Los Aforismos en La Literatura Española Actual
Los Aforismos en La Literatura Española Actual
Los Aforismos en La Literatura Española Actual
Resumen: El presente artículo se centra en el Abstract: This paper focuses on the study of
estudio de los aforismos en la literatura española aphorisms in current Spanish literature, a genre
actual, género que se ha visto incrementado de that has expanded considerably in recent
manera considerable en las últimas décadas. decades. On the basis of a review of the main
Partiendo de una revisión de los principales theoretical problems arising in this form of
problemas teóricos que plantea esta forma de writing ―such as its definition, its hybrid nature
escritura (como su definición, su carácter halfway between the philosophic and the poetic,
híbrido, a medio camino entre lo filosófico y lo and the extent of the knowledge they express―
poético, y el alcance del saber que expresan), y and then focusing on aphorisms with a moral
centrándose en los aforismos de contenido ético and ethical content, this paper explores how this
y moral, el artículo analiza la forma en que este ethical substance or aspects concerns all three
contenido o esta dimensión ética afecta a los elements of literary communication, i.e. the
tres elementos de la comunicación literaria, el author, the text/work, and the reader (Spang
autor, el texto o la obra y el lector (Spang 1988). 1988). Aphorisms emerge at these three levels
En estos tres niveles los aforismos se revelan as a dynamic writing, challenging tradition and
como una escritura de carácter dinámico, que questioning its value system, propounded as a
confronta la tradición y cuestiona su sistema de subversive expression whose content is oriented
valores y que se propone como una expresión towards an ethics of action.
subversiva que orienta sus contenidos hacia una
ética de la acción.
Palabras clave: Aforismos, ética, tradición, Keywords: Aphorisms, ethics, tradition,
reescritura, dinamismo, acción rewriting, dynamism, action
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Aunque los géneros breves, en forma de máximas, sentencias y proverbios, han estado siempre presentes
de una u otra manera en la producción literaria española y han llegado a considerarse incluso como algo
“propio a lo español”, como decía Juan Ramón Jiménez, la escritura de aforismos se incrementó de
manera especial a principios de siglo XX, con las obras de Antonio Machado, José Bergamín, Ramón
Gómez de la Serna y Ramón J. Sender (cfr. Neila 2008). A este primer impulso o repunte de la escritura
aforística contemporánea vendría a sumarse otro más reciente, efectuado en las últimas décadas, haciendo
que pueda hablarse así, como hace Érika Martínez, de “dos auges del aforismo español, uno acontecido
durante el primer tercio del siglo XX y otro que va desde los pasados años noventa hasta la actualidad”
(2012a: 15).
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En la poesía publicada en España en los últimos años puede observarse un aumento de las expresiones
críticas y comprometidas, que tanto desde unos contenidos orientados hacia la realidad social y sus
circunstancias, como desde unas formas de expresión que se separan de la norma y de la división de
géneros y disciplinas, cuestionan el discurso artístico establecido mediante la puesta en práctica de lo que
algunos autores han denominado una “estética de la otredad” (Saldaña 1999). Este tipo de propuestas
también han recibido los calificativos de “poesía entrometida”, en palabras de Fernando Beltrán (1989);
“nueva poesía social”; “poesía de la conciencia crítica”; “escritura del conflicto”; “literatura activista” o
“poesía en resistencia”, en el panorama que ofrece Enrique Falcón (2007: 11), y su presencia puede
apreciarse en el aumento de estudios y antologías que se centran en este tipo de manifestaciones, como,
por ejemplo, Poesía en pie de paz. Modos del compromiso hacia el tercer milenio, de Luis Bagué Quílez
(2006); Once poetas críticos en la poesía española reciente, del mencionado Enrique Falcón (2007);
Humanismo solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea, de Remedios Sánchez García
(2014); o Poesía en acción: poemas críticos en la España contemporánea (2014), de Marina Llorente.
aparición de términos originales y novedosos, entre los que pueden incluirse desde las
greguerías de Ramón Gómez de la Serna, hasta formulaciones más recientes, como los
electrones, de Carlos Marzal; los aforemas, de Miguel Ángel Arcas; las pompas de
jabón, de Ramón Eder; o los barbarismos, de Andrés Neuman.
