(Luc Ferry) - La Sabiduria de Los Mitos (Aprnder A Vivir II) PDF

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LUC FER R Y

LA SABIDURÍA
DE LOS MITOS
A P R E N D E R A V I V I R II
taurus
T ártaro

■ ■ I a GENERACIÓN DE DIOSES P onto U rano

H i 2' generación de dioses


■ Ia generación olímpica Las Erinias,
I I 2“ generación olímpica Las ninfas Mellas
1 Mortales Los Gigantes,
Otras divinidades \ Afrodita________ |

1lecatónquiros Titanes y Titániries Cíclopes

Coto, Briáreo, Giges Océano, Ceo, Crío, I liparión, Bi untes, Estéropes, Arges
Jápeto, Cronos
y
Tea, Rea, Temis,
Mnemósine, Febe, Tetis

Crono y Fílira Crono v/ Rea

Q uim il | Poseidón, Hades, Zeus, Hostia,


Deméter, l lera

Zeus

r
Mnemósine Metis Leto Mava lle ra Deméter Sémele Alemena Dánae

Las nueve Las Horas Atenea Artemis Hermes Hel'esto Perséfone Dioniso Heracles Perseo
musas Las Mniras Apolo Ares CD
Hades
Luc Ferry

La s a b id u r ía
DE LOS MITOS

A prender a vivir 2

Traducción de Irene Cifuentes

TAURUS

PENSAMIENTO
Ín d ic e

Prólogo. La m it o l o g ía g r ie g a : ¿p o r q u é v pa r a q u é ?i i

i. El n a c im ie n t o d e l o s d io s e s y d e l m u n d o ... 53

2. D el n a c im ie n t o d e l o s d io s e s a l d e l o s h o m b r e s ío g
I. Hybris y cosmos: el rey Midas y el «toque
dorado»................................... 115
II. De los inmortales a los mortales: ¿por qué
y cómo ha sido creada la humanidad?........ 139

3. La s a b id u r ía de U l is e s o l a r e c o n q u is t a

DE LA ARMONÍA P E R D ID A .......................................175
I. Vista en perspectiva. El sentido del viaje
y la sabiduría de Ulises: de Troya a Itaca
o del caos al cosm os.................................... 176
II. El viaje de Ulises: once etapas hacia una
sabiduría de m ortal...................................... 187

4 . H ybris: e l c o s m o s a m e n a z a d o c o n u n a v u e l t a
AL CAOS (o CÓMO LA CARENCIA DE SABIDURÍA ECHA
A PERDER LA EXISTENCIA DE I.OS M O R T A L E S)____ 2 1 3
I. Historias de hybris: el caso de Asclepio (Escu­
lapio) y Sísifo, «los burladores de la muerte».. 219
II. Resurrecciones fallidas, resurrecciones logra­
das: Orfeo, Demétery los misterios de Eleusis 232
5. D ik é y cosm o s. La m i s i ó n p r im o r d ia l

DE LOS h é r o e s : g a r a n t iz a r e l o r d e n d e l c o s m o s

CONTRA EL REGRESO DEL C A O S ........................................25 1


I. Heracles: de cómo el semidiós prosigue
la tarea de Zeus eliminando a los seres
monstruosos que perturban la armonía
del m undo................................................... 252
II. Teseo, o cómo continuar la tarea de Heracles
luchando contra la supervivencia de las fuerzas
caóticas ....................................................... 283
III. Perseo o el cosmos liberado de la Gorgona
Medusa......................................................... 307
IV. Un combate más en nombre de ríiA¿Jasón,
el vellocino de oro y el viaje maravilloso
de los Argonautas........................................ 319

6. Las d e s g r a c ia s d e E d ip o y d e su h ija A n t íg o n a ,
o p o r q u é s e c a s t ig a a m e n u d o a l o s m o r t a l e s

SIN QUE HAYAN P E C A D O ...........................................................3 4 1

C o n c l u s ió n . M it o l o g ía y f il o s o f ía . La l e c c ió n

DE D lO N IS O Y LA ESPIRITU A LID A D I j u c a ..................3 7 1

No t a s ............................................................................... 395

Í n d ic e a l f a b é t ic o 41 1
P rólogo
La m it o l o g ía g r ie g a : ¿ p o r q u é y pa r a q u é ?

C om encem os por lo más importante: ¿cuál es el sentido


profundo de los mitos griegos y por qué habría, aún hoy
día, tal vez más que nunca, que interesarse por ellos? La
respuesta, en mi opinión, se encuentra en un pasaje de
una de las obras más conocidas y más antiguas en lengua
griega, la Odisea de Homero. De entrada se valora hasta
qué punto la mitología no es lo que tan a menudo se cree
en nuestros días, una colección de «cuentos y leyendas»,
una serie de historietas más o menos fantasmagóricas cuyo
único objetivo sería distraer. Lejos de ser un simple diver-
tímento literario, en realidad constituye el corazón de la sa­
biduría antigua, el origen primero de lo que pronto la gran
tradición de la filosofía griega desarrollará bajo una for­
ma conceptual con vistas a definir los límites de una vida
próspera para nosotros los mortales.
Dejémonos llevar un instante por el hilo de esta historia
que menciono aquí a grandes rasgos, pero sobre la que,
desde luego, tendremos ocasión de volver más adelante.
Tras diez largos años transcurridos fuera de su casa
combatiendo a los troyanos, Ulises, el héroe griego por
antonomasia, acaba de lograr la victoria mediante una ar­
timaña —en este caso gracias al famoso caballo de made­
ra que ha abandonado en la playa cerca de las murallas de

II
La .sabiduría dk ix>s mitos

la urbe—. Son los propios troyanos los que lo introducen


en su ciudad, de otro modo inexpugnable para los grie­
gos. Imaginan que se trata de una ofrenda a los dioses,
cuando en realidad es una máquina de guerra cuyos flan­
cos están llenos de soldados. Al caer la noche, los guerre­
ros griegos salen del vientre de la imponente estatua y
matan hasta al último troyano dormido, o casi. Es una car­
nicería atroz, y un pillaje sin piedad, tan espantoso que
hasta provoca la ira de los dioses. Pero al menos la guerra
ha terminado y Ulises se presta a volver a su casa, recobrar
Itaca, su isla, reunirse con su esposa, Penélope, y con su
hijo, Telémaco; en resumen, a recuperar su lugar tanto
en su familia como en el seno de su reino. Se puede ya
observar que antes de acabar en la armonía, en la recon­
ciliación apacible con el mundo tal como es, la vida de
Ulises comienza, a imagen del universo, por el caos. La
terrible guerra en la que acaba de participar y que le ha
obligado a abandonar en contra de su voluntad el «lugar
natural» que ocupaba al lado de los suyos se lleva a cabo
bajo la égida de Eris, la diosa de la discordia. Ella es la
causa de la enemistad entre griegos y troyanos, y a partir
de este conflicto inicial es cuando el itinerario del héroe1
debe ponerse en perspectiva si se quiere captar su signifi­
cado en términos de sabiduría de vida.
El asunto estalla a raíz de una boda, la de los futuros
padres de Aquiles2, gran héroe griego él también y uno
de los protagonistas más famosos de la guerra de Troya.
Como en el cuento de Lm bella durmiente del bosque, se «olvi­
daron» de invitar, si no a la bruja mala, al menos a la que
aquí desempeña ese papel, a saber, precisamente Eris. Es
que a decir verdad de buena gana prescindirían de ella
en ese día de fiesta: todo el mundo sabe con seguridad
que allá donde va todo se agria, que el odio y la ira preva­
lecerán sobre el amor y la alegría. Por supuesto, Eris acu­

12
Prólogo

de a la invitación que no le han hecho con la firme inten­


ción de sembrar el desorden en los esponsales. Ya sabe
cómo conseguirlo: sobre la mesa donde los jóvenes espo­
sos festejan su enlace, rodeados para la ocasión de los prin­
cipales dioses del Olimpo, arroja una magnífica manzana
de oro en cuya superficie hay grabada una inscripción bien
legible: «A la más bella». Como podía esperarse, las muje­
res presentes exclaman a una sola voz: «¡Entonces es para
mí!». Y el conflicto se introduce lento pero seguro y aca­
bará desencadenando la guerra de Troya.
He aquí de qué manera.
Alrededor del banquete toman asiento U'es diosas su­
blimes, las tres muy próximas a Zeus, el rey de los dioses.
Primero está Hera (en latín,Juno), su divina esposa, a la
que nada puede negar. Pero también está su hija predilec­
ta, Atenea (Minerva), y su tía Afrodita (Venus), la diosa
del amor y de la belleza. Desde luego, la previsión de Eris
se cumple y las tres mujeres se disputan la hermosa man­
zana. Zeus, como cabeza de familia sagaz, se abstiene de
tomar parte en la disputa: sabe demasiado bien que al ele­
gir entre su hija, su esposa y su tía se dejará en ello su tran­
quilidad... Además, debe serjusto y, decida lo que decida,
aquellas que haya dejado de lado le acusarán de prejui­
cio. Así pues envía a su fiel mensajero, Hermes, a buscar
discretamente a un joven inocente quejuzgue a las tres bel­
dades. A primera vista, se trata de un pastorcillo troyano,
pero en realidad este muchacho no es otro que París, uno
de los hijos de Príamo, rey de Troya. París fue abando­
nado por sus padres tras su nacimiento porque un orácu­
lo había predicho que provocaría la destrucción de su
ciudad. Pero, in extrmis, un pastor se apiada del bebé, lo
recoge y lo educa hasta que se convierte en el hermoso ado­
lescente que es ahora. Bajo la apariencia de un joven cam­
pesino se esconde, pues, un príncipe troyano. Con la in­

13
La sabiduría dk ix>s mitos

genuidad de lajuventud, París acepta desempeñar el papel


dejuez.
Para atraer sus favores y ganar la célebre «manzana de
la discordia», cada una de las mujeres le hace una prome­
sa que corresponde a lo que ella misma es. Hera, que rei­
na al lado de Zeus en el imperio más grandioso, ya que se
trata del universo entero, le promete que si la elige dis­
pondrá él también de un reino sin igual en la tierra. Ate­
nea, diosa de la inteligencia, de las artes y de la guerra, le
garantiza que si es ella la elegida, saldrá vencedor de to­
das las batallas. En cuanto a Afrodita, le dice al oído que
con ella podrá seducir a la mujer más hermosa del mun­
do... Y París, por supuesto, elige a Afrodita. Ahora bien,
ocurre que para desgracia de los hombres la criatura más
hermosa del mundo es la esposa de un griego, y no de
uno cualquiera: se trata de Menelao, el rey de la ciudad
de Esparta, ciudad guerrera donde las haya. Esta joven se
llama Helena, la famosa «bella Helena» a la que los poe­
tas, compositores y cocineros seguirán rindiendo home­
naje en el transcurso de los siglos... Eris ha logrado su ob­
jetivo: la guerra entre troyanos y griegos se desencadenará
unos años más tarde debido a que un príncipe troyano,
París, hechizado por Afrodita, le robará la bella Helena a
Menelao...
Y el pobre Ulises se verá obligado a tomar parte en ella.
Los reyes griegos —y Ulises es uno de ellos que, como se
ha dicho, reina en ítaca— han prestado juramento de
auxilio al que se casara con Helena. Su belleza y su encan­
to son tan grandes que temen la discordia que podría ins­
talarse entre ellos debido a los celos y el odio que conlle­
va. Así pues, han jurado fidelidad al que eligiera Helena.
Elegido Menelao, los demás deben, en caso de traición,
acudir en su ayuda. Ulises, cuya esposa Penélope acaba de
dar a luz al pequeño Telémaco, hace lo posible por librar­

14
Próloco

se de esta guerra. Finge estar loco, labra su tierra al revés


y siembra piedras en lugar de semillas, pero su astucia no
engaña al anciano sabio que ha ido a buscarle y, al final,
no tiene más remedio que decidirse a partir como los de­
más. Durante diez largos años está alejado de su «lugar
natural», de su mundo, de su lugar en el universo, con los
suyos, dedicado al conflicto y a la discordia antes que a la
armonía y a la paz. Terminada la guerra, sólo tiene una
idea en la cabeza: volver a casa. Pero sus dificultades no
han hecho más que empezar. Su viaje de regreso durará
diez años y estará sembrado de obstáculos, de pruebas
casi insuperables que hacen pensar que la vida armonio­
sa, la salvación y la sabiduría no se dan de entrada. Hay
que conquistarlas arriesgando a veces la vida. El episo­
dio que aquí nos interesa se sitúa muy al principio de este
periplo de la guerra.

Mises a Calipso: una vida de mortal venturosa es preferible


a una vida de inmortal malograda

Tratando de llegar a ítaca, Ulises debe detenerse en la


isla de la arrebatadora Calipso, una divinidad secundaria,
no obstante sublime, y dotada de poderes sobrenaturales.
Calipso se enamora perdidamente de él. Enseguida se
convierte en su amante y decide retenerlo prisionero. En
griego, su nombre viene del verbo calyptein, que significa
«esconder». Es hermosa como el día, su isla es paradisia­
ca, verde, poblada de animales y de árboles frutales que
suministran alimentos de ensueño. El clima es suave, las
ninfas que se ocupan de los dos amantes son tan encanta­
doras como serviciales. Está claro que la diosa tiene todas
las cartas en la mano. Sin embargo, Ulises se siente atraí­
do como un imán por su rincón del universo, por Itaca.

15
I A SABIDURÍA Dfc I.OS MITOS

Desea a toda costa regresar a su punto de partida y, solo


frente al mar, llora cada noche, desesperado por no tener
ninguna posibilidad de conseguirlo. Esto sin contar con
la intervención de Atenea que, por sus propias razones
—entre otras por celos: porque el troyano París no la ha
elegido—, ha apoyado a los griegos durante toda la gue­
rra. Viendo a Ulises tan atormentado, pide a su padre,
Zeus, que envíe a Hermes, su fiel mensajero, a conminar
a Calipso a que le deje partir para que pueda recobrar su
lugar natural y vivir al fin en armonía con ese orden cós­
mico del cual el rey de los dioses es autor y garante al mis­
mo tiempo.
Pero Calipso no ha dicho su última palabra. En un últi­
mo intento por conservar a su amante, le ofrece lo impo­
sible para un mortal, la oportunidad inaudita de escapar
a la muerte, que es el destino común de los humanos, la
ocasión inesperada de entrar en la esfera inaccesible de
aquellos a quienes los griegos denominan los «bienaven­
turados», es decir, los dioses inmortales. Para darle mayor
énfasis, añade a su oferta un complemento que no puede
desdeñar: si Ulises acepta le dotará para siempre, además
de la inmortalidad, de la belleza y el vigor que sólo confie­
re la juventud. La precisión es a la vez importante y diver­
tida. Si Calipso añade la juventud a la inmortalidad, es
que guarda el recuerdo de un infortunio anterior3: el de
otra diosa, Aurora, que también se enamoró de un simple
humano, un troyano llamado Titono. Al igual que Calip­
so, Aurora quiere hacer inmortal a su enamorado para no
separarse nunca de él. Suplica a Zeus, que acaba por acce­
der a su deseo, pero olvida pedir la juventud además de la
inmortalidad. Resultado: con el correr de los años, el des­
dichado Titono se reseca y encoge de un modo atroz has­
ta convertirse en un viejo decrépito, una especie de insec­
to inmundo que Aurora termina por abandonar en un

16
Pnúi.o< ¡n

rincón de su palacio antes de decidirse a transformarlo


en una cigarra para deshacerse completamente de él. Así
pues, Calipso tiene mucho cuidado. Ama de tal manera a
Ulises que de ninguna manera quiere verle envejecer ni
morir. La contradicción entre el amor y la muerte, como
en todas las grandes doctrinas de la salvación o de la sabi­
duría, se halla en el núcleo de^ nuestra historia...
La proposición con la que le quiere seducir es sublime,
como ella, como su isla, sin parangón para ningún mor­
tal. Ysin embargo, incomprensiblemente, Ulises se queda
frío como el mármol. Su desdicha es tanta que declina el
ofrecimiento de la diosa, no obstante tan tentador. Digá­
moslo de entrada: el significado de este rechazo es de una
profundidad abismal. En él se puede leer entre líneas el
mensaje más profundo, sin duda, y el más potente de la
mitología griega, aquel que la filosofía4 retomará por su
cuenta y que podría formularse fácilmente de la siguiente
manera: el objetivo de la existencia humana no es, como
pensarán pronto los cristianos, ganar por todos los me­
dios, incluidos los más honestos y los más fastidiosos, la
salvación eterna, conseguir la inmortalidad, puesto que
una vida de mortal venturosa es muy superior a una vida
de inmortal malograda. En otras palabras, Ulises está con­
vencido de que la vida «deslocalizada», la vida fuera de su
hogar, sin armonía, fuera de su lugar natural, al margen
del cosmos, es peor que la misma muerte.
En consecuencia, de manera indirecta, lo que se esbo­
za es la definición de la vida buena, de la existencia ventu­
rosa, donde se empieza a entrever la dimensión filosófica
de la mitología: a la manera de Ulises, es preferible una
condición de mortal conforme al orden cósmico, antes
que una vida de inmortal entregado a lo que los griegos
denominan hybris, la desmesura, que nos aleja de la re­
conciliación con el mundo. Es necesario vivir con lucidez,

17
La sabiduría de los mitos

aceptar la muerte, vivir con arreglo tanto a lo que se es en


realidad como a lo que está fuera de nosotros, en armo­
nía con los suyos así como con el universo. Eso tiene mu­
cho más valor que ser inmortal en un lugar vacío, falto de
sentido, por muy paradisiaco que sea, con una mujer a la
que no se ama, por muy sublime que sea, lejos de los su­
yos y de su hogar, en un aislamiento que simbolizan no
sólo la isla, sino también la tentación de la divinización y
de la eternidad que nos apartan tanto de lo que somos
como de lo que nos rodea... Magnífica lección de sabidu­
ría para un mundo laico como es el nuestro hoy día, lec­
ción de vida que rompe con el discurso religioso de los
monoteísmos pasados y futuros, mensaje que la filosofía
no tendrá, por así decirlo, más que traducir debidamente
para elaborar a su manera, que ya no será, desde luego, la
de la mitología, doctrinas de salvación sin Dios no menos
admirables, de la vida buena para los simples mortales
que somos.
Evidentemente, tendremos que interrogarnos más a
fondo acerca de las motivaciones del rechazo que Ulises
opone a su encantadora amante. Veremos también a lo
largo de todo el libro cómo, cada uno a su manera, los
grandes mitos griegos ilustran, desarrollan y sostienen
esta lección de vida magistral, proporcionando de este
modo a la filosofía la base misma de su futuro auge.
Pero tratemos en primer lugar de extraer algunas ense­
ñanzas de esta primera aproximación con el fin de precisar
el sentido y el proyecto que animan este libro. Ypara empe­
zar, ¿cómo se explica que unos mitos inventados hace más
de tres mil años, en una lengua y un contexto que apenas
tienen vínculos con los que nos rodean actualmente, pue­
dan hablarnos todavía con tanta cercanía? Todos los años
aparecen, por todo el mundo, decenas de obras sobre la
mitología griega. Desde hace ya mucho tiempo, el cine, los

18
I’RÓIXMX)

dibujos animados y las series de televisión se han adueñado


de ciertos temas de la cultura antigua para componer la
trama de sus guiones. De este modo, todo el mundo ha po­
dido oír en alguna ocasión hablar de los trabajos de Hércu­
les, de los viajes de Ulises, de los amores de Zeus o de la
guerra de Troya. Creo que eso se debe a dos series de razo­
nes, de orden cultural, por supuesto, pero también, y sobre
todo, de orden filosófico, cuya legitimidad quisiera com­
partir en este prólogo con mis lectores. Desde este punto
de vista, la obra que se disponen a leer se inscribe directa­
mente en la perspectiva iniciada en el primer tomo de
Aprender a vivir1. He tratado de narrar en ella de la manera
más sencilla y más vivaz posible los principales relatos de la
mitología griega. Pero lo he hecho desde un punto de vista
filosófico muy especial del que me gustaría decir aquí unas
palabras. Con el propósito de destacarlas lecciones de sabi­
duría escondidas en los mitos, he intentado explicar lo que
todavía conlleva la infinidad de historias y anécdotas que se
reagrupa normalmente de manera más o menos barroca
bajo el nombre de «mitología». A fin de subrayar mejor
desde el principio lo que puede hablarnos de forma tan
actual de esos esplendores pasados, me gustaría precisar, a
guisa de prólogo, lo que nuestra cultura, incluso la más co­
mún, pero también la sabiduría filosófica más sofisticada,
les deben.

En nombre de la cultura: en qué somos lodos nosotros


griegos antiguos...

Empecemos por la dimensión cultural de los mitos.


Si consideramos por un instante el uso que en el lengua­
je cotidiano hacemos de una multitud de imágenes, metá­
foras y expresiones, es casi evidente que las tomamos pres­

19
1.Asabiduría de los mitos

tadas directamente sin ni siquiera conocer su sentido y su


origen6. Ciertas expresiones convertidas en lugares comu­
nes traen consigo el recuerdo de un episodio fabuloso, ha­
ciendo especial hincapié en las aventuras de un dios o un
héroe: partir a la búsqueda del «vellocino de oro», «coger
el toro por los cuernos», «huir del fuego y dar en las bra­
sas», introducir en casa del enemigo un «caballo de Troya»,
limpiar los «establos de Augias», seguir el «hilo de Ariad-
na», tener un «talón de Aquiles», padecer la nostalgia de
«la edad de oro», colocar su empresa bajo «la égida» de al­
guien, observar la «Vía Láctea», participar en los «Juegos
Olímpicos»... Otras, aún más numerosas, ponen el acento
en un rasgo característico dominante de un personaje cuyo
nombre se nos ha hecho familiar sin que sepamos todavía
las razones de semejante éxito ni el papel exacto que de­
sempeñaba en el imaginario griego: pronunciar palabras
«sibilinas», dar con una «manzana de la discordia», «dárse­
las de Casandra» o vaticinar malos augurios, tener, como
Telémaco, un «Mentor», caer en «brazos de Morfeo» o tomar
«morfina», «tocar el Pactólo», perderse en un «laberinto»,
un «Dédalo» de callejuelas, tener un «Sosia» (aquel criado
de Anfitrión cuya apariencia tomó Hermes cuando Zeus
vino a seducir a Alcmena), una «Egeria» (esa ninfa que, se
dice, fue consejera de uno de los primeros reyes de Roma),
estar dotado de una fuerza «titánica» o «hercúlea», pade­
cer el «suplicio de Tántalo», pasar por «el lecho de Procus­
to», ser un «Anfitrión», un «Pigmalión» enamorado de su
criatura, un «Sibarita» (habitante de la fastuosa ciudad de
Sibaris), abrir un «Adas», blasfemar «como un carretero»7,
lanzarse a una empresa «prometeica», una tarea infinita
como la que consiste en vaciar el «tonel de las Danaidas»,
hablar con voz «estentórea», cruzarse con «Cerbero» en la
escalera, cortar el «nudo gordiano», montar «al estilo de
las Amazonas», imaginar «Quimeras», dejar «de piedra»,

20
Prólogo

como hacía «Medusa», «descender del muslo de Júpiter»*,


chocarse contra una «Harpía», una «Megera», una «Furia»,
dejarse llevar por el «pánico», abrir «la caja de Pandora»,
tener «complejo de Edipo», ser «narcisista», estar en com­
pañía de un buen «areópago»... Podría alargarse la lista
hasta el infinito. Dentro del mismo orden, ¿somos cons­
cientes de que un hermafrodita es ante todo el hijo de Her-
mes y de Afrodita, el mensajero de los dioses y la diosa del
amor; de que una Gorgona evoca una planta petrificada
como si hubiera cruzado la mirada de Medusa; de que el
museo y la música son herederos de las nueve musas; de
que se considera que un lince posee la vista penetrante
de Linceo, el argonauta del que se cree que podía ver a tra­
vés de una tabla de roble; de que los lamentos de Eco, Id
hermosa ninfa desconsolada por la marcha de Narciso, aún
se pueden oír después de su muerte; de que el laurel es
una planta sagrada en recuerdo de Dafne, y el ciprés, que
puebla tantos cementerios mediterráneos, un símbolo de
duelo en memoria del desdichado Cyparissos, que mató
por descuido a un ser querido y nunca logró el consuelo...?
Numerosas expresiones recuerdan también los lugares cé­
lebres de la mitología, el «campo de Marte», los «campos
Elíseos» o, más secreto, el «Bosforo», que alude literalmente
al «vado de la vaca» en recuerdo de lo, la joven ninfa que
Hera, la esposa de Zeus, persiguió ciega de odio y celos des­
pués de que su ilustre marido convirtiera a su amante en
una ternera para protegerla de las iras de su esposa...
En realidad, se necesitaría un capítulo entero para
agrupar todas esas alusiones mitológicas registradas y lue­
go olvidadas en el lenguaje habitual, para reavivar el sen­

* El equivalente español de esta expresión sería «descender de la


pata del Cid», pero en este caso sólo se puede traducir literalmente.
La explicación se halla en el capítulo 1. [N. de la T.]

21
I-A SABIDURÍA d e l o s m ito s

tido de los nombres de Océano, Tifón, Tritón, Pitón y otros


seres maravillosos que habitan de incógnito en nuestras
conversaciones cotidianas. Charles Perelman, uno de los
lingüistas más importantes del siglo pasado, hablaba de las
«metáforas dormidas» en las lenguas maternas. ¿Qué fran­
cés recuerda aún que las «gafas» que acaba de extraviar y
que busca refunfuñando son «pequeñas lunas»*? Hay que
ser ajeno a nuestra lengua para darse cuenta y por eso un
japonés o un indio encuentran a veces poéticos un térmi­
no o una expresión que a nosotros nos parecen perfecta­
mente comunes (por la misma razón que nosotros encon­
tramos fascinantes o chistosos los nombres de «perla de
rocío», «oso intrépido» y «sol de la mañana» que a veces
utilizan para sus hijos...). Este libro propone despertar esas
«metáforas dormidas» de la mitología griega narrando las
historias maravillosas que constituyen su origen. Aunque
no sea más que en nombre de la cultura, vale la pena —o
más bien, como veremos, el placer— para estar en condi­
ciones de comprender las innumerables obras de arte o li­
terarias que, en nuestros museos o bibliotecas, extraen su
inspiración de estas raíces antiguas y permanecen así com­
pletamente «herméticas» (¡un recuerdo más del dios Her-
mes!) para quienes ignoran la mitología.
Porque este enorme éxito lingüístico de la mitología
no está, desde luego, desprovisto de sentido ni de impor­
tancia. Existen razones de fondo para este fenómeno sin­
gular —ninguna doctrina filosófica, ninguna religión, ni
siquiera las de la Biblia, puede aspirar a un estatus compa­
rable— que hacen de la mitología una parte inalienable
de nuestra cultura común, aun cuando se ignoren por
completo sus orígenes reales. Sin duda, esto se debe en

* En francés, «gafas» se dice lunettes, que literalmente se traduciría


por pequeñas lunas o limitas, ya que luna se dice lurte fN. de la T.].

