El Principio de No Intervención
El Principio de No Intervención
El Principio de No Intervención
ACTUAL
Resumen
El estudio del principio de no intervención en la actualidad requiere, en primer término, referirse a su concepto
normativo, evolución histórica, el contexto en el que surge y por qué se consagra en el orden internacional
moderno. En segundo lugar, se abren paso nuevas preguntas a partir una premisa general: cómo se relaciona
el principio de no intervención con otros principios generales. De esta manera, lograremos aproximarnos a un
concepto de no intervención actualizado a nuestros tiempos.
Introducción
El binomio intervención-no intervención1 sigue siendo una realidad en la comunidad internacional, generando
conflictos internos e internacionales de los Estados y en muchos casos con graves consecuencias para la
población. Ante eso, el derecho se ha ocupado de la situación con la finalidad de garantizar la paz, seguridad,
libertad y justicia en el concierto mundial. No se trata pues de un problema meramente académico.
Tales conflictos e intervenciones se explican, en parte, porque el comportamiento de los Estados en el ámbito
internacional la mayoría de las veces se ha regido por parámetros políticos y no jurídicos, con el fin de
satisfacer intereses de poder y no de actuar conforme al Derecho Internacional2. La preocupación de la
sociedad internacional al respecto ha llevado tanto al surgimiento y consagración del principio como a nuevas
interpretaciones del mismo conforme el contexto mundial cambia y aparecen nuevos desafíos o bien
reaparecen viejos problemas.
El principio de no intervención protege tanto a los Estados soberanos y sus gobiernos como a los pueblos y
sus culturas, permitiendo a las sociedades mantener las diferencias religiosas, étnicas y de civilización que
tanto valoran. Esto significa, desde un punto de vista jurídico, que tiene un estrecho vínculo con los principios
de igualdad soberana de los Estados y de autodeterminación de los pueblos.
La injerencia en los asuntos internos de un Estado tradicionalmente se entiende como perjudicial, ya que
puede desestabilizar el orden de los países y avivar las luchas étnicas o civiles. En ese sentido, la regla de no
injerencia anima a los Estados a resolver sus propios problemas internos y a evitar que se extiendan y
conviertan en una amenaza para la paz y la seguridad internacionales.
Sin perjuicio de lo anterior, la no injerencia tiene ciertas excepciones en virtud de las cuales la comunidad
internacional podría realizar intervenciones en un Estado que, incluso, impliquen el uso de la fuerza. Así, la
amenaza o el quebrantamiento de la paz y seguridad internacionales justifican una excepción al principio de
no injerencia. Hoy en particular, la intervención por razones humanitarias constituye la más importante
excepción al principio de no injerencia, que en el marco de Naciones Unidas y desde 2005 se encuentra
consagrada en una nueva regla denominada responsabilidad de proteger.
Por tanto, para entender el principio de no intervención en la actualidad, es necesario, en primer lugar,
referirse a su concepto normativo, evolución histórica, el contexto en el que surge y por qué se consagra en el
orden internacional moderno. Luego, se abren paso nuevas preguntas sobre una premisa general: cómo se
relaciona el principio de no intervención con los principios de igualdad soberana de los Estados, de
autodeterminación de los pueblos, de prohibición del uso de la fuerza y con el incipiente principio de
intervención por razones humanitarias. De esta manera, lograremos aproximarnos a un concepto de no
intervención actualizado a nuestros tiempos.
Así, el presente trabajo pretende resultar útil para el lector como una importante aproximación a la materia
descrita, a partir de la exposición, aplicación y análisis de las fuentes normativas, doctrinales y
jurisprudenciales internacionales. Tal objeto se enmarca en la usual ausencia de un tratamiento sistemático
del principio en estudio en la doctrina nacional, a pesar de la relevancia del mismo.
Primera parte: Concepto y consagración del principio de no intervención
1. El problema del estudio del principio de no intervención
La no intervención es un principio general del orden internacional construido sobre la base del trabajo del juez
internacional y de la diplomacia normativa de los Estados. Además, ha tenido históricamente un nivel de
abstracción y generalidad, con el objeto de sintetizar la regla jurídica en una fórmula sencilla3.
Ahora bien, la no intervención en cuanto principio general tiene como sustento la convicción jurídica de los
Estados de que ciertas reglas tienen tal fuerza que necesariamente obligan a la comunidad internacional en
su conjunto4. Por consiguiente, la no injerencia es vinculante para todos los Estados, hayan o no ratificados
los instrumentos convencionales que la expresan, pues los principios generales son la esencia misma del
Derecho Internacional que, manifestados en el Derecho consuetudinario, tienen una vigencia erga omnes con
independencia de si los Estados hayan concurrido o no a la formación de tal costumbre.
En relación con lo anterior, un tema no pacífico en la doctrina es si el principio de no injerencia es o no una
norma de ius cogens5. Aguilar expresa que una de las normas respecto de las cuales no existe acuerdo en
torno a su carácter imperativo es el principio de no intervención. "Determinados autores, ya sea directamente,
como Puceiro Ripoll o indirectamente como González Campos, han calificado estos principios como normas
de ius cogens mientras que otros autores como Gutiérrez Espada o Mariño Menéndez no le otorgan tal
calidad al considerarlos como principios estructurales del Derecho Internacional no alcanzando la categoría de
ius cogens"6. Dada la discusión, la no injerencia ha de incluirse en un "conjunto de principios y normas cuya
calidad de ius cogens no está totalmente definida, o bien, que podrían ser consideradas normas de ius cogens
in statu nascendi"7.
Ahora bien, el problema mayor de la no intervención no es la determinación de su carácter normativo sino el
establecer con claridad el contenido propio de la cual está dotada. A este punto abocaremos el presente
trabajo.
El estudio del principio ha sido un problema continuo del Derecho Internacional, en particular al enfrentarse a
su definición. De hecho, "intervención ha sido un concepto que se utiliza con frecuencia, pero rara vez se
define en las ciencias sociales"8.
La dificultad de la definición del principio se debe, en gran medida, a la amplísima diversidad de actividades a
que puede hacer referencia el término intervención, de modo que "el alcance significado concretos del
principio de no intervención pueden ser muy diversos, según se estén manejando criterios de interpretación
jurídicos o métodos de interpretación políticos"9.
En tal orden de ideas, resalta la definición de jurisdicción interna ofrecida por la Corte Permanente de Justicia
Internacional en su opinión consultiva sobre los Decretos de Nacionalidad promulgados en Túnez y Marruecos
(7 de febrero de 1923). En este caso la Corte sostuvo que el término jurisdicción doméstica indicaba las
materias en las cuales cada Estado es único soberano de sus decisiones y entregada por tanto a su
regulación nacional29. Luego, la regla se puede expresar así: una cuestión deja de ser del ámbito de
jurisdicción doméstica en el momento en que es reglamentada por el Derecho Internacional30.
Por ende, el dominio reservado de cada Estado variaría "en función de la amplitud de los compromisos
internacionales que adquiera en un momento y tiempo determinados. De ahí que sea prácticamente imposible
establecer de una vez por todas cuáles materias en concreto pertenecen al campo 'exclusivo reservado' a los
Estados"31. Materias que ayer estaban claramente entre las de jurisdicción interna, se han convertido o
seguramente se convertirán en asuntos regulados por el Derecho Internacional32.
Ahora bien, la jurisdicción interna no está delimitada solo por tratados internacionales sino que por el Derecho
Internacional general, incluyendo normas consuetudinarias y de ius cogens. En consecuencia, si un Estado no
ha firmado ni ratificado ningún tratado sobre derechos humanos y aquél comete violaciones graves y
sistemáticas a estos derechos, ¿se puede sostener que es asunto de competencia exclusiva de ese país?
Ciertamente no.
Por ello, se ha sostenido que interpretar el art. 2° N° 7 como todo aquello que no estuviere reglamentado,
sería riesgoso y en definitiva incompatible con los objetos y funciones de la ONU. Por "asuntos que son
esencialmente de la jurisdicción interna"debería entenderse como aquellos asuntos o materias que no afectan
los derechos de terceros Estados o sus intereses vitales33. Luego, si un asunto es relevante para los
intereses de otro país o la comunidad internacional general, no puede ser decidido solo por un Estado y una
intervención sobre esa materia no estaría prohibida por el Derecho Internacional34.
Respecto a los derechos humanos, en las Naciones Unidas se ha discutido si el art. 2° N° 7 debería ser
aplicable a esta materia. Empero, se debe tener presente que ya en 1945, "el comité de redacción [de la Carta
de la ONU] en San Francisco, refiriéndose a la cláusula de jurisdicción interna del art. 2° N° 7, declaró que si
los derechos y las libertades fundamentales son 'gravemente ultrajados de manera que se creen unas
condiciones que comprometan la paz u obstaculicen la aplicación de las disposiciones de la Carta, dejan de
ser entonces una preocupación exclusiva de cada Estado"35. De este modo, la conclusión a la que ha
arribado la comunidad internacional no es del todo novedosa o radical.
En el marco de este debate una distinción que logró apoyo importante en la doctrina fue entre violación
ocasional y violación grave y sistemática de los derechos humanos. Lo primero por regla general quedará
dentro del dominio reservado de competencia de cada Estado y por excepción será de jurisdicción universal
(como sucede en los sistemas regionales europeo y americano en los que se conoce de denuncias o
comunicaciones individuales y asimismo el Estado somete esa materia al control y sanción de órganos
internacionales, en la medida que cumplan los requisitos propios de cada organización), mientras que la
segunda situación sería de interés internacional37. Esta distinción se ve reforzada en cuanto hoy la
responsabilidad de proteger se vincula con la comisión de violaciones graves y sistemáticas de los derechos
humanos.
