El Analisis Del Discurso Frances y El Ab PDF

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El análisis francés del discurso y el abordaje

de las voces ajenas: interdiscurso, polifonía,


heterogeneidad y topos
ana soledad montero

Desde sus inicios en los años setenta, el análisis francés del discurso (también
denominado «corriente francesa de análisis del discurso») se fue constitu-
yendo como un campo disciplinar con objetos, interrogantes y métodos
propios, y como un terreno teórico que ha ido planteando, a lo largo de su
desarrollo, distintos interrogantes y propuestas teórico-metodológicas. Sin
duda, puede decirse que la apuesta teórica más destacable de los abordajes
franceses reside en la insistencia y la persistencia con que se ha propuesto,
a lo largo de los años, pensar la cuestión de la otredad. En efecto, el análisis
del discurso (AD) ha dedicado no pocos esfuerzos a describir y dar cuenta
de la presencia —inerradicable— de la voz ajena en el hilo del discurso, que
se materializa en huellas, marcas y rastros de discursos-otros, discursos
no-dichos o ya-dichos y constitutivos de todo enunciado.
En este artículo proponemos, entonces, hacer un recorrido por los princi-
pales postulados teórico-metodológicos del análisis del discurso francés en
lo que refiere a la presencia del/lo otro en el propio discurso. De este modo,
esperamos dar cuenta de los alcances y límites del análisis del discurso para
abordar fenómenos sociales, políticos y culturales desde el campo de las
ciencias sociales. En efecto, muchas investigaciones en ciencias sociales que
se ocupan de aspectos discursivos o simbólicos se encuentran a menudo con
fenómenos de heterogeneidad discursiva que imponen interesantes desafíos
para el análisis: ¿Quién habla? ¿Quién es el responsable de la enunciación
y qué roles juegan las otras voces que aparecen, de manera a veces velada,
a veces manifiesta, en la textura del discurso analizado? ¿Cuáles son las
implicancias de sentido, ideológicas, históricas y sociopolíticas, de esta
coexistencia y superposición de voces y puntos de vista?
Partimos de la hipótesis de que pueden identificarse tres grandes «momen-
tos teóricos» en el devenir del análisis del discurso, cuyo foco de reflexión
está puesto en diferentes problemáticas, y en los que, por lo tanto, adquieren
primacía diferentes conceptos: un primer momento «ideológico», que tiene

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auge en los años setenta, en el que predomina la noción de interdiscurso —y
la de memoria discursiva, como concepto asociado—. Un segundo momento,
que puede llamarse «enunciativo», con desarrollos significativos durante
los años ochenta, en el que las nociones de polifonía y de heterogeneidad
adquieren centralidad. Y un tercer momento «argumentativo», más reciente,
en el que la voz ajena es conceptualizada mediante una reelaboración de la
categoría clásica de topos.
Estos momentos teóricos1 se irán superponiendo y complementando, no
sin debates y tensiones, lo que ofrecerá como resultado una concepción del
discurso según la cual este se constituye como un entramado complejo de
voces, puntos de vista y palabras ajenas, que lo desbordan y atraviesan de
manera constitutiva.

1. El «momento ideológico» y la primacía del interdiscurso

Surgida en una coyuntura intelectual dominada por debates eminentemente


políticos y permeada por el auge del estructuralismo y por las intervenciones
de Lacan, Althusser y Foucault, bajo el impulso de su principal exponente,
Michel Pêcheux, la llamada «corriente francesa de análisis del discurso» se
propuso, desde sus inicios, constituirse como un campo disciplinar «trans-
versal» (a la lingüística, a la historia, al psicoanálisis, a las ciencias humanas,
al materialismo histórico) con categorías y objetos propios (Maldidier 1992,
202; Mazière 2007, 8).
Sobre la base de la idea de que el discurso es el «lugar privilegiado de en-
cuentro entre la lingüística y la historia» (Courtine 2006, 40), el análisis del
discurso proponía un «cambio de terreno» desde la lengua hacia el discurso
para pensar, en virtud de ese doble anclaje en la Lengua y en la Historia, las
condiciones de producción de los discursos, sus efectos de sentido y sus
determinaciones ideológicas. En ese sentido, Pêcheux afirmará que «si las

1 De más está aclarar que la postulación analítica de esos tres momentos teóricos no
implica afirmar que las problemáticas de la ideología, la enunciación o la argumentación
no hayan estado vigentes con anterioridad: por el contrario, es sabido que la relación
entre lo ideológico y lo discursivo puede remontarse, al menos, hasta los escritos de
Bajtin y Voloshinov en los años veinte y treinta; la lingüística de la enunciación, por
su parte, ancla en los trabajos pioneros de Emile Benveniste en los años sesenta, pero
también en los de Charles Bally, en los años treinta (1932); en cuanto a las reflexiones
sobre la retórica y la argumentación, ellas datan de la Antigüedad, pasando por los
estudios medievales y por la Nueva Retórica de Chaim Perelman en los años cincuenta
del siglo XX. Sin embargo, si consideramos el desarrollo de las distintas etapas del
análisis del discurso como disciplina autónoma, puede afirmarse que, a lo largo de las
décadas, distintos interrogantes van reactivándose, adquiriendo primacía y centralidad.

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ideologías tienen una “existencia material”, lo discursivo de ellas se considerará
como uno de los aspectos materiales»2 (1990, 36).
Como sostiene Mazière, la afirmación de un «sujeto sujetado», hablado por
su discurso, junto con el carácter histórico de los enunciados y la afirmación
de la materialidad de la lengua, son los tres ejes que conforman el andamiaje
teórico y epistemológico del AD. Así, uno de los gestos fundamentales del AD
es el rechazo a «colocar en la fuente del enunciado un sujeto individual que
sería “señor en su propia casa”» (2007, 9), la puesta en cuestión del carácter
soberano del sujeto del discurso: «bajo la dominación de la ideología domi-
nante y del interdiscurso, el sentido se constituye en la formación discursiva
a espaldas de un sujeto que, ignorante de su sujetamiento por la Ideología,
se cree dueño de su discurso y fuente del sentido» (Maldidier 1992, 208). Ese
cuestionamiento de la soberanía del sujeto hablante pone en el centro de la
problemática teórica del AD la noción de interdiscurso, que, según se dirá,
«tiene primacía sobre el discurso» (Maingueneau 1987, 81).
En oposición a las teorías pragmáticas, que sitúan la actividad lingüística
del sujeto en el marco de actos de lenguaje que responden a intenciones o
estrategias instrumentales, el AD concibe al sujeto como inserto en una «to-
pografía social» que define «lugares» (places) de enunciación (Maingueneau
1987, 22) que son fundamentalmente posiciones de subjetividad. Ellas resultan
de un proceso discursivo de interpelación ideológica, de acuerdo al cual el
individuo, en primer lugar, se vuelve sujeto, y en segundo lugar, se representa
su propia situación en función de la formación discursiva en que está ubicado
(Pêcheux 1990, 118). De modo que el sujeto, para el AD, es un «efecto-sujeto»,
determinado por la ideología, la historia, el inconsciente y el interdiscurso, y
su decir no es ni individual, ni unívoco, ni transparente, sino que se le escapa
y le resulta, en cierto sentido, inaprehensible3.

Interdiscurso y memoria discursiva

A partir de la categoría acuñada por Foucault en La arqueología del saber


(2002)4, Pêcheux redefinirá la noción de formación discursiva (FD) como

2 De aquí en adelante, todas las traducciones de textos cuyo original esté en francés
son nuestras.
3 Además de los escritos de Pêcheux y Courtine que aquí abordamos, algunos trabajos
fundamentales de esta etapa son los de Guespin (1971, 1976); Marcellesi (1971, 1976);
Maldidier (1971); Chevalier (1972); Maldidier, Normand y Robin (1972); Marandin (1979),
y Robin (1973).
4 Para Foucault, las formaciones discursivas se definen como el «conjunto de todos los
enunciados efectivos (hayan sido hablados o escritos) en su dispersión de acontecimientos
y en la instancia que le es propia a cada uno» (2002, 42).

