Koyre Alexandre Estudios Galileanos 1980 PDF
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Estudios galileanos
3*0
Siglo veintiuno
de España
Editores, sa
En los años recientes, la filosofía de la ciencia ha sufrido
una auténtica revolución bajo el impacto de la obra de Thomas S.
Kuhn, y en general de una nueva historiografía científica que
hace hincapié en el carácter discontinuo del desarrollo cientí
fico, concebido ahora como una sucesión de marcos conceptuales
inconmensurables, aunque dotados de una organización interna
racional.
Pero la revolución de Kuhn no puede entenderse sino como
fruto de la tradición inaugurada por Alexandre Koyré, fundador
de la actual historiografía de la ciencia y el primero en aplicar
concienzuda y críticamente los testim onios históricos a la cons
trucción de una imagen coherente y comprensible del pensa
miento de las épocas pasadas, recurriendo a los elementos de
juicio entonces al alcance de la mano, los presupuestos meto
dológicos y 'los marcos conceptuales filosóficos generales.
Asi, en vez de presentarnos el desarrollo de la ciencia como
la historia de un conjunto de leyes y procedimientos que crece
acumulativamente hasta alcanzar el estado del ccrpus cientí
fico actual, Koyré nos plantea la necesidad de comprender cada
una de las etapas de la ciencia como una estructura organiza
da, dotada de una máxima racionalidad interna que es preciso
descubrir renunciando a los prejuicios de los conocimientos ac
tuales y atendiendo a los condicionamientos contextúales de
cada teoría.
Estudios gaiileanos es la contribución fundamental de Koyré
al estudio de la revolución realizada por Galileo en la mecánica,
y constituye el punto de partida indispensable para la compren
sión de su obra y de las decisivas repercusiones que tendría
sobre el pensamiento científico y filosófico del siglo XVII.
38G
Siglo veintiuno
de España
Editores, sa
Traducción de
M a r ia n o G o nzález A mbóu
ESTUDIOS GALILEANOS
por
ALEXANDRE KOYRÉ
siglo
ventiuno
editores
MÉXICO
ESPAÑA
ARGENTINA
C O IO M B IA
o veintiuno editores, sa
0(1 AGUA 241. MEXICO 20. D .f.
ISBN: 84-323-0388-7
Depósito legal: M. 34.662-1980
Impreso en Ciosas-Orcoyen, S. L.
Martínez Paje, 5. Madrid-29
INDICE
INTRODUCCION
ñores del aire; en el ímpetus del agua, o del aire movido en círcu
lo, como en los torbellinos; y, en general, en el empuje, la trac
ción, la traslación y la rotación que se realizan, sobre todo, por
los seres animados.
»Pero como ya con anterioridad hemos hablado suficiente
mente de la causa y de las propiedades del movimiento violento
en general, vamos a tratarlo ahora en particular, y por lo pronto
estudiaremos la causa de ese otro movimiento al que de cos
tumbre se designa con el nombre de proyección. Esta es mucho
más difícil de descubrir, y a su propósito, existen desde la An
tigüedad muy diversas opiniones. Así, Platón atribuye la causa
de este movimiento a la —para emplear sus propios términos—
antiperistasis. Pero Platón no nos explica suficientemente cómo
se la debe comprender, y Aristóteles no agrega gran cosa a ello.
Por eso ese término es ambiguo, ya que designa propiamente
el circuito o la revolución de los contrarios; cuando uno de los
contrarios circunda al otro y lo lleva, de alguna manera, al cen
tro. Así, el calor, en verano domina al frío; de ahí que nazcan
los frutos, que son fríos por naturaleza; y, al contrario, en in
vierno el frío arroja el calor hacia el centro, lo que hace que
en invierno los vientres estén más calientes. En segundo lugar,
y más comúnmente, este término se aplica al movimiento solo,
a saber, en el caso en que el ambiente produce el movimiento
en el móvil al que empuja y en que a su vez éste le da origen,
como creía Platón. Pues todo motor, en cuanto que se mue
ve, es al mismo tiempo movido. Y no comunica ninguna fuerza
al móvil ni transfiere ninguna a otro que no sea él; por eso se
mueve con el mismo movimiento que el propio móvil. Así, si el
espíritu fuera una cosa corporal, movería al cuerpo y se move
ría a sí mismo con un solo y mismo movimiento.
«Por consiguiente, en el momento de la proyección, las par
tes del medio circundante se sitúan sucesivamente en el lugar
de las partes posteriores del móvil; así A, si mueve a B, toma su
lugar, y si B empuja a C, ocupa el lugar de él, y así sucesivamen
te. Pero nos preguntamos si esto se efectúa mediante la dilata
ción del cuerpo que realiza el circuito, o más bien mediante una
sucesión que se produce a causa del vacío; pues éste es el sen
tido en que lo interpreta Simplicio; por eso esta teoría es refu
tada por Aristóteles con los siguientes argumentos: de acuerdo
con esta teoría, el medio se aproxima y se une al dorso del móvil
(el medio, pues, debe ser fluido y poderse mover fácilmente)
con objeto de que no haya vacío; hecha esta unión, el móvil
continúa su movimiento. Ahora bien, ya se admita que el medio
que sigue al móvil llena sólo el espacio que éste abandona, ya
En los albores de la ciencia clásica 19
se admita que empuja hacia adelante lo que aborda, subsisten
muchas dificultades que nos disuaden de esta opinión.
»En cuanto a la segunda hipótesis, que el propio Simplicio
dedujo de las palabras de Platón, las razones siguientes demues
tran suficientemente su error. Primo, no se puede explicar por
qué si cesa (de moverse) el primer móvil, los otros continúan,
pues allí donde el movimiento se hace sólo por contacto, como
sucedería según esta hipótesis, todos (los cuerpos) se mueven con
un solo movimiento, y al faltar éste se detienen todos, porque
los unos deben ocupar el lugar de los otros al sucedcrse... De
otro modo, todo debería permanecer inmóvil. Tal es, en efecto,
el movimiento antiperistático, si hemos de creer a Aristóteles:
un móvil cualquiera sólo es movido si el motor penetra en su
lugar. De tal forma que el motor y el móvil se mueven juntos y
las partes (del circuito) no se moverán más rápidamente a con
tinuación que al comienzo. Ahora bien, lo cierto es lo contrario.
Si se dudara de la experiencia, se podría esgrimir que la dis
minución de la marcha del móvil — hecho indudable— sería
asimismo imposible...
»Pues el movimiento no se puede efectuar a menos que el
motor lo continúe. Por consiguiente, el instante de la suce
sión (del motor al móvil) es el mismo que el del movimiento.
Además, la impulsión del vacío es siempre semejante a sí misma
y por lo tanto el movimiento (lo es también).» Lo que implicaría
que todos los movimientos deberían hacerse con la misma ve
locidad. «Además, la naturaleza no desea sino el contacto, es
decir, únicamente la supresión del vacuum. Así, no está claro
por qué habría de seguir trabajando el aire allí donde realiza
el contacto al haberse puesto en el lugar de la piedra. Por con
siguiente, si el aire alcanza el contacto tras el primer movimien
to de la piedra, ¿por qué habría de ir más lejos el movimiento?
Pero en lo que concierne al primer modo de la antiperistasis,
aquél que comporta la extrusión, es igualmente contradicho por
numerosas experiencias. En primer lugar, la causa que lanza
la piedra sería suficiente para llevarla hasta el cielo. En efecto,
si el aire la sucede en su lugar y empuja la piedra de manera
que esta sucesión sea continua, se desprende que la propulsión
de la piedra proseguirá tan lejos como se extienda el aire o el
cuerpo del aire, el cual, en lo que respecta a la facultad de con
tacto, cuenta tanto como el aire. En este caso, una paja podría
ser lanzada más fácilmente que una piedra, porque la paja es
más ligera y tiende hacia arriba más que la piedra. Del mismo
modo, si hubiera un hilo atado a la piedra debería ir delante
20 Alexandre Koyré
nelque diutius, quam remissa, diutius quoque tremit, atque ictum facit
maiorem. Si quaeratur etiam, cur aér in iactu non agitur in immensum:
respondent: quia communicatur ille motus a lapide partibus proximis,
et ab hisce subinde reliquis contiguis, ut etiam vel eodem Aristóteles,
teste et auctore (8* phys.) non sit unus ille motus, quia mobile non sim-
pliciter ídem permancat, at vero cum motus ille non sit ñeque lapidi,
ñeque aeri naturalis, sed utrique eveniat ab externo praeterea circum-
feientiam versus dilatetur, quemadmodum ficri conspicimus ubi, lapis
in acquam proiciatur, facit. n. rotaciones in principio minores, sed velo-
ciores; et ob maiorem proportionem quam habet tum movens ad mobile:
et quia citius peragi solet spatium quo brevius est, in processu maiores
quidem, sed tardiores: et aucto spatio et proportione moventis ad mobile
imminuta: sic facit lapis in acrem proiectus; ideo motus segnior evadit;
ut demum fatiscat; et interposita quiete; quia motus aut contradi sunt,
aut contrariis respondent, semoto impedientc moveatur secundum natu-
ram. Reddi etiam causa potest, cur pila lusoria facilius repcrcutiatur,
quam lapis: in motu.n. ante reflexionen! valde comprimitur: postquam
reflexa, est dilatatur; ita quaerens innatara dimensionem (consequitur
autem ipsam, non secus atq. suum locum elementum genitum assequatur,
cum ablatum fuerit impedimentum) ex repulsione maiorem impulsum adi-
piscitur. Quo fit, ut cum positio haec illa praestet quod bona quaestionis
explicatio debet efficere: consentit.n. cum ratione, non oppugnat sen-
sum: satisfacit ómnibus problematis quac de re proposita quaeri possunt:
et inhaerentium caussas reddit: alacriter etiam a Latinis contra Arist.
ipsum defendatur. Et quoniam ita potest in methodo naturali experientia,
ut ceteris neglectis machinis ingenii et rationis, illi standum sit, statua-
mus ad opinionis huiusce confirmationem levissimam tabulam, ex qua
tomo, aut circino incidente orbis eximatur: ita ut sine mutuo attritu
orbis ille intra illud cavum circumagi possit, et tabula alicubi defixa,
vectis cum manubrio illi orbi infigatur, quod manubrium singulae utrinq-
furcillae, seu cervi sustineant. Tune manifestó apparebit circumactum
orbem intra illud spatium tabulae orbiculatum moveri á moto motore,
nullo aere impeliente. Ñeque tune, quia motus ille in orbem est, locus
crit aeri impellenti. Nam quamvis aer Ínter orbem et tabulam existat,
adeo est exiguus, ut nullas vires ad eum motum habiturus sit; coque
máxime, quod ipsius orbis politissima lacvitas ab aere circunstante,
neuliquam agitationis instigationem accipere valebit. Quo.n. laevius quid
est, eo magis agglutinationem respuit.
Quanquam quid aliud erat, quod a nobis in hac caussa reddcnda pos-
xct afferri, quam auctoritas ipsa Arist. qui aut hanc caussam omnino
recipit, aut si aliam probavit, evidentissima repugnantia concluditur?
Ilubet.n. Q. Mech. tantum ferri id quod fertur. i. proiieitur et pellitur,
quantum aéris moverit ad profundum. ideoque caussam reddebat, cur
iicquc magna nimis, ñeque valde parva proiici possent. Monstrant haec
omnia igitur impetum aeri in motu projectorum a movente primo non
rommitti, contra q. ab ipso Arist. contra Platonem decretum fuerit.
Ita magnum opus erit; si summus ille praeceptor a calumniis hisce pur-
tictur, id quod nos pro veritate ipsa mox aggrediemur, oppugnatores
t'iiim acerrimi sunt.»
22 Alexandre Koyré
quo gravius est, magis extrudit, magisque opprimens id quod est minus
grave, eo etiam velocius fertur. Ob id velocitas huius motus non quidem
ab interna caussa derivabitur, verum ab externa, et erit violenta, non
autem naturalis.
Ceterum in hos invectus est Aris. ab his quae monstrat sensus in
aliquo genere motuum, atque conclusit nonnullum esse quoque motum
naturalem in omni corpore et sursum etiam, tum quod ubi movctur
aliquid vi, citius fertur, si minus sit, quam si fuerit maius, tum praeterea
quia quicquid vi movetur in sui motus nitio \elocius est; evanescente
vero illo moventis Ímpetu, etiam déficit eius motus, ac naturalis illi
succedit, qui quidem in principio segnior est, vegetior vero fit in pro-
gressu, ac postremum prope finem velocissime fertur: nam id quod
aliquo fertur vi, movetur inde secundum naturam. At nos in elemen-
torum motu, verbi gratia quando térra descendit, cemimus quo maius
est illius moles, etiam ferri velocius. Praeterea conspicimus ipsam ¡nitio
segnius agí tari, quam in progressu et tum velocissime concitari cura
fuerit prope finem motus, atque ubi demum pervenerit ad médium, ab
ipso non moveri, nisi cogatur, Ídem quoque iudicandum de nonnullis
quae sursum ferunt. Ergo non oppressione, aut extrusione, aut ulla
denique vi moveri dicemus haec corpora, sed natura.
Veruntamen dicet quispiam. Esto motus hic naturalis, idemque in
fine velocissimus, idque ab Aristotele contra philosophos illos optime sit
conciusum. At non ob id huius eventi caussam tenemus, haec ergo su-
perest inquirenda in qua etiam multum est laboratum, atque adeo ut
septem opiniones circunferantur, et caussa quedam ab Aristotele allata,
tanquam parum idónea repudiata fuerit.
Nanque Hipparchus ita referente Simplicio, in opúsculo quodam, quo
sigillatim disquirit hoc ipsum problema, censuit motum naturalem esse
velociorem in fine, quia mobile prohibeatur aliena vi ab initio motus:
ex quo efficiatur, ut vim suam nativam exercere non possit, ideoque
pigerrime citetur: ceterum evanescente paullatim aliena illa, et extrín
seca vi rcficitur naturale robur, et quasi liberum impedimento efficacius
operatur. Ita fieri ut gradum accelerent in progressu, non secus atque
ubi conferbuerit aqua et amoveatur ab igne: namque ab initio paullatim
tepescit, et vix ullum progressum facere videtur fatiscente vero calore,
pristinam facultatem recupera!, celerius refrigeratur et eo usque demum
proccdit, ut etiam longe frigicUor evadat, quam ipsa foret ante calefac-
tionem. A qua Ítem sententia non abhorrere ccnseas. Arist. ipsum qui
tali hypothesi nixus caussas grandinis indagavit et experientia piscatorum
ipsas approbavit. Nota res est.
Contra Hipparchum haec dixit Alexander. Cum. n. duae sunt caussae
propter quas elementa feruntur in propria loca; prima quidem, quando
generantur; nanq. eo tempore quantum contrahunt de forma tantundem
etiam assequuntur de ipso ubi: altera vero quando iam genita extra
locum proprium ab aliquo detineantur, quemadmodum ignis apud nos,
et anfloveatur impedimentum. Esto igitur quod cum gignuntur, quia tune
perfecta non sunt, non possunt exercere facultatem illam suam nativam;
E n los albores de la ciencia clásica 27
per accidehs, tales como la supresión de los obstáculos, el calor
rarificativo, cierta gravedad adventicia; y esto separada o con
juntamente. Ahora bien, estas explicaciones son bastante verosí
miles; por eso, a menos que se tengan los ojos de Argos es fácil
equivocarse y habremos de examinar con mucha atención las
causas particulares.
»En la Antigüedad (pues comenzaremos por referimos a las
opiniones y doctrinas de los griegos), Timeo, Estratón de Lámp-
saco y Epicuro estimaban que, en verdad, todas las cosas eran
graves y que nada era leve de por sí; hay, pues, dos términos
del movimiento: el uno, el más alto, y el otro, opuesto a aquél,
el más bajo; pero el uno, a saber el bajo, es el lugar hacia el
cual todas las cosas tienden por naturaleza; el otro, por el con
trario, es aquél hacia el cual las cosas son llevadas por fuerza;
así, como todas las cosas son graves, se dirigen hacia abajo por
naturaleza; y si una de ellas está más baja o más alta, esto no
proviene sino de que los cuerpos más pesados ejercen presión
sobre los menos pesados, y por este hecho se sitúan debajo de
ellos; no se trata pues, de que alguna cosa sea en realidad leve
at postquam a genitis arceatur impediens, quid illa vetat, quominus
sccundum summum suae naturae concitentur?
Fortasse poterat hoc adversus Hipparchum, quia non urget id posi-
tioncm nostram: eo, quod adest semper impedimentum, quousque fuerint
in loco proprio, atque ubi remotum fuerit universum, iam non moventur
sed in proprio loco quiescunt. Idcirco existimarunt alii nescio quod,
inultos autem in eam venisse sententiam.
Simplicius ipse testatur: eorum velocitatem ex illo amplifican, quod
resistentia medii minor esset in fine motus, quam ab initio: quando-
quidem minor medii porlio relinqucretur a mobili superanda motu ad
íiriem tendente, eaque minus resisterct. Talis. n. cst conditio virtutum,
quae in materia consistunt, quod ceteris paribus in maiore corpore sunt
robustiores: médium vero motui resistere, immo vero caussam esse, cur
len.pus in loco mutando consumatur, ante docuimus quam ob rem ubi
médium rarius est maior solet esse celeritas, atque adeo ut in vacuo nom
futurus sit motus. Attamen caussa talis non est quam reddidit Arist.
inquiens augeri velocitatem in fine motus ex additione gravitatis, non
nutem ex eo, quod minor portio medii supersit. Sed quoniam revocatur
hic locus in controversiam, ne forte petitionem principii committamus,
el Iam sic urgeamus illos. Quia m ajori corpori ceteris paribus, utputa
figura, et insigni parvitate molis, excepta, plus aeris obsistit quam mi-
nori. Nanque omnia haec motus evariare possunt, seu naturales sint,
hívc animales, sive etiam violenti...
Flus igitur aer obsistit majori corpori, quam minori, et tamen corpus
innius citius delabitur quam minus. Non ergo medii resistentia potuit
esse caussa cur motus ab initio prigrior sit. Deinde quoniam caussa
endem intercedit, medii nimirum imminutio ubi motus violentus sit,
ulcut etiam ubi naturalis, quare item effectus Ídem contingere plañe
deberet. Cum igitur hoc ipsa experientia non confirmet; sed oppositum
potius doceat, credibile item non est eam esse caussam cur intendat
motus naturalis in fine.
28 Atexandre Koyré
corporis moti, quae cum motae sunt, natura, impetum habent efficiendi
ller directum, unde cum simul ¡unctac sint, et earum una continuata cum
uliu, dum circulariter moventur patiuntur violentiam, et in huiusmodi motu
per vim unitae manent, quia quanto magis moventur, tanto magis in iis
n'cscit naluralis inclinado recta eundi, unde tanto magis contra suam et
nutura volvuntur, ita ut secundum naturam quiescant, quia cum eis pro-
prium fit, quando sunt motae, eundi recta, quanto violentius volvuntur,
i unto magis una resistit alten, et quasi retro revocat eam, quam antea
reperitur habere.
Ab eiusmodi inclinatione rectitudinis motus partium alicuius corporis
lotundi fit, ut per aliquod temporis spacium, trochus cum magna violentia
•.••ipsum circumagens, omnino rectus quiescat super illam cuspidem ferri
■pium habet, non inclinans se versus mundi centrum, magis ad unam par-
Irm, quam ad aliam, cum quaelibet suarum partium in huiusmodi motu
non ¡nclinet omnino versus mundi centrum, sed multo magis per transver-
>•■1111 ad ángulos rectos cum linea directionis, aut verticali, aut orizontis axe,
IIu ut necessario huiusmodi Corpus rectum stare debeat. Et quod dico ipsas
parles non omnino inclinare versus mundi centrum, id ea ratione dico,
ipn.i non absolute sunt unquam privatae huiusmodi inclinatione, quae
■Illeli ut ipsum corpus eo puncto nitatur. Verum tamen est, quod quanto
magis est velox, tanto minus premit ipsum punctum, imo ipsum corpus
lanío magis leve remanet. Id quod aperte patet sumendo exemplum pilae
nllruius arcus, aut alicuius alterius instrumenti, seu machinae missilis,
linar pila quanto est velocior, in motu violento, tanto maiorem propensio-
liotn habet rectius eundi, unde versus mundi centrum tanto minus inclinat,
■l lianc ob causam levior redditur. Sed si clarius hanc veritatem videre
<lipis, cogita illud corpus, trochum scilicet, dum velocissime circumducitur
•m ai i, seu dividí in multas partes, unde videbis illas omnes, non illico
vtn mís mundi centrum descenderé sed recta orizontaliter ut ita dicam, rao-
m i Id quod a nemine adhuc (quod sciam) in trocho est observatum. Ab
Inihr.modi motu trochi, aut huius generis corporis, clare perspicitur, quam
i'iii'iit peripatetici circa motum violentum alicuius corporis, qui existimant
nnri'iu qui subintrat ad occupandum locum a corpore relictum, ipsum
Mirfius impeliere, cum ab hoc, magis effectus contrarius nascatur.
