Paugam - Formas Elementales de La Pobreza PDF

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LAS FORMAS ELEMENTALES

DE LA POBREZA

Rrrlna Regente, 5-bajo


Apdo. 667
'X1~3-SAN SEM.3TIA1
Serge Paugam

LAS FORMAS ELEMENTALES


DE LA POBREZA

Traducción de María Hernández

Alianza Editorial
Título original:
Les formes élémentaires de la pauvreté

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© Presses Universitaires de France, 2005


© de la traducción : María Hernández Díaz, 2006
© Alianza Editorial , S. A., Madrid, 2007
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 91 393 88 88
www.alianzaeditorial.es
ISBN: 978-84-206-4867-5
Depósito legal: M . 565-2007
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Para Héléne y Raymond
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ............................................................................................ 13
Problemas de medida ....................................................................................... 14
Objeto de estudio ............................................................................................ 16
Una dinámica decididamente comparatista ...................................................... 20

PRIMERA PARTE
FUNDAMENTOS

Introducción ........................................................................................................ 29

1. NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA ..................... 31


Tocqueville y Marx frente al pauperismo ......................................................... 32
El relativismo de Tocqueville ....................................................................... 32
Marx y la cuestión de los supernumerarios ................................................... 42
La aportación determinante de Simmel ............................................................ 50
La pobreza como objeto sociológico su¡ géneris ........................................... 51
La función social de la relación de asistencia ................................................ 55

2. LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA ............................................ 63


La pobreza asistida y sus desviaciones ............................................................... 64
10 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

La experiencia de la descalificación social ..................................................... 64


Valor en el mercado de trabajo e intensidad de los vínculos sociales ............. 67
Las bases de la relación social con la pobreza .................................................... 73
Representaciones sociales variables ............................................................... 74
Experiencias contrastadas ............................................................................. 79
Los factores explicativos ... ...... ... .... . ... . .............................................................. 81
Desarrollo económico y mercado de trabajo ................................................ 81
Forma e intensidad de los vínculos sociales .. ................................................ 85
El sistema de protección y de acción social.. . ... . ................. . ....................... ... 90
Tipología ......................................................................................................... 96

SEGUNDA PARTE
VARIACIONES

Introducción ........................................................................................................ 105

3. LA POBREZA INTEGRADA ........................................................................ 107


Un estado permanente y reproducible ............................................................. 108
La pobreza como herencia ........................................................................... 109
Una pobreza perenne ................................................................................... 110
La familia : una cuestión de supervivencia ........................................................ 117
El principio de la convivencia familiar ......................................................... 118
La fuerza de la solidaridad familiar ............................................................... 122
Valores familiares y práctica religiosa ........................................................... 125
Economía informal y clientelismo .................................................................... 130
Ser pobre en el Mezzogiorno ....................................................................... 130
Un sistema de acción social clientelista ........................................................ 137

4. LA POBREZA MARGINAL .......................................................................... 139


Una pobreza casi invisible ................................................................................ 141
La reducción de la esfera asistencial .............................................................. 141
Los olvidados del crecimiento ...................................................................... 145
La estabilidad de las representaciones ............................................................... 153
»¿Pero ¿dónde están los pobres?» .................................................................. 154
La »pobreza vencida» .................................................................................. 157
Una noción discutida... ................................ . ............. . ........ . .................. . ... . 161
El riesgo de estigmatización ............................................................................. 166
El lenguaje de la inadaptación social ............. ............................................... 167
Una intervención social individualista ......................................................... 170

5. LA POBREZA DESCALIFICADORA ........................................................... 175


El retorno de la inseguridad social ................................................................... 177
La representación de la pobreza como caída ................................................. 178
El miedo ala exclusión ................................................................................ 180
La nueva cuestión social en Francia y Gran Bretaña ..................................... 185
ÍNDICE 11

Las nuevas formas de descalificación espacial ................................................... 187


La imagen del gueto ..................................................................................... 187
Las zonas urbanas «sensibles» ....................................................................... 191
La constitución de una identidad negativa ................................................... 195
La experiencia del paro y del aislamiento social... ..... ... ... ... ..... . ...... . ... ... ...... .. .... 199
Cúmulo de desventajas ................................................................................ 200
Fragilidad de los lazos sociales ...................................................................... 203
Respuestas inciertas ......................................................................................... 208
La multiplicación de objetivos y de actores .................................................. 210
Los límites de las políticas de inserción o de acompañamiento social ........... 214

CONCLUSIÓN: Ciencia y conciencia de la pobreza ........................................... 219

APÉNDICE: Cómo ven los europeos la pobreza .................................................. 235

NOTAS ............................................................................................................... 261

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .................................................................. 281

ÍNDICE ONOMÁSTICO.. ....... . ........... .. .................. . ............................... . ........ 293

ÍNDICE ANALÍTICO ........................................................................................ 297


INTRODUCCIÓN

Todas las sociedades han tenido una idea más o menos concreta de lo que eran y de lo
que querían ser. Las sociedades modernas son las primeras que pretenden adquirir un
conocimiento científico de sí mismas. La sociología tiene por vocación ser la con-
ciencia de unas sociedades lo bastante ambiciosas o imprudentes para ofrecerse a la ob-
servación indiferente y a la curiosidad sin límite.

RAYMOND ARON, «Ciencia y conciencia de la sociedad»,


Archives européennes de sociologie, 1, 1, 1960, p. 1.

¿Qué tiene en común la pobreza entre los distintos países de Europa, la


pobreza de los barrios conflictivos de nuestras ciudades y la pobreza de
las zonas rurales, la pobreza de los años sesenta y la actual? Éstas son las
preguntas que dan lugar a este libro . Preguntas sencillas en apariencia
pero más complejas cuando se trata de responderlas de forma concreta
y argumentada. En el fondo , ¿de quién y de qué hablamos realmente
cuando hablamos de pobreza?
La reacción espontánea al abordar esta pregunta es comenzar defi-
niendo quiénes son los pobres para contarlos , estudiar cómo viven y
analizar la evolución de su situación en el tiempo . Los economistas y es-
tadísticos intentan siempre dar una definición sustancialista de la po-
breza. Me parece útil empezar recordando brevemente los problemas
metodológicos a los que se han enfrentado los investigadores en este
campo y, a falta de resolver estas dificultades , intentar superarlas esbo-
zando un marco analítico susceptible de prestarse a las comparaciones
en el espacio y en el tiempo.
14 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

Problemas de medida

¿Cuántos son? Esta pregunta la he oído en innumerables ocasiones,


prácticamente cada vez que doy una conferencia sobre la pobreza. Se
impone como algo previo a cualquier reflexión, como si fuera incon-
cebible hablar de este tema sin intentar cuantificar a los pobres. A me-
nudo, para tranquilizar a la audiencia, empiezo diciendo que existe una
abundante documentación sobre la medición estadística de la pobreza'
y que no serán cifras lo que les falten. Pero hay que saber apreciar lo
que valen y lo que pueden enseñarnos del fenómeno de la pobreza.
La mayoría de los trabajos en este campo se basan en una idea relati-
va de la pobreza, sabiendo que es difícil, por no decir imposible, definir
de una vez para siempre un umbral absoluto. Podemos distinguir al me-
nos tres enfoques para medir estadísticamente la pobreza: el enfoque
monetario, el enfoque subjetivo y el enfoque por las condiciones de vida.
El primero es el más extendido. Tiene en cuenta el conjunto de los
ingresos del hogar e intenta definir el umbral mejor adaptado. Éste co-
rresponde a un porcentaje determinado de los ingresos medios o de la
mediana de ingresos. La norma actual en Francia y en Europa es cuan-
tificar el umbral del 50 o del 60% de la mediana de ingresos y consi-
derar pobre el hogar en el que los ingresos por unidad de consumo sean
inferiores a dicho umbral. Calcular los ingresos por unidad de consumo
supone tener en cuenta el tamaño del hogar y determinar una escala de
equivalencia. Durante muchos años, el INSEE (Instituto Nacional de
Estadística y Estudios Económicos) ha utilizado la escala de Oxford,
que consiste en atribuir al primer adulto del hogar 1 unidad de consu-
mo, al resto de los adultos 0,7 unidades de consumo y a los niños
menores de 14 años 0,5 unidades de consumo. Muchos creen que este
método de definición de la escala no se adapta a la estructura actual de
consumo, ya que subestima las economías de escala de los hogares
puesto que la vivienda se ha convertido en el primer elemento pre-
supuestario en lugar de la alimentación y el vestido. Sin embargo, el
precio de la vivienda aumenta más despacio con el tamaño del hogar
que los gastos en alimentación y vestido. Por ello el aumento de las ne-
cesidades con el tamaño del hogar es sin duda hoy en día inferior al de
otros tiempos. Por ello los estadísticos se muestran de acuerdo sobre la
necesidad de revisar a la baja los coeficientes de 0,7 a 0,5% para los
INTRODUCCIÓN 15

adultos y de 0,5 a 0,3 para los niños menores de 14 años. Esta escala de
equivalencia se designa hoy con la expresión «escala de la OCDE mo-
dificada».
Está claro que esta decisión, justificada por la reflexión metodológica
basada en datos objetivos, no elimina completamente la parte arbitraria
y ambigua de los criterios elegidos. Además de que el cambio de una es-
cala a otra tiene importantes consecuencias en el número y característi-
cas de los hogares considerados como pobres y existe, por tanto, un de-
safío social y político en la definición de este método, conviene subrayar
que la elección se basa en hipótesis imposibles de comprobar y que re-
flejan, ante todo, los prejuicios del estadístico. Las nociones de necesidad
y bienestar, indispensables para la definición de la escala, son relativas. El
estadístico debe argumentar que las economías de escala dependientes
del tamaño del hogar son idénticas según los sitios o habría que entrar
en análisis sutiles para los que no se dispone de datos suficientes. Lógi-
camente debería tener en cuenta el papel de la economía doméstica en el
cálculo del coste del niño; sin embargo, ese tipo de evaluación no puede
llegar fácilmente a un resultado que se integre en la definición de una es-
cala. Por otra parte, las escalas se elaboran en función del modelo del in-
dividuo racional. El propio hogar se caracteriza siempre por un sistema
único de preferencias en el que se considera que todos los miembros tie-
nen el mismo nivel de bienestar, lo que no deja de ser una hipótesis sin
duda inevitable pero en parte exagerada Z.
El enfoque subjetivo de la pobreza pretende soslayar este tipo de
problemas. No se refiere ya al juicio del experto, sino a la opinión de la
persona encuestada sobre su propia situación financiera y su bienestar.
Preguntas como «,consigue llegar a fin de mes?» y «,con qué presu-
puesto mínimo debe contar una familia como la suya para cubrir sim-
plemente sus necesidades?» sirven como referencia al estadístico para
definir un umbral subjetivo de pobreza. Este método se estableció en
los años sesenta 3 y ha sido objeto de numerosos trabajos en el curso de
los últimos anos'. Se trata de un método que nos permite tener en
cuenta el aspecto positivo que puede suponer para una familia el hecho
de tener hijos. Sin embargo, siempre suscita críticas contundentes. Sus
contrarios le reprochan ser demasiado sensible a la formulación de las
preguntas, especialmente si se utilizan idiomas distintos y se intenta ha-
cer comparaciones internacionales: por ejemplo, la expresión «desa-
16 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

hogo» puede no tener el mismo significado en todos los países. Este


método tampoco permite precisar cómo definen los encuestador su
campo de referencia cuando se les pide que se definan respecto a «una
familia como la suya»: ¿Se trata de un hogar con la misma profesión, el
mismo número de hijos, que vive en el mismo barrio?
Finalmente, para definir estadísticamente la pobreza, otros autores pre-
fieren basarse en un enfoque en términos de condiciones de vida. Abun-
dan en la idea de que no es la falta de un determinado bien material ele-
mental lo que permite definir la categoría de pobres, sino el cúmulo de
desventajas. El sociólogo inglés Peter Townsend elaboró con esta idea el
concepto de deprivation a partir de varios indicadores como la falta de
bienestar material o de posibilidad de participación en la vida social 5. La
fragilidad de este enfoque radica en la dificultad de definir de forma to-
talmente objetiva estos indicadores. Para limitar la posibilidad de desvia-
ciones subjetivas, los defensores de este enfoque intentan elegir criterios
conformes a la definición de bienestar y participación social de la mayo-
ría de la población. Townsend definió 12 categorías de deprivation: ali-
mentación, vestido, calefacción, electricidad, equipamiento del hogar,
condiciones de la vivienda, condiciones de trabajo, salud, educación,
entorno, actividades familiares, ocio y relaciones sociales. Este enfoque si-
gue siendo objeto en la actualidad de muchos trabajos de investigación y
discusiones metodológicas sobre la forma de calcular este tipo de índicé.
Algunos autores han intentado comparar los diferentes métodos de
medida de la pobreza. Stéfan Lollivier y Daniel Verger, por ejemplo,
elaboraron tres escalas para clasificar los hogares franceses según los tres
aspectos monetario, subjetivo y de condiciones de vida. Después de ais-
lar la misma proporción (alrededor del 10%) de hogares «pobres» a par-
tir de cada una de las escalas, comprobaron que la coincidencia era sólo
parcial: mientras que la cuarta parte de la población se ve afectada al
menos por uno de los tres aspectos de la pobreza, sólo un 6% presentan
dos, y un 2% los tres simultáneamente 7.

Objeto de estudio

La definición monetaria de la pobreza es refutada desde hace muchos


años. Ya en 1978 Jean Labbens consideraba este enfoque no sólo arbi-
INTRODUCCIÓN 17

trario, sino simplista : « Cuando hablamos de riqueza y de pobreza hay


que evitar tomar el signo por la realidad. El dinero y los ingresos son sig-
nos. No siempre son engañosos, pero engañan . Pueden estar sometidos
a fluctuaciones periódicas y temporales que no afectan , o afectan muy
poco , a la posición que ocupa una persona , al poder que dicha persona
tiene o adquiere en el conjunto de la sociedad 8». Pasar de la noción de
falta de dinero o de bienes a la noción de ausencia de poder -o de im-
posibilidad de adquirirlo- en el conjunto de la sociedad supone en sí
mismo un salto considerable en la reflexión al plantear la cuestión de la
inferioridad social . En los últimos años este debate se ha reabierto de-
bido a la propuesta de Amartya Sen de considerar la pobreza no a partir
de los niveles de consumo e ingresos , sino a partir de las capacidades
(capabilities) de las personas de tener acceso a ellos'. En su opinión, la
pobreza se entiende mejor por la «penuria de capacidades », es decir, más
por la imposibilidad de las personas de elegir lo que les parece bueno
para ellas que por la falta de satisfacción de las necesidades fundamen-
tales. De ello deduce que lo que hay que distribuir de forma equitativa
no son los ingresos, sino las capacidades para desarrollar realizaciones
(human functionings) y poder llevar una vida digna que merezca la
pena vivirse . Sen invita a los economistas a tener en cuenta no sólo los
bienes materiales , sino la libertad de expresión, la dignidad, el respeto de
sí mismo y la participación en la vida social en general -dicho de
otra forma, todo lo que contribuye a hacer del individuo un ser social
integrado y reconocido.
Esta definición innovadora enriquece el enfoque descriptivo de los
pobres integrándolos en una reflexión teórica a la que hay que recono-
cer su fundamento . También admite que lo que percibimos como pri-
vación pueda variar considerablemente de una sociedad a otra. Pero no
resuelve los problemas de medición de la que en parte es tributaria. Más
bien al contrario , los hace más complejos . El enfoque descriptivo de los
pobres choca casi inevitablemente con el carácter relativo y en parte ar-
bitrario de los métodos considerados.
La sociología de la pobreza no puede reducirse a un enfoque des-
criptivo y cuantitativo de los pobres. Debe preguntarse sobre la noción
misma de pobreza. Para los sociólogos , el razonamiento en términos bi-
narios que consiste en comparar las características de los pobres con las
del resto de la sociedad es equívoco 10 . La definición de un umbral de
18 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

pobreza, por muy elaborada y precisa que sea, siempre resulta arbitraria.
Tomemos un ejemplo: en el umbral del 50% de la mediana de ingresos
por unidad de consumo (unos 600 € al mes) en 2001 había en Francia
un 6% de personas en situación de pobreza, es decir, 3,6 millones, pero
en el umbral del 60% de la mediana de ingresos por unidad de consu-
mo (unos 720 € al mes) los pobres representaban un 12,4% de la po-
blación, es decir, más del doble y en total 7,2 millones de personas ".
Basta pues con cambiar ligeramente el umbral oficial de pobreza para
que cambie radicalmente el porcentaje de población afectada. Este re-
sultado demuestra que existe una gran concentración de hogares alre-
dedor del umbral de pobreza y que éste contribuye a establecer una bre-
cha radical en un conjunto de personas que, en realidad, viven en
condiciones probablemente similares.
Esto no significa que haya que abandonar los indicadores estadísti-
cos de la pobreza. Veremos incluso que pueden ser útiles cuando se
comparan países o regiones. Sin embargo, es fundamental no limitarse
a este enfoque. Mientras que la cuantificación de los pobres supone
para el sentido común una premisa para la reflexión, para el sociólogo
puede suponer un verdadero obstáculo epistemológico en el sentido de
que le lleva a un punto muerto y le evita preguntarse sobre el sentido
mismo de la pobreza.
La cuestión fundamental que debe plantearse el sociólogo es muy
simple: ¿Qué es lo que hace que un pobre en una sociedad determinada
sea pobre y nada más que pobre? Dicho de otra forma, ¿en qué consiste
el estatus social de pobre? ¿A partir de qué criterio esencial una persona
se vuelve pobre para los demás? Georg Simmel, a principios del siglo xx,
respondió a la primera pregunta de forma clara y directa, aunque ya
otros antes que él habían esbozado una respuesta'`. Para Simmel, es la
ayuda que una persona recibe públicamente de la colectividad lo que de-
termina su estatus de pobre. Recibir asistencia es la marca identificativa
de la condición de pobre, el criterio de su pertenencia social a una capa
concreta de población. Un estrato que inevitablemente está desvalori-
zado puesto que se define por su dependencia respecto a todos los de-
más. Recibir asistencia, en este sentido, es recibir todo de los demás sin
poder integrarse, al menos a corto plazo, en una relación de comple-
mentariedad y reciprocidad respecto a ellos. El pobre que recibe la ayu-
da debe aceptar vivir, aunque sea temporalmente, con la imagen negativa
INTRODUCCIÓN 19

que le devuelve la sociedad, y que termina interiorizando, de no ser útil,


de formar parte de lo que a veces se llama los «indeseables». Intentaré
mostrar en el primer capítulo de esta obra el alcance sociológico de
esta definición y de este análisis de los pobres.
De momento recordemos lo que en mi opinión es el postulado del
análisis sociológico de la pobreza : cada sociedad define y otorga un es-
tatus social distinto a sus pobres cuando decide ayudarlos. El objeto de
estudio sociológico por excelencia no es pues la pobreza, ni los pobres
como tales , como realidad social sustanciada, sino la relación de asis-
tencia -y por tanto de interdependencia- entre ellos y la sociedad de
la que forman parte . Esta perspectiva analítica equivale a hacer un es-
tudio comparado de los mecanismos de designación de los pobres en las
distintas sociedades, a estudiar las representaciones sociales que están en
su origen y que las legitiman, y además a analizar la relación que los po-
bres establecen con el sistema de ayudas del que son tributarios y, de
forma general , las pruebas que tienen que pasar en esta y otras cir-
cunstancias de la vida cotidiana.
Después de esta reflexión conceptual sobre el sentido de la pobreza,
podemos reformular las cuestiones que se plantearon al principio de la
introducción. Estudiar cómo se puede comparar la pobreza en Francia
y la pobreza en otro país europeo o la pobreza en los años sesenta con
la del año 2000 equivale a investigar : 1) si las representaciones sociales
en el origen de la elaboración de la categoría de pobres son semejantes;
2) si esta categoría constituye en cada sociedad un grupo social margi-
nal o, por el contrario , un grupo amplio y difuso ; 3) si el tratamiento
social de la pobreza adopta formas similares y si contribuye de forma
sistemática a estigmatizar a los pobres; 4) si los pobres de cada país su-
man desventajas y continúan desprovistos de medios de acción o si, por
el contrario , consiguen superar sus dificultades adaptándose y partici-
pando en la vida social ; 5) si las condiciones económicas, sociales y po-
líticas que intervienen en la definición de estatus social de los pobres
son semejantes.
He necesitado varios años para responder a estas preguntas . Sólo con
una perspectiva decididamente comparatista podía conseguirlo. Sin em-
bargo , realizar una investigación de este tipo supone no sólo obtener
fuentes comparables , sino además producir otras nuevas , lo que no es
realmente factible en programas de investigación que implican a muchos
20 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

equipos. Este libro continúa mis dos primeras obras publicadas a prin-
cipios de los años noventa, La disqualíication social" y La sociétéfrancai-
se et ses pauvres 14. Estas investigaciones se referían únicamente a Francia,
y sentía la necesidad de lanzarme a las comparaciones internacionales.
Reconozco que nunca pensé en aquella época que me harían falta tantos
años para conseguirlo. A decir verdad, esta investigación comparativa,
que ha durado casi una década, se ha hecho por etapas. Se divide en cin-
co programas europeos de investigación sucesivos. Este libro se ha nu-
trido de cada uno de ellos. Por eso me parece útil presentarlos.

Una dinámica decididamente comparatista

El primer programa se inició en 1993 en el Centro de estudios de in-


gresos y costes tras una encuesta nacional sobre los perceptores del
RMI (Revenue minimum d'insertion - Ingresos mínimos de inser-
ción) y un estudio sobre la precariedad y el riesgo de exclusión en
Francia 15. Se trataba de analizar la pobreza desde la perspectiva de la
descalificación social en Europa. Este estudio lo realizó Eurostat con el
apoyo de la Comisión de las Comunidades Europeas. El objetivo era
iniciar una primera investigación sobre el cúmulo de desventajas en Eu-
ropa para poder formular una hipótesis sobre la comparación del pro-
ceso susceptible de expulsar, por etapas, a distintas franjas de la pobla-
ción hacia la esfera de la inactividad profesional y la asistencia. Para
estudiar las características nacionales del proceso de descalificación so-
cial se tuvieron en cuenta tres dimensiones: los modos de regulación del
mercado laboral, la intensidad de los vínculos sociales y el grado de in-
tervención del Estado de bienestar. Este estudio fue realizado por un
grupo de investigadores europeos'. Después del recuento crítico de las
fuentes estadísticas disponibles ", el trabajo consistió en elaborar indi-
cadores similares para cada país.
Era realmente imposible, teniendo en cuenta la diversidad de las
fuentes recogidas, elaborar exactamente los mismos indicadores para
cada país. En las encuestas multidimensionales utilizadas, las preguntas
raramente se planteaban de la misma forma en los distintos países.
Cada una de las fuentes tenía sus puntos flacos y la precisión en la de-
finición de los indicadores no podía ser siempre igual. En algunos casos
INTRODUCCIÓN 21

hubo que recurrir a aproximaciones . Sin embargo , a pesar de estas di-


ficultades , el trabajo emprendido colectivamente permitió elaborar 12
indicadores.
Estos indicadores abarcaban la mayoría de los campos que se tienen
en cuenta en las encuestas multidimensionales: empleo, ingresos, con-
diciones de vivienda y equipamientos, salud, vida conyugal y familiar,
relaciones sociales y, finalmente , los problemas de la juventud . Entre las
fuentes estadísticas elegidas, las informaciones relativas a estos campos
no siempre existían de forma simultánea, para cada individuo encues-
tado , en particular en los países del sur, Italia y España. Para realizar el
máximo número de cruces en los mismos individuos , los investigadores
tuvieron que elegir la fuente más completa, es decir, la que abarcaba
más campos al mismo tiempo.
Una vez elaborados los indicadores , se hizo un primer análisis esta-
dístico . Se cruzaron los indicadores de cada país y se hizo un test de co-
rrelación para cada tabla . El campo de explotación se limitó a la po-
blación en edad de trabajar incluyendo únicamente a las personas
ocupadas y a los desempleados.
Estos resultados permitieron obtener puntos comunes , pero también
grandes diferencias de un país al otro. Entre las convergencias observa-
das, algunas no eran sorprendentes . La precariedad profesional, en el
sentido de inestabilidad en el empleo y el paro, se correlacionaba de for-
ma positiva con la fragilidad de los ingresos y la pobreza de condiciones
de vivienda. La probabilidad de vivir sin cónyuge o de estar separados
era mayor en todos los países para aquellas personas con una situación
precaria en el mercado de trabajo. La inestabilidad del empleo y el
paro reforzaban , por otra parte , la dependencia respecto a las transfe-
rencias sociales y el riesgo de padecer problemas de salud.
Las divergencias más manifiestas entre las sociedades europeas se re-
ferían a la intensidad de los vínculos sociales. La precariedad de la si-
tuación respecto al empleo . no tenía correlación con la fragilidad de la
sociabilidad familiar y de la red de ayuda privada en todos los países. En
España y los Países Bajos, los parados no tenían menos relación con sus
familias que las personas con empleo . En Italia incluso tenían más. En
estos mismos países , además de Dinamarca, la red de amigos o de
ayuda privada parecía densa , incluso para las personas que se enfrenta-
ban a numerosas dificultades . Por el contrario , en Francia, Gran Bre-
22 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

taña y Alemania la experiencia de la inestabilidad del empleo y del paro


iba acompañada claramente de una pobreza de naturaleza relacional. Se
podía pues plantear la hipótesis de que el proceso de descalificación so-
cial era más radical que en los demás países europeos.
Era evidente que este análisis tenía demasiadas limitaciones para
obtener resultados definitivos sobre las características nacionales del
proceso de descalificación social '$. Los resultados, aunque revelaban co-
rrelaciones muy fuertes, debían examinarse con prudencia. Al realizar
este trabajo, mi intención, así como la de los comanditarios de Euros-
tat, era sobre todo sugerir pistas de reflexión para trabajos futuros, en
particular sobre el uso del panel europeo de hogares cuyo lanzamiento
estaba previsto en esa época.
El segundo programa de investigación comparativa trataba del aná-
lisis de los modos de tratamiento de la pobreza y de la exclusión en Eu-
ropa. Este estudio pudo realizarse gracias a la financiación del Minis-
terio de Trabajo francés. El objetivo era comparar los sistemas de
garantía de recursos y las políticas de inserción en el mercado de trabajo
destinadas a las poblaciones desposeídas y amenazadas de exclusión. El
estudio partía de la constatación del gran cambio de los modos de in-
tervención social en las poblaciones desfavorecidas en los últimos años
en los principales países europeos. Se trataba pues de interpretar socio-
lógicamente estos cambios y examinar sus efectos en la estructura social.
Este estudio suponía la utilización de varios tipos de datos: datos cuan-
titativos para el análisis de poblaciones al cuidado de la colectividad
(fuentes administrativas o datos de encuestas, incluidas las longitudi-
nales); datos cualitativos (entrevistas); otras fuentes como los debates
parlamentarios. La explotación de los datos ha permitido comparar
estructuras y servicios suministrados a las poblaciones excluidas o ame-
nazadas de exclusión del mercado de trabajo; las poblaciones en cuan-
to a acumulación de desventajas; la articulación de las diferentes polí-
ticas implantadas y sus efectos'.
Este estudio comparativo requería en primer lugar la presentación de
estos sistemas, cuya antigüedad y principios de funcionamiento difieren
en cada país. Pero, más allá de la descripción necesaria, la comparación
de experiencias de ingresos mínimos garantizados suponía el análisis al
mismo tiempo de cómo se había planteado la cuestión de la pobreza en
las diferentes sociedades, qué importancia le habían dado, qué me-
INTRODUCCIÓN 23

dios habían desarrollado para atajarla y, por último , qué soluciones


preconizaban para hacer frente a las posibles dificultades . Del análisis se
extrajeron tres factores diferenciadores: el primero se refería al principio
de la categorización de los pobres ; el segundo , al grado de descentrali-
zación del Estado de bienestar; por último, el tercero , a la importancia
de la cobertura del sistema de protección social . A continuación se
profundizó en la comparación entre Francia y Gran Bretaña mediante

una estancia en enero de 1995 en la London School of Economics y
la reflexión con el conjunto de investigadores de este programa conti-
nuó hasta la edición de un libro colectivo resultado de esta investiga-
ción 21.
El tercer programa es realmente el más ambicioso . Continuaba el es-
tudio de carácter exploratorio realizado en el marco del CERC para Eu-
rostat y la Comisión de las Comunidades Europeas . Se trataba de un
programa de tres años que coordiné junto a Duncan Gallie a partir de
1996 y en el que participaron varios equipos 22. Las perspectivas de es-
tudio comparativo se habían multiplicado puesto que disponíamos de
una nueva fuente -el panel comunitario de los hogares, cuya primera
oleada se había realizado en 1994 entre muestras representativas de cada
país de la Unión Europea.
Este programa de investigación partía de la constatación de que las
situaciones de precariedad económica y social en Europa eran distintas
y que podían acumularse progresivamente . Retomaba las hipótesis de
mis anteriores trabajos sobre la descalificación social . Su objetivo era,
por una parte , analizar los cambios en la acumulación de desventajas
asociadas a las distintas situaciones de precariedad de mediados de los
años ochenta a mediados de los noventa y, por otra parte, partiendo de
los datos longitudinales , estudiar las relaciones de causalidad entre la si-
tuación respecto al empleo , la pobreza económica, la pobreza cultural y
relaciona) y las políticas sociales de cada país.
Los resultados de este programa se publicaron en una obra colecti-
va 23. No se trata simplemente de la yuxtaposición de estudios compa-
rativos realizados por los equipos . Contiene una interpretación de los
modos de regulación del desempleo . En principio nos pareció que la ex-
periencia del desempleo en Europa no formaba un todo homogéneo,
sino, por el contrario , un fenómeno que se inscribía en las estructuras
económicas , sociales y políticas concretas , que podían darle un sentido
24 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

diferente en cada cultura nacional. Estas diferencias se explican en


parte por el régimen de subvenciones del paro vigente en cada país.
Comprobamos que no había una relación simple entre desempleo y ais-
lamiento social. Por el contrario, demostramos que la probabilidad de
acumular desventajas dependía del modelo de regulación social del
paro a partir de la relación entre, por una parte, las responsabilidades
atribuidas a la esfera pública de intervención del Estado de bienestar y,
por otra, las responsabilidades que correspondían a la esfera de la in-
tervención familiar. En este libro presentaré diversos resultados de esta
investigación comparativa y colectiva.
Finalmente, el último estudio es algo distinto de los demás. Se trata
de una encuesta sobre la pobreza y la exclusión social realizada a peti-
ción de la Comisión Europea para la que trabajé con Duncan Gallie,
tanto en la idea general como en la utilización de los resultados 24.
Esta encuesta se realizó sobre el terreno entre septiembre y octubre de
2001 en todos los países de la Unión Europea (entre una muestra re-
presentativa de aproximadamente 1.000 individuos en cada país). La
explotación de los datos empezó en 2002 en el Lasmas, con la colabo-
ración de Marion Selz, concretamente sobre las representaciones socia-
les, las experiencias vividas y las actitudes respecto a la sociedad y el Es-
tado de bienestar. Hasta ese momento se habían hecho pocos estudios
comparativos respecto a estos indicadores. Esta encuesta europea ha
aportado datos muy valiosos para el análisis comparativo de la relación
social con la pobreza.
Este libro se basa en el conjunto de estos programas de investiga-
ción, pero no constituye una síntesis. Ninguno de ellos fundamenta ex-
plícitamente el esquema teórico de esta obra. Es el resultado de una di-
námica intelectual que me ha llevado a elaborar un marco analítico
específico que presento en la primera parte, especialmente la tipología
de las formas elementales de la pobreza. La segunda parte es más em-
pírica. Pretende aproximar los resultados principales de las encuestas a
esta tipología para intentar validarla.

Como acabo de indicar, este libro es el resultado de varios años de bús-


queda. Me parece imposible dar las gracias a todas las personas que, de
una forma o de otra, en un momento u otro, han contribuido a mi re-
flexión y me han ayudado en esta empresa de largo recorrido. Sólo pue-
INTRODUCCIÓN 25

do mostrarles mi agradecimiento general. En primer lugar a todos los


profesores, investigadores e ingenieros que me han acompañado en
los diferentes programas de investigación comparativa que he citado an-
teriormente. Mi agradecimiento más profundo.
Quiero dar las gracias a Duncan Gallie, con quien he codirigido el
programa sobre la experiencia del desempleo en Europa y realizado la
última encuesta europea hasta la fecha sobre la pobreza y la exclusión
social. Esta colaboración, científica y de amistad, ha sido muy enri-
quecedora. No puedo olvidarme tampoco de Franz Schultheis, con
quien he hablado largamente sobre sociología alemana y los problemas
de comparación internacional.
Este libro presenta principalmente datos sobre Europa, puesto que se
basa en gran parte en los programas europeos que acabo de enumerar.
Sin embargo, quisiera subrayar que mi reflexión se ha beneficiado de la
aportación de investigadores no europeos con quien he tenido el gusto
de hablar. Hilary Silver me ha ayudado a conocer mejor la realidad
americana sobre la pobreza y la exclusión, y deseo agradecérselo pro-
fundamente. También pienso en Maura Véras, quien me invitó varias
veces a la Universidad de Sao Paulo, lo que me proporcionó la oportu-
nidad de estudiar con su equipo y sus estudiantes el mundo de las fa-
velas.
Mi reconocimiento especial para Marion Selz por su ayuda preciosa
tanto en el trabajo estadístico sobre las encuestas como en la relectura
en profundidad del manuscrito. Tampoco olvido a mis estudiantes del
EHESS, que han seguido desde 2001 mi seminario sobre la sociología
de las desigualdades y rupturas sociales y han reaccionado con sentido
crítico, generosidad y sensibilidad a las investigaciones que les presen-
taba. Reconocerán, creo, en este libro, el fruto de nuestras discusiones.
Como siempre, he recibido consejo y críticas de Dominique Sch-
napper -con quien comparto una gran complicidad intelectual desde
que dirigió mi tesis- y de Franlois-Xavier Schweyer. La calidad de sus
comentarios, la confianza recíproca y la amistad que reinan en el «pe-
queño seminario» que organizamos habitualmente me han ayudado en
las distintas fases de elaboración de este libro.
Mi agradecimiento asimismo a Marie Gaffet por su apoyo y aliento.
PRIMERA PARTE

FUNDAMENTOS

Lo que percibimos como privación terrible puede cambiar de una sociedad a otra y,
desde el punto de vista del sociólogo, estas variaciones son objeto de un estudio obje-
tivo. Evidentemente podemos debatir sobre el modo exacto en el que nuestros juicios
normativos deberían tener en cuenta estas variaciones sociales, pero la operación pri-
mordial que consiste en diagnosticar la indigencia sólo puede ser sensible a la forma en
que se perciben las distintas dificultades en la sociedad en cuestión. Negar esta relación
no es ser superobjetivo, sino superestúpido.

AMARTYA SEN , Nuevo examen de la desigualdad.


INTRODUCCIÓN

Hay que reconocer que la pobreza no supone hoy, al menos como tal, un
campo de la sociología. Es cierto que existen muchos trabajos sobre este
tema, pero la mayoría de ellos derivan de otros objetos sociológicos,
más limitados o, por el contrario , más amplios . Aquellos que estudian un
grupo social concreto pueden hablar de la pobreza como otra caracterís-
tica del mismo . Los especialistas de la estratificación social se interesan
por la pobreza porque explica una parte de la jerarquía social, pero no
siempre constituye una parte concreta de sus estudios . La mayoría de los
trabajos sobre las desigualdades sociales compara las categorías pobres con
las más desahogadas, pero esta distinción raramente tiene por objeto el es-
tudio de la pobreza propiamente dicha. Los investigadores que estudian
la formación del Estado de bienestar y los modos de regulación social se
inclinan generalmente hacia la pobreza , pero su intención es ante todo
comprenderla desde el punto de vista de la cuestión social . Tal es la pa-
radoja aparente de la pobreza, presente a menudo en estudios empíricos
y teóricos, pero finalmente poco elaborada como objeto de estudio. Su
interés radicaría en el esfuerzo de los investigadores por integrarla en un
razonamiento del que finalmente tan sólo sería un elemento.
30 FUNDAMENTOS

El procedimiento adoptado en este libro consiste en superar la cues-


tión de la pobreza tal y como se aborda comúnmente para colocarla en
un marco analítico más amplio. Lo que es sociológicamente pertinente
no es la pobreza como tal, sino la relación de interdependencia entre la
población que se designa socialmente como pobre y la sociedad de la
que forma parte. El estatus social de pobre depende de esta relación de
interdependencia, y propongo la hipótesis de que hay varios tipos de re-
lación en las sociedades contemporáneas. El objetivo es compararlas.
Esta primera parte intenta elaborar el marco teórico para definir varias
formas elementales de pobreza. Comienza por un retorno a los textos
clásicos de la sociología.
El primer capítulo parte de la cuestión del pauperismo tal y como
fue abordada en la primera mitad del siglo xix por varios autores, en
particular por Tocqueville y Marx. Estos dos autores no elaboraron el
mismo tipo de interpretación de este fenómeno. Sus análisis se integran
respectivamente en una obra dominada en el primer caso por la cues-
tión de la democracia y la igualdad de oportunidades y, en el segundo,
por la cuestión de la lucha de clases. Tanto para Tocqueville como
para Marx la pobreza correspondía más a una cuestión social que a un
objeto sociológico. Aunque ambos intentaron reubicar esta cuestión en
la evolución de las sociedades y construir un marco analítico que per-
mitiera interpretar el funcionamiento social en su conjunto, sin em-
bargo no definieron explícitamente qué caracteriza sociológicamente a
los pobres respecto a los demás miembros de la sociedad, ni explicaron
de forma completa los modos de construcción de esta categoría y los la-
zos que la unen a la sociedad. Este capítulo continúa profundizando en
el célebre texto de Simmel Los pobres, del que ya he hablado en la pre-
sentación de este libro y que constituye, en mi opinión, la aportación
más determinante a la sociología de la pobreza.
El objetivo del capítulo 2 es recordar en primer lugar las variaciones
en la condición de asistido que se han estudiado en Francia y obtener
las primeras conclusiones. Pretende asimismo continuar la reflexión y la
dinámica de Simmel elaborando un marco analítico que explique los
cambios sociohistóricos de la relación de interdependencia entre los
«pobres» y el resto de la sociedad. Concluye con la definición de tres
formas elementales de la pobreza.
CAPÍTULO 1

NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA


DE LA POBREZA

A diferencia de la aproximación descriptiva y sustancialista a los pobres,


la sociología de la pobreza pretende dar preferencia al análisis de las for-
mas de construcción de esta categoría social y caracterizar las relaciones
de interdependencia entre ella y el resto de la sociedad. Esta perspecti-
va analítica nace en la primera mitad del siglo xix en el marco de la re-
flexión sobre el pauperismo . Aparte de los pensadores sociales y filán-
tropos de la época que estudiaron esta cuestión basándose en encuestas
precisas , dos grandes autores , considerados tradicionalmente como
fundadores del pensamiento sociológico -a saber, Tocqueville y
Marx-, dedicaron una gran atención al pauperismo . Aunque para
tener una visión más completa del pauperismo sea indispensable con-
sultar igualmente las obras de Buret ', Villermé 2 y Engels 3 -por citar
sólo a los más célebres-, los análisis de Tocqueville y Marx marcan
una primera etapa en la sociología de la pobreza.
Habrá que esperar sin embargo al comienzo del siglo xx y, en con-
creto , a la publicación del texto de Simmel Los pobres para que se cons-
tituya verdaderamente una sociología analítica de la pobreza. Al de-
32 FUNDAMENTOS

cantarme por el estudio de la aportación de Tocqueville, Marx y Sim-


mel a esta sociología naciente, soy consciente de que olvido a varios au-
tores que habrían merecido especial atención. Este primer capítulo no
pretende hacer una historia exhaustiva de las investigaciones de carácter
sociológico sobre la pobreza. Su objetivo es determinar, a través del pen-
samiento de los autores clásicos, las etapas que considero fundamenta-
les en esta reflexión sobre la pobreza.

Tocqueville y Marxfrente alpauperismo

El estudio sucesivo de Tocqueville y Marx puede parecer un ejercicio


banal puesto que ya se ha comparado muchas veces a estos dos autores
y aún hoy siguen estando representados por corrientes de pensamien-
to más o menos antagonistas. Muy pocos autores han intentado estu-
diar de qué forma se complementan sus ideas y pueden, a pesar de sus
diferencias fundamentales, explicar los fenómenos sociales. Raymond
Aron es una de esas excepciones. En su Ensayo sobre las libertades les
dedicó un capítulo para introducir la distinción fundamental entre las
libertades formales y las reales y para intentar demostrar que las se-
gundas, producto de la crítica marxista, más que oponerse a las pri-
meras, las completan'. Tras las libertades, resulta tentador renovar este
tipo de estudio centrándonos en la pobreza. Al retomar a estos dos au-
tores, no pretendo tanto someterlos a un ritual como buscar lo que
constituye en uno y otro la aportación más significativa a la sociología
de la pobreza. Me basaré fundamentalmente en la Memoria sobre el
pauperismo de Tocqueville y en El capital de Marx, especialmente en el
capítulo xxiiI, que este último dedicó a la ley general de acumulación
capitalista.

El relativismo de Tocqueville

La memoria de Tocqueville sobre el pauperismo es bastante conocida,


aunque el texto original se haya perdido 5. Fue leído por su autor ante la
Sociedad Académica de Cherburgo en 1835, es decir, el mismo año de
la aparición del primer volumen (tomos 1 y 2) de La democracia en
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 33

América. Téngase en cuenta que 1835 es también el año del segundo


viaje de Tocqueville a Inglaterra, durante el cual se interesaría especial-
mente por la reforma de la ley de pobres de 14 de agosto de 1834 y sus
efectos 6. Publicado ese mismo año en las Memorias de dicha sociedad,
este texto se parece a una comunicación y no tiene nada que ver con
una obra terminada. Tocqueville había prometido una continuación en
la que habría publicado «las medidas con las cuales podemos esperar lu-
char de forma preventiva contra el pauperismo». Esta promesa no fue
cumplida sin que sepamos realmente el motivo. Los especialistas en po-
lítica social no han dejado de lamentarla. No obstante, Tocqueville
había tomado ya una posición en este texto sobre los peligros que po-
dría suponer un sistema generalizado de socorro público a los indigen-
tes, lo que él llama caridad legal en oposición a la caridad privada, y su
idea sobre este tema, a menudo retomado por los pensadores liberales,
no deja ninguna duda sobre la orientación general que consideraba de-
seable. La Memoria sobre elpauperismo no se limita a este tipo de juicio
sobre la ayuda que había que dar a los pobres. Constituye ante todo un
primer intento de formulación de la cuestión social que plantea la po-
breza y de su evolución en el curso de los siglos. Aunque Tocqueville no
fuera el único en estudiar este fenómeno, su perspectiva es esclarecedora
y se diferencia claramente de la de algunos filántropos del siglo xnc que,
en nombre de una ética humanista, pretendían al mismo tiempo ex-
hortar a los ricos a la compasión y al ejercicio de la beneficencia y
moralizar a los pobres inculcándoles los valores susceptibles de «ende-
rezarlos»'. Contrariamente a estos últimos, Tocqueville no se dedica a
denunciar la fatalidad, la falta de sensatez, el abandono de los hijos, el
alcoholismo y la falta de moralidad de los pobres mientras viven haci-
nados sin higiene en viviendas miserables 8. Comienza su ensayo expo-
niendo la paradoja que refleja de entrada la dificultad de definir la
pobreza:

Al recorrer las diversas regiones de Europa, se recibe el impacto de un


espectáculo realmente extraordinario y aparentemente inexplicable. Los
países que parecen más hundidos en la miseria son, en realidad, los que tie-
nen un menor número de indigentes, y en los pueblos cuya opulencia ad-
miráis, una parte de la población se ve obligada, para vivir, a recurrir a los
dones ajenos 9.
34 FUNDAMENTOS

Esta paradoja se basa en realidad en dos ideas que parecen cercanas y que,
sin embargo, no coinciden completamente. La indigencia se aplica a in-
dividuos que podemos distinguir claramente del resto de la población en
función de los rasgos característicos de un estado de privación y depen-
dencia respecto a los demás, mientras que la miseria, tal como la entien-
de Tocqueville en este pasaje, puede generalizarse al conjunto de una re-
gión o un país. Sin embargo, los países más miserables tienen pocos
indigentes, en el sentido en que no hay individuos cuya condición social
se distinga claramente del conjunto. Tocqueville compara la Inglaterra de
su época con España y sobre todo con Portugal. La primera ha llevado a
cabo en el siglo anterior la revolución industrial, mientras que las segun-
das siguen aferradas a las tradiciones de las sociedades campesinas, ca-
racterizadas sobre todo por un débil desarrollo económico.

Atravesad los campos de Inglaterra; os creeréis transportados al Edén de la


civilización moderna. Carreteras magníficamente mantenidas, moradas
limpias y frescas, pingües rebaños errantes por ricas praderas, cultivadores
pletóricos de fuerza y de salud, la riqueza más deslumbrante que en cual-
quier otro país del mundo, la simple comodidad más ornamentada y más
buscada que en otras partes; por doquier la imagen del cuidado, del bie-
nestar y de las diversiones; un aire de prosperidad universal que se cree res-
pirar en la propia atmósfera y que estremece el corazón a cada paso. Así
aparece Inglaterra a las primeras miradas del viajero. Penetrad ahora en el
interior de los municipios; examinad los registros de las parroquias y des-
cubriréis con asombro inexpresable que la sexta parte de los habitantes de
este floreciente reino vive a expensas de la caridad pública.

El contraste con España y Portugal es sobrecogedor:

Hallaréis a vuestro paso -avisa Tocqueville- una población mal nutrida,


mal vestida, ignorante y grosera, que vive en medio de campos por mitad
sin cultivar y en moradas miserables; en Portugal, con todo, el número de
indigentes es poco considerable. Villeneuve estima que en este reino hay un
pobre por cada veinticinco habitantes. El célebre geógrafo Balbi había in-
dicado anteriormente la cifra de un indigente por cada 90 (o noventa y
ocho en la traducción española) habitantes10.

Esta observación le lleva a examinar las causas generales de este fenó-


meno. En su opinión , para ello hay que profundizar en la noción de
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 35

necesidad y estudiar cómo ésta ha evolucionado a través del tiempo.


Tomando el ejemplo de las «tribus bárbaras» que encontró durante su
estancia en América del Norte, subraya el desfase entre su pobreza ob-
jetiva y la sensación que tienen respecto a su condición: «Yo he lamen-
tado su destino, pero ellos no lo encuentran cruel. Tumbado en medio
del humo de su tienda, cubierto por vestimentas bastas, obra de sus ma-
nos o producto de la caza, el indio mira con piedad nuestras artes, con-
siderando como una servidumbre fatigosa y vergonzosa la búsqueda de
nuestra civilización; tan sólo nos envidia nuestras armas» ". Si la mira-
da del observador exterior no coincide con la de los autóctonos, es por-
que ha sido formada por otra cultura. Por eso la pobreza de los indios
sólo existe si se compara con otro universo de necesidades que cambia
permanentemente y por ello no puede constituir una referencia abso-
luta. En La democracia en América Tocqueville ya había subrayado,
con ayuda de otro ejemplo, esta oposición entre la inquietud y la satis-
facción permanente de los ricos y la serenidad de los pobres:

Todavía hoy podemos encontrar en remotos lugares del antiguo mundo pe-
queñas poblaciones que han sido olvidadas en medio del tumulto universal
y que han permanecido inmóviles cuando todo a su lado cambiaba. La ma-
yoría de estos pueblos son muy ignorantes y miserables; no se inmiscuyen
en los asuntos del gobierno y a menudo los gobiernos los oprimen. Sin em-
bargo, muestran normalmente un rostro sereno y a menudo demuestran un
carácter jovial. He visto en América a los hombres más libres y más ilustra-
dos, colocados en la situación más feliz que pueda haber en el mundo; me
ha parecido que una especie de nube cubría normalmente sus rasgos; me
han parecido graves y casi tristes hasta en sus placeres 12.

Mediante estas observaciones, Tocqueville demuestra no sólo el relati-


vismo cultural, sino que acierta de pleno en un problema de definición
de la pobreza que le lleva a diferenciar el enfoque objetivo del subjetivo
y a compararlos 13. Esta distinción suscita todavía en la actualidad nu-
merosos trabajos, sobre los que volveremos.
Tocqueville ve en el sentido que se da a la pobreza en la sociedad de
su época y más aún en Inglaterra, el país más industrializado de en-
tonces, el reverso del que se da al dinero y a la riqueza. En las notas de
su segundo viaje a Inglaterra, observa que el culto al dinero se difunde
en todas las esferas sociales y se convierte en el criterio determinante no
36 FUNDAMENTOS

sólo de la riqueza de las personas sino además y sobre todo de su poder,


consideración y gloria.

El espíritu, la virtud, parecen poca cosa sin dinero. El dinero se mezcla con
los demás méritos y se incorpora en cierto modo a ellos. Colma todos los
vacíos que puedan encontrarse entre los hombres, pero nada podría su-
plirlo 14.

Concluye por tanto que los pobres se encuentran en situaciones muy


injustas.
Los ingleses -dice- sólo han dejado a los pobres dos derechos: el de estar
sometidos a la misma legislación que los ricos y el de igualarse a ellos com-
prando una riqueza legal. Aun así estos dos derechos son más aparentes que
reales, puesto que es el rico el que hace la ley y el que crea, en su provecho
y el de sus hijos, los principales medios de adquisición de la riqueza 15.

En toda la primera parte de su memoria sobre el pauperismo, Tocque-


ville se lanza a una exploración histórica, voluntariamente simplificada,
de las necesidades humanas. Podemos resumir sumariamente su análi-
sis. En el origen, las necesidades de los hombres se limitaban a los
medios de supervivencia: un abrigo contra la intemperie y una ali-
mentación suficiente. A partir del momento en que se convierten en
agricultores, acceden a la propiedad de las tierras, se establecen y ad-
quieren más garantías contra el hambre y los azares de la existencia.
Descubren progresivamente otras fuentes de placer. Pero a este deseo de
poseer más corresponde también el nacimiento de las desigualdades en-
tre los hombres. Mientras que se contentaban con cazar no había nin-
gún signo exterior de superioridad de un hombre sobre otro o de una
familia sobre la otra.
Pero desde el instante en que la propiedad inmobiliaria fue conocida y los
hombres convirtieron las vastas forestas en ricas campiñas y fértiles prade-
ras, desde ese momento pudo verse cómo ciertos individuos reunían en sus
manos mucha más tierra de la que necesitaban para alimentarse y perpe-
tuar la propiedad de la misma en las manos de su posteridad. De ahí la
existencia de lo superfluo; con lo superfluo nace el gusto por otros goces
diversos de la satisfacción de las necesidades más groseras de la naturaleza
física. En este estadio de las sociedades es menester situar el origen de casi
todas las aristocracias' 6.
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 37

Una propiedad territorial que se acumula, un gobierno que se concen-


tra en pocas manos, un espíritu de conquista sin límite, éstos son los
elementos principales de estas sociedades fundadas en la desigualdad
que vieron nacer la Edad Media.
En su rápido fresco histórico, Tocqueville se inclina hacia los siglos
feudales. En el siglo xii, dice, la población sólo se dividía en dos cate-
gorías: agricultores y propietarios de las tierras. Sometidos a sus amos, los
primeros tenían sin embargo casi siempre su medio de existencia ga-
rantizado:

Limitados en sus deseos como en su poder, sin sufrimiento por el presen-


te, tranquilos ante un futuro que no les pertenecía, gozaban de ese género
de felicidad vegetativa del que tan difícil resulta al hombre civilizado com-
prender el encanto como negar la existencia 17.

Los segundos formaban la clase privilegiada que vivía en el lujo y lo su-


perfluo , sin conocer pese a todo la comodidad y la tranquilidad:

La existencia de estos últimos era brillante, fastuosa, pero no cómoda. Se


comía con los dedos en bandejas de plata o de acero cincelado; los vestidos
estaban cubiertos de armiño y de oro y la lencería era desconocida; se vivía
en palacios en los que la humedad cubría los muros, y al sentarse usaban
asientos de madera ricamente tallados junto a inmensos hogares donde se
consumían árboles enteros sin difundir el calor a su alrededor 18.

Tocqueville concluye que durante la época feudal la mayoría de la po-


blación vivía casi sin necesidades y que el resto de la población experi-
mentaba tan sólo un pequeño número de ellas: «La tierra bastaba, por
así decir, a todos; en ninguna parte había comodidades, en todas el vi-
vir»". Dicho de otra forma, a pesar de esta desigualdad social funda-
mental, la pobreza no estaba generalizada, y su sentido no era en nin-
gún caso comparable al que le damos en las sociedades modernas. La
pobreza de la que se habla aquí no es sinónimo de privación puesto que
las necesidades son limitadas, así como la conciencia de un porvenir
mejor.
Sin dar una explicación, Tocqueville constata sin embargo que pro-
gresivamente van apareciendo gustos nuevos, que las necesidades se re-
finan. Se constituye una clase numerosa que vive de su industria, mien-
38 FUNDAMENTOS

tras que los descendientes de los nobles de la Edad Media amplían el


círculo de sus placeres e inventan nuevas riquezas: «El pobre y el rico,
cada uno en su esfera, conciben la idea de goces nuevos ignorados por
sus predecesores» 20. Alimentados por la esperanza de una vida mejor,
muchos agricultores dejan los campos para encontrar un trabajo en las
fábricas que florecen en las ciudades. De este modo asistimos a los
grandes desplazamientos de población que corresponden en opinión de
Tocqueville a la ley inmutable del crecimiento y del desarrollo sobre la
que Marx, como veremos, hará un análisis diferente.
Para Tocqueville, el principio del siglo xIx se caracteriza por el de-
sarrollo simultáneo de la riqueza y la indigencia: «En la actualidad la
mayoría es más feliz, pero siempre se encuentra a una minoría lista para
morir de necesidad si el apoyo del público llega a faltarle» 21. El obrero
de esta época del pauperismo no tiene las garantías de supervivencia
que los campesinos intentaron preservar siempre. Está sometido a los
avatares de la producción y puede perder rápidamente su trabajo y
sus ingresos básicos. En ausencia de recursos, sólo puede deslizarse
inexorablemente hacia la miseria y la muerte: «La clase industrial, que
de manera tan poderosa sirve al bienestar de las otras, se halla, pues, ex-
puesta más que ellas a los males súbitos e irremediables» 22.
Hay que dar las gracias a Tocqueville por haber relativizado la no-
ción de pobreza. Al subrayar que las necesidades son variables de una
sociedad a otra y de una época a otra de nuestra historia, se previno en
cierto modo de la tentación de estudiar a los pobres de forma sustan-
cialista. Como haría un sociólogo, estableció en esta memoria que la
pobreza no existe como tal, sino respecto a un estado de una sociedad
considerada como un todo. Su interés respecto al estudio de la subjeti-
vidad de los individuos y del sentido que dan a sus experiencias le llevó
asimismo a adoptar una mirada ni miserabilista ni populista sobre las
formas de vida más desfavorecidas. De este modo evitó el etnocentris-
mo de clase tan extendido entre los moralistas y benefactores de los po-
bres. La primera parte de su memoria acaba con una visión profética
que nos admira hoy en día por su pertinencia:

Conforme prosiga el actual movimiento de la civilización se verán au-


mentar los goces de la mayoría; la sociedad irá perfeccionándose, hacién-
dose más sabia; la existencia será más cómoda, más llevadera, más vistosa,
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 39

más larga; pero al mismo tiempo, sepámoslo prever, el número de quienes


necesitarán recurrir al apoyo de sus semejantes para recoger las migajas de
todos estos bienes, su número acrecerá sin cesar. Se podrá lentificar ese do-
ble movimiento; las circunstancias particulares en las que se hallan inmer-
sos los diferentes pueblos precipitarán o suspenderán su curso, pero nadie
está en poder de detenerlo. Apresurémonos pues a buscar los medios de
atenuar los males inevitables, ya fáciles de prever 23,

Aunque no encontremos en esta memoria una definición exacta de la


pobreza como estatus social, Tocqueville, muy preocupado por el ries-
go de que se desarrollara la caridad legal, identifica explícitamente a los
paupers con aquellos que recibían asistencia, es decir, como precisa en el
pasaje anterior, con todos aquellos que tienen necesidad de recurrir al
apoyo de sus semejantes y que viven a sus expensas. Aunque no inten-
ta explicar este fenómeno mediante una ley económica del capitalismo,
como hará algunos años más tarde Marx, Tocqueville plantea sin em-
bargo algunos hitos de la sociología de la pobreza al subrayar indirec-
tamente que lo que distingue a los pobres del resto de la sociedad es su
dependencia respecto a la colectividad; el hecho, como precisará Sim-
mel a principios del siglo siguiente, de no ser más que «pobres y nada
más que pobres».
En la segunda parte de su Memoria, Tocqueville estudia la lógica de
la asistencia a los pobres y adopta un estilo más crítico. Esta parte es la
que suelen citar los partidarios de una reducción de la ayuda estatal a
los más desfavorecidos.

Toda medida que funde la asistencia legal sobre una base permanente y le
dé una forma administrativa crea, pues, una clase ociosa y perezosa que
vive a expensas de la clase industrial y trabajadora. Tal es, si no su resulta-
do inmediato, al menos su consecuencia inevitable. Reproduce todos los
vicios del sistema monacal, pero no de las altas ideas de moralidad y reli-
gión que a menudo allí venían a añadirse. Una ley semejante es un germen
envenenado depositado en el seno de la legislación; las circunstancias,
como en América, pueden impedir que dicho germen se desarrolle con ce-
leridad, pero no destruirlo; y si la actual generación escapa a su influencia,
devorará el bienestar de las generaciones por venir 24.

En este análisis se mezclan argumentos que revelan al mismo tiempo un


pensamiento político, la advertencia ideológica y las consideraciones so-
40 FUNDAMENTOS

ciológicas. La crítica radical de la caridad legal pasa por una especie de


idealización un poco sorprendente de la caridad privada:

La limosna particular establece vínculos preciosos entre el rico y el pobre.


El primero se interesa, por la buena acción misma, en la suerte de aquel
cuya miseria ha emprendido aliviar; el segundo, sostenido por una ayuda
que no tenía derecho a exigir y que quizá ni esperaba obtener, se siente
atraído por el reconocimiento. Un vínculo moral se establece entre estas
dos clases, a las que tantos intereses y pasiones concurren a separar, y, di-
vididas por la fortuna, su voluntad las acerca 25.

Estas palabras deben considerarse en función de las ideas de la época,


cuando la caridad privada se consideraba una exigencia moral. El sis-
tema de ayudas públicas a los pobres era muy limitado y no podía
compararse a las políticas sociales actuales. Algunos intelectuales con-
servadores contemporáneos comparten, aún hoy, el punto de vista de
Tocqueville 26; sin embargo, el análisis sociológico demuestra que los
más desfavorecidos se sienten tan humillados -o más- mendigando
en las calles o en el metro que dirigiéndose a los servicios sociales pú-
blicos para obtener los medios de supervivencia. En la actualidad tam-
bién podemos manifestar con mayor facilidad las dudas sobre la inten-
sidad del vínculo moral que une al donante y al beneficiario en el
marco de la caridad privada, puesto que este tipo de relación es fre-
cuentemente furtiva. Pero, en su crítica a la caridad legal, Tocqueville
llega a ciertas constataciones sociológicas que me parecen sin embargo
justas y merecen en cualquier caso una atención concreta. Él se pre-
gunta sobre todo por el sentido del derecho a la asistencia:

Se encuentra en esa idea de derecho algo de grande y de viril que sustrae a


la demanda su carácter suplicante, y sitúa al que reclama al mismo nivel del
que acuerda. Ahora bien, el derecho que tiene el pobre a obtener los auxi-
lios de su comunidad tiene esto de particular: que en lugar de elevar el co-
razón del hombre, lo rebaja. En los países en los que la legislación abre se-
mejante posibilidad, el pobre, dirigiéndose a la caridad individual,
reconoce, es verdad, su estado de inferioridad en relación al resto de sus se-
mejantes; pero lo reconoce a hurtadillas y por un tiempo; desde el mo-
mento en que un indigente está inscrito en la lista de pobres de su parro-
quia puede, sin duda, reclamar con garantías asistencia, mas ¿qué es la
obtención de este derecho sino la manifestación auténtica de esta miseria,
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 41

de la debilidad del mal andar de su titular? Los derechos ordinarios son


conferidos a los hombres en razón de alguna ventaja personal adquirida por
ellos sobre sus semejantes . Ésta es acordada en razón de una inferioridad re-
conocida. Los primeros ponen aquella ventaja en relieve y la constatan; la
segunda pone a la luz esa inferioridad y la legaliza 27.

Tocqueville plantea aquí la cuestión del estatus social de las personas


asistidas y concluye que éste tan sólo puede ser inferior. Cuando la
identidad ya no se obtiene por la contribución directa o indirecta a la
actividad productiva sino por la dependencia de la colectividad, como
en el caso de los paupers, ésta viene marcada por el peso insoslayable del
descrédito y se vuelve negativa. Tocqueville no matiza su opinión ni tie-
ne en cuenta la diversidad de experiencias vividas. Tampoco subraya,
por ejemplo, que las personas asistidas pueden reaccionar e intentar re-
sistirse a ese descrédito dándole la vuelta. Aunque es consciente de
que las personas asistidas pueden elaborar estrategias frente a los servi-
cios sociales que pretenden ayudarles, no saca la conclusión de que su
inferioridad, a la que es sensible, puede ser fuente de negociación iden-
titaria y de transformación de la personalidad.
Dicho esto, a pesar de estas reservas que hoy podemos hacer a par-
tir de encuestas sociológicas más recientes , la tendencia general que
Tocqueville intenta deducir sigue siendo correcta. Presiente que la
asistencia a los pobres es una respuesta imperfecta y comprende su
dialéctica. Los pobres asistidos serán siempre señalados públicamen-
te y definidos socialmente por esta relación de dependencia que con-
sagra al mismo tiempo su pertenencia a la sociedad, por el derecho
que ésta les reconoce a recibir ayuda, y de su inferioridad, de su des-
dichada integración en lo que sólo puede ser la última capa social, a la
que se estigmatiza o de la que se sospecha ser origen de todos los vi-
cios y perversiones. En las notas de su viaje a Inglaterra Tocqueville
comenta la reforma de la ley sobre los pobres de 1834 y señala que «el
objetivo, no ostensible, sino real, del legislador al enmendar la antigua
legislación sobre los pobres es intentar impedir al indigente que re-
curra a la limosna pública haciéndosela desagradable» 28. Es decir,
Tocqueville no se engaña sobre el objetivo real de la asistencia a los
pobres. La sospecha de que el receptor es un holgazán no es sólo
consecuencia del sistema público de asistencia, sino que está presen-
-?? FUNDAMENTOS

te en la propia idea de la ayuda ofrecida, la que conduce al que la re-


cibe de forma permanente a una descalificación social casi inexorable,
especialmente si no puede demostrar su falta de aptitud para el tra-
bajo. Dicho de otra forma, aunque Tocqueville se engaña creyendo
encontrar la respuesta exclusiva en los benefactores de la caridad pri-
vada, hace hincapié en las limitaciones inevitables y la ambigüedad
fundamental de la caridad oficial.
En esta fase de la reflexión, Tocqueville no dice nada de la política de
los enclosures en Inglaterra que obligó a los pequeños agricultores arrui-
nados y a la población de los campos a marcharse hacia la naciente in-
dustria de las ciudades para suministrar la mano de obra necesaria con
bajos salarios. En su opinión, el movimiento de población del campo a
la ciudad se explica ante todo por la multiplicación y diversificación de
necesidades y por la esperanza de los campesinos de encontrar mayor
bienestar abandonando la agricultura. Esta explicación por la necesidad
parece insuficiente. El análisis se centra en los recursos individuales de la
movilidad hacia las fábricas y elude las lógicas económicas de la revolu-
ción industrial y las relaciones sociales que las caracterizan.
La aportación fundamental de Tocqueville es haber visto en el pau-
perismo no sólo una nueva forma de pobreza, moralmente más grave y
humillante que la de los pueblos desfavorecidos de los campos o aleja-
dos de la civilización, sino además la formación de un estatus social es-
pecífico para los indigentes sin trabajo, sin ingresos y sin medios de re-
cibir ayuda de su entorno. Este estatus concreto es el de asistido, que
Simmel estudiará con más profundidad un siglo después.

Marx Y la cuestión de los supernumerarios

Cuando Marx publica en 1867 el primer volumen de El capital tiene


49 años y numerosas obras a sus espaldas, escritos de juventud y tam-
bién textos importantes como Las luchas de clases en Francia, El 18 Bru-
mario de Luis Bonaparte, Crítica de la economía política, sin contar el fa-
moso Manifiesto comunista, redactado junto a Engels. El capital es el
libro más importante de la obra de Marx, el que mejor refleja su pro-
yecto intelectual -a saber, explicar al mismo tiempo el modo de fun-
cionamiento del régimen capitalista en función de su estructura social
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 43

y determinar la historia y el futuro de dicho régimen en función de su


modo de producción y su organización . La cuestión del pauperismo
ocupa un lugar importante en él. Marx conocía, claro está, el estudio de
Engels sobre la clase obrera en Inglaterra . Marx había hecho un viaje de
estudios a Inglaterra con Engels el mismo año de publicación de la obra
de este último . Al igual que él, es sensible no sólo a la explotación de la
clase obrera por los propietarios de los medios de producción, sino a la
producción progresiva de una sobrepoblación relativa que denominará,
siguiendo a Engels y otros pensadores de la primera mitad del siglo xix,
el ejército industrial de reserva 29. Pero Marx no se conforma con la
constatación de la separación temporal de una parte de la fuerza de tra-
bajo, sino que busca sus causas en el funcionamiento de la economía
capitalista:

La población obrera, pues, con la acumulación del capital producida por


ella misma , produce en volumen creciente los medios que permiten con-
vertirla en relativamente supernumeraria . Es ésta una ley de población
que es peculiar al modo de producción capitalista , ya que de hecho todo
modo de producción histórico particular tiene sus leyes de población par-
ticulares, históricamente válidas . Una ley abstracta de población sólo rige,
mientras el hombre no interfiere históricamente en esos dominios, en el
caso de las plantas y los animales. Pero si una sobrepoblación obrera es el
producto necesario de la acumulación o del desarrollo de la riqueza sobre
una base capitalista, esta sobrepoblación se convierte , a su vez, en palanca
de la acumulación capitalista, e incluso en condición de existencia del
modo capitalista de producción . Constituye un ejército industrial de re-
serva a disposición del capital , que le pertenece a éste tan absolutamente
como si lo hubiera criado a sus expensas . Esa sobrepoblación crea, para las
variables necesidades de valorización del capital , el material humano ex-
plotable y siempre disponible, independientemente de los límites del au-
mento real experimentado por la población 30

Como sabemos , explica que el valor del capital viene determinado por
la ecuación según la cual el capital se divide en capital constante o valor
de los medios de producción y capital variable o valor de la fuerza de
trabajo , que es la suma de los salarios . Pero, en su opinión,

a todo capitalista le interesa , de manera absoluta , arrancar una cantidad de-


terminada de trabajo de un número menor de obreros , en vez de extraerla,
44 FUNDAMENTOS

con la misma baratura e incluso a un precio más conveniente, de un nú-


mero mayor. En el último caso la inversión de capital constante aumenta
proporcionalmente a la masa del trabajo puesto en movimiento; en el
primer caso, aumenta con lentitud mucho mayor. Cuanto más amplia
sea la escala de la producción, tanto más determinante será ese motivo. Su
peso se acrecienta con la acumulación del capital.

Por otra parte, adquiere «con el mismo valor de capital más fuerzas de
trabajo, puesto que progresivamente sustituye a los obreros más diestros
por los menos diestros, a los experimentados por los inexperimentados,
a los varones por las mujeres, la fuerza de trabajo adulta por la adoles-
cente o infantil». Marx concluye:

La producción de una sobrepoblación relativa, o sea la liberación de obre-


ros, avanza con mayor rapidez aún que el trastocamiento tecnológico del
proceso de producción, trastocamiento acelerado de por sí con el progreso
de la acumulación y la consiguiente reducción proporcional de la parte va-
riable del capital con respecto a la parte constante. [...] El trabajo excesivo
de la parte ocupada de la clase obrera engrosa las filas de su reserva y, a la
inversa, la presión redoblada que esta última, con su competencia, ejerce
sobre el sector ocupado de la clase obrera obliga a éste a trabajar excesiva-
mente y a someterse a los dictados del capital. La condena de una parte de
la clase obrera al ocio forzoso mediante el exceso de trabajo impuesto a la
otra parte, y viceversa, se convierte en medio de enriquecimiento del ca-
pitalista singular y, a la vez, acelera la producción del ejército industrial de
reserva en una escala acorde con el progreso de la acumulación social ".

La presión que ejerce el ejército industrial de reserva sobre el ejército


obrero activo es especialmente fuerte en los periodos de estancamiento.
El miedo al paro lleva a aceptar las peores condiciones de trabajo. Pero
en los periodos de sobreproducción, la presencia de este ejército de re-
serva lleva igualmente a los obreros activos a moderar sus pretensiones.
El capitalista se aprovecha de esto. «La sobrepoblación relativa es, pues,
el trasfondo sobre el que se mueve la ley de la oferta y la demanda de
trabajo. Comprime el campo de acción de esta ley dentro de los límites
que convienen de manera absoluta al ansia de explotación y el afán de
poder del capital.» 32 Engels refería en su Situación de la clase obrera en
Inglaterra las palabras de un industrial textil a sus obreros: «Si no que-
réis freíros en mi sartén, podéis saltar al fuego» 33. En realidad, el análi-
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGíA DE LA POBREZA 45

sis de Marx se hace eco del que Engels había desarrollado en su magis-
tral monografía. Este último había explicado claramente de qué modo
la existencia del ejército de reserva constituía un factor de competencia
entre los trabajadores, que beneficiaba directamente a la burguesía:
He ahí cuál es la competencia entre los proletarios. Si todos los proletarios
afirmaran su voluntad de morir de hambre más bien que trabajar para la
burguesía, ésta se vería obligada a abandonar su monopolio. Pero ése no es
el caso; se trata incluso de una eventualidad casi imposible, y por eso la bur-
guesía sigue mostrándose contenta. No hay más que un solo límite a esa
competencia entre los trabajadores: ninguno de ellos aceptará trabajar por
un salario inferior al necesario para su propia existencia. Si un día debe mo-
rir de hambre, preferirá morir sin hacer nada que trabajando. Desde luego,
ese límite es muy relativo: unos tienen más necesidades que otros; unos es-
tán habituados a más comodidades que otros: el inglés que es todavía un
poco civilizado tiene más exigencias que el irlandés que anda en harapos,
.come patatas y duerme en una cochiquera. Pero ello no impide que el ir-
landés entre en competencia con el inglés y reduzca poco a poco el salario
-y por ende el grado de civilización- del obrero inglés a su propio nivel34

Marx deduce de ello que

los movimientos generales del salario están regulados exclusivamente por la


expansión y contracción del ejército industrial de reserva, las cuales se ri-
gen, a su vez, por la alternancia de periodos que se opera en el ciclo in-
dustrial. Esos movimientos no se determinan, pues, por el movimiento del
número absoluto de la población obrera, sino por la proporción variable en
que la clase obrera se divide en ejército activo y ejército de reserva, por el
aumento y la disminución del volumen relativo de la sobrepoblación, por
el grado en que ésta es ora absorbida, ora puesta en libertad ss

Así pues, en lugar de ver en el desarrollo industrial un proceso lineal,


Marx subraya la existencia de ciclos caracterizados por la alternancia de
fases de avance tecnológico.que conducen a una parte de los trabajado-
res al paro y fases de desarrollo intensivo que, por el contrario, necesitan
una mano de obra más numerosa. De este modo, los supernumerarios
no son una anomalía del sistema de producción, sino por el contrario
una condición vital del proceso de acumulación capitalista. Para Marx,
«les dés sont pipés» (los dados están trucados) porque el capital opera en
ambos lados a la vez.
46 FUNDAMENTOS

Si por un lado su acumulación aumenta la demanda de trabajo, por el otro


acrecienta la oferta de obreros mediante su «puesta en libertad», mientras
que a la vez la presión de los desocupados obliga a los ocupados a poner en
movimiento más trabajo, haciendo así, por ende, que hasta cierto punto la
oferta de trabajo sea independiente de la oferta de obreros. El movimiento
de la ley de la oferta y la demanda de trabajo completa, sobre esta base, el
despotismo del capital 36

La intensidad de la competencia entre trabajadores, determinada por la


presión que ejerce esta sobrepoblación relativa, sólo puede verse ate-
nuada por un convenio sindical entre trabajadores ocupados y desocu-
pados, pero este último suele tardar en realizarse, puesto que los intere-
ses de los primeros parecen, al menos a corto plazo, oponerse a los
intereses de los segundos.
Decir que los indigentes forman un ejército de reserva muestra para
Marx una interpretación al mismo tiempo económica y sociológica.
Para él, esta población no es sólo una necesidad económica, sino que
además es visible socialmente y se distingue por su situación objetiva de
la población obrera. Está al margen, pero en ningún caso fuera del
modo de producción capitalista. Pertenece al capital. Dicho de otra for-
ma, el pauper es en cierto modo un discontinuo del sistema productivo
cuya subsistencia no está garantizada por una relación de intercambio
salarial sino por distintos recursos, como los subsidios aportados por la
colectividad. Éstos no dependen de las características jurídicas de la
fuerza de trabajo. No tienen conexión con las normas que regulan las
relaciones salariales, pero no dejan de estar vinculados a la plusvalía
global. De este modo garantizan el funcionamiento del sistema capita-
lista en su totalidad.
Este ejército industrial de reserva puede adoptar varias formas. Marx
distingue tres: una forma fluctuante que encontramos en los grandes
centros industriales donde se atrae o rechaza a los trabajadores. Los
obreros supernumerarios crecen pues al ritmo de la industria. Algunas
ramas de la industria contratan a jóvenes trabajadores y los despiden tan
pronto como se hacen adultos. Una parte de esta población emigra en
busca de otro trabajo siguiendo así la emigración de capitales. Una
forma latente que caracteriza especialmente al mundo agrícola cuando
éste es conquistado por los avances técnicos y la acumulación de capital.
La demanda de población obrera agrícola disminuye de forma que
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 47

una parte de la población rural es excedentaria. Antes de dar el salto al


proletariado urbano y manufacturero, constituye en cierto modo un
stock de mano de obra disponible . Por último , una forma estancada
constituida por trabajadores irregulares , cuyas condiciones de vida están
claramente por debajo del nivel medio normal de la clase obrera. Mu-
chos de ellos trabajan a domicilio a cambio de salarios ínfimos y suelen
proceder de los sectores de la industria en decadencia . Estas tres formas
del ejército industrial de reserva no constituyen un mundo aparte,
puesto que sus componentes se mezclan al menos temporalmente con
el ejército activo del trabajo.
Marx subraya que hay, aparte de esta reserva de trabajadores, capas
todavía más inferiores de pauperismo . En su opinión , se trata de vaga-
bundos , criminales , prostitutas , es decir, del conjunto de esferas de la
sociedad que constituyen el Lumpenproletariat. Esta capa social incluye
tres categorías : las personas aptas para trabajar, cuyo número se incre-
menta con cada crisis ; los huérfanos e hijos de paupers, los que reciben
asistencia y que entrarán a su vez en el ejército industrial de reserva y se
alistarán llegado el momento en las fábricas ; los fracasados , los pordio-
seros, los inadaptados al trabajo , las víctimas de accidentes de trabajo,
los enfermos crónicos, las viudas, etc. El pauperismo constituye, en su
opinión , « el hospicio de inválidos del ejército obrero activo y el peso
muerto del ejército industrial de reserva» 37.
De su análisis teórico y descriptivo del ejército industrial de reserva
Marx obtiene una conclusión sociológica importante : la masa de po-
bres no es fija, y tampoco aumenta , como subrayaba Tocqueville, de
forma constante , sino que ante todo refleja las variaciones periódicas
del ciclo industrial . Basándose en datos precisos sobre el número de
pobres que solicitan lo que él llama «limosna pública», Marx com-
prueba, efectivamente , que cada incremento del número de paupers
está motivado por una crisis de la producción que castiga una ciudad
concreta , como Londres en 1866 38, o una región entera tras la crisis
del sector industrial que garantizaba hasta entonces el empleo de la
mayor parte de su población . Marx señala sin embargo que hay que
desconfiar de las estadísticas oficiales por el tratamiento de los pobres
en el marco de las workhouses, esos «correccionales de la miseria» que le
parecen , como antes a Engels, una solución bárbara, próxima a la es-
clavitud.
48 FUNDAMENTOS

Encontramos pues en el análisis de Marx acerca de los supernume-


rarios una noción fundamental que es la de ciclo industrial: a los pe-
riodos de acumulación rápida y de centralización masiva de medios de
producción corresponden condiciones de vida miserables para los tra-
bajadores (alimentación mediocre, hacinamiento en viviendas deterio-
radas, riesgos de enfermedades y epidemias, etc.); a los periodos de es-
tancamiento o de bajada de la producción corresponde una progresión
importante del paro y del número de pobres a cargo de los poderes pú-
blicos en formas que pueden ser inhumanas.
De la existencia de este ejército industrial de reserva deriva, al menos
en parte, la teoría de la pauperización, que ha suscitado numerosos de-
bates. El análisis de Marx sobre este ejército de reserva ofrece efectiva-
mente el elemento principal de la demostración de esta teoría. Lo que
impide que suban los salarios es precisamente ese exceso permanente de
mano de obra desempleada que pesa sobre el mercado de trabajo e ins-
taura la rivalidad entre asalariados. No hay ninguna otra demostración
de esta teoría en El capital. Como señaló Raymond Aron, Marx no
consigue probar de forma convincente que los ingresos de los trabaja-
dores deban disminuir a medida que aumenta la fuerza productiva 39.
Sin embargo, demostró que el salario equivalía a la cantidad de bienes
necesarios para la vida del obrero y de su familia, un mínimo vital
que varía dependiendo de las sociedades en función de criterios que se
tienen en cuenta en las evaluaciones sociales. Marx habría podido de-
ducir por su cuenta que el nivel de vida considerado como mínimo vi-
tal tiene que aumentar en función de los progresos de la producción, lo
que corresponde por otra parte con lo que ha sucedido efectivamente
desde el siglo xix. Por otra parte, Marx subrayó que la tasa de explota-
ción permanece constante en los distintos periodos. Sin embargo, el au-
mento de la productividad y la reducción de la jornada de trabajo sólo
pueden conducir a una disminución del nivel de vida necesario si la tasa
de explotación aumenta simultáneamente.
Dicho esto, aunque la teoría de la pauperización haya sido des-
mentida por el hecho histórico del aumento del nivel de vida del obre-
ro, Marx consiguió demostrar que el modo de producción capitalista
que se basa en el recurso permanente a la mecanización tiende a llevar
al paro a una parte de los obreros empleados, en una proporción que
varía según los ciclos industriales. Sin protección, los asalariados des-
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 49

pedidos son sometidos a un verdadero proceso de pauperización que


vale, si no para el conjunto de los asalariados , al menos para ellos.
En resumidas cuentas, aunque tanto Tocqueville como Marx fueron
sensibles al nacimiento y desarrollo de las clases indigentes en el curso de
este periodo de pauperismo, sus análisis sólo coinciden en parte: mien-
tras que el primero hacía hincapié en las consecuencias sociales y políti-
cas de la dependencia de esta clase respecto a la colectividad, el segundo
buscó el significado económico y el origen de este fenómeno en las re-
laciones de dominación derivadas de la revolución industrial. Ambos
comprendieron la importancia del proceso por el que una parte impor-
tante de la población era permanentemente relegada a una situación vul-
nerable y desvalorizadora, pero no lo interpretaron de la misma forma.
Para Tocqueville, la miseria que se desarrolla está vinculada inevitable-
mente al proceso de civilización que condena a una parte de sus miem-
bros a una situación de inferioridad y dependencia y que corre el riesgo
de- cuestionar la misma idea de democracia, mientras que para Marx es
ante todo el resultado de la acumulación capitalista basada en la desi-
gualdad fundamental de la propiedad y de la explotación sin límite de la
clase obrera por los propietarios de los medios de producción.
En realidad, estas dos interpretaciones sólo se oponen en apariencia.
Son incluso, al menos en parte, complementarias. Si a Tocqueville le
falta un análisis de los fundamentos económicos y de las relaciones de
producción del desarrollo del capitalismo, a Marx le falta una visión
completa de los efectos a largo plazo de la dependencia creciente de los
pobres respecto a los poderes públicos y de la obligación que se dan es-
tos últimos de ayudarlos en nombre de los principios de la democracia
y la ciudadanía. Mientras que Tocqueville pasa casi de puntillas sobre la
cuestión de la explotación de los obreros subestimando la lógica eco-
nómica de la reproducción de las desigualdades, Marx no ve en la ca-
ridad legal más que una cuestión de deducción de la plusvalía general
sin mayor consecuencia para los fundamentos políticos de las socieda-
des modernas. Dicho de otra forma, ambos abordan la cuestión del
pauperismo sin conseguir integrar el hecho económico y social de la ex-
plotación de los trabajadores y el hecho político de la asistencia a los
pobres como premisa del desarrollo del Estado de bienestar moderno.
Recordemos que en el siglo xix la naciente sociología de la pobreza se
explicaba desde esta doble perspectiva -que por otra parte no se redu-
50 FUNDAMENTOS

ce a los dos autores aquí analizados, aunque ambos tengan un papel fun-
damental-, que traduce no una voluntad de analizar la pobreza como
tal, sino la ambición de interpretar la cuestión social de la época en su
totalidad y, al mismo tiempo, el devenir de las sociedades modernas.

