ANTÍGONA

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ANTÍGONA

La acción transcurre en el angora de Tebas, ante de la puerta del palacio de Creonte.


Antígona: tu, Ismena, mi querida hermana. ¿sabes de un solo infortunio que Zeus no nos haya
enviado desde que vinimos al mundo? No hay dolor ni maldición ni vergüenza ni deshonor
alguno que no pueda contarse en el número de tus desgracias y de las mías.
ISMENA: manos del otro.
ANTÍGONA: y por eso te hecho salir del palacio para que puedas oírme a solas.
ISMENA: parece que tienes entre manos un proyecto.
ANTÍGONA: Creonte ha acordado los honores de la sepultura a uno de nuestros
hermanos y en cambio se la rehúsa al otro. también se dice que ha hecho pública
una
orden para todos los tebanos en la que prohíbe darle sepultura y
que se le llore. Pronto vas a
tener que demostrar si has nacido de sangre generosa o si no eres
más que una cobarde que desmientes la nobleza de tus padres.

ISMENA: ¿qué ganaría yo


desobedeciendo o acatando esas órdenes?
ANTÍGONA: ¿Me ayudarás?
ISMENA: ¿A qué riesgo vas a exponerte?
ANTÍGONA: ¿Me ayudarás a levantar el cadáver?
ISMENA: ¿de verdad piensas darle sepultura, a pesar de que se haya
prohibido a toda la ciudad?
ANTÍGONA: Nadie
me acusará de traición por haberlo abandonado.
ISMENA: ¿A pesar de la prohibición de Creonte?
ANTÍGONA: No tiene ningún derecho a privarme de los míos
ISMENA: ¡Ah! Piensa, hermana, en nuestro padre, después que por los pecados
que en sí mismo
descubrió, se reventó los ojos con sus propias manos; piensa
también que su madre y su mujer, pues fue las dos cosas a la vez. y mira,
como tercera desgracia, cómo nuestros hermanos, en un solo
día, los dos se han dado muerte uno a otro, hiriéndose mutuamente
con sus propias manos.
ANTIGONA: No insistiré; pero aunque luego quisieras ayudarme, no me será
ya grata tu ayuda. si te parece, desprecia lo que para los dioses es lo más
sagrado.
ISMENA: pero no dispongo de recursos para actuar en
contra de las leyes de la ciudad.
ANTÍGONA: Puedes alegar ese pretexto.
ISMENA: ¡qué miedo siento por ti!
ANTÍGONA: preocúpate de tu propia vida.
ISMENA: Mantenlo secreto; yo
haré lo mismo.
ANTÍGONA: Yo no. Dilo en todas partes.
ISMENA: Tienes un corazón de fuego para lo que hiela de espanto.

ANTÍGONA: Pero sé que soy grata a aquellos a quienes sobre todo me importa
agradar.
SMENA: Si al menos pudieras tener éxito.
ANTÍGONA: Pues bien.
ISMENA: Pero no hay que perseguir lo imposible.
ANTÍGONA: Si continúas hablando así, ya que nada me sería más
intolerable que no morir con gloria.
ISMENA: Pues si estás tan decidida.
(ANTÍGONA e ISMENA se retiran. ANTÍGONA se aleja;
ISMENA entra al palacio. El CORO, compuesto de ancianos de Tebas,
entra y saluda lo primero al Sol naciente.)
CORO: ¡Oh tú, la más bella de las luces que jamás a brillado sobre Tebas la de las
siete puertas!
CORIFEO: aborrece las bravatas de una lengua orgullosa
CORO: respiraba contra nosotros el soplo los
vientos más desoladores.
CORIFEO: dejaron como ofrenda a Zeus, victorioso, el
tributo de sus armas de bronce.
CORO: La guerra ha terminado.
CORIFEO: Pero he aquí que llega Creonte, «¿Qué proyecto se agita en su espíritu
para que haya convocado,
por heraldo público, esta asamblea de ancianos aquí congregados?

