El Nietzscheanismo
El Nietzscheanismo
El Nietzscheanismo
11, 2018
(diciembre), pp. 127-146
Traducción
Peter A. Bien
Dartmouth College
Traducción directa de
Alfredo Eduardo Fredericksen Neira
Universidad Finis Terrae, ChileΦ
[email protected]
Recepción: 23-02-2018 Aceptación: 09-03-2018
Una y otra vez escuchamos que Kazantzakis fue influenciado por Nietzsche.
Pero escuchamos poco acerca de la naturaleza precisa de ésta. En su lugar,
se nos habla de generalidades tales como los superhombres de Kazantzakis,
su nihilismo e inclinación dionisíaca. Esta vaguedad no es sorprendente dada
la evidencia utilizada, es decir, cualquier cosa que esté disponible en inglés.
En esta categoría, la más extendida declaración de Kazantzakis, está en el
Capítulo 23 de Carta al Greco. Este transmite la calidad de su discipulado
de una manera general y emotiva, pero se limita sólo a determinados as-
pectos del pensamiento de Nietzsche y da lo que es, probablemente, una
descripción imaginaria de cómo y cuándo Nietzsche entró en la vida de Ka-
zantzakis. Más allá de esto, tenemos algunas observaciones en England, y
un puñado de referencias a Nietzsche en las cartas publicadas por la señora
Kazantzakis.
Los recursos disponibles en griego son infinitamente más importantes, si es-
tamos interesados en la precisión y si queremos saber lo que pensaba Ka-
zantzakis en el inicio de su carrera, cuando su Nietzscheanismo adquirió su
forma definitiva. Entre los recursos disponibles sólo en griego se encuentra
una declaración sistemática, detallada y ampliada precisamente, de lo Ka-
zantzakis encontró importante en el filósofo alemán. Esta es su tesis doctoral,
Φ
Estudiante de Licenciatura en Literatura de la Universidad Finis Terrae, con estudios
de diplomado en literatura, historia del arte, estética y estudios de la religión.
ensayo “I Arrósteia tou aiónos” (Le mal de siécle). Aquí, Kazantzakis examinó
la decadencia europea, viéndolo como una caída del paganismo alegre de los
antiguos. Es fundamental señalar que Nietzsche fue visto aquí como parte de
esta decadencia, y no como su antídoto. La Revolución Francesa, afirmó Ka-
zantzakis, inauguró la época actual en la que todo hombre siente que puede
llegar a los cielos. No hay más límite que desear; aquel que descansa durante
la lucha es pisoteado por los demás; el fin justifica los medios; y el fin es el
interés propio. Todo esto, continúa Kazantzakis, se ve en Nietzsche y Bis-
marck, los profetas de los egos apoteósicos. “Desde la ingenuidad y la alegría
de la antigüedad, de la devoción, el éxtasis y la fe de la Edad Media, hemos
caído en estos últimos tiempos a orgías de raciocinio”. Luego condena el con-
ocimiento universal, la sofisticación, que ha secado nuestra alegría natural y
salud para que nuestra reacción típica a la vida sea el desagrado. El hombre
de hoy sabe todo; nada es virgen en nuestras almas; el poder, el conocimien-
to y la gloria ya no nos satisfacen; buscamos otra cosa, más allá del bien y
del mal. Pero la era ha cobrado su venganza sobre las mismas personas que
la han creado. Byron fue la mayor víctima del mal de siécle, pero todas las
grandes almas de la era están enfermas, inquietas, decadentes. Poe y Mus-
set se vuelven alcohólicos, Baudelaire y Huysmans se descontrolan, Óscar
Wilde está corrompido, de Quincey consume opio, Swift y Nietzsche mueren
locos.
Todo esto es muy importante si queremos entender lo que pasó con Ka-
zantzakis en París. Es obvio que su actitud hacia Nietzsche antes de ir allí era
totalmente diferente de su actitud posterior. En París sintió por primera vez
un parentesco personal con el alemán, viendo en él no una ejemplificación de
la enfermedad de la época, sino precisamente lo contrario- un aliado en su
cruzada moral contra la decadencia que sentía a su alrededor. El “nuevo” Ni-
etzsche descubierto por Kazantzakis en París era en efecto el maestro preci-
so que necesitaba un alumno que ya había desarrollado una intensa preocu-
pación moral y una intensa repugnancia hacia la flojedad de la vida moderna.