La aportación determinante de Simmel

El texto dedicado por Georg Simmel a la sociología de la pobreza fue


publicado en 1907 y reeditado en el monumental volumen que el autor
consagró a su Sociología en 1908 40. Presenta distintos puntos de interés.
En primer lugar, aclara los problemas de la definición de la pobreza y
permite comprender los modos de constitución de la categoría de po-
bres y los vínculos que la unen a la sociedad entendida como un
todo 41. El enfoque constructivista de Simmel es riguroso y heurística-
mente fecundo: rompe con todo tipo de idea naturalista o sustancialista
todavía en boga en los debates científicos y políticos actuales y arraiga-
das profundamente en la sociología espontánea.
Si podemos considerar a Marx y Tocqueville como precursores de la
sociología de la pobreza, Simmel es sin duda su fundador. Su texto abre
perspectivas de teoría sociohistórica de los modos de regulación social.
Simmel aborda en ella las cuestiones de la asistencia y las analiza en fun-
ción de la evolución de las sociedades europeas. Con ese texto la so-
ciología de la pobreza no se reduce a un campo específico de la socio-
logía, sino que por el contrario remite a las cuestiones fundamentales
sobre el vínculo social y pretende deducir propuestas teóricas de carác-
ter general. Simmel intenta, por otra parte, contribuir a una teoría
general de la sociedad a través del análisis de objetos empíricos diversos
y aparentemente marginales.
Este texto tuvo mucha influencia en la sociología americana. Inspi-
ró trabajos sobre la marginación como los de Robert Park. El concepto
teórico de «el hombre marginal», retomado a continuación por Stone-
quist 42, está efectivamente muy cerca del marco analítico propuesto por
Simmel para estudiar, más allá de la cuestión de la pobreza, fenómenos
a primera vista sin relación directa con ella como la criminalidad, la
condición de extranjero o la prostitución. También podemos encontrar
en los trabajos de Herbert J. Gans sobre las funciones de la pobreza en
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 51

Estados Unidos 43, cercanos a la teoría de Robert K. Merton, una pro-


longación del análisis de Simmel.

La pobreza como objeto sociológico su¡ géneris

El lector se sentirá un poco desconcertado con las primeras páginas del


texto de Simmel si espera encontrar en ellas un análisis de las condi-
ciones de vida de las poblaciones desfavorecidas en la onda de los ob-
servadores sociales del siglo xix. El texto de Simmel es, ante todo, teó-
rico:

El hecho de que alguien sea pobre no significa todavía que pertenezca a la


categoría de los «pobres». Puede ser un pobre comerciante, un pobre artista
o un pobre empleado, pero sigue estando en una categoría definida por
una actividad específica o un cargo.

Y añade:

Es a partir del momento en que reciben asistencia, incluso cuando su si-


tuación pudiera normalmente dar derecho a la asistencia, aunque no se
haya otorgado aún, cuando se vuelven parte de un grupo caracterizado por
la pobreza. Este grupo no permanece unido por la interacción entre sus
miembros, sino por la actitud colectiva que la sociedad como totalidad
adopta frente a él 44.

De forma aún más explícita, subraya:

En términos sociológicos, la pobreza no aparece en primer lugar, seguida


de la asistencia -éste es más bien el destino en su forma personal-,
sino que es pobre el que recibe asistencia o el que debería recibirla en de-
terminada situación sociológica, aunque por suerte es posible que no la re-
ciba. La afirmación sociodemocrática según la cual el proletario moderno
es definitivamente pobre, pero no un hombre pobre, coincide con esta in-
terpretación. Los pobres, como categoría social, no son los que sufren ca-
rencias y privaciones específicas, sino los que reciben auxilio o deberían re-
cibirlo según las normas sociales. En consecuencia, la pobreza no puede, en
este sentido, definirse como un estado cuantitativo en sí mismo, sino en re-
lación con la reacción social que resulta de una situación específica 41
52 FUNDAMENTOS

Simmel profundiza en la intuición de Tocqueville. Este enfoque de la


pobreza puede parecer insuficiente. Algunos subrayan efectivamente
que esta pobreza institucional es sólo una dimensión de la pobreza
porque no tiene en cuenta la miseria no declarada, la que se vive en si-
lencio lejos de los organismos asistenciales, con frecuencia por miedo al
deshonor social pero también por desconocimiento de los derechos a
los que pueden aspirar los más desfavorecidos. Ya en el siglo anterior
Eugéne Buret subrayaba que el enfoque de la pobreza por la asistencia
le parecía imperfecto:

En cada nación civilizada hay una miseria oficial, la que pretende aliviar la
caridad pública y que nos será fácil conocer. Podemos saber cuántas per-
sonas más o menos han reclamado auxilio, cuántas lo han obtenido, cuán-
tos desgraciados han admitido los hospitales y los hospicios. Estas cifras se-
guramente no nos harán conocer ni mucho menos el grado y la extensión
de la verdadera indigencia, pero nos podrán servir como termómetro para
medir la miseria real y latente de cada país.

Este análisis le lleva incluso a la siguiente constatación incierta: «La po-


breza se parece al calor: la que no se manifiesta de forma sensible es
muy superior a la que se muestra hacia fuera, cuya presencia detectan
nuestros instrumentos y estadísticas» 46
Pero la pobreza, tal como la entiende Simmel, no es sólo relativa,
sino que está construida socialmente. Su sentido es el que le da la so-
ciedad. Esta definición estaba implícita en Tocqueville y Marx. Simmel
le da todo su alcance teórico al final de su texto. Su análisis se articula
alrededor de una idea fundamental: los pobres así definidos no están
fuera sino dentro de la sociedad. Ocupan realmente una posición con-
creta por el hecho de estar en una situación de dependencia respecto a la
colectividad que los reconoce como tales y se encarga de ellos, pero es-
tán, subraya Simmel, estrechamente ligados a los objetivos de ésta. Son
un elemento que pertenece de forma orgánica a un todo. Para explicar
esta situación concreta Simmel pone el ejemplo del extranjero -al
que volverá en otro ensayo publicado sobre la misma época. Éste está,
como los pobres, materialmente fuera del grupo en el que reside. Esta
forma de exclusión no sólo es relativa sino que indica sobre todo, por sí
misma, relaciones de interdependencia entre las partes constitutivas de
una amplia estructura social. Se trata de un modo particular de inte-
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 53

racción que une al extranjero, al igual que a los pobres, al conjunto den-
tro de una entidad mayor:

La exclusión singular a la que la comunidad somete a los pobres a los que


asiste es característica de la función que cumplen en la sociedad, como
miembros de ésta en una situación especial`.

Puesto que los pobres dependen de la colectividad, se les designa a me-


nudo, todavía hoy, como «excedentes», «inútiles para el mundo». Se so-
breentiende que, si no existieran, la sociedad iría mejor puesto que en
cierto modo se libraría del peso de la asistencia y podría dedicar aún
más medios al bienestar de los demás. Estas imágenes son simplistas,
por supuesto. Pensar de este modo es olvidar que la asistencia tiene un
papel regulador para el conjunto del sistema social. Aunque los pobres,
por el hecho de recibir ayuda, sólo puedan tener un estatus social des-
valorizado que los descalifica, siguen a pesar de todo siendo miembros
de la sociedad de la que forman, por así decir, el último estrato. A par-
tir del momento en que el individuo pertenece a este todo, se encuentra
situado de golpe en el punto final de la acción y no fuera de ésta.

Si ellos (los pobres) técnicamente sólo son objetos ínfimos, en un sentido


sociológico más amplio son sujetos que, como todos los demás, constitu-
yen, por una parte, una realidad social y, por otra, se sitúan más allá de la
unidad suprapersonal y abstracta de la sociedad".

Para él, la relación entre la colectividad y sus pobres o sus extranjeros con-
tribuye a la formación de la sociedad en un sentido formal, al igual que la
relación entre la colectividad y cualquier otra categoría social. Los ex-
tranjeros y los pobres no constituyen organismos aislados. Aunque pue-
dan ser mantenidos respecto a otros grupos, se enfrentan a ellos como al
grupo más amplio que representa la colectividad en su conjunto.

Pero el hecho de enfrentarse implica además una relación concreta que


arrastra al extranjero hacia la vida de grupo como uno de sus elementos.
De este modo, la persona pobre se mantiene sin duda fuera del grupo, en
la medida en que no es sino un objeto inferior de las acciones de la colec-
tividad; pero, en ese caso, estar fuera no es en resumidas cuentas sino una
forma específica de estar dentro 49.
54 FUNDAMENTOS

Dicho de otra forma, la asistencia es una parte de la organización del


todo, al que pertenecen los pobres al igual que los terratenientes y las
demás capas sociales. Simmel saca la conclusión de que «la colectivi-
dad de la que forma parte el pobre entra en relación con él enfren-
tándose, tratándolo como un objeto»50. Ante todo se propone com-
prender las formas sociohistóricas de la red de interdependencias entre
los pobres y el resto de la sociedad en una configuración amplia que
puede ser una nación entera en una fase concreta de su desarrollo. Para
él, lo sociológicamente pertinente no es la pobreza ni la entidad social
de los pobres como tal, sino las formas sociales institucionales que
adoptan en una sociedad determinada en un momento concreto de su
historia.
Esta sociología de la pobreza es en realidad una sociología de las re-
laciones sociales. Simmel ofrece en este texto un marco histórico que
podemos comparar a las teorías de las configuraciones sociales de Nor-
bert Elias. La pobreza, tal como la define Simmel, constituye, efectiva-
mente, un punto de aplicación casi perfecto. Podemos ver en la relación
con los pobres, a través del principio de asistencia, la expresión de
tensiones, posibles desequilibrios, incluso de rupturas que afectan y
amenazan al sistema social en su conjunto, pero al mismo tiempo un
modo de regulación que atenúa los efectos y favorece las interdepen-
dencias de los individuos y los grupos, aunque éstas se basen en rela-
ciones desiguales y a veces conflictivas.
Por otra parte, y aunque Simmel no aborda directamente en este
texto las experiencias vividas de la pobreza, su análisis le lleva, lógica-
mente, a presentar una de las dimensiones fundamentales de la situa-
ción de los pobres que deriva de la relación de asistencia. Cuando la co-
lectividad combate la pobreza y la considera intolerable, su estatus
social se devalúa y estigmatiza. Los pobres se ven más o menos obliga-
dos a vivir su situación en aislamiento. Intentan disimular la inferiori-
dad de su situación en su entorno y mantienen relaciones distantes con
los que tienen una situación similar. La humillación les impide desa-
rrollar cualquier sentimiento de pertenencia a una clase social. La ca-
tegoría social a la que pertenecen es heterogénea, lo que aumenta aún
más el riesgo de aislamiento de sus miembros. El grupo social de los po-
bres constituye en la sociedad moderna, en su opinión, una «síntesis so-
ciológica única».
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGtA DE LA POBREZA 55

En lo que se refiere a su significado y su puesto en el cuerpo social, posee


una gran homogeneidad; pero en cuanto a la descalificación individual de
sus elementos, carece de ella completamente. Es un fin común a los desti-
nos más variados, un océano en el que unas vidas, procedentes de las capas
sociales más diversas, flotan juntas. Ningún cambio, ningún desarrollo,
ninguna polarización o ruptura de la vida social ocurre sin dejar su huella
en la clase pobre. Lo más terrible de la pobreza es que haya seres humanos
que, en su posición social, sean pobres y nada más que pobres 51.

Este análisis de la heterogeneidad de los pobres se hace aún hoy en día.


Los trabajos realizados en Francia entre los receptores del ingreso mí-
nimo de inserción y en otros países europeos entre las poblaciones
que reciben asistencia 52 han llegado a conclusiones similares. El recur-
so a la asistencia en un contexto económico marcado por un fuerte de-
terioro del mercado de trabajo y un debilitamiento de las relaciones so-
ciales se traduce en una mayor diversificación de los pobres, puesto que
estos últimos, procedentes de categorías sociales diversas, pasan por la
experiencia de un proceso de descalificación social que les arroja fuera
del mundo del trabajo a la esfera de la inactividad y la dependencia,
donde se asimilan a otros pobres que han tenido trayectorias diferentes.

La función social de la relación de asistencia

Más allá del interés de este texto por constituir el marco analítico para
pensar en términos sociológicos sobre la cuestión de la pobreza en las
sociedades modernas, encontramos igualmente varios elementos de re-
flexión sobre la relación de asistencia y su función social. Simmel cita el
caso de Gran Bretaña y Francia, pero se basa sobre todo en la situación
de la asistencia en Alemania. Cita la ley sobre los pobres de Prusia en
1842 y la ley alemana de 1871. Sus referencias proceden del siglo xix,
cuando el derecho a la asistencia estaba aún en pañales.
El análisis de Simmel plantea la cuestión del tratamiento de la pobre-
za en el momento en que se institucionalizan los principios nacionales de
la asistencia en la mayoría de los países europeos, paralelamente a las pri-
meras tentativas de elaboración de un marco legislativo para los seguros
sociales obligatorios. En el curso de este periodo de fuerte industrializa-
ción y de mejora de la cobertura de riesgos sociales, la asistencia se vuel-
56 FUNDAMENTOS

ve progresivamente residual. Sólo interviene al margen de la sociedad sa-


larial, pero no por ello deja de ser indispensable para la regulación de ésta.
Alemania estaba más avanzada que los demás países europeos. Me-
diante la legislación social pionera de Bismarck (1883-1889) 53, Ale-
mania había establecido, efectivamente, un seguro social obligatorio
contra los riesgos de accidente de trabajo, enfermedad y vejez, lo que
representaba una transferencia importante de las categorías de pobla-
ciones dependientes de la asistencia social a las categorías «de riesgo» a
cargo del seguro social. No obstante, seguía habiendo una población
asistida bastante considerable: a principios de siglo representaba apro-
ximadamente el 3,4% de la población alemana. Esta población asistida
pertenecía sobre todo a las categorías de población excluidas del bene-
ficio de la seguridad social, organizada alrededor de la condición de asa-
lariado. Se trataba sobre todo de mujeres y niños, y también de familias
numerosas y monoparentales. Las personas asistidas podían aspirar a un
derecho formal a la ayuda; sin embargo, no disponían de los medios le-
gales para hacer valer tales derechos, mientras que las poblaciones de
riesgo a cargo del seguro tenían un derecho de acceso garantizado por la
ley. La estigmatización de las personas dependientes de la asistencia era,
por otra parte, tan fuerte que perdían sus derechos cívicos (derecho al
voto) y eran relegadas al estado de ciudadanos de segunda 54
Simmel hace un retrato desencantado de la beneficencia y la filan-
tropía privada y pública, que no representan una finalidad en sí mis-
mas, sino un medio para conseguir la cohesión de la sociedad y la ga-
rantía del vínculo social. En esta perspectiva sitúa la cuestión del interés
del desinterés retomada muchas veces desde entonces. Esta perspectiva
sociológica sobre las políticas sociales y sus funciones explícitas e im-
plícitas, transparentes y ocultas era por otra parte bastante característi-
ca de la experiencia alemana de la época y parecía traducir las caracte-
rísticas sociohistóricas del nacimiento del Estado social en Alemania Ss
Simmel analiza el principio de asistencia como una relación socio-
lógica de base en la que examina sus diferentes elementos. De ellos re-
tiene tres. En primer lugar, la asistencia es personal y sólo abarca nece-
sidades particulares. Se distingue pues de otras instituciones que están
al servicio del bienestar social y de la seguridad del conjunto de la po-
blación. Su objetivo es en principio sólo una franja de la población
constituida por individuos aislados, contrariamente al seguro social
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 57

obligatorio, que abarca el conjunto de riesgos que corren los asalariados


y sus familias.
En segundo lugar, se dedica a satisfacer más al donante que al re-
ceptor. El carácter fiduciario del altruismo 56 que podemos identificar
fácilmente en las formas antiguas y contemporáneas de la beneficencia
privada puede aplicarse igualmente a la relación de asistencia cuando se
basa en la intervención de toda la sociedad hacia una fracción de sus
miembros. La asistencia, en efecto, se concede por el interés de la co-
lectividad ante todo. Simmel toma el ejemplo de la familia y los sindi-
catos para ilustrarlo.

Incluso en una familia se producen numerosos gestos de asistencia no por el


bien del receptor, sino para que la familia no sea importunada y su repu-
tación resulte manchada a causa de la pobreza de uno de sus miembros. La
ayuda proporcionada por los sindicatos británicos a sus miembros sin tra-
bajo no tiene por objeto aliviar la situación personal del receptor, sino im-
pedir que los parados, por necesidad, busquen trabajo en otra parte por
poco dinero, lo que daría lugar a salarios más bajos en todo el sector 17»

Los intereses de un país para asistir a sus pobres son diversos. La fun-
ción de la asistencia es, en este caso, rehabilitar su actividad económica,
hacerlos más productivos, preservar su energía física, reducir el peligro
de degeneración de su progenitura y, por último, impedir que sus im-
pulsos les lleven al uso de medios violentos con el fin de enriquecerse.
De este modo, nos dice Simmel, «la colectividad recupera indirecta-
mente los frutos de su donación» 58.
Por último, la asistencia es por definición conservadora. La asis-
tencia es un factor de equilibrio y cohesión de la sociedad. Como ve-
mos, Simmel, heredero de la filosofía nietzscheana, no reduce el fenó-
meno de la asistencia a su dimensión filantrópica o «humanitaria». Su
enfoque macrosociológico le lleva, por el contrario, a subrayar el utili-
tarismo primario de la sociedad, puesto que la asistencia a los pobres es
un medio para garantizar su autoprotección y su autodefensa.

Si tenemos en cuenta este significado de la asistencia a los pobres, parece


claro que el hecho de quitar a los ricos para dar a los pobres no tiene como
objeto igualar la posición individual , ni tampoco, ni siquiera en su orien-
tación, suprimir la diferencia social entre ricos y pobres. Al contrario, la
58 FUNDAMENTOS

asistencia se basa en la estructura social, cualquiera que ésta sea; está en


contradicción total con cualquier aspiración socialista o comunista, que
aboliría dicha estructura social. El objetivo de la asistencia es precisamen-
te mitigar algunas manifestaciones extremas de diferencia social para que la
estructura social pueda continuar apoyándose en esta diferenciación.

Este razonamiento lleva a esta conclusión, a un tiempo trágica y realista:

Si la asistencia debe basarse en los intereses de los pobres, en principio no ha-


bría ninguna limitación en cuanto a la transmisión de propiedades en favor
de los pobres, una transmisión que llevaría a la igualdad de todos. Pero,
puesto que este objetivo es el todo social -los círculos políticos, familiares o
sociológicamente determinados-, no hay ningún motivo para ayudar a los
pobres más allá de lo que requiere el mantenimiento del statu quo social 59.

Este enfoque funcionalista de la asistencia, que podríamos calificar de


sistémico, se basa en una idea crítica del derecho a la asistencia. Simmel
observa que el Estado se refiere al principio de la obligación de auxiliar
a los pobres 60, pero, en su opinión, esta obligación no se traduce en un
verdadero derecho para los pobres, puesto que estos últimos no tienen
ningún recurso posible cuando se les deniega la asistencia. Pueden re-
cibir asistencia, pero no reivindicarla. Esta crítica es, sin embargo, me-
nos justa hoy que a principios de siglo. En la mayoría de las legislacio-
nes sociales vigentes en Europa se han establecido procedimientos de
recurso que son utilizados especialmente en aquellos países en los que la
interpretación del derecho a la asistencia se deja a la apreciación subje-
tiva de los asistentes sociales. En los países en los que el acceso al dere-
cho se basa en principios administrativos idénticos para todos, el mar-
gen de autonomía de los profesionales de lo social es más escaso, y los
casos de recursos, menos numerosos. Sin embargo, siempre podemos
preguntarnos sobre los procedimientos previstos por la ley, ya que se ne-
cesita una cultura jurídica y una aptitud para la protesta de las que ca-
recen a menudo los pobres. Entre éstos, muchos se sienten tan humi-
llados por tener que solicitar ayuda que prefieren renunciar a plantear
un recurso en caso de denegación.
Por otra parte, este derecho a la asistencia no es inamovible e incon-
dicional. Por referencia a este principio, que procede de los derechos del
hombre, la sociedad y el Estado deben actuar, pero son libres de cir-
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA POBREZA 59

cunscribir como quieran esta obligación dentro de los límites que se con-
sideren compatibles con los recursos económicos y las demás orienta-
ciones políticas . Un gobierno podría muy bien aprobar una ley que
cuestionara toda o parte de una ley en favor de los pobres considerando,
por ejemplo, que ésta es muy onerosa y penalizadora para la economía o
que crea efectos perversos al sustituir la solidaridad familiar. En un pe-
riodo en el que el número de personas asistidas aumenta considerable-
mente, el equilibrio de la relación entre pobres y el resto de la sociedad
se ve amenazado . El derecho a la asistencia puede limitarse , y regla-
mentarse más el acceso a él. Simmel muestra, por ejemplo, que el Esta-
do pretende limitar su deber de asistencia refiriéndose al principio de
obligación de prestar alimentos inscrito en el Código Civil, con el posi-
ble riesgo de sobrepasar el límite que podría exigirse desde el punto de
vista moral individual . Incluso los padres con ingresos precarios deben
hacerse cargo de sus hijos y viceversa aunque tengan dificultades. Sólo en
caso de carencia absoluta, debe intervenir la colectividad.
Esta competencia entre derecho civil y derecho social en el ámbito
de las políticas de lucha contra la pobreza no es de ningún modo oca-
sional y arbitraria, sino sistemática y constituyente . Desde la implan-
tación histórica de los códigos modernos , entre los que el Código Civil
francés representa el modelo paradigmático , la obligación de propor-
cionar alimentos desempeña el papel de piedra angular del edificio fa-
miliar moderno , lo que convierte los vínculos familiares en indisolubles
«en la riqueza y en la pobreza» y constituye así la base de la solidaridad
en las sociedades industriales . La cuestión social, tal como se manifestó
bajo la forma de pauperismo en el siglo pasado , mostró sin embargo las
limitaciones de esta idea privatista de la solidaridad: la pobreza material
de los más desfavorecidos va acompañada , efectivamente , de una ex-
tremada precariedad de sus situaciones familiares , lo que hace difícil,
por no decir imposible , el sostenimiento de sus allegados. Para com-
pensar los fallos de una protección social insuficiente frente a los riesgos
sociales, el Estado moderno ha adquirido cada vez más la imagen de un
Estado social . La relación social con la pobreza es, al mismo tiempo, un
«asunto familiar» y una «cuestión de Estado». De acuerdo con el espí-
ritu de las leyes sociales modernas, la solidaridad nacional sería secun-
daria respecto a la solidaridad familiar y no debería intervenir sino
cuando esta última fallara , pero, en la práctica, las relaciones entre estos
60 FUNDAMENTOS

dos principios se muestran menos claras. Los distintos códigos de de-


recho social contienen muchos ejemplos de trasgresión del principio ju-
rídico y sociopolítico de subsidiaridad. El uso flexible y un poco arbi-
trario de este principio permite a los gobiernos adaptar sus políticas de
lucha contra la pobreza a las condiciones coyunturales. No es por ca-
sualidad que estos últimos redescubran y revaloricen la idea de subsi-
diaridad en periodos de restricciones presupuestarias y que pretendan
justificar la reducción de los programas sociales en nombre de los prin-
cipios morales de la solidaridad familiar, como demuestran eslóganes ta-
les como «responsabilizar a las familias» o «to empower people». Simmel,
por su parte, delimitó muy bien el desafío primordial que representa el
principio de obligación de proporcionar alimentos en la gestión colec-
tiva de la pobreza y llegó a avanzar la idea radical según la cual este
principio encontraría su razón de ser histórica propiamente dicha en la
voluntad de los gobiernos de delimitar el gasto público.
El análisis crítico de Simmel respecto a la asistencia es sensible-
mente distinto del de Tocqueville. Cuando aborda la cuestión de la asis-
tencia privada, reconoce también que puede ser desinteresada, pero no
intenta, como Tocqueville, demostrar su superioridad respecto a la
asistencia pública. Los donantes intentan hacer valer en su entorno su
muestra de generosidad. Dar a los pobres es ciertamente una decisión
individual, pero sólo puede comprenderse si se relaciona con la inte-
racción social que la caracteriza y motiva. El donante no actúa solo. Su
acción se desarrolla en relación con otras personas u otros donantes.
Dentro de una comunidad determinada, pretende obtener, aunque
sea indirectamente, la aprobación y el reconocimiento de los demás, lo
que es fundamental para seguir actuando con un espíritu ecuánime y
solidario`. El desinterés es relativo, ya que responde siempre, al menos
parcialmente, a un acto interesado. Para Simmel, «a una comunidad
que se encuentra actualmente junta le gusta mantener una impresión de
generosidad pródiga. Únicamente cuando la voluntad particular no
se muestra con tanta inmediatez, sino que debe suponerse a través de
un mandatario, dicha presunción sólo puede ser la siguiente: todos
quieren aportar lo menos posible». La asistencia privada, sin embargo,
no permite adaptarse fácilmente a las necesidades de los más desfavo-
recidos. Los partidarios de la caridad pública condenaban a finales del
siglo xviii sus debilidades y preconizaban un sistema más riguroso de
NACIMIENTO DE UNA SOCIOLOGIA DE LA POBREZA 61

organización del auxilio social. Para Simmel , « la desventaja de la asis-


tencia privada radica no sólo en el factor "demasiado poco", sino ade-
más en el de "demasiado", que conduce a la pereza , explota los medios
disponibles de forma económicamente improductiva y favorece arbi-
trariamente a unos en detrimento de los otros» 62.
El análisis de Simmel no le lleva a oponer asistencia privada y asis-
tencia pública. Pretende superar esta división haciendo hincapié en su
función social complementaria: «El Estado -en Inglaterra más clara-
mente que en otros lugares- satisface una necesidad que es visible des-
de el exterior; la asistencia privada responde a sus causas individuales.
Pero sólo la colectividad puede cambiar las circunstancias económicas y
culturales fundamentales que producen estas condiciones » 63. La asis-
tencia privada es, por otra parte , « un hecho social , una forma socioló-
gica que asigna a los pobres no menos resueltamente -sólo que no tan
claramente a primera vista- una posición como miembro orgánico de
la vida de grupo» 64. En su opinión , la asistencia pública inglesa renun-
cia a saber si una persona merece recibir asistencia. El taller de trabajo
es un lugar tan desagradable que sólo los que realmente lo necesitan
aceptan esta forma extrema de asistencia. Su complemento es la asis-
tencia privada: «El Estado asiste a la pobreza ; la asistencia privada, a los
pobres» 6s
Por último , Simmel no se conforma con definir los elementos fun-
damentales de la relación de asistencia . Trata asimismo de analizar su
evolución . Le llama la atención el traspaso de la comunidad al Estado a
la hora de encargarse de la pobreza . Antes del desarrollo del Estado de
bienestar moderno era lógico que la asistencia se ejerciera a escala local,
puesto que los pobres estaban integrados en una comunidad. Antes de
empobrecerse y de recibir asistencia pudieron contribuir, de alguna
forma, al desarrollo de su pueblo , que en correspondencia les debía re-
conocimiento y protección . El desarrollo económico y las necesidades
de movilidad fueron alterando poco a poco este equilibrio. Simmel
concluye que desde entonces «el Estado entero debe considerarse como
el terminus a quo y ad quem de todas las prestaciones» 66. «Si la ley per-
mite a todo el mundo elegir su lugar de residencia, entonces la comu-
nidad pierde una relación integrada con sus habitantes . Si ya no existe
el derecho a denegar la residencia a miembros indeseables , no podemos
exigir a la comunidad que se establezca una relación justa y solidaria en-
62 FUNDAMENTOS

tre ella y el individuo .» Por esto los pobres constituyen desde entonces
una entidad dentro de otra aún mayor. Su posición en la estructura so-
cial viene determinada en parte por la relación que el Estado mantiene
con ellos a través de las leyes sociales, por supuesto , pero además por los
modos de intervención que éste establece para ayudarles. Con el Esta-
do moderno la relación de interdependencia entre los pobres y el resto
de la sociedad se vuelve más compleja . Supera la estructura social local
y se despliega en una configuración nacional . La centralización de la
asistencia tiene como efecto , dice Simmel , pasar de la visibilidad in-
mediata de los pobres a la visibilidad de estos últimos a través del con-
cepto general y más abstracto de pobreza.
Por este motivo las transformaciones históricas de larga duración de
la relación social con la pobreza reflejan la lógica evolutiva de las so-
ciedades occidentales actualizada fundamentalmente por Norbert Elias,
cuya obra sociológica contiene numerosas afinidades con la de Simmel.
Esta evolución corresponde , como sabemos , a un proceso lento pero
continuo de la centralización sucesiva de toda una serie de funciones y
formas de regulación social, del monopolio de la violencia legítima a la
gestión burocrática de las poblaciones hasta el nacimiento de un Esta-
do social instaurado para garantizar la protección de los individuos y la
cohesión social . Este proceso histórico fue acompañado de una forma-
lización de las relaciones sociales en general y de las formas de asisten-
cia y de solidaridad en particular, pero conviene subrayar que no fue
uniforme. Se tradujo de forma específica en cada contexto nacional,
hasta el punto de que aún hoy es fácil descubrir su huella teniendo en
cuenta, por ejemplo , el grado de centralización política y administrati-
va o la relación de fuerza entre las instituciones estatales y otros tipos de
actores públicos, como las asociaciones caritativas o los sindicatos.
En definitiva , seguir a Simmel a través de su sociología de la pobreza
equivale a profundizar en la reflexión teórica sobre los fundamentos del
vínculo social por él establecidos . Las implicaciones de su reflexión su-
peran considerablemente , al mismo tiempo que la integran, la sociolo-
gía descriptiva de los pobres y de las políticas de lucha contra la pobre-
za. Por esta razón este texto puede constituir aún hoy una referencia para
todos aquellos que, más allá de la cuestión de la pobreza, se preguntan
sobre los modos de regulación de las sociedades contemporáneas.
CAPÍTULO 2

LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA

Lo más terrible de la pobreza, constataba Simmel, es ser pobre y nada


más que pobre, es decir, que la sociedad no pueda definirte más que por
el hecho de ser pobre. A partir del momento en que la colectividad se
hace cargo del pobre, éste ya no puede pretender otro estatus social
que el de asistido, puesto que la asistencia tiene una función social de-
terminada que hace casi inevitable esta designación. La definición so-
ciológica de la pobreza que propone Simmel corresponde en cierto
modo a un tipo ideal. El propio hecho de recibir asistencia asigna a «los
pobres» una carrera concreta, altera su identidad previa y se convierte en
un estigma que marca todas sus relaciones con los demás . Desde el
momento en que la sociedad combate la pobreza y la considera intole-
rable, su estatus social sólo puede desvalorizarse. Pero si los «pobres», por
el hecho de recibir asistencia, sólo pueden tener un estatus social que los
descalifica, siguen siendo a pesar de todo miembros de pleno derecho de
la sociedad de la que forman, por así decir, el último estrato.
Definir el tipo ideal de pobreza moderna no es, sin embargo, un fin
en sí mismo. Su interés es metodológico . El tipo ideal es ante todo un
64 FUNDAMENTOS

medio de conocimiento. No podemos saber de antemano si este tipo de


elaboración dará fruto o no. Sólo después de comparar la realidad con
el marco ideal elaborado podremos juzgar la eficacia demostrativa de
éste. La investigación consiste, efectivamente, en comprobar si hay
desviaciones y en estudiarlas como tales.
Tras una presentación resumida de los trabajos sobre la relación de
asistencia que realicé a partir de las encuestas francesas, este capítulo ela-
bora los fundamentos y define los factores que explican la relación so-
cial con la pobreza en las sociedades contemporáneas para desembocar
en una tipología de las formas elementales de la pobreza que será obje-
to de comprobaciones empíricas en la segunda parte de este libro.

La pobreza asistida y sus desviaciones

Dos encuestas realizadas con unos cuantos años de diferencia -una lo-
cal y de carácter monográfico, otra más representativa, realizada en
toda Francia- me dieron la posibilidad de poner a prueba el tipo
ideal de Simmel. De estas dos encuestas complementarias es posible ex-
traer las conclusiones que se exponen a continuación'.

La experiencia de la descalificación social

Cuando se hizo la primera encuesta en Saint-Brieuc entre 1986 y


1987, es decir, ochenta años después de la publicación del texto de
Simmel, el aumento del número de personas que recurrían a los servi-
cios sociales para cubrir sus necesidades era masivo y rápido. Definir so-
ciológicamente la pobreza a partir de la relación de asistencia parecía
pues heurísticamente fecundo para constituir un objeto de estudio
que se adaptaba al análisis del contexto social de fin de siglo.
Esta encuesta permitió verificar que el sentido de las experiencias vi-
vidas por los «pobres» que recurrían a los servicios sociales estaba rela-
cionado con el tipo de intervención, lo que me llevó a distinguir entre
tres tipos de relación de asistencia y en total siete experiencias vividas 2.
Entre los tres tipos de relación de asistencia, el que corresponde a la
«dependencia» y remite al tipo de «asistidos» coincide perfectamente
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 65

con la definición de Simmel . Los «asistidos » se definen , efectivamente,


por una relación regular y contractual con los servicios sociales. Se de-
nominan entonces como «casos duros » por sus supuestas dificultades
para valerse por sí mismos . Pero la encuesta permitió comprobar que al-
rededor de este núcleo central de la condición de asistido existen al me-
nos otros dos tipos de relación con los servicios sociales : uno, hacia arri-
ba, se refiere a una intervención puntual que se dirige sobre todo a una
población en situación de fragilidad , definida por el tipo de los «frági-
les»; el otro , hacia abajo , corresponde a una infraintervención dirigida
a una población más marginalizada , definida por el tipo de los «margi-
nales », con frecuencia en situación de ruptura social, especialmente
respecto a la familia y las instituciones.
Así pues, la categoría de «pobres» que recurren a la asistencia parecía
al mismo tiempo heteróclita y ambigua . Para la colectividad, los «po-
bres » constituyen una categoría perfectamente determinada , puesto
que está institucionalizada por el conjunto de estructuras dispuestas
para ayudarlos , pero no constituye un grupo social homogéneo desde el
punto de vista de los individuos que la componen. Recurrir a la asis-
tencia en un contexto económico marcado por una fuerte degradación
del mercado del empleo se traducía, efectivamente, en una creciente di-
versificación de los pobres , puesto que había muchos, procedentes de
distintas categorías sociales , que experimentaban un proceso de expul-
sión hacia la esfera de la inactividad y de la dependencia, donde se les
asimilaba a otros pobres con trayectorias diferentes.
Esta heterogeneidad parece aún mayor cuando el análisis distingue
en cada tipo de relación de asistencia diferentes tipos de experiencias vi-
vidas, siete en total : fragilidad interiorizada, fragilidad negociada, asis-
tencia diferida, asistencia instalada, asistencia reivindicada, marginalidad
conjurada y marginalidad organizada. Esta tipología elaborada tras la
encuesta tenía en cuenta la estratificación de los « pobres» en parte ins-
titucionalizada por la «clasificación » de las poblaciones efectuada por los
distintos servicios de asistencia -al haber determinado cada organismo
más o menos su modo de intervención en función de una o varias ca-
tegorías de la población consideradas como pobres- y por el sentido
que los individuos enfrentados a la necesidad de recurrir a estos servi-
cios daban a sus experiencias. La encuesta permitió comprobar espe-
cialmente que , aunque dependan de la colectividad, los «pobres» no de-
66 FUNDAMENTOS

jan de tener capacidad de reaccionar. Aunque se les estigmatice, con-


servan medios para resistir al descrédito que les abruma. Cuando se re-
agrupan en hábitats socialmente descalificados, pueden resistir colecti-
vamente -o quizás individualmente- a la desaprobación social
intentando preservar o restaurar su legitimidad cultural y, al mismo
tiempo, su inclusión social.
Los resultados de esta encuesta sobre el terreno llevaron a subrayar
que la pobreza corresponde, hoy en día, no tanto a un estado como a
un proceso. Cualquier definición estática de la pobreza contribuye a li-
mitar en el mismo conjunto a poblaciones cuya situación es heterogé-
nea y a ocultar la cuestión esencial del proceso de acumulación pro-
gresiva de dificultades de los individuos o de las familias, de su origen a
sus efectos más o menos a largo plazo. Para dar cuenta de este fenóme-
no elaboramos el concepto de descalificación social. Dicho concepto ex-
plica, efectivamente, el proceso de expulsión del mercado de trabajo de
franjas cada vez más numerosas de la población y las experiencias vivi-
das de la relación de asistencia que acompaña las diferentes fases. La
descalificación social pone el acento en el carácter multidimensional, di-
námico y evolutivo de la pobreza.
La primera edición de La disqualification sociale es de 1991. Si tu-
viera que reescribir este texto habría que indicar con mayor seguridad
que los tres tipos de relación con los servicios sociales corresponden a
tres fases diferentes de este proceso 3. Así pues, para subrayar esta idea
de proceso y disipar el malentendido que subsiste a propósito de las ti-
pologías, que desgraciadamente muchos no diferencian de las categorías
empíricas, me parecería preferible hablar de fragilidad en lugar de ha-
blar de frágiles, de dependencia respecto a los trabajadores sociales en lu-
gar de asistidos y de ruptura del vínculo social en lugar de marginados.
Verdaderamente la tipología elaborada no era una categorización esta-
dística conforme a estratos fijos. Su mismo principio implicaba la po-
sibilidad de una evolución en el tiempo, un paso sucesivo por distintas
fases. El análisis de las siete experiencias vividas analizadas en el texto
explicaba las transformaciones de las condiciones de vida y de las iden-
tidades sociales. Sin embargo, el carácter monográfico de la encuesta de
Saint-Brieuc hacía necesaria en el momento de su redacción una cierta
prudencia. La cuestión del paso de un tipo a otro no podía mencio-
narse sino a partir de un número relativamente limitado de entrevistas
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 67

en profundidad en las que los encuestados habían podido expresarse so-


bre sus experiencias anteriores y analizar su propia trayectoria. Este
análisis retrospectivo exigía que los encuestados fueran conscientes -lo
que no siempre sucedía- de la evolución de su relación con la asis-
tencia. El material era muy limitado para hacer una demostración
completamente satisfactoria. Por otra parte, no me era posible demos-
trar que las formas de pobreza estudiadas en esta ciudad pudieran ge-
neralizarse al resto de Francia. Los trabajos posteriores fueron los que
permitieron consolidar este enfoque y, al mismo tiempo, enriquecer el
concepto de descalificación social.

Valor en el mercado de trabajo e intensidad de los vínculos sociales

La encuesta longitudinal entre los perceptores del RMI realizada entre


1990 y 1991 por el Centro de estudio de ingresos y costes permitió ve-
rificar a gran escala la tipología elaborada en Saint-Brieuc y analizar al
mismo tiempo los cambios de esta población. Se trataba de una en-
cuesta mediante cuestionario, en tres oleadas sucesivas, realizada en
nueve departamentos entre 2.000 perceptores del RMI.
Tras la primera oleada de esta encuesta se diferenciaron tres tipos de
perceptores del subsidio en función de su relación con el mercado de
trabajo y la intensidad de sus vínculos sociales. Los perceptores próximos
al tipo 1 participaban de forma incierta en la vida económica y social.
Sus dificultades se explicaban por la cualificación profesional incom-
pleta o inadaptada al mercado de trabajo. Sin embargo, no habían
perdido la esperanza de encontrar o de acceder a un empleo estable. Las
relaciones que mantenían con la ANPE (Agencia nacional de empleo)
o con los organismos de inserción profesional les permitían conservar
algún vínculo social , pero se comprobaba un debilitamiento de la so-
ciabilidad y una tendencia a encerrarse en ellos mismos. Los perceptores
próximos al tipo 2 no podían aspirar a un empleo estable, al menos en el
sector competitivo de la economía, por su edad, su mala salud o su fal-
ta de experiencia profesional. Sin embargo, no estaban en una situación
de completa desocialización porque se resistían a la prueba de desclasi-
ficación social movilizando los recursos de su entorno (trabajo negro,
utilización racional de los servicios sociales , etc.). Las relaciones sociales
68 FUNDAMENTOS

y familiares a menudo estaban bastante reducidas, pero tenían aún en


este caso un papel no despreciable en la organización de la vida coti-
diana. Por último, los perceptores próximos al tipo 3 no sólo no podían
acceder a un empleo, a menos a corto plazo, sino que habían perdido
cualquier vínculo social o familiar. Los vagabundos y sin domicilio
fijo se aproximaban a este tipo.
Cada tipo de perceptor mantenía una relación específica con los ser-
vicios sociales. El primero tenía una actitud de distanciamiento respecto
a la asistencia; el segundo recibía asistencia regular de los trabajadores
sociales y podía firmar más rápidamente que los otros un contrato de
inserción; por último, el tercero, más alejado de las instituciones en ge-
neral y más desconfiado respecto a ellas, solía quedarse en la periferia
del sistema de asistencia social. La encuesta confirmaba que estos tres ti-
pos de perceptores se correspondían con los tres tipos de relación con la
asistencia, que eran parecidos, si no idénticos, a los que había estudia-
do durante la encuesta monográfica realizada en Saint-Brieuc. Era po-
sible deducir que el proceso de descalificación social afectaba a tipos de
población que encontrábamos, en proporciones variables, tanto en el
medio rural como en el urbano, en grandes ciudades y en las ciudades
provincianas de tamaño medio. Las conclusiones de la primera en-
cuesta podían extenderse pues a toda Francia.
A pesar de todo, hay una diferencia entre el método utilizado para
elaborar la tipología de La disqualification sociale y la obtenida en la en-
cuesta sobre el RMI. En la primera, el sentido de las experiencias vivi-
das por los «pobres» que recurrían a los servicios sociales se explicaba
por el tipo de intervención del que eran objeto. En la segunda, el ob-
jetivo era comprobar este resultado a una escala mayor, pero además
explicar no sólo el sentido de la relación con la asistencia, sino los fac-
tores estructurales de esta relación. Estos factores, que eran el valor en el
mercado de trabajo y la intensidad de los vínculos sociales, no se plan-
teaban como tales en la primera tipología; aparecían en la descripción
pero no constituían, contrariamente a la segunda, un principio de ela-
boración de ésta. La combinación lógica de estos dos factores es la
que da, a título de hipótesis inicial, la tipología de los perceptores del
RMI, como se comprobó empíricamente por el tratamiento cuantita-
tivo de los datos, en particular por el análisis factorial de correspon-
dencias múltiples 4. Si estas dos tipologías se superponen es porque
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 69

podemos observar una continuidad en el razonamiento y en la realidad.


Se trata en cierto modo de una superposición de factores explicativos:

• el tipo de intervención social de la que son objeto los «pobres»


permite explicar la relación que mantienen con los servicios so-
ciales y el sentido que dan a sus experiencias (búsqueda de empleo
y relaciones con los trabajadores sociales) (I.a tipología);
• la combinación de los dos factores «valor en el mercado de traba-
jo» e «intensidad de los vínculos sociales» permite explicar el tipo
de intervención a la que se somete a los «pobres» y, por extensión,
la relación que mantienen con los servicios sociales, el sentido que
dan a sus experiencias e incluso analizar sus trayectorias en el
dispositivo del RMI (2.a tipología).

La encuesta entre los perceptores del RMI, puesto que era longitu-
dinal, permitió igualmente profundizar en el conocimiento del proce-
so de descalificación social. Era posible profundizar en la explicación y,
en concreto, pasar del análisis en términos de tipos de relación con la
asistencia a un análisis de las condiciones del paso de una fase a otra de
dicho proceso. Por este motivo, como he señalado anteriormente, pre-
fiero hablar en la actualidad de fragilidad, de dependencia respecto a los
asistentes sociales en lugar de asistidos y de ruptura con el vínculo social
en lugar de marginales.
La fragilidad corresponde al aprendizaje de la descalificación social.
Las personas desclasadas tras un fracaso profesional o que no consiguen
acceder a un trabajo adquieren progresivamente conciencia de la dis-
tancia que las separa de la mayoría de la población. Tienen la sensación
de que todo el mundo puede ver el fracaso que les angustia. Suponen
que todos sus comportamientos diarios se interpretan como signos de
inferioridad de su estatus, es decir, de una incapacidad social. Cuando
los parados explican en público los motivos de sus problemas, tienen la
impresión de que se les considera «apestados». Cuando viven en barrios
de mala reputación, prefieren disimular porque se sienten humillados si
se les compara con gente cuyo descrédito conocen. Cuando se ven
obligados a pedir ayuda a la asistencia social, la inferioridad que supo-
ne esta situación les resulta insoportable. Prefieren mantener las dis-
tancias respecto a los trabajadores sociales. Consideran la entrada en la
70 FUNDAMENTOS

red de asistencia social como una renuncia a un estatus social « de ver-


dad» y la pérdida progresiva de dignidad . Estas personas creen que no
han perdido todas las oportunidades de encontrar trabajo. Van regu-
larmente a la oficina de empleo y leen las ofertas de los periódicos.
Cuando perciben el RMI, quieren salir lo antes posible de esa situación.
El RMI supone para ellos una ayuda transitoria que consideran una for-
ma de indemnización por desempleo . Piensan que la integración social
se basa en la actividad profesional y creen que el RMI puede atraparles
en la asistencia. Son conscientes del peligro que supone acostumbrarse
progresivamente a la inactividad y temen dejarse atrapar en la trampa
de la renuncia total a la identidad profesional . La encuesta nos permi-
tió constatar que estos perceptores del RMI han interiorizado el juicio
moral al que se somete a los «aprovechados » de la asistencia . De hecho,
en su opinión es inútil firmar un contrato de inserción que sólo con-
sagraría los vínculos con el mundo de los trabajadores sociales y su de-
pendencia de ellos. Prefieren buscar un empleo por su cuenta. Es sor-
prendente comprobar que, cuando lo encuentran , refuerzan al mismo
tiempo su sociabilidad familiar.
La fragilidad puede llevar a la fase de dependencia de los trabajadores
sociales debido a la precariedad profesional , especialmente cuando ésta
se prolonga y supone una disminución de los ingresos y un deterioro de
las condiciones de vida que pueden compensarse en parte con las ayu-
das sociales . La dependencia es, efectivamente, la fase en la que los ser-
vicios sociales se hacen cargo de forma habitual de las dificultades. La
mayoría de las personas a las que afecta han renunciado a ejercer una
profesión . Si se descartan los casos en los que la asistencia está justifi-
cada por incapacidad física o mental o por invalidez, siempre es después
de una fase más o menos larga de desánimo y de dejadez cuando las
personas que han sufrido un cambio a una categoría inferior acuden a
los asistentes sociales. Aceptan la idea de depender y mantener relacio-
nes regulares con los servicios de asistencia social para obtener una
garantía de ingresos y ayudas diversas puesto que les resulta imposible
hacer otra cosa. Mientras esperaban encontrar un trabajo , adoptaban
una actitud de distanciamiento respecto a los agentes encargados de
ayudarles . Pero, después de muchos intentos vanos, después de hacer
distintos cursos de formación sin éxito , comprueban que su esperanza
de integrarse verdaderamente en el mundo del trabajo es casi nula.
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 71

Muchos perceptores del RMI en situación de fragilidad que buscaban


un empleo al principio de la encuesta citada declaraban un año más tar-
de que tenían problemas de salud que les impedían trabajar. Este dete-
rioro de la salud, que también podemos interpretar como una justifi-
cación de numerosas dificultades, traduce en sí mismo la entrada en la
fase de dependencia. Hemos podido comprobar que las personas que
han tenido una evolución similar a menudo se han puesto en contacto
con los trabajadores sociales y han firmado contratos de inserción.
Sólo les falta aceptar las limitaciones del estatus de asistido. Comienza
entonces otra carrera en el curso de la cual su personalidad se transfor-
ma rápidamente. Aprenden los roles sociales correspondientes a las
expectativas concretas de los asistentes sociales. A partir de ese mo-
mento comienzan a justificar y racionalizar la asistencia de la que se be-
nefician. Algunos padres explican que reciben asistencia, no para ellos
mismos, sino para sus hijos. La aceptación del estatus de asistido se co-
rresponde en este caso con la dedicación total del ama de casa que desea
colmar de bondad a su progenitura. Otros se apoyan en la crisis eco-
nómica para reinterpretar la asistencia en términos de derechos sociales
permanentes aunque, en realidad, algunas ayudas se den de forma
temporal y con muchas condiciones.
Este modo de integración permite conservar los vínculos sociales. Los
que experimentan la dependencia buscan compensaciones a sus fracasos
intentando hacer valer su identidad parental, su capacidad para mante-
ner su hogar, para ejercer diversas actividades en su vecindario (ayuda
mutua, pequeños trabajos solidarios, etc.). Las relaciones que mantienen
con los trabajadores sociales pueden ser cordiales en la medida en que in-
tentan cooperar con ellos. El asistente social puede convertirse en algu-
nos casos en confidente, aquel que comprende y busca soluciones ade-
cuadas. Sin embargo, el estatus de asistido a menudo da lugar a
frustraciones. La subvención siempre es insuficiente para hacer frente a
los gastos de vivienda, de alimentación, educación y actividades de los
hijos. Las familias que reciben asistencia suelen estar endeudadas 5.
A esta fase de dependencia puede seguir otra caracterizada por la
ruptura del vínculo social, en particular cuando las ayudas cesan y las
personas se enfrentan a una serie de desventajas. Pueden salir de la úl-
tima red de la protección social y conocer situaciones cada vez más
marginales en las que la miseria es sinónimo de desocialización. Los que
72 FUNDAMENTOS

experimentan la ruptura conocen, realmente, múltiples problemas:


alejamiento del mercado de trabajo, problemas de salud, falta de vi-
vienda, pérdida de contacto con la familia, etc. Se trata de la última fase
del proceso, el producto de una acumulación de fracasos que conduce
a una gran marginalización. Al no tener esperanzas reales de salir de esa
situación, estas personas tienen la sensación de que son inútiles para la
sociedad. Han perdido el sentido de su vida. Buscan a menudo en la
bebida la compensación de su desgracia o sus fracasos. Los trabajadores
sociales que intentan reinsertarlos subrayan que el mayor problema
con el que se encuentran es el alcohol o las drogas.
Entre esta población encontramos personas golpeadas por rupturas
sociales graves en su vida profesional y para las que la «caída» ha sido
brutal y dura, pero también jóvenes en situación de desamparo físico y
moral. Algunos han pasado muy rápidamente de la fase de fragilidad a
la última fase del proceso de descalificación social sin ni siquiera haber
conocido la dependencia respecto a los servicios sociales. El motivo
principal de esta marginalización precoz es la ausencia de relaciones es-
tables con su familia. Para los que encuentran muchas dificultades en
insertarse en la vida profesional, no poder recibir ayuda de su familia les
priva de una de las formas elementales de solidaridad. Aunque no
siempre se cumplan las condiciones para una mejora rápida de su si-
tuación, estaríamos equivocados si creyéramos que el RMI no les ofre-
ce ninguna posibilidad de participar más en la vida económica y social.
La encuesta permitió comprobar por ejemplo que, gracias a esta ayuda,
muchos pudieron recuperar una cierta dignidad. El hecho de recibir
cada mes unos ingresos, aunque fueran muy modestos, era para ellos
una solución inesperada. Éstos les permitían «sacar la cabeza». En pri-
mer lugar, poder comprar productos de los que se estaban privando
hasta entonces. Algunos se compraron ropa que hasta entonces conse-
guían en las asociaciones caritativas. Pudieron cuidar más su aspecto.
Estas pequeñas cosas de la vida cotidiana son esenciales en un proceso
de resocialización. Pudimos comprobar asimismo que algunas personas
que se habían alejado de sus familias renovaban los lazos con sus hijos o
sus padres desde que recibían el RMI. Entre esta franja de perceptores
más alejados del mercado de trabajo, la proporción de los que pudieron
acceder a un empleo, a un curso de formación o a un contrato sub-
vencionado fue del 25% en un año, lo que no es poco. Las actividades
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 73

de interés general tienen una función de resocialización. Permitieron


que algunos volvieran a tener confianza en sí mismos sintiéndose útiles
para la sociedad.
Si algunos perceptores del RMI consiguen recuperar toda o parte de
su dignidad, esto demuestra que nada está decidido de antemano. En
otras palabras, aunque las fases del proceso de descalificación social pue-
dan encadenarse con una lógica despiadada, existe la posibilidad de rea-
nudar los vínculos con el mundo laboral, amortiguar la «caída», en-
contrar compensaciones a la retirada del mercado de trabajo -en
algunos casos, resistir el estigma.
Estas dos encuestas son, pues, complementarias. El análisis del pro-
ceso de descalificación social que pudimos hacer sigue dependiendo, sin
embargo, del lugar en el que fueron realizadas. No es seguro que, de ha-
berse realizado en otro país, estas encuestas hubieran dado resultados se-
mejantes. Hay que tener en cuenta también la fecha de las encuestas.
Realizadas entre 1986-1987 en el primer caso y entre 1990-1991 en el
segundo, se inscriben asimismo en una coyuntura económica, social y
política concreta, especialmente en Francia, con la aparición de lo que
se denominó la «nueva pobreza», fenómeno ligado a la degradación del
mercado de trabajo y al crecimiento del número de parados de larga
duración sin subsidio. Este periodo también estuvo muy marcado por
el voto de la ley del RMI el 1 de diciembre de 1988.
Estas limitaciones inherentes a toda encuesta nacional fueron preci-
samente las que me llevaron a emprender el trabajo de sociología com-
parada que dio lugar a este libro. Sin embargo, para analizar las varia-
ciones sociohistóricas de la relación de interdependencia entre los
«pobres» y el resto de la sociedad, hay que elaborar un marco analítico
diferente.

Las bases de la-relación social con la pobreza

Dada la variedad de modos de enfocar la cuestión de la pobreza, la di-


námica comparativa que consiste en buscar similitudes y diferencias en
los demás países a partir de la definición concreta que se da en un país
como Francia teniendo en cuenta sus instituciones características corre
el riesgo de llegar rápidamente a un callejón sin salida metodológico.
74 FUNDAMENTOS

Esta dinámica presenta efectivamente el inconveniente de analizar las


diferencias a partir de un sistema único de pensamiento, concebido
como referencia legítima -lo que es propio del etnocentrismo cultural
o nacional-, en lugar de intentar comprender los fundamentos so-
ciohistóricos de las instituciones vigentes en cada país a partir de las que
se piensan y definen las categorías de la pobreza. Dicho de otro modo,
la búsqueda comparativa debe intentar superar las cuestiones surgidas
del debate social en un determinado país para construir un marco ana-
lítico susceptible de explicar las lógicas sociales que están en el origen y
de las que se derivan al mismo tiempo la filosofía y las orientaciones
prácticas de las categorizaciones específicas y de las acciones empren-
didas. Para comprender las diferentes políticas de los países europeos,
hay que recurrir a los análisis sociohistóricos sobre las respectivas re-
presentaciones de la pobreza, que suelen remitir a ideas contrastadas de
la relación entre las instituciones del Estado propiamente dichas, las or-
ganizaciones parapúblicas y los organismos privados 6.
Para definir la relación social con la pobreza y estudiar sus variaciones
sociohistóricas pueden tenerse en cuenta dos dimensiones. La primera
remite a las representaciones de este fenómeno y a la elaboración social
de las categorías que se consideran «pobres». Puede comprenderse, al
menos parcialmente, a partir del análisis de las formas institucionales de
intervención social en estas poblaciones, puesto que traducen al mismo
tiempo la percepción social de la «pobreza», la importancia que las so-
ciedades dan a esta cuestión y la forma en que quieren tratarla. La se-
gunda dimensión concierne al mismo tiempo al sentido que dan las po-
blaciones así definidas a sus experiencias, los comportamientos que
adoptan frente a aquellos que les designan como tales y las formas de
adaptación a las diferentes situaciones a las que se enfrentan.

Representaciones sociales variables

Si bien los economistas y los estadísticos han consagrado innumerables


estudios e investigaciones para medir la pobreza e intentar definir los
métodos más adecuados para lograrlo, son más raras las investigaciones
que tratan sobre las representaciones sociales de la pobreza, es decir, so-
bre el sentido que los individuos dan a este fenómeno en función de sus
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 75

experiencias, así como de los intercambios e interacciones que caracte-


rizan la vida en sociedad. Si, desde Max Weber, podemos considerar las
representaciones sociales como un vector de la acción de los individuos,
es importante estudiar de forma más profunda lo que «bulle en la ca-
beza de los hombres reales» 7, especialmente cuando ven e intentan
explicar el fenómeno de la pobreza, ya que cada sociedad adopta polí-
ticas respecto a los pobres que contribuyen a dar un sentido concreto y
una función específica a la pobreza $.
Los historiadores han intentado explicar cómo se ha podido trans-
formar la relación social con la pobreza a lo largo de los siglos 9, y los so-
ciólogos han conseguido demostrar que las funciones explícitas o sub-
yacentes atribuidas al sistema de asistencia a los pobres han cambiado
mucho durante el siglo xx, dependiendo de las fases de desarrollo de la
sociedad industrial y de la coyuntura económica. Frances Fox Piven y
Richard A. Cloward han establecido, a partir del ejemplo de Estados
Unidos, que la función principal de la asistencia es la de regular las
erupciones esporádicas de altercados civiles durante las fases de recesión
y de paro masivo. Esta función desaparece durante las fases de creci-
miento económico y estabilidad política para dar paso a otra comple-
tamente distinta, que es la de incitar a los pobres a volver al mercado de
trabajo mediante la reducción, a veces drástica, de las ayudas que ve-
nían obteniendo". En la primera fase, los pobres son considerados víc-
timas, y el reto consiste en evitar que se subleven contra el sistema social
vigente; en la segunda se consideran vagos potenciales, y se defiende
que sólo una política de «moralización» es susceptible de transformar
sus comportamientos. Estos análisis subrayan los ciclos económicos y
sus consecuencias en las formas de organización de la asistencia, pero
inevitablemente engloban varias dimensiones y no tratan directamente
de la percepción de la pobreza. Más allá de estos cambios en las políti-
cas de asistencia, podemos avanzar la hipótesis de que hay una trans-
formación de las representaciones de la pobreza. Las políticas intervie-
nen tras los acontecimientos que marcan la opinión y modifican las
percepciones.
¿Qué debemos entender por «representaciones de la pobreza»? Con-
tinuando con los trabajos de los psicólogos sociales es corriente distin-
guir las representaciones colectivas de las representaciones sociales" Las
primeras se oponen, en la onda de Durkheim, a las representaciones in-
76 FUNDAMENTOS

dividuales y suponen una fuerte estabilidad en su transmisión y su re-


producción 12. Se mantienen a través de generaciones y ejercen una
coacción sobre los individuos. Las segundas implican, por el contrario,
al mismo tiempo una mayor diversidad de origen, tanto en los indivi-
duos como en los grupos, y una posibilidad de evolución bajo la in-
fluencia conjunta de los mecanismos de reproducción y de adquisición
en el curso de las múltiples interacciones de la vida social. La percep-
ción de la pobreza no es inmutable -como han demostrado amplia-
mente los trabajos históricos-; parece, pues, preferible hablar de re-
presentaciones sociales de la pobreza más que de representaciones
colectivas, aunque los dos términos se solapen en parte. Por «represen-
taciones sociales de la pobreza» pretendo subrayar la pluralidad de estas
últimas dentro de una misma sociedad y la posibilidad de su evolución
en función de la coyuntura económica, social y política.
Para estudiar las representaciones sociales de la pobreza en Europa se
compararon varias encuestas realizadas desde mediados de los años se-
tenta, lo que nos permitió explicar, por una parte, las principales dife-
rencias entre los países de la Unión Europea y, por otra, las principales
variaciones en un cuarto de siglo 13. Esta investigación partía de la hi-
pótesis de que las representaciones sociales de la pobreza se explicaban,
independientemente de los efectos de edad, sexo y clase, por un efecto
vinculado a la especificidad nacional (efecto de país o efecto estructural)
y por un efecto relacionado con la variación del mercado de trabajo
(efecto coyuntural). El efecto de país traduce la parte de estabilidad que
constituye lo que Durkheim denomina «base mental de la sociedad»; el
efecto coyuntural traduce la sensibilidad respecto a los movimientos
económicos que afectan a todas las sociedades. En 1976, fecha de la
primera encuesta, la tasa de paro era inferior al 5% en la mayoría de los
países europeos, mientras que en 1993, fecha de la tercera encuesta, era
dos veces mayor en muchos países. Estos cambios dejan raramente in-
diferente a la población'de un país. Determinan, al menos parcial-
mente, el consumo de las familias.
Entre las preguntas planteadas desde la primera encuesta de 1976
una trataba concretamente de las causas de la pobreza; permitía dife-
renciar dos explicaciones tradicionales y radicalmente opuestas de la po-
breza: la que destaca la pereza o la mala voluntad de los pobres y la que
subraya, por el contrario, la injusticia que reina en la sociedad. La ex-
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 77

plicación por la pereza remite a una idea moral basada en el sentido del
deber y la ética del trabajo. En esta perspectiva se acusa en cierto modo
a los pobres de no cuidar de sí mismos y por tanto los poderes públicos
no tienen por qué ayudarles. Según este enfoque, cada individuo es res-
ponsable de sí mismo, y sólo su valor puede evitar que conozca la po-
breza. La explicación de la pobreza por la injusticia remite, al contrario,
a una idea más global de la sociedad. Los pobres son ante todo víctimas
de un sistema que les condena. Desde esta perspectiva, los poderes
públicos tienen el deber de ayudar a los pobres para lograr una mayor
justicia social. Así pues, la explicación por la pereza y la explicación por
la injusticia corresponden a opiniones contrapuestas cuyo sentido ide-
ológico y político no escapa a nadie. Dos explicaciones que tienen su
historia, ya que, desde la Edad Media, las sociedades están divididas en
el trato a la pobreza entre «la piedad o la horca», tomando el título de la
obra del historiador Geremek, es decir, entre la tentación de eliminar a
los pobres, a los que se considera perezosos, irresponsables y por tanto
indeseables, y la tentación de la compasión hacia todos aquellos que no
han tenido suerte y que siempre han vivido en la miseria.
El estudio nos llevó a la conclusión de que las representaciones so-
ciales de la pobreza varían en cada país, es decir, dependiendo de los
esquemas de percepción política y cultural y según la coyuntura eco-
nómica y social, especialmente el ciclo de desempleo (para una presen-
tación detallada de los resultados, véase el apéndice «Cómo ven los eu-
ropeos la pobreza» al final del libro). El análisis estadístico ha
determinado un efecto propio del país una vez controlado el efecto de
las variables vinculadas a la coyuntura del desempleo. La explicación de
la pobreza por la pereza está claramente más extendida en algunos paí-
ses que en otros. Pero también existe, independientemente del país, un
efecto propio del desempleo. Cuando éste aumenta, la probabilidad de
que las personas encuestadas, en igualdad de condiciones, den la expli-
cación de la pobreza por la pereza disminuye sensiblemente, y cuando
el desempleo disminuye, la probabilidad de dar esta explicación au-
menta considerablemente. Parece que la población fuera consciente, en
periodos de crisis y dificultades económicas, de que si los pobres no en-
cuentran un trabajo no es por su culpa.
Si las causas que se atribuyen a la pobreza varían dependiendo de
cada país, hay que ver en ello el efecto de las instituciones y estructuras
78 FUNDAMENTOS

que, por su inercia y autoridad, contribuyen a mantener de forma más


o menos permanente en cada país «la base mental de la sociedad».
Cada país se enfrenta al mismo tiempo a problemas específicos y co-
munes a los que intenta hacer frente con sus propios medios. Un país
estará menos dispuesto a desarrollar políticas sociales ambiciosas en la
medida en que sus habitantes vean en ese problema el efecto de un sis-
tema de injusticia que condena a los más desfavorecidos a un destino
común. Podemos ver pues en las diferencias sobre este punto en los dis-
tintos países el efecto de un sistema de valores inscrito en una historia y
el efecto de una tradición de intervencionismo del Estado de bienestar.
Cada país sigue, efectivamente, interviniendo entre sus «pobres» de
forma concreta y dependiendo de unos medios variables. Recordemos,
por ejemplo, que algunos países adoptaron un ingreso mínimo garan-
tizado para los más desfavorecidos hace ya varias décadas (Dinamarca,
1933; Reino Unido, 1948; RFA, 1961; Países Bajos, 1963; Bélgica,
1974; Irlanda, 1977), que otros hace poco que aplican este sistema (Lu-
xemburgo, 1986; Francia, 1988; Portugal, 1996) y que algunos sólo lo
están experimentando local o regionalmente (España) o todavía no
han elaborado una política análoga (Italia , Grecia). Cuando se analizan
en profundidad estos sistemas y modalidades de intervención social, es
inevitable señalar las diferencias nacionales 14
Si las causas que se atribuyen a la pobreza varían asimismo, inde-
pendientemente del país, según la coyuntura económica y en particular
el desarrollo del desempleo, podemos sacar la conclusión de que las re-
presentaciones de la pobreza no valen para siempre. Como todas las re-
presentaciones sociales, no son inmutables.
Podemos hablar entonces de una elaboración al mismo tiempo es-
tructural y coyuntural de la pobreza. Esta elaboración ayuda a definir
globalmente en cada país y para cada época el estatus social de las po-
blaciones que se consideran pobres, puesto que los modos de designa-
ción que las constituyen y las formas de intervención social de que son
objeto traducen las expectativas colectivas respecto a ellas . Igualmente,
las experiencias vividas y los modos de adaptación de estas poblaciones
a su entorno social pueden tener un efecto sobre las actitudes que las
distintas sociedades, y en particular las instituciones de acción social
que las toman a su cargo, adoptan respecto a ellas. En un determinado
país, se pensará, a partir de distintas observaciones, que los pobres se
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 79

vuelven pasivos por la ayuda que reciben y se estudiará, en consecuen-


cia, una reducción del importe de sus subsidios. En otro se convendrá
que es inútil darles más ayuda para mantener la solidaridad de vecindad
y formas de resistencia y organización que los más desfavorecidos han
aprendido desde siempre para sobrevivir. En otros casos, al contrario, se
considerará necesario mantener e incluso reforzar el sistema de asis-
tencia mientras tenga la función principal de permitir al país creer en
sus posibilidades de reabsorber, al menos parcialmente, una deuda so-
cial para con los pobres.
De forma más general, el grupo de personas reconocidas como pobres
en una determinada sociedad recibirá más o menos asistencia y estará más
o menos estigmatizado según unos factores estructurales que dependen en
gran parte de la herencia institucional. Pero estos últimos no evitan,
como hemos visto, el efecto de los factores coyunturales, lo que permite
concluir igualmente que la percepción de la pobreza es evolutiva.

Experiencias contrastadas

Las encuestas realizadas en Francia constataron la diversidad de expe-


riencias dentro de la condición de asistido, diversidad que intentamos
explicar a partir del proceso de descalificación social y sus diferentes fa-
ses. Sin embargo, hay muchas variaciones sociohistóricas. Estas expe-
riencias están relacionadas con factores que dependen , al igual que las
representaciones sociales, al mismo tiempo de la coyuntura y del país.
En periodos de fuerte deterioro del mercado de trabajo, especial-
mente cuando el desempleo de larga duración aumenta mucho y afecta
a una franja cada vez más numerosa de la población, ésta se ve obligada
a acudir a los servicios sociales y experimentar, a veces por primera vez,
la pobreza y la condición de asistido. Durante la gran crisis de los años
treinta capas enteras de población , hasta entonces alejadas de la pobreza,
se vieron afectadas por las consecuencias directas del hundimiento de la
producción industrial y el paro. En el paroxismo de la crisis, el desem-
pleo total afectaba casi al 18% de la población activa asalariada en el de-
partamento del Sena, y se calcula que en ese departamento un 58% de
las personas que habían sufrido el paro en esos años iba a padecerlo al
menos otra vez 15. En esas condiciones, el poder adquisitivo de los obre-
80 FUNDAMENTOS

ros retrocede considerablemente y las dependencias de ayuda social, así


como los albergues y los comedores sociales, ven aumentar su «clientela»
a un ritmo vertiginoso . El historiador André Gueslin subraya que estos
«nuevos pobres » que se encontraban en situación de dependencia du-
rante este periodo de crisis sentían vergüenza de codearse en estas insti-
tuciones con los « verdaderos pobres», es decir, los pobres tradicionales
que recibían asistencia desde hacía tiempo y que a menudo se equipa-
raban a casos sociales o a excluidos 1 6 Esta relación de asistencia, espe-
cialmente humillante para los « nuevos pobres », corresponde perfecta-
mente a la que se observó en los años ochenta y noventa en las encuestas
citadas anteriormente , realizadas en un periodo semejante desde el pun-
to de vista de la crisis laboral . En épocas de fuerte crecimiento econó-
mico y de pleno empleo , la experiencia de la pobreza está menos mar-
cada por este fenómeno de entrada masiva en las redes asistenciales. Se
trata sobre todo de lo que algunos denominan «pobreza estructural», la
que se reproduce de generación en generación , independientemente de
la coyuntura , y que afecta en sus formas extremas de decadencia a una
fracción minoritaria de la población.
El efecto país influye igualmente. Puesto que la población de «po-
bres» no se define ni es atendida de forma idéntica en toda Europa, las
experiencias pueden variar mucho de un país a otro . A niveles de vida
equivalentes , recibir asistencia en una edad activa no tiene , para un in-
dividuo determinado , el mismo sentido ni se traduce en las mismas ac-
titudes cuando reside en un país en el que el desempleo es limitado y la
presión comunitaria sobre los comportamientos es fuerte que cuando,
por el contrario , vive en una sociedad en la que el paro es estructural y
se ha desarrollado una economía paralela . En el primer caso, el indivi-
duo es minoría y se arriesga a ser estigmatizado experimentando la
sensación de no estar a la altura de las expectativas que su entorno pue-
de alimentar respecto a él; en el segundo , está menos marginado y tie-
ne más posibilidades de cambiar el sentido de su estatus social con los
recursos materiales y simbólicos que puede procurarle fácilmente la eco-
nomía subterránea . Ser pobre tampoco tiene el mismo sentido si el in-
dividuo vive en un país en el que el sistema de protección social se basa
en el principio de ciudadanía y puede ofrecer una cobertura importante
al conjunto de la población que si reside , por el contrario , en un país
donde la protección social es de naturaleza residual . La asistencia se re-
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 81

ducirá, en el primer caso, a una parte marginal de la sociedad, a me-


nudo a una población que espera una ampliación de derechos; en el se-
gundo será de naturaleza extensiva y podrá afectar potencialmente a
franjas más numerosas y más variadas de la población.

Losfactores explicativos

Tres factores distintos explican los cambios en las representaciones so-


ciales y las experiencias vividas: el grado de desarrollo económico y del
mercado de trabajo, la forma e intensidad de los vínculos sociales y la
naturaleza del sistema de protección y acción social.

Desarrollo económico y mercado de trabajo

El nivel de desarrollo económico desempeña un papel determinante.