Illud, nihil, Aristotelis extra caelum nullomodo nobis inservit pro
i'lmalem Coeli spherica rotunditate, cum cuiusque alterius ex infinitis
lililí I* Coelum ipsum esse possit secundum suam superficiem convexam.
Muñí Coelum ea ratione sphericum non est, quod magis sit capax, quia ei
I.....merabiles alias figuras adeo magnas poterat concederé causa divina:
...I '.iihnericum est effectum, ne partem aliquam haberet sui termini su-
I>• 1 1liuiin, quia nullum corpus a breviori termino quam a spherico terminan
|Hll«kt.>
44 Alexandre Koyré
111 Ibid., cap. XXV, p. 184. «M otas rectus corporum naturalium sursum
mil deorsum non est naturalis prim o et per se.»
82 1bid., cap. x x ii i , p. 183. « Motum rectum esse continuum vel dissen-
tiente Aristotele.» Es suficiente considerar el movimiento rectilíneo produci
do por la rotación de un circulo: el vaivén al punto d que se desliza por
!u linea A no implica detención.
~7 * *
IV. GALILEO
p. 310.
D e m o til,
p. 310: «Privatur lapis quiete: ¡ntroducitur in campanam
D e m o ta ,
contraria eius naturali silentio; introducitur in lapidem
•i i i i lilla s s o n o r a
contraria illius quieti.»
iim illta s m o t iv a
p. 314: «Nunc... prosequamur ostendere, hanc virtutem
D e m o tu ,
....... . diminuí.» Benedetti sostiene también que el Í m p e t u s im p r e s s u s
■i debilita poco a poco. Pero, al igual que sus antecesores, no saca todas
i-»-, i nnsecuencias: asi cree, como todo el mundo, en la aceleración inicial
di I movimiento violento.
56 Atexandre Koyré
111 Para darse cuenta de hasta qué punto estaba arraigada esta creencia
absurda, no hay más qué ver cómo Descartes escribe en 1630 a Mersenne
I C u r ta d e e n e r o d e 1630, A. T., vol. t, p. 110. Adam-Milhaud, vol. I, p. 115).
-Ouisiera también saber si ha experimentado usted si una piedra lanzada
con honda, o la bala de un mosquete o un tiro de ballesta van más deprisa
v tienen más fuerza a la mitad de su movimiento que al comienzo, y si
llenen más efecto. Pues ésa es la creencia del vulgo, con la que, no obs-
lunte, no concuerdan mis razones; encuentro que las cosas que son empu-
Imías y que no se mueven por sí solas deben tener más fuerza al co
mienzo que la que tienen un instante después.» En 1632 (A. T., vol. I. pá
gina 259, A. M., p. 233), y de nuevo en 1640, Descartes explica a su amigo
ln que hay de cierto en esta creencia ( C e r t a á M e r s e n n e , 11 de marzo
lie 1640. A. T., vol. I I , pp. 37 ss.): « l n m o t u p r o j e c t o r u m no creo que el
proyectil vaya nunca menos deprisa al comienzo que al final, contando
desde el primer momento en que cesa de ser empujado por la mano o por
lu máquina: pero creo que un mosquete que no esté a más de un pie o
medio pie de una muralla no tendrá tanto efecto como si estuviera a quince
0 veinte pasos, ya que la bala, al salir del mosquete, no puede expulsar con
titula facilidad el aire existente entre él y esa muralla, y por eso debe ir
menos deprisa que si la muralla estuviera menos cerca. No obstante, es
I I lu experiencia a quien corresponde determinar si esta diferencia es sen-
Miilr, y yo dudo mucho de todos los experimentos que yo no haya hecho.»
I'm el contrario, Beeckman niega rotundamente la posibilidad de una ace-
li ilición del proyectil, y escribe (B e e c k m a n a M e r s e n n e , 30 de abril de 1630,
1Viise C o r r e s p o n d a n c e d u P é r e M e r s e n n e , París, 1936, vol. i i , p. 437):
-liuiditores vero ac pucri omnes qut existimant remotiora fortius ferire
<|imin eadem propinquiora, certo certius falluntur.» Sin embargo, admite
Iniitbién que hay algo de verdad en ello y que es necesario explicarlo:
Nnm dixeram plenitudinem nimiam aeris impediré effectum tormentarii
iilnbi, sed pulverem pyrium extra bombardam jam existentem forsitan
nilhue rarefieri, ideoque fieri posse ut globus tormentarius extra bornbar-
i un nova vi (simili tándem) propulsus, velocitate aliquamdiu cresceret.»
58 Alexandre Koyré
eliam et de levitate medii per quod fit motus: nisi enim aqua levior esset
lapide, tune lapis in aqua non desccnderet.» Ibid., p. 262: «Diversa mobilia
in eodem medio mota aliam servare proportionem ac quae illis ab Aristo-
tele est tributa.» Sobre todo, la proporción es aritmética y no geométrica.
Galileo, siguiendo los pasos de Benedetli, aplica al problema de la caída
los teoremas de la hidrostática. Cf. ibid., p. 272: «Excessus quibus gravitas
sua mediorum gravitates excedit.»
“ 0 De motu, p. 272: «Erunt enim Ínter se talium mobilium velocitates,
ut excessus quibus gravitates mobilium gravitatem medii excedunt.»
,J1 De motu, p. 334: «Experientia lamen contrarium docet: verum enim
est, lignum in principio sui motus ocius ferri plumbo: attamen paulo post
adeo acceleratur motus plumbi, ut lignum post se relinquat, et, si ex alta
turri demittantur, per magnum spatium praecedat: et de hoc saepe peri-
culum feci.» Como se ve, tas «experiencias» de Galileo no son muy de fiar.
m De motu, p. 311: «Cum enim leve illud dicamus quod sursum fertur,
lapis autem sursum fertur, ergo lapis levis est dum sursum fertur. Sed
dices, leve illud esse quod sursum naturaliter fertur, non autem, quod vi.
Ego autem dicam, leve id naturaliter esse quod sursum naturaliter fertur;
leve autem id praetematuraliter aut per accidens aut vi esse, quod sursum
praeter naturam, per accidens et vi fertur. Talis autem est lapis a virtute
impulsus.»
E n lo s a lb o re s de la c ie n c ia clá s ica 61
minus gravia vel levia considerarían qui ante Aristotelem; et hoc quidem,
meo iudicio, iure optimo: Aristóteles autem 4" Cacli, opinioncm antiquorum
confutare nititur, suamque huic contrariam confirmare. Nos autem, anti
quorum in hoc opinione secuturi.» Cf. el texto citado supra, p. 60, n. 122.
134 De motu, p. 289: «Quod si... per se, simpliciter et absolute... quacra-
tur utrum elementa gravia sint, respondemus, nedum aquam aut terram
aut acrem, verum etiam et ignem, et si quid igne sit levius, gravitatem
habere et detnum omnia quae cum substantia quantitatem et materiam
habeant coniunctam.» ¡bid., p. 355: «Gravitate corpus nullum expers esse,
contra Aristotelis opinionem.» Tesis, en último término, democrítca. que
se encuentra ya en Nicolás de Oresme y en Copémico. Galileo apela aquí
a los «antiguos» (p. 289) y a Platón (p. 292). ¿ f. p. 293: «gravissimum non
possit definiri aut mente concipi nisi quatcnus minus gravibus substat...
nec corpus levissimum esse id quod omni careat gravitate, hoc enim est
vacuum, non corpus aliquod.»
ns De motu, p. 275: «Eadem vi, qua sphaera plúmbea resistit ne sursum
trahatur deorsum etiam fertur: ergo sphaera plúmbea fertur deorsum tanta
vi quanta est gravitas qua cxcedit gravitatem sphaerae aqueae. Hoc autem
licet in lancis ponderibus intueri.» Cf. p. 342.
136 De motu, p. 270: «Motus sursum fit a gravitate, non quidem mobilis,
sed medii; ... celeritas motuum sursum, esse, sicut excessus gravitatis unius
medii super gravitatem mobilis se habet ad excessum gravitatis alteriuS'
medii super gravitatem eiusdem mobilis.» Ibid., p. 259: «in mobilibus
etiam naturalibus, sicut et in ponderibus lancis, potest motuum omnium,
tam sursum quam deorsum, causa reduci ad solam gravitatem. Guando
enim quid fertur sursum, tune attollitur a gravitate medii»; cf. ibid., pá
ginas 361 ss. Sobre la reducción de la levedad a una diferencia de peso, y
del movimiento sursum a un movimiento de «extrusión», concepción adop
tada por Nicolás de Oresme y, de modo diferente, por Copérnico, cf. supra,
páginas 27-28.
,TJ De motu, pp. 352 ss.: *Motus sursum nullum naturalem esse: Con-
ditio ex parte motus... est ut non possit in infinitum esse et ad indetermi-
natum, sed ut sit finitus et terminatus... ad aliquem terminum, in quo
lin los albores de la ciencia clásica 65
pos que se elevan no lo hacen jamás por sí mismos, espontá
neamente: es vi, es porque son empujados por otros, más
pesados que ellos. En adelante, el único movimiento natural que
reconoce Galileo es el de los cuerpos pesados (y todos lo son,
incluso el aire, incluso el fuego) hacia abajo, o sea hacia el
centro del mundo. Es también el único movimiento que posee
un fin natural, fin del que carece el movimiento hacia arriba.
que podían hacerse con los objetos de su física. Pues los ob
jetos de la física galileana, los cuerpos de su dinámica, no
son cuerpos «reales». En lo irreal del espacio geométrico no
hay cabida para los cuerpos «reales» — reales en el significado
del sentido común— . Esto lo había visto claramente Aristóteles,
pero no había comprendido que se pudieran suponer cuerpos
abstractos, como preconizaba Platón, como lo hará el platónico 183
Arquímedes. Ahora bien, el mismo Arquímedes no había logrado
dotar de movimiento a estos cuerpos abstractos. Esto fue obra
del arquimediano Galileo.
Ahora bien, la dinámica galileana sólo es válida para estos
cuerpos abstractos, situados en un espacio geométrico, para estos
cuerpos arquimedianos, en pocas palabras. Unicamente a ellos
se aplica el principio de inercia. Y sólo cuando el cosmos sea
sustituido por el vacío consumado del espacio euclidiano, cuando
los cuerpos esencial y cualitativamente determinados de Aristó
teles y del sentido común sean sustituidos por esos «cuerpos»
abstractos de Arquímedes, el espacio habrá cesado de desem
peñar un papel físico y el movimiento habrá cesado de afectar
a esos móviles. Estos podrán, en adelante, permanecer indife
rentes al estado — reposo o movimiento— en que se encuentren,
y el movimiento, convertido en un estado, podrá, como el reposo
cuyo status ontológico habrá alcanzado, conservarse indefinida
mente por sí mismo, sin que tengamos necesidad de una causa
que nos explique este hecho.
INTRODUCCION
i. GALILEO
citado por Duhem, De Vaccélération, etc., pp. 870 ss. «La gravedad que
desciende adquiere a cada grado de tiempo un grado de movimiento más
que el grado de tiempo transcurrido, e igualmente un grado de velocidad
más que el grado de tiempo transcurrido. Por tanto, a cada cantidad doble
de tiempo, la longitud del descenso es doble, al igual que la velocidad del
movimiento»; ibid., fol. 45, recto: «La gravedad que desciende libre ad
quiere a cada grado de tiempo un grado de movimiento, y a cada grado
de movimiento un grado de velocidad. Decimos que en el primer grado
de tiempo el peso adquiere un grado de movimiento y un grado de velo
cidad; en el segundo grado de tiempo adquiere dos grados de movimiento
y dos grados de velocidad, y asi sucesivamente, como se dijo anterior
mente.» Cf. Etudes sur Léonard de Vinci, vol. i i i , pp. 514 ss. Sobre la
física de Leonardo da Vinci, véase R. Marcolongo, «La mcccanica di
Leonardo da Vinci», en A tti delta Reale Accademia delle Scienze Fisiche
e Matematische di Napoli, vol. xix, 1932.
33 P. Duhem, De Vaccélération, etc., p. 872.
I¿ y de la caída de los cuerpos 87
lentes, o que por lo menos lo son según ellos (velocidad propor
cional al tiempo transcurrido, velocidad proporcional al espacio
recorrido), tanto Leonardo como más tarde Galileo y Descartes
escogen resueltamente la segunda. La razón nos parece, a la vez,
muy profunda y muy sencilla: reside por entero en el papel des
empeñado en la ciencia moderna por las consideraciones geo
métricas, por la inteligibilidad relativa de las relaciones espa
ciales ” .
El proceso del cual salió la fisica clásica consiste en un
esfuerzo para racionalizar, o dicho de otra forma, para geome-
trizar el espacio y matematizar las leyes de la naturaleza. A de
cir verdad, se trata del mismo esfuerzo, pues geometrizar el
espacio no quiere decir otra cosa que aplicar al movimiento
leyes geométricas. ¿Y cómo — antes de Descartes— se podría
matematizar algo sino es geometrizándolo?
Además, como acabamos de decir, es más «natural», más
«fácil», imaginar en el espacio que pensar en el tiempo. Y la
concepción en la que se detienen Leonardo, Benedetti y Galileo
parece lo suficientemente «natural». Porque si imaginamos
•—como lo hace Benedetti— a cuerpos graves cayendo a través
de su espacio arquimediano, ¿no nos vemos «naturalmente» em
pujados a admitir que caerán tanto más deprisa cuanto más se
alejen de su punto de partida? Es decir, ¿cuanto de más alto
caigan? ¿O cuanto de más bajo? ¿No es natural hacer que su
velocidad esté en función del espacio recorrido? Tomemos el
ejemplo de un cuerpo que cae de una altura de treinta metros.
I.lcga al suelo a una cierta velocidad. Si ahora lo dejamos caer
desde doble altura llegará al suelo a una mayor velocidad. ¿Qué
cosa más «natural» que hacer que esa velocidad dependa del úni
co factor que en los dos casos difiere: de la altura de la caída,
o sea, de la longitud del camino recorrido? ¿Y qué cosa más
natural que admitir una relación entre la variación de la altura
y el incremento de la velocidad; poner la velocidad en función
de la altura, admitir, incluso, una estricta proporcionalidad;
decir: un cuerpo que cae de una altura doble adquiere, al caer,
una velocidad doble?” . Y, respecto a esta concepción, ¿es que
la idea de hacer que la velocidad con la que el cuerpo que cae
recorre el espacio que atraviesa dependa no de este espacio, sino
** El espacio es racional —o, al menos, esquema de lo racional— , mien
tras que el tiempo es dialéctico. Cf. E. Meyerson, Identité el réalité, 3.* odie.,
I’itrís, 1926, pp. 27 ss.; 276 ss.; 280 ss.. De l’explication dans les Sciences,
París, 1921, vol. i, pp. 151 ss.; 261 ss.; n, pp. 204 ss., 377 ss., 380 ss.
” En esto es en lo que consiste el error. Pues es totalmente exacto que
lu velocidad depende de la altura; e incluso que no depende sino de la
(■llura; ése es el postulado de la dinámica galileana. Cf. infra, pp. 237 ss.
88 Alexandre Koyré
40 Véase supra, pp. 61-62. Galileo (D e motu, Opere, vol. I, p. 321, cf. Du-
hem, De Vaccélération, p. 892) afirma haber leído la exposición de la teoría
de Hiparco por Alejandro después de haberse forjado su propia concepción.
Es posible. Pero no deja de ser cierto que había sido expuesta por Bona-
mico. Véase supra, pp. 28-29.
41 Podemos admitir —aunque él no nos lo diga— que Galileo no dejó
de descubrir el carácter falaz de la teoría de Hiparco.
42 Véanse supra, pp. 63 ss.
Ley de la caída de los cuerpos 91
Debemos insistir en la importancia capital del abandono por
Galileo de la noción de ímpetus, causa interna del movimiento
del móvil. Sin duda conservará el término43; pero su significado
será completamente transformado: de causa del movimiento,
el ímpetus pasa a ser su efecto. En cuanto a la concepción del
ímpetus como causa del movimiento, desaparece pura y simple
mente. En su pensamiento esa noción bastarda, confusa, oscura,
no es reemplazada por nada. O, lo que es lo mismo, es reem
plazada por la de velocidad y movimiento. Ya en Pisa, al estu
diar los casos abstractos y privilegiados (los casos simples) del
movimiento — movimiento circular «alrededor de un centro»,
movimiento horizontal, límite entre el movimiento acelerado del
descenso y el retardado de la subida— , Galileo aprendió que,
en esos casos, contrariamente al sentido mismo de la teoría
del ímpetus, el movimiento parecía ser capaz de perdurar eter
namente44. Los teóricos del Ímpetus, o al menos algunos de
ellos (como Piccolomini y ya entonces Buridan), afirmaban, es
verdad, que en ciertos casos — especialmente el del movimiento
circular— el ímpetus era eterno (inmortal). El ímpetus, se decía,
no tiene entonces ninguna resistencia que vencer; así pues, ¿por
qué habría de debilitarse? Razonamiento en el que sin duda
se puede reconocer el presentimiento confuso de una verdad,
pero que Galileo no podía admitir tal cual. El ímpetus, definido
como causa del movimiento, debía — él lo veía claro— agotarse
en su producción. Si no obstante permanecía igual a sí mismo
era porque no desempeñaba ningún papel en el hecho de la
continuación del movimiento. No es el ímpetus el que mantiene
y hace durar al movimiento: éste se conserva solo. Y como mo
vimiento implica velocidad (como característica esencial), decir
que el movimiento se conserva tal cual quiere decir, también,
que la velocidad se conserva igualmente. El movimiento, como
lu velocidad, e incluso sobre todo esta última, modifican en
cierto modo su status ontológico: de efectos producidos por
una causa y que sólo duran y existen mientras dura la acción
de la causa que los produce (ejemplo: presión), pasan a ser
entes relativamente independientes que se conservan por sí
i o Io s , como se conserva por sí solo el reposo de un cuerpo que
iiu se mueve45. Esto en cuanto al movimiento «abstracto». En
movimiento sólo existe como efecto de la causa que lo mantiene. Por ello
se aplica a éste el principio cessante causa cessat effectus. Véase infra,
página 122.
48 Quaestiones mechanicae, n, p. 24.
47 La persistencia de la terminología — todavfa habla Newton de ímpe
tus— engañó a Duhem, quien no notó la profunda transformación que
esta noción, o este término, experimenta en Galileo. Esta incomprensión
explica, pero no justifica, juicios como éste, donde cada palabra es falsa
(P. Duhem, De Vaccélération, etc., p. 888): «...aun a riesgo de chocar con
ideas preconcebidas y contradecir leyendas, nos es necesario afirmar estas
proposiciones: las opiniones profesadas por Galileo con respecto a la di
námica llevan la huella profunda de los principios peripatéticos, se apar
tan muy poco de las doctrinas admitidas por buen número de físicos del
siglo xvi, y están notoriamente atrasadas con respecto a las intuiciones
de algunos de sus predecesores». Juicios análogos en Les origines de la
stattyue, vol. i, París, 1905, pp. 260 ss., y en los Etudes sur L. de Vinci,
volumen in, pp. 560 ss., no están mejor fundamentados.
