frecuencia hedor a ciénaga, y, a decir verdad, yo he
oído croar en ella a las ranas.”

Así hablo Zarathustra. Friedrich


Nietzsche.

No sé cual es el porcentaje de periodismo honesto en la


Argentina, pero lo estimo muy alto.

¿Por qué sucede entonces que con tanta facilidad se


entra en estos juegos en los que se complica la propia
honestidad más o menos gratuitamente?

Es que el periodista está allí esclavizado por su propia


decisión de ignorancia. Se somete a dos juegos de instintos.
Uno, el que lo convence de que está “del lado de los buenos”,
que defiende los intereses “de la gente” y que por lo tanto es “un
peligro” para el status quo. El otro lo empuja a una megalomanía
módica, y lo hace depender de la exposición pública ignorando
deliberadamente que, por el contrario, esa sed de exposición es
inversamente proporcional a su independencia profesional. Su
función, su “mensaje”, se desdibuja a medida que se amplía su

164
plano en la superpantalla de los mass media. Cuanto más visible
sea él, será más roma su espada, más trastocada su lógica,
más imbécil su pensamiento.
------------------------------------------

Hace veinticinco años, los arquetipos que los aspirantes a


periodistas y estudiantes de periodismo tenían, eran
prácticamente desconocidos para la mayoría de la población.

Un pequeño test en la actualidad demuestra que los


arquetipos periodísticos de los estudiantes de periodismo son,
casi con exactitud, los mismos que los de la mayoría de la
población.

Que el conocimiento vulgar sobre los actores descollantes


de la profesión sea exactamente el mismo que el de los
aspirantes a ingresar a esa profesión tiene razones de distinta
índole y de diferente importancia a los efectos de este análisis.

Por de pronto ¿qué duda cabe que los periodistas tienen


hoy más reconocimiento social que antes?

Este reconocimiento está relacionado con el poder


conferido por la sociedad a los medios de comunicación, asunto
que traté de describir en otra parte. (*)

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Están todos a la mesa del bar, a la hora habitual, sentados


sobre la agonía del día como personajes de Fontanarrosa.

Hablan con diferentes ánimos, las mismas cuestiones u


otras, obligadas por los escasos sucesos de la jornada.

La disposición, la ubicación tanto como la manera de


sentarse reproduce los sentidos de la charla, que siempre deriva
en discusión, en toma de posiciones, a veces feroces, sobre
temas que, en realidad, no le importan a nadie.

Él llega tarde, sobre la charla instalada, a pocos metros de


arribar al fondo del salón, percibe que lo esperan especialmente.

Cañito, antagonista perpetuo de toda disputa lo recibe con un


–Ahí está. Ahora vamos a ver. -
165
El saludo corriente se acortó considerablemente cuando una
silla se le ofreció prestamente a integrarlo al debate. Todos los
ojos se centraron en él.

-Decime- finalmente asesta Cañito su inclusión con forma de


pregunta- ¿cómo es el mecanismo de los medidores de gas?
Quiero decir –perfecciona – ¿es igual o parecido al de los
medidores de agua?

El recorrió la expectación como un paneo de cámara. Y


terminó sobre la cara de su interrogador. No esperaba esa
pregunta, no podía encajarla en conversación alguna que fuera
capaz de imaginar. Siempre aprovechaba esas grietas en las
conversaciones para meter los rizos de su conocimiento, para
mañosamente articular “esa cosa” que lo había sorprendido u
obsesionado “ese día” en medio de las tumultuosas disputas por
razones que bien podían ir del fútbol al sexo o de la política al
esoterismo. Pero esa vez no había forma.

-Francamente no tengo la más remota idea de cómo


funcionan esas cosas- aseguró para pedir otra oportunidad de
manipular la charla al preguntar -¿De qué están hablando che?

La sorpresa le asemejó a las tribunas haciendo “la ola”


recorriendo los rostros de izquierda a derecha y atropellándolo
finalmente en la réplica final de Cañito: -¿Pero cómo… vos no
sos periodista?