Como señalaba ya Tocqueville en 1835, ser pobre en un país muy po-
bre como Portugal en esa época no tenía el mismo sentido, para los que
tuvieron esa experiencia, que ser pobre en un país más próspero, como
era claramente Gran Bretaña inmediatamente después de la revolu-
ción industrial ". Todavía hoy hay que tener en cuenta esta diferencia
incluso dentro de la Unión Europea, dada la desigualdad que se man-
tiene en los niveles de producción y los ritmos de desarrollo económi-
co entre los países e incluso entre las regiones de algunos países.
La idea de desarrollo puede comprenderse de forma diferente de-
pendiendo de los criterios adoptados. Podemos definirla de forma res-
trictiva a partir de un indicador que se considera fundamental como el
Producto Interior Bruto por habitante. Los países (o las regiones) sue-
len clasificarse en una línea única empezando por el más desarrollado.
Este ejercicio permite constatar que aún hoy existen en el seno de la
Unión Europea contrastes sobrecogedores. En 2004, el PIB por habi-
tante establecido en paridad de poder adquisitivo (PPA), expresado
respecto a la media de la Unión Europea (25 países) que corresponde al
índice 100, sitúa en cabeza a Noruega, con un índice de 149, mientras
que Portugal sólo consigue un índice 74. Entre los nuevos países miem-
bros de la Unión Europea, varios tienen índices aún más bajos, como
82 FUNDAMENTOS

por ejemplo Bulgaria, con un 32 solamente 18. Cuando el PNB por ha-
bitante se calcula por región, es sorprendente constatar las diferencias
considerables dentro de varios países. El caso más conocido es el de Ita-
lia. El norte de Italia es una de las regiones más ricas y más dinámicas
desde el punto de vista de la producción económica, mientras que el
Mezzogiorno es una de las más pobres. Un contraste al menos tan im-
portante se da en Alemania desde la reunificación. La parte occidental,
antigua RFA, es comparable al norte de Italia, mientras que la parte
oriental, antigua RDA, sigue siendo pobre en su conjunto.
Los economistas del desarrollo no se limitan a este indicador, que da
una representación lineal y cuantitativa del desarrollo. Para pasar de una
sociedad tradicional a una sociedad moderna, de una economía sub-
desarrollada a una economía desarrollada, no sólo hace falta -como
diría Raymond Aron- que aumenten los ingresos por habitante, sino
que el proceso de industrialización vaya acompañado de una amplia-
ción de la enseñanza primaria y profesional y que los trabajadores
adopten una actitud racional, indispensable para el rendimiento pro-
ductivo'9. Muy pocas veces se consigue este cambio con suavidad. A
menudo va acompañado de desigualdades y puede dar lugar a proble-
mas sociales y psicológicos. En las encuestas que hizo en Argelia, Pierre
Bourdieu estudió el proceso de adaptación a la economía capitalista y,
por consiguiente, las condiciones para la aparición del homo xconomi-
cus 20. A principios de los años sesenta observaba en la Cabilia que la
moral religiosa impedía el cálculo económico. Éste debía permanecer
oculto. El tiempo también se vinculaba al ciclo agrario, y las previsiones
se limitaban al año. Para el campesino cabileño el dinero carecía de va-
lor. Lo que se valoraba era el trabajo, productivo o no. En esta sociedad,
organizada sobre una base tribal, la solidaridad familiar protegía siem-
pre de la indigencia. No se intentaba saber de qué vivía la mayoría de la
gente. La introducción de la moneda contribuyó a desvalorizar el tra-
bajo no productivo y desestabilizó todo el sistema social. El trabajo se
impuso poco a poco como una actividad lucrativa. El desarrollo de la
enseñanza trastocó igualmente las relaciones entre generaciones. La
autoridad de los ancianos, y especialmente la del padre, se debilitó en
favor de los jóvenes más instruidos.
Con el desarrollo capitalista apareció finalmente el subproletariado,
es decir, la franja de trabajadores mal remunerados que periódicamen-
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 83

te se encontraban sin trabajo, se enfrentaban a la pobreza y eran inca-


paces de controlar su destino: «Instalados en la inestabilidad, privados
de la protección que las tradiciones seculares garantizaban al último de
los aparceros, sin la cualificación ni la instrucción que podría garanti-
zarles la seguridad a la que aspiran por encima de todo, encerrados en
una existencia del día a día y en la inquietud crónica por el futuro, los
subproletarios, parados y jornaleros ocasionales, pequeños comercian-
tes, empleados de pequeñas empresas y pequeños comercios y obreros
se mantienen en la imposibilidad absoluta de calcular y de prever en un
sistema económico que exige la previsión, el cálculo y la racionalización
de la conducta económica» 21. En las sociedades que hoy se consideran
en desarrollo, el subproletariado es generalmente masivo, en particular
en las metrópolis donde viven en suburbios que ocupan vastas exten-
siones. Este subproletariado se renueva por la llegada incesante de po-
blación procedente del medio rural, pero se reproduce igualmente
muy a menudo de generación en generación. Forma parte del paisaje
ordinario de estos países, donde las desigualdades sociales son flagrantes.
La noción de desarrollo es importante para analizar una sociedad y
las formas de la pobreza que encontramos en ella. Sin embargo, es
preferible admitir de entrada, tras las numerosas críticas dirigidas al mo-
delo simplista de las etapas del crecimiento de Rostow 22, que todos los
países no siguen forzosamente el mismo camino y que pueden existir
varios modelos. Sugiero partir de la definición, por una parte, de la so-
ciedad industrial y, por otra, de la sociedad salarial e intentar apreciar,
en la medida de lo posible, las diferencias entre estas definiciones y las
realidades de las sociedades estudiadas. Una sociedad moderna se defi-
ne ante todo por la organización del trabajo, por el uso de las ciencias y
de las técnicas y las consecuencias económicas y sociales de esta racio-
nalización de la producción. Raymond Aron definía la sociedad in-
dustrial a partir de cinco dimensiones: 1) la separación entre el lugar de
trabajo y la empresa por una parte y la familia por otra, aunque esta se-
paración no sea universal y siempre haya una parte no despreciable de
empresas artesanales en que las dos funciones económica y familiar se
confunden y suelen estar en el mismo sitio; 2) la división del trabajo
entre los sectores de la economía y además dentro de las empresas según
las necesidades tecnológicas; 3) la acumulación del capital; 4) el cálcu-
lo racional para obtener el precio de coste más bajo y para renovar y au-
84 FUNDAMENTOS

mentar de este modo el capital; 5) la concentración obrera en el lugar


de trabajo. De acuerdo con esta definición, está claro que existen dife-
rencias importantes entre los países y las regiones de la Unión Europea.
Algunos países muestran más características de la sociedad industrial.
También hay dentro de los países regiones que siguen siendo más ru-
rales que otras y donde el artesanado y la pequeña empresa constituyen
la base de la actividad económica. Podemos adelantar la hipótesis de
que la pobreza adquiere un sentido distinto según se estudie en una
zona próxima o, al contrario, alejada de la definición ideal típica de la
sociedad industrial.
El concepto de sociedad salarial me parece que complementa el de
sociedad industrial. Para Robert Castel, una relación salarial comporta
tres elementos: «Un modo de retribución de la fuerza de trabajo, el sa-
lario -que determina en gran medida el modo de consumo y el modo
de vida de los obreros y sus familias-, una forma de disciplina del tra-
bajo que regula el ritmo de producción y el marco legal que estructura
la relación de trabajo, es decir, el contrato de trabajo y las disposiciones
que lo rodean» 23. Castel diferencia la relación salarial que prevalecía al
principio de la industrialización, en la época del pauperismo, de la re-
lación salarial moderna que los economistas de la regulación denomi-
nan «fordista» 24. En su opinión, deben darse cinco condiciones para ga-
rantizar el paso de la primera a la segunda 25: 1) «una firme separación
entre aquellos que trabajan efectiva y regularmente y los inactivos o se-
miactivos que hay que excluir del mercado de trabajo o integrar de
acuerdo con formas reguladas»; 2) «la asignación del trabajador en su
puesto de trabajo y la racionalización del proceso de trabajo en el mar-
co de una gestión del tiempo precisa, estructurada, reglamentada»; 3)
«el acceso mediante el salario a nuevas normas de consumo obrero, a
través de las cuales el obrero se convierte en usuario de la producción en
masa»; 4) «el acceso a la propiedad social y a los servicios públicos: el
trabajador es un sujeto social susceptible de participar en el fondo de
bienes comunes, no mercantiles, disponibles en la sociedad»; 5) «la
inscripción en, el derecho al trabajo que reconoce al trabajador como
miembro de un colectivo dotado de un estatus social más allá de la di-
mensión puramente individual del contrato de trabajo». El paro masi-
vo y la precariedad profesional son hoy los síntomas de una crisis pro-
funda de esta sociedad salarial que se constituyó en su forma moderna
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 85

en el curso de los «Treinta Gloriosos» años que siguieron a la Segunda


Guerra Mundial, crisis que afecta en nuestros días en mayor o menor
medida a todos los países industrializados. Conviene sin embargo su-
brayar que esta sociedad salarial no se ha desarrollado de la misma
manera en todos los países. En algunos, su desarrollo sólo ha sido par-
cial, y la economía sigue dominada por el trabajo independiente o in-
formal y las tradiciones de la sociedad rural. Es lo que ocurre en mu-
chas regiones del sur de Europa. Robert Castel reconoce por otra parte
que el modelo de sociedad salarial no puede generalizarse a todos los
países europeos: «Podemos afirmar -dice- que en los países del sur
los "soportes salariales" no tienen la consistencia ni la amplitud que tie-
nen en el norte, y que las sociedades del sur son menos "sociedades sa-
lariales" que las del Norte» 26. Hablar de crisis de la sociedad salarial no
tiene pues el mismo sentido si nos referimos a una sociedad plenamente
salarial o a una sociedad que sólo lo es parcialmente. Podemos avanzar
ya la hipótesis de que el desempleo y la pobreza no se vivirán de la mis-
ma manera en estos dos tipos de sociedad.

Forma e intensidad de los vínculos sociales

Las representaciones y experiencias de la pobreza no dependen sin em-


bargo completamente de las condiciones de desarrollo económico. Tam-
bién están relacionadas con la forma e intensidad de las relaciones so-
ciales. Las encuestas sobre la pobreza realizadas en Francia nos llevaron
a subrayar la tendencia al debilitamiento, e incluso a la ruptura, de los
vínculos sociales. Los primeros trabajos comparativos realizados en cola-
boración con varios investigadores europeos indicaban que este fenóme-
no no se daba en todos los países. No podemos afirmar entonces que los
pobres estén más aislados socialmente que las demás categorías de la
población independientemente del país en el que vivan. En algunos casos
sucede incluso lo contrario: fa resistencia colectiva a la pobreza puede pa-
sar por intercambios intensos dentro de las familias y entre ellas, así
como por numerosas muestras de solidaridad de proximidad, hasta el
punto de que los pobres pueden considerarse perfectamente integrados en
el tejido social. El sentido de la pobreza en una sociedad determinada no
puede comprenderse sin esta referencia a los vínculos sociales.
86 FUNDAMENTOS

Sin embargo, debemos ponernos de acuerdo sobre una definición de


estos últimos para estudiar al mismo tiempo su entrecruzamiento y el
riesgo de rupturas simultáneas o progresivas de cada uno de ellos. Po-
demos distinguir cuatro grandes tipos de vínculos sociales: el vínculo de
filiación, el vínculo de participación electiva, el vínculo de participación
orgánica y el vínculo de ciudadanía.
Hablar de vínculo de filiación es reconocer que cada individuo nace en una
familia y encuentra en principio en su nacimiento al mismo tiempo a su
madre y a su padre, así como a una familia amplia a la que pertenece sin
que la haya elegido, pero también hay que insistir en la función socializa-
dora de la familia. El vínculo de filiación contribuye al equilibrio afectivo
del individuo desde su nacimiento, puesto que le garantiza a un tiempo es-
tabilidad y protección. Los psicólogos han demostrado que todos los niños
sienten pulsiones de afecto que tienen que ser satisfechas.
El vínculo de participación electiva se refiere a la socialización extrafa-
miliar, durante la cual el individuo entra en contacto con otros individuos
a los que aprende a conocer en el marco de grupos e instituciones diversas.
Para participar en la vida social fuera de la familia hay que integrarse
aprendiendo a respetar las normas y las reglas anteriores. Los lugares de esta
socialización son numerosos: vecindario, bandas, grupos de amigos, co-
munidades locales, instituciones religiosas, deportivas, culturales, etc. 27. En
el curso de sus aprendizajes sociales, el individuo está limitado por esta ne-
cesidad de integrarse y al mismo tiempo sigue siendo autónomo en el
sentido en que puede construirse su red de pertenencias a partir de la
cual podrá afirmar su personalidad bajo la mirada de los demás. Podemos
considerar la formación de la pareja como un vínculo de formación elec-
tiva. El individuo se integra por este acto en otra red familiar diferente de
la suya. Amplía su círculo de pertenencia. Así como en el vínculo de filia-
ción el individuo no tiene ninguna libertad de elección, en el vínculo de
participación electiva dispone de un espacio de autonomía que le permite
aliarse y oponerse. No existe, como sabemos, una alianza que no sea al mis-
mo tiempo distinción u oposición. Dicho de otra forma, el individuo, du-
rante esta socialización extrafamiliar, aprende a aliarse con otros, a dife-
renciarse e incluso a oponerse a ellos.
El vínculo de participación orgánica responde también a la socialización
extrafamiliar, pero se distingue del anterior en que se caracteriza por el
aprendizaje y el ejercicio de una función determinada en la organización
del trabajo. Según Durkheim, lo que crea el vínculo social en las sociedades
modernas -lo que denomina la solidaridad orgánica- es ante todo la
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 87

complementariedad de las funciones , la que confiere a todos los individuos,


por muy diferentes que sean entre sí, una posición social precisa suscepti-
ble de aportar a cada uno al mismo tiempo la protección elemental y la
sensación de ser útil . Este vínculo de participación orgánica se constituye
por consiguiente en el marco de la escuela y se prolonga en el mundo del
trabajo.
Por último, el vínculo de ciudadanía descansa en el principio de la per-
tenencia a una nación . En teoría, la nación reconoce a sus miembros de-
rechos y deberes y hace de ellos ciudadanos completos. En las sociedades
democráticas los ciudadanos son iguales en derecho , lo que no implica que
las desigualdades sociales y económicas desaparezcan , sino que se hacen es-
fuerzos en la nación para que los ciudadanos sean tratados de forma se-
mejante y formen juntos un cuerpo con una identidad y valores comu-
nes 28. El vínculo de ciudadanía es hasta cierto punto superior a los otros,
puesto que se supone que debe superar y trascender todos los escollos, opo-
siciones y rivalidades . En las sociedades democráticas el ciudadano dispo-
ne también de derechos económicos y sociales que hacen de él algo más
que una simple mercancía . Mediante este proceso de «desmercantiliza-
ción», el vínculo de ciudadanía se ha ampliado en cierto modo para ga-
rantizar a los individuos una mayor protección frente a los avatares de la
existencia.

Estos cuatro tipos de vínculos son de naturaleza diferente, pero tienen


dos fundamentos comunes. Todos aportan al individuo la protección y
el reconocimiento necesarios para su existencia social . La protección re-
mite al conjunto de apoyos que el individuo puede movilizar frente a
los imprevistos (recursos familiares , comunitarios , profesionales, so-
ciales ...), el reconocimiento señala a la interacción social que estimula al
individuo proporcionándole la prueba de su existencia y de su valora-
ción por la mirada del otro o de los otros.
Estos cuatro tipos de vínculos son complementarios y se entrecru-
zan. Constituyen en cierto modo, al entrecruzarse, el tejido social que
rodea al individuo. Cuando éste se presenta a alguien por vez primera,
puede hacer referencia tanto a su nacionalidad (vínculo de ciudadanía)
como a su profesión (vínculo de participación orgánica), grupos de per-
tenencia (vínculo de participación electiva) o a sus orígenes familiares
(vínculo de filiación). Lo propio de la socialización es permitir que
cada individuo teja, a partir de la trama que le ofrecen las instituciones
sociales , los hilos de sus pertenencias múltiples que le garanticen la
88 FUNDAMENTOS

comodidad de la protección y la garantía del reconocimiento social.


Pero este tejido no es idéntico para todos los individuos. En algunos ca-
sos los hilos son muy débiles, y el tejido social, muy frágil. En otros,
algunos hilos son más fuertes que otros, pero el tejido no se libra de
desgarrones y, poco a poco, de agujeros. En realidad, en una tela en la
que los hilos se entrecruzan siempre existe el riesgo de que al romperse
uno de ellos el tejido se deshilache y progresivamente, por la presión
que se ejerce en el punto débil, se rompan los demás.
Estos cuatro tipos de vínculos pueden ser relativamente distintos de
una sociedad a otra. No obstante, en cada sociedad constituyen la tra-
ma social que precede a los individuos y a partir de la cual son llamados
a tejer sus propias pertenencias al cuerpo social mediante el proceso de
socialización. Aunque la intensidad de estos vínculos sociales varíe de
un individuo a otro en función de determinadas condiciones de su so-
cialización, también depende de la importancia relativa que les conce-
dan las sociedades. El papel que desempeñan por ejemplo la solidaridad
familiar y las expectativas de la colectividad es diferente en cada socie-
dad. Las formas de sociabilidad que se derivan del vínculo departici-
pación electiva o del vínculo de participación orgánica dependen en gran
parte del tipo de vida y son, por tanto, múltiples. La importancia que se
da al principio de ciudadanía como fundamento de la protección social
no es equivalente en todos los países.
En el estudio europeo sobre la experiencia del desempleo citado
anteriormente, se definieron y comprobaron empíricamente diversos
modos de regulación teniendo en cuenta la relación entre, por una
parte, las responsabilidades atribuidas a la esfera pública de intervención
del Estado de bienestar y, por otra, las responsabilidades atribuidas a la
esfera de la intervención familiar 29. Puesto que existe un vínculo muy
estrecho entre pobreza y desempleo, podemos referirnos a estos mode-
los al menos como hipótesis. Hemos distinguido tres modelos: el mo-
delo público individualista, el modelo familiarista y el modelo de respon-
sabilidad compartida.

El modelo público individualista se basa en la hipótesis de que la sociedad en


su conjunto es responsable del problema de la pobreza y, por consiguiente,
del bienestar de los pobres. Puesto que estos últimos no pueden asumir la
responsabilidad de su situación personal, el objetivo del sistema del Estado
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 89

de bienestar es ante todo garantizar su nivel de vida. Esto implica un alto


nivel de desarrollo del sistema de protección social que proporcionará asi-
mismo recursos para garantizar una participación en la vida social inde-
pendientemente de la situación de los individuos en el mercado de traba-
jo y frente a la familia. Dado el alto nivel de ayuda pública, la obligación
normativa de las familias de hacerse cargo de sus miembros cuando están
en paro o en situación de pobreza es frágil.
El modelo familiarista, por el contrario, rechaza el principio básico de
una responsabilidad social colectiva frente a la pobreza, pero mantiene una
gran exigencia respecto a los deberes de la familia en lo que se refiere a ha-
cerse cargo de sus miembros, en el doble sentido de familia y de red de pa-
rentesco amplia. El papel de la política pública es ante todo preservar la in-
tegridad de la familia contra todos los riesgos de cuestionamiento de su
función protectora. La hipótesis implícita es una vez más que el individuo
no tiene la culpa de su situación de pobreza y que tiene pues el derecho de
compartir los recursos de su familia durante el periodo en el que tiene di-
ficultades. Las responsabilidades respecto a los pobres o los parados son pa-
recidas en este caso a las responsabilidades respecto a los hijos dependien-
tes. Por las implicaciones cotidianas de la vida familiar y sus formas
corrientes de sociabilidad, la pobreza tiene pocas oportunidades de tradu-
cirse en una reducción de las relaciones sociales en la comunidad.
Por último, el modelo de responsabilidad compartida se caracteriza por la
búsqueda de un equilibrio entre la asistencia a los pobres que depende de
las autoridades públicas y la que depende de la familia. Es posible definir las
fronteras de estas responsabilidades de varias formas. Las responsabilidades
pueden ser sincrónicas y traducirse especialmente en una intervención pú-
blica para garantizar las necesidades básicas y una intervención de la fami-
lia para garantizar una protección más amplia del nivel de vida. Alternati-
vamente, en el caso del paro, la relación puede definirse temporalmente
para permitir que los recursos públicos se hagan cargo de los parados, en
particular en la primera fase del desempleo, y a continuación para que los
asuman los recursos de la familia en las fases siguientes. La hipótesis implí-
cita de estos sistemas es que el individuo puede ser, al menos parcialmente,
responsable de su situación. Los límites de la intervención de los poderes
públicos traducen por sí mismos una especie de sospecha respecto a las per-
sonas que podrían tener tendencia a preferir el desempleo al trabajo. En vis-
ta de ello, se llama la atención sobre los posibles efectos de desincentivación
que podría tener una protección sustanciosa de su nivel de vida a largo pla-
zo. El papel residual atribuido a la familia implica por otra parte que tam-
poco es una responsabilidad que ésta debería asumir normalmente. En es-
90 FUNDAMENTOS

tas condiciones , el mantenimiento de la familia tiene posibilidades de ir


acompañado de fuertes presiones sobre el individuo para que acceda re-
acceda- al mercado de trabajo . El apoyo de la familia toma la forma de un
sistema de control social de los pobres y los parados . Teniendo en cuenta las
condiciones restrictivas de la ayuda pública y la importancia que se da a la
idea de responsabilidad potencial del individuo , hay grandes probabilidades
de que la pobreza y el desempleo afecten profundamente a la identidad y se
traduzcan progresivamente en una retirada de la vida social.

El estudio confirmó que el modelo familiarista está mucho más desa-


rrollado en las sociedades mediterráneas. El modelo público individua-
lista es característico de las sociedades nórdicas , mientras que el mode-
lo de responsabilidad compartida refleja la situación de países como
Francia, Gran Bretaña y Alemania. El riesgo de descalificación social no
es pues equivalente en los distintos países. Éste es más elevado en los
países que se acercan al modelo de responsabilidad compartida. En la es-
fera de la intervención del Estado de bienestar, la sospecha respecto a
un sector de pobres y parados conduce a no tratarlos como a ciudada-
nos iguales . En la esfera de intervención de la familia no siempre se
considera a pobres y parados como miembros de la red de parentesco
con tantos méritos como los demás. Este modelo basado en la descon-
fianza conduce inevitablemente a reacciones defensivas y conflictivas en
las relaciones interpersonales.
Los resultados de este estudio permiten comprobar que el equilibrio
entre los distintos tipos de vínculo social está relacionado con la es-
tructura normativa de cada sociedad . Pero de este equilibrio dependen
en gran parte el estatus de los pobres en la sociedad, la forma y la in-
tensidad de su participación en los intercambios sociales.

El sistema de protección y de acción social

Además del nivel de desarrollo económico y la importancia que se


otorga a los distintos tipos de vínculos sociales, la experiencia de la po-
breza puede variar asimismo de un país a otro en función del sistema de
protección social y de los modos de intervención en materia de asis-
tencia. El Estado de bienestar tiene, por ejemplo, un efecto sobre el es-
tablecimiento de la categoría de pobres de los que se encarga la asis-
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 91

tencia. En los regímenes del welfare state las poblaciones salen de las
mallas de la red de protección social para engrosar, de forma variable se-
gún el tiempo y el lugar, la categoría de asistidos. La generalización pro-
gresiva del sistema de protección social durante el periodo de los «Trein-
ta Gloriosos» contribuyó a reducir la esfera de la asistencia tradicional,
pero no la eliminó completamente. El número de pobres que dependen
de la asistencia está relacionado en gran medida con la capacidad del
Estado de bienestar para retener en la red general de protección social a
las capas más vulnerables de la población.
Basta con tener en cuenta el ejemplo del subsidio de desempleo
para darse cuenta de ello. La mayoría de los países europeos han expe-
rimentado una evolución similar del número de perceptores de los
mínimos sociales: un gran crecimiento en la primera mitad de los años
ochenta con una punta hacia 1985, seguido de una estabilización y de
una disminución en varios países a partir de 1988. Los primeros años
noventa estuvieron marcados por un nuevo repunte. En realidad, el in-
crettiento global del número de personas se debió, en gran medida, al
deterioro del mercado de trabajo. Se observa, efectivamente, una gran
semejanza entre la curva de desempleo y especialmente del paro de lar-
ga duración y la curva de los mínimos sociales. Obsérvese, sin embargo,
que esta correspondencia de las evoluciones está claramente más pro-
nunciada en los países en los que la protección a los parados por parte
del sistema contributivo de protección social es escasa. Robert Salais,
Nicolas Baverez y Bénédicte Reynaud demostraron que esto ya había
ocurrido en los años treinta 30. El sistema francés de indemnización del
paro se basaba en dos prácticas: el seguro de desempleo facultativo, de
origen sindical, y la asistencia. El primero se había ido extendiendo pro-
gresivamente a todos los trabajadores, pero su desarrollo había sido li-
mitado hasta la crisis. Frente a las consecuencias sociales dramáticas del
desempleo, el gobierno favoreció el desarrollo de fondos de auxilio
público que existían desde el inicio de la Primera Guerra Mundial. Su
crecimiento en los años treinta fue impresionante: a finales de 1941 ha-
bía 244, 593 a finales de 1932, 610 a finales de 1933, 702 a finales de
1934 y 852 a finales de 1935 31. Este crecimiento reflejaba la interven-
ción directa del Estado y de las colectividades locales en la gestión del
paro mediante la eliminación progresiva de los montepíos profesionales,
por una parte, y de los institutos de beneficencia u organizaciones ca-
92 FUNDAMENTOS

ritativas, por otra. Su resultado fue una mayor visibilidad de esta nueva
categoría de parados asistidos.
La importancia de la población dependiente de la asistencia y la ex-
periencia de la pobreza resultante se explican en parte por la idea global
del Estado de bienestar en cada país. Para comprender las características
nacionales de la relación de asistencia en Europa pueden distinguirse
cuatro factores diferenciadores: la división de responsabilidades entre el
Estado y los demás protagonistas, la definición administrativa de la po-
blación de la que hay que hacerse cargo, la lógica que preside la defini-
ción de las ayudas y, por último, el modo de intervención social.

1. El reparto de responsabilidades en el ámbito de la asistencia en-


tre el Estado y los demás protagonistas, en particular los ayunta-
mientos, pero también las asociaciones, tiene que ver con la tra-
dición histórica de intervención estatal de cada país. Aunque
cada Estado de bienestar represente un sistema de protección so-
cial nacionalizado, en el sentido de un conjunto de derechos
sociales definido a la escala de la sociedad entera y aplicable in-
dependientemente del lugar de residencia, la esfera de la asisten-
cia ha quedado en muchos países en manos de los ayuntamien-
tos, desde el punto de vista de la gestión de las ayudas e incluso
de su definición. Muy a menudo, la generalización del sistema de
protección social basado en el principio de la seguridad ha con-
vertido la asistencia tradicional en algo obsoleto y residual hasta
el punto de que el Estado ha preferido dejar, al menos parcial-
mente, la responsabilidad a las instancias locales, en particular en
los países en los que ésta había demostrado su capacidad en este
campo. Por motivos históricos la organización administrativa
de la asistencia es muy desigual en Europa. En algunos casos el
Estado es el principal actor en el que convergen todas las inicia-
tivas; en otros, por el contrario, el protagonista sigue siendo el
ayuntamiento 32. De ello se deriva una gran variedad de situa-
ciones, y podemos avanzar la hipótesis de que el estatus social de
los asistidos será diferente en cada país -y a veces incluso dentro
de un país-, dependiendo de que este último haya confiado o
no la responsabilidad a los ayuntamientos. Por otra parte, obser-
vemos que la visibilidad de la categoría de asistidos tampoco
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 93

será idéntica de un país a otro, lo que puede suponer, de entrada,


las diferencias nacionales que se observan en la manifestación y
orientaciones del debate social sobre este fenómeno. Finalmente,
la división de responsabilidades concierne también a las acciones
entre el Estado y las asociaciones sin ánimo de lucro. El papel de
estas últimas es distinto en cada país 33.
2. Definir el derecho a la asistencia equivale a definir administrati-
vamente la población susceptible de aspirar a ella. Podemos dis-
tinguir dos ideas opuestas. La primera se basa en una definición
unitaria, es decir, que los pobres se definen de forma global a
partir de criterios que las instituciones y la sociedad consideran
legítimos. Los criterios más clásicos son de orden monetario.
Este enfoque necesita estudios precisos sobre la pobreza de las fa-
milias definida a partir de un umbral dado de ingresos. Los pri-
meros países europeos en reconocer el derecho a un ingreso mí-
nimo garantizado para los más desfavorecidos se basaron
generalmente en este principio unitario y definieron una sola le-
gislación para la población considerada pobre. La segunda se
basa, por el contrario , en una evaluación de riesgos a los que se
exponen ciertas capas de la población. No hablaremos entonces
de la pobreza como de un todo homogéneo, sino de un conjun-
to de categorías sociales en situación de pobreza para las cuales
parece legítimo asignar una asistencia en forma de un ingreso
mínimo. Este segundo enfoque deja la posibilidad de jerarquizar
las categorías definidas en función de la apreciación que se hace
de la importancia de sus dificultades o de la gravedad de las
pruebas que han pasado. El concepto de categorías presenta el in-
conveniente de dejar a algunas capas de la población fuera del
derecho, puesto que para tener acceso a él hay que estar en una
situación conforme a una de las categorías definidas. Si ninguna
de ellas se adapta a la situación del individuo con dificultades,
éste no puede recibir ayuda si no es de forma facultativa o ex-
tralegal. Estas situaciones eran muy frecuentes en Francia, por
ejemplo, antes de la ley sobre el ingreso mínimo de inserción que
es desde entonces la última red de seguridad para aquellos que
no pueden recibir los otros mínimos sociales. El concepto uni-
tario permite evitar esta dificultad, pero también ha demostrado
94 FUNDAMENTOS

su falta de adaptación a los casos individuales . Por este motivo


los países que han adoptado este principio a menudo han dejado
una gran flexibilidad a las instituciones encargadas de su aplica-
ción para encontrar soluciones adecuadas a las necesidades con-
cretas de las personas y familias asistidas . El concepto unitario y
el concepto de categorías de población de pobres están relacio-
nados, en realidad , con dos filosofías diferentes de la definición
de ayuda.
3. Para analizar la experiencia de la pobreza hay que definir, por su-
puesto , las ayudas a las que puede aspirar la población que se
considera pobre . En este ámbito, podemos distinguir dos enfo-
ques distintos . El primero deriva de la lógica de la necesidad, en
el sentido de que el objetivo al que se aspira es el de garantizar la
supervivencia de los más desfavorecidos proporcionándoles los
medios para satisfacer las necesidades elementales (alimento y vi-
vienda en particular). Esta ambición está, al menos parcialmen-
te, en el origen de los estudios sobre las condiciones de vida de
las poblaciones pobres. La segunda idea deriva, por el contrario,
de la lógica del estatus, en el sentido de que el objetivo es ayudar a
los más desfavorecidos en nombre de la justicia social y del deber
de la colectividad respecto a los más necesitados , sin llevar por
ello a una modificación sustancial de la estructura social existen-
te. Dicho de otra forma, la asistencia confiere un estatus social a
aquellos que se benefician de ella, pero ésta debe definirse en fun-
ción de otros estatus de la jerarquía y permanecer claramente por
debajo del asalariado remunerado más bajo. En esta perspectiva
la noción de necesidad está , por supuesto, subyacente , pero no
constituye el criterio fundamental a partir del cual se toma la de-
cisión que afecta, por ejemplo , al importe de las ayudas. Éste se
decide ante todo en función de los imperativos de clasificación
de los individuos , tanto por el estatus jerárquico como por la ne-
cesidad de diferenciación social . En realidad es la idea más legí-
tima del orden social que se impone para justificar las desigual-
dades. La asistencia es en este caso, como ya dijo Simmel a
principios de siglo, no un medio de servir a los intereses de los
pobres , sino una forma indirecta de mantener el statu quo social.
Los países europeos que han implantado un ingreso mínimo
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 95

garantizado se han inspirado en mayor o menor medida en una


de estas dos lógicas hasta el punto de que constituyen aún hoy
una dimensión esencial de las diferencias nacionales de la rela-
ción social con la pobreza.
4. Finalmente, el último factor de diferenciación se refiere a las
modalidades de intervención en las poblaciones consideradas
pobres para permitirles acceder a las ayudas previstas. La relación
de asistencia puede ser radicalmente distinta dependiendo de
que las instituciones y los profesionales de la intervención social
tengan autonomía de decisión respecto al marco normativo ins-
taurado a partir del cual deban responder a la demanda de las
personas que se dirigen a ellos para recibir ayuda. Podemos dis-
tinguir, efectivamente, dos formas de respuesta en este campo del
trabajo social 34. La primera corresponde a una intervención bu-
rocrática: el interventor social, ya sea una institución o un indi-
viduo, se limita a aplicar escrupulosamente lo que la ley preco-
niza sin tener en cuenta los casos individuales . La respuesta es
siempre formal e inmediata: o bien el individuo puede recibir
ayuda porque corresponde a una situación prevista en el derecho
social, o no puede, y en ese caso debe dirigirse a una estructura
más informal, por ejemplo a la caridad. La segunda respuesta se
basa en la interpretación de los casos individuales y la búsqueda
de la solución más adecuada según la decisión sobre la legitimi-
dad de la demanda. Corresponde a una intervención individua-
lista. El papel del interventor social supone en este caso una im-
plicación real en la evaluación de la situación. Necesita también
competencias profesionales mayores que en el caso de una inter-
vención estrictamente burocrática. Este tipo de intervención es
más fácil cuando el derecho social vigente prevé una gran varie-
dad de respuestas para cada caso particular. El interventor tendrá
que buscar en una amplia paleta de soluciones posibles la que
mejor convenga a cada persona. Podemos preguntarnos qué in-
tervención respeta mejor la dignidad individual. La interven-
ción burocrática evita en principio el riesgo de una estigmatiza-
ción del individuo, puesto que su situación se trata de forma
impersonal . El interventor social no juzga , se conforma con
comprobar las condiciones de acceso al derecho, a menudo en
96 FUNDAMENTOS

función de un expediente administrativo preparado a veces por el


propio individuo. La intervención individualista, por el contra-
rio, hace casi inevitable la intromisión del interventor social en la
vida privada y corre el riesgo de traducirse en una actitud mora-
lizante respecto a comportamientos que este último puede con-
siderar irresponsables o desviados respecto a su propia idea del
deber social de los más desfavorecidos.

Las características nacionales o locales de la relación de asistencia co-


rresponden pues a decisiones políticas. Cada sociedad trata a su mane-
ra la cuestión de la pobreza y el estatus de pobre, y del mismo modo las
experiencias que a éste se asignan dependen de ello en gran medida.
En definitiva, entre los factores explicativos que utilizamos en este
estudio el primero es de orden económico (desarrollo y mercado de tra-
bajo); el segundo, de orden social (forma e intensidad de los vínculos
sociales), y el tercero, de orden político (sistema de protección y de ac-
ción social). Estos tres tipos de factores se han diferenciado por necesi-
dades analíticas, pero, en la realidad, suelen estar imbricados. Los ten-
dremos en cuenta a la hora de elaborar una tipología de las formas
elementales de la pobreza.

Tipología

Una forma elemental de la pobreza corresponde a un tipo de relación


de interdependencia entre una población que se considera pobre -en
función de su dependencia respecto a los servicios sociales- y el resto
de la sociedad. Esta definición, inspirada por Simmel, se aleja de un en-
foque sustancialista de los pobres. Induce a pensar en la pobreza en fun-
ción de su lugar en la estructura social como instrumento de regulación
de la sociedad en su conjunto, es decir, considerada como un todo, es-
pecialmente mediante las instituciones de asistencia o acción social.
Una forma elemental de la pobreza caracteriza, por una parte, la rela-
ción de la sociedad respecto a la capa de la población que parece nece-
sitar asistencia y, por otra, recíprocamente, la relación de esta capa así
designada con el resto de la sociedad. La condición de aquellos que de-
nominamos «pobres» y sus experiencias dependen en gran medida de
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 97

esta relación de interdependencia. Pero ésta cambia con la historia y las


tradiciones socioculturales.
Podemos distinguir tres formas elementales de pobreza: pobreza in-
tegrada, pobreza marginal y pobreza descalifzcadora (véanse las tablas 2.1
y 2.2).
La pobreza integrada remite más bien a la cuestión social de la po-
breza en el sentido tradicional que al de exclusión social. En este tipo de
relación, aquellos que denominamos «pobres» son numerosos y no se
diferencian de otras capas de la población. Su situación es tan habitual
que no se habla tanto de ellos como grupo social concreto que como
problema de una región o una localidad determinada que siempre ha
sido pobre. El debate social se organiza alrededor de la cuestión del de-
sarrollo económico, social y cultural en sentido general y concierne so-
bre todo a las desigualdades sociales relacionadas con el territorio.

TABLA 2.1. Características generales


Tipos ideales Representaciones sociales Experiencias vividas

Pobreza Pobreza definida como la Los pobres no forman una


integrada condición social de una gran underclass, sino un grupo social
parte de la población. amplio.
Debate social organizado sobre Estigmatización débil.
la cuestión del desarrollo
económico , social y cultural.

Pobreza Pobreza perseguida. Debate Las personas con el estatus social


marginal social sobre la cuestión de las de «pobres» (en el sentido de
desigualdades y del reparto de Simmel) son poco numerosas,
beneficios. pero están muy estigmatizadas.
Visibilidad de un grupo social Se habla de ellas como «casos
marginado (cuarto mundo). sociales».

Pobreza Concienciación colectiva Cada vez más personas son


descalificadora del fenómeno de la «nueva susceptibles de ser reconocidas
pobreza» o de la «exclusión». como «pobres » o «excluidos»,
Temor colectivo frente al riesgo pero gran heterogeneidad de
de exclusión. situaciones y de estatus sociales.
El concepto de underclass no es
operativo debido a esta
diversidad e inestabilidad de
situaciones , pero se utiliza a
menudo en el debate social.
98 FUNDAMENTOS

TABLA 2.2. Factores que contribuyen al mantenimiento de los tipos


ideales
Tipos Desarrollo y mercado Vínculos Sistema de protección
ideales de trabajo sociales social

Pobreza Desarrollo Fuerza de la Débil cobertura social,


integrada económico débil, solidaridad familiar, sin ingresos mínimos
economía informal , protección por las garantizados.
paro oculto. personas cercanas.

Pobreza Pleno empleo Mantenimiento o Generalización del


marginal prácticamente, paro disminución sistema de protección
reducido . progresiva del recurso social , ingreso
a la solidaridad mínimo garantizado
familiar. para los más
desfavorecidos
(recurso limitado).

Pobreza Fuerte aumento del Debilidad de los Fuerte aumento del


descalificadora paro, inestabilidad vínculos sociales, en número de
profesional, particular en los perceptores del
dificultades de parados y las ingreso mínimo
inserción. poblaciones garantizado,
desfavorecidas. desarrollo de la
asistencia a los pobres.

En las representaciones colectivas la pobreza de la población está re-


lacionada con la pobreza de la región y del conjunto del sistema social.
Puesto que los «pobres» no forman parte de una underclass, en el senti-
do anglosajón, sino de un grupo social amplio, tampoco se les estig-
matiza. Su nivel de vida es bajo, pero siguen estando dentro de las redes
sociales organizadas alrededor de la familia y del barrio o del pueblo.
Por otra parte, aunque puedan estar afectados por el paro, esto tampo-
co les conferiría un estatus desvalorizado. A menudo se ve compensado
por los recursos que se obtienen de la economía paralela. Estas activi-
dades desempeñan un papel integrador para todos aquellos que las re-
alizan. Este tipo de relación social con la pobreza tiene más posibilida-
des de desarrollarse en sociedades tradicionales que se consideran
«subdesarrolladas» o «subindustrializadas» que en las sociedades mo-
dernas. A menudo se la asocia al retraso económico que caracteriza a los
países preindustriales respecto a los que disponen de un aparato pro-
ductivo complejo y diversificado y los medios para garantizar a un
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 99

mayor número de personas el bienestar y la protección social contra los


principales riesgos . Veremos sin embargo que puede darse aún en cier-
tas regiones de Europa, incluso en algunas en las que se han adoptado
programas de desarrollo económico y donde existen sistemas de pro-
tección social.
La pobreza marginal remite , al menos en el debate social , tanto a la
cuestión de la pobreza en el sentido tradicional del término como a la
exclusión . Contrariamente a la pobreza integrada, aquellos a los que lla-
mamos « pobres» o «excluidos» constituyen sólo una pequeña franja
de la población. En cierto modo son , en la conciencia colectiva, los ina-
daptados de la civilización moderna , los que no han podido seguir el
ritmo del crecimiento y las normas impuestas por el desarrollo indus-
trial . Aun siendo residual, su situación molesta porque subraya los «fa-
llos del sistema» y refuerza las «desilusiones del progreso» 35. Por este
motivo las instituciones de acción social se esfuerzan por enmarcar a
esta población a la que se considera incapaz de insertarse, tanto social
como profesionalmente , sin ayuda exterior. Esta relación social se basa
en la idea de que esta minoría, si se mantiene en la periferia de la so-
ciedad global, no es susceptible de cuestionar el funcionamiento del sis-
tema económico y social en su conjunto . Debe combatirse , pero no
debe acaparar desmesuradamente la atención de los responsables eco-
nómicos , políticos o sindicales . Por otra parte , el debate social no se or-
ganiza alrededor de esta franja residual de la población , sino sobre
todo respecto al «reparto de beneficios » entre grupos socioprofesionales.
El estatus social de las personas que se consideran inadaptadas está, por
definición , muy deteriorado . La intervención social refuerza en ellas el
sentimiento de estar « al margen» de la sociedad . Al estar estigmatizadas
no pueden escapar realmente de la tutela que los profesionales de lo so-
cial ejercen sobre ellas . Esta relación social con la pobreza y la exclusión
tiene más posibilidades de desarrollarse en sociedades industriales avan-
zadas y en expansión , lo que les permite al mismo tiempo limitar la im-
portancia del desempleo y extraer fórmulas suficientes para garantizar a
todos , a menudo gracias a las conquistas sindicales , una sólida protec-
ción social . Sin eliminar de forma mecánica la solidaridad de proximi-
dad (familiar, por ejemplo ), a la larga el Estado de bienestar que ga-
rantiza un papel de protección generalizada puede ocupar su puesto de
forma que el enriquecimiento general de la sociedad las hace, contra-
100 FUNDAMENTOS

riamente a las economías tradicionales, menos importantes para man-


tener el equilibrio social.
La pobreza descalificadora remite más a la cuestión social de la ex-
clusión que a la de la pobreza propiamente dicha, aunque los actores
sociales sigan utilizando las dos expresiones. Los que llamamos «pobres»
o «excluidos» son cada vez más numerosos. Se les rechaza fuera del ám-
bito productivo y se vuelven dependientes de las instituciones de acción
social encontrando cada vez más problemas. Por lo general no se trata
de un estado de miseria estabilizada que se reproduce de forma idénti-
ca de año en año, sino de un proceso que puede implicar, por el con-
trario, variaciones repentinas en la organización de la vida cotidiana. Un
mayor número de personas se enfrenta a situaciones de precariedad en
el trabajo susceptibles de acumular varias desventajas: pocos ingresos,
condiciones de vivienda y salud mediocres, fragilidad de la sociabilidad
familiar y de las redes sociales de ayuda privada, participación incierta
en cualquier tipo de vida social institucionalizada. La decadencia ma-
terial, aunque sea relativa, y la dependencia inevitable respecto a las
transferencias sociales -y sobre todo los mecanismos asistenciales- se
traducen en la sensación de estar atrapados en un mecanismo que lleva
a la inutilidad social. Su desvalorización social es por otra parte mayor,
ya que muchos de estos individuos no han tenido una infancia misera-
ble (como sucede a menudo con aquellos que consideramos inadapta-
dos en la relación social de la pobreza marginal). Contrariamente a la
pobreza margina/ la amplitud de este fenómeno afecta al conjunto de la
sociedad y se convierte en lo que llamamos la «nueva cuestión social»,
amenazante para el orden social y la cohesión de los individuos. La po-
breza descalificadora es una relación social con los «pobres» que genera
una angustia colectiva porque cada vez más personas se consideran
pertenecientes a esta categoría y muchas, cuya situación es inestable, te-
men que les suceda a ellas. Esta relación social concreta con la pobreza
y la exclusión tiene una probabilidad mayor de desarrollarse en las so-
ciedades que podríamos llamar «postindustriales», especialmente en
aquellas que se enfrentan a un fuerte aumento del paro y de las situa-
ciones precarias en el mercado de trabajo (fenómeno en parte vincula-
do a la reconversión del aparato productivo y a los cambios en las rela-
ciones económicas internacionales), lo que se traduce en lo que Robert
Castel denomina la crisis de la sociedad salarial 3ó . Por lo general, en este
LA RELACIÓN SOCIAL CON LA POBREZA 101

tipo de sociedad el papel de la solidaridad familiar, sin llegar a desapa-


recer, se ha atenuado: lejos de corregir las desigualdades económicas y
sociales , contribuye, en realidad , a aumentarlas . Por otra parte, la eco-
nomía paralela está demasiado controlada por los poderes públicos
para que pueda ofrecer realmente a los más desfavorecidos un sistema
de actividad estable . Lo que en las relaciones sociales que hemos deno-
minado pobreza integrada permite amortiguar el efecto del paro se
muestra menos operativo y menos organizado socialmente en la po-
breza descalificadora. En vista de ello, la dependencia respecto a las
instituciones de acción social es más evidente para numerosas capas de
la población.
Este capítulo tenía el objetivo de presentar un marco analítico que
permita explicar, con una perspectiva comparatista, los cambios so-
ciohistóricos de la relación social con la pobreza y más exactamente la
relación de interdependencia entre los «pobres» y el resto de la sociedad.
Esta exposición nos llevó a hacer hincapié en las representaciones so-
ciales y las experiencias vividas de la pobreza, subrayando las diferencias
observables en el tiempo y en el espacio, y buscando finalmente los fac-
tores explicativos. Esta sociología comparada de la pobreza nos condu-
jo al análisis tipológico de las formas elementales de la pobreza.
Como ocurre con todas las tipologías basadas en tipos ideales, ésta
constituye una etapa intermedia en la reflexión y el análisis sociológico.
Se elaboró después de realizar encuestas en Francia y en el marco de va-
rias encuestas comparativas . En estas últimas se obtuvieron numerosos
resultados que se expondrán en la segunda parte de este libro con el fin
de poner a prueba e intentar validar empíricamente estas tres formas
elementales de la pobreza.
SEGUNDA PARTE

VARIACIONES

La sociología comparativa no es una rama de la sociología, es la sociología misma.

ÉMILE DURKHEIM, Las reglas del método sociológico.

Si queremos que haya una ciencia cuyo objeto sea la sociedad y nada más, sólo podrá
estudiar las acciones recíprocas, los modos y las formas de socialización.

GEORG SIMMEL, Sociología. Estudios sobre las formas de socialización.


INTRODUCCIÓN

Esta parte trata de los estudios comparativos realizados en los últimos


años (véase la presentación de estos últimos en la introducción de la
obra). Estos estudios se enmarcan dentro de programas que son triple-
mente europeos: han sido definidos y realizados por equipos europeos,
tratan sobre países de la Unión Europea y, en su mayor parte, han
sido sostenidos financieramente por la Comisión Europea. Si he utili-
zado preferentemente datos empíricos procedentes de estas investiga-
ciones es porque se prestaban perfectamente al estudio de las variacio-
nes de la pobreza.
Europa constituye un verdadero laboratorio de investigación para los
sociólogos. Está formada por países globalmente ricos donde la ins-
trucción y el bienestar son compartidos por la mayoría de la población.
También tiene una historia y una civilización comunes de las que los
pueblos extraen su identidad. Pero Europa también es tierra de con-
trastes. Es asombroso constatar, por ejemplo, que en los países europeos
podemos encontrar los tres tipos de welfare capitalism definidos por
Gosta Esping-Andersen'. El primero abarca los países escandinavos,
106 VARIACIONES

países próximos al modelo socialdemócrata, caracterizado principal-


mente por un sistema de protección social que tiende a la universalidad
de los derechos sociales. El segundo comprende países como Alemania,
Francia y Bélgica, que se suelen considerar países próximos al modelo
corporativista de defensa de los intereses y derechos adquiridos. El ter-
cero comprende al Reino Unido e Irlanda, próximos al modelo liberal
en el que el Estado se limita a una intervención mínima en el ámbito de
la protección social. Finalmente, el cuarto, que no se tuvo en cuenta en
la tipología inicial de Esping-Andersen, pero que hoy se considera un
tipo complementario 2, comprende a los países mediterráneos, cuyo
sistema de protección social es residual.
También existe en Europa una gran diversidad en cuanto a creci-
miento y desarrollo económicos. Algunas regiones fundamentalmente
rurales siguen siendo muy pobres, mientras que otras tienen una con-
centración mucho mayor de actividad industrial y de servicios. Es lo
mismo que decir que Europa constituye un ejemplo casi ideal para las
comparaciones internacionales en el sentido en que agrupa países lo
bastante próximos para que sus datos comparativos tengan sentido y, al
mismo tiempo, suficientemente diferenciados para justificar la tarea de
comparación. Apuntemos finalmente que los investigadores europeos
disponen hoy en día de medios con los que no contaban hace sólo diez
años. El Panel Comunitario de los Hogares Europeos (ECHP), cuya
primera oleada se realizó en 1994 en todos los países de la Unión Eu-
ropea, supone a este respecto un avance considerable.
Aunque los materiales empíricos utilizados en esta parte procedan en
su mayoría de encuestas europeas, el caso de los Estados Unidos se ha
tenido en cuenta siempre que la comparación era posible (en particular
en los capítulos 4 y 5). Habríamos podido comprobar empíricamente la
tipología de las formas elementales de la pobreza utilizando datos de
otros países. Si no se ha hecho, no es por no haberlo pensado ni por no
haber podido recoger una parte de estos datos. Simplemente me ha pa-
recido más razonable no recargar el volumen de este libro y limitar la
investigación empírica, de momento, a los datos europeos, que consti-
tuyen por sí solos un buen conjunto.
CAPÍTULO 3

LA POBREZA INTEGRADA

Antes de la ampliación de Europa, era en Portugal donde había una


mayor proporción de personas en situación de pobreza monetaria.
Este país sigue siendo uno de los más afectados por la pobreza, puesto
que todavía hay censados aproximadamente un 20% de hogares pobres
(véase el apéndice, tabla 1). Sin embargo, dentro del país hay grandes
variaciones regionales, como sucede en Italia y España'. Las regiones
más rurales son efectivamente más pobres que las otras. Madeira, por
ejemplo, es una isla portuguesa cuyo desarrollo económico sigue siendo
limitado, si no contamos el turismo, y donde los habitantes son pro-
porcionalmente los más pobres de Portugal 2. La proporción de pobres
es claramente inferior en la región urbana de Lisboa. Sin embargo, es
sorprendente constatar que la proporción de habitantes de Madeira que
se considera pobre, lo que denominamos pobreza subjetiva, es la más
baja de todo Portugal. Es decir, en las regiones donde la pobreza es ma-
siva y donde los pobres tienen muchas posibilidades de vivir entre po-
bres, la pobreza no tiene el mismo sentido. Está integrada en el sistema
social y constituye por ello una forma de vivir y un destino más o me-
10 8 VARIACIONES

nos aceptado por el peso de las obligaciones. En estas regiones la po-


breza parece normal. No escandaliza. Las clases medias o altas ven a los
pobres como algo ajeno a ellos y al mundo en el que viven, y, por su
parte, los pobres no imaginan otro destino que el suyo. En este tipo de
sociedad las desigualdades suelen ser muy grandes. Las necesidades
son menores porque las normas de bienestar que la población pobre
toma como referencia son menos elevadas. Para calificar este fenómeno,
los economistas hablan de atrición de preferencias.
Tomando ejemplos semejantes a esta situación concreta de los países
europeos menos desarrollados económicamente, este capítulo intenta-
rá acreditar la tesis sociológica de la pobreza integrada. Su objetivo es co-
tejar los numerosos datos de encuestas comparativas con el tipo ideal de
la pobreza integrada elaborado en el capítulo anterior. Se trata funda-
mentalmente de comprobar que la pobreza tal y como se percibe y vive
sociológicamente en los países del sur de Europa, y en ciertas regiones
especialmente pobres se aproxima a este tipo ideal y constituye una
forma concreta, estable y reproducible de pobreza. En una primera
fase intentaremos demostrar que, en los países europeos económica-
mente más pobres, la proporción de personas pobres no es sólo más ele-
vada, sino que la pobreza es, en las representaciones colectivas y en las
experiencias vividas, un estado más duradero y reproducible que en los
demás países. En una segunda fase se tratará de demostrar que la po-
breza está más integrada en los países del sur de Europa debido al papel
fundamental de la solidaridad familiar. Por último, tomando el ejemplo
del Mezzogiorno -la región más pobre de Italia-, intentaremos ana-
lizar las experiencias de la pobreza y el desempleo en relación con la
economía informal y el sistema de acción social.

Un estado permanente y reproducible

En las investigaciones sobre la pobreza queda por responder una cues-


tión que se ha estudiado a menudo. Se trata de la relación entre dos for-
mas características de pobreza: la pobreza que se reproduce de genera-
ción en generación como si fuera el destino y la pobreza que afecta
súbitamente a personas que parecían a salvo de este problema. La pri-
mera se abate sobre las personas como una fatalidad y se traduce en la
LA POBREZA INTEGRADA 109

convicción de que no pueden hacer nada contra ella puesto que no hay
ninguna otra solución que esté en sus manos o en la de su grupo de
pertenencia. La segunda, por el contrario, afecta a individuos que no
habían sufrido previamente la experiencia de la pobreza y que se en-
cuentra n por ello desamparados frente a las limitaciones materiales y las
inevitables humillaciones que esta nueva situación les impone. Se trata,
en otras palabras, de la oposición conocida en el debate social entre la
«pobreza tradicional» o «estructural» y la «nueva pobreza». ¿Cuál de es-
tas dos formas se corresponde mejor con la realidad? Aunque en todos
los países haya una proporción de población que sea pobre de genera-
ción en generación y otra que conozca la pobreza de forma esporádica,
la pobreza corresponde sobre todo a una situación estable y reproduci-
ble en los países económicamente más pobres y especialmente en los
países del sur de Europa. Para demostrarlo podemos basar el análisis al
mismo tiempo en los datos que permiten apreciar las representaciones
colectivas de la pobreza y en aquellos que permiten evaluar la intensi-
dad de la pobreza en el tiempo.

La pobreza como herencia

Podemos comprobar esta hipótesis refiriéndonos a una cuestión plan-


teada en cuatro eurobarómetros dedicados concretamente al tema de la
percepción de la pobreza, el primero de 1976, el segundo de 1989, el
tercero de 1993 y por último el cuarto de 2001. La cuestión iba diri-
gida a personas que declaraban haber visto en su barrio o pueblo a per-
sonas extremadamente pobres, pobres o que corrían el riesgo de serlo. A
continuación se les preguntaba si, en su opinión, esa gente siempre ha-
bía estado en esa situación, lo que se podría denominar una pobreza
«heredada», o si, por el contrario, habían caído en ella después de haber
vivido de otra forma (pobreza sufrida tras una «caída»). El gráfico 3.1
permite comprobar que una gran proporción de la población pregun-
tada en los países del sur considera la pobreza como un estado perma-
nente y reproducible (en 2001, la proporción es del 53% en Grecia y
Portugal, y del 46% en Italia y en España).
La percepción de la pobreza como un fenómeno que se reproduce
varía igualmente según el periodo de la encuesta. En todos los países
LA POBREZA INTEGRADA 111

Desde que los sociólogos y economistas recurren a las encuestas longi-


tudinales, es decir, encuestas repetidas en el tiempo en la misma muestra,
es posible estudiar la persistencia de la pobreza en el tiempo. Algunos in-
vestigadores han llamado la atención sobre el hecho de que la pobreza en
las sociedades modernas es ante todo un fenómeno transitorio o, dicho
de otra forma, que los individuos y los hogares se ven afectados de forma
ocasional por la pobreza y que sólo una minoría sufre privaciones de for-
ma permanente 3. No obstante, hay que tener en cuenta las diferencias
nacionales y hacer hincapié en que la pobreza sigue siendo un fenómeno
perenne en los países del sur de Europa.
Los datos obtenidos en el Panel de los Hogares Europeos han per-
mitido diferenciar en el periodo que va de 1994 a 1998, es decir, cinco
años consecutivos, tres categorías: las personas que nunca han experi-
mentado la pobreza, las personas que han conocido la pobreza al menos
una vez (pobre transitorio) y las personas que han sufrido la pobreza
durante más de un año (pobre recurrente). La tabla 3.1 permite dis-
tinguir cuatro grupos de países que podemos relacionar con los tipos de
welfare capitalism 4.
Hay una relación estadística sólida entre la intensidad de la pobreza
según su persistencia en el tiempo y esta clasificación por países. En el
primer grupo de países la proporción de personas en situación de po-
breza recurrente es la más baja (9,5% en Dinamarca y 12,5% en los Paí-
ses Bajos). En el segundo, esta proporción aumenta, y pasa al 25,5% de
media. Finalmente, en el último, alcanza el 26,1 % de media con una
punta de 27,6% en Grecia y Portugal. Comprobamos pues que la po-
breza sigue siendo más persistente en el tiempo en los países donde sub-
sisten zonas rurales poco desarrolladas y en las que el sistema de pro-
tección social es muy limitado.
Para estudiar la intensidad de la pobreza en el tiempo también es po-
sible basarse en la experiencia de dificultades financieras. En el Euro-
barómetro 56.1 de 2001 sobre la pobreza y la exclusión social, se for-
muló la siguiente pregunta; «¿Cómo se las arregla con los ingresos de su
hogar?». Los encuestados debían elegir entre cuatro respuestas: «Con
grandes dificultades», «con dificultades», «bien», «muy bien», y a con-
tinuación se les pedía que precisaran desde cuándo tenían esa situación
financiera. De ese modo fue posible conocer la duración de las dificul-
tades financieras para aquellos que eligieron una de las dos primeras res-
112 VARIACIONES

TABLA 3.1. Intensidad de la pobreza monetaria según su persistencia en


el tiempo ( periodo de 1994 a 1998) (en %)

Nunca Pobre Pobre


Total
pobre transitorio recurrente**

1."grupo: 77,7 10,6 10,7 100


Dinamarca 77,4 13,2 9,5 100
Países Bajos 77,9 9,6 12,5 100
2. ° grupo: 70,7 11,0 18,3 100
Alemania 73,4 11,1 15,5 100
Francia 68,4 10,4 21,2 100
Bélgica 63,9 13,4 22,7 100
3."grupo: 61,7 13,2 25,2 100
Reino Unido 61,4 13,4 25,2 100
Irlanda 63,8 10,7 25,5 100
4." grupo: 60,8 13,1 26,1 100
Italia 62,1 12,6 25,5 100
España 60,0 13,5 26,5 100
Grecia 58,5 13,9 27,6 100
Portugal 58,8 13,7 27,6 100
Europa 66,2 12,0 21,8 100
NOTA: El umbral de pobreza en esta tabla está en el 60% de la mediana de ingresos de cada
país. La escala de equivalencia utilizada es la de la OCDE modificada (1 para el primer
adulto, 0,5 para los demás adultos y 0,3 para los niños menores de 14 años).
* Pobre solamente una vez en los cinco años.
** Pobre más de una vez en los cinco años.
FUENTE: Panel de los Hogares Europeos, 1994-1998.

puestas. El gráfico 3.2 permite analizar las diferencias entre países y es-
pecialmente diferenciar entre países del norte y del sur.
En los primeros, la mayor parte de la población que ha experi-
mentado dificultades financieras las ha sufrido durante dos o tres
años, mientras que, en los segundos, la duración de estas dificultades
ha sido en conjunto más larga, puesto que es alrededor de 14 o 15
años donde encontramos en cada país la proporción mayor de po-
blación. Parece claro que la pobreza corresponde a un fenómeno co-
yuntural en los países del norte y a un fenómeno estructural en los
países del sur.
Así pues, los análisis de la intensidad de la pobreza en el tiempo
efectuados a partir de datos longitudinales o a partir de esta pregunta
LA POBREZA INTEGRADA 113

Países del norte


35-
- Bélgica ----- Francia
30- - Dinamarca ----- Gran Bretaña
- Alemania Occidental --- Irlanda
25- ----- Alemania Oriental --- Paises Bajos

20 -
15
10
5
0 1
0 2 4 6 8 10 12 14 16
Número de años

Países del sur


45- - Italia
4o - - España
- Grecia
35-
----- Portugal
30 .-
25-
20 -
15
10
5
0 T T T T -u
0 2 4 6 8 10 12 14 16
Número de años

FUENTE: Eurobarómetro , 56.1, 2001.

GRÁFico 3.2. Duración de las dificultades financieras según los países.

sobre la duración de las dificultades financieras llegan a resultados si-


milares. El fenómeno se muestra siempre más estable y más recurren-
te en los países del sur de Europa. Pero, como hemos visto, es precisa-
mente en esos países en los. que la pobreza se suele percibir como una
herencia. Las representaciones colectivas coinciden con la realidad
observada.
Dado que la pobreza es una situación más estable en los países del
sur de Europa, es posible adelantar la hipótesis de que también se re-
produce más de generación en generación. Efectivamente, si los hijos se
114 VARIACIONES

socializan en un medio permanentemente desfavorecido, hay grandes


probabilidades de que cuando sean adultos experimenten dificultades
comparables a las de sus padres. Cuando se estudian las variables ex-
plicativas de la pobreza, no podemos separar el análisis del medio fa-
miliar de origen. En los años sesenta, a partir de sus investigaciones so-
bre las familias muy pobres tanto en México como en Nueva York y
San Juan, el antropólogo Oscar Lewis explicaba que la cultura de la po-
breza tiene tendencia a perpetuarse de generación en generación por el
efecto que tiene sobre los niños. En su opinión, «cuando los niños de
las chabolas tienen 6 o 7 años, ya han asimilado los valores fundamen-
tales y las costumbres de su subcultura y no están preparados psicoló-
gicamente para aprovechar plenamente la evolución y los progresos
susceptibles de producirse durante su vida» 5. Oscar Lewis subrayaba
que las características de lo que él llamaba la cultura de la pobreza se
traducían en el individuo en una sensación de estar marginado, de
impotencia, de dependencia y también de inferioridad. Señalaba tam-
bién que «la ausencia de participación efectiva y de integración de los
pobres en las grandes instituciones de la sociedad es una de las caracte-
rísticas cruciales de la cultura de la pobreza. Es un problema complejo
y que depende de una infinidad de factores, entre los que se pueden
enumerar la ausencia de recursos económicos, la segregación y la dis-
criminación, el miedo, la desconfianza o la apatía y el desarrollo de so-
luciones locales al problema» 6.
Los datos de los que disponemos en las encuestas sociológicas euro-
peas no son comparables a los que este antropólogo recogió durante va-
rios años sobre el terreno. Sin embargo, son más representativos esta-
dísticamente y permiten hacer comparaciones a gran escala. En el
Eurobarómetro 56.1 de 2001 sobre la pobreza y la exclusión social se
planteó una pregunta sobre la infancia de las personas entrevistadas, en
particular sobre las dificultades financieras de sus padres cuando éstos se
encargaban de su manutención y educación.
La tabla 3.2 permite examinar el efecto de estas dificultades finan-
cieras en la infancia sobre las dificultades financieras de la edad adulta.
Como cabía esperar, hay una gran correlación entre estas dos variables:
la probabilidad de tener dificultades financieras en la edad adulta es más
elevada cuando se ha vivido la infancia en un medio económicamente
desfavorecido'.
LA POBREZA INTEGRADA 115

TABLA 3.2. Efectos de las dificultades financieras de los padres en la in-


fancia por país en la probabilidad de tener dificultades financieras en la
edad adulta ( regresión logística)

Interacción país Modelo 1 Modelo 2


dificultades financieras (con control de sexo, (con control de sexo,
de los padres (DFP) edady país) edad, país e ingresos)
Países del norte
Bélgica * DFP 0,69*** 0,57*
Dinamarca * DFP 0,38 n.s. 0,46*
Alemania Occidental* DFP 0,90*** 0,79*
Alemania Oriental* DFP 0,31 n . s. 0,38 n.s.
Francia* DFP 0,32 n.s. 0,48*
Gran Bretaña* DFP 0, 28 n.s . 0,21 n.s.
Irlanda* DFP 0, 85*** 0,88***
Luxemburgo* DFP 0,76** 0,73**
Países Bajos* DFP 0,34 n.s. 0,27 n.s.
Finlandia* DFP 0,14 n.s. 0,16 n.s.
Suecia* DFP 0,75*** 0,62***
Austria* DFP 0,46* 0,39 n.s.
Países del sur
Italia* DFP 0,85*** 0,76***
España* DFP 1,00*** 0,95***
Grecia* DFP 1,01*** 0,83***
Portugal * DFP 1,14*** 0,96***
Ingresos
1." cuartil 1,63***
2.° cuartil 0,54***
3." cuartil -0,15**
4.° cuartil Ref.
* P < 0,05; ** P < 0,01; *** P < 0,001; n.s.: no significativo
FUENTE: Eurobarómetro 56.1, 2001.

Pero la intensidad de esta correlación es variable de un país a otro, in-


cluso cuando se controla no sólo el efecto del sexo y de la edad (modelo
1), sino también el efecto de los ingresos del hogar (modelo 2). En los
países del sur, los coeficientes. de la regresión logística son siempre muy
elevados y estadísticamente significativos, lo que significa que la repro-
ducción de las dificultades financieras desde la infancia es especialmen-
te fuerte. En los países del norte los coeficientes son en conjunto más ba-
jos y no siempre significativos. Es lo que sucede en Alemania Oriental,
Gran Bretaña, Países Bajos y Finlandia, donde, cualquiera que sea el mo-
116 VARIACIONES

delo, el coeficiente no es significativo . Dicho de otra forma, la tendencia


a la reproducción de las dificultades financieras desde la infancia es
menos clara en los países del norte que en los del sur.
Este fenómeno se explica en primer lugar por las desigualdades de
ingresos, que son claramente mayores en los países del sur de Europa.
La relación entre la parte de los ingresos totales percibidos por el 20%
de la población que tiene los ingresos más elevados (quintil superior) y
la parte de ingresos percibidos por el 20% de la población con los in-
gresos más bajos (quintil inferior) es de 6,5 en Portugal, 5,7 en Grecia
y 5,5 en España, mientras que en Dinamarca es de 3, en Suecia de 3,4
y de 3,6 en Alemania 8. Una gran desigualdad de ingresos impide que
una parte de la población conozca un futuro mejor y refuerza en este
sentido el riesgo de reproducción de la pobreza . Este fenómeno se ex-
plica también por el desarrollo económico y las perspectivas de empleo.
En los países que han tenido un desarrollo económico y social impor-
tante, como ocurrió durante los «Treinta Gloriosos», las oportunidades
de promoción social eran mayores que en los países menos desarrolla-
dos, como los del sur de Europa, que fueron países de emigración. La
pobreza ha correspondido y sigue correspondiendo a un destino social
en los países o las regiones económicamente pobres, donde el desem-
pleo o el subempleo son elevados y la protección social apenas se ha de-
sarrollado. Finalmente, hay que ver en este fenómeno la explicación que
adelantaba precisamente Richard Hoggart a propósito de la cultura
de los medios populares en Inglaterra: «Cuando uno siente que tiene
pocas oportunidades de mejorar su situación y este sentimiento no se
tiñe ni de desesperación ni de resentimiento, se ve abocado a adoptar,
de buena o mala gana, actitudes que hacen "vivible" ese tipo de vida,
evitando ser demasiado conscientes de las posibilidades prohibidas: se
tiende a representar como leyes de la naturaleza las obligaciones socia-
les; las consideramos parte primordial y universal de la "vida"»'. En las
regiones rurales del sur de Europa la probabilidad de vivir la pobreza de
forma permanente es tan grande que la población que se enfrenta a ella
está mucho más habituada que en otros sitios. La pobreza representa
pues un estado permanente y reproducible.
Esta distinción entre pobreza coyuntural y pobreza estructural, que
remite a la distinción entre país del norte y país del sur, no debe sin em-
bargo dar a entender que la pobreza estructural sólo existe en los países
LA POBREZA INTEGRADA 117

del sur y que la pobreza coyuntural sólo afecta a los del norte. También
en los países del norte hay una parte de la población que sigue siendo
pobre de generación en generación y para la que las dificultades son
constantes, independientemente de la coyuntura económica y social10
Las encuestas indican solamente que esta proporción es claramente
inferior en los países del norte que en los países del sur y que la pobre-
za coyuntural es un fenómeno más extendido en los primeros que en
los segundos.
La pobreza tiene más posibilidades de integrarse, en sentido tipoló-
gico, en los países del sur de Europa porque es más masiva y más esta-
ble que en los países del norte. Está integrada en el sistema social en su
conjunto como un elemento constitutivo de él. Pero, para que esté más
integrada, debe constituir en sí misma una forma de organización so-
cial. Por ello conviene estudiar ahora el papel que desempeña la familia
en los medios sociales expuestos a la pobreza.

La familia: una cuestión de supervivencia

La pobreza integrada es una forma de pobreza cuyos efectos se amortiguan


en parte gracias a la familia, fenómeno que corresponde al modelo fami-
liarista de regulación del paro presentado en el capítulo anterior. Este mo-
delo se basa en el reconocimiento social de los deberes de solidaridad de
la familia respecto a sus miembros. Cuando el individuo está en situación
de pobreza o sin empleo, no hay por qué culparle y tiene el derecho de
compartir los recursos de su familia mientras duren las dificultades. Este
sistema de solidaridad familiar se impone con mayor facilidad si coincide
con una escasa intervención del Estado o de los poderes públicos para ha-
cerse cargo de la protección social . Conviene dar aquí una definición am-
plia de la familia que abarca no sólo las personas que viven bajo el mismo
techo, en referencia a la noción de hogar para los estadísticos y de casa
para los antropólogos, y también la red de parentesco ampliada que in-
cluye fundamentalmente a los hijos y a sus cónyuges y nietos y que co-
rresponde tanto a la noción de filiación como a la de alianza.
Partiendo de esta definición amplia, conviene demostrar aquí que
los pobres pueden encontrar en los países del sur de Europa recursos en
sus familias para superar, a veces durante mucho tiempo, las dificultades
118 VARIACIONES

a las que se enfrentan. Estos recursos pueden aportarse en el propio ho-


gar, pero también otros miembros de la familia que no vivan en él. Esta
solidaridad se inscribe en una idea clásica de la familia fuertemente in-
fluida por la religión. Dicho de otra forma, la integración de la pobre-
za en el sistema social en estos países del sur de Europa depende en gran
parte de los valores familiares y religiosos que comparten los pobres.

Elprincipio de la convivencia familiar

La probabilidad de vivir solo no es en sí misma un indicador de fragi-


lidad de las redes sociales. También podemos ver en ella un índice de
autonomía elegida respecto a la familia y el entorno. Esta independen-
cia no impide mantener lazos estrechos con los parientes o amigos y no
está en contradicción con una sociabilidad abierta y diversificada. Por el
contrario, cuando las personas que viven solas participan muy poco en
la vida social, el riesgo de aislamiento e incluso de repliegue sobre uno
mismo es mayor, y podemos temer un proceso de acumulación de
desventajas que pueden llevar a la exclusión, definida aquí como la úl-
tima fase de un proceso de descalificación social.
En realidad, la probabilidad de vivir solo varía mucho en Europa. La
proporción de personas en esta situación va del 4% en España al 22%
en Dinamarca' 1. Las personas por debajo del umbral de pobreza 12 vi-
ven mucho más a menudo solas en los países del norte de Europa que
en los del sur. Entre los parados en situación de pobreza encontramos
casi un 41 % de personas que viven solas en Dinamarca, o un 37% en
Alemania, frente a un 2,2% en España y un 1,4% en Italia. Observe-
mos también que, cuanto más deteriorada está la situación del em-
pleo 13, mayor es la probabilidad de vivir solo en varios países: un
30,2% de los parados de más de un año están en esta situación en Di-
namarca frente a un 15,2% de personas con un empleo estable, es decir,
una diferencia de 15 puntos. La proporción de parados de más de un
año que viven solos es igualmente elevada en los Países Bajos (23,5%),
en Alemania (17,5%) y en Gran Bretaña (15,7%; véase la tabla 3.3 y el
gráfico 3.2). La diferencia entre parados de más de un año y las perso-
nas con un empleo estable es aproximadamente de 10 puntos en los Pa-
íses Bajos y de 8 puntos en Gran Bretaña. Esto muestra el contraste con
LA POBREZA INTEGRADA 119

TABLA 3.3. Proporción de personas que viven solas según su situa-


ción respecto al empleo y el país (en %)

Empleo Empleo Empleo Paro Paro


Total
estable amenazado inestable < 1 año > 1 año

1.°grupo
Dinamarca 15,2 12,7 19,0 29,9 30,2 16,5
Países Bajos 13,2 17,9 22,3 19,3 23,5 15,0
2.° grupo
Alemania 15,1 15,0 13,1 21,1 17,2 15,4
Francia 10,6 8,7 8,6 13,0 10,3 10,3
Bélgica 9,3 10,2 9,8 10,0 7,9 9,4
3."grupo
Reino Unido 7,9 9,1 10,2 15,0 15,7 9,1
Irlanda 8,2 8,1 3,5 5,0 7,1 7,6
4.° grupo
Italia 6,3 6,6 1,5 2,5 2,4 5,6
España 3,7 3,3 1,8 1,7 1,5 3,0
Grecia 5,8 4,8 6,4 4,5 3,7 5,3
Portugal 2,4 2,6 1,6 1,4 1,1 2,4

Campo: población de 18 a 65 años.


FUENTE: Panel de los Hogares Europeos, 1994, 1.' oleada.

los países del sur de Europa, donde la proporción de parados de más de


un año que viven solos es muy baja: menos del 2% en España y Por-
tugal y menos del 4% en Italia y Grecia.
En los países del sur de Europa los parados siguen en su familia
mientras no puedan fundar un hogar. En estos casos podemos hablar de
un modelo de convivencia familiar de larga duración.
Estas diferencias entre países se confirman con los resultados de
una regresión logística que ha permitido controlar los efectos de dis-
tintas variables: edad, sexo y nivel de educación (véase la tabla 3.4).
Respecto a las personas que tienen un empleo estable (referencia del
modelo), la probabilidad de vivir solo es mayor (con una diferencia es-
tadísticamente significativa) tanto para los parados de menos de un año
como para los de más de un año tanto en Gran Bretaña como en los
Países Bajos y Dinamarca. Por el contrario, la diferencia es negativa para
estas mismas categorías en Italia, España, Portugal y Grecia (y de forma
muy significativa en este último país).
120 VARIACIONES

TABLA 3.4. Efectos de la inseguridad del empleo y del paro en la pro-


babilidad de vivir solo (regresión logística). Referencia : Empleo estable
Empleo Empleo Paro Paro
amenazado inestable < 1 año > ]año

B. Sig. B. Sig. B. Sig. B. Sig.

1."grupo
Dinamarca -0,36 0,05 n.s. 0,60 *** 0,75 ***
Países Bajos 0,53 *** 0,58 ** 0,65 ** 0,81 ***

2•° grupo
Alemania 0,07 n.s. -0,14 n.s. 0,46 * 0,26 n.s.
Francia -0,04 n.s. -0,12 n.s. 0,23 (*) 0,21 n.s.
Bélgica 0,04 n.s. 0,31 n.s. 0,39 n.s. -0,08 n.s.
3."grupo
Reino Unido 0,15 n.s. 0,51 0,84 *** 0,85 ***
Irlanda 0,32 (*) -0,21 n.s. 0,02 n.s. 0,64
4.1 grupo
Italia 0,35 -0,77 n.s. -0,30 n.s. -0,52 (*)
España 0,22 n.s. -0,01 n.s. -0,08 n.s. -0,37 n.s.
Grecia -0,17 n.s. -0,11 n.s. -0,45 * -0,95 **
Portugal 0,09 n.s. 0,53 n.s. -0,01 n.s. -1,33 n.s.

Campo: población de 18 a 65 años.


(*)P<0,1;*P<0,05;**P<0,01;***P<0,001.
NOTA: El modelo controla el efecto de la edad, del sexo y del nivel de formación.
FUENTE: Panel de los Hogares Europeos , 1994, 1.' oleada.

También hay contrastes regionales sobrecogedores en estos países, es-


pecialmente en Italia. El nivel de desarrollo económico tiene una gran
incidencia en la estructura del desempleo, pero también en las estruc-
turas familiares. Basta con tomar la proporción de hijos de 18 a 30 años
que viven con sus padres como indicador del carácter tradicional o no
del modelo familiar para darse cuenta. Efectivamente, esta proporción
es claramente superior en el sur de Italia que en el centro y el norte 14
entre el conjunto de la población en edad de trabajar y entre la pobla-
ción de parados (véase la tabla 3.5).
Tomando el ejemplo italiano podemos confirmar que la autonomía
respecto a la familia crece con el nivel de desarrollo económico. Cuan-
do las posibilidades de empleo son limitadas, el riesgo de pobreza es
mayor; entonces resulta fundamental mantener las relaciones con los
LA POBREZA INTEGRADA 121

TABLA 3. 5. Proporción de hijos de 18 a 30 años que viven con sus pa-


dres en Italia (en %)

Regiones Población de 18 a 30 años Parados


Norte 19,0 48,5
Centro 21,2 53,4
Sur 27,2 59,0
Italia 23,1 56,2
Campo : población de 18 a 65 años.
FUENTE: Panel de los Hogares Europeos , 1994, 1.' oleada.

miembros de la familia para hacer frente a las dificultades de la exis-


tencia. Sin embargo, esta explicación que hace hincapié en el peso de
las limitaciones no basta. ¿Cómo se explica entonces que todos los jó-
venes europeos enfrentados al paro no vivan con sus padres?
Hay que tener en cuenta dos factores complementarios. En primer
lugar, en los países del sur de Europa hay una tradición de solidaridad
familiar mayor que en los demás países, que tiene que ver con el mo-
delo familiar expuesto con anterioridad. Esta solidaridad que se impo-
ne especialmente a los padres se refuerza en el interior del hogar me-
diante una fuerte división del trabajo. El jefe de familia suele ser el
hombre, cuyo papel fundamental es garantizar la autonomía financiera
del hogar aportando los recursos de su actividad profesional, mientras
que la mujer se dedica a la organización de la vida doméstica y a los hi-
jos, incluso después de que éstos se hayan convertido en adultos. La
obligación normativa de la convivencia prolongada afecta tanto a los
padres como a los hijos. Estos últimos no pueden acceder realmente a
una autonomía residencial y a una vida de pareja hasta que no tienen la
garantía de un empleo o de una actividad profesional estables. Les pa-
rece normal vivir con los padres y participan plenamente en la vida del
hogar. En su encuesta sobre los jóvenes en Francia, Gran Bretaña, Di-
namarca y España, Cécile van de Velde comprobó que los jóvenes es-
pañoles se diferenciaban de los otros. La retórica que estos últimos es-
grimen para justificar su permanencia en la casa de sus padres se basa en
una lógica de pertenencia familiar 15. La convivencia prolongada se
considera normal y no se estigmatiza. Muchos manifiestan una sensa-
ción de bienestar en casa de sus padres. Además, los propios padres fo-
¡22 VARIACIONES

mentan esta actitud. Una salida prematura sin razón aparentemente le-
gítima equivaldría a una «traición afectiva». Por otra parte, los jóvenes
españoles no quieren «hacer daño a sus padres», «traicionar el honor fa-
miliar».
En estas condiciones el riesgo de aislamiento social es menor, en par-
ticular para los jóvenes parados. Los especialistas en la familia han su-
brayado a menudo el importante papel de los valores familiares y de las
relaciones entre padres e hijos en los países del sur de Europa, y espe-
cialmente en Italia'. A menudo se dice -quizás demasiadas veces-
que Italia es ante todo «una colección de familias y no un Estado». En
todo caso conviene subrayar que en los países donde la familia consti-
tuye la base privilegiada para la integración social, la pobreza y el paro
no se traducen en un debilitamiento de los lazos familiares.
Otro factor explicativo es que los países del sur de Europa tienen un
menor desarrollo del sistema de protección social que los países del nor-
te. En el ámbito de la prestación de desempleo, por ejemplo, se carac-
terizan por un sistema que podemos calificar de «subrégimen de pro-
tección» 17. Éste sólo ofrece unas subvenciones muy bajas a los parados,
en particular cuando nunca han trabajado, lo que sólo puede servir para
aumentar su dependencia respecto a la familia. Los jóvenes parados no
tienen otra solución que residir con sus padres esperando que su situa-
ción profesional les permita independizarse.