Ley de la caída de los cuerpos 93
Cuando en 1604 Galileo aborda de nuevo el problema de la caída
de los graves, posee, como hemos visto, las fórmulas que aso
cian la duración de la caída al espacio recorrido; posee, como
acabamos de ver, el principio cardinal de la conservación del
movimiento y de la velocidad. En cambio, renuncia a todo
intento de explicación causal, y no busca más que un principio,
un axioma que permita deducir las leyes descriptivas de la
caída. Ahora bien, como hemos visto también, era la consi
deración causal la que en el análisis del movimiento (del movi
miento en general, y del de la caída en particular) ponía en
primer plano la noción de tiempo. No es, pues, de extrañar, que
la renuncia a la explicación causal refuerce la tendencia a la
geometrización y, por consiguiente, a la espacialización. En lugar
de pensar en el movimiento, Galileo se lo representa. Ve la línea,
el espacio recorrido con una velocidad variable. Y esta línea — tra
yectoria— es la que toma como argumento de la función, velo
cidad. El esfuerzo de geometrización, sostenido y corroborado
por la imaginación y no obstaculizado por el pensamiento cau
sal, rebasa la meta que se había asignado: la meta de la diná
mica era matematizar el tiempo; ahora bien, Galileo lo elimina.
El esfuerzo realizado termina en un fracaso. Fracaso que Galileo
no nota al principio. Pues al rehacer en sentido inverso el razo
namiento que le ha llevado de unas fórmulas descriptivas co
rrectas a un principio erróneo, encuentra, partiendo de este
principio, las consecuencias de las que había partido.
He aquí lo que escribe sobre el particular48:4 5
Á> Cf. Duhem, Eludes sur Léonard de Vinci, vol. m , pp. 570 ss.
** He aquí el razonamiento de Galileo (véase Discorsi, etc.. Opere, vo
lumen vn i, p. 204) que tanto Duhem (op. cit., p. 578) como Caverni ( Storia
del método sperimentale in Italia, vol. iv, Bolonia. 1895, p. 295) encuentran
concluyente: «Cuando la velocidad guarda la misma proporción que los es
pacios atravesados o por atravesar, esos espacios serán atravesados en
tiempos iguales. Pues si la velocidad con la que el grave atraviesa el espa
cio de cuatro codos fuera doble de la velocidad con la cual ha atravesado
los dos primeros pies (puesto que el espacio es doble del espacio), los
tiempos de estos movimientos serían iguales. Pero un mismo móvil no
puede atravesar los cuatro codos y los dos, en idéntico tiempo, si no es en
un movimiento instantáneo, y hemos visto que el grave que cae ejecuta su
movimiento en el tiempo, y pasa los dos pies en un tiempo menor que
los cuatro. Por consiguiente, es falso que la velocidad se incremente como
el espacio.» Este razonamiento contiene un error análogo al del razona»
miento a que más arriba hemos aludido: Galileo aplica aquf al movimiento
cuya velocidad aumenta proporcionalmente al espacio recorrido un cálcu
lo que sólo es válido para el movimiento uniformemente acelerado (con
I.cy d e la ca íd a de lo s c u e rp o s 97
11 DESCARTES
57 Por otra parte, Descartes no era de los que se callaban. Cf. Journal
de Beeckman, Descartes, Oeuvres, ed. A. T., vol. x, p. 331: «Is dicebat
mihi se in arithmeticis et geometricis nihil amplius optare: id est se tan-
tum in iis his novem annis profecisse quantum humanum ingenium capere
possit.»
88 Véanse, en especial, P. Duhem, Eludes sur Léonard de Vinci, vol. m,
Les précursetirs parisiens de Gatilée, París, 1913, pp. 566 ss., y G. Milhaud,
Descartes savant, París, 1920, pp. 25 ss. Cf. también J. Sirven, Les années
d'apprentissage de Descartes, París, 1928.
89 La obra de Gilbert (Guilielmi Gilberti Colchestrensis De Magnate...
Londini m d c ), que hacía de la tierra un imán y explicaba la calda por la
atracción terrestre, tuvo gran repercusión, y desempeñó un papel de primer
orden en la evolución y en la transformación de las concepciones físicas.
Por ello será muy alabado por Galileo, y seguido por Kepler, Gasscndi y
Newton. Sin duda, la concepción que Gilbert tenía de la atracción —fuerza
maravillosa y comparable al alma— era contraria al espíritu de la nueva
ciencia, y, por lo tanto, inutilizable para Galileo y Descartes. Pero justamen
te a eso se encaminarán los esfuerzos de Gassendi y Newton: a transfor
mar la atracción gilbertiana en una fuerza no dirigida hacia su objeto.
80 Journal de Beeckman, 1613, Descartes Oeuvres, ed. A. T., vol. x, p. 60,
nota f: «Mota semel nunquam quiescunt, nisi impediantur. Omnis res setncl
mota nunquam quiescit, nisi propter externum impedimentum. Quoquc
impedimentum est imbecillius, eo diutius mota movetur: si enim aliquid
in altum projiciatur si nulque circulariter moveatur, ad sensum non quies-
cet ante reditum in terram; et si quiescat tándem id non fit propter impe
dimentum aequabile, sed propter impedimentum inaequabile, quia alia
atque alia pars aeris vicissim rem motam tangit.» Sin embargo, no confuo>
damos, como todavía se hace con mucha frecuencia, así, por ejemplo,
lo hace Duhem (cf. De Vaccélération, etc., p. 904), y antes que él Wohlwill.
Ley de la caída de los cuerpos 99
Todo esto —y ya es mucho— es la estructura física del pro
blema y Beeckman lo sabe, pues, antes de encontrarse con
Descartes; pero aun comprendiendo perfectamente (mucho me
jor que Descartes) el lado físico de la cuestión, es incapaz de
cesa ría mente dos dimensiones. Por eso la figura (el triángulo o el rec
tángulo) representa literalmente la suma de los «momentos» o «grados de
velocidad» infinitos. Es lo que no parece haber comprendido Duhcm.
71 Véase P. Duhcm, Etudes sur L. de Vinci, vol. m , p. 570, y G. Milhaud,
Descartes savant, p. 27.
72 Cogitationes privatae (A. T., vol. x, pp. 219 ss.): «Contigit mihi ante
paucos dies familiaritate uti ingeniosissimi viri, qui talcm mihi quaestionem
proposuit: Lapis, aicbat, descendit ah A ad B una hora; attrahitur autem
a térra perpetuo eadem vit, nec quid deperdit ab illa celeritate quae illi
impressa est priori attractione. Quod enim in vacuo movetur semper moveri
existimabat. Queritur quo tempore tale spatium percurrat.»
73 Es sabido que Descartes negará más tarde haber aprendido jamás
nada de Beeckman. Cf. Carta a Mersenne, 4 de noviembre de 1630 (A. T „
volumen i, pp. 171 ss.), y Carta a Beeckman (A. T., vol. i, pp. 157 ss.).
74 E. Gilson notó ya este rasgo carterfstico del espíritu cartesiano:
Descartes se ocupa mucho menos de establecer un hecho que de explicarlo.
Véase E. Gilson, Etudes sur le rdle de la pensée médiévale dans la form a-
tion du systéme cartésien, París, 1930.
Ley de la ca íd a de lo s c u e rp o s 105
He aquí, pues, su respuesta75: «Resolví el problema. En el
triángulo isósceles rectángulo, ABC representa el espacio (el
movimiento); la desigualdad del espacio del punto A a la base
HC, la desigualdad del movimiento,6. Por consiguiente, AD será
atravesado en el tiempo representado por ADE; y DB en el
tiempo representado por DEBC: donde hay que señalar que el
espacio menor representa el movimiento más
«s lento. Pero ADE es la tercera parte de DEBC:
\ por consiguiente, AD será atravesado tres veces
\ F más lentamente que DB».
~ Nv «Pero se podría también plantear este proble-
ma de otra forma, a saber: [admitiendo] que la
c tuerza atractiva de la tierra sea igual a la que
lúe en el primer momento: y que se produzca
mía nueva, mientras dura la precedente. En este caso, el pro
blema se resolvería por la pirámide.»
¡Curioso añadido! Se ve claramente hasta qué punto el pro
blema del mecanismo físico de la caída es ajeno al espíritu de
Descartes. El que Beeckman lo haya resuelto efectivamente no
lo detiene. E imagina otro caso «posible»: el caso en que la
tuerza atractiva aumentara por instantes; entonces, en el segun-
ilo momento, el cuerpo sería atraído con una fuerza doble; en
el tercero, por una fuerza triple, etc. Claro está que en este caso
• I cuerpo caería mucho más deprisa” .
¿Cómo sería posible tal incremento de la «fuerza atractiva»?
Descartes no se hace esta pregunta. Pues, en realidad, ve el pro
blema como matemático puro, como geómetra puro y no como
I Isleo: se trata de establecer una relación entre dos series de
•nulidades variables. ¿Por qué no ensayar, mientras se está en
eso, una hipótesis divertida?
Descartes es un geómetra, un matemático puro. Al parecer
i ', esa la razón por la que no comprende muy bien los «prin-
vitas, levitas, durities, etc.; y hay que explicar todo esto a partir
de la noción de movimiento, la noción más simple que posee
mos m.
Aserción paradójica: ¿acaso no es el problema del movi
miento el problema de la filosofía desde — al menos— Aristó
teles? ¿No llenan los voluminosos De moiu las bibliotecas filo
sóficas? Descartes es muy consciente del carácter sorprendente
de su aserción. Por eso nos dice que no se trata, en absoluto,
del movimiento de los filósofos. Se trata de algo completamente
diferente. «Los filósofos suponen», en efecto, «varios movimien
tos que piensan pueden realizarse sin que ningún cuerpo cambie
de lugar... Y yo no conozco sino aquel que es más fácil de con
cebir que las líneas de los geómetras: el que hace que los cuer
pos pasen de un lugar a otro y ocupen sucesivamente todos los
espacios que están entre los d o s »113.
Los filósofos han cometido además otra fechoría. Así, «atri
huyen al menor de estos movimientos una existencia mucho
más sólida y real que la que atribuyen al reposo, el cual, según
dicen, no es sino la privación del movimiento. Yo en cambio
concibo el reposo como una cualidad que debe atribuirse a la
materia mientras permanece en un lugar, así como el movi
miento es una cualidad que le es atribuida mientras cambia de
•litio» 114.
De donde se desprende de modo evidente que el movimiento
no es un processus sino un status, y en cuanto tal sigue, en el
nuevo «mundo» construido por el pensamiento de Descartes, las
leyes que en el «antiguo» se aplicaba a los estados. Por eso, la
primera de las « reglas» según las cuales hace Dios actuar a la
materia, es: «Que cada parte de la materia, en particular, con
tinúe estando siempre en un mismo estadow , mientras el en
cuentro con otras no le obligue a cambiarlo. Es decir que... si
■•s detenida en algún lugar, jamás partirá de ahí a no ser que
las otras la expulsen; y una vez que ha comenzado a moverse
inntinuará siempre con igual fuerza, hasta que las otras la de
tengan o la retarden»116.
i muido descienden, aunque esto no pueda continuar; e incluso que, cuando
Inin llegado a cierta velocidad, no la pueden aumentar más; y esto queda
i'infirmado por lo que escribís sobre las gotas de lluvia, etc.» Observemos,
de paso, que desde que la cree falsa. Descartes ya no reivindica la pater
nidad de esta ley.
1,11 Cf. R e g u la e a d d i r e c i i o n e m in g e n ii, X U ; O e u v r e s , ed. A. T., vol. x, pá-
ylilas 419, 420.
113 L e M o n d e , A. T., vol. XI, p. 39.
I b id . , p. 40.
113 El subrayado es nuestro.
Le Monde, A. T., vol. XI, p. 38.
122 Alexandre Koyré
117 Ibid.
118 Es de destacar que para Descartes y los cartesianos, la extensión
es sustancia o atributo esencial, mientras que la duración se confuiwli
con el ser y el tiempo no es más que un modo. E incluso un modo -ii>'
jetivq.
Ley de la caída de lo s c u e rp o s 123
lanío la había formulado Galileo, era sin duda alguna una ley
abstracta»; una ley que no podía realizarse tal cual en la expe
riencia cotidiana del hombre. En efecto, suponía la existencia
del vacío; y, estrictamente hablando, no era válida sino en el
vacío, pues hacía abstracción de la resistencia del aire. Aquella
ley suponía, además, como expresamente lo formulara Desear
les, que la acción de la pesantez era siempre igual a sí misma.
Suposición que no se podía admitir mientras no se conociera
ln verdadera naturaleza de la pesantez. Pues bien. Descartes la
conoce ahora: la pesantez no es, de ninguna manera, una cuali
dad simple y última del cuerpo; tampoco es la expresión de
la atracción del cuerpo pesado por la tierra: resulta de un em
puje, de! hecho de que el cuerpo sea empujado hacia la tierra
por una multitud de partículas, por la materia sutil que gira
i niño un torbellino alrededor del globo terrestre119. Se ve pues
i luramente que admitir el vacío es contrario al sentido común:
lio sólo el vacío es en sí imposible; no sólo la aceptación de su
\istcncia nos obligaría a admitir la noción oscura y mágica de
acción a distancia (atracción), sino que también, y más concreta
mente, el hecho de asumir el vacío no facilitaría de ningún modo
la explicación de la caída de los graves: por el contrario, la haría
imposible: «N o hay duda — escribe Descartes— de que si la ma
lí l ia sutil que gira alrededor de la tierra no estuviera girando,
ningún cuerpo sería pesante...»121.
Ahora bien, en lo que antaño «comunicara» Descartes por
•mía a Mersenne sobre la caída de los graves, «no sólo suponía
• I vacío, sino también que la fuerza que hacía moverse a esta
piedra, actuaba siempre por igual, lo que repugna abiertamente
ii las leyes de la naturaleza: pues todas las potencias naturales
«i l úan más o menos, según que el objeto esté más o menos dis
puesto a recibir su acción; y es seguro que la piedra no está
igualmente dispuesta a recibir un nuevo movimiento o un aumen-
lu de velocidad cuando se mueve muy deprisa que cuando se
percibirlos, y que son tanto más largos y numerosos cuanto más lento es
el movimiento... Lo que supone que también ocurre en el movimiento na
tural de las piedras y de los cuerpos pesados que caen hacia el centre
de la tierra...» Cf. Correspondance du P. Marín Mersenne, vol. u, pp. 291 ss,
>•>» Tal fue, entre otras, la opinión de Beeckman. Cf. Correspondanct
du P. Marín Mersenne, vol. i i , pp. 260, 400. Esta concepción no es en modo
alguno absurda: es la de la teoría de los guama.
lw Carta a Galileo, del 21 de marzo de 1626 (Opere, vol. x m , p. 312).
1,1 Opere, vol. I I , p . 262.
U1 Cf. Opere, vol. 11, p. 263.
Ley de la caída de los cuerpos 131
Este argumento experimental gusta mucho a Galileo, quien
lo repetirá en los Discursos en forma apenas diferente — lo cita
remos, por lo demás, tu extenso— , pero se da cuenta de que
no vale como demostración. Por eso refuerza su «experimento»
con las siguientes consideraciones H3: «N o hay que perder de
vista que los mismos grados de velocidad pueden ser adquiri
dos en tiempos más o menos grandes, y ello por causas diversas,
una de las cuales — que nos interesa particularmente— es la
longitud del espacio en el que se realiza el movimiento. Efecti
vamente, los graves no sólo tienden, por la vertical, hacia el
centro de todas las cosas graves, sino que también [se mueven]
en los planos inclinados hacia el horizonte, y esto tanto más
lentamente cuanto menor es esa inclinación; más lentamente,
pues, en aquéllos cuya elevación sobre el horizonte es mínima,
y la infinita lentitud, es decir, el reposo *144, se encuentra sobre el
mismo plano horizontal. Ahora bien, la diferencia en los grados
de velocidad que así se adquieren es tan grande que el grado ad
quirido por el grave al caer verticalmente en un minuto no
puede adquirirse en el plano inclinado más que al cabo de una
hora, de un día, de un mes, de un año entero, y esto a pesar
de que los graves descienden con una aceleración continua». La
no incompatibilidad e incluso la gran posibilidad de estos «acci
dentes» puede ser explicada «por un ejemplo geométrico que,
simbolizando las velocidades por lineas y el transcurso continuo
del tiempo por el movimiento uniforme de otra línea, nos mues
tre que los grados de velocidad son realmente infinitos en
número».
Curioso argumento que, obviamente, presupone lo que pre
cisamente se trata de demostrar y que, además, admite como
evidente que los cuerpos que caen de una altura determinada
adquieren siempre el mismo grado de velocidad, cualquiera que
sea la vía — vertical o plano inclinado— que hayan seguido I45.
El Dialogo, obra que sólo es científica a medias 14#, pasa há
bilmente por encima del problema de la continuidad. Pero los
Discursos vuelven a la carga; ya en el principio del libro II de
■« lbid „ p. 264.
144 La asimilación del reposo a la «lentitud infinita» parece restablecer
la continuidad entre «reposo» y «movimiento». Pero, en realidad, esto no
n> más que una apariencia: el paso de lo infinito a la finito no es más
lúcil que el paso de la nada a algo.
144 Galileo admite como «postulado» o axioma que la velocidad del
rt'erpo que desciende no depende más que de la ahura de la calda,
(I . tnfra, p. 237.
l4C Sobre la estructura literaria y espiritual del Dialogo y de los Dis-
t orsi, y el papel atribuido a los interlocutores, véanse inira, pp. 200 ss.
132 Alexandre Koyré
definición
1W Dialogo, p. 256.
Ibid., p. 256.
188 Véanse infra, pp. 264 ss.
iw Discorsi, ni, 1. n. Teorema, i, proa. 1, p. 208. Nada más curioso que
las figuras con las que acompaña Galileo su demostración. Parece tener
conciencia de lo poco natural que es su manera de representar el espacio
recorrido, la trayectoria del movimiento, es decir, una linea, por una su
perficie, y lo fácilmente que este modo de representación puede conducir
nos al error de la geometrización a ultranza, error que en otro tiempo él
mismo cometió. Sería preciso representar la trayectoria igualmente por una
linea. Pero Galileo no sabe cómo hacerlo. Por eso se limita a trazar una al
lado del dibujo, sin relación alguna con éste.
Ley de la caída de los cuerpos 141
atravesado por el mismo móvil que se moviera con un movi
miento uniforme y cuya velocidad fuera el grado medio entre
los grados máximo y mínimo de dicho movimiento uniforme
mente acelerado.
«Supongamos que la extensión AB representa el tiempo en
el cual el espacio CD es atravesado por el móvil (que se mueve)
con un movimiento uniformemente acelerado a partir del repo
so, y que el grado último y máximo de la velocidad acrecen
tada en los instantes del tiempo AB está representado por EB,
erigida de cualquier modo sobre AB; reunidos [los puntos] A
y E, todas las líneas trazadas paralelamente a EB desde todos
los puntos de AE representarán los grados de velocidad crecien
te después del instante A. Luego, dividida la línea BE en mitades
por F, y las líneas FG, AG llevadas paralela-
r mente a las BA y BF respectivamente, se ob
tiene el paralelogramo AGFB igual al trián
gulo AEB, paralelogramo que, por su lado GF
divide en I la línea AE en dos mitades. Si
las paralelas del triánguo AEB fueran exten
didas hasta IG, tendríamos el aggregatum de
todas las paralelas contenidas en el cuadrilá
tero igual al aggregatum comprendido en el
triángulo AEB; pues las que están en el trián
gulo IEF son iguales a las que están conteni-
i> das en el triángulo GIA; en cuanto a las que
están en el trapecio AIFB, son comunes a
«mbos. Ahora bien, como a todos y cada uno de los instan
tes del tiempo AB corresponden todos y cada uno de los pun
tos de la línea AB, y como las paralelas trazadas a partir de
estos puntos, comprendidas en el triángulo AEB, represen
tan los grados crecientes de la velocidad acelerada, mientras
que las líneas contenidas en el paralelogramo representan si
milarmente otros tantos grados de velocidad no creciente sino
Igual [uniforme], está claro que en el movimiento acelerado
según las paralelas crecientes del triángulo AEB faltan tantos
momentos de velocidad como en el movimiento uniforme con-
lorme a las paralelas del paralelogramo GB. En efecto, los
momentos que faltan en la primera mitad del movimiento acele
rado (a saber, los momentos representados por las paralelas del
ii ¡ángulo AG I) están compensados por los momentos represen
tados por las paralelas del triángulo IEF. Está, pues, claro, que
los espacios atravesados en el mismo tiempo por los dos móvi-
lr», uno de los cuales se mueve con movimiento uniformemente
melerado a partir del reposo y el otro con un movimiento •
142 Alexandre Koyré
» » Ibid., p. 213.
lw Carta a Mersenne, abril de 1634 (A. T., vol. i, p. 287, A. M., vol. i,
Ingina 254).