22
PRÓI.CXX)

primer lugar al hecho de que nos llega por medio de rela­


tos concretos y no, como la filosofía, de manera concep­
tual y reflexiva. Y por eso puede, aún hoy día, dirigirse a
todos, apasionar a los niños y a los padres con el mismo
entusiasmo, traspasar incluso, siempre que la presenten
de manera razonable, no sólo las edades y las clases socia­
les, sino también las generaciones para transmitirse a
nuestra época como lo ha sido casi sin interrupción desde
hace casi tres milenios. Aunque durante mucho tiempo
se la consideró una marca de «distinción», el símbolo de
la cultura más elevada, en realidad la mitología no está
reservada a una élite, ni siquiera a aquella que habría es­
tudiado latín y griego: Jean-Pierre Vernant, a quien al pa­
recer le gustaba narrársela a su nieto, había observado
que todo el mundo podía comprenderla, incluidos los ni­
ños, con los que de manera esencial hay que compartirla
lo antes posible. No sólo les aporta infinitamente más que
los dibujos animados, de los que por otra parte están satu­
rados, sino que arroja sobre su vida un punto de vista
irreemplazable siempre que uno se moleste en compren­
der la prodigiosa riqueza de los mitos con la suficiente
profundidad como para ser capaz, a su vez, de narrarlos
en unos términos comprensibles y sensatos.
Y he aquí el primer objetivo de este libro: hacer que la
mitología sea lo bastante accesible a la mayoría de los pa­
dres para que ellos puedan a su vez hacérsela descubrir a
sus hijos sin traicionar ni desvirtuaren nada los textos antiguos
de los que se extrae. En mi opinión, este punto es crucial y
me gustaría insistir sobre él un momento.
Por su método y su intención, el trabajo que aquí pre­
sento no se parece a las obras de divulgación, por otra
parte agradables, que se reúnen normalmente en colec­
ciones del tipo «cuentos y leyendas». En general, puesto
que van destinadas tanto a los niños como al gran públi­

23
La sabiduría dk los mitos

co, se mezclan alegremente en ellas todas las capas hete­


rogéneas que han foijado poco a poco, en el tiempo como
en el espacio y el espíritu, lo que se denomina «la» mitolo­
gía. La mayor parte del tiempo esos fragmentos del saber
quedan deslavazados y deformes, ya que se han «arregla­
do» por exigencias de la causa y el momento. El significado
y el origen auténticos de los grandes relatos míticos se ha­
llan de este modo ocultos, falsificados incluso, hasta el
punto de que acaban por reducirse en nuestra memoria a
una colección de anécdotas más o menos razonables que
en alguna parte están encasilladas entre los cuentos de
hadas y las supersticiones heredadas de las religiones ar­
caicas. Y lo que es peor, su coherencia se pierde bajo di­
versos ornamentos y fiorituras, incluso errores puros y
simples —hay muchísimos en este tipo de obras— que
en general los autores modernos no pueden evitar desli­
zar de paso en los relatos antiguos y que desvirtúan su al­
cance. Pues es necesario ser consciente de que «la» mito­
logía no es de ningún modo obra de un solo autor. No
hay un relato único, ni un texto canónico o sagrado,
comparable a la Biblia o el Corán, que se hubiera conser­
vado con esmero a lo largo de los siglos y que en lo suce­
sivo fuera una autoridad. Por el contrario, tenemos que
vérnoslas con una multitud de historias que los narrado­
res, filósofos, poetas y mitógrafos (se llaman así los que
desde la Antigüedad han recogido y redactado las reco­
pilaciones de relatos míticos) han escrito en el transcur­
so de más de doce siglos (en líneas generales desde el si­
glo vill a.C. hasta el siglo v d.C.), por no hablar de las
múltiples tradiciones orales de las que, por definición,
sabemos muy poco.
Ahora bien, esta diversidad no debe ser reducida ni de­
jada de lado por el hecho de que no se redactaría una
obra dedicada sólo al saber académico. Aunque no me

24
PRÓUXSO

dirijo aquí, o en lodo caso no solamente, a especialistas,


sino a lectores de todo talante, no he querido confundir­
lo todo de ese modo. Me he esforzado por reconciliar lo
que nos enseña la erudición y lo que la divulgación nos
impone sin sacrificar en ningún momento la primera a
los imperativos de la segunda. Dicho de otro modo, de
cada una de las historias que voy a relatar indico las fuen­
tes auténticas, cito los textos originales las veces que sean
necesarias y especifico, cuando sea interesante y útil a un
tiempo, las principales variantes que han salido a la luz en
el transcurso del tiempo. Pretendo que no sólo ese respe­
to a los textos antiguos, a su complejidad y a su heteroge­
neidad, no peijudique en nada la inteligibilidad de los
mitos, sino que por el contrario sea la condición necesa­
ria para su comprensión. Percibir las inflexiones que un
trágico como Esquilo (siglo vi a.C.) o un filósofo como
Platón (siglo IV a.C.) han podido dar al mito de Prometeo
tal como lo había contado el poeta Hesíodo, el primero
en hacerlo (en el siglo vil a.C.), no es engañoso sino clari­
ficador. Lejos de confundirlo, eso enriquece la compren­
sión y es absurdo privar de ello al lector porque apunte a
la divulgación: las reinterpretaciones sucesivas de esas his­
torias no hacen sino volverlas más interesantes todavía.
Pero el interés de la mitología no se detiene en su as­
pecto lingüístico o cultural y su éxito no está ligado sola­
mente a las cualidades inherentes a la forma de la narra­
ción que utiliza para dar sus lecciones. El objetivo de mi
libro no es, pues, ofrecer solamente unas claves para
orientarse en lo que los griegos habrían denominado los
«lugares comunes» de la cultura —aunque esto no tenga
nada de despreciable ni desdeñable: después de todo, a
partir de esta herencia es cuando cada uno de nosotros,
se quiera o no, se ha foijado, al menos en parte, una cier­
ta representación del mundo y de los hombres; conocer

25
Ia sabiduría de los mitos

sus orígenes no puede más que hacernos más libres y más


conscientes de nosotros mismos—. Pero más allá de su
importancia histórica o estética inestimable, los relatos
que vamos a descubrir o redescubrir llevan dentro leccio­
nes de sabiduría de una profundidad filosófica y de una
actualidad que desde ahora quisiera hacer vislumbrar.

En nombre de lafilosofía: la mitología como respuesta


a los interrogantes de los mortales acerca de la vida buena

Centenares, incluso millares de obras y de artículos se


han consagrado a la única cuestión del estatus de los mi­
tos griegos: ¿hay que clasificarlos bajo el epígrafe «cuentos
y leyendas» o en la sección religiones; al lado de la litera­
tura y la poesía o mejor en las esferas de la política y la so­
ciología? La respuesta que aporto en este libro es muy cla­
ra: en primer lugar y ante todo, la mitología, tradición
común a toda una civilización y religión politeísta, no es
por ello menos una filosofía hecha relato, un intento
grandioso con intención de responder de manera laica9a
la cuestión de la vida buena por medio de lecciones de
sabiduría vivas y carnales, vestidas de literatura, poesía y
epopeyas, y no enunciadas dentro de argumentaciones
abstractas. En mi opinión, es esta dimensión indisoluble­
mente tradicional, poética y filosófica de la mitología la
que hace que todavía hoy día tenga para nosotros interés
y encanto. Esto es lo que la hace singular y preciosa a la
luz de la miríada infinita de los demás mitos, cuentos y le­
yendas que, desde un punto de vista únicamente literario,
podrían pretender hacerle la competencia. Quisiera ex­
plicarme brevemente, pero no obstante de manera sufi­
ciente, para que se comprenda a un tiempo la organiza­
ción de este libro y el proyecto que lo anima.

26
PRÓI jOGO

En el primer tomo de Aprenderá tñvirpropuse una defi­


nición de la filosofía que da cuenta finalmente de lo que
esta última fue y debe en mi opinión seguir siendo: una
doctrina de salvación sin dios, una respuesta a la cuestión
de la vida buena que no pasa ni por un «ser supremo» ni
por la fe, sino por su empeño en pensar y por su razón.
Una exigencia de lucidez, en suma, como condición últi­
ma de la serenidad entendida en el sentido más simple y
más sólido: como una victoria —sirí duda siempre relativa
y frágil— sobre los miedos, en particular a la muerte, que
bajo formas tan diversas como insidiosas nos impiden vivir
bien. He tratado también de dar una ¡dea de los Uempos
duros que han marcado su historia, una visión general de
las grandes respuestas que en el transcurso del tiempo se
aportaron a lo que, después de todo, sigue siendo la cues­
tión crucial de la filosofía, la de la sabiduría definida como
ese estado en el que la lucha contra la angustia permite a
los humanos lograr ser más libres y abiertos a los demás,
capaces de pensar por sí mismos y de amar. Abordo aquí la
mitología desde este mismo punto de vista: como una pre­
historia de esta historia, como el primer momento de la
filosofía o, tal vez para mayor precisión, como su matriz
que por sí sola explica su nacimiento en Grecia en el si­
glo Vi a.C., acontecimiento singular que por costumbre se
ha venido a designar como el «milagro griego».
Desde este punto de vista, la mitología nos suministra
mensajes de una profundidad sorprendente, perspectivas
que abren a los humanos las sendas de una vida buena sin
recurrir a las ilusiones del más allá, una manera de afron­
tar la «finitud humana», de plantar cara al destino sin sos­
tenerse en los consuelos que las grandes religiones mono­
teístas pretenden aportar a los hombres apoyándose en la
fe. En otras palabras, que mencioné explícitamente en el
primer volumen de Aprender a xñvir, la mitología esboza.
l A SABIDURIA DE I.OS MITOS

tal vez por primera vez en la historia de la humanidad, en


todo caso de Occidente, los lineamientos de lo que he de­
nominado una «doctrina de la salvación sin Dios», una
«espiritualidad laica», o si se quiere decir todavía con más
simplicidad, una «sabiduría para los mortales». Represen­
ta de este modo un intento admirable con vistas a ayudar
a los hombres a «salvarse» de los miedos que les impiden
acceder a una vida buena.
La ¡dea podrá parecer paradójica: ¿no están los mitos
griegos poblados de una multitud incontable de dioses,
empezando por los que residen en el Olimpo? ¿No son,
pues, ante todo «religiosos»? A primera vista, desde lue­
go. Pero si se deja atrás la apariencia, se comprende ense­
guida que la pluralidad de los dioses está en las antípodas
del Dios único de nuestras religiones de Libro. Si bien en
apariencia están más cerca de los hombres, en realidad
los moradores del Olimpo son inaccesibles —por lo que
les dejan resolver solos, y en este sentido, de manera «lai­
ca», la cuestión del «saber vivir»—. De este modo, por
contraste absoluto con los Inmortales, sin esperanza algu­
na de reunirse con ellos y, por eso mismo, con pleno co­
nocimiento de los límites de la condición humana, es por
lo que debemos tratar de dar una respuesta. Por lo que la
actitud griega es más actual que nunca. Eso es lo que qui­
siera tratar de poner en claro en este prólogo con el fin
de que los relatos específicos que encontraremos a conti­
nuación en este libro no aparezcan como un revoltijo de
anécdotas desprovistas de hilo conductor, sino por el con­
trario como unas historias llenas de sentido y, más allá de
su aparente ligereza poética o literaria, portadoras de una
sabiduría profunda y coherente.
Para comprender bien esta articulación entre mitolo­
gía y filosofía, para medir el significado y la importancia
de las lecciones de vida que van a aportar las dos, cada una

28
Prólogo

a su manera pero ligadas entre ellas, hay que partir de la


idea de que a los ojos de los griegos el mundo de los seres
conscientes, de las personas, se divide antes que nada en­
tre mortales e Inmortales, entre hombres y dioses.
Esto puede parecer obvio, palmario, pero si se piensa
un instante se comprenderá que en realidad situar así la
cuestión de la muerte en el centro de un género literario
no tiene nada de anecdótico. La principal característica
de los dioses es que escapan a la muerte: en cuanto nacen
(pues no han existido siempre), viven eternamente y lo
saben, por lo que según los griegos son «bienaventura­
dos». Por supuesto, de vez en cuando pueden tener pro­
blemas, como ese pobre Hefesto (Vulcano), por ejemplo,
cuando descubre que su mujer, la sublime Afrodita, diosa
de la belleza y del amor, le engaña con su compañero de
guerra, el terrible Ares (Marte). A veces, los bienaventura­
dos son desgraciados. Sufren como los mortales, experi­
mentan pasiones como ellos: amor, celos, odio, ira... Sue­
len incluso mentir y ser castigados por el dueño de todos,
Zeus. Pero al menos hay un sufrimiento que desconocen y
es sin ninguna duda el más funesto de todos: aquel que
está ligado al miedo a la muerte, pues para ellos el tiempo
no cuenta, nada es definitivo, irreversible, irremediable­
mente perdido, lo que les permite afrontar las pasiones
humanas con una altura de miras y una distancia a las que
nosotros no podríamos aspirar. En su esfera todo puede
acabar por arreglarse un día u otro...
Nuestra principal característica, simples humanos que
somos, es la inversa. Al contrario que los dioses y los ani­
males, somos los únicos seres de este mundo que tienen
plena conciencia de lo Irremediable, por el hecho de que
vamos a morir. No solamente nosotros, sino además tam­
bién los que amamos: nuestros padres, nuestros herma­
nos y hermanas, nuestras mujeres y nuestros maridos,

29
La sabiduría df. Ijos mitos

nuestros hijos, nuestros amigos... Constantemente senti­


mos que el tiempo pasa y que, sin duda, a veces nos aporta
mucho —la prueba: amamos la vida—, pero inevitable­
mente también nos quita lo que más queremos. Y aunque
parezca mentira somos los únicos en este caso, los únicos
que notamos con una intensidad sin igual que en nues­
tras existencias hay, incluso antes del término último que
es la muerte propiamente dicha, lo irreversible, lo irrepa­
rable, lo «nunca más». Los dioses no padecen nada de
esto, y con razón, ya que son inmortales. En cuanto a los
animales, en la medida en que podamos valorarlo, apenas
piensan en esos asuntos, y si a veces son conscientes un
instante fugaz, es sin duda de forma muy confusa y sólo
cuando el fin es inminente. Por el contrario, los humanos
son como Prometeo, uno de los personajes más impor­
tantes de esta mitología: piensan «por anticipado», son
«seres de las lejanías». Siempre tratan más o menos de
anticipar el futuro, reflexionan sobre ello, y como saben
que la vida es corta y escaso el tiempo, no pueden evitar
preguntarse lo que hay que hacer...
En uno de sus libros, Hannah Arendt explica cómo
la cultura griega se ha apropiado de esta reflexión sobre la
muerte para hacer de ella el centro de sus preocupacio­
nes, cómo ha terminado por concluir que en el fondo ha­
bía dos formas de afrontar los interrogantes que atañen a
nuestra finitud para tratar de aportar una respuesta.
Se puede, en primer lugar, optar sencillamente por te­
ner hijos o, como se dice con mucha propiedad, una «des­
cendencia». ¿Cuál es la relación con el deseo de eternidad
que alumbra en nosotros la contradicción entre la certeza
de la muerte y el placer de la vida? En realidad es muy di­
recta, pues sabemos muy bien que a través de nuestros hi­
jos algo de nosotros continúa sobreviviendo más allá de
nuestra desaparición. En lo físico y en lo moral: los rasgos

30
PRÓIjOCO

del cuerpo y del rostro, así como los del carácter, se en­
cuentran siempre más o menos en aquellos que hemos
criado y amado. 1.a educación es siempre transmisión y
toda transmisión es en cierto modo una prolongación de
uno mismo que nos rebasa y no muere con nosotros. Di­
cho esto, sean cuales sean la grandeza y las alegrías de la
vida de los padres —las preocupaciones también...— sería
absurdo pretender que basta con tener hyos para acceder
a la vida buena. Menos aún para superar el miedo a la
muerte. Todo lo contrario. Pues esta angustia no se apoya
por fuerza, ni siquiera principalmente, en uno mismo. Lo
más frecuente es que ataña a los que amamos, empezando
precisamente por nuestros hijos (como lo atestiguan los es­
fuerzos desesperados de Tetis, la madre de Aquiles, uno de
los héroes más importantes de la guerra de Troya, por vol­
ver a su hijo inmortal sumergiéndole en el agua mágica del
Estige, el río de los infiernos). Esfuerzos vanos, puesto que
el troyano París matará a Aquiles de un (lechazo en ese cé­
lebre talón por el que su madre lo sujetaba cuando lo su­
mergió en el agua divina y que, de ese modo, siguió siendo
vulnerable. Y Tetis, como todas las madres, derrama lágri­
mas cuando se entera de la muerte de ese hijo amado del
cual había temido toda su vida que sus hazañas heroicas no
le expusieran a un final precoz...
Así pues, es necesaria otra estrategia y Hannah Arendt
muestra cómo va a ocupar un lugar esencial en la cultura
griega: el del heroísmo y la gloria que proporciona. He
aquí la idea que se esconde detrás de esta convicción sin­
gular: el héroe que lleva a cabo acciones impensables para
los simples mortales —como Aquiles, precisamente, y tam­
bién Ulises, Heracles, Jasón...— escapa al olvido que nor­
malmente engulle a los hombres. Se aleja del mundo de
lo efímero, de lo que no tiene más que un tiempo, para
entrar en una especie, si no de eternidad, al menos de

31
L a s a b id u r ía d k ijo s M ms

perennidad que lo asemeja en cierto modo a los dioses.


No hay equívoco: esta gloría, en la cultura de los griegos,
no es el equivalente de lo que hoy llamaríamos la «noto­
riedad mediática». Se trata de otra cosa, más profunda,
que procede de esa convicción que atraviesa toda la Anti­
güedad según la cual los humanos están en competencia
permanente, no sólo con la inmortalidad de los dioses,
sino también con la de la naturaleza. Intentemos resumir
en unas palabras el razonamiento que sirve de base a este
pensamiento crucial.
En primer lugar, hay que recordar que, en la mitología,
al principio, la naturaleza y los dioses son una sola cosa.
Gea, por ejemplo, no es sólo la diosa de la tierra, ni Urano
el dios del cielo o Poseidón el del mar: son la tierra, el cielo
o el mar, y a los ojos de los griegos está claro que estos gran­
des elementos naturales son eternos al igual que los dioses
que los personifican. Tratándose de la naturaleza, esta pe­
rennidad está, además, prácticamente demostrada y se
puede verificar experimentalmente. ¿Cómo se sabe? Al
menos, en una primera aproximación, mediante la simple
observación. En efecto, todo en la naturaleza es cíclico. In­
variablemente, el día sucede a la noche y la noche al día; el
buen tiempo acaba siempre por llegar después de la tor­
menta, como el verano después de la primavera y el otoño
después del verano. Cada año, los árboles pierden las hojas
con las primeras escarchas y, también cada año, vuelven a
brotar con el buen tiempo, de manera que los principales
acontecimientos que marcan el ritmo de la vida del mundo
natural evocan, por así decirlo, nuestros recuerdos. Por de­
cirlo aún más simplemente: no hay ninguna posibilidad
de que los olvidemos, y si por casualidad ése fuera el caso
volverían por sí mismos a nuestra mente. Por el contrario,
en el mundo humano, todo pasa, todo es perecedero, la
muerte y el olvido terminan por llevárselo todo: las palabras

32
Prólogo

que se pronuncian así como las acciones que se llevan a cabo.


Nada es duradero... ¡salvo la escritura! Así es. Los libros se
conservan mejor que las palabras, mejor que los hechos y
los gestos y si, por sus acciones heroicas, por la gloria que
proporcionan, uno de los héroes —Aquiles, Heracles, Uli-
ses u otro— logra convertirse en el protagonista de una
obra histórica o literaria, entonces sobrevivirá en cierto
modo a su desaparición, aun cuando no fuera más que por
el recuerdo que permanece en nuestras mentes. ¿La prue­
ba? Aún hoy día algunas películas se consagran a la guerra
de Troya o a los trabajos de Hércules, y somos bastantes los
que, cada noche o casi, contamos a nuestros hijos las aven­
turas de Aquiles, de Jasón o de Ulises porque un puñado
de poetas y de filósofos, varios siglos antes de Cristo, han
plasmado por escrito sus hazañas...
Sin embargo, a pesar de la fuerza de la convicción sub­
yacente a esta apología de la gloria hecha perenne me­
diante el Escrito, la cuestión de la salvación, en el sentido
etimológico del término —lo que nos puede salvar de la
muerte o, al menos, de los miedos que ella suscita— no
está todavía zanjada.
Por cierto, hace un momento mencionaba el nombre
de Aquiles, y algunos dirían quizá que en ese sentido no
está del todo muerto... En nuestra memoria, sin duda, pero
¿y en realidad? Bueno, pues preguntemos a su madre, Te-
lis, lo que piensa. Desde luego, es una metáfora, ya que esos
personajes no son reales, son sólo legendarios. Pero imagi­
nemos un poco: estoy seguro de que ella daría todos los li­
bros de la Tierra y todas las glorias del mundo por abrazar
a su pequeño. Para ella, no cabe duda, su hijo está muerto
de verdad, y el hecho de que se «conserve» en forma im­
presa, en las estanterías de nuestras bibliotecas, constituye
seguramente un pobre consuelo. ¿Y qué piensa el propio
Aquiles? Si creemos a Homero, bien parece que en su opi­

33
La sabiduría de los mitos

nión la muerte gloriosa durante combates heroicos casi no


valía la pena. Esto es al menos lo que muestra un pasaje
sorprendente de la Odisea. Detengámonos un momento en
este episodio, significativo a más no poder en esta cuestión
de la salvación, esencia] entre todas puesto que refleja indi­
rectamente, como de rechazo, la de la vida buena, definida
precisamente como una vida de mortal «salvada» al fin de
los miedos. A decir verdad, vamos a ver que este pasaje de la
Odisea aclara también de manera luminosa el significado
de toda la mitología.
Helo aquí: tras el valioso consejo de Circe, la hechice­
ra, y gracias a su ayuda divina, Ulises tiene el privilegio in­
signe para un mortal de poder descender a los infiernos,
a la morada de Hades y de su esposa Perséfone (hija ado­
rada de Deméter, diosa de las estaciones y de las cosechas)
para ir a consultar a un célebre adivino de nombre Tire-
sias sobre las pruebas que le aguardan durante la conti­
nuación de su viaje. Y en ese lugar donde permanecen los
desgraciados humanos después de su muerte, en esa co­
marca siniestra donde no son más que sombras irrecono-
cibles y afligidas, Ulises se cruza con el valeroso Aquiles al
lado del cual ha combatido durante la guerra de Troya.
Contentísimo de encontrarse con su amigo, profiere en
primer lugar estas palabras llenas de optimismo:

Antes, cuando vivías, todos nosotros, guerreros de Al gos,


te honrábamos igual que a un dios: ahora, en estos lugares, te
veo ejercer tu poder sobre los muertos; para ti, Aquiles, ¡hasta
la muerte carece de tristeza!

Aquí, Ulises expresa la idea que acabo de exponer, la


que anima al heroísmo griego, esa concepción de la glo­
ria salvadora de la que habla Hannah Arendt: aunque
haya muerto joven, el héroe, que la celebridad ha sacado

34
Pm 'h.o m i

del anonimato y convertido casi en un dios, no sabría ser


nunca desgraciado. ¿Por qué? Porque no se le puede olvi­
dar, precisamente, de modo que escapa al destino terrible
del común de los mortales que, una vez muerto, vuelve
«sin nombre», y así, al mismo tiempo que la vida, pierde
toda clase de individualidad o, en sentido propio, de per­
sonalidad. Por desgracia, la respuesta de Aquiles aniquila
las ilusiones vinculadas a la gloria:

¡Oh! ¡No me disfraces la muerte, noble Ulises! Preferiría


vivir como un siervo que se ocupa de los bueyes, estar al servi­
cio de un campesino pobre, privado de toda fortuna, antes
que reinar sobre los muertos, sobre toda esta muchedum­
bre sin vida.

¡Qué ducha de agua fría para el amigo Ulises! En tres


frases, el mito del héroe vencedor de la muerte salta en mil
pedazos. Y lo único que aún interesa a Aquiles es tener no­
ticias de su padre y, más aún, de su hijo por el que se preo­
cupa. Y como son excelentes, regresa a las profundidades
siniestras del infierno con el corazón un poco menos opri­
mido, como cualquier padre de familia atrapado en la vida
cotidiana —en el lado diametralmente opuesto del héroe
extraordinario y glorioso que fue en vida—. Eso es tanto
como decir que, en lo sucesivo, la gloria y los esplendores
pasados le importan, si puede decirse, un bledo...

La sabiduría mítica o la vida buena coma vida en armonía


con el orden del mundo

De ahí el interrogante fundamental, el interrogante


al cual es necesario responder si queremos comprender al
mismo tiempo el sentido filosófico y el hilo conductor más

35
I A SABIDURÍA DE U M MITOS

profundo de los mitos griegos: si la descendencia y el he­


roísmo, la filiación y la gloria no permiten afrontar la
muerte con más serenidad, si no proporcionan un acceso
verdadero a la vida buena, ¿hacia qué sabiduría dirigirse?
Ésta es la cuestión más importante, cuestión que la mito­
logía va a legar, por así decirlo, a la filosofía. Por muchos
conceptos, esta última no será, al menos al principio, más
que una continuación, por otras vías (las de la razón y ya
no las del mito), de la primera. Como ella, en efecto, uni­
rá de manera indisoluble las nociones de «vida buena» y
sabiduría a la de una existencia humana reconciliada con
el universo, con lo que los griegos denominan el «cos­
mos». La vida en armonía con el orden cósmico, he aquí
la verdadera sabiduría, la vía auténtica de salvación en el
sentido de lo que nos salva de los miedos y nos hace así
más libres y más abiertos a los demás. La mitología expon­
drá esta convicción potente entre todas a su manera, míti­
ca y literaria, antes de que la filosofía se apodere de ella
para formularla finalmente en términos conceptuales y
argumentativos.
Como tuve ocasión de explicar en Aprender a vivir 1 —y
por esa razón sólo vuelvo brevemente sobre ello para su­
brayar el sentido de la articulación entre mitología y filoso­
fía—, en la mayor parte de la tradición filosófica griega hay
que imaginar el mundo antes que nada como un orden
magnífico a la vez que armonioso, justo, bello y bueno. Eso
es exactamente lo que designa la palabra cosmos. En opi­
nión de los estoicos, por ejemplo, a los que con mucha ra­
zón se refiere el poeta latino Ovidio en sus Metamorfosis
cuando reinterpreta a su manera los grandes mitos que tra­
tan del nacimiento del mundo, el universo se asemeja a un
organismo vivo magnífico. Para hacerse una idea de ello,
puede comparársele casi enteramente con lo que un médi­
co, fisiólogo o biólogo descubre cuando diseca un conejo o


PRÓtXXX)

un ratón. ¿Qué es lo que ve? En primer lugar, que cada ór­


gano está maravillosamente adaptado a su función: ¿hay
algo mejor hecho que un ojo para ver, que los pulmones
para oxigenar los músculos, que el corazón para irrigarlos
de sangre? Todos estos órganos son mil veces más ingenio­
sos, más armoniosos y también más complejos que todas
las máquinas concebidas por los hombres. Pero además,
nuestro biólogo llega a otra conclusión: ve que el conjunto
de esos órganos, que ya considerados por separado son
asombrosos, fonna un todo absolutamente coherente, «ló­
gico» —en el sentido de lo que los estoicos denominan
precisamente el logos, el ordenamiento coherente del mun­
do tanto como del discurso, infinitamente superior él tam­
bién a todas las invenciones humanas—. Desde ese punto
de vista, hay que reconocer que la creación de un animal,
siquiera el más humilde, una hormiga, un ratón o una rana,
está todavía en nuestros días fuera del alcance de nuestros
laboratorios científicos más sofisticados...
La idea fundamental, aquí, es que, en ese orden cósmi­
co que más adelante desvelará la teoría filosófica —vere­
mos cómo, según los grandes relatos mitológicos, Zeus
acabará por imponer ese orden en el transcurso de las
guerras que deberá dirigir contra las fuerzas del caos—
cada uno de nosotros posee su sitio, su «lugar natural».
Desde ese punto de vista, la justicia y la sabiduría consis­
ten fundamentalmente en el esfuerzo que hacemos para
acoplamos en él. Al igual que un lulier dispone una a una
las múlüples piezas de madera que componen un instru­
mento de música para que se ensamblen todas en armo­
nía (y si el alma de un instrumento, es decir, la pequeña
lista de madera blanca que une el dorso y el anverso del
violín, está mal colocada, entonces éste deja de sonar
bien, de ser armonioso), debemos, a imagen de Ulises en
Itaca, encontrar nuestro lugar de vida y retornar a él so

37
I.A SABIDURÍA DE I X » M1TCXS

pena de no estar en condiciones de cumplir nuestra mi­


sión en el seno del universo y de ser entonces desgracia­
dos: he aquí un mensaje que la filosofía griega, al menos
en su mayor parte, va a poder extraer de la mitología.
¿Cuál es, sin embargo, el vínculo con la cuestión de la
división cardinal entre mortales e Inmortales? ¿En qué
puede ayudarnos esta visión del cosmos a responder a la
cuestión de la salvación? ¿Y por qué podría aparecer ella
como superior a la que descansa sobre la filiación o sobre
la gloria?
Detrás de esta voluntad de adaptarse al mundo, de en­
contrar su justo lugar en el seno de todo el orden cósmico,
se esconde en realidad una idea más oculta que se acerca a
nuestro interrogante sobre el sentido de la vida de los mor­
tales, de los que saben que van a morir: el mensaje de esta
gran tradición filosófica heredera de la mitología nos invi­
ta, en efecto, a pensar que el cosmos, el orden del mundo
que Zeus va a construir y que la teoría filosófica tratará de
desvelarnos para que nos podamos adaptar, es eterno.
¿Qué importa?, se preguntarán tal vez. A los ojos de los
griegos mucho, y en una primera aproximación se podría
formular simplemente de este modo: una vez incorporado al
cosmos, una vez que su vida entra en armonía con el orden cósmi­
co, el saldo comprende que nosotros, hombrecillos mortales, no so­
mos en elfondo más que unfragmento suyo, un átomo de eternidad
ftor así decirlo, un elemento de una totalidad que. no podría des­
aparecer, de modo que, en última instancia, la muerte deja de ser
un problema para el sabio auténtico porque ya no tiene nada de
verdaderamente real. O mejor dicho, no es más que el paso de un
estado a otro, un paso que, como tal, no debe asustamos más. De
ahí el hecho de que los filósofos griegos recomienden a sus
discípulos que no se contenten con palabras, que no se li­
miten a meros discursos abstractos, sino que practiquen
concretamente ejercicios que tiendan a ayudar a los morta­

38
PRÓIjOOO

les a liberarse de los miedos absurdos ligados a la muerte


a fin de vivir en «armonía con la armonía», es decir, en con­
sonancia con el cosmos.
Está claro que eso no es más que una formulación com­
pletamente abstracta y, por así decirlo, reducida de esta
sabiduría antigua. En la realidad de la vida humana, el
trabajo que consiste en adaptarse al mundo consta de
múltiples facetas. Es, como se verá principalmente con el
viaje de Ulises, un trabajo singular en todos los sentidos
del término, una tarea fuera de lo común: sólo los que as­
piran a la sabiduría van a comprometerse, y al «común de
los mortales», precisamente, le es ajena. Pero también es
una empresa «singular» en el sentido de que cada uno de
nosotros debe comprometerse por su propia cuenta y a su
manera. Se puede contratar a alguien para hacer un tra­
bajo —lavar los platos o arreglar el jardín—, pero ningu­
no puede, en nuestro lugar, recorrer el itinerario que
conduce a vencer sus miedos para adaptarse al mundo y
encontrar en él su justo lugar. El objetivo último, formula­
do de manera general, es la armonía, pero cada individuo
debe buscar su forma de conseguirla: encontrar su senda,
que no es la de los otros, puede por lo tanto constituir la
tarea de toda una vida.