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En otro tiempo, y especialmente en la zona rural, el maestro


del pueblo supo ser uno de los personajes de mayor prestigio
social. Quiera la imaginación o la experiencia, el maestro tenía
con qué fundar esa expectativa pública. Así, como el médico,
solía ser sujeto de todo tipo de preguntas referidas a todo tipo de
asunto, público o privado. Y si tenía con qué fundar, tenía con
qué responder.

La sociedad mediática, que es la sociedad en la que vivimos,


por un tiempo que se está acabando, ha conferido al periodista
una calidad similar a la de los maestros de antaño.

Ver debajo del agua y conocimientos profundos de


“todología” son las asignaciones que la sociedad le supone al
166
periodismo. Pero esta vez, con las excepciones que hacen a la
regla, el periodista defecciona. Desconoce en general y en
particular hasta las áreas del saber que deberían ser de su
incumbencia. Más que en razón de una formación deficiente, la
ignorancia del periodista se asienta en su voluntad de ignorar.

Los periodistas no leen libros, dice una periodista amiga que


los escribe. Sólo leen diarios, completo yo, y escritos por
periodistas que no leen libros.

Repito: la ignorancia del periodista se asienta en su voluntad


de ignorar.

El problema no es, como se cree, que hablan de lo que


ignoran, sino que ignoran de cuanto hablan. Parece lo mismo,
pero no lo es.

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La televisión, no como medio de comunicación sino como


ambiente laboral, enferma. Cuando se acepta esto que digo,
suele explicarse el fenómeno como un resultado de la sobre
exposición social. Pero por otra parte la televisión, y ahora sí
como medio de comunicación, ocupa el lugar central en el
ejercicio del poder mediático y es, verdad de Perogruyo, un
participante activo del poder económico. Imagínese entonces
gentes con relativa cuota de enfermedad desarrollando relativas
cuotas de poder.

Esta línea de razonamiento nos lleva nuevamente a fijar la


mirada sobre el perfil del profesional del periodismo.

Odio repetirme, pero el periodista en la televisión, con


más o menos resistencia, se entrega a los favores de una fama
construida sobre esas bases tan ajenas a la naturaleza de su
profesión. Siendo un actor de las noticias es un ritualizador de la
realidad. Al dejar de ser un notario - evaluador de hechos
comprobables para ser un notorio, toda su tarea se resume a la
administración de su prestigio, a la corroboración de sus
verdades, al sostén de su rol. Se trata de otra versión de la vieja
tensión que en la historia del hombre se ha dado entre la fe, el
sacerdote y la divinidad.

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167
Es tan pretencioso el título de comunicador, que
debería demandar un tipo de vergüenza especial a quien se lo
arroga.

Resulta algo comparable a que un médico se


defina como “curador”, o que, ¡el dios de todos nos libre! los
abogados se definan como justicieros. Pero habiendo arrogantes
en abundancia entre médicos y abogados pocos logran la
altanería de los “comunicadores”.

En el imaginario corporativo de los medios, ser


comunicador es el techo. Diría que la escala del querer ser es
algo así: los que hablan por radio quieren ser locutores, los
locutores quieren ser periodistas y los periodistas quieren ser
“comunicadores”.

Pero allende la jactancia hay un dato que bien nos


sirve para seguir alertando con la desaparición del periodismo en
la desaparición del perfil profesional clásico del periodista y su
reemplazo por un monigote medial: la aparición del principio
autoritario de “la comunicación”.

El pobre periodista informador, el austero narrador


de hechos con precisión y encanto de literatura, da paso al
“comunicator”, abridor de las puertas de la realidad, ángel
develador y profeta electrónico.

Los elegidos de Mercurio, que tan bien es dios de


los comunicadores como de los mercaderes.

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La misma profecía puede tener diferentes augurios.

Hay quienes sostienen que los nuevos soportes


tecnológicos son los que, finalmente, harán a la desaparición del
periodismo. Tal creencia, a mi juicio absurda, remite al mito de
que es posible la autoinformación.

