Tesis Noemí PDF
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Tesis Doctoral
ABREVIATURAS ............................................................................. 4
RESUMEN ...................................................................................... 5
SUMMARY ................................................................................... 54
INTRODUCCIÓN Y METODOLOGÍA ............................................ 100
I. SEXO Y CARÁCTER: UN DOCUMENTO DE LA VIDA
INTELECTUAL DE LA VIENA FINISECULAR ............................... 113
1. Contextualización del autor y su obra ................................... 113
1.1. Vida y muerte de Otto Weininger .............................................. 115
La familia ................................................................................ 115
Infancia ................................................................................... 122
Adolescencia .......................................................................... 122
Juventud ................................................................................. 126
Locura y muerte .................................................................... 149
1.2. Contexto intelectual. Inspiraciones, coincidencias e
influencias................................................................................................ 158
Kraus, Bachofen y Weininger. La reivindicación del mito
como método de estudio...................................................... 163
Weininger y Loos. Una crítica cultural basada en la
diferenciación sexual. .......................................................... 176
Presupuestos biológicos en la crítica de Loos. Ética,
estética y el problema de la amoralidad de la mujer ... 182
Loos y Kraus sobre la confusión entre el ámbito público
y el privado ............................................................................ 187
La influencia de Schopenhauer en los intelectuales de
fin de siècle ............................................................................ 191
Wittgenstein y la herencia vienesa ................................... 195
1
3. El sexo ................................................................................... 240
3.1. El principio universal de las formas intersexuales y la ley de
la atracción sexual ................................................................................. 240
La bisexualidad universal .................................................. 240
La ley de la atracción sexual ............................................. 246
3.2. La diferencia entre los sexos ...................................................... 257
El impulso sexual.................................................................. 259
El proceso de clarificación .................................................. 262
2
II. WEININGER Y WITTGENSTEIN .............................................. 421
Introducción .............................................................................. 421
1. La relación entre lógica y ética. Weininger y Wittgenstein frente
a Dios. ....................................................................................... 428
La filosofía de la lógica de Weininger ................................................ 429
Filosofía de la lógica de Wittgenstein ................................................ 436
La ética de Weininger ............................................................................ 441
La relación entre la lógica-ética en la filosofía de Weiningner ..... 443
La ética de Wittgenstein ........................................................................ 446
La relación entre la lógica y la ética en la filosofía de Wittgenstein
.................................................................................................................... 456
3
ABREVIATURAS
Nietzsche:
La Gaya ciencia {GC}
La genealogía de la moral {GM}
Schopenhauer:
El mundo como voluntad y representación {MVR}
El mundo como voluntad y representación {MVR II}
Los dos problemas fundamentales de la ética {PFE}
Steiner:
La filosofía de la libertad {FL}
The Human Spirit and the Animal Spirit {HSAS}
Tolstoi:
Confesión {Confesión}
Sonata a Kreutzer {Kreutzer}
¿Qué es el arte? {Arte}
Weininger:
Sexo y carácter {SC}
Geschlecht und Charakter/Sex and Character {GCH}
Sobre las últimas cosas {SUC}
Collected Aphorisms, Notebook and Letters to a Friend {ANL}
Wittgenstein:
Tractatus {TLP}
Diario filosófico (14-16) {DF}
Aforismos. Cultura y valor {CV}
Conferencia sobre ética {CE}
Cartas a Russell, Keynes y Moore {Cartas}
Ocasiones filosóficas {OF}
Últimas conversaciones {UC}
Diarios secretos 1914.1916 {DS}
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RESUMEN
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Por todo ello este trabajo consta de dos partes: la primera es
una interpretación de la filosofía de Otto Weininger. En ella se
construyen los puentes que unen la vida, el contexto intelectual y
los referentes filosóficos del autor de Sexo y carácter con su propia
filosofía. La segunda contiene, por un lado, un análisis de las tesis
que comparten Weinigner y el primer Wittgenstein sobre la lógica,
la ética, la religión, la ciencia, la genialidad, el judaísmo y la
filosofía; y por otro lado, una interpretación de la conexión entre
las reflexiones wittgensteinianas sobre la cultura y la filosofía del
Tractatus a la luz de Sexo y carácter.
I. SEXO Y CARÁCER
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Weininger era consciente de que su madre sufría debido a la
severidad de su padre y la compadecía por ello. Sin embargo,
huirá de este sentimiento durante el resto de su vida. Este hecho
podría estar en la raíz de su oposición a la moral de la compasión
y su exaltación del respeto como base de la moralidad.
Durante la adolescencia Otto se muestra muy superior en
conocimientos e independencia a sus compañeros de colegio pero
menos capacitado que ellos para adaptarse a la rutina de la
institución. Gradualmente fueron creciendo en él la sensibilidad,
el aislamiento y la conciencia de superioridad. Con su actitud
quería dejar claro que no se sometería a leyes ajenas. La
autonomía, que se había convertido para él en una obsesión vital,
vendría a constituir la piedra de toque de su filosofía.
Su desmesurada autoestima se alternaría con el sentimiento
de autodesprecio y autocensura, generando un conflicto entre su
deseo de vivir y el miedo a enfrentarse a la vida. Posteriormente
proyectará esas contradicciones internas sobre el mundo exterior,
como se aprecia en la relación que mantendrá con los judíos y las
mujeres. Finalmente, los conflictos internos le conducirían, según
el diagnóstico de Abrahamsen, a una profunda crisis mental,
desencadenante de un episodio psicótico que sería el preludio de
su prematuro suicidio.
Estamos convencidos de que conocer la psicología de
Weininger ayuda a comprender mejor su obra, pues la relación
entre su carácter y su pensamiento filosófico es dialéctica. Sin
embargo, la psicología del autor no nos informa sobre el valor de
lo que afirma, que debe ser evaluado con independencia de ella.
Poremos creemos que la obra de Weininger no debe ser leída como
síntoma de una personalidad enferma.
7
En el proceso de maduración intelectual de Weininger
también desempeñaron un importante papel algunos de sus
profesores. Del filósofo y pedagogo judío Wilhelm Jerusalem
recibió su primer estímulo intelectual en el Gymnasium.
Posteriormente, en la Universidad de Viena, donde estudió filosofía
y psicología, orientarían su trabajo intelectual el positivista
Friedrich Jodl y el sacerdote católico Laurenz Müllner. La
influencia del primero es perceptible en el tono cientificista de la
primera parte de Sexo y carácter, la del segundo en el carácter
más especulativo de la segunda parte.
Weininger se interesó por el amplio espectro de la
intelectualidad de su época. Por ejemplo, reconoció la importancia
del descubrimiento freudiano del inconsciente y aplicó a su propia
vida el método de la autoobservación. Hacer consciente lo
inconsciente, autoconocerse, se convertiría para él en una
finalidad en sí misma, en el ideal teórico-práctico que sólo el genio
puede realizar.
Motivado por la relación con su familia y por el ambiente
intelectual vienés, Weininger dedicaría todos sus esfuerzos a
comprender la relación entre los sexos: al principio de su carrera,
Weininger era un positivista que consideraba la experiencia como
la única base del conocimiento. Desde esta perspectiva, las
diferencias psicológicas entre hombres y mujeres quedaban
reducidas a una diferencia sexual. Durante esta época estudió la
obra de Avenarius, se interesó por las ciencias naturales y por las
ciencias sociales (Feuerbach, Marx y Engels) y formuló su ley de la
atracción sexual. Pero en determinado momento se da cuenta de
que la ciencia no le proporcionaba los principios y métodos
adecuados para defender sus teorías ético-filosóficas, por lo que
abandona la perspectiva empirista. Weininger parte del
8
presupuesto de que el individuo es un microcosmos, por lo que
todo, tanto el mundo natural como el cultural, está penetrado de
una especie de simbolismo. No obstante, su principal problema
filosófico y vital sigue siendo la dualidad hombre-mujer.
El 11 de Julio de 1902 Weininger entrega su tesis doctoral,
Sexo y carácter: un estudio psicobiológico. El 21 de Julio obtiene el
título de doctor y ese mismo día entra a formar parte
simbólicamente de la iglesia cristiana protestante. Pero su
conversión no soluciona sus conflictos mentales, que cada vez son
más agudos.
Según Abrahamsen, Weininger encontraba en sí mismo
ciertos rasgos femeninos (y también judíos) que intentaba
compensar adoptando una actitud desmesuradamente viril. Pero
era demasiado exigente consigo mismo. Se había autoimpuesto
una moral excesivamente rígida, que chocaba con sus tendencias
homoeróticas, agudizadas por su culto a la virilidad. Su
sentimiento de culpa y de pecado era cada vez más intenso, hasta
el punto de considerarse a sí mismo un criminal.
Tras la publicación de Sexo y carácter, el sufrimiento de
Weininger aumentó, pues su libro no despertó demasiado interés y
recibió alguna crítica muy dura. El filósofo cayó en una profunda
depresión y el 3 de octubre de 1903, con tan solo veintitrés años
se suicidó en la casa donde había muerto Beethoven.
9
de la realidad vienesa desde la perspectiva de la diferencia entre
los sexos, la crítica a la civilización y el estrecho vínculo que
establecían entre problemas epistemológicos, éticos y estéticos.
La filosofía de Weininger aparece así como una respuesta al
ambiente general de la Viena de su época, una teorización crítica
del mundo que le rodea.
Su concepción de la Mujer, por ejemplo, sólo resulta
comprensible si se tiene en cuenta la misoginia de su época. A
finales del siglo XIX, en el imaginario literario de casi todos los
países europeos la mujer era concebida como un ser amoral que
esclaviza al hombre mediante su promiscuidad. Sexo y carácter
ofrece una teorización y racionalización de esa concepción de la
mujer y contribuye a difundirla.
El propio Kraus expresa su acuerdo con las diferencias
psicológicas que Weininger atribuye a sus dos arquetipos
humanos: el Hombre, racional, la Mujer, emotiva y sensual. No
coincide, sin embargo, con su valoración de los mismos. No cree
que deba exaltarse el elemento masculino ni asfixiar el femenino
hasta hacerlo desaparecer. Por el contrario, sitúa en la mujer el
origen de los valores y persigue la interacción armónica entre lo
femenino y lo masculino, así como entre el cuerpo y el espíritu.
Kraus critica la hipocresía social de la burguesía, que
dispensa un trato desigual a los hombres y a las mujeres,
especialmente ante los tribunales. Sin embargo, no es partidario
de la emancipación de la mujer en el ámbito económico y político.
En resumen, mientras luchaba por la liberación sensual de la
“Weib”, condenaba la emancipación social de la “Frau”, pues
pensaba que sólo a costa de su feminidad y su sensualidad podía
una mujer asumir las funciones de un hombre.
10
En todos los escritos de Kraus está presente la idea de que la
sensualidad femenina se ve canalizada y constreñida por la
masculina civilización. Esta idea ya había sido expresada por
Bachofen, quien defendía que antes de la sociedad patriarcal
había existido el matriarcado, con sus propias manifestaciones
culturales, y que este periodo fue precedido por otro, caracterizado
por la promiscuidad anárquica.
Es posible que Kraus conociera al autor del Matriarcado a
través de Weininger, quien recupera los arquetipos femeninos de
Bachofen y los convierte en caracteres opuestos entre los que se
encuentran todas las mujeres concretas: “la madre” y “la
prostituta”. Ahora bien, a diferencia de Kraus y de Bachofen,
Weininger lamenta que la supeditación de los “valores” femeninos
a los masculinos no se haya completado realmente, que la
sociedad se incline persistentemente hacia la comodidad, la
sensualidad y la indulgencia; en definitiva, hacia la feminidad.
Una concepción similar del ser humano se expresa en la
obra del arquitecto Adolf Loos. Éste identifica el afeminamiento
con la pereza intelectual y la degeneración del espíritu y critica el
lenguaje artístico de los miembros de la Secesión por tener como
referencia no a la mujer sino al hombre afeminado. Frente a la
ambigüedad sexual del Art Nouveau, Loos apuesta por la
liberación del espíritu masculino racional.
Es posible que el arquitecto encontrara una fuente de
inspiración para estas ideas en la obra del joven Weininger, donde
se acusa a la psicología, la historiografía, la medicina y la filosofía
de la época de ser femeninas. Loos, por su parte, extiende la
crítica de Weininger al ámbito de la economía. Asegura que el
afeminamiento y su postura ociosa bloquean la economía
11
productiva moderna que los hombres de clase media podrían
lograr.
El arquitecto sostiene que el desarrollo intelectual y moral de
una cultura es proporcional a su rechazo del ornamento en los
objetos cotidianos. Identifica el ornamento, que considera un
vestigio de una cultura anterior, con la criminalidad, pues
sostiene que mientras seguir los preceptos de la propia cultura es
amoral, abrazar los de culturas anteriores es un retroceso estético
y moral. Tanto en la obra de Loos como en la de Weininger, quien
también rechaza el ornamento por cuestiones morales, se percibe
la influencia del criminólogo italiano, Cesare Lombroso.
Una de las causas de la intromisión del principio femenino
en el lenguaje artístico de la Secesión era, según Loos, la confusión
entre el ámbito público y el privado. Igual que Kraus, identificaba el
principio femenino con la sexualidad y el deseo de obtener placer.
En consecuencia, la mujer debía permanecer en el ámbito privado.
En el terreno de la acción pública (por ejemplo, en la arquitectura)
el principio femenino debía desaparecer por su irrelevancia y
frivolidad y porque suponía una distracción que podía llegar a ser
destructiva.
Otro factor que contribuía a la degeneración del lenguaje de
la Secesión era, para el arquitecto, la confusión entre el arte y la
utilidad. Pensaba que el arte constituía un obstáculo para la
arquitectura, que debía ser útil. En arquitectura los ornamentos
son un engaño porque al ocultar la estructura interna del edificio
desvían nuestra atención de lo esencial a lo accesorio.
Para Loos la elección de los materiales de construcción
también tiene importancia epistemológica y moral: cada material
posee su propio lenguaje, por lo que utilizar sustitutos
12
manipulados – como ocurría en Viena – es una falsificación y un
engaño.
Tanto la concepción de la arquitectura al servicio de la
utilidad como la idea de que la estética depende de criterios
epistemológicos y éticos tienen su raíz en la filosofía de
Schopenhauer.
En la obra del dibujante y escultor Oskar Kokoschka
también se expresan algunas ideas schopenhauerianas, como la
existencia de un estrecho vínculo entre la vida y la muerte y la
concepción del arte como desvelador de la verdad. El artista
intentaba capturar en sus retratos el alma de los individuos,
eliminar todo lo que en ellos hay de accesorio y llegar así a la
esencia, mostrar su carácter. De ahí el aprecio que Loos sentía por
su trabajo.
La tesis schopenhaueriana que impregna la obra de Kraus,
Loos, Kokoschka, Weininger, el primer Wittgenstein y otros
intelectuales de la Viena de fin de siècle consiste en ese dualismo
epistemológico que asimila el error a la mentira y lo opone a la
verdad, entendida como honestidad. Dicho de otro modo, la
oposición entre la apariencia (o el fenómeno), percibida como un
engaño, y su esencia oculta, que es aquello que hay que desvelar.
En definitiva, se trata de la concepción del mundo como
representación de algo que es en esencia voluntad.
Es importante tener en cuenta la estrecha relación que
existe entre los problemas que plantea Wittgenstein en el
Tractatus y aquellos a los que se enfrentan sus contemporáneos
vieneses. Por ejemplo, su búsqueda de la notación adecuada para
expresar la lógica del lenguaje ordinario es análoga al interés de
Loos, en el ámbito de la arquitectura, de que el edificio – gracias al
uso de los materiales adecuados y a la ausencia de elementos
13
accesorios – muestre su estructura profunda. Además, ambos
concedían a su trabajo un marcado carácter ético, pues se trataba
de buscar la verdad, de ser honesto. Por otro lado, antes de que
Wittgenstein abordara el problema de la relación entre decir y
mostrar, Hofmannsthal ya se había dado cuenta de que en un
mundo de sensaciones (o elementos), como el descrito por la
psicología (o la física) de Mach, el sujeto no tiene cabida y el
lenguaje es incapaz de comunicar el significado profundo de las
cosas, es incapaz de decir lo valioso.
Lo que separa a Wittgenstein de sus contemporáneos
vieneses es que éste se mueve en el ámbito de la lógica
matemática. Según Janik y Toulmin, ésta es la razón por la que la
literatura anglófona ha considerado el Tractatus como un ensayo
sobre lógica y teoría del lenguaje, no como una obra de ética o un
acto ético. De ahí también que haya sido juzgado por su
contribución al desarrollo de la lógica matemática y su influencia
sobre el positivismo de entreguerras. Creemos que por esa misma
razón las elucubraciones de Wittgenstein más claramente
vinculadas con el contexto vienés – como las recogidas en los
Aforismos. Cultura y valor –, donde queda claro que su
preocupación principal es ética, o incluso religiosa, quedaron
relegadas a un segundo plano, y consideradas como
pertenecientes a un género de problemas diferente y desconectado
de los planteados en el Tractatus.
2. La psicología
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época y, por otro, el estatus, el método y los presupuestos de la
psicología alternativa que él propone.
15
realidad. Para Mach no existe una diferencia substancial entre el
mundo físico y el psíquico. Dependiendo del tipo de relaciones que
se den entre los elementos, éstos pueden ser considerados, de
modo acrítico, bien como “sensaciones”, bien como “objetos”.
En consecuencia, los límites del “yo” no son precisos ni
estables sino que pueden modificarse a voluntad. El contenido del
“yo” tampoco es propiedad exclusiva de un individuo, pues cuando
tiene significación general, traspasa las fronteras individuales y
adquiere una vida impersonal. Mach está convencido de que este
planteamiento conduce a una concepción de la vida libre y
luminosa, opuesta tanto al ascetismo como a la intolerancia.
Weininger se opone al planteamiento machiano, pues
considera que sólo si existe un Yo superior, un alma, puede darse
una relación ética con el otro. Además, la psicología de los
elementos es incompatible con la libertad porque parte del
presupuesto de la determinación absoluta y busca las leyes
causales del pensamiento y la volición para establecerse como
ciencia.
Para el filósofo, esta psicología también acarrea problemas
teóricos: parte del supuesto de que sólo existe aquello que
podemos percibir, por lo que elimina toda posibilidad de obtener
un punto de referencia para el pensamiento porque la voluntad, la
apercepción, el juicio y el concepto no son hechos de la
experiencia y la psicología asociacionista nunca podrá
encontrarlos en ella.
Así, el principal problema de la “psicología sin alma” es que
busca en la experiencia las condiciones necesarias para que
cualquier tipo de experiencia sea posible pero fracasa
necesariamente porque la voluntad no es un hecho empírico sino la
condición que posibilita la experiencia.
16
Además, Weininger acusa a esta psicología de ser femenina –
pues de la vida psíquica de la Mujer1 sí que es posible una
representación puramente empírica – y apuesta por una psicología
más filosófica.
17
Weininger parte del supuesto de la bisexualidad universal y
en el caso de la especie humana, de la correspondiente
bisexualidad psicológica en todos los individuos. Pero además
considera que la diferenciación sexual del ser humano conlleva
una diferenciación psicológica esencial. Por eso propone la
construcción de dos tipos psicológicos opuestos, el Hombre y la
Mujer, que aunque no existen en la realidad empírica, son
importantes para comprender las diferencias psicológicas
individuales.
La nueva psicología tendría como objetivo determinar el
grado de masculinidad y feminidad de cada individuo y averiguar
si una acción o pensamiento específico ha tenido origen en el
elemento masculino o en el femenino de su personalidad.
Weininger sugiere que a la luz de la psicología diferencial, la
práctica pedagógica también debería transformarse.
3. El sexo
En este apartado se explican y justifican dos de los
supuestos de los que parte la psicología de Weininger: la
bisexualidad universal y el diferente origen del impulso sexual. El
primero es la base para el desarrollo de su ley de la atracción
sexual. El segundo es clave para explicar las diferencias
psicológicas que tendrán lugar en el proceso de clarificación de los
pensamientos de los individuos.
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todo el organismo, pues cada célula tiene un determinado tono
sexual. Reconoce ignorar en qué consiste exactamente la
sexualidad de cada célula pero propone la construcción de dos
tipos ideales, el arrenoplasma (masculino) y el teliplasma
(femenino), entre los que se hallarían todas las células concretas.
Sin embargo, la distribución de la sexualidad en un individuo
puede ser muy desigual, por lo que conociendo el grado de
masculinidad de una de sus células no puede concluirse nada
sobre el organismo completo. Por todo esto se entiende que la
homosexualidad sea considerada por Weininger como una
predisposición natural.
Por otro lado, la sexualidad no sería únicamente innata,
pues las secreciones internas de los organismos completarían su
carácter sexual. Esto explicaría la frecuente atracción sexual entre
individuos del mismo sexo antes de la pubertad.
Basándose en la bisexualidad universal y teniendo en cuenta
los tipos ideales, Weininger elabora la ley de la atracción sexual.
Según esta ley, el hombre completo (M) y la mujer completa (W)
tienden a unirse. Esto significa que dos individuos son
perfectamente compatibles cuando al sumar los porcentajes de
masculinidad que poseen se completa el cien por cien, formándose
así un hombre absoluto.
Esta ley, que Weininger expresa mediante una fórmula
matemática, es una formalización de una de las consideraciones
de Schopenhauer en su “Metafísica del amor sexual”.
Según Weininger, las investigaciones de Darwin con plantas
heteróstilas confirman que la fecundación obtiene mejores
resultados cuando entre los padres existe la máxima atracción
sexual y peores en caso contrario. Weininger considera que esta
tesis debería servir para justificar el matrimonio por amor y
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desaprobar tanto el amor libre como los matrimonios de
conveniencia.
Según Weininger, el principio de las formas intersexuales
debe ser útil a la psicología, pues el carácter de una persona
nunca es completamente masculino o femenino. No obstante, la
bisexualidad psicológica nunca se manifiesta como una mezcla de
ambos principios, sino que se va desarrollando en la vida del
individuo, por lo que es imprescindible tener en cuenta las
diferencias psicológicas entre los sexos.
20
consciente de su sexualidad. La omnipresencia del sexo en la
mujer condicionará su interés por otras ocupaciones y le impedirá
desarrollar en profundidad cualquier talento.
Por otro lado, aunque el impulso de contrectación sea común
a ambos sexos, su naturaleza también es diferente. El deseo de
actuar es exclusivo del hombre, pues la mujer necesita ser
conquistada.
Las repercusiones psicológicas de estas diferencias
fisiológicas son relevantes. Weininger sostiene que a lo largo de la
vida de un individuo su pensamiento pasa por un proceso de
clarificación. Y ocurre lo mismo en la edad adulta con cada uno de
sus pensamientos. El filósofo llama “hénide” al contenido mental
en los momentos previos a la clarificación, cuando el pensamiento
y el sentimiento todavía no se han separado. Y sostiene que
aunque posean los mismos contenidos psíquicos, mientras que el
hombre piensa en representaciones claras y distintas, a las que se
adhieren sentimientos fácilmente separables, la mujer piensa en
hénides. En la hénide absoluta no sería posible el lenguaje.
Aunque la clarificación total es imposible, quien más se aproxima
a ella es el genio. En el lado opuesto se hallaría la mujer absoluta.
4. El carácter
Para construir los arquetipos que deben servir a la psicología
del futuro Weininger se inspira en el universo platónico. El
hombre absoluto, el genio, es comparable a la idea de Bien por su
carácter ideal y por ser la fuente de toda determinación o creación.
La Mujer, de la que nada puede decirse salvo por negación, es
como la materia amorfa, el principio de indeterminación,
imperfección y degeneración, que sólo mantiene provisionalmente
alguna forma gracias al Hombre.
21
4.1. La construcción del Hombre ideal
22
De la memoria del genio depende su necesidad de
inmortalidad. Los acontecimientos rescatados por la memoria son
los que tienen valor para el individuo. Dado que el genio valora
positivamente su vida psíquica, considerada como un todo (y la
recuerda), desea liberarla de la influencia del tiempo. Además,
puesto que es el microcosmos consciente, puesto que su
conciencia lo abarca todo, su voluntad de valor coincide con la
voluntad de liberar el mundo entero del tiempo, por lo que puede
decirse que posee la máxima voluntad de valor y de libertad.
La necesidad que tiene el genio de alcanzar la verdad
también depende en buena medida de su memoria:
Un individuo que careciera completamente de memoria sería
incapaz de pensar lógicamente. No podría superar el tiempo
infinitamente pequeño que permite reconocer que A sigue siendo A
en el momento siguiente, ni formular el juicio de identidad “A=A”
(principium identitatis), que psicológicamente significa la negación
del tiempo. Se hallaría, por tanto, muy lejos del ideal lógico de la
verdad.
Sin memoria tampoco serían posibles fenómenos como el
arrepentimiento y la culpa, pues éstos presuponen el
reconocimiento de la identidad del sujeto a lo largo del tiempo; ni
el respeto por el prójimo, que presupone la consideración de que el
otro también es un sujeto. Un individuo que careciera
completamente de memoria sería tan incapaz de pensar
lógicamente como de atenerse a la verdad. Sería, por tanto,
amoral. Y es que en el fondo para Weininger es un deber pensar
lógicamente. Ello significa que la lógica es el contenido de la ética.
Ambas coinciden en el máximo valor de la verdad, por eso el error,
la mentira y el olvido son sentidos como una culpa.
23
Un rasgo característico del deber es que nunca procede del
exterior sino que es autoimpuesto. La lógica es, por tanto, la
norma del pensamiento que el sujeto se da a sí mismo, una
exigencia que el yo inteligible impone al empírico (psicológico). En
el hombre absoluto, en el genio, se da la completa identificación
del sujeto empírico con el inteligible, de la voluntad con el valor o
la verdad. En eso precisamente consiste la libertad. Y por eso cabe
decir que el Hombre (o el genio) crea la lógica y la ética. Lo que
caracteriza al hombre genial es, por tanto, su mayor proximidad a
la divinidad.
Pero justamente por la responsabilidad que asume el genio,
por el esfuerzo que supone y el sufrimiento que conlleva, éste se
puede quebrar. El lado oscuro de la genialidad, su reverso, es, por
el lado de la lógica, la locura y, por el de la ética, la criminalidad.
Se entiende así que hacia el final de sus días Weininger, que
aspiraba a ser un genio, creyera haberse convertido en un
criminal. Llama la atención también que en sus Diarios secretos
Wittgenstein exprese insistentemente su miedo a perder la
cordura.
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filósofo, el filántropo, el misántropo, el padre, el hijo, el buscador y
el sacerdote.
Los individuos concretos pueden aproximarse a más de un
tipo caracterológico pero algunos de ellos son incompatibles entre
sí. Por ejemplo, el filósofo nunca es un hombre de acción, pero
puede ser tanto un filántropo como un misántropo. Cabe destacar
que, según su criterio, Weininger se aproximaría a los tipos del
filósofo, el misántropo, el hijo y el buscador, aunque al final de su
vida creyera haberse convertido en un criminal.
25
la Mujer como una posibilidad, la Mujer es sólo una parte del
todo. En ella no hay dualidad, por lo que es incapaz de hacerse
consciente de sí misma. La Mujer es en el fondo puro sexo,
materia, nada.
Una vez se han construido los tipos psicológicos, se trata de
reconocer en los casos concretos si estamos ante un hombre o
ante una mujer. Para facilitar este paso Weininger sostiene que no
ha existido ni existe un solo hombre con cuerpo de mujer, aunque sí
que son frecuentes los casos opuestos.
Esta afirmación nos plantea algunas dificultades. Por
ejemplo:
a) Dada la bisexualidad universal y la diferente distribución
de la masculinidad y la feminidad en el cuerpo del
individuo, ¿cómo es posible reconocer en cada caso si se
trata de un cuerpo mayoritariamente masculino o
femenino?
b) ¿En qué se basa Weininger para concluir, al margen de
cualquier apariencia, que ningún cuerpo femenino (en el
caso de poder determinarlo) alberga una mente
masculina?
Pues bien, en la segunda parte de Sexo y carácter el criterio
para identificar la feminidad o masculinidad de los cuerpos
humanos parece haberse simplificado con respecto a la primera.
Weininger sugiere que son femeninos los cuerpos que carecen de
falo. La posesión de un falo se convierte así en condición necesaria
(aunque no suficiente) para la masculinidad tanto física como
psicológica.
Este criterio, puesto que facilita la identificación de las
mujeres, resulta útil, por ejemplo, a la hora de decidir cuáles son
los individuos que no deben tener derecho a sufragio.
26
Weininger exige para las mujeres los mismos derechos que
para los hombres. Piensa que la ley ha de atenerse a la moral y
tratar a todos los miembros de la especie humana como
individuos autónomos. Pero pese a su rigorismo moral, pide a la
ley que cometa una única inmoralidad, que prohíba el sufragio
femenino, pues de lo contrario los resultados serían desastrosos.
La transformación de las mujeres, la desaparición de la Mujer,
sólo puede ocurrir en el interior de cada individuo, por lo que debe
comenzarse por la educación.
Dada esta caracterización de la Mujer, que afecta también a
las mujeres concretas, cabe preguntarse cómo es posible que un
hombre ame a una mujer. La respuesta de Weininger es que en
realidad el hombre nunca ama a una mujer sino que proyecta
sobre ella lo mejor de sí, su yo inteligible, que es su verdadero
anhelo. La mujer amada se convierte así en la ocasión para que el
hombre se eleve sobre su propia condición y se trascienda.
Precisamente porque carece de valor, ella es el objeto más
adecuado para convertirse en un recipiente del valor. Puesto que
la Mujer no es nada, puede llegar a ser cualquier cosa. Esto
explica también el fenómeno de los celos: el amante, que ha
proyectado sobre la amada el propio Yo, cree tener derecho en
cualquier momento y lugar a disponer de sí a su antojo. Así, el
amor puede convertirse de pronto en el más violento orgullo y
hacer aflorar el deseo de venganza.
Aunque Weininger es consciente de que en la práctica no
existe amor alguno completamente desprovisto de deseo sexual, se
opone a la tesis, sostenida por Schopenhauer y Kant, de que el
amor es una sublimación del impulso sexual. El amor y el deseo
sexual son para él fenómenos opuestos y si frecuentemente se
confunden es porque los dos son inmorales.
27
En definitiva, el amor es un autoengaño con el que el hombre
intenta librarse de la conciencia de culpa. Es vergonzoso e inmoral
porque pretende conseguir la pureza deseada sin el propio
esfuerzo: el amante espera obtener un milagro del exterior y cierra
los ojos al interior, donde se encuentra la única posibilidad real de
redención. Esta debilidad, esta dependencia, supone una
feminización del hombre y es fundamentalmente este hecho, y no
sólo que se cometa una crueldad contra la mujer, lo que hace del
amor un acto criminal.
El auténtico amor, según Weininger, es el del genio, que no
se dirige a algo concreto sino a lo absoluto (que es la verdad, el
valor o Dios). El objeto de su amor es creado únicamente por él, es
su verdadera esencia. En el polo opuesto se halla la Mujer. Ella es
incapaz de proyectar la belleza en el espacio porque carece de
individualidad, de valor. No puede amar, sólo enamorarse. Lo que
le atrae del hombre no es su belleza sino su sexualidad, en
concreto, el falo, que ejerce sobre ella un poder hipnótico.
Esta idea se aproxima a la tesis psicoanalítica según la cual
los actos de la mujer estarían determinados por algo inconsciente,
su complejo de castración, su envidia del pene. Pero Weininger va
un poco más lejos cuando afirma que es el deseo de llegar a ser
algo a través del coito lo que mueve a la Mujer, pues presupone
que ésta carece de valor, que no tiene alma.
Por todo esto, la Mujer weiningeriana tampoco está
capacitada para la compasión. La llamada “compasión femenina”
es un sentimiento animal de ternura y de acercamiento material,
no espiritual. Y es que la Mujer, aunque esté físicamente separada
de los demás, vive siempre en “un estado de amalgama con todas
las personas que conoce” y con la naturaleza en general. Y esa
vida amalgamada tiene carácter sexual.
28
4.2.2. Caracterología femenina
En virtud del modo como la mujer se relaciona con el coito,
se encontrará más próxima de un tipo caracterológico o de otro.
Weininger desarrolla tres arquetipos femeninos: la histérica, la
madre y la prostituta.
La histérica o la sirvienta es aquella mujer que ha
interiorizado la valoración negativa del coito procedente del
hombre y se ha aferrado a ella de un modo tan firme que está
oprimiendo su verdadera naturaleza de carácter sexual. Su
aparente moralidad es consecuencia, por un lado, de su carencia
de alma, que permite la invasión de cualquier elemento extraño
(aunque vaya en contra de su verdadera y única convicción, el
supremo valor del coito), y por otro lado, de su infinita
mendacidad, que se encarga de ocultar esta verdad tanto a ella
misma como a los demás. Con esta aproximación a la histeria, que
supone una reformulación del análisis de Freud, Weininger
elimina una posible objeción a su tesis sobre la absoluta
sexualidad de la mujer y confirma la idea de su carencia de alma.
Se ha sugerido que partiendo de los presupuestos
weiningerianos – concretamente de su concepción de la histeria y
de la idea de que el Hombre crea a la Mujer – cabe reinterpretar la
histeria como un fenómeno masculino, como la lucha del hombre
contra su impulso sexual, contra el elemento femenino de su
psique, pues lo siente como un cuerpo extraño que se ha
introducido en su interior, como una enfermedad que podría
extenderse hasta causarle la muerte.
Según Weininger, los dos arquetipos entre los que se
encuentran todas las mujeres concretas (también las histéricas)
son la madre y la prostituta. Que una mujer se aproxime más a
29
uno de estos dos tipos suele ser el resultado de la influencia
masculina, pues las dos posibilidades se hallan latentes desde el
nacimiento en todas las mujeres.
Mientras el objetivo vital de la madre es tener hijos y trata a
los hombres como si fueran sus hijos, el de la prostituta es
obtener placer sexual y si tiene hijos, se interesa únicamente por
su masculinidad, hallándose siempre en relación sexual con ellos.
La diferencia fundamental es la siguiente: para la primera el coito
es sólo un medio, el inicio de una cadena de acontecimientos; para
la segunda es un fin, se agota en él, quiere extinguirse en él.
Weininger llega a afirmar que la madre desea ser preñada
por todo lo que la rodea y que – como sugiere la teoría de la
impregnación – la influencia del padre biológico sobre la
descendencia nunca es exclusiva. La prostituta, sin embargo,
quiere entrar en coito con todo. Ello explica su coqueteo incluso
ante objetos inmateriales, sin que sea necesario para ello la
presencia de ningún hombre. Así, mientras la esencia de la madre
es la seguridad de la permanencia en la especie, la prostituta es
ajena al fin de la especie y la muerte la aterroriza. La madre y la
prostituta representan respectivamente la vida y la muerte físicas,
cuya máxima expresión es el coito, donde ambos fenómenos
coinciden.
La mujer madre, dedicada al cuidado de la casa, los niños y
el marido, es intelectualmente menos interesante que la
prostituta. Ésta es la mujer que no se doblega ante las
valoraciones impuestas por el hombre y su exigencia de castidad.
Está fuera de la ley y del derecho. Puesto que ha renunciado a la
estima social, se siente poderosa. Y es la que más influencia ejerce
sobre los hombres.
30
Según Weininger, existe un paralelismo entre la prostituta y
el hombre de acción. Ambos utilizan las cosas y personas para
conseguir sus fines egoístas y ensalzar su yo empírico. Son
incapaces de amar y de entablar relaciones de amistad. Pero su
verdadera analogía es que desprecian el valor: el hombre de
acción, su propio valor, la prostituta, el que podría recibir de los
demás como madre.
31
través de un esfuerzo conjunto: hombres y mujeres deben vencer
la tentación de la opción más fácil, deben renunciar a la felicidad.
5. La filosofía
32
teología, cuando en realidad ésta ya estaba supuesta desde el
principio.
Según Schopenhauer, las acciones humanas tienen tres
posibles móviles: el egoísmo, la hostilidad y la compasión. La tarea
de la ética consistirá en deducir a partir de estos tres móviles los
diferentes vicios y virtudes humanas o, en sentido inverso,
retrotraer a su verdadero origen (que puede hallarse en uno o dos
de los móviles mencionados) cada una de las acciones humanas.
Por otro lado, la ley moral kantiana no sólo era prescriptiva
sino también trascendental, lo que implica que debe valer para
todo ser racional. En la Crítica de la razón práctica, la razón es
hipostasiada y considerada como una realidad subsistente,
independiente del ser humano. Schopenhauer considera que no
estamos legitimados a dar ese paso, pues sólo conocemos la razón
como propiedad de la especie humana.
Weininger se opone al psicologismo de Schopenhauer y al
relativismo al que conducen las éticas descriptivas: puesto que
cualquier fenómeno empírico es susceptible de ser valorado, el
criterio de la moral no puede ser a su vez un fenómeno empírico
(concretamente psicológico), como la compasión, ya que éste
también debería poder ser valorado, para lo que necesitaríamos
un criterio diferente y así sucesivamente, por lo que ello nos
conduciría al relativismo.
Por otro lado, dice Weininger, puesto que la compasión es un
sentimiento, a lo sumo podría ser un fenómeno ético, un índice fiel
de un modo de pensar, pero no un acto ético. Además, la
compasión sin respeto podría conducir a la intromisión en el alma
ajena. Por eso para que una acción sea moral es necesario
también el respeto, un acto consciente que implica interesarse por
el otro y querer conocerlo.
33
El criterio de la moral, por tanto, ha de ser algo que no se
derive de la experiencia, una idea (o un valor) irrealizable que
permanezca inalterable aun cuando nada se corresponda con ella:
la idea de humanidad (del alma humana, del yo inteligible). Esta
idea, que se manifiesta en mi persona y en la de los demás, no
puede colocarse en relación de medio para alcanzar otro fin, no
puede ponerse al servicio de otro ideal. Éste es el verdadero
sentido, según Weininger, del principio de la ética kantiana.
Así, puesto que el principio de la moralidad no es un hecho
del mundo, un fenómeno, ésta no es explicable empíricamente ni
deducible a partir de otro principio, la moral no puede justificarse.
Por la misma razón, la ética no es psicología ni depende de ella: no
estudia las causas o los motivos de las acciones, sino los fines que
la voluntad persigue, hasta llegar al último y supremo fin, la idea
de humanidad.
34
esclavitud. En segundo lugar, no es la confianza en la ciencia y su
progreso lo que motiva la reflexión de estos autores, sino la
constatación del sufrimiento humano, del dolor, la enfermedad y
la muerte que constituyen la existencia. El acto sexual es, por
tanto, la perpetuación de un engaño y significa también la renuncia
a la eternidad.
Recordemos las líneas fundamentales de la metafísica de
Schopenhauer:
El mundo puede considerarse bajo dos perspectivas, como
voluntad y como representación. Considerado como representación
está constituido por objetos, que pueden conocerse de dos modos:
a) En primer lugar, como lo hace la ciencia, bajo la forma del
espacio, el tiempo y el principio de causalidad. En este
caso quien conoce es el individuo y lo conocido son los
fenómenos.
b) En segundo lugar, como lo hacen el artista y el filósofo
(los únicos que pueden considerarse genios), desde fuera
del espacio-tiempo y sin que el principio de causalidad
ejerza ningún efecto sobre ellos. En este caso los objetos
de conocimiento no son fenómenos sino ideas (los grados
de objetivación de la voluntad) y quien conoce no es el
individuo sino el sujeto puro de conocimiento.
Pero el mundo es en esencia voluntad. El hombre se da
cuenta de ello a través de su cuerpo, que además de percibirlo
como fenómeno lo identifica como voluntad. Y por analogía,
considera el resto de los objetos como siendo algo más que
representación, como siendo también eso que en sí mismo llama
voluntad.
El hombre es el fenómeno más perfecto de la voluntad y el
acto sexual es la máxima afirmación de la voluntad de vivir. Pero
35
cuando el hombre conoce las ideas, la voluntad se hace consciente
de sí misma, lo que le permite (al reconocerse como el origen del
sufrimiento y el error) negarse a sí misma, autosuprimirse. La
eliminación de la voluntad en el fenómeno es considerada por
Schopenhauer como una liberación: el ser humano deja de servir
a la voluntad en el fenómeno y alcanza la libertad, así aparece la
santidad. Afirmar o negar la voluntad son las dos opciones a las
que se enfrenta la libertad humana, que es la libertad de la
voluntad como cosa en sí.
Schopenhauer es consciente de que la autosupresión de la
voluntad conduce para nosotros a la nada: puesto que somos
voluntad, sólo podemos entender la supresión de ésta como lo
negativo y la voluntad como lo positivo. Pero si el lenguaje pudiera
ir más allá de sí mismo y expresar de algún modo lo no
conceptual, tal vez podríamos invertir el sentido actual de las
cosas y considerar lo que ahora existe para nosotros como la
nada, y eso a lo que sólo por negación podemos aludir, como lo
existente. La filosofía ha de conformarse, sin embargo, con el
punto de vista anterior.
La metafísica de Weininger parte de los mismos supuestos
schopenhauerianos: el mundo fenoménico, sometido al espacio, el
tiempo y el principio de causalidad, supone un error, un mal y
una esclavitud. Y, puesto que el ser humano es libre y su esencia
es voluntad, se trata de un autoengaño culpable, al que éste se
sigue aferrando mientras vive.
Coincidiendo con Schopenhauer, Weininger establece la
posibilidad de un tipo de conocimiento que no se base en
conceptos, sino que aspire a las ideas. Este conocimiento es
propio del genio, del hombre absoluto, que es el microcosmos
consciente.
36
La mujer absoluta, por el contrario, no existe por sí misma,
sino sólo por relación al hombre, es su sexualidad, su tendencia
hacia la materia. Por eso puede decirse, usando terminología
schopenhaueriana, que es la afirmación de la voluntad de vivir en
el fenómeno.
Igual que Schopenhauer, Weininger admite sólo dos
posibilidades para el ser humano: afirmar o negar la voluntad
como fenómeno. Pero no quiso aceptar la idea schopenhaueriana
de que negar la voluntad condujera a la nada, por lo que
transformó la nada (relativa) de Schopenhauer en el ser absoluto y
la existencia fenoménica (es decir, la continuidad temporal de la
especie) en el no-ser.
Negar la voluntad de vivir es, por tanto, optar por el ser,
elegir la libertad, la genialidad, el valor y la divinidad. Afirmar la
voluntad de vivir es optar por la nada, elegir la esclavitud, la
inconsciencia, la sexualidad y la materia. Puesto que la Mujer
sintetiza todas estas ideas, Weininger afirma que debe
desaparecer.
Por otro lado, ambos autores ofrecen una interpretación muy
similar de la doctrina cristiana y están convencidos de que ésta
confirma, frente al judaísmo, sus propias filosofías. Y lo que
admiran de lo que consideran el auténtico cristianismo es la idea
de la creación del hombre por el hombre – es decir, de que la
libertad pertenece a la voluntad y no a las acciones humanas –,
que da sentido a las ideas de pecado original, gracia y
regeneración.
Por último, quisiéramos señalar que las dos filosofías pueden
ser consideradas filosofías de la sexualidad, pues ven en el
impulso sexual – en sus múltiples manifestaciones – la principal
amenaza para la libertad.
37
II. WEININGER Y WITTGENSTEIN
38
acusaría de enredarse en investigaciones psicológicas
inesenciales debido al vínculo que establece entre la lógica y
la memoria.
b) La segunda idea kantiana es la que considera la lógica como
una disciplina silogística basada en principios: identidad, no
contradicción y tertio excluso.
Esta idea no es compartida por Wittgenstein, para quien
todas las proposiciones lógicas tienen el mismo estatus.
- El elemento fichteano consiste en la idea de que en la lógica pura
(en el principio de la identidad) se halla la prueba de la existencia
del yo o del sujeto, es decir, de aquello que no puede ser en
ninguna circunstancia un objeto. Y dado que la lógica no depende
de ninguna demostración o prueba, Weininger sostiene que ha de
ser creída. Así, el reconocimiento de la lógica depende de un acto
libre de la voluntad (voluntarismo).
La existencia de la lógica también revela para Wittgenstein
la existencia de algo. Pero, en tanto que ésta se me impone,
lo que revela es la existencia de una voluntad extraña, algo
que no soy yo y que es más firme que yo, el mundo. Para
Wittgenstein, por tanto, la validez de la lógica no depende en
absoluto de la voluntad del sujeto (antivoluntarismo). La
lógica tiene que cuidar de sí misma.
- El elemento platónico de la filosofía de la lógica de Weininger se
halla en el carácter ideal que atribuye a los axiomas lógicos, pues
además de trascender el mundo empírico dice que son ejemplares
con respecto a éste.
Para Wittgenstein la lógica también trasciende el mundo,
sin embargo, no puede considerarse un ideal al que deba
ajustarse la psicología del individuo, pues en realidad el
pensamiento no puede expresarse de forma alógica.
39
A continuación comparamos la ética de ambos autores y
exploramos el modo como la conectan con la lógica:
La ética de Weininger también es kantiana por varias
razones: es normativa; sus leyes no se derivan de la psicología, por
lo que no puede probarse; es formal, pues las leyes éticas lo son
en virtud de su forma y no de su contenido; se dirige a la voluntad
y no a sus consecuencias (las acciones); se basa en la libertad del
sujeto inteligible; es trascendental, pues es condición del mundo
(en tanto que éste tiene sentido); es individualista, pues el único
deber que reconoce es el que uno tiene consigo mismo; y en
consecuencia, valora la autonomía y el respeto.
Weininger sostiene no sólo que la lógica y la ética comparten
muchas características, sino que son lo mismo, pues coinciden en
el valor máximo de la verdad. Pensar lógicamente es un deber, el
deber de perseguir la verdad (platonismo). Lo que el elemento
fichteano añade a esta concepción de la lógica es que se trata de
un deber que el sujeto adquiere consigo mismo, el deber que tiene
nuestro yo empírico de ser lo más inteligible posible y, en esa
misma medida, de trascenderse, pues la validez de la lógica es
transpersonal. El genio es para Weininger el individuo que más se
aproxima al ideal lógico-ético, la divinidad.
Wittgenstein atribuye a la ética prácticamente las mismas
características que Weininger: es normativa, es decir, sus leyes no
son descripciones o enunciados de hecho, ni se derivan de ellos,
por lo que no pueden probarse empíricamente, pero tampoco son
tautologías porque (a diferencia de las proposiciones lógicas) no
son autoevidentes. Por eso (frente a lo que ocurría con la lógica) la
validez de las normas éticas depende de la voluntad del sujeto,
que puede aceptarlas o rechazarlas sin más; no depende, sin
40
embargo, de las circunstancias, de cómo sea el mundo, pues
exigen una realización incondicional. Por todo ello la ética es
trascendental. Su portador es el sujeto inteligible (la voluntad),
pero éste no es parte del mundo sino su centro, por lo que la ética
es (como la lógica) condición del mundo.
De su concepción de la ética ambos autores extraen
consecuencias similares pero no idénticas: coinciden tanto en su
individualismo como en la valoración que hacen del trabajo
intelectual, la sinceridad (que hacen coincidir con la claridad y la
originalidad) y el respeto. Pero discrepan, por ejemplo, en su
interpretación del respeto: mientras para Weininger es superior la
doctrina que refleje un mayor grado de autonomía en los
individuos que la siguen, para Wittgenstein todas las doctrinas se
hallarían al mismo nivel (relativismo), pues lo esencial a la religión
es la actitud.
Ambos coincidirían, sin embargo, en que no es religiosa la
actitud que ante determinada doctrina espera una prueba que la
corrobore o una explicación que la justifique, pues la actitud
religiosa se contrapone a la científica.
Pero existe una diferencia en sus concepciones de la religión,
que se sigue de una diferencia en sus concepciones de la lógica
(en el elemento fichteano): mientras para Weininger creer en Dios
es creer en uno mismo, para Wittgenstein la religiosidad implica
casi siempre el sentimiento de dependencia de algo que no somos
nosotros mismos.
Wittgenstein también atribuye características similares a la
lógica y la ética, como su carácter trascendental y su carencia de
sentido, es decir, su contraposición a las proposiciones sensatas
de la ciencia. Y considera que hay un sentido en el que la ética
parece derivarse de la lógica, pues cuando intentamos justificar
41
las injustificables pseudoproposiciones éticas sólo podemos
recurrir a tautologías, del tipo “nos beneficie o no nos beneficie” o
“nos guste o no”. Sin embargo, lo cierto es que para Wittgenstein
si somos capaces de reconocer la lógica, si tenemos un lenguaje, es
justamente porque somos sujetos ético-religiosos y no al revés.
Por último señalar que, en consonancia con Weininger, para
Wittgenstein la lógica también es un referente ético. No porque
debamos pensar lógicamente sino porque es un deber mostrar lo
más claramente posible la estructura lógica que subyace al
lenguaje, al pensamiento y al mundo. Por eso se entiende, en
primer lugar, que para Wittgenstein la tarea de la filosofía consista
en encontrar la notación lógica más adecuada; en segundo lugar,
que considere (igual que Weininger) que la actividad filosófica es
un deber que uno tiene consigo mismo; y, por último, que este
deber consista en mostrarse tal y como uno es, aunque aquello
que somos no lo hayamos elegido nosotros.
2. Teoría de la genialidad
En este capítulo interpretamos las reflexiones de
Wittgenstein sobre la genialidad a la luz de la teoría weiningeriana
sobre el mismo tema. Ello nos permite establecer una clara
conexión entre las disquisiciones wittgensteinianas de Cultura y
valor y la obra que condensa su primera filosofía, el Tractatus.
En primer lugar, la teoría del genio en ambos autores
depende de la diferencia, ya establecida por Kant y Schopenhauer,
entre lo psicológico, que es empírico y científicamente explicable, y
el sujeto inteligible, que es metafísico. Éste es el sujeto de la
filosofía, el portador de la ética (y la estética) y se manifiesta (como
pensamiento, como lenguaje o como mundo) de forma lógica.
42
Igual que Weininger, Wittgenstein distingue entre el talento y
el genio. Para Weininger el talento es una habilidad que puede
aprenderse o heredarse. El genio, sin embargo, que es innato, es
la expresión del “espíritu de un hombre” a través del talento, es
decir, es la manifestación de su alma, de su carácter, del sujeto
inteligible o la voluntad, en definitiva, de ese núcleo de libertad
que posee el hombre y que falta en la Mujer. Por eso puede decirse
que para Weininger existen dos tipos de talento: uno meramente
reproductivo, porque no expresa el carácter, que es propio del
Judío y de la Mujer; y otro que sí expresa el carácter, por lo que es
creativo y original. Éste pertenece al genio.
Según lo establecido anteriormente, cabe identificar el
carácter inteligible de Weininger, lo que el genio expresa en el
talento, con el sujeto volitivo del Tractatus, que, como sabemos, es
el portador de la ética.
Por otro lado, en los Aforismos. Cultura y valor Wittgenstein
afirma que el genio es el carácter que se manifiesta en la forma de
un talento especial. Cuando el genio es grande, dice Wittgenstein,
el talento no es perceptible, pero cuando es delgado, éste se
transparenta. Wittgenstein no dice explícitamente qué entiende
por carácter pero existen indicios de que él también lo identifica
con el sujeto volitivo de su Tractatus.
Si esto es correcto, entonces puede deducirse que para
Wittgenstein el talento es al carácter (o a la voluntad) lo mismo
que la notación es a la lógica. Esto significa que tanto el talento
como la notación son presuntamente manifestaciones empíricas
del carácter y de la lógica respectivamente.
Sin embargo, dada esta dualidad, también cabe la
posibilidad de que se produzca una distorsión, de que el talento y
la notación oculten o disfracen aquello que deberían mostrar: una
43
notación inadecuada podría conducir a una mala comprensión de
la lógica del lenguaje (de su estructura profunda). Del mismo
modo, el talento (aquello que se tiene) podría ocultar o disfrazar el
carácter (la esencia del individuo). De hecho la genialidad
consistiría en una relación tan estrecha y fiel entre el talento y el
carácter que el primero casi no podría percibirse. Se comprende
así que la genialidad consista básicamente en sinceridad y que
ésta sea para Wittgensein, igual que para Weininger, un deber.
Esto explica que para ambos autores la claridad y la
originalidad sean en el fondo una y la misma cosa. De hecho, en la
filosofía y en el arte es uno mismo el que ha de mostrarse con la
mayor claridad. De ahí también que el científico sólo se relacione
con la genialidad (con la moralidad) cuando emprende un proceso
de clarificación conceptual (filosófico) pero no cuando trabaja
dentro de un paradigma en la resolución de problemas más o
menos inmediatos.
Por otro lado, el sujeto inteligible, como queda claro en el
Tractatus, tiene forma lógica y sus manifestaciones (lenguaje,
pensamiento y mundo) así lo muestran. De ahí que buscar la
notación lógica más adecuada constituya para Wittgenstein un
deber, el deber de mostrarse tal y como uno es, que es a su vez un
deber que uno tiene consigo mismo, el deber de ser un genio.
44
Para empezar, los tres manifiestan su falta de sintonía con el
espíritu de la época que les ha tocado vivir y coinciden en el
diagnóstico que hacen de ella:
- En primer lugar, dicen que está seducida por el ideal del
progreso, un término que carece de sentido mientras no
se especifique hacia dónde se debe progresar, para lo que
habría que marcar unos fines. Este hecho les lleva a
sospechar que la civilización occidental carece de fines o
ideales comunes, de valores compartidos, de una cultura.
- En segundo lugar, consideran que la ciencia de su época
ha quedado reducida a su capacidad técnica o
reproductiva, que no es consciente de sus propios fines y
limitaciones, que es irreverente con los asuntos
verdaderamente importantes y que, a pesar de ello, se ha
convertido en guía espiritual de la sociedad.
- Y por último, consideran que la concepción de la ciencia
que se ha impuesto, como técnica, como poder, es
intrínsecamente inmoral. Wittgenstein sostiene que podría
conducir a la desaparición de la humanidad o, en el mejor
de los casos, a la homogeneización total y la guerra.
Ante este panorama todos apuestan por una ciencia más
filosófica, pues consideran que la actitud filosófica es la única
capaz de garantizar el respeto moral por el conocimiento.
Nuestros autores coinciden también en su concepción de la
filosofía, cuya función no es tanto resolver problemas u ofrecer
una teoría explicativa y predictiva cuanto mostrarnos del modo
más claro posible cuál es el problema al que nos enfrentamos, si
es que realmente lo hay. Acentúan, por tanto, la función práctica e
incluso terapéutica de la filosofía.
45
Finalmente señalamos que la filosofía es para ellos un
camino de ida y vuelta. Primero nos aleja de la vida al revelarla
como absurda. Luego se trata de volver a la vida, de recuperar el
sentido a través de la fe, lo que implica una reconciliación con
nuestra propia naturaleza y con el mundo. El suicidio de
Weininger muestra que éste no pudo o, según su propio criterio,
no quiso recorrer el camino de vuelta a la vida. Tal vez su filosofía
le había llevado más lejos de lo que permiten las fuerzas
humanas.
46
la cualidad psíquica del judío típico en tanto que participa de esa
idea, pues considera que el problema del judaísmo atraviesa todos
los ámbitos de la vida humana.
El Judío y la Mujer
En primer lugar, Weininger señala que existen importantes
analogías entre los judíos y las mujeres. Por ejemplo:
- Su falta de comprensión y necesidad de la propiedad,
especialmente de la propiedad de la tierra, y ello a pesar
de su habilidad comercial.
o Wittgenstein está de acuerdo con la idea de que a
los judíos les gusta tener dinero (que no es lo mismo
que propiedad). Añade que lo quieren por el poder
que conlleva pero aclara que eso no es por sí mismo
inmoral, ya que podrían querer ese poder para fines
buenos.
- Los judíos, dice Weininger, tienden a la comunidad y al
comunismo pero les resulta totalmente ajeno tanto el
socialismo como la idea de Estado (en el sentido
rousseauniano del término).
- Y es que al judío le falta personalidad y conciencia de sí,
carece de yo inteligible y no tiene valor propio; de ahí su
falta de respeto hacia la propia persona y la de los demás.
Puesto que carece de respeto hacia sus antepasados, el
peso de la tradición judía se halla en su esperanza en el
futuro. De hecho, su historia se resume en el paso a
través del Mar Rojo y el agradecimiento de los cobardes
fugitivos a su valeroso salvador.
o Wittgenstein, por su parte, compara la historia de
los judíos con una especie de enfermedad en la
47
historia los pueblos europeos; y el judaísmo con un
tumor que no puede ser bien acogido por un cuerpo
sano sin que éste cambie su antiguo sentimiento
estético por el cuerpo. A diferencia de lo que opina
Monk, creemos que Wittgenstein no está
defendiendo la superioridad de la raza aria frente a
la judía; y tampoco de la nación aria o la cultura
europea. Teniendo en cuenta su relativismo moral,
parece querer destacar la radical incomprensión que
existe entre la cultura occidental y la judía y la
imposibilidad de una conciliación. Su diagnóstico es
pesimista, pues sostiene que el final del
enfrentamiento sólo podría venir marcado por la
disolución de una de las dos culturas (o naciones),
por un cambio radical en sus actitudes ético-
religiosas y estéticas.
- Weininger señala que los defectos de los judíos no pueden
atribuirse a la brutal opresión y servidumbre a la que
fueron sometidos durante toda la Edad Media. Esta idea
es una autoacusación de los cristianos que se
fundamenta en un enorme error: creer que las influencias
exteriores puedan modificar el carácter de un individuo (o
de una raza) en lo esencial, sin que antes se encontrara
también en su interior la causa de tal modificación. Por
otra parte, todavía no se ha demostrado que se hereden
las cualidades adquiridas.
o Wittgenstein está básicamente de acuerdo con
Weininger: los judíos han sobrevivido por su
habilidad para ocultarse (y no al revés). Y añade que
no por ello su habilidad es digna de elogio. Ahora
48
bien, según Wittgenstein, tampoco estaríamos
justificados para menospreciarla. Aunque coincide
con Weininger en su descripción del judaísmo no
cree que pueda justificarse la valoración negativa
que hace del mismo.
- Entre los judíos el individuo sólo es tomado en
consideración en tanto que pertenece al grupo. Esto
explica el importante papel que en el pueblo judío
desempeña la familia, cuyo origen es femenino y maternal,
a diferencia del Estado y la sociedad.
- El principal deber moral del judío es multiplicarse, por lo
que es incapaz de comprender el ascetismo.
- La ética heterónoma del Decálogo, que exige obediencia
ciega, es una manifestación de su predisposición al
servilismo.
- El judaísmo es aquella tendencia por la cual la ciencia
queda reducida a un medio para alcanzar un fin, el
confort. Por eso los judíos son los que más fácilmente han
aceptado una concepción mecánico-materialista del
mundo. Además, el judío es incapaz de darse cuenta de
que lo inescrutable es lo que concede valor a la existencia.
o Wittgenstein también reconoce y lamenta que el
espíritu con el que trabaja hoy la ciencia sea
típicamente judío y considera primitivos a los
hombres civilizados que participan de este espíritu,
pues creen que el progreso de la ciencia ha
permitido “superar” el asombro y el temor ante las
cosas cotidianas.
- Según Weininger, a los judíos, como a las mujeres, les
falta profundidad, y su inteligencia radica en su infinita
49
capacidad de mutación y adaptación a las finalidades
externas.
o Wittgenstein suscribe esa idea cuando dice que la
tragedia es algo no judío.
Pero según Weininger entre los judíos y las mujeres existe
una diferencia importante: aunque ambos se caracterizan por no
creer en sí mismos, las mujeres al menos creen en los demás. El
judío, sin embargo, es el gran incrédulo, el hombre irreligioso e
impío. Le falta la simplicidad de la fe, que es de donde surge la
fuerza creadora.
- Wittgenstein admite que podría decirse que el espíritu
judío no es creativo sino sólo reproductivo, pero
puntualiza que la capacidad reproductiva no debe
considerarse por sí misma un vicio. El peligro aparece
cuando se confunde esa capacidad con la creativa,
cuando uno se siente como si él mismo hubiera creado (o
ayudado a crear) aquello que sólo ha copiado. Finalmente
reconoce que a él mismo le ha ocurrido.
Pese a su reconocido antijudaísmo, Weininger asegura que
no pretende justificar ninguna persecución teórica o práctica de
los semitas y que la solución al problema del judaísmo no se halla
ni en su persecución ni en el sionismo sino en la transformación
de cada individuo judío, en su sincera conversión al cristianismo.
El fundador de religiones
El fundador de religiones es para Weininger el que ha
cometido íntegramente el pecado original y ahora tiene que expiarlo
completamente.
Para Weininger el judaísmo y el cristianismo son las dos
opciones más opuestas e inconmensurables que pueda elegir el
50
alma humana. Cristo es el hombre que ha vencido en sí mismo la
negación más fuerte, el judaísmo, para crear la posición más fuerte,
el cristianismo. El pecado original de Cristo era el judaísmo pero al
vencer al enemigo más poderoso se colocó por encima de los otros
fundadores de religiones (como Buda y Confucio).
- Es cierto que Wittgenstein no hace referencia en ningún
momento al fundador de religiones. Sin embargo,
relaciona la santidad con el judaísmo cuando afirma que
el “genio” judío es sólo un santo. Por otro lado, a partir de
sus Diarios secretos y otras observaciones dispersas
podemos deducir que Wittgenstein, quien reconoce en sí
mismo ciertos rasgos judíos y femeninos, aspiraba a la
santidad.
Weininger está convencido de que cada pueblo lleva a la
realidad alguna idea y luego muere. Pero el judaísmo no puede
realizar ninguna idea específica, por lo que la única posibilidad
que le queda es la más difícil, la realización de la idea en sí, del
Hombre-Dios.
De todo esto se extrae una paradójica conclusión: el
judaísmo tiene que existir para ser superado. Para Weininger, la
crisis espiritual del judío es la fuente de conocimiento esencial; y la
existencia del individuo judío, la última esperanza del mundo.
Pues bien, para Weininger el espíritu moderno es judaico y
afeminado. Ello se manifiesta, por ejemplo, en el arte, que es sólo
un envoltorio o decoración; en la ciencia, que se identifica con la
economía y con la técnica; en la política, por su incomprensión
para la idea de Estado y su tendencia al anarquismo, al
capitalismo y al comunismo; y en la ética, porque ésta encuentra
su referencia en la especie y no en el individuo.
51
No obstante, en la obra de Weininger puede rastrearse un
profundo respeto por la idea de humanidad. El filósofo apela a un
ideal humano, al dios que hay en el hombre, y no a otras
consideraciones de raza o nación. Pide para los judíos y las
mujeres que se les permita progresar espiritualmente hasta
convertirse en “auténticos seres humanos”; y asegura que el
requisito para que esto ocurra es que sean tratados como iguales.
Este alegato coloca a Weininger lejos del irracionalismo y
enfrentado a la política antiliberal del antisemitismo de su época.
52
absoluto sentido, pues éstas tratan sobre ética. Con ello
también estaría rechazando el carácter científico de Sexo
y carácter pero reivindicando al mismo tiempo su valor
cultural como producto filosófico o artístico. Pues
recordemos que al añadir un “no” al conjunto de la obra
se obtenía una verdad importante.
53
SUMMARY
INTRODUCTION
54
nature of the relationship between the thinking of Weininger and
the early Wittgenstein must be explored.
Therefore, this work consists of two parts: the first part is
an interpretation of the philosophy of Otto Weininger where we
build the bridges that link life, the intellectual context and the
philosophical referents of the author of Sex and Character with his
own philosophy. The second part, contains, on the one hand, an
analysis of the theses that Weinigner and the early Wittgenstein
share on logic, ethics, religion, science, geniality, Judaism and
philosophy, and on the other hand, an interpretation of the
connection between Wittgenstein’s reflections on culture and
philosophy of the Tractatus, in the light of Sex and Character.
55
the figure Weininger used as a psychological model for his
description of the “mother” woman type versus “prostitute”.
Weininger was aware that his mother suffered due to his
father’s severity and he felt sorry for her. However, he will flee
from this feeling for the rest of his life and this could be what
triggered his opposition to the moral of compassion and his
exaltation of respect as the basis of morality.
During Otto’s adolescence, he becomes superior in
knowledge and independence to his classmates, but he is also less
capable than the others to adapt to the routine of school
institution. Gradually, he grew in sensitivity, isolation and the
feeling of superiority. With his attitude, he wanted to make clear
that he would not submit to foreign laws. The autonomy, which
was a vital obsession for him, would become the cornerstone of his
philosophy.
His excessive self-esteem will alternate with the feelings of
worthlessness and self-censorship, creating a conflict between the
desire to live and the fear of facing life. And then, he will screen
these contradictions in the outside world, as seen in the
relationship he maintained with the Jews and women. Finally,
according to the diagnosis of Abrahamsen, these internal conflicts
will lead him to a deep mental crisis, triggering a psychotic
episode that would be the prelude to his suicide.
We believe that knowing the psychology of Weininger
provides us with some insight into his work, since the relationship
between his character and philosophical thought is dialectical.
However, the psychology of the author doesn’t inform us about the
value of what he says which should be evaluated regardless of it.
Weininger's work should not be considered as a symptom of a sick
personality.
56
Some of Weininger’s teachers also played an important role
in his intellectual maturation process. He received his first
intellectual stimulation from the Jewish philosopher and educator
Wilhelm Jerusalem in Gymnasium. Later, at Vienna University,
where he studied philosophy and psychology, his intellectual work
would be guided by the positivist Friedrich Jodl and the catholic
priest Laurenz Müllner whose influences are perceptible in both
the first half of Sex and Character, with a scientistic tone, and the
second half, with a more speculative nature, respectively.
Weininger was interested in the broad spectrum of the
intellectuals of his time. For example, he recognized the
importance of the Freudian discovery of the unconscious and
applied to his own life the self-observation method. Making the
unconscious conscious, getting to know your own Self, would
become for him an end in itself, the theoretical-practical ideal that
only a genius can fulfill.
Motivated by the relationship with his family and the
Viennese intellectual environment, Weininger would devote all his
efforts to understand the relationship between the sexes.
At the early stages of his career, Weininger was a positivist
who regarded experience as the sole basis of knowledge. From this
perspective, the psychological differences between men and
women were reduced to their sexual difference. During this time
he studied the work of Avenarius, he also became interested in
natural and social sciences (Feuerbach, Marx and Engels) and
formulated his "law of sexual affinity".
But science did not provide him with the principles and
methods to defend his ethical-philosophical theories: Weininger
started from the assumption that the individual is a microcosm,
so everything, the natural and cultural world, is imbued with a
57
kind of symbolism. At some point he left the empiricist perspective
but after this change in direction, the main philosophical and vital
concern for him continued to be the male-female duality.
On July the 11th, 1902, Weininger hands in his doctoral
thesis, Sex and Character: a Psychobiological Study. On July the
21st, he obtains his doctorate degree and that same day he
symbolically joins the Protestant Christian Church. But his
conversion does not solve his mental conflicts, which become more
acute every time.
According to Abrahamsen, Weininger found feminine traits
inside himself (and some Jews traits too), that tried to balance by
adopting an excessively virile attitude. But he was too hard on
himself. He had self-imposed a too rigid morality, which clashed
with his homoerotic tendencies, exacerbated by his cult of virility.
His sense of guilt and sin was becoming more intense, to the
extent that he later considered himself a criminal.
Following the publication of Sex and Character, Weininger's
suffering increased because his book did not arouse much interest
and received some very harsh criticism. The philosopher fell into a
deep depression and in October the 3rd, at the age of twenty three,
he committed suicide in the house where Beethoven had died.
58
civilization and the close link between epistemological, ethical and
aesthetic problems.
Weininger's philosophy appears as a response to the general
atmosphere of the Vienna of his time, a critical theorization of the
world around him.
His conception of Woman, for example, can only be
understood considering the misogyny of his time. In the late
nineteenth century, the literary imaginary of almost all the
European countries, conceived women as being amoral, enslaving
men through her promiscuity. Sex and Character offers a
conceptualization and rationalization of this conception of women
and contributes to disseminate it.
Kraus himself agrees with the psychological differences that
Weininger attributes to his two human archetypes: Man, rational;
Woman, emotional and sensual. Kraus differs, however, from his
evaluation of them. Kraus does not think the masculine element
should be praised nor stifled the feminine element out of
existence. On the contrary, he locates in Woman the origin of
values and pursues the harmonious interaction between feminine
and masculine, between body and spirit.
Kraus criticizes the social hypocrisy of the bourgeoisie,
which treated differently men from women, especially at the
courts. However, he disagrees with the economical and political
emancipation of women. In summary, while he was fighting for the
sensual liberation of "Weib", he was also condemning the social
emancipation of "Frau", because he thought that only at the
expense of her femininity and sensuality, a woman could assume
the functions of a man.
All Kraus's writings present the idea that feminine sensuality
is channeled and constrained by the masculine civilization. This
59
idea had already been expressed by Bachofen, who argued that,
before this patriarchal society, there was a matriarchy with its
own cultural expressions, and this was preceded by a period of
anarchic promiscuity.
Kraus may have known the author of Matriarchy through
Weininger who retrieves the feminine archetypes of Bachofen and
converts them into opposite characters, between which we can
find every concrete woman: "mother" and "prostitute." However,
unlike Bachofen and Kraus, Weininger regrets that the
subordination of the female to the male values, was not actually
completed, that society persistently prefers comfort, sensuality
and indulgence; in short, it prefers femininity.
A similar conception of human being is expressed in the
work of architect Adolf Loos. He identifies the effeminacy with the
intellectual laziness and the degeneration of the spirit. He also
criticizes the artistic language of the members of the Secession for
having as a reference not Woman but the effeminate man. Faced
with the sexual ambiguity of Art Nouveau, Loos commits to release
the rational masculine spirit.
It is possible that the architect found a source of inspiration
in the work of young Weininger, where the psychology,
historiography, medicine and philosophy at the time, are criticized
for being feminine. Loos, in turn, extends Weininger's critique of
civilization to the area of the economy. He ensures that the
effeminacy and its idle position block the modern productive
economy that the middle-class men would be able to achieve.
The architect defends that the intellectual and moral
development of a culture is directly proportional to its rejection of
ornaments in the daily objects. He identifies ornament, which he
considers a vestige of an earlier culture, with crime, since he holds
60
that while following the precepts of the own culture is amoral,
embracing those of earlier cultures is an aesthetic and a moral
decline.
In both works, Loos and Weininger who also disregards
ornaments because of moral reasons, show the influence of the
Italian criminologist Cesare Lombroso.
One cause of the intrusion of the feminine principle in the
artistic language of the Secession was, according to Loos, the
confusion between the public and private spheres. Just like
Kraus, he identified the feminine principle with sexuality and the
desire to obtain pleasure. Consequently, women should remain in
the private sphere. In the public action field (like architecture) the
feminine principle had to disappear due to its irrelevance and
frivolity and because it was a distraction aimed to be destructive.
For Loos, the confusion between art and utility was another
factor contributing to the degeneration of the Secession language.
He thought that art was an obstacle to the architecture, which
should be useful. Ornaments are a hoax in architecture because
they divert our attention from the essential to the irrelevant by
hiding the internal structure of the building.
The choice of building materials is epistemologically and
morally important too: each material has its own language, so
using engineered substitutes – as it happened in Vienna - is a fake
and a fraud.
Both, the conception of architecture at the service of utility
and the idea that aesthetics depends on epistemological and
ethical criteria, originate in the philosophy of Schopenhauer.
In the work of draftsman and sculptor Oskar Kokoschka
there are also some ideas of Schopenhauer expressed: the
existence of a close link between life and death and the conception
61
of art as truth revealing. The artist tried to capture the soul of
individuals in his portraits, delete everything that was irrelevant in
them, and get to the essence, showing like this the character.
Hence, we can appreciate how fond of his work Loos was.
The Schopenhauer's thesis that permeates the work of
Kraus, Loos, Kokoschka, Weininger, the early Wittgenstein and
other Viennese intellectuals at the fin de siècle consists of an
epistemological dualism which considers the error as a lie and
understands it as opposed to the truth, in the sense of honesty. In
other words, it consists of the opposition between appearance (or
phenomenon) which is perceived as deception and the hidden
essence which must be revealed. In short, this is the conception of
the world as a representation of a subject which is in essence will.
It is important to note the close relationship between the
problems posed by Wittgenstein in the Tractatus and those faced
by his Viennese contemporaries. For example, his search for the
right notation to express the logic of ordinary language is
analogous to Loos’ interest, in the field of architecture: the
building should show the inside structure – thanks to the use of
the appropriated materials and the absence of accessory items.
Furthermore, both gave to their work a strong ethical character,
for it was about seeking the truth, in the sense of being honest.
On the other hand, before Wittgenstein formulated this
problem, Hofmannsthal had already realized that in a world of
sensations (or elements), as described by the psychology (or
physics) of Mach, there is no place for the subject and the
language is unable to communicate the deeper meaning of things,
is unable to say the valuable.
What makes Wittgenstein different from his Viennese
contemporaries is that he is in the field of mathematical logic.
62
According to Janik and Toulmin, this is the reason why the
Anglophone literature has considered the Tractatus an essay on
logic and theory of the language, instead of a work on ethics or an
ethical act, and it has also been regarded for its contribution to
the development of mathematical logic and for its influence on the
interwar period positivism. We believe that for this reason, the
lucubrations of Wittgenstein that are more clearly linked to the
Viennese context - such as those contained in the Aphorisms.
Culture and value - where his main concern is clearly ethical, or
even religious, were pushed into the background and considered
to belong from a different type of problems, as well as
disconnected from those presented in the Tractatus.
2. The psychology
This section presents, firstly, Weininger's critique of the
dominant conception of psychology at his time and, secondly, the
status, the method and assumptions of the alternative psychology
he proposes.
63
introduction of Analysis of Sensations, Weininger was developing
his philosophical critique of the "psychology without a soul"
advocated by Mach in that same book.
The new course adopted by Weininger would also be marked
by his deep knowledge of Kant's work, having worked with Alois
Höfler, along with other students of philosophy, in the edition of
the philosopher's manuscripts entitled "Metaphysical Foundations
of Natural Science."
Mach's purpose was to end with the ethical perversions
resulting from considering the Self as an indissoluble unit, as a
substance. To achieve it, he proposes to conceive it as a practical
unit, as an abstract concept designating a compound of
"sensations" or elements, whose only peculiarity is that they
maintain closer relationships between them than they have with
other groups of elements. These elements and their relationships
are, therefore, the ultimate foundations of reality. For Mach there
is no substantial difference between the physical and psychic
world. Depending on the type of relationships that occur between
the elements, they can be considered uncritically either as
"sensations" or as "objects".