(Entra CREONTE con numeroso séquito.)


CREONTE: Ancianos, los dioses, después de haber agitado rudamente con la
tempestad la ciudad, le han devuelto al fin la calma. quedo yo, de ahora en adelante,
por
ser el pariente más cercano de los muertos, dueño del poder y del
trono de Tebas. Jamás pasaré en
silencio el daño que amenaza a mis ciudadanos, Tal es mi decisión; pues nunca los
malvados
obtendrán de mí estimación mayor que los hombres de bien.
CORIFEO: que te place tomar tanto respecto del amigo como del enemigo del país.

CREONTE: Velad, pues, para que mis órdenes se cumplan.


CORIFEO: Encarga de esta comisión a otros más jóvenes que nosotros.
CREONTE: Guardias hay ya colocados cerca del cadáver.
CORIFEO: ¿Qué otra cosa tienes aún que recomendarnos?
CREONTE: Que seáis inflexibles con los que infrinjan mis órdenes.
CORIFEO: Nadie será lo bastante loco como para desear la muerte.
CREONTE: Y tal sería su recompensa.
Llega un MENSAJERO, uno de los guardianes colocados cerca del cadáver
de Polinice. Después de muchas vacilaciones, se decide a hablar.)
MENSAJERO: pues vengo movido por la esperanza de sufrir tan
sólo lo que el Destino haya decretado.
CREONTE: ¿Qué hay?
MENSAJERO: Quiero primero informarte de lo que me concierne.
CREONTE: ¡Cuánta prudencia y cuántas precauciones tomas!
MENSAJERO: Cuesta mucho trabajo decir las cosas desagradables.
CREONTE: ¿Hablarás al fin y dirás tu mensaje para descargarte de él?
MENSAJERO: Un desconocido, ha huido hace rato.
CREONTE: ¿Qué es lo que dices?
MENSAJERO: El culpable no ha dejado ningún indicio. Cuando el
primer centinela de la mañana dio la noticia el hecho nos produjo
triste sorpresa. Su opinión fue
que había que comunicarte lo que pasaba y no ocultártelo.
CORIFEO: antes que tus palabras me llenen de cólera, ¿Cuándo has visto tú que los
dioses honren a
los malvados?
MENSAJERO: ¿Me permitirás decir una palabra, o tendré que retirarme sin decir
nada?
CREONTE: ¿No sabes ya cuán insoportables me resultan tus palabras?
MENSAJERO: ¿Es que ellas muerden tus oídos o tu corazón?
CREONTE: ¿Por qué quieres precisar el lugar de mi dolor?
MENSAJERO: El culpable aflige tu alma; yo no hago más que ofender tus oídos.
CREONTE ¡Ah! ¡Qué insigne charlatán has salido desde tu nacimiento!
MENSAJERO: Por lo menos no he sido yo quien ha cometido ese crimen.
CREONTE: Pero, ya que por dinero has vendido tu alma...
MENSAJERO: ¡Ay! ¡Gran desgracia es juzgar por sospechas, y que las sospechas
sean falsas!
CREONTE: Si no me traéis a los autores del delito, tendréis que reconocer, a no
tardar, que las ganancias que envilecen causan graves perjuicios.
MENSAJERO: ¡Sí; que se descubra al culpable ante todo!
(El GUARDIÁN se retira.)

CORO: Numerosas son las maravillas del mundo; pero, de todas, la más
sorprendente es el hombre. El, con sus artes se adueña de los
animales salvajes y montaraces; y al caballo de espesas crines lo
domina con el freno, y somete bajo el yugo, que por ambas partes
le sujeta, al indómito toro bravío. Que el hombre que así
obra no sea nunca ni mi huésped en el hogar ni menos amigo
mío.
(Llega de nuevo el CENTINELA trayendo atada a ANTÍGONA.)
CORIFEO: ¡Qué increíble y sorprendente prodigio!
CENTINELA: La hemos cogido en trance de dar
sepultura al cadáver.
CORIFEO: Sale del palacio y llega oportunamente.
(Llega CREONTE.)
CREONTE: ¿Qué hay?
CENTINELA: Vuelvo, pues, a despecho de mis juramentos, y te traigo a esta

joven que ha sido sorprendida en el momento en que cumplía los

ritos funerarios.

