La Historia de La Literatura Mexicana

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La historia de la literatura mexicana: debates y desafíos

Helga Vega.

Septiembre de 2018

Sin duda la profesionalización en los estudios literarios obliga a conocer más o menos

con maestría la segmentación de las tendencias estilísticas, temáticas y estéticas que la

actividad literaria ha preponderado en ciertos lapsos. Para distinguir los periodos literarios

de los históricos, la academia ha separado el devenir de las bellas letras en movimientos

literarios, de manera que sea posible dominar un objeto tan basto y catalogarlo según

criterios de semejanza o disparidad entre las producciones de grupos de escritores, en su

mayoría de aquellos reconocidos por el canon.

La pertinencia o la prioridad del conocimiento de los movimientos literarios tiene

sentido pues son las obras ejemplares el anclaje preciso para el abordaje de otras áreas

del conocimiento necesario para la profesionalización del estudioso de la literatura, todo

gira en torno al objeto principal de estudio, indiscutiblemente será la producción literaria

y las aproximaciones reflexivas a ellas herramientas imprescindibles para continuar

Historia de la literatura, rama de los estudios literarios que, aparentemente por

convención, elude cuestionar el carácter estrictamente histórico del asunto, así pues, el

grueso de los libros de referencia evita una reflexión sobre el valor historicista de sus

contenidos, organizadores de las tendencias literarias ya diacrónicamente, ya en

sincronía. En este sentido el escrutinio de las historias existentes se pueden catalogar

según sus fines como didácticos, de divulgación o académicos.

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El auge y la revaloración de los objetivos que perseguían los estudios históricos

como disciplina que alcanzaba autonomía hacia el siglo XVIII, no afectó a los estudios

literarios sino hasta ya entrado el siglo XIX y la labor, dadas las características de la

actividad creativa, no es menos complejas ahora que en el pasado. El problema principal

ya lo sentenciaba Julio Jiménez Rueda hace algunos años: “Es imposible establecer una

exacta correspondencia entre las divisiones en los periodos que la historia establece y las

diferentes tendencias que en la literatura se manifiestan” (1989:7). Cabría preguntarse si

historiar la literatura debería implicar necesariamente empatar un asunto con el otro,

aunque la dependencia sea innegable se debe reconocer que las vías debían depender de

los objetos y los objetivos (diferentes para ambas disciplinas), aun así, ya es un hábito

que las historias de literatura dependan de las historias de las sociedades, raro es encontrar

ejemplares (en los estudios literarios) que busquen servirse de sus métodos y sus objetivos

(los de la Historia), más que de sus hallazgos.

Si bien no se trata de hacer un tratado sobre el trabajo del historiador de la

literatura, las notas que se presentan a continuación no son ni laxas ni demasiado

exigentes en términos profesionales, sino en correspondencia con los contenidos de la

oferta en este ámbito, misma que vela la crítica y motiva repensar las dificultades de

historiar la literatura y la omisión por parte de los especialistas de puntualizar las rutas

metodológicas que, si bien se desprenden de la historia, no han logrado definir senderos

propios para el objeto de estudio que interesa.

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Antes de proponer una nueva vía será conveniente repasar los aportes, las

aproximaciones o los intentos de reseñar cronológicamente la literatura no han sido

copiosos, hay sin embargo, desde el siglo XIX, una lista considerable de escritos que en

algún sentido hacen si no historias literarias, sí recuentos más o menos sistemáticos,

Francisco Monterde y Admira de la Vara hicieron un buen repaso de aquellos trabajos en

el artículo Historia de la literatura (1966) que da inicio con la mención a los únicos textos

que rebasan la categoría de apunte o comentario sobre las letras mexicanas en el siglo

XIX, mismo que marca la pauta para otros autores en el siglo posterior, estos textos

pioneros los conforman los tomos IV y V de la Historia crítica de la literatura y de las

ciencias en México, desde la conquista hasta nuestros días, elaborado por Francisco

Pimentel.