La fuerza de la solidaridadfamiliar

Para apreciar la fuerza de la solidaridad familiar en los países del sur de


Europa, podemos tener en cuenta igualmente la posibilidad de que las
personas reciban ayuda de sus familiares o de su entorno sin que residan
con ellas (véase la tabla 3.6). Se trata en este caso de una solidaridad
que ya no remite a la noción de la casa, sino a la más amplia de paren-
tela. Los datos disponibles se refieren únicamente a las ayudas finan-
cieras recibidas por las personas que viven fuera del hogar. Podemos
considerar que los parados de larga duración tienen mayor necesidad de
obtener dichas ayudas puesto que son los más desfavorecidos, dado que
el importe del subsidio de desempleo disminuye en función de la du-
ración de la prestación.
LA POBREZA INTEGRADA 123

TABLA 3. 6. Efectos de la inestabilidad del empleo y del paro en la


probabilidad de recibir una ayuda financiera o una pensión de los pa-
dres, amigos o de otras personas que viven fuera del hogar (regresión lo-
gística). Referencia: Empleo estable

Empleo Empleo Paro Paro


amenazado inestable < 1 > 1
B. Sig. B. Sig. B. Sig. B. Sig.

Países del norte


Dinamarca -0,03 n . s. 0,25 n.s. 0,17 n.s. 0,04 n.s.
Francia 0,03 n . s. 0,50 * 0,52 * -0 , 00 n.s.
Alemania -0,06 n . s. 0,13 n.s. -0,54 (*) 0,35 (*)
Reino Unido -0 ,27 n.s. 0,54 ** -0,10 n .s. 0,17 n.s.
Bélgica 0,10 n.s. 0,50 (*) 0,02 n . s. 0,69 **
Irlanda 0 , 02 n.s. 0,84 n.s. 1,43 * 0 ,48 n.s.
Países Bajos -0, 33 n.s. 1,23 ** -0,28 n.s. 1,60 **
Países del sur
España 0 , 28 n.s. 0,64 ** 0,72 ** 1,20 ***
Portugal 0,45 n . s. 0,53 n.s. 1,38 ** 1,34 **
Grecia 0,19 n.s. 0,94 0,68 * 1,59 ***
Italia 0 , 23 (*) 0,94 *** 1,09 *** 1,40 ***
Regiones de Italia
Norte 0 , 14 n.s. 0,62 n . s. -0,06 n .s. 0,86
Centro 0 ,24 *** 1,24 * ** 0,35 *** 1,66 ***
Sur 0,38 *** 1,27 *** 1,87 *** 1,84 ***

Campo: población de 18 a 65 años.


(*) P < 0,1; * P< 0,05; ** P < 0,01; *** P < 0,001.
NOTA: El modelo controla el efecto de la edad, el sexo , la composición del hogar, el nivel
de formación y los ingresos del hogar.
FUENTE: Panel de los Hogares Europeos , 1994, 1.' oleada.

Respecto a la referencia en el modelo , es decir, las personas con un


empleo estable , el coeficiente para los parados de larga duración es
positivo , elevado y muy significativo en los países del sur de Europa
(Italia, España, Portugal y Grecia), mientras que no es tan alto en Bél-
gica o poco importante en Francia , Dinamarca , Gran Bretaña e Irlanda.
Podemos concluir pues que los parados de larga duración del sur de Eu-
ropa reciben más ayuda de su entorno 18, incluso después de haber
controlado el efecto de distintas variables : sexo , edad , composición
del hogar, nivel de formación e ingresos del hogar. El contraste entre
124 VARIACIONES

países del sur y del norte que ya aparecía en una investigación anterior
realizada por Eurostat'` es aquí aún más patente.
El caso de los Países Bajos merece especial atención: el coeficiente
para los parados de larga duración es aproximadamente el mismo que en
los países del sur de Europa, lo que resulta sorprendente puesto que las
transferencias sociales garantizadas por el Estado de bienestar en este país
son claramente superiores. Teniendo en cuenta la eficacia global del
sistema holandés de protección social, habría sido lógico observar una
menor necesidad de que los parados recurrieran a la ayuda privada o, de
forma más concreta, una necesidad menos imprescindible para sobrevi-
vir. Este resultado puede explicarse por el hecho comprobado por los so-
ciólogos holandeses de que los parados siguen viviendo cerca de sus fa-
milias y tienen menos movilidad geográfica que el resto de la población.
Sin embargo, en conjunto podemos observar que la proporción de pa-
rados de larga duración que reciben ayuda de su familia o su entorno si-
gue siendo baja (menos del 1%). Así pues, la solidaridad familiar para
los parados de larga duración de los Países Bajos sólo se aproxima en tér-
minos relativos a la que disfrutan los parados de larga duración del sur
de Europa. Observemos asimismo que los parados de menos de un
año reciben más ayuda de su entorno que las personas con un empleo
estable en los países del sur, lo que no ocurre en los Países Bajos.
En Italia, las diferencias entre regiones son profundas. En el norte, el
efecto de la precariedad del empleo (empleo amenazado, empleo ines-
table) y del paro inferior a un año en la ayuda familiar y del entorno no
es significativo respecto al empleo estable. Por el contrario, hay un
efecto intenso y significativo en el centro y el sur para cada una de las
cuatro situaciones respecto al empleo, el empleo amenazado y el paro
de larga duración. Los coeficientes siguen siendo más altos en el sur de
Italia 20. Estos resultados pueden explicarse -como veremos detalla-
damente más adelante- por el bajo desarrollo económico de esta re-
gión y por la organización local de las familias pobres.
Aunque la pregunta planteada se refería a la ayuda recibida del ex-
terior del hogar, conviene subrayar que puede complementar la so-
lidaridad que se ejerce también dentro del hogar, puesto que, como he-
mos visto, los parados viven más con sus padres. ¿Se mantiene esta
solidaridad cuando los parados viven solos? Para responder a esta pre-
gunta hemos calculado la proporción de parados que viven solos y re-
LA POBREZA INTEGRADA 125

ciben ayuda de su familia o de su entorno y la misma proporción de


personas que viven solas pero no están en paro . El resultado es que los
parados que viven solos y reciben ayuda son , de nuevo , proporcional-
mente más numerosos en Grecia , España e Italia . En Grecia, más de
uno de cada dos parados que viven solos reciben ayuda de este tipo.
Aunque en los países del sur de Europa la solidaridad familiar tenga
un papel importante a la hora de atenuar el riesgo de pobreza derivado
del paro, esto no significa que el papel de las ayudas entregadas en con-
cepto de solidaridad nacional en los países del norte tenga el efecto de di-
solver el apoyo que proporciona la familia. Ante todo hay que ver el efec-
to de un sistema social. Cuando una gran parte de la población comparte
la misma condición social desfavorable , la solidaridad familiar se inscribe
ante todo en una lógica de lucha colectiva contra la pobreza. La recipro-
cidad en el intercambio es funcional. Todos dan y reciben , porque todos
se dan y se entregan para plantar cara a la situación . Por este motivo, en
las regiones en las que el paro y la pobreza son muy elevados es más fácil
encontrar la solidaridad familiar de larga duración basada en la recipro-
cidad impuesta por la necesidad de resistir colectivamente 21.
Si bien la solidaridad familiar no ha desaparecido de las regiones más
avanzadas económicamente , no tienen en ellas esta función vital. La vo-
luntad de independencia de los individuos y el carácter menos homo-
géneo de las familias hacen , en su conjunto , la solidaridad familiar a la
vez más tenue , más informal y también más frágil . Cuando los inter-
cambios dentro de una familia se vuelven profundamente desiguales, se
corre el riesgo de impedir a los beneficiarios que den y se den, lo que, al
final , sólo puede contribuir a su descalificación.

Valores familiares y práctica religiosa

En los medios populares , la familia tiene un papel fundamental. Ri-


chard Hoggart subrayó que era el último reducto que los más pobres
pueden dirigir todavía cuando todo lo demás escapa a su control. El
círculo familiar, más o menos abierto a las relaciones con los allegados,
con aquellos que comparten el mismo universo cultural en la vecindad,
constituye en sí una forma de protección contra la incomprensión y las
vejaciones del exterior. El mundo social de los más desfavorecidos co-
126 VARIACIONES

rrespondc, en su opinión, a la bipartición entre «ellos» y «nosotros» 22,


Efectivamente, este mundo se caracteriza por un desdoblamiento sis-
temático de los sistemas de referencia y de las acciones según se esté en
la esfera íntima del entre nosotros o en la de las relaciones con el mun-
do de los demás. Este círculo familiar se valora sentimentalmente por-
que aporta al mismo tiempo la seguridad de la existencia y la prueba de
un anclaje identitario y social. Ser padre o madre, preferiblemente de
varios hijos, es por consiguiente una condición para constituir y re-
producir este universo.
El hecho de pensar que tener hijos es absolutamente necesario en la
vida puede considerarse un buen indicador de los valores familiares. La
tabla 3.7 permite constatar grandes diferencias dependiendo de los in-
gresos y del país.

TABLA 3.7. Proporción de personas que creen que tener hijos es abso-
lutamente necesario por nivel de ingresos y país

Relación
1.' cuartil 4.° cuartil del 1.
2.° 3." Total
(el más (el más cuartil
cuartil cuartil en %
pobre) rico) con el 4.,
cuartil
1.' grupo
Dinamarca 40,2 56,3 59,6 62,1 59,0 0,65
Suecia 51,3 61,6 55,0 59,4 56,4 0,86
Paises Bajos 29,5 25,3 35,5 35,8 30,7 0,82
2.° grupo
Alem. Occ. 56,3 50,2 53,1 62,1 53,4 0,92
Alem.Orien. 54,5 59,3 68,0 67,8 61,8 0,80
Francia 66,4 66,7 71,6 74,3 69,5 0,89
Bélgica 47,9 48,7 53,1 60,1 51,0 0,80
3.' grupo
Reino Unido 52,9 41,4 30,8 46,7 51,3 1,13
Irlanda 42,6 56,5 53,1 62,1 53,4 0,69
4. ° grupo
Italia 61,1 66,4 57,1 54,9 57,5 1,11
España 68 ,8 51,6 40,7 39,8 48,8 1,73
Portugal 77,8 77,8 72,4 57,6 74,6 1,35
Grecia 90,3 86,2 89,0 86,4 87,3 1,05

FUENTE: Eurobarómetro 56.1, 2001.


LA POBREZA INTEGRADA 127

Como cabía esperar, es entre los países europeos de menor desarrollo


económico, como Grecia y Portugal, donde la proporción de personas
que consideran que tener hijos es absolutamente necesario es mayor
(87% en Grecia y casi un 75% en Portugal frente a sólo el 30% en los
Países Bajos). Pero sobre todo sorprende constatar que en todos los países
del sur de Europa esta proporción es aún mayor para las personas cuyos
ingresos corresponden al cuartil más pobre. La relación del primer cuar-
til con el cuarto es efectivamente superior a 1 tanto en Italia y en España
como en Grecia y Portugal. Entre los demás países, con la excepción del
Reino Unido, esta relación es negativa, lo que significa que en estos paí-
ses los más pobres consideran proporcionalmente con menos frecuencia
que los más ricos que tener hijos es absolutamente necesario. Hay pues
un fuerte contraste entre los países del norte y los del sur de Europa.
En estos últimos, es patente que los más pobres tienen un gran
apego a los valores familiares. ¿Cómo se explica este fenómeno? «Su
única riqueza son los hijos», dicen a veces los trabajadores sociales y los
educadores de estos países para explicar los numerosos hijos en los
medios desfavorecidos. Esta expresión es sin duda exacta siempre que
no se considere esta riqueza desde el punto de vista económico. Aunque
los hijos puedan considerarse fuente de ingresos en las regiones más po-
bres del mundo -el trabajo a partir de los diez años no ha desapareci-
do todavía 23_, esta explicación no puede contemplarse en los países
donde existe la protección de la infancia y donde las dificultades de in-
serción profesional de los jóvenes constituyen, como hemos visto, una
carga permanente para las familias. La presencia de numerosos hijos en
los medios pobres se explica ante todo por la conformidad con el mo-
delo social dominante que valora al mismo tiempo la procreación y la
identidad parental. Ahora bien, este modelo familiarista está más ex-
tendido en los países del sur de Europa que en los demás países.
También se da, de forma generalizada, una fuerte correlación entre
los valores familiares y la práctica religiosa. En la Unión Europea el
67,2% de las personas que se declaran practicantes habituales piensan
que tener hijos es absolutamente necesario en la vida, frente sólo un
53,5% de los demás. Es posible decir que los valores familiares y los va-
lores religiosos se refuerzan mutuamente.
Sucede que en los países del sur, así como en Irlanda , la práctica re-
ligiosa habitual está claramente más desarrollada que en los demás
128 VARIACIONES

TABLA 3.8. Proporción de personas con una práctica religiosa habitual


por nivel de ingresos y país

Relación
1." cuartil 4.' cuartil del 1."
Total
(el más 2 (el más cuartil
cuartil cuartil en
pobre) rico) con el 4.'
cuartil
1. 1 grupo
Dinamarca 10,3 14,2 15,3 11,8 12,9 0,87
Suecia 10,3 8,6 6,1 13,5 9,0 0,76
Países Bajos 19,3 29,4 34,7 20,4 24,3 0,95
2.° grupo
Alem. Occ. 27,2 25,8 20,1 23,1 23,5 1,18
Alem. Orien. 15,8 9,9 9,3 9,1 10,7 1,74
Francia 7,9 11,6 9,0 12,6 10,8 0,63
Bélgica 16,0 19,3 14,3 20,3 16,1 0,79
3."grupo
Reino Unido 14,7 14,3 10,8 12,7 15,7 1,16
Irlanda 76,5 63,8 69,9 65,8 60,2 1,16
4.' grupo
Italia 45,5 37,9 31,6 41,0 36,6 1,11
España 29,2 25,9 12,9 14,8 20,0 1,97
Portugal 61,7 52,7 38,6 31,8 47,2 1,94
Grecia 79,2 52,4 42,4 33,7 47,5 2,35
FUENTE: Eurobarómetro 56.1, 2001.

países (véase la tabla 3.8). Casi un 50% de portugueses y de griegos y


un 60% de irlandeses se declara practicante, frente a sólo un 11% de
los franceses y un 9% de los suecos. En los países del sur y en Irlanda,
las personas cuyos ingresos corresponden al cuartil más pobre no sólo
tienen una tasa de práctica religiosa elevada, sino que es claramente su-
perior a la de las personas cuyos ingresos corresponden a otros cuartiles,
en particular al cuarto. La relación del primer cuartil con el cuarto es de
2,35 en Grecia, de 1,97 en España y de 1,94 en Portugal. En los países
del primer grupo (Dinamarca, Suecia y Países Bajos), así como en
Francia y en Bélgica, esta relación es, por el contrario, inferior a 1, lo
que significa que los más pobres de estos países tienen una práctica re-
ligiosa habitual inferior a la de las personas cuyos ingresos corresponden
al cuartil más alto.
LA POBREZA INTEGRADA 129

La pobreza tiene pues un anclaje religioso en estos países o regiones


de tradición rural aún poco desarrollados desde el punto de vista eco-
nómico. Hemos podido constatar que, si bien la tasa de práctica reli-
giosa habitual entre las personas con ingresos más bajos es globalmen-
te elevada en Italia, aún lo es más en el sur que en el norte (51,2% en el
sur frente a un 40% en el norte). Es posible explicar este fenómeno con
el propio mensaje evangélico. La felicidad de la pobreza, propagada por
los evangelios de Mateo y Lucas y que tan bien traduce la expresión
«Bienaventurados los pobres» 24, tiene un poder de alivio y redención
entre los más desfavorecidos. Cuando en su evangelio Lucas hace un lla-
mamiento a la justicia divina, expresa un mensaje similar al de los
más pobres: «El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su
Nombre! Y su misericordia alcanza de generación en generación a los
que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los soberbios.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los
hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nadar 15. Sin em-
bargo, el mensaje evangélico no puede ser el único factor explicativo del
alto porcentaje de práctica religiosa en los países del sur. Si esta expli-
cación fuera suficiente, los pobres de todos los países de tradición cris-
tiana practicarían más que las personas con mayores ingresos. Pero
esto no es así. Como nos ha enseñado la sociología de las religiones, hay
que buscar una explicación no directamente en los textos sino en su re-
cepción cultural, es decir, en el conjunto de dimensiones que constitu-
yen el modo de vida de los más pobres y entre las cuales la religiosa no
puede distinguirse de las demás. La particularidad de los países del
sur respecto a los del norte es que los más pobres comparten durante
más tiempo la misma condición. La pobreza es más difusa. Penetra me-
nos en la conciencia individual y puede amortiguarse más fácilmente
dentro del grupo, especialmente mediante la práctica religiosa. En una
región pobre esta pertenencia consagra en cierto modo una forma de
pertenencia a la comunidad local de los pobres. Recordemos que en es-
tas zonas rurales poco desarrolladas existe todavía una piedad popular
que no se encuentra en ningún otro lugar de Europa. En concreto, la
devoción a la Virgen María está muy extendida. Numerosos lugares de
culto y de peregrinación en estos pueblos recónditos dan muestra de
esta fe particularmente viva entre los más pobres. Al igual que otras re-
ligiones, el cristianismo constituye sin duda un medio de resistencia a la
130 VARIACIONES

pobreza. Aunque anime a los ricos a compartir y a ser caritativos, tam-


bién tranquiliza a los pobres y les da esperanzas. En estas zonas la po-
breza está tan asumida como una condición normal que se apoya en un
soporte de creencias religiosas fuertemente consolidadas 2G.
Pero como la religión cristiana también valora la familia, los pobres
extraen de ella asimismo la razón de su existencia como padres y de sus
esfuerzos cotidianos para hacerse cargo permanentemente de sus hijos,
incluso cuando son adultos. Ser pobres entre los pobres de estas regio-
nes equivale en definitiva a ser pobres en familia unidos por la misma fe
religiosa. En este sentido, podríamos decir que la pobreza está integra-
da social y religiosamente.

Economía informal y clientelismo

En los países y regiones económicamente más débiles la pobreza es,


como hemos visto, más permanente. Se reproduce de generación en ge-
neración porque las perspectivas de empleo y de promoción social son
generalmente muy escasas. La familia desempeña entonces un papel vi-
tal para amortiguar las dificultades cotidianas, pero no puede bastarse a
sí misma. Se plantea entonces la siguiente pregunta: ¿De dónde proce-
den los recursos que puede compartir? Dicho de otra forma, ¿qué hacen
los pobres de estas familias para ganarse la vida? La respuesta se en-
cuentra en el funcionamiento del mercado de trabajo y en el sistema de
intervención social. Me gustaría mostrar aquí, especialmente a partir del
ejemplo del Mezzogiorno, que la experiencia de la pobreza en las re-
giones pobres del sur de Europa está muy relacionada con la impor-
tancia de la economía informal y del sistema clientelista que suele es-
tructurar la asistencia pública.

Ser pobre en el Mezzogiorno

Los investigadores se vienen interesando desde hace algunos años por


la economía informal, en particular en las regiones poco desarrolladas
económicamente, donde aparece como una tendencia difusa, integrada
en el funcionamiento de la economía en su conjunto. Por definición, la
LA POBREZA INTEGRADA 131

economía informal escapa completamente o casi a la contabilidad na-


cional . Resulta pues difícil explicarla con datos estadísticos precisos. El
sociólogo italiano Carlo Trigilia recuerda que la economía informal
abarca en realidad fenómenos muy diversos. Distingue entre economía
doméstica o comunitaria que no infringe la ley y cuya producción de bie-
nes y servicios lícitos va destinada al consumo familiar o al de un grupo
social más amplio ; el trabajo negro, que infringe totalmente o en parte la
ley y cuya producción de bienes y servicios lícitos se produce dentro del
trabajo no declarado con una intención deliberada de evasión fiscal, y, fi-
nalmente, la economía criminal, que infringe claramente la ley y cuyos
bienes o servicios producidos son ilegales, como por ejemplo el tráfico de
drogas 2'. Eso no impide que la frontera entre la economía formal y la
informal sea a menudo muy difusa, en particular en los países o regiones
en los que las actividades económicas no están sometidas a normas ju-
rídicas precisas . Resulta entonces difícil distinguir estas dos esferas. Por
otra parte, puede haber relaciones entre la economía informal y la for-
mal. Un empleado de una empresa privada que produce de una forma
completamente legal para el mercado puede muy bien trabajar al mismo
tiempo y habitualmente para el sector informal . También puede haber
relaciones entre los principales elementos de la economía informal. Por
ejemplo, es corriente que personas con trabajo negro complementen sus
ingresos en la producción doméstica o comunitaria. Los pobres de los
países menos industrializados pueden encontrar más fácilmente sus re-
cursos en la economía informal , ya que este sector constituye una parte
no despreciable del funcionamiento económico global.
En el Mezzogiorno , como en las economías poco desarrolladas, es
frecuente recurrir al trabajo informa121. Puede llegar a ser la parte fun-
damental de los recursos de una familia pobre . Las encuestas realizadas
en el sur de Italia muestran que los parados intentan a menudo com-
pensar de este modo el magro subsidio de desempleo o la falta de éste.
Emilio Reyneri explica el paro endémico en esta región por la escasa in-
citación a la movilidad geográfica , fundamentalmente hacia el centro-
norte : « En el Mezzogiorno el trabajo negro proporciona, con ayuda de
las subvenciones públicas , unos ingresos familiares que, a pesar de su
bajo nivel , bastan para garantizar la subsistencia. La búsqueda de un
empleo en el centro-norte pierde entonces su atractivo por los costes fi-
nancieros y sociopsicológicos de la mudanza» 29. A falta de poder cuan-
132 VARIACIONES

tificar de forma fiable la importancia de la economía informal, los es-


tadísticos intentan hacer un cálculo aproximado. Según las evaluacio-
nes, el trabajo informal representaría un 28% de los empleos en el
Mezzogiorno, frente a menos del 8% en el resto de Italia 30. Podemos
referirnos asimismo a las personas que tienen un empleo estable entre la
población de 18 a 65 años y considerar que, cuanto mayor sea esta po-
blación, menores serán las posibilidades de recurrir al trabajo informal,
y cuanto menor sea, más personas que trabajan y que buscan un em-
pleo podrán entregarse a actividades informales más o menos organi-
zadas. El empleo estable puede definirse a partir de dos criterios: tener
un empleo regular y estar satisfecho con la seguridad que procura. Se-
gún esta definición, el empleo estable afectaría al 43% de la población
en edad de trabajar en el norte, a un 39% en el centro y sólo al 27% en
el sur 31. Esta diferencia confirma así pues la menor difusión en el sur de
Italia del modelo de asalariado estable que se encuentra en los yaci-
mientos de empleo más dinámicos e industrializados del norte.
El recurso a la economía informal no puede comprenderse sin tener
en cuenta el funcionamiento del mercado de trabajo en su conjunto. El
Mezzogiorno es una región económicamente tan pobre 32 que los para-
dos que viven en ella tienen más probabilidades de permanecer en el
paro más tiempo y de pasar privaciones que los parados de otras regio-
nes italianas. La tasa de paro era, según los datos publicados por el IS-
TAT en 1996, del 6,6% en el norte, 10,3% en el centro y 21,7% en el
sur (12,1 % para el conjunto de Italia). Hay que señalar asimismo que la
naturaleza del paro difiere entre el norte y el sur. Casi un parado de
cada dos busca un primer empleo en el sur, frente a menos de un tercio
en el norte, lo que significa que los jóvenes tienen aún menos oportu-
nidades en el sur por la escasez crónica de empleos en esta región 33. Los
parados que habían perdido su trabajo representan, por el contrario, el
32,4% en el sur frente al 45,4% en el norte, lo que puede explicarse
por la actividad industrial más intensa en el norte y los problemas tra-
dicionales de reconversión del aparato productivo, en particular en los
yacimientos de empleo de Turín, Génova y Milán. El centro se en-
cuentra siempre en una situación intermedia. Estas desigualdades re-
gionales se traducen en diferencias de comportamiento de los parados
frente al empleo, puesto que la probabilidad de encontrar trabajo varía
según el nivel de actividad económica e industrial.
LA POBREZA INTEGRADA 133

En estas condiciones , no es sorprendente comprobar que la tasa de po-


breza varía a la vez en función de la situación respecto al empleo y la re-
gión 34. El contraste es sobrecogedor cuando se comparan los dos extre-
mos: entre las personas que tienen un empleo estable , la tasa de pobreza
es del 3 % en el norte y del 19% en el sur; entre los parados de más de un
año, es del 11,6% en el norte y del 65,2% en el sur (véase la tabla 3.9). El
riesgo de pobreza sigue siendo modesto en el norte tanto para los parados
de menos de un año como para los de más de un año: las tasas para estas
dos categorías son bastante similares a las de Dinamarca , país que perte-
nece, como hemos visto , a una tradición cultural completamente distin-
ta y cuyo régimen de protección social a los parados no puede compararse
con el de Italia. Este resultado , sorprendente a primera vista, se explica en
parte por el sistema de indemnización del paro que protege especialmente
a los que tienen un empleo en algunas ramas industriales . Por el contra-
rio, en el sur de Italia, donde la probabilidad de salir del paro es muy baja
y el sistema de indemnización casi inexistente , los parados de larga du-
ración resultan mucho más perjudicados.
Según Nicola Negri , en el Mezzogiorno el hecho de trabajar no
disminuye forzosamente el riesgo de pobreza porque los empleos dis-
ponibles son a menudo precarios y mal remunerados y los parados
terminan aceptándolos porque no tienen otras perspectivas 35. Efecti-
vamente , comprobamos que una persona de cada dos con un empleo
inestable vive por debajo del umbral de pobreza en el sur, lo que co-

TABLA 3.9. Proporción de pobres* según su situación respecto al em-


pleo y la región en Italia

Empleo Empleo Empleo Paro Paro


Total
estable amenazado inestable < 1 año > 1 año
Norte 3,0 3,9 10,0 7,3 11,6 5,2
Centro 4,8 6,1 14,4 17,9 31,6 9,3
Sur 19,0 37,0 50,7 51,7 65,2 37,0
Relación S/N 6,3 '9,5 5,1 7,1 5,6 7,1
Campo: población de 18 a 65 años.
*NOTA: El umbral de pobreza en esta tabla está en el 50% de la media de ingresos italiana.
La escala de equivalencia utilizada es la de la OCDE modificada ( 1 para el primer adulto,
0,5 para los demás adultos y 0,3 para los niños menores de 14 anos).
FUENTE: Panel de los Hogares Europeos, 1994, 1.' oleada.
134 VARIACIONES

rresponde más o menos a la proporción de parados de menos de un


año de la misma región . Si se calcula la proporción de parados de larga
duración/empleo amenazado , ésta es de 3,0 en el norte, de 5,2 en el
centro y de 1,7 en el sur. La pobreza aparece más difusa en el sur: co-
rresponde a una situación habitual para numerosas capas de la pobla-
ción y es comprensible que la economía informal tenga un papel com-
pensatorio más importante que en otros sitios.
Si se tiene en cuenta una medida más subjetiva de la pobreza , los pa-
rados de esta región no se sienten más pobres que los parados del nor-
te, aunque objetivamente están mucho más necesitados. La tabla 3.10
compara tres modelos, cada uno aplicable a un enfoque de la pobreza.
En ella podemos comprobar que el riesgo de pobreza de los parados del
sur de Italia no es sólo más elevado que el de los parados del norte en lo
referente a la pobreza monetaria (coeficiente de 2,42), sino que también
lo es, aunque el coeficiente sea más bajo, en cuanto al indicador de po-
breza material ( coeficiente de 1,50). Por el contrario, el indicador de in-
satisfacción financiera no es significativamente distinto entre los para-
dos del sur y los del norte.

TABLA 3.10. Regresión logística sobre la probabilidad de que los para-


dos italianos se vean afectados por la pobreza según la definición de po-
breza y la región

Pobreza Pobreza Insatisfacción


monetaria ") material (2) económica 13)
B. Sig. B. Sig. B. Sig.

Norte Ref. Ref. Ref.


Centro 0,56 ** 0,87 ***
0,37
Sur 2,56 1,50 -0,08 n.s.
Campo: población de 18 a 65 años.
* P < 0,1; ** P < 0,05; *** P < 0,01; **** P < 0,001.
(1) Probabilidad de vivir bajo el umbral de pobreza (50% media), escala de la OCDE mo-
dificada.
(2) Índice de pobreza en términos de condiciones de vida.
(3) Probabilidad de estar económicamente insatisfecho.
NOTA: El modelo controla el efecto de la edad, sexo, situación familiar, composición del
hogar, nivel de formación e ingresos del hogar.
FUENTE: Panel de los Hogares Europeos, 1994, 1.' oleada.
LA POBREZA INTEGRADA 135

Para comprobar este resultado importante con más detalle se realizó


una regresión logística sobre la satisfacción económica en Italia intro-
duciendo los términos de interacción, especialmente de interacción
paro y región habitada. La tabla 3.11 indica los efectos propios de di-
chas interacciones, una vez controlados los efectos del sexo, la edad, la
composición del hogar, el nivel de formación, los ingresos y la situación
respecto al empleo.
Aun cuando se controlen todos estos factores, los efectos de la re-
gión aparecen nuevamente de forma muy clara. Los parados de la región
centro, indicados en el modelo mediante la variable «Paro», tienen
una probabilidad bastante más baja de satisfacción económica que las
personas con trabajo. Los parados que viven en el norte no se distin-
guen de forma significativa. Por el contrario, el paro tiene un efecto me-
nos marcado en la satisfacción económica de las personas que viven en
el sur que en otras regiones puesto que el coeficiente de interacción es
positivo y significativo al mismo tiempo (0,46).
Este resultado puede parecer un poco extraño a primera vista. Efec-
tivamente, resultaría lógico que la insatisfacción económica se cruzara al
mismo tiempo con el grado de pobreza y con los problemas econó-

TABLA 3. 11. Efecto propio del paro y de la región habitada sobre la sa-
tisfacción económica en Italia (regresión logística ordenada)

B. Sig.
Regiones
Centro Ref.
Norte 0,17 ***
Sur -0,27
Situación respecto al empleo
Paro -2,21 ****

Interacciones
Paro* norte 0,11 n.s.
Paro* sur 0,46 **

Campo : población de 18 a 65 años.


* P < 0,1; ** P < 0,05; *** P < 0, 01; **** P < 0,001.
NOTA: El modelo controla el efecto del sexo, la edad, composición del hogar, nivel de for-
mación e ingresos del hogar y la situación respecto al empleo.
FUENTE: Panel de los Hogares Europeos , 1994 , 1.° oleada.
1,36 VARIACIONES

micos del desarrollo. Si esto no sucede, hay que considerar entonces


que el nivel de aspiración de los más desfavorecidos varía según las po-
sibilidades de satisfacción de las necesidades ofrecidas en su región. No
se trata de decir que los parados del sur de Italia sean felices con su si-
tuación, sino de subrayar que las normas de bienestar dependen en par-
te del grado de desarrollo económico y que las frustraciones pueden ser
proporcionalmente más grandes cuando las privaciones se producen en
un entorno de abundancia'. Así, la tesis según la cual la pobreza de los
parados tiene un significado distinto según el nivel general de desarro-
llo de la región en la que vivan se queda aquí demostrada. La privación
de empleo y de bienes materiales constituye una prueba menos dolo-
rosa cuando se manifiesta en una región sin empleo ni oportunidades
económicas de desarrollo. Cuando este fenómeno se produce en una re-
gión próspera y dinámica, los parados podrán darse cuenta mejor de la
diferencia que les separa de las otras categorías de la población y senti-
rán una amargura y frustración mayores. La diferencia entre la situación
objetiva y el nivel al que se aspira -a su vez condicionado por el nivel
general de bienestar- es lo que constituye para los parados la prueba
propiamente dicha de la privación.
Cuando las perspectivas de empleo son muy bajas y existe un «nú-
cleo duro del paro» 37, es lógico intentar adaptarse a esa situación y no
ver en ella motivo de humillación. Los especialistas del Mezzogiorno
han subrayado que el funcionamiento del mercado de trabajo en esa re-
gión descansa en tres sectores de actividad: el sector público, el más va-
lorado socialmente; el sector privado, formado sobre todo por empresas
inestables en las que los salarios son bajos y las posibilidades de pro-
moción prácticamente nulas, y por último el sector informal. Lo ideal
para cualquier trabajador que busque empleo es entrar en el sector
público, puesto que además es posible conciliar este empleo garantiza-
do con actividades complementarias en el sector informal. Para obtener
una plaza en él es necesario esperar, ya que la oferta de puestos es in-
suficiente para satisfacer la demanda. El acceso está, por otra parte, re-
gulado por prácticas clientelistas (como ocurre con las pensiones de in-
validez). Sabiendo que el sistema vigente en la agencia de empleo da
puntos suplementarios a los que están inscritos desde hace mucho
tiempo y que no es imposible que los parados de larga duración pue-
dan, a largo plazo, integrarse en el sector público, muchos prefieren re-
LA POBREZA INTEGRADA 13,

chazar un trabajo en el sector privado buscando un complemento a sus


recursos en el sector informal". Las personas sin empleo viven, en
gran parte, gracias al trabajo negro. Es en este sentido en el que pode-
mos afirmar que su pobreza no es relacional y que siguen integrados en
el sistema social en su conjunto.

Un sistema de acción social clientelista

Los pobres pueden obtener una parte de sus recursos del sistema asis-
tencial. En los países del sur de Europa se puede hablar de una regula-
ción localizada del tratamiento de la pobreza. La responsabilidad prin-
cipal de la intervención entre los más desfavorecidos depende ante
todo de la escala local, es decir, del ayuntamiento. Éste es quien decide
cubrir las necesidades de la población a la que considera que hay que
ayudar. Puesto que el nivel global de protección es muy bajo, los ayun-
tamientos toman la iniciativa porque el Estado no la ha tomado o no
puede intervenir de forma suficiente. De ello se derivan una gran va-
riedad de situaciones y, por consiguiente, muchas desigualdades terri-
toriales dentro de cada país. En este modo de regulación es más pro-
bable que la definición de las poblaciones objetivo sea categorial porque
los medios de los ayuntamientos raramente permiten ocuparse de for-
ma global de la pobreza. La población susceptible de recibir ayuda es
tan numerosa y las necesidades tan acuciantes que un enfoque unitario
es casi imposible. Los ayuntamientos se ven obligados a elegir en fun-
ción de unas prioridades que les parecen legítimas. La definición cate-
gorial , así como la lógica del estatus, tal y como se han definido en el
capítulo anterior (véanse pp. 92-94), se imponen por su propio peso, lo
que significa que habrá poblaciones con situaciones de pobreza que no
recibirán ayuda.
Éste es el motivo por el que este tipo de regulación se traduce en
prácticas clientelistas. El modo de intervención podría ser de naturale-
za burocrática en el sentido de que los profesionales de la acción social
no tendrían que aplicar los criterios definidos por el ayuntamiento
para responder a las demandas de los más desfavorecidos, pero , en rea-
lidad, la gestión exclusivamente comunal de este tipo de prestaciones,
que no se somete a ningún control del Estado, deja un cierto margen
138 VARIACIONES

de adaptación a cada caso individual y hace casi inevitable la introduc-


ción de criterios flexibles y arbitrarios para favorecer a algunas personas
en detrimento de otras. Por ese motivo el modo de regulación locali-
zado tiene una gran probabilidad de traducirse en una intervención fal-
samente burocrática, es decir, una intervención que, en principio, es de
naturaleza burocrática y no personalizada pero que, en la realidad y al
menos en parte, se basa en prácticas que se alejan de ello.
Observemos finalmente que la relación social con la pobreza que se
da en estas regiones es a menudo un obstáculo para elaborar políticas
sociales diferentes de las que ya existen. La pobreza es un elemento del
sistema social en su conjunto e incluso contribuye a su regulación.
Los responsables institucionales y políticos, preocupados por la gestión
del sistema de ayudas, a menudo han integrado perfectamente las ló-
gicas sociales y culturales de compensación con la retirada del mercado
de trabajo formal y la organización colectiva frente a la pobreza. Saben
también de la solidaridad familiar, lo que les lleva a veces a considerar
que es inútil actuar de otra forma. En Italia, los sociólogos critican
abiertamente esta actitud puesto que ven en ella un pretexto para no
hacer nada (o más bien para seguir actuando sin reglas institucionales
fijas). En España la situación es bastante similar, aunque el sistema
clientelista parece no tener tanto arraigo. Las Comunidades Autónomas
que han elaborado una política de ingresos mínimos han adoptado
principios diferentes según los modos de gestión de la pobreza que les
hayan parecido más adecuados al contexto social y cultural 39. La ma-
yoría han procurado no desmontar la solidaridad familiar. Por lo gene-
ral, la cuestión de la pobreza moviliza de forma distinta a los poderes
públicos en los países del sur que en los países del norte. La visibilidad
institucional de la pobreza -en el sentido de hacerse cargo de la asis-
tencia- es menor en ellos. En España, durante los años noventa, se po-
día calcular que un 0,4% de la población de 25 a 64 años percibía un
salario social, lo que era muy bajo respecto al RMI francés o a otros mí-
nimos sociales vigentes en los países del norte. El carácter descentrali-
zado de la acción social hace muy difícil tener una visión global del pro-
blema de la pobreza. Ésta suele confundirse con la cuestión más general
de las desigualdades territoriales en el desarrollo económico y social. Los
países del sur de Europa se acercan mucho a la pobreza integrada.
CAPÍTULO 4

LA POBREZA MARGINAL

«El hombre occidental ha escapado de momento a la pobreza que du-


rante mucho tiempo fue su destino .» Esta frase es del economista
John Kenneth Galbraith, de un ensayo de 1958 titulado TheAffluent
Society'. Citando a Alfred Marshall , reconocía con él que la miseria
era, al principio del siglo xx, la suerte que corrían todos aquellos que
tenían un trabajo no especializado , tanto en las ciudades como en el
campo . Este segmento de la población estaba poco instruido , traba-
jaba demasiado , estaba agobiado por los problemas y carecía de des-
canso y de diversiones . Pero Galbraith subrayaba que «como desgra-
cia universal , esta miseria desapareció gracias al aumento de la
producción . Ésta, por imperfecta que fuera su distribución , aumen-
tó sin embargo de forma sustancial los ingresos de aquellos que se
ganaban así la vida . El resultado fue que la pobreza pasó de ser un
problema mayoritario a ser un problema minoritario . Dejó de repre-
sentar un caso general para convertirse en un caso particular. Esta
transformación fue la que dio a la pobreza su aspecto moderno ca-
racterístico» 2.
I-)0 VARIACIONES

Estas observaciones nos parecen hoy muy optimistas. Los análisis pre-
sentados en el capítulo anterior contribuyen efectivamente a matizarlas,
e incluso a contradecirlas. Como hemos podido ver, la pobreza integra-
da sigue siendo aún en algunos países occidentales, especialmente en los
países del sur de Europa, una forma corriente y difusa de pobreza. En al-
gunas regiones este tipo de pobreza estructural sigue afectando a amplios
segmentos de la población. La pobreza residual a la que él hace implíci-
tamente referencia está muy lejos de poder generalizarse al conjunto de
sociedades occidentales. Por otra parte, la pobreza descalificadora afecta
hoy en día, como veremos en el capítulo siguiente, a importantes capas
de la población de las sociedades occidentales que se enfrentan a un gra-
ve deterioro del mercado de trabajo, hasta el punto de que no podemos
decir, con tanta seguridad, que en su aspecto moderno concreto la po-
breza siga siendo un problema de minorías.
El punto de vista de Galbraith merece sin embargo especial atención.
En efecto, traduce de forma sintomática toda una corriente de pensa-
miento muy extendida en los años de prosperidad económica 3. Muchos
países europeos compartieron en esa época el mismo entusiasmo por el
progreso, la misma fe en la capacidad para vencer definitivamente a la
pobreza. Y es cierto que, aunque la pobreza no desapareció en esos años
de pleno empleo y crecimiento económico fuerte, sí que se transformó
considerablemente, tanto en las representaciones colectivas como en las
experiencias de la vida cotidiana. Se hizo, por así decirlo, casi invisible.
Esta forma de pobreza corresponde al tipo ideal de la pobreza marginal
presentado en el capítulo 2. La mayoría de los países occidentales, en
concreto los más desarrollados económicamente, mantuvieron una rela-
ción con la pobreza cercana a este tipo durante los años de fuerte creci-
miento. Algunos países europeos, en particular los escandinavos, consi-
guen aún hoy limitar el alcance de la pobreza por la importancia que dan
a la protección social. En este sentido se acercan a este tipo.
El objetivo de este capítulo es profundizar en las condiciones socio-
lógicas de esta forma de pobreza a partir de numerosos datos de en-
cuestas comparativas. Como en el capítulo anterior, se trata de aproxi-
mar estos datos al tipo ideal para comprobar su pertinencia e intentar
validarlo conceptualmente. Intentaremos demostrar, a partir de varios
ejemplos, cómo la pobreza, sin haber desaparecido, se ha vuelto casi in-
visible socialmente. Convendrá evaluar la importancia de las transfe-
LA POBREZA MARGINAL 141

rencias sociales en la reducción de su visibilidad y estudiar además los


factores que conducen en las sociedades prósperas y protectoras a la
gran estigmatización de los pobres. Pondremos especial atención en el
lenguaje utilizado para designarlos.

Una pobreza casi invisible

Entre los factores que pueden explicar la pobreza marginal, conviene te-
ner en cuenta no sólo el crecimiento económico y sus efectos en el mer-
cado de trabajo, sino además el papel de las transferencias sociales hacia
las poblaciones más desfavorecidas. Si durante los «Treinta Gloriosos» la
pobreza se volvió casi invisible en muchos países industrializados, te-
nemos que ver en ello un efecto de la transformación del Estado de bie-
nestar y, sobre todo, de la reducción de la esfera asistencial que consti-
tuía hasta entonces la principal forma de intervención social hacia los
más desfavorecidos.

La reducción de la esfera asistencial

La aplicación del principio de «desmercantilización» (decommodifica-


tion) ha permitido a las sociedades modernas ofrecer a los individuos
una mayor seguridad frente a los imprevistos y al riesgo de pobreza.
Hacer de los individuos algo más que una mercancía intercambiable fue
el gran desafío del Estado de bienestar. Pero este proceso de «desmer-
cantilización» no llegó igual de lejos en todos los países del mundo oc-
cidental, como demostró Gesta Esping-Andersen al distinguir tres mo-
delos del welfare regime4. El modelo nórdico o socialdemócrata es, en
este sentido, el más logrado. Representa en cierto modo la guía de la
ciudadanía social y de la universalidad de los derechos. El modelo
continental o corporativista se basa en el sistema de los seguros obliga-
torios organizados en un espíritu de defensa de los intereses y los dere-
chos adquiridos. Este modelo favorece el mantenimiento de las dife-
rencias del estatus social, se basa también en una idea tradicional del
papel de la familia y puede dejar un espacio bastante considerable a la
asistencia. Por último, el modelo liberal se caracteriza al mismo tiempo
14 2 VARIACIONES

por las subvenciones a la asistencia en forma de recursos, transferencias


sociales modestas de carácter universal y un sistema de seguros sociales
limitado. El Estado fomenta el mercado, se limita a una intervención
mínima para garantizar la protección social más elemental e incluso a
veces intenta favorecer el desarrollo de los seguros privados 5.
Esta clasificación permite comprender los modos de organización de
las sociedades occidentales respecto a la protección social en general y las
formas específicas de estratificación social que se derivan de ellos. La for-
ma del Estado de bienestar tiene un efecto sobre la constitución de la ca-
tegoría de pobres de los que se hace cargo la asistencia y, por consi-
guiente, de la experiencia de la pobreza. En el régimen del welfare state la
población sale de las mallas de la red de protección social y pasa a en-
grosar, de forma variable según los lugares y los periodos, las de la asis-
tencia. La generalización progresiva del sistema de protección social
durante los «Treinta Gloriosos» contribuyó a la reducción de la esfera de
la asistencia tradicional, pero no la eliminó por completo. El número de
pobres que dependen de la asistencia depende en gran parte de la capa-
cidad del sistema de Estado de bienestar para retener en la red general de
protección social a las capas más vulnerables de la población.
Hay pocos estudios empíricos sobre los efectos de las transferencias
sociales durante el siglo xx. Por ello los trabajos del economista inglés
B. Seebohm Rowntree tienen tanta importancia. Éste contribuyó, des-
de principios del siglo xx, a orientar las investigaciones sobre la pobre-
za en este sentido. El estudio detallado de los presupuestos de consumo
de los hogares pobres que realizó en la ciudad de York en 1900 y que
renovó en 1936 e incluso de forma más superficial en 1950 apoyó la re-
flexión teórica sobre el salario de subsistencia y sirvió, al menos par-
cialmente, de base para la elaboración de las políticas sociales de ga-
rantía de ingresos mínimos.
En 1936, la encuesta de B. S. Rowntree trataba del conjunto de los
hogares obreros de la ciudad de York en los que el cabeza de familia dis-
ponía de unos ingresos iguales o inferiores a 250 libras anuales. El que
inició en 1950 en colaboración con G. R. Lavers se refería a una mues-
tra comparable. Después de recoger la opinión de varios especialistas,
consideraron que el umbral de ingresos de 550 libras anuales corres-
pondía al que había servido de referencia en 1936. De esta forma pu-
dieron evaluar la evolución de la pobreza entre estas dos fechas y cal-
LA POBREZA MARGINAL 143

cular el efecto propio de las transferencias sociales en esta evolución. Las


dos fechas consideradas correspondían a un intervalo de tiempo de
catorce años que se puede considerar relativamente modesto respecto a
los análisis habituales sobre las tendencias de larga duración de la acti-
vidad económica y social , pero no son por ello menos significativas. En-
tre 1936 y 1950 el Estado de bienestar se transformó considerable-
mente. El famoso informe de William Beveridge 6 que se publicó en
Gran Bretaña en noviembre de 1942 sirvió de base para la implanta-
ción de un plan de seguridad social cuyo objetivo era liberar al hombre
de la necesidad mediante la redistribución de los ingresos a través del
seguro y de las prestaciones familiares . Su aplicación puede considerarse
una verdadera revolución . Una gran parte de las recomendaciones con-
tenidas en ese informe se llevaron a cabo en el plano legislativo en
Gran Bretaña entre 1945 y 1948, por parte de la mayoría laborista. Se
tomaron dos series de medidas : la generalización del sistema de pro-
tección en el marco de un servicio público y la creación de un sistema
nacional de salud que daba derecho a la asistencia médica gratuita,
todo bajo la responsabilidad directa del Estado 7.
Al comparar la pobreza en 1936 y 1950, Rowntree y Lavers inten-
taban en realidad evaluar los efectos más evidentes de estas reformas.
Para ello diferenciaron cinco clases de ingresos entre esta población con-
siderada « pobre» comparando el valor correspondiente a las dos fe-
chas (véase la tabla 4.1).

TABLA 4. 1. Definición de la equivalencia de las clases de ingresos en


Gran Bretaña entre 1936 y 1950 en función de los ingresos disponibles
en un hogar compuesto por un hombre, una mujer y tres hijos (o de un
ingreso equivalente en un hogar con otra composición)

Clase 1936 1950


A Menos de 33 libras Menos de 77 libras
B Entre 33 y menos de 43 £ Entre 77 y menos de 100 £
C Entre 43 y menos de 53 £ Entre 100 y menos de 123 £
D Entre 53 y menos de 63 £ Entre 123 y menos de 146 £
E 63 libras y más 146 libras y más

FUENTE: Tabla reconstruida a partir de los datos de B. S. Rowntree y G. R. Lavers, Poverty


and the Welfare State, Londres-Nueva York-Toronto , Longmans-Green & Co., 1951.
144 VARIACIONES

Este trabajo de equiparación de las cinco clases de ingresos les per-


mitió comparar la evolución de la estructura de la pobreza entre las dos
fechas y evaluar a continuación de forma precisa lo que habría signifi-
cado dicha evolución si las transferencias sociales en 1950 hubieran sido
idénticas a las de 1936. Esta investigación minuciosa aportó resultados
muy importantes (véase la tabla 4.2).
En primer lugar, se mostraba que la pobreza había disminuido de
forma notable entre ambas fechas. La clase A, considerada la más pobre,
agrupaba al 14,2% de la población estudiada en 1936 y sólo un 0,4%
en 1950. La siguiente clase había pasado del 16,9 al 2,4%. Esto equi-
vale a decir que la extrema pobreza que constituía una parte conside-
rable de la población obrera en 1936 había desaparecido prácticamen-
te catorce años después. En segundo lugar, la tabla nos muestra que,
aunque las transferencias sociales habían permanecido prácticamente
idénticas entre las dos fechas, la clase A suponía aún un 4,7% de la po-
blación estudiada, y la clase B, un 17,5%, es decir, un 22,2% en total.
Podemos sacar la conclusión de que, si la pobreza se había reducido en-
tre las dos fechas, no es sólo porque la coyuntura era mejor en 1950
que en 1936, sino también y sobre todo por el aumento de las transfe-
rencias sociales entre las dos fechas.

TABLA 4.2. Efecto de las transferencias sociales en los individuos den-


tro del umbral de pobreza y pertenecientes a la clase obrera*

Situación en 1950 si las


1936 Situación en 1950 transferencias sociales hubieran
sido idénticas a las de 1936
Número / Número
%
Clase de personas de personas
A 14,2 234 0,4 2.970 4,7
B 16,9 1.512 2,4 10.971 17,5
C 18,9 12.096 19,2 9.378 14,9
D 13,9 12.429 19,8 10.692 17,0
E 36,1 36.585 58,2 28.845 45,9
* Exceptuando al personal doméstico y las personas que viven en instituciones.
FUENTE: Encuestas realizadas en York, Gran Bretaña. Tabla reconstruida a partir de los da-
tos procedentes de Rowntree y Lavers, Poverty and the Welfare State, op. cit.
LA POBREZA MARGINAL 145

Este cambio puede considerarse como una consecuencia directa del


plan de seguridad social diseñado por Beveridge . Éste atribuía a la se-
guridad social la función esencial de ofrecer una cobertura completa a
las personas en función de sus necesidades reales. Preveía asimismo
que la asistencia nacional tuviera un papel complementario pero limi-
tado y -si era posible- residual. Este programa se corresponde con lo
que realmente ocurrió . Poco a poco , los seguros sociales se han genera-
lizado a toda la población, y en particular dentro de la clase obrera, de
forma que la necesidad de recurrir a la asistencia ha disminuido. Este
cambio contribuyó al mismo tiempo a reducir la pobreza y su visibili-
dad social.

Los olvidados del crecimiento

Sería exagerado afirmar, sin embargo , que la pobreza desapareció en el


transcurso de los «Treinta Gloriosos». En Francia, tras la guerra, la po-
breza era masiva. Los recursos limitados de la economía habían obliga-
do a los poderes públicos a implantar un sistema de racionamiento.
Muchas familias que perdieron la vivienda tras los bombardeos fueron
realojadas en barracones provisionales de madera construidos deprisa y
corriendo. La población no tenía de nada. A mediados de los años
cincuenta la situación era aún muy preocupante , especialmente en lo
referente al alojamiento 8. Los viejos estaban muy expuestos a la pobreza
por las lagunas del sistema de jubilaciones. Muchos seguían depen-
diendo del sistema de ayudas sociales abonadas de forma subsidiaria en
concepto de estricta supervivencia'. Habría que esperar varios años para
que la situación de las personas mayores mejorase. Todavía en 1970 se
encontraban entre los hogares pobres un 27% de hogares de jubilados
frente a un 3,9% de hogares de asalariados 10. A pesar de esta lacerante
cuestión de la pobreza de los viejos , en los años sesenta apareció una
nueva representación colectiva de la pobreza. En este periodo econó-
micamente boyante la visibilidad de la pobreza disminuyó. Para mu-
chos se convirtió en un problema secundario en vías de desaparición.
Precisamente es este tipo de relación concreta con la pobreza la que po-
demos intentar aproximar al tipo ideal de la pobreza marginal. Esta re-
lación con la pobreza no era exclusiva de Francia . Aunque la recons-
146 VARIACIONES

trucción fi-,e allí más lenta que en otros países como Alemania, todos los
países industrializados de Europa experimentaron una revolución com-
parable.
En la época en la que Galbraith escribe su ensayo sobre la opulencia,
la pobreza moderna puede clasificase -en su opinión- en dos grandes
categorías: las «excepciones» y los «islotes de pobreza» ". Las primeras se
encuentran en cualquier comunidad rural o urbana, independiente-
mente de la prosperidad de la comunidad y de la época considerada.
Galbraith explica que «la excepción es la familia rural miserable que
vive en un corral lleno de inmundicias, con niños sucios que juegan en
el barro. O bien puede ser la casa en ruinas ennegrecida junto a la vía
del tren. O es un sótano en un callejón». Hablar de «excepción» equi-
vale a marcar una diferencia entre estos últimos y el resto de la pobla-
ción. En el entorno donde se pueden encontrar, casi todo el mundo ha
salido de la pobreza. Su trayectoria se distingue entonces claramente de
la de los demás y la cuestión es saber por qué. Para Galbraith no hay
que buscar la causa en las características del entorno, sino en los rasgos
particulares del individuo o de la familia. Cita la deficiencia mental, la
mala salud , la imposibilidad de adaptarse a la disciplina de la vida
económica, los nacimientos demasiado numerosos, el alcohol, la edu-
cación insuficiente o una mezcla de todos estos factores. Dicho de
otra forma, las «excepciones» se explicarían, en su opinión, por los de-
fectos individuales o familiares.
La situación es distinta en los «islotes de pobreza», puesto que en es-
tos últimos todo el mundo es pobre o casi, lo que invalida la explica-
ción de la incapacidad personal. Estos islotes subsisten en las zonas ru-
rales poco desarrolladas, en el sur de los Apalaches, especialmente.
Esta pobreza localizada no puede, según él, explicarse únicamente por
la falta de recursos o por la infertilidad de la región. Es debida al ins-
tinto de la tierra natal , es decir, al deseo de la gente de vivir cerca de
donde ha nacido: «Mientras permanezcan en ella, trabajarán en un
tipo de empleo agrícola, minero , industrial o de otro tipo que es im-
productivo, episódico o, por cualquier otra razón, mal remunerado» 12.
Ya se trate de «excepciones» o de «islotes de pobreza» ésta sigue
siendo, según Galbraith, un fenómeno marginal más frecuente en el
campo que en las grandes ciudades. Veremos que esta interpretación de
la pobreza será cuestionada algunos años más tarde por Michael Ha-
LA POBREZA MARGINAL 147

rrington en su libro The OtherAmerica, pero corresponde a un proceso


lógico que -durante un periodo de prosperidad económica- dis-
tingue entre la masa que accede al bienestar a la minoría que subsiste al
margen y cuya existencia acaba molestando.
La situación en Francia era parecida. Aparte del problema de los vie-
jos que tardaba en solucionarse , la cuestión social dominante durante
los años sesenta no era la de la pobreza , sino la de las desigualdades y el
«reparto de beneficios» 13. La sociedad francesa experimentó durante ese
periodo un crecimiento sin precedente de su nivel de vida y se liberó de
las grandes limitaciones de la escasez milenaria 14. Este crecimiento
económico sin precedente fue acompañado de un desarrollo no menos
importante de la protección social. El resultado fue un aumento del
bienestar para la mayoría de la población , algo que parecía evidente y
que las expresiones habituales de la época como « era de la abundancia»,
«sociedad de la abundancia» o los títulos de algunos libros como The
Affluent Worker" de los sociólogos ingleses reflejaban a la perfección.
Sólo algunos voluntarios o trabajadores sociales seguían estando junto
a los más desfavorecidos , a los que la opinión pública empezaba a ol-
vidar.
A finales de los años cincuenta es cuando nace, por ejemplo, el
Movimiento ATD Cuarto Mundo , cuyo objetivo era defender la causa
de los subproletarios, los pobres de siempre. La noción de exclusión
hizo su aparición a mediados de los años sesenta en referencia a los ol-
vidados del desarrollo , primero de la pluma de Pierre Massé , secretario
general del Plan, en un ensayo titulado Les dividendos du progrés y sobre
todo en una obra titulada L'exclusion sociale publicada en la misma
época bajo los auspicios del Movimiento ATD Cuarto Mundo por un
amigo del padre Joseph Wresinski 1G.
La noción de exclusión no designaba entonces el fenómeno de de-
terioro del mercado de trabajo y de debilitamiento de los lazos sociales,
sino más bien la supervivencia visible y vergonzosa de una población
mantenida al margen del progreso económico. Los militantes y los
trabajadores sociales comprometidos consideraban chocante la dife-
rencia entre el bienestar creciente de la población y estos « desampara-
dos». Se hicieron algunos estudios sobre este cuarto mundo de las ciu-
dades de aluvión 17 y se les dedicaron varios programas sociales. Pero
parecía claro que la sociedad de la abundancia y la civilización del
148 VARIACIONES

progreso no conseguían frenar los mecanismos de reproducción de


esta miseria tenaz, lo que suscitó amargas « desilusiones» 1s.
En los años sesenta Jean Labbens se basaba en las numerosas en-
cuestas que acababa de realizar en las ciudades de realojo de la región
parisiense para poner en tela de juicio el análisis de Galbraith. En su
opinión , no se puede explicar la situación de estos subproletarios con la
hipótesis de las «excepciones» perdidas en medio del bienestar general.
Si se hubiera tratado de «casos», se debería haber encontrado en estas
ciudades una proporción no desdeñable de personas de clase modesta,
pero no miserable, que hubiera sufrido un proceso de decadencia tras
un accidente , una quiebra grave u otras circunstancias particulares.
Ahora bien, los resultados confirmaron que en estas ciudades de realo-
jo había pocas familias cuya situación se hubiera agravado de pronto.
Los casos de ese tipo representaban aproximadamente el 13% de la
muestra de Labbens: «Para el resto, para la casi totalidad de los france-
ses, podemos hablar de predestinación o predisposición: predestinación
para los necesitados y vagabundos, para la mayoría de los pobres tam-
bién , puesto que intervino un elemento estructural para mantenerlos o
hundirlos en la miseria. En resumen , la situación actual es una herencia.
Esta herencia no es sólo la de los sujetos de nuestra encuesta; también
es, salvo raras excepciones , la de sus hermanos . Al parecer era inevitable.
Los poblados y ciudades de realojo existen para alojar a los franceses, no
a los que han caído en la pobreza o la miseria, sino a los que siempre
han vivido en ella» 19.
Para demostrar que esta pobreza de los suburbios era ante todo una
herencia, Labbens hacía hincapié en el papel de la escuela. Basándose
en una serie de pruebas sociométricas, comparó la sociabilidad en el
entorno escolar de los niños de los suburbios con la de los niños de
una muestra de referencia. Los resultados de estos análisis llevaron a la
conclusión de que estos niños de medios desfavorecidos quedaban
mucho más al margen que los demás. A menudo eran rechazados e in-
teriorizaban así la idea de que no tenían nada que hacer en el colegio:
«Un niño que es marginado en el colegio -señala Labbens- no
sólo ve cómo aumentan las dificultades que ya tiene para adquirir
los conocimientos necesarios para su futuro , sino que no aprende
o aprende mal a mantener su rol dentro del grupo ; así pues está mal
preparado por partida doble para su tarea de adulto por falta de ins-
LA POBREZA MARGINAL 149

trucción y por lo endeble de su sociabilidad» 20. Ahora bien, estos ni-


ños de padres poco instruidos serán a su vez, un día, padres con difi-
cultades para transmitir a sus hijos la seguridad que necesitan para li-
brarse de su sentimiento de inferioridad e impotencia. Otros estudios
realizados entre el subproletariado han subrayado igualmente la debi-
lidad del ego de los niños, la extremada dificultad de estos últimos
para tener confianza en ellos mismos y la influencia del medio fami-
liar, especialmente del clima de inseguridad que reina permanente-
mente en é121.
Así pues, tras los análisis de Labbens y de otros investigadores com-
prometidos con el Movimiento ATD Cuarto Mundo, se desarrolla
durante estos años de fuerte crecimiento la tesis de la reproducción de
la pobreza. Tesis que no hace hincapié, como Galbraith, en los defectos
individuales o familiares, sino en los factores estructurales de la trans-
misión de desventajas entre generaciones. Se trata de explicar que este
mecanismo se mantiene aun cuando el bienestar se generalice en toda la
sociedad. Ésta es la principal diferencia entre esta pobreza heredada que
analiza Labbens en medio de la prosperidad generalizada y la pobreza
heredada de los países o regiones pobres, tal como hemos estudiado en
el capítulo anterior. En el caso que aquí nos interesa, sólo un sector de
la población es condenado con antelación.
Este subproletariado, poco visible por ser poco numeroso y estar más
o menos aislado del resto de la población en barrios que les están re-
servados, es también víctima de los prejuicios. Colette Pétonnet seña-
laba que «la opinión pública calificaba a estas personas de marginados,
asociales , inadaptados , minusválidos sociales ». Según ella, «estos tér-
minos no describen una forma de vida. Sugieren una noción de peligro,
enfermedad, anormalidad. Designan una parte de la sociedad supo-
niéndola capaz de cualquier acto aberrante, quizá reflejando también un
miedo social latente» 22. Estas expresiones muestran el peso del descré-
dito que puede abrumar a los individuos y a las familias del subprole-
tariado. Colette Pétonnet, al igual que otros sociólogos de la época,
constata sin embargo que estas poblaciones no presentan ningún signo
especial de discapacidad. Ante todo tienen problemas de vivienda y per-
tenecen a las capas más bajas de la sociedad con problemas financieros
fundamentalmente. La suerte que reserva la sociedad a esta «gente hu-
milde» es, por consiguiente , injusta.
150 VARIACIONES

Ciertamente injusta, pero este fenómeno no deja de ser por ello


una realidad antropológica comprobada muchas veces. Cada sociedad
conlleva efectivamente su parte indeseable, seres humanos de cuya hu-
manidad se termina dudando y de los que hay que deshacerse de algu-
na forma 23. La repulsión puede, en algunos casos, abatirse sobre grupos
que por su origen, a menudo lejano, serían sospechosos de hostilidad,
suciedad o de taras indelebles. Es así como, por ejemplo, los Heimatlo-
se en Suiza fueron objeto de una hostilidad organizada durante varios si-
glos. Herederos de nómadas, mendigos o vagabundos, fueron conde-
nados a penas diversas que iban de la prisión a la hoguera pasando
por las galeras y las palizas. Les resultaba imposible instalarse en un lu-
gar concreto por la hostilidad que espontáneamente se manifestaba
contra ellos, obligándolos a exiliarse aunque sólo fuera para escapar a un
destino aún más trágico. Estudios realizados en Suiza muestran que la
desconfianza respecto a estos «sin casa ni hogar» subsiste aún en algunos
cantones y aportan la prueba de que aún existen Heimatlose en ese país
tan rico, aunque la pobreza sea poco visible 24. Podemos citar también el
caso de los burakumin en Japón, cuya discriminación nunca ha dejado
de existir. Esta población víctima del ostracismo desciende de dos cate-
gorías: los hinins o «no humanos» y los eta o «seres inmundos». Los pri-
meros proceden al parecer del «pueblo flotante» de la sociedad japone-
sa de la Edad Media. Sin tierra en una sociedad sedentaria y agrícola, se
veían obligados a mendigar para vivir. Entre ellos se encuentran perso-
nas venidas a menos, excluidas de su comunidad, los hijos naturales y
también los enfermos incurables y los minusválidos. Los segundos es-
taban especializados en el trabajo del cuero. Curtidores, descuartizado-
res, estaban en contacto con la muerte, la sangre, la carne o la enfer-
medad. Se les consideraba seres impuros y les estaba prohibido casarse
con japoneses «normales». Es asombroso constatar que los burakumin
están aún presentes en las representaciones colectivas en Japón y siguen
figurando todavía entre las poblaciones económica y socialmente más
desfavorecidas 25. La discriminación de la que son objeto continúa de
manera insidiosa de acuerdo con unos criterios confusos. Su número
exacto es incierto. Según las estadísticas gubernamentales publicadas en
1996, había un millón y medio, de los que más de la mitad vivía en ba-
rrios «especiales» 26. Como vemos, esta discriminación de las categorías
históricamente rechazadas de un territorio o mantenidas lejos de las ciu-
LA POBREZA MARGINAL 151

dades y zonas pobladas 27 puede perdurar en las sociedades modernas


donde reina el progreso y el bienestar generalizado.
El subproletariado que seguía viviendo en los suburbios de aluvión
en Francia durante los años sesenta y setenta estaba tan marginado
que muchos lo consideraban un desecho social. Los poblados tenían,
efectivamente , la función de asegurar el tránsito desde las poblaciones
mal alojadas , víctimas de la crisis de vivienda de los años de posguerra,
hacia viviendas más modernas y mejor adaptadas cuyo número creció
de forma espectacular a partir de mediados de los años cincuenta. Esta
política de realojamiento progresivo sirvió como filtro . El sector menos
desfavorecido de la clase obrera , el que podía aspirar a un empleo esta-
ble y a un salario regular, accedió más rápidamente a estas nuevas vi-
viendas . Las familias que, por motivos fundamentalmente económicos,
no pudieron hacer lo mismo se quedaron en los suburbios y siguieron
viviendo en ellos en condiciones miserables . Poco a poco , estos pobla-
dos fueron un vestigio de un pasado superado, y sus habitantes, que,
unos años antes , estaban integrados en la población de víctimas de la
crisis , fueron estigmatizados cada vez más como los irreductibles de la
pobreza , ridiculizados con la etiqueta de «casos sociales » y a menudo
considerados incapaces de tener comportamientos compatibles con el
funcionamiento de la sociedad moderna.
Aunque este subproletariado molestara , no podía por sí solo ali-
mentar la cuestión social . El éxito limitado de la expresión «exclusión
social» en esa época se debió a que el fenómeno al que se refería seguía
siendo marginal . Parecía un residuo inevitable . No podía afectar al
conjunto del cuerpo social . Sólo era un vestigio de un pasado al que la
mayoría de las categorías populares parecía haber escapado . Las insti-
tuciones de acción social hablaban entonces sobre todo de inadaptación
social . Era frecuente explicar esta pobreza persistente , en particular en
los ambientes liberales y conservadores , por los defectos individuales,
como la irresponsabilidad y la imprevisión de los propios pobres.
Puesto que la pobreza se.reducía , al menos en las representaciones
sociales , a esta fracción residual de la población , la cuestión social podía
desplazarse, especialmente en las empresas, hacia el terreno de las luchas
sociales , por el aumento de salarios , la mejora de las condiciones de tra-
bajo y la ampliación de las prestaciones sociales de los empleados. La
cuestión social se alimentaba de las desigualdades que seguían exis-
152 VARIACIONES

tiendo en el mundo del trabajo, pero también en la educación y la cul-


tura. El cuarto mundo no podía ser sino un vestigio, deshonroso, pero
tan marginal en la sociedad de la abundancia que era posible ocultar, al
menos parcialmente, su existencia y la cuestión política que suscitaba.
La situación era, en muchos aspectos, comparable a la de Estados
Unidos, puesto que, como hemos visto, más o menos sobre la misma
época, Galbraith consideraba que se había alcanzado la era de la opu-
lencia generalizada. La pobreza se había vuelto casi invisible porque los
americanos en su gran mayoría se negaban a verla. En este periodo fas-
tuoso la pobreza sólo podía ser, como subraya Robert Castel, «el an-
verso, la sombra, el desecho de la riqueza» 28. Habría que esperar a la
aparición en 1964 del libro de Michael Harrington The Other Ameri-
ca29 para que se iniciara un debate sobre este asunto. Este libro, bien
conocido por los especialistas en la pobreza y en el Estado de bienestar,
tuvo una gran repercusión en Estados Unidos, hasta el punto de que al-
gunos vieron en su aparición y su efecto mediático uno de los princi-
pales factores para el detonante de la guerra contra la pobreza de los
años sesenta. En todo caso supuso una ruptura en las representaciones
dominantes de la sociedad de la opulencia. En este ensayo Harrington
demostraba que los pobres, que se contaban, según él, por millones en
Estados Unidos, tendían a volverse invisibles. Por consiguiente hacía
falta un esfuerzo mental y voluntad para verlos. El autor insistía, con-
trariamente a Galbraith, en el fenómeno de la segregación y del pro-
blema de los negros. La clase media que se había vuelto pequefiobur-
guesa vivía en los barrios residenciales y se dejaba convencer fácilmente
de que los pobres habían desaparecido. Harrington subrayaba que los
pobres, a menudo avergonzados de su suerte, interiorizaban su inferio-
ridad y llegaban a aceptarla como su destino. Eran políticamente ine-
xistentes. Se trataba en realidad de otra América, de una América entre
bambalinas.

Una de las ironías de la vida social en los países avanzados es que los des-
poseídos que se encuentran en lo más bajo de la escala social no puedan
hacer oír su voz. Los ciudadanos de la otra América en su gran mayoría no
están sindicados, no pertenecen a ninguna asociación, a hermandades, a
partidos políticos. No disponen de ningún grupo de presión; no presentan
ningún programa legislativo. En cuanto grupo, están atomizados, sin ros-
LA POBREZA MARGINAL 153

tro ni voz. Ni siquiera existe ya el cinismo político que en otras épocas lle-
vaba al poder a ocuparse de los pobres. Los barrios miserables ya no son el
centro de poderosas organizaciones políticas y los políticos ya no tienen
motivos para preocuparse por sus habitantes. La burguesía ya no ve los cu-
chitriles; el idealismo que llevaba a la clase media a luchar por los que no
tienen nada ha muerto. Sólo las oficinas de la asistencia social están en con-
tacto directo con la otra América y no tienen ningún peso político 30

Los datos disponibles confirman sobradamente, en caso necesario, que


la pobreza no había desaparecido y que seguía siendo en Estados Uni-
dos más importante y más estructural de lo que Galbraith recono-
cía 31. Pero no hay que olvidar que en Estados Unidos, al igual que en
Francia en la misma época, la pobreza se consideraba algo residual, lo
que reforzaba su descrédito. Así pues, no se podía comparar ya con el
de los pobres que vivían en países o regiones pobres.
De acuerdo con Frances Fox Piven y Richard A. Cloward, los pobres
resultan tan estigmatizados en periodos de fuerte crecimiento que se es-
pera que renuncien a la asistencia y se vuelvan productivos aceptando
los nuevos empleos que se les ofrecen, aunque resulten poco atractivos
por el salario y las condiciones de trabajo 32. Dicho de otra forma, en las
representaciones sociales, los motivos para seguir siendo pobres en estos
periodos de prosperidad no pueden explicarse sino por la falta de vo-
luntad, la pereza y los defectos personales, unos rasgos de personalidad
susceptibles de ser reprobados desde el punto de vista moral.
Aunque el estatus de la pobreza durante estos periodos de fuerte cre-
cimiento de las economías occidentales se aproxima a lo que he deno-
minado pobreza marginal, sin embargo no deberíamos circunscribir
este tipo a un pasado que algunos consideran hoy totalmente superado.
En estos últimos años algunos países de Europa, a pesar de la crisis de
empleo a la que se han enfrentado, han conservado una relación con la
pobreza que puede compararse con la pobreza marginal.

La estabilidad de las representaciones

Algunos países europeos siguen estando muy cerca de la pobreza mar-


ginal, no porque su situación económica y social no haya variado en es-
154 VARIACIONES

tos últimos años, sino sobre todo por la estabilidad de las representa-
ciones colectivas y de las formas de intervención entre las personas
que se definen como «pobres». A continuación analizaré los casos de
Suiza, Alemania y los países escandinavos.

«,Pero ¿dónde están los pobres?»

Hablar de la pobreza en un país tan rico como Suiza puede parecer in-
congruente. El PIB por habitante es, como sabemos, uno de los más al-
tos del mundo. Aunque la crisis del empleo de los años noventa no per-
donara a la economía suiza, la tasa de desempleo sigue siendo muy baja
en comparación con otros países europeos 33. La tasa de pobreza medi-
da de acuerdo con las normas europeas sigue siendo poco elevada, pa-
recida a la de Dinamarca o los Países Bajos, es decir, países donde la po-
breza está menos extendida 34. Aunque ahora es más habitual hablar de
la pobreza desde que se han hecho encuestas globales sobre ella, la
idea de que Suiza se había librado de este fenómeno se mantuvo du-
rante mucho tiempo, y todo indica que muchos suizos la siguen sus-
cribiendo. Jean-Pierre Fragniére de la Universidad de Lausana retorna la
cuestión que se sigue haciendo en este país: «Dónde se esconden? En
Suiza no hay metro para acoger a los vagabundos. Nadie molesta a los
turistas con manos que se tienden a su paso. De vez en cuando, un or-
ganillo. Pero, ¿dónde están los pobres?». Y adelanta una respuesta:
«Son discretos; hay que decir que sistemáticamente se les invita a guar-
dar silencio. El problema no es el pobre que sufre, sino el pobre que se
muestra o, aún peor, que empieza a hablar» 35. Sin duda hay que ver en
esta discreción de los pobres el efecto recurrente de las persecuciones de
la que fueron objeto en otros tiempos los Heimatlose. En el país donde
Lutero, Zwinglio y Calvino 36 afirmaron, contradiciendo radicalmente
las convicciones religiosas de la Edad Media, que la pobreza no era si-
nónimo de virtud y consideraban que aquellos que no trabajaban no
merecían la caridad, quizás no resulte sorprendente que la pobreza vi-
sible y la mendicidad sean aún hoy objeto de una reprobación social
más o menos enérgica.
La dificultad para reconocer la existencia de la pobreza se explica en
parte por la importancia que se da en ese país a la cultura del trabajo:
LA POBREZA MARGINAL 155

«El trabajo -explica Jean-Jacques Friboulet- sigue siendo para la


mayoría de la población un deber y una vocación. Un deber porque los
individuos están convencidos en su fuero interno de que la riqueza debe
producirse primero antes de distribuirse, como demuestra el resultado
de muchos escrutinios. Una vocación, porque comparten la idea de que
el trabajo es útil y necesario para la realización personal» 37. Pero si esta
orientación cultural tiene sin duda efectos positivos en el ámbito del
empleo, también tiene su reverso. El paro en Suiza sigue estando muy
estigmatizado y los pobres se ven obligados a vivir su pobreza en silen-
cio para evitar la prueba culpabilizadora de la reprobación social.
La encuesta encargada a un equipo de investigadores de la Univer-
sidad de Neuchátel a finales de los años ochenta por el Consejo de Es-
tado del cantón de Neuchátel es en sí misma reveladora de esta men-
talidad. La encuesta lleva por título «¿Tenemos pobres?», y retorna
palabra a palabra el título de la moción aceptada por el Gran Consejo
de Neuchátel. Esta pregunta parece atrasada respecto al debate sobre la
«nueva pobreza» que se desarrolla en otros países europeos en esa épo-
ca. A finales de los años ochenta en Francia ya nadie duda de la exis-
tencia de la pobreza, ya que, tras varias experiencias locales, la ley sobre
el RMI se vota el 1 de diciembre de 1988. En Suiza, los informes sobre
la pobreza son discutidos, ya que parecen contrarios a la imagen de
prosperidad y de bienestar compartido que constituye la identidad
suiza. El modelo social vigente en ese país parece infalible.
La encuesta de Neuchátel contribuirá, sin embargo, a modificar la
percepción de la pobreza en ese cantón 38. Los autores examinaron al
mismo tiempo a la población con bajos ingresos a partir de las declara-
ciones fiscales y a la población acogida a los servicios sociales. Realiza-
ron algunas entrevistas a estas personas. Reconocieron de partida que,
aunque la pobreza parezca casi invisible, no es porque haya desapareci-
do: «No creemos -dicen- que nuestra sociedad oculte deliberada-
mente su pobreza; ésta contribuye a ocultarse a sí misma, por pudor,
por discreción y sobre todo por ser algo "ordinario". Si, la pobreza es
"ordinaria" en el sentido de que es cotidiana, banal y habitual; no afec-
ta sólo a los marginados o barriobajeros, sino, aunque parezca imposi-
ble, a personas completamente "normales" conforme a la imagen que
nos formamos de ellas [...] Aunque nuestra sociedad no fabrique deli-
beradamente la pobreza, esto no impide que sea urgente volver a apren-
156 VARIACIONES

der a mirar, a decodificar, a comprender lo que no es inmediatamente


perceptible y no nos afecta directamente. La miopía respecto a los pro-
blemas sociales viene también por desconocimiento, falta de transpa-
rencia de los mecanismos y opacidad en el funcionamiento de la socie-
dad. Uno de los primeros pasos de la lucha contra la pobreza equivale
pues a decir que existe y cómo es» ". El esfuerzo de estos investigadores
consistió, como vemos, en hacer visible lo que no lo es. Ahora bien, si
en Suiza no se ve la pobreza es en parte porque afecta a personas que no
se diferencian del resto. Michael Harrington constataba algo similar a
principios de los años sesenta en Estados Unidos: «Es importante com-
prender lo que hay de nuevo en este rechazo actual a ver la miseria: el
propio desarrollo de la sociedad americana crea una nueva forma de ce-
guera mental. Los pobres están a punto de salir del campo de la
conciencia y de la experiencia de la nación» 40. En una sociedad rica y
en cierto modo cegada por su riqueza el trabajo de los sociólogos con-
siste, tras la fase de recogida y análisis de datos, en revelar, en mostrar, lo
que les lleva casi inevitablemente a participar en el debate social que
suscitan al presentar sus resultados. Más de 25 años después de Ha-
rrington, los sociólogos de Neuchátel se dedicaron a explicar, con la
ayuda de las pruebas, los mecanismos de precarización y pauperización
en Suiza. Hicieron particular hincapié en varias dimensiones de esta re-
alidad oculta: la ausencia de apoyo familiar, las formas de inadaptación
social, las rupturas relacionadas con los minusválidos físicos o mentales,
las rupturas conyugales y los problemas de custodia de los hijos por un
solo cónyuge, los bajos salarios, el paro, el endeudamiento y la pobreza
de los ancianos. Una serie de factores que podríamos llamar «clásicos» y
que contribuyen a cuestionar la idea de que las causas de la pobreza po-
drían ser diferentes en Suiza que en los demás países europeos 41.
La pobreza no deja de ser un fenómeno cuya amplitud se sigue cues-
tionando política y socialmente en Suiza. La tasa de pobreza es relativa-
mente baja, como hemos visto, al igual que la tasa de desempleo. A pe-
sar de los esfuerzos de los investigadores y también de los sindicalistas y
de los voluntarios de asociaciones caritativas para demostrar su exis-
tencia y los mecanismos de reproducción, la pobreza sigue siendo tan di-
versa de un cantón a otro y está, a veces, tan disimulada que el debate
nacional sobre este tema tarda en adquirir una importancia real. Por ello
en algunos cantones se ha implantado el ingreso mínimo, pero parece
LA POBREZA MARGINAL 157

bastante improbable, al menos a corto plazo, que el sistema de garantía


de ingresos se extienda a toda Suiza y que el derecho a un «mínimo de
existencia» pueda constituirse en este país sobre una base jurídica úni-
ca 42. En esas condiciones, la relación social y política con la pobreza está
ante todo localizada y sigue pareciéndose a la pobreza marginal.

