JELIN. Historia, Memoria, Palabra
JELIN. Historia, Memoria, Palabra
JELIN. Historia, Memoria, Palabra
Elizabeth Jelin*
Este trabajo se inscribe en la preocupación por comprender las luchas por las memo-
rias de las dictaduras en el Cono Sur. El interés surge de constatar que los acontecimien-
tos del pasado tienen sentidos y significados diversos para distintos grupos sociales en
las sociedades que están saliendo de períodos de violencia y sufrimiento, y que las
memorias del pasado están sujetas a conflictos entre interpretaciones rivales. Hay tam-
bién luchas sociales, culturales y políticas acerca de la ubicación de estas memorias en
los escenarios donde se está desarrollando el proceso de democratización1.
En un sentido político, los debates acerca de la memoria de períodos represivos y de
violencia política se plantean con relación a la necesidad de construir órdenes democráti-
cos en los cuales los derechos humanos estén garantizados para toda la población,
independientemente de su clase, “raza”, género, orientación ideológica, religión o etnici-
dad. Las luchas para definir y nombrar lo que tuvo lugar durante períodos de guerra, vio-
lencia política o terrorismo de estado, así como los intentos de honrar y homenajear a las
víctimas e identificar a los responsables, son vistos como pasos necesarios para ayudar a
que los horrores del pasado no se vuelvan a repetir –NUNCA MÁS.
En este trabajo, quiero compartir algunas reflexiones y preguntas generadas en el
proceso de investigación y estudio. No se trata de conclusiones y certezas, sino más bien
de inquietudes y aun angustias acerca de la relación entre los datos fuertes de una reali-
dad de represión y violencia, los procesos sociales de incorporación de esas experiencias
en luchas sociales, culturales y políticas de etapas posteriores, y las elaboraciones perso-
nales –a veces íntimas, otras públicas– de un pasado de sufrimiento y dolor.
y miembro del Comité Científico Independiente a cargo de la elaboración del Informe Mundial de Cul-
tura, de la UNESCO. Ha trabajado sobre derechos humanos, memorias de la represión, ciudadanía,
movimientos sociales, familia y género; entre sus libros figuran Ante, de, en, y? Mujeres, derechos
humanos (1993), Vida cotidiana y control institucional en los años noventa (con varios colaboradores,
1996), Constructing Democracy. Human Rights, Citizenship and Society in Latin America (ed. con Eric
Hersghberg, 1996), Pan y afectos. La transformación de las familias (1998). Una de sus últimas publi-
caciones relacionada con el tema aquí tratado y escrita en colaboración con Susana Kaufman, es
“Layers of memories: twenty years after in Argentina”, en: T. G. Ashplant/G. Dawson/M. Roper (eds.):
The Politics of War Memory and Commemoration (2000).
1 La justificación académica, intelectual y política de esta preocupación está desarrollada en la presenta-
ción del Programa MEMORIA, incluido en este mismo número.
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Por el lado de los cambios paradigmáticos en las ciencias sociales, en las últimas
décadas ha cobrado un lugar central la incorporación del análisis de las transformaciones
de la subjetividad, la preocupación por el sentido de la acción y por la perspectiva de los
agentes sociales mismos –manifiestas en diversas disciplinas, desde los estudios etno-
gráficos y etnohistóricos hasta las preocupaciones históricas centradas en las “mentalida-
des” y los procesos ligados a la vida cotidiana. Todo esto se refiere especialmente al
estudio de diversos tipos de procesos sociales que involucran cambios y reflexividades:
la migración, la familia, la sexualidad, los cambios en términos de prácticas frente a las
nuevas tecnologías, etc. También, y de manera significativa, en la consideración y refle-
xión sobre la perspectiva del propio investigador.
Pero además, y esto es central en lo que queremos desarrollar aquí, la memoria-olvi-
do, la conmemoración y el recuerdo se tornan cruciales cuando se vinculan a aconteci-
mientos y eventos traumáticos de represión y aniquilación, cuando se trata de profundas
catástrofes sociales y de situaciones de sufrimiento colectivo. Es en relación a estas
experiencias, y muy especialmente a partir de los debates políticos y académicos acerca
de la Shoah, que las vinculaciones y tensiones entre historia y memoria han ido cobrando
creciente protagonismo en el debate y la reflexión académica.
