Yabet Valentín Echarry Sequeiros-Filosofía y Educación en María Zambrano PDF
Yabet Valentín Echarry Sequeiros-Filosofía y Educación en María Zambrano PDF
Yabet Valentín Echarry Sequeiros-Filosofía y Educación en María Zambrano PDF
FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN
EN MARÍA ZAMBRANO
TESIS DOCTORAL
INTRODUCCIÓN ......................................................................................................... 7
Educar la libertad.........................................................................................293
Educar la piedad..........................................................................................301
Educar la virtud............................................................................................307
CONCLUSIONES..................................................................................................... 342
7
apto en que se desarrolle y despliegue todo el potencial creador en que consiste
su ser.
8
Para sacar a la luz el valor de la reflexión educativa de María Zambrano, es
preciso entender que se trata de una propuesta encaminada a la humanización
de la sociedad y sólidamente fundamentada en su pensamiento. De ahí que sea
necesario, por una parte, detenerse en su propuesta antropológica centrada en
la persona; y, por otra, en su epistemología, pues, la razón poética es, en efecto
un método o modo de pensar, de búsqueda de la verdad, pero además una forma
de acción sobre la realidad.
9
y publicaciones de varios manuscritos referidos al ámbito educativo. Progresiva-
mente ha ido quedando claro que no se trata de artículos aislados, esporádicos
o anecdóticos, sino que, con ellos, es posible reconstruir un verdadero cuerpo
reflexivo que evidencia la importancia de la educación para Zambrano.
10
tigación deriva de la importancia que adquiere una teoría del conocimiento des-
tinada a concretarse más tarde en la acción educativa. Es sin duda relevante,
pues el acceso a la verdad es crucial en una propuesta que pretende constituirse
en método de conocimiento y desarrollo del ser personal del hombre.
11
El primer capítulo —“Contexto histórico del pensamiento zambraniano”—
ofrece unas breves notas biográficas acerca de María Zambrano. Por otro lado,
proporciona un marco histórico contextual que ayuda a situar su pensamiento en
relación con las corrientes filosóficas precedentes y las contemporáneas.
12
El sexto capítulo recoge las conclusiones de la investigación. Resume las
principales ideas recogidas de los escritos de María Zambrano en torno a la Ra-
zón poética en relación con la educación y su concreción en una fenomenología
del aula. Expone los límites de la investigación y sugiere posibles campos nue-
vos de estudio.
13
CAPÍTULO 1:
CONTEXTO HISTÓRICO DEL PENSAMIENTO ZAMBRANIANO
14
de la onda del institucionismo, “el proyecto educativo y legado de Giner de los
Ríos y Bartolomé Cossío” 2. Ese mismo año 1931 se desempeñará como profe-
sora auxiliar de la Cátedra de Metafísica, en ausencia del regente, Xavier Zubiri,
en la Universidad Central.
En 1939 parte al exilio. Y lo que para otros constituye una experiencia in-
deseable, se convertirá en ella, tras haber pasado por la reflexión, en una autén-
tica categoría de la revelación del ser. La Razón poética adquirirá, por esta
causa, un carácter iniciático similar al de las religiones mistéricas, en línea con
el orfismo y el pitagorismo; en consencuencia, la experiencia vital pasada por el
pensamiento será su principio hermenéutico, la llave que irá abriendo las puertas
del hermetismo con que se nos presenta la realidad:
2 Ibidem, p. 16.
3 Abellán, José Luis. María Zambrano. Una pensadora de nuestro tiempo, Anthropos,
Barcelona, 2006, p. 72.
15
Fuera de su patria, Zambrano recorrerá diversos países de América y Eu-
ropa. Durante su periplo, irá desarrollando su pensamiento y poniéndolo por es-
crito, mientras atiende a compromisos intelectuales y magisteriales. De entre los
países recorridos, Cuba es el que la acogerá por más tiempo y el que dejará una
impronta especial en su pensamiento:
Una de las razones por las que surge el pensamiento de María Zambrano
es la convicción de que la filosofía, para dar cabida al hombre5 y respetarlo en
su integridad, tenía que comenzar por superar el racionalismo cartesiano. En su
caso, la crítica a la razón modernista en modo alguno es mera postura intelectual.
16
Sus reflexiones, en palabras suyas, han partido siempre de experiencias perso-
nales: “Yo no he vivido de ideas, sino de experiencias. Yo no he conocido nada
que no haya sufrido y padecido al mismo tiempo” 6. En efecto, los totalitarismos
los padeció en carne propia: en su propio exilio, en la extradición y fusilamiento
de su ‘cuñado’ en España, en el desquiciamiento de su hermana Araceli, tortu-
rada por la Gestapo, tal como ella misma narra en Delirio y destino:
Y vio que había apurado hasta el fondo el abismo del mal, de la maldad pura que
ella quería explicarse y no podía; quería buscar razones que le permitieran reducir
a lo humano, a la vida humana aquello que había vivido. Y no la violencia sino la
maldad inteligente, el maquiavelismo que la Gestapo, cuyos despachos había te-
nido que frecuentar, “la tortura moral y física” que sobre ella ejercieron, “como
sobre los demás” —añadía en seguida— pues era método. 7
Y, aunque no se pueda culpar sin más a ningún sistema filosófico por los
desarrollos posteriores que a partir de ella han hecho determinados personajes
6 Cruz, Juan. "Entrevista: María Zambrano pide “un poco de luz y no más sangre” para su
tierra.". Diario El País, 1984.
<https://elpais.com/diario/1984/11/27/cultura/470358005_850215.html>.
7 Zambrano, María. Delirio y destino, Mondadori, Madrid, 1989, p. 250.
8 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial. 1a ed., Anthropos, Barcelona,
1988, p. 60.
17
o grupos es también el caso de la religión, según Zambrano, ciertamente el
pensamiento filosófico o la religión se han usado para justificar acciones políticas
o sociales del todo reprobables. En este sentido, el racionalismo cartesiano con
su absolutización de la razón, ha tenido ulteriores desarrollos que han servido de
fundamento a los totalitarismos:
Pues el racionalismo es absolutismo por su parte, al extender sin más los princi-
pios de la Razón a la realidad toda. Una razón imperante, no contemplativa, no
dirigida a descubrir la estructura de la realidad. El racionalismo es una presuposi-
ción, si pensar es exigir. Y en el exigir va la imposición de ser de existir. El
racionalismo es expresión de la voluntad de ser. Con independencia de lo que ya
haya sido en la filosofía pura cuestión delicada que aquí no es pertinente ha
funcionado como instrumento y medio de la voluntad de ser, de la voluntad de
poderío del hombre occidental. 9
9 Ibidem, p. 87.
10 Ibidem, p. 60.
18
Descartes puso al “yo” donde antes estaba Dios como fundamento del conoci-
miento. Todos los atributos del Dios cristiano quedaron localizados ahora en el
“sujeto”, el “yo”. Para poder reclamar la posibilidad de un conocimiento más allá
del tiempo y el espacio, desde el ojo de Dios, era fundamental desvincular al sujeto
(...) de toda determinación espacial o temporal. De ahí que el dualismo sea un eje
fundamental constitutivo del cartesianismo (...) situar al sujeto en un “no-lugar” y
en un “no-tiempo”, lo cual le habilita para hacer un reclamo más allá de todo límite
espacio-temporal en la cartografía de poder mundial 11
Por eso hablamos de la hybris, del pecado de la desmesura. Cuando los mortales
quieren ser como los dioses, pero sin tener capacidad de serlo, incurren en el
pecado de la hybris (...) De hecho, la hybris es el gran pecado de Occidente: pre-
tender hacerse un punto de vista sobre todos los demás puntos de vista, pero sin
que de ese punto de vista pueda tenerse un punto de vista 12.
11 VV. AA. El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del
capitalismo global, Santiago Castro-Gómez et al. (eds.), Siglo del Hombre Editores,
Bogotá, 2007, pp. 63–64.
12 Ibidem, p. 83.
19
inimaginable. Aquello que ‘diferencia’ al ser humano de otros seres, su razón, se
le vuelve en contra, llegando a perpetrar actos de aterradora inhumanidad, como
han sido las guerras mundiales, en especial los campos de concentración nazis.
Por otra parte, es un esfuerzo por ‘arraigar’ la razón en la vida. El racionalismo,
reduciendo todo lo humano a simple razón, ha dejado fuera cuestiones funda-
mentales para la existencia del hombre, pues la “razón ha podido funcionar con
cristalina transparencia cuando se ha ejercido sobre el territorio acotado de lo
razonable. Y entonces queda fuera la vida con sus delirios, sus pesadillas imbo-
rrables y su sombra; y todo ello es resistencia invencible a la razón” 13.
13 Zambrano, María. El hombre y lo divino. 2a ed., Fondo de cultura económica, Madrid, 1993,
p. 145.
14 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial, Madrid, 2000, p. 130.
15 Ibidem, p. 74.
20
1) Reducción de la realidad: sólo es real aquello que es considerado como tal
por la razón.
Uno de los escollos más difíciles que tuvo que enfrentar el cartesianismo
fue dar cuenta de la trascendencia. Al situar al yo como primera verdad indubi-
table, estableció a su vez el domino de lo inmanente sobre lo trascendente. Pa-
radójicamente pretendió salvar el problema formulando la hipótesis de un genio
maligno —del que no da razón suficiente—, con el que cree haber salido del yo
hacia la res extensa, pero dio lugar más bien al solipsismo. El intento de hallar
verdades indubitables que constituyesen la base sólida sobre la cual fundar la
filosofía, acabó por reducir todo a la única verdad irrefutable que creyó encontrar:
el yo con su razón.
21
mente incorrecto hablar de dimensiones humanas como la trascendencia, el des-
tino, la vocación, etc. Se hace preciso partir de otro sistema que no sea el racio-
nalismo, y que sin descartar la razón la coloque en su lugar correspondiente.
16 Zambrano, María. Filosofía y Educación, Angel Casado et al. (eds.), Ágora, Málaga, 2007,
pp. 102–103.
17 Urdanoz, Teófilo. Historia de la filosofía. 2a ed., B.A.C., Madrid, 1991, vol. IV, 372.
22
tían el deber ineludible de mostrar a su vez el extremismo que encerraba el ra-
cionalismo. Esta reacción, que se posicionará en el irracionalismo primero y en
el relativismo posmoderno después, muestra en el fondo las dos caras de una
misma moneda: la absolutización sin término medio posible. De un extremo, se
coloca el racionalismo y del otro, el irracionalismo, ambos formando parte del
mismo péndulo.
23
En cuanto a Husserl, su fenomenología constituía el pensamiento en boga
en el tiempo en que Zambrano escribe varias de sus obras. También Husserl
parte de Descartes y le considera su fuente, y eso significará toparse de nuevo
con el racionalismo. De todas formas, Husserl “rescata la existencia de la verdad
partiendo justamente de la intencionalidad de que están dotados los fenómenos
de la conciencia” 20; logra de este modo salvar la verdad, pero a costa del ser.
20 Idem.
24
en exclusión, en falta de diálogo. La vida, por su parte, no discurre con la lineali-
dad geométrica que a la razón se le figura perfecta; es más bien camino sinuoso:
(...) los conceptos puros, los logoi, constituyen una clase de seres inmutables,
perfectos, exactos. La idea de blancura no contiene sino blancor; el movimiento
no se convierte jamás en quietud; el uno es invariablemente uno, como el dos es
siempre dos. (...) Por muy impenetrables que dos cuerpos sean, lo son mucho
más dos conceptos. La Identidad, por ejemplo, ofrece una absoluta resistencia a
confundirse con la Diferencia. (...) Los conceptos puros son, pues, más claros,
más inequívocos, más resistentes que las cosas de nuestro contorno vital, y se
comportan según leyes exactas e invariables. 21
21 Ortega y Gasset, José. Obras completas de Ortega y Gasset. 7a ed., Revista de Occidente,
Madrid, 1966, vol. III, pp. 175-176.
22 Zambrano, María. Filosofía y Educación, op. cit., p. 104.
25
Los pensadores españoles conectaron en seguida con estas corrientes fi-
losóficas porque la tradición hispánica no podía ser racionalista como la fran-
cesa; idealista, como la alemana; o realista, como la inglesa. La imagen de don
Quijote cabalgando junto a Sancho simboliza esta vocación de síntesis, de no
separación de vida y pensamiento. De ahí que Zambrano haga notar que fue
Unamuno de los primeros en valorar el pensamiento de Kierkegaard. Es cono-
cida también la influencia de Nietzsche en el pensamiento español, porque con
su crítica violenta al racionalismo, logra abrir espacio a la vida, a lo vital. Es, entre
los pensadores quien muestra mayor empeño en salirse de todo corsé filosófico,
teológico, social, cultural, etc.:
(...) persiguió el descubrimiento de una vida divina y humana al par, y creyó en-
contrarla en el dios griego Dionisos, origen de la Tragedia griega y fuente de una
concepción trágica y heroica de la vida. Pero más allá de esta concepción trágica,
queda la revelación de la vida que el filósofo-poeta —pues que para ello había que
ser poeta también— Nietzsche nos ha legado 23.
23 Idem.
26
que no se había perdido tras el impacto. En el caso de España, Unamuno repre-
senta un estadio intermedio; en él luchan la razón y la vida sin concederse tregua
ninguna; les otorga independencia y se resiste enérgicamente a cualquier sínte-
sis. La integración llegará después con Ortega:
En este clima nació la filosofía de la Razón Vital de Ortega y Gasset que se enca-
mina a integrar razón y vida; a algo más que a integrar en realidad, a descubrir
toda filosofía pretende o por lo menos aspira a descubrir algo radical y univer-
sal a descubrir en la vida la razón de manera tal de enunciar que la vida, ella,
es racional y la historia, dimensión esencial de la vida, sistema 24.
La vida tiene una racionalidad, por ello se puede hablar de Razón Vital. No
cabría identificarla con lo irracional, ni aun menos oponerla a la razón, pues aun-
que Nietzsche concibió la vida como expresión de absoluta libertad frente a la
razón vida en estado puro, exaltación de los sentidos, de las pasiones, el
hombre también posee una razón, e ignorarla es producir nuevo reduccionismo;
la visión abstracta niega con el pensamiento lo que la realidad concreta afirma
con hechos tangibles. De la mano del raciovitalismo orteguiano, la filosofía es-
pañola se decantó, frente a otras corrientes filosóficas, por la integración de ra-
zón y vida, superando racionalismo e irracionalismo.
24 Idem.
27
descalificada. Tal experiencia imponía a Sócrates y a su época una actitud muy
clara, según la cual la misión del hombre consiste en sustituir lo espontáneo con
lo racional. Así, en el orden intelectual, debe el individuo reprimir sus convicciones
espontáneas, que son sólo «opinión» —doxa—, y adoptar en vez de ellas los pen-
samientos de la razón pura, que son el verdadero «saber» —episteme. Pareja-
mente, en la conducta práctica, tendrá que negar y suspender todos sus deseos
y propensiones nativos para seguir dócilmente los mandatos racionales. 25
25 Ortega y Gasset, José. Obras completas de Ortega y Gasset, op. cit., vol. III, p. 176.
26 Ibidem, p. 178.
28
brano, el pensamiento orteguiano se le reveló camino de esperanza pues, te-
niendo en cuenta la época que le tocó vivir, vio en la Razón vital el horizonte de
pensamiento capaz de impulsar una nueva aurora para la humanidad. Creyó en
un principio que seguía a su maestro y que hacía como él Razón vital. Pero,
como es sabido, el propio Ortega la desengañó, haciéndole caer en cuenta que
había tomado un rumbo diferente:
Para Zambrano se trataba también de la Razón vital, solo que no era cons-
ciente de que su modo de concebir lo vital había ido más allá de las fronteras en
las que Ortega la situó. Supuso para ella un duro golpe. Pero también fue cons-
ciente, a partir de este momento, que no podía renunciar a la exigencia de eso
nuevo que germinaba en su interior, a pesar del aprecio que tenía por su maes-
tro:
27 Colinas, Antonio. "Sobre la iniciación (Conversación con María Zambrano)". Los cuadernos
del norte, 38, Asturias, Revista Cultural de la Caja de Ahorros de, Oviedo, 1986: 9, p. 6.
28 Idem.
29
De este encuentro, vendrá la reflexión sobre la concepción de la vida y lo
vital que Ortega recuperó para el pensamiento y que se le mostrará luego como
demasiado condicionada y ligada a lo biológico. Pero, Zambrano siguió conside-
rándose discípula, y como discípula creyó su deber continuar la crítica:
Mas discípulos de este pensamiento como somos, no podemos por menos de de-
clarar que dentro de la Razón Vital lejos de rescatarse el ser y su unidad, la iden-
tidad, su crítica implacable constituye una de las etapas en el camino de la Razón
Vital. Y quien esto escribe entiende que el ser, el ser en cuanto tal y el ser en el
hombre o del hombre, que la unidad, ella, como identidad y la identidad suprema,
última del ser humano, son irrenunciables. 29
30
medio de la reflexión: “transformar el simple vivir, la vida que se nos ha entregado
y que llevamos de un modo inerte, en eso que se ha llamado experiencia” 31. Tal
como propuso, el conocimiento de la realidad, si es racional es todavía incom-
pleto; además, no se da íntegro, de una vez, sino que precisa de tiempo; es decir,
que se da en la vida concreta —no en la abstracción— y a través de la vida —
en temporalidad de la experiencia —; tiene, consecuentemente, un carácter de
revelación progresiva: la Razón poética no se le ofreció —“se me ha descubierto”
dice Zambrano— como un a priori, sino gradualmente:
Está también su aparición en un artículo publicado en Hora España, que era una
nota sobre un libro del poeta Antonio Machado, al cual él no daba importancia.
Eran artículos publicados en la guerra y yo de la guerra no hablaba y ahí saltó la
expresión “razón poética”, en forma tal que tuve que darme cuenta. Alguien ha
señalado su aparición en mis escritos, en el capítulo “Las ruinas”, recogido en El
31
hombre y lo divino, que también es muy mío, muy de lo hondo, porque es un fra-
caso, como digo, creo que digo, en el prólogo de alguna edición, no sé cuál ahora,
porque ha tenido varias, o quizás en la primera, que son los restos de un naufragio,
porque lo que yo quería escribir era “filosofía y cristianismo”, y empecé a escribir
algunos ensayos en Roma, en qué año no recuerdo exactamente, y lo que fui
escribiendo en torno a ello me pareció que tenía sentido en sí mismo y que debía
publicarlo. 34
Entonces, Claros del bosque, eso está escrito al parecer con mucha despreocu-
pación, con mucha inspiración, y en realidad la inspiración la sentía pero es un
libro, al par, muy pensado. Ya sabía yo de la existencia de la razón poética y así
no me conformé cuando en un momento muy dramático, la muerte de mi hermana,
yo me marché a Roma, y en Roma me puse a escribir Notas de un método, libro
que tengo aún en el telar y que no acabo de escribir. Al volver al campo, allí donde
he sido tan feliz y tan entremezclada con la naturaleza, salió Claros del bosque,
que en parte el título lo debo a mi hermana, que me decía: “Tiene que ser algo del
bosque”, y digo “Pero, voces, no pueden ser”, hasta que ya después de muerta
ella salió el título Claros del bosque. Después tengo, entre tantos inéditos, La au-
rora, dedicado a mi madre, y cuando a veces tengo que releer algún capítulo,
algún escrito, aparece la aurora al final y es que, es verdad, al final, en todo lo que
he escrito y en todo lo que he vivido, aparece la aurora. Se diría que me gusta la
noche porque es el prólogo de la aurora. 35
34 VV. AA. María Zambrano. Pensadora de la Aurora, op. cit., vol. 71.
35 Idem.
32
(…) estoy obligada a hablar del descubrimiento de lo sagrado que fue precisa-
mente en la pintura, en la pintura de un pintor español extraordinario, desconocido
perennemente, llamado Luis Fernández. (…) Era un pintor de lo sacro, que se
había desgarrado las entrañas y que no llegaba a hacerlas divinas. El descubri-
miento de lo sagrado también se lo debo, o estaba propiciado por un libro apasio-
nadamente leído en mi adolescencia, publicado por la Revista de Occidente, de
un autor alemán, Rodolfo Otto, Lo santo (…) También debo no sólo a la pintura y
a este libro, esas experiencias, el descubrimiento de lo sacro, sino a mi sensibili-
dad para ello. (…) ¿Y lo divino? Pues para descubrir lo divino está el pensamiento:
lo sacro está adscrito a un lugar, está mudo, hace señas, atrae, se puede uno
quedar pegado, pero de ahí nos salva, por así decir, lo divino (…) Lo divino es una
órbita, está dentro de la razón y ahí, curiosamente, una verificación de eso, apa-
reció La Aurora: también se lo debo a un pintor, Juan Soriano (…) Y entonces,
vino esa definición, que se me perdone, de la filosofía, que es la transformación
de lo sagrado en divino, es decir, lo entrañable, oscuro, apegado, perennemente
oscuro, pero que aspira a ser salvado en la luz y como luz, he creído siempre en
la luz del pensamiento más que en ninguna otra luz; y la aurora resulta la media-
ción entre lo sagrado y lo divino… 36
36 Idem.
37 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., vol. 65.
33
riencias, que es de por sí otro fantasma. Por tanto, música y pintura son doble-
mente falaces, pues algo es verdad únicamente en la medida en que refleja el
ser, no sus apariencias; todo lo que no se ajusta al ser es mentira:
38 Zambrano, María. Filosofía y poesía. 4a ed., Fondo de cultura económica, Madrid, 1996, p.
30.
39 Ibidem, p. 18.
34
engaño adormecedor, falacia” 40. Según Platón, el poeta no se ajusta al ser, sino
que proclama falsedades. Pero, lo cierto es que el poeta no ama la mentira. En
todo caso, lo que ama es la verdad toda, pues está convencido de que la razón
admite por cierta sólo una parte incompleta de la realidad; el poeta ama la verdad
por eso respeta la realidad, todo aquello con lo que se encuentra, todo tiene para
él carácter sagrado:
El poeta no quiere aniquilar nada, nada sobre todo, de las cosas que el hombre
no ha hecho. Rebelde ante las cosas que son hechura humana; es humilde, reve-
rente, con lo que encuentra ante sí y que él no puede desmontar: con la vida y sus
misterios. Vive, habitada en el interior de ese misterio como dentro de una cárcel
y no pretender saltarse los muros con preguntas irrespetuosas. Eterno enamo-
rado, nada exige. Pero su amor lo penetra todo lentamente. 41
El poeta vive según la carne y más aún, dentro de ella. Pero, la penetra poco a
poco; va entrando en su interior, va haciéndose dueño de sus secretos y al hacerla
transparente, la espiritualiza. La conquista para el hombre, porque la ensimisma,
la hace dejar de ser extraña. 42
El poeta cree en la vida, por eso no puede ser acusado de escéptico, pues
“ama la verdad, mas no la verdad excluyente, no la verdad imperativa, electora,
seleccionadora de aquello que va a erigirse en dueño de todo lo demás, de todo.”
40 Ibidem, p. 30.
41 Ibidem, p. 62.
42 Idem.
35
43. La verdad que ama es, por tanto, una verdad encarnada en la existencia hu-
mana, pues que ésta se presenta siempre necesitada de misericordia y compa-
sión; no la verdad abstracta, el logos racional que se rinde únicamente al es-
fuerzo de quien puede valerse por sí mismo, pero que no sale en ayuda de quien
lo necesita. No se da en la gratuidad, sino que debe pagarse:
Quizá una de las causas existenciales más importantes que han influido en
la fascinación que ha experimentado el hombre ante el logos racional sea la pre-
suposición de que su razón bastaba como instrumento para adquirir al fin el po-
der sobre su propio destino, que ya no tendría que depender de nadie, que podría
salvarse a sí mismo, que su liberación estaba al alcance de sus manos; tenía
únicamente que aplicar el esfuerzo:
43 Ibidem, p. 24.
44 Ibidem, p. 23.
45 Ibidem, p. 55.
36
logrando alcanzar la luz; el conocimiento es una liberación del mundo de las
sombras, del error. En consecuencia, alcanzar la verdad precisa del ejercicio de
la violencia:
El arranque de esta dialéctica está en la violencia con que uno de los prisioneros
de la Caverna se ve forzado a separarse de las cadenas que le retienen frente a
las sombras y su término está en la contemplación de la idea del bien. El prisionero
arrastrado primeramente sube penosamente el camino que conduce hacia la luz.
La descripción de este prisionero, en su ascensión hacia la verdad es algo que no
ha podido perder su fuerza después de tantos siglos de tópicos platónicos, fuerza
impresionante por su realidad.46
46 Ibidem, p. 53.
47 Ibidem, p. 86.
48 Ibidem, p. 18.
37
niñez abandonadas las ‘creencias infantiles’ y se vio adulto independiente,
preparado para tomar las riendas de la historia. Por ello, también en esta época
su tendencia a la absolutización se manifestó particularmente en el poder, dando
lugar a formas de gobierno despóticas, totalitarias.
Porque en el fondo de toda esta época moderna, parece residir una sola palabra,
un solo anhelo: querer ser. El hombre quiere ser, ante todo. Ciego, antes de afa-
narse en abrir los ojos, quiere ciegamente. Y cuando mira es para ser. Por eso no
quiere ver otra cosa que lo absoluto. A su ansia de absoluto ninguna otra cosa
puede serle dada que lo absoluto también. 49
Porque la embriaguez de la libertad, acaba con los límites; y los límites nos los
traen la presencia de las cosas, de los seres, del mundo y sus criaturas y aun del
49 Ibidem, p. 86.
50 Zambrano, María. Horizonte de liberalismo, Ediciones Morata, Madrid, 1996, p. 253.
38
hacedor de todas ellas. La libertad absoluta, con la ilusión de disponer entera-
mente de sí, de crearse a sí por sí misma, acaba borrándolo todo. 51
Por ello, la poesía retrocede ante la libertad: “el poeta no llegó al instante
de la libertad, del poder. Retrocede en el dintel mismo” 53. Y si la admite es para
retornar al origen de donde partió: “La poesía quiere la libertad para volver atrás,
para reintegrarse al seno de donde saliera; quiere la conciencia y el saber para
precisar lo entrevisto” 54. Se habla, evidentemente, de una libertad absoluta que
busca tener el control absoluto de la realidad. El ser humano siente fascinación
ante la posibilidad de una ilimitada libertad que se le figura camino de salvación;
así, la filosofía racionalista, el filósofo racionalista que cree “que sólo ahondando
en el abismo de la libertad, que sólo siendo hasta el fin sí mismo, será salvado,
39
será” 55. La poesía, el poeta, en cambio, toma otro camino, “se separa de la
filosofía en este instante en que la libertad se dirige hacia el poder. En el instante
en que el afán de ser peculiarmente hace separarse del origen”.56
Y como no ha tenido nada a qué agarrarse, como solamente consigo mismo con-
taba se dedicó a construir, a edificar algo cerrado, absoluto, resistente. El sistema
es lo único que ofrece seguridad al angustiado, castillo de razones, muralla ce-
rrada de pensamientos invulnerables frente al vacío. (...)
Desde la duda cartesiana, la angustia era el final indeclinable. 57
55 Ibidem, p. 96.
56 Ibidem, p. 112.
57 Ibidem, pp. 87–88.
58 Idem.
40
Pero, es que la angustia no sólo es consecuencia de la soledad, de “ser consciente
y nada más”, sino que la angustia es el principio de la voluntad. 59
Para que desaparezca la angustia, es preciso anular los principios del po-
der, de la libertad, de la voluntad absolutos porque ponen al hombre en situación
de tener que ejercer violencia para conquistarlos; en realidad, no tiene por qué
lanzarse a esta conquista, pues todo esto se obtiene retornando a la perdida
unidad del origen. El poeta vive, por ello, en la melancolía de lo que se perdió al
principio y en el anhelo de poder reintegrarse a esta unidad:
59 Ibidem, p. 88.
60 Ibidem, p. 97.
61 Ibidem, p. 14.
41
Este desdén por las apariencias, aquello que aparece, aquello que es per-
cibido, procede de haber impuesto la abstracción en el pensamiento, que es útil
como proceso intelectual de análisis para analizar hay que separar y distin-
guir, pero que como método violenta la mirada natural, la mirada que respeta
lo que realmente ve. La abstracción es “idealidad conseguida en la mirada, sí,
más un género de mirada que ha dejado de ver las cosas.” 62 dice Zambrano.
Consigue separar en la idealidad lo que está unido en la realidad: “Y es que a
partir del pensamiento cartesiano la conciencia ganó en claridad y nitidez y, al
ensancharse, se apoderó del hombre todo. Y lo que iba quedándose fuera no
eran cosas, sino nada menos que la realidad, la realidad oscura y múltiple” 63. El
objetivo que perseguían estos pensadores era sacar a la luz el ser detrás de las
cosas; y lo lograron, pero a costa de ellas, a costa de la multiplicidad de lo real y
de toda la riqueza que encierra. En aquel momento, a los filósofos les pareció,
contra toda evidencia, que lo que se percibía no era lo real, sino tan sólo apa-
riencias, y que la poesía era despreciable porque se detenía precisamente en
ellas, en la multiplicidad de las cosas, en su transcurrir en el tiempo, en su cons-
tante cambio, cuando debería atender a la unidad, la intemporalidad y la inmuta-
bilidad del ser:
62 Ibidem, p. 15.
63 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., pp. 191–192.
64 Zambrano, María. Filosofía y poesía, op. cit., p. 19.
42
Pero el poeta buscaba también la unidad, sólo que de diferente modo: una
unidad de lo múltiple. Una unidad nacida no de la violencia de separar el ser que
yace bajo las apariencias, por medio de la abstracción, sino de encontrar una
unidad que contenga esa heterogeneidad, pues en el fondo, tal unidad se da ya
en la realidad. Para ilustrar esta intuición, Zambrano trae a colación la música:
una melodía no puede lograrse con una sola nota; una melodía es una unidad
de múltiples sonidos y silencios, unidos de modo tal que cobran sentido. Lo que
da entidad a una melodía es la unidad de creación; en consecuencia, la unidad
es el resultado de un acto creador, no de una abstracción mental:
Y ya hemos mentado algo afín, muy afín de la poesía, pues que anduvieron mucho
tiempo juntas, la música. Y en la música es donde más suavemente resplandece
la unidad. Cada pieza de música es una unidad y sin embargo sólo está com-
puesta de fugaces instantes. No ha necesitado el músico echar mano de un ser
oculto e idéntico a sí mismo, para alcanzar la transparente e indestructible unidad
de sus armonías. No es la misma sin duda, la unidad del ser a que aspira el filósofo
a esta unidad asequible que alcanza la música. Por el pronto esta unidad de la
música está ya ahí realizada, es una unidad de creación; con lo disperso y pasa-
jero se ha construido algo uno, eterno. 65
Así el poeta, en su poema crea una unidad con la palabra, esas palabras que
tratan de apresar lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de cada cosa, de
cada instante. El poema es ya la unidad no oculta, sino presente; la unidad reali-
65 Ibidem, p. 21.
43
zada, diríamos encarnada. El poeta no ejerció violencia alguna sobre las hetero-
géneas apariencias y sin violencia alguna también logró la unidad. Al igual que la
multiplicidad primero, le fue donada, graciosamente, por obra de las carites. 66
44
de la vida virginal, de la inocencia perdida, del sueño primero, para transformar-
los nuevamente en vida; le mueve la melancolía de que llegue el día en que
puedan ser vividos de nuevo:
Esta reconquista comienza con la separación del medio extraño en que ha caído,
comienza con la catharsis de las pasiones, producto de su ligazón con el cuerpo-
tumba. Después, vendrá el camino de la dialéctica que la razón, ya sola y recogida
en sí misma, recorre hasta la idea del bien, que es lo divino, de lo cual el alma
humana es, sui generis, pariente. La filosofía, pues, realiza, nada menos, que el
encuentro del alma consigo misma, el redescubrimiento de su propia naturaleza. 71
69 Idem.
70 Ibidem, p. 98.
71 Ibidem, p. 52.
45
por tanto, “una enfermedad que con el tiempo se remedia” 72 y la filosofía “sabi-
duría de la muerte”. De esta idea parte el desprecio por lo material y lo temporal.
El conocimiento es “purificación, separación del alma de sus cadenas para rein-
tegrarse a su verdadera naturaleza” 73. Y el filósofo es el enviado para mostrar
el camino de la liberación a los otros hombres, tal como muestra el Mito de la
caverna:
72 Ibidem, p. 31.
73 Ibidem, p. 52.
74 Ibidem, p. 56.
46
Y en verdad, que la incomprensión que “el Apóstol de las gentes” encontrara en
Atenas para su predicación, fue por un motivo contrario al del desprecio de la
carne. Fue porque venía precisamente, a anunciar su resurrección. Porque vino a
mostrar la mística cristiana en el aspecto más extraño para el ascetismo intelectual
de que los filósofos dejaron penetrada la mente griega, y a contradecir igualmente
la aspiración religiosa que de los mejores círculos emanara: el horror a la carne y
a las pasiones; la soñada liberación del alma de su tumba corporal. 75
Pero hay otro motivo más decisivo de que no podamos abandonar el tema y es
que hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y
se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el
hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la
poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En
la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es en-
cuentro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un
método. 76
75 Ibidem, p. 48.
76 Ibidem, p. 13.
47
El hombre es un ser consciente de sí y de lo que le rodea. El asombro que
ha seguido a esta conciencia ha sido el motor impulsor del desarrollo del pensa-
miento. En parte, ser consciente consiste en la capacidad de preguntar y pre-
guntarse, de buscar respuestas, de tratar de responder a las diversas interrogan-
tes que la existencia plantea, especialmente sobre uno mismo. El hombre, desde
que es hombre, ha sentido la necesidad imperativa de encontrar certezas res-
pecto de su origen y su destino, para arrojar luz sobre su presente. Precisamente
esta necesidad ha dado a la filosofía, también a la religión y al arte:
El hombre necesita, para saber en rigor a qué atenerse, una certeza radical y uni-
versal, desde la cual pueda vivir y ordenar en una perspectiva jerárquica las otras
certidumbres parciales.
La religión, el arte y la filosofía dan al hombre una convicción total acerca del sen-
tido de la realidad entera. 77
77 Marías, Julián. Historia de la Filosofía. 32a ed., Revista de Occidente, Madrid, 1980, pp. 1–
2.
78 Zambrano, María. Notas de un método. 2a ed., Mondadori, Madrid, 1989, p. 15.
48
Como efecto de esta concepción el pensamiento por el pensamiento, sin refe-
rencia a la vida la filosofía ha terminado convertida en una disciplina marginal.
Frente a esta carencia, se ha alzado la ciencia, exigiendo ineludiblemente la
comprobación experimental, con la finalidad de contrastar por medio de paráme-
tros medibles los planos teórico y práctico del pensamiento. La vida necesita un
horizonte, y la filosofía debería aportárselo, porque la filosofía no es sólo ciencia
entendida en sentido amplio, sino también modo de vida:
Por filosofía se han entendido principalmente dos cosas: una ciencia y un modo
de vida. La palabra filósofo ha envuelto en sí las dos significaciones distintas del
hombre que posee un cierto saber y del hombre que vive y se comporta de un
modo peculiar. Filosofía como ciencia y filosofía como modo de vida, son dos ma-
neras de entenderla que han alternado y a veces hasta convivido. Ya desde los
comienzos, en la filosofía griega, se ha hablado siempre de una cierta vida teórica,
y al mismo tiempo todo ha sido un saber, una especulación. Es menester com-
prender la filosofía de modo que en la idea que de ella tengamos quepan, a la vez,
las dos cosas. Ambas son, en definitiva, verdaderas, puesto que han constituido
la realidad filosófica misma. 79
49
Cómo un ser con estas características pueda salir de sí, comunicarse, po-
nerse en relación, trascender ha sido desde el principio un serio problema filosó-
fico. En efecto, esta forma de pensamiento se ha sentido más cómoda compar-
timentando la realidad que estableciendo relaciones, creando dualidades que
estableciendo síntesis integradoras. La ciencia ha demostrado que muchas reali-
dades vistas como dualidad por la razón no son tales; pongamos por caso la
oscuridad y la luz. La observación puramente racional ha llevado al hombre a
pensarla como realidades opuestas; y, de hecho, así se ha recogido en el len-
guaje: oscuridad es antónimo de luz. Pero la oscuridad no posee entidad física,
es simple y llanamente ‘ausencia de luz’; es más, no existe la oscuridad absoluta,
pues incluso los cuerpos negros objetos teóricos, ideales que absorben toda
la luz emiten radiación, con la única diferencia de que no son perceptibles por
el ojo humano.
50
reflexión sobre ellos. La filosofía tiene un servicio que hacer al hombre; por tanto,
no puede constituirse en un fin en sí misma. Cuando deja de servir a la vida del
hombre, deja de ser filosofía:
51
La vida necesita del pensamiento, de convicciones claras, de «saber a qué ate-
nerse», según Ortega dice. Y resulta que el esplendor de los sistemas ha coinci-
dido con la pobreza de convicciones. Agravado por el otro gran lujo: el de la téc-
nica. Mientras la vida se llenaba de instrumentos técnicos, de maravillas mecáni-
cas, de cachivaches de todas clases, el alma y el corazón quedan vacíos... 83
Y es que esta idea del progreso tuvo su máxima eficacia en lo científico con vistas
a la técnica y en el adelanto industrial. Alcanzó todo su esplendor en el desarrollo
de lo que llamamos civilización frente a cultura; a él le deberá la Humanidad el
haber alcanzado mayor dominio sobre la Naturaleza y el haber pulido las condi-
ciones de la vida material. Pero en lo que signifique una dimensión de profundidad,
de adelanto moral o político efectivo, poco tendrá por qué recordarle. 84
52
La marginación de lo humano perdura en Occidente como perdura la mar-
ginación de la poesía. Humanizar la vida no parece el objetivo esencial del racio-
nalismo que se ha mostrado reticente a la idea de que la verdad se encarne,
transforme y llene de sentido la vida concreta del ser humano:
Mas, pasando por alto que en efecto todos los hombres necesiten este saber, se
presenta en seguida la pregunta en que pedimos cuenta a la filosofía. ¿Cómo si
todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?
¿Es que alguna vez la Filosofía ha sido a todos, es que en algún tiempo el logos
ha amparado la endeble vida de cada hombre? Si hemos de hacer caso de lo que
dicen los propios filósofos, sin duda que no, mas es posible que más allá de ellos
mismos, haya sido en alguna dimensión, en alguna manera. En alguna manera,
en algo sin duda muy vivo y muy valioso que ahora cuando aparece destruido —
con inconsciente despreocupación de algunos “filósofos” a quienes parece dejar
indiferente el que la filosofía sirva ahora, cuando vemos su vacío en la vida del
hombre, es cuando más nos damos cuenta. 87
53
CAPÍTULO 2:
EPISTEMOLOGÍA ZAMBRANIANA88
Cada época se justifica ante la historia por el encuentro de una verdad que alcanza
claridad en ella. ¿Cuál será nuestra verdad? ¿Cuál nuestra manifestación? (...)
La revelación a que sentimos estar asistiendo en los tiempos que corren, es la del
hombre en su vida, revelación que sale de la Filosofía, con lo cual la Filosofía
misma se nos revela. 89
54
(...) cuando vivimos en contacto con un pensamiento último, revelador, tenemos,
ante todo, un horizonte donde sentirnos encajados y un instrumento técnico para
situar y colocar ordenadamente los problemas, los pensamientos; el camino or-
dena el paisaje y permite moverse hacia una dirección. 90
La filosofía ha hecho este servicio, qué duda cabe; pero en contadas oca-
siones. Las más de las veces, separada de la vida, distanciada de los problemas
concretos que acucian a la humanidad, ha dirigido su mirada hacia sí misma,
dejando al hombre desamparado. El racionalismo ha dejado fuera, sobre todo,
el ámbito en el que reside la riqueza de la persona, un ámbito vastísimo, y donde
tienen origen los frutos más logrados de sus capacidades y de su ser: el alma.
Por ello, el libro que recorre la ‘trayectoria de la Razón poética’ fue titulado por
Zambrano Hacia un saber sobre el alma:
90 Ibidem, p. 21.
91 Ibidem, p. 14.
92 Ibidem, p. 9.
55
“Tal sentimos ante la revelación que nos ofrece la Razón desde su nuevo sen-
tido. Camino, cauce de vida. En este camino sentimos necesario un saber sobre
el alma, un orden de nuestro interior” 93.
Max Scheler, Pascal, Spinoza, Nietzsche y la idea cristiana del hombre son,
para ella, los precursores de esta nueva Razón. El estudio del alma fue tratado
en el pasado también por Aristóteles, pero se abandonó en manos de la ciencia
después de Spinoza quien escribió una Ética en que la psicología era todavía
metafísica, y se le aplicaron los métodos científicos. ¿Era este el camino ex-
clusivo que debía seguir?
En realidad, quedaba el alma como un reto. Por una parte la Razón del hombre
alumbraba la naturaleza; por otra, la razón fundaba el carácter trascendente del
hombre, su ser y su libertad. Pero entre la naturaleza y el yo del idealismo, que-
daba ese trozo del cosmos en el hombre que se ha llamado alma. 94
Dar por válido únicamente aquello que es claro y evidente a la razón equi-
vale a simplificar la realidad, de mirar únicamente allí donde hay luz, por el in-
gente esfuerzo que demanda a la razón introducirse en ámbitos más ‘oscuros’.
Esta actitud la recoge muy acertadamente el cuento “En busca del anillo per-
dido”, atribuido a Nasrudín —o Nasreddin—, un mítico personaje sufí 95:
93 Ibidem, p. 24.
94 Ibidem, p. 25.
95 Cuentos de Nasrudín, José Aguado et al. (trads.), Mandala Ediciones, Madrid, 2003, p. 40.
56
Tal forma de proceder buscar donde hay luz, donde resulta más fácil,
donde los ojos no tienen que esforzarse ha impedido aplicarse al conocimiento
y al estudio del alma, arrebatándole al hombre un cúmulo de saberes de los que
siempre ha tenido necesidad para desarrollarse como persona:
¡Cuántos saberes resultado de una vida de brega con las pasiones habrán que-
dado en el silencio por falta de horizontes racionales en qué encajarse, por falta
de coordenadas adecuadas a qué referirse! Sin este horizonte de un saber radical,
el saber acerca de las pasiones: del amor, del odio, quedaba sin apoyo... 96
Pero si algo posee entidad, si algo existe, tiene por fuerza que manifes-
tarse, incluso en el caso de que pretenda reprimirse. Lo ha probado la psicología,
describiendo un conjunto de estrategias del inconsciente que emergen en forma
de conductas anómalas perfectamente observables su función es reducir la
emocionalidad negativa de experiencias pasadas sin que la conciencia se
aperciba de ellas. De modo similar, durante el romanticismo, mientras la razón
se lanzaba al dominio de la naturaleza por medio de la ciencia y los pensadores
se ocupaban exclusivamente del entendimiento, y a pesar de que, en línea con
sus predecesores, se mantuvo algo tan importante como el alma “abandonado y
en barbecho, después de dos siglos casi de razón” 97, el hombre romántico vivió
cautivado por la naturaleza, por lo que tiene de bello, por el misterio que la rodea,
y lo expresó a través del arte. Tal actitud evidencia el acto compensatorio incons-
ciente de dar salida a los impulsos del alma reprimidos por la razón:
El hombre romántico, cuya razón sometía al universo para detener el rayo y des-
componer el agua, se encontraba al mismo tiempo bajo el encanto de la inmensi-
dad de los mares o del fulminante de la chispa eléctrica, como bajo un poder di-
vino. Era su propia alma incomprendida, abandonada de la luz de la razón, que se
dirigía por una irresistible fuerza de compensación hacia esa naturaleza en lo que
57
tiene de inabarcable por el hombre. Los fenómenos naturales pueden ser reduci-
dos por el hombre a fórmulas matemáticas, pero de esas fórmulas trasciende algo
innominable, irreductible que deja al hombre asombrado ante el misterio de su
presencia, ante lo impresionante de su belleza. 98
58
emociones profundas que, desde el inconsciente, siguen ejerciendo un poderoso
influjo en la vida consciente, y avanzar de este modo hacia el autocontrol. A ve-
ces, están tan arraigadas en el individuo que éste se aferra a ellas por temor a
que abandonarlas implique la destrucción de su yo. Se entiende que esta terapia
no es aplicable a casos de origen biológico, que precisan de tratamiento psiquiá-
trico y de farmacoterapia, sino a aquellos de origen medioambiental.
Todo lo psíquico se expresa de algún modo. Parece que se trata del algo escon-
dido, recluso, que tiene necesidad de mostrarse para que alguien semejante lo
perciba. Huye y aparece; llama y se enmascara. Es verdaderamente un enigma.
Enigma que nos está pidiendo ser descifrado.
Podría simbolizarse el alma humana en una de aquellas doncellas de los cuentos
que nos enseñaron en la niñez; encerradas en un alto castillo languidecían en
espera de un esforzado libertador. 102
59
se atraganta cuando escucha hablar de moral. No se puede pretender una so-
ciedad más humana ignorando o invisibilizando a la vez todo cuanto puede hu-
manizarle. Tal conocimiento es, como se ve, imprescindible y hay que abocarse
a él a fin de que el hombre viva cada vez en condiciones de mayor dignidad:
(...) lo psíquico es enigmático no sólo para el que lo contempla sino para sí mismo.
De ahí su necesidad de ser comprendido, y su llamada discontinua. Tiende a ocul-
tarse para los demás y para sí mismo. Y sin embargo, su máxima necesidad es-
triba en ser comprendido, en aclararse. Toda alma humana necesita un mínimo
de claridad sobre sí misma y el no alcanzarla será causa de su deformación, de-
formación que es sencillamente: esclavitud. 103
A principio del siglo XVI con Descartes, ocurre un hecho sumamente grave tam-
bién, y por lo pronto espléndido, y es la definición del hombre como conciencia. A
partir de ahí, la idea de que el hombre pende sólo de sí mismo (...) Si en la Edad
Media se estaba poseído de espíritus, de ángeles y demonios, a partir de Descar-
tes, se estaba poseído de razón; el hombre tenía razón. 104
103 Idem.
104 Ibidem, p. 136.
60
cuando Freud pone en la base de toda conducta la libido “la fuerza ciega, os-
cura y sin límites del apetito sexual”105 las pasiones, libres ya del régimen de
la razón, acabaron gobernándose a sí mismas. Y el resultado no fue la deseada
armonía, sino el horror, el hombre a la deriva, traído y llevado por la fuerza ciega
de sus pasiones:
Y como un fatal resultado de este drama que Nietzsche nos presenta, claro espejo
del hombre moderno, tenemos el mundo fantasmal que hoy nos rodea: un mundo
pre-racional después de que la razón lo ha habitado. (...) Y esto: un mundo de
«antes» en el «después» ¿no es la imagen más verídica del horror? (...) horror del
anacronismo de un mundo mágico en el que hemos recaído después de haber
llegado a la plenitud de un mundo modelado por el logos. (...) La situación de hoy
es más intrincada porque la reaparición de ese mundo mágico se verifica como
recaída, como retorno en medio de los restos de un pensamiento sin brío crea-
dor.106
61
La famosa idea de Rousseau, de que la sociedad corrompe al individuo
nacido bueno, más que optimista es ingenua, pues tratando de afirmar la
bondad del ser humano, acaba probando su realidad corruptible; y de eso tendría
que haber dado cuenta su autor, de por qué puede el hombre corromperse o de
dónde procede que la sociedad corrompa a sus miembros. La existencia de una
sociedad regulada por normas es la prueba fehaciente de una humanidad inca-
paz de vivir sin leyes que amparen la convivencia y contengan los conflictos. En
consecuencia, admitir que cada individuo puede ser norma para sí mismo con-
tradice una evidencia corroborada por la historia y las culturas: que toda comu-
nidad humana necesita principios para regirse, y que la civilización es lo opuesto
a una sociedad sin ley, en la que la vida, la paz y la dignidad humanas se ven
constantemente amenazadas por el propio hombre:
62
Y ambas, Filosofía Griega y Religión Cristiana, han coincidido en una verdad su-
prema, en un principio. «En el principio era el Verbo.» El verbo, la palabra, la razón
creadora y ordenadora. La medida. La liberación y salida de la trágica fuerza de
las pasiones.109
Pero hay otro motivo más profundo aún; Zambrano citando a Jesucristo
afirma: “«La verdad os hará libres» ha dicho el Apóstol. El huir de ella por la
mentira o por la ignorancia, nos ha de sumir en la esclavitud más angustiosa” 113.
La verdad hace libre al ser humano. La definitiva liberación del hombre era ni
63
más ni menos la meta de la modernidad; pero ni el racionalismo ni el irraciona-
lismo se mostraron capaces de cumplirla. A causa de ello, la filosofía acabó per-
diendo el papel de guía del hombre y de su vida, el papel de indagadora de la
verdad para luego conducirle por ella no una verdad abstracta, sino una verdad
vital. Esa es en realidad su misión, misma que revela su trascendencia única.
Si la asume, es posible augurar el singular servicio que prestaría a la humanidad.
La vida necesita de la verdad para fluir, para no estancarse en el sinsentido,
como el río necesita de un cauce:
Y así al tener conciencia de que en este tiempo que vivimos se saca a luz de razón
una verdad, nos conforta y ayuda a soportar la angustia de pasar con él. (...) «Todo
pasa», corre el agua del río pero el cauce y el río mismo permanecen. Mas es
menester que haya cauce, y el cauce de la vida, es la verdad. 114
Descubrirnos este cauce es lo que hace la Filosofía cuando es fiel a sí misma, y
es entonces camino, cauce de vida (...)”. 115
64
Era necesario topar con esta nueva revelación de la Razón a cuya aurora asisti-
mos como Razón de toda la vida del hombre. Dentro de ella vislumbramos que sí
va a ser posible este saber tan hondamente necesitado. El cauce que esta verdad
abre a la vida va a permitir y hasta requerir que el fluir de la «psique» corra por
él.117
Por tanto, la Razón poética no es otra forma más de razón dentro de otras
muchas, sino un modo nuevo de concebir la filosofía, un nuevo modo de hacer
filosofía. Y, ¿Cuál es su finalidad? Hacer posible una ciencia del hombre en su
integridad: “Del conocimiento poético español puede surgir «la nueva ciencia»
que corresponde a eso tan irrenunciable: la integridad del hombre” 118. No sólo
su pensamiento, no sólo su alma, sino la totalidad de su ser. Que sirva además
como base para que otras ciencias encuentren su unidad, su sentido y su pleni-
tud:
De su plenitud [del conocimiento poético] puede surgir toda una cultura en la que
ciencia y conocimientos hasta ahora errabundos, como la historia, sean la médula;
en la que ciencias como la Sociología, nacientes aún, alcancen su pleno desarro-
llo; en que el saber más audaz y más abandonado sea por fin posible: el conoci-
miento acerca del hombre. 119
65
revelaciones sucesivas, irán naciendo, separándose al nacer nacimiento es
siempre separación, la Poesía en sus diferentes especies y la Filosofía. 120
La palabra sagrada es operante, activa ante todo; verifica una acción indefinible,
porque no es un acto determinado y concreto, sino algo más; algo infinitamente
más precioso e importante, acción pura, libertadora, creadora, con lo cual guar-
dará parentesco siempre la poesía. Toda poesía tendrá siempre mucho de este
primer lenguaje sagrado, realizará algo anterior al pensamiento y que el pensa-
miento no podrá suplir cuando no se verifique. 121
120 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 53.
121 Ibidem, p. 46.
122 Ibidem, p. 48.
123 Ibidem, p. 49.
66
naciendo sucesivamente’ —el status nascens en que consiste el hombre 124—,
Pues se diría que todo lo viviente —sea el sujeto de una vida, sea lo que dentro
de la vida de un sujeto se da— ansíe y esté movido irresistiblemente por comple-
tarse, germen, embrión que busca acabar de nacer en un medio más amplio y
luminoso donde su total aparición sea posible, su totalidad inacabable. Un medio,
se diría, en el que el tiempo sea fecundado por la luz. 125
67
sólo para el que lo contempla sino para sí mismo” 128, no cabe abordarlo directa-
mente. De esto se dio cuenta Freud: que la conciencia ejercía un control férreo
sobre las manifestaciones del inconsciente, haciendo casi imposible acceder él;
de ahí que él y sus seguidores idearan modos de burlar la vigilancia consciente,
así por ejemplo, mediante interpretación de los sueños, la rememoración de re-
cuerdos, la relación de impresiones producidas por el arte abstracto, etc.:
Freud, con sabiduría antigua no borrada, parecía saber esto. Entonces se le ocu-
rrió un camino. Un camino de astuta suavidad, propio para penetrar en un recinto
como el alma humana que se defiende cuando alguien intenta abordarla. Para
ganar a esta naturaleza caprichosa, al parecer, no será buen medio el forzarla
directamente, porque nada dará; habrá que ir a sorprenderla cuando no se crea
vista; cuando salga creyendo «salir sin ser notada». 129
68
cantidad de elementos sino míticos al menos simbólicos, e interpretarlos literal-
mente llevaría a descartarlos por falta de lógica.
130 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., pp. 12–13.
131 Zambrano, María. Horizonte de liberalismo, op. cit., p. 211.
69
Por esta razón, Zambrano no admite la revolución, porque implica una rup-
tura radical con el pasado; es, inevitablemente, una situación traumática, como
si fuera posible recomenzar desde cero.
Y tras de la ruina de toda revolución, ¿cuáles han sido hasta ahora las consecuen-
cias fecundas…? La periodicidad de las revoluciones nos dice que hasta ahora no
hubo ninguna que creara un equilibrio de tensiones capaz de ir resolviendo con
naturalidad los problemas que cada tiempo trae consigo.
Fueron operaciones, intervenciones quirúrgicas de eficacia momentánea, pero
que no alcanzaron a modificar la raíz del desequilibrio. Fluidez de un momento,
que, al apagarse la hoguera, cristalizó en una nueva forma, tal vez distinta figura
y color, pero de interna homología; un dique opresor, un fondo oprimido; una su-
perficie dinámica y un fondo muerto, como río de fluente faz y que en su hondo
volumen no es sino charca de obscuras y muertas aguas; y así hasta que el des-
equilibrio llega al límite preciso en que otra erupción es necesaria. 133
132 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 14.
133 Zambrano, María. Horizonte de liberalismo, op. cit., p. 222.
70
riencias humanas para las que el lenguaje lógico se revela insuficiente. La deno-
minación de nuestra galaxia como Vía láctea es un ejemplo del uso del lenguaje
simbólico; interpretarla en su literalidad llevaría a la conclusión de que los griegos
y los romanos creían que se trataba realmente de un camino de leche.
134 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 59.
135 Ibidem, p. 60.
71
luces ésta no podrá llamarse observación natural de la vida animal. La observa-
ción de las habilidades y costumbres de las distintas especies se hace en su
propio medio, tratando de producir el menor número de alteraciones posibles. Si
el animal percibe al observador, reaccionará huyendo, atacando, etc. El proceder
de la razón se ha caracterizado por un deseo de conocer que ha sido más un
afán de domesticación que una aspiración a aprender:
(...) domeñará la secreta sabiduría del animal, sin sacar fruto de ella pues que la
doblegará anquilosándola, dándola en pasto a su designio vital. En el menos grave
de los casos, la oscurecerá apagándola, extinguiéndola casi por completo cuando
se haya decidido a discurrir por el camino recto, el enteramente visible para su
vista y para su pensamiento. Visión y pensamiento quedan así establecidos de
una vez. 136
La metáfora es una forma de relación que va más allá y es más íntima, más sen-
sorial también, que la establecida por los conceptos y sus respectivas relaciones.
(…) No se trata, pues, en la metáfora de una identificación ni de una atribución,
sino de otra forma de enlace y unidad. Porque no se trata de una relación «lógica»
sino de una relación más aparente y a la vez más profunda; de una relación que
llega a ser intercambiabilidad entre formas, colores, a veces hasta perfumes, y el
alma oculta que los produce. 138
72
Su importancia reside en el hecho de tales significaciones tienen la capaci-
dad de repercutir en el pensamiento y en la vida del hombre, debido a que les
aportan nuevos sentidos y perspectivas; amplían la visión del sujeto sobre sí
mismo y sobre el mundo, y pueden influir en su comportamiento:
139 Idem.
140 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 28.
141 Ibidem, p. 24.
73
no para una razón abierta, una razón dispuesta a encontrar el orden, pues que
también “hay un orden del corazón” 142:
Y así puede decir Max Scheler cuando postula un saber del corazón: «Lo que la
expresión simbólica “corazón” designa, no es (…) la sede de confusos estados,
de oscuros e indeterminados arrebatos o intensas fuerzas que empujan al hombre
de un lado para otro». 143
74
que iluminan la existencia humana, que la humanizan, que sirven de fundamento
al desarrollo personal. Las razones del corazón ayudan al hombre a vivir mejor,
a estar bien —que no es sinónimo de bienestar material—, no persiguen el do-
minio de la realidad, el conocimiento por el conocimiento o la técnica por la téc-
nica:
Todo centro vital vivifica. Y de ahí que el corazón ya desde la “fysis” sea el centro
entre todos. El espacio interior, alma, conciencia, campo inmediato de nuestro vi-
vir, no es en verdad a imagen del espacio inerte, donde los hechos llamados de
conciencia se inscriben y se asocian como viniendo de afuera. Por el contrario, se
ha dicho metafóricamente, cuando a este espacio se le llamaba alma o corazón,
que es profundo, grande, ancho, inmenso, oscuro, luminoso. 146
75
Como ser en camino, el hombre necesita de verdades que le asistan en el
tiempo de su peregrinar por esta vida sin dejarlo desamparado. Y necesita, ade-
más, que sea vida suya de verdad, para lo cual precisa de un tiempo propio; es
decir, el tiempo de la vida, tiempo de auténtica vida humana, no simple existencia
como ocurre con otros seres vivos. Tal tiempo se crea en ese centro que es el
corazón:
El albergar dentro de la condición humana las cosas del tiempo de la vida es lograr
que se den a ver haciéndose (…) Mas ello, como sucede aquí con todo lo que al
tiempo se refiere, exige un espacio adecuado, no indiferente, donde nazca el
tiempo. Un espacio viviente para que el tiempo de la vida vaya naciendo. La me-
táfora del corazón parece señalarlo desde la propia noche de los tiempos. 147
76
vida humana, que no corresponde al centro: “el corazón aún oscuro, con su pa-
sividad, un vaso con su vacío nada más, tendría que ser el centro, sin someterse
al yo que lo suplanta” 149. Cuando el Yo accede, tal espacio pasa a ser ocupado
por el corazón, centro en el que se disponen a coexistir tiempo y eternidad ar-
mónicamente:
(…) una modesta casa, a cuya imagen y semejanza, se nos ocurre, han surgido
las casas que el hombre ha ido a habitar dichosamente. Dichosamente porque es
ya una casa, y no la simple tienda, imagen, cierto es, del firmamento y del hueco
que le separa de la tierra. (…) La casa, la modesta casa a imagen del corazón que
deja circular que pide ser recorrida, es ya sólo por ello lugar de libertad, de reco-
gimiento y no de encierro. 151
En efecto, el hombre necesita un lugar que sea suyo, propio, que pueda
albergar su ser; este lugar no es una realidad física, sino ‘pura cualidad’; por este
motivo, su ser no halla su sitio en el cosmos físico, aunque de hecho lo habite
como ser vivo que es; por el contrario, se siente impelido a seguir buscándolo:
149 Idem.
150 Idem.
151 Ibidem, p. 176.
77
(…) todo organismo vivo persigue poseer un vacío, un hueco dentro de sí, verda-
dero espacio vital, triunfo de su asentamiento en el espacio que parece querer
conquistar solamente extendiéndose, colonizándolo, y que es sólo el ensayo de
tener luego cada ser viviente un espacio propio, pura cualidad: ese hueco, ese
vacío que sella allí donde aparece, la conquista suprema de la vida, el aparecer
de un ser viviente. Un ser viviente que resulta tanto más “ser” cuanto más amplio
y cualificado sea el vacío que contiene. 152
[El corazón] es como un espacio que dentro de la persona se abre para dar aco-
gida a ciertas realidades. Lugar donde se albergan los sentimientos inextricables,
que saltan por encima de los juicios y de lo que puede explicarse. Es ancho y es
también profundo, tiene un fondo de donde salen las grandes resoluciones, las
grandes verdades que son certidumbres. 158
152 Idem.
153 Idem.
154 Ibidem, p. 178.
155 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., p. 304.
156 Zambrano, María. Notas de un método, op. cit., p. 32.
157 Cfr. Zambrano, María. Claros del Bosque, op. cit., p. 187.
158 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 64.
78
La nada es el lugar de la revelación y puede llevar a pensar que el anona-
damiento es sinónimo de pasividad absoluta. Pero la nada no se produce sin
más en el corazón; es resultado de la acción, del esfuerzo por anonadarse, por
vaciarse, particularmente del deseo de dominar la verdad. La suya es una “pasi-
vidad activa” 159; el corazón es a modo de campo que hay que limpiar —para que
nada haya en él— disponerlo para la siembra, pero sobre todo para que pueda
ser fecundo. El campo por sí solo no produce; precisa de la semilla que es algo
dado, recibido; pero tampoco la semilla puede dar fruto sin un campo preparado.
“Para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes”, escribía San Juan
de la Cruz 160, y Zambrano recoge esta experiencia de los místicos en quienes
el anonadamiento es sinónimo de purificación que, movida por el amor, genera
las condiciones idóneas para que se produzca la revelación. El racionalismo, en
cambio, violenta la verdad, no la deja ser en totalidad; su intención es someterla
al control, al dominio de la mente. El amor es pureza de intención, pues amar es
dejar que las cosas y los seres sean lo que tienen que ser, lo que están llamadas
a ser. En el amor, si “alguna intención había, ha desaparecido; mas no en la nada
sin más, sino en la nada creadora, reveladora, en la que transciende el ser” 161.
79
entero resplandecen las criaturas —la naturaleza, en verdad, como recién na-
cida—, da muestra de esta fecundidad del aproximarse, imposible en principio, a
la nada que se hace en la sola vía del amor. 162
Sólo aquello que constitutivamente es cerrado puede ser la sede de una intimidad;
aquello que con suprema nobleza puede abrirse sin dejar de ser cavidad, interio-
ridad que brinda lo que era su fuerza y su tesoro, sin convertirse en superficie.
Que al ofrecerse no es para salir de sí mismo, sino para hacer adentrarse en él a
lo que vaga fuera. Interioridad abierta 163
“El Dios creador creó al mundo por amor, de la nada” 164. Y es de la nada
—afirma Zambrano— de donde puede el hombre crear; la nada, como se ha
visto, es “creadora, reveladora” 165. El anonadamiento es acto de amor, de gene-
rosidad en cuanto que crea el espacio en que habrá de nacer lo que aún no tiene
existencia; crear es sacar de la nada, traer al ámbito del ser lo que todavía no
es, por eso es un acto eminentemente positivo, un morir para dar vida. El amor,
la generosidad es también la virtud del poeta que ejerce un servicio, una media-
ción:
La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa
complejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y
la que no habrá jamás. Quiere la realidad, pero la realidad poética no es sólo la
80
que hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable justicia
caritativa, pues todo, todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser jamás.
El poeta saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a
la nada misma y le da nombre y rostro. El poeta no se afana para que de las cosas
que hay, unas sean, y otras no lleguen a este privilegio, sino que trabaja para que
todo lo que hay y lo que no hay, llegue a ser. El poeta no teme a la nada. 166
Entre todas las ciencias, es posible, si entre ellas no se cuenta la ciencia del co-
razón, que llega a hacer ciencia, sin dejar de estar vivo, sin haber alcanzado, ni
querer, ni poder alcanzar, impasibilidad e independencia. Permaneciendo siempre
y en cada instante, aun en su ciencia, vivo, es decir, pasivo y dependiente; lle-
gando en su actividad no a anular estas condiciones, sino a extremarlas llenán-
dose de padecimiento y servidumbre, esclavizándose en su acción máxima; en
aquella que le define que es el amor. 167
La vía del conocimiento del corazón es, por tanto, una vía de nadificación:
“Sólo cuando el corazón ha desfallecido a pique de anonadarse y se alza luego,
81
hace seguir a la mente sus secretas razones” 169. El hacerse nada o vaciarse
encuentra su metáfora en la cualidad anatómica del corazón de estar formado
por cavidades, por espacios vacíos: “lo primero que sentimos en la vida del co-
razón es su condición de oscura cavidad, de recinto hermético; Víscera; en-
traña”170. La cualidad de espacio vacío es lo que permite a cualquier cuerpo fun-
cionar como continente, como oquedad susceptible de ser llenada. Y, en cuanto
cavidad, pasa por él “el río de la vida que ha de someter a número y a ritmo” 171.
Un ser viviente que resulta tanto más “ser” cuanto más amplio y cualificado sea el
vacío que contiene. Los vacíos del humano organismo carnal son todo un conti-
nente o más bien unas islas sostenidas por el corazón, centro que alberga el fluir
de la vida, no para retenerlo, sino para que pase en forma de danza, guardando
el paso, acercándose en la danza a la razón que es vida. 172
82
seres (…) En la nadificación ninguna cosa ni suceso subsiste, y la voluntad, si es
que surge, sería una nuda, mera potencia de imposible despliegue. 173
El camino para descubrir las “razones del corazón, que el corazón mismo
ha encontrado” 174, es un camino de desapropiación, de abandono, de soledad,
un “género de soledad que comienza por ser no un aislamiento, sino un haberse
desposeído de toda propiedad” 175. Este despojarse reiteradamente da sus frutos
en la percepción, en el sentir de la ‘pulsación del centro de la vida’ que es pro-
mesa de revelación de la verdad:
Y la reiteración del trabajo del corazón se revela al fin como latido (…) El haber
percibido el reiterado latir del corazón como pulsación del centro de la vida queda
como una noticia inolvidable que aguarda ser revelada; irlo siendo. Y lo que aco-
mete en el sentir primero de esta pulsación es su extraña vulnerabilidad, el brotar
como en un extraño confín de la nada o con el vacío (...) si se es fiel a este sentir
(…) toda razón queda sin razón alguna, mientras la verdad se le acerca como
prometida (…) ya no se siente perdido en extranjera tierra, en la indefinible tierra,
en la frontera. La blanca presencia, apenas perceptible, de la promesa de verdad,
le guarda. 176
83
forma ni en el tiempo que su voluntad desea. En el anonadamiento hay un pa-
decer, porque es una forma de morir. El corazón es centro “que se mueve pade-
ciendo” y “escondido no puede dejar de darse” 178; debe entregarse, pero esto
es lo que en verdad anhela: “Y así cuando en un instante se quede del todo
quieto se abrirá al par, dándose entero. Es lo que sueña. Como todo lo ence-
rrado, sueña el corazón con escaparse, como todo lo encadenado, despren-
derse, aun a costa de desgarrarse” 179
2.2 El método.
84
ya erigida en Método con Descartes dejó en la sombra todo aquello que la razón
no consideraba claro y distinto; para el racionalismo, lo que no es racional —que
Zambrano engloba bajo la denominación de ‘entrañas’— no es otra cosa que
realidad oscura y confusa; por tanto, necesitada de la razón, y a la que por fuerza
debió sujetarse. Así, la realidad quedó reducida a razón y todo cuanto no consi-
guió expresarse con claridad y distinción fue rechazado. No hay más que una
sola forma de iluminación: la claridad de la razón.
181 Zambrano, María. Los bienaventurados, Ediciones Siruela, Madrid, 1990, p. 92.
182 Zambrano, María. Notas de un método, op. cit., p. 28.
85
Parménides es el que primeramente enuncia que el pensamiento constituye en
principio la filosofía: el método. Mas no se ha creído sea un lugar privilegiado su
Poema para discernir el método, uno de los posibles métodos del pensamiento.
No hay en él avance, progresión ni discurrir. Propiamente, no hay camino, ese
camino-método que se establece no como Medio sino como el pensamiento
mismo 183
86
vez ser revelado por la verdad misma y el hombre adaptarse a ella: “Mas el ser
humano habría de recuperar otros medios de visibilidad que su mente y sus sen-
tidos mismos reclaman por haberlos poseído alguna vez poéticamente, o litúrgi-
camente, o metafísicamente” 187. La verdad al manifestarse crea un espacio, un
“claro del bosque” 188. Sin este espacio no es posible conocerla, ni el pensa-
miento acceder a ella. No sería exacta, en consecuencia, la expresión ‘el hombre
descubre la verdad’, sino más propiamente ‘la verdad se descubre ante el hom-
bre’, y se da a conocer en un doble sentido: otorgando visibilidad y además en-
gendrando el medio de visibilidad:
87
metáforas, pero no como recurso estético o retórico; esto sería tanto como pen-
sar que la Razón poética consiste básicamente en expresar el pensamiento sir-
viéndose de la poesía o dar forma poética al pensamiento. Su visión es signifi-
cativamente más profunda: quiere obligar a nuestra mente, si se permite esta
expresión, a pensar de otro modo, de modo no racionalista, echar mano de la
intuición, ponerse en actitud receptiva sin atropellar aquello que está siendo
dado. El receptor debe adaptarse al modo en que la verdad se revela, pues que
ella misma establece el modo de revelarse.
Para explicar esta idea, resulta útil detenerse en los estudios que desde
hace algunos años realiza la estadounidense Betty Edwards, profesora de la Uni-
versidad del Estado de California, en uno de los campos del arte: el dibujo. Ha
publicado un sorprendente libro, con sucesivas reediciones, titulado Nuevo dibu-
jar con el lado derecho del cerebro 192. Explica allí las razones fisiológicas, fun-
cionales, cognitivas, educativas, etc., que influyen para que una persona dibuje
bien. Su tesis es que todas las personas pueden dibujar bien. Explica que la
escuela potencia el uso del lado izquierdo del cerebro —el hemisferio racional—
en todas las tareas asignadas a los niños, incluido el dibujo. El lóbulo izquierdo
se caracteriza por su capacidad de simplificar la información recibida del exterior
con el fin de memorizarla. Esto, aplicado al dibujo induce a la creación de este-
reotipos, recurriendo frecuentemente al uso de figuras geométricas para repre-
sentar la realidad un triángulo para una montaña; un círculo para un rostro,
etc.. Los dibujos así creados son representaciones que se parecen poco a la
realidad, porque son una simplificación de ella. La solución que propone: hacer
uso del lóbulo derecho —el hemisferio creativo—, para lo cual ha creado una
192 Edwards, Betty. Nuevo aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro. 9a ed.,
Ediciones Urano, Barcelona, 2011.
88
serie de ejercicios capaces de ‘obligar’ al cerebro a pasar del hemisferio iz-
quierdo al derecho. Los resultados son realmente increíbles y demuestran su
tesis.
Hoy en día, se sabe que los objetos y seres de la realidad no tienen forma
geométrica sino, en todo caso, forma fractal la geometría analítica es creación
cartesiana. El racionalismo, como no podía ser de otra manera, ha permeado
todas las áreas del conocimiento, incluido el arte. Otro ejemplo es la arquitectura.
Pero frente al predominio geométrico, han surgido otras propuestas que mues-
tran las inmensas posibilidades que se abren en este campo; para ilustrarlo baste
recordar las obras de Antonio Gaudí, cuyo estilo conocido como ‘orgánico’, se
inspira en las formas de la naturaleza.
89
Esta ‘forma mentis’ está “sostenida por una actitud de desconfianza, en un
solo fiar a lo que se presenta como evidente” 194 y se caracteriza por un ansia de
dominación sobre toda la realidad: “sobre la naturaleza, sobre la sociedad en los
diferentes niveles; también sobre el tiempo y sobre la llamada interioridad” 195. El
propio individuo “se encuentra separado de sí mismo, ajeno a su propia vida. 196.
Mas no a toda hora el pensamiento sigue la lógica formal ni ninguna otra por ma-
terial que sea. La conciencia se cansa, decae y la vida del hombre, por muy cons-
ciente que sea y por muy amante del conocer, no está empleada continuamente
en ello. Y queda así desamparado el ser, queda librado a todo lo demás que en sí
90
lleva, y que si ha sido avasallado, amenaza con la rebelión solapada y con la sim-
ple y siempre al acecho inercia. 198
Desde los inicios de la humanidad, han existido otros ‘caminos’, otras vías
para acceder al conocimiento; pero Occidente las ha abandonado al decantarse
por el racionalismo; ha preferido el ‘camino recto’, el ‘camino más corto’, que es
‘el enteramente visible para su vista y para su pensamiento.’ 199. El camino recto
es el camino trazado a voluntad, para ir a un lugar determinado y, por tanto,
predeterminado.
Y así sólo el método que se hiciese cargo de esta vida, al fin desamparada de la
lógica, incapaz de instalarse como en su medio propio en el reino del logos ase-
quible y disponible, daría resultado. Un método surgido de un «Incipit vita nova»
total, que despierte y se haga cargo de todas las zonas de la vida. Y todavía más
de las agazapadas por avasalladas desde siempre o por nacientes. 200
De ahí que el que recibe un camino-guía haya de salir de sí, del estado en que
está, haya de despertar no a solas sino en verdad dentro ya de un orden; y el que
siga este camino recibe en las escasas palabras y en las enigmáticas indicaciones
las notas, en sentido musical, de un Método. 201
91
Zambrano no rechaza la claridad en cuanto tal, sino una claridad homogé-
nea, sin matices. Hay otras claridades que a la razón le pueden parecer sombras
por el hecho de no poder acceder a ellas; pero el método es el que debe adap-
tarse al objeto de estudio y no al contrario: un telescopio es válido para observar
el macrocosmos, pero al microcosmos se accede con un microscopio. Tales cla-
ridades requieren una metafísica experimental que se haga cargo de toda la
realidad humana:
92
de ser razón, que acoja el «sentir originario» sin coacción, libre casi natural-
mente, como una fysis devuelta a su original condición” 203. El sistema y la poesía
son, ambos, producciones humanas; el sujeto es el mismo, lo que indica que
existe una relación más profunda de lo que aparece a primera vista: “El Sistema,
la forma cerrada del sistema, tiene con el poema una relación mucho mayor de
lo que los poetas rencorosos y los filósofos despectivos, han querido dar a en-
tender” 204.
Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo paisaje. Sin em-
bargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante
ambos de distinta manera. (...) La perspectiva en uno de los componentes de la
realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista
desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.
93
visión no puede ser fruto del pensamiento aislado de la vida: “Aquello que fue
visión, ha de ser realizado. Pues en la vida humana no basta con que algo apa-
rezca real, ha de ser realizado día tras día. Y ha de ser edificado, construido. Es
la contribución del hombre a la realidad” 206. La visión, en consecuencia, no se
da en el sistema —entendido éste en el sentido de sistematicidad—, sino en la
intuición: “Visión y no sistema, porque se trata de visión de la propia vida que no
puede ofrecerse en sistema. La vida tiene siempre una figura, que se ofrece en
una visión, en una intuición, no en un sistema de razones” 207.
“Cuando lo conocí [a Miguel Pizarro] yo era una niña y él un joven brillante y lleno
de cualidades que yo admiraba, y él me llevó al mundo de la poesía y de la belleza.
Mi Padre me había llevado siempre por el camino de la filosofía. Yo he buscado
la unidad, la fuente escondida de donde salen las dos, pues a ninguna he podido
renunciar”. 208
En Machado encontró las nociones que darían lugar a la Razón poética que
irá dando forma con el paso de los años. La Razón poética es, en síntesis, una
206 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 202.
207 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 96.
208 Yaiza Martínez. "Filosofía y poesía en María Zambrano: Una reconciliación entre la razón
y la vida". 8 de junio, 2017. <https://www.tendencias21.net/literaria/Filosofia-y-poesia-en-
Maria-Zambrano-Una-reconciliacion-entre-la-razon-y-la-vida_a222.html>.
94
razón intuitiva; un modo también de razón —la poesía— que capta la ‘realidad
íntima de cada cosa’:
(…) no hay conocimiento alguno que no tenga como origen, y aun fundamento,
una intuición: algo simple que se da en un instante. Mas no basta, porque des-
borda y sólo sería posible detenerse en ella si pudiésemos también detener la
vida, darla por conclusa. Pero al no ser así, es necesario pensar: pensar a partir
de aquella intuición simple, instantánea, una, inagotable. Pero incomunicable: in-
tentar comunicarla es ya pensar. Y pensar es introducir la diversidad, es hacerla
descender de ese cielo supratemporal donde aparece todo lo que es uno, a la vida
que es multiplicidad, relatividad. 210
209 Zambrano, María. "La guerra de Antonio Machado". Hora de España (12), 1937: 68–74, p.
73.
210 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., pp. 202–203.
95
mucho más abierto, que evitase circunscribir o poner límites al conocimiento,
como “un conocimiento que sea integrador de los saberes fragmentarios” 211. La
fragmentariedad del conocimiento es una consecuencia más del pensamiento
racionalista. Desde sus inicios tuvo que enfrentarse al difícil problema de la co-
municabilidad del ser, debido a que lo concibió como realidad cerrada, separada
de todo, inmóvil, etc. Definir para el racionalismo es delimitar; y delimitar los se-
res y las cosas equivale a establecer límites, determinar lo que son y lo que no
son; para definir, por tanto, hay que oponer el ser al no-ser, es decir, separar —
que es lo que significa abstraer—. Vista así, la realidad es la suma de fragmentos
que ofrecen resistencia para no confundirse unos a otros. La primera y más im-
portante fragmentación es la de la vida y el pensamiento, que, en la actualidad,
presenta la forma de incoherencia vital: cualquier persona puede defender una
idea públicamente, aunque luego privadamente viva de otro modo —contradic-
ción entre lo que se piensa y lo que se vive—, y se admite en la vida privada lo
que en la vida pública sería inadmisible y viceversa —no preocupa si una actitud
es ética o no, basta que sea políticamente correcta—. También los conocimien-
tos están fragmentados, compartimentados. Un hecho que ejemplifica clara-
mente tal compartimentación es la pugna entre la psiquiatría y la psicología por
un campo que les es común: la psique. El mutuo prejuicio impide la fluidez en la
comunicación y complementación de sus conocimientos, y se esfuerzan por de-
limitar muy bien sus propios campos. Hay que añadir que la descalificación pro-
cede sobre todo de la psiquiatría, que no acaba de aceptar la cientificidad de los
hallazgos de la psicología en la presunción de que no se ajusta a las formalida-
des del método científico.
96
características, anotaciones sobre procedimientos o su estructura; son, más
bien, “notas en sentido musical” 212. Toda obra musical posee un ritmo y una
estructura propios; pero estas características no justifican por sí mismos que re-
ciba el apelativo de música; lo verdaderamente determinante es la melodía. Una
melodía es “una sucesión coordinada de notas con tono y duración específicos
enlazadas en el tiempo para producir una expresión musical coherente” 213. Gra-
cias a la coordinación de la tonalidad y la duración —que incluye los silencios—
, un conjunto de notas diversas se integran en una unidad, unidad que se cons-
tituye a partir de la variedad. Si no existiese más que una nota, la creación mu-
sical sería imposible: habría una monotonía en lugar de melodías diversas. La
variedad asegura la probabilidad inagotable de combinaciones; y la palabra com-
posición adquiere sentido, pues componer es, según el Diccionario de la Real
Academia Española, “formar de varias cosas una, juntándolas y colocándolas
con cierto modo y orden”. Cada composición musical saca a la luz melodías que
revelan ‘nuevos sentidos musicales’ al que las oye. De ahí que solamente “en la
melodía puede haber revelación; la melodía es creadora, imprevisible” 214.
97
la inagotable riqueza de la realidad, que no se recluya en conceptos o ideas
abstractas sino sobre todo que procure el conocimiento como experiencia valiosa
para la vida del hombre. Cuando vida y pensamiento se unen, entonces las ex-
periencias fluyen de un modo inagotable; cuando ocurre lo contrario, el pensa-
miento acaba existiendo a costa de la vida y puede terminar destruyéndola:
Y si en él se unen ser y vida, se debería decir la vida de ese su ser, ya que el «ser
de su vida», o de la vida, podría cegar el ser y vida conjuntamente, como en la
forma más temible de un totalitarismo que como todo totalitarismo, se da a costa
del todo, riesgo éste tan actual. 215
98
Ahora bien, los métodos científicos han demostrado su pertinencia y efica-
cia en el conocimiento de la realidad física. No tiene sentido, por tanto, formular
otros; en todo caso, perfeccionarlos. Por eso, hay que precisar que el método
que propone Zambrano está orientado fundamentalmente al conocimiento del
ser del hombre y de sus relaciones con todo lo que le rodea.
99
Hay siempre un momento en la vida en que, sacudido por algún aconteci-
miento, el hombre vuelve su mirada hacia sí y se encuentra existiendo, sin haber
elegido nacer o vivir. Experimenta que su propia vida, la que creía conocer, sú-
bitamente se le oscurece, se le hace desconocida, inexplicable, incomprensible;
comienza, entonces, a interrogarse por cuestiones que hasta entonces carecían
de importancia y que de pronto toman forma y amenazan la quietud en que vivía;
intenta mirarse a sí mismo, pero no logra verse. Su ser se le ha vuelto opaco:
Al recaer su mirada sobre sí, al mirarse como tal, el sujeto se encuentra opaco,
porque se mira pretendiendo verse a sí mismo, y tal mirada, por su misma natura-
leza, produce la opacidad, la soledad incomparable, el castigo de la falta de quie-
tud, de arraigo, y la necesidad subsiguiente de tener que ir a buscarse más allá
del sí mismo conceptual. Estamos en los antípodas del «sentir originario». 220
¿No será que el supuesto del ser sumergido y de la realidad se configure o no
en «circunstancias» esté en íntima conexión con el acontecimiento del pensar;
y que la situación en que todo ser humano en cuanto cae en la cuenta de sí, sin-
tiéndose más que pensando, pensándose, sea la de estar sumergido él en su vida
y en su ser, él mismo también en su constante quehacer; y que ello le suceda por
la necesidad que en su opacidad padece de una revelación total, de su ser y de
su quehacer (...) cuando ha llegado a un punto en que ni lamentarse puede y su
sentirse y sentir aparece desvalido? 221
100
Este desvalimiento tiene en la muerte una de sus manifestaciones más trá-
gicas. Cabría preguntarse, por ejemplo, si Miguel de Unamuno hubiese podido
escribir Del sentimiento trágico de la vida con la misma fuerza y ardor—incluso
si la hubiese llegado a escribir— de no haber pasado por la terrible experiencia
de la enfermedad y muerte de su hijo Raimundo. La muerte pone en cuestión
muchas seguridades asumidas en la vida, incluidas las creencias. “La muerte
sería, por lo tanto, la insustituible presencia que hace nacer el pensar, que a su
vez procura la autenticidad del sujeto” 222. Cuando el hombre siente su vida ame-
nazada —por los problemas, las enfermedades, la injusticia, y sobre todo la
muerte—, se detiene y busca encontrar respuestas; pero luego descubre la dura
realidad de que no le es posible instalarse en el mundo y que a diferencia de los
otros seres vivos no termina de sentirlo como su hábitat natural; y comienza a
padecer de inadaptación. Esta singularidad que caracteriza al hombre frente a
los demás seres de la naturaleza se “abre sobre algo más abismático, el que no
haya para el hombre puesto alguno, el que su ser y su vida sean por tanto impo-
sibles” 223. Surgen, entonces, las preguntas de sentido: “se nos aparece así que
de este no caber el ser humano en un lugar por entero, nace la necesidad de
pensar, de ver, de verse.” 224.
101
Transcendencia es transparencia, es decir, una claridad naciente, algo que se
concibe en el hombre, que se entrega sin poner condiciones, y al mismo tiempo,
en completo desvelo; claridad que es como un parto indefinido (…) transparencia
de eso que el español tanto dice y abusa: las entrañas. 225
Existe, por una parte, el camino recto, “que la inteligencia traza en obedien-
cia a una voluntad declarada” 226 y también el camino sinuoso, trazado por “las
intenciones siempre curvilíneas de la vida elemental” 227. Ambos son caminos
creados por el hombre y que ya ha recorrido —el camino de la razón y el camino
de la pasión; al racionalismo siguió el irracionalismo—. Pero hay otro camino, “el
camino recibido por el hombre y sólo ensanchado”. Es “el camino que vale más
llamar sendero, vereda, vericueto, trocha un camino de sirga (...) Que se abre
por un accidente del suelo y siempre por el recorrido de algún animal”228.
102
sapientemente” 230. Este camino exige del hombre una actitud de escucha, de
expectación, de disposición para seguir indicaciones. Es un camino en el que se
progresa a medida que se pone en práctica; la mente sola no basta; no se al-
canza a saber razonando, sino siguiendo las indicaciones del guía:
Porque un guía ofrece ante todo, como sostén, la orden de su indicación, una
cierta música, un ritmo o una melodía que el guiado tiene que captar siguién-
dola.231
103
de extremo dolor, de extrema dificultad o de dicha extrema, ha sufrido una inicia-
ción. 234
Es propio del guía no declarar su saber, sino ejercerlo sin más. Enuncia, ordena,
a veces tan sólo indica. No transmite una revelación. Ordena lo necesario, con la
precisión indispensable para que la acción sea ejecutada, sin tener demasiado en
cuenta que sea comprendida. Su transcendencia viene tan sólo de su cumpli-
miento. Y al indicar, ofrece siempre con un gesto algo más de lo que contiene la
palabra; la indicación puede ser tan sólo una mirada o una leve sonrisa. Porque
un guía ofrece ante todo, como sostén, la orden de su indicación, una cierta mú-
sica, un ritmo o una melodía que el guiado tiene que captar siguiéndola. 235
104
¿No cabe más bien pensar que [Sócrates] introdujera en su incesante filosofar el
misterio del conocimiento verdaderamente iniciático, el de conocerse a sí mismo,
que sólo se cumple concibiéndose a sí mismo? Concebirse a sí mismo en el solo
filosofar y, más aún, establecido en la filosofía misma, se nos aparece como una
rara especie, quizás única, de partenogénesis. 236
No deja de ser un indicio del sentido iniciador del «Conócete a ti mismo» su escasa
vigencia y aun presencia en la filosofía que le siguiera. El concepto descubierto
por el filosofar de Sócrates abrió una ancha vía, un camino real al pensamiento
occidental que lo recorrerá hasta su fin. La mente occidental cobrará su «ser» —
si tal expresión puede usarse— definitivamente, como si con el concepto se hu-
biese decidido su destino: su vocación, su vía entre todas, la verdad, es decir el
modo de verdad que aún hoy se propone. El concepto forjado en el entendimiento
con la palabra que le corresponde. Mientras que el conocimiento de sí mismo, aun
sin ser entendido como un concebirse a sí mismo, no abrirá un camino ancho. 237
105
Tratándose del hombre, criatura polirrítmica, las mutaciones pueden ser, como en
efecto han sido y son, imprevisibles; imprevisibles sus posibilidades, por tanto,
para su propia conciencia y razón, mientras no se agoten en él los ritmos que
componen esa su polirritmia, desconocidos para él mismo. De donde la imposibi-
lidad de realizar el precepto iniciático «Conócete a ti mismo», mientras no conozca
totalmente su polirritmia, en todos y cada uno de sus componentes y derivados.
238
No hacía falta ningún camino, no había nada que buscar, ni conocer pues
“todo tenía carácter de revelación y por ello no había posibilidad ni, menos aún,
necesidad de conocimiento” 240. El camino surgirá una vez que esta situación
original, esta unidad, se haya perdido; el “laberíntico camino de la humana his-
toria, en incesante búsqueda de la perdida inocencia” 241.
106
El método —el de la Razón poética— quiere ser el camino de recuperación
de eso ‘perdido’, el medio de arrojar luz sobre ‘el punto de origen oscuro’ que
Zambrano designa con la metáfora entrañas.
Las entrañas fueron desde el principio sometidas, acalladas en el curso del filoso-
far. Solo Empédocles las nombra como receptoras del “logos” —“dividiendo bien
el logos, repartiéndolo bien por las entrañas”. Y ha de haber en ello alguna cone-
xión con el descubrir los cuatro elementos, “raíces del ser” como los nombra. Pues
las entrañas ¿no son acaso raíces del ser viviente en las que, además, los cuatro
elementos entran? En ellas hay fuego y agua —sangre— aire y tierra, ellas los
transforman, los alquimizan. Raíces ultimas, por escondidas y por ser la fragua del
sentir, de ese sentir original y originario que propone y exige del pensamiento ser
desentrañado, llevado a la luz, al orden de lo visible. Generadoras de orden, su
embrión. 242
El punto de partida para ella fue la afirmación de Ortega de que las circuns-
tancias habían de ser salvadas a través de un ejercicio de la razón que era al
mismo tiempo un ejercicio de amor: integrar las circunstancias en el logos:
Tal como las circunstancias, que tan diversamente se han evocado, pedían, según
él, ser consideradas, integras al logos, salvadas, por tanto. Y el ejercicio de la
razón, al que siempre fue fiel, en este su origen, es para él, declaradamente, un
ejercicio de amor: se imponía, pues, al pensamiento el ofrecer, como razón, razo-
nes de amor. Un logos que constituye un punto de partida indeleble para mi pen-
samiento, pues que me ha permitido y dado aliento para pensar, ya por sí misma,
mi sentir originario acerca de un logos que se hiciera cargo de las entrañas, que
llegase hasta ellas y fuese cauce de sentido para ellas; que hiciera ascender hasta
la razón lo que trabaja y duele sin cesar, rescatando la pasividad y el trabajo, y
hasta la humillación de lo que late sin ser oído, por no tener palabra. 243
107
no sólo la memoria sino también la conciencia y que es también el fondo en que
se asienta el propio sujeto; Zambrano lo designa con la expresión ‘el sentir origi-
nario’ o ‘lo originario’:
(…) “las entrañas” son la metáfora que capta —con más fidelidad y amplitud que
el moderno término psicológico “subconciencia”— lo originario, el sentir irreducti-
ble, primero del hombre en su vida, su condición de viviente. La maquinaria del
reloj que mide y siente el tiempo, la vibración solitaria y muda y que sale de su
mudez en el grito, en el llanto; que se paraliza en la angustia y que se cierra her-
méticamente en esos estados, tan del hombre moderno, que producen su tan fre-
cuente pseudolibertad. 245
108
Ha sido, precisamente, un error —producto de la influencia de los escritos
freudianos— el identificar al hombre con su psique, reducirlo a las necesidades
que proceden de su psicología, evitando que el sentir originario fluya natural-
mente. Al igual que la razón, las pasiones tienden a absolutizarse, a enseño-
rearse y a dominar al ser humano:
El verdadero obstáculo que hace que el sujeto sea aprisionado, sea este estar
privado de su sentir originario, confundido tristemente con la subconsciencia, que
no existe por sí misma, viene de haber convertido en «psique» al ser humano. La
psique se enseñorea, tiende a ello, a ampliarlo todo, a poseer. Su esencia, si la
tuviera, sería la posesión de la totalidad, valiéndose de la destrucción de la unidad
anterior. 246
109
sentir originario, efectivamente, razón y corazón alcanzan a convivir en unidad,
y como fruto de ella, el mundo subconsciente es elevado al ámbito consciente,
sacado a la luz, descubierto el orden que lo rige, y permitiendo que el sujeto deje
de vivir aprisionado:
Una tal promesa [la unidad del hombre] no puede despertarse más que en la jun-
tura de los dos polos que presiden, a veces hasta desgarrarlo, al ser humano: la
inteligencia y el corazón, sede del sentir originario, albergue seguro y quieto de
las promesas que cela en su oscuridad de caverna, hasta que un día, en un ins-
tante increíble, lo da a la claridad y a la intemperie al par, allí donde un instante
antes no hubiera podido alentar. 249
Acciones elementales, que de tan elementales son funciones, como respirar, an-
dar, dormir y su inseparable soñar son términos fundamentales de metáforas per-
sistentes que llegan a alcanzar la perfección del símbolo que forma parte del len-
guaje común. No podría suceder así si tales funciones no se dieran primariamente
dentro de algo más primario aún que ellas para el hombre: el sentir originario, cuyo
diseño marcaría la estructura del vivir propiamente humano. El a priori de todo
sentir, de todo sentimiento. 251
110
unidad del origen —es un retorno—, recuperar la inocencia perdida y en ella el
despliegue de la totalidad de su ser:
Nostalgia y esperanza son dos direcciones que este sentir originario toma en el
tiempo, de tal manera que cuando se diferencian es sólo porque el tiempo, el de
la conciencia, las ha separado; sin ese tiempo consciente estarían siempre entre-
mezcladas, como lo están muy a menudo. En ambas se hace sentir el mismo he-
cho, el hecho de que la vida humana sea sentida por su protagonista como incom-
pleta y fragmentaria. 252
111
originario y de la comunidad perdida con todas las criaturas; el entendimiento
perfecto con lo viviente y lo no viviente”. 253
La esperanza se dirige hacia esta estancia superior que envuelve al hombre, no-
humana. Estancia —realidad— que él no inventa: la ha encontrado con su vida.
De ahí que siempre haya habido dioses en una u otra forma. Los dioses han sido,
pueden haber sido inventados, pero no la matriz de donde han surgido un día, no
ese fondo último de la realidad, que ha sido pensado después, y traducido en el
mundo del pensamiento como ens realissimus. La suma realidad de la cual emana
el carácter de todo lo que es real. 255
112
Es sumamente importante asumir el carácter fáctico de estas manifestacio-
nes a lo largo de la historia de la humanidad —plasmadas en textos escritos,
expresiones artísticas o culturales—; no pueden simplemente ser ignoradas por
prejuicio o menospreciadas como hasta ahora.
Y ante tales teogonías, relatos sagrados, caben dos actitudes distintas (…) una
epojé, poner en suspenso la existencia y sobre todo la actuación de los dioses y
hacer caso omiso de la suerte del alma, es una especie de detención y fijación en
que el hombre olvidándose de todos los “cuentos” se pregunta directamente por
las cosas. Dejándose de cuentos y de historias (…) La otra actitud en ese mismo
momento es aceptar las historias que explican más adecuadamente ese sentir
originario al que nos referimos. Aceptar con ello, en este trance de descubrir y
conquistar el alma, la historia del alma, nueva mitología; mito el más reciente en
que alguien más que hombre y menos que Dios apura, hasta el fin, la situación
humana, y da el ejemplo del viaje del alma, de su riesgo, y trae su don, humano
ya: música, poesía. 256
Son los animales símbolos, reales o imaginarios, que acompañan como emblema
a los dioses y a los hombres dotados de superior fuerza y destino, signos de una
cualidad divina en el hombre. Animales que se posaron sobre un ser humano en
simbiosis, de lo que el centauro y la sirena ofrecen paradigma. Algo divino emana
de estas simbiosis como si por su virtud se operase la perdida unión; o bien, como
113
si el traspaso de la vida propia de un reino a la del otro la liberase de su prisión o
al menos la hiciera atravesar un cerco. 258
En el lugar propio del primer hombre, ser y estar coincidían, como coincidían ser
y realidad, anhelo y cumplimiento, visión y tacto. Y la distancia no actuaba, pues
que nada se interponía, pues que tiempo y espacio comienzan a existir, sin ser, y
sin verdad, cuando adviene la interposición de la realidad, que así se constituye
como tal”. 259.
114
El racionalismo introdujo una forma antinatural de estar el hombre ante y
en la realidad, un enajenamiento —alienación— incluso de su propio ser, pues
determinó que la razón era su único rasgo distintivo. A tal punto ha modificado la
autopercepción de su condición natural que ésta le resulta ajena, extraña. De ahí
que el hombre moderno rechace instintivamente cuanto tenga visos de no ser
racional, por muy pequeño que sea:
115
Era una promesa falsa porque puso en duda la actualidad del ser del hom-
bre, mostrándola como incompleta. No bastaba ser hombre, quedaba aún llegar
a ser como dioses. Y, en efecto, ha sido ésta una tentación que ha fascinado al
hombre, llevándole incluso a la conclusión de que era necesario dar muerte a
Dios. ‘Seréis como dioses’ es lo mismo que ‘seréis como hombres’, porque para
serlo —para ser hombre— es preciso eliminar todo cuanto amenace con acotar
la libertad:
El canto del futuro seduce ahora tanto como sedujo un día, el que fue para Adán
el primer día suyo, fuera del Paraíso. «Seréis ... », silbó la serpiente, se nos dice.
Y no se necesitaría haber dicho ya más, con sólo el «seréis» hubiera sido bas-
tante, como lo es ahora ante nuestros ojos. «Seréis como dioses» dijo entonces;
«seréis como hombres», no hace tanto, aquí, en este Occidente. Y si los dioses
se perdieron de vista, el hombre amenaza perderse, se ha perdido ya para mu-
chos, se comienza a perder para otros fatigados de mantenerlo en alto. 264
116
de ser divino o llegar a lo divino bien puede ser el más hondo el más irrenuncia-
ble.265
Tal acontecimiento, el más grave de cuantos pueden haber conmovido los tiempos
actuales, se ha expresado con toda claridad en la filosofía: idealismo alemán, po-
sitivismo francés, marxismo, hasta llegar al materialismo inclusive. Entremezclado
con la poesía, aparece fulgurante en Nietzsche. Y en él se verifica el más trágico
acontecimiento que al hombre le haya acaecido: que es, en su soledad emanci-
pada, soñar con dar nacimiento a un dios nacido de sí mismo. En la desolación de
lo “demasiado humano”, sueña con engendrar un dios. El futuro en el cual este
superhombre tendrá realidad, llena el vacío de “el otro mundo”, de esa supravida
o vida divina desaparecida y de la cual lo humano se había emancipado.266
117
La búsqueda de algo perdido es, sin duda, el origen de la memoria; algo perdido
e irrenunciable que puede darse en diferentes maneras o, más bien, en diferentes
grados. Es algo que necesita ser mirado nuevamente. Mas esta necesidad, impe-
rativa hasta el sacrificio, es propia de la función de ver y de verse que el ser hu-
mano padece antes que ejercita. Ver lo que se vive y lo vivido, verse viviendo, es
lo que íntimamente mueve el afán de conocimiento, lo que de un modo directo o
dando un rodeo lo conduce. De ello se sigue que la primera forma de visión sea
la memoria y el conocimiento fruto de ella —fruto y raíz—, y que ella, la memoria,
permanezca luego siempre como sostén y guía, como a todo lo primero sucede:
hay que recordar, ver nuevamente. 267
El movimiento propio del vivir personal, único que puede llegar a sernos relativa-
mente diáfano, es el de avanzar a ciegas primero y haber de retroceder después
en busca del punto de partida. El buscar el punto de partida es el motor, la verda-
dera «causa movens» del recordar, del revivir para ver; un ver que es un entre-
ver.268
118
entrañas y de todo lo que en ellas, y también por ellas, gime triturado bajo el tiempo
de la «razón» o bajo el tiempo aceptado, sea racionalizado o no. 269
Mas la memoria hace ya largo tiempo que funciona, al menos en nuestra cultura,
históricamente. Y apenas parece posible rescatar a la memoria de su virginal con-
dición. El remitirse enteramente a la conciencia, tal como lo viene haciendo, y cada
vez con mayor furia, el hombre occidental, impone la ley del tiempo de la concien-
cia —pasado, presente, porvenir—; tiempo sucesivo, discursivo, que constriñe el
original ímpetu en busca de algo perdido, de la memoria, y lo encamina a recorrer
simplemente el pasado. Un recorrer el pasado aplanándolo, como preparación del
discurrir del pensamiento racional, más bien racionalista o racionalizante. 271
119
La inhibición temporal envuelve al sujeto humano, a su ser, antes y más apega-
damente que ninguna otra. Y es por tanto un modo de tratar con el tiempo, de
transitar por el tiempo, lo que se postula para que la vida, lo vivido que se pierde,
impida al ser —al ser de la criatura hombre— ir con todos sus sentires intactos al
medio de la visibilidad, donde puedan manifestarse y venir una y otra vez desde
ese medio para rescatar lo que yace en el lecho oscuro del olvido. 272
Sería cuestión de tiempo que estas larvadas vivencias llegaran a ser sentires,
pensamientos, impulsos que siguen su curso. No es por tanto necesaria la inhibi-
ción producida por represión moral, para que el sujeto se quede sin asistir a lo que
pasa en la psique en la que está; para que lo que nace en la psique o se eleve
desde ella, a través de ella, pase a ser alma. Y para que el alma sea visible a la
conciencia. Para que el sujeto humano se mantuviese enclavado en él en un me-
dio transparente. La atención llevada a su máxima intensidad y mantenida en la
más perfecta continuidad no alcanza a envolver la vida que la desborda; no tiene
tiempo. 274
120
temporal, distinta de la moral o social. El vacío, en consecuencia, es “el desem-
bebimiento del hombre” 276, hacerse cargo de lo que pasa en su psique:
Y así vemos que sin intervención alguna de ninguna traba moral o social por el
mismo funcionamiento de la conciencia que no alcanza a repartir el tiempo por
igual entre todo lo que ante ella surge y la atraviesa, se crea una primaria y cons-
tante, inexorable inhibición, que conduce por sí misma al estado de sueño, que es
ya sueño aun durante la vigilia. Pues que entrar en el sueño es desprenderse de
lo que está pasando en la psique; quedar la psique abandonada del sujeto. 277
No hay tiempo bastante en lo humano para que todo lo que pasa sea vivido desde
el corazón. Hay en la vigilia, pues, un sueño constante, un caer en el sueño de
series enteras de vivencias privadas de tiempo. Su acumulación pesa, va for-
mando esa pesantez, ese torpor que anuncia y conduce al sueño, al entraña-
miento que es entrar bajo el tiempo en las oscuras cavernas del sentido. 278
Dado que no existe suficiente tiempo para rescatar todas las vivencias per-
sonales, el hombre debe elegir y privilegiar algunas de ellas. Y, ¿qué ocurre con
las vivencias que han sido descartadas? Son liberadas en el sueño —que tam-
bién procede creando imágenes—, constituyendo por esta razón otro ‘lugar’ de
revelación del ser del sujeto:
121
tiempo es una verdadera, radical privación. De allí serán sacados por la actividad
mediadora que es soñar, en el mundo intermediario de los sueños. 279
Para rescatar las vivencias que han caído en olvido, es preciso crear —
como se ha visto en el tema de los sueños— un ancho presente. Se comienza
teniendo conciencia del tiempo para hacer de él un medio de visibilidad del ser y
de la historia, para lo cual hay que saber moverse en él:
(…) que al tener conciencia del tiempo, el sujeto pasa de padecerlo a moverse
con él y aun sobre él, al modo de como se nada en el agua respirando en el aire.
Los sucesos que en el tiempo tienen lugar encuentran así su medio adecuado
para ser visibles. Pues que si la acción del pensamiento descubre, desvela las
cosas, es porque las sitúa en el orden del ser. Y si descubre los sucesos es porque
los sitúa en el orden del tiempo. 280
122
Y hay revelaciones que se producen o se dan únicamente en un cierto vacío, que
las hace identificables, claras y distintas pero sin quitarles su raíz misteriosa, la
oscura raíz de donde todo emerge, y que como raíz no puede ser otra cosa que
un germen que necesita movimiento. Hay que dejar a veces a lo que nace un
vacío. 283
123
Mas la llama sola pide ser contemplada en silencio. El silencio en que la extensión
de las representaciones e imágenes, de las palabras, el avasallador y huidizo río
de las «vivencias» se detiene. Se hace así la quietud límpida, donada. Y se crea
lentamente al principio, imperceptiblemente, un espacio de transparencia entre la
mirada y su objeto, entre el contenido de la visión y el ver mismo. Se hace, así la
visión translúcida y la llama queda pura como un elemento sin avidez que se
ofrece a lo oscuro quedando intacta. 288
La memoria, por tanto, hace diáfanas las vivencias que luego el pensa-
miento habrá de iluminar. Una imagen ilumina si es valiosa, “si el contenido apre-
sado, rescatado, es portador efectivamente de algo precioso, de algo que brilla
por su significación, por su sentido” 289. El hombre necesita más que conceptos,
saberes para su vida, conocimientos que le sirvan de alimento, que sean porta-
dores de sentido, que alivien su existencia.
Para ver, para verse, es preciso mirar. Pero hay diversas formar de mirar.
La sola razón ha sido la forma de mirada que se ha impuesto en Occidente; pero
está “la otra mirada”, la de la poesía, “la que al posarse sobre la vida es arras-
trada hacia abajo, hacia lo inescrutable, donde ninguna definición es válida, ni
ninguna explicación posible” 291. Es la mirada desde el centro de la conciencia
124
que actúa sobre lo que ha huido del presente condensándolo en una imagen, en
una intuición.
Lo que se ha escapado del fluir temporal sin haber tenido presente, se condensa
al ser rescatado por la mirada dirigida desde el centro de la conciencia. Pues que
una tal mirada ha de surgir desde el centro. El sujeto se ha retirado, cuanto es
posible, a ese su centro y desde allí mira. Sólo desde el centro o desde la intención
de ir hacia él se rescata. 292
Mirar, contemplar, atender son términos que amplían el sentido del pensar
que, por obra del racionalismo, quedó cristalizado en el razonar. Incluso la fun-
ción de la misma la razón quedó reducida a empleo de conceptos. Los concep-
tos, como abstracciones, separaron el pensamiento de la vida. Sin contexto vital,
todo fue reducido a dato; también la naturaleza, que perdió su sentido sagrado:
125
luntad, el vacío que la ausencia de lo divino —del que se independizó por deci-
sión propia— ha dejado en él, al fiar todo a su razón. Ha tenido que crear el
sistema como medio de recuperar la seguridad perdida:
Tal vez sea algo arbitrario, pero parece existir una correlación profunda entre an-
gustia y sistema, como si el sistema fuese la forma de la angustia al querer salir
de sí, la forma que adopta un pensamiento angustiado al querer afirmarse y esta-
blecerse sobre todo. Último y decisivo esfuerzo de un ser náufrago en la nada que
sólo cuenta consigo. Y como no ha tenido nada a qué agarrarse, como solamente
consigo mismo contaba se dedicó a construir, a edificar algo cerrado, absoluto,
resistente. El sistema es lo único que ofrece seguridad al angustiado, castillo de
razones, muralla cerrada de pensamientos invulnerables frente al vacío. 294
Y se olvida ante todo que el hombre, sin más, es contemplativo aunque sólo sea
en la modesta medida en que mira y recibe algo de esa incompleta, mas cierta,
visión que su breve mirada le procura. Contemplativo en sentido preciso es sola-
mente el dado a prolongar esa mirada, el amante de la mirada que proporciona al
par visión y alimento: aquel que fía en el alimento que su mirada primera, inicial,
y ya por eso, iniciadora, le trae. El otro, el azacanado hombre de hoy y de antes,
el obligado y esclavo cuando se le ignora, ese fía solamente en la acción y a la
que confía la suerte del día, de su alma, y a esa espectral acción entrega la llama
del día y su hermosura. Y así se vuelve espectro. 295
Por ello, Zambrano entendió que era necesaria una nueva razón, una
nueva forma de mirar, de contemplar la realidad; en definitiva, una nueva aurora
126
de la razón unida a la vida. Fue, precisamente, el pensamiento y la vida de su
maestro Ortega quien le inspiró esta idea:
Su vida misma fue auroral, lo que a veces le hizo ver premonitoriamente ciertos
fenómenos sociales con nitidez y precisión tanta, como en La rebelión de las ma-
sas, tergiversada, eso sí, utilizada, en sentido bien o diferente, hasta por países
enteros y, en cualquier caso, por ideologías extrañas tanto a su ser como a su
pensar (…) Tuve ante la vista, y hasta creo que entre mis manos, un libro de Or-
tega, ya en capillas, titulado La aurora de la razón vital. Nunca lo he visto publi-
cado, ni he podido obtener noticia alguna acerca de su destino; también pienso
que tal vez haya sido publicado bajo otro título en que la aurora no sea señalada.
Mas en mi memoria queda indeleble esta advocación de su obra que él juzgaba
central: la Aurora. 296
Puede también decirse que la Razón poética es una nueva forma de visión,
la visión poética. No hay visión posible sin iluminación; y en lo que a la interiori-
dad del hombre respecta, ésta le viene de ese centro que es el sentir originario,
adonde además debe acudir para buscar la luz originaria que también perdió:
La apetencia específica del ansia de ver en el pasado, sea en el del propio sujeto,
sea en el pasado histórico, es la diafanidad. La búsqueda de «algo perdido» y la
búsqueda del origen —semiperdido siempre— se cumple y tiene término en la
visión diáfana que deja ver aquello que se busca, que permite que, aunque no se
configure, al menos se distinga siquiera de todo lo que lo envuelve, de todo lo que
se le sobrepone. Aunque lo perdido resulte impenetrable y el punto de origen os-
curo y, por ello mismo, mayor sea la impenetrabilidad y más densa la oscuridad,
más aumenta la necesidad de que aparezca diáfanamente todo lo demás, ya que
entonces se está privado más que nunca de esa iluminación que sólo puede venir
del origen. La búsqueda del origen envuelve la búsqueda de la perdida luz origi-
naria. 297
127
Mas lo que sucede no puede ser debido solamente a la apasionada, sostenida,
atención, sino a que la razón, por sí misma, ilumina y abre los sentidos mismos
para penetrar en ellos, lo que ha sido echado al olvido, si es que lo sucedido no
es algo peor, proveniente de una renuncia exigida por el reino de la utilitaria razón,
de la razón ya sin dioses. Reino de donde el padecer ha sido expulsado por la
razón, trocando lo divino por una obstinada apatheia. Por tanto, la razón, la mis-
mísima razón, habría de iluminar y operar al modo de la luz, deslizándose por
lugares y poros invisibles, y en cuanto a las tinieblas, rodeándolas, penetrando en
ellas como la sierpe. 298
A diferencia del reino de la aurora, cuando aparece el sol, el astro único, el pode-
roso, potente y decisivo, aparece con él su reino, el reino del poder, del poder que
cuando deja de ser auroral se convierte en imperativo, en imperante, en el único,
sin haberse dado mucha prisa en establecer los prolegómenos de ese poder, de
los fundamentales de ese su reino único, sin volverse nunca hacía atrás para mirar
su aparición ni su nacimiento. Diríase que el sol es sin haber nacido, o habiéndolo
hecho, como caído para ordenar este mundo de abajo que no es suyo. Aparece
la propiedad, pues que el sol toma posesión allí donde cae, y hasta en las artes
destierra las sombras y el agua que hay en la pintura y hasta el sol que como
reflejo, y diluido en agua, o que pudiera haber en ella, para establecer preferente-
mente la proyección de su reino en la escultura, que tiene cuerpo, que es corpó-
rea. 299
La Aurora, pues, es guía, también porque es raíz, flor, árbol, alma del sentir origi-
nario. Presencia que nace de una insoslayable atención, de una sostenida mirada.
Un conocimiento, pues, sostenido únicamente por la atención. Y la atención, aun
128
a solas, es fuente de conocimiento, si bien este conocimiento sea considerado
incompleto y sobre todo infundamentable, no a la altura de la razón; por lo cual
también se le figura al autor de estas breves confesiones que un nuevo modo de
razón —por ejemplo, la razón poética— sea necesaria. 300
Exige sí, una mirada limpia, incontaminada, dispuesta a ver no las cosas ni
los seres en su inmediata apariencia, sino lo que detrás de ellas existe, lo que
las sustenta; es un un mirar que trasciende, un ver ‘más allá’, y que, por ese
mismo hecho, adquiere la capacidad de engendrar, de crear a partir de lo con-
templado:
129
ella luz viviente, y no ofrecida a la percepción, se hace sentir, se extiende sin lími-
tes, mansamente, como óleo de vida, como si la vida naciera en la indefinible vida
en la luz. La inasible vida que es ella misma luz una con ella. 303
Tiene la mirada que sale de la noche —de esta de la historia también— una dis-
ponibilidad pura y entera, pues que no hay en ella sombra de avidez. No va de
caza. No sufre el engaño que procura el ansia de «captar». La tiranía del concepto,
que somete la libertad con el cebo del conocimiento, la acecha cuando todavía
flota en la mar de las aguas primeras. 304
El animal que se espera, que se busca, aparece entonces, del modo más
inesperado, en cualquier paraje de la selva, a la hora menos pensada: ninguna
condición le ha podido poner el explorador; simplemente ha dejado que apa-
rezca, le ha ‘dejado ser’:
A veces la Aurora de este ser, aquel al que el corazón no renuncia, y ante el cual
la razón misma llega a rendir sus armas, aparece por un instante en un apenas
charco de agua, en el reflejo de una rama apenas nacida, en el vaivén de un viento
que no mueve nada, de un movimiento que es también quietud. 305
130
La forma primaria en que la realidad se presenta al hombre es la de una completa
ocultación, ocultación radical; pues la primera realidad que al hombre se le oculta
es él mismo. El hombre —ser escondido— anhela salir de sí y lo teme, aunque la
realidad toda no envolviera ningún alguien, nadie que pudiese mirarlo, él proyec-
taría esta mirada; la mirada de que él está dotado y que apenas puede ejercitar.
Y así, él mismo, que no puede aún mirarse, se mira desde lo que le rodea. 306
En el ser humano “anda la luz escondida en las tinieblas” 307 y su vida despro-
vista de la luz, de la aurora, es existencia en soledad, en desorientación, en pri-
vación de su propio ser, que padece a su vez por la privación del sentir originario:
Qué inmensa soledad la del que no ha contemplado, ni siquiera por una sola vez,
la Aurora: aunque se le diera al encontrarse en la luz, en la inmensidad de la luz
en toda su pureza, qué inmensa soledad sin aurora, qué desorientación. Qué pri-
vación del propio ser en cualquiera de los múltiples mundos, o pues que se trata
de un encontrarse sin sentirse viendo y hasta pensando, si esto fuera posible,
desprovisto del sentir originario. 308
Desde el primer momento en que se la mira nos mira ella a su vez pidiéndonos,
requiriéndonos, el que la miremos como la clave de la fysis, del cosmos, pues, y
de este su habitante; que aquel que la mira siguiéndola vaya encontrando a través
de ella un «puesto en el cosmos». Por tanto, exige ella una actitud del hombre
acerca de su propio ser, un conocimiento de su lugar que le conduce al encuentro
de su propio ser. Guía pues, si por guía entendemos la aparición de algo, un su-
ceso, una presencia que saca al sujeto de sí, de la situación en que estrictamente
está apresado en una ignorancia que es inmovilidad, y la inmovilidad en el ser
humano es intrascendencia. Conocerse es trascenderse. Fluir en el interior del
ser. 310
131
Por ello, la Aurora se revela como Guía que orienta el modo en que opera
la Razón poética, y en que se ha de operar con ella. No puede ser, por consi-
guiente, una razón cuyo método esté totalmente definido, ni su expresión prefi-
jada, ni sus lugares preconcebidos. Es un saber que se ofrece fragmentaria-
mente en la palabra poética de modo preferente, aunque también puede hacerlo
en la ciencia:
De los géneros del conocimiento que aquí en occidente nos son conocidos, al que
se asemeja más aquel conocimiento es la Guía, pero habría de ser bien diferente,
puesto que las Guías conocidas prefijaron el lugar adonde se encaminan, y aquí
es el lugar mismo, es decir ella, la Aurora, la que encamina. No sería, pues, ciencia
ni tiene posibilidad de serlo este conocimiento, sino esbozo, diseño, de una singu-
lar guía no escrita, diseñada y aun expresada fragmentariamente en diversos lu-
gares de la poesía, y aun, por qué no, de la ciencia más rigurosa. 311
La Aurora tiene su propio reino; introduce al hombre que sabe ser su cate-
cúmeno en el conocimiento y el contacto con el misterio; es en este sentido a
modo de nártex de lo Celeste, realidad que se manifiesta en el silencio y en la
espera:
132
Y más allá, si se espera sin preguntar, irá apareciendo algo así, que no nos atre-
vemos a nombrar, como un reino, pero que bien pudiera ser su nártex, ese lugar
donde los catecúmenos admitidos como tales han de detenerse sin que ellos fijen
límite temporal alguno, ni se representen acontecimientos de ningún género, a fin
de que vaya apareciendo, si se cumple así, lo celeste. Si es que esa obligada
detención en el nártex no fuese ya anuncio de la aparición de eso Celeste que
puede ir manifestándose sin ser reconocido como tal. 313
La Aurora actúa sobre las tinieblas del ser, incitándolas a danzar con la luz.
Esta danza de las tinieblas con la luz es forma de pensamiento, un progresivo —
aunque inagotable y por ello incompleto— ir sacando de la oscuridad las realida-
des que, ocultas, aguardan en la interioridad del hombre, en su alma; llevarlas al
claror de la palabra:
133
(…) en un acto único y universal, convoca ella la Aurora a las tinieblas a que dan-
cen, en la luz y en el fuego que les corresponda; penumbra puede ser si del hu-
mano pensar se trata. Así la Aurora sería la balanza: esa constelación revivida al
iniciarse el día de este, que se nos hace sentir de tanto en tanto como inacabado,
cosmos, y dar lugar ella también a que los sentidos convocados cedan a ser pa-
labra, cedan a entrar en la órbita de la palabra donde el fuego y los elementos
todos conocidos y ocultos dan al fin una palabra, una palabra cumplimiento de
todas las posibles auroras, Aurora ella misma nunca perdida aunque dada a per-
derse. 317
134
¿No será lo que el arte más agudamente logre, el rememorar lo que en la Era de
la Aurora sucedía? Y así la ocultación de esa Era, su caída, su inmersión en el
tiempo cada día más histórico y menos historiable, ha dejado como ininteligibles
sus huellas en sutiles manifestaciones. Y así, en esta Era de ocultación se puede
llamar locura a la pretensión de escuchar el abrirse de una flor, o, si se toma en
serio, el oír crecer la hierba, y cuánto más el oír el canto de las piedras de la
Aurora. 320
Aparece también —la Aurora— en aquellas formas del saber que no han
temido tratar con el misterio: “Pues que ella hace visible, ostensible, un recóndito
misterio que ha encontrado lugar, con mayor o menor fortuna, en teogonías y
más dibujadamente, y aun dogmáticamente, en algunas teologías” 321
Lo que aparece, o el resultado a que hemos llegado en estas breves páginas, que
más breves aún querrían serlo, es que la Aurora, que no nos ha ofrecido la posi-
bilidad de ser un conocimiento propiamente filosófico, una episteme, nos impone
inexorablemente su condición de pertenecer al mundo de lo cognoscible. 322
El racionalismo y la ciencia han pasado por alto que sus métodos no pue-
den agotar la riqueza contenida en la experiencia y que su transmisión no ha
encontrado el medio idóneo en el lenguaje de la lógica o de la formulación ma-
temática. Las experiencias vitales no son repetibles como los experimentos:
135
El saber es experiencia ancestral o experiencia sedimentada en el curso de una
vida. ¿Y cómo transmitir esta experiencia? Y si resulta problemático el transmitir y
aun el adquirir la experiencia es porque se trata de experiencias vitales, es decir:
de una experiencia que no es repetible a voluntad, según lo son las que se efec-
túan en los laboratorios. 323
No significa esto que haya que renunciar a la tarea, sino que se tenga en consi-
deración que la naturaleza del fondo de lo vital condiciona el modo de su revela-
ción:
Las situaciones de la vida de las que brota o va brotando el saber no son revela-
bles siempre. Muy a menudo pertenecen a esa región del secreto, de la que por
delicadeza o por motivos morales nunca podrá ser revelado. De otra parte está lo
inefable, lo que no encuentra palabras ni forma alguna de decirse, que es el signo
de los sucesos más hondos e íntimos, esos que se nombran el «fondo del
alma».325
Por todo ello, de la Razón poética sólo cabe afirmarse un conjunto de notas
—en sentido musical, como ya se ha visto antes— sin la pretensión de agotarla,
pues se ocupa de una realidad a su vez inagotable: la relación del hombre con
lo divino, que necesita “aparecer, acabar de aparecer en su medio adecuado. Un
medio nuevo dado por un nuevo fluir del tiempo, por un tiempo en vías de reve-
larse” 326. De la Razón poética y de su objeto siempre será posible decir algo
más y lo que se diga será todavía insuficiente:
136
De la razón poética es muy difícil, casi imposible, hablar. Es como si hiciera morir
y nacer a un tiempo; ser y no ser, silencio y palabra, sin caer en el martirio ni en
el delirio que se apodera del insomnio del que no puede dormirse, solamente por-
que anda a solas. ¿Lo llamaríamos desamparo? Tal vez. Terror de perderse en la
luz más aún que en la oscuridad, necesidad de la respiración acompasada, nece-
sidad de la convivencia, de no estar sola en un mundo sin vida; y de sentirla, no
sólo con el pensamiento, sino con la respiración, con el cuerpo, aunque sea el
minúsculo cuerpo de un pequeño animal, que respira: el sentir la vida, donde está
y donde no está, o donde no está todavía. En este «logos sumergido», en eso que
clama por ser dentro de la razón. 327
2.3 La verdad
137
universales, absolutos prueba fehaciente del éxito que han alcanzado los pos-
tulados del cientificismo en nuestra época.
Bajo estas premisas, el relativismo usa la ciencia para que diga o decida lo
que, en realidad, no puede decir o decidir. En lo que descubrimos otro principio
que subyace solapado: el parámetro es, en realidad, el ser humano que puede
decidir qué es y no es la verdad; tal principio ya está presente en Protágoras
para quien ‘el hombre es la medida de todas las cosas’. Estos postulados nos
sitúan frente al problema de la hermenéutica, pues la ciencia tiene una metodo-
logía la experimentación para obtener conocimientos fiables, pero en la in-
terpretación de datos procedentes de la realidad es inevitable la introducción del
elemento subjetivo, dado que es el ser humano el sujeto de todas las ciencias;
en las ciencias que tienen al hombre como objeto, la subjetividad es aun mayor.
Los datos obtenidos a través de instrumentos validados se consideran fiables
en la presunción de que las investigaciones no sirven a intereses particula-
res, pero no siempre es el caso de la interpretación de los mismos. Conoce-
mos, por ejemplo, el uso que hacen las distintas agrupaciones políticas de un
resultado electoral, que puede ser estadísticamente objetivo, pero que se puede
interpretar según conveniencia.
1) Que los métodos de las ciencias naturales son la única fuente fiable de
conocimiento tanto del hombre como de la sociedad (cientificismo).
2) Ningún punto de vista tiene verdad ni validez universal, sino sólo una vali-
dez subjetiva y dependiente de su marco de referencia (relativismo).
138
1) El valor de toda forma de conocimiento que no ofrezca evidencia empírica
y su marginación o relegación a un segundo plano, hecho que ha ocurrido
ya con la propia filosofía que ha dejado de ser ciencia para ser considerada
una disciplina.
2) La real posibilidad de acceder a la verdad, o al menos a las verdades uni-
versales.
Para Zambrano, las verdades propias de las ciencias naturales sirven efi-
cazmente para el conocimiento del cosmos, de la naturaleza, y permiten domi-
narla: la técnica es una prueba fehaciente de ello. Pero el conocimiento científico
no agota la realidad: “realidad es no sólo la que el pensamiento ha podido captar
y definir sino esa otra que queda indefinible e imperceptible, esa que rodea a la
conciencia, destacándola como isla de luz en medio de las tinieblas” 328. En este
mismo sentido, el conocimiento sobre el hombre, es necesario, pero particular-
mente la verdad acerca de su ser, aquella que puede ayudarle a conocerse, a
profundizar en la inmensidad de su mundo interior, a impulsar toda su capacidad
creadora, la verdad que le lleva a trascender: “Hay verdades, las de la ciencia,
que no ponen en marcha la vida. Las verdades de la vida son las que, introdu-
139
ciéndose en ella, la hacen moverse, ordenadamente; las que la encienden y sa-
can de sí, haciéndola trascender y poniéndola en tensión” 329. Son verdades que
la ciencia no puede reducir, pues están más allá de sus instrumentos:
Y esto que la ciencia no sabe reducir, son ciertos estados de la vida humana,
ciertas situaciones por que el hombre pasa y ante las cuales la forma enunciativa
de la ciencia no tiene fuerza, ni valor. Porque sabe esta experiencia que las ver-
dades pueden estar frente a nosotros, duras e invulnerables, estériles e impoten-
tes a la vez. Sabe que la vida necesita de la verdad, mas de su verdad, es decir,
de la verdad en cierta forma.330
Pues la verdad llega, viene a nuestro encuentro como el amor, como la muerte y
no nos damos cuenta de que estaba asistiéndonos antes de ser percibida, de que
fue ante todo sentida y aun presentida. Y así, su presencia es sentida como que
al fin ha llegado, que al fin ha aparecido. 332
329 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 90.
330 Ibidem, p. 85.
331 Zambrano, María. Ante la verdad, op. cit., p. 17.
332 Zambrano, María. Claros del Bosque, op. cit., p. 137.
140
elegido, es casi un estigma, una señal” 333. El ser humano participa de esta ver-
dad, pero de modo pasivo, padece, sufre esta verdad, que es a modo de alum-
bramiento, de dolorosa entrada en la vida, de nacimiento. Despertar, nacer de
nuevo no puede ser sin ese dolor que comporta ver o saber. En el caso de Edipo,
que es el que propone nuestra autora, adquiere tonos trágicos, y es símbolo,
para el ser humano, de lo que conlleva saber, ser consciente de algo.
Por ello, afirma Zambrano que ante “la verdad, el sujeto no es el lugar, no
es el donde. Mas, la sufre, la padece: es pasivo!” 335. Si es fundamento del hu-
mano vivir, el origen de la verdad no puede estar en el hombre, ni puede éste
ser su sujeto, el lugar donde se da, en el sentido de que no es un producto hu-
mano. En todo caso, la función del sujeto es ser receptor de esa verdad; la ver-
dad ‘acaece’ en el sujeto pero lo trasciende, lo cual no significa que sea simple
objeto:
141
El lugar donde se da, donde se revela la verdad es en el ‘soñar’, en la si-
tuación — como ocurre con los sueños— en que el hombre no es sujeto, pues
simplemente asiste a sus sueños, que los padece inevitablemente: “Está el su-
jeto en el soñar, en el caso extremo de lo que se sufre; en la extrema situación
del padecer: sufrimiento [o goce] = pasividad” 337. La verdad es engendrada se-
cretamente en el ‘soñar’ y se revela en el ‘despertar’:
La psique se revela en sueños; ocupa tiempo, como si fuera real. Hay sueños
«monoeidéticos» que abren las puertas del sentir originario y de la verdad. Son
los sueños del ser, los sueños transcendentes, los sueños relevadores que pue-
den darse en un instante; mientras que los sueños de la psique han ocupado mu-
cho tiempo para desarrollarse, a veces criminalmente, para ocupar toda la vida del
sujeto, para comprometerle en una acción falsamente reveladora. Edipo y la Es-
finge. 339
142
aunque, como en otros casos, acabó siguiendo sus propias intuiciones, le apor-
taron una herramienta para abrir el horizonte del conocimiento humano atrapado
en los estrechos límites del racionalismo. En la época en que le tocó vivir a Freud,
estaba en boga el estudio de estados no conscientes como la hipnosis, por parte
de la medicina y la psicología. Cuando conoció de cerca los casos, se interesó
vivamente por este procedimiento e incluso lo utilizó durante un tiempo en sus
sesiones de psicoanálisis, aunque pronto descubrió sus límites. La experiencia
le sirvió, de todos modos, para formular la idea del inconsciente que abrió un
ámbito hasta entonces desconocido. La palabra hipnosis procede etimológica-
mente del término griego hypnos: sueño. Su estudio es fundamental por cuanto
permite acceder al mundo del insconsciente, debido a que, en el estado de
sueño, la consciencia está temporalmente inactiva. De ahí su interés, y de ahí
que Zambrano pregunte: ¿por qué soñamos?, ¿cuál es la finalidad de los sue-
ños?, ¿se pueden interpretar?, ¿revelan realmente el mundo del inconsciente?,
etc.
Freud nos avisa que podemos, si no vivimos en claro con nosotros mismos, caer
en esclavitud, ser poseídos de lo que hemos creído vencer, de las realidades re-
chazadas. El lugar psíquico donde tales verdades humilladas se instalan para ata-
carnos se llama subconsciencia. Nos atacan no solamente en los sueños, sino en
las menudas equivocaciones de la vida diaria, en las gaffes, en los foux passes.
Su nombre mismo indica que es lugar subordinado, sombrío, y sobre el cual no
ejercemos ningún dominio. Y esto que no podemos ejercer control sobre él, es lo
que le hace sumamente peligroso, pues nuestra vida de gentes civilizadas, «due-
ñas de su conocimiento», pasa a ser juguete de sombras. 340
340 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 133–134.
143
Es necesario tener en cuenta dos acepciones de la palabra sueño, que se
refieran la una a la representación, mientras se duerme, de sucesos o imágenes;
la otra a los proyectos, deseos, esperanzas aún sin realizarse. Cabe señalar, en
primera instancia, que a María Zambrano no le interesa propiamente el contenido
de los sueños como tales, o su realidad, sino el sueño como fenómeno que per-
mite captar la trascendencia del hombre:
Por una parte, los sueños “esclarecen el carácter de realidad de lo que to-
mamos como objetos reales (...) Y es que lo que aparece y es aceptado como
real se percibe como estando ya ahí antes de ser percibido” 342. La realidad es
dada, como es también el caso de los sueños: el ser humano asiste a ellos, per-
cibe que no son producto de su voluntad, sino que le acontecen; no ejerce control
sobre ellos ni está en posición de organizarlos o dirigirlos: “El sujeto en el soñar
es un lugar donde el sueño acontece. Pero él no se reconoce como autor, y
aunque se sienta producirlo no es propiamente sujeto como en el conoci-
miento”343.
144
capacidad del ser humano para recibir la verdad. El sujeto participa de esta ver-
dad, es capaz de ella, puede operar con ella, aunque no sea su sujeto.
145
veces escondida energía de la persona y de la psique, y aun la mera energía
física” 349. Son revelaciones comparables a la experiencia del amor, de la belleza
o del descubrimiento de un saber largamente esperado. Nos descubre el sentido
de nuestra existencia, nuestra vocación. “A partir de ahí, mientras se mantiene
la tensión se vive dentro de un sueño” 350, y este sueño se convierte en motor de
la vida del ser humano, que se mueve por la esperanza de alcanzarlo, de reali-
zarse como persona. El objetivo primordial de la filosofía, del pensamiento de-
biera apuntar a “que en este ser llamado humano, dotado de pensamiento, el
transitar sea transcender, es decir, sea creador, creador de un tiempo nuevo” 351;
en efecto, es necesario generar un tiempo en que todo sujeto viva despierto, una
forma de vivir en el tiempo desde la conciencia:
349 Idem.
350 Idem.
351 Zambrano, María. Notas de un método, op. cit., p. 97.
146
también un ‘despertar’. El ser del hombre no se le da en la razón; se muestra, en
sueños y es lo que le obliga a ‘despertar’: “Mas sólo se puede si pasa algo, es
decir, una interrupción que crea el vacío. Por una discontinuidad” 352. Cuando la
verdad aparece “suspende el tiempo. Se da en un ancho presente que aparece
como vacío, que funciona como vacío” 353. Son sucesos que, por su impacto,
detienen el tiempo, crean un ancho presente, un vacío en la continuidad de la
rutina en la que se estaba viviendo y al salir de ellos el sujeto ya no es el mismo.
147
(...) no hay mucha garantía de que la verdad sea encontrada tanto como es bus-
cada, pues la mente despierta obtura con su lógica, con su estática estructura,
con sus ideas, juicios y opiniones la aparición de la verdad. Nos referimos espe-
cialmente a las verdades que aquí nos interesan, que aquí son cuestión, las ver-
dades de la vida. 354
354 Zambrano, María. Los sueños y el tiempo, op. cit., pp. 148–149.
355 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., p. 73.
356 Aristóteles. Poética de Aristóteles, Valentín García Yebra (ed.), Gredos, Madrid, 1974,
1455a30.
357 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., p. 211.
148
adecuadamente para que no desaparezca. La piedad es “saber tratar adecua-
damente con lo otro” 358, es una forma de trato, respeto que significa “sentir lo
«otro» como tal, sin esquematizarlo en una abstracción” 359, es decir, dejar que
cada ser y cada cosa sea lo que tiene que ser, sin imposiciones de ninguna clase.
Cuando encuentra en el hombre esta actitud, acaece el saber inspirado:
149
Por otra parte, la verdad “es una. Viene de lo Uno.” 362. La preocupación
por la unidad en nuestra pensadora hace referencia, por oposición, a la tenden-
cia fragmentaria, reduccionista, dualista del pensamiento racionalista. Dualista
en el sentido de oposición de contrarios, de presentación de la realidad a través
de binomios contrapuestos (ser-no ser, verdad-apariencia, ‘el todo’ frente a ‘la
nada’, etc.). En el mundo griego, el concepto de unidad surgió por oposición al
de multiplicidad o heterogeneidad, y preservarla fue desde entonces la punta de
lanza de los filósofos:
El ser había sido definido con unidad ante todo, por eso estaba oculto, y esa uni-
dad era sin duda, el imán suscitador de la violencia filosófica. Las apariencias se
destruyen unas a otras, están en perpetua guerra, quien vive en ellas, perece. Es
preciso “salvarse de las apariencias”, primero, y salvar después las apariencias
mismas: resolverlas, volverlas coherentes con esa indivisible unidad. Y quien ha
alcanzado la unidad ha alcanzado también todas las cosas que son, pues en
cuanto que son participan de ella o en cuanto que son, son unas. Quien tiene pues
la unidad lo tiene todo. 363
Y cuando la idea apareció como tal en Parménides tuvo que ser al mismo tiempo
unidad pura, sin poros ni sombra de multiplicidad, unidad de identidad que sobre-
pasaba —transcendía— a lo inagotable de lo sagrado. Y vino a oponerse así a la
resistencia de lo sagrado, la resistencia de lo uno, del ser-unidad. El pensamiento
150
había dado con ello un paso definitivo (…) se había transformado en ser y pensar,
en ser-pensamiento. 365
El filósofo quiere lo uno, porque lo quiere todo, hemos dicho. Y el poeta no quiere
propiamente todo, porque teme que en este todo no esté en efecto cada una de
las cosas y sus matices; el poeta quiere una, cada una de las cosas sin restricción,
sin abstracción ni renuncia alguna. Quiere un todo desde el cual se posea cada
cosa, mas no entendiendo por cosa esa unidad hecha de sustracciones. 366
151
dificultad. Lo que son las notas para la música, son las palabras para la poesía,
en la que también se produce esta unidad-armonía:
Así, el poeta, en su poema crea una unidad con la palabra, esas palabras que
tratan de apresar lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de cada cosa, de
cada instante. El poema es ya la unidad no oculta, sino presente; la unidad reali-
zada, diríamos encarnada. El poeta no ejerció violencia alguna sobre las hetero-
géneas apariencias y sin violencia alguna también logró la unidad. 369
Fue la unidad del ser, del ser parmenídeo, el que se impuso en la historia
por el extremismo al que tiende el ser humano cuando se adhiere a alguna idea
o creencia; y esta ‘unidad de identidad’ se impuso sobre “la unidad de armonía
de los contrarios de Heráclito” 370, avasallando toda realidad particular, descalifi-
cando todo lo que no podía ser reducido a razón lógica:
Por tanto, si ‘la Verdad llega’ y ‘viene de lo Uno’, quiere decir que es dada
y procede de esa unidad de la realidad toda, o de los diversos órdenes de la
realidad cuya unidad se alcanza a ver únicamente en la mirada libre de prejui-
cios; realidad que incluye también lo sagrado, “ese fondo de misterio”, esa “reali-
dad oculta, escondida” 372 que es anterior a las cosas, y lo divino que es “la re-
velación inequívoca, universal en principio, de lo sagrado que está oculto”373. Por
152
esta razón, Zambrano nombra esa verdad con mayúsculas —lo mismo que lo
‘Uno’—, pues la Verdad es progresiva revelación, manifestación de lo divino.
Sólo así puede ser razón del trascender, pues si la Verdad se revela como lo
absoluto, el hombre —en su condición de ser finito— se siente impelido a salir
de sí y recorrer el camino que a él conduce:
153
Esta es también la unidad esperada de los saberes que el racionalismo
compartimentó, de las distintas formas en las que el ser humano, desde el prin-
cipio de la historia, ha venido expresando sus vivencias y que no son saberes
opuestos sino complementarios, como no son contradictorias sino indispensa-
bles las múltiples perspectivas de una determinada realidad, para alcanzar a te-
ner de ella una visión completa:
378 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 56.
379 Zambrano, María. Ante la verdad, op. cit., p. 18.
154
ello, cuando vislumbra la verdad, se siente aludido porque la intuye como aquello
que viene a llenar ese vacío, ese anhelo de algo nuevo, más pleno, que no posee
y que es precisamente lo que le mantiene en movimiento:
La resistencia, por una parte, viene de la propia verdad que no admite do-
minio alguno y por ello, aumenta el hermetismo en este caso, el intento del
sujeto de descifrarla, de atraparla, y por otra, la oposición del propio ser hu-
mano a sujetarse a la verdad, a mantenerse en una actitud pasiva, a no lanzarse
sobre ella. En el carácter enigmático, en la dificultad para darse a entender o
dejarse interpretar, la verdad establece el modo en que puede ser conocida: la
aceptación, la escucha, la renuncia al control:
380 Idem.
381 Idem.
155
en el deseo de hallar una luz, una revelación que la clarifique. El anhelo de ple-
nitud es anhelo de un despertar, es decir, de que aquello soñado, anhelado como
plenitud se realice, acontezca.
En esta línea, el filósofo es aquél que ayuda a vivir, el que busca la verdad
más allá de la autocomplacencia y de la curiosidad meramente intelectual. Las
verdades de la ciencia son, qué duda cabe, necesarias, importantes; pero lo son
más aquellas que humanizan, dignifican, plenifican al ser humano: “Hay verda-
des, las de la ciencia, que no ponen en marcha la vida. Las verdades de la vida
son las que, introduciéndose en ella, la hacen moverse, ordenadamente; las que
la encienden y sacan de sí, haciéndola trascender y poniéndola en tensión”. 383
382 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 22–23.
383 Ibidem, p. 90.
156
remedio de su vida” 384. El pensamiento cuando se separa de la vida, cuando se
separa del ser humano, le deja huérfano, indefenso: “Es sin duda, el mal de
nuestros días, el más terrible pecado del “intelectual” moderno que no ha sabido
ser padre de los hombres de su tiempo, que no ha sabido, ni querido engen-
drarlo, tal vez porque no se ha engendrado tampoco a sí mismo” 385. Para el
verdadero filósofo, para el verdadero escritor “esta comunicación de lo oculto
(…) es la gloria, la gloria que es la manifestación de la verdad escondida hasta
el presente, que dilatará los instantes transfigurando las vidas” 386. Vista así,
cualquier oficio que el hombre realiza tiene el sello de la vocación.
384 Zambrano, María. El pensamiento vivo de Séneca, Ediciones Cátedra, Madrid, 1992, p.
30.
385 Ibidem, p. 37.
386 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 43.
387 Zambrano, María. Notas de un método, op. cit., p. 32.
388 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 20.
157
Y la verdad, la que la vida necesita, sólo es la que en ella renace y revive, la que
es capaz de renacer tantas veces como sea necesitada. Es la verdad naciente y
renaciente, operante, la que sólo cobra su sentido al ser vivida, al transformar una
vida, mas no violentando como la vocación filosófica del mito de la caverna, sino
sometiéndose a la ley de la vida que es el tiempo. 389
La inteligencia nació requerida por la vida, que si hubiera podido sobrevivir sin ella
no la hubiese perseguido tan ahincadamente. La Filosofía, en verdad, ha sido vital
siempre, logro y realización en sus momentos afortunados de esa necesidad que
la vida padece de ver, de esa aspiración hacia la transparencia que si encontró su
expresión más pura en la Filosofía y en cierras Filosofías, es reconocible siempre
en todas las tormentas de la historia. 390
158
la vida humana bajo la más atrevida especulación sistemática, lo difícil e inasequi-
ble de la moral que comparten. 392
392 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 170–171.
393 Ibidem, pp. 85–86.
394 Ibidem, p. 77.
395 Zambrano, María. Claros del Bosque, op. cit., p. 137.
159
el mismo estado en que la encontró, pues de ser así no sería necesario, y los que
se han ocupado exclusivamente de la aplicación técnica tendrían razón. La vida
necesita del pensamiento, pero lo necesita porque no puede continuar el estado
en que espontáneamente se produce. 396
396 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 76–77.
397 Zambrano, María. Claros del Bosque, op. cit., p. 127.
398 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., p. 285.
160
El hombre occidental ha asumido, especialmente después de Descartes,
que puede prescindir de los demás para alcanzar el conocimiento de sí mismo,
que le basta con la conciencia con la que percibe y se percibe:
En realidad, toda percepción del semejante es secreta, tiene lugar en algo no ma-
nifestable, en un medio que no coincide, en modo alguno, con el medio que hemos
dado en llamar físico y que corresponde a los sentidos. Tampoco con la concien-
cia. Es otro medio, el medio de la interioridad, donde tal percepción tiene lugar. Y
en ella, sentimos unitariamente a la persona que es el prójimo y a su lugar de
existencia. 401
Para conocerse, el ser humano debe ‘salir de sí’; pero, además, ‘entrar en
sí mismo’, en un movimiento que es circular. Mirar hacia fuera, para ver cuanto
lo rodea, es acción propia del sujeto frente a un objeto; pero ‘verse’ desde fuera,
es decir, ser sujeto y objeto de sí al mismo tiempo, no es posible: así “como la
161
naturaleza se nos hace presente, aquel que somos se nos esconde” 402. Si bien
a la acción de ver el hombre su interior, puede denominarse, de modo figurado,
‘mirarse a sí’, en rigor esta acción requiere de la contemplación de otro, del pró-
jimo, en un proceso que se da por vía de comparación: el hombre se mira en su
prójimo; luego, se necesita del otro para contemplarse, para tener visión de sí:
La visión del prójimo es espejo de la vida propia; nos vemos al verle. Y la visión
del semejante es necesaria precisamente porque el hombre necesita verse. No
parece existir ningún animal que necesite contemplar su figura en el espejo. El
hombre busca verse. Y vive en plenitud cuando se mira, no en el espejo muerto
que le devuelve la propia imagen, sino cuando se ve vivir en el vivo espejo del
semejante. 403
Sólo al verme en otro me veo en realidad, sólo en el espejo de otra vida semejante
a la mía adquiero la certidumbre de mi realidad. Creer en la realidad de sí mismo
no es cosa que se dé sin más, parece ser que es certidumbre recibida de un modo
reflejo, porque creo en mí y me siento vivir de verdad, si me veo en otro. 405
Y es de tal modo esencial este aspecto que Zambrano llega a afirmar que
toda “existencia es recibida”, que mi “realidad depende de otro” 406. No única-
mente la existencia en cuanto ser viviente, sino en cuanto a la creación del ser
402 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 124.
403 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., pp. 286–287.
404 Ibidem, p. 286.
405 Ibidem, p. 287.
406 Idem.
162
personal. En los inicios de la vida humana se da así: el recién nacido se percibe
uno con su madre, quien le ha alumbrado a la existencia; pero, progresivamente,
su presencia y la de otras personas será crucial para que se descubra como
individuo, para que reconozca su existencia individual. Hay un paralelismo entre
el desarrollo del hombre y el de la humanidad; no solamente el ser humano se
desarrolla, sino que ha ocurrido otro tanto con la humanidad. La comprensión
que tiene de sí mismo el hombre actual puede antojársele evidente, pero hay en
ella mucho de conquista, mucho de sacrificio, mucho de sabiduría acumulada;
también de angustia, especialmente por llegar el hombre a ‘verse’, por llegar a
saber quién es. La ignorancia vital es a modo de esclavitud que ha angustiado
al hombre desde sus orígenes:
La vida humana necesita ver para ser vida. “Vivir para ver” y ver para vivir. La
visión libera a la vida, mas la visión de sí mismo trae el grado supremo de libertad.
Pero si la visión de sí mismo no es directa sino refleja, a través de un semejante,
la libertad es adquirida por medio del otro. 407
163
Si la percepción del prójimo implica un entrar dentro del sujeto, no se puede
pretender tener una visión totalmente objetiva de sí mismo. Ya el hecho de que
el hombre necesite mirar a otros para conocerse indica su imposibilidad de verse
desde fuera de sí, pues caracteriza a la condición humana el “sentirse sin
verse”409; incluso, la observación de los demás sobre uno es, en muchos aspec-
tos, más objetiva que la propia observación. Aun así, toda mirada humana está
siempre cargada de subjetividad. La psicología ha demostrado que el ser hu-
mano puede engañarse a sí mismo y por esta razón la ciencia precisa de objeti-
vidad en sus observaciones; pero, atribuir ya de entrada un carácter negativo a
la subjetividad es confundir la posibilidad de autoengaño con toda la acción del
sujeto: si hay subjetividad es porque hay sujeto; la pretendida objetividad abso-
luta sólo sería posible en la anulación del sujeto o de su capacidad de padecer
la realidad, pues, en cuanto tal, el hombre es afectado inevitablemente por
cuanto le rodea y de modo particular por otros sujetos. Zambrano va aún más
allá: a mayor identificación con el semejante, a mayor unidad, mayor conoci-
miento de sí mismo y del otro; a mayor distancia, menor conocimiento:
409 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 124.
410 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., p. 294.
164
CAPÍTULO 3:
ANTROPOLOGÍA ZAMBRANIANA411
Pero este saber más amplio, dentro del cual puede permitirse el florecimiento del
delicado saber acerca de las cosas del alma, no podía ser un saber cualquiera,
una Filosofía cualquiera. Era necesario una idea del hombre íntegro y una idea de
la razón íntegra también. Mientras el hombre fuese ente de razón nada más y esta
razón fuese la matemática, por ejemplo, ¿cómo iba a ser posible este saber acerca
del alma? 413
411 El sentido dado al término antropología es el de la antropología filosófica, que estudia “al
hombre no sólo en su ser natural, sino también en su ser esencial, no sólo en su puesto
dentro de la Naturaleza, sino también dentro del espíritu. (Ferrater Mora, José. Diccionario
de Filosofía, op. cit., vol. I pp. 112.
412 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 59.
413 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 29.
165
Por ello, es esencial comenzar por despejar la cuestión del hombre, pues
la concepción que de él se tenga configura de modo determinante el criterio con
que conducirá su vida y, por lo mismo, su educación. Y si la vocación, el destino,
la propia trascendencia son lo más humano del hombre, a ello debe orientarse
la acción educativa. No es, en consecuencia, únicamente preparar individuos
competentes para el mercado, sino contribuir a que toda persona alcance su
destino por medio de la vocación, pues este el medio de humanizar la sociedad,
de crear el espacio propio para cada persona.
166
Humanizar la educación exige poner como objetivo prioritario de la acción
educativa la realización integral de la persona humana, que le lleve a asumir su
vocación y su destino, y partiendo de ello, trazar el camino, el método instru-
mento indispensable que permita alcanzarlo, pues “en nuestra civilización to-
davía no poseemos un itinerario íntegro, verdadero, de la persona humana, una
especie de Ética en marcha, que sea itinerario del ser persona por medio de la
historia” 414.
414 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 51.
415 Rojas Osorio, Carlos. Filosofía de la educación. De los griegos a la tardomodernidad,
Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2010, p. XXII.
167
como sinónimos (instruir, enseñar, formar, entrenar, preparar, etc.) comproba-
mos que las posturas sobre su papel responden a diversas visiones del hombre
y del mundo.
416 Verger, Antoni. "Políticas de mercado, Estado y universidad: hacia una conceptualización
y explicación del fenómeno de la mercantilización de la educación superior". Revista de
Educación, abrilMadrid, 2013: 269–291, p. 271.
168
en desarrollo, si se ajusten a los lineamientos de lo que entienden por educación.
He aquí un ejemplo tomado de su página web 417:
169
prisas, de la falta de tiempo, de la angustia por la precariedad laboral y econó-
mica o el desempleo y está ya sobre el tapete el debate en torno al llamado
desempleo tecnológico: el riesgo de que la difusión de la tecnología, en especial
la robótica, agrave severamente el problema del desempleo en el mundo. La
tecnología ha permitido realizar tareas con mayor rapidez, pero no se ha tradu-
cido en más tiempo para cultivar el espíritu. Cuando una sociedad tiene condi-
ciones precarias, como es el caso de los países más pobres, es comprensible
que apenas se ocupe de otra cosa que no sea la propia subsistencia; pero resulta
sorprendente que las sociedades desarrolladas tengan que debatirse entre tra-
bajar para vivir o vivir para trabajar, y con la agravante de que no resulta nada
sencillo obtener un trabajo y en condiciones dignas y que si se ha perdido un
puesto de trabajo a ciertas edades, volverlo a encontrar pueda convertirse una
tarea imposible.
170
se observa con sólo revisar las definiciones existentes de pedagogía. Ayuste y
Trilla 418 proponen dos criterios de clasificación:
(…) el abandono en que el hombre medio ha quedado por la cultura que ha sabido
aplicar sus conocimientos para la técnica material, pero que no le ha dado «ideas
vigentes», convicciones; que no ha sabido hacerle participar de su actividad crea-
dora, hacerle creador también.
Y como queriendo suplir esta falta, el afán divulgador se ha enseñoreado de la
Ciencia desde el último tercio del siglo pasado (…)
Pero tales obras han venido a ser remedios más graves que la enfermedad; han
fomentado la subversión intelectual sin crear en cambio convicciones. 419
171
“Actuar es posible” del que es parte Educación sobre el alcohol. Y aunque allí se
reconoce la insuficiencia de la información, gran parte de la guía está dedicada
a aspectos informativos:
172
la economía en la vida social llevará realmente a una humanización del hombre
o le someterá a nuevas formas de explotación. Queda claro que según sea el
modo de entender al ser humano, así será el modo de su educación, y que hace
falta, por tanto, una definición antropológica que sustente el acto educativo.
173
momento se produzca una alba, “de que nazca de nuevo el hombre en Occidente
en una luz pura reveladora” 421
174
Luego, al sentir el peso insoportable de la opresión, ha procurado cambiar
esa realidad injusta rebelándose, haciendo revolución. Y ha habido que asistir a
otro espectáculo no menos cruento: la caída del ídolo, su sacrificio; pues la masa
también necesita convertir al ídolo en víctima, y argumentado su acción en la
justicia, deviene a su vez en victimaria, otro ídolo, porque también la masa puede
ser endiosada y quien o quienes gobiernan prestarse a satisfacer sus pasiones
y caprichos, como refleja bien la locución latina panem et circenses. En los mo-
mentos de revolución, pocas veces se logró evitar que el resultado fuese un hun-
dimiento mayor, y que la historia tuviese que recomenzar en un punto más bajo
del que había partido. También en este caso, el “único modo de que tal hundi-
miento no se produzca es hacer extensiva la conciencia histórica, al par que se
abre cauce a una sociedad digna de esta conciencia y de la persona humana de
donde brota” 426. Y, no basta con eliminar al ídolo; es imprescindible además que
las masas actúen desde la conciencia. Únicamente desde esta conciencia histó-
rica se puede esperar que el hombre asista “a esta dimensión irremediable de
su «ser» que es la historia” 427, donde se juega aspectos decisivos de su ser, y
que todo hombre conquiste su condición humana.
175
actos también influyen en los demás, “el destino deja lugar a la conciencia” 429, y
el hombre se convierte en sujeto activo de su porvenir.
176
(...) esta misma fe humanista ha edificado el mayor de los obstáculos para la rea-
lización de esta sociedad que le sea adecuada: el absolutismo. Pues, paradójica-
mente, el hombre al afirmarse a sí mismo ha tropezado consigo mismo, se ha
enredado con su propia sombra, con su propio sueño, con su imagen; el sueño de
su poder y aun de su ser llevado al extremo, convertido en absoluto. 433
177
De este modo, la “historia ha sido representación trágica, pues sólo bajo
máscara el crimen puede ser ejecutado” 436. En efecto, esta mecánica social en-
cubre un fraude: el personaje que tapa su verdadero rostro con una máscara, lo
hace parar aparentar intenciones distintas de las que en realidad oculta; y así,
comienza por declararse indispensable todo ídolo se autoproclama mesías y
vincula a su persona toda posible salvación y acaba por declarar que el avance
de la historia precisa sacrificios, pervirtiendo de este modo la acción humana,
pues valida lo que es éticamente inadmisible: el “hombre que no mata en su vida
privada, es capaz de hacerlo por razón de Estado, por una guerra, por una revo-
lución, sin sentirse ni creerse criminal” 437.
178
En el misterio central del cristianismo la historia de Cristo Dios y víctima coinciden,
son el mismo; es Dios que se hace víctima. La aceptación de tal misterio hubiese
debido librarnos de la adoración del ídolo y de su sombra; la necesidad de que
exista siempre un condenado. 441
El ser humano tiene que dejar de ser ídolo y de ser víctima, pues no hay
que olvidar que el ídolo es también un ser humano que, encaramado en el poder,
dirige el destino de la historia a precio de víctimas, y con la anuencia al menos
inicial de las propias víctimas pues no sólo aquel que se coloca la máscara,
sino también quienes permiten que se la coloque, participan del endiosamiento;
una persona no puede a sí misma endiosarse, sino que recibe la legitimación de
los otros. Y, ¿de dónde esa necesidad de hacer víctimas?
El que se endiosa necesita verse y sentirse como un Dios para el otro, en el otro.
Y como la especie de Dios que le sirve de patrón inconscientemente corres-
ponde a épocas religiosas muy primitivas piden, como ellos víctimas, pues sola-
mente alzándose sobre una víctima o un montón de víctimas el que no es un Dios
puede hacerse la ilusión de serlo.443
179
del ídolo, como en la infrahumanidad a la que es sometido el resto. Cuando esto
ocurre, la sociedad se sume en una situación infra-histórica. Zambrano advierte
que esta condición humana no está dada, sino que necesariamente hay que con-
quistarla.
«¿Quién es el animal que por la mañana camina a cuatro patas, a mediodía a dos,
y por la tarde a tres?». El hombre, responde Edipo, que siendo niño camina a
cuatro patas, de adulto se levanta sobre dos pies y en la vejez se apoyará cansado
en un bastón» 446
180
es aquí donde la tragedia alcanza su punto álgido, porque él no es consciente
de que su respuesta contenía, sobre todo, el modo de evitar el terrible destino
profetizado para él por el oráculo de Delfos: que daría muerte a su padre y des-
posaría a su madre. Y, nos dice Zambrano: “comete el peor de los delitos (...)
porque no sabe quién es” 447. Peca además de soberbia, resistiéndose a aceptar
las revelaciones que le hace Tiresias a quien además humilla llamándole ciego
de vista, de los oídos y de la mente; cree estar en posesión de la verdad que en
realidad ignora.
A tus insultos sobre mi ceguera respondo: tú tienes, sí, ojos, pero no ves el grado
de miseria en que te encuentras ni dónde vives ni en la intimidad de qué familiares.
¿Sabes quiénes fueron tus padres? (…) Pronto la maldición de tu madre y de tu
padre, de doble filo, vendrá, terrible, a echarte de esta tierra; ahora ves bien, pero
entonces no verás sino sombra. 448
Surgirá la Esfinge mitológica ante la que Edipo se vio en un instante, ante ella,
ante su pregunta, que tan sabiamente contestó, mas sin caer en la cuenta de que
su respuesta de nada le valía, de que su saber se refería tan sólo a algo general
—“el hombre” dijo, como se sabe— mas que se trataba de saberse él, él mismo,
447 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 56.
448 Sófocles. Áyax. Antígona. Edipo rey, Salvat editores, Navarra, 1969, p. 140.
449 Bettini, Maurizio et al.. El mito de Edipo: imágenes y relatos de Grecia a nuestros días,
op. cit., ibídem.
181
en lo escondido de su ser. Y así siguió de escondido, hasta que sin valimiento
alguno se vio al descubierto. 450
182
3.5 Definición de hombre y concepto de persona
183
escribiera Sartre, “el hombre está condenado a ser libre”, y no puede dejar de
decidir. Incluso no decidir es ya una decisión, como afirmaba Maurice Blondel, y
cargada de consecuencias, pues muy a su pesar, en todo cuanto decide cabe
siempre la posibilidad de equivocación y el consiguiente sufrimiento. Como
puede verse, para el hombre, conocerse implica además padecer. Y de la misma
forma que no le es posible evitar equivocarse, no le es posible tampoco evitar
padecer, como muestra la tragedia griega:
Nos parece ver que el punto de equilibrio está en que la libertad —social, política,
ética, metafísica— ha de ser libertad a partir de, a base de, y no libertad en el
vacío.
Así el individuo se encontrará libre a partir de su dependencia respecto a algo
superior de lo cual emerge parcialmente. 459.
184
descubrir el propio camino es la “acción moral entre todas” 461, el deber prioritario
y el primer paso para la humanización, que viene de superar “la situación de
alguien que por andar en lo erróneo anda también errante” 462. Es, por otra parte,
la acción que ocupará toda su vida: la cualidad de moral no se obtiene con un
solo acto, sino que es una conquista constante, porque ser libre supone el ejer-
cicio de estar decidiendo continuamente. Así, la libertad es característica que
sitúa al hombre a enorme distancia respecto de los otros seres de la naturaleza.
De modo que sin libertad no hay persona. Es la condición esencial de su ser, “el
medio en que vive intangible, la persona” 463. Por ello, y completando la afirma-
ción anterior, hay que decir que el hombre es un ser inacabado porque está do-
tado de libertad.
185
orden de la naturaleza. Es, en ese sentido, creador de nuevas realidades que,
como obra de sus manos, son productos humanos, artificiales:
Ahora bien, Zambrano afirma que el hombre “es el ser que padece su pro-
pia trascendencia” 467, uniendo con ello, padecer y trascender. Descubrió que
este hecho se manifiesta de modo peculiar en los sueños; y se dio a la tarea de
someter a análisis este fenómeno:
Cuál sea esta realidad propia de lo humano es cosa que perseguirse, irse vislum-
brando en el aparente laberinto de los sueños; laberinto que resulta ser viaje, aun-
que fragmentario, interrumpido, interferido y recurrente. Se trata pues perseguir
una línea y, más que línea, una dirección unitaria través del mundo de los sueños
que se dan en discontinuidad, a los cuales falta la continuidad de la vigilia, siendo
186
ello principio la nota que distingue a los dos estados polares de la vida humana,
el hemisferio de la claridad y el de la sombra —sombrío por privado de tiempo.468
187
realidad” 470. Tal experiencia le ofrece la posibilidad de situar su vida dentro del
marco concreto constituido por la realidad y el tiempo: “lo descifrado pues entre
los sueños y el tiempo es la vida humana, la vida de aquel que padece su propia
trascendencia” 471.
470 Ibidem, p. 3.
471 Ibidem, p. 8.
472 Cfr. Ibidem, p. 5.
188
descifrar. Fenómeno en lo que tiene de aparición del ser —y de apariencia que lo
encubre—.473
189
En segundo lugar, aunque se trate de un fenómeno primario, el hombre se
siente enajenado “por carecer de tiempo, en sueños” 477. El estudio de los sueños
desde esta perspectiva constituye “una fenomenología del sujeto privado de
tiempo, de lo que de él brota incoerciblemente ante el contacto nudo con eso,
con ese absoluto con el que se las ve a solas, fuera de su medio”478. El sueño,
como fenómeno determinado por la atemporalidad, se le ofrece al hombre con
carácter absoluto, impidiéndole actuar como lo hace durante la vigilia, ejercitar
su condición humana consciente.
Y es que no existe realidad alguna para el hombre —tal parece ser su condición—
que no se le oculte en cierto modo cuanto más se le hace visible. La realidad se
da en visión sólo en una zona restringida; en un círculo de presencia que nunca
llega a cerrarse; tiende a ser un círculo. El círculo del pensar universal —filosofía—
al lograrse deja en sombra y desprendida la pasividad activa que es vivir. O bien
queda reducido a un punto fijo. 480
477 Ibidem, p. 4.
478 Ibidem, p. 7.
479 Ibidem, p. 9.
480 Ibidem, pp. 30–31.
190
seguir avanzando, significaría que la realidad le ha sido plenamente revelada; no
tendría ya necesidad de acción, de búsqueda, de lucha; en consecuencia, des-
aparecería también su padecimiento, pues al desaparecer la ocultación de la
realidad, cesaría a su vez toda resistencia:
481 Idem.
482 Ibidem, p. 4.
191
un estado natural en el que quedaríamos sin ese impulso exterior. Sentimos el
despertar como un suceso que ocurre por, a causa de… y basta el más leve acon-
tecimiento en torno al que duerme para que éste —aunque hubiera despertado
por sí mismo—, sienta que ha sido despertado. Y hay siempre una íntima escon-
dida rebeldía en el que despierta que se siente, al sentirse despertado, sacado
de.483
No es extraño, por ello, que con frecuencia el ser humano acabe sumién-
dose —esta vez, durante la vigilia— en un estado parecido al sueño, que se
hunda, que caiga y que viva en la inconsciencia, despierto pero como si dur-
miera:
El decaer en la duración es, en efecto, aceptarlo todo hecho como un traje sin
medida. Echarse sobre la ilimitación de la vida tomándola como una extensión
plana y continua, como una llanura donde acontecen cosas. Estas cosas son sue-
ños, son como sueños en la vigilia. Sueños que se van concretando, tomando
cuerpo con un carácter de pesada realidad, sin haber pasado nunca por realidad
verdadera, por simple realidad que sólo lo es verdaderamente cuando es soste-
nida por el sujeto desde su tiempo propio. Sueño para el hombre el hundirse en la
vida como en un estado. 484
Y no sólo le resiste que se siente a ella extraño. Extrañeza que se abre cuanto es
su distancia y su conciencia con ella. Dentro de la realidad y de ella divorciado,
por ella cercado y en inexorable trascenderla. Como si ella, la realidad en su fondo,
le abriera un hueco al que no ha ido todavía, un lugar aún no ocupado y que sería
su completo acabamiento; lo que es el cese del trascender del padecer geme-
los.485
192
Si visto desde la perspectiva vital, el hombre es un ser en constante evolu-
ción biológica y psicológica; no debiera sorprender a nadie que también su di-
mensión ontológica consista en trascender, en ir más allá de lo que es:
Como sujeto que no es simplemente un soporte, un punto fijo, una cosa o un ser
acabado y fijo, ya completo, sino como un núcleo viviente que va más allá de
donde está, que tiende a ser más allá de lo que es, que se sobrepasa. Un alguien
—ser y no-ser a un tiempo— que trasciende y aun se trasciende. Pues si no se
trascendiera a sí mismo, no se habría de padecer a sí mismo, a su realidad. 486
El anhelo es un signo de vacío. El hombre podría definirse (...) como el ser que
alberga dentro de sí un vacío; el vacío sólo aparece en la vida humana. El anhelar
193
es como la respiración del alma. (...) En el ser humano este vacío es metafísico,
podría decirse, puesto que nada lo calma. Un vacío activo que es llamada y ten-
sión. Sólo por el simple hecho de anhelar, el hombre se dispararía al hacer histo-
ria, es decir: a ir más allá de aquello que le rodea. 488
El anhelo es, sin embargo, manifestación de algo más profundo, más radi-
cal: la esperanza. La esperanza a diferencia del anhelo señala algo concreto; y
esto concreto es la búsqueda de un horizonte que permita al hombre lograrse
del todo; el horizonte que arrojando claridad sobre su vida, le libera del vivir
errante es la finalidad. La persona es “un ser no sólo dotado de finalidad, sino
constituido esencialmente por ella” 491. Trascender implica salir de sí, pero no es
un simple salir; es un salir con una finalidad; sin finalidad, sería un movimiento
inútil; para trascender verdaderamente se requiere un término al que dirigirse.
“De esta finalidad viene el concretarse del esperar en esperanza” 492, que así se
convierte en motor de acción. Hay “acción tan sólo cuando existe una finalidad
194
(...) Esa lejana luz es claridad que recae sobre las circunstancias inmediatas y
las ordena, las hace cobrar sentido”. 493. Este término, esta finalidad es su des-
tino; si el hombre consiste en trascender es porque se siente impelido a salir de
sí para alcanzar su destino. La esperanza revela así que la vida humana posee
una estructura metafísica:
Por ello, Zambrano afirma: “El hombre es el ser cuya primera manifestación
es la esperanza. La esperanza y no el instinto, y no la inteligencia” 495 y, en la
misma línea: “La vida es este haber de trascender que se revela como espe-
ranza, cuya primera manifestación, fenómeno, es la esperanza” 496. Verdadera-
mente, más que cualquier otra circunstancia, lo que ha movido la historia ha sido
el modo en que el ser humano ha vivido esta esperanza: la historia ha transitado
sobre todo por largos períodos de esperanza estancada, alternada por momen-
tos esperanzadores y caídas en la desesperación. Esta es una de las tesis de
María Zambrano: no se ha reparado lo suficiente en las implicaciones que ha
tenido la inhibición de la esperanza en la historia de la humanidad, pues la es-
peranza es “como la respiración profunda de la persona” 497, y en los momentos
en los que ha faltado, ha tenido que vivir una auténtica pesadilla, expresión de
la profunda irracionalidad con la que se ha conducido la historia:
195
El descubrir esta inhibición llevaría a explicarse muy fácilmente fenómenos histó-
ricos que aparecen desprovistos de sentido, a diagnosticar determinadas situacio-
nes confusas, complicadas, pues al fin, la esperanza inhibida de algún modo al-
canza a liberarse. Y entonces se enreda, aparece confundida, a veces irreconoci-
ble, y es lo que daría el patrón para juzgar ciertos regímenes políticos, ciertas
estructuras sociales y económicas, que inhiben y sofocan a los que bajo ellos vi-
ven, a fuerza de no ofrecer esperanza; es lo que les califica como inhumanos o
deshumanizadores. 498
Este desprendimiento no es otra cosa que el ejercicio del propio ser perso-
nal, porque todas las acciones esenciales del ser humano corren el mismo riesgo
498 Idem.
499 Ibidem, p. 69.
500 Idem.
196
de absolutización. Ser persona no es detenerse en los límites, pero tampoco
pretenderse sin límites; es ser quien se es sin falsificaciones, que “la persona
sea la máxima realidad y no el personaje” 501.
197
La humanidad ha sucumbido al endiosamiento cuando se ha enredado en
su esperanza. De ahí la importancia de que los análisis sobre la historia no sos-
layen la cuestión de la esperanza, pues de ella depende que la persona viva o
no en situación de permanente ahogo, y que alcance realmente a desarrollarse.
La asfixia de la esperanza sumada a las incertidumbre de las épocas de crisis
“son el terreno preparatorio para la destrucción de la persona, que arrastrada en
una especie de vértigo, se presta a esta degradación de endiosar a alguien” 505.
Esta es la piedra contra la que ha tropezado una y otra vez el hombre a lo largo
de la historia, que por no saber quién es, tiende a enajenarse, a querer ser más
que persona: “El error más grave a que la humana condición está sujeta no es
equivocarse acerca de las cosas que le rodean, sino equivocarse acerca de sí
mismo: trastocar lo que espera o quiere, disfrazarlo o confundirlo” 506.
198
a solas consigo mismo, es una facultad propiamente humana; de hecho, “ser
hombre es ser persona y persona es soledad” 508. Entrar en la soledad personal
donde “se mira y se ve, se piensa luego” 509 en ese particular hábitat, regido por
un tiempo propio, diferente del tiempo histórico. El hombre puede, en efecto, “de-
tener” el tiempo, o como se dice coloquialmente “disponer de su tiempo”, romper
el ritmo del tiempo histórico, a diferencia de los animales que marchan inevita-
blemente arrastrados por el compás de sus necesidades vitales, a las que no
pueden sustraerse; su vivir es, en realidad, un sobrevivir.
Así pues, cabe también afirmar del hombre que es un ser con capacidad
de ensimismarse, de hacer un vacío en el tiempo y entrar dentro de sí. Para
Zambrano, el hombre es “espontáneamente una criatura ensimismada” 511, que
se retira a sus adentros, que posee la capacidad de mirar a su interior. En ese
espacio y ese tiempo halla la soledad que es el lugar idóneo para el pensamiento:
199
Toda la realidad es objeto de su pensamiento, pero sobre todo él mismo y
sus semejantes. La conciencia humana posee este doble movimiento con el que
conoce y se conoce en un continuo ejercicio de entrada y salida. A este “en sí”
al que entra el hombre, Zambrano le denomina “interioridad”, “el dentro que es
nuestro espacio, al cual nos retiramos y que nos confiere la suprema distin-
ción.”513. Sin embargo, no es una interioridad que pueda identificarse con la con-
ciencia o el alma; es una “interioridad específica”. Para dar cuenta de este ella,
Zambrano echa mano de imágenes diversas: “algo de positivo”, “algo irreducti-
ble”, “un «más»” 514; “un punto”, “un recinto cerrado”, “lo más viviente” de la per-
sona, etc.:
(…) este recinto cerrado que parece constituir la persona lo podemos pensar como
lo más viviente; allá en el fondo último de nuestra soledad reside como un punto,
algo simple, pero solidario de todo el resto, y desde ese mismo lugar nunca nos
sentimos enteramente solos. Sabemos que existen otros «alguien» como noso-
tros, otros «uno» como nosotros. 515
200
Eso absoluto, caracterizado por la soledad y la libertad, hace del hombre
sujeto personal de sus actos, un “yo”. De las plantas y animales puede cierta-
mente predicarse que son sujetos, pero de modo impersonal. La cualidad de
sujeto, en sentido pleno, es cualidad que únicamente puede decirse de un ser
personal, libre y consciente de sus actos: un “ser que no es cosa, que no es
tampoco acción, sino sujeto y fuente de ella, el quién que es autor” 517. Y si es
aquello que le convierte en sujeto, no puede identificarse con el “yo”: “cada hom-
bre está formado por un yo y una persona. La persona incluye el yo y lo tras-
ciende, pues el yo es vigilia, atención; inmóvil es una especie de guardián”. 518
(…) el lugar clásico para iniciar el estudio del significado del término persona en
Occidente es la obra de Boecio. En concreto, en el De duabus naturis et una per-
sona in Christo nos dice este eminente conocedor del mundo clásico que la voz
latina persona procedería de personare, que significa resonar; hacer eco, retum-
bar, sonar con fuerza. Y, en verdad, con el fin de hacerse oír por el público pre-
sente, los actores griegos y latinos utilizaban, a modo de megáfono o altavoz, una
máscara hueca, cuya extremada concavidad reforzaba el volumen de la voz; esta
carátula recibía en griego la denominación de prósopon, y en latín, justamente, la
de persona. 519
La persona es “una máscara”, “una forma” 520 que tiene capacidad de re-
presentación, es decir, que se reconoce como un alguien, que tiene conciencia
201
de sí y que es capaz de responder en un doble sentido: responder por sí (entrar
en diálogo, ser interlocutor) y responder de sí (ser libre y responsable de sus
actos):
202
quién es, para poder actuar verdaderamente en libertad y, por tanto, moralmente,
pues la suprema grandeza del hombre dice Zambrano “no estriba en función
alguna sino en ser enteramente persona” 523, por tanto, no es la sociedad la que
da sentido a la persona sino que ésta existe en función de aquella y para coad-
yuvar a su perfeccionamiento.
La primera soledad que el hombre ha sentido ha sido respecto a sus dioses, cua-
lesquiera que fuesen, pues ellos lo envolvían, lo rodeaban; estaba propiamente
en ellos o bajo ellos. Y el sentirlos retirarse o apartarse determinó la primera sole-
dad. Mas, esta soledad no era del hombre en tanto que individuo, sino de un grupo,
tribu o pueblo (...) Más tarde debió llegar la soledad del individuo. 526
203
El hombre se sentía cobijado por la sociedad, por sus dioses, incluso por la
naturaleza. Se sentía uno con ellos, situado, seguro, y “en esta situación nunca
ha podido pensar. Las creencias dentro de las cuales vive, son para él como la
naturaleza para el animal o la planta.” 527. El surgimiento del individuo aconteció
cuando el ser humano dejó de formar masa con su grupo, tribu, raza o pueblo.
Este hecho históricamente afirma Zambrano se dio en la polis griega, con el
surgimiento de la clase, producto específicamente social, a diferencia de otras
formas anteriores, que son productos de orden primario, natural. La clase social
es un constructo humano, una abstracción; la pertenencia a ella no está deter-
minada por el origen del individuo, sino por su condición de ciudadano. Hay que
precisar que el individuo ha existido desde que existe la humanidad; pero el in-
dividuo al que se refiere “es no sólo el individuo concreto y real, sino el que tiene
de ello conciencia.” 528.
204
tiempo de ocio, que podían dedicar su tiempo a pensar; en general, pequeños
grupos que ostentaban el poder. El pueblo llano, en cambio, permaneció al mar-
gen.
A su vez la conciencia es como un medio donde convivimos (...) una vez que cae-
mos en la cuenta de haberla, nos parece a la vez pertenecernos y nos sentimos
pertenecer a ella, en igual medida. 533
205
sus capacidades ni de su posición social o económica, sino de su condición de
persona:
206
Ser persona activamente exige esta atención constante al cambio de las situacio-
nes vitales y una acción en consecuencia. Y esta acción es, a veces, una correc-
ción. Sólo la persona puede corregirse a sí misma. 538
(...) este ser persona no penetra de igual modo en la vida de cada uno, de que no
es igualmente activo en todos, de que no todos han despertado a ser persona. De
que siendo la persona nuestra íntima, única verdad, podemos dejarla inerte, como
yacente y dormida; se requiere la decisión de invocarla y una vez despierta vivir
desde ella. 539
207
servidumbre de sufrir la fascinación del otro que impide proseguir el camino hacia
lo uno. 540
¿De dónde viene la esfinge que tiene que ser revelada? ¿De dónde viene que
Edipo se vea ante ella apresado y cometa la acción horrenda que llevaba aprisio-
nada en su pobre «subconsciencia», aunque fuera real? Un instante, tan sólo un
instante le hubiera salvado; un instante de identidad, de amor que integra, y de la
208
psique que se adueña por medio de la sexualidad del pobre Edipo, inocente, cul-
pable. Él no iba buscando lo que se realizó, iba buscando lo contrario, la inocencia
primera, la liberadora castidad. 542
209
Aunque la diferencia pueda ser mínima, el sujeto ha pasado del simple serse al
transcenderse, a ir más allá de la peligrosa mismidad. Aunque sucedan las mis-
mas cosas ya no son las mismas cosas, porque el sujeto ya no es el mismo; se
ha acercado, por poco que sea, a la identidad, que ya no es un absoluto sino un ir
transcendiéndose. El sujeto ya no está en ese encierro, al que también se puede
llamar «endiosamiento», pues se está moviendo hacia la identidad irrenunciable.
«Dios está naciendo» escribió el poeta Emilio Prados , lo cual, en términos
litúrgicos, sería la reiterada comunión que transciende al par el tiempo, la mismi-
dad del sujeto y su heterogeneidad. 548
210
e indignante que ver, por ejemplo, a alguien descargar su violencia sobre otro:
esto no puede ser libertad. Sin el dominio de sí, la relación oscilará entre en el
rechazo del otro o la fascinación por él.
Como avidez por el otro, también el amor “puede ser devorador” 552. Todas
las pasiones ciegan al que se deja arrastrar por ellas; y, en este caso, el amor
pasional en su ansia de posesión puede tratar de anular la libertad del otro,
usarlo, cosificarlo:
211
ahí que Zambrano afirme: “Ver adecuadamente al semejante es la prueba su-
prema de la visión” 554. El endiosamiento del otro nace de una visión deformada;
en el hombre hay un anhelo de alcanzar la “forma” adecuada, que únicamente
“nace por sí misma en un lugar adecuado” 555. Para ello, es preciso renunciar a
toda absolutización; y la forma del amor es la imagen mediadora no el ídolo. Una
imagen mediadora no atrapa al que la mira porque nunca se autoconstituye en
centro, no busca identificarse con el absoluto; al contrario, impulsa siempre a
seguir ascendiendo para alcanzarlo; es imagen mediadora porque lo señala: “La
imagen mediadora se aparece por sí misma a fuerza de humildad. Es la imagen
que desciende para encontrar al que asciende, para que no se quede solo ni se
pierda en la luz ni en el amor.” 556
212
totalidad de lo existente, sino únicamente a aspectos de la realidad que son ra-
cionalizables, y deja en la sombra lo no claro y evidente; lo obtenido está lejos
de ser esa totalidad, pues lo que se ha hecho, en realidad, es limitar todo al
ámbito de la razón, reducirlo. Para el racionalismo definir es delimitar:
213
(…) puede caer hasta la abyección” 561. Se impone recuperar el amor en su to-
talidad, a fin de que deje de manifestarse como una fuerza devastadora. El amor
que se integra se hace “camino, método” y “puede darse la vía unitiva, el poder,
la atracción de la unidad del centro, repartida, unificadora, unificante” 562. Es pre-
ciso dejar de identificar al amor con su faceta de necesidad inexorable, de reali-
dad psicobiológica.
561 Idem.
562 Zambrano, María. Notas de un método, op. cit., p. 63.
563 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., pp. 257–258.
214
humano, está en realidad orientada a la obtención de su libertad. El amor armo-
niza la necesidad y la libertad humanas y por eso cumple, como se ha visto, una
función mediadora:
215
no sería un ser transcendente. (…) Ese centro que rige, tantas veces sin ser no-
tado, se podría llamar amor. 567
Hace falta para ello todo un tratado, dirá Zambrano; pero, sobre todo, exige
partir de un nuevo sistema de pensamiento y una nueva antropología. Percibe
que los sistemas filosóficos del mundo moderno, de corte racionalista, dejan
fuera el hecho de la vocación: “Y lo primero que encontramos es que dentro de
la filosofía moderna no existe un ámbito adecuado para que el hecho real de la
vocación y su esencia se den a conocer” 569.
216
En el contexto actual, tampoco hay espacio para hablar de la vocación,
porque la vocación remite a la esencia del hombre, no a sus habilidades, capa-
cidades o competencias. En esta perspectiva, no cabe en el discurso la vocación,
caben en todo caso concepciones pragmáticas como la profesión o la ocupación.
Y eso es lo que ocurre en nuestra época: “en vez de vocación se habla de pro-
fesión, despojando a esta palabra de su primordial sentido, haciéndola equiva-
lente de ocupación o de simple trabajar para ganarse la vida” 570.
217
Esta realización choca frontalmente con cualquier intento de instrumentali-
zación del ser humano, porque la persona sólo puede desarrollarse en libertad.
Y Zambrano entiende la libertad como exigencia irrenunciable, como espacio en
que “alienta la persona cuyos límites no pueden ser trazados de antemano” 572.
Es más, para que “la vocación y el destino de una persona aparezca es necesario
un sistema de pensamiento que deje lugar al individuo, lo que equivale decir a la
libertad. A esa libertad que es el medio en que vive intangible, la persona” 573.
Tan grave es esta tarea para Zambrano que el fracaso del alumno el que
no alcance su destino, el que no viva su vocación supone, para ella, el fracaso
del maestro; es el maestro quien no cumple su vocación y su destino, quien se
queda en simple promesa. En efecto, para Zambrano, toda persona es una “pro-
mesa de realización creadora” 575, y por ello, “uno de los mayores dolores que
nos depara la vida es el asistir al hundimiento o a la falsificación de esa pro-
mesa”576, que el ser humano no alcance su destino, que no viva su vocación.
572 Idem.
573 Idem.
574 Idem.
575 Idem.
576 Ibidem, pp. 101–102.
218
Se propone, por tanto, dar cuenta de la esencia de la vocación en general,
y de la vocación del maestro en particular. Para tal fin, declara indispensable
partir de una revisión de la filosofía hasta ese momento, con que luego poder
decir “algo de la filosofía que se necesita para que tal aspecto esencialmente
humano de la vida aparezca” 577.
Ortega es quizá uno de los que más atención dedica al tema; aparece en
varios de sus escritos y encontramos en ellos muchos de los aspectos tratados
luego por Zambrano. Es clara la influencia del maestro sobre la discípula 578:
Esta llamada que hacia un tipo de vida sentimos, esta voz o grito imperativo que
asciende de nuestro más radical fondo, es la vocación.
En ella le es al hombre, no impuesto, pero sí propuesto, lo que tiene que hacer. Y
la vida adquiere, por ello, el carácter de la realización de un imperativo. En nuestra
mano está querer realizarlo o no, ser fieles o ser infieles a nuestra vocación. Pero
ésta, es decir, lo que verdaderamente tenemos que hacer, no está en nuestra
mano. Nos viene inexorablemente propuesto. He aquí por qué toda vida humana
tiene misión. Misión es esto: la conciencia que cada hombre tiene de su más au-
téntico ser que está llamado a realizar. La idea de misión es, pues, un ingrediente
constitutivo de la condición humana, y como antes decía: sin hombre no hay mi-
sión, podemos ahora añadir: sin misión no hay hombre.
219
Se recoge en esta definición varias de las características que luego se ve-
rán también en Zambrano: llamada, carácter imperativo, aceptación libre, reali-
zación personal, misión. En otros de sus textos se encuentran además: sacrificio,
entrega radical, carácter trascendente, diferencia entre profesión y vocación, fe-
licidad como resultado de la aceptación o posibilidad de falsificación de la vida,
etc. 579:
Lo más interesante no es la lucha del hombre con el mundo, con su destino exte-
rior, sino la lucha del hombre con su vocación. ¿Cómo se comporta frente a su
inexorable vocación? ¿Se adscribe radicalmente a ella, o, por el contrario, es un
desertor de ella y llena su existencia con sustitutivos de lo que hubiera sido su
auténtica vida? Tal vez lo más trágico en la condición humana es que puede el
hombre intentar suplantarse a sí mismo —es decir, falsificar su vida.
No es éste el lugar para analizar todos sus textos, aunque es preciso des-
tacar que la vocación, para Ortega, está conectada sustancialmente a la circuns-
tancia y a la vida 580:
Por su parte, Joaquín Xirau en “Libertad y vocación”, une estos dos aspec-
tos de la vida humana, haciendo de ellos elementos interdependientes: no hay
vocación sin libertad, pero sobre todo no hay libertad sin vocación 581:
220
y en su cumplimiento la afirmación de la libertad y de la personalidad. La natura-
leza racional se precisa y concreta en cada cual mediante la fidelidad al destino
propio. Es preciso que cada cual sea lo que es —según el precepto pindárico—
con toda verdad y fidelidad.
Todo problema pedagógico gira por su propia índole en torno a dos ideas funda-
mentales: la idea del sujeto humano de la educación, y la idea de aquello para lo
que se le va a educar. La obra pedagógica es toda ella una ascensión lenta y
penosa de lo que “es” el hombre hacia lo que “valen” sus posibilidades ocultas.
221
dola filosóficamente, sino examinando sus características: “¿Qué es pues, la vo-
cación? nos preguntamos. Atengámonos por el momento a una descripción lo
más fiel posible, a una descripción un tanto fenomenológica” 585.
Como se sabe la palabra viene del verbo latino “vocare”, llamar: la vocación es
pues una llamada. Una llamada que al servir para designar al sujeto que la recibe,
para calificarlo, para definirlo inclusive, es porque es una llamada oída y seguida.
“Vocare” viene de la raíz “vox, vocis” la voz. La vocación pues no es la misma voz
sino algo que resulta de ella, es algo que ha sucedido a consecuencia de esa voz
y que adquiere entidad. La adquiere, claro está, en quien la acoge y no solamente
la oye 586.
222
persona, sino por el contrario es una llamada interpelante: pide, declara, insinúa,
exige:
La voz de donde vocación se deriva, pide ser seguida, tenue o imperante, suave
o dominante, pide lo mismo; obedecer y no en un sólo momento sino en un cons-
tante y creciente ir haciendo, haciendo eso que la llamada pide, declarándolo y
otras veces, simplemente, insinuándolo, mas exigiéndolo siempre 587.
Por otra parte, la vocación tiene grados, de los cuales la vocación heroica
es su grado máximo. La persona que la tiene, aun percibiendo el sacrificio que
exige, la acepta libremente. No da su vida —lo que es y lo que hace—, como
una obligación impuesta o una carga, sino como ofrenda. Por ello, puede tam-
bién ser desoída o rechazada:
La vocación tiene sus grados según se haga sentir más o menos clara e intensa-
mente, según sea lo extraordinario de su exigencia, pues que hay vocaciones he-
roicas y las hay que piden el sacrificio total de una vida. Mas es común a todas el
587 Idem.
588 Idem.
223
pedir entrega, dedicación. La vocación, vista desde el que la tiene, es una ofrenda.
Y la ofrenda completa en un ser humano es de lo que se hace y de lo que se es589.
Es, sobre todo, una acción trascendente del ser, que se realiza en un doble
movimiento: hacia dentro, entrar en sí, hacia el interior de uno; y otro hacia el
exterior, salir de sí, fuera de uno. El ser humano cumple a través de ella una
función mediadora: sumergirse en la riqueza interior para luego volcarla al pró-
jimo, lo cual supone un acto de manifiesta generosidad:
Es por tanto una acción transcendente del ser, una “salida”, si podemos decir del
ser humano de sus propios confines para ir a verterse más allá. Es un recogerse
para luego volcarse; un ensimismarse para manifestarse con mayor plenitud.
Tiene dos aspectos al parecer contrarios el proceso de la vocación cuando se
cumple: un adentramiento del sujeto, un penetrar más hondamente en lo que tra-
dicionalmente se llama el interior del ánimo, y el movimiento que podría ser con-
trario y que es complementario, el manifestarse tan enteramente como sea posible
(...) manifestación expansiva, generosa, como un buzo que desciende al fondo de
los mares para reaparecer luego con los brazos llenos de algo. 590
224
Es la de verdad vital el motor de los grandes logros humanos; es una ver-
dad fundada en la afectividad o voluntad que busca el bien del otro por encima
de otras consideraciones:
Esta voz es sin duda la de la verdad, pero no bastaría para consumir toda una vida
en un semejante sacrificio —uno de tantos, repetimos—. La verdad en abstracto,
la verdad puramente teórica o mirada como en un espejo no conduce a la ofrenda
total, y a veces ni a una ofrenda menos costosa. Es la verdad sin duda más junto
con algo que ha de tener sus raíces en la zona afectiva, ya que, como es sabido,
es el sentimiento el que impulsa la voluntad, el verdadero motor. 592
Es uniendo vida, ser y realidad, como hace viable esta concreción, encar-
nación de la razón, que deja de ser pura abstracción, razón que reside en la
mente del hombre, para proyectarse en la vida y en la realidad. El resultado final
es la potenciación de la razón que se manifiesta como ‘razón total’, como ‘razón
225
del mundo’: “La vocación hace que la razón se concrete, se encarne, diríamos,
que la vida se substancialice y se realice al par, uniendo así vida, ser y realidad.
Y como todo ello sucede dentro del orbe de todos, la razón total, la razón del
mundo está en ella incluida y por ella, al par, manifestada” 594.
Y una vocación es la esencia misma de la vida, lo que la hace ser vida de alguien,
ser además de vida, una vida. No otra cosa es lo que se ofrece en las páginas que
siguen: huellas, signos de una vocación, de un querer ingenuo y espontáneo al
que la soledad, el riesgo y la angustia, han hecho morir y resucitar 595.
594 Idem.
595 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 108–109.
226
CAPÍTULO 4:
PENSAMIENTO EDUCATIVO ZAMBRANIANO
227
(…) Tener nombre es tener un origen claro, pertenecer a una estirpe, tener un
destino. Sentirse llamado con voces inconfundibles, sentirse ligado y obligado.
(…) La fuerza del padre, su autoridad, se confunde con la fuerza sagrada del ori-
gen de todos los hombres, de todo lo que está aquí. Porque antes que seres de
razón o de conciencia, de instinto o de pasión, somos hijos. Y ser hijo es tener que
responder, tener que justificarse ante algo inapelable. Saberlo claramente es tener
humildad, humildad de la que dijo una mujer castellana «que es andar en ver-
dad».597
Volver a una vida natural equivale a reencontrar el origen, el ser originario que se
es; el que se es en lugar de este vacío, de esta falla de ser, de este no ser o no
ser-todavía que nos obliga a hacer, a elegir y a elegirnos.
Porque en la nostalgia del paraíso se despierta una nostalgia aun más primaria y
original, la de ser. Ser no como resultado de un esfuerzo y de una elección sino
por haber sido engendrado y elegido. 598
Por otra parte, el verdadero maestro es para ella un padre, como lo es tam-
bién el sabio, el verdadero filósofo, porque su enseñanza ayuda a vivir:
597 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 143–144.
598 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., p. 314.
599 Zambrano, María. El pensamiento vivo de Séneca, op. cit., p. 33.
600 Ibidem, p. 37.
228
El maestro es padre también en el sentido de que ayuda a sus discípulos a
prepararse para su propia función engendradora, creadora, transformadora: la
función de padre en la historia.
Porque al tener nombre sentimos que aventuramos en cada acción nuestra, todo
este capital que se nos ha legado, nos sentimos responsables de cosas que no
nos afectarían de ser sólo nuestras y en grado mucho mayor de las que nos afec-
tan directamente. Es el peso, la llamada de los que se llamaron como nosotros.
Continuidad viva que forma la historia real; somos herederos, continuadores siem-
pre. Nada ha empezado con nosotros. El nombre nos da concretamente, sin con-
sideraciones abstractas, la responsabilidad histórica que no es solamente del que
ocupa un alto puesto, del protagonista, sino de todos. Todos somos de alguna
manera responsables de la historia, depositarios de su continuidad. 602
229
“Mi madre, sí, esa andaluza recóndita, lejana, callada, que cuando hablaba decía
algo que venía de muy lejos, de una inteligencia muy lejana” (…)
El profundo sentido religioso y libre lo heredó de su madre: “porque aunque mi
madre era un ferviente católica practicante, era también un ser libre, porque era
inteligente.” 603
“De las pocas cosas de nuestra casa —escribe— ha quedado una foto de mi pa-
dre, alto, alto y joven, fino y fuerte, en que me sostiene justo a la altura de su frente
cuando tenía yo seis meses. Mirarla, remirarla dentro de mí me ha sostenido al
borde del abismo, de los abismos a lo largo de tantos años. Es el gesto sacro del
padre”. 605
Y ahora era ella la que se alzaba hacia su frente, levantando trabajosamente los
débiles hombros que tiraban de aquella herida de dentro, que se abría al respirar
... a mitad del viaje encontró la frente guardadora del secreto, la frente cuyo sueño
la había engendrado, su origen del que había huido y también la ley, la verdad, no
sólo porque estaba en él, en el padre, sino porque le había enseñado desde siem-
pre a amarla, a deponerlo todo ante ella, a buscarla sabiéndola invisible, porque
todo podía ser perdonado allá en los años de la infancia, disimulado en la adoles-
cencia acabada de pasar, de todo menos la mentira, el engaño; «¿Dices la ver-
dad?» Y ahora, por eso no le preguntaba nada; le ayudaba a reclinarse, a hundirse
603 Ortega Muñoz, Juan Fernando. María Zambrano, Editorial Arguval, Málaga, 2006, pp. 22–
23.
604 Zambrano, María. Horizonte de liberalismo, op. cit., p. 197.
605 Ortega Muñoz, Juan Fernando. María Zambrano, op. cit., p. 18.
230
más bien, a quedarse pegada, quieta, fija en el lecho blanco. Pero ella le dijo sim-
plemente la verdad, la verdad acabada de descubrir: sí; estoy aquí. «¡Quiero ser
tu hija, nacida de tu sueño!» 606
Y en cuanto a mi Padre, de quien he dicho que fue mi Perenne maestro, esto era
más directo porque yo veía que él así lo hacía, que siempre extraía de lo oscuro
lo claro, y amaba la claridad haciéndola, no dándola ya por sabida; que su muerte
a la que asistí, no puedo hablar de ella, porque fue como una revelación de la
claridad en la muerte, de la belleza, de la compostura, de la armonía, del vivir,
toda una revelación. 607
231
De Ortega y Gasset —al igual que de su padre— afirma: “tanto él como mi
padre —dice María Zambrano— extraían de lo oscuro lo claro” 609, y también le
da el título de maestro, porque así lo siente:
Diré de mis escritos que acepto. “Por qué se escribe", que fue mi colaboración en
la Revista de Occidente, en aquella dirigida por don José Ortega y Gasset, al que
he sentido mi maestro y seguiré siempre sintiéndolo, al par que a mi padre. Yo he
tenido maestros, y esto también lo asumo. 610
609 VV. AA. María Zambrano. Pensadora de la Aurora, op. cit., p. 60.
610 Ibidem, p. 71.
611 Abellán, José Luis. María Zambrano. Una pensadora de nuestro tiempo, op. cit., p. 102.
232
el logos del Manzanares, a sospechar el logos del Manzanares, y las circunstan-
cias del pensamiento de Ortega y Gasset han sido después interpretadas como el
conocimiento de, estratégico, para adaptarse a ellas. Es lo contrario, es un saber
de salvación, es un saber de transformación y, aunque solamente fuera por eso,
le seré fiel. 612
(…) En ese texto expreso la imposibilidad que sentí de seguir estudiando Filosofía,
justamente en el momento en que comenzaba a hacerlo, atraída por igual según
estaba por la “oscuridad” de Zubiri, y la claridad, transparencia le llamaría, del
pensamiento de Ortega y Gasset que explicaba a la sazón a Kant. Entre estos dos
polos que me aprisionaban y me hacían sentir que nunca podría entender nada
(…) La claridad orteguiana, y la impenetrabilidad del pensamiento de Zubiri. (…)
A nadie comuniqué mi decisión de dejar de estudiar filosofía, pero luego, un día
inolvidable, del mes de mayo había de ser, por una de las rendijas del edificio de
San Bernardo que daban a un patio y que era una cortina negra, entró un rayo de
claridad: el profesor Zubiri explicó nada menos que las Categorías de Aristóteles
y yo me encontré, no dentro de una revelación fulgurante, sino dentro de lo que
siempre ha sido mejor para mi pensamiento: la penumbra tocada de alegría. Y
entonces, calladamente —en una penumbra, yo diría más que de mi mente, de mi
ánimo, de mi corazón— se fue abriendo como una flor el discernido sentir de que
612 VV. AA. María Zambrano. Pensadora de la Aurora, op. cit., p. 73.
613 Zambrano, María. España, sueño y verdad, Edhasa, Barcelona, 1965, p. 93.
233
quizá yo no tenía por qué dejar de estudiar filosofía. Y así, como si de algo natural
se tratara, aquel verano me sumergí en la Ética de Spinoza y en la 3ª. Enéada de
Plotino. 614
Me siento incapaz de revelar mi propia vida, querría, por el contrario, que alguien
me la revelara, ser Miguel de Cervantes, el que reveló a Sancho su verdadero ser.
614 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 10–11.
615 Ortega Muñoz, Juan Fernando. María Zambrano, op. cit., p. 40.
234
Hay tan raros novelistas, tan raros escritores que revelan, pero revelarse a sí
mismo al par que se revela, yo conozco muy pocos. Creo que el paradigma para
mí, es Miguel de Cervantes y yo estoy muy lejos de serlo, pero en algo tengo que
intentarlo, y ese algo no puede ser sino el hilo de mi vocación, no de lo que he
hecho, no de 1o que he sido, sino aquello que no he podido dejar de ser, aquello
que aun queriendo no he podido dejar de ser; y eso ha sido, cómo lo contaría yo,
en hechos; cualquier hecho es pequeño y cualquier hecho es revelador. Me voy a
arriesgar para contar, para simplemente contar lo que quise ser. 616
Quiso ser, en primer lugar, cuando niña, una caja de música, aunque se dio
cuenta que no podría serlo. Su pasión por la música la llevó en su momento a
querer dedicarse a ella, pero su padre la disuadió, aunque después encontró el
modo de incorporarla a su pensamiento:
616 VV. AA. María Zambrano. Pensadora de la Aurora, op. cit., p. 70.
617 Zambrano, María. Delirio y destino, op. cit., p. 185.
235
Y así cuando me di cuenta que no podía ser de hecho nada, encontré el pensa-
miento, encontré lo que yo llamaba, lo que sigo llamando "la filosofía". Pero tam-
poco eso yo podía. Mi padre me habló de la Academia platónica donde está ins-
crito "Nadie entre aquí sin saber geometría"' y yo la geometría no la dominaba y,
de tanto en tanto, con mucha impaciencia, le preguntaba a mi Padre: “¿Pero
cuándo me vas a enseñar geometría?” “¿Y Para qué?” “Porque yo tengo que Pen-
sar”. Entonces, no tengo más remedio que aceptar que mi verdadera condición,
es decir, vocación, ha sido la de ser, no la de ser algo, sino la de pensar, la de ver,
la de mirar, la de tener la paciencia sin límites que aún me dura para vivir pen-
sando, sabiendo que no puedo hacer otra cosa y que pensar tampoco lo he he-
cho.618
Del currículum que envió a José Luis Abellán 620 extraemos una síntesis de
su ejercicio magisterial:
618 VV. AA. María Zambrano. Pensadora de la Aurora, op. cit., p. 70.
619 Ibidem, p. 76.
620 Abellán, José Luis. María Zambrano. Una pensadora de nuestro tiempo, op. cit., pp. 102–
103.
236
— Profesora de varios centros docentes de Madrid: la Residencia de Señori-
tas, el Instituto Escuela, etc.
237
donde lo había recibido cayendo gota a gota. Quizás durante tiempos y tiempos
estuve casi seca. Y alguien colocó piadosamente una piedra blanca de esas que
yo amaba desde siempre, para que la herida en la tierra que es todo manantial
que ya no mana, no fuese visible. Y aquel día fui muerta y sepultada, mientras yo,
sin apercibirme, atendía inmóvil al rumor lejano de la fuente invisible. Recogida en
mí misma, todo mi ser se hizo un caracol marino; un oído; tan sólo oía. Y quizás
creía estar hablando, cuando las palabras sonaban tan sólo para mí, ni fuera ni
dentro; cuando no eran ya dichas, ni escuchadas, tal como yo había soñado de-
berían de ser las palabras de la verdad. Me fui volviendo oído y al volverme para
mirar, nadie me escuchaba. Sin recinto sonoro me adentré en el silencio, soy su
prisionera, y aunque hubiese aprendido a escribir no podría hacerlo; criatura del
sonido y de la voz de la palabra que llega en un instante y se va a visitar quizás
otros nidos de silencio. 621
Si Séneca nos atrae es porque pertenece a una rara especie de hombres, a esos
que no han sido enteramente una cosa sino para ser otra, a esos de naturaleza
mediadora que a manera de un puente se tienden entre nuestra debilidad y algo
lejano a ella, algo invulnerable de los que se siente necesitada. (...) Es propia-
mente un mediador, un mediador, por lo pronto, entre la vida y el pensamiento,
entre ese alto logos establecido por la filosofía griega como principio de todas las
cosas, y la vida humilde menesterosa. 622
621 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 222.
622 Zambrano, María. El pensamiento vivo de Séneca, op. cit., p. 17.
238
Cuando la razón se separa de la vida, deja a ésta desamparada, desvalida.
Y toda vida necesita orientación para desarrollarse, “pues sin noción acerca de
sí, el hombre no puede vivir; tiene que saber quién es y lo que es” 623. Si bien
Grecia separó el lógos de la dóxa, olvidó que la existencia concreta temporal del
ser humano también forma parte de la realidad. Si aprendió a mirar al lógos de-
bería haber sido para elevar la vida —éste es su “empeño esencial”—, no sólo
para ignorarla como mera apariencia:
Una razón abstracta, una moral abstracta, una verdad abstracta adolecen
de condiciones para ser comprendidas, asumidas y vividas. Una razón, una mo-
ral, una verdad sólo son valiosas en la medida en que revalorizan la vida, la
perfeccionan; la vida es más que la razón:
La vida está por encima de la razón, por la que es inabarcable y a la que mueve
como a su instrumento. Para el idealista la vida es mera ansia de ser; las cosas,
sombras de ideas. Para el que valora ante todo la vida, la relación se invierte; las
ideas son las sombras inertes que nunca nos podrán dar la autenticidad de las
cosas, y la vida jamás podrá conocerse en su totalidad, porque no es copia de
ninguna estructura inteligible; es única, obscura e irracional en sus raíces. La ra-
zón es su instrumento y las ideas sus signos, que no valen por sí, sino por lo que
significan, por las realidades ocultas a que aluden. 625
Séneca, nos enseña Zambrano, “no es un filósofo que se haya hecho tal
por amor a la sabiduría, por ansia de verdad, sino que ha ido a la verdad como
239
remedio de su vida” 626. Sólo de este modo la verdad “cobra su sentido al ser
vivida, al transformar una vida” 627. El ser humano no está cerrado a la moral o a
la verdad, pero sin ‘medios’ que viabilicen su instalación en la intimidad personal
no dejarán de ser pura teoría, ‘vanas construcciones’, o lo que es lo mismo, inú-
tiles para la vida.
240
ayudan. No por otra razón, Zambrano nos pone de ejemplo a Séneca porque
“dulcifica la razón, ablanda la justicia, y transforma la moral en un estilo de
vida”630. Este es el modo auténtico en que la moral, la verdad, la razón pueden
llegar al hombre: poniéndose a su servicio; de lo contrario, se convierten en sa-
beres opresivos. Y así como se comprende que un enfermo no está en condicio-
nes de trabajar o cumplir con sus obligaciones con normalidad, del mismo modo
la razón o la moral no pueden exigir que el hombre conforme sus vidas con ellas,
cuando se encuentra desvalido, urgido por otras necesidades. La primera acción
de esta razón, de esta moral será curarle. Por ello, el sabio es también “el sabio
curandero, el sabio que ha sabido mirar desde su infinita desolación al hombre
más menesteroso y desamparado. 631
Y este curar no es otra cosa que ofrecer razones que permitan al hombre
vivir. En esta época, Roma había entrado en decadencia a causa de la pérdida
de aquellos valores que lo convirtieron en el imperio más grande jamás conocido;
la corrupción e insidias de los gobernantes, la búsqueda de placeres más allá de
toda moral, habían sumido a la sociedad en ese escenario que años más tarde
criticará con dureza el poeta romano Juvenal y que resume bien su famosa ex-
presión ‘panis et circenses’. Bajo Nerón, es fácil imaginar la situación de deca-
dencia que reinaba en el imperio. Al pueblo de entonces no sólo le acuciaba el
temor a la muerte, sino además la desesperanza de vivir en pleno ocaso de una
época. “El hombre que vivía bajo el poder romano se sentía más huérfano y
solitario, más angustiado que aquél que viviera antes de que Sócrates enseñara
que la virtud puede enseñarse, es decir, que somos dueños de nuestro destino”
632. En este contexto es posible entender la solución propuesta por Séneca: la
241
resignación, que es una “renuncia a la razón, resignación de la razón y de la vida;
de la razón a causa de la sinrazón de la vida, de la vida a causa de la inexorable
muerte” 633. Si no queda esperanza y es preciso no desesperar, sólo queda la
resignación.
No es una vida penetrada de razón, sino una vida resignada, lo que Séneca nos
induce a seguir. Y sólo en virtud de la resignación la razón llega, pues sólo la razón
es quien puede conducirnos a ella. Pues sin la razón no nos asistiera, la resigna-
ción sería imposible, cedería el lugar a lo que hay en el fondo de antemano, a lo
que fuerza y motiva la resignación, la desesperación. 634
242
un apocamiento de la vida, un estado de indiferencia, negligencia o rendida inac-
ción frente al declinante panorama que se cierne inevitablemente. Séneca no
renuncia a la vida; al contrario, exige vivirla con inusitada energía. Zambrano cita
las Cartas a Lucilio para ejemplificarlo: “Pues la peor de todas estas pérdidas es
la que llega por nuestra negligencia. Si te dispones a considerarlo, encontrarás
que la mayor parte de la vida se va en hacer mal, gran parte en no hacer nada y
toda ella en hacer otra cosa distinta de la que se debería” 638. Séneca ha descu-
bierto el tiempo y va a hacer de su doctrina el arte de matar el tiempo; es arte,
es ética convertida en estética, posibilidad de “hacer de la elegancia una virtud
hasta la muerte” 639. “Soportar la vida. Conllevarla dignamente” 640:
243
La primera, porque en ella “está presente el hombre real con sus problemas
y angustias... El pensamiento está en su grado mínimo de abstracción y de ge-
neralidad. Es la razón en su forma medicinal, en su forma extrema misericor-
diosa” 643. Es una razón que sale al rescate del hombre desvalido, le ayuda a
sobrellevar el tiempo de crisis. En esta lógica, “es propio de la Guía considerar
la ética como remedio, cosa que la misma ética nunca ha hecho, ocupada en
asentarse a sí misma; porque naciendo de la metafísica participa de su pu-
reza”644. No es que la filosofía no se ocupe de la metafísica, es que entre esta
forma de filosofía y el hombre se abre un abismo que precisa un puente.
643 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 78.
644 Ibidem, p. 82.
645 Ibidem, p. 76.
244
violencias. También Maimónides escribió su Guía de perplejos, porque “éstos,
perplejos, son los que necesitan la Guía” 646.
245
No debe extrañarnos, pues, que el filósofo haya sido mirado por la sociedad con
más o menos disimulado recelo, porque es una clase de enseñanza la suya que
recae, no sobre el pensar y saber de su discípulo, sino sobre el ser mismo, y sólo
recae sobre este pensar y saber en la medida en que afecta a su ser. 651
La razón tiene que ser siempre mediadora, pues no existe fuera del hombre
y de la realidad sino dentro de ellos. Si es mediadora su función es de servicio y
nada hay tan deplorable como una razón soberbia, autosuficiente pues que sin
la vida no son nada. Una verdadera razón tiende puentes, construye:
La razón mediadora no pretende llegar al ser, nace de una renuncia tan fecunda
que hace oír la música del pensamiento, en un instante que no lleve tiempo, sal-
vando a la vida de su condena a la temporalidad, al mismo tiempo que la acepta,
que la transciende, no que la supera. Toda razón ha de ser mediadora entre la
nada y el ser, entre la soberbia de la vida y su acabamiento, su humillación, tal
como sucede en las razones constructivas, que pretenden suplantar a la misma
vida con su construcción. 652
651 Idem.
652 Zambrano, María. Notas de un método, op. cit., p. 129.
653 Zambrano, María. El pensamiento vivo de Séneca, op. cit., p. 36.
654 Ibidem, p. 37.
246
4.4 Esencia mediadora de la vocación
Toda vocación es en esencia mediadora. Lo hemos ido viendo en todas sus notas
sorprendidas empíricamente, y en la consideración final que pudiéramos llamar
metafísica. Mediadora entre las fuerzas y modalidades que constituyen al indivi-
duo, entre los planos del ser y de la realidad, de la vida y de la razón 655.
247
que encontramos establecidas en nuestro contorno social. Podemos ejercerlas sin
vocación para ellas, y entonces nos limitamos a repetir en nuestro comportamiento
el repertorio de conductas que su figura tópica propone. 657.
657 Ortega y Gasset, José. Obras completas de Ortega y Gasset, op. cit., vol. VII, p. 65 .
658 Zambrano, María. Filosofía y Educación, op. cit., p. 112.
248
4.5 La mediación del maestro
Zambrano nos dice que “nada hay que más que ella ligue al individuo con
la sociedad, ni la heredada posición social, ni los oficios del poder, ni las apari-
ciones fulgurantes en la escena crean este vínculo entre el individuo y la socie-
dad del modo permanente en que se da cuando el maestro cumple su vocación”
659. La vocación hace del hombre y especialmente del maestro un verdadero ser
social, miembro plenamente integrado en la vida del organismo social: su aporte
consiste en mejorar la sociedad, mejorando a cada persona en particular.
(...) Se trata pues de un grado transmisor por excelencia, por esencia, ya que el
aprendiz o el estudiante puede transmitir algo a sus compañeros, más si así no lo
hace no falta a su deber, mientras el maestro deja de serlo se convierte en una
contrafigura de su ser, si no logra trasmitir de algún modo a quienes le están en-
comendados, en principio a todos, su enseñanza. De ahí que el maestro que tanto
terror despierta en el alumno porque le examina él se está examina[n]do siempre;
su actuación es un perpetuo examen, una continua prueba. 661
249
función mediadora. La coherencia del pensamiento zambraniano se percibe tam-
bién aquí: Razón poética, Razón mediadora, vocación y magisterio son realida-
des en interrelación, en interdependiente unidad.
La función educativa como todo lo social atañe al Estado como ente admi-
nistrador de la sociedad. El Estado interviene en ella, porque parte de sus fines
tienen que ver con la educación, de lo cual se deriva que ésta no pueda mante-
nerse completamente al margen de la política: “Pues que no sucede por simple
azar que algunos regímenes políticos, algunos hombres de estado choquen con
el magisterio establecido y aun actuante. Y que el cuerpo escolar en su integridad
se mueva dentro de dimensiones que podemos llamar políticas” 663.
Ello sucede de hecho por diversos motivos, legítimos o ilegítimos, mas sucede en
algunos casos por algo, por un elemento que es el único que aquí nos interesa
662 Idem.
663 Idem.
250
considerar, porque el tal estado a través de algunos de sus representantes inva-
den la condición del maestro y por tanto la de discípulo indebidamente. En cambio,
cuando el estado a través de sus máximos representantes ejercen una función
educativa, se llega a lo más —aquí también tenemos lo más— que un estado
puede llegar. 664.
También los políticos ejercen un papel mediador, así como otros grupos,
pero la mediación del maestro es una mediación diferente. Para María Zam-
brano, la mediación está, en primer término, relacionada con todo acto creador.
Los padres son en este sentido mediadores por excelencia.
Todo hombre que crea y hace algo es mediador empezando por el hecho más
común y extendido de tener hijos y criarlos. Padre y Madre son mediadores y aun
diremos que lo son por excelencia: por ellos la vida se continúa y la cultura de que
forman parte, el linaje y la ciudad y aquello que los preside. No nos es posible
extendernos aquí en la consideración de esta función mediadora en particular y
menos aún en la consideración de la función mediadora del hombre en cuanto tal,
que no es otra cosa que el ejercicio de esa su esencia transcendente. 666.
664 Idem.
665 Ibidem, pp. 112–113.
666 Ibidem, p. 113.
251
Existen miembros de la sociedad que cumplen una función mediadora ra-
yana con la del maestro; transmiten verdades, ciencia, belleza, pero de modo
indirecto, a través de sus obras.
La obra del maestro en cambio, la mediación que ejerce “tiene una última
especificación que se refiere al ser —al ser de lo viviente— 668. La obra del maes-
tro es el discípulo al que lleva, sin violencias ni dogmatismo, al desarrollo máximo
de su ser, de su esencia, que le lleva a trascender.
Sabido es que en la lengua griega el verbo ser tiene como significado dos verbos
procedentes de dos raíces diversas, el “Eimi” y el “fyu” que significa crecer, crecer
siendo. Raíz de donde viene “fysis”, naturaleza. Y bien el maestro es mediador
con respecto al ser en tanto crece, y crecer para lo humano es no sólo aumentar
sino integrarse, es decir, algo todavía más que desarrollarse como lo es para una
planta y para un animal. 669
667 Idem.
668 Idem.
669 Idem.
252
Todavía más, este crecimiento, a diferencia de los otros seres de la natu-
raleza, no es únicamente cuantitativo, sino fundamentalmente cualitativo: es cre-
cer para integrarse, porque el ser humano necesita integrarse para ser. Los múl-
tiples saberes que debe adquirir están de igual forma orientados a su integración,
a su crecimiento integral, que su razón ‘germine’, crezca y desarrolle todas sus
potencialidades, pero especialmente que crezca íntegramente como persona.
Cuando Zambrano habla aquí de razón, evidentemente se refiere a la Razón
poética, a la Razón mediadora de la que hace uso el maestro:
El maestro es mediador sin duda alguna entre el saber y la ignorancia, entre la luz
de la razón y la confusión en que inicialmente suele estar todo hombre. Más lo es
en función de que la criatura humana necesita de esos saberes múltiples y diver-
sos para integrarse, para crecer en sentido propiamente humano, para ser; en
razón de que ha menester de que se encienda en su conciencia y en su ánimo la
luz de la razón y de que una vez encendida se condense, germine diríamos. (...)
en el hombre este germen o es doble o es uno que incluye con la vida la razón y
la exigencia de llegar a ser una persona íntegramente. Y es justamente ahí donde
se ejerce la acción del maestro, de donde arranca y donde vuelve una y otra vez
ese movimiento circular que describe toda acción mediadora. 670
Por otra parte, resulta llamativo que María Zambrano acerque la figura del
maestro a la de los artistas, la educación al arte, y establezca nexos entre razón,
verdad, bien, belleza y vida. Los maestros, afirma, “median entre la razón, la
verdad, el bien, la belleza y la humana vida, siempre claro está, en el recinto de
una sociedad; en el recinto de una sociedad de la que un día transmigran a otra
no nacida siquiera cuando la tal obra fue lograda” 671. El arte, las obras de arte
se cuentan entre las formas de expresión más propiamente humanas. Reflejan
su capacidad creativa, transformadora, pero poseen además un gran valor edu-
cativo. El arte ha sido capaz de transmitir ideas y mensajes a la humanidad de
modo admirable; y es que el arte es una extraordinaria forma de mediación. La
670 Idem.
671 Ibidem, p. 111.
253
razón en modo alguno puede despreciarlo, porque tiene ese poder de seducción,
esa capacidad de impactar en la interioridad del hombre, de moverle, que son
características de toda mediación. La educación ha sido definida también como
arte. Así, Luzuriaga afirma:
Pero, además, el maestro hace de mediador del ser mismo, ese ser que no
puede manipular o adulterar y cuya voz le ha convocado para ejercer vocacio-
nalmente su magisterio.
Y así el maestro al serlo del ser humano en tanto que es un ser que crece ha de
hacer descender, por así decir, sobre él razón, bien y verdad, también armonía y
orden fundamentos de la belleza en función justamente del ser; mediador ante
672 Casado, Ángel et al.. Filósofos españoles en la Revista de Pedagogía (1922-1936), op. cit.,
p. 75.
673 Ibidem, p. 76.
254
todo y sobre todo del ser mismo, de ese ser persistente problema de la filoso-
fía que mirado desde lejos parece inaccesible, y que luego fructifica en el hom-
bre como en su terreno de elección. 674
255
el cientificismo han llevado al relativismo y al escepticismo, negando toda ver-
dad. En un esquema mental en que no cabe la verdad, no caben tampoco auto-
ridad alguna ni mediador alguno, porque han quedado en entredicho.
No es posible desde hace ya largo tiempo poner en duda que la cultura de Occi-
dente se encuentre, en medio de tantos esplendores, en una honda crisis. No es
posible tampoco desconocer desde hace algún tiempo que esta crisis sea la de la
mediación en todas sus formas. Son ellos, en gran parte mas en grado eminente,
los mediadores mismos, quienes en forma cada vez más clara lo exponen, lo pu-
blican. 677
Pero, María Zambrano, una vez más, enseña que la vida toda está necesi-
tada de mediación: en qué consiste sino el ser de una madre que concibe, gesta
y da a luz a un nuevo ser humano, o los padres que, además de cuidar al hijo, le
enseñan la lengua, la cultura, etc. Pero, se ha hecho opinión común en esta
época afirmar que el individuo, por sí mismo, tiene que encontrar ‘su verdad’, y
nadie, ni los padres ni los maestros, debe intentar influirle.
La vida, no es necesario decir social, pues que la vida humana lo es de raíz y aun
la vida sin más, necesita congénitamente de mediación. La vida, ella, en sus albo-
res es ya una propuesta y una profecía de mediación, mediadora entre la materia
no viva y todas las formas vivientes que se suceden manifiestamente y aun aque-
llas otras no reveladas aún. Sin que quepa el separar el pensamiento de la vida,
pues que toda vida es forma o la persigue; toda vida y la vida toda. La crisis pues,
no puede ser sino la crisis de una forma, de una de esas formas de las que pende
la suerte de la forma misma de la cultura o de la unidad histórica en cuestión. La
crisis, esta y cualquiera habida antes, no puede serlo verdaderamente sino de la
mediación. 678
256
hace de mediador entre los saberes científicos y el alumno, que no es más dis-
cípulo. Y el profesor no es propiamente un mediador sino un transmisor de co-
nocimientos. Con la llegada de la informática, incluso este papel ha sido puesto
en entredicho, pues no acaba de verse en qué pueda hacer la diferencia con un
artefacto que es capaz de contener ingentes cantidades de información, inclui-
dos los recursos audiovisuales, los simuladores, etc.
Tenía por tanto que llegarnos este estallido que en el largo proceso de la crisis,
sólo desde hace poco se produce, de que sean las aulas y el maestro que con su
presencia hace que el aula sea un lugar vacío, quien aparezca en crisis, como si
fuera su protagonista o como si fuera lo que en ellas sucede el último fondo, el
insoslayable, el sin remedio, el que justifica el que alguien diga —y muchos lo
gritan—: “¿Ven, ven cómo la continuidad de esta sociedad, de esta tradición de
vida, de esta cultura, ya no es posible?” 679
679 Idem.
680 Balibrea, Mari Paz. Tiempo de exilio. Una mirada crítica a la modernidad española desde
el pensamiento republicano en el exilio, Editorial Montesinos, Barcelona, 2007, p. 68.
257
ceptos contrapuestos. Éste tiene un espíritu de ruptura con el pasado y una mi-
rada constante al futuro, y huye de las raíces, sin caer en la cuenta que las raíces
sustentan toda planta:
De origen vivamente racionalista, esta idea del progreso llenó al buen hombre del
pasado siglo de tosca alegría. Por ella tuvo el ingenuo gozo de haber derribado
las barreras, de haberse evadido de una cárcel, y pensó que la historia empezaba.
La Humanidad se sintió otra vez niña, más aún: recién nacida. Mas pronto acabó
en estéril, como sucede a toda planta que rompe la comunicación con el suelo que
la retenía, sí, pero que la sustentaba. 681
258
Ciertamente que un nuevo poder desde el primer tercio de este siglo se venía
haciendo sentir, el poder estudiantil, el poder de la juventud universitaria. En algu-
nos Países por esos años —en alguno que les parecería increíble a los jóvenes
de ahora—, el tal “poder estudiantil” fue en ocasión decisiva decisivo.” 683
Les sería muy fácil a los estudiantes “contestatores” el averiguar, el reunir noticias
de este hecho. Más justamente la historia, incluida la que pudiera ser la suya es-
pecíficamente, es lo que más rechazan. Justamente la historia. Comenzar a vivir
de nuevo, sin mediación, parece ser su designio, sin la mediación de personas,
sin la mediación del tiempo. 684
En la época actual —de la que se dice que incluso está más allá de la pos-
modernidad—, urge un replanteamiento de muchos aspectos de la sociedad oc-
cidental. María Zambrano fue también visionaria de la crisis que se agudiza y en
la también apremia recuperar la mediación y verdaderos mediadores.
683 Idem.
684 Idem.
259
CAPÍTULO 5:
FENOMENOLOGÍA DEL AULA
Siguiendo la terminología propuesta por los autores del libro Filosofía y edu-
cación, texto que recoge los manuscritos de Zambrano referidos a estos temas,
hemos denominado a esta parte ‘Fenomenología del aula’ 685, debido a que en
ellos se ofrecen indicaciones, reflexiones, observaciones de diversos aspectos
educativo-filosóficos que son de ayuda para tener una idea de cómo concretar
en el aula las notas del que se podría denominar modelo educativo zambraniano.
Filosofía y educación
260
Como ha procedido con otros casos, parte también en éste de un análisis
histórico. Es sabido que la filosofía en sus orígenes se ocupó de diversas ramas
del conocimiento y ciencias que hoy soy independientes. También es el caso de
la educación, aunque de un modo peculiar, pues en su sentido más profundo,
educar responde siempre a la visión que se tiene del ser humano en un determi-
nado momento histórico. Si la filosofía pretende responder fundamentalmente a
preguntas existenciales y en particular a la pregunta sobre el propio hombre, la
educación quiere ser el medio de la formación de ese hombre. Vistas así, filosofía
y educación están en relación de complementariedad.
Mas sucede, como dijimos al comienzo de estas páginas, que la filosofía hace ya
tiempo que dejó de ser una, y que se encuentra hoy al borde de dejar de ser
filosofía. No puede dejar de ser visible que la filosofía está en crisis o [en] una
crisis. Se acerca a ser testimonio, a ser confesión en ocasiones a la desesperada;
se limita en otros casos a ser o a pretender ser método… 689
261
desconexión; lo real existe siempre en interrelación, y entre filosofía y educación
ha existido siempre una profunda relación:
Por lo mismo, la misión del maestro se funde con la misión del filósofo. Si
la educación debe conducir al hombre a la realización de su vocación y su des-
tino, y el conocimiento que hace falta es una sabiduría para la vida, para ayudar
a vivir con humanidad, para alcanzar la plenitud del ser personal, entonces edu-
cación y filosofía son realidades complementarias e inseparables. La historia
atestigua que tal unidad se ha dado en diversos lugares y tiempos; así Sócrates
o Séneca, por citar dos figuras muy apreciadas por María Zambrano:
Si alguien lleva en verdad a alguno hacia la Filosofía bien puede decirse que le ha
recreado, haciendo no de un hombre un sabio, sino de un hombre otro hombre.
De aquí la tremenda responsabilidad del maestro de Filosofía, más dura que la del
sacerdote, puesto que su acción no está apoyada en la de ninguna divinidad, sino
262
que es exclusivamente humana. La más clara conciencia se necesita para esta
acción sobre un ser que no se ha dado cuenta de su tragedia, de su ser y no-ser,
de su destino y su libertad, de su posible perfección, y ponérselo al descubierto.693
Un marchar hacia algo, mas también a través de algo, se aparece ser la vida del
hombre sobre la tierra precedido siempre de alguien que recorrió el camino antes,
en un tiempo determinado, que señala un hito, una piedra miliar, punto de referen-
cia inamovible, y una finalidad última… 696
693 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 194.
694 Sanchez-Gey, Juana. María Zambrano, op. cit., p. 65.
695 Zambrano, María. Filosofía y Educación, op. cit., p. 150.
696 Idem.
263
Dado que se trata de guiar, todas las experiencias, las vivencias del hombre
adquieren relieve por encima de los conocimientos sobre otras realidades —que
son importantes, pero no decisivos—. El que guía cumple el papel de ayudar a
trascender a quienes son por él guiados; por tanto, se trata de una educación
para la trascendencia:
La creación de la persona
Para que una filosofía pudiese ofrecer al educador de hoy lo que en su menester
necesita habría de ofrecerle una idea y una imagen del hombre, de la realidad; del
cosmos, es decir un conocimiento del hombre en función de su puesto excepcional
en el universo. Pero algo más: un itinerario del transcender humano a través de
todas las formas de realidad entre las que tiene que moverse. Una visión total y
una guía; un cierto método también. 698
Se hace inevitable que al hablar del hombre, que al tratar con él, esta su condición
de sujeto transcendente sea supuesta por lo menos, declarada del modo más fiel
264
posible cuando se pretende o se necesita saber qué clase de criatura es, con quién
tenemos que habérnoslas. Y por el pronto resulta que tenemos que habérnoslas
con nosotros mismos, con uno mismo.
Lo que en estas líneas hacemos es simplemente señalar, enunciar tan sólo esta
condición transcendente del ser humano, del “ser” más de la vida, del “ser” antes
que de la vida. 699
265
El recurso al lenguaje simbólico-metafórico
266
mayor firmeza que otros conocimientos: “La verdad operante, que lleva consigo
al par que un conocimiento una transformación del que conoce, se expresa por
símbolo, necesariamente” 702. Pongamos, por caso, las Fábulas de Esopo: todas
concluyen con una moraleja, pero la fuerza de su enseñanza les viene de los
símbolos usados. Al oírlos, la persona siente una identificación inmediata con el
relato y los personajes—como si lo estuviera viviendo en primera persona, como
si se hubiera metido en la narración, en la piel de los personajes—, estimulando
su capacidad reflexiva. Los personajes son en su mayoría animales; debido a
que se les suele identificar con las pasiones o virtudes humanas sirven a modo
de espejo en que el oyente se puede mirar, invitándole inconscientemente a afir-
mar o rechazar determinadas conductas. En el caso de los dichos populares,
refranes, etc., éstos expresan sintéticamente el resultado de la experiencia de
los pueblos acumulados durante mucho tiempo, conformando un cuerpo de sa-
biduría valiosa para la vida.
También las grandes narraciones —las novelas, las biografías, por ejem-
plo— producen el efecto de la identificación. En este caso, son los acontecimien-
tos narrados, las actitudes de los personajes, la trama que impactan en la con-
ciencia, y lo hacen porque son experiencias de vida en las que el lector se puede
mirar a sí mismo. Las teorías sobre la memoria relacionan esta función del cere-
bro con el aprendizaje: aquello que queda en la memoria es lo que se ha apren-
dido. Resulta llamativo comprobar cuán eficaz y duradera es la huella que deja
un relato: aunque haya sido contado una sola vez, la persona puede recordarlo
toda la vida y en detalle. No pasa lo mismo con otros conocimientos que, a pesar
de haberlos repetido muchas veces, se acaban olvidando. Son formas que más
que transmitir conocimientos, producen convicciones en quien las escucha o lee:
267
Formas creadoras que no descubren ni inquieren sino que transforman lo inquirido
y descubierto en eso que Fouillée llamó «ideas-fuerzas», y Ortega, en forma que
parece definitiva, «ideas vigentes». (…) Las ideas vigentes serán estas ideas ven-
cedoras y acuñadas en moneda de uso, ideas claras y logradas que han anclado
en el corazón de las gentes en forma de convicciones. 703
María Zambrano da un gran valor a las metáforas porque son ‘signos’, ‘fi-
guras’, ‘gérmenes de una razón’ llamada a fecundar la vida del hombre. Estas
razones son semillas de la razón poética destinadas a generar la persona, a
alumbrarla, a desplegar todas sus posibilidades.
Signos, figuras parecen así ser como gérmenes de una razón que se esconde
para dar señales de vida, para atraer; razones de vida que, más que dar cuenta,
como solemos creer que es el único oficio de las razones y aun de la razón toda,
y que más que ofrecer asidero a las explicaciones de lo que pasó y de lo que no,
llaman a alzar los ojos hacia una razón, la primera, a una razón creadora que en
la vida del hombre modestamente —adecuadamente—ha de ser la razón fecun-
dante.
703 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 174.
704 Ibidem, pp. 85–86.
268
Semillas pues, estos signos y figuras de un conocimiento que exige y promete al
ser que los mira la prosecución y el despliegue de su vida. 705
Pues que el ser humano que no tiene, como las demás especies animales y ve-
getales un medio propio a que adaptarse perfectamente, tiene, diríamos nosotros,
el tiempo, su medio entre codos, su tiempo humano donde su vida ha de realizarse
y realizar.
Que el tiempo sea el medio humano sobre codos, lo muestra el que la realidad,
269
esa realidad con la cual ha de tratar y para tratar ha de descubrir, se ofrece en el
tiempo; se manifiesta y se esconde, emerge y desaparece, reaparece, dura, según
el género de realidad que sea. Podemos ya anticipar que cada género de realidad
tiene su modo propio, peculiar de albergarse en el tiempo. 706
270
de lo que ya es, de lo que ya ha logrado, un horizonte inasequible —en el sentido
de inagotable— una luz que le guíe:
Se trata de un ser que no puede permanecer fijo y que no puede tampoco dete-
nerse sino en función de la marcha, de un ser al que le es congénito ir, marchar
hacia. La necesidad del guía recalca el hecho de que esta marcha ha de seguir
una cierta dirección porque tiene una finalidad. 709
(…) Este género de caminar, de ir hacia algo, que guía y que está más allá, a
través de un terreno en el que no hay camino en principio, se llama propiamente
transcender. 710
Por ello, el tiempo es una dimensión esencial; pero, este tiempo con que
cuenta está en función de otra dimensión, esencial en igual medida: la realidad,
pues para trascenderse el ser humano deberá operar sobre ella. Avanzar hacia
la consecución de su ser personal consistirá en irse haciendo consciente de la
realidad, haciéndose con ella, despertar a ella; pues puede ocurrir —y ocurre—
que el ser humano, en lugar de ejercer como persona, vegeta —se limita a cubrir
sus necesidades básicas— y deja que su vida pase, sin tomar el control de ella:
Tiempo y realidad constituyen el medio específico de este ser llamado hombre que
ha de descubrir la realidad transcendiéndola y transcendiéndose a la vez, a sí
mismo, mas siempre en ella; el ser humano no puede quedarse fuera de toda
realidad. Educarlo será disponerlo a afrontar, en cualquier época de la historia que
se trate, en cualquier región de la tierra, en cualquier régimen político y social,
dentro de la clase a que pertenezca, educarle será despertarle o ayudarle a que
se despierte a la realidad en modo tal que la realidad no sumerja su ser, el que le
es propio, ni lo oprima, ni se derrumbe sobre él; en modo de que no se le desrea-
lice, falta de esa asistencia que el hombre, como prenda constante, tiene que pa-
gar a todo lo que le rodea.
271
una vez más la conocida expresión de Ortega “Yo soy yo y mi circunstancia, y si
no la salvo a ella no me salvo yo” 711:
711 Ortega y Gasset, José. Obras completas de Ortega y Gasset, op. cit., vol. VIII, p. 44.
712 Zambrano, María. Filosofía y Educación, op. cit., vol. 153.
713 Ibidem, p. 144.
272
La actitud ante la realidad
Y así entre tantas definiciones que se han dado del hombre, podría darse también
ésta, de que el hombre sea la criatura que tiene que cumplir su ser a través de la
realidad, la criatura predestinada a la realidad. (…) Que en su situación específica
frente a la realidad —ante, entre, con...— el hombre descubra su condición pro-
piamente humana y personal, y modulándola, la situación concreta en que el hom-
bre de una época determinada y aun un determinado individuo, se descubra, inevi-
tablemente, delatoramente. 714
273
Entonces, son fundamentalmente dos las acciones que incluye el trato con
la realidad: su comprensión y su transformación. El ser humano hace uso de sus
capacidades —sea el pensamiento o sea la intuición— para penetrar en la reali-
dad y así actuar sobre ella modificándola; recreándola, pero también creándola:
Pero, en cuanto actitud, está más allá de las operaciones intelectuales, más
allá de los sentidos, incluso del método, pues, aunque éstos son elementos ne-
cesarios, la apertura es una condición que depende plenamente de cada indivi-
duo, de su libertad; la realidad se da a conocer a quien quiere conocerla, a quien
la busca:
274
Si posible fuera la expresión matemática de la situación, actitud y aptitud del hom-
bre ante la realidad, ella nos daría la cifra del grado de humanización o de hombría
alcanzado por una época de la historia, por un hombre en su desarrollo individual.
Lejos estamos de una tal clase de conocimiento, pero ello no invalida el hecho de
que la cifra de una persona sea su actitud y su aptitud para la realidad, el grado
del cumplimiento de la vocación que al ser vocación no es solamente vocación de
realizar sino realizadora. 718
275
verdad la realidad no se sostiene ni llega siquiera a serlo propiamente. Una aper-
tura y un recinto donde la realidad halla acogida y albergue; donde es retenida y
aun asimilada. 720
El tiempo hace posible que la realidad total, se fragmente, que podamos atender
sucesivamente a ella, que entre ella y la conciencia humana haya una comunica-
ción, un contacto y una distancia; el tiempo nos libera de la realidad haciéndonos
posible que tratemos con ella, y tratar para el hombre es conocer y actuar.
Realidad-tiempo-libertad es la ecuación del despertar, su cifra. La ecuación que
muestra la adecuación entre el ser humano y la realidad que le rodea por virtud
276
del tiempo mediador, del tiempo en su aspecto sucesivo que es el tiempo de la
conciencia —del discernimiento. 722
Y así la vida cuotidiana regida por el hábito, por la tranquilizadora costumbre que
es seguridad, eclipsa la realidad y al ser que con ella trata. La ecuación señalada,
sigue válida, mas todos sus integrantes han disminuido, y la vigilia se acerca in-
sensiblemente al estado de sueño.
Y en el estado de sueño se imagina, lentamente al principio, se sustituyen percep-
ciones reales por otras que son su sombra; se introducen extraños sentimientos
que dan origen a figuraciones fantásticas, aunque a menudo haya en ellas ele-
mentos de la realidad y aun alguna realidad completa. 723
722 Idem.
723 Ibidem, p. 143.
724 Idem.
277
Hay una consecuencia aún más grave que resulta del retraimiento del hom-
bre ante la realidad, pues debido a su libertad puede eludirla: la obstrucción de
su vocación trascendente, que su realización personal quede truncada:
El tiempo escapado sin haber servido no es una cosa que se pierde, es decir las
cosas que se perdieron con él, lo que no se percibió, lo que no se pensó o no se
hizo, lo que es ya sumamente grave, sino antes y más allá de ello, el declinar de
la condición misma transcendente del ser humano que vale tanto como decir la
condición del ser humano en su esencia y en su función integradora. 725
Como se visto, la verdad posee —para Zambrano— una entidad casi per-
sonal; aparece, se revela a sí misma, no depende única y exclusivamente de la
inteligencia del hombre, ni admite ser manejada, manipulada; es el motor de la
transformación de la vida, pero reclama ser acogida y conformar la propia vida
con ella; mueve a ser comunicada: el ser humano es instrumento, mediador de
ella, etc.
La verdad, para mostrarse, requiere unas condiciones. Por una parte, exige
del hombre humildad. La prepotencia de la razón, la soberbia intelectual la alejan
porque la actitud frente a la revelación —que es graciosa, gratuita— no puede
ser otra que la acogida incondicional:
725 Idem.
278
inagotable, la realidad le sale al encuentro y su verdad no será nunca verdad con-
quistada, verdad raptada, violada; no es alezeia, sino revelación graciosa y gra-
tuita; razón poética. 726
(…) la fidelidad antes que cosa alguna. Ser fiel a aquello que pide ser sacado del
silencio. Una mala transcripción, una interferencia de las pasiones del hombre que
es escribir destruirán la fidelidad debida. (…) Fidelidad que, para lograrse, exige
una total purificación de las pasiones, que han de ser acalladas para hacer sitio a
la verdad. La verdad necesita de un gran vacío, de un silencio donde pueda apo-
sentarse, sin que ninguna otra presencia se entremezcle con la suya, desfigurán-
dola. 729
726 Zambrano, María. Pensamiento y poesía en la vida española, op. cit., vol. 158.
727 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., vol. 186.
728 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., vols. 39–40.
729 Ibidem, pp. 40–41.
279
La vanidad es también pasión que incapacita al hombre para hacer de su
interior un recipiente para la verdad. “El conocimiento hincha” decía San Pablo
(1 Cor 8,1). Quien se deja llevar de la vanidad intelectual, busca siempre signifi-
carse, atribuirse méritos ajenos. El vanidoso no puede ser un buen transmisor
de la verdad, porque ésta aparece en función de quien honestamente lo necesita:
Sacar algo de sí mismo es todo lo contrario que ponerse a sí mismo. (…) La vani-
dad es una hinchazón de algo que no ha logrado ser y se hincha para recubrir su
interior vacío. El escritor vanidoso dirá todo lo que debe callarse por su falta de
entidad, todo lo que por no ser verdaderamente no debe ser puesto de manifiesto,
y por decirlo, callará lo que debe ser manifestado, lo callará o lo desfigurará por
su intromisión vanidosa. (…) Porque si el escritor revela el secreto no es por obra
de su voluntad, ni por su apetito de aparecer él tal cual es (es decir, tal cual no
logra ser) ante el público. Es que existen secretos que exigen por sí mismos ser
revelados, publicados. Lo que se publica es para algo, para que alguien, uno o
muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de
haberlo sabido; para librar a alguien de la cárcel de la mentira, o de las nieblas del
tedio, que es la mentira vital. 730
730 Idem.
731 Zambrano, María. El sueño creador, op. cit., vol. 39.
280
La verdad que se revela aparece como invulnerable y lo hace porque le
muestra al hombre su vulnerabilidad, y puede generarle temor. De ahí, el riesgo
de que, ante la verdad que lo desnuda y lo deja inerme, que lo pone en evidencia,
demuestre el ser humano una resistencia, un rechazo, construya una fortaleza
de razones para protegerse, inhabilitándose para acoger la verdad que quiere
transformarlo, despertándolo de la carencia en que vive; si no es acogida, la ver-
dad se le resiste:
Sin embargo, no basta con que se acepte la verdad que espera ser reve-
lada: el hombre debe anhelarla sinceramente y estar dispuesto a desprenderse
totalmente de sí y de las cosas para que en soledad experimente la sed de la
verdad; sin esa soledad, sin el vacío creado por la necesidad de la verdad para
la vida, sin un campo preparado no hay posible visita del ‘secreto’:
Hay secretos que requieren ser publicados y ellos son los que visitan al escritor
aprovechando su soledad, su efectivo aislamiento, que le hace tener sed. Un ser
sediento y solitario, necesita el secreto para posarse sobre él, pidiéndole, al darle
su presencia progresivamente, que la vayan fijando, por la palabra, en trazos per-
manentes. Solitario de sí y de los hombres y también de las cosas, pues sólo en
soledad se siente la sed de verdad que colma la vida humana. (…) En esta soledad
732 Zambrano, María. Claros del Bosque, op. cit., vol. 138.
281
sedienta, la verdad aun oculta aparece, y es ella, ella misma la que requiere ser
puesta de manifiesto. 733
La verdad tan sólo se da, sin temor y con temor a la vez, con temor siempre, al
que se queda palpitante, inerme ante ella, “toda ciencia trascendiendo”. Y al reen-
contrarse así con ella, ya no teme, pues que no está ante ella; va con ella y la
sigue; sigue a la verdad que es lo que ella pide. 735
733 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., vol. 42.
734 Ibidem, p. 43.
735 Zambrano, María. Claros del Bosque, op. cit., vol. 139.
736 Zambrano, María. El sueño creador, op. cit., p. 40.
282
—capturada—por medio del método y sólo a través de él. No existe otra forma
que sirva a tal fin. En consecuencia, la revelación —que se produce en la intui-
ción— carece de valor:
737 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 131–132.
738 Zambrano, María. Claros del Bosque, op. cit., p. 139.
283
apego a la razón, en ningún caso amor a la verdad, que impide detenerse en
ningún logro, que es siempre apertura a la posibilidad de una nueva revelación,
que no pone condiciones, que no exige pruebas. Zambrano cita al eclecticismo
como ejemplo de amor a la verdad:
739 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 171–172.
740 Ibidem, p. 171.
284
La memoria está siempre ahí, viviente; no descansa. Y si fuera posible que en
algún instante ningún recuerdo pasara por la mente, está ahí continua la referencia
al pasado, la imposibilidad de acoger ningún suceso por esperado que sea, nin-
guna persona por mucho amor que nos traiga desde un alma limpia y desprovista
de inscripciones; de huellas, de sombras. 741
5.2 El estudiante
De ahí que la vida discurra también por momentos de crisis que suelen
preceder a las etapas de cambio, de transformación, de replanteamiento de la
visión personal de las cosas. En general, estos períodos suelen percibirse como
negativos por la psicología humana, pero todo crecimiento —el humano y el de
la naturaleza— tiene un costo, algo que dejar, “sentirse desprendido de lo que
de materno tiene todo lo que nos alberga” 742.
285
Comienza el viaje por el arrancarse no sólo del lugar donde se vive, sino de los
hábitos en que se está arraigado. Algo de árbol o de planta [tiene] el hombre, pues
que tiende a arraigar en una tierra, en un modo de vida, y no son los pequeños
hábitos y costumbres los que menos cuentan en este arraigar. 743
743 Idem.
744 Idem.
286
Educar en la vocación personal
287
Pues que la vocación de algunos es quien ha traído al mundo cosas nuevas; pa-
labras nunca dichas anteriormente, pensamientos no pensados, claridades ocul-
tas, descubrimientos de leyes no sospechadas, y hasta sentimientos que yacían
en el corazón de cada hombre sin aliento y sin derecho a la existencia. 746
Y, para ilustrar con un caso concreto cuanto ha ido expresando, María Zam-
brano trae a colación la vida del médico húngaro Ignác Fülöp Semmelweis, crea-
dor de los procedimientos antisépticos. La verdad que descubrió en este campo,
y con la cual podía salvar la vida de la madre y la del recién nacido, y su fidelidad
a ella —la vocación es precisamente fidelidad a la voz de la verdad—, le imponía
el deber de enfrentarse a sus colegas médicos y a la sociedad de su tiempo. En
su figura, de inmediato y diáfanamente puede percibirse el alcance y valor del
hecho de la vocación: los grandes logros de la humanidad, esos que han llevado
al mundo a progresar, son obra de seres humanos que asumieron vocacional-
mente su labor, que hicieron de ella su misión. La vocación les llevó a sacar lo
mejor de sí mismos, los frutos más logrados de su humanidad. Por tanto, se cae
en un grave error cuando se considera la vocación un hecho sin relevancia o
288
cuando se evita hablar de ella o se la margina por prejuicio, especialmente del
campo de la educación:
Salta a la memoria por tratarse quizás de uno de esos usos cuya omisión sería
hoy tenida por delito, la de la simple asepsia en la obstetricia, que le costó miseria,
persecución hasta la pérdida de la razón al médico Sommerwils [Semmelweis] no
hace dos siglos siquiera en Europa. ¿Qué voz sostuvo a este hombre en su des-
valimiento y le llevó a arrostrarlo todo para ofrecer a los demás esta elemental
verdad salvadora de tantas y tan preciosas vidas? Pues que si toda humana vida
es preciosa lo ha de ser en grado eminente la de la madre en el momento en que
es madre y la del hombre que nace 748.
[la vocación] transciende los dos temperamentos más conocidos hoy día: el intra-
vertido y el extravertido, pues que los unifica y los convierte en complementarios.
Y por ello una persona de natural intravertido llevada por la vocación llegara a
manifestarse ante el prójimo y aun ante el público con la máxima eficacia y aun el
pavorosamente tímido será un buen orador, un excelente maestro o un gran actor
teatral si de ello tiene la vocación. Y paralelamente el individuo extravertido será
capaz de pasar horas y días y aun épocas enteras de su vida, en lugar apartado
sumido en el estudio y en la meditación, si el cumplimiento de su vocación se lo
exige 749.
Con ello, queda claro que la vocación va más allá de la estructura psíquica
del ser humano. Por tanto, no son sus cualidades, su temperamento, quienes la
determinan, sino al contrario: la vocación puede y de hecho decide las formas
que llegará a adquirir el temperamento:
748 Idem.
749 Ibidem, p. 108.
289
Lo cual nos conduce a la consideración de un punto de extrema importancia y en
el cual diferimos de la creencia al uso, de la suposición más bien, de que es el
temperamento quien decide la vocación, lo que equivale a decir que es la estruc-
tura psíquica del individuo quien le hace recorrer uno u otro camino. 750.
No coincide tampoco siempre la vocación con los gustos y lo que es más grave,
con las aptitudes, con los llamados talentos. Cosa esta última que puede ser dra-
mática y que en un principio lo es siempre.
Que la vocación sea cosa distinta de los gustos se muestra bien a la vista en lo
corriente que es el que una persona dominada por una vocación muy determinada,
tenga una afición de tipo muy diferente y que a ella dedique con avidez el tiempo
que le esté permitido, como si quisiera resarcirse de la servidumbre de su voca-
ción. 751
Para que la vida de cualquier persona adquiera sentido, tenga una razón
de ser, un motor necesita vivirse desde la vocación, pues sin motivación el ser
humano no se singulariza, ni se personaliza, ni trasciende sus necesidades vita-
les; no asume tampoco su destino ni su responsabilidad histórica; no deja de ser
“masa” —como decía Ortega— ni se convierte en “minoría”.
750 Idem.
751 Ibidem, pp. 108–109.
290
Educar la esperanza
291
En este sentido, la esperanza debe tener en cuenta las circunstancias con-
cretas de cada ser humano, de cada sociedad, de cada época. De no hacerlo,
corre el riesgo de deformarse, de dar lugar a una expectativa errónea o, por el
contrario, convertirse en desesperanza.
Por lo que el hombre tiene de no ser, de ser "in via", en tránsito, está movido por
la esperanza. Mas, por lo que tiene de real, por lo que ya es: alma, cuerpo, está
sujeto a la necesidad. (…) Esperanza y necesidad se configuran de diversas ma-
neras, creando la estructura peculiar de cada cultura, y de cada época en cada
cultura. En los momentos de crisis podríamos distinguir los instantes pavorosos
en que la esperanza gime aplastada por la necesidad, y aquellos otros en que la
esperanza exasperada en busca de su argumento, deja como abandonada a la
necesidad. Y a la salida de la crisis esos otros, los más fecundos, en que la espe-
ranza ha abrazado a la necesidad y la lleva consigo. 753
292
Educar la libertad
Transcender es un pasar, un ir atravesando los propios límites sin por ello aban-
donarlos; un partir que es al mismo tiempo quedarse; un movimiento pues propio
exclusivamente del ser, que sólo algo que es puede tener. Y que todo lo que es,
tiene necesariamente.
El transcender es pues la acción entre todas, la más activa y la más constante.
Acción que se configura en acciones determinadas, mas no siempre ni necesaria-
mente, mas que es el núcleo activo, actuante de toda acción verdadera. 755
293
pero —se entiende— una libertad entendida rectamente, no una libertad abso-
luta, sino delimitada por el bien común. Para ello, es imperativo comenzar por
“ejercitar el conocimiento histórico para dar lugar al ejercicio de la libertad. Am-
bos se condicionan, no son posibles el uno sin el otro”756. Insertar este conoci-
miento en la vida personal de cada uno y en la vida histórica es uno de los modos
de impedir que se repitan los errores del pasado, de evitar ser objetos de mani-
pulación, de ser sujetos pasivos de la historia; poder, en suma, tomar las riendas
de los acontecimientos para que dejen de mostrarse al hombre con esa aparien-
cia de inexorabilidad y de fatalidad propias del destino.
756 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 61.
757 Zambrano, María. El hombre y lo divino, op. cit., p. 250.
758 Zambrano, María. Persona y democracia: la historia sacrificial, op. cit., p. 80.
294
La libertad pone al hombre en la tesitura de elegir si avanzar hacia una
humanización cada vez mayor o marchar hacia una progresiva deshumaniza-
ción. Así, mientras vive, está urgido a decidir, a optar asumiendo riesgos: “Pues
al elegir me voy eligiendo; voy eligiendo el que seré, y si esto ocurre en cada
hora hay instantes decisivos en que se realiza ese algo que va a determinar la
vida entera, una elección que va a quedar incorporada al destino” 759.
295
sin esperanza conduce a la despersonalización, a la deshumanización, y a la
posibilidad de que se vayan gestando auténticas tragedias:
Educar el amor
296
sin límite a otro espacio y a otro tiempo, a otra vida que se nos aparece como la
vida de verdad. El futuro que atrae también a la historia. 765
Hay que permitir a la claridad que circule, ella, en el sujeto, pues que solamente
así el sujeto transcenderá, él mismo, encontrándose en una órbita: la órbita que
nos salva de todo absolutismo del ser y de todo sumergirse en la nada. Es la órbita
del amor que es al par pensamiento, la órbita en la que se circula libre de terror,
de temor, y hasta de esperanza. 769
297
El amor será agente de la fijación del alma, de cada alma individual; en las épocas
maduras de la historia se llamaba a este padecer trascendente vocación. Y, lleva-
dos por el amor, los hombres recorrerán ese largo camino cuyo logro es la propia
unidad, el llegar a ser de verdad uno mismo. El amor engendra siempre. 770
(…) el amor nos lanza hacia el futuro obligándonos a trascender todo lo que pro-
mete. Su promesa indescifrable descalifica todo logro, toda realización. El amor
es el agente de destrucción más poderoso, porque al descubrir la inadecuación y
a veces la inanidad de su objeto, deja libre un vacío, una nada aterradora al prin-
cipio de ser percibida. Es el abismo en que se hunde no sólo lo amado, sino la
propia vida, la realidad misma del que ama. (…) El Dios creador creó al mundo
por amor, de la nada. Y todo el que lleva en sí una brizna de este amor descubre
algún día el vacío de las cosas y en ellas, porque toda cosa y todo ser que cono-
cemos aspira a más de lo que realmente es. 772
El amor es “la vida plena del alma” 773, y es por medio de esta promesa de
plenitud que va abriendo progresivamente la conciencia del hombre, que va al-
canzando cada vez mayores grados de conciencia de su realidad personal y de
su entorno. El amor aparece como lo “que no conocemos y nos llama a conocer”
774, al mostrar la inconsistencia de cuanto encuentra, es decir, en la experiencia
del vacío de las cosas; la ausencia de ser es lo que despierta la conciencia, pues
la percepción de la nada produce insatisfacción, hace caer en cuenta de que
298
algo falta, que algo queda por llenar; genera en el alma inquietud por saber la
razón de por qué esto ocurre, moviendo así el pensamiento:
[el amor] deshace toda consistencia (…) al mostrar la inanidad de todo aquello en
que se fija, revela al alma también sus límites y la abre a la conciencia, la hace
dar nacimiento a la conciencia. La conciencia se agranda tras un desengaño de
amor, como el alma misma se había dilatado con su engaño. Si naciésemos en el
amor, y en él nos moviésemos siempre, no hubiéramos conciencia. 775
Y el engaño es, por otra parte, ilusorio, pues aquello que se ha amado, lo que en
verdad se amaba cuando se amaba, es verdad; es la verdad, aunque no esté
299
enteramente realizada y a salvo. Es la verdad, la verdad que espera en el futuro.
777
El ser humano, como ya se ha dicho, anhela siempre algo más, y esta “ley”
aplica también en el sentido de que aquello a lo que se entrega tan sólo acalla
momentáneamente la avidez que experimenta; luego tal deseo incrementa y, si
no se detiene, camina hacia una voracidad destructiva, como el caso del adicto
que necesita cada vez más dosis para lograr el efecto deseado, pudiendo acae-
cerle una sobredosis mortal. Toda pasión encierra este peligro: no se apaga
cuando se sucumbe a ella, sino que vuelve con más fuerza. En apariencia, se
logra evitar el padecimiento que implica resistirse a la pasión; pero en realidad
se acaba padeciendo más. El amor, entendido no como realidad biológica o psí-
quica sino como “inspiración”, como “soplo divino”, puede parecer una enajena-
ción o alienación que conduce a la negación del sujeto, pero en realidad lo libera;
es su ausencia la que lo destruye, pues pretendiendo independizarse de él, pre-
tendiendo evitar el padecimiento que conlleva, acaba por encadenarse a la
fuerza esclavizadora de la necesidad:
300
Educar la piedad
Y ya sé que “el otro” el prójimo está solo en su fondo como yo, y tampoco puede
valerse. Todos están solos, cada uno está solo. No tendré pues enemigo, ni creeré
que nadie me ama especialmente, ni menos lo desearé que antes me devoraba
este anhelo de que me quisieran, de ser amada ¿Y no era esto una barrera? y
hasta una trampa.
Ir hacia el otro sin gesto y sin ofrenda; tan sólo manteniéndose en la misma verdad
de estar aquí, sabiéndose tan poca cosa… 779
301
Piedad es saber tratar con lo diferente, con lo que es radicalmente otro que noso-
tros.
La idea de que el hombre es, ante todo, conciencia y razón ha llevado a que el
hombre sólo se considere semejante a otro hombre. Mas no se detiene ahí el pro-
ceso, pues como las diferencias entre los hombres subsisten, y hay razas, nacio-
nalidades, culturas, clases sociales y diferencias económicas, hemos llegado al
espectáculo bien visible de la sociedad actual. Apenas sabemos tratar sino con
aquellos que son casi una reproducción de nosotros mismos. El hombre moderno
al asomarse al mundo va buscando un espejo que le devuelva su imagen y cuando
no la encuentra, se desconcierta y, a menudo, quiere romper el espejo. Nos hemos
hecho terriblemente incapaces de soportar que haya hombres distintos de noso-
tros. Se ha inventado, para llenar este vacío, la tolerancia, palabra favorita del
léxico del hombre moderno. Pero «tolerancia» no es comprensión, ni trato ade-
cuado, es simplemente, el mantener a distancia respetuosamente, eso sí, aquello
con lo cual no se sabe tratar. 780
¿El corazón tendrá fuerza alguna vez para atravesar la conciencia hechizada por
el mal que ve cumplirse? Y no hace falta que sea la muerte: la calumnia que ante
nosotros se dice, el despojo que ante nuestros ojos se comete, la crueldad infinita
780 Zambrano, María. "Para una historia de la piedad". Aurora, 2012: 64–61, p. 68.
781 Zambrano, María. Delirio y destino, op. cit., p. 197.
302
de un gesto o de un silencio ante el hermano, la fuerza, la fuerza para romper ese
minuto de silencio que suspende la vida cuando se mata a Dios de algún modo en
nuestro prójimo. No; ella no lo hizo. Subía de su pecho la náusea. Se sentía he-
chizada. 782
Y recordaba aquellas palabras de Hamlet repetidas una y otra vez por su padre, a
propósito siempre de algún conflicto, en la relación con el prójimo, cuando Horacio
le dice: “Señor, han anunciado la visita de los comediantes; habrá que recibirlos
como merecen.” Y Hamlet, el Príncipe, el Príncipe de verdad: “No, mucho mejor
de lo que se merecen”. Ésa era la acción obligatoria que su padre le había exigido
desde niña hacer como Hamlet: tratar a todos, a cualquiera, mejor de lo que se
merece, y añadía: “a veces es la única manera de tratar a alguien como de verdad
se merece. ¿Sabía acaso Hamlet si entre los comediantes venía Shakespeare?”
Y concluía: “en toda forma de señorío —y el enseñar lo es— hay que proceder
así”.
La persona, como su mismo nombre indica, es una forma, una máscara con la
cual afrontamos la vida, la relación y el trato con los demás, con las cosas divinas
y humanas. Esta persona es moral, verdaderamente humana, cuando porta dentro
de sí la conciencia, el pensamiento, un cierto conocimiento de sí mismo y un cierto
orden, cuando se sitúa previamente a todo trato y a toda acción, en un orden;
cuando recoge lo más íntimo del sentir, la esperanza. 783
303
Lamentablemente, en Occidente, se ha ido marginando todo cuanto del
amor no ofrecía la claridad y evidencia que el racionalismo ha impuesto al pen-
samiento: “a medida que el hombre ha creído que su ser consistía en ser con-
ciencia y nada más, el amor se ha ido encontrando sin «espacio vital» donde
alentar, como pájaro asfixiado en el vado de una libertad negativa” 784. Al conce-
der valor únicamente a lo medible y observable, se ha terminado por reducir el
amor a expresión biológica o psíquica, empobreciendo la vida humana:
El caminar del hombre tiene que ser un progresivo apropiarse del amor,
hacerlo suyo, sentirlo formar parte de su naturaleza: este es el medio que le
llevará a encontrar su lugar en el cosmos:
Cuando el hombre se ha apropiado el amor que vagaba fuera como potencia di-
vina, cuando lo siente y sabe suyo, dentro de su condición, formando parte de su
naturaleza, se ha decidido ya a ser hombre y a vivir como tal; ha encontrado su
difícil puesto en el cosmos, puesto inestable que le lanza a la historia. 786
304
Para ello, tiene que comenzar por aceptar ese amor es su condición de
misterio, sin pretender revelarlo del todo, sin someterlo a su razón. Aceptar, ade-
más, su acción en él con lo que conlleva de padecimiento, de trabajo, de sacrifi-
cio, de dominio de sí mismo y de sus pasiones:
[el hombre] ha cambiado sus pasiones por complejos, pues no quiere aceptar la
herencia divina creyendo librarse, por ello, del sufrimiento, de la pasión que todo
lo divino sufre entre nosotros y en nosotros. (…)
Mas aceptar lo divino de verdad es aceptar el misterio último, lo inaccesible de
Dios, el Deus absconditus subsiste en el seno del Dios revelado. El hombre se
niega a padecer a Dios y a lo divino que en sí lleva. 787
305
ávidamente devorarlo, sino vaciarse en él; no piensa en vivirse, sino en dar vida
al otro, en engendrar. La realización del hombre como persona consiste en “ha-
cer del propio ser una ofrenda” 791, que es a lo que tiende el amor con lo que se
consigue la liberación de sí.
El que ama aprende a morir, morir a toda pretensión de posesión del otro,
pues el amor puede generar un sentido de propiedad en apariencia bueno, pero
en el fondo, no acepta que el amado haga uso de su libertad, ejercicio que es
irrenunciable para poder alcanzar su propio destino. Este amor también puede
tomar forma de idolatría, convirtiendo al amado en el absoluto al que ambos de-
ben dirigirse. Son, en realidad, formas de egoísmo, pues no es recto el amor que
termina impidiendo que el otro construya su ser personal, que alcance su destino.
Sin duda, esta forma de amor exige sacrificio: “ha sido preciso que el que ama
verdaderamente destruya, aun a riesgo de destruirse a sí mismo, todo icono,
toda idolatría, la exigencia suprema de no ser idólatra, aun en el momento en
que el ídolo de lo amado se aparece” 793. El amor que ha puesto en orden cada
una de sus manifestaciones, dándoles su lugar correspondiente, el amor que ha
dejado ser posesividad, el amor que da sin esperar retribución alguna, al fin se
ha liberado de toda posible absolutización.
Y ese amor, que a ningún amante libra de ser amado, ese amor maravilloso des-
aparece también. Ya no hay obstáculo, ya no hay resistencia que vencer, ya no
791 Idem.
792 Ibidem, pp. 274–275.
793 Zambrano, María. Notas de un método, op. cit., p. 118.
306
hay sino la pura entrega del amor a su destino, a su propio destino, que puede
hasta consumir al mismo amor.
Educar la virtud
307
correspondería al de virtud socrática; virtuoso sería un “ser lo que quiera sea, en
su plenitud” 797.
308
Educar la buena voluntad
309
Educar los sentimientos
310
cios, predisponen la mente hasta en la toma de decisiones. A pesar de ello, con-
tinúa siendo una pauta frecuente el ignorarlos o quitarles importancia en los di-
versos ámbitos de la sociedad.
El carácter fluido de los sentimientos tiene, claro está, sus grados que pueden
llegar hasta el estado gaseoso, inasible, invisible para la conciencia que los al-
berga, hasta el grado en que lo fluido se condensa. En el primer caso la persona
afectada por estos sentimientos inasibles padece un estado de una cierta enaje-
nación pues que se verá distraída y condicionada en todas sus percepciones y
juicios por este medio, y hasta puede decirse que perderá de peso como un cuerpo
sumergido en un medio diferente del habitual. El efecto más inmediato y menos
perceptible es el de un cierto cambio de dirección, como nos sucedería física-
mente si sin dejar de movernos sobre la tierra estuviésemos envueltos por un
fluido que nos disminuyera o aligerara los movimientos, como ha de suceder al
cuerpo vivo habitante de una atmósfera determinada que se ve obligado a habitar
y a moverse en otra más densa; su equilibrio y su dirección, su orientación vital,
quedan afectados, alterados. 804
311
Dos tareas son ineludibles: a) continuar la investigación cada vez más pro-
funda del mundo de la psique, su estructura y manifestaciones; b) proponer pau-
tas y planes que permitan incluir dichos saberes dentro del proceso educativo
formal. Sin estos conocimientos y herramientas no es posible “la acción de la
persona”, que todo hombre, desde la infancia, avance hacia el dominio —hasta
donde esto es posible— o al menos la comprensión de cuanto ocurre en su
mundo interior, lo que equivale a que ejerza realmente como tal persona:
Y así como los nobles sentimientos han sido fuente de grandes avances y
creaciones en todos los órdenes de la vida humana, también los sentimientos
innobles como el odio han impulsado la invención de instrumentos de destruc-
ción y de muerte. Los sentimientos pueden cambiar —al igual que los pensa-
mientos—, pero cuando se han condensado ofrecen gran resistencia y son difí-
ciles de disolver; es más, se siguen manifestando a pesar de que la persona los
haya racionalizado y comprenda su peligrosidad.
Y una acción todavía más difícil y sutil, más paciente, que consiga disolver esas
fijaciones, esas piedras de resentimiento, que desate los nudos del odio. El agua
de la misericordia y la luz del entendimiento si no en un instante, lenta, paciente-
mente logran disolver y desatar estos nudos, estas piedras de esclavitud que lle-
vamos dentro a poco que nos descuidemos. (…) a la disolución del odio y del
rencor, ha de seguir una condensación. Si la luz del entendimiento y el agua de la
gracia han operado la disolución, la condensación que siga será de algo que de-
jen, de algo que se fije en el corazón de modo permanente de esa gracia, de esa
luz. 806
312
Una de las consecuencias del individualismo que se ha venido instalando
en nuestras sociedades es la separación cada vez más tajante de la vida pública
de la vida privada. Como resultado, el mundo interior de cada hombre ha ido
adquirido las connotaciones de tabú del que otros temas estuvieron rodeados en
el pasado. Pero es preciso vencer este prejuicio y dar lugar a una educación que,
sin olvidar la preparación intelectual, afronte el reto de formar personas, de hacer
brotar de ellas los más nobles sentimientos, asumiendo que es un resultado al
que se “puede llegar a fuerza de perseverancia, de silencioso trabajo” 807.
313
una acción destructora contra la sociedad o contra sí mismo” 810. Igualmente hay
que educar en la disciplina, pero no movida desde la autoridad del que la esta-
blece, sino desde la búsqueda de la finalidad de esa disciplina. El hombre es un
ser que no ama lo que viene impuesto, obligado, sino lo que le entusiasma.
5.3 El aula
Espacio de humanización
Y este espacio de las aulas señala ante todo la existencia de una sociedad; de
una sociedad más amplia que la familia, aunque ello no signifique que la familia
siga con su foco perennemente encendido. Una sociedad, un espacio propiamente
humano o más bien humanizado; una creación que es parte de la creación pro-
piamente humana que antes que en obras de arte y de pensamiento consiste en
una sociedad donde tales obras puedan nacer y vivir. Un espacio pues, diríamos,
poético. 811
810 Idem.
811 Ibidem, p. 69.
314
Educar la imagen de sí mismo
Pues que siempre, aun en los lugares en que no convivamos con nadie, dejamos
una huella de nuestro estar y de nuestro paso. La disposición de los objetos que
usamos, de los muebles que nos rodean o de las plantas y de las flores, si de
nuestro jardín se trata, es un espejo: un espejo de cómo los tratarnos y aun de la
huella que sin darnos cuenta vamos dejando en cuanto tocamos, en cuanto nos
rodea. Los trajes que usarnos, los libros que leernos, son espejo. 812
El aula es “el espejo por excelencia” 813 y refleja dos imágenes que —ocurre
en toda convivencia—, no es posible ocultar indefinidamente: la del estudiante y
la del profesor. El aula permite la observación de todo tipo de actitudes, conduc-
tas, desajustes de personalidad, conflictos internos, etc. Es un lugar propicio,
sobre todo en los primeros años, para moldear el carácter del educando —las
interrelaciones entre coetáneos y con los profesores ofrece un espacio único de
comparación personal de actitudes y valores— porque en el aula se reproducen
gran parte de las conductas que caracterizan a los adultos: individualismo, com-
petencia, envidia, discriminación, etc., pero también, generosidad, ayuda, admi-
ración, acogida… “aun los turbios pensamientos de algún modo se revelan. Nada
queda celado, escondido” 814.
315
En este ambiente, cobra gran importancia la figura del profesor por la in-
fluencia directa que ejerce en la formación estudiantil: un significativo número de
ideas y actitudes las asimilarán directamente los alumnos de sus profesores; la
autoridad de la que están revestidos los sitúa en una posición privilegiada, y mal
usada acarrea efectos nocivos, que llegan hasta la manipulación; por el contra-
rio, la admiración del docente es un factor educativo de primer orden: “Queda
luego el otro espejo, el formado por la admiración del alumno al profesor, por la
estimación del profesor por el alumno; el de la esperanza abierta de todos” 815.
Educar el juicio
Y el juicio del examen no sólo por el que lo recibe, sino por todos aquellos que lo
rodean es recibido como una sentencia que se refiere al porvenir. Y el estudiante
se dice: “Ya no podré, ser esto o 1o otro”, o peor todavía: “nunca seré nada”. Y si
además se lo oye decir, entonces puede hundirse en la desesperación o al menos
en un grande abatimiento peligroso. 816
La masificación de la educación es, qué duda cabe, un logro del siglo pa-
sado, pero ha contribuido inevitablemente a acentuar las tradicionales formas de
815 Idem.
816 Ibidem, p. 71.
316
evaluación que tienen a su favor la experiencia de largos años, especialmente
por el ahorro de recursos y energía; y aunque se cuentan actualmente con mu-
chos y variado medios, la evaluación está lejos de reflejar con precisión los
aprendizajes del estudiante. Los exámenes, con una frecuencia mayor de la es-
perada, devienen en procesos selectivos más que formativos, orientados más al
conocimiento y la información que a la adquisición de habilidades y valores, pues
precisa atención personalizada que, acercando a cada estudiante, ayude a ob-
tener una idea más precisa de su personal proceso formativo, por tanto, menos
estudiantes y más tiempo dedicado a cada uno. Para algunos, es un objetivo
utópico; la visión humanista choca de lleno con la visión utilitarista, pragmática
que persigue entrenar los sujetos que demanda la sociedad de mercado; la for-
mación de la persona no forma parte de sus objetivos, y si se atiende a algún
aspecto es siempre en función de sus propósitos.
Grave cosa es juzgar y ser juzgado. Y más aún porque es ineludible. En la vida
cuotidiana, todo juicio sobre la ajena conducta debe de ser en lo posible no emitido
a veces ni aun entre sí mismo; es regla de buena educación cuyo fundamento se
encuentra en el “no juzguéis” evangélico. 817
817 Idem.
317
contrario, generar en el evaluado una confianza desmedida. En todo caso, como
medio de aminorar tales efectos, el aula debería ayudar a los estudiantes a dar
el lugar justo a las evaluaciones en la formación de la propia imagen personal,
pues el aula —como pequeña sociedad— debe preparar también en esto para
la vida, para que la confirmación social de la conducta no pese más allá de unos
justos límites:
Educar la delicadeza
818 Idem.
819 Ibidem, pp. 83–84.
318
Puede parecer una cuestión meramente formal o protocolaria, una cuestión
de buenas maneras, de urbanidad, pero esta virtud hunde sus raíces en la pie-
dad, virtud fundamental de la que Zambrano habla como forma trato que debe
presidir las relaciones del hombre con la realidad, con lo divino, con lo humano,
con lo sagrado. Indica el máximo respeto por toda la realidad. Delicadeza incluso
para acercarse a un objeto, ser vivo o persona a la que se quiere conocer, pues
el conocimiento no es el fruto de una violencia ejercida sobre algo o alguien del
que se pretende saber, sino la apertura de ese algo que se abre y se da a cono-
cer.
319
los canales que captan la realidad externa, sino que están capacitados para co-
nocer la realidad más profundamente, que están dotados de una peculiar sensi-
bilidad:
No puede lograrse la delicadeza sea en acciones, palabras, obras sino por la con-
junción del oído, de la vista y del tacto. Vienen a la mente por sí mismas metáforas
tales como la de “una persona de tacto”, “el oído fino”, “la vista perspicaz”, y tantas
otras. El oído es sin duda el sentido primario, protagonista de la delicadeza. Pues
que el oído nos trae no sólo rumores y sonidos, sino el sentido de la orientación y
el del equilibrio. Y la delicadeza es un último, sutilísimo equilibrio; a veces la deli-
cadeza consiste en detenerse a tiempo. La vista proporciona la medida y por ramo
la mesura; el tacto ese conocimiento inmediato, directo de las cosas aporta el fun-
damento material de la delicadeza, así como la vista y el oído su forma. 822
La forma de trato que merece todo ser humano está —como se ha visto en
el capítulo dedicado a la antropología— en relación con su dignidad como per-
sona; por tanto, está más allá de los aciertos o errores en la vida —aunque la
821 Idem.
822 Ibidem, p. 85.
320
justicia deba castigar los actos punibles—, es independiente de su cultura o in-
cultura, etnia o creencias, tal como recoge la Carta de Declaración de los Dere-
chos humanos. No obstante, tal Carta no asegura por sí sola el cumplimiento de
los derechos que declara; ni parece tampoco que el incremento de regulaciones
legislativas logre asegurar el respeto por los derechos humanos. Como problema
ético, ya estaba presente en la formulación kantiana del imperativo categórico y
del imperativo hipotético. La posibilidad de alcanzar una sociedad pacífica y justa
pasa por el logro de la conciencia histórica, y la luchar por alcanzarlas y por poner
los medios requeridos. De la paz y la justicia se habla con frecuencia, pero luego
se deja al libre arbitrio el asumirlas o no. Y evidentemente no se trata de impo-
nerla, de usar la coerción para lograrla, sino de generar en la infancia y la juven-
tud sólidas convicciones. La paz y la justicia no pueden reducirse a discursos,
documentos o buenos deseos; se habrá dado un gran paso si se convierten en
objetivos de nuestra civilización. La historia “ha sido dramática por esencia —
afirma Zambrano—. El hombre estaba educado y «hecho» a ello” 823. Una ver-
dadera buena voluntad sería el motor de una situación nueva:
Pues que el mundo, este nuestro, está en el filo no digamos de una espada ni de
ningún otro instrumento tajante, pero sí en el filo del dintel, al borde de una línea
divisoria que, si se logra felizmente traspasar, marcará un cambio muy esencial
en la historia humana; el cambio que va de no haber ya más guerras a la guerra
casi continua en que la historia consistía; el cambio de que por fin —y estamos
aún muy lejos de ello— no haya más seres condenados al hambre y a la miseria
más cruel. 824
321
y de miseria, la condición humana, el ser del hombre tendrán su oportunidad
mejor de revelarse. Para ello los jóvenes de hoy tienen que irse preparando” 825.
322
rechazo a la tradición lleva implícito el rechazo a otras edades, otras formas de
pensar, a otras visiones de la vida y la sociedad debe ser el espacio que los
albergue a todos:
Educar el silencio
323
Ese aire terso que las llena —no se sabe por qué en las aulas el aire sea más
terso que en ningún otro lugar— el silencio que mantiene la palabra del profesor;
el silencio sin el cual el aula es algarabía y desorden. Lo primero que el alumno
ha de hacer dentro del aula es eso: sostener el silencio, mantenerse en silencio.
Y no solamente no hablando sino cuando es preguntado o cuando tiene algo que
decir adecuadamente, sino antes que nada el silencio interior, el silencio que aca-
lla la algarabía de la psique cuando anda suelta. El silencio que es retención. 828
Educar la atención
No basta pues con concentrarse, como se suele creer para que la atención con su
invisible claridad se produzca. La atención ha de ser como un cristal cuando está
perfectamente limpio que deja de ser visible para dejar pasar diáfanamente lo que
está del otro lado. Si cuando atendemos a algo intensamente lo hacemos proyec-
tando sobre ello nuestros saberes, nuestros juicios, nuestras imágenes, se for-
mará una especie de capa espesa que no permitirá a esta realidad el manifestarse.
Y con éste se encuentra en conexión el hecho de que algunos importantísimos
descubrimientos hayan saltado en la mente del descubridor cuando estaba dis-
traído, porque entonces estaba libre su mente. Bien es cierto, que estos casos les
han sucedido a quienes venían desde muy largo y desde muy hondo buscando,
investigando, atendiendo aun en sueños a lo que al fin un día en un instante se
les apareció, como por sí mismo, al modo de un premio. 830
324
De esta capacidad depende que el ser humano pueda abrirse a las posibi-
lidades inmensas que se esconden en su interior, y por tanto hay que educarla.
Lo contrario no sería propiamente vida personal, sino puramente biológica: “No
atender es no vivir”. 831
Este ‘argumento’ tiene que ver con un ‘más allá’ de la propia realidad: “la
plenitud de la conciencia”, “las profundidades de la memoria”. Todas las viven-
cias son guardadas, se mantienen, aun cuando paradójicamente la conciencia
no es consciente de ellas —especialmente las experiencias de los primeros
años, que influyen de modo determinante en la conducta adulta—: “Nada se
pierde en la psique humana” 833, conserva incluso el componente hereditario, el
‘subconsciente histórico’; lo cual implica, según afirma Zambrano —en referencia
al inconsciente colectivo de Jung—, que puede llegar a rememorar experiencias
no vividas personalmente, acceder al sentir originario. Siendo como es apertura,
cuanta mayor sea ésta mayor será el argumento:
Mas cuanto más abarque la atención, cuanto más dispersa esté, cuanto más erra-
bundo sea su curso, más se puede afirmar que esté persiguiendo algo más allá o
831 Idem.
832 Ibidem, p. 61.
833 Idem.
325
bajo todo ello; algo que sea así como el centro o nudo del argumento. Y tanto más
amplio sea el recorrido de esta atención al parecer errante y vaga, más amplio
será el argumento en cuestión. Pero este “argumento” puede tardar mucho tiempo
en ser revelado, y aun bien puede permanecer semioculto durante toda la vida del
sujeto a quien pertenece una tal forma de atención. 834
Y es que la atención como tal vez todo lo que podamos distinguir en la psique y
en la persona humana se da en círculos concéntricos. Y se diría que a mayor
unidad de la persona —ya que el oficio de la llamada persona es el de unificar,
como esperamos ver en otro momento—, cuanto más lograda sea la unidad de la
persona la atención se da en mayor número de círculos. La atención es múltiple,
326
tiene muchas formas que lejos de excluirse, se van complementando y tienen cada
una su lugar en el proceso de integración de la persona humana. 836
Mas la atención al cercar la realidad, va a cobrarla para esa extraña criatura que
es el ser humano. Va mandada por él y nace de él. Y así habrá tantas formas
esenciales de atención cuantos sean los planos que formen la psique y la persona.
Estudiar la atención en sus diversas formas lleva a estudiar al mismo tiempo la
estructura del ser humano y la estructura como ante él se aparece la realidad... 839
Educar la mirada
836 Idem.
837 Idem.
838 Ibidem, p. 63.
839 Idem.
327
Realizar esta función adaptativa parece una actitud pasiva, pero si ha llegado a
ser automática es a fuerza de entrenamiento; el ejemplo muestra claramente la
cualidad de “pasividad activa” que propone Zambrano como condición requerida
para el conocimiento de la realidad. Si se desea conocerla, hay que adaptarse a
ella, y éste es precisamente el ejercicio de conocer cualquier realidad: un es-
fuerzo adaptativo de nuestras capacidades a la realidad dada y no al contrario,
que es lo que el racionalismo ha pretendido: que la realidad se adapte a la razón.
(…) nada es feo si se lo mira en otro medio más puro, más inteligente. Y llevando
al extremo esta situación, se podría presentir que la mirada sea capaz de rescatar
toda fealdad, toda mediocridad, la mirada de quien sepa al mirar crear un medio
purificado, lavado, como la pared bizantina. 840
Y se podría seguir, se podría pensar que antes de hacer nada, que antes no ya
de grabar una imagen sino de recibirla, que antes de pensar cosa alguna haya de
328
pulirse y repulirse la mirada, el alma, la menee hasta que se asemeje cuanto hu-
manamente sea posible a la blancura, que es pura vibración, velocísima vibración
que une todas las vibraciones que engendran el color, mostrándose en apariencia
como quietud y pasividad. 841
Educar el oído
(…) términos tan decisivos para el pensamiento humano como el de “idea” viene
del sentido que los primeros filósofos griegos dieron al contenido de la visión. Las
ideas son también en Platón “morfe”, forma. El término “teoría” viene del verbo
“theorein”, la forma suprema, contemplar.
La disputa que a fondo condujo Aristóteles contra los pitagóricos, tuvo el sentido
o por lo menos la consecuencia de subordinar el campo acústico al visual, de ava-
sallar en cierto modo al oído y la música expresión suprema del mundo auditivo.
Y así la verdad, la certidumbre entre los occidentales están ligadas a metáforas o
imágenes propias de la visión. La “evidencia'' es el sumun de la verdad, o la verdad
en su forma absoluta y así empleamos esta palabra sin darnos cuenta siquiera de
que empleamos un criterio visual. 842
841 Idem.
842 Ibidem, p. 56.
843 Idem.
329
libros en silencio, sin quitar su importancia, acentúa la tendencia al aprendizaje
individualista.
El oído es, en todo caso, más importante para la vida. Sin oído la comuni-
cación entre personas estaría bastante limitada. Se puede objetar que la escri-
tura puede suplirla, pero la palabra tiene un carácter personal insustituible; el ver
convierte a lo observado en objeto:
Entre lo visto y quien ve existe una distancia. Una distancia que no sólo es física
—que existe también en el oír— sino en el ánimo, en la actitud del que ve, que
aunque se acerque físicamente para ver mejor al objeto de mira, se está alejando
al mismo tiempo para darle espacio, lugar donde se recorte. Y así lo visto se con-
vierte o tiende a convertirse en objeto. Lo que se oye, al contrario, se adentra en
el ánimo, en el interior. 844
Y antes, porque cada sentido tiene su cortejo, sus ayudantes en otros sentidos
revelados o no. ¿Sabernos acaso cuántos sentidos en verdad tenernos? ¿No exis-
tirán sentidos desconocidos todavía, implicados en otros o emplazados en lugares
del sistema nervioso no identificados todavía?
No es desde un punto de vista fisiológico, sino psicológico como nosotros aborda-
mos aquí los sentidos. Y aun verdad más que de una consideración psicológica,
se trata en estas notas, de una consideración modestamente fenomenológica, de
una reflexión sobre los datos de nuestro sentir. 845
330
cuando el hombre escucha —y por tanto, obedece— esa llamada del destino.
De esta forma, el aula adquiere nueva categoría epistemológica: el lugar de la
escucha de la palabra que se revela.
Y se recorren también los claros del bosque con una cierta analogía a como se
han recorrido las aulas. Como los claros, las aulas son lugares vacíos dispuestos
a irse llenando sucesivamente, lugares de la voz donde se va a aprender de oído,
lo que resulta ser más inmediato que el aprender por letra escrita, a la que inevi-
tablemente hay que restituir acento y voz para que así sintamos que nos está
dirigida. Con la palabra escrita tenemos que ir a encontrarnos a la mitad del ca-
mino. Y siempre conservará la objetividad y la fijeza inanimada de lo que fue dicho,
de lo que ya es por sí y en sí. Mientras que de oído se recibe la palabra o el
gemido, el susurrar que nos está destinado. La voz del destino se oye mucho más
de lo que la figura del destino se ve. 846
5.4 El maestro
Las nuevas corrientes pedagógicas, sin desmerecer sus logros, han contri-
buido a ahondar la crisis de la mediación del maestro. Han aparecido otros tér-
minos relacionados con la enseñanza como ‘profesor’, ‘docente’, ‘catedrático’,
‘instructor’, o más recientemente ‘facilitador’, ‘acompañante’, etc.; todos con una
distinta carga semántica no equiparable al de maestro, si bien comparten algún
aspecto. El binomio maestro-discípulo va más allá del binomio enseñanza-apren-
dizaje. Éste apunta a la transmisión de conocimientos en el paradigma de la in-
teligencia, y a la consecución de habilidades cognitivas, procedimentales o acti-
tudinales en el paradigma de competencias. Pero se diferencian de aquél por el
objetivo que persiguen: el desarrollo de la persona en el primer caso, la inserción
social, económica y laboral del individuo en el segundo.
331
María Zambrano sostiene que la mediación del maestro empieza desde el
mismo momento en que ingresa al aula, en su presencia, en el modo en que ésta
se da, y en la medida en que la palabra del maestro se corresponde con la actitud
de silencio expectante que ofrece el estudiante, que todavía no es discípulo.
332
Ese alumno que se da por contento con no saber el argumento de las proposicio-
nes que le ofrece su maestro y las acepta de buena gana para poder aprender
otras cosas, ostenta el signo de un desprendimiento intelectual imprescindible
para el avance de nuestro conocimiento. Gracias al asenso de nuestro discípulo
le podemos ayudar a descubrir otras verdades valiosísimas, y, más adelante, po-
drá volver sobre las hipótesis que le sirvieron de punto de partida, e interrogarse
también por su razón. 849
Y así, el maestro, bien inolvidable le resulta a quien ejerció ese ministerio, calla
por un momento antes de empezar la clase, un momento que puede ser terrible,
en que es pasivo, en que es él el que recibe en silencio y en quietud para aflorar
con humilde audacia, ofreciendo presencia y palabra, aceptando el comparecer él
igualmente en sacrificio, rompiendo el silencio, sintiéndose medido, juzgado, im-
placablemente y sin apelación, remitiéndose pues a ese juicio, mas por encima de
ese juicio, a algo por encima de las dos partes que cumplen el sacrificio que tiene
lugar desde que las ha habido en un aula, al término inacabable de su media-
ción850.
849 Palacios, Eulogio. Filosofía del saber. 3a ed., Ediciones Encuentro, Madrid, 2013, p. 95.
850 Zambrano, María. Filosofía y Educación, op. cit., p. 117.
333
Podría medirse quizás la autenticidad de un maestro por ese instante de silencio
que precede a su palabra, por ese tenerse presente, por esa presentación de su
persona antes de comenzar a darla en modo activo. Y aun por el imperceptible
temblor que la sacude. Sin ello, el maestro no llega a serlo por grande que sea su
ciencia. Pues que ello anuncia el sacrificio, la entrega 851.
Debe resistir la tentación de estar solo, frente a lo cual puede tomar dos
actitudes: situarse en el plano de discípulo, rebajando la exigencia a fin de ga-
nárselo, o lo que es lo mismo, claudicando de su función mediadora, o hacer
valer su autoridad para imponerse en el aula. En ninguno de los casos se genera
la necesaria relación maestro-discípulo imprescindible en toda mediación. La
mediación es un más que no viene dado por exigencias externas, contrato pro-
fesional o lineamientos estatales; viene dado por exigencia interna de esa voz
que le ha convocado para ser maestro:
Y todo depende de lo que suceda en este instante que abre la clase cada día. De
que en este enfrentarse de maestro y alumnos no se produzca la dimisión de nin-
guna de las partes. De que el maestro no dimita arrastrado por el vértigo, ese
vértigo que acomete cuando se está solo, en un plano más alto, del silencio del
aula. Y de que no se defienda tampoco del vértigo abrocalándose en la autoridad
establecida. La dimisión arrastrará al maestro a querer situarse en el mismo plano
del discípulo, a la falacia de ser uno entre ellos, a protegerse refugiándose en una
pseudo camaradería 852.
851 Idem.
852 Idem.
334
La libertad humana mantiene al hombre en una continua toma de decisio-
nes. Sin embargo, las decisiones que corresponden a la etapa juvenil son parti-
culares, pues abren o cierran las líneas o direcciones que marcarán el futuro de
la persona. De ahí que se caractericen por la oscilación, pues cuando “se es
joven se oscila mucho” 853. Y la oscilación no sólo entre opciones preexistentes
o predefinidas, sino también por caminos aún no transitados:
335
La fuerza atractiva del ejemplo se diferencia de la simple “mímesis” en que el
ejemplo aparece en la conciencia, a la luz de la conciencia y exige el uso de la
razón, aunque no siempre sea a derechas. Mientras que la tendencia al mime-
tismo es inconsciente, y de ahí el contagio. Se es pasivo cuando se obedece al
mimetismo; activo, cuando se sigue un ejemplo. Por eso el mimetismo debe de
ser rechazado y al educador pertenece el avisar de sus peligros. Porque en el
mimetismo solamente se sufre la fuerza de atracción, como una piedra que cae;
por ello roda acción mimética es una caída. 856
El que habla por experiencia, aunque indique, aunque calle lo más importante,
comunica, y cuando calla lo hace como Sócrates, para que el otro sienta nacer
dentro de sí lo que necesita y sea más suyo; para que lo sepa por experiencia
también. La forma que tiene el saber de experiencia de manifestarse es por eso
distinto en su raíz del filosófico y científico. Es comunicativo y enigmático, sin con-
tradicción. 857
856 Idem.
857 Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 85.
336
Este era el caso de Sócrates y de otros grandes maestros a los que sus discípu-
los profesaban verdadera reverencia, incluso amor:
La otra cara del magisterio socrático se desenvuelve dentro del «eros» que arre-
bataba y llevaba a sus discípulos hacia su persona viva y concreta (persona que
era vehículo en su concreción de otra cosa: de la verdad que se buscaba). El
discípulo ya no necesitaba ser detenido, ni violentado, ni interrogado. Era él. por
el contrario, quien preguntaba y aguijoneaba a Sócrates. 858
337
(…) hay que sostenerse en ese vacío de la mente con un corazón firme. Y enton-
ces, sólo entonces es cuando aflora la respuesta: una respuesta todavía más pre-
cisa de la que creíamos tener. Entre la pregunta y la respuesta debe de existir, de
mediar, un vacío, una detención de la mente, una cierta suspensión del tiempo.
Por varias razones que procuraremos ir manifestando, mas ante todo por esta que
ahora señalamos: que el corazón debe de asistir en todos los sentidos de la pala-
bra al acto de responder de algo, porque responder es ante todo responder ante
algo, presentarse ante algo. Y sin la asistencia del corazón la persona nunca está
del todo presente. 860
338
oral del conocimiento de un doble despertar, de una confluencia del saber y del
no-saber-todavía. Y esto doblemente, pues que la pregunta del discípulo, esa que
lleva grabada en su frente, se ha de manifestar y hacerse clara a él mismo. Pues
que el alumno comienza a serlo cuando se le revela la pregunta que lleva dentro
agazapada. La pregunta que es al ser formulada el inicio del despertar de la ma-
durez, la expresión misma de la libertad. 862
Una característica que define al buen profesor es que sus lecciones no pue-
den ser reemplazadas por un libro o por un ordenador o por internet. Umberto
Eco analizaba esta cuestión en un artículo titulado “¿De qué sirve el profesor?”:
Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y
datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opinio-
nes, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera.
(...) Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo
que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y
qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios
regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales). (...) El
sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá
que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción
seguirán siendo solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no as-
ciende al cielo. 863
339
Si el estudiante no plantea estas cuestiones o no se cuestiona se debe a
que no tiene a quién preguntar, y si no tiene a quién preguntar es porque el
maestro ha renunciado a su misión: no actúa como mediador, despertando la
capacidad de preguntarse; luego, el estudiante no le ve como maestro, como
mediador digno de atención y ante quien puede, con confianza, abrirse y pregun-
tar. En muchos casos, no existe esta confianza, y en algunos caos incluso existe
el temor generado por quien usa de la violencia, en sus diferentes formas, para
controlar el aula y cubrir el expediente, que no para educar.
La acción del maestro apunta a lograr una conversión desde esa inicial re-
sistencia, nacida de una prudencia expectante por el cariz que puede ir tomando
la clase, hacia la apertura confiada que es la que hace posible el acto educativo.
Es el paso del alumno al discípulo, es el inicio del diálogo, y es el momento en
que el maestro ejerce esa misión que es irreemplazable: la mediación.
340
En la actualidad, se comprueba cada vez más la importancia de educar a
los estudiantes en la capacidad de hacer preguntas. Un enfoque, nacido en el
ámbito de la medicina en Canadá es el llamado Aprendizaje Basado en Proble-
mas. Consiste en presentar un caso para que, por medio de la revisión bibliográ-
fica y el trabajo en equipo, los estudiantes resuelvan las interrogantes que ofrece
el tema en cuestión. Se puede aplicar a diversos ámbitos del conocimiento con
resultados satisfactorios. En la cuestión que nos ocupa, creemos que Zambrano
enriquece esta metodología, aportando la profundidad de la pregunta esencial
de la filosofía: “es la que entre todas, el hombre se ha hecho a sí mismo, a solas
consigo mismo” 866. Un ejemplo de su aplicación concreta consistiría en presen-
tar cuestiones de la vida humana que los estudiantes deben investigar; además
de la revisión bibliográfica y de otras fuentes, y del diálogo grupal, podría ser muy
enriquecedoras las entrevistas a otras personas.
341
CONCLUSIONES
342
determina que lo expresado en la investigación adquiera la provisionalidad pro-
pia de todo saber humano y que esté abierto a nuevas profundizaciones, preci-
siones y correcciones.
343
todas ellas. De ahí que cada uno de los aspectos listados sean susceptibles de
ulterior ampliación y profundización. Sí es necesario aclarar que lo expuesto re-
sulta suficiente para hacerse una idea primera de los procedimientos de los que
se podría echar mano para ponerlos en práctica en el aula. Sin olvidar que la
naturaleza de la Razón poética impide la reducción a procedimiento de muchos
de sus postulados, puesto que son objeto de un tratamiento intuitivo, en los que,
además, juegan un papel decisivo la disposición y libertad de la persona. Así, el
acceso a la verdad, la formación ética, el desarrollo de la vocación, el uso de las
metáforas para la creación de la persona, etc. Para ello, la Razón poética ofrece
indicaciones; no obstante, están lejos de ser el resultado de una aplicación me-
cánica.
344
Constataciones
345
El racionalismo con su primacía de la razón, dejó fuera un vastísimo ámbito
en el que reside la riqueza de la persona: el alma. El propósito de la Razón poé-
tica surgió del anhelo de Zambrano de alcanzar ese ‘saber sobre el alma’, de
proporcionar un orden —una razón ordenadora— para el interior del hombre, con
el fin de humanizar la sociedad. El conocimiento del alma no se ofrece con la
simplicidad de la razón lógica, pero constituye un saber necesario, puesto que el
mundo subconsciente con sus pasiones deforma o somete a esclavitud a la per-
sona. Por ello, era preciso unir razón y pasión, para evitar el imperio de una razón
ilimitada o de una pasión desmedida. La Razón poética, sin embargo, no es la
suma de filosofía y poesía, sino ante todo poiesis, capacidad creadora, transfor-
madora de la realidad y particularmente de la humana, porque su finalidad es
constituir una ciencia del hombre en su integridad. Es creación de la persona,
por cuanto el ser humano nace incompleto y urgido de conquistar su ser a través
del tiempo, en un proceso de trasformación por acercamiento gradual a las ver-
dades sobre su propio ser.
Zambrano hace notar que, aun bajo el dominio de la razón, el alma ha sido
capaz de seguir manifestándose, por medio de expresiones no racionales; y si
algo se muestra es porque posee entidad. La verdad operante —la que trans-
forma al hombre— se expresa, en efecto, por símbolos. Y todas las culturas han
plasmado simbólicamente —en relatos, leyendas, mitos— la sabiduría ancestral
acumulada por siglos. Son particularmente importantes las metáforas, pues po-
seen la virtud de influir en el ánimo del hombre y moldear su vida, al aportarle
nuevos sentidos, perspectivas, intuiciones, ‘razones de vida’. Las metáforas son
semillas de la Razón poética destinadas a generar la persona.
De todas las metáforas, la del corazón es, para ella, la que mejor expresa
la trascendente realidad humana, pues el hombre es un ser histórico, temporal,
pero se mueve también en el plano de la eternidad. El corazón simboliza ese
espacio capaz de albergar el ser del hombre; pues, aunque habita el cosmos
346
físico, su lugar es ‘pura cualidad’, el sitio desde el que se opera su transformación
personal, por lo cual es preciso seguir las ‘razones del corazón’. No es el corazón
el que tiene que seguir a la razón, sino al contrario; pues, sólo el corazón puede
descender allí donde la razón no llega, al fondo de las ‘entrañas’, sede del sentir
originario, para recibir de él la luz que precisa para para crecer como persona.
347
La verdad del hombre, para revelarse, precisa de la creación de un espacio
de visibilidad, sin el cual el pensamiento no es capaz de acceder a ella. Y es la
propia verdad la que otorga visibilidad y engendra el medio de visibilidad, por
tanto, la que determina el método, al cual la razón debe adecuarse. Y esto es lo
que se propone la Razón poética: ser el camino para conducir a la mente hacia
un pensar de otro modo —no racionalista—, echar mano de la intuición, ponerse
en actitud receptiva, sin violentar la verdad ni atropellar aquello que está siendo
manifestado.
348
conoce ese camino porque lo ha recorrido previamente —conocimiento por ex-
periencia—. No busca la acumulación de conocimiento, sino la sabiduría capaz
de producir la ansiada metamorfosis personal, para lo que se requiere una tra-
bajosa educación, un proceso de carácter iniciático.
El objetivo es ir más allá del mundo psíquico, pues Freud —sin quitarle el
mérito de sus descubrimientos— identificó erróneamente la dimensión no cons-
ciente con el inconsciente; pero lo inhibido por la conciencia no se circunscribe
exclusivamente a la moral; existe además la inhibición temporal, que reduce la
memoria a la esfera consciente, reduciendo las experiencias a lo histórico —el
tiempo de la conciencia— y pensando sólo el ámbito de lo consciente, cuando la
función de la memoria es rescatar las vivencias caídas en la dimensión no cons-
ciente, que Zambrano denomina ‘sentir originario’. En cuanto dimensión, no es
identificable con la subconsciencia o el inconsciente, sino con un ámbito que
podría más bien denominarse ‘transconsciente’ o ‘supraconciente’, dado que el
término conciencia está demasiado identificado con el de razón. El ‘sentir origi-
nario’ es el modo primario de percibir la realidad y de percibirse en la realidad.
En la entraña-corazón —sede de este sentir— es de donde puede rescatarse lo
inhibido por la conciencia del hombre, recuperar la unidad de todo su ser y la
unidad con lo divino que se producía de modo natural en la situación original que
perdió. Este es el camino para que el pensamiento alcance a ser el espacio de
visibilidad que el ser humano requiere para proyectar la claridad sobre su vida y
hacerse cargo de todo su ser —también del mundo de sus pasiones.
349
El hombre perdió el estado original por la tentación de endiosarse —de lle-
gar a ser como Dios—.Tal posibilidad lo ha seducido siempre, prueba de su na-
tural tendencia a lo divino, y que se refleja, además, en la constante absolutiza-
ción que hace de todo tipo de realidades, incluido él mismo.
350
sistema para recuperar la seguridad perdida al tener que vérselas a solas con la
realidad. Esta es además la causa por la que el hombre occidental tiende a la
acción, pues es el modo de huir del silencio y la soledad que le angustian.
351
del sujeto es ser receptor de la verdad que es fundamento del humano vivir. Si
la verdad es fundamento, no puede tener su origen en el hombre, ni ser éste su
sujeto. Por tanto, la verdad no es el resultado de un método, ni producto de la
razón humana, ni se subordinada a ella; por el contrario, se le da al ser humano
le viene. Guarda, por ello, similitud con la poesía, pues para la filosofía la verdad
es fruto de la pregunta, pero para la poesía la verdad es un hallazgo, un fruto de
la inspiración.
352
que no es la simple conciencia, sino la superación de ese estado de inconscien-
cia con que, en general, suele vivir el hombre su vida; de ahí que se suela decir:
‘qué inconsciente es esta persona’. No cabe duda que el conocimiento o desco-
nocimiento de la verdad, y especialmente de la verdad sobre sí mismo, tenga
consecuencias en el modo de ser y de actuar del hombre.
353
es decir, ser sujeto y objeto de sí al mismo tiempo, no es posible. ‘Mirarse’, en
rigor, requiere un proceso que se da por vía de comparación: el hombre se mira
en su prójimo; por ello necesita del otro. El ‘tú’ hace de espejo, sin lo cual tomar
conciencia de la propia individualidad —el yo—, y sobre todo, la creación, la con-
figuración del propio ser personal sería imposible.
354
la actualidad hay un vacío de definiciones lo que favorece la instalación de con-
cepciones que no respetan la dignidad humana y que acentúan la deshumaniza-
ción de la sociedad.
355
tragedia: logra evitar su muerte, resolviendo el enigma de la Esfinge; pero no
logra evitar su cruel destino. Edipo no logró descifrar el enigma, que era, en reali-
dad, el enigma sobre sí mismo. El enigma es el hombre, y lo es en doble sentido:
saber quién es el hombre en general y cada hombre en particular: saber quién
se es, pero también cuál es la propia vocación, el propio destino.
356
El hombre es un ser que padece su propia trascendencia y se le revela en
la atemporalidad de los sueños, permitiéndole situar su vida dentro del marco
concreto de la realidad y el tiempo. Es trascendente, porque su situación de
inacabamiento se traduce en una inexorable exigencia de ‘ir más allá de sí’ du-
rante toda la vida. Y, no se puede trascender más que en la temporalidad, porque
la realización personal toma tiempo, y se da por medio de decisiones libres —
por tanto, conscientes—. En la atemporalidad no hay realización posible; sin
tiempo no cabe transformación alguna: la libertad está clausurada. El padeci-
miento, por su parte, se debe a que la realidad —la externa y la suya— le opone
resistencia, se le oculta y nunca logra desvelarla de modo definitivo.
357
Por otra parte, el hombre es un ser con capacidad de ensimismarse, de
entrar en sí, de estar en soledad, el lugar idóneo para el pensamiento. A este
espacio, Zambrano le denomina ‘interioridad’, y es el recinto donde hábita la per-
sona, lo que la constituye; y donde reside también eso absoluto que hace del
hombre sujeto personal de sus actos, un ‘yo’.
358
es una promesa pues su realización supone al mismo tiempo el perfecciona-
miento de la sociedad al potenciarse al máximo su capacidad creadora.
Educar es, por ello, una tarea grave, pues si el alumno no llega a descubrir
y vivir su vocación y no alcanza su destino, el maestro ha fracasado en su función
mediadora, se ha falsificado esa promesa en que consiste la persona.
Y es así porque la vocación es, entre todas, la acción trascendente del ser,
que lo lleva a sumergirse en su riqueza interior para luego volcarla al prójimo,
acto de manifiesta generosidad, y en el que puede notarse que la voz que llama
es la voz de la verdad, la voz del bien, que impulsan a quien se siente llamado a
salir en rescate del hombre. Tiene grados, de los cuales la vocación heroica es
su grado máximo. La vocación es la realidad que mejor puede unir pensamiento
y vida, ser y realidad, y por ello lograr encarnar la razón. Los frutos más logrados
de la historia han sido obra de personas que asumieron su vida como una ver-
dadera vocación, que incluso entregaron su propia vida para cumplir la misión
de perfeccionarse y perfeccionar la humanidad. La Razón poética exige para
desarrollarse una actitud vocacional.
359
vocación. De hecho, su vida entera estuvo unida al magisterio. Allí están las Mi-
siones pedagógicas en las que participó, las clases y conferencias impartidas en
diversas universidades en América y Europa. Además, su talente educador está
presente en sus escritos dedicados a la educación.
María Zambrano vivió sus primeros años como una búsqueda que la llevó
a la certeza de que su vocación era pensar, y guiada de esa voz fue alumbrando
la Razón poética. Una de las formas que adquiere esta nueva forma de razón la
mediación —razón mediadora—, cuyo objetivo es ser o servir de puente entre el
pensamiento y la vida. Cuando la razón se separa de la vida, deja a ésta desam-
parada. La causa de la decadencia de la filosofía y su marginación del mundo
académico está en que la razón abstracta, en lugar de servir al hombre, se sirvió
a sí misma. Una razón, una moral y una verdad cobran sentido cuando transfor-
man la vida.
Quiere aportar una razón que sea ‘camino de salvación’ y que llegue al
hombre común. Por eso considera que las Guías y las Confesiones son los gé-
neros más aptos para transmitir este saber. No quiere decir que haya que olvidar
el pensamiento sistemático, sino sistematizar el saber de experiencia, que sea
método de la vida y para la vida. Si la razón es mediadora, su función es de
servicio; nada hay tan deplorable como una razón soberbia. El verdadero sabio
es un padre, cuyo engendrar no es físico sino espiritual.
360
Ahora bien, si también la vocación actúa de vínculo entre el ser y la reali-
dad, la Razón mediadora precisa de ella para ponerse en ejercicio. Posee, en
efecto, un claro sentido social, pues todo ser humano realiza una función media-
dora, continuadora del linaje, de la cultura, etc. Pero, sobre todo, si mediar es
trascender, la vivencia de la vocación potencia al máximo la capacidad de tras-
cender de la persona: incita al hombre a salir de sí y entregar a los demás aquello
mejor que ha sido capaz de crear.
361
María Zambrano ha mostrado de modo singular el papel mediador de toda
acción humana. En esta perspectiva, el capítulo de la Fenomenología del aula
es un esfuerzo por continuar con la mediación: hacer cada vez más asequibles
las indicaciones, reflexiones, observaciones educativo-filosóficas del modelo
educativo zambraniano a efecto de que puedan concretarse en el aula.
362
¿Qué aspectos del pensamiento educativo de Zambrano justifican una Fe-
nomenología del aula? Por una parte, la epistemología de Zambrano que podría
ser definida como una actitud ante la realidad, caracterizada por dos acciones:
comprenderla y transformarla —recrearla—, por lo que se sitúa más allá del tra-
dicional ámbito teórico del conocimiento.
De igual modo hay que educar la actitud de los estudiantes ante la verdad.
La revelación de la verdad exige del hombre poseer unas determinadas actitu-
des. Por una parte, la humildad, el reconocimiento de la propia limitación, que no
pretende el domina sobre la verdad; por el contrario, es fruto del anonadamiento.
En este sentido, es fundamental que la educación ejercite en el estudiante la
pasividad activa: la espera vigilante. La pasividad, lógicamente, no produce
nada. El hombre debe amar sinceramente la verdad, de lo contrario no será ca-
paz de espera y estar atento, pues ella se da en el tiempo y en la situación menos
pensada. Se va descubriendo progresivamente; no se muestra en su totalidad;
se expresa de modos diversos, sobre todo, se hace sentir. Quien se dispone a
363
recibirla experimenta la exigencia del seguimiento que puede llegar al sacrificio
personal, pues reclama, particularmente, la fidelidad a lo revelado, actitud que
es indispensable para nuevas revelaciones —que no son fruto de la especula-
ción sino de la vivencia de la verdad—. Precisa también de una actitud de des-
prendimiento, pues su aparición es desinteresada.
Por otra parte, hay una serie de actitudes que entorpecen e incluso impiden
la revelación de la verdad. La vanidad, por ejemplo, que incapacita al hombre
para hacer de su interior un recipiente para la verdad; de igual modo, la inauten-
ticidad, pues es la negación vital de la verdad. Existe una actitud particularmente
nociva: el prejuicio, la falta de apertura de la mente, que, ya de entrada, pone
restricciones a lo que aún no ha sido revelado. Por su causa, el saber sobre el
alma del hombre está prácticamente en pañales.
364
al hombre de la exigencia de trascender que percibe constantemente en su inte-
rior por su condición de inacabamiento. Para educar el sentido de trascendencia
en los estudiantes hay que hacer hincapié particularmente en la educación de la
vocación y de las virtudes de esperanza, amor y piedad.
365
El amor es la virtud que sostiene la esperanza. Por ello, educar el amor
empieza por aclarar su significado, pues muchos males actuales proceden de
que se lo confunda con diversas pasiones humanas, sobre todo, la absolutiza-
ción del individuo, que opaca y deforma su condición personal. En este sentido,
lo libera de la fuerza esclavizadora de la necesidad. Es la fuerza que impulsa al
hombre a buscar la unidad, a descubrir el sentido de su existencia —su voca-
ción—, a trascender por vía negativa, pues le descubre la limitación de todo lo
existente al mostrarse como promesa de ‘vida plena del alma’, y llevándole pro-
gresivamente a grados cada vez mayores de conciencia de su realidad personal
y de su entorno. Es la forma de trato con los demás y con lo divino, el lugar donde
el hombre encuentra su auténtica liberación y la posibilidad de ser persona.
366
pues, por medio de ella, se da el despliegue de todo el potencial humano. Só-
crates inició una nueva compresión de la moralidad al mostrar que la virtud podía
ser enseñada y aprendida, de lo cual se deduce que el ser humano se construye
como ser moral por medio del ejercicio de las virtudes. Éstas tienen, además, la
capacidad de mover a otros a vivirlas.
Cuando los valores se ejercitan dan lugar a las virtudes. Pero, es necesario
demostrar buena voluntad: en la vivencia de los valores no cabe la imposición,
sino la disposición personal libre. Las virtudes se forjan únicamente poniéndolas
en práctica. La educación moral debe hacer hincapié en el hecho el conocimiento
es insuficiente para asegurar la justicia —y la paz—en el mundo. Sin buena vo-
luntad no es posible.
367
La falta de comunicación intergeneracional es una expresión de falta de
sensibilidad particularmente preocupante en nuestro tiempo. Es preciso recupe-
rar el sentido de gratitud por el aporte de las generaciones precedentes a la si-
tuación actual del mundo. El rechazo de la tradición es un prejuicio y expone a
la juventud a la manipulación ideológica.
368
lugar justo a las evaluaciones en la formación de la propia imagen personal: que
no se infravalore ni se sobrevalore, que sepa dar el valor justo a las evaluaciones
que recibe.
En clase tiene que haber un clima de silencio, pero educar esta capacidad
no es sinónimo de enseñar a los estudiantes a estar callados mientras el profesor
da la clase, sino de desarrollar una condición interna que los disponga a penetrar
en el saber. Si en el interior hay diversos ruidos, el aprendizaje se obstaculiza.
369
sino pasividad activa: el esfuerzo por dotar a la inteligencia de la máxima aper-
tura.
370
BIBLIOGRAFÍA
371
COLINAS, ANTONIO (1986), "Sobre la iniciación (Conversación con María
Zambrano)". Los cuadernos del norte, 38, Asturias, Revista Cultural de la
Caja de Ahorros de, Oviedo: 9.
CRUZ, JUAN (1984), "Entrevista: María Zambrano pide “un poco de luz y no más
sangre” para su tierra.". Diario El País.
<https://elpais.com/diario/1984/11/27/cultura/470358005_850215.html>.
EDWARDS, BETTY (2011), Nuevo aprender a dibujar con el lado derecho del
cerebro. 9a ed., Ediciones Urano, Barcelona.
372
ORTEGA MUÑOZ, JUAN FERNANDO (2006), María Zambrano, Editorial Arguval,
Málaga.
SAN JUAN DE LA CRUZ (1964), Subida al monte Carmelo. Vida y obras completas
de San Juan de la Cruz, Biblioteca de autores cristianos, Madrid.
373
VV. AA. (2007), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica
más allá del capitalismo global, Santiago Castro-Gómez y Ramón
Grosfoguel (eds.), Siglo del Hombre Editores, Bogotá.
374
— (1992), El pensamiento vivo de Séneca, Ediciones Cátedra, Madrid.
375