Como dice una política amiga, este es tiempo de


“pensamiento débil”. Por eso quizá, que la mayoría de las
personas se informen por un medio depreciado en su capacidad
de informar como lo es la televisión, desautoriza aún más ese
mito.
168
Por otra parte hay dos aspectos rituales en la
“comunicación medial” contemporánea que se dan de patadas
con la posibilidad de la autoinformación. Estos son el rito de la
corroboración y el de la identificación.

Por el primero, la corroboración, las audiencias


buscan en las secuencias informativas la afirmación, la
consolidación de sus pareceres. “La gente”, esa divinidad, ve lo
que ve y escucha lo que escucha, para corroborar lo que ya
sabe, lo que sospecha.

Ya dijimos, de alguna manera, que el sometimiento


de los periodistas a las audiencias y la sumisión cotidiana a “lo
que la gente piensa”, está construyendo a un “audiente” cada
vez más veleidoso, cada día más creído de que su parecer es
soberano e irrefutable. Desde esta perspectiva, la posibilidad de
la autoinformación, que demandaría un trabajo personal del
“audiente”, un esfuerzo, resulta impensada.

El otro rito es subsidiario del primero. Se trata del


rito de la identificación. “La gente” ve, lee o escucha a tal o cual
periodista, porque al tiempo de corroborar lo que ya sabe, lo
afianza con una imprescindible dosis de confianza depositada en
“otro”. Un “otro” que completa con su presencia el escrutinio de
“la verdad”. Es la vieja zoncera mencionada por Jauretche, pero
remozada para su mejor encubrimiento: “lo dijo La Prensa”, “lo
dijo La Nación”.

No. No es un futuro de ciudadanos


“autoinformados” lo que le da muerte al periodismo.

No. No es un periodismo sin periodistas lo que se


viene sino todo lo contrario: unos periodistas sin periodismo.

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Antes dije de la confusión que el periodismo


hegemónico consagró entre audiencia y opinión pública. No es la
única gran deliberada confusión.

La otra, también diseñada por la relación del


periodismo con el poder de los medios, es la de creer lo mismo
inmunidad jurídica que impunidad.

169
Mucho antes de, siquiera enterarse, sobre qué
cosa tiene por obligación y responsabilidad, muchísimo antes de
informarse respecto de lo que se espera de su hacer, el necio se
defiende frente a sus propias víctimas aduciendo el hecho de
que está “trabajando”. Grita histéricamente ante el primer
empujón como si en la vista de la pareja que ingresa al
restaurante estuviese el secreto de la salvación de Occidente.

Hiende el micrófono cualquier dignidad, escruta la cámara


cualquier intimidad, arremete la letra contra las honras y los
pudores de quien sea.

El deber de “informar” escuda al fisgón.

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- Es mío- dice Chiche. Y sentencia: Desde el momento en


que aceptó la primera entrevista, sacarse la primera foto para
semanario, y responder la primera pregunta de un periodista de
espectáculos…desde ese momento ya no tiene vida privada, es
mío.-

Chiche no será una gran persona, no lo sé porque no lo


conozco, ni un gran periodista, pero es un gran editor. Quizá el
mejor. Lo digo convencido: Es el mejor editor de la Argentina.

Su descripción es de Fausto, y aunque carece de derecho no


carece de ingenio, y certifica lo que el periodismo cree que es el
permiso de admisión a su cielo: el propio infierno.

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El viejo modelo de periodista tiene dos ropajes que


aún seducen al monigote medial, al “homo medium”, versión
extrema y arquetípica del agente social posmoderno. Tipo
profesional que, decimos aquí, amenaza con reemplazar al
periodismo que agoniza. (*)

Anda el periodismo hegemónico meneándose con


esos sayos por cuanta pantalla les brinde la oportunidad, pero si
uno consigue acercarse lo suficiente, puede ver que se trata de
170
disfraces de cotillón, como los que se usan para los actos en las
fiestas escolares.