146 Alexandre Koyré
CONCLUSION
INTRODUCCION
de Galileo con claridad suficiente para evitar todo error: al menos para
el lector imparcial. Por desgracia, están los otros... Por eso nos vemos in
cluidos por A. Mieli en la cohorte de los «detractores» y «enemigos» de
Galileo; cf. A. Mieli: «II tricentenario dei 'Discorsi et dimostrazioni mn
tematiche’ di Galileo Galilei», en Archeion, vol. XXI, n. 3, Roma, 1938.
* Pascal, Pensées et opuscutes, ed. Brunschvicg. París, 1907. p. 193.
5 Lo que quiere decir que el cuerpo abandonado a si mismo pcrmaiHXv
inmóvil o se mueve indefinidamente con movimiento rectilíneo y uniforme,
en otros términos, que conserva su velocidad y dirección. Véase Laplao-,
Exposition dtt systéme da monde, Oeuvres, vol. VI, 1. m , c. 2, pp. 155 sv.
Lagrange, Mécanique analytique, París, 1853, pp. 308 ss.
8 Si el movimiento puede ser concebido como algo que perdura eterna
mente, como el reposo sin 'modificación y sin causa (m otor) es prccii.a
mente porque el reposo y el movimiento poseen, para la ciencia clásit >.
el mismo status ontológico, el de un estado. Empleando la terminóle»*.i
medieval, para Galileo y Descartes el movimiento cesa de ser form a fluen*
para convertirse en form a stans. Véanse p. 122 y pp. 307 ss.
G a l ile o y la ley d e la in e rc ia 151
n) Copérnico
” El subrayado es nuestro.
al N. Copémico, De revolutionibus orbium coeleslium, 1. i, cap. ix, pá-
lllna 101.
** El cielo, al girar en virtud de su naturaleza y al estar, además, pri
vado de peso, no se encuentra sujeto a los efectos de la fuerza cen
trifuga.
156 Alexandre Koyré
" Esta concepción nos parece sin duda bastante extraña. Para que deje
ti ‘.frío es suficiente, sin embargo, con imaginar el movimiento a seme-
Imii/ii de la propagación de una onda.
*" N. Copérnico, D e r e v o lu t io n ib u s , 1. i, cap. vm , pp. 93 ss.
" El movimiento de los cuerpos será, pues, en general, un movimien-
m mixto, y Copérnico dirá que lo circular se une a lo rectilíneo «como
M i'iifermedad al animal».
158 Alexandre Koyré
nubes, el aire, los pájaros y los cuerpos que caen o que son
lanzados al aire siguen el movimiento del globo terrestre y no
«se quedan atrás») no les estorba de ninguna manera en sus
movimientos de Oriente a Occidente? Los cuerpos graves están
animados por un movimiento natural hacia abajo. Por esto es
muy difícil imprimirles un movimiento hacia arriba; si los cuer
pos terrestres estuvieran animados por un movimiento natural
hacia la derecha sería prácticamente imposible hacerles ir hacia
la izquierda.
Pero por debajo del argumento copernicano hay ya una es<
pecie de germen de una nueva concepción que se desarrollara
más tarde. El razonamiento de Copérnico aplica a los fenóme
nos terrestres las leyes de la «mecánica celeste»: de esta forma
se abandona implícitamente la división del cosmos en regiones
supralunares y sublunares. Por otra parte, el razonamiento co
pernicano nos propone una explicación del hecho de que los
cuerpos no «se queden atrás», del hecho de que el grave, en
su caída, siga una línea vertical para nosotros y caiga al pie de
la torre desde la cual es lanzado: esta explicación la encuentra
en el hecho de que los cuerpos participan en el movimiento dv
la Tierra m.
¿Qué es lo que hay que modificar en el razonamiento coper
nicano para que de absurdo pase a ser aceptable? No pocas
cosas: hay que reemplazar la explicación mítica de la participa
ción de los cuerpos graves en el movimiento de la tierra (par
ticipación en la «naturaleza» de la tierra) por una explicación
física o, más exactamente, mecánica, es decir, hay que expli
citar las ideas subyacentes del razonamiento, y en especial la
idea de que para un conjunto de cuerpos animados por un mis
mo movimiento, ese movimiento, en el cual todos toman parle,
no cuenta; en otras palabras, hay que lograr la noción de
sistema físico, y admitir la relatividad, no sólo óptica —conin
hace Copérnico— sino también física, del movimiento. Pero con
seguir esto implica abandonar la noción aristotélica de moví-
miento y sustituirla por otra; lo que a su vez significa abandonar
la filosofía aristotélica por otra filosofía. Porque — como lo ve
remos cada vez más claro en lo sucesivo— de lo q u f se traln
a lo largo de todo este debate no es de un simple probleirui
científico, sino de un problema filosófico.38
b) Bruno
ner, Lipsiae, 1830, pp. 169 ss.: *Da quel, que rispondete a Vargomento tollo
da venti et nuvole, si prende ancora la risposta de l'altro che nel secondo
libro del cielo e mondo apportó Aristotele, dove dice, che sarebbe im-
possibile, che una pietra gittata a l'alto potesse per medesma rettitudinr
perpendicolare tom are al basso; ma surebbe necessario, che il velocissimo
m oto delta térra se la lasciasse m oito a dietro verso l'occidente.»
31 Aristóteles, De coelo, II, 14.
“ G. Bruno, op. cit., p. 170: «P er che essendo questa projezione d enti»
la térra, é necessario, che col m oto di quella, si venga a m ular ogni reía
zione di rettitudine et obbliquitá.»
w El subrayado es nuestro.
35 Ibid: « per che é differenza Ira il m oto del nave, e m oto di qucllf
cose, che sono ne la nave, il che se non fusse vero, seguitarebbe, rlu
quando la nave core per il mare, giammai ateuno potrebbe trare per d rill"
qualche cosa da un canto di quella a l'altro, e non sarebbe possibile t /<*■
un potesse far un salto, o ritornare co‘ pié, onde li tolse.»
G a lile o y la ley de la in e rc ia 161
18 I b i d : t C o r t la t é r r a d u n q u e s i m u o v a n o t u t t e le c o s e , c h e s i tr o v a r lo
lil té r r a .»
*' I b i d . : «Se d u n q u e d a l l o c o e s t r a ¡a t é r r a q u a lc h e c o s a fu s s e g it t a t a
ni t e n a , p e r i l m o t o d i q u e lla p e r d e r e b b e la r e t t it u d in e . C o m e a p p a r e n e
ln nave, la q u a l, p a s s a n d o p e r il i tu rn e , s e a lc u n o , c h e s i r i t r o v a n e la
ip o n d a d i q u e llo , v e n g a a g i t t a r p e r d r i t t o u n s a sso, v e r r á f a l l i t o i l s u o
im i t o , p e r q u a n t o c o m p o r t a la v e l o c i t á d e l c o r s o . M a p o s t o a lc u n o s o p r a
h n Im re d i d e t ta n a v e , c h e c o r r a q u a n t o s i v o g lia v e lo c e , n o n f a ll ir á p u n t o
II >i i o t r a t t o : d i s o r t e c h e p e r d r i t t o d a l p u n t o , c h 'é n e la c i m a d e l ’a r b o r e ,
" ne la g a b b ia a l p u n i ó , c h ’e n e la r a d ic e d e i a r b o r e o a lt r a p a r t e d e l
V r n ir o e c o r p o d i d e lt a n a v e , la p ie t r a o a lt r a c o s a g r a v e g it t a t a n o n
le r n a . C o s i se d a l p u n t o d e la r a d ic e a l p u n t o d e la c im a d e i a r b o r e , o
■I» la g a b b ia , a lc u n o c h ’é d e n t r o la n a v e , g i l t a p e r d r i t t a u n a p ie t r a , q u e lla
la m e d e s im a lin e a r it o r n a r á a b a s s o , m u o v a s i q u a n t o s i v o g l ia la
intve, p u r c h e n o n f a c c ia d e g l ’i n c h i n i . »
162 Alexandre Koyré
los «lugares» son sus lugares, puesto que todos son equivalen
tes. Y exactamente por la misma razón el cuerpo no se opone
jamás al movimiento; en efecto, se mueve siempre de su lugar
a su lugar. Así pues, todos los cuerpos poseen la misma aptitud
para el movimiento. Y para la inmovilidad, ya que al estar en
sus lugares no tienden hacia ninguna parte49.
Como se ve, el espacio es el verdadero «lugar» de los cuer
pos; es el mismo lugar de los «lugares» de Aristóteles; pues
éstos (las superficies envolventes de los cuerpos) están ellos
mismos en el espacio de Bruno. El propio Universo tiene su
lugar en el espacio: vacío inmenso, infinito que subtiende y
recibe lo realw.
Las objeciones de los aristotélicos concernientes a la imposi
bilidad tanto lógica como metafísica del infinito, y a la impo
sibilidad física del vacío, son rechazadas por Bruno51. Por el
contrario, es el finito (el cosmos limitado) de Aristóteles lo que
es incognoscible, falso e imposible; y es el infinito lo que es co
nocido, verdadero e incluso necesario59. Por supuesto el infi
nito no en potencia sino en acto, puesto que según Bruno la
propia materia está en todas partes y siempre en acto. En cuan
to al vacío, es expresamente identificado con el espacio que con
tiene a todos los cuerpos; el vacío es un infinito, cuyas partes
están en todas partes bajo los cuerpos: sin duda, de hecho no
existe el espacio vacío — salvo allí donde los cuerpos se tocan— ;*8
1
M Art. xxx, p. 126: *Ratio: Potuit sane Plato dixisse, materiam esse
rcceptaculum quoddam et locum quoddam receptaculum esse»; cf. tam
bién p. 130.
54 G. Bruno, Acrotismus, art. xxm , p. 120: « Ratio: Infinitum, quiu
infinitum. máxime non nutat, non trepidat; infinitas enim esl maxima
immobilitatls ratio, ideo infinitum seipsum, firmare dicitur: quia ex suo
ratione habet, atque natura firmitatem.» ¡bid., art. xxxiv, p. 134: *Ratio:
Vacuum est, a quo corpora recipiuntur, et in quo corpora continentur:
recipiunlur autem ab co, dum eodem spatio semper immobili permanente
(quo nihil fixius esse potcst) aer vel aliud alii in ipso cedil. Interim igitur
nihil per vacuum feri intelligitur, quasi ante ibi nihil extiterit, quia aér
est ubi nullum aliud Corpus sensibile apparct.»
ss G. Bruno, Acrotismus, art. xxxv, p. 135: «Non igitur ullus erit motus,
si non si vacuum, omne enim movetur aut e vacuo, aut ad vacuum, aul in
vacuo.»; ibid., art. xxvitt, p. 123: «Translatio corporum indicat magis lo
cum esse spacium, quam quideunque aliud. Est igitur receptaculum cor-
porum magnitudinem habentium, ad nullam quattuor causarum reducl-
bile, sed per se quintum causae genus referens.—Ratio: Hoc (spacium)
ñeque elementum est, ñeque ex elementis, non enim elementa corporen
habet, nec incorpórea; haud quidem corpórea, quia non sensibile: haml
incorpórea, quia magnitudinem habet. Porro vacuum est, seu spacium,
in quo sunt corpora magnitudinem habentia.»
M G. Bruno, Acrotismus, art. xxxv, p. 136: «Non necesarium est movcrl
in ¡nstanti quod movetur per vacuum»; ibid., p. 137: «In his ómnibus
quod ad motum spectat, vacuum nihil conducere videtur, cui non motiiut
vel quietem sed locum et continentiam tantum est administrare.»
Galileo y la ley de la inercia 169
realidad física. Infinidad del Universo, unidad de la Naturaleza,
geometrización del espacio, negación del lugar, relatividad del
movimiento: estamos muy cerca de Newton. El Cosmos medie
val ha sido destruido; se puede decir que desaparece en el vacío
llevándose consigo la física de Aristóteles y dejando sitio libre
para una «ciencia nueva» que, no obstante, Bruno no podrá
fundar.
¿Qué es lo que le detendrá en el camino? Sin duda, en pri
mer lugar, el impulso de su propio pensamiento; la inspiración
religiosa del mismo; su carácter animista; el valor afectivo que
posee para él el «Universo», la gran cadena de los seres. Pero
también el hecho, la experiencia, el dato.
Los cuerpos caen, la Tierra gira, los planetas describen círcu
los alrededor del Sol. Aristóteles lo explica; Bruno, en el fondo,
no lo sabe explicar57. Y ésta es una fuente de debilidad. Pues a
la física de Aristóteles no basta con oponerle una metafísica;
se precisa otra física. Indudablemente, la nueva física no puede
salir más que de una nueva metafísica; pero la metafísica de
Bruno, animista y antimatemática, no puede engendrarla: le es
forzoso entonces atenerse a la antigua física parisiense (la diná
mica del ímpetus); a la de Copérnico. Por eso vemos — espec
táculo extraño— a este hombre, a quien una profunda intuición
metafísica ha llevado tan lejos y tan alto, volver atrás, tropezar,
detenerse. El ímpetus, la fuerza-causa del movimiento, la ten
dencia de los todos a juntarse, el movimiento circular natural
de los todos, el movimiento circular natural de las esferas, los
astros dirigidos por almas “ .
Sin embargo, no seamos severos: el pensamiento tiene ho
rror al vacío; una teoría científica no desaparece si no es sus
tituida por otra. Ahora bien, esta otra sólo la elaborará Newton.
c) Tycho Brahe
claro que una bala de cañón que caiga desde lo alto de ese puente (desde
un punto a ) tocará al navio en el punto situado precisamente debajo del
punto de partida de la bala (en el punto b), al igual que una bala que
se deje caer desde lo alto del mástil de un navio en reposo tocará el
puente del navio al pie de ese mástil. Pero ahora imaginemos al navio en
movimiento; es evidente que la bala que parta del punto a no podrá nunca
locar el puente del navio en el punto B, punto que estaba debajo de A
en el momento de la partida de la bala: en efecto, durante el tiempo
de la caída de la bala, el navio, y por lo tanto el punto B, se han alejado.
¿Podemos admitir que sucederá otra cosa con la bala que cae desde lo
nlto del mástil? El aristotélico no lo podrá admitir. Efectivamente, supon
gamos que el mástil del navio sea tan alto como el puente bajo el cual
está pasando; supongamos, como lo hace Bruno, que en el mismo mo
mento, en el momento preciso en que la punta del mástil toca el punto
en cuestión, dejamos caer dos balas de cañón: una desde el puente, la
otra desde el mástil. El aristotélico no admitirá jamás que de esas dos
bulas, que descienden en caída Ubre, en el mismo momento y desde el
mismo lugar, una caiga recto hacia abajo, al agua, y la otra, describiendo
una curiosa curva, vaya a parar al pie mismo del mástil. ¿Qué posibilidad
liny de que sea asi? ¿Qué razón podria haber para admitir tal diferencia?
¿No seria esto admitir que la bala «sabe» dónde debe ir y «se acuerda»
de su asociación —pasada— con el navio y su mástil? Una concepción que,
ni aristotélico, le parecería —con razón— antropomórfica y mítica en ex
tremo.
84 Tycho Brahe, Astronomicarum epistolarum líber, p. 189; ed. Dre-
ver, p. 219: «E t quid, quaeso, fiet, si Tormento Bombardico majori versus
Orlum directo, explodatur globus ferreus, sive plumbeus, sive etiam lapi-
■leus, atq: ex eo ipso versus Occasum in eodem loco disposito, idque
titrinque ad pariles cum horizonte ángulos respectu prioris inclina-
llonis elevato? Au fieri posse putandum, ut globus utrinque eadem pul-
veris quantitate et vi emissus tantudinem in térra permeet spatii, ob
unturalem motus scientiam qua globus quilibet e terrestribus formatus
totam terram concomítaretur?»
172 Alexandre Koyré
d) Kepler
i
178 Alexandre Koyré
M Kepler, op. cit., p. 152: «Etsi Copérnico magis placet, Terram et te
rrena omnia, licet avulsa a Terra, una et eadem anima motrici informari,
quae Terram, Corpus suum, rotans rotet una partículas islas a corpore
suo avuisas: ut sic per motus violentos vis fiat huic animae per omnes
partículas diffusae, quemadmodum ego dico, vim fieri facultati corporeae
(quam gravitatcm dicimus seu magneticam) itidem per motus violentos.
Sufficit tamen pro solutis a Terra facultas ista corpórea; abundat illa
animalis.»
Galileo y la ley de la inercia 179
El amigo de Kepler, Fabricius " , en una carta del 26 de enero
de 1605, hace la siguiente pregunta sobre un pasaje de Tycho
en su colección de Cartas70 en el que Tycho le informaba de las
razones por las que había refutado a Rothmann, quien defendía
a Copémico. He aquí lo que dice Fabricius: «¿Con qué razona
miento quieres tú, partidario de Copémico, responder al argu
mento de Tycho sobre el disparo del cañón? Cierto, si el cañón
dispara hacia Oriente, la bala, gracias al movimiento más rápido
de la tierra, encontrará su lugar de reposo más bien hacia Oc
cidente, y no se podrá mover en absoluto hacia Oriente. Este
argumento contra el movimiento diurno de la tierra tiene una
fuerza hercúlea. Mas al ser destruido éste, el resto se viene aba
jo fácilmente». Sin duda. Pero, responde K ep ler*7®, «...en lo con
omni alio motu: tune ego lico futurum, ut non tantum lapis ad Terram
eat, sed etiam Terra ad lapidem, dividantque spatium intcrjectum in ever-
sa proportione ponderum, sitque ut A ad B causa molis, sic BC ad CA et C
locus ubi jungentur, plañe ea proportione qua statera utitur.»
*» Se ve hasta qué punto Kepler es aristotélico; |el reposo es una pri
vación, el movimiento es algo positivo! El fuego huye de la tierra: la
misma doctrina que en Copérnico o en el joven Galileo (cf. sttpra, pá
ginas 28 ss., 63 ss.). Pero la noción de la gravedad supone un progreso
sensible. La gravedad kepleriana es connatural a la materia, es una fuerza
universal común a los cuerpos y proporcional a su masa, y no ya una vago
tendencia de los semejantes a reunirse. O, si se prefiere, para Kepler, como
para Galileo, todos los cuerpos son «semejantes».
G a lile o y la ley de la in e rc ia 181
tum; non quidem ob causam a Tychone allegatam, sed ob hac ipsam quilín
ego diligenter hic cxplicui.»
Galileo y la ley de la inercia 185
ñas» de la atracción terrestre? Por ello no es de extrañar que
Fabricius, nada convencido, vuelva a la carga.
Y que Kepler, un poco irritado, responda de nuevo85: «Quie
res —escribe a su amigo— que te explique la solución del argu
mento de Tycho contra el movimiento de la tierra. No es tan
fuerte como la percusión de esta máquina [el cañón]. Está
claro que coincide con la famosa objeción: ¿cómo es que — si
mientras tanto se desplaza la tierra— la bala de cañón enviada
hacia arriba cae de nuevo en el mismo lugar?M. Hay que res
ponder que no sólo la tierra se desplaza mientras tanto, sino
que también lo hacen, con ella, las cadenas magnéticas e invi
sibles por las cuales la piedra está unida a las partes subyacen
tes y contiguas a la tierra, y por las cuales la piedra es atraída
hacia la tierra por el camino más corto, es decir, la vertical.