Además de esta indeterminación terminológica, y con respecto al contenido que
expresan y con el momento histórico en que aparecen estas formas de escritura, algunos
críticos distinguen entre los aforismos que podrían considerarse “clásicos”, más
próximos, como señala Paulo Gatica, a fórmulas sapienciales de transmisión de un
conocimiento “universal”, y los aforismos “modernos”, cuyo origen podría situarse al
inicio de las manifestaciones románticas (Gatica 2016: 27). La diferencia entre ambos
residiría, como indica José Ramón González, en la función o la intención de cada uno
de ellos. Mientras los aforismos clásicos están orientados a la transmisión de un saber
general o universal, los aforismos modernos tienden a la expresión de verdades
particulares o individuales y su validez resulta efímera y temporal. A diferencia de
éstos, y como el mismo autor señala, los aforismos clásicos
tratan de establecer verdades universales e intemporales, cuya validez es independiente de la
voz que las formula. Enuncian una verdad que no vale sólo para un individuo singular, sino
para el hombre universal, y por eso recurren con frecuencia a fórmulas impersonales y
emplean términos de valor colectivo […] (Se trata de un) enunciado transpersonal, que
apunta a una verdad compartida por una comunidad, cuya enunciación parece igualmente
impersonal, y en la que el efecto de universalidad se suma al de veracidad, o al menos, de
verosimilitud y probabilidad. (González 2013: 25)
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Justo Serna se refiere a los proverbios de la Antigüedad en términos muy similares a los utilizados por
José Ramón González en la definición anterior: “En la Antigüedad y después, los proverbios fueron el
pensamiento popular que condensaba y fijaba enseñanzas tradicionales, prescripciones colectivas. Se
basaban en el sentido común, en la evidencia incontestada de las cosas. Los proverbios eran así,
aserciones prácticas de doctrina. Cada perla era la cuenta de un collar. Había un todo conocido ―esa
doctrina―, el todo del que el proverbio era un detalle” (2012: 8).
Por el contrario, los aforismos considerados “modernos” tienden, como ya se indicó,
a la expresión de verdades individuales y particulares y a la manifestación de las
opiniones personales y subjetivas de quien los formula, aspecto central para lo que aquí
se plantea y que se analizará por extenso en el primer apartado de este trabajo.
Además de las matizaciones anteriores, algunos estudios distinguen también entre los
aforismos metafóricos o poéticos y los aforismos filosóficos o metafísicos (Heilmich
2006). Esta distinción no siempre resulta fácil, pues, tanto por su definición genérica,
como por tradición, el aforismo se presenta como una forma mixta o híbrida que puede
contener aspectos de ambos géneros y discursos, el filosófico y el poético, tal como
señala Ana Bundgaard, refiriéndose concretamente a estas formas de expresión: “el
generólogo encuentra difícil la clasificación de una forma genérica híbrida de naturaleza
literaria dudosa en unos casos, mientras que, en otros, es eminentemente poética” (2002:
74-75).
Sobre esta ambigüedad o hibridez constitutiva del aforismo reflexiona Javier Recas
más extensamente:
La formulación aguda e ingeniosa del aforismo envuelve un núcleo a la vez poético y
filosófico. Literatura y filosofía, arte y reflexión, terrenos colindantes que se fusionan en el
genuino aforismo […] Siempre desde ese intento intrínsecamente poético de decir con
palabras lo que no se puede expresar, de decir más de lo que con ellas se expone. En esto
reside también el arte del aforismo, aunque, a diferencia de la poesía, no fluye, es un bloque
compacto, una pieza de peso y aristas cortantes.