Cinco interrogantesfundamentales que alientan los mitos

Desde esta perspectiva es desde la que quisiera releer y


relatar aquí la mitología. En ella veo primero, ya lo ha­
brán captado, una prehistoria de la filosofía cuyo estudio
es indispensable para comprender, no sólo su nacimien­
to, sino también su naturaleza más profunda. Pero más
allá de este aspecto teórico e intelectual, la mitología, en
ese esfuerzo por imaginar la condición de los mortales tal
I.A SABIDURÍA DK LOS MITOS

como son, proporciona lecciones de sabiduría que, al


igual que las de la filosofía griega, nos hablan todavía a
través de las representaciones del mundo y de nosotros
mismos de las que son portadoras. Considerados desde
este punto de vista, los mitos griegos más importantes vie­
nen alentados por cinco interrogantes fundamentales
que será necesario tener presentes si se quiere compren­
der, más allá de su belleza o su singularidad, el significado
de los relatos concretos que siguen a continuación. Me
servirán de hilo conductor para organizarlos de manera
que el lector no se pierda.
£1 primer interrogante atañe en buena lógica al origen
del mundo (capítulo 1) y de los hombres (capítulo 2), al
nacimiento de ese célebre cosmos con el cual los morta­
les, desde el momento de su creación, deberán encontrar
cada uno su manera de ponerse de acuerdo. Toda la mito­
logía comienza así por una narración de los orígenes del
cosmos y de los seres humanos, los cuales expone por pri­
mera vez Hesíodo, en el siglo vn a.C., en sus dos poemas
matriciales: la Teogonia (término que en griego significa
sencillamente el «nacimiento de los dioses») y Los trabajos
y los días. Se trata de la primera aparición del mundo, de
los dioses y de los hombres. Es un relato muy abstracto, a
veces difícil de seguir, y en los dos primeros capítulos voy
a tratar de aclararlo lo más posible pues realmente vale la
pena: todo se fundamenta en él.
Tengo que hacer aquí una precisión a fin de descartar
un malentendido que todavía es frecuente: contrariamen­
te a una idea admitida desde hace mucho tiempo, pero
del todo errónea, esta reconstrucción de los orígenes,
aunque abstracta y a menudo bastante teórica, no tiene
ninguna pretensión científica. Numerosos sabios de la ac­
tualidad siguen pensando, sin embargo, que no tiene
nada que ver con un «primer enfoque», todavía ingenuo

40
PRÓIXX.O

y «primitivo», por no decir «mágico», de las cuestiones


científicas que el «progreso» de nuestros conocimientos
«positivos» permitirían superar. La mitología no constitu­
ye la infancia de la humanidad: no dene nada que envi­
diar, en cuanto a profundidad e inteligencia, a la ciencia
moderna de la que no es, ni de cerca ni de lejos, una anti-
cipación siquiera aproximada. Sería completamente ab­
surdo, por ejemplo, querer compararla a lo que hoy día
nos enseñan los resultados de la invesügación científica
sobre el Big Bang y los primeros instantes del universo.
Una vez más (nunca se insiste en ello lo bastante por lo
afianzada que está la visión cientísta y «progresista»): el
proyecto de la mitología es muy distinto del proyecto
científico moderno. No es en modo alguno su intuición
aproximada. No aspira a la objetividad, ni siquiera al co­
nocimiento de lo real como tal. Su verdadera esencia está
en otra parte. Mediante un relato que se pierde en la no­
che de los tiempos y que, a decir verdad, no tiene nada de
explicativo en el sentido que entienden los científicos ac­
tuales, trata de ofrecernos a los mortales los medios para
dar un sentido al mundo que nos rodea. Dicho de otro
modo, aquí el universo no se considera como un objeto por
conocer, sino como una realidad por vivir, como el terreno de
juego de una existencia humana que, por así decirlo,
debe encontrar en él su lugar. Es decir, que el objetivo de
estos relatos primordiales no es tanto alcanzar la verdad
factual como dar posibles significados a la existencia hu­
mana interrogándose sobre lo que puede ser una vida lo­
grada en un universo ordenado, armonioso yjusto como
ese en cuyo seno nos incitan a encontrar nuestra senda.
¿Qué es una vida buena para unos seres, los humanos,
que saben que van a morir y que son capaces como nin­
gún otro de hacer daño y descarriarse de forma trágica?
¿Qué es una vida lograda para estos seres efímeros que

41
La sabiduría de los mitos

a diferencia de los árboles, las ostras y los conejos poseen


una conciencia clara de lo que más adelante los filósofos
denominarán su «finitud»? Esta es la única pregunta váli­
da, la única que en realidad guía los relatos de los oríge­
nes. He aquí también por qué se interesan, en primer lu­
gar y ante todo, por la construcción del «cosmos», por la
victoria de las fuerzas del orden contra las del desorden,
pues en este cosmos, en el seno de ese orden, es donde va
a ser necesario que encontremos, cada uno a su manera,
nuestro lugar para alcanzar la vida buena.
Este primer relato, tal como lo expone Hesíodo, posee
desde entonces una característica del todo asombrosa:
está escrito casi enteramente desde el punto de vista de
los dioses o, lo que viene a ser lo mismo, de la naturaleza.
Los protagonistas de esta historia tan extraña como mag­
nífica son, en primer lugar, fuerzas extrahumanas, entida­
des a la vez divinas y naturales: el caos, la tierra, el mar, el
cielo, los bosques y el sol, e incluso cuando se trata de la
aparición de la humanidad, se narra también desde el
punto de vista global del nacimiento de los dioses y del
universo.
Pero una vez acabada esta construcción es necesario
invertir del todo la perspectiva y dejarse llevar por un se­
gundo interrogante que, en realidad, justifica desde el prin­
cipio todo el edificio: ¿cómo van a entrar los hombres en
ese universo de los dioses que no parece a priori hecho
para ellos? Después de todo, hay que tener en cuenta que
no son los dioses, sino los hombres, evidentemente, los
que han inventado y narrado todas estas historias. Y lo
han hecho, también evidentemente, para dar sentido a
sus vidas, para situarse en el seno del universo que Ies ro­
dea. Lo que no siempre resulta fácil, como lo atestiguan
las numerosas dificultades que jalonan el largo viaje de
Ulises (capítulo 3), en que proporciona el arquetipo de la

42
Puritano

búsqueda, coronada finalmente con éxito, de una vida bue­


na entendida como la búsqueda, siempre singular para
cada uno de nosotros, de su lugar en el seno del orden
cósmico edificado por los dioses.
A decir verdad, como se verá desde el primer capítulo,
son dos caminos que se cruzan. Hay una humanización
progresiva de los dioses y una divinización progresiva de
los hombres. Con esto quiero decir que los primeros dio­
ses son impersonales, no son, como Caos y Tártaro por
ejemplo, más que entidades abstractas, sin rostro, sin ca­
rácter ni personalidad. Sólo representan fuerzas cósmicas
que se organizan progresivamente fuera de cualquier
proyecto consciente. Pero poco a poco, con la segunda
generación de dioses, la de los Olímpicos, van aparecien­
do caracteres, personalidades, funciones distintas. En
cierto modo, los dioses se humanizan, son cada vez más
conscientes, más inteligentes y se alejan cada vez más de
la naturaleza bruta: es que la organización del cosmos su­
pone mucha inteligencia y no solamente fuerza. Hera es
celosa; Zeus, su marido, un mujeriego; Hermes, un bella­
co; Afrodita conoce todas las artimañas del amor; Artemis
no tiene piedad; Atenea es tremendamente susceptible;
Hefesto un poco necio cuando se trata de sentimientos,
pero un genio en lo referente a los trabajos manuales, et­
cétera. A la lógica de la relación de fuerzas que domina a
los primeros dioses le sustituye poco a poco una lógica
más humana, menos natural y más cultural. Aun cuando
la cosmología y el orden de la naturaleza ganan, la psico­
logía y el orden de la cultura empiezan a ocupar un lugar
cada vez más importante en la conducta de los dioses. Pa­
ralelamente, el camino inverso se impone cada vez más a
los humanos: cuanto más reflexionan sobre ello, más de­
ben comprender que lo que más les interesa es adaptarse
a ese universo divino que es el orden cósmico. A la huma­

43
La sabiduría df. los mitos

nización de lo divino responde un proceso de diviniza­


ción de lo humano, nunca acabado, claro está, puesto
que somos y seguiremos siendo mortales, pero que indica
un camino, una tarea: la reconciliación con el mundo así
como con los dioses aparece en lo sucesivo como un ideal
de vida. Todo el sentido del viaje de Ulises, que vamos a des­
cubrir o redescubrir en este capítulo, se aclara a partir de
ahí: la vida buena es la vida reconciliada con lo que es, la
vida en armonía con su lugar natural en el orden cósmi­
co, y es cosa de cada cual encontrar ese lugar y llevar a
cabo ese trayecto si un día quiere alcanzar la sabiduría y la
serenidad.
Nietzsche lo dirá de nuevo, a continuación de los gran­
des griegos, lo que demuestra de paso que su mensaje si­
gue siendo tan actual que puede encontrarse todavía en
la filosofía contemporánea: el objetivo último de la vida
humana es lo que él denomina amor fati = el amor de su
suerte, el amor de lo que es, de lo que nos es destinado, del
presente en suma. Esta es la sabiduría más elevada, la úni­
ca que nos permite liberarnos de lo que Spinoza, a quien
Nietzsche consideraba como «un hermano», denominará
las «pasiones tristes»: el miedo, el odio, la culpabilidad, el
remordimiento, esos corruptores del alma que se arrai­
gan en las ilusiones del pasado o del futuro. Sólo esta re­
conciliación con el presente, con el instante —en griego:
el kairos—, puede según él, como para lo esencial de la
cultura griega, conducir a la verdadera serenidad, a la «ino­
cencia del devenir», es decir, a la salvación entendida no
en su acepción religiosa, sino en el sentido de encontrar­
se al fin a salvo de los miedos que «arrinconan» la existen­
cia e impiden su desarrollo.
Pero Ulises no es todo el mundo, y la tentación de sus­
traerse a la condición humana para escapar de la muerte es
grande. Los hay, y sin duda más de uno, que habrían res­

44
PRÓlJU f-O

pondido favorablemente a Calipso... Ésta es la razón por la


cual el tercerinterroganteque traspasa los mitos griegos atañe
a la hybris, la desmesura de vidas que se eligen y se desarro­
llan en la hostilidad al orden divino y cósmico a la vez, de
cuyo difícil nacimiento nos habla la Teogonia. Una vez que
los mortales están en el mundo e integrados en el cosmos,
¿qué les ocurre a los que, precisamente, a diferencia de
Ulises, no se conforman, y que por orgullo, por arrogancia
y desmesura, por hybris pues, se rebelan contra el orden
cósmico resultante de la guerra de los dioses? Muchos pro­
blemas: las historias de Asclepio (Esculapio), Stsifo, Midas,
Tántalo, ícaro y tantos otros dan testimonio de ello... Con­
taremos y analizaremos algunas al detalle (capítulo 4), eli­
giendo por supuesto aquellas que son a la vez las más pro­
fundas y más entretenidas. Pero el mensaje es, desde el
principio, bastante claro: si la sabiduría consiste en retor­
nar a su lugar natural en el universo divino y eterno para
vivir en él reconciliado al fin con el presente, la locura de la
hybris reside en la actitud inversa: la rebelión orgullosa y
«caótica» contra su condición de simple mortal. Una gran
cantidad de relatos mitológicos giran alrededor de este
tema crucial, y es importante no leerlos, como se hace hoy
día sin motivo alguno, a la luz de nuestra moral moderna
heredada del cristianismo.
Cuarto interrogante: entre esos dos caminos posibles, el
de la sabiduría de Ulises y el de la locura de los que ceden
a la hybris, ¿cómo situar a esos seres fuera de lo común,
héroes o semidioses, que pueblan casi todos los grandes
mitos griegos? Ni sabios ni locos, vuelven de perseguir en
esta tierra de mortales la tarea fundamental que fue al
principio la de Zeus: luchar contra las fuerzas del caos
que renacen sin cesar para que el orden prevalezca sobre
el desorden, y el cosmos y la armonía sobre la discordia.
Tendremos que narrar aquí la historia de esos hombres
La sabiduría de los mitos

verdaderamente extraordinarios, combatientes gloriosos


de todas las reencarnaciones monstruosas de las fuerzas
del desorden (capítulo 5). Así, Teseo, Jasón, Perseo y He­
racles seguirán, a imagen de Zeus luchando contra los Ti­
tanes, persiguiendo y fulminando la raza de los seres ma­
léficos y monstruosos que simbolizan el renacimiento,
siempre posible, de las primeras fuerzas del caos o, lo que
viene a ser lo mismo, la fragilidad del orden cósmico.
Queda, finalmente, un quinto interrogante: por un lado
está el cosmos, por otro los que se sitúan en él, como Uli-
ses, los que rechazan su ley y viven en la hybris, los que
ayudan a los dioses a restablecer el orden y se convierten
en héroes, pero hay también millones de otros seres, sim­
ples humanos como ustedes y yo, que no son ni sabios ni
malvados ni héroes y que permanentemente ven abatirse
sobre ellos catástrofes imprevisibles, algunos momentos
de alegría y felicidad, sin duda, pero también males de
todo tipo, enfermedades, accidentes, calamidades natu­
rales, sin comprender cómo ni por qué. ¿Cómo explicar
que un mundo con fama de armonioso, un cosmos del que
se afirma que es justo y bueno, instaurado y custodiado
por unos Olímpicos bellísimos, permita que el mal gol­
pee a los buenos y a los malos sin distinción? A esta pre­
gunta fundamental, imposible de eludir en el contexto
de una cosmología cuyos principios son los de la armonía
y lajusticia, responden sobre todo los mitos de Edipo y de
Antígona (capítulo 6).
Por último, veremos, evocando brevemente la figura
de Dioniso, cómo prevé la mitología la reconciliación ne­
cesaria de la discordia y el orden, de Caos y del cosmos,
antes de interrogarnos, para concluir, sobre lo que aporta
la filosofía en relación con el mito y sobre los motivos por
los cuales se ha pasado de la religión griega a unas doctri­
nas de salvación más conceptuales. Como se verá, en este

4(5
Prólogo

punto es donde la prehistoria de la filosofía aclara espe­


cialmente toda su historia.
Así pues, este libro empieza... por el principio, es decir,
por el relato del nacimiento de los dioses, del mundo y de
los hombres tal como se expone en el texto más antiguo,
más completo y más significativo del que disponemos: el
de Hesíodo. Cuando me parece clarificador añado el análi­
sis de algunos complementos y variantes, pero siempre preci­
sando el origen y el significado de tales añadidos para que el lec­
tor, aunque principiante, no se vea inducido a error y poco
a poco perdido sino al contrario, aclarado y enriquecido
por un saber que no aspira a la erudición sino al sentido.
Claro está, en este trabajo, riguroso en lo que atañe al mé­
todo aunque decididamente pedagógico, me he guiado
|x>r las obras de mis predecesores. Debo reconocer aquí mi
deuda, sobre este punto y otros, hacia el llorado Jean-Pie-
rre Vernant. El libro que escribió para su nieto —El Univer­
so, los dioses, los hombres: el relato de los mitos griegos'— no sólo
me ha servido de inspiración, sino de modelo, como lo han
sido también el resto de sus libros. Lo mismo en cuanto a
los trabajos de Jacqueline de Romilly sobre la tragedia grie­
ga. No hace mucho había recibido en el Ministerio de Edu­
cación a estos dos eruditos inquietos por el declive de las
«humanidades clásicas». Yo compartía su preocupación,
en todo caso su amor por la Antigüedad, e intenté, me temo
que sin éxito, tranquilizarlos, poner en practica «medidas»
para poner freno a la caída, real o supuesta, que temían...
pero sobre este punto como sobre otros, creo que a veces
se es más útil por medio de los libros que por la acción polí­
tica: esta última choca con demasiadas presiones incontro­
lables, con obstáculos y trabas de orígenes tan diversos que
sus efectos son siempre aleatorios.
También le debo mucho a otras obras, que citaré poco a
poco, sobre todo ese clásico que es el Diccionario de la mitolo­

47
t A SABIDURÍA de los mitos

gía griega y romana, editado por Pierre Grimal. Pero, aparte


de los textos originales que he tenido que leer o releer, la
obra más valiosa entre todas fue para mí la de Timothy
Gantz, Les Mythes de la Crece archaique (Los mitos de la Gre­
cia arcaica)10. Es el trabajo de toda una vida. Gon una pa­
ciencia y una erudición infinitas, Gantz ha sabido llevar
con la humildad de un investigador—absteniéndose de in­
terpretar sin medida— los mitos a sus autores, clasificarlos
históricamente y distinguir así, para cada relato mitológi­
co, su versión original (o lo que sabemos de ellos) y las va­
riantes que aparecen poco a poco para enriquecerlos, com­
pletarlos o, a veces, contradecirlos. Es esta riqueza, por no
decir abundancia, la que Gantz nos ha restituido de una
manera al fin ordenada, lo que permite orientarse con se­
guridad en las obras mitológicas antiguas.

Últimos comentarios sobre el estilo, la organización


de este libro y sobre la participación que ofrece a los niños...

Como en Aprender a vivir 1, he decidido tutear a la per­


sona a la que me dirijo, y eso por dos razones que en mi
opinión pueden más que las objeciones que me han he­
cho a este respecto. La primera es que, por así decirlo, he
«sometido a prueba» los grandes relatos griegos en mis
propios hijos y en algunos otros niños cercanos: es a ellos a
quien me dirijo en primer lugar y, a fin de escribir bien
para ellos, me es indispensable visualizar con la mente a
aquella o aquel a quien me dirijo en cada momento en
particular. La segunda razón es que este lector infantil,
ideal y real al mismo tiempo, me obliga a abstenerme de
toda alusión, a explicarlo todo, a no suponer que mi lector
posee un trasfondo de erudición que le permitiría, por
ejemplo, saber ya quiénes son Hesíodo, Apolodoro, Nono

48
Pr ó u x io

de Panópolis o Higinio, conocer a priori el significado de


palabras tales como «teogonia», «cosmogonía», «mitógra-
fo», «cosmos», etcétera, palabras que necesito constante­
mente pero que el tuteo me obliga de forma casi automáti­
ca, sin ni siquiera pararme a reflexionar, a definir y explicitar,
lo que sin duda no haría de un modo natural si empleara
el tratamiento de usted.
La convicción que comporta todo este trabajo que me
ha tenido ocupado durante tantos años es que, en esta
mezcla de consumo frenético y desencanto que caracteri­
za el universo en el que nos encontramos inmersos hoy
día, resulta más indispensable que nunca ofrecer a nues­
tros hijos —como por lo demás a nosotros mismos: la mi­
tología se lee a todas las edades— la oportunidad de dar
una vuelta por las grandes obras clásicas antes de entrar
en el mundo de los adultos y en la vida de la ciudad. La
referencia que aquí hago al consumo no tiene nada de
soltura ni sudleza retórica. Como tuve la ocasión de expli­
car en mi libro sobre la familia11, la lógica del consumis-
mo, a la cual ninguno de nosotros puede pretender en
serio escapar del todo, se parece a la adicción. A imagen
del drogado, que no puede evitar aumentar las dosis y
acortar los intervalos de las tomas de la sustancia que le
ayuda (eso cree él) a vivir, el consumidor ideal haría sus
compras cada vez con más frecuencia y comprando siem­
pre más. Ahora bien, basta con ver unos minutos las ca­
denas de televisión reservadas a los niños, con observar
que están permanentemente salpicadas de campañas pu­
blicitarias, para comprender que una de sus misiones
principales es la de convertirlos lo más posible en consu­
midores perfectos. Esta lógica, en la que entran cada vez
más temprano, puede resultar destructiva. Se instala en
su cabeza mediante un trabajo de zapa: cuanto menos dis­
ponemos de una vida interior rica en el plano moral, cul-

49
I Jk SAMOl'IUA UF. LOS MITOS

tural y espiritual, más nos entregamos a la necesidad fre­


nética de comprar y consumir. El tiempo de «alquiler de
cerebros vacíos» que ofrece la televisión a los anunciantes
es, pues, una ganga. Al interrumpir los programas sin ce­
sar, esas cadenas pretenden literalmente sumir a sus se­
guidores en un estado de carencia.
Evitemos un malentendido: no tengo ninguna inten­
ción de entregarme aquí a la enésima diatriba neomarxista
contra la «sociedad de consumo». Aún menos de propo­
nerme el ejercicio en adelante ritual de la crítica de la pu­
blicidad. En mi opinión, no es cierto en absoluto que su
supresión en las cadenas públicas cambie en algo los datos
de fondo del problema. Simplemente, como padre de fa­
milia y antiguo responsable de nuestra Educación, me pa­
recía crucial volver a poner en su sitio el frenesí de comprar
y poseer, secundario a pesar de todo, hacer comprender a
nuestras hijos que no es el principio ni el fin de su existen­
cia, que para nada dibuja el horizonte último de la vida
humana. Para ayudarlos a resistir a las presiones que les
impone y permitirles liberarse y distanciarse de él, es esen­
cial, tal vez incluso vital (si se piensa que la adicción es a ve­
ces mortal), dotarles lo antes posible de los elementos de
una vida interior rica, profunda y duradera. Para eso es ne­
cesario permanecer fiel al principio fundamental que aca­
bo de mencionar, aquel según el cual cuantos más valores
culturales, morales y espirituales posea una persona, me­
nos necesidad de comprar por comprar y de zapear por
zapear experimentara. En consecuencia se verá menos de­
bilitado por la insatisfacción crónica que nace inevitable­
mente de la acumulación infinita de deseos artificiales. Di­
cho de otro modo, hay que ayudarles a dar preferencia a la
lógica del Ser sobre la del Tener y con esta intención dedi­
co mi libro a todos los padres preocupados por hacer un
verdadero regalo a sus hijos, uno de esos regalos que acom­

50
Prólogo

pañan durante toda la vida y que no se abandonan el día


después de Navidad una vez abiertos los paquetes.
En este contexto considero crucial volver a los orígenes
de la mitología griega para hacer partícipes a nuestros hi­
jos de su contenido esencial. Desde luego, éste no es el úni­
co motivo de este libro que pretende ante todo, como ya
he dicho, ilustrar bajo un nuevo aspecto los primeros pasos
de la filosofía occidental. Pero hablo aquí de niños por ex­
periencia y no, como se dice, «en teoría»: cuando empecé
a narrar los grandes relatos míticos a mis hijos a partir de
los cinco años de edad, veía iluminarse sus ojos como nun­
ca. Las preguntas brotaban por doquier y sobre los mil y un
aspectos de las aventuras que les refería. Nunca había visto
una pasión tal, ni con la literatura juvenil, ni siquiera con
los cuentos clásicos, magníficos, de Grimm, Andersen o Pe-
rrault —por no hablar de las series de televisión que les di­
vertían, sin duda, pero no les apasionaban de ese modo—
Estoy seguro de que los mensajes más profundos que con­
tienen los mitos griegos y que atañen a la formación
del mundo, al nacimiento y la muerte, a las turbulencias del
amor y de la guerra, pero asimismo a la justicia, el significa­
do del castigo o del valor, la aventura y el amor al riesgo,
han contribuido poderosamente a permitirles arrojar so­
bre sí mismos y sobre el mundo que les rodea una luz de
una potencia y penetración que no tiene parangón con lo
que la cultura que normalmente ofrecen las pantallas les
hubiera permitido alcanzar. Tampoco tengo ninguna duda
sobre el hecho de que de ahora en adelante estos relatos se
han clavado en su memoria para acompañarlos a lo largo
de su existencia. Y creo que esto será crucial para ellos den­
tro del contexto consumista que acabo de mencionar. Ni
que decir tiene que los mitos que se van a descubrir o re­
descubrir aquí se dirigen tanto a los adultos como a sus hi­
jos —lo que explica que este libro cambie a veces de tono,
L a sabiduría de los mitos

que los registros sean variados: tan pronto me dirijo a los


adultos a quienes hablo del nacimiento de la filosofía,
como cuento leyendas a los niños, como asimismo inter­
preto ciertos episodios míticos que, en mi opinión, mere­
cen unos comentarios en profundidad—. Soy consciente
de que esto confiere algunas veces un aspecto un tanto ba­
rroco a esta obra, como también al primer volumen de
Aprender a vivir. Pero es una opción, y finalmente este in­
conveniente me ha parecido menor en relación con laven-
taja real que tiene tocar diversos registros a la vez, incluido
el plano intelectual.
Por otra parte, sé que a lo largo de los capítulos el lec­
tor se hará inevitablemente ciertas preguntas reflexivas,
históricas, filológicas o hasta metafísicas, a las cuales es
imposible responder desde el interior del propio relato
so pena de sobrecargarlo hasta el punto de hacerlo ilegi­
ble: ¿cuándo, cómo y por qué han inventado los griegos la
mitología? ¿Creían en sus mitos como los actuales creyen­
tes pueden creer en su religión? ¿Tenían estos últimos
una función metafísica, por ejemplo consoladora y tran­
quilizadora en relación con la muerte? ¿Se rendían cultos
a los dioses del Olimpo, ceremonias comparables a una
misa? ¿Cuáles son los vínculos que podían mantener los
escritos de los que aún disponemos hoy día con las tradi­
ciones oíales más antiguas? ¿Los padres griegos relataban
a sus hijos por la noche las aventuras de Ulises o de Hera­
cles? ¿Las reservaban más bien a los adultos, como se ha­
cía a menudo en la Europa de los trovadores o incluso en
la del siglo xvu con los cuentos de hadas? Trataré de vol­
ver sobre estas preguntas legítimas en el transcurso de
este libro cuando parezca oportuno. Hablar de ello ahora
sería empezar la casa por el tejado, y es preferible seguir
primero el relato de los grandes mitos antes de reflexio­
nar más sobre su sentido o su naturaleza.
1. El n a c im ie n t o d e l o s d io s e s
YDEL MUNDO

E n el principio del mundo una divinidad muy extraña


emerge de la nada. Los griegos la denominan «Caos». No
es una persona, ni siquiera un personaje. Imagina que esa
divinidad primigenia no tiene nada de humano: ni cuer­
po, ni rostro, ni rasgos de carácter. En realidad es un abis­
mo, un agujero negro en cuyo seno no se encuentra nin­
gún ser que pueda identificarse. Ningún objeto, ninguna
cosa que se pueda distinguir en las tinieblas absolutas que
reinan dentro de lo que no es más que un desorden total.
Por lo demás, al comienzo de esta historia todavía no exis­
te nadie para ver las cosas: ni animales, ni hombres, ni si­
quiera dioses. No solamente no hay seres vivos, animados,
sino que tampoco hay cielo, sol, montañas, ni mar, ni ríos,
ni flores, ni bosques... En una palabra, todo es oscuridad
en ese agujero abierto que es el caos. Todo es confusión y
desorden. Caos se asemeja a un precipicio oscuro gigan­
tesco. Ocurre como en las pesadillas: si fueras a caer den­
tro, la caída sería infinita... Pero eso es imposible, porque
ni tú, ni yo, ni humano alguno somos aún de este mundo.
Y luego, de repente, una segunda divinidad surge de
ese caos sin que se sepa realmente por qué. Es una espe­
cie de milagro, un acontecimiento primordial y fundador
que Hesíodo, el primer poeta que nos narró esta historia
La sabiduría de los mitos

hace mucho tiempo, en el siglo vn a.C., no nos explica, y con


razón: no tiene a su disposición, él tampoco, la menor ex­
plicación. Algo aparece, eso es todo, sale de los abismos, y
ese algo es una diosa formidable que se llama Gea, lo que
en griego significa la tierra. Gea es el suelo firme, sólido,
el suelo nutricio sobre el cual pronto van a poder brotar
las plantas, fluir los ríos, caminar los animales, los hom­
bres y los dioses. Gea, la tierra, es al mismo tiempo el pri­
mer elemento, el primer fragmento de naturaleza com­
pletamente tangible y fiable, y en este sentido es lo
contrario de Gaos: no caemos al infinito porque ella nos
sostiene y nos soporta, pero es también la madre por ex­
celencia, la matriz original de la cual todos los seres, o
casi, van a salir pronto.
Sin embargo, para que un día los ríos, los bosques, las
montañas, el cielo, el sol, los animales, los hombres y, so­
bre todo, los demás dioses suijan de Gea, la diosa tierra, o
incluso de ese Caos extraño —puesto que de él van a salir
también algunas criaturas divinas—, es necesaria aún una
tercera divinidad —tercera porque ya tenemos dos: Caos
y Gea—. Se trata de Eros, el amor. Al igual que Caos, es un
dios auténtico, pero no una persona en realidad. Se trata
más bien de una energía de eclosión que hace que los se­
res salgan y se desarrollen. Es, por así decirlo, un principio
de vida, una fuerza vital. Sobre todo no hay que confundir
este Eros, al que no se puede ver nunca ni está personifica­
do, con otro dios pequeño que aparecerá después y llevará
el mismo nombre —aquel al que los romanos llaman tam­
bién Cupido—. Este «segundo» Eros, que a menudo se re­
presenta como un niño mofletudo, provisto de alitas, de
un arco y unas flechas cuyo ataque desata las pasiones,
es un dios diferente a ese Eros primigenio, principio abs­
tracto que tiene la misión fundamental de hacer pasar a
todas las divinidades futuras de las tinieblas a la luz.