La «pobreza vencida»

Antes de la reunificación, en Alemania apenas había debate sobre la po-


breza o la exclusión. El Estado dudaba en participar en los diferentes
programas europeos de lucha contra la pobreza. La tesis que prevalecía
en el Ministerio de Asuntos Sociales era que la pobreza se «vencía» -en
particular gracias a la calidad de las instituciones de acción social y al
derecho social alemán- y que, por tanto, era inútil e incluso nefasto
hacer de ello un tema central del debate social. Varios investigadores
alemanes, economistas y sociólogos, estudian este fenómeno en la uni-
versidad, a veces con el apoyo de organizaciones benéficas preocupadas
porque se oiga, a través de estas investigaciones, la voz de los más des-
favorecidos 43. Sin embargo, estos estudios siguen siendo limitados.
No son susceptibles de desencadenar una reflexión de la sociedad sobre
sí misma, como ocurre en Francia o en otros países europeos.
Las representaciones de la pobreza parecen ajustarse a esta constata-
ción. Según una encuesta de 1976, el 53% de los alemanes del Oeste
consultados afirmaban que nunca habían visto a nadie en la miseria.
También había un 30% que no podían responder a la pregunta sobre la
existencia en su barrio o en su pueblo de gente cuyas condiciones gene-
rales podrían parecerles muy malas, frente a un 18% de media en la
Comunidad Europea en esa época.44. En otra encuesta comparable de
1989, el 63% de los alemanes del Oeste preguntados indicaban que en
su barrio o en su pueblo no había gente afectada por una situación de
extrema pobreza o de riesgo de caer en la pobreza, frente a un 53% para
el conjunto de países de la Unión Europea45. Aunque esta proporción se
haya reducido en la última encuesta disponible de 2001, casi la mitad de
los alemanes del Oeste seguían contestando que en su pueblo o barrio
no había gente afectada por esta situación, frente al 43% del conjunto
de países europeos. Observemos además que un 23% no sabía qué
158 VARIACIONES

contestar 46. Por supuesto , esto no significa que en Alemania no haya po-
breza -además ha aumentado desde la reunificación -, pero los ale-
manes , tanto los del Oeste como los del Este , no ven en ello un fenó-
meno antiguo reproducido de generación en generación . Se ha podido
comprobar, por ejemplo, una vez controlados los efectos del sexo, la
edad y los ingresos , que la percepción de la pobreza como fenómeno re-
producible es claramente inferior en Alemania que en todos los demás
países europeos , especialmente en los países del sur de Europa 47.
Los resultados de estos sondeos pueden aclararse con una encuesta
más cualitativa realizada en 1993 48. Se hicieron varias entrevistas en
profundidad entre personalidades procedentes de diversos medios so-
ciales y comprometidos de alguna forma en acciones dirigidas a los po-
bres . Un responsable de Paritátische Wohlfahrtsverband , una impor-
tante organización no confesional especializada en el ámbito social,
confirmaba que: «Para Alemania, la pobreza no existe : hasta hace poco
estaba ausente del debate político . Aquí, la pobreza se niega . Todavía no
hemos conseguido definir políticamente el umbral de pobreza . Aunque
hay un umbral semioficial: el umbral de la ayuda social . Es discutible,
pero desde el punto de vista político decimos : el pobre recibe dinero, la
pobreza se vence y la persona ya no es pobre . En Alemania es así,
cuando se menciona a un político la noción de pobreza se siente agre-
dido porque se sobreentiende que hay déficit en la política social. Por
ello la pobreza es un tema típico de confrontación » 49. Éste no es un dis-
curso aislado . También lo encontramos en un responsable del servicio
diaconal de la Iglesia evangélica alemana ( Diakonisches Werk der
EKD), que afirmaba en la misma época : « En el discurso político se dice
que no hay pobres. Decimos que la pobreza se combate porque las per-
sonas tienen derecho a un ingreso mínimo que les permite vivir digna-
mente. Pero en realidad no hay un debate político a este respecto» 50
Este mismo responsable reprobaba igualmente la actitud del gobierno y
de los parlamentarios de la época respecto a los programas europeos de
lucha contra la pobreza . En su opinión , estos programas se considera-
ban una operación de legitimación de las acciones de la Comisión Eu-
ropea y los actores políticos no tenían ningún interés en el tema. In-
cluso ignoraban las reuniones que la Comisión organizaba sobre este
tema en Alemania y justificaban su ausencia por la fórmula oficial:
«El gobierno federal piensa que no hay pobreza , en Alemania». Por su
LA POBREZA MARGINAL 159

parte el teniente de alcalde de una ciudad de 12.000 habitantes situada


en las afueras de Frankfurt intentaba relativizar la cuestión de la pobreza
en su municipio: «Podemos decir muchas cosas de la pobreza. Pero
todo depende de lo que llamemos pobreza. En Alemania nadie se
muere de hambre. Incluso tenemos una legislación bastante desarro-
llada. La gente necesitada puede recurrir al centro de asistencia social y
obtener muchas ayudas. Todas las semanas recibo a gente de las "zonas
calientes" (Soziale Brennpunkte) que vienen a lamentarse. Conozco
muy bien sus problemas. Naturalmente, en nuestra pequeña ciudad no
son tan importantes como en los barrios pobres de Frankfurt» 5'
Así pues, en Alemania la pobreza no tiene carta de ciudadanía. O
bien se niega o se subestima voluntariamente. Los responsables políticos
se sienten juzgados cada vez que se trata de ello y prefieren evitar el de-
bate sobre este tema. Hay que reconocer que en el sistema federal ale-
mán sigue existiendo el principio de subsidiaridad, y cada diputado se
siente afectado ante todo por los problemas de los habitantes de su cir-
cunscripción. No puede trasladar a instancias superiores los problemas
a los que se enfrenta sin haber agotado previamente todas las soluciones
a su alcance. En los países más centralistas, como Francia, es más fácil
incriminar al Estado o ejercer presión para que actúe de forma más di-
recta. Pero los motivos de esta eufemización nacional de la pobreza son
más profundos.
Para comprender el sentido de estos resultados hay que hacer un
análisis histórico. Franz Schultheis atribuye la especificidad de esta re-
lación social con la pobreza a una tradición sociocultural y a una co-
rriente de ideas que se remontan a principios de los años cincuenta,
cuando, bajo el efecto del «milagro alemán», muchos autores y res-
ponsables políticos creyeron ver el final de las desigualdades sociales y la
superación de nociones que se consideraban obsoletas, como «clase» o
«estrato social» 52. Propagada por el sociólogo Helmut Schelsky en nu-
merosos círculos políticos, esta influyente corriente ideológica parece
haber extendido la idea de la desaparición de la pobreza. Se trataría en
cierto modo de un rechazo colectivo al que seguramente no es extraño
el trauma causado por la guerra.
Esta voluntad de acallar o relativizar la existencia de la pobreza reside
también, como hemos visto, en la convicción de que el sistema alemán
de asistencia social es muy eficaz y no deja a nadie en la miseria. Este sis-
160 VARIACIONES

tema, que garantiza un ingreso mínimo individualizado , puede conside-


rarse efectivamente vanguardista , ya que se votó en 1961 bajo la deno-
minación Bundessozialhilfegesetz en una época en la que muchos otros es-
tados europeos ni lo consideraban . Esta ley federal de asistencia social era
la continuación de un veredicto del Tribunal Constitucional alemán de
24 de junio de 1954 que establecía un derecho universal del ciudadano a
la asistencia . La garantía a todo el mundo de un ingreso mínimo indivi-
dualizado fue aprobada por todos los grupos políticos y todas las cate-
gorías sociales. La ley de 1961 era en cierto modo el escaparate social del
«milagro económico ». Iba unida al progreso y parecía la solución ideal
para atajar definitivamente el fenómeno de la pobreza. Después de las
profundas heridas de la guerra, la sociedad alemana podía convertirse en
un modelo para Europa, no sólo por su capacidad para recuperarse eco-
nómicamente y conseguir la máxima eficacia en este campo industrial,
sino por su capacidad para conseguir el desarrollo social en el sentido de
una mejor protección de todos contra los imprevistos de la existencia.
Este sistema de acción social sigue vigente en la actualidad , y pode-
mos pensar que ha permitido controlar el fenómeno de la pobreza
que se desarrolló en los años ochenta y noventa en Alemania al igual
que en los demás países europeos. Este sistema estuvo , no obstante,
muy solicitado si creemos en el considerable aumento del número de
beneficiarios de la asistencia social en ese periodo 53. Alemania no pudo
evitar el crecimiento de la población asistida, y ésta presenta caracte-
rísticas comparables a la de los asistidos de otros países, en particular de
Francia: una población cada vez más joven , personas a menudo solas
con hijos a su cargo , muchos parados que habían agotado el subsidio de
desempleo. Observemos que, desde la Reunificación , la visibilidad de la
pobreza parece haber aumentado , y hoy hay muchos alemanes del
Oeste que lo achacan directamente a las condiciones económicas y so-
ciales de la Alemania del Este 54. Pero, a pesar de sus dificultades , el sis-
tema alemán de asistencia social establecido de forma precoz en un pe-
riodo de prosperidad sigue siendo para la mentalidad alemana una
garantía fundamental contra la pobreza . Ha contribuido a forjar la
idea colectiva de la superación definitiva de este fenómeno . Algunos so-
ciólogos alemanes se muestran de acuerdo en que la pobreza sigue ca-
racterizándose en Alemania en la gran mayoría de los casos por difi-
cultades pasajeras y una permanencia relativamente corta en las redes
LA POBREZA MARGINAL 161

asistenciales 55. Este resultado no quiere decir que los pobres no acu-
mulen numerosas desventajas. Los datos de las encuestas longitudinales
entre los beneficiarios de la asistencia social confirman sin embargo la
creencia arraigada de que la pobreza en Alemania se combate real-
mente, lo que es hasta cierto punto verdad.

Una noción discutida

Los países escandinavos también están cerca de la pobreza marginal. El


primer motivo es que la pobreza -medida en términos relativos- si-
gue siendo, independientemente del indicador que se tenga en cuenta,
mucho menos importante que en los demás países europeos, especial-
mente en los del sur. Con un umbral relativamente alto del 60% de la
mediana de ingresos, afectaba, en el periodo comprendido entre 1997
y 2001, al 10% de la población por término medio en cada uno de los
países escandinavos, mientras que en los países del sur afectaba a un
20% aproximadamente (véase la tabla 4.3).

TABLA 4.3. Tasa de riesgo de pobreza en los países escandinavos res-


pecto a los países del sur (en %)
1997 1998 1999 2000 2001

Países escandinavos
Dinamarca 9 12 11 11 10
Suecia 9 10 9 11 9
Noruega 12 11 11 11 10
Finlandia 8 9 11 11 11
Países del sur
Italia 19 18 18 18 19
España 20 18 19 18 19
Portugal 22 21 21 21 20
Grecia 21. 21 21 20 20
Europa de los doce 16 15 15 15 15

NOTA: El umbral de pobreza de referencia en esta tabla se ha establecido en un 60% de la


mediana de ingresos de cada país . La escala de equivalencia utilizada es la de la OCDE mo-
dificada (1 para el primer adulto, 0,5 para los demás adultos y 0,3 para los niños menores
de 14 años).
FUENTE: Eurostat.
162 VARIACIONES

La diferencia entre los países escandinavos y los países del sur es aún
mayor si se tiene en cuenta la duración de la pobreza. En los primeros,
ésta es limitada, mientras que en los segundos, como hemos visto en el
capítulo anterior, a menudo es muy prolongada. Dicho de otra forma,
en los países del norte la experiencia de la pobreza afecta a una pro-
porción menor de individuos, y éstos tienen además una mayor pro-
babilidad de experimentar esta situación de forma pasajera. En Dina-
marca, por ejemplo, la proporción de personas que han pasado más de
una vez por una situación de pobreza en los últimos cinco años es in-
ferior al 10%, mientras que es del 22% en el conjunto de países euro-
peos 5G. Lo mismo ocurre con el paro de larga duración, uno de los fac-
tores de lo que llamamos exclusión, que sigue siendo muy bajo, casi
inexistente en ese país. Podemos comprender pues que estas condiciones
hagan la pobreza menos intensa y menos visible que en otros lugares.
Un investigador noruego confirma que «como todo el mundo (o casi)
tiene un hogar, los pobres se esconden del resto de la sociedad, no per-
turban la imagen de la vida urbana cotidiana, como ocurre con los va-
gabundos en Estados Unidos, por ejemplo. En la mayoría de los casos la
pobreza se muestra a través de la ropa y de la vivienda. Pero la pobreza
moderna en los países escandinavos se disimula detrás de las fachadas de
edificios y ropas aceptables; se oculta con los mitos de la protección so-
cial y de la redistribución que todos hemos asimilado más o menos» 57.
Hay que reconocer que, si bien el crecimiento de los «Treinta Glo-
riosos» hizo olvidar la pobreza en muchos países europeos, en los paí-
ses escandinavos este olvido fue aún más marcado. El gran especialista
en el Estado de bienestar, Richard Titmuss, reconocía a principios
de los años setenta que el modelo escandinavo de protección social es-
taba más capacitado que ningún otro para frenar definitivamente la
pobreza 58. Por otra parte, en esa época se aceptaba que el problema ya
no existía. Aún hoy las transferencias sociales desempeñan una función
importante en la disminución de la pobreza. En Dinamarca, la tasa de
pobreza de los niños tras las transferencias sociales es de 4% frente al
11% del conjunto de la población. Las transferencias sociales han
conseguido una disminución del 85% de la tasa inicial de pobreza de
los niños y del 63% de la tasa inicial para el conjunto de la población
(véase la tabla 4.4). Por el contrario, las transferencias sociales han su-
puesto en Grecia una disminución de sólo el 5% de la tasa inicial de
LA POBREZA MARGINAL 163

TABLA 4.4. Tasa de pobreza después de las transferencias en el conjunto


de la población y entre los niños de hasta 16 años
Disminución de la tasa inicial
Después de las transferencias
de pobreza (en %)
Conjunto de Niños hasta Conjunto de Niños hasta
la población 16años lapoblación 16 años
Dinamarca 11 4 63 85
Finlandia 12 7 65 83
Italia 19 22 10 8
Grecia 21 19 9 5
Unión Europea 17 19 35 39
NOTA: Umbral de pobreza: 60% de la mediana de ingresos, escala de equivalencia de la
OCDE.
FUENTE: Panel de Hogares Europeos, Eurostat, 3.' oleada (1995), producción DREES.

pobreza de los niños y del 9% de la tasa inicial para el conjunto de la


población.
El efecto de las transferencias sociales sobre la pobreza monetaria de
los parados es también muy distinto en los distintos países (véase la ta-
bla 4.5). Tanto en los años ochenta como en los noventa la tasa de po-
breza de los parados después de las transferencias sociales era muy baja
en Dinamarca (menos del 10%) respecto a Francia, Alemania y el Rei-
no Unido.
La proporción de parados tras la crisis petrolífera, así como el au-
mento del número de beneficiarios de la asistencia social, han llevado
a muchos investigadores daneses a preguntarse sobre los posibles fallos
de este modelo, considerado casi unánimemente hasta entonces como
modelo ideal de protección social 59. Algunos reconocen que este úl-
timo presenta en la actualidad limitaciones y que la pobreza es real 60
Trabajadores sociales , médicos y sindicatos han descubierto la po-
breza, pero todavía muchos responsables políticos, especialmente en-
tre los conservadores y los liberales , intentan minimizar su importan-
cia. Al igual que en Suiza y Alemania, la pobreza sigue siendo invisible
para muchos o al menos restringida a algunos marginados relativa-
mente aislados . La atención se centra, efectivamente , en los casos
más extremos.
164 VARIACIONES

TABLA 4.5. Tasa de pobreza monetaria de los parados antes y después


de las transferencias y efecto de éstas en los años ochenta y noventa
(en %)

Años ochenta
Pobreza Pobreza Proporción de
Efecto de las
de los parados de los parados parados salidos
transferencias
antes de las después de las de la pobreza
D = CIA
transferencias (A) transferencias (B) C=A-B
Dinamarca 58,5 7,6 50,9 0,87
Francia 41 ,6 23,1 18,5 0,45
Alemania 48,1 25,5 22,6 0,47
Reino Unido 53,2 32,9 20,3 0,38

Años noventa
Pobreza Pobreza Proporción de
Efecto de las
de los parados de los parados parados salidos
transferencias
antes de las después de las de la pobreza
D = CIA
transferencias (A) transferencias (B) C=A-B
Dinamarca 66,6 7,6 59,0 0,89
Francia 49 ,0 23,3 25,7 0,52
Alemania 55 ,6 37,8 17,8 0,32
Reino Unido 61,0 49,4 11,6 0,19

NOTA: Umbral de pobreza: 50% de los ingresos medios, escala de equivalencia de la


OCDE. Las cifras se han calculado a partir de los ingresos del hogar.
FUENTE: EPUSE (con los cálculos de Brian Nolan, Richard Hauser y Jean-Paul Zoyem, en
Duncan Gallie y Serge Paugam (dir.), Welfare Regimes and the Experience of Unemployment,
op. cit.; véase el capítulo 5, «The changing effects of social protection on poverry»).

En un informe publicado en Dinamarca en 1987, los investigadores


intentaron demostrar que su país no estaba libre de este fenómeno. Al
igual que con los suizos y los alemanes, este trabajo de objetivación con-
sistía en un primer tiempo en demostrar que la pobreza existía real-
mente si uno se esforzaba por verla. Para convencer a los daneses reti-
centes a admitir su importancia, lo expresaban así: «Nadie muere
directamente de hambre hoy en Dinamarca, pero hay gente a la que le
falta alimento en mayor o menor medida. Hay gente que no posee más
ropa que la que lleva puesta. Hay gente que no tiene casa y que duerme
en la calle, en sótanos o en soportales. Hay gente que está sola, que no
conoce a nadie ni a la que nadie conoce. Hay gente que tiene enfer-
LA POBREZA MARGINAL 165

medades mentales graves. Hay gente que está físicamente destrozada


por el alcohol y el abuso de las drogas 61». En este pasaje, la insistencia
en los casos más trágicos y la repetición de la fórmula «Hay gente...» tie-
nen la función de justificar un debate sobre la pobreza en un país
donde no se habla de este tema. Mientras que en los países donde la
pobreza se reconoce oficialmente se espera que los investigadores dilu-
ciden el debate social y político, los investigadores escandinavos que tra-
bajan sobre la pobreza deben casi inevitablemente defender pública-
mente el objeto de sus estudios y conquistar la legitimidad que no se les
da espontáneamente.
Aunque se hable de ellas, las nociones de pobreza y exclusión tam-
poco están en el centro del debate social. Se siguen poniendo en duda.
Los investigadores escandinavos se ponen de acuerdo, de todas formas,
sobre el hecho de que aunque la pobreza aumente con el deterioro del
mercado de trabajo, sigue siendo minoritaria, independientemente
del criterio de evaluación adoptado. Un investigador sueco considera
que, durante los años ochenta, una media anual del 6% de la pobla-
ción de su país dependía, al menos parcialmente, de la asistencia social
para sobrevivir, y que este porcentaje, que él considera elevado, nunca
había sido más alto en las décadas anteriores del siglo xx G2. Esta pro-
porción nada despreciable indica en todo caso que, incluso en una so-
ciedad que tiende al bienestar social de todos, hay personas que tienen
que recurrir a la asistencia . Estas últimas son más vulnerables en el
mercado del empleo y tienen por ello menos garantías que los otros de
salir completamente de la pobreza. Pero el modo de gestión de la po-
breza vigente en Suecia o en los demás países nórdicos se traduce en un
encasillamiento social que se puede considerar eficaz 63. Este sistema se
instaura a largo plazo y conserva una cierta estabilidad a pesar de los
cambios económicos. Conviene subrayar además, a propósito de Sue-
cia, su modo específico de gestión del empleo, cuyo efecto es limitar el
paro. Para Philippe d'Iribarne, este país «no pertenece sólo a la gran fa-
milia de los países (a veces denominados « corporativistas ») marcados
por la búsqueda de compromisos entre grupos, de codeterminación, de
consenso». También se distingue «por la fuerza de una cultura agraria
que implica al mismo tiempo una ética de trabajo muy estricta y una
presión de la comunidad sobre sus miembros . Esta presión parece
mucho más fuerte que en los países cuya urbanización es mucho más
166 VARIACIONES

antigua y que asignan otro lugar muy diferente del individualismo


"burgués"» 64.
Los países escandinavos tienen pues una larga experiencia en la lucha
contra la pobreza. El principio de universalidad de los derechos sociales
se aplica de forma sistemática en ellos, lo que permite al conjunto de la
sociedad, tanto a la clase media como a la clase obrera, beneficiarse de
un alto nivel de protección social. Este modelo, que a veces se considera
síntesis del liberalismo y el socialismo, favorece la emancipación de los
individuos respecto a las leyes del mercado, pero también respecto al
papel de la familia. Aunque ya no parezca infalible en la actualidad, si-
gue contribuyendo a limitar la extensión de la pobreza. Sin duda es por
este motivo por el que los escandinavos se siguen distinguiendo del res-
to de los europeos cuando se les pregunta sobre su satisfacción respec-
to a la sociedad en la que viven. La proporción de personas insatisfechas
en este campo es muy baja en Dinamarca, por ejemplo, mientras que es
bastante elevada en muchos otros países 65

El riesgo de estigmatización

Cuando en las representaciones sociales la pobreza es un fenómeno


marginal, corre el riesgo de aparecer como una prueba dolorosa y hu-
millante para los que la sufren. Ser pobre mientras la mayoría de la gen-
te vive si no en la opulencia al menos con desahogo y seguridad lleva
casi inevitablemente a querer disimular los signos de pobreza. Dejar ver
que se es pobre es correr el riesgo de ser marginado. Como hemos vis-
to, en Suiza o en otros países ricos la pobreza es silenciosa. Los pobres
que viven bajo la mirada de las personas acomodadas tienen hasta cier-
to punto el deber de callarse. Pero disimular la pobreza no es siempre
posible, especialmente cuando la presión económica empuja a solicitar
una ayuda en un centro de asistencia. Se corre el riesgo de ser conside-
rado un «problema social» que presenta signos de inadaptación, o
como un perezoso, un individuo que prefiere la asistencia al trabajo.
Recordemos, como indicamos en el capítulo 2, que aunque la ex-
plicación de la pobreza por la pereza no sea la misma en todos los paí-
ses, en igualdad de condiciones aumenta cuando hay poco desempleo o
cuando éste disminuye 16. En otras palabras, se suele considerar a los po-
LA POBREZA MARGINAL 167

bres perezosos cuando viven en una sociedad de pleno empleo y, por


tanto, se les estigmatiza más.
Intentaremos demostrar esta hipótesis del riesgo de estigmatización
analizando el discurso sobre los pobres que se mantenía en las profe-
siones sociales durante los años sesenta y setenta, anos en los que el tra-
bajo social se desarrolló extraordinariamente. A continuación tomare-
mos el ejemplo de la intervención social en países donde la pobreza se
considera residual.

El lenguaje de la inadaptación social

Hemos visto anteriormente que, según el análisis de Colette Pétonnet,


durante los años sesenta y setenta la opinión pública en Francia califi-
caba a los habitantes de los suburbios como asociales, inadaptados o
minusválidos sociales. Este lenguaje estigmatizante no era exclusiva-
mente el de la gente poco formada en el análisis de la pobreza. También
lo encontrábamos de forma recurrente entre los trabajadores sociales.
Efectivamente, con la disminución de la visibilidad social de la pobre-
za, hemos asistido a un cambio en el discurso social sobre los pobres.
Mientras que el enfoque médico-social -herencia de la corriente hi-
gienista y filantrópica del siglo xix constituía todavía la orientación
dominante de las prácticas de intervención social en los años que si-
guieron a la Segunda Guerra Mundial, poco a poco se fue desarrollan-
do una cultura psicologizante dentro de las profesiones sociales. Estas
prácticas basadas en la psicoterapia a largo plazo y por tanto en la es-
cucha de cada individuo han contribuido a la desaparición de la po-
breza como fenómeno social. Entre los trabajadores sociales de los
años sesenta , que cada vez eran más numerosos, la cultura sociologi-
zante era aún minoritaria.
Bajo este fondo de cultura «psi» dominante, Jacques Ion y Jean-Paul
Tricart consideran que en esa época «se habrían podido identificar su-
cesivamente distintos tipos de cliente, correspondientes a otros tantos sis-
temas de valores profesionales y de métodos de trabajo: el asocial (a en-
derezar), el ignorante (a instruir), el enfermo (a sanar), el inadaptado (a
readaptar), el marginado (a reintegrar), el otro (a aceptar)» 61. La cuestión
social de la pobreza que había dado pie a tantos debates en el siglo an-
168 VARIACIONES

terior se diluía para dar paso a un tratamiento psicologizante de los


problemas personales. Aunque el crecimiento económico unido al pleno
empleo y la mejora de la protección social había reducido la condición
de pobre, éste dio lugar, por la rapidez de los cambios, a nuevas dificul-
tades consideradas en su mayoría como expresión de la inadaptación de
algunos individuos a la sociedad moderna.
El lenguaje sobre la inadaptación social estaba también presente en
las altas esferas del Estado. Cuando era secretario de estado de Asuntos
Sociales, René Lenoir dedicó en 1974 su libro Les exclus a esta cues-
tión 68. La expresión «inadaptación social» le sirvió además de hilo
conductor. Los inadaptados sociales de los que habla son una mezcla de
los niños recogidos por la asistencia social a la infancia, menores en pe-
ligro, delincuentes, jóvenes drogadictos, enfermos mentales, suicidas, al-
cohólicos, delincuentes adultos, asociales y marginados y otros grupos
vulnerables como, por ejemplo, los musulmanes franceses cuya inte-
gración sigue siendo precaria. René Lenoir era, bien es cierto, más
sensible que otros en su época a las causas colectivas de esta inadapta-
ción social y a la búsqueda de las formas de prevención, pero hay que
subrayar que esta simple yuxtaposición de categorías «objeto» de la
asistencia social era muy reveladora de la tendencia entonces muy ex-
tendida de dividir lo social y la pobreza en muchos problemas especí-
ficos que podía encontrar la gente en su vida cotidiana.
Como reacción contra esta tendencia psicologizante de la asistencia
social, se desarrollaron en los años setenta tesis críticas con las funciones
reales del trabajo social. En realidad, podemos distinguir dos corrientes
de pensamiento: una corriente inspirada en los trabajos sobre la escue-
la como instrumento de reproducción social que analiza el trabajo so-
cial como continuación del aparato del Estado al servicio de la clase do-
minante y una corriente vinculada a los trabajos de Michel Foucault
que describe la acción social como un instrumento autoritario de vigi-
lancia de las masas trabajadoras y de imposición de normas.
La primera corriente puede ilustrarse con el libro de Jeannine
Verdés-Leroux, que considera que los trabajadores sociales, víctimas de
su etnocentrismo de clase, analizan los rasgos característicos de las ca-
tegorías populares en términos patológicos 69. Para imponer su sistema
de valores e imponerse a una población que constituye el objetivo del
servicio social, ejercen, a semejanza de los maestros con sus alumnos de
LA POBREZA MARGINAL 169

las capas desfavorecidas, una violencia simbólica. Esto tiene como efec-
to, entre otros, encasillar en la asistencia a la fracción inferior y no cua-
lificada de la clase obrera y proceder así a su segregación. Los «asistidos»
están, en su opinión, continuamente dominados y pasivizados por el
encasillamiento del que son objeto 70. De este modo pierden toda su
conciencia colectiva.
La segunda corriente puede ilustrarse con el libro de Jacques Don-
zelot sobre la acción social normalizante hacia las familias. El autor es-
tudia en una perspectiva histórica de qué forma lo «social», en el senti-
do de las técnicas de control y de imposición de normas, ha ocupado
progresivamente el cuerpo, la salud , las formas de alimentarse y de vivir,
las condiciones y el espacio de vida de las familias 71. Antes de este libro,
Jacques Donzelot había participado en la preparación de un número es-
pecial de la revista Esprit cuyo título, «Pourquoi le travail social?», re-
flejaba ya por sí solo el tono crítico de estas profesiones de lo social que
se asimilaban a una función de vigilancia y de mantenimiento del orden
social. El autor presentaba especialmente casos de personas que habían
sido enviadas por los asistentes sociales al psiquiatra por motivos apa-
rentemente sin relación con la enfermedad mental. La simple sospecha
de no buscar activamente un trabajo podía interpretarse, en su opinión,
como expresión de problemas de comportamiento y justificar, a veces
con la complicidad del entorno, una hospitalización de larga dura-
ción 72. Aunque estas dos corrientes críticas, apoyadas por su parte en
prácticas militantes, suponían diferencias de interpretación, se pon-
drían de acuerdo para hacer del trabajo social un instrumento de con-
trol de las poblaciones mediante los aparatos del Estado y la utilización
de técnicas históricamente desarrolladas en los límites de la justicia y la
psiquiatría 73
Estas tesis con intención de denuncia contribuyeron a desestabilizar
las ideologías de referencia de los trabajadores sociales y están, al menos
parcialmente, en el origen de una búsqueda de modos de intervención
más colectivos y menos estigmatizadores para sus destinatarios. De
este modo alimentaban la utopía de un trabajo social comprometido y
anclado en la sociedad civil 74. En cualquier caso es sorprendente
constatar que estas corrientes críticas que tuvieron su apogeo durante
los años setenta se debilitaron -e incluso desaparecieron- en los
años ochenta cuando la acción social se enfrentó al fenómeno de la
1,70 VARIACIONES

«nueva pobreza». Hay que decir que la afluencia masiva hacia los ser-
vicios sociales de jóvenes sin recursos y sin empleo y de parados que ha-
bían agotado la subvención contribuyó en gran medida a reorientar las
intervenciones sociales. De pronto, el enfoque psicologizante ya no
servía para responder a todos los problemas, fundamentalmente eco-
nómicos, a los que se enfrentaban las nuevas poblaciones precarizadas.
Sería exagerado decir que el lenguaje de la inadaptación social desde fi-
nales de los años setenta hasta nuestros días ha desaparecido completa-
mente, pero está claramente menos presente. Así pues, se ha corres-
pondido con una fase en la cual la pobreza se había convertido, al
menos en las representaciones sociales, en un fenómeno minoritario.

Una intervención social individualista

En el capítulo 2 hemos visto que es posible diferenciar dos modos de


intervención social: el modo burocrático y el modo individualista. El
primero corresponde a la lógica de la aplicación del derecho en el sen-
tido de igualdad de los ciudadanos. El interventor social respeta las li-
mitaciones administrativas que se le han dado. El segundo se basa en la
búsqueda más adaptada a cada caso concreto. El interventor social
puede apoyarse en una amplia paleta de posibilidades de acción que él
adapta a las personas con dificultades según su propia evaluación de sus
problemas. Un modo de intervención social individualista no se ejerce
siempre de forma discrecional, especialmente cuando el derecho social
es muy preciso, pero puede derivar hacia comportamientos de este
tipo, sobre todo cuando el margen de interpretación que se deja a los
agentes es grande y deben decidir por sí mismos la legitimidad de las
demandas de ayuda solicitadas. Estos dos modos de intervención social
pueden coexistir en un mismo país. Las decisiones que se tomen pue-
den ser, según las épocas y el tipo de problemas sociales que haya que
resolver, más o menos de naturaleza burocrática o de naturaleza indi-
vidualista. Está claro que la tendencia psicologizante de la acción social
de los años sesenta y setenta en Francia se parecía más a un modo de in-
tervención individualista, pero estas prácticas podían inscribirse en un
modo de gestión burocrática de la acción social en general que sigue
siendo característica del sistema social francés.
LA POBREZA MARGINAL 171

Como ya hemos subrayado, el modo de intervención individualis-


ta remite casi inevitablemente a una forma de intrusión del trabajador
social en la vida privada de los asistidos. Para evaluar de forma precisa
la legitimidad de las demandas de ayuda y buscar soluciones adaptadas
a las necesidades individuales, el trabajador social está a la espera de
cualquier información susceptible de iluminar su juicio. Así pues,
existe un riesgo real de estigmatización de los más pobres. Algunos de
entre ellos salen con la etiqueta ignominiosa de «casos sociales » que re-
fleja a menudo una complicada mezcla de peritaje social y de juicio
moral.
El modo de intervención individualista se aplica sobre todo en los
países donde la asistencia tiene -o se supone- una función residual
en el sistema de protección social. Este modo de intervención se de-
muestra muy rápidamente inadaptado para encargarse de un porcentaje
importante de población. Podemos retomar el ejemplo de Alemania y
de los países escandinavos.
Alemania es, como sabemos, un país federal descentralizado. El re-
parto de competencias políticas entre las instituciones territoriales ofre-
ce una gran autonomía a los Ldnder tanto en el ámbito de las iniciativas
legales como en el de la puesta en práctica de las políticas sociales.
Esta tendencia a la división de competencias políticas y administrativas
se acentúa aún más por la acción de los cantones, cuyo poder en ma-
teria de legislación social no es menor. El régimen de asistencia alemán
constituye el fundamento de los ingresos mínimos. Se caracteriza por
una gran individualización de la ayuda. Así, el artículo 3 de la «Ley fe-
deral de asistencia social» de 1961 afirma: «La forma de asistencia social
se adapta a la particularidad de cada caso individual, ante todo a la per-
sona, a sus necesidades y a su situación local. Los deseos del beneficia-
rio deben tenerse en cuenta siempre que no supongan un coste suple-
mentario». Este sistema presenta la ventaja de permitir al mismo
tiempo atribuir derechos elementales básicos a cada persona que se
encuentre en situación de pobreza y de garantizarle, en su caso, ayudas
complementarias según sus necesidades particulares : el análisis de cada
caso individual por el organismo de ayuda social puede suponer el
pago de prestaciones únicas, de complementos para necesidades suple-
mentarias o de abono de los gastos de vivienda. Los organismos públi-
cos de asistencia social deben asimismo proporcionar apoyo y asistencia-
172 VARIACIONES

consejo a los prestatarios para ayudarles a superar las situaciones de de-


pendencia respecto a dichas prestaciones.
Según Franz Schultheis , «la filosofía subyacente a la ayuda social ale-
mana prevé hacerse cargo globalmente de la situación personal ( condi-
ciones de vida materiales, sociales y psicológicas ) del solicitante de la
ayuda y -si se quiere- una especie de hacerse cargo "a medida" de sus
problemas para que pueda recuperar su independencia con mayor efi-
cacia . Esta lógica se vuelve a traducir en un gran número de ayudas es-
pecializadas previstas por el derecho social alemán y especificadas en
guías legislativas de varios centenares de páginas» 75.
De este modo , el trabajador social puede evaluar las necesidades del
receptor en todos los aspectos de su existencia : vestido , alimento, vi-
vienda, salud , etc. El sistema alemán de asistencia , basado en una lógi-
ca de necesidades , puede parecer al mismo tiempo muy rico en solu-
ciones adaptables al individuo y relativamente generoso . Sin embargo,
los informes etnográficos de las encuestas sobre el funcionamiento de
los servicios sociales en Alemania han hecho hincapié en varias ocasio-
nes en el carácter inquisitorial del trabajador social en el ejercicio de su
misión y la humillación sufrida por los receptores durante esta expe-
riencia.
El principio de descentralización e individualización se aplica tam-
bién en materia de política de inserción . Se han intentado distintas ex-
periencias de ayuda al trabajo en el marco de la asistencia social. La ley
exige a los ayuntamientos que creen oportunidades de empleo para las
personas que solicitan ayuda , en particular para los jóvenes parados.
Este sistema impone a los actores sociales la obligación de buscar todas
las soluciones posibles a partir de los recursos de los que disponen lo-
calmente , conforme a los principios nacionales de asistencia social.
Los trabajadores sociales evalúan a continuación las necesidades de los
beneficiarios caso por caso.
El modo de intervención individualista , cuando se lleva al extremo,
como ocurre en Alemania , implica un control del conjunto de las ca-
racterísticas del modo de vida y los valores morales de cada indivi-
duo, lo que puede parecer antinómico con el principio del respeto a la
autonomía y la vida privada. Este funcionamiento de la asistencia social
se considera en la actualidad bastante inadaptado . El economista ale-
mán Richard Hauser, especialista en pobreza, manifestaba ya a princi-
LA POBREZA MARGINAL 173

pios de los años noventa un punto de vista crítico: «La individualiza-


ción supone que sepamos exactamente cómo ayudar a una persona, que
la conozcamos por dentro. Esto ya no se corresponde con la autonomía
del ciudadano. Más vale decir: "Aquí tiene 200 marcos, gástelos como
mejor sepa" que: "¿Realmente necesita esto o lo otro?"» 71. Hauser pre-
conizaba de este modo una definición más global de las ayudas. En los
años noventa, el crecimiento del número de beneficiarios de la asisten-
cia social fue tal que este sistema encontró muy rápidamente sus pro-
pias limitaciones: los trabajadores sociales no podían dar respuesta a las
demandas aplicando de forma estricta el principio de «a medida». Por
otra parte, muchas ciudades alemanas tuvieron en ese periodo dificul-
tades financieras y recortaron el importe de las ayudas. Estas reduccio-
nes se justificaron a menudo públicamente por la voluntad de luchar
contra las prácticas fraudulentas de algunos beneficiarios que se apro-
vechaban de la generosidad del sistema. El modo de intervención in-
dividualista sigue siendo sin embargo la base de la intervención social
en Alemania; de ahí la diferencia creciente entre los principios de la ley
y las prácticas de los servicios y trabajadores sociales.
Los países escandinavos se aproximan igualmente al modo de inter-
vención individualista. La definición de las ayudas concedidas responde
a menudo a una lógica de necesidad. Yvar Lodemel ha estudiado en pro-
fundidad el sistema de asistencia tal como funciona en su país, Noruega,
comparándolo con el sistema inglés 77. La conclusión del estudio fue una
paradoja. Mientras que Noruega, como otros países escandinavos, posee
un sistema de protección social basado en el principio más completo de
universalidad de los derechos, la esfera de la asistencia no deja de estar
marcada por prácticas humillantes respecto a la franja de población
que se beneficia de ellos. Puesto que los pobres que se consideran «me-
recedores», especialmente ancianos y minusválidos, han sido absorbidos
en cierto modo por el sistema de seguro, los trabajadores sociales inter-
vienen entre los otros pobres y tienen el poder de decidir si se les con-
cede o deniega la ayuda solicitada. Hay un gran riesgo de que estos po-
bres que constituyen una franja residual de la población puedan ser
sospechosos de no merecer la ayuda. Entonces se les trata como a per-
sonas para quienes el derecho a la asistencia no es automático. Esta
dualización del trato que corresponde a una operación de filtrado de los
pobres ha contribuido a aumentar el estigma de la asistencia. La para-
1,4 VARIACIONES

doja parece aún mayor cuando un sistema de asistencia como el inglés,


organizado de forma mucho más burocrática -y por tanto más anóni-
ma- y que se hace cargo de la pobreza de forma claramente menos re-
sidual que el sistema noruego, parece haber reducido el riesgo de estig-
matización. Aunque los pobres que reciben asistencia en Gran Bretaña
tienen un estatus social desvalorizado, como ocurre en la mayoría de las
sociedades, forman un grupo numeroso que hace más difícil una inter-
vención social individual. La distinción entre «merecedores» o «no me-
recedores» es por ello más difícil de establecer 78.
Sin embargo, no debemos considerar el sistema noruego de asisten-
cia como ejemplo típico de los países escandinavos. El análisis detalla-
do de estos sistemas lleva a subrayar las diferencias que subsisten entre
ellos 79. En Finlandia y Dinamarca el nivel de las ayudas se define para
todos por igual, mientras que en Suecia y en Noruega se establece lo-
calmente. Está recogido en las leyes nacionales de Finlandia y Dina-
marca. En Suecia depende de un reglamento local encuadrado en las
recomendaciones nacionales, mientras que en Noruega depende com-
pletamente de la decisión municipal. Hay pues muchas diferencias re-
gionales en Suecia y aún más en Noruega. Observemos por último que
el acceso a la asistencia depende de criterios de elegibilidad variables que
a menudo se dejan a la apreciación de los trabajadores sociales, espe-
cialmente en Noruega y en menor medida en Suecia.
A pesar de estas diferencias, la paradoja estudiada por Ivar Lr demel
vale, en mi opinión, para todos los países escandinavos. Hay un riesgo
mayor de estigmatización de las personas que reciben asistencia cuando
ésta se considera un complemento residual de un tratamiento global y
preventivo de la pobreza que consiste en inscribir al mayor número po-
sible en la esfera más amplia posible del seguro. Podemos decir enton-
ces que esta estigmatización es en cierto modo el reverso de la medalla.
En un sistema que pretende la universalidad de los derechos, los asisti-
dos sólo pueden considerarse una anomalía. Ellos reflejan por sí solos el
umbral sin duda infranqueable de la erradicación de la pobreza.
CAPITULO 5

LA POBREZA DESCALIFICADORA

Cuando el estatus social de las personas se basa en gran parte en su par-


ticipación en la actividad productiva y en los intercambios de la eco-
nomía moderna, el desempleo tiene muchas posibilidades de conver-
tirse -para aquellos que lo sufren- en un desclasamiento o en un
sentimiento de fracaso, especialmente cuando su duración se prolonga.
También supone muy a menudo una degradación del nivel de vida, un
debilitamiento de la vida social, una marginación respecto a los demás
trabajadores; todos estos efectos pueden acumularse y llevar a una si-
tuación de extrema pobreza en el límite de la ruptura social. Por este
motivo corresponde más bien a un proceso de descalificación social que
a una situación estable. Dado que cuestiona, al menos parcialmente, a
la sociedad en el sentido de.que fragiliza los modos de integración so-
cial, este fenómeno moviliza a los investigadores en ciencias sociales. Es
asombroso comprobar que las primeras grandes encuestas sociológicas
del siglo xx datan de los años treinta, un periodo de crisis económica en
el que el desempleo había alcanzado cifras elevadas '. Esta cuestión
fue objeto de menos estudios durante el periodo de prosperidad eco-
1 -6 VARIACIONES

nómica de posguerra. En periodos de pleno empleo los investigadores


se preocupan sobre todo por los cambios técnicos , sociales y culturales
y sus efectos en la estructura social de las sociedades occidentales. Du-
rante este periodo la cuestión de la pobreza era, como hemos visto,
completamente secundaria . Sólo a finales de los años setenta se reem-
prendieron los estudios sobre el paro y la «nueva pobreza » tanto en eco-
nomía y sociología z como en el campo de la política social.
El concepto de descalificación social se elaboró en los años ochenta.
Se refiere al proceso de expulsión del mercado del empleo de numero-
sas capas de la población y a las experiencias respecto a la asistencia en
sus distintas fases . Al mismo tiempo hace hincapié en el carácter mul-
tidimensional , dinámico y evolutivo de la pobreza y en el estatus social
de los pobres que se acogen a la asistencia. Existe una correspondencia
entre este concepto de descalificación social , tal y como lo elaboré en
mis primeras investigaciones , y el tipo ideal de la pobreza descalificado-
ra considerada en este libro como una forma específica de la relación
entre una población pobre en función de su dependencia respecto a los
servicios sociales y el resto de la sociedad. Sin embargo , la definición del
concepto fue anterior a la del tipo ideal. Al elaborar la definición del
primero adoptando un enfoque comparatista se fue imponiendo poco
a poco la definición del segundo . En otras palabras, la definición pri-
mera del concepto se sometió a la prueba de las encuestas empíricas, es-
pecialmente en encuestas europeas realizadas durante los últimos años.
Ahora bien , el resultado de esas comparaciones sobre las representa-
ciones sociales y las experiencias de la pobreza y el análisis de sus fac-
tores explicativos me llevaron a elaborar tres tipos diferentes de relación
social con la pobreza entre los que estaban el de pobreza descalificadora.
El aumento de la solicitud de asistencia que caracteriza a este último
se explica por tres factores principales: un nivel elevado de desarrollo
económico asociado a un fuerte deterioro del mercado de trabajo; una
mayor fragilidad de los vínculos sociales, en particular en el ámbito de
la sociabilidad familiar y de las redes de ayuda privada , y un Estado
de bienestar que garantiza al mayor número de gente un nivel avanza-
do de protección , pero cuyos modos de intervención entre las pobla-
ciones desfavorecidas se demuestran en gran parte inadaptados. Este
proceso lleva a una mayor diversificación de los pobres , ya que son más
numerosos y proceden de distintas categorías sociales , a experimentar la
LA POBREZA DESCALIFICADORA 177

precariedad y el paro que les expulsa , poco a poco , a la esfera de la inac-


tividad y de la dependencia , en la que se les asimila a otros pobres que
han tenido trayectorias diferentes.
El objetivo de este capítulo no es diferente de los dos anteriores. Al
igual que para la pobreza integrada y la pobreza marginal, nos apoyare-
mos en datos procedentes de encuestas comparativas . Trataremos de
compararlas con el tipo ideal de pobreza descalifzcadora . Estudiaremos
en primer lugar cómo se transformó la relación social en los principales
países europeos a partir de finales de los años setenta . Pondremos es-
pecial atención en el aumento de la inseguridad social y cuáles son sus
características. En una segunda parte se analizarán las formas de acu-
mulación de dificultades y desventajas comparando varías categorías de
población , lo que nos llevará al análisis del fenómeno de concentración
espacial de la pobreza y al estudio comparativo de la experiencia del de-
sempleo . Finalmente estudiaremos las respuestas dadas por los poderes
públicos en las dos últimas décadas intentando discernir sus tendencias
generales y también sus límites.

El retorno de la inseguridad social

Sería inútil extendernos sobre las formas de degradación del mercado de


trabajo desde la primera crisis petrolífera. Recordemos simplemente que
el número de parados pasó en Francia de 500.000 a principios de los
años setenta a casi 3 millones a principio de los noventa. Los parados
representaban menos del 4% de la población activa en 1975 y un
12% en 1994. A pesar de la importante reducción de finales de los no-
venta , el paro seguía siendo en 2004 de casi un 10%. Así pues, pasamos
de un desempleo prácticamente residual a uno masivo que algunos
han denominado desempleo de exclusión. Francia no fue el único país
afectado por este fenómeno. Todos los países europeos y Estados Uni-
dos se tuvieron que enfrentar, en proporciones variables, a la pérdida de
empleos y a un aumento considerable del número de parados. Sin em-
bargo , el paro no es la única característica de este deterioro del merca-
do de trabajo. También hemos asistido a una multiplicación de los
empleos precarios y del trabajo a tiempo parcial , lo que se denomina
«subempleo». Además, el riesgo de perder el trabajo ha aumentado
178 VARIACIONES

considerablemente, especialmente en las empresas en reestructuración,


hasta el punto de que se puede hablar de desestabilización de los em-
pleos considerados legalmente estables. Por último, las nuevas formas de
producción en flujos tensos, así como las políticas de flexibilidad de la
mano de obra, han creado un profundo malestar entre los asalariados.
La intensificación del trabajo se ha podido ver como una prueba de se-
lección permanente que consagra al fracaso a una franja de asalariados
y puede suponer su descalificación social progresiva en la empresa y, en
general, en el mercado de trabajo 3. Esta crisis de la «crisis de la sociedad
salarial», en expresión de Robert Castel 4 ha estructurado una nueva re-
lación social con la pobreza 5. Comencemos analizando las representa-
ciones sociales que la constituyen.

La representación de la pobreza como caída

En los países o regiones más pobres la pobreza se considera, como he-


mos visto, un estado permanente y reproducible y por consiguiente un
fenómeno casi inevitable e incorporado al sistema social. Cuando las so-
ciedades industriales avanzadas lograron, gracias al crecimiento econó-
mico, el pleno empleo y pudieron garantizar la seguridad y el bienestar
de la mayoría, la pobreza se consideraba, por el contrario, un residuo,
un vestigio casi exótico dentro de la sociedad de la abundancia. Pero
cuando estas sociedades «seguritarias» se enfrentaron al desempleo es-
tructural y a la precariedad en el trabajo, vieron cómo crecía rápida-
mente el número de personas asistidas, transformando la percepción de
la pobreza. La figura predominante era la de la «caída», es decir, el po-
bre desclasado que había perdido su estatus social o el pobre víctima de
las dificultades que antes no conocía.
Podemos comprobarlo retomando las respuestas a una pregunta
planteada en cuatro eurobarómetros dedicados a la percepción de la po-
breza y que ya hemos analizado anteriormente 6. Esta cuestión, recor-
démoslo, se dirigía a personas que habían declarado haber visto en su
barrio o en su pueblo a gente extremadamente pobre, pobre o con
riesgo de caer en la pobreza. Se les preguntaba a continuación si, en su
opinión, esas personas siempre habían estado en la misma situación o
si, por el contrario, habían estado en mejor situación anteriormente. La
180 VARIACIONES

empleo que en sociedades menos salariales, como los países del sur de
Europa. En las primeras , la conciencia del riesgo de perder la protección
que acompaña al empleo estable está en el origen de esta percepción.
En las segundas , la protección incorporada al empleo estable nunca ha
sido globalmente importante y siempre ha estado desigualmente re-
partida entre la población activa . Por esto la degradación del empleo no
tiene un efecto comparable en la percepción de la pobreza.
Pero la proporción de personas que consideran que la pobreza se su-
fre tras una caída varía también dependiendo del periodo de la en-
cuesta. En 1976 esta proporción estaba en su nivel más bajo. Las re-
presentaciones dominantes estaban muy marcadas por los treinta años
de crecimiento económico ininterrumpido que las sociedades europeas
habían tenido después de la Segunda Guerra Mundial. Constatamos,
efectivamente , que esta forma característica de la pobreza aumentó
mucho entre 1976 y 1993, cuando alcanzó el nivel máximo en todos
los países excepto en Alemania Oriental , y después tuvo una fuerte dis-
minución entre 1993 y 2001. Así pues parece que, bajo el efecto del de-
terioro del mercado de trabajo , la población es más sensible al aumen-
to de la población en situación de pobreza y a la caída social que
representa esta experiencia . Cuando la coyuntura mejora, esta percep-
ción se debilita ( para un análisis más profundo , véase el apéndice
«Cómo ven los europeos la pobreza », al final del libro).

El miedo a la exclusión

Si bien la pobreza se percibe como una caída que puede afectar a per-
sonas que viven en condiciones adecuadas , cuando no confortables,
también va asociada al riesgo de verse amenazado personalmente por
una perspectiva semejante . La pobreza descalificadora se traduce efecti-
vamente en una angustia colectiva casi incontrolable . En parte es por
este motivo por el que el debate sobre la exclusión ha adquirido una
creciente importancia en Francia desde principios de los años noventa.
Los demás países europeos se han mostrado a menudo sorprendidos
por ello. Efectivamente , esta idea no es tan frecuente en esos otros paí-
ses aunque la evolución de sus economías y de sus sistemas de protec-
ción social sea similar a la de Francia.
LA POBREZA DESCALIFICADORA 181

Se han dedicado varios sondeos a la relación de los franceses con la ex-


dusión. Una pregunta que se plantea regularmente desde principios de los
años noventa es la siguiente: «¿Le da miedo llegar a convertirse un día en
un excluido?». En 1993, el 53% de las personas encuestadas respondieron
que sí, lo que parecía una enormidad y casi desmesurado. Sólo el 2% de
los entrevistados no se pronunció, lo que en principio descartaba la hi-
pótesis de una desviación relacionada con la ausencia de respuesta. Po-
díamos preguntarnos si este resultado no se debía a algún acontecimien-
to concreto. Sin embargo, la encuesta se ha repetido cinco veces desde esa
fecha, en distintas estaciones del año (invierno, otoño, primavera), y la
proporción de personas que responden que sí a esta pregunta permanece
estable. El máximo de respuestas positivas se obtuvo en febrero de 1998,
con un 57%. El resultado nunca ha estado por debajo del 53% (véase la
tabla 5.1). Este resultado, estable en el tiempo, parece consolidado. Refleja
un fenómeno sociológico que hay que estudiar en profundidad.

TABLA 5. 1. El miedo a la exclusión en Francia de 1993 a 2004


Pregunta: ¿Le da miedo llegar a convertirse un día en un excluido? (%
de síes)
Octubre Septiembre Septiembre Febrero Febrero Mayo
1993 1995 1996 1998 2002 2004
Conjunto 55 53 53 57 55 53
Sexo
Hombre 48 47 49 55 50 47
Mujer 61 58 58 58 59 58
Edad
18 a 24 años 69 66 64 75 59 62
25 a 34 años 66 63 67 71 63 62
35 a 49 años 67 66 65 69 65 63
50 a 64 años 46 47 46 48 57 49
65 años y más 26 22 22 21 28 31
CSP*
Directivos 53 46 44 45 48 42
Mandos intermedios 65 50 64 63 57 50
Empleados 71 68 66 70 74 65
Obreros 70 74 69 78 57 72
Jubilados /inactivos 35 46 43 42 47 45

*CSP de la persona entrevistada, excepto en octubre de 1993: CSP del cabeza de familia.
FUENTE: Sondeo CSA, muestra nacional representativa de 1.000 personas mayores de edad.
182 VARIACIONES

Esta cifra que supera la mitad de la población tiene el efecto de ali-


mentar espontáneamente la reflexión sobre la sociedad dual: una Francia
dividida en dos partes casi iguales: por un lado la que gana, al abrigo de
cualquier amenaza de precariedad ; por el otro , la que pierde o podría
perder rápidamente su sitio, por su fragilidad económica o de relaciones.
No podemos evitar comparar este resultado con el estudio realizado
dentro del CERO' que diferenciaba, a partir de una encuesta de 1986-
1987, y entre la población activa, a los que tenían un empleo estable y
consideraban que no tenían el riesgo de perderlo (52%) de los que, en la
misma situación , temían por el contrario quedarse en el paro ( 28%), los
que tenían un empleo inestable (8%) y los parados ( 12%). Así pues, sólo
una de cada dos personas constituía la población activa « protegida».
Las encuestas confirman que el miedo a ser «excluido » afecta sobre todo
a personas en edad de trabajar : hasta los 50 años la proporción se sitúa
incluso en el 60 y 70%, mientras que después de 65 años es inferior al
30%. Podemos adelantar la hipótesis de que es sobre todo el miedo al
paro y la precariedad de los empleos lo que aviva esta angustia respecto a
la exclusión. Perder el trabajo en una sociedad que basa la diferencia de
estatus social en la participación en la producción de la riqueza colectiva
es, para muchos , un signo de inferioridad , de dependencia de los servi-
cios sociales y el inicio del proceso hacia la miseria.
Como cabía esperar, el miedo a la exclusión es claramente mayor en-
tre las mujeres que están , en igualdad de cualificación, más desfavoreci-
das que los hombres en el mercado de trabajo . Señalemos por último
que, aunque el miedo a la exclusión afecte sobre todo a obreros y asala-
riados , es decir, a las categorías que afrontan más riesgo de despido, tam-
poco perdona a los demás , es decir, profesionales medios y ejecutivos, lo
que refleja un malestar difuso en el conjunto de las personas activas.
Este miedo a la exclusión puede parecer excesivo. Tiene que ver
con el sentimiento de inseguridad que se extiende entre las numerosas
capas sociales . Pero plantear esta cuestión en países desarrollados, como
son los países europeos, puede parecer paradójico porque -como su-
braya Robert Castel- vivimos en las sociedades más seguras que nun-
ca hayan existido.
Las protecciones son civiles en el sentido de que garantizan las li-
bertades fundamentales y la seguridad de los bienes y las personas den-
tro de un Estado de Derecho . También son sociales en el sentido de que
LA POBREZA DESCALIFICADORA 183

cubren contra los principales riesgos susceptibles de suponer una de-


gradación de la situación de las personas, especialmente enfermedad, ac-
cidente, vejez, desempleo... En realidad, lo que es paradójico es que la
preocupación por la seguridad se haya convertido en una preocupación
popular en el sentido fuerte del término, mientras que las formas más
masivas de decadencia y violencia se han controlado en su mayoría. Ro-
bert Castel sugiere la hipótesis de que «la inseguridad moderna no sería
la ausencia de protección sino más bien su reverso, su sombra en un
universo social que se organiza alrededor de una búsqueda sin fin de
protección o de una búsqueda apasionada de la seguridad» $. Se trata de
un objetivo sin fin: la búsqueda de protección es infinita y suscita ine-
vitablemente una frustración perpetua. La inseguridad es pues el reverso
de la medalla de una sociedad segura. Si las sociedades modernas están
construidas sobre el sedimento de la inseguridad es porque los indivi-
duos que las habitan no encuentran, ni en ellos mismos ni en su en-
torno inmediato, la capacidad de asegurar su protección.
Para interpretar este malestar difuso, Pierre Bourdieu proponía que
se diferenciara entre la «miseria de posición» y la noción más corriente
de «miseria de condición» 9. A partir de numerosas entrevistas realizadas
a personas de distinta procedencia social, señalaba en efecto que la
«pequeña miseria» hecha de sufrimientos cotidianos correspondía a la
experiencia de la inferioridad social y se traducía en el sentimiento de
no ser lo suficientemente reconocido y apreciado dentro del espacio so-
cial de referencia de los individuos: «Esta miseria deposición, relativa al
punto de vista del que la sufre encerrándose en los límites del micro-
cosmos, está condenada a parecer "completamente relativa.", es decir,
completamente irreal, si, tomando el punto de vista del macrocosmos,
se compara con la gran miseria de condición; referencia cotidiana-
mente utilizada con fines de condena ("de qué te quejas") o de consuelo
("hay otros que están mucho peor"). Pero constituir la gran miseria en
medida exclusiva de todas las miserias supone dejar de percibir y com-
prender una gran parte de los sufrimientos característicos de un orden
social que sin duda ha hecho retroceder a la gran miseria (menos de lo
que se suele decir) pero que, al diferenciarse, también ha multiplicado
los espacios sociales (campos y subcampos especializados) que han
ofrecido las condiciones favorables a un desarrollo sin precedente de to-
das las formas de la pequeña miseria» 10. El miedo a la exclusión se al¡-
184 VARIACIONES

menta, efectivamente, de esa angustia por no recibir suficiente recono-


cimiento o, más exactamente, por ser reconocidos como inferiores a los
otros y, en consecuencia, convertirse poco a poco en «excluidos desde
dentro».
La inseguridad social remite en definitiva a dos sentidos distintos. El
primero es al que se refiere Robert Castel, es decir, la ausencia o al me-
nos el sentimiento de ausencia o de debilitamiento de las protecciones
frente a los principales riesgos sociales, especialmente el paro y la po-
breza. El segundo es parecido al que se refiere, al menos implícitamente,
Pierre Bourdieu cuando hace hincapié al mismo tiempo en las condi-
ciones en las que se constituyen en la actualidad las relaciones sociales y
en las formas de dominación que las caracterizan. En la primera acep-
ción la inseguridad social es resultado de la pérdida al menos parcial de
los apoyos sociales y, en la segunda, de una inferioridad socialmente re-
conocida que da origen a sufrimientos y diferentes problemas psicoló-
gicos, fundamentalmente la pérdida de confianza en sí mismo y el sen-
timiento de inutilidad. Tanto en un sentido como en el otro se trata de
una amenaza que pesa sobre el individuo y sus allegados.
Estos dos sentidos se vuelven a encontrar en el concepto de preca-
riedad profesional, según se tenga en cuenta la relación con el empleo o
con el trabajo como fundamento del análisis ". La relación con el em-
pleo remite a la lógica protectora del Estado de bienestar; la segunda, a
la lógica productiva de la sociedad industrial. El asalariado es frágil
cuando su empleo no es seguro y no puede prever su futuro profesional.
Es lo que ocurre con los trabajadores cuyo contrato de trabajo es de
corta duración y también con aquellos amenazados permanentemente
con el despido. Esta situación se caracteriza por una gran vulnerabilidad
económica y por una restricción, al menos potencial, de los derechos
sociales, puesto que estos últimos se basan en gran parte en la estabili-
dad del empleo. El asalariado ocupa, por ello, una posición inferior en
la jerarquía de los estatus sociales definidos por el Estado de bienestar.
En este caso podemos hablar de precariedad del empleo. Pero el asala-
riado es igualmente frágil cuando su trabajo le parece carente de interés,
mal retribuido y poco reconocido en la empresa. Puesto que su activi-
dad productiva no es valorada, se siente inútil. Podemos hablar enton-
ces de una precariedad del trabajo. Estas dos dimensiones de la preca-
riedad deben estudiarse simultáneamente. Hacen referencia a las
LA POBREZA DESCALIFICADORA 185

transformaciones profundas del mercado del empleo y también a los


cambios estructurales de la organización del trabajo 12.
De una forma más general , la tendencia a la autonomía en el trabajo y
a la individualización de los resultados conduce casi inevitablemente a
que los asalariados, independientemente de su nivel de cualificación y de
responsabilidad, intenten distinguirse dentro de su grupo, lo que au-
menta los factores posibles de rivalidad y de tensiones entre ellos más allá
de su pertenencia a una determinada categoría en la escala jerárquica de la
empresa. Además, aunque la mayoría de las empresas intenten aumentar
su flexibilidad, hay muchas diferencias de una empresa a otra, de forma
que el riesgo de perder el trabajo y vivir con este miedo se ha convertido
en un factor de desigualdad entre los asalariados. Dicho de otra forma, los
cambios en las formas de integración profesional, lejos de reducir las di-
ferencias, consagran la complejidad de la jerarquía socioprofesional y
fragilizan al mismo tiempo a una parte cada vez mayor de los trabajado-
res. Como hemos visto, esta inseguridad social no se focaliza en un gru-
po concreto. Aunque el riesgo de exclusión siga estando desigualmente re-
partido, la inseguridad social , en su doble sentido, es en muchos aspectos
transversal a la sociedad salarial y constituye en cierto modo el abono de
una nueva relación social con la pobreza, fundamentalmente diferente del
que caracterizó el periodo de los «Treinta Gloriosos».

La nueva cuestión social en Francia y Gran Bretaña

En los años ochenta y noventa el debate adquirió en Europa formas di-


ferentes. En algunos países ni siquiera tuvo lugar. En el capítulo ante-
rior hemos visto -tanto en Suiza como en Alemania y los países es-
candinavos- una fuerte adhesión de las autoridades públicas y de la
sociedad en su conjunto a la idea de que la pobreza seguía siendo un fe-
nómeno minoritario, que se combatía relativamente bien por parte de
las instituciones de acción social, por lo que era inútil hacer de ello un
tema de debate. Dos países europeos se diferencian de los demás por la
abundancia de estudios, debates y cambio de impresiones que el tema
ha suscitado: Francia y Gran Bretaña.
Se trata de dos países muy centralizados cuyo modo de regulación de
los problemas sociales se presta a debates de envergadura nacional. La
186 VARIACIONES

cuestión social se formula en ellos de forma diferente. La visión francesa


se inscribe sin ninguna duda en la tradición durkheimiana de la solida-
ridad orgánica que hoy se considera amenazada por el incremento de la
«exclusión ». La visión británica se basa en una idea diferente de la socie-
dad en la que las personas deben poder disponer de recursos suficientes,
no para evitar la marginalización, sino para afrontar la competencia con
los otros en un mercado abierto. En el primer caso, la sociedad antecede
a los individuos y debe regularse para permitir el bienestar de todos y la
cohesión del conjunto. En el segundo son los individuos quienes, al
aceptar la lógica del mercado y la competencia, deben ocuparse de sí mis-
mos para asegurarse la protección, aunque haya consenso en la opinión
de que debe ayudárseles mínimamente en caso de necesidad.
A pesar de esta oposición que a primera vista parece radical, es po-
sible aproximar estas dos visiones. En ambos casos la cuestión de la po-
breza remite a debates antiguos que han estructurado las representa-
ciones actuales y los modos de intervención. Desde el edicto de las leyes
isabelinas en el siglo xvi los británicos disponen de un sistema prácti-
camente nacional para tratar la pobreza 13. La abrogación de estas leyes
y los intentos de reforma de este sistema para adaptarlo a las condicio-
nes de la revolución industrial dieron lugar en el siglo XIX a numerosas
discusiones cuya proximidad con el debate actual es asombrosa. Los
franceses, por su parte, siguen fieles a la idea de una deuda nacional res-
pecto a los más débiles cuyo origen podemos encontrar en el siglo
xvlll, especialmente al principio de la Revolución francesa con la ex-
periencia del Comité de Mendicidad. Este último destacó la obligación
de la colectividad de garantizar medios adecuados de existencia a aque-
llos que no cuentan con recursos, poder ni estatus social. Dos siglos más
tarde, el voto de la ley sobre el ingreso mínimo de inserción supuso una
oportunidad para recordar este principio de solidaridad nacional 14
Por motivos históricos diferentes, esta cuestión sigue siendo, aún hoy,
en Francia y en Gran Bretaña objeto de múltiples discusiones , no sólo
entre los investigadores, sino también entre los políticos, a los que a me-
nudo se juzga en función de los resultados que obtienen en este campo
de la lucha contra la «pobreza» o la «exclusión».
Hay que reconocer asimismo que las realidades económicas de los
dos países son bastante similares : la fuerte degradación del mercado del
empleo, la precarización creciente de la mano de obra y el aumento del
LA POBREZA DESCALIFICADORA 187

paro tuvieron , especialmente en los años noventa, efectos sociales com-


parables 15. El número de beneficiarios del ingreso mínimo garantizado
no ha dejado de aumentar en el curso de los últimos años en los dos
países. El porcentaje total de la población dependiente de un sistema de
garantía de recursos en 1993 era del 10% aproximadamente en Francia
y del 17,4% en Gran Bretaña 16. Capas cada vez más numerosas de la
población, incluidos los jóvenes que nunca han trabajado, se ven re-
chazadas a la esfera de la inactividad y la asistencia. Las tasas de salida
de estos sistemas asistenciales siguen siendo bajas en su conjunto y, en
cualquier caso , claramente inferiores a las tasas de entrada.

Las nuevas formas de descalificación espacial

El miedo a la exclusión se alimenta también de la inseguridad urbana y,


al menos en Francia, de la cuestión de los barrios periféricos . El pro-
blema de la concentración espacial de la pobreza no es nuevo , pero se
ha hecho más visible en los años ochenta y noventa debido a los vio-
lentos enfrentamientos entre jóvenes furiosos y las fuerzas del orden en
numerosos barrios . Esta violencia es una expresión territorializada de la
descalificación social. Este concepto puede aplicarse efectivamente al
hábitat y a determinadas zonas de residencia. Podemos hablar pues de
descalificación espacial. Cuando varias familias en situación de preca-
riedad profesional -y susceptibles por tanto de quedar a cargo de los
servicios sociales- se concentran en el mismo barrio , hasta el punto de
que éste adquiera una mala reputación, tanto dentro como fuera, hay
un gran riesgo de que se desarrolle en ellos un proceso de deterioro de
los espacios colectivos y las relaciones sociales. La descalificación social
de las personas repercute en el entorno en su conjunto y contribuye a
hacer aún más evidente la segregación urbana.

La imagen del gueto

Mientras que los estudios sobre el gueto corresponden a una tradi-


ción antigua en Estados Unidos 1' y siguen alimentando hoy en día el
debate social y político 18, los trabajos comparativos sobre la segregación
188 VARIACIONES

urbana siguen siendo escasos en Europa'. Contrariamente a los so-


ciólogos americanos, que son sensibles a la discriminación racial y al
problema de los negros en particular, los sociólogos europeos urbanos
han estudiado preferentemente de forma cuantitativa la concentración
espacial de la pobreza. La cuestión étnica no se les ha escapado, pero ha
quedado normalmente en un segundo plano de sus preocupaciones. Las
comparaciones europeas se han topado con problemas metodológicos
relacionados con la dificultad de utilizar índices estadísticos compara-
bles para medir correctamente este fenómeno, mientras que en Estados
Unidos la división territorial homogénea realizada para el censo ha
permitido superar con más facilidad este obstáculo 20.
Aunque los trabajos europeos no sean comparables a los americanos,
debemos señalar sin embargo el uso frecuente del término «gueto» en
Europa para calificar la cuestión urbana de la pobreza y el problema de
los barrios periféricos. Este término ha tenido en Francia, especial-
mente desde finales de los años ochenta, una gran expansión tanto en el
discurso político como en los medios de comunicación y los informes
administrativos. A menudo se ha puesto el ejemplo de la América ur-
bana y de sus guetos para explicar, como un horizonte posible, la evo-
lución de algunos barrios. A veces bastaba con señalar problemas de de-
lincuencia en algún barrio para que se lo calificara de gueto. El uso
generalizado de esta palabra ha contribuido a menudo a ocultar las di-
ferencias de las formas de vida que pueden existir en las ciudades y los
distintos métodos de adaptación de sus habitantes. De este modo ha
servido más para dirigir la pobreza y la exclusión de una parte de la po-
blación que reside en ellos que para explicar sus mecanismos. Su uso se
basa en el sentimiento de inseguridad frente a la amenaza de un «esta-
llido social» que en un análisis objetivo de los hechos.
Hay un gran peligro de confusión cuando se emplea una expre-
sión de forma generalizada para explicar una realidad heterogénea. El
debate social precede entonces al análisis y contribuye a oscurecerlo o,
al menos, a hacerlo más delicado. Es en este sentido en el que conviene
mantener las distancias respecto al discurso tradicional sobre la crisis de
las periferias. Para analizar este proceso hay que liberarse de las falsas
evidencias que alimentan las opiniones espontáneas. Los investigadores
han subrayado, en varias ocasiones, el carácter equívoco de esta expre-
sión o de la de «segregación». Según Pierre Bourdieu, «hablar hoy de
LA POBREZA DESCALIFICADORA 189

"periferia problemática" o de "gueto" es evocar, casi automáticamente,


no "realidades", por otra parte muy desconocidas por aquellos que ha-
blan de ellas frecuentemente, sino fantasías alimentadas por experien-
cias emocionales suscitadas por palabras o imágenes más o menos in-
controladas, como las que transmite la prensa sensacionalista y la
propaganda o el rumor político» 21. Para él, no se trata de negar la
existencia de estos barrios desheredados, sino de romper con las falsas
evidencias y los errores inscritos en el pensamiento sustancialista de los
sitios analizando las relaciones entre las estructuras del espacio social y
las estructuras del espacio físico. Yves Grafineyer, por su parte, se ha de-
dicado a aclarar el concepto de segregación indicando que su uso es a
menudo fuente de malentendidos. En su opinión, se trata de una «no-
ción multiforme, sensible al contexto histórico y al modo intelectual,
categoría de análisis y categoría práctica al mismo tiempo, prenoción
llena de implicaciones e instrumento de medida, objeto de discusión
entre especialistas y reto de los debates públicos» 22.
Estas expresiones no aparecen sin embargo por casualidad. Los titu-
lares de la prensa son en ocasiones dramáticos y exagerados, pero tra-
ducen realidades observadas en algunos barrios de nuestras periferias 23.
Por tanto debemos esforzarnos por diferenciar la realidad de su cons-
trucción mediática y por analizar este fenómeno como un todo, lo que
implica la búsqueda de los factores y procesos que están en su origen.
Loic Wacquant, que ha realizado encuestas tanto en los guetos ame-
ricanos como en los barrios de la región parisiense, distingue cinco fac-
tores diferenciadores 24. El primero se refiere a la ecología social. En pri-
mer lugar, el tamaño no es comparable. El gueto de Chicago
comprende en la actualidad entre 400.000 y 700.000 habitantes y
ocupa varios cientos de kilómetros cuadrados, y los de Nueva York
cuentan con un millón de negros. Los barrios franceses están muy lejos
de alcanzar esas proporciones. Ninguno de ellos supera la décima par-
te del tamaño de uno de los guetos americanos. Conviene subrayar asi-
mismo que los barrios de Francia, incluso los más cerrados, raramente
funcionan de forma aislada por la diversidad del paisaje urbano en el
que se encuentran. Muchos de ellos se encuentran, efectivamente, jun-
to a zonas de chalés donde viven obreros o pequeñoburgueses. Esta
configuración se opone al gueto americano, que es en realidad una
«ciudad dentro de la ciudad», en el sentido en que contiene una red de
190 VARIACIONES

organizaciones propia y sus habitantes ejercen la parte fundamental de


su actividad . La segregación espacial es evidente en ellos.
El segundo factor de diferenciación resulta de la composición étnica.
Un gueto en Estados Unidos está compuesto generalmente de afroa-
mericanos , mientras que los barrios franceses se caracterizan por una
gran diversidad étnica. El modelo francés de integración se basó en la
negación a tener en cuenta las particularidades culturales , lo que ha
conducido a una mayor fluidez de nacionalidades en todo el territo-
rio 25. De acuerdo con este modelo , para evitar precisamente la forma-
ción de « guetos de inmigrantes » y también choques con la población,
las oficinas de HLM (vivienda protegida) hicieron todo lo posible por
diseminar a los inquilinos extranjeros.
El nivel de pobreza, tercer factor de diferenciación, es mucho más
alto en los guetos americanos . Casi la mitad de las familias viven por
debajo del umbral oficial de pobreza , y una mínima proporción de los
habitantes tienen un empleo remunerado. En Francia, el sistema de
protección social garantiza a las familias unos recursos . Como es sabido,
existen los mínimos sociales, el último de los cuales , el ingreso mínimo
de inserción , constituye una red de seguridad generalizada de la que ca-
recen muchos americanos.
El cuarto factor de diferenciación se refiere a la criminalidad, que en
Chicago o en Harlem no tiene comparación posible con la que reina en
los barrios franceses. La violencia pública no es comparable . En Francia
suele tomar la forma de pequeña delincuencia. Los robos a mano ar-
mada son infrecuentes , mientras que las peleas entre bandas y trafi-
cantes de droga se traducen de forma incesante en tiroteos en los guetos
americanos . El homicidio voluntario es la primera causa de mortalidad
entre los jóvenes negros . Cada año , varias decenas de niños mueren en
las proximidades de su instituto.
Por último , las políticas urbanas llevadas a cabo en Francia en los ba-
rrios desfavorecidos han permitido en su conjunto, a pesar de sus limi-
taciones , frenar o atenuar la degradación del entorno -se han realiza-
do muchos proyectos de rehabilitación-, lo que contrasta con el
retroceso considerable , a veces incluso la supresión , de programas de re-
habilitación y desarrollo urbano en los guetos americanos. Loic Wac-
quant concluye que hablar de «gueto » en Francia sólo dificulta aún más
una evaluación rigurosa de la situación de la comunidad negra en Es-
LA POBREZA DESCALIFICADORA 191

tados Unidos y de la trayectoria de las poblaciones marginadas de los


barrios populares franceses.
Si bien hay que señalar las diferencias entre el gueto americano y los
barrios franceses , tampoco hay que subestimar la crisis que hace estra-
gos en estos últimos . La crisis de los barrios llamados «sensibles» co-
rresponde al cuestionamiento de los remedios que se dieron a finales del
siglo xix al problema del hacinamiento de los pobres en las ciudades: la
estabilidad del empleo en las fábricas, el acceso a una vivienda próxima
al lugar de trabajo y el nacimiento del urbanismo social preocupado por
las normas de higiene y salubridad. Lo que en esa época permitió la
preservación del cuerpo social parece hoy como una renuncia o solu-
ciones inoperantes frente a los nuevos desafíos de la polarización social.
Jacques Donzelot ve certeramente en la crisis actual el efecto de la ló-
gica del ensimismamiento que conduce a la mayoría de las sociedades a
alejarse de sus fracciones menos recomendables : « Ya no es la sociedad
-dice- la que se encuentra invadida por los pobres, sino que es ella la
que se distancia físicamente y quien teme mezclarse; es ella quien im-
pone la ley política de la mayoría a esta minoría» Z6. Según Donzelot, las
barreras que separan las capas empobrecidas de las demás son al mismo
tiempo físicas ( relegación urbana), morales (búsqueda de seguridad en
espacios protegidos, al abrigo de la delincuencia y alejados de los cole-
gios de bajo nivel) y políticas (aumento del populismo defensor de
los derechos históricos de los franceses de pura cepa). Esta lógica del en-
simismamiento que se propaga en espirales sucesivas por toda la socie-
dad es además la expresión de una búsqueda de protección frente al au-
mento del sentimiento de inseguridad . Es al mismo tiempo causa y
consecuencia de la pobreza descalifzcadora.