Ahora bien, en el caso del movimiento violento hacia arriba, to
das las cadenas se tensan más o menos por igual; al contrarío,
son las cadenas occidentales las que se tensan cuando la bala,
por efecto de la fuerza del cañón, es lanzada hacia Oriente, y
las orientales cuando los vapores empujan a la bala hacia Occi
dente. Ahora bien, el movimiento conjunto de la tierra y de to
das las cadenas no representa ninguna ayuda en un caso, ni
impedimento alguno en el otro. En efecto, la violencia del mo
vimiento que proyecta a la bala cae dentro del complejo de todas
las cadenas, que son tan fuertes que el viento contrario más
fuerte nada puede contra ellas; con mayor razón, pues, el aura
bonancible que gira con la tierra».
Se ve muy bien cómo se representa, o se imagina, Kepler la
situación: la piedra suspendida en el aire está unida a la Tie
rra por una infinidad de «cadenas» o «nervios» elásticos. Su
85 Kepler, Carta a Fabricius, 10 de noviembre de 1608 (Opera, vol. ui, p i
nina 462): «Cupis tibí declaran solutioncm argumenti Tychonici contra
inotum Tcrrae. Non est ita horribile, ut illius machinac ictus. Plañe coin
cidí! cum illa objcctione, cur globus sursum missus ad perpendiculum re-
cidat ad locum cundcm, si Terra interina abit. Respondcndum enim, non
lantum Terram interim abire, sed unam cum térra ctiam catcnas illas
magnéticas infinitas et invisibiles, quibus lapis alligatus est ad partes Tc-
rrae subjectas et circumstantes undique, quibusque rctrahitur próxima
Id est perpendiculari via ad Terram. Qucmadmodum igitur hic vis infertur
uitenis illis a motu violento sursum, quo fiet ut omnes illae aequaliter
quasi extendatur, ita quoque vis infetur catenis occidentalibus, cum globus
■I tormenti in orientem truditur. et vis infertur orientalibus, cum vapor
Iflobum protrudit in occidentem. Nihil nec impedit hic nec illic promovit
motus universalis Telluris et catenarum omnium. Nam hace motus vio
len! ia, quac globum projicit, versatur intus in complexu catenarum omnium,
ipiac tam sunt fortes, ut parum contra illas possit etiam ventus validissimus
■nntrarius, nedum aura quieta et cum Tellure circumiens.»
w Kepler no tiene toda la razón: como hemos demostrado más arriba, el
■i - tímenlo de Tycho no es del todo idéntico al viejo argumento aristotélico.
186 Alaxandre Koyré
87 Ibid., p. 462: «S i vero nullae tales essent cátense, remaneret sane lapli
in aethere pcndulus abeunte Terra, nec recideret ulla ratione. Facit ad haiii
considerationem et hoc, quod nullus jactus, ñeque quoad lineae longitmll
nem sensibilis est ad Telluris diametrum, ñeque quoad motus pcrnicituli'in
Telluris catenarumque seu virtutis magneticae. Sic igitur cum habeat Im >
negotium et animi mei sententia, noli a me petere, ut veritatcm protlam
ad comparandum vulgi favorem. Si consuli arti non potest nisi per fraucli ;
pereat sane: reviviscet nempe.»
G a lile o y la ley de la in e rc ia 187
M Ib ic l., pp. 462 ss.: «Objectio tua a ventis plañe ventorum naturam imi-
llttur, nihil efficit nisi strepitum. Quidquid enim de ventis tute ipse judicas
rl ego judico: si Tellus per vapidum aerem moveretur, jure objiceres ven-
lurum experimentiam. At nunc vapor, materia ventrorum, consistit intra
lomplexum virtutis magneticae Telluris; cumque sit substantiae tenuis uti
non valde attrahitur ad Terram. sic facile transfertur at abripitur a quali-
trnnque virtute magnética Telluris. Nam vis magnética fortissima quidem
t'M ratione suae propriae sedis, nempe Telluris, corporis densissimi: illa
lamen langescit in objectu materiae rarioris. Exemplo sit vis illa motus
vlolenti auctor. Puer manu projiciens lapillum propcllit illum quam lon
co-sime. Idem totis viribus connixus, ut pumicem ejusdem molis eodem
projiciat, scopum nunquam assequetur. Sed ad vapores redeo. lili igitur
ii-iportantur cum loéis Terrarum sibi subjectis a virtute magnética Telluris,
11 sic quiescunt incumbcntes iisdem Terrarum locis, quantisper non a cau
sis nliquibus impelluntur, quae causae ex eodem cum ipsis origine nascun-
inr. Impulsi vero ab iis causis, quae ventum faciunt, facillime a catcnis
lilis magneticis avelluntur in plagam quamcunque, idque aequali spatio, si
causa aequalis. Quippe in eorum motu non consideratur longitudo tractus
l*i-i aetherem, sed multitudo catenarum seu longitudo tractus Terrarum.»
188 Alexandre Koyré
95 Véase E. Wohlwill. op. cit., I, pp. 105 ss.. y supra, pp. 66 ss.
*• Cf. Galileo, De motu, p. 304 (Opere, Ed. Nazionalc, vol. I) citado supra,
p. 66, n. 142.
97 Ibid., pp. 65 ss.
98 Como señala muy bien P. Tannery, Galilée el les principes de la dyna-
mique, Mémoircs scientifiques, vol. vi, París, 1926, p. 399: «Si, para juzgar
el sistema dinámico de Aristóteles, hacemos abstracción de los prejuicio»
que se derivan de nuestra educación moderna, si tratamos de metemos en
la mentalidad que podía tener un pensador independiente al comienzo dt-l
siglo xvit, es dificil que no reconozcamos que ese sistema se ajusta mucho
más que el nuestro a la observación inmediata de los hechos», Cf. supra,
p. 5, n. 19.
Galileo y la ley de la inercia 195
idealización. Lo que se encuentra en la experiencia es el movi
miento circular o, de forma más general, el movimiento curvi
líneo. Nunca presenciamos el movimiento rectilíneo, si excep
tuamos el caso de la caída, que precisamente no es un movi
miento inercial. Y no obstante, el movimiento que la física
clásica se esforzará en explicar será el primero —el curvilíneo— ,
a partir del segundo. Curiosa andadura del pensamiento: no
se trata de explicar el dato fenoménico mediante la suposición de
una realidad subyacente (como hace la astronomía, que explica
los fenómenos, es decir, los movimientos aparentes, por medio de
una combinación de movimientos reales), ni tampoco de analizar
el dato en sus elementos simples para luego reconstruirlo (méto
do resolutivo y compositivo, al cual — sin razón, a nuestro pare
cer— algunos reducen la novedad del método galileano); se trata,
propiamente hablando, de explicar lo que es a partir de lo que no
es, de lo que no es nunca. E incluso a partir de lo que no puede
nunca ser.
Explicación de lo real a partir de lo imposible. ¡Curiosa an
dadura del pensamiento! Andadura paradójica donde las haya;
andadura que nosotros denominaremos arquimediana o, me
jor dicho, platónica: explicación o, más bien, reconstrucción
de la realidad empírica a partir de una realidad ideal. Andadura
paradójica, difícil y arriesgada; y el ejemplo de Galileo y Des
cartes nos hará ver de inmediato y palpablemente su contradic
ción esencial: necesidad de una conversión total, de una susti-
Iución radical de la realidad empírica por un mundo matemá
tico, platónico — puesto que sólo en ese mundo tienen validez
y se realizan las leyes ideales de la física clásica— e imposibi
lidad de esa sustitución total que haría desaparecer la realidad
empírica en lugar de explicarla y que, en lugar de preservar el
lenómeno, haría aparecer entre la realidad empírica y la reali
dad ideal, el abismo mortal del hecho no explicado. Ahora bien,
ya en Pisa, el arquimediano Galileo tropieza con el hecho.
10J Así pues, los cuerpos celestes no pesan. En general, el cuerpo coloca
do en su lugar propio «no tiene tendencia a ir hacia abajo»; está pues pri
vado de peso. Cf. supra, pp. 60 ss.
101 De motu, pp. 300, 304, citado, supra, pp. 66, 71. Cf. Le mecaniche,
Opere, Ed. Nazionale, vol. n. p. 180: « Nella superficie esatemente equi
líbrala delta paila resti come indiferente e dubbia tra il m oto e la quiete,
si che ogni mínima forza sia bastante a muoverla, siccome all’incontro,
ogni pochissima resistenza, e quale 6 queila sola deil'aria che la cir-
conda, potente a tenerla ferma. Dal che possiamo prendere, come per
assioma indubilato, questa conclusione.: che i corpi gravi, rimossi tuttl
l'impedimenti esterni ed adventizii, possono esser mossi nel piano dell’ori-
zonte da qualunque mínima forza.»
Galileo y la ley de la inercia 197
110 Por eso recurriremos a numerosas citas, pues no son los resultados
ilno el propio desarrollo del pensamiento galilcano lo que aqui nos interesa.
1,1 Notae per il Marino (J. B. Morini, Famosi el antiqui problematis de
: t'linris motu vcl quiete hactenus aplata sotulio, París, 1631), Opere, vol. vil,
p. 565: «Ato/ non cerchiamo qaello che Iddio poteva fare, ma quello che Egli
lai fatto. Im peró che io vi domando, se Iddio poteva fare H mondo infinito
ti no: se Egli poteva e non Vha fatto, facendolo finito e quale egli é de facto,
non ha esercitato delta Sua potenza, in {arlo cosí, pin che se iavesse fatto
grande quanto una veccia.» Cf. Dialogo, i, 43, donde Galileo proclama que,
entre las cosas dichas por Aristóteles, «admito y estoy de acuerdo con él
ni que el mundo es cirerpo dotado de todas las dimensiones y, por consi
guiente, el más perfecto; y añado que, como tal, necesariamente está bien
ordenado, es decir, [compuesto] de partes dispuestas en un orden supremo
. el más perfecto; afirmación que no creo que sea negada ni por vos ni por
nndie».
112 Cf. P. Tannery, Galilée et les principes de la dynamique, Mémoires
ríentifiques, vol. vi, pp. 404 ss., París, 1926. P. Painlevé, Les axiomes de la
oíecanique, París, 1922, pp. 31 ss.
200 Alexandre Koyré
113 Cf. U. Forti, Introduzione storica alia lettura del « Dialogo sul massimi
sistemi» di Galileo Galilei, Bolonia, 1931.
111 La parte astronómica del Dialogo es singularmente pobre; Galileo no
sólo no tiene en cuenta los descubrimientos de Kcpler, sino tampoco el con
tenido concreto de la obra de Copérnico. El hcliocentrismo se presenta en
él en su forma más simple —el sol en el centro, los planetas que se mueven
en circulo alrededor del sol—, forma que, como él sabia positivamente e»
falsa. Simplificación voluntaria, completamente análoga a la simplificación
presentada por Descartes en los Principios y que —inexplicable en una obru
de astronomia— se explica muy bien en una obra filosófica.
1,8 Sobre la estructura literaria del Dialogo y su plan, véanse L. Strauss,
en la introducción a su traducción de la obra de Galileo, Dialog iiber dio
beiden hauptsachlichsten Weltsysteme, Leipzig, 1891, y, más recientemente.
L. Olschki, Galilei und seine Zeit, Halle, 1927. La estructura literaria, o mejor
dicho, la forma dialogada de la obra galilcana es tan importante para el
como lo es para Platón; y esto por razones análogas, razones muy profun
das y ligadas a la concepción misma del saber científico. Por esto habremos
de dar al lector varias muestras. De ello resultarán dilaciones y repeticiones.
¡Qué le vamos a hacer! La obra de Galilco ocupa un lugar único en el pen
samiento moderno, y éste no se puede comprender sin comprender aquélla.
Galiíeo y la ley de la inercia 201
que allí asistieron, parece tener algo de paradójico para muchos de los que
no lo hablan visto; lo que motivó que el señor Gassendi compusiera un
tratado De mota impresso a m otore translato que vimos de él el mismo aAu
en forma de carta escrita al señor Du Puy.»
lH Dialogo, n, p. 169.
152 Dialogo, II, pp. 171 ss. Cf. Carta a Ingoli, vi, pp. 542, 546.
lM El subrayado es nuestro.
154 Cf. II saggiatore (Opere, vi, p. 328); Carta a In goli (Opere, vol. vi, i>á
gina 545): «/o sono stato doppiamento m iglior filosofo di loro, perché /«>»••
al dir quello ch'é il contrario in effeto hanno anco afanto la buggia, di
cendo d’aver ció veduto dall'esperienza, ed io ne ho fa lto l'espericii ii
avanti la quale il natural discorso m i aveva m oho fermamente persuadí
che Veffectto doveza succedere come appunto succede.»
Calileo y la ley de la inercia 215
lugar de la experiencia en la ciencia. Ahora bien, la mayoría
de las veces se nos dice que la ciencia clásica se basa ante todo
en la experiencia, que opone al apriorismo estéril y verbal de
la física escolástica la riqueza y fecundidad del razonamiento
experimental. Por eso se suele ver en Galileo al observador pru
dente y sagaz155*, al fundador del método experimentallM, al
hombre que pesa, mide y calcula, y que, negándose a seguir la
vía del razonamiento abstracto, a priori, a partir de princi
pios, trata, por el contrario, de fundar la nueva ciencia sobre
la sólida base de lo empírico. Y sin duda con razón. Está claro
que lo que condujo a Kepler a la reforma de la astronomía fue
la observación del movimiento real de los planetas; está igual
mente claro que Galileo asestó un golpe mortal al cosmos me
dieval al apuntar con su telescopio a la bóveda celeste, al obser
var el cielo; también es cierto que la obra de Galileo está llena
ile llamadas y recursos a la experiencia y a la observación I571 :
8
5
experimento del péndulo, del plano inclinado, etc... y de ataques
violentos contra aquéllos que se niegan a admitir lo que ven
ruando lo que ven es contrario a sus principios (por ejemplo,
a admitir que los nervios parten del cerebro y no del corazón,
cuando Aristóteles enseñaba lo contrario) l“ , o incluso a mirar,
por miedo a ver cosas que sus principios declaran imposibles
llena también de pasajes en los que Galileo proclama la infinita
riqueza de la naturaleza y condena la petulancia de quienes pre
tenden poder decir de antemano lo que es capaz o no de hacer...
Y, sin embargo, no es Salviati, portavoz de Galileo, sino el aris
totélico Simplicio el que se presenta como campeón de lo expe
rimental y es, por el contrario, Salviati quien proclama su in
utilidad.
Volveremos de nuevo sobre este problema. Por el momento
recordemos el hecho: la buena física se hace a priori
La prueba es que, como proclama Salviati, con gran sor
191 Para quienes pueden «abrir los ojos a la razón», esta experiencia —la
rsperieitza sensata que busca Simplicio— es evidentemente inútil.
*** Cf. Dialogo, i, p. 53.
193 El innatismo galileano, como el de Descartes, es un reflejo del pla
tonismo.
IM Más exactamente, no es al propio Simplicio sino al lector a quien
hay que educar. Pero el lector no puede ser educado si no es a través de
Simplicio.
226 Alexandre Koyré
lM Cf. Dialogo, i, pp. 46, 47; II, p. 253: *Quando il globo terrestro fusse
perfóralo, un grave descendente per tal foro passerebbe, asccndendo poi
oltrc al centro, per altretanto spazio guanta fu quel delta scesa.» Cf. Ibid.,
página 262: «/1 m oto naturale si converte per sé stesso in quello che m
chiama preternaturale e violente.»
30,1 Cf. Duhem, Eludes sur Leonard de Vinci, m , pp. 185 ss. Apresuré
monos a decir que estos ejemplos no son admitidos de ningún modo por
los aristotélicos. Así, Antonio Rocco responde a Galileo en sus Esercitatione
filosofiche (Opere, vn, p. 689): « All’ essemplio delta Terra forata, io neghc
rei ¡iberamente e senza scrupulo alcuno che, giunta la palle al centro, se-
guisse il suo mote dalla parte dell'altro emisfero verso il cielo.»
301 Dialogo, i, p. 53.
303 Cf. supra, pp. 62 ss.
Galiíeo y la ley de la inercia 229
224 Todavía para Bruno, los planetas giraban porque no pesaban. Cf.
supra, pp. 164 ss.
225 Dialogo, i, p. 45, al margen: Tra le quiete e qualsisia grado di velociti
mediano infiniti gradi di velocitá minori.
228 Dialogo, i, p. 46; n, p. 248; Discorsi, m , pp. 198 ss. Cf. supra, pp. 77-78.
227 Cf. Dialogo, II, p. 249: «Salviati: Palle di una, di dieci, di cento, di
mille libbre, tutte misureranno le medesime cento braccia nel medesimo
tempo.* Cf. Discorsi, pp. 128 ss. Los historiadores de Galileo, y de la física,
confunden habitualmente dos proposiciones bien diferentes: 1) aquélla que
se supone que Galileo estableció en Pisa, mediante experimentos que nunca
hizo —y que no tenía necesidad de hacer— (cf. L. Cooper, Aristotle, Galileo
and the tower o f Pisa, Ithaca, 1935, y nuestro articulo «Galilée et l’expé-
rience de Pise», en Annales de l'Université de París, 1937) y que, en realidad,
ya había sido establecida por Benedetti (cf. supra, pp. 49-50, 59), según la
cual los cuerpos de la misma naturaleza caen a la misma velocidad, v
2) aquélla cuya demostración nos dan por primera vez los Discorsi, según
la cual todos los cuerpos, sea cual fuere su naturaleza, caen a igual ve
locidad.
Galileo y la ley de la inercia 237
tativa de Galileo de desarrollar su dinámica como una dinámica
de la caída. Y también se comprende el orgullo de la declaración
galileana al anunciar, por boca de Salviati, que todo el mundo
ha observado que el movimiento de los graves, al descender a
partir del reposo, no es uniforme sino continuamente acelerado,
pero que ese conocimiento generalizado es inútil si no se sabe
la proporción según la cual se realiza ese incremento de veloci
dad; y sobre todo si no se sabe que se realiza según la propor
ción de los números impares ab unitate, es decir, que la pro
porción de los espacios recorridos es igual a la del cuadrado
de los tiempos Z28.
Decubrir las leyes matemáticas del movimiento; descubrir
que el movimiento de la caída sigue la ley del número: en ver
dad, había motivos para estar orgulloso.
241 Cf. Duhem, Eludes sur Léonard de Vinci, vol. iii, p. 567.
242 Cf. supra, pp. 91 ss. y 226 ss.
244 Discorsi, i i i , p. 215.
Galileo y la ley de la inercia 243
centro de gravedad no se acerca al centro común; por lo tanto,
el ímpetus o el movimiento del móvil será nulo en la horizontal
que se extiende por una superficie igualmente distante de dicho
centro y que carece de inclinación.»
Así pues, el ímpetus del móvil no es otra cosa sino el impulso
dinámico que le confiere su gravedad; no es ya, en modo alguno,
la causa interna que produce el movimiento de la física pari
siense. Es lo mismo que su momento, o sea, el producto de su
peso por su velocidad. En el móvil llegado al término de su
descenso, es la energía total o el ímpetus total; en el móvil que
comienza su movimiento, es el producto de su peso por la velo
cidad inicial, en otras palabras, la diferencial de velocidad. Fi
nalmente. para el móvil en reposo, el ímpetus no es sino la velo
cidad virtual344.
El ímpetus o movimiento inicial, el impulso o diferencial de
velocidad, varía según la inclinación del plano en el cual se en
cuentra el grave. Y para medirlo, para medir al mismo tiempo
su variación, no hay más que pensar en el hecho de que, mani
fiestamente, el ímpetus del descenso de un grave es tan grande
como la resistencia o la fuerza mínima que resulta suficiente
para impedirlo o detenerlo; ahora bien 545, «para medir esta fuer
za, esta resistencia, me serviré de la gravedad de otro móvil.