La Asamblea General de Naciones Unidas en el Documento Final de la Cumbre Mundial de 200538 declaró
inequívocamente que los derechos humanos son de jurisdicción universal: "Reafirmamos el solemne
compromiso de nuestros Estados de cumplir con sus obligaciones de promover el respeto, la observancia y la
protección universales de todos los derechos humanos y libertades fundamentales para todos, de conformidad
con lo dispuesto en la Carta, la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros instrumentos
relacionados con los derechos humanos y el Derecho Internacional. El carácter universal de esos derechos y
libertades no puede ponerse en tela de juicio"39-40. Complemento del Documento Final es lo afirmado por el
Secretario General Ban Ki-Moon quien sostuvo que "el respeto de los derechos humanos resulta por
consiguiente un elemento esencial de la soberanía responsable"41.
Lo transcrito pudiera parecer de simple sentido común, pero tal declaración y su objetivo último son el
resultado de un periplo que lleva décadas, pues ello se ha debido conciliar con el deber de todo Estado de
abstenerse de explotar y deformar las cuestiones de derechos humanos como medio de injerir en los asuntos
internos de los Estados, o de ejercer presión o crear desconfianza42.
Afirmar que los derechos humanos son de jurisdicción universal y por tanto no exclusivamente de jurisdicción
interna, significa para efectos de este trabajo que aquella amplísima e importante materia no está amparada
por el principio de no intervención43. Por consiguiente, las actuaciones dentro de un Estado vinculadas con
los derechos humanos son de competencia de la comunidad internacional toda, por medio de la ONU y
organismos regionales. De este modo, ningún Estado puede esgrimir los principios de soberanía y no
injerencia como un obstáculo para que la comunidad internacional pueda intervenir ante una vulneración
grave y sistemática de los derechos humanos, cumpliéndose las exigencias del Derecho Internacional.
Así la responsabilidad de proteger y las intervenciones por razones humanitarias han implicado restringir con
mayor claridad la noción de "asuntos que son esencialmente de jurisdicción interna de un Estado". Esta
restricción consiste particularmente en excluir de dicha idea a los derechos humanos, de modo que si en un
Estado se están cometiendo violaciones graves y sistemáticas a los derechos humanos y ese Estado no
quiere o no puede proteger a su población civil, o si es el culpable de tales hechos, la comunidad internacional
institucionalizada, una vez que haya agotado todas las medidas pacíficas y previas posibles, debe intervenir
en ese Estado, pues la sociedad internacional tiene la responsabilidad de proteger a la población civil y sus
derechos humanos.
Cabe precisar que la internacionalización del conflicto, para justificar una intervención, ya no se entiende
exclusivamente como la existencia de un problema entre dos o más Estados ni como una cuestión
transfronteriza, sino que se ha ampliado su interpretación. De esta forma, puede que hechos ocurridos dentro
de un Estado en la medida que atenten gravemente a los derechos humanos de la población civil sean
suficientes para sostener que la situación se ha internacionalizado pues, como se ha explicado, los derechos
humanos son de jurisdicción universal. Luego, tal vulneración constituye o puede constituir una amenaza a la
paz y seguridad internacionales, lo que justifica entonces una actuación en virtud del capítulo VII de la Carta
de la ONU y por ende una posible intervención, lo que ha ocurrido, por ejemplo, en el caso de Libia.
Finalmente, no se debe pasar por alto que el concepto de jurisdicción interna también se ha visto restringido
desde otras aristas distintas al tema de los derechos humanos.
De igual forma se puede afirmar que "el Derecho Internacional Ambiental y el Derecho Económico
Internacional, entre otras ramas especializadas del Derecho Internacional Público, incursionan cada vez con
mayor frecuencia en asuntos que hasta hace poco se consideraban propios de la jurisdicción interna de los
Estados"46 concluyendo la delimitación del sentido y alcance del principio de no injerencia.
Si bien le han seguido otras resoluciones que han tratado el tema de la no intervención, todas ellas en buena
parte han reafirmado el sustento de la resolución 2625, aunque adecuándolo a los cambios del contexto
internacional cada vez más diferente del de 1970, pero cuya génesis formal se encuentra precisamente en la
declaración en estudio48.
En el apartado tercero de la normativa en análisis se declara que los principios de la Carta de Naciones
Unidas incorporados en esta resolución, entre ellos el de no intervención, "constituyen principios básicos de
Derecho Internacional". En relación al contenido de la declaración destacamos lo siguiente.
La Asamblea General recuerda en la resolución "el deber de los Estados de abstenerse, en sus relaciones
internacionales, de ejercer coerción militar, política, económica o de cualquier otra índole contra la
independencia política o la integridad territorial de cualquier Estado", en cuanto vulnerarían los principios de
igualdad soberana de los Estados y de libre determinación de los pueblos. Esto se puede expresar también en
que "todo Estado tiene el derecho inalienable a elegir sus sistemas político, económico, social y cultural, sin
injerencia en ninguna forma por parte de ningún otro Estado".
Segundo, en la parte resolutiva la Asamblea General proclama que "ningún Estado o grupo de Estados tiene
derecho a intervenir directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de
cualquier otro. Por tanto, no solamente la intervención armada, sino también cualesquiera otras formas de
injerencia o de amenaza atentatoria de la personalidad del Estado, o de los elementos políticos, económicos y
culturales que lo constituyen, son violaciones del Derecho Internacional".
En esa misma dirección, la Asamblea General sostiene que "ningún Estado puede aplicar o fomentar el uso
de medidas económicas, políticas o de cual-quier otra índole para coaccionar a otro Estado a fin de lograr que
subordine el ejercicio de sus derechos soberanos". Los Estados deberán también "abstenerse de organizar,
apoyar, fomentar, financiar, instigar o tolerar actividades armadas, subversivas o terroristas encaminadas a
cambiar por la violencia el régimen de otro Estado, y de intervenir en las luchas interiores (guerras civiles) de
otro Estado".
De lo anterior, una forma de ilustrar la importancia del principio objeto de nuestro estudio es resaltar el vínculo
que existe entre la no intervención y la paz y seguridad internacionales en cuanto principal propósito de las
Naciones Unidas. En este sentido, la interpretación que se haga de la no injerencia debe realizarse siempre a
la luz de la mantención de la paz y seguridad en la sociedad mundial. Entonces, ¿qué posición sobre el
concepto de intervención es más útil para alcanzar dicho objetivo? ¿La que solo comprende la fuerza armada
o aquella que incluye también otras actuaciones?
En nuestra opinión, la Asamblea General hizo bien al zanjar la discusión en el marco de Naciones Unidas,
adhiriendo a un concepto amplio de intervención. Además, regula de forma detallada, y como nunca se había
hecho antes, una serie de actuaciones que podrían dar lugar a una vulneración del principio, dotándolo de
contenido.
En síntesis, la resolución 2625 establece que la no injerencia en asuntos internos y externos comprende
cuatro prohibiciones, a saber: (i) del uso de la fuerza armada; (ii) de cualquier injerencia o amenaza; (iii) de
coacciones distintas del uso de la fuerza armada; (iv) del uso de la fuerza para privar a los pueblos de su
identidad nacional. Es esta concepción la que permitirá un efectivo resguardo del principio de igualdad
soberana y de aquellos que derivan de éste, en cuanto cualquier forma de intervención -salvo aquellas
excepciones contempladas por el Derecho Internacional- configura una infracción a la Carta de la ONU y el
Derecho Internacional, tanto a su texto expreso como su espíritu, constituyendo en definitiva una amenaza
para la paz y seguridad internacionales.
El principio se ha construido en un largo proceso49, en el cual sobresale el aporte de los Estados del
continente americano.
James Monroe, Presidente de los Estados Unidos en el año 1823, dirigió un mensaje al Congreso de su país
en el que declaró la oposición a cualquier intento de intervención de las potencias europeas en América, con
el objeto de extender al nuevo continente el intervencionismo legitimista de la Santa Alianza50, la cual
apoyaba las pretensiones reivindicativas de España en el continente americano51, de modo que la reciente
independencia de las excolonias españolas corrían un cierto peligro que, de concretarse, podía significar para
Estados Unidos un riesgo para su propia independencia.
Ante ello, se efectuó el mensaje o declaración Monroe cuya premisa expresada en simples términos fue
América para los americanos y Europa para los europeos52. Sin embargo, sobre la base de los hechos la
lectura que hacen autores respecto a la declaración entiende que para los Estados Unidos, América no era
tampoco para los americanos, sino que sólo para los norteamericanos53-54.
En efecto, desde la declaración Monroe en adelante hubo una serie de intervenciones de parte tanto de
Estados Unidos como de algunos Estados europeos en los países de Latinoamérica, por lo cual éstos
reaccionaron en el ámbito diplomático y jurídico trabajando para lograr un reconocimiento del principio de no
intervención. En ese sentido, "los esfuerzos de los estadistas más relevantes de América Latina se
concentraron en demostrar que no puede admitirse, lógica ni jurídicamente, la existencia del derecho de
intervención, porque no puede haber un derecho frente a otro superior: el derecho a la soberanía es
incompatible con el derecho de violarla"55.
Como resultado de ese trabajo se logró por vez primera el reconocimiento de la no intervención en la VII
Conferencia Internacional Americana celebrada durante 1933 en Montevideo, en la que se adoptó la
Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados estableciéndose, cuyo art. 8° reza que "ningún Estado
tiene derecho a intervenir en los asuntos internos o externos de otro Estado"56.
De ahí en adelante el principio fue reiterado una y otra vez, como en 1936, año en el cual se aprobó el
Protocolo Adicional, conocido como el Protocolo de No Intervención, acordado en el marco de la Conferencia
de Consolidación de la Paz, de Buenos Aires, en cuyo art. 1° los Estados de América "declaran inadmisible la
intervención de cualquiera de ellos, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en asunto internos o
externos de cualquiera de los otros Estados Partes"57.
Así, hasta que en 1948 se consagró definitivamente el principio en la Carta de la OEA. Su art. 19 establece
que: "Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho de intervenir, directa o indirectamente, y sea cual fuere
el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio anterior excluye no solamente la
fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad
del Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que lo constituyen"59. En la misma dirección,
el art. 20 de la Carta dispone: "Ningún Estado podrá aplicar o estimular medidas coercitivas de carácter
económico y político para forzar la voluntad soberana de otro Estado y obtener de éste ventajas de cualquier
naturaleza"60.