Consequently, the limits of the "Self" are not accurate or
stable, as they can be modified at will. The content of the "Self" is
not an exclusive property of the individual either, because when it
has a general significance, it breaks the individual boundaries and
acquires an impersonal life. Mach is convinced that this approach
leads to a free and luminous conception of life, opposed to both
asceticism and intolerance.
Weininger opposes the approach of Mach, because he
believes that only if there is a higher Self, a soul, an ethical
relationship with the other can exist. In addition, the psychology
64
of the elements is incompatible with freedom because it starts
from the absolute determination premise, and in order to establish
itself as science, it searches for the causal laws of thought and
volition.
For the philosopher, this psychology also brings theoretical
problems: it eliminates any possibility of obtaining a reference
point for thought, because it starts from the assumption that only
what we can perceive exists, but the will, the apperception, the
judgment and the concept are facts that don’t belong to
experience, therefore the associationist psychology will never find
them in experience.
Thus, the main problem of the "psychology without soul" is
that looks into experience for the right conditions to make possible
any type of experience but necessarily fails, because the will is not
an empirical fact but the condition that enables experience.
Furthermore, Weininger accuses this psychology of being
feminine - because from the psychic life of the woman is really
possible a purely empirical representation - and calls for a more
philosophical psychology.
65
Weininger is opposed, on the one hand, to the psychologism
which subordinates the logic and ethics to the psychology and, on
the other hand, to the over-generalization, that forgets the
characterological differences of individuals. Therefore, Weininger
proposes an alternative psychology, called "theoretical Biography",
which aims to study the permanent laws governing the
individual's mental development from birth to death. This science
should:
66
3. Sex
In this section we explain and justify two of the assumptions
on which Weininger’s psychology is based: universal bisexuality
and the different origin of sex drive. The first one is the basis for
the development of his law of sexual attraction. The second one is
the key to explain the psychological differences that would occur
in the process of clarifying the thoughts of individuals.
67
tend to merge. This means that two individuals are perfectly
compatible when, summing the percentages of masculinity they
have, the result is one hundred percent, forming thereby an
absolute man.
This law, which Weininger expressed by a mathematical
formula, is a formalization of one of the considerations of
Schopenhauer in his "Metaphysics of Sexual Love."
According to Weininger’s investigations of Darwin works with
heterostyled plants, he confirms that fertilization gives best results
when there is a maximum sexual attraction between the parents
and worse results otherwise. Weininger considers that this thesis
should serve to justify the marriage of love and disapproval both,
free love and arranged marriages.
According to Weininger, the principle of intersexual forms
should be useful to psychology, as the character of a person is
never entirely masculine or feminine. However, psychological
bisexuality never appears as a mixture of both principles, but it
develops in the life of the individual and therefore, it is essential to
consider the psychological differences between the sexes.
68
The physiological basis for this difference lies in the different
origin of sex drive. Women only feel the urge to contrectation which
seeks excitement, but not detumescence (exclusive of the man)
which pursues its termination. Hence the woman is always very
excitable. In addition, women hot spots are not located in one part
of the body as in men, but distributed for all over the body. In
short, while the male sexuality is limited (in space and time) and
covers only a part, the woman is absolutely sexual, which does not
allow her to be aware of her sexuality. The pervasiveness of sex in
women conditions their interest in other occupations and prevents
them from any further development of their talent.
Furthermore, although the contrectation drive is common to
both sexes, its nature is also different. The desire to act is unique
to man, since women need to be conquered.
The psychological impact of these physiological differences is
relevant. Weininger argues that over the life of an individual,
thought goes through a process of clarification. And the same
happens with each of the thoughts in the adult age. The
philosopher calls "henid" to the mental content in the previous
moments to the clarification when thoughts and feelings are not
separated yet. And he claims that although they have the same
psychic contents, while the man thinks in clear and distinct
representations with attached feelings which are easily separable,
the woman thinks through henids. In the absolute henid,
language would not be possible. Although the total clarification is
impossible, the genius is the one who can get the closest to it. On
the opposite side, we would find the absolute woman.
69
4. The Character
Weininger draws on the Platonic Universe to build the
archetypes that must serve the psychology of the future. The
absolute man, the genius, is comparable to the idea of the Good
for its ideal character and for being the source of any
determination or creation. Woman, of whom nothing can be said
except for denial, is like the amorphous matter, the principle of
uncertainty, imperfection and degeneracy, which only maintains
provisionally some shape thanks to Man.
70
The fact that the memory of a genius may be universal has
to do with the greater grade of clarity of his conscience and his
keen interest in all things. In addition, the events of his life do not
appear isolated in his memory but flow into a single stream within
a one direction and one sense way, so we can say that it is also
continuous.
The genius need for immortality depends on his memory. The
events that are rescued by the memory are those valuable for the
individual. The genius appreciates positively his psychic life as a
whole and therefore, he wants to release it from the influence of
time. Since he is the concious microcosm, since his consciousness
embraces everything, his will of value matches the desire to
release the world from time, so it can be said that he possess the
highest will of value and freedom.
The need for the genius of reaching the truth also depends
largely on his memory:
An individual who absolutely lacked memory would be
unable to think logically. He could not overcome the infinitely
small time which allows recognizing that A is still A at the next
moment, or make the judgment of identity "A = A" (principium
identitatis), which psychologically means the denial of time. Thus
he would be very far from the logical ideal of truth.
Without memory, phenomena such as regret and guilt would
not exist, because they presuppose the recognition of the subject's
identity through time, neither would exist respect for others, since
it presupposes the consideration that the other is also a subject.
An individual who absolutely lacks memory would be as unable to
think logically as to stick to the truth. So, this would be amoral.
After all, we can say that Weininger believed that thinking logically
was a duty. This means that logic is the content of ethics. Both
71
things agree on the maximum value of truth and that is why the
error, the lie and the oblivion are felt as guilt.
A characteristic feature of duty is that never comes from
outside but is self-imposed. The logic is, therefore, the rule of
thought that the subject gives to himself , a requirement that the
intelligible Self imposes to the empirical Self (psychological). In
the absolute man, in the genius, the complete identification of
the empirical subject with the intelligible subject takes place, as
well as the identification of the will with the value or
truth. That is precisely the freedom. And that is why it is true that
Man (or genius) creates the logic and ethics. What characterizes
the genius man is, in sum, his proximity to divinity.
But precisely because of the liability assumed by the genius,
the effort involved and the suffering entailed, the genius may
crack. The dark side of geniality, its reverse, is madness and
criminality on the side of logic and ethics respectively. It is thus
understood that by the end of his days, Weininger believed to have
become a criminal. It is also striking that in his Secret Diaries
Wittgenstein repeatedly expressed fear of losing his mental sanity.
72
philanthropist, the misanthrope, the father, the son, the seeker
and the priest.
Particular individuals may be close to more than one
characterologycal type but some of them are mutually
incompatible. For example, the philosopher is never a man of
action, but can be as much a philanthropist as a misanthrope.
Note that according to his own criteria, Weininger would approach
the philosopher, the misanthropic, the son and the seeker types,
although at the end of his life he believed to have become a
criminal.
73
Woman is only part of the whole. There is no duality in her, so
she is incapable of becoming conscious of herself. Woman is
basically pure sex, matter, nothing.
Once the psychological types have been built, it is all about
recognizing if we are facing a man or a woman for each individual
case. To facilitate this step, Weininger argues that no one single
man with a body of a woman has never existed or exists, although
the opposite cases are frequent.
This assertion raises some difficulties. For example:
a) Given the universal bisexuality and different distribution
of masculinity and femininity in the body of the individual,
how is it possible to recognize in each case whether it is a
male or a female body?
b) What grounds does Weininger have to conclude, beyond
any appearance, that no female body houses a male mind?
74
disastrous. The transformation of women, the disappearance of
Woman can only occur within each individual, so education
should be the starting point.
Given this characterization of Woman, which also affects
concrete women, the question is how a man can love a woman.
Weininger's answer is that a man never really loves a woman but
projects the best of him, his intelligible Self, onto her, since this is
his true desire. The beloved woman thus becomes the occasion for
a man to rise beyond his own condition and transcend. Precisely
because she is worthless, she is the most appropriate object to
become a container of value. Since Woman is nothing, she can
become anything.
This also explains the jealousy phenomenon. The lover, who
has projected onto his beloved one his own Self, feels that he has
the right to take his own Self at his disposal at any time and
place. So, love can suddenly become the most violent pride and
bring out the desire for revenge. Although Weininger
acknowledges that in the practice love completely devoid of sexual
desire does not exist, he is opposed to think that love is a
sublimation of the sexual impulse, held by Schopenhauer and
Kant. Love and sexual desire are for him opposite phenomena. The
fact that they are often mistaken is due to them both being
immoral.
In short, love is a delusion with which the man attempts to
escape the consciousness of guilt. It is shameful and immoral
because it seeks to achieve the desired purity without the own
effort: the lover expects a miracle from outside and ignores his
interior where the only real possibility of redemption exists. This
weakness, this dependency is a feminization of the man and it is
75
basically this fact, and not only a cruelty being committed against
women, what makes love a criminal act.
According to Weininger, true love belongs to the genius;
it does not focus on something concrete but on the absolute (the
truth, the value or God). The love object is created solely by him, it
is his true essence. At the other extreme, we find Woman. She
is unable to project the beauty in the space because she
lacks individuality, value. Woman cannot love, she can only fall in
love. Men’s beauty is not appealing to Woman but men’s sexuality,
namely, the phallus, is which exerts a hypnotic power over her.
This idea is close to the psychoanalytic theory according to
which the acts of women would be determined by something
unconscious, her castration complex or her envy to penis. But
Weininger goes a step further when he says that it is the desire to
become something through intercourse what drives Woman, since
he presupposes that she is worthless, that she has no soul.
For all this, the woman that Weininger builds is not capable
of compassion. The so-called "female compassion" is an animal
feeling of tenderness and not spiritual but material outreach. So,
Woman, although she is physically separated from others, lives
always in an amalgamation with everyone she knows and with
nature in general. And that amalgamated life has a sexual nature.
76
by the man and have clung to it in such a firm way that is
oppressing her true sexual nature. His apparent morality is
therefore a result of both her lack of soul, which allows the
invasion of any foreign element (even when it goes against her true
and only conviction, the supreme value of intercourse), and her
infinite mendacity which is responsible to hide this truth from
both herself and others. With this approach to hysteria, which is a
reformulation of the analysis of Freud, Weininger removes a
possible objection to his thesis on the Woman’s absolute sexuality
and confirms the idea of her lack of soul.
It has been suggested that starting from Weininger’s
premises - specifically his conception of hysteria and the idea that
the Man creates the Women - it is possible to reinterpret hysteria
as a male phenomenon, as the struggle of man against his own
sex drive, against the feminine element of his psyche, for what he
feels it like a foreign body that has been introduced inside, like a
disease that could spread to death.
According to Weininger, the mother and the prostitute are the
two archetypes between which all concrete women (including
the hysterical) can be founded. The fact that a woman can be
closer to one of these two types is usually the result of a male
influence, since both possibilities are latent in every woman from
birth.
While the mother's vital goal is to have children and she
treats men as if they were her children, the prostitute’s goal is to
obtain sexual pleasure and if she has children, she is interested
only in their masculinity, being always in a sexual relationship
with them. The fundamental difference is the following: for the
first one, intercourse is only a means, the beginning of a chain of
77
events; for the second one it is an end, she gets exhausted by it
and wants to die in it.
Weininger even states that the mother wants to become
pregnant of everything around her and that - as suggested by the
theory of impregnation - the influence of the biological father on
the offspring is never exclusive. The prostitute, however, wants to
enter into intercourse with everything. This explains her flirtation
even with immaterial objects, without the need of the presence of
any man for it. Thus, while the essence of the mother is the
assurance of remaining in the species, the prostitute is foreign to
the end of the species and death terrifies her. The mother and the
prostitute represent the physical life and death respectively, which
the highest expression is the sex, where both phenomena
coincide.
The mother type, dedicated to work at home, children
care and her husband, is intellectually less interesting than the
prostitute who does not bow to the assessments imposed by men
and their requirement of chastity. She is beyond the law and the
right. Since she has renounced to the social esteem, she feels
powerful and who exerts more influence over men.
According to Weininger, there is a parallelism between the
prostitute and the man of action. Both use things and people to
achieve their selfish ends and to praise their empirical Self. They
are unable to love and to establish friendly relationships. But the
fundamental analogy is that both despise the value: the man of
action despises his own value and the prostitute, the value that
she might receive from others as a mother.
78
In short, Woman is essentially the man's sex drive, the
tendency of a man towards matter, towards the nothing (the
nihilism). That is why she is a real threat to the realization of the
idea of humanity that Weininger identifies with freedom.
According to Weininger, although Woman has always meant the
same, the sensuous element gets relevance in his time more than
ever, because in fact most of the "feminist movement" is simply a
shift of women from their maternal side into their prostitute side.
In addition, under the influence of Judaism, men are
now more willing to yield to the demands of women and even to
accept them as something valuable. That is the origin of what
Weininger calls "the modern culture of intercourse."
To renounce the conquest of freedom can make us happier,
but also less human: the man is dehumanized when treating the
woman as an object, when he is alienated in her, because he ends
up depending on her who reflects his best Self. The woman is
dehumanized when trying to acquire her value appearing to man
as a valuable object, when trying to seduce him with the promise
of the pleasures of intercourse. Humanity will never achieve
the complete freedom without a joint effort: men and women
must overcome the temptation of the easiest option, they must
renounce happiness.
5. The Philosophy
5.1. Weininger’s ethic. A defense of Kant before Schopenhauer
Despite the many similarities in the philosophies of
Schopenhauer and Weininger, these thinkers disagree in some
points, especially in their conception of ethics.
In On the basis of morality, Schopenhauer opposes the
Kantian proposal of the foundation of the moral and he is
79
determined to demonstrate that both the existence of moral
laws and the practical reason are unjustified assumptions.
According to Schopenhauer, while the man is part of the
nature, we can say that there is a law of human conduct, the law
of motivation, which remains only a kind of causality law, or
causality in which knowledge intervenes. But still there has not
been proved the existence of prescriptive moral laws independent
of any human statute or the fact that those laws govern with
absolute necessity, which is what Kant intended. Furthermore, if
we admit the existence of a law, we must also admit a reward or
punishment associated with it, otherwise a contradiction in adjecto
would be committed. This is what Kant does in The Metaphysics of
Morals when he speaks of an absolute or unconditional obligation.
Schopenhauer also denounces Kant's claim in The Critique of
Practical Reason to derive theology from ethics, when in
fact theology was already assumed from the beginning.
According to Schopenhauer, human actions have three
possible motives: selfishness, hostility and compassion. The task
of ethics will be to deduce, from these three motives, the different
human vices and virtues or conversely, roll back to its true origin
(which may be in one or two of the listed motives) each of the
human actions.
On the other hand, the Kantian moral law was not only
prescriptive but also transcendental, which means it must be
suitable for all rational beings. In the Critique of Practical Reason,
reason is hypostatized and considered a subsistent reality,
independent from human beings. Schopenhauer believes that we
are not entitled to take that step, because we only acknowledge
the reason as a property of the human kind.
80
Weininger is opposed to both Schopenhauer's psychologism
and relativism resulting from descriptive ethics: since any
empirical phenomenon is likely to be valued, the criterion of
morality cannot be also an empirical phenomenon (specifically
psychological), such as compassion, because this should also be
able to be valued, for what we would need a new criterion and so
on. So, this would lead us to relativism.
Furthermore, Weininger says that since compassion is a
feeling, it could be at most an ethical phenomenon, a true index of
a certain attitude, never an ethical act. Moreover, compassion
without respect could lead to interfere in the soul of others. So, for
an action to be moral it is also required respect, a conscious act
that involves being interesting in the others and the will to get to
know them.
The criterion of morality, therefore, cannot be something
derived from experience, it must be an unachievable idea (or
value) which remains unalterable even when nothing corresponds
to it: the idea of humanity, of the human soul or of the intelligible
Self. This idea, which manifests in me and in others, cannot be
taken as a means to achieve another end; it cannot be taken to
serve to another ideal. According to Weininger, this is the true
sense of the principle of the Kantian ethics.
Thus, since the principle of morality is not a fact of the
world, a phenomenon, morality cannot be explained empirically or
deduced from another principle, it cannot be justified. For the
same reason, ethics is not psychology neither it does depend on it:
it does not study the causes or motives for actions, but the ends
that will seeks, until arrives to the last and supreme end, the idea
of humanity.
81
5.2. Weininger's metaphysics in the light of The World as Will and
Representation. A philosophy of sexuality.
Although Weininger dissociates himself from Schopenhauer
in one of the fundamental aspects of his thought, the conception
of ethics, he is surprisingly closer to him in another main theme,
the conception of sexuality. The two philosophers give a
metaphysical meaning to this problem.
Although both are indebted to Kant for his transcendental
idealism, that is, the distinction they established between the
phenomenon and the thing in itself, they take distance
from him in two fundamental aspects. First, the phenomenon (or
representation) adopts a negative character for them, it does not
constitute the domain of truth but of error, deception, evil and,
ultimately, slavery. Secondly, what motivates the reflection of
these authors is not the confidence in science and progress, but
the verification of human suffering, of pain, disease and death
that constitute existence. Intercourse is therefore the perpetuation
of a hoax and it also means renouncing eternity.
Let us recall the fundamental lines of the metaphysics of
Schopenhauer.
The world can be considered from two perspectives, as will
and as representation. Considered as a representation it
comprises objects, which can be known in two different ways:
a) Firstly, as science does, under the form of space, time and
the principle of causality. In this case the individual is who
acknowledges and phenomena are what become
acknowledge.
82
b) Secondly, as the artist and the philosopher do (the only
ones who can be considered geniuses), from outside the
space-time and without the interference of the principle of
causality. In this case the objects of knowledge are not
phenomena but ideas (the degrees of objectification of the
Will) and who acknowledges is not the individual but the
pure subject of knowledge.
But the world is in essence Will. The human being realizes it
through his body, perceived as a phenomenon and also as
Will. And by analogy, he considers the rest of the objects as
being something more than representation, as being also that
what he calls, when perceived in him, Will.
Human beings are the most perfect phenomenon of the
Will and the sexual act is the ultimate affirmation of the will to
live. But when a human being gets to know the ideas, the
Will becomes conscious of itself, allowing (when recognized as
the origin of suffering and error) the self denial and the self
abolishment. Schopenhauer regards the elimination of the Will
in the phenomenon as liberation: the human being ceases
to serve the Will in the phenomenon and achieves freedom, so
holiness appears. Affirming or denying the Will, are the
two options that human freedom faces, which is the freedom of
the Will as a thing in itself.
Schopenhauer is aware of the fact that the self-
suppression of the Will leads us to nothingness: because we
are Will, we can only understand its withdrawal in negative terms
and its existence in positive terms. But if the language could go
beyond itself and express somehow the non conceptual, perhaps
we could reverse the present meaning of things and regard
83
nothingness, what we can only regard by denial, as existing. The
philosophy is to be content with the previous view, though.
Weininger's metaphysics start from the same assumptions
than Schopenhauer’s: the phenomenal world, submitted to space,
time and the principle of causality, involved an error,
evil and slavery. And, since the human being is free and its
essence is the Will, it is all about a guilty self-delusion to what he
is still clinging while living.
Coinciding with Schopenhauer, Weininger provides the
possibility of a kind of knowledge that is not based on concepts,
but aspire to ideas. This knowledge is characteristic of the genius,
the absolute man, who is the conscious microcosm.
The absolute woman, instead, does not exist on her own
but only in relation to man, she is his sexuality, his
tendency towards matter. So, using Schopenhauer’s terminology,
it may be said that she is the assertion of the will to live in the
phenomenon.
Like Schopenhauer, Weininger supports only two
possibilities for the human being: affirming or denying the Will as
phenomenon. But he would not accept Schopenhauer's idea of
the denial of the Will leading to nothingness, so he transformed
the (relative) nothingness of Schopenhauer into the absolute
being; and the phenomenal existence (this is, the temporal
continuity of the species) into the nonbeing.
To deny the Will to live is, therefore, to choose the being, the
freedom, the genius, the value and the divinity. To affirm the Will
to live is to choose the nothingness, the slavery, the
unconsciousness, the sexuality and the matter. Since Woman
synthesizes all these ideas, Weininger claims that she must
disappear.
84
On the other hand, both authors offer a similar
interpretation of the Christian doctrine and they are convinced
that this confirms, as opposed to Judaism, their own philosophies.
What they admire about what they consider true Christianity is
the idea of the creation of man by man – it means the idea that
freedom belongs to the Will, never to the human actions –, which
gives sense to the ideas of the original sin, grace and regeneration.
Lastly, we note that the two philosophies can be considered
philosophies of sexuality, as both find in the sex drive – in its
many forms – the main threat to freedom.
85
either to justify it rationally because it is not a theory (a set of
truths) that tells us something about the world. Logic is a
condition for the experience and thought, it is the assumption on
which any evidence or possible justification works.
Wittgenstein agrees with Weininger when he regards the
propositions of logic as a priori, necessary, tautological and
transcendental (condition of thought). He shares therefore,
his antipsychologism. However, we think that he would
accuse Weininger of becoming entangled in unessential
psychological investigations due to the link he establishes
between logic and memory.
b) The second idea considers the logic as a syllogistic discipline
based on principles: identity, non-contradiction and tertio excluso.
Wittgenstein, who thought that all logical propositions
have the same status, did not share this idea.
- The Fichtean element is the idea that in pure logic (in the
principle of identity) is found the proof of the existence of the Self
(or the subject), it means the proof of what cannot be an object
under any circumstances. And since logic does not depend on any
demonstration or proof, Weininger holds that it must be believed.
Thus, the recognition of logic depends on a free act of will
(voluntarism).
For Wittgenstein, the existence of logic also reveals the
existence of something. But, while logic is imposed on me,
what it reveals is the existence of an alien will, something
that is not me and that is stronger than me: the world. For
Wittgenstein, therefore, the validity of logic does not depend
on the will of the subject (anti voluntarism). The logic has to
look after itself.
86
- The Platonic element in Weininger’s philosophy of logic is in the
ideal character he attributes to the logical axioms which transcend
the empirical world and are exemplary with regard to this.
To Wittgenstein logic also transcends the world. However,
it cannot be considered an ideal to be followed by the
psychology of the individual, since in fact the thought cannot
express itself in an unlogical way.
87
to ethics than Weininger does: ethic is normative, since its
laws are not descriptions or statements of fact, neither do they
derive from them, so they cannot be tested empirically. But laws of
ethics are not tautologies either because (contrary to the
propositions of logic) they are not self-evident. Therefore, (contrary
to what happened with the logic), the validity of ethical
norms depends on the will of the subject who can accept them or
reject them; however, it does not depend on the circumstances
of the world, as laws of ethics require an unconditional realization.
Therefore the ethic is transcendental. The ethics’ carrier is the
intelligible subject (the will), but this carrier is not part of the
world but its center, so that ethics is (like logic) a condition of the
world.
Both authors draw similar but not identical consequences
from their conception of ethics: they concur with their
individualism and with the evaluation of the intellectual work, the
sincerity (which match with the clarity and originality) and the
respect. But they disagree, for example, in their interpretation of
respect: while Weininger believes in the superiority of the doctrine
that gives a greater degree of autonomy to the individuals who
profess it, Wittgenstein thinks that all doctrines are at the same
level (relativism), since the essence in religion is not the theory but
the attitude. Nevertheless, both agree in the idea that an attitude
is not religious when expects corroboration or explanation to
justify the doctrine that professes, because the religious attitude is
opposed to the scientific attitude.
But there is a difference in their conceptions of religion
followed by a difference in their conceptions of logic (Fichtean
element): while for Weininger believing in God means believing in
88
yourself, for Wittgenstein religion often involves feelings of
dependence on something other than ourselves.
Wittgenstein also attributes similar characteristics to the
logic and ethics, as their transcendental character and their lack
of meaning, that is, their opposition to the sensible propositions of
science. And he considers that there is a sense in
which ethics seems to derives from logic, because when we try
to justify the unjustifiable pseudo-propositions of ethics we can
only resort to tautologies, such as “ we benefit from it or not”
or “we like it or not”. However, the fact is that for Wittgenstein if
we can recognize the logic, if we have a language at all, it is
precisely because we are ethical and religious subjects and not the
other way round.
Finally, for Wittgentein (as for Weininger) logic is also an
ethical benchmark. This is not because we should think logically
but because it is a duty to show as clear as possible the underlying
logical structure of language, thought and the world . That is why
for Wittgenstein the task of philosophy consists in finding the
most appropriated logical notation. That is also why he
understands the philosophy activity as a duty you have to yourself
and why he conceives this duty as revealing your true Self,
although according to Wittgenstein we have not chosen what we
are.
89
First of all, the theory of genius in both authors depends on
the difference, established by Kant and Schopenhauer, between
the psychological, which is empirical and scientifically proved, and
the intelligible Self, which is metaphysical. This is the Self of
philosophy, the bearer of ethics (and aesthetics) and it manifests
(as thought, language or as world) in a logical form.
As Weininger, Wittgenstein distinguishes between talent and
genius. For Weininger talent is a skill that can be learned or
inherited. However, the genius, which is innate, is the expression
of the “spirit of a man” through talent; that is, the manifestation of
his soul, his character, the intelligible subject or will, in short, of
that core of freedom that Man posses and Woman lacks. So we
can say that for Weininger there are two kinds of talent: one
merely reproductive because it does not express the character,
and it is typical of the Jewish and the Woman; and another one
who does express the character, so that it is creative and original,
associated to the genius.
As stated above, we can identify Weininger’s intelligible
character, what the genius expresses through talent, with the
volitional Self of the Tractatus, which is the bearer of ethics, as we
know.
Furthermore, in Culture and Value, Wittgenstein states that
the genius is the character manifested through a special talent.
Wittgenstein explains that when genius is great, talent is not
noticeable, but when genius is thin, talent becomes transparent.
Wittgenstein does not explicitly say what he means by character
but there are indications that he also identifies it with the
volitional Self of the Tractatus.
If this is correct, then it can be deduced that for Wittgenstein
talent is to the character (or to will) the same as the notation is to
90
logic. This means that both talent and the notation are allegedly
empirical manifestations of the character and logic respectively.
However, given this duality, a distortion may take place:
talent and notation may hide what they should show. An
unsuitable notation could lead to a misunderstanding of the logic
of language (of its deep structure), similarly, the talent (that to be
possessed) could hide or disguised the character (the individual’s
essence). In fact, genius consists in such a close and faithful
relationship between talent and character that the first of these
can hardly be noticeable. Thus, it is understandable that genius
basically consisted in sincerity and this was for Wittgensein, as for
Weininger, a duty.
This explains that for both authors, clarity and originality
are in essence the one and same. Actually, in the disciplines of
philosophy and art, it is the individual who should appear with
greater clarity. Hence, the scientist is only associated with the
genius (with morality) when undertaking a process of conceptual
clarification (philosophical) but not when working within a
paradigm to solve more or less immediate problems.
On the other hand and as clearly specified in the Tractatus,
the intelligible Self has a logical form and his manifestations
(language, thought and the world) prove it. Hence, for
Wittgenstein the search for the most suitable logical notation
constitutes a duty, the duty to reveal your true Self which at the
same time is a duty one has with oneself.
91
In this section we explore some ideas that Tolstoy, Weininger
and Wittgenstein shared on those issues they considered most
important (culture, science, philosophy, ethics, religion, etc…).
First, all three express their lack of harmony with the spirit of
the time they had to live and agree on their diagnosis:
- First of all, they say that their time has been seduced by
the ideal of progress, a meaningless term unless specifies
what to achieve, for which some goals should be defined.
This leads them to suspect that Western civilization has no
common ends or ideals, shared values or a culture.
- Secondly, they consider that the science of their time has
been reduced to its technical or reproductive capacity,
science is not aware of its own goals and limitations, it is
disrespectful to the truly important matters and in spite of
this, it has become the spiritual leader of the society.
- Finally, they consider that the conception of science that
has been imposed, as technique, as power, is intrinsically
immoral. Wittgenstein holds that it could lead to the
disappearance of the human kind or at best to the total
homogenization and war.
92
Finally, we note that the philosophy is a two way street for
them. Firstly, philosophy moves us away from life when revealing
it as absurd. Then, it is all about coming back to life, recovering
its meaning through faith which implies reconciliation with our
own nature and the world. Weininger's suicide shows
that he could not or, according to his own discretion, declined
to follow the return path to life. Perhaps his philosophy had led
him farther than human forces could afford.
93
Firstly, Weininger remarks that there are important
similarities between Jews and women. For example:
- Their lack of understanding and the need to own property ,
especially the land property, in spite of their business skills.
o Wittgenstein agrees with the idea that Jews like to
have money (which is different from property). He
adds that they want to have the power that money
involves but he also clarifies that this is not immoral
in itself because they may want the power to use it
for a good purpose.
- Weininger explains that Jews tend to the community and
communism but the idea of socialism and that of the State
(in the sense of the term of Rousseau) are totally alien to
him.
o The trouble is that Jews lack personality and self-
consciousness, lack an intelligible Self with no value
of its own; hence their lack of respect for oneself and
others. Since they also lack respect for their
ancestors, the weight of the Jewish tradition relies
on their own hope for the future. In fact, their
history is summarized in the passage through the
Red Sea and the gratitude of the coward fugitives
towards their courageous savior.
o Wittgenstein, in turn, compares the history of Jews
with a kind of disease in the history of European
people, and Judaism with a tumor that cannot be
welcome by a healthy body unless it changes its
former aesthetic feeling for itself. Unlike Monk’s
thought, we believe that Wittgenstein is not
defending the superiority of the Aryan race against
94
the Jewish, or of the Aryan nation or the European
culture. Given his moral relativism, he seems keen
to emphasize the radical misunderstanding between
the Western and the Jewish cultures and the
impossibility of their conciliation. His diagnosis is
pessimistic since he maintains that the end of the
confrontation could only happen with the
dissolution of one of the two cultures (or nations),
with a radical change in their ethical-religious and
aesthetic attitudes.
- Weininger points out that the shortcomings of Jews
cannot be attributed to the brutal oppression and
servitude to which they were subjected throughout the
Medieval. This idea is a self-accusation of Christians
based on a huge mistake: to believe that the influence
from outside can change the character of an individual (or
race) in the essence, without a previous existing cause of
such modification inside. On the other hand, it has not
yet been proved that the acquired qualities can be
inherited.
o Wittgenstein basically agrees with Weininger:
Jews have survived due to their ability to
hide (and not vice versa). He adds that this is not
a commendable ability. But we believe that
according to Wittgenstein, we would not have the
right to despise it either. Wittgenstein agrees
with Weininger in his description of Judaism, but he
does not think that Weininger’s negative valuation of
it should be justified.
95
- For the Jews, the individual is taken into consideration as
a member of the group. This explains the important role
the family, whose origin is feminine and maternal (unlike
the State and society), plays in the Jewish society.
- The primary moral duty of the Jew is proliferate, so he is
unable to understand asceticism.
- Heteronymous ethics of the Decalogue, which demands
blind obedience, is a manifestation of their willingness to
servility.
- The Judaism is the trend that reduces science to a means
in order to an end, the comfort. That is why Jews are who
have accepted more easily a mechanical-materialistic
conception of the world. In addition, the Jew is incapable
of realizing that the inscrutable is what gives value to
existence.
o Wittgenstein also acknowledges and regrets that
the spirit of present day science is typically
Jewish and he considers that civilized men who
participate in such a spirit are primitive, since they
believe that the progress of science has led
to "overcome" the astonishment and fear of everyday
things.
- According to Weininger, Jews (as women) lack depth and
their intelligence stems from their infinite capacity for
mutation and adaptation to external purposes.
o Wittgenstein subscribes to this idea when he
says that tragedy is not something Jewish.
But according to Weininger, there is one important
difference between Jews and women: although both are
characterized by the lack of confidence in themselves, women at
96
least believe in others. The Jew, however, is the great incredulous,
the irreligious and impious man. He lacks the simplicity of faith
where the creative force emerges from.
- Wittgenstein admits that the Jewish spirit is not
creative but only reproductive, but specifies that the
reproductive capacity should not be considered a vice in
itself. The danger arises when that capacity is mistaken
for the creative, when you feel as if you had created
(or helped create) what you only copied. Finally he
acknowledges that this occurred to himself.
97
sanctity with Judaism when asserting that the Jewish
"genius" is only a saint. On the other hand, from his
Secret Diaries and other scattered observations, we can
conclude that Wittgenstein, who recognizes in himself
some Jewish and female features, aspired to holiness.
Weininger is convinced that every nation turns an idea into
reality and then dies. But Judaism cannot perform any specific
idea, so there is only the most difficult possibility left, the
realization of the idea itself, of the Man-God.
So, we can draw a paradoxical conclusion from all this:
Judaism must exist to be overcome. For Weininger, the spiritual
crisis of the Jew is the source of the essential knowledge, and the
existence of the Jew individual, the world’s last hope.
So, for our author the modern spirit is Jewish and
effeminate. This is manifested, for example, in art, which is just a
wrapper or decoration; in science, which is identified with the
economy and technology; in politics, due to its lack of
understanding of the idea of State and its tendency to anarchism,
capitalism and communism; and in ethics, because it finds its
point of reference not in the individual but in the species.
However, Weininger's work shows a deep respect for the idea
of humanity. The philosopher appeals to a human ideal, the god
inside the man, rather than other considerations of race or nation.
Calls for Jews and women to be allowed to grow spiritually to
become “real humans” and ensures that the requirement for this
to happen is that they become treated as equals. This argument
places Weininger far from irrationalism and against the anti-liberal
politics of the anti-Semitism of his time.
98
Finally, we offer three interpretations of Wittgenstein's
enigmatic comment whereby adding a "no" to the whole book of
Weininger, an important truth can be obtained:
a) According to the first interpretation, Wittgenstein rejects
that the underlying idea shared by all religions is that the
human being may become God, because he thinks that
religion is precisely characterized by the sense of dependence
on an alien will. This would be an important difference in his
way to understand not only religion but also ethics,
philosophy and his own life.
b) Under the second interpretation, Wittgenstein's denial
could mean that even though he agrees on the essential with
Weininger’s description of Judaism – both sharing a dislike
for it – his pretention is not feasible: justifying his negative
evaluation of it.
c) The third interpretation argues that what Wittgenstein
denies is Weininger’s propositions, which have absolutely no
sense, since they deal with ethics. This would also reject the
scientific character of Sex and Character but at the same
time claiming its cultural value as a philosophical or artistic
product. Since, let us remember that adding a "no" to all his
work, an important truth would be obtained.
99
INTRODUCCIÓN Y METODOLOGÍA
María Ariso menciona a varios de ellos: Karl Kraus, Franz Kafka, Herman
Broch, Karl Popper, Gertrude Stein, Robert Musil, Arnold Schoenberg, Jame
Joyce, August Strindberg, Georg Trakl, etc.
100
como absolutamente sexual. En Sexo y carácter, los arquetipos de
Bachofen son postulados como ideas regulativas que deben guiar
tanto la obra del artista como la tarea del científico. La concepción
weiningeriana de la sexualidad también puede reformularse en
términos schopenhauerianos, etc.
Pero existen además multitud de elementos críticos en la
obra de Weininger. Por ejemplo, su crítica al psicologismo y a la
psicología experimental, su rechazo de la filosofía del inconsciente
(seguramente se refería a Eduard von Hartmann y no a Freud) y
de la ética material, especialmente de aquella que se basa en los
sentimientos (como la ética de Hume, basada en la simpatía, o la
de Schopenhauer, en la compasión) y una crítica cultural al estilo
de Nietzsche que ve en la psicología y la filosofía de su época los
síntomas de algo más profundo, una determinada tendencia del
espíritu.
En Sexo y carácter también encontramos una propuesta de
reforma social aplicada a la pedagogía 4.
Otros elementos de la obra de Weininger podrían catalogarse
como políticos. Por ejemplo, sus consideraciones sobre la
homosexualidad y su respuesta a los movimientos feministas de la
época. La polémica en torno al judaísmo y la posible asimilación
de los judíos en la sociedad germánica también es un elemento
central en su obra. Así mismo, Weininger explora la relación
existente entre sexualidad y judaísmo, situando ambas cuestiones
dentro de un problema más amplio: el de la racionalidad.
Como ha observado Chandak Sengoopta, la
interdisciplinariedad de la obra del filósofo seguramente se debe a
la amplitud de su proyecto: analizar las diferencias entre lo
masculino y lo femenino desde todas las perspectivas (biológica,
4 SC, 101.
101
psicológica, cultural, metafísica, etc.) y basar en ese análisis su
crítica a la moderna civilización 5.
La pregunta que ahora nos asalta es la siguiente: ¿cómo
catalogar esta obra tan ambiciosa y ecléctica? ¿Estamos ante un
texto científico, filosófico, político o literario? Aunque esta
pregunta no tiene una respuesta unívoca, nos remitiremos para
responderla a las palabras del autor: en el prólogo Weininger dice
que su trabajo consta de dos partes. La primera es psicológico-
biológica y puede ser juzgada en su conjunto con un criterio
naturalista. La segunda parte, y principal, es filosófico-psicológica
y para ella no debe usarse el mismo criterio. Ésta, según dice el
autor, surge de una cosmovisión semejante a la de Platón, Kant y
el cristianismo, y el método que se emplea en ella es
fundamentalmente introspectivo.
El filósofo se adelanta a dos objeciones que podría plantear
el lector a la segunda parte:
- Se le podría acusar, dice, de no ofrecer suficientes
demostraciones. Pero el valor de dicha objeción, responde
Weininger, dependería de qué se entienda por demostración en
este campo. La demostración, tal y como él la entiende, consiste en
la coincidencia de las nuevas experiencias y las antiguas, con
independencia de que el nuevo fenómeno haya sido provocado
(tratándose entonces de un experimento) o de que nos lo ofrezca la
naturaleza. Weininger está convencido de haber proporcionado
suficientes demostraciones en este sentido.
- También se le podría reprochar que su obra no sea
estrictamente científica. Pero este reproche, lejos de señalar una
falta, vendría a constatar algo que él mismo (como filósofo) estaría
5 Sengoopta 2000, 4.
102
dispuesto a admitir, a saber, que su tarea está más emparentada
con la del artista que con la del científico típico.
Y es que para el vienés, tanto la obra de arte como la
filosófica comparten lo esencial: ambas ofrecen una cosmovisión,
una interpretación del mundo en su conjunto, que presupone,
como es natural, una valoración y en cuyo centro se halla el sujeto
creador. La única diferencia, por tanto, es de carácter formal: lo
que para el artista es símbolo, para el filósofo es concepto.
Además, dicha acusación tendría como presupuesto una
concepción de la ciencia que seguramente no coincidiría con la de
Weininger. Éste acepta la distinción establecida por Dilthey entre
ciencias naturales y ciencias del espíritu y usa la expresión “ciencia
del espíritu” (en singular) para referirse al ideal de conocimiento
que debería aglutinar y sistematizar los esfuerzos de las diferentes
ciencias psíquicas6.
De manera que, la segunda parte del libro, de la que
decíamos que era psicológico-filosófica, aunque no usa los
métodos de las ciencias naturales, sí que utiliza los de las ciencias
del espíritu, que consisten en describir, analizar, comparar, e
interpretar las acciones y vivencias humanas (recurriendo a la
observación, la introspección y los medios de los que se disponga)
con el fin de comprender la vida del individuo, sin olvidar que ésta
es siempre el resultado de un proceso histórico (biográfico), y
entendiendo además cada manifestación de la misma, no como
algo que deba estudiarse aisladamente, sino como parte integrante
de un todo (biografía) sin el que ésta no podría entenderse.
En la segunda parte del libro – además de ocuparse de
problemas puramente psicológicos, pues se explican fenómenos
como la memoria, el amor, el miedo a la muerte, el deseo de
6 SC, 206.
103
encontrar la verdad, etc. – Weininger va más allá de la psicología y
se adentra en el terreno de la ética, la lógica y la estética, llegando
a conclusiones estrictamente metafísicas.
Pues bien, buena parte de esta investigación la dedicaremos
a estudiar Sexo y carácter teniendo en cuenta el marco conceptual
y el contexto intelectual en el que el texto se inscribe, que es bien
diferente del nuestro.
Por supuesto, coincidimos con Joachim Schulte 7 en la
opinión de que a la hora de acercarse a la obra de ciertos autores
debemos ser prudentes. Si no somos conscientes en todo
momento de la época y contexto en el que se formaron y fueron
expresadas sus ideas, corremos el riesgo de adoptar actitudes
injustificadas, emitir juicios desafortunados y hacer un uso
ilegítimo de conceptos y categorías modernas que no existían en
aquella época ni son fácilmente aplicables a ella.
Pero Schulte sostiene que debemos tener un cuidado
especial cuando se trata de autores de la Viena de fin de siècle,
como Gustav Mahler, Klimt, Schiele, Kokoschka, Otto Wagner,
Adolf Loos, Hofmannsthal, Eduard Schnitzer, Karl Kraus, Freud,
Wittgenstein, etc. Y es que después de un siglo de rápidas
transformaciones sociales, estos autores todavía son considerados
como la semilla de la modernidad y tendemos a juzgarles a ellos y
sus trabajos sin tener en cuenta la enorme distancia que nos
separa. Una distancia que la imaginación difícilmente puede
recorrer, pues no se basa únicamente en el transcurso de
acontecimientos externos y modificaciones en el saber sino en un
hecho realmente profundo e irreversible, en la medida en que
atañe a las conciencias individuales: nosotros hemos perdido la
104
inocencia8 que ellos tenían al menos con respecto a dos
cuestiones. En primer lugar, ellos no habían vivido una guerra
mundial y en segundo lugar, tampoco habían conocido – y
probablemente ni siquiera eran capaces de imaginar – algo
semejante al holocausto.
Pues bien, en este trabajo procuraremos tener presentes las
consideraciones de Schulte y evitar juicios de valor precipitados.
Con estas precauciones abordaremos cuestiones relativas al
origen, el significado y el alcance de las afirmaciones de Weininger.
Será, por tanto, una labor interpretativa que busca la comprensión
y elucidación de su objeto, tratando de evitar en todo momento la
simplificación, la mera polémica o la descalificación.
Sin embargo, aunque la obra de Weininger por sí sola es lo
suficientemente estimulante como para dedicar este trabajo
íntegramente a su estudio – pues es una obra ambiciosa que
ofrece una comprensión global del mundo y del ser humano sin
abandonar el rigor y la profundidad a la hora de abordar
problemas filosóficos –, intentaremos dar cuenta también de la
influencia que ha ejercido sobre el pensamiento de Wittgenstein.
Pues lo cierto es que hemos llegado hasta Weininger de manera
indirecta, gracias a nuestro interés por la filosofía del primer
Wittgenstein, y hemos descubierto que el conocimiento de la obra
de Weininger permite hacer una lectura fructífera de algunos
aspectos fundamentales del pensamiento de Wittgenstein.
El libro de Janik y Toulmin, La Viena de Wittgenstein,
iluminó una vía de interpretación de su pensamiento hasta
entonces inexplorada. Presenta a Wittgenstein como un filósofo
vienés de origen judío (lo que, como veremos, no carece de
8 Stefan Zweig dice algo parecido al respecto. A la pregunta, “¿Por qué en 1939
las masas no se inflamaron con el mismo entusiasmo que en 1914?”, su
respuesta es la siguiente, “porque nuestro mundo de 1939 ya no disponía de
tanta credulidad ingenua e infantil como en 1914.” (Zweig 1976, 288).
105
importancia) que encontró en Cambridge una nueva forma de
expresar viejos problemas filosóficos, los mismos que habían
interesado a toda una generación de intelectuales austriacos cuyo
denominador común era ser herederos de la filosofía de
Schopenhauer. Esta nueva mirada hacia el continente está siendo
literariamente muy productiva, pues en los últimos diez años, ha
proliferado la bibliografía sobre el contexto intelectual de la Viena
de fin-de-Siécle9 y sobre la relación de Wittgenstein con algunas de
las figuras más destacadas del momento, como Karl Kraus 10, Adolf
Loos11, Sigmund Freud12, etc. En este contexto, Weininger es sin
duda una de las figuras más controvertidas y la que más ha
suscitado nuestro interés. Veamos por qué.
Sabemos que Wittgenstein leyó a Weininger. Una prueba de
ello la encontramos en algunos de los aforismos recogidos bajo el
título de Cultura y Valor, donde menciona al filósofo
explícitamente y, al menos en una ocasión, reconoce que fue uno
de los autores que le influyeron 13. Existen otros dos lugares en los
que Wittgenstein hace referencia a Weininger, una carta dirigida a
Moore, donde el filósofo expone, aunque de un modo un tanto
ambiguo, su opinión con respecto a Sexo y carácter 14 y una
conversación con Drury. En ésta, Wittgenstein le recomienda leer
9 Sirvan de ejemplo los libros de Luft, D., S., Eros and Inwardness in Viena.
Weininger, Musil, Doderer, de Casals, J., Afinidades vienesas. Sujeto, lenguaje,
arte, y de Allan Janik, Wittgenstein’s Vienna revisited.
10 El libro de Janik, A., Wittgenstein’s Vienna revisited, incluye un capítulo
F., Wittgenstein on Freud and Frazer; Pérez Fernández, F., “Freud según
Wittgenstein. Notas para la comprensión psicológica de una tarea filosófica“,
en Revista de historia de la psicología, etc.
13 CV, 57.
14 Cartas, 149.
106
Sexo y carácter y le asegura que es la obra de un notable genio. Es
importante tener en cuenta que tanto Drury como otros amigos y
estudiantes de Wittgenstein dicen que para el filósofo recomendar
libros era una señal de buena voluntad y una manera de
descubrirles cosas sobre sí mismo 15.
Sin embargo, aunque estas referencias son ampliamente
conocidas, son pocos los autores que se han preocupado por
estudiar con cierto rigor la obra de Weininger y darla a conocer 16.
Y aunque se han hecho algunos esfuerzos por relacionar su
pensamiento con el de Wittgenstein17, éstos no han pretendido ser
exhaustivos y han tendido más bien a sugerir que a probar. Esto
podría deberse a la dificultad de la tarea, pues Wittgenstein era
poco dado a hacer referencia a otros filósofos, por lo que tenemos
que conformarnos con tentativas más o menos interesantes y
siempre expuestas a la reconsideración.
Por todo ello, el objetivo general de esta investigación es dar
a conocer la obra de Weininger, Sexo y carácter, sobre la que, de
momento, no se ha dicho casi nada en lengua castellana y muy
15 Schulte 2004, 119.
16 Los estudios más completos de la obra de Weininger se los debemos a
Sengoopta, Ch., Otto Weininger, Sex, Sciencie and Self in Imperial Vienna. The
University of Chicago Press. Chicago, 2000 y a Le Rider, J., Le cas Otto
Weininger. Racines de l’antiféminisme et de l’antisémitisme. Perspectives
critiques. Presses Universitaries de France, Paris, 1982. También merece la
pena mencionar el libro de Luft, D., Eros and Inwardness in Viena. Weininger,
Musil, Doderer. The University of Chicago Press. Chicago and London, 2003.
Además, contamos con una colección de artículos editados por Jaques Le
Rider y Norbert Leser, publicados bajo el título Otto Weininger.Werk und
Wirkung. Österreichischer Bundesverlag. Wien, 1984. Menos recientes son los
libros de Emil Lucka, Otto Weininger. Sein Werk und seine Persönalichkeit.
Schuster & Loeffler, Berlin, 1921, y de Hermann Swoboda, Otto Weiningers
Tod. H. Heller & Cie. Wien/Leipzig, 1923. Lo único que encontramos sobre
Weininger en lengua castellana es un capítulo de Casals, J., Afinidades
vienesas, pp. 63-81. Anagrama. Barcelona, 2003; las introducciones de sus
dos obras, que debemos a Ariso, J. y a Romero F. y tres artículos publicados
en la revista Rif raf escritos por Mariano Rodríguez, Jose María Ariso, Vicente
Sanfélix y yo misma.
17 Harrowitz, N. y Hyams B., Jews and Gender. Responses to Otto Weininger.
107
poco en otras lenguas. De este modo, esperamos mostrar la
relevancia filosófica de las tesis que en ella se defienden,
contribuir a una mejor comprensión de la vida intelectual de la
Viena finisecular y arrojar algo más de luz sobre los orígenes de la
filosofía de Wittgenstein.
Con esta finalidad, prestaremos una atención especial a las
obras de Weininger y del primer Wittgenstein. Recurriremos
también a las obras de algunos filósofos que han contribuido a la
formación del pensamiento de Weininger (por ejemplo, Mach,
Schopenhauer y Kant), pues su conocimiento es imprescindible
para aclarar los conceptos fundamentales, abordar los problemas
a los que nos enfrentamos y lograr los objetivos propuestos.
Citaremos y nos referiremos en todo momento a las traducciones
castellanas de estas obras y sólo en determinados casos – cuando
consideremos que la traducción de una expresión involucra una
elección entre dos o más posibles interpretaciones o cuando la
traducción pueda implicar una pérdida de carga semántica –
recurriremos a la expresión original. Como fuente de información
complementaria acudiremos a la bibliografía secundaria sobre
Weininger, el primer Wittgenstein, la relación que existe entre
ambos y el contexto vienés.
Frente a una lectura de los textos inmanente, encerrada en
sí misma, aplicaremos una metodología comparatista como
herramienta de analogía y contraste y, al mismo tiempo, de crítica
y valoración. Ello nos permitirá dar prioridad a los problemas
planteados y a sus soluciones, ir más allá de la terminología
acuñada por los autores y adoptar una mirada distanciada,
favoreciendo así una lectura fructífera de los textos, que facilite su
actualización.
108
Por último, queremos señalar que daremos prioridad a la
coherencia frente a la exhaustividad. Esto significa que no
abordaremos todos los problemas tratados por los autores en
cuestión sino sólo aquellos que consideremos relevantes para
cumplir los objetivos propuestos; los analizaremos únicamente en
las obras que estamos comparando (y en aquellas que hayan
servido a la formación de éstas), y siempre mostrando la conexión
lógica entre ellos o, si éste fuera el caso, señalando la ausencia de
conexión.
109
Es conveniente destacar que en la Viena de Weininger
el discurso sexual se convirtió en el terreno simbólico donde
se lidiaron importantes duelos intelectuales (entre la
conciencia y la inconsciencia, la razón y la irracionalidad, la
libertad y la necesidad, el sentido y el sinsentido, etc.), tanto
en el ámbito artístico como en la ciencia y la filosofía. El
verdadero conflicto era, sin embargo, entre diferentes
concepciones del mundo y del sujeto18. Pero la reflexión
intelectual estaba fuertemente engarzada en la vida de la
gente de la capital austriaca, de modo que los duelos y las
tensiones no eran puramente especulativos sino también y
fundamentalmente emocionales y personales, lo que se
traducía en auténticas crisis de identidad: insatisfacción
personal por la incapacidad de responder a las exigencias
morales impuestas por la sociedad o por el propio sujeto y
desprecio hacia el medio cultural en el que uno mismo se
halla inserto. Esto solía dar paso a la melancolía o la
agresividad y frecuentemente desembocaba en el suicidio
(pensemos, por ejemplo, en Ludwig Bolzman, Otto Mahler,
Georg Trakl y en el propio Weininger).
Además, consideramos que Sexo y carácter podría ser
estudiada a la luz de El mundo como voluntad y
representación, pues cabría entenderla como una
reformulación en términos sexuales de los principios
fundamentales de la obra del filósofo alemán. O, dicho de
otro modo, como una especie de adaptación de la metafísica
de Schopenhauer a un determinado lugar y momento
110
histórico: la Viena finisecular. Momento y lugar – que podría
entenderse como de crisis (en el sentido más amplio del
término) – en el que se preveían y también se temían
importantes transformaciones políticas, sociales y culturales
y donde – como atestigua Stefan Zweig – las cuestiones
sexuales eran omnipresentes.
Su concepción de la ética, por el contrario, es de
raigambre kantiana, lo que le aleja del empirismo, por un
lado, y del irracionalismo filosófico, por otro.
Fundamentalmente por lo que en estas posturas puede
encontrarse de naturalismo moral.
Grosso modo, cabría decir que Sexo y carácter es una
síntesis de la metafísica de Schopenhauer y la ética de Kant
en un momento de crisis de la masculinidad.
111
A partir de la relación que se aprecia entre los dos
autores (que es ambigua, como se explicará más adelante),
podemos extraer dos conclusiones:
- La primera, de carácter más psicológico que
filosófico, podría formularse así: dada la participación de
Wittgenstein de las ideas weiningerianas, el hecho de que
Wittgenstein fuera de origen judío y de que, tal y como él
mismo dice, existiera en su carácter cierta disposición
femenina, explica en buena medida las dudas que éste
abrigaba sobre su originalidad.
- Y por último, atendiendo ya a la cuestión filosófica,
que la concepción del sujeto del Wittgenstein del Tractatus,
aunque encuentra su raíz en Schopenhauer, tiene ciertas
influencias weiningerianas. Así, Weininger puede
considerarse como una figura de transición que nos lleva
desde Kant, asumiendo la obra de Schopenhauer, hasta
Wittgenstein.
112
I. SEXO Y CARÁCTER: UN DOCUMENTO DE LA VIDA
INTELECTUAL DE LA VIENA FINISECULAR
113
está en cuestión, de que es X, con sus múltiples matices e
implicaciones, lo que el discurso del sujeto defiende y quiere
probar.
Sabemos que en la base de todo sistema filosófico se halla
una teoría metafísica que suele ir entretejida con una axiología
(una escala de valores, un priorizar unas cosas sobre otras.) Pues
bien, aunque nuestra perspectiva no es psicologista – en el sentido
de que no pretende que la verdad dependa en última instancia del
psiquismo humano –, pensamos, sin embargo, que el hecho de
que un individuo prefiera un sistema de valores frente a otro
depende en buena medida de su carácter21. Sin embargo, la
relación entre filosofía y carácter no tiene un único sentido, pues
aquélla, sin duda, en la medida que implica una serie de
compromisos y actividades, también modifica o va construyendo el
carácter. Así, cabría decir que la relación entre ambas cosas es de
tipo dialéctico y que ninguna de las dos es causa, en un sentido
determinista, de la otra. Esto nos llevaría a afirmar que si la
“locura” de Weininger explica su filosofía, también su filosofía
podría explicar su “locura” 22.
Además, hemos de añadir que en el caso de un personaje
como Weininger, la relación entre su vida (que sin duda incluye
elementos psicológicos) y su filosofía es particularmente estrecha,
hasta el punto de que en muchas ocasiones es difícil separar el
Weininger ser humano del filósofo. Las razones de esta íntima
relación podrían hallarse tanto en su contexto cultural, del que
114
hablaremos más adelante, como en su propia concepción de la
filosofía. Y es que para Weininger la filosofía consiste, usando una
expresión wittgeinsteniana, en trabajar sobre uno mismo,
clarificando los propios pensamientos.
Pues bien, partiendo de estos supuestos, concluimos que
conocer al individuo Weininger – a través, por qué no, de la mirada
de Abrahamsen– puede ayudarnos a entender algo mejor su obra.
De hecho, el psiquiatra no duda en apoyarse en los escritos
filosóficos de Weininger para confirmar su diagnóstico psicológico.
Comenzaremos, por tanto, este apartado acercándonos a la
familia del filósofo y a su infancia, que, según nos cuenta
Abrahamsen, influyó de manera decisiva en la formación de su
carácter y prefiguró su visión del mundo. Después, señalaremos
los momentos más importantes de su adolescencia y juventud,
indagando en los motivos psicológicos que pudieron conducirle al
suicidio. Por último, ofreceremos una panorámica de su contexto
intelectual, lo que nos permitirá apreciar diversas coincidencias,
inspiraciones e influencias entre la obra de Weininger y el
pensamiento de otros personajes del ámbito de la cultura en la
Viena fin de siècle.
La familia
115
las lenguas clásicas, aprendió inglés, francés, italiano, español y
noruego.
Abrahamsen observa importantes semejanzas entre la
personalidad de Otto y la de su padre, Leopold Weininger. Éste no
recibió una educación reglada, pero al parecer tenía un talento
especial para los idiomas, y pudo cultivarlo gracias a los
numerosos viajes que realizó por motivos de trabajo. Después de
casarse se dedicó a la artesanía y llegó a convertirse en un
prestigioso orfebre. Su habilidad artística era apreciada tanto en
Europa como en América y algunas de sus piezas se exhibían en
museos de Londres, París y Viena. En un artículo de la revista Der
Tag, publicado en Viena en 1923 y dedicado a la memoria de
Leopold Weininger, Emil Lucka (amigo de la familia) reconoce a
Leopold Weininger como uno de los últimos maestros
(probablemente el último de Austria) del noble arte de la
orfebrería, que, según parece, estaba desapareciendo. Y compara
su arte con el del italiano Benvenuto Cellini 23. Pero la sensibilidad
artística de Leopold no se limitaba a la artesanía. También le
apasionaba la música, para la que además tenía un talento
extraordinario. Acudía a menudo a Bayreuth para escuchar
óperas de Wagner, por el que sentía una debilidad especial 24.
Como iremos viendo a lo largo de esta introducción, entre
Leopold y su hijo Otto existían muchas afinidades. Salta a la vista,
por ejemplo, la coincidencia en sus preferencias musicales. Como
pone de manifiesto en su obra póstuma, Über die Letzten Dinge,
Otto considera a Wagner un paradigma de genialidad:
above everyone else, the great tone poet!” (Abrahamsen 1946, 214).
116
“Él tuvo el concepto más elevado de la obra de arte que
nunca haya tenido un artista, y se planteó la más alta
exigencia que un creador se ha atrevido a plantearse a sí
mismo.”25
25 SUC, 129.
26 SUC, 129-139.
117
lo sagrado y de guardar silencio, rasgos éstos que atribuía
especialmente al espíritu de su época.
Pues bien, la carta de Leopold a su hija es sólo una prueba
más de lo exigente que era consigo mismo y con los demás. De las
cartas de Rosa se deduce que este hombre de gran talento y
sensibilidad era tremendamente severo y autoritario con su mujer y
con sus hijos, quienes lo querían y al mismo tiempo, temían 27.
Según cuenta Rosa, la mentira era inmediatamente castigada y
corregida por su padre 28.
Este rasgo de carácter de Leopold fue posiblemente parte de
la herencia que le dejó a su hijo, pues debemos decir que en la
obra de Otto se aprecia también una exaltación del valor de la
verdad, que psicológicamente se traduce en honestidad
(sinceridad con uno mismo y con los demás), y la más solemne
condena del error y la mentira, temas que serán desarrollados
más adelante.
Emil Lucka, amigo de la familia Weininger, nos ofrece en su
memoria una descripción física de Leopold: pómulos
protuberantes, labios dubitativos y barbilla prominente, avanzada,
rozando la crueldad. Lucka asegura que el aspecto de Leopold
estaba en consonancia con su severidad. Señala, además, que
había algo lúgubre y misterioso en su cara, como si ocultara un
secreto en el interior de su alma. Dice que siempre parecía
dispuesto a pronunciarse, a revelarse, pero una pequeña sonrisa
enmascaraba su sufrimiento. Era como si necesitara en todo
momento una inmensa fuerza de voluntad para contenerse 29.
27 Rosa escribe: “He was strong in mind and feeling, in expressions of divine
goodness and unflinging severity, and he was feared by us all” (Abrahamsen
1946, 208).
28 “He knew no moderation in his severity and criticism. If we ever told a lie, he
would punish us at once. His demands upon us were enormous; if we did not
live up to them, he was mortally wounded.” (Abrahamsen 1946, 208-209).
29 Abrahamsen 1946, 9.
118
La descripción de Lucka, como vemos, presupone la idea
schopenhaueriana, también asumida por Weininger y otros tantos
intelectuales vieneses, de la existencia de una correlación físico-
psíquica en los seres humanos, correlación cuya más obvia
manifestación se da entre la fisonomía facial y el carácter.
Abrahamsen interpreta que había una ambigüedad en la
naturaleza de Leopold: por un lado, dice, era sensible y
apasionado, por otro, inaccesible, reservado y severo. A medida
que se hizo mayor, pero sobre todo después de la Primera Guerra
Mundial, fue perdiendo el interés por su profesión, aunque
seguían solicitando sus servicios en Inglaterra y en Estados
Unidos. Paulatinamente, fue distanciándose también del mundo
que le rodeaba, encerrándose más y más en sí mismo, como si
todo él estuviera penetrado por la tristeza. En su último año de
vida le operaron de cáncer de vejiga y pese a los dolores, continuó
acudiendo a conciertos hasta el último momento. Murió el 1 de
Abril de 1922. De acuerdo con los datos oficiales, su muerte no
fue registrada en el Israelitische Kultusgemeinde Wien y se dice
que su cuerpo fue trasladado a Munich, por lo que hay razones
para creer que había abandonado la religión judía.
En la literatura sobre Weininger no hay nada escrito acerca
de su madre, Adelheid, y tampoco él la menciona en sus cartas. La
información de la que Abrahamsen dispone proviene de
documentos oficiales y de cartas que le enviaron algunos amigos
de Otto y una de sus hermanas, Rosa. Ésta la describe como una
mujer buena, cariñosa y sencilla. Dice que era delgada, menuda y
bella y que también tenía un don para las lenguas, aunque no
pudo cultivarlo porque el cuidado de la casa y la crianza exigían
de ella una dedicación exclusiva. Durante varios años padeció
tuberculosis, enfermedad que finalmente le causó la muerte. Rosa
119
piensa que su madre hubiera sido una mujer feliz de haberse
casado con un hombre corriente. Sin embargo, atender las
exigencias de su marido y a sus numerosos hijos era una ardua
tarea que exigía de ella un esfuerzo físico y mental extraordinario,
sobre todo teniendo en cuenta que estuvo enferma durante
muchos años.
Abrahamsen sostiene que, puesto que Adelheid era una
mujer corriente, la comunicación entre ella y su hijo Otto no debía
de ser tan profunda como la que había entre su padre y él.
Dando por supuesto que el ambiente familiar suele ejercer
una importante influencia sobre la conducta individual, el
psiquiatra sugiere que aunque Weininger nunca escribió
directamente sobre su madre, probablemente ésta le sirviera de
modelo psicológico para la caracterización que ofrece en Sexo y
carácter del tipo de mujer “madre” frente al de “prostituta”.
Según el psiquiatra, desde un punto de vista psicopatológico,
el hermano de Otto, Richard, era el miembro más interesante de la
familia. Éste pasó por el colegio y la escuela de comercio antes de
hacerse comerciante. En 1906 ingresó en la Iglesia Evangelista y
en 1922 se casó por primera vez con una mujer judía. El año
siguiente se divorció y volvió a contraer matrimonio con otra mujer
judía.
Su hermana Rosa dice que ambas eran ricas cuando se casó
con ellas. También se sabe de él que fue multado por
incumplimiento del párrafo 459 del Código Penal, es decir, por lo
que podría expresarse como “acción u omisión con riesgo de
incendio”. Abrahamsen asegura que la estructura de su
personalidad era inusual aunque muy similar a la de su padre y
su hermano.
120
Así lo describe su hermana Rosa: era guapo, inteligente y
rico, un epicúreo con cierta disposición femenina, vanidoso, muy
duro y mujeriego. De niño causó muchos problemas a su padre y
posteriormente tenía como principio no visitar a la familia. Era
esa clase de persona que no deja indiferente a nadie, dice Rosa,
capaz de caminar sobre tu cadáver pero también de ser generoso
cuando se encontraba de buen humor o era adulado. Estaba
hambriento de sensaciones, audiencia y aplausos.
Abrahamsen señala algunas semejanzas entre Richard y su
hermano Otto. Por ejemplo, la búsqueda desesperada de
sensaciones, el egocentrismo, la “vanidad femenina” e incluso el
aspecto físico.
Por lo que respecta a sus hermanas, sabemos que dos de
ellas, Mathilde y Karoline, se convirtieron al cristianismo, igual
que Otto. Parece ser que la segunda, la más joven, era la de mayor
talento, especialmente para las lenguas. Hay una carta en la que
Leopold describe el carácter de Karoline a la edad de dieciséis
años. Dice que nunca la había visto inmutarse o conmoverse por
algo, mucho menos emocionarse. Y cuando la reprendía por su
falta de gratitud, ella se mostraba indiferente, contradiciendo de
ese modo sus verdaderos sentimientos30. He aquí otro rasgo
compartido por algunos miembros de la familia (incluido Otto), a
saber, la dificultad de exteriorizar los propios sentimientos y la
existencia de una vida interior conflictiva.
Esto es prácticamente todo lo que se sabe de la familia más
cercana de Otto, por lo que en adelante nos centraremos en su
propia vida.
30Y añade: “I can add no word to alleviate this sentence. I suppose she cannot
help it. God probably created her that way” (Abrahamsen 1946, 12).
121
Infancia
Adolescencia
122
cargo de sus clases de griego. El informe anual de la escuela
muestra que los alumnos leían textos de Demóstenes, la Odisea
de Homero, la Apología, el Eutifrón y el Critias de Platón y Edipo
rey de Sófocles. En una conferencia ante la Sociedad profesional
Mittelschule, Jerusalem defendía el valor educativo de las lenguas
clásicas frente a las peticiones de reducir o eliminar la enseñanza
del griego y del latín a favor de asignaturas más realistas o
prácticas. Su defensa se basaba en razones tanto éticas como
formales y estéticas. Sin embargo, ponía en duda el valor de la
lectura de los diálogos más puramente metafísicos de Platón,
entre los que incluía Fedón, Gorgias, Fedro, Banquete y República.
Consideraba que aunque la metafísica platónica era muy
interesante desde el punto de vista de la historia de la filosofía, ya
no podía justificarse su verdad; y para los jóvenes de diecisiete y
dieciocho años, todavía bastante inmaduros, era muy difícil
entender el origen psicológico y el significado histórico de la teoría
platónica de las ideas. Pero al parecer las lecturas excluidas del
plan de estudios fueron las que despertaron un mayor interés en
Weininger.
Por otro lado, no está claro si Jerusalem tuvo la oportunidad
en sus clases de griego de proporcionar a los alumnos una
introducción a la filosofía contemporánea. Es posible que fuera así
porque en 1895 se publica un trabajo suyo titulado Die
Urteilsfunktion: Eine psycologische und erkenntniskritische
Untersuchung (La función del juicio: un tratado psicológico y
cognitivo-crítico), del que dice que tiene su base teórica en la
filosofía de Kant, aunque pretende ir más allá de éste desde una
perspectiva biogenética; y, como él mismo sostiene, dado que era
psicólogo, usaba la psicología en sus clases como una
herramienta para la gramática y la interpretación. En el
123
Gymnasium, Jerusalem también era el único miembro de la
Sociedad filosófica de la Universidad de Viena, por lo que estaba
en contacto con intelectuales de la talla de Ernst Mach, de quien
era íntimo amigo.
Para Hannelore Rodlauer no cabe duda de que la impresión
que la ética socrático-platónica causó en Platón tuvo su base en el
compromiso pedagógico adquirido por Jerusalem. Sostiene que
Weininger encontró en él un mentor que por su personalidad y
ejemplo le influyó a la hora de elegir sus estudios universitarios y
le facilitó el tránsito a la vida universitaria. 32
Weininger se graduó en 1898. Fue un buen estudiante y
aunque no mostraba particular interés por las matemáticas y las
ciencias, era el mejor de su clase en historia y lenguas. A los
dieciocho años ya sabía latín y griego, hablaba bastante bien
francés, italiano e inglés, y, con fluidez, español y noruego. Sus
notas eran excelentes salvo en educación física, ya que era
incapaz de someterse a la rutina del colegio. De hecho, prefería
hacer las cosas a su manera: ignoraba a los profesores, usaba sus
propios libros y escribía por su cuenta. Se hallaba a gran
distancia de sus compañeros en cuanto a conocimientos e
independencia y en más de una ocasión puso en apuros a sus
profesores.
Según Abrahamsen, ese sentimiento de independencia
seguramente fue propiciado por la estrecha relación que mantuvo
con su padre. Su amigo Lucka dice en Der Tag que Otto recibió
una gran herencia (intelectual) de su padre. Éste se preocupó de
fomentar sus habilidades para el conocimiento en general y para
el aprendizaje de las lenguas en particular. Leopold compartía con
todos sus hijos sus experiencias musicales, pero especialmente
124
con Otto, a quien llevaba a los conciertos desde que era un niño,
por lo que se familiarizó muy pronto con la música de Mozart y la
de Wagner, a quien nunca dejaría de admirar.
Abrahamsen sostiene que aunque Weininger admiraba y
quería a su padre – más que a su madre, según afirma su amigo
Lucka – debía de ser consciente del sufrimiento de su madre y,
dado que se trataba de un chico sensible, ese sufrimiento no le
dejaría indiferente. De modo que mientras Otto intentaba
identificarse con su padre, no podría evitar identificarse al mismo
tiempo con el sufrimiento de su madre, algo de lo que huiría durante
toda su vida.
Nos hallamos, por tanto, ante una doble contradicción: por
un lado admiraba a su padre pero se resentía de su autoridad y le
temía; por otro, simpatizaba con su madre porque sufría, pero
precisamente por eso guardaba resentimiento hacia ella.
La atmósfera familiar le empujaba a aislarse y buscar la
soledad y Otto encontró el refugio adecuado en los libros. Pero la
distancia intelectual que existía entre él y sus compañeros
también debía vivirla como un obstáculo, como una limitación que
le impedía ser feliz en la escuela. Su lucha interior, dice
Abrahamsen, le forzó a adoptar un comportamiento amanerado 33.
Además, en el colegio se mostraba arrogante y con cierta
tendencia a la fantasía, lo que dificultaba todavía más su
adaptación. Al parecer, había un propósito definido en el
comportamiento de Otto: no someterse nunca a leyes ajenas.
Aunque muy probablemente este objetivo era originariamente
inconsciente, posteriormente no sólo se hizo consciente sino que
Weininger lo llevó hasta el extremo, convirtiéndose para él en una
33 Abrahamsen 1946,17.
125
obsesión. Este objetivo personal de autonomía se traduce en su
obra como la ley moral por excelencia.
Pero el psiquiatra sostiene que Otto estaba más motivado
por el deseo de probar que era capaz de llegar hasta algún lugar
que por el verdadero deseo de llegar hasta allí; que prefería
demostrar a los demás y a sí mismo su fuerza de voluntad que
sentir su voluntad en acción 34. Todo intento de ayuda o control,
toda interferencia proveniente del exterior, era interpretado por
Weininger como una intromisión y un ataque contra su persona,
de modo que fue desarrollando la habilidad de defenderse con
vigor de los demás hasta el punto de que reaccionaba con
violencia cuando sentía herida su dignidad 35.
Cuando se sentía herido, dice el psiquiatra, Otto compensaba
su dolor aumentando su estima personal. De modo que su
narcisismo iba creciendo con el paso de los años. Un narcisismo
que sería el punto de partida del desarrollo ulterior de una actitud
ascético-masoquista que devino catastrófica para él.
Juventud
126
revelar su mundo interior. Abrahamsen sugiere que esa
persistente tendencia a ocultar su intimidad debía de tener raíces
en su infancia y, más concretamente, en el miedo a desvelar sus
impulsos sexuales. Así, el 15 de Agosto de 1902 Otto escribe una
carta a su amigo Gerber en la que le confiesa que además de la
vida que él conoce, tiene dos o tres vidas más que desconoce. Acto
seguido le pide por favor que no intente de ninguna manera
indagar en ese asunto36.
Abrahamsen entiende que esas dos o tres vidas más no eran
otra cosa que su mundo interior, lleno de deseos, impulsos
sexuales, esperanzas, sueños y fantasías. Este mundo, que era al
mismo tiempo sagrado y profano, bondadoso y malvado, entraba
en contradicción con el exterior, lo que provocaba en él poderosos
conflictos.
Merece la pena destacar aquí que esa ruptura con el mundo
exterior no impidió que Weininger - cuyas reflexiones tienen como
objeto principalmente los productos de la cultura - fuera sensible
también a los encantos de la naturaleza. Como se aprecia en Sobre
las últimas cosas, Weininger mantenía una actitud romántica y a
la vez comprehensiva y racional hacia la naturaleza. Lo que más
apreciaba era la puesta del sol. La primavera simbolizaba para él
el nacimiento, y el agua, con sus diversas formas, adquiría
diferentes significados: el río, por ejemplo, era el principio apolíneo
y el océano, el dionisiaco37.
36 “I would like to ask you one thing: do not expect to hear too much from me
about myself. For me it is a very bad time now, as bad as hardly ever. Not only
great unfruitfulness, not only purely crippling notions demanding crutches of
me, and these few enough; but something else altogether. Perhaps someday I
will tell you of it. I lead, besides the life that you know, always yet two or three
others, of which you do not know. To this I draw your attention; I cannot say
more to you, but please, do not inquire into it in any way” (ANL, 75).
37 SUC, 182.
127
Observamos tanto en su relación con la naturaleza como con
los productos del arte, un notable esfuerzo por transformar lo
instintivo, lo pasional, lo inconsciente o, dicho de otro modo, la
fuerza de la vida, en lo que a su juicio debería entenderse como
activo, comprehensivo y consciente, esto es, el análisis racional.
Parece ser que siendo aún muy joven surge en él la siguiente
contradicción: su deseo de vida, de experiencias, de realidad,
contrasta con su aislamiento de esa misma realidad, un
aislamiento que va aumentando a medida que crece su miedo a
ella. El miedo actuaría en él como un elemento represor.
Esta contradicción queda reflejada en un fragmento escrito
por Weininger el 3 de Abril de 1902. Como veremos se trata de
una especie de confesión, de un doloroso ejercicio de introspección
y autocomprensión. Reproducimos aquí el texto completo:
128
If you say: “I love you” – then I have the thought: How
little you know me! Do you know me? Does anybody love me?
A philosopher: A house where the shutters are forever
closed. The sun may shine upon the house and perhaps heat
it, but the house does not open. Angry, sullen, bitter, it
refuses the light. What does it look like in the house? A wild,
desperate activity, a slow, terrifying realization in the dark,
an eternal clearing out of things – inside! Do not ask how it
looks inside the house – but the light shines on, and amazed,
it knocks on the door over and over again. Yet the windows
close ever tighter from within.”38
129
una de ellas afirma haber descubierto que poseía una imaginación
musical especial y que ello le llenó de respeto hacia sí mismo 39. En
otra asegura haberse dado cuenta de que era un buen marinero y
que ello disipó definitivamente las dudas que tenía sobre su
propia virilidad40. También podría verse como una prueba de esa
tendencia a la auto-exaltación el lenguaje osado y confiado que
utiliza en la primera página de Sexo y carácter, donde establece
como propósito de su libro la modesta tarea de “compendiar todas
las contraposiciones entre el hombre y la mujer en un solo y único
principio” 41.