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el dominio que regula «lo que puede y debe ser dicho (articulado bajo la
forma de una arenga, de un sermón, de un panfleto, de una exposición, de
un programa, etcétera) a partir de una posición dada en una coyuntura»
(19905, 148). En la medida en que ellas determinan la significación de las
palabras («las palabras “cambian de sentido” al pasar de una formación
discursiva a otra»), las FD constituyen la forma material y discursiva de las
formaciones ideológicas (FI), concebidas estas como un «conjunto complejo
de actitudes y representaciones que no son ni “individuales” ni “universales”,
pero remiten más o menos directamente a posiciones de clase en conflicto»
(1990, 158). Constitutivamente habitadas por el conflicto y el antagonismo,
las FI están compuestas por «una o muchas formaciones discursivas inter-
ligadas» (1990, 158).
En ese marco, Pêcheux señala que toda formación discursiva tiene una
dependencia con respecto a un «todo complejo dominante» que «determina»
y rodea el proceso discursivo. Ese «todo complejo dominante» no es otro
que el interdiscurso:

lo propio de toda formación discursiva es disimular, bajo la transparencia


del sentido que allí se conforma, la objetividad material contradictoria
del interdiscurso, que determina esa formación discursiva en tanto tal,
objetividad material que reside en el hecho de que «eso habla» siempre
«antes, afuera e independientemente» (1990, 227).

La teoría de «los dos olvidos» ilustra este carácter determinante y exterior


del interdiscurso: si, por un lado, todo sujeto selecciona, en el interior de la
formación discursiva en la que está inserto, tal enunciado, forma o secuencia,
en detrimento de otras disponibles (es el olvido n° 1), el olvido n° 2 alude al
hecho de que el sujeto está impedido, por definición, de situarse por fuera
de la formación discursiva que lo domina.
Como hemos sugerido en otra parte (Glozman y Montero 2010), a lo largo
de la obra de Pêcheux la categoría de interdiscurso sufre algunos despla-
zamientos. En efecto, en los primeros textos, el interdiscurso es definido
como una zona inaccesible al sujeto, como el «exterior específico» de un
proceso discursivo, dado que interviene en su constitución y organización,

5 El libro L’inquiétude du discours, compilado en 1990 por Denise Maldidier, incluye casi
la totalidad de los trabajos de Pêcheux, entre los cuales aquí consideramos: «Analyse
automatique du discours» (1969), «La sémantique et la coupure saussurienne» (1971,
con C. Haroche y P. Henry), «Mises au point et perspectives à propos de l’analyse
automatique du discours» (1975, con C. Fuchs), «Les vérités de la Palice» (1975) y
«Lecture et mémoire: projet de recherche» (1983).

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y que, por su carácter constitutivo y determinante, es allí «informulable»
y, por lo tanto, distinto del ámbito enunciativo-argumentativo. Así, el in-
terdiscurso constituye un dominio «exterior» y «anterior» que determina
una formación discursiva, y que aparece allí (al igual que la ideología o el
inconsciente) como «impensado» y, por lo tanto, como evidente y eterno. En
estos primeros textos, el interdiscurso aparece cristalizado lingüísticamente
en la figura del preconstruido6, estructuras sintácticas (determinativas, re-
lativas, adjetivas) que constituyen las «huellas de construcciones anteriores,
de elementos discursivos ahí presentes, cuyo enunciador ha sido olvidado»
(Maldidier 1992, 208).
Ahora bien: en los textos tardíos de Pêcheux (específicamente, en los
de 1983), el interdiscurso ya aparece como un dominio «aprehensible» lin-
güísticamente, que se superpone con la noción de memoria discursiva que
Courtine acuñara por esos años: Pêcheux dirá entonces que la memoria refiere
a un «conjunto complejo, preexistente y anterior […] constituido por series
de tejidos de indicios legibles, que constituyen un cuerpo socio-histórico
de huellas [corps socio-historique de traces]» (1990, 286). «El término inter-
discurso caracteriza a ese cuerpo de huellas como materialidad discursiva,
exterior y anterior a la existencia de una secuencia dada, en la medida en
que esa materialidad interviene para constituirla» (ibíd., 289).
Así, permanece la naturaleza compleja, exterior y anterior de esos elementos
no dichos que determinan un proceso discursivo, pero, en tanto elementos
materiales, ellos son lingüísticamente aprehensibles. Pêcheux vincula así la
noción de interdiscurso con el análisis interfrástico, intradiscursivo, «léxico-
sintáctico y enunciativo». De ese modo, si en una primera etapa el análisis del
discurso se ocupaba de abordar las modalidades de la presencia del discurso
del Otro, posteriormente será el discurso de otro(s) lo que ocupará la atención:
el desafío será ahora «enfrentar la diversidad del archivo, trabajar sobre las
huellas de la memoria y, sobre todo, sobre esta “memoria de la historia” que
surca el archivo no escrito de los discursos subterráneos» (Maldidier 1992, 210).
En este punto, se hace evidente el vínculo entre el interdiscurso y la me-
moria discursiva. Para Courtine (1981), el interdiscurso es el lugar en que
se constituyen los objetos de los que el sujeto enunciador se apropia para
hacer de ellos los objetos de su discurso, pero también aquello que determina
el «proceso de reconfiguración incesante» de una formación discursiva:

6 La noción de preconstruido remite a toda «construcción anterior, exterior, en todo


caso, independiente, en oposición a lo que es “construido” por el enunciado. Se trata,
en suma, del efecto discursivo ligado al encastre [enchâssement] sintáctico» (Pêcheux
1990, 193).

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El interdiscurso de una FD debe considerarse, desde nuestro punto de vista,
como un proceso de reconfiguración incesante en el que el saber de una
FD es llevado […] a incorporar elementos preconstruidos producidos en su
exterior, a producir su redefinición o su inversión; a suscitar, asimismo, el
recuerdo de sus propios elementos, a organizar su repetición, pero también
a provocar su eventual desaparición, su olvido o inclusive su negación.
El interdiscurso de una FD, en tanto instancia de formación/repetición/
transformación de los elementos de saber de esa FD, puede aprehenderse
como lo que regula el desplazamiento de sus fronteras (1981, 49).

Retomando a Foucault, Courtine dirá que todo enunciado posee un «do-


minio asociado», un «campo adyacente» o un «espacio colateral», i.e., una
red de formulaciones en la que el enunciado se integra y forma elemento.
Este campo asociado comprende: (a) por un lado, formulaciones en secuencia
horizontal (intradiscursiva7), dentro de las que el enunciado se inscribe; (b)
por otro lado, formulaciones a las cuales el enunciado se refiere, ya sea para
repetirlas, modificarlas, adaptarlas, oponerse a ellas o simplemente hablar
de ellas (secuencia vertical, interdiscurso); (c) finalmente, los enunciados que
pueden surgir ulteriormente como su réplica, continuación o consecuencia
(secuencia vertical, interdiscurso) (1981, 43).
Es en el campo de las secuencias «verticales» del interdiscurso (i.e. las
formulaciones a las que un determinado enunciado refiere implícita o
explícitamente), donde se sitúa la categoría de memoria discursiva: dada
su naturaleza material y repetible, «no hay enunciado que, de una manera
u otra, no reactualice otros», afirma Courtine, citando a Foucault. De esa
manera, «toda producción discursiva que se efectúa en las condiciones
determinadas de una coyuntura, pone en movimiento, hace circular for-
mulaciones anteriores, ya enunciadas, [que irrumpen] como un efecto de
memoria en la actualidad de un acontecimiento» (1981, 52).

¿Qué recuerdan [los discursos políticos], y cómo lo recuerdan, en la lucha


ideológica, respecto de lo que conviene decir y lo que no, a partir de una
posición determinada, en una coyuntura dada, al redactar un pasquín,
una moción, una toma de posición? Es decir: ¿cómo permite el trabajo de

7 La cuestión del intradiscurso queda fuera de nuestra reflexión. Sin embargo, debemos
apuntar que para el AD, «si bien corresponde a hilo del discurso, al encadenamiento
empírico en la secuencia textual, [el intradiscurso] designa su concepto en relación
con el interdiscurso» en la medida en que hay una «reinscripción todavía disimulada,
en el intradiscurso, de elementos del interdiscurso; “la presencia de lo “no-dicho”
atraviesa lo “dicho” sin frontera reconocible”» (Maldidier, 1992, p. 208).