Imaginemos que sobre el plano FA reposa el móvil G atado a un
hilo que pasa por F y sostiene un peso H, y consideremos que
la caída de H, o su elevación por la vertical es siempre igual
a toda la elevación o a toda la caída de G a lo largo del plano
inclinado AF, mas no a la elevación o a la caída vertical, la única
en la que, como es evidente, el móvil G (o cualquier otro móvil)
ejerce su resistencia. En el triángulo AFC, por ejemplo, el movi
miento hacia arriba del móvil G, de A a F, está compuesto por
el movimiento transversal y horizontal AC, y el movimiento ver
tical CF; ahora bien, por lo que respecta al desplazamiento hori
zontal, la resistencia al movimiento es nula, como se ha dicho,
porque ese desplazamiento no produce ninguna disminución ni
aumento de la distancia al centro de las cosas graves, distancia
que en una horizontal es siempre la misma; por consiguiente, re
sulta que la resistencia es debida únicamente al hecho de que el
móvil debe escalar la vertical CF. Puesto que el móvil G, al mo
verse de A a F, resiste sólo a causa de la elevación vertical CF,
mientras que el otro grave H desciende siguiendo la vertical de
toda la longitud FA, y puesto que la relación entre el ascenso y
el descenso es siempre la misma, sea grande o pequeño el movi-2 *
4
249 Cf. Le mecaniche, Opere, vol. n, pp. 156, 164, 168, 170, 185.
247 Cf. E. Jouguet, Lectures de mécamque, vol. i, p. 106, n. 119; pá
ginas 111 $s.
248 Por eso estima que la «inercia» kepleriana es completamente su-
perflua.
Galileo y la ley de la inercia 245
En efecto, para poderlo hacer, es decir, para poder afirmar
la persistencia eterna no del movimiento en general sino del
movimiento en línea recta, para poder imaginar que un cuerpo,
abandonado a sí mismo y privado de todo soporte, permanece
en reposo o continúa moviéndose en línea recta y no en línea
curva1**, habría sido necesario que Galileo hubiera sido capaz
de concebir el movimiento de la caída como un movimiento no
natural sino, por el contrario, «adventicio» y «violento», o sea,
causado por una fuerza externa. Lo que significa que habría
sido necesario que, llevando hasta el fin el matematismo de su
filosofía de la naturaleza, Galileo hubiera llegado a excluir la
gravedad no sólo de la constitución esencial del cuerpo, sino
incluso de su constitución «efectiva». En otros términos, habría
sido necesario que hubiese podido reducir el ser efectivo del
cuerpo a sus determinaciones esenciales. Y esto, a su vez, quiere
decir: habría sido necesario que al dejar de ser arquimediano
se hubiera vuelto cartesiano.
Algunas veces se ha dicho, y nosotros también lo hemos di
cho, que para Galileo el camino hacia el principio de inercia
estaba obstruido por la experiencia astronómica del movimiento
circular de los planetas movimiento inexplicable y, por lo
tanto, eminentemente «natural». Esto nos parece indiscutible.
Por otra parte, ese no era el único obstáculo que la astronomía,
o más exactamente la consideración del Universo astral, oponía
al descubrimiento del principio de inercia: la creencia en la
finitud de este Universo levantaba una barrera infranqueable
ante el pensamiento galileano. Esa barrera habría bastado para
determinar su fracaso. Pero, además, la física celeste resultaba
estar totalmente de acuerdo con la física terrestre: pues ésta,
enteramente basada en la concepción dinámica de la gravedad,
fuente del movimiento y propiedad constitutiva e inadmisible de
sus cuerpos, no podía aceptar el carácter privilegiado del movi
miento rectilíneo3
0
*5
8
4
tezza»; cf. pp. 493 ss. La simpatía galileana por Gilbert es igualmente ali
mentada, sin duda, por el resuelto copemicanismo de éste. Cf. G. Gilberti
Colchestrensis, De magnete, Londini, 1660, 1. vi, c. m , p. 220: «Jam vero
cum coclum totum, et vastam mundl amplitudinem, in gyrum rotar!, ab-
surdius quam dici potest vulgares philosophi ¡maginentur: relinquitur ut
térra diurnam ¡mmutationem perficiat. Dies igitur hic qui dicitur naturalis
est meridiani alicuius telluris a solé ad solem revolutio. Revolvitur vero
integro cursu, a stella aliqua fixa ad illam rursus stellam. Quae natura
moventur corpora motu circulan, aequali et constanti, illa in suis partibus
varijs instruuntur terminis. Terra vero non Chaos est, nec moles indigesta;
sed ustrea sua virtute, términos habet motui circulad inservientes, potos
non mathematicos, aequatorem non imaginatione conceptum, meridianos
etiam ct parallelos; quos omnes permanentes, certos, naturales in térra in-
venimus: quos tota philosophia magnética plurimis experimentis ostendit.»
Véase también pp. 225, 228.
254 Dialogo, til, p. 431.
251 Dialogo, m , p. 432: «Salv.: Quello che avrei desiderato nel Gilberti,
é che fusso stato un poco maggior matemático, ed in particolare ben
londato, nella geometría.» Sobre el carácter no matemático de la fisica gil
bertiana, véase el libro ya citado de E. A. Burtt, The metaphysical founda-
tions o í modern physical Science, pp. 68 ss.
253 Cf. Gilbert, De magnete, 1. v, c. xn, p. 209: «Vis magnética animata
est, aut animalam im ilantr, quae humanam animam dum orgánico corpori
alligatur, in mullís supera!. Admirabilis in plurimis experimentis magnes,
et veluti animatus. Atque haec est una ex illis egregia virtus, quam veteres
in cáelo, in globis ct stellis, in solé et luna animam existimabant. Suspi-
ciabantur namque non sine divina ct animata natura posse motus tam
varios fieri, corpora ingentia certis temporibus torqueri, admirabiles po-
tvntias in alia corpora infundi.» Por eso Gilbert cree en las almas de los
astros.
KJ La atracción newtoniana no está dirigida hacia un objeto. Es una
función del espacio.
248 Alexandre Koyré
870 Ibid.
871 Dialogo, u, pp. 220 ss.
254 Aíexandre K oyré
221 Así, cuando calcula en cuánto tiempo llegaría a la tierra una piedra
que cayera de la esfera de la luna ( Dialogo, m , p. 305), admite que su ace
leración no varia con su distancia de la tierra. Es curioso señalar que
Kepler ya sabía que esto era falso.
282 Cf. Discorsi, IV , p. 298. Cf. infra, pp. 287 ss., la respuesta de Torri-
celli a esta objeción.
264 Alexandre Koyré
CONCLUSION
308 Dialogo, II, p. 233: «qu ello che accade in concreto accade nell’istesso
modo in astratto».
308 Cf. Dialogo, pp. 234 ss.
310 Esto es lo que afirma también Kepler; véase supra, p. 175, n. 69.
311 II Saggiatore, vi, p. 232: «L a filosofía é scritta in questo grandissimo
libro, che continuamente c i sta aperto innanzi a gli occhi fio dico Vuniverso),
ma non si pttó intendere se prima non s'impara a intender la lingua, e
conoscer i caratteri, ne quali é scritto. Egli é scritto in lingua matemática,
e i caratteri son triangoli, cerchi ed altre figure geometriche, sema i quali
ntezi é impossibile a intenderne unamento parole .» Cf. Carta a Liceti, del
11 de enero de 1641 (Opere, xvm , p. 293).
313 Discorsi, i, p. 51: «E perché io suppongo, la materia essere inaltera-
bite, cioé sempre l'istessa, é manifestó che di lei, come di affezione eterna
e necessaria, si possono produr dimostrazioni non meno dell' altre schiette
e puré matematiche.»
Galileo y la ley de la inercia 271
terrestre es elevada al rango de la celeste. Por eso hemos visto
cómo la ciencia nueva — física geométrica, geometría física—
nace en los cielos para descender a la tierra, y de nuevo subir
a los cielos.
316 Ibid.
3,1 Dialogo, n, pp. 129 ss.
313 Es casi inútil insistir en el parentesco entre la inspiración de estos
textos y los de Descartes.
Galileo y la ley de la inercia 273
definición pasamos discursivamente a otra, y de ésta a una ter-
cera y después a una cuarta, etc., el intelecto divino, por la
simple aprehensión de su esencia, comprende, sin discursos tem
porales, toda la infinidad de sus propiedades; las cuales, sin em
bargo, están virtualmente comprendidas en las definiciones de
todas las cosas, y finalmente, aun siendo infinitas, no son quizá
más que una sola en su esencia y en el espíritu divino.
«Pero aunque nuestra inteligencia se encuentre como obnu
bilada por una profunda y densa oscuridad, ésta llega no obstante
a dispersarse y aclararse parcialmente cuando nos convertimos
en poseedores de algunas conclusiones sólidamente demostra
das y tan sólidamente poseídas por nosotros que podemos reco
rrer rápidamente sus grados318. Pues, en suma, ¿qué es, en el
triángulo, el hecho de que el cuadrado opuesto al ángulo recto
sea igual a los otros dos que le son interiores, si no es el hecho
de que los paralelogramos construidos entre las paralelas sobre
una base común son iguales entre sí? Y esto, ¿no es finalmen
te lo mismo que la igualdad de dos superficies que primera
mente no habíamos reconocido, pero que percibimos al reducir
las a una sola?
«Ahora bien, estas transiciones que hace nuestro intelecto con
el tiempo —y paso a paso— , el intelecto divino, a semejanza de
la luz, las supera en un instante, lo que es lo mismo que decir
que está siempre presente en todos. Concluyo, pues, por el mo
mento, que nuestro entendimiento, en cuanto al modo y en cuan
to a la multiplicidad de las cosas comprendidas, dista un inter
valo infinito del intelecto divino. Pero no por ello lo rebajo
tanto que lo considere absolutamente nulo. Pues cuando me
pongo a considerar cuántas y cuán maravillosas cosas han com
prendido, estudiado y hecho los hombres, reconozco de forma
muy clara que la mente humana es una obra de Dios, y una
de las más excelentes».
Galileo habría podido añadir que el entendimiento humano
es una obra tan excelente de Dios que, ab initio, está en pose
sión de estas nociones «claras y distintas», cuya claridad ga
rantiza la verdad, y que no tiene sino volverse hacia sí mismo
para encontrar en su «memoria» los fundamentos del conoci
miento de lo real, el alfabeto, es decir, los elementos del len
guaje — del lenguaje matemático— que habla la naturaleza crea
da por Dios. Pues, no nos engañemos: no se trata de una verdad
puramente inmanente a la razón, de una verdad intrínseca de los
razonamientos y las teorías matemáticas, verdad que no resulta
afectada por la inexistencia en la naturaleza real de los objetos
318 Cf. Descartes, Regulas ad directionem ingenii, vu, A. T., vol. x, p. 388.
274 Alexandre Koyré
320 Dialogo, ti, p. 183. Cf. supra, pp. 202-203, 216-217, 252.
321 Dialogo, I I , p . 217.
Galileo y la ley de la inercia 275
que podrá... servirnos de ejemplo para hacer comprender me
jor mi concepción de la adquisición de la ciencia...».
El estudio que tenemos entre manos es la deducción de las
leyes de la mecánica anteriormente citado. Como vemos, Galileo
estima haber hecho mucho más que declararse simplemente par
tidario de la epistemología platónica. Al aplicar su método, al
descubrir las verdaderas leyes de la física, al hacer que las des
cubran Sagredo y Simplicio, es decir, el lector, Galileo estima
haber demostrado de hecho la verdad del platonismo. El Dialogo
y los Discorsi presentan la historia de una experiencia inte
lectual; de una experiencia concluyente, porque termina con
el reconocimiento-arrepentimiento de Simplicio: reconocimiento
de la necesidad del estudio de las matemáticas, y arrepenti
miento por no haberlo hecho El Dialogo y los Discorsi nos
ofrecen la historia del descubrimiento, o mejor dicho, del redes
cubrimiento del lenguaje que habla la naturaleza, y nos exponen
la forma en que hay que plantearle las preguntas: la teoría de
la verdadera experiencia, donde la formulación de los «postula
dos» y la deducción de sus consecuencias son anteriores al re
curso a la observación123. Esto es también la prueba por el
hecho: una prueba experimental del platonismo.
Partiendo de ahí se comprende el profundo sentido de ese
hermoso pasaje de Cavalieri8M: .«Ahora bien, en lo que concier
ne al conocimiento de las ciencias matemáticas que las famosas
escuelas de los pitagóricos y de los platónicos consideran en ex
tremo necesarias para la comprensión de las cosas físicas, espero
que pronto, con la publicación de la nueva doctrina del movi
miento, prometida por el maravilloso Experimentador de la Na
turaleza, quiero decir, por el señor Galileo, en sus Diálogos [el3
*4
2
325 Esta última objeción es, con mucho, la más importante. Pues aunque
el platonismo galileano y cartesiano se muestra incapaz de explicar la cuali
dad, puede abandonarla, atribuytíndola a la subjetividad. Pero el movimien
to no se puede subjetivar.
528 Cf. F. Bonamico, De motu, 1. I, cap. xi; Jurene mathematicae ex ordine
scientiarum expurgantur, p. 56. «... Itaque veluti ministrac sunt mathema
ticae, nec honore dignae, et habitae tcpottaiSEÍa. id est, apparatus quidam ad
alias disciplinas. Ob eamque potissime caussam, quod de bono mentionem
facere non videntur. Etenim omne bonum est unis, is vero cuiusdatn
actus est. Omnis vero actus est cum motu. Mathematicae autem mo-
tum non respiciunl. Hace nostri addunt. Omnem scientiam ex propriis
effici: propria vero sunt neccssaria quac quatenus ipsum et per se insunt.
Atqui talia principia mathematicae non habent... Nullum caussae genus ac-
cipit... propterca quod omnes caussae definiuntur per motum: efficiens
enim est principium motus, lints cuius gratia molus est, forma et materia
sunt naturae; et motus igitur principia sint nccesse est. At vero mathema-
tica sunt immobilia. El nullum igitur caussae genus existil.»
321 Dialogo, n, p. 248: Salv. ... il movimento de i gravi descendenti non
e uniforme, ma partendosi dalla quiete vanno continuamente accelerandosi;
effeto conoscinto ed osservato da tul ti... M a questa general cognizione é di
nittn profitto, quando non si sappia secando qual proporzione sia falto
questo acrescimento di velocitá, conchtsione stata sino a i tempi nostri igno
ta a ttttti i (ilosofi, e premieramente ritrovata e dimostrata dalVAcadémico,
nostro commun amico: il quale, in alcuni snoi scritti non ancor pubblicati,
ma in confidenza tnostrati a me ed ad alcuni altri amici suoi, dimostra come
l'accelerazione del moto retto dei gravi si fa secondo i numeri intpari ab
unitate, cioé che segnati quali e quanti si vogtino tempi eguali. se nel primo
tempo, partendosi il mobile dalla quiete, averá passato un tale spazio, come,
per esempio, una caima, nel secondo tempo passerá tre canne, nel lerzo chi
que, nel quarto sette, e cosí conseguentemente secondo i succedenti numeri
caffi; che in somma é l ’istesso che il dire che gli spazii passati dat mobile,
partendosi dalla quiete, hanno Ira di loro proporzione duplícala di qnella
che hanno i tempi ne' quali tali spazii son misurati, o vogliam dire che gli
spazii passati son ira di loro come i qttadrati de" tempi.—Sagr. M i rabil cosa
sentó dire. E di questo dite esserne dimostrazione matemática?-—Salv. Mate-
Galileo y la ley de la inercia 277
to más viejo vamos a promover una ciencia totalmente nueva.
Quizá no haya nada más antiguo en la Naturaleza que el movi
miento, sobre el que se hallan innumerables y gruesos volúmenes
escritos por filósofos; y no obstante sus accidentes, que son mu
chos y dignos de ser conocidos, hasta ahora no han sido obser
vados ni deducidos. Se han señalado las cosas más fáciles, como,
por ejemplo, que el movimiento natural de los graves se acelera
continuamente, pero hasta ahora no se ha sabido conforme a
qué proporción se realiza esa aceleración; pues, que yo sepa,
nadie ha demostrado que los espacios recorridos en tiempos
iguales por el móvil que desciende a partir del reposo guardan
entre sí la misma proporción que los números impares que se
suceden a partir de la unidad».
El movimiento obedece a una ley matemática. El tiempo y el
espacio están ligados por la ley del número. El descubrimiento
galileano transforma en victoria el fracaso del platonismo. Su
ciencia es el desquite de Platón.
Platón y Aristóteles, entre los que no hubo otra diferencia, sino que el pri
mero, siguiendo las huellas de su maestro Sócrates, confesó ingenuamente
que no había podido encontrar aún nada seguro, y se contentó con escribir
cosas que le parecieron verosímiles, imaginando a este efecto algunos prin
cipios mediante los cuales trató de explicar otras cosas; mientras que Aris
tóteles tuvo menos franqueza, y aunque fue veinte años su discípulo y no
tuvo más principios que los suyos, cambió enteramente el modo de expo
nerlos y los propuso como verdaderos y seguros, aunque no haya ninguna
apariencia de que nunca los considerara como tales.»
333 Cf. G. Milhaud, Les philasophes-góométres de la Gréce, París, 1900,
p. 292; y L. Robin, Platón, París, 1935, p. 234.
331 Discours de la méthode, A. T., vol. vi, p. 7.
831 Cf. Ch. Clavius, S. J., Opera mathematica, Maguntiac, 1611, t. i, Prole
gómeno, p. 5: «Cum igitur disciplinac mathematicac veritatcm adeo expe-
tant, adament, cxcolantquc, ut non solum nihil quod sit falsum, verum
etiam nihil quod tantum probabile existat, nihil denique admittant quod
ccrtissimis demonstrationibus non confirment, corroborentque, dubium
esse non potest quin eis primus locus Ínter alias scientias omnes sit conce-
dendum.» Citado por E. Gilson, Discours de la méthode, texte et commen-
taire, p. 128, París, 1925.
333 Descartes. Carta a Mersenne del 11 de marzo de 1640, A. T., vol. m,
pp. 39 ss. ... «En cuanto a la física, creería no saber nada de ella si sólo
supiera decir cómo pueden ser las cosas, sin demostrar que no pueden ser
de otro modo; porque habiéndola reducido a las leyes de la matemática, es
cosa posible, y creo poderlo en todo lo poco que creo saber, aunque no lo
haya hecho en mis Ensayos, a causa de que no he querido dar allí mis Prin-‘
cipios, y no veo todavía nada que me invite a darlos en el futuro.»
APENDICE
A) LOS GALILEANOS
a) Cavalieri
linea, mercé delta virtU ¡mpressali pur per drltta linea, dalla quate drittura
non É ragionevole, che 11 mobile si discosti, mentre non vi é altra virtu
motrice, che ne lo rimova, e ció quando ira li duoi term ini non sia impedi
mento; come per essempio una palla d'Artiglieria uscita dalla bocea del
pezzo, se non havesse altro, che la virtü impressali dal fuoco, andarebbe á
daré di punto in blanco nel segno posto á drittura della canna, ma perche
vi é un altro motore, che é Vintenia gravitó di essa palla, quindi avvienne,
che da tal drittura sia quella sforzata deviare, accostandosi al centro della
térra.»
335 E! centro universal de las cosas graves reemplaza al centro del mundo
de Aristóteles.
lo
282 Alexandre Koyré
338 Ihid., p. 155: «D ico ancora, che qttel proietto non solo andarebhe per
dritta linea nel segno opposto, rna che in tempi eguali passarebbe pur spaíli
eguali delta medesima linea, mentre que i mobilc fosse a tal m oto indiffe-
rente; e mentre ancora il mezzo non ¡i facesse qualche resistenza, poiche
non ci farebbe causa di ritardarsi, ne di accelerarsi.»
33' Ibid.: «s i che il grave, mercé della interna gravité, non anderá se non
verso i¡ centro della térra, ma quello, mercé della virtü impressali, potrá
incaminarsi verso ogni banda.»
Galileo y la ley de la inercia 283
excluir la acción de la gravedad «interna» basta simplemente con
hacer abstracción de ella. Y para estudiar el movimiento con
creto del obús basta con hacer que actúen simultáneamente so
bre él las dos fuerzas — la del lanzamiento y la de la gravedad— ,
y con calcular el resultado sumando simplemente los efectos
«parciales» de una y de otra, tomadas aisadamente, puesto que
es evidente que estas dos fuerzas, es decir, estos dos movimien
tos, no tienen ninguna influencia el uno sobre el otro.