Una manifestación del principio la encontramos en el art. 3° letra e de la Carta, en el cual se reafirma el deber
de no intervención: "Los Estados ameri-canos reafirman los siguientes principios: e) Todo Estado tiene
derecho a elegir, sin injerencias externas, su sistema político, económico y social, y a organizarse en la forma
que más le convenga, y tiene el deber de no intervenir en los asun-tos de otro Estado. Con sujeción a lo arriba
dispuesto, los Estados americanos cooperarán ampliamente entre sí y con independencia de la naturaleza de
sus sistemas políticos, económicos y sociales"61.
La pregunta que surge entonces es: ¿por qué ante una norma expresa, de todas formas se han realizado
intervenciones? Las causas son diversas y principalmente políticas; pero desde un punto de vista
estrictamente jurídico, sostenemos que se debe tanto (i) a una consagración incompleta y desactualizada del
principio, la cual con el paso del tiempo requiere de una adecuación para enfrentar y solucionar los nuevos
desafíos del sistema interamericano (y también mundial), de modo que el sentido y alcance del principio sea
claro y suficiente, como (ii) a interpretaciones, algunas forzadas, de los textos internacionales efectuadas por
uno u otro Estado en razón de intereses políticos -argumento que queda en mayor evidencia durante el
período de la Guerra Fría-.
Esta contienda entre Reino Unido y Albania se originó por incidentes ocurridos el 22 de octubre de 1946 en el
Estrecho de Corfú. Dos destructores británicos chocaron con minas en aguas albanesas sufriendo daños,
incluida una cuantiosa pérdida de vidas humanas63.
Una de las cuestiones ventiladas en el juicio fue si el Reino Unido había vulnerado la soberanía de Albania al
remover las minas días después de la tragedia contra la voluntad del gobierno de este Estado.
Gran Bretaña argumentó ante la Corte que una operación de limpieza de minas llevada a cabo por sus
unidades navales en aguas territoriales albanesas no era contraria al art. 2° N° 4 de la Carta de Naciones
Unidas, toda vez que esa acción no amenazaría la integridad territorial ni la independencia política de Albania.
Esto da cuenta de la interpretación estricta de dicha disposición por parte del Reino Unido.
Ante ello, la Corte resolvió lo siguiente: Lo manifestado por el Reino Unido sería "una aplicación particular y
novedosa de la teoría de la intervención, en la que el Estado interviniente actuaría para facilitar la tarea de la
jurisdicción internacional, o bien de un procedimiento de autoprotección o self-help. La Corte no puede admitir
esas tesis. El pretendido derecho a intervención sólo puede considerarse como una manifestación de una
política de fuerza, que no puede aceptarse en derecho internacional"64. Igualmente, rechaza una hipótesis de
self-help, por ser contraria al respeto de la soberanía nacional.
Como ha dicho la Corte, el pretendido derecho de intervención no puede encontrar sustento en el Derecho
Internacional, cualesquiera que sean las deficiencias actuales de la organización internacional. "La
intervención es, quizás, menos admisible todavía en la forma en que se presenta en este caso porque,
reservadas por la naturaleza de las cosas a los Estados más poderosos, ella podría conducir fácilmente a
falsear hasta la misma administración de justicia internacional"65.
La Corte sentenció que Estados Unidos debía poner término a sus actuaciones ilícitas y pagar a Nicaragua
una considerable indemnización por todos los perjuicios causados consecuencia de las infracciones al
Derecho Internacional consuetudinario y a los tratados internacionales, aplicables al litigio, cometidos por el
país norteamericano.
Una de las normas internacionales vulnerada por Estados Unidos, según el criterio de la Corte, fue la de no
injerencia. En cierta medida, no fue fácil arribar a esta conclusión, pues la Corte se enfrentó al desafío de
fundamentar la aplicación universal de ciertos principios consuetudinarios, entre ellos el de no intervención,
dado que Estados Unidos había ratificado con reserva una serie de tratados multilaterales, lo cual el Tribunal
respetó y le impidió a su vez fundar su sentencia en disposiciones expresas.
La Corte razonó sobre la base de dos argumentos para aplicar la no injerencia. Uno, la existencia de
numerosas expresiones del principio de no intervención en el Derecho Internacional consuetudinario u opinio
iuris66 y, el otro, que ante una norma convencional y una norma consuetudinaria que tengan exactamente el
mismo contenido, pertinentes ambas en la controversia, si la primera fuese excluida del caso por alguna
circunstancia, por ejemplo una reserva al tratado, ello no implica que la segunda deviene en inaplicable.
Respecto a las alegaciones sobre la infracción a la no intervención, la Corte sostuvo que el principio de no
injerencia versa sobre el derecho de todo Estado soberano a resolver sus asuntos sin intervención extranjera,
prohibiéndose pues las injerencias, directas o indirectas, de un Estado en asuntos internos o externos de otro
país.
A su vez, señala que "el elemento de la coacción es el que define y constituye la verdadera esencia de la
intervención prohibida y ella es particularmente evidente en el caso de una intervención que utiliza la fuerza,
bien bajo la forma directa de una acción militar, bien bajo la forma indirecta de apoyo a actividades armadas
subversivas o terroristas en el interior de otro Estado". En tal sentido, la Corte no limita el principio, por cuanto
no se entiende que intervención sea sinónimo de uso de la fuerza. Lo que sostiene la Corte por tanto, es que
el uso de fuerza sería la concreción más grave de la violación de la no injerencia, con lo que se deja a salvo el
planteamiento de que el principio abarca también otras formas de intervención distintas a la acción militar.
Para el caso concreto, lo anterior implica que cada Estado es libre de elegir su sistema político, económico,
social y cultural y formular su política exterior. Por ende, ningún Estado tiene derecho a intervenir contra otro
sobre la base de que este último haya optado por una ideología o sistema político determinados67.
Por consiguiente, la Corte sentencia que "los Estados Unidos de América, al entrenar, armar, equipar,
financiar y abastecer a las fuerzas 'contras' o al estimular, apoyar y ayudar por otros medios las actividades
militares y paramilitares en Nicaragua y contra Nicaragua han actuado, en perjuicio de la República de
Nicaragua, infringiendo la obligación que les incumbe con arreglo al Derecho Internacional consuetudinario de
no intervenir en los asuntos de otros Estados"68. Finalmente, cabe indicar que en opinión de la Corte la
intervención prohibida consta de dos componentes: debe versar, en cuanto al fondo, sobre cuestiones en que
el Estado tiene libertad soberana de decisión según el Derecho Internacional y, debe comportar, en cuanto a
la forma, un elemento de coerción, lo que no es sinónimo de ejercicio efectivo del uso de la fuerza69.
Después de la llegada al poder en mayo de 1997 del Presidente Laurent-Désiré Kabila en la República
Democrática del Congo, se otorgaron a Uganda y Ruanda sustanciales beneficios en las esferas militar y
económica de aquel país. Según la República Democrática del Congo, el Presidente Kabila procuró
posteriormente reducir la influencia de los dos países, motivo por el cual se produjo una invasión al territorio
congoleño por fuerzas ugandesas en agosto de 1998. La República Democrática del Congo alegó que esta
invasión pasó a ser luego una ocupación de parte de su territorio, motivos por los cuales demandó a Uganda
ante la CIJ70.
La respuesta de Uganda fue afirmar "que, al asumir el poder, el Presidente Kabila invitó a Uganda a desplegar
sus tropas en el Congo oriental porque el ejército congoleño no tenía los recursos necesarios para controlar
las provincias orientales remotas, y a fin de "eliminar" a los insurgentes antiugandeses que operaban en dicha
zona. Luego, entre mayo y julio de 1998, el Presidente Kabila rompió sus alianzas con Ruanda y Uganda y
estableció nuevas alianzas con el Chad, el Sudán y diversos grupos insurgentes antiugandeses. Uganda
sostuvo que para agosto-septiembre de 1998, mientras que la República Democrática del Congo y el Sudán
se preparaban para atacar a las fuerzas ugandesas en el Congo oriental, su situación de seguridad se había
vuelto insostenible [y ante] esa "grave amenaza, y en ejercicio legítimo de su derecho soberano de legítima
defensa", el 11 de septiembre de 1998 adoptó la decisión de aumentar sus fuerzas en el Congo oriental y
obtener el control de aeropuertos y puertos fluviales estratégicos en el Congo septentrional y oriental"71.
En particular, la República Democrática del Congo alegó, entre otras cuestiones, una infracción al principio de
no intervención en los asuntos comprendidos en la jurisdicción interna de los Estados, por cuanto Uganda no
se abstuvo de prestar asistencia a las partes en una guerra civil que se estaba llevando a cabo en el territorio
de otro Estado72.
Asimismo, porque el hecho que Uganda realizara una explotación ilegal de los recursos naturales congoleños,
saqueara sus bienes y riqueza, omitiera medidas para prevenir tales situaciones y/u omitiera el castigo de
personas bajo su jurisdicción o control que habían realizado los mencionados actos, violó el principio de no
injerencia en los asuntos internos de los Estados, desde la perspectiva de los asuntos económicos73.
El año 2005 la CIJ falló sobre el fondo de la causa, sosteniendo en su decisión que Uganda, al llevar a cabo
acciones militares contra el Congo en el territorio de este último, ocupando la zona de Ituri y prestando un
activo apoyo a las fuerzas irregulares que han operado en territorio del país afectado, había violado el
principio de prohibición de uso de la fuerza y el principio de la no intervención (párrafos 148 a 165 y 237 a 250
del fallo). La Corte decidió además que Uganda había violado sus obligaciones en materia de derechos
humanos y el Derecho Internacional humanitario74.
En vista de estas conclusiones, la Corte determinó que Uganda tenía la obligación de reparar los daños
causados. La determinación de la naturaleza, forma y cuantía de la reparación quedó entregada al acuerdo de
las partes y, en subsidio, a la propia CIJ en una etapa ulterior del procedimiento75.