Uno de esos trajes es el del transgresor. Pero claro


que se trata de un transgresor módico, un transgresor necesario
al sistema porque, sin transgredir lo esencial, cubre el nicho de
la trasgresión de manera que no sea ocupado por una versión
auténtica.

El traje es fundamentalmente una actitud exterior,


una postura, la superficie de una apariencia. Como todo en el
periodismo hegemónico se trata de producir una sensación. Y la
sensación que intenta producir ese vestido es la de que ese
periodista no tiene límites, que es capaz de superar cualquier
oposición a su búsqueda de la verdad, así como también que no
se detiene ante nada.

Se trata, sin embargo, de un iconoclasta devaluado


y demasiado comprometido con sus empleadores como con el
periodismo hegemónico. No sólo que tiene y respeta ciertos
límites sino que esos límites delimitan con precisión su accionar,
siendo en realidad su accionar mismo.

El otro vestido es el del humor. Hay una vinculación


histórica y nunca lo suficientemente explicada entre la
inteligencia y el humor. El periodista hegemónico necesita
construir su muñeco con dosis evidentes de ese humor, es decir,
de esa inteligencia.

Como ya se dijo aquí, el humor sirvió de


salvoconducto en tiempos de libertades restringidas, para que
ciertos relatos de verdad llegaran a la superficie. De allí le quedó
la otra fama, el humor dice la verdad oculta.

El humor del periodismo hegemónico está


destinado a quitarle trascendencia a cualquier hecho, acto o
episodio, de cualquier naturaleza, en cualquier lugar y tiempo.
Ya no quiere poder decir una verdad oculta, sino qué, con la
técnica del taxidermista, ponerla muerta sobre el estante para
que se vea como verdad y no trascienda como tal.

Quiero que la metáfora me auxilie con su


contundencia. CQC ha contribuido a la mentalización política de
los argentinos jóvenes como los spa a la paz social.

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171
El periodismo hegemónico no es la cruz roja.
Maneja más dinero e influencias, y trabaja para el centro mismo
de lo que él mismo llama enajenadamente “el poder”. Se trata
del poder económico.

No quiero eludir este pasaje, como tampoco quise


ponerlo como causa primera y última de la condición y estado
del periodismo.

La alta concentración de medios en pocas manos


es el escenario propicio para el desarrollo de la mutación del
periodista original en el “homo médium” que habrá de garantizar
la política comunicacional de esos poderes concentradores.

Cuando se planteó en estos primeros meses del


2004 el tema de los destinos de los medios públicos, se soslayó
(y aún se soslaya) una cuestión central en esa discusión. Todos
los medios son públicos. Hay medios públicos de gestión privada
y medios públicos de gestión estatal. Esto significa, lisa y
llanamente, que la cuestión del cómo en el espacio público es
cuestión regulable por la administración de lo público, que sigue
siendo el Estado.

No escucho a los periodistas que hablan de la


caricatura del menemato hacer referencia a la enajenación de
medios practicada durante la década del menemato ni a la
disimulación de la naturaleza pública de los medios de
comunicación. No los escucho, no los leo, no los veo.

Sus patronos tampoco.

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El periodismo hegemónico tuvo una necesidad, y el monigote


medial se inventó una pureza.

La necesidad del periodismo hegemónico y el invento del


monigote tienen un nombre: Periodismo Independiente.

La independencia del periodismo es como la agalla del pez.


Sin agalla no hay pez, sin independencia no hay periodismo. De
manera que, para qué tanta alharaca.

172
Dice mi amigo Luis Lázaro que esto del periodismo
independiente es como lo de los sindicatos únicos. Si hay tanta
necesidad de marcar la condición de único es porque hay seguro
otro sindicato. Lo que convierte a la declaración de “único” en la
confesión de la existencia de otro sindicato. Así, la
independencia declarada por el periodismo “independiente” hace
sospechar la invisible e inconfesable dependencia de ese
periodismo.

Pero tal distinción, la de ser independiente, implica además el


cumplimiento de una necesidad del periodismo hegemónico y
del poder real que siempre tiene detrás. Se trata de la necesidad
de contar con un periodismo desideologizado, un periodismo sin
color.