Pero lo cierto es que en su actitud se encuentran signos
tanto de estima personal desmesurada como de desprecio hacia sí
mismo y autocensura.
Estos sentimientos contradictorios, exagerados en la edad
adulta, de algún modo ya estaban presentes en Weininger durante
su etapa escolar. Otto se sentía diferente a los demás niños, lo que
le impedía unirse a ellos y disfrutar de su compañía, pero es de
suponer que en cierto sentido también disfrutaba de ese
sentimiento, pues iría unido a otro más gratificante, el de
superioridad.
Dice Abrahamsen que sus conflictos internos solían ir
acompañados de episodios de ansiedad y miedo, adoptando la
forma de neurosis. Sin embargo, ello no implicaría necesariamente
la existencia de una personalidad dividida o de psicosis, al menos
no durante su infancia. Podría tratarse simplemente de una
personalidad peculiar. De hecho, como decíamos más arriba, Otto
compartía varios rasgos de carácter con otros miembros de su
familia (especialmente con Leopold, Richard y Karoline), como la
39 ANL, 77.
40 ANL, 81.
41 SC, 21.
130
tendencia a la soledad, la ambigüedad o el narcisismo; así como
ciertas dotes intelectuales y artísticas: la habilidad para las
lenguas, la sensibilidad musical, o cierta precocidad intelectual.
Aunque Abrahamsen sostiene que no hay señales de
enfermedad en la familia, destaca que ciertos rasgos de carácter
probablemente tenían un tono esquizoide y que en el caso de Otto
iban acompañadas de manifestaciones neuróticas. Sus
contradicciones internas, dice el psiquiatra, acabarían
provocándole una profunda crisis mental. La dualidad y el
conflicto, que en principio se hallaban sólo en su propia mente,
los descubriría luego de forma extrema en el mundo exterior. Toda
su obra vendría a corroborar este hecho.
Por su parte, Rosa Weininger afirma que no había en su
hermano ningún signo de enfermedad mental. Sostiene
reiteradamente que siempre estuvo sano y que lo único que
debilitó su salud hacia el final de sus días fue el intenso trabajo
intelectual, que le obligaba a pasar noches enteras sin dormir
durante mucho tiempo. Su testimonio coincide con el del amigo de
Weininger, Emil Lucka. Esto nos sugiere, cuanto menos, que la
cuestión de la enfermedad mental en el caso Weiningner no es
algo fácil de precisar.
Por contribuir en algo a la confusión (que en ocasiones
puede resultar enriquecedora), aludiremos aquí a algunas
reflexiones de Weininger sobre la neurastenia, como sabemos, un
tipo de neurosis cuyas manifestaciones más evidentes serían la
debilidad, la depresión y el sentimiento de autodesprecio. En
Sobre las últimas cosas, Weininger se pregunta si hay hombres
(pues con respecto a las mujeres tiene claro que sí) que son como
plantas, o más concretamente “¿hay plantas entre los hombres, y
qué representan?” y continúa:
131
“¿No corresponde la existencia vegetativa a la
neurastenia? Tal vez pudiera explicar esto la carencia de
movilidad del neurasténico. El neurasténico es anémico:
escasa centralización en la planta (ningún sistema nervioso
propiamente dicho): al fin y al cabo la planta no tiene
órganos sensoriales (falta de atención en el neurasténico).”42
132
Jodl el interés que mostró por su trabajo muy al principio de su
investigación44, por lo que pensamos que sería interesante hacer
alguna referencia a sus principales líneas de investigación.
Antes de conseguir un puesto en la Universidad de Viena,
Jodl ya había trabajado como docente en las Universidades de
Munich y Praga. Sus publicaciones versaban fundamentalmente
sobre filosofía, psicología y estética y se le consideraba como un
representante del positivismo alemán45. Jodl tenía una concepción
naturalista del mundo, libre de religión y de metafísica, por lo que
fue un defensor entusiasta del monismo. Para este empirista
radical los límites de la experiencia constituían al mismo tiempo
los límites de nuestro conocimiento. Negaba tajantemente la
posibilidad de un conocimiento a priori o trascendental y estaba
convencido de que la labor de la filosofía consistía en ordenar y
sistematizar los conocimientos aportados por otras ciencias,
facilitando de ese modo una visión unificada de la realidad.
Entre los profesores de Weininger también destaca Laurenz
Müllner. En el prólogo de Sexo y carácter Weininger agradece a
Müllner haber promocionado activamente su trabajo. Pero puesto
que en esta ocasión su agradecimiento no va acompañado de
ninguna restricción temporal, suponemos que – a diferencia de
Jodl – el apoyo que Müllner prestó a Weininger sería durante todo
el proceso de constitución de su tesis doctoral y no sólo al
principio.
133
Para saber algo sobre Müllner y sus intereses filosóficos
contamos con el testimonio de Rudolf Steiner 46. Según Steiner,
Müllner era un sacerdote católico que ejercía como profesor de
filosofía cristiana en la facultad de Teología de la Universidad de
Viena. La impresión que este hombre causaba, no sólo por su
rostro sino por su figura completa, era la de un asceta dedicado a
la vida espiritual. Al parecer sentía una especial predilección por
los poetas pesimistas y a través de sus publicaciones en
Vaterland, una revista católica clerical, fomentaba la creación
artística y literaria. También era admirador de Galileo y de Miguel
Ángel.
Según cuenta Steiner, en 1894, cuando estaba a punto de
ser nombrado rector de la universidad de Viena, Müllner dio una
conferencia inaugural en la que sostenía que las leyes de la
mecánica que Galileo expresó conceptualmente (las leyes de la
oscilación, del movimiento de los proyectiles, de la velocidad de
caída de los cuerpos, del equilibrio, etc.) ya habían sido
expresadas de manera grandiosa por Miguel Ángel, como lo
demuestra la sublime cúpula de San Pedro en Roma. Este hecho
confirmaría la tesis de Steiner según la cual antes de que el
hombre entienda las leyes de la naturaleza – que también rigen en
su interior y conforman su propio organismo – éste ya es capaz de
expresarlas plásticamente, pues están plasmadas de alguna
46 Rudolf Steiner era un filósofo, educador, artista, etc., que vivió en el imperio
austriaco durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del XX.
Fundó la antroposofía, la educación Waldorf, la agricultura biodinámica, una
nueva forma artística de la euritmia y diseñó algunos edificios. Era buen
conocedor de la filosofía de Schopenhauer e, igual que Weininger, admiraba la
prosa de Jean Paul. También es perceptible la influencia de Brentano, Dilthey
y Goethe en su concepción de la vida interior del hombre. Una de sus obras
filosóficas más importante es La filosofía de la libertad, publicada en 1894. En
El mundo de ayer, Stefan Zweig dice: “En la persona de Rudolf Steiner – a
quien más tarde sus partidarios dedicaron, como fundador de la antroposofía,
las escuelas y academias más suntuosas donde enseñar su teoría – encontré
de nuevo, después de Theodor Herzl, a un hombre llamado por el destino a
servir de guía a millones de seres” (Zweig 1976, 156).
134
manera en su interior. En definitiva, la idea de que el ser humano
está tocado por el espíritu antes de que la inteligencia se ponga a
funcionar.
Dada esta caracterización de los profesores de Weininger y
teniendo en cuenta los agradecimientos que éste les dedica, es
inevitable atribuir el tono cientificista de la primera parte de Sexo
y carácter a la influencia del profesor Jodl y el tono especulativo y
metafísico de la segunda parte a la influencia algo más decisiva
que sobre él debió de ejercer Müllner. Sin embargo, lo cierto es
que Weininger apenas se refiere a ellos en su obra y es difícil
averiguar el alcance de la influencia que pudieron tener sobre
ésta.
Además de filosofía y psicología, Weininger estudia
literatura, física y matemáticas. Después de escribir un ensayo
titulado “El problema del talento” se interesa también por la
medicina y la biología y empieza a recoger material para su tesis
doctoral (de carácter psico-biológico), lo que luego se convertirá en
la primera parte de Sexo y carácter. Desde el principio Weininger
impresionó a sus profesores por su dedicación al estudio y a otras
actividades intelectuales. Gerber dice que no había un solo evento
en Viena que escapara a su interés y crítica.
En 1901 acudió a un congreso internacional de psicología
que se celebraba en París y por primera vez llamó la atención del
público. Su conferencia defendía la introspección como método
más adecuado para la investigación de la personalidad, así como
el más estricto paralelismo entre el fenómeno que llamamos
psique y su acompañamiento neurocerebral. Basándose en esta
idea, afirmaba que el método de la introspección progresaría
paralelamente a la psicología del sistema nervioso.
135
La perspectiva introspectiva, sin embargo, no era nueva sino
que se hallaba de un modo u otro en el ambiente, y había cobrado
fuerza desde que Freud introdujo en el escenario vienés una
nueva manera de explorar la mente: el psicoanálisis.
Cabe decir aquí que la introspección adquiriría una
importancia extraordinaria para Weininger, quien se esforzó por
aplicarla a su propia vida llevándola hasta sus últimas
consecuencias. Ahora bien, que Weininger se aplicara a sí mismo
el método introspectivo no tiene nada de especial pues, según
cuenta Stefan Zweig, esa actitud estaba muy difundida entre los
jóvenes vieneses de la época:
136
que le confirmasen de una vez por todas que él era un hombre
especial. Sino que era un ideal. Aunque se trataba de una meta
imposible de alcanzar, pues coincidía con el conocimiento de la
totalidad, era un deber para todos los hombres y exigía una lucha
constante y una gran fuerza de voluntad.
Pese a que en la obra de Weininger no aparece ninguna
referencia a Rudolf Steiner, es sorprendente la existencia de varias
coincidencias en su pensamiento: especialmente significativa es la
reivindicación que hacen ambos de la práctica de la
autoobservación como terapia, pues entienden que ésta conduce a
la autoconciencia, es decir, que favorece la transformación de lo
inconsciente (o natural) que hay en el individuo – que en cierto
sentido lo esclaviza – en algo consciente (o espiritual). Pero
también coinciden en su convicción de que la consumación de esa
transformación es el objetivo moral fundamental (si no el único),
pues ambos identifican la autoconciencia con el conocimiento (del
cosmos) y éste, en tanto que también es un acto creativo, con la
libertad. Sin embargo, no poseemos evidencias de estar ante algún
tipo de influencia directa, lo que nos lleva a pensar que,
sencillamente, las coincidencias se deben a que ambos
participaron del conjunto de ideas que ya circulaban por el
ambiente intelectual de la Viena de la época.
Vamos a abordar ahora uno de los episodios más
emblemáticos de la vida de Weininger, fundamentalmente porque
en él están implicados tanto Freud como el que durante
aproximadamente diez años fuera su más íntimo amigo, el doctor
Fliess.
Por lo que revelan las cartas de Freud, es muy probable que
la obra de Weininger sirviera de acicate para la ruptura definitiva
entre los dos amigos. Cuando Weininger volvió de su estancia en
137
París, se reunió con su amigo Swoboda, quien había hablado
recientemente con Freud sobre el problema de la bisexualidad.
Los detalles de esta conversación están recogidos en un panfleto
de Swoboda publicado en 1906, “Die gemeinnützige Forschung
und der eigennützige Forscher” (Investigación de interés para el
público y para los propios investigadores). Según Swoboda, Freud
le transmitió una serie de ideas sobre las que estaba trabajando el
doctor Fliess. Le dijo que el dualismo presente en el hombre podía
explicarse por la tendencia bisexual de cada ser humano y que
esta tendencia era posible gracias a la anatomía humana. Esa
misma noche, Swoboda le contó a Weininger su conversación con
Freud y aquel recibió las nuevas ideas con gran entusiasmo.
Como sabemos, la bisexualidad universal es uno de los
presupuestos de Sexo y carácter. Este libro fue publicado en 1903,
tres años antes de que la obra más importante del doctor Fliess
viera la luz. Cuando Fliess se dio cuenta de que Weininger se
atribuía la originalidad de la idea de la bisexualidad universal se
sintió traicionado por Freud y le acusó de haber entregado su
manuscrito a Weininger, haciéndose así cómplice del plagio.
Posteriormente, Weininger fue acusado de plagio en un artículo
escrito por Julius Kraus y publicado en la revista Die Wage (nº 43,
Octubre de 1906, p. 976). Para entonces, éste ya no podía
defenderse.
El propio Freud escribió varias veces sobre esta cuestión
pero sus explicaciones siempre fueron algo ambiguas 49. No
49 Freud escribe: “As recently as 1906, W. Fliess (Der Ablauf des Lebens) has
claimed ownership of the idea of bisexuality (in the sense of double sex). In
uninformed circles assertion is made that the philosopher O. Weininger, is the
authority for the human bisexuality conception since this idea is made the
foundation of his rather hasty work”, Freud, Basic Writings, ed. By A. A. Brill,
Modern Library ed., New York, 1938, p. 559 (Abrahamsen, nota pp.43, 44). En
Enero de 1906 escribe una carta a Karl Kraus, director de la revista Die
Fackel, en la que dice: “El Dr. Fliess, de Berlín, ha hecho publicar un panfleto
dirigido contra O. Weininger y H. Swoboda, en el que ambos jóvenes autores
138
podemos saber si efectivamente dio a conocer a Weininger el
manuscrito de Fliess o si se trató más bien de un accidente del
que Weininger se benefició gracias también a su talento y
creatividad. En cualquier caso lo más probable es que ni
Weininger ni Fliess merezcan el título de pioneros por lo que
respecta a la dichosa tesis. Esto es también lo que da a entender
Freud en Una teoría sexual50.
Pero más allá del problema de la originalidad de la idea, lo
cierto es que ésta caló en la mente de Weininger y se instaló allí de
manera permanente. Llegó a pensar que en todo individuo existía
una mezcla de algo así como una “substancia” masculina y otra
femenina y que las diferencias entre el hombre y la mujer se
debían a una diferencia de porcentajes en la combinación de estas
dos substancias, que, lejos de mezclarse hasta la neutralidad,
nunca perdían su diferenciación o identidad ni, por así decirlo, su
efectividad. Las diferencias psicológicas quedaban así reducidas a
un único principio, la diferencia sexual. A partir de ese momento
dedicó toda su energía a resolver el problema sexual.
Al principio de su carrera Weininger era todavía un
positivista antimetafísico que, siguiendo a Hume, consideraba la
experiencia como la única base del conocimiento. Entró en un
pequeño grupo de discusión formado por jóvenes interesados por
el problema del conocimiento. Emil Lucka, que también asistía a
las reuniones, cuenta que con la ayuda de personas más
entrenadas leían y discutían el libro de Richard Avenarius, Kritik
son acusados del más grosero plagio y maltratados de la manera más cruel. Se
puede juzgar del éxito que merece esta malhalada publicación por el hecho de
que yo mismo, que fui amigo de Fliess durante muchos años, soy acusado de
ser quien dio a Weininger y Swoboda la información que sirvió de base para su
presunto delito…” (Jones 1957, 317)
50 Jones 1957, 315. Abrahamsen también hace referencia al presunto pionero
139
der reinen Erfahrung (Crítica de la experiencia pura), obra que se
había convertido en un punto de referencia dentro de los círculos
filosóficos de Viena. De ese modo, Weininger se interesó por las
ciencias naturales y en el invierno de 1900 trabajó fervientemente
recogiendo información hasta que a principios de 1901 formuló su
preciada ley de la atracción sexual. La alegría por este
descubrimiento, sin embargo, no debió de durarle demasiado,
pues pronto se dio cuenta de que Schopenhauer lo había realizado
antes que él. Lo que, como contrapartida, pudo interpretar como
una confirmación de esa ley.
Inmediatamente después, Weininger abordó el problema de
la homosexualidad y el de la emancipación de las mujeres, todavía
desde un punto de vista empirista, y se puso a trabajar
intensamente en su tesis doctoral.
Según Abrahamsen, el resultado de su ferviente actividad
fue que sobreestimó su trabajo. A medida que su estima personal
iba creciendo, crecía también a sus ojos la importancia de su
obra. Sentía que ésta debía abordar todo lo que le rodeaba. Lo que
en principio era un escrito científico fue adquiriendo poco a poco
un tono más y más personal hasta acabar siendo una obra
completamente personal, una parte de sí mismo.
Por esa época también perteneció a la Sociedad de Ciencias
Sociales, por lo que tuvo que lidiar con los problemas planteados
por filósofos como Feuerbach, Marx y Engels. Pero no eran los
problemas sociales o políticos lo que realmente le interesaba.
Weininger no solía reflexionar sobre el modo de resolver esos
problemas, sino más bien sobre cuestiones éticas y su relación con
la psicología individual.
Llegó incluso a despreciar la filosofía de Feuerbach y el
marxismo, tal vez porque acabó convenciéndose de que la única
140
verdadera transformación en el ámbito de lo humano era la que
tenía lugar en el individuo y de que ésta no operaba desde el
exterior, sino siempre desde dentro de uno mismo. De nuevo, por
cuestiones de índole moral.
Puesto que toda experiencia debía ser asimilada por su obra,
la música, dado el interés que suscitaba en él, merecía un lugar
importante dentro de su actividad intelectual. Cada melodía
representaba o simbolizaba para él un estado anímico, un
fenómeno natural o un problema filosófico. Así, por ejemplo, un
tema musical podía tratar sobre la fuerza de voluntad, otro sobre
la frialdad del espacio vacío, otro sobre el eterno problema del
dualismo, etc.
Las melodías que más le gustaban eran las más cercanas a
su propia personalidad. Por esa razón, sólo cuando abandonó el
positivismo y empezó a cobrar interés por la metafísica – hasta el
punto de convertirse casi en un místico en los últimos años de su
vida –, desarrolló su amor por las óperas románticas de Wagner.
Admiraba también la música de Beethoven y respetaba a Bach,
Mozart y Handel por su religiosidad. También le interesaba la
literatura en la medida en que le ayudaba a descubrir cosas sobre
sí mismo. Discutía con sus amigos sobre Ibsen, Strindberg y Zola
y siempre tenía algo interesante que aportar sobre ellos. No sólo le
interesaban los autores y sus obras, sino también sus países de
origen. Amaba Noruega y sus artistas, especialmente Hamsun e
Ibsen, cuya obra, Peer Gynt, consideraba uno de los más grandes
dramas de todos los tiempos 51.
De una u otra manera, sus intereses artísticos se iban
entrelazando con su labor intelectual. Los usaba para reflexionar
sobre psicología y sobre ética. Pero el problema fundamental (que
51 SUC, 29.
141
atravesaba todos los ámbitos de su investigación) seguía siendo la
dualidad hombre-mujer. Como decíamos, ninguna experiencia
podía quedar al margen. Todo estaba penetrado por una especie
de simbolismo que le conducía a un mejor conocimiento de sí
mismo y por ende, del mundo, pues partía del presupuesto de que
el individuo es un microcosmos 52.
Según cuenta Swoboda, a finales de 1901 Weininger acudió
a la consulta de Freud – por lo que tuvo que pagar – para pedirle
que leyera su manuscrito y apoyara su publicación. Además del
manuscrito, le entregó un ensayo sobre la histeria. A Freud, sin
embargo, no le agradó este gesto, que interpretó como un intento
del joven filósofo de congraciarse con él. Tampoco le parecía
adecuado el método que éste usaba en su investigación:
demasiado especulativo y atrevidamente deductivo, es decir, poco
científico. Parece ser que incluso le dijo que se comportaba con la
ciencia como un ladrón en una habitación llena de tesoros,
cogiendo lo que podía utilizar y destruyendo el resto53. Pero la
opinión que le merecía su trabajo no coincidía con la impresión
que le produjo su persona, al menos eso es lo que se desprende de
sus palabras:
142
“I could not help feeling that I stood in front of a
personality with a touch of the genius”54
143
Parece ser que en 1900 Weininger ya había expresado su
deseo de abandonar el judaísmo. Su padre pensaba que esa
decisión respondía fundamentalmente a razones materiales, ya
que para costearse los estudios y mantenerse, Weininger tuvo que
trabajar de profesor particular y para un judío era mucho más
difícil encontrar alumnos. Por otro lado, aunque su familia era
descendiente de judíos, su casa no era precisamente judía. Según
Rosa, su padre era antisemita y abandonó la religión judía sin
adherirse a ninguna otra fe. Por esta razón, tampoco dio a sus
hijos ningún tipo de instrucción judía; de hecho, tres de ellos se
convirtieron al cristianismo y algunos se casaron con personas
que no profesaban el judaísmo.
Pero aunque estas razones pudieran haber facilitado a
Weininger su conversión, no explican por sí mismas por qué tomó
esa decisión 56.
Según Abrahamsen, parte de su motivación era llamar la
atención del público, pero eso no era todo. Se trataba
fundamentalmente del intento de escapar de ciertas condiciones
que le hacían insoportable su existencia, de resolver sus conflictos
internos y encontrar alivio. Su conversión, por tanto, debió de ser
algo muy serio, el producto de una auténtica convicción 57. Prueba
de ello son las reflexiones en torno al judaísmo y el cristianismo
que aparecen en su obra58.
Después del gran paso, sin embargo, Otto no era más feliz
que antes. Las cartas que escribe a Gerber ese mismo verano
demuestran que no había encontrado la paz que buscaba 59.
56 Una decisión que no era tan extraña para los intelectuales judíos del
imperio austrohúngaro. El propio Karl Kraus renunció al judaísmo en 1899, el
mismo año que fundó su propio periódico, Die Fackel.
57 Abrahamsen 1946, 60.
58 Ver capítulo 4 de la parte II.
59 El 17 de Agosto de 1902 le escribe: “My journey seems so absurd to me.
144
Tanto su hermana Rosa como Lucka nos confirman que no
era una persona feliz y que era muy raro verle sonreír. Lo cierto es
que la infelicidad de Weininger parecía tener más que ver con su
propia personalidad que con las circunstancias externas, que en
principio no eran particularmente adversas.
Según Abrahamsen, en la mente de Weininger tenía lugar
una furiosa lucha entre sus preceptos morales y sus tendencias
sexuales. Esa lucha debía ser neutralizada y para ello se aferraba
a opiniones que le aliviaban. Al mismo tiempo, usaba la
introspección – que como dijimos más arriba para él tenía un
carácter moral – para eliminar las ideas que le oprimían.
Así se expresa Rappaport:
pilgrimage, a long one, to the end of the earth, and then somehow vanish”
(ANL, 80).
60 Abrahamsen 1946, 64.
145
“Los que se odian son los más grandes
autoobservadores. Toda autoobservación es un fenómeno del
que odia; su lema es: cógete por sorpresa.”61
61 SUC, 65.
62 SUC, 61.
63 El mismo Weininger establece la conexión entre la sexualidad y el deseo de
viajar cuando en una nota de Sexo y carácter afirma que Kant debía de ser
muy poco sexual porque nunca sintió el deseo de viajar.
64 Abrahamsen 1946, 71.
146
“But am I anything else? I doubt it very much.”65
147
según Abrahamsen, sus reflexiones sobre la homosexualidad, el
sadismo y el masoquismo, así como su desprecio por las mujeres
apoyarían la tesis de la existencia de un trauma sexual que debió
de producirse durante su infancia y que le impidió un desarrollo
normal de su sexualidad. Según Abrahamsen, la información de la
que disponemos sobre su situación familiar avalaría también esta
opinión, pero reconoce que no hay certezas al respecto.
Basándose sobre todo en algunas de las observaciones que
aparecen en Sobre las últimas cosas, el psiquiatra sostiene que el
miedo de Weininger a la muerte, que en un principio aparecía
como un fenómeno general, se transformó en terror a su propia
muerte, algo mucho más concreto, que además había
racionalizado.
Este fragmento, que vendría a avalar la afirmación del
psiquiatra, nos da una idea del estado mental de Weininger
después de su viaje:
148
e intensa –, justo cuando pensaba en sucumbir, oí ladrar
tres veces a un perro de forma similar a la que escuché en
Munich; este perro ladró toda la noche; pero de forma
distinta cada una de las tres veces. Me di cuenta de que en
ese momento mordí las sábanas con los dientes como si
fuera un moribundo.”67
Locura y muerte
67 SUC, 171-72.
149
particular recuerda una de ellas: “In me is the chill of the
grave!”68. Le acompañó a su apartamento en Gesthof y cuando
entraron Weininger se comportó de un modo preocupante: entre
otras cosas dijo que allí aún se percibía el olor a cadáver. Gerber,
que se dio cuenta de que no podía dejarle solo esa noche, insistió
en que le acompañara a su casa. Weininger no parecía dispuesto a
obedecerle, por lo que su amigo quiso asegurarse de que no tenía
una pistola y le apremió para que en caso de tenerla se la
entregara. Ante sus exigencias, Weininger se transformó y lleno de
odio le dijo en un tono que nunca antes había usado con él: “You
have no right to take away from me my own will!” Pero Gerber, que
temía perder a su amigo para siempre, usó todos sus recursos
hasta que aceptó pasar la noche con él.
Cuenta que fue una noche horrible en la que Otto le confesó
su deseo de quitarse la vida. Pese a la insistencia de su amigo,
Otto no le explicaba el motivo de su decisión, hasta que finalmente
dijo algo que resultaba completamente inverosímil:
68 Abrahamsen 1946, 91
69 Abrahamsen 1946, 92.
150
Según Abrahamsen, aquella noche Weininger se hallaba en
una condición psicótica y fue él mismo quien se condujo hasta allí.
Era consciente de que en él se había despertado el terror hacia su
propia muerte y pensaba que gracias a la psicoterapia sería capaz
de controlarlo. Estaba convencido de que la única terapia efectiva
estaba a su disposición, la autoterapia:
70 ANL, 41 y 42.
71 “Toda enfermedad es culpa y castigo; toda Medicina debe convertirse en
Psiquiatría, cuidado del alma. Es algo inmoral, es decir, inconsciente, lo que
lleva a la enfermedad; y toda enfermedad es curada en cuanto es internamente
reconocida y entendida por el enfermo” (SUC, 92, 93).
72 “Toda enfermedad (no sólo la histeria) tiene causas psíquicas; y toda
151
a través de un proceso heterónomo, un proceso que implicara la
aceptación de la interpretación ofrecida por otro. El verdadero
cambio interior, el paso hacia la autonomía no podía ser causado
por una voluntad ajena. Tenía que ser una libre decisión, una
acción espontánea del propio sujeto.
El autoanálisis le llevó al convencimiento de que dada su
naturaleza, sería capaz de solucionar, en cierto sentido, todos los
problemas humanos, que era una especie de Mesías, un
redentor73.
Sin embargo, la ética que se había autoimpuesto era
demasiado rígida, demasiado exigente. Adoptó la forma de una
ética ascética, que culminaría con la autonegación, la
autoaniquilación. El miedo a no ser capaz de ajustarse a los
dictados morales se apoderó de él. Así, el sentimiento de culpa, de
pecado74, que era cada vez más intenso, se halla en el origen de la
crisis aguda que tuvo lugar la noche del 20 de Noviembre de 1902.
Según Abrahamsen, la hipertrofia moral que demuestra el
filósofo – con su ética ascética y su individualismo extremo –
podría ser sintomática de cierta disposición esquizoide. Es
habitual que un individuo que padece psicosis aguda tenga
alucinaciones. El episodio del perro podría ser un caso de
alucinación y también es posible que escuchara voces imaginarias
que le decían “I am a born criminal, a born murderer”, como
sugiere el episodio junto a Gerber75. Abrahamsen también
reconoce en Weininger síntomas del cuadro típico del
esquizofrénico: la introspección, el autocriticismo, la
73 ANL, 42.
74 La interpretación weiningeriana del pecado y la culpa será desarrollada en
capítulos posteriores.
75 El análisis de Abrahamsen también estaría respaldado por la teoría del
propio Weininger acerca del criminal: “El criminal también sufre terribles
alucinaciones porque en él la pasividad llega al máximo, oye voces
continuamente cuando está solo, igual que el loco” (SUC, 202).
152
autoacusación (que también pueden verse en la psicosis maniaco-
depresiva), así como la incapacidad para conectar con la realidad
exterior. Dice que si el 20 de Noviembre no se suicidó
seguramente fue porque la crisis psicopatológica remitió.
Abrahamsen asegura que una remisión de este tipo sólo se ha
observado en casos de personas esquizofrénicas. Pero la cuestión
es que Weininger, en aquella ocasión (que era sólo un preludio de
lo que vendría después) fue capaz, gracias a su propia fortaleza y
tal vez a la ayuda que le brindó su amigo Gerber, de superar el
ataque y sobreponerse. Siguió viviendo, pero ya no era la misma
persona.
Continuó trabajando hasta que en marzo de 1903, la
editorial Wilhelm Braumüller aceptó publicar su libro, que salió a
la venta dos meses después con el título Geschlecht und
Charakter. Eine prinzipielle Untersuchung.
Como veremos más adelante, en este libro las mujeres y los
judíos son claramente maltratados. Abrahamsen dice que no
existen pruebas que demuestren que esta actitud de Weininger
tenga su origen en el amor no correspondido hacia alguna mujer,
tal y como se ha insinuado. Es más probable que se halle en la
relación con sus progenitores. Recordemos que admiraba a su
padre, que simbolizaba para él la autoridad, y llegó incluso a
despreciar a su madre (a la que vinculaba con el judaísmo) y
cualquier tipo de identificación con ella.
Su idea de la bisexualidad universal, sus exigencias
ascéticas y sus autoreproches indican que Weininger encontraba
en sí mismo ciertos rasgos femeninos (y también judíos), rasgos
que intentaba compensar adoptando una actitud
desmesuradamente viril. Según Abrahamsen, esa reacción sugiere
la presencia de tendencias homosexuales en él. Sostiene que la
153
adoración hacia su padre se transmutó en adoración a la virilidad,
en culto al “falo”, y que su intento de identificación con el padre se
trasmutó en el intento de realizar el ideal de masculinidad. Pero el
culto a la masculinidad seguramente agudizó sus tendencias
homoeróticas, lo que debió de jugar un papel decisivo para su
ascetismo posterior76.
Como vemos, el psicoanálisis hace depender lo que para
Weininger sería una postura ética y metafísica de rasgos
psicológicos que habrían ido apareciendo en el individuo a raíz de
la represión de los deseos inconscientes que ciertas relaciones
familiares suscitaban en él.
A partir de la publicación del libro, el estado de ánimo se
Weininger dependerá en buena medida del reconocimiento que
éste tenga. En el prefacio de la primera edición de Sobre las
últimas cosas, Rappaport escribe:
154
En una recensión titulada Sexo e inmodestia, P. J. Moebius78
es muy duro con la obra de Weininger. Acusa al autor de haber
escrito el libro, al menos en parte, para liberar su propia mente,
para librarse de sus ideas, y dice que la mayoría de las reflexiones
que contiene sobre el fenómeno sexual están basadas en el libro
del propio Moebius. Incluso el título le parece un plagio.
Finalmente, dado que Weininger discrepa con Moebius en varios
puntos, le critica por haberse arrogado la autoridad de establecer
qué es normal y qué es patológico.
Según Abrahamsen, la respuesta de Weininger (publicada el
22 de agosto en la revista Zukunft), vino a confirmar esta última
acusación:
155
había escrito un libro para los miles de años que estaban por
venir y que aún no había sido entendido. A lo que añadió que
nunca podría ser entendido por una mujer80.
Dice Abrahamsen que Weininger debió de darse cuenta
enseguida de que el mundo continuaba funcionando exactamente
igual que lo hacía antes de la publicación de su libro. Pronto cayó
en una depresión y creyó que su melancolía se debía a alguna
deficiencia moral que se había acusado en él.
En junio de 1903, abandonó Viena y pasó seis semanas con
su familia en Brunn-bei-Mödling. Después de la estancia con su
familia se marchó a Italia. Las reflexiones que encontramos en su
diario y en su obra póstuma (Sobre las últimas cosas)
correspondientes a esa etapa de su vida demuestran que estaba
deprimido y pensaba frecuentemente en el suicidio.
Weininger volvió a Viena en Septiembre de 1903 y pasó cinco
días con sus padres. En ese tiempo vio una vez a su amigo Gerber
y le dijo que le gustaría que fuera él quien se ocupara de la
publicación de la segunda edición de su libro. Aunque Gerber en
aquel momento no se dio cuenta, seguramente esa fue la última
voluntad de Weininger. Antes de marcharse añadió que no
volverían a verse pronto porque tenía que terminar un trabajo 81.
Al parecer, la despedida entre ambos amigos no fue solemne, sino
cordial y ordinaria, de modo que no levantó ninguna sospecha en
Gerber.
Al día siguiente, Weininger acudió a casa de Gerber y le
estuvo esperando durante horas sin que éste apareciera. Dijo que
no volvería al día siguiente pero regresó. Su amigo tampoco estaba
allí. Esto ocurrió varias veces. También quiso encontrarse con
Ewald sin éxito. La contradicción entre sus palabras y sus hechos
156
muestra que por un lado quería encontrarse con sus amigos pero
por otro tenía miedo a esos encuentros. Sus deseos de vivir y su
tendencia autodestructiva habían alcanzado un momento de
máximo enfrentamiento.
El 3 de octubre de 1903, abandonó la residencia paterna y
alquiló una habitación en Schwarzspanierstrasse, la casa donde
murió Bethoveen. Entró en la habitación a las diez de la noche y le
dijo a la casera que no le molestaran pues quería trabajar durante
toda la noche. A la mañana siguiente, la casera llamó a la puerta
pero quedó sin respuesta. Poco después llegaron apresuradamente
a la habitación el padre y el hermano de Weininger, que habían
recibido por correspondencia una carta en la que éste expresaba
su voluntad de quitarse la vida. La puerta había sido abierta por
un cerrajero y hallaron a Otto tendido en el suelo e inconsciente.
Murió esa misma mañana a las 10:30 en el Weiner Allgemeiner
Krankenhaus a causa de un disparo en el lado izquierdo del
pecho.
En su tumba puede leerse:
157
pasa a formar parte de su obra, la constituye y le da forma,
ofreciéndonos un lugar desde el que mirar atrás. Como cuando
uno narra la historia de su vida y sólo de esta manera todo
adquiere sentido y parece haber sido conducido, fatalmente y de la
mano de los acontecimientos, hacia un único e irrevocable fin.
158
Consideramos pues que para que las reflexiones
weiningerianas acerca de las mujeres y los judíos – o para ser
exactos, de la idea de mujer y la de judaísmo – no resulten
simplemente descabelladas o fruto de una mente acomplejada
(como el propio Freud interpretó), idiosincrásicas en definitiva, es
recomendable echar un vistazo al contexto del autor con el fin de
comprender cómo es posible que tales ideas se forjaran, adoptaran
forma filosófica e incluso dejaran su impronta en autores como
Emil Lucka, August Strindberg, Karl Kraus, Adolf Loos o el propio
Ludwig Wittgenstein.
Las posibles fuentes de inspiración antisemitas las
dejaremos para un capítulo ulterior, donde desarrollaremos la
teoría de Weininger sobre el espíritu judío. Aunque como veremos,
la feminidad y el judaísmo aparecen en su obra como dos
elementos íntimamente conectados.
Comenzaremos, por tanto, aludiendo a las posibles fuentes
de inspiración misóginas del ambiente vienés y al papel que el libro
de Weininger, Sexo y carácter, pudo desempeñar en él. Después
veremos algunas coincidencias, inspiraciones o influencias que,
con respecto a la concepción de la feminidad – lo que implica una
determinada concepción de la masculinidad, de la cultura y del
conocimiento -, encontramos entre la filosofía de Weininger y la de
otros intelectuales y artistas de su época (como Karl Kraus y Adolf
Loos), recurriendo para ello a algunos lugares comunes, como
puedan ser las teorías de Cesare Lombroso, el pensamiento
Bachofen o el de Schopenhauer.
Estas aproximaciones nos servirán, por un lado, para ir
perfilando la concepción de lo humano de Weininger en aquello que
compartía con algunos de sus contemporáneos; y, por otro, para
159
comprobar de qué manera dicha concepción se expresa en las
diferentes manifestaciones culturales de la Viena de fin de siècle.
La atmósfera general en la que germinaron las ideas de
Weininger era fácilmente permeable a las nociones sobre la
amoralidad de la mujer. En toda Europa, las últimas décadas del
siglo XIX asistieron a un resurgir del culto a la mujer diabólica,
que esclaviza al hombre mediante su promiscuidad. Si bien es
cierto que el culto a la mujer amoral, promulgado por autores
como Poe, Baudelaire, Flaubert o Zola y reforzado por los trabajos
de artistas visuales (como el inglés Aubrey Vincent Beardsley, el
holandés Jan Toorop o el noruego Edvard Munch) existía en casi
todos los países europeos, sin embargo, es en el área germanófona
donde adquiere connotaciones particularmente misóginas y la
mujer se convierte en el chivo expiatorio del desorden sexual 83.
Por su parte, la moda teatral sobre la sexualidad demoníaca
femenina que había arrasado en Alemania durante los primeros
años del siglo XX – con representaciones como la Rausch
(Borrachera o Embriaguez) de Strindberg, la Salomé84 de Wilde y
Erdgeist85 (El espíritu de la tierra, 1895) de Wedekind en 1902, o
posteriormente la Nachtasyl de Gorka y la Elektra de
Hofmannsthal – inspira a una generación de autores vieneses y les
83 Para mayor información sobre este tema puede leerse el artículo de Maria
José Villaverde, “Mujeres que matan, mujeres que votan. Misoginia en Europa
central.” Publicado en Claves, 166. Octubre 2006.
84 La obra se publicó originalmente en francés en 1891, y sólo tres años
160
proporciona una simbología con la que trabajar y describir el
mundo.
Sexo y Carácter es en cierta medida la formulación teórica de
aquella concepción de la feminidad que latía en las
representaciones teatrales de Austria y Alemania. Sobre esta obra,
de la que bien podría decirse que contiene una teoría resumida de
la obsesión de la época por la sexualidad, se discutía en los cafés
de intelectuales de Viena y es posible que la concepción
poligámica de la mujer que se extendió por Europa durante los
primeros años del siglo XX se inspirara parcialmente en ella. Pues
aunque Weininger es prácticamente desconocido en la actualidad,
Jaques Le Rider defiende que durante la primera década del siglo
XX era más famoso que Freud no sólo en Viena sino también entre
los intelectuales del resto de Europa 86.
Como he dicho antes, Sexo y Carácter fue publicado en
Viena en Mayo de 1903. Debido al éxito alcanzado, en Noviembre
de ese mismo año aparece la segunda edición. Al año siguiente
salen cuatro ediciones más y en 1923 ya son veinticinco ediciones
en alemán. A esta ingente cantidad de volúmenes hay que añadir
las traducciones a seis o siete idiomas y enseguida nos daremos
cuenta de las dimensiones del fenómeno y sus posibilidades de
repercusión.
Tras la muerte de Weininger se escribieron varios artículos y
libros sobre el autor y su obra. Por ejemplo, en agosto de 1903 los
doctores Schneider 87 y P. J. Möbius88 se pronuncian en su contra
y Ferdinan Probst, doctor del hospital psiquiátrico de Munich,
86Luft 2003, 3.
87En Beilage zur allgemeinen Zeitung, p. 292 (Cit. en Abrahamsen 1946, 197).
88 En Schmidt Jahrbücher der gesammten Medizin, pp. 210-15. (Cit. en
161
publicó un análisis médico del filósofo 89. Ese mismo año se
venden 15.000 copias de un libro donde la célebre escritora
noruega Hulda Garborn discute las tesis de Weininger sobre las
mujeres. Por otro lado, el profesor Ragnar Vogt escribe una
reseña90 donde, tras elogiar el estilo del autor, defiende la
inconveniencia de sus conclusiones, que considera imposibles de
probar.
Pero también se alzaron algunas voces en defensa de
Weininger. Una de las más destacadas fue la de August
Strindberg, quien manifestó su más sincero acuerdo con las tesis
de Weininger sobre las mujeres 91. A su favor también escribieron
Karl Kraus, Emil Lucka92 y Hermann Swoboda93, así como los
doctores Henrik A. Th. Dedichen 94 y Andr. M. Hansen. Este último
estaba convencido de que la importancia de la contribución
intelectual de Sexo y carácter iba mucho más allá del
sensacionalismo perseguido tras la noticia de su muerte. En 1912
se publica en Innsbruck un valioso estudio sobre Weininger y su
obra, Otto Weininger und sein Werk, escrito por Carl Dallago. En
1927 seguían escribiéndose artículos, libros y tesis doctorales en
las que se discutían las tesis del filósofo 95.
89 Der Fall Otto Weininger (El caso Otto Weininger), publicado en Grenzfragen
des Nerven- und Seelenlebens (Wiesbaden 1904).
90 En Tidskrift for den Norske Legeforening (Cit. en Abrahamsen 1946, 197)
91 Abrahamsen 1946, 148.
92 En respuesta al libro de Probst escribe lo que pretende que sea un
162
Kraus, Bachofen y Weininger. La reivindicación del mito como
método de estudio.
163
“Un admirador de las mujeres está de acuerdo de
forma entusiasta con tus argumentos para despreciar a las
mujeres”96.
164
la propagación consciente de la enfermedad y, en segundo lugar,
que los médicos se dedicaran abierta e intensamente a su
tratamiento.
Éste aceptaba la premisa weiningeriana de que existe una
enorme diferencia psicológica y sexual entre el hombre y la mujer
y que, por tanto, “femenino” y “masculino” son categorías
caracterológicas diferentes. También compartía con Weininger la
opinión de que la racionalidad es la propiedad característica y
distintiva de lo masculino y la emoción, de lo femenino. Pero – a
diferencia del primero – Kraus no exaltó el elemento masculino y
mucho menos consideró que éste debiera imponerse sobre el
femenino hasta suprimirlo o asfixiarlo. Por el contrario, situó en la
mujer el origen y la fuente de la que emergen todos los valores.
Frente a los argumentos de Weininger a favor del idealismo y
su desprecio de la sexualidad, Kraus apuesta por una interacción
armónica entre la vida del cuerpo y la del espíritu y combate todos
los esfuerzos por desvalorizar la experiencia sexual.
Durante los primeros años del siglo XX, para un buen
número de pensadores la vida diaria de la capital austriaca era el
gran estimulante para su creación intelectual y frecuentemente su
obra adquiría la forma de una crítica social. Muchos autores
denunciaban la hipocresía y el encubrimiento que salpicaban todos
los ámbitos de la vida pública y privada en la capital del imperio:
mientras en los cafés y los clubes nocturnos de Viena abundaban
las mujeres de vida fácil – y según describe Zweig “las aceras
estaban tan salpicadas de mujeres de la vida que resultaba más
difícil esquivarlas que encontrarlas”97 –, una rígida e hipócrita
moralidad encorsetaba a las mujeres de buena familia. La
exhibición del erotismo y el libertinaje sexual, que proporcionaba
165
tan extenso material a los psicólogos, chocaba con los cánones de
moralidad burguesa. Stefan Zweig plasma extraordinariamente
bien estas contradicciones en El mundo de ayer:
166
padrastro fuera arrastrado ante los tribunales por proporcionarle
los clientes.
Sin embargo, y aunque exigiera la igualdad de trato ante los
tribunales, Kraus estaba lejos de alinearse con los defensores de la
emancipación de la mujer. Indudablemente, no estaba dispuesto a
defender la misma causa para el ámbito económico y político 99.
Kraus distingue claramente entre la esfera de desorden e
indulgencia sexual, constituida por la prostitución, y el orden
social establecido en pro de una moralidad que él considera
castrante, y cataloga como destructiva esa tajante escisión: la
mujer que defiende Kraus es la víctima de una brutal moralidad
masculina100.
Esta hipócrita moralidad que dispensaba un trato desigual a
los varones y a las mujeres también ha sido denunciada por
Zweig:
167
la razón y la irracionalidad, la libertad y la esclavitud; entre el
materialismo y el idealismo; entre el empirismo (o el utilitarismo) y
el racionalismo; o también, entre el liberalismo y el absolutismo,
etc.
Pero aunque la observación de la vida diaria de la capital
jugaba un papel fundamental en el proceso creativo, como acicate
y caldo de cultivo, de donde realmente emergió este tipo de
discurso fue del mundo platónico de las ideas y los arquetipos. El
propio Hofmannsthal102, en un artículo de 1929, considera el
recurso a figuras míticas como el modo de expresión más
adecuado para mostrar “las locas tensiones interiores” y “lo que
está simultáneamente aquí y allá abajo” 103.
Dos categorías antitéticas para referirse a la existencia
femenina servían de soporte al debate sobre la sexualidad: “Weib”
denotaba lo sexual, la hembra, y “Frau” el aspecto social de la
feminidad. Dada esta distinción, podría decirse que el discurso de
Kraus apoyaba la liberación sensual de la “Weib” – noción
bastante difícil de definir desde un punto de vista moral – y
condenaba la emancipación social de la “Frau”. Sólo a costa de su
feminidad, y por tanto también de su sensualidad – pensaba el
periodista –, podía una mujer asumir las funciones de un hombre.
A los ojos de Kraus, que rendía culto a la mujer sensual y había
bebido del mito de la mujer amoral, ésta no era una solución
deseable:
102 A los dieciséis años ya se había convertido en uno de los poetas más
admirado en lengua alemana. Zweig lo describe como: “Un prodigio inimitable
de perfección precoz que no se podía repetir […] Ya a sus dieciséis y diecisiete
años, con sus versos indelebles y una prosa insuperable hasta hoy, quedó
inscrito en los anales eternos de la lengua alemana” (Zweig 1976, 81 y 73).
103 Casals 2003, 228.
168
Si las mujeres no pueden compensar la ceguera con que los
hombres dirigen una sociedad agresiva, entonces corremos
sin freno hacia unos extremos cada vez más lunáticos.
¿Quién pondrá a salvo las facultades animales de
compasión, empatía, inocencia y sensualidad? ¿Quién nos
salvará del destino impuesto por Weininger?ˮ104
169
de las tesis sostenidas en Das Mutterrecht le convirtió en un autor
de fama internacional. Basándose en determinados textos de la
Grecia y la Roma clásicas, de los que recoge muchos de sus mitos
y costumbres, Bachofen cuestiona la universalidad del modelo
occidental de familia patriarcal y monógama, y defiende que antes
del patriarcado había existido el matriarcado como forma cultural y
social, con sus propias manifestaciones en los ámbitos político,
económico, bélico, religioso, etc. El matriarcado es para Bachofen
un estadio fundamental en la evolución de la humanidad,
precedido por el hetairismo (o la promiscuidad) y seguido por la
sociedad patriarcal.
En el escenario histórico-fantástico de Bachofen, la fase que
precede al ordenado periodo matriarcal se caracteriza por el
inevitable cumplimiento de la condición originaria de
promiscuidad anárquica. A este periodo pertenece la hetaira,
arquetipo anterior al de la madre. En el periodo intermedio, la
civilización mediterránea estaba dirigida por los principios
femeninos de sensualidad, fecundidad y sabiduría natural. El
principio masculino, por el contrario, se caracteriza por ser pura
intelectualidad. Según Bachofen, en el proceso de transición hacia
las formas masculinas de dominación, los principios femeninos
fueron subyugados y subordinados a los principios del intelecto y
energía agresiva. El autor considera esta transición como una
clara evolución, y describe la relación entre el macho y la hembra
en términos de inevitable conflicto.
En el mito de Kraus se encuentran fuertes resonancias de
Bachofen. Sin embargo, a diferencia de éste, Kraus localiza en la
sensualidad de la mujer la fuente originaria y renovadora de la
que bebe la intelectualidad del hombre y considera que la cultura
170
sólo puede sostenerse sobre la base de una interacción armónica
entre los sexos que no estrangule la fuerza originaria.
Kraus no menciona a Bachofen en Die Fackel y no está claro
que lo leyera directamente, pero es posible que sus ideas llegaran
a él a través de Weininger. Y es que en Geschlecht und Charakter
Weininger se refiere varias veces a Bachofen e incluye algunas
citas suyas106. Una de ellas recoge el mito que sitúa el origen del
mundo en la oposición entre los sexos:
griega.
171
masculinos por encima de los femeninos. Lo que Weininger
lamenta es que la supeditación de los últimos a los primeros no se
haya completado realmente, que la sociedad se incline
persistentemente hacia la comodidad, la sensualidad y la
indulgencia; en definitiva, hacia la feminidad.
El capítulo diez de Sexo y Carácter, titulado “Maternidad y
prostitución”, es la confirmación de que Weininger continúa de
alguna manera el camino emprendido por Bachofen. Éste
recupera los arquetipos femeninos de Bachofen y los convierte en
caracteres extremos entre los que se encuentran todas las mujeres
concretas. Estos arquetipos son “la madre” y “la prostituta”, que
describe como “dos predisposiciones innatas opuestas que se
distribuyen en distinta proporción en las diferentes mujeres” 108.
Además, en Sobre las últimas cosas, Weininger recupera los
argumentos de Bachofen en contra del carácter moral de la
maternidad, que se basan fundamentalmente en la naturaleza
material de la vinculación materno-filial. E igual que éste, exalta
la idea de paternidad, que por su carácter vocacional, no material,
simboliza la libertad de la mente respecto de los fenómenos de la
naturaleza109.
Weininger considera que el pensamiento de Bachofen es
demasiado profundo y filosófico como para que éste sea tratado
como un sociólogo posthegeliano más. Una prueba de ello la ve en
el hecho de que equipara el amor maternal humano con el del
resto de los animales110.
En la introducción a Das Mutterecht, Bachofen reivindica el
mito como método de estudio de la antropología por ser éste el
único que permite y facilita la comprensión:
172
“El saber sólo se eleva a comprensión cuando es capaz
de abarcar el origen, el proceso y el fin. Ahora bien, el
comienzo de todo desarrollo está en el mito. Así pues, toda
investigación de la antigüedad que quiera ser profunda ha de
desembocar en él de forma inevitable. El mito lleva en sí
mismo los orígenes y por eso sólo él puede desvelarlos.”111
173
sentimientos relacionados con la crianza; y con el principio
masculino, los rasgos que tradicionalmente se ha considerado que
distinguen al hombre del resto de los animales, elevándolo desde
el ámbito de la naturaleza hasta el del espíritu, como son el
predominio del intelecto sobre la sensualidad y la capacidad
creadora.
- Y por último, distinguen claramente dos tendencias o
aspectos de la feminidad: la maternidad y la prostitución (en el
caso de Bachofen y Weininger) o la “Weib” y la “Frau” (en el caso
de Kraus).
Pero entre los tres autores también existen discrepancias:
Aunque Bachofen y Weininger coinciden en valorar la
masculinidad por encima de la feminidad y considerar que las dos
tendencias femeninas (la maternidad y la prostiución) deben ser
controladas e incluso reprimidas, se distancian en el diagnóstico
que ofrecen de su época: el primero celebra el triunfo de los valores
masculinos sobre los femeninos, y localiza en éste el origen a la
moderna civilización; el segundo, más pesimista, lamenta la actual
supremacía de los “valores” femeninos y ve en las diferentes
manifestaciones sociales el lamentable reflejo de dicha soberanía.
En ese sentido, podría decirse que Weininger se halla en la línea
de Nietzsche, cuya obra debía de conocer bien, pues se refiere a
ella en varias ocasiones, aunque siempre adoptando un tono
distanciado y para emitir juicios ambiguos.
Kraus, por su parte, en lugar de distinguir entre la mujer
prostituta y la maternal, separa el aspecto natural de la
feminidad, que es predominantemente sensual (pero también
maternal), de su aspecto social, es decir, del papel que las mujeres
desempeñan en la sociedad. Su diagnóstico es similar al de
Bachofen: los valores masculinos se han impuesto. Pero Kraus no
174
celebra esta victoria; más bien al contrario, denuncia los abusos
que la moralidad masculina está ejerciendo sobre la naturaleza de
la mujer. Y aunque no pretende cambiar el papel reservado para
ella en la sociedad, pide que se reconozca y acepte su naturaleza
preponderantemente sensual.
Edward Timms sostiene que a pesar de las similitudes
existentes hay una diferencia importante entre Kraus y los otros
dos autores: el mito de la mujer recreado por Kraus – aunque se
expresa mediante una imaginería bíblica – sugiere que su culto a
la sexualidad es (no tanto anticristiano como) precristiano, pues
tiene una visión armónica del ser humano, anterior a la Caída,
que recuerda la existente entre el Ying y el Yang. “Man” y “Weib”
son considerados por Kraus como símbolos del dualismo del
mundo pero también como compañeros en un universo bisexual,
al que asocia una gran variedad de símbolos: mente y cuerpo,
espíritu y sensualidad, cultura y naturaleza, día y noche, aire y
agua, retención y flujo, ciudad y jardín, meta y origen, etc.
En el caso de Bachofen y Weininger, sin embargo, tanto la
concepción que tienen de lo humano como la solución que
proponen para resolver el problema de la humanidad tienen un
fuerte carácter cristiano: Bachofen anuncia que el amor cristiano
traerá la reconciliación final de la humanidad en una única forma
de vida y de gobierno, recuperando a un nivel superior los
caracteres básicos del derecho natural (como la generosidad) y
superando así la crueldad primitiva. Y, como veremos, la mítica
Caída y el Pecado original constituyen para Weininger el origen del
dualismo del mundo. Y la superación de éste, la reconciliación
final del hombre con Dios, es una de las preocupaciones centrales
de su filosofía.
175
Weininger y Loos. Una crítica cultural basada en la diferenciación
sexual.
176
Una de las anécdotas más llamativas en torno a ese edificio
es que el emperador Francisco José llegó incluso a cambiar su
lugar de residencia para no tener que verlo desde su ventana y,
más aún, evitaba abandonar el palacio por cualquier puerta desde
la que pudiera verse el edificio114.
Pero lo más significativo de esta anécdota es lo que nos dice
del carácter vienés de fin de siècle. Pues, pese a la orden
municipal y a la irritación que producía en el emperador, el
edificio se construyó y no en cualquier sitio sino en la
Michaelerplatz, frente al palacio real. Y es que, como explica
Stefan Zweig en El mundo de ayer, Viena era una ciudad volcada
en el arte. Lo primero que hacía el ciudadano vienés cuando se
levantaba por la mañana era buscar en el periódico la sección
dedicada al arte. Especialmente admirados eran los actores de
teatro. Cualquier estreno en el Burgertheatre mantenía a la
ciudad expectante. El teatro era un vínculo de unión entre las
clases sociales. A través de la prensa y las conversaciones en los
cafés, el teatro llegaba a todas las casas y el ciudadano vienés,
independientemente de la clase social a la que perteneciera, tenía
interés y se sentía capacitado para hablar sobre la última
representación. Éste también ejercía una función educativa, pues
se imitaban los gestos y maneras de los actores de éxito.
Lo cierto es que en Viena había público para todo lo que
tuviera que ver con cuestiones estéticas 115. De modo que Loos y
los de su grupo también fueron escuchados y, aunque no
mayoritariamente, muy admirados.
177
Como decíamos, la labor de Loos era fundamentalmente de
oposición y aquello a lo que explícitamente se oponía era a la
estética de la Secesión Vienesa. La Secesión estaba constituida por
un grupo de jóvenes artistas y arquitectos que, dirigidos por
Gustav Klimt, en 1897 se separa de la normativa académica. La
Secesión quería acabar con la división entre “gran arte” y “géneros
menores”, reivindicaba el derecho a la creación artística por el arte
mismo e intentaba poner en contacto la escena vienesa con las
vanguardias europeas.
Su estética favorecía las formas curvilíneas, los materiales
lujosos, las fachadas decorativas y el ornamento. Su estilo era
nuevo y su narrativa femenina. El ideal benigno de la mujer como
representante del misterio de la naturaleza y de la creación
caracterizaba la postura de la Secesión vienesa. Era la versión
austriaca del Art Nouveau116.
La rebelión estética promovida por los jóvenes miembros de
la Secesión fue bien recibida en algunos de los salones más
progresistas. Pronto ganó reconocimiento público y fue
promocionada.
La tarea de Loos consistía precisamente en destruir esa
narrativa apelando a consideraciones morales y económicas.
Como veremos más adelante, su discurso, además de estar
cargado de prejuicios, encerraba determinados presupuestos
178
biológicos y epistemológicos117, muchos de los cuales eran
compartidos por Weinigner.
En sus artículos, Loos condena la ambigüedad de los roles
sexuales que invade el arte y la cultura vienesa y sostiene que la
estricta diferenciación sexual es básica para mantener el orden
lógico de la sociedad moderna. Además, critica el lenguaje artístico
de los miembros de la Secesión por tener como referencia al
hombre afeminado. Ese lenguaje, según Loos, se deriva de la
confusión entre dos ámbitos diferentes: el privado y el público, el
artístico y el de la utilidad; confusión que había permitido la
intromisión del principio femenino, es decir, del erotismo, en el
discurso público.
Loos identifica el afeminamiento con la pereza intelectual y
la degeneración del espíritu. Así, frente a la ambigüedad sexual
del Art Nouveau, el arquitecto apuesta por la liberación del espíritu
masculino racional.
Es posible que algunas de las afirmaciones de Loos – tales
como la necesidad de una estricta diferenciación entre los sexos,
la identificación del principio femenino con la sexualidad, la
hipervaloración del principio masculino y su asociación con la
racionalidad, etc. – encontraran una fuente de inspiración en las
ideas del joven Weininger. Veamos por qué.
En Sexo y carácter, los principios femenino y masculino son
elevados a la categoría de ideas platónicas. El principio femenino
es identificado con el sexo y la procreación, con la subordinación a
las leyes de la naturaleza, con la inconsciencia y la irracionalidad
y en definitiva con la materia. El principio masculino es
179
identificado con la voluntad, con la acción libre creativa, con la
conciencia, la racionalidad y la responsabilidad. Esto es, con el
espíritu. En la realidad empírica, sin embargo, ningún individuo
concreto encarna a la perfección alguna de estas dos ideas, sino
que cada uno se encuentra en algún lugar intermedio entre esos
dos planos estructurales. Weininger abraza la idea, muy polémica
(como ya hemos podido comprobar) de la bisexualidad física y
psicológica de todos los seres vivos.
Sin embargo, añade, en el caso de la especie humana “se
impone una marcada restricción a la exigencia universal de los
grados intersexuales”. De modo que cada acción, cada gesto de un
individuo tiene su origen en uno de los dos principios, el femenino
o el masculino, pero nunca en los dos a la vez. Y “a pesar de todas
las formas intersexuales, cada sujeto ejerce, al fin y al cabo, la
función correspondiente a un sexo, masculino o femenino” 118.
Esta restricción de carácter psicológico que afecta a la
especie humana será la base de la crítica weiningeriana a la
moderna civilización.
Weininger hace coincidir la suprema masculinidad con la
genialidad y asegura que el deber del individuo es llegar a ser un
genio. En el sistema weiningeriano, el genio es el portador de la
cultura y la genialidad es una noción fundamentalmente moral:
funciona como una idea regulativa (igual que el imperativo
categórico kantiano) que debe guiar la conducta de los hombres.
Sólo se llega a ser genio mediante un acto supremo de voluntad.
Nuestro deber consistirá, por tanto, en eliminar aquellos
rasgos de nuestra personalidad que tengan su origen en el
principio femenino y liberar así el espíritu masculino del lastre del
conformismo, la pereza intelectual y la esclavitud. Buscar la
180
verdad y asumir la máxima responsabilidad aunque ello suponga
esfuerzo y sufrimiento. Esta idea, como apuntábamos más arriba,
también la suscribía Loos.
Además, Weininger lleva a cabo una crítica cultural sobre la
base de la diferencia sexual. Por ejemplo, acusa a la psicología
moderna de ser eminentemente femenina. Según el filósofo, esta
psicología cree que es posible la representación puramente
empírica del Yo, con lo que no da cabida a la libertad de la
voluntad. Para Weininger, sin embargo, dicha representación sólo
es posible en el caso de la mujer. Sólo la parte femenina de
nuestra personalidad puede ser observada y representada
empíricamente. Como veremos más adelante, Weininger identifica
la idea de mujer (o la feminidad) con la materia 119.
También son femeninas para Weininger la historiografía de
su época, por ser una mera acumulación de datos que no busca
encontrar un sentido; la medicina, por ser puramente química; y
la filosofía, por ser una filosofía del inconsciente.
Loos, por su parte, extiende la crítica weiningeriana al
ámbito de la economía. Asegura que el afeminamiento y su
postura ociosa bloquean la economía productiva moderna que los
hombres de clase media hubieran podido producir. El arquitecto
asocia la tradición aristocrática decadente, que se veía reflejada en
la sociedad de salón 120, con el retraso de la economía austriaca 121.
181
Así, su apuesta por la practicidad en el estilo y por el uso
racional de los recursos conecta con su crítica al afeminamiento
en el estilo.
182
acción no puede considerarse inmoral. El papúa, como el niño, es
amoral. Ahora bien, si un hombre moderno tatúa su piel, es un
criminal o un degenerado.
Es muy probable que la relación que establece Loos entre el
ornamento y la criminalidad esté inspirada en los textos del
famoso criminólogo italiano Cesare Lombroso, quien sostiene que
tanto el sistema nervioso como la constitución corporal de los
criminales de nacimiento se parece a la de los salvajes; lo que
explica su predilección por los tatuajes y su tendencia a decorar
todo su cuerpo124.
Pero también en la obra de Weininger – donde existen
algunas referencias a Lombroso 125 – se rechaza el ornamento por
cuestiones morales: quien adorna su cuerpo, dice el filósofo, es
porque pretende producir un cambio en él transformando su
aspecto físico, esto es, cambiarse a sí mismo desde el exterior.
Pero según Weininger la única verdadera transformación en el
individuo es la que tiene lugar desde el interior. El que se adorna
está supeditando su propio valor al juicio del espectador. Está
demostrando que necesita a los otros, pues como no tiene valor
por sí mismo espera recibirlo de los demás. Se convierte de ese
modo en un esclavo126.
Aquí también es perceptible la influencia de Lombroso, pues
el caso más extremo de este tipo de dependencia es para
Weininger el del criminal:
183
desde fuera y no por un cambio en el modo de pensar.
También niega su apariencia exterior y por eso no le gusta
mirar al espejo, porque se odia (el ser inteligible) sin
necesidad de amarse. El criminal se alegra cuando otros se
escandalizan por él (cómo le agrada toda conexión con los
otros, toda influencia sobre ellos, toda inquietud de los
demás por medio de su propia persona).”127
184
Al principio de su artículo Ornamento y delito Loos afirma
que en el vientre de la mujer el embrión pasa por todas las etapas
de desarrollo del reino animal, y durante la infancia el niño pasa
por todas las transformaciones correspondientes a la historia de la
humanidad: a la edad de dos años es como un papúa, a la de
cuatro, como un germano, a los seis años es como Sócrates, a los
ocho es como Voltaire, etc. Prueba de ello es para Loos que el niño
no percibe el violeta hasta los ocho años, lo que respondería al
hecho de que este color no fue descubierto hasta el siglo XVIII.
Anteriormente el violeta era azul y el púrpura era rojo. Loos está
convencido de que le está reservado al hombre del futuro llegar a
comprender los colores del espectro solar que de momento sólo
existen para el físico.
Esta extraña concepción del progreso humano presupone por
un lado que hay una continuidad entre la naturaleza y el espíritu y
por otro, que existe una especie de lógica interna que rige la
evolución de ambos. Ello implica la existencia de una jerarquía
entre las especies del reino animal (hallándose la especie humana
en la cúspide); y también entre las diferentes manifestaciones
culturales humanas. Pudiendo hablarse por tanto de culturas más
o menos perfectas o evolucionadas. Su concepción del cosmos es,
por tanto, teleológica.
Pero, además, Loos afirma que existe una correspondencia o
paralelismo entre las sucesivas etapas del progreso natural y
espiritual, por un lado, y las del desarrollo biológico (y biográfico)
de los individuos de la especie humana (la ontogénesis), por otro.
Como consecuencia podrían distinguirse también individuos
humanos más o menos evolucionados. El más evolucionado
albergaría en su interior, por decirlo de algún modo, “restos” de
185
todos los estadios previos de desarrollo tanto natural como
espiritual.
En este contexto nos encontramos con que para Loos el
recurso al ornamento no sólo es inmoral sino que además equivale
a una violación del orden natural y, al mismo tiempo, a una
inversión del orden lógico del desarrollo del espíritu. En cierto
sentido, habría que decir que es precisamente esa trasgresión, esa
falta de respeto hacia los postulados de la naturaleza (y del
espíritu) lo que hace que el recurso al ornamento sea inmoral 128.
En su obra La donna delincuente, la prostituta e la donna
normale (1893), Cesare Lombroso describe a la mujer como más
cercana a la naturaleza que el hombre, más atávica y unida a sus
ancestros; en definitiva, más salvaje. Como muchos otros
científicos contemporáneos, Lombroso pensaba que la mujer tenía
mucho en común con los niños. Una muestra de ello era que
mentía con naturalidad, como si mentir formara parte de su
propia naturaleza. Aquí vemos otra coincidencia (o tal vez
influencia) con la filosofía de Weininger, pues para éste la
mendacidad era un rasgo esencialmente femenino.
En su estudio, Lombroso llega a identificar a la mujer normal
con la mujer criminal. Sólo había dos cosas, según el criminólogo
italiano, capaces de mantener en estado de latencia las tendencias
criminales de la mujer en los tiempos modernos, la maternidad y
los postulados de la sociedad burguesa129.
Aunque es posible que parte de las afirmaciones de
Weininger con respecto a la mujer estén inspiradas en la obra de
Lombroso, lo cierto es que en este último punto se aleja de él. La
mujer, según Weininger, aunque miente constantemente, no es
culpable de dicho comportamiento. Puesto que no conoce la lógica
186
ni siente la necesidad de decir la verdad; puesto que carece de
alma, la mujer es amoral.
Así, Weininger y Loos vuelven a converger: la mujer, igual
que el papuano que tatuaba su piel, como el buen salvaje, es
amoral; el afeminamiento, sin embargo, cuando tiene lugar en el
hombre, coincide con la debilidad de la voluntad, por lo que es
inmoral. Que el afeminamiento sea inmoral también tiene que ver
con el hecho de que las mujeres sean más primitivas, más
atávicas – tal y como señalaba Lombroso –.
Afeminarse, por tanto, equivale a aceptar los postulados de
culturas moralmente más atrasadas y violar así, al mismo tiempo,
los postulados de la naturaleza.
La inmoralidad del lenguaje de la Secesión vienesa, como
vemos, también estaba relacionada con el hecho de que tuviera
como referente, no ya a la mujer, sino al hombre afeminado.
187
intromisión del principio femenino en la arquitectura equivalía a la
supeditación de la utilidad, la economía y la estructura al mero
capricho.
La escisión tajante entre el ámbito público y el privado para
abordar el problema de la situación de la mujer era una idea
recurrente en los artículos de Karl Kraus.
El escritor critica la falsa moral de la buena sociedad, que
mientras confía a las prostitutas la educación sexual de los
jóvenes y la diversión de los maridos, niega públicamente la
naturaleza sexual de las mujeres. También condena las leyes
contra la prostitución, el adulterio, la seducción de menores y el
aborto. Para él, la conducta sexual pertenecía al ámbito privado y
la ley sólo debía intervenir cuando se tratara de algo públicamente
demostrable, como en los casos de enfermedad.
Tanto Loos como Kraus identificaban el principio femenino
con el erotismo; más concretamente, con la sexualidad y con el
deseo de obtener placer. En consecuencia, la mujer debía
permanecer en el ámbito privado. En el terreno de la acción
pública, el principio femenino debía desaparecer por su
irrelevancia y frivolidad y porque suponía una distracción que
podía llegar a ser destructiva.
La campaña de Kraus contra la hipocresía sexual y el
sistema judicial se centraba en el lenguaje. Kraus veía en el
lenguaje un cómplice de determinado comportamiento social. Su
intención era reavivarlo vaciándolo de formalismos educados e
188
hipócritas y haciendo uso del rigor y la funcionalidad.
Paralelamente, Loos apostaba por una ciudad despojada de
ornamentos, cuyos relucientes “muros blancos” no se vieran
salpicados por todo tipo de “símbolos eróticos”.
Pero además de la confusión entre el ámbito público y el
privado, existía todavía otro factor que contribuía a la
degeneración del lenguaje de la Secesión, la confusión entre el arte
y la utilidad: en un ensayo de 1897 Loos sostiene que lo que
debían hacer los estudiantes y profesionales en artes aplicadas de
Austria era examinar la vida, los hábitos y las necesidades de
confort y practicidad de su país para descubrir nuevas formas y
líneas; el arte era un obstáculo que había que superar y dejar
atrás131.
Lo cierto es que para Loos aunque tanto el arte como la
arquitectura satisfacían funciones públicas, lo hacían de manera
claramente diferente.
En su ensayo Architektur (1910) Loos escribe que mientras la
obra de arte no es responsabilidad de nadie, la casa es
responsabilidad de todo el mundo. Si la obra de arte quiere sacar
a la gente de su estado de confort, la casa tiene que servir al
confort. La obra de arte es revolucionaria, la casa, por el
contrario, es conservadora. Por eso, el hombre ama la casa y odia
el arte 132.
Como podemos apreciar, la influencia de las ideas de
Schopenhauer en los autores de la Viena de fin de siècle también
se manifiesta en la obra de Loos. Su concepción del arte y la
arquitectura como cosas separadas, su rechazo del ornamento y
su apuesta por la simplicidad y funcionalidad en el estilo son una
buena muestra de ello.
189
En El mundo como voluntad y representación, el filósofo se
expresa así:
190
La influencia de Schopenhauer en los intelectuales de fin de siècle
191
ocultando la estructura interna del edificio desvían nuestra
atención de lo esencial a lo accesorio.
El lenguaje de Loos vuelve a recordar a Schopenhauer en
dos puntos: por un lado, en la importancia que concede a los
materiales, pues según el filósofo alemán, la única materia
estética de la arquitectura consiste en resaltar con total claridad,
aunque de diferentes maneras, la lucha entre la fuerza de
gravedad y la rigidez de los materiales. De modo que,
prescindiendo de los fines útiles, la finalidad de la arquitectura
bella es facilitarnos la intuición de determinadas ideas (los grados
inferiores de la voluntad), tales como la gravedad, cohesión,
rigidez y dureza, es decir, las propiedades generales de la piedra,
por un lado, y, por otro, la luz, como opuesta a aquellas 139:
192
Asimismo, el valor moral de un juicio estético reside en su
verdad. En el discurso de Loos, la verdad adquiere diferentes
perspectivas, puede ser material, biológica, formal (o lógica) y,
como veremos enseguida, también psicológica.
La atención especial y el interés que Loos mostró por el
artista Kokoschka141 y especialmente por su obra “el guerrero” 142 –
que el arquitecto compró antes de verla terminada–, sólo se
explica si tenemos en cuenta el aspecto epistemológico de las
ideas estéticas de Loos 143.
En su autobiografía, Kokoschka escribe que él no se interesa
por el aspecto exterior de una persona sino que intenta intuir a
partir un rostro y de su juego de expresiones, así como de sus
gestos, la verdad acerca de una persona particular, con
independencia de su prestigio o su origen social, y que recrea en su
propio lenguaje pictórico aquella parte de un ser vivo que
sobrevivirá a la memoria, su alma 144.
A través de su rechazo del aspecto exterior, de todo lo
accesorio y contingente y de su búsqueda de la verdadera
le compró su escultura, The Warrior. Al final del texto dice que por su sesenta
cumpleaños, Kokoschka le envió una carta que confirmaba, una vez más, que
el más grande de los genios abarca la mayor humanidad (Loos 1998, 192).
144 Cernuschi 2000, 64.
193
naturaleza de los seres humanos, el artista conecta con la
concepción estética del arquitecto.
Al parecer, Kokoschka asocia la verdad de una persona con
aquello que yace bajo la piel. Así, en sus retratos se transparentan
las venas, nervios, tendones y músculos, como si de esta manera
pudiera revelarse la verdad de un ser humano. Tanto es así, que
Loos decía de él que tenía rayos X en los ojos.
El uso que hace Loos de una metáfora procedente de la
medicina para resaltar el trabajo de Kokoschka no es casual. El
descubrimiento de los rayos X era relativamente reciente (1895) y
produjo cierto impacto entre los círculos de intelectuales y
artistas. Representaba una extensión lógica de los intentos de la
medicina por entender los efectos de la enfermedad en el interior
del organismo sin necesidad de romper la piel. A finales del siglo
XIX se refuerza en medicina la asociación entre la verdad y la
visión o la representación de aquello que yace bajo la superficie.
Mostrando el interior del organismo, Kokoschka pretendía al
mismo tiempo expresar la psicología del individuo, lo que sólo es
posible si se parte del presupuesto de la existencia de un
paralelismo entre el ámbito físico y el psíquico. Idea, por cierto, en
la que coincidían casi todos los científicos de la época y que ya
había sido extraordinariamente expuesta por Schopenhauer.
Como sabemos, Weininger también parte de este supuesto y
considera la búsqueda de la verdad, de esa verdad que queda
oculta bajo los adornos y las frivolidades de la vida, como el único
deber moral.
Otra de las ideas schopenhauerianas que se refleja tanto en
los trabajos de Kokoschka como en la medicina de su época es la
concepción de la muerte como un proceso gradual e inmerso en la
propia vida y no como una ruptura absoluta. La muerte y el
194
nacimiento, según el filósofo, pertenecen igualmente a la vida, son
los dos polos de un mismo fenómeno.
El filósofo alemán fue ampliamente leído a finales del siglo
XIX y especialmente admirado por el círculo de intelectuales del
que formaban parte Loos, Kokoschka y Kraus. La idea de
Schopenhauer que impregna por completo la obra de estos tres
autores, así como la de Weininger, el primer Wittgenstein y tantos
otros intelectuales de la Viena de fin de siècle es el dualismo
epistemológico, la distinción entre la apariencia y la realidad, entre
el fenómeno y su esencia oculta; en definitiva, la comprensión del
mundo como voluntad y representación.
195
Cambridge, la expresión del dualismo no adoptase la forma
recurrente de la oposición entre los sexos.
Wittgenstein trata de establecer una distinción entre lo que
puede decirse y lo que no, entre lo que puede expresarse
lingüísticamente con sentido y aquello que cuando intenta
abordarse mediante el lenguaje conduce inevitablemente a
expresiones carentes de sentido o absurdas, como las
“proposiciones” de la lógica y las de la ética respectivamente. La
lógica y la ética sólo pueden mostrarse, sostiene el filósofo. La
primera, en el uso del lenguaje, y la segunda, en la propia vida
(que incluye las palabras y las obras), que pone en evidencia
aquello que efectivamente valoramos y lo que no. En definitiva,
cabría resumir el dualismo wittgensteiniano en la distinción entre
lo que el lenguaje puede decir y lo que sólo puede mostrar.