Segunda parte: Relación del principio de no intervención con otros principios generales del Derecho
Internacional
El estudio del sentido y alcance de la prohibición de intervenir en los asuntos de otro Estado implica también
analizar cuál es la relación entre la regla de no injerencia con otros principios del Derecho Internacional. Así,
¿la prohibición de intervenir es de carácter absoluto? ¿Hay excepciones o límites al principio de no
intervención? ¿Es posible concebir una intervención amparada por el Derecho Internacional?
Al respecto se debe recordar la resolución 36/103 que además de confirmar la prohibición de no intervenir en
asuntos de jurisdicción interna, dota de sentido y alcance al principio al enumerar y analizar los derechos y
deberes que abarca la no injerencia, vinculándola con el derecho soberano e inalienable de todo Estado de
determinar libremente su propio sistema político, económico, cultural y social, de establecer relaciones
internacionales, el deber de los Estados de abstenerse de recurrir en sus relaciones internacionales a la
amenaza o al uso de la fuerza, en ninguna forma directa o indirecta, el derecho y el deber de los Estados de
observar, promover y defender todos los derechos humanos y las libertades fundamentales dentro de sus
propios territorios nacionales y de trabajar en pro de la eliminación de violaciones masivas y manifiestas de los
derechos de las naciones y los pueblos, entre otros76.
Luego, ¿la internacionalización de los derechos humanos, la evolución de la noción de "amenazas a la paz" y
la responsabilidad de proteger han promovido la erosión del principio de no intervención?77 Para dar
respuesta a tales interrogantes y por ende para comprender cabalmente el sentido y alcance del principio de
la no intervención en el Derecho Internacional actual, es necesario vincularlo con los principios de igualdad
soberana de los Estados, de autodeterminación de los pueblos, de prohibición del uso de la fuerza y el
incipiente principio emanado de la responsabilidad de proteger.
El principio de soberanía de los Estados es el pilar fundamental del Derecho Internacional. Nadie niega su
vigencia e importancia, pero sí encontramos interpretaciones que con matices distintos llevan a conclusiones
tan diversas como justificar ciertas intervenciones o bien sustentar un principio de no injerencia irrestricto.
Siguiendo una de las interpretaciones del principio de soberanía, que denominaremos tradicional, señalamos
que en el plano exclusivamente jurídico la soberanía expresa en el Derecho Internacional el conjunto de
competencias y derechos de que es titular cada Estado independiente en sus relaciones con otros Estados.
Así, la soberanía y el Derecho Internacional en general operan sobre la base de la coordinación de los
Estados, lo que implica el reconocimiento y respeto recíproco de la independencia e igualdad entre ellos78.
La idea de independencia, a su vez, significa tanto la negación de toda autoridad política superior a la del
Estado, como la exclusión de la competencia de cualquier otro Estado79. Gran parte de la doctrina está de
acuerdo en que la independencia se confunde con el concepto de soberanía. Por ello, algunos para ser más
precisos, distinguen entre soberanía o independencia exterior para referirse a la libertad o independencia de
los sujetos internacionales para actuar en el plano internacional; y soberanía o independencia interior o
autonomía que implica la facultad de los Estados para procurarse una organización política por sí mismos, sin
intervención extranjera alguna80.
Por su parte, la noción de igualdad de los Estados ha topado claramente con la realidad de la comunidad
internacional, evidenciando la imposibilidad de una igualdad efectiva. "De esta consecuencia práctica se
deriva que la igualdad jurídica de los Estados está consagrada por los textos internacionales, en la mayoría de
los casos como regla general, admitiendo, no obstante, varias excepciones a dicha regla. Tal es el caso de las
grandes potencias dentro del sistema de la Organización de Naciones Unidas"81. De esta manera, la vigencia
de un principio de igualdad soberana de los Estados no excluye que el Derecho Internacional contemple
ciertas desigualdades de hecho que puedan dar lugar a diferencias en cuanto al contenido de los derechos y
obligaciones de los distintos Estados en función de sus respectivas situaciones82.
Por consiguiente, la igualdad soberana no implica una igualdad absoluta en los derechos y deberes de los
Estados al modo que el tenor literal de la resolución 2625 (XXV) pudiera sugerir83, sino significa la existencia
de un conjunto mínimo e invulnerable de derechos y deberes común a todos los Estados.
Para la resolución 2625 (XXV), son elementos constitutivos de la igualdad soberana y por tanto de derechos y
deberes resguardados, los siguientes: la igualdad jurídica de los Estados; el goce de cada Estado de los
derechos inherentes a la plena soberanía; el deber de cada Estado de respetar la personalidad de los demás
Estados; la inviolabilidad de la integridad territorial y la independencia política; el derecho de cada Estado a
elegir y llevar adelante libremente sus sistemas político, social, económico y cultural; y el deber de cada
Estado de cumplir plenamente y de buena fe sus obligaciones internacionales y de vivir en paz con los demás
Estados.
Consecuentemente, la soberanía no puede ser ilimitada; ésta tiene como barrera la soberanía de los otros
Estados y el Derecho Internacional, de modo que existen actos que un Estado soberano no debe realizar -por
ejemplo, atentar contra la integridad política o la soberanía territorial de otro Estado- y asuntos en los cuales
no debe inmiscuirse84.
Asimismo, como la soberanía está radicada en el pueblo y éste es el soberano, la conclusión inmediata y
lógica de ello es que el pueblo puede establecer el régimen de gobierno que mejor convenga a sus intereses.
Luego, si es el pueblo el que puede crear el sistema social que considere mejor, nadie puede intervenir en sus
decisiones; ahí nace el principio de no intervención85. De lo contrario, si un Estado pudiese intervenir en las
decisiones de otro, significa que este último no es totalmente soberano. "Decir que un Estado no es
totalmente soberano es decir que no es soberano [...] y un Estado no soberano no es un Estado"86.
Por tanto, siendo uno de los principales fines del principio de soberanía el establecer ámbitos de
competencias exclusivas de cada Estado, la igualdad soberana se erige a su vez como el fundamento de no
intervenir en los asuntos internos de los demás Estados87.
Ahora bien, existe otra interpretación del principio de soberanía que lleva a realizar ajustes a lo dicho supra.
Esta interpretación, que denominaremos contemporánea o actual, implica una adaptación de la soberanía y la
no injerencia a los nuevos tiempos.
La interpretación contemporánea, desarrollada a lo largo del siglo XX y con mayor fuerza hacia el término de
éste y en adelante, sostiene que es el propio principio de igualdad soberana la justificación de las
intervenciones con fines de protección humanitaria. El cambio de una concepción a otra es evidente. Con
todo, no es una postura uniforme en la doctrina pero sí, a nuestro entender, mayoritaria88.
En 1992 el Secretario General Boutros Ghali afirmó que "el respeto de la soberanía e integridad [de los
Estados] es crítico en todo progreso internacional común. No obstante, ha pasado ya el momento de la
soberanía absoluta y exclusiva; su teoría nunca tuvo asidero en la realidad. Hoy deben comprenderlo así los
gobernantes de los Estados y contrapesar las necesidades de una nueva gestión interna con las exigencias
de un mundo cada vez más interdependiente [..., sin perjuicio de que] la piedra angular de esta labor
[mantención de la paz y seguridad internacionales, respeto a la seguridad humana y derechos humanos] es y
debe seguir siendo el Estado"89.
A partir de tales bases, para la visión actual la soberanía estatal no puede consistir "en que un Estado tenga
poder ilimitado para hacer con su propio pueblo lo que quiera. Se reconoce que la soberanía implica una
doble responsabilidad: el deber externo de respetar la soberanía de otros Estados y el deber interno de
respetar la dignidad y los derechos básicos de toda la población del Estado"90. Es decir, de la soberanía
emanan tanto derechos como obligaciones o responsabilidades.
El informe Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos, del Grupo de Alto Nivel sobre las
amenazas, los desafíos y el cambio, de Naciones Unidas, del año 2004, es contundente al afirmar que "al
suscribir la Carta de las Naciones Unidas, los Estados no sólo se benefician de los privilegios de la soberanía,
sino también asumen sus responsabilidades. Cualesquiera hayan sido las percepciones prevalecientes
cuando el concepto de la soberanía estatal surgió tras la Paz de Westfalia, hoy día dicho concepto conlleva
claramente la obligación de los Estados de proteger el bienestar de su población y de cumplir sus obligaciones
con la comunidad internacional en general"91.
Esta interpretación contemporánea pretende adecuar el principio de soberanía a los tiempos actuales. Así lo
ha expresado también el Secretario General Ban Ki-Moon92.
El resguardo de los derechos humanos y su exclusión de la jurisdicción interna, "lejos de entrar en conflicto
con el principio de la soberanía de los Estados o de venir en su detrimento, lo robustece, al proyectarlo sobre
sus propias bases: lo protege y evita que sea desnaturalizado en su esencia, desde que preserva los
derechos del pueblo, lo cual entendido que en éste radica la soberanía, viene a significar que dicha protección
resguarda al soberano en la libre expresión de su voluntad"93.
Hoy, la soberanía no es tanto control y poder, sino más responsabilidad y protección. Por tanto, actualmente
en el caso en que un Estado no cumpla con el deber de proteger a su población y sus derechos humanos y
estemos en hipótesis de crisis humanitarias, la comunidad internacional, o al menos buena parte de ella,
acepta teóricamente una intervención. Esta postura ha dado lugar a la denominada responsabilidad de
proteger, recogida por Naciones Unidas, sobre la cual volveremos más adelante.
El principio de libre determinación de los pueblos es "el derecho de un pueblo a decidir sus propias formas de
gobierno, perseguir su desarrollo económico, social y cultural y estructurarse libremente, sin injerencias
externas y de acuerdo con el principio de igualdad"94. La definición ofrecida da cuenta de la naturaleza
compuesta de este principio.
El primer elemento consiste en la facultad que posee todo pueblo de disponer libremente sobre los aspectos
básicos para su desarrollo como tal; esto, a su vez, también es una cuestión polifacética, pues dichos
aspectos se vinculan con cuestiones de carácter político, económico, social y cultural95.
Por su parte, el principio de autodeterminación no se agota en un único ejercicio puntual, y de ello se deriva su
segundo elemento. El principio en comento garantiza el derecho de cada pueblo a mantener sus formas de
gobierno y su camino propio hacia el desarrollo de los aspectos básicos indicados96.
