DE CARVALHO, JOSÉ JORGE. La Etnomusicología en Tiempos de Canibalismo Musical PDF
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Revista Transcultural de Música
Transcultural Music Review
#7 (2003) ISSN:1697-0101
Una de las consecuencias de esta crisis en los últimos veinte años fue la
discusión del etnógrafo como autor: evaluar en qué medida el interés del que
estudia ya afectó el propio estudio por él realizado. Por supuesto, una parte
de ello son las presiones provocadas por el propio objeto de estudio. No se
trata de una discusión meramente teórico-conceptual, como si la teoría fuese
una esfera autónoma de expresión: es consecuencia de los procesos de la
práctica etnográfica o etnomusicológica y de la complejidad que estos
adquirieron. La dimensión del poder me interesa particularmente porque ya
estaba también presente en mi propio objeto de estudio. Al estudiar la música
de tradiciones sagradas, es decir, de tradiciones rituales iniciáticas, como los
cultos xangô y candomblé (los cuales son equivalentes brasileños de la
santería cubana), uno se enfrenta con el poder de la comunidad sobre la
música, sobre sus producciones simbólicas. Por un lado está el intento de la
comunidad por ejercer su poder de control sobre su música sagrada; y por
otro lado está también el poder de esa música sagrada sobre la comunidad
que la preserva. Porque, en la medida en que se trata de un grandioso legado
de sus ancestros, hay que conservarlo. Allí se manifestaría, entonces, el
poder de la música misma sobre la comunidad en que es practicada.
de vista religioso y cultural, a todos los esclavos (lo que nunca ocurrió,
afortunadamente) y convertirlos exclusivamente a la música europea. Hay
que subrayar ya de salida, que la música afro-brasileña y la música afro-
americana en general es una música de descendientes de esclavos, o sea,
son, todavía hoy, las comunidades más pobres del Nuevo Mundo. Ésa es una
dimensión histórica de la cultura que muy fácilmente se olvida, básicamente
porque hay un imaginario que asocia la música de origen africano con la
fiesta, el baile, la corporalidad, la alegría. Y la suma de todos esos
estereotipos hace que las personas se olviden de que la base comunitaria de
esas tradiciones musicales es muy pobre.
Como una introducción a ese tema, que puede parecer en algún momento
muy apocalíptico, dos conclusiones se pueden sacar de la magnífica
exposición de Bruno Nettl realizadas en este congreso, sobre las escuelas de
música y los departamentos de música de las universidades del mid-west de
los Estados Unidos. La primera conclusión es que la evaluación estética en
esas instituciones es dada autoritariamente. Entre Brahms, Mozart y
Beethoven se impone, a través de las intervenciones de una amplia cantidad
de expertos (críticos, maestros, periodistas, directivos de fundaciones, entre
otros) que funcionan como un decreto, el hecho de que la música de Mozart
es la mejor de todas. No cuestiono la alta calidad de la música de Mozart,
solamente quiero decir que, en la estructura de la cosmovisión de las
escuelas, se decreta para aquél que entra, autoritariamente (porque nunca es
puesto en discusión), que ésta es la jerarquía estética que debe seguirse y
reproducirse. En ese caso, el poder está en la sociedad antes que en la
música, porque se trata de un repertorio congelado. Una vez catalogado y
definido el repertorio de Mozart y seleccionadas las obras definidas como
más importantes, se empezaron a desarrollar mecanismos de fijación de sus
partituras para congelar las composiciones y así preservar el estilo musical
mozartiano. Después de logrados todos esos procedimientos de construcción
de un canon musical, se decretó (obviamente, a posteriori) una determinada
jerarquía estética. Ello indica que la dimensión del poder está firmemente
incrustada en la estructura misma de esa tradición de la música clásica
occidental. Dicho en términos de psicología constructivista, los niños
absorben una estructura de jerarquía estética musical a la que aprenden a
responder afectivamente: elementos idiosincrásicos de la técnica de
composición de Mozart son fijados en el lugar privilegiado de su imaginario, y
es a esos elementos formales a los que en la fase adulta responderán como
estímulos definidos como de alta calidad musical.
Por todo ello, intento ofrecer un panorama más general, una lectura de esos
procesos en una escala más amplia, como es el caso de las transformaciones
de la música afro-americana. El primer punto a considerar sobre el momento
de las tradiciones musicales afro-americanas es el hecho de que existe un
movimiento de fetichización específico de esa música: la música afro entra en
el mundo occidental ahora como un fetiche cultural. No sé cuánto tiempo
puede durar, pero por el momento es lo que se ve y se oye. Se asocia un
cierto clima afro a la espontaneidad, la corporalidad, la sensualidad, a una
cierta idea de alegría, de cuerpo libre y placentero, y esto es un juego de
miradas que van y vienen de Brasil o de Cuba para los países ricos de
Europa y los Estados Unidos. Van y vienen del Nuevo Mundo para el mundo
occidental que consume y exige que se le presenten de nuevo de ese mismo
modo. Y esa mirada de afuera es revertida en el interior de la comunidad, que
también se ve entonces a partir de ese punto de vista fetichista. Eso es lo que
lleva entonces a que muchas de las tradiciones musicales que habían sido
conservadas, mantenidas como un cristal (parecidas a las escuelas de
La etnomusicología en tiempos de canibalismo musical
que uno habla, para facilitar así el diálogo a partir de esos lugares.