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una memoria colectiva en el seno de una FD, el recuerdo, la repetición, la
refutación, pero también el olvido, de esos elementos del saber que son los
enunciados? Finalmente: ¿sobre qué modo material existe una memoria
discursiva? (1981, 53).

La propuesta de Courtine para abordar este efecto de memoria discursiva


consiste, sintéticamente, en identificar una secuencia discursiva de referencia
(sdr) —una secuencia específica que remite a un sujeto de enunciación y a
una situación de enunciación, y que funciona como un punto de referencia
a partir del cual se organiza el resto del corpus— y observar de qué modo
esta se reparte en relación con: (i) su dominio de memoria, constituido por el
conjunto de secuencias discursivas que preexisten a la sdr, y con las cuales se
conforman «redes de formulaciones», mediante el análisis de los efectos de
esa puesta en red (efectos de memoria, de redefinición, de transformación,
de olvido; (ii) su dominio de actualidad, formado por las secuencias discur-
sivas que coexisten con la sdr en una determinada coyuntura histórica, y
que por ello se inscriben en la instancia del acontecimiento (Courtine aclara
que «la producción de efectos de actualidad es, al mismo tiempo, resultante
del desarrollo procesual de los efectos de memoria que la irrupción del
acontecimiento, en el seno de una coyuntura, reactualiza»); (iii) su dominio
de anticipación, esto es, el conjunto de secuencias que suceden a la sdr y
que también pueden vincularse con el dominio de memoria (1981, 55-57).
Desde este enfoque, Courtine se ocupa de rastrear la permanencia y las
transformaciones del discurso del Partido Comunista Francés (PCF) dirigi-
do a los cristianos entre 1936 y 1976, en el marco de su «política de mano
tendida». En su análisis, identifica una serie de secuencias que constituyen
la memoria discursiva del diálogo (un «diálogo de sordos», por cierto) entre
el PCF y la Iglesia8. Así, el autor muestra, por ejemplo, cómo la secuencia
discursiva de referencia: «Nuestra política con respecto a los cristianos no

8 Para tomar un caso más actual, podemos considerar las formas de emergencia de la
memoria discursiva militante setentista en el discurso político argentino contemporáneo.
En otros trabajos (Montero 2007; 2012), hemos mostrado que, en su discurso público,
el expresidente argentino Néstor Kirchner se inscribe en la memoria discursiva del
activismo de izquierda que tuvo auge en Argentina (pero también en el resto de
Latinoamérica) en los años sesenta y setenta del siglo pasado. La reactivación y el
retorno de algunos encadenamientos tópico-argumentativos (cf. la sección §3 de este
artículo) típicamente militantes («el militante como héroe», «el militante como hombre
común», «el derecho a disentir», «la división binaria del campo político», «la condena
a la traición y a la neutralidad», entre otros), pero también de ciertos gestos de habla
característicos de esa discursividad (modalidades, léxico, etcétera) dan cuenta de
la existencia de una continuidad discursiva entre el presente y el pasado evocado,
continuidad que expresa, al mismo tiempo, cierta identificación político-ideológica.

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tiene absolutamente nada de táctica de circunstancia, es una política de
principio» (Georges Marchais, secretario general adjunto del PCF, noviembre
de 1970) se anuda con una red interdiscursiva o vertical de formulaciones
pretéritas, tales como: «Se nos ha hecho nuevamente el reproche, tan poco
original, de maniobrar, de ser astutos, de actuar con falsedad» (M. Thorez,
octubre de 1937); «Si hoy confirmamos nuestra posición de 1937, es que no
se trataba entonces, como lo pretendían algunos, de una astucia, de una
táctica ocasional, sino, por el contrario, de una posición política perfecta-
mente coherente con nuestra doctrina: marxismo-leninismo» (W. Rochet,
diciembre de 1944); «Para nosotros, la unión no es una táctica ocasional,
una maniobra ligada a la coyuntura» (XXI Congreso del PCF, 24 de octubre
de 1974); «Los cristianos comprueban cada vez más que la cooperación, la
lucha común que les proponemos no es una trampa, sino una gestión de
principio» (Principios de la política del PCF, octubre de 1975), entre otras.
Esta red de formulaciones que recurren da cuenta de la pertenencia de
esas secuencias a una formación discursiva dominante, la FD «comunista».
En suma, el concepto de interdiscurso y el de memoria discursiva apuntan
a dar cuenta del carácter ideológico (que, en última instancia, se asienta, para
Pêcheux y Courtine, en una relación antagónica de clases) de todo proceso
discursivo, y a hacer visibles los mecanismos por los cuales la ideología se
materializa en los discursos. Como habremos de ver, en los años ochenta
los teóricos del análisis del discurso, menos interesados en los procesos
ideológicos de sujeción y dominación que en la relación del sujeto con el
enunciado, irán desplazando su atención hacia el terreno de la enunciación.

2. El «momento enunciativo»: polifonía y heterogeneidad

Las teorías enunciativas se apoyan en la definición fundacional de Benve-


niste (1974): «La enunciación es la puesta en funcionamiento de la lengua
por un acto individual de utilización» (1974, 80). La enunciación es, desde
esta perspectiva, un tipo de actividad realizada por un sujeto, cuyo resulta-
do o producto es el enunciado. Este tiene un carácter sui-referencial, en la
medida en que su significado no es aprehensible sino mediante su vínculo
con la enunciación misma. De allí que las teorías enunciativas tengan como
principal interés el estudio de los modos de aparición de la subjetividad en el
enunciado, los distintos roles dentro del dispositivo enunciativo, las actitudes
del sujeto hablante con respecto a su decir, la representación discursiva de
la temporalidad, entre otros aspectos. Al respecto, son clásicos los trabajos
pioneros de Maingueneau (1980; 1987) y Kerbrat Orecchioni (1986), así como
los de Ducrot (1986) y Authier (1984), que aquí tomamos en consideración.

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Sin embargo, el estatus que las teorías enunciativas atribuyen a la subje-
tividad no es evidente: por el contrario, es un problema nodal que atraviesa
a estos enfoques. Maingueneau sostiene que la enunciación no supone la
existencia de un sujeto de habla autónomo y «libre»:

La enunciación no debe desembocar en una toma de posesión del mundo y


de la lengua por la subjetividad. En otras palabras, la enunciación no debe
llevar a establecer que el sujeto está en el «origen del sentido» (Michel
Pêcheux), especie de punto inicial fijo que orientaría las significaciones
y sería portador de «intenciones», de elecciones explícitas (1980, 113).

Ducrot, por su parte, prescindirá de toda referencia al autor o al sujeto


empírico en su modo de concebir la enunciación: esta se define como «el
acontecimiento [histórico] constituido por la aparición de un enunciado»,
como «la aparición momentánea» que da existencia a «algo que no existía
antes de que se hablara y que no existirá después» (1986, 183). La Teoría de
la Polifonía Enunciativa elaborada por Ducrot en 1984 apunta, precisamente,
a impugnar «el postulado de la unicidad del sujeto hablante» y a dar cuenta
de la existencia, en el enunciado, de «varias voces [que] hablan simultánea-
mente, sin que ninguna sea preponderante y juzgue a los demás» (1986, 174).
Para ello, Ducrot hará extensivos los aportes de Bajtín, aplicados al campo
de los estudios literarios, a la descripción lingüística de los enunciados.

Dialogismo y polifonía en Bajtín

En el clásico El problema de los géneros discursivos, Bajtín afirmaba:

Cada enunciado está lleno de ecos y reflejos de otros enunciados con


los cuales se relaciona […]. Todo enunciado debe ser analizado, desde un
principio, como respuesta a los enunciados anteriores en una esfera dada
(el discurso como respuesta es tratado aquí en sentido muy amplio): los
refuta, los confirma, los completa, se basa en ellos, los supone conocidos,
los toma en cuenta de alguna manera (2002, 278).