De ahí que la autodeterminación se vincule con la no injerencia. El ejercicio continuo de la libre determinación
y en definitiva el cumplimiento de las decisiones y acuerdos adoptados por el pueblo, requieren que ningún
Estado, grupo de Estados y/u organizaciones internacionales, ejecuten o amenacen con la ejecución de actos,
por sí o por medio de terceros, sea cual fuere el motivo y los medios empleados, para forzar la voluntad
soberana.
El principio de no intervención se erige como garantía del principio a la libre determinación y ése le confiere
sentido sustantivo al primero. Si se prohíbe intervenir es justamente para proteger la elección de su sistema
político, económico, social y cultural y la formulación de su política exterior.
Por su parte, la CIJ en los casos de Sahara Occidental en 1975, la disputa fronteriza entre Burkina Faso y
Malí en 1986 y de Timor del Este en 199597, declaró que el principio de autodeterminación se ha convertido
en una norma de Derecho Internacional y aplicable a todos los Estados.
Es menester afirmar que durante el siglo XX, el principio de autodeterminación ha sido invocado,
tradicionalmente, en casos vinculados a procesos de descolonización, en virtud de lo cual los pueblos en
dominación extranjera obtuvieron su independencia dentro de sus antiguos límites coloniales. Además, otros
casos relevantes en que se ha invocado esta regla, fuera del ámbito del proceso de descolonización, han
ocurrido en Europa dando lugar a conflictos territoriales entre los gobiernos centrales y los sujetos del principio
libre de determinación de los pueblos. Esto ha acontecido, por ejemplo, en la República Turca del Norte de
Chipre y las repúblicas de la antigua Unión Soviética y Yugoslavia. En la actualidad, de todos estos conflictos
sólo Kosovo, Abjasia, Osetia del Sur y República Turca del Norte de Chipre poseen un reconocimiento
limitado por parte de la comunidad internacional98.
Las Naciones Unidas son una organización que tiene por propósito mantener la paz y seguridad
internacionales protegiendo la integridad territorial, la independencia política y la soberanía nacional de sus
Estados Miembros. Para ello se ha establecido un principio rector en virtud del cual se prohíbe a los Estados
el uso de la fuerza, salvo en aquellos casos de excepción previstos en el Derecho Internacional.
En ese plano, los principios de no intervención y de prohibición del uso de la fuerza están íntimamente
relacionados y, si se quiere, la existencia de esta prohibición garantiza el respeto a la no injerencia. Como
contrapartida, los casos en que el uso de la fuerza es legítimo pueden constituir una excepción al principio de
no intervención.
En primer término es necesario examinar las disposiciones pertinentes de la Carta de las Naciones
Unidas101. Advertimos que el examen del principio de prohibición del uso de la fuerza armada y sus
excepciones no se hará con toda la profundidad que esta materia permite, pues nuestro objetivo es determinar
su relación con la regla de no intervención.
El art. 2° N° 4 consagra que "los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se
abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia
política de cualquier Estado o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Na-ciones
Unidas".
A su vez, el art. 2° N° 7 de la Carta, que contiene el principio de no injerencia, establece que la prohibición de
intervenir "no se opone a la aplicación de las medidas coercitivas prescritas en el Capítulo VII".
Así, "la renuncia que los Estados miembros de la ONU hacen a utilizar unilateralmente la fuerza armada tiene
como contrapartida la protección derivada del sistema de seguridad colectiva establecida en la Carta de
Naciones Unidas"102. El art. 24 indica que "a fin de asegurar acción rápida y eficaz por parte de las Naciones
Unidas"se confiere al Consejo de Seguridad la "respon-sabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad
internacionales", el cual deberá desempañar sus funciones de acuerdo a los propósitos y principios de la
ONU, según el numeral segundo de la misma disposición.
El capítulo VI de la Carta contiene disposiciones esenciales sobre el arreglo pacífico de controversias, pero el
elemento central de aquella responsabilidad se enuncia en el capítulo VII, donde se describen las medidas
que puede tomar el Consejo de Seguridad cuando determine "la existencia de toda amenaza a la paz,
quebrantamiento de la paz o acto de agresión" (art. 39). Esas medidas no tienen por qué llegar al uso de la
fuerza y pueden consistir, por ejemplo, en embargos, sanciones y la interrupción de las relaciones
diplomáticas (art. 41).
Empero, si el Consejo estima que dichas medidas son inadecuadas "podrá ejercer, por medio de fuerzas
aéreas, navales o terrestres, la acción que sea necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad
internacionales", es decir, podrá recurrir al uso de la fuerza militar o permitirlo (art. 42). Esta constituye una
excepción al art. 2° N° 4.
Tal regulación se refiere "únicamente a las controversias de carácter internacional, por lo que ningún Estado
está obligado a someter los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los Estados a
procedimientos previstos para el arreglo de controversias (por ejemplo, negociación, mediación, conciliación,
arbitraje, arreglo judicial)"103. Queda en evidencia la relación entre ambos principios en comento, al mismo
tiempo que la importancia de determinar con precisión qué se ha de entender por asuntos que son de
jurisdicción doméstica.
Otra norma de la Carta que permite la aplicación transfronteriza de la fuerza militar, y por tanto la segunda
excepción a la prohibición del uso de la fuerza armada, es el art. 51. Éste reconoce "el derecho inmanente de
legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones
Unidas", estableciendo además que las medidas adoptadas han de ser comunicadas inmediatamente al
Consejo de Seguridad. "Esta disposición, y la autorización del Consejo de Seguridad de ejercer coerción de
conformidad con las disposiciones generales del capítulo VII, son los únicos elementos de la Carta que pasan
por alto expresamente la restricción de la jurisdicción interna"104.
En el capítulo VIII se admite "la existencia de las organizaciones regionales y subregionales y su papel en la
seguridad, pero se afirma que 'no se aplicarán medidas coercitivas en virtud de acuerdos regionales o por
organismos regionales sin autorización del Consejo de Seguridad'. Sin embargo, cabe señalar que en algunos
casos la autorización se ha concedido ex post, como sucedió con la intervención del ECOMOG en Liberia
(1992) y Sierra Leona (1997)"105.
En consecuencia, "las disposiciones generales del capítulo VII, la autorización específica para actuar en
legítima defensa en virtud del art. 51 y las disposiciones del capítulo VIII constituyen conjuntamente una
formidable fuente de autoridad que permite conjurar todo tipo de amenaza contra la seguridad. Tras los
atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, por ejemplo, el Consejo de Seguridad (invocando tanto el
art. 51 como el capítulo VII en su conjunto), se apresuró a pedir que se respondiera a los ataques y lo mismo
hizo la Asamblea General"106.
Cabe precisar que, "según la Carta, el Consejo de Seguridad tiene la responsabilidad 'primordial' pero no
exclusiva en materia de paz y seguridad. El art. 10 confiere a la Asamblea General una responsabilidad global
respecto a cualquier asunto que esté incluido en el ámbito de competencia de las Naciones Unidas y en el art.
11 se asigna específicamente a la Asamblea una responsabilidad subsidiaria en cuanto al mantenimiento de
la paz y la seguridad internacionales, aunque sólo para hacer recomendaciones y no para tomar decisiones
vinculantes. La única salvedad que se hace, con el fin de impedir que surjan divergencias entre los dos
órganos principales de las Naciones Unidas, es que el Consejo de Seguridad no puede estar debatiendo la
cuestión al mismo tiempo (art. 12)"107.
A estos elementos de la Carta que justifican la actuación de la Asamblea General se debe sumar la resolución
377 (V) de 3 de noviembre de 1950, conocida como Unión pro Paz, por la que se estableció el procedimiento
de los períodos extraordinarios de sesiones de emergencia que sirvió de base a las operaciones realizadas
ese año en Corea y posteriormente en Egipto en 1956 y en el Congo en 1960. Es evidente que, incluso sin el
respaldo del Consejo de Seguridad y pudiendo únicamente la Asamblea General hacer recomendaciones, una
intervención que contara con los votos de dos tercios de la Asamblea tendría un poderoso apoyo moral y
político108.
Sin embargo, no se puede desconocer que en estricto rigor el único órgano que puede autorizar el uso de la
fuerza es el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Este es el criterio imperante en la práctica de la ONU
y la doctrina internacional.
De la normativa expuesta precedentemente, se desprende que las Naciones Unidas no basan su autoridad en
el poder coercitivo sino en su capacidad de legitimar el uso de la fuerza, que resulta del vínculo entre el
ejercicio de la autoridad y el recurso al poder. Por esta razón, una intervención colectiva con el beneplácito de
las Naciones Unidas se considera legítima en cuanto está debidamente autorizada por un órgano
representativo internacional; en cambio una intervención unilateral no se considera lícita porque responde a
un interés particular109. El primer caso constituye una excepción al principio de no intervención, mientras que
el segundo una infracción al mismo.
Las Naciones Unidas, con el Consejo de Seguridad como eje del sistema internacional de aplicación del
derecho, son la única organización que posee la autoridad universalmente aceptada para validar esas
operaciones. Para que la ONU pueda funcionar eficazmente como organización encargada de mantener la
seguridad colectiva y hacer cumplir el derecho, los Estados, y en especial las grandes potencias, deben
renunciar al uso unilateral de la fuerza con fines particulares y respaldar las intervenciones internacionales
que cuenten con la autorización colectiva, en nombre de la ONU, bajo su dirección y para perseguir sus
objetivos, lo que no siempre han aceptado fácilmente los Estados110.
De este modo, si el Consejo de Seguridad e incluso la Asamblea General conforme a la resolución Unión pro
Paz o una organización regional, autorizan de acuerdo a la normativa internacional el uso de la fuerza para
intervenir un Estado, esta actuación es legítima y se alza como una excepción a la no injerencia. De cualquier
otro modo, el uso de la fuerza está prohibido y su ejercicio respecto de asuntos que competen a la jurisdicción
interna de un Estado vulneran el principio de no intervención.
