Sombología Masónica

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Simbología masónica o los emblemas del autoconocimiento

Article · January 2013

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1 author:

José Julio García Arranz


Universidad de Extremadura (España)
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RupScience - "Análise das cadeias operatórias, Arqueometria e cronologia de Pinturas Rupestres. Uma aproximação à tecnologia dos materiais em contextos de
Portugal, Espanha e Colômbia". View project

Fiesta barroca. Cultura visual. Estudios sobre la mujer View project

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Ana Martínez Pereira
Inmaculada Osuna
Víctor Infantes
(eds.)

PALABRAS, SÍMBOLOS, EMBLEMAS.


Las estructuras gráficas de la representación

Sociedad Española de Emblemática

Madrid
2013
© 2013 Turpin Editores S.L.
e-mail: [email protected]

Maquetación: Ana M. Pereira y Miguel A. Naranjo

Producción: Gráficas Almeida


[email protected]
Impreso en España

ISBN: 978-84-940720-2-4
Depósito Legal: M-20640-2013

Reservados todos los derechos.


Esta publicación no puede ser reproducida o transmitida, total o parcialmente, por cualquier medio,
electrónico o mecánico, ni por fotocopia, grabación u otro sistema de reproducción de información, sin
el permiso por escrito del titular del copyright para esta edición.
Índice

Plenarias
(en orden de exposición)

Ignacio Arellano, Emblemas en los autos sacramentales de Calde-


rón. Coordenadas de inserción dramática ..................................................... 13
Pedro Ruiz Pérez, Las grotte: programa, emblema, estética ................................. 33
José Julio García Arranz, Simbología masónica o los emblemas del
autoconocimiento ....................................................................................... 59

Ponencias
(en orden alfabético)

Antonio Aguayo Cobo y María Dolores Corral Fernández,


La imagen de la mujer en el renacimiento jerezano ....................................... 95
Monserrat Georgina Aizpuru Cruces, Los emblemas en la construc-
ción del discurso cultural jesuita en Guanajuato .......................................... 107
María Dolores Alonso Rey, El árbol en los libros de emblemas
españoles .................................................................................................... 117
Rubem Amaral Jr., As virtudes teologais na igreja do Santíssimo
Sacramento do Recife (Pernambuco) à luz da iconologia e da
tradição iconográfica portuguesa ................................................................. 127
Patricia Andrés González, Emblemática mariana en Juan de Roelas:
la Alegoría de la Inmaculada del Museo Nacional de Escultura de
Valladolid ................................................................................................... 139
Beatriz Antón Martínez, La telaraña, símbolo de los jueces corrup-
tos en los Emblemata (1618) de F. Schoonhovio ........................................... 151
José Javier Azanza López, ¡Guárdame el secreto… o deséame suerte!
Posibilidades emblemáticas de un ingenioso artefacto .................................. 163
Agustí Barceló Cortés, La memoria de las plantas: aproximación
etnobotánica a la iconografía del Itinerarium mentis in Deum repre-
sentado en la iglesia de San Francisco, Torreblanca, Castellón ....................... 181
César Chaparro Gómez, «Los estertores» de la emblemática: aproxi-
mación a la obra de Diego Suárez de Figueroa Camino de el Cielo.
Emblemas Christianas .......................................................................... 197
Francisco de Paula Cots Morató, El tipo iconográfico de los ángeles
ceroferarios y turiferarios ............................................................................ 215
8

María José Cuesta García de Leonardo, Fernando VII y los epílo-


gos de la emblemática ................................................................................. 225
Sergi Doménech García, «Virgen, madero y muerte». El misterio de
la recirculación en la retórica visual novohispana ......................................... 233
Reyes Escalera Pérez, Mulier fortis. Jeroglíficos, símbolos y alegorías
en las exequias de las reinas en Granada y Sevilla (siglos XVII
y XVIII) .................................................................................................... 245
Andrés Felici Castell, Ángeles portadores de atributos en la Cruci-
fixión ........................................................................................................ 257
Esther García Portugués, De la sirena de Ulises a la de Picasso y
Miquel Barceló ......................................................................................... 269
Édgar García Valencia, Las últimas manifestaciones de la emblemá-
tica en México .......................................................................................... 281
Víctor Infantes, La sátira antiespañola de los fanfarrones, fieros,
bravucones y matasietes: las Rodomuntadas españolas y los Emblemas
del Señor Español (1601-1608). Apuntes posteriores (II) ............................... 289
Carme López Calderón, La emblemática como instrumento devo-
cional: la Capilla de Nossa Senhora da Esperança en Abrunhosa
(Viseu, Portugal) ........................................................................................ 299
Fátima López Pérez, El lenguaje de las flores en el Modernismo de
Barcelona: precedentes e influencias francesas ............................................. 313
Sagrario López Poza, Empresas o divisas del rey Felipe III de España .............. 323
Saúl Martínez Bermejo, Los jeroglíficos de entrada del Tácito espa-
ñol de Baltasar Álamos de Barrientos .......................................................... 333
Ana Martínez Pereira, Emblemática e infancia ............................................. 341
Filipa Medeiros, Vt illustriores maneant. Simbologia, tradição e origi-
nalidade do Astro-rei nos emblemas de Frei João dos Prazeres .................... 351
Claudia Mesa, La mirada de los emblemas: Presencia y ausencia en
los jeroglíficos del Llanto de Occidente (1666) .............................................. 365
Mª Elvira Mocholí Martínez, El cuerpo en la imagen, la imagen
del cuerpo. Reliquias y relicarios ............................................................... 375
Emilia Montaner López, La alegoria de la pintura como metáfora
de la mujer artista ...................................................................................... 387
José Miguel Morales Folguera, La iconografía de los cuatro conti-
nentes.Creación de los modelos en Europa y su traslado a
Hispanoamérica ........................................................................................ 399
Jose A. Ortiz, Emblemas de muerte y vanidad: del cráneo barroco al
cráneo contemporáneo .............................................................................. 411
9

Inmaculada Osuna, Contra los Domini canes: Notas literarias sobre


emblemática e iconografía en la polémica inmaculista sevillana
de principios del siglo XVII ...................................................................... 419
Genoveffa Palumbo, «Egipcii et Chaldei me invenere»: una storia della
filosofia in un’immagine di Albrecht Dürer ................................................ 431
Candela Perpiñá García, La música del Diablo y el Diablo en la
música. Sobre el poder corruptor del arte musical en el imagi-
nario cristiano ........................................................................................... 441
Inmaculada Rodríguez Moya, El Amor en el Thesaurus Philopoliticus
de Daniel Meisner ..................................................................................... 453
José Roso Díaz, El motivo de la nave aberrante en la propaganda
alemana del siglo XVI ............................................................................... 469
Francisco J. Talavera Esteso, Problemas en torno a las viñetas de los
Hieroglyphica de Pierio Valeriano en la edición de 1556 ............................... 479
Luc Torres , Fortuna literaria (Países Bajos y Francia) y arquitectó-
nica (Brasil) de los Emblemata Horatiana de Otho Vaenius
(siglos XVI y XVII) ................................................................................... 493
Luis Vives-Ferrándiz Sánchez, El naufragio de la esperanza ........................... 503
Teresa Zapata Fernández de la Hoz, Los Trabajos de Hércules, ejem-
plos de virtudes cristianas. La decoración del Salón Real de la
Casa de la Panadería de Madrid (1674) ...................................................... 513
SIMBOLOGÍA MASÓNICA O LOS EMBLEMAS
DEL AUTOCONOCIMIENTO

José Julio García Arranz


Universidad de Extremadura

A Guy,
excepcional persona, ejemplar maestro

1. Introducción: los orígenes de la masonería moderna


La masonería, asociación de carácter iniciático integrada dentro de la gran cor-
riente del Hermetismo (Ariza, 2007: 11), se sustenta, como los restantes movimientos
de vocación esotérica, en un amplio y complejo aparato icónico inserto además, en
este caso, en una trama ritual y una puesta en escena que constituyen su principal
seña de identidad de cara a los no iniciados. A pesar de su extraordinaria diversidad,
consecuencia de una amplia y permanente capacidad de asimilación de materiales de
muy distinta procedencia, uno de los rasgos comunes más llamativos del imaginario
de contenido o implicaciones masónicas es su facilidad de reconocimiento como
tal. Los investigadores que se han aproximado desde una u otra vertiente a este tipo
de iconografía insisten en que cualquiera de sus símbolos o representaciones posee
cierta personalidad que permite distinguirlo de los pertenecientes a otros repertorios
visuales, de tal modo que, de un primer golpe de vista, podemos constatar que de-
terminado objeto o imagen posee una «apariencia masónica». Tal rasgo es sin duda
consecuencia del sincretismo simbólico imbuido de un propósito de universalidad
que envuelve a este tipo de manifestaciones (Morata, s. a.: 7). En las siguientes pá-
ginas vamos a profundizar en las fuentes de inspiración que nutrieron la formación
y evolución de esta singular iconografía, atendiendo en un apartado final a la deuda
que sus atributos, alegorías o composiciones mantienen con la tradición simbólica y
emblemática precedente.
La génesis de las imágenes simbólicas masónicas se encuentra fuertemente imbri-
cada en los orígenes históricos que se atribuyen a esta sociedad, y es por ello que resulta
aquí de especial interés una rápida aproximación a la configuración de la Orden tal y
como ha llegado a nuestros días. La masonería, de acuerdo con su concepción actual,
posee un origen relativamente reciente, que puede concretarse en torno al tránsito
del s. XVII al XVIII, si bien cuenta, como veremos, con precedentes que se remontan,
60 José Julio García Arranz

al menos, a finales de la Edad Media. Se


considera que es 1717 el año fundacional
de la masonería moderna, denominada
también «especulativa» por oposición a
la primitiva actividad «masónica» o aso-
ciativa de los constructores de catedrales
medievales, llamada «operativa»1. El 24
de junio, festividad de san Juan Bautista,
cuatro logias masónicas londinenses de-
cidieron unirse y constituir la Gran Logia
de Londres; a ella se irán incorporando
Fig. 1. Anónimo, «Les Free-Massons». Grabado en todo el Reino Unido las restantes fra-
procedente de Bernard Picart, Cérémonies et
ternidades independientes o las recien-
coutumes religieuses de tous les peuples du
monde (t. I, Amsterdam, 1723). temente fundadas en rápida progresión,
hasta alcanzar las 270 mediado el siglo, al
tiempo que se crean otras grandes logias en Irlanda (1725) y Escocia (1736) [fig. 1].
Pero este dato demuestra que ya existía ese tipo de agrupaciones con anterioridad
a aquella fecha, documentado, al menos, desde finales del s. XVI, de modo que la
unificación de 1717 no supuso tanto el surgimiento de un fenómeno nuevo como el
tránsito de un estado de «no obediencia» hacia otro de centralización y regularización
organizativa2. Aquellas logias del seiscientos, reunidas en los salones de tabernas y

1
  En el término freemason –«francmasón»–, que se documenta por vez primera en 1376 en un manuscrito
inglés, se fundamentan las denominaciones de Freemasonry o Franc-maçonnerie que la Orden adquiere en los
ámbitos anglosajón y francófono. No existe acuerdo sobre si el término «francmasones» se refiere a aquellos
obreros que trabajaban la «piedra franca», material noble y resistente utilizado en escultura, o bien el prefijo
«franc» se aplicaba a las personas que gozaban de privilegios o de un estatuto particular, por lo que en nuestro
caso pudiera hablarse de «albañiles libres» que se beneficiaban de ciertas franquicias locales o municipales.
2
  Durante la Edad Media y al comienzo de los Tiempos Modernos se desarrolló un complejo sistema orga-
nizativo del trabajo de los operarios y maestros de la construcción documentado a partir del s. XI en los paí-
ses europeos donde se levantaban edificios religiosos. Existían, por una parte, las agrupaciones empresariales
de canteros dedicadas a la erección de una construcción determinada, que se reunían en «logias» particulares
que eran, por esencia, temporales, en función de la duración de la edificación (ya fueran varios decenios
o un siglo). Estas logias o asociaciones, constituidas por asociados voluntarios (el maestro-empresario, los
compañeros obreros cualificados y los aprendices), podían estar agrupadas en organizaciones territoriales
más o menos amplias que podrían considerarse ancestros de las «grandes logias». Esto es lo que se deduce
de ciertos manuscritos ingleses conocidos como Old Charges –más adelante volveremos sobre ellos–, entre
los que cabe destacar los denominados Regius o Manuscrito Real (c. 1390) y Cooke (c. 1400-1410), ambos en
el Museo Británico. Con la finalización de las grandes construcciones góticas y renacentistas, y al menos en
Inglaterra, los canteros, obreros y artesanos vinculados al mundo de la construcción, decididos a mantener
vivo el espíritu de las antiguas cofradías y organizaciones gremiales, fundaron logias sedentarias toleradas
por el poder, detentoras de unas formas incipientes de masonería «operativa». Pero se trataba de asociaciones
poco numerosas, que no podían mantenerse de las simples evocaciones de su glorioso pasado. Ello podría
explicar el fenómeno de que estas logias operativas fueran progresivamente abiertas a los no profesionales:
nobles, eclesiásticos, notarios, burgueses ricos e intelectuales influyentes admitidos a participar en las acti-
vidades de tipo confraternal, sin olvidar el hecho de que éstos podían aportar una contribución financiera
Simbología masónica 61

albergues3 o en la vivienda de uno de los miembros, acogían a personas de diferentes


medios sociales, de manera que los obreros y maestros constructores que encarnaron
la esencia de las primeras agrupaciones de estas características conviven aquí con una
presencia creciente de masones «aceptados», sin vinculación profesional alguna con
el arte de la construcción. De igual modo se daba cabida en aquellas hermandades
a gentes adscritas a distintas posiciones políticas, y procedentes de diferentes iglesias
cristianas: anglicanos, católicos, protestantes de orígenes diversos…, hasta el extremo
de que sus encuentros, a pesar de los encarnizados enfrentamientos civiles y luchas de
Religión que marcaron el momento en Inglaterra, se constituyeron en un remanso
de paz y tolerancia, razón por la cual se decidió prohibir toda discusión ideológica
y confesional en su seno4 [fig. 2]. Sus afiliados respondían básicamente a un perfil
de personas movidas por un espíritu idealista de fraternidad, altruismo y fomento
de la beneficencia, aunque no faltaban adeptos atraídos por el carácter secreto de las
reuniones, y por unos primeros rituales, aún muy elementales, inspirados con más o
menos rigor en supuestos ceremoniales del pasado gremial5.
Si bien estos «caballeros masones» o masones «aceptados» acabarán por desplazar
definitivamente de las logias a canteros y artesanos, mostraron desde el principio