Sin embargo, aunque el motivo de su reflexión sea el
lenguaje, lo cierto es que le inquietaban los mismos problemas
que a los intelectuales vieneses de su generación: lo que
Wittgenstein quiere mostrar es la forma lógica de la proposición, la
estructura profunda que se esconde tras los ropajes del lenguaje
natural y que es también la estructura del mundo, de lo contrario,
no podría referirse a él. Por esa razón se dedica a buscar una
notación lógica que sea lo menos ambigua y oscura posible, una
notación que evite confusiones ontológicas e impida el engaño.
Wittgenstein vincula la lógica a la ética al considerar que es un
deber buscar la verdad, una verdad que en este caso es de
carácter lógico.
Pues bien, cuando Wittgenstein hace todo esto, se está
interesando por los mismos problemas que preocupaban a Loos:
recordemos que para el arquitecto adornar un edificio con
elementos innecesarios es amoral precisamente porque impide
196
captar su lógica interna, su estructura o, dicho de otro modo, su
verdad.
Para que la arquitectura sea ética, la fachada del edificio (lo
que para Wittgenstein sería la notación lógica) debe revelar su
estructura interna (lo que en Wittgenstein equivaldría a la lógica)
evitando que ésta quede falseada bajo elementos decorativos
accesorios. Sólo si el arquitecto tiene claro ese requisito, es decir,
sólo si persigue la transparencia y la verdad, podemos decir que
está siendo honesto y moral. El deber del filósofo, por otro lado,
consistirá en encontrar una forma de expresión que sea fiel a su
propio pensamiento, al lenguaje y al mundo.
Cuando el arquitecto y el filósofo logran su objetivo, cuando
son sinceros, lo que muestran es también su propio carácter. Esto
es exactamente lo que pretendían los retratos de Kokoschka.
Recordemos que el objetivo de la crítica social de Kraus era
también desvelar la verdad. Pensaba que las leyes y los códigos
morales ocultaban una realidad que debía ser tenida en cuenta.
Por otro lado, sabemos que Wittgenstein es consciente de la
imposibilidad de expresar mediante el lenguaje las cuestiones más
relevantes, que para él son de carácter moral. En un mundo (como
el del Tractatus) constituido únicamente por hechos, la ética (y la
lógica) no puede describirse, sólo se puede mostrar. El
planteamiento de este problema, que atañe a los límites del
lenguaje, no era tan novedoso como en un principio pudiera
parecer. De hecho es similar al planteado por Hofmannsthal en
Una carta. Más adelante veremos cómo para el poeta austriaco en
el mundo de elementos descrito por Mach el lenguaje es incapaz
de comunicar el significado profundo de las cosas, su valor, pues el
sujeto ha desaparecido.
197
Por esta razón, el arte se convierte tanto para Hofmannsthal
como para Wittgenstein en el medio adecuado para la transmisión
de los valores. De hecho, si éste siente una predilección especial
por los Westerns americanos, ello se debe a que a pesar de su
profundo contenido ético, no recurre a las palabras para referirse
a este asunto. Por razones semejantes Hofmannsthal decide
abandonar el esteticismo y dedicarse al género teatral. En ambos
casos se trata de mostrar lo ético a través de la acción, sin
necesidad de teorizar sobre ello.
Ahora bien, las herramientas que usa Wittgenstein para
expresar esta serie de problemas, cuyo origen encontramos en la
tradición post-kantiana, son diferentes a las de sus coetáneos
vieneses. Más parecidas, en cierto sentido, a las de sus colegas
anglosajones, al menos en aquellos textos que escribió pensando
en su publicación, como ocurre con el Tractatus. Pues como
hemos dicho, Wittgenstein busca una notación lógica que evite
errores ontológicos y muestre la estructura profunda del mundo, lo
que está en la línea del trabajo de Russell. Pero tampoco debemos
olvidar que Wittgenstein se dirigió primero a Frege, no en balde un
filósofo continental (y como sabemos platónico); y que sólo por
recomendación de éste entró en contacto con el británico,
Bertrand Russell.
Pues bien, como señalan Janik y Toulmin, precisamente
porque Wittgenstein se mueve en el ámbito de la lógica
matemática y dialoga con los intelectuales de Cambridge, la
literatura anglófona ha considerado el Tractatus como un ensayo
sobre lógica y teoría del lenguaje, restando con ello importancia o
sin tener en absoluto en cuenta los párrafos finales del libro. En
consecuencia, se ha juzgado la primera etapa de su producción
filosófica por sus contribuciones al desarrollo de la lógica
198
matemática y por su influencia sobre el positivismo de los años de
entreguerras. Esto ha contribuido a que no se entendiera su
Tractatus como una obra de ética y mucho menos – tal y como lo
consideraban sus familiares y amigos – como un acto ético146.
Creemos que, por esa misma razón, las elucubraciones 147 de
Wittgenstein sobre el papel cultural de los judíos, sobre el talento
y la genialidad, sobre la idea de progreso, sobre la contraposición
entre cultura y civilización, etc., tan vinculadas al contexto vienés
y a su preocupación por la ética, quedaron relegadas a un
segundo plano y consideradas como perteneciendo a un género de
problemas completamente diferente y sin ninguna conexión con
los planteados en el Tractatus.
En la segunda parte de este trabajo veremos cómo las
preocupaciones lógicas de Wittgenstein (de las que se ocupa en el
Tractatus y en el Diario filosófico 1914-16) tienen un marcado
carácter ético e incluso religioso, por lo que conectan con sus
reflexiones sobre la cultura. Y mostraremos cómo el vínculo que
Wittgenstein establece entre la lógica y la ética ya había sido
señalado y problematizado en la Viena de fin de siècle,
concretamente por Weininger. Así, lo que hace Wittgenstein es
profundizar en el análisis de esa relación.
2. La psicología
199
como el máximo pensador antimetafísico. Junto con Richard
Avenarius, creó la corriente denominada empiriocriticismo, que se
proponía redefinir ciertos conceptos (como los de materia,
necesidad, causalidad, etc.) que el discurso científico aplicaba a la
experiencia, para hacerlos depender de una ley fundamental del
conocimiento, que llamaron economía del pensar. Su Beiträge zur
Analysis der Empfindungen (o “Análisis de la sensacionesˮ),
publicado en Jena en 1886, constituía uno de los pilares que
Weininger se vio obligado a combatir para la construcción de una
psicología basada en el carácter.
Weininger había presenciado las conferencias y discusiones
organizadas en Viena por los miembros de la Sociedad filosófica
durante el semestre de invierno de 1899 a 1900. Los momentos
cruciales en las reuniones de la sociedad fueron dos discusiones
sobre solipsismo y una serie de conferencias sobre vitalismo que
ocasionaron acalorados debates. Uno de los principales oponentes
del solipsismo y el vitalismo en la ciencia era Ernst Mach. Éste
separa tajantemente la investigación filosófica sobre el problema
de la identidad y el Ego de la llevada a cabo por las ciencias
naturales y llega a la conclusión de que el cuerpo como base del
Ego provee puntos de partida que la psicología introspectiva no
puede proporcionar satisfactoriamente. Introspección, vitalismo y
dualismo son tres de las nociones clave que enfrentarán a Mach y
a Weininger.
En un primer momento, Weininger compartía con Mach sus
principales puntos de vista e incluso consideró seriamente
continuar sus estudios en Leipzig, en el Instituto de Wundt sobre
psicología experimental, que era considerado el grupo de
investigación más avanzado del momento. Pero algo le hizo
abandonar sus planes: Weininger había entregado un manuscrito
200
a sus profesores Jodl y Müllner titulado Eros und Psyche, con el
fin de obtener una beca. Tras leérselo, Jodl dio a entender a
Weininger que sólo aceptaría su trabajo como disertación después
de algunas correcciones. También le sugirió un título menos
poético que evitara las ambigüedades, Geschlecht und Charakter.
Esta desavenencia impidió que Weininger obtuviera el doctorado
cuando tenía previsto y le hizo caer en una profunda depresión.
Fue a partir de entonces cuando empezó a preocuparse por otros
tópicos y a interesarse por el trabajo de Chamberlain, quien como
veremos más adelante es una de las influencias significativas de
su obra.
En Mayo de 1902 Weininger escribió a Sbowoda diciéndole
que acudía frecuentemente al círculo literario que se reunía en el
Café Griensteidl. Sus nuevos amigos representaban el movimiento
de la Jung-Wien148 y sus discusiones trataban siempre sobre arte.
Los miembros del círculo rechazaban el naturalismo y
simpatizaban con algunas formas de expresión del modernismo,
como el expresionismo o el simbolismo. Fue precisamente en
contacto con el círculo literario, durante la primavera de 1902,
cuando Weiniger desarrolló su crítica a Mach.
Es interesante señalar que al mismo tiempo Hugo von
Hofmannsthal escribía su Carta de lord Chandos (titulada
originariamente Ein Brief), cuyo pasaje más importante era una
exageración poética de las ideas formuladas en la introducción
antimetafísica de la obra de Mach, Beiträge zur Analyse der
Empfindungen (Análisis de las sensaciones).
148 Hermann Bahr fue considerado como su portavoz oficioso. Otros de sus
miembros fueron Arthur Schnitzler, Felix Dormann, Peter Altenberg, Richard
Beer-Hofmann, Felix Salten, Raoul Auernheimer, Hugo von Hofmannsthal,
Stefan Zweig y Karl Kraus, quien posteriormente se separó del grupo y le
dedicó una sátira mordiente en su artículo Die demolierte Literatur (La
literatura demolida) .
201
Explicaremos aquí brevemente en qué consiste la crítica de
Hofmannsthal: la carta se sitúa en Inglaterra en 1603, el año de la
muerte de la reina Isabel. Está escrita por un cortesano, Lord
Chandos, y dirigida a su amigo Francis Bacon. En ella, el joven
escritor se disculpa por haber renunciado definitivamente a su
actividad literaria y describe su situación como inevitablemente
abocada al silencio. Así es como se expresa:
202
perspectiva y capacidad ordenadora. Como no había un punto de
referencia fijo todo carecía de valor. Finalmente, el yo quedó
convertido en un elemento más dentro de la multiplicidad,
asaltado constantemente por otros elementos en su pasiva
receptividad.
La carta termina cuando el joven escritor comunica al lector
que es incapaz de seguir escribiendo, pues las palabras han
perdido su significado y el único lenguaje que puede usar es aquel
en el que se comunican “las cosas mudas” 150.
El problema de Hofmannsthal es explícitamente un problema
del lenguaje, semejante en cierto sentido al que preocupará a
Wittgenstein. El lenguaje ya no sirve para expresar las cosas más
importantes de la vida, no es capaz de dotar de significado al
devenir. Hofmannsthal toma conciencia de que la lírica
impresionista representa un mundo, semejante al descrito por
Mach, en el que no tiene cabida la dimensión moral. Una carta
supone para él la despedida de la poesía, el medio de expresión
por excelencia del esteta; y el comienzo de la búsqueda de un
nuevo lenguaje que le permita conducir a los hombres a
considerar los valores y el significado de la vida desde un punto de
vista existencial.
El sentido profundo de la experiencia de Lord Chandos es la
crítica a una teoría del conocimiento que sitúa el fundamento de
éste en imágenes sensoriales o elementos, concretamente el
sensacionismo que defiende Mach. Esta teoría, anteriormente
abrazada por Hofmannsthal y los estetas, le resulta ahora
radicalmente deficiente porque las cuestiones más apremiantes de
la vida y la sociedad no hallan respuesta en ella ni son
representables en términos de impresiones sensoriales. Dicho de
203
otro modo, no existe un método que permita deducir a partir de
esos “elementos básicos” el complejo de objetos significativos y
valiosos para la vida humana.
El nuevo vehículo artístico que Hofmannsthal escoge,
influido por Wagner, es el Gesamtkunstwerk, una especie de teatro
que era entendido como la unificación de las artes: emulando a los
antiguos griegos, mediante la fusión de la poesía, el teatro y la
música, intentará trasmitir al público una experiencia a la vez
social y religiosa. Ya no se trata de evocar o de sugerir, ni siquiera
de transmitir ideas argumentadas sino de trasformar la manera en
que los hombres conducen sus vidas. Las obras y las óperas en las
que participa tienen como tema fundamental la redención del
hombre a través del ágape cristiano: el ser humano debía
abandonar el egoísmo en el que estaba enquistado, pues en él se
halla el origen de toda manifestación antisocial. A través del
Gesamtkunstwerk, Hofmannsthal buscaba transmitir al público
una experiencia catártica socializante, pretendía transformar el
odio y la codicia humana en amor y cooperación 151.
En resumidas cuentas, la solución de Hofmannsthal a los
problemas fundamentales de la vida consistió en una reafirmación
de los antiguos valores del imperio de los Habsburgo, que éste
consideraba la base de una cultura universal y humanística 152.
151 Karl Kraus, quien compartía con él la idea fundamental del teatro como
medio para la transmisión de valores humanizadores, consideraba su
pretensión ingenua y ridícula. Mediante un voluptuoso escenario, la
decoración, la música, el espectáculo y la fantasía era imposible cambiar el
curso político de la sociedad. La mediación de la razón era para Kraus
fundamental. Además, todo ese aditamento sólo conseguía alejar al público de
lo esencial. Si la obra teatral tenía valor por sí misma, todo lo demás
representaba un obstáculo para el espectador (Janik y Toulmin 2001, 102 y
103).
152 Janik y Toulmin 2001, 145 y 146.
204
La reacción contra los principales puntos de vista de Mach
expresaba los sentimientos de buena parte de los artistas
vieneses.
Weininger – apartado ya por completo de la concepción
cientificista del mundo – había colaborado con Alois Höfler, junto
con otros estudiantes de filosofía, en la edición de unos
manuscritos de Kant que llevaban por título “Bases Metafísicas de
las Ciencias Naturales”. El trabajo aparece en Leipzig en el año
1900 como los volúmenes IIIa y IIIb de las publicaciones de la
Sociedad Filosófica de la Universidad de Viena. El conocimiento
profundo que Weininger tenía de aquellos textos y su admiración
por el rigor de las afirmaciones kantianas le mostraron el nuevo
camino a tomar. No debe extrañar, por tanto, su búsqueda
desesperada de la justa visión del mundo, del conocimiento
auténtico, de las ideas verdaderas que se esconden tras el
fenómeno. De modo que, antes incluso de obtener su doctorado
dejó de considerarse a sí mismo como científico, e incluso como
filósofo, reconociéndose más bien como místico y profeta.
Brevemente explicaremos en qué consiste y cuáles son los
fundamentos de la psicología de Mach o, usando una expresión de
Friedrich Albert Lange, de la “psicología sin alma”. Con ello
pretendemos mostrar en qué medida la polémica en torno a la
existencia del carácter y la crítica a la psicología de Mach se
convierten en elementos centrales para el desarrollo de la idea de
racionalidad dibujada en la obra de Weininger.
En su Análisis de las sensaciones (publicada en Noviembre
de 1885), Mach se propone acabar con las confusiones y
especiales perversiones éticas a las que nos conducen la religión,
el ascetismo y la filosofía cuando consideran el yo como una
unidad indisoluble, como una substancia, es decir, como aquello
205
que subyace a toda pluralidad. Según Mach, muchas
concepciones filosóficas del yo surgen precisamente por el temor
ante la evidencia de su inconsistencia y su posible desintegración,
así como de la necesidad de inmortalidad individual. Tal es el
caso, por ejemplo, del yo que se desprende de la ética ascética de
Schopenahauer, que promueve el desprecio por el cuerpo y por
todo lo que le es propio. Es cierto que se trata de un yo
antiegoísta, pero también es autodestructivo y, según Mach,
biológicamente insostenible. Otro ejemplo diferente pero
igualmente inadmisible para Mach es el que surge de la excesiva
estimación de los impulsos y de todo lo relacionado con el propio
cuerpo, es decir, de lo que es exclusivamente mío e intransferible,
pues tiene como consecuencia el desprecio del yo ajeno y es, por
tanto, excesivamente egoísta. Éste es el caso del superhombre
postulado por Nietzsche 153.
Según Mach, el concepto kantiano de una “cosa en sí” (una
esencia), reconocida como distinta de su apariencia, nace de una
confusión especial:
206
estable, entra en conflicto con el análisis, cuya tarea es aislar las
partes constitutivas.
Mach destaca una diferencia entre el ser humano y el resto
de los animales. El ser humano, a diferencia del animal e incluso
del niño, posee por naturaleza la capacidad de posicionarse y
elegir voluntariamente su punto de vista, que puede ser sintético o
analítico:
207
tan abundantes y consistentes como los de nuestra vida
consciente, no habría criterio alguno para juzgar una cosa como
aparente y la otra como real 156.
La distinción apariencia-realidad sólo tiene para Mach un
sentido práctico. Veamos qué significa esto: decimos, por ejemplo,
que el remo parece torcido cuando se introduce en el agua pero
que en realidad es recto. Sin embargo, tan real es nuestra
percepción del remo recto al aire libre como nuestra percepción
óptica del remo quebrado cuando se introduce parcialmente en el
agua (decimos óptica porque lo cierto es que al sentido del tacto le
sigue pareciendo recto). En este caso, decir que el remo es
“realmente recto” se justifica porque nuestro medio natural es el
aire y la percepción recta del remo nos resulta mucho más
habitual. En definitiva, para que la distinción entre apariencia y
realidad tenga sentido tiene que existir algún tipo de contraste u
oposición, de lo contrario la distinción carecería de valor práctico y
también de sentido, como, según Mach, ocurre con la pregunta
por la realidad o irrealidad del mundo 157.
Asimismo, para evitar las concepciones metafísicas del yo y
las actitudes que de ellas se desprenden, Mach propone concebirlo
también como una unidad práctica. Asegura que el yo, igual que
156 Mach 1886, 8-11. Por cierto, de esto ya nos advierte Descartes en su
Discurso del método cuando propone al lector que imagine el caso de un
hombre que sueña todas las noches ser rey.
157 En este punto quisiéramos dar la razón a Mach pero señalar al mismo
208
los otros cuerpos u objetos físicos, no es más que un concepto
abstracto que designa un complejo de “sensaciones” o elementos.
La única peculiaridad de estos elementos es que las relaciones que
mantienen entre ellos son más estrechas que las que mantienen
con otros grupos de la misma clase.
Según esta nueva concepción, los cuerpos no engendran
sensaciones (o elementos) sino que las sensaciones, gracias a sus
estrechas relaciones, engendran cuerpos, y lo mismo tenemos
para el yo:
209
de “cuerpo”, “yo”, “materia”, “espíritu” 160, etc., no constituyen un
estorbo, pues han sido formados para especiales fines prácticos,
temporales y determinados: a la Física, por ejemplo, le resultará
útil el concepto de “cuerpo” y a la Psicología, mientras sólo persiga
fines prácticos, también le será útil la noción de “yo”.
Sin embargo – asegura Mach – cuando ambas ciencias
trabajan juntas, se ha comprobado que los conceptos de una no
encajan con los de la otra.
Mach sostiene que los problemas teóricos aparecen cuando
se produce la lucha entre los hábitos adquiridos y el impulso de
adaptación del pensamiento a una región de la experiencia; bien
sea por ensanchamiento de un determinado ámbito de nuestra
experiencia o (como en el caso sobre el que Mach va a reflexionar)
por la unión o convergencia de dos regiones de la experiencia que
antes permanecían separadas, por ejemplo, las de la Física y la
Psicología. Para la solución de estos problemas las antiguas
herramientas conceptuales son insuficientes o ineficaces y es
necesaria la formación de nuevos conceptos que permitan
representarse la región mencionada.
Según Mach, la solución de los problemas originados por la
convergencia de los ámbitos de estudio de la Psicología y la Física
se encuentra en una concepción de los elementos antes señalados
como elementos del mundo, esto es, como elementos que, según
adquieran unas determinadas relaciones funcionales u otras,
pueden ser considerados, de modo acrítico, como “sensaciones” o
como “objetos”.
Esto significa que para Mach no existe diferencia entre el
mundo físico y el psíquico. El mundo “interior” y el “exterior” están
constituidos por un corto número de elementos homogéneos a los
210
que se suele llamar sensaciones. Pero como esta palabra parece
que responde a una teoría tendenciosa, prefiere hablar siempre de
elementos, que le parece una expresión más neutral. Esta tesis se
conoce como monismo neutral.
Mach insiste en que la formación de los conceptos “yo” y
“cuerpo” responde a un principio económico del pensamiento y
tiene una importancia primordial no sólo para el individuo, que
busca el placer y huye del dolor, sino también para la
supervivencia de la especie, hasta el punto de que los formamos
instintivamente y se nos imponen con fuerza. Sin embargo, en
ciertas ocasiones, cuando lo que perseguimos no son ya fines
prácticos sino el conocimiento en sí161, dice Mach, conviene no
dejarse arrastrar por esa tendencia y abandonar dichas
construcciones, ya que resultan insatisfactorias y
contraproducentes.
Según Mach, cuando el impulso de adaptación del
pensamiento vence sobre los hábitos adquiridos – y si se posee el
anterior discernimiento –, se comprende que los límites del “yo” no
son precisos ni estables sino borrosos y movibles, ya que pueden
ser ensanchados o disminuidos a voluntad, de manera que el “yo”
termine por abarcar el mundo entero o un punto inextenso162. Se
211
descubre entonces que el “yo” está en continuo cambio, pero es la
lentitud de los cambios lo que le concede la aparente estabilidad.
Los hábitos que se mantienen por largo tiempo de manera
inconsciente o involuntaria forman el fondo del yo y es
precisamente lo variable en el cuerpo o en el yo lo que mueve la
voluntad. Pero aquí – dice – no debe entenderse la voluntad en
sentido metafísico. En una interesante nota Mach explica cómo en
un músico virtuoso, que domina bien su instrumento, o en un
orador experto, que domina la psicología del auditorio, se produce
una dilatación del yo por el lado de los afectos. Por el contrario, el
yo se empequeñece en los estados depresivos que aquejan a
algunas personas, pues se sienten separados del mundo como por
un muro.163
El yo machiano, como vemos, ni es inmutable ni tiene unos
límites que permitan identificarlo con precisión frente a otros
cuerpos. Lo más importante es la continuidad pero sólo en tanto
que ésta es un medio para preparar y asegurar el contenido del yo.
Ahora bien, ese contenido no es propiedad exclusiva de un
individuo: muchos de los recuerdos personales se conservan en
otros tras la muerte de un individuo y algunos contenidos de
conciencia que surgen en el individuo y tienen significación
general “rompen los límites del individuo y crean vida impersonal
o superpersonal independiente de la persona que los ha
212
creado”164. Según Mach, el placer que sienten el artista, el
científico y el reformador social se debe precisamente a esa
contribución.
Mach está convencido de que este planteamiento conduce a
una concepción de la vida más libre y luminosa, opuesta tanto al
ascetismo como a la intolerancia.
213
“El solipsismo es un absurdo y debería ser llamado
más bien nihilismo; si no existiera un Tú no podría existir
jamás un Yo, y por tanto no quedaría nada.”165
214
sin embargo, también es (el Tú); pero no por oposición al no-ser, a
la nada167.
Debido a esto, si no existiera un Tú tampoco existiría un Yo
y, en ese caso, no existiría nada. Posiblemente influido por
Nietzsche, Weininger entiende el nihilismo como la tendencia a
aligerar el mundo de carga axiológica, a desvalorizarlo, a vaciarlo:
que sólo existieran elementos significaría la nada porque la pura
materia carente de valor es nada. Dicho de otro modo, porque el
ser es idéntico al valor y la ausencia de valor es el no-ser.
Correlativamente, añade Weininger, sólo cuando se ha
adquirido conciencia del propio Yo podrá reconocerse y sentirse el
Yo de otros individuos, lo que significa ver en ellos un centro del
mundo con sentimientos, pensamientos y memoria de su pasado,
presentir su personalidad. Únicamente entonces deja de correrse
el riesgo de tratar a los demás como medios para la obtención de
los propios fines:
167 De ahí que la tríada (Yo, Tú y Dios) adquiera para él un significado tan
especial: representa las tres dimensiones del espacio, el yo completo; o
también Dios en el hombre, la síntesis del universo, la unidad de todas las
contradicciones (SUC, 156). Y es que, como veremos más adelante, para
Weininger Dios es lo ético en el hombre, el hombre se diviniza cuando
adquiere el sentido del deber; y sólo gracias al otro, al Tú, puede originarse en
mí esa conciencia del deber.
168 SC, 278.
215
“El hombre genial es aquel que ha llegado a tener
conciencia de su Yo. Por esto capta antes que los demás la
diversidad de sus semejantes y siente el Yo de los otros
individuos cuando éstos todavía no han llegado a sentirlo tan
intensamente como para poder concienciarlo.”169
216
pensamiento. Pensar es para Weininger juzgar y “cada nuevo acto
enjuiciador aniquila desde sus bases el fatigoso trabajo de los
atomistas de las sensaciones.” 172
Pero ¿por qué no puede comprenderse el juicio desde la
psicología asociacionista? Porque ésta parte de un presupuesto
ontológico que lo elimina: que sólo existe aquello que podemos
percibir, aquello que puede hallarse en la experiencia. Ahora bien,
cuando tomamos una decisión, cuando prestamos atención o
cuando pensamos, nuestro Yo se halla presente por completo y sin
fisuras en estas acciones. No hay escisión en él, carece de la
dualidad necesaria para que se produzca la percepción de sí mismo
en el instante de la acción. Dicho de otro modo, cuando queremos,
cuando asentimos o negamos, está actuando la voluntad pero
justo en ese instante somos incapaces de percibirla. A lo único
que podemos aspirar es al recuerdo de lo que sentí cuando
actuaba. Y lo mismo ocurre cuando pensamos o cuando
prestamos atención.
Por esta razón hay que concluir que la voluntad, la
apercepción, el juicio y el concepto existen pero no son hechos de la
experiencia y la psicología asociacionista nunca podrá
encontrarlos en ella. También es importante para Weininger el
hecho de que esta conclusión no se derive de la experiencia sino
completamente a priori.
217
experiencia, quiere encontrar en la misma experiencia las
condiciones necesarias para que – valga la redundancia –
cualquier tipo de experiencia sea posible. Es incapaz de darse
cuenta de que esta empresa fracasará siempre. La razón de ello es
que:
218
han dejado descubrir en el mundo (pues ciertamente no es ese su
lugar) – sólo queda la alternativa de aceptar o negar (y esto
tampoco viene determinado por la experiencia) la existencia de
algo que haga posible toda la vida psíquica y, por tanto, también
la misma experiencia. Ese algo puede llamarse alma, personalidad
o carácter y debe ser el principio regulador que guíe todas las
investigaciones de tipo psicológico. Si la psicología fuera por este
camino, acabaría transformándose en una biografía teórica. Es
decir, en una investigación sobre las leyes que rigen el desarrollo
del individuo desde su nacimiento hasta su muerte, que tendría
en cuenta las diferencias individuales y atendería a la vida en su
conjunto y no únicamente a las sensaciones. Quedarían así
establecidos definitivamente los límites de toda psicología empírica.
Según Weininger, la psicología de los elementos es
incompatible con la libertad porque parte del presupuesto de la
determinación absoluta y porque busca las leyes causales del
pensamiento y la volición para establecerse como ciencia. Quien
crea en un sujeto libre, concluye Weininger, debe negar la
posibilidad de la psicología como ciencia empírica.
Por otro lado, Weininger acusa a la psicología moderna de
ser eminentemente femenina. Esta acusación, como veremos más
adelante, se basa en la identificación de la Mujer con la materia y
en la tesis que afirma que, a diferencia de lo que ocurre con el
Hombre, de la vida psíquica de la Mujer sí que es posible una
representación puramente empírica:
219
En consecuencia, la psicología masculina ha de ser tratada
independientemente de la femenina y debe tender siempre al Yo
como foco y corona de sus investigaciones. Según el filósofo, la
confusión de la vida anímica masculina con la femenina ha
conducido a los más grandes errores en el ámbito de la
psicología176.
Weininger también acusa a la psicología de su época de
participar del espíritu judío, pero las razones de esta crítica las
veremos más adelante.
En definitiva, para Weininger la verdadera causa de la
decadencia de la Psicología se debe a su completo olvido del alma
(Mach), así como a su emancipación respecto de la filosofía y a la
influencia duradera que sobre ella tuvieron algunos físicos
(Fechner y Helmholtz). Por eso la caracterología, considerada como
la teoría integral del alma humana, es anunciada por el filósofo
como la psicología del futuro.
Como vemos, las diferencias teóricas entre Mach y Weininger
son profundas y numerosas. Probablemente se deriven de su
diferente actitud con respecto a tres cuestiones: la época que les
ha tocado vivir, su propio trabajo y el objetivo de la ciencia.
Mach, por su parte, no pretende construir un sistema
filosófico sino más bien contribuir al progreso de las
investigaciones naturales modernas177. Ello muestra de alguna
dar.” Aquí el término que usa Weininger para referirse a la mujer no es “Frau”,
que como decíamos tiene connotaciones culturales y se refiere más bien al
género, sino “Weib”, más vinculado a la sexualidad y que podría traducirse
como hembra.
176 SC, 318
177 “No hay una filosofía de Mach.” (Mach 1886, 323). “No soy más que un
220
manera su optimismo con respecto a la civilización y su sintonía
con el espíritu de su época. Por otro lado, aunque quiere prescindir
de consideraciones metafísicas, hemos visto que defiende el
monismo neutral, una postura epistemológica que supone al
menos la negación del dualismo ontológico como presupuesto de la
ciencia y el inmanentismo como actitud del investigador:
una filosofía nueva en las ciencias de la naturaleza, pero quisiera eliminar una
antigua filosofía envejecida” (Mach 1905, 12 y 13).
178 Mach 1948, 12.
179 Mach 1987, 324.
221
conocimiento de las relaciones entre los elementos. Y esas
relaciones deben poderse expresar en forma de problema
matemático.
Como buen empirista, considera más consecuentes las
filosofías de Berkeley y de Hume que la de Kant y se halla más
próximo a aquellas. Pero sostiene que como naturalista no le
corresponde a él la tarea de criticar o refutar la filosofía de Kant,
que debe ser juzgada por la época. El progreso de la ciencia y la
dirección que ésta está tomando, dice Mach, muestran la
insuficiencia de los planteamientos kantianos.
Su actitud antimetafísica le lleva a sostener que toda
cuestión es susceptible de una profundización ulterior y que no
hay ningún auténtico problema completamente insoluble:
180 Mach 1987, 322. Esta afirmación, por cierto, será luego defendida por
Wittgenstein, quien como sabemos llegó a considerar como la tarea más
propiamente filosófica disolver los problemas que esta misma disciplina se
empeñaba en formular. Esa disolución, por otro lado, vendría a corroborar que
no se trataba de auténticos problemas sino de pseudoproblemas provocados
por una mala comprensión de la gramática de nuestro lenguaje. Esto no
significa, sin embargo, que Wittgenstein adoptara una actitud naturalista con
respecto al lenguaje y el conocimiento humanos sino que optaba por una
separación nítida entre el ámbito del sentido, protagonizado por las ciencias
222
Mach está denunciando aquí la carencia de sentido de
muchos de los problemas filosóficos. Una tesis que, como sabemos,
será desarrollada posteriormente por el Círculo de Viena y por
Wittgenstein, tanto en el Tractatus como en las Investigaciones
filosóficas.
Weininger, por su parte, adopta una actitud abiertamente
filosófica y especulativa. Aspira a elaborar un sistema cuya meta
es la comprensión global del universo. Se declara dualista y está
convencido de que hay determinadas cuestiones que no se rigen
por las intuiciones del tiempo y el espacio, por lo que no pueden
ser enmarcadas bajo la forma del principio de causalidad
(relaciones funcionales) y quedan fuera del ámbito científico (de la
ciencia empírica). Esas cuestiones corresponden a una esfera de la
realidad que constituye, por así decirlo, el trasfondo sobre el que
es perceptible cualquier objeto, la condición de toda experiencia,
lo no relativo, lo absoluto.
Para que la Psicología sea profunda, para que sea filosófica,
ha de tener en cuenta este ámbito de la realidad. Ha de partir de
la idea de que en él se hallan el origen y la meta de las acciones
humanas. Weininger aspira, como podemos apreciar, a la
construcción de una Psicología más filosófica.
Para Weininger, además, sí que existen problemas
insolubles. Hay cuestiones eternas que no carecen de sentido pero
sí de solución, al menos mientras permanezcamos confinados en
el espacio-tiempo. Son, sin embargo, las cuestiones más
importantes. Así, el problema del dualismo, el problema de la vida
223
(de la caída o del pecado), no puede comprenderse completamente
mientras se vive.
A diferencia de Mach, la intención de Weininger no es
contribuir al progreso de la ciencia, y por ende de la civilización
occidental, sino más bien cuestionar sus fines y advertir de la
existencia de otras posibilidades. En este punto, por cierto, su
actitud coincide plenamente con la de Wittgenstein.
224
de la vida psíquica de la Mujer sí que era posible obtener una
representación puramente empírica satisfactoria. Y por eso
también Weininger consideraba la psicología de su época, cuyo
modelo científico-teórico era Mach, femenina.
Sin embargo, su rechazo más general de la investigación de
tipo mecánico-causal – o como dice Mach, analítica – para explicar
el comportamiento de cualquier organismo vivo (incluido por tanto
el de la mujer), le aproxima a una corriente de pensamiento
vitalista, que en la filosofía moderna occidental podría estar
representada por Whitehead, y más recientemente Lancelot Law
White, y que estaría posiblemente emparentada, a través de
Schopenhauer, con el pensamiento oriental.
Podría decirse que si el camino tomado por los antiguos
griegos consistía en refinar los conceptos de causación hasta
llegar a una explicación de los fenómenos naturales como la de
Demócrito, donde si una partícula ocupa un punto en el espacio-
tiempo es porque otra partícula la ha empujado hasta allí, los
chinos trataron de sistematizar el universo de cosas y
acontecimientos en una estructura que se ordena según las
influencias mutuas de las partes en el todo.
El universo chino es un gran organismo increado donde cada
una de sus partes efectúa voluntariamente sus funciones en las
recurrencias cíclicas del todo, y donde ora un componente, ora
otro, toma el liderazgo en una especie de jerarquía fluctuante. En
la ciencia china la idea de correspondencia adquiere una
importancia central y la idea de causalidad es evitada: las cosas
no están causadas sino conectadas. En lugar de observar
sucesiones de fenómenos, la ciencia china detecta alteraciones de
aspectos. Para estudiar un organismo vivo no desmonta y analiza
225
sus piezas porque en ese instante la vida no está presente. Y parte
del presupuesto de que no debe entenderse como una máquina.
En Marzo de 1902, en el esbozo “Hacia una Teoría de la
Vida”, Weininger declaraba su adherencia a una posición
neovitalista. Pero como veremos, su rechazo, filosóficamente
legítimo, del punto de vista mecánico-causal que regía las
investigaciones y el pensamiento de su época, trocaría enseguida
en odio apasionado contra los judíos, a quienes considera como
los máximos representatens de dicho punto de vista. Como ya
hemos visto, oponiéndose al mecanicismo, Weininger se está
oponiendo también a la perspectiva del hombre afeminado antes
aludida.
Al margen de las motivaciones psicológicas a las que
aludíamos en la biografía de Weininger, la animadversión de éste
contra los judíos es probable que fuera motivada o alentada por la
filosofía antisemita de Chamberlain. Por otro lado, la serie de
lecturas y discusiones sobre Nietzsche que tuvieron lugar en la
Sociedad Filosófica puede que contribuyeran al carácter misógino
de su obra. Y finalmente, las posiciones humanitarias en lo
concerniente a la educación, la homosexualidad y la liberación de
ciertas mujeres (aquellas que poseen un grado desproporcionado
de masculinidad) que encontramos en Eros und Psyche – lo que
corresponde a la primera parte de Sexo y Carácter – seguramente
se formaron en Weininger, al menos en parte, gracias a la lectura
de dos revistas, el Annual for Sexual Hybrids y Die Zeit.
226
supuestos de los que debería partir? ¿Cuál es el método más
adecuado para esta disciplina?
Estatus y presupuestos
227
En esta misma línea, Weininger sostiene que se debería
considerar la posibilidad de derivar de la mera individuación, es
decir, del hecho evidente de que los seres orgánicos no nos
encontremos unidos unos a otros como hermanos siameses, la
existencia de algo específico correspondiente al ámbito psíquico;
algo más sólido que el sujeto de Mach:
185 SC, 241. Naegeli, de Vries, Oscar Hertwing, etc., habían desarrollado la
teoría de que cada célula del organismo pluricelular es portadora de todas las
cualidades de la especie y que éstas se encuentran de un modo especialmente
marcado en las células germinales. El ideoplasma era por tanto la suma de
todas las propiedades específicas de la especie, que tenía lugar en todas y
cada una de las células de los organismos pluricelulares (SC, 48). Weininger,
por su parte, también localiza en el idioplasma el correlato material del
carácter empírico individual.
186 SC, 242. Weininger añade que la relación entre el carácter empírico y el
228
de modo que sólo si se acepta la existencia en el hombre de este
tipo carácter puede creerse con sentido en la libertad humana.
Según Weininger, la existencia del carácter inteligible debe ser un
presupuesto de toda Psicología humana.
De este modo, Weininger establece la diferencia fundamental
entre la Psicología animal y la humana: mientras que a la primera
le basta con suponer la existencia del carácter empírico, la
segunda necesita partir además de otro supuesto, la existencia del
carácter inteligible.
Como veníamos diciendo, la Psicología se caracteriza por
ocupar una posición intermedia entre la filosofía y el análisis de
las sensaciones. Esta ambigüedad, según Weininger, ha favorecido
la aparición de dos tendencias erróneas:
- En primer lugar, el “psicologismo”, es decir, la falsa opinión
que excluye a la lógica y la ética de los fundamentos de la
psicología para incluirlas en un apéndice de ésta188. Weininger se
lamenta de que el crecimiento de la doctrina de las sensaciones y
el desmedido valor que se le ha conferido hayan ido acompañados
de la tendencia a subordinar la lógica y la ética a la psicología y a
hacerlas derivar de ella189.
- El segundo error es el intento de llevar a cabo una
Psicología empírica general sin ocuparse al mismo tiempo de la
Psicología diferencial. Todo psicólogo tiende a conferir validez
general a los resultados de su investigación. Sin embargo, dice
229
Weininger, hay problemas que no pueden resolverse sin recurrir a
las diferencias caracterológicas. Por ejemplo, si en la sensación
tiene lugar o no “un acto activo de la percepción” o una
“espontaneidad de la conciencia” es algo que no se puede
responder de manera unívoca.
Uno de los objetivos explícitos de la obra de Weininger es,
por tanto, crear una Psicología alternativa, que trate de obtener
puntos de vista generales sin descuidar las diferencias
individuales.
El nombre que propone para esta nueva ciencia es, como
dijimos, el de Biografía teórica (“theoretische Biographieˮ), pues
opina que éste delimita mejor que hasta ahora las fronteras con la
filosofía, por un lado, y con la fisiología, por otro. Debe llamarse
“biografíaˮ y no “biologíaˮ porque ha de entender la vida del
hombre como un todo y dar cuenta del origen y el transcurso de
sus diferentes fases. Pero su método es biológico y no
historiográfico, pues Weininger considera que hasta el momento
toda historiografía se ha referido únicamente a individualidades,
sin pretensión de generalidad, mientras que el objetivo de la
Biografía teórica debe ser “el estudio de las leyes permanentes que
rigen el desarrollo mental del individuo” 190, desde su nacimiento
hasta su muerte. Se trata, por tanto de una Psicología
ontogenética. Sólo una ciencia como ésta sería capaz de aportar
algo a la Ciencia del espíritu, por lo que debería absorber a toda la
psicología actual, que, según Weininger, no ha comprendido
todavía en qué consiste su tarea ni cuál es su fin.
Weininger dice que aunque acepta la nueva clasificación de
las ciencias en “nomotéticas” e “ideográficas”, establecida por
Wilhelm Windelband, considera justificado conservar de todos
230
modos la clasificación de John Stuart Mill que separa las ciencias
naturales de las ciencias del espíritu (Natur- und
Geisteswissenschaften).
Método
231
atribuirles una existencia metafísica192. Más adelante
comprobaremos cómo Weininger desatiende esta advertencia.
Según el filósofo vienés, la indecisión y las múltiples
discrepancias entre los científicos (anatomistas y antropólogos),
cuando se trata de investigar, por ejemplo, las diferencias
sexuales, se debe a que sólo se centran en las características
aplicables a la generalidad – cuya aplicación siempre se ve
obstaculizada por las múltiples excepciones – y no se preocupan
por determinar el tipo ideal, que es lo que realmente interesa a un
sistema de ciencia pura (no aplicada).
Weininger pensaba que el afán de su época (la que califica
como industrial) por la acumulación de datos y la estadística
estaba entorpeciendo el acceso al verdadero conocimiento.
Pues bien, la nueva Biografía teórica debería servirse de tipos
psicológicos para ordenar a los individuos. Weininger propone que
nos imaginemos dos tipos sexuales opuestos, el hombre ideal, por
un lado, y la mujer ideal193, por otro, con el que se
corresponderían dos tipos psicológicos igualmente opuestos.
Para que pueda entenderse por qué Weininger considera
estos tipos sexuales como los más fructíferos para la psicología
expondré brevemente algunos de sus presupuestos. Éstos serán
explicados más extensamente en el siguiente apartado.
Weininger parte del presupuesto biológico de la bisexualidad
universal. Por lo que también en el caso de la especie humana lo
único que existe son gradaciones innumerables de “formas
intersexuales”. No existen, sin embargo, el hombre perfecto
(Mann) o la mujer perfecta (Weib), sino sólo aproximaciones a
ambos tipos ideales.
192 En este punto Weininger parece estar siguiendo a Goethe, quien en La
metamorfosis de las plantas desarrolla la teoría de los tipos (“tipo” en el
sentido de una configuración abstracta unitaria) para el reino vegetal.
193 “Ein ideales Mann M und ein ideales Weib Wˮ.
232
Otra idea que Weininger asume y que le servirá de guía para
su investigación caractereológica posterior es que en todo el reino
animal el impulso sexual tiene un origen o naturaleza diferente
dependiendo de que se trate de un macho o de una hembra.
Sobre la base de esta realidad biológica y centrándose en la
especie humana, Weininger defiende dos tesis:
- La bisexualidad psicológica de todos los individuos.
- La existencia de una diferencia esencial en la vida psíquica
de éstos, la diferencia entre los sexos.
La distinción de los tipos sexuales antes mencionados, el
hombre ideal y la mujer ideal, hace justicia, por tanto, a esta
diferencia psicológica que Weininger considera fundamental.
Pues bien, la nueva Psicología debería encargarse no sólo de
construir los tipos psicológicos ideales sino también de determinar
cuál es la posición de cada individuo entre esos dos planos
estructurales. Y debería establecer exactamente el grado de
masculinidad o feminidad de cada individuo y averiguar si una
acción o pensamiento específico ha tenido origen en el elemento
masculino o en el femenino de su personalidad. Este
procedimiento individualizaría a cada ser humano, ofreciendo la
base para el estudio de las diferencias psicológicas individuales 194.
Weininger tiene la esperanza de que a la luz de la Psicología
diferencial, la práctica pedagógica se transforme. Piensa que la
rigidez de los supuestos pedagógicos se eliminaría si se
reconocieran las diferencias psicológicas entre los estudiantes y se
tuvieran en cuenta sus habilidades e inclinaciones particulares 195:
233
aproximación posible al ideal del hombre o de la mujer
convencionalmente en vigor, provocando con esta ortopedia
espiritual una verdadera tortura.”196
234
múltiples hechos que según Weininger justificarían este supuesto,
por ejemplo, que:
199SC, 105.
200SC, 105.
201 En 1795 Goethe introduce el término morfología y lo define como la
235
coordinación del movimiento psíquico con el movimiento corporal,
lo que estudia la Fisiognómica – que es el resultado de unir la
Morfología con la Caracterología – es el problema de la constante
coordinación del reposo psíquico con el reposo corporal. Así, la
diferencia fundamental es que mientras el primer problema es
puramente dinámico, el segundo es más bien estático 202. La
Fisiognómica trataría de sacar a la luz la coexistencia regular de
ciertos rasgos físicos, especialmente faciales, y determinados
rasgos de carácter. Weininger, consciente de las dificultades de
esta disciplina, que había caído en el descrédito de los propios
científicos hasta el punto de ser considerada como una ocupación
inmoral, intenta recuperar la confianza en ella:
236
principio de causalidad, mientras que la relación simultánea, dice
Weininger, se explicaría mejor a partir del principio de correlación,
que consiste en la coexistencia regular de ciertos elementos o
caracteres205. Ahora bien, dichos elementos no tienen por qué
constituir conjuntos cerrados y determinados.
Según Weininger, la importancia del principio de la
correlación está clara, por ejemplo, en la Biología, cuando ésta
aplica el concepto de las funciones orgánicas a los seres vivos;
pues desde un punto de vista teleológico es fácil comprender la
existencia de ciertas relaciones constantes. Así, cuando el aparato
digestivo del organismo está adaptado a la alimentación cárnica,
sabemos que deben existir también un aparato de masticación y
órganos para la captura de la presa206. Pero el principio de
correlación también debería ser de gran utilidad en otras
disciplinas:
237
sienten fascinación por los perros y no soportan a los gatos, otras,
en cambio, disfrutan con los gatos y detestan a los perros. Pues
bien, en un caso como éste preguntar por qué unos individuos
prefieren los gatos y otros los perros está justificado y, sin
embargo, no resulta fructífero. Sería mucho más provechoso
preguntarse en qué más cosas se diferencian los sujetos que
prefieren los perros de aquellos que prefieren los gatos.
Según Weininger, la pregunta por el porqué sólo está
justificada y además es fructífera cuando el condicionante y el
condicionado aparecen sucesivamente en el tiempo pero no tanto
cuando son simultáneos. Su propuesta, por tanto, no excluye la
investigación causal pero la limita a lo que él considera que es su
verdadero campo: el idioplasma. Es allí donde debe buscarse la
causa de aquellos hechos a los que luego se aplicará el principio
de correlación.
238
el físico por separado, como para el psicofísico – y en la búsqueda
de las diferencias.
Este nuevo método – dice Weininger – “acelerará el progreso
de la ciencia considerada en su conjunto.” 208
Ahora bien, tratándose de la psicología humana, es de vital
importancia tener en cuenta también el análisis introspectivo, que
muchas veces proporciona la clave para el estudio de las
diferencias.
De modo que, fijándose en las diferencias, aplicando el
principio de correlación y sin descuidar el análisis introspectivo, el
propio Weininger construye lo que considera que son los dos tipos
psicológicos fundamentales, el hombre y la mujer ideales (Mann
und Weib).
208 SC,111.
239
3. El sexo
La bisexualidad universal
209SC, 400.
210 SC, 34. Weininger apoya su tesis de la bisexualidad en las últimas
investigaciones sobre embriología y sobre el desarrollo de los órganos sexuales
de Johannes Müller, R. Remark, Wilhelm Waldeyer, K. Goebel, Oskar Hertwig,
etc. También en los estudios anatómicos de Ernst Häckel y en las tesis de
Darwin y de Weismann.
240
substancias? O ¿en qué parte del organismo se encuentran? Y
también, ¿en qué consisten realmente los rasgos masculinos y los
femeninos?
Contestaremos primero a la pregunta por el lugar.
Basándose en la doctrina de Joh. Japetus Sm. Steenstrup, un
zoólogo de Copenhague, y en las investigaciones sobre los tejidos
del organismo realizadas por Havellock Ellis, Weininger afirma que
la sexualidad del individuo no sólo se encuentra en los órganos
sexuales primarios y secundarios sino que se halla distribuida por
todo el cuerpo.
Steenstrup afirmó:
241
“Toda célula del organismo está caracterizada
sexualmente y tiene un determinado tono sexual.”212
212SC, 43.
213 SC, 44. Queremos llamar aquí la atención sobre algo que después nos
resultará de gran utilidad. Incluso tratándose de un discurso biológico, tras
las palabras de Weininger se esconde la idea, de origen pitagórico (y que luego
veremos cómo desarrolla), de que la masculinidad es algo positivo y la
feminidad negativo, pues ésta consiste en la ausencia de la primera.
242
“Hasta hoy no nos es posible saber, ni siquiera con
carácter de probabilidad, en qué consiste la masculinidad o
feminidad de una célula, y cuáles son las diferencias
histológicas, fisicomoleculares o incluso químicas que
separan las células de la hembra de las del macho.”214
243
muy femeninas con senos poco desarrollados o con excesiva
barba. Los casos de asimetría en los que, por ejemplo, un seno
está más desarrollado que otro, una pierna es más femenina que
otra, o en un lado de la cara la barba está más poblada que en el
otro, también son muy comunes. De hecho, según Weininger,
nunca se da una perfecta simetría en las características sexuales.
Eso también demuestra, en su opinión, que cada célula ya posee
originariamente (desde el principio del desarrollo embrionario) su
propio tono sexual, pues es muy improbable que esas asimetrías
se produzcan por las diferencias en la distribución de la secreción
interna216.
De todo esto se derivan las siguientes conclusiones:
- Que la sexualidad de un organismo no depende
exclusivamente de la de sus glándulas genitales, pues está
distribuida por todo el cuerpo en diferentes proporciones.
- Que ningún individuo concreto es por completo un macho
o una hembra, a lo sumo puede hablarse de individuos varoniles o
femeniles.
- Y que la homosexualidad no es ni una enfermedad 217 ni
algo adquirido218, sino una predisposición natural, lo que tampoco
significa que se herede:
216 SC, 48 y 49. En este punto Weininger añade algunas observaciones más
para poner límite a la acción de las secreciones internas sobre la sexualidad
del individuo y resguardarse así de posibles objeciones contra su tesis. Se
apoya sobretodo en los trabajos de Conrad Rieger y A. W. Jonson sobre la
castración.
217 Weininger se opone aquí a la opinión de Krafft Ebing, quien incluye el
Krapelin y Fére.
244
Según Weininger, esta tesis es confirmada también por la
existencia de actos homosexuales entre los animales 220. Y además,
habría que admitir que todos los seres vivos tienen cierta
tendencia, aunque sea muy débil, a la homosexualidad. Dicha
tendencia está en función del mayor o menor grado de desarrollo
que hayan alcanzado los caracteres del sexo opuesto 221. De ahí
también que en los seres humanos, durante los años anteriores a
la pubertad, cuando la diferenciación sexual no ha sido todavía
completada por las secreciones de las glándulas genitales, las
amistades entre individuos del mismo sexo no estén totalmente
desprovistas de un significado sexual. De hecho, las relaciones
humanas en general y a cualquier edad, nunca lo están222.
Weininger se opone abiertamente a los métodos que se
habían utilizado en el pasado y en su época seguían utilizándose o
aconsejándose – tanto por los que consideraban que la
homosexualidad es una enfermedad como por aquellos que la
consideraban un vicio – para “normalizar” la vida sexual de los
individuos.
Lo que pretende con estas consideraciones es contribuir a la
abolición de las leyes, a su juicio ridículas, contra los actos
homosexuales223:
sexualidad infantil.
223 Leyes vigentes en su época al menos en Inglaterra, Alemania y Austria.
245
permiten las suyas al heterosexual, siempre, claro está, que
tanto en uno como en otro caso se evite el escándalo
público.”224
246
mujer concretos parecen hechos el uno para el otro, Weininger dice
haber descubierto una nueva ley a la que tan sólo Schopenhauer
se había aproximado antes que él: la ley de la atracción sexual 226.
Aunque, según Weininger, existe más de una ley de este tipo, él
sólo se va a centrar en una de ellas, la que guarda una
dependencia orgánica con el contenido de su libro.
Según esta ley, el hombre completo (M) y la mujer completa
(W) tenderían a unirse. Pero puesto que no existen hombres y
mujeres absolutos, lo que ocurre en la práctica es lo siguiente: dos
individuos son perfectamente compatibles cuando al sumar el
porcentaje de masculinidad de uno de ellos y el porcentaje de
masculinidad del otro se completa el cien por cien, formándose así
un hombre absoluto. Complementariamente, la suma de la
feminidad contenida en ambos individuos también será del cien
por cien. Por ejemplo, un hombre con un sesenta por ciento de
masculinidad y un cuarenta por ciento de feminidad se sentirá
fuertemente atraído por una mujer cuya masculinidad sea de un
cuarenta por ciento y la feminidad de un sesenta.
Lo que, según Weininger, esta ley pone de manifiesto es que
“existen dependencias funcionales entre la preferencia sexual y las
cualidades somáticas y psíquicas de un ser” 227.
Tal y como dice Weininger, Schopenhauer se había
aproximado muchísimo al contenido de su ley de la atracción
sexual, pues en la “Metafísica del amor sexual” el filósofo alemán
sostiene:
226 Weininger reconoce, en una de las múltiples notas que sólo aparecen en la
versión alemana, que el filósofo que se había aproximado a dicha ley era
Schopenhauer, en el capítulo “Metafísica del amor sexual”.
227 SC, 66.
247
virilidad de él se corresponda exactamente con el grado
determinado de la femineidad de ella, a fin de que ambas
unilateralidades se compensen. Por lo tanto, el hombre más
viril buscará la mujer más femenina y viceversa, y
exactamente igual cada individuo buscará a quien se
corresponda con su grado de sexualidad”228 .
248
física. La mujer, por su parte, prefiere a los hombres entre los
treinta y los treinta y cinco años de edad, que sean fuertes,
valerosos y con una voluntad firme, ya que éstas son las
cualidades que el hijo heredará del padre.
Schopenhauer da razón de cada una de estas
consideraciones, tanto de las absolutas como de las relativas,
pues está convencido de que ninguna de ellas es casual: las
consideraciones absolutas son las que atañen al puro instinto
sexual, que se dirige a cualquier objeto (o a ninguno en
particular); y su función es la conservación de la especie según la
cantidad. Las consideraciones relativas son las que intervienen en
el enamoramiento, las que despiertan las grandes pasiones. Éstas
se dirigen en exclusividad a un objeto particular y, según
Schopenhauer, se les suele dotar de un carácter noble y sublime
porque surgen de un especial encargo de la especie y porque ya no
velan por el aspecto cuantitativo de la especie sino por el
cualitativo229.
Como vemos, Weininger se centra en una sola de las
consideraciones relativas del amor sexual desarrolladas por
Schopenhauer. Precisamente en aquella que tiene que ver con los
porcentajes de masculinidad y de feminidad de cada individuo,
que es el tema central de su obra. Hasta aquí, parece coincidir con
Schopenhauer en lo fundamental.
Lo único que, a nuestro juicio, Weininger reprocharía al
filósofo alemán es que pese a considerar la especie humana como
una idea platónica, no establece, sin embargo, una separación
tajante – que a juicio de Weininger es imprescindible – entre lo
masculino, por un lado y lo femenino, por otro, pues no habla en
ningún momento de tipos o de ideas para referirse a esta
249
dualidad. Otra diferencia entre ambos autores en la manera que
tienen de enfocar el tema del amor sexual es que mientras
Schopenhauer recurre permanentemente a ejemplos tomados del
arte y principalmente de la literatura para fundamentar sus tesis,
Weininger prefiere apoyarse en las últimas investigaciones
científicas, que dotan a la primera parte de su libro del aspecto
científico requerido por cualquier estudio de carácter biológico-
psicológico.
De hecho, el filósofo vienés dice encontrar la confirmación de
su teoría en las observaciones de Darwin de la fecundación entre
las plantas heteróstilas: Darwin había observado que existen
algunos tipos de plantas, las llamadas heteróstilas, cuyas flores
presentan dos tipos morfológicos diferentes (dístilas) o incluso tres
(trístilas). El polen de las flores con pistilo largo y estambres
cortos (más femeninas) sólo puede fecundar con éxito a las flores
de pistilo corto y largos estambres (más masculinas) y viceversa.
Cuando se fecunda artificialmente una flor con el polen de otra de
la misma forma se obtienen malos resultados: plantas enfermizas,
enanas o infecundas230.
Según Weininger, el caso de las plantas heteróstilas junto
con otros ejemplos parecidos del reino animal confirman que la
fecundación obtiene los mejores resultados cuando entre los padres
existe la máxima atracción sexual y los peores resultados en caso
contrario.
Como hemos visto, esta tesis ya la sostenía Schopenhauer.
Lo que, sin embargo, parece original de Weininger es la fórmula 231
matemática que expresaría la ley de la atracción sexual:
230 A decir verdad, éste es uno de los mecanismos de las plantas hermafroditas
para evitar la autofecundación.
231 Es posible que esta ley sirviera de inspiración a Wittgenstein para la
250
A= K * f (t) ,
M1 – F2
251
naturaleza le parece similar. Por ejemplo, la atracción que ejerce el
óvulo sobre el espermatozoide - que consigue vencer todas las
resistencias para unirse a él -, la atracción de los polos opuestos
de un imán, la de los iones que se unen para igualar una
diferencia de potenciales y, especialmente, la “ley de atracción de
masas”, según la cual un ácido muy fuerte tiende a unirse con
una base muy fuerte. Esto, sin duda, vuelve a recordarnos las
palabras de Schopenhauer:
252
Por otro lado, el hecho de que la fecundación “ilegítima”
produzca malos resultados, explicaría, según Weininger, la
degeneración física de los semitas de su época, pues se trata de
una de las razas en las que los matrimonios convenidos por
terceras personas son más frecuentes 235.
Schopenhauer ya había advertido sobre la degeneración que
conllevan los matrimonios por conveniencia:
253
Como veremos, además de ser egoísta, el matrimonio por
conveniencia atentaría contra la verdad, una verdad que en la
filosofía de Schopenhauer es de carácter metafísico y tiene
consecuencias éticas.
254
la psicología diferencial y a la caracterología, pues el carácter de
una persona nunca es completamente masculino o femenino. Por
el contrario, siempre intervienen en el individuo ambas
tendencias.
Como ya dijimos, Weininger considera que el conocimiento
de este hecho debería tener consecuencias pedagógicas. Hasta
ahora, dice, se ha tendido a homogeneizar la educación de los
hombres por un lado y la de las mujeres por otro, lo que ha
supuesto una auténtica tortura para las formas intersexuales, que
han quedado completamente desatendidas. En conformidad con el
principio de la bisexualidad psicológica, la educación debería
individualizarse para posibilitar un desarrollo espiritual más libre,
que se halle en conformidad con las aptitudes y el carácter de
cada individuo. Según Weininger, es errónea la difundida opinión
de que todas las mujeres son iguales y, mucho más la que
considera iguales a todos los hombres 238. Cada individuo es único
y la opinión contraria sólo puede tener consecuencias negativas
tanto para aquellos que son educados según el rol de la
masculinidad convencional como para las que son encorsetadas
por las costumbres y tradiciones según un patrón femenino.
Ahora bien, continúa Weininger, en un mismo individuo la
tendencia masculina y la femenina no actúan nunca
simultáneamente sino que van oscilando 239. Ésta es la
periodicidad a la que antes nos referíamos. Pues bien, en algunos
casos, esas oscilaciones son imperceptibles; en otros, sin
238 Para apoyar la tesis de que las diferencias entre los individuos de sexo
masculino son más notables que las del sexo femenino Weininger se basa en
las investigaciones de Darwin recogidas en la obra El origen del hombre.
239 Recordemos aquí las observaciones de Wittgenstein en sus Diarios secretos.
255
embargo, son tan importantes que no afectan únicamente al
comportamiento del individuo sino también a su aspecto corporal.
Además sostiene que las mencionadas oscilaciones pueden
ser regulares o irregulares: las regulares no suelen tener
consecuencias importantes, se manifiestan, por ejemplo, en el
hecho de que algunos hombres se sienten más varoniles por la
tarde que por la mañana o viceversa. Este fenómeno, dice
Weininger, habría que incluirlo dentro de los “grandes periodos de
la vida orgánica”. Las oscilaciones irregulares, sin embargo,
suelen ser provocadas por causas externas, principalmente por el
carácter sexual de las otras personas. Los individuos capaces de
tales oscilaciones juegan un papel fundamental en lo que
Weininger llama “fenómenos de posición”, que deberían ser mejor
estudiados por la psicología de las multitudes240. Weininger piensa
que en determinados momentos de la historia puede aumentar el
número de seres híbridos produciendo consecuencias a nivel
sociológico, como por ejemplo, la aparición del movimiento
emancipador de la mujer.
En resumen, lo que esto significa es que la bisexualidad
psicológica no se manifiesta en un momento dado como una
mezcla de masculinidad y feminidad, pues las acciones de un
individuo no pueden ser simultáneamente masculinas y
femeninas. Para detectarla, por tanto, debe tenerse una visión
más completa de su vida. Desde un punto de vista psicológico, por
tanto, la bisexualidad se va desarrollando sucesivamente a lo
largo de la vida del individuo 241.
240 Weininger dice en una de sus notas que sobre el tema de la periodicidad en
la vida humana el libro más interesante y original que puede encontrarse es el
de Wilhelm Fliess, Die Beziehungen zwischen Nase und weiblichen
Geschlechtsorganen, cuyo título, por cierto, no nos informa en absoluto sobre
su contenido.
241 SC, 97.
256
Este hecho, que puede parecer insignificante, es de una
importancia crucial ya que servirá a Weininger para legitimar la
construcción de los tipos sexuales. Así, mientras la perspectiva
biológico-fisiológica de la primera parte de la obra le permitió
abordar el problema de los grados intersexuales pero no
determinar qué son exactamente la masculinidad y la feminidad,
el punto de vista psicológico-filosófico de la segunda parte del libro
le permitirá construir los tipos sexuales: el hombre absoluto y la
mujer absoluta, que resultarán de gran utilidad a la hora de
comprender los casos concretos.
257
sexo, masculino o femenino”. Esto puede observarse, dice
Weininger, en las relaciones entre individuos homosexuales,
donde siempre uno de ellos adopta el papel masculino y el otro el
femenino. Así,
258
El impulso sexual
259
futuro reconocimiento del nuevo ser, mientras que el hecho
indiscutible de que este niño sea de esta madre condena a la
mujer a permanecer unida a la materia, siendo el niño una
prolongación de su propio cuerpo.
También Schopenhauer afirma que el niño recibe del padre
las cualidades del corazón y del carácter y de la madre la belleza y
la inteligencia, que, por supuesto, no pasa de ser un talento.
Como vemos, en esta consideración del acto sexual, la mujer
aparece bien como un recipiente vacío que ansía llenarse, y en eso
ocupa su vida, bien como un trozo de tierra pasiva y receptiva que
espera recibir la semilla que germine en ella, y contribuir así a la
conservación de la especie, que es lo único para lo que está
diseñada.
Otra confirmación de que la mujer no siente el impulso a la
detumescencia la encuentra Weininger en el hecho de que en las
mujeres genuinas no se conoce la masturbación. Lo que se ha
llamado onanismo en la mujer no es el impulso a la
detumescencia, es decir, el deseo de poner fin a la excitación
(como ocurre en el varón) sino, más bien, su intención de
procurarla, intensificarla y prolongarla. Porque, según Weininger,
la irritabilidad fisiológica de la mujer, que no su sensibilidad, es
mucho más intensa que la del hombre. Sostiene que los puntos
erógenos en el cuerpo del hombre son pocos y están bien
delimitados mientras que los de la mujer están distribuidos por
todo el cuerpo, de manera que cualquier contacto con ella puede
excitarla: no existe en ella una demarcación tan clara como en el
varón entre las partes genitales y el resto del cuerpo. Además,
mientras la predisposición para la sexualidad en el hombre se da
de forma intermitente y pueden pasar largos intervalos de tiempo
260
sin que sienta impulsos sexuales, la mujer está permanentemente
predispuesta.
En definitiva, la mujer es absolutamente sexual. Su
sexualidad lo abarca todo, mientras en el hombre sólo abarca una
parte. Por eso, añade, mientras la mujer se halla completamente
ocupada y absorbida por la sexualidad y otros menesteres
relacionados con la misma (en los que se incluye todo lo relativo al
hombre que ama y a la crianza de los hijos), el hombre se ocupa
también de otras muchas cosas: negocios, política, religión, arte,
juego, sociabilidad, etc. El amplio marco de acción de la
sexualidad femenina también impide que ésta desarrolle
notablemente cualquier talento. Su interés por ocupaciones
sociales, políticas o artísticas será siempre mucho menor que su
interés por la sexualidad y sólo se dedicará a aquellas cosas en la
medida en que eso le ayude a lograr sus fines: conseguir al
hombre deseado y educar a sus hijos.
Por todo ello dice Weininger:
261
sexualidad misma. La mujer por ser sólo sexual, no nota su
sexualidad, pues para hacer cualquier observación es
necesaria la dualidad (...) Groseramente expresado, el
hombre tiene un pene, la vagina tiene una mujer.”245
El proceso de clarificación
262
describir una hénide particular, que sólo podemos ser conscientes
de su existencia. No obstante, añade, el término “hénide” es
teoréticamente importante para un estudio de los sexos.
Para describir el concepto de hénide, y siguiendo a Richard
Avenarius246, Weininger distingue entre elementos y caracteres247:
Avenarius llama “elemento” a lo que Schopenhauer llama
“representación”, los ingleses “impresión” o “idea” y en la vida
cotidiana llamamos “objeto” o “cosa”, independientemente de
dónde se detenga el análisis. Puede considerarse como “elemento”,
por ejemplo, todo el árbol, cada hoja particular, el color, el olor, o
cualquier otra cosa. El “carácter” para Avenarius sería algo así
como el “tono del sentimiento” con el que se presentan los
“elementos”. Éstos pueden presentarse, por ejemplo, como
“agradables”, “beneficiosos”, “extraños”, “ciertos”, “dudosos”, etc.
Según Weinigner, en los comienzos de la vida psíquica de
todo individuo los “elementos” aparecen como tras una especie de
nebulosa que no permite identificarlos con claridad, mientras que
la caracterización envuelve ya vívidamente todo el conjunto. Del
mismo modo, en cualquier momento de la vida psíquica del
individuo ocurre que todo pensamiento va precedido por un
prepensamiento difuso.
Weininger da el nombre de “hénide” al contenido psíquico en
el instante en que aún no hay dualidad, es decir, cuando el
“elemento” y el “carácter” son indiscernibles. Lo que caracteriza a
la hénide, frente a un contenido completamente articulado, es el
menor grado de conciencia que requiere, la ausencia de contornos,
la fusión de los accesorio con lo esencial y la ausencia de un
263
“punto de mira” en el “campo visual”. En la hénide absoluta, dice
Weininger, aún no es posible el lenguaje.
El proceso que lleva desde la hénide absoluta hasta la
completa claridad y distinción (usando una terminología
cartesiana) es la clarificación. Ésta debe ocurrir no sólo en el curso
de toda una vida sino también una y otra vez para cada nuevo
contenido. El proceso inverso a la clarificación es el olvido, que
termina en una especie de postpensamiento confuso.
La teoría de las hénides es relevante para la psicología
diferencial porque permite explicar las diferencias entre la vida
psíquica del hombre y la de la mujer. Aunque posean los mismos
contenidos psíquicos, el grado de su articulación es siempre
diferente: mientras que el hombre piensa en representaciones
claras y distintas, a las que se adhieren sentimientos fácilmente
separables, la mujer piensa en hénides. En ella pensamiento y
sentimiento son inseparables. La mujer es más sentimental porque
muchos de los acontecimientos de su vida tienen forma de hénide,
mientras en el hombre han alcanzado un notable grado de
clarificación.
Obviamente aquí también se trata de una cuestión de
grados: incluso los hombres más inteligentes encuentran puntos
oscuros e inexpresables en sus pensamientos. La completa
claridad de las sensaciones, de los pensamientos y de las
conexiones lógicas entre los conceptos es para Weininger un ideal
inalcanzable. Teniendo esto en cuenta, el calificativo “genial” sólo
debería aplicarse a aquellos individuos cuya conciencia haya
alcanzado un grado de clarificación superior a la mayoría de los
hombres.
264
Por otro lado, una mujer concreta que viviera en un sistema
de hénides absolutas podría ser confundida con una planta. Es
una imposibilidad empírica:
265
Según el filósofo, existe un hecho que demuestra que las
representaciones femeninas no alcanzan el mismo grado de
clarificación que las masculinas: la mujer, cada vez que se trata
de expresar un nuevo juicio, espera siempre del hombre que le
aclare sus propias representaciones, que le interprete sus hénides.
De hecho, muchas mujeres reconocen que no podrían casarse con
un hombre menos inteligente que ellas, pues el criterio de
masculinidad que consideran prioritario es que el hombre sea
superior a ellas en inteligencia.
Pues bien, todo esto queda resumido en la siguiente cita:
266
4. El carácter
267
- Pero además, y esto es lo que ahora queremos destacar,
porque él es quien dota de esencia a la Mujer 250. La Mujer, puesto
que no es nada, puede llegar a ser cualquier cosa, lo que depende
de la voluntad del Hombre.
En los capítulos sucesivos aclararemos en qué sentido dice
Weininger que la Mujer es lo que el Hombre quiere que sea.
Recordemos también que lo que el mito del demiurgo intenta
transmitir es la idea de que el mundo sensible, en la medida en
que participa de las ideas, tiende a la perfección, pero en tanto
que todo en la naturaleza está constituido por materia, también
tiende a la degeneración y al caos, que siempre acaba por
imponerse en el terreno de las cosas sensibles particulares.
Pues bien, en el mundo weiningeriano también nos
encontramos con dos principios antagónicos que tiran de la
realidad empírica en sentidos opuestos. Esta tensión es
particularmente trágica en el caso de la especie humana, pues en
ella anida la conciencia: los humanos cuentan por un lado con el
deseo de saber, con el amor por la verdad, con la fortaleza de la
voluntad, con la templanza, etc. Pero la debilidad, el miedo, la
molicie, la codicia, el deseo sexual, etc., que son aliados del
cuerpo, arrastran el alma humana hacia la nada.
Nos hallamos, por tanto, atrapados en el tiempo y en el
espacio entre el ser y la nada, entre el bien y el mal, entre el cielo
y el infierno. Estamos de algún modo con los brazos extendidos
hacia arriba como colgando del cielo y hundiendo al mismo tiempo
los pies en el fango. En esa tensión consiste el gran problema de la
vida, que para Weininger no es otro que el problema de la Mujer.
Así de preocupado estaba Weininger por el “segundo sexo” y
por la concepción que los hombres debieran tener de él.
268
A continuación expondremos las características que
Weininger atribuye al hombre absoluto o al genio y así, pensando
lo que supondría carecer de todas ellas, entenderemos mejor el
significado que tiene para él la idea de Mujer en el universo.
Acabamos de trazar un paralelismo entre la filosofía de
Weininger y la platónica. Pues bien, ahora nos sentimos tentados
a extraer una conclusión algo más general: la filosofía de
Weininger es platónica y cristiana (tal y como se manifiesta en San
Agustín) y, al tiempo, ha asimilado el giro subjetivista moderno.
Una filosofía que sustituye el Dios de San Agustín por el Yo del
imperativo categórico kantiano, que Weininger considera el ideal de
humanidad; y que lleva su idealismo más lejos que Kant. Una
filosofía que se concreta, sin embargo, en un lugar y una época de
crisis del orden establecido, donde existiendo una separación tan
clara entre los sexos, las relaciones entre ellos eran cada vez más
problemáticas y las mujeres habían comenzado ya su lucha por la
emancipación.
269
Según Weininger, cierto grado de desarrollo de las
capacidades que expondremos a continuación es condición
necesaria para la producción de lo único que cabría considerar
como una obra genial:
270
4. Otra característica del genio es su mayor capacidad de
comprensión. El genio es capaz de comprender a muchos más
seres que el individuo mediocre.
Para comprender a un hombre hay que llevarlo dentro de sí.
Así, el grado de genialidad del individuo será proporcional al
número de hombres que encierre dentro de sí y a lo vivos que se
hallen éstos en él, pues los sentirá más intensamente. El hombre
genial, habría que decir, es más complicado.
271
precedentes que ante las nuevas. La memoria es, por tanto, el
resultado de un engranaje mecánico de representaciones.
272
James), con aquel ‘carácter’ que Avenarius denominó el
‘notal’, y Höffding ‘la cualidad de lo conocido’”254.
273
La memoria del genio, según Weininger, también es
continua. En el hombre con grandes dotes intelectuales los
acontecimientos de su vida no aparecen en el recuerdo
aisladamente sino que, a pesar de los sueños y algunas lagunas
de la conciencia, confluyen en una corriente única con una
dirección.
Weininger llama nuestra atención sobre el hecho de que la
memoria continua o, lo que viene a ser lo mismo, la conciencia de
un pasado no interrumpido, es una facultad propiamente
humana. Ningún otro organismo vivo la posee y el genio la posee
en grado máximo.
274
memoria libera los acontecimientos del influjo del tiempo y los
retiene en el espíritu 258.
Por un lado, recordar nos da la pauta del tiempo pero, por
otro, la memoria es la negación del tiempo. ¿Qué significa esto?
Que un individuo dotado de memoria no es completamente
absorbido por los acontecimientos del momento, pues ésta le
permite enfrentarse al tiempo y hacerlo objeto de observación para
así llegar a comprenderlo. Es necesario situarse fuera del tiempo
para reflexionar sobre él y la memoria hace posible esa escisión
entre el presente eterno (o atemporal), que es inaprensible, y el
pasado continuo, que sí que puede ser objeto de observación.
Hace posible también la dualidad necesaria para tomar conciencia
de uno mismo, de la propia vida, y contemplarla desde fuera como
un todo con sentido.
Así, puesto que el individuo genial posee una memoria
máximamente continua, también posee la necesidad más intensa
de inmortalidad.
258SC, 208.
259En Sobre las últimas cosas Weininger desarrolla una teoría sobre la
relación entre la voluntad (que casi podría identificarse con el tiempo) y el
275
Weininger identifica la necesidad de inmortalidad con la
voluntad de tener un valor. Y la razón que ofrece es que del mismo
modo que los acontecimientos que tienen valor para el individuo
son rescatados por la memoria, la vida psíquica del individuo,
considerada como un todo, también quiere ser valorada
positivamente, sobreponerse al tiempo y permanecer eternamente
después de la muerte del cuerpo. Éste, según Weininger, es uno
de los motivos más íntimos del deseo de inmortalidad 260.
Así, además de la mayor necesidad de inmortalidad, el genio
también posee la voluntad más poderosa de tener un valor. El
ideal del genio sobre sí mismo es no verse afectado por el tiempo.