Está claro que la camiseta transparente del periodismo sin


color es la camiseta del periodismo hegemónico y del poder real
que siempre tiene detrás.

Lo que se trata de impedir es que los colores asomen al


periodismo.

Lo que se trata de lograr es que el periodista se condicione y


se limite según los límites y las fronteras impuestas por el
periodismo hegemónico y el poder real que siempre tiene detrás.

El color socialista, nacionalista, peronista, radical, sin son


puros y auténticos, resultan colores inauditos, insoportables,
aberraciones de la luz.

El periodista querido por el periodismo hegemónico es casi


un marciano, sin ligazón ideológica, partidaria, de credo, cultura,
cosmovisión, simpatía o partido.

Un tarado.

Y hasta las mejores expresiones intelectuales del periodismo


hegemónico festejan esa disminución intelectual, esa taradez.

Habrase visto en abundancia como el sistema del


“capitalismo tardío”, hace lo mismo con los economistas y la
economía, con los juristas y el derecho, con los intelectuales y la
cultura, con la civilización y los civilizados.

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173
Se trata de la fórmula específica del “Pensamiento Único”, la
forma más perfeccionada y universalizada de la cosmovisión
fascista.

El modelo del sistema no es modelo, sino la totalidad. El


pensamiento científico se reduce al color sin color del
pensamiento único.

Por esta sucesión lógica “La Economía” resulta ser el


pensamiento económico del capitalismo burgués, mientras que
el resto de las concepciones económicas no son ciencia sino
que ideología.

Por esta sucesión lógica el derecho universal es el derecho


occidental, en tanto que la incomprensión y el reduccionismo
cultural resultan menos incomprensibles y menos reductores que
la imposición del velo en las mujeres islámicas. La muerte en las
villas por enfermedades venéreas, renales, sida, desnutrición,
inasistencia médica, violencia familiar, inseguridad física y
jurídica, siempre se observarán menos escandalosas que las
lapidaciones en Irán.

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Si soy peronista y lo sabés… ¿No estás en mejores


condiciones de recibir mis dichos, mis miradas, mis
informaciones?

¿Sabés cuántas veces detrás de cada periodista


“independiente” que te decía cosas como la temperatura y la
humedad hubo un lobbista, un sobre de la S.I.D.E, un operativo
de prensa rentado, un chivo, un tráfico de influencias?

¡¿Viste Macaya?! …¡Viste!

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Hay algo que ocultan las cámaras ocultas.

Paradójicamente ocultan al Periodismo de Investigación.

Hubo desde el principio una tendencia a reducir el


Periodismo de Investigación al ámbito de los asuntos
174
deliberadamente ocultos, a aquellos temas barridos bajos las
alfombras del poder o retirados a sus escondrijos más
inaccesibles.

Dos factores externos al periodismo contribuyeron a ese


reduccionismo: La propia inmundicia de la degradación política y
el clima social atado a la teoría conspirativa.

Ambos factores componen el aire de las redacciones no


precisamente con la proporción de los gases raros. El uno,
porque implica una usina interminable de hechos que brillan con
la misma intensidad de los escandalotes del mundo de la
farándula, principal competidor en el preciado interés de las
audiencias. El otro, debido a una de las dos trágicas confusiones
del periodismo hegemónico contemporáneo y que está llevando
a la profesión por el camino de la desaparición: la confusión de
Opinión Pública con “audiencia”.

¿Debo decirlo? Los periodistas trabajamos para la


Opinión Pública.

La Opinión Pública es un lugar sin lugar en donde los


periodistas colocamos el resultado de nuestro trabajo honesta y
profesionalmente realizado, para que quien quiera haga con él
otro trabajo que ya excede( y debe exceder) las pretensiones del
periodismo. Ese arcón del que se sirve el ciudadano para formar
sus conductas y contribuir al fortalecimiento de la democracia
nada tiene que ver con las “audiencias”.