La exposición de Kazantzakis al pensamiento de derecha en París lo había
convencido que la apoteosis del ego propuesta por Nietzsche, su doctrina de
la lucha universal, incluso su llamado nihilismo y su desagrado generalizado,
podrían ser -en lugar de los síntomas de una enfermedad- los medicamen-
tos para lograr una cura. Nietzsche de repente se convirtió en maestro de
Kazantzakis en París debido a que el alumno había pasado desde el neopa-
ganismo sentimental de “I Arrósteia tou aiónos” al paganismo práctico de la
derecha política. El mundo se salvaría sólo si pudiera librarse de los ideales
liberales, humanistas e igualitarios de la Revolución Francesa y el socialis-
mo contemporáneo. Pero si esto se hiciera, toda la estructura de la moralidad
y la ley modernas debían ser derrocadas. En Nietzsche, Kazantzakis vio el
líder más adecuado para aquellos que, como él mismo, habían prometido
empujar a la civilización a lo que consideraban un estado más saludable.
Lo que emerge de todo esto son dos puntos importantes, ambos se confir-
man sin lugar a dudas en la tesis. La primera es que Kazantzakis encuentra
en Nietzsche no sólo un pensador cuyas ideas podía prestarle, sino que un
prototipo humano pleno, en cuyas alegrías y angustias pudo ver sus propias
luchas glorificadas. En pocas palabras, estamos tratando aquí con una af-
inidad personal que se extiende mucho más allá del intelecto. El segundo
punto es que la principal utilidad que Kazantzakis vio en Nietzsche fue la de
un destructor de lo viejo. Para la estructura básica de una nueva y positiva
visión del mundo, Kazantzakis recurrió a otros pensadores, principalmente
a Bergson. Nietzsche era una fuerza negativa, un aliado en la convicción de
Kazantzakis de que el antiguo orden debía ser evaluado, desafiado y derriba-
do con el fin de desarrollar una nueva y más viable civilización.
La percepción de Kazantzakis de tener una afinidad personal con Nietzsche,
afectó y dirigió toda su vida. Nietzsche le daba el ejemplo del camino que
debía elegir entre aquellos teóricamente posibles para él. Que él era consci-
ente de esto por lo menos en 1921 (a sus 38 años), se indica en la siguiente
declaración:
Mi objetivo no es el arte por el arte, sino encontrar y expresar un nue-
vo sentido de la vida (recordar a Nietzsche y Tolstoi). Para alcanzar
este objetivo, hay tres caminos: 1) el de Cristo-inaccesible; 2) el de
St. Paul - la combinación de Arte (las Epístolas) y Acción, pero se
necesita un Cristo; 3) el del Arte o Filosofía (Tolstoi o Nietzsche).
Estoy siguiendo el tercero y, por eso, todo lo que escriba nunca será
perfecto desde el punto de vista del Arte. Porque mi intención trasci-
ende los límites del Arte.
Por lo tanto, una forma importante en la que Nietzsche ayudó a guiar la vida
de Kazantzakis, fue en este matrimonio de la filosofía y el arte. Algunos dirían
que esto fue en detrimento de ambos cónyuges. Kazantzakis siempre podía
invocar su lado profético o filosófico para excusar defectos relativos a su de-
streza artística; por el contrario, siempre podía invocar los valores artísticos
de la calidez, la viveza y la imaginación para excusar la repetición, la incoher-
encia y la poca originalidad de su pensamiento. Otros, sin embargo, podrían
afirmar que el matrimonio de la filosofía y el arte fue una cualidad distintiva de
Kazantzakis, su virtud. En cualquier caso, está claro que él vio al ejercicio de
Nietzsche como ejemplo en este sentido. Esto es abiertamente evidente en
The Saviors of God, que se hace en el estilo de Thus Spake Zarathustra, pero
se ve también en The Odyssey: A Modern Sequel, que es un tratado filosófico
en estilo ditirámbico, y también en muchas obras de teatro y novelas.
La afinidad personal entre Kazantzakis y Nietzsche fue, pues, muy amplia,
con la participación no sólo de posiciones intelectuales, sino de todo un mét-
odo de expresar esas perspectivas, que a su vez descartaron otros métodos
que Kazantzakis podría haber cultivado. Esto es aparte de los rasgos de per-
sonalidad comunes. Él también los había reconocido conscientemente por lo
menos ya a comienzos de los años veinte. Recordando una visita al lugar de
nacimiento de Nietzsche en Naumburg, le comentó a su esposa Galatea que
fue sacudido una vez más por “la cara trágica de aquel hombre que guarda
tal afinidad con mi constitución espiritual y corporal” (es aquí cuando relata
el incidente del desconocido que se le acercó en Berlín creyendo que había
visto a Nietzsche). En el mismo período, uno de gran soledad y lucha psíqui-
ca para Kazantzakis, confesó con más audacia aún: “Me temo que soy de la
calidad Nietzsche. Ya veremos. Esperemos que no comparta sus enferme-
dades.”. A pesar de que anhelaba la acción y deseaba abandonar el arte y la
filosofía, se dio cuenta muy bien de que la vida activa era una quimera que
se desvaneció tan pronto como la puso en práctica. Su destino, lo sabía, era
sentarse solo, aislado de la participación social y transfundir las ideas con la
sangre caliente del arte, tal y como lo había hecho Nietzsche. En los momen-
tos en que admitía esto, el recuerdo de la soledad y la locura de Nietzsche
se alzaba ominosamente:
Lo que necesito es un círculo de vibrantes seres humanos, un impul-
so en alza, un ambiente llameante de creencia, alegría, disciplina.
Trabajo solo, vagando por las montañas, y a veces la cara de Ni-
etzsche aparece ante mí de una manera inquietante, como un pre-
sentimiento doloroso. Es por eso que quiero llegar a ser bueno y
fuerte, subir a un monte muy alto, para así ser capaz de soportar el
peso de mi ansiedad y el deseo sin doblegarme.
Después de todo ello, hay que reconocer que la historia de cómo Kazantzakis
encontró por primera vez a Nietzsche en el Bibliotheque Sainte-Genevieve,
aunque quizás no sea exacta en un preciso sentido histórico, expresa “poéti-
camente” una verdad básica de su relación con el filósofo alemán. Él creó
para sí el mito de una afinidad personal con Nietzsche -de parentesco, de
condición de hijo- que se extiende incluso a “la frente, las cejas espesas y
los ojos hundidos.”
No nos debe sorprender, por lo tanto, si encontramos en el retrato de Ni-
etzsche dado por Kazantzakis en su tesis, a un doble psicológico del mismo
Kazantzakis. De hecho, una de las ventajas de la tesis radica en las pistas
que nos da acerca de la personalidad de Kazantzakis. Párrafos enteros de
descripción y análisis, que sacados de su contexto original, podrían aplicarse
a Kazantzakis tan perfectamente, que estamos tentados a concluir que ten-
emos aquí un (probablemente inconsciente) autoanálisis, o al menos una
proyección del autoconocimiento de Kazantzakis sobre su maestro recién
adoptado. O tal vez podríamos decir que Nietzsche lo ayudó a conocerse
a sí mismo, para articular lo que había sido hasta entonces tácito. De cual-
quier manera, sabemos que la época en que Kazantzakis escribió la tesis
fue una intensa etapa de autoanálisis y autodescubrimiento. Un ejemplo de
este autoanálisis inconsciente es la afirmación de Kazantzakis en la tesis de
que las dos principales características de Nietzsche fueron 1) la sinceridad y
2) el egoísmo inmensurable. Aquí él indirectamente nos da algunos hechos
centrales acerca de sí mismo. Lo hace así también cuando afirma que la
filosofía de Nietzsche surgió de las necesidades psicológicas. La sinceridad
valores.
La familia. Después de haber mostrado cómo el hombre está distorsionado
como individuo en el análisis de Nietzsche, Kazantzakis ahora procede a
mostrar cómo él también se distorsiona como ser social. Él empieza con la
relación social más íntima, la doméstica. Si examinamos la verdadera natu-
raleza del marido y la mujer, dice, y luego comparamos esto con las ideas
de la igualdad y la emancipación femenina que ahora prevalecen, vamos a
entender por qué hoy en día en la familia se muestran los mismos síntomas
de decadencia y pesimismo que en el individuo. El primer punto que debe ser
considerado es la insistencia de Nietzsche sobre la desigualdad de los sexos.