Así, según Bajtín, el enunciado es inherentemente dialógico, en la medida


en que está conformado por un concierto de voces, habitado por múltiples
ecos que resuenan de manera más o menos consciente: «Nuestro discurso,
o sea todos nuestros enunciados (incluyendo obras literarias), están llenos
de palabras ajenas de diferente grado de “alteridad” o de asimilación; de
diferente grado de concientización y de manifestación» (2002, 276). Si el

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dialogismo es un principio que gobierna toda práctica lingüística y huma-
na, la noción de polifonía, en cambio, describe las diferentes estructuras
de cierto tipo de novela, y se aplica por lo tanto al campo específico de los
estudios literarios.
Más allá de esas precisiones conceptuales, la perspectiva abierta por
Bajtín nos lleva a indagar en el carácter heterogéneo y no-idéntico del
enunciado, y a rastrear la presencia del discurso-otro —presencia más o
menos formulable, más o menos explícita, más o menos constitutiva— en
el hilo del propio discurso. Es esa la propuesta de Ducrot para abordar la
naturaleza del sentido de los enunciados.

La Teoría de la Polifonía Enunciativa

Según la Teoría de la Polifonía Enunciativa, el sentido de un enunciado


consiste en una «calificación de su enunciación», i.e., en un conjunto de
imágenes, alusiones y representaciones sobre la enunciación que son ve-
hiculadas por el propio enunciado: «No se trata de lo que se hace al hablar,
sino de lo que el habla, según el enunciado mismo, supuestamente hace»
(Ducrot 1986, 178)9. Las indicaciones que el enunciado aporta sobre la
enunciación pueden referir tanto a la causa del habla, como a los efectos
o «poder jurídico» del enunciado, a los actos ilocutorios que este realiza, a
sus repercusiones argumentativas o a las fuentes de la enunciación (i.e., a
las voces que están en su origen). Esto es así porque, en efecto, para Ducrot,
el sentido de todo enunciado se presenta como la superposición de una
multiplicidad de voces o puntos de vista.
Al modo de un diálogo cristalizado o de una representación teatral, en el
enunciado se ponen en escena una serie de personajes cuyas voces aparecen
superpuestas en distintas capas: por un lado, el Locutor (L), fuente de la
enunciación y responsable del enunciado (y no necesariamente identificable
con el sujeto empírico); por otro, el locutor como ser en el mundo (λ), origen
del enunciado y objeto de su enunciación; finalmente, el o los enunciadores
que dan cuenta de los distintos puntos de vista presentados y puestos en
escena en el enunciado.

9 Una de las consecuencias más serias de este enfoque es la concepción no veritativa


ni referencial del lenguaje: en la medida en que el sentido se deduce a partir de las
instrucciones que el enunciado provee sobre su enunciación, este es sui-referencial, y
por lo tanto no remite a referentes externos ni puede juzgarse en términos de verdad/
falsedad.

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Fenómenos como la presuposición, la ironía, las formas de discurso re-
ferido10 o la negación son casos canónicos que demuestran la composición
polifónica de todo enunciado. Veamos, por ejemplo, el caso de la negación:
para Ducrot, los «enunciados negativos […] hacen aparecer su enunciación
como el choque entre dos actitudes antagónicas» (1986, 219)11. Observemos
el enunciado siguiente:

1. Lo nuestro, como Congreso, no es decidir sobre la veracidad de unos


hechos. Eso corresponde a los Tribunales. Lo nuestro es, sin duda
alguna —repito, sin duda alguna—, demandar responsabilidades
políticas.

Extraído del discurso pronunciado el 1 de agosto de 2013 por el presidente


español, Mariano Rajoy, ante la Cámara de Diputados, en relación con las
sospechas de corrupción dentro de su partido, en el enunciado (1) el locutor
pone en escena dos enunciadores que se contraponen: E1, que representa
el punto de vista «el Congreso tiene derecho a pedir explicaciones sobre la
veracidad de los hechos» y E2 —con el que el locutor se identifica—, que
encarna el punto de vista negativo y opuesto a E1: «el Congreso no puede
decidir o pedir explicaciones». El enunciado negativo es continuado por una
doble rectificación, que reorienta el sentido y reafirma el punto de vista del
locutor: «Eso corresponde a los Tribunales. Lo nuestro es, sin duda alguna
—repito, sin duda alguna— demandar responsabilidades políticas». El punto
de vista de E1 puede atribuirse fácilmente a los partidos de la oposición,
que habían solicitado la comparecencia del presidente ante el Congreso,
requerido explicaciones sobre la verdad de los hechos y, en algunos casos,
exigido la dimisión del mandatario. La perspectiva de E2 se identifica con la
del propio presidente, quien —en su defensa— intenta desviar la cuestión

10 Las formas de discurso referido son variadas: además del discurso directo, se encuentra
el discurso indirecto, el discurso indirecto libre, el discurso encubierto, etcétera. Todas
ellas suponen modos diferentes de introducción de la palabra ajena y distintas tomas
de postura por parte del locutor con respecto al discurso citado. Cf. Reyes (1994).
11 Recordemos que Ducrot (1986) distingue tres tipos de negación: la descriptiva, la
polémica y la metalingüística. La primera consiste en la descripción de un estado
de cosas, y se puede parafrasear por un enunciado positivo. En cuanto a la negación
polémica, ella permite oponer los puntos de vista de dos enunciadores puestos en
escena por el locutor, quien se identifica con uno de ellos (el punto de vista negativo),
sin por ello descalificar o refutar al positivo. La negación metalingüística, por último,
tiene la propiedad de anular y refutar la palabra efectivamente pronunciada por otro
locutor (o por el mismo locutor en un momento previo). Estas últimas son las que,
evidentemente, más interés revisten para el análisis del discurso.

– 257 –
penal hacia la Justicia y redireccionar el debate hacia la cuestión de las
«responsabilidades políticas». En este mismo sentido, previamente Rajoy
afirmaba, citando de manera directa las palabras que un parlamentario
opositor12 había pronunciado un tiempo atrás:

2. Como indicaba con gran acierto, en su día, un miembro de esta


Cámara, «hay quien quiere convertir el Parlamento en una enorme
comisaría. Eso es un disparate». Tenía toda la razón.

En este caso, el empleo del discurso directo (i.e., la introducción de la voz


de otro locutor efectivo, en este caso, el principal opositor del gobierno)
provee legitimidad y autoridad a las palabras del presidente, que reorienta
las palabras del otro a su favor.
El discurso directo (junto con los ecos imitativos o los diálogos inter-
nos) es, según Ducrot, un caso de «doble enunciación»: estos fenómenos
son, ellos también, eminentemente polifónicos, puesto que suponen un
desdoblamiento del locutor: «La imagen que el enunciado da de ella [la
enunciación] es la de un intercambio, un diálogo, o incluso una jerarquía de
manifestaciones» (1986, 203). Veamos, por ejemplo, el siguiente fragmento
del discurso de toma de posesión del expresidente venezolano Hugo Chávez,
el 10 de enero de 2007:

3. Sí, ustedes saben que yo he propuesto y estamos redactando la propuesta


para la reelección indefinida del presidente de la República. Es una
propuesta, ya el pueblo verá. Ya aquí, señores embajadores, porque
ya me están acusando: «El tirano Chávez. Fidel le dio la orden».

Como puede verse, en (3) aparece citada y prefigurada una hipotética voz
ajena (asociada a un supuesto locutor crítico —efectivo o ficticio— que lo
acusaría de «tirano») que se hace presente en la propia palabra de Chávez
mediante el discurso directo. La palabra del otro, recortada y demarcada
mediante las comillas y el corte sintáctico, aparece como un discurso radi-
calmente ajeno y extraño, del que el locutor principal se distancia.

12 Se trata de Pérez Rubacalba, del Partido Socialista español, quien había exigido la
renuncia de Rajoy por las denuncias de corrupción dentro del Partido Popular.