Hay que construir a cada momento las relaciones entre los sujetos y no
considerarlas como si todos estuviéramos hablando desde el mismo lugar.
Soy consciente de que eso se complica especialmente porque los músicos (y
la mayoría de los etnomusicólogos son también músicos en alguna medida)
suelen absorber esa ideología del arte occidental post-iluminista afirmando
para el mundo entero que la música (su música) es un lenguaje universal que
habla por sí sola. Por supuesto que es posible defender esa posición, pero no
olvidemos que hay una dimensión inconmensurable en la recepción musical.
II.
El primer punto sobre la música afro-americana que quería comentar es que
se trata de una música en la que hay todavía un intento muy fuerte por parte
de las comunidades de mantener sus circuitos propios musicales (quizás no
muy distinto de lo que ocurre en España, donde las diversas naciones se
esfuerzan por promover y preservar sus tradiciones musicales de referencia);
o sea, por mantener un control sobre su entrada en el mundo amplio. Ello es
particularmente relevante en el caso de la música afroamericana porque es
producida en el interior de naciones que fueron formadas bajo el régimen de
la esclavitud y que existen desde hace poco más de dos siglos, es decir, no
más de cinco generaciones de ex-esclavos, las cuales conservan sus
tradiciones musicales, siempre en condiciones extremadamente difíciles. Y
una transformación social profunda que haya roto con la formación
colonialista y explotadora generada desde los días de la colonia esclavista,
hasta ahora sólo la ha habido, entre todos los países que componen
Afroamérica, en Cuba.
Por otro lado, ése es un problema para los estudiosos: ¿de qué lado estamos
nosotros, al observar la mediación de esa música expropiada para fuera?
Sintetizo acá algunos ejemplos que discutí sobre la llamada world music. D
esde los años ochenta, uno de los modos de expansión del imaginario de la
música popular comercial occidental (sobre todo del mundo anglosajón, que
es el más poderoso), fue establecer vínculos con las tradiciones africanas a
través de estructuras empresariales de cooperación muy desiguales y
específicas.
bloque. O sea, hay una estética que es propia de la música del cantautor (que
es el origen musical de Simon) y en un cierto momento él añade a esa
estética establecida un bloque afro que está ahí, que aparece entonces
exactamente como un fetiche, como un emblema, como un icono que
expresa el tipo de conexión que Paul Simon y su público desean mantener
con la música de origen africano. Pero en ese acuerdo que alcanzó con
Olodum, Simon le devolvió la mirada eurocéntrica colonialista. Olodum pasó a
verse a sí mismo de otro modo, después de que el poderoso super star
blanco norteamericano va y hace ese acuerdo con ellos. Hasta aquel
momento, los músicos de Olodun básicamente luchaban para mejorar el auto-
estima del negro brasileño, pero en esa relación con Paul Simon ellos de
nuevo se pusieron en una posición subalterna frente a un músico blanco.
Simon les quitó el protagonismo simbólico y la trayectoria de Olodum será
muy distinta a partir de ahí, a consecuencia de esa nueva pérdida de
protagonismo. ¿Por qué? Porque otros productores querían ahora proyectar
giras internacionales con la música de Olodun. Pero cada vez más, las giras
van obligando a que la presentación sea una presentación digerible por un
público que ya no está luchando por las comunidades negras; ellos quieren
solamente una música de entretenimiento. Entonces, cuando van a Alemania,
Francia y demás países occidentales, se transforma el sentido estético de
esa música. Ello se puede ver también en las grabaciones. Las letras se van
volviendo menos políticas y más románticas, de placer común: vamos a bailar
y a ser felices, etc. Asimismo crece el fetiche de la corporalidad. Su mensaje
pasa a ser una invitación mucho más para turistas y ello se puede ver en el
momento en que su música dejó de ampliarse en el campo de la
experimentación estética.
III.