Del aforismo se ha dicho que es una forma de expresión intrínsecamente en prosa. Nada hay
en la poesía contradictorio con la escueta reflexión, ni en esta con la textura poética. Y ello,
no sólo porque es demasiado delgada la línea divisoria entre poesía y prosa, sino por la
naturaleza misma de numerosos versos. (2014: 19)
Desde un punto de vista similar, también Carlos Marzal relaciona los contenidos de
los aforismos con el mundo y con la realidad, subrayando la relación que existe entre la
enseñanza o la sabiduría que transmiten y la experiencia vital:
la voz del aforismo se disfraza de sabiduría, se permite la licencia de investirse de una
condición experta. El aforista, cuando ejerce de tal, es un hombre de mundo, un hombre del
mundo, que nos alecciona sobre el mundo del hombre. De ahí que yo entienda como
aforismo especialmente la sentencia de carácter moral, la fórmula de intención
ejemplarizante (2010: 148)[4].
Y el mismo autor expresa esta idea en uno de sus aforismos: “Mis aforismos son
puro autobiografísmo” (2013: 115), declaración que adopta un matiz más preciso e
interesante en otra formulación del mismo escritor: “Con mis aforismos se podría
reconstruir el mapa de los días de mi conciencia” (2013: 161).
Teniendo en cuenta este tipo de consideraciones, resulta posible o incluso inevitable
atribuir un contenido o una dimensión ética al acto de opinar que realizan los autores de
aforismos y al enjuiciamiento general que hacen del mundo y de los individuos. Estas
expresiones se revelan así como una escritura cuyo eje central o su razón de ser la
constituye el hecho mismo de la enunciación y que gira o descansa sobre la figura de un
sujeto, sea éste real o fingido, o coincida con el autor biográfico o sea una construcción
intencional, que observa determinados aspectos de la realidad del momento histórico en
el que se escriben y reacciona ante ellos a través de una valoración, una crítica, o una
denuncia.
Independientemente del estatuto que se otorgue a la figura de este enunciador, en los
aforismos se percibe la presencia de una “conciencia en proceso” (González 2013: 32),
que se ofrece como una voz individual que reflexiona sobre el mundo desde un punto de
vista crítico y que adopta, como se verá a continuación, una postura ética.
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Las cursivas son del original.
enjuiciamiento de una serie de ideas, situaciones y acontecimientos, lo que deja ver la
dimensión ética y moral de estas composiciones.
Como ya se adelantó, según la propia concepción del género, los aforismos
filosóficos o morales giran en torno a la valoración de los comportamientos y acciones
humanas, siendo habitual en ellos la alabanza de ciertas virtudes y la crítica de
determinados vicios. Se trataría, en definitiva, del contenido moralizante o
ejemplarizante de los aforismos al que hacía referencia Carlos Marzal en algunas de las
afirmaciones recogidas páginas atrás.
En este acto de enjuiciamiento se pone de manifiesto, por un lado, la adscripción
inevitable de esta escritura a una tradición particular de pensamiento, cultura y
creencias, pero también se evidencia, al mismo tiempo, el grado de separación o
discrepancia que las nuevas formulaciones mantienen con respecto a esta tradición, con
lo que puede observarse el cambio y la evolución experimentados por una sociedad
concreta en un momento determinado.
Podría decirse que el aforismo se sitúa, así, entre la tradición y la innovación; que
guarda una tensión o un equilibrio entre la conservación de un determinado estado de
cosas y su modificación, lo que equivale a decir, en definitiva, que opone o enfrenta una
visión individual y puntual a una corriente general o un pensamiento histórico y
colectivo mediante la percepción de lo diferente dentro de lo semejante:
La tradición nos enseña que el aforismo se cultiva para delatar o manifestar todo tipo de
estados o juicios. Por un lado, la expresión del yo ante el mundo, la indagación de un
individuo que se sabe perteneciente a la humanidad y que a la vez se ve distinto; por otro, la
valoración de ese mundo y de la conducta individual. Un observador y un juicio moral: eso
es lo que predomina en el género. Alguien que sabe las reglas, que sabe lo que sus mayores
hicieron, que sabe cuál es el sentido colectivo que se da a las cosas, pero también alguien que
ve lo insólito, lo inaudito, lo paradójico de la vida y de sus normas. (Serna 2012: 9)
También Carlos Marzal llama la atención sobre esta misma idea, en un aforismo de
tipo metaliterario: “El aforismo, a veces, no está en el aforismo, sino en lo que está
cuando el aforismo ha terminado” (2013: 213).