– 258 –
Authier y las heterogeneidades enunciativas

Desde una perspectiva también enunciativa, pero que —a diferencia de


Ducrot— vincula el dialogismo bajtiniano con la noción de interdiscurso
y con la teoría lacaniana, Jacqueline Authier distingue explícitamente dos
planos de emergencia de la palabra ajena, con distinto estatus teórico: una
heterogeneidad constitutiva y una heterogeneidad mostrada.
La heterogeneidad constitutiva alude a la necesaria vinculación del dis-
curso con su afuera, con una dimensión de otredad que le es inherente: en
ese sentido, Authier afirma que «siempre se habla con las palabras de los
otros». Así, siguiendo a Lacan, Authier supone que la otredad es constitu-
tiva de la subjetividad, puesto que el sujeto se encuentra atravesado por su
inconsciente e inmerso en un orden simbólico, esto es, el orden de Otro. Por
otra parte, el interdiscurso —en tanto dimensión exterior y anterior que
constituye y determina al sujeto y a su decir— también permea de manera
constitutiva el propio discurso.
La heterogeneidad mostrada, en cambio, remite a las formas lingüísticas
que «inscriben al otro en el hilo del discurso» alterando su «unicidad apa-
rente»: se trata de mecanismos mediante los cuales el sujeto indica y señala
la presencia de la voz ajena, al mostrar, simultáneamente, que controla y
domina sus palabras. Esas formas pueden ser marcadas o no marcadas.
Entre las operaciones de heterogeneidad marcada encontramos aquellas
que señalan la presencia de una alteridad explícita y unívoca (discurso di-
recto, comillas, itálicas, glosas). Entre las formas no marcadas, que aluden
a la presencia implícita y no unívoca del otro, se encuentran el discurso
indirecto libre, la ironía, el pastiche, entre otras.
El uso de las comillas o las itálicas, por ejemplo, permite introducir, en el
propio discurso, un fragmento designado como otro que queda, al mismo
tiempo, integrado al hilo discursivo: «De estatus complejo, el elemento
mencionado se inscribe en la continuidad sintáctica del discurso, al mis-
mo tiempo que […] es reenviado al exterior de este» (Authier 1984, 103). De
ese modo, el término señalado es usado y a la vez mencionado, y reenvía
a otro acto de enunciación, a otra lengua, a otro registro o a otro universo
discursivo, lo que crea una línea de demarcación y una toma de distancia
entre quien habla y las palabras ajenas:

el reenvío a un afuera, a un exterior explícitamente especificado […],


determina automáticamente por diferencia un interior, el del discurso;
es decir, que la designación de un exterior específico es, a través de cada
marca de distancia, una operación de constitución de identidad (1984, 105).

– 259 –
Véase, por ejemplo, el siguiente fragmento:

4. …los corruptos, los que gobernaron la Argentina y los que entregaron


este país. Muchos de ellos, hermanos y hermanas jujeños, son los
que hablan hoy y nos dicen hay que ser racional, como si fuéramos
irracionales; para algunos ser racional es seguir quitándoles el techo
y el trabajo a los argentinos, para nosotros ser racional es cada
día más techo y más trabajo y tratar de dar vuelta esta historia de
dolor, de olvido que nos ha tocado vivir.

En este discurso del expresidente argentino Néstor Kirchner (pronuncia-


do el 17 de febrero de 2004) vemos cómo el locutor usa y al mismo tiempo
menciona un término («ser racional») que es señalado como ajeno mediante
las glosas «hablan y nos dicen» y mediante la entonación (y las itálicas en la
trascripción). El locutor se distancia del sentido que los otros («los corruptos,
los que gobernaron la Argentina, los que entregaron el país») le atribuyen a
ese sintagma: si para ellos «racionalidad» implica menos beneficios para los
ciudadanos, para el locutor, «ser racional» será redefinido como el intento
por proveer «más techo y más trabajo» y por «dar vuelta la historia de dolor
y olvido». Como puede verse, la identificación y exhibición de la heteroge-
neidad en el hilo del discurso permite demarcar más claramente la propia
posición, y afirmar así la identidad del locutor frente al otro.
Observemos ahora la siguiente intervención del presidente ecuatoriano
Rafael Correa en la cumbre de los países miembros de UNASUR, realizada
en la ciudad de Bariloche el 28 de agosto de 2009. Allí, uno de los principales
ejes de controversia fue la cuestión de la lucha contra el narcotráfico en
Colombia. Precisamente, lo que estaba en juego era el gesto metalingüístico
de definición de los términos «terrorismo» y «narcotráfico»:

5. …lo que me preocupa, y nos preocupa, creo, a muchos dirigentes de la


región, ¿qué se entiende por narcotráfico y terrorismo? Narcotraficante
es el que trafica con estupefacientes, no los gobiernos que no están
con mis intereses o que no me simpatizan. Pero a Hugo Chávez, Evo
Morales, quien les habla, hasta Fidel Castro, se lo acusó alguna vez de
narcotraficante. […] Y un buen ejemplo lo tenemos acá, el hermano
Evo Morales, ¿verdad?, que te decían cómplice de los traficantes de
coca, para deslegitimarte como líder sindical y como candidato a la
presidencia de la República13.

13 Extraído de Arnoux, et al. (2012, 40). Los destacados son nuestros.

– 260 –
Nuevamente, asistimos a una disputa por la definición de términos polé-
micos, en este caso «terrorismo» y «narcotráfico». Mediante la introducción,
glosada y marcada, de esos términos, el locutor toma distancia con respecto
al sentido atribuido por otros («narcotraficantes son los gobiernos que no
están con mis intereses»), para delinear así una definición propia («nar-
cotraficante es el que trafica con estupefacientes»). Es que, como afirma
Maingueneau, las comillas «constituyen, sobre todo, un signo construido
para ser descifrado por un destinatario» y, simétricamente, implica una
construcción de la imagen de quien habla (1987, 65), por lo que permiten
realizar operaciones de toma de distancia, de polémica y de redefinición.
En definitiva, lo interesante es que Authier no se limita a identificar las
dos formas de heterogeneidad mencionadas, sino que introduce la hipó-
tesis de un vínculo entre ambas y sostiene que las formas lingüísticas de
heterogeneidad mostradas «representan modos diversos de negociación del
sujeto hablante con la heterogeneidad constitutiva de su discurso» (1984,
99). De esa manera, pone en relación el análisis intra e interdiscursivo:
«Para la descripción lingüística de las formas de heterogeneidad mostrada,
la consideración de la heterogeneidad constitutiva es, a mi modo de ver, un
anclaje, necesario, en el exterior de lo lingüístico» (1982, 103).

3. El «momento argumentativo»: lugares comunes, topoï e


ideologemas

Este necesario anclaje del discurso en el «exterior» de lo lingüístico —reto-


mando la frase de Authier— asumirá nuevas formas con la incorporación de
la perspectiva argumentativa en los estudios del lenguaje. Si bien, eviden-
temente, la argumentación es una dimensión que se remonta a la retórica
antigua, en las últimas décadas el análisis del discurso ha asistido a una
importante revisión y reactualización de las teorías retóricas y argumentati-
vas, en virtud de las cuales se han reelaborado nociones clave para pensar el
sentido y la eficacia de los enunciados. La categoría de topos es una de ellas.

Los lugares comunes o topoï

En la Retórica, Aristóteles señala que, dado que solo es posible persuadir


sobre aquello que es discutible y que puede ser objeto de distintas opiniones,
la persuasión se produce en el marco de lo verosímil y lo opinable. Se trata
de llevar a los hombres a compartir las propias opiniones: para ello, estas
deben mostrarse como razonables, verosímiles, plausibles de ser creídas y