El periodismo hegemónico trabaja para las audiencias, se


ata a ellas, a su capricho y a su número, signando
inexorablemente la desaparición del ámbito natural para el
desarrollo del periodismo que es la libertad. Una relación de
dependencia y de adicción mutua que, simultáneamente,
estupidiza al ciudadano y muta la función y el carácter del
periodismo hasta convertirlo en lo que no puede ser.

El periodismo crítico tiene, frente a una sociedad en crisis


con un periodismo en crisis, la obligación y la necesidad de
hacer la exhortación a la recuperación de la mística y la utopía
del periodismo.

Frente a esta puja, la aparición del Periodismo de


Investigación ha sido una oleada vivificante para las ilusiones de
esa recuperación.

175
En primer lugar el periodismo de investigación trabaja
sobre temas nuevos, asuntos de los que nadie se ocupa, por
ocultos o por despreciados, por interesadamente ignorados.
También de la inmundicia del poder convencional, pero no sólo
de ella, tanto que bien podría si quisiese, ocuparse de la
inmundicia del poder mediático, cosa que no hace sino
ocasionalmente.

En segundo lugar es un género histórico. Aún cuando el


periodismo hegemónico pretende presentarlo como novedad.
Hay un centenar de años de antecedentes que emparientan al
periodismo de investigación con la matriz original del periodismo.
Este rasgo le otorga capacidades suficientes en la tarea de la
recuperación de la mística y la utopía del periodismo, que
ponemos aquí como reclamo y como condición imprescindible
para la salvación de la profesión.

En tercer lugar, el periodismo de Investigación puede, si


quiere, prescindir del sistema mediático, y por lo tanto de los
dictados del periodismo hegemónico. Esto no quiere decir que
deba prescindir de ese sistema, sino que puede hacerlo si le
fuese necesario. Los libros, tanto como la infinidad de
publicaciones específicas en todos los formatos mediáticos dan
prueba de ello. La aparición de la red y las herramientas forjadas
por esa comunidad afianzan hoy, aún más, esa capacidad de
prescindencia y esa independencia productiva.

El periodismo hegemónico se mueve como toda cultura


hegemónica del sistema. Tardó muy poco en darse cuenta de la
peligrosidad que un periodismo que se realiza
independientemente de la agenda y que puede realizarse
independientemente del sistema mediático acarreaba para ese
sistema y en consecuencia, para sí mismo.

De manera que hizo lo que toda cultura hegemónica del


sistema hace en estos casos: convertir al enemigo en algo
propio. El sistema reproduce sus antagonismos, se los traga, los
convierte en parte de sí mismo.

Así que, deliberadamente, redujo su Periodismo de


Investigación a una versión Reality dirigida a explorar las cloacas
de la política y a satisfacer y hacer regodear a las audiencias
con la comprobación de algo que ya hace años no es noticia: La
muerte de la política.

176
Del hediondo magma cada vez, y con un regocijo infantil,
se rescatan los trozos de porquería para exhibirlos. Esa es la
tarea. Todo es comprobación y jamás un descubrimiento.

El verdadero y necesario Periodismo de Investigación, en


tanto, corre por sus carriles naturales, y se presenta para el
Periodismo Crítico como una muy buena noticia.

177
Epílogo

“Hemos chamuscado a la serpiente, no la hemos matado.


Se esconderá y volverá a ser ella misma, mientras nuestra
mísera malicia sigue en peligro de sus dientes de antes. Pero
que se descoyunte la trabazón de las cosas, que sufran este
mundo y el otro, antes que comamos con miedo y durmamos
con la aflicción de esos sueños que nos agitan de noche; mejor
estar con los muertos, con los que hemos enviado a tener paz,
para conseguir nuestra paz, antes que yacer bajo el tormento del
alma, en pasmo y sin descanso.”

(Macbeth. William Shakespeare. Acto III. Escena


segunda.)

Todo empeora.

Y en contrasentido y contra intención mejora todos


mis dichos.