Las zonas urbanas «sensibles»

Una de las características de la pobreza descalificadora es que afecta de


forma difusa a franjas potencialmente numerosas de la población. El
proceso de descalificación social se traduce , entre otros efectos, en una
concentración de familias desfavorecidas en algunos barrios susceptibles
de convertirse por ello en lugares prioritarios para la intervención social.
Mientras que en los años sesenta numerosas familias obreras, que hasta
192 VARIACIONES

entonces vivían en alojamientos insalubres o en barrios de aluvión,


pudieron acceder a mejores casas y se instalaron en barrios nuevos de
viviendas protegidas considerados entonces como símbolo del bienestar
y del progreso, hemos podido constatar, sobre todo a partir de los
años ochenta, es decir, veinte años después, un proceso inverso de
descalificación social de estos mismos espacios caracterizados por la par-
tida de numerosas familias y la concentración de hogares con dificul-
tades 17. Varias encuestas realizadas en Francia han permitido apreciar la
amplitud de este fenómeno. Hacia mediados de los años setenta un es-
tudio realizado en Reims había permitido analizar todas las dificultades
que encontraban las familias pobres de esta ciudad e identificar los
barrios más afectados`. Se constató la gran concentración en el espacio
de familias económicamente pobres y de niños que se consideraban ina-
daptados por las carencias familiares en la educación o por deficiencias
intelectuales. El autor concluía que estas familias relegadas a los barrios
periféricos, donde no molestaban al resto de la población, solían estar
excluidas del mercado de trabajo y posiblemente verían a sus hijos
condenados a su vez a reproducir la vida de sus padres sin la esperanza
de «arreglárselas».
Al profundizar en la encuesta nacional del INSEE 1986-1987 «Con-
diciones de vida de las familias», cuyo objetivo era estudiar de forma
multidimensional las situaciones de los desfavorecidos, se pudo analizar
la acumulación de desventajas en las viviendas de aspecto pobre Z9. Los
encuestadores debían dar su primera impresión sobre el aspecto exterior
del inmueble antes de cruzar la puerta de la vivienda de la persona a la
que iba a entrevistar. Debían decir si las personas que vivían en el in-
mueble eran muy ricas, ricas, de ingresos medios pero acomodados,
ingresos medios pero más bien justos, pobres o muy pobres. Sin que sea
posible identificar a partir de este tipo de información los barrios des-
heredados -el inmueble habitado no refleja forzosamente el estatus so-
cial del barrio-, el aspecto exterior del lugar es un indicador esencial de
las diferencias sociales. Presenta incluso la ventaja de analizar las formas
territoriales de diferenciación social a un nivel más fino del que permiten
las divisiones administrativas ordinarias. Por otra parte, al recurrir a la
opinión espontánea de los encuestadores procedentes de un mismo
ambiente social 30, se introducía en la propia idea de indicador los crite-
rios sociales, objetivos y subjetivos a la vez, a partir de los cuales se per-
LA POBREZA DESCALIFICADORA 193

ciben las desigualdades. Los resultados obtenidos permitieron compro-


bar que el aspecto exterior de la vivienda es un factor muy discrimina-
dor. De este modo pudimos constatar, a gran escala, que las personas
que viven en inmuebles de aspecto pobre se enfrentaban, en proporcio-
nes claramente superiores a la media, a la inestabilidad del empleo y al
paro, también tenían en conjunto una sociabilidad familiar menor (fue-
ra del hogar) y posibilidades claramente menores de poder recibir ayuda
de sus allegados en caso de necesidad acuciante. Sus dificultades finan-
cieras eran más graves, y su participación en la vida asociativa, clara-
mente menos intensa. A la pobreza exterior de la vivienda se unen, en
consecuencia, numerosas desventajas que se acumulan hasta el punto de
hacer más aleatorias las posibilidades de participación en la vida econó-
mica y social, sobre todo en el contexto actual de degradación del mer-
cado de trabajo. Podemos hablar de un engranaje que puede llevar a la
extrema pobreza y a la ruptura de los lazos sociales.
Durante los años ochenta y noventa se realizaron en Francia varios
estudios sobre los barrios desfavorecidos para responder concretamen-
te a la necesidad de conocimientos sobre la política de las ciudades. Nos
dimos cuenta de que los barrios que se consideraban prioritarios en el
marco de esta política presentaban todas las características de los barrios
desheredados 31. Formaban parte del proceso de desarrollo social de los
barrios (DSOJ o eran objeto del convenio de los barrios, lo que signi-
ficaba, entre otras cosas, que habían sido reconocidos por los poderes
públicos y la población que residía en ellos como lugares relegados
que necesitaban múltiples actuaciones realizadas junto con el Estado, las
colectividades locales, las diversas instituciones de asistencia social y las
asociaciones de usuarios. Estos barrios que ahora denominamos zonas
urbanas sensibles (ZUS) están situados casi siempre en zonas desfavo-
recidas. Alejadas del centro de la ciudad y a veces mal comunicadas por
el transporte público, también suelen estar separadas del resto de la
aglomeración por infraestructuras viarias o ferroviarias y construidas fre-
cuentemente bajo el paso de líneas de alta tensión. Su arquitectura se
caracteriza por la yuxtaposición de «barreras» y «torres» y la mayoría son
viviendas de protección oficial. Durante el censo de 1990 la tasa de de-
sempleo registrada en estos barrios era aproximadamente el doble que
en el conjunto de Francia (19,7% frente a 10,8%). El paro de larga du-
ración o los empleos precarios también eran más altos. El desempleo de
194 VARIACIONES

los jóvenes de 20 a 24 años era del 24% para los hombres y del 34%
para las mujeres, contra un 15 y un 25% respectivamente en Francia
metropolitana. Finalmente, y siempre después del censo, las familias ex-
tranjeras vivían frecuentemente en estos barrios: 18,3% de la población
contra un 6,3% en toda Francia. En algunos barrios, el porcentaje de
población extranjera era diez veces mayor que la de la ciudad en gene-
ral. Obsérvese además que los jóvenes estaban muy representados: un
habitante de cada tres tenía menos de 20 años, frente al 26% de media
de las aglomeraciones respectivas.
Los trabajos de Nicole Tabard han permitido, entre otras cosas,
comparar estos barrios prioritarios con el resto del territorio en función
de una escala socioespacial utilizada para clasificar 7.160 unidades
geográficas, cantones, comunas y barrios de grandes ciudades 32. Como
cabía esperar, los barrios dependientes de la política de la ciudad tienen,
en conjunto, un estatus socioespacial poco elevado. Sin embargo, ob-
servamos una fuerte desigualdad entre los barrios llamados sensibles. La
comparación de las ciudades de al menos 50.000 habitantes revela,
efectivamente, situaciones muy distintas: hay cuatro tipos de ciudades
dependiendo de la situación de sus barrios prioritarios respecto a los de-
más. El primer tipo ilustra perfectamente la situación de exclusión
socioespacial. Ya sean los otros barrios ricos o pobres, existe entre ellos
y los barrios dependientes de la política de la ciudad una gran desi-
gualdad según el estatus socioespacial. En ciudades como Pau y Brest,
por ejemplo, los barrios sensibles aparecen muy diferenciados del resto
del territorio comunal: están formados por un 80% de obreros, mien-
tras que los otros barrios de estas ciudades sólo cuentan con un 30%
aproximadamente. La proporción de parados oscila entre el 20 y el
30%, mientras que en el resto de la ciudad afecta al 7 u 8%. También
hay una mayor representación de familias numerosas, familias mono-
parentales, obreros no cualificados de origen extranjero y familias que
viven en vivienda protegida. El segundo tipo es el más extendido y res-
ponde a situaciones muy diversas. Representa la situación de ciudades
en las que los barrios sensibles se caracterizan por un estatus socioes-
pacial un poco más débil que los demás barrios pobres sin que pueda
hablarse de una división espacial o de aislamiento social. El concepto de
exclusión -y aún más el de gueto- no permite calificar estos barrios
sin ambigüedad. El tercer tipo está aún más alejado del primero en el
LA POBREZA DESCALIFICADORA 195

sentido de que permite identificar las ciudades donde los barrios priori-
tarios figuran entre los barrios pobres sin ser siempre los más desfavo-
recidos. En otras palabras, están poco individualizados según los crite-
rios socioprofesionales o demográficos habituales. Es el caso de
ciudades, como Roubaix por ejemplo, caracterizadas por una gran ho-
mogeneidad en materia de jerarquía espacial. En última instancia, mu-
chos otros barrios además de los mencionados dependen de la política
de la ciudad. Finalmente, en el cuarto tipo de ciudad la frontera entre
los barrios sensibles y los otros es aún más imprecisa. En algunos de
ellas, los barrios que dependen de la política de la ciudad tienen un es-
tatus socioespacial más elevado que los barrios vecinos. Esta configu-
ración es más frecuente en las ciudades mediterráneas. Según Nicole
Tabard, es probable que se trate de barrios en vías de enriquecimiento
de donde se excluye progresivamente a los más desfavorecidos.
Esta investigación nos llevó a preguntarnos, de forma más general,
sobre los mecanismos de identificación de los barrios sensibles. Parece
claro que si el estatus socioespacial de las comunas y los barrios es un
factor fundamental en el sentido de que permite tener en cuenta, de
forma objetiva, la concentración en el espacio de hogares desfavoreci-
dos, éste sigue siendo insuficiente para analizar el proceso de descalifi-
cación social del entorno.

La constitución de una identidad negativa

Un entorno socialmente descalificado no es resultado únicamente de la


concentración espacial de las familias desfavorecidas. Analizar el cúmulo
de desventajas a partir de indicadores es insuficiente para comprender
los mecanismos de la relegación. Hay que intentar estudiar los procesos
locales que conducen a calificar un determinado espacio urbano de «ba-
rrio en crisis» o de «barrio segregado», lo que implica prestar particular
atención a la formación de las identidades colectivas.
En la actualidad disponemos de varias monografías sobre los meca-
nismos de la descalificación social de los barrios de vivienda protegida.
Los primeros síntomas son casi siempre los mismos: partida de los in-
quilinos más acomodados para acceder a la propiedad o a viviendas más
adaptadas a su situación social y material (menos hijos a su cargo) y sus-
196 VARIACIONES

titucióri progresiva por familias de origen extranjero o en situación de


emergencia (precariedad profesional, divorcio o expulsión de su antigua
vivienda, etc.) 33. La rotación es, en algunos casos, muy rápida. Su ra-
pidez constituye un indicio de malestar social. En un barrio obrero de
Saint-Brieuc construido a principios de los años sesenta, pudimos
constatar una renovación de más de la mitad de los hogares entre 1980
y 1983 y, en 1986, casi el 70% de los habitantes eran conocidos y aten-
didos por los servicios sociales 34. La gran rotación de inquilinos cons-
tituye un obstáculo para el establecimiento de relaciones sociales dura-
deras entre ellos. Los vecinos más antiguos se sienten desvalorizados
respecto a los que se van y los nuevos habitantes -que se enfrentan rá-
pidamente a la imagen negativa del barrio- tienen tendencia a ence-
rrarse en sí mismos. Conviene subrayar también, aunque no sea la
causa principal, la degradación de las viviendas. Los defectos de los pi-
sos suelen ser reales -mala insonorización, problemas de calefacción,
humedades, etc.- e implican el mantenimiento regular, que los res-
ponsables de estas viviendas consideran muy caro. El deterioro de los
espacios colectivos es más preocupante: las fachadas están llenas de
graffiti, portales y escaleras sucios, los buzones partidos, los cristales ro-
tos. Estos signos indican una miseria moral y relaciones sociales basadas
en las desavenencias e incluso la violencia entre sus habitantes.
Parece como si sus habitantes, y en particular los adolescentes deso-
cupados, quisieran dar una imagen de la podredumbre de su barrio,
una podredumbre que se les pega a la piel y con la que se identifican.
De este modo también ellos participan en la construcción de la imagen
negativa de su barrio, reforzando los rasgos desvalorizantes. En realidad
se limitan a aplicarse a sí mismos la opinión de los demás, aquellos que
desde fuera designan el barrio como un gueto 35.
Cuando los habitantes de un barrio estigmatizado no intentan de-
fenderse colectivamente de la imagen negativa que les caracteriza -lo
que hoy parece frecuente-, hay que ver en ello, en primer lugar, la au-
sencia de un sentimiento de pertenencia al grupo unido por el mismo
destino. Los barrios prioritarios son, como hemos visto, de composición
social heterogénea. Es verdad que por motivo de la concentración de las
familias en situación precaria las diferencias objetivas entre los habi-
tantes no son muy grandes, especialmente para un observador externo,
pero existen. A veces incluso subjetivamente se perciben como muy
LA POBREZA DESCALIFICADORA 197

grandes. En el mismo barrio muchas familias pueden estar afectadas


por la descalificación social pero, sabiendo que este proceso comporta
diversas fases, esto no significa que se enfrenten al mismo tipo de pro-
blemas. Los que creen poder encontrar un empleo y salir del barrio por
sus propios medios tienen la sensación de no formar parte del mismo
mundo que los que viven en él desde hace muchos años y se comportan
como «asistidos». La constitución del orden jerárquico interno está, en
este caso, basada en el reconocimiento y el refuerzo del mínimo signo
de distinción social. El esfuerzo de diferenciación individual se opone
por consiguiente a la cohesión del grupo y hace improbable el naci-
miento de vínculos comunitarios.
Los modos de intervención social contribuyen también, en ocasiones
de forma involuntaria, a reforzar las diferencias sociales entre los grupos.
Por ejemplo, tras una revuelta en un barrio determinado, los medios
oficiales intentan identificar a los culpables. La idea de que hay un nú-
cleo de «cabecillas» o de «familias de peso» que siembran el desorden y
que bastaría con expulsarlas para que volviera la paz social se va exten-
diendo, y los propios habitantes, preocupados por su porvenir y em-
peñados en dirigir el descrédito hacia ese grupo potencial, se aferran a
ella sin contemplaciones. Podemos hablar nuevamente de cotilleo dis-
criminatorio 36 para explicar estas estrategias internas mediante las cua-
les cada habitante intenta hacer valer sus méritos entre los que les pa-
recen más próximos intentando descalificar a los demás. Este esfuerzo
de diferenciación individual se manifiesta igualmente en los compor-
tamientos respecto a los servicios de asistencia social. Algunas familias
intentan, efectivamente, tener una relación de favor con los trabajado-
res sociales tratando de que éstos reconozcan sus esfuerzos para «salir
adelante», lo que es otra forma de distinguirse de los que ellos deno-
minan «aprovechados» de la asistencia.
Estas relaciones sociales no se diferencian en lo esencial de las que
observamos en otros barrios, pero el carácter intolerable de la identidad
negativa de cada uno de los -habitantes de los barrios desheredados se
opone, en algunos casos, a cualquier cohesión del grupo y da la impre-
sión de una vida colectiva destrozada y de un mundo deshecho, propi-
cio a movimientos locales desorganizados.
En definitiva, plantear la cuestión del entorno socialmente descali-
ficado lleva a preguntarse no sólo sobre el cúmulo de desventajas en las
198 VARIACIONES

ciudades desheredadas, sino también sobre sus identidades y las rela-


ciones sociales que las caracterizan, lo que supone al mismo tiempo un
análisis global de los factores y las fases sucesivas del proceso de desca-
lificación social y una descripción de sus especificidades locales. Parece
claro que no es sólo la concentración de familias pobres en ciertos ba-
rrios lo que explica la constitución local de un entorno socialmente
descalificado. Algunas grandes urbanizaciones compuestas por familias
con ingresos modestos no plantean mayores problemas ni se designan
como «barrios de riesgo». Hay casos en los que la solidaridad se man-
tiene y en los que sus habitantes aúnan esfuerzos para ofrecer una ima-
gen positiva de sí mismos y de sus barrios. Por el contrario, la proxi-
midad espacial de familias que estando en su conjunto desfavorecidas
no conocen situaciones de pobreza idénticas -la fase del proceso de
descalificación social no es la misma para todos- se traduce a menudo
en un deterioro de la vida colectiva en el barrio o, en otras palabras, en
un debilitamiento generalizado de los lazos sociales. A la concentración
de familias pobres en el mismo espacio puede añadirse, en este contex-
to, un deterioro rápido de las relaciones sociales, una intervención más
regular de los actores externos -profesionales de lo social, represen-
tantes de los poderes públicos- para intentar arreglar los problemas se-
ñalados, lo que contribuye a estigmatizar globalmente a la población re-
sidente y a reforzar su convicción de que está relegada en un barrio
conocido por su mala reputación.
Con el fin de profundizar en este proceso, una encuesta realizada en
2003 en el distrito 20 de París entre una muestra de personas que per-
tenecían a barrios inscritos en el perímetro prioritario de la Política de
la Ciudad permitió estudiar la relación entre la imagen de los espacios
residenciales y la imagen de sí mismo a partir de una comparación mi-
nuciosa de los barrios y de las formas de adhesión o, por el contrario, de
rechazo que los individuos sienten respecto a su lugar de residencia 37.
Los resultados confirmaron que todas las personas y todos los territorios
no son iguales frente al efecto deletéreo de los lugares, incluidos los que
están dentro de un perímetro objeto de una división social y política
basada en la atribución de características negativas. El análisis mostró
que los síntomas de depresión son más numerosos y más intensos en las
zonas recientemente afectadas por el proceso de descalificación espacial.
En otras palabras, cuando la identidad negativa de un lugar se está
LA POBREZA DESCALIFICADORA 199

constituyendo, mayor es la angustia de sus habitantes. En los barrios


descalificados desde siempre, aunque sus habitantes no estén a salvo de
una serie de desventajas, a menudo cuentan con formas de resistencia al
estigma.
Estos análisis llevaron a subrayar la heterogeneidad de situaciones de
pobreza urbana y el carácter difuso del malestar social que reina en la
actualidad en los barrios designados como «sensibles». Esta crisis del te-
jido social urbano coincide en gran medida con la crisis del mercado de
trabajo, pero conserva sin embargo el rasgo particular de que es tam-
bién, independientemente del paro y de la precariedad profesional,
producto de las desigualdades socioeconómicas inscritas en el territorio.

La experiencia delparo y del aislamiento social

La pobreza descalificadora se traduce en una angustia colectiva y suscita


el debate social y político. Afecta pues a la sociedad en su conjunto y
amenaza en este sentido su cohesión interna. Las personas susceptibles
de tener dificultades en el mercado de trabajo y de verse expulsadas de
la esfera productiva son cada vez más numerosas . Se convierten en
sospechosas sociales y a veces se le niegan los servicios elementales que
se conceden a otras 38. Los arrendatarios adoptan una actitud compa-
rable refunfuñando al permitirles el acceso a una vivienda, incluso
cuando se trata de viviendas sociales. La mayoría exige garantías que las
personas en paro de larga duración no pueden proporcionar. En una
palabra, tanto al parado como al trabajador precario se les considera in-
solventes. Están descalificados socialmente. Por ello la ausencia de em-
pleo permanente supone para muchos una serie de pequeñas o grandes
humillaciones cotidianas.
La simple medida monetaria de la pobreza parece un indicador
muy ramplón para explicar este fenómeno tan difuso como multidi-
mensional. En la mayoría de las sociedades europeas el crecimiento del
número de asistidos ha coincidido con el aumento del desempleo,
pero, en general, la proporción de personas que reciben asistencia de al-
gún tipo por dificultades relacionadas con el empleo, la vivienda o la sa-
lud no ha dejado de aumentar en las últimas décadas. Aunque los es-
tudios comparativos europeos sobre la segregación urbana siguen siendo
200 VARIACIONES

poco numerosos, los que se han realizado sobre la experiencia del paro
han sido, por el contrario, más sistemáticos. A continuación analizare-
mos la correlación entre paro, pobreza y aislamiento social.

Cúmulo de desventajas

A menudo el paro se ha descrito por este motivo como un proceso de


acumulación progresiva de desventajas. Como hemos visto los estudios
han subrayado la degradación de nivel de vida además del debilitamien-
to de la vida social y la marginalización respecto a los demás trabajadores.
Sin embargo, existen diferencias importantes entre los distintos países.
¿Cuáles son los que se han visto más afectados por este proceso? La pri-
mera acumulación que podemos analizar es la que corresponde a la si-
tuación del parado que vive por debajo del umbral de pobreza. En ese
caso no sólo no ocupa un puesto de trabajo, sino que se ve obligado a vi-
vir con pocos recursos, lo que puede suponer una dificultad suplemen-
taria en la perspectiva de la búsqueda de trabajo. Si comparamos la tasa
de pobreza para el conjunto de la población de 18 a 65 años con la tasa de
pobreza de los parados, es lógico comprobar que la segunda es superior a
la primera en todos los países europeos (véase la tabla 5.2). El riesgo que

TABLA 5.2. Tasa de pobreza ( en el umbral del 60% de la mediana de


los ingresos de cada país) (en %)

Conjunto de la población Parados


de18a65años
Bélgica 9,1 33,9
Dinamarca 7,0 17,8
Francia 12,0 39,0
Alemania 7,3 30,2
Grecia 16,1 32,1
Irlanda 10,3 27,8
Italia 13,4 36,3
Países Bajos 9,8 32,1
Portugal 18,8 25,3
España 16,8 37,1
Reino Unido 9,6 42,8
FUENTE: Panel de Hogares Europeoss, 1996.
LA POBREZA DESCALIFICADORA 201

corren los parados de conocer la pobreza monetaria es bien real. Pero la


tasa de pobreza de los parados pasa del 17,8% en Dinamarca al 42,8% en
el Reino Unido, lo que confirma la incidencia del nivel de subvención de
los parados en el nivel de vida de estos últimos.
También podemos analizar el cúmulo de desventajas de los parados
a partir de la pobreza monetaria y del aislamiento social. Este último
puede apreciarse a partir de dos indicadores: el hecho de vivir solo y el
hecho de verse privado de contactos regulares con amigos. El primero
hace referencia a la sociabilidad primaria que se desarrolla dentro de la
familia; el segundo, a la sociabilidad secundaria y al vínculo de partici-
pación electiva (véase p. 86).
Estas dos formas de sociabilidad tienen una dimensión afectiva.
Sin embargo, deben estudiarse con prudencia. Un parado que vive
solo no es forzosamente un parado aislado. El hecho de vivir solo no es
siempre el resultado del desempleo. Estaremos de acuerdo, sin embar-
go, en que el parado que vive solo no puede beneficiarse del apoyo que
suele proporcionar la familia dentro del ámbito doméstico. De igual
forma, el parado que no tiene un contacto regular con amigos no tiene
por qué no tener amigos. Sólo podemos considerar la ausencia de estos
contactos regulares como un riesgo potencial de aislamiento.
Los resultados confirman que en Dinamarca sólo una muy baja
proporción de parados tienen la experiencia de la doble desventaja de
pobreza y aislamiento social (véase la tabla 5.3). Esto se comprueba in-
dependientemente del indicador de sociabilidad que se tenga en cuen-
ta. En los países del sur de Europa podemos observar una tendencia a
una débil acumulación de desventajas. Hay muy pocos parados pobres
que vivan solos, lo que viene a confirmar una vez más la hipótesis veri-
ficada en el capítulo 3 según la cual estos países se aproximan más a la
pobreza integrada. Los Países Bajos y Bélgica tienen un nivel intermedio
de acumulación de desventajas independientemente de la medida que se
tenga en cuenta. Los países donde la proporción de personas que tienen
una doble desventaja es mayor son el Reino Unido, Francia y Alemania.
Casi el 10% de los parados del Reino Unido y Alemania son pobres y
viven solos, y más del 20% son al mismo tiempo pobres y no tienen
contacto cotidiano con amigos. En Francia vemos una gran proporción
(28%) de parados pobres y mal integrados en una red de sociabilidad
formal.
02 VARIACIONES

TABLA 5.3. Parados pobres y socialmente aislados por país (en %)


Pobres y sin contacto
Pobres y viven solos
cotidiano con amigos

Modelo nórdico
Dinamarca 3,7 2,8
Modelo continental
Bélgica 4,0 13,8
Francia 4,4 27,7
Alemania 9,9 21,0
Países Bajos 5,7 18,3
Modelo liberal
Reino Unido 9,6 24,6
Irlanda 2,8 8,7
Modelo mediterráneo
Italia 0,6 14,9
España 0,7 7,4
Grecia 1,3 10,4
Portugal 0,0 14,9
NOTA: La pobreza se define a partir del umbral del 50% de los ingresos medios por unidad
de consumo.
FUENTE: Panel de Hogares Europeos (1.' oleada), 1994. No se dispone de datos para Suecia.

El caso de Alemania merece un estudio aparte. Vemos que la pro-


porción de parados que viven solos es elevada, así como la proporción
de parados pobres y sin contacto cotidiano con los amigos. Ahora
bien, en el capítulo anterior estudiamos cómo en ese país la pobreza se
había minimizado. Los poderes públicos defendieron incluso la idea de
que la pobreza no existía puesto que se luchaba contra ella eficazmente.
Podemos decir entonces que este país se caracteriza por una relativa
autonomía de las representaciones sociales de la pobreza respecto a las
realidades objetivas de este fenómeno. Las primeras parecen estar rela-
cionadas con las imágenes ventajosas del milagro alemán tanto en su
vertiente económica como social 39. Así pues, Alemania se acercaría
más bien a la pobreza marginal si nos refiriéramos a las representaciones
sociales, y a la pobreza descalifzcadora si tuviéramos en cuenta los pro-
cesos por los que un número creciente de personas se ven afectadas por
una mayor fragilidad de los lazos sociales y un cúmulo de desventajas.
Esta particularidad de Alemania explica por qué podemos hablar de ese
país tanto en el capítulo de este libro dedicado a la pobreza marginal
LA POBREZA DESCALIFICADORA 203

como en el consagrado a la pobreza descalifzcadora. Este ejemplo es


interesante en sí mismo porque demuestra que, aunque a menudo
existe una correspondencia entre las representaciones sociales y las ex-
periencias de la pobreza, ésta no es siempre sistemática.
Utilizando los datos del Panel de Hogares Europeos pudimos analizar
de forma longitudinal las relaciones entre paro , pobreza y aislamiento so-
cial40. El estudio consistió fundamentalmente en la búsqueda, a partir de
modelos permanentes , del efecto propio de la pobreza económica y del
aislamiento social sobre la probabilidad de salir del paro mediante el ac-
ceso a un empleo 4'. Resultó que el factor esencial de este proceso eran
los ingresos . Cuanto mayor es la situación de pobreza de los parados,
menos oportunidades tienen de acceder a un empleo. Este fenómeno va-
ría en intensidad dependiendo de los países, pero se puede comprobar
en cada uno de ellos, con la excepción de Portugal , donde los resultados
negativos no son significativos . Este resultado es tanto más significativo
por cuanto se obtuvo después de haber controlado las variables socio-
demográficas , como edad, sexo , situación familiar, nivel de formación y
salud. Por el contrario , las variables de aislamiento social no parecen te-
ner un efecto propio claramente identificable . Como hemos visto, pue-
den tener un sentido distinto dependiendo de las condiciones de socia-
lización familiar y las formas dominantes de la sociabilidad del país o la
región . Aunque estas variables no tengan un efecto propio sistemático,
esto no quiere decir que no tengan un papel en el cúmulo de desventa-
jas que caracteriza a los procesos de descalificación social . Ahora bien,
esta acumulación es más fuerte en unos países que en otros . Los países
del norte y los del sur están , por motivos distintos, menos expuestos que
los demás a esta conjunción de paro , pobreza y aislamiento social.

Fragilidad de los lazos sociales

En la última encuesta europea sobre la pobreza y la exclusión social pu-


dimos estudiar otro indicador de aislamiento social en relación con el
lugar de residencia 42. Se trata de la dificultad para tener amigos donde
se vive. Pudimos comprobar que, en igualdad de condiciones, y de for-
ma estadísticamente significativa, los parados suelen tener más dificul-
tades que las personas activas. También pudimos comprobar que hay
204 VARIACIONES

un efecto estadísticamente significativo de la pobreza en varios países


del norte, especialmente en Alemania ( Oriental y Occidental ), Francia,
Gran Bretaña , Finlandia, Suecia y Austria . Dicho de otra forma, los po-
bres de estos países tienen más dificultades que los otros para tener ami-
gos donde viven . Por el contrario , como cabía esperar, no se ha encon-
trado ningún efecto significativo en Italia , España ni Grecia. Este
efecto era escasamente importante en Portugal. Esta diferencia entre
países del norte y sur debe relacionarse con la sociabilidad. Cuando la
sociabilidad está desarrollada , la probabilidad de tener la sensación de
que es difícil tener amigos donde se reside es más baja, lo que no quie-
re decir que se esté completamente a salvo del aislamiento social o
que se sienta uno bien atendido.
Cuando se estudian las redes sociales hay que prestar especial aten-
ción a la composición de éstas. Utilizando la misma encuesta podemos
comparar, por ejemplo , la proporción de personas que indican que
más de la mitad de sus amigos son parados en el conjunto de la pobla-
ción y entre las personas con los ingresos más bajos (primer cuartil).
Respecto al conjunto de la población, hemos podido comprobar que
los más pobres son , en todos los países excepto Suecia, proporcional-
mente los que más tienen entre sus amigos al menos un 50% de para-
dos. Este resultado confirma que la ayuda que pueden movilizar los más
pobres es menor debido a la composición de esta red de amigos. Es im-
portante profundizar en la interpretación de este indicador relacio-
nando la proporción que alcanza en el conjunto de la población (véase
la tabla 5 . 4). Cuanto mayor es el ratio obtenido , más podemos decir
que los pobres tienen una red social de amigos contrastada y polarizada
respecto al conjunto de la población . Este ratio es superior a 2 en Bél-
gica, Alemania Occidental , Gran Bretaña , Irlanda, Finlandia y Austria.
En estos países los pobres tienen una red social claramente más desfa-
vorecida de la que se registra para la población en su conjunto.
En los países del sur, por el contrario , el ratio está más cerca de 1, es-
pecialmente en Italia, lo que significa que hay pocas diferencias en lo re-
ferente a la presencia de amigos parados en la composición de la red so-
cial de amigos respecto al conjunto de la población.
Este resultado se explica en gran parte por la composición de los pa-
r ad os en los p aís,s del sur. El paro afecta prior!tariamente a las mujeres
l os t(Ydunes- r:11 ka ll,l.. Ci.: rir'lli ?. t1U. est:'. ell a', r_^:,arrido en
LA POBREZA DESCALIFICADORA 205

TABLA 5. 4. Indicador de polarización social establecido en función


de la composición de la red de amigos

Más de la mitad de los amigos son parados


Ratio: ingreso inferior/conjunto

Países del norte


Bélgica 2,06
Dinamarca 1,46
Alemania Occidental 2,67
Alemania Oriental 1,34
Francia 1,76
Gran Bretaña 2,02
Irlanda 2,22
Países Bajos 1,69
Luxemburgo 1,27
Finlandia 2,82
Suecia 0,98
Austria 2,84
Países del sur
Italia 1,09
España 1,29
Grecia 1.52
Portugal 1,41
NOTA: El indicador es la proporción de personas que consideran que el 50% de sus amigos
son parados. El ratio indicado en la tabla es la relación entre la proporción alcanzada por
este indicador entre los más pobres y la proporción alcanzada por el mismo indicador en el
conjunto de la población. Este ratio es de 2,67 en Alemania Occidental y sólo de 1,09 en
Italia. La red de amigos de los más pobres está claramente más polarizada en el primero que
en el segundo.
FUENTE: Eurobarómetro 56.1, 2001.

el conjunto de la población. En otras palabras, tener amigos parados en


una proporción importante dentro de la red de amigos significa que
está formada por jóvenes y mujeres, lo que es, por supuesto, bastante
probable tanto para los pobres como para los que no lo son.
Por último, para comprender el aislamiento social podemos tener en
cuenta la participación en la vida asociativa. Desde la encuesta de La-
zarsfeld en Marienthal, a principios de los años treinta, sabemos que el
paro contribuye a debilitar la intensidad de los intercambios sociales, en
particular en la esfera de relaciones asociativas. Los clubes de teatro, de-
portivos y las asociaciones de carácter voluntario experimentaron, efec-
ri^<i +un declive si^!nnificarivo a partir del rnom:;nte en que .11 ..4
206 VARIACIONES

gran parte de la población de esta ciudad media se vio afectada por el


cierre de su principal fábrica. Los análisis recientes del Panel de Hoga-
res Europeos han permitido comprobar que el paro seguía teniendo un
efecto negativo en la vida asociativa a finales del siglo xx en los princi-
pales países indistrializados 43. Podemos constatar en la tabla 5 . 5 que la
participación de los parados en la vida asociativa es claramente inferior
que la de las personas con un empleo estable , y esto tanto para Dina-
marca, Francia y Alemania como para el Reino Unido. En estos cuatro
países, el hecho de vivir solo o de vivir en un barrio donde reinan el
vandalismo y la criminalidad tiene un efecto agravante. Parece claro que
las desventajas pueden acumularse mientras se está en paro . Obsérvese,
sin embargo, que la proporción de parados de más de un año que par-
ticipan en la vida asociativa es relativamente alta en Dinamarca respecto
a los otros tres países: son en efecto un 47,6% frente a sólo un 33% en
el Reino Unido, 29,5% en Alemania y 18,8% en Francia.

TABLA 5.5. Participación en la vida asociativa según la situación res-


pecto al empleo (en %)

País Empleo Desempleo de Desempleo de Conjunto de la población


estable menos de un año más de un año activa de 18 a 65 años
Dinamarca
Total 61,1 43,0 47,6 58,8
Caso 1 58,6 36,4 45,7 56,8
Caso 2 59,8 43,8 44,7 57,8
Francia
Total 31,4 22,5 18,8 28,0
Caso 1 31,0 25,4 16,9 27,3
Caso 2 36,8 27,1 12,3 30,5
Alemania
Total 57,3 27,3 29,5 51,8
Caso 1 44,7 22,9 13,5 40,8
Caso 2 53,8 19,3 9,0 47,4
Reino Unido
Total 49,3 44,2 33,0 48,5
Caso 1 48,1 46,6 25,4 47,4
Caso 2 50,4 46,1 22,0 49,6
Caso 1: vandalismo o crimen en el barrio de residencia.
Caso 2: persona que vive sola.
FUENTE: Panel de Hogares Europeos (1.' oleada), 1994.
LA POBREZA DESCALIFICADORA 207

Para interpretar estas diferencias hay que tener en cuenta el estatus


del paro y la precariedad profesional en cada sociedad. Cuando el paro
es masivo desde hace varios años y está relacionado con la pobreza y el
bajo desarrollo económico, como sucede en varios países o regiones del
sur de Europa, corresponde a una condición social banal a la que todo
el mundo se enfrenta o puede tener que enfrentarse. En ese caso tiene
pocas posibilidades de afectar profundamente a las relaciones sociales,
que pueden tener su fundamento precisamente para conjurar la mise-
ria, es decir, ofreciendo a cada individuo medios de resistencia psico-
lógica y modos de participación informales en las relaciones. En los paí-
ses que han conocido el pleno empleo y cuya situación se ha
deteriorado, los parados tienen más posibilidades de conocer la desca-
lificación social, puesto que muchas veces las representaciones del ho-
nor social se basan en el estatus que procura la participación directa en
una actividad profesional. Según los resultados de un sondeo europeo
(Eurobarómetro 21; véase la tabla 5.6), las personas que consideran que
el paro es muy penoso son especialmente numerosas en Francia
(76,6%) y Gran Bretaña (80,4%) y claramente menos numerosas en
Italia (50,5%). Podemos estudiar a partir de este sondeo la diferencia
entre los parados y el conjunto de la población. Una diferencia positi-
va significa que los parados han interiorizado en gran medida las re-
presentaciones sociales respecto al paro que existen en sus países, mien-
tras que una diferencia negativa significa que, por el contrario, los
parados racionalizan su situación distanciándose de estas representa-

TABLA 5. 6. Proporción de personas completamente de acuerdo con la


frase : « el paro es muy penoso» (en %)

Reino Países
Francia Bélgica Alemania Italia
Unido Bajos
Parados 82,1 76,9 68,9 63,8 59,2 47,1
Conjunto de la
población 76,6 80,4 60,8 55,4 69,1 50,5
Diferencia entre
los parados y el conjunto
de la población 5,5 -3,5 8,1 8,4 -9,9 -3,4
FUENTE: Eurobarómetro 21, Diferencias políticas en la Unión Europea, abril 1984.
208 VARIACIONES

ciones. Los resultados dan una diferencia positiva para Francia (5,5
puntos), Bélgica (8,1 puntos) y Alemania (8,4 puntos). La diferencia es,
por el contrario, negativa para los Países Bajos (-9,9 puntos), Gran Bre-
taña (-3,5 puntos) e Italia (-3,4 puntos). Por regla general, Italia apa-
rece en este sondeo como el país donde el paro está más integrado en la
vida social. Francia, por el contrario, parece tener una representación
alarmista respecto al paro.
La fragilidad de los lazos sociales y el riesgo de acumular desventajas
durante la experiencia del paro parecen más altos en los países econó-
micamente desarrollados que conocieron el pleno empleo durante el
periodo de los «Treinta Gloriosos». En esos países se observa al mismo
tiempo un gran deterioro del mercado de trabajo, una relativa incerti-
dumbre normativa respecto al papel efectivo que debe tener la familia a
la hora de hacerse cargo de los desempleados y una cierta debilidad o
inadaptación de los sistemas de indemnización del paro y la protección
social en general. Gran Bretaña, Francia y Alemania se ven, en este as-
pecto, especialmente afectados.

Respuestas inciertas

La crisis del empleo que caracteriza en la actualidad a la sociedad sala-


rial incita a los poderes públicos a buscar nuevas soluciones. Esto había
ocurrido ya durante la crisis económica de los años treinta 44. Desde fi-
nales de los años setenta, aunque las soluciones hayan cambiado, el
principio de intervención es el mismo: los gobiernos no han dejado de
intervenir para ayudar a las personas más expuestas a los efectos de esta
crisis, especialmente en el ámbito del empleo pero también en lo re-
ferente a vivienda y salud. La importancia que adquiere este fenómeno
preocupa en gran medida a los poderes públicos, en primer lugar por
motivos económicos, porque el coste en gastos sociales aumenta, pero
además por motivos sociales. ¿Qué va a ocurrir con todos los asistidos
con los que la colectividad -y en especial el mundo del trabajo- no
sabe ya qué hacer si no se les permite vivir materialmente? El aparato
productivo no sólo los expulsa y su estatus se sigue deteriorando, sino
que su numerosa presencia afecta al sistema social en su totalidad vién-
dose su equilibro amenazado.
LA POBREZA DESCALIFICADORA 209

Las políticas de lucha contra la pobreza implantadas en Estados


Unidos y en los países de Europa Occidental son muy diferentes, y se-
ría vano pretender analizarlas aquí en detalle. En Estados Unidos y en
Gran Bretaña los poderes públicos han intentado limitar el crecimien-
to de las ayudas en favor de los más desprotegidos. La idea general era
más bien incitar a los pobres a ocuparse de sí mismos. Tras estas polí-
ticas restrictivas las desigualdades entre ricos y pobres aumentaron mu-
cho 45. Las poblaciones desfavorecidas, cuyo estatus ya está desvaloriza-
do, han sido sospechosas muchas veces de aprovecharse de la asistencia.
En estos dos países el debate social se ha organizado alrededor del po-
sible efecto perverso de las ayudas a los pobres. El imperativo que pa-
rece guiar la reflexión de estas políticas es aligerar las cargas sociales que
soportan las empresas. Se trata ante todo de dar prioridad a la compe-
titividad del aparato productivo, lo que debe conducir finalmente a
crear empleos. En Gran Bretaña se han dedicado numerosos estudios
a los mecanismos de la participación en los beneficios. Como se supo-
ne que los individuos son actores racionales, conviene elaborar un sis-
tema de asistencia que estimule a los que se benefician de él a buscar ac-
tivamente un empleo. Así es, al menos parcialmente, como se aborda
sobre todo entre los conservadores la cuestión del underclass. Ésta se co-
rresponde, efectivamente, con la idea clásica de la welfare class en la que
los «pobres» han caído: sólo las políticas de incentivos pueden sacarlos
de ella.
Esta orientación concreta ha influido a otros países de Europa, pero
ninguno se ha inclinado hacia un sistema comparable al que se ha
adoptado en Estados Unidos y en Gran Bretaña. Las limitaciones que
pesan sobre los sistemas de protección social son, por el contrario, si-
milares. Desde principios de los años ochenta el aumento del número
de personas dependientes de la asistencia y de los sistemas de mínimos
sociales ha sido muy grande en la mayoría de los países.
Podemos identificar dos tendencias generales. La primera es que
los objetivos de intervención social se han multiplicado. Puesto que la
pobreza es difusa, multidimensional y acumulativa a la vez, los poderes
públicos han intentado intervenir de forma distinta según los públicos
afectados, y los protagonistas de esta intervención se han diversificado
y especializado. Por otra parte, se han realizado acciones de inserción o
de acompañamiento social como complemento e incluso como con-
21 0 VARIACIONES

trapartida del pago de prestaciones sociales. Estas respuestas siguen


siendo inciertas, ya que no pueden resolver por sí mismas el problema
principal que suscita la crisis del empleo y el aumento de las desigual-
dades socioeconómicas.

La multiplicación de objetivos y de actores

Entre las formas de acción social hemos diferenciado anteriormente dos


métodos posibles para definir, desde el punto de vista administrativo, la
población susceptible de recibir ayuda de los servicios sociales. Podemos
definir esta población de forma global a partir de criterios que las ins-
tituciones y la sociedad en su conjunto consideran legítimos (definición
unitaria de los pobres), o proceder a distintas evaluaciones sucesivas de
los riesgos que corren las diversas franjas de población para delimitar la
pobreza no como un todo homogéneo, sino como un conjunto de ca-
tegorías sociales diferentes (definición categorial de pobres). Hemos
mostrado que este segundo enfoque ofrece la posibilidad de jerarquizar
las categorías en función de la importancia que se dé a sus dificultades
o de la gravedad de las pruebas que han sufrido. En términos de defi-
nición de los mínimos sociales el enfoque francés siempre ha sido ca-
tegorial, mientras que en Alemania, Reino Unido y en los países es-
candinavos ha sido mayormente unitario.
Pero la crisis del empleo y el aumento de la población susceptible de
recibir asistencia han llevado a la mayoría de los países a diversificar sus
acciones. Dicho de otra forma, ha habido una tendencia a definir pro-
gramas de ayuda adaptados no al conjunto de la población, sino a ca-
tegorías concretas. Esta tendencia puede observarse incluso en los paí-
ses que habían establecido durante los anos de posguerra un sistema de
asistencia basado en una definición unitaria de la población a la que ha-
bía que asistir. Hay que decir también que el carácter voluntariamente
residual de la asistencia en el sistema global de protección social se
prestaba en esa época más fácilmente a esta definición. Los trabajadores
sociales podían intervenir después entre una categoría determinada de
pobres respondiendo a las necesidades individuales. Este modo de in-
tervención encontró muy rápidamente sus propias limitaciones, espe-
cialmente en Alemania, donde se vio la distancia entre la lógica de un
LA POBREZA DESCALIFICADORA 211

sistema y los medios a disposición de los servicios sociales para ponerlo


en marcha.
Frente al desempleo los poderes públicos inventaron, tanto en Fran-
cia como en los demás países europeos, medidas para favorecer el em-
pleo de las personas menos cualificadas tanto en el sector mercantil (dis-
minuyendo el coste del trabajo para las empresas) como en el sector no
mercantil (creando formas especiales de empleo). Se trata también de
desarrollar la formación profesional de los jóvenes con poca titulación
o en situación de fracaso escolar y favorecer por otra parte las prejubi-
laciones. Decir que estas medidas no han logrado su objetivo sería
precipitarse. Aunque no resulte fácil hacer una previsión, desde el pun-
to de vista cuantitativo y a corto plazo la implantación de estas medidas
ha permitido reducir el número de desempleados. Pero este tipo de po-
lítica tiene su reverso. Contribuye directamente a la creación de empleo
precario cuyos principios, una vez institucionalizados, tienen tendencia
a perennizarse. Las medidas adquieren formas y denominaciones va-
riables, pero el espíritu sigue siendo prácticamente el mismo.
Una de las grandes limitaciones de estas políticas es que a menudo se
desvían de la misión de inserción para la que se crearon. A pesar de que
estas ayudas se dirigen a públicos susceptibles de mantenerse durante
mucho tiempo en el paro y que necesitan, en consecuencia, una aten-
ción especial en términos de formación y de cualificación, a menudo se
utilizan, tanto en el sector mercantil como por el sector no mercantil,
para flexibilizar la mano de obra. A veces suponen una ganga para las
empresas o instituciones privadas o públicas que ven la posibilidad de
ejecutar con menos costes los trabajos temporales. En definitiva, a me-
nudo se trata de una mano de obra barata. También sabemos que al-
gunas empresas o colectividades locales seleccionan a las personas sus-
ceptibles de beneficiarse de estos cursos y contratos subvencionados no
en función de criterios sociales que tienen que ver con sus dificultades
personales, sino fundamentalmente en función de sus competencias
concretas, que podrían ser aprovechadas ya que el desempleo masivo
constituye una reserva de la que es posible extraer esta mano de obra.
Los poderes públicos son conscientes de estos abusos y a veces se ven
obligados a suprimir determinadas medidas que manifiestamente se han
desviado. De forma general, las sucesivas medidas gubernamentales
parecen inestables. Cada nuevo gobierno comprueba el fracaso o la ina-
212 VARIACIONES

daptación de las soluciones propuestas y busca otras mejores como


forma de dejar su huella. También intenta beneficiarse del efecto me-
diático de la implantación de un nuevo programa, aunque , en el fondo,
las nuevas medidas sigan siendo muy parecidas a las anteriores. De
ello resulta un exceso de medidas que, a la larga, desemboca en un ba-
rullo de categorías administrativas y en su desvalorización. En realidad
es el propio principio lo que resulta equívoco : si bien estas ayudas par-
ten de un objetivo de inserción verdadero y de una voluntad de reducir
el paro , contribuyen a ampliar la zona intermedia entre empleo estable
y paro reforzando la flexibilidad en la periferia del mercado de trabajo.
En la actualidad el número de personas susceptible de ser objeto de es-
tas políticas es muy elevado . Para algunas categorías de asalariados hay
un gran riesgo de mantenerse permanentemente en este segmento
periférico y pasar temporalmente por varias experiencias de desem-
pleo.
Encontramos el mismo problema cuando tenemos en cuenta las
ayudas públicas para permitir el acceso a la vivienda de los más desfa-
vorecidos. En la actualidad hay en Francia diferentes medidas particu-
lares que van , simplificando un poco , del alojamiento de urgencia (de
una o varias noches según el establecimiento) al centro de acogida y re-
adaptación social ( una o varias semanas), a la vivienda de inserción (va-
rios meses) y a la vivienda subarrendada por un organismo social que
puede convertirse en un alojamiento definitivo . La idea de sus inven-
tores es ofrecer a los distintos componentes de la asistencia social un
abanico de soluciones lo bastante amplio para responder a los distintos
casos que se puedan presentar. Sin embargo , las personas con dificul-
tades no se engañan sobre esta jerarquización estatutaria de las medidas
y recorridos que se les intenta hacer seguir haciéndoles pasar de una ca-
silla a la otra en un sistema burocrático - asistencial pesado y complica-
do 4G. Corren el riesgo de que este recorrido sea largo y esté sembrado
de zancadillas antes de que puedan acceder a un hipotético alojamien-
to definitivo . Resumiendo , la multiplicación de objetivos en el campo
del alojamiento es la respuesta a una cuestión más general, como es la
de la escasez de vivienda tanto en el parque público como en el privado
y la dificultad de las familias pobres a las que se considera insolventes
para acceder a una vivienda ordinaria cuando deben competir con
on—iti Jan.iiias (lile no sin pobres, pero que r^. °uzr, :; sr., •, r n'rsto o
LA POBREZA DESCALIFICADORA 213

incluso medios . En otras palabras , a falta de poder solucionar el pro-


blema de fondo , la actuación , a menudo voluntarista , de los poderes
públicos contribuye a que la población con dificultades tenga que es-
perar en dispositivos diseñados para paliar las situaciones de emergen-
cia con el riesgo de aumentar así su descalificación social.
Por lo general , aunque la multiplicación de objetivos contribuya a
ampliar el campo de la pobreza o de la precariedad institucionalizada,
presenta asimismo el inconveniente de dejar a capas de población fue-
ra de este derecho puesto que, para tener acceso a él, hay que estar den-
tro de una de las categorías previstas. Si ninguna de ellas se adapta a la
situación del individuo con dificultades , éste no puede recibir ayuda si
no es de forma facultativa o extralegal.
Así podemos comprender por qué , en los países ricos donde las
formas extremas de pobreza se han atenuado en el curso de los últimos
años, no han desaparecido una serie de estructuras tradicionales de
asistencia , como la ayuda alimentaria de urgencia -lo que antaño se
denominaba « los comedores de beneficencia». Incluso han aumentado
considerablemente su actividad . Cuando se crearon en Francia los pri-
meros bancos de alimentos en 1984, se trataba de responder a una
emergencia y cumplir una función complementaria a la del sistema de
asistencia social de la época . La idea consistía en repartir una ayuda
puntual a los que tenían más necesidad , mientras intentaban acceder a
sus derechos . En la práctica , el público más marginado tenía prioridad.
Antes de la implantación del RMI, los asistentes sociales orientaban ha-
cia este tipo de estructuras a las personas que no podían beneficiarse de
ninguna otra. Hoy en día es forzoso constatar que la ayuda alimentaria
se ha institucionalizado . Para una gran mayoría de familias que reciben
ayuda ya no se trata de algo puntual, sino de una ayuda habitual que
puede durar varios anos . En la mayoría de los casos esta ayuda no es un
complemento de las compras en las tiendas normales , sino que es la
base del consumo de alimentos . Esta ayuda la reciben ahora no los
«grandes marginados » y las formas extremas de pobreza, sino una fran-
ja importante y diversa de hogares en situación precaria. Además, los
trabajadores sociales orientan hacia las asociaciones de ayuda alimen-
taria a una gran parte de las familias a las que asisten . Se trata de fami-
lias que tienen problemas financieros para los que las ayudas públicas
son i!uuuficien-es co ina,.d,p raJ>4s. Si.rel ° ser h..bituiz! cntc>nces que se les
214 VARIACIONES

aconseje visitar las estructuras de ayuda alimentaria para equilibrar su


presupuesto. Así pues, paradójicamente subsiste un sistema de auxilio
tradicional organizado sobre una base caritativa mientras que los po-
deres públicos siguen multiplicando sus intervenciones 47.
La multiplicación de objetivos y la superposición de actores públicos
y privados comprometidos en la lucha contra la pobreza son, por otra
parte, mayores cuando las políticas están territorializadas. La mayoría de
los países europeos buscan hoy soluciones al problema de la pobreza y
de la exclusión movilizando, de forma concertada o no, a las principa-
les instituciones afectadas a escala local. En varios países la territoriali-
zación de las políticas viene de antiguo, y la negociación entre la escala
nacional y la local forma parte de las acciones realizadas desde hace mu-
chos años. Observemos que algunos de ellos, como los Países Bajos, han
aumentado aún más el peso de los ayuntamientos en el tratamiento de
la pobreza. En los países donde la tradición centralista sigue adjudi-
cando al Estado un papel impulsor, como en Francia y Gran Bretaña,
las instancias locales intervienen cada vez más. En Francia se ha inten-
tado que las instancias departamentales y locales intervinieran más di-
rectamente no sólo en la aplicación de las políticas nacionales como el
RMI, sino también en la política de la ciudad, la de formación o de
empleo. De forma sin duda más marginal Gran Bretaña parece seguir
también esta evolución si observamos ciertas iniciativas locales tomadas
recientemente, especialmente en el campo del empleo. La territoriali-
zación de las políticas públicas pretende responder a los imperativos de
gestión y coordinación de las políticas y sus protagonistas, pero también
contribuye a mantener la interferencia entre las categorías definidas que
pueden no coincidir siempre y, por consiguiente, ampliar el campo de
la población susceptible de recibir asistencia.

Los límites de las políticas de inserción o de acompañamiento social

La segunda tendencia general que se desprende de los nuevos modos de


intervención social característicos de la pobreza descalificadora es la
progresiva articulación de los sistemas de garantía de recursos con ac-
ciones de inserción o de acompañamiento social . La referencia a la in-
serción no es nueva en las políticas públicas. En Francia apareció por
LA POBREZA DESCALIFICADORA 215

primera vez a mediados de los años setenta dentro de las nuevas orien-
taciones de la política social en favor de los disminuidos. A continua-
ción constituyó la directriz del discurso político en los años ochenta so-
bre los jóvenes insuficientemente cualificados cuando terminaban el
colegio. Esta noción se fue enriqueciendo con adjetivos técnicos dentro
de la implantación del RMI a finales de esa década. En cierto modo se
ha convertido en el leitmotiv de la intervención social. Así hablamos
hoy tanto de inserción profesional como de inserción mediante la acti-
vidad económica, de empresas de inserción, de inserción por la vi-
vienda, de inserción social e incluso de inserción por la salud. Las ac-
ciones a las que se refieren estas expresiones se definen dependiendo de
las especializaciones y competencias administrativas de los diferentes
servicios sociales que intervienen en ese campo en expansión.
La noción de acompañamiento social suele complementar a la de in-
serción. En los discursos de los profesionales de lo social, una persona
con dificultades debe poder beneficiarse de un acompañamiento social
para lograr la inserción. Este acompañamiento puede tomar formas di-
versas según el ámbito de inserción previsto. Acompañar a una persona
en el campo del alojamiento equivale a ayudarla a hacer las gestiones
para acceder progresivamente a una vivienda normal, lo que implica
consolidar su situación económica. Acompañar a una persona en su in-
serción profesional consiste en aconsejarla en materia de formación y de
búsqueda de empleo. Acompañar a una persona en el campo de la salud
corresponde a una ayuda adaptada a las dificultades que ésta encuentra
para acceder a la atención o para seguir un tratamiento médico largo y
penoso. Dicho de otra forma, a cada tipo de problema que encuentran
las personas necesitadas puede corresponder al mismo tiempo un pro-
grama de inserción y una forma específica de acompañamiento social.
Estos programas completan en la actualidad los mínimos sociales,
pero también las subvenciones por desempleo. En muchos países la fi-
nalidad explícita de los dispositivos de garantía de recursos es, efecti-
vamente, contribuir a la inserción o a la reinserción de sus beneficiarios.
El RMI es, en cierto modo, el tipo ideal de tratamiento de la pobreza
que intenta combinar el principio del derecho a la asistencia con el ob-
jetivo, difícil de conseguir, de permitir a los más desfavorecidos parti-
cipar más en la vida económica y social. No se trata de un caso aislado
en Europa. Varios países han definido políticas que se inspiran en este
?16 VARIACIONI-S

principio de inserción y hacen de él el fundamento de un derecho que


procede directamente de los derechos del hombre" .
Es sin duda en el campo de la lucha contra el desempleo y de la in-
serción profesional donde las iniciativas públicas de acompañamiento
social han sido más numerosas en el curso de los últimos años. Se han
dedicado numerosos estudios a la cuestión de la contrapartida exigida
en las ayudas en favor de los desempleados 49. En algunos casos la con-
trapartida corresponde a una lógica punitiva y autoritaria y se traduce
concretamente en amenazas y sanciones que conllevan la reducción o
supresión de la prestación , en particular en el caso de parados que no
respetan su compromiso de buscar activamente un empleo o de aceptar
las ofertas que se les hacen . Los programas de workfare en Estados
Unidos están diseñados generalmente con esta idea. Suelen ser muy exi-
gentes con las personas , aunque no todos los estados apliquen las san-
ciones con la misma intensidad . El Reino Unido se aproxima al mode-
lo americano . Se hace hincapié igualmente en las sanciones y los
prestatarios disponen de muy poco poder de negociación . En caso de
negarse a seguir un programa de formación o las recomendaciones del
acompañante , el prestatario queda expulsado durante un tiempo de-
terminado de las Job Seeker'sAllowances (JSA).
La contrapartida puede tener formas más suaves en otros países. Es
lo que ocurre en Francia, Alemania y Dinamarca, donde podemos ob-
servar, a pesar de la dependencia inevitable del prestatario respecto al
agente que le acompaña, una voluntad de dar al primero la posibilidad
de participar, al menos parcialmente , en la definición de la contrapar-
tida. En el caso del RMI en Francia, los beneficiarios deben firmar un
contrato de inserción , pero dicho contrato corresponde sobre todo a
una forma de negociación entre un usuario y una institución . No es un
contrato en el sentido jurídico del término , pero tampoco es una sim-
ple declaración de intenciones sin consecuencias . Queda registrado
administrativamente , una comisión lo comprueba periódicamente y
puede ser modificado tras el consejo o la recomendación de esta última.
Este principio de contrato corresponde en realidad a una forma relati-
vamente nueva de acción que manifiesta la preocupación de las insti-
tuciones de acción social por efectuar lo que ellas denominan un se-
guimiento personalizado de los beneficiarios conforme a sus dificultades
y sus proyectos 50
LA POBREZA DESCALIFICADORA 217

No es posible presentar en detalle todos estos programas de inserción


y acompañamiento social que incluyen casi siempre una contrapartida
más o menos radical. Sobre todo hay que recordar que se han multi-
plicado en el curso de los últimos años. Traducen una tendencia as-
cendente en el tratamiento del paro y de la pobreza 5' y son al mismo
tiempo reflejo y consecuencia de la pobreza descalificadora.
El balance de estos programas no está a la altura de sus propósitos
iniciales. Los numerosos estudios realizados nunca han podido demos-
trar, de forma intrínseca, que hayan conseguido reintegrar a los de-
sempleados de forma permanente al mercado de trabajo. Los resultados
parecen en su conjunto insatisfactorios. A menudo se observa que estos
programas tienen un coste nada despreciable en cuanto a la estigmati-
zación del público afectado 52. No sirven para reducir realmente la di-
ferencia entre la población cualificada y la que no lo está. Por último, y
al igual que para el acceso a la vivienda, observamos en la mayoría de
los países un efecto de fila de espera. Las personas más alejadas del mer-
cado de trabajo son las que antes se benefician de las medidas más
adaptadas al acceso rápido a un empleo estable, mientras que las demás
quedan relegadas más atrás en la fila. Aunque en Dinamarca las medi-
das de formación tengan efectos positivos a largo plazo en las oportu-
nidades de integración permanente en el empleo, en otros países los be-
neficiarios de un acompañamiento social van y vienen entre empleo
precario y el paro. El contrato de inserción tiene un efecto de salida del
RMI mediante el acceso a un contrato subvencionado pero no incre-
menta de forma significativa las oportunidades de salir con un empleo
definitivo 53.
Llegamos pues a la conclusión de que estos programas tienen una
función secundaria de mantenimiento de la relación con el mundo
del trabajo, lo que es importante en términos de socialización, pero no
permiten conseguir resultados convincentes respecto a la primera fun-
ción para la que se diseñaron.
A grandes rasgos, los programas de inserción y de acompañamiento
social que se han generalizado tanto en Estados Unidos como en los
países europeos son susceptibles de afectar a numerosas capas de po-
blación. Ya no se trata de intervenir en la pobreza residual, como ocu-
rría en los años sesenta y setenta, sino de hacerse cargo -mediante un
tipo de asistencia renovada- de todas aquellas personas que, por cual-
218 VARIACIONES

quier motivo, no pueden acceder por sus propios medios a un empleo


estable que les permita aspirar a una vivienda permanente y a una
protección social completa. Debido a la eficacia limitada de estos pro-
gramas para conseguir un empleo normal y estable, hay un gran riesgo
de que esta ayuda sea, para muchos, permanente y descalificadora. Es-
tos programas mantienen de forma involuntaria la imagen de una pre-
cariedad difusa que no hemos conseguido erradicar.
CONCLUSIÓN

CIENCIA Y CONCIENCIA DE LA POBREZA

Estamos en lo más bajo de la escala, ¿no? No sé si habrá una categoría para definirnos.
Estamos en lo más bajo de la escala , somos muertos de hambre , eso es todo , ¿no? No
hay una categoría para nosotros. En lo bajo de la escala está el obrero ... y después se
sube . ¿Pero nosotros ? No somos parados, no somos obreros , no somos nada, ¡no
existimos! Somos los pordioseros de la sociedad , eso es todo lo que somos . ¡ No somos
nada!

Palabras de un beneficiario del RMI de 41 años que ha trabajado


en una fábrica durante más de veinte años.

La sociología de la pobreza pretende estudiar simultáneamente la po-


breza como experiencia vivida por hombres y mujeres en lo más bajo de
la escala social -como señala el beneficiario del RMI citado más arri-
ba- y la pobreza como elemento de la conciencia que las sociedades
modernas tienen de sí mismas y que suelen intentar combatir. La po-
breza es una cuestión que molesta porque es siempre expresión de de-
sigualdad , si no inaceptable , al menos poco tolerable en una sociedad
globalmente rica y democrática en la que se busca prioritariamente la
igualdad real y no sólo la igualdad formal de los individuos- ciudada-
nos'. Los pobres no pueden tener en ella un estatus desvalorizado
puesto que representan el destino al que las sociedades modernas han
creído poder escapar. Las actitudes colectivas respecto a la pobreza son
diversas : para algunos desolación moral al ver en esa franja de la po-
blación la manifestación directa de la pobreza, la incultura y la irres-
ponsabilidad; mala conciencia para otros , sensibles ante todo a la in-
justicia que se hace a estas personas en el límite de la supervivencia, a las
que se mantiene en condiciones humanamente insoportables.
"O LAS FORMAS LLL:MEN IAL.ES DL; ¡A POBREZA

El objetivo de este libro era elaborar y demostrar un marco analítico


para comparar las formas que puede adoptar la relación de interde-
pendencia entre la población considerada pobre -en el sentido de
un estatus social concreto- y la sociedad de la que forma parte y de la
que depende para su supervivencia.
Las bases para la reflexión sobre la relación social con la pobreza han
sido en primer lugar las investigaciones en los grandes textos del pen-
samiento sociológico. Aunque la aportación de Simmel a la sociología
de la pobreza haya sido determinante, también hemos insistido, en la
primera parte, en los adelantos teóricos de Tocqueville y Marx. Cada
uno de estos tres autores ha marcado a su manera el campo de la refle-
xión y la investigación sobre este tema. Lo que tienen en común es la
voluntad de profundizar en las condiciones para el nacimiento de la ca-
tegoría de pobres, que aparece en forma masiva con la revolución in-
dustrial, y deducir de ello las conclusiones generales para el futuro y el
equilibrio del conjunto de la sociedad. Podemos conservar de sus apor-
taciones respectivas varias ideas fundamentales que han alimentado
los análisis de este libro.
De Tocqueville, podemos retener dos. La primera es que la pobreza
tiene un sentido diferente dependiendo del nivel de desarrollo econó-
mico e industrial de un país o de una región. Esta idea parece banal
para cualquier sociólogo acostumbrado a estudiar la diversidad de re-
presentaciones y experiencias vividas, pero no lo es, ya que la tentación
de ofrecer espontáneamente una definición sustancialista de la pobreza
es muy grande. Decir que existe una diferencia entre la pobreza objeti-
va de los campesinos de Portugal de su época y la sensación que expe-
rimentan ante su situación es una constatación sociológica de impor-
tancia primordial, puesto que constituye un primer paso hacia la
reflexión sobre la dimensión subjetiva de la pobreza, la relatividad de las
necesidades, sobre la integración de la pobreza en la vida colectiva
cuando la condición de pobre es compartida por la gran mayoría de la
población.
La otra idea fundamental de Tocqueville descansa en la dialéctica de
la asistencia: en las sociedades democráticas la ayuda a los pobres se im-
pone como una necesidad imperiosa pero sólo puede conducir a la
constitución de una categoría de asistidos con un estatus social desva-
lorizado y susceptible de sufrir profundas humillaciones en sus relacio-
CONCLUSIÓN 221

nes con los servicios encargados de ayudarles. Cualquier mejora del sis-
tema de ayuda, aunque sea muy deseable en nombre del respeto de la
dignidad humana, corre el riesgo de perpetuar la dependencia y la
desvalorización social que conlleva.
El análisis de Marx sobre el pauperismo remite a dos dimensiones
complementarias. La primera tiene que ver con la explotación de la cla-
se obrera por parte de los propietarios de los medios de producción. La
pobreza extremada de los primeros es una condición para los beneficios
conseguidos por los segundos y, por consiguiente, para la acumulación
capitalista. Este esquema analítico bien conocido se completa con una
explicación de la pobreza por la ley de la sobrepoblación relativa. La
existencia de un ejército industrial de reserva y, por tanto, de una cate-
goría de pobres empleada de forma episódica en las fábricas no es un
defecto del sistema capitalista, sino más bien una dimensión elemental
de su funcionamiento. Por ello, esta masa de pobres no es fija. Su evo-
lución refleja ante todo los cambios periódicos del ciclo industrial. In-
dependientemente de la fase de expansión o de contracción del ciclo,
los supernumerarios ejercen una presión sobre el ejército de trabajado-
res activos. Este análisis introduce en el seno de la sociología de la po-
breza la noción de ciclo industrial --o económico- que supone según
sus fases una transformación de la relación de los pobres con la colec-
tividad (mayor dependencia en las fases de contracción de la actividad,
mayor «empleabilidad» en las fases de expansión), así como una trans-
formación de la relación con la colectividad respecto a los pobres (ma-
yor tolerancia con los asistidos en las fases de contracción de la activi-
dad y mayor severidad con los ociosos en las fases de expansión).
Por último, de Simmel podemos recordar la definición sociológica
de la pobreza que sigue siendo aún hoy la más acabada. Al igual que sus
predecesores, Simmel no pretendió definir la pobreza en sí misma,
sino en relación a lo que le confiere el estatus específico en la sociedad.
Este estatus, como hemos visto, es asignado por la asistencia. Simmel
estudia en función de esta definición de partida el modo concreto de
integración que caracteriza la situación de los pobres. En su opinión, la
asistencia tiene una función de regulación del sistema social. Aunque
los pobres, por el hecho de recibir asistencia, sólo puedan tener un es-
tatus social devaluado que les descalifica, siguen siendo miembros de
pleno derecho de la sociedad de la que constituyen, por así decir, el úl-
'?? LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

timo estrato. De esta forma Simmel analiza el margen, pero también lo


que le une al centro, y lo constituye como parte integrante del todo que
es la sociedad. Su análisis se distingue claramente del de Marx en que
no hace hincapié -o muy poco- en los mecanismos económicos de
la constitución de la categoría de asistidos, sino que llega a él de cierto
modo en su interpretación de la pobreza como forma de regulación del
sistema social en su conjunto.
El marco analítico presentado en el capítulo 2 debe mucho a estos
tres autores. Dedicarse a estudiar prioritariamente la pobreza no como
tal, sino en relación con la asistencia, no a los pobres como categoría es-
tadística, sino el estatus social de estos últimos, no a un segmento
concreto de la población, sino la organización del todo al que pertene-
cen los pobres como las otras capas sociales, son los principios de aná-
lisis que derivan lógicamente del pensamiento de Simmel. Esta orien-
tación metodológica invita a estudiar la red de interdependencias entre
los pobres y el resto de la sociedad en una configuración amplia que
puede abarcar toda una nación. Para lograrlo era necesario estudiar al
mismo tiempo las representaciones sociales de la pobreza -origen de
debates y de políticas dirigidas a las poblaciones consideradas desfavo-
recidas- y las experiencias de la pobreza de las personas consideradas
pobres.
En el análisis de los factores que se tuvieron en cuenta a la hora de
explicar las variaciones de estas representaciones sociales y de estas ex-
periencias en el tiempo y el espacio, es fácil ver la influencia de Marx y
de Tocqueville. El primero era sensible al efecto del desarrollo econó-
mico y del mercado de trabajo sobre la formación de la categoría social
de los pobres. El segundo se preocupaba por el efecto a largo plazo de la
dependencia de los pobres respecto a lo que denominaba la «caridad le-
gal» y por la institucionalización progresiva de un sistema burocrático
de intervención social. Para uno primaba el factor económico; para
otro, el factor político. Estos dos factores no son, sin embargo, opues-
tos. ¿Cómo no ver en la adaptación progresiva de una sociedad tradi-
cional a la economía capitalista el nacimiento de un subproletariado?
¿Cómo no ver asimismo en los ciclos económicos de un país industrial
el desarrollo o, por el contrario, la reducción de la cantidad de super-
numerarios? Las formas elementales de la pobreza dependen en gran
parte de estos movimientos económicos.
CONCLUSIÓN 223

Pero también dependen del sistema de protección social y de asis-


tencia social vigente en cada sociedad. La intuición de Tocqueville
consistió en haber visto el vínculo inevitable entre la dependencia de los
pobres respecto a la colectividad y la obligación de las sociedades mo-
dernas de ayudarles en nombre de la democracia y de la ciudadanía.
Pero la aplicación concreta de este principio está lejos de ser homogénea
en los distintos países.
La forma y la intensidad de las relaciones sociales constituyen otro
factor explicativo que no fue estudiado como tal por los tres autores ci-
tados, al menos en la parte de su obra que se refiere al análisis de la po-
breza. Se ha introducido en este libro como factor complementario por-
que los pobres, como las demás capas de la población, obtienen de estos
lazos la protección y el reconocimiento necesarios para su existencia social.
La protección se refiere a los recursos familiares, comunitarios o profe-
sionales que moviliza el individuo frente a los imprevistos de la exis-
tencia. El reconocimiento es resultado de la participación en los inter-
cambios sociales y la valoración de los demás. Ahora bien, el estatus de
los pobres depende en parte de estos vínculos sociales. Los trabajos so-
ciológicos sobre el paro desde los años treinta y sobre la pobreza en los
años ochenta y noventa llevaron a subrayar la tendencia al debilita-
miento, e incluso a la ruptura de los lazos con la familia, los allegados y
los amigos, pero también con las instituciones, especialmente las aso-
ciaciones. Este fenómeno no se da, sin embargo, en todos los países.
Hay varios tipos de relaciones sociales, y su intensidad puede variar de
una persona a otra en función de las condiciones particulares de su so-
cialización. Pero su intensidad depende también de la importancia re-
lativa que las sociedades den a estos tipos de relación. Hemos mostrado,
por ejemplo, que el papel desempeñado por la solidaridad familiar y las
expectativas colectivas respecto a ellos varían en cada sociedad. En
otras palabras, aunque la probabilidad que tienen los pobres de carecer
de relaciones es real en muchos países, no es una regla general. Los po-
bres no siempre están aislados socialmente y, en algunos casos, incluso
están muy integrados en la vida social.
Este marco analítico inspirado por Simmel y enriquecido por estos
factores explicativos ha dado lugar a una tipología de formas elementales
de pobreza: pobreza integrada, pobreza marginal y pobreza descalificado-
ra. Cada una de ellas se refiere a una configuración social concreta.
224 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

La pobreza integrada traduce una configuración en la que los llama-


dos «pobres » son muy numerosos. Se diferencian poco de las demás ca-
pas de la población . Su situación es habitual y remite a un problema ge-
neralizado de una región o de una localidad determinada que siempre
ha sido pobre . Puesto que los «pobres » forman un grupo social amplio,
no se les estigmatiza tanto. Es lógico pensar que este tipo de relación so-
cial con la pobreza tiene una probabilidad más alta de desarrollarse en
sociedades tradicionales que en las sociedades modernas . Refleja ideal-
mente la situación de países preindustriales que tienen un retraso eco-
nómico respecto a los países cuyo desarrollo económico y avance social
han permitido garantizar el bienestar y la protección social de la ma-
yoría.
El análisis nos ha llevado a comprobar que la pobreza en los países
del sur de Europa se aproxima a este tipo . Estos países no son propia-
mente países preindustriales -el norte de Italia es, por ejemplo, una de
las regiones más prósperas de Europa-, pero en ellos quedan regiones
económicamente muy pobres . La pobreza es en éstas más permanente y
reproducible de generación en generación que en los países del norte de
Europa. En segundo lugar, y es sin duda el factor fundamental, la po-
breza del nivel de vida no implica una exclusión social, especialmente
por la solidaridad familiar en los medios desfavorecidos , que como
hemos visto está más desarrollada que en los países del norte , debido
también a formas de sociabilidad, en particular por la práctica religiosa,
que sigue siendo amplia y colectiva . Asimismo , la ausencia de empleo
puede verse compensada en parte por una inserción en las redes de la
economía informal y del sistema clientelista de asistencia social. Por
esto , aunque los pobres se vean afectados por el desempleo , no signifi-
ca que su estatus se desvalorice.
Es posible ver en esta forma elemental de la pobreza las reminiscen-
cias de una época antigua en la que la protección social quedaba ga-
rantizada ante todo por los allegados en una economía fundamen-
talmente campesina 2. Para describir estas sociedades , Henri Mendras ha
hecho hincapié en las relaciones sociales que se desarrollan en ellas: «To-
dos están vinculados mediante una relación bilateral de conocimiento
global y son conscientes de ser conocidos de la misma forma, y el con-
junto de estas relaciones forma un grupo o una colectividad de inter-
conocimientos» 3. Maurice Halbwachs reconocía asimismo que el tipo
CONCLUSIÓN 225

de vida de la civilización rural componía, especialmente antes del mo-


vimiento de urbanización e industrialización del siglo m, un equilibrio
y una estabilidad para las relaciones entre las personas: «Vivían acos-
tumbrados unos a otros, conociéndose demasiado para exponerse fre-
cuentemente a las fricciones que surgen cuando pasamos de un lugar,
de una situación, de una profesión, de un mundo al otro. El comercio,
más restringido y más fácil, conllevaba menos riesgos. No se solían des-
pertar tanto las ambiciones, las humillaciones eran más raras. Se pen-
saba y se sentía en común. Las penas y los problemas, en lugar de
concentrarse en los límites de la conciencia individual, se dispersaban y
amortiguaban en grupo» 4. Desde este punto de vista está claro que las
sociedades mediterráneas conservan todavía muchas características de
las sociedades campesinas. La sociedad salarial, en el sentido de la eco-
nomía moderna, está indudablemente menos ordenada, y el tipo de de-
sarrollo permite que coexistan sistemas productivos y de intercambios,
si no contrapuestos, al menos contrastados. Esta heterogeneidad podría
explicar, al menos parcialmente, la razón del mantenimiento de la po-
breza integrada como forma elemental de la pobreza.
Resulta tentador decir que estos sistemas organizados de resistencia
a la miseria que subsisten en la actualidad desaparecerían si el desarro-
llo económico se incrementara en esas zonas. Conviene subrayar, sin
embargo, que se han mantenido a pesar de los programas de desarrollo
industrial que se han probado. El funcionamiento del Estado de bie-
nestar y las diversas ayudas concedidas a algunas categorías de la po-
blación tampoco han bastado para disolver las solidaridades de proxi-
midad. Así pues, tenemos que ver en ello el efecto de un sistema
económico y social que funciona como un «todo» y del que podemos
prever su inercia ante cualquier futuro proyecto de reforma.
La pobreza marginal se refiere a una configuración social diferente en
la que aquellos a los que llamamos «pobres» no forman un vasto con-
junto social poco diferenciado de las otras capas sociales sino, por el
contrario, una franja de población poco numerosa. Estos «pobres» se
consideran con frecuencia inadaptados al mundo moderno y es habi-
tual designarlos «casos sociales», lo que conlleva inevitablemente su
estigmatización. Este grupo social es residual y sin embargo es objeto de
una gran atención por parte de las instituciones de asistencia social. Esta
relación social con la pobreza tiene una mayor probabilidad de desa-
226 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

rrollarse en sociedades industriales avanzadas y en expansión y, en par-


ticular, en las que consiguen limitar la importancia del paro y garanti-
zar a todo el mundo un alto nivel de protección social.
¿Pertenece esta forma elemental de pobreza al pasado? El análisis ha
llevado a comprobar en una primera etapa que la configuración social
del periodo de los «Treinta Gloriosos» en Europa y también en Estados
Unidos se aproxima efectivamente a este tipo. La transformación de la
pobreza de un problema mayoritario en uno minoritario fue sin nin-
guna duda el desafío de las sociedades modernas, que, tras la Segunda
Guerra Mundial, pudieron construir un amplio programa de protec-
ción social y aprovechar el crecimiento económico para permitir el
desarrollo del pleno empleo. El carácter excepcional de este periodo
permite comprender el entusiasmo por el progreso económico y social
y la creencia generalizada de que la pobreza había prácticamente desa-
parecido, al menos en sus formas antiguas. Este fenómeno se explica en
gran parte por la importancia de las transferencias sociales a favor de
más personas y la reducción sensible de la esfera de la asistencia. Si bien
en el curso de este periodo los pobres no desaparecieron e incluso con-
tinuaron reproduciéndose de generación en generación, como lo han
demostrado varios sociólogos, se hicieron menos visibles. Formaban ese
«margen» cuya importancia convenía minimizar ya que parecía co-
rresponder al «residuo» del progreso. El reto social estaba en otro sitio.
Los asalariados, afiliados a «colectivos», luchaban por mejorar su sueldo
y sus condiciones de trabajo. La cuestión de la pobreza se veía eclipsada
por la cuestión más general de las desigualdades.
Sin embargo, esta forma elemental de pobreza no pertenece com-
pletamente al pasado. El análisis del periodo más reciente, caracterizado
por el aumento del paro y la precariedad en el empleo, ha llevado igual-
mente a verificar que la pobreza marginal no había desaparecido en todos
los países europeos. Esta relación social con la pobreza no se explica úni-
camente por el fuerte crecimiento de las economías occidentales tras la
guerra. Efectivamente, en el caso de Suiza, pero también en el de Ale-
mania y los países escandinavos, las representaciones sociales de la po-
breza son relativamente estables. Estos países se han visto afectados
como los demás -aunque quizás de manera menos implacable- por el
deterioro del mercado de trabajo, pero la pobreza no se ha impuesto de
golpe como una nueva realidad social. Al contrario, conforme al plan sin
CONCLUSIÓN 227

duda idealizado de la prosperidad y el bienestar social compartidos,


tardó en ser objeto de encuestas en profundidad , y los escasos investi-
gadores dedicados a este tipo de estudio no consiguieron suscitar en sus
países un debate de amplitud nacional. Entre los poderes públicos y los
responsables políticos , hemos podido constatar una resistencia simbóli-
ca al reconocimiento de la existencia de los pobres. Sin duda por miedo
a ser acusados de no haber tomado todas las medidas necesarias en su
circunscripción , los cargos electos han intentado minimizar la amplitud
de la cuestión social . Esto se ha podido comprobar a menudo en los sis-
temas políticos organizados federalmente, que conceden amplios pode-
res de decisión y de acción a las instituciones locales.
Si bien en las representaciones sociales la pobreza marginal corres-
ponde a una pobreza minimizada e incluso negada, puede ir acompa-
ñada de una fuerte estigmatización hacia la franja residual de la pobla-
ción asistida . Esta tendencia pudo comprobarse en los años sesenta y
setenta en Francia y en algunos países actualmente . Podemos observar
semejanzas entre este periodo de la historia de la acción social en Fran-
cia, donde la cuestión social de la pobreza ha desaparecido práctica-
mente en beneficio de un discurso que justifica una intervención psi-
cologizante entre los individuos considerados inadaptados, y la
situación actual en Alemania y en los países escandinavos , donde la in-
tervención social se sigue haciendo entre los individuos que se consi-
deran al margen de la sociedad en una lógica de respuesta más indivi-
dual que colectiva a sus necesidades y controlando estrictamente su vida
privada. Este tipo de intervención social puede imponerse con gran fa-
cilidad, ya que queda confinada a una proporción residual de la pobla-
ción, sabiendo que el resto de la sociedad puede beneficiarse de las ven-
tajas de una protección social con carácter universal y con la garantía de
no conocer nunca la pobreza.
Por último , la pobreza descalificadora traduce una configuración so-
cial en la que aquellos que se denominan los «pobres» son cada vez más
numerosos y se los expulsa en su mayoría de la órbita productiva. Pre-
cisamente sus dificultades pueden aumentar por esto mismo, así como
su dependencia respecto a los servicios de la asistencia social . Esta for-
ma elemental de la pobreza se distingue claramente de la pobreza mar-
ginal y de la pobreza integrada . No se refiere a un estado de miseria es-
table, sino a un proceso que puede afectar a capas de la población
2?8 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

hasta entonces perfectamente integradas en el mercado de trabajo.