54
EL NAOM1KNTO DE LOS DIOSES V DEL MUNDO

Así pues, a partir de estas tres entidades primordiales


—Gaos, Gea y Eros— todo va a ponerse en sil sitio, el
mundo va a organizarse poco a poco. De ahí la pregunta
más importante y fundamental de todas: ¿cómo se pasa
del desorden absoluto de los orígenes al mundo armonio­
so y bello que conocemos? En otras palabras, que pronto
serán las de la filosofía, ¿cómo se pasa del caos inicial al
«cosmos», es decir, al orden perfecto, a la organización
cabal de una naturaleza magnífica y generosa donde todo
se halla maravillosamente bien dispuesto bajo la suavidad
del sol? Ahí está la primera historia, el relato de los oríge­
nes de todas las cosas y todos los seres, de los elementos
naturales, de los hombres y los dioses. Es el relato funda­
dor de toda la mitología griega. Por ello es necesario em­
pezar por él.
Para entrar en el meollo de la cuestión, debo volver a
hablarte de un cuarto «personaje» o, mejor dicho, puesto
que él tampoco es realmente un individuo, de un cuarto
«protagonista» de esta exüaña historia. En su poema, que
de momento nos sirve de guía, Hesíodo menciona, en
efecto, otra divinidad situada en los orígenes: se trata de
Tártaro. Como he dicho, no es en verdad una persona, al
menos en el sentido que nosotros entendemos tomando
como modelo a los humanos. En primer lugar y ante todo,
es un paraje tenebroso y horrible, lleno de moho y siempre
sumido en las tinieblas más completas. Tártaro se sitúa en
lo más profundo de Gea, en los fondos más alejados de la
tierra. En este lugar —que pronto se identificará con el
infierno— es donde se relegará a los muertos, cuando los
haya, pero también a los dioses vencidos o castigados.
Hesíodo nos da una indicación interesante sobre la locali­
zación de este célebre Tártaro —que es también, por lo
tanto, un dios y un lugar al mismo tiempo, una divinidad
que será capaz, por ejemplo, de tener hijos y ser también

55
I J i SABIDURÍA DF. LOS MITOS

un fragmento de naturaleza, un rincón del cosmos—. Nos


dice que el Tártaro se encuentra oculto en la tierra tan
alejado de la superficie del suelo como el cielo lo está de
esa superficie, y añade una imagen que tal vez te lo aclare:
imagina un yunque pesado (es una especie de tabla grue­
sa de bronce que utilizan los herreros para fabricar obje­
tos de metal con su martillo): según Hesíodo, este trozo
de bronce enorme y pesado tardaría nueve noches y nue­
ve días en caer desde el cielo hasta la superficie de la tie­
rra y de nuevo nueve días y nueve noches en caer desde
esta superficie hasta el fondo del Tártaro. Esto demuestra
lo oculto que está este lugar infernal, que aterrorizará a los
humanos pero también a los dioses, en los abismos más
profundos de Gea.
Volvamos a ella, pues precisamente las cosas serías van
a comenzar con ella; no empecemos por el final: no olvi­
des que por el momento no existen todavía ni el cielo ni
las montañas, ni los hombres ni los dioses, aparte de estas
entidades primigenias que son, para concretar y nom­
brarlas por el orden de su nacimiento: Caos, Gea, Tárta­
ro, Eros. Por el momento, nada más ha nacido todavía*.
Pero precisamente, sin duda bajo el impulso de la
energía de Eros, Gea va a engendrar ella sola, sin marido
ni amante, a partir de sus propias profundidades y de sus
propias fuerzas, a un dios formidable: Urano. Urano es el
cielo estrellado que, situado por encima de la tierra (a
decir verdad desplegado, por no decir tendido sobre
ella), es como el doble celeste de Gea. Por dondequiera
que se encuentre, por todas partes donde haya tierra, se
halla también el Urano, el cielo, situado en voladizo. Un
matemático diría que son conjuntos de una extensión
idéntica: a todo centímetro cuadrado de Gea le corres­
ponde un centímetro cuadrado de Urano... Lo cierto es
que, de nuevo sin unión carnal con ningún otro dios, Gea

56
E l. NACIMIENTO DE 1.0$ DIOSES Y O H. MUNDO

hace otra vez surgir de sus entrañas otros hijos: las monta­
ñas, Oréades, ninfas que las pueblan, jóvenes arrebatado­
ras pero no humanas puesto que son, ellas también, cria­
turas divinas; y finalmente Ponto, el «oleaje marino», es
decir, el agua salada del mar. Como ves, el universo, el
cosmos, empieza a tomar forma poco a poco, aun cuando
está muy lejos de concluirse.
Observarás también, insisto en ello de nuevo porque
es muy importante para comprender bien la naturaleza
de esta historia que habla del nacimiento del mundo y el de
los dioses, que todas las regiones del universo que se aca­
ban de mencionar se consideran, dentro de la mitología,
«fragmentos de naturaleza» y divinidades al mismo tiempo:
lo mismo que la tierra es el suelo sobre el que caminamos,
el mantillo sobre el que crecen los árboles, pero también
una diosa ingente que lleva como tú y yo un nombre pro­
pio, Gea, asimismo el cielo es un elemento natural, un
hermoso cielo azul situado por encima de nuestras cabe­
zas y una entidad divina, ya personal y dotada también de
un nombre propio: Urano. Igualmente para las Oréades,
las montañas, Ponto, el oleaje marino, o para Tártaro, el
abismo infernal oculto en las profundidades de la tierra.
Hay que decir que estas divinidades son capaces, llegado
el caso, de formar parejas, de unirse entre ellas y tener hi­
jos a su vez. Así es cómo miles de otras criaturas más o
menos divinas nacerán de estos primeros dioses. Por el
momento dejaremos a la mayoría de ellas de lado para
atenemos al hilo principal del relato y a los personajes
que ocupan en él un lugar indispensable para la com­
prensión del drama terrible que va a representarse antes
de que finalmente se consiga la edificación de un mundo
ordenado, de un orden cósmico verdadero, es decir, de
un universo armonioso y estable donde los humanos pue­
dan vivir y morir.
La sabiduría de ujs mitos

En este primer relato mítico, el nacimiento del mundo


natural y el de los dioses no forman más que un uno, por
eso se superponen en el seno de una misma y única histo­
ria. En resumidas cuentas, narrar el nacimiento de la tierra,
del cielo o del mar es narrar las aventuras de Gea, Urano,
Tártaro o Ponto. Y así todos los demás, como vas a ver.
Observa bien que, por esta misma razón, estas primeras
divinidades, a pesar del hecho de que llevan un nombre
propio como tú y como yo, son más que nada fuerzas pu­
ras de la naturaleza antes que personas dotadas de un ca­
rácter y de una psicología propios. Para organizar el mun­
do, será necesario apoyarse más tarde en otros dioses,
más culturales que naturales, que deberán tener mucha más
reflexión y conciencia que las primeras fuerzas naturales
con las cuales comienza el universo. Además, este progre­
so hacia la inteligencia, la astucia, el cálculo, en una pala­
bra, esta especie de humanización de los dioses griegos,
es la que va a suministrar uno de los resortes más intere­
santes de toda esta historia... Pero en todo caso, lo que es
seguro es que al principio el nacimiento de los dioses y el
de los elementos naturales se confunden. Sé que las pala­
bras que voy a utilizar ahora te parecerán un poco com­
plicadas porque todavía no las conoces: la «teogonia» y la
«cosmogonía» son una sola. ¿Qué es lo que quiere esto
decir? En realidad, estos viejos términos griegos son muy
sencillos y no hay que tenerles miedo. Al contrario, es
bueno que los conozcas desde ahora. Simplemente signi­
fican lo que acabo de decir de otra forma: el nacimiento
(gonía) del mundo (cosmos) y el nacimiento (gonía) de
los dioses (teo) equivalen a lo mismo: la cosmogonía, el
nacimiento del cosmos, es una teogonia, una historia del
nacimiento de los dioses, y viceversa.
Lo que te permite comprender bien y, espero, retener
enseguida dos cosas.

58
E l nacimiento de los dioses y del mundo

En primer lugar, que aunque el cosmos es eterno,


como los dioses inmortales, no ha existido siempre. Al
principio no es el orden lo que reina, sino el caos. No so­
lamente dominan el desorden más completo y la oscuri­
dad más total, sino que como pronto demostraremos, los
primeros dioses, lejos de estar llenos de sabiduría como
sería de esperar de unos dioses, están por el contrario lle­
nos de odios y de pasiones brutales, zafias, hasta el punto
de que guerrean entre ellos de forma terrorífica. Es poco
decir que desde el principio no están en armonía, y ésta
es la razón por la que el nacimiento del mundo, de un
orden cósmico armonioso, tiene una historia bastante lar­
ga que finalmente tomará la forma de una «guerra de los
dioses». Una historia terrible, como verás, llena de ruido
y de furia, pero también una historia que conlleva un
mensaje de sabiduría: la vida en armonía con el orden del
mundo, aunque como en el caso de los mortales esté des­
tinada a finalizar un día, es preferible a cualquier otra for­
ma de existencia, incluso a una inmortalidad que sería, si
puede decirse, «desordenada» o «deslocalizada». Para que
podamos vivir en consonancia con el mundo que nos ro­
dea, hace falta que ese mundo ordenado, ese famoso cos­
mos, exista, lo cual, en la fase en la que nos encontramos,
no está todavía formado, ¡ni de lejos!
Observa a continuación que en esta época de los oríge­
nes no hay espacio propiamente dicho: entre cielo y tie­
rra, entre Urano y Gea, no hay vacío, ni intersticios, tan
pegados están uno a otro. El universo, en consecuencia,
no tiene su rostro actual desde el principio, con una tie­
rra y un cielo separados por una gran distancia, la que la
historia del yunque de bronce trata de hacer compren­
der. Pero, además, en realidad tampoco hay tiempo, o al
menos no un tiempo semejante al que ahora conocemos,
pues la sucesión de generaciones —simbolizada y encar­

59
La sabiduría de l o s mitos

nada a la vez por el nacimiento de nuevos hijos— no siem­


pre tiene lugar. Por lo demás, los que van a vivir de verdad
en el tiempo son, por excelencia, los mortales, y todavía
no han nacido.
Veamos ahora de qué manera el universo tal como lo
conocemos va a emerger poco a poco de estos elementos
iniciales.

Im separación doloroso del cielo (Urano) y la tierra (Cea):


el nacimiento del espacioy del tiempo

Urano, el cielo, no está todavía «arriba», en el firma­


mento, semejante a un techo gigantesco; por el contrario,
está adherido a Gea como una segunda piel. I^a toca, la
acaricia por todas partes y sin cesar. Está, si puede decirse,
pegado al máximo: para ser totalmente claro, Urano no
deja de hacer el amor a Gea, de yacer con ella. Es su única
actividad. Es «monomaniaco», está obsesionado por una
sola y única pasión, la pasión erótica: no deja de cubrir a
Gea, de besarla, de fundirse en ella y, consecuencia inevi­
table, le hace una caterva de hijos. Y las cosas verdadera­
mente serias van a empezar con ellos.
Pues los hijos de Urano y Gea serán en realidad los pri­
meros «dioses verdaderos», los primeros dioses que no son
personajes más o menos abstractos, entidades, para conver­
tirse en verdaderas «personalidades». Como acabo de suge­
rir, vamos a asistir a una humanización de lo divino, a la
aparición de nuevos dioses con aspecto de personas autén­
ticas, bien individualizadas y dotadas de una psicología, de
pasiones menos brutales, más elaboradas, aunque, como
veremos, siguen siendo a veces contradictorias, incluso de­
vastadoras: de nuevo, los dioses griegos, a diferencia, por
ejemplo, del Dios de los cristianos, de los musulmanes y de

60
El nacimiento de los dioses y del mundo

los judíos, están lejos, muy lejos, de portarse siempre bien.


Así que con esos hijos se podrá plantear, en toda su exten­
sión, el problema director de este relato de los orígenes: el
de la formación del orden a partir del desorden, del naci­
miento del cosmos a partir del caos inicial. Y les va a hacer
falta carácter, en todos los sentidos del término, valor y cua­
lidades múltiples, para armonizar este universo primordial
que no deja de complicarse: eso no podrá hacerse a ciegas,
por la sola actuación de las fuerzas naturales, como la grave­
dad de Newton: este orden es tan hermoso y tan complejo
que por fuerza depende de personas inteligentes... De ahí
esta evolución a la cual va a dar lugar el nacimiento gradual
de los dioses que te voy a relatar.
¿Quiénes son exactamente esos primeros descendien­
tes de Urano y de Gea, del Cielo y de la Tierra? ¿Y cuáles
serán sus aventuras hasta la aparición plena y total del or­
den cósmico definitivamente equilibrado?
En primer lugar son aquellos a los que su propio pa­
dre, Urano, llama los «Titanes»: seis varones y seis hem­
bras —llamadas también «Titanas» o «Tilánides» para di­
ferenciarlas de sus hennanos—. Estos Titanes tienen tres
características en común. Primero, como todos los dioses,
son inmortales: es imposible, pues, esperar matarlos si ca­
sualmente se arriesga uno a entrar en guerra contra ellos.
Además, están dotados de una fuerza colosal, inagotable,
absolutamente sobrehumana, que no podemos ni siquie­
ra imaginar. Ese es el motivo por el que aún hoy día, en
nuestro lenguaje cotidiano, se habla de una fuerza «titá­
nica», y por la misma razón se le ha dado el nombre de
«titanio» a un metal especialmente sólido y resistente.
Vale más no provocar a esos dioses. Por último, son todos
de una belleza perfecta. En consecuencia, son seres a la
vez aterradores y fascinantes, a menudo muy violentos
pues conservan en ellos la huella de su origen: han nací-
La SABIDURIA d e LOS m it o s

do de las profundidades de la tierra y proceden de los pa­


rajes del Tártaro, ese lugar infernal muy próximo al caos
original del que la propia Gea tal vez haya salido también
—Hesíodo nos dice que ella viene «después» del Caos, sin
precisar no obstante si sale de él, pero es una hipótesis
verosímil—. En todo caso, está claro que los Titanes son
más fuerzas del caos que del cosmos, más seres de desor­
den y de destrucción que de orden y de armonía2.
Aparte de estos seis Titanes formidables y estas seis Titá-
nides sublimes, Urano engendra con Gea tres seres mons­
truosos, «muy parecidos a dioses» dice Hesíodo, salvo que
no tienen más que un ojo enorme en medio de la frente.
Son los «Cíclopes», que desempeñarán, ellos también, un
papel decisivo en la historia de la constmcción del cosmos,
del mundo ordenado y armonioso. Al igual que sus herma­
nos los Titanes, están dotados de una fuerza extraordinaria
y son de una violencia sin límite. Su nombre, en griego, lo
indica bastante bien, puesto que todos hacen referencia a
la tormenta y la tempestad: primero está Brontes, «el atro­
nador» como el trueno, luego Estéropes, el relámpago, y
Arges, el rayo. Son ellos los que ofrecerán al futuro rey de
todos los dioses, Zeus, sus armas más temibles: precisamen­
te el trueno, el relámpago y el rayo, que Zeus podrá desatar
contra sus enemigos para cegarlos y derribarlos.
Por último, de los amores del cielo v la tierra nacen asi-
mismo tres seres absolutamente terroríficos, todavía más
espantosos si cabe que los doce Titanes y los tres primeros
Cíclopes: cada uno tiene cincuenta cabezas y de sus hom­
bros monstruosos salen cien brazos de un vigor inimagina­
ble. Por esta razón se les denomina «Hecatónquiros», lo
que en griego quiere decir, sencillamente, «cien brazos».
Son tan impresionantes que Hesíodo puntualiza —antes
de damos sus nombres— que más vale no nombrarlos para
no correr el riesgo de despertar su atención: el primero se

62
E l. NACIMIENTO DE I/MÍ DIOSES V DEL MUNDO

llama Coto, el segundo Briareo y el tercero Giges. Ellos


también desempeñarán, junto a los Cíclopes, un papel im­
portante en la edificación del orden cósmico venidero.

Lm guerra de los dioses: el conflicto entre los primeros dioses,


los Titanes, y sus hijos, los Olímpicos

El orden venidero, porque, como ya te he dicho, esta­


mos todavía lejos del cosmos armonioso y definitivo que
Gea, por lo que podemos adivinar de ella a juzgar por su
solidez, que contrasta con la brecha abismal de Caos, no
puede más que desear. A decir verdad, como te he dado a
entender, la guerra, e incluso una guerra terrible, se per­
fila en el horizonte. En efecto, se van a desatar las fuerzas
primitivas, próximas al caos inicial, al desorden, y para
construir un mundo viable, ordenado, será necesario do­
minarlas, amordazarlas y civilizarlas todo lo posible. ¿De
dónde surgirá este conflicto gigantesco? ¿Cómo se termi­
na? Ahí está el propósito de ese relato fundador de la mi­
tología griega que es la cosmogonía/teogonia de Hesío-
do, pues en el curso de esta historia es cuando se va a
pasar del desorden y la violencia primitivos al orden cós­
mico bien estructurado en el cual los hombres van a po­
der vivir y buscar, mal que bien, su salvación.
He aquí cómo empezó el asunto.
Urano detesta a sus hijos: tanto a los doce Titanes como
a los Cíclopes y a los Cien-Brazos. Les profesa un verdade­
ro odio. ¿Por qué? Sin duda porque teme que uno de ellos
ocupe su sitio y le arrebate, no sólo el poder supremo,
sino también la que es al mismo tiempo su madre y su es­
posa, a saber, Gea. Por eso Urano cubre tanto y tan bien a
(iea que impide salir de ella a sus hijos y ver la luz. No les
deja espacio alguno, ni el menor resquicio por el que pu­
La SABIDURÍA DE EOS MITOS

dieran salir del vientre de su madre. Les relega a lo más


profundo de la tierra, en las regiones caóticas del Tárta­
ro, y eso es lo que sus hijos no le perdonan. Y tampoco
Gea, que con toda esa descendencia comprimida dentro
de ella no puede retenerla por más tiempo. Se dirige pues
a sus hijos varones y les empuja a la rebelión contra ese
padre terrible que les impide emanciparse, levantar el
vuelo y crecer. E incluso, tanto en sentido propio como
figurado, ver la luz. Crono, el benjamín, oye la llamada de
su madre que le propone tender una trampa a Urano, su
propio padre: con el metal fundido que hay en lo más
profundo de sus entrañas, Gea fabrica una hoz (otros re­
latos dicen que es de sílex, pero yo sigo fiel al de Hesíodo
que dice que es de metal gris, es decir, probablemente de
hierro). El instrumento es muy cortante y «dentado», pre­
cisa Hesíodo. Gea se lo ofrece a Crono y le invita lisa y lla­
namente a cortarle los genitales a su padre.
Y la narración de la castración de Urano es clara y con­
cisa. Cuenta todos los detalles, puesto que estos últimos
poseen consecuencias «cósmicas», es decir, efectos decisi­
vos sobre la construcción del mundo: Crono toma la hoz
y espera escondido a su padre. Como de costumbre, Ura­
no envuelve a Gea y entra en ella: Crono aprovecha para
agarrar con la mano izquierda (una leyenda muy poste­
rior pretende que a partir de ese momento es cuando se
volverá «siniestra» y quedara marcada por el sello de la
infamia) el sexo de su padre y lo corta de un golpe seco.
Siempre con la mano izquierda, tira el desdichado órga­
no aún sanguinolento por encima del hombro. Precisión
que no es superflua ni se aporta con la sola intención de
añadir picante a la historia mediante algún detalle sádico,
porque de esa sangre de Urano que se va a derramar so­
bre la tierra y en los mares van a nacer todavía algunas di­
vinidades terribles o sublimes.

64
E l. NACIMIENTO DE IO S DIOSES Y DEI. MUNDO

De ellas diré unas palabras enseguida, pues nos las en­


contraremos en numerosos relatos mitológicos.
Las tres primeras criaturas que nacen del sexo cortado
de Urano son las divinidades del odio, de la venganza y de
la discordia (eris en griego), puesto que llevan en ellas la
huella de la violencia ligada a su nacimiento. La última, en
cambio, no pertenece al imperio de Eris, sino al de Eros,
el amor: se trata de la diosa de la belleza y de la pasión
amorosa, Afrodita. Veamos esto con más detenimiento.
Del sexo cortado del infeliz Urano y de la sangre que
se derrama sobre la superficie de la tierra, Gea, las prime­
ras en nacer son unas diosas terroríficas, las que los grie­
gos denominan las «Erinias»3. Según el poeta latino Virgi­
lio son tres y se llaman Alecto, Tisífone y Megera. Las
Erinias son todo menos amables: son, como he dicho, di­
vinidades de la venganza y del odio que persiguen a los
culpables de crímenes cometidos en el seno de las fami­
lias y les inflingen tormentos y torturas abominables. Por
así decirlo, están configuradas para eso desde su naci­
miento, ya que su principal destino es vengar a su padre,
Urano, del crimen cometido contra él por su hijo peque­
ño, el Titán Crono. Pero más allá de su caso personal, des­
empeñarán un papel muy importante en numerosos rela­
tos míticos en los que ocupan la función de vengadoras
terribles de todos los crímenes familiares, e incluso, más
ampliamente, de los crímenes cometidos contra la hospi­
talidad, es decir, contra personas a las que habría que asis­
tir, tanto si son extraños como miembros de la propia fa­
milia. Son ellas, por ejemplo, las que hundirán en la tierra
al pobre Edipo que, sin saberlo ni desearlo, ha matado a
su padre y se ha casado con su madre. También se las lla­
ma aveces las «Euménides», es decir, las «Benévolas», no
en el poema de Hesíodo, sino por ejemplo en las trage­
dias de otro gran poeta griego, Esquilo, nacido poco des­

65
La sabiduría de los mitos

pués, en el siglo vi a.C. De hecho, ese nombre tan agrada­


ble está destinado en cierto modo a engatusarlas. Se utiliza
para evitar que descarguen sus iras. En latín se converti­
rán en las «Furias». Hesíodo no nos habla de ellas en de­
talle, pero otros poetas posteriores las describen como
unas mujeres de aspecto atroz: se arrastran por el suelo
enseñando unas garras espantosas, unas alas que les per­
miten atrapar a sus presas a gran velocidad, unos cabellos
entremezclados de serpientes, látigos en las manos, una
boca que chorrea sangre... Como ellas encaman el desti­
no, es decir, las leyes del orden cósmico a las cuales están
sometidos todos los seres, los propios dioses están más o
menos obligados a acatar sus decisiones, de modo que
todo el mundo las detesta y las teme...
Luego, siempre de la sangre de Urano mezclada con la
tierra, Gea, nace una pléyade de ninfas denominadas Me-
lias, lo que en griego significa doncellas nacidas en esos
árboles llamados fresnos. Ellas son también divinidades
terribles y guerreras, pues precisamente con la madera de
los fresnos sobre los cuales extienden su reino es con la
que fabrican sus armas más eficaces, sobre todo los arcos
y las lanzas que sirven para guerrear.
Además de las Erinias y las Melias, la sangre de Urano
caída sobre Gea da origen a otros seres terroríficos, los
Gigantes, que salen de la tierra armados y acorazados. Es­
tán consagrados a la violencia y las matanzas. Nada les da
miedo y lo que les viene mejor son las guerras y las ma­
sacres. Ahí es donde se sienten a gusto, a sus anchas.
Hesíodo no nos dice más sobre ellos, pero, de nuevo, ver­
siones posteriores de este mismo relato pretenden que
habría habido una rebelión de los Gigantes contra los
dioses, rebelión que incluso habría dado lugar a una gue­
rra terrible denominada la «gigantomaquia», lo que en
griego quiere decir el «combate de los gigantes». Desde
E l. NACIMIENTO DE U » DIOSES V DEI. MUNDO

luego, los dioses habrían salido victoriosos de este comba­


te, pero para ello habrían necesitado la ayuda que les pro­
porcionaría Heracles4. Volveremos a hablar de esto un
poco más tarde.
Como ves, hasta ahora, todos los personajes nacidos de
la sangre de Urano mezclada con la tierra son seres es­
pantosos, dedicados a la venganza, al odio o a la guerra.
En este sentido, las Erinias, las ninfas Melias y los Gigan­
tes van a simbolizar el dominio de esa divinidad que se
llama Eris, personificación de la discordia, de todo lo que
simboliza conflicto malo. Eris es, por lo demás, una enti­
dad tenebrosa, oscura, una de las hijas que la Noche, Nyx,
ha engendrado ella sola, a la manera de Gea, sin necesi­
dad de marido ni amante.
Pero de los órganos sexuales del Cielo surgió también
otra diosa, que ya no pertenece a Eris, sino por el contra­
rio a Eros, no a la discordia ni al conflicto, sino al amor
(la proximidad de las dos palabras en griego parece indi­
car también una proximidad en los hechos: es muy fácil
pasar del amor al odio, de Eros a Eris): se trata de Afrodi­
ta, la diosa de la belleza y del amor, precisamente. Recuer­
da que la sangre del sexo de Urano cayó sobre la tierra,
pero que Crono tiró lejos ese mismo sexo por encima de
su hombro y se perdió en el mar. Pero se mantuvo a flote
sobre el agua, en medio de la espuma blanca, espuma que
en griego se dice aphros y que mezclándose con otra espu­
ma, la que sale del sexo de Urano, da origen a una joven
sublime a más no poder: Afrodita, la más hermosa de to­
das las divinidades. Es la diosa de la dulzura, de la ternu­
ra, de las sonrisas que se intercambian cuando se está ena­
morado. Pero es también la de la sexualidad y la duplicidad
de los discursos que se pronuncian para seducir al otro,
para agradarle, y que no siempre, es lo menos que puede
decirse, son fíeles a la verdad: porque para agradar esta­

67
11
I jA SABIDURÍA DE X S MITOS

mos dispuestos a menudo a emplear todas las mentiras,


las estratagemas, bien sea para presentarnos a nosotros
mismos bajo un aspecto halagador o para adular a la per­
sona que se quiere embelesar. Afrodita es todo eso: la se­
ducción y la mentira, el encanto y la vanidad, el amor y los
celos que nacen de él, la ternura, pero también los arran­
ques de ira y de odio que nacen de las pasiones contraria­
das. Por lo que, de nuevo, Eros no está nunca lejos de Eris,
el amor nunca muy alejado de la disputa. Si creemos a
Hesíodo, cuando Afrodita sale del agua, en Chipre, está
acompañada de otras dos divinidades menores que le sir­
ven en cierto modo de «séquito», de compañeras y de
confidentes: Eros, precisamente, pero esta vez se trata del
Eros número 2, de ese pequeño personaje del que te ha­
blaba hace un rato y que se representará con frecuencia
como un chiquillo mofletudo provisto de un arco y unas
flechas (pero esto será mucho después de Hesíodo). Y lue­
go, al lado de Eros está ímeros, el deseo que precede siem­
pre al amor propiamente dicho...
Sobre el plan cosmológico, es decir, en lo que atañe a
la construcción de nuestro cosmos, del mundo en el que
vamos a vivir, la castración de Urano tiene una consecuen­
cia absolutamente crucial de la que debo decirte unas pa­
labras antes de que abordemos el famoso episodio de la
guerra entre los dioses. Sencillamente, se trata del naci­
miento del espacio y el tiempo.
Del espacio, primero, porque el pobre Urano, bajo los
efectos del dolor atroz que le produce su mutilación, huye
«hacia arriba», de modo que al término de su recorrido se
encuentra, por así decirlo, pegado al techo, liberando así
el espacio que separa el cielo y la tierra; y del tiempo, por una
razón infinitamente más profunda, que es una de las claves
de la mitología: gracias al espacio así liberado, los hijos
—en el caso de los Titanes— son los que van a poder salir

68
El. NACIMIENTO DE [.OS DIOSES V DEL MUNDO

finalmente de la tierra. Eso es tanto como decir que es el


futuro, hasta hace poco cerrado aún por la presión de Ura­
no sobre Gea, el que se abre. En adelante, las generaciones
futuras van a habitar el presente. Los hijos simbolizan aquí
la vida y la historia al mismo dempo. Pero esta vida y esta
historia que se encaman por primera vez en esos Titanes
que pueden por fin salir de las sombras y la fierra, es tam­
bién el movimiento, el desequilibrio e, igualmente, la posi­
bilidad del desorden siempre abierta. Con las nuevas gene­
raciones, son la dinámica más que la estabilidad y lo caótico
más que lo cósmico los que entran en escena. De modo
que, de ahora en adelante, al menos una cosa está clara: a
los padres les conviene desconfiar de sus hijos. Y Crono lo
sabe mejor que nadie: él es quien ha mutilado a su padre,
Urano, que a su vez fue el primero en comprender la ame­
naza que sus propios hijos podían constituir para el orden,
para el mando en plaza, el que ya se detenta. O por decirlo
de otra manera: no hay que fiarse del tiempo, factor de
vida, por supuesto, pero también dimensión por excelen­
cia de todos los desórdenes, de todas las dificultades y de
todos los desequilibrios futuros. Crono se da cuenta de este
hecho indiscutible: la historia está llena de peligros y si se
quieren conservar los logros, asegurar el poder, mejor sería
aboliría para que no cambie nada...
No sé si calibras bien la profundidad del problema exis­
tencia! que empieza a dibujarse de manera indirecta a tra­
vés de este primer relato mitológico. Significa que toda exis­
tencia, hasta la de los dioses inmortales, se va a encontrar
atrapada en un dilema casi insoluble: o bien se encierra
todo, como Urano encierra a sus hijos en el vientre de su
esposa/madre, con el fin de evitar que cambien las cosas y
corran el riesgo de degradarse, pero entonces es la inmovi­
lidad total y el tedio más aplastante lo que acaba por impo­
nerse a la vida; o bien, para evitarlo, se acepta el movimien­

69
L a sabiduría de los mitos

to, la historia y el tiempo, pero entonces éstos son los peligros


más temibles que os amenazan. Por lo tanto, ¿cómo encon­
trar el equilibrio? En el fondo es la cuestión de la mitología
y con ella la cuestión de la existencia en general. Como ves,
las respuestas que van a aportar nuestras historias siguen te­
niendo hoy día mucho interés para nosotros.
Pero volvamos a ello.