Si tenemos en cuenta también que el hombre genial es el
microcosmos consciente, que lo es todo, su voluntad de tener un
valor coincide con la voluntad de liberar al mundo entero del
tiempo, de valorarlo todo. Podría decirse, por tanto, que el hombre
genial posee la máxima voluntad de valor o de libertad.
Aunque si queremos ser exactos, el genio absoluto, el ideal
inalcanzable, no es otra cosa que el propio valor.
276
arrepentimiento, la compasión o el respeto 261; y lógicos, como el
principio de razón suficiente, que exige a todo juicio una
motivación. Algo que se encuentra siempre en el pasado del
individuo262.
Según Weininger, aunque la memoria en sí no es un acto
lógico-ético, sí que es, al menos, un fenómeno de este tipo: es un
fenómeno lógico porque ella misma es la expresión psicológica del
principio lógico de la identidad; y ético, porque es un deber no
olvidar nada y todo olvido es en sí inmoral.
Examinaremos un poco mejor qué significa que la memoria
sea un fenómeno lógico. Para ello nos será de gran ayuda la
pregunta siguiente ¿Qué ocurriría si un individuo careciera
completamente de memoria?
a) Que no se sentiría idéntico a sí mismo en los diferentes
momentos de su vida.
b) Que carecería de la evidencia de la identidad del objeto de
su pensamiento a través del tiempo.
c) Que tampoco sería consciente del movimiento, pues le
faltaría un sistema de coordenadas permanente al que poder
referir los cambios externos o internos.
d) Pero lo más importante; un individuo semejante sería
incapaz de entender y seguir las cuatro leyes del pensamiento
lógico. ¿Por qué?
- En primer lugar, porque no podría superar el tiempo
infinitamente pequeño que permite reconocer que A sigue siendo A
en el momento siguiente ni formular, por tanto, el juicio de
identidad, A=A (principium identitatis).
Debe tenerse en cuenta que para Weininger el juicio A=A
sólo puede establecerse psicológicamente en relación con el tiempo
277
y, sin embargo, por contraposición a él, es decir, como At1=At2;
aunque Weininger reconoce que el principio lógico de la identidad
nada tiene que ver con la relación temporal.
El juicio de identidad meramente lógico, dice Weininger, no
tiene sentido para un sujeto psicológico, por eso necesita la
envoltura temporal. Ahora bien, lo que este principio significa para
el que lo piensa (el sujeto empírico) es precisamente la negación
del tiempo.
Si el principio de la identidad es tan importante para
Weininger es porque pone de manifiesto el límite entre lo temporal
y lo atemporal, porque de algún modo expresa la lucha de un
sujeto carnal, sometido a los avatares del tiempo, por
sobreponerse a él y por salvaguardar del tiempo todo lo que le
importa. Porque evidencia la existencia de un sujeto que valora, de
un sujeto que quiere. Veremos cómo este sujeto es también el de
la ética.
Por esa razón, mientras el principio lógico A=A carece de
sentido, su reconocimiento psicológico está cargado de significado,
es la expresión más sucinta y clara del dualismo, que, como
sabemos, Weininger considera idéntico al problema de la vida.
Así, en la medida en que la memoria continua rescata del
tiempo los acontecimientos que se valoran, y por tanto, también la
propia vida del individuo considerada en su conjunto, ésta es la
expresión psicológica del principio lógico de identidad.
- En segundo lugar, porque como decíamos, a un individuo
que careciera de memoria continua también le resultaría
imposible diferenciar A de lo que no es A, ya que nunca tendría
ante sí dos conceptos para poder compararlos (principium
contradictionis).
278
- Por esta misma razón, sería incapaz de reconocer el exclusi
tertii.
- Y finalmente, sería totalmente ajeno al principio de razón
suficiente (printipium rationis sufficientis), que exige a todo juicio
una motivación psicológica, motivación que siempre se halla en el
pasado del individuo263.
Según Weininger, el principio de razón suficiente es la
esencia del silogismo tal y como éste es entendido por un sujeto
empírico, pues las premisas que conducen a la conclusión son ya
juicios que deben haber sido establecidos psicológicamente por el
pensamiento antes de que lo sea la conclusión. El individuo
encuentra por tanto una motivación psicológica para establecer la
conclusión en las premisas que ha comprendido anteriormente.
De todo esto se deriva que un individuo que careciera de
memoria continua no podría pensar lógicamente, posibilidad que
siempre se encarna en un “medium psicológico”. Esto significa que
se hallaría muy lejos del ideal lógico de la verdad.
Como vemos, Weininger establece un vínculo muy estrecho
entre la memoria y la lógica, hasta el punto de afirmar que en
aquella se halla la posibilidad de pensar lógicamente. Por esa
razón puede parecer que esté defendiendo el origen psicológico (y
por tanto empírico) de la lógica.
Sin embargo, esa conclusión no es correcta. Weininger
intenta por todos los medios mantenerse lejos del psicologismo en
lógica: que la posibilidad de pensar lógicamente deba referirse
siempre a un sujeto empírico no significa que la lógica dependa de
él. Es en el sujeto inteligible y trascendental donde hay que
buscar su origen. Lo que ocurre es que el sujeto psicológico
necesita de la memoria para retener sus representaciones
279
mentales y entender o captar así los principios lógicos, que le
trascienden. Gracias a la memoria puede valorarlos y reconocerlos
como medida de su pensamiento. No obstante, su pensamiento
nunca será puramente lógico.
Esta idea queda bastante clara en la siguiente cita:
280
Sin embargo, para querer y perseguir la verdad también hay
que valorarla y no es la memoria la que valora. Dicho de otro
modo, ella no podría ser el origen del acto de valorar porque no es
más que un fenómeno. ¿De dónde procede, por tanto, el valor de
la verdad? Dejaremos de momento este interrogante abierto.
265Si tenemos en cuenta que, igual que para Weininger, para Wittgenstein la
única ética posible es el deber para uno mismo y recordamos el aforismo en el
que asegura que emplear trucos en lógica es engañarse a uno mismo (CV 130),
comprenderemos que también para Wittgenstein ser fiel a la lógica es un deber
moral.
281
memoria, pero sobre todo en que ambas tienen como valor
supremo la verdad.
La necesidad de encontrar la verdad es, por tanto, el
fenómeno lógico-ético fundamental y el hombre genial lo
experimenta en grado máximo. En consecuencia, éste es también
el individuo más moral.
Inversamente, el sentimiento de culpa al que conducen el
error (por el lado de la lógica) y la mentira (por el lado de la ética)
es el fenómeno que en mayor medida nos muestra la distancia que
nos separa del ideal lógico-ético, la genialidad.
Cabría preguntarse ahora si de un individuo carente de
memoria podría decirse legítimamente que es inmoral: un
individuo semejante no desearía la verdad porque ni siquiera sería
capaz de reconocerla. Por esa misma razón tampoco podría decirse
con corrección que miente. La mentira significa para Weininger la
renuncia o suspensión del valor de la verdad por motivos
extraños. Por lo que sólo puede decirse que miente quien falsea los
hechos con plena conciencia, quien conoce la verdad y su valor
pero renuncia a ella. Un individuo semejante sería inmoral. Pero
quien careciera de memoria desconocería también la moral,
estaría imposibilitado para ella. Sería, por tanto, amoral. Esto es
lo que ocurre, como decíamos, con la mujer absoluta.
Habíamos dejado abierto un interrogante ¿de dónde procede
el valor de la verdad? Ya dijimos que su origen no podía ser la
memoria, pues ésta no es más que un fenómeno. Debe surgir, por
tanto, de algo no empírico, de algo eterno:
282
momento presenta el antiguo hecho como era anteriormente,
para poder crear así una existencia continua.”266
283
“La parte más profunda del individuo, el ser inteligible,
es precisamente aquel que no depende de la causalidad y
elige libremente el bien o el mal.”267
267SC, 248.
268Weininger parece querer afirmar, frente a Parménides, que el hombre es
capaz de crear no sólo a partir de la nada (ex nihilo), como decíamos, sino
también desde ningún sitio (in nihilo) y sin ninguna herramienta (cum nihilo).
284
¿Y no se está aquí atribuyendo al Hombre un carácter
divino? Recordemos que para el cristianismo, por ejemplo, Dios no
es solo el creador del mundo sino, por la misma razón, el único
ser necesario.
La respuesta de Weininger es sí. El hombre absoluto es Dios
o, dicho de otro modo, Dios es lo divino en el hombre.
Weininger se da cuenta de que ante esta afirmación un
cristiano podría plantear la siguiente pregunta: ¿no es Dios el que
crea al hombre? O ¿Acaso es el propio hombre el creador de la
divinidad? Este es, según Weininger, el problema cristiano de la
gracia, el más importante dentro del dualismo.
Pues bien, contestaría Weininger, preguntar por la relación
entre Dios y el hombre es lo mismo que preguntar por la relación
entre el valor y la voluntad. El valor es la voluntad fuera del
tiempo y la voluntad es el valor en relación con el tiempo. Dicho de
otro modo, Dios es el valor, pero éste se convierte en voluntad
cuando entra en relación con el tiempo (o también, en relación con
el no-ser)269. Y en el otro sentido, la voluntad se convierte en valor
cuando se hace atemporal. De hecho, lo que la voluntad quiere es
volver a ser; pues es voluntad de ser, de valor, de Dios.
La pregunta antes planteada, ¿de dónde procede el valor de
la verdad? (O también ¿qué inclina al hombre hacia la verdad?),
encuentra ahora su respuesta: la voluntad en el hombre es
voluntad de verdad. La voluntad es por tanto la clave para
entender que el hombre, simplemente por ser tal, aspire a la
verdad. Lo que caracteriza al hombre genial es, por tanto, su
mayor fuerza de voluntad, su mayor capacidad para vencerse a sí
mismo (para superar las tentaciones) en la búsqueda de la verdad.
Lo que caracteriza al genio es también su mayor humanidad.
285
Como decíamos, la relación entre el hombre y Dios no es
exactamente una cuestión de creación. El hombre y Dios son dos
caras de la misma moneda, la temporal y la atemporal 270. Pero con
esta respuesta Weininger no pretende que la idea de la creación
carezca de sentido. De hecho, se esfuerza por darle un sentido que
sea coherente con su filosofía. Veámoslo en la cita siguiente:
286
encontrarán en lo más profundo de su alma. Weininger, también
nos habla de Dios como maestro de la humanidad; pues sostiene
que la voluntad de Dios, que tiene forma lógica, es sentida como
un deber por el hombre. Y es que desde lo más profundo de sí
mismo, el hombre (en tanto que es libre) crea la lógica; pero la
verdad lógica es, al mismo tiempo, la meta o el ideal de sí mismo.
Pues el hombre es siempre también un sujeto psicológico, afectado
y motivado por circunstancias externas. La iluminación, en este
caso, proviene del interior del hombre, de lo que Weininger llama
el sujeto inteligible, que, como sabemos, es transpersonal.
Weininger cree responder así al problema de la gracia y dar
sentido a discurso cristiano, haciéndolo al mismo tiempo
compatible con su filosofía. Sin embargo, se declara incompetente
para resolver el problema eterno y central, el problema del
dualismo o del pecado original, que representa la caída del ser
atemporal en el no-ser, en la temporalidad: ¿por qué Dios se hizo
hombre? ¿Por qué el valor se hizo voluntad?:
287
Según Weininger, que el dualismo sea incomprensible se
debe a que quien intenta comprenderlo está aún dentro del
tiempo. Sigue estableciendo el tiempo porque sigue aferrado a la
vida terrena, porque todavía no ha renunciado a ella; es decir,
porque continúa viviendo o, lo que es lo mismo, pecando. Y no se
puede comprender el pecado mientras se está cometiendo. El
problema de la vida solo puede comprenderse desde fuera de la
vida.
Como conclusión diremos que, puesto que el hombre genial
es quien desea en mayor medida encontrar la verdad; puesto que
gracias a ello y a su memoria continua él es quien está más cerca
del ideal lógico-ético, la verdad; puesto que por ello es también el
individuo más consciente, el más libre y, al mismo tiempo, el más
moral, es el más cercano a la divinidad. El genio absoluto sería
Dios.
288
“No debo rendir cuentas más que a mí mismo, a
ningún otro debo servir, no puedo olvidarme de mí en el
trabajo; estoy solo, soy libre, soy mi dueño.”273
289
La siguiente cita revela hasta qué punto la ética de
Weininger es puramente formal, se fundamenta en la razón y tiene
como meta la autonomía:
290
weiningeriana de que en ocasiones es la necesidad de
inmortalidad – recordemos que esta es idéntica a la voluntad de
valor – la causa de la angustia ante la idea de la muerte y no a la
inversa: el miedo a la muerte no es por sí mismo más que un
fenómeno, por lo que no puede ser el fundamento de la voluntad
de valor.
291
hasta se transforman una en otra, e incluso se ha llamado a
la inspiración poética una clase de locura.”277
MVR, 224.
277
MVR, 222. Schopenhauer desarrolla una teoría que pretende explicar los
278
motivos por los que el comportamiento del hombre de genio se parece al del
292
12. Finalmente, señalar que el hombre genial es el que se
halla en mayor riesgo de perder la cordura. Pues como dijimos más
arriba, la genialidad se identifica con la máxima responsabilidad
pero ésta significa también el dolor más intenso. El genio es el
hombre que más sufre, pues soporta sobre sus hombros el peso
de todo el universo y precisamente por eso puede quebrarse:
293
tipos psicológicos, con independencia del grado de genialidad de
los individuos.
Antes de adentrarnos en esta cuestión conviene recordar
brevemente qué es para Weininger la caracterología y cuáles son
los supuestos que subyacen a esta incipiente ciencia.
Lo que esta ciencia persigue, según Weininger, es la
construcción de tipos humanos ideales (o extremos) que nos
permitan interpretar la multiplicidad existente. Para ello debe:
- Suponer la existencia en el hombre de un carácter
inteligible, diferente del empírico e independiente de éste.
- Prestar atención a las diferencias que existen entre los
caracteres empíricos de los individuos concretos.
- Buscar correlaciones, es decir, regularidades en la
coexistencia de determinados rasgos de carácter en cada
individuo.
294
individuo no persigue el valor sino que ansía el poder. Recordemos
que desde cierto punto de vista era idéntico al esclavo.
Pero también encontramos en la obra de Weininger otros
tipos humanos: el hombre de ciencia, el artista, el filósofo, el
hombre de acción y el judío son algunos de ellos. Éstos son
tratados por Weininger en distintos lugares de su obra y en
relación con diferentes temas. No dedicaremos aquí un capítulo al
análisis detallado de cada uno de ellos, pero podrán deducirse
más adelante a partir de la concepción weiningeriana de la
ciencia, del arte y de la filosofía, de las que sí que hablaremos. Al
análisis del carácter judío, sin embargo, dedicaremos un capítulo
completo, debido a la importancia que tiene para la comprensión
tanto del sistema filosófico de Weininger como del contexto
intelectual en el que éste se inscribe. Pero este análisis sólo podrá
ser abordado después de la concepción weiningeriana de la Mujer
(Weib), con la que guarda una íntima relación.
En este apartado expondremos brevemente, a modo de
ejemplo, algunos de los tipos humanos construidos por Weininger,
pues estamos seguros de que atender a los resultados de la
aplicación de un determinado método, permite entenderlo mejor.
295
en sí mismo, al menos cuando es consciente de ello, sino a
cualidades psicológicas o conductuales en apariencia moralmente
irrelevantes. En ese sentido, dice, unos hombres odian su propia
subjetividad y la persiguen, mientras que otros se consideran
dignos de amor y son indulgentes con ellos mismos.
Según Weininger, todo hombre evalúa sus rasgos subjetivos y
el resultado de esta evaluación decide el tono de su vida interna.
Ante este hecho sólo hay dos opciones: o se es pesimista o se es
optimista de nacimiento. Weininger identifica al pesimista con el
misántropo y al optimista con el filántropo, pues para amar u odiar
a otros es necesario primero amarse u odiarse a sí mismo. Lo que
es totalmente ajeno a nosotros mismos, dice Weininger, ni lo
odiamos ni lo amamos, a lo sumo lo tememos.
Mientras el filántropo ama todo aquello que se le parece, el
misántropo se esforzará por satisfacer su necesidad de amar con
quienes no se le parecen, pues odia todo lo que se le asemeja. Su
intento, sin embargo, fracasará siempre, pues, como afirmábamos
más arriba, amar es proyectar la propia alma en el otro, lo que
resulta imposible si el objeto del amor es totalmente contrario (u
opuesto) al amante. Por esta razón, el misántropo es incapaz de
amar a un ser concreto.
296
afirmar, para amar lo que verdaderamente es digno de amor. Esta
idea queda extraordinariamente bien expresada, según Weininger,
en un fragmento de Así habló Zaratrusta:
297
características están siempre presentes o ausentes de forma
conjunta.
Para profundizar un poco más en esta cuestión, Weininger
reflexiona sobre el Nuevo Testamento. A diferencia del Antiguo
Testamento, dice, donde la relación que mantiene Dios con los
hombres es la del Señor con sus sirvientes, en el Nuevo
Testamento esta relación es paternal, idea que se halla en estrecha
relación con otras dos ideas cristianas (en absoluto judías), la del
amor y la vida eterna. Jesucristo, sin embargo, representa mejor
que nadie la figura del hijo. Según Weininger, algunas de sus
frases demuestran que, a diferencia de Sócrates, el fundador del
cristianismo ni se amaba a sí mismo ni tenía vocación de maestro:
298
Por otro lado, el odio a uno mismo le parece moralmente
superior al amor a uno mismo, que siempre implica, en mayor o
menor grado, falta de honestidad.
Weininger utiliza esta reflexión para profundizar sobre la
subjetividad de Ibsen. El creador de Peer Gynt, dice, debe de ser
uno de esos hombres que se odian a sí mismos. Sólo si se tiene
esto en cuenta es posible entender el significado de uno de los
personajes de su poema, “el gran Boyg”. Esta figura, la más
enigmática y original de la obra, es el poder que una y otra vez
muestra al hombre su vanidad, dejándole desnudo tal cual es,
infiel a sí mismo; es la fuerza del yo empírico que se rebela contra
el ser inteligible; el principio negador de redención en general; la
comodidad, la indolencia, todo lo que Ibsen quería eliminar de sí
mismo284. El “Boyg” es también la mentira, que nunca es vencida
completamente por el hombre durante la vida; es el error, la
obstinación, la cobardía, etc. Representa, en definitiva, todo
aquello que separa al hombre de la verdad.
283 SUC, 60. Es interesante destacar aquí que según Weininger Dios no tiene
hijas. Esta idea encaja, por supuesto, con su afirmación de que la Mujer (W)
no tiene alma.
284 SUC, 67.
285 SUC, 69.
299
Como se deduce de algunas de sus cartas y aforismos, el
propio Weininger se identificaba con la figura del hijo y del
misántropo.
Buscadores y sacerdotes
300
Lo que caracteriza al buscador es un sentimiento permanente
de imperfección (de la imperfección del mundo, que es también la
suya), la necesidad de encontrarla y la consecuente búsqueda de
sí mismo, de su propia alma. El principal defecto del buscador es
la vanidad, pues ésta surge por la falta de seguridad en uno
mismo y la necesidad de reconocimiento externo. En su búsqueda
de sí mismo, de lo divino, el buscador huye del mundo. Así se
explica que sea un blasfemo. El buscador es introvertido y
reservado, aunque no antisocial o mentiroso.
Al sacerdote, en cambio, está convencido de la existencia de
la perfección. No necesita buscarse a sí mismo, puesto que ya se
ha encontrado, la certeza de su alma le es dada desde el principio,
por lo que está en disposición de entregarse a los demás. Al estar
seguro de sí mismo, no necesita el reconocimiento ajeno ni se
siente ofendido fácilmente. No es, por tanto, vanidoso, pero a
cambio persigue la gloria. Su esencia consiste en ofrecerse a los
demás, lo que siempre entraña sacrificio. El sacerdote es también
un bendecidor, concepto que al buscador le resulta ajeno e
incomprensible. En la medida en que se da a los demás, el
sacerdote es abierto, aunque no insolente. Él encarna la
perfección, por lo que intenta comprenderla y expresarla en su
totalidad.
Mientras el buscador se dirige desde el mundo sensible al
espiritual, el sacerdote, estando ya en contacto con éste,
desciende a la sensualidad. Metafóricamente dice Weininger que
los primeros tienen en común la línea sin color y los segundos, el
color sin línea.
Así, el sacerdote, que procede del espíritu, establece una
relación especial con la naturaleza, quiere que ésta esté en
armonía con su alma. El buscador, sin embargo, que busca su yo
301
en otros hombres, mantiene una profunda relación con la
sociedad y los productos humanos, como la ley, el estado, la
cultura y la moralidad.
Puesto que el camino del buscador es ascendente, éste sólo
puede sentirse culpable ante el espíritu, ante lo divino. El
sacerdote, cuyo camino es descendente, puesto que quiere
absorber la naturaleza, sentirá su culpa ante ella. De ahí que el
determinismo sea una idea sacerdotal, pues para el sacerdote la
legalidad y la libertad vienen a coincidir desde el principio. Sólo el
buscador reniega del cuerpo y lo maldice mientras trata de
aproximarse al espíritu.
La diferencia esencial entre ambos también puede
expresarse del siguiente modo: mientras al sacerdote le es dada la
divinidad como condición previa (por eso conoce la experiencia
mística), al buscador le es dada como objetivo.
Weininger pone del lado de los buscadores a personas como
Kant, Fichte, Ibsen, Hebbel, Rousseau, Calderón, Sófocles,
Brahms, Durero y Mozart. Incluye entre los sacerdotes a Shelley,
Fechner, Händel, Böcklin y Píndaro (del que dice que es un
sacerdote casi perfecto).
Fueron primero buscadores y más tarde sacerdotes: Goethe,
Wagner, Nietzsche (sacerdote sólo al final, en su Zaratustra) y
Beethoven.
302
amor), el fenómeno de la histeria, el problema de la maternidad y
la prostitución, etc.
Como dijimos, Weininger distingue dos arquetipos femeninos
entre los que dice que se hallan todas las mujeres concretas: la
madre y la prostituta. Aunque estos arquetipos a nivel psicológico
son muy diferentes, e incluso podría decirse que son opuestos,
coinciden, sin embargo, en algo fundamental, el fin que
inconscientemente ambos persiguen es la muerte. Son algo así
como dos manifestaciones diferentes de la nada, aunque también
podrían entenderse como dos formas que tiene el hombre de
sucumbir en el pecado. Porque en el fondo para Weininger es el
hombre el que crea a la Mujer, de modo que ella es su culpa, su
pecado o, como confiesa Tolstoi en uno de sus más conocidos
relatos, la Mujer es el diablo.287
En resumen, el problema de la Mujer es también el problema
del dolor, de la enfermedad, de la muerte y del pecado. Esta tesis
se entenderá mejor cuando expliquemos la concepción
weiningeriana del amor.
Ya dijimos que negando las características propias del genio
se obtiene la descripción de la mujer absoluta, de modo que
cualquiera podría deducirla fácilmente a partir de aquellas. Por
ese motivo, nuestro recorrido por las características de la Mujer
(W) será muy breve. Posteriormente explicaremos la teoría de
Weininger del amor y el deseo sexual, luego veremos cómo
interpreta el fenómeno de la histeria de manera que sea coherente
287 Es interesante señalar aquí que Tolstoi escribió dos finales diferentes para
este relato, titulado El diablo. En uno de ellos el protagonista acaba matando
al objeto de su deseo. En este caso el diablo tiene cuerpo de mujer. En el otro,
incapaz de vencer su propio deseo, el protagonista se suicida. En este caso el
diablo se encuentra dentro del propio hombre y se identifica con el deseo
sexual. Podría considerarse que en esta segunda historia el protagonista ha
alcanzado un grado de conciencia superior.
303
con su concepción de la Mujer. Finalmente, profundizaremos en
sus dos arquetipos femeninos.
288 SC, 285. “Das absolute Weib hat kein Ich” (GCH, 235).
304
cosa que [en el ámbito del ser humano sólo]289 pertenece al
hombre y que falta en la mujer.”290
289 Para ser más fieles al texto original hemos añadido a la traducción
castellana lo que aparece entre corchetes.
290 SC, 287. “Persönlichkeit und Individualität, (intelligibles) Ich und Seele,
Wille und (intelligibler) Charakter – dies alles bezeichnet ein und dasselbe, das
im Bereiche des Menschen nur M zukommt und W fehlt” (GCH, 237).
305
hecho de que nunca han considerado a sus hijas como
descendientes. Weininger incluye en la lista de los que comparten
su opinión a pensadores de diferentes épocas: a Mahoma, por
ejemplo, porque niega a las mujeres la entrada en el Paraíso; a
Aristóteles, por considerar el principio masculino como el activo
(la forma o el logos y, por tanto, el alma) y el femenino como la
materia pasiva. De entre los padres de la Iglesia, incluye a
Tertuliano y Orígenes, pues tenían una opinión muy negativa de la
mujer; y dice que el hecho de que San Agustín no compartiera
dicha opinión estaba condicionado por el gran aprecio que sentía
por su madre. Del Renacimiento nombra al aristotélico Jean Wier.
De la modernidad se refiere a Ibsen, concretamente por su
descripción de los personajes de Anitra (la novia de Peer Gynt),
Rita (la criada de Casa de muñecas) e Irene (la modelo de Arnoldo
Rubek, el protagonista de Cuando resucitemos); y a August
Strinberg, en Los acreedores. Menciona finalmente a Fouqué,
porque según él fue gracias a uno de sus cuentos que se hizo
popular la idea de la mujer desalmada.
306
aumentada, completamente desarrollada, elevada al grado
máximo y plenamente consciente.”291
307
fantasma292. De hecho, si la genialidad es irrealizable en la
práctica es precisamente por la imposibilidad de extirpar del alma
humana el elemento femenino.
La Mujer, sin embargo, es solo una parte del todo. En ella no
hay dualidad, por eso es incapaz de comprender lo otro, lo
diferente y también de comprenderse a sí misma. Puesto que no
alberga la masculinidad dentro de sí, puesto que no es, y de la
nada no puede surgir algo, es imposible que se convierta en
hombre:
292 Frente al principio parmenídeo según el cual lo que es, no puede dejar de
ser, Weininger admite esa posibilidad en el terreno metafísico, precisamente
en eso consiste el pecado original. Aunque reconoce que es humanamente
incomprensible.
293 “Aber die Frau kann nie zum Manne werden.” (GCH, 237). Fijémonos en
que aquí el término Weib ha sido sustituido por Frau. Esta palabra hace
referencia al comportamiento social de la mujer, al papel que desempeña en la
sociedad y a su psicología.
294 SC, 288
295 “Man ist (vgl. Kap. 1 des zweiten Teiles) entweder Mann oder Weib, so viel
308
presente en sus relaciones externas aspecto masculino y
produzca una impresión no femenina”296
Esta última afirmación: “no hay una sola persona que sea
corporalmente mujer y psíquicamente varón, aun cuando presente
en sus relaciones externas aspecto masculino” es una de las más
sorprendentes del sistema weiningeriano. Y, desde nuestro punto
de vista, menos comprensible. Examinémosla:
En principio, parece basarse en la experiencia y proceder por
inducción, pero, de ser así, Weininger se habría topado con
algunos inconvenientes. Veámoslos:
Primero, es dudoso que sea posible llevar a cabo tales
comprobaciones o experimentos. Lo que Weininger está negando
es que una mente que parece masculina lo sea realmente cuando
ésta va acompañada de un cuerpo con características femeninas.
Pero creemos que si dicha mente parece masculina es
precisamente porque alguna evidencia empírica (como la
observación, por ejemplo) así lo revela. Por tanto, ¿en qué se basa
Weininger para refutar esa apariencia? ¿En otras evidencias
empíricas? Weininger no dice nada al respecto.
Segundo: para llegar a una afirmación universal como ésta,
es necesario observar y seguramente experimentar con muchos
casos particulares, pero esta labor no entraba dentro de la tarea
del filósofo, quien tampoco reconoce haberse basado en estudios
empíricos realizados por otros. Se limita a afirmar que de los casos
que conoce no hay ninguna mujer que en el fondo no lo sea (¿en
qué se basa?), por muy escondida que esté su feminidad a los ojos
309
de los demás. Esta última afirmación no añade un dato a favor de
su tesis sino que corrobora que la mayoría de personas no la
compartirían.
Tercero: creemos que es evidente que existen mujeres
psicológicamente masculinas, siempre y cuando nos refiramos a
mujeres que, además de sentirse atraídas por otras mujeres,
asumen el papel que la sociedad suele reservar a los varones. E
incluso mujeres (individuos con cuerpo de mujer) que deciden
cambiar su constitución anatómica y hormonal para convertirse
plenamente en varones. Pero estos casos son ignorados por
Weininger. ¿Por qué?
Ante estas dificultades, tal vez deba descartarse la
posibilidad de que estemos ante una tesis empírica. La
inexistencia de mujeres con mente masculina debería poder
deducirse (a priori) de lo establecido por Weininger sobre la Mujer
anteriormente, es decir, a partir de la identificación entre la Mujer
y el sexo o la materia. Y al referirse a sus propias observaciones
seguramente Weininger sólo pretendía que su afirmación resultara
más convincente.
Pero entonces ha de tenerse en cuenta que mientras antes
Weininger estaba construyendo arquetipos, ideas imposibles e
irrealizables en la práctica, es decir, absolutos, ahora se está
refiriendo a los individuos concretos, por lo que sus conclusiones
deberían poder verificarse empíricamente. Cuando intentamos
hacerlo, sin embargo, surgen múltiples problemas:
Si, como Weininger sostiene, los individuos concretos son
todos bisexuales, ¿quiénes de entre ellos deberían contar como
mujeres? Mujeres deberían ser, según su criterio, aquellos que
tuvieran un porcentaje mayor de feminidad que de masculinidad.
Así, los arquetipos deberían servir para establecer juicios
310
generales aproximados (o probables) sobre las mujeres, por un
lado, y sobre los hombres, por otro. La parte más difícil vendría en
el momento de la aplicación; es decir, cuando hubiera que
determinar el porcentaje de masculinidad y de feminidad de cada
individuo para decidir si se trata de un hombre o de una mujer.
Pues bien, si esto es así ¿cómo sabemos que no hay
individuos físicamente femeniles pero con un porcentaje de
masculinidad superior al de feminidad? O, dicho de otro modo,
¿cómo sabemos que no existen hombres con cuerpo de mujer? Y
también, dada la bisexualidad universal – que según Weininger
está distribuida por todo el organismo en diferentes proporciones –
¿cómo decidir si estamos ante un cuerpo de hombre o de mujer?
Si atendemos a la siguiente afirmación y la tomamos en serio, tal
vez podamos encontrar en ella la clave para salir de este embrollo:
311
entre los individuos con falo, algunos serán muy poco varoniles,
hasta el punto, incluso, de degenerar en mujeres.
Se aprecia aquí, aunque luego lo veremos con más detalle,
la influencia que ha ejercido sobre Weininger el discurso freudiano
en torno a la envidia del pene y el miedo a la castración. De hecho,
Abrahamsen llega a afirmar que la admiración que siente
Weininger por la virilidad es también una especie de veneración
del falo.
Atendamos también a la siguiente observación:
312
acaso cierta constitución anatómica? ¿Se trata tal vez de algo que
hay en las células?
Todo apunta en esa dirección. Según Weinigner, el cuerpo de
mujer estaría incapacitado para albergar un alma. De hecho,
ahora resulta más comprensible la afirmación anterior: “el hombre
tiene un pene, la vagina tiene una mujer.”
¿Es acaso la forma de la vagina la que impide el anidamiento
del alma? ¿O es que el pene es una condición necesaria y
suficiente para el alma? Pero si la relación entre el pene y el alma
no es causal, que dudamos que para Weininger lo sea, ¿qué tipo
de relación existe entre ellos? El asunto es aún más complicado
que el problema del dualismo cartesiano alma-cuerpo.
Pues bien, creemos que efectivamente cuando Weininger
afirma que no hay ninguna mujer concreta que sea
psicológicamente masculina o que las mujeres carecen de alma,
debe entenderse que está procediendo inductivamente a partir de
la experiencia299. Lo que Weininger hace, en concordancia con el
método que él mismo propone, es afirmar la existencia de una
relación de coexistencia entre los fenómenos lógico-éticos y el
cuerpo masculino (reconocible por la presencia del pene). No se
trata por tanto de una ley necesaria sino, a lo sumo, general. No
se compromete con que no pueda haber mujeres con psicología
masculina, lo que dice es que no las hay ni las ha habido; y que
no es probable que en el futuro las haya. Podemos acusarle, por
tanto, de prejuicioso y de carente de rigor científico pero, en este
caso, no de incoherente: la bisexualidad universal es compatible
con la existencia de una correlación entre el falo y la presencia de
fenómenos lógico-éticos.
299Como cuando Wittgenstein dice que todas las mujeres que conoce son
idiotas.
313
Pero lo cierto es que Weininger no necesitaba comprometerse
con una tesis tan exagerada y problemática – a saber, que las
mujeres concretas no tienen nada de bueno, que no tienen alma –
para ser consecuente con su metafísica sexista. ¿Por qué lo hizo?
Aunque no podemos contestar con certeza a esta pregunta,
nos atrevemos a aventurar una respuesta. Probablemente quería
justificar su radical oposición a los movimientos feministas que
pedían el sufragio universal y que cada vez cobraban más fuerza:
si las mujeres no tienen alma, si no son racionales, si, en
definitiva, no participan del ideal de la humanidad, ¿qué sentido
tiene dejar que su decisión (que no puede ser sino arbitraria)
influya directamente en el destino del Estado? Desde la
perspectiva de Weininger el sufragio universal pone en peligro la
posibilidad del Estado moderno, construido sobre la idea de
racionalidad masculina:
314
dejar el menor resquicio de duda: las mujeres, que deben poderse
identificar fácilmente (y para ello nada más evidente que la falta
de pene), no deberían votar. Pues ni están preparadas para ello ni
parece probable que lleguen a estarlo en el futuro.
Como podemos observar, la caracterización que hace
Weininger de la Mujer deja a las mujeres concretas absolutamente
fuera de juego. No importa lo que se esfuercen por mejorar: si
aparentan perseguir la verdad, ello debe ser interpretado como un
coqueteo para conseguir al hombre que desean; si rechazan las
relaciones sexuales y se niegan a practicarlas, es por una
interiorización de la moral social que actúa contra su naturaleza
sexual; si parecen sensibles, ello se debe a su excesiva
irritabilidad; si muestran aprecio por el arte, es en realidad porque
han desarrollado el sentido del gusto, lo que responde a un interés
adaptativo por lo más superficial del conjunto; si destacan en
algo, es su parte masculina la que destaca, pero esto no implica
que alberguen un alma.
Una de los problemas que encontramos en el discurso de
Weininger es la dificultad para distinguir en cada caso si está
hablando de la Mujer como arquetipo (de la mujer absoluta) o de
las mujeres concretas. Y, también, si lo que dice se deduce
directamente de los principios establecidos previamente o si se
trata de una generalización a partir de la experiencia.
Pero existen además algunas contradicciones explícitas. De
hecho, en el último capítulo de Sexo y carácter, titulado “La mujer
y la humanidad”, justo antes de negar la conveniencia del sufragio
universal, Weininger afirma algo que contradice la idea de que las
mujeres concretas carecen de alma:
315
Pero en la mujer existe un debilísimo e impotente
sentimiento de poder ser de otro modo, pues aún se
encuentra un residuo pequeñísimo de libertad inteligible; he
aquí por qué no existe ninguna mujer absoluta.”302
302 SC, 525 “Dem Haustier, das ich benütze, nehme ich keine Freiheit, denn es
hatte keine, bevor ich es mir dienstbar machte; aber in der Frau ist noch ein
ohnmächtiges Gefühl des Nicht-Anderskönnens, als eine letzte, wenn auch
noch so kümmerliche Spur der intelligiblen Freiheit: wohl deshalb, weil es
kein absolutes Weib gibt” (GCH, 441).
303 SC, 528. Hemos sustituido “mujer” por “hembra humana viviente” y “sin
embargo” por “en teoría”: “Im lebenden menschlichen Weibe ist, der Theorie
nach, immer noch "ein Keim des Guten", nach Kantscher Terminologie, als
vorhanden anzunehmen; es ist jener Rest eines freien Wesens, der dem Weibe
das dumpfe Gefühl seines Schicksals ermöglicht. 1)” (GCH, 443).
316
Por este motivo debemos concluir que Weininger exagera de
vez en cuando y conscientemente su posición, corriendo el riesgo de
ser malinterpretado y acusado de incoherente; y que tal vez esto
se deba, como sostiene Abrahamsen, a su deseo de llamar la
atención y escandalizar. Por otro lado, ésta es una actitud que él
mismo critica, por ejemplo, en la figura de Nietzsche, de quien dice
que cree bramar cuando tan solo bala; algo que tal vez pudiera
aplicarse también a sí mismo. Además, es probable que en su
deseo de llamar la atención, en su vanidad, encontrara Weininger
uno de los motivos para despreciarse a sí mismo.
De no admitir esto, nos veríamos forzados a concluir que
buena parte del contenido de Sexo y carácter es incoherente con el
capítulo final, en el que Weininger identifica el problema de la
mujer con el de la humanidad – lo que presupone que algo hay en
ella de humano y racional –, y exige para ella los mismos derechos
que para el hombre:
304SC, 526. “Das Recht aber ist nur eines und das gleiche für Mann und Frau.
Niemand darf der Frau irgend etwas als "unweiblich" verwehren und verbieten
wollen; und ein ganz niederträchtiges Urteil ist es, das einen Mann freispricht,
der seine ehebrecherische Frau erschlagen hat, als wäre diese rechtlich seine
Sache. Man hat die Frau als Einzelwesen und nach der Idee der Freiheit, nicht
317
Igual que Kraus, Weininger considera injusto el trato que
reciben las mujeres en los tribunales y apuesta por una ley más
moral, basada en el imperativo categórico kantiano, esto es, en la
autonomía de todos los miembros de la especie humana. Una ley
que no tolere la esclavitud bajo ninguna de sus formas.
No obstante su rigorismo moral, Weininger recurre a la ética
social y, basándose en un criterio utilitarista, recomienda a la ley
una única inmoralidad, a saber, que prohíba a las mujeres
participar en la elección de su propio destino como miembros de la
comunidad, que rechace el sufragio universal.
als Gattungswesen, nicht nach einem aus der Empirie oder aus den
Liebesbedürfnissen des Mannes hergeleiteten Maßstabe zu beurteilen: auch
wenn sie selber nie jener Höhe der Beurteilung sich sollte würdig zeigen”
(GCH, 442).
318
la voluntad. Recordemos que para Schopenhauer la voluntad es
esa fuerza ciega e inconsciente que se manifiesta en todos los
fenómenos (desde la fuerza de gravedad, que atrae a los objetos
hacia el centro de la Tierra, hasta las pasiones humanas) y que
constituye la esencia del mundo. Pues bien, en el fenómeno del
amor, la voluntad se revela como astuta y engañadora, adoptando
rasgos o actitudes que podrían juzgarse como “demasiado
humanasˮ.
La pasión amorosa es para el filósofo alemán un ardid de la
voluntad. A través del amor, la voluntad utiliza a los individuos
para la perpetuación de la especie. Así, los protagonistas de la
pasión amorosa no son los amantes, sino la voluntad de vivir
misma. Ésta emplea todos los medios a su alcance para engañar
al individuo, egoísta por naturaleza, y hacerle creer que con la
posesión de la otra persona encontrará la dicha suprema.
Creándole esa ilusión, la voluntad oculta la verdadera finalidad de
sus aspiraciones: perpetuarse. Y es que, para llevar a término su
engaño, cuenta con un valioso instrumento: el entendimiento que,
en este caso (por oposición a los casos en los que consigue
emanciparse de la voluntad) actúa como su máximo colaborador,
proporcionando razones al servicio de la voluntad. De hecho,
servir a la voluntad es propiamente, según Schopenhauer, la
razón de ser del entendimiento. Ahora bien, ya veremos que
aunque el entendimiento es una herramienta de la voluntad,
aunque es el modo más sofisticado que ésta tiene de manifestarse,
en ocasiones éste puede independizarse y volverse contra ella.
Pues bien, éste es el significado metafísico y trascendente del
amor sexual: servir a la voluntad, a la especie. Como vemos, se
trata de una misión mucho más importante que la felicidad o la
desdicha individuales. De hecho, cuando la unión sexual ha sido
319
consumada, el engaño (la ilusión) se desvanece y los amantes se
dan cuenta de la vanidad de sus aspiraciones. Pero, para
entonces, la voluntad ya ha logrado su cometido: ha garantizado
su manifestación a través de una de sus formas, de su forma más
perfecta; pues los seres humanos son, de entre todos los
fenómenos, los más fieles representantes de la voluntad. El
engaño se repetirá tantas veces como sea necesario y por el tiempo
imprescindible para la satisfacción de las aspiraciones de la
voluntad.
Para Weininger el amor de un hombre a una mujer es fruto
de un error. Sólo una ilusión puede hacer ver la perfección en algo
limitado y concreto305. Weininger coincide con Schopenhauer en su
concepción del amor concreto como un engaño, un error o una
ilusión y, por tanto, en atribuirle un carácter inmoral. No
obstante, veremos cómo se distancia de Schopenhauer al
considerar que el origen del amor concreto no coincide con el de la
atracción sexual y que existe una especie de amor superior, libre y
creativo, que no se dirige a los individuos concretos y que no debe
confundirse con la compasión. Éste es propio del genio.
Cuando un hombre ama – dice Weininger – en realidad se
ama siempre a sí mismo, pero no a su propia subjetividad,
siempre cargada de miserias, bajezas y debilidades, sino al sujeto
inteligible que debería ser, al ser inmaculado y libre de las
cadenas de la necesidad que le gustaría llegar a ser. Así, puesto
que no halla dentro de sí la meta deseada, ha de buscarla en el
exterior o, mejor dicho, crearla.
El amor, por tanto, no es un fenómeno ecuacional, como
ocurre en el caso de la amistad, que supone el mismo valor en
320
ambos lados de la relación, sino que siempre implica desigualdad
y diferencia de potencial, ya que es un fenómeno de proyección.
En este punto, Weininger recoge los argumentos de
Nietzsche contra el amor considerado como virtud y sostiene que
se trata más bien de un sentimiento egoísta y opuesto a la
camaradería.
El amante, que según Weininger siempre tiene una carga
mayor de masculinidad, proyecta su idea (y al mismo tiempo ideal)
de un ser dotado de valor absoluto sobre otro ser humano. Pero
¿sobre qué ser humano? El individuo más adecuado para ser el
objeto de esta transmisión de valor será aquel que en menor
medida participe de la idea de lo masculino. La mujer absoluta es
amoral y eso la convierte en un excelente receptor. Puesto que no
es nada, como dijimos, puede llegar a ser cualquier cosa, incluso
el paradigma de la belleza y de la perfección. Así, la belleza que se
atribuye a la mujer no es otra cosa que la tentativa del hombre de
corporeizar el supremo valor. La aparente generosidad y bondad
de la mujer en realidad no es más que la moralidad que el hombre
le ha transmitido.
El amor queda definido por Weininger como el ansia de
perfección: un acto transformador y creador de belleza, pues
convierte a la materia, por sí misma grosera – o, más bien, neutra
– en algo bello y valioso.
Es importante entender en este punto la diferencia que
Weininger establece entre la lógica y la ética, por un lado, y la
estética, por otro:
- En el caso de la lógica, la medida del pensamiento es la
verdad. Ésta funciona como una ley trascendental, es decir, una
medida en cierto sentido subjetiva (pues se percibe como evidente)
321
pero, al mismo tiempo, necesaria y universal, que ha de guiar los
pensamientos humanos.
- Con la ética ocurre algo similar: el valor intrínseco del Bien
justifica nuestro deseo de alcanzarlo. El bien (que coincide con la
verdad) es la norma formal y trascendental, el absoluto
incondicional que ha de guiar las acciones humanas.
- En el caso de la estética, sin embargo, es el ser humano
carnal e imperfecto el que establece la medida de lo bello y lo feo.
El ser humano no es el sujeto inteligible pero aspira a la verdad y
al bien. Su anhelo de perfección, que Weininger, siguiendo a
Platón, llama amor, es el creador de la belleza en la naturaleza y,
por tanto, también en el cuerpo de la mujer, que por sí mismo es
neutral. Podría decirse, en definitiva, que el hombre encuentra
bello sólo lo que ama.
Mencionaremos a continuación una cita que confirma al
mismo tiempo esta tesis y la que sosteníamos más arriba, a saber,
que la falta de pene constituye para Weininger una evidencia
empírica de la ausencia de alma en la mujer:
322
de desagrado es mayor cuando la mujer está de pie que cuando
yace y que esa es la razón por la que los artistas que la
representan erguida, la colocan siempre rodeada de un ambiente,
para que ella se vea obligada a ocultar su desnudez con la mano o
con el pelo307. Otra prueba de que el mencionado elemento ausente
es el pene se encuentra en la siguiente afirmación:
323
Sin justificación alguna, Weininger pasa del discurso sobre
la mirada del hombre al discurso sobre el destino de la mujer: dice
que la mujer lucha inconscientemente por completarse a sí misma
llenando su “hueco” con el falo. Ésta es, según Weininger, su
máxima aspiración, lo que da sentido a su vida. La urgencia y
necesidad de la mujer por completarse es tal que puede
considerarse su destino, del que permanece ignorante toda su
vida. La mujer es incapaz de percibirse a sí misma como
incompleta, de reconocer su deseo, que permanece inconsciente.
Por eso puede decirse que el destino de la mujer es el falo:
324
“En todo amor el hombre no ama otra cosa que a sí
mismo.”311
325
“Únicamente quien ha sido culpable y siente la culpa
es capaz de este acto: por ello el niño no puede aún amar.”313
313SC, 377.
314La alusión al rostro de Schopenhauer no debe extrañarnos si tenemos en
cuenta la reivindicación que hace Weininger de la fisiognómica.
326
- En primer lugar, que el amante evita la proximidad física y
el contacto con el objeto de su amor. Podría decirse, por tanto, que
tiene miedo de contaminarlo, ya que se considera culpable o
impuro. Y que, sin embargo, disfruta observándolo en la lejanía,
pues es su modo de cerciorarse de que existe.
- En segundo lugar, que precisamente los hombres más
libidinosos, aquellos que se excitan con mayor facilidad ante el
cuerpo de una mujer, son los menos sensibles a su belleza y por
tanto también los que menos se interesan por la moralidad de la
mujer. Son, al fin y al cabo, los menos capaces de amarla.
Por otro lado, Weininger es consciente de que en la práctica
no existe amor alguno completamente desprovisto de deseo sexual,
lo que en absoluto significa que el amor sea una manifestación de
ese inconsciente deseo. De hecho, aunque estén relacionados, dice
Weininger, el amor y el deseo carnal son fenómenos opuestos, tal y
como se deduce de las tesis anteriores. Para hacerse entender en
este punto el filósofo compara la relación entre ambos fenómenos
con la que existe entre la esperanza y el miedo:
327
Weininger era consciente de ello. Por eso admite también que es
fácil confundir el amor y el deseo y dice que ello puede deberse
bien al desconocimiento de uno mismo o de lo que es el amor
(como le ocurriría a Schopenhauer), bien al engaño del que el
supuesto amante quiere hacer víctima a su “amada”.
Que esta confusión sea no sólo posible sino además
frecuente se debe a que el amor y el sexo en el fondo tienen algo en
común:
328
relegada al último término317. El amor supone así una crueldad
contra la mujer.
discurso estético de la Secesión era que éste tenía como referente al hombre
afeminado. Inmoral para el arquitecto no era la mujer sino la feminización del
hombre, la invasión de lo privado y lo sensual en la esfera pública y social.
329
siempre que un hombre ama a una mujer comete una injusticia
contra ella y que toda relación erótica entre el hombre y la mujer
implica una expropiación y una privación de derechos, como
queda claro en Casa de muñecas.
Pero si Weininger admira a Ibsen es porque éste exigió al
hombre que tratara a la mujer como un ser humano
independiente y autónomo; que honrara también en ella la idea de
humanidad, de modo que no la usara, como ocurre en toda
relación erótica, como un medio para alcanzar sus propios fines.
Según Weininger, Ibsen acabó creyendo en la resurrección de
la mujer. En este sentido, Nora representa el misterio de la
conversión, el nacimiento de la primera individualidad femenina.
Significa también el milagro, pues resulta incomprensible,
teniendo en cuenta el comportamiento previo de Nora. Weininger
sostiene que de ninguna manera se deduce la persona libre del
final de la obra a partir de los rasgos de carácter atribuidos a Nora
en la primera parte: infantil, mentirosa, golosa y cotorra. Ibsen
mostraría así, gracias al contraste, cómo debería ser la mujer
frente a cómo es realmente. Por otro lado, según Weininger, Eda
Gabler es la mujer a la que Ibsen valoró por sus auténticas
cualidades tanto como pueda valorarse a un hombre,
considerándola como una igual 321.
330
según Weininger, es hacia lo absoluto, hacia dios o hacia el
valor.322 El amor del genio es el ansia de conocimiento. Y el objeto
de su amor es creado únicamente por él, es su verdadera
esencia323.
En el polo opuesto se halla la Mujer. Ella es incapaz de
proyectar la belleza en el espacio porque carece de individualidad,
de valor. No tiene nada que ofrecer, nada que proyectar. Carece,
por tanto, de la medida de lo bello, del criterio estético. La Mujer,
según Weininger, se mantiene siempre dentro del gusto, de lo que
place, pues es incapaz incluso del amor concreto. Puede
enamorarse pero no amar. La mujer no espera del hombre que
éste sea casto y puro, que sea moral. Lo que le atrae del hombre
no es su belleza sino su sexualidad; no es lo apolíneo, ni siquiera
lo dionisiaco, sino lo fáunico que hay en él:
331
deseo de llegar a ser algo a través del coito lo que mueve a la
mujer, pues está suponiendo, como decíamos, que ésta carece de
valor o de realidad. Pero de nuevo, igual que para Freud, para
Weininger se trataría de un deseo inconsciente, ya que como
decíamos más arriba, la mujer es incapaz de darse cuenta de su
propia sexualidad.
Al final del capítulo Erótica y estética, Weininger – al estilo de
Kraus y siguiendo el espíritu de Bachofen – cuenta una especie de
mito para facilitar la comprensión de lo que considera un enigma
indescifrable, por qué, después de todo, la mujer es amada con
este amor divinizante. Lo escribimos a continuación:
332
En conclusión, el amor para Weininger es un autoengaño
con el que el hombre intenta librarse de la conciencia de culpa, y
es vergonzoso e inmoral porque pretende conseguir la pureza
deseada sin el propio esfuerzo. El amante espera obtener un
milagro del exterior y cierra los ojos al interior, donde se
encuentra la única posibilidad real de redención. Esta debilidad,
esta dependencia, supone una feminización del hombre y es
fundamentalmente este hecho, y no sólo que se cometa una
crueldad contra la mujer, lo que hace del amor un acto criminal326.
333
venir motivada desde el exterior, ya que en ese caso sería causada,
necesaria e inmoral; sino que ha de nacer en el interior, gracias a
una decisión que ya es “previamente” libre.
Por paradójico que resulte, para liberarse es necesario ser ya
un sujeto libre, inteligible, trascendental. Y es que la libertad no
surge de la nada; de hecho no puede decirse que tenga un origen
porque no es un fenómeno (temporal). La libertad sólo puede
nacer de la libertad (que es atemporalidad) y significa ganarle un
terreno a la nada, a la temporalidad, a la necesidad causal.
Además, ésta no se consigue de una vez por todas gracias a un
solo acto, sino que es una lucha constante contra los propios
instintos, contra toda necesidad. El yo, la conciencia, es lo más
difícil de mantener. Lo más fácil es siempre perderse a uno mismo:
327 SUC, 84
334
(que siempre se halla en el presente) y determinar así las acciones
presentes:
335
de otro modo, porque necesitaba del fenómeno, de la experiencia,
para reconocer el valor en sí mismo.
Sin embargo, según la ética weiningeriana, pretender inferir
a partir de las manifestaciones externas los propios estados de
ánimo o, más aún, pretender descubrir la propia alma a partir de
los fenómenos, también es una inmoralidad.
Como vemos, dado su estricto sentido del deber, cualquier
esfuerzo por alcanzar la gloria condena al individuo a la
criminalidad. La única forma de permanecer en la virtud hubiera
pasado por mantenerse en la oscuridad. Pero ello, sin duda,
hubiera privado a sus lectores del placer que produce descubrir
esta peculiar manera de acercarse a las cuestiones filosóficas de
siempre.
El amor y la compasión
336
“La voluntad de vivir desea en este caso objetivarse en
un individuo exactamente predeterminado, y que sólo puede
engendrar ese padre unido a esta madre.”329
337
particulares que nos individualiza. Es decir, aquello en virtud de
lo cual nos relacionamos funcionalmente con el medio para
obtener beneficios, el yo empírico o la fuente insaciable del
egoísmo.
- Por otro lado, y ya que los amantes están dispuestos a
sacrificar cualquier interés individual en aras de su amor, las
barreras de la individualidad se ven superadas. Éste es el
elemento que comparte la pasión amorosa con el amor puro y
desinteresado, la compasión, que en realidad es su polo opuesto.
¿Por qué es virtuosa la compasión?
Para Schopenhauer, la virtud nace del conocimiento intuitivo
que nos revela en los demás la misma esencia que en nosotros, la
voluntad. Este conocimiento no puede trasmitirse mediante la
palabra, sino sólo mediante una manera concreta de vivir.
La acción de una persona justa, por ejemplo, evidencia cierto
grado de superación del principio de individuación. Pero en aquel
que ejerce la caridad, puede verse claramente que dicho principio
ha llegado a desaparecer. La superación del principio de
individuación en un grado superior conduce a la bondad de las
intenciones y al amor puro y desinteresado por el prójimo. Dicho
de otro modo, la forma que adquiere ese conocimiento intuitivo al
manifestarse es la compasión.
Sin embargo, mientras que la raíz de la compasión es el
conocimiento verdadero, que se ha emancipado de la voluntad, la
raíz de la pasión amorosa es el conocimiento engañoso, que se ha
puesto al servicio de la astucia de la voluntad. En este caso, la
superación del principio de individuación se produce de manera
inconsciente y a través del instinto, es decir, de la voluntad.
Pese a que en ambos casos la consecuencia es la misma, la
disolución de las barreras de la individualidad, Schopenhauer
338
adjudica al amor sexual y a la compasión, calificaciones morales
de signo opuesto.
Lo difícil aquí es comprender por qué la compasión, que
parece afirmar, en la misma medida que la sexualidad, la voluntad
de vivir, es al mismo tiempo la puerta de acceso a la negación de la
misma, ocupando así para Schopenhauer un lugar privilegiado en
la escala moral.
Igual que Schopenhauer, Weininger sostiene que el amor
concreto guarda cierto parentesco con la compasión. Sin embargo,
para el filósofo vienés la similitud consiste en que ambos
fenómenos son vergonzosos. Ahora bien, lo son por razones
distintas:
- La compasión, porque coloca a los demás en una posición
inferior a la mía.
- El amor, porque me coloca a mí en esa posición de
desventaja y me hace olvidar el orgullo.
Se trata, por tanto, de fenómenos similares aunque de signo
opuesto. En la compasión yo soy el polo fijo, el dador, aunque el
otro no me haya pedido nada. En el amor, por el contrario, yo soy
el mendigo y solicito del otro el máximo posible.
Sin abandonar el diálogo con Schopenhauer, Weininger se
aleja de él para acercarse a los planteamientos kantianos sobre
cuestiones morales. Alega que la compasión no es más que un
fenómeno, un sentimiento, no una acción que se ejecute de
acuerdo a una idea, por lo que no puede ser calificada como
moral. Sólo cuando el motivo de nuestras acciones es una idea
regulativa y formal, como el imperativo categórico, puede hablarse
de acciones morales.
La compasión, dice Weininger, precisamente porque
traspasa los límites de la individualidad del otro; porque fomenta
339
la intromisión en el alma ajena, no puede ser calificada como
moral330:
340
soledad y la sociabilidad. No desea la soledad ni la teme, pues
nunca está sola. Aunque esté físicamente separada de los demás,
vive siempre en “un estado de amalgama con todas las personas
que conoce”, por lo que cuando cuida de un enfermo nunca se
enfrenta a la decisión de abandonar su soledad. La mujer no es
una mónada, dice Weininger, no tiene límites332. Es ilimitada en el
sentido de que no existe nada real que la separe de la naturaleza y
de los restantes individuos.
Weininger confiere además a este estado amalgamado una
connotación claramente sexual. La “compasión femenina” es un
sentimiento animal de ternura y de acercamiento material, no
espiritual. Esta vida amalgamada es también para Weininger la
causa del sentimentalismo de la mujer, que no siente ningún
pudor por llorar en público. La compasión femenina, dice
Weininger, se agota prácticamente en un llorar y reír con el otro.
Este gesto le permite, al mismo tiempo, sentirse compadecida. De
hecho otra característica típicamente femenina es, según el vienés,
la “compasión de sí misma”. Ésta consiste en adoptar el punto de
vista de los demás y considerarse el objeto de su compasión para
llorar después con ellos. Este gesto para el hombre resulta
vergonzoso.
De hecho, en la verdadera compasión masculina existen
siempre la vergüenza y el sentimiento de culpa:
- La vergüenza, porque uno se siente diferente a los demás y
esto le ocurre por motivos externos (circunstanciales), no porque
sepa en el fondo de su alma que es diferente.
341
- La culpa, por el hecho de que la desgracia le haya ocurrido
a otro y no a uno mismo.
Weininger, usando la terminología schopenhaueriana, lo
expresa de esta manera:
342
sentido para Weininger la propia existencia de la Mujer pone en
peligro la idea de humanidad y cuál es la solución que el autor
propone para este problema.
La histérica o la sirvienta
343
explicamos más arriba, también está relacionado con Freud),
tanto biológica como psicológica, de todos los seres vivos.
Con este propósito, empezaré por ofrecer una explicación
abreviada del contenido teórico del estudio de Freud sobre la
histeria y continuaré exponiendo la interpretación weiningeriana
del fenómeno para, por último, mostrar de qué manera opera el
aparato conceptual freudiano sobre el conjunto de la teoría de
Weininger.
Lo que la investigación de Freud y Breuer persigue es sacar
a la luz la motivación de los distintos síntomas y formas de la
histeria, esto es, descubrir el proceso, con frecuencia ocurrido
años atrás, que ha hecho surgir en diferentes individuos el
fenómeno patológico, la conducta anormal que hace que sus vidas
sean aún más complicadas.
Los investigadores aseguran que en la mayoría de los casos
un examen tradicional del paciente, por profundo que sea, es
insuficiente para encontrar el origen del problema, su causa, ya
que el enfermo ni siquiera sospecha la conexión causal que hay
entre los síntomas y el proceso motivador. Éste suele estar
constituido por uno o varios sucesos que el sujeto no desea
rememorar. Por eso, casi siempre es necesario hipnotizar al
paciente y retrotraerle hasta el momento en el que el síntoma
apareció por primera vez.
Según Freud, uno de los resultados teóricos más relevantes
obtenidos con este procedimiento, consiste en el reconocimiento
del valor determinante del factor accidental. En la neurosis
traumática – dice – suele observarse una gran desproporción entre
las dimensiones del síntoma histérico, que se prolonga a través de
los años, y la motivación, que tuvo lugar en un momento aislado,
casi siempre durante la infancia. A veces – añade –, la conexión
344
entre el proceso motivador y el síntoma es tan explícita que
resulta fácil comprender por qué se ha producido ese síntoma y no
otro. Sin embargo, en otras ocasiones, la relación entre ambos
elementos es de carácter simbólico, tal y como ocurre en el
fenómeno onírico.
Según Freud, la mayoría de los síntomas histéricos han
revelado su conexión con traumas psíquicos producidos en el
pasado por un momento de miedo, angustia o vergüenza,
acompañado de una gran sensibilidad por parte del sujeto. Sin
embargo, dice, el trauma no ha de considerarse como el “agente
provocador” del fenómeno patológico, sino, más bien, como un
cuerpo extraño que ha penetrado en el organismo, ejerciendo sobre
él, por mucho tiempo que haya transcurrido desde su penetración,
una acción eficaz y continua.
Según Freud, la demostración de que esta interpretación es
correcta la proporciona un descubrimiento de elevado interés
práctico, que él explica de la siguiente manera:
345
de una reproducción de los síntomas, que luego desaparecían
definitivamente.
Freud señala que, aunque pueda parecer que el verdadero
factor terapéutico no es la expresión verbal del recuerdo en
cuestión, sino una sugestión no intencionada – pues el paciente
espera verse liberado de su enfermedad por ese procedimiento –,
esto no es exacto. Aunque no vamos a entrar en este terreno,
Freud pretende probar esta idea a partir de un caso concreto,
ocurrido durante la época que él llama “presugestiva” (año 1881),
en el que el enfermo se curó por autohipnosis espontánea.
Freud advierte que lo más extraño de estos casos radica en
que el recuerdo del suceso traumático no está sometido a desgaste,
como ocurre con otros recuerdos. La explicación que propone para
esta cuestión es que, ante el suceso estimulante, el sujeto en
cuestión no reaccionó enérgicamente, esto es, no descargó los
afectos. Dicho de otro modo, la reacción que debía haberse
producido en el sujeto de manera natural fue reprimida y los
afectos ligados al estímulo permanecieron en él.
El motivo por el que no se produce una reacción puede ser
diferente en cada caso. Podría deberse, por ejemplo, a que lo
impide la naturaleza misma del trauma, como es el caso de la
pérdida de una persona amada; pero también a las circunstancias
sociales; o a la firme voluntad del propio sujeto de olvidar lo
sucedido.
Por supuesto, dice Freud, existen también vías alternativas a
la reacción, por las que el hombre normal hace desaparecer el
afecto ligado al trauma. Por ejemplo, por medio de las funciones de
la asociación – tales como la conciencia de la seguridad presente,
la corrección de los hechos (cuando esto es posible), la confesión
346
de algún secreto o la reflexión sobre la propia dignidad – y del
olvido, que empalidece las representaciones.
Sin embargo, en los casos de traumas que han dado lugar a
fenómenos histéricos, no sólo fue negada la reacción, sino que
también fracasó el proceso de asociación y de olvido. En estos
casos, los recuerdos se han conservado con gran nitidez y unidos
a toda su carga afectiva. Sin embargo, el sujeto no dispone de
ellos como dispone de otros recuerdos relativos a su vida. El
recuerdo del trauma psíquico no está contenido en la memoria del
enfermo en su estado normal de conciencia, sino que sólo aflora
cuando se le hipnotiza.
En toda histeria, añade Freud, existe, de modo rudimentario,
aquella disociación de la conciencia que tiene lugar en los casos
normales de desdoblamiento, produciéndose estados anormales de
conciencia que pueden recogerse bajo el nombre de “hipnoides”.
Freud asegura que las “hipnoides” son fenómenos típicos de la
patología histérica, en los que se producen representaciones muy
intensas que se hallan excluidas del comercio asociativo con otros
contenidos de la conciencia.
En resumen, podría decirse que para Freud la histeria es
una vía alternativa, aunque patológica, de descargar los afectos
que, en un momento determinado, fueron reprimidos y quedaron,
como consecuencia, alojados en el organismo a modo de cuerpo
extraño al que el sujeto consciente no tiene acceso.
Veamos ahora de qué manera se sirve Weininger de la teoría
de Freud sobre el fenómeno de la histeria para confirmar su
concepción de la naturaleza de la Mujer y su significado en el
universo, dentro del esquema de la contraposición cósmica de los
sexos.
347
Por supuesto, Weininger introduce importantes restricciones
y algunas modificaciones a la teoría de Freud:
- En primer lugar, la histeria será para Weininger una
patología femenina y si tiene lugar en algunos hombres,
ello es posible exclusivamente en virtud de su parte
femenina, que seguramente tienen excesivamente
desarrollada.
- Otra importante modificación corresponde a la naturaleza
de los afectos reprimidos, que para Weininger son siempre
expresión del deseo más íntimo de la mujer, del que ni ella
misma es consciente.
- Y, por último, encontramos en Weininger una discrepancia
con respecto a la calidad moral que Freud y Breuer
atribuyen a la persona histérica.
348
haber atenido a alguna norma moral; o a los casos de mujeres con
un juicio muy firme.
Para ayudar a los lectores a comprender que la contradicción
entre los casos observados y su teoría no es sino aparente,
Weininger les recuerda la facilidad que tiene la Mujer para dejarse
impresionar e influir por el hombre, del que recoge todas las
opiniones y las hace suyas. Esta apropiación, dice Weininger, no
responde a ningún criterio de selección; cualquier opinión es
buena para aferrarse a ella y defenderla a ultranza. Por eso, la
Mujer es también la más intolerante cuando se trata de producir
alguna modificación que pueda romper con la tradición.
La Mujer, dice Weininger, es receptiva tanto biológica como
espiritualmente, pues no realiza ningún esfuerzo para evitar tales
invasiones. Y, como no posee una individualidad que la empuje a
seguir su propia ley, no se siente rebajada por tal servilismo. Le
gusta sentirse encadenada hasta el punto de la absoluta
pasividad 337.
Aunque la Mujer no suele oponer ningún obstáculo a la
invasión externa, ya se trate de opiniones o de valores e
imperativos morales (recordemos que para Weininger la Mujer es
incapaz de ser autónoma porque no es una individualidad), el
conflicto aparece cuando se produce la colisión entre el contenido
del elemento externo invasor y la única verdadera convicción de la
Mujer: el supremo valor del coito, que para ella es inconsciente.
La causa de esta inconsciencia, como explicábamos
anteriormente se debe a que la Mujer es absolutamente sexual; en
ella no hay dualidad. Para conocerse, la Mujer tendría que poder
salir de sí misma y, puesto que esto es imposible, la consecuencia
es que ignora su esencia, esto es, su deseo de que tenga lugar el
349
coito. A esta dificultad para conocerse hay que añadir el hecho de
que la Mujer ha interiorizado la valoración negativa del coito que
proviene del hombre.
En los casos en los que se produce el conflicto – dice
Weininger –, la receptividad de la mujer acaba venciendo a su
valoración positiva del coito y ésta permanece en el
inconsciente338.
La Mujer, según Weininger, miente sin saber que lo hace – a
los otros y también a sí misma – cuando emite juicios negativos
acerca de la sexualidad como si fueran suyos. Y está tan
convencida de la originalidad de sus juicios y de su conducta que
la mentira llega a convertirse en algo “orgánico” o incluso podría
decirse que “ontológico”.
El histerismo, por tanto, es la consecuencia que sufre la
Mujer por la represión que, debido a esa mendacidad suya, se
impone artificialmente a su propia naturaleza.
Weininger asegura que la clave para la comprensión de todos
los fenómenos histéricos se encuentra en el reconocimiento de que
se trata de un mecanismo psíquico y critica la desconfianza de los
psiquiatras – quienes sobrevaloran el elemento físico – hacia las
explicaciones de tipo psicológico. También sugiere que los diversos
estudios del histerismo deberían continuar sobre la línea de
investigación trazada por Josef Breuer y Sigmund Freud, que
consiste en la reconstrucción del proceso psicológico que ha
conducido a la enfermedad.
Por lo que respecta al esquema de Freud, Weininger
puntualiza que la histeria no es necesariamente causada por
alguna experiencia traumática. La situación de conflicto
anteriormente descrita podría irse agravando: cuanto mayor es la
350
represión producida por el pensamiento – que ha hecho suya la
valoración ética negativa de la sexualidad sostenida por el varón –,
mayor es la intensidad del deseo reprimido que permanece en el
inconsciente, hasta el punto de producirse el ataque. La mujer
afectada presentaría, según Weininger, el cuadro sintomático del
histerismo que ha sido descrito por Freud: cambios de humor,
episodios de terror, interpretación en términos sexuales de
acontecimientos que objetivamente se encuentran muy alejados de
esa esfera, etc. Y ello es debido a la batalla emprendida por el
espíritu consciente antinatural contra la naturaleza inconsciente de
la mujer.
Aunque Weininger no niega que puedan existir casos de
histerismo en los hombres, vincula esta posibilidad a la que tiene
el hombre de afeminarse, con lo que la histeria aparece como un
fenómeno íntimamente asociado a lo femenino. Por otra parte, dice
Weininger, cuando una crisis de este tipo tiene lugar en el
hombre, podría conducirle a la purificación339.
Weininger ve en el histerismo otra demostración de que la
Mujer no tiene alma, pues sólo en los casos donde nunca ha
existido una personalidad puede construirse ésta artificialmente.
La absoluta pasividad y receptividad de la Mujer es la que hace
posible esta invasión. Lo que suele llamarse “desdoblamiento de la
personalidad” no es sino la manifestación de todo aquello que está
en relación con la naturaleza original de la mujer enfrentándose a
la conciencia extraña invasora.
Weininger discrepa por tanto con Freud y Breuer en la
medida en que ellos consideran a las histéricas como individuos
altamente morales:
339Esta idea guarda relación con la interpretación que ofrece Weininger del
fundador de religiones.
351
“Entre los histéricos nos es dado hallar individuos de
clarísima inteligencia, gran fuerza de voluntad, enérgico
carácter y sutil juicio crítico.”340
352
“Sería posible decir que de esta manera obtenemos la
confirmación experimental de la ética kantiana.”342
353
Después de un análisis detallado del fenómeno de la histeria,
del cual hemos extraído lo fundamental, Weininger concluye que
los casos de histeria no plantean un contraejemplo real a la tesis
central del capítulo relativo a “La naturaleza de la mujer y su
significación en el universo” (en Sexo y Carácter), que versaría así:
354
Lucka, Sander L. Gilman asegura que Sexo y carácter tuvo una
influencia sin precedentes en el discurso científico sobre los judíos
y las mujeres de finales del siglo XIX.
Según Gilman, el libro de Weininger fue un elemento clave
para la configuración definitiva de las actitudes de Freud con
respecto a la naturaleza del cuerpo, más concretamente, con
respecto a su concepción de la bisexualidad y su relación con el
concepto de perversidad polimórfica. Además, dice Gilman, la
filosofía de Weininger le ayudó a comprender la complicada
relación entre su propia identidad racial como judío y su identidad
sexual como hombre.
De hecho, el vínculo entre mujeres y judíos, que para
Weininger se halla en su falta de valor (y como consecuencia de
autonomía), encuentra su homólogo en la obra de Freud. Para el
fundador del psicoanálisis, lo común entre judíos y mujeres es su
relación con el complejo de castración.
Con el objetivo de explicar esta relación, Freud se remonta a
la más tierna infancia, cuando, en la guardería, los niños oyen
que los judíos tienen algo cortado en el pene, una parte de su
pene; y asegura que esa es la raíz inconsciente de su sentimiento
de superioridad sobre los judíos y, por una razón similar, sobre
las mujeres.
El miedo a la castración es, por tanto, la raíz más profunda
del antisemitismo y del desprecio a las mujeres. El antisemitismo
se convierte así en un síntoma neurótico, en la enfermedad del no
circuncidado. Según Freud, Weininger es un neurótico que se
halla dominado por complejos infantiles. Su enfermedad consiste
en odiarse a sí mismo como judío y como homosexual y la prueba
de su enfermedad fue su suicidio 345.
355
Pero el análisis que hace Freud de la psicología de Weininger
no es tan original como en un principio podemos pensar. En la
obra de Weininger se encuentran las claves para ese tipo de
análisis. Él mismo describe el odio como un fenómeno consistente
en aislar lo intolerable que hay en uno mismo para luego
proyectarlo sobre otro produciendo así la ficción de que el mal se
halla en el exterior. De hecho, afirma explícitamente que
antisemitas son quienes inconscientemente reconocen y odian las
características psicológicas de los judíos dentro de sí mismos. El
objeto del amor y del odio siempre es uno mismo, aunque a
menudo se dé un rodeo a través del otro. A partir de estas ideas es
fácil deducir que:
- Puesto que el objeto de admiración de Weininger es el
genio, las características que le atribuye son todas aquellas que
reconoce en sí mismo como valiosas.
- Dado que las mujeres y los judíos son despreciados por
Weininger, las características que les atribuye son aquellas que
reconoce en sí como despreciables y quiere eliminar.
Asimismo, Weininger asegura que la Mujer no es nada, que
si existe es únicamente porque el hombre la desea sexualmente.
El hombre es, por tanto, el responsable de traer a la Mujer a la
existencia. La Mujer es el deseo sexual del hombre y ésta
desaparecería en el mismo instante en que el hombre renunciara a
su sexualidad. El demonio de lo femenino está pues dentro de lo
masculino. Por eso dice Weinigner que el más profundo temor en
el hombre es convertirse en Mujer. De este modo, la histeria, que
en principio es presentada por Weininger como un fenómeno
femenino, puede también ser leída como un fenómeno masculino:
el hombre en lucha contra su impulso sexual, contra el elemento
femenino de su psique, pues lo siente como un cuerpo extraño
356
que se ha introducido en su interior, como una enfermedad que se
extiende hasta causarle la muerte.
Según Misha Kavka, Weininger prefirió la nada de la muerte
antes que la nada de convertirse en Mujer. Pero esta autora
defiende que Sexo y carácter es más que la expresión de un
hombre luchando contra sus propios demonios. Dice que el
suicidio de Weininger justo después de la publicación de su obra
representa la insostenibilidad de la posición masculinista europea
de finales del siglo XIX llevada hasta el extremo. Asegura que
Weininger no creó una filosofía de género antifemenina a partir de
su patología particular sino que destiló la misoginia a partir del
material cultural disponible y la utilizó para estabilizar su
problemático sentido de la masculinidad. Su misoginia refleja las
formas culturales de su época. Dicho de otro modo, lo que hace
Weininger es traducir la fantasía misógina de su época a un
sistema filosófico. Así, mientras Sexo y carácter ofrecía a sus
lectores varones la promesa de una masculinidad estable, su
propio suicidio minaba esa estabilidad y constataba la inviabilidad
de esa posición tan extrema.
La madre y la prostituta
357
Weininger quiere ocuparse aquí de dos de los tipos
femeninos, aquellos que resaltan por encima de los demás: la
madre y su polo opuesto, la prostituta. Según Weininger la
contraposición entre la madre y la prostituta es necesaria pero
esta necesidad no puede ser deducida de ningún otro principio,
como tampoco puede deducirse la oposición entre el hombre y la
mujer. Es preciso, sin embargo, entreverla, dice Weininger, y
considerar cada una de las mujeres como perteneciente a uno de
estos dos tipos, teniendo en cuenta que puede aproximarse más a
uno que a otro y que esta disposición suya puede ser modificada;
siempre, eso sí, por influencia de la voluntad masculina.