Este proceso atañe a personas que se enfrentan a situaciones de preca-
riedad cada vez más graves tanto en lo referente a ingresos, condiciones
de vivienda y salud como a la participación en la vida social. Este fe-
nómeno no afecta solamente a estas capas que experimentan por pri-
mera vez la precariedad. Afecta al conjunto de la sociedad, porque la in-
seguridad da lugar a la angustia colectiva. La pobreza descalifacadora
tiene una mayor probabilidad de desarrollarse en las sociedades «po-
sindustriales», especialmente en aquellas que se enfrentan a un fuerte
aumento del paro y de las situaciones de precariedad en el mercado de
trabajo.
Las encuestas europeas han permitido comprobar que la represen-
tación social de la pobreza como una caída está actualmente muy ex-
tendida. La imagen dominante del pobre es la de la víctima de un fra-
caso social tras una o varias rupturas graves. Tras el periodo de los
«Treinta Gloriosos», en los que las clases populares pudieron escapar al
destino de pobres de las generaciones anteriores, a partir de los años se-
tenta el paro masivo y de larga duración hizo tambalearse a la sociedad
salarial . La sensación de inseguridad social se ancló en la conciencia co-
lectiva hasta el punto de que más de la mitad de la población francesa
teme desde entonces verse afectada por la exclusión. Este malestar se vio
reforzado por la aparición, en el mismo periodo, de nuevas formas de
descalificación espacial . Aunque hay que desconfiar de la utilización
para fines mediáticos de la imagen del gueto, a menudo importada de
Estados Unidos y aplicada sin matices a una realidad francesa y europea
muy distintas, los poderes públicos han identificado numerosas zonas
«sensibles» en las aglomeraciones urbanas. Estas zonas concentran una
población afectada por la crisis del empleo. Se vacían progresivamente
de las clases medias y se deterioran rápidamente. Las relaciones sociales
son en ellas tensas, y los síntomas de depresión, muy habituales. De este
modo, la crisis del tejido social urbano coincide con la crisis del mer-
cado del empleo y contribuye a aumentar las desigualdades económicas
y sociales.
Más allá de la representación social dominante de la pobreza como
una caída, los datos reunidos en el capítulo 5 confirman que la pobre-
za corresponde verdaderamente a un proceso de acumulación de des-
ventajas. El riesgo de que el paro vaya acompañado de una pobreza eco-
CONCLUSIÓN 229

nómica y de aislamiento social no es un invento. Es muy real. Pero este


riesgo varía en cada país. Sigue siendo bajo en Dinamarca y en los paí-
ses del sur. Por el contrario, es alto en el Reino Unido, Francia y Ale-
mania, es decir, en los países más industrializados de Europa, los que
sufrieron una reestructuración de envergadura y pérdidas de empleo
considerables.
El caso de Alemania es paradójico. Si nos referimos a su discurso do-
minante sobre la pobreza y a las prácticas de las instituciones de acción
social, podríamos caer en la tentación de aproximar a este país a la po-
breza marginal, ya que las encuestas subrayan una gran resistencia co-
lectiva al reconocimiento oficial de la pobreza y una tendencia a la in-
dividualización de las ayudas y la estigmatización de los pobres. Pero si
nos referimos a las experiencias de la pobreza, el riesgo de descalifica-
ción social no carece de importancia, y el cúmulo de desventajas para
una gran franja de la población la acerca más a Francia y Gran Bretaña
que a los países escandinavos. Este proceso se ha agravado sin duda des-
de la Reunificación. Muchos alemanes del Oeste se quejan de los im-
puestos que tienen que pagar para satisfacer las necesidades de los ale-
manes del Este. De forma que la situación de Alemania está, por así
decir, entre la pobreza marginal y la pobreza descalificadora. Quizás
haya que interpretarla como manifestación de una evolución en curso.
Por último, en los países que se aproximan más a la pobreza descali-
fccadora, hay que subrayar una búsqueda constante de nuevas solucio-
nes en el campo de la protección y la intervención sociales. Por ello he-
mos asistido en los últimos años a una multiplicación de objetivos y
actores, lo que ha contribuido a hinchar el número de personas sus-
ceptibles de recibir ayuda de algún tipo por parte de los servicios de ac-
ción social. Las soluciones de inserción y acompañamiento social se han
extendido por todos los países, pero los resultados de dichos programas
siguen siendo por lo general insuficientes para poder reducir de forma
significativa el problema del paro y de la pobreza. Por todos estos mo-
tivos esta relación con la pobreza remite a un proceso en curso cuyos
efectos aún no hemos terminado de analizar y que es susceptible de ex-
tenderse a otros países.
Los análisis presentados en la segunda parte del libro nos han lleva-
do pues a comprobar empíricamente -a partir del ejemplo de los
países europeos- esta tipología de las formas elementales de la pobre-
230 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

za. ¿Qué conclusiones podemos extraer sobre el alcance exacto de este


marco analítico y sobre la posibilidad de extenderlo a otros países?
Si se comprueba empíricamente esta tipología, en primer lugar hay
que sacar la conclusión de que la pobreza no es universal . Toma formas
distintas en cada sociedad , dependiendo de su historia y su desarrollo.
A ingresos iguales , ser pobre en el Mezzogiorno no tiene el mismo
significado que ser pobre en la región parisina. Ser pobre en el norte de
Francia en los sesenta no significaba lo mismo que serlo hoy. El grupo
de los pobres puede obviamente definirse como tal a partir de una
medida objetiva que puede parecer unánimemente aceptable e impo-
nerse a todos como un patrón universal , pero ¿qué significa esta medi-
da si no preguntamos al mismo tiempo sobre las representaciones so-
ciales y las experiencias vividas de la pobreza ? Tener en cuenta la
diversidad es una ventaja , y esta tipología es un medio para lograrlo. Sin
embargo no deberíamos sacar la conclusión de que las formas que
puede adquirir la pobreza en las sociedades modernas son infinitas.
Estas formas de la pobreza son elementales en primer lugar porque
se han elaborado en base a un razonamiento ideal-típico que se limita
a retener tan sólo los rasgos principales de un fenómeno y a justificar
su selección a partir de un abanico de hipótesis superpuestas, a me-
nudo extraídas de los conocimientos históricos de las sociedades con-
temporáneas . Estas formas son elementales porque remiten asimis-
mo a configuraciones sociales parecidas cuya matriz constitutiva se ha
podido comprobar mediante encuestas empíricas . Finalmente , si estas
formas son elementales es porque cada una de ellas representa un
tipo de relación de interdependencia suficientemente estable para
mantenerse de forma permanente e imponerse como unidad su¡ gé-
neris distinta de los elementos individuales que la caracterizan. En
otras palabras , cada forma elemental de la pobreza corresponde a un
estado de equilibrio relativamente cristalizado de las relaciones entre
individuos desiguales (pobres y no pobres) dentro de un sistema social
que forma un todo.
¿Es posible generalizar estas formas elementales más allá de la expe-
riencia de las sociedades europeas contemporáneas ? Sería imprudente
contestar afirmativamente de forma espontánea sin hacer una demos-
tración rigurosa . No me ha parecido deseable recargar esta obra multi-
plicando los ejemplos de otros países u otras regiones del mundo, pero
CONCLUSIÓN 231

las fuentes y los datos recogidos me autorizan a sugerir algunas hipóte-


sis para trabajos futuros.
La pobreza integrada corresponde a una forma elemental de pobreza
que podemos encontrar en muchos países en desarrollo en los que las ca-
racterísticas de la sociedad rural tradicional se superponen a las de la so-
ciedad industrial. Es el caso de la sociedad rural de la Cabilia analizada
por Pierre Bourdieu en 1960 que se resiste a la introducción de la mo-
neda y a los principios de acumulación capitalista. Es raro recurrir al
usurero, y la ayuda familiar se impone prioritariamente como regla
moral. La pobreza está por todas partes, pero se comparte. Corresponde
a la pobreza integrada. El paro no existe porque todos están más o menos
ocupados en algo. La labor cotidiana es la base de pertenencia al grupo.
En muchos países en desarrollo basta con recorrer las zonas rurales para
comprobar que estas características de la sociedad tradicional no han de-
saparecido todavía. Regiones enteras, a menudo muy pobladas, viven
aún de pequeñas explotaciones agrícolas y artesanales y parecen olvi-
dadas por el mundo moderno. Las condiciones de vida son mediocres,
pero son parecidas para la mayoría de la población, de forma que resul-
ta muy dificil distinguir a los pobres de los que no lo son.
La cuestión de la pobreza se plantea en términos comparables en los
países más pobres del mundo. Las encuestas realizadas en Madagascar,
donde el problema del desarrollo es recurrente, han permitido confir-
mar que la pobreza objetiva, tal como puede medirse a partir de los in-
gresos o de las condiciones de vida, es muy diferente de la pobreza sub-
jetiva 5. Los más pobres desde el punto de vista económico y material
no son los que se consideran más pobres. Una familia que vive coti-
dianamente en condiciones difíciles se conforma con un nivel de con-
sumo inferior que otra que vive en condiciones más favorables. A in-
gresos iguales, una familia que siempre ha tenido condiciones de vida
deplorables es menos susceptible de quejarse que una familia que antes
haya tenido una situación mejor. Este resultado fundamental lleva a
acreditar la tesis de los economistas sobre la atrición de preferencias.
Este fenómeno es similar al descrito en el capítulo 3 sobre las condi-
ciones de vida de la gente más desfavorecida en el Mezzogiorno.
En las grandes metrópolis de los países en desarrollo los pobres,
que suelen ser antiguos campesinos, se concentran por miles en in-
mensos poblados de chabolas. En una ciudad como Sáo Paulo las de-
232 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

sigualdades son extremas. La población mas pobre suele ser relegada a la


periferia, pero también hay islotes de pobreza en los barrios ricos y vi-
ceversa. La inseguridad es muy grande. Las clases medias o altas inten-
tan proteger su vivienda de intrusos y agresores mediante verjas con
pinchos, muros rematados con cristales rotos y vigilantes en cada en-
trada del edificio o del aparcamiento. A veces da la impresión de que es-
tos barrios de chabolas viven encerrados en sí mismos. El ayuntamien-
to y los poderes públicos intentan intervenir, pero las infraestructuras
tienen tantas lagunas y las necesidades son tan acuciantes que las me-
joras parecen siempre insuficientes. Las condiciones sanitarias son a me-
nudo deplorables. La recogida de basuras es aleatoria o inexistente.
Sin embargo, los pobres que viven en estos barrios no están desocupa-
dos. Hay muchos pequeños comercios informales (venta de productos
alimentarios, de limpieza, de bebidas para consumir en el local...), así
como talleres mecánicos o de costura. Todo parece organizado para su-
plir el empleo formal y las carencias de servicios públicos. Estos pobla-
dos de chabolas suelen estar muy animados. Hay muchos niños. Algu-
nos no van al colegio habitualmente. Los habitantes de estos barrios se
cruzan durante todo el día porque los caminos son estrechos. La vida
social parece más importante que la vida privada. La estrechez de las ca-
sas sólo puede reforzar este modo de vida «público». La población vive
en la calle la mayor parte del día.
El modo de organización de estos poblados puede ser de tipo co-
munitario. Los habitantes se suelen organizar para hacerse cargo por su
cuenta de lo que no hacen los servicios públicos. Un espíritu de con-
quista y de lucha colectiva frente a los poderes aúna energías. Cuando
intervienen en estas acciones, los representantes de la Iglesia tienen a
menudo un papel aglutinador junto a los militantes políticos. Téngase
en cuenta que, en estos poblados, el clientelismo político es frecuente.
Interviene como un modo de distribución informal de bienes y servi-
cios a cambio de un apoyo electoral. Las medidas de asistencia se con-
trolan de forma discrecional. En este punto hay un paralelismo entre el
clientelismo de las ciudades de América del Sur y del sur de Europa.
Estas situaciones se aproximan a las características principales de la
pobreza integrada. La diferencia entre la pobreza de los poblados de cha-
bolas de Sáo Paulo y la del sur de Italia radica fundamentalmente en el
hecho de que la primera se reproduce en la periferia de una sociedad
CONCLUSIÓN 233

ganada al desarrollo industrial y a la racionalización de la producción,


que acoge por otra parte a filiales de empresas de todo el mundo,
mientras que la segunda afecta a una región poco industrializada, eco-
nómicamente pobre , donde las perspectivas de empleo son escasas.
Pero , en ambos casos , la experiencia vivida es similar. La probabilidad
de que los pobres tengan otro destino que el de sus padres y los miem-
bros de su familia es prácticamente nula. La única solución para ellos es
enfrentarse a las dificultades diarias ayudándose entre sí, es decir, com-
partiendo los escasos recursos.
Habría que preguntarse asimismo sobre las formas de pobreza en los
países del Este . Bajo el régimen comunista , la pobreza se ocultaba. El
poder soviético empleaba el eufemismo de «categorías menos favoreci-
das» para referirse a ella 6 . El principio igualitarista y antimeritocrático
que caracterizó tanto el sistema educativo como la política salarial del
régimen comunista impedía cualquier reconocimiento oficial de la po-
breza . En muchos países la pobreza se consideraba un fenómeno mar-
ginal puesto que, al abolir la legitimidad de la riqueza , también se
abolía la de la pobreza . Ésta no podía tener un estatus social reconoci-
do. El sistema político negó la existencia de dificultades económicas y
materiales de la población puesto que el Estado proveía a las necesida-
des esenciales de todas las personas. Los estudios actuales confirman
que algunas capas de la población estaban más expuestas que otras al
riesgo de pobreza, especialmente las personas ancianas y las familias nu-
merosas, dadas las carencias del sistema redistributivo organizado ante
todo para favorecer a las familias compuestas por dos personas con tra-
bajo y pocos hijos a su cargo 7.
La transición democrática estuvo acompañada de una transformación
profunda de la relación con la pobreza . Hoy resulta más fácil hablar de
ella, ya que los cambios económicos provocaron un aumento conside-
rable del paro y del empleo precario 8. El fenómeno actual de la pobreza
en esos países presenta , de forma acentuada , numerosas similitudes con
el que se desarrolló en Europa durante los años ochenta y noventa. La
hipótesis de que estos países se aproximan ahora a la pobreza descalifi-
cadora me parece plausible . Pero entre ellos hay diferencias , y queda por
hacer una comparación sistemática con los países europeos.
Al publicar este libro soy consciente de que quedan por contestar
muchas preguntas y que habrá que continuar las investigaciones para
234 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

darles respuesta. Algunas ya están previstas, otras habrá que inventarlas.


En este sentido, este libro marca una etapa. Espero que haya permitido
justificar y validar un marco analítico para reflexionar sobre la pobreza
en las sociedades modernas, lo que para mí es anterior a la acción polí-
tica en este terreno. No desemboca en un programa concreto, sino
que pretende fomentar la reflexión para contribuir, si no a erradicarlo,
al menos a aliviar el sufrimiento de aquellos cuyo destino se cruce algún
día con la pobreza.
APÉNDICE

CÓMO VEN LOS EUROPEOS LA POBREZA

Las sociedades de Europa Occidental han experimentado desde me-


diados de los años setenta un rápido crecimiento de la población
que recibe asistencia, a la que a menudo se expulsa o se mantiene le-
jos del mercado de trabajo . La sensibilidad respecto a este proceso no
ha dejado de aumentar tanto entre los responsables políticos y los
profesionales de lo social como entre los investigadores . Se han reali-
zado numerosas evaluaciones y estudios sobre los medios dispuestos
por cada país para luchar contra este proceso, lo que ha permitido co-
nocer mejor los diferentes modos de regulación de la pobreza y del
paro en Europa. El análisis de la pobreza a partir de indicadores mo-
netarios ha sido también estudiado en numerosos trabajos, en parti-
cular desde que se dispone de datos del Panel de Hogares Europeos,
que es hoy en día la base más fiable en Europa en este campo. Por el
contrario , hasta ahora se habían realizado muy pocos trabajos sobre la
evolución de las representaciones de la pobreza en Europa , que pue-
den estudiarse a partir de los eurobarómetros. El presente estudio per-
mite llenar esta laguna' . Hemos podido comparar cuatro encuestas
236 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

sobre la percepción de la pobreza y la exclusión: las de 1976, 1989,


1993 y 2001 2.
Es importante tener en mente la evolución del contexto económico
en sentido amplio en el momento de las distintas encuestas. La prime-
ra encuesta se remonta al periodo anterior al gran deterioro de los
mercados de trabajo en Europa Occidental de finales de los años se-
tenta, tras la segunda crisis petrolífera de 1979. Las encuestas más re-
cientes se han realizado en un periodo de volatilidad del mercado de
trabajo mucho más importante. La encuesta de 1989 se realizó en una
época en la que los mercados de trabajo se habían recuperado en gran
medida del desasosiego de los primeros años ochenta. En cuanto a la
encuesta de 1993, se hizo durante un nuevo periodo de crisis que se
prolongó en la mayoría de los países hasta mediados de la década. Fi-
nalmente, la última encuesta de 2001 se hizo tras un periodo de im-
portante recuperación económica.

La visibilidad de la pobreza

Antes de estudiar la forma en la que los europeos explican la pobreza,


conviene analizar si ven a su alrededor personas que consideran pobres.
A partir de 1989 es posible comparar en el tiempo la proporción de
personas que consideran que en su barrio o pueblo hay gente en situa-
ción de pobreza o de extrema pobreza (véase el gráfico más abajo). En
1989 el paro era, en todos los países, menos elevado que en 1993, y el
crecimiento económico era más fuerte.
La evolución desde esta fecha es muy significativa. Constatamos
muy claramente que la visibilidad de la pobreza o de la extrema pobreza
ha aumentado en gran medida desde 1989 hasta 1993 en todos los pa-
íses excepto en Italia y que ha disminuido mucho entre 1993 y 2001
salvo en los Países Bajos. Portugal y Grecia, por una parte, y Dinamar-
ca, por otra, constituyen dos polos opuestos, ya que la visibilidad de la
pobreza y de la extrema pobreza es muy elevada en el primero (alrede-
dor del 50% de la población estima que este fenómeno existe cerca de
su casa) y muy baja en la segunda (menos del 10%).
El contraste entre los tres años es aún más sobrecogedor cuando se
compara la proporción de personas que piensan que cerca de su casa
238 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

hay personas en situación de extrema pobreza . En todos los países, sin


excepción , se nota un fuerte aumento en 1993 y una fuerte disminu-
ción en 2001.
¿Concuerdan estos resultados sobre la visibilidad de la pobreza con la
medida objetiva y subjetiva de este fenómeno ? La tabla 1 compara el in-
dicador de « riesgo de pobreza» basado en la definición monetaria ob-
jetiva considerada por la Unión Europea con el indicador de pobreza
subjetivo correspondiente a la proporción de personas cuyos ingresos
totales netos son inferiores a lo que consideran absolutamente necesario
para vivir dignamente.

TABLA 1. Comparación de la pobreza objetiva y de la pobreza subjetiva


Indicador
Indicador de !a pobreza objetiva de pobreza
Porcentaje de individuos que viven subjetiva
en hogares con riesgo Porcentaje de individuos
de pobreza ( 1) que se consideran
pobres (2)

1995 1998 2001 2001


Bélgica 16 14 13 32
Dinamarca 10 12 10 9
Alemania 15 11 11 14 (3)
Grecia 22 21 20 54
España 19 18 19 34
Francia 15 15 15 30
Irlanda 19 19 21 24
Italia 20 18 19 41
Luxemburgo 12 12 12 8
Países Bajos 11 10 11 18
Austria 13 13 12 16
Portugal 23 21 20 66
Finlandia 9 11 30
Suecia 10 9 20
Reino Unido 20 19 17 27
(1) Eurostat, umbral de riesgo de pobreza: 60% de la mediana del ingreso nacional, escala
de la OCDE «modificada» que asigna el valor 1 al primer adulto del hogar, 0,5 a las otras
personas mayores de 14 años y 0,3 a los niños menores de 14 años.
(2) Eurobarómetro 56.1, Pobreza y exclusión social, 2001. Se trata del porcentaje de in-
dividuos cuyos ingresos totales netos son inferiores a lo que considera absolutamente ne-
cesario para vivir correctamente.
(3) Alemania Occidental: 11%, Alemania Oriental: 24%.
APÉNDICE 239

De acuerdo con los datos del Panel de los Hogares Europeos, consta-
tamos que la proporción de individuos que se enfrentan al riesgo de po-
breza es mayor en Portugal y Grecia (a menudo superior al 20%). Es
igualmente fuerte en Italia, España , Irlanda y Gran Bretaña (alrededor
del 20%). Por el contrario , los países escandinavos -Dinamarca, Suecia
y Finlandia- aparecen como los países menos afectados por el riesgo de
pobreza (alrededor del 10%). Los Países Bajos y Luxemburgo presentan
igualmente un riesgo de pobreza bastante bajo (entre 11 y 12%). Fran-
cia y Bélgica ocupan una posición intermedia (entre 13 y 15%).
Aunque las diferencias entre países son claramente mayores cuando
nos referimos a la pobreza subjetiva , el orden no se ve completamente
alterado. Portugal y Grecia son siempre los dos países donde la pro-
porción de pobres es más elevada: el 66% de las personas en Portugal
consideran que sus ingresos son claramente inferiores al umbral que les
parece necesario para vivir dignamente , frente a un 54% en Grecia. Ita-
lia también tiene una proporción de pobres importante (41 %), mien-
tras que, por el contrario , Dinamarca y Luxemburgo siguen siendo
los países menos afectados (entre 8 y 9%), seguidos por Alemania
(14%) y los Países Bajos (18%). Obsérvese que la proporción de pobres
según el indicador de pobreza subjetivo es elevada en Suecia, donde lle-
ga al 20%, y en Finlandia, donde es del 30%, en comparación con la
baja proporción de pobres en estos países cuando nos referimos al in-
dicador de riesgo de pobreza.
Por lo general, podemos decir que la visibilidad social de la pobreza
en los países europeos globalmente coincide bastante con la medida ob-
jetiva y subjetiva de este fenómeno. En los países donde la población ve
a escala local una fuerte proporción de pobres también hay una tasa de
pobreza objetiva y subjetiva elevada. Las posiciones entre países siguen
siendo de nuevo bastante iguales.
En los estudios sobre la pobreza se suele distinguir entre pobreza tra-
dicional, que se reproduce de generación en generación, y la nueva po-
breza, que afecta súbitamente a personas que parecían a salvo de este
problema. Nosotros planteamos la hipótesis definitiva de que no existe
una forma de pobreza más exacta que otra. Ambas son relativas, y va-
rían dependiendo no sólo del país, sino también de la coyuntura.
Esta hipótesis se puede comprobar al referirnos a una pregunta
planteada en los eurobarómetros desde 1976. La pregunta se dirige a las
240 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

personas que han declarado haber visto en su barrio o en su pueblo a


gente caracterizada por: la extrema pobreza , la pobreza o el riesgo de
caer en la pobreza . Se les pregunta si esa gente siempre ha estado en la
situación actual (pobreza «heredada ») o si, por el contrario , han caído
en ella después de vivir de otra forma ( pobreza sufrida tras una «caída»).
Para analizar con más profundidad los factores explicativos de estas
dos formas de pobreza hemos creado varios modelos de regresión lo-
gística para la pobreza heredada (tabla 2) y para la pobreza sufrida (ta-
bla 3) teniendo en cuenta los datos disponibles por país a partir de
1976 y a partir de 1989. El objetivo era evaluar simultáneamente el
efecto propio de cada país, lo que corresponde a un efecto estructural,
y el efecto propio de la coyuntura.
Para comprobar el efecto de la coyuntura económica dimos prioridad
a los indicadores de desempleo, dada la fuerte fluctuación de estos últi-
mos en los últimos treinta años y la legitimidad -social y científica-
que todos les asignan en los debates y análisis de los grandes cambios del
mercado de trabajo . Se han elaborado tres indicadores de la intensidad del
paro : el primero se refiere a la importancia de la propia tasa; el segundo,
a la tendencia en los últimos cuatro años, y el tercero, a una combinación
de la importancia de la tasa y de su evolución en los últimos cuatro
años. A continuación calculamos estos tres indicadores para cada país en
las cuatro fechas de las encuestas (véase el cuadro de la p. 256).
En las tablas realizadas hemos distinguido la primera serie de datos,
que abarca el periodo de 1976 a 2001 para los países miembros de la
Unión Europea en 1976, y la segunda -de 1989 a 2001 - para todos
los países , incluidos España , Grecia y Portugal . En cada una de estas se-
ries hemos creado cinco modelos , es decir, diez en total . El primero y el
sexto calculan el efecto del país sin tener en cuenta el efecto del paro. El
segundo y el séptimo incorporan al efecto del país el efecto del periodo
de la encuesta . Los otros tienen en cuenta los indicadores de desempleo
que hemos elaborado.
Independientemente del modelo que se tenga en cuenta, la per-
cepción de la pobreza como fenómeno reproducible es claramente más
fuerte en los países del sur de Europa y en Irlanda que en Gran Bretaña
(modalidad de referencia) y en los demás países. En otras palabras, es en
los países europeos económicamente más pobres donde se percibe la
pobreza como una herencia . En el otro extremo , en Alemania el coefi-
APÉNDICE 241

ciente es sistemáticamente más negativo respecto a Gran Bretaña (-0,70


en el modelo 1 a -1,52 en el modelo 10), lo que confirma que en ese
país es más difícil percibir a los pobres como personas que hayan esta-
do siempre en esa situación.
Si la pobreza heredada no es una percepción común en Europa, ha-
brá que ver en ella entonces un efecto estructural. Las fuertes variacio-
nes nacionales son efectivamente la manifestación de estas estructuras
sociales diferentes en cada país que las instituciones suelen reproducir.
Esta constatación no indica, sin embargo, la ausencia de un efecto co-
yuntural.
Efectivamente, podemos constatar que el aumento del desempleo
disminuye la probabilidad de que la población vea en la pobreza un
problema de reproducción de generación en generación. Respecto a la
modalidad de referencia «desempleo elevado», el coeficiente es negativo
y muy significativo en la modalidad «desempleo muy elevado» (coefi-
ciente de -0,43 en el modelo 3 y de -0,39 en el modelo 8). Igualmen-
te, respecto a la modalidad de referencia «desempleo estancado», el
coeficiente es negativo y muy significativo para la modalidad «desem-
pleo en aumento» en el modelo 9 (-0,46) mientras que es positivo y
significativo en el modelo 4 (0,25). Cuando se incorpora la encuesta de
1976, el resultado es distinto. Podemos explicar esta tendencia opuesta
entre las dos series de encuestas compiladas subrayando que las repre-
sentaciones de la pobreza seguían siendo poco sensibles al fenómeno del
aumento del paro a mediados de los años setenta. El fenómeno de la
«nueva pobreza» se descubrió y debatió públicamente una decena de
años más tarde. Es pues probable que el aumento del paro se haya
traducido de forma distinta en las representaciones sociales de los años
setenta y los años ochenta. Finalmente, como cabía esperar, el efecto
combinado de un desempleo muy elevado y de un aumento del paro en
los cuatro últimos años sobre la percepción de la pobreza como heren-
cia es negativo y siempre significativo tanto en el modelo 5 como en el
10. Obsérvese, sin embargo, que el coeficiente sigue siendo positivo y
significativo en el modelo 5, mientras el paro es bajo y en aumento,
mientras que esta combinación no existe en la segunda serie de en-
cuestas que comienza en 1989. El resultado confirma la tendencia ob-
servada anteriormente y puede explicarse de la misma manera, es decir,
que en los años setenta el aumento del paro no tuvo el mismo efecto
242 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

TABLA 2. Pobreza percibida como pobreza heredada (regresión logística)


Compilación de las encuestas
de 1976, 1989. 1993 y 2001

Mod. 1 Mod. 2 Mod. 3 Mod. 4 MoeL 5


Constante -0,41**` -0,65*** -0,81*** -0,59*** -0,92***
País
Gran Bretaña Ref. Ref. Ref. Reí Ref.
Bélgica -0,34 ** -0,36** -0,24** -0,33** -0,35*-
Dinamarca -0,40** -0,29* -0, 15 n.s. -0,38 -0,06 n.s.
Alemania -0,70*** -0,80*** -0,68 *** -0,64*"* -0,74***
Francia -0,15 n.s . -0, 16 n.s. -0,05 n.s. -0,03 n . s. -0,08 n.s.
Irlanda 0,25* 0,24* 0,77*** 0,26* -1,00***
Países Bajos -0,66*" * -0,57*** -0,76*** -0,48**" 4,65***
Italia 0,68 *** 0,60*** 1,27*** 0,86*** 132***
España
Grecia
Portugal
Año encuesta
1976 ,78***
1989 0,30***
1993 -0,43***
2001 Ref.
Desempleo (1)
B 0,79***
E Ref.
ME -0,43***
Desempleo (1)
En .1. 0,04 n.s.
En - Ref.
En T 0,25`*
Desempleo (1)
B1 -0,04 n.s.
B 0,79***
BT 1,06***
E J. 0,30*
E- Ref.
ET 0,00 n.s.
ME.1
ME -> -0,30***
ME T -0,63**"
Nb Obs 7.047 7.047 7.047 7.047 7.047
-2LogL 9.004 8.643 8.730 8.993 8.694
Chi-Sq 342 703 616 352 652
DF 7 10 9 9 14
Prob 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001

( 1) A partir de la tasa de desempleo por país para el año de cada encuesta ( fuente : OCDE).
B: Bajo ; E: Elevado; ME: Muy elevado.
.1,: En disminución ; -*: Estancada; T: En aumento.
* P < 0,05; ** P < 0,01; *** P < 0,001 ; n.s.: no significativo.
FUENTE: Eurobarómetros , .Pobreza- Exclusión».
APÉNDICE 243

Compilación de las encuestas


de 1989, 1993 y 2001

Mod 6 Mod 7 Mod 8 Mod 9 Mod 10


-0,80` -0,79*** -0,67*** -0,62*** -0,34***

Ref. Ref. Ref. Ref. Ref.


-0, 14 n.s. -0, 25 n.s. -0,27 n.s. -0,28 n.s. -0,36 n.s.
-0,40** -0,53** -0,37* -0,37* -0,45**
-112*" -1,18" -1,20* " - 1,30*** -1,52***
-0,28 n.s. -0, 36 n.s . -0, 24 n.s. -0, 52*** -0,54**
0,43** 0.35*** 0,58"** 0 ,42** 0,49***
-0,58*"* -0,64*** -0 ,78*` -0,76'" -0, 98""*
0,93**" 0,80'"' 1,10*'" 0,74" 0,78"**
0,65'" 0 , 56*** 0,91**" 0 , 59*** 0,76***
1,20"*" 1,13"" 1,18'** 1,22*** 1,10***
1,14*"" 1,03*** 0 , 88"" 0,82*"" 0,68'""

0,52"'
-0,19"'
Reí

0,13 n.s.
Ref.
-0,39***

0,21**
Ref.
-0,46***

-0,08 n.s.
-0,15 n.s.

-0,06 n.s.
Re£
-0,55*`*
-0,30 n.s.
-0,42***
-0,87*"
7.303 7.303 7.303 7.303 7.303
9.005 8 . 864 8.970 8.942 8.916
856 998 891 920 945
10 12 12 12 17
0,0001 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001
244 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

TABLA 3. Pobreza percibida como pobreza sufrida tras una caída ( regresión logil
Compilación de las encuestas
de 1976, 1989, 1993 y 2001

Mod. 1 Mod. 2 Mod. 3 Mod. 4 Mod. 5

Constante 4 ,23*** -0,15 n . s. 0,10 n.s. -0,05 n . s. 0,13 n.s.

País
Gran Bretaña Ref. Ref. Ref. Ref. Ref.
Bélgica 0,19 n.s. 0,19 n.s. 0,14 n.s . 0,22** 0,23 n.s.
Dinamarca 0,28* 0,12 n . s. 0,00 n . s. 0,25* -0,07 n.s.
Alemania 0 , 68*'* 0,77 *** 0,71*** 0,61 *** 0,79***
Francia 0 , 17 n.s. 0,17 n.s. -0 , 02 n.s . 0,02 n.s . -0,02 n.s.
Irlanda 0,02 n.s. 0,04 n . s. -0,48*** 0,03 n .s. -0,74***
Países Bajos 0,39*** 0 , 31*** 0,54* ** 0,21* 0,45""*
Italia - 1,00*** -0,96*** - 1,58*— -1,18*** 1,58***
España
Grecia
Portugal
Año encuesta
1976 0,69-
1989 -0,06 n.s.
1993 -0,64**"
2001 Ref.
Desempleo (1)
B -0,80***
E Ref.
ME 0,56***
Desempleo (1)
En ,L -0,18 n.s.
En -4 Re f.
En T -0,24**
Desempleo (1)
B -0,02 n.s.
B -* 0,71***
B T -1,03***
-0,28...
E .L
E --* Ref.
ET 0,23 n.s.
ME .). 0,49"
ME -
ME T 0,79***
Nb Obs 7.047 7.047 7.047 7.047 7.303
-2LogL 9 . 331 8.883 8 . 971 9.320 8.934
Chi-Sq 388 836 747 397 784
DF 7 10 9 9 14
Prob 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001

(1) A partir de la tasa de desempleo por país para el año de cada encuesta ( fuente : OCDE).
B: Bajo; E : Elevado; ME: Muy elevado.
.L: En disminución ; -: Estancada ; T: En aumento.
* P < 0,05; ** P < 0,01; *** P < 0,001; n. s.: no significativo.
FUENTE: Eurobarómetros , « Pobreza-Exclusión,.
APÉNDICE 245

Compilación de las encuestas


de 1989. 1993 y 2001

Mod 6 Mod 7 Mod. 8 MoeL 9 Mod 10

0,13 n.s. -0,06 n.s. 0,02 n.s. -0,11 n.s. -0,27 n.s.

Ref. Ref. Ref. Ref. Re f.


0,12 n.s. 0,21 n.s. 0,23 n.s. 0,33* 0,26 n.s.
0,28* 0,34* 0,21 n.s. 0,23 n.s. 0,26 n.s.
0,96*** 0,97*** 1,00*** 1,20*— 1,29***
0,26* 0,32** 0,17 n.s. 0,58*** 0,48**
-0,15 n.s. -0,11 n.s. -0,34* -0,14 n.s. -0,23 n.s.
0,23 n.s. 0,34** 0,50*** 0,49*** 0,67-*
-1,04*** -0,94*** -1,28*** -0,80*** -0,99***:
-0,52*** -0,90*** -0,48*** -0,75***
-0,57***
-1,06*** -1,01*** -1,08*** -1,09*** -1,13***
-1,07*** -0,96*** -0,67*** -0,62*** -0.37***

-0,31***
0,47***
Ref.

-0,29**
Ref.
044***

-0,33***
Ref.
0,58***

-0,44**
-0,04 n.s.

-0,07 n.s.
Ref.
0,76***
0,27 n.s.
0,44***
0,87***

7.303 7. 303 7 .303 7.303 7.047


9.316 9.141 9 . 258 9.107 9.167
726 901 784 845 875
10 12 12 12 17
0,0001 0 ,0001 0 ,0001 0,0001 0,0001

Reino Regente , 6-bajo


Apdo. 367
20003 - SAN SEBASUAN
246 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

sobre la representación de la pobreza que en los años ochenta. Obser-


vemos también que la introducción de indicadores del paro en los
modelos 3, 4, 5, 8, 9 y 10 no tuvo el efecto de modificar sustancial-
mente las tendencias observadas en los coeficientes de cada país. Así, las
variaciones del paro no anulan el efecto estructural que hemos demos-
trado. También explican las inflexiones de la percepción de la pobreza
en el tiempo.
Observamos una tendencia prácticamente inversa en los modelos es-
tablecidos a partir de 1976 o de 1989 para explicar la percepción de la
pobreza como una caída (véase la tabla 3). De forma casi simétrica a la
percepción de la pobreza como un fenómeno reproducible, la percep-
ción de la pobreza como una caída está mucho menos extendida en los
países del sur que en los del norte. Independientemente del modelo, los
coeficientes siempre son negativos y muy significativos en Italia, Grecia,
España y Portugal. Obsérvese que el coeficiente es igualmente negativo
para Irlanda, pero éste sólo es significativo en los modelos 3, 5 y 8. De
forma general, podemos concluir que las estructuras nacionales impri-
men su huella en la percepción de la pobreza.
El efecto estructural no elimina sin embargo el efecto coyuntural.
Los indicadores de paro influyen igualmente en la percepción de la po-
breza y no modifican sensiblemente las tendencias observadas en cada
país. Podemos constatar, efectivamente, que el aumento del paro in-
crementa fuertemente la probabilidad de que la población perciba la
pobreza como un fenómeno sufrido tras una caída. Respecto a la
modalidad de referencia «desempleo elevado», el coeficiente es positivo
y fuertemente significativo para la modalidad «desempleo muy elevado»
(coeficiente de 0,56 en el modelo 3 y de 0,44 en el modelo 8). Igual-
mente , respecto a la modalidad de referencia «desempleo estancado», el
coeficiente es positivo y muy significativo para la modalidad «desem-
pleo en aumento» en el modelo 9 (0,58), mientras que es negativo y
significativo en el modelo 4 (-0,24). Volvemos a encontrar la misma
tendencia que la que hemos observado en la tabla anterior. El desfase
entre la primera serie de encuestas compiladas y la segunda se explica
aquí por la particularidad de los años setenta, en los que las represen-
taciones de la pobreza se parecían mucho a las de los años anteriores,
marcados por el pleno empleo. Finalmente, los resultados confirman
que la combinación de un desempleo muy elevado y un aumento del
APÉNDICE 247

paro en los cuatro últimos años conlleva una mayor probabilidad de


percibir la pobreza como una caída (los coeficientes siguen siendo po-
sitivos y significativos tanto en el modelo 5 como en el modelo 10; por
ejemplo, es de 0 ,79 en el modelo 5 y de 0,87 en el modelo 10 para «de-
sempleo muy elevado en aumento » respecto a la modalidad «desempleo
en aumento estancado»).
Así pues, la forma en que los europeos ven la pobreza no es en nin-
gún caso homogénea . Cada país mantiene una relación social específi-
ca con la pobreza que no es invariable, pero que se mantiene en el tiem-
po. Pero , independientemente del país , los cambios coyunturales del
empleo afectan a la percepción de la pobreza. Podemos deducir enton-
ces que el efecto estructural y el efecto coyuntural son relativamente in-
dependientes debido a su fuerza respectiva en la explicación de la per-
cepción de la pobreza. En otras palabras, de 1976 a 2001 las variaciones
coyunturales tuvieron un efecto significativo en todos los países, sin
afectar por ello a las tendencias estructurales que caracterizan social e
históricamente a cada uno de ellos.

Causas percibidas de la pobreza

La pregunta sobre las causas percibidas de la pobreza se formula de la


forma siguiente : « ¿Por qué hay, en su opinión, gente que vive con es-
trecheces ?», y las respuestas que se proponían eran : 1) porque no han
tenido suerte ; 2) por pereza o falta de voluntad; 3) porque hay muchas
injusticias en nuestra sociedad ; 4) es inevitable en el mundo moderno;
5) ninguna de las anteriores. Esta pregunta se plantea desde 1976 en
cuatro eurobarómetros comparables , lo que constituye una base ex-
cepcional para estudiar al mismo tiempo el efecto del país y el efecto del
periodo de la encuesta.

Causas individuales y causas sociales

Entre las respuestas propuestas, las dos primeras remiten a causas indi-
viduales (porque no han tenido suerte , por pereza o falta de voluntad),
mientras que las dos siguientes se refieren a causas sociales (porque hay
248 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

muchas injusticias en nuestra sociedad, es inevitable en el mundo mo-


derno) (véase la tabla 4).
Entre la dos causas individuales la primera, contrariamente a la
segunda, se basa en una constatación y no conlleva ningún juicio sobre
los pobres. Entre las causas sociales, la explicación por el carácter ine-
vitable de la pobreza corresponde igualmente a una constatación sobre
la sociedad y no comporta, contrariamente a la explicación por la in-
justicia, una crítica de la sociedad. Podemos decir entonces que las ex-
plicaciones por pereza e injusticia son más ideológicas que las otras.
Sea como fuere, atribuir a la pobreza una causa individual o social es
ya en sí significativo de la relación de las personas y las sociedades con
la pobreza. Además, hay variaciones significativas dependiendo del
país.
Los países en los que la explicación de la pobreza por causas indivi-
duales es más común son, en orden decreciente: Portugal (48%), Di-
namarca (47%), Gran Bretaña (43%) e Irlanda (41%). Los países don-

TABLA 4. Causas percibidas de la pobreza en 2001 (en %)


Total
Total
Sin causas Injus- Inevi-
Pereza causas Ninguna No sabe
suerte indivi- ticia table
sociales
duales

Bélgica 17,9 17,9 35,8 31,2 23,6 54,8 4,4 4,9


Dinamarca 27,5 19,3 46,8 12,8 30,6 43,4 6,0 3,8
Ale. Occ. 11,6 17,1 28,7 33,2 25,4 58,6 3,8 8,8
Ale. Orien. 9,8 14,4 24,2 50,1 18,9 69,0 3,6 3,1
Grecia 13,7 19,9 33,6 32,9 24,8 57,7 3,7 4,9
Italia 19,4 15,4 34,8 36,1 15,8 51,9 6,2 7,2
España 24 ,0 12,4 36,4 35,3 19,4 54,7 3,6 5,4
Francia 16,4 15,6 32,0 39,9 19,1 59,0 5,1 3,9
Gran Bretaña 20,9 22,5 43,4 19,5 22,3 41,8 5,2 9,7
Irlanda 22,8 17,9 40,7 22,9 19,7 42,6 7,0 9,8
Países Bajos 23,2 11,9 35,1 19,3 22,5 41, 8 14,2 8,8
Austria 12,6 22,3 34,9 29,6 24,2 53,8 6,6 4,7
Portugal 18 ,3 29,4 47,7 33,6 10,2 43,8 3,2 5,4
Finlandia 13,4 14,7 28,1 42,5 23,4 65,9 2,4 3,6
Suecia 13,1 8,5 21,6 42,0 27,1 69,1 5,2 4,1
Conjunto 17,5 17,6 35,1 31,4 21,9 53,3 5,7 5,9

FUENTE: Eurobarómetro 56.1, Pobreza y exclusión social (2001).


APÉNDICE 249

de la explicación de la pobreza por causas sociales es dominante son:


Suecia y Alemania Oriental (69%), Finlandia (66%), seguida por Fran-
cia y Alemania Occidental (59%), Bélgica y España (55%) e Italia
(52%). Es imposible explicar estas diferencias con un solo factor. Decir
que los países de tradición socialdemócrata (Suecia y Finlandia) o so-
cialista como Alemania Oriental están más inclinados a la explicación
por causas sociales parece comprobado, pero Dinamarca constituye
entonces una excepción . Decir que los países latinos tienen una cultu-
ra de contestación al sistema social que se traduce en una tendencia más
confirmada a explicar la pobreza por causas sociales es sin duda cierto,
pero en este caso hay que subrayar la excepción de Portugal.
Por el contrario , parece que tanto Gran Bretaña como Irlanda, que
tienen un sistema liberal de protección social , son más dadas a explicar
la pobreza por causas individuales . Por lo general , podemos decir que
no hay un factor único para explicar estas diferencias . Sólo podemos su-
brayar a grandes rasgos que el desarrollo de un sistema avanzado de
protección social va a menudo correlacionado con una explicación de la
pobreza por causas sociales y que , al contrario , un sistema de protección
social como el de Gran Bretaña, que ha sido objeto de importantes res-
tricciones en los últimos años, en particular en lo referente a las sub-
venciones por desempleo, va asociado a una tendencia más clara a ver
en la pobreza causas individuales . Para profundizar en este análisis po-
demos examinar los factores de la explicación mediante la pereza y la
injusticia.

Pereza e injusticia

Siguiendo estas dos explicaciones de la pobreza, podemos preguntarnos


por una parte si hay una variación importante entre países europeos y,
por otra, si hay variaciones en el tiempo . Los gráficos siguientes des-
criben la evolución por país de la explicación de la pobreza por la pereza
y por la injusticia desde 1976 y permiten comprobar estas hipótesis. Es-
tas dos explicaciones varían efectivamente dependiendo del país y el pe-
riodo de la encuesta . Si comparamos , por ejemplo, Francia y Gran
Bretaña, vemos que la explicación por la pereza, independientemente
del periodo de referencia, se da siempre más en Gran Bretaña que en
APÉNDICE 251

Francia. Las diferencias eran bastante elevadas en 1976, ya que más del
44% de los ingleses daban esta explicación, frente al 17% de los fran-
ceses . Hay que deducir pues que existe entre esos dos países represen-
taciones distintas de la pobreza, como han demostrado otros trabajos 3.
También hay que subrayar que, a pesar de las diferencias de niveles
entre países, la evolución es similar desde 1976 en muchos de ellos.
Tanto en Bélgica, Alemania, Francia y Gran Bretaña como en Irlanda la
explicación de la pobreza por la pereza era alta en la primera encuesta,
sensiblemente menos extendida en la segunda y menos aún en la ter-
cera, para volver a subir en la última. Estas diferencias son importantes.
Así, por ejemplo, en Francia la proporción de personas que explican la
pobreza por la pereza era del 16,1% en 1976, de 11,7% en 1989, de
5,6% en 1993 y de 15,6% en 2001. En Bélgica, la tendencia es la
misma: de 22,4% en 1976 se ha pasado a 15,13% en 1989, a 8,2% en
1993 y a 17,9% en 2001.
Si nos referimos únicamente a las tres últimas encuestas , observamos
una disminución sensible de la explicación de la pobreza por la pereza
en 1993 respecto a 1989 y un aumento en 2001 respecto a 1989 en
ocho de los once países representados en el gráfico. Estos resultados
confirman, siguiendo los trabajos realizados recientemente en Francia',
que la responsabilidad individual se indica claramente como explicación
de la pobreza más a menudo desde finales de los años noventa.
Observamos un fenómeno casi inverso para la explicación de la po-
breza por la injusticia. Esta explicación se suele dar en Alemania Orien-
tal (50%), Finlandia y Suecia (42%) y en Francia (40%). El Reino Uni-
do y los Países Bajos no dan tanto esta explicación (19%), y Dinamarca
aún menos a menudo (13%). En los países del sur, especialmente en
Italia , España y Portugal, la proporción de personas que da esta expli-
cación es, en su conjunto, bastante elevada (entre 33 y 36%).
Para interpretar estas diferencias habría que tener en cuenta no sólo
el tipo de Estado de bienestar, sino además la forma en la que se deba-
ten estas desigualdades en cada país, lo que depende al mismo tiempo
de experiencias pasadas en el ámbito de la lucha contra la pobreza, de
los actores comprometidos en este campo y, de forma más general, de
los modos de intervención social 5.
También resulta asombroso comprobar que la explicación de la po-
breza por la injusticia varía igualmente con el tiempo. En nueve de los
252 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

once países alcanza su máximo en 1993 , en un momento en que la co-


yuntura económica es muy desfavorable , con una tasa de desempleo
muy elevada en la mayoría de los países y una tasa de crecimiento muy
baja, e incluso negativa . La explicación de la pobreza por la injusticia
bajó en gran medida en 2001 en todos los países excepto Grecia, don-
de se ha estabilizado en un nivel alto.
Podemos deducir pues que la explicación de la pobreza varía en
gran medida según el espacio y el tiempo, y que estas dos variables
parecen a priori igualmente sólidas . Sin embargo hay que demostrar-
lo de forma más sistemática . Para ello podemos retomar los mismos
tipos de regresión logística que hemos utilizado en la sección anterior
(tablas 5 y 6).
La tabla 5 confirma el efecto país . Cuando tomamos Gran Bretaña
como país de referencia , donde la explicación de la pobreza por la pereza
era la más extendida en 1976, todos los países se desvían con la excep-
ción de Alemania, donde los coeficientes siempre han sido muy bajos y
poco significativos independientemente del modelo . Los Países Bajos y
Francia son los países donde este tipo de explicación aparece como la
menos extendida . Obsérvese también que en Grecia la explicación de la
pobreza por la pereza es sistemáticamente más frecuente que en Gran
Bretaña . Este fenómeno se observa también en Italia, al menos en
los modelos 8 y 10 de nuestro análisis . Los resultados no enfrentan a los
países del sur con los del norte , como ocurría anteriormente . La pro-
pensión a explicar la pobreza por la pereza no es sólo característica de
países como Gran Bretaña, en los que en las últimas décadas se ha ini-
ciado una política de restricción de las subvenciones por desempleo y de
las ayudas a los pobres . También se encuentra en algunos países del sur
que no tienen un sistema de protección muy avanzado.
Existe asimismo un efecto propio del desempleo . Cuando éste es
alto, la probabilidad de que las personas encuestadas expliquen la po-
breza por la pereza disminuye sensiblemente . Parece que la población
tome conciencia , en periodos de crisis y de escasez de empleos, de que
si los parados no encuentran trabajo no es necesariamente por su culpa.
Respecto a la modalidad de referencia «desempleo elevado», el coefi-
ciente es negativo y muy significativo para la modalidad «desempleo
muy elevado» (coeficiente de -0,40 en el modelo 3 y de -0,23 en el
modelo 8 ). Respecto a la modalidad de referencia « desempleo estanca-
APÉNDICE 253

do», el coeficiente es negativo y muy significativo para la modalidad


«desempleo en aumento» en el modelo 9 (-0,41), mientras que es po-
sitivo y muy significativo en el modelo 4 (0,15). Como hemos visto
anteriormente, las dos series de encuestas compiladas no llegan a una
tendencia similar cuando se trata de tener en cuenta el efecto propio del
aumento del paro a partir de 1976 y a partir de 1989. Si el coeficiente
es positivo en la primera serie, se debe nuevamente a que el aumento
del paro partía de un nivel relativamente bajo y que no se ha traducido
en una transformación inmediata de las representaciones de la pobreza,
ya que la «nueva pobreza» no se tuvo en cuenta como una cuestión so-
cial hasta mediados de los años ochenta. El efecto combinado de un de-
sempleo muy elevado y de un aumento del paro en los cuatro últimos
años sobre la explicación de la pobreza por la pereza es negativo y
siempre significativo tanto en el modelo 5 como en el 10. Obsérvese
igualmente que la introducción de indicadores del desempleo en los
distintos modelos no cambia fundamentalmente los coeficientes de la
variable país obtenidos en los modelos más sencillos -es decir, los mo-
delos 1 y 6-, lo que tiende a demostrar el carácter relativamente in-
dependiente de los factores estructurales y coyunturales que hemos te-
nido en cuenta.
Los factores de la explicación de la pobreza por la injusticia pueden
analizarse según los mismos modelos (véase la tabla 6).
Los modelos confirman igualmente que la explicación de la pobreza
por la injusticia varía de forma significativa dependiendo de los países.
Se comprueba que los dos países donde menos se da esta explicación
respecto a Gran Bretaña son Dinamarca y los Países Bajos, es decir, paí-
ses donde la protección social es la más avanzada, lo que parece lógico.
Alemania se diferencia de Gran Bretaña por un coeficiente positivo y
significativo, lo que quiere decir que la explicación de la pobreza por la
injusticia está más pronunciada. Esta tendencia también se encuentra
en Francia, país en el que se han adoptado numerosas iniciativas polí-
ticas en el campo de la lucha contra la pobreza en los últimos años, es-
pecialmente la implantación del ingreso mínimo de inserción en 1989
después el voto de la ley contra la exclusión en 1998. Cada una de estas
iniciativas recibió el respaldo mayoritario de la población. Antes de la
implantación del RMI, por ejemplo, nueve de cada diez franceses se de-
claraban favorables a esta orientación, y los debates políticos coincidían
254 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

TABLA 5. Explicación de la pobreza por la pereza (regresión logística)


Compilación de las encuestas
de 1976, 1989. 1993 y 2001

Mod. 1 Mod 2 Mod 3 Mod. 4 Mod 5

Constante - 1,15*** -1,10*** -1,23* *" - 1,24 -1,28*—


País
Gran Bretaña Ref. Ref. Ref. Ref. Ref.
Bélgica -0,55*** -0,56** -0,56*** -0,56*** -0,70***
Dinamarca -0,75**" -0,76*** -0,76*** -0,73*** -0,74***
Alemania -0 ,31*** -0,33*** -0,25*** -0,28*** -0,32***
Francia -0 ,79*** -0,82 n.s. -0,73*** -0,71 *** -0,73***
Irlanda -0,36 *** -0,37*** -0,19*** -0, 36*** -0,02 n.s.
Países Bajos -0,89*** -0 , 90*** -0,98 *** -0, 80*** -0,90***
Italia -0,33 *** -0, 33*** -0,06 n.s. -0,24 *** -0, 09 n.s.
España
Grecia
Portugal
Año encuesta
1976 ,34***
1989 -0,l3***
1993 -0,50*'*
2001 Ref.
Desempleo (1)
B 0,32***
E Ref.
ME -0,40***
Desempleo (1)
En 1 0,05*
En -> Ref.
En T 0,15***
Desempleo (1)
B -0,22*
B - 0,25***
BT 0,59***
E1 0,14*
E -* Ref.
ET 0,17*
ME I
ME -* -0,23***
ME T -0,67***
Nb Obs 32.441 32.441 32.441 32.441 32.441
-2LogL 28 . 674 28 . 288 28.414 28.664 28.291
Chi-Sq 353 739 613 366 736
DF 7 10 9 9 14
Prob 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001

(1) A partir de la tasa de desempleo por país para el año de cada encuesta ( fuente : OCDE).
B: Bajo ; E: Elevado; ME : Muy elevado.
.(.: En disminución ; -*: Estancada ; T: En aumento.
* P < 0,05; ** P < 0,01; * ** P < 0,001 ; n.s.: no significativo.
FUENTE : Eurobarómetros , « Pobreza-Exclusión».
APÉNDICE 255

Compilación de las encuestas


de 1989, 1993 y 2001

Mod 6 Mod 7 Mod 8 Mod. 9 Mod. 10


-1 ,55*** -1,34 -1,58*** -1,51***

Ref. Ref. Ref. Ref. Ref.


-0,32*** -0,33*** -0,29*** 4,43*** -0,37***
-0,31 *** -0,31*** -0,31*** -0,22** -0,22**
-0,03 n.s. -0,04 n.s. 0,07 n.s. -0,07 n.s. -0,06 n.s.
-0,53*** -0,54*** -0,43*** -0,66*** -0,53***
-0,27*** -0,27*** -0,20* -0,28*** -0,22*
-0,52*** -0,52*** -0,59*** -0,56*** -0,55***
0,04 n.s. 0,03 n.s. -0,22*** 0,00 n.s. 0,17*
-0,46*** -0,47*** -0,19* -0,56*** -0,41**
0,23*" 0,23*** 0,34*** 0,32*** 0,43***
0,10 n.s. 0,09 n.s. -0,17* -0,11 n.s. -0,21**

-0,15***
0,48***
Re£

0,30**
Ref.
-0,23***

0,25***
Ref.
-0,41***

0,43
0,25***

0,27***
Ref.
-0,32***
0,18 n.s.
-0,12**
-0,41***
33.409 33.409 33.409 33.409 33.409
28.325 28.161 28.237 28.172 28.141
276 441 365 430 460
10 12 12 12 17
0,0001 0 , 0001 0,0001 0 , 0001 0,0001
256 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

TABLA 6. Explicación de la pobreza por la injusticia ( regresión logística)


Compilación de las encuestas
de 1976, 1989. 1993 y 2001

Mod. 1 Mod. 2 Mod 3 Mod. 4 Mod. 5

Constante 1,11*"* 1,15*** -1,03***


País
Gran Bretaña Ref. Ref. Ref. Ref. Ref.
Bélgica 0,04 n.s. 0,04 n.s. 0,03 n.s . 0,01 n.s . 0,04 n.s.
Dinamarca -0,61"*' -0,61*** -0,61"** -0,59**' -0,57**'
Alemania 0 ,32"** 0,34*** 0,25*** 0,33*** 0,37'**
Francia 0 ,55*** 0,57*** 0,50*** 0,52*** 0,52***
Irlanda 0,06 n . s. 0,05 n . s. -0,08 n . s. 0,06 n .s. -0,14*
Países Bajos -0,37'** -0,38*** -0,30*** -0,39*** -0,26-
Italia 0,77*** 0,77*** 0,55*** 0,76*** 0,65***
España
G recia
Portugal
Año encuesta
1976 -0,27-
1989 0,00 n.s.
1993 0,34***
2001 Ref.
Desempleo (1)
B -0,33**'
E Ref.
ME 0,26"
Desempleo (1)
En .L 0,08 n.s.
En -y Ref.
En T -0, 06 n.s.
Desempleo (1)
B 0,07 n.s.
B -* -0,19«**
B T -1,42***
EJ 0,16**
E Ref.
E T 0,11 n.s.
ME.t.
ME -# 0,28***
ME T 0,43**'
Nb Obs 32.441 32.441 32.441 32.441 32.441
-2LogL 37.044 36.748 36.793 37.032 36.750
Chi-Sq 1.088 1.384 1.339 1.099 1.382
DF 7 10 9 9 14
Prob 0,0001 0 , 0001 0,0001 0 , 0001 0,0001

(1) A partir de la tasa de desempleo por país para el año de cada encuesta (fuente: OCDE).
B: Bajo; E : Elevado; ME: Muy elevado.
1 : En disminución; -4: Estancada ; T: En aumento.
* P < 0,05; ** P < 0,01; *** P < 0,001; n.s.: no significativo.
FUENTE: Eurobarómetros , «Pobreza-Exclusión>^.
APÉNDICE 257

Compilación de lar encuestas


de 1989, 1993 y 2001
Mod 6 Mod. 7 Mod 8 Mod. 9 Mod. 10
-0,96*** -1,06*** 1*** -1,20***

Ref. Ref. Ref. Ref. Ref.


0,02 n. s. 0,03 n.s. 0,04 n. s. 0,01 n.s. -0,16*
-0,71 *** -0,71 *** -0,71*** -0,69*** -0 , 60***
0,29*** 0,30*** 0,23*** 0,45*** 0 , 41***
0,43*** 0,43*** 0,35*** 0,56*** 0,42***
-0,02 n . s. 0,03 n.s. -0,07 n.s. 0,03 n.s. 0,01 n.s.
-0,40*** -0,39*** -0,29*** -0,24*** -0,11 n.s.
0,64*** 0,65*** 0,48*** 0,80 *** 0 , 63***
0,57*** 0,54*** 0,29*** 0,53*** 0,56***
0,01 n .s. 0,02 n.s. -0,06 n.s. 0,04 n.s. -0,07 n.s.
0,35*** 0,35*** 0,62*** 0,46*** 0,71***

-0,04 n.s.
0,30***
Ref.

-0,26***
Ref.
0,26***

-0,06 n.s.
Ref.
0,37***

-0,12 n.s.
-0,13*

0,35***
Ref.
0,56***
0,09 n.s.
0,37***
044***
32.441 33.409 33.409 33.409 33.409
40.182 40.023 40.031 40.088 39.960
932 1.092 1.063 1.027 1.154
10 12 12 12 17
0,0001 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001
258 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

en la necesidad de subsanar una deuda de la nación francesa para con


los más pobres 6. Finalmente, observaremos que los países del sur, con la
excepción de Grecia, tienen coeficientes positivos y significativos, lo que
indica que la explicación de la pobreza por la injusticia está más exten-
dida que en Gran Bretaña. Por último, cuando los indicadores del de-
sempleo se añaden a los modelos siguientes, las tendencias observadas
no se modifican.

Definición de las características del desempleo y atribución de categorías


para cada país en las fechas de las encuestas

Tasa en el año Tendencia general en los


de la encuesta cuatro últimos años Categoría

Baja (< 6%) En disminución B 1


Estancada B -4
En aumento B T

Elevada (6 < 10%) En disminución E L


Estancada E
En aumento ET

Muy elevada (> 10%) En disminución ME L


Estancada ME -
En aumento ME T

En aumento: desviación positiva > 2 puntos entre las dos referencias.


Estancada: menos de 2 puntos de desviación entre las dos referencias .
En disminución: desv iación negativa > 2 puntos entre las dos referencias.

1976 1989 1993 2001


Bélgica B T El ET E .l-
Dinamarca B T E- ME T B-
Alemania BT E -4 E- ME -*
Grecia E-> ET ME-4
España ME 1 ME T ME 1
Francia B -* E- ME -* E .l,
Irlanda ET ME -* ME T B1
Italia E -4 ME -* ME -* E
Países Bajos B -+ E -* E -> B-
Portugal B B -^ B
Reino Unido B T El ME T B-

Tabla basada en datos de la OCDE.


APÉNDICE 259

Estos indicadores de desempleo aportan nuevamente la confirma-


ción de la existencia de un efecto coyuntural sobre la explicación de la
pobreza. Cuando el paro es elevado, la probabilidad de que las personas
encuestadas den la explicación de la pobreza por la injusticia aumenta
sensiblemente, y cuando el paro es bajo, disminuye igualmente de for-
ma significativa. La tendencia del paro en los cuatro últimos años tiene
una incidencia comparable. Respecto a la modalidad de referencia «de-
sempleo estancado», el coeficiente es positivo y fuertemente significa-
tivo para la modalidad «desempleo en aumento» en el modelo 9 (0,37),
mientras que no es significativo en el modelo 4. El efecto combinado
de un paro muy elevado y de un aumento del desempleo en los cuatro
últimos anos sobre la explicación de la pobreza por la injusticia es po-
sitivo y significativo tanto en el modelo 5 como en el modelo 10.
NOTAS

Introducción

' Para una crítica de esta literatura podemos consultar Hans-Jürgen Andref3 (dir.) (1998):
Empirical Poverty Research in a Comparative Perspective, Aldershot, Ashgate, así como Bé-
atrice Destremau y Pierre Salama (2002): Mesures et démesure de la pauvreté, París, PUF.
2 Véase Valérie Lechcne (1993): «Une revue de la littérature sur les échelles d'équiva-
lence», Économie etprévision, 110-111, 4/5, pp. 169-182.
3 Véase Bernard M. S. van Praag (1968): Individual Welfare Functions and Consumer
Behaviour, Amsterdam , North Holland Publishing Company.
4 Véase Bernard M. S. van Praag, Aldi J. M. Hagenaars y Hans van Weeren, «Poverty
in Europe », Review oflncome and Wealth, 28, 1981 , pp. 345-359; Aldi J. M. Hagenaars
(1986): The Perception ofPoverty, Amsterdam , North Holland Publishing Company.
5 Podemos remitirnos a dos obras de Peter Townsend (1970): The Concept ofPoverty,
Londres, Heinemann , y un artículo de síntesis , « Deprivation », Journal ofSocial Polig, 16,
2, 1988 , pp. 125-146.
G Véase especialmente Brian Nolan y Christopher T. Whelan (1966): Resources, De-
privation and Poverty, Oxford, Clarendon Press, y Christopher Whelan, Richard Layte y
Bertrand Maitre (2002): « Persistent Deprivation in the European Union», Berlín , Schmo-
llers Jahrbuch, Journal ofApplied Social Science Studies, 122, pp. 31-54.
Stéfan Lollivier y Dan ¡el Verger (1997): «Pauvreté d'existence , monétaire ou subjec-
tive sont distinctes », Économie et statistique, 308-309-310, pp. 113-142.
8 Jean Labbens (1978): Sociologie de la pauvreté. Le Tiers Monde et le Quart Monde, Pa-
rís, Gallimard, p. 98.
262 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

Amarrya Sen (2000): Repenser l'inégalité, París, Seuil.


° Podemos consultar sobre este punto la tesis de Ruwen Ogien (1983) sobre la cons-
trucción social de la pobreza publicada con el título Théories ordinaires de la pauvreté, Pa-
rís, PUF, col. «Le Sociologue».
'' Véase Rapport de l'Observatoire national de lapauvreté et de l'exclusion sociale 2003-
2004, París, La Documentation franjaise, 2004, pp. 18 y ss.
12 Georg Simmel (1988): Les pauvres, París, PUF, col. «Quadrige» (1.' ed. en alemán,
1907).
13 Véase La disqualification sociale. Essai sur la nouvelle pauvreté (1991), París, PUF (4.'
ed. actualizada en 1997; col. «Quadrige», 3.' ed., 2004).
'4 Véase La sociétéfranFaise et ses pauvres (1993): París, PUF (nueva ed. «Quadrige», 2002).
15 Véase Serge Paugam, Jean-Paul Zoyem y Jean-Michel Charbonnel, Précarité et risque
d'xxclusion en France, París, La Documentación fran4aise, coll. «Documente du CERC», n.°
109, 4.° trimestre 1993.
16 Este grupo incluía, aparte de mí, a Salustiano del Campo (España), Duncan Gallie
(Gran Bretaña), Finn Kenneth Hansen (Dinamarca), Alberto Martinelli (Italia), Heinz
Herbert Noll (Alemania) y Wout Ultee (Países Bajos).
17 Los datos utilizados procedían de las siguientes encuestas: Alemania (German Socio-
Economic Panel); Dinamarca (Danish Welfare Survey); España (Estilos de vida); Francia
(Encuesta condiciones de vida/situaciones desfavorecidas); Gran Bretaña (Social Change
and Economic Life Initiative); Italia (Social Networks and Support System); Países Bajos
(Life Situation Surveys).
18 Presenté los resultados de este trabajo en Londres en un coloquio internacional or-
ganizado por el organismo de investigación inglés Policies Studies Institute y la Comisión
Europea. Esta ponencia se publicó a continuación, en una versión completa, bajo el título
«Poverty and social disqualification. A comparative analysis of cumulative social disad-
vantage in Europe», Journal ofEuropean Social Policy, 6 (4), 1996, pp. 287-303.
' Este trabajo se hizo asimismo en colaboración con diferentes investigadores europeos:
Wilhelm Breuer (Alemania), Martin Evans (Gran Bretaña), Manuel Aguilar (España), Ad
Vissers (Países Bajos), jan Vranken (Bélgica), a los que se unieron después Nicola Negri
(Italia) y Peter Abrahamson (Dinamarca).
20 Véase Martin Evans, Serge Paugam y Joseph Prélis, «Chunnel vision: Poverty, social
exclusion and the debate on social welfare in France and Britain», London School of
Economics, STICERD, documento de consulta, Welfare State Program/ 115, 1995.
2' Véase Serge Paugam (dir.) (1999): L'Europe face á la pauvreté. Les expériences natio-
nales de revenu minimum, París, La Documentation francaise, col. «Travail et emploi».
22
Los investigadores de esta red pertenecían en su mayoría a institutos miembros del Eu-
ropean Consortium for Sociological Research. Además de los equipos inglés y francés, co-
ordinados respectivamente por Duncan Gallie y por mí, los otros equipos estaban dirigidos
por Wout Ultee (Países Bajos), Antonio Schizzerotto (Italia), Richard Hauser (Alemania),
Christopher Whelan (Irlanda), Niels Ploug (Dinamarca) y Sten Ake Stenberg (Suecia).
23 Véase Duncan Gallie y Serge Paugam (dir.) (2000): Welfare Regimes and the Fxpe-
rience of Unemployment in Europe, Oxford, Oxford University Press.
24 Esta encuesta se realizó para la unidad de «Exclusión social» de la Dirección General
de Empleo. La administración y organización de la encuesta estuvieron a cargo del INRA
(Europa), agencia del European Opinion Research Group. Esta encuesta correspondía en
realidad al cuarto eurobarómetro dedicado a la percepción de la pobreza en Europa, tras los
de 1976, 1989 y 1993.
NOTAS 263

Capítulo 1
' Véase Eugéne Burer ( 1840): De la misere des clases laborieuses en France et en Angleterre,
París, Paulin (2 t.).
2 Véase Louis-René Villermé ( 1840): Tableau de l'état physique et moral des ouvriers em-
ployés dans les manufactures de coton, de laine et de soie, París, Jules Renouard.
3 Véase Friedrich Engels (1975): La situation de la classe laborieuse en Angleterre, París,
Ed. sociales ( 1.' ed. en inglés , 1845).
4 Véase Raymond Aron (1965): Essai sur
les libertés, París, Calmann-Lévy.
5 La revista Commentaire lo publicó en 1983 en dos partes en los volúmenes 23 (pp.
630-636) y 24 (pp. 880-888 ) y recientemente se ha vuelto a publicar en un pequeño vo-
lumen de Éditions Allia. En mis citas utilizaré el texto de Commentaire.
6 El lector encontrará en el tomo V
de las Oeuvres completes de Tocqueville el relato de
su viaje a Inglaterra de 1833 y el de 1835 a Inglaterra e Irlanda ( París, Gallimard, 1958).
No comparto , en este punto , la opinión de Robert Castel cuando considera que
Tocqueville , en su Memoria sobre el pauperismo, no demuestra ninguna originalidad. Véa-
se R. Castel (1995): Les métamorphoses de la question sociale. Une chronique du salariat, Pa-
rís, Fayard , p. 219.
8 La obra de Gérando es sin duda el ejemplo más típico de este enfoque moralizador
origen de numerosas acciones para los pobres . Algunos podrán ver en ella uno de los orí-
genes del trabajo social . Véase Joseph-Marie de Gérando (1990): Le visiteur dupauvre, Pa-
rís, Jean-Michel Place ( 1.' ed., 1820).
9 Ibid., p. 631.
10 Ibid.
" Ibid, p. 632.
Véase A. de Tocqueville (1986): De la démocratie en Amérique, capítulo XIII de la 2.'
parte del t. 2, «Pourquoi les Américains se montrent si inquiets au milieu de leur bien-étre»,
París, Robert Laffont , col. «Bouquins », p. 520.
'3 Obsérvese que en Eugéne Buret encontramos
un análisis muy próximo al de Toc-
queville. Buret distingue entre pobreza y miseria . Ve en la miseria «la indigencia, el sufri-
miento, la humillación resultado de privaciones forzadas junto a un sentimiento de bienes-
tar legítimo, que vemos a todo el mundo darse sin mucho esfuerzo y que durante mucho
tiempo nos hemos dado nosotros mismos». Esta miseria que encontramos tan extendida en
las ciudades industriales parece extraña a los habitantes más pobres del campo . En su opi-
nión, «algunas clases de personas sufren la pobreza más extrema, pero no hay miseria en el
sentido que damos a esta palabra. Encontramos en el campo hombres que viven en medio de
la pobreza más absoluta ; no poseen casi ninguno de los instrumentos de una existencia ci-
vilizada ; mal vestidos , alojados en cabañas que no les abrigan de la humedad ni del frío, ali-
mentándose con comidas groseras , presentan al exterior todos los síntomas de la miseria, y
sin embargo este mal les es prácticamente desconocido, porque sus necesidades son tan sen-
cillas como sus posibilidades económicas; su estómago no grita nunca de hambre, su piel en-
durecida por los rigores del clima raramente sufre por la falta de una vivienda o de vestidos.
Los campesinos de Picardía, con sus tristes chozas de paja y tierra, son de lo más pobre: pero
jamás importunan a la caridad pública, no son en absoluto miserables». Véase Eugéne Buret,
De la misére des clanes laborieuses en France et en Angleterre, op. cit., t. 1, p. 115.
14 Véase A. de Tocqueville (1958): CEuvres Completes, t. V (viajes a Inglaterra, Irlanda,
Suiza y Argelia), París, Gallimard, p. 63.
' 5 Ibid., p. 64.
264 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

16 Mémoirs sur le pauperisme, op. cit., p. 633.


17 Ibid.
1 " Ibid., p. 634.
19 Ibid.
20 Ibid.
21 Ibid., p. 635.
22 Ibid.
23 Ibid., p. 636.
24
Ibid., p. 883.
25 Ibid.
26 Podemos citar la obra de Philipe Bénéton que denuncia , tanto en Francia como en
Estados Unidos, los efectos perversos de los sistemas públicos de redistribución en favor de
los pobres , y se empeña en demostrar las ventajas de la generosidad privada y del volunta-
riado, Le fléau du bien. Essai sur les politiques sociales occidentales, París, Robert Laffont,
1983. En Estados Unidos, esta corriente crítica respecto a la ayuda pública a los pobres está
bastante desarrollada . Véase, por ejemplo , Charles Murray (1984): Losing Ground. Ame-
rican Social Policy, 1950-1980, Nueva York, Basic Books.
227 Mémoire sur le paupérisme, op. cit., p. 883.
28 Véase A. de Tocqueville, Euvres Completes, t. V, op. cit., p. 231.
29 Según los historiadores , esta idea de «el ejército de reserva de trabajo» parece haber
aparecido por primera vez en un artículo de Northern Star el 23 de junio de 1836.
30 Karl Marx (1993): Le Capital. Critique de l'économie politique, libro 1, sección sépti-
ma, cap. XXIII, París, PUF, col. «Quadrige », pp. 708-709. En la edición de 1950 en 8 vo-
lúmenes aparecida en Éditions Sociales, el capítulo XXIII del libro 1 forma parte del tomo
III. Las referencias siguientes corresponden a la edición publicada bajo la responsabilidad de
Jean-Pierre Lefebvre, disponible en la actualidad en la colección «Quadrige» que se basa en
la cuarta edición alemana que retoma las últimas correcciones que Marx quería hacer.
31 Ibid., p. 713.
32 Ibid., p. 717
33 Véase Friedrich Engels, La situation de la classe ouvriPre..., op. cit., p. 250.
34 Ibid, pp. 119-120.
35 Véase Marx, El capital, op. cit. pp. 714-715.
36 Ibid., p. 718.
37 Ibid., p. 723.
38 Marx cuenta que el número de pobres en Londres había aumentado en 1866 un
19,5% respecto al año anterior y un 24,4% respecto a 1864. Véase íbid., p. 733. Recor-
demos que dichos aumentos se volvieron a registrar en el siglo siguiente , especialmente en
Francia, aunque cualquier comparación estricta de las cifras debe tomarse con precaución.
A mediados de los años ochenta, por ejemplo, cuando yo realizaba encuestas sobre la
descalificación social en Saint-Brieuc, pude comprobar que el importe global de los subsi-
dios mensuales abonados a las familias desfavorecidas, en concepto de ayuda social a la in-
fancia, aumentaba un 25% anual.
39 Sobre este punto , léase Raymond Aron (2002): Le marxisme de Marx, París, Éd. de
Fallois, pp. 462 y ss.
40 Véase G. Simmel (1999): Sociologie. Études sur les formes de la socialisation, París,
PUF, col. «Sociologies».
4l Agradezco a Franz Schultheis que me haya permitido reproducir aquí en parte y mo-
dificados los principales elementos que figuran en la introducción del texto de Simmel que
NOTAS 265

redactamos juntos para la edición «Quadrige » de 1998 . Las citas del texto de Simmel se re-
fieren a esta edición.
42 Véase E. Stonequist ( 1961 ): The Marginal Man, Nueva York, Russel & Russel.
43 Véase Herbert J. Gans, «The positive functions of poverty», American Journal ofSo-
ciology, vol. 78, 2, sept. 1972, pp. 275-289.
44 G. Símmel , Los pobres, op. cit., p. 98.
45 Ibid., pp. 96-97.
46 Véase E. Buret, De la mistre des classes laborieuses en France et en Angleterre, op. cit., t.
1, p. 132.
97 G. Simmel , Los pobres, op. cit., pp. 60-61.
48 Ibid, p. 61.
49 Ibid., p. 89.
'0 Ibid., p. 91.
51 Ibid., pp. 100-101.
52 Véase Serge Paugam (dir.), L'Europe face d la pauvreté, op. cit.
53 Véase F. Schultheis, « L'État et la société civile face á la pauvreté en Allemagne», en
Serge Paugam (dir.), L'exclusion, l'état des savoirs, París, La Découverte , col. «Textes á
l'appui », 1996, pp. 428-437.
54 Recordemos también que la técnica del «encierro forzoso» de
estas categorías molestas
seguía en vigor en la Alemania de Simmel (al menos en algunos Ldnder). Todavía en 1914
se contaban entre 30.000 y 40.000 personas « encerradas » por indigencia y en 1886 se rea-
lizaban razias que se tradujeron en el encierro de 20.000 pobres sólo en la ciudad de Berlín.
55 Ya en la época del « despotismo ilustrado » de Federico II se diseñó el programa
de un
socialismo de Estado autoritario a guisa de Estado social . En la misma época en que Fran-
cia se acercaba al derrocamiento revolucionario del Antiguo Régimen , el rey de Prusia con-
seguía mantenerlo transformando de forma racional el modelo del dominio patrimonial en
paternalismo burocrático -protector y autoritario al mismo tiempo- moderno en lo que
concierne a su base organizativa y reaccionaria en cuanto a sus principios políticos. Se pue-
de comprender así la inspiración nietzscheana del ataque de Max Weber contra tal forma
de dominación «blanda» de la masa aborregada : «Nos han dado rentas para los enfermos,
heridos, inválidos y viejos. Es verdaderamente notable. Pero no hemos recibido las garan-
tías necesarias para la supervivencia del impulso físico y psíquico ». Véase M. Weber, «Par-
lament und Regierung im neugeordneten Deutschland », en Gesammelte politische Schrifen,
Tubinga , Mohr , 1988, p. 319. El tono pesimista de la temática weberiana del «progreso so-
cial» que se sitúa en el punto opuesto del tono característico del solidarismo francés se ex-
plica principalmente por el modo específico en que surgieron las instituciones sociales ale-
manas. Diseñadas , impulsadas e impuestas desde arriba , no eran sino la expresión
sintomática de una sociedad sin cultura política moderna digna de ese nombre.
56 Véase S. Moscovici (1994): «Les formes élémentaires
de l'altruisme», en S. Moscovici
(dir.), Psychologie sociale des relations á autrui, París, Nathan, pp. 71-86.
57 G. Simmel, Les pauvres, op. cit.,
pp. 48-49.
58 Ibid., p. 57.
59 Ibid., p. 49.
60 La asistencia a los pobres en todas las edades y circunstancias de la vida fue elevada en
Francia al rango de los deberes más sagrados de la nación por la primera Asamblea nacional
en 1791, sobre la base del trabajo realizado por el Comité de Mendicidad . Este mismo
principio de deuda nacional respecto a los más desfavorecidos fue recordado dos siglos des-
pués en el momento del voto de la ley sobre el ingreso mínimo de inserción.
266 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

Si Pa-reto ha estudiado asimismo esta necesidad que tienen los individuos de recibir la
aprobación del grupo al que pertenecen cuando actúan en favor de los que sufren: «Los sen-
timientos por los que un hombre se impone un mal , para ser útil a los demás, actúan sobre
los individuos que componen la colectividad, no sólo para empujarles directamente a llevar
a cabo directamente determinadas acciones, sino para inducirlos a aprobarlas, e incluso a
admirar a los que las realizan . De esta forma , actúan directamente sobre el individuo que se
ve impulsado a realizar ciertos actos , no sólo por su sentimiento favorable a ellos, sino tam-
bién y mucho más a menudo por el deseo de obtener la aprobación de los demás, de evitar
la reprobación». Véase Traité de sociologie générale, Ginebra, Librairie Droz, 1968, p. 608
(1.' ed. en italiano, 1916).
122 G. Simmel, Les pauvres, op. cit., p. 82.
63 Ibid., p. 85.
1,4 Ibid., p. 87.
65 Ibid., p. 83. En cierto modo encontramos en Karl Polanyi esta oposición entre el
principio de redistribución según el cual la autoridad central tiene la responsabilidad de re-
partir las riquezas producidas y el principio de reciprocidad , no impuesto por el poder cen-
tral, que depende ante todo de las relaciones entre las personas o los grupos , basadas en el
intercambio, aunque ésta sea desigual en el caso de la asistencia. Véase. K. Polanyi (1983):
La grande transformation. Aux origines polítiques et économiques de notre temps, París, Ga-
llimard ( 1.' ed. inglesa , 1944.)
1', G. Simmel, Les pauvres, op. cit. p. 62.