CREONTE: ¿En qué lugar y cómo has cogido a la que me traes?

CENTINELA: Ella misma estaba enterrando el cadáver

CREONTE: ¿Cómo la has visto y cómo la has sorprendido en el hecho?

CENTINELA: cuando yo llegué, aterrado por

las terribles amenazas que tú habías pronunciado, barrimos todo

el polvo que cubría al muerto y dejamos bien al descubierto el

cadáver, que se estaba descomponiendo. Interrogada sobre lo que había ya hecho y lo

que acababa de realizar, no negó nada.

(Una pausa.)
CREONTE (Dirigiéndose a ANTÍGONA.): confirmas o niegas

haber hecho lo que éste dice?

ANTÍGONA: Lo confirmo,

CREONTE (Al CENTINELA.):

Libre de la grave acusación que pesaba sobre tu cabeza,

(El CENTINELA se va.)

CREONTE (Dirigiéndose a ANTÍGONA.): ¿Conocías prohibición que yo había


promulgado?

ANTÍGONA (Levanta la cabeza y mira a CREONTE.):

La conocía.

CREONTE: ¿Y has osado, a pesar de ello, desobedecer mis órdenes?

ANTÍGONA: Sí, porque no es Zeus quien ha promulgado para mí esta

Prohibición. No son de hoy ni ayer esas leyes; existen desde siempre

y nadie sabe a qué tiempos se remontan

ORIFEO: En esta naturaleza inflexible se reconoce a la hija del indomable

Edipo: no ha aprendido a ceder ante la desgracia.

CREONTE (Dirigiéndose al CORO.): Pero has de saber que esos espíritus demasiado
inflexibles son

entre todos los más fáciles de abatir

ANTÍGONA: ¿Quieres algo más que matarme?

CREONTE: tengo todo lo que quiero.

ANTÍGONA: Tus palabras me disgustan y ojalá me disgusten siempre

CREONTE:

Tú eres la única entre los cadmeos que ve las cosas así.

ANTÍGONA: Ellos las ven como yo; pero ante ti, sellan sus labios.

CREONTE: Y tú, ¿cómo no enrojeces de vergüenza de disentir de ellos?


ANTÍGONA: No hay motivos para enrojecer por honrar a los que salieron del

mismo seno.

CREONTE: ¿No era también hermano tuyo el que murió combatiendo contra

el otro?

ANTÍGONA: Era mi hermano de padre y de madre.

CREONTE: Entonces, ¿por qué hacer honores al uno que resultan impíos

para con el otro?

ANTÍGONA: No diría que lo son el cadáver del muerto

CREONTE: desde el momento en que tú rindes a este muerto más honores

que al otro.

ANTÍGONA: No murió como su esclavo

CREONTE: Sin embargo, el uno asolaba esta tierra y el otro luchaba por

defenderla.

ANTÍGONA: Hades, sin embargo, quiere igualdad de leyes para todos.

CREONTE: Pero al hombre virtuoso no se le debe igual trato que al malvado.

ANTÍGONA: ¿Quién sabe si esas máximas son santas allá abajo?

CREONTE: No; nunca un enemigo mío será mi amigo después de muerto.

ANTÍGONA: No he nacido para compartir el odio, sino el amor.

CREONTE: Ya que tienes que amar,

(Se ve llegar a ISMENA entre dos esclavos.)

CORIFEO: Pero he aquí que en el umbral del palacio está Ismena. Una nube de dolor que

pesa sobre sus ojos ensombrece su rostro enrojecido.

(Entra ISMENA.)

CREONTE: ¡Oh tú que, como una víbora, arrastrándose cautelosamente en

mi hogar, bebías, sin yo saberlo, mi sangre en la sombra!