Weininger rechaza la opinión popular que considera a la
mujer bien como madre, bien como amante346; pues cree que esta
distinción resulta poco útil, ya que en realidad tanto la madre
como la prostituta pueden ser amadas. Pero si dicha dicotomía
hace referencia al hecho de que una misma mujer mantiene una
relación diferente con el padre de sus hijos que con éstos,
entonces la distinción tampoco es útil pues se trata en el fondo de
diferentes roles que tanto la madre como la prostituta asumen.
Madre y prostituta son dos modos de ser contrapuestos,
duraderos e íntimos de la Mujer. El concepto de prostituta no debe
aplicarse únicamente a las rameras de la calle o a las mujeres que
copulan con muchos hombres por dinero. De hecho, la diferencia
entre la madre y la prostituta, dice Weininger, podría manifestarse
simplemente en la conducta que tienen frente a un solo hombre,
con independencia de que exista en absoluto algún otro hombre
en el mundo.
Para Weininger la prostitución no es simplemente un estado
al que la Mujer ha sido empujada por la sociedad (tampoco por el
346 Recordemos que para Weininger la mujer está incpacitada para amar, por
lo que “amante” significa aquí en realidad “amada”.
358
capitalismo), como prueba el hecho de que siempre ha existido,
sino que radica en la naturaleza misma de la Mujer, pues, como
ya se ha dicho, lo que no se es no se puede llegar a ser.
Tanto la prostitución como la maternidad son
predisposiciones que forman parte de la constitución orgánica de la
Mujer desde el nacimiento. En todas las mujeres se hallan las dos
posibilidades. Las circunstancias, sin embargo, pueden favorecer
el desarrollo de una de ellas.
Recordemos que la metafísica de Schopenhauer le llevaba a
afirmar que la existencia temporal del individuo concreto
comienza en el instante en que sus progenitores se amaron, antes,
por tanto, de que tuviera lugar el coito. Pues bien, Weininger
considera inexacta esta tesis y sostiene que en el caso ideal (de
máxima atracción sexual) el nacimiento se remonta a la primera
vez que la mujer vio u oyó al que llegaría a ser el padre de sus
hijos. Como vemos, el filósofo defiende, igual que Ibsen y Goethe,
la posibilidad de una influencia sobre los descendientes sin que
tenga lugar el coito. Según Weininger, esa tesis filosófica debe ser
verdadera a pesar de todos los descubrimientos biológicos
(empíricos), pero es incompatible con la opinión generalizada de
que en la formación del nuevo individuo intervienen
exclusivamente el espermatozoide y el óvulo, pues niega desde un
principio la posibilidad de la impregnación.
Para apoyar su tesis, Weininger incluye en las notas de Sexo
y carácter una serie de citas de científicos como Johannes Müller,
Th. Bischoff y Karl Ernst von Baer, que defienden la posibilidad de
que se produzcan cambios en la formación del feto causados por
alteraciones en el estado anímico de la madre, provocadas, a su
vez, por una influencia externa. En algunos casos se habla incluso
de similitudes entre el objeto externo que ha afectado a la madre y
359
la forma en que éste influye en el neonato. Weininger menciona
otros tantos nombres de defensores de la tesis de la impregnación:
Budge, Schönlein, Carl Gustav Carus, Bechstein, Prosper Lucas,
G. H. Bergmann, A. von Solbrig, Theodor Roth, Karl Hennig.
El filósofo sostiene que el caso más claro de impregnación
sería aquel en el que el recién nacido se pareciera claramente al
hombre que ha impresionado a la madre sin que hubiera tenido
lugar la intervención de su semen. Que estos casos sean raros se
debe a que una influencia tan enérgica sólo puede producirse ante
la presencia del complemento sexual ideal 347 y las probabilidades
de este encuentro son muy bajas.
Pues bien, entrando ya en el análisis de los caracteres
femeninos, Weininger afirma que la primera diferencia entre la
madre y la prostituta radica en el objeto principal de su vida:
mientras para la madre consiste en llegar a tener un hijo, este fin
es completamente desechado por la prostituta incluso cuando
copula.
Sin embargo, hay una diferencia más profunda entre ambas
que tiene que ver con el modo como se relacionan con su prole y
con el hombre: la madre absoluta se preocupa sólo de sus hijos y
trata a todos los hombres como si fueran hijos suyos; la prostituta
absoluta, sin embargo, se preocupa sólo por el hombre y es capaz
de fingir el idilio con su hijo para enternecer y atraer al hombre
que se propone. Esta mujer, dice Weininger, no renunciaría al
contacto sexual con un solo hombre.
Una similitud entre ambos tipos de mujeres se hallaría en el
hecho de que ambas son indiferentes a la individualidad del
complemento sexual: la madre se conformaría con cualquier
hombre capaz de proporcionarle un hijo, siendo capaz incluso de
360
renunciar después al resto; la prostituta se entregaría a cualquier
hombre que fuera capaz de proporcionarle placer sexual.
Weininger rechaza la opinión de que la mujer es
monoándrica y el hombre polígamo. Cuando la Mujer se mantiene
fiel y renuncia a otros hombres, los motivos que la mueven son de
seguridad y buen nombre, es decir, el qué dirán y el miedo a
perder la posición que le confiere el matrimonio. Pero el adulterio
es para ella como un juego en el que no interviene la moralidad. El
hombre, sin embargo, siente la fidelidad como una obligación que
él se impone y si falta a ese compromiso se siente inconsecuente y
culpable.
La clave está en que la Mujer no entiende el compromiso, no
entiende que se pueda permanecer ligado a la palabra dada. Es
evidente, por tanto, que el matrimonio monógamo ha sido creado
por el hombre, puesto que tiene su origen en la individualidad,
que permanece inmutable a lo largo del tiempo. De hecho, no
existe una sola institución que tenga origen femenino, pues de la
Mujer no deriva el derecho sino sólo la costumbre. Únicamente el
hombre “siente la necesidad del orden, de la regla, de la ley, tanto
en la práctica como en la teoría”348.
Con respecto a la relación con la prole, Weininger sostiene
que la mujer prostituta se interesa fundamentalmente por la
masculinidad de su hijo y se halla siempre en relación sexual con
él. De hecho, puesto que en ninguna mujer está ausente esta
tendencia, debe decirse que entre la madre y el hijo varón siempre
existe algún indicio de relación sexual. Este fenómeno se suele
manifestar en la pubertad, pero persiste en algunos casos hasta
más tarde y, siendo un deseo inconsciente en el niño, puede pasar
a la conciencia gracias al sueño, donde las fantasías sexuales
361
tienen por objeto a la madre. Weininger menciona aquí el “sueño
de Edipo” pero no se refiere explícitamnte a Freud ni en el texto ni
en las notas.
La primera mención que hizo Sigmund Freud al complejo de
Edipo se halla en una carta escrita a Fliess el 31 de Mayo de
1897, que encontramos en Los orígenes del psicoanálisis. En otra
de las cartas reconoce en sí mismo sentimientos de amor hacia su
madre y de celos hacia su padre y dice creer que esos
sentimientos son comunes a todos los niños en general, aunque
supone que aparecen antes en los niños que se han vuelto
histéricos. La existencia de estos sentimientos en los niños
vendría a explicar, según Freud, nuestra comprensión del mito de
Edipo pese a todas las objeciones racionales contra la fatalidad:
mientras, por un lado, nos rebelamos contra la idea del destino
individual arbitrario, por otro, comprendemos el mito griego y nos
atrae porque retoma un impulso que todos hemos experimentado,
traslada un sueño a la realidad.
La Interpretación de los sueños, escrita aproximadamente en
la misma época que las cartas, vio la luz a finales de 1899. En
esta obra Freud da a conocer sus descubrimientos de los años
precedentes pero resta significatividad cultural al complejo de
Edipo, pues lo recoge únicamente entre los llamados sueños
típicos349.
Es posible que Weininger hubiera leído La interpretación de
los sueños y que eso le llevara a hacer referencia al “sueño de
Edipo” pero nos consta que conocía bien la obra de Sófocles, Edipo
rey, por lo que es muy probable que se refiriera directamente a
ésta, en concreto al pasaje en el que Yocasta le dice a su presunto
hijo Edipo:
362
“No tengas miedo al matrimonio con tu madre porque
ya muchos mortales se acostaron con su madre en sueños.
Pero el que no le da ninguna importancia a estas cosas,
sobrelleva su vida con mayor facilidad.”350
Por otro lado, la idea de que las mujeres guardan con sus
hijos varones una relación sexual no nos consta que la recibiera
de Freud. Además, aquí el acento no está puesto en los
sentimientos del niño sino en los de la madre, recurriendo, por
ejemplo, al placer que siente la mujer con la lactancia y las
similitudes que tiene esta función con el coito.
Pues bien, pese al vínculo sexual que une al hijo con la
madre, Weininger quiere destacar que la lactancia es una
ocupación maternal y que cuanto más cercana al tipo prostituta
se halle una mujer, peor cumplirá esta función. Así, volviendo a la
madre, asegura que la mujer maternal se comporta como madre
con todos los individuos, incluso con el hombre que ama y que se
convertirá en el padre de sus hijos.
Ante la mujer maternal, dice Weininger, el hombre
experimenta sentimientos contradictorios. Por un lado, la ve como
dotada de eternidad; pues lo que percibe en ella es la seguridad de
la permanencia de la especie. Pero por otro, el hombre se percata
ante la madre de su propio carácter perecedero como individuo.
Por esta razón, aunque a veces siente paz y reposo en los brazos
de la mujer maternal, su sensación de bienestar tiene una
duración limitada, pues el hombre se resiste a la idea de surgir y
sucumbir en la especie; no puede soportarla. Por esta misma
razón la paternidad (física) nunca satisface sus necesidades más
íntimas.
363
Así, puede entenderse que si Weininger considera
desalentadora y pesimista la filosofía de Schopenhauer es
precisamente porque establece como la verdadera inmortalidad,
como la única continuidad real, la voluntad de la especie.
Para Weininger la seguridad de la permanencia en la especie
es la esencia de la mujer madre, de la madre absoluta – que no
siente miedo ante la muerte porque ella misma es inmortal,
porque representa la especie –, pero no de la mujer prostituta. Al
contrario que a la madre, a la prostituta le aterroriza la idea de la
muerte, lo que no significa que como individuo sienta la necesidad
de inmortalidad.
La existencia de las prostitutas es para el filósofo la más
clara prueba de que Schopenhauer se equivoca al limitar la
sexualidad a los fines de la especie. La prostituta, dice Weininger,
es ajena al fin de la especie.
Volviendo a la madre, Weininger asegura que la relación que
ésta establece con los individuos humanos es muy diferente a la
que guarda con otras especies. De hecho la mujer madre puede
ser la más cruel con otros animales, sobre todo cuando se trata de
proporcionar alimento a sus descendientes. Además, se preocupa
únicamente por la parte corporal del niño pero no por su mente,
es la encargada de la protección de la vida terrestre, no de la
espiritual.
Pues bien, todo esto apoya la tesis, ya mencionada antes, de
que el amor maternal no tiene carácter moral. El amor de la
madre no se dirige al hijo considerado como individuo, pues
podría tratarse de un individuo completamente diferente y la
madre le hubiera querido igual; a ella le basta con que sea su hijo.
Éste es el único tipo de amor que no depende en absoluto de las
cualidades particulares del individuo amado. Para que una
364
relación sea moral, ésta debe darse entre dos individualidades,
debe haber algún tipo de selección, en la que intervengan la razón
y la crítica. La madre ama a su hijo, sin embargo, porque ha
estado unido a ella por el cordón umbilical y sigue de algún modo
físicamente unido, por eso la madre reacciona inmediatamente a
sus llantos y ante cualquier queja. Es un amor impulsivo e
instintivo el que les une, que se da también entre los animales. En
consecuencia, no puede tratarse de una acción moral porque no
es la respuesta de un ser racional a un imperativo ético; y porque
la moral requiere conciencia.
Por lo que respecta al nivel intelectual de las mujeres,
Weininger está convencido de que el de la madre suele ser más
bajo que el de la prostituta, pues se ocupa sólo del cuidado de la
casa, los niños y el marido. De ahí que los hombres que sienten
alguna necesidad de creación espiritual y no se conforman con la
meramente física hayan amado únicamente a la prostituta, que
muchas veces es estéril o muere prematuramente.
La prostituta es la mujer que no se doblega ante las
valoraciones impuestas por el hombre y a sus exigencias de
castidad. Está fuera de la ley y del derecho. Pero también por eso,
a diferencia de la madre, vive su propia vida sin limitaciones; es
descarada y carece de pudor. Puesto que ha renunciado a la
estima social, se siente poderosa. Y, efectivamente, es la que más
poder e influencia ejerce sobre los hombres.
Weininger compara la hetaira de alto rango con el hombre
poderoso, el hombre de acción, el político, el conquistador, y usa
como ejemplos a Napoleón y Alejandro Magno. Ambos tipos de
individuos sienten que van repartiendo favores, que colman de
felicidad a aquellos con los que se relacionan. Correlativamente,
los demás individuos sienten que están recibiendo un don al
365
entrar en contacto con ellos. Se ven arrebatados por ese
sentimiento en su presencia.
Pero el hombre de acción, dice Weininger, se halla muy lejos
de la condición de genio. La diferencia estriba en que los primeros
usan la mentira para conseguir sus fines, lo que es incompatible
con la genialidad. Los hombres de acción son delincuentes. Esto se
aprecia claramente en la figura de Napoleon, quien escribió unas
memorias plagadas de mentiras y sentimentalidad. Para
comprender al conquistador hay que tener en cuenta el enorme
esfuerzo que realiza por huir de sí mismo, por acallar su voz
interior, su yo inteligible. Su huída del yo se aprecia en la
necesidad de proponerse constantemente nuevas metas exteriores
y grandes conquistas.
Frente al genio, que es la mónada, el microcosmos
consciente, que ve claramente desde el primer momento su
relación con el todo, por lo que no necesita la inducción sino sólo
la experiencia vivida, el conquistador y la hetaira son ilimitados,
su relación con las cosas es externa, funcional, delictuosa.
Utilizan las cosas y personas para conseguir sus fines egoístas,
para ensalzar su yo empírico. Por eso son incapaces de amar y de
entablar relaciones de amistad.
La verdadera analogía entre el conquistador y la prostituta
es su desprecio por el valor. El primero arroja fuera de sí su propio
valor para dar rienda suelta a sus impulsos. La prostituta, por su
parte, desprecia el valor que podría recibir de los demás como
madre.
Weininger siente especial interés por estos individuos
considerados como fenómenos. Brillan intensamente, como
meteoros, hasta que se extinguen para siempre, dejando tras de sí
366
una estela de cadáveres. No son eternos pero influyen sobre el
futuro.
Weinigner intenta dignificar la tarea de quien investiga el
fenómeno de la prostitución diciendo que lo importante es el modo
como uno se aproxima a su objeto de estudio. Los filósofos y
artistas que han tratado este tema lo han hecho siempre con la
intención de generalizar, de ofrecer un tipo o incluso una teoría.
Así por ejemplo, Zola, Tolstoi, Ibsen y Dostoievski.
Pues bien, para entender el fenómeno de la prostitución,
Weininger considera fundamental centrarse en la relación que
guardan con el coito la madre y la prostituta: para la primera el
coito es sólo un medio, para la segunda, es un fin. De hecho, sólo
la prostituta es coqueta y existe una íntima relación entre la
coquetería y el coito. La coquetería consiste básicamente en incitar
al hombre a la conquista y hacerle creer que está cumplida,
mientras, por otro lado, se le hace comprender que jamás logrará
su objeto. Excitando sexualmente al hombre siente la prostituta
una sensación muy similar a la del auténtico coito, que tendrá
lugar o no dependiendo de cuánto la satisfaga ese hombre
concreto. La coquetería es pues un medio para producir,
aumentar y disminuir a voluntad el deseo del hombre, sin que
éste sepa muy bien hacia donde se le dirige.
Según Weininger, vemos ejemplificado el tipo de mujer
prostituta en Anitra, la novia del protagonista, Peer Gynt, en la
obra de Ibsen con ese mismo nombre: ella es la mujer que excita
sensualmente a los hombres sin darles la oportunidad de una
satisfacción sexual más intensa. En ella ni siquiera se aprecia el
esfuerzo extraviado por alcanzar un yo inteligible y no busca el
reconocimiento de los demás, pues carece del más débil impulso
hacia la verdad.
367
La coquetería es, por tanto, la manera que tiene la mujer
prostituta de convertirse en objeto del deseo del hombre y es
comparable con la tendencia de la mujer a convertirse en objeto de
la compasión de los demás e incluso de sí misma, de la que ya
hemos hablado previamente. La coquetería es a la prostituta lo
que el embarazo y la lactancia son a la madre.
Para la prostituta el coito no es sino la sensación que le
produce la coquetería pero intensificada hasta alcanzar su
máxima potencia. La prostituta encuentra su fin (literalmente) en
el coito, quiere extinguirse en él, apurar el placer al máximo hasta
perder la conciencia. Pero esto nunca se cumple, por lo que jamás
estará completamente satisfecha.
La conducta de la madre ante el coito es diferente. Lo acepta
pero no lo apura. Para ella es el comienzo de una cadena de
acontecimientos. Por eso la madre, a diferencia de la prostituta,
quiere ser ensalzada después del coito. Para ella es el principio, no
el fin.
Ahora bien, cuando Weininger habla de la relación de la
Mujer con el coito, trátese de la madre o de la prostituta, no se
está refiriendo a un aspecto particular de sus vidas sino a lo
esencial:
351SC, 358. “Unterschiedslos aber fühlt sich jede Frau, da das Weib nur und
durchaus sexuell ist, da diese Sexualität über den ganzen Körper sich
erstreckt und an einigen Punkten, physikalisch gesprochen, bloß dichter ist
als an anderen, fortwährend und am ganzen Leibe, überall und immer, von
was es auch sei, ausnahmslos koitier.” (GCH, 298).
368
Teniendo esto en cuenta, la diferencia entre la mujer
prostituta y la madre es que mientras la primera quiere entrar en
coito con todo, lo que explica su coqueteo incluso ante objetos
inmateriales sin que sea necesario para ello la presencia de algún
hombre; la segunda desea ser preñada por todo lo que la rodea,
que todo se convierta en padre para su hijo.
Así, la teoría de la impregnación antes expuesta cobra un
nuevo sentido. Todo lo que impresiona a la madre, todo lo que
ejerce una influencia duradera sobre ella, la ejerce también sobre
su hijo. De ahí, que la paternidad corporal sea para Weinigner un
engaño al que sucumben algunos hombres, pues debería ser
repartida entre un gran número de cosas e individuos. El grado de
la influencia corporal del varón sobre la descendencia no puede
calcularse352.
Basándose en esta idea Weininger defiende lo que él mismo
llama, siguiendo a Bachofen 353, el “derecho natural del
matriarcado”. Sin embargo, debe recordarse aquí que para el
filósofo austriaco el derecho es un producto de la libertad
humana; surge gracias a la relación no funcional entre
individualidades, a la relación que reconoce en cada Tú un Yo, un
alma. Hablar de “derecho natural”, por tanto, puede parecer
incoherente con su concepción del derecho a no ser que su
afirmación se interprete teniendo en cuenta el idealismo
352 Para apoyar su teoría de la impregnación, Weininger recoge en sus notas
citas de Spencer, de Darwin y de Morton (GCH, 553).
353 En las notas Weininger incluye una cita de Bachofen en Das Mutterrecht:
“Familia ist ein rein physischer Begriff, und darum zunächst nur der Mutter
geltend. Die Übertragung auf den Vater ist ein improprie dictum, das daher
zwar im Recht angenommen, aber in den gewöhnlichen nicht juristischen
Sprachgebrauch später erst übertragen wurde. Der Vater ist stets eine
juristische Fiktion, die Mutter dagegen eine physische Tatsache. Paulus ad
Edictum in Fr. 5 D, de in ius vocando (2, 4) 'mater simper certa est, etiamsi
vulgo conceperit, pater vero is tantum, quem nuptiae demonstrant'. Tantum
deutet an, daß hier eine juristische Fiktion an die Stelle der stets fehlenden
natürlichen Sicherheit treten muß. Das Mutterrecht ist natura verum, der
Vater bloß iure civili, wie Paulus sich ausdrückt” (GCH, 552).
369
weiningeriano, que ve en las leyes de la naturaleza una proyección
de la moralidad humana.
Pues bien, si la prostituta es comparable al hombre de
acción, la madre lo es al genio, aunque en el plano corporal.
Preocupada por el mantenimiento de la especie, es trabajadora y
se preocupa también por la laboriosidad de su marido y sus hijos.
Es ahorradora y piensa en el futuro. La prostituta es perezosa,
derrochadora y prefiere al hombre ocioso, al truhan. La madre
sufre por el mal comportamiento de su hijo en la escuela, la
prostituta sólo lo finge pero en el fondo le satisface. A diferencia de
la prostituta, la madre nunca se siente atraída por el delincuente.
Por las razones expuestas, podría decirse que la prostituta
está en una relación más estrecha con la inmoralidad que la
madre, aunque tampoco sería correcto sotener que es inmoral.
Mientras la madre afirma la vida del cuerpo, pero no la del alma,
la prostituta daña la vida, persigue la destrucción y la muerte
incluso de ella misma. Pero su negación no se dirige a la idea sino
sólo a lo empírico, por eso no puede decirse que sea una criminal.
Recordemos que para Weininger la mujer nunca puede serlo.
La mujer madre y la prostituta representan respectivamente
la vida y la muerte física, cuya máxima expresión es el coito,
donde ambos fenómenos coinciden.
Después de estas reflexiones, Weininger tiene claro que no
ha desvelado el significado profundo de la prostitución, sin
embargo, dice haber aclarado algo: si la hembra humana se
diferencia de la del resto de los animales no es en su calidad de
madre, sino en la de prostituta. No pretende con esto proclamar la
prostitución como ideal femenino, pero sí acabar con la idea que
confiere a la maternidad una ventaja moral. Y mostrar también
que el culto a la mujer virgen está basado en un engaño, una
370
ficción. Éste se explica únicamente porque la madre absoluta no
aspira al coito por puro placer, por lo que en ella pueden
separarse sin dificultad el acto sexual y la procreación, como ya se
ha dicho anteriormente. No existe, por tanto, para Weininger, un
tipo especial de Mujer del que pueda decirse que es moral.
Como vemos, Weininger se hace cargo de todos aquellos
fenómenos a los que se ha aludido ya o pueda aludirse en el
futuro con el objetivo de plantear una objeción a su concepción de
la Mujer. Ni la histérica, ni la madre, ni la virgen, ni la prostituta
desmienten la afirmación weiningeriana de que la mujer es
esencialmente el impulso sexual del hombre o, dicho de otro modo,
la tendencia del hombre hacia la materia, hacia la nada, es decir,
el nihilismo.
En resumen, y para concluir, diremos que la pasividad, la
materialidad, la vinculación a la tierra, la tendencia a la
sinestesia, el gusto sin genio, la habilidad sin carácter y la
capacidad de adaptación y transformación son características
típicamente femeninas, pues, recordemos, la mujer absoluta vive
en la inconsciencia, carece de yo inteligible, de carácter y, como
consecuencia, de valor. La mujer absoluta es materialidad
absoluta, es nada. Por eso espera adquirir su ser y su valor del
hombre, y esto tiene lugar a través del coito. Es la encargada de la
reproducción material de la existencia, de la perpetuación y
conservación de la especie en el aspecto corporal. Por eso mismo
es también el pecado original del hombre. Mientras exista la
Mujer, mientras el hombre continúe dotándola de existencia, su
culpa no será expiada.
371
4.2.3. La Mujer y la idea de humanidad
372
medida de lo valioso en un fenómeno accesorio, en lo que debería
ser una mera consecuencia de la acción, y no en la propia acción.
Tan heterónomo es, por tanto, afirmar que la finalidad de la vida
es el placer como que nuestro deber es huir de él.
¿A qué se debe esa confusión? Weinigner sostiene que
puesto que el placer es el móvil que más frecuentemente nos
desvía de la moralidad, a menudo queramos evitar esa tentación
recurriendo al ascetismo. Sin embargo, el ascetismo que persigue
el sufrimiento se convierte por la misma razón en la otra gran
tentación que debemos evitar.
Según Weininger:
373
también se degrada a sí mismo, porque lo que está vituperando es
la idea de humanidad.
Ahora bien, lo que Weininger llama “el problema de la
humanidad” no puede resolverse involucrando sólo al hombre, la
Mujer debe renunciar voluntariamente al coito; debe renunciar
sinceramente a su deseo de ser esclava. De ahí que tantos grandes
pensadores hayan creído en la liberación de la Mujer por ella
misma y no a través del hombre. Pero Weininger está convencido
de que la existencia de la Mujer es en el fondo la sexualidad del
hombre, por lo que ésta dejará de existir en el momento en que el
hombre consiga vencer su sexualidad:
374
No obstante, y pese a que la Mujer es una creación del
hombre, éste sólo la respetará justificadamente, dice Weinigner,
cuando ésta quiera verdaderamente dejar de ser un objeto para el
hombre; cuando se proponga íntima e individualmente la
emancipación. Pero la educación que reciben las mujeres no es la
más adecuada para fomentar en ellas esa decisión, puesto que
refuerza la feminidad y la falta de libertad de la mujer.
De modo que para que la mujer pueda servir a la idea de
humanidad:
375
trampas que contribuyen a perpetuar la dramática situación en la
que se hallan inmersos los seres humanos. Pero si cambiar la
situación es posible, aunque Weininger no cree que sea probable,
es porque en todos los seres humanos existe para él algo así como
la condición para conquistar su libertad individual, que es la
libertad interna. Renunciar a esta conquista puede que nos haga
más felices, pero también menos humanos, nos cosifica: el
hombre se deshumaniza cuando trata a la mujer como objeto,
cuando se aliena en ella, porque acaba dependiendo de ella, que le
refleja su mejor yo. La mujer se deshumaniza cuando trata de
adquirir su valor apareciendo ante el hombre como un objeto
valioso, cuando intenta seducirlo con la promesa de los placeres
del coito. La humanidad nunca conseguirá la completa libertad si
no es a través de un esfuerzo conjunto: hombres y mujeres deben
vencer la tentación de la opción más fácil, deben renunciar a la
felicidad.
376
5. La filosofía
377
La respuesta a la pregunta por el origen psicológico de la
moralidad la encontramos desarrollada en el texto mencionado,
que el filósofo escribió en 1840 a propósito de una pregunta de
concurso formulada por la Real Sociedad Danesa de las Ciencias,
y que, por cierto, no fue premiado.
La respuesta a la pregunta por el fundamento metafísico de
la ética la encontramos mejor desarrollada en El mundo como
voluntad y representación (1818), donde Schopenhauer invierte
todo su esfuerzo en exponer su concepción metafísica del mundo y
derivar, a partir de ella, la explicación de todos los fenómenos, por
tanto, también los de carácter ético.
En este apartado nos centraremos en su respuesta a la
primera cuestión, pues es ésta precisamente la más duramente
criticada por Weininger.
En primer lugar, Schopenhauer se opone a la propuesta
kantiana de fundamentación de la moral, que considera
diametralmente opuesta a la suya, y se propone demostrar que
tanto la existencia de leyes morales como la de la misma razón
práctica son supuestos injustificados, carentes de fundamento y,
por tanto, ficticios359.
Según Schopenhauer, el error más radical de Kant se halla
en su concepción de la ética. Para el filósofo de Könisberg, la tarea
de la ética no consiste en describir los fenómenos, tampoco en
explicarlos, sino en establecer las leyes de lo que debe ocurrir. No
se trata, por tanto, de describir la conducta humana, ni de
explicar los motivos que nos han llevado a actuar de tal o cual
modo sino de decirnos cómo debemos actuar, de establecer la
forma que debe adoptar la conducta humana, independientemente
de cómo obramos los seres humanos de hecho. Así, el principio de
359 PFE,116.
378
la ética, en tanto que es independiente de toda experiencia, es
trascendental y metafísico; y en tanto que trata de guiar la
conducta de los hombres estableciendo las leyes que éstos han de
obedecer, es legislativo-imperativo.
Pero esta última afirmación para Schopenhauer es ya una
petición de principio. Pues la aparentemente inocua aceptación de
la existencia de leyes puramente morales, que actúan al margen
de una reglamentación humana (ya se trate de instituciones
estatales o de doctrinas religiosas) necesita una demostración que
Kant no ofrece.
Schopenhauer investiga el concepto de una “ley”. Su
significado originario, dice, se halla en la ley civil, pero, como
todos sabemos, existe un significado derivado o metafórico de la
ley que aparece cuando ésta se aplica a la naturaleza para hablar
de las “leyes naturales”. En este caso, la ley ya no prescribe sino
que describe o explica y hace referencia a las formas de actuar
constantes de los fenómenos naturales.
En la medida en que el hombre forma parte de la naturaleza,
también puede hablarse de una ley de la conducta humana, que
rige sobre ésta con la misma necesidad que sobre el resto de los
fenómenos naturales y que puede demostrarse y conocerse por los
mismos medios. Es la que Schopenhauer denomina ley de la
motivación, “una forma de la ley de la causalidad, o la causalidad
mediada por el conocer”, que “dice que cada acción sólo puede
producirse como consecuencia de un motivo suficiente”360. Se
trata, por tanto, de una ley natural. Pero la existencia de leyes
morales prescriptivas independientes de cualquier estatuto
humano aún no ha sido probada y, por supuesto, tampoco ha sido
demostrado que éstas rijan con absoluta necesidad, que es
379
precisamente lo que Kant pretende. La necesidad de una ley, dice
Schopenhauer, conlleva o presupone la inevitabilidad de su
cumplimiento pero las presuntas leyes morales la mayoría de las
veces quedan sin efecto.
Pues bien, lo que Schopenhauer denuncia es la intromisión
en la ética de ciertos conceptos, tales como ley moral, obligación,
deber, y otros semejantes, cuyo verdadero origen es
completamente ajeno a la filosofía, corresponde concretamente al
decálogo de Moisés. Al presentarse en forma prescriptiva, la ética
filosófica ha adquirido la forma de la moral teológica, sin darse
cuenta de que para ello era necesario postular una autoridad
ajena a ella. Además, si se admite la existencia de una ley, habrá
que admitir también una recompensa o un castigo vinculados a
ella, de lo contrario, si se hace abstracción de estas condiciones,
se está cometiendo una contradictio in adjecto361. Esto es
precisamente lo que hace Kant en la Metafísica de las costumbres
cuando habla de una obligación absoluta o incondicionada.
No obstante, dice Schopenhauer, puesto que le resultaba
imposible mantener latentes por más tiempo las condiciones de tal
obligación supuestamente absoluta, Kant no tuvo más remedio
que darlas a conocer en la Crítica de la razón práctica, donde se
añaden: una recompensa para el que cumpla la ley, la
inmortalidad de su alma y alguien que le recompense; quedando
claro de una vez por todas el carácter condicionado de la ley, el
carácter interesado del que la cumple y, como consecuencia, la
ausencia de valor moral en el cumplimiento de la ley.
Así se ponía de manifiesto que lo que la virtud realmente
perseguía era la felicidad, y que la ética de Kant, por mucho que
esto le disgustara, era heterónoma.
380
Lo que Schopenhauer denuncia aquí es la pretensión de Kant
de derivar a partir de la ética, una teología, cuando, en realidad,
ésta ya estaba supuesta desde el principio.
En resumen, lo que tenemos es que la “obligación
incondicionada” postulada por Kant o es una contradicción, lo que
resultaría inadmisible, o encierra una condición, lo que Kant
tampoco admitiría.
Pero una obligación condicionada ni siquiera para
Schopenhauer puede ser el fundamento de la ética, porque toda
acción que persiga una recompensa o se realice para evitar un
castigo es egoísta y, como tal, carece de valor moral.
Así, en clara oposición a Kant, Schopenhauer rechaza el
carácter prescriptivo de la ética, que, según él, sólo tiene sentido
en la moral teológica, y sostiene que ésta:
381
cualquier otro amor. Por otro lado, el egoísmo ya se encarga de
evitarnos cualquier posible dolor y procurarnos tantos placeres
como sea posible.
382
Pero Schopenhauer no es un escéptico con respecto a la
moral y está convencido de que existen acciones de caridad
desinteresada y de justicia voluntaria, de que hay gente
verdaderamente honrada, aunque esto sea, por supuesto,
excepcional.
Según Schopenhauer, existen tres móviles fundamentales de
la conducta humana: el egoísmo, la hostilidad y la compasión, de
los cuales, los dos primeros son antimorales y sólo el último tiene
carácter moral.
De estos tres, el móvil principal de las acciones tanto
humanas como del resto de los animales es el egoísmo, es decir, el
impulso de permanecer incondicionalmente en la existencia y de
procurarnos a nosotros mismos la mayor dosis de bienestar
posible.
La hostilidad, por su parte, surge la mayoría de las veces de
las colisiones del egoísmo, que son inevitables, y se alimenta con
la visión de los vicios, carencias e imperfecciones que ofrece cada
uno a la vista de los demás, pudiendo conducir incluso a la
misantropía. Otras fuentes de hostilidad son la envidia y el
sadismo, que en la práctica se traducen en maldad y crueldad. De
manera que la diferencia fundamental entre el egoísmo y la
maldad o la crueldad radica en que, los crímenes y daños a los
que puede conducir el egoísmo de un individuo son para éste
simples medios, ocurren accidentalmente; mientras que los
sufrimientos y dolores producidos por la maldad o la crueldad de
un individuo son para él fines en sí mismos y le producen placer.
Por otro lado, y esto es lo más importante, en el caso de las
acciones de valor moral, lo que persigue el agente es el beneficio
del otro o aliviar su dolor, de manera que el otro se convierte en el
fin último de su voluntad. Mas esto sólo es posible si el agente se
383
identifica de alguna manera con el que recibe la acción, esto es, si
la diferencia entre yo y el otro, en la que se basa y de la que surge
todo egoísmo, se elimina, al menos en cierto grado, es decir, si
deja de ser absoluta. En eso consiste precisamente el fenómeno de
la compasión y aquí reside, según Schopenhauer, el gran misterio
de la ética364.
Como vemos, para Schopenhauer el fundamento último de la
moralidad, la compasión, está instalado en la propia naturaleza
humana. Pero la interpretación de este fenómeno no es ya un
problema de la ética sino de la metafísica.
Schopenhauer considera el egoísmo y la hostilidad como dos
potencias a partir de las cuales surgen multitud de vicios. Por el
contrario, del auténtico móvil moral, la compasión, surgen las dos
virtudes cardinales, la justicia voluntaria y la caridad
desinteresada. Así, la tarea de la ética consistirá en deducir a
partir de estos tres móviles los diferentes vicios y virtudes
humanas o, en sentido inverso, retrotraer a su verdadero origen
(que puede hallarse en uno o dos de los móviles mencionados)
cada una de las acciones humanas.
Aunque en todo ser humano actúan estos tres móviles,
existe una diferencia moral extraordinariamente grande entre los
caracteres de los distintos individuos dependiendo de cuál de ellos
predomine sobre los otros. De hecho, se podría hacer una
clasificación ética de los caracteres tomando como criterio la
mayor o menor receptividad a motivos malvados, egoístas o
altruistas365.
Aquí se pone de manifiesto de nuevo el esencialismo y
determinismo de Schopenhauer: igual que el carácter del metal
está constituido por aquellas cualidades que lo hacen reaccionar
384
de determinada manera (por ejemplo, dilatándose) bajo
determinadas influencias (como el calor), el carácter de un hombre
también se define por lo que le lleva a actuar de determinada
manera ante ciertas circunstancias, es decir, por sus motivos. La
única diferencia es que los motivos de los seres humanos están
siempre mediados por el conocimiento (por la representación que
nos hacemos del mundo), por lo que no resulta tan fácil su
identificación. En la naturaleza inerte, sin embargo, no existe
ningún tipo de mediación entre la causa y el efecto.
Y la pregunta que aquí surge es la siguiente: ¿puede un
hombre transformarse? ¿Puede, por así decirlo, cambiar su
carácter? La respuesta de Schopenhauer es un NO tajante. Una
transformación semejante sería tan inverosímil como la de que el
metal se convirtiera en madera. El carácter de un hombre, por
tanto, está necesariamente determinado desde el momento en que
empieza a existir y sin ninguna posibilidad de variación; así
también su destino. Dicho de otro modo, el fin al que aspira la
voluntad de cada hombre es siempre el mismo, no varía a lo largo
de su vida. La educación a lo sumo puede variar nuestro obrar, la
elección de los medios, pero no nuestro fin, nuestro verdadero
querer.
De manera que la culpa o el mérito han de radicar
necesariamente en lo innato, en lo que realmente somos, y no en
lo adquirido. Y la conciencia moral no es otra cosa que el
conocimiento de nosotros mismos, que se va completando con el
paso del tiempo. Y aunque ese conocimiento se vaya
enriqueciendo con el recuerdo de nuestras acciones y esté, por
tanto, dirigido a nuestro obrar, éste nunca llega a ser más que un
reflejo de lo que realmente somos, que en el fondo es aconceptual.
385
Por otra parte, Kant deja bien claro que el fundamento de la
moral no es empírico, por lo que no puede hallarse en un hecho de
la conciencia y tampoco en alguna relación entre fenómenos del
mundo externo. El fundamento de la moral debe basarse en puros
conceptos a priori, absolutamente formales, sin ningún tipo de
contenido empírico (ya sea de la experiencia externa o interna),
igual que los principios de las ciencias.
Pero para Schopenhauer existe un claro desequilibrio entre
ambos principios. En el caso de las ciencias naturales, éstos
expresan la función de nuestro intelecto, la forma en la que el
mundo objetivo tiene que presentarse y se presenta, la posibilidad
y condición de toda experiencia. En el caso de la moral, sin
embargo, estamos ante un principio que la experiencia se salta a
cada instante, ante una forma a la que nada se ajusta, ante una
condición que nada posibilita ni condiciona. El significado de a
priori, como vemos, es distinto en un caso y en el otro. En el
primero, es la forma del fenómeno, en el segundo, se dirige o
apunta al en sí de las cosas. ¿Pero qué es para Kant la misteriosa
cosa en sí? Veamos cual es la opinión de Schopenhauer al
respecto:
Según establece Kant en su Crítica de la razón práctica, el
principio moral debe valer para “todo posible ser racional”, de ahí
que accidentalmente valga también para los hombres. Lo que
significa que la razón no es entendida por él como una facultad
propiamente humana sino que es hipostasiada y considerada
como una realidad subsistente, cosa que, no hay que olvidar,
había sido rechazada, dice Schopenhauer, en su Crítica de la
razón pura.
Así, mientras que en la Crítica de la razón pura, siempre que
se hace referencia a la cosa en sí, ésta es entendida como lo moral
386
en el hombre, esto es, como voluntad, en la Crítica de la razón
práctica late la idea de que la verdadera esencia del hombre es la
razón, algo así como un alma racional, diferente del alma sensitiva
y de la vegetativa, que permanecerá después de la muerte y
entonces será pura y únicamente racional366.
Pero Schopenhauer considera que Kant da aquí un paso
ilegítimo, pues
387
- En primer lugar, que la ética no es una ciencia descriptiva
sino que dicta normas a la acción368.
- En segundo lugar, que el fundamento de la moral no puede
ser un fenómeno de la conciencia, tal como la compasión.
- Además, que se puede y se debe ser moral para con uno
mismo y que esto implica necesariamente ser moral con los
demás369.
- Que la transformación del individuo es posible a cada
instante, lo que, sin embargo, no significa que sea probable.
- Y por último, que la esencia del hombre es racional, que en
ello radica su humanidad y que el único contenido de la ley moral,
que es sentida por el individuo empírico como un deber, es la
plena realización de la idea de humanidad.
Por lo que respecta a la primera cuestión, Weininger define
la ética como sigue:
388
ser un hecho del mundo. La ética no puede reducirse a la
psicología, no se deriva de ella.
La medida o el criterio de toda valoración ha de ser algo que
no se derive de la experiencia, una idea (o un valor) irrealizable
que permanezca inalterable aun cuando nada se corresponda con
ella. Sólo basándonos en esta idea podremos juzgar cualquier
acción, dependiendo de que esté o no esté de acuerdo con ella371.
Weininger tal vez tenga razón en una cosa, que el criterio
para valorar algo no puede ser esa misma cosa a no ser que
admitamos que esa cosa es valiosa en sentido absoluto. Sin
embargo, de ahí no se sigue que el criterio moral no pueda ser un
hecho del mundo. Nuestro autor parece haber descartado de
antemano la posibilidad de que dicho criterio no sea constante
sino que pueda variar en los diferentes casos, dependiendo del fin
que persiga la acción, de manera que nunca coincida con el hecho
que se está juzgando.
Pero Weininger sí que es consciente de esa posibilidad, pues
afirma que el segundo gran error de toda ética descriptiva es su
relativismo 372. Para el filósofo vienés el fin último que persiguen
las acciones humanas ha de ser único y por tanto universal. Como
veremos más adelante, éste coincide con la medida y el origen de
toda valoración.
Pero su crítica al psicologismo moral no finaliza aquí. La sola
idea de querer fundamentar la moral le parece un error. Puesto
que el principio de la moralidad no es un hecho del mundo, sino
una idea a la que deben aproximarse todas las acciones humanas,
ésta no es explicable empíricamente ni deducible a partir de otro
principio:
389
“Nadie, incluso recorriendo todo el campo de las
causas y efectos, podría descubrir en ello la idea de un
supremo fin que fuera el único esencial para todas las
acciones morales.”373
390
permanente del espíritu hacia la idea” 375. Sin embargo, y
siguiendo a Kant, el acto ético o moral sólo puede ser aquel que se
halle de acuerdo con una idea. La compasión a lo sumo podría ser
un fenómeno ético, un índice fiel de un modo de pensar, pero no
un acto ético.
De manera que sólo si se conoce la idea se puede actuar
moralmente, libremente. Aquí se pone de manifiesto el
intelectualismo moral de Weininger, quien afirma:
391
consecuencias que de ella se deriven. Como vemos, la ética de
Schopenhauer no tiene en cuenta las mismas acciones ni sus
consecuencias sino sólo las intenciones. Éstas, sin embargo, son
hechos del mundo, manifestaciones de la voluntad.
Ya hemos dicho que para Weininger la compasión no es
suficiente, también es necesario el respeto y sólo se puede llegar a
él por medio de la comprensión, un acto, por supuesto, consciente,
que supone la actividad de un sujeto racional.
Aquí Weininger reivindica el imperativo categórico kantiano e
intenta explicar una de sus formulaciones más controvertidas:
392
se manifiesta en mi persona y en la de los demás, no puede
colocarse en relación de medio para alcanzar otro fin, no puede
ponerse al servicio de otro ideal. Éste es el verdadero sentido, dice
Weininger, del principio de la ética kantiana.
La tercera tesis de Weininger es una consecuencia de lo
dicho hasta ahora: dado que el único fin propiamente moral es la
idea de humanidad y ésta se manifiesta tanto en mi persona como
en la de los demás, ser moral con uno mismo supone serlo con los
demás.
En la ética weiningeriana el fin de la moral, su fundamento y
su criterio acaban coincidiendo. El yo inteligible, es decir, el sujeto
que valora o el origen de toda valoración, es al mismo tiempo lo
que hay que conocer y valorar.
Pero ¿a quién se dirige la moral? O ¿sobre quién puede
actuar el imperativo categórico como un motivo? El imperativo
categórico exige la plena realización de algo que todavía no es
plenamente, que está a mitad de camino entre el no-ser y el ser.
Actúa, por tanto, sobre la voluntad, pero no sobre la
schopenhaueriana voluntad de existir ni sobre la nietzscheana
voluntad de poder, sino sobre la más solemne voluntad de valor.
Recordemos:
393
dotado de significado y transformado o apropiado hasta
convertirse en un motivo para la creación, para la acción. Ese
sujeto, esa voluntad de valor, no se deja atrapar por las
investigaciones empíricas, de ahí que Weininger afirme que la
ética no se puede fundamentar.
394
5.2. La metafísica de Weininger a la luz de El mundo como
voluntad y representación. Una filosofía de la sexualidad.
395
temas y su convicción de que la realidad a la que esos conceptos
aluden suponía una amenaza para el individualismo, la libertad y
la conciencia que la parte masculina de la humanidad había
desarrollado. Esto explicaría en buena medida, según Luft, la
misoginia de estos autores.
La importancia de Schopenahuer estribaría, por tanto, en la
claridad y profundidad con la que reflexiona sobre el significado
de la sexualidad y el género, y sobre la relación de estos conceptos
con el conocimiento y la razón humana. Tanto es así, que su
pensamiento puede presentarse, tal y como ha hecho Pilar López
de Santa María, como una filosofía de la sexualidad.
En el caso de Weininger, el interés por el problema de la
sexualidad es aún más claro, hasta el punto de que en el prólogo
de Sexo y carácter afirma:
396
se entiendan sobre la base de la distinción entre fenómeno y cosa
en sí. Sin embargo, hay algo en lo que ambos coinciden y que les
aleja de la filosofía de Kant. Nos referimos al carácter negativo que,
tal vez por influencia de Platón, adopta para ellos el concepto de
fenómeno. Aquí la representación no constituye el ámbito de la
verdad sino del error, del engaño, del mal y, en definitiva, de la
esclavitud.
Y, de nuevo frente a Kant, no es la confianza en la ciencia y
en su progreso lo que motiva la reflexión de estos autores. De
hecho, ni siquiera podría decirse que confíen en el progreso
científico y ambos consideran la ciencia como un conocimiento
secundario y, en cierto sentido, servil. El acicate de su reflexión es
más bien la constatación del sufrimiento humano, del dolor, la
enfermedad y la muerte que significa la existencia. La vida es
considerada por ambos como inexorablemente unida a la muerte.
Vida y muerte son dos caras de una misma moneda, y encuentran
su máxima afirmación en el coito. El acto sexual es, por tanto, la
perpetuación de un engaño y significa también la renuncia a la
eternidad.
El acto sexual adquiere así una importancia crucial, un
significado metafísico y al mismo tiempo ético. Afirmar la vida
supone asumir el sufrimiento que conlleva, aceptar
inconscientemente el dolor y la muerte y renunciar
definitivamente a la libertad. Por eso es también la posición más
fácil, la del esclavo. El mundo fenoménico, que presenta la forma
del principio de razón, es también el ámbito del error, la desdicha y
la esclavitud.
En este capítulo queremos mostrar muy sucintamente hasta
dónde las filosofías de estos dos autores caminan juntas y en qué
momento se separan. Para ello expondremos primero un esbozo de
397
las ideas fundamentales de la filosofía de Schopenhauer y después
veremos cómo la filosofía de Weininger presupone muchas de las
ideas schopenhauerianas y en qué sentido intenta superar
algunos de los problemas que plantean.
En El mundo como voluntad y representación pueden
distinguirse cuatro partes:
- En la primera parte, Schopenhauer examina el mundo como
representación. Asegura que aunque “el mundo es mi
representación” es verdadero para todo ser vivo cognoscente, el
hombre, a diferencia de otros seres vivos, puede además ser
consciente de esa verdad y reflexionar sobre ella. De hecho, esta
autoconciencia es precisamente el origen de toda filosofía.
Que el mundo es mi representación significa sencillamente
que no conozco de las cosas más que la forma como éstas se me
presentan, es decir, que el mundo que me rodea, mi mundo, no
existe más que en relación a un sujeto, que soy yo mismo.
Ahora bien, cualquier tipo de representación, ya sea
abstracta o intuitiva, pura o empírica, sólo es posible bajo la
forma de la división sujeto-objeto. Esto significa que todo lo que es
conocido es objeto para un sujeto cognoscente y lo que es intuido
es intuición también para un sujeto que intuye.
En el mundo considerado como representación podemos, por
tanto, distinguir dos partes: Una de ellas es el objeto, cuyas
formas universales son el espacio, el tiempo, y la causalidad, que,
como estableció Kant, pueden conocerse a priori. La expresión
común de esas formas del objeto es lo que Schopenhauer
denomina el principio de razón. La otra parte es el sujeto, que no
se atiene a las formas del objeto, por lo que puede decirse que se
halla fuera del espacio y el tiempo. Así, mientras los objetos, bajo
la forma del espacio y el tiempo, aparecen como plurales, del
398
sujeto no puede decirse que sea uno o múltiple. El sujeto es
precisamente aquello que no puede ser nunca objeto de
conocimiento o de intuición y es al mismo tiempo la condición de
todo objeto, pues lo que existe, existe sólo para el sujeto. La
existencia de los objetos es siempre relativa. Debe tenerse en
cuenta que la separación sujeto-objeto es previa a todo
conocimiento y, por tanto, también al principio de razón.
Pues bien, en esta primera parte de lo que podría
considerarse la única obra de Schopenhauer, éste se refiere al
mundo como representación en tanto que ésta está sometida al
principio de razón, es decir, tal y como se nos aparece en la
experiencia cotidiana y como es descrito por la ciencia.
- Vayamos ahora directamente a la tercera parte del libro. En
ella Schopenhauer nos habla también del mundo como
representación, pero una representación que no está sometida al
principio de razón. Se refiere, por tanto, al conocimiento de las
ideas platónicas, que son el objeto del arte.
Las ideas para Schopenhauer también son objeto de
conocimiento para el sujeto pero no para el sujeto como individuo,
cuyo conocer está siempre sometido al principio de razón, sino
sólo para lo que él llama el sujeto puro de conocimiento.
El conocimiento de las ideas requiere, por tanto, que se
produzca una transformación igualmente profunda en el sujeto y
en el objeto de conocimiento. El primero debe dejar de ser
individuo, lo que significa dejar de considerar las cosas en relación
con la propia voluntad, con los propios intereses. El segundo, el
objeto, debe dejar de estar sometido al principio de razón (o, mejor
dicho, no llegar a estarlo). Las ideas aparecen entonces al sujeto
como objetos únicos, universales, eternos e inmutables:
399
“La cosa individual intuida se erige en idea de su
especie y el individuo cognoscente en sujeto puro de
conocimiento involuntario, y ambos en cuanto tales dejan de
estar en la corriente del tiempo y de todas las demás
relaciones. Entonces da igual que la puesta de sol se vea
desde un calabozo o desde un palacio.”382
400
excepcional. Tiene lugar en muy pocas ocasiones y casi siempre
por poco tiempo. Pero, según Schopenhauer, es el único que sirve
de ayuda en el arte, y el genio es quien lo posee en mayor grado.
Cuando este conocimiento (que también puede considerarse una
contemplación o captación de la idea) se da, la persona se olvida
de sí misma y de sus relaciones hasta el punto de desaparecer
como individuo; por eso Schopenhauer define la genialidad como
la más perfecta objetividad.
Pero puesto que son representación, las ideas, y los objetos
sometidos al principio de razón, tienen que representar algo. Eso
que representan tiene que ser algo en esencia. Qué sea en esencia
el mundo es lo que Schopenhauer trata de explicar en los libros II
y IV de su tratado. Comencemos por el libro II.
- Para Schopenhauer si de algún modo podemos llegar a
saber en qué consiste la esencia del mundo no es a través de la
representación, sino gracias a que nosotros también formamos
parte del mundo, a que somos cuerpo.
Está claro que no somos puros sujetos de conocimiento, sino
individuos; y lo que esto significa es que nuestro conocimiento del
mundo está mediado por el cuerpo. Pero nuestro cuerpo tiene la
peculiaridad de que se nos da de dos formas diferentes: por un
lado, como representación. En este sentido es un objeto más entre
otros, y se rige por las mismas leyes que todos los objetos. Pero
por otro lado, el cuerpo es lo inmediatamente conocido. En este
sentido, la acción del cuerpo no es conocida como el efecto de una
causa anterior (de un acto de voluntad), sino como el acto de
voluntad mismo:
401
“Todo el cuerpo no es sino la voluntad objetivada, es
decir, convertida en representación.”384
402
tiempo las ideas se expresan a través de innumerables individuos,
los fenómenos.
Al final de este libro, Schopenhauer nos previene contra la
pregunta ¿qué es lo que la voluntad quiere? Si hemos
comprendido bien lo que se ha dicho hasta ahora, debemos
darnos cuenta de que esa pregunta sólo tiene sentido en relación
al fenómeno:
403
en el libro III) significa es que la voluntad se hace plenamente
consciente de sí misma.
¿Dónde radica la importancia de este acontecimiento? La
respuesta de Schopenhauer es compleja: la autoconciencia de la
voluntad posibilita su autosupresión. El conocimiento que el
hombre alcanza de las ideas permite que la voluntad se niegue a sí
misma en el hombre, en el más perfecto de sus fenómenos,
produciéndose así una contradicción del fenómeno consigo mismo.
La contradicción consiste más exactamente en la supresión de la
voluntad, es decir, de la esencia del fenómeno, mientras el
fenómeno perdura, mientras permanece en el tiempo. Cuando la
voluntad se suprime, el ser humano deja de servir a la voluntad en
el fenómeno, alcanza la libertad. Pero deja, al mismo tiempo, de
ser un individuo.
Así aparece la santidad, único caso en el que puede
legítimamente considerarse al hombre libre:
404
El principio de razón o lo que Schopenhauer también llama
el velo de Maya es lo que nos hace considerar la separación de los
individuos como una separación absoluta. En este engaño se basa
el móvil antimoral por excelencia, el egoísmo. Pero algunos
individuos son capaces de rasgar el velo de Maya y superar el
engaño. Ellos se dan cuenta de que las barreras que separan a los
individuos son meras apariencias y dejan de considerar al otro
como un no-yo, como lo radicalmente otro. Así, los sufrimientos de
los demás pasan a convertirse en motivos para su propio querer,
tan relevantes, por tanto, como los sufrimientos propios. En eso
consiste la compasión, el fundamento de toda posible moralidad.
Ahora bien, cuando alguien alcanza ese conocimiento, no
sólo percibe la identidad de todos los seres y hace suyo el
sufrimiento universal del mundo sino que se da cuenta también
de que la voluntad es el origen de todo sufrimiento, de todo mal, y
quiere negarla, aniquilarla en su propio fenómeno. La vida del
asceta así lo revela:
405
motivos de la voluntad. Los genitales continúan sanos, pero ya no
se persigue la satisfacción sexual. Incluso se prefiere la
desaparición del cuerpo.
Este razonamiento podría llevarnos a considerar el suicidio o
incluso el genocidio como las vías más directas y fáciles para
alcanzar la liberación. Sin embargo, esta conclusión es para
Schopenhauer un gran error. La violencia y la muerte son
manifestaciones de la voluntad en la misma medida que el
nacimiento. Cuando un individuo mata a otro no suprime la
voluntad ni en sí mismo ni en el otro, sólo aniquila al individuo,
un mero fenómeno, que inmediatamente será sustituido por otro.
Y lo mismo ocurre con el suicidio. Por eso, Schopenheur quiere
dejar claro que la única vía posible de salvación es el conocimiento,
pero no el sometido al principio de razón, sino el que se dirige
directamente a las ideas y, por encima de ellas, a la cosa en sí. La
voluntad necesita manifestarse sin obstáculos para conocerse a sí
misma y suprimirse libremente. La superación del mundo, la
superación de la esclavitud, de ningún modo puede lograrse con la
violencia física que conduce a otros a la muerte, pero tampoco con
el suicidio.
Está claro, por tanto, que la negación de la voluntad sólo
puede ocurrir tras el conocimiento y reconocimiento de que ésta
significa sufrimiento, de que es un mal. Ahora bien, una vez
suprimida ¿qué es lo que queda? La respuesta es NADA. La
negación de la voluntad es también, según Schopenhauer, un
tránsito al vacío de la nada. Ahora bien, él mismo reconoce que el
concepto de nada es relativo, se refiere siempre a la negación de
algo determinado. Así, puesto que somos voluntad, sólo podemos
entender la supresión de ésta como lo negativo y la voluntad como
lo positivo, pues ella es para nosotros lo que existe.
406
Examinemos mejor este problema: el material de la filosofía,
dice Schopenhauer, es el concepto, que también pertenece a la
representación (cuya forma es el espacio y el tiempo), y ésta lo
expresa a través de la palabra, el signo del concepto. Por esa
razón, que se suprima la voluntad en el fenómeno, que
desaparezca el mundo, el espejo en el que veíamos reflejada la
voluntad, significa para la filosofía la nada. Nos preguntamos sin
sentido dónde ha ido a parar el mundo, es decir, la voluntad. Y
puesto que no hay para ella un dónde o un cuándo, puesto que
queda fuera del espacio y el tiempo, sólo podemos lamentarnos de
que ya no esté. Pero si fuéramos capaces, continúa Schopenhauer,
de transgredir las fronteras del tiempo y del espacio. Si el lenguaje
pudiera ir más allá de sí mismo y expresar de algún modo lo no
conceptual, lo irrepresentable e inefable, tal vez podríamos invertir
el sentido actual de las cosas y considerar lo que ahora existe para
nosotros como la nada, y eso a lo que sólo por negación podemos
aludir, como lo existente. La filosofía ha de conformarse, sin
embargo, con el punto de vista anterior.
Como vemos, lo que para Schopenhauer es negativo no es la
supresión de la voluntad en el fenómeno, sino sólo el conocimiento
que podemos adquirir de ello:
407
ya la forma de sujeto y objeto, además de ser accesible
únicamente a la experiencia propia e incomunicable.”390
408
voluntad, habiendo llegado al conocimiento de su ser en sí, se
suprime, abandonando así la esclavitud de los motivos, que
actúan sólo, recordemos, bajo el supuesto de otro tipo de
conocimiento, el que tiene lugar bajo la forma del principio de
razón (espacio, tiempo y causalidad).
La acción de la gracia también tiene pleno sentido, significa
que la negación de la voluntad es en última instancia un acto de
libertad. Y que la libertad no se consigue a la fuerza, por algún
tipo de imposición externa, pero tampoco sencillamente por
proponérselo. Por el contrario:
409
Sólo teniendo esto en cuenta pueden comprenderse también
otros aspectos de lo que Schopenhauer considera el auténtico
cristianismo. A saber, que no es necesario suponer la “libertad” de
las acciones (del fenómeno), pues la auténtica libertad se
encuentra en el ser; que precisamente por eso es el ser (y no las
acciones) el lugar del pecado original; y que la acción de la gracia
no es sino nuestra propia acción o, mejor dicho, nuestra propia
voluntad, que se niega libremente.
410
igual que Schopenhauer, Weininger considera que este idealismo
es consustancial a la filosofía:
411
fuentes de infelicidad, es entendida como un castigo por el pecado
cometido o también como una culpa:
412
Aquí late la idea schopenhaueriana de que la parte más
íntima de la persona, lo que ésta es en esencia, existía ya antes de
venir al mundo como individuo de carne y hueso, que ésta además
era libre y que optó deliberadamente por el mal. Pero la expresión
“antes de nacer” no se refiere realmente a un momento anterior al
nacimiento, pues el tiempo aparece con el nacimiento; significa
más bien “fuera de” esta vida, “más allá” de ella, “donde” ni el
tiempo ni el espacio surten efecto. Y es que para Weininger el
tiempo y el espacio son formas del fenómeno que no afectan a la
cosa en sí.
En el fondo, tanto la vida “previa al nacimiento” como la que
comienza “después de la muerte” son para Weininger una y la
misma vida y ésta debe pensarse no como ocurriendo
respectivamente antes y después de la vida que comienza con el
nacimiento, sino como estando a su lado397. Pero tampoco debe
pensarse como transcurriendo (en el tiempo) sino como ya dada
desde siempre y para siempre en el eterno presente.
Ambos filósofos son conscientes de que nuestro lenguaje sólo
acierta a ofrecer metáforas más o menos aproximadas de lo que
esto significa. Y es que por su propia naturaleza es incapaz de
expresar lo atemporal, lo no espacial, lo esencial.
Weininger ve en este mundo pruebas de la existencia de esa
otra realidad más original:
413
pecado original. Pues este recuerdo incluiría el tiempo; pero
no hay tiempo hasta el nacimiento, hasta el pecado original.
Que hay problemas, enfermedad, es decir, culpa, prueba el
pecado original. El ser y el no-ser no pueden ser pensados en
relación temporal, sino que deben ser pensados uno al lado
del otro.”398
414
La genialidad, en cuanto idea, encierra dentro de sí el mundo
entero, es el microcosmos consciente. La imagen consciente de
Dios se hallaría para Weininger en el conocimiento del hombre
genial. Weininger se aproxima de nuevo a Schopenhauer cuando
se pregunta:
415
Ahora bien, aunque Weinigner afirma que no existe el
carácter femenino en sentido metafísico, lo cierto es que concede a
la Mujer un profundo significado en el universo, pues ella es
precisamente la sexualidad del hombre. La Mujer no existe
realmente, no existe por sí misma, existe sólo por relación al
hombre. En ese sentido es lo absolutamente otro, es lo que no es:
402SC, 532.
403 “Pero mientras en el hombre – quien según la justificada doctrina de
Schopenhauer, es obra de sí mismo – la propia voluntad es la que crea y
transforma al cuerpo, en la mujer es la voluntad ajena la que influye sobre él y
lo modifica (sugestión, metavisión). El hombre, pues, no sólo se forma a sí
mismo, sino también, y de modo más fácil, forma a la mujer.” (SC, 460).
“Todas las cualidades de la mujer dependen de su no ser, de su falta de
esencia. Al no poseer una inmutable vida, sino tan solo la terrena, favorece,
como celestina, la procreación durante esa vida.” (SC, 463).
416
- Por un lado, la eternidad, que viene garantizada
empíricamente por la vida de la especie y la conexión causal
entre los individuos a través del sexo. Esta eternidad en
nada atañe al individuo, a su conciencia, que desaparece
para siempre. Lo que realmente permanece tras la muerte
del individuo es lo que siempre ha existido, su ser más
profundo, la voluntad como cosa en sí. Ésta sería la elección
del hombre corriente. El hombre que no niega la voluntad de
vivir en vida tiene garantizada su eternidad en ella.
- Por otro lado, la nada. Pues el hombre que, gracias a
su mayor fuerza de voluntad y a un conocimiento
extraordinario, ha abandonado su individualidad en vida,
aquel que ha suprimido la voluntad en el fenómeno, ha
quedado libre para siempre de la esclavitud de la voluntad.
O, lo que es lo mismo, de la esclavitud de la vida. Esto es lo
que ocurre en el santo o en el asceta. Pero recordemos
también que se trata para Schopenhauer de una nada
relativa. Es nada en la medida en que nada puede decirse
sobre ello. Pero tal vez si algo pudiera ser dicho…
417
Quiso ser más consecuente que Schopenhauer, pues pensó
que si por razones éticas lo que había que negar era la voluntad
de vivir, si debíamos renunciar a la vida como fenómeno – o dicho
de otro modo, si la Mujer debía desaparecer como tal –, entonces
la perpetuación de esa vida, la duración temporal de la especie
humana, no podía ser un consuelo para quien aspirase a la virtud.
Así, convirtió la continuidad de la especie en nada y la nada
relativa de Schopenhauer en el ser absoluto, en el valor; o
también, en Dios:
405SC, 462. O también: “El hombre vive hasta que entra en lo absoluto o en la
nada. Él mismo determina en libertad su vida futura: él elige a Dios o la nada.
O se destruye a sí mismo o se adapta a la vida eterna.” (SUC, 97).
418
hombre se convierte en Dios) cuando se hace completamente
atemporal.”406
419
cualquier proyecto que aspire a la autonomía individual y, por
ende, a la social.
420
II. WEININGER Y WITTGENSTEIN
Introducción
421
que pensamos resultan aún más oscuras si no se tiene en cuenta
la filosofía de aquel. Así, por ejemplo, la concepción que
Wittgenstein tenía de la lógica, de la ética y de la relación que
existe entre ambas; su concepción del talento, del carácter, de la
genialidad, y del papel que cumple ésta en la cultura; su
interpretación del judaísmo; o también su idea de la civilización
occidental y de la función que la ciencia estaba desempeñando en
ésta, lo que sin duda guarda relación con su metafilosofía. Todo
esto se comprende mejor si se tiene presente la lectura, que como
veremos es crítica, que Wittgenstein había hecho de Weininger.
Por desgracia, aunque no se puede dudar del hecho de que
las dos únicas obras de Weininger constituyeron una importante
influencia sobre Wittgenstein, la escasez de las referencias de éste
al autor de Sexo y carácter dificulta enormemente nuestra tarea.
Al intentar precisar la relación entre ambos pensadores, nos
movemos necesariamente en un territorio resbaladizo, en el que
nunca es posible asegurar totalmente si se está ante una efectiva
influencia de los puntos de vista del primero sobre los del segundo
o ante una mera coincidencia en sus respectivas filosofías, que
podría deberse bien a una fuente común, bien al haber llegado a
conclusiones parecidas de modo absolutamente independiente 409.
En efecto, las referencias de Wittgenstein a Weininger que
conocemos son muy escasas. Varias de ellas tienen la misma
datación, a saber: 1931. Así, en carta a Moore del 23 de agosto de
ese año, escribe Wittgenstein:
409 Quizás por ello la escasez de estudios sobre la relación entre ambos.
422
necesario, o mejor no es posible estar de acuerdo con él,
pero su grandeza reside en aquello con lo que discrepamos.
Es su enorme error lo que es grande. Es decir, hablando
grosso modo, si Usted añade un “~” al conjunto del libro,
dice una verdad importante.”410
423
Spengler no coloca a Weininger entre los filósofos
(pensadores) occidentales.”414
424
Algunos, incluso, han sugerido que es muy probable que el
orden de los autores aludidos por Wittgenstein aquí reproduzca el
orden en que estos mismos autores le influyeron, con lo que
Weininger, por lo tanto, habría sido una influencia relativamente
tardía, desde luego posterior a la influencia que sobre él habían
ejercido Frege y Russell. No obstante, no es éste un punto que esté
claro, pues parece evidente que Wittgenstein leyó a Weininger en
su adolescencia (lo mismo que a Boltzmann y a Hertz); bastante
antes de conocer a Frege o a Russell 418.
La última observación recogida en Cultura y valor es muy
posterior, data del año 1950:
425
“El profesor von Wright menciona la alta consideración
que Wittgenstein tenía por los escritos de Otto Weininger.
Creo que cierta matización se precisa aquí. Él (Wittgenstein)
me aconsejó leer Sexo y carácter de Weininger, dicéndome
que era la obra de un genio excepcional. Señaló que
Weininger contando veintiún años había reconocido, antes
de que nadie hubiera reparado en ello, la futura importancia
de las ideas que Freud estaba presentando en su primer
libro, aquél en el que había conlaborado con Breuer,
Estudios sobre la histeria. Cuando hube leído Sexo y carácter
le dije a Wittgenstein.
Drury: Weininger me parece estar lleno de prejuicios;
por ejemplo, su extrema adulación a Wagner.
Wittgenstein: Sí, está lleno de prejuicios, sólo un
hombre joven sería tan prejuicioso.
Y después, en relación con la tesis de Weininger de que
las mujeres y el elemento femenino en los hombres eran la
fuente de todo mal, exclamó: “¡Cuán equivocado estaba, Dios
mío, qué equivocado!”. En otra ocasión me pidió leerle en voz
alta un pasaje del libro de Weininger donde éste cita al
estudioso renacentista Pico della Mirandola…”420
426
Por otra parte, el texto de Pico della Mirandola al que hace
alusión Drury aparece citado en el capítulo que Weininger dedica
en Sexo y carácter al yo y la genialidad, justo a continuación de los
capítulos dedicados a la memoria, la lógica y su relación con la
ética, de donde cabe deducir que esta parte de la obra le concitaba
una especial atención.
En resumidas cuentas, podemos sacar varias conclusiones
de todas estas consideraciones preliminares. La primera, que
Wittgenstein leyó muy tempranamente a Weininger; la segunda,
que mantuvo el interés por los temas weiningerianos
prácticamente a lo largo de toda su vida y, por último, que su
admiración por él era, no obstante, una admiración crítica,
aunque nos falten datos para poder precisar exactamente el
alcance de ese distanciamiento.
A fin de cuentas, si desconocemos dónde estriba el
distanciamiento de Wittgenstein con respecto a Weininger es
porque desconocemos exactamente en qué aquél influyó
originariamente a éste. No obstante, como hemos dicho, pueden
aventurarse varias razonables conjeturas que resultan
extraordinariamente útiles.
427
1. La relación entre lógica y ética. Weininger y Wittgenstein
frente a Dios.
Analysis.
428
atribuía a la lógica, se los atribuye el segundo a la gramática del
lenguaje.
Pensamos que si la interpretación continuista está en lo
cierto, entonces una mejor comprensión del primer Wittgenstein,
por lo que hace a la lógica y la ética, podría ayudar a comprender
mejor el sentido de la filosofía del segundo Wittgenstein y, por
ende, los conceptos mencionados.
Comparar el pensamiento de Weininger y Wittgenstein en
este punto nos parece importante fundamentalmente porque
creemos que la aludida conexión wittgensteiniana entre la lógica y
la ética resulta mucho más difícil de desentrañar si ignoramos las
reflexiones de Weininger sobre la misma cuestión. Tal vez, el
hecho de que Weininger no hubiera pensado todavía, no ya sobre
la distinción entre “decir” y “mostrar” (que sí que tiene presente),
sino sobre la imposibilidad de decir lo que se muestra, le haya
permitido expresar más claramente aquello que Wittgenstein se
vio obligado, para no caer en el absurdo, a callar. Confiando en
que de algún modo ello se mostraría.
429
Cabe distinguir dos sentidos diferentes en los que la filosofía
de la lógica de Weininger es kantiana:
1. El primero tiene que ver con el hecho de que para
Weiningner la lógica es trascendental. Ello implica dos cosas:
- Por un lado, que no depende de ningún hecho
empírico y, por tanto, tampoco de los procesos del
pensamiento, por lo que no se puede probar 425.
- Por otro lado, que es, sin embargo, condición del
pensamiento426: la lógica es para Weininger un presupuesto
de cualquier discurso que aspire a la verdad, de donde se
deduce que su validez es trans-personal.
425 “La lógica no puede ser probada, no se puede derivar de otra cosa: de lo
que había que probar.” (SUC, 189).
426 “El que renuncia a la lógica, renuncia al pensamiento” (SUC, 189).
430
la contraposición, debe atribuir la culpa a sí mismo, pues
creía encontrar en ellos pensamientos especiales, y esperaba
enriquecer su patrimonio con pensamientos positivos. Pero
aquellas proposiciones no son conocimientos por sí mismos,
especiales actos de pensamiento, sino la medida aplicable a
todos los actos de pensamiento, la cual no puede ser por sí
misma un acto del pensamiento que se pueda comparar con
los otros de algún modo. El principio de identidad no añade
nada a nuestro saber, no aumenta su riqueza, sino que lo
fundamenta.”427
431
los de contradicción y tercio excluso) sino que necesita también
del principio de razón, que exige para todo juicio una motivación.
Según Weininger, el principio de razón suficiente es la
esencia del silogismo tal y como éste es entendido por un sujeto
empírico, pues las premisas que conducen a la conclusión son ya
juicios que deben haber sido establecidos psicológicamente por el
pensamiento antes de que lo sea la conclusión. El individuo
encuentra por tanto una motivación psicológica para establecer la
conclusión en las premisas que ha comprendido anteriormente.
Se entiende así la importancia que Weininger confiere a la
memoria como garante del pensamiento lógico428. La memoria es
para Weininger la expresión psicológica del principio lógico de la
identidad. Pues recordemos qué ocurriría si un individuo careciera
completamente de memoria. Sería incapaz de entender y atenerse
a las leyes lógicas, pues no podría superar el tiempo infinitamente
pequeño que permite reconocer que A sigue siendo A en el
momento siguiente y de formular, por tanto, el juicio de identidad,
A=A. No se sentiría idéntico a sí mismo en los diferentes
momentos de su vida, por lo que carecería de la evidencia de la
identidad del objeto de su pensamiento a través del tiempo y
tampoco sería consciente del cambio, pues le faltaría un sistema
de coordenadas al que poder referir los cambios externos o
internos.
Como vemos, Weininger asume lo que podría considerarse
como el principio básico del idealismo trascendental kantiano, esto
es, el reconocimiento de que la coherencia del sujeto es la
condición de posibilidad de la coherencia del objeto.
432
2. Pero el kantismo de la filosofía de la lógica de Weininger
no acaba aquí: recordemos que en el prólogo a la segunda edición
de la Crítica de la razón pura, Kant asegura que desde Aristóteles
la lógica no sólo no ha dado un solo paso atrás – lo que podría
significar que ha progresado – sino que tampoco lo ha hecho hacia
delante, de donde puede inferirse que seguramente esté cerrada y
consumada. Pues bien, como hemos podido comprobar,
Weininger, igual que Kant y que Aristóteles, todavía entiende la
lógica como una disciplina silogística basada en principios,
concretamente en tres: el de identidad, el de no contradicción y el
de tercio excluso. Aunque reconoce que la aplicación de cada uno
de estos principios tiene diferentes ventajas, dice que los tres
pueden resumirse en uno, el principio de identidad, que tiene,
como veremos, una importancia fundamental.
433
o posibles. De aquello que no puede ser en absoluto objeto, esto
es, del sujeto430.
Weininger refuerza esta tesis con un argumento de carácter
psicológico: el hecho de que nos resulte evidente el principio de
identidad, el hecho de que no se nos pueda obligar a reconocer ese
principio por una imposición externa, muestra que esa norma
habita o se desarrolla en lo más profundo del individuo, en el
sujeto inteligible. Cito:
434
nada que ver con la probabilidad; no es, en ningún sentido, una
hipótesis porque no precisa de ninguna prueba que la asegure432.
Es más, la creencia no está condicionada por la lógica, no necesita
atenerse a principios lógicos por la sencilla razón de que ella
misma es una condición para aceptar la lógica o cualquier otro
sistema de normas absoluto. La creencia es previa a la lógica y en
ese sentido cabe decir que es totalmente ilógica o alógica. Se trata
de algo, por tanto, cuya única base es la voluntad del sujeto.
Por esta razón dice Weininger:
435
Pero en la filosofía de la lógica de Weininger existe otro
elemento que tampoco encontramos en la de Wittgenstein, o no al
menos en esta forma: el platonismo.
Su concepción de la lógica es platónica no porque postule un
ámbito de entidades que sirven de referencia a las proposiciones
lógicas, como hicieron Frege o Russell, sino porque, como ya
hemos visto, los axiomas lógicos son ideales en el doble sentido en
que lo son las ideas platónicas: además de trascender el mundo
empírico, son ejemplares con respecto a éste.
435 “…(Aquí, como siempre, lo cierto a priori se revela como algo puramente
lógico)” (TLP 6.3211).