La relación entre memoria e historia se actualiza por la importancia del trauma en los
eventos de la historia reciente. Sin entrar en la profundidad de la teoría psicoanalítica
sobre los traumas anclados en procesos sociales y políticos, alcanza para este trabajo
caracterizar a los acontecimientos traumáticos como aquellos que, por su intensidad,
generan incapacidad del sujeto para responder, provocando trastornos diversos en su
funcionamiento social. Como señala Kaufman (1998), “en el momento del hecho, por la
intensidad y el impacto sorpresivo, algo se desprende del mundo simbólico, queda sin
representación, y a partir de ese momento, no será vivido como perteneciente al sujeto,
quedará ajeno a él. Será difícil o imposible hablar de lo padecido, no se integrará a la
experiencia y sus efectos pasarán a otros espacios que el sujeto no puede dominar. La
fuerza del acontecimiento produce un colapso de la comprensión, la instalación de un
vacío o agujero en la capacidad de explicar lo ocurrido.”
El evento traumático es reprimido o negado, y sólo se registra tardíamente, después
de pasado algún tiempo. Esto implica que la temporalidad de los fenómenos sociales no
es lineal, sino que presenta quiebres, rupturas, un re-vivir que no se opaca o diluye con el
simple paso del tiempo. Esto tiene implicaciones para el tipo de indagación que podemos
hacer. Si las ciencias sociales van a incorporar el análisis de la subjetividad y de las
manifestaciones simbólicas en su foco de estudio, estas “memorias” y huecos, y sus
irrupciones, implicarán dedicar esfuerzos a la relación entre los acontecimientos pasados
y las manifestaciones de sus efectos, “restos” y legados en períodos posteriores. Las
memorias se convierten, entonces, en un importante “objeto de estudio” y llaman a estu-
diar vinculaciones entre historias pasadas y memorias presentes, el qué y el cómo se
recuerda y se silencia. Porque “lo que es negado o reprimido en un desliz de la memoria
no desaparece; siempre retorna de manera transformada, a veces desfigurada y disfraza-
da” (LaCapra 1998: 10).
La paradoja aquí consiste en que los huecos traumáticos son al mismo tiempo parte
de lo que los investigadores queremos comprender y narrar como una dimensión del
horror del pasado, y son “cajas negras” que impiden la elaboración de ese mismo relato.
Porque, como sabemos y señala acertadamente LaCapra: “El evento traumático tiene su
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Partimos de una noción de memoria como concepto usado para interrogar las mane-
ras en que la gente construye un sentido del pasado, y cómo se enlaza ese pasado con el
presente en el acto de rememorar/olvidar. Esta interrogación sobre el pasado es un proce-
so subjetivo; es siempre activo y construido socialmente, en diálogo e interacción.
Esta noción de memoria contrasta con lo que se suele llamar memoria habitual o
automática, donde no hay reflexión. Son los saberes adquiridos sobre hábitos sociales
básicos (desde cómo subir una escalera hasta si dar uno, dos o tres besos para saludar –o
ninguno). En el momento de actuar, estos conocimientos, que vienen de la memoria, se
manifiestan como rutinas, casi siempre sin reflexión. Contrastan con las memorias
narrativas inmersas en afectos y emociones –y es esto lo que las hace “memorables”, lo
que las hace intersubjetivas y con vigencia en el presente (Van Alphen 1999).