Capítulo 2

' Para una presentación más detallada de estas dos encuestas y sus resultados , el lector pue-
de consultar La disqualification sociale, op. cit., para la primera , y La société franfaise et ses
pauvres, op. cit., para la segunda.
2 Véase La disqualification sociale, op. cit., tabla de la p. 50.
3 El prefacio de la tercera edición de La disqualiftcation sociale, publicada en 1994, pro-
porciona estos argumentos.
Para la comprobación empírica véase La sociétéfrancaise et ses pauvres, op. cit., tabla 1,
pp. 167 y ss.
5 Los poderes públicos han definido el importe del RMI no en función de las necesi-
dades reales de las familias pobres, sino en función del nivel del SMIC. Les parece acon-
sejable, para evitar un posible efecto de desmotivación para trabajar, que el importe del pri-
mero sea inferior al del segundo. Los parlamentarios que votaron la ley del RMI aprobaron
por unanimidad este principio. El estatus de asistido queda, como vemos, socialmente des-
valorizado . Permite evitar solamente la miseria extrema.
Para una presentación de los problemas de comparación internacional en este campo,
se puede consultar F. Schultheis y B. Bubeck, «Theoretical and methodological problems
in intercultural comparison of the phenomenon of extreme poverties», en Paolo Guidicini
y otros (dir.) (1996): Extreme Urban Poverties in Europe. Contradictions and Perverse Effects
in Welfare Policies, Milán, Franco Angel¡.
Véase M. Weber (1971): Économie et société París, Plon (reed. Pocket, 1995).
8 Véase H. J. Gans (1972): «The positive functions of poverty», American journal ofSo-
ciology, vol. 78, 2, pp. 275-289.
NOTAS 267

9 Podemos citar especialmente a K. Polanyi , La grande transformation . Aux origines po-


litiques et économiques de notre temps, op. cit.; B. Geremek ( 1987): La potence ou la pitié.
L'Europe et les pauvres du Moyen Age d nos jours, París, Gallimard ( 1.' ed. en polaco,
1978 ); y R. Gastel , Les métamorphoses de la question sociale. Chronique du salariat, op. cit.
10 F. F. Piven y A. C. Cloward ( 1993): Regulating the Poor. The Functions ofPublic Wel-
fare, Nueva York, Vmtage (1.' ed. 1971). También podemos leer los trabajos de M. B. Katz
(1986): In the Shadow ofthe Poorhouse. A Social History of Welfare in America, Nueva York,
Basic Books , y The Underserving Poor. From the War on Poverty to the War on Welfare,
Nueva York , Pantheon Books, 1989.
" Véase S . Moscovici , « Des représentations collectives aux représentations sociales: élé-
ments pour une histoire », en Denise Jodelet (dir.) (1982): Les représentationssociales, París,
PUF, pp. 79-103.
12 Durkheim decía: « La sociedad es una realidad su¡ géneris ; tiene sus propias caracte-
rísticas que no se encuentran , o que no encontramos , bajo la misma forma , en el resto del
universo . Las representaciones que la expresan tienen pues un contenido completamente
distinto que las representaciones puramente individuales , y no podemos estar seguros por
adelantado de que las primeras aporten algo a las segundas ». Véase É. Durkheim ( 1960):
Lesformes élémentaires de la vie religeuse, París , PUF (1.' ed. 1912), p. 22.
13 Véase Serge Paugam y Marion Selz , «The perception of poverty in Europe since the
Mid 1970s . Analysis of structural and conjunctural variation», ponencia en el Coloquio in-
ternacional de la red europea de excelencia «Changequal» sobre los indicadores sociales, Pa-
rís, 17-18 de mayo 2004.
14 Véase Serge Paugam (dir.): L 'Europeface á la pauvreté, op. cit.
'5 Véase A. Gueslin (2004 ): Les gens de rien. Une historie de la grande pauvreté dans la
France du 10( siécle, París, Fayard , pp. 73 y ss.
'6 L'Fst républicain escribe en diciembre
de 1931 que « esta distribución gratuita atrae a
los miserables , mendigos de profesión . El trabajador honrado no quiere ser confundido con
esos clientes indeseables ». Véase A. Gueslin , op. cit., p. 84.
17 Véase capítulo 1, p. 24.
's Fuente : Eurostat.
19 Raymond Aron ( 1966 ): Trois essais sur l'áge industrieh París, Plon, pp . 17 y ss.
20 Pierre Bourdieu (1966): Algérie 60. Structures économiques et structures temporelles, Pa-
rís, Éd. de Minuit.
21 Ibid., p. 85.
xz W. W. Rostow ( 1963 Les ¿tapes de croissance
): la économique, París, Seuil ( 1.' ed. en
inglés, 1960.)
23 Robert Castel , Les métamorphoses de question
la sociale. Une chronique du salariat, op.
cit., p. 326.
24 Citemos especialmente a Robert Boyer ( 1987):
La théorie de la régulation : une analy-
se critique, París , La Découverte.
25 Les métamorphoses de la question sociale,
op. cit., pp. 327 y ss.
26 Robert Castel , «Le modele de la "société salariale
" comme principe d'une comparai-
son entre les systémes de protection sociale en Europe du Nord et en Europe du Sud», en
Comparer les systirnes de protection sociale en Europe du Sud, París, Mire, col. «Rencontres et
recherches », vol. 3, Rencontres de Florence, 1997, p. 44.
27 Podríamos subrayar aquí que este tipo de socialización deriva de la socialización se-
cundaria en oposición al vínculo de filiación que deriva sobre todo de la socialización pri-
maria. Sin embargo , es normal considerar que la socialización secundaria comienza en la
268 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

edad adulta y que la socialización primaria se reserva a la infancia y luego a la adolescencia.


Esta oposición clásica entre socialización primaria y secundaria no corresponde a la dis-
tinción introducida aquí entre socialización familiar y extrafamiliar ; la segunda prolonga la
primera completándola como una esfera que se amplía al ritmo de los aprendizajes sociales.
28 Véase Dominique Schnapper (1994): La communauté des citoyens. Sur l'idée moder-
ne de nation, París, Gallimard, col. «NRF-Essais».
29 Véase D. Gallie y S. Paugam (dir.), Welfare Regimes and the Experience of Unem-
ployment in Europe, op. cit.
3° Robert Salais , Nicolas Baverez y Bénédicte Reynaud (1986 ): L invention du chóma-
ge. Histoire et ransformation d'une catégorie en France des années 1890 aux années 1980. Pa-
rís, PUF , col. «Quadrige », 1999.
3' Ibid., pp. 132 y ss.
32 Un estudio reciente sobre la asistencia en Europa ha permitido comprobar la exis-
tencia de diversas formas de regulación local. Véase Chiara Saraceno (dir.) (2002): Social
Assistance Dynamics in Europe. National and Local Poverty Regimes, Bristol, The Policy
Press. Puede consultarse concretamente el capítulo 2 redactado por Enzo Mingione, Mar-
co Oberti y José Pereirinha , «Cities as local systems » (pp. 3 5-79), y el capítulo 3 redactado
por Yves Bonny y Nicoletta Bosco, «Income support measures for the poor in European ci-
ties», pp. 81-125.
33 Véase Lester M. Salamon y Helmut K. Anheier (1997): Defining the Nonprofit Sec-
tor. A Cross-NationalAnalysis, Manchester-Nueva York, Manchester Universiry Press.
34 El objetivo aquí es limitarse a las modalidades de intervención social en el ámbito del
acceso a los derechos.
35 Véase Raymond Aron (1969): Les désillusions du progrts. Essai sur la dialectique de la
modernité, París, Calmann-Lévy.
36 Véase Robert Castel, Les métamorphoses de la question sociale, op. cit.

Introducción a la parte segunda

' Véase Gesta Esping-Andersen ( 1999): Les trois mondes de 1'Étatprovidence. Essai sur
le capitalisme contemporain , París, PUF, col. «Le Lien social » ( 1.' ed. en inglés, 1990).
2 Véase Maurizio Ferrera, «The "southern model" of welfare in social Europe », Journal
ofEuropean Social Poliry, 6, 1, 1996, pp. 17-37.

Capítulo 3

' Las variaciones regionales de la pobreza son muy importantes en Italia. La proporción de
familias pobres en el Mezzogiorno es cuatro veces mayor que en el norte . Véase Commis-
sione di indagine sulla povertá, La povertá in Italia nel 1993, Roma, documento publicado
el 14 de julio de 1994. Véase también, sobre la medida de la pobreza y las desigualdades re-
gionales en ese país: Giovanni B. Sgritta y Gianfranco Innocenzi , «La povertá», en Massi-
mo Paci (dir.), Le dimensione della disuguaglianza . Rapporto Bella Fondazione Cespe Bulla di-
suguaglianza sociale in Italia, Bolonia, Societá editrice Il Mulino, 1993, pp. 261-292.
Aunque la situación en España no esté tan diferenciada entre norte y sur como en Italia, las
variaciones regionales son igualmente muy grandes. En 1991, de 43 provincias, 11 tenían
NOTAS 269

una proporción de familias pobres (en función del umbral del 50% de los ingresos fami-
liares anuales medios) entre el 30 y el 41%, mientras que la media nacional se situaba en el
19,4%. Véase Miguel Juárez (dir.), Informe sociológico sobre la situación social en España,
Madrid , Fundación Foessa , 1994 (especialmente las pp . 315-334).
2 Véase Regino Soares y Teresa Bago D'Uva (2000 ): Income, Inequality and Poverty,
Bratislava Seminar on Internacional Comparisons of Poverty, INSEE, pp. 159-205.
3 Desde hace unos años los especialistas en la investigación de la pobreza otorgan mayor
importancia a esta cuestión de la duración . Véase Lutz Leisering y Stephan Leibfried
(1999): Time and Poverty in Western Welfare States, Cambridge , Cambridge University Press.
" Véase Gasta Esping-Andersen , Les trois mondes de l'Étatprovidence, op. cit.
5 Véase Oscar Lewis (1969): La vida. Une famille portoricaine dans une culture de
pauvreté.• San Juan et New York, París, Gallimard , p. 802 ( 1' ed. inglesa, 1965).
6 Ibid., p. 803.
Esta cuestión se ha analizado recientemente . Véase Mary Corcoran, «Mobility, per-
sistence , and che consequences of poverty for children : Child and adult outcomes », en Shel-
don H . Danziger y Robert H . Haveman (dir.) (2001 ): Understanding Poverty, Nueva
York, Russell Sage Foundation , Harvard University Press.
8 Fuente: Eurostat, 2001.
Richard Hoggart (1970): La culture du pauvre. Étude sur le style de vie des classes po-
pulaires en Angleterre, París, Éd. de Minuit , col. «Le Sens commun » ( 1 ' ed. inglesa , 1957).
10 Se estudiarán las causas de este fenómeno con más detalle en el capítulo siguiente.
" Véase J. Middlemans y R. Paserman , «Vivre sous le méme toit . Modeles familiaux
dans 1 ' Union européenne », INSEEPremii're, 43, 1996, pp. 1-4.
`Z Según el umbral del 60% de la mediana de ingresos , escala de la OCDE modificada.
13 Las diferentes situaciones respecto al empleo , identificadas en esta sección , se han es-
tablecido fundamentalmente a partir de una pregunta del Panel de los Hogares Europeos
sobre la satisfacción de los activos respecto a la estabilidad del empleo . Los que estaban sa-
tisfechos se consideraban como que tenían un empleo estable. Los que no estaban satisfe-
chos, pero tenían su empleo desde hacía más de un año , se consideraban con un empleo
amenazado . Los que no estaban satisfechos y tenían un empleo desde hacía menos de un
año se clasificaron como con un empleo inestable. Por otra parte, los parados se diferen-
ciaron según si estaban en paro desde hacía más o menos de un año.
14 El Instituto italiano de estadística define el norte agrupando las siguientes regiones:
Noroeste , Lombardía , Noreste y Emilia-Romagna. El centro agrupa las regiones siguientes:
Centro (Toscana, Umbria, Marche ), Lazio . Por último , el sur está compueso por: Abruz-
zo-Molise , Campania, Sur (Puglia , Basilicata, Calabria), Sicilia , Sardegna . En los análisis so-
bre Italia presentados en este capítulo esta clasificación se ha retomado con la excepción de
la región Abruzzo-Molise, región más desarrollada económicamente que las otras del sur y
que se ha clasificado en la región del centro de acuerdo con los consejos de varios expertos.
15 Véase Cécile van de Velde (2004): Devenir adulte. Sociologie comparée de la jeunesse en
Europe, tesis de doctorado en Sociología , París, Institut d 'études politiques de Paris.
16 Véase Chiara Saraceno (1988): Sociologia dellafamiglia, Bolonia , Il Mulino.
" Véase Duncan Gallie y Serge Paugam (dir.), Welfare Regimes and the Experience of
Unemployment in Europe, op. cit.
18 Lauren Loison ha podido comprobar la importancia de la solidaridad familiar en su
encuesta cualitativa entre los parados portugueses . El modo de regulación del paro en Por-
caracteriza , en su opinión , por una gran exigencia respecto a las obligaciones fa-
miliares . Véase Lauren Loison (2002): L'expérience vécue du chómage au Portugal tesis doc-
270 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

toral de Sociología , Institut d'études politiques de Paris - Instituto superior de ciencias do


trabalho et da empresa de Lisbonne, 2002.
19 En el análisis estadístico realizado a partir del cruce de varios indicadores pude ob-
servar la falta de correlación entre el bajo del nivel de vida y la debilidad de los lazos fami-
liares en España e Italia ( Portugal y Grecia no figuran en este estudio por no haber dis-
puesto de fuentes estadísticas adecuadas). En estos países los resultados fueron similares
tomando otros indicadores como la red de ayuda privada: los más pobres en el plano eco-
nómico no carecían de relaciones y de posibilidades de recibir ayuda en caso de dificultad.
Véase Serge Paugam , « Poverry and social disqualification. A comparative analysis of cu-
mulative social disadvantage in Europe », Journal ofEuropean Social Policy, art. citado.
2° Las encuestas realizadas en Nápoles confirman la importancia de la ayuda familiar
que reciben los parados tanto en el ámbito económico como en la búsqueda de empleo e
incluso en el apoyo psicológico . Véase en particular Francesco Paolo Cerase, Enrica Mor-
licchio y Antonella Spanó ( 1991): Disoccupati e disoccupate a Napoli, Nápoles, Cuen.
21 Esta comprobación se basa fundamentalmente en la teoría de Mauss sobre el regalo
que sigue siendo especialmente fecunda a la hora de analizar la solidaridad familiar. Véase
Serge Paugam , To give, to receive and to give back: The Social Logics ofFamily Support, po-
nencia para la European Science Foundation Conference sobre « Inequaliry and social ex-
clusion in Europe : The role of the familiy and social networks », Castelvecchio Pascoli, Ita-
lia, 3-7 de abril , 1998. También puede consultarse el artículo siguiente : Serge Paugam y
Jean-Paul Zoyern, «Le soutien financier de la famille : une forme essentielle de la solidarité»,
Économie et statistique , n.° 308-309-310, 1997, 8-9-10 , pp. 120-187.
22 Véase Richard Hoggart , La culture du pauvre, op. cit.; concretamente el capítulo 3,
«" Eux" et "nous"», pp . 117-146.
23 Las instituciones internacionales denuncian constantemente el trabajo infantil. Re-
cordemos que en Francia no se limitaba solamente a las fábricas durante la revolución in-
dustrial . En las zonas rurales durante el siglo xix era habitual desear muchos hijos para que
contribuyeran . « Desde el momento en que su edad se lo permitía ---explica Eugen Weber-
entre 5, 6 y 8 años, los niños trabajaban: cuidaban de las gallinas o de las ocas , ayudaban a
vigilar el ganado, hacían recados o acarreaban cosas antes de que, hacia los 10 años, una ta-
rea o un empleo les integrara plenamente en el mundo de los adultos .» Véase Eugene Weber
(1983): La fin des terroirs. La modernisation de la France rurale, 1870-1914, París, Fayard.
24 Sobre este punto puede leerse la explicación del sociólogo de la pobreza y lector de las
escrituras Jean Labbens (1997): Le dessein temporel de Jésus, París, L'Harmattan.
25 Evangelio de Lucas, 1, 49-53.
26 En lo que se refiere a la religión popular como un elemento de la forma de vida, pue-
de consultarse a Francois-André Isambert (1982 ): Le sens du sacré. Féte et religión populai-
re, París, Éd. de Minuit.
27 Véase Carlo Triglia (2002 ): Sociologie économique. État, marché et société dans le ca-
pitalisme moderne, París, Armand Colin , col. «U-Sociologie».
28 Véase Enrico Pugliese (1996): Socio-économie du chómage, París, L' Harmattan (l.'
edición italiana, 1993); véase en concreto el capítulo 5 , « Le modele italien du chómage».
29 Emilio Reyneri, «Italie : longue attente á l'abri de la famille e des garanties publiques»,
en Odile Benoit-Guilbot y Duncan Gallie , Chómeurs de longue durée, Aries , Actes Sud,
1992, p. 138.
30 Emilio Reyneri (1996): Sociología del mercado del lavoro, Bolonia, Il Mulino.
31 Según los datos de la primera oleada del Panel de Hogares de la Unión Europea,
1994.
NOTAS 271

32 Commissione di ingagine sulla povertá e sull'emarginazione , La povertá in Italia,


1980- 1994, Roma , Presidenza del Consiglio dei ministri , 1996 . Véase también Carlo
Triglia ( 1992): Sviluppo sena autonomia, Bolonia , Il Mulino.
33 Véase Enzo Mingione y Enrico Pugliese , «Modelli occupazionali e disoccupazione
giovanile di massa nel Mezzogiorno », Sociologia del lavoro, 1996.
34 Sobre el modelo italiano de pobreza , puede consultarse especialmente a Enrica Mor-
licchio (200): Povertá ed esclusione sociale. La prospettiva del mercato del lavoro, Roma,
Edizioni Lavoro ; véase concretamente el capítulo 5.
35 Véase Nicola Negri , « Les failles d'un systéme localisé en Italie », en Serge Paugam
(dir.), L'Europe force d la pauvreté, op. cit., pp. 255-294.
" Esta constatación remite una vez más a la observación de Tocqueville cuando com-
paraba los pueblos miserables olvidados en medio del tumulto universal a los hombres cul-
tivados y libres en la situación más feliz del mundo: «Los primeros , concluía, no piensan en
los males que sufren , mientras que los otros sueñan sin cesar con los bienes que no poseen».
Véase Tocqueville , La democracia en América, op. cit.
3' Véase Enrico Pugliese, Socio-économie du chómage, op. cit.
36 Me baso en las informaciones aportadas por Nicola Negri , « Les failles d'un systéme
localisé en Italie», en Serge Paugam (dir.), L'Europeface á la pauvreté, op. cit.
39 Véase Manuel Aguilar y otros ( 1995 ): La caña y elpez. Estudio sobre los salarios sociales
en las comunidades autónomas, Madrid , Fundación Foessa.

Capítulo 4
' Obra traducida al castellano con el título La sociedad opulenta, Barcelona , Ariel,
1963.
2 Ibid., p. 300.
3 En un ensayo que tuvo una cierta repercusión en Francia cuando apareció en 1974,
Lionel Stoléru consideraba que, si bien la pobreza seguía siendo un problema no resuelto
mediante el crecimiento , la novedad consistía en que, en los países ricos, habíamos llegado
a una situación de desarrollo en que era posible suprimirla . Véase Lionel Stoléru (1974):
Vaincre la pauvreté dans les gays riches, París, Flammarion.
Véase Gesta Esping-Andersen, Les trois mondes de l'Étatprovidence, op. cit.
Podríamos caer en la tentación de clasificar a Gran Bretaña en este modelo , pero la
idea inicial del Estado de bienestar en este país está muy alejada de él.
6 William Beveridge, Social Insurance and Allied Services. Reportpresented to Parliament
by Command ofbis Majesty, noviembre 1942, Nueva York, Agathon Press, 1969. Obsérvese
que este informe levantó tales esperanzas que se vendieron 70.000 ejemplares en tres horas
y que su difusión alcanzó el año de su publicación la impresionante cifra de 300. 000 ejem-
plares.
El sistema francés de protección social establecido en la misma época tiene semejan-
zas y diferencias importantes. Sobre este punto puede leerse el libro de Bernard Gibaud, De
la mutualité d la sécurité sociale. Conflits et convergences, París, Les Éditions Ouvriéres,
1986. También puede consultarse el estudio de Nicole Kerschen, «L'influence du rapport
Beveridge sur le plan franrgais de Sécurité sociale de 1945», Revue franfaise de science poli-
tique, « La protection sociale en perspective », vol. 45, 4, 1995, pp. 570-595.
8 Véase Serge Paugam, La sociétéfrancaise et ses pauvres, op. cit.; véase en particular el ca-
pítulo 1 titulado «Les "Trence Glorieuses " et la pauvreté».
272 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

9 Según Anne-Marie Guillemard , « La gestión de la forma de vida de la vejez tiene como


principal objetivo atenuar la miseria de los viejos y les asigna al mismo tiempo una posición
social dependiente, marginal y segregada que nadie piensa cuestionar». Véase Le déclin du
social. Formation et frise des politiques de la vieillesse, París, PUF, col. «Socilogies», 1986, p.
125.
10 De acuerdo con la encuesta de ingresos fiscales de 1970 , según el umbral del 50% de
la mediana del nivel de vida, Fuente INSEE-DGI, Rapport de l'Observatoire nacional de la
pauvreté et de l exclusion sociale, 2003-2004, p. 26.
" Véase L ?re de l'opulence, op. cit., pp. 302 y ss.
12 Ibid., p. 303.
13 Economistas , estadísticos y sociólogos realizaron en esa época numerosos trabajos so-
bre las desigualdades como cuenta el libro resultado de un coloquio: Darras, La partage des
bénéfices. Expansion et inégalités en France, París, Éd. de Minuit, col. «Le Sens commun»,
1966.
" El economista Jean Fourastié se ocupó en demostrarlo en su ya clásica obra Les
Trente Glorieuses ou la révolution invisible, París, Fayard, 1970.
5 John Goldthorpe y otros (1969): The Affluent Worker in the Class Structure, Cam-
bridge, Cambridge University Press.
10 Véase Jean Klanfer (1965): L 'exclusion sociale. Étude de la maginalité dans les sociétés
occidentales, París, Bureau de Recherches sociales.
" Véase por ejemplo los trabajos de Colette Pétonnet (1968): Ces gens-la, París, Mas-
pero, y de Jean Labbens (1969): Le Quart Monde. La pauvreté dans la société industrielle:
étude sur le sousprolétariat dans la région parisienne, Pierrelaye, Éd. Science et service.
'8 Según el título evocador del libro de Raymond Aron publicado en esa época, Les dl
sillusions du progrés. Essai sur la dialectique de la modernité, op. cit.
19 Véase Jean Lebbens, Le Quart Monde, op. cit., p. 87.
20 Ibid., p. 191.
21 Marie-Catherine Ribeaud y los equipos ATD Service et science (1976): Les enfants
des exclus. L 'avenir enchainé des enfants du sous-prolétariat, París, Stock.
22
Colecte Pétonnet (1979): On est tous dans le brouillard. Ethnologie des banlieues, Pa-
rís, Galilée, p. 16.
23 Dominique Schnapper estudia numerosos ejemplos en su libro La relation á l'autre.
Au cceur de la pensée sociologique, París, Gallimard, col. «NRF-Essais», 1998.
21 Véase Héléne Beyeler-von Burg (1984): Des Suisses sans nom. Les heimatloses d'au-
jourd'hui, Pierrelaye, Éd. Science et service.
25 Véase Jean-Frangois Sabouret (1983): L'autre Japon: les burakumin, París, La Dé-
couverte.
26 Estadística dada por Philippe Pons (1999): Misére et crime au Japon du xvii siécle á nos
jours, París, Gallimard, col. «Bibliothéque des sciences humaines», p. 128.
27 El caso de los burakumin podría compararse al de los Cagots en el suroeste de Fran-
cia, cuya exclusión dura ya varios siglos . Véase Paola Antolini ( 1989): Au-delá de la riviére,
les Cagots: histoire d'une exclusion, París, Nathan.
28
Robert Castel (1978): « La "guerre á la pauvreté " aux États Unis: le statut de la
misére dans une société d'abondance», Actes de la recherche en sciences sociales, 19, enero, p.
48.
29 Obra traducida al francés en 1967 bajo el título L 'autre Amérique. La pauvreté aux
États-Unís, París, Gallimard.
30 Ibid., p. 17.
NOTAS 273

31 A partir de 1963, en sus conferencias impartidas en la Universidad de Berkeley


(conferencias que llevaron a la publicación del Ensayo sobre las libertades en 1965), Ray-
mond Aron subrayaba que incluso en los Estados Unidos la opulencia era sólo relativa. En
su opinión, para la mayoría de las familias, seguía habiendo una gran diferencia entre el po-
der adquisitivo efectivo y el poder adquisitivo necesario para responder a los deseos que se
consideraban normales. Él era muy sensible al análisis y las observaciones de Harrington.
En esa época constató que el paro persistía en Estados Unidos en un periodo de gran cre-
cimiento. Incluso hablaba de una «reserva de pobreza» comparable a lo que Marx deno-
minaba un «ejército industrial de reserva». Véase R. Aron (1965): Essai sur les libertés, Pa-
rís, Calmann-Lévy. Hachette-Littérarures, 1998, p. 111.
32 Frances Fox Piven y Richard A. Cloward, Regulating the Poor. The Functions ofPublic
Welfare, op. cit.
33 En 1990 la tasa de desempleo era del 0,5% en Suiza. Nunca ha superado el 4% en
esa década. En 2004 era del 3,8%; véase fuente OCDE.
34 En el umbral del 50% de la mediana de ingresos suizos la tasa de pobreza es del 8%
según la encuesta sobre los ingresos y el consumo (ERC) de 1998. Véase Oficina federal de
estadística, Revenu et bien-étre. Données sociales, Neuchátel, 2002, p. 12.
35 Jean-Pierre Fragniére (1990): «La réussite ou l'exclusion?», en Pierre Gilliand (dir.),
Pauvretés et sécurité sociale, Lausana, Éd. Réalités sociales, p. 182.
36 Recordemos que Zwinglio reformó la asistencia pública en Zúrich en 1526 y que
Calvino hizo lo mismo en Ginebra en 1541. Véase Héléne Beyeler-von Burg, Des Suisses
san¡ nom, op. cit.
3' Jean-Jacques Friboulet (2003): «La politique de l'emploi en Suisse», Commentaire,
101, primavera, p. 144.
38 Véase Francois Hainard y otros (1990): «Avons-nous des pauvres? Enquéte sur la pré-
carité et la pauvreté dans le canton de Neuchátel», Neuchátel, Cahiers de l'Institut de so-
ciologie et de science politique, 12, mayo.
39 Ibid., p. 164.
4° Véase Michael Harrington, L'autreAmérique, op. cit., p. 14.
41 Hay que tener en cuenta que este estudio de Neuchátel tuvo mucha repercusión me-
diática y política. Véase Francois Hainard (1996): «Les incidences d'une recherche sur la
pauvreté au niveau des politiques publiques et des organisations caritatives», en Cantons et
communes fase aux situations de précarité, Friburgo, Publications de l'Institut du fédéralis-
me, 18, pp. 51-62.
42 Los investigadores suizos de los centros sociales protestantes reivindican un recono-
cimiento de este derecho, así como la uniformidad en las condiciones de acceso. Véase Ca-
roline Regamey y Helvetio Gropetti (1999): Minimum pour vivre. Étude de diverses normes,
Lausana, La Passerelle.
43 Véase Richard Hauser (1993): Arme unter uns Teil 1, Ergebnisse und Konsequenzen
der Caritas-Armutsuntersuchung, Caritas.
44 Véase el Eurobarómetro realizado en 1976 en los nueve países de la Comunidad Eu-
ropea. Héléne Riffault y Jacques-René Rabier (1977): Laperception de la misare en Europe,
Bruselas, Comisión Europea.
45 Véase el Eurobarómetro/Pobreza 3, La perception de la pauvreté en Europe en 1989,
Bruselas, Comisión Europea, Dirección general del empleo, relaciones industriales y asun-
tos sociales, 1990.
46 Según el Eurobarómetro 56.1 de 2001 dedicado al tema de la pobreza y la exclusión
social . Puede encontrarse un análisis de los resultados de esta encuesta en Duncan Gallie y
274 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

Serge Paugam (2002): Précarité sociale et intégration sociale, Informe para la Comisión Eu-
ropea, junio. Documento traducido al inglés y al alemán , publicado y puesto en línea por
la Comisión Europea en la serie de publicaciones sobre los Eurobarómetros.
47 Este resultado, comprobado independientemente del modelo econométrico utiliza-
do, confirma la tendencia que se desprende del gráfico 3.1 del capítulo 3.
4e Véase Dramane Coester (1993): La pauvreté en Allemagne, tesina del Institut d'étu-
des politiques de Paris.
Ibid., p. 27.
Ibid., p. 28.
Ibid., p. 30.
sz Franz Schultheis (1996): «L'État et la société civile face á la pauvreté en Allemagne»,
en Serge Paugam (dir.), L éxclusion. L'état des savoirs, París, La Découverte, pp. 428-437.
53 Véase Wilhelm Breuer, «La pauvreté en Allemagne: un probléme résolu?», en Serge
Paugam (dir.), L'Europe face d la pauvreté, París, op. cit., pp. 105-132.
54 Según un sondeo público en septiembre de 2004 en la prensa alemana, el 70% de los
alemanes del Oeste estaría a favor de la reconstrucción del muro por este motivo.
ss Véase Lutz Leisering y Stephan Leibfried (1999): Time and Poverty in the Welfare
State, Cambridge, Cambridge University Press.
56 Véase tabla 3.1, p. 110.
57 Véase Steiner Stjerne (1985): Den moderne fattigdommen (La pobreza moderna),
Oslo Universitetforlaget, citado por Peter Abrahamson (1994): «La pauvreté en Scandi-
navie», en Frangois-Xavier Merrien (dir.), Face á la pauvreté. L'Occident et les pauvres hier
et aujourd'hui, París, Éd. de l'Atelier, p. 180.
58 Richard Titmuss (1987): «Developing social policy in conditions of rapid change:
The role of social wlfare», en The Philosophy of Welfare, Londres, Allen & Unwin.
5`' Véase Peter Abrahamson, «La fin du modéle scandinave de la protection sociale?», en
Serge Paugam (dir.), L'Europe face á lapauvreté, op. cit., pp. 195-220.
6' La pauvreté en Scandinavie, op. cit.
6' Citado por Finn Kenneth Hansen (1992): Social Exclusion in Denmark, Report for
the Observatory on Social Exclusion, Comisión Europea.
62 Véase Henrik Tham (1990): «The persistence of social assistance in the Welfare Sta-
te: The case of Sweden, 1945-1990», ponencia presentada en la conferencia sobre «Depri-
vation, social wlfare and expertise», Helsinki, National Board of Social Welfare in Finland.
63 Obsérvese no obstante que hay diferencias considerables en el modo de regular la po-
breza en los distintos países escandinavos.
64 Véase Philippe d'Iribarne (1990): Le chómage paradoxal París, PUF, col. «Économies
en liberté».
65 Véase Serge Paugam (2003): Social Precarity andAttitudes to Society and the Welfare
State, ponencia en la conferencia «European Societies or European Society?», Helsinki, Eu-
resco Conference on Institutions adn Inequaliry, 20-24 de septiembre.
66 Para una presentación más detallada, véase el apéndice «Cómo ven los europeos la
pobreza», al final del libro.
67 Jacques Ion y Jean-Paul Tricart (2002): Les travailleurs sociaux, París, La Découver-
te, col. «Repéres», p. 69.
68 René Lenoir (1974): Les exclus. Un Francais sur dix, París, Seuil.
G9 Jeannine Verdés-Leroux (1978): Le travail social, París, Éd. de Minuit.
70 Obsérvese que Jeannine Verdés-Leroux critica muy duramente las tesis de René Le-
noir . En un artículo dedicado a su obra sobre los excluidos, ella subrayaba el carácter hete-
NOTAS 275

róclito y vago de las categorías utilizadas. También criticaba que «la yuxtaposición de grupos
tan dispares hacía desaparecer como tal el principio de clasificación económico-política al
mismo tiempo que atribuía al conjunto de grupos enumerados el matiz "criminológico" de
algunos términos ». En su opinión , la indeterminación semántica de la noción de exclusión
contribuye a su eficacia ideológica. «La virtud de este concepto de excluido y de todos los
debates que permite -dice- es evitar la cuestión del origen de la "exclusión".» Véase
Verdés-Leroux (1978): «Les exdus», Actes de la recherche en sciences sociales, 19, pp. 61-65.
71 Jacques Donzelot (1977): La police des familles, París, Éd. de Minuit.
72 Jacques Donzelot (1972): «Travail social et lutte politique», Esprit, «Pourquoi le tra-
vail social?», 4-5, abril-mayo, p. 102.
7s Una misma familia puede ser objeto de múltiples intervenciones sociales en la en-
crucijada de lo judicial, lo educativo y la psiquiatría, como podemos comprobar a través de
las monografías de familias asistidas. Véase, por ejemplo, Jean-Pierre Nicolas (1984): La
pauvreté intolérable. Biographie d une famille assistée, Toulouse, Érés.
74 Véase Pierre Boira¡ y Pierre Valarie (1985): «Le cont8le social: pratiques symboliques
et pratiques sociales», en Francis Bailleau, Nadine Lefaucheur y Vincent Peyre (dir.), Lec-
tures sociologiques du travail social París, Les Éditions Ouvriéres, pp. 45-59.
75 Franz Schultheis, «L'État et la société civile face á la pauvreté en Allemagne», op. cit.,
p. 433.
76 Entrevista recogida por Dramane Coester, La pauvretf en Allemagne, op. cit.
n Yvar Ledemel (1997): The Welfare Paradox. Income Maintenance and Personal Social
Services in Norway and Britain, 1946-1966, Oslo, Scandinavian Universiry Press.
78 La proporción de la población que recurre a la asistencia es claramente superior en
Gran Bretaña que en los países escandinavos . Es lo que ocurre también respecto a países
como Francia, incluso después de sumar las subvenciones de los mínimos sociales. Véase
Martin Evans, Serge Paugam y Joseph Prélis (1995): «Chunnel vision: Poverty, social ex-
dusion and the debate on social welfare in France and Britain », London School of Eco-
nomics , STICERD, Documento de consulta, Welfare State Programme/115.
79 Véase Knut Halvorsen (1993): «Social assistance schemes in the Nordic Countries»,
en Torben Fridberg (dir.), On Social Assistance in the Nordic Capitals, Copenhague, Social
Forsknings Instituttet.

Capítulo 5
' La obra de Paul Lazarsfeld resultado de una encuesta de carácter monográfico sigue sien-
do hoy en día una referencia. Véase Paul Lazarsfeld, Marie Jahoda y Hans Zeisel (1933):
Marienthal• The Sociology ofan Unemployed Community, Londres, Tavistock. También po-
demos citar los estudios de E. Wight Bakke (1940): The Unemployed Worker: A Study ofthe
Task of Making a Living without a Job, New Haven, Yale University Press, y Citizens
without Work. A Study ofthe Efcts of Unemployment upon the Workers' Social Relations and
Practices, New Haven, Yale University Press.
2 La obra de Dominique Schnapper marca en Francia el comienzo de una nueva fase
para las investigaciones sobre el paro . Véase L'épreuve du chómage París, Gallimard, 1981;
nueva ed. en «Folio» , 1994. En Gran Bretaña, el primer gran programa de investigación so-
bre las consecuencias sociales del paro se realizó a partir de mediados de los años ochenta.
Véase Duncan Gallie, Catherine Marsh y Carolyn Vogler (dir.) (1994): Social Change and
the Experience of Unemployment, Oxford, Oxford Universiry Press.
276 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

3 Para un análisis más detallado de todos estos cambios y sus efectos sociales, puede con-
sultarse Serge Paugam (2000): Le salarié de la précarité. Les nouvelles formes de l intégration
professionnelle, París, PUF, col. «Le Lien social».
'1 Robert Castel, Les métamorphoses de la question sociale, op. cit.
$ El tema de la inseguridad social ha sido estudiado desde los primeros años ochenta.
Véase Antoine Lion y Pierre Maclouf (dir.) (1982): L'insécurité sociale. Paupérisation et so-
lidarité, París, Les Éditions Ouvriéres.
6 Véase cap. 3, p. 106.
' Véase Serge Paugam, Jean-Paul Zoyem y Jean-Michel Charbonnel, précarité et risque
d'exclusion en France, op. cit.
8 Robert Castel (2003): L insécurité sociale. Qu ést-ce qu'tre protégél, París, Seuil, La Ré-
publique des Idées, p. 6.
Véase Pierre Bourdieu (dir.) (1993): La misére du monde, París, Seuil.
1 0 Ibid., p. I1.
" Serge Paugam, Le salarié de la précarité. Les nouvelles formes de l'intégration profes-
sionnelle, op. cit.
`Z La precariedad del empleo y del trabajo se acumulan en el tipo de integración pro-
fesional denominada integración descalificadora. La encuesta ha permitido comprobar que
este tipo está particularmente desarrollado en las empresas que han emprendido planes so-
ciales. Los asalariados viven con la amenaza permanente del despido. Tampoco pueden va-
lorarse con su oficio. El trabajo en sí mismo no tiene para ellos ningún interés. La única
ventaja que podrían encontrar es el salario; pero muchas veces es similar al salario mínimo
interprofesional incluso después de años de antigüedad. En estas condiciones, los asalaria-
dos van a trabajar sin entusiasmo y todavía más tendiendo en cuenta el mal ambiente. Sa-
ben que no tienen nada que esperar, ni de su trabajo -cuyo escaso valor ellos son los pri-
meros en reconocer-, ni de sus jefes -a los que no siempre conocen- ni de sus
compañeros. En la empresa esperan que pasen las horas, sintiéndose extraños a ellos mis-
mos, presas de la desesperación.
13 Véase Frangois-Xavier Merrien, «Divergences franco-britanniques», en Francois-
Xavier Merrien (dir.), Face á la pauvreté. L'Occident et les pauvres hier et aujourd'hui, op. cit.,
pp. 99-135.
14 Para comparar los términos del debate entre el periodo del Comité de mendicidad
de 1790 y el debate parlamentario sobre el ingreso mínimo de inserción en 1988, véase
Serge Paugam, La société francaise et ses pauvres, op. cit., cap. 2: «La dialectique de l'as-
sistance».
15 Por lo que respecta a los trabajos recientes sobre este tema, relativos a Gran Bretaña,
se puede leer especialmente: Duncan Gallie, Catherine Marsh y Carolyn Vogler (dir.), So-
cial Change and the Experience of Unemployment, op. cit., y Lydia Morris (1995): Social Di-
visions. Economic Decline and Social Structural Change, Londres, UCL Press.
1' Véase Martin Evans, Serge Paugam y Alain Prélis (1995): Chunnel Vision: Poverty,
Social Exclusion and the Debate on Social Security in France and Britain, London School of
Economics, STICERD, documento de consulta, Welfare state programme/1 15.
" La cuestión del gueto procede en gran parte de la emigración masiva de los negros
americanos de las zonas rurales del sur hacia las ciudades industriales del norte en los años
treinta. Véase sobre este punto la obra de sociología histórica de Douglas S. Massey y
Nancy A. Denton (1993): American Apartheid. Segregation and the Making ofthe Under-
class, Cambridge, Harvard University Press (traducción francesa de igual título, París,
Descartes et Cie, 1995).
NOTAS 277

18 Véase especialmente William Julius Wilson (1987): The Truly Disadvantaged Chi-
cago, University of Chicago Press (trad. francesa: Les oubliés de lAmérique, París, Desdée de
Brouwer, 1994). También puede consultarse la obra de síntesis de Chapour Haghighat
(1994): L'Amérique urbaine et l'exclusion sociale, París, PUF, col. «Politique aujourd'hui».
Finalmente tenemos que citar el excelente estudio de Paul A. Jargowsky (1997): Poverty
and Place. Ghettos, Barrios, and the American City, Nueva York, Russell Sage Foundation.
19 Citaremos sin embargo el trabajo de Monique Pincon-Charlot, Edmond Préteceille
y Paul Rendu (1986): Ségrégation urbaine. Classes sociales et équipements collectifs en région
parisienne, París, Anthropos. Señalemos asimismo trabajos más recientes como los de Jac-
ques Donzelot (2004): «La ville á trois vitesses: relégation, périurbanisation, gentrification»,
Esprit, 3-4, marzo-abril, pp. 14-39, y de Éric Maurin (2004): Le ghetto franfais. Enquéte sur
le séparatisme socia£ París, La République des Idées, Seuil.
20 La comparación en profundidad entre los barrios europeos desheredados y los guetos
negros americanos encuentra por ello muchas dificultades. Para una recensión del conjunto
de estos problemas, podemos consultar la ponencia de Tony Fahey (2003): «Urban spatial
segregation and social inequality: A note on the potential for comparative European rese-
arch», Changequal network, Manheim, 10-12, abril.
Pierre Bourdieu, «Effets de lieiu», en La mis¿re du monde, op. cit., p. 159.
22 Yves Grafineyer (1994): «Regards sociologiques sur la ségrégation», en J. Brun y
C. Rhein (dir.), La ségrégation dans la vine. Concepts et mesures, París, L'Harmattan, p. 86.
23 Véase Sophie Body-Gendrot (1993): Vine et violente. L'irruption de nouveaux acteurs,
París, PUF, col. «Recherches politiques».
24 Loic Wacquant (1992): «Banlieus francaises et ghetto noir américain: de l'amalgame
á la comparaiion», French Politics d Society, 10, 4, pp. 81-103.
2s Véase Dominique Schnapper, La communauté des citoyens Sur lidée moderne de
nation, op. cit.
26 Jacques Donzelot y otros (2003): Faire société. La politique de la vine aux États-Unis
et en France, París, Seuil, col. «La Couleur des idées», p. 39.
27 Aunque no existan guetos en Francia -al menos si entendemos por «gueto» un ba-
rrio homogéneo poblado por una etnia o una nacionalidad determinada-, la instalación
de familias inmigrantes en los grandes conjuntos ha coincidido a menudo con la salida de
las poblaciones francesas, a menudo hacia una vivienda unifamiliar. Véase Frangois Dubet
y Didier Lapeyronnie (1992): Les quartiers d'exil París, Seuil.
28 Véase M. Debonneuil (1978): «Les familles pauvres d'une ville moyenne», Économie
et statistique, 105, pp. 25-37.
19 Véase Serge Paugam, Jean-Paul Zoyem y Jean-Michel Charbonnel, Précarité et risque
d'exclusion en France, op. cit.
30 Los encuestadores del INSEE se contratan entre las clases medias, a menudo se trata
de funcionarios retirados o mujeres cualificadas que no ejercen una actividad profesional re-
gular.
31 M. Castellan, M. Marpsat y M.-F. Goldberger (1992): «Les quartiers prioritaires de
la politique de la ville», INSEE Premiére, 234.
32 Cada unidad se caracteriza por la composición socioprofesional de su población y por
la actividad económica en la que trabajan las personas empleadas. Véase N. Tabard (1993):
«Des quartiers pauvres aux banlieues aisées: une représentation sociale du territoire», Éco-
nomie et statistique, 270, pp. 5-22.
33 Podemos citar, por ejemplo, la encuesta de Catherine Foret (1986): Trajectoires de
l'exclusion. Recomposition sociale y processus de territorialisation dans l'espace d'une copropriété
278 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

disqualifrée, CNAF (Programa de investigación: vivienda, entorno, condiciones de vida de


las familias). Citemos el estudio de P. Le Gales, M. Oberti y J.-C. Rampa¡ (1993), que ana-
liza el vínculo entre la descalificación social y el espacio y los comportamientos políticos;
véase «Le vote Front national á Mantes-la-Jolie. Analyse d'une crise locale á retentissement
nacional: le Val-Fourré», Hérodote, 69-70, pp. 31-52.
34 Véase Serge Paugam, La disqualification sociale, op. cit.; véase especialmente la se-
gunda parte.
35 Pierre Bourdieu señala también que, contrariamente al barrio chic que consagra
simbólicamente a cada uno de sus habitantes permitiéndoles participar en el capital acu-
mulado por el conjunto de sus residentes, el barrio estigmatizado degrada simbólicamente
a aquellos que lo habitan, quienes, a su vez, lo degradan simbólicamente porque, al estar
privados de todos los recursos necesarios para participar en los distintos juegos sociales, sólo
tienen en común su excomunión. Véase P. Bourdieu, «Effets du lieu», en La mis?re du
monde, op. cit., p. 167.
3G Véase Norbert Elias y John L. Scotson (1965): The Established and the Outsiders,
Londres, Franck Cass & Co. (traducción francesa [ 1997]: Logiques de l'exclusion. Enquéte
sociologique au ca'ur des problémes d'une communauté, París, Fayard).
37 Encuesta realizada por el INSERM. Véase Sylvain Péchoux (2004): Vivre dans un
quartier disqualifzé. Images des lieux et images de so¡ daos le 20 arrondissement de Paris, tesis
de DEA del EHESS, septiembre.
38 Véase Georges Gloukoviezoff (2004): <L'exclusion bancaire et financiisre des parti-
culiers», en Les travaux de l'Observatoire national de la pauvreté et de l'exclusion sociale
2003-2004, París, La Documentation fran4aise, pp. 167-205.
39 Véase pp. 157-158.
40 Véase Duncan Gallie, Serge Paugam y Sheila Jacobs (2003): «Unemployment, po-
verty and social isolation. Is there a vicious circle of social exclusion?», European Societies, 5,
1, pp. 1-32.
4' Estos modelos permiten tener en cuenta mes a mes, en un periodo determinado, el
conjunto de transiciones que se desea estudiar -en este caso , el conjunto de cambios del
estatus de parado al de activo. El análisis no se hace, en este caso, en individuos, sino en
transiciones.
42 Nos referimos, de nuevo, al Eurobarómetro 56.1 de 2001.
43 Para un estudio más profundo de esta cuestión, puede consultarse el estudio de
Serge Paugam y Helen Russell «The effects of employment precarity and unemployement
on social isolation», en Duncan Gallie y Serge Paugam (dir.), Welfare Regimes and the Ex-
perience of Unemployment in Europe, op. cit., pp. 243-264.
44 Robert Salais, Nicolas Baeverez y Bénédicte Reynaud, L invention du chómage. His-
toire et transformations d'une catégorie en France des années 1890 aux années 1980 op. cit.
4s Véase Peter Barclay (presidente) (1995): Joseph Rowntree Foundation Inquiry into In-
come and Wealth, York, JRF.
4G Julien Damon toma la imagen del juego de la oca para calificar este sistema de casi-
llas. Véase Julien Damon (2002): La question SDF. Critique d'une action publique, París,
PUF, col. «Le Lien social », pp. 246 y ss.
4' Una encuesta reciente en varios lugares de distribución de ayuda alimentaria ha
permitido constatar que las personas que recurren a este tipo de ayuda suelen experimentar
un sentimiento de humillación. Recurrir a la ayuda alimentaria es señal de fracaso o de de-
cadencia. ¿Cómo aceptar la idea de haber llegado a ese punto? «La primera vez, nos cuesta
pasar del umbral», «al principio, me daba vergüenza», «me digo, qué haces aquí, no es po-
NOTAS 279

sible», éstas son las experiencias vividas al recurrir a esta ayuda alimentaria. Privarse de va-
caciones o de diversiones , limitar ciertos gastos superfluos o comprar productos menos ca-
ros y más económicos son comportamientos normales entre las familias con ingresos mo-
destos, pero depender de la ayuda alimentaria constituye en las representaciones sociales el
símbolo de una extrema pobreza que consagra casi inevitablemente la incapacidad y el des-
crédito de las personas afectadas . Véase la encuesta realizada en 2004 por Sasan Tajsham en
el marco de la Federación nacional de bancos de alimentos.
48 Véase Serge Paugam (dir.), L'Europe
face d la pauvreté. Les expériences nationaLes de re-
venu minimum, op. cit.
49 Puede leerse la excelente síntesis
de Pascale Dufour, Gérard Boismenu y Alain Noel
(2003): L'aide au conditionnel La contrepartie dans les mesures envers les personases sans em-
ploi en Europe et en Amérique du Nora Montreah Les Presses de 1'Université de Montréal.
50 Véase Sylvie Morel (2000): Les logiques de la réciprocité. Les transformations de la re-
lation d 'assistance auz États-Unís et en France, París, PUF, col. «Le Lien social».
51 Véase I. LOdemel y H. Trickey (2001): An Offer you can 't refuse. Workfare in In-
ternational Perspective, Bristol, The Policy Press.
52 La estigmatización de los pobres
parece sin embargo menos fuerte en los Países Bajos,
que han decidido mantener una fuerte protección social para los más desfavorecidos bus-
cando al mismo tiempo los medios para su inserción.
53 Sobre este punto puede leerse a Jean-Paul
Zoyem (2004): Accompagnement etsortie de
l'aide sociales évaluation de l'insertion professionnelle des bénéficiaires du revenu minimum d'in-
sertion, tesis de Ciencias Económicas, Universidad de París l, Panteón- Sorbona.

Conclusión
' Véase Dominique Schnapper (2002): La démocratie providentielle. Essai sur l'égalité con-
temporaine, París, Gallimard, col. «NRF- Essais».
2 Robert Castel subraya que, «hasta una época reciente , las comunidades rurales vivían
una casi autarquía, no sólo económica sino relacional , como enclaves dentro de un con-
junto arrastrado por el movimiento de la modernidad ». Véase Les métamorphoses de la ques-
tion sociale, op. cit., p. 35.
3 Véase Henri Mendras (1976): Sociétéspaysannes. Éléments pour une théorie de lapay-
sannerie, París , Armand Colin, p. 76.
4 Maurice Halbwachs (2002): Les causes du suicide (1.' ed., 1930), París, PUF, col. «Le
Lien social », p. 378.
5 Mireille Razafindrakoto y Fran4ois
Roubaud (2001): «Les multiples facettes de la
pauvreté dans un pays en développement: le cas de la capitale malgache », París , Documents
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G Véase Karine Clément
(1999): «Russie: pauvreté de masse et stigmatisation des pauv-
res», en Dominique Vidal (dir.), Quelle place pour le pauvre? París, L'Harmattan, col. «Cul-
tures et conflits », pp. 35-69.
Es lo que ocurría fundamentalmente en Checoslovaquia. Véase Isabelle Le Rouzic
(2002): La transformation post-communiste tchéque d l'épreuve de la marginalisation sociale,
tesis doctoral en Sociología , Universidad de Rennes 2.
8 Véase Natalia Tchernina (1996): Economic Transition and Social Exclusion in Russia,
Ginebra, International Institute for Labour Studies, « Research series», 108.
280 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

Apéndice

' Véase S. Paugam y M. Selz, «The perception of poverty in Europe since the mid 1970s.
Analysis of structural and conjunctural variation», op. cit.
z Estas encuestas han sido objeto de numerosos estudios : H. Rifault y J.-R. Rabier
(1997): The Perception ofPoverty in Europe, Bruselas, Comisión Europea; Poverry 3, The
Perception ofPoverty in Europe, Bruselas, Comisión Europea, 1990; N. Rigaux (1994): The
Perception of Poverty and Social Exclusion in Europe 1994, Bruselas, Comisión Europea;
D. Gallie y S. Paugam (2002): Social Precarity and Social Integration, Bruselas, Comisión
Europea.
3 M. Evans, S. Paugam y J. Prélis, Chunnel Vision: Poverry, Social Exclusion and the De-
bate on Social Welfare in France and Britain, op. cit.
4 Véase Les travaux de l'Observatoire national de la pauvreté et de 1'exclusion sociale,
2001-2002, París, La Documentation fran4aise, 2002. Véanse especialmente los estudios de
Laurent Caillot y Corinne Mette, «Les représentations de l'opinion: la connaissance vécue
est un déterminant majeur», pp. 121-150, y Michel Autés, «Les représentations de la
pauvreté dans la presse écrite», pp. 105-120.
5 Véase W. van Oorschot y L. Halman (2000): «Blame or late, individual or social? An
international comparison of popular explanation of poverry», European Societies, 2, 1,
pp. 1-28.
6 Véase S. Paugam, La sociétéfrancaise et ses pauvres, op. cit.; véase en concreto sobre este
punto la segunda parte, titulada « De l'assistance á la participation », pp. 79 y ss.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO

Abrahamson , P., 262, 274 Bosco , N., 268


Aguilar , M., 262, 271 Bourdieu, P., 82, 183-184, 188-189, 278,
Andrea, H. J., 261 231
Anheier, H. K., 268 Boyer, R., 267
Antolini , P., 272 Breuer, W., 262, 274
Aron, R., 13, 32, 48, 82-83, 268, 272, Brun , J., 277
273 Bubeck, B., 266
ATD Service et science, 149 Buret , E., 31, 52, 263
Autés, M. 280
Caillot, L. 280
Bago d 'Uva, T., 269 Calvino, 154
Bailleau , F., 275 Castel, R., 84-85, 100, 152, 178, 182-184,
Barclay, P., 278 263, 267, 279
Baverez, N., 91, 278 Castellan, M., 277
Bénéton , P., 264 Cerase, F. P., 270
Benoit-Guilbot, 0., 270 Charbonnel, J.-M., 262, 276, 277
Beveridge , W., 143, 145 Clément, K., 279
Beyeler-von Burg, H., 272, 273 Cloward, R. A., 75, 153
Body-Gendrot, S., 277 Coester, D., 274, 275
Boiral , P., 275 Commissione di indagine sulla povertá,
Boismenu , G., 279 268, 271
Bonny, Y., 268 Corcoran, M., 269
294 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

Damon , J., 278 Halbwachs , M., 224, 279


Danziger , S. H., 269 Halman , L., 280
Darras, 272 Halvorsen , K., 275
Debonneuil , M., 277 Hansen , F. K., 262, 274
Del Campo , S., 262 Harrington , M., 146-147, 152-153, 156
Denton , N. A., 276 Hauser , R., 164, 172-173, 262, 273,
Destremau , B., 261 Haveman , R. H., 269
Donzelot, J., 169, 191, 277 Hoggart, R., 116, 125-126
Dubet , F., 277
Dufour , P., 279 Innocenzi, G., 268
Durkheim , É., 75-76, 86-87, 103 Ion, J., 167
Iribarne, P. d', 165
Elias, N ., 54, 62, 278 Isambert , F.-A., 270
Engels, F., 31, 42-45, 47
Esping-Andersen , G., 105, 141, 269 Jacobs, S., 278
Evans, M., 262, 275, 276, 280 Jahoda, M., 275
Jargowsky , P., 277
Fahey, T., 277 Jodelet, D., 267
Ferrera , M., 268 Juárez, M., 269
Foret , C., 277
Foucault, M., 168 Katz, M. B., 267
Fourastié , J., 272 Kerschen , N., 271
Fox Piven , F., 75, 153 Klanfer , J., 272
Fragniére, J.-P., 154
Friboulet , J.-J., 155 Labbens, J., 148 -149, 270
Fridberg, T., 275 Lapeyronnie , D., 277
Lavers , G. R., 142-144
Gaffet, M., 25 Layte, R., 261
Galbraith, J. K., 139-140, 146, 152-153 Lazarsfeld , P., 205, 275
Gallie, D., 23-25, 164, 262, 268, 269, Le Gales, P., 278
270, 273-274, 275, 276, 278, 280 Le Rouzic , I., 279
Gans, H. J., 50, 266 Lechéne, V., 261
Gérando (de), J.-M., 263 Lefaucheur, N., 275
Geremek, B., 77, 267 Leibfried, S., 269, 274
Gibaud, B., 271 Leisering , L., 269, 274
Gilliand, P., 273 Lenoir, R., 168
Gloukoviezoff, G., 278 Lewis, 0., 114
Goldberger, M.-F., 277 Lion, A., 276
Goldthorpe, J., 272 Ledemel, Y., 173-174, 279
Grafineyer, Y., 189 Loison , L., 269-270
Gropetti, H., 273 Lollivier, S., 16
Gueslin, A., 80 Lucas, 129
Guidicini, P., 266 Lutero, 154
Guillemard, A.-M., 272
Maclouf, P., 276
Hagenaars , A. J. M., 261 Marpsat , M., 277
Haghighat, C., 277 Marsh , C., 275, 276
Hainard, F.,273 Martinelli , A., 262
INDICE ONOMÁSTICO 295

Marx, K., 30, 31-32, 38-39, 42-50, 52, Regamey, R., 273
220-222, 273 Rendu, P., 277
Massey, D., 276 Reynaud, B., 91, 278
Mateo, 129 Reyneri , E., 131
Maurin , E., 277 Rhein, C., 277
Mendras, H., 279 Ribeaud, M.-C., 272
Merrien , F.-X., 274, 276 Riffault, H., 273, 280
Mette, L., 280 Rigaux, N., 280
Middlemans, J., 269 Rostow, W. W., 267
Mingione , E., 268, 271 Roubaud , F., 279
More¡, S., 279 Rowntree , B. S., 142-144
Morlicchio, E., 270, 271 Russel , H., 278
Morris, L., 276
Moscovici, S., 265, 267 Sabouret , J.-F., 272
Murray, C., 264 Salais, R., 91, 278
Salama, R., 261
Negri , N., 133, 262, 271 Salamon , L. M., 33
Nicolas, J.-P., 275 Saraceno , C., 268, 269
Noél, A., 279 Schelsky, H., 159
Nolan, B., 164, 261 Schizzerotto , A., 262
Noll, H. H., 262 Schnapper , D., 25, 268, 272, 275, 277,
279
Oberti, M., 268, 278 Schultheis, F., 25, 159, 172, 264, 265, 266
Observatoire national de la pauvreté et de Schweyer, F.-X., 25
1'exclusion sociale , 262, 272 Scotson , J. L., 278
Oficina federal de estadística, 273 Selz, M., 24-25, 267, 280
Ogien, R., 262 Sen, A., 17, 27
Sgritta , G. B., 268
Pareto , V., 266 Silver, H., 25
Paserman , R., 269 Simmel , G., 18, 30, 31-32, 39, 42, 50-62,
Paugam , S., 19-20, 23-25, 163, 174, 262, 63, 64, 65, 94, 96-97, 103, 220-223
265, 267-271, 273- 274, 276-280 Soares , R., 269
Péchoux , S., 278 Spanó, A., 270
Pereirinha, J., 268 Stenberg , S. A., 262
Pétonnet , C., 167, 272 Stjerne, S., 274
Peyre, V., 275 Stoléru , L., 271
Pingon -Charlot, M., 277 Stonequist , E., 265
Piven , F. F., 75
Ploug, N., 262 Tabard, N., 194-195
Polanyi, K., 266, 267 Tajsham, S., 279
Pons , P., 272 Tchernina, N., 279
Prélis , A., 262, 275, 276, 280 Tham, H.,274
Préteceille , E., 277 Titmuss, R., 162
Pugliese , E., 270, 271 Tocqueville, A. de, 30, 31-42, 47, 49-52,
60, 81, 220-223, 271
Rabier, J.-R., 273, 280 Townsend, P., 16
Rampa¡, J. C., 278 Tricart, J. P., 167
Razafindrakoto , M., 279 Triglia, C., 131, 270
296 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

Ultee, W., 262, Vogler , C., 275, 276


Vranken , J., 262
Valarie, P., 275
Van de Velde, C., 121 Wacquant, L., 189-191
Van Oorschot, W., 280 Weber , M., 75, 265, 270
Van Praag, B. M. S., 261 Whelan, C. T., 261, 262
Van Weeren, H., 261 Wight Bakke , E., 275
Véras, M., 25 Wilson , W. J., 277
Verdés-Leroux, J., 168, 274-275 Wresinski , J., 147
Verger, D., 16
Vidal, D., 279 Zeisel, H., 275
Villermé, L.-R., 31 Zoyem, J.-P., 164, 262, 270, 276, 277, 279
Vissers, A., 262 Zwinglio, 154
ÍNDICE ANALÍTICO

abundancia (sociedad de la), 147, 152, 178 duración de la, 160


acción social (sistemas de), 90-96, 137-138, función de la, 55-62, 153
167-174, 210 instalada, 65
acompañamiento social, 209 lógica de la, 39-42
(política de), 214-218 lógica del estatus , 94-95, 137
actores (superposición de), 210-214 lógica de la necesidad, 94-95
acumulación capitalista , 32, 42-50, 83, privada, 60-61
221, 231 pública, 60-61
aislamiento social , 54, 199-208 racionalización de, 71
alcohol (alcoholismo), 33, 72, 146, 165, reducción de la esfera de, 141-145
168 reivindicada, 65
alojamiento ( véase también realojamiento), relación de, 55-62
145, 151, 212 asistidos , 39, 51-52, 142, 160, 169, 171,
altruismo, 57 196, 209
angustia ( colectiva ), 100, 180 -185, 199, asociaciones:
228 caritativas , 62, 72, 156, 213
ANPE, 67, 70 participación en la vida asociativa, 206
apatía, 114 asociales , 149, 167, 168
asistencia : 50-62, 141, 221 atrición de preferencias , 108, 231
definición categorial, 93-94, 137, 210 ayuda alimentaria, 213
definición unitaria , 93, 210 ayuda social a la infancia, 168
diferida, 65
298 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

bancos de alimentos, 213 condiciones:


barrio desheredado , 187-199 de vida, 16, 47, 67, 94, 134, 231-232
barrios periféricos , 187-199 de vivienda, 16, 21, 100, 228
base mental de la sociedad ( Durkheim), de trabajo , 16, 44-45
76-78 confianza en sí mismo , 149, 184
Bundessozialhilfegesetz, 160 configuraciones (Elias), 54
burakumin, 150 construcción social ( de la pobreza ), 17, 50-
62
Cagots, 272 contrato de inserción , 68, 70-71, 216-218
caída ( explicación de la pobreza como una control social , 90, 169
caída), 109, 178-180, 228 , 240, 244- convivencia familiar, 118-122
246 cotilleo discriminatorio, 197
capacidades ( capabilities), 17 crecimiento económico , 75, 79-82, 106,
capital ( En (véase también acumulación ca- 140, 145-153, 178, 226
pitalista), 42-50 criminalidad , 190, 206
capitalismo (véase también welfare capita- cuarto mundo, 97, 147-148, 152
lism), 39, 42-50 cultura:
caridad: de la pobreza, 114
legal, 33, 39-42, 49, 60, 222 del trabajo , 154-155
privada, 33, 39-42 psicologizante , 167-168
carrera de asistidos, 63, 70
casa, 117, 121 de tipo individualista , 170-174
casos sociales , 80, 97, 151, 171, 225 decadencia , 80, 100 , 148, 183, 214, 228
casos típicos, 146 decommodification, 141
categoría de asistidos ( véase también defi- deficiencia mental, 146
nición categorial ), 51-55, 90-96, 142, definición (de la pobreza ): 13-20, 35, 49,
222 50-55, 221-222
centralización (de la ayuda), 62, 92 categorial , 93-94, 137, 210
ciclos: unitaria, 93-94, 137, 210
económicos , 75, 221-222 delincuencia, 190
industriales , 45-48, 221 dependencia , 18, 39, 41, 49, 52-54, 64-
ciudadanía ( véase también vínculo de ciu- 73, 96-101, 159-161, 222-223
dadanía): depresión , 198-199, 228
principio de, 49 , 80, 223 deprivation, 16
social, 141 derecho:
ciudades de aluvión , 147-149, 167 a la asistencia, 40-41, 55-62, 160
civilización ( proceso de), 49 civil, 59
clase (social): 159 del hombre, 58
media, 108, 152 , 166, 228, 232 social, 59
obrera, 43-49, 144-145, 151, 166, 221 desamparados, 147
trabajadora, 43-49 desarrollo:
clientelismo , 130-137, 232 económico , 81-85, 97, 98, 231
Código Civil, 59 países en vías de, 231-232
cohesión social , 57-58, 62, 199 social de los barrios, 193-194
Comité de Mendicidad , 186, 265 descalificación:
comunidad, 146 espacial , 187-199
concentración espacial de la pobreza, 187- social , 20, 55, 68-73, 135-136, 199,
199 203, 207
INDICE ANALITICO 299

descentralización (de la asistencia ), 92, 138, social, 183, 189


171-172 Estado de bienestar (véase también welfare
desclasamiento , 67, 175-178 state), 61, 78, 142, 162, 176
descrédito , 149-150, 152-153 Estado social (véase también welfare state),
desempleo: 56, 59
de exclusión, 177 estatus social (del asistido), 41-42, 54, 63,
efectos del, 118-125 64-73
experiencia del, 199-208 estigma:
masivo, 177 estigmatización , 41, 54, 63, 97, 166-
designación , 19, 63, 197-198, 225 174, 195-199, 217
desigualdades , 36-37, 49, 97, 147, 185, resistencia al, 66, 199
209-210, 219 etnocentrismo , 38, 168
de ingresos, 116 excluidos del interior, 184
territoriales, 138 exclusión:
desmercantilización, 141 miedo a la, 97, 180-185
desocialización , 67, 71-72 noción de, 147, 151, 162, 186, 194,
destino social, 116 275
desventajas, 149, 156 socioespacial, 194
acumulación de, 200-203 experiencias vividas (de la pobreza), 24, 64-
deuda social , 58, 79, 186 67, 79-81, 97
diferenciación social, 192, 197 extranjero(s), 52-53
dificultades financieras , 111-117
en la infancia , 115-116 familia, 117-131
dignidad , 17, 69-73 felicidad de la pobreza, 129
discriminación, 114 filiación ( véase también vínculo de filia-
racial, 188 ción), 117
disminuidos sociales, 149 frágiles, 65-67
fragilidad:
economía: de los lazos sociales, 176
comunitaria, 131 interiorizada, 65
criminal, 131 negociada, 65
doméstica, 131
informal, 98, 130-138 gestión burocrática (de la asistencia), 62
subterránea, 132 guerra contra la pobreza, 152
ejército industrial de reserva (Marx), 42- gueto , 187-191
50,221,273
ellos-nosotros (Hoggart), 125-126 hábitat socialmente descalificado, 187-199
empleo: Heimatlose, 150
estable, 119-120, 123, 132, 133, 206 higienismo, 167
precario, 177, 178, 184-185 homo ceconomicus, 82
encerrarse en sí mismo , 69, 196 honor social, 207
enclosures, 42 humillación, 40, 54, 58, 69, 173, 199, 220
enfermedad mental , 168, 169
ensimismamiento , 126, 191 identidad:
escasez, 147 colectiva, 195
escuela, 148, 168 negativa , 41, 195-199
espacio: parental, 127
físico, 189 imagen:
300 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

de sí mismo, 198 marginados , 65-73, 148, 149, 163, 167-


negativa, 195-199 168
impotencia (sentimiento de), 149 marginalidad , 50, 149
inadaptados sociales , 99, 149, 151, 156, conjurada, 65
167-170 organizada, 65
indeseables , 19, 150 mendicidad, 154
indigencia , 33-34, 38, 49 mercado de trabajo (valor en el ), 67-73
indigencia , 35, 82, 139 milagro alemán, 159
individualización de la ayuda , 170-174 mínimo vital, 48
inestabilidad del empleo , 98, 193 minoría (problema de), 139
inferioridad (sentimiento de), 40-41, 149 miseria, 139, 263
ingreso mínimo garantizado , 78, 98, 160 de condición, 183
ingresos (clases de), 142-144 de posición, 183
injusticia ( explicación de la pobreza por la), gran, 183
76-79, 249-259 pequeña, 183
inseguridad: moralidad, 33
del trabajo , 119-121, 123, 133 moralización, 33
social , 177-187
urbana, 187-199 necesidad ( véase también lógica de la nece-
inserción, sidad), 15, 35-39, 56, 145, 171-172,
contrato de, 70, 216-218 220
dificultades de, 98, 127 negociación identitaria, 41
política de , 214-218 normas ( imposición de), 169
instrucción , 146, 167 nueva cuestión social , 185-187
interiorización:
de la pobreza, 152 objetivos (multiplicación de los), 210-214
de las representaciones, 207 obligación:
intervención social , 69, 95-96, 197 de prestar ropa y alimento, 59-60
inútiles para el mundo, 53 principio de, 58-61
islotes de pobreza, 146 olvidados por el crecimiento , 145-153
opulencia , 139, 146, 152
Job Seeker' Allowances, 216 orden social, 169
ostracismo, 150
lazos sociales:
debilitamiento de los , 55, 147, 198 parentesco, 122
fragilidad de los , 203-208 participación (en la vida social ), 17, 89,
intensidad de los, 67-73 118, 228
leyes: pauperismo , 32-50, 221
isabelinas, 186 pauperización , 48-49, 156
sobre el RMI ( véase también RMI), 186 paupers, 39, 41-42, 46-50
sobre los pobres, 55 pereza (explicación de la pobreza por la),
libertades: 76-79, 249-255
formales, 32 personalidad ( transformación de la), 41, 71
reales, 32 pertenencia:
lucha colectiva contra la pobreza, 125 a la comunidad de pobres , 18, 129
LumpenproletariaA 47 a la sociedad, 41, 88
a una clase social, 54
malestar social , 196, 199 a una nación, 87
ÍNDICE ANALÍTICO 301

familiar, 121 presupuesto (de consumo), 142


grupo de, 109, 231 privación, 136
red de, 86 Producto Interior Bruto por habitante, 81,
pleno empleo, 140 154
pobre(s): promoción social, 116
pobres y nada más que pobres, 39, 55 prosperidad económica, 140, 147, 149
pobre transitorio, 112 protección:
pobre recurrente, 112 civil, 182-183
pobreza: por los allegados, 98, 122-123
asistida, 64-73 social , 90-96, 98, 141-145, 147, 168,
combatida , 97, 157-161 182-183
corriente, 155 psiquiatría, 168, 169-170
coyuntural , 112, 116-117
descalificadora , 97-101, 140, 175-218, racionalización (de la experiencia), 71, 207
223-234 racionamiento, 145
difusa, 129 realojamiento, 151
estructural , 109, 112 , 116, 140, 153 reciprocidad , 125, 266
generalizada, 37 reconocimiento , 40, 60, 87, 185
heredada , 109-110 , 148, 160 , 239-243 red:
institucional, 52 de ayuda privada, 122-125
integrada , 97-101, 107-138, 201, 223- de sociabilidad informal , 201, 204-206
234 redistribución , 141-145
invisible , 141-153 regulación:
localizada, 146 localizada , 137-138
marginal , 97-101, 139-174, 202, 223- modelo de responsabilidad compartida,
234 88-90
material, 134 modelo familiarista , 88-90 , 117-118
monetaria, 134 modelo público individualista, 88-90
nueva, 109, 155, 169-170, 176 modos de, 88-90
objetiva, 35, 220 relación (con el trabajo / con el empleo),
permanente , 110-117 184-185
residual , 140, 151-153 relativismo, 32-42
subjetiva, 35, 107-108, 134-136, 220 relegación urbana , 191-195
tradicional, 109 reparto de beneficios , 97, 147
polarización: representaciones sociales, 74-79, 97, 151,
de la red social , 204-205 235-259
social, 191 reproducción:
políticas: de las desigualdades, 49
de lucha contra la pobreza , 59, 90-96, de la pobreza, 113-116, 148-149
97, 137-138, 141-145, 167-174, reputación (mala), 150 , 154-155, 197
208-218 reserva de pobreza, 153
urbanas, 190-197 resistencia al descrédito ( véase también es-
práctica religiosa , 125-130 tigma), 41, 66
precariedad: respeto de sí mismo, 17
del empleo, 120, 123, 184-185 responsabilidades ( compartir las) colecti-
del trabajo , 184-185 vas, 92-93
profesional , 184-185 RMI, 20, 55, 67-73, 155, 213, 215-216
predestinación, 148 rupturas:
302 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA POBREZA

conyugales, 156 supernumerarios, 42-50


sociales, 63-73
territorialización de las políticas públicas,
salario de subsistencia, 142 214
salario social, 138 traición afectiva, 122
salud ( problemas de), 71, 72, 146, 168, transferencias sociales, 141-145, 161-164
169, 198
segregación , 114, 152 underclass, 97
seguridad social , 141-145 universalidad (de los derechos), 141, 173
seguro: urbana , 187-199
de desempleo , 91, 215
privado, 142 valores familiares y religiosos , 125-130
social , 56, 141-145, 174 vejez, 145
sensación: víctima (explicación de la pobreza por), 77-
de inseguridad, 184 79, 249-258
de inutilidad, 184 vínculo:
de pertenencia a un grupo , 54, 195-199 comunitario, 197
sistema de protección social (véase protec- de ciudadanía, 86-88
ción social) de filiación, 86-88
sociabilidad(es): de participación electiva, 86-88, 201
familiar , 117-122, 193 de participación orgánica, 86-88
en el entorno escolar , 148-149 moral, 40
primaria, 201 social (el), 50-56, 62, 85
secundaria, 201 violencia:
sociedad(es): legítima, 62
de seguridad , 182-183 simbólica, 169
dual, 182 visibilidad de la pobreza, 97, 109-110, 179-
industrial, 81-85 180, 236-247
posindustrial , 100, 228
rural, 225 Welfare.
salarial , 84-85 , 100, 178 capitalism, 105, 111
tradicional , 98, 224-225 class, 209
solidaridad: regime, 141, 161-165 ( modelo nórdico o
familiar , 59-60, 88-90 , 98, 122-130 socialdemócrata, 141, modelo conti-
nacional , 59, 185-187 nental o corporativista , 141, modelo
statu quo social, 58 liberal, 141)
subempleo, 177 workfare, 216, 279
subproletariado (véase también Lumpen- workhouse, 47
proletariat), 147-149
subsidiariedad, 60 yo (idea de), 149
subsidio de desempleo , 91,160, 252
sufrimientos , 183-184 zona urbana sensible (ZUS), 191-195
Otros títulos

Fernando Esteve y
Rafael Muñoz de Bustillo
CONCEPTOS DE ECONOMÍA

Salvador Giner, Emilio Lamo de Espinosa


y Cristóbal Torres (eds.)
DICCIONARIO DE SOCIOLOGIA

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