ISMENA: Sí, soy culpable,

ANTÍGONA (Vivamente.):

Pero la Justicia no lo permitirá

ISMENA: Pero en la desgracia en que te hayas no me avergüenza asociarme

al peligro que corres.

ANTÍGONA: Hades y los dioses infernales saben quiénes son los responsables.

ISMENA: no me juzgues indigna de morir contigo y de haber

honrado al difunto.

ANTÍGONA: Guárdate de unirte a mí muerte y de atribuirte lo que no has

hecho. Bastará que muera yo.

ISMENA: ¿qué vida, abandonada de ti, puede serme aún apetecible?

ANTÍGONA: Pregúntaselo a Creonte

ISMENA: ¿Por qué quieres afligirme así

ANTÍGONA: Si te mortifico

ISMENA: ¿No puedo al menos ahora pedirte algún favor?

ANTÍGONA: Salva tu vida; no te envidio al conservarla.

ISMENA: ¡Malhaya mi desgracia! ¿No podría yo compartir tu muerte?

ANTÍGONA: Tú has preferido vivir; yo en cambio, he escogido morir.

ISMENA: Pero al menos te he dicho lo que tenía que decirte.

ANTÍGONA: Sí, a unos les parecerán sensatas tus palabras;

ISMENA: la falta es común a ambas.

ANTÍGONA: Tranquilízate.

CREONTE: Estas dos muchachas, lo aseguro, están locas.

ISMENA: a razón con que la Naturaleza nos ha dotado no


persiste en un momento de desgracia excesiva,

CREONTE: El tuyo, seguramente, se perdió cuando quisiste ser cómplice de

unos malvados.

ISMENA: Sola y sin ella

CREONTE: No hables más de ella, pues ya no existe.

ISMENA: Y ¿vas a matar a la prometida de tu hijo?

CREONTE: Hay otros surcos donde poder labrar.

ISMENA: No era eso lo que entre ellos se había convenido.

CREONTE: No quiero para mis hijos mujeres malvadas.

ISMENA: ¡Oh Hemón bien amado! ¡Cuán gran desprecio siente por ti tu

padre!

CREONTE: Me estáis resultando insoportables tú y esas bodas.

CORIFEO: ¿Verdaderamente privarás de ésta a tu propio hijo?

CREONTE: Es Plutón, no yo, quien ha de poner fin a esas nupcias.

ISMENA: ¿De modo que, según parece, su muerte está ya decidida?

CREONTE: Es preciso que queden bien sujetas, de modo

que no tengan ninguna libertad

(Unos esclavos se llevan a ANTÍGONA e ISMENA. CREONTE

queda.)

CORO: Dichosos aquellos cuya vida se ha deslizado sin haber probado

los frutos de la desgracia. Para el hombre esta ley inmutable prevalecerá por toda la

eternidad,

(HEMÓN entra por la puerta central.)

CORIFEO: Pero he aquí a Hemón, el menor de tus hijos. Viene afligido por
la suerte de su joven prometida,

CREONTE (Al CORO.): En seguida vamos a saberlo mucho mejor que los adivinos.

HEMÓN: Padre, te pertenezco. Tus sabios consejos me gobiernan

CREONTE: Esta es efectivamente, hijo mío, la norma de conducta que ha de

seguir tu corazón: Por esta razón los hombres desean tener

y conservan en el seno de sus hogares hijos dóciles: No pierdas, pues, jamás hijo
mío, por atractivos del

placer a causa de una mujer. De un hombre así no puedo dudar que sabrá mandar
tan bien

como ejecutar las órdenes que reciba

CORIFEO: nos parece que has estado razonable en lo que acabas de decir.

HEMÓN: Padre: los dioses, al dar la razón a los hombres, les dieron el bien

más grande de todos los que existen. ¿Qué más bello

ornato para los hijos que la gloria de su padre, y para un padre la

de sus hijos? Si a pesar de mi juventud soy capaz de darte un buen

consejo, considero que el hombre que posee experiencia aventaja

en mucho a los demás;

CORIFEO: ¡Tanto el uno como el

otro habéis hablado bien!