Es en este punto, al decir que la gente construye un sentido del pasado en función de
su “experiencia pasada”, que se impone una distinción entre dos sub-grupos sociales
(que conforman “la gente” de la frase inicial). Están quienes vivieron un evento o expe-
riencia, y para ellos esa vivencia puede ser un hito central de sus vidas. Si se trató de un
acontecimiento traumático, puede ser un hueco, un vacío, un silencio, o las huellas de
ese trauma manifiestas en conductas actuales (pocas veces, sin embargo, un simple “olvi-
do”). Están también quienes no tuvieron la “experiencia pasada” propia. Esta falta de
experiencia los pone en una aparente otra categoría: son los “otro/as”, los que no lo
vivieron en carne propia. Para este grupo, la memoria es una visión del pasado construi-
da como conocimiento cultural, compartido por generaciones sucesivas y por diversos
“otro/as”. Es con relación a este sub-grupo que se plantean las cuestiones de la “trans-
misión”.
¿A qué se refiere “la experiencia”? En el sentido común, la experiencia se refiere a
las vivencias directas, inmediatas, subjetivamente captadas de la realidad. Pero una refle-
xión sobre el concepto de “experiencia” indica que ésta no depende directa y linealmen-
te del evento o acontecimiento, sino que está mediatizada por el lenguaje y por el marco
cultural interpretativo en el que se expresa, se piensa, se conceptualiza (Scott 1999).
Desde esta perspectiva, estamos hablando del proceso en el cual se construye la subjeti-
vidad. Pero ese proceso no es sencillo y lineal.
¿Qué importa de todo esto para pensar sobre la memoria? Primero, importa el tener o
no tener palabras para expresar lo vivido, para construir la experiencia y la subjetividad a
partir de eventos y acontecimientos que nos “chocan”. Una de las características de los
acontecimientos traumáticos es la masividad del impacto que provocan, creando un
hueco en la capacidad de “ser hablado” o contado. Se provoca un agujero en la capaci-
dad de representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los recuerdos. La memoria
queda desarticulada, y sólo aparecen huellas dolorosas, patologías y silencios. Lo trau-
mático altera la temporalidad de otros procesos psíquicos, y la memoria no los puede
tomar, no puede recuperar ni transmitir o comunicar lo vivido.
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¿Cómo estudiar estos vehículos de la memoria? Una primera ruta para explorar los
vehículos de la memoria consiste en mirar las fechas, los aniversarios y las conmemora-
ciones. Algunas fechas tienen significados muy amplios y generalizados en una socie-
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2 El análisis de las maneras de conmemorar las fechas significativas relacionadas con las dictaduras del
Cono Sur ha sido uno de los ejes temáticos desarrollados por el Programa MEMORIA durante 1999.
Los resultados de los trabajos sobre Chile (realizado por Azun Candina), Uruguay (Aldo Marchessi),
Argentina (Federico Lorenz) y Paraguay (Myrian González) están siendo preparados para su publica-
ción en un libro sobre Conmemoraciones.
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de lugares y espacios donde ocurrió la represión, de los campos y cárceles de las dictadu-
ras. En algunos casos, el memorial físico está allí, como el Parque de la Paz en Santiago,
Chile, en el predio que había sido el campo de la Villa Grimaldi durante la dictadura. La
iniciativa fue de vecinos y activistas de los derechos humanos, que lograron detener la
destrucción de la edificación y el proyecto de cambiar su sentido (iba a ser un condomi-
nio, pequeño “barrio privado”). También está lo contrario, los intentos de borrar las mar-
cas, destruir los edificios, para no permitir la materialización de la memoria, como en el
caso de la cárcel de Montevideo, convertida en un moderno centro de compras. De
hecho, muchos intentos de transformar sitios de represión en sitios de memoria enfrentan
oposición y destrucción, como las placas y recordatorios que se intentaron poner en el
sitio donde funcionó el campo de detención El Atlético, en el centro de Buenos Aires.
Estos lugares son los espacios físicos donde ocurrió la represión dictatorial. Testigos
innegables. Se puede intentar borrarlos, destruir edificios, pero quedan las marcas en la
memoria personalizada de la gente, con sus múltiples sentidos. ¿Qué pasa cuando se
malogra la iniciativa de ubicar físicamente el acto del recuerdo en un monumento?