En el caso de los aforismos morales, los contenidos y opiniones que expresan hacen
que resulte difícil permanecer impasible ante ellos y que provoquen, de manera más
inmediata o evidente que en otros textos, una reacción o una respuesta en el lector. Esta
capacidad de provocación constituye para Javier Recas uno de los aspectos
fundamentales de todos los aforismos, que está presente en las formulaciones mejor
conseguidas de este género:
El genuino aforismo no navega en aguas tranquilas, infla sus velas con los fuertes vientos
que azotan nuestra existencia. Sus provocadoras punzadas nada tienen que ver con las
amables frases para consumo a granel de tarjetas de felicitación o libros de autoayuda. El
auténtico aforismo es mucho más que una cita. Cuando nos auxilia es porque nos asalta, si
nos estimula es porque nos provoca. Si no es provocador no es un aforismo logrado. (2014:
23)
Esta reflexión insiste nuevamente en el carácter subversivo del aforismo y lo sitúa en
el terreno de un discurso al margen, que se sale de la corriente general, que se aparta,
según señalaba arriba Erika Martínez, de la corrección política y que no busca, en
definitiva, la tranquilidad o la complacencia del lector.
Este tipo de afirmaciones pone de manifiesto el carácter dinámico del aforismo y su
relación con el movimiento, ya sea intelectual, en la adhesión o el rechazo de lo leído, o
físico, que se traduce en un cambio de de actitud, de acción o de comportamiento.
Algunos pensadores y críticos han llamado ya la atención sobre esta cualidad o este
carácter dinámico del aforismo y la relación que guarda con el movimiento y con lo
cinético. Ramón Eder afirma, por ejemplo, que “El aforismo es un género literario que
no gusta a los escritores pasivos” (2012: 37), y Carlos Marzal señala también que
“escribir aforismos es una actividad cinética: ver avanzar la máquina del pensamiento”
(2013: 77). La misma idea la había formulado el mismo Marzal unos años antes, en un
texto donde llegaba a considerar precisamente el movimiento y la marcha, tanto literal
como metafórica, como una característica propia de este tipo de expresiones:
He llegado a pensar que el aforismo es el género en marcha por definición, el género que
genera la propia marcha, el movimiento, el paseo del espíritu. El género inquieto por
naturaleza, el que no debe detenerse jamás. En mí, en mi manera de abordarlo y vivirlo,
resulta lo cinético puro: aquello que se produce durante el desplazamiento físico y que
provoca el desplazamiento mental. Aquello que no sabe estarse quieto, que precisa saltar de
un asunto a otro, que quiere curiosear en todos (sic) y cada una de las obsesiones de la
imaginación. Lo que salta, lo que está a la que salta. (2010: 156)[5]
5
Las cursivas son del original.
Movimiento, cambio, reflexión, desplazamiento, decisión, acción parecen ser así las
líneas o los ejes sobre los que se estructura o se construye gran parte de la escritura
aforística contemporánea.
Según esto, los aforismos ayudan o contribuyen, precisamente, y de forma acorde
con los contenidos y los temas analizados en el apartado anterior, a terminar con la
indeterminación, el conformismo, la apatía y la inactividad de la sociedad actual,
aspectos que aparecen resumidos, por ejemplo, tanto en el irónico título del libro de
Luis Felipe Comendador comentado: No pasa nada si a mí no me pasa nada, como en
uno de los aforismos de Eduardo García, autor que alude a esta misma necesidad de
acción con una mezcla de humorismo y gravedad: “España: ese simpático país en donde
todos salen a la calle a celebrar una fiesta perpetua mientras ponen a refrescar en la
nevera a los cadáveres” (2014: 42).
Después de todo lo anterior, y como conclusión, pude decirse que, a diferencia de lo
que apuntaban algunos de los autores señalados al inicio, la elección o la preferencia por
este género en la literatura española actual no responde únicamente a cuestiones o
circunstancias externas, como la conveniencia del mercado editorial o la facilidad de su
difusión en las redes sociales, sino que está determinada también por las características
propias de este tipo de escritura y por las posibilidades que ofrece a las poéticas
contemporáneas. A pesar de su brevedad y de la larga tradición de escritura en la que se
inscriben, estos aforismos permiten reflexionar sobre problemas actuales, tanto teóricos,
como literarios y sociales.
En primer lugar, los aforismos de contenido filosófico o moral reactualizan el debate
sobre la figura del autor y su papel o su función en el texto, al ofrecerse como una
escritura que se sitúa entre lo ficcional o lo metafórico y lo no ficcional, filosófico o
ensayístico. El escritor de aforismos no inventa ficciones, no narra, no describe, sino
que expresa una opinión y un juicio sobre determinados hechos, personas o situaciones,
así como sobre sí mismo, por lo que se han relacionado en algunas ocasiones con lo
diarístico y lo autobiográfico.
Además de lo anterior, emitir o expresar este tipo de opiniones supone muchas veces
confrontar o desmentir una serie de ideas, afirmaciones o saberes aceptados como
válidos, lo que implica un proceso de revisión, modificación o corrección de la
tradición, que al mismo tiempo la perpetúa y la actualiza. Los nuevos aforismos
señalan, así, lo que ya no funciona, no es operativo o necesita corregirse e indican
aquello sobre lo que debería reflexionarse o que merece la atención en este momento
concreto.
Según esto, este tipo de aforismos se revela como un género que se presenta como
fijo o determinado en su función o su intención principal, que es la valoración o el juicio
filosófico o moral, pero cuyo contenido es relativo y variable y depende del momento
de su escritura. Como señala Roland Barthes (1996: 109), los aforismos muestran un
mundo escindido o dividido entre lo bueno y lo malo, o lo conveniente y lo
inconveniente; vicios y virtudes que componen, en palabras de este autor, ese universo
confrontado de las irrealia de lo deseable pero inexistente, y las realia de esos objetos y
valores que componen el mundo real y del que las virtudes son solo sueños. Sin
embargo, los contenidos que conforman cada uno de estos dos bloques del eje
valorativo no son fijos ni estables, sino variables, pues dependen de distintas situaciones
y distintos momentos históricos. De esta forma, el aforismo revela su potencia expresiva
y su capacidad comunicativa, por ser un género siempre actualizable y reutilizable.
En este sentido, llama la atención cómo en el caso de los aforismos españoles
analizados existe, en general, cierta coherencia y homogeneidad en relación con los
temas tratados y con los aspectos que se denuncian, lo que no invalida la individualidad
o la particularidad de los distintos autores y el estilo personal de cada una de sus
formulaciones.
Por último, los aforismos se revelan como una escritura que más que complacer o
tranquilizar busca la reflexión del lector e intenta provocar un cambio, ya sea de
pensamiento o de acción. Se trata, en definitiva, de un género orientado a la mejora de
una situación dada, en el que la expresión literaria se une al contenido filosófico y ético,
en una propuesta no ficcional, cuyos efectos, que incluyen al autor y al lector o lectores,
se extienden o se prolongan más allá del texto e incitan a la reflexión, a la toma de una
postura determinada o a diferentes tipos de acción o movimiento.
En los tres aspectos o niveles analizados, el aforismo se muestra como una expresión
de carácter dinámico, tanto en su concepción o ideación como en su expresión o
formulación y en los efectos que produce, que cuestiona y desafía no sólo un
determinado estado de cosas, sino también los límites mismos de lo literario como tal y
los roles de las figuras que intervienen o participan en su proceso de comunicación, por
lo que resulta un género muy productivo, en consonancia con las preocupaciones y las
reflexiones propias de la época contemporánea.
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