436 “No hay una necesidad por la que algo tenga que ocurrir porque otra cosa
experiencia es tampoco a priori. Todo lo que vemos podría ser también de otra
manera.
En general, todo lo que podemos describir podría ser también de otra manera.
No hay orden alguno a priori de las cosas” (TLP 5.634).
436
Igualmente, ambos podrían coincidir en el carácter
tautológico438 de las “proposiciones” lógicas – que Wittgenstein
explica en virtud de la naturaleza sintáctica de su verdad 439 – y sin
embargo, en el carácter trascendental de la lógica, lo que en buen
kantismo no quiere decir sino que la lógica es una condición de
posibilidad del pensamiento y, por lo tanto, del mundo en tanto
que puede pensarse 440.
438 “Que las proposiciones de la lógica sean tautologías es cosa que muestra
las propiedades formales – lógicas – del lenguaje, del mundo.” (TLP 6.12).
439 “Decíamos que algo hay de arbitrario en los símbolos que usamos y algo
hay que no lo es. En la lógica sólo esto se expresa: Pero ello quiere decir que
en la lógica no expresamos nosotros lo que queremos con ayuda de los signos,
sino que en la lógica es la propia naturaleza de los signos naturalmente
necesarios lo que se expresa: Si conocemos la sintaxis lógica de un lenguaje
sígnico cualquiera, entonces ya están dadas todas las proposiciones de la
lógica.” (TLP 6.124).
440 TLP 6.1, 6.11, 6.113, 6.13, 5.4731, 6.13.
441 TLP 6.127.
437
dirigiría: Weininger estaría desatendiendo los avances que, desde
Kant, se han producido en lógica. Avances comparables, según
Wittgenstein, a los que transformaron la astrología en astronomía
o la alquimia en química 442. De hecho, cuando Wittgenstein
escribe sobre lógica parece dialogar casi exclusivamente con Frege
y Russell, y éstos son los únicos autores que menciona en el
prólogo.
438
ideales sólo podían ser creídos, lo que dependía de la voluntad del
sujeto de aceptarlos o no. Era aquí donde veíamos el elemento
fichteano.
Pues bien, esta idea no sólo es extraña a la filosofía de la
lógica de Wittgenstein sino contraria a ella. Aunque Wittgenstein
concedería a Weininger que la lógica no puede demostrarse, entre
otras cosas porque cualquier pretensión de demostrarla estaría
suponiendo ya su validez, de ahí no deduce que la lógica deba ser
creída. Y tampoco que su validez dependa en alguna medida del
sujeto. Antes por el contrario, como repite una y otra vez tanto en
sus escritos pre-tractarianos cuanto en el Tractatus: la lógica tiene
que cuidar de sí misma 445. No hay nada de postulado en la validez
de sus proposiciones. Si acaso, sólo la notación que elegimos para
expresarlas.
Pensar lógicamente no parece, sencillamente, una potestad
que Wittgenstein conceda al yo:
445 Observación que abre el Diario filosófico (1914-16). El día 2-9-14 dice: “En
cierto sentido, no podemos equivocarnos en el ámbito de la lógica. Esto ya
viene parcialmente expresado en: La lógica debe hacerse cargo de sí misma. Es
éste un conocimiento en extremo profundo e importante” (DF, 11). Igualmente,
TLP 5.473.
446 TLP 3.03.
447 TLP 3.031.
439
contradiga las leyes del espacio; o dar las coordenadas de un
punto que no existe.”448
440
La ética de Weininger
“Toda psicología moral que pretenda fundar la moral sobre la vida social del
449
441
se entiendan como consecuencia de la voluntad. De hecho, la
única acción propiamente dicha y lo único que estrictamente
cabría juzgar sería para Weininger la voluntad, pues es lo único
realmente libre.
- Según Weininger, puesto que la ética no puede probarse,
sólo puede quererse. Así, habría que añadir que la ética de
Weininger también es kantiana porque el hecho de la norma, de
que exista la norma, presupone para él la existencia de un sujeto
inteligible, de un sujeto libre (o nouménico), que la afirma, que la
establece. Su ética se basa, por tanto, en la libertad 450.
- En cuarto lugar, diremos que, igual que la de Kant, la ética
de Weininger es trascendental, es decir, que es condición de
posibilidad de la existencia del mundo. Para Weininger un mundo
sin valores no sería estrictamente un mundo. Sería pura materia,
sería la nada. El mundo es, en cierto sentido, creación del sujeto
inteligible, del sujeto que valora o, lo que es lo mismo, de Dios.
- Otra vez como Kant, la ética de Weininger es individualista:
el único deber que reconoce es el deber para con uno mismo, la
autonomía. Weininger lleva hasta el extremo el imperativo
categórico kantiano y sostiene que pretender influir en los demás
o dejarse influir por otros es, en cualquier circunstancia, inmoral.
Como consecuencia, se exaltan valores como la honestidad, la
sinceridad, el no mentirse, en definitiva, ser uno mismo.
- En sexto y último lugar, diremos que para Weininger
reconocer y valorar el propio yo permite reconocer y valorar el de
los otros, lo que es imprescindible para no tratarlos como medios,
es decir, para respetarlos. Se trata, por tanto, de una ética basada
en la autonomía y el respeto.
442
Ya hemos visto que Weininger, como Kant, es
antipsicologista en ética, pues es la razón, el sujeto inteligible,
puro y abstracto, quien dicta normas a la acción y no el sujeto
empírico o el psicológico. Ahora bien, la aplicación de la ética, su
realización por un sujeto que no sólo es inteligible sino también
empírico depende en buena medida de la memoria, que permite al
individuo sentirse responsable de todo lo que ha vivido y no ha
olvidado.
443
absoluto, que Weininger identifica con el sujeto inteligible o
con Dios452.
3. Y, como hemos visto, la aplicación de ambas
depende de la memoria.
452 “La lógica y la ética conducen ambas a la idea del último fin de fines y a la
última razón de razones, a la idea de lo absoluto o la divinidad, y fue
unilateral por parte de Platón y de Kant basar la idea de Dios sólo en la ética,
deducirla solamente a partir del ámbito moral de las concepciones religiosas.
La idea de eso que ya no está determinado por otra cosa, o sea, que es libre, y
por eso tampoco puede ser el medio para otro fin, es decir, que él mismo es el
fin supremo, la idea de sujeto elevado a la más alta potencia, la idea de aquel
en el que el valor y la realidad coinciden por completo, en el que la realidad
ontológica y fenomenal se han convertido en una; la idea de Dios es la idea de
la cosa en sí, pero también es la idea de un alma del mundo” (SUC, 192).
444
absorbida por la ética para su propio contenido, para la
realización de su postulado.”453
445
describe Hoffmansthal en Una carta; es más bien la condena de
quienes, incapaces de recordar, no pueden dotar de objetividad a
su experiencia del mundo. Pero a un nivel más profundo – pues la
memoria al fin y al cabo no es más que un fenómeno – habría que
decir que es la consecuencia de cierta debilidad de carácter.
Pues bien, si añadimos al elemento platónico el fichteano, a
saber, que la norma lógica viene dada por el sujeto inteligible,
obtenemos que pensar lógicamente es un deber que adquirimos
con nosotros mismos, el deber que tiene nuestro yo empírico de
ser lo más inteligible posible y, en esa misma medida, de
trascenderse, pues, como decíamos, la validez de la lógica es
transpersonal. El individuo que más cerca se halla de ese ideal es
el genio. El genio es, por tanto, el hombre que más cerca está de la
divinidad.
La ética de Wittgenstein
446
demostración. No son evidentes. Esto significa que sólo pueden
ser aceptadas o negadas por el sujeto, lo que dependerá, en última
instancia, de su voluntad.
Por esta razón no puede decirse que las leyes éticas sean
verdaderas o falsas. Podrán ser, en todo caso, asumidas o
desechadas. Es precisamente por esto que para Wittgenstein
carecen de sentido. En realidad, no son ni siquiera proposiciones.
Y aunque las (pseudo)proposiciones éticas tengan contenido
semántico, no es en virtud de éste que merecen el calificativo de
éticas, sino en virtud de su forma (aunque esta forma no sea
evidente como en las tautologías), es decir, por el hecho de que
exigen una realización incondicional. Recordemos que, en la
Conferencia sobre ética, Wittgenstein confiere a la ética un
carácter incondicionado o absoluto, no relativo.
b) Pero si la ética es trascendental no es sólo por su carácter
formal e incondicionado, sino porque ésta es además condición del
mundo457. En tanto que las pseudoproposiciones éticas sólo
pueden ser aceptadas o rechazadas libremente por el sujeto, cabe
decir que el portador de la ética es el sujeto volitivo y éste, a su
vez, es un presupuesto de la existencia del mundo 458.
457 “La ética no trata del mundo. La ética ha de ser una condición del mundo,
como la lógica” (DF, 132).
458 “Al igual que el sujeto no es parte alguna del mundo, sino un presupuesto
447
Los dos autores valoran el trabajo intelectual459, que para
ambos remite de alguna manera al propio yo. Recordemos que
para Wittgenstein la filosofía es una actividad que consiste
precisamente en trabajar sobre uno mismo, sobre la propia
concepción de las cosas. La ética de Wittgenstein también es
individualista y los valores que exalta son fundamentalmente la
sinceridad (entendida también como originalidad) y el respeto.
459 “La buena conciencia es la felicidad que procura la vida del conocimiento.
La vida del conocimiento es la vida que es feliz, a pesar de la miseria del
mundo” (DF, 137).
460 SC, 499.
448
O también:
449
recibir su valor del hombre –; y, más concretamente, la del ario
cristiano, sobre todo en su concreción protestante; y no la del
judío, quien en realidad no es que tenga una religiosidad
deficiente, como hemos dicho, sino que es pura y simplemente
irreligioso.
Pero el filósofo considera, además, que las diferentes
doctrinas religiosas son un fiel reflejo de la actitud religiosa de sus
creyentes, así como de su calidad moral. De ahí que la
irreligiosidad de los judíos, su heteronomía moral, encuentre su
más fiel reflejo en el Antiguo Testamento, por ejemplo, según
Weininger, en el Decálogo de Moisés.
De modo que lo que Weininger admira del cristianismo,
según él lo interpreta, es tanto que Dios se haya hecho hombre
cuanto que el hombre pueda convertirse en Dios. Esta idea
revelaría la autonomía moral del cristiano y pondría de manifiesto
su superioridad con respecto al judío.
Después de todo, creemos que no es exagerado decir que,
desde una perspectiva weiningeriana, creer en Dios no es, en
realidad, sino creer en el yo, creer que uno puede llegar a ser
Dios463:
463 En Sobre las últimas cosas leemos: “De todos los problemas que en
principio pueden ser resueltos, el más difícil es el de la relación de la voluntad
con el valor, o lo que es lo mismo, del hombre con Dios. ¿Crea la voluntad el
valor, o el valor la voluntad? ¿Crea Dios al hombre o hace realidad antes el
hombre a Dios? ¿Atrapa la voluntad lo bueno, o lo bueno atrapa la voluntad?
Éste es el problema de la gracia… se resuelve, según creo, así: El valor se
convierte en voluntad cuando entra en relación con el tiempo; pues el yo (Dios)
como tiempo es la voluntad… La voluntad, en cambio, se convierte en valor (el
hombre se convierte en Dios) cuando se hace completamente atemporal; el
valor es condición límite de la voluntad, y la voluntad es condición límite del
valor…” (SUC, 88 y 89).
450
religión, con lo que se le despoja de “aproximación”…Dios es
la finalidad del hombre, la religión es la voluntad del hombre
de convertirse en Dios.”464
451
Lo cierto es que en torno a esta cuestión también es posible
imaginar la crítica que Wittgenstein dirigiría a Weininger. Éste
ofrece una interpretación filosófica del cristianismo que
Wittgenstein nunca compartiría, pero no porque esté equivocada,
sino por la sencilla razón de que se trata de una teoría:
452
De hecho, en la Conferencia sobre ética, pronunciada por
Wittgenstein el 2 de enero de 1930, sostiene:
En 1937, dice:
453
b) Pero existe otra diferencia con respecto a Weininger que
consideramos fundamental precisamente porque conecta con sus
diferentes concepciones de la lógica.
Según Wittgenstein, la experiencia religiosa tiene en la
mayoría de los casos, igual que ocurría con la lógica, la marca
indeleble de la imposición473. Creer en Dios sería para Wittgenstein
creer en algo que nos supera y ante lo que nuestra voluntad se
doblega. La creencia en Dios implicaría casi siempre el
sentimiento de dependencia de algo que no somos nosotros
mismos.
Ya en los Diarios filosóficos (1914-1916) puede leerse:
473 Quizás no sea irrelevante que dos de las cuatros veces en que Wittgenstein
habla de Dios en el Tractatus sea para señalar el carácter ineludible de la
lógica. En V. Sanfélix, “La filosofía como crítica del lenguaje”. Convivium nº 18.
Pág. 214 se llama atención sobre este hecho y se apunta la estrecha relación
que Wittgenstein pudo percibir entre lógica y teología.
474 DF, 128. Observación del 8 del 7 de 1916. Énfasis original.
475 CV, 159.
454
“...que la religión reside en el sentido de dependencia
del hombre...; aunque ello sea un “sinsentido”, se puede ver
cómo alguien podría llegar a decir algo así: pues en ocasiones
la religión consiste únicamente en tal cosa y, en la mayoría
de los casos, consiste (al menos en parte) en tal cosa.”476
455
unas veces son sobrevalorados y otras menospreciados.
Correctamente, Spengler no pone a Weininger entre los
filósofos (pensadores) occidentales.”478
456
insensatez o absurdo (Unsinn) no es lo mismo que carencia de
sentido (Sinnlos)481; pero en cualquier caso ambos pueden
agruparse como contrapuestos al sentido (Sinn).
Esta solidaridad en la no sensatez de lógica y ética se deja,
por lo demás, traslucir en las características que, al entender de
Wittgenstein, adornan tanto a una como a otra, a saber: su
carácter trascendental482.
Pero hay todavía dos sentidos más en los que lógica y ética
están relacionadas.
457
elegido nosotros. Es el deber, por tanto, de no engañarse. Pero
para lograrlo es necesario trabajar sobre uno mismo.
La diferencia entre ambos autores radica, como vemos, en
un nivel metafísico: mientras Wittgenstein admitiría la existencia
de dos divinidades independientes, que son el mundo y yo,
Weininger asumiría el monoteísmo en sentido estricto, pues en el
fondo:
458
prójimo o que ayudar al prójimo es beneficioso para la sociedad,
entonces nos encontraremos ante un caso del segundo tipo. Si,
por el contrario, queremos decir que con independencia de cuál
haya sido nuestra formación (es decir, tanto si hemos tenido una
formación cristiana como si no) y sean cuales sean las
consecuencias de nuestros actos (beneficiemos a la sociedad o no),
debemos ayudar al prójimo, estaríamos ante una
(pseudo)proposición ética. De hecho, la esencia de la ética radica
precisamente en esa imposibilidad de justificación.
Pero la cuestión a la que queremos apuntar aquí es la
siguiente: si pretendiéramos justificar nuestra ética sin que por
ello dejara de ser una ética, pese a que esto es imposible, nos
veríamos inevitablemente abocados a recurrir a tautologías del
tipo: “lo quieras o no lo quieras”, “beneficie a la sociedad o no la
beneficie”. Sin embargo, justamente eso revelaría que la expresión
“nuestro deber es ayudar al prójimo” (en sentido absoluto) no es
más que un absurdo; recordemos que la tautología es implicada
por cualquier proposición 485. Esto significa que cualquier teoría
ética podría seguirse de cualquier estado de cosas o, dicho de otro
modo, que la ética es independiente de cómo sea el mundo.
Carece de sentido, como vemos, la expresión verbal que
damos a nuestras experiencias éticas o religiosas. Decimos, por
ejemplo: “Me asombro ante la existencia del mundo”, lo que es
similar a decir que nos asombramos ante una tautología. Por
ejemplo, nos asombramos de que el cielo sea azul o no lo sea. Pero
Wittgenstein nos advierte que éste no es el uso que damos a la
expresión “asombrarse” en la vida cotidiana. En el lenguaje
ordinario sólo nos asombramos de aquello que podemos
representarnos de otra manera. Puedo, por ejemplo, asombrarme
459
de que el cielo sea azul pero no de que sea azul o no lo sea. Esa
expresión carece de sentido486.
Pues bien, para Wittgenstein comprendemos la lógica
precisamente porque tenemos este tipo de vivencias inexpresables
que pueden calificarse como éticas o religiosas. Es decir, porque
somos capaces de adoptar una perspectiva distanciada con
respecto al mundo en su conjunto (que incluye nuestro cuerpo y
sus procesos mentales) y observarlo sub specie aeternitatis. Lo que
este cambio de perspectiva, o esta vivencia ético-religiosa, conlleva
es la disolución o desaparición de lo que anteriormente hemos
llamado sujeto empírico; mi cuerpo y mi psique pasan a
convertirse en objetos para un sujeto que ahora está, por así
decirlo, fuera del mundo o que es su límite. Esta nueva
perspectiva es la del llamado sujeto inteligible o volitivo, el portador
de la ética. Desde esta perspectiva, claro está, mi cuerpo, junto
con sus procesos mentales, y el resto de objetos del mundo están
al mismo nivel; todos son objetos para un sujeto. De ahí que otra
de las expresiones insensatas que a Wittgenstein le vienen a la
mente para describir su vivencia religiosa sea la siguiente: “Estoy
seguro, pase lo que pase, nada puede dañarme”. Por extraño que
pueda parecer, aquí el sujeto de la enunciación está fuera del
mundo, pues en el mundo, como sabemos, nunca estamos
completamente a salvo.
En conclusión, diremos que para Wittgenstein, en la medida
en que la ética no depende de cómo sea el mundo, pero necesita,
sin embargo, que algún mundo sea – y nos referimos a un mundo
que admita cierta inteligibilidad o logicidad – podría decirse que
“depende” de la lógica. No obstante, si comprendemos el mundo,
si nos damos cuenta del orden del mundo y queremos conocerlo y
486Saber, creer, dudar o desear una tautología tampoco tiene sentido: “(«A
sabe que p es el caso» carece de sentido si p es una tautología.)” (TLP, 5.1362).
460
hacerlo explícito, dicho de otro modo, si de hecho tenemos un
lenguaje es, en definitiva, gracias a que somos sujetos éticos o
religiosos.
Pues bien, si nos tomamos en serio esta tesis, vemos que ha
de tener consecuencias para la teoría del conocimiento y, por
ende, para la psicología; pues ello podría significar que para
Wittgenstein lo que nos distancia del resto de animales no es tanto
nuestra racionalidad instrumental, que en mayor o menor grado
muchos animales poseen, sino nuestra capacidad de asombro. En
la sensibilidad ética, estética y religiosa se hallaría, por tanto, la
clave de nuestra superioridad.
461
2. Teoría de la genialidad
Genialidad y talento
462
señalaremos una distinción que el autor de Sexo y carácter
considera fundamental para evitar el error de juzgar como genial
todo lo que tenga apariencia de serlo.
Weininger quiere establecer unos límites precisos entre el
genio y el talento487. El genio –dice– no es talento en mayor grado
o en grado máximo, como tampoco es una acumulación de
talentos. Entre la genialidad y el talento hay un mundo, lo que
significa que son de naturaleza heterogénea y en ambos casos
encontramos grados. El talento es heredable, por lo que puede
poseerse en grado superlativo desde el momento del nacimiento y,
por la misma razón, puede ser propiedad común de toda una
familia. El genio, sin embargo, no es trasmisible y, en ese sentido,
no es general, sino individual 488.
En sentido estricto habría que decir que, según Weininger,
existen múltiples talentos pero una sola genialidad, que puede
elegir diferentes direcciones para manifestarse. Dicho de otro
modo, hay algo genial que es común a todos los hombres geniales
y se manifiesta de forma diferente en cada uno.
Es más, según Weininger, todo hombre es genio en
potencia489. De hecho, entre el hombre genial y el que (todavía) no
lo es existe una diferencia cuantitativa, no cualitativa 490.
Precisamente por eso el segundo es capaz de reconocer el valor en
la obra del primero491.
487 “Da handelt es sich zunächst um die Abgrenzung gegen den Begriff des
Talentes. Die populäre Anschauung bringt Genie und Talent fast immer so in
Verbindung ” (GCH, 131). Fijémonos en que aquí Weininger usa el término
alemán “Talent” para referirse al talento.
488 SC, 170
489 SC, 194
490 Aquí Weininger distingue entre el hombre genial y el genio, entre los que
parece apuntar que existe una diferencia cuantitativa. Hemos decidido no ser
fieles a esta distinción porque el propio autor no la usa de manera regular.
491 SC, 193.
463
No es difícil entrever la raíz schopenhaueriana de tales
afirmaciones, pues en El mundo como voluntad y representación,
Schopenhauer ya había afirmado que la genialidad, es decir, la
capacidad de conocer independientemente del principio de razón,
ha de habitar en todos los hombres:
464
Weininger añade, sin embargo, que entre el genio y el
talento494 existe una relación que podría expresarse así: cuantas
menos sacudidas de la conciencia necesite un hombre para llegar
a ser un genio, mayor es su talento. De modo que la diferencia
cuantitativa del talento de un individuo en relación con otro
encuentra su expresión más clara en el instante en que llegan a
ser genios. En muchas ocasiones, por cierto, esto ocurre justo en
el momento de su muerte, cuando se produce la última de esas
sacudidas495.
En 1943 Wittgenstein escribe una serie de observaciones
muy similares entre sí que dan la impresión de que el filósofo esté
luchando por entender y expresar en qué consiste la genialidad:
1801). Poeta alemán que estudió derecho en Jena, donde asistió a los cursos
de historia de Schiller y conoció a Fichte, cuya filosofía idealista gravita sobre
465
Weininger – o individuos de gran talento que carecen casi por
completo de genialidad – como es el caso, según Wittgenstein, de
Karl Kraus –.
Pero ¿qué es en esencia la genialidad?
Según Weininger, la genialidad es “originalidad,
individualidad y condiciones especiales para crear” 499; mientras
que el talento500 “es tan sólo un medio por el cual se manifiesta el
espíritu de un hombre” 501.
466
de otra cosa y que la genialidad consiste precisamente en la
manifestación de esa cosa, que en el caso de Weininger es “el
espíritu de un hombre” y para Wittgenstein, el “carácter”. Lo que
nos queda por ver es, por tanto, si se trata de la manifestación de
lo mismo.
Pese a la dificultad de descifrar cuál es el sentido exacto de
estas expresiones, “espíritu de un hombre” y “carácter”, puesto
que son usadas en diversos contextos con matices diferentes,
creemos que el sentido que le dan ambos autores en el contexto
relativo a la genialidad es, cuanto menos, similar. Veamos por
qué:
Según Weininger, “personalidad e individualidad, Yo
(inteligible) y alma, voluntad y carácter (inteligible) significan una
y la misma cosa que pertenece al hombre y que falta en la
mujer”503. Recordemos que si la Mujer no podía ser genial era
porque carecía de carácter inteligible, pues éste constituye para
Weininger la esencia de la genialidad.
Puede decirse, por tanto, que en el contexto relativo a la
genialidad Weininger usa las expresiones “espíritu de un hombre”
y “carácter inteligible” en el mismo sentido: como ese residuo de
libertad en el ser humano, que es condición de su moralidad y
constituye la esencia de la genialidad. Sólo cuando este núcleo
lógico y ético, insondable para todas las psicologías, se manifiesta
de algún modo en la forma de un talento, puede hablarse con
corrección de genio.
Conviene recordar aquí que Weininger distinguía entre el
carácter inteligible o la individualidad y el carácter empírico, al
que prefiere llamar individuación. De éste dice que existe en todos
los animales mientras que aquel sólo pertenece al hombre.
467
Recordemos también que para Weininger a partir de la mera
individuación – es decir, del hecho de que los seres orgánicos no
nos encontremos unidos unos a otros – podía derivarse la
existencia de la psique, lo que pensaba que debía de ser algo más
consistente que el haz de percepciones concebido por Hume y
Mach:
468
aeternitatis en el Tractatus507, del que Wittgenstein dice que es el
portador de la ética508 y condición del arte, pues la obra de arte
consiste – y esta es su conexión con la ética –, en el objeto visto
sub specie aeternitatis509.
En resumen, deberíamos decir que el carácter inteligible de
Weininger coincide con el sujeto metafísico del Tractatus; que este
sujeto – al que Wittgenstein en sus Diarios filosóficos (21/7/16)
quiere llamar «voluntad» – es el portador de la ética y la estética; y
que no forma parte del mundo sino que, igual que la lógica,
constituye su límite 510 y es, al mismo tiempo, un presupuesto de
su existencia511. Este sujeto es, según Wittgenstein, el yo del que
habla la filosofía512.
Ahora ya sabemos qué es para Weininger eso que en el genio
se manifiesta a través del talento: el sujeto de la ética, la voluntad.
En otras palabras, la propia libertad humana.
Lo que debería aclararse ahora es si Wittgenstein también
hace coincidir la noción de carácter que aparece en los Aforismos.
Cultura y valor con el sujeto volitivo de su Tractatus. Pues bien,
aunque no tenemos evidencias textuales de que esto sea así,
comprobaremos cómo leer los aforismos partiendo de ese
supuesto (weiningeriano) resulta fructífero. Además contamos con
469
algún indicio que apunta en esa dirección. Veamos en qué
consiste. Wittgenstein también describe la genialidad de esta otra
manera:
originalidad.
516 CV, 87.
517 TLP, 6.423.
470
Parece claro, sin embargo, que la palabra “ánimo” y la
palabra “voluntad” no son siempre intercambiables. De hecho, la
primera, más coloquial, es adecuada para contextos personales;
de ahí que Wittgenstein la use frecuentemente en sus Diarios
secretos. En ellos se trata de no perder el ánimo518 y, a ser posible,
mantenerlo alegre519; lo que significa estar en paz con uno mismo,
con la propia conciencia. De hecho, éste sería para Wittgenstein el
síntoma más claro de una vida buena y feliz. La falta de ánimo y el
miedo a la muerte serían, por el contrario, síntomas de una vida
mala e insincera o, también podría decirse, pecaminosa:
471
Quien vive de ese modo no es un sujeto libre, pues el
hombre sólo es libre gracias al espíritu. La noción de espíritu
adquiere para Wittgenstein diferentes sentidos (cultural, religioso
e individual) relacionados entre sí. Concretamente en los Diarios
secretos este término parece aludir al yo que conjuga todos los
ideales intelectuales y morales del filósofo, es decir, el yo que vive
en reposo y no sufre por el futuro ni teme la muerte sencillamente
porque no depende del mundo 522. A veces el espíritu es
hipostasiado por Wittgenstein y considerado como una realidad
superior para la que debe vivirse. “Vivir para el espíritu”, es decir,
dedicarse al trabajo intelectual y ser honestos, implica vivir en el
eterno presente, indiferentes a las circunstancias y al porvenir,
ajenos al paso del tiempo. Esa es la perspectiva que ve el mundo
sub specie aeternitatis. En eso consiste la única libertad y la dicha
wittgensteinianas.
Es importante tener en cuenta que Weininger también
definía la genialidad como la manifestación del espíritu de un
hombre.
La palabra “voluntad”, por otro lado, tiene para Wittgenstein
una fuerte carga filosófica, más concretamente schopenhaueriana,
por lo que es la más adecuada para el contexto académico y
despersonalizado del Tractatus. En esta obra no se hace referencia
alguna al ánimo, pero tampoco al carácter o al espíritu; se habla,
sin embargo, de la voluntad como soporte de la ética523. Que tanto
522 “¡Nada me causa verdadera alegría, y vivo angustiado por el futuro! Pues ya
no reposo en mí. Cada una de las indecencias de mi entorno – y siempre las
hay – me hiere en lo más íntimo, y antes de que se me cure una herida ¡llega
otra nueva! No me siento realmente libre ni siquiera cuando – como ahora, a
última hora de la tarde – no estoy deprimido (…) Me siento dependiente del
mundo y por ello tengo que temerlo también en los momentos en que no me
ocurre nada malo. Me veo a mí mismo, al yo en el que puedo reposar, como un
lejano islote añorado que se ha apartado de mí” (DS, 91).
523 Recordemos que tanto para Schopenhauer como para Weininger la única
472
el ánimo (y también el carácter y el espíritu) como la voluntad se
hallen para Wittgenstein en la raíz de la ética nos indica que son
términos con un significado muy próximo y cuya diferencia es más
bien de matiz.
En resumen, cabría decir que Weininger y Wittgenstein
coinciden en la idea de que en el hombre se halla algo inefable (y,
por tanto, inaccesible a la ciencia) que es el soporte de la ética y la
garantía de su libertad, y que eso constituye la esencia de la
genialidad.
Como hemos visto, Weininger contrapone eso que llama
voluntad o sujeto inteligible al carácter empírico. Wittgenstein
también se refiere en el Tractatus a esta otra realidad con
expresiones como “el alma humana”524 y “la voluntad como
fenómeno”525 y, con cierta ironía, “el sujeto”526. Pero lo importante
es que siempre que alude al carácter empírico 527 es para afirmar
que la tarea de describirlo no corresponde a la filosofía, sino a la
psicología. Por eso, desde su perspectiva estrictamente filosófica,
Wittgenstein no tiene que comprometerse con ninguna descripción
concreta del mismo. Sin embargo, al encomendar la tarea de
describirlo a una ciencia, concretamente la psicológica, está
sugiriendo que el carácter empírico (o psicológico) es un complejo,
esto es, un conjunto de hechos susceptible de ser descrito desde
diferentes perspectivas528; y que precisamente por eso no puede
tratarse de un alma, que por definición es simple. En este sentido,
473
Wittgenstein estaría de acuerdo con los asociacionistas que, como
Mach, sostienen que la suya es una psicología sin alma.
Por eso mismo, el carácter empírico tampoco puede ser un
sujeto, que por definición es inaprehensible e indescriptible.
“Sujeto” es un concepto formal que refiere precisamente a aquello
que no puede ocupar la posición de un objeto. Cualquier intento
de aproximación o caracterización del sujeto lo disuelve en el
momento que lo piensa y lo sustituye por un objeto paradójico –
en tanto que pretende ser al mismo tiempo un sujeto – del que
sólo pueden emitirse juicios carentes de sentido. Por eso
Wittgenstein afirma:
474
ciertas preferencias por lo que respecta al modo de proceder de
dicha ciencia531. La observación 5.5423 del Tractatus puede
interpretarse como un alegato contra la psicología asociacionista
en favor de la psicología de la Gestalt. Una prueba de ello la vemos
en el hecho de que usara el ejemplo del cubo de Albert Necker
para mostrarnos en qué consiste percibir un complejo.
La psicología de la forma no se limita a explicar los
fenómenos perceptivos sino que parte de la tesis, mucho más
general, de que el todo es mayor que la suma de las partes. Esta
tesis, por supuesto, también debe aplicarse al carácter empírico.
Así, lo que tanto los psicólogos de la Gestalt como Wittgenstein
vendrían a defender es que el carácter empírico no se reduce a
una suma de sensaciones o de elementos. Del relativismo
ontológico contenido en el Tractatus se deduce, por un lado, que el
asociacionismo es una de las múltiples perspectivas desde las que
puede considerarse el carácter empírico. Y, por otro, que no hay
razón alguna para suponer que se trate de una perspectiva
privilegiada y, menos aún, que las demás perspectivas tengan que
reducirse a ella o que puedan deducirse de ella.
Recordemos que para Weininger uno de los errores más
fundamentales de toda psicología es que “quiere derivar el todo de
las partes y demostrar que está condicionado por ellas, mientras
que una profunda reflexión muestra que los fenómenos parciales
fluyen del todo, como fuente primitiva” 532. Esta afirmación, junto
con otra serie de observaciones sobre la memoria y la
percepción533, lo convierte en un claro detractor de la psicología
asociacionista.
475
Es muy probable que el primer contacto de Wittgenstein con
la psicología lo tuviera a través de Weininger. Y seguramente la
psicología de la Gestalt le sirvió para reafirmar sus puntos de
vista. Sin embargo, no pretendemos afirmar aquí que Wittgenstein
y Weininger compartieran una misma concepción del carácter
empírico o psicológico. Sólo tenemos constancia de que a ninguno
de ellos satisfacían plenamente las explicaciones asociacionistas.
Pues bien, ese dualismo, asumido por los dos vieneses, que
separa nítidamente el carácter empírico del inteligible, el mundo
fenoménico de la voluntad, y la psicología de la filosofía (que
constaría fundamentalmente de lógica y ética), condiciona su
concepción de la genialidad, que también será un concepto dual:
por un lado está el carácter (inteligible), que constituye la esencia
de la genialidad. Por otro, el talento, un conjunto de hechos
empíricos que algunas veces es expresión del carácter.
Carácter en el talento
476
Esta distinción aparece claramente establecida en Sexo y
carácter. En el capítulo IV de la parte II, cuando Weininger quiere
distinguir o trazar los límites entre el mero talento y la genialidad,
utiliza para el primero la palabra “Talent”, mientras que, en el
capítulo V, cuando quiere conectar el talento con la memoria
propia del genio, usa el término “Begabung”, que podría traducirse
al castellano como “don” 534. Como señala Joachim Schulte,
Weininger usa el término “Talent” en contraposición a “Begabung”
para referirse a uno de esos logros femenino/judíos, que cuenta
incomparablemente menos que la obtención masculina/no-judía
de un “don”535.
Así, el límite teórico entre ambos tipos de talento queda más
o menos claro. Pero parece sobrevenir un problema práctico:
¿cómo saber cuándo el talento es la expresión del carácter
(Begabung) y cuándo no lo es (Talent)? Esta incógnita, por cierto,
no dejaba indiferente a Wittgenstein.
En 1946 se pregunta:
Y continúa:
477
vanidad536)? Sólo la de un talento. Y mi ilusión de ser un
hombre extraordinario es muy anterior a mi experiencia de
mi talento especial.”537
serie de afirmaciones que identifican la voluntad con el yo, del que se dice que
es el portador de la ética y que no forma parte del mundo: “Quiero llamar
“voluntad” ante todo al portador de lo bueno y lo malo” (21/7/16). “De no
existir la voluntad no habría tampoco ese centro del mundo que llamamos el
yo, y que es el portador de la ética” (5/8/16). “Al igual que el sujeto no es una
parte del mundo sino un presupuesto de su existencia, bueno y malo,
predicados del sujeto, no son propiedades en el mundo” (2/8/16).
478
En los fragmentos anteriores Wittgenstein muestra su
preocupación ante un problema práctico que podría formularse
así: si la esencia de la genialidad (el carácter, el ánimo, la voluntad
o el sujeto metafísico) es algo que no puede descubrirse en la
experiencia, ¿cómo distinguir la producción genial de la obra
meramente reproductiva? En otras palabras ¿cómo saber si
alguien es un genio cuando no puede observarse su carácter? Y
también, ¿cómo saber si uno mismo es un genio?
En 1947 Wittgenstein sigue intentando resolver la cuestión
de su propia genialidad:
479
del primer Wittgenstein. En segundo lugar, habría que decir que
estas afirmaciones siguen en la línea del pensamiento de
Weininger, lo que, por otra parte, no significa que tengan como
única fuente de inspiración la obra de éste.
La intuición que llevó a Wittgenstein a escribir los pasajes
citados más arriba parece la misma que motivó el parágrafo 5.552
del Tractatus. Recordemos:
480
“No se puede deducir la existencia del sujeto (…) Se
puede, sin embargo, demostrar que esta existencia encuentra
también su expresión severa e indudable en la lógica.”542
481
insoluble para todas las psicologías”545, esto es, el carácter
inteligible o la voluntad.
Ahora bien, de las palabras de Wittgenstein se deduce que el
gusto sí que es un talento y, como tal, es parte del mundo, en
concreto, del carácter empírico. De éste, por lo tanto, sí puede
hablarse y la tarea de describirlo corresponde a la psicología.
Creemos que el paralelismo al que apuntábamos más arriba
entre la relación carácter/talento (o sujeto inteligible/sujeto
empírico) de los Aforismos. Cultura y valor y la relación
lógica/mundo que aparece en el Tractatus puede ayudarnos a
comprender por qué dice Wittgenseinen en uno de los fragmentos
reproducidos más arriba que “cuando alguien no miente es
suficientemente original”.
Tal vez pueda sostenerse que cuando uno dice la verdad,
cuando no se engaña a sí mismo ni a los demás, cuando es
honesto, su carácter (el sujeto metafísico, la voluntad, el ánimo,
etc.) se muestra, y lo hace en el mismo sentido en que lo haría la
lógica de las proposiciones de nuestro lenguaje (y del mundo 546) en
una notación adecuada547. No debemos pasar por alto que una
notación (como cualquier otro medio de expresión lingüística)
pertenece a ese género de cosas descriptible que para Wittgenstein
forma parte del mundo.
Inversamente, diría Wittgenstein, el sujeto puede ocultarse
tras la mentira, como la forma lógica real del lenguaje ordinario (o
de una notación lógica inadecuada) se esconde bajo su forma
aparente548.
En este sentido el talento es al carácter lo que la notación es
a la estructura interna del lenguaje, del pensamiento y del mundo.
482
Según Wittgenstein, a menudo nos dejamos confundir tanto
por el lenguaje ordinario como por una notación “lógica”
inadecuada, que usa, por ejemplo, el mismo tipo de signos para
referirse tanto a objetos como a relaciones. El resultado de este
“engaño” suele traducirse en dos tipos de errores: la elaboración
de una teoría del significado (lo que a juicio de Wittgenstein es
inadmisible y suele derivar en psicologismo) y la construcción de
una ontología sustantiva y excesivamente prolija, al estilo de la
platónica.
Pues bien, con el talento ocurre algo similar. Éste no siempre
conecta con lo más profundo del ser humano, con su posición
ética; a veces es un mero artificio, una máscara, una simple
habilidad o destreza, etc. Esto podría decirse, por ejemplo, del
gusto, una habilidad que Wittgenstein reconoce poseer y que
Weininger caracteriza como femenina. Ese hiato, esa falta de
conexión entre el carácter y el talento, esa disonancia o desajuste,
es, tanto para Wittgenstein como para Weininger, resultado de un
autoengaño, de una vida mala o deshonesta.
El motivo de dicho desajuste puede encontrarse en la
psicología del individuo. En concreto, en el miedo a enfrentarse a
lo que uno realmente es, a deshacerse de las inhibiciones y
afrontar la vida sin la ayuda de lo que se posee (prestigio, dinero,
etc.). Éste es también el miedo a ser afectados, heridos por la
mirada del otro, que nos impide mostrarnos ante los demás
desnudos, sin aderezos o artificios, como niños malos. Aunque
más que el miedo, que todos padecemos, la verdadera causa de la
vida deshonesta se hallaría para Wittgenstein en la falta de
voluntad para superarlo. La debilidad de la voluntad sería por
tanto el origen de la vida miserable.
483
La genialidad, la grandeza de un hombre, se hallaría en su
capacidad para vencer los miedos e inhibiciones – que podrían
llevarle a construir una imagen exagerada de sí mismo – y
conectar así con su verdadero ser. Tener la fortaleza de
reconocerse débil, en eso consiste también la originalidad y no,
como pudiera parecer, en una capacidad superior para innovar,
sorprender o escandalizar. Este es el efecto que suele producir el
ingenio, que a menudo se confunde con el genio.
Pues bien, esta búsqueda de uno mismo, que supone una
lucha contra los propios miedos y debilidades, que requiere al
mismo tiempo fortaleza de ánimo o de voluntad, es sentida por
Wittgenstein como un deber.
Ciertamente, Wittgenstein no es el primero que relaciona la
originalidad con la honestidad. Weininger ya lo había hecho,
insistiendo, al mismo tiempo, en su carácter ético:
484
“Sólo hay deberes para uno mismo, obligaciones del
Yo empírico para el Yo inteligible.”550
485
chispazos de genio, en los que, a pesar de la gran carga de
talento, no nos damos cuenta de él. Ejemplo: << Pues
también pueden hacer cosas los bueyes y los burros… (pero
hasta el momento sólo el hombre puede asegurar)>>. Es
notable que esto sea, por ejemplo, mucho más grande que
cualquier cosa que Kraus haya escrito jamás. Pues aquí no
hay un esqueleto intelectual, sino un hombre completo. Ésta
es también la razón por la que la grandeza de lo que alguien
escribe depende de todo lo demás que escriba o haga.”552
486
encuentro se me convierte en imagen de aquello sobre lo que
pienso. (¿Será esto una cierta disposición femenina?).”554
487
Recordemos que existe al menos una prueba de que
Wittgenstein consideraba correcta la descripción weiningeriana del
judaísmo. Cito:
488
Sin embargo, todavía no hemos ofrecido una explicación
para su primera observación, que “el «genio» judío es sólo un
santo”. ¿Por qué un santo? Una vez más propongo recurrir a Sexo
y carácter para interpretarla.
En el capítulo XIII, dedicado al judaísmo, Weininger afirma
que “la esencia judía no tiene metafísicamente más fin que el de
servir de pedestal al fundador de religiones” 560. El fundador de
religiones, el genio de los genios, es, según Weininger, el individuo
que ha logrado superarse en mayor grado. Aquel que se ha
enfrentado a los mayores obstáculos y vencido al enemigo interior
más poderoso. En él se ha realizado la inconcebible posibilidad de
la completa transformación de un individuo que durante años ha
sido malo. Los otros grandes hombres, dice Weininger, también
han librado la batalla contra el mal pero, a diferencia de éste, su
balanza se inclinó desde el principio hacia el bien. Mientras los
otros genios están en gracia ya desde antes del nacimiento, el
fundador de religiones la recibe en el curso de su vida.
Y añade:
489
De estas afirmaciones se extrae una paradójica conclusión:
que la genialidad del individuo judío habría de consistir,
precisamente, en su superación del judaísmo.
Esto nos sugiere que la afirmación de que “el «genio» judío es
sólo un santo” no responde únicamente a una concepción
weiningeriana de la genialidad y el judaísmo, según la cual el
judío no puede ser un genio – lo que se manifiesta en el hecho de
que la palabra «genio» aparezca entre corchetes – sino que también
tiene en cuenta las afirmaciones de Weininger sobre el fundador
de religiones, tal y como sugiere la referencia a la santidad.
Sin embargo, lo más probable es que Wittgenstein tuviera en
mente la idea de santo que aparece en Las variedades de la
experiencia religiosa de William James562. Para James una de las
más valiosas virtudes del santo consiste en su capacidad para
prescindir de todo lo que antes le proporcionó seguridad y, más en
concreto, en su capacidad para la pobreza voluntaria, pues está
convencido de que “el temor a la pobreza que prevalece en las
clases cultas es la enfermedad moral más grave que padece
nuestra civilización” 563.
En ese sentido, para Wittgenstein la pobreza voluntaria
constituiría uno de los sacrificios más importantes y dolorosos
para el judío; pues considera, como veremos, que uno de los
rasgos típicos del judío es que le gusta ser rico. El hecho de que
Wittgenstein renunciara a su herencia en favor de su familia
puede leerse como un esfuerzo por aproximarse al ideal moral de
la santidad.
Algo importante, y puede que aquí radique la diferencia entre
el santo al que se refiere Wittgenstein y el fundador de religiones
de Weininger, es que para James “los santos serán normalmente
490
leales a los ídolos temporales de la institución” 564. No son, por
tanto, el origen de una nueva manera de ver las cosas. Es posible
que Wittgenstein compartiera también esta tesis de James y tal
vez por eso dice que el “genio” judío es sólo un santo. En este
sentido, podría decirse que para Wittgenstein el talento es a la
genialidad lo que la santidad es al fundador de religiones. Tanto el
genio como el fundador de religiones quedarían fuera del
judaísmo, estas dos posibilidades le estarían negadas al individuo
judío en tanto que es judío. Para alcanzar la genialidad o la
santidad, éste necesitaría una transformación que le curara de su
judaísmo, una especie de resurrección. Pero lo cierto es que aquí
nos movemos más bien en un terreno especulativo.
No obstante, creemos que este material, pese a que no es
exhaustivo, demuestra que los conceptos de genio, carácter y
talento que Wittgenstein maneja tienen fuertes resonancias
weiningerianas y que si se entienden a la luz de la filosofía de
Weininger es posible trazar un paralelismo muy clarificador entre
estas nociones y los conceptos fundamentales del Tractatus.
491
algunas de las personas que han influido sobre él: Boltzmann,
Hertz, Schopenhauer, Frege, Russell, Kraus, Loos, Weininger,
Spengler y Sraffa.
Este aforismo tiene la forma de una confesión en la que
Wittgenstein reconoce que a su espíritu – que no debemos olvidar
es el espíritu judío – el proceso de creación de la más miserable
hierbecilla le resulta completamente ajeno y desconocido. Lo que
le es propio, sin embargo, es “copiar la hierba o la flor que ha
crecido en otro espíritu y producir así una imagen limpia” 565.
Según parece, la intención de Wittgenstein en ese momento
era, en primer lugar, establecer una nítida distinción entre dos
procesos, el de creación y el de reproducción. Y además, dejar
claro que su propia actividad se correspondía con el segundo.
Pero ocho años después, en 1939 escribe:
492
manera histórica, dependiendo de cómo sea la tierra en la que
crece (las sales minerales que tenga, el grado de humedad, etc.) y
de otros fenómenos atmosféricos. De modo que al final, tanto la
semilla como la tierra habrán contribuido a que la planta llegue a
ser la que es.
Wittgenstein parece haber cambiado de opinión, al menos en
parte, con respecto a sí mism. Pues ya no entiende que su tarea
sea la de copiar la hierba o la flor que ya ha crecido en otro
espíritu para producir luego una imagen limpia, sino más bien la
de apresar inmediatamente la semilla que ha producido otro para
que crezca en su propio espíritu, dotándola de ese modo de un
diferente carácter.
Así, podría decirse que aunque Schopenhauer y Weininger,
entre otros, hayan influido sobre Wittgenstein, esta influencia
debería entenderse no como una mera copia a la que se le han
añadido otras tantas cosas, sino como el desarrollo de algo (el
germen de una idea: una intuición, una imagen, una metáfora, un
recurso estilístico, etc.) que llega a ser lo que es (por ejemplo, una
idea) y adquiere su identidad propia sólo a través de ese proceso.
Según Wittgenstein, una de las cosas que la teoría freudiana
de la interpretación de los sueños muestra es que “el arte de la
reproducción es tan complicado, tan irregular, que apenas puede
seguírsele llamando una reproducción” 567.
Parece que, redefiniendo la originalidad, Wittgenstein esté
intentando valorar positivamente su propia actividad tanto
filosófica como artística y, por ende, su propia vida.
493
¿Quién debe considerarse genio?
494
considera en aquello que significan: no construye un edificio
utilizando elementos dispersos, sino que parte de la idea del todo
y considera el sentido de las partes. Recordemos aquí el aforismo
de Wittgenstein en el que afirma que su manera de pensar y su fin
divergen de los del típico científico occidental 568.
A diferencia del genio, continúa Weininger, el científico no es
universal. La ciencia es sólo una rama (o varias) del conocimiento.
El sentido que guía el trabajo científico es el de sustituir la
ausencia de una inmediata incomprensión. Por eso todos los
científicos son especialistas. No existen, sin embargo, genios
especiales (de la matemática, la música o el ajedrez). La teoría de
los genios especiales, dice Weininger, confunde el talento con el
genio.
A diferencia de las obras del genio, las del científico no son
eternas, pues no están libres de rectificaciones. Además, las
investigaciones del científico están siempre circunscritas al nivel
en que se encuentran los conocimientos de su época. En las
doctrinas filosóficas, sin embargo, existe algo estable, una
concepción del mundo que no se altera y que siempre encuentra a
otros individuos que la siguen.
Al afirmar que el científico no puede ser considerado genio y
que la genialidad sólo es posible en el arte y la filosofía, Weininger
sigue los pasos de Kant y Schopenhauer.
Con respecto a Wittgenstein, sin embargo, se ha dicho que
en este punto se desmarca de la concepción romántica de la
genialidad, pues concede la posibilidad de la existencia de genios
científicos569. No obstante, nos sentimos inclinados a pensar que,
en realidad, se mantiene en la misma línea. Una prueba de ello
creemos que se encuentra en la siguiente afirmación:
495
“El verdadero mérito de un Copérnico o de un Darwin
no fue el descubrimiento de una teoría verdadera, sino de un
aspecto fructíferamente nuevo.”570
496
3. Filosofía, ciencia y religión. Tolstoi como inspiración.
497
Pero también Wittgenstein consideró seriamente la
posibilidad del suicidio y estamos dispuestos a sostener que no se
trata de una mera coincidencia entre los tres. El autor del
Tractatus, en una carta dirigida a su amigo Ficker, le recomienda
como terapia para sus problemas existenciales leer el libro de
Tolstoi, Resumen del Evangelio y le dice que en determinado
momento ese libro le salvó la vida:
498
los autores mencionados compartían sobre aquellas cuestiones
que ellos mismos consideraban más importantes (la cultura, la
ciencia, la filosofía, la ética, la religión, etc.) y que seguramente
tuvieron alguna relación con sus tendencias suicidas. De hecho,
que compartieran la misma opinión sobre lo que tiene importancia
y lo que carece de ella ya es un dato que hay que tener en cuenta,
pues nos aporta una primera orientación sobre su manera de
entender la filosofía; nos advierte ya, por ejemplo, sobre su
necesidad de vincular la actividad intelectual a la propia vida.
499
“Esa creencia se expresaba con la palabra “progreso”.
En ese momento me parecía que esa palabra tenía algún
significado... Todavía no había comprendido que,
respondiendo que uno debía vivir conforme al progreso,
hablaba exactamente igual que una persona cuya barca es
arrastrada por las olas y el viento, y que ante la única
pregunta vital e importante –“¿Qué dirección tomar?”– dice,
sin responder: “Somos llevados a algún lugar”.”579
Y añade:
500
Idéntico desprecio por los tiempos que corren encontramos
en Weininger, quien acusa a Friedrich Schiller de haber fundado
“la arrogancia de los europeos y el falaz entusiasmo de los filisteos
del progreso”. Lo que Weininger considera más hiriente del famoso
dramaturgo y filósofo alemán es su “sentimiento de felicidad
totalmente carente de genio por vivir justo en el tiempo en que
vivió, su satisfecho orgullo de la civilización” 581.
A partir de esta breve introducción, podemos distinguir dos
razones por las cuales los tres autores reniegan de la fe en el
progreso, un rasgo que reconocen como característico de su
época:
- La primera razón es de carácter lógico: la noción de
progreso es relativa y si no se especifica con respecto a qué se ha
progresado, carece de sentido. Sin embargo, decir que se ha
progresado con respecto a una forma de vida anterior tampoco es
suficiente porque en ese caso deberíamos preguntarnos por qué
pensamos que nuestra manera de vivir es mejor que la anterior. Y
responder a esa pregunta supondría, efectivamente,
comprometerse con unos valores y reconocer que se persiguen
ciertos ideales. Creer en el progreso sin más sería como creer en la
forma del tiempo, en que hay un antes y un después o, como dice
Tolstoi, en que “somos llevados a algún lugar”, pero lo cierto es
que en una creencia semejante difícilmente podría fundarse el
orgullo de una civilización.
Seguramente fue este razonamiento el que llevó a
Wittgenstein a cuestionar que la “gran corriente de la civilización
europea y americana” persiga algún fin en absoluto o, dicho de
otro modo, que la sociedad de su época tenga ideales comunes. Y
501
aquí entramos en la segunda razón – que ya no tiene carácter
meramente formal – para renegar de la fe en el progreso.
- Según los tres autores, lo que esta presunta fe esconde es
precisamente la carencia de fines y valores compartidos, la
ausencia de ideales comunes capaces de religar a los hombres.
Dicho de otro modo, la falta de religión o de auténtica fe. Veamos
ahora por separado cómo manifiestan esta ide.
Según Wittgenstein, en la presencia o ausencia de un fin
compartido reside la diferencia entre una época de gran cultura y
una época de anticultura. Citamos:
502
vida, como la austeridad, la sencillez o el igualitarismo 583.
Recordemos, por ejemplo, que Wittgenstein renunció a su
herencia en favor de su familia y que en determinado momento
quiso ganarse la vida trabajando como jardinero y como maestro
de escuela.
Para Tolstoi el problema era similar: asegura que si los
individuos cultos, es decir, los que pertenecen a su misma clase
social, no se ponen de acuerdo a la hora de determinar cuáles son
los ideales de la humanidad, es porque cada uno de ellos defiende
los ideales que mejor justifican sus caprichos y su manera
burguesa de vivir, y los considera una ley de la humanidad 584. El
escritor ruso reconoce que lo que realmente perseguían tanto él
como la mayoría de personas de su entorno (se refiere a los
escritores europeos) era “obtener la mayor cantidad de dinero y de
alabanzas posible” 585.
Es sabido que Tolstoi, tras sufrir varias crisis existenciales
profundas, decidió cambiar radicalmente su manera de vivir.
Intentó, por ejemplo, renunciar a sus propiedades en favor de los
pobres, aunque no pudo hacerlo porque su familia se opuso. Pese
a ello, decidió abandonar los lujos y mezclarse con los campesinos
de Yásnaya Polyana (el lugar donde vivía), dedicándose al oficio de
zapatero. Austeridad y sencillez, como vemos, eran dos de los
valores que Tolstoi, igual que Wittgenstein, defendía 586.
También para Weininger la falta de ideales trascendentes, el
conformismo, la autocomplacencia y el optimismo inmanente-
503
histórico eran los principales lastres de su época 587; una época
que por éstos y otros motivos relacionados consideraba femenina y
judía. Aunque aquí no profundizaremos en esta cuestión, al
menos nos gustaría señalar que el materialismo y el interés por el
dinero que conlleva son dos de las características que Weininger
despreciaba y atribuía al carácter judío. Por eso, que la sociedad
de su época participe del espíritu judío, como afirma en Sexo y
carácter, significa que adolece de los mismos males.
En resumen, los tres autores sospechan que bajo la
apariencia del “progreso” la sociedad occidental oculta su carencia
de ideales y valores comunes, es decir, la ausencia de una cultura
o, en terminología nietzscheana, su nihilismo.
504
para con los asuntos verdaderamente importantes y, para colmo de
los males, se ha convertido en guía espiritual de la sociedad.
Veremos primero cómo se refleja en nuestros autores la idea de
que la ciencia es incapaz de satisfacer sus aspiraciones
intelectuales o sus problemas vitales.
Es de sobra conocida para los wittgeinsteinianos la
proposición del Tractatus588 6.52 que versa:
588 Esta obra estuvo terminada en 1918 pero no fue publicada hasta 1921, en
el cuaderno 14 de los Annalen der Naturphilosophie.
589 CV, 145.
590 SUC, 230.
505
cualidad valiosa que algunos objetos ostenten, sino algo externo y
accidental. Además, no tiene relación alguna con la originalidad:
que realizar un descubrimiento científico no implica ser original se
aprecia, según él, en el hecho de que el científico que descubre
algo no puede desembarazarse de la sensación de que su
descubrimiento podría haberlo hecho cualquier otro y que sin él la
humanidad no hubiera tenido que prescindir de ese preciado
“objeto”.
A diferencia del científico, dice Weininger, el artista y el
filósofo discuten siempre acerca de los mismos problemas eternos,
sin encontrar nada que sea realmente nuevo, pero éstos son de
vital importancia.
Como podemos observar, antes de que Wittgnstein lo hiciera,
Weininger ya había expresado su preferencia por las cuestiones
conceptuales y estéticas.
En la misma línea que los vieneses, Tolstoi dice:
506
necesidades intelectuales – o incluso espirituales – de cierto sector
de la población, la élite intelectual de la que ellos mismos
formaban parte. Pero esto es mera apariencia. Veamos hasta
dónde llevan su crítica.
Para empezar, quisiéramos señalar que en las obras de
Tolstoi los científicos siempre salen mal parados, especialmente
los médicos. Recordemos un breve fragmento de su magnífico
relato Sonata a Kreuzer a propósito de la prostitución y de la
postura que la ciencia y el gobierno adoptan al respecto:
507
explicitar los principios fundamentales allí sostenidos 593. La
primera tesis es que en la sociedad se ha extendido la opinión,
alentada por una ciencia que califica de mentirosa, de que
mantener relaciones sexuales es indispensable para la buena
salud y que las relaciones extramatrimoniales son perfectamente
naturales. Esta opinión, dice, está tan difundida que los propios
padres preparan la depravación de sus hijos y los gobiernos, que
supuestamente velan por el bienestar moral de sus ciudadanos,
introducen el libertinaje al regularizar la existencia de una clase
de mujeres que se ven obligadas a sufrir psíquica y
emocionalmente para satisfacer las necesidades imaginarias de los
hombres.
Pero a Tolstoi no le parece justo que para que algunos
conserven su “buena salud”, los cuerpos y las almas de otros
“tengan que perecer”. La solución que propone para cambiar este
estado de cosas es individual. Consiste en primer lugar, en no dar
crédito a doctrinas inmorales aunque éstas sean apoyadas por
pseudociencias; y, en segundo lugar, comprender que las
relaciones sexuales en las que los hombres se desentienden de
cualquier posible consecuencia – como los niños –, o las que
cargan el peso de las futuras consecuencias sobre la mujer o las
que practican la anticoncepción son una ofensa contra los
requerimientos más elementales de la moral. Tolstoi está
convencido de que la abstinencia es posible y de que es menos
lesiva para la salud física, psíquica e incluso moral que la no
abstinencia594.
593 El texto en el que Tolstoi explicita las tesis contenidas en Sonata a Kreuzer
no está traducido al castellano por lo que usamos aquí la traducción inglesa:
“Postface to The kreutzer Sonata”, en Tolstoy, L., The kreutzer Sonata and
Other Stories. London: Pengüin Classics. 2004. Pp. 267-282.
594 Kreutzer (edición en inglés), 267 y 268.
508
En este punto concuerda plenamente con Weininger, de
quien podría decirse que estaba obsesionado con el problema de la
sexualidad y por tanto también con el problema de la Mujer, que él
consideraba idéntico.
Aunque en los escritos propiamente filosóficos de
Wittgenstein no aparece referencia alguna a este tema, lo cierto es
que sus diarios secretos están llenos de anotaciones que denotan
una minusvaloración de la vida del cuerpo frente a la del espíritu 595
y una lucha constante contra sus propios impulsos 596.
De lo dicho hasta ahora podemos deducir que, haciendo
mayor o menor énfasis en la cuestión sexual, los tres autores
defendían una moral casi ascética, o al menos una manera de
estar en el mundo independiente de las amenidades que la vida
ofrece. Cabe señalar que conocían en profundidad la filosofía de
Schopenhauer y es probable que tanto en éste como en otros
puntos se vieran influidos por ella. Indagar sobre la importancia
de Schopenhauer para nuestros tres autores resultaría muy
esclarecedor, pero se trata de una cuestión muy compleja y
extensa, de modo que dejaremos su tratamiento para un trabajo
ulterior.
Lo que queremos destacar aquí es el desprecio que a Tolstoi
le inspira la ciencia de su época, a la que califica de mentirosa; y
sus “sacerdotes”, los médicos, de quienes dice que defienden
doctrinas inmorales y que no persiguen la virtud ni el
conocimiento, sino intereses fundamentalmente económicos; lo que
no obsta – y esto es lo que le parece más doloroso – para que sus
509
opiniones pasen por ser paradigmas de la moralidad y del
conocimiento 597.
De los tres autores, el que desarrolla sus opiniones sobre la
ciencia de un modo más sistemático es Weininger. Éste afirma, en
sintonía con Tolstoi, que la ciencia ya no persigue el conocimiento
ni la verdad y que a pesar de ello se ha convertido en un ídolo:
597 Vean la crudeza con la que Tolstoi trata a los médicos en este fragmento:
“Son incontables los crímenes que esta gente ha perpetrado. Pero todos esos
crímenes no son nada comparados con la degeneración moral del materialismo
que estos individuos inoculan en el mundo, sobre todo a través de las
mujeres” (Kreutzer, 81).
598 SUC, 218.
599 SUC, 218.
600 SUC, 221.
510
regida por principios económicos, los científicos no piensan por y
para sí mismos, sino por y para la empresa. Esto se traduce en lo
siguiente: la ciencia ya no conoce ni plantea problemas, que
siempre van unidos a la individualidad, sino sólo tareas y
resultados. De ahí que no roce siquiera nuestros problemas
vitales.
En resumen, su tesis es la siguiente: cuando la ciencia
(entendida como el “aumento del estado actual de conocimiento” y
la “homogeneización de todas nuestras experiencias”) se convirtió
en un fin supremo, que legitimaba casi cualquier medio 601, la
sabiduría propiamente dicha se convirtió en un medio al servicio del
confort, de la “especie” o de la “sociedad”. Y recíprocamente:
511
hubiera celebrado), sino, más bien al contrario, se trata de la
voluntad de que todo quede esclavizado o, como dice en Sexo y
carácter, la necesidad – propia del carácter judío – de que todo
vaya a parar a la materia. Por eso, mientras el conocimiento como
negocio, del que anteriormente hablábamos, era insignificante
desde un punto de vista moral, el conocimiento como voluntad de
poder es antimoral. Weininger se expresa así:
512
dicho de otro modo, es amoral; ahora bien, querer la verdad por el
poder que ella me otorga, perseguir la verdad para someter la
realidad a mi voluntad, eso significa optar deliberadamente por el
mal – algo que en principio sólo puede hacer un sujeto capacitado
en cierto sentido para la moralidad –, lo que, según Weininger, es
inmoral o antimoral. Es este razonamiento el que le lleva a
considerar las invenciones como productos del mismísimo diablo.
Pues bien, las reflexiones de Weininger que apuntábamos
más arriba nos ayudan a entender mejor algunas opiniones de
Wittgenstein sobre la ciencia de su época.
Aunque no lo hace explícito, Wittgenstein parece tener en
mente la misma concepción de la ciencia como voluntad de poder
cuando en 1946 a propósito de la bomba atómica escribe lo
siguiente:
513
haberla encontrado en Weininger) para referirse a cualquier
persona que le disgustara605.
Volviendo a la cuestión central, lo que se deduce del
aforismo anterior es que también para Wittgenstein la maldad es
intrínseca a cierta concepción de la ciencia, precisamente la que
parecía haberse impuesto en su época; una ciencia que
Wittgenstein vincula directamente a la técnica o, como dice
Weininger, al “espíritu de la invención”.
Pero Wittgenstein va todavía un poco más lejos. Su
pesimismo civilizatorio, compartido por muchos de los filósofos e
intelectuales que le sirvieron de inspiración (Weininger entre
ellos), le lleva a plantearse en 1947 la posibilidad de que la “era
científica y técnica” sea “el principio del fin de la humanidad.” 606
Ese mismo año escribe:
514
Como vemos, la concepción peyorativa que Wittgenstein
tenía de la ciencia en su juventud no cambia con el paso de los
años o incluso podríamos decir que cada vez cobra más fuerza. La
ciencia no sólo no responde a los problemas fundamentales de la
vida, sino que podría conducir a la desaparición de la humanidad
o, en el mejor de los casos, a la homogeneización total y la guerra.
608 Aunque en este punto el planteamiento de los tres autores es muy similar,
debemos llamar la atención sobre una diferencia: mientras Tolstoi considera a
la filosofía como la más especulativa de las ciencias, Weininger y Wittgenstein
tienden a establecer una nítida separación entre filosofía y ciencias,
colocándolas a diferentes niveles. Para los vieneses la filosofía está más cerca
del arte y en ocasiones la presentan como un tipo de arte.
609 La sinceridad u honestidad es considerado por los tres autores como un
515
También es interesante al respecto la siguiente observación
de Weininger:
516
“El verdadero mérito de un Copérnico o de un Darwin
no fue el descubrimiento de una teoría verdadera, sino de un
aspecto fructíferamente nuevo.”613
613CV, 57.
614CV, 123.
615 Tal vez por esa razón Wittgenstein dice que “los escritos científico-
517
dificultades, sobre todo porque en muchas ocasiones no es ya el
entendimiento el que no está preparado para enfrentarse a una
nueva interpretación de los hechos, sino que es la propia voluntad
la que se resiste a comprender 616. Pensemos, por ejemplo, en el
psicoanálisis.
Pues bien, a juicio de Wittgenstein, la actividad filosófica
debería seguir a la científica:
518
“La ciencia misma sólo es culturalmente valiosa en la
medida que es filosófica, es decir, en la medida que no se
basa en probar ciertos teoremas de un sistema filosófico
desde el principio sino que se mantiene adrede en el espíritu
del investigador en constante, indisoluble y devota relación
con el enigma del mundo.”618
el enfermo debe estudiar medicina. Hasta hoy, los problemas del científico, a
diferencia de los problemas del filósofo y artista, nunca se han basado en la
culpa individual. Mas todo problema verdadero, eterno, es una culpa
igualmente verdadera, eterna; toda respuesta es una expiación, todo
conocimiento es un restablecimiento” (SUC, 231).
519
científico y el hombre corriente, por un lado, y el filósofo y el
artista, por otro. Mientras en aquellos está presente el
microcosmos de alguna manera inconsciente, éstos son el
microcosmos consciente. El mundo entero está en ellos 622.
Esta exaltación del individuo (frente a lo que podría encajar
bajo el término “especie”) que observamos en Weininger
alcanza su máxima expresión en la figura del genio. El genio
es el individuo que encierra dentro de sí a toda la
humanidad o, utilizando una expresión wittgensteiniana, el
que contempla con claridad todas las posibilidades. Así,
además de ser un referente epistémico y moral, el genio es el
portador de la cultura, o dicho de otro modo, la medida
superior desde la que juzgar una época.
La segunda diferencia atañe al objeto de la
investigación. Weininger sostiene que los enigmas de la
ciencia positiva son siempre relativos y sus objetivos
prácticos variables. la ciencia “no conoce ni problemas
absolutos ni deberes absolutos: en ese sentido niega la
cultura”623. Para el filósofo y el artista, sin embargo, no hay
nuevos problemas o nuevos pensamientos, como ya
señalamos. El problema metafísico y la tarea ética son sus
dos únicos temas. Por esta razón, dice Weininger, sus obras
son atemporales y no pueden ser ni comprendidas ni
justificadas por su época. Su única “novedad” consistiría en
la manera siempre distinta de plantear la relación del yo con
el universo.
Así, según el vienés, mientras el relativismo
epistemológico y moral, propio de la ciencia positiva, niega la
cultura (y por eso mismo podría decirse que promueve la
520
civilización, en el sentido de progreso técnico o búsqueda del
confort), la idea de un valor absoluto, eterno e inmutable,
compartida por la filosofía y el arte, es el corazón de toda
cultura.
521
importancia extraordinaria a la actividad de clarificar: para
Weininger, por ejemplo, el grado de claridad de los pensamientos
de un individuo es directamente proporcional a su grado de
genialidad. Wittgenstein, como hemos visto, afirma,
desmarcándose de la corriente de pensamiento de la civilización
occidental, que la claridad no es para él un medio al servicio de
otro fin, sino un fin en sí. De donde se deduce que para nuestros
autores la función de la filosofía no es tanto resolver problemas
cuanto mostrarnos del modo más claro posible cuál es el problema
al que nos enfrentamos.
Según Wittgenstein, la mayoría de las veces es nuestra
manera incorrecta de pensar sobre determinadas cuestiones la
que crea la ilusión de un problema. De modo que cuando
cambiamos de perspectiva, el presunto problema revela su
carácter ilusorio, se disuelve, y nosotros nos tranquilizamos. En
eso radicaría la función práctica e incluso terapéutica de la filosofía.
Aunque pueda resultar simplificador, nos atreveríamos a
afirmar que tanto Tolstoi como Wittgenstein asumen que la
filosofía tiene, por así decirlo, un camino de ida y otro de vuelta. El
primero nos aleja de la vida y el segundo nos devuelve a ella a
través de la fe. Pero ¿por qué nos aleja de la vida en un primer
momento? Porque cuando la razón, dada su naturaleza, se
aproxima a las primeras cuestiones para intentar justificarlas,
fracasa; por más que se esfuerza por explicarlas, se revela
impotente. El problema es que ésta, en su incesante actividad de
racionalización, es incapaz de aceptar algo que no esté bajo su
control, que no se adecue a sus estrechos esquemas, por lo que
acaba rebelándose, enfrentándose cara a cara con lo irracional,
con el propio cuerpo, con la vida y con la fe ciega que a ella nos
522
ata. La razón termina así carcomiendo los cimientos sobre los que
ella misma se levanta, volando fría en el abismo, en la nada.
La vuelta a la vida requiere una transformación, un
renacimiento. El individuo debe rendirse ante aquello que es
incapaz de comprender, ante lo que no está bajo su control en
absoluto, ante una voluntad ajena, esto es, Dios, que vendría a
coincidir con el sentido del mundo. Así, la vuelta a la vida la
realiza un sujeto renovado e implica también un cambio de vida.
De todo esto se deducen dos cosas: la primera, que la única
contribución que puede hacer la filosofía a la búsqueda del
sentido es negativa, es decir, a lo sumo puede mostrarnos, tras
numerosos esfuerzos por justificar lo injustificable, que la razón
por sí misma es incapaz de responder a las cuestiones
fundamentales. Y la segunda, que el síntoma más fiable de lo que
sería una mala vida es la pérdida de sentido y que la única terapia
posible para esta “enfermedad” es cambiar de vida.
Veamos cómo expresa Tolstoi estas ideas:
523
fuerza bajo cuyo poder yo me encontraba, sentí que había
una posibilidad de vivir.”626
O también:
Y por último:
524
vida no puede argumentarse, que a la base de todo acto racional y
vital está la fe, hay algo que no suscribiría: que la fe implique el
sometimiento de mi voluntad a una voluntad ajena. Creer en Dios,
diría Weininger, no es otra cosa que creer en uno mismo, en lo
divino que hay en el hombre, en la idea de humanidad. De donde
se sigue que la fe depende en última instancia de mi voluntad.
Precisamente, como ya vimos, la principal acusación que
Weininger dirige al judaísmo está relacionada con la creencia en
un Dios ajeno al hombre al que éste debe obediencia ciega, pues le
parece un claro síntoma de heteronomía moral; algo que un
kantiano como Weininger no está dispuesto a admitir.
No sabemos si fue ese rigorismo moral, esa intransigencia
para consigo mismo, lo que le condujo a una muerte tan
temprana. Lo que está claro es que Weininger, a diferencia de
Tolstoi o de Wittgenstein, no encontró el camino de vuelta a la
vida, no halló consuelo en ella, no pudo, o mejor dicho, no quiso
(como de acuerdo con su teoría se habría visto forzado a admitir)
aferrarse a la fe.
525
4. La teoría sobre el espíritu judío. El elemento weiningeriano
en la concepción wittgensteiniana del judaísmo.
630 Algunos ejemplos de este tipo de literatura nos los ofrecen Paul de Lagarde,
Konstantin Franz, Heinrich von Treitschke y Willhelm Marr.
631 Ejemplos de ello se pueden observar en la obra de Eugenio Dühring,
526
tenían un carácter destructivo y condenado a la extinción. El autor
también contraponía la espiritualidad germana al materialismo
hebreo. En seguida veremos cómo estas afirmaciones resuenan en
Weininger.
Sin embargo, por lo que respecta a su origen antropológico,
el ensayista mostraba una visión ambivalente de los hebreos.
Unas veces los describía como una raza pura, mientras que otras,
por el contrario, los presentaba como una etnia bastarda,
mezclada e inferior: en este sentido decía que los judíos provenían
de la mezcla entre los semitas, los beduinos del desierto y los
heteos de cabeza redonda, quienes tenían “nariz judía”; y que
posteriormente se mezclaron con los amorreos, que eran arios
(altos, rubios y “bellos”), pero eso sucedió demasiado tarde como
para mejorar la deteriorada raza hebrea.
La obra de Chamberlain influyó en la intelectualidad
alemana hasta el punto de que el Káiser Guillermo II propuso
incluirlo en el programa de estudios de las academias para
oficiales.
Ante este panorama, las afirmaciones de Weininger con
respecto al espíritu judío no deben sorprendernos. Creemos que,
teniendo en cuenta el contexto, nos resultará más sencillo, si no
evitar, al menos sí hacer epojé o posponer el sentimiento de
indignación que inevitablemente despierta en nosotros este tipo de
consideraciones.
Por la misma razón, tampoco debería sorprendernos el
interés de Wittgenstein por el problema del judaísmo. Aforismos.
Cultura y valor es una recopilación de observaciones de
Wittgenstein escritas entre 1914 y 1951 sobre los más diversos
temas: la ciencia, la filosofía, el arte, la cultura, la religión, el
judaísmo, etc., que no guardan una clara conexión entre ellas y
527
que consideradas por separado suelen resultar oscuras al lector
del siglo XXI. De modo que si la referencia al contexto resulta
siempre de gran ayuda, en este caso pensamos que es
particularmente importante.
No pretendemos aquí ofrecer la interpretación definitiva de
los fragmentos wittgensteinianos dedicados al judaísmo, pero sí
echar una mano a quien esté dispuesto a desentrañarlos. ¿Cómo?
aportando uno de los elementos que creemos ha sido fundamental
en la formación de sus opiniones al respecto: el elemento
weiningeriano.
Estamos convencidos de que muchas de las observaciones
de Wittgenstein sobre el judaísmo adquieren un nuevo sentido,
que además es coherente con otras de sus observaciones (sobre la
ciencia, el arte, la tradición y la religión, por ejemplo), si se leen
bajo el prisma weiningeriano. Y no porque Wittgenstein comparta
todas las opiniones de éste, como ya dijimos, sino porque parece
establecer una especie de diálogo con su compatriota en el que
muestra unas veces su acuerdo y otras su distanciamiento. Su
relación con Weininger, recordemos, es crítica y precisamente en
ello estriba parte de la originalidad de Wittgenstein.
Expondremos, por tanto, las tesis weiningerianas sobre el
espíritu judío mostrando en cada caso su conexión con
Wittgenstein. Y lo haremos con dos objetivos:
- En primer lugar, entender la función que esta teoría
desempeña en el conjunto de la filosofía de Weininger.
- En segundo lugar, permitir una mejor comprensión de las
reflexiones wittgensteinianas al respecto.
528
El Judío y la Mujer
529
cruce y la mezcla entre diferentes pueblos, de modo que puedan
rastrearse empíricamente los componentes psíquicos del judío. Por
el contrario, los judíos tienen características psicológicas o
espirituales muy distintas de las que poseen los demás pueblos de
la tierra y al mismo tiempo, muy uniformes. El judaísmo no puede
explicarse como el resultado de una mezcla o de una composición
de elementos diversos sino que se trata de una completa unidad.