En suma, la Carta de la ONU establece que se podrá autorizar el uso de la fuerza para mantener o restablecer
la paz y la seguridad internacionales y que es procedente la legítima defensa concurriendo los presupuestos
respectivos, de modo que son hipótesis que pueden derivar en intervenciones amparadas por el Derecho
Internacional, es decir, actuaciones cuya realización no implican vulneración alguna al principio de no
injerencia y por tanto no generarán, por este motivo, responsabilidad internacional en contra del ejecutor.
Tal conclusión, propia de una visión tradicional, y las normas en estudio ameritan ser contrastadas y
analizadas a la luz de nuevos hechos e interpretaciones, entre los que destacamos los siguientes.
Primero, desde hace un tiempo la mayoría de los conflictos en los que podría tener lugar esta autorización
ocurren dentro de los Estados y no entre ellos. Es un cambio de la comunidad internacional entre la que se
concibió la Carta de la ONU y el mundo actual.
Segundo, si bien el recurso al uso de la fuerza está legitimado en el marco del capítulo VII de la Carta de la
ONU, la comunidad internacional ha afirmado la incorporación de nuevos casos de procedencia del uso de la
fuerza.
En ese sentido, se encuentra la extensión del concepto de amenaza a la paz y seguridad internacionales. Así
lo reconoce el Grupo de Alto Nivel sobre las Amenazas, los Desafíos y el Cambio al disponer que: "[...] el texto
del Capítulo Vil es en sí suficientemente amplio y ha sido interpretado con suficiente latitud como para que el
Consejo de Seguridad pueda aprobar todo tipo de acción coercitiva, incluida la acción militar, contra un Estado
cuando lo considere necesario para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales"111.
Agrega el Grupo de Alto Nivel en su informe que "cualquier suceso o proceso que cause muertes en gran
escala o una reducción masiva en las oportunidades de vida y que socave el papel del Estado como unidad
básica del sistema internacional constituye una amenaza a la seguridad internacional. Si se parte de esa
definición, hay seis grupos de amenazas que deben preocupar al mundo hoy y en los decenios por venir: las
amenazas económicas y sociales, como la pobreza, las enfermedades infecciosas y la degradación ambiental;
los conflictos entre Estados; los conflictos internos, como la guerra civil, el genocidio y otras atrocidades en
gran escala; las armas nucleares, radiológicas, químicas y biológicas; el terrorismo; y, la delincuencia
organizada transnacional"112.
En particular, se han incorporado a la noción en comento, entre otras amenazas, la proliferación de armas de
destrucción masiva, diferentes actos de terrorismo internacional, violaciones graves a la derechos humanos y
el derecho internacional humanitario, denegación deliberada del acceso del personal humanitario a los civiles
en conflictos armados, situaciones de refugiados y desplazados internos vulnerables a amenazas de ataque o
a infiltración de elementos armados113.
Por otra parte, ha de recordarse la discusión sobre la noción de legítima defensa preventiva114, aunque este
debate ha decantado por el rechazo de la existencia de esta figura115 tanto así que sus propulsores incluso
han retirado su postura116.
Tercero, la paz y la seguridad internacionales no solo se ven afectadas por guerras en su sentido estricto, sino
que por todo acontecimiento que implique la vulneración de los derechos humanos de forma masiva y
sistemática aunque no sea en el contexto de un conflicto armado. Esto, como se ha visto, ha llevado a
restringir el ámbito de la jurisdicción interna de cada Estado, ampliando a su vez la noción de jurisdicción
universal o de interés internacional. Si asuntos propios de esta última jurisdicción se ven vulnerados es
posible entender que se amenaza la paz y seguridad internacionales y por tanto corresponde autorizar el uso
de la fuerza para restablecerlas.
Se ha analizado supra que el principio de no injerencia es un principio general del Derecho Internacional
Público, emanado de la esencia misma del orden internacional. Este principio protege tanto a los Estados
soberanos y sus gobiernos como a los pueblos y sus culturas, permitiendo a las sociedades mantener las
diferencias religiosas, étnicas y de civilización que tanto valoran117.
La injerencia en los asuntos internos de un Estado suele ser perjudicial, ya que puede desestabilizar el orden
de los Estados y avivar las luchas étnicas o civiles. La regla de no injerencia anima a los Estados a resolver
sus propios problemas internos y a evitar que se extiendan y se conviertan en una amenaza para la paz y la
seguridad internacionales118.
Sin embargo, es cierto que el principio de no intervención no puede ni debe ser en los tiempos actuales el
escudo para amparar atrocidades y crímenes, en especial, cuyas víctimas sean la población civil.
Hechos lamentables, como los ocurridos en Ruanda o Sudán, ponen en perspectiva esta discusión sobre
principios jurídicos. Ante el sufrimiento de tantas personas, el derecho ha debido adecuarse para dar una
respuesta oportuna y satisfactoria, entregando mecanismos para que la comunidad internacional pueda poner
atajo a graves violaciones a los derechos humanos.
Sin perjuicio, es oportuno indicar que la discusión sobre la protección de la población civil y en general de la
paz y seguridad internacionales, está enfocada desde una visión liberal o al menos occidental. Según
Sorensen un problema fundamental del debate surge porque "el bien global" es entendido a menudo como
sinónimo de una "paz liberal" o como "buena gobernanza" neoliberal, interpretación que tiene sustento en las
políticas que prevalecen en Occidente como también en parte significativa de la literatura sobre la
intervención119.
En tal orden de ideas, los supuestos frutos de una intervención (regulación estable y constitucional, estabilidad
macroeconómica, buena gobernanza, ley y orden) están íntimamente relacionados con un proyecto normativo
e ideológico: un proyecto liberal. Por lo tanto, tener en cuenta esta relación es esencial para la comprensión
de los supuestos políticos y normativas que fundamentan y motivan el intervencionismo contemporáneo120.
Según esta corriente doctrinal, "la paz liberal se ha convertido en un modelo a través del cual la postura
liderada por Occidente, la epistemología, y las instituciones, han tratado de unir al mundo bajo un sistema
hegemónico que replica las instituciones liberales, las normas y los sistemas políticos, sociales y económicos.
En los últimos veinte años esto se ha desplegado en alrededor de cincuenta a sesenta países frágiles
postconflicto. Paz en estos términos es visto no como un regalo internacional ni como una producción local,
sino como un contrato. El pensamiento emancipador de la paz se ha derrumbado en la condicionalidad y la
gubernamentalidad"121. Muchas de las llamadas intervenciones humanitarias así como las guerras en Irak y
Afganistán se han justificado de esta manera, asociándose con los modelos para la promoción de la libertad
universal122.
Con todo, y en efecto no exento de críticas, en el orden internacional se ha desarrollado una regla para la
intervención por razones humanitarias que se erige como excepción a la no injerencia.
El objeto del presente apartado es expresar el fundamento lógico jurídico de la protección humanitaria a partir
del cual se construye esta regla excepcional.
Teniendo ello a la vista, un punto de inicio es indicar que en la Carta de las Naciones Unidas no se contempla
como excepción al principio de no intervención una hipótesis de razones humanitarias -al menos no de
manera expresa-, sin perjuicio de lo cual la comunidad internacional afirma que las violaciones a los derechos
humanos son de jurisdicción universal, donde los primeros llamados a restaurar el imperio del derecho son los
tribunales y autoridades estatales, pero cuando éstos no quieran o no puedan conocer de tales hechos, o si el
propio Estado es el culpable, la jurisdicción internacional u otras alternativas internacionales son competentes.
De esta forma, si las autoridades estatales no protegen a su población de violaciones a sus derechos
humanos, la comunidad internacional podría adoptar medidas tanto para evitar y poner término a los delitos de
lesa humanidad como para determinar responsabilidades civiles, penales y políticas. Con ello se justificaría
una intervención.
En la actualidad, las injerencias con fines de protección humanitaria se fundan o pueden fundar en una nueva
doctrina: la responsabilidad de proteger, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en el
Documento Final de la Cumbre Mundial 2005, lo que se erige como su principal reconocimiento123.
El Documento Final en su párrafo 138 establece que "cada Estado es responsable de proteger a su población
del genocidio, los crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad. Esa
responsabilidad conlleva la prevención de dichos crímenes, incluida la incitación a su comi-sión, mediante la
adopción de las medidas apropiadas y necesarias. Aceptamos esa responsabilidad y convenimos en obrar en
consecuencia. La comunidad internacional debe, según proceda, alentar y ayudar a los Estados a ejercer esa
responsabilidad y ayudar a las Naciones Unidas a establecer una capacidad de alerta temprana"124.
A continuación el párrafo 139 agrega que: "La comunidad internacional, por medio de las Naciones Unidas,
tiene también la responsabilidad de utilizar otros medios pacíficos apropiados para ayudar a proteger a las
poblaciones del genocidio, los crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad. En
este contexto, estamos dispuestos a adoptar medidas colecti-vas, de manera oportuna y decisiva, por medio
del Consejo de Seguridad y en colaboración con las organizaciones regionales pertinentes cuando proceda, si
los medios pacíficos resultan inadecuados y es evidente que las autoridades nacionales no protegen a su
población"125-126.
En definitiva, para la finalidad del presente trabajo, es menester expresar que toda intervención, en cuanto
excepción al principio de no injerencia, ha de estar justificada tanto en el fondo como en la forma. De aquí que
la doctrina y la sociedad mundial en general se han preocupado para establecer los requisitos para poder
intervenir. "Dado que existe un amplio acuerdo internacional sobre la necesidad en casos excepcionales de
riesgo humanitario, de emprender una acción militar coercitiva transfronteriza, habrá que definir con gran
precisión las circunstancias extraordinarias a fin de aumentar al máximo las posibilidades de alcanzar el
consenso en un caso determinado"128.