Durante el siglo XX destacan los trabajos de José María Vigil, Reseña histórica

de la literatura mexicana; de Luis G. Urbina, La vida literaria en México (1917);

Salvador Cordero publicó tres años después, en 1920, La literatura durante la guerra de

Independencia; Antonio Caso dedicó numerosas cuartillas al pasado de las letras

mexicanas en Apuntamientos de cultura patria (1943), y ya en las postrimerías de la

segunda mitad de aquella centuria hay textos que a los lectores del siglo XXI no nos son

del todo ajenos ni distantes, por ejemplo, el ya canónico breviario de Julio Jiménez Rueda

y las reseñas de Carlos González Peña, apuntes indispensables para la academia. Lo

mismo que Letras de la nueva España (1948) del intelectual Alfonso Reyes que crea una

dueto significativo con la aparición, un año después, de La literatura Mexicana, siglo XX,

de José Luis Martínez, quién legó un gran número de textos de diferente extensión y con

motivaciones diversas entorno a la producción literaria nacional.

Félix F. Palavicini tampoco hizo un único intento, hay por lo menos cuatro textos

que revelan un interés constante en el asunto: Cultura mexicana. Aspectos literarios

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(1946), Historia de la literatura mexicana; México y la cultura (1946); México en el

mundo de hoy (1952) y México, realización y esperanza (1952). Estos últimos escritos

comparten plaza con aquel de Santiago G. Flores: Introducción a la literatura mexicana

e iberoamericana. Editado por la Casa Unida de Publicaciones.

Autores e investigadores que han evidenciado interés por conocer el devenir

histórico de las letras nacionales son más numerosos particularmente entrada la segunda

mitad del siglo XX y hasta el fin de siglo, ya se han mencionado a algunos de los más

importantes para los profesionales entre los que destacan en el recuento Alfonso Reyes,

Julio Jiménez Rueda, y José Luis Martínez, pero también es meritorio el trabajo de Carlos

González Peña y el propio Francisco Monterde, a juicio personal, poco valorado en estos

días. Atender a la tradición literaria nacional también interesó a Octavio Paz, a Emilio

Abreu Gómez, a Emanuel Carballo o a José Emilio Pacheco, sin demeritar los aportes de

Antonio Castro Leal o los diferentes trabajos reflexivos de Carlos Monsiváis, ya en años

recientes destacan, sin duda, las investigaciones de Cristopher Michael.

El catálogo de trabajos incluye desde obras que intentan mostrar una panorámica

muy general destinada a estudiantes de educación media superior: estudios que

segmentan la producción literaria ya sea en un momento determinado de la historia

(precolombina, colonial, revolucionaria, entre otros), en un grupo de escritores que

explícitamente (por medio de manifiestos), o implícitamente, (reunión de afinidades),

coincidieron en sus ideas estética, estilísticas o colaboraron en producciones de

divulgación; también hay quien centra sus esfuerzos en algún género literario o quienes

quiénes recuentan la escritura nacional por medio de la elección de textos canónicos, en

ese sentido, las antologías y los florilegios ofrecen también panorámicas que persiguen

objetivos similares: valorar los documentos del pasado y, tomando como evidencia el
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catálogo, sustentar los cambios o, si se prefiere, la evolución de las letras creativas

mexicanas.

De forma extensiva a las antologías se suman las colecciones editoriales

especializadas en autores nacionales, ejemplos significativos son la colección Cien

Lecturas Mexicanas de la SEP con la segunda ronda a cargo de CONACULTA o la

colección Letra Mexicanas del FCE. En las últimas décadas hay además algunos

“Diccionarios críticos” que marcan sus entradas con obras o autores de las letras

nacionales: también como muestrario temático está vigente la tendencia a la preferencia

por antologar o reunir expresiones literarias representativas de sectores sociales

específicos como las mujeres, los indígenas o los homosexuales. Los menos, son aquellos

trabajos que intentan sustentar puntos de vista críticos, objetivos, los recuentos y los

catálogos a la sazón son las ofertas tanto para legos como para especialistas.