que resultaba muy interesante para su reactivación. Sin embargo, estos masones «aceptados» irán suplantando
progresivamente a los operarios y artesanos, de modo que, a la larga, la mayor parte de las logias no volverá
a contar más en su seno con profesionales de la construcción. Esta teoría de la conexión directa entre los
constructores de la Edad Media y los masones de los ss. XVII y XVIII, basada en la introducción progresiva
de miembros ajenos a la práctica arquitectónica a unas logias cada vez menos operativas y más simbólicas,
estudiada para el caso escocés por autores como David Stevenson, ha sido rechazada por otros investigadores
que hablan de ruptura total entre ambas agrupaciones, o, al menos, de la imposibilidad de verificar con prue-
bas documentales esa cierta continuidad (Uyttebrouck, 1993: 7-8; Chaboud, 2008: 37-38).
3
  En efecto, los primeros francmasones especulativos se reunían en las salas de tabernas, dibujando con
tiza, bajo la figura del sol, un «templo» simbólico. Estas reuniones se prolongaban en forma de banquetes
en los cuales los participantes se prometían obrar en el exterior de acuerdo a las ideas generosas que ha-
bían intercambiado durante el encuentro. Pronto, sus miembros manifestaron el deseo de estructurarse y
unirse, testimoniando una voluntad propia a la masonería de «reunir aquello que está disperso», aunque las
cuatro logias que constituyeron el núcleo inicial de la Gran Logia de Londres conservaron los nombres
de las tabernas donde se reunían: «La oca y la parrilla», «La corona», «El manzano» y «El vaso y las uvas»
(Chaboud, 2008: 38).
4
  Así se prescribe en el capítulo 6 de las Constituciones de Anderson. Su visión nada sectaria del Ser Supre-
mo, en contraste con la feroz intolerancia religiosa que caracterizó a este periodo, y la posibilidad de la
existencia de miembros no cristianos, contribuyeron sin duda al éxito del movimiento, y promovieron su
expansión fuera de Inglaterra, como testimonian las numerosas fundaciones de logias documentadas en
toda Europa durante la primera mitad del s. XVIII (MacNulty, 1993: 86).
5
  La aparente transición de una masonería puramente operativa hacia otra simbólica, con la progresiva
aceptación de miembros «no operativos», parece ya producirse desde fines del s. XVI, y muy especialmente
a lo largo del XVII, en lo que supondría una larga fase de transición. El último Gran Maestro operativo de
la antigua masonería, el arquitecto Cristopher Wren, director años antes de la construcción de la catedral de
San Pablo de Londres, abandonó el cargo en 1702 por sus opiniones religiosas; este personaje constituyó un
nexo crucial de unión entre la francmasonería especulativa y las guildes operativas durante la reconstrucción
de Londres tras el devastador incendio de 1666 (Baigent y Leigh, 2005: 196-197).
62 José Julio García Arranz

su deseo de perpetuar las tradiciones, los ritos


y el vocabulario de los gremios tradicionales,
convirtiendo así sus logias en una suerte de ser-
vice-clubs que animaban sus reuniones con la
recuperación de los usos y el folklore de las
antiguas cofradías, consistentes básicamente
en la celebración de ceremonias religiosas, el
ejercicio de la beneficencia y la convivialidad.
Descubrieron en las Old Charges –estatutos de
trabajo de las guildes y cofradías tardomedie-
vales– las consideraciones morales, los secretos
profesionales de maestros, los libros de ora-
ciones y los relatos legendarios que vinieron a
dotar de contenido simbólico a sus encuentros,
y que constituyeron, además, la fuente esencial
de los textos fundacionales y primeras consti-
tuciones de la masonería especulativa.
A partir de estos momentos, una masonería
«renovada» se va a difundir rápidamente por las
Fig. 2. Nicolas Perseval, La unión de los tres Islas Británicas, su vasto imperio y las colonias
órdenes (1789). Reims, Museo de francesas en América (Luisiana, Antillas…); las
Saint Denis. primeras logias continentales, que se docu-
mentan ya en Francia en la década de 1720,
estaban formadas por masones procedentes del Reino Unido, a las que se iban afilian-
do adeptos autóctonos hasta constituir finalmente las agrupaciones y las obediencias
puramente regionales. A mediados del s. XVIII ya existen fraternidades constituidas en
prácticamente todos los países europeos. Este éxito fulminante se vio propiciado sin
duda por la sintonía de la concepción progresista y la actitud humanista de los prin-
cipios masónicos con la filosofía y cultura de la Ilustración, seduciendo a numerosos
intelectuales y artistas, estimulando la obra de los enciclopedistas y otros precursores
franceses de la Revolución de 1789, o situándose en el fundamento del pensamiento
de líderes de la revolución de los Estados Unidos –y redactores de su Constitución–
como George Washington o Benjamin Franklin, o de los procesos de independencia
en Iberoamérica protagonizados por Simón Bolívar o José de San Martín

2. La naturaleza simbólica del pensamiento y la práctica masónicos: «Aquí,


todo es símbolo»

El vasto corpus de ilustraciones e imaginería que decora su aparato ritual y visual


responde, hasta en el más mínimo detalle, al principio masónico del recurso a mitos,
emblemas y personificaciones como instrumento identificativo o ejemplar de sus
ideas y conceptos abstractos.Todos los teóricos de la simbología masónica insisten en
la enorme importancia interna de la trama simbólica, alegórica y ritual de la Orden,
Simbología masónica 63

esencial para su concepción y funcionamiento. Como indica Chalmers I. Patton


(1873: 1), «El sistema de la Francmasonería se encuentra en su totalidad imbuido de
simbolismo, y un conocimiento de los símbolos resulta irrenunciablemente necesa-
rio para cada Compañero». Es por ello –en palabras de Francisco Ariza (2007: 26)–
que en la logia «[…] todo se cumple según el rito, y todos los gestos y signos rituales
realizados en el interior de la misma han de ser considerados como lo que son: vehí-
culos transmisores de la enseñanza simbólica y de su influencia regeneradora». Esta
dimensión simbólica se encuentra ya implícita desde sus primeras manifestaciones
en la masonería especulativa, y se ha ido enriqueciendo con sucesivas aportaciones y
apropiaciones que han incrementado la complejidad de su trama ceremonial y visual
hasta alcanzar su punto culminante durante el s. XIX e inicios del XX6.
Ya hemos indicado que la masonería renovada de los ss. XVII y XVIII se encon-
traba cada vez más distanciada de la mentalidad y prácticas de los canteros y arte-
sanos que trabajaban verdaderamente en la edificación material; sin embargo, con la
voluntad de salvaguardar una suerte de identidad corporativa y una continuidad que
los vinculara a aquellos gremios de operarios, se trató de recuperar su concepción
trascendente y filosófica, dentro del espíritu del denominado Royal Art –denomina-
ción empleada entre los constructores medievales como homenaje a los monarcas
implicados en el poder espiritual–. El esfuerzo físico y el trabajo manual del antiguo
masón serán sustituidos por el estudio especulativo e intelectual de los símbolos de
la tradición arquitectónica y de la Geometría a ella asociada. Su deseo de instituirse
en herederas de las formas simbólicas de las viejas corporaciones de canteros explica
que la «espina dorsal» del imaginario emblemático de las agrupaciones masónicas
sean, como resulta bien sabido, las herramientas o útiles empleados en la construc-
ción. El nivel, la plomada, la escuadra, el compás, la paleta, el martillo o el cincel son
instrumentos que han perdido totalmente su sentido funcional en el nuevo contexto;
se transforman aquí en conceptos adaptados a la mentalidad y propósito de estas lo-
gias especulativas, integradas en una sociedad urbana e inspiradas por una ideología
idealista y combativa, característica de la cultura ilustrada, que trata de desmontar
las desigualdades del Antiguo Régimen y crear una utópica sociedad fundada en
la libertad y la fraternidad universales: no es de extrañar, por tanto, que el nivel se
proponga como símbolo de igualdad y justicia, o la paleta, con la que se extiende el
cemento que une y da solidez al edificio, de la unión y hermandad entre todos los
hombres (Moore, 2009: 70 y 184-185). Pero, además de dotar a este peculiar imagi-
nario de unos contenidos simbólicos de orden moral y ejemplarizante7, estas nuevas

6
  A lo largo del s. XX, sin embargo, se observa un desinterés progresivo por la dimensión ritual simbólica de
la masonería, o, al menos, de sus tradiciones y función trascendente, en contraste con una creciente impli-
cación social y benéfica; tal distanciamiento ha podido ser fruto de los continuados conflictos con la Iglesia
–las primeras condenas pontificales se remontan a 1738–, con el consecuente rechazo hacia unos símbolos
y ritos que podrían guardar ciertas conexiones con la liturgia católica, o de las persecuciones producidas
por los regímenes totalitarios en Europa a partir de los años treinta, que obligaron a la práctica clandestina.
7
  En las Old Charges no encontramos rastro alguno de la transferencia de cualidades morales a las herra-
64 José Julio García Arranz

logias se inspirarán en ciertas narraciones, esencialmente de origen bíblico, reunidas


en las Old Charges, con las que empiezan a fraguarse los primeros relatos míticos y
legendarios que en adelante serán ya parte indisoluble del pensamiento y magisterio
masónicos8.
Las Old Charges –título equivalente a «antiguas obligaciones» o «deberes»– son
manuscritos medievales ingleses, compuestos en prosa o verso entre el s. XIV e ini-
cios del XVII, y estructurados en dos partes: un relato legendario de los orígenes del
sistema de cofradías, y una descripción de la organización del trabajo corporativo y
modo de actividad de las mismas, todo ello precedido de invocaciones religiosas, e
impregnado de consejos cívicos, de buena moralidad y de fidelidad religiosa, confor-
mando en su conjunto un verdadero código de honestidad profesional. Aquellos tex-
tos contribuirían a perfilar la mentalidad de los primeros masones operativos –que se
consideraban herederos legítimos de los constructores del Templo de Salomón o de
los maestros de obra del rey anglosajón Althestán (s. X), y descendientes de genealo-
gías que se remontan incluso a los tiempos antediluvianos y primordiales–, así como
la filosofía de la nueva masonería especulativa a partir de los ss. XVII y XVIII.

mientas de trabajo, con lo cual, aunque existe cierta controversia al respecto, parece que ese revestimiento
simbólico de los útiles de construcción es una invención exclusivamente especulativa, sin precedentes
claros en la masonería operativa. Indica al respecto Luc Nefontaine (1994: 17) que la «simbolización de la
construcción» o de los útiles, que tiene su origen a principios del s. XVIII, constituye el principal rasgo
distintivo de la masonería moderna respecto a la operativa, factor que origina la ontogénesis del importante
corpus simbólico masón. Lo que sí contienen aquellos reglamentos medievales, como veremos a conti-
nuación, es una especie de historia mítica de su profesión desde los orígenes de la humanidad, repleta de
personajes y hechos que estimularán la imaginación de los primeros masones modernos.
8
  «Estas leyendas de la Francmasonería constituyen una parte considerable y muy importante de su ritual.
Sin ellas, la parte más valiosa de la práctica masónica como un sistema científico podría dejar de existir. Es,
de hecho, en las tradiciones y leyendas de la Francmasonería, más incluso que en sus símbolos materiales,
donde vamos a encontrar la profunda instrucción religiosa que la institución se propone inculcar […]. Los
mitos o leyendas que se prestan a nuestra atención en el curso del estudio completo del sistema simbólico
de la Francmasonería pueden considerarse divididos en tres clases:
1. El mito puede estar encaminado a la transmisión de una narración de hechos tempranos y acontecimientos
con un fundamento en la verdad, aunque esta verdad, sin embargo, ha sido en gran medida distorsionada
y pervertida por la introducción de circunstancias y personajes, y de este modo constituye el mito histórico.
2. O puede haber sido inventada y adoptada como medio para enunciar un pensamiento particular, o para
inculcar una cierta doctrina, y es entonces cuando llega a ser un mito filosófico.
3. O, en fin, los elementos verídicos de la historia real pueden predominar en gran medida sobre los
materiales ficticios e inventados del mito, y la narración puede ser, en su parte esencial, construida de
hechos ligeramente coloreados por la imaginación, cuando ello conforma la historia mítica». La trad. es
nuestra a partir de un texto procedente de Mackey (1869: 200 y 204-206). A la hora de aproximarse
a aquellos fundamentos simbólicos de la Masonería moderna, deben disociarse nítidamente los
prolegómenos históricos la Orden –trazados más arriba en líneas muy generales–, o incluso aquellos relatos
complementarios que puedan mantener cierto fundamento histórico, de las numerosas leyendas y mitos
con los que, desde su fundación, se vienen adornando sus supuestos orígenes y fuentes primigenias de
inspiración. Precisamente uno de los principales problemas de una buena parte la abrumadora bibliografía
existente sobre los símbolos y emblemas masónicos reside en su incapacidad –o falta de voluntad– para
separar ambos contextos, que se amalgaman sin ningún tipo de criterio riguroso o crítico.
Simbología masónica 65

Fig. 3. «El duque de Montagu, Gran Maestro de la Fig. 4. Anónimo, Las columnas de los hijos de Lámek
Gran Logia de Londres, entrega las Constituciones y los ‘Noáquidas’, certificado ilustrado de
a su sucesor, el duque de Wharton», frontispicio iniciación del Gran Oriente de Bélgica
grabado de The Constitutions of the Free-Masons, emitido en Amberes, 1867.
Londres, 1723.