Y ahora336, «si en el proyectil hay dos virtudes motrices, es
decir, la gravedad y la virtud impresa, cada una de ellas separa
damente haría avanzar al móvil en línea recta, como queda di
cho; pero acopladas juntas no la harán ir en línea recta, salvo
en estos dos casos: l.°, si, por la virtud impresa, el grave es
lanzado perpendicularmente a) horizonte; 2.°, si no solamente
la virtud impresa sino también la gravedad mueven al grave
uniformemente, porque los acercamientos al centro de la tierra,
hechos en tiempos iguales... serían siempre iguales, como tam
bién lo serían los espacios recorridos en esos mismos tiempos
por el grave a lo largo de la línea del lanzamiento; de este modo,
el móvil estaría siempre en la misma línea recta. Pero si uno
de los dos [movimientos] no fuera uniforme, entonces el móvil
lanzado por la virtud impresa y por la gravedad no se movería3 8
338 ¡bid.: «Essendo due adunque nel ptoietto le virtü m otrici, l'una la gra
vita, l'alira la virtü impresa, ciascuna li loro separatamente farebbe ben
caminare il mobile per linea retía, come sí é detto, ma accopiare insieme
non la faramio andaré per linea retía, se non in questi due casi, nel primo,
quando dallo virtit impressa sia spinto il grave per la perpendicolare alV
Orizonle; il secondo, quando non solo la virtü impressa ma anco la gravitá
mova il grave uniformemente, perche gli accoslametui fatti in tempi eguali
al centro delta térra, partendosi da una retta linea, sariano sempre eguali,
tom e anco li spalii decorsi ne medesimi tempi dell' istessa linea, per la
quale viene spinto esso grave; e perció il mobile farebbe sempre nella me-
desima linea retta. Ma quando uno de' duoi non fosse uniforme, allhora non
caminarebbe il mobile spinto dalla gravitá, e dalla virtü impressa, altrimente
per linea retta, ma si bene per una curva, la cui qualitá e conditione dipen-
detebbe dalla detta uniformitá, e difform itá di moto accoppiate insieme.
Hora nel grave, che, spiccandosi dal proiciente, viene indrizzato verso qual
si sia parte, per essempio, mosso per una linea elevata sopro l'Orizonte, vi
é bene la gravitá, che opera, ma quella non fá altro, che ritirare il mobile
dalla dritttira delta sudetta linea elevata, non havendo che far niente con
l'qltro moto, se non per quanto viene il grave allontanato dal centro delta
térra, astraendo adunque nel grave la inclinatione al centro di quella, come
anco ad altro luogo, egli resta indifferente al m oto conferitoli dal proiciente,
e perció se non ci fosse Vimpedimento dell'ambiente, quello sarebbe unifor
me; ragionevolmente adunque si potrá supporre, che i gravi spinti dal proi-
citn te verso qualtmque parte, mercé delta virtü impressa, caminino unifor
memente, non havendo risguardo all'impedimento dell'aria, che per esser
tenuissima, e fluidissima, per qualche notabile spatio, puó esser, chei, i per-
metta la sudetta uniform itá.»
284 Alexandre Koyré
por una línea recta, sino por una curva cuya cualidad y condi
ción dependerían de la uniformidad y disformidad respectivas
de los movimientos acoplados juntos. Pues en el grave que, em
pujado por el lanzador, se dirige en cualquier dirección, digamos
que movido por una línea elevada sobre el horizonte, existe gra
vedad que actúa, pero ésta no hace sino retirar al móvil de la
rectitud de dicha línea, no teniendo nada que ver con el otro
movimiento, salvo en tanto que el grave se aleja del centro de
la tierra, mientras que ella imprime al grave una inclinación ha
cia el centro de ésta, como hacia cualquier otro lugar. Por eso [el
movimiento resultante de la gravedad o por ella producido] per
manece indiferente al movimiento conferido al grave por el
lanzador y, si no hubiera impedimento del medio, éste seria
uniforme».
No es necesario subrayar la igualdad del tratamiento que se
da al movimiento del lanzamiento y al de la caída, igualdad que
llega hasta el empleo del mismo término para ambos; bien se
ve que para Cavalieri todos los movimientos son de la misma
naturaleza y que la distinción entre «violentos» y «naturales»
no es ya sino una cuestión de terminología. Por lo demás, nos
lo dice expressis verbis33e: «Queda por reflexionar sobre el acer
camiento al centro de la tierra del grave movido por la grave
dad interna, que se llama movimiento natural; y sobre el aleja
miento de ese centro, a consecuencia del impulso conferido al
móvil, que se llama movimiento violento. El grave que parte
del reposo y se mueve hacia el centro, se mueve acelerándose
continuamente a medida que se acerca al centro, o mejor dicho,
a medida que se aleja de su punto de partida*340, y el [movi
miento] violento, es decir, aquél que parte del centro, va dismi
nuyendo continuamente». Pues bien, si este hecho fue siempre
conocido de los filósofos, sólo Galileo, en su Dialogo, determinó
la exacta proporción de la aceleración y la deceleración, lo que,
a su vez, permite a Cavalieri demostrar, utilizando en su de
b) Torricelli
350 lbid., p. 10: «Si postea ibi conclusero triangulum aliquod triplum esse
cuiusdam spatii; retrahatur imaginatione ipsa libra ad nostras regiones;
concedo quod retracta libra dcstruelur aequidistantia filorum suspensionis,
sed non ideo destruetur proportio [am demónstrala figurarían. Pcculiare
quoddam beneficium habet Geómetra, cum ipse abstractionis ope, omnes
operationes suas mediante intcllectu exequátur. Quis igitur mihi hoc nega-
verit, si liberat considerare figuras appensas ad libram, quae quídam libra
ultra mundi confinium in infinitam distantiam remota supponatur? Vel quis
proibebit considerare libram in superficie terrae constitutam, cuius tamen
abstractae magnitudines tendant, non ad médium terrae punctum,. sed ad
centrum caniculae, sive stellae polaris?»
3,1 lbid.: «Triangula et parabolae, immo etiam snhaerae cylindrique Geo-
metrici, cum nullam per se habeant motus differentiam, non magis ad ipsius
terrae, quam ad Saturni centrum contendunt. Destruit ergo beneficium
suum quisquís figuras illas, tamquam ad unicum terrae centrum tendentes,
contemplatur.»
Galileo y la ley de la inercia 291
mente hacia el centro de la tierra destruye su beneficio.» En
efecto, la operación que nos describe Torricelli consiste en sus
tituir el cuerpo físico y real por un cuerpo matemático y «abs
tracto» (lo que implica la transformación de la pesantez natural
en «magnitud» o dimensión libremente variable), y en reinsertar
este «cuerpo» en el marco espacial de lo real. Limitar la posible
dirección de la pesantez, asociarla, o más bien reasociarla al
centro de la tierra sería perder todo el «beneficio» de la opera
ción. «Asi pues — prosigue Torricelli— , ¿por qué no ha de estar
me permitido considerar que los puntos de cualquier figura
están dotados de tal virtud que por líneas paralelas tienden to
dos hacia cualquier región del espacio?» S5S. En efecto, esta «vir
tud motriz» no es ya más que una dimensión o una magnitud
que se puede, a voluntad, adjuntar a los puntos; no hay necesi
dad de poderla alojar en ellos. «Si se supone que estos hechos
son verdaderos — de la misma manera que son verdaderas las
propiedades de las figuras que les son atribuidas en y por las
definiciones— , los teoremas de ellos deducidos, con ayuda de
consideraciones mecánicas, por quienes efectúen dicha abstrac
ción serán igualmente verdaderos, y [los teoremas] no serán de
mostrados con ayuda de proposiciones falsas»; puesto que las
proposiciones de base, los supuestos, no se refieren en absoluto,
como acaba de explicárnoslo Torricelli, a una realidad sensible,
física en el antiguo sentido del término, sino a una «realidad»
abstracta, matemática, que la sustituye.
«Así pues — prosigue Torricelli— , el fundamento de la me
cánica, a saber: el paralelismo de los hilos [de la suspensión]
podría ser calificado de falso si las magnitudes [pesos] colgadas
de la balanza fueran cosas físicas y reales que tendieran al centro
de la tierra. Pero no será falso cuando esas magnitudes (ya sean
abstractas o concretas) no tiendan ni hacia el centro de la tie
rra ni hacia un punto cualquiera próximo a la balanza, sino ha
cia algún otro punto infinitamente alejad o»3M.
c) Gassendi
393 Ibid.: «Nullus videtur motus, qui secluto primaevo illo, non possit
censeri violentus: quatenus nullus cst, qui nisi cum ¡mpulsione unius rei
in aliam fíat, ex quo effectum est, ut Aristóteles, etiam rcrum cadentium
quaesierit motorem extemum.» El movimiento primordial es el de la esfera
celeste.
383 Ibid.: «Ñeque videri absurdum debet, esse continuam aliquam in
rebus naturae violentiam.»
384 De motu, c. tx, p. 36: «E t sane cum sit commune effatum. Nihil vio-
lentum esse perpetuum; cui est consentaneum, ut quod est naturale perpe-
tuum sit; constat radicem perpetuitatis esse aequabilitatem, cessationis ¡n-
aequabilitatem; quatenus id solum, quod ñeque invalescit, ñeque debilitatur,
perdurare potest; nihilque potest naturae vi aut increscere, aut decrescere
infinite. Adhaec, si quis requirat motum in hisce rebus compositis, qui sit
máxime naturalis, perspicuum videtur eum esse caelestem; quatenus est
£rae ceteris aequabilis, atque perpetuus; delecta ab authore circulan forma,
secundum quam, principio, et fine carentem, esse aequabilitas, et perpetui-
tas posset.»
Galileo y la ley de la inercia 295
Gassendi prosigue entonces3,5: «N o vuelvo aquí [a la cues
tión de] cómo la piedra [dejada caer] desde lo alto del mástil
mientras el navio se mueve, sólo aparentemente sigue la verti
cal al caer, cuando, en verdad,[se mueve] oblicuamente, siguien
do la línea que hemos determinado; [diré] solamente que la
piedra no se mueve por sí misma, porque es movida por la fuer
za que se le imprime con la mano, [fuerza] que proviene de la
traslación de la mano por el navio al que sigue junto con el
mástil. Por eso entre los dos casos siguientes: l.°, la mano que3
5
8
385 De motu, c. x, pp. 38 ss.: «Non repeto heic, quemadmodum lapis a ver-
tice malí, dum navis movetur, apparenter solum secundum perpendiculum
cadat, reipsa vero oblique per eam, quam descripsimus lineam; innüo dun-
taxat lapidem non sponte moveri, quia movetur vi a manu impressa ex
translatione manus a navi, cui una cum malo insistit. Atquc id quidem seu
manus in fastigio mali consistens lapidem dimittat, seu lapis ex radice malí
projectus, ubi prevenerit ad summun, postea recidat; ut proinde intelligas
posse vel ex hoc capite motum lapidis decidcntis, recidentisve dici violen-
tum. Dices, cum hic obliquus motus mistus, seu compositus fit ex perpendi
cular! et horizontali; id quidem, quod est ex horizontali, existiman posse
violentum, at quod ex perpcndiculari, id saltem esse naturale. Nam quod la
pis quidem sursum projectus, et nihilominus oblique incedens, secundum
utrumque violcntus sit, videri perspicuum: quoniam utriusque causa exter
na, impellensque est, illius nempe ipsa vis navis, huius vero vis manus pro-
pria: at quod deorsum dimissus, et oblique nihilominus incedens, secundum
utrumque violentus sit, non posse perinde esse in confesso: quippe horizon-
talis quidem causa similiter externa, impellensque, vis navis est; sed perpen-
dicularis causa non est perinde vis propria manus. Quare et necesse videri
lapidem eo motu moveri ab interno principio: esseque proinde eum motum
non violentum, sed naturalem. Attamen id videtur primum consideratione
dignum, si ex duobus his motibus, perpendiculari nempe, et horizontali, qui
obliquum illum componunt, alter habcndus naturalis sit, illum horizontalem
potius, quod secundum horizontem, seu circulariter movebatur, ideo ad
ejus imitationem movetur circulariter, ac naturaliter proinde, et prorsus
equabiliter; adeo ut, quantumcumque motus perpendicularis increscat sem-
per, aut decrescat; ipse tamen horizontalis uno semper tenore fluat, invaria-
biliterque procedat. Ac forte res minus mirabilis esset, de impressione ex
motu terrae, si quis vellet ipsam supra axem suum mobilem supponere;
siquidem lapis dici posset moveri uniformiter, ob spontaneam conscquutio-
nem, ad uniformem motum totius; seu cum eo cohaerens, seu abiunctus
foret; Sed mirabile sane est de impressione ex navi, equo, curru, aliave re,
aut ex sola manu: quando lapis non habct cum rebus eiuscemodi, motibusve
earum parem relationem. Ex quo par est existimare, motum horizontalem,
a quacumque causa is fíat, ex sua natura perpetuum fore, nisi causa aliqua
intervcnerit, quae mobile abducat, motumque exturbet. Id, ut minus absur-
dum habeas, concipiendum est mobile, quod tantundem sese reducat, quan
tum abductum fuerit. Huiusmodi autem esse potest exquisitus, et uniformis
materiae globus, si volví ipsum imagineris supra horizontem, seu ambitum
terrae, quem aliunde esse exquisite complanatum concipias. Si supponas
enim te illi vel leviculum imprimere motum; intelliges sane hunc motum
nunquam cessaturum, sed globum revolutum iri secundum totum ambitum,
ac revolutione peracta revolutum iterum iri, et consequentur iterum, et ita
continuo perseveraturum.»
296 Mexandre K oyré
desde lo alto del mástil deja caer la piedra, y 2.°, la piedra que
lanzada desde la base del mástil cae de nuevo después de haber
llegado a lo alto del mástil, no hay ninguna diferencia. Por esa
razón, el movimiento descendente de la piedra, lo mismo que
el ascendente, pueden ser llamados violentos. Quizá se nos objete
que el movimiento oblicuo, al ser mixto o compuesto de vertical
y horizontal, puede ser perfectamente considerado violento,
pero no el vertical, que es natural. En efecto, parece evidente
que [los movimientos] con los que se mueve la piedra proyec
tada hacia arriba, aunque avance oblicuamente, son ambos vio
lentos, puesto que las causas de los dos son externas, a saber,
la propia fuerza del navio y la misma fuerza de la mano; pero
no es tan manifiesto que el movimiento [de la piedra] dejada
caer hacia abajo, aunque avance oblicuamente, sea violento con
forme a los dos [componentes]; pues si la causa del [movimien
to] horizontal es siempre externa, a saber, el empuje o la fuerza
del navio, la causa del vertical no es ya la propia fuerza de la
mano. Por eso parece necesario que la piedra se mueva con di
cho movimiento en virtud de un principio interno; y que, por
consiguiente, su movimiento no sea violento sino natural. Sin
embargo, en primer lugar parece digno de mención que si uno
de esos dos movimientos, a saber, el horizontal y el vertical, que
componen el oblicuo, debiera ser calificado de natural, más bien
lo sería el horizontal que el vertical. En efecto, puesto que el pro
yectil forma parte de un todo que se mueve horizontalmente,
es decir circularmente, se mueve también a imitación de ese
todo, circularmente, y por lo tanto de forma natural y uniforme.
El movimiento vertical aumenta o decrece; sin embargo, el hori
zontal transcurre siempre uniformemente y se prosigue invaria
blemente. Es posible que si se tratara del movimiento de la
tierra — si se la supusiera móvil sobre su eje— esto pareciera me
nos sorprendente; pues podría decirse que la piedra se mueve
uniformemente porque de modo espontáneo se ajusta al movi
miento uniforme del todo, ya esté unida a la tierra o separada
de ella. Pero sin duda es sorprendente [cuando se trata del
movimiento] impreso por la marcha del navio, o de otra cosa,
o de la mano sola; pues la piedra no posee relación similar a
esas cosas, o a sus movimientos. De donde es justo deducir que
el movimiento horizontal, cualquiera que sea la causa de la que
proceda, es por naturaleza perpetuo, a menos que intervenga
una causa que desvíe al móvil y turbe su movimiento». Para con
vencerse de ello basta con concebir un móvil en movimiento del
que sea eliminada toda causa de perturbación o de desviación;
por ejemplo, una esfera muy perfecta y perfectamente pulida.
Galileo y la ley de la inercia 297
hecha de materia uniforme, a la que imagináramos situada en el
horizonte, es decir, en el «circuito de la tierra». «Supongamos
que se le imprime un movimiento, por débil que sea; ciertamen
te, se comprenderá que ese movimiento nunca ha de cesar, pues
habiendo efectuado la esfera una revolución, realizará la segunda
y recorrerá de nuevo todo el circuito, y después de haber hecho
ésta hará otra y después otra más y asi perseverará indefini
damente.»
Gassendi nos explica que una esfera perfecta que rueda por
una superficie horizontal queda siempre en la misma posición
con respecto a ésta: cuando una de sus mitades baja la otra sube
otro tanto — razonamiento que, como se sabe, proviene de Nico
lás de Cusa. Pero, además, esta esfera — lo mismo que cual
quier otro objeto que se mueva en un plano horizontal, es decir,
en una superficie esférica, en este caso la de la tierra— se en
cuentra en una situación privilegiada con respecto a ésta, o más
exactamente, con respecto a su centro3**:
«Además no existe ninguna razón para que retarde o acelere
su marcha, porque nunca se aleja del centro de la tierra ni se
acerca a él, ni tampoco para que se detenga, como lo haría si
hubiera alguna irregularidad [desigualdad] en la superficie.»
Henos aquí en la situación galileana: los graves —y para Gas
sendi, lo mismo que para el propio Galileo, todos los cuerpos
son «graves»— , una vez puestos en movimiento, conservan el
movimiento que les es conferido y se mueven con un movimiento
constante, uniforme y, por consiguiente, perpetuo con tal de que
se muevan en círculo «alrededor de un centro» o, más exacta
mente, alrededor del centro de la tierra, o del de las cosas gra
ves en general.
Aquí es donde la meditación de la obra kepleriana y, claro
está, de la de Gilbert, permite a Gassendi dar un paso, y un paso
decisivo, hacia adelante. Porque a la pregunta de ¿qué es, pues,
la gravedad? no se limita a responder como había debido ha
cerlo Galileo: es un nombre para designar algo cuya naturaleza
ignoramos; determina su naturaleza positiva, y sobre todo nega
tiva; la gravedad es una fuerza como las demás; es una atrac
ción, algo análogo a la fuerza magnética.
Sin duda se nos podría objetar que el progreso realizado de
este modo por Gassendi no es sino una añagaza, y que no se
gana gran cosa con sustiuir el nombre de gravedad por el nom-
367 De moiu, c. xvm , p. 68: «Ñeque vero, cum impulsum dico, attractum
non intelligo: quippe cum attrahere níhil aüud sit, quam recurvato instru
mento versum se impeliere; et perspicuum sit lapidem, globumve memo-
ratum tam impelli uno, pluribusve ictibus posse, si quis ipsum antecedendo
curvis digitis adigat, quam si subsequendo devexeris propellat.» Sobre el
problema de la atracción en la época de Gassendi, véase La correspondance
du R. P. Marín Mersenne, v. i i , pp. 234 ss.
349 Es curioso comparar el modo en que Cavalieri y Torricelli exorcizan
la gravedad con el de Gassendi: Cavalieri y Torricelli hacen de ella una mag
nitud o una dimensión. Gassendi, siguiendo a Kepler (cf. supra, pp. 175 ss.,
180-181), una fuerza mecánica.
389 De motu, ti, c. vm , p. 116. «...gravitatem, quae est in ipsis partibus
Terrae, terrenisve corporibus, non tam esse vim insitam, quam ex attractu
Terrae imprcssam; idque posse intelligi adjuncto exemplo ipsius magnetis.