La pregunta entonces sería, ¿Qué se espera de otra historia de la literatura?, ¿Qué buscaría

en todo caso el comprador de un producto que promete conjuntar los artilugios de la

historia en la tradición literaria?, pues eso, preponderar un enfoque histórico que no repita

las fórmulas, ofrecer al lector, lego o experimentado una visión auténtica, novedosa,

verídica, objetiva, puntual que dote de información y atraiga al lector sobre el asunto del

devenir de la creación y la producción literaria nacional, habrá que remarcar lo nacional

para no ahondar en la visión euro estereotipada de las cosas. Ciertamente, se asume que

no se podría ser muy exigente ya que, por la dimensión del objeto de estudio, deberá

tratarse casi siempre, casi obligadamente, puede decirse, de historias mínimas, recortadas,

fragmentadas, disminuidas.

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La historia me refiero ahora a la especialidad, guarda relación con la investigación, la

información o el informe, ya desde antiguo, aunque no se le confería un lugar particular

en las ramas del conocimiento humano se entendía como hoy en día que se trata de la

información o narración de los hechos humanos, actualmente, su carácter científico ha

implicado ambigüedades, la principal de ella sería la distinción de la Historia como

disciplina y la segunda de ellas la historiografía como los métodos de que se sirve la

primera para llegar a sus objetivos. En todo caso historia e historiografía estarán

vinculados a, por lo menos, cuatro significados “Tales significados son los siguientes: 1)

la H. como pasado; 2) la H. como tradición; 3) la H. como mundo histórico; la H. como

objeto de la historiografía” (Abbagnano, 1966 [2010]: 545).

Y en una publicación dedicada a historiar la literatura se espera por lo menos que

se apegue a dos de ellos: la historia como pasado y a hacer de la literatura un objeto de la

historiografía. Si esto otorga un marco demasiado amplio cabe agregar algunas otras

opiniones a las que se le atribuye autoridad, para poder historiar habrá que cumplir ciertos

requisitos, según Collinwood:

La historia, como la teología o las ciencias naturales, es una forma especial de

pensamiento. La cuestión acerca de la naturaleza, el objeto, el método y el valor

de esta forma de pensamiento tienen que ser contestadas por personas que reúnan

dos condiciones. La primera condición es que tengan experiencia de esta forma

de pensamiento […] (Collingwood, 1981: 67).

La segunda es la reflexión sobre esa experiencia. Y agrega:

Me parece que todo historiador estará de acuerdo en que la historia es un tipo de

investigación o inquisición. […] Lo esencial es que genéricamente parece a lo que

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llamamos las ciencias, a la forma del pensamiento que consiste en plantear

preguntas que intentamos contestar. Es necesario tener presente que la ciencia en

general no consiste en coleccionar lo que ya sabemos para arreglarlo dentro de tal

o cual esquema. Consiste en fijarnos en algo que no sabemos para tratar de

descubrirlo. (Collingwood, 1981: 68).

De ahí es posible partir hacia el abandono de una tradición recapitular, dogmática,

canónica, servil a la industria editorial o a los cotos de poder y emprender un nuevo

trabajo que inclusivo, valorativo, analítico y especializado que permita observar más allá

del dato, las propuestas artísticas y las visiones estéticas que finalmente es el ingrediente

principal de la representación de lo llamamos Literatura Mexicana.

Referencias:

Abbagnano, N. (2010). Diccionario de Filosofía. Tercera reimpresión, trad. José Esteban

Calderón, Alfredo H. Galleti, et al. Fondo de Cultura Económica.

Collingwood, R. G. (1981). Idea de la historia, trad. Edmundo O’Gorman y Jorge

Hernández Campos. Fondo de Cultura Económica.

Espinasa, J. M. (2017). La literatura Mexicana del siglo XX. Col. Historia Mínima.

Colegio de México.

Jiménez Rueda, J. (1944). Letras mexicanas en el siglo XIX (Vol. 3). Fondo de Cultura

Económica.

Monterde, F.; de la Vara, A. (1966). Historia de la literatura. Historia Mexicana, 15(4),

53-494.

Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/25134590?seq=1#page_scan_tab_contents

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