De hecho, los primeros reglamentos masónicos se harán eco casi literal de aque-
llos manuales de buena conducta de los antiguos gremios constructores. Las célebres
Constitutions of the Free-Masons o Constituciones de Anderson [fig. 3]9, estatutos de la
Gran Logia de Londres constituida, como dijimos, en 1717, publicados por vez pri-
mera en Londres en 1723, e inspirados esencialmente en el Ms. Cooke, dedican el pri-
mero de sus cuatro apartados a una historia legendaria de la masonería que se remonta
a la Creación, y, el segundo, a un repertorio de obligaciones del masón, todo ello
reescrito de forma bastante literal a partir de las Old Charges10. La primera parte co-
mienza con un elogio de las artes liberales, en especial de la Geometría, justificando la
idea imperante de Dios como Gran Arquitecto del Universo –concepto de demiurgo
ordenador ya expuesto por Platón en Ti 53b, y emparentado con el «Gran Relojero»
de Voltaire–, primer maestro que transmitió los secretos a nuestro padre Adán, forma-
do a su propia imagen. Continúa con la enumeración de un cierto número de perso-
nalidades bíblicas que, de acuerdo con la tradición de los constructores, se encontró
en posesión de aquellos arcanos. Entre ellas se cuentan Túbal-Caín, Lámek y dos de

9
  Llamadas así por el apellido de James Anderson, pastor de la iglesia presbiteriana escocesa, que compiló las
distintas aportaciones para el texto y desarrolló una parte importante, aunque no esencial, de su redacción.
10
  La tercera parte es un reglamento general de la Gran Logia de Londres, y, la cuarta, la transcripción de
cuatro canciones masónicas. En cuanto a los «deberes», son bastante homogéneos, y los generales consisten
en la fidelidad a Dios y a la santa Iglesia, al rey y a las autoridades locales; respecto a la moral, se resumen
en el amor fraternal entre los afiliados, la obligación de servir a la cofradía y particularmente a la logia, y
practicar la deontología profesional especificada con muchos detalles, a la vez morales y técnicos. Estos tex-
tos han desaparecido en la masonería especulativa, donde ya no tienen cabida, si bien podemos encontrar
aún sus huellas en el compagnonnage.
66 José Julio García Arranz

sus hijos,Yabal y Yubal, que transmitieron, inscrita en dos grandes columnas [fig. 4]11,
aquella ciencia «antediluviana» a los descendientes de Noé o «Noaquitas»: Nemrod,
Moisés, Abraham, David, Salomón y los dos Hiram: el rey de Tiro y aquél, Hiram
Abib, al que los masones consideran gran constructor del primer Templo de Jerusa-
lén, y que adquirirá un protagonismo preponderante en el imaginario y rituales de la
Orden. Aparte de estos patriarcas veterotestamentarios, otros protagonistas habituales
de la trama legendaria masónica son Euclides –considerado discípulo de Abraham–,
Hermes Trismegisto, Pitágoras u otros personajes, no siempre verificados histórica-
mente –Naemus o Naymus Graecus, Charles Martel, san Columbano, san Albán, el
rey anglosajón Athelstán y su hijo Edwin…–, que se ocuparon de mantener vivo el
«conocimiento secreto» durante los siglos medievales.
Si bien aquellas Old Charges abastecieron a las nuevas hermandades masónicas de
abundantes narraciones legendarias, carecían, sin embargo, de descripciones ceremo-
niales complejas12, por lo que la masonería moderna se vio obligada a «reconstruir»
una trama ritual y una escenografía supuestamente inspiradas en el espíritu de la vieja
tradición. Sabemos que durante el s. XVII el «trabajo» de las logias respondía a un ritual
muy sencillo, que se desarrollaba en torno a una mesa, y consistía fundamentalmente,
además de la oración inicial y final, en la recepción de nuevos miembros, las deno-
minadas Lecturas –principal forma de instrucción basada en una especie de catecismo
que incluía la explicación de los símbolos propios, la transmisión de unos principios
éticos y una historia mítica referida a los antiguos constructores13–, la comunicación
de ciertas palabras y signos de reconocimiento, la enumeración y compromiso jurado
de cumplimiento de las obligaciones, y las actividades de tipo confraternal, entre las
que los banquetes desempeñaban un papel central. Este ritual se irá complicando con
posterioridad a la unificación y regularización de las logias, de modo que el peso del
mismo basculó de las Lecturas a un sistema ya iniciático de grados comparables a los
actuales de aprendiz y compañero. En la tercera década del s. XVIII muchas logias eu-
ropeas ya seguían un rito que incluía los tres grados básicos de la forma común que se

11
  Las versiones sobre estas dos columnas o pilares, uno de piedra y otro de ladrillo, que contenían todo
el conocimiento de las artes y las ciencias amasado hasta ese momento, varían según los ritos. Para unos
fueron erigidos por Seth, el nieto de Adán; otros, sin embargo, reclaman que los pilares fueron construidos
por Henoch, cinco generaciones después de Seth.
12
  En aquellos documentos, en los que ya se establece una discriminación laboral entre maestros, compa-
ñeros y aprendices, tan sólo encontramos referencias al secreto que se debe tener sobre las deliberaciones
mantenidas en la logia o taller, un juramento respecto al reglamento de su oficio, y trazas de una ceremonia
de aceptación –no aún de iniciación– en el gremio de los constructores (Nefontaine, 1994: 12).
13
  Robert Macoy (1872: 680) ponía así de manifiesto la importancia de las «Lecturas simbólicas»: «Las for-
mas, símbolos, y ornamentos del Arca Real de la Masonería, así como los ritos y ceremonias que en el pre-
sente se encuentran en uso entre nosotros, fueron adaptados por nuestros predecesores en la construcción
del segundo templo. De este modo, para preservar en nuestras mentes los significados providenciales por
medio de los cuales ese gran descubrimiento fue efectuado, así como en nuestros corazones la lección de
esa elevada moralidad, nosotros, como miembros de este exaltado grado, gracias a la práctica, disponemos
del recurso a las explicaciones de la lectura simbólica» (la trad. es nuestra).
Simbología masónica 67

mantiene en nuestros días –una vez incor-


porado el de maestro–, y que a mediados del
siglo ya era prácticamente universal (Mac-
Nulty, 1993: 72-73).
A partir de estos decenios iniciales del
setecientos, en paralelo a la rápida difusión
de la masonería por toda Europa y sus ter-
ritorios de ultramar, y a la creciente diversi-
ficación y complicación de los rituales con
la proliferación de los Altos Grados, se pro-
ducen determinados fenómenos que irán
progresivamente enriqueciendo el simbo-
lismo masónico a la vez que incrementan
su carácter mistérico y esotérico. Diversos
adeptos, deseosos de establecer para su Or-
den una antigüedad mayor que la que se ar-
rogaban otras organizaciones esotéricas, co-
menzaron a especular con la posibilidad de
que su filosofía y práctica hubieran llegado Fig. 5. William Tringham (grabador), Los mis-
terios que aquí se muestran, tan sólo para un masón
a nosotros directamente de los tiempos más son conocidos (Londres, 1755).
remotos [fig. 5], y ello explica la abundan-
cia de grabados e ilustraciones en los que
se muestra a arquitectos masones construyendo las ciudades del mundo antiguo. A
finales del s. XVIII y comienzos del XIX algunos de estos eruditos emprendieron viaje
rumbo a Oriente Medio en busca de vestigios de aquellas culturas que habían practi-
cado los antiguos misterios, y, fuertemente condicionados por su perspectiva filosófica,
creyeron reconocer similitudes rituales y simbólicas entre su Orden y las viejas civiliza-
ciones y tradiciones que alentaron la idea de la conexión ininterrumpida con los ritos
primordiales. No faltan teorías, con cierta vigencia aún en la actualidad, que cimentan
el origen de la masonería en un «conocimiento esotérico» que fluyó de modo directo
desde los Collegia fabrorum romanos14 hasta los primeros gremios medievales, siendo
adoptados estos misterios por la corporación de los francmasones franceses, lo que
propició su posterior difusión por todo el continente15.

14
  Se considera –sin fundamento histórico contrastado– que algunos de los miembros más cultos de esta
escuela romana que dirigía la actividad de la construcción pudieron interesarse por las especulaciones filo-
sóficas vinculadas al contexto de su ocupación, y tal vez entre ellos pudo ponerse en práctica y preservarse
algún «antiguo misterio» sobre geometría sagrada, que se supone heredado directamente del pensamiento
pitagórico, orientado hacia la arquitectura (MacNulty, 1993: 8).
15
 Añade W. Kirk MacNulty (1993: 8-9) que tan sólo existen especulaciones sobre el modo en que este
conocimiento esotérico se transmitió a través de la Cristiandad, y en particular a Inglaterra, donde sabemos
que tuvo origen la masonería especulativa. Frente a la teoría poco rigurosa de una transmisión directa de
esta línea de pensamiento esotérico desde las escuelas romanas hasta las primeras cofradías medievales de
68 José Julio García Arranz

En esta búsqueda de los remotos orígenes rituales y conceptuales de la Orden, no


falta la atención que numerosos intelectuales dispensarán a las tradiciones caballerescas
medievales, sin discernir entre reales o legendarias, así como a las diversas corrientes de
pensamiento y espiritualidad que se irán poniendo de moda: misticismo, neoplatonis-
mo, esoterismo, ocultismo, cábala, hermetismo, rosacrucismo, alquimia…, movimientos
que se confunden unos con otros en una mezcolanza sincrética que se erigirá en una
de las señas de identidad del imaginario masón. A la labor de estos eruditos se sumó la
de los artistas, escritores y músicos de finales del s. XIX e inicios del XX promotores
de una corriente simbolista marcada por una tendencia a lo onírico, a lo sobrenatural y
a lo sagrado, que desbrozaron aún más si cabe el camino a aquellos masones fascinados
por lo esotérico16. Ello tuvo como resultado un creciente interés hacia las sociedades
iniciáticas –misterios egipcios, comunidad pitagórica, misterios de Eleusis, mitraísmo,
tradición hebraica, ritos dionisíacos, esenios, templarios…–, lo que supondrá nuevos
aportes a los rituales que acabarán de definir la práctica masónica moderna.
Bajo estas influencias múltiples, la masonería comenzó a perfilarse como una
sociedad iniciática, de modo que se impone la acepción «iniciado» o «iniciación»
frente a la anterior «recepción» de los aspirantes al ingresar en la misma. A partir de la
costumbre de los artesanos verdaderos de transmitir los arcanos de su oficio de maes-
tro a aprendiz, surge en consecuencia el mito del «secreto masónico»17. Este aura de
hermetismo que impregna cada palabra, gesto o símbolo a partir de las tradiciones le-
gendarias transmitidas por el maestro, unida a la evidente estructura jerárquica de sus
adeptos, basada en un orden y obediencia de reminiscencias caballerescas y feudales,
y a una valoración casi monacal del silencio y la lentitud, fue la causante en gran me-
dida de los movimientos críticos antimasónicos que veían en esta sociedad una secta
de conspiradores en la sombra unidos para difundir subrepticiamente su influencia, o
para atentar contra el orden establecido.

Francia e Inglaterra, nosotros refrendamos la opinión de un fenómeno inverso: al tiempo que se consolida
la masonería especulativa, se comienzan a buscar y estudiar corrientes de pensamiento, antiguos misterios
y rituales, relatos legendarios o restos arqueológicos que muestren alguna coincidencia con el ritual e
imaginario masónicos que empiezan a fraguarse desde principios del s. XVIII, alimentados en buena parte,
precisamente, por el aporte progresivo de todas aquellas tradiciones ancestrales.
16
  Una pequeña agrupación británica fue representativa de esta moda: la Orden hermética del Alba Dora-
da, sociedad secreta fundada a finales del s. XIX por ocultistas y algunos masones, que supone una mezco-
lanza de teosofía, mitos masónicos y alquímicos. Numerosos escritores y artistas frecuentaron esta sociedad,
como Bram Stoker, Arthur Machen, y masones como Annie Besant, Oscar Wilde o Arthur Conan Doyle,
este último ferviente apasionado del espiritismo.
17
  Tal secreto podría estar referido, de forma genérica, a las narraciones míticas que trascienden signos y ri-
tuales, o, en ocasiones, de manera más precisa, de acuerdo con el relato cripto-bíblico del arquitecto Hiram,
sobre el que más adelante volveremos, a ciertas palabras o signos de reconocimiento propios del grado de
maestro. En la actualidad se entiende que el secreto es un concepto de naturaleza espiritual –así se refleja
en el reglamento de la Gran Logia de Francia–, que alude a las emociones incomunicables e intransferibles
que el aspirante experimenta durante el proceso de iniciación.
Simbología masónica 69

Fig. 6. George Kenning (ed.), Emblemas masónicos (grabado inglés, 1874).

3. Tipos y fuentes de la simbología masónica


Como punto de partida, puede resultar válida la clasificación que Francisco Ariza
(2007: 18 y ss.) nos propone de los tipos de símbolos al uso en el contexto de la prác-
tica masónica. Este autor considera que la simbología de la Orden se puede manifestar
por una triple vía:
a. Símbolos geométricos y visuales: responden a la vieja identificación de la acti-
vidad masónica con la Arquitectura y la Geometría, esta última como disciplina que
encuentra su aplicación natural en la primera. Tal simbolismo geométrico, igual que
el numérico, se hace proceder de la tradición pitagórica, que llegó supuestamente a
los gremios medievales de constructores a través, recordemos, de los Collegia fabrorum,
receptores y detentadores de aquellas nociones sobre geometría sagrada, hasta el punto
de llegar a interpretarse en ocasiones a la masonería como una «adaptación contem-
poránea del pitagorismo»18. Ariza entiende que en esta categoría deben integrarse esen-

18
  De acuerdo con la tradición masónica, Pitágoras fue, junto con el legendario Hermes Trismegisto –
personalidad esta última omnipresente en el origen de toda corriente esotérica que se precie–, uno de los
fundadores míticos de la Orden. De acuerdo con una de sus leyendas, ambos personajes se encontraron
con las columnas en las que Lamec y sus dos hijos inscribieron, antes del gran Diluvio bíblico, los princi-
pios de la ciencia primordial transmitida a la humanidad desde sus orígenes. Ambas columnas –asimiladas
posteriormente a las columnas J y B del templo masónico–, constituyen los fundamentos ideológicos de
la Orden: el hermetismo que se confiere a su naturaleza iniciática en busca de la luz y la sabiduría, y el
pitagorismo, que proporciona los elementos aritméticos y geométricos necesarios que reclama el simbolis-
mo constructivo; se considera que ambas corrientes son directa o indirectamente de origen egipcio, en un
70 José Julio García Arranz

cialmente las herramientas o útiles relacio-


nados con la actividad arquitectónica, entre
otras figuras frecuentemente utilizadas en la
decoración de la logia, como el delta lumi-
noso y la estrella flamígera de cinco puntas,
si bien, como veremos enseguida, el reper-
torio visual de símbolos masónicos es mu-
cho más amplio y diversificado, con múlti-
ples elementos ya sean icónicos –emblemas
y jeroglíficos, personificaciones, escenas
descriptivas y narrativas…– o textuales –le-
mas, acrósticos…– inspirados, ya lo hemos
indicado, en todo tipo de concepciones fi-
losóficas y corrientes espirituales [fig. 6].
b. Símbolos sonoros y vocales: consti-
tuyen la enseñanza oral con la que se
complementa la instrucción visual propia
Fig. 7. Anónimo inglés, El maestro de Logia, óleo
del simbolismo geométrico. Entre ellos,
sobre lienzo (c. 1820). Edimburgo, Museo y además de las narraciones legendarias re-
Biblioteca de la Gran Logia de Escocia. lacionadas con los distintos grados, deben
destacarse las «palabras sagradas» –ya se
entiendan éstas como las distintas denominaciones o aspectos del Gran Arquitecto,
o aquellos vocablos «secretos» con los que se encuentra signado específicamente
cada grado masónico, y cuyo significado da sentido y orienta los trabajos rituales y
simbólicos que se desarrollan en cada fase de su proceso iniciático–, y las «palabras
de paso» –cuya posesión permite el acceso de un grado a otro, y se relacionan con la
simbólica de pasaje y de tránsito, común a toda vía iniciática–.
c. Símbolos de movimiento o ritos: concebido como una constante y necesaria
vivificación de los símbolos, el rito o ceremonial posee una importancia capital en
la práctica masónica como elemento que proporciona «fuerza y vigor» a todas las
actividades que se desarrollan en la logia, que, de lo contrario, podrían verse reduci-
das a comportamientos rutinarios o a actos puramente mecánicos. En este sentido,
la meditación, la concentración y el trabajo sobre los símbolos constituyen también
una forma del rito, pues el fin último de éste es generar un estado anímico receptivo
apropiado para la óptima comprensión de las realidades superiores vehiculadas por los
símbolos. Se diría que el rito, realizado en esas condiciones, es una «meditación en
la acción». Ya hemos dicho que en el templo masónico, imagen simbólica del orden
del Universo, todo responde al ritual, y cada gesto o signo ceremonial sugiere una
enseñanza que ha de fomentar la reflexión y progresión integral de los aspirantes.

intento de reafirmar los orígenes mistéricos del movimiento.