Cada mañana y cada noche resulta ser una


ratificación de lo que tanto trabajo me costó discernir años atrás.
Los muchachos parecen empeñarse en casi llevar al trazo de la
caricatura lo que ayer fuera siquiera esbozo sibilino.

El bueno de Mauro parece apenas un boceto a


carbonilla.

Por eso este libro debe terminar.

Este libro está terminado.

Lo consulté ayer con mi analista. Y él está de acuerdo.

Cada mañana me levantaré con un nuevo ejemplo, más


claro y más cabal para cada uno de los aforismos aquí
inscriptos. Cada noche, con la tenacidad del martillo del herrero,
los sacerdotes del periodismo hegemónico harán un machaco de
ese listado de vicios que se ha convertido en la esencia del
periodismo. De manera que ¿para qué esperar? ¿Para qué
imaginar que este prospecto de certificado de defunción pueda
mejorar su dictado y su literatura?

178
Lo sé. Lo sé. Hay una indeseable manera de ser que
invade todos los terrenos y todas las formas del quehacer
humano. Sé que eso ocurre desde siempre, pero con especial y
diferenciada naturaleza en el tiempo en que nos toca vivir. Pero
mi pobre lucha se inscribe en la pequeña patria del periodismo.
Allí pretendo, sino una victoria, al menos una resistencia digna.

Porque además de todo lo que está amenazado con la


amenaza que se cierne sobre el periodismo, la muerte misma
que es una inminencia, hay una guerra personal, una pelea de
esquina que no creo que deba perderse.

Albert Nolan me entera que la fe no es cualquier creencia,


sino que una creencia básica en que el bien triunfará, finalmente,
sobre el mal.

La fe es lo contrario al fatalismo.

El fatalismo es una certidumbre en que, no importa de


qué se trate, lo que aparezca o parezca, y no importa lo que
hagamos, sucederá todo lo contrario al augurio de la fe: el mal
finalmente vencerá.

Hace ocho años esta fe mía, una fe manifiesta que no


quiere dormirse en la agonía, recibió todo tipo de
interpretaciones. Desde que era movida por el resentimiento,
hasta que buscaba un nicho diferente para el éxito personal. En
medio de estos dos polos también se me dijo de la locura, el
quijotismo y hasta la caracterización psicológica de la
autodestrucción.

Un libro anterior, descriptivo de la victimación mediática


movió un montón de sentimientos alrededor de mí. Sirvió para
marcar una divisoria entre amigos incondicionales y amigos de
circunstancia, y me reveló los matices en que suelen
presentarse las oscuridades del alma. Otro trabajo anterior, “La
Caída de los Medios”, no encontró bienvenidas académicas.
Quizá el augurio del título hizo correr el pánico en los altos
enseñaderos en dónde se preconiza “la aventura del
conocimiento” pero los espacios de innovación producen
agorafobia y desnudan las más patéticas cobardías.

Hoy aquellos fantasmas afiebrados hacen sonar sus


sábanas frente a los ojos de los incrédulos de una manera
patente y portentosa.

179
Si dijese aquí que sólo tenía razón en mis augurios sería
sólo yo un sacerdote más del credo fatalista. Pero siempre me
movió la fe. Creo que el periodismo es un bien a preservar, y
que este libro nuestro, como todo lo que hagamos en este
sentido y dirección contribuye a esa tarea salvífica. Abre al
menos un debate, una discusión por encima de los corsetes del
pensamiento del periodismo hegemónico, canonización
profesional que consagra la santa iglesia mediática con sus
sacerdotes de cera y maquillaje y sus menos santos intereses.

Hay una tarea por hacer dentro y fuera de las


redacciones, dentro y fuera de las aulas, dentro y fuera de los
laboratorios y los sets. Este libro no clausura ningún debate, sino
que apenas si golpea a su puerta para que se abra a la
exhortación.

Sin esas mesiánicas puestas en escena ni reclamos por


la virtud, hago este juego de fe para los que sean capaces de
construir el relato de una buena noticia sobre el periodismo,
proveniente de la sala de terapia intensiva.

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