– 261 –
sostenidas. «El saber compartido y las representaciones sociales constituyen,
así, el fundamento de toda argumentación» (Amossy 2000, 89).
Es por eso que la empresa persuasiva se funda necesariamente en principios
comunes y compartidos por la comunidad: los topoï o lugares comunes son
aquellos esquemas admitidos sobre los cuales se puede apoyar el discurso
y fundarse un acuerdo. Estos lugares comunes son opiniones aceptadas y
dotadas de un grado máximo de generalidad, estructuras formales, mode-
los lógico-discursivos, esquemas sin contenido específico que modelan la
argumentación: son los «moldes» que pueden enmarcar una gran cantidad
de enunciados. En la Retórica (§203), Aristóteles enumera algunos de esos
lugares comunes —lo posible y lo imposible; lo existente y lo no existente (en
relación con hechos pasados); el hecho futuro; lo grande y lo pequeño— y
los distingue de los lugares específicos, i.e., las opiniones aceptadas relativas
a un género oratorio específico.
Desde la perspectiva de la Nueva Retórica, en su Tratado de la argumenta-
ción (1989) Perelman y Olbrechts-Tyteca proponen una nueva clasificación de
esas premisas de carácter general en las que se funda toda empresa oratoria,
pero en el sentido de los lugares específicos de Aristóteles. Considerados
como lugares oratorios específicos vinculados a asuntos frecuentes, triviales
y concretos, «los lugares forman un arsenal indispensable del que, quiera
o no quiera, deberá pertrecharse quien desee persuadir a los demás» (1989,
146). Los autores señalan, así, la existencia de una serie de lugares que
«todos los auditorios, cualesquiera que fueren, tienden a tener en cuen-
ta» (1989, 147): los lugares de la cantidad (algo vale más que otra cosa por
razones cuantitativas; lo que es admitido por una gran cantidad es mejor),
los lugares de la calidad (la calidad es superior a la cantidad; valorización
de lo único), los lugares del orden (lo anterior es superior a lo posterior; el
principio tiene preeminencia sobre el efecto), los lugares de lo existente (lo
real más que lo posible), los lugares de la esencia (es preferible lo que mejor
encarna una esencia).
Ya desde una perspectiva semántico-pragmática que se interroga por el
sentido de los enunciados de la lengua, Ducrot retoma esta categoría retó-
rica para pensar el estatus de los encadenamientos argumentativos, en el
marco de su Teoría de la Argumentación en la Lengua14. Según esta teoría

14 Recordemos que la perspectiva semántico-pragmática de Ducrot, en su versión estándar,


comprende dos macro-teorías: la Teoría de la Polifonía Enunciativa (TPE) a la que nos
referimos más arriba, y la Teoría de la Argumentación en la Lengua (TAL). Actualmente,
estas dos teorías han sido reemplazadas por la Teoría de los Bloques Semánticos, en
la que Ducrot deja definitivamente de lado la categoría de topos y pretende describir
el sentido desde una perspectiva estrictamente intralingüística.

– 262 –
anti-descriptivista del sentido, la función primaria de los enunciados no es
describir la realidad, sino argumentar, i.e., orientar el discurso en determinada
dirección. Los enunciados, compuestos por encadenamientos argumenta-
tivos, se apoyan en la evocación de un topos argumentativo, un principio
general que funciona como garante de ese encadenamiento, y que remite a
las creencias comunes de una comunidad. Mediante su evocación, es posible
comprender el pasaje o trayecto que lleva del argumento a la conclusión:

Para Aristóteles un topos es una especie de depósito donde un orador puede


encontrar toda clase de argumentos que le sirven para defender su tesis […].
Por mi parte, empleo el concepto de topos en un sentido más restringido.
Para mí un topos es un principio argumentativo y no un conjunto cualquiera
de argumentos. […]. El topos es, para mí, un garante que asegura el paso
del argumento a la conclusión (Ducrot 1988, 102).

Los topoï son principios argumentativos e ideológicos que no comportan


ningún carácter lógico. Se trata de discursos utilizados pero no asertados
que, implícitamente, forman parte del enunciado y que constituyen el
camino para alcanzar la conclusión a partir de un enunciado dado. Estos
se presentan como lugares comunes universales, o sea, como compartidos
y aceptados por una determinada colectividad; como generales, i.e. como
válidos para situaciones análogas a la situación en que son empleados; final-
mente, los topoï son graduales en la medida en que ponen en relación dos
propiedades o escalas argumentativas (p y q) y, a la vez, establecen vínculos
graduales (+/-) entre ellas15. Estos discursos evocados pueden asociarse con
voces identificadas o con un «se» impersonal y generalizado, i.e., la doxa,
la ideología o el sentido común (Anscombre 1995).
Desde esta perspectiva, el sentido de un enunciado o de una palabra se
define, entonces, como un abanico de topoï asociados con él. La naturaleza
ideológica de estos discursos argumentativos que están detrás del sentido de
las palabras y los enunciados hace que, como sostiene Anscombre, «el discurso
político [sea] el lugar por excelencia de ejercicio de los topoï» (1995, 190).
En el siguiente fragmento puede observarse de qué modo el discurso
político se sustenta en un entramado tópico-argumentativo:

15 Debemos señalar que para Ducrot los topoï no solo configuran pasajes «externos»
de un argumento a una conclusión, sino que ellos «intervienen también al nivel del
léxico» (García Negroni 2005, 13), como discursos inscritos en el sentido mismo de las
palabras. Así, el autor distingue entre los topoï intrínsecos y los extrínsecos: mientras
los primeros constituyen una definición de la palabra en cuestión, los segundos son
los encadenamientos que se pueden realizar a partir de ella.

– 263 –
6. Porque parece que hay sectores de la prensa argentina […] que cuando
uno les dice algo escriben «nuevamente cuestionó a la prensa» o hablan
de autoritarismo. Pueden decir lo que ellos quieren; ahora, cuando yo
me expreso democráticamente es una cuestión de autoritarismo, van
a la SIP [Sociedad Interamericana de Prensa], a ADEPA [Asociación
de Entidades Periodísticas Argentinas], no sé todos los sellos que
tienen. En la democracia cada uno puede hablar lo que piensa, lo
que desea, el autoritarismo, al contrario, viene de aquellos que
teniendo la posibilidad de tener un medio quieren imponer la idea
aun no siendo verdad. Ese es un acto de autoritarismo, esa es una
falta de verdad total y absoluta.

El fragmento anterior corresponde a un discurso que el exmandatario


argentino Néstor Kirchner pronunció el 21 de abril de 2006, y se inscribe
en una polémica con un periódico nacional, La Nación, que había publicado
comentarios críticos sobre la relación del Fondo Monetario Internacional
con el gobierno argentino. En esta alocución, el ex presidente cuestiona los
dichos del periódico y anticipa posibles críticas por parte del periodismo,
que —desde su perspectiva— acusaría al presidente de «autoritario», pre-
cisamente por su presunto cuestionamiento a la prensa y por las supuestas
amenazas que esto conllevaría para la libertad de expresión. En este marco,
el expresidente intenta orientar su discurso hacia la conclusión «este go-
bierno no es autoritario, sino democrático». Para ello, introduce un topos,
un principio argumentativo que opera como sustento de su argumentación:
«cuanto más democracia, más se habilita al presidente a hablar libremente»,
y lo opone a otro principio, en el cual incluye el discurso de sus adversarios,
según el cual «cuanto más autoritarismo, menos se habilita al presidente
a hablar libremente», y por lo tanto, más restricciones se aplican, y más se
imponen ideas (incluso aunque estas sean falsas). En términos de encade-
namientos tópico-argumentativos, el punto de vista presidencial se apoya
en un topos como <+ democracia + presidente hablar libremente>, e imputa
el topos contrario <+ autoritarismo – presidente hablar libremente> (o, lo
que es lo mismo, <– democracia – presidente hablar libremente>) a sus ad-
versarios mediáticos. El discurso kirchnerista coloca, de ese modo, al medio
periodístico con el que polemiza en el universo discursivo del autoritarismo
y, en consecuencia, lo tilda de «no democrático» por proponer una visión
sesgada o parcial de las cosas, y por cuestionar las intervenciones u opinio-
nes presidenciales. Al mismo tiempo, afirma el carácter democrático de su
propia intervención, apoyándose en la idea (todavía más general) de que la

– 264 –
democracia conlleva la posibilidad de hablar libremente, sin restricciones
ni imposición de ideas.
Como puede verse, el discurso político moviliza, pone en movimiento
y hace circular topoï argumentativos para sostener los puntos de vista allí
expuestos. Por su carácter social, cultural e ideológico, esos topoï no son
unívocos, sino que pueden adoptar distintas formas, incluso opuestas y
contradictorias: así, si por un lado, es posible que exista un topos en el que
se pone en relación la propiedad de la «democracia» con la «libertad pre-
sidencial de expresarse», perfectamente podría existir otro, inscrito en un
marco ideológico distinto, en el cual la propiedad de ser «democrático» se
podría vincular, por ejemplo, con la «limitación de los poderes».