CREONTE: ¿Es que a nuestra edad tendremos que aprender prudencia de un

hombre de sus años?


HEMÓN: Aunque sea joven, no es mi edad, son mis consejos los que hay que tener
en cuenta.

CREONTE: ¿Y tú consejo es que honremos a los promotores de desórdenes?

HEMÓN: Nunca te aconsejaré rendir homenaje a los que se conducen mal.

CREONTE: ¿no ha sido sorprendida cometiendo una mala

acción?

HEMÓN: al menos así lo dice el pueblo de Tebas.

CREONTE: ¿Ha de ser la ciudad la que ha de dictarme lo que debo

hacer?

HEMÓN: ¿No te das cuenta de que acabas de hablar como un hombre

demasiado joven?

CREONTE: ¿Es que incumbe a otro que a mí el gobernar a este país?

HEMÓN: No hay ciudad que pertenezca a un solo hombre.

CREONTE: Pero ¿no se dice que una ciudad es legítimamente del que manda?

HEMÓN: Únicamente en un desierto tendrías derecho a gobernar solo.

CREONTE: Está bien claro que te has convertido en el aliado de una mujer.

HEMÓN: Sí, si tú eres una mujer; pues es por tu persona por quien me

preocupo.

CREONTE: ¡Y lo haces, miserable, acusando a tu padre!

HEMÓN: Porque te veo, en efecto, violar la Justicia.

CREONTE: ¿Es violarla hacer que se respete mi autoridad?

HEMÓN: Empiezas por no respetarla tú mismo hollando los honores


debidos a los dioses.

CREONTE: ¡Oh, ser impuro, esclavizado por una mujer!

HEMÓN: Nunca me verás ceder a deseos vergonzosos.

CREONTE: En todo caso, no hablas más que en favor de ella.

HEMÓN: por mí y por los dioses infernales.

CREONTE: Jamás te casarás con esa mujer en vida.

HEMÓN: Ella morirá

CREONTE: ¿Llega tu audacia hasta amenazarme?

HEMÓN: ¿Es amenazarte refutar tus poco sensatas decisiones?

CREONTE: vas a pagar con lágrimas estas tus lecciones de cordura.

HEMÓN: ¿Es que quieres hablar tú solo, sin escuchar nunca a nadie?

CREONTE: ¡Vil esclavo de una mujer, cesa ya de aturdirme con tu charla!

HEMÓN: Si no fueras mi padre, diría que desvarías.

CREONTE: (Dirigiéndose a los guardianes.) ¡Qué traigan aquí a esa

mujer odiosa!

HEMÓN: de ninguna manera en mi presencia morirá.

(HEMÓN se va.)

CORIFEO: ese hombre se ha ido despechado y encolerizado.

CREONTE: Que se marche y que presuma de ser todo un hombre.

CORIFEO: ¿Has decidido, pues, matarlas a las dos?

CREONTE: Perdonaré a la que no tocó al muerto


CORIFEO: ¿de qué muerte quieres que perezca la otra?

CREONTE: La llevaré por un sendero estrecho y abandonado y la encerraré

viva en caverna de una roca.

(CREONTE se va.)

CORO: Hasta los corazones de los mismos justos los haces injustos y los

llevas a la ruina.

(Aparece ANTÍGONA conducida por dos centinelas y con las manos

atadas.)

CORIFEO: me siento inclinado

a desobedecer las leyes y no puedo retener el raudal de mis lágrimas

contemplando cómo Antígona avanza hacia el lecho,

(Entra ANTÍGONA.)

ANTÍGONA (Saliendo del palacio.):

ANTÍGONA (Saliendo del palacio.): ¡Oh ciudadanos de mi madre patria! ¡Vedme


emprender mi último

camino y contemplar por última vez la luz del Sol! ¡Nunca lo

volveré a ver!