Sin perjuicio, resulta insuficiente e incluso peligroso concebir un sistema de injerencia con fines de protección
humana sobe la base de sólo esos dos requisitos. Por ello, y además en atención al compromiso adquirido por
la propia Asamblea General en el Documento Final y en la resolución 63/308 (2009), de seguir examinando la
responsabilidad de proteger, cabe destacar como aquel conjunto de condiciones que goza de mayor
aceptación en la comunidad internacional, los siguientes requisitos: autoridad competente, causa justa,
intención correcta, último recurso, medios proporcionales y, posibilidades razonables. De manera sucinta,
estos requisitos se refieren a lo siguiente:
i. Autoridad competente. La institución que se erige como el más apropiado órgano internacional para tratar
las cuestiones relativas a las intervenciones con fines de protección humana y movilización de recursos es el
Consejo de Seguridad de la ONU. Así lo entiende la inmensa mayoría de la comunidad internacional, sin
perjuicio de las críticas que se efectúen a su funcionamiento, no en búsqueda de sustituir el sistema sino
mejorarlo.
ii. Causa justa. Las excepciones al principio de no injerencia deben ser limitadas; por tanto, para que estén
justificadas ha de existir, o ser inminente, un daño humano grave e irreparable. Por ello corresponde que
existan casos de procedencia claros y precisos para tal tipo de intervención. En este orden de ideas, la
Asamblea General al aprobar la responsabilidad de proteger en el Documento Final contempla cuatro
hipótesis en las que procedería, eventualmente, una intervención con fines de protección humanitaria, a
saber: genocidio, crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y depuración étnica, sean reales o
inminentes129.
iii. Intención correcta. Una intervención con fines humanitarios debe apuntar a un solo fin, el cual
corresponde a evitar o poner término al sufrimiento humano consecuencia de violaciones graves y
sistemáticas a los derechos humanos de la población civil. Toda otra finalidad no está amparada por la
responsabilidad de proteger.
iv. Último recurso. Una injerencia conforme a la responsabilidad de proteger se justifica sólo si se las
medidas menos coercitivas se han intentado y no surtieron efecto. Esto no significa necesariamente que se
hayan intentado todas las medidas posibles y que éstas hayan fracasado, pero sí implica que deben existir
motivos razonables para creer que, en todo caso, si se hubiera tratado de aplicar tal o cual medida no habría
logrado el objetivo.
v. Medios proporcionales. "La escala, duración e intensidad de una intervención deben tener el mínimo nivel
necesario para lograr el objetivo humanitario propuesto. Los medios han de guardar proporción con los fines y
ajustarse a la magnitud de la provocación inicial. Asimismo, la repercusión en el sistema político del país
deberá limitarse a lo que sea imprescindible para conseguir el propósito de la intervención"130. Las
intervenciones por razones de protección humana "han de respetar estrictamente las disposiciones del
Derecho Internacional y en particular del Derecho Internacional humanitario"131.
vi. Posibilidades razonables. Si se cree que la injerencia podría ser más perjudicial que la inacción absoluta o
que podría dar lugar un conflicto mayor, entonces esa intervención no es admisible por no existir una
proyección de lograr el resultado propuesto132.
El caso de Sudán es uno de los más relevantes hasta ahora en el siglo XXI, entre aquellos en que se invocó el
argumento de la responsabilidad de proteger para intervenir. La crisis en Sudán, especialmente en la región
de Darfur, ha generado una de las mayores respuestas a una guerra civil en África, llevándose a cabo una de
las operaciones de mantenimiento de la paz más grandes y costosas del mundo. El conflicto en Darfur es un
problema que contempla aspectos tanto étnicos, culturales, políticos como económicos133.
El conflicto se ha desarrollado entre el gobierno central de Sudán y la región de Darfur, ubicada al extremo
noroeste del país. Desde principios de 2003, grupos rebeldes de Darfur comenzaron a atacar blancos
estatales, denunciando que el gobierno central oprimía a la población. En represalia, la milicia pro gobierno,
conocida como janjaweed, respondió lanzando ataques contra la población de Darfur, lo que dio lugar a
acusaciones de efectuar un tipo de limpieza étnica.
En el año 2004, el Consejo de Seguridad de la ONU dictó la resolución 1547 (2004), en referencia a la
situación de Darfur. A ésta le siguieron otras resoluciones y medidas que en definitiva resultaron ser
insuficientes para poner término o aminorar el conflicto, consecuencia de una falta de compromiso de la
comunidad internacional para resolver la crisis. En efecto, lo peor del conflicto de Darfur ocurrió en los años
2003 y 2004134.
A la luz del presente trabajo, cabe resaltar la resolución 1706 (2006) del Consejo de Seguridad en cuyo
preámbulo se recordaron y reafirmaron los párrafos 138 y 139 del Documento Final de 2005, para después
mandatar a las fuerzas de paz la protección de los civiles y el personal de la ONU en Darfur, en clara
aplicación de la responsabilidad de proteger.
En el párrafo 12 de la resolución 1706 se dispuso lo siguiente: "Actuando en virtud del Capítulo Vil de la Carta
de las Naciones Unidas, a) Decide autorizar a la UNMiS a usar todos los medios necesarios, en las zonas de
despliegue de sus fuerzas y en la medida de sus posibilidades, para:
- Proteger al personal, los recintos, las instalaciones y el equipo de las Naciones Unidas, garantizar la
seguridad y la libertad de circulación del personal de las Naciones Unidas, el personal de asistencia
humanitaria y el personal de la comisión de evaluación, impedir que grupos armados obstaculicen la
aplicación del Acuerdo de Paz de Darfur y, sin perjuicio de la responsabilidad que atañe al Gobierno del
Sudán, proteger a los civiles que se encuentren sometidos a amenazas de violencia física,
- Prevenir todo ataque y amenaza contra civiles a fin de apoyar la aplicación pronta y eficaz del Acuerdo de
Paz de Darfur"135.
No obstante, la citada resolución fue ineficaz, en parte por la negativa del gobierno sudanés en permitir su
cumplimiento. El impacto real de la misma fue menor al esperado136.
Luego en 2007, tras conversaciones con el gobierno de Sudán, el Consejo de Seguridad mediante la
resolución 1769 (2007), acordó establecer una operación entre la Unión Africana y la ONU en Darfur. Esta
fuerza de paz, desplegada a partir de 2008, actuó conforme al capítulo VII de la Carta de la ONU, para
proteger a su personal, a los civiles y apoyar el Acuerdo de Paz de Darfur (suscrito en 2005 por algunas
facciones del conflicto).
A pesar de los intentos de solución137 el conflicto subsiste y siguen perpetrándose crímenes contra la
humanidad en el país africano. "En un informe al Consejo de Seguridad de la ONU, el fiscal de la Corte Penal
Internacional afirmó que las fuerzas del gobierno de Sudán continúan los ataques y asesinatos de civiles de
varias etnias, lo que sigue provocando desplazamientos y coloca a millones de víctimas en peligro de sufrir
nuevos atropellos a sus derechos humanos"138.
Por otra parte, el conflicto en Sudán posee además una disputa entre el norte y el sur del país, también
marcada por asuntos étnicos y religiosos139. Esta arista del conflicto terminó en parte -y sólo formalmente- en
enero de 2005 tras la suscripción del Acuerdo General de Paz entre el gobierno de la República de Sudán y el
Movimiento de Liberación del Pueblo Sudanés. El acuerdo estableció transitoriamente una administración
autónoma en la región meridional de Sudán por seis años, tras lo cual debía realizarse un referéndum para
determinar la condición de Sudán del Sur. La Misión de las Naciones Unidas en el Sudán respaldó la
aplicación del Acuerdo General de Paz durante el período de transición.
El referéndum tuvo lugar en enero de 2011. Una abrumadora mayoría de 98,83% votó a favor de la
independencia de Sudán del Sur, que se hizo efectiva el 9 de julio de 2011. Luego de este acontecimiento, el
Consejo de Seguridad estableció por medio de la resolución 1996 (2011) una nueva misión, la Misión de
Asistencia de las Naciones Unidas en la República de Sudán del Sur, con el objeto de colaborar con un
proceso pacífico hacia la autonomía de Sudán del Sur.
Hoy, la contienda entre los países del sur y el norte se ha enfocado en la zona fronteriza de Abyei. Diversas
resoluciones del Consejo de Seguridad expresan su preocupación "por todos los actos de violencia cometidos
contra civiles en contravención del derecho internacional humanitario y las normas de derechos humanos,
entre los que se incluyen la muerte y el desplazamiento de un número considerable de civiles" como también
"por la constante presencia de personal militar y de policía del Sudán y Sudán del Sur en contravención del
Acuerdo de 20 de junio", reconociendo que "la situación actual en Abyei y a lo largo de la frontera entre el
Sudán y Sudán del Sur constituye una amenaza a la paz y seguridad internacionales"140.
A partir de esta breve reseña de algunos hitos principales del conflicto, es posible obtener diversas lecciones.
Por un lado, la ausencia de una intervención militar según la responsabilidad de proteger en Darfur se explica
por el contexto geopolítico alterado tan dramáticamente. El 11 de septiembre de 2001 había señalado el final
de una rara década de paz relativa para los Estados más poderosos del mundo, incluyendo los Estados
Unidos, la principal potencia militar e indispensable para una intervención por razones humanitaria a gran
escala. Esta realidad ha disminuido de manera significativa la posibilidad de movilizar a los Estados potencias
a una intervención para la protección de la población civil141.
Por otro lado, se puede constatar que una intervención en la práctica no es neutral ni imparcial pues los
objetivos concretos son establecidos por la fuerza interviniente. En ese sentido, el interviniente tiene un punto
de vista sobre el conflicto a resolver y adopta de medidas para tratar de cambiar esa situación, tomando una
posición sobre la situación. Al mismo tiempo, los destinatarios de la intervención hacen que ésta sea
significativa desde de su propia experiencia y marco cultural. Ello genera que en definitiva la injerencia sea
ambigua ya que puede llevar a los intervinientes a tener una comprensión de lo que están haciendo muy
diferente de la que tienen las personas que están sujetas a la intervención142.