¿Cuándo la memoria no puede materializarse en un lugar específico? La fuerza o las
medidas administrativas no pueden borrar las memorias personalizadas. Los sujetos tie-
nen que buscar entonces canales alternativos de expresión. Cuando se encuentra bloque-
ada por otras fuerzas sociales, la subjetividad, el deseo y la voluntad de las mujeres y
hombres que están luchando por materializar su memoria se ponen claramente de mani-
fiesto de manera pública, y se renueva su fuerza o potencia. No hay pausa, no hay des-
canso, porque la memoria no ha sido “depositada” en ningún lugar; tiene que quedar en
las cabezas y corazones de la gente. La cuestión de transformar los sentimientos perso-
nales, únicos e intransferibles en significados colectivos y públicos, queda abierta y acti-
va. La pregunta que cabe aquí es si es posible “destruir” lo que la gente intenta recordar
o perpetuar. ¿No será que el olvido que se quiere imponer con la oposición/represión
policial (en el caso del muro recordatorio o con la destrucción anónima de un monumen-
to en el ex-centro clandestino de la calle Paseo Colón, o con el shopping) tiene el efecto
paradójico de multiplicar las memorias, y de actualizar las preguntas y el debate de lo
vivido en el pasado reciente? (Jelin/Kaufman).
Aquí llegamos a uno de los nudos problemáticos del tema, tal como se presenta en las
luchas en el interior y en los límites del movimiento de derechos humanos y de los/las por-
tadores/as de la memoria: ¿cómo definir quiénes tienen legitimidad para narrar y hablar?
Concebir una diferencia “esencial” entre quienes vivieron la experiencia en carne
propia y los otros implica un intento de mantener una diferencia de autoridad y de legiti-
midad. Al mismo tiempo, cualquier estrategia para extender la aceptación y el sentimien-
to compartido en relación al pasado implica esfumar esos límites para facilitar la incor-
poración de los “otros”.
Esta pregunta puede formularse de otra manera. ¿Quiénes comparten una memoria,
en tanto interpretación del pasado compartido por generaciones sucesivas? ¿Cómo se
llega a esta construcción cultural que, por definición, es intersubjetiva y colectiva? El
“compartir” está marcado aquí por participar de una visión y un sentido del pasado –lo
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3 Agamben (2000), basándose en las narrativas de sobrevivientes de Auschwitz, especialmente los textos
de Primo Levi, señala la paradoja del testimonio: el “verdadero” testimonio es imposible, porque es la
realidad del “musulmán”, o sea, de aquellos que perdieron la capacidad de transmitir.
4 En sus trabajos sobre la violencia política en el área de Ayacucho, Del Pino y Theidon (1999) muestran
cómo las memorias de los campesinos están construidas a partir de la intersección de sus cosmovisiones
de origen indígena y la relativamente nueva introducción de religiones evangélicas.
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5 En el contexto cultural de la post-dictadura en Argentina, las disputas de este tipo son muy visibles. Un
caso reciente involucró a un cantante y compositor popular de música bailable. En su último disco
incluyó una canción que habla de una amiga desaparecida, recordándola a los veinte años del aconteci-
miento. Este músico fue criticado por dos motivos: primero, porque el tipo de música (“cuartetera”) no
era considerado estéticamente apropiado para la memoria de los desaparecidos, por ser demasiado festi-
vo y frívolo. También se le dirigieron preguntas acerca de si lo que contaba era “verdad”, si en verdad
existió esa amiga, y por qué, en caso de ser cierto, demoró veinte años en expresarlo.
6 Los símbolos del sufrimiento personal tienden a estar corporizados en las mujeres –las Madres y las
Abuelas en el caso de Argentina– mientras que los mecanismos institucionales parecen pertenecer más a
menudo al mundo de los hombres. El significado de esta dimensión de género del tema, y las dificulta-
des de quebrar los estereotipos de género en relación a los recursos del poder requieren, sin duda,
mucha más atención analítica. La investigación futura también deberá estudiar el impacto que la imagen
prevaleciente –en el movimiento de derechos humanos y en la sociedad en su conjunto– de demandas
de VERDAD basadas en el sufrimiento y de las imágenes de la familia y los vínculos de parentesco
(Filc 1997) tienen en el proceso de construcción de una cultura de la ciudadanía y la igualdad.
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