Accipito enim, et contineto manu laminulam ferri paucarum unciarum. Si
supponatur deinde manui magnes aliquis robustissimus, experiere pondus
non jam unciarum, sed librarum aliquot esse. Et quia fatebere hoc pondus
Galileo y la ley de la inercia 299
non tam esse ¡nsitum ferro, quam impressum ex attractione magnetis manui
suppositi; idcirco ubi agitur de pondere seu gravitate lapidis, alteriusve cor-
poris terreni, intelligi potest ea gravitas non tam convenire huiusmodi
eorpori ex se, quam ex attractione suppositae Terrae.» La identificación, o
mejor dicho, la asimilación de la atracción terrestre a la atracción magné
tica es, como es bien sabido, la idea fundamental de ia obra de Gilbert,
aceptada y compartida por Galileo. Cf. supra, pp. 246 ss. En cuanto a Ke-
pier, fue él quien suministró a Gassendi la idea de los lazos o cadenas de
atracción. Cf. c. xv, pp. 61 ss.: : «Fit denique, ut si dúo lapides, duove globi
ex eadem materia veluti ex plumbo, unus pusillus alius ingens, simul dimit
ían tur ex eadem altitudine. eodem momento ad Tcrram perveniant, ac pusi
llus, tametsi una uncía ponderosior non sit, non minore velocitate. quam in
gens. tametsi sit centum, et plurium librarum. Videlicet pluribus quidem
chordulis attrahitur ingens, sed piureis etiam partículas attrahendas habet;
adeo ut fiat conmmensuratio Ínter vim. ac molem. et ex utraque utrobique
tantum sit quantum ad motum sufficit eodem tempore peragendum. Id per-
mirum; si globi fucrint ex diversa materia, ut altor plumbeus, alter ligneus,
vix quicquam tardius attingi Terram ab uno, quam ab alio, hoc est a
ligneo. quam a plúmbeo; quoniam parí modo fit commensuratio, dum toti-
dem particulis totidem chordulae destinantur.»
370 De motu, c. xv, p. 59.: «Concipe certe lapidem in spatiis illis imagi
naras, quae sunt protensa ultra hunc mundum, et in quibus posset Deus
alios mundos condere; an censeas ipsum illico ubi constitutus iileic fuerit,
versus hanc Tcrram convolaturam, et non potius ubi fuerit semel positus,
immotum mansurum, ut puta quasi non habentem ñeque sursum, ñeque
deorsum, quo tendere, aut unde recedere valeat? Si censeas fore, ut huc
feratur; imaginare non modo Terram, veram etiam totum mundum esse
in nihilum redactum, spatiaque haec esse perinde inania, ac antequam Deus
mundum conderet; tune saltem, quia centram non erit, spatiaque omnia
crunt similia; censebis lapidem non huc accessuram, sed in loco illo fixum
300 Alexandre Koyré
do que las piedras y los otros cuerpos a los que se llama graves
no tienen esa resistencia al movimiento que habitualmente les
atribuimos. Ves que si un gran peso se encuentra suspendido
de un hilo, le resulta sumamente fácil ser desplazado de su lugar
e ir para delante y para atrás». Pero esto no es todo. Gassendi
ha estudiado bien a Galileo y sabe que el péndulo se mueve con
movimiento isócrono. Por eso añade 377: «¿No ves que la piedra
suspendida, una vez que le es impreso el movimiento, lo reten
drá de la forma más constante; es decir, llevando a cabo con
tinuamente todas sus vibraciones no sólo en tiempos iguales
sino también en arcos iguales? Ahora bien, todo esto no tiende
sino a hacernos comprender que en el espacio vacío, donde
nada atrae ni retiene ni ofrece ninguna resistencia, el movimien
to impreso al móvil será uniforme y eterno; lo que nos permite
inferir que todo movimiento que le es impreso a la piedra es,
en sí, de esa naturaleza; de modo que en cualquier dirección que
lances la piedra, si supones que en el momento mismo en que
es lanzada por la mano, todo absolutamente a excepción de la
piedra queda reducido a la nada, la piedra continuará eterna
mente su movimiento y en la misma dirección en la que tu mano
la ha dirigido. Si no lo hace [en realidad], evidentemente es a
lapidem, abducat a Terra. Et vides profecto quid ficri videatur, dum lapis
tibí ipsum e Terra atoliere conanti resistit. Nempe tot illac chorduiae suis
deflexionibus, et quasi decussationibus illum implexum detinent; et, nisi vis
major interveniat, quae eas deflexiones, decussationesque promoveat, stric-
tionesque fieri ulterius cogat, nunquam a Terra lapis tolletur. Heinc fit, ut
quanto vis externa, seu quae a manu, aliave re extrinsecus imprimitur, plu-
ribus gradibus vim illam chordularum superaverit, tanto lapis efferatur
sublimius; quanto paucioribus, tanto humilius. Fit etiam, ut impressa vis
initio pollens vehementer pellat, quia nondum refracta est; deinceps vero
segnius, segniusque, quoniam ipsi semper aliqui gradus adimuntur: doñee
ille solus supersit, quo exaequetur vi chordularum.»
3,7 De motu, c. xvt, pp. 65 ss.: «An non capis fore ut lapis appensus
¡mpressum semel motum constantissime tucatur; scilicet omneis vibrationes
non acquaiibus modo temporibus peragens, sed acqualibus etiam arcubus
continuo pcrficiens? Hace porro omnia alio non tendunt, quam ut intclliga-
mus motum per spalium inane impressum, ubi nihil ñeque attrahit, ñeque
omnino renititur, aequabilem fore, ac perpetuum; atque exinde colligamus,
omnem prorsus motum, qui lapidi imprimitur esse ex se huiusmodi; adeo
ut in quamcumque partem lapidem conjcceris, si quo momento a manu eroi-
ttitur, supponas omnia vi divina, lapide excepto, in nihilum redigi; eventu-
rum sit, ut lapis motum suum perpetuo, ac in eadem partem, in quam ma-
nus ipsum direxerit, moveatur. Nisi iam faciat, causam videri admistionem
motus perpendicularis, ob attractionem a térra factam intervenicntis, quae
divergere illum a tramite faciat (ñeque cesset, quousque ipsum al Terram
usque perduxerit) ut dum ramenta ferri prope magnetcm transiecta non
recta pergunt, sed versus magnetem divertuntur; aut dum universe rei,
quae movetur, oblique occurrimus, ipsamque in obliquam deflectimus
plagam.»
Gálileo y la ley de la inercia 303
causa de la mixtura del movimiento vertical que interviene
a causa de la atracción de la tierra, atracción que la hace des
viarse de su camino (y no cesa hasta que la lleva a la tierra), lo
mismo que las limaduras de hierro cerca del imán no se mueven
en línea recta, sino que son desviadas hacia el imán». Así, pues,
si los cuerpos caen, si sus trayectorias se curvan, es porque están
sometidos a influencias externas. En realidad y en sí, todo mo
vimiento debería ser rectilíneo, y todo movimiento debería con
servarse eternamente318.
Una última objeción: ese movimiento, ¿no es algo? ¿No es
algo más que el reposo? Para producir el movimiento, ¿no hace
falta una fuerza? ¿Y no se precisa de ella para conservarlo?
Cuando se lanza un móvil, se despliega una fuerza. ¿No es esta
fuerza, ímpetus, que se imprime al cuerpo, y no debe esta fuerza
agotarse? De ningún modo, pues el movimiento, para proseguir
no tiene necesidad de que al móvil le sea impresa una fuerza.
Por eso el motor no lo hace *"*: «E l motor no imprime al móvil
nada más que el movimiento. Digo que es el movimiento que
posee el móvil en cuanto le está unido el que le es impreso, y
este movimiento continuaría y sería eterno si no fuera debili
tado por algún movimiento contrario». De este modo, el movi
miento se conserva solo.
«Añado —nos dice también Gassendi— 3 *83 que con esto es
8
7
ceps efficiat; sed sufficit ut motum semel in mobili fecerit, qui continuad
absque ipso possit. Potest autem; quoniam cst ejus naturae accidens, ut
modo subjectum perseverans habeat, ñeque contrarium quidpiam occurrat;
perseverare absque continua causae suae actione valeat.»
Galileo y la ley de la inercia 305
B) DESCARTES
a) El Mundo
381 Cf. Descartes, Le monde ou traité de la lumiére, A. T., vol. xi, pp. 32,
33, 35.
306 Alexandre Koyré
383 Le monde, pp. 33, 34. Cf. Discours de la méthode, A. T., vol. vi, pp. 72
ss. Ei Padre Daniel volvió contra Descartes la chanza cartesiana en su di
vertido Voyage du monde de M. Descartes, París. 1690.
383 Le monde, pp. 11 ss.
Galileo y la ley de la inercia 307
que han comenzado a moverse tan pronto como el mundo ha
comenzado a ser. Y siendo así, encuentro por mis razones que
es imposible que cesen nunca sus movimientos, e incluso que
cambien como no sea de objeto. Es decir, que la virtud o la po
tencia de moverse a sí mismo, que se encuentra én un cuerpo,
puede perfectamente pasar toda o parte a otro, y así no estar
ya en el primero, pero no puede ya no estar en absoluto en el
mundo. Mis razones, digo, me satisfacen bastante a este respec
to; pero aún no he tenido ocasión de decíroslas. Y, sin embargo,
podéis imaginar, si os parece, como hacen la mayoría de los
doctos, que hay algún primer móvil que, al rodar alrededor del
mundo a una velocidad incomprensible, es el origen y la fuente
de todos los demás movimientos que allí se encuentran». No
obstante, el «primer móvil» traspuesto al nuevo mundo de Des
cartes desempeñaría en éste un papel muy distinto al que des
empeña en el de Aristóteles. Puede muy bien — si se quiere—
ser la fuente y el origen de todos los movimientos de este mun
do. Pero a esto se limita su función. Una vez producido, el
movimiento ya no tiene necesidad de él. Pues —y aquí está la
diferencia esencial— el primer móvil no tiene que conservar el
movimiento. El movimiento se conserva y se mantiene solo, sin
«m otor», lo que, como sabemos, es totalmente contrario a la
ontología aristotélica. Pasa de un objeto a otro; «cambia» de
objeto. Y gracias a él, los cuerpos poseen la virtud o la poten
cia de moverse a sí mismos3M.
¿Qué es este curioso ente? ¿Cuál es su status ontológico?
Como se ve, no es el movimiento de los «filósofos». A ciencia
cierta, ¿qué es el movimiento de los filósofos? «Los filósofos “ 5
suponen también varios movimientos, que piensan pueden ser
realizados sin que ningún cuerpo cambie de lugar, como aqué
llos a los que llaman motus ad formam, motus al calorem, motus
al quantitatem (movimiento de la forma, movimiento del calor,
movimiento de la cantidad), y mil otros. Y yo no conozco ningu
no más que aquél que es más fácil de concebir que las líneas de
los geómetras: el que hace que los cuerpos pasen de un lugar
a otro y ocupen sucesivamente todos los espacios que hay entre
los dos.» Podría creerse que, contrariamente a los filósofos que
Véanse supra, pp. 122 ss.; cf. Carta a Mersenne del 28 de octubre
de 1650, A. T., vol. 1 H, p. 213: «Tiene razón al decir que se ha hecho muy
mal en admitir como principio que ningún cuerpo se mueve por s< mismo.
Porque lo cierto es que desde que un cuerpo comienza a moverse tiene
en si la fuerza para continuar moviéndose; de modo que desde que es
detenido en algún lugar tiene la fuerza para continuar permaneciendo
en él.»
Le monde, p. 39.
308 Atexandre Koyré
* " Ibid.
Le monde, p. 40.
Galileo y la ley de la inercia 309
gún lugar jamás partirá de allí a menos que las otras la expulsen;
y una yez que ha comenzado a moverse continuará siempre, con
igual fuerza, hasta que las otras la detengan o la retarden». Como
se ve, todo cambio tiene necesidad de una causa. Aún más: para
Descartes, que ha proscrito de la naturaleza todas las formas
—cualidades o fuerzas— de la física tradicional, todo cambio
tiene necesidad de una causa exterior (eso es, diría Aristóteles:
todo movimiento tiene necesidad de un motor). Por eso ningún
cuerpo puede cambiar y modificarse por sí mismo, espontánea
mente. Y no puede espontáneamente modificar su estado. No
puede, en particular, ponerse en movimiento por sí m is m o *1.
Mas estando en movimiento, permanece en movimiento. Por sí
mismo no puede detenerse: el movimiento, en efecto, ya no es
un cambio. Claro está, el móvil cambia de lugar, pero ¿es esto,
en el mundo cartesiano, todavía un cambio? MJ.
«N o hay nadie *•* que no crea que en lo tocante al grosor, la
figura, el reposo y mil cosas similares se observa esta misma
regla en el mundo antiguo; pero los filósofos han exceptuado de
ella al movimiento que, no obstante es la cosa que más expre
samente deseo incluir. Y no pensad por esto que tengo la
intención de contradecirles: el movimiento de que hablan es tan
diferente del que yo concibo que fácilmente puede ocurrir que
lo que es verdad para el uno no lo sea para el otro.»
Lo dijimos anteriormente y no podemos menos de repetir
lo 3**: «Descartes tiene razón: su movimiento-estado, el movi
miento de la física clásica, no tiene nada en común con el mo
vimiento-proceso de la física de Aristóteles y de la escolástica.
Y esa es la razón por la que los cuerpos obedecen en su ser a le
yes completamente diferentes: mientras que en el bien ordenado
Cosos de Aristóteles el movimiento-proceso tiene, de manera
evidente, necesidad de una causa que lo mantenga, en el mundo-
extensión de Descartes el movimiento-estado se mantiene, eviden
temente, por sí mismo y se prosigue indefinidamente en línea
recta en el infinito del espacio plenamente geometrizado que la
filosofía cartesiana ha abierto ante él».
Pero no vayamos demasiado aprisa. Todavía no hemos ago
tado —ni de lejos— la esencia particular del movimiento carte
siano.
Como hemos dicho, el movimiento es un estado. Pero ade
más — y en primer lugar— es una cantidad. En el mundo existe*3 8
le resiste más. Como también por qué, tan pronto como hace
un poco de esfuerzo contra este último, se vuelve atrás al instan
te, como sobre sus pasos, en vez de detenerse o interrumpir su
movimiento por su causa. Mientras que, suponiendo esta regla,
no hay ninguna dificultad en esto: pues la regla nos enseña
que el movimiento de un cuerpo no es retardado por el encuen
tro con otro en la proporción en que éste le resiste, sino sólo
en la proporción en que la resistencia es superada y que,
obedeciendo a ello, recibe en sí la fuerza para moverse que el
otro deja».
Es muy profundo. Es también muy ingenioso. La concepción
cartesiana, digámoslo de paso, permitiría explicar el fenómeno
de la resistencia al movimiento del cuerpo inmóvil; fenómeno
que tanto había sorprendido a Kepler y que, mal comprendido
por éste, le había llevado a formular su concepción de la inercia
interna y esencial de la materia3S1: el cuerpo, en cuanto tal, no
resiste en modo alguno al movimiento; lo absorbe y lo toma del
que lo empuja. En todo caso, esa concepción permite a Descar
tes explicar, como veremos más adelante, el fenómeno del re
chazo del cuerpo después del choque; y ello en una física que
no deja margen alguno a la elasticidad 3“ .
Pero volvamos al pasaje que acabamos de citar. Descartes
parece recurrir a la experiencia para justificar su concepción.
No nos engañemos, sin embargo: Descartes sabe muy bien que
la experiencia, al menos la experiencia cotidiana, la experiencia
bruta, no puede servirnos para establecer los verdaderos funda
mentos de la física. Al contrario. La experiencia nos muestra
cuerpos que, lejos de continuar indefinidamente su movimiento,
se detienen apenas lanzados; ella no puede sino alimentar nues
tros prejuicios. No es ella, sino la razón, la que nos descubre la
verdad, pues3B“ «aunque todo lo que nuestros sentidos han expe
rimentado siempre en el verdadero mundo pareciera manifiesta
mente contrario a lo que está contenido en estas dos reglas, la
razón que me las ha enseñado me parece tan fuerte que no
dejaría de creerme en la obligación de suponerlas en el nuevo
que os describo. Porque ¿qué fundamento más firme y sólido
podría encontrarse para establecer una verdad, aunque se qui-*3 9
Ibid.
401 Véase supra, pp. 98 ss. Cf. Correspondance du R. P. Marín Mer-
senne, vol. n i, pp. 600 ss„ París, 1936.
408 Véase supra, p. 114, n. 97.
403 Le monde, p. 43.
314 AJexandre Koyré
b) Los Principios
430 Descartes pone el ejem plo del «hom bre sentado en la popa de un
navio que el viento lleva fuera del puerto», el cual se mueve con relación a
la tierra sin moverse con relación al navio.
430 Principes, n , 24 (p. 75)..
451 Principes, II, 26 (p . 76). Esto se opone a la doctrina escolástica, según
la cual el m ovim iento está en el m otor tanto e incluso más que en el m óvil.
432 Principes, II, 27 (p . 77).
433 Principes, IX, 29 (p . 78).
434 Principes, n , 29 (p. 78).
433 Véase P. Mouy, Le développement de la physique cartésienne, París,
1934, p. 19.
324 M exandre Koyré
Mersenne, Marín (1588-1648), 57, 99, Sarpi, Paolo (1552-1623), 73, 76, 129,
104, 109, 113-115, 116-120, 123-126, 146
129, 130, 135, 137, 145, 146, 221, 278, Scaligero, Julio César (1484-1558),
298, 307, 313, 322 38, 56. 68, 84, 1Í6
Meyerson, Em ile (1859-1933), 1, 3, 5, Séneca (4-65 d. C.), 1
12, 71, 78, 81, 87, 119, 152, 182, 310 Sesmat, Augustin, 212
M id i, Aldo, 150 Sim plicio (siglo v i), 16, 18, 19, 26-30
Milhaud, Gastón (1858-1918), 57, 98, Sirven, J., 98
104, 112, 114, 117, 125, 278 Sócrates (470-399 a. C ), 278
Morin, Jean - Baptiste (1583-1656),
Strauss, E., 89, 200, 203
199, 213
Strong, Edward W., 202, 266
Moser, Simón (n. 1901), 11
Mouy, Paul, 123, 264, 312, 323-325
Tannery, Paul (1843-1904), 67, 73, 78,
Newton, Isaac (1642-1727), 2, 11, 74, 97, 113, 194, 199
77, 78, 89, 91, 92, 97, 98, 109, 149, Tartaglia, N iccoló Fontana, llama
169, 183, 229, 235, 263, 285, 301 do (c. 1500-1557), 38, 41, 42, 53, 68,
Nicolás de Cusa (1401-1464), 297 80, 82. 83, 89, 202
Telesio, Bem ardino (1509-1588), 300
Occam, Guillerm o de (c. 1289-c. Tem istio (c. 317-c. 388), 54, 65
1349), 11. 68, 100 Tim eo de Loen, 25, 27
Olschki, Leonardo, 3, 89, 200, 203, Tolom eo, Claudio (fl. c. 140), 153-
204 156, 206, 209, 248-250
Oresme, Nicolás de (c. 1323-1382), 4, Tomás de Aquino (1225-1274), 8, 20,
6, 14, 58, 59, 64, 69, 77, 82, 86 23, 32, 33, 35, 36, 38
TorriceUi, Evangelista (1608-1647),
Painleve, P „ 199 149, 150, 198, 234, 237, 263, 271, 285-
Pascal, Blaise (1623-1662) 99, 150, 292 298
269 Tychó Brahe (1546-1601), 169-174,
Patrizzi, Francesco (1529-1597), 300 176-180, 182-185, 189, 190, 192, 206,
Piccolom ini, Alessandro (siglo x v i), 212
56, 83-84, 91
Pitágoras (fl. 532 a. C.), 268 V ailatl, Giovanni (1863-1909), 38
Platón (428-347 a. C.). 12, 14-16, 18- Varron, M ichel (siglo x v i), 79, 86,
22, 64, 69, 71, 72, 78, 127, 148, 164, 106
165, 168, 200-204, 216, 229, 235, 265-
268, 271, 274, 277, 278, 280
Poiricr, René, 146 Wahl, Jean (1888-1974), 4. 109
Washer, Mattheus (siglos xvi-xvii),
159
Ravaisson-Mollien, Charles (1849-
W ohlw ill, Em il, 4, 6, 7, 14, .38, 54,
1919), 85
Robín, León (1886-1947). 278 67, 79. 80, 82. 98, 129, 149, 152, 193,
Rocco, Antonio (1586-1652), 213, 228, 194, 198, 199, 204, 218, 245, 258, 292
271 W olfson, H arry A. (1887-1974), 325
Rothmann, Christoph (siglo x v i),
169, 170, 179 Zenón de Elea (c. 490-430 a. C .), 135