Creo que es posible psicoanalizar muchas veces ciertas tradiciones
musicales, por lo menos en un sentido metafórico, y señalar en ellas el
equivalente sonoro del chiste ( Witz ) freudiano. Muchas veces, cuando
ocurren esos cambios políticos e ideológicos tan fuertes, algo del signo
musical también cambia y es posible quizás detectarlo o quizás confirmar una
hipótesis que uno ya tenía -es el propio sistema musical el que denuncia que
está cambiando. Hay una letra de Olodum, de tono irónico, tres discos
después del de Paul Simon, que dice: “Olodum tá hip/Olodum tá rock/
Olodum tá reggae/ Olodum tá hop/ Olodun pirou de vez...” Traducido:
"Olodum está hip, está rock, está reggae, está pop, Olodum enloqueció de
una vez por todas!". Puede parecer un chiste pero describe bien lo que pasó:
el grupo musical perdió el rumbo, ya no sabía si era de resistencia afro o si
La etnomusicología en tiempos de canibalismo musical
Creo no estar hablando de una caricatura, pienso que se pueden ver esas
transformaciones en muchos géneros musicales. Es algo parecido al efecto
producido por John Lennon cuando dijo “The dream is over”. El día en que
pronunció esa frase para un periodista, Lennon decretó el final de la ideología
de protesta del rock'n'roll. John Lennon estaba diciendo implícitamente con
esa frase: el sueño de esa música revolucionaria que podría cambiar las
estructuras se acabó, porque ahora soy un multimillonario que vive en el
super exclusivo edificio Dakota.
volvió para la floresta del Xingu y ahora ya no quiere saber más de los
músicos blancos.
Hay, entonces, como huellas que han quedado, como rastros que en un
cierto momento confluyen y después sus trayectorias se separan otra vez. Y,
en verdad, hablando de los últimos veinte años, esos grandes circuitos no
desafiaron la estructura racista, colonialista, eurocéntrica (permítanme usar
esas palabras, porque son las apropiadas) que ya existía antes. Es una
continuidad de una vieja estructura de subalternidad. Y así se ha ido creando
un poderoso proceso de mitificación por parte de esa industria musical que
ahora se ha globalizado. ¿Y por qué mencioné esos casos? Porque creo que
la escala de la producción y difusión de los fenómenos musicales es por sí
misma una clave: la escala es algo problemático porque es tan grande que su
propia desmesura la vuelve irresponsable, no hay ningún compromiso,
ninguna promesa de continuidad cuando se trata de una escala de
producción de bienes mediáticos de consumo tan grande, con tanto dinero
puesto en esa producción de discos, shows , videos, películas, entrevistas,
etc.
Doy otros ejemplos más de eso que llamo la canibalización musical. Cuando
interesa a la trayectoria de un determinado compositor o de un grupo
"exotizar" su música, siempre pueden buscar canibalizar algo pero después
su trayectoria sigue por su propia cuenta. Esta es una vieja discusión que ya
se presentaba entre apocalípticos e integrados frente a la cultura de masa,
originalmente formulada por Umberto Eco. Cuando la música, tradicional o
sagrada, pasa a la música popular o pasa a servir a intereses propios del
campo de la música popular (tales como el interés del turismo, el
entretenimiento, el consumo ampliado) hay en esas negociaciones un cierto
momento, en todos los casos que conozco, en que la comunidad pierde la
noción de la naturaleza de las consecuencias estéticas, ideológicas o
políticas de esas negociaciones. La comunidad entra en un universo para el
cual ya no está totalmente preparada y ya no puede saber qué está pasando
exactamente. Veamos el primer ejemplo.
Hoy día se está convirtiendo en una especie de nueva moda introducir trozos
de música sagrada en la música popular, pero el efecto en la comunidad es
muy grande porque es una música que tiene otro significado allí, y ello divide
a la comunidad. La comunidad se divide porque muchos músicos jóvenes
creen necesario expandir los horizontes de difusión de su música mientras
otros están alarmados porque no pueden negociar su entrada en ese mundo
más complejo. Hay una especie de pérdida de significado, una pérdida de
horizonte y del propio valor estético. El poder estético de la música cae en
muchos sentidos, porque la música es un fetiche tanto interno como también
externo. Uno de los grandes mensajes de la conferencia de Bruno Nettl fue
recordar esos dos lados del fetiche. Yo voy a dar el ejemplo de cómo es un
fetiche interno, para comparar quizás la música de Mozart y Beethoven en
tanto que expresiones de una geopolítica, con la música del Congado. El
esfuerzo del conservatorio por mantener esa tradición es, por ejemplo,
conservar la cosmovisión cristiana. Las comunidades también intentan hacer
lo mismo con sus tradiciones musicales, pero con menos recursos: ambas
son, también, modos o intentos de reserva de mercado.
Doy ahora un ejemplo que une música clásica europea y música popular
afroamericana, comparando el presupuesto para la música de las
municipalidades de Buenos Aires y São Paulo, ambas ciudades con diez
millones de habitantes. Las dos ciudades gastan aproximadamente el mismo
montante de cien millones de dólares por año para los proyectos musicales
municipales. Sin embargo, me han informado de que la alcaldía de Buenos
Aires reserva sesenta millones de dólares exclusivamente para la temporada
lírica del Teatro Colón y cuarenta millones para todo lo demás. Por otro lado,
São Paulo invierte la mayor parte de ese dinero en música popular. Eso
muestra que la reserva del mercado de la música es parte de la estética
musical, o sea, los conservatorios ponen millones y millones de dólares para
La etnomusicología en tiempos de canibalismo musical
IV.
Recordar las presiones sobre las tradiciones musicales puede ser
desagradable ya que implica restar a la música algo de lo sublime pero me
parece importante mencionarlo, porque uno piensa que es un juego libre. Los
colegas optimistas que creen que el vaso de agua está medio lleno, todavía,
dicen, ”Pero, todavía hay negociaciones, para allá y para acá, se gana y se
pierde, etc.” Sí, pero quizás sea como el juego de España y Corea del Sur en
el pasado mundial: se supone que puede ganar cualquiera pero si se anulan
los goles españoles, mejor. Ésta es un poco la situación de la lírica en un país
periférico: se ponen millones de dólares para mantenerla. Supuestamente
cada uno puede ir cuando quiera a la ópera, pero si se pueden poner sesenta
millones de dólares, mejor. Esa es una estructura política y financiera
montada para permitir que una determinada estética musical permanezca
viva.
una situación más compleja. Porque van a crecer las presiones sobre ellas:
los productores, los mediadores, los circuitos internacionales, la publicidad, el
turismo... Es muy complejo manejar todo eso de un modo que permita
preservar el misterio, el carácter del fetichismo interno de su música, y que su
música no se desacralice de todo.
V.
Propongo reflexionar, para concluir, sobre tres tareas asumidas por el
etnomusicólogo a lo largo del desarrollo de la disciplina en el interior de la
academia. Una primera misión, de grandes proporciones, fue registrar el
objeto musical, el producto de las tradiciones musicales de todo el mundo. En
la primera fase de la etnomusicología se defendió la idea de que aumentar el
interés, la curiosidad, el respeto y el amor por la tradiciones musicales,
implicaba rescatar la música, registrar el objeto musical. En aquel contexto, la
tarea del etnomusicólogo (por lo general, un occidental) fue básicamente la
de grabar repertorios musicales por todo el mundo y con ellos formar archivos
de música de tradición oral, nacionales e internacionales. En un segundo
momento, que podría haber empezado con personas como Alan Lomax en
los años 50, la misión de uno sería volverse portavoz de la comunidad de
músicos en su diálogo con el mundo del etnomusicólogo, que ciertamente
siempre fue un mundo mucho más poderoso. Un poco equivalente al
segundo momento sería la misión definida por Franz Boas para la
antropología: decir la verdad al poder. Como soy etnomusicólogo puedo
situarme en una posición de mediador: estoy más cerca de la comunidad y
hablo para el poder para que el poder pueda ejercer la ecuanimidad de que
hablaba Lomax en la relación con esa comunidad. Pero ese papel de
mediador llevó a muchos investigadores a mediar la plusvalía del capital.
¿Por qué? Porque no habíamos introducido demasiado la dimensión del
poder como un elemento constitutivo del análisis cultural. Así una gran parte
de esa condición de portavoz era ser portavoz también del capital. Porque la
academia también lo fue, en gran medida, pero no quiso tocar mucho ese
La etnomusicología en tiempos de canibalismo musical
En el momento presente sabemos que es muy difícil cumplir bien esa misión
por varias razones: primero, el capital es muy autónomo y su voracidad muy
alta. Segundo, la necesidad de entretenimiento, de fetichización, en todas las
áreas, es gigantesca. Tercero, porque hay una especie de tedio constitutivo
en los consumidores de los países ricos, los cuales necesitan en cada
momento canibalizar tradiciones culturales de cualquier parte del mundo para
mantener una sensación de vitalidad en su cotidiano desacralizado por el
orden del capital. Esa realidad puede cambiar en cinco años o en diez años
pero las consecuencias, mientras no cambie, pueden ser desastrosas, porque
la auto-imagen de muchas comunidades se puede deshacer frente a esa
canibalización tan voraz e intensa. Entonces en ese momento, en los casos
donde el etnomusicólogo estudia, donde tiene acceso y una comprensión
más completa de todo ese panorama, quizás él deba funcionar ya no
solamente como el que registra el objeto, ni siquiera solamente como el
mediador, el portavoz. El etnomusicólogo debe actuar también como una
especie de escudo, como una barrera más de protección contra esa
explotación irresponsable, sin sentido, que resulta de ese fetiche intenso en
que se ha transformado la música de origen africano en el mercado
internacional de la música popular.
Bibliografia
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