CORIFEO: Pero te vas hacia el abismo de los muertos revestida de gloria y de

Elogios

ANTÍGONA: Sé qué lamentable fin tuvo la extranjera de Frigia, hija de Tántalo,

que murió en la cumbre del Sípilo.

CORIFEO: Pero ella era diosa e hija de un dios.


ANTÍGONA: ¡Ay! ¡Te burlas de mí! ¿Por qué, en nombre de los dioses paternos,

ultrajarme viva sin esperar a mi muerte?

CORIFEO: Te has dejado llevar por un exceso de audacia, y te has estrellado

contra el trono elevado de la Justicia.

ANTÍGONA: ¡Qué pensamientos más amargos has despertado en mí al

recordarme el destino demasiado conocido de mi padre,

CORIFEO: Es ser piadoso sin duda honrar a los muertos;

ANTÍGONA: Sin que nadie me llore

(Entra CREONTE)

CREONTE: (A los guardianes que conducen a ANTÍGONA.): -¿Ignoráis que nadie

pondría término a las lamentaciones y llantos de los que van a morir si se les dejase
en libertad de entregarse a ellos? Llevadla

sin demora.

ANTÍGONA: ¡Oh sepulcro, cámara nupcial, eterna morada subterránea que

siempre ha de guardarme!

CORIFEO: Las mismas tempestades que agitaban su alma la atormentan aún.

CREONTE: Por eso va a costar lágrimas a los que la conducen con tanta

lentitud.

ANTÍGONA: ¡Esas palabras vienen a anunciarme que está próximo el

momento de mi, muerte!

CREONTE: que esperes que mis órdenes quedarán


incumplidas.

ANTÍGONA: ¡Oh ciudad de mis padres en el país tebano!. ¡Ved, jefes tebanos,

a la última de las hijas de vuestros reyes!

(ANTÍGONA es llevada lentamente por los guardias; el CORO canta.)

CORO: Dánae también sufrió una suerte semejante cuando se vio obligada

a despedirse de la claridad del cielo en su prisión de bronce;

«Pero el poder del Destino es terrible, y ni la opulencia ni Ares ni

las torres de las murallas ni los obscuros navíos batidos por las

olas, pueden esquivarlo.

(Llega TIRESIAS de la mano de un niño.)

TIRESIAS: pues los ciegos no pueden andar sino guiados.

CREONTE: ¡Oh anciano Tiresias!

TIRESIAS: Voy a decírtelo y tú obedecerás al adivino.

CREONTE: Nunca hasta ahora desatendí tus consejos.

TIRESIAS: Y por eso gobiernas rectamente esta ciudad.

CREONTE: Reconozco que me has dado útiles consejos.

TIRESIAS: Pues es preciso que sepas que la Fortuna te ha puesto otra vez

sobre el filo de la navaja.

CREONTE: Me estremezco al pensar qué palabras van a salir de

tus labios.

TIRESIAS: Las que vas a oír y que los signos de mi Arte me han
proporcionado. Y esa desgracia que amenaza a la ciudad es por

culpa tuya.

CREONTE: Anciano, venís todos como arqueros contra el blanco y disparáis

vuestras flechas contra mí. Los hombres más hábiles se exponen a vergonzosas
claudicaciones

cuando tienen como cebo el lucro que les hace dar curso a las

más vergonzosas peroratas.

TIRESIAS: ¿Es que hay alguien que sepa, hay alguien que conciba... ?

CREONTE: ¿De qué estás hablando?

TIRESIAS: Que la prudencia es la mejor de todas las riquezas.

CREONTE: También digo yo que la demencia es el más grande de los males.

TIRESIAS: Pues ése es precisamente el mal que te aqueja.

CREONTE: No quiero devolver a un adivino injuria por injuria.

TIRESIAS: así lo haces tachando mis predicciones de

imposturas.

CREONTE: La especie de los adivinos es ávida de dinero.