Simbología masónica 71

Dentro de esta categoría de símbolos de movimiento, una tipología específica


del sistema masónico son los signos gestuales, o posturas rituales que los iniciados
pueden adoptar de acuerdo con la posición de brazos, manos y pies, y que se encuen-
tran perfectamente tipificados para los distintos grados, o como medio de expresión
silenciosa en distintos momentos de su liturgia [fig. 7]. Así tenemos el «Signo de al
orden», posición con la que se expresa que el individuo está preparado interiormente
para que pueda producirse la «recepción» de la instrucción masónica, o el «Signo de
reconocimiento», gesto que nos indica que el masón se reconoce como tal gracias a la
disposición de sus extremidades en imitación a la forma de los útiles arquitectónicos19.
Con todo ello se ratifica la idea de que la masonería ha sabido aglutinar, me-
jor quizás que cualquier otra sociedad iniciática moderna, todas las fuentes y re-
cursos simbólicos disponibles con los
que ha enriquecido su pensamiento y, en
consecuencia, su iconografía. Además, el
imaginario masónico se ha sometido sin
dificultad a la influencia de los estilos y
las modas, ya se trate de acontecimientos
de orden interno, o de las circunstancias
históricas con las que esta sociedad ha
mantenido actitudes unas veces compro-
metidas, y en otras ocasiones indiferentes.
Se puede constatar, en cualquier caso, que
la Orden ha desarrollado una tendencia
a elegir sus símbolos y mitos preferen-
temente en dos dominios que, desde sus
orígenes, descansan sobre principios fir-
memente establecidos: el simbolismo del
arte de construir y la fuente bíblica, am-
bos tipos considerados «símbolos funda-
mentales» de la masonería.

3.1 La Arquitectura y la Geometría


sagrada Fig. 8. A. Slade (diseño), Un francmasón formado con
los materiales de su logia (Londres, 1754).
El simbolismo de los útiles de arqui-
tectura constituye un apartado fundamental en el sistema iniciático masón. Integrados
en la decoración del templo, presentes en los tableros de los distintos grados de la logia,
o dispuestos sobre el altar, son acompañamiento necesario de los «viajes» simbólicos
e iniciáticos emprendidos por el aspirante masón, y es ahí donde alcanzan su plena

19
 Ya desde 1724 tenemos noticia de sistemas de gestos como el Gutural, Pectoral, Manual o Pedal –o
Pedestal– referido a las distintas partes del cuerpo.
72 José Julio García Arranz

significación y valor. De este modo, los útiles son insertados en un sistema coherente,
el de la iniciación masónica, donde adquieren una dimensión suplementaria: cada uno
de ellos, a partir de su utilidad práctica propia –pues no dejan de ser los objetos físicos
que emplea el artesano para realizar su trabajo, cuyo uso requiere una gran destreza–,
proporciona una enseñanza al neófito que le permitirá conocerse mejor a sí mismo y
avanzar en la armonía con sus hermanos [fig. 8]. En su trasposición del trabajo operativo
al especulativo, las herramientas representan las capacidades psicológicas con las que el
masón debe identificarse, dominar y después utilizar en su vida cotidiana, y su familia-
ridad con ellas resulta necesaria para su adecuada progresión20. Así, en el primer viaje,
cincel y martillo sirven al profano para desbastar su «piedra bruta», esto es, su propia
persona, y liberarla así de sus imperfecciones, tarea básica en el grado de aprendiz. Pero,
en su transición al grado de compañero, debe aprender igualmente a servirse de otros
utensilios: en el segundo viaje, la escuadra y el compás le procurarán el conocimiento de
la Geometría; la regla y la palanca, en el tercer viaje, permiten al futuro compañero saber
combinar el espíritu y la fuerza; la enseñanza de la plomada y del nivel está reservada al
cuarto viaje; a lo largo del último viaje, en fin, la paleta viene a rematar el trabajo para
que quede acabado y perfecto el edificio del conocimiento (Morata, s. a.: 19)21.
Ya adelantamos que la iconografía de los útiles se encuentra estrechamente rela-
cionada con diversas formas y figuras geométricas. En las viejas Old Charges se ponía
de manifiesto la gran importancia de la Geometría –disciplina sagrada, empleada por
el Gran Arquitecto en la creación del Universo, y adoptada por filósofos herméticos
y constructores para la propuesta de una Cosmogonía concebida como Architectura o
Harmonia mundi (Ariza, 2007: 12)– en relación con las demás Artes Liberales22. No faltan
en el imaginario masónico, por tanto, diversas formas geométricas, recuperadas de re-
motas corrientes filosóficas –esencialmente la pitagórica–, que se revisten de complejos
ropajes místicos y cosmogónicos.Tal vez la figura más habitual sea el delta luminoso –a

20
  Dependiendo de los textos, la interpretación que se hace de la lectura interpretativa y reflexiva de estas
herramientas puede evolucionar desde lo más elemental, hasta unas complejas implicaciones místicas y
filosóficas que, de nuevo, nos devuelven a la vertiente más legendaria y mitificada de la masonería.
21
  En tanto para el primer Grado se presentan al aspirante herramientas de medida y preparación –escuadra
y compás, plomada y nivel, martillo y cincel–, necesarias para que una persona empiece a conocer su ofi-
cio, en el segundo Grado encontramos ya los útiles de un trabajador cualificado –los anteriores, más regla
graduada y palanca– y, en el tercer Grado –sus herramientas propias son el lápiz, el compás y el skirret–, ya
se suministra el equipamiento propio de un arquitecto.
22
  En el Ms Regius se indica que el gran geómetra Euclides fue el creador de las «siete ciencias», y en el Ms
Cooke leemos: «No debe maravillar lo que dije de que todas las Ciencias existen únicamente en la Ciencia
de la Geometría. Pues no hay objeto artificial o manual que pueda ser creado por las manos del hombre,
pero sí por la Geometría.Y hay una notable razón para ello: pues si un hombre trabaja con sus manos, éste
trabaja con cierto tipo de herramienta: y no hay instrumento en este mundo material que no proceda de la
naturaleza de la tierra, y que a la tierra no regrese.Y no hay instrumento, es decir, herramienta de trabajo,
que no tenga cierta proporción, y la mayor o menor proporción es medida, y la herramienta o instrumento
es tierra, y la Geometría es definida como ‘la medida de la tierra’. De este modo puedo decir que el hombre
vive en su totalidad por la Geometría, pues todos los hombres en este mundo presente deben vivir gracias al
trabajo de sus manos» –la trad. es nuestra a partir del texto inglés reproducido en Moore (2009: 131-133)–.
Simbología masónica 73

veces, con la imagen del ojo interior, o los caracteres hebraicos del tetragrama sagrado,
conforme a su concepción trinitaria cristiana– así como la estrella de 5 puntas –pen-
tagramática o pentalfa– o estrella flamígera, ambos presentados como símbolos respectivos
del Gran Arquitecto y de la luz de la razón y de la inteligencia humanas que han de pre-
sidir las actividades de la logia. Normalmente, en el interior de la estrella de cinco puntas
encontramos inscrita la letra «G», que ocupa una posición central y significativa en todos
los templos como llamada al ideal superior hacia el que deben tender los esfuerzos de
todos los adeptos; puede hacer referencia a
Dios, de acuerdo con su denominación en
los países anglogermánicos –God, Gott–,
como Gran Arquitecto o Gran Geómetra,
a la propia Geometría como fundamento
de las restantes artes y ciencias, a concep-
tos como gnosis, gravitación, generación,
género humano, genio…, o sencillamente
aludir a la letra griega gamma, cuya grafía
es similar a la de una escuadra (Moore,
2009: 144-145) [fig. 9].
Otras figuras geométricas frecuentes
son la transcripción visual del teorema
de Pitágoras sobre el triángulo rectángu-
lo de lados 3-4-5, o el círculo con un
punto central dispuesto entre dos líneas
verticales paralelas. Este último signo,
frecuente en los cuadros de logia, es una
composición basada en la proporción di-
vina o número de oro. Su figura, sobre la Fig. 9. Anónimo, «Cámara media del templo», en
que suele descansar el Libro Sagrado y Jeremy L. Cross, The True Masonic Chart or
Hieroglyphic Monitor, Nueva York, 1851.
sobre él, a su vez, la escala ascendente de
Jacob, representa en sus dos líneas rectas
a las columnas B y J del acceso al templo, que, a su vez, aluden simbólicamente a los
patrones cristianos de la Masonería –heredados de su vertiente operativa–, los dos
santos Juanes, si bien, con la de-cristianización del s. XIX, ambas líneas cambiaron su
denominación por la de Moisés y el rey Salomón, personajes más fácilmente acep-
tables para otras creencias religiosas. Si pensamos en el círculo como el mundo creado
por la divinidad, por el cual tenemos que circular a lo largo de nuestra vida, el hombre
se encuentra en el centro del mismo, con su conducta regulada por la sabiduría que
emana de las dos paralelas y el libro de la Ley Sagrada.

3.2 Los relatos y leyendas bíblicos


Desde su mismo origen existieron estrechos vínculos entre las primeras logias
operativas inglesas y la Iglesia, primero la católica y después la anglicana, pues fue
74 José Julio García Arranz

en torno a grandes edificaciones reli-


giosas donde se configuraron las prin-
cipales agrupaciones de canteros. Como
se deduce de sus reglamentos, estas cor-
poraciones debían fidelidad a la Iglesia,
celebraban fiestas a sus santos patrones
y abundaban en las lecturas bíblicas en
todos sus actos sociales; además, entre
los primeros masones «aceptados», o los
redactores de los primeros textos consti-
tucionales modernos –James Anderson
o John T. Desaguliers–, se encontraban
clérigos y altos dignatarios eclesiásticos,
de modo que en las Constituciones de
1723 figura un capítulo «Sobre Dios y la
Religión». Entre las denominadas «Tres
Grandes Luces de la Masonería» ha de
estar presente, junto a la escuadra y el
compás, el volumen de la Ley Sagrada –la
Biblia en los países cristianos, o cualquier
Fig. 10. G. Lichtensteger (grabador), «Salomón con
otro texto sacro que refleje la creencia re-
los planos del templo», grabado en J. J. Scheuchzer, ligiosa mayoritaria de los hermanos que
Physica Sacra iconibus ilustrata, Augsburgo-Ulm, 1731. componen la logia–, de modo que nin-
guna hermandad puede trabajar sin que
estos elementos se encuentren expuestos. La influencia de la religión sobre la icono-
grafía, a través fundamentalmente de alusiones bíblicas, es incontestable. No resulta
por tanto extraño encontrar un buen número de motivos cristianos entre las figuras
de los tableros de la logia. Entre ellos se cuentan, por ejemplo, alusiones a grandes
empresas constructivas referidas en el Antiguo Testamento, como la Torre de Babel, el
Arca de Noé o el santuario de Moisés en el desierto. Pero será, sin embargo, el relato
del rey Salomón y la erección del Templo de Jerusalén, referente nuclear de la genea-
logía simbólica masónica, el episodio que acabe eclipsando a todos los demás por sus
múltiples conexiones directas con el diseño del templo masónico, el lugar de reunión
ceremonial, rebosante de alusiones a aquel pasaje bíblico. Pero, además, todo el ritual
de elevación a la maestría se desarrolla sobre el eje de la muerte del Gran Arquitecto
de Salomón, Hiram o Juram Abí, de acuerdo con la mitología tradicional de la Orden.
El mito de Hiram es sin duda uno de los relatos de inspiración bíblica con mayor
proyección en el aparato visual masónico. Responde al deseo de instaurar una leyenda
que pudiera integrar sus conocimientos de las tradiciones de los antiguos construc-
tores y las lecturas bíblicas. De ahí la creación de un psicodrama de muerte y rena-
cimiento con el que dotar de profunda significación el paso al grado de Maestro
–que no aparecía en las Constituciones de Anderson, ya que fue incorporado hacia
Simbología masónica 75

1730– inspirado en el relato de la muerte de Hiram, arquitecto mítico del Templo


de Salomón entre 1014 y 930 a. C. (Morata, s. a.: 28-29)23 de acuerdo con los textos
de 1 R 7, 14-2224 y 2 Cro 2, 12-13. En estos pasajes aparece fugazmente evocado un
obrero broncista, Hiram Abí o Abiff, que no debe confundirse con Hiram, primer rey
de Tiro, ciudad de la que el obrero era originario, conocido como hijo de una viuda
de la tribu de Neftalí. De este modo, la masonería del s. XVIII ha promovido a un
artesano, personaje secundario de la Biblia, al rango de Gran Arquitecto del Templo
de Salomón [fig. 10], detentador de una elevada sabiduría profesional y depositario de
unos valores morales y filosóficos coincidentes con los del pensamiento masón, que
llega a defender con su propia vida. Al acceder «legalmente» a la maestría, el compañe-
ro masón revivirá el asesinato de Hiram, y se unirá a él mediante una muerte simbóli-
ca, con el fin de continuar su iniciación y su camino desde las tinieblas hacia la luz.

3.3 Otras influencias significativas: misterios egipcios y caballeros templarios


A lo largo del s. XIX la filosofía de la primera masonería especulativa se dejó
impregnar por el ocultismo, tanto en sus ritos como en su pensamiento, cuestión en
la que insistiremos más adelante. Baste decir ahora que esa vertiente esotérico-mis-
térica de la Orden se canalizó por varias vías, si bien una de ellas imprimió su huella
indeleble en su imaginario. Y es que la masonería, al igual que el arte, la moda y la
cultura de su tiempo, no pudo resistirse a la tentación de entroncar el origen de sus
procedimientos y ritos con la antigua civilización egipcia25, tendencia que se inserta

23
  Según la leyenda, las grandes obras del Templo de Jerusalén atrajeron a tres nuevos operarios (Abiram,
Romvel y Gravelot, o Habben, Schterke y Austersfurth, o Jubelas, Jubelos, y Jubelum, etc.). Deseosos del
salario que iban a percibir, pero sobre todo impacientes por acceder al grado de maestros de la construcción,
se decidieron a obligar al arquitecto Hiram a revelarles, por la fuerza si era necesario, las palabras sagradas
de la maestría. Sabiendo que Hiram acostumbraba a pasearse por el edificio, los tres compañeros acordaron
apostarse en las tres puertas del templo y esperar la llegada de su maestro. Al traspasar la puerta sur, Hiram
se encuentra con el primero, que le demanda que le revele sus secretos; Hiram se niega y el compañero,
furioso, le golpea en la garganta con una regla. Herido, Hiram se retira hacia la otra puerta, donde se repite
la escena, y el segundo compañero le golpea con una escuadra en el lado izquierdo del pecho. Casi muerto,
el arquitecto se dirige a la tercera puerta, donde el tercer obrero, ante la misma negativa, acaba con él de un
golpe de martillo en la frente. A continuación, los tres compañeros entierran sus despojos a las afueras de la
ciudad, y plantan sobre la tumba una rama de acacia. Todo este mito gira en torno al rito de la muerte y la
resurrección, puesto que, por medio de los tres golpes, se simboliza la muerte física, la muerte emocional
y la muerte mental. Hiram renace a la vez en un cuerpo, un corazón y un espíritu mejores. La leyenda de
Hiram puede ser representada, parcialmente o mediante sus símbolos, sobre los mandiles de maestros o en
los altos grados, pero también en los tableros de la logia de maestro, como veremos.
24
 En I R 4, 14-18 se menciona igualmente a Adoniram como prefecto de todos los obreros; en él se
pretende ver al mismo personaje revestido de funciones distintas.Ver Ariza (2007: 160, nota 6).
25
  «Los usos y costumbres de los Masones se han correspondido siempre con aquéllos de los antiguos Egip-
cios; con los cuales, además, guardan una cercana afinidad. Esos filósofos, celosos de exponer sus misterios
a los ojos del vulgo, encubrieron sus particulares dogmas y principios de política y filosofía bajo figuras
jeroglíficas; y expresaron sus nociones de gobierno mediante signos y símbolos, los cuales ellos tan sólo
comunicaron a sus Magos, quienes eran obligados mediante juramento a nunca revelarlos» (Preston, 1829:
76 José Julio García Arranz

Fig. 11. Templo masónico concebido como Fig. 12. Mandil con caballero, virtudes teologales
templo egipcio, mandil «Retorno de Egipto», y símbolos rosacruces. Dibujo a mano mediante
finales del s. XVIII. Pintura azul sobre seda blanca. patrones sobre piel, de la casa Guérin (finales del s.
Col. Gran Oriente de Francia, París. XVIII). Col. Gran Oriente de Francia, París.

sin dificultad en el amplio fenómeno de la «egiptomanía» que se desató en la Europa


de la primera mitad del s. XIX. El impacto mediático ejercido por la expedición de
Napoleón Bonaparte a Egipto, y el acarreo de numerosas obras artísticas de aquella
procedencia, pusieron de moda el exotismo oriental, y explican la proliferación de
eruditos decididos a encontrar los orígenes de la Orden en Oriente y en Asia26. De
este modo, junto con la construcción del Templo de Jerusalén, las edificaciones y
los ornamentos egipcios se convierten en el segundo gran soporte de la simbología
arquitectónica masónica más reciente: así, al menos desde 1815, y hasta mediados del
siglo, observamos entre sus decoraciones la incorporación de pirámides, obeliscos,
columnatas de templos faraónicos, esfinges y escenografías ambientadas en el desierto
[fig. 11]. Pero también sus misterios han inspirado algunas de sus tramas ceremoniales
más singulares: el ritual de Menfis-Misraïm; vigente aún en la actualidad, creado hacia
1738, fue «recuperado» y puesto en práctica por oficiales de la misión que acompañó
a Bonaparte en su aventura norteafricana.
Por otra parte, si bien es cierto que el imaginario masónico se constituyó esen-
cialmente en el marco del universo racionalista de la ilustración, ciertas herman-
dades, llevadas de un impulso prerromántico, deseaban fundamentar su Orden en
unos orígenes distintos al de los «humildes» constructores medievales (Chaboud,
2008: 87). Reeditados en el s. XVII de la mano de un pequeño colectivo de autores
conducidos por el pastor alemán Johan Valentin Andreae, volvieron a ponerse de

40-41). La trad. es nuestra.


26
  Existen notables precedentes de esta moda en el s. XVIII: es el caso de Giuseppe Balsamo, más conocido
como conde de Cagliostro (1743-1795), aventurero que recurrió a la charlatanería ocultista, y creó una
logia masónica «de los Misterios Egipcios».
Simbología masónica 77

moda unos manifiestos rosacruces que atestiguan la existencia de una fraternidad


cristiana nutrida de hermetismo, de gnosis, de cábala y de esoterismo, producto
de una efervescencia erudita del s. XVI que se abre a la ciencia naciente, y que se
manifestó en un peculiar imaginario síntesis de hermetismo cristiano y arte alquí-
mico (Yates, 2008: 82-83). Aquellas profesiones de fe rosacruz contenían también
preocupaciones de reformas sociales, intelectuales y religiosas, e inspiraron a diversos
pensadores, filósofos y científicos ingleses que se ubican en el origen de la masonería
moderna27. También en el s. XVIII, en el seno de determinadas logias alemanas,
surgieron iniciativas de renacimiento del movimiento Rosacruz, abriendo una vía
caballeresca con claros tintes alquímicos que fue concretada por André-Michel de
Ramsay, y que difundió una imagen totalmente extraña al espíritu y la letra de la
fundación del movimiento –el llamado «Escocismo»–, transformando a los herma-
nos masones en una suerte de caballeros que portan sus espadas y estandartes en
marcha hacia sus reuniones28. Por otra parte, motivos emblemáticos procedentes de la
vieja literatura rosacruz se inscriben en el repertorio heráldico de los «Altos Grados»
que se incorporan durante los ss. XVIII y XIX29, dentro de un ambiente general de
exaltación de los símbolos medievales [fig. 12]. Desde este momento proliferarán los
emblemas «heráldicos»30 fundamentales del grado de caballero Rosacruz, vinculados
a la búsqueda de la «palabra perdida» con la muerte de Hiram, la resurrección, el
amor y el fuego, que enumeraremos más adelante.
La Revolución francesa, en fin, fue la ocasión para la masonería de introducir
nuevos motivos e ideas. En efecto, del hecho de la participación activa en los aconte-
cimientos que tuvieron lugar en Francia a finales del s. XVIII por parte de franc-
masones como La Fayette, Marat, Sieyès o Le Chapelier, se generó una imaginería
«revolucionaria masónica» destinada a glorificar a sus héroes a través de los tableros,
las medallas, los bronces, etc., donde reinará la divisa Liberté, Egalité, Fraternité que, por
extensión, se convertirá en lema de toda la Orden.

27
 Valgan los ejemplos de Robert Moray (c. 1600-1673) o Elias Ashmole (1617-1692). Ambos, que se
cuentan entre los primeros masones aceptados conocidos, testimonian un temprano interés de la masonería
por el Hermetismo, la Cábala o los templarios. Los dos fueron miembros fundadores de la Royal Society,
creada en 1660 en Oxford, que reagrupó a la élite intelectual de su país; 24 de sus componentes –con John
Locke– figuran entre los masones que fundaron la Gran Logia de Londres (Yates, 2008: 264 y ss.; Baigent
y Leigh, 2005: 190-193).
28
  Además de las Constituciones de 1723, uno de los textos más influyentes en el pensamiento y simbología
masónicos modernos son los Discours de Ramsay de 1736. En este tratado se propone un origen templario
y escocés de la «confraternidad» de los francmasones, y se insiste en el carácter caballeresco de la Orden.
Este texto se inscribe en un momento de proliferación descontrolada de Altos Grados, y da lugar a un
simbolismo particular que va a llenar sus templos de caballeros, espadas, estandartes y armaduras medievales.
29
  Denominado Soberano Príncipe Masón, o Caballero del Águila o del Pelícano, el Caballero Rosacruz
se corresponde al 18º grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y al 7º grado del cuarto orden del rito
francés. Para un exhaustivo análisis de la historia, ritos y símbolos de los Altos Grados de las distintas obe-
diencias, ver J.-P. Bayard (2008).
30
  Salvator Farina (2007) reproduce y comenta los emblemas heráldicos de los tres grados básicos o «grados
azules», junto con los correspondientes a los restantes treinta Altos Grados del Rito Escocés.
78 José Julio García Arranz

4. Iniciación y perfección: la función


de los símbolos masónicos

De acuerdo con sus constituciones


y estatutos, la masonería es una antigua
sociedad fraterna y laica –si bien en de-
terminados contextos se sigue exigien-
do la creencia en un ser supremo como
principal requisito para ingresar en ella–,
dedicada esencialmente a la práctica de
la tolerancia, el respeto y la comprensión
de los demás por encima de las diferen-
cias religiosas o ideológicas, al fomento
de altos grados de moralidad entre sus
miembros y a la realización de obras de
beneficencia. Sus aspiraciones de uni-
versalidad favorecen la aceptación en su
seno de todos los hombres «libres», sin
distinción de raza, origen social o confe-
sión religiosa, y con la única obligación
de ser persona de «buenas costumbres»
(MacNulty: 1993: 6). Pero, junto a estos
Fig. 13. Anónimo, «Iniciación masónica», propósitos idealistas y filantrópicos, en
frontispicio grabado de Der Verklärte Freymaurer,
los decenios centrales del s. XVIII, como
Viena, 1791.
ya indicamos, la masonería devino de
forma simultánea una sociedad de carác-
ter iniciático, que, a través de una rica y compleja estructura simbólica, y la esceni-
ficación de unos «dramas rituales» denominados «grados», inspirados en parte en las
supuestas prácticas de los gremios de canteros medievales, comunica una enseñanza
formativa de carácter autorreflexivo, no dogmático –la recepción de la «luz»–, basada
en unos principios morales y éticos dirigidos a la «búsqueda de la verdad» [fig. 13]31.
Las logias, como parte de su función administrativa, tienen la obligación de preservar
ese conjunto simbólico protegiéndolo de cambios y desviaciones, pero sin llegar a
interpretarlo, evitando de este modo caer en cualquier forma de dogmatismo. Las
Lecturas que pretenden explicar los elementos materiales y sensibles en los rituales, en
realidad no hacen más que remitir al lector a diversas fuentes literarias o narraciones,
y recomendar su estudio. La interpretación de los símbolos, si llega a abordarse en
su totalidad, es responsabilidad de cada masón, y es en este proceso de asimilación
personal –y de la observancia de los principios que rigen la vida de cada cual– donde

  Robert Macoy (1872: 680-681) define a la Masonería como un «sistema de verdad», incorporado al plan
31

original de la divina creación, que fue revelado por Dios al primer hombre, e impregnó la primitiva Orden
masónica, «velada por medio de la alegoría, e ilustrada con símbolos».
Simbología masónica 79

radica realmente la actividad «mistérica»


del Oficio de la masonería.
Todas las figuras, signos y gestos
de la simbología masónica, que se han
convertido en componente central de
su concepción filosófica, son elementos
susceptibles de interpretación y reflexión
por insignificantes que parezcan. Duncan
Moore (2009: 11), recogiendo el texto de
una Lectura de interpretación del tablero
del primer grado, indica: «[…] no hay
un motivo o emblema aquí representa-
do que no sirva para inculcar los prin-
cipios de piedad y virtud entre todos sus
genuinos seguidores»32. La búsqueda de la
autoformación y del autoconocimiento
por la vía del lenguaje de los símbolos es
la esencia misma de la masonería, es su
elemento dinámico de estudio una vez
que esta sociedad perdió toda conexión
con el trabajo manual de las viejas cor-
poraciones operativas. Se pretende que el Fig. 14. Anónimo, Recepción del aprendiz masón
símbolo y el rito masónico sean univer- (grabado francés, 1809).
sales, que sean capaces de reunir a todos
los hombres, independientemente de sus diferencias socioculturales, en torno a un
trabajo individual y colectivo al mismo tiempo (Ariza, 2007: 13)33; y debe proporcionar
al aspirante materia para la investigación y la comprensión de sí mismo y del mundo
que lo rodea. Siguiendo una analogía típicamente masónica, el símbolo es al masón
lo que la piedra bruta era para el cantero medieval, pues el símbolo tiene ese aspecto
«duro, macizo y oscuro» del bloque sin trabajar, que no puede aprehenderse de otro
modo que no sea el estudio perseverante. Esa investigación debe llevar al adepto a bus-
car lo que está más allá de su aspecto material y sensible, debe ser capaz de encontrar la
correspondencia entre el objeto y lo que éste manifiesta en su dimensión más elevada
y trascendente. De este modo, retornando a una concepción de nuevo masónica, los
símbolos se transforman en vehículos de la edificación a la vez del «templo interior»
–esto es, la progresión personal del individuo por medio de un mejor conocimiento de
sí mismo– y del «templo exterior» –el progreso general de la Humanidad-.

32
  La trad. es nuestra.
33
Las reflexiones sobre el simbolismo masón insisten frecuentemente en la idea, de evocaciones jungianas,
de que esas «formas y estructuras simbólicas» pretenden responder «a unos arquetipos universales, a unos
principios que son coetáneos con cualquier tiempo o circunstancia histórica o personal, por lo que pueden
ser actualizados en cualquier momento».
80 José Julio García Arranz

5. Los lugares de la imagen-símbolo


El imaginario masónico se extiende a todos los ámbitos de la vida y actividad del
adepto, sin duda como recordatorio de que su compromiso implica una dedicación
cotidiana. Como ya hemos visto a través de la tipificación de sus símbolos, abarca,
además de la decoración del templo y su mobiliario, o de cada gesto y palabra que
se ponen de manifiesto en sus sesiones de trabajo, a la indumentaria ceremonial, con
sus múltiples insignias y complementos, a todas las actividades sociales –desde los
impresos de invitación a la vajilla utilizada–, la imaginería conmemorativa –diplo-
mas, medallas, esculturas…–, la documentación oficial generada por las logias, y los
grabados e ilustraciones de sus numerosas publicaciones. Los teóricos del simbolismo
de la Orden insisten en la perfecta interrelación y coherencia interna de este amplio
complejo, a pesar de su diversificación, bajo lo que se denomina la «Ley de la Unidad».

5.1 El templo masónico


Es el lugar «cerrado y cubierto» donde la logia se reúne y trabaja. Se pretende
que sea un espacio que refleje la estructura macro y microcósmica, tanto del universo
como del cuerpo humano, de acuerdo con la concepción del tabernáculo en cuatro
niveles que Moisés construyó en el desierto, y que Salomón mantuvo en la edifica-
ción del Templo de Jerusalén: la zona murada que rodeaba el recinto representa el
mundo físico; el patio abierto simboliza el mundo psíquico, la residencia del alma;
en el interior del tabernáculo se encuentra el santuario, el mundo del espíritu; en la
zona más interior, el sanctasanctorum, se ubica la deidad (MacNulty, 1993: 74-75). Si
bien puede responder a distintas concepciones, estilos y dimensiones, debe reunir, sin
embargo, algunas características ineludibles: ha de ser de planta rectangular alargada
para simbolizar en su longitud la vía que de la tierra (occidente) se dirige hacia la
luz (oriente); por tanto, su orientación está reglamentada, con la entrada abierta en
el extremo occidental de la nave, y la cátedra del Venerable dispuesta en el contrario
(Ariza, 2007: 29)34 [fig. 14]. Carente de vanos y ventanas con el fin de preservar la
confidencialidad de sus prácticas y acuerdos, sus muros deben responder a los colores
específicos de grados o ritos, y ha de estar cubierto, al menos en la cabecera, con una
bóveda o cúpula azulada decorada de estrellas que procure a los adeptos la necesaria
serenidad en la meditación. Sobre el friso se dispone un cordón formado por doce
nudos, o una cadena de eslabones (la «cadena de unión»). El templo se precede de una
pequeña pieza o vestíbulo, el «atrio del templo». A cada lado de la puerta de entrada
se eleva una gran columna cuyo capitel, habitualmente de orden corintio, soporta una

  Es un rectángulo orientado hacia la infinitud de los cuatro puntos cardinales –los lados cortos a Oriente
34

y Occidente, y los largos al Mediodía y Septentrión–, cuya «altura» simbólica se entiende es la que media
entre la superficie de la tierra y los Cielos, y cuya «profundidad» es la que distancia la superficie del centro
de la tierra (nadir), en una interpretación espacial de la universalidad de la Masonería. Conforma el interior
del edificio, por tanto, una imaginaria cruz tridimensional, cuyos ejes de coordenadas conformarían la
estructura interna de la logia a imagen misma del Cosmos.
Simbología masónica 81

agrupación de tres granadas entreabiertas. Sobre el fuste de ambas figuran inscritas,


respectivamente, las letras J y B, referencia a las de bronce que Hiram fundió para el
templo de Salomón (denominadas Boaz, «fuerza» en hebreo, y Jachin –Yâkîn–, «firme,
sólido»), aunque también pueden hacer referencia a las columnas de Hércules, como
alusión al extremo del mundo conocido. Bajo estas dos columnas se sitúan, de una
parte, los aprendices al norte, y de la otra, los compañeros y maestros al sur, permane-
ciendo los dos Vigilantes al pie de las mismas durante toda la sesión. Junto a la puerta
suelen disponerse un bloque de piedra sin desbastar –representación del espíritu y
corazón imperfectos que el aprendiz deberá trabajar y corregir– y una piedra cúbica,
que puede rematarse en forma de pirámide, en cuya base se inscriben los nombres
secretos y sagrados35.
En el centro del templo, en la conjunción de sus dos ejes, se dispone un pavi-
mento de mosaico formado por la alternancia de losas negras y blancas en damero,
de dimensiones también rectangulares y proporcionadas a las de la planta del templo.
Basado en la noción alquímica del equilibrio entre contrarios, alude al esfuerzo que
debe hacer el masón para poder progresar mediante la combinación de energías y
fuerzas opuestas, reflejo de las tensiones y equilibrios a los que está sometido el orden
de la Creación. Suele decorarse con una estrella flamígera en el centro36. Este carré long
está a veces, según los ritos, encuadrado por tres pilares, o columnas móviles, que se
sitúan en los ángulos este, sur y oeste: los pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza37.
El ara o altar de los juramentos, de forma triangular, se encuentra en el eje central
del templo, delante del estrado del Venerable Maestro –director de la logia–, ya sea
elevado sobre tres escalones o gradas, o en un lugar central de la sala; sobre él reposan

35
 A veces la piedra cúbica presenta también una rica decoración a base de complejos diagramas. En
algunos manuales masónicos se mantiene la terminología «salomónica» para referirse a las distintas partes
del templo: el extremo oriental o Sanctasanctorum recibe el nombre de Debir; Hikal es el espacio de la nave
entre la cabecera y el pórtico de entrada o vestíbulo, recibiendo este último la denominación de Ulam –1
R 6, 1s; 2 Cro 3, 1s; Ez 40, 48s–.
36
 De manera generalizada este pavimento ajedrezado, junto con la estrella flamígera y la «Cadena de
unión» que rodea el interior del Templo a la altura del friso, son los denominados «tres ornamentos de la
Logia».
37
  Estas tres columnas o pilares, en ocasiones identificados con deidades de la mitología clásica (Sabiduría =
Minerva; Fortaleza = Hércules; Belleza = Venus), suelen rematarse con capiteles distintos correspondientes
a los principales órdenes clásicos, que a su vez se asocian a diversas cualidades: la columna corintia
(Belleza) es un agente activo, exuberante, creativo y expansivo; la dórica (Fortaleza) es un agente pasivo,
reflexivo, tradicional y restrictivo; la jónica (Sabiduría), es, finalmente, un agente equilibrado, consciente
y coordinado, cuya obligación es mantener a los otros dos en un equilibrio dinámico. Se considera, del
mismo modo, que constituyen las Tres Pequeñas Luces de la Masonería. En lo alto de cada uno de ellos
se dispone una vela que es encendida con la apertura de los trabajos, y apagada inmediatamente antes de
su clausura –en las ilustraciones del Rito Francés vemos sencillamente candeleros en lugar de columnas–.
De este modo, además de las «ideas» rectoras que han de presidir los trabajos de la logia, estos soportes
representan la iluminación del interior del templo, apartando las tinieblas en que se encontraba sumido
antes de su apertura, acto que suele vincularse a ritos cosmogónicos de fundación o creación de un espacio
y un tiempo autónomos de la realidad circundante.
82 José Julio García Arranz

las «Tres Grandes Luces»: el libro de la «ley sagrada» –libro sagrado, las Constituciones,
o sencillamente un volumen en blanco–, la escuadra y el compás, cuya diferente
superposición puede aludir a uno u otro grado; es en torno a él que la fraternidad
efectúa sus ritos, y en su presencia se pronuncian los compromisos y «alianzas» que se
contraen con la Orden y el Espíritu que la vivifica.
El sol y la luna simbolizan el dualismo del día y la noche, así como los principios
activos y pasivos: el sol = fuego = acción, trabajo; la luna = agua = reflexión, imagina-
ción. Estas dos luminarias son situadas al fondo del edificio, la una a la derecha, la otra
a la izquierda, según los ritos. A oriente, sobre la cátedra del Venerable, se dispone un
delta luminoso, cuya significación se vincula al simbolismo tradicional de la Trinidad
cristiana; el ojo en el centro del triángulo simboliza el sol visible, pero también el ver-
bo, el principio creador, en ocasiones reemplazado por el tetragrama sagrado IEVE, a
partir de las letras hebraicas (Iod, He, Vau y He), nombre inefable del Gran Arquitecto.
Los rituales que se desarrollan en el espacio del templo, como escenificación
de los desarrollos iniciáticos, producen desplazamientos en su interior conforme a
una circulación en torno al pavimento de mosaico, en un sentido u otro según la
orientación simbólica. Ello propicia una visión dinámica del interior del edificio,
potenciada por la cadena o cuerda anudada ininterrumpida que rodea todo en su
friso interior, y mediante las doce columnas o pilares que enmarcan el recinto –para
algunos, representación de los doce signos zodiacales: cinco a septentrión, cinco más
a mediodía, y las dos restantes (columnas J y B) a occidente, en el Pórtico de la en-
trada–; todo ello sugiere un cierto movimiento cíclico que, de acuerdo con ciertas
visiones macrocósmicas del templo masón, se equipara a la rotación de los planetas y
demás estrellas y constelaciones, e influye en el cambio alternativo de las estaciones y
el mantenimiento y renovación de la vida, maquinaria perfectamente diseñada por el
Gran Arquitecto universal cuya interpretación nos sirve de aprendizaje, puesto que el
hombre fue hecho a imagen del Cosmos.

5.2 Los tableros de la logia


Ya sabemos que en los primeros tiempos de la masonería especulativa una parte
importante del trabajo de la logia consistía en las Lecturas o explicaciones de sus sím-
bolos más representativos, ilustradas con dibujos nemotécnicos trazados en el suelo o
paredes de la sala de reunión –de ahí el término inglés de Tracing board para designar
a los tableros–, que eran borrados al finalizar la sesión con el fin de evitar su contem-
plación a miradas profanas. Tan laborioso proceso fue sustituido en el s. XVIII por
alfombras pintadas con los símbolos principales que el aprendiz, el compañero o el
maestro debían conocer, configurándose como el principal método de enseñanza del
Venerable para propiciar la concentración y meditación del aspirante, y favorecer la
intuición intelectual con la que se aprehenden los principios que dicha enseñanza
expresa y transmite. Las alfombras fueron reemplazadas paulatinamente por tableros
Simbología masónica 83

o cuadros –uno para cada grado38– que


eran independientes, más pequeños, du-
raderos y, en su conjunto, ilustraban los
mismos temas (MacNulty, 1993: 44). En
los templos modernos, los tableros de la
logia se disponen sobre el pavimento de
mosaico, en el centro de la sala [fig. 15].
La importancia de estos cuadros de-
corados para el ritual masónico radica en
el hecho de que es suficiente su presen-
cia –complementada con la de las Tres
Grandes Luces y las Tres Pequeñas Luces–
para que una reunión pueda celebrarse
con toda legitimidad, aunque falten los
restantes elementos simbólicos que deco-
ran la logia, pues el cuadro «recapitula»
los conceptos fundamentales que residen
en el propio templo. Asimismo, la cuerda
anudada que enmarca los cuadros del gra- Fig. 15. Anónimo, «Asamblea de francmasones para
do de aprendiz y compañero en algunos la recepción de maestros» (estampas de la serie
ritos, se corresponde con aquella otra, de Les Costumes des Franc-Maçons dans leurs Assemblées,
igual número de nudos, que rodea por principalement pour la Réception des Apprentifs et des
su parte superior el recinto de la logia, Maîtres; grabados franceses, c. 1475).
remitiendo igualmente al sentimiento de
unidad indisoluble de la hermandad. Como veremos con más detalle, cada uno de
los distintos grados masones posee su propio cuadro, pues el conjunto de emblemas y
símbolos que éste contiene en su interior conforma una síntesis visual que «recoge»
lo esencial de la enseñanza iniciática del grado correspondiente, lo que podríamos
denominar su «memoria» espiritual. En tanto algunos ceremoniales se limitan a su
contemplación, otros –como el Rito Emulación inglés– desarrollan una lectura o
comentario oral que va describiendo las figuras plasmadas en el cuadro, y trazando
líneas de reflexión a partir de cada una de ellas.

5.3 Otros adornos masónicos


Dentro del sistema simbólico integral de la masonería, también los adornos en
la indumentaria poseen una función destacada. La prenda fundamental del atuendo
masón, y tal vez su insignia más distintiva, es el mandil, herencia de la francmasonería

38
  Existe un interesante testimonio de que, al menos durante el s. XVIII, existieran cuadros de logia tanto
para los tres grados básicos, como para otros Altos Grados: se trata del conjunto de 17 espléndidas tablas
realizadas entre 1763 y 1770 para la logia de La Perfecta Armonía –hoy de la Perfecta Unión– de Mons
(Bélgica), publicadas por Debusschere (2000).
84 José Julio García Arranz

operativa, larga pieza de cuero o piel de cordero empleada por los canteros para
proteger el cuerpo de las lascas de la labra de la piedra y de los golpes de los útiles.
Es por tanto un instrumento de trabajo que el aprendiz recibe, junto con un par
de guantes blancos, en el primer día de su iniciación. En el s. XVIII se redujeron
sus dimensiones en aras de la elegancia, y en el s. XIX e inicios del XX se fijaron
definitivamente sus proporciones –unos 35/40 cm de altura por otros tantos de
ancho– y su diseño definitivo: forma trapezoidal, compuesta de un pentágono trun-
cado doblado y bordado, que presenta esencialmente tres partes: un rectángulo, un
repliegue superior triangular y una cintura. Su función esencial es la indicación del
grado de quien lo porta, y si bien en la actualidad se caracterizan por su simplicidad
y austeridad decorativa39, durante los ss. XVIII y XIX fueron soporte esencial del
imaginario masónico, como veremos40.
Al mandil se le fue progresivamente incorporando un cierto número de piezas
e insignias de aparato, tales como objetos de ceremonia (cordones, collares, bandas y
cinturas, guantes, mazos, medallas, armas, bastones, estandartes, sellos…, todos ellos
con atributos rituales) y otros elementos decorativos complementarios (vajillas, relo-
jes, cajas…)41. Al comienzo, las decoraciones respetaban la línea filosófica de la Orden,
que, inspirada por un sentimiento de simplicidad y humildad, demandaba un cierto
rechazo de todo aquello que resultara superficial; de este modo, los objetos respondían
a una factura rudimentaria, simple, y sin apenas ornamentos. El s. XVIII insufla el
gusto por el refinamiento, las decoraciones bellas y esmeradas, y los ornamentos del
«arte masónico». La decoración masónica francesa asume así las consecuencias de las
rivalidades internas a la Orden, entre nobles y plebeyos, que se saldarán con una hi-
perinflación de las decoraciones y los atributos de los grados. Como consecuencia de
este fenómeno, se desarrolla una verdadera pequeña industria que, desde el s. XVIII,
provee al francmasón de auténticos catálogos que le permiten elegir entre una gran
diversidad de artículos. Es por ello que, a fines del s. XVIII y comienzos del XIX, los
símbolos masónicos gozaron de una gran popularidad como motivos decorativos, y
los objetos personales y domésticos solían tener este tipo de diseños, sobre todo en los
Estados Unidos, donde su uso se encontraba estrechamente asociado a la ostentación
de los iconos patrióticos norteamericanos. Durante el s. XIX e inicios del XX los
actos públicos –banquetes, actos conmemorativos, ceremonias comunitarias–, anun-

39
  Los mandiles de aprendiz y de compañero son tradicionalmente idénticos, de color blanco y elaborados
con piel de cordero, carentes de toda decoración –tan sólo se admiten elementos sumarios, como un borde
rojo, o unas rosetas azules–; por contraste, el mandil de los maestros es en piel o en tela satinada, bordado de
rojo, verde o azul, y ornado con las letras «M» y «B» (que significan Mac Benac o Mak-Benak, nombre secreto
de los maestros: «la carne abandona los huesos») o bien con tres rosáceas del mismo color que los bordes.
40
  El catálogo Le Franc-Maçon en habit de Lumière. Sprit & matière (Tours, 2002), editado con ocasión de
la exposición que tuvo lugar en 2002 en el Chatêau de Tours (Francia), ofrece un exhaustivo muestrario
ilustrado de mandiles de los ss. XVIII y XIX, entre otros objetos decorados.
41
  Un completo catálogo ilustrado y comentado de la indumentaria y utillaje masónicos puede contem-
plarse en Morata (s. a.: 33 y ss.).
Simbología masónica 85

ciados mediante invitaciones grabadas con figuras alegóricas, eran la ocasión para que
los masones pudieran lucir sus más distinguidos atributos (MacNulty, 1993: 90-91).

6. La masonería y la tradición emblemática y alegórica moderna


En los textos masónicos se detecta la misma confusión terminológica que en otros
géneros de la literatura simbólica a la hora de definir con precisión términos como
«emblema», «símbolo» «signo» o «alegoría». Son muy pocas las aproximaciones que
se han hecho a esta cuestión desde los escritos estrictamente masones, y los trabajos
recopilatorios de Albert G. Mackey suponen, en este sentido, una de las más notables
excepciones. De acuerdo con este autor (1914, I: 250-251):
El emblema es una representación oculta de algo desconocido o velado mediante un
signo o cosa que resulta reconocible. Así, la escuadra es en la francmasonería un emblema
de moralidad; una plomada, de rectitud de conducta; y un nivel, de igualdad de condi-
ciones humanas. Emblema es con mucha frecuencia usado como sinónimo de símbolo,
aunque ambas palabras no expresan exactamente el mismo significado. Un emblema
es propiamente una representación de una idea por medio de un objeto visible, como
en los ejemplos aducidos arriba: pero un símbolo es más extensivo en su aplicación, e
incluye toda representación de una idea por medio de una imagen, ya sea que la imagen
es presentada inmediatamente a los sentidos como una sustancia visible y tangible, o
sólo traída a la mente por medio de palabras. De aquí que una acción o acontecimiento
descrito, un mito o una leyenda, puede ser un símbolo; y de aquí, de igual modo, se sigue
que, mientras todos los emblemas son símbolos, no todos los símbolos son emblemas42.
Pero, como este mismo autor reconoce en otro momento (1914, II: 751), los
oficiantes masones no suelen puntualizar tales matizaciones con respecto al aparato
simbólico:
La palabra ‘símbolo’ deriva de un verbo Griego que significa ‘comparar una cosa con
otra’; y he aquí un símbolo o emblema, pues ambas palabras son habitualmente usadas
como sinónimos en la Masonería, es la expresión de una idea que deriva de su compa-
ración o contraste de algún objeto con una concepción o atributo moral. Así la plomada
es símbolo de rectitud; el nivel, de igualdad; la colmena, de industria.
Ya hemos insistido suficientemente en la naturaleza sincrética del imaginario
masónico, capaz de asumir todo tipo de motivos y rituales e insertarlos a su propia
trama, acomodándolos a su lógica simbólica, independientemente del contexto cultu-
ral o del ámbito geográfico en el que la logia se ubique. En el caso de la masonería
occidental, ya sabemos de algunas de sus principales fuentes temáticas y filosóficas de
inspiración: a través de ellas la Orden recibirá un nada despreciable caudal de aquellos
elementos emblemáticos y alegóricos que ya habían caracterizado a la cultura retórica
que impregnó la Europa de los ss. XVI y XVII, y que durante el XVIII se encon-
traban en franca decadencia. A juzgar por las evidencias con que contamos, esta inci-

  La trad. es nuestra.
42
86 José Julio García Arranz

Fig. 16. Anónimo, representación de tablero de logia Fig. 17. Anónimo, Tablero de logia del grado de
del grado de aprendiz. 1: columnas B y J con grana- aprendiz con representación de la escalera
das superpuestas; 2: puerta del templo; 3: escalones o de Jacob con las tres virtudes teologales
gradas del templo; 4: piedra cúbica; 5: piedra bruta; entre otros símbolos (1819).
6: escuadra; 7: compás; 8: perpendicular; 9: nivel; 10: Col. Gran Logia Unida
martillo; 11: cincel; 12: plancha de dibujo; 13: luna; de Inglaterra,
14: sol; 15: ventanas; 16: cuerda de 7 nudos. Londres.

dencia no se produjo directamente desde los libros de emblemas, sino fundamen-


talmente a partir de las lecturas bíblicas del Antiguo Testamento, y de corrientes más
específicas, como la Rosacruz, que mantuvo innegables puntos de contacto con la
Emblemática moderna; ello permitirá la recuperación de figuras y motivos, en esencia
de carácter religioso o místico, coincidentes con los que poblaron los libros de em-
blemas y divisas de los siglos precedentes, y que se confundirán con los símbolos más
estrictamente masones –útiles de arquitectura y figuras geométricas–. Otra cuestión
digna de consideración aquí es la proliferación anárquica de los «Altos Grados» –que
se incorporaron progresivamente a los tres básicos de aprendiz, compañero y maestro
que conforman la masonería «azul»–, fenómeno que ha venido considerándose como
una reacción contra la austeridad racionalista del movimiento, y fruto de una volun-
tad por parte de los maestros masones dieciochescos de «adornarse con ricas plumas
iniciáticas de pavo real». Sin embargo, parece que esta inflación simbólica fue también
consecuencia de la creación de grupos de trabajo que se pusieron en marcha prácti-
camente a partir de la fundación de la Gran Logia de Inglaterra y las Constituciones de
Anderson, y que, entre otras novedades, introdujeron, entre 1725 y 1733, el grado de
maestro y la leyenda de Hiram; sin embargo, su profundización en el mismo tema, o
Simbología masónica 87

en otras vías de investigación –bíblicas, herméticas, caballerescas– explica a inicios del


s. XIX el crecimiento incontrolado de los grados superiores hasta llegar al centenar,
aunque la mayor parte de ellos no se puso nunca en práctica.
Estos procesos generarán una proliferación de los símbolos masónicos a lo largo
del s. XVIII e inicios del XIX –se editan por estas fechas tablas nemotécnicas de
emblemas y personificaciones masónicas que fácilmente superan las 50 figuras–, que
obligará a ciertas medidas de contención. Por ejemplo, en la unión de las Grandes
Logias inglesas que tuvo lugar en 181343, el ritual masón fue modificado, y se acordó
un cambio de diseño de los tableros de logia, proceso en el que un buen número de
símbolos fue desechado de su imaginario –normalmente aquéllos con connotaciones
más marcadamente cristianas, o los que eran usados de forma muy ocasional–, de
modo que en las representaciones del setecientos encontramos un abundante número
de figuras de las cuales el moderno masón no tiene conocimiento. Para los motivos
de origen religioso que sobrevivieron a la reforma, se propondrá un significado edifi-
cante alejado de su dimensión estrictamente sagrada en su afán de proponer símbolos
susceptibles de la más amplia aceptación posible.
Aunque el imaginario masónico se extiende a cualquiera de sus espacios y obje-
tos rituales, los soportes fundamentales de estos emblemas y alegorías recuperados e
insertados en este nuevo contexto ritual y simbólico van a ser, como ya adelantamos,
los tableros de logia y los mandiles decorados, aunque podemos encontrarlos también
con frecuencia en los frontispicios grabados de algunas de sus publicaciones, medallas
o diplomas.
En cuanto a los tableros o cuadros de logia, ya hemos indicado que son ayudas
visuales con las que se ilustran los principios que se enseñan en cada uno de los gra-
dos esenciales: aprendiz, compañero y maestro. La iconografía de estos tableros puede
responder a dos conceptos representativos principales: uno, aparentemente más tra-
dicional, consistente en la distribución por todo el espacio disponible de las figuras,
aisladas unas de otras, que parecen «flotar» conforme a un sistema de representación
que podíamos llamar jeroglífico, y que es habitual en el contexto masón francófono,
correspondientes al Rito Francés o al Escocés Antiguo y Aceptado44; el segundo, más
anglosajón, empleado en el Rito Emulación45, consiste en la integración de estas figuras
en determinados contextos arquitectónicos, que les proporcionan una lógica espacial
y cierto «hilo conductor» a la hora de abordar su análisis [figs. 16 y 17]. También se da

43
  Nos referimos a la unión que se produjo en 1813 de las dos principales logias inglesas, la Primera Gran
Logia, fundada en 1717, y llamada de los «Modernos» por las innovaciones que introdujeron, y «La más
Antigua y Honorable Sociedad de Masones Aceptados y Libres», los «Antiguos», que reunió en 1751 a las
diversas logias independientes. Tras décadas de enconadas rivalidades, ambas se asociaron para formar la
Gran Logia Unida de Inglaterra.
44
  Nacido con el desarrollo de los altos grados en el s. XVIII, es posiblemente el más practicado en el
mundo; el Rito Francés en una adaptación del «escocés», donde se practican sus altos grados, con el añadido
de algunos específicos.
45
  Gestionado por la Gran Logia Unida de Inglaterra, y extendido especialmente en el ámbito anglosajón,
se postula próximo a los textos fundadores, y se practica con gran rigor.
88 José Julio García Arranz

el caso de que, según las fraternidades, los objetos representados puedan ser en algunos
casos distintos, o distribuidos conforme a criterios diferentes46.
Una parte esencial del contenido iconográfico de estos tableros son, una vez más,
los útiles o herramientas vinculadas a la práctica arquitectónica. Como ya indicamos,
todos ellos se encuentran integrados en un sistema iniciático que les confiere cohe-
rencia, y que les proporciona una dimensión suplementaria a la función que les es
propia, pues cada uno, conforme a su mensaje conceptual y edificante, proporciona
una enseñanza al neófito dirigida a su mejora material y espiritual. Los útiles cobran
especialmente importancia en dos momentos clave de la iniciación de los adeptos:
en los «viajes» puramente simbólicos que desarrolla a lo largo de su proceso de for-
mación, a los que ya nos hemos referido con anterioridad, y en la explicación de los
tableros de los diferentes grados. En estos últimos, los útiles suelen aparecer agrupados
de dos en dos, según el principio activo-pasivo47 –compás y escuadra, martillo y cincel,
regla y palanca, plomada y nivel–, a excepción de la paleta, que figura solitaria por su
carácter polivalente.

Fig. 18. Mandil con temas bíblicos del rito de adopción


(fines del s. XVIII). Decoración pitada sobre seda blanca.
Col. privada.

46
  Un caso llamativo es el de las tres columnas o pilares de órdenes diferentes que se disponen en torno al
pavimento de mosaico: utilizados como soporte para sujetar las velas con las que se ilumina ritualmente
el interior del templo, adquieren gran protagonismo visual en los tableros ingleses, pero son sustituidos en
los tableros de Francia o Bélgica por tres ventanas que parecen aludir al mismo principio de iluminación.
De igual modo, en los cuadros anglosajones, adquiere gran importancia el tema de la escalera de Jacob
con las personificaciones –o atributos– de la Fe, Esperanza y Caridad ascendiendo por ella, en tanto en el
contexto continental se evita esa composición, y se concede mayor importancia a la recreación del templo
de Salomón elevado sobre 3 o 5 escalones o gradas, según el caso.
47
  El principio activo corresponde al espíritu, y el pasivo a la materia. Este sistema puede definirse como
de «evolución armónica», en el sentido de que deviene en un equilibrio creativo que permite un cono-
cimiento de sí mismo y del mundo sin que las fuerzas se opongan, se anulen y finalmente se destruyan.
Simbología masónica 89

En el cuadro del primer Grado, bajo la luna creciente48 y el sol –principios hú-
medo y cálido de la alquimia, complementariedad necesaria para la fecundidad; el
sol manifiesta a los iniciados que todo es verdad dentro del templo, manteniendo
fuera las «tristes sombras del mal»–, un elemento esencial de esta tabla es el Templo
de Jerusalén con sus tres puertas, elevado sobre tres escalones, y flanqueado por las
columnas B y J, motivo sustituido en los cuadros anglosajones por los tres pilares de
la Sabiduría –orden jónico–, la Fuerza –dórico– y la Belleza –corintio49–. También
en los tableros de influencia inglesa suele representarse la escalera de Jacob, y sobre
sus escalones suelen aparecer representadas las virtudes teologales cristianas de la Fe,
Esperanza y Caridad, portando o no sus atributos, escala que descansa en el volumen
de la ley sagrada, y alcanza los cielos, que se pierden entre nubes. Bajo la escalera de
Jacob, como soporte del Libro Sagrado, suele disponerse el círculo con un punto inte-
rior entre dos trazos paralelos, al que ya nos hemos referido con anterioridad. El resto
del espacio disponible es ocupado por los útiles masones, la piedra bruta y la piedra
cúbica. El conjunto se rodea con una cuerda con tres o siete nudos.
En cuanto al cuadro del segundo grado, o de compañero, en el caso de los ejem-
plares franceses, encontramos prácticamente los mismos elementos que en el primer
cuadro, y en una disposición similar; tan sólo se incorporan la estrella flameante ilu-
minando con su luz el templo, que ahora se eleva sobre cinco o siete escalones, el
pavimento de mosaico, y algunas herramientas nuevas, como la regla graduada y la
palanca. En el caso de los tableros ingleses, el motivo de la escalera de Jacob –avenida
de comunicación interior entre el cielo y el ser humano–, que ya aparecía en el cuadro
anterior, adquiere aquí pleno protagonismo y desarrollo: conforme a una orientación
de este a oeste, aparece ahora como una escalera de caracol inserta dentro del Templo de
Jerusalén –habitualmente con siete escalones–, y que conduce hacia su interior como
espacio más sagrado, generalmente cubierto con una cortina o velo, y caracterizado
visualmente con alusiones a la divinidad. Representa una escala interior simbólica que
el individuo debe ascender cuando aparte su atención del mundo físico –representado
como un ameno paraje campestre– para examinar la naturaleza de su alma y los trabajos
de su propio progreso interior. Su arquitectura se decora con todo lujo y esplendor, y se
enriquece con figuras y herramientas propias del oficio, y las dos monumentales colum-
nas del pórtico de entrada, rematadas, respectivamente, con el globo terrestre –delineado
con la trama de paralelos y meridianos– y celeste –caracterizado por la eclíptica, o banda
zodiacal–. El cuadro suele rodearse de una cuerda con 5 o 9 nudos.
El tablero del Tercer Grado, inspirado en el relato de Hiram, alude a un proceso
análogo al de la muerte, por el cual el individuo puede trascender las limitaciones de
la vida humana corriente y conseguir un potencial interior más rico. En el interior

48
 Alrededor de la luna, las estrellas pueden distribuirse conforme a un orden aleatorio, o recreando la
constelación de la Osa Mayor, para subrayar la noción de fertilidad.
49
 Ya dijimos más arriba que, en el contexto francófono, los pilares son sustituidos por tres ventanas distribui-
das aproximadamente conforme a la posición que las tres velas deben tener en torno al pavimento de mosaico.
90 José Julio García Arranz

de un ataúd que ocupa prácticamente todo el cuadro, el cráneo y las tibias representan
la muerte física de Hiram; el paño negro es símbolo de duelo; las lágrimas de plata
simbolizan los rayos lunares que deben permitir abstraerse de la influencia «solar» –
material–; la cruz latina dirigida hacia oriente significa la inmortalidad; el compás y la
escuadra representan, según la leyenda, el cuerpo de Hiram que fue encontrado entre
el compás y la escuadra; la rama de acacia simboliza la metamorfosis, el renacimiento
e inmortalidad del alma, y las tres huellas o pasos son emblemáticos de los tres prin-
cipales estados de la vida humana: Juventud, Madurez y Senectud50.
Ya dijimos que un buen número de emblemas de la Orden procede del contex-
to bíblico. Hemos hablado antes de
temas como la leyenda de Hiram y el
Templo de Salomón, cuyas alusiones
simbólicas salpican tableros y mandiles.
También mencionamos otros dos mo-
tivos veterotestamentarios, vinculados
al tema vertebral de la construcción y
de la masonería operativa: la Torre de
Babel y el Arca de Noé; ambos resul-
tan frecuentes, por ejemplo, en los man-
diles del rito de adopción del s. XVIII,
flanqueando sendos motivos al árbol del
bien y del mal del Edén, con la serpiente
enroscada alrededor de su tronco, entre
otros símbolos místicos –pozo, escale-
ra, arco iris, corazón ardiente, granada51,
sol y luna…– [fig. 18]. Si bien el Arca
de Noé es motivo habitual en las ilus-
traciones del s. XVIII, las referencias al
patriarca en los textos y constituciones
Fig. 19. Anónimo, Tablero de logia del grado de masónicas no suelen asociarse tanto al
maestro (1819). Col. Gran Logia Unida
de Inglaterra, Londres.
Arca y al diluvio, como a los dos grandes
pilares en los que se inscribieron las siete
artes liberales y las ciencias. En las Constituciones de Anderson se hace referencia a los
masones como «descendientes de Noé». En algunos casos se combina el Arca con el
ancla, emblemas de una esperanza bien fundada en una vida moderada y virtuosa.
Otros motivos también inspirados en el Antiguo Testamento, menos frecuentes pero
difundidos a partir de su inclusión en la heráldica de los Altos Grados, son las ta-

50
  Para la descripción y significado de los símbolos de los tableros non hemos guiado esencialmente por
Morata (s. a.: 16-17 y 28), con el auxilio de otras fuentes.
51
  Abierta, la granada es una llamada a la unidad de los masones, hermanados por un fin común y difícil
–estrechez del fruto– dentro de una corteza que recuerda el mal exterior y las dificultades; cerrada, suele
aparecer como referencia a la Caridad.
Simbología masónica 91

blas de la Ley y el candelabro de siete


brazos o menorah, única fuente de luz
del lugar sagrado, que debe permanecer
continuamente encendida –en el grado
de Maestro Secreto, o Maestro de todas
las logias–, o el Arca de la Alianza –grado
de Caballero de Oriente o de la Espada–,
que nos remiten al santuario del templo,
pero también a la conciencia como guía
constante del perfecto iniciado, o la ser-
piente de bronce de Moisés (Nm 21, 6ss)
–Caballero de la serpiente de Bronce–,
reivindicación de la libertad que per-
mite vencer a la esclavitud derivada de
la intolerancia y la superstición. Varias
de las figuras simbólicas aluden a otros
elementos que constituían el tabernáculo Fig. 20. G. B. Cipriani y P. Sandby (diseño); F.
de Abraham en el desierto: la mesa con Bartolozzi y J. Fittler (grabado), «La Verdad, rodea-
los panes, el recipiente con el maná o el da de las Virtudes Teologales, ilumina el interior de
incensario, este último emblema de un la logia», frontispicio grabado de James Anderson,
Constitutions of the Ancient Fraternity of Free and
corazón puro, que constituye siempre un Accepted Masons, Londres, 1784.
sacrificio aceptable para la deidad. O a los
elementos singulares que decoraban el gran templo de Salomón: el mar de bronce…
Encontramos también motivos procedentes del Apocalipsis: el cordero sobre el
libro de los siete sellos –grado de Caballero de Oriente y Occidente– (Ap 5, 1), como
referencia astrológica al equinoccio de primavera, festividad de san Juan, uno de los
patrones cristianos de la Orden, o la Jerusalén celeste –grado de Gran Pontífice o
Sublime Escocés de la Jerusalén celeste–, emblema de la humanidad liberada de toda
servidumbre; la acacia plantada en el centro de Jerusalén es la propia masonería, cuyos
principios eternos viven en la ciudad celeste.
Otro de los ámbitos que abastecerá de figuras emblemáticas al imaginario masóni-
co será la creación del Grado de Caballero Rosacruz –18º del Rito Escocés Antiguo y
Aceptado–, principal exponente de la vertiente mística de la masonería. Mezcla de in-
fluencias rosacruces, alquímicas, cristianas –representación del Gólgota y de la tumba
de Cristo, evocación de la Resurrección, de los valores de la Fe, Esperanza y Caridad,
la Santa Cena…–, este imaginario ha sido uno de los más afectados por la depuración
visual del s. XX. Las «armas» heráldicas del grado están protagonizadas por el pelícano
que se autolesiona para alimentar a sus polluelos con su sangre, alusión tradicional
al amor paternal y al sacrificio, situado ante una cruz latina con una rosa roja inserta
en el centro de la misma, transfiguración cristiana de las gotas de sangre de Cristo
martirizado. Frente a las evidentes connotaciones cristológicas de la composición,
su significación moderna nos remite a la vez a conceptos de inspiración caballeresca
92 José Julio García Arranz

como el amor, la belleza o el fuego en su significación de elemento generador de


conocimiento, de verdad o de belleza. También resultan habituales el fénix, icono de
resurrección y renacimiento por el principio ígneo y la representación alquímica del
azufre, la corona de espinas, el cáliz o Santo Grial, el sudario y la tumba, el corazón
ardiente, el águila, o la serpiente ouroboros –símbolo pitagórico del círculo que no
tiene comienzo ni fin–, entre otros.
Otro conjunto de emblemas deriva directamente del concepto barroco de va-
nitas. Dentro del ritual masónico no resulta extraño encontrar motivos como la
calavera y los huesos, el ataúd, el reloj de arena, alado o no, o la guadaña –atributo
tradicional esta última del Padre Tiempo o de la mismísima Muerte–, que, sin perder
totalmente su carácter tradicional de memento mori –rápido paso del tiempo, transito-
riedad de la vida y banalidad de todo lo material–, aparecen insertos en una filosofía
y mitología totalmente diferentes52. Los encontramos, como vimos, en el tablero e
insignias del grado de Maestro [fig. 19]. Pero, de un modo más amplio, en la ma-
sonería se han venido empleando diversos signos de violencia, peligro y muerte: el
candidato a masón hace frente al peligro tan pronto como ingresa en la logia, pero
es un proceso meramente psicológico y simbólico: se usa un puñal que apunta al
corazón, referencia, por un lado a la «muerte» que el aspirante experimenta respecto
a su naturaleza anterior, abriendo el camino hacia un mundo totalmente nuevo; por
otro, es una advertencia sobre los peligros que acechan en todo trabajo interior.
El imaginario masónico hizo uso, al mismo tiempo, de las alegorías de las tradi-
cionales virtudes cristianas, asumiendo la codificación presentada en su momento
en la Iconologia de Cesare Ripa. Resultan frecuentes las personificaciones de las tres
virtudes teologales aportadas por la imaginería rosacruz, Fe, Esperanza y Caridad, con
el fin de ilustrar las obligaciones caballerescas fundamentales del grado, aunque tam-
bién son empleadas en el magisterio masónico para ejemplificar los estados de ánimo
individuales en cada uno de los Tres Grados: la Fe para el aprendiz, que ignora la
naturaleza de aquello a lo que aspira, y debe confiar en sus maestros; la Esperanza para
el compañero, que puede vislumbrar buena parte de la naturaleza del impulso que le
lleva a anhelarlo; y la Caridad para el maestro, que ha conseguido su meta y es capaz
de educar a los más jóvenes53. También las cuatro virtudes cardinales –Temperancia,
Fortaleza, Prudencia y Justicia– son incorporadas al ritual de aprendiz: la lectura de la

52
  En este sentido, alguno de esos elementos –cráneo, reloj de arena, guadaña– suelen aparecer representados
en la Cámara de Reflexión –lugar cerrado y aislado donde el aspirante a masón se sienta totalmente solo
y escribe las razones por las que desea entrar en la Orden; sólo después de que sus motivos hayan sido
revisados por la hermandad, es aceptado como candidato–, donde comparten su espacio con otros motivos
significativos, como una jarra de agua, un trozo de pan, el gallo –que se refiere a su significado tradicional
de vigilancia–, y otros iconos de origen alquímico (como copas o recipientes con azufre, mercurio y sal, o
las siglas VITRIOL («Visita el interior de la tierra, rectificando hallarás (invenies) la piedra (lapidem) oculta»).
53
En la imagen tradicional de la Caridad, representación de una madre en actitud protectora hacia los
hijos que la rodean, suele hacerse común alusión a las viudas y huérfanos mantenidos por la beneficencia
masónica.
Simbología masónica 93

tabla termina con la mención de las cuatro teselas orientadas hacia las cuatro esquinas
de la logia, que simbolizan esas cuatro personificaciones. Éstas serán las alegoriza-
ciones más habituales, junto a otras más concretas como la Verdad, mostrada vestida
o desnuda, en ocasiones surgiendo de un pozo –las tinieblas de la ignorancia–, pero
siempre manteniendo en alto un espejo que refleja la luz de la divinidad y la proyecta
sobre nosotros [fig. 20], o las representaciones de la propia Masonería, entre otras
figuras –emblematización de los continentes, imagen de la Masonería universal– o
virtudes propias del compromiso masón, frecuentes en numerosos frontispicios de
libros o diplomas de logia.
Para concluir este rápido itinerario visual, mencionemos que también se recurrió
con frecuencia a atributos de determinados conceptos empleados en sustitución de la
personificación completa. Entre los casos más frecuentes se encuentra el ancla –emble-
ma de una esperanza firmemente fundada surgiendo de una vida correcta– junto con
la cruz y el cáliz y un corazón, que pueden aparecer en los viejos tableros del primer
grado como alusión a las virtudes –Fe y Caridad– a las que representan. Esto nos remite
a un momento en el imaginario de la Orden en el que aún se mantenía una inspira-
ción esencialmente cristiana, de modo que esta combinación de símbolos desapareció
después de la Unión de 1813. En la misma línea podemos encontrar la llave –símbolo
del silencio, que impide, por ejemplo, revelar el secreto que, a imitación de Hiram, el
maestro promete mantener hasta la muerte, hablar mal de un hermano de Orden, o
desvelar cosas inapropiadas–, la balanza y los dos platos –símbolo común de la Justicia,
que recuerda al masón que sus acciones, buenas o malas, serán un día pesadas en el
Juicio Final (Dn 5, 27)–, o la Colmena, elemento habitual en multitud de artefactos,
tableros y vestimentas masónicas como símbolo de la Industria práctica, y recordatorio
del adecuado empleo que debe hacerse del tiempo dedicado a nuestra formación.
El corpus de motivos es, en fin, inabarcable y muy diverso, pero de indudable
interés por cuanto constituye uno de los principales canales por los que la cultu-
ra emblemática y alegórica moderna se abrió paso hasta el mundo contemporáneo
gracias a la capacidad de asimilación por parte de la masonería especulativa de todos
aquellos materiales simbólicos que pudieran convenir a sus propósitos. Adaptados,
entonces, a otras circunstancias y a otros tiempos muy diferentes, los viejos emblemas
y personificaciones, unidos a otros repertorios icónicos más o menos afines, supieron
conservar su apariencia formal y, más aún, buena parte de su propósito original: el de
la educación dirigida a través de lo visual, donde el resorte enigmático es ahora reem-
plazado por el iniciático, y donde los contenidos moralizadores del antiguo régimen
se han transformado en nuevas directrices de autoformación y perfeccionamiento
personal y colectivo.
94 José Julio García Arranz

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