El propósito de la mujer en la vida es casarse y reproducirse; marido y el niño
son su ocupación y alegría. Pero el propósito del hombre es la dominación -
imponerse a las fuerzas que tratan de suprimirlo. Una forma de hacer esto es
casarse y reproducirse, pero el sexo no es más que un episodio en su vida, y
si se dedica por completo a la mujer él será cobarde y degenerado. En pocas
palabras, la mujer es un medio biológico para promover la evolución, pero
tan pronto como ella intenta obstaculizar la vitalidad y la fuerza del hombre
atándolo al hogar, se convierte en el mayor peligro para su cumplimiento y
debe ser rechazada. Nietzsche insistió en que los hombres deben casarse
producto de una sed de creación, para el ascenso, para el Superhombre. En
otras palabras, no deben casarse hasta que sean capaces de controlar sus
necesidades físicas; de lo contrario esta sed será un pretexto para la bestial-
idad o el miedo a la soledad. Y para el hombre verdaderamente vibrante, la
mujer no debe ser una necesidad en absoluto, sino una especie de deporte,
el más peligroso. La verdadera mujer, a su vez, debe ser astuta, sutil, ocultan-
do las garras de un tigre bajo el pie aterciopelado, una digna presa. Pero en
estos tiempos de degeneración el hombre se ha convertido en un esclavo
del hogar y la mujer ha abandonado todas sus armas, dejándose sin miste-
rio poético, rechazando también las cualidades de ternura, preocupación y
calidez que son distintivas en ella y deberían distinguirla del sexo masculino.
Toda esta degeneración en las relaciones familiares, por supuesto, viene de
la doctrina moderna de la igualdad. La emancipación femenina ha producido
mujeres instruidas- una de las más tristes manchas de la civilización de hoy- y
mujeres de negocios con su independencia financiera. El matrimonio ha sido
socavado, debido a que el hombre tiene miedo de decir “yo quiero” y la mujer
se niega a decir “él quiere.” Ambos, por lo tanto, distorsionan su verdadera
naturaleza como individuos y el falseamiento se traduce en una degeneración
social.
El Estado. De la misma forma en que los valores contemporáneos ejer-
cen una influencia destructiva en el hombre como marido, así también le in-
fluyen destructivamente en su calidad de ciudadano. La democracia es la
manifestación política de la moral contemporánea. Pero debido a que rinde
lealtad a la igualdad, la compasión, etc., es contraria a la naturaleza. Inhibe
la necesidad natural del hombre de dominar; el descuido de los hombres
superiores amenaza con extinguir toda la superioridad, porque tales hombres
son conducidos al nihilismo pesimista. Los sistemas políticos naturales son la
aniquilación.
Sin embargo, el Cristianismo aún prevalece. Su odio enfermizo por el fuerte,
noble y superior, su jactancia de la compasión y la igualdad, son la base de
la moral contemporánea, el Derecho y el degenerado Estado Democrático.
Todo esto debe ser anulado.
Kazantzakis tiene cuidado de señalar, sin embargo, que Nietzsche no se
oponía a todas las religiones o la religión per se. Valoraba al Dios que surgía
de épocas de fuerza y era una proyección de la superioridad humana.
La moralidad. Las ideas de Nietzsche sobre la moral derivan, al igual que
todas sus otras ideas, a partir de la suposición de que nuestro impulso básico
es la voluntad de poder. Todas las actividades humanas son manifestaciones
de este impulso. Esto es cierto incluso en el comportamiento ético, que en un
hombre o sociedad jóvenes y saludables se desarrolla como un instrumento
para la auto-afirmación. Sólo en el último periodo histórico los valores mo-
rales se separan de la autoafirmación, momento en el que emergen altruistas
y parecen tener validez independiente, aparte de su utilidad para el hombre.
Ahora se piensa erróneamente que la bondad, la compasión, etc., están en la
misma naturaleza de las cosas, cuando en realidad no lo están. Esta objeti-
vación, dijo Nietzsche, implica una perversión de los instintos vitales del hom-
bre y deberá forzosamente acelerar su decadencia. Mientras que un hombre
debe decir: vivo para satisfacer los instintos básicos de la vida y por lo tanto
busco lo bueno, verdadero y bello en la medida en que son útiles para esta
satisfacción, él dice ahora en su lugar: es una blasfemia buscar estos valores
porque son útiles para mí; debo buscarlos porque tienen valor independiente.