Doxa, estereotipos e ideologemas

Es precisamente el carácter cultural e ideológico de los topoï el que intere-


sará a la Teoría de la Argumentación en el discurso. Ruth Amossy, una de
las principales exponentes de esa corriente, sostiene que el análisis de la
argumentación tiene una función crítica, en la medida en que

descubre las capas dóxicas sobre las que se construye el enunciado sin por
ello tomar partido sobre su valor o su grado de nocividad. Es que no toma
la palabra en nombre de una verdad exterior (feminista, marxista, etc.). Su
objetivo declarado consiste en describir de manera lo más precisa posible
un funcionamiento discursivo, y estudiar las modalidades según las cuales
el discurso busca construir consenso, polemizar contra un adversario,
conseguir un impacto en una determinada situación de comunicación
(2000, 93).

Categoría también proveniente de la retórica clásica, la doxa remite al


espacio de lo plausible tal como es aprehendido por el sentido común: «El
análisis de la argumentación en el discurso concibe la argumentación como
anclada en una doxa que atraviesa, a su pesar, al sujeto hablante, que lo ig-
nora tanto más cuanto que está profundamente inmerso en ella» (2000, 94).
La doxa es, entonces, la opinión corriente, aquello que en un discurso
aparece como conocido y evidente. Los elementos dóxicos, por su parte, son las
unidades de discurso a analizar. Entre ellos, Amossy sugiere distinguir entre:

– el topos o lugar: es un esquema común subyacente a los enunciados.


Considerado en el sentido del topos aristotélico, es un lugar lógico-

– 265 –
discursivo que no es en sí mismo dóxico, porque consiste en una
forma vacía.
– el lugar común: alude al lugar particular de Aristóteles devenido
lugar común, en el sentido moderno y peyorativo del término: tema
consagrado, idea fija confinada en un repertorio.
– la idée reçue o estereotipo: es un recorte de la idea de «lugar común»
que acentúa el carácter ya-ahí y opresivo de las opiniones compar-
tidas. Se trata de representaciones sociales, esquemas colectivos
cristalizados que corresponden a un modelo cultural dado (Amossy
y Herschberg Pierrot, 2001, 69). Tienen una fuerte relación con la
autoridad y, por ello, poseen valor de exhortación —señalan lo que
hay que hacer y pensar—.

Amossy señala que todos estos elementos dóxicos pueden vincularse con
la noción de ideologema, acuñada en 1982 por Marc Angenot, y definida como
la unidad mínima de análisis (no descomponible) de un sistema ideológico.
Se trata de las «máximas subyacentes a un enunciado argumentativo», las
«fórmulas cristalizadas, cercanas al estereotipo», un «dispositivo semántico
polisémico y polémico».
No casualmente, la noción de ideologema había sido acuñada por Bajtín
en su Teoría de la novela. Allí el autor define el ideologema como un «cuerpo
ideológico concreto», esto es: un significante, una forma material que es a la
vez ideológica y textual. El ideologema bajtiniano está incluido en el texto
como contenido, pero es precisamente el puente, el nexo, entre el texto y su
afuera: es a la vez interno y externo al texto. En ese mismo sentido, Angenot
afirma que el ideologema

no es monosémico o monovalente. Es maleable, dialógico y polifónico.


Su sentido y su aceptabilidad resultan de sus migraciones a través de las
formaciones discursivas e ideológicas que se diferencian y se enfrentan. Se
realiza en las innumerables descontextualizaciones y recontextualizaciones
a las que se lo somete» (1989, 894).

En efecto, el ideologema «no es necesariamente una locución única


sino un complejo de variaciones fraseológicas, una pequeña nebulosa de
sintagmas más o menos intercambiables» (1989, 894) con capacidad de
migrar a través de diferentes campos discursivos y diferentes posiciones
ideológicas (1989, 902).
En su investigación sobre el discurso social en el año 1889, Angenot
muestra cómo, por caso, el sintagma «lucha por la vida» adquiere no solo

– 266 –
aceptabilidad, sino también legitimidad imaginaria. De esta manera, aunque
tiene su origen en el discurso científico darwinista, comienza a difundirse
y a hacerse extensivo a otros dominios del discurso social: desde la obra
teatral —de extraordinario éxito— de Alphonse Daudet, llamada precisa-
mente «La lutte pour la vie», pasando por los eslóganes del discurso electoral
(«Dos partidos están en juego. Cada uno lucha por la vida»), por artículos
periodísticos («Suiza deberá luchar por su existencia») y por panfletos de
propaganda política («El conocimiento de la lucha por la vida explica por
qué todos los sistemas sociales igualitarios que reniegan de la iniciativa
individual han estado, hasta ahora, destinados a fracasos constantes»),
lo que acontece es que la expresión va desplazándose desde un terreno
estrictamente biológico hacia un terreno político-ideológico, en el cual las
referencias al evolucionismo, a la supervivencia, al individualismo, se van
encadenando: «El valor dominante adquirido por el ideologema “lucha
por la vida” termina, así, por denotar un rasgo de una sociedad moderna
moralmente decadente, regulada por el único axioma inmoral del “sálvese
quien pueda” y del “peor para los débiles”» (1989, 898).
En la noción de ideologema, la palabra ajena adquiere una carnadura
propiamente ideológica y lingüística: esos términos, fórmulas y expresiones
que circulan en un determinado estado de la cultura y que, al mismo tiempo,
están inscritos en la lengua misma, que se hacen legítimos y corrientes en
la medida en que sirven a una estrategia persuasiva y narrativa, atraviesan
inevitable y constitutivamente los discursos sociales.

4. Dos niveles de análisis: la otredad constitutiva y la otredad


«mostrada»

Como hemos visto a lo largo del recorrido propuesto hasta aquí, los diferen-
tes enfoques abordados distinguen, de manera más o menos explícita, dos
grandes modos de aparición y emergencia de la palabra ajena en el propio
discurso. Por un lado, un nivel constitutivo e inconsciente, inherente a toda
práctica del lenguaje, que remite a la inevitable presencia del otro en el seno
mismo del discurso y que no siempre es lingüísticamente aprehensible. Aquí
el abordaje analítico es preponderantemente interdiscursivo, y remitiría a
las nociones de interdiscurso (Pêcheux), dialogismo (Bajtín), heterogeneidad
constitutiva (Authier), polifonía (Ducort) y, en otro registro, topos y doxa
(Ducrot, Amossy). Por otro lado, un plano lingüísticamente aprehensible y
accesible, en el que se localizarían las operaciones propiamente enunciativas
y argumentativas: la noción de memoria discursiva (Courtine), la de polifo-
nía (Bajtín) y la de heterogeneidad mostrada (Authier), (pero también las de

– 267 –
polifonía enunciativa, topos y doxa) constituyen algunas de las herramientas
teóricas para abordar diferentes modos de emergencia, en la superficie del
discurso, de la palabra ajena.
Dada la variedad de términos y la superposición de niveles de análisis, y con
el fin de clarificar categorías y definiciones conceptuales, Amossy propone
distinguir la polifonía del dialogismo. Mientras la polifonía consistiría en la
evocación lingüística de voces y puntos de vista y en las relaciones entre el
locutor y los enunciadores (tal como propondría, según la autora, Ducrot),
el dialogismo, en cambio, remitiría a la perspectiva bajtiniana, y aludiría a la
«dimensión social e ideológica del discurso», a las relaciones interdiscursivas,
en suma, al vínculo del discurso con la historia, la doxa y la ideología. Al mismo
tiempo, Amossy sugiere diferenciar dos aspectos del dialogismo: el dialogismo
interdiscursivo (concerniente a la relación de un discurso con los discursos
anteriores) y el dialogismo interlocutivo (relativo a la situación de enunciación
e interlocución, es decir, a la relación del discurso con los interlocutores)16.
Aquí cabe, sin embargo, una disquisición teórica —que, ciertamente, excede
los objetivos de este trabajo— sobre el estatus de la noción de polifonía en
Ducrot. Si bien Amossy ubica la polifonía en un plano microdiscursivo que
atañe solo a la puesta en escena de puntos de vista en el enunciado, es dable
pensar que, para Ducrot, la polifonía tiene un carácter constitutivo, pues se
trata de una dimensión inherente al propio funcionamiento del lenguaje, y
no se limita solo a mecanismos específicos. En efecto, si consideramos los
fenómenos que Authier estudia como manifestaciones de la heterogeneidad
mostrada (discurso directo, comillas, formas de retoque o glosa, discurso
indirecto libre, ironía, etcétera), podemos observar que todos ellos pueden
abordarse desde la perspectiva polifónica. Y más aún: fenómenos todavía más
generales, como la negación o la presuposición, pero también la aserción,
las modalidades, el empleo de los conectores y operadores argumentativos,
e incluso las propias estructuras sintácticas o el semantismo interno de las