Así se entiende que en cierto modo para Weininger los judíos sean
el “pueblo elegido”, aunque, como es de suponer, por motivos
diferentes a los que aluden los filosemitas.
Weininger declara que lo que va a entender por judaísmo no
es una raza, ni un pueblo, pero tampoco un credo oficialmente
reconocido, ni siquiera una escritura, sino más bien una
tendencia del espíritu. Es decir, una constitución psíquica que es
una posibilidad para todos los hombres, pero que ha encontrado
en el judaísmo, históricamente considerado, su realización más
grandiosa. Lo que a Weininger interesa esclarecer es la
importancia y significado que tiene para la humanidad la idea
platónica del judaísmo, así como la cualidad psíquica del judío
típico en tanto que participa de esa idea.
Dice Weininger que cualquier esfuerzo que se dirija hacia
esta meta será ampliamente recompensado, pues el problema del
judaísmo atraviesa todos los ámbitos de la vida humana: el
cultural, el religioso, el político, el artístico, el científico, el
biológico, el histórico, el caracterológico y el filosófico. Además,
está convencido de que en su época, dependiendo de la posición
que se adopte frente a los judíos, es posible catalogar
psicológicamente a los hombres civilizados. De hecho, los arios
más puros, es decir, aquellos que tienen la certeza de serlo, dice
Weininger, no son antisemitas, mientras que en los antisemitas
530
más agresivos se encuentran siempre cualidades judías, aunque
en su sangre no haya rastro de mezcla semita. Así, si Zola era
filosemita, ello se debe precisamente a que estaba libre de
influencia judía.
Muchos otros genios, sin embargo, han sido antisemitas, lo
que se explicaría por la existencia en su espíritu de múltiples
personalidades, incluida la judía. Ello les proporcionaría una
mayor capacidad para comprenderlas. Pero Weinigner sostiene
que, por norma general, los antisemitas más enérgicos son a su
vez semitas, aunque no puros, y dirigen sus críticas
fundamentalmente contra sus compañeros, sin preocuparse por
formarse un juicio sobre ellos mismos. Sólo los judíos y los arios
puros no son en absoluto antisemitas.
Estas afirmaciones de Weininger se entienden sobre el
trasfondo de su teoría de la psicología del amor y el odio. Ambos
sentimientos, recordemos, son fenómenos de proyección. Odiamos
únicamente aquello que nos desagrada de nosotros mismos y
amamos lo que de nosotros nos agrada. De ahí que para
Weininger la existencia de arios antisemitas demuestre que existe
realmente una diferencia entre los judíos (individuos de raza
semita) y el judaísmo (como inclinación espiritual) y que, por
tanto, ambos conceptos pueden y deben considerarse por
separado:
531
Friedrich Schiller, ambos alemanes. Recordemos que Weininger
dedica algunos párrafos en Sobre las últimas cosas a criticar a
Schiller por su incapacidad para comprender la tragedia y su
entusiasmo civilizatorio, que juzga infundado e incluso ofensivo.
Pero tampoco Wagner, al que Weininger considera el “artista
más grande de la humanidad”, estaría libre de judaísmo, como lo
demuestran su hostilidad contra las grandes óperas y el teatro,
hacia los que en el fondo se sentía muy atraído (como puede
reconocerse en Lohengrin); la pesadez y el exceso de sonoridad de
algunos de sus pasajes musicales; y su preferencia por la filosofía
de Feuerbach frente a la de Schopenhauer.
Como vemos, participar del judaísmo en cierta medida no
criminaliza automáticamente; todo depende del empeño que uno
ponga en identificar, comprender y superar la propia inclinación.
Por eso puede decirse que en el caso de Wagner:
634 De esta obra dice Weininger que es “lo menos judío que pueda imaginarse”
(SC, 474).
635 Que, según Weininger, “siempre será tan incomprensible para los judíos
532
decir, para tener claro en todo momento que no nos encontramos
ante una investigación innatista y, mucho menos, determinista.
En primer lugar, Weininger señala que existen algunas
importantes analogías entre los judíos y las mujeres. Tal es el
caso, por ejemplo, de su falta de comprensión y necesidad de la
propiedad, especialmente de la propiedad de la tierra, concepto
que sólo es posible comprender desde la individualidad de un
sujeto con límites bien diferenciados. El judío, pese a su habilidad
comercial, no tiene sentido de la propiedad.
En 1931 Wittgenstein escribe lo que bien podría ser una
respuesta a estas consideraciones weiningerianas:
533
A continuación, Wittgenstein se pone a sí mismo como
ejemplo y reconoce que también él ve el dinero como una forma de
poder y que precisamente por eso desea que “su gente” no se haga
pobre. Sin embargo, la última frase, en la que afirma que también
desea que sus familiares puedan usar bien ese poder, introduce
una nota crítica: Wittgenstein parece estar cuestionando la
valoración peyorativa que generalmente se hace del deseo de poder
al sugerir que el poder también puede desearse, no como un fin en
sí mismo, sino como un medio al servicio de fines buenos.
Pues bien, para Weininger esta incomprensión de los judíos
hacia la propiedad es coherente también con la tendencia de éstos
hacia el comunismo. Si el socialismo es ario (Owen, Carlyle,
Ruskin, Fichte), afirma Weininger, el comunismo es judío (Marx) y
no tiene relación alguna con la idea de Estado. El primero
presupone la humanidad en cada uno de los miembros de la
sociedad y valora el esfuerzo por la cooperación. El segundo es
simplemente la tendencia a la comunidad, lo que tal vez podría
llamarse, evocando a Nietzsche, el gregarismo. Y según Weininger,
a los judíos, como a las mujeres, les place reunirse.
Igual que la de propiedad, la idea de Estado también es
ajena al judío, tanto por su nivel de abstracción como por lo lejos
que se halla de ser un móvil para satisfacer los intereses propios
del judío. Esta es la razón, dice el filósofo, por la que “jamás ha
existido un Estado judío en el verdadero sentido de la palabra, y
jamás existirá” 638.
Tras atender a estas afirmaciones, podría deducirse
directamente que Weininger se equivocó, pues, como prueban los
hechos, un Estado judío no sólo es posible sino también real. Pero
lo cierto es que la existencia del actual estado de Israel no
534
refutaría la tesis de Weininger sobre la incompatibilidad entre el
judaísmo y la idea de Estado por la sencilla razón de que las
reflexiones de Weininger se hallarían a otro nivel: éste nos advierte
sobre una contradicción conceptual, contradicción que se sigue,
por supuesto, de las definiciones establecidas previamente.
Podemos imaginarnos, por tanto, que de haber vivido para
conocerlo, lo que Weininger hubiera pensado del actual “Estado de
Israel” sería, bien que no es un auténtico Estado, bien que no es
realmente judío o, incluso, que no cumple ninguna de esas dos
características.
Sólo podríamos, por tanto, enfrentarnos a esa tesis
weiningeriana poniendo en cuestión sus premisas, es decir,
proponiendo concepciones alternativas del judaísmo o/y del
Estado.
La idea de Estado que Weininger tiene en mente es la que se
encuentra en el Contrato Social de Rousseau, que consiste en la
decisión voluntaria de obedecer a un orden jurídico determinado,
decisión que sólo puede ser tomada por individualidades éticas 639.
El sionismo, por tanto, significa para él la negación del judaísmo,
cuya idea es la difusión por toda la faz de la tierra.
Según Weininger, al judío, igual que a la mujer, le falta
personalidad y conciencia de sí, carece de yo inteligible y no tiene
valor propio; de ahí su falta de respeto hacia la propia persona y
de reconocimiento hacia las demás, lo que se manifiesta en una
gran insociabilidad y una tendencia a adquirir su propio valor
rebajando a los otros. El judío carece completamente de orgullo y
535
respeto hacia sus antepasados. Eso explica que el peso que se
otorga a la tradición judía no sea otra cosa que el peso de su
esperanza en el futuro. Por otro lado, dice Weininger, su historia
se podría resumir en un solo acontecimiento: el paso a través del
Mar Rojo, que culmina con el agradecimiento de los cobardes
fugitivos a su valeroso salvador.
Wittgenstein, por su parte, compara la historia de los judíos
con una especie de enfermedad en la historia los pueblos europeos
y el judaísmo con un tumor que no puede ser bien acogido por un
cuerpo sano sin que éste cambie su antiguo sentimiento estético
por el cuerpo.
Las observaciones de Wittgenstein son generalmente muy
difíciles de interpretar porque en numerosas ocasiones introduce
giros sutilísimos que dan completamente la vuelta al sentido de lo
que hasta ese momento parecía querer comunicar. Por esa razón,
para evitar malinterpretarlos, creemos necesario leerlos
íntegramente y con especial cuidado. Con esa intención
reproducimos el siguiente aforismo completo:
536
Puede decirse: esta tumefacción puede ser considerada
como parte del cuerpo cuando se modifica todo el
sentimiento del cuerpo (cuando se modifica todo el
sentimiento nacionalista por el cuerpo). De no ser así, como
mucho se la puede soportar.
Es posible esperar que un individuo soporte o
menosprecie tales cosas; pero no se puede esperar esto de
una nación, que precisamente es nación por no
menospreciarlas. Es decir, es una contradicción esperar que
alguien conserve su antiguo sentimiento estético por el
cuerpo y dé la bienvenida a la tumefacción.”640
537
Continúa diciendo que afortunadamente, y aunque lo que
resuena en estos comentarios de Wittgenstein es un antisemitismo
racial más propio del Mein Kampf, incluso, que de Weininger, no
se encuentra ninguna afinidad esencial entre éste y los nazis, a los
que él mismo describe como un bárbaro “grupo de gánsters”.
Monk concluye su interpretación señalando que las
observaciones de Wittgenstein en torno al judaísmo eran
fundamentalmente introspectivas y que utiliza el lenguaje del
antisemitismo, bastante corriente en su contexto intelectual, como
una metáfora para sí mismo que expresa su deseo de encontrar
un nuevo principio para su vida.
Creemos que la conclusión de Monk no es del todo
incorrecta. Es cierto que estas observaciones manifiestan la lucha
interior en la que se hallaba inmerso Wittgenstein. De hecho,
creemos que deben considerarse como formando parte de esa
labor de clarificación y de trabajo sobre uno mismo que significa
para él la tarea filosófica.
Pero por eso mismo pensamos que Wittgenstein también
está intentando honestamente comprender el fenómeno del
antisemitismo y que, a diferencia de lo que opina Monk, no está
defendiendo la superioridad de la raza aria frente a la judía; y
tampoco la de la nación aria o la cultura europea.
Recordemos que una de las cosas que distanciaba a
Wittgenstein de Weininger era su diferente concepción del respeto:
mientras Weininger defendía la existencia de una jerarquía entre
las doctrinas éticas y religiones pero consideraba que el respeto a
cada individuo debía estar por encima de ésta, Wittgenstein
reconocía la imposibilidad de justificar la superioridad de una
ética por encima de otras. Pero precisamente por eso, porque por
debajo de cualquier ética no hay nada, porque ese es el más
538
profundo terreno sobre el que levantamos nuestras voces y
justificamos nuestras acciones, el enfrentamiento entre dos
actitudes éticas diferentes no tiene solución. Como tampoco lo
tiene el de dos actitudes estéticas diferentes.
Lo que Wittgenstein parece querer señalar en el párrafo
citado anteriormente es la radical incomprensión entre la cultura
occidental y la judía y la imposibilidad de una conciliación. El
diagnóstico de Wittgenstein es, por tanto, pesimista. El final del
enfrentamiento sólo podría venir marcado por la disolución de una
de las dos culturas (o naciones), por la pérdida de su identidad
nacional o, dicho de otro modo, por un cambio radical en sus
actitudes ético-religiosas y estéticas. Y este cambio, tal y como
sugiere la primera parte del párrafo de Wittgenstein, nunca es
producto de una imposición externa, pues no se puede forzar la
voluntad. De modo que en este terreno, en el que ni la imposición
ni las justificaciones surten efecto, sólo queda la posibilidad de la
persuasión.
La metáfora del cuerpo, por otro lado, lo que confirma es que
Wittgenstein tenía una concepción organicista de la cultura y su
alusión a la percepción estética del cuerpo apunta a que entiende
que el ámbito de la política – y por tanto también el de los
sentimientos nacionalistas – responde fundamentalmente a
criterios estéticos y no racionales. Así, en este ámbito, donde
paradójicamente el deseo de universalización es tan difícil de
evitar, la fundamentación racional resultaría imposible.
Volvamos de momento a Weininger. Éste señala que en
numerosas ocasiones se han querido atribuir los defectos de los
judíos a la brutal opresión y servidumbre a la que fueron
sometidos durante toda la Edad Media. Pero, según el filósofo, esa
autoacusación por parte de los arios, y en general de los
539
cristianos, se fundamenta en un enorme error: la creencia en que
las influencias exteriores y la adaptación al medio puedan
modificar el carácter de un individuo (o de una raza) en lo
esencial, sin que antes se encontrara también en su interior la
posibilidad de tal modificación. Por otra parte, dice el filósofo,
todavía no se ha demostrado que exista una herencia de las
cualidades adquiridas.
Por tanto, la autoacusación que se aplican los cristianos,
que a menudo sienten al judío como su propia culpa, está
injustificada, pues cualquier modificación en el carácter se dirige
siempre desde el interior hacia el exterior. Weininger se opone
radicalmente a la tesis según la cual el carácter del hombre está
determinado por el ambiente641 y, como consecuencia, también a
la psicología conductista.
En 1931, Wittgenstein escribe:
540
alabarse su habilidad. Pero más allá de la caracterización
weiningeriana que hace del judaísmo, lo que Wittgenstein parece
querer evitar es el lamarkismo, según el cual, la función hace al
órgano. De ahí que se deslice al terreno de la biología y compare la
habilidad para ocultarse de los judíos con la de cualquier otro
animal. Wittgenstein parece alinearse más bien con el darwinismo
pero, al mismo tiempo, intenta evitar una posible y bastante
común mala interpretación de éste, que consiste en atribuir a las
cualidades que permiten la supervivencia un valor absoluto o, lo
que es lo mismo, entender la supervivencia – ya se trate de un
individuo, de una especie, o de una cultura particular – como un
fin en sí mismo.
De hecho, creemos que considerar como criterio o medida
para nuestros juicios de valor la supervivencia del individuo o de
la especie sería adoptar una perspectiva utilitarista totalmente
opuesta a la de Wittgenstein. Pero considerar que el criterio es
una cultura particular iría, como ya hemos visto, en contra del
relativismo cultural defendido por el filósofo; un relativismo que le
lleva a afirmar, por ejemplo:
541
es la idea de que pueda justificarse la valoración negativa que
Weininger hace del judaísmo, ni cualquier otro juicio de valor
sobre cualquier otra cultura.
Según Weininger, otra característica compartida por los
judíos y las mujeres es su vulgaridad, su falta de grandeza, tanto
en lo moral como para servir a lo antimoral. De ahí que los
homicidios y, en general, los actos más violentos, sean menos
frecuentes entre estos dos grupos. Aunque este dato suele usarse
a favor de su moralidad, Weininger está convencido de que la
causa es precisamente su amoralidad, relativa en el caso de los
judíos y absoluta en el de la Mujer. Prueba de ello es para
Weininger la inexistencia de un ángel y un diablo femeninos, así
como la poca importancia que tienen los principios del bien y del
mal en la vida psíquica del judío.
Pero Weininger va un poco más lejos al afirmar que en los
judíos y en las mujeres el bien y el mal no están completamente
diferenciados. En el hombre ario, por el contrario, ocurre lo
siguiente:
542
fenómeno más bien merece ser llamado “parcialidad involuntaria”,
pues su causa no es la piedad que despierta el individuo concreto,
acrecentada por el hecho de que sea judío, sino el temor a que
pueda cernirse alguna sombra dañina sobre todos los judíos,
sobre todo lo que tenga alguna relación con la idea de lo judío o
sobre la misma idea de judaísmo. Lo que se defiende y protege es
la especie y la raza, no la persona ni el individuo. El individuo sólo
es tomado en consideración en tanto que pertenece al grupo.
Esto explica el importante papel que en el pueblo judío, más
que en ningún otro, desempeña la familia, cuyo origen es femenino
y maternal, a diferencia del Estado y la sociedad. Una prueba de
ello es para Weininger el hecho de que sólo entre los judíos se
observa una completa sintonía entre el hijo y el padre; algo que no
suele ocurrir entre los indogermanos, quienes, consciente o
inconscientemente, sienten cierto resentimiento hacia aquel que
les trajo al mundo sin pedirles permiso y les dio un nombre, pues
ello implica inevitablemente una cierta dependencia. Aunque para
Weininger este desprecio se manifiesta psicológicamente, su
significado es más profundo, ya que trasciende las motivaciones
empíricas.
Según Weininger, el principal deber moral del judío es
multiplicarse, por lo que es incapaz de comprender el ascetismo. Y
es que otra de las similitudes que guarda con la Mujer es su
predisposición a la sexualidad:
543
Pero también comparte con la Mujer una disposición crónica
a ejercer la tercería, cuyo objetivo es borrar los límites. De hecho,
la mediación en el matrimonio es indispensable en el judaísmo,
pues se trata del pueblo con menor número de matrimonios por
amor; lo que vendría a confirmar, según la teoría weiningeriana
del amor, que el judío carece de alma.
Por esto y por las razones antes mencionadas, el sionismo es
antijudío y antes de estar maduros para la constitución de un
Estado, los judíos han de vencer su judaísmo.
La solución al problema del judaísmo, por tanto, no se
encuentra en el sionismo. Sólo puede ser resuelto
individualmente, mediante la decisión inquebrantable por parte de
cada individuo judío de adquirir la máxima autoestima y, en
definitiva, de convertirse en cristiano.
El monoteísmo judío – dice Weininger – no tiene ninguna
relación con la verdadera creencia en Dios y su religión es “una fe
de mujeres viejas fundada en un sórdido temor”. De hecho, la
ética heterónoma que se propone en el Decálogo, que promete el
bienestar en la Tierra a cambio de la obediencia ciega a una
voluntad extraña y poderosa, es una manifestación de su
predisposición al servilismo (lo que también caracteriza a la mujer),
que no es lo mismo que la humildad. Su incapacidad de ser
humildes, por otra parte, tiene como consecuencia su ineptitud
para comprender la idea de la gracia, aquello que Cristo, Platón,
Goethe, Kant, etc., quisieron expresar; a saber, que lo divino está
en el interior del hombre y es el alma 646.
Weininger intenta explicar cómo es posible que el siervo de
Jehová, el judío ortodoxo, se transforme tan fácilmente en un
materialista o un librepensador. Pues bien, si el ario se debate
544
entre el orgullo y la humildad, las posibilidades que baraja el judío
son el servilismo y la altanería (la insolencia o la arrogancia); de
modo que el primero puede desaparecer para dejar lugar al
segundo, que es su reverso.
El filósofo define al judío como el gran incrédulo, como la
persona que es incapaz de admitir una revelación aunque venga
del interior. Incapaz también de sentir las cosas como símbolos de
otras más profundas, de admirarse o avergonzarse ante los
acontecimientos naturales (o ante aquello que sólo se conoce de
manera vaga o confusa); lo que, según él, únicamente puede
conducir a la forma materialista de la ciencia. Según Weininger,
éste es precisamente el tipo de ciencia que se está imponiendo
para desgracia de toda filosofía, que la siente como intolerable.
Por lo que respecta a la ciencia, el judaísmo es sentido por
Weininger como aquella tendencia por la cual ésta queda reducida
a un medio para alcanzar un fin. El conocimiento se somete aquí a
fines útiles. Y es que el judío, a diferencia del ario, dice Weinigner,
es incapaz de darse cuenta de que precisamente lo inescrutable (lo
que no se puede medir, lo inefable) es “lo que concede su valor a la
existencia” 647.
Igual que Weininger, Wittgenstein siente la vida como un
gran enigma, localiza lo valioso fuera del mundo de los hechos,
más allá de lo explicable por la ciencia, y reconoce también que
“aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan
recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han
rozado en lo más mínimo” 648.
647 SC, 489. Considero interesante citar aquí un fragmento que Wittgenstein
escribió en 1931 y que muestra muy bien el paralelismo que existe con esta
reflexión de Weininger pero trasladada al ámbito del lenguaje: “Lo inefable
(aquello que me parece misterioso y que no me atrevo a expresar) proporciona
quizá el trasfondo sobre el cual adquiere significado lo que yo pudiera
expresar.” (CV, 54).
648 TLP 6.52.
545
Para el judío, continúa Weininger, no existen verdaderos
problemas y se contenta con ver el mundo de la manera más
sencilla y común que le sea posible. Su labor intelectual no se
encamina a resaltar de las tinieblas el eterno derecho sino a
“comprender” de un modo estéril o infructífero lo que de hecho se
encuentra ante él, evitando a toda costa los obstáculos
espirituales que puedan presentársele649:
Por eso los judíos son los que más fácilmente han aceptado
una concepción mecánico-materialista del mundo; y es su
necesidad de que todo vaya a parar a la materia lo que les ha
convertido en fundadores de esa concepción económica de la
historia del hombre que elimina lo espiritual del desarrollo de la
especie humana. La tendencia puramente química del arte de curar
también es judaica y fueron los judíos los que introdujeron en la
ciencia natural la atrevida alusión a ciertas cuestiones que el ario
siempre ha considerado como pertenecientes al destino, por
ejemplo, la elección y manipulación de los factores que
determinan el sexo del futuro hijo.
Wittgenstein también reconoce y lamenta que el espíritu con
el que trabaja hoy la ciencia sea típicamente judío y considera
649 Esta reflexión vuelve a llevarnos hasta Wittgenstein, quien acusa a Ramsey
de ser un pensador burgués porque la verdadera reflexión filosófica le
resultaba ajena e inquietante: “no pensó sobre la esencia del Estado – o no lo
hizo con gusto – sino sobre la manera de ordenar racionalmente este Estado.
El pensamiento de que este Estado no es el único posible lo intranquilizaba en
parte y en parte lo aburría. Quería llegar lo más rápidamente posible a
reflexionar sobre las bases de este Estado. Aquí está su capacidad y su
verdadero interés; en tanto que la verdadera reflexión filosófica lo
intranquilizaba, hasta que podía dejar a un lado como algo trivial su resultado
(cuando tenía alguno)” (CV, 55).
650 SC, 489.
546
primitivos a los hombres civilizados que participan de tal espíritu,
pues creen que el progreso de la ciencia ha permitido “superar” el
asombro y el temor ante las cosas cotidianas; y suponen que era
el escaso desarrollo de la ciencia lo que obligaba a los hombres
primitivos a asombrarse ante ellas y temerlas. Asombrarse ante lo
cotidiano para Wittgenstein no es síntoma de primitivismo pero sí
lo es, sin embargo, creer que el asombro es inversamente
proporcional al grado de desarrollo de la ciencia y la técnica:
547
Hasta aquí parece que la descripción del judío que ofrece
Weinigner concuerde completamente con la de la mujer pero el
filósofo señala una diferencia esencial entre ellos. La causa de que
el judío no sea nada es que no cree en nada. El judío no cree en
Dios pero tampoco en el ateísmo, ni siquiera cree en sus
creencias; es el “hombre incrédulo”, que además considera este
rasgo suyo como una particular astucia. Esto explicaría también
su intolerancia, una actitud que surge siempre no de la devoción,
sino de la falta de seguridad individual en la fe.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con la mujer:
548
conocimiento teórico es imposible; requiere, en definitiva, haber
elegido, haber tomado una decisión que supone renunciar a otras:
la del propio escepticismo. Así, por ejemplo, en los sistemas de
Avenarious y de Mach (con todo su relativismo) se perciben la
piedad y la religiosidad de las que el judío es incapaz. Por esta
razón dice Weininger:
654SC, 501.
655Frente al pueblo judío, el griego habría sido para Weininger el más piadoso
del mundo y su cultura la más elevada hasta el momento (SC, 502).
549
“Esta ambigüedad interna, esta carencia de realidad
inmediata interior de cualquier acontecimiento psíquico, la
pobreza de ese modo de existir en sí y por sí del cual fluye la
fuerza creadora.”656
550
primera, lo que es muy natural. (¿Acaso no parece tan
orgulloso como si él mismo hubiera sido ordeñado?)”658
551
El fundador de religiones
552
Ese camino es la más profunda y completa transformación
que puede darse en el hombre. Pues es un proceso en el que se
aniquila el antiguo ser, el malo, y se coloca en su lugar el bueno,
que ha de ser creado. O, dicho de otro modo, porque significa la
creación del ser a partir de la nada. Dado que es la tarea más
difícil que puede emprender el hombre, es lo que Weininger
considera propiamente el milagro. Y lo que fundamenta nuestra
creencia en el milagro es que, tal y como dijo Kant, éste es sentido
como un deber.
El fundador de religiones es, por tanto, el que ha cometido
íntegramente el pecado original y ahora tiene que expiarlo
completamente. El que lo ha problematizado todo y debe también
por ello dar respuesta a todo, liberándose así del universo, de las
leyes naturales, de la necesidad, divinizando al hombre y
humanizando también a Dios.
Buda y Cristo son dos ejemplos de esta transformación,
pues, según cuenta la tradición, estuvieron sometidos a
tentaciones mucho más fuertes que el resto de los hombres. Y
también Sócrates, dice Weininger, tuvo que librar su particular
batalla contra el mal (cuando estuvo en Potidea).
El fundador de religiones es la figura completamente opuesta
al hombre de acción (al político o al emperador), que fue descrita
previamente.
Para Weininger el judaísmo y el cristianismo son las dos
opciones más opuestas e inconmensurables por las que pueda optar
el alma humana. Tanto es así, que al judío le resulta
incomprensible, tal y como supo ver Chamberlain, la figura y la
doctrina de Jesús.
Cristo es para Weininger el hombre que ha vencido en sí
mismo la negación más fuerte, el judaísmo, para crear la posición
553
más fuerte, el cristianismo. El pecado original de Cristo era, por
tanto, el judaísmo. Pero al vencer al enemigo más poderoso se
colocó por encima de los otros fundadores de religiones (como
Buda y Confucio).
De ahí que para Weininger el nacimiento de Cristo en
Palestina no pueda atribuirse a una circunstancia fortuita, como
hizo Chamberlain; pues es precisamente porque Cristo era judío
que pudo pasar de la máxima duda a la creencia más pertinaz.
No nos atrevemos a sostener que Wittgenstein comparta la
concepción weiningeriana del fundador de religiones, pero lo cierto
es que, como hemos señalado antes, también parece percibir
cierta relación entre el judaísmo y la santidad. Recordemos:
554
“La esencia judía no tiene metafísicamente más fin que
la de servir de pedestal al fundador de religiones.”665
555
sólo caracteriza a la sociedad vienesa del momento, sino que es
propio o surge – según entiende el propio Weininger – de las
profundidades de cada individuo.
El tipo conformista, defiende Weininger, es esclavo de una
construcción social particular de la idea de sexualidad. Y, por
utilizar una expresión de Kant, es su minoría de edad o su
incapacidad para legislar sobre su propio comportamiento lo que
le permite adaptarse al entorno. Su actitud frente a las cosas de la
vida es externa, irreflexiva y mecánica.
Como ya dijimos, una persona que fuera absolutamente
masculina (libre y autónoma; un ario), determinaría su propio
comportamiento según el imperativo categórico kantiano, por lo
que sería capaz de renunciar al sexo con tal de no reducir a la otra
persona a un mero instrumento para obtener placer. Un individuo
completamente femenino (conformista o judío), por el contrario,
sería un receptor pasivo de su entorno que busca
indiscriminadamente la satisfacción de sus instintos. Según
Weininger, son los elementos femeninos de nuestra personalidad
los que nos mueven a actuar para satisfacer nuestras necesidades
y deseos más físicos.
Por supuesto, como ya hemos dicho, nadie encarna a la
perfección una de estas dos ideas. Lo único que existen son
grados intermedios de conformismo. Para Weininger, el judaísmo
es, por tanto, una categoría que desde el punto de vista
psicológico se aproxima bastante a la feminidad, pues el Judío es
conformista y esclavo de sus pasiones; y, desde el punto de vista
metafísico, es un estado anterior al ser. En terminología
aristotélica sería un no-ser relativo, o un ser en potencia; esto es,
algo que aunque de momento no es, puede llegar a ser. Así, el
judío absoluto, igual que la mujer absoluta, es amoral, no tiene
556
alma, carece de la necesidad de inmortalidad y desconoce la
mística.
De la obra de Weininger se extrae una paradójica conclusión
que puede pasar desapercibida: el judaísmo tiene que existir para
ser superado. El genio de los genios, el fundador de religiones, es
el individuo que ha experimentado las más horribles tentaciones y
las ha vencido con el máximo esfuerzo, atravesando el más terrible
sufrimiento. Sólo él ha recorrido el camino completo y está en
posesión de la verdad. En ese sentido, podría decirse que la crisis
espiritual del judío es para Weininger la fuente de conocimiento
esencial; y la existencia del individuo judío, la última esperanza del
mundo. O, utilizando un lenguaje metafísico: sólo sobre el
trasfondo del no-ser, el ser adquiere conciencia. Frente al peligro
de la nada, tiene valor lo que es.
Como última reflexión, diremos que, pese a que en múltiples
ocasiones durante la lectura de Sexo y Carácter sentimos la
necesidad de catalogar a su autor de antisemita, en su obra puede
rastrearse también un profundo respeto y, en determinados
lugares, incluso veneración de la idea de humanidad. Weininger
apela a un ideal humano, al dios que hay en el hombre y no a
otras consideraciones de raza o nación 667. Pide para los judíos (o
para todo individuo con actitudes judías) y para las mujeres que
se les permita progresar espiritualmente hasta convertirse en
“auténticos seres humanos”; y asegura que el requisito para que
esto ocurra es que sean tratados como iguales 668. Este alegato
coloca a Weininger lejos del irracionalismo y enfrentado a la
política antiliberal del antisemitismo de su época.
667SC, 266.
668Recordemos, no obstante, que recomienda por razones prácticas que no se
permita votar a las mujeres. Sin embargo, reconoce que esta actitud es
inmoral.
557
Llegados a este punto, quisiéramos retomar una cuestión
que había quedado abierta. Se trata de sacar algunas
conclusiones sobre las enigmáticas palabras que Wittgenstein
escribió a Moore el 23 de Agosto de 1931. Recordemos:
558
voluntad ajena. Esta tesis le separaría de Weininger en un tema
crucial y quizás de ahí la importancia del “~”.
Por otro lado, de la carta también podría deducirse que,
aunque Wittgenstein no discrepaba de la caracterización ofrecida
por Weininger del judaísmo y de la Mujer – pues ya hemos visto
que compartía muchas de sus opiniones al respecto –, se oponía,
por un lado, a la posibilidad de justificar cualquier valoración que
pudiera hacerse de estas ideas y, por otro, a las soluciones
radicales que Weininger proponía para resolver lo que él
consideraba el problema ético fundamental. Pensemos que para
Weininger la solución definitiva del problema conducía
necesariamente a la desaparición de la humanidad en su aspecto
corporal. Por el contrario, una consecuencia de la ética de
Wittgenstein es el quietismo. Y la felicidad, entendida como la
tranquilidad que produce el estar en armonía con el mundo, es
para él el signo más claro de una vida buena. En ese sentido,
negar a Weininger significaría negar que la naturaleza (o la Mujer)
constituya el mal radical, que esta valoración pueda justificarse y
que esta idea pueda ser en absoluto síntoma de una vida buena.
Finalmente, la observación de Wittgenstein podría
interpretarse así: aunque Sexo y carácter encierre, en cierto
sentido, una verdad – en el sentido en que pueda hacerlo una obra
de arte – sus proposiciones son, sin embargo, absurdas. Desde
esta perspectiva, Weinigner le estaría pidiendo al lenguaje la
imposible tarea de ser significativo y expresar, al mismo tiempo, lo
más misterioso de la vida, la posibilidad del sentido. De ser ésta la
interpretación correcta, Wittgenstein estaría negando el carácter
científico de la obra de Weininger, pero reivindicando al mismo
tiempo su valor cultural como producto filosófico o artístico.
559
560
CONCLUSIONES
Parte I
561
intelectual, por lo que no faltaría cierto grado de comprensión
entre ellos.
El aislamiento de Weininger, por tanto, debió de ser más
acusado durante sus años de colegio, cuando no encontraba entre
sus compañeros el estímulo intelectual que necesitaba para
sentirse acompañado. Su ingreso en la universidad le permitió
entrar en contacto con la vanguardia cultural europea, que
compartía buena parte de sus preocupaciones intelectuales y
vitales. Una prueba de ello es el sorprendentemente elevado
número de suicidios que hubo entre ellos.
El caso Weininger, por tanto, aunque no era mayoritario,
tampoco fue un caso aislado.
En el apartado 1.2. se muestra cuáles eran las
preocupaciones comunes a los intelectuales vieneses de su
generación y en qué medida influyó en ellos tanto la filosofía
alemana del siglo XIX como el ambiente de la capital austriaca.
Comparamos la obra de Weininger con la de dos de las figuras
más representativas de la época, Kraus y Loos, con el objetivo de
mostrar que en las tres se combina el idealismo de Schopenhauer
con un diagnóstico de la sociedad vienesa desde la perspectiva de
la diferencia entre los sexos, y que ello les sirve para desarrollar
una crítica social que revela cierto pesimismo civilizatorio. Otro
rasgo común a los tres autores es el estrecho vínculo que
establecen entre las cuestiones estéticas, epistemológicas y éticas,
cuya meta compartida es la verdad de carácter metafísico, lo que
también está presente en la obra de Schopenhauer y en la del
primer Wittgenstein. Y es que en un momento de crisis de todos
los valores – representado por la caída del Imperio de los
Habsburgo – lo que realmente preocupaba a los intelectuales y
artistas era la concepción del ser humano que debía forjarse para
562
producir la nueva realidad. Lo que estaba en juego era la
construcción de un nuevo mundo.
Queda probado, finalmente, que Sexo y carácter no debe ser
considerada como un mero síntoma de una personalidad enferma
ni descalificada por la cantidad de prejuicios que contiene. Y más
aún, que considerada en relación con su contexto, puede resultar
de gran ayuda a la hora de desentrañar y comprender el
entramado de significados que conformaba el espíritu de aquella
época, tan enigmática y lejana, pero, al mismo tiempo, tan
fructífera y cercana.
563
epistemológicos y éticos que ésta implica: esta psicología (también
llamada “sin alma”) considera el mundo como un conjunto de
elementos o sensaciones cuyas relaciones pueden ser explicadas
por la ciencia empírica; pretende hallar en la experiencia las
condiciones para que cualquier tipo de experiencia sea posible; y
busca las leyes causales del pensamiento y la volición para
instaurarse como ciencia. Más aún, aspira a ofrecer una
concepción de la vida más libre y luminosa, que evite tanto el
ascetismo como la intolerancia.
Según Weininger, los esfuerzos de esta psicología fracasarán
siempre: en primer lugar, porque al atomizar el yo desaparece la
posibilidad de tener un punto de referencia para el pensamiento,
por lo que pierden sentido las nociones de objetividad y verdad; y
paradójicamente esta psicología aspira a ser la única filosofía de la
realidad. En segundo lugar, porque la voluntad no es un hecho
empírico, luego no puede encontrarse en la experiencia. Al
pretender hallar las leyes del pensamiento y la volición, esta
psicología está negando desde el principio la libertad humana. De
ahí que su pretensión de perfeccionamiento moral sea
incompatible con los postulados de los que parte, a saber, la
ausencia de libertad y la inconsistencia del Yo. Para Weininger el
Yo y el Tú son conceptos recíprocos. Sólo si se reconoce la
existencia del propio yo, puede reconocerse la subjetividad en el
otro. El respeto, que es la clave del comportamiento ético, sólo
puede nacer de este mutuo reconocimiento.
Weininger propone para el estudio del hombre una nueva
psicología, la “Biografía teórica”. Ésta debe partir del supuesto de
la existencia no sólo de un sujeto psicológico (o empírico) más
consistente que el de Mach, sino también de un sujeto inteligible o
metafísico, que es al mismo tiempo lógico y ético. Y debe aplicar
564
los pasos del método que el filósofo propone para las ciencias del
espíritu: construir tipos ideales (que en este caso serían el Hombre
y la Mujer), prestar atención a las diferencias individuales y
aplicar el principio de correlación. El objetivo de esta psicología
sería determinar el grado de masculinidad o feminidad de cada
individuo y averiguar para cada acción específica en cuál de los
dos principios tiene su origen. Esto evitaría el sufrimiento de
muchos niños y niñas que son encorsetados por una rígida
educación que no atiende a las diferencias individuales,
permitiéndoles un desarrollo más libre de su personalidad.
En el capítulo 3 vemos cómo para elaborar su concepción del
ser humano, Weininger se basa en la idea de la bisexualidad
universal, que le lleva a formular su ley de la atracción sexual.
Pero también en la tesis de que existe una diferencia fundamental
entre los sexos que se manifiesta a un nivel muy básico en las
células de cada organismo y en el diferente origen del impulso
sexual. Esto tendrá una importancia crucial en la vida de los seres
humanos, pues cada uno ejerce al fin y al cabo la función
correspondiente a un sexo, lo que se expresa tanto a nivel
psicológico como social y cultural.
Weininger concluye que mientras en el Hombre la sexualidad
abarca sólo una parte, la Mujer es absolutamente sexual y,
precisamente por eso, es incapaz de darse cuenta de su
sexualidad. La omnipresencia del sexo en la mujer le impide, por
ejemplo, alcanzar un grado de clarificación de sus pensamientos
semejante al del hombre y condiciona el interés que ésta pueda
sentir por otras ocupaciones, como el juego o la política,
impidiéndole desarrollar en profundidad cualquier talento.
Como se explica en el capítulo 4, estas diferencias adquieren
en última instancia un significado ético y metafísico: el hombre
565
absoluto es la idea de humanidad, el máximo valor, el ideal que ha
de perseguir cada individuo empírico, la libertad, el ser, el sujeto
inteligible o metafísico, Dios. La Mujer es la falta de determinación
o de realidad interior, la tendencia del ser humano hacia la
materia, hacia el sexo, es decir, la necesidad, la heteronomía, la
esclavitud, la nada.
Según Weininger, la genialidad consiste en la completa
masculinidad. El individuo genial ha desarrollado de manera
superlativa ciertas características, como la conciencia universal, la
claridad en sus pensamientos, la sensibilidad y la capacidad de
comprensión, la memoria universal y continua, la necesidad de
encontrar la verdad y de tener un valor, la autonomía, la
responsabilidad, etc. El hombre ideal, el genio (lo divino en el
hombre) es el creador de la lógica y la ética, él establece
libremente las normas del pensamiento y de la acción, y por eso el
individuo las siente como un deber, como una exigencia que su yo
inteligible impone al empírico. En el genio se da la completa
identificación entre el sujeto empírico y el metafísico.
Puesto que la mujer absoluta representa la ausencia de tales
características, la idea de un genio femenino es una contradicción.
Aunque la Mujer use la lógica como instrumento, nunca la siente
como un deber, por lo que es incapaz de decir la verdad. Sin
embargo, tampoco puede decirse con corrección que mienta: la
Mujer es amoral. Y dado que en ella están completamente
ausentes los fenómenos lógicos y éticos, no hay razón para
atribuirle un alma.
En definitiva, el genio es el microcosmos consciente y
reconoce como una parte de sí a la Mujer. La Mujer es sólo una
parte del todo, es la sexualidad del hombre. En ella no hay
dualidad, por lo que es incapaz de ser consciente de sí misma.
566
Basándose en Bachofen, Weininger distingue dos arquetipos
femeninos entre los que se hallan todas las mujeres concretas: la
madre y la prostituta. Que la mujer se aproxime más a un
arquetipo u otro dependerá del tipo de relación que mantenga con
el coito. Para la madre el coito es sólo un medio; para la
prostituta, un fin. La madre y la prostituta representan
respectivamente la vida y la muerte física. Ambos fenómenos
coinciden y alcanzan su máxima expresión en el coito.
Weininger tiene también una teoría del amor en la que éste es
entendido como un fenómeno de proyección. El hombre ni conoce
ni se interesa por la psicología de su amada sino que proyecta
sobre ella su ideal moral, su yo inteligible, su alma. La mujer se
convierte así en la ocasión para que el hombre se eleve sobre sí
mismo y se trascienda. Cuando ama a una mujer, el hombre
comete una triple inmoralidad: es cruel con la mujer concreta, al
no interesarse por ella; cierra los ojos a la realidad, participando
de un autoengaño; y espera que la redención (el milagro) provenga
del exterior, evitando así el propio esfuerzo. En definitiva, el amor
concreto es un acto criminal porque supone una feminización del
hombre. El amor del genio nunca se dirige a un individuo
concreto, sino a la idea eterna de humanidad. De hecho, el amor
es entendido por Weininger como una proyección del valor en el
espacio, por eso puede decirse que el Hombre crea la belleza a
través del amor.
La crítica social que desarrolla Weininger se basa
precisamente en la idea de que los “valoresˮ femeninos están
impregnando todos los ámbitos de la vida humana: el arte, que se
ha vuelto decorativo; la ciencia, que se ha convertido en técnica; la
política y la ética, que se basan en principios utilitaristas, etc.
Asimismo, el judaísmo representa la indolente feminización del
567
hombre y la desaparición de la cultura. Su síntoma más claro es
el entusiasmo ante la civilización y ante el ideal vacío de progreso.
Pese a lo excéntricas que estas ideas puedan parecernos hoy,
lo cierto es que no eran ni nuevas ni originales: en primer lugar, la
idea de la bisexualidad universal ya la había planteado Platón,
estaba presente en la obra de Schopenhauer, y Fliess la estaba
desarrollando. Weininger se apoya, para defenderla, en los
estudios de Darwin y en algunas de las últimas investigaciones
científicas de su época. En segundo lugar, el hecho de que la
diferencia entre los sexos constituya el tema central y que éstos se
presentes como perteneciendo a universos distintos
(complementarios o en permanente lucha) era algo frecuente en
las manifestaciones artísticas y culturales de la Europa de su
época. Por otro lado, para defender su concepción de la Mujer
como absolutamente sexual, Weininger utiliza las investigaciones
de Freud sobre la histeria y, para reforzar su tesis de la
amoralidad de la mujer, se basa en los estudios de Bachofen. No
obstante, ambas ideas estaban presentes en la literatura.
Finalmente, es sabido que el elemento antijudío impregnaba
muchas de las manifestaciones culturales de la época,
especialmente la política, y constituye uno de los temas
recurrentes de la filosofía alemana del siglo XIX, por lo que
tampoco era una novedad.
La originalidad de la obra de Weininger no se halla, por tanto,
en alguna novedad concreta, sino en su particular manera de
recoger y dar coherencia a las inquietudes intelectuales de su
época y de vincularlas, al mismo tiempo, a los problemas más
importantes de la historia de la filosofía occidental. El resultado es
un sistema filosófico que aspira a ser completo y coherente y una
crítica social muy sugerente que quiere colocar al hombre en la
568
posición central, tras haber sido desplazado del lugar que le
corresponde por ideales carentes de valor, como el confort o el
progreso.
569
términos de Schopenhauer – “suprimir la voluntad de vivir en el
fenómeno”, alcanzando así la única libertad posible.
Destacamos también el hecho de que Weininger quiso superar
las contradicciones internas de la filosofía de Schopenhauer
rechazando la paradójica conclusión de que negar la voluntad sólo
puede conducir a lo que, desde nuestra perspectiva filosófica
(conceptual), entendemos como la nada. Frente a esta idea,
transformó la nada (relativa) de Schopenhauer en el ser absoluto y
la continuidad temporal de la especie en el no ser: negar la
voluntad de vivir es, por tanto, optar por el ser, elegir la libertad,
la genialidad, el valor y la divinidad. Afirmar la voluntad de vivir es
optar por la nada, elegir la esclavitud, la inconsciencia, la
sexualidad, la materia. Puesto que la Mujer sintetiza todas estas
ideas, Weininger afirma que debe desaparecer.
Otro ingrediente común a ambas filosofías es que ven en el
impulso sexual la principal amenaza para la realización de la
libertad.
Queda probado, por tanto, que la ética de Sexo y carácter es
kantiana, que su metafísica puede leerse en términos
schopenhauerianos y que, mediante esta particular síntesis,
además de abordar los problemas filosóficos fundamentales,
Weininger está respondiendo a muchos de los problemas que
plantea el mundo de su época.
570
se halla, pues sólo sobre esa premisa puede construirse un
auténtico Estado, que se legitima, como el de Rousseau, por el
libre asentimiento de las individualidades éticas que lo componen.
Sin embargo, su crítica de la civilización (junto con su ideal de
progreso) pone de manifiesto que Weininger ya era consciente de
uno de los peligros que conlleva la idealización de la razón y su
reducción a razón instrumental: el olvido del valor humano y la
consecuente deshumanización de la sociedad. En consecuencia,
cabe decir que Weininger se adelanta a los críticos de la escuela de
Frankfurt (Theodor W. Adorno y Max Horkheimer), para quienes el
peligro previsto ya era una realidad.
Con el objetivo de evitar esa temible reducción y asegurar la
dignidad humana, Weininger defendió el valor de la verdad frente
a cualquier posible criterio utilitarista y relativista. Esto
significaba para él que el hombre debía ser honesto, mostrarse tal
y como realmente es, no engañar y, sobre todo, no engañarse. Sin
embargo, antes que sus contemporáneos, se dio cuenta de la
importancia del descubrimiento de Freud y del reto que suponía el
inconsciente para la realización del valor humano. Por ello, sin
restar importancia a este ámbito de la mente, se opuso al
determinismo freudiano y confió en la capacidad de la voluntad
(junto con el método de la autoobservación) para vencer y superar
las fuerzas inconscientes que nos esclavizan. Hacer consciente lo
inconsciente para conducir libremente la propia vida es el objetivo
de la terapia filosófica weiningeriana.
Kant había entendido la libertad como sinónimo de
autonomía, que significa seguir únicamente las leyes dictadas por
la propia razón, idéntica en todos los hombres. Para el kantiano
Weininger la verdadera religión es justamente aquella que
reconoce que el ser humano es libre y puede alcanzar la verdad,
571
una verdad que él mismo ha establecido. Ser religioso consiste en
creer que el hombre puede convertirse en Dios. De esta tesis se
deriva una crítica a todas las doctrinas o prácticas religiosas que
promuevan la superstición, el conformismo, la heteronomía o la
alienación, por constituir una amenaza para la racionalidad y la
libertad individual.
Por otro lado, el individualismo, la exaltación de la libertad
como autonomía y el rigorismo moral presentes en la obra de
Weininger – pues, como hemos visto, la única fuente de
esclavitud, que es el peor de los males, es la debilidad de la
voluntad, y ésta es una debilidad culpable – van más allá de la
filosofía kantiana y permiten vislumbrar la simiente de lo que
luego será el existencialismo. Recordemos que para el
existencialismo sartreano cualquier explicación determinista no es
más que una justificación de lo que éste llama “mala fe”, que
consiste ni más ni menos que en renunciar al compromiso
existencial de la libertad.
Pero aún se puede ir más lejos y sostener que algunas de las
afirmaciones finales de Weininger en torno al problema de la
Mujer y su relación con la idea de humanidad se aproximan
sorprendentemente a las tesis de la feminista Simone de Beauvoir,
quien, igual que él, identifica los valores tradicionalmente
asumidos por el género masculino con los valores humanos y
reivindica la desaparición de la feminidad como tal, al considerar
que ésta pone en peligro la realización de la libertad. Explorar
estas similitudes podría aportarnos más elementos de juicio sobre
la obra de Weininger, pero nos reservamos esta tarea para una
futura investigación.
Volviendo a la cuestión central, hemos visto que Weininger no
sólo asume la ética kantiana sino también su idealismo
572
trascendental, esto es, la idea de que el mundo cognoscible es el
mundo que se le presenta al sujeto. Cómo sea la realidad en sí
queda fuera del alcance de la ciencia empírica, que debe
conformarse con el ámbito del fenómeno y la necesidad. No
obstante, la filosofía de Weininger no parte de la confianza en la
ciencia y el progreso sino más bien de la desconfianza en la ciencia
acumulativa, que puesta al servicio del confort se ha convertido en
un mito, y en el concepto vacío de progreso, que considera un
síntoma de nihilismo. Esta tesis no debe considerarse reaccionaria
sino, al contrario, avant la lettre.
Pues bien, el austriaco, en sintonía con Schopenhauer,
confiere al mundo fenoménico un carácter negativo: en lugar de
constituir el ámbito del conocimiento y la verdad (como pensaba
Kant), lo considera un error y un mal. Así, la necesidad con la que
transcurren los acontecimientos del mundo natural es sentida por
Weininger como la única esclavitud, que además es culpable. Por
todo esto, y porque el coito es la máxima afirmación de la vida,
junto con el dolor y la muerte que ésta implica, renunciar al acto
sexual supone un requisito para la libertad.
Dicha renuncia sólo es posible cuando se ha comprendido que
el mundo es un engaño, la vida es un mal y yo soy el culpable,
pues he optado por ella libremente y continúo haciéndolo a cada
instante. Esa lucidez, esa conciencia, es la que conduce a unos
pocos hombres a cargar con la responsabilidad y el sufrimiento de
la humanidad.
Por eso el genio, siendo el individuo más consciente, el más
libre, es también el que más sufre, de ahí su proximidad a la
locura y a la criminalidad. Fue seguramente esa conciencia, esa
exigencia desmedida para consigo mismo, junto con la
573
incapacidad para cumplir unas expectativas tan elevadas, lo que
condujo al filósofo Weininger a una muerte tan temprana.
En definitiva, resaltamos que la obra de Weininger recopila,
interpreta, da coherencia y sistematiza ideas procedentes tanto de
las experiencias de la vida cotidiana, como de la ciencia (Johannes
Müller, R. Remark, Wilhelm Waldeyer, K. Goebel, Oskar Hertwig,
Ernst Häckel etc.) y el arte de su época (Kraus, Loos, etc.). En ese
sentido, es un producto de su tiempo y debe ser leída, como
hemos visto, en relación con su contexto.
Sin embargo, pese a ser en buena medida un reflejo de su
época, la filosofía de Weininger no era convencional, no pretendía
justificar el orden establecido. Por el contrario, ofrece un
diagnóstico negativo de su época y aspira a transformar la
realidad. Exige que se produzca un cambio radical en la
educación, las costumbres y las leyes. Para justificar esta
exigencia apela a la conciencia individual, a lo que en ella hay de
intersubjetivo y racional, y parte del supuesto de la libertad de
cada individuo para elegir su destino. Weininger ofrece una
concepción del ser humano que pretende ser la base para la
construcción de la nueva realidad, donde éste debería ocupar la
posición central.
Parte II
574
ético. Podría decirse, por tanto, que es aquí donde radica la
principal influencia de Weininger sobre Wittgenstein.
Que Wittgenstein reconociera la influencia de Weininger no
implica que estuviera de acuerdo con todas las tesis de este autor,
ni siquiera completamente de acuerdo con algunas. Cuando
Wittgenstein reconoce una influencia, significa que alguien le da
que pensar, que le interesan los problemas que plantea y que su
manera de abordarlos le estimula. A veces porque considera que
se halla en la dirección correcta, pero otras porque está
completamente desencaminado.
La relación que mantiene Wittgenstein con la obra de
Weininger es, por tanto, crítica. Por eso en el primer capítulo de la
segunda parte hemos considerado importante descubrir no sólo
las múltiples similitudes que guardan sus concepciones de la ética
y de la lógica, que radican fundamentalmente en su parentesco
con la filosofía kantiana, sino también aquello que las distancia.
Así, por el lado de la lógica, creemos que Wittgenstein rechazaría
el voluntarismo weiningeriano y el carácter ejemplar que éste
atribuye a sus “postulados”. Por el lado de la ética, Wittgenstein se
opondría, en primer lugar, a la idea de que puedan jerarquizarse
las doctrinas en virtud del grado de autonomía que promueven; y,
en segundo lugar, a la idea de que la base de la religión (que para
ambos es el núcleo de la ética) sea la fe en uno mismo y en la
propia capacidad para convertirse en Dios.
El problema es que si las coincidencias radican en aquello que
comparten con Kant, no tenemos ningún motivo para sostener que
se trate de un caso de influencia. Por eso hemos centrado nuestra
atención en lo propiamente weiningeriano. Uno de los problemas
cruciales de la obra de Weininger es la naturaleza de la relación
entre la lógica y la ética. El filósofo dedica los capítulos centrales
575
de Sexo y carácter a desarrollarlo y profundiza en el tema en su
obra póstuma, Sobre las últimas cosas. De hecho, constituye el
núcleo de su concepción del sujeto y, por ende, de su visión del
mundo.
Pues bien, ese es precisamente uno de los problemas que más
preocuparon al primer Wittgenstein: el del parecido y la conexión
entre los problemas filosóficos, que en su obra adquieren carácter
lógico, y los problemas vitales, de carácter ético. Sin embargo, la
importancia que tiene la cuestión ética en la filosofía del primer
Wittgenstein solía medirse por la cantidad de menciones que le
dedica en el Tractatus y, como sabemos, son muy pocas. No
obstante, sus aforismos, sus diarios filosóficos, sus diarios
secretos y las conversaciones mantenidas con sus amigos revelan
que le parecía fundamental. Más aún, si todas estas reflexiones se
consideran como el trasfondo del Tractatus, se aprecia que
descubrir la forma lógica que subyace al lenguaje, al pensamiento
y al mundo (que es el objetivo de esta obra) era para Wittgenstein
un deber. De ahí que el propio Tractatus fuera concebido por el
autor como un acto ético.
En definitiva, la clave del vínculo entre lógica y ética se halla
para ambos filósofos en la idea de que comprender la lógica
requiere una actitud ética y que esta actitud es la del sujeto
metafísico, no empírico, y por tanto, libre. La diferencia estaría en
que mientras esa actitud para Weininger es activa y creativa, para
Wittgenstein es más bien contemplativa. Se trataría de contemplar
el mundo sub specie aeternitatis o admirarse ante la existencia del
mundo. Podría decirse, no obstante, que para ambos la lógica
depende de la ética. Dicho de otro modo, es la libertad la que
posibilita el conocimiento y no al revés.
576
Por otro lado, para los dos autores la lógica y la ética
comparten muchas características: se reconocen por su forma y
no por su contenido; la validez de sus “proposiciones” no está en
función de la de otras proposiciones puesto que no depende de
cómo sea el mundo; su validez es incondicional, de ahí que sus
proposiciones no sean demostrables o verificables; tampoco puede
decirse que sean verdaderas o falsas, sino más bien la medida de
lo verdadero y de lo falso, así como de lo bueno y de lo malo, lo
que significa que no describen el mundo sino que son condición
del mundo. Por todo esto, las “proposiciones” de la lógica y la ética
se contraponen a las proposiciones científicas.
577
Así, para que una obra sea considerada genial debe expresar
del modo más claro posible el carácter, pues la genialidad es, ante
todo, originalidad, que consiste en honestidad y claridad. Pero,
puesto que el sujeto también es lógico, mostrar el carácter implica
mostrar la forma lógica que comparten el pensamiento y el
mundo.
Así se entiende que para Weininger pensar lógicamente
constituya un deber moral y para Wittgenstein, que no es
voluntarista en lógica, el deber consista en descubrir la notación
lógica más adecuada. Pero en ambos casos se trata del deber de
ser un genio. La genialidad es sentida por ambos como un deber
que tienen con ellos mismos y la filosofía como un trabajo sobre uno
mismo (de clarificación y de autoconocimiento), que conduce a la
realización de ese ideal.
En este capítulo demostramos que, si se leen los aforismos de
Wittgenstein sobre la genialidad a la luz de Sexo y carácter, resulta
mucho más fácil establecer un vínculo plausible y fructífero entre
éstos y el Tractatus.
578
fines o de valores comunes; porque la ciencia, que ha quedado
reducida a técnica, también se ha convertido en un ídolo; y porque
la concepción de la ciencia que se ha impuesto les parece
antimoral. Por otro lado, los tres consideran que la actitud
filosófica es la única capaz de garantizar el respeto moral por el
conocimiento, por lo que aspiran al desarrollo de una ciencia más
filosófica.
Queda probado, por tanto, que Wittgenstein no sólo coincide
con Weininger en la concepción del sujeto y la genialidad, sino
también en el diagnóstico que hace de su época y (aunque no
tiene una importancia crucial) en su interés por el escritor ruso.
Sin embargo, uno de los temas que más polémica ha
suscitado es el grado de influencia que haya podido ejercer
Weininger en la formación de la concepción wittgensteiniana del
judaísmo. Se ha llegado incluso a responsabilizar a Weininger de
ciertas afirmaciones wittgensteinianas aparentemente antisemitas.
579
típicamente judío y, lo más importante, que el mayor pensador
judío no pasa de ser un talento. Le niega, por tanto, la posibilidad
de la genialidad.
No contamos con evidencias textuales que demuestren que
Wittgenstein relacionaba el judaísmo con la feminidad. Sin
embargo, sabemos por alguno de sus comentarios que no tenía
una buena concepción de las mujeres y en alguna ocasión se
pregunta si él mismo posee cierta disposición femenina. Sabemos
también que desconfía de su capacidad para ser original y que
relaciona esta deficiencia con su origen judío. Así queda
confirmada la tesis, defendida en la introducción, de que dada la
participación de Wittgenstein de las ideas weiningerianas, el hecho
de su origen judío, junto a la existencia en su carácter de cierta
disposición femenina, explica en buena medida las dudas que éste
abrigaba sobre su originalidad.
580
CONCLUSIONS
Part I
581
Therefore, the isolation of Weininger must have been more
pronounced during his school years when he could not found
among his mates the intellectual encouragement he needed to feel
supported. On getting into University, he contacted the European
cultural vanguard who shared with he much of his intellectual
and practical concerns. Evidence of this empathy is the
surprisingly high number of suicides that occurred among them.
Hence, Weininger case was not the most common neither was
isolated.
Paragraph 1.2. shows the common concerns of Viennese
intellectuals of his generation and to what extent they were
influenced by both, the nineteenth century German philosophy
and the atmosphere of the Austrian capital. We compare
Weininger’s work with two of the most representative figures of the
time, Kraus and Loos, in order to show that the three combined
the idealism of Schopenhauer with a diagnosis of Viennese society
from the perspective of the difference between the sexes, and that
it helps them to develop a social critique which shows some
pessimism regarding the development of civilization.
We consider important to note another common feature to
these three authors: the close link they established between the
aesthetic, epistemological and ethical subjects, whose goal is the
truth of a metaphysical nature. This element is also found in the
work of Schopenhauer and that of the early Wittgenstein. In a
moment when all values are in crises - represented by the fall of
the Habsburg Empire - what really worried the intellectuals and
artists was the conception of the human being that should
be forged in order to produce the new reality. The construction
of a new world was at stake.
582
Therefore, it has been proved that Sex and character should
not to be considered as a mere symptom of a sick personality or
disqualified by the amount of prejudice in it. Moreover, regarding
it within its own context, it helps us to unravel and understand
better all the web of meanings that shaped the spirit of such an
enigmatic and distant time, so fruitful and close.
583
luminous and free conception of life avoiding both, asceticism and
intolerance.
According to Weininger, its efforts will always fail: first,
because when atomizing the Self, the possibility of having a point
of reference for thought disappears, and subsequently, the notions
of objectivity and truth remain meaningless. Paradoxically, this
psychology aims to be the only philosophy of reality. Second,
because the will is not an empirical fact and it cannot be found in
experience. Furthermore, its attempt in finding the laws of
thought and volition, denies the human freedom from the
beginning. Hence, its claim to moral improvement is incompatible
with the postulates it proposes, namely, the lack of freedom and
the inconsistency of the Self. For Weininger, the concepts of Self
and Other are reciprocal, and respect, which is the key to ethical
behavior, can only exist on this recognition.
Weininger proposes a new psychology for the study of the
human being: "Theoretical Biography". This must start from the
assumption of the existence of not only a psychological Self (or
empirical) more consistent than Mach’s, but also of an intelligible
or metaphysical Self who is also both logical and ethical. It should
also follow the steps of the method he proposes for the human
sciences: building ideal types (that in this case would be Man and
Woman), paying attention to individual differences and applying
the principle of correlation. The aim of this psychology would be to
determine the degree of masculinity or femininity of each
individual and find out, for each specific action, which of the two
principles causes it. This would prevent the suffering of many
children, who are closeted by a rigid education which disregards
individual differences, allowing a much freely development of his
personality.
584
In chapter 3 we see how in order to develop his conception of
human being, Weininger is based on the idea of universal
bisexuality, which leads him to formulate his law of sexual affinity
and also his thesis of a fundamental difference between the sexes.
Sexual differentiation shows at a very basic level in the cells of
each organism and in the different origin of the sex drive. This will
be crucial in the life of human beings as after all, each individual
has the roll corresponding to one sex, which is expressed in a
psychological, social and cultural way.
Weininger concludes that sexuality only covers a part in Man
while Woman is absolutely sexual. Precisely for this reason,
Woman is unable to realize her sexuality. The pervasiveness of sex
in women prevent them from achieving a certain degree of
clarification of thought, similar to that of men, and it also
conditions women’s interest in other occupations, such as
gambling or politics, preventing any further talent to be developed.
585
divine in man) is the creator of logic and ethics, he establishes
freely standards of thought and action and therefore, the
individual feels them as a duty, as a requirement that his
intelligible Self imposes to his empirical Self. The complete
identification between the empirical and the metaphysical Self
would be found in the genius.
Since the absolute woman represents the absence of such
characteristics, the idea of a female genius is a contradiction.
Although Woman uses logic as a means, she doesn’t feel it like a
duty, and therefore, she is incapable of being truthful. However, it
cannot be said that Woman lies because she is amoral. Since she
lacks logic and ethical phenomena, there is no reason why we
should attribute a soul to Woman.
In sum, the genius is the conscious microcosm and recognizes
that Woman is as a part of him. Woman is only a part of the
whole, she is men's sexuality. There is no duality in her, so she is
incapable of being self-conscious.
586
becomes the opportunity for man to rise above himself and
transcend. When he loves a woman, man commits a triple
immorality: he is cruel with a particular woman when he is not
interested in her; he shuts his eyes to reality, participating in a
self-delusion; and he expects the redemption (the miracle) to come
from outside, avoiding this way, his own efforts. In short, concrete
love is a criminal act because it entails a feminization of men. The
love of the genius is never for a particular individual but for the
eternal idea of humanity. In fact, love is understood
by Weininger as a projection of value in the space, so it can be
said that Man creates beauty through love.
Weininger’s social criticism is based precisely on the idea
that the "feminine values” are permeating all spheres of human
life: art, which has become decorative; science, which has become
technical; politics and ethics, which are based on utilitarian
principles, etc. Also, Judaism represents the indolent feminization
of men and the disappearance of culture. Its clearest sign is
the enthusiasm towards civilization and the empty ideal
of progress.
Despite how eccentric these ideas may seem today, the fact is
that they were neither new nor original: firstly, the idea of
universal bisexuality had already been raised by Plato, it was
present in the work of Schopenhauer and it was being developed
by Fliess. In order to defend it, Weininger bases his studies on
Darwin’s and some of the latest scientific researches of his time.
Secondly, the fact that the difference between the sexes
constitutes the central theme, as well as if they are understood as
belonging to different universes (complementary or struggling),
was a usual occurrence in the artistic and cultural Europe of his
time. On the other hand, in order to defend his conception of
587
Woman as absolutely sexual, Weininger uses Freud's
investigations of hysteria and to reinforce his thesis of Woman’s
amorality, he bases his studies on Bachofen’s. Both ideas were
already in the literature, though. Finally, it is known that the anti-
Jewish element permeated many of the cultural manifestations of
the time, especially politics, and was one of the recurring themes
of the nineteenth century German philosophy, so it wasn’t new
either.
However, the originality of Weininger’s work lies in his
particular way of gathering and bringing coherence to the
intellectual concerns of his time and at the same time, the way he
links them to the most important problems of the history of
Western philosophy. The result is a philosophical system
that aims to become comprehensive and coherent with a very
suggestive social criticism that wants to give humans a central
position after having been displaced from his proper place by
worthless ideals like comfort or progress.
588
another end, the only idea that has absolute value and therefore,
deserves the greatest respect: the idea of humanity.
Paragraph 5.2., shows the key to be able to read Weininger's
philosophy as a restatement of The World as Will and
Representation in terms of sexuality: since Weininger’s Woman
exists only in regard of Men, since she is the embodiment of his
sexual desire, of his tendency to matter, she can be interpreted as
the Schopenhauer’s "affirmation of the will to live." On the other
hand, in Sex and Character, the man who rejects sexuality and
worries about the knowledge of the eternal ideas, the genius man,
whose consciousness is the image of the cosmos, is capable of –
using Schopenhauer’s words, "deleting the will to live in the
phenomenon", reaching this way the only freedom possible.
We also emphasize that Weininger tried to overcome the
internal contradictions of Schopenhauer’s philosophy when he
rejected the paradoxical conclusion that denial of will, can only
lead to what, from our philosophical (conceptual) perspective, we
understand by nothingness. Faced with this idea, Weininger
transformed the (relative) nothingness of Schopenhauer in the
absolute being and the temporal continuity of the species in
the nonbeing: therefore, denying the will to live is to choose to
be, choose freedom, geniality, value and divinity. Affirming the will
to live is to choose the nothingness, choose slavery,
unconsciousness, sexuality, matter. Since Woman synthesises all
these ideas, Weininger asserts that this must disappear.
Another common ingredient in both philosophies is the view of
sexual drive as a main threat for the realization of freedom.
Therefore, it has been proved that ethics in Sex and Character
is Kantian, also that its metaphysics can be understood in
schopenhauerian terms and that through this particular
589
synthesis, in addition to addressing fundamental philosophical
problems, Weininger is responding to many of the problems
existing in the world of his time.
590
method of self-observation) to conquer and overcome the
unconscious forces that enslave us. The goal of Weininger’s
philosophical therapy is making the unconscious conscious, in
order to freely drive one's own life.
Kant had understood freedom as synonym for autonomy
which means to follow only the laws dictated by reason itself,
identical in all men. For the Kantian Weininger the true religion is
precisely that which recognizes that man is free and can reach the
truth, a truth that he himself has established. To be religious is to
believe that man can become God. From this thesis follows a
criticism of all religious doctrines or practices that promote
superstition, conformism, heteronomy or alienation, since they
constitute a threat to rationality and individual freedom.
On the other hand, individualism, the exaltation of freedom
as autonomy and moral rigor in Weininger's work – since as we
have seen, the only source of slavery, which is the worst evil, is
the weakness of the will, and it is a guilty weakness – go beyond
the Kantian philosophy and allow a glimpse of the seed of what
would later be the existentialism. Let us recall that for Sartre’s
existentialism, any deterministic explanation is merely a
justification for what he called "bad faith", which is neither more
nor less than to give up the existential commitment of freedom.
But you can still go further and maintain that some of
the late Weininger’s statements on the issue of Woman and her
relationship with the idea of humanity, are surprisingly
close to the thesis of feminist Simone de Beauvoir who just like
him, identifies the values traditionally assumed by the male
gender with the human values and claims the disappearance of
femininity as such, considering that it jeopardizes the attainment
of freedom. Exploring these similarities might provide us with
591
more evidence on Weininger's work but we reserve this task for
future research.
Taking up the central matter, we have seen how Weininger
doesn’t only assume the Kantian ethics, but also its
transcendental idealism, that is, the idea that the cognizable world
is the world presented before the subject. Whatever reality is in
itself, escapes the scope of empirical science which must content
with the sphere of the phenomenon and necessity. Nevertheless,
Weininger's philosophy doesn’t start from the confidence in
science and progress, but rather from distrust in a cumulative
science, which put into the service of comfort, has become a myth,
and in the empty concept of progress, considering it a symptom of
nihilism. This thesis should not be considered reactionary but on
the contrary, avant la l'être.
Well, our Austrian author, in line with Schopenhauer, gives a
negative character to the phenomenal world: instead of
constituting knowledge and truth (as Kant thought), he considers
it is an error and evil. Thus, the necessity with what the events of
the natural world happen, is felt by Weininger as the only slavery
which is also guilty. For all this, and also because intercourse is
the ultimate affirmation of life, along with pain and death, by
dispensing with intercourse is a requirement for freedom.
This waiver is only possible when one understands that the
world is a hoax, life is an illness and I'm to blame, for I have freely
chosen it and I continue to do so at every moment.
That lucidity, that consciousness leads to a few men to burden
with the responsibility and the suffering of humanity.
So, the genius, the most conscious and the freest individual,
also suffers the most, hence his proximity to madness and
criminality. It was probably this awareness, this excessive self
592
demand, along with the inability to meet such high expectations,
which led the philosopher Weininger to death so early.
In short, we can say that Weininger's work collects, interprets,
gives coherence and systematizes ideas from the experiences of
everyday life, the science (Johannes Müller, R. Remark, Wilhelm
Waldeyer, K. Goebel, Oskar Hertwig, Ernst Häckeletc.) and the art
of his time (Kraus, Loos, etc.). In that sense, his work is a product
of his time and should be read, as we have seen, in relation to its
context.
However, despite being largely a reflection of his time,
Weininger's philosophy was not conventional, not intended to
justify the established order. On the contrary, provides a negative
diagnosis of his time and aims to transform the reality. His
philosophy requires a radical change in education, customs and
laws. To justify this requirement, he appeals to individual
conscience, to its inter-subjective and rational side, and starts
from the premise that each individual is free to chose his destiny.
Weininger offers a conception of the human being which expects it
to be the basis for the construction of the new reality, where this
should occupy the central position.
Part II
593
could say that the main influence Weininger has on Wittgenstein’s
works stems from this point.
The fact that Wittgenstein recognized the influence of
Weininger, does not imply that he agreed with all the thesis of
Weininger, wouldn't even agree with some of them wholly.
Wittgenstein recognizes there is an influence on him when
someone gives him plenty to think about, when the problems
presented are interesting and when the approaches offered
encouraged him, when he considers that they are in the right
direction and even if he thinks they are completely misguided.
The relationship between Wittgenstein and Weininger’s work
is therefore critical. This is why in the first chapter, we considered
important to reveal not only their similarities in the conception of
ethics and logic, which lie primarily in their relationship with the
Kantian philosophy, but also their discrepancies. Thus, on the
side of logic we believe that Wittgenstein would reject the
weiningerian voluntarism and the exemplary character attributed
to its postulates. On the side of ethics, Wittgenstein would first
object to the idea of hierarchical doctrines according to the degree
of autonomy they promote and secondly, the idea that the basis of
religion (core of ethics for both philosophers) is the faith in oneself
and one's ability to become God.
If similarities between Weininger and Wittgenstein lie
in what they share with Kant, then we have no argument to
defend that this is a case of influence. So we focused our attention
on what it is strictly weiningerian. One of the crucial problems
of Weininger's work is to determine the nature of the relationship
between logic and ethics, so he dedicates the main
chapters of Sex and Character to develop this topic and delves
into it in his posthumous work. In fact, this issue constitutes the
594
core of his conception of the subject and thus, his view of the
world.
Well, this is precisely one of the main problems that
concerned the early Wittgenstein, similarities and connections
between the philosophical problems which are faced with a logical
character in his work and the vital problems, which have an
ethical character. However, the importance of ethical issues in the
philosophy of the early Wittgenstein was often measured by the
number of quotations in the Tractatus and, as we know, there
were very few. Still, his aphorisms, notebooks, diaries and his
conversations with his friends, reveal that these issues were
essential for him. Moreover, if we accept all these reflections are
the background of the Tractatus, we can also see how discovering
the logic structure underlying language, thought and the world
(which is the aim of this work) was seen as a duty for
Wittgenstein. Hence the Tractatus itself was conceived by the
author as an ethical act itself.
In short, for both philosophers, the key link between logic and
ethics lies in the idea that understanding logic requires an ethical
attitude and this attitude doesn’t belong to the empirical Self but
the metaphysical and therefore free Self. The difference stems
from the attitude which is active and creative for Weininger,
and rather contemplative for Wittgenstein. In the last case it
would consist in viewing the world sub specie aeternitatis
or admire its existence. It could be said, however, that for both the
logic depends on ethics. In other words, it is freedom what
enables the knowledge and not the other way around.
Moreover, for both authors logic and ethics share many
characteristics: they can be recognized by their form and not by
their content; the validity of their "propositions" does not depend
595
on other propositions because it is not based on how the world is;
its validity is unconditional, hence its propositions are not
provable or verifiable, nor can be said to be true or false but rather
the measure of truth and falsehood and of good and evil, which
means that they do not describe the world but are its condition.
For all this the “propositions” of logic and ethics are set in
opposition to the scientific propositions.
596
logic is not voluntarist, the duty consists in finding the most
appropriate logical notation. But in both cases, it is all about the
duty of being a genius. Both feel the geniality as a bound they
have with themselves, and philosophy as a work on oneself (self-
clarification and self-consciousness) leading to the realization of
that ideal.
In this chapter we show that if we read Wittgenstein's
aphorisms on the geniality in the light of Sex and Character is
much easier to establish a plausible and fruitful link between
them and the Tractatus.
597
geniality, but also in the diagnosis of his time and (although not
crucial) in his interest in the Russian writer.
However, one of the most controversial issues arisen is the
degree of influence that Weininger may have exerted in the
formation of Wittgenstein's conception of Judaism. Weininger has
even been blamed for certain wittgensteinian statements that
seem anti-Semitic.
8. The eighth conclusion is as follows: although Wittgenstein
essentially agrees with the description Weininger offers of The
Judaism, even when expressing some animosity towards the
Jewish spirit, he considers that the judgments of value held by
Weininger are unjustified or unfounded. In other words,
Wittgenstein, loyalty to his own ethic relativism, considers that it
is philosophically impossible to justify the inferiority of the Jewish
spirit, which is precisely what Weininger intended, but he shares,
though, the Jewish characterization that Weininger offers. He
admits, for example, that the Jew is more interested in money
than in property, that the persecution of the Jewish people is not
the reason why they have a special ability to hide, that the spirit of
the science of his time (we should remember it is against morality)
is typically Jewish, and most importantly, that the greatest Jewish
thinker has only a talent, denying him, therefore, the possibility of
geniality.
We have no textual evidence to show that Wittgenstein linked
Judaism with femininity. However, we know from some of his
comments that he did not have a good conception of women and
occasionally wonders if he has some feminine dispositions. We
also know that he distrusts his ability to be original and relates
this deficiency with his Jewish origins. Thus, it is here where the
thesis, defended in the introduction, is confirmed: given the
598
participation of Wittgenstein in the weiningerian ideas and his
Jewish origin, together with the existence of effeminacy in his
character, largely explains the doubts he harbored about his
originality.
599
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