La moral, de este modo, nos enseña a hacer la guerra en contra de nuestra
naturaleza. Ser virtuoso es frenar la voluntad, todo en aras de la conciencia
agradable. Esto degrada al hombre, lo que le enferma. Cuando la moral le
dice que se sacrifique e por los demás le está diciendo, en efecto, que apa-
gue sus propias fuentes de energía, el deseo, la pasión y el egoísmo. Lo peor
de todo es la religión moderna de la compasión y la misericordia predicada
por los socialistas utópicos y que deriva de la ética democrática de los judíos,
que acabó con el ethos aristocrático de los griegos y los romanos. Esto es un
síntoma de lo blandos y castrados que nos hemos vuelto, no sólo tenemos
miedo a experimentar dolor en nosotros mismos, sino que también a infligir
castigos severos a los demás. Vemos aquí una perversión del instinto de vida
y una transgresión de la ley de la selección que dictamina que el enfermo
debe ser eliminado; apreciamos también la negativa a reconocer que el do-
lor, para el hombre sano, es el gran maestro, el incentivo para casi todas las
acciones nobles. La ética de la compasión es una especie de conspiración
contra la salud, ya que su resultado es hacer de la desgracia un virus conta-
gioso. Debido a que el degenerado, miserable e impotente, se coloca ahora
en la conciencia de los fuertes, la miseria del mundo se multiplica.
No es de extrañar, entonces, que el cuadro actual de los valores morales
¿Qué nos dijo que hiciéramos, por sobre todas las cosas? Él nos dijo
que rechazáramos todos los consuelos -dioses, patrias, moralidades,
verdades y estando separados y sin compañía, usando nada más
que nuestra propia fuerza, comenzáramos a dar forma a un mundo
que no avergonzaría a nuestros corazones.
Junto con él había comenzado mi propia batalla para hacer coincidir
lo incoincidente: conciliar la mayor esperanza con la máxima deses-
peración y abrir una puerta más allá de la razón y la certeza.
Nietzsche me enriqueció con nuevas angustias y me enseñó cómo
transformar la desgracia, la amargura y la incertidumbre en orgullo.
Declaraciones como éstas hacen muy poco por sí mismas para ayudar a dar-
nos cuenta de qué posiciones intelectuales específicas Kazantzakis aprendió
de Nietzsche. Pero precisamente por su vaguedad y tal vez incluso a causa
de su retórica, nos alerta de lo que es probablemente la parte más profunda
que adeuda Kazantzakis: la parte personal. Estas declaraciones nos alertan
sobre el hecho de que Nietzsche era para Kazantzakis no sólo un pensador
cuyas ideas podía prestarle, sino que, como he subrayado anteriormente, era
un prototipo humano pleno, en cuyas alegrías y angustias Kazantzakis podía
ver sus propias luchas glorificadas.
Recordamos que Kazantzakis dice en 1910 que si algo quedó de Nietzsche
era sólo un “ritmo”. Esta palabra significa mucho más en griego moderno de
lo que significa en inglés, y es de hecho extremadamente difícil de traducir.
Lo que en realidad quería decir Kazantzakis se explica con mayor precisión,
en mi opinión, al final de su tesis. Comenta aquí que ninguna de las ideas de
Nietzsche eran originales. Sin embargo, Nietzsche le dio a las viejas ideas un
nuevo resplandor. Tomó las formulaciones abstractas y técnicas de Kant y les
dio vida. Él fue para Kant lo que Ferdinand Lasalle fue para Marx. Él rezumó
pasión, indignación, visiones, ironía, sarcasmo y éxtasis. Como Kazantzakis
señaló en otra parte, ¡en Nietzsche la esperma se elevó en la cabeza!.
Este resplandor es el “ritmo” nietzscheano que impresionó tanto a Ka-
zantzakis y el que deseó adquirir por méritos propios, imitando al prototipo
nietzscheano. La razón está claramente indicada en la tesis. Nietzsche, dice
Kazantzakis, ha tenido una enorme influencia. ¿Por qué?, debido a la lumi-
nosidad que le dio a los pensamientos abstractos. Si se quiere que una gran
idea mueva a las masas y tenga un efecto sobre la vida, debe ser converti-
da en sentimiento y pasión. Claramente, las palabras de Kazantzakis aquí
tienen una aplicación profética para sí mismo. En la medida en que ha tenido
influencia, es precisamente porque él también transforma los pensamientos
abstractos en sentimiento y pasión, haciéndolos radiantes. Vemos, pues,
aquí, al igual que en las formas en que se discutió anteriormente, cuán im-
portante en la relación Kazantzakis-Nietzsche era la cuestión de afinidad per-
sonal y estilo de vida. Hablé antes de los rasgos compartidos de sinceridad
e inmenso egoísmo que en ambos hombres aparecen, y de la determinación