TIRESIAS: Y la de los tiranos gusta de las adulaciones vergonzosas.

CREONTE: ¿Te das cuenta de que tus palabras van dirigidas a tu rey?

TIRESIAS: Lo sé, pues ha sido gracias a mí cómo has salvado a la ciudad.

CREONTE: Eres un hábil adivino; pero te estás dando el gusto de mostrarte

injusto.

TIRESIAS: Me obligarás a decir lo que hubiera querido guardar en mi corazón.


CREONTE: Descúbrelo; pero que no sea la codicia la, que te inspire.

TIRESIAS: ¿De modo que crees verdaderamente que, al hablarte así, lo hago

sólo movido por el interés.

CREONTE: Por ningún precio,

TIRESIAS: Pues bien, a tu vez es preciso que sepas que las ruedas rápidas del

Sol no darán, Y ahora mira si es la

codicia la que inspira mis palabras. Se aproxima la hora en que

lamentaciones de hombres y mujeres llenarán tu palacio. Tales son los dardos que,
en mi cólera,

ya que me has irritado, he lanzado como un arquero infalible

contra tu corazón, y cuyas sangrantes heridas no podrás evitar.

(Dirigiéndose a su lazarillo.)

(TIRESIAS y el niño se retiran. El CORO está aterrado. Silencio.)

CORIFEO:Rey: ese hombre se ha retirado después de haber anunciado cosas

Espantosas.

CREONTE: También yo lo sé

CORIFEO: Es necesaria prudencia, Creonte, hijo de Meneceo.

CREONTE: ¿Qué debo hacer?

CORIFEO: saca a la joven de su prisión subterránea y prepara

una sepultura para quien permanece al aire libre.

CREONTE: ¿Eso crees que es lo que debo hacer?


CORIFEO: Sí, rey;

CREONTE: ¡Lo siento! Con gran pena, renuncio a mi resolución;

CORIFEO: (Dirigiéndose al CORO.)

Y yo, puesto que ya he cambiado de parecer, desde que con mis

manos até a Antígona, quiero ir en persona a libertarla.

CORO: a quien se honra bajo tantos nombres diferentes; Es ésta la ciudad que amas
sobre todas las ciudades como la amaba

tu madre, muerta por el rayo.

(Entra un MENSAJERO.)

MENSAJERO: ¡Oh vosotros que habitáis en los alrededores del palacio de Cadmo

y el templo de Anfión! Acumula, si quieres

inmensos tesoros en tu casa;

CORIFEO: ¿Qué nuevo infortunio de nuestros reyes vienes a anunciarnos?

MENSAJERO: Han muerto,

CORIFEO: ¿Quién ha muerto?

MENSAJERO: ¡Hemón ha muerto!

CORIFEO: ¿La mano de su padre o bien la suya propia?

MENSAJERO: Se mató por su mano.

CORIFEO: ¡Oh adivino! ¡Tus predicciones se han cumplido sin demora!

MENSAJERO: Ya que así es, conviene pensar en todo lo que puede suceder.

(Se ve a EURÍDICE, que sale por la puerta central.)

CORIFEO: (Entra EURÍDICE.) veo que se acerca la desgraciada Eurídice.


EURÍDICE: Ciudadanos todos, aquí reunidos. Iba a abrir la

puerta, cuando el rumor de una desgracia doméstica hirió mis

oídos.

MENSAJERO: Amada reina: te diré todo aquello de que yo he sido testigo y no

omitiré ni una palabra de verdad. Desde lejos uno de nosotros oyó un grito lejano y
agudos gemidos

que salían de ese sepulcro privado de honras fúnebres y se lo dijo inmediatamente al


rey.

Vimos a Antígona colgada por el cuello:

un nudo corredizo, que había hecho trenzando su cinturón, la

había ahorcado. Hemón, desfallecido, la sostenía, abrazado a ella

por la cintura; deploraba la pérdida de la que debía haber sido

suya, y que estaba ya en la mansión de los Muertos, la crueldad de

su padre y el final desastroso de su amor.

El hijo, entonces,

clava en su padre una torva mirada; le escupe a la cara, y desenvaina,

sin contestarle, su espada de doble filo y se lanza contra él. Creonte

esquivó el golpe hurtando el cuerpo.

(EURÍ CORIFEO:

DICE, enloquecida, se retira.)

La reina, sin decir palabra ni

favorable ni nefasta, se ha retirado.


MENSAJERO: ¡Yo también estoy aterrado!

CORIFEO: Pero un silencio demasiado grande me hace presagiar

una desgracia inminente.

MENSAJERO: Vamos a enterarnos

(El MENSAJERO penetra al palacio. Se ve entrar a CREONTE con

un grupo de servidores: trae el cadáver de HEMÓN.)

CORIFEO: Pero he aquí al rey que llega en persona;

(CREONTE entra con su séquito.)

CREONTE: ¡Oh irreparables y mortales errores de mi mente extraviada! hijo mío:


mueres en tu

juventud, de una muerte prematura, y tu muerte, ¡ay!, no ha sido

causada por una locura tuya, sino por la mía!

CORIFEO: ¡Ay, qué tarde me parece que ves la Justicia!

CREONTE: ¡Ay! ¡Por fin la he conocido, desgraciado de mí! .

Del interior del palacio vuelve el MENSAJERO)

MENSAJERO: ¡Qué serie de desgracias son las tuyas! ¡Oh mi amo!

CREONTE:

Y ¿qué males más espantosos que los que he soportado pueden

acaecerme aún?

MENSAJERO: Tu mujer ha muerto.

CREONTE: ¡Oh abismos inexorables de Hades! ¿Por qué, por qué consumas

mi pérdida? ¡Oh tú, mensajero de aflicciones, ¿qué otra nueva


vienes a anunciarme? ¡Cuando yo estaba casi muerto vienen a

descargarme el golpe mortal!

MENSAJERO: Puedes verla,

(La puerta se abre y se ve el cuerpo muerto de EURÍDICE)

CREONTE: ¡Ah, infeliz de mí! ¡Veo esta otra y segunda desgracia! ¿Qué otro

fatal destino, ¡ay!, mi esposa aún? ¡Sostengo en mis brazos a mi

hijo que acaba de expirar; y ahí, ante mis ojos, tengo ese otro

cadáver! ¡Ay!, ¡oh madre infortunada! ¡Ay!, ¡oh hijo mío!

MENSAJERO: Ante el altar se atravesó con un hierro agudo y cerró sus párpados,

CREONTE: ¡Ay! ¡Ay! ¡Enloquezco de horror!

MENSAJERO: Ella, al morir, sólo a ti te imputaba su muerte y la de sus hijos.

CREONTE: ¿De qué modo se dio muerte?

MENSAJERO: Ella misma se hundió una espada debajo del hígado,

CREONTE: ¡Jamás se imputen estas calamidades a otro que, a mí,

pues he sido yo, miserable; sí, yo he sido quien te ha matado, es la

verdad!

CORIFEO: Lo que solicitas es un bien si éste puede existir cuando se sufre;

CREONTE: ¡Que llegue, que llegue cuanto antes el más deseado de mis

infortunios trayendo el fin de mis días!

CORIFEO: Estos votos conciernen al futuro;

CREONTE: Pero lo que deseo es lo que en mis súplicas pido.


CORIFEO: Por el momento no formules ningún voto, pues ningún mortal

podrá escapar a las desgracias que le están asignadas por el hado.

CREONTE: ¡oh hijo mío, y a ti, querida esposa!

¡Desgraciado de mí! No sé hacia quién de estos dos muertos debo

dirigir mi vista, ni a dónde he de encaminarme.

(Se llevan a CREONTE.)

CORO: Las palabras insolentes y altaneras

las pagan con grandes infortunios los espíritus orgullosos, que

no aprenden a tener juicio sino cuando llegan las tardías horas de

la vejez.

FIN

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