Maelstrom PDF
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A mis hermanos Por estar allí siempre, en las buenas y en las malas. Los
quiero como quieren los hermanos: incondicionalmente y
con las vísceras.
A mi familia
en general Por haberme dado el privilegio de compartir con ustedes
sangres y vivencias.
A la Alianza Francesa
de Guatemala Especialmente a M. Boris Constans. (Je remercierai
toujours et mille fois ta précieuse aide à la recherche
d’information pour pouvoir comprendre l’époque et les
circonstances.)
A Luis Cardoza
y Aragón Por haberme enseñado que “la crítica se erige sobre la
varia oscuridad de lo evidente.”
ÍNDICE
Introducción 9
I. Marco conceptual
I.1. Antecedentes 11
I.2. Justificación 15
I.3. Definición del problema 16
I.4. Alcances y límites 17
Marco teórico
II.1. El absurdo 19
II.2 Los deícticos 19
II.3. La estilística 20
II.4. Iconoclastia 21
II.5. Irreverencia 21
II.6. Isotopías discursivas 21
II.7. Parodia 22
II.8. Poesía 23
V. Conclusiones
127
VI. Bibliografía 129
VII. Anexos 135
VII.1. Luis Cardoza y Aragón: las líneas de su vida
(Reseña biográfica) 133
VII.2. Bibliografía de Luis Cardoza y Aragón 138
VII.3. Bibliografía sobre Luis Cardoza y Aragón 142
INTRODUCCIÓN
Así las cosas, el foco de este estudio, como patente quedará en los objetivos, es el
intento de demostrar la importancia de Maelstrom en su contexto, a partir de los elementos
que la convierten en una obra irreverente.
1
No obstante, tiempo después llegó a las manos de quien esto escribe el volumen de lo que presumiblemente
sea la obra poética completa de Cardoza y Aragón, que contiene la versión íntegra de Maelstrom... en versión
corregida. El texto fue editado por Lecturas Mexicanas, en el número 41 de su Tercera Serie, publicado en
México en 1992. (Véase el apartado Bibliografía). Ésta será la edición con la cual se habrá de trabajar en
adelante, salvo caso explícito de lo contrario.
I. MARCO CONCEPTUAL
I.1. Antecedentes
Sin embargo, quizá convenga nombrar los libros más emblemáticos sobre la vida y
obra del antigüeño, que están al alcance de cualquiera en las bibliotecas nacionales. Éstos
son: La índole polifacética de Luis Cardoza y Aragón en Guatemala, las líneas de su mano
y Luis Cardoza y Aragón: líneas para un perfil (Lucrecia Méndez de Penedo); Luis
Cardoza y Aragón: una estética del nuevo mundo y Luis Cardoza y Aragón, formas en que
se manifiesta su crítica de arte (Edgar Rolando Castellanos); Asedio a Cardoza y Cardoza
y Aragón, la voz más alta (Marco Vinicio Mejía); Luis Cardoza y Aragón, obra y
compromiso... (Lionel Méndez D’Ávila); Luis Cardoza y Aragón: ciudadano de la Vía
Láctea (Roberto Díaz Castillo); y finalmente, un libro de reciente aparición que de
momento no se encuentra más que en el extranjero: Sólo venimos a soñar. La poesía de
Luis Cardoza y Aragón (Jorge Boccanera).
Y es que es tan poco y tan somero cuanto se ha dicho en relación con Maelstrom
(con la excepción hecha de los más prolijos juicios de J. Boccanera, así como del Seminario
2
PP. 77-111. Cf. Bibliografía.
3
Si se quiere conocer la bibliografía completa de Cardoza y acerca de él –o hasta donde sea posible-,
refiérase a la sección de anexos de este documento.
ya mencionado), que nos tomaremos la libertad de citar ese poco textualmente, por orden
cronológico. Son éstos, pues, los verdaderos antecedentes de crítica de la obra en mención:
Su primera fase [de Cardoza] aparece todavía muy marcada por los
movimientos vanguardistas de entreguerras –un festín irreverente al que accede
abruptamente desde su monacal Antigua-: Luna Park y Maëlstrom [sic] rebosan
ludismo juvenil. (42: 12)
Allá [en París] Cardoza encuentra lo que andaba buscando su espíritu
juvenil e inquieto: amigos artistas, lecturas que lo ayudarán a entrecruzarse hacia la
creación artística. Publica dos obras de tipo vanguardista: Luna Park, Poema
instantáneo de siglo XX, (París, 1924), dedicado a Gómez Carrillo, lleno de
vitalidad juvenil y dentro de la mejor experimentación de esas corrientes, y
Maëlstrom [sic]. Films telescopiados. (París, 1926), donde acentúa el sentido
lúdico del libro anterior, mediante la figura central de un “clown”. (p. 55)
Lucrecia Méndez de Penedo.
La prosa de Cardoza fue hecha para la crónica. Prosa que salta, hace
piruetas, se desarticula, extendiéndose en espirales y que, de vez en cuando, como
para probar su fuerza funambulesca, se quiebra y retuerce en saltos mortales.
Fuerza de la que hizo gala en forma telescopiada (...), en su libro Maelstrom. (40:
44)
En 1926, Maelstrom nació como la biografía de un paisaje, en medio de su
amor [de Cardoza] por un recodo de camino. (...) En ocasiones, no supo si su
protagonista era real o imaginario. Éste es asesinado por una sombra fugada del
telón de un cinematógrafo. Luego queda flotando en las páginas restantes o
sumergido en la memoria prenatal de quien lo concibió. La fauna del libro es vaga
o sobrenatural. El revólver empuñado para matar se transforma en zanahoria, en el
instante de mayor suspenso. (p. 71) Marco Vinicio Mejía.
Los libros iniciales de poesía, Luna Park y Maelstrom, este último con
prólogo de Ramón Gómez de la Serna, uno de los protagonistas más destacados de
los ismos, fueron lanzados en París en 1924 y 1926, respectivamente, y están
plenamente alineados dentro de las corrientes en boga. (9: 17)
El guatemalteco aporta sus dos libros iniciales, Luna Park y Maelstrom,
publicados ambos en París, a esa efervescencia que pretende fundar la modernidad
a fuerza de nombrarla por sus aristas más llamativas. Está en el ojo del huracán
rupturista y encarna con sus escritos la excitación de lo nuevo: el ritmo febril, las
visiones cinéticas, el culto a la velocidad, el cosmopolitismo, el toque humorístico,
el vértigo de las grandes ciudades, la fraternidad entre las cosas, la despreocupada
bohemia, el gusto por experimentar y una preeminencia de la imagen de cuño
ultraísta. (p. 37)
De todo este movimiento participa Cardoza con su libro Maelstrom (Films
telescopiados), donde se cruzan frases de Laforgue, juegos tipográficos, alusiones a
Picasso, Baudelaire, Lautréamont, Apollinaire, Jacob, Cocteau, el suprarrealismo,
imágenes cubistas, pasajes futuristas, Chaplin, Buster Keaton, todo salpicado con
gran desenfado. (...) (p. 41)
Impregnado por el espíritu de indagación de los ismos de las primeras
décadas del siglo, esgrimiendo el estilete de la ironía y el humor ácido de esos
movimientos de apertura, el poeta guatemalteco ensancha su respiración en un
rastreo que lo lleva a saltarse el convencionalismo de los géneros: escribe como
quien describe una pintura, practica el montaje simultaneísta, introduce diálogos,
coloca alteraciones tipográficas a la manera de los caligramas de Apollinaire,
inventa algunos términos, practica juegos fónicos y cacofonías. (Ibídem)
La poesía en prosa de Maelstrom se toca con la prosa lírica de El río; un
mismo impulso, aunque sesenta años después. Podría decirse que en la
autobiografía caben sin esfuerzo muchos pasajes de Maelstrom; una búsqueda
común los envuelve –el retrato, el aire de reflexión, el monólogo interior, el
engranaje de la antítesis, las cavilaciones sobre el tiempo, el inventario caótico- y
los resume una poética. (p. 61)
Ajeno a todo tipo de convencionalismos, la obra de Cardoza va
conformando su propio sistema de referencias. Ya en Maelstrom, anota José
Emilio Pacheco: “Cardoza había hecho estallar los géneros con un radicalismo que
no se encuentra en ninguno de los que hasta 1926 había escrito en español prosa de
vanguardia...” (p. 62)
En Maelstrom aparece ya el vértigo de la vida en la gran urbe, esa
escenografía de cines, cafés, teatros, tranvías, calles transitadas, billares,
monumentos, edificios, torres, pararrayos y grandes anuncios. La ciudad (y
Cardoza enumera varias) constituye uno de los excitantes de la época. En uno de
los textos, el Paisaje (así, con mayúscula) se convierte en el protagonista... (p. 63)
En los primeros libros de Cardoza la mención del cine es reiterada: en su
Luna Park la imagen de un aeroplano que “fue a clavarse en la luna llena” nos
presenta la archiconocida imagen de un filme de Georges Méliès, Viaje a la luna;
en tanto Maelstrom –con el subtítulo de Films telescopiados- se inicia con el
asesinato de su personaje, Keemby, en una acción que no hace distingos entre
pantalla y realidad. Una nomenclatura reconocible campea en las páginas del libro:
Hollywood, Perla [sic] White, Chaplin, Josephine Baker, Buster Keaton, ralenti,
plano oblicuo, Ville Lumière, etcétera. Por fin en una de sus imágenes más
logradas, el poeta nos dice que la moneda del sol, caído en la hendidura del
horizonte, hace funcionar “automáticamente el cinematógrafo de la noche”. (p. 88)
Jorge Boccanera.
La obra poética inicial de Cardoza, Luna Park –publicada a sus 20 años4- y
Maelstrom, es un estallido, una ruptura de murallas y barreras de conciencia y
lenguaje entre sus dos mundos: el que lo pre-formó y el que encuentra
deslumbrado. Entonces se pierde. Es tan grande ese universo de palabras nuevas,
de estilos, de formas de interpretar la realidad, tan impresionante, que lo avasalla y
no alcanza a expresar todo lo que su conciencia capta a mayor velocidad; se
desboca en el discurso pero descuida la forma, la coherencia, el ritmo interno; las
imágenes futuristas explotan [sic] en un sentimiento incontrolado y en la violencia
de la palabra. Incluso llega a hacerse ininteligible. Pero esa velocidad no impide
que Cardoza se constituya en el máximo exponente de la Vanguardia en la poesía
hecha por guatemaltecos y que logre, en el decurso de su obra, una voz que penetre
en el lector con un mundo de símbolos que repite y repite a través de ella. Marco
Antonio Flores. (29: 42)
Por lo que atañe a la última tecnología, no se podrían omitir los escasos estudios que
sobre Cardoza y Aragón se han dado a conocer a través de la internet. Los trabajos
existentes en tal medio, como primera impresión, se circunscriben a aspectos meramente
antológicos. A manera de dato general se puede citar el sitio electrónico llamado
“Literatura Guatemalteca”: <http://www.uweb.ucsb.edu/~jce2/lit.html>, construido por
Juan Escobedo Mendoza (Santa Bárbara University, California), cuya última revisión, al
momento de la redacción de estas líneas, data del 14 de agosto de 2001. Digno de mención
es que tal página contiene, además de una reseña biográfica y entrevistas hechas a Cardoza,
la Introducción que José Mejía hiciera a su antología llamada Poésie guatémaltèque du
XXème siècle, publicada en París en coedición bilingüe de la Fundación Suiza Simón I.
4
En realidad, Cardoza tenía más o menos veintitrés años cuando publicó Luna Park. El equívoco de Flores
radica en dar por sentado lo que era una verdad hasta que, en 1995, Marco Vinicio Mejía demostró que
Cardoza había nacido en 1901.
Patiño y Unión Latina. Tal texto incluye una escueta –pero no por ello despreciable–
reseña de Cardoza, y es asequible en la dirección:
<http://uweb.ucsb.edu/~jce2/mejia1.htm>. Además, la página web en mención incluye un
vínculo a un estudio de Arturo Arias a propósito del poeta. El trabajo lleva el nombre de
Luis Cardoza y Aragón en el contexto de Guatemala, las líneas de su mano. No puede
omitirse, tampoco, la mención del sitio electrónico llamado “Proyecto Ensayo Hispánico”
(<http://ensayo.rom.uga.edu/>), que engloba una bibliografía casi total de Cardoza y acerca
de él, preparada por Roberto Fuertes Manjón (Midwestern State University), documento
que con el debido permiso se consigna en la parte correspondiente a los anexos. Y,
finalmente, existe la página web oficial de Luis Cardoza y Aragón, apoyada por los propios
familiares del poeta, en la dirección electrónica
<http://www.geocities.com/luis_cardoza_y_aragon/>.
I.2. Justificación
Visto está que la obra de Cardoza y Aragón ha sido estudiada desde una perspectiva
totalizadora, pero no se dispone de ningún estudio específico sobre Maelstrom (films
telescopiados). Para decirlo en una palabra: aparte del ya mencionado Seminario, no hay
antecedentes de crítica monográfica en relación con Maelstrom. Y si tal realidad es
palpable, dedúzcase la falta de ensayos analíticos que ahonden en la irreverencia intrínseca
de la obra.
De los juicios de ciertos críticos de renombre, como Hugo Verani (cf. 58: 24), se
podría colegir que Guatemala no aportó al movimiento vanguardista continental ninguna
obra cimera. Y no es lo único: Verani llega incluso a afirmar, respaldándose en Saúl
Yurkievich, que dos creaciones de Neruda, Tentativa del hombre infinito y El habitante y
su esperanza (1926), “son los primeros libros que incorporan procedimientos surrealistas a
la literatura hispanoamericana, en forma paralela al movimiento francés, sin ser tributarios
de Breton.” (p. 36 y 38)5. No pretenderemos restar mérito ni a Neruda ni a ningún otro
monstruo literario nimbado de gloria –eso sería infructuoso-; pretenderemos, sí, enfocarnos
en Maelstrom (films telescopiados) para discordar no sólo planteamiento de Verani, sino
para exponer que la segunda obra de Cardoza resulta ser un “torbellino” –como su nombre
lo traduce- de irreverencia. Así, el problema queda planteado de la siguiente manera:
5
“Neruda encuentra en el surrealismo –afirma Verani- la forma adecuada para representar su caótica
percepción de la realidad, una cosmovisión identificada con lo informe, lo indeterminado, lo onírico, lo
irracional y lo sensual, con el vitalismo desbordante y espontáneo” (p. 38). Basa sus juicios en los
Fundadores de la nueva poesía latinoamericana de Yurkievich, libro donde tampoco se le da el justo crédito
a Cardoza. Si a primicias vamos, todos y cada uno de los fenómenos que Verani ve en el surrealismo de
Neruda, ya están presentes en Cardoza desde su primera narración, “El hombre sandwich” (1925), y en
Maelstrom (publicado en 1926 pero escrito también en 1925).
I.4. Alcances y límites
II.1. El absurdo
El absurdo tiene, según el DRAE, cuatro acepciones básicas. Absurdo puede ser lo
contrario y opuesto a la razón, y por ello, carecer de sentido lógico. Puede también
significar extravagancia o irregularidad, lo mismo que choque y contradicción. Y, por
último, por absurdo entiende la Academia todo dicho o hecho irracional o disparatado. (Cf.
49: 14). La reducción al absurdo se propone, entonces, extraer conclusiones ilógicas o
irracionales de un postulado lógico o racional, o viceversa.
Valga decir que todos estos postulados fueron abrazados en conjunto por los
dramaturgos del segundo tercio el siglo XX, como Adamov, Ionesco y Beckett, para crear
el llamado “Teatro del Absurdo”, que arrancó en Francia con las tendencias surrealistas de
Jarry y Artaud. Y por curioso que suene, el absurdo implica marcados aspectos propios del
existencialismo. Según Isabel Cárdenas de Becú, el absurdo conlleva inserto un
escepticismo frente a los valores convencionales, que opta por revestirse de una pátina de
comedia en vez de ser trágico, por medio de la presencia de personajes poco caracterizados,
no importantes por su condición de personajes sino de símbolos. Y en este marco, importa
presentar una situación más que el relato de una historia. (10: pássim).
II.3. La estilística
El estudio del estilo literario constituye uno de los legados del Romanticismo
decimonónico, pues hasta entonces se juzgaba a las obras con el único criterio establecido
por la preceptiva clásica o las normas académicas. Como consecuencia de lo anterior,
desde hace ya siglo y medio se van formando, a juicio de Fernando Gómez Redondo, dos
vertientes de análisis:
...por un lado, la vía historicista [...], y por otro, la visión existencialista, que
consideraba que la obra literaria había de reflejar la experiencia de los individuos.
Ese mundo interior es el que se pone de manifiesto a través del estilo, como
expresión lingüística que es del pensamiento.
Se conforma, así, esta nueva orientación de los estudios humanísticos,
denominada Estilística, centrada en la expresión lingüística que caracteriza a una
obra, a un autor o a una época. (31: 59).
II.4. Iconoclastia
II.5. Irreverencia
Ni menos ni más que la falta de respeto o veneración que una persona tiene de otra,
o de una cosa por lo que simboliza o recuerda. Irreverencia también es, según el DRAE, un
dicho o hecho irreverente, es decir, “contrario al respeto o reverencia debidos” (50: 1 190).
Se relaciona estrechamente con la ironía en todas sus variaciones (especialmente, con el
sarcasmo), y fue uno de los bastiones de todo el movimiento vanguardista.
Ya en su Diccionario razonado de las ciencias del lenguaje (p. 229), Greimas aclara
que ha tomado el término “isotopía” en préstamo de las ciencias físico-químicas para
insertarlo en el estudio semántico del discurso, en el marco de la Semántica Estructural
(posteriormente, “análisis semiótico”). En cualquier caso, la isotopía literaria se entiende
como una suerte de determinaciones que se suceden unas a otras para establecer una
gradación no sólo sintáctica sino también semántica, y que posibilitan la lectura del texto
como una unidad homogénea. Dicho de otra forma, Gómez Redondo (p. 266) define a la
isotopía como “la reiteración de fenómenos lingüísticos (fónicos y sémicos) los que
permiten establecer esos contextos coincidentes que, de alguna manera, otorgan al texto su
consistencia y su coherencia significativas” y, en consecuencia, el proceso de análisis
“consiste en hallar los haces de isotopías que conforman las líneas de desarrollo del
contenido de ese texto y, por tanto, que delimitan sus cauces de lectura.” (Ibídem)
Completa la idea Ángel Luján Atienza:
Para el análisis de la poesía es más útil la ampliación que Rastier (...) hace
de este concepto para que abarque toda repetición de una unidad lingüística; es
decir, la isotopía sería una repetición no sólo de elementos de contenido, y así se
acercaría al concepto de recurrencia de Jakobson. El mismo Rastier (...) habla de
las isotopías semiológicas como la posibilidad de redefinir lo que se entiende por
tema de un texto. El tema resultaría, pues, de la determinación de una línea
isotópica (...). Rastier (...) llega a distinguir entre isotopías semémicas
(horizontales) y metafóricas (verticales), esto es, varias isotopías que comparten un
mismo semema, pueden agruparse en una isotopía que las englobe a todas
(metafórica) en un nivel superior. (38: 46)
II.7. Parodia
Y añade que también es parodia cualquier imitación burlesca de una cosa seria.
Como recurso, no consiste más que en presentar como degradado un pensamiento o idea
que en principio eran elevados o circunspectos. Bajar lo elevado de su sitial excelso, y así
desmitificarlo: he aquí la esencia misma de la parodia. Su cometido esencial vendría a ser,
entonces, la puesta de los valores y comportamientos humanos en un terreno relativo, dado
que aquello que parece relevante puede en realidad carecer de toda importancia, y a la
inversa. Sus antecedentes se remontan hasta Aristófanes, cuando con su comicidad mordaz
ridiculizó los vicios y virtudes de la Atenas de su época.
II.8. Poesía
Quizá se trate de la más inquieta de las nociones literarias y el más mutante de los
géneros. Cada época la ha concebido de manera distinta, con lo cual se ha ensanchado el
enorme caudal de connotaciones que su sola mención ha suscitado. Y así, desde la ποίησις
(poiesis) de los griegos hasta la antipoesía posvanguardista del siglo XX, riadas de tinta han
corrido bajo el fragor del linotipo. “Poesía eres tú”, sentenciaba Bécquer, en tanto que
Aristóteles no la estimaba más que como μίμησις (mímesis), es decir, como imitación de la
realidad –esencia de la cual participaba toda manifestación artística-. En su sentido más
laxo, por poesía se entiende toda creación estética, mientras que en un sentido más
restringido, puede designar bien un género literario, bien un poema lírico o bien una de las
siete Bellas Artes.
Pues bien, el asidero semántico más satisfactorio probablemente sea aquel en virtud
del cual se entiende por poesía no una ciencia, sino un arte –porque su fin es la creación de
la belleza por medio de la palabra-. Un arte que busca expresar bellamente –esto es, por
medio del lenguaje y la imagen literarios- un universo de sentimientos, emociones,
pensamientos e intuiciones de un “yo poético” que escribe a un “otro” que lee.
En suma, pues, poesía es un discurso estético (un lenguaje de arte, es decir, artificio,
cfr. Jean Cohen, 20: 47) presente en todas las culturas, en el cual el poeta se autorrevela y
hace catarsis, fijando en él un instante y sublimando así la realidad (29: pássim). A
diferencia del resto de las artes, el carácter que mejor define a la poesía es su
inmaterialidad, esto es –dicho por Muñoz Meany- que
...en la expresión de los pensamientos y afectos [la poesía] no se vale de la materia,
sino de la idea misma, cuyo vehículo más directo es la palabra (43: 243),
y así se concilian los dos ejes antitéticos que Mallarmé opuso en su apotegma, es decir, las
ideas y las palabras.
III.3. Objetivos
III.3.1. General
CAPÍTULO 1
BREVIARIO DEL MOVIMIENTO VANGUARDISTA
El corte de caja del espíritu humano era de signo negativo por aquellos tiempos: la
quiebra de los valores parecía exhibirse en aparador de neón. Con el gentil señorío del
burgués absoluto y en un ambiente de incuria anímica, de hastío, de esplín llevado a sus
últimas consecuencias, la única palabra que quizá resumiera el espíritu de aquella época era
el caos. Sucedía más o menos esto: con desdén superlativo, las artes daban la espalda a una
realidad concreta en cuyo seno eran capaces de producirse, todavía, infamias bélicas
tamañas, previo a tirar de las orondas mejillas del “buen juicio” como infantil mueca de
revancha. Habla la voz de la época en la pluma de Ortega: “Conviene arrancar el arte de
las manos del buen burgués, donde ha caído prisionero, y hacerlo inconfortable –esto es,
auténtico-. En vez de adaptarlo a las almas inertes, importa ensayar lo inverso: hostigar a
las gentes para que sean capaces de él.” (57: 12-13) Dicho de otra manera, ya no había
sitio para una burguesía selenófila. La Luna ya no estaba para ser adorada por un hato de
románticos decadentes en busca de un puente desde donde suicidarse. El viejo canon y la
anciana preceptiva no estaban ya para seguir siendo embalsamados. Así, según David
Vela, dos actitudes quedaban al artista: la primera, refocilarse en su orfanato metafísico, y
la segunda, más catártica si se quiere, era una pulsión de lleno iconoclasta:
...no bastará con haber abandonado los templos, en cuya resonante soledad siguen
siendo dignos e impasibles los dioses antiguos, nadie resiste a la sacrílega tentación
de profanar lo altares del viejo rito y bajar de sus pedestales de fe a los ídolos de
secular veneración. (57: 23)
6
“La declinación del futurismo –asegura Jorge Boccanera- tuvo que ver con el alejamiento de los llamados
‘florentinos’, la entrada de Marinetti a la Academia Italiana y su adhesión al fascismo.” (9: 48) Por otra parte,
ya Juan Bonilla nos ha hablado “De cómo el futurismo quiso transformar nuestra concepción de belleza y
acabó haciendo piruetas para divertir a un dictador”, que no era otro que Benito Mussolini. (Cf. Clarín,
revista de nueva literatura. Año VI, No. 34, julio-agosto 2001. Oviedo, Asturias –España-, pp. 3-8).
sido una mueca, tuvo su razón de existir: el hondo dramatismo del payaso.” (57: 54)
Después vino la secta del Surrealismo con sus tres evangelistas: Louis Aragon, Paul Éluard
y André Breton –el apóstol del inconsciente literario-. Quisieron hacer de la literatura una
labor mediúmnica entre el papel y las provincias de la mente –“dibujos de ciego”, que dirá
Cardoza-, y el resultado fue casi siempre una impostura. La impostura devino dogma, y el
dogma, moda7. Por ejemplo, en Londres, Salvador Dalí pronunció una conferencia con una
escafandra encima como alegoría de su inmersión en la subconciencia8. Y esas masas
zafias de nouveaux riches que no habían leído a Freud quedaban encantadas. Ya en la cima
lo excéntrico, Breton llegó incluso a instalarse una temporada en el hospital Val-de-Grâce
con los enfermos mentales9. Y si el Surrealismo fue, antes que un movimiento, una actitud
ante la vida, otras capillas literarias menos afortunadas verían la luz con la durabilidad de
un cuarto de hora.
Y sin embargo, la Vanguardia no pasó de ser fervor de juventud para muchos de sus
creadores. Con decir que Marinetti, “cruel venganza de la lógica, fue a parar en tranquilo
conservador de museo.” (57: 36). Jean Cocteau y Marcel Achard acabaron arrellanados en
las poltronas de la Académie française, es decir que fueron absorbidos por el establishment
que con tanto ahínco habían defenestrado. Luigi Pirandello se declaró abiertamente fascista
desde 1924 (diez años más tarde, el mismísimo Hitler asistiría al estreno de La favola del
figlio cambiato12). Antonin Artaud, “gran señor de la miseria”, era presentado hacia 1936
por Cardoza, ya éste en el país azteca, “en conferencias auspiciadas por la Alianza Francesa
y la Universidad de México para que pudiera ganarse unos centavos”13; conferencias, dicho
sea de paso, dirigidas a media docena de personas cuando mucho, donde además nadie
hablaba francés14.
Con todo, a pesar de ser efímeras, las vanguardias metieron en las artes un poco de
New Age y de cancán, y les legaron un efecto tangible aún hoy en su escala de valores. Allí
está el poder de la contracultura. Por lo concerniente a la literatura, aquellos díscolos
manifiestos tendrían en ella el mismo efecto que tuvieron en el cristianismo occidental las
12
O La fábula del hijo transformado. Véase 32: 183.
13
Cf. 9: 23-24.
14
En estos días, la última gran bufonada de tal calibre -ironía del establishment-, ha sido la noticia del
nombramiento de “Su Majestad Satánica”, Mick Jagger, nada menos que como Caballero del Imperio
Británico.
noventa y cinco tesis de Lutero clavadas a las puertas de la catedral de Wittenberg. La
Reforma llegó aquí y allá, y llegó para quedarse.
He aquí una sinopsis de fechas y obras que marcaron el decurso de la literatura entre
1921 y 1928:
1921
¾ Roma, 10 de mayo. Estreno de Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello.
1922
(Annus mirábilis)
1923
¾ Jorge Luis Borges: Fervor de Buenos Aires.
1924
¾ Luis Cardoza y Aragón: Luna Park (con entrée de José D. Frías).
¾ André Breton: primer Manifiesto Surrealista.
¾ Thomas Mann: La montaña mágica.
1925
¾ 31 de octubre. Cardoza y Aragón: “El hombre sandwich” (relato surrealista, El Imparcial, p. 5.)
¾ José Vasconcelos: La raza cósmica.
¾ José Eustasio Rivera: La vorágine.
¾ Ortega y Gasset: La deshumanización del arte.
1926
¾ Luis Cardoza y Aragón: Maelstrom (films telescopiados), con prólogo de Ramón Gómez de la
Serna.
¾ Pablo Neruda: Tentativa del hombre infinito y “El habitante y su esperanza” (relato).
¾ Valle-Inclán: Tirano Banderas.
1927
¾ Año gongorino. Sevilla: 16 de diciembre, surgimiento de la Generación del 27 (Federico García
Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Jorge
Guillén, Gerardo Diego.)
¾ Virginia Woolf: Al faro.
¾ Primera cinta sonora de la historia: El cantante de jazz.
1928-29
¾ Un perro andaluz, filme surrealista al alimón entre Luis Buñuel y Salvador Dalí.
CAPÍTULO 2
HISPANOAMÉRICA Y SU INCURSIÓN EN LAS VANGUARDIAS
Dudas fuera, César Vallejo es el poeta que lleva a los límites la conquista de un
subjetivismo que pretende ser una nueva visión de la realidad. Ya en Los heraldos negros
(1918) construye una poesía complejamente simbolista, llena de imágenes de cuño
modernista e irregularidades métricas y rítmicas. Es un tipo de creación que busca desde
entonces la expresión de los sentimientos aun sabiéndolos inefables. De aquí que Vallejo
insista en plasmar su desasosiego ante la vida, en la imprecación a un Dios indolente, y en
la solidaridad para con el hombre que sufre. El hermetismo de Vallejo, no obstante,
alcanza su clímax en Trilce (1922), poemario en que predomina la arquitectura osada y el
lenguaje oscuro, despojado de prosaísmo y a la vez espejo directo de angustias y
subjetivismos. En síntesis, trátase de una poesía que busca la liberación de ataduras
retóricas o meramente narrativas. Pese a todo, Vallejo, por su propia naturaleza, fue
esquivo a la hora de aceptar encuadres en cualesquiera de los “ismos”. No se olviden las
encendidas polémicas que sostuvo con jóvenes poetas como el cubano Alejo Carpentier, el
venezolano Arturo Uslar Pietri o el chileno Vicente Huidobro (58: pássim).
Creacionismo, Ultraísmo y Estridentismo, fueron los más importantes de entre la
miríada de movimientos de Vanguardia. El primer movimiento pretendía “hacer florecer”
en el poema realidades ajenas al mundo, sólo presentes en la mente del poeta, que deviene
de esta forma creador de nuevas realidades15. Con este fin se suprimió la puntuación y se
convocó a las creaciones ideográficas con toda libertad. En esta tendencia es posible ubicar
a poetas del calibre de un José Juan Tablada (creador de los “poemas ideográficos” y dador
sistemático de valores visuales a la poesía en castellano), o un Vicente Huidobro. Éste fue
la gran figura del vanguardismo hispanoamericano. Obras suyas como Horizon carré
(1917), El espejo de agua (1918), Manifiestos (1925) o Altazor (1931), demuestran su
búsqueda por un lenguaje que rechaza toda referencia a la realidad externa al poema, para
lo cual se vale de asociaciones insólitas y aventuras lingüísticas que reducen el poema a sus
valores fónicos. La producción de la última etapa de Huidobro coincide con el Vallejo de
Trilce, en el sentido de interpretar con preclara lucidez el absurdo de la existencia.
15
Nada de original hay en este postulado, toda vez que Huidobro, como él mismo confiesa, parafraseó las
palabras de un poeta aymará: “El poeta es un dios; no cantes la lluvia, poeta, haz llover” (Cf. “La création
pure. Essai d’ésthétique”, 58: 209); palabras que más o menos repetiría Paul Valéry: “Pour un poète, il ne
s’agit jamais de dire qu’il pleut. Il s’agit de créer la pluie.” (12: 23)
revistas como Proa o Prisma16, foro desde donde se expresaron algunos poetas como
Eduardo González Lanuza, Leopoldo Marechal u Oliverio Girondo. Éste fue especialmente
clave en el aporte de neologismos, metáforas osadas y referencias al entorno urbano, sobre
todo en poemarios como Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), o en otros
donde permaneció fiel a la vanguardia (Espantapájaros, 1932; La masmédula, 1954).
16
En 1921, Borges y coautores del manifiesto del Ultraísmo afirmaban con la infalibilidad de un Papa que
proclamase una bula: “Existen dos estéticas: la estética pasiva de los espejos y la estética activa de los
prismas. Guiado por la primera, el arte se transforma en una copia de la objetividad del medio ambiente o de
la historia psíquica del individuo. Guiado por la segunda, el arte se redime, hace del mundo su instrumento, y
forja –más allá de las cárceles especiales y temporales- su visión personal. Ésta es la estética de Ultra. Su
volición es crear: es imponer facetas insospechadas al universo...” (58: 251)
17
Ibíd., pp. 83-91.
indigenistas. Otra vanguardia digna de mención es la puertorriqueña, con el euforismo,
noísmo, atalayismo, y sobre todo, con el diepalismo (o descubrimiento de valores fónicos y
efectos onomatopéyicos del lenguaje) de José I. de Diego Padró y Luis Palés Matos.
18
Lucrecia Méndez de Penedo ha analizado detenidamente las particularidades del Surrealismo cardociano.
Véase 42: 47-68. Más sobre el tema en Méndez D’Ávila (41: 126-139), Díaz Castillo (22: 90-102), M. V.
Mejía (40: 71-89) y J. Boccanera (9: pássim).
19
Cf. 28: 71-72.
próximas al surrealismo son ¿Águila o sol? (1951), Semillas para un himno (1954), Piedra
de sol (1957) y La estación violenta (1958).
Finalmente, entre 1955 y 1962, Colombia vivió una etapa surrealista en torno a la
revista Mito, que agrupó a poetas como Fernando Charry Lara, Jorge Gaitán Durán y
Álvaro Mutis. Todos unidos por su rebeldía y su afán en querer acercarse a la realidad
desde los caminos de lo irracional.
CAPÍTULO 3
LA GUATEMALA D’AVANT-GARDE20
Y es que “El hombre que parecía un caballo”, con esa atmósfera construida entre
gemas y pozos profundos de almas sibilinas; con esa fábula de la estima decreciente que
profesa un hombre por un hierofante con características equinas (el “Señor de Aretal” o
“Señor de los topacios”, inspirado en la figura real del poeta colombiano Porfirio Barba-
Jacob); con esa magia, en fin, que trasunta la frustración por descubrir que el héroe
admirado no posee más arcanos que los que revela poco a poco su naturaleza animal,
mereció en su día los elogios del mismísimo Darío, a la sazón residente en Guatemala. Y
en efecto, el gran nicaragüense creyó ver en este cuento de Arévalo un solo y vago
precedente: Los cantos de Maldoror del conde de Lautréamont (1869)21. Cuéntase que el
pontífice del Modernismo, henchido de entusiasmo, expresó a Arévalo su aquiescencia en
estos términos:
Tu obra, fuera del caso único del terrible conde, no tiene igualdades ni analogías ni
precedencias. ¿Qué minas nuevas en subsuelos desconocidos, entraste a explotar?
¿Qué filones no sospechados saqueaste? (2: II, 78)
Pero el juicio de Darío está incompleto, por cuanto no toma en cuenta más que los
precedentes literarios sin la circunstancia de la que ya advertía Ortega y Gasset. Apenas
20
Este capítulo constituye una ampliación de un estudio presentado por el autor como parte integrante del
Seminario de Literatura Guatemalteca El influjo de las vanguardias en la obra poética de Luis Cardoza y
Aragón, octubre de 2001.
21
En realidad, Darío comete una hipérbole. En Los cantos de Maldoror hay blasfemias descarnadas donde
en Arévalo Martínez sólo puede haber, quizá, un sugerido agnosticismo, envuelto formalmente en lo mejor de
un Modernismo decadente.
una década atrás (1905), Albert Einstein había levantado el cortijo por haber instituido la
Teoría de la Relatividad. Y en 1900, Sigmund Freud había publicado su interpretación de
los sueños. Es así como Arévalo Martínez construye, en “El hombre que parecía un
caballo”, una tramoya onírica que no puede sino estar influida por una visión psicoanalítica
de la realidad. En palabras de Seymour Menton, citado por Albizúrez Palma, “La trama y
el suspenso desaparecen completamente y el cuento se transforma en un psicoanálisis
inspirado en los escritos de Freud.” (2: II, 79) Y con esto, nuestro compatriota se convierte
paladinamente en el precursor del Surrealismo. Curioso desafío: una vanguardia antes de
tiempo, si cabe la expresión, cuando Franz Kafka era empleado público en espera de
publicar La Metamorfosis (1917) y James Joyce era profesor de inglés en Zúrich, a siete
años de distancia de ver su celebérrimo Ulises en los anaqueles de las librerías (1922). Un
Surrealismo concebido cuando Gabriel García Márquez y toda la grey del Boom ni siquiera
soñaban con ser embriones.
“El hombre que parecía un caballo” funda escuela. Le cabe el nada modesto mérito
de haber establecido el psicozoomorfismo: esa técnica por medio de la cual los personajes
son identificados con ciertos animales, según su predisposición psicológica. Así las cosas,
no pocos críticos han visto en esta joya de la narrativa posmodernista no sólo el anticipo
del Surrealismo, sino también el precedente de obras como El rinoceronte de Ionesco (2: II,
79) o el Bestiario de Cortázar.
Pero Rafael Arévalo Martínez, rara avis en la llamada Generación de 191022, con su
voluntario ostracismo, cierra las valvas de lo que pudo haber sido una producción de mayor
alcance. La desbordada imaginación “protovanguardista” del famoso cuento no halló
continuidad. Y Guatemala vuelve a quedar, con respecto al afán renovador de la literatura,
en la más oscura inopia, en ese anonimato cultural que tanto daño inflige a los pueblos.
Pues bien, más o menos el mismo año de la publicación de la narración que coronó
de gloria a Arévalo Martínez, una tropa de nihilistas, con Tristan Tzara como adalid, crea
22
También llamada generación del cometa (como coincidencia por la aparición, ese mismo año, del cometa Haley).
Constituye el núcleo más representativo del Modernismo en Guatemala, agrupado alrededor de la revista Juan Chapín. A
este grupo pertenecieron, asimismo, José y Carlos Rodríguez Cerna, Félix Calderón Ávila, Jorge Valladares Márquez,
Francisco Fernández Hall y Alberto Velásquez. (Cf. 2: II, 28).
en Zúrich el movimiento Dadá (cuyo levantisco “Manifiesto”, productor de ampollas y
escozores entre la encorsetada intelectualidad de la época, no se publica hasta 1918). Pero,
como hemos visto dos capítulos atrás, había ya un precedente en el “Manifiesto futurista”
de Marinetti y compañía. Lo propio puede decirse con el Imaginismo inglés (1914)
representado por Ezra Pound, o con el Cubismo literario de Guillaume Apollinaire (1914);
movimientos todos que contribuirían, a la postre, a determinar la singladura del
Surrealismo, súmmum y síntesis de aquello que todas estas corrientes tenían en común: el
afán iconoclasta, el espíritu de cambio y la fractura de la coherencia lógica de la realidad.
El mundo era entonces un hervidero, un vendaval de acontecimientos que cambiarían la faz
de la Historia. Y es que el panorama era de vértigo: una revolución que ponía a México en
la palestra, a causa de una justa lucha por la tierra en manos oligarcas (1910); la primera
gran guerra que enfrentaba a las potencias europeas (1914-1917); y un movimiento
bolchevique que en Rusia destronaba a tiros el imperio Romanoff para instaurar el sistema
socialista (1917).
23
José Mejía define a esta hornada como el “...grupo de personalidades representativas de todos los órdenes de la vida
pública, obreros, intelectuales, artistas, estudiantes, profesionales que se vieron implicados en el movimiento que depuso a
la tiranía, también conocido como Unionismo. Este fenómeno rebasa, por una parte, la vida literaria y, por otra, es
insuficiente para entender ésta.” (72: s./p.). Por su parte, Mario Alberto Carrera la caracteriza como una generación que
“...difícilmente será superada por otra en Guatemala porque presentó un frente de hermosa cohesión y coherencia en
distintos quehaceres humanos: el arte, las letras, la política, el periodismo, la burocracia, la diplomacia. Amén de que,
dentro de la literatura, forjó a varios escritores que han dado lustre al idioma español y a Guatemala en diversos lugares
del mundo.” (18: 115). Sus miembros más prominentes fueron, sin duda, César Brañas, Luis Cardoza y Aragón y Miguel
Ángel Asturias. Otros integrantes destacados: Epaminondas Quintana, Clemente Marroquín Rojas, David y Arqueles
Vela, José Castañeda, Francisco Soler y Pérez, Federico Hernández de León, Carlos Samayoa Chinchilla, Juan Olivero,
Francisco Villagrán de León, Joaquín Barnoya, Carlos Federico Mora, Alberto Paz y Paz, Carlos Gándara Durán, José
Luis Balcárcel, Ulises Rojas, Carlos Fletes Sáenz, Alfonso Carrillo, Francisco Valdez Calderón, Rafael Pérez de León,
Mariano Pacheco Herrarte y Jorge García, entre otros.
este grupo intelectual y la aguda conciencia que tenía su propia labor. (Op. Cit.,
106).
En este sentido, es conveniente tomar las palabras de José Mejía en relación con la
Vanguardia en Guatemala:
El parámetro que permite comprender lo que sucede en la lírica guatemalteca entre
1915 y bien entrados los años treintas [sic] es la asimilación de la estética europea
de entreguerras. Asimilación no pasiva, sino creadora de rumbos propios, como en
todas partes del continente. Aun cuando no faltaran en Guatemala futuristas y
surrealistas ortodoxos, como fueran, respectivamente, Miguel Marsicovétere y José
Luis Cifuentes, lo determinante no es la adhesión a un determinado ismo europeo,
sino a una visión de mundo, inseparable de una revolución estilística. (72: s./p.).
Y más adelante, afirma que “En cierto sentido, existen tantas vanguardias como
poetas dignos de este nombre.” (Ibídem)
Y sí... Los locos años veinte... Tiempos afiebrados en que se vivía el ensueño
colectivo de entreguerras, espejismo que daba cuerpo a una resurrecta Belle-Époque. Eran
los años de las jazz-bands, de Picasso y del charlestón, de Chaplin y de Lenin, de Chanel y
de Stravinsky. Y en el corazón de Europa, allí estaba París: la Meca de las artes y las
letras. Porque, como en la novela de Hemingway, París era una fiesta. En cuanto a los
mozalbetes iberoamericanos que arribaban provenientes de ámbitos cuasi-monacales, no
pudieron encontrar aquello menos que como la antesala de la Bienaventuranza. Roberto
Díaz Castillo expresa aquello en este pensamiento sintético: “El surrealismo y la sífilis
desconciertan a los jóvenes escritores llegados a París en los años veinte.” (22: 90). Allí
conocieron el verdadero destete. Y allí, también, con cerebros dispuestos como esponjas,
lactaron con anarquía la nueva cultura en cantidades pantagruélicas. Europa era entonces
la panacea para toda la intelectualidad del orbe. Los latinoamericanos que hicieron de
aquel continente su cuartel general pueden contarse por docenas. En algún momento, allí
coincidieron Darío, Gómez Carrillo, Huidobro, Vallejo y Borges, y por supuesto, Asturias,
Cardoza, Herrera, y ocasionalmente los Vela y Brañas en nuestro contexto. De vez en
25
Para ahondar en la Vanguardia nicaragüense, y en general, sobre la centroamericana, consúltese la Poesía
centroamericana posmodernista y de vanguardia de Francisco Albizúrez Palma.
26
Desconocemos la fuente en que Verani se ha basado para extraer tal dato. Hasta donde se sabe, el primer viaje de
nuestro Premio Nobel a Europa no tuvo lugar hasta 1924 (18: 115), una vez graduado de Abogado y Notario en 1923. Por
lo tanto, es bastante improbable –por no decir imposible– que Asturias haya fundado en 1920 esa publicación literaria en
París. El dato se haría verosímil sólo a partir de 1925. Ya en 1926, como se dijo, consta el nombre de Asturias en tal
revista, junto a los de Juan Olivero y Epaminondas Quintana.
cuando se cruzarían con ellos, en la terraza de algún bulevar o en una tertulia de café, un
periodista llamado Ernest Hemingway, un poeta que respondía por Ezra Pound, un narrador
en ciernes de nombre Scott Fitzgerald, o una dama identificada como Gertrude Stein, todos
los cuales formaban parte de cierta generación perdida de la otra América.
Toca el turno a Miguel Ángel Asturias (1899-1974), quizá la más rutilante estrella
en la constelación de 1920. También él, testigo in situ del parto de ciertas Vanguardias en
Europa. El Surrealismo en concreto. Pero con Asturias ocurre una simbiosis natural: la
estética de Breton y sus partidarios se amalgama con los mitos indígenas de la tierra del
maíz, y de esta mixtura procede lo más granado de la obra del “Gran Lengua”. Y es que en
esencia, ¿habrá diferencia entre Surrealismo y mitología en un continente donde la realidad
27
Cf. el amplio juicio de César Brañas al respecto, transcrito por Albizúrez y Barrios, II, p. 48.
se ha mezclado con el mito desde tiempos inmemoriales? Mario Monteforte Toledo parece
tener la respuesta:
...en la América Latina [...] hay un surrealismo propio desde los mayas. Con decir
que hemos tenido hasta gobiernos para probarlo... Mas entre los latinoamericanos
el surrealismo nunca ha sido un camino de evasión de la realidad ni del
compromiso de superarla; tal vez debido a la avasalladora dimensión de ella, cuyo
antídoto es la responsabilidad política y el tratamiento directo de los temas.(62: 3b)
28
“Historias-sueños-poemas”. Famoso es el juicio que de esta obra asturiana formuló Paul Valéry (poeta que, dicho sea
de paso, llevó en su día el título del “mejor lírico de Francia” ), en el prólogo a la versión francesa, citado parcialmente
por M. A. Carrera: “¡Qué mezcla esta mezcla de naturaleza tórrida, de botánica confusa, de magia indígena, de teología
de Salamanca, donde el volcán, los frailes, el Hombre-Adormidera, el Mercader de joyas sin precios, las bandas de pericos
dominicales, los maestros-magos que van a las aldeas a enseñar la fabricación de los tejidos y el valor del Cero componen
el más delirante de los sueños!” (18: 117)
...hacia 1930, se detuvieron en el Pont des Arts de París, Uslar, Alejo Carpentier y
Miguel Ángel Asturias para hacerse una pregunta: ¿Por qué hemos seguido tan
servilmente los modelos literarios europeos? ¿Por qué nos hemos atascado en el
realismo y el naturalismo? ¿Vamos a seguir ahora la moda de la vanguardia? ¿Nos
hace falta ser surrealistas de importación cuando lo somos de nacimiento? ¿No
tenemos temas y maneras narrativas que, siendo universales, son tan nuestras y
renovadoras como la leyenda recordada por el chamán maya, por un santero
cubano o por un guerrillero venezolano?
De ese encuentro sobre el Sena surgieron El reino de este mundo, Leyendas
de Guatemala y Las lanzas coloradas. En un artículo aparecido en El Universal de
Caracas, el 10 de diciembre de 1927, Uslar decía ya: “La vanguardia no es ni
individual, ni nacional, es un fenómeno de nuestra cultura que cae sobre todos y
que estamos en deber de ponerle los hombros para que se apoye”. (60: 4b)
A Asturias le sigue, en edad y en fama, Luis Cardoza y Aragón, cuya segunda obra
parisiense es objeto de estudio de este análisis, y de quien por el momento no adelantamos
ya más juicios. Prorrumpen, entonces, “...junto a Cardoza y Asturias -como afirma José
Mejía-, una docena de voces, de las cuales debemos mencionar, en primerísimo lugar, la de
César Brañas, que conforma, con aquellos, la gran trilogía de esta generación.” (72: s./p.)
Sin embargo, la opinión de Mejía se matiza no muy favorablemente para el autor de
“Viento Negro”, pues más adelante sostiene que Brañas, “...que contribuyó como nadie a la
revolución estilística que impuso en todas partes la asimilación de los ismos de
entreguerras, habría de encerrarse más tarde en formas deliberadamente anacrónicas.”
(Ibídem). Brañas (1899-1976) parece quedarse estancado, como en el caso de Arévalo
Martínez, en un ostracismo que lo condenaría por mucho tiempo al olvido.
29
No obstante, tómense muy en cuenta las palabras de Cardoza en El Brujo, a propósito de este constructo: “Franz Roh
inventó el término ‘realismo mágico’ en 1925. (Antes que Roh, Pierre Mac Orlan inventó ‘le fantastique social’.) Uslar
Pietri lo repitió en 1948; Carpentier, en 1949; después, lo repitió medio mundo, y le sería imprecisable aun a una sibila...”
(12: 37-38).
30
Cf. Ariel Dorfman. “Hombres de maíz”: El mito como tiempo y palabra, en la 2ª edición crítica de la obra de Asturias
coordinada por Gerald Martin (Colección Archivos, coed. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1996).
El 25 de febrero del aún fresco 2001 se cumplieron cien años del natalicio de David
Vela Salvatierra (1901-1992), otra de las luminarias de la Generación del 20. Y este
hombre, coautor de “La Chalana”, cofundador de la Universidad Popular, ex director de la
Escuela Centroamericana de Periodismo y ex director de El Imparcial, entre muchos
méritos más, es autor de una obra múltiple y dispersa. Pero para efectos de este estudio,
interesa la faceta vanguardista de su poesía, que la hubo y no poca. De los tres volúmenes
que recogen la obra poética desperdigada en periódicos y revistas, interesan por su
contenido propiamente vanguardista sus 12 poemas (1962) y sus Versos (1979); obras que,
si bien son tardías tomando en cuenta la cronología de la Vanguardia, ello obedece a que se
trata de su vocación antológica y selectiva. De tal suerte que encontramos en 12 poemas la
convivencia entre elementos modernistas, románticos y experimentales. Volvemos al
juicio orientador de Albizúrez Palma:
[12 poemas] Se llena de tópicos nuevos, de juegos de estilo y pluralidad de
direcciones a lo ultraísta. (...) El influjo del creacionismo también se hace presente
en epígrafes, como en el poema “Estratos”; asoman asimismo huellas dadaístas,
cubistas, surrealistas. Sin olvidar el estridentismo, tendencia que encontró en Vela,
así como en su hermano Arqueles Vela, adalides entusiastas. En suma, Vela fue
hacia la libertad de expresión, en donde se hace muy difícil marcar fronteras; se
empapó en lo posible de todos los “ismos”, produjo imágenes, creó metáforas,
manejó diversas métricas y rimas. (2: II, 225)
31
“Nació el 2 de diciembre de 1898 en la casa No. 12 de la 4ª Calle Oriente de la ciudad de Guatemala, hago
énfasis en este dato –afirma Mª del Carmen Pellecer Mayora de Farrington- porque leímos a un columnista
mexicano, Andrés Henestrosa en su ‘Nota Cultural’ del periódico mexicano El Nacional del 10 de mayo de
1956 que dice: ‘Arqueles Vela nació en Tapachula aunque algunos lo consideran guatemalteco’. ” (47: 62).
Mario Schneider y Stefan Baciu, La señorita Etcétera32 sea la mejor novela estridentista de
Arqueles Vela, no hay que perder de vista que El intransferible, que estaba concluida hacia
1925 pero que no publicó hasta 1977, está reconocida como la novela que el Estridentismo
no publicó cuando debía, en su época de auge. De hecho, los 52 años que median entre la
conclusión de la obra y su publicación obedecieron a que, en su tiempo, el libro era
“riesgoso” y poco menos que obsceno, por lo cual suponía prisión y embargo de bienes
para el editor. La espera valió la pena, pues ya en la década del 70 se encontraron puntos
de mérito en la obra, tales como la creación de atmósferas expresionistas, elementos del
Futurismo italiano y algunos atisbos del existencialismo urbano. Todo esto lo ha dicho
Miguel Ángel Morales en el Diario de Centro-América, según consta en la Historia... de
Albizúrez y Barrios (Cf. II, p. 245).
32
Véase 47: 63.
pendenciero y terrible Marinetti, creador de la escuela futurista italiana.” (2: III,
11).
33
Cf. 47: 158.
34
Loc. Cit.
ecos de la Vanguardia, su realización formal y su penetración no marchan acordes con
los objetivos de renovación. [...] Se pierde en la novedad de los vocablos, en la
utilización de palabras que, unidas a la técnica, pretenden crear un lenguaje adecuado a
los tiempos del maquinismo. (29: 43).
Bien... Hablar de Vanguardia en Guatemala más allá de 1950, fuera de los casos y
circunstancias expuestos, acaso sea impropio. Hacia el ecuador del siglo XX, más justo
sería hablar de imitación, de calco, de remedo o de neovanguardia (posvanguardia es otra
cosa). Y es el caso de la nueva generación de poetas jóvenes, cuyos antecedentes habrá que
buscarlos entre los escombros y reliquias de Dadá –y esto, léase bien, en pleno siglo XXI–.
La Vanguardia en Guatemala no ha pasado, entonces, de ser humo de paja, un ente amorfo
y disperso, sin la sustancia ni la granítica coherencia de un Romanticismo o un
Modernismo. De aquí que sea inexacto, y un tanto pretencioso, el hablar de vanguardismo
en la poesía nacional. En rigor, lo que existen son deslices individuales de autores que le
hicieron la corte al campo de la experimentación y del malabarismo lingüístico. Dicho de
otra manera, dentro de Guatemala no hubo grupo uniforme alguno que se haya presentado,
lanza en ristre y manifiesto en mano, haciendo frente común contra el establishment. Eso
quedó para otros públicos.
CAPÍTULO 4
MAELSTROM: LOS MARCOS DEL POEMA
1921. Un trasatlántico de tantos aparta las aguas del puerto de Nueva York con
destino a Europa. Quizás se trate de la misma embarcación que hace tan sólo un cuarto de
siglo realizaba la travesía en sentido inverso, cuando el hambre arrancaba a los europeos de
sus tierras y les grababa un espejismo de virtudes más allá de los mares, allí donde se decía
que la libertad maduraba en los árboles y la bonanza emergía por generación espontánea.
Esta vez, sin embargo, esa embarcación transoceánica gira la proa ciento ochenta grados en
dirección a Occidente; dentro, una colección de rostros que dibujan la condición humana y
su posible jerarquía de emociones: los hay tristes, los hay mustios, los hay renovados, los
hay envejecidos y también los hay expectantes. Allí entre éstos, allí, como quien descubre
la redondez de la Tierra, va un muchacho que apenas hace unos meses soñaba entre ruinas
y despertaba con rosas, en una ciudad-mito congelada en el siglo XVII. Un muchacho
cargado de ilusiones, con una idea fija en su mente atolondrada: la ciencia médica como
pretexto de estadía en un hemisferio del que sabe poco menos de lo que los libros cuentan.
Unos libros que le tendían ante los ojos las miserias y maravillas de un viejo continente,
traducidas a la pluma de Quevedo, Bécquer, Baudelaire, Verlaine, Wilde y Gorki.
Percey Shelley acaso tenía razón: es un error vulgar distinguir entre poesía y prosa.
Con razón o sin ella, la frase cuajó en Cardoza a partir de 1926, habiéndose mudado ya los
surrealistas a los predios del inconsciente. Y es que Cardoza recalca una y otra vez, como
un pensamiento que lo obsede, que el Surrealismo hizo aún más nebulosos los confines
entre la prosa y la poesía. Unos confines que ya venían desdibujándose desde Baudelaire y
sus poemas en prosa, ese “género híbrido” que llamara Yves-Gérard Le Dantec. Y por José
Emilio Pacheco sabemos que Amy Lowell acuñó, a propósito de aquella hibridez, el
concepto de “prosa polifónica” (1920, circa). Es, en su definición, “prosa que emplea todas
las voces de la poesía y es verso impreso sin cortar las líneas” (66:14). El caso de Cardoza
y Aragón quizás exhiba algunas variantes, según lo ha hecho ver Marco Vinicio Mejía:
35
Hodgepodge (o hotchpotch) es, al parecer, un término francés inserto en lengua inglesa por lo menos desde
el siglo XV, a través de la forma hochepot. En ambos idiomas sigue compartiendo significados al dar la idea
de miscelánea, popurrí, mezcolanza o mixtura heterogénea, además del sentido de sopa espesa de vegetales.
Quizá la palabra española que mejor comparta esta dualidad semántica sea “gazpacho”. Cf. Merriam-
Webster’s Collegiate Dictionary, versión electrónica:
<www.britannica.com/dictionary?book=Dictionary&va=hodgepodgequery=hodgepodge>
36
Nótese que Mary W. Shelley jamás nombró a su engendro sino por “el monstruo” en la novela que le diera
la fama (1816). Indudablemente, cuando en 1931 Boris Karloff hiciera popular a aquella inefable criatura
hecha de partes, al mismo tiempo contribuiría a fijar el nombre en el imaginario colectivo derivado del kitsch
hollywoodense, en un empeño metonímico –por ignorancia- que llevó a tomar a la criatura por el creador (el
monstruo por el Dr. Frankenstein, en este caso).
qué nos encontramos, cuando afirma que el texto habría nacido del amor de Cardoza por un
recodo de camino. “Cardoza –afirma Mejía- quería emocionarse hasta las lágrimas y así se
vio obligado a pensar, durante semanas enteras, cómo lo clasificaría. Mientras un allegado
lo etiquetaba como poesía, según otro era novela y alguien más lo destinaba a la mejor
pasta de los sueños, su autor creía, simplemente, que eran realidades.” (40: 71) Es de
imaginar, de esta guisa, que Maelstrom vendría a ser un “libro multimedia”, como diría
Herman Bellinghausen a propósito de El Río... (66: 10). Maelstrom es una obra inasible, de
naturaleza anfibia. Es como El Río..., una suma de transgresiones genéricas; pero es algo
más: films telescopiados. Definición única esta última que no pudo ocurrírsele a nadie
mejor que a su autor. Y es que films telescopiados se antoja una cenefa muy precisa del
contenido del texto: conlleva en sí un sustrato lúdico, además de conferir un estatuto
surrealista que quizás encuentre su mayor expresión –que no la primera, como hacen creer
algunos- en la Pequeña sinfonía del nuevo mundo, el poema en prosa más extenso escrito
en lengua española (9: 79).
Leo Hoek se ha encargado del estudio de los títulos de un texto desde una
perspectiva semiótica. Aquí no llegaremos a tanto. Sí, en cambio, al análisis de elementos
representativos que supone la sola presencia o ausencia de los títulos, dado que éstos
constituyen legítimamente el primer mensaje que nos envía el autor para empezar la tarea
de decodificación. Si podemos determinar el orden arquitectónico, la época o el estilo de
una catedral por su fachada, similar fenómeno ocurre con una obra literaria, cuyo título
sería más o menos el frontispicio.
La primera clave que Cardoza nos lanza en Maelstrom, entonces, es que el libro
lleva un subtítulo, lo cual puedese interpretar como una reapropiación paródica de una
costumbre literaria de otros tiempos. Téngase presente que dos años antes (1924), el propio
autor también se había valido del recurso del subtítulo en Luna Park para predisponer al
lector. Así, “Poema instantáneo del siglo XX”, lo mismo que “films telescopiados” en el
caso de Maelstrom, cumplen una función fática, esto es, de contacto con el lector, en tanto
constituyen un primer guiño de ojo. Y en este cuadro, ¿a qué hacen referencia los films
telescopiados sino a una visión calidoscópica, fragmentada y un tanto desfigurada de la
realidad, quizás a la manera de un cuadro de Picasso? El subtítulo, en tal caso, es un
indicador no sólo de tiempo y espacio sino también un recamador de dos símbolos
fundantes del poema: al vincular film y telescopio –símbolos del movimiento y de la
suspensión en una paradoja tropológica-, a la vez, se nos sugiere una inmersión en la era de
la máquina.
Conviene hacer notar que, aunque hoy escandinava, la palabra Maelstrøm procede
etimológicamente del holandés arcaico maelstroom (maalstroom en neerlandés moderno),
que se compone, a su vez, de dos radicales que son el verbo malen (“hacer girar con un
molino o moler”) y el sustantivo stroom (“corriente de agua”); de donde se obtiene una
interpretación equivalente a “corriente acuática giratoria”. Asimismo, la palabra existe
actualmente en alemán, donde quiere decir “onda de agua que se viene encima” (47: 111).
37
Encyclopædia Britannica©:
<http://http://www.britannica.com/bcom/eb/article/6/0,5716,51156+1+49942,00.html?query=maelstrom>, Encyclopædia
Britannica.com Inc., Chicago, 2001.
Como consecuencia lógica, la palabra ha pasado al acervo de la lengua inglesa con
los siguientes significados, según la Encyclopædia Britannica: “...a large, fatal whirlpool,
38
engulfing vessels and men, or a figurative application of the idea.” En otras palabras,
por maelstrom en inglés se entiende un poderoso o violento remolino, o en sentido
figurado, un estado violento o caótico de cosas. Un mare mágnum, una vorágine. Donde
no hay consenso es en la fecha exacta en que el término debutó en inglés. Mientras que
para el Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary se tiene registro del sustantivo maelstrom
desde 1682, de acuerdo con la Encyclopædia Britannica, la palabra en mención penetró en
lengua inglesa por medio de la ficción de Julio Verne, y principalmente, por los cuentos de
Edgar Allan Poe, quien exageró la corriente del canal hasta mudarla en un torbellino. Y es
“torbellino” (tourbillon), precisamente, el significado que a la palabra maelstrom otorga el
diccionario Petit Robert, autoridad en lengua francesa. De acuerdo con esta fuente, en
francés se tiene registro de maelström (con diéresis) desde 1765, cuando fue conocido
como el nombre propio de aquel canal en la costa noruega, y después, en 1857 como
sustantivo común. He aquí la cita de Víctor Hugo con que el Petit Robert ejemplifica el
39
uso de la palabra en sentido figurado: “Paris est un malstroëm (sic) où tout se perd.”
(35: 1 127).
En cuanto al Maelstrom que Cardoza inventa, la palabra, fuera del título, aparece
dos veces en el texto, y una vez más derivada en el adjetivo “maelstrómicas”. Y sin
embargo, no es la cantidad de veces que figura en la obra, sino su significado, el que
determina el curso del texto. Podría decirse que el propio autor le otorga dos sentidos: el
primero no sería más que el trasplante de lo que en inglés y francés significa dicho vocablo.
Así, leemos que “Laforgue hacía algo semejante: el dolor de los golpes recibidos, su
«náusea universal», la electrocuta con la sonrisita abierta en un extremo de los labios,
maelstrom por donde el mundo se va a pique...” (16: 68), y ya antes, en el primer capítulo,
ha escrito: “Emociones retorcidas, trenzadas, maelstrómicas, frutos de circunvoluciones
enredadas las unas sobre las otras en cólicos violentos.” (p. 57) Es palmario que en ambos
38
Ibídem. Traducción aproximada: “Gran remolino mortal que traga embarcaciones y personas, o aplicación
figurada de esta idea.”
39
Traducción aproximada: “París es un maelström donde todo se pierde.”
casos está presente la idea de un torbellino que todo lo devora, o cuando menos, la idea de
una espiral.
Y aun dentro de los capítulos se encierran los nombres de otros fenómenos poéticos,
pues a cada unidad narrativa en prosa suele corresponder, estructural y morfológicamente,
una parte escrita en verso –excepción hecha de la “Biografía de un Paisaje”. Cada capítulo
desemboca en una partícula que puede alcanzar el centenar líneas versuales. En cualquier
caso, la titulogía de los poemas en verso no es menos bufonesca. En “Epifanía de Mazda”,
por ejemplo, se resemantiza el concepto clásico de la epifanía como “manifestación divina”
(la fiesta de la Adoración de los Reyes en el calendario litúrgico), con el objeto de poetizar
lúdicamente una manifestación profana: juego y erotismo por la visión de la amada en su
esplendor y en su esperpento.
40
De este vivir álgido, inquieto, / Una alma nueva ha florecido: / Tierna y fuerte, / Bella y dulce / Como una
flor de acero. / Alma galvanizada de emociones, / Alma en que está mezclada / El alma exacta de la máquina,
/ Alma nacida en el LUNA PARK de la tierra, / Alma frívola, / Alma trágica. (14: 51, mayúsculas en el original).
esplín) que van en procesión, como las palabras esdrújulas, a las últimas sílabas-
consecuencias del desafío irreverente: “jugar con las barbas de los dioses”. No deja de ser
curioso, por otra parte, que en un poema de 42 versos se contabilicen 15 palabras
esdrújulas.
Llaman la atención el poema que cierra el primer capítulo y los veinticuatro versos
sueltos de “Remolino último”, porque son los únicos poemas de todo el libro que no llevan
título. ¿Actitud antirretórica, como interpreta Wolfgang Kayser? Evidentemente, teniendo
en cuenta que también el primero de los mencionados es uno de los dos poemas que acaban
en un caligrama; y el segundo, es el preludio del fin. Una falta de título, parafraseamos a
Luján, suscita un efecto análogo a entrar sin anunciarse, como si se abriera el telón con la
obra ya comenzada. Si Cardoza ha decidido no titular dos poemas, el mensaje que debe
captarse es que se trata de una conversación que fue aprehendida en corte transversal: un
diálogo que daría la impresión de continuar. Por último, el poema “Centavos de biografía”
es de suyo elocuente y lo bastante irónico como para requerir una exégesis aparte.
Si, como quiere Luján, todo epígrafe es un diálogo con la tradición, entonces
Cardoza dialoga con una facundia impresionante con la tradición de los malditos y la
tradición en marcha de los heterodoxos coetáneos. En el caso de Maelstrom, tal diálogo
acaba por absorber el significado del poema para mayor riqueza del texto. Habrá que
recordar que los epígrafes “suelen tener funciones similares a las del título: son apoyos,
llamadas de atención hacia ciertos significados, o elementos formales, [y] suponen cierto
juego de complicidad con el lector...” (38: 37). Pues bien, de entrada, Cardoza no nos hace
sus cómplices sino que marca distancias. ¿Qué hay de los que no dominan la lengua
francesa?:
Il n’y a pas sur le globe terraqué plus d’un cent d’individus par siècle (et encore!)
capables de lire quoi que ce soit, voire des étiquettes à moutarde.41
41
Una traducción libre: “No hay sobre el globo terráqueo más de un ciento de individuos por siglo (¡y ni
siquiera eso!) capaces de leer lo que sea, ni siquiera de verles las etiquetas a los frascos de mostaza.”
Esta es la cita de Villiers de l’Isle-Adam (1838-1889) con la que Cardoza inaugura
la obra. La posición privilegiada del epígrafe -¿por qué el inicio?- parece enviarnos desde
ya un primer mensaje: apártese del texto cualquier lector indocto. ¿No es ésta, acaso, una
reminiscencia de un Modernismo megalómano? El autor está arriba y el lector está abajo
en la escala de la ilustración. No olvidamos, desde Darío, que el poeta es un “pararrayos
celeste”. Muy comprensible, por lo demás, si pensamos que a aquel Cardoza veinteañero,
cuando el Surrealismo era una corriente clandestina (y más elitista de lo que después llegó a
ser), le interesaba quedar bien ante la selecta rosca de sus instruidos interlocutores: Ramón
Gómez de la Serna, José Juan Tablada, León Pacheco, Francis de Miomandre, y por
supuesto, André Breton y su séquito, entre aquel concierto dodecafónico de los años veinte.
“Pompierlandia”, segundo capítulo del libro, inicia con esta cita de André Gide
(1869-1951): “...dans l’œuvre d’art, au contraire, Dieu propose et l’homme dispose”, o
bien, “...en la obra de arte, al contrario, Dios propone y el hombre dispone.” ¿Al contrario
de qué?, sería una pregunta lógica. Es simple: al contrario de la tradición aforística que
asigna al ser humano un papel pasivo, como acatador de propuestas, y a Dios un papel
activo, como autor de las mismas. Nótese, entonces, que la locución adverbial “au
contraire” ya lleva implícito el referente hacia el cual hay que volver para valorar el juicio.
Un juicio que, además, no sólo establece un plano de igualdad entre el Ser Supremo y la
criatura humana (el poeta es un pequeño dios, Huidobro dixit), sino que eleva a esta última
a una esfera superior en el campo de la creación artística. A Dios no le compete decidir ni
opinar a este respecto. Por lo demás, la cita de Gide no podía sino encabezar un capítulo
dedicado casi enteramente a narrar el revuelo que causó en un pueblo eunuco
(Pompierlandia) una pintura de Picasso –de hecho, se la adopta como bandera nacional. Y
en este capítulo, no lo olvidemos, también se sugerirá la superioridad del arte en relación
con la naturaleza: el lienzo del pintor instaló tal revolución, que la Naturaleza (mayúscula
en el texto), “chiquilla necia y antipática” y “espantosamente monosilábica”, empezó a
“civilizarse”, a un grado en que “las nubes trataban de colocarse de manera semejante a sus
compañeras de los cuadros” (p. 62). Y así, Gide tuvo razón.
Tristan Corbière (1845-1875), cuya única obra (Los amores amarillos, 1873) fue
redescubierta por Verlaine y fue reivindicado a causa de ello como el primero de los
malditos, es precisamente el autor del último epígrafe de Maelstrom, un serventesio de
alejandrinos franceses:
42
“Me parece que los payasos han alcanzado la verdadera sabiduría. Yo erré mi destino, debí haber sido un
payaso”. Traducción libre.
43
“Car le surnaturel est lui-même charnel”, epígrafe original.
D’un aveugle trop bu qui se trompe de trou. 44
44
“Alivio mi pensamiento de las palabras que al aire lanzo
[y lo alivio] de hablar y sin saber si hablo en ‘hindú’
o tal vez en ‘hablillas’ como el clarinete
de un ciego muy borracho que se equivoca de agujero.” Traducción libre.
con Maelstrom, su compartido amor por el dinamismo y por la aldea global en la que
empezaba el mundo a convertirse desde el epicentro parisino. Una reconciliación agridulce
del hombre consigo mismo como quizá sólo la haya habido durante el ya lejano Siglo de las
Luces.
CAPÍTULO 5
LOS ELEMENTOS INTERNOS
Una treintena de veces figura el Sol en el texto: bien en sentido propio (estrella de
nuestro sistema solar), bien en sentido figurado. Y es que el Sol, antes que cualquier cosa,
es esto en el plano simbólico:
El supremo poder cósmico; la divinidad que todo lo ve y su poder; teofanía; el ser
inmóvil; el centro del ser y del conocimiento intuitivo; “la inteligencia del mundo”
(Macrobio); iluminación; el ojo del mundo y el ojo del día; lo invicto; gloria; esplendor;
justicia; realeza. (...) Por su constante movimiento de salir y ponerse y por la
naturaleza vivificadora o destructiva de sus rayos, el Sol simboliza al mismo tiempo la
vida y la muerte y la renovación de la vida a través de la muerte.” (21: 168)
45
“Afuera un sol rubicundo, cara de bonhomme alcohólico, tiraba al Sena sus lingotes de oro vociferando
ronco, como si hablase en un megáfono. ¡Botarate! Sol de cara redonda y vulgar, carnicero, cara de rey de
baraja, bigotes a lo Guillermo II y pelado a la broose. Sol rastacuero con todos los dientes untados de oro
igual a una prostituta vieja. Sol fanfarrón de manos enjoyadas con decenas de gruesos anillos de piedras
escandalosas. Sol de pecho tapizado de medallas, diríase un mariscal o un domador de circo. ¡Nouveau
riche!...” (59: 5).
“Sol” precedido de la afirmación “El diablo es un ángel”? El enigma es visible, no obstante
lo cual disponemos de algunas claves para descifrarlo. Si un ángel es, etimológicamente,
un mensajero, lo más razonable sería recurrir a la figura del bíblico Lucifer (literalmente, el
portador de la luz), caudillo de la rebeldía celeste, que se hermana, por su naturaleza, con
Prometeo y Quetzalcóatl (o Kukulkán entre los mayas): otros héroes solares dadores de la
luz del conocimiento a la humanidad. Y así, el Sol se convertiría en un símbolo de ese
saber, ese fruto prohibido y delicioso, ofrecido tentadoramente por el diablo. Otra
explicación más sencilla: en tanto manifestación de Dios (teofanía), el Sol es lo
suficientemente taimado para conciliar ángeles con demonios, y Dios en la casa de todos.
“Ángeles diabólicos, / demonios angélicos, / sed de martirio, / círculo”: esto nos ha
anunciado ya el poeta en “Alma esdrújula” (pp. 78-79), con esa adjetivación paradójica que
en él confirma su concupiscencia por la cópula de opuestos en un mismo enunciado. Y es
que no puede pasar inadvertido el cierre de la obra: ¿Por qué termina con el Sol, reiterado
insistentemente (ocho veces en la 4ª edición de 1926, y tres en la Obra Poética –1992–)?
La respuesta parece obvia: el Sol es renovación, el ciclo de la vida, y la gozosa locura de
los años veinte hacía creer en una era de bienestar subsidiado por la máquina. Una era que
Cardoza telescopia desde el ojo mismo del huracán.
Cuando Cardoza nos habla del mundo invertido de Keemby, personaje central de la
obra, nos advierte que hay que leerlo con el auxilio de un espejo (p. 59), pues es sabido que
este instrumento corrige las imágenes vistas al revés. He aquí la primera idea adyacente al
espejo: inversión. El mundo de Keemby funciona al revés, y para entenderlo hay que
situarlo frente a un espejo. Nuevo País de las Maravillas, esta noción se verá reforzada por
un adjetivo: curvo. Espejos curvos son la pared donde se estrellan las “imágenes
encandiladas” del yo lírico, una vez ha sido éste despertado por Dios (p. 67). Y esa misma
curvatura impertinente del espejo hará del Creador una figura bufa cuando “está muy serio,
muy en sí mismo” (p. 68), hecho que, por otra parte, recuerda la visión esperpéntica de la
realidad según Valle-Inclán, en sus Luces de bohemia. Como habrá de recordarse, dos
personajes caricaturescamente degradados, don Latino de Hispalis y Max Estrella,
conversan en la escena duodécima sobre las taras del mundo46. Y en Maelstrom la vida es
absurda porque curvos son sus espejos, que será la consecución lógica de una idea que
venía cerniéndose ya en Luna Park47. Borges habría escrito que se trata de la estética
activa de los prismas, opuesta a la estética pasiva –por mimética- de los espejos.
Ahora bien: cuando, el poeta afirma que “ayer la luna se durmió en mi espejo” (p.
81), nos encontramos ante un auténtico caso de metalepsis, pues se trata de una metonimia
traída de muy atrás. Lo que el poeta pudo haber querido decir, según nuestra
interpretación, es que “la luna se durmió en sus ojos” (es decir, la contempló hasta quedar
dormido); donde ojos sería la sustancia de una cualidad -el reflejo-, que a su vez, resulta ser
la cualidad metonímica de la sustancia “espejo”. Y cuando en Maelstrom colisiona la
introspección de la vida improvisada del poeta (sus espejos) con su destino, surge esta
magnífica imagen de inspiración taurina: “He roto todos mis espejos banderilleando a la
Fatalidad” (p. 89). Pero antes ha confesado: “En el espejo mi sombra ha visto su sombra y
ha empezado a tener miedo.” (p. 74) ¿Miedo a reconocerse en una imagen grotesca? Es
posible. Toda verdad lleva en el fondo un dejo de dolor, y el espejo sería acaso un látigo.
46
“Max- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento.
[...]
Max- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.” (55: 106)
47
(En los curvos espejos
De la vida el gesto,
Mejor se ve porque se ve grotesco.), 14: 20, paréntesis en el original.
manifestación; el fluir de la vida. (...) El ‘retorno a los orígenes’, simbolizado por el fluir
del río aguas arriba, constituye el retorno al estado paradisíaco prístino o para encontrar la
iluminación.” (21: 154-155). El río, así las cuentas, aparecerá en Maelstrom desde el
primer capítulo. Ya desde entonces el poeta patentiza su deseo de no entusiasmarse
demasiado con el cúmulo de sensaciones de juventud en París (“Quiero que la aorta de mi
vida / no sangre ahora...”, p. 60), pero al mismo tiempo se desdice al reconocer que poco
tiempo “guardará virgen” ese deseo (Ibíd.); de aquí que confiese que no podrá alcanzar
nunca la unidad y densidad de un “Río Amazonas”. Otras veces, el río aparecerá como
sinónimo de mezcolanza, de convergencia de elementos dispares: “Hoy: un poco de
emoción, dos aspirinas, hemoptisis pequeña, perdí un par de guantes, compuse un poema.
Mi río de color naranja, confluencia de mi bilis y mi sangre, tuvo una desviación
lamentable” (p. 77).
Y quizá la más importante de las evocaciones del río es la que está en relación
directa con el tiempo: el río es el ahora, es este momento, pues corre sin posibilidad de
regreso. “Estoy sobre el presente como sobre un puente, / [...] / (En el fondo, ¿qué me
importa el río?)” (“Centavos de biografía”, p. 100). Aquí son evidentes dos aspectos: la
analogía que el poeta teje entre el río y el presente, de un lado, y de otro, la posición del
poeta con respecto de ese mismo presente: está por encima de él. Pero en el fondo, como
reconoce en esta prodigiosa síntesis que son los dos versos citados, al poeta no le importa el
presente (“el río”), porque le importa más vivirlo. Independientemente de la apoteosis que
del río haga Cardoza en sus Novelas de caballería, en Maelstrom la corriente será de
vendaval: una corriente que engolfará lo mismo soles que vértigos y hangares. La corriente
podrá será ondulante, pero no es imprecisa: tiene forma de torbellino, y he aquí la gran
metáfora de Maelstrom.
Inquietud ancestral,
Ebullición,
[...]
Exceso de vida en mi cuerpo endeble:
marmita de Papin, mi arte. (p. 64)
Tal idea de ebullición será rebasada por la noción de válvula de escape, de levedad
sólo alcanzada con la ejecución del arte: “Si yo no escribiera / -Marmita de Papin, mi arte-48
/ cometería formidables crímenes.” (“Centavos de biografía”, p. 101) En todo caso, ambos
sentidos –hervidero y catarsis- no son contradictorios sino complementarios. La
consecuencia lógica de la compresión será el descargo, y así Cardoza será el cirineo de su
propia cruz. Pudo ser poeta a pesar de sí mismo.
48
Verso suprimido en la edición de la Obra poética en 1992. Nos hemos basado, para este ejemplo, en la
versión de 1926.
químicamente puro, todo poema estará conformado por más de un tópico. Salvedad hecha,
hay en Maesltrom los siguientes:
a) Tópicos de persona
― La humilitas autorial:
No amar nada,
no pensar en nada:
¡haber sido un pelele afortunado!
Aterrizó en mi alma imaginación despótica
y no tuve otro camino que soñar. (“Alma esdrújula”, p. 78)
Capilla interior:
jazz-band tornándose acordeón,
el acordeón tórnase órgano,
órgano melodioso: corazón.
¡Pulmón glotón del acordeón
órgano niño
diciendo tanto
que asmatizó su musical respiración! (p. 78)
― Analogías náuticas:
Sirenas de los barcos. Soñaba estar en la cubierta de un barco sin rumbo, bateau
ivre, de un barco que acaso se perdiera. ¡Barcos! ¡Barcos! ¡Barcos!
Era un placer, desagrador de mi alma, ver partir los grandes cetáceos con las
proas vueltas hacia tierras que yo no conocía. Los cuentos de Las mil y una noches y
un Atlas formaron el agua regia que disolvió mi corazón. Prendía mis ojos a la estela
con que rayaban al mar. Jamás, tranquilamente, he podido ver jugar a los niños con sus
barquillos de vela en el estanque del Luxemburgo. (p. 76)
En las noches rubias, mi boardilla levando anclas navega bajo el cielo submarino.
Por el periscopio, trampa magistral, caen las estrellas, higos maduros, a dormir en mi
lecho, y así, desde mi cama, viajo y gozo maravillosamente como para enloquecer: pero
¡nunca a medias! (p. 81)
b) Tópicos de cosa
Mi corazón se ahoga
En un amor vago e infinito,
Poemas en irresoluta nebulosa. (“Centavos de biografía”, p. 99)
Pensé con esta esencia hacer una nueva Comedia humana. Después, naturalmente,
en vez de componerla, decidí estar en ella de “galán joven”. (p. 94)
2. Vanitas vanitátum, omnia vanitas (el mundo como hoguera de las vanidades, o
negación de él):
Hoy sólo sé que mi cuerpo es un racimo de placer (...). (“Epifanía de Mazda”, p. 65)
Muy niño aún, dejé dinero a los especialistas, y a pesar de mis máscaras, se me ve en el
rostro el mordisco que llevo en la entraña: sentimiento del Infinito, de la Eternidad.
Emociones tartamudas. ¡Nada es vanidad!, proclamo yo que, hasta cuando hago
castillos en el aire, me complazco en edificar góticos rascacielos de acero y de turrón.
(pp. 74-75).
Dado que las isotopías, para decirlo abreviadamente, son recurrencias semánticas
que vertebran el sentido del texto (§ II.6), nos aparcaremos únicamente en cuatro, a fin de
no agotar la cantera del estudio. Las líneas isotópicas que aquí señalaremos son éstas: las
recurrencias pictóricas, la teatralidad, los elementos circenses y las correspondencias
cinematográficas.
Y sí, la pintura... De las bellas artes, salvedad hecha de las letras como es obvio, es
la pintura la que ocupa el palco de honor en la escena cardociana. Cardoza mantendrá con
la pintura una relación borrascosa: no se olvide que, por los juicios que Cardoza expresa
sobre el arte mexicano en La nube y el reloj, Diego Rivera exige infructuosamente la
expulsión del poeta del suelo azteca. Si los poetas simbolistas se interesaron por la pintura
de su tiempo (en especial, la de tendencia romántica), y si Baudelaire tuvo especial
predilección por el pincel de Delacroix, Cardoza no será nunca ajeno al fenómeno49. Desde
Luna Park hay interés por el arte del color: la edición príncipe del poemario lucía en la
49
En un primer momento parisino, Picasso será el paradigma al que Cardoza vuelve la vista. En México, los
ojos se dirigirán hacia el Orozco de caballete, no tanto al muralista. “Delacroix fue para Baudelaire –dice
Roberto Díaz Castillo- lo que José Clemente Orozco para Cardoza y Aragón.” (22: 83). Muy conocida es ya,
por otra parte, aquella máxima cardociana donde este pintor sale invicto: “Los tres grandes son dos: Orozco.”
portada una ilustración expresa de Toño Salazar, artista salvadoreño bastante conocido por
entonces50. Por su parte, Maelstrom está atravesado por líneas isotópicas que tienen que
ver abiertamente con el campo de la pintura. “Pompierlandia” es el ejemplo más
ostensible: la Naturaleza allí se civiliza por obra y gracia de un cuadro de Picasso, en el
marco de un episodio eminentemente surrealista. El Senado pompierlandés discute los
múltiples proyectos de bandera presentados por la comisión de pintores:
Banderas impresionistas. Banderas puntillistas, etcétera. Banderas con crepúsculos
domesticados y auroras terribles, mansas como vacas lecheras. Keemby, compadecido,
sacó de su valija una tela de Picasso y la mostró al senado. [...] La bandera de
Pompierlandia: un naipe, una guitarra, una botella, un arlequín y algunos objetos aún no
bautizados. (pp. 61-62)
El caso es que el estrambótico lienzo logró rejuvenecer aquel lugar tiranizado por la
Naturaleza, de la cual el arte saldrá vencedor porque no la imitará más al haberse invertido
los papeles. La Naturaleza será ahora quien querrá copiar la realidad del arte. Paisaje
mismo, por ejemplo, no verá en «Madame la Nature» a una madre sino a una madrastra, y
sólo dejará seducirse por «Mademoiselle la Peinture» (una fotografía, no ya digamos un
cinematógrafo, pueden asesinarlo: la fobia de Paisaje por la tecnología es comprensible). Y
después de la disparatada persecución y captura de Paisaje por parte de la gendarmería
francesa (parodia de la novela policial), gracias a haberle puesto un marco, dos argollas y
un vidrio, terminará por curarse en el Louvre (p. 87). En cuanto a Keemby, no se olvide, es
un “hombre de papel secante” cuyo mundo es una pintura fresca en virtud de su particular
capilaridad51 (p. 59). Por lo demás, todo parece indicar que el cuadro de Picasso que
Keemby presenta ante el Senado pompierlandés podría muy bien corresponder, por sus
características, al “Período rosa” (1905-1907), cuando el artista malagueño se especializó
en pintar acróbatas y arlequines. En uno de los cuadros más célebres de este período, La
familia de saltimbanquis (1905), la figura central de las cinco presentadas es nada menos
que Guillaume Apollinaire, gran amigo del pintor, con un bufonesco sombrero de
cascabeles. Y si Picasso fue capaz de llevar lúdicamente al lienzo la figura de un poeta,
50
En Las noches en el Palacio de la Nunciatura, Rafael Arévalo Martínez lo nombrará Toño Morazán para
despistar. Según Arévalo –y todo parece indicar que así fue-, Toño Salazar convivió una temporada con
Porfirio Barba-Jacob en el Palacio de la Nunciatura, sobre la calle Bucareli en el D.F. mexicano, hacia 1922.
51
“Propiedad de atraer un cuerpo sólido y hacer subir por sus paredes, hasta cierto límite, el líquido que las
moja, como el agua, y de repeler y formar en su rededor un hueco o vacío con el líquido que no las moja,
como el mercurio.” (49: 399).
Cardoza llevó ocurrentemente al papel las figuras de no pocos pintores. En el discurso de
Maelstrom se dan las manos Marie Laurencin, Paul Morand, Douannier Rousseau, Max
Jacob, Marc Chagall y el ubicuo Pablo Picasso.
52
La historia es ésta: “–Pasado algún tiempo –continuó [el Mago de] Oz–, me cansé y me hice ascensionista.
–¿Qué es eso? –le preguntó Dorothy. –Un hombre que sube en globo en días de circo para atraer a la multitud
y de ese modo conseguir que vayan al circo –explicó. –Ya sé –dijo ella. –Bien. Un día ascendí en globo y
las sogas se rompieron; de modo que no podía descender. El globo subió por encima de las nubes, tan alto
que una corriente de aire lo arrastró y lo llevó muy lejos, muy lejos. Durante un día y una noche viajé por el
aire, y a la mañana del segundo día me desperté y vi que el globo flotaba sobre un extraño y hermoso país.
Descendió gradualmente y no me lastimé lo más mínimo. Pero me encontré en medio de una gente extraña
que, al verme venir de las nubes, pensó que yo era un Gran Mago. Naturalmente, les dejé que lo creyeran,
pues tenían miedo y prometieron hacer todo lo que yo quisiera.” (8: 170)
aeroplano53, póngase Pompierlandia en lugar de Oz, y se tendrá un caso muy interesante de
intertextualidad. A Keemby no lo coronan, pero sí lo llevan bajo palio y se le nombra
caballero de todas las órdenes. El Keemby cardociano repite en Maelstrom, veintiséis años
después, la hazaña que inmortalizara a El Maravilloso Mago de Oz de L. Frank Baum. La
teatralidad intrínseca de ambos personajes es, por lo demás, evidente.
Pero la isotopía de la teatralidad no podía estar completa sin la mención del tan
insistente Arlequín: personaje fronterizo entre lo teatral y lo circense. ¿A qué nos remite
Arlequín, sino a la antigua Commedia dell’arte italiana? Este tipo de fenómeno escénico,
también llamado Commedia all’improviso, vio la luz en la Padua renacentista, más o menos
a partir de 1550. Los histriones que actuaban, lo hacían improvisando sobre la base de un
argumento vago (de los que se llegaron a contar más de ochocientos) en las plazas públicas,
donde pasaban el sombrero. Hay que recordar que “los actores de la commedia dell’arte
fueron los primeros actores profesionales. Vivían de su trabajo y, además, solían
representar durante toda su vida un solo personaje: un actor encarnaba siempre a Arlequín;
otro, siempre a Pantalone; una actriz siempre era Colombina, otra era siempre Rosaura. [...]
Pirandello o Unamuno se habrían preguntado ya entonces quién era más real: si el actor o el
personaje.” (44: 31)
53
Antoine de Saint-Exupéry escribiría algo parecido en El Principito (1943), con algunas variantes: un piloto
al que se le avería el aeroplano, se estrella en el desierto, donde conoce al entrañable personaje que ya todos
conocemos.
romboidales; acaba siempre por ser aporreado). Valga indicar que el influjo de la
commedia dell’arte extendió su hipnosis hasta entrado el siglo XVIII, y todavía Jacinto
Benavente (Premio Nobel en 1922) saca provecho de los personajes de esta manifestación
teatral para escribir Los intereses creados.
En Maelstrom, sin embargo, Arlequín “es una persona muy seria” (p. 103). De
entrada se le despoja de su condición de personaje y se le entiende como persona, en una
sospechosa concesión de Cardoza, por lo demás sarcástica. Sospechosa, sí, puesto que no
es gratuito un cambio de estatuto: si en “El autor empieza a suprimir personajes inútiles” se
puede crear una relación de identidad entre Keemby y el yo lírico, esa propiedad se
comunica por traslación al arlequín, de donde éste también sería un personaje inútil, no una
persona.
Mi risa es triste.
Desnudo mi cuerpo
no proyecta sombra:
arlequín loco soy,
mi corazón,
rombo interior,
danza en mi pecho,
peonza. (p. 64)
El circo y sus elementos ofrecen el basamento para delinear otra marca isotópica.
Habrá que empezar por decir que lo primero que resalta en Maelstrom es su adjetivación
antitética. En el caso particular de Keemby, se trata de un personaje trágico y funámbulo,
es decir que el teatro y el circo moran por igual en su espíritu. Y esta idea halla su mejor
cauce en la “Natividad de Nuestro Señor el Clown”, donde el carnaval y el espectáculo se
hacen patentes con la eterna desdicha del payaso. ¿Quién puede interrogarse, sino el
payaso, pontífice del circo, sobre cuál es el derecho y cuál es el revés de la realidad? Una
cosa es certera: ignoramos la identidad del yo lírico en este capítulo. No sabemos si se trata
de Keemby, de un clown, o del primero convertido en lo segundo. (Asnos, clowns de los
caballos, sostiene el poeta, p. 71). En todo caso, quien enuncia, maneja un hondo sentido
de la cualidad de lo circense: tiene el alma en un trapecio (p. 67) y recibe puntapiés por
parte del gran cirquero, que es Dios. El tópico en este caso ya no será el mundo como
teatro, sino el mundo como circo. (El mundo como Luna Park, habría dicho Cardoza dos
años antes). Y así, si el mundo es un circo, el hombre es un clown que corre y hace piruetas
y acrobacias en la gran pista universal.
Una ingeniosa variante de esta isotopía circense será englobada por la analogía entre
el circo –como lugar de lo grotesco- y el Museo Dupuytren, “el más bello museo del
mundo” (pp. 96-97). La analogía no tendría nada de especial de no ser por un detalle: el
Museo Dupuytren es el museo de las patologías más diversas. Es casi una pinacoteca del
horror. No hay allí pinturas célebres o esculturas prodigiosas, sino fetos de niños bicéfalos,
pollos con tres patas y demás fenomenología descarriada. Es una especie de corte de los
milagros fundada en París, sobre el antiguo convento de los franciscanos, en honor a
Guillaume Dupuytren (1777-1805), cirujano de Luis XVIII y Carlos X, a quienes la ciencia
médica reconoce como los fundadores de la patología moderna. Sólo entonces cobra
sentido este fabuloso derroche de humor negro:
El más bello museo del mundo es el Museo Dupuytren. Museo de lo grotesco, del
hombre, lleno de Biblia y de Cantos de Maldoror. Barraca de feria. Álbum de
anormalidades. Sorprendente bodega del alma. Síntesis de la Naturaleza. Monstruos
divinos. Espinas dorsales en eses terribles donde Dios descarriló su humorismo. Fetos
caras de Buda. Flora de lepras y chancros. ¡Cómo huele a humanidad! Alegrías y
angustias hiperestésicas ¡y tan sin retórica! Se siente uno estar acompañado
(maravillosamente) en una fiesta (maravillosa) de la trinidad del tiempo: fiesta
póstuma, presente y futura. Un feto frente a un esqueleto comentan la fiesta. El feto,
grave, compungido, meditabundo. A sus preguntas el esqueleto responde con su risa.
Y yo me adelanto a estrecharle la mano. Él es el portero del museo más bello del
mundo. Este museo no debe visitarse vestido de negro. Es necesario un traje
entusiasta. De preferencia en carnaval. (pp. 96-97).
Pero con el circo, en su sentido propio, el poeta se muestra especialmente munífico
en elogios: en palabras del poeta, el circo es un “milagro cotidiano” y un “quinto elemento
creado por el hombre para terminar los otros cuatro” (p. 89). En tal espectáculo, afirma el
autor que “el Arte es perfectamente inútil: por eso lo cultivo” (Ibíd.), postura que, por lo
demás, está en perfecta consonancia con el sentir de las artes –y especialmente, el de la
poesía- a partir del manifiesto del movimiento parnasiano, representado por Charles
Baudelaire, Leconte de Lisle y Théophile Gautier, poco después del Segundo Imperio,
cuando a la Academia Francesa le dio por no comprometerse de lleno con las cuitas del
burgués.
54
En 1925, Gedeón aparecía en Venezuela, en las líneas de “Granizada”, el cuasi-manifiesto de José Antonio
Ramos Sucre. (58: 171).
55
Aunque Cardoza no acentúe gráficamente el nombre (“Ubu”, sin tilde, figurará en Maelstrom), para efectos
de este análisis se optará por la forma “Ubú” por apegarse más a la fonética original, y porque así aparece en
las traducciones de José-Benito Alique. Cf. Alfred Jarry. Gestas, seguido de paralipómenos de Ubú.
(Palma de Mallorca: Torre de viento, 1999).
Por último, las recurrencias cinematográficas forman otro surco isotópico de
importancia para comprender el sentido global de Maelstrom. Jean Epstein (1897-1953),
cineasta polaco a quien Cardoza alude una vez en la obra, afirmó que el cine es el más
potente medio de poesía, el más real medio de lo irreal, y que la imagen cinematográfica
era un caligrama donde el significado estaba ligado a la forma. Y es que, como afirmó
Louis Aragon en 1922, “La idea que tuvo del mundo una generación completa, se formó en
el cine” (51: 141), criterio que es compartido y ampliado por J. Boccanera:
Para los poetas vanguardistas, el séptimo arte es un excitante, un fenómeno que los
imanta: se escriben poemas sobre el tema, los textos se pueblan de personajes
populares, se escriben artículos e incluso guiones; pero lo más importante es la
aparición de una imagen cinética y la manera de compaginarla que tiene que ver con el
collage, el fotomontaje, los dibujos automáticos de los dadaístas y el simultaneísmo. (9:
87).
¿De qué otro modo puede interpretarse el que ya, desde el propio subtítulo,
Maelstrom acuse un gusto por el cine? Los films telescopiados dan cuenta de la
nomenclatura de la época. Y, ¿no asesina a Keemby, acaso, un villano umbroso y cruel que
salta directamente de la pantalla para apuñalarlo? El muy macarra tenía la intención de
asesinar a la siempre intrépida Pearl White (1889-1969)56, a quien había ya atado para tal
propósito, pero el rufián acaba cebándose en el joven Keemby. R.I.P. (p. 57). –“Todo
aprendizaje hay que hacerlo en la sombra de los crímenes”, dirá Gómez de la Serna en un
prólogo entre rocambolesco y circunspecto (p. 51)-. Y también en esta órbita de imágenes
en movimiento, tenemos todavía presente la imagen del Sol como moneda que hace
funcionar el cinematógrafo de la noche. Y no deja de ser divertido, por inesperado, el
episodio en que a Paisaje quiere violarlo, muy despacio por medio de un aparato de ralenti,
un negro sádico que resulta ser Don Cine (p. 85). La analogía, por supuesto, descansa en la
falta de color en las cintas de la época, lo cual vulneraba la naturaleza misma de cualquier
panorama. Y si “en un Luna Park el Creador filma la vida” (14: 37), en Maelstrom la
Creación será una película grotesca proyectada sobre la enorme estepa polar (p. 72), y Jesús
llegará a la proyección con quince minutos de retraso en franca actitud de prima donna.
56
Quizá la más famosa de las divas del cine mudo, célebre por su serie de cortos Las peripecias de Paulina.
Fue admirada lo mismo por Nicolás II de Rusia que por Jean Cocteau. Para 1924 ya contaba en su
filmografía más de doscientos títulos, entre cortos y largometrajes.
Todo cinéfilo de casta hallará en Maelstrom una iconografía enteramente conocida:
el invicto Buster Keaton, la exuberante Josephine Baker57, Gloria Swanson (que es “la
mejor gloria”, p. 74), Raquel Meller58, Jean Epstein y, cómo no, Charles Chaplin. A
Chaplin lo amó la Vanguardia entera porque el tipo del perfecto clochard por él encarnado,
era “angular, representativo y democrático”, como escribieron los estridentistas en enero de
1923 (cf. el “Manifiesto Estridentista”, 58: 91). Y hay que resaltar que en Maelstrom,
como es costumbre, el autor no hace distingos entre la persona, Chaplin, y el personaje,
Charlot. Desfilan ambos indistintamente por las páginas ciclónicas del libro, en una suerte
de desdoblamiento premeditado. Pero lo importante de ese genio del humor era que, con su
vagarosidad y su simpleza, siempre con una agudeza bajo la manga, se convirtió en la
antítesis del burgués, quien era el eterno enemigo de todo vanguardista. Vicente Huidobro
dio un paso más allá: analogó a los poetas con los vagabundos (seguidores de Charlot y
Don Quijote) en esta singular relación: “[Los Poetas] –dijo- Se habían transformado en
exploradores y buscaban cristales en las gargantas de los ruiseñores. He aquí por qué Poeta
equivale a Vagabundo sin oficio activo, y Vagabundo equivale a Poeta sin oficio pasivo.”
(Cf. el “Manifiesto tal vez”, 58: 215).
Más abarcadores que los poemas, en Maelstrom, sólo los cinco capítulos que los
engloban. Por ello se optará por penetrar en la idea central (o tema) de cada una de las
cinco grandes divisiones de la obra. Y si dudas quedaran en relación con el empeño
iconoclasta de un libro como Maelstrom, en este apartado estará el empalme de todo
aquello que hemos venido demostrando: símbolos, tópicos e isotopías que, con su
persistencia, han determinado el núcleo de este análisis, que es la irreverencia. Ahora bien,
quede claro que solamente ofreceremos una de muchas lecturas posibles a estos capítulos o
secuencias, mas no la única. La que presentamos es aquella en virtud de la cual cada
capítulo de Maelstrom se habría propuesto derrumbar, uno por uno, los más ostensibles
valores culturales que Occidente ha abrazado a lo largo de su historia. Ni santo parado ni
títere con cabeza... Tal parece ser la consigna que el autor ha seguido mientras componía
su rareza. He aquí, nada más, un intento de iterpretar la ideología de Maelstrom.
a) Idea central en “El autor empieza a suprimir personajes inútiles”: LA NEGACIÓN DEL
CONCEPTO TRADICIONAL DEL HÉROE LITERARIO. Ironía desde el propio título, este
capitulillo inicia donde la lógica indica que debiera terminar, es decir, en la muerte del
personaje principal: Keemby, en este caso. Y es que la ironía estriba no tanto en el
anticipado fin del protagonista cuanto en el trato que a éste otorga su propio autor al
proclamarlo, con el mayor desenfado, “personaje inútil” desde un principio. Un personaje
inútil, valga decir, que no sólo es, mediante el recuento de sus aventuras, el hilo de Ariadna
en el laberinto libro, sino que además es el pretexto para dar remate a la obra. Así, pues,
queda negado el concepto que la tradición había estatuido como el molde de un héroe
literario. Y en cuanto al lector, sólo puede causarle sorpresa el intempestivo inicio de la
obra, que no hace sino proclamar que el delirio inicia y el caos se entroniza:
¡Pobre Keemby! Tenía la cara de quien va a morir muy joven y así fue. Una noche,
estando en la primera fila de un cinematógrafo, absorto en un film de aventuras, cuando
el bandido saltaba para apuñalar a Pearl White, atada y desvanecida, la sombra salió del
lienzo y asesinó a Keemby. R.I.P. (p. 57)
Y es que Keemby, el héroe que no es héroe, irrumpe en aquel país que no es país
justo en el momento en que el Senado discute sobre la creación del emblema nacional,
como ya se ha señalado anteriormente (§ 4.1.3.). Es aquí donde se colige el desprecio del
autor por las instituciones de gobierno: burocracias decorativas y onerosas, sin más oficio
que discutir tautologías:
Era una discusión interminable la creación del emblema. En el Senado habían [sic] los
azules, los rojos, los negros, etc., etc. Discursos y discursos cortados a menudo con la
tragedia ultrasintética de Cambronne 60, gran precursor teatral. (p. 61)
De nueva cuenta, Cardoza juega con la idea de lo inútil que a un pueblo le resulta
ostentar una bandera. Da igual tenerla o no tenerla, y si se tiene, es absolutamente
59
Pompier fue un término también empleado por el cubano Jorge Mañach, hacia 1927, para oponer de un
lado a los vanguardias y de otro a los académicos y pompiers, en una dicotomía muy de aquella época. (58:
130).
60
Pierre Cambronne (1770-1842), general francés herido en Waterloo mientras comandaba las tropas de infantería. Su
nombre quedó –en la cultura francesa- ligado a la palabra que, al parecer, dio como respuesta ante la conminación de
rendirse: “¡Mierda!”. (Cfr. 34: 1 556.)
irrelevante su simbología cívica, según se deduce de este episodio bufo del que Keemby
sale parado, casi, con los mismos honores de un prócer nacional:
61
En “Non serviam”, famosa conferencia pronunciada por Huidobro en 1914, ante sus compatriotas en
Santiago, se narra la historia de un poeta que, a punto de ser fulminado por la Naturaleza –así reaccionaba ésta
frente a la rebeldía de aquel hijo-, le dice cínicamente a la Madre: “Eres una viejecita encantadora.” (58: 203).
Sólo en este contexto puede entenderse que el lienzo cubista que Keemby presentó
ante el Senado pompierlandés haya causado tal revuelo y tal metamorfosis en la tosca vida
del extraño país aquél: “El cuadro de Picasso voronoffizó62 aquel pueblo eunuco. El modo
de vestirse cambió. Las costumbres cambiaron. [...] Disminuía, visiblemente, el rencor
que guarda la Naturaleza por el arte. Las nubes trataban de colocarse de manera semejante
a sus compañeras de cuadros, etc., etc.” (p. 62). Y no es para menos. La Vanguardia
pretendía justamente eso: poner de cabeza la coherencia lógica de la realidad, estremecer,
sacudir, no dejar a nadie indiferente. Lo dice, muy a propósito, don Ramón Gómez de la
Serna en las dos primeras líneas del prólogo de este libro: “Todo lo que sea desollar el
mundo, revolverle, mostrarle tumefacto para despertar su verdadera idea, me parece muy
bien.” (p. 51). Queda menos oscura, entonces, la concepción cardociana del arte como
transformador de la sociedad; una actitud, huelga decirlo, legítimamente vanguardista.
62
Serge VORONOFF (1866-1951), médico francés de origen ruso, llevó a cabo notables experimentos de
rejuvenecimiento artificial en el ser humano al injertarle glándulas genitales de mono. (Cfr. 23: V, s.p.). Es evidente la
analogía de Cardoza entre los ensayos de Voronoff y el “rejuvenecimiento” que experimentaron los pompierlandeses
después de tener frente a sí la obra de Picasso.
63
Actitud que, por lo demás, se adelanta en mucho al estreno del Jesucristo Superestrella que consagró en
Broadway a Andrew Lloyd Webber.
reyes de la baraja) y Don Quijote; ilustres personajes que rinden tributo al Niño Clown,
rodeados de cebras, jirafas y arlequines donde el Evangelio sitúa ángeles, ovejas y pastores.
64
«Le clown est un monsieur qui reçoit des coups de pie [sic] au cul.», en el original en francés citado por Cardoza.
Con todo, la irreverencia religiosa que muestra el autor de Maelstrom no se limita al
dominio judeocristiano. Será el propio Keemby quien declare luego, con todo desparpajo:
“Ayer quebré mi Buda. Compré hoy un fetiche de la Isla de Java que ya he ofrecido a un
amigo65” (p. 76). Y como remate de esta sátira mordaz de las nociones religiosas, el poema
“Alma esdrújula”, mismo con que cierra el capítulo, concluye con unos versos donde se
evidencia que el autor otorga el mismo status al Dios del cristianismo que a los dioses
paganos: “Y por matar el tiempo, / vestido de arlequín, / yo me entretengo / jugando con
las barbas de los dioses.” (p. 79) Nada más sugestivo, nada menos retador. Cardoza, el
heresiarca, ha demostrado que de lo hierático a lo herético hay un solo paso: la bufonada
iconoclasta.
Es decir que ante los ojos de don Ramón Gómez de la Serna, muy a pesar de su
apertura vanguardista, resultaba una suerte de “mal gusto” que un texto se prestase a
interpretaciones erróneas en materia sexual. Pues bien, ¿no será que no existía tal
65
Compárese con estos versos cubistas del poema “Zone” de Apollinaire:
“Tu marches vers Auteuil tu veux aller chez toi à pied (Caminas hacia Auteuil quieres ir a casa a pie
Dormir parmi tes fétiches d’Océanie et de Guinée Dormir entre tus fetiches de Oceanía y Guinea
Ils sont des Christ d’une autre forme et d’une autre croyence” Son Cristos de otra forma y de otra creencia)
equívoco, que no había que salvar “de lo suspecto” al arte nuevo, y que la intención de
Cardoza desde un principio fue la de inventar un personaje abiertamente andrógino con la
intención de transgredir y provocar? No es, en absoluto, descabellado el inclinarse por esta
hipótesis. Basta con pasar revista a lo que entonces y antes ocurría al amparo de la cresta
intelectual europea, según se verá a continuación:
En 1907 sale a luz una edición clandestina de una novela que, escozores de por
medio, la crítica no dudó en calificar como “Más fuerte que el marqués de Sade”, al tiempo
de conceder que “Ese volumen ha gustado por su novedad, por su impagable fantasía, por
su apenas creíble audacia. Deja a gran distancia las obras más terribles del divino marqués.
Pero el autor ha sabido mezclar lo encantador con lo espantoso.” (4: 14) No era para
menos: Guillaume Apollinaire, su autor, llegaba demasiado lejos para esos tiempos de
moralina a flor de boca. La obra ostentaba el nada eufemístico nombre de Las once mil
vergas, y en ella no eran precisamente escasas las escenas de coprofagia, necrofilia,
bestialismo y, cómo no, homosexualidad (tanto masculina –sodomía-, como femenina
–safismo-). Su protagonista, el príncipe Mony de Vibescu, no hacía distingos a la hora de
conseguir placer carnal entre ambos sexos, hecho que convirtió a Las once mil vergas en
una obra de culto de la literatura inmoralista “clandestina”, redescubierta y ensalzada por el
Surrealismo de los años treinta. En cualquier caso, el revés estaba dado, y con guante de
plomo.
66
Cfr. Hans Mayer. Historia maldita de la literatura. La mujer, el homosexual, el judío. (3ª. ed. esp. Madrid: Grupo
Santillana, 1999. Trad. Juan de Churruca).
conservadora en lo moral. Y es que el Paisaje que Cardoza concibe no tolera equívocos,
por más simbolismos que se le quiera otorgar. Keemby toma la palabra:
Una tarde en que por casualidad me encontraba en la terraza del Café de la Rotonde
el chasseur entregome un papelito diciendo:
-Me lo ha dado un joven muy raro que acaba de marcharse. Un joven muy raro -
repitió guiñando un ojo, como dando a comprender que se trataba de un invertido. (pp.
84-85)
67
En Las noches en el Palacio de la Nunciatura, 1927, Rafael Arévalo Martínez también aborda el tema de
la homosexualidad en las figuras de Meruenda y El Señor de Aretal. Esto, dentro de la estética de lo grotesco
en una prosa todavía modernista.
Cuando se habla de Maelstrom (films telescopiados) en manera alguna se habla de
una obra sencilla. Opúsculo de la Vanguardia más radical... Quizá. Pero habrá que matizar
ese quizá: implicaría más Vanguardia que opúsculo, y más calidad que radicalidad. Y es
que la obra es en sí misma un desafío. Se trata de la apología del delirio, de la coronación
del absurdo. Es la negación de la narrativa y la afirmación de lo estrambótico. ¿Puede
llamarse de otra manera a esa amalgama tan insolente entre prosa y poesía? Difícilmente.
Y difícilmente porque ése, para intentar ser precisos de acuerdo con todo lo ya expuesto, es
el tema de la obra: La negación de lo establecido. La contracorriente. La desacralización.
La lucha festiva contra el establishment. La carcajada frontal ante lo circunspecto y el
bofetón a lo solemne. A este Cardoza, totalmente vanguardista, le divierte ir contra lo que
la mayoría afirma, y por eso lo niega.
5.2. El torbellino:
La estructura textual
Según López Casanova (vía Luján Atienza, 38:105-111), los ejes que forman el
léxico de una lengua determinarán también el tono de un texto. Los más notorios de los
ejes lingüísticos que contribuyen en Maelstrom a determinar sus patemas, son éstos:
68
El mismo año de publilcación de Maelstrom (1926), José Carlos Mariátegui utilizaba en Perú el sustantivo
clownismo para definir el credo de Dadá (58: 185), y cuatro años más tarde, César Vallejo aplica el adjetivo
clownesco en su valoración de los surrealistas (Ibíd., p. 199).
69
Forma escrita por Huidobro en su “Manifiesto tal vez”, 1924. (Cf. Verani, p. 215).
70
Para mayor información, consúltese el Corpus Diacrónico del Español (CORDE), en el portal de la Real
Academia Española en Internet: <http://www.rae.es>
71
Tal parece que habrá que esperar bastante. Comprensible, por lo demás, tomando en cuenta que en la 22ª
edición del DRAE –2001–, todavía se sigue conservando como primera acepción del modernismo a la que
figuraba en 1899: “m. Afición excesiva á las cosas modernas con menosprecio de las antiguas,
especialmente en artes y literatura.”
preludio. Abundan voces de la casta de maelstrómica, lunapárkico, eiffélica, voronoffizó,
capilarizada, asmatizó, ultrasintética o Pompierlandia, extraídas todas de un ingenio
característico de la sacudida intelectual que supusieron los años veinte.
Quede en claro un asunto: el Cardoza que escribe Maelstrom, aunque cuenta apenas
veinticuatro años, muestra un envidiable dominio del idioma, algo de lo que muy pocos
pueden jactarse a una edad tan fresca. No se trata de un escritor improvisado, sino de un
autor que fecunda en un maravilloso experimento con la lengua, y de estas felices nupcias,
funde lo mejor de la flexibilidad sensualista de un Gómez Carrillo, por ejemplo, con el afán
lúdico de sus contemporáneos franceses de los locos años veinte.
72
En beneficio de la prosodia, seguimos el consejo de la Academia (cf. Ortografía de la lengua española,
Madrid, Espasa, 1999, p. 52), y preferimos no tildar a propósito estas formas enclíticas como Cardoza lo hizo.
Se trata de palabras llanas acabadas en vocal, cuyo acento ortográfico es innecesario.
pues, resulta más semejante al de un dandi bohemio y sibarita que al de un emigrado y
contemplativo centroamericano.
...Sobre los hombros aparecieron las yemas de alas futuras. Los cerebros se
acomodaron mejor, ordenándose las circunvoluciones, como los cigarrillos en su caja.
Los intestinos, plegados en zig-zag, formaron un acordeón. Las almas se coagulaban en
polígonos. Agonizaba la esfera en la agonía de la línea curva y el planeta era un gran
dado bailando. Refinamiento del paisaje, las estaciones tomaban aristas. (p. 62)
Noches claras de los trópicos. El cielo, un inmenso acuario. Las estrellas, peces de
colores. Una medusa, la luna. Yo he oído la corriente de la Vía Láctea en las noches
cuando está crecida y se sale de madre. De tiempo en tiempo, arde un cometa, inmensa
bengala. Nubes, colonias de algas. (p. 75)
En las noches rubias, mi boardilla levando anclas navega bajo el cielo submarino.
Por el periscopio, trampa magistral, caen las estrellas, higos maduros, a dormir en mi
lecho, y así , desde mi cama, viajo y gozo maravillosamente como para enloquecer:
pero ¡nunca a medias! Ayer la luna se durmió en mi espejo. Muy tarde en la mañana,
rodeada de estrellas, se fue volando por el ojo de mi cuarto. Hoy... hoy... hoy, dormí
teniendo entre mis brazos a un paisaje. ¡Y le amé mejor que a una mujer! El Paisaje es
como tú, Mazda: piernas rasgadas hasta los hombros, sin senos y con una sonrisa que le
chorrea por todo el cuerpo formando estalactitas de miel y de resina. Mis párpados
amanecieron azules, azules, azules. (p. 81)
Se siente tanto al pasado que yo iba alerta por la Vía Apia, esperando que, tras un
sepulcro, me saliese el Tiempo, ese viejo de guadaña, de la clepsidra y de la barba hasta
los pies. ¡Cómo me habría gustado acribillarle a tiros! (p. 95)
Pocos perdonaron a Keemby –audaz madrugador- que en plena plaza pública y a las
dos de la tarde, haya puesto su revólver junto a la nariz de la Belleza, gritándole:
«¡Manos en alto!», para apoderarse de un collar de perlas al mismo tiempo que
decapitaba sus senos con enormes besos. (p. 103)
No abordaremos aquí los otros tropos restantes, la metonimia y la sinécdoque, en
tanto forman parte de las intrincadas construcciones metafóricas.
Por lo demás, ya fuera del plano de los tropos y dentro del de las figuras de
pensamiento propiamente, descuellan en Maelstrom la alusión (figura por sustitución que
atañe al significado) y la hipérbole, con un virtuosismo que pasma. “¡Siéntome tan varonil
que podría teñir de negro las celestes ojeras de un millón de vírgenes!” (p. 77), confiesa el
poeta exultante, en un arrebato exagerado de virilidad. Un caso curioso este ejemplo,
donde el matrimonio entre alusión e hipérbole pasa por la vicaría de estas líneas: “Yo sé,
hace mucho tiempo, qué es más fácil: llenar el Tonel de las Danaides que un zapato73 de
Chaplin.” (p. 103) La alusión corresponde a las cincuenta hijas de Dánao a quienes, por dar
muerte a sus esposos, Zeus condenó a llenar con agua un tonel sin fondo, en las
profundidades del Tártaro (cf. 5: 45), y la hipérbole es evidente con respecto a la
afirmación de llenar más fácilmente este tonel que las chinelas de Charlot, sean del tamaño
que fueren.
73
No zapato, sino “zapatote”, es la palabra que aparece en la edición de 1926.
y coordinadas, como en este caso: “Keemby cambiaba vertiginosamente y le sucedió en la
vida lo que al Disco de Newton: vivió en blanco, inédito, y murió virgen (a pesar de todo)
por exceso de pecado. Si se le hubiese puesto en la tela escocesa del camaleón del Potomak
no lo habría muerto.” (p. 57) Se trata de una sintaxis, en este caso, más cerebral, dado su
buscado equilibrio entre coordinaciones y yuxtaposiciones, al que contribuye la
adjetivación reiterativa y el uso variado de los tiempos y modos verbales (hay un
imperfecto, tres pretéritos perfectos simples, un condicional, y un pasado de subjuntivo).
Este es el tipo de sintaxis que privará a lo largo de todo el texto, incluso en las partes en
verso.
Por lo demás, nos parece poco provechoso el estudio de las figuras sintácticas (así
llamado por Luján Atienza el conjunto formado de hipóforas, epíforas, epanadiplosis,
retruécanos, polisíndetos, políptotos, hipérbatos, oxímoros, elipsis, hipálages, etc.), cuya
demostración quedará en el tintero pues no aportaría demasiado a la idea central de este
análisis74. Sin descrédito de las figuras sintácticas, hay otros fenómenos en Maelstrom
cuyo hallazgo parece más conveniente compartir para los efectos propuestos al principio.
Sobre toda enumeración caótica en Maelstrom pesa un afán más fuerte: el afán de
hacer música. O, al menos, una palpable orquestación de sonidos vecinos. Léanse con el
detenimiento y la entonación correctos las próximas líneas, y entonces se comprenderá a
qué nos referimos:
74
Para ahondar en las figuras de Maelstrom, véase 54: 79-82.
Es evidente la armonía entre las vocales fuertes (/e/, /a/, /o/), que generalmente
recibirán los acentos internos (con la sola excepción, tal vez, de “pico” y “pelícano”, donde
el acento recaerá sobre una vocal débil, pero también más aguda, y por ello, más distintiva),
con abrumadora insistencia en las palabras llanas. Todo ello coligado a la preferencia por
las aliteraciones en las oclusivas /p/, /t/ y /k/ y una ligera preeminencia de palabras
trisílabas, sin olvidar las sinalefas, hacen del textillo una muestra de lo que puede hacer un
poeta cuando se decide a narrar. Quiere armar una historia, y termina interpretando un
pentagrama consonántico. Funciona el oído lírico con muy buen tino. Todo Maelstrom
está escrito con el oficio de quien oye.
Sol, = 1+1 = 2
in ge nuoy ro jo, = 5
glo boes ca pa do de las ma nos deun ni ñoen el Jar dín de Lu xem bur go. = 20
(“Médaille”, p. 92)
Ahora bien, hace falta indicar que la estrofa, cuando la hay, no obedece a ningún
precepto consagrado por la tradición. En un mismo poema es posible encontrar estrofas de
uno y cuatro versos (“Pile” en “Remolino último”), o incluso estrofas de veintiún versos,
como la número 9 del poema “Centavos de biografía” (Ibíd.), sin que por ello sacrifique sus
valores fónicos o la fluidez del ritmo, gracias a los encabalgamientos brutales o falta
absoluta de ellos.
Luján Atienza aclara que aunque el poema “nace como una entidad
fundamentalmente sonora, la imprenta introduce la posibilidad de jugar también con sus
capacidades pictóricas”, y agrega que “La misma tipografía propia del verso, con renglones
que no llegan a cubrir todo el ancho de la página, es una indicación para el ojo que obliga a
una lectura distinta a la de la prosa.” (39: 221). Así nos acercamos a la función icónica de
un poema como “Face” (la noche, o el reverso de la “Médaille” del día –“Pile”, p. 93):
Los ojos de las casas dan un suave escándalo de luz sobre los muros.
perforan
l
a
n
o
c
h
e
.
La imagen de los relojes como cuentagotas de las horas es aquí visible, no ya sólo
por el significado sino por el significante: las horas caen y perforan la noche lentamente.
Este poder de la imagen, esta iconocracia, nos hace ver gráficamente lo que también nos
sugiere su sentido. En esta función, el poema intentará representar, como dice Luján, casi
pictóricamente aquello de lo que habla; técnica de la que Cardoza se gradúa cum laude con
esta hipotiposis caricaturesca de Keemby (no le hizo falta dibujarlo a fuerza de caligramas,
y en esto descansa su gran logro):
Si alguien le hubiese podido retratar tendríamos hoy una criatura curiosísima. [...] Sus
ojos, dos puntos suspensivos. Las patillas ponían a su rostro dos admiraciones.
Carrillos mofletudos, artificiales, de curvas amplias, encerraban entre paréntesis la O de
la boca y la nariz, signo de interrogación. Dos guiones hechos con tinta china: las
cejas. En la masa negra del pelo el Creador había limpiado la pluma con la cual trazara
aquella cara ortográfica. (p. 58)
― ―
¡ • • !
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(O)
Esta es la vía más rápida para llegar al caligrama: maravilla gráfica puesta al día por
Apollinaire –que no inventada por él, como se nos ha dicho-, y seguida con un mediano
entusiasmo por Cardoza. Mediano, sí, pues la vanguardia de Maesltrom, a diferencia de los
excesos en que llegaron a caer los ultraístas, no constituye la apoteosis del caligrama (como
no sea sinecdóquicamente), pero el entusiasmo es suficiente para haber logrado este
ejercitado malabarismo icónico: ya no hay intento de representación pictórica, hay la
representación misma:
“¿Qué sería de mi brazo / desembocando al Universo / si no se resolviese / en el
delta de mi mano?” (o bien, “¿Qué sería de mi brazo / si no se resolviese / en el delta de mi
mano? / Desembocando al Universo”), se pregunta el poeta en estos versos digitiformes que
parecen despedirse. Y así, logra Cardoza escribir un caligrama que ensambla la isotopía del
río con el tópico del hombre como microcosmos.
La pragmática del poema comprende todos los actos del habla, que se basan en los
tres niveles de comunicación señalados por Smith y J. Levin75. Hay una comunicación
interna –indica Luján- “establecida entre los personajes explícitamente presentes en el
texto, una comunicación externa entre autor y lector reales, y una comunicación que media
entre las dos y en que los participantes son autor y lector implícitos o autor en cuanto poeta
y lector en cuanto receptor de poesía.”76 Las figuras pragmáticas serán resultado de las
relaciones entre las personas gramaticales en el texto.
Pues bien, en Maelstrom es posible hablar de deícticos (§ II.2) de todas las personas,
sin menoscabo de los de tiempo y lugar. Adelantamos que casi toda la obra se compone de
75
Cfr. 38: 225.
76
Loc. Cit.
poemas egóticos, esto es, de primera persona, mientras que los poemas apelativos (o de
segunda persona) están disueltos más bien entre las líneas de la prosa.
Básicamente, todo poema está escrito por un “yo” que habla –o simula este acto de
habla- a un “tú” que escucha, o lee. Pero de la actitud que el poeta tome en relación con ese
“yo” dependerá gran parte del sentido del poema. Así, en Maelstrom es posible encontrar
poemas escritos en lo que Levin ha llamado “primera persona propia” (el yo explícito se
identifica con el autor de hueso y carne):
¡Ah! Mazda, yo sigo aquí –una terraza del bulevar-, bajo el desfile de los árboles
dormidos en un pie como las garzas. Aun tengo aquella alma con hipo que tanto
amaste y mi cara de angelote fatigado, pero ángel, a pesar del wassermann positivo de
mi sangre. El cielo está tan bajo que lo puedo tocar con las manos que se me pintan de
azul. Las nubes anclan como palomas en las cabezas desmelenadas de los árboles. El
sol, esta tarde, antes de ponerse, pasó bajo el Arco del Triunfo. Mi vida: una naranja a
bordo de un barco pequeño. (p. 81)
Pero, en cambio, nunca revelaré el nombre de un gran Poeta que nadie conoce aparte de
mí, un gran poeta con el cual vivo a mi gusto (ha muerto ya)78 porque ES MI POETA,
porque estamos solos los dos, solos los dos, solos los dos. El silencio ha venido a
dormirse a sus pies como un perro girando en su torno algunas veces, igual al perro
antes de echarse.
No faltará alguien que, en nombre de la “vida interior”, de los “refinamientos de la
sensibilidad”, etc., etc., dirá al Keemby traicionado en este boceto:
-¡Qué visión tan estrecha del mundo! ¿Es un caníbal con frac o un refinado entre
caníbales? (p. 98, con el resaltado en el original).
77
Mismo fenómeno que ocurre con Fernando Pessoa en la figura de su Ricardo Reiss (año de cuya muerte ya
nos ha dado cuenta Saramago: ficción de la ficción.
78
Recordemos que lo ha matado el malvado de un filme de aventuras, al principio de Maelstrom.
5.4.2. Segunda persona
Son abundantes los casos en que Keemby se dirige a su amada, Mazda (una suerte
de anti-Beatriz, que en vez de salvar, condena a pecar deliciosamente), o bien, casos en que
Paisaje se dirige a Keemby. Esto es lo que se conoce como “segunda persona
determinada”: el poeta se dirige –por sí mismo o por boca de otros personajes- a un
interlocutor que está en la capacidad de recibir el mensaje que se le lanza. Quizás el más
relevante de los momentos en que, en Maelstrom, el poeta se valga del apóstrofe lírico es la
ya citada “Complainte de Jules Laforgue”. Aquí se tratará de una segunda persona
impropia, en tanto el mensaje va dirigido a un difunto que, como es obvio, está en la
imposibilidad de participar en la comunicación. La endecha inicia con estos versos
impetuosos (remarcamos con cursivas los deícticos de segunda persona):
Primavera danza
con castañuelas
como una española.
Un aeroplano se desliza
con los brazos abiertos,
crucificado. (“Pile”, p. 92)
También con la tercera persona tiene que ver el fenómeno de la aparición de los
nombres propios extranjeros, que en Maelstrom, ya se ha visto, desfilan con una cantidad
que abruma. Si en el Renacimiento y el Barroco se tuvo un regusto por los personajes de la
mitología clásica, y si el Romanticismo volvió los ojos a la Edad Media en busca de
inspiración heroica, la Vanguardia se apoyará con un pie en los malditos franceses y con
otro en sus predecesores inmediatos. De esta manera, al leer Maelstrom, se tiene una
especie de imagen en que Chaplin se aliase con Picasso, y Rimbaud, del brazo de
Apollinaire, bailara un charlestón a ritmo de jazz-band convidados a una fiesta donde el
anfitrión sería Keemby.
Y como nada puede estar quieto en Maelstrom, he aquí que se producirán cambios
de personas gramaticales en un parpadeo imprevisto. Cardoza, ilusionista, hace aparecer en
escena, en un abracadabra, a la primera persona. Si en la página 63, por ejemplo, se afirma
que “Con Mazda (...) adivinó Keemby que estaba él” (énfasis en el original), apenas dos
líneas después, el lector se desconcierta ante este paso de una tercera a una primera persona
propia: “Nací con la plena conciencia de que Dios se había equivocado en mí.” Estos
cambios abruptos, sin justificación aparente, sólo pueden obedecer a una triquiñuela de
Cardoza para darnos él mismo las claves de lectura: el poeta es Keemby, quien así cumple
las funciones simultáneas del narrador y el narratario, para emplear la taxonomía de
Greimas. O puede ser otra estratagema con que el autor nos deje ver su irreverencia, su
absoluto desprecio por todo convencionalismo.
Intertextualmente hablando, a veces Maelstrom nos facilita las cosas. Ya nos hemos
referido, en su momento, a los epígrafes que encabezan los capítulos (§ 3.3), cuando
Cardoza otorga el crédito directo a sus mentores. Es el mismo caso de la cita de Marcel
Achard intercalada a medio discurso en la “Natividad de Nuestro Señor el Clown” (p. 68),
para cuyo efecto el autor prevé encerrarla entre paréntesis: “(Marcel Achard: Le clown est
un monsieur qui reçoit des coups de pied au cul.)”. Pero en otras ocasiones, aunque se
valga de alteraciones de orden tipográfico (v. gr., el uso de itálicas), no aparece la
procedencia de la cita, sino tan sólo algunas claves vagas. Este es el procedimiento que se
sigue en el poema -huérfano de nombre- que cierra el primer capítulo:
Mecha de lámpara
en un triste aceite,
trozo de azúcar
empapado de alcohol
et tu bois cet alcohol brûlant comme ta vie
ta vie que tu bois comme une eau-de-vie79. (p. 59)
79
Y tú bebes este alcohol ardiente como tu vida
tu vida que te bebes como un aguardiente. (Traducción libre)
viene dada por “empapado de alcohol”, y aunque en su época no debió de haber sido difícil
el rastreo de tal préstamo en Maelstrom, ahora, setenta y seis años después, la tarea no es
precisamente fácil. Algo similar ocurre cuando dialogan Keemby y Paisaje en la alcoba, y
bajo su ventana escuchan gritar “¡Sooo-neee-toooss!”. Era José María de Heredia (Cuba,
1842-Francia, 1905), que pasaba por el vecindario, con una cesta zapatera en los brazos (p.
83). Para alguien que ignore que la obra cimera del cubano, Les Trophées (1893), es una
recopilación de sonetos dentro de la estética parnasiana, la humorada de Cardoza no tendría
sentido. Y como desde aquí estamos en guardia por aquello del asalto en despoblado,
apenas nos sorprenderá más adelante el disparatado rapto de Paisaje: “Rimbaud tenía bajo
el puente del Instituto su Bateau Ivre. Cendrars nos esperaba con su Train Soûl, calentado
con furia. Instalamos las Scales de Cocteau. Picasso y sus amigos nos protegían desde la
esquina próxima. Stravinski pensaba ya en ‘Noces’. (...) Max Jacob nos dio su
Laboratoire Central. Apollinaire friccionaba con Alcools el cuerpo desvanecido de Paisaje.
Paul Morand anotaba su fiebre en Feuilles de Temperature.” (p. 88)80 Como se ve, aquí la
intertextualidad llega a grados extremos con la articulación de este artificio: Cardoza
menciona las conocidas obras de los aludidos, vivos y difuntos, y hace de ellas un pretexto
perfecto para dotar de surrealismo a su episodio, con todas las artes interpuestas –las
manzanas de Cézanne que se comen los arlequines de Picasso-. Mismo fenómeno atañe al
cuerpo de esta construcción, donde Cardoza apela a un meridiano conocimiento por parte
del lector:
80
En cursivas en el original. En español: “Barco ebrio”, “Tren borracho”, “Escalas”, “Laboratorio central”,
“Alcoholes” y “Hojas de temperatura”.
calibre de Las nubes, a su coetáneo Sócrates para hacer escarnio de él, y Dante metió en sus
infiernos lo mismo al Cancerbero y las Erinnias mitológicos, que a la reina Cleopatra y al
papa Bonifacio VIII. Y en un arranque de modernidad, Miguel de Cervantes, precursor
cardociano en este aspecto, tuvo la originalísima idea de hacer dialogar en sonetos a sus
propios personajes con otros de ficción ajena. De estas suertes, doña Oriana, la señora de
Amadís de Gaula, se dirige a Dulcinea81, la tobosana señora del Quijote; mientras que el
escudero Gandalín ensalzará las virtudes del insuperable Sancho Panza. Incluso, Cervantes
hace dialogar maravillosamente a Babieca, corcel del Cid, con Rocinante, jamelgo del de la
Mancha, en un coloquio que no puede ser menos que saleroso. Y es que el Manco de
Lepanto va más lejos: en la segunda parte de su Quijote, ya sabedor de su buen éxito por el
mundo, el de la triste figura se encuentra con otro personaje que sólo existía en el Quijote
de Avellaneda, y es éste don Álvaro Tarfe82. Intertextualidades así de trashumantes las hay,
pues, desde Cervantes.
81
“¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, / por más comodidad y más reposo, / a Miraflores puesto en el
Toboso, / y trocara sus Londres con tu aldea!” (19: 16).
82
“-Mi nombre es don Álvaro Tarfe –respondió el huésped.
A lo que replicó Don Quijote:
-Sin duda alguna pienso que vuesa merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la
segunda parte de la «Historia de Don Quijote de la Mancha», recién impresa y dada a la luz del mundo por un
autor moderno.
-El mismo soy –respondió el caballero-, y el tal Don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue
grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas
que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba; y en verdad en verdad que le hice muchas amistades, y que le quité
de que no le palmease las espaldas el verdugo, por ser demasiadamente atrevido.” (19: 880)
83
Ubú encadenado, Ubú en el blanco y Ubú Rey.
embargo, fue Jarry quien le dio a Ubú su existencia literaria y lo calificaría, por la
renuencia del público a identificarse con él, como un “doble innoble”. Ubú sería entonces
una especie de caricatura de la idiotez burguesa, símbolo de “todo lo que fuera grotesco en
el mundo”, deliberadamente holgazán y estúpido, y dueño de títulos rimbombantemente
absurdos como “Rey de Aragón y de Polonia”, “Maestro de las finanzas”, “Capitán de
dragones” o “Doctor de la Patafísica”. Su frase favorita: “¡Por mi chápiro verde!”. (Cfr.
36: 1 817).
84
Literalmente: “Pastora oh Torre Eiffel el rebaño de los puentes bala esta mañana”, en “Zone” (Alcools).
–“primer aeroplano” de la historia- revolotean Ícaro, Elías, Enoc y Apolonio de Tiana85, a
Nuestro Señor el Clown lo rodearán cebras, canguros y elefantes, durante su Natividad.
Otro de los recursos emparentados con la intertexualidad en Maelstrom es, sin duda,
el empleo de “cuasimetatextos”, llamados así, en palabras de Desiderio Navarro (citado por
Tornés Reyes), “porque simulan hacer referencia a prototextos inexistentes.” (53: 34). Los
cuasimetatextos en Maelstrom, que son resortes narrativos creados por el mismo autor, van
desde el uso y manejo de cartas (mensajes de Paisaje a Keemby, de Keemby a Mazda, etc.),
hasta notas periodísticas que relatan situaciones imposibles.
Y tal vez el más genial de todos los aportes del autor de Maelstrom, apoteosis de
todos sus recursos intertextuales, resulte ser la inclusión de una cita de sí mismo;
específicamente, de un fragmento de su anterior Luna Park; una suerte de desdoblamiento
poco común en la historia de la literatura hispanoamericana. Se trata de Luis Cardoza y
Aragón que cita a Luis Cardoza y Aragón, su mejor amigo, otro personaje. He aquí esta
hilarante demostración de ingenio (p. 76):
Prendía mis ojos a la estela con que rayaban al mar. Jamás, tranquilamente, he
podido ver jugar a los niños con sus barquillos de vela en el estanque del Luxemburgo.
Vagabundos
en derredor de los muelles
crucificando sus almas
en los mástiles de los barcos que se van...*
[...]
* De Luna Park, poema instantáneo del siglo XX, por mi mejor amigo: Cardoza y Aragón.
85
“C’est le Christ qui monte au ciel mieux que les aviateurs / Il détient le record du monde pour la hauteur /
[...] / Icare Enoch Elie Apollonius de Thyane / Flottent autour du premier aéroplane” (“Zone”, versos 40, 41,
49 y 50).
manos a su propio autor. A veces se traspapelan creador y criatura (por momentos es
indistinguible el cambio de discurso), pero lo cierto es que el propio Cardoza es quien habla
de Keemby como un personaje, es decir, como un drammatis personæ, nunca como los
héroes decimonónicos creados para ser verosímiles. Habla el autor:
Dejo a Keemby como un rompecabezas, charada por resolver, charada que yo creo con
muchas soluciones. [...] Dejo a Keemby cortado en pedazos [...] He luchado para
ponerlo en orden y leerle como a una carta destrozada. Logré soltar fragmentos.
Construí figuras semejantes a las del cuadro cubista, pero siempre faltáronme o
sobráronme piezas. (pp. 58-59)
Casi al final de la obra, en “Remolino último”, nuevamente se deja sentir la voz del
narrador/poeta con la sola confesión de la fuerza autónoma que ha cobrado el extraño
personaje, en cuyo derredor gravitan todos los films telescopiados: “Apenas si mi
entusiasmo, vanamente, intentó aprehender la sirena imposible de la inquietud de Keemby,
brújula loca, impresionada profundamente por Charles Chaplin y Josephine Baker”. (p.
98). Ya antes, en el tercer capítulo (“Natividad de Nuestro Señor el Clown”), Keemby ha
dado muestras de tener conciencia de su condición ficticia: se despierta un día, y como
Gregorio Samsa en La Metamorfosis de Kafka (1917), se da cuenta de que no es él, que por
obra de no se sabe qué, se ha convertido en un ente distinto. No en un insecto, como la
creación kafkiana, sino en un payaso, tan sólo un bufón de su creador (la analogía con Dios
es más que obvia, como demostrado queda).
Todavía en el marco del Surrealismo se encuadra uno más de los aportes de Cardoza
a las letras hispánicas, y es que quizá sea Maelstrom la primera obra hispanoamericana en
utilizar la renovadora técnica del monólogo interior, que por entonces levantaba olas86. Si
bien no son exclusivos hijos del Surrealismo –a Dujardin, al parecer, hay que alzarle un
monumento-, el monólogo interior y el flujo de conciencia encontraron en este período
artístico su mejor momento. James Joyce pontificó con el Ulises (1922), y a partir de él
cambió la forma de hacer literatura durante el siglo XX. Cardoza (o Keemby, poco
importa) es deudor de Joyce, acaso sin darse cuenta:
86
Miguel Ángel Asturias utilizó la técnica veinte años más tarde (1946) en El Señor Presidente. Y después,
todos.
amor... !!! ... ?? ... !! ... vulgaridad... cloaca... algún chiffonier descubrirá mi cadáver...
el nudo de mi corbata magistral... me hincharé como un odre... los pescadores...
fealdad... el comisario de Policía... ¡Yo también sé soñar! ¡Yo también sé soñar! ¡Yo
también sé soñar!
Y me alejé diciendo mi monólogo y me perdí en la niebla un gran bostezo de la
gran ciudad. (p. 90)
Habrá que decir, también, que en Maelstrom se encuentra el único personaje al que
Cardoza otorga un estatuto de tal, que es Keemby. Ni Paisaje ni Mazda, para citar su
periferia, ni Lázaro en el terreno lírico, alcanzan las alturas caracterológicas por las que
Keemby se mueve. Keemby: Hércules esperpéntico en la mitología de Cardoza. Y si a un
autor se le recuerda por la creación de un personaje célebre, al autor de Maelstrom deberá
de recordársele por aquél que fue asesinado por un malandrín de cine. Keemby sería a
Cardoza lo que Cara de Ángel o Gaspar Ilom a Asturias; lo que Juan Chapín a Pepe Milla;
lo que Alejo Veraguas y Pascual del Pescón a Batres Montúfar; y lo que “el cristiano
errante”, Romualdo de Villapedrosa, a la autoría de Irisarri.
Sergio Ramírez ha hecho públicas, hace poco, sus impresiones sobre el libro por el
cual Julio Cortázar pasó a la historia -¿cuál, si no Rayuela, en 1962?-. Y,
sorprendentemente, hay allí no pocas similitudes con Maelstrom, que es un texto tan actual
como el del argentino. Citaremos a Sergio Ramírez para poner de relieve las coincidencias
del mundo “rayueliano” con el mundo “maelstrómico”:
Julio Cortázar venía a darle a ese mundo nuevo [años sesenta] las reglas de juego con la
publicación de Rayuela [...]. Esas reglas consistían, antes que nada, en no aceptar
ninguno de los preceptos de lo establecido, y poner al mundo patas arriba de la manera
más irreverente posible, sin ninguna clase de escrúpulos o concesiones.
[...]
El mundo anterior no servía, se había agotado. Sistemas arcaicos, verdades inmutables.
Patria, familia, orden, la buena conducta, los buenos modales, las maneras de vestir. En
Rayuela, Cortázar seguía colocando cargas de dinamita a toda aquella armazón.
[...]
...Rayuela planteaba antes de nada la destrucción sistemática de todo el catálogo de
valores de occidente, pero no contenía propuestas para un nuevo sistema de poder. Se
quedaba en una operación de demolición, y no aspiraba a más...
[...]
La osadía más valiosa de Rayuela fue su terrorismo verbal, que conducía de la mano a
la inconformidad perpetua... (63: 4c)
Cada una de las ideas que Sergio Ramírez expresa, podrían aplicarse, sin ninguna
reserva, a todos los planteamientos que Cardoza plasma en las páginas de Maelstrom. Un
detalle diminuto: Cardoza se vuelve terrorista en 1926, y Cortázar refrenda la proeza treinta
y seis años después.
87
Aida Toledo. Vocación de herejes. (Guatemala: Editorial Cultura-Academia Editores, 2002).
mudo, cuyos rasgos esenciales son el melodrama, la exageración, la caricatura y cierta
cualidad fantasmal de los personajes. Asturias en su concepción cinematográfica crea
una lente que funciona de alguna manera como la conciencia del escritor y la imagen
transmitida en la pantalla deviene en la conciencia del lector. Por otro lado, la novela
está buscando romper la linealidad del pacto “espacio-tiempo”, tal y como lo haría el
montaje de una película. (52: 17).
Si al César lo que del César es, todo cuanto arriba se afirma es también atributo de
Maelstrom, obra que fue publicada en París dos décadas antes de la célebre novela de
Asturias. Que Cardoza no es un narrador, se nos argumentará. Pues bien, léase Maelstrom
sin antifaces, despójesele de pirotecnia metafórica –que en Asturias también la hay-, y
analícense sus episodios desde la óptica de cualquier estructuralismo. El resultado será
previsible: Maelstrom, sin ser en rigor una novela, alcanza registros eminentemente
narrativos. Hay, incluso, parodia de la novela rosa (el idilio entre Keemby y Paisaje) y de
la novela policial (la persecución y captura de Paisaje por parte de la gendarmería
francesa). Era el momento: guerra contra una burguesía cuyos valores y tradiciones había
que empalar, igual que empalaba Vlad Tepes al enemigo turco. Un libro como Maelstrom
no podía sino respingar esa chatura cultural en la que, a pesar de todo, seguimos
empantanados.
3. La segunda obra parisina de Cardoza puede interpretarse como una parodia del mundo
tal cual era visto por la lente surrealista. Y en efecto, hay en Maelstrom un fuerte
sustrato de Surrealismo, que está presente en elementos como la primacía del sueño y
la noción del inconsciente colectivo. Si a ello se suman las cuatro líneas isotópicas
determinantes en el texto (las recurrencias pictóricas, la teatralidad, los elementos
circenses y las correspondencias cinematográficas), junto con su titulogía cosmopolita
y lúdica, propia del gusto de la época y de la voluntad de extraer del lenguaje todos
sus valores metalingüísticos y referenciales, se tendrá una obra paródica desde
cualquier punto que se la enfoque. El uso prudente de caligramas en Maelstrom
constituye una prueba más de las potencialidades icónicas del lenguaje.
4. Los mayores aportes de la segunda obra parisina de Cardoza son: la introducción del
monólogo interior en el discurso, y la autonomía rebelde de un personaje, Keemby, el
cual puede puede ser considerado como el único actante en Maelstrom digno del
nombre “personaje”. Y es, en efecto, un personaje, pero es también un heterónimo
del autor, en tanto existe en Maelstrom una identificación profunda entre el sujeto y el
objeto poéticos, a tal punto que no es posible diferenciar la identidad de ambos.
Igualmente, por esta misma línea, téngase en cuenta que la intertextualidad en
Maelstrom es un recurso de primer orden, el cual puede manifestarse por medio de la
inclusión de nombres extranjeros, la mención de obras específicas, los influjos de
contemporáneos sobre episodios varios, o la interacción entre personajes
metaficcionales; hechos, todos, que en cualquier caso no hacen sino contribuir al
enriquecimiento de la Vanguardia hispánica y situar aquí a Maelstrom en un lugar
preponderante.
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Guatemala: Universidad de San Carlos, No. 18, septiembre-diciembre,
1992. (Número monográfico dedicado a Luis Cardoza y Aragón con motivo
del Honoris Causa concedido por esta casa de estudios).
(Internet)
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Revista de Estudios Literarios:
<http://www.ucm.es/info/especulo/numero18/discurso.html>, Universidad
Complutense de Madrid, 2001.
(Reseña biográfica)
No tiene aún veinte años cuando es enviado a Estados Unidos (primero a California,
después a Nueva York) y de aquí a Europa. De este modo empieza la aventura de su vida,
con sus infatigables viajes y sus caballerías. En Madrid frecuenta los círculos literarios de
los ultraístas, que eran el primer movimiento de Vanguardia de habla española. Y ya en
París, no llega a los dos años de estudio de la Medicina. Su vocación, como él mismo
confesaría, no era “curar vulgares apendicitis”. De modo que se matricula en la célebre
universidad de La Sorbona donde, con la tutoría del profesor Georges Raynaud, se inicia en
el estudio de las culturas indígenas de América. En esta época traduce al español el
Rabinal Achí de su versión francesa, que no la publica en ese momento. Simultáneamente,
vive de primera mano el surgimiento del Surrealismo y traba amistad con su compatriota
Miguel Ángel Asturias, así como con autores de la talla de Breton, Artaud y Éluard.
Cardoza se sumerge en esa marejada cultural que era el París de los años veinte,
locos y desenfrenados. Esta década de Picasso y del charlestón da el marco para que el
poeta “debute” con su primera obra, Luna Park, en 1924. Dos años más tarde aparece
Maelstrom, uno de los grandes hitos en la historia de la Vanguardia latinoamericana.
Luego lo vemos sucesivamente en Venecia, Marruecos y La Habana. En esta última ciudad
es nombrado Cónsul general de Guatemala en Cuba, al tiempo que conoce a Federico
García Lorca (con quien lo unirá una gran amistad hasta la muerte del granadino) y entra en
contacto con la intelectualidad local. Publica entonces la crónica de sus impresiones del
Magreb: Fez, ciudad santa de los árabes, mientras prepara lo que muchos consideran el
poema en prosa más extenso escrito en español: la Pequeña sinfonía del Nuevo Mundo. El
cargo diplomático le permite también desplazarse a México, donde se roza con la élite
cultural de la época. Posteriormente, vuelve a Nueva York a laborar en el consulado
guatemalteco, y en la ciudad de los rascacielos concluye su Pequeña sinfonía, que no verá
editada hasta 1948.
Una vez más, viajero incombustible, regresa al continente europeo. Por un año
reside en Londres, para luego volver al lugar donde se establecerá definitivamente:
México, D.F. Por espacio de ocho años aparecen sus colaboraciones en el suplemento
cultural del periódico El Nacional (1936-1944), y al mismo tiempo redacta, junto al poeta
Xavier Villaurrutia, el catálogo de la pintura europea de la Escuela Nacional de Artes
Plásticas mexicana. Aquí se consagra como crítico de arte, y cuenta entre sus amistades al
compatriota Carlos Mérida, así como a los mexicanos José Clemente Orozco, Rufino
Tamayo, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo y Diego Rivera; es decir, lo más florido del
arte pictórica del país azteca. La nube y el reloj (1940) y Apolo y Coatlicue (1944) son dos
libros de referencia obligada para el estudio de la plástica del vecino país, que por poco le
cuestan a Cardoza su expulsión.
Pero 1988 le trae la muerte de su amada esposa. Lya no existe más, aunque en lo
sucesivo el poeta le seguirá dedicando sus libros como muestra de amor póstumo. Sin
embargo, el año de 1992 (año de su deceso), será, paradójicamente, el período en que se le
rinda lo que él calificó como “el honor más grande de su vida”, y era que la Universidad de
San Carlos le confería el Doctorado Honoris Causa, que el poeta acepta de buen grado
lamentando no poder recibirlo en su patria por motivos de enfermedad; así que una
comisión especial de la Carolina lo visita en su casa de Coyoacán, el 14 de febrero, para
hacerle entrega de tan importante reconocimiento.
Demasiado poco le duraría la satisfacción. La muerte lo sorprende a los 91 años, el
4 de septiembre de 1992, por una insuficiencia cardiaca, en su residencia coyoacanense.
Sus cuerpo fue incinerado según su propia voluntad, y la mitad de sus cenizas fue esparcida
en el cerro Ajusco (a 29 kilómetros del Distrito Federal mexicano), donde años antes
habían sido esparcidas las de su esposa Lya. El entonces Rector de la Universidad de San
Carlos, Alfonso Fuentes Soria, fue el encargado de traer a Guatemala la otra mitad de las
cenizas del poeta, en una pequeña urna, para ser entregada a la familia del gran escritor.
Como un homenaje póstumo y mínimo, en 1994 se bautiza la Biblioteca Nacional con el
nombre de “Luis Cardoza y Aragón” para el recuerdo de las futuras generaciones. Así
rendía Guatemala tributo a un hombre que, lejos, encumbró a su patria como pocos; un
poeta de altos vuelos, un ensayista lúcido, un crítico agudo y un ser humano fiel a su
postura ética. Ese fue el hombre que quiso descansar eternamente no en un sepulcro, sino
en el aire, como aérea es su poesía, porque la tierra le quedaba chica.
• Fez, ciudad santa de los árabes, notas de un viaje al norte de África. México: Ediciones
Cultura, 1926. 2da. ed. México, 1927. 3ra. ed. México: Revista Nexos, 1992.
• Carlos Mérida. Monografía. Madrid: La Gaceta Literaria, 1927. 2da. ed. México: Ediciones
del Palacio de Bellas Artes, 1934. 3ra. ed. México: Ediciones Era, 1992.
• Catálogo de pinturas. (Sección europea) México: Museo Nacional de Artes Plásticas.
Ediciones del Palacio de Bellas Artes, 1934 [En colaboración con Xavier Villaurrutia].
• Rufino Tamayo. México: Ediciones del Palacio de Bellas Artes, 1934.
• Pinturas murales en la Universidad de Guadalajara, Jalisco. México: n. p., 1937.
• Diez aguafuertes. México: La Casa de España en México, 1940.
• La nube y el reloj (Pintura mexicana contemporánea). México: UNAM, 1940.
• Orozco. Buenos Aires: Editorial Losada, 1942. 2da. ed. México: UNAM, 1959. 3ra. ed.
México: UNAM , 1974. 4ta. ed. México: Fondo de Cultura Económica, 1983. 5ta. ed.
México: UNAM, 1986.
• Mexican Art Today. Filadelfia: Philadelphia Museum of Art, 1943. 2da. ed. México: Fondo
de Cultura Económica, 1966.
• Apolo y Coatlicue. Ensayos mejicanos de espina y flor. México: Ediciones de la Serpiente
Emplumada, Secretaría de Educación Pública, 1944.
• Frescos de José Clemente Orozco en la Universidad de Dartmouth (E.U.A.). México:
Secretaría de Educación Pública, 1944.
• Los hombres que dispersó la danza (leyendas zacatecas). México: Imprenta Universitaria,
1945.
• Federico Cantú: Obra realizada de 1922 a 1948. México: Editorial Asbaje, 1948. [En
colaboración con Salvador Toscano].
• Retorno al futuro. Moscú, 1946. 2da. ed. México: Letras de México, 1948. [Consta de un
Prólogo y trece capítulos. Es el testimonio de su visita a la URSS realizada en el año 1946.
Recoge impresiones y reflexiones del mundo y la cultura comunista]. [Publicado en hebreo
por Ediciones Achiabal, Jerusalén, 1950].
• Pintura mexicana contemporánea. México: Imprenta Universitaria, 1953.
• El pueblo de Guatemala, la United Fruit Company y la protesta de Washington; Guatemala
y el imperialismo bananero. México: Cuadernos Americanos, 1954.
• Guatemala, las líneas de su mano. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 2da ed.
México: Fondo de Cultura Económica, 1965. 3ra. ed. La Habana: Editorial Casa de las
Américas, 1968. 4a. ed. México: Fondo de Cultura Económica, 1976. 5a. ed. Managua,
Nicaragua: Editorial Nueva Nicaragua, 1985. [Consta de cuatro estudios y un resumen
final: El primero, "La boca del polen", es una recreación del mundo indígena guatemalteco
desde una perspectiva muy personal; el segundo, "Las huellas de la voz", está centrado en el
estudio del Popul Vuh. Es, asimismo, un análisis comprensivo de las corrientes culturales e
históricas de su país. En los dos últimos: "El viento y la vela" y "El peso de la noche" se
analiza la herencia colonial, a la vez que se continúa investigando la realidad histórica-
social de Guatemala, siempre dentro de un contexto global que afecta a toda Latinoamérica.
En el ensayo final : "Dije que he vivido", el autor hace una serie de reflexiones que
equivalen a un resumen del libro].
• La revolución guatemalteca. México: Ediciones Cuadernos Americanos, No. 43, 1955. 2da.
ed. Montevideo: Pueblos Unidos, 1956. 3ra. ed. La Antigua Guatemala: Editorial del
Pensativo, 1994.
• José Clemente Orozco: Exposición especial de la VI bienal de São Paulo, Brasil. México:
Departamento de Artes Plásticas. Instituto Nacional de Bellas Artes, Secretaría de
Educación Pública, 1961.
• La pintura y la Revolución Mexicana. México: n. p., 1961.
• México. Pintura activa. México: Editorial Era, 1961. 2da. ed. México: UNAM, 1991.
• Mexico: Active painting. México: n. p., 1961.
• México. México: UNAM, 1962. 2da. ed. México: UNAM, 1991.
• José Guadalupe Posada. México: UNAM, 1964.
• México, pintura de hoy. México: Fondo de Cultura Económica, 1964. [Ediciones
simultáneas en inglés y alemán]
• Perfiles: Balzac, Antonio Machado, Picasso, Alfonso Reyes. La Habana: Cuadernos de la
Casa de las Américas, 1964.
• Cien fotos de Lola Álvarez Bravo. México, n. p., 1965.
• Gunther Gerzo. México: Departamento de Artes Plásticas. Instituto Nacional de Bellas
Artes. Secretaría de Educación Pública, 1965. [Texto en español, portugués e inglés]. 2da.
ed. México: UNAM, 1972.
• Círculos concéntricos. Xalapa, Veracruz: Universidad Veracruzana, 1967. 2da. ed. México:
UNAM, 1980.
• Pintura contemporánea de México. México: Ediciones Era, 1974.
• Exposición nacional de homenaje a José Clemente Orozco, con motivo del XXX aniversario
de su fallecimiento. Sala Nacional y Adyacentes. Palacio de Bellas Artes, México.
Septiembre-noviembre 1979. México: Instituto Nacional de Bellas Artes, 1979.
• Guatemala. México: UNAM, 1979.
• Diego Rivera: Los murales en la Secretaría de Educación Pública. México: Secretaría de
Instrucción Pública, 1980. 2da. ed. México: n. p., 1986. 3ra. ed. México: Dirección General
de Publicaciones y Medios, 1991.
• José Clemente Orozco: Dos apuntes para un retrato. México: UNAM, 1981.
• Ricardo Martínez: una selección de su obra. México: J. Mortiz, 1981.
• André Breton: atisbado sin la mesa parlante. México: UNAM, 1982. 2da. ed. México:
Fondo de Cultura Económica, 1992.
• Lola Álvarez: Recuento fotográfico. México: Editorial Penélope, 1982.
• Luis García Guerrero. Guanajuato, México: Gobierno del Estado de Guanajuato, 1982.
• Signos: Picasso, Breton y Artaud. México: Marcha Editores, 1982.
• Guatemala con una piedra adentro. México: Editorial Nueva Imagen, 1983.
• Malevich. Apuntes sobre su aventura icárica. México: UNAM, 1983.
• Orozco: Una relectura. México: UNAM, 1983.
• Orozco: obra de caballete, acuarela, dibujo y grabado. México: Fondo Editorial de la
Plástica Mexicana. Fundación Cultural San Jerónimo, Lídice, 1983.
• Antología. México: Secretaría de Educación Pública / Fondo de Cultura Económica, 1986.
• Carnaval en Huejotzingo. México, EOSA, 1986.
• Rufino Tamayo. Antología Crítica. México: Editorial Terra Nova, 1987.
• Toledo: Pintura y cerámica. México: Ediciones Era, 1987.
• Ojo / Voz (Gerzso, Martínez, García, Guerrero, Rojo, Toledo). México: Ediciones Era,
1988.
• Miguel Ángel Asturias: Casi novela. México: Ediciones Era, 1991. 2da. ed. México: Costa-
Amic, 1992.
• Tierra de belleza convulsiva. México: Ediciones El Nacional, 1991.
• El brujo. México: Ediciones de El Nacional,1992.
• Para deletrear el nombre de los colores. Guatemala: Editorial Cultura. Dirección General
de Arte y Cultura, 1995.
Artículos
• Nuevo Mundo. Xalapa, Veracruz: Universidad Veracruzana, 1960. [Consta de cuatro breves
narraciones tituladas: "Nuevo Mundo", "Martirio de San Dionisio", "Dante en Nueva
York", y "Elogio de la embriaguez"].
• El río. Novelas de caballería. México: Fondo de Cultura Económica, 1986. 2da. ed.
México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
Poesía
• Luna Park. Instantáneas del siglo 2X. París: Excélsior, 1923. 2da. ed. Bruges, Belgique,
1924. [Consta de diez poemas].
• Maelstrom (films telescopiados). Prólogo de Ramón Gómez de la Serna. París: Editorial
Excélsior, 1926.**
• La torre de Babel. La Habana: Revista Avance, 1930.
• El sonámbulo. México: Taller Poético,1937.
• Poesías. México: Fondo de Cultura Económica, 1947.
• Pequeña sinfonía del Nuevo Mundo. Guatemala: El Libro de Guatemala, 1948. 2da. ed.
México: UNAM, 1969. 3ra. ed. México: Fondo de Cultura Económica, 1992.
• Dibujos de ciego. México: Siglo XXI, 1969. 2da. ed. México: Siglo XXI, 1989.
• Poesías completas y algunas prosas. México: Siglo XXI, 1970. 2da ed. México: Tezontle,
1977.
• Quinta estación. San José, Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana, 1972.
• Luis Cardoza y Aragón. México: UNAM, 1978.
• Antología. México: Secretaría de Educación Pública, 1987.
• Obra poética. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), 1992.
• Lázaro. México: Ediciones Era, 1994.
• Voz mural de cal y canto. -Antología poética-. Guatemala: ABC Ediciones, 2001.***
Traducciones
• Rabinal Achí: El varón de Rabinal. México: Editorial Porrua, 1972. 3ra. ed. México:
Editorial Porrúa, 1979. 4a ed. México: Editorial Porrúa, 1985. 5ª ed. México: Editorial
Porrúa, 1992.
Vídeo
• Corazón del bosque, corazón del mito. [Sobre Guatemala]. 1 Videocasete (20 min.), col.,
1/2 in., Guatemala: Productora Cochemonte, video educativo, 1994.
**
Ante la imposibilidad de clasificar a Maesltrom, R. Fuertes Manjón opta por incluirlo en el apartado de
poesía, aunque contenga, como se ha demostrado, partes narrativas.
***
Aunque este libro no figure en la acuciosa lista de Fuertes Manjón, vale la pena incluirlo por ser un libro
reciente –en edición no comercial de 50 ejemplares-, cuyos antólogos son: M.A. Violeta De León Benítez,
M.A. Enán Moreno, Ruth Noemí Cardona Mazariegos, María del Carmen Carballo de Matzer, Jesús
Heriberto Cano Arreaga, Josefina Reyes Hernández, Guillermo Pérez y Ramón Urzúa Navas.
Grabaciones
• Luis Cardoza y Aragón. Voz del autor. México: UNAM, 1971. [Consta de un disco
(39min.): anal. 33 1/3 r.p.m. 12 in. folleto (10 p; 31 cm). Pertenece a la serie: "Voz viva de
América Latina." El folleto contiene un prólogo de Juan Rejano y el texto de la grabación
Guatemala, las líneas de su mano (Fragmentos). 1. - La boca del polen. 2. - Dije lo que he
vivido... Nuevo mundo (Fragmentos)].
Varios
• Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Edición
de Luis Cardoza y Aragón. México: Secretaría de Educación Pública, 1944.
• Henestrosa, Andrés. Prólogo. Los hombres que dispersó la danza. Por Cardoza y Aragón.
México: Imprenta Universitaria, 1945. Nueva edición, 1960.
• Artaud, Antonin. Prólogo. México. Por Cardoza y Aragón. México: UNAM, 1962.
• Orozco, José Clemente. Prólogo y notas. El artista en Nueva York (Cartas a Jean Charlot y
textos inéditos, 1925-1929), Por Cardoza y Aragón. México: Siglo XXI, 1971.
• "La pintura y la Revolución Mexicana" In: Cuarenta siglos de plástica mexicana. 3er Vol.
México: Editorial Herrero, 1971.
• Malevich, Kasimir. Prólogo. Del cubismo al suprematismo. El nuevo realismo pictórico.
Por Cardoza y Aragón. Editorial Grijalbo, 1976.
• Toriello Garrido, Guillermo. Prólogo. Tras la cortina de banano. Por Cardoza y Aragón.
México: Fondo de Cultura Económica, 1976.
Roberto Fuertes Manjón, Midwestern State University (Wichita Falls, abril de 1998)