Lenguaje y Gestualidad
Lenguaje y Gestualidad
Lenguaje y Gestualidad
Desde el gobierno de Isabel Perón se gestaba ya un ambiente de represión y censura que, conjunto a la crisis económica, incrementaba
las tensiones entre el pueblo argentino y el gobierno, generando movimientos de subversión armados, que se controlaban con el apoyo
militar. Este descontento creó una plataforma perfecta para que el 24 de marzo de 1976 se diera el golpe de Estado que estableció, con el
liderazgo del teniente general Videla, el Proceso de Reorganización Social, una dictadura cívico-militar que gobernó a Argentina hasta
1983. El Proceso se caracterizó por el terrorismo de Estado y fue posiblemente la más sangrienta de las dictaduras en Argentina. Debido
al carácter del gobierno, la censura era parte de la vida diaria, y sólo a través de la velación se podía hacer crítica y comentario del
gobierno (Arg. Ministerio de Ed.).Es en este contexto que se gesta el Teatro Abierto,1 movimiento teatral de resistencia que se presenta
en 1981 como protesta ante la dictadura militar. Ya a finales del 80 comenzaban a elevarse voces de resistencia por toda la nación que
denunciaban los crímenes de la dictadura; entre estas voces se elevó la de la dramaturgia argentina que por tantos años se había
mantenido oculta.
A diferencia de otras dictaduras y gobiernos represivos, en Argentina no había una política de censura previa; el poder no se preocupaba
por inspeccionar obras antes de que se estrenaran, pero ante la amenaza de la represalia por la crítica al régimen, los artistas practicaban
la autocensura. El teatro se volvió entonces intrascendente, y en los grandes teatros se presentaban obras seleccionadas cuidadosamente
por el aparato oficial, dejando al verdadero teatro argentino los rincones más pequeños y menos notorios para su desempeño (Cossa). El
Teatro Abierto fue la manera que los dramaturgos argentinos tuvieron de levantar la voz ante la represión cultural, de desafiar al régimen
llevando sus obras al límite donde la autocensura se vuelve contracensura, donde la comedia colinda con lo grotesco y la violencia, sin
jamás explicitar la crítica a la dictadura.
El Teatro Abierto pasó debajo del radar del régimen hasta su estreno en el Teatro del Picadero; hordas de espectadores, en su mayoría
jóvenes, asistieron a la primera semana de funciones en el Picadero; era tanta la gente que la dictadura lo notó. El 6 de agosto de 1981,
un día después de culminada la primera semana de presentaciones, los militares incendiaron el Teatro del Picadero; sin embargo, la
solidaridad al movimiento era tan fuerte que diferentes escenarios abrieron sus puertas al Teatro Abierto para que pudiera continuar su
primer ciclo, que terminaría el 21 de septiembre de 1981 (Dragún).
El Teatro Abierto se estrenó con Decir sí de Griselda Gambaro, una breve obra sobre un peluquero que se rehúsa a cortar el pelo de su
cliente, y un cliente que no puede dejar de hablar.
Desde que el Hombre entra a la peluquería se presenta una situación que, por cotidiana que parezca, se establece fuera del marco lógico
de la interacción entre peluquero y cliente. El Hombre entra a la peluquería y se enfrenta al Peluquero, que no se preocupa por su cliente,
no se inmuta a su llegada y no se interesa por responder a sus saludos; el Peluquero se muestra molesto de tener un cliente… un cliente
que estaba esperando. La actitud del Peluquero lleva al Hombre a un estado de shock que, a su vez, le fuerza a tomar el papel de
conciliador.
La única herramienta que tiene el Hombre para relacionarse con el Peluquero e intentar regresar al orden es la palabra; la herramienta
predilecta del Peluquero: el silencio. Se enfrentan palabra y gesto en el absurdo, desarticulando lenguaje y generando violencia.
Ahí donde el Hombre busca hablar, el Peluquero ignora el lenguaje y decide basarse en la gestualidad para entablar una relación con el
Hombre. Que la gestualidad sea el recurso predilecto del Peluquero subraya la importancia de que esta obra sea de carácter dramático y
no narrativo, ensayístico o poético. El Peluquero, despojando el lenguaje y manipulando mediante el gesto, es capaz de mantenerse al
margen de la significación lingüística, entrando y saliendo de ella a su gusto, así que cuando el Hombre le pide “Córteme bien. Parejito”,
el Peluquero decide cumplir con la demanda del Hombre, pero no en el sentido que éste espera, pues en vez de hacerle un corte de pelo
“parejito”, el Peluquero realmente lo corta: “(El Peluquero le hunde la navaja. Un gran alarido. Gira nuevamente el sillón. El paño blanco
está empapado en sangre que escurre hacia el piso” (Gambaro, 6).
El despojar al Hombre de su lenguaje lo encierra, a su vez, en la peluquería; elimina su posibilidad de escapatoria. El Peluquero lo aniquila
sistemáticamente, culpándolo de fallas que no le corresponden (como la suciedad del espejo) y responsabilizándolo de errores que
comete por ser forzado a realizar una acción (el mechón de pelo mal cortado); el Hombre termina totalmente sometido, rogándole al
Peluquero que le permita seguir sirviéndole. El Hombre acepta la responsabilidad y la culpa, justificando el disgusto del Peluquero
El Hombre ya ha sido despojado de todo, el último corte de la navaja es el gesto menos violento, porque el Hombre ya ha sido aniquilado;
“la violencia real está en la obra que precede a este simple acto, que por así decirlo, la consuma”7 (Esslin, “Violence” 165). Esslin habla
del proceso que se presenta en una obra de Ionesco, pero las mismas palabras se pueden aplicar para la obra de Gambaro; la
desarticulación del lenguaje violenta psicológicamente al Hombre, permitiendo la dominación por parte del Peluquero; que éste degüelle
al Hombre es sólo una manera de reafirmar el poder que tiene sobre él.
La tensión entre el Peluquero y el Hombre es paralela a la violencia que se vive, durante la dictadura, en Argentina. El Peluquero se
establece como violador, en él se presentan los métodos de la dictadura; la silenciosa aniquilación de los derechos del pueblo, el abierto
desinterés a sus pedidos, el control mediante el miedo nunca enunciado, etc… Así como el Peluquero consigue someter al Hombre
mediante el terror, también el régimen militar se sirvió de éste para controlar al pueblo, y su discurso, vacío y falso, refleja la transgresión
del lenguaje que se presenta en la obra.
Si el Peluquero representa el terror, el Hombre es equivalente a las víctimas de éste, que se sintieron forzadas a funcionar bajo las
absurdas, pero absolutas reglas impuestas por la dictadura; y, como el Hombre, temieron que resistirse terminaría perjudicándolos. Para
el Hombre la peluquería se vuelve un espacio inescapable, para el pueblo argentino, su país es la peluquería.
El Hombre acepta, con resignación, su imposibilidad de decir no, lo cual lo lleva a aceptar, sin disentir, lo que le demanda el Peluquero,
creyendo que de esta manera logrará evitar un daño a su persona (como cuando se negó a saltar el charco y de todas formas terminó en
él), pero decir sí lo acaba aniquilando. Asimismo, los argentinos temieron resistirse a la dictadura, sabiendo que la represalia sería grave y
que su resistencia, posiblemente, sería inútil. Ambos quedan despojados del lenguaje, al pueblo argentino también le quitaron el
lenguaje; mediante la censura y la cercana vigilancia, el régimen limitó el uso de la palabra, las palabras debían ser escogidas
minuciosamente, el tono con el que se enunciaban matizado con precisión; se volvió un lenguaje bajo vigilancia. Hablar era arriesgarse a
caer en el error, un error que si no se rectificaba de inmediato podía tener consecuencias fatales. Tanto el Hombre como el pueblo
argentino quedan sin escapatoria, paralizados por el miedo y despojados de sus herramientas de resistencia.
El equivalente a la historia del charco para el pueblo argentino fueron los fallidos intentos de restaurar orden desde que empezó el ciclo
de dictaduras. Cada dictadura vencida resultó en un intento fallido de democracia y otro golpe de Estado que instauró,
subsecuentemente, otra dictadura, así que Argentina se resignó a decir sí; sin embargo, aceptar la dictadura llevó a desapariciones,
encarcelamientos, exilios y persecuciones.
Gambaro despoja al lenguaje de su poder y lo da, en cambio, a la gestualidad; el lenguaje falla y se somete, no es capaz de comunicar y
pierde la capacidad de dar poder al que lo enuncia. El que enuncia pierde el control porque enuncia; el lenguaje ya no es poder porque
está vacío (en la obra, y en la dictadura), es posible censurarlo, manipularlo, controlarlo. El poder reside en lo no enunciado, en lo que no
se puede censurar, en el gesto que no teme, que se arriesga a ser interpretado; mientras el lenguaje es temeroso y cuidadoso, la
gestualidad apuesta al enfrentamiento, se resiste a ser censurada.