16 En un sentido semejante, Maingueneau (1984) propone que todo espacio discursivo


de interacción semántica (donde se produce la coexistencia o la superposición de
formaciones discursivas) es un proceso de «interincomprensión» generalizada, en el
que cada posición enunciativa se rige por las reglas de la propia FD y «no entiende» los
sentidos del Otro, de donde surge un cerco semántico que impide la plena comprensión.
Para el análisis de las relaciones entre FD en contacto, Maingueneau sugiere distinguir,
por un lado, un nivel dialógico, que corresponde a la interacción constitutiva, y por otro
lado, un nivel polémico, que corresponde a la heterogeneidad mostrada, los modos de
cita, etcétera. En cuanto a la cita, se trata de un modo de introducir un «cuerpo extraño»
en el propio discurso, que coloca el conflicto del cuerpo citado en el citante: de ese
modo, el otro resulta rodeado, cercado y expulsado, por el hecho de quedar atrapado
en un universo semántico incompatible.

– 268 –
palabras; todos ellos muestran que la lengua es constitutiva e inevitablemente
polifónica. Entendida como un sistema de diferencias en el que los sentidos
remiten a la cristalización y sedimentación de discursos previos, las ope-
raciones lingüísticas obligan a evocar permanentemente discursos ajenos,
que habitan en el corazón mismo de la lengua. Desde este punto de vista, es
la propia lengua, y no solo el discurso, la que incluye y contiene el aspecto
dialógico del que habla Bajtín.
Del mismo modo, podemos pensar que —aunque en otro registro— la
noción de topos permite abordar el carácter constitutivo de los discursos
circulantes en el espacio social; en este caso, de los discursos pertenecientes
a la doxa y al sentido común compartido: se trata de la colección de «presu-
puestos irreductibles del verosímil social a los que todos […] se refieren para
fundar sus divergencias y desacuerdos» (Angenot 2010, 38).
Dicho esto, es relevante señalar que el reconocimiento analítico de esas
dos dimensiones de la alteridad en el discurso —una «constitutiva» y otra
«mostrada»— lleva asimismo a distinguir dos modos diferentes de emergencia
del sujeto. En un nivel constitutivo, inaccesible e informulable, el sujeto no
es dueño de su decir: sujeto descentrado, él «es hablado» por los discursos
en los que se inscribe. Es un sujeto del inconsciente, atrapado por la lengua,
la estructura, la historia, las formaciones discursivas e ideológicas. En el otro
nivel, consciente y accesible al sujeto, se sitúan las operaciones argumenta-
tivas y enunciativas en las que él parece «dominar» sus palabras y las ajenas,
operando como un metteur en scène que escenifica voces y puntos de vista,
delimita, señala o separa las palabras del otro para así garantizar su propio
espacio de dominio. Para Amossy, esos dos tipos de subjetividad se ponen en
juego en el enunciado de manera simultánea y complementaria:

el locutor está a la vez constituido por la palabra del otro que lo atraviesa a su
pesar (no puede decir ni decirse fuera de la doxa de su tiempo […]); y sujeto
intencional que moviliza las voces y los puntos de vista para actuar sobre su
alocutario (es la polifonía). Lejos de ser contradictorias, esas dos concepciones
representan dos facetas complementarias del sujeto hablante y dan cuenta
de vínculo con lo social a la vez en sus determinaciones, su individuación y
su querer-decir, que es también un querer-hacer (Amossy 2005, 69).

Es que, en efecto, como dice Bajtín, «el hablante no es un Adán», sino que
está inserto en múltiples ámbitos que determinan y condicionan su decir,
por lo que «el objeto mismo de su discurso se convierte inevitablemente en
un foro donde se encuentran opiniones de los interlocutores directos […], o
puntos de vista, visiones del mundo, tendencias, teorías, etc.» (2002, 281).

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Palabras finales

Si, desde sus inicios como disciplina, la cuestión de la articulación entre


lo discursivo y lo social, lo histórico y lo ideológico se ha encontrado en el
centro de los interrogantes del análisis del discurso, la pregunta por la otre-
dad —pregunta compleja y profunda que recorre a las ciencias sociales en su
conjunto— no podía estar ausente de esa problemática: ¿Qué rol juegan los
discursos-otros en la aparente homogeneidad de un texto político, social o
histórico? ¿Cómo comprender y analizar la introducción, la selección pero
también la denegación y el disimulo de las palabras ajenas que habitan
inevitablemente todo discurso? ¿Cuáles son los niveles, las dimensiones y
las categorías que nos permiten distinguir las formas de insistencia de lo
otro en lo uno? ¿Cómo incide esa presencia de la otredad en la definición
de la propia identidad discursiva? ¿Cómo se recorta el sujeto frente a la
acechanza del otro? ¿Cuáles son las huellas que esa presencia inerradicable
del otro deja en la superficie de los discursos?
A lo largo de este capítulo, hemos recorrido diferentes teorías que intentan
dar respuesta a esos interrogantes, al poner, cada una de ellas, el acento en
diferentes problemáticas. Desde un enfoque que se pregunta eminentemente
por el carácter ideológico de los discursos sociales, la heterogeneidad ad-
quirirá la forma del interdiscurso, que no es otra cosa que la acumulación de
lo ya-dicho, de lo dicho anteriormente y en otra parte, que sobredetermina
y domina toda práctica discursiva.
La pregunta por la enunciación vendrá necesariamente asociada a
una interrogación sobre el lugar del sujeto, y esta, al lugar que le cabe a
la heterogeneidad en la configuración del sentido. Con distintos acentos,
tanto Ducrot como Authier mostrarán, mediante sofisticados argumentos
anclados en la lingüística de la enunciación, en la semántica y en las teorías
del discurso, que hay una dimensión de heterogeneidad que es constitutiva
del sujeto y de su decir. Esta dimensión deja huellas, marcas y señales ma-
teriales en la superficie del enunciado, huellas que nos permiten reponer
las voces ajenas, pero también la operación de sutura que el sujeto realiza
sobre su propio decir.
Por último, las teorías que incorporan la dimensión argumentativa al
análisis de los discursos sociales mostrarán que, incluso en aquellos casos
en que el sujeto parece tener cierto dominio sobre sus palabras, aun cuando
el sujeto hablante emprende una tarea persuasiva en la que cree elegir los
argumentos, existe una dimensión inerradicable de heterogeneidad que
atraviesa y determina sus palabras, y que ancla en la doxa, en lo común,
en lo corriente. Desde la visión radicalmente argumentativa que presenta

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Ducrot, la propia lengua es inherentemente argumentativa y, por lo tanto,
como los prisioneros de la caverna de Platón, todo hablante está obligado a
emplear topoï: «Para mí, nuestra caverna es el lenguaje. Estamos obligados
a utilizarlo, y a causa de esto […] solo podemos tener puntos de vista argu-
mentativos, solo podemos evocar topoï» (Ducrot 1988, 170).
En suma, hemos intentado exponer un panorama general sobre los modos
de abordaje de la otredad en el discurso, desde el enfoque propuesto por las
teorías francesas de análisis del discurso. Mediante este recorrido, espera-
mos contribuir con herramientas teórico-metodológicas que permitan a los
estudiantes, investigadores y especialistas en ciencias sociales abordar la
textura de los discursos sociales considerando la necesaria inscripción de
las palabras ajenas en los enunciados, así como su incidencia en la confi-
guración de la propia identidad discursiva.

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