Por consiguiente, una lección del caso sudanés es respecto a las relaciones entre intervinientes y población
intervenida. "Las dos operaciones de paz desplegadas en Darfur para brindar seguridad y protección -la AMIS
dirigida por la UA (2004-2007) y de la misión conjunta entre UA-ONU UNAMID (2007-en adelante)- han tenido
resultados tremendamente decepcionantes. Se llevaron a cabo un número insuficiente de análisis del conflicto
y de consultas por parte de la UA y la ONU, lo que dio como resultado muy malas relaciones entre los
intervinientes y la población intervenida. En las consideraciones sobre cuándo y cómo poner en práctica la
misión de proteger a los civiles, la UA y la ONU priorizaron los deseos del país de acogida, a pesar de que la
estrategia de contrainsurgencia del Estado anfitrión había causado la mayor parte de las atrocidades. [...] Una
impresión general era que las fuerzas de paz que [la población] esperaba llegaran para proteger sus vidas ni
siquiera podían protegerse a sí mismos. Muchos civiles habían visto las fuerzas de paz siendo testigos, pero
no deteniendo los ataques, asesinatos y saqueos. Las fuerzas de paz vinieron después de los ataques a
escribir informes, y con la autorización de la parte militar de control de la zona"143.
En consecuencia, una intervención por razones humanitarias no trata sobre la intervención en sí, no es la
finalidad en sí misma. Por el contrario, dados los requisitos de causa justa e intención correcta, debiera existir
entonces un "enfoque de dos vías [que] se centre de manera más sistemática en ambos extremos de la
relación, teniendo en cuenta tanto el interventor y la población intervenida"144. Así pues, la responsabilidad
de proteger no se contempla para establecer y cumplir objetivos meramente institucionales, sino para la
protección de los civiles por lo que no se debe ignorar entonces, en aquella parte que corresponde, dentro la
toma de decisiones a la comunidad destinataria de la injerencia.
Al finalizar el presente trabajo sobre el principio de no intervención es menester referirnos al reciente y aún
activo conflicto entre Ucrania y Rusia en 2014, consistente en el envío de tropas rusas a Crimea para
proteger, según Moscú, a grupos étnicos rusos que estaban en peligro después de un golpe político en
Ucrania.
"En febrero de 2014, después de meses de protestas políticas cada vez más violentas en Ucrania, el
presidente prorruso Viktor Yanukovich huyó apresuradamente a Rusia escarmentado por las revelaciones de
su estilo de vida opulento y corrupción. El parlamento ucraniano posteriormente lo derrocó e instaló un nuevo
gobierno prooccidental. Poco después, soldados no identificados, pero que utilizaban vehículos con placas
rusas, entraron a territorio ucraniano en el sur de la península de Crimea, cerca del Mar Negro. Rodearon a
los edificios del gobierno y bases militares, ocuparon los aeropuertos de la región, y se apoderaron de la
comunicación satelital"145.
Rusia expuso los siguientes argumentos para justificar la intervención militar en Ucrania146. En primer lugar,
sostuvieron que ejercían su derecho a proteger civiles nacionales en territorio extranjero, entendido ahora no
sólo a aquellos que invocaran ser de nacionalidad rusa, sino también a quienes fuesen de una etnia rusa147.
Sobre esa base, el parlamento ruso autorizó al presidente Vladimir Putin a usar la fuerza para proteger a los
ciudadanos y soldados rusos en toda Ucrania que fueren amenazados por la violencia.
En segundo lugar, Putin sostuvo que Ucrania otorgó su consentimiento a través de la invitación del (ex)
presidente Yanukovych y autoridades locales (prorrusas) de Crimea. Rusia afirmó que el derrocamiento de
Yanukovich fue un golpe inconstitucional, y por lo tanto que él tenía la autoridad soberana de dar su
consentimiento a la intervención de Rusia.
En tercer lugar, el gobierno ruso invocó una razón de legítima defensa con base en las denuncias de algunos
675.000 refugiados ucranianos que entraron en Rusia y que darían cuenta de una "catástrofe humanitaria".
Moscú sostiene que en algunas de las regiones separatistas en Ucrania se vive una guerra civil.
Los fundamentos del Kremlin no han sido convincentes para la comunidad internacional pues es dudosa la
existencia de una amenaza real o aparente a los ciudadanos y soldados rusos o a personas de etnia rusa en
Ucrania. Por ello la comunidad internacional ha condenado la intervención militar rusa en Crimea como una
violación del Derecho Internacional148. Ello se tradujo en una confrontación política entre algunos Estados
potencias y en ciertas sanciones diplomáticas y económicas, pero que se trata de consecuencias que son un
precio internacional que Rusia está dispuesta a pagar149, sabiendo además que el Consejo de Seguridad de
la ONU no actuará dada la condición de Rusia como miembro permanente con derecho a veto.
Consecuentemente, sólo la Asamblea General ha adoptado una postura oficial sobre el conflicto, a través de
la resolución 68/262. En ella se reafirman los principios del Derecho Internacional, "afirma su determinación
de preservar la soberanía, la independencia política, la unidad y la integridad territorial de Ucrania dentro de
sus fronteras reconocidas internacionalmente [... y] recalca que el referendo celebrado en la República
Autónoma de Crimea y la ciudad de Sebastopol el 16 de marzo de 2014, al no tener validez, no puede servir
de base para modificar el estatuto de la República Autónoma de Crimea o de la ciudad de Sebastopol"150.
Otro aspecto que es central en el caso de Crimea es la autodeterminación de los pueblos. Al respecto cabe
expresar que "el derecho de libre determinación en sí mismo no dará lugar a un derecho legal a un Estado
para intervenir en el territorio de otro Estado, ya sea directamente o través de agentes privados. Cuando un
pueblo está siendo oprimido y la fuerza se está utilizando contra ellos por su propio Estado es posible que
ellos busquen y obtengan ayuda militar para su defensa de otro Estado. Esto debe ser preferiblemente a
través de una resolución de la ONU, la acción colectiva de una serie de Estados o como parte de un acuerdo
de defensa propia. Sin embargo, una acción militar unilateral donde no hay tal opresión o fuerza entonces es
ilegal"151.
En suma, aunque sabiendo que el caso de Crimea está aún en desarrollo, este conflicto ha sido demostrativo
de la fragilidad de los consensos logrados en la discusión jurídica entorno al principio de no intervención. En
concreto, Rusia no cumpliría con las exigencias del Derecho Internacional para poder intervenir militarmente
en otro Estado, pues actuó unilateralmente, no presentó evidencia creíble de los actos o amenazas de
violencia contra sus nacionales, no acudió al Consejo de Seguridad a buscar medidas previas y pacíficas, y
respondió quizá con una fuerza desproporcionada.
Por otro lado, aparece de manifiesto el doble estándar que en general tienen los Estados potencias, siendo el
último ejemplo el hecho que Rusia invoque el principio y evite una injerencia militar conforme a la
responsabilidad de proteger en Siria152 para luego intervenir de forma unilateral en Ucrania infringiendo el
principio general del Derecho Internacional de no intervención.
Conclusiones
El concepto que proponemos y que hemos reservado para este momento, se basa en los siguientes aspectos
y premisas desarrollados supra:
i. Los instrumentos de carácter normativo más relevantes en relación a la definición del principio, son las
resoluciones 2131 (XX) y 2625 (XXV) de la Asamblea General de la ONU y el art. 19 de la Carta de la OEA.
En el ámbito jurisprudencial, destaca la sentencia de la CIJ en el caso de actividades militares y paramilitares
en y contra Nicaragua.
ii. El problema de la conceptualización del principio, sin atender a análisis políticos, es el amplísimo espectro
de actuaciones que cabrían en la voz intervención. Tal problema se ha decantado, aunque con matices, a
favor de una concepción amplia del principio.
iii. El principio de no injerencia está estrechamente vinculado con los de igualdad soberana de los Estados y
de autodeterminación de los pueblos, en los cuales el primero encuentra su fundamento base.
iv. El principio de igualdad soberana debe entenderse hoy, tanto en su faz interna como externa, es decir, en
un doble carácter. Uno, como ejercicio de control, autoridad y poder; el otro, como ejercicio de
responsabilidad, respeto y protección.
v. El principio de prohibición del uso de la fuerza es una garantía para la no intervención, pues aquél
proscribe, por regla general, la fuerza armada, actuación que se erige como la vulneración más grave, mas no
la única, del principio de no injerencia.
vi. El principio de no intervención debe conceptualizarse tanto por sus elementos propios como a la luz de
sus excepciones: el uso de la fuerza legítima y, también hoy, las intervenciones por razones humanitarias.
vii. Las intervenciones con fines de protección humanitaria se justifican, en el Derecho Internacional actual,
en la responsabilidad de proteger.
viii. En lo que respecta al pilar de la prevención de violaciones a los derechos humanos, advertimos que
todavía no es claro cómo en ese estadio se respeta el principio de no intervención.
La protección de los derechos humanos ante la comisión de alguno de los cuatro crímenes vinculados a la
responsabilidad de proteger pertenece a la jurisdicción universal, pero evitar la comisión de tales crímenes
puede requerir alguna injerencia en el sistema político, social, económico y cultural de un Estado, asuntos
propios de su jurisdicción interna, de modo que existe una colisión entre ambos principios.
En el estado actual de la materia, respecto del supuesto planteado debe primar el principio de no intervención.
ix. Por tanto, el principio de no intervención, de conformidad al Derecho Internacional actual, puede
entenderse como:
La prohibición a cada Estado, grupo de Estados y organizaciones internacionales, de ejecutar o amenazar con
la ejecución de actos para forzar la voluntad soberana de otro Estado, en particular en lo relativo a asuntos de
carácter político, económico, social y cultural, sea cual fueren el motivo y los medios empleados.
No obstante, si las decisiones soberanas del Estado significan una amenaza para la paz y seguridad
internacionales, en repuesta se deberá actuar conforme al capítulo VII y/o VIII de la Carta de la ONU o bien de
acuerdo a la responsabilidad de proteger, según corresponda.
En este último caso, si en el Estado a intervenir se está cometiendo genocidio, crímenes de guerra,
depuración étnica y/o crímenes de lesa humanidad, y si dicho Estado no protege a su población civil, en la
medida que se cumplan los requisitos exigidos por el Derecho Internacional, la comunidad mundial debe
intervenir con el solo objeto de proteger a la población civil.