Crono devora a sus hijos... Pero Zeus, el benjamín, se le escapa


y a su vez se rebela contra su padre

Como ya he dicho, Crono es consciente del peligro


que suponen los hijos para sus padres. ¡Y con razón! Así
pues libera a sus hermanos y hermanas, Titanes y Titáni-
des, encerrados bajo la tierra por la violencia de Urano,
pero en cambio se abstendrá de hacer lo mismo con sus
propios hijos. Se casa con su hermana Rea, pero cada vez
que está encinta y da a luz un recién nacido, Crono, muy
decidido, se apresura a devorarlo para no correr el riesgo
de que un día se rebele contra él, como él mismo se rebe­
ló contra su padre, Urano. Sin duda por la misma razón,
Crono se abstiene de liberar a los Cíclopes y los Cien-Bra­
zos. Son un poco demasiado violentos, un poco demasia­
do fuertes para que no puedan representar también posi­
bles cambios y por lo tanto una amenaza. Por el momento
más vale mantenerlos encadenados en lo más profundo
de Cea, en ese célebre Tártaro oscuro, lleno de bruma y
moho, donde no es bueno permanecer. Como te imagi­
nas, sentirán un odio insaciable hacia su hermano.
Con su hermana, la Titánide Rea que entretanto se ha
convertido en su mujer, Crono tendrá seis hijos magnífi­
cos: Hestia, la diosa del hogar, es decir, la que protege a la
familia; Deméter, la de las estaciones (en latín se llama

70
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

Ceresyde ahí viene la palabra «cereales»); Hera, que pron­


to se convertirá en la esposa de Zeus, el futuro rey de to­
dos los dioses; Poseidón, el dios del mar; Hades, el de los
infiernos, y finalmente el propio Zeus, el más pequeño,
que llegará a ser el rey de todos los demás... Pero cada vez,
en cuanto el recién nacido sale del vientre de Rea y alcan­
za, dice Hesíodo, «las rodillas de su padre», Crono se lo
traga entero de una sola vez para ponerlo a buen recaudo
en el fondo de su estómago. Hay que decir que los padres
de Crono, Gea y Urano, se lo habían anticipado: le predi­
jeron claramente que un día u otro uno de sus hijos le des­
tronaría y le robaría todos sus poderes.
Aun así: al igual que Gea, su madre, Rea está abruma­
da por su marido. Gea había acabado por detestar a Ura­
no porque impedía a sus hijos salir de su vientre y ver la
luz. Rea empieza a odiar a Crono porque, aún peor si
cabe, se come a todos sus hijitos, de modo que cuando el
pequeño está a punto de nacer —y te recuerdo que se
trata precisamente de Zeus— Rea va a pedir consejo a sus
padres, Gea y Urano: ¿cómo hacer para evitar que tam­
bién devore crudo al pequeño Zeus? Sus padres le acon­
sejan que se vaya urgentemente a Creta, concretamente a
Lyctos, donde Gea, que está mejor situada que cualquiera
para realizar la operación porque ella es sencillamente la
tierra, resguarda al recién nacido en una gruta gigantes­
ca, oculta bajo una montaña coronada por un bosque: no
hay peligro de que Crono se dé cuenta de la presencia de
Zeus. En cambio, si se quiere que no sospeche nada, hay
que darle algo que tragar en lugar del bebé. Entonces,
Rea envuelve una piedra grande en pañales y Crono, que
no parece ser amante de la buena mesa, se lo traga todo
sin pestañear ni darse cuenta de nada anormal.
A salvo, bien oculto de los ojos de su padre, el pequeño
Zeus crece alimentado con la leche de la cabra Amal tea,

71
L a sabiduría de los mitos

de la cual se dice que ni las flechas ni las lanzas pueden


traspasar su piel. Con ella Zeus fabricará su famoso escu­
do, la égida, que compartirá en alguna ocasión con su hija
Atenea. Por el momento, es un adolescente sublime que
pronto se convierte en un adulto resplandeciente de fuer­
za y de belleza. La conspiración forjada por Gea y Rea
contra Crono prosigue así su curso. Organizan una estra­
tagema para hacer vomitar a Crono que escupe uno a uno
los hijos que había tragado, empezando por el último... es
decir, si has seguido bien esta historia, por la piedra que
había servido de cebo para sustituir a Zeus.
Y durante ese tiempo, Zeus hace algo muy hábil y muy
útil siempre aconsejado por Gea, que desea que el cos­
mos se construya con todos sus hijos y nietos, sin exclu­
sión: libera a los Cíclopes que Crono, acuérdate, había
dejado encadenados en el fondo de la tierra. Locos de
agradecimiento, estos últimos le ofrecen tres regalos mag­
níficos, tres presentes que resultarán muy valiosos porque
son los que permitirán que Zeus se convierta en el dios
más poderoso y temido de todos. Le regalan el trueno, el
relámpago y el rayo que ensordecen, ciegan y fulminan a
todos los enemigos. Por la misma razón, Zeus tiene la in­
teligencia de liberar también a los Hecatónquiros, los fa­
mosos Cien-Brazos, hermanos asimismo de los Cíclopes y
los Titanes. Eso es tanto como decir que esta liberación le
va a proporcionar aliados valiosos e indispensables. En
donde también se ve, de paso, todo lo que se gana con
esta personalización progresiva de los dioses, que poco a
poco les vuelve menos naturales, más astutos, más cons­
cientes de sus responsabilidades: por tanto, sin inteligen­
cia ni sentido de lajusticia, sin cualidades que excedan las
naturales, es imposible conseguir la armonía...
Como puedes figurarte, la rebelión de Zeus y de sus
hermanos y hermanas —Hestia, Hera, Deméter, Posei-

72
El nacimiento de los dioses v del mundo

dón y Hades— contra Crono y los demás Titanes desata


una guerra formidable, un conflicto del que no sabemos
nada: todo el universo tiembla, el cosmos incipiente se ve
amenazado con volver al caos. Se tiran montañas a la ca­
beza como tú o yo nos tiraríamos una piedra. El universo
entero se estremece y amenaza el aniquilamiento. Sin em­
bargo, y esto a nosotros los mortales nos resulta inimagi­
nable, nadie puede morir durante este conflicto porque
tiene lugar entre seres absolutamente inmortales. Por
tanto, el objetivo no es matar, sino vencer al adversario
reduciéndole a la inmovilidad. Lo que está enjuego está
muy claro: se trata de evitar que el caos, el desorden ab­
soluto prevalezca sobre la posibilidad del orden, sobre
el surgimiento de un verdadero cosmos. Al final, gracias
al rayo que le han dado los Cíclopes y gracias también al
poderío formidable de los Cien-Brazos, agradecidos a
Zeus por su liberación, los dioses de la segunda genera­
ción, los que se llamarán «Olímpicos» porque hacen la
guerra desde una montaña llamada Olimpo donde habi­
tarán en lo sucesivo, es decir, Zeus y sus hermanos, aca­
ban por lograr la victoria. Los Titanes caen cegados por
los relámpagos y enterrados por las rocas que lanzan los
Cien-Brazos, de modo que, finalmente vencidos, son en­
cadenados y encarcelados en el Tártaro oscuro y lleno de
moho. Poseidón, uno de los hermanos de Zeus, constru­
ye unas puertas de bronce de gran tamaño imposibles de
destruir ni abrir, y los tres Cien-Brazos se encargan de mon­
tar guardia con más celo aún, te recuerdo, que sus her­
manos Titanes cuando ellos mismos no habían tenido
ningún escrúpulo en encerrarlos bajo la tierra hasta que
Zeus los libera.
Ahora, los Olímpicos, al menos los seis primeros, los
de la generación de Zeus, están allí y allí se quedan. Pron­
to serán doce para hacer pareja con los doce Titanes y Ti-

73
La sabiduría of. los mitos

tánides. En efecto, Zeus tiene cinco hermanos: Hestia, la


diosa del hogar y de la casa, que protege a las familias;
Deméter, diosa de las cosechas y de las estaciones; Hera,
la futura emperatriz que se convertirá en la esposa de
Zeus; Hades, dios de los infiernos que reinara sobre el
Tártaro; y Poseidón, dios de los mares y de los ríos que
hace temblar la tierra con su famoso tridente. Entre los
Olímpicos, es decir, entre los dioses más importantes,
los que dirigen el mundo y se lo reparten entre ellos, figu­
ra también Afrodita, de la generación anterior, diosa de la
belleza y del amor que ya conocemos y que nace de la es­
puma procedente del sexo cortado de Urano que se mez­
cla con la espuma del mar. Es eximida del conflicto por­
que no simboliza a Eris, la discordia. Por tanto se la puede
considerar como hermana de Crono —es de su misma
generación y tienen el mismo padre— y a la vez como
una de las tías de Zeus. Por otra parte, en la generación
siguiente a la de Zeus y sus hermanos se encuentran, cla­
ro está, los hijos de los dos señores principales del Olim­
po, Hera y Zeus: se llaman Hefesto, dios de los herreros y
los artesanos, y Ares, el aterrador dios de la guerra. Luego
vendrá Atenea, diosa de la astucia y de las artes, la hija
preferida de Zeus que tuvo con su primera esposa, Metis.
Ella también residirá en el Olimpo. También se encuen­
tran allí los dos mellizos, Apolo, el más hermoso de los dio­
ses, y Artemis, diosa de la caza, que han nacido de los
amores extraconyugales de Zeus y Leto, siendo ésta hija
de los dos Titanes Ceo y Febe, lo que hace que Leto sea
prima hermana de Zeus. En el Olimpo se halla también
Hermes, el mensajero de los dioses, el padrino de los mer­
caderes y los comunicantes, hijo de Zeus y de una ninfa
llamada Maya. Y finalmente, Dioniso, el más extraño de
todos los Olímpicos, dios del vino y de la fiesta, nacido
también de los amores extraconyugales de Zeus con, por

74
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

si fuera poco, una mortal, Sámele, hija del rey de Tebas,


Cadmo.
Debes saber que todos estos dioses del Olimpo —pero
también numerosos héroes griegos como Heracles, por
ejemplo, que en latín se convertirá en Hércules, y ciertos
Titanes como Crono que se convierte en Saturno— reci­
birán un nuevo nombre entre los romanos que van a re­
cuperar, adaptar y desarrollar la mitología griega: Zeus se
llamará Júpiter, Hestia será Vesta, Deméter = Ceres, Hera
=Juno, Hades = Plutón, Poseidón = Neptuno, Afrodita =
Venus, Hefesto = Vulcano, Ares = Marte, Atenea = Miner­
va, Apolo = Febo, Artemis * Diana, Hermes = Mercurio y
Dioniso = Baco. Esta es la razón por la cual, a menudo hoy
día, conocemos mejor a los dioses griegos por su nombre
latino que por su nombre original. Pero a pesar de todo,
se trata de los mismos personajes y Hércules no es otro
que Heracles, así como Venus no es otra que Afrodita, et­
cétera. Por otra parte, es esencial conocer, al menos en
griego, sus territorios y sus funciones, ya que ellos son los
que se van a repartir el mundo y ese reparto equilibrado
del conjunto del universo, reparto garantizado por la su­
premacía de Zeus, es lo que va a constituir los cimientos
del orden cósmico. Además, esto permite empezar a com­
prender un poco mejor quiénes son. Con las diferentes
tareas aparecen también personalidades distintas: poco a
poco se va entrando en el orden de la cultura, de la políti­
ca, de la justicia; en una palabra, en una especie de huma­
nización de lo divino.
Brevemente te los señalo sin entrar de momento en
detalles, precisando cada vez el nombre griego y el nom­
bre latino del dios para que al menos tengas una idea y
puedas seguir mejor el final de este primer relato:

75
I.A SABIDURÍA DE LOS MITOS

—Zeus/Júpiter es, claro está, el rey de los dioses, el señor


del Olimpo.
—Hestia/Vesta, en tanto que diosa del hogar, protege a las
familias y las casas. Es la primogénita de Crono y Rea, y por
tanto es la primera que Crono se tragó, la última que escupió
y, en consecuencia, es también una de las hermanas de Zeus.
—Deméter/Ceres, diosa de las estaciones y las cosechas,
hace brotar las flores, las plantas y desde luego los «cerea­
les». Tendrá una hija, Perséfone, a la que adora literalmente
y que le será arrebatada por Hades antes de convertirla en su
esposa. De hecho, Hades y Deméter van a compartir a Persé­
fone: cada uno de ellos la tendrá consigo durante seis meses
al año. Esta es la razón por la que nada brota en invierno y
otoño: Perséfone está con Hades y su madre, llena de triste­
za, no hace su trabajo. Cuando ella vuelve, en primavera, el
sol regresa también y todo revive.
—Hera/Juno es la «emperatriz», la esposa de Zeus. El la
engaña a menudo y ella, terriblemente celosa, hostiga con
odio a las numerosas amantes de su marido, pero también a
algunos de sus hijos adulterinos como Heracles, cuyo nom­
bre signiñca «la gloria de Hera»: ella le pedirá, en efecto,
que ejecute para gloría suya los famosos «doce trabajos», es­
perando que de paso le maten en el desempeño de una u
otra prueba. Heracles no es hijo suyo, sino de Alcmena, de la
que Zeus se convierte en amante tomando la apariencia de
su marido, Anfitrión, lo que Hera no le perdonarájamás. Sin
embargo, será una especie de lugarteniente, de segundo de
Zeus en la tierra, con la misión de matar a los monstruos y
ayudar así a mantener el orden cósmico.
—Poseidón/Neptuno, dios del mar, es quien desata los
huracanes y las tempestades golpeando el suelo con su tri­
dente. Es un dios inquietante y tendrá por hijos una canti­
dad impresionante de monstruos turbulentos. Entre ellos fi­
gura Polifemo, el cíclope a quien Ulises dejará ciego...

76
El nacimiento de los dioses y del mundo


—Hades/PIutón reina en los infiernos con su mujer Per-
séfone, la hija de Deméter. Todo el mundo lo teme en mayor
o menor medida, hasta en el Olimpo. Se dice que es el más
rico (plantos) de los dioses porque reina sobre la masa más nu­
merosa: la de los muertos.
—Afrodita/Venus, diosa de la belleza y del amor, que po­
see todos los encantos, pero practica también todos los enga­
ños y las argucias.
—Hefesto/Vulcano, dios de los herreros, de una habili­
dad diabólica en su arte, es también el dios cojo (algunos
pretenden que fue arrojado desde lo alto del Olimpo por sus
padres), el único que es feo, pero se ha casado con la diosa
más bella, Afrodita, la cual no deja de engañarlo, entre otros
con Ares.
—Ares/Marte, brutal, violento, incluso sanguinario, es el
dios de la guerra y uno de los principales amantes de Afrodi­
ta (que a pesar de todo tiene muchos otros).
—Atenea/Minerva, es la hjja preferida de Zeus, hija de su
primera mujer, Metis (diosa de la astucia). La leyenda cuen­
ta que nació directamente de la cabeza de Zeus. En efecto,
Zeus decide devorar a Metis cuando se entera de que está
embarazada, porque le habían predicho que si alguna vez
ella tenía un hijo, éste podía, como Crono con Urano y él
mismo con Crono, arrebatarle su sitio. En realidad, Metis es­
taba embarazada de una niña, Atenea, que de este modo se
encuentra en el cuerpo de Zeus del que saldrá... por la cabe­
za, lo que finalmente resulta bastante lógico puesto que es la
diosa de la inteligencia. Mejor dicho, es también, como su
hermano Ares, una divinidad de la guerra, pero a diferencia
de éste, ella aborda los conflictos con sutileza, astucia e inte­
ligencia, aunque si es necesario también sabe combadr con
las armas de un modo temible. Asimismo es la divinidad de las
artes y de las técnicas. Más que la parte brutal de la guerra, lo
que ella simboliza es la parte estratégica. En el fondo se pare-

77
La sabiduría de i.os mitos

ce a su padre, Zeus, y posee, en mujer, todas sus cualidades:


fuerza, belleza, inteligencia.
—Apolo/Febo, el más hermoso de los dioses (para decir
de un hombre que es muy guapo se dice que es un «apolo»),
uno de los más inteligentes también y el más dotado de to­
dos para la música. Es el hermano mellizo de Artemis (Diana
en latín), diosa de la caza. Los dos son hijos de Zeus y Leto,
ella misma hija de dos Titanes (Ceo y Febe) y por tanto pri­
ma hermana de Zeus. Apolo es el dios de la luz, de la inteli­
gencia. Es también el inspirador del oráculo más famoso, el
de Delfos, es decir, de esos sacerdotes que pretenden prede­
cir el futuro. En griego, Delfos significa «delfín», porque —si
se creen ciertos relatos mitológicos posteriores a Hesíodo—
al llegar a Delfos Apolo se transformó en delfín para atraer
un barco al puerto con la intención de hacer de sus pasaje­
ros los sacerdotes de su nuevo culto. Ha matado también a
un ser monstruoso al que llaman Pitón porque Apolo lo deja
pudrir al sol (en griego «pudrir» se dice pythein) después de
haberle cortado la cabeza. Esta especie de serpiente aterrori­
zaba a los habitantes de Delfos, y en ese lugar Apolo instalará
su oráculo que por esta razón se llama «pida».
—Ártemis/Diana es también hija de Zeus y de Leto. Es la
hermana melliza de Apolo. Diosa de la caza, puede ser temible
y cruel. Por ejemplo, un día que un joven la sorprendió mien­
tras se bañaba en un río completamente desnuda, lo transfor­
mó en ciervo e hizo que sus perros lo devorasen vivo.
—Hermes/Mercurio, hijo de Zeus y de una ninfa, Maya,
es el más «pillo» de los dioses. Es el mensajero de Zeus, el in­
termediario en todos los sentidos del término, lo que hace
de él lo mismo dios de los periodistas que de los comercian­
tes... Muchos periódicos del mundo entero llevan su nombre
(Mercure en Francia, Mercurio en Chile, Merkur en Alemania,
etcétera). Ha dado su nombre a una ciencia que llaman
«hermenéutica», que es la ciencia de la interpretación de los

78
El nacimiento de los dioses y del mundo

textos. Pero es también el dios de ios ladrones: de muy pe­


queño, cuando no tenía más que un día, logró robar a su
hermano Apolo un rebaño entero de bueyes. Incluso tuvo la
idea de conducirlos marcha atrás para que las huellas de las
pezuñas indujeran a error a quienes los buscaran. Cuando
Apolo descubre la ratería, el pequeño Hermes le regala un
instrumento musical para ablandarlo, una lira que ha cons­
truido con el caparazón de una tortuga y unas cuerdas fabri­
cadas con las tripas de un buey. Ésta será la precursora de la
guitarra, y como a Apolo le gusta la música por encima de
todo, se deja enternecer por este crío tan singular...
—Dioniso/Baco (o a veces también Liber Pater) es el más
raro de los dioses. Se dice de él que nació del «muslo de Júpi­
ter», es decir, de Zeus. En efecto, su madre, Sémele, hija del rey
de Tebas, Cadmo, y de Harmonía, hija de Ares y de Afrodita,
había pedido a Zeus imprudentemente que se mostrara ante
ella tal como era en realidad, con su apariencia divina y no con
su disfraz de humano. Por desgracia, los humanos no soportan
la visión de los dioses, sobre todo de Zeus, que es tremenda­
mente luminoso. Al verlo «de verdad», la pobre Sémele se
abrasa aun cuando está embarazada del pequeño Dioniso. En­
tonces Zeus extrae el feto del vientre de su madre salvándole
por muy poco antes de que ella acabe de consumirse, después
lo cose dentro de su muslo y cuando llega a término sale de él:
de ahí la expresión «nacer del muslo deJúpiter».

A lo largo de las páginas siguientes tendremos ocasión


de volver muchas veces sobre diversos aspectos de estas
leyendas de los Olímpicos. Tal vez hayas observado ya al
hacer la cuenta que los doce... ¡son catorce! Esta rareza se
debe al hecho de que los mitógrafos antiguos no estaban
siempre de acuerdo entre ellos sobre una lista canónica
de los dioses, como lo testimonian los monumentos que

79
La sabiduría de los mitos

los arqueólogos han encontrado y las diferentes listas que


ellos también dan. De vez en cuando, Deméter, Hades o
Dioniso no figuran entre los Olímpicos, de modo que si
se cuentan todos los que se mencionan aquí o allá como
tales, aunque parezca imposible hay catorce y no doce di­
vinidades. De todos modos esto no es muy grave y no cam­
bia en nada nuestra historia: lo esencial es comprender
que hay dioses superiores y divinidades secundarias y que
esos catorce dioses —esos de los que te acabo de dar la
lista completa— son los principales, los más importantes
dentro de la cosmogonía porque son los que, bajo la «égi­
da» de Zeus (es decir, bajo la protección de su famoso es­
cudo mágico de piel de cabra) tendrán bastante carácter
y personalidad para repartirse el mundo y estructurar la
organización del universo para construir un orden cósmi­
co magnífico.
Dicho esto, estoy casi seguro de que debes empezar a
sentirte perdido en esa maraña de nombres. Es normal, a mí
también me ha llevado un rato acostumbrarme a esta pro­
fusión de personajes. Como en las grandes novelas poli­
ciacas, al principio son demasiado numerosos para rete­
nerlos todos de golpe... Te propongo una tabla que va a
ayudarte; y tranquilo, dentro de poco los reconocerás sin
la menor dificultad porque voy a contarte sus historias y a
señalarte sus rasgos característicos, de modo que te llega­
rán a resultar completamente familiares...
Resumamos, pues, nuestra teogonia desde el primer
dios, Caos, hasta nuestros Olímpicos, siguiendo el orden
cronológico de su aparición. Me ciño, claro está, a las
principales divinidades, a las que desempeñan las prime­
ras funciones en la construcción del cosmos que nos inte­
resa aquí:

80
E l. NACIMIENTO DE U S DIOSES V DEI. MUNDO

L is t a d e n a c i m i e n t o d e l o s p r i n c ip a l e s d i o s e s

1. En principio están los seis primeros dioses, de los que descenderán


todos los demás

Caos, el abismo tenebroso y desordenado.


Gea, la madre tierra, sólida y segura.
Eros, el amor que hace surgir los seres a la luz.
Tártaro, divinidad terrible y lugar infernal situado en la
gruta más profunda de Gea, llena de oscuridad y de moho.
Urano, el cielo, y Ponto, el mar, a los que Gea crea a partir
de sí misma, sin ayuda de un amante o un marido.
A excepción de Gea, que empieza a ser un poco una per­
sona, estos primeros dioses no son todavía verdaderos indivi­
duos dotados de conciencia ni capaces de rasgos de carácter,
más bien son fuerzas de la naturaleza, elementos naturales
del cosmos venidero5.

2. I j )S hijos de Geay Urano

Hay tres series:


En primer lugar los Titanes y sus hermanas, las Titánides:
Océano, Ceo, Crío, Hiperíón, Jápeto y Crono, y en cuanto a
las féminas: Tía, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis.
Luego los tres Cíclopes, a los que Crono encerrará bayo
tierra y que darán el rayo a Zeus cuando éste los libere: Bron-
tes (el trueno), Estéropes (el relámpago) y Arges (el rayo).
Finalmente los Cien-Brazos o Hecatónquiros: Coto, Bria-
reo y Giges.

81
L a sabiduría de io s mitos

3. I ms hijos nacidos del sexo cortado de Urano al caer, bien sobre la


tierra (Cea), bien sobreel mar (Ponto)

Son hermanos y hermanas —o tratándose de Afrodita,


medio hermana— de los Titanes, de los Cíclopes y de los
Cien-Brazos. De nuevo hay tres linajes a los que, por tanto,
añado a Afrodita.
I.as Erinias, divinidades de la venganza (quieren vengar a
su padre, Urano, de la afrenta que le ha infligido Crono). Sa­
bremos por los poetas latinos que son tres y que la última lleva
el nombre de Megera. También se las llama Euménides, es de­
cir, «Benévolas», y los romanos les dan el nombre gráfico de
Furias.
Las ninfas Melias, divinidades que reinan sobre los fresnos,
árboles que suministran la madera con la que, en aquella épo­
ca, se fabricaban las armas de guerra.
Ix>s Gigantes, que salen de la tierra con armaduras y armas.
Afrodita, diosa de la belleza y del amor que nace del sexo de
Urano, pero en este caso mezclado con agua y no con tierra.
Fíjate que las tres primeras divinidades —Erinias, Melias
y Gigantes— son divinidades de la guerra, de la discordia, de
la cual la Teogonia también hace una divinidad, Eris, una hija
que Nyx ha concebido sola, sin amante masculino, mien­
tras que Afrodita pertenece al dominio no de Eris, sino de
Eros, el amor.

4. Los hijos de Cronoy de su hermana, la Tüánide Rea

Después de los Titanes llega la segunda generación de


dioses «verdaderos», es decir, la de los primeros Olímpicos:

Hestía (o Vesta en latín), diosa del hogar.


Deméter (Ceres), diosa de las estaciones y las cosechas.

82
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

Hera (Juno), la emperatriz, última esposa de Zeus.


Poseidón (Neptuno), dios del mar y de los ríos.
Hades (Plutón), dios de los infiernos.
Zeus (Júpiter), rey de los dioses.

5. Los Olímpicos de la segunda generación

Hefesto (Vulcano), dios de los herreros, hijo de Zeus y


Hera.
Ares (Marte), dios de la guerra, hermano de Hefesto, hijo
de Zeus y Hera.
Atenea (Minerva), diosa de la guerra, de la astucia, de las
artes y de las técnicas, hija de Zeus y Metis.
Apolo (Febo) y Ártemis (Diana), los dos mellizos, dios de
la belleza y la inteligencia, diosa de la caza, nacidos de los
amores de Zeus y Leto.
Hermes (Mercurio), hijo y mensajero de Zeus, y cuya ma­
dre es Maya.
Dioniso (Saco), dios del vino y de la fiesta, hijo de Zeus y
de una mortal, Sámele.

No dudes en remitirte a este pequeño resumen cuan­


do tengas necesidad. Te será útil si has olvidado quién es
quién.
Ahora retomemos el hilo de nuestra narración.

El reparto original y el nacimiento de la idea del cosmos

Finalmente Zeus se casa con Hera, que será para siem­


pre su última y verdadera esposa. No obstante, es necesa­
rio que sepas que él no sólo tiene innumerables aventuras

83
La sabiduría de los mitos

con otras mujeres, mortales o inmortales, sino que ade­


más ha estado casado dos veces con anterioridad. Es im­
portante, porque esos dos matrimonios denen un sentído
«cósmico», un significado esencial en la construcción del
mundo que nos interesa aquí. En efecto, Zeus se casa pri­
mero con Metis, y después con Temis, es decir, con la dio­
sa de la astucia o, si lo prefieres, de la inteligencia, y luego
con la de la justicia.
¿Por qué Metis? Metis, la astucia, la inteligencia, es hija
de Tetis, una Titánicle, y de uno de los primeros Titanes,
el Océano —es decir, en la visión del mundo que se des­
prende del poema de Hesíodo, el río gigantesco que ro­
dea toda la tierra—. De Metis nos dice Hesíodo que ella
sabe más cosas que todos los demás dioses y, por supues­
to, que todos los hombres mortales: es la inteligencia mis­
ma, la astucia personificada. Pronto se queda embaraza­
da: espera una hija de Zeus, la futura Atenea, que será
precisamente la diosa de la astucia, la inteligencia, de las
artes y de la guerra, todo al mismo tiempo —pero como
te he dicho, de la guerra estratégica y táctica antes que de
los conflictos brutales y violentos que le estarán reserva­
dos a Ares—. Los abuelos de Zeus, Gea y Urano que, te
recuerdo, han evitado que Crono lo devore sugiriendo a
Rea, su madre, que lo escondiera en una gruta enorme,
advierten de nuevo a Zeus de los peligros que le esperan:
si un día Metis tiene un hijo, también destronará a su pa­
dre, como Crono hizo con Urano... y el propio Zeus con
Crono. ¿Por qué? Hesíodo no nos lo dice, pero se puede
suponer que el hijo de Zeus y Metis estará dotado forzosa­
mente de las cualidades de sus dos progenitores: la fuerza
más grande, o sea, la del rayo, y a la vez una inteligencia
semejante a la de su madre, es decir, superior a la de los
demás Inmortales y mortales. Así pues, desconfía: ese crío
puede ser un adversario absolutamente temible, incluso
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DE1. MUNDO

para el rey de los dioses. De paso, fíjate en que los griegos


no son tan misóginos o «antimujeres» como a veces se pre­
tende: con frecuencia es la mujer la que encarna la inteli­
gencia, sin que por ello se vea desprovista de otras cuali­
dades, incluidas las que son signo de capacidades físicas.
Sea como fuere, para evitar tener un hijo que lo des­
trone, Zeus decide, sencillamente, devorar a su mujer
(decididamente es una manía de familia...), la desdicha­
da Metis. Una leyenda posterior cuenta que, además de la
facultad de obrar con astucia, Metis posee la capacidad de
cambiar de forma y apariencia a voluntad. Puede trans­
formarse cuando quiera en objeto, en animal. Zeus va a
hacer exactamente como el gato con botas frente al ogro:
recuerdas que en este cuento de hadas el gato pide al
ogro que se transforme en león, lo que le espanta terri­
blemente. Luego, con cara de no haber roto nunca un
plato, le invita a transformarse en ratón... para saltarle rá­
pidamente encima y comérselo. Zeus hace lo mismo: pide
a Metis que se transforme en una gota de agua... y ense­
guida se la bebe. En cuanto a Atenea, la hija de la que
Metis está encinta en el momento en que Zeus se la traga,
va a nacer, como te he dicho, directamente de la cabeza
del rey de los dioses. Va a salir de su cráneo para ser, a
imagen de su padre, la diosa más temible en combate y
a la vez la más inteligente.
Dicho esto, no olvides un detalle importante en toda
esta historia: devorar no quiere decir comer, masticar,
despedazar. Lo que se devora no sólo sigue con vida, sino
que no se estropea. Lo mismo que los hijos de Crono si­
guen vivos en el vientre de su padre —la prueba: cuando
Crono vomita, salen enseguida sanos y salvos—, lo mismo
Metis, en cuanto Zeus la devora, sigue tan viva y, si puede
decirse, en buen estado. Esta idea se encuentra también
en nuestros cuentos, por ejemplo, en Los tres cerditos, o los

85
I jv sabiduría nt: tjos Mrros

siete cabritos que, aunque devorados por el lobo, salen


vivos y en absoluto heridos en cuanto se abre el vientre
del malvado animal. En este caso, tratándose de Metis, el
hecho de devorarla significa, simbólicamente, que Zeus
va a dotarse a sí mismo, mediante esta estratagema, de to­
das las cualidades que sin duda habría tenido el hijo que
habría nacido de su unión con Metis. Tiene la fuerza que le
han otorgado los Cíclopes regalándole el trueno, el re­
lámpago y el rayo, pero asimismo, gracias a Metis oculta
en lo más profundo de él, posee en adelante una inteli­
gencia superior a todas las demás de este mundo e inclu­
so fuera del mundo.
Este es el motivo por el cual, en lo sucesivo, Zeus es im-
batible —porque es el rey de los dioses, porque es a la vez
el más fuerte y el más inteligente, el más brutal si es nece­
sario, pero también el más sabio—. Yes precisamente esta
sabiduría lo que va a llevarle a practicar, a diferencia de su
abuelo Urano y de su padre Crono, la mayorjusticia en la
organización deljovencísimo cosmos y en el reparto de los honores
y de los cargos que corresponden a cada uno de los que le han
ayúdenlo a vencer a la generación de los primeros dioses, la de los
Titanes.
Este punto es absolutamente crucial en la mitología: la
justicia siempre acaba ganando porque en el fondo no es
más que una manera de ser fiel al orden cósmico, de ajus­
tarse a él. Siempre que alguien lo olvida, cada vez que va
contra el orden, este último acaba levantándose contra él
y abatiéndolo. Ya se perfila sutilmente una hermosa lec­
ción de vida: sólo un orden justo es viable, la injusticia
siempre es provisional.
Esta es la razón por la cual, después de haberse casado
con Metis y de habérsela, por así decirlo, incorporado
—en sentido propio: puesta a salvo dentro de su propio
cuerpo—, Zeus toma una segunda esposa, tan importante

86
El nacimiento de i.os dioses y del mundo

como la primera para ayudarle a conservar el poder en el


seno del orden cósmico incipiente: a saber, Temis, lajusti-
cia. Temis es una de las hijas de Urano y de Cea; es, pues,
una Titánide. Con ella, Zeus tendrá hijos que simbolizan
también a la perfección las virtudes necesarias para cons­
truir y luego mantener un orden cósmico armonioso y
equilibrado —lo cual, te recuerdo, es el objetivo de toda
esta historia que narra la forma en la que se pasa del caos
inicial a un orden cósmico viable y magníficamente bien
organizado—. En efecto, entre sus hijos está Eunomia, lo
que en griego significa «la buena ley», Diké, es decir, la
justicia entendida en el sentido de un reparto justo de las
cosas. Están también esas divinidades que se denominan
las «Moiras», es decir, las diosas del destino: su tarea es la
de repartir los bienes y los males entre los mortales, pero
también deciden el tiempo de vida que le corresponde a
cada uno6. A menudo se ayudan para realizar este repar­
to según el azar, es decir, según lo que para los griegos es
también una forma suprema de justicia: después de lodo,
ante un sorteo todos somos iguales, no hay privilegios, ni
prebendas, ni enchufes como se dice vulgarmente... Y lue­
go hay también una serie de diosas cuyos nombres evocan
la armonía. Son, por ejemplo, las tres Gracias, el Esplen­
dor, el Buen Humor y la Fiesta...
Se comprende así bastante bien lo que significa este
segundo matrimonio: del mismo modo que no es posilfle ser el
rey de fos dioses y el señor del mundo solamente por lafuerza bru­
ta, sin el auxilio de la inteligencia que Metis simboliza, igual­
mente resulta imposible asumir esta tarea sin justicia, en ausen­
cia, pues, de Temis, esta segunda esposa que le va a proporcionar
tanta ayuda como la primera. Al contrario que Urano y Cro-
no —su abuelo y su padre respectivamente—, Zeus com­
prende que hay que ser justo para reinar. Incluso antes
del fin de la guerra contra los Titanes, ya les ha hecho una

87
La sabiduría de los mitos

promesa a todos los que quieran unirse a él en el combate


contra los primeros dioses: el reparto del mundo se hará con
toda justicia, de manera armoniosa y equilibrada. Los que
ya tengan privilegios los conservarán, y los que no los ten­
gan los recibirán.
Hesíodo informa en estos términos de la decisión to­
mada por Zeus:

El Olímpico, dueño del relámpago, pidió a todos los dio­


ses inmortales que fueran a las alturas del Olimpo y les dijo
que a aquellos que se pusieran de su lado para combatir a
los Titanes no les retiraría sus privilegios, cualesquiera que
fuesen, sino que, al contrario, cada uno de ellos conservaría
como mínimo los honores que ya tenía en propiedad entre
los dioses inmortales. Y Zeus añadió que todos los que no
tuvieran honores propios ni privilegios a causa de Crono
obtendrían honores propios y privilegios como lo manda la
justicia (Tetnis).

En otras palabras, Zeus propone a todos los dioses re­


partir equitativamente los derechos y las obligaciones, las
misiones y los honores que más tarde tendrán que rendir
los hombres en forma de cultos y sacrificios —los dioses
griegos adoran que les adoren y sobre todo les gusta apre­
ciar el buen olor de la carne asada que los humanos prepa­
ran para ellos en el transcurso de las hermosas «hecatom­
bes» , es decir, los hermosos sacrificios—. En la continuación
del texto, Hesíodo cuenta cómo Zeus se plantea recom­
pensar tanto a los Cien-Brazos y a los Cíclopes como a aque­
llos Titanes que, a semejanza de Océano, no se alíen con
Crono en su contra. En efecto, Océano ha tenido el acierto
de ordenar a su hija Estige, diosa que es también el río de
los infiernos (una vez más, una divinidad coincide con un
fragmento de orden cósmico), que se acerque al campa-

88
E l. NACIMIENTO OE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

mentó de Zeus con sus hijos Crato y Bía, el poder y la fuer­


za. Como recompensa, Éstige será venerada eternamente y
sus dos hijos tendrán el insigne honor de quedarse en todo
momento al lado de Zeus. Sin ahondar en los detalles, esta
escena significa que Zeus ha comprendido que para insti­
tuir un orden duradero es necesario que ese orden cósmi­
co se fundamente en lajusticia: hay que atribuirá cada uno su
partejusta y sólo a ese precio el equilibrio encontrado será estable.
Hace falta justicia e inteligencia para conservar el poder
además de la fuerza: no sólo los Cíclopes y los Cien-Brazos,
sino también Temis y Metis.

El nacimiento de Tifón y su guerra contra Zeus: una


amenaza máxima, pero también una oportunidad de integrar
el tiempo y la vida en un orden, alfin equilibrado

Podría creerse que se habían acabado las guerras.


Nada de eso, por desgracia, y todavía le espera a Zeus un
adversario temible: se trata de Tifeo o Tifón (Hesíodo le
da los dos nombres), que Gea engendra con el terrible
Tártaro. De todos los monstruos es el más espantoso: ima­
gina que de sus hombros brotan cien cabezas de serpien­
te que arrojan fuego por los ojos. Además, posee algo más
terrorífico todavía, si cabe, pues de sus cabezas salen soni­
dos increíbles. Puede imitar todas las lenguas, hablar a los
dioses con sonidos inteligibles e igualmente emitir el mu­
gido del toro, el rugido del león o, peor todavía (pues el
contraste es horroroso), los gañidos adorables de un pe­
rrito. En suma, ese monstruo contiene mil facetas —lo
que simbólicamente significa que está próximo al caos—
y si, como señala Hesíodo, ganara el combate contra Zeus
para el que se prepara, tomara el poder sobre el mundo y
se convirtiera en el señor de los mortales y los Inmortales,

89
La sa b id u r ía DE LOS MITOS

nunca se podría hacer nada contra él. La catástrofe que


se perfila es fácil de adivinar: con Tifón, triunfarían las
fuerzas caóticas sobre las del cosmos, el desorden sobre el
orden, la violencia sobre la armonía...
Dicho esto, ¿por qué Tifón? ¿Cómo explicar que Gea,
que siempre tomó partido por Zeus, que lo salvó de su
padre Crono, que le advirtió del riesgo de tener un hijo
que le destronaría a su vez y le sugirió devorar a Metis, esa
misma Gea que le aconsejó además, de manera harto jui­
ciosa, liberar a los Cíclopes y los Cien-Brazos si quería ga­
nar la guerra contra los Titanes, por qué entonces esta
simpática abuela querría ahora peijudicar a su nieto lan­
zando contra él a un monstruo espantoso que ella habría
fabricado a propósito con el horrible Tártaro? No está
claro. Además, Hesíodo no nos dice nada, absolutamente
nada de las motivaciones de la tierra.
Sin embargo se pueden aventurar dos hipótesis que
parecen al menos verosímiles: la primera, la más eviden­
te, es que Gea no está satisfecha de la suerte que Zeus ha
reservado a sus primeros hijos, los Titanes, encerrándolos
en el Tártaro. Aun cuando no los defiende siempre, al fin
y al cabo son hijos suyos y no puede aceptar sin rechistar
la suerte terrible que les está reservada. Sin duda, pero
esta forma psicologizante de presentar las cosas no es muy
satisfactoria: aquí se trata de un asunto serio, de la cons­
trucción del mundo, del cosmos, y a este nivel los estados
de ánimo no se tienen en cuenta. Una segunda hipótesis
es mucho más creíble: si Gea fabrica a Tifón contra Zeus es
porque el equilibrio del cosmos no es perfecto en tanto
que las fuerzas del desorden y del caos no estén canali­
zadas. Desatando un nuevo monstruo, en realidad dará a
Zeus la oportunidad de integrar definitivamente los elementos
caóticos en el orden cósmico. Por lo tanto, en este relato mito­
lógico no se trata sólo de la conquista del poder político,

90
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

como se ha dicho con tanta frecuencia, sino de cosmolo­


gía. Lo que Tifón encama es también el tiempo, la gene­
ración, la historia y la vida. Hay que unir cosmos y caos,
sin duda es lo que desea Gea, pues si sólo nos atenemos a las
«fuerzas del orden», el mundo entero estaría anquilosado y des­
provisto de vida.
La narración de Hesíodo del combate que enfrenta a
Tifón con los Olímpicos es crucial, aunque bastante bre­
ve y poco detallada: sólo nos enteramos de que el comba­
te es terrorífico, de una violencia inaudita, que la tierra
tiembla hasta el Tártaro, de tal modo que el propio Ha­
des, dios de los infiernos que habita en lo más profundo de
las tinieblas, siente miedo, así como los Titanes, y Crono
el primero, que están encerrados en ese infiemo desde
que perdieran la guerra contra los Olímpicos. Nos ente­
ramos también de que bajo el efecto del rayo de Zeus y
del fuego escupido por Tifón, la tierra se incendia, se
transforma en lava y corre como metal fundido. Desde
luego, todo esto tiene un sentido: en opinión del poeta,
se trata de sugerir a sus lectores que lo que está enjuego
en esta lucha terrible no es otra cosa que el mismísimo
cosmos. Con Tifón están amenazados la armonía y el or­
denamiento de todo el universo. Pero al final Zeus es el
vencedor gracias a las armas que le han regalado los Cí­
clopes: el trueno, el relámpago y el rayo. Una a una las
cabezas de Tifón caen fulminadas y el monstruo infernal
es enviado allí donde debe estar: ¡en el infierno!
Con toda razón, Jean-Pierre Vernant insiste en que no
en vano el breve relato de Hesíodo fue enriquecido y dra­
matizado por los mitógrafos posteriores. Dado que lo que
está enjuego en esta úldma etapa de la construcción del
mundo es esencial —se trata de saber quién, el caos o
el orden, va a salir finalmente victorioso, pero también de
comprender cómo puede integrarse la vida al orden y el

91
U SABIDURÍA DF. I jOS m it o s

tiempo al equilibrio eterno—, lo normal era que el tema


se enriqueciera en el transcurso de los años. Si Tifón gana,
la edificación de un cosmos armonioso y justo toca a su
fin. Si por el contrario es Zeus quien obtiene la victoria, la
justicia reinará en el universo. Con semejante envite en el
punto de mira, hubiera sido verdaderamente sorpren­
dente, e incluso lamentable, no dar una versión más sus­
tanciosa de este conflicto, en cierto modo más anhelante
y dramática que la de Hesíodo, un poco anodina (todo
hay que decirlo). Los mitógrafos tardíos se lo pasaron en
grande y es interesante seguir el resultado de esos enri­
quecimientos sucesivos en dos obras que, cada una en su
género, se han esforzado en hacer la síntesis de los relatos
mitológicos anteriores.
El primero de estos libros se llama la Biblioteca de Apolo-
doro. Es necesario decir unas palabras acerca de su título y
también de su autor, pues tendremos ocasión de encon­
trarlos a menudo y pueden prestarse a confusión. En pri­
mer lugar, estoy seguro de que para ti una «biblioteca» no
es un libro... sino más bien el lugar—el mueble o la sala—
donde se tienen los libros. Por otra parte, si nos referimos
al origen de la palabra, tienes toda la razón: en griego, la
palabra théké designa «cofre» o «caja» donde se «guarda»
algo, en el caso de los libros (biblios). Sin embargo, en la
Antigüedad, el término «biblioteca» se utilizaba con fre­
cuencia en sentido figurado para designar un recopilatorio
que, a imagen del mueble, reúne en él todo lo que se pue­
de saber por los libros sobre un mismo tema. Esto es exac­
tamente lo que hace la Biblioteca de Apolodoro: en ella se
encuentra una especie de resumen de todo el saber mitoló­
gico disponible en su época. Es, pues, un libro que reúne
en él muchos otros libros y por eso lo han equiparado a
una «biblioteca». Segunda dificultad: durante mucho tiem­
po se creyó que esta obra, muy útil para conocer mejor los

92
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

mitos griegos, había sido escrita en el siglo 11 a.C. por un tal


Apolodoro de Atenas, un erudito apasionado de la gramá­
tica y la mitología. Hoy día se sabe que no hay nada de eso,
que la Bibliotecafue redactada sin duda hacia el siglo ü, pero
no antes, sino después de Cristo, por un autor que no
es este Apolodoro y del que en realidad ignoramos todo.
Y como no sabemos nada de él y ya nos hemos acostumbra­
do, seguimos, a falta de algo mejor, llamando a este libro la
«Biblioteca de Apolodoro»... aun cuando no se trate de una
biblioteca ni sea de Apolodoro. Bueno, es un poco compli­
cado pero la historia lo quiere así y yo prefiero decirte las
cosas como son. La obra no es por ello menos extraordina­
riamente valiosa para nosotros, ya que su autor, quienquie­
ra que sea, tuvo acceso a unos textos, hoy día perdidos, de
los que no guardamos recuerdo más que gracias a él.
Pero volvamos a nuestro relato y a la versión que ofrece
nuestro «pseudo» (falso) Apolodoro. Este mantiene el sus­
pense mucho más que Hesíodo. Lo que en teatro se deno­
mina la «dramaturgia», es decir, la puesta en escena de la
acción, es aquí más intensa porque en un primer momen­
to, al contrario de lo que cuenta Hesíodo, es Tifón el que
consigue vencer a Zeus. Por una vez, el desdichado ha «per­
dido los nervios» en el sentido literal del término. En efec­
to, como sabes, Tifón es absolutamente monstruoso, tan
espantoso que, al verlo, los propios dioses del Olimpo son
presas del pánico. Huyen hacia Egipto y para pasar des­
apercibidos y escapar a los golpes de Tifón se transforman
en animales (lo cual, hay que confesarlo, no es especial­
mente glorioso para unos Olímpicos...). Sin embargo, Zeus
mantiene el tipo. Valiente como es, ataca a Tifón con su
rayo, pero también con una hoz —sin duda la que utilizó
su padre, Crono, para cortarle los genitales al pobre de
Urano—. Pero Tifón desarma a Zeus y volviendo la hoz
contra él logra cortarle los tendones de los brazos y de las

93
La sabiduría ok io s mitos

piernas, de modo que el rey de los dioses, claro está, no


muere —eso es imposible porque es inmortal— pero que­
da reducido a un estado vegetal. Incapaz de moverse, yace
en el suelo como una auténtica ruina y además bien custo­
diado: Delfine, una mujer-serpiente espantosa al servicio
de Tifón, le tiene sometido a una estrecha vigilancia.
Por fortuna, Hermes está ahí y, como verás, no en bal­
de es también el dios de los ladrones. Entonces va a con­
tar con la ayuda de un tal Egipán —sin duda otro nombre
del dios Pan, uno de los hijos de Hermes conocido como
el dios de los pastores y los rebaños—. Se dice también
que es el inventor de una flauta hecha de siete cañas, flau­
ta a la que llamó «siringa», por el nombre de una ninfa,
Siringe, de la que se había enamorado pero que se trans­
formó en caña para escapar a su acoso... Con la dulce mú­
sica que sale de esta flauta, Pan logra distraer la atención
de Tifón, momento que Hermes aprovecha para birlar
los divinos tendones y apresurarse a ponerlos en su sitio
dentro del cuerpo de Zeus. Puesto de nuevo en pie, este
último reanuda el combate y se lanza en persecución de
Tifón con su rayo. Pero aún le es indispensable una ayuda
exterior. Las tres Moiras —hijas de Zeus y divinidades que
controlan el destino de los hombres pero a veces también
el de los dioses, pues siendo el destino la ley del mundo,
es incluso superior a los Inmortales— tienden una tram­
pa al monstruoso Tifón: le hacen comer unas frutas ase­
gurándole que le harán invencible. En realidad, son dro­
gas que aniquilan sus fuerzas, de modo que al final Zeus
vence a un Tifón debilitado que será derrotado y encerra­
do bajo un volcán, el Etna, cuyas erupciones son el signo
de los últimos sobresaltos del monstruo terrorífico.
Para enseñarte cómo narraban estos mitos en aquella
época —siglo ii— voy a citar el texto del propio Apolodo-
ro. Luego veremos cómo, tres siglos después, la misma

04
El nacimiento de los dioses y dfi. mundo

historia contada por otro mitógrafo de nombre Nono se


enriquece y desarrolla considerablemente.
Tras recordar que Gea está indignada por la forma en
que Zeus ha tratado a sus primeros hijos, nuestro falso/
pseudo Apolodoro nos ofrece el siguiente relato (como
siempre, pongo mis propios comentarios entre paréntesis
y en cursiva):

Gea, aún más irritada, se une a Tártaro y en Cilicia da a


luz a Tifón, en el que se mezclaban la naturaleza del hom­
bre y la del animal. Por su tamaño y fuerza superaba a todos
los hijos de Gea. Hasta los muslos tenía forma humana pero
era tal su envergadura que sobrepasaba todas las montañas
e incluso a menudo su cabeza tocaba los astros. Sus brazos
extendidos alcanzaban uno el poniente y el otro el oriente y
de sus brazos salían cien cabezas de serpiente. A partir de
los muslos, su cuerpo no era más que un entrelazado de ví­
boras enormes que extendían sus anillos hasta su cabeza y
lanzaban potentes silbidos. Sobre su cabeza y sus mejillas
flotaban al viento unas crines sucias. Sus ojos lanzaban una
mirada de fuego. Tales eran el aspecto y el tamaño de Tifón
cuando atacó al mismo cielo lanzando contra él rocas en­
cendidas, en una mezcla de gritos y silbidos, mientras su
boca escupía potentes remolinos de fuego. Viéndole alzarse
contra el cielo, los dioses se exilaron en Egipto donde, per­
seguidos por él, tomaron la forma de animales. Mientras Ti­
fón estaba lejos, Zeus le lanzaba sus poderosos rayos, pero
cuando estuvo cerca lo atacó con la hoz de acero y lo persi­
guió en su huida hasta el monte Casio, que domina Siria.
Allí, al verlo cubierto de heridas, entabló el cuerpo a cuer­
po, pero Tifón, enrollando sus anillos a su alrededor, lo in­
movilizó, le arrebató la hoz y le cortó los tendones de las
manos y de los pies. Entonces, Tifón levantó a Zeus sobre
sus hombros, lo transportó a través del mar hasta Cilicia y al
L a sabiduría de los mitos

llegar a la cueva Coricia (nombre de la gruta donde vivía) allí le


depositó. También ocultó allí los tendones escondiéndolos
en una piel de oso. Confío la custodia a la dragona Delfíne,
mitad animal y mitad mujer. Pero Hermes y Egipán hurta­
ron furtivamente los tendones y se los reajustaron a Zeus sin
ser vistos. Cuando hubo recobrado su fuerza, Zeus se lanzó
de repente desde el cielo en un carro tirado por caballos
alados y con su rayo persiguió a Tifón hasta el monte deno­
minado Nisa (también en este monte nacerá Dioniso, cuyo nombre
significa «el dios de Nisa») donde las Moiras engañaron al fu­
gitivo: le convencieron para que comiera los frutos efímeros
diciéndole que le fortalecerían. Así pues, de nuevo perse­
guido, llegó a Tracia y en el combate que se entabló cerca
del monte Hemo se puso a lanzar montañas enteras. Pero
como el rayo las relanzaba sobre él, un raudal de sangre
pronto inundó la montaña: se dice que por eso este monte
recibió el nombre de Hemo —el «monte sangrante»—.
Como Tifón seguía huyendo a través del mar de Sicilia, Zeus
le echó encima el monte Etna que está en Sicilia. Es una
montaña enorme de donde brotan, todavía hoy, erupciones
de fuego que, según se dice, son restos de los rayos lanzados
por Zeus7.

Este texto te muestra bastante bien cómo debían con­


tarse en aquella época estas historias míticas. Hay, en efec­
to, suficientes detalles «picantes» como para que los narra­
dores —los «aedos», como se les llamaba en Grecia— hayan
podido encontrar material para adornar una trama de base
con el fin de tener a su público en vilo.
Encontramos un texto bastante análogo pero infinita­
mente más desarrollado y enriquecido de anécdotas y
múltiples diálogos de nuestro segundo autor, Nono de
Panópolis, en una obra mitográfica larga titulada LasDio-
nisiacas, que dedica sus dos primeros cantos al combate

96
E l. NACIMIENTO DF. IO S DIOSF5 V DE1. MUNDO

entre Tifeo y Zeus. A Nono se le conoce sobre todo por


ser el autor de este poema épico consagrado fundamen­
talmente, como su título indica, a las aventuras de Dioni-
so. Su obra está redactada en griego, en el siglo v d.C., así
pues tres siglos después de la Biblioteca de Apolodoro y
doce siglos después de las obras de Hesíodo, lo que te da
idea del tiempo que ha sido necesario para constituir lo
que hoy día leemos bajo la rúbrica «mitología griega»
como si se tratara de una sola obra, cuando se trata de
una recopilación de numerosos relatos. Este texto de Nono
nos es muy valioso porque constituye una verdadera mina
de información sobre los mitos griegos.
A pesar de todo, aquí la historia es un poco distinta del
relato de Apolodoro. Sobre todo es, como podrás com­
probar por ti mismo, más rica, más intensa y más dramáti­
ca. Porque Nono no deja de subrayar, con un lujo de deta­
lles que nos da información muy útil sobre cómo podrían
comprenderse estos mitos en su época, los envites «cósmi­
cos» del conflicto. Con él, está muy claro que la supervi­
vencia del cosmos depende del resultado de la batalla: si
vence Tifón, todos los dioses del Olimpo se convertirán
definitivamente en esclavos del que ocupe el sitio de Zeus,
incluso al lado de su esposa Mera, que Tifón no deja de
codiciar y desea arrebatar al actual señor del Olimpo.
Veamos más de cerca cómo han ocurrido las cosas se­
gún él.
Como cuenta Apolodoro, a la vista de Tifón los dioses
del Olimpo fueron presas del pavor y huyeron absoluta­
mente enloquecidos. Y, ahí también, Zeus «pierde los ner­
vios»: Tifón le arranca los tendones y los esconde en un
lugar que mantiene en secreto. Pero aquí ya no es a Her-
mes a quien corresponde desempeñar los primeros pape­
les en la victoria de Zeus. El propio Zeus ideará un plan
de batalla y para ponerlo en marcha convocará a Eros, el

97
La sabiduría de los mitos

confidente de Afrodita, y a Cadmo, el rey astuto, funda­


dor legendario de la ciudad de Tebas y hermano de la
hermosa Europa, que Zeus acaba de raptar metamorfo-
seado en toro. Para recompensar a Cadmo por los servi­
cios que le va a prestar, Zeus promete darle en matrimo­
nio a la arrebatadora Harmonía, que no es otra que la
hija de Ares, dios de la guerra, y de Afrodita. También le
promete, honor supremo entre todos, la asistencia de los
dioses del Olimpo a su boda (fíjate de paso cómo se en­
tremezclan todas estas historias: una de las hijas de Cad­
mo y Afrodita, Sémele, se enamorará de Zeus y será la ma­
dre de su hijo Dioniso).
La estratagema imaginada por Zeus merece que se le
preste atención: es bastante significativa del envite cósmi­
co de su lucha contra Tifón. En efecto, Zeus pide a Cad­
mo que se disfrace de pastor. Provisto de la siringa de Pan,
esa flauta fabulosa de donde salen unos sonidos maravi­
llosos, y ayudado por Eros, toca una música tan dulce y
cautivadora que Tifón cae bajo su hechizo. Entonces Ti­
fón promete miles de cosas a Cadmo —entre otras la
mano de Atenea— para que siga tocando y sea el músico
en su futura boda con Hera, la esposa de Zeus, con quien
piensa casarse una vez que haya derrotado a su ilustre ma­
rido. Seguro de su jugada, Tifón cae en la trampa y se
duerme mecido por los sonidos de la siringa. Cadmo pue­
de entonces recuperar los tendones de Zeus, que los re­
pone y de nuevo está listo para lograr la victoria. Como te
he dicho, esta versión está llena de sentido: es especial­
mente notable que sea la música, el arte cósmica entre
todas ya que reposa totalmente sobre el ordenamiento de
los sonidos que deben, por así decirlo, «rimar» entre ellos,
la que salve el cosmos. Lo que subraya el hecho de que el
precio de la victoria para Cadmo sea, precisamente, la
mano de la propia Harmonía.

98
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES V DEL MUNDO

Una vez más, prefiero citarte el texto original para que


entiendas por ti mismo los términos que Zeus utiliza para
invitar a Cadmo y a Eros a ejecutar la trampa que tienden
a Tifón:

Querido Cadmo, toca la siringa y el cielo volverá a ser se­


reno. Si tardas, el cielo gemirá bajo el látigo, pues Tifón se ha
armado con mis flechas celestiales... (además de los tendones de
Zeus, Tifón le ha robado el rayo, el relámpago y el trueno y, como
sospechas, Zeuspretende recuperarlos también cuanto antes). Hazte
vaquero por una sola aurora y mediante la música embelesa­
dora de tu flauta pastoral salva al pastor del cosmos (es decir,
Zeus, elseñordel Olimpo que habla aquídesí mismoen terceraperso­
na). Mediante la melodía de tu siringa zalamera, hechiza el
espíritu de Tifón. Yo, como precio justo a tus esfuerzos, te
daré una doble recompensa: haré de ti conjuntamente el sal­
vador de la armonía universal y el esposo de Harmonía. Ytú,
Eros, semilla primera y principio de las uniones fecundas,
tiende tu arco y el cosmos no irá más a la deriva (pues Tifón,
hechizado no sólopor la música sino también por lasflechas de. Eros,
caerá en la trampa que los dos compadres le han tendido, b que per­
mitirá salvar el cosmos).

Aunque parezca imposible, Tifón tiene a todo el cos­


mos amenazado de destrucción y se trata de salvarlo, a
través de Zeus, mediante la armonía de la música que la
diosa Harmonía consagrará casándose con Cadmo. Así
pues, Cadmo toca su flauta y Tifón, la bestia enorme, cae
bajo el hechizo, como una modistilla cualquiera. Como
ya te dije, hace mil promesas a Cadmo para que vaya a
cantar su victoria el día de su boda con la esposa de su
enemigo. Entonces Cadmo actúa con astucia: afirma que
con otro instrumento musical, la lira, un instrumento de
cuerda, puede hacerlo mucho mejor todavía que con la

99
La sabiduría de los mitos

flauta de Pan. Incluso logrará superar a Apolo, el dios de


los músicos. Sólo necesitaría unas cuerdas a medida, cuer­
das hechas, si fuera posible, de tendones divinos lo bas­
tante resistentes para poder lo que se dice tocar de ver­
dad. La lira es, en efecto, un instrumento armónico: con
ella, a diferencia de lo que ocurre con una simple flauta,
pueden tocarse varias cuerdas al mismo tiempo y, en con­
secuencia, ejecutar unos acordes que «ensamblan» vanos
sonidos distintos. Así pues, la lira parece un instrumento
más armonioso y, en este sentido, más «cósmico» de lo
que podría ser la flauta, sean cuales sean sus méritos (ve­
rás que encontraremos esta misma oposición entre los
instrumentos melódicos y los instrumentos armónicos en
el mito de Midas). Desde luego, la estratagema que inven­
ta Cadmo aspira a recuperar los nervios de Zeus:

Ycon una señal de sus terribles cejas, Tifón asiente; agita


sus bucles y su cabellera, escupiendo veneno de víbora que
derrama sobre las montañas. Yenseguida corre a su cueva,
coge los nervios de Zeus y entrega al astuto Cadmo, como
obsequio de hospitalidad, esos nervios caídos antaño al sue­
lo durante el combate contra Zeus. Yel falso pastor le agra­
dece ese don divino. Palpa con cuidado los nervios y con el
pretexto de que hará las cuerdas de su lira más tarde, escon­
de en el hueco de una roca esta provisión que guarda para
Zeus, el asesino del Gigante. Luego, con un tono modera­
do, los labios cerrados, y apretando los tubos que forman su
flauta, pone una sordina para hacer la música más suave to­
davía. YTifeo aguza la muldtud de sus oídos. Escucha la ar­
monía sin comprender. El Gigante se halla bajo el hechizo:
el falso pastor le embauca con su siringa y con ella finge con­
tar la huida de los dioses, pero es la futura victoria de Zeus,
muy próxima, lo que celebra. A Tifón, sentado a su lado, le
canta la muerte de Tifón.

100
E l. NACIMIENTO DE IO S DIOSES V DEL MUNDO

En cuanto Zeus se pone de pie, la guerra retoma su cur­


so que más que nunca amenaza el orden cósmico entero:

Bajo los proyectiles del Gigante, la tierra se agrieta y sus


flancos, desnudos, liberan una vena líquida: de la sima entre­
abierta mana el arroyo que brota de los canales subterráneos
que vierten el agua retenida en el seno descubierto del suelo.
Ylas rocas lanzadas caen en torrentes de piedra desde lo alto
del aire. Se hunden en el mar... De estos proyectiles terrestres
nacen nuevas islas cuyas canillas se plantan espontáneamente
en el mar para echar en él raíces... Entonces, los cimientos
inmutables del cosmos vacilan bajo los brazos de Tifón... Los
lazos de la armonía indisoluble se disuelven...

De manera preciosista para ayudamos a comprender


el sentido de este relato, la diosa Victoria, que acompaña
a Zeus y que sin embargo es una descendiente directa de
los Titanes, declara, espantada, al señor del Olimpo:

Aunque me ponen el nombre de Titánide (es decir, hija de


Titán) no quiero ver a los Titanes reinar en el Olimpo, sino
que quiero que seáis tú y tus hijos.

Lo que una vez más indica perfectamente lo que se


juega en el conflicto: si gana Tifeo, triunfarán las fuerzas
del caos, las que animan los primeros dioses, y el cosmos
será aniquilado definitivamente. Por lo demás, Tifón no
lo oculta cuando se lanza a la batalla, como se ve por la
manera con la que moviliza a «sus tropas», es decir, en
este caso los innumerables miembros que forman su pro­
pio cuerpo. No duda en encargarles la destrucción del or­
den e incluso en declarar alto y claro que al terminar el
conflicto liberará a los dioses del caos que Zeus encerró

101
LA SABIDURIA DF. LOS MITOS

en el Tártaro, empezando por Adas, uno de los hijos del


Titán Jápeto, que se supone lleva sobre su espalda todo el
cosmos, así como a Crono:

Oh brazos, golpead la morada de Zeus, estremeced los


cimientos del cosmos con los Bienaventurados, romped el
divino cerrojo del Olimpo que se mueve por sí mismo. Tirad
abajo el pilar del Éter; que en esta conmoción Adas escape y
abandone el orbe tachonado de estrellas del Olimpo sin te­
mer la trayectoria circular... YCrono, el devorador de carne
cruda (no olvides que se come a sus propios hijos...), también es de
mi sangre (todos son, en efecto, descendientes de Ceay de divinida­
des «caóticas»): para hacer de él mi aliado lo voy a llevar de
nuevo a la luz desde los abismos subterráneos y a desatar las
cadenas que lo oprimen (como Zeus lo ha hecho con los Cíclopesy
los Hecatónquiros: Tifeo ha comprendido que también él necesita ha­
cerse aliados). Voy a hacer que los Titanes regresen al Éter (es
decir, al cielo luminoso que contrasta con las tinieblas del Tártaro); y
voy a conducir a los Cíclopes, esos hijos de la tierra, bajo mi
techo, en el cielo, y les haré fabricar otras flechas de fuego,
pues necesito muchos rayos porque tengo doscientas manos
para combatir y no sólo dos como el Crónida (es decir Zeus;
crónida significa sencillamente «hijo de Crono»).

Observa cómo se ha transformado la historia desde Apo-


lodoro, pero también cuán lógicas y significativas son las
transformaciones. Por ejemplo, Pan ya no es el personaje
clave, sino Cadmo. Sin embargo, puedes ver que se parecen
como hermanos: Pan es el dios de los pastores y el inventor
de la siringa. Ahora bien, C^admo se disfraza de pastor y gra­
cias a la siringa triunfará sobre Tifón. Uno puede imaginar
bastante bien cómo, a lo largo de los relatos que debían
transmitirse más a menudo tanto por vía oral como por es­
crito, fueron posibles tales transformaciones.

102
El nacimiento oe los oioses y dei. mundo

Al final, por supuesto, como en el relato de Hesíodo y el


de nuestro falso Apolodoro, la victoria corresponde a Zeus.
Aunque dentro del mismo espíritu, Nono insiste más que
los otros en la armonía recuperada, en la restauración del
orden cósmico que tanto se echó a perder durante el con­
flicto. Los pedazos de tierra así como los astros del cielo re­
cuperarán su lugar y la naturaleza los unirá armoniosamen­
te para formar un auténtico cosmos:

Finalmente, la gerente del cosmos, la naturaleza primor­


dial, regenerada, cicatriza los flancos abiertos de la tierra
destrozada. Sella de nuevo las cimas de las islas desprendi­
das de sus lechos atándolas con ligaduras indisolubles. Ya
no reina el desorden entre los astros: el Sol vuelve a poner
cerca de la Virgen de la espiga al León de la espesa melena
que había dejado la ruta del zodiaco, la Luna vuelve a traer
al Cáncer que se había abalanzado sobre el rostro del León
celeste y lo fija en las antípodas del Capricornio helado.

En resumen, si se traduce claramente este lenguaje ima­


ginado, significa que todo está en orden otra vez, que los as­
tros han recuperado su lugar inicial, de modo que Zeus
puede cumplir su promesa y celebrar la boda de Cadmo y
Harmonía...
Finalmente, ¿qué queda de Tifón? Dos calamidades para
los humanos, y en esto Nono es totalmente fiel a Hesíodo.
En el mar los huracanes, las tempestades que se denominan
«tifones», es decir, esos malos vientos contra los cuales los
desdichados humanos nada pueden hacer... sino morir,
precisamente. Y en la tierra, las terribles tormentas que de
manera irremediable destrozan los cultivos en los que los
hombres han puesto todo su amor. Lo que significa, y esto
es importante, que a partir de ahora el cosmos ha consegui­
do una forma de perfección, si no para los hombres, sí esen-

103
La sabiduría de u k mitos

chúmente para los dioses. Todas las fuerzas del caos están
bajo control y los pequeños desajustes que aún persisten
proceden del lado de los humanos. Como subraya Jean-
Pierre Vemant, la victoria sobre Tifón y los restos de sus po­
deres sólo perjudiciales para la tierra significa que se va a
enviar el tiempo, el desorden y la muerte hacia el mundo de
los mortales, estando el de los dioses en lo sucesivo a res­
guardo de todas las intemperies. Es decir, que a sus ojos las
imperfecciones que quedan son menores, sin importancia.
Además, si lo piensas bien, ni siquiera es cierto que se trate
realmente de imperfecciones: pues si no quedara tiempo ni
historia, por tanto un poco de desorden, un poco de inar­
monía y desequilibrio, no sucedería nada más. El cosmos
completamente armonioso y equilibrado estaría del todo
anquilosado. No se movería más, estaría confinado a la in­
movilidad más absoluta y sería mortalmente aburrido. En
este sentido, es una suerte que quede un poco de caos, que
Tifón vencido haga oír su voz todavía de vez en cuando: tal
es quizá el significado último de esos chorros de humo y de
esos soplos intempesdvos que persisten al final de este epi­
sodio postrero de la cosmogonía.
Si lo juzgamos según Hesíodo, hemos recorrido ahora
las etapas por las que han pasado los dioses del Olimpo
para llegar a crear el cosmos. No obstante, según ciertas
tradiciones más tardías de las que, como de costumbre,
Apolodoro se hace eco, habría habido una etapa más, in­
termediaria entre la titanomaquia y la guerra contra Ti­
fón —a saber, la gigantomaquia, o sea, el «combate contra
los Gigantes»—. En efecto, según esta versión, antes de
«fabricar» a Tifón con Tártaro, Gea habría defendido a los
Gigantes rebelados contra los dioses, y como represalia a
que sus hijos hubiesen sido aniquilados por los Olímpicos,
ella habría creado a Tifón. Una vez más, no se encuentra
ninguna huella de esta «gigantomaquia» en la Antigüedad

104
E l. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

más lejana, ni en Hesíodo ni en Homero. Sin embargo, la


hipótesis no es absurda: cuadra bien con el episodio de
Tifón, es decir, con la idea de que es necesario controlar
progresivamente todas las fuerzas del caos, luego también
las que representan los Gigantes, para lograr equilibrar el
cosmos perfectamente.
Por esta razón no resulta inútil que te diga unas pala­
bras más sobre esta famosa pelea.

La gigantomaquia: el combate de los dioses y de los Gigantes

Seguramente recuerdas de dónde han nacido los Gi­


gantes (si no, vuelve a mirar la tabla recapitulativa que te
di hace un rato): de la sangre de Urano derramada sobre
la tierra por su hijo Crono. Así pues, pertenecen, como
Tifón y como los Titanes, al círculo de divinidades más
arcaicas, las que todavía están cerca de Caos y que amena­
zan sin cesar la construcción del orden cósmico armonio­
so, equilibrado y justo que Zeus desea. Para Hesíodo, la
edificación de este bello universo concluye manifiesta­
mente con la victoria de Zeus sobre Tifón. Pero como te
acabo de decir, ciertos autores posteriores han considera­
do que hubiera sido necesario amordazar de antemano a
los Gigantes para conseguir un cosmos perfecto. Sobreco­
gidos por esta arrogancia desmesurada y loca que los grie­
gos denominan hybris, los Gigantes habrían decidido apo­
derarse del Olimpo. El poeta Píndaro alude a ello varias
veces8. Pero como ocurre a menudo, hay que esperar a
Apolodoro para tener un relato más detallado de esta
guerra. No obstante, ya se encuentra este episodio en Ovi­
dio, un gran poeta latino del siglo I cuya obra titulada Me­
tamorfosis es una de las primeras que nos da una versión
coherente. Estos dos autores sitúan la gigantomaquia an­

105
I.A SABIDURÍA DK LOS MITOS

tes del combate contra Tifón. En la obra de Apolodoro,


como te acabo de decir, Gea está tan furiosa de que Zeus
haya vencido a los Gigantes que concibe a Tifón para pro­
curar que las fuerzas caóticas y titánicas, de las que tam­
bién es madre, no desaparezcan del todo en beneficio de
un orden inmutable e inmóvil.
Es necesario leer estos dos relatos dentro de esta pers­
pectiva, los dos igualmente interesantes y significativos
del problema planteado por la necesidad de integrar to­
das las fuerzas anticósmicas sin excepción alguna.
Primero en Ovidio: el combate tiene lugar en una épo­
ca en que la tierra está poblada por una raza humana, la
raza de hierro, especialmente corrompida, deshonesta y
violenta. Pero, añade Ovidio, las alturas superiores del
Eter —es decir, las cumbres del Olimpo donde viven los
dioses— no están más favorecidas que las regiones infe­
riores. Tampoco constituyen ya un refugio seguro, pues
los Gigantes han decidido hacerse los amos del lugar.
Como son realmente gigantescos y tienen una fuerza pro­
digiosa, amontonan pura y simplemente las montañas
unas encima de otras con el fin de hacer una especie de
escalera que les permita subir hasta el Olimpo y enfren­
tarse a los dioses. Ovidio no nos cuenta mucho sobre la
guerra misma, sólo que Zeus se vale de su arma favorita, el
rayo, para derrumbar las montañas sobre los Gigantes,
que pronto se ven sepultados bajo masas colosales de tie­
rra. Heridos, pierden ríos de sangre y Gea, que quiere evi­
tar que esta raza se extinga por completo, pues a pesar de
todo es la de sus hijos, fabrica con la mezcla de sangre y
de tierra que se escapa de los escombros una nueva espe­
cie viva que tiene «rostro humano», pero que respira la
violencia y el gusto por la matanza ligados a sus orígenes.
El relato de Apolodoro está más pormenorizado. Des­
cribe con todo detalle cómo cada uno de los dioses del

106
El. NACIMIENTO DE LOS DIOSES Y DEL MUNDO

Olimpo se adhiere a la tarea de terminar con los Gigan­


tes: Zeus, desde luego, pero también Apolo, Hera, I)ion¡-
so, Poseidón, Hermes, Ártemis, las Moiras, etcétera. El
combate es de una violencia extrema, terriblemente san­
griento. Para que te hagas una idea, Atenea no se conten­
ta, por ejemplo, con matar al Gigante llamado Palas, sino
que le desuella vivo para hacer con su piel una especie de
escudo que pega sobre su propio cuerpo. En cuanto a
Apolo, dispara directamente una de sus flechas en el ojo
derecho de uno de sus adversarios mientras que, por su
lado, Heracles le coloca una en el ojo izquierdo. Está cla­
ro que no dan cuartel... Sobre todo, conforme a lo que
decía Píndaro, para terminar real y definitivamente con
los Gigantes es necesario que un semidiós ayude a los
Olímpicos en el combate: cada vez que un dios derriba a
un Gigante, Heracles va en su ayuda para rematarlo...
Pero, como siempre, la fuerza sola no es suficiente. Gea,
que desempeña su doble papel habitual —quiere la cons­
trucción de un cosmos equilibrado, pero al mismo tiem­
po no quiere que las fuerzas primigenias, las del caos,
sean totalmente eliminadas—, proyecta ayudar a los Gi­
gantes dándoles una hierba que les volverá inmortales. Al
fin y al cabo, los Gigantes son sus hijos y es normal que los
proteja. Pero como siempre sucede con ella, le anima un
motivo más profundo: sin las fuerzas caóticas el inundóse
moriría, no ocurriría nada más en él. El equilibrio y el or­
den son sin ninguna duda necesarios, pero si no hubiera
nada más que eso, el universo estaría anquilosado. Así
pues, hay que conservar también esa fracción de su des­
cendencia que encarna, aun al precio de la violencia, esa
parte de movimiento que es indispensable para la vida.
Sin embargo, Zeus, que lo sabe todo, la ve venir y —ésta
es la prueba de su inteligencia asmta, de su metis— se apre­
sura a ir él mismo a cortar todas las hierbas de la inmortali­

107
La sabiduría de los mitos

dad que Gea ha hecho brotar, de modo que los Gigantes ya


no tienen ninguna oportunidad de ganar el combate...
Con esta última peripecia concluye la cosmogonía.
Pues esta guerra es el úldmo episodio que marca la histo­
ria de la construcción del mundo. Tras la muerte de los
Gigantes y la victoria de Zeus sobre Tifón, las fuerzas caó­
ticas han sido definitivamente amordazadas o, mejor di­
cho, integradas en el conjunto y, en el sentido literal de la
expresión, «colocadas en su sitio», bajo la tierra. Al fin el
cosmos está instalado sólidamente. Sin duda quedan to­
davía, del lado de los humanos, algunos vientos malos, al­
gunos temblores de tierra acompañados, llegado el caso, de
erupciones volcánicas. Pero en líneas generales, por fin el
cosmos está edificado sobre bases sólidas.
Queda por saber qué lugar van a poder ocupar en él los
mortales. Está por ver también cómo y por qué han nacido.

108
2. D el nacimiento de los dioses
AL DE LOS HOMBRES

Í M término de esta primera visión de conjunto, hemos


aprendido muchas cosas. No sólo han entrado en escena
los personajes principales de la mitología, los dioses del
Olimpo, sino que por fin el cosmos, el universo ordenado
y equilibrado que Cea y Zeus deseaban, ha sido instaura­
do. Las fuerzas del desorden y del caos que encarnan al
menos una parte de los Titanes, y más aún Tifón y los Gi­
gantes, han sido sometidas, destruidas o devueltas al Tár­
taro y encadenadas en lo más recóndito y profundo de la
tierra. Zeus no sólo ha dado pruebas de una fuerza colo­
sal y una inteligencia fuera de lo común durante los dis­
tintos conflictos, sino que además ha repartido el univer­
so de forma equitativa y justa, de modo que cada uno
conoce sus privilegios, los honores que se le deben, sus
misiones y sus funciones. Y como Zeus es desde ahora el
dios más poderoso, el más astuto y el más justo de todos,
no hay más que hablar: él es el señor del cosmos, el eterno
garante del orden armonioso que ahora debe ser la regla
del mundo.
De este relato primordial se deducen, en el terreno fi­
losófico, tres ideas fundamentales que debes tener pre­
sente para comprender mejor lo que sigue. Tienen un
gran interés en sí mismas y, además, son las que van a ani­
La sabiduría dk los mitos

mar secretamente la mayoría de los grandes relatos míti­


cos que son escenificaciones sutiles, inspiradas y llenas de
imágenes. De modo que en realidad es imposible com­
prender las aventuras de Ulises, Heracles o Jasón y las des­
dichas de Edipo, Sísifo o Midas si no se entiende que, por
así decirlo, constituyen el hilo conductor.
La primera es que la vida buena, aun para los dioses,
puede definirse como una vida en armonía con el orden
cósmico. Nada hay superior a una existencia justa, en el
sentido que la justicia —en griego diké— es en primer lu­
gar la rectitud, es decir, el hecho de estar en conformidad
con el mundo organizado, bien repartido, que a duras pe­
nas ha salido del caos. Tal es desde ahora la ley del univer­
so, una ley tan fundamental que los propios dioses están
sometidos a ella, pues, como ya han demostrado en repe­
tidas ocasiones, a menudo son poco razonables. Sucede
incluso que se pelean como niños. Cuando ocurre que la
discordia, eris, surge entre ellos y que para arreglar sus di­
ferencias uno u otro empieza a mentir, es decir, a proferir
palabras que no sonjustas ni se ajustan al orden cósmico, corre
un gran riesgo. Entre otras cosas, Zeus puede pedirle que
preste juramento sobre el agua del Estige, el río divino
que corre por los infiernos. Y si su juramento es contrario
a la verdad, al dios se le pone en su sitio, aunque sea olímpi­
co: durante todo un año, según nos cuenta la Teogonia de
Hesíodo, se le «priva de aliento», yace en el suelo sin po­
der respirar, sin resuello en el sentido literal del término.
Se le prohíbe acercarse al néctar y a la ambrosía, los ali­
mentos divinos reservados exclusivamente a los Inmorta­
les. Un «mal sueño» se apodera de él durante todo ese
año y cuando ha terminado con este primer lote de sufri­
mientos, aún se le «priva del Olimpo», tiene prohibido
estar en compañía de los demás dioses durante nueve
años, durante los cuales debe cumplir con tareas ingratas

110
Del nacimiento de los dioses ai. de los hombres

y penosas. Por ejemplo, según ciertos relatos mitológicos,


ocurrió que Apolo se rebeló contra su padre, Zeus, ame­
nazando así con perturbar el orden del mundo al atentar
contra su garante. Como castigo, Apolo se ve rebajado a
la esclavitud, puesto al servicio de un simple mortal, en
este caso un rey de Troya, Laomedonte, cuyos rebaños
debe guardar como un pastorcillo cualquiera. Pues Apolo
ha pecado de lo que los griegos llaman hybris, término del
que ya te he hablado y que puede traducirse de varias ma­
neras —arrogancia, insolencia, orgullo, desmesura—, si
bien todas ellas hablan de un aspecto de esta hybris, de
este pecado contra el orden cósmico o contra los que son
sus artesanos, empezando por Zeus. Caracteriza a quien
se malogra o se rebela hasta el punto de dejar de respetar
la jerarquía y el reparto del universo instaurados tras la
guerra contra Tifón y los Titanes. Y en estas circunstan­
cias, el dios que ha cometido una falta es «llamado al or­
den» como un vulgar mortal y, por así decirlo, reinsertado
mediante el castigo que Zeus le inflige. Como ves, no sólo
la ley del mundo, la justicia cósmica derivada del reparto
original, se aplica a todos los seres, sean divinos o morta­
les, sino que además nada está ganado: el desorden ame­
naza siempre. Puede venir de cualquier sitio, hasta de
Apolo o de otro dios que se malogre por pasión, de modo
que el trabajo de Zeus y de los distintos héroes que persi­
guen el mismo objetivo no se acaba nunca del todo: por
esta razón, los relatos mitológicos son infinitos en poten­
cia. Siempre hay un desorden que arreglar, un monstruo
que combatir, una injusticia —una «imperfección»— que
corregir...
La segunda idea deriva directamente de la primera. Por
así decirlo no es más que el reverso: si la edificación del or­
den cósmico es la conquista más preciada de los Olímpi­
cos, entonces ni que decir tiene que la falta más grave que

111
I A SABIDURÍA d e i / » m it o s

se puede cometer a los ojos de los griegos, y de la que la


mitología no deja en el fondo de hablamos, es, precisamen­
te, esa famosa hybris, esa desmesura orgullosa que empuja a
los seres, tanto mortales como inmortales, a no saber que­
darse en su sitio en el seno del universo. Si vamos a lo esen­
cial, la hybris no es al final más que un regreso de las fuerzas
oscuras del caos, o por hablar como los ecologistas actua­
les, una especie de «crimen contra el cosmos».
En contraste, y ésta es la tercera idea, la virtud más
grande se denomina diké, la justicia, que se define exacta­
mente a la inversa como una concordancia con el orden
cósmico. Se dice que sobre el templo de Delfos —el tem­
plo de Apolo— está inscrito uno de los lemas más céle­
bres de la cultura griega: «Conócete a ti mismo». La frase
no significa de ninguna manera, como a veces se cree hoy
día, que se deba practicar lo que se llama la introspec­
ción, es decir, tratar de conocer los pensamientos más se­
cretos y procurar, por ejemplo, revelar el inconsciente.
No se trata de psicoanálisis. El significado es otro: la ex­
presión quiere decir que se deben conocer los límites. Sa­
ber quién es uno es conocer el propio «lugar natural» en
el orden cósmico. El lema nos invita a encontrar ese lugar
exacto en el seno del gran Todo y sobre todo a quedar­
nos, a no pecar nunca de hybris, de arrogancia y desmesu­
ra. Además se asocia a menudo a otro, «Nada en exceso»
—igualmente inscrito sobre el templo de Delfos—, que
tiene el mismo sentido.
Para el hombre, la hybris más grande consiste en desafiar
a los dioses o, peor que peor, creerse igual a ellos. Numero­
sos relatos mitológicos giran, como vas a ver, alrededor de
este tema central. Entre otros lo atestigua esa versión del
famoso mito de Tántalo: como se ha acostumbrado a fre­
cuentar a los dioses, a ser invitado a compartir sus comidas
en el Olimpo, Tántalo acaba pensando que, después de

112
Oei. nacimiento de los dioses al de los hombres

todo, no es tan distinto como podría imaginarse. Hasta em­


pieza a dudar de que los dioses, empezando por Zeus, sean
en verdad tan perspicaces como pretenden y, sobre todo,
que sepan en realidad todo sobre todos los mortales. En­
tonces los invita a comer a su casa —lo que ya es de por sí
una falta de gusto especial, que podría tolerarse si en últi­
mo extremo fuera una invitación llena de modestia y hu­
mildad—. Pero todo lo contrario: para asegurarse de que no
son omniscientes ni más sabios que él, trata de engañarlos
de la peor manera que existe, sirviéndoles a su propio hijo
Pélope guisado. Mala suerte: los dioses son completamente
omniscientes. Saben todo sobre nosotros, desdichados
mortales, por lo que Tántalo se ha equivocado más allá de
lo que podía imaginar. Se dan cuenta enseguida de la ma­
niobra miserable y se horrorizan. El castigo, como siempre
en la mitología, está en consonancia con la desmesura del
delito cometido. ¿Tántalo ha pecado por una cuestión de
comida? Por ella también será castigado: encadenado a los
infiernos, en el Tártaro, será condenado a padecer hambre
y sed toda la eternidad, pero también miedo, que le recor­
dará precisamente que no es inmortal, pues una roca enor­
me suspendida sobre su cabeza amenaza con caerse sobre
él y aplastarlo...
Cosmos, el orden armonioso, diké, la justicia, es decir, la
conformidad con este orden cósmico, e hybris, el contras­
te o la desmesura por excelencia, son las tres palabras
maestras del mensaje filosófico que comienza poco a poco
a desprenderse de la mitología.
Sin embargo, estamos lejos, muy lejos, de haber hecho
todo el recorrido de este mensaje. No estamos más que
en los principios abstractos, tan primitivos todavía y tan
rústicos que podrían dar la imagen de que Zeus es un su-
perrepresentante del orden, por no decir un agente de
tráfico: cosmos contra caos, armonía contra disonancia,

113
L a sabiduría de los mitos

cultura contra naturaleza, civismo contra fuerza bruta, et­


cétera. Será necesario complicar las cosas poco a poco y
por una razón muy sencilla: de momento toda esta histo­
ria se ha contado sólo desde el punto de vista de los dio­
ses. En otras palabras, en la fase en la que nos encontra­
mos, los hombres, al no existir todavía, no denen aún su
lugar en este sistema regulado que se ha situado bajo la
égida de los Inmortales. Toda la cuesdón que la mitología
va a empezar a abordar y luego a legar a la filosofía es do­
ble a este respecto. En primer lugar: ¿por qué hombres?
¿Por qué diablos, y perdón por la expresión, los dioses
han sentido la necesidad de crear esta humanidad que
con toda seguridad va a introducir inmediatamente una
gran cantidad de desorden y de confusión en ese cosmos
que tanto les ha costado conquistar? Y luego, si invertimos
la perspectiva y lo examinamos desde nuestro punto de
vista de mortales —y una vez más hay que tener en cuenta
que los que han inventado estas historias, Homero, Hesío-
do, Esquilo, Platón, etcétera, son hombres—, ¿cómo va­
mos a situarnos con respecto a la visión del mundo que
emana poco a poco de esta construcción grandiosa? ¿Cuál
es nuestro sitio en este universo de dioses, en este orden
cósmico que parece hecho más para ellos que para noso­
tros, humildes humanos? Y más aún: ¿cómo deberá cada
uno de nosotros conducir su existencia, con sus particula­
ridades, sus gustos, sus defectos, su contexto familiar, so­
cial, geográfico, en suma, con todo lo que hace que un
individuo sea singular, si quiere encontrar un poco de fe­
licidad y de sabiduría en este universo divino?
A estas preguntas van a responder los mitos que voy a
narrarte en este capítulo: el de la edad de oro y el de Pro­
meteo, que tuvo una consecuencia fundamental para no­
sotros: la aparición en esta tierra de Pandora, la primera
mujer, la que conmocionará nuestras vidas de arriba aba­

114
Del nacimiento df. io s dioses al de los hombres

jo... Pero antes de llegar a estos grandes relatos y para no


quedarnos en las abstracciones, te voy a dar una primera
imagen de las tres ideas que acabamos de ver contándote
el mito genial de Midas. Después, podremos retomar el
hilo principal de nuestro relato y volver a la historia fabu­
losa de la creación de la humanidad. El mito, al menos en
apariencia, es francamente cómico. Es uno de esos en los
que, sencillamente, la hybris, la desmesura, rivaliza con la
estupidez. La mayoría de las obras dedicadas a la mitolo­
gía lo pasan por alto o bien lo consideran tan secundario
que lo cuentan de pasada, como una trova sin gran rele­
vancia ni verdadero significado. Como verás, es un error
importante: el caso Midas, como se diría en la actualidad,
es por el contrario uno de los más profundos que existen,
con tal de que nos tomemos la molestia de volver a situar­
lo en el contexto cosmológico que acabo de describirte.

I. H y b r is y cosmos: el rey Midas y el «toque dorado»

Midas es rey. Más exactamente, es uno de los que rei­


nan en una región llamada Frigia. Algunos pretenden
que es hijo de una diosa y de un mortal... Es muy posible,
pero lo que en cambio es cierto es que Midas no ha inven­
tado la pólvora. Es, todo hay que decirlo, un cretino redo­
mado. Piensa despacio, «con retraso», demasiado tarde.
Actúa sin pensar y su estupidez, como vas a ver, le juega a
veces muy malas pasadas.
El caso que nos interesa comienza con las desventuras
de otro personaje importante de la mitología griega, Sile-
no, un dios de segunda fila, una divinidad secundaria que
así y todo es hijo de Hermes1. Además, se denomina «Sile-
nos» a todos los de su raza. Posee dos características nota­
bles. La primera es que tiene una cabeza horripilante y es

115
La sabiduría de los mitos

feísimo: grande, grueso, calvo y barrigudo, muestra una


nariz monstruosamente aplastada y unas orejas de caba­
llo, peludas y puntiagudas, que le dan un aspecto espan­
toso. Pero por otro lado es un ser inteligente y sagaz. No
en balde Zeus le confío la educación de su hijo Dioniso
cuando lo extrajo de su propio muslo. Con el correr del
tiempo se hace amigo de quien ha sido su hijo putativo y
se inicia en los secretos más profundos que el dios del
vino y de la fiesta guarda y, a pesar de las apariencias, es
un sabio auténtico... Salvo que, al pertenecer al séquito
de juerguistas que acompañan siempre a Dioniso, suele
pasarse de rosca con las libaciones y abusar de la botella.
Dicho de otro modo, en el momento de empezar nuestra
historia Sileno estaba borracho como una cuba o, si lo
prefieres, lo bastante ebrio como para no acordarse ni de
su nombre. Como dice Ovidio, se tambalea bajo el peso
de la edad y el vino, y al ver ebrio a esa especie de mendi­
go de aspecto espantoso, los criados de Midas se apresu­
ran a prenderlo y atarlo con fuertes ligaduras para condu­
cirlo enseguida ante su señor.
Pero sucede que Midas reconoce a Sileno, pues él tam­
bién ha participado en algunas orgías y otras fiestas bien
regadas. Y como lo sabe todo acerca de sus relaciones pa­
ternales y amistosas con Dioniso —un dios muy poderoso
con el que más vale estar a buenas— le hace soltar inme­
diatamente. Además, con la esperanza de granjearse los
favores del dios, celebra como es debido la llegada de su
huésped con fiestas fastuosas que duran al menos diez
días con sus noches, tras lo cual devuelve a su nuevo me­
jo r amigo al joven, aunque muy poderoso, Dioniso. Este
último, agradecido, otorga a Midas la gracia de elegir una
recompensa a su gusto. «Gracia agradable, pero pernicio­
sa», según la afortunada expresión de Ovidio. Pues Midas,
como te he dicho, no es muy listo. Además, es avaro y muy

116
Del nacimiento de io s dioses al de los hombres

ambicioso, de modo que abusará —aquí empieza su hy-


bris— del regalo que le promete Dioniso. Pronuncia un
deseo exorbitante, desmesurado: pide al dios que todo lo
que toque se convierta en oro. Ahí está el famoso «toque
dorado». Imagina un poco lo que esto significa: donde­
quiera que ponga la mano, todo lo que toca, planta, pie­
dra, líquido, animal o ser humano, al instante se transforma
en el metal amarillo y precioso. En un primer momento,
el imbécil está feliz y hasta loco de alegría. De regreso a su
palacio, Midas se divierte como un niño transformando
por el camino todo tipo de cosas en un precioso tesoro.
Divisa una rama de olivo y, ¡hala!, las hermosas hojas ver­
des se vuelven de un rojizo anaranjado resplandeciente.
Coge una piedra, un miserable terrón, corta unas espigas
secas y todo se convierte en oro. «Rico, soy rico, el más
rico del mundo», exclama sin cesar el desdichado que to­
davía no ve venir lo que le espera.
Porque, sin duda ya lo has adivinado, lo que toma por
una felicidad absoluta se va a transformar en una desgra­
cia funesta en sentido literal, que trae la muerte y anuncia
los funerales de su alegría estúpida. En efecto, en cuanto
Midas se instala cómodamente en su palacio suntuoso
—es evidente que enseguida se ocupa de transformar en
oro fino las paredes, los muebles y los suelos—, pide que
le sirvan de comer y beber. Su alegría le ha abierto el ape­
tito. Pero tan pronto como agarra la copa de vino fresco
para calmar su sed, lo que corre por su boca es un pol­
vo amarillo asqueroso. El oro no es bueno para beber...
Y cuando coge el muslo de pollo que le tiende su criado y
empieza a morderlo con entusiasmo, por poco se rompe
los dientes. Midas comprende ahora, aunque un poco tar­
de, que si no se desprende de su nuevo don, morirá de
hambre y sed. Y empieza a maldecir todo ese oro que le
rodea, a odiarlo como odia también la estupidez y la am­

117
La sabiduría df. los mitos

bición que le han empujado a actuar sin reflexionar. Afor­


tunadamente para él, Dioniso lo tenía todo previsto y es
buen príncipe. Acepta quitarle el don que se ha transfor­
mado en maldición. He aquí, según Ovidio, los términos
en los que se dirige a él:

«No puedes seguir embadurnado de ese oro que con tan­


ta imprudencia has deseado. Ve hacia el vecino río de la gran
ciudad de Sardes y, remontando su curso por la orilla, conti­
núa tu camino hasta que llegues al lugar de su nacimiento;
entonces, cuando estés delante de su manantial espumoso,
allí donde brota en abundantes raudales, hunde tu cabeza
bajo las aguas y lava al mismo tiempo tu cuerpo y tu culpa». El
rey acata la orden dócilmente y se zambulle en el manantial;
la virtud que posee de transformar todo en oro da un color
nuevo a las aguas y del cuerpo del hombre pasa al río. Actual­
mente todavía, por haber recibido el germen del antiguo fi­
lón, el suelo de esas campiñas está endurecido por el oro que
lanza sus pálidos reflejos sobre la gleba húmeda2.

Midas recupera su estado normal bañándose en el río.


Bonito símbolo: el agua pura del río, como sugiere Ovi­
dio, le limpia a la vez su oro y su culpa. Pero el curso del
agua se ve afectado por ello: se dice que desde aquella
época no deja de transportar magníficas pepitas de oro.
¿Ysabes cómo se llama este río? Su nombre es Pactólo.
Sin embargo, no estoy seguro de que siempre com­
prendamos el verdadero sentido de este mito. Con nues­
tros ojos modernos, marcados por veinte siglos de cristia­
nismo, tenemos tendencia a pensar que el significado de
la fábula, en líneas generales, es que Midas ha pecado
ante todo de avaricia y ambición. En nuestra opinión, la
lección de historia podría enunciarse poco más o menos
de la siguiente manera: Midas ha tomado lo superficial

118
DE!. SALIMIENTO DE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

por lo fundamental, ha creído que la riqueza, el oro, el


poder y las posesiones que proporciona constituían el ob­
jetivo último de la vida humana. Por lo que ha confundi­
do el haber y el tener, la apariencia y la verdad. Y se le
castiga con mucha razón. Bien está lo que bien acaba.
Pero en realidad el mito griego va mucho más lejos. Posee
una dimensión cósmica, aunque secreta, y no se reduce
de ningún modo a la trivialidad según la cual «el dinero
no da la felicidad».
Con su toque dorado, Midas se ha convertido en una
especie de monstruo. Aunque parezca imposible constitu­
ye una amenaza potencial para todo el orden cósmico:
todo lo que toca muere, pues su poder aterrador llega a
transformar lo orgánico en inorgánico, lo vivo en materia
inanimada. En cierto modo es lo contrario a un creador
del mundo, una especie de antidiós, por no decir un de­
monio. Las hojas, las ramas de los árboles, las flores, los pá­
jaros y demás animales que agarra dejdn de ocupar su lugar
y su función en el seno del universo con el que un instante
antes vivían todavía en perfecta armonía. Basta con que
Midas los toque para que su naturaleza cambie; su poder
devastador puede ser infinito, no tener límite: nadie sabe
hasta dónde puede llegar. En último extremo, todo el cos­
mos podría encontrarse alterado: imagina que Midas viaja,
que consigue transformar nuestro planeta en una bola me­
tálica gigantesca, dorada pero muerta, desprovista por
completo de las cualidades que los dioses habían logrado
conferirle al principio, en el momento del reparto primiti­
vo del mundo que Zeus realiza después de su victoria sobre
las fuerzas caóticas de los Titanes, los Gigantes y de Tifón.
Eso habría sido el fin de toda vida y toda armonía.
Si a pesar de lo anterior se quiere hacer una compara­
ción con el cristianismo, se debe profundizar mucho más
de lo que se piensa espontáneamente. Como el mito del

119
L a sabiduría df. los mitos

doctor Frankenstein, que se inspira en leyendas antiguas


nacidas en la Alemania del siglo xvi, las desventuras del rey
Midas nos cuentan en realidad la historia de un desposei­
miento ü'ágico.
El doctor Frankenstein querría también ser un igual de
los dioses. Sueña con dar la vida, como lo ha hecho el crea­
dor. Pasa toda su existencia buscando cómo lograr reani­
mar a los muertos. Y un buen día lo consigue. Ha hecho
acopio de cadáveres que roba del depósito del hospital y,
utilizando la electricidad del cielo, logra reavivar al mons­
truo que ha fabricado a partir de los cuerpos en descom­
posición. Al principio todo va bien y Frankenstein se cree
un verdadero genio de la medicina. Pero poco a poco el
monstruo se independiza y logra escaparse. Como su as­
pecto es abominable, siembra el terror y la desolación allá
por donde pasa, de modo que de rebote se vuelve malva­
do y amenaza con destruir la tierra y sus habitantes. Des­
poseimiento trágicct: la criatura ha escapado de su crea­
dor que, por así decirlo, se queda frustrado. Ha perdido
el control, lo que, dentro de la perspectiva cristiana que
domina este mito, significa que el hombre que se cree
Dios está abocado al desastre.
El mito de Midas se debe entender en un sentido análo­
go, incluso si el dios, o mejor dicho los dioses griegos de
que se trate, no son los de los cristianos. Al igual que
Frankenstein, Midas ha querido atribuirse con el toque do­
rado un poder divino, una capacidad que sobrepasa con
mucho toda sabiduría humana, empezando por la suya, ya
tan reducida de por sí: la de trastornar el orden cósmico.
Y lo mismo que el doctor Frankenstein, pronto pierde el
control sobre sus nuevas atribuciones. Lo que creía domi­
nar se le escapa por todas partes, de modo que no le queda
más remedio que suplicar a la divinidad, en este caso Dio-
niso, que le devuelva su condición de simple humano.

1 2 0
Del nacimiento de los dioses al de los hombres

De una manera muy significativa, esta misma amenaza


de caos a causa de la hybris es la que aparece de nuevo en
la segunda parte del mito de Midas, en el transcurso de la
cual Apolo casdgará sin piedad a este pobre pánfilo.

De cómo Midas recibe unas orejas de burro: un concurso


musical entre laflauta de Pan y la lira de Apolo

Continuemos el relato del mito en la versión de Ovi­


dio.
Al parecer Midas se ha calmado después de haberse
estrellado con su desgraciado toque dorado. Parece que
al final se ha vuelto más humilde, casi modesto. Lejos de
los fastos y del lujo que esperaba de su oro, vive retirado
en el bosque. Alejado de su espléndido palacio, se con­
tenta con una vida rústica y sencilla, en los campos y las
praderas que le gusta recorrer solo o a veces en compañía
de Pan, el dios de los pastores y de los bosques. Debes sa­
ber que Pan se parece extrañamente a Sileno y a los Sáti­
ros. En efecto, es también un dios de una fealdad horro­
rosa en sentido literal: todo el que lo ve se queda espanta­
do, paralizado por ese miedo denominado «pánico» en
honor a su nombre, pero el homenaje que se le rinde es
muy negativo. Por su aspecto, Pan es mitad hombre, mi­
tad animal: muy velludo, deforme, posee la cornamenta y
las piernas, o mejor dicho las patas, de un macho cabrío.
De nariz aplastada, como Sileno, barbilla prominente,
orejas enormes y peludas como las de un caballo, el pelo
erizado y sucio como el de un mendigo... A veces se afir­
ma que su propia madre, una ninfa, se horrorizó tanto el
día de su nacimiento que lo abandonó. Hermes lo habría
recogido y conducido al Olimpo para mostrárselo a los
demás dioses, que literalmente habrían estallado en car­

121
La sabiduría i>k ix>s mitos

cajadas, divertidos a más no poder ante tanta fealdad. Sus


deformidades seducen a Dioniso, al que por principio le
gusta todo lo que es extraño y diferente, por lo que deci­
de que más adelante haría de él uno de sus compañeros de
juegos y de viajes... Es un prodigio de fuerza y rapidez, y
pasa la mayor parte de su tiempo persiguiendo ninfas,
pero también muchachos jóvenes de los que trata por to­
dos los medios de obtener favores. Se afirma incluso que
un día que perseguía a una joven ninfa llamada Siringe,
ésta prefirió suicidarse tirándose a un río antes que ceder
a su acoso... Entonces, Siringe se transformó en una caña
ribereña; Pan agarró el tallo todavía tembloroso y lo trans­
formó en flauta, que en adelante será su instrumento feti­
che, la famosa «flauta de Pan» que hoy día todavía se toca.
Muchos siglos después, Debussy, uno de nuestros compo­
sitores más importantes, escribirá una obra para este ins­
trumento (en realidad una flauta travesera), obra que lla­
mará precisamente Siringe en recuerdo de la desdichada
ninfa... A menudo se ve al dios Pan, como a Sileno y a los
Sátiros, en compañía de Dioniso, bailando como un de­
monio, con cara de pocos amigos y bebiendo vino hasta el
delirio: hay que decir que este dios no tiene nada de «cós­
mico». No es un artesano del orden, sino más bien un fer­
viente aficionado a todos los desórdenes. Está claro que
pertenece a la estirpe de las fuerzas del caos hasta el pun­
to de que ciertos relatos no dudan en afirmar que es hijo
de Hybris, la diosa de la desmesura...
De ahí la sospecha de que Midas, a juzgar por sus com­
pañías, tal vez no ha sentado tanto la cabeza como podría
parecer. Sin contar con que su estupidez y su torpeza
mental siguen bien ancladas en su pobre cabeza. Un día
que Pan está tocando su famosa flauta con la intención de
seducir a unas muchachas, el dios se deja llevar por la so­
berbia, como es normal en este tipo de circunstancias, y de­

122
Del nacimiento de io s dioses al de los i iombres

clara que su talento para la música supera incluso al de


Apolo. Y no pudiendo soportarlo más, en el colmo de la
hybris, llega hasta el punto de desafiar a ese señor del
Olimpo. Enseguida se organiza un concurso entre la lira
de Apolo y la flauta de Pan. Y se elige a Tmolo, una divi­
nidad de la montaña, como juez. Pan empieza a soplar
su instrumento: los sonidos que salen de él son roncos,
toscos, a imagen de quien lo toca. Está claro que tiene
su encanto, pero un encanto bruto por no decir bestial:
el sonido que el soplo hace salir de los tubos de caña es
idéntico al del viento. En cambio, la lira de Apolo es un
instrumento muy sofisticado: explota con exactitud ma­
temática la relación entre la longitud de las cuerdas y
sus tensiones respectivas, asegurando una gran precisión
de las cuerdas y un rendimiento que es como un símbo­
lo de la armonía, también muy sofisticada, que los dio­
ses han instituido a escala del universo. Es un instru­
mento delicado y a la vez culto: al contrario de la rustici­
dad de la flauta, la seducción que suscita está repleta de
dulzura.
El público se queda embelesado y elige a Apolo por
unanimidad... menos una voz: la de ese gran zoquete
de Midas, que eleva una opinión disonante dentro del
coro de elogios que rodea a Apolo. Acostumbrado a la
vida del bosque y del campo, y amigo de Pan, Midas ha
perdido el sentido de la educación y declara alto y cla­
ro que prefiere, con mucho, el sonido gutural de la
flauta a las armonías delicadas de la lira. ¡Ay de él! No
se desafía a Apolo impunemente, y como siempre en
estos casos, el castigo estará en conformidad con la na­
turaleza del «delito» cometido por el infortunado Mi­
das: su pecado es de oído y de inteligencia al mismo
tiempo, luego entonces será castigado por las orejas y
la mente.

123
La sAanK'RfA oe los mitos

He aquí de qué manera, de nuevo según Ovidio:

El dios de Délos (Apolo) no quiere que orejas tan vulgares


conserven la forma humana: las alarga, las llena de pelos
grises. Hace la raíz flexible y les da la facultad de moverse en
todos los sentidos. Midas tiene todo el resto de un hombre.
El castigo sólo atañe a esa parte de su cuerpo. Está rematado
con las orejas de un burro de paso lento...

Con sus nuevas orejas de burro, Midas se muere de ver­


güenza. Ya no sabe qué hacer para disimular a los ojos del
mundo la fealdad que desde ahora lo envuelve, fealdad
que lo muestra ante los otros no sólo como un ser despro­
visto de oído y de sentido musical, sino también como un
imbécil que no tiene más cabeza que un rumiante. Trata
de ocultar sus nuevos atributos bajo diferentes tocas, go­
rros y cintas con las que se envuelve la cabeza cuidadosa­
mente. No tiene suerte, su peluquero se da cuenta y no
puede evitar hacerle el comentario: «Majestad, ¿pero qué
le ocurre? Se diría que tiene usted orejas de burro...». Mi­
das se lo toma a mal, pues tampoco brilla por su simparía:
acto seguido le jura que si por casualidad se le ocurre des­
velar a los demás lo que acaba de descubrir, lo torturará y
lo matará. El desdichado peluquero hace todo por con­
servar el secreto para sí. Pero al mismo tiempo —ponte
en su lugar— se muere de ganas de contárselo a sus ami­
gos, a su familia, y tiembla ante la idea de que un día, sin
darse cuenta, se le escape una palabra de más. Para des­
cargarse de ese peso tiene una idea: «Voy a cavar», se dice,
«una gran fosa, luego confiaré mi secreto a las profundida­
des de la tierra y la volveré a tapar enseguida. Así me quita­
ré una carga demasiado pesada para mí». Dicho y hecho.
Nuestro peluquero encuentra un rincón alejado de la ciu­
dad, cava la tierra y grita y hasta aúlla su mensaje, vuelve a

124
Del nacimiento de los dioses al de t o s hombres

tapar el agujero con cuidado y regresa a su casa con el cora­


zón al fin ligero. Pero en primavera un tupido bosque de
cañas crece sobre la tierra recién removida. Y cuando el
viento sopla se oye una voz formidable que se eleva, se
ahueca y aúlla a quien quiere oírla: «El rey Midas tiene ore­
jas de buuuurro, el rey Midas tiene orejas de buuuurro...».
Y así es cómo Apolo castiga a Midas por su falta de dis­
cernimiento. Tal vez me dirás que esta vez no se compren­
de muy bien en qué amenazaba el pobre Midas el orden
del mundo. La verdad es que ha desafiado a un dios, y a
uno de los principales, ya que Apolo, que es el dios de la
música y de la medicina, es uno de los Olímpicos. Pero en
fin, después de todo sólo se trataba de una cuestión de
gusto en la que cada uno tiene perfecto derecho a decir
lo que piensa, y si Apolo se ha sentido herido ha sido en
su amor propio, incluso en su vanidad. Por eso su reac­
ción parece excesiva, por no decir un poco ridicula... Sin
embargo, esta impresión sólo se mantiene si no presta­
mos atención a los detalles de la historia y nos conten­
tamos con juzgarla desde un punto de vista moderno. Por­
que si reparamos en esos detalles, se trata aquí, como en la
conclusión del combate de Zeus contra Tifón, de una dis­
ciplina, la música, con la cual no se bromea: ella pone en
juego directamente nuestra relación con la armonía del
mundo. Como te he explicado, la lira es un instrumento
armónico, mientras que con la flauta sólo se puede tocar
una nota a la vez y por eso es «melódica»: con la lira, como
con una guitarra, se puede acompañar un canto, y aun­
que los griegos ignoran la armonía en el sentido en que
la entenderán compositores como Rameau o Bach, así y
todo empiezan a crear consonancia combinando más o
menos sonidos diferentes, mientras que con la flauta esta
armonización de la diversidad resulta del todo imposible.
Bajo la apariencia de un certamen únicamente musical,

i 25
La sabiduría de los mitos

en realidad se representa la oposición frontal entre dos


mundos, el de Apolo, culto y armonioso, y el de Dioniso,
de quien Pan es muy amigo, caótico y desordenado como
una de sus Restas que en un instante puede pasar al ho­
rror. En las famosas bacanales que organizan Dioniso y los
suyos—así es como se denominan las fiestas dionisiacas—
ocurre que las mujeres que rodean al dios, las «bacantes»,
se entregan a orgías que sobrepasan el entendimiento:
bajo la influencia del delirio dionisiaco, persiguen a ani­
males jóvenes y los despedazan vivos, los devoran crudos y,
a veces, no son sólo animales a los que hacen sufrir las peo­
res abominaciones, sino a niños e incluso a adultos como
Penteo, rey de Tebas, que acabará destrozado por sus ga­
rras y devorado con sus dientes. Para que calibres lo brutal
que puede ser la oposición de esos dos mundos, el cósmico
de Apolo y el caótico de Dioniso, sería útil que te contara
una versión más dura de este mismo certamen musical: la
que representa el suplicio atroz del desdichado Marsias.

Una versión sádica del certamen musical: el suplicio atroz


del Sátiro Marsias

Un mito análogo al que acabamos de descubrir cuen­


ta, en efecto, una historia muy parecida a la del certamen
que enfrenta a Apolo y a Pan. Salvo que aquí se trata de
un sátiro, Marsias (o un sileno: a decir verdad, qué más
da, pues esos dos tipos de seres que pertenecen al séquito
de Dioniso son casi semejantes, los dos se caracterizan por
un cuerpo mitad humano, mitad animal, así como por una
fealdad que sólo es comparable a su apetito sexual...);
Marsias es el que aquí desempeña el papel de competidor
de Apolo. Ahora bien, al igual que Pan, pasa también por
ser el inventor de un instrumento musical, el «aulos» (una

126
O t l . NAUMIF.NTO DE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

especie de oboe de dos tubos con el que sin embargo no


se tocaba más que una sola nota a la vez). Si hemos de
creer al poeta griego Píndaro (siglo v a.G), el primero en
mencionar esta historia, en realidad fue la diosa Atenea
la primera en idear y fabricar este instrumento3. Merece la
pena contar la historia de cómo tiene la idea y luego la re­
chaza: indica lo maldito que está el sonido de la flauta a los
ojos de la diosa.
El asunto comienza con la muerte de Medusa. Según la
mitología, existían tres seres extraños y maléficos denomi­
nados Gorgonas. Su aspecto era espantoso, mucho peor
que el de Pan, el de los Silenos y el de los Sátiros: su cabelle­
ra estaba hecha de serpientes, unos colmillos enormes
de jabalí les salían de la boca, sus manos con garras eran de
bronce y sobre la espalda portaban unas alas de oro que les
permitían atrapar a sus presas en cualquier circunstancia...
Lo peor de todo es que de una sola mirada podían trans­
formar en estatua de piedra a todo aquel que tuviera la des­
gracia de mirarlas a los ojos. Por este motivo, en la actuali­
dad se llanta gorgonas a esas plantas acuáticas que se yerguen
muy tiesas en el agua como si la mirada funesta de uno de
estos tres monstruos las hubiera petrificado. Ahora bien, es­
tas tres hermanas, si bien terroríficas para los humanos, se
querían con ternura. Dos de ellas eran inmortales, pero la
tercera, de nombre Medusa, no lo era. El héroe griego Per-
seo la matará en circunstancias que te contaré más adelan­
te y, según Píndaro, al oír a las hermanas de Medusa aullar
de dolor cuando Perseo exhibió la cabeza cortada de la
Gorgona fue cuando Atenea tuvo la idea de la flauta. Hay
que decir que este instrumento vio la luz en unas circuns­
tancias como mínimo alejadas de la armonía y del civismo
que caracterizarán a la lira de Apolo.
Conocemos la continuación de la historia a través de
otro poeta, también del siglo v a.C., Melanípides de Melos4.

127
La sabiduría de los mitos

Atenea, que como recuerdas no es solamente la diosa


de la guerra, sino también la de las artes y las ciencias, está
muy orgullosa de su nuevo invento. Y tiene por qué. Des­
pués de todo, no se inventa todos los días un instrumento
musical que milenios después se toca todavía en todos los
países del mundo. Pero al darse cuenta de que cuando
toca su «aulos» sus mejillas se inflan de un modo ridículo
y los ojos se le salen de las órbitas —y todos los que tocan
el oboe, que me perdonen, conservan hoy todavía los mis­
mos gestos extraños que debía de hacer Atenea— lo tira
al suelo y lo pisotea con rabia. Lo que signiñca que este
instrumento afea, rompe la armonía del rostro —segun­
do punto en contra—. Hera y Afrodita, que como sabe­
mos no brillan por su caridad y nunca desperdician la
ocasión de demostrar sus celos hacia Atenea, observan los
ojos desorbitados y las mejillas infladas de la diosa y esta­
llan en carcajadas de manera ostensible. Se burlan de ella
y se mofan abiertamente de su aire estúpido cuando sopla
por el tubo. Ofendida hasta la médula, Atenea huye lejos
para comprobar el efecto que produce. Corre a buscar
una fuente clara, un charco o un lago para ver el reflejo
de su rostro. Una sola vez, a resguardo de la mirada de las
dos malvadas, se inclina sobre el agua y, en efecto, no pue­
de impedir constatar que cuando toca su cara se deforma
por completo, hasta el punto de volverse grotesca. No
sólo tira el instrumento a lo lejos, sino que lanza un hechi­
zo al que lo encuentre y tuviera la audacia de utilizarlo.
Ahora bien, resulta que es Marsias quien encuentra la
flauta de Atenea cuando recorría los bosques, como era
su costumbre, persiguiendo alguna ninfa. Y por supuesto,
cae bajo el hechizo del caramillo que le va de maravilla, a
él que es tan poco armonioso. Y lo utiliza tanto y tan bien
que acaba por creerse superior al propio Apolo hasta el
punto de desafiarlo a un concurso en el que además co­

128
Del nacimiento de i.os dioses al de io s hombres

mete el craso error de elegir a las Musas como jueces.


Apolo aceptará el reto con una condición: el que gane
podrá hacer con el vencido lo que quiera. Apolo es, desde
luego, el vencedor —continuando la labor de Zeus con­
tra Tifón y todas las fuerzas del caos: con su lira hace triun­
far la armonía frente a la melodía ronca y tosca de la flau­
ta—. Pero esta vez no se contenta, como lo había hecho
con Midas, con un castigo leve y proporcionado al hurto
cometido. Lo había avisado: el vencedor pocha disponer
del vencido a su antojo, gracias a lo cual Apolo sencilla­
mente hace despellejar vivo al desdichado Marsias. La
sangre que brota de todas partes se transformará en río y
su piel servirá para marcar el emplazamiento de la gruta
en la que a partir de ahora nace el curso de agua...
En sus fábulas, Higinio resume así el asunto; como de
costumbre, cito el texto original para que veas en qué tér­
minos se relataban los mitos en la Antigüedad:

Minerva (Atenea), dicen, fue la primera en fabricar una


(lauta con un hueso de ciervo y vino a tocar al banquete de
los dioses. Como Juno (Hera) y Venus (Afrodita) se burlaban
de ella porque tenía los ojos del todo inexpresivos y las meji­
llas hinchadas, Minerva (Atenea), de ese modo afeada y bur­
lada durante su interpretación, se acercó a una fuente, en el
bosque del Ida, se miró en el agua mientras tocaba y com­
prendió que con razón se habían burlado de ella. Entonces
tiró ahí su flauta yjuró que el que se apoderara de ella sufri­
ría un suplicio horroroso. Uno de los Sátiros, Marsias, pas­
tor, hijo de Olimpo, la encuentra y a fuerza de entrenamien­
to va obteniendo un sonido cada vez más agradable, hasta el
punto de retar a Apolo y su cítara a un concurso musical.
Cuando llegó Apolo tomaron a las Musas de jueces y como
Marsias iba saliendo vencedor, Apolo dio la vuelta a la cítara
y el sonido era igual. Pero Marsias no pudo hacer lo mismo

129
La sabiduría de eos mitos

con la flauta. Vencido Marsias, Apolo le envió a un Escites


que le despellejó miembro a miembro... y su sangre dio
nombre al río Marsias.

Si Ovidio viviera en nuestros días le hubiera gustado es­


cribir guiones de películas de terror, pues en estos térmi­
nos relata el suplicio infligido por Apolo (como siempre,
indico mis comentarios entre paréntesis y en cursiva):

Al Sátiro que él había vencido en el combate de la flauta


ideada por la diosa del Tritón (es decir, Atenea, a quien Ovidio
nombra asi debido al río Tritón cerca del cual se supone que nació
Atenea): «¿Por qué me arrancas de mí mismo?», preguntó
(expresión que, claro está, significa que Apolo le arranca la piel al
Sátiro y en cierto modo le separa así de si mismo). Y gritaba: «¡Ay,
cuánto me arrepiento! ¡Ay, una flauta no merece pagar un
precio tan alto!». A pesar de sus gritos le arrancan la piel de
todo el cuerpo; no es más que una llaga. Su sangre corre por
todas partes; sus músculos desnudos aparecen con toda cla­
ridad; un movimiento convulsivo hace estremecer sus venas,
despojadas de la piel; se podrían contar sus visceras palpi­
tantes y las fibras que la luz ilumina en su pecho. Las faunas
campestres, divinidades de los bosques, los Sátiros, sus her­
manos, Olimpo (elpadre de Marsias)... y las ninfas lo llorarán.
Sus lágrimas, al caer, bañarán la tierra fértil... Así nació un
río... al que llaman Marsias, el más límpido de Frigia.

Como ves, aquí el castigo es terrible, mil veces peor


que el infligido a Midas. Las dos historias, la de Marsias en
donde los jueces son unas Musas y la de Pan, en la que
Midas y Tmolo ostentan esa función, no son por eso me­
nos cercanas. Al parecer se las confunde a menudo5. En
los dos casos, la música, arte cósmico por excelencia, está
en el meollo de estos dos mitos, y también en los dos casos

130
DE!. NACIMIENTO DE LOS DIOSÍS AL D£ l o s hom bres

hay que vérselas con un conflicto entre un dios que ante


todo aspira a la armonía, y unos seres caóticos, dotados de
instrumentos rústicos que no seducen más que a unas
mentes mal desbastadas como las de Tifón y Midas. Por
otra parte, Ovidio puntualiza en este sentido que Midas,
después de sus desventuras en el Pactólo, sólo vive en los
bosques, como Pan, en contacto, pues, con las realidades
menos civilizadas: por esta razón prefiere, como un bu­
rro, los sonidos roncos y toscos de la flauta de Pan a los
sonidos armoniosos y dulces de la lira de Apolo. Hay que
decir que esta lira, de la que se extraen acordes tan armo­
niosos, posee toda una historia. No es un instrumento or­
dinario, sino que, según otro mito narrado sobre todo en
los Himnos homéricos, probablemente desde el siglo vi a.C.,
es en verdad un instrumento divino6: el propio Hermes lo
ha inventado, lo ha fabricado y se lo ha regalado a Apolo
al término de una aventura bastante singular que ahora
te voy a contar...

La invención de la lira, instrumento cósmico, parparte


de Hermes, y el contraste entre lo apolíneo y lo dionisiaco

Hermes es uno de los hijos predilectos de Zeus. Inclu­


so ha hecho de él su principal embajador, el que envía
cuando tiene que transmitir un mensaje muy importante.
Su madre es una ninfa bellísima, Maya, una de las siete
Pléyades, hijas de una tal Pleíone y del Titán Adas al que
Zeus ha castigado obligándole a llevar el mundo sobre sus
hombros. Es poco decir que el pequeño Hermes es increí­
blemente precoz. «Nacido por la mañana —nos dice el
autor del himno homérico—, tocaba la cítara ya al medio­
día y por la tarde robó las vacas del arquero Apolo...». Un
primer día de existencia un tanto cargado: para ser un

131
I J \ SABIDLTÜA DK I.OS MITOS

bebé que apenas tiene unas horas de existencia, Hermes


es ya un músico consumado y un ladrón sin par. Figúrate
que desde que abre el ojo, recién salido del vientre de su
madre, el pequeño Hermes se pone enseguida a buscar
las vacas del rebaño de Apolo. De camino, encuentra una
tortuga que vive en la montaña y se parte de risa: desde el
principio, sólo con ver al desdichado animal, ha com­
prendido todo el partido que le podía sacar. Vuelve ense­
guida a su casa, vacía al pobre animal, mata una vaca, ex­
tiende su piel sobre el contorno del caparazón, fabrica
unas cuerdas con sus tripas y unas clavijas para tensarlas
con unas cañas. Ha nacido la lira, con la cual puede pro­
ducir sonidos de una gran precisión y más armoniosos
que los de la flauta de Pan. No contento con este primer
invento, vuelve a salir en busca de las vacas inmortales de
su hermano mayor.
Al ver el rebaño, se lleva cincuenta animales y para que
su robo pase desapercibido los conduce marcha atrás no
sin antes haber atado a sus pezuñas una especie de raqueta
de hierba que ha confeccionado a toda prisa para camuflar
sus pisadas. Conduce los animales a una gruta. Unos minu­
tos más y él solo reinventa el fuego. Sacrifica dos vacas a los
dioses y el final de la noche lo pasa dispersando las cenizas
del hogar... Luego entra en su propia cueva, donde Maya lo
concibió, donde se halla su cuna, y se duerme poniendo
cara de recién nacido inocente como un corderillo... Al re­
gañarle su madre, responde sencillamente que está harto
de su pobreza y que quiