El Analisis Del Discurso Frances y El Ab PDF
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Desde sus inicios en los años setenta, el análisis francés del discurso (también
denominado «corriente francesa de análisis del discurso») se fue constitu-
yendo como un campo disciplinar con objetos, interrogantes y métodos
propios, y como un terreno teórico que ha ido planteando, a lo largo de su
desarrollo, distintos interrogantes y propuestas teórico-metodológicas. Sin
duda, puede decirse que la apuesta teórica más destacable de los abordajes
franceses reside en la insistencia y la persistencia con que se ha propuesto,
a lo largo de los años, pensar la cuestión de la otredad. En efecto, el análisis
del discurso (AD) ha dedicado no pocos esfuerzos a describir y dar cuenta
de la presencia —inerradicable— de la voz ajena en el hilo del discurso, que
se materializa en huellas, marcas y rastros de discursos-otros, discursos
no-dichos o ya-dichos y constitutivos de todo enunciado.
En este artículo proponemos, entonces, hacer un recorrido por los princi-
pales postulados teórico-metodológicos del análisis del discurso francés en
lo que refiere a la presencia del/lo otro en el propio discurso. De este modo,
esperamos dar cuenta de los alcances y límites del análisis del discurso para
abordar fenómenos sociales, políticos y culturales desde el campo de las
ciencias sociales. En efecto, muchas investigaciones en ciencias sociales que
se ocupan de aspectos discursivos o simbólicos se encuentran a menudo con
fenómenos de heterogeneidad discursiva que imponen interesantes desafíos
para el análisis: ¿Quién habla? ¿Quién es el responsable de la enunciación
y qué roles juegan las otras voces que aparecen, de manera a veces velada,
a veces manifiesta, en la textura del discurso analizado? ¿Cuáles son las
implicancias de sentido, ideológicas, históricas y sociopolíticas, de esta
coexistencia y superposición de voces y puntos de vista?
Partimos de la hipótesis de que pueden identificarse tres grandes «momen-
tos teóricos» en el devenir del análisis del discurso, cuyo foco de reflexión
está puesto en diferentes problemáticas, y en los que, por lo tanto, adquieren
primacía diferentes conceptos: un primer momento «ideológico», que tiene
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auge en los años setenta, en el que predomina la noción de interdiscurso —y
la de memoria discursiva, como concepto asociado—. Un segundo momento,
que puede llamarse «enunciativo», con desarrollos significativos durante
los años ochenta, en el que las nociones de polifonía y de heterogeneidad
adquieren centralidad. Y un tercer momento «argumentativo», más reciente,
en el que la voz ajena es conceptualizada mediante una reelaboración de la
categoría clásica de topos.
Estos momentos teóricos1 se irán superponiendo y complementando, no
sin debates y tensiones, lo que ofrecerá como resultado una concepción del
discurso según la cual este se constituye como un entramado complejo de
voces, puntos de vista y palabras ajenas, que lo desbordan y atraviesan de
manera constitutiva.
1 De más está aclarar que la postulación analítica de esos tres momentos teóricos no
implica afirmar que las problemáticas de la ideología, la enunciación o la argumentación
no hayan estado vigentes con anterioridad: por el contrario, es sabido que la relación
entre lo ideológico y lo discursivo puede remontarse, al menos, hasta los escritos de
Bajtin y Voloshinov en los años veinte y treinta; la lingüística de la enunciación, por
su parte, ancla en los trabajos pioneros de Emile Benveniste en los años sesenta, pero
también en los de Charles Bally, en los años treinta (1932); en cuanto a las reflexiones
sobre la retórica y la argumentación, ellas datan de la Antigüedad, pasando por los
estudios medievales y por la Nueva Retórica de Chaim Perelman en los años cincuenta
del siglo XX. Sin embargo, si consideramos el desarrollo de las distintas etapas del
análisis del discurso como disciplina autónoma, puede afirmarse que, a lo largo de las
décadas, distintos interrogantes van reactivándose, adquiriendo primacía y centralidad.
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ideologías tienen una “existencia material”, lo discursivo de ellas se considerará
como uno de los aspectos materiales»2 (1990, 36).
Como sostiene Mazière, la afirmación de un «sujeto sujetado», hablado por
su discurso, junto con el carácter histórico de los enunciados y la afirmación
de la materialidad de la lengua, son los tres ejes que conforman el andamiaje
teórico y epistemológico del AD. Así, uno de los gestos fundamentales del AD
es el rechazo a «colocar en la fuente del enunciado un sujeto individual que
sería “señor en su propia casa”» (2007, 9), la puesta en cuestión del carácter
soberano del sujeto del discurso: «bajo la dominación de la ideología domi-
nante y del interdiscurso, el sentido se constituye en la formación discursiva
a espaldas de un sujeto que, ignorante de su sujetamiento por la Ideología,
se cree dueño de su discurso y fuente del sentido» (Maldidier 1992, 208). Ese
cuestionamiento de la soberanía del sujeto hablante pone en el centro de la
problemática teórica del AD la noción de interdiscurso, que, según se dirá,
«tiene primacía sobre el discurso» (Maingueneau 1987, 81).
En oposición a las teorías pragmáticas, que sitúan la actividad lingüística
del sujeto en el marco de actos de lenguaje que responden a intenciones o
estrategias instrumentales, el AD concibe al sujeto como inserto en una «to-
pografía social» que define «lugares» (places) de enunciación (Maingueneau
1987, 22) que son fundamentalmente posiciones de subjetividad. Ellas resultan
de un proceso discursivo de interpelación ideológica, de acuerdo al cual el
individuo, en primer lugar, se vuelve sujeto, y en segundo lugar, se representa
su propia situación en función de la formación discursiva en que está ubicado
(Pêcheux 1990, 118). De modo que el sujeto, para el AD, es un «efecto-sujeto»,
determinado por la ideología, la historia, el inconsciente y el interdiscurso, y
su decir no es ni individual, ni unívoco, ni transparente, sino que se le escapa
y le resulta, en cierto sentido, inaprehensible3.
2 De aquí en adelante, todas las traducciones de textos cuyo original esté en francés
son nuestras.
3 Además de los escritos de Pêcheux y Courtine que aquí abordamos, algunos trabajos
fundamentales de esta etapa son los de Guespin (1971, 1976); Marcellesi (1971, 1976);
Maldidier (1971); Chevalier (1972); Maldidier, Normand y Robin (1972); Marandin (1979),
y Robin (1973).
4 Para Foucault, las formaciones discursivas se definen como el «conjunto de todos los
enunciados efectivos (hayan sido hablados o escritos) en su dispersión de acontecimientos
y en la instancia que le es propia a cada uno» (2002, 42).
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el dominio que regula «lo que puede y debe ser dicho (articulado bajo la
forma de una arenga, de un sermón, de un panfleto, de una exposición, de
un programa, etcétera) a partir de una posición dada en una coyuntura»
(19905, 148). En la medida en que ellas determinan la significación de las
palabras («las palabras “cambian de sentido” al pasar de una formación
discursiva a otra»), las FD constituyen la forma material y discursiva de las
formaciones ideológicas (FI), concebidas estas como un «conjunto complejo
de actitudes y representaciones que no son ni “individuales” ni “universales”,
pero remiten más o menos directamente a posiciones de clase en conflicto»
(1990, 158). Constitutivamente habitadas por el conflicto y el antagonismo,
las FI están compuestas por «una o muchas formaciones discursivas inter-
ligadas» (1990, 158).
En ese marco, Pêcheux señala que toda formación discursiva tiene una
dependencia con respecto a un «todo complejo dominante» que «determina»
y rodea el proceso discursivo. Ese «todo complejo dominante» no es otro
que el interdiscurso:
5 El libro L’inquiétude du discours, compilado en 1990 por Denise Maldidier, incluye casi
la totalidad de los trabajos de Pêcheux, entre los cuales aquí consideramos: «Analyse
automatique du discours» (1969), «La sémantique et la coupure saussurienne» (1971,
con C. Haroche y P. Henry), «Mises au point et perspectives à propos de l’analyse
automatique du discours» (1975, con C. Fuchs), «Les vérités de la Palice» (1975) y
«Lecture et mémoire: projet de recherche» (1983).
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y que, por su carácter constitutivo y determinante, es allí «informulable»
y, por lo tanto, distinto del ámbito enunciativo-argumentativo. Así, el in-
terdiscurso constituye un dominio «exterior» y «anterior» que determina
una formación discursiva, y que aparece allí (al igual que la ideología o el
inconsciente) como «impensado» y, por lo tanto, como evidente y eterno. En
estos primeros textos, el interdiscurso aparece cristalizado lingüísticamente
en la figura del preconstruido6, estructuras sintácticas (determinativas, re-
lativas, adjetivas) que constituyen las «huellas de construcciones anteriores,
de elementos discursivos ahí presentes, cuyo enunciador ha sido olvidado»
(Maldidier 1992, 208).
Ahora bien: en los textos tardíos de Pêcheux (específicamente, en los
de 1983), el interdiscurso ya aparece como un dominio «aprehensible» lin-
güísticamente, que se superpone con la noción de memoria discursiva que
Courtine acuñara por esos años: Pêcheux dirá entonces que la memoria refiere
a un «conjunto complejo, preexistente y anterior […] constituido por series
de tejidos de indicios legibles, que constituyen un cuerpo socio-histórico
de huellas [corps socio-historique de traces]» (1990, 286). «El término inter-
discurso caracteriza a ese cuerpo de huellas como materialidad discursiva,
exterior y anterior a la existencia de una secuencia dada, en la medida en
que esa materialidad interviene para constituirla» (ibíd., 289).
Así, permanece la naturaleza compleja, exterior y anterior de esos elementos
no dichos que determinan un proceso discursivo, pero, en tanto elementos
materiales, ellos son lingüísticamente aprehensibles. Pêcheux vincula así la
noción de interdiscurso con el análisis interfrástico, intradiscursivo, «léxico-
sintáctico y enunciativo». De ese modo, si en una primera etapa el análisis del
discurso se ocupaba de abordar las modalidades de la presencia del discurso
del Otro, posteriormente será el discurso de otro(s) lo que ocupará la atención:
el desafío será ahora «enfrentar la diversidad del archivo, trabajar sobre las
huellas de la memoria y, sobre todo, sobre esta “memoria de la historia” que
surca el archivo no escrito de los discursos subterráneos» (Maldidier 1992, 210).
En este punto, se hace evidente el vínculo entre el interdiscurso y la me-
moria discursiva. Para Courtine (1981), el interdiscurso es el lugar en que
se constituyen los objetos de los que el sujeto enunciador se apropia para
hacer de ellos los objetos de su discurso, pero también aquello que determina
el «proceso de reconfiguración incesante» de una formación discursiva:
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El interdiscurso de una FD debe considerarse, desde nuestro punto de vista,
como un proceso de reconfiguración incesante en el que el saber de una
FD es llevado […] a incorporar elementos preconstruidos producidos en su
exterior, a producir su redefinición o su inversión; a suscitar, asimismo, el
recuerdo de sus propios elementos, a organizar su repetición, pero también
a provocar su eventual desaparición, su olvido o inclusive su negación.
El interdiscurso de una FD, en tanto instancia de formación/repetición/
transformación de los elementos de saber de esa FD, puede aprehenderse
como lo que regula el desplazamiento de sus fronteras (1981, 49).
7 La cuestión del intradiscurso queda fuera de nuestra reflexión. Sin embargo, debemos
apuntar que para el AD, «si bien corresponde a hilo del discurso, al encadenamiento
empírico en la secuencia textual, [el intradiscurso] designa su concepto en relación
con el interdiscurso» en la medida en que hay una «reinscripción todavía disimulada,
en el intradiscurso, de elementos del interdiscurso; “la presencia de lo “no-dicho”
atraviesa lo “dicho” sin frontera reconocible”» (Maldidier, 1992, p. 208).
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una memoria colectiva en el seno de una FD, el recuerdo, la repetición, la
refutación, pero también el olvido, de esos elementos del saber que son los
enunciados? Finalmente: ¿sobre qué modo material existe una memoria
discursiva? (1981, 53).
8 Para tomar un caso más actual, podemos considerar las formas de emergencia de la
memoria discursiva militante setentista en el discurso político argentino contemporáneo.
En otros trabajos (Montero 2007; 2012), hemos mostrado que, en su discurso público,
el expresidente argentino Néstor Kirchner se inscribe en la memoria discursiva del
activismo de izquierda que tuvo auge en Argentina (pero también en el resto de
Latinoamérica) en los años sesenta y setenta del siglo pasado. La reactivación y el
retorno de algunos encadenamientos tópico-argumentativos (cf. la sección §3 de este
artículo) típicamente militantes («el militante como héroe», «el militante como hombre
común», «el derecho a disentir», «la división binaria del campo político», «la condena
a la traición y a la neutralidad», entre otros), pero también de ciertos gestos de habla
característicos de esa discursividad (modalidades, léxico, etcétera) dan cuenta de
la existencia de una continuidad discursiva entre el presente y el pasado evocado,
continuidad que expresa, al mismo tiempo, cierta identificación político-ideológica.
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tiene absolutamente nada de táctica de circunstancia, es una política de
principio» (Georges Marchais, secretario general adjunto del PCF, noviembre
de 1970) se anuda con una red interdiscursiva o vertical de formulaciones
pretéritas, tales como: «Se nos ha hecho nuevamente el reproche, tan poco
original, de maniobrar, de ser astutos, de actuar con falsedad» (M. Thorez,
octubre de 1937); «Si hoy confirmamos nuestra posición de 1937, es que no
se trataba entonces, como lo pretendían algunos, de una astucia, de una
táctica ocasional, sino, por el contrario, de una posición política perfecta-
mente coherente con nuestra doctrina: marxismo-leninismo» (W. Rochet,
diciembre de 1944); «Para nosotros, la unión no es una táctica ocasional,
una maniobra ligada a la coyuntura» (XXI Congreso del PCF, 24 de octubre
de 1974); «Los cristianos comprueban cada vez más que la cooperación, la
lucha común que les proponemos no es una trampa, sino una gestión de
principio» (Principios de la política del PCF, octubre de 1975), entre otras.
Esta red de formulaciones que recurren da cuenta de la pertenencia de
esas secuencias a una formación discursiva dominante, la FD «comunista».
En suma, el concepto de interdiscurso y el de memoria discursiva apuntan
a dar cuenta del carácter ideológico (que, en última instancia, se asienta, para
Pêcheux y Courtine, en una relación antagónica de clases) de todo proceso
discursivo, y a hacer visibles los mecanismos por los cuales la ideología se
materializa en los discursos. Como habremos de ver, en los años ochenta
los teóricos del análisis del discurso, menos interesados en los procesos
ideológicos de sujeción y dominación que en la relación del sujeto con el
enunciado, irán desplazando su atención hacia el terreno de la enunciación.
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Sin embargo, el estatus que las teorías enunciativas atribuyen a la subje-
tividad no es evidente: por el contrario, es un problema nodal que atraviesa
a estos enfoques. Maingueneau sostiene que la enunciación no supone la
existencia de un sujeto de habla autónomo y «libre»:
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dialogismo es un principio que gobierna toda práctica lingüística y huma-
na, la noción de polifonía, en cambio, describe las diferentes estructuras
de cierto tipo de novela, y se aplica por lo tanto al campo específico de los
estudios literarios.
Más allá de esas precisiones conceptuales, la perspectiva abierta por
Bajtín nos lleva a indagar en el carácter heterogéneo y no-idéntico del
enunciado, y a rastrear la presencia del discurso-otro —presencia más o
menos formulable, más o menos explícita, más o menos constitutiva— en
el hilo del propio discurso. Es esa la propuesta de Ducrot para abordar la
naturaleza del sentido de los enunciados.
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Fenómenos como la presuposición, la ironía, las formas de discurso re-
ferido10 o la negación son casos canónicos que demuestran la composición
polifónica de todo enunciado. Veamos, por ejemplo, el caso de la negación:
para Ducrot, los «enunciados negativos […] hacen aparecer su enunciación
como el choque entre dos actitudes antagónicas» (1986, 219)11. Observemos
el enunciado siguiente:
10 Las formas de discurso referido son variadas: además del discurso directo, se encuentra
el discurso indirecto, el discurso indirecto libre, el discurso encubierto, etcétera. Todas
ellas suponen modos diferentes de introducción de la palabra ajena y distintas tomas
de postura por parte del locutor con respecto al discurso citado. Cf. Reyes (1994).
11 Recordemos que Ducrot (1986) distingue tres tipos de negación: la descriptiva, la
polémica y la metalingüística. La primera consiste en la descripción de un estado
de cosas, y se puede parafrasear por un enunciado positivo. En cuanto a la negación
polémica, ella permite oponer los puntos de vista de dos enunciadores puestos en
escena por el locutor, quien se identifica con uno de ellos (el punto de vista negativo),
sin por ello descalificar o refutar al positivo. La negación metalingüística, por último,
tiene la propiedad de anular y refutar la palabra efectivamente pronunciada por otro
locutor (o por el mismo locutor en un momento previo). Estas últimas son las que,
evidentemente, más interés revisten para el análisis del discurso.
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penal hacia la Justicia y redireccionar el debate hacia la cuestión de las
«responsabilidades políticas». En este mismo sentido, previamente Rajoy
afirmaba, citando de manera directa las palabras que un parlamentario
opositor12 había pronunciado un tiempo atrás:
Como puede verse, en (3) aparece citada y prefigurada una hipotética voz
ajena (asociada a un supuesto locutor crítico —efectivo o ficticio— que lo
acusaría de «tirano») que se hace presente en la propia palabra de Chávez
mediante el discurso directo. La palabra del otro, recortada y demarcada
mediante las comillas y el corte sintáctico, aparece como un discurso radi-
calmente ajeno y extraño, del que el locutor principal se distancia.
12 Se trata de Pérez Rubacalba, del Partido Socialista español, quien había exigido la
renuncia de Rajoy por las denuncias de corrupción dentro del Partido Popular.
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Authier y las heterogeneidades enunciativas
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Véase, por ejemplo, el siguiente fragmento:
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Nuevamente, asistimos a una disputa por la definición de términos polé-
micos, en este caso «terrorismo» y «narcotráfico». Mediante la introducción,
glosada y marcada, de esos términos, el locutor toma distancia con respecto
al sentido atribuido por otros («narcotraficantes son los gobiernos que no
están con mis intereses»), para delinear así una definición propia («nar-
cotraficante es el que trafica con estupefacientes»). Es que, como afirma
Maingueneau, las comillas «constituyen, sobre todo, un signo construido
para ser descifrado por un destinatario» y, simétricamente, implica una
construcción de la imagen de quien habla (1987, 65), por lo que permiten
realizar operaciones de toma de distancia, de polémica y de redefinición.
En definitiva, lo interesante es que Authier no se limita a identificar las
dos formas de heterogeneidad mencionadas, sino que introduce la hipó-
tesis de un vínculo entre ambas y sostiene que las formas lingüísticas de
heterogeneidad mostradas «representan modos diversos de negociación del
sujeto hablante con la heterogeneidad constitutiva de su discurso» (1984,
99). De esa manera, pone en relación el análisis intra e interdiscursivo:
«Para la descripción lingüística de las formas de heterogeneidad mostrada,
la consideración de la heterogeneidad constitutiva es, a mi modo de ver, un
anclaje, necesario, en el exterior de lo lingüístico» (1982, 103).
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sostenidas. «El saber compartido y las representaciones sociales constituyen,
así, el fundamento de toda argumentación» (Amossy 2000, 89).
Es por eso que la empresa persuasiva se funda necesariamente en principios
comunes y compartidos por la comunidad: los topoï o lugares comunes son
aquellos esquemas admitidos sobre los cuales se puede apoyar el discurso
y fundarse un acuerdo. Estos lugares comunes son opiniones aceptadas y
dotadas de un grado máximo de generalidad, estructuras formales, mode-
los lógico-discursivos, esquemas sin contenido específico que modelan la
argumentación: son los «moldes» que pueden enmarcar una gran cantidad
de enunciados. En la Retórica (§203), Aristóteles enumera algunos de esos
lugares comunes —lo posible y lo imposible; lo existente y lo no existente (en
relación con hechos pasados); el hecho futuro; lo grande y lo pequeño— y
los distingue de los lugares específicos, i.e., las opiniones aceptadas relativas
a un género oratorio específico.
Desde la perspectiva de la Nueva Retórica, en su Tratado de la argumenta-
ción (1989) Perelman y Olbrechts-Tyteca proponen una nueva clasificación de
esas premisas de carácter general en las que se funda toda empresa oratoria,
pero en el sentido de los lugares específicos de Aristóteles. Considerados
como lugares oratorios específicos vinculados a asuntos frecuentes, triviales
y concretos, «los lugares forman un arsenal indispensable del que, quiera
o no quiera, deberá pertrecharse quien desee persuadir a los demás» (1989,
146). Los autores señalan, así, la existencia de una serie de lugares que
«todos los auditorios, cualesquiera que fueren, tienden a tener en cuen-
ta» (1989, 147): los lugares de la cantidad (algo vale más que otra cosa por
razones cuantitativas; lo que es admitido por una gran cantidad es mejor),
los lugares de la calidad (la calidad es superior a la cantidad; valorización
de lo único), los lugares del orden (lo anterior es superior a lo posterior; el
principio tiene preeminencia sobre el efecto), los lugares de lo existente (lo
real más que lo posible), los lugares de la esencia (es preferible lo que mejor
encarna una esencia).
Ya desde una perspectiva semántico-pragmática que se interroga por el
sentido de los enunciados de la lengua, Ducrot retoma esta categoría retó-
rica para pensar el estatus de los encadenamientos argumentativos, en el
marco de su Teoría de la Argumentación en la Lengua14. Según esta teoría
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anti-descriptivista del sentido, la función primaria de los enunciados no es
describir la realidad, sino argumentar, i.e., orientar el discurso en determinada
dirección. Los enunciados, compuestos por encadenamientos argumenta-
tivos, se apoyan en la evocación de un topos argumentativo, un principio
general que funciona como garante de ese encadenamiento, y que remite a
las creencias comunes de una comunidad. Mediante su evocación, es posible
comprender el pasaje o trayecto que lleva del argumento a la conclusión:
15 Debemos señalar que para Ducrot los topoï no solo configuran pasajes «externos»
de un argumento a una conclusión, sino que ellos «intervienen también al nivel del
léxico» (García Negroni 2005, 13), como discursos inscritos en el sentido mismo de las
palabras. Así, el autor distingue entre los topoï intrínsecos y los extrínsecos: mientras
los primeros constituyen una definición de la palabra en cuestión, los segundos son
los encadenamientos que se pueden realizar a partir de ella.
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6. Porque parece que hay sectores de la prensa argentina […] que cuando
uno les dice algo escriben «nuevamente cuestionó a la prensa» o hablan
de autoritarismo. Pueden decir lo que ellos quieren; ahora, cuando yo
me expreso democráticamente es una cuestión de autoritarismo, van
a la SIP [Sociedad Interamericana de Prensa], a ADEPA [Asociación
de Entidades Periodísticas Argentinas], no sé todos los sellos que
tienen. En la democracia cada uno puede hablar lo que piensa, lo
que desea, el autoritarismo, al contrario, viene de aquellos que
teniendo la posibilidad de tener un medio quieren imponer la idea
aun no siendo verdad. Ese es un acto de autoritarismo, esa es una
falta de verdad total y absoluta.
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democracia conlleva la posibilidad de hablar libremente, sin restricciones
ni imposición de ideas.
Como puede verse, el discurso político moviliza, pone en movimiento
y hace circular topoï argumentativos para sostener los puntos de vista allí
expuestos. Por su carácter social, cultural e ideológico, esos topoï no son
unívocos, sino que pueden adoptar distintas formas, incluso opuestas y
contradictorias: así, si por un lado, es posible que exista un topos en el que
se pone en relación la propiedad de la «democracia» con la «libertad pre-
sidencial de expresarse», perfectamente podría existir otro, inscrito en un
marco ideológico distinto, en el cual la propiedad de ser «democrático» se
podría vincular, por ejemplo, con la «limitación de los poderes».
descubre las capas dóxicas sobre las que se construye el enunciado sin por
ello tomar partido sobre su valor o su grado de nocividad. Es que no toma
la palabra en nombre de una verdad exterior (feminista, marxista, etc.). Su
objetivo declarado consiste en describir de manera lo más precisa posible
un funcionamiento discursivo, y estudiar las modalidades según las cuales
el discurso busca construir consenso, polemizar contra un adversario,
conseguir un impacto en una determinada situación de comunicación
(2000, 93).
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discursivo que no es en sí mismo dóxico, porque consiste en una
forma vacía.
– el lugar común: alude al lugar particular de Aristóteles devenido
lugar común, en el sentido moderno y peyorativo del término: tema
consagrado, idea fija confinada en un repertorio.
– la idée reçue o estereotipo: es un recorte de la idea de «lugar común»
que acentúa el carácter ya-ahí y opresivo de las opiniones compar-
tidas. Se trata de representaciones sociales, esquemas colectivos
cristalizados que corresponden a un modelo cultural dado (Amossy
y Herschberg Pierrot, 2001, 69). Tienen una fuerte relación con la
autoridad y, por ello, poseen valor de exhortación —señalan lo que
hay que hacer y pensar—.
Amossy señala que todos estos elementos dóxicos pueden vincularse con
la noción de ideologema, acuñada en 1982 por Marc Angenot, y definida como
la unidad mínima de análisis (no descomponible) de un sistema ideológico.
Se trata de las «máximas subyacentes a un enunciado argumentativo», las
«fórmulas cristalizadas, cercanas al estereotipo», un «dispositivo semántico
polisémico y polémico».
No casualmente, la noción de ideologema había sido acuñada por Bajtín
en su Teoría de la novela. Allí el autor define el ideologema como un «cuerpo
ideológico concreto», esto es: un significante, una forma material que es a la
vez ideológica y textual. El ideologema bajtiniano está incluido en el texto
como contenido, pero es precisamente el puente, el nexo, entre el texto y su
afuera: es a la vez interno y externo al texto. En ese mismo sentido, Angenot
afirma que el ideologema
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aceptabilidad, sino también legitimidad imaginaria. De esta manera, aunque
tiene su origen en el discurso científico darwinista, comienza a difundirse
y a hacerse extensivo a otros dominios del discurso social: desde la obra
teatral —de extraordinario éxito— de Alphonse Daudet, llamada precisa-
mente «La lutte pour la vie», pasando por los eslóganes del discurso electoral
(«Dos partidos están en juego. Cada uno lucha por la vida»), por artículos
periodísticos («Suiza deberá luchar por su existencia») y por panfletos de
propaganda política («El conocimiento de la lucha por la vida explica por
qué todos los sistemas sociales igualitarios que reniegan de la iniciativa
individual han estado, hasta ahora, destinados a fracasos constantes»),
lo que acontece es que la expresión va desplazándose desde un terreno
estrictamente biológico hacia un terreno político-ideológico, en el cual las
referencias al evolucionismo, a la supervivencia, al individualismo, se van
encadenando: «El valor dominante adquirido por el ideologema “lucha
por la vida” termina, así, por denotar un rasgo de una sociedad moderna
moralmente decadente, regulada por el único axioma inmoral del “sálvese
quien pueda” y del “peor para los débiles”» (1989, 898).
En la noción de ideologema, la palabra ajena adquiere una carnadura
propiamente ideológica y lingüística: esos términos, fórmulas y expresiones
que circulan en un determinado estado de la cultura y que, al mismo tiempo,
están inscritos en la lengua misma, que se hacen legítimos y corrientes en
la medida en que sirven a una estrategia persuasiva y narrativa, atraviesan
inevitable y constitutivamente los discursos sociales.
Como hemos visto a lo largo del recorrido propuesto hasta aquí, los diferen-
tes enfoques abordados distinguen, de manera más o menos explícita, dos
grandes modos de aparición y emergencia de la palabra ajena en el propio
discurso. Por un lado, un nivel constitutivo e inconsciente, inherente a toda
práctica del lenguaje, que remite a la inevitable presencia del otro en el seno
mismo del discurso y que no siempre es lingüísticamente aprehensible. Aquí
el abordaje analítico es preponderantemente interdiscursivo, y remitiría a
las nociones de interdiscurso (Pêcheux), dialogismo (Bajtín), heterogeneidad
constitutiva (Authier), polifonía (Ducort) y, en otro registro, topos y doxa
(Ducrot, Amossy). Por otro lado, un plano lingüísticamente aprehensible y
accesible, en el que se localizarían las operaciones propiamente enunciativas
y argumentativas: la noción de memoria discursiva (Courtine), la de polifo-
nía (Bajtín) y la de heterogeneidad mostrada (Authier), (pero también las de
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polifonía enunciativa, topos y doxa) constituyen algunas de las herramientas
teóricas para abordar diferentes modos de emergencia, en la superficie del
discurso, de la palabra ajena.
Dada la variedad de términos y la superposición de niveles de análisis, y con
el fin de clarificar categorías y definiciones conceptuales, Amossy propone
distinguir la polifonía del dialogismo. Mientras la polifonía consistiría en la
evocación lingüística de voces y puntos de vista y en las relaciones entre el
locutor y los enunciadores (tal como propondría, según la autora, Ducrot),
el dialogismo, en cambio, remitiría a la perspectiva bajtiniana, y aludiría a la
«dimensión social e ideológica del discurso», a las relaciones interdiscursivas,
en suma, al vínculo del discurso con la historia, la doxa y la ideología. Al mismo
tiempo, Amossy sugiere diferenciar dos aspectos del dialogismo: el dialogismo
interdiscursivo (concerniente a la relación de un discurso con los discursos
anteriores) y el dialogismo interlocutivo (relativo a la situación de enunciación
e interlocución, es decir, a la relación del discurso con los interlocutores)16.
Aquí cabe, sin embargo, una disquisición teórica —que, ciertamente, excede
los objetivos de este trabajo— sobre el estatus de la noción de polifonía en
Ducrot. Si bien Amossy ubica la polifonía en un plano microdiscursivo que
atañe solo a la puesta en escena de puntos de vista en el enunciado, es dable
pensar que, para Ducrot, la polifonía tiene un carácter constitutivo, pues se
trata de una dimensión inherente al propio funcionamiento del lenguaje, y
no se limita solo a mecanismos específicos. En efecto, si consideramos los
fenómenos que Authier estudia como manifestaciones de la heterogeneidad
mostrada (discurso directo, comillas, formas de retoque o glosa, discurso
indirecto libre, ironía, etcétera), podemos observar que todos ellos pueden
abordarse desde la perspectiva polifónica. Y más aún: fenómenos todavía más
generales, como la negación o la presuposición, pero también la aserción,
las modalidades, el empleo de los conectores y operadores argumentativos,
e incluso las propias estructuras sintácticas o el semantismo interno de las
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palabras; todos ellos muestran que la lengua es constitutiva e inevitablemente
polifónica. Entendida como un sistema de diferencias en el que los sentidos
remiten a la cristalización y sedimentación de discursos previos, las ope-
raciones lingüísticas obligan a evocar permanentemente discursos ajenos,
que habitan en el corazón mismo de la lengua. Desde este punto de vista, es
la propia lengua, y no solo el discurso, la que incluye y contiene el aspecto
dialógico del que habla Bajtín.
Del mismo modo, podemos pensar que —aunque en otro registro— la
noción de topos permite abordar el carácter constitutivo de los discursos
circulantes en el espacio social; en este caso, de los discursos pertenecientes
a la doxa y al sentido común compartido: se trata de la colección de «presu-
puestos irreductibles del verosímil social a los que todos […] se refieren para
fundar sus divergencias y desacuerdos» (Angenot 2010, 38).
Dicho esto, es relevante señalar que el reconocimiento analítico de esas
dos dimensiones de la alteridad en el discurso —una «constitutiva» y otra
«mostrada»— lleva asimismo a distinguir dos modos diferentes de emergencia
del sujeto. En un nivel constitutivo, inaccesible e informulable, el sujeto no
es dueño de su decir: sujeto descentrado, él «es hablado» por los discursos
en los que se inscribe. Es un sujeto del inconsciente, atrapado por la lengua,
la estructura, la historia, las formaciones discursivas e ideológicas. En el otro
nivel, consciente y accesible al sujeto, se sitúan las operaciones argumenta-
tivas y enunciativas en las que él parece «dominar» sus palabras y las ajenas,
operando como un metteur en scène que escenifica voces y puntos de vista,
delimita, señala o separa las palabras del otro para así garantizar su propio
espacio de dominio. Para Amossy, esos dos tipos de subjetividad se ponen en
juego en el enunciado de manera simultánea y complementaria:
el locutor está a la vez constituido por la palabra del otro que lo atraviesa a su
pesar (no puede decir ni decirse fuera de la doxa de su tiempo […]); y sujeto
intencional que moviliza las voces y los puntos de vista para actuar sobre su
alocutario (es la polifonía). Lejos de ser contradictorias, esas dos concepciones
representan dos facetas complementarias del sujeto hablante y dan cuenta
de vínculo con lo social a la vez en sus determinaciones, su individuación y
su querer-decir, que es también un querer-hacer (Amossy 2005, 69).
Es que, en efecto, como dice Bajtín, «el hablante no es un Adán», sino que
está inserto en múltiples ámbitos que determinan y condicionan su decir,
por lo que «el objeto mismo de su discurso se convierte inevitablemente en
un foro donde se encuentran opiniones de los interlocutores directos […], o
puntos de vista, visiones del mundo, tendencias, teorías, etc.» (2002, 281).
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Palabras finales
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Ducrot, la propia lengua es inherentemente argumentativa y, por lo tanto,
como los prisioneros de la caverna de Platón, todo hablante está obligado a
emplear topoï: «Para mí, nuestra caverna es el lenguaje. Estamos obligados
a utilizarlo, y a causa de esto […] solo podemos tener puntos de vista argu-
mentativos, solo podemos evocar topoï» (Ducrot 1988, 170).
En suma, hemos intentado exponer un panorama general sobre los modos
de abordaje de la otredad en el discurso, desde el enfoque propuesto por las
teorías francesas de análisis del discurso. Mediante este recorrido, espera-
mos contribuir con herramientas teórico-metodológicas que permitan a los
estudiantes, investigadores y especialistas en ciencias sociales abordar la
textura de los discursos sociales considerando la necesaria inscripción de
las palabras ajenas en los enunciados, así como su incidencia en la confi-
guración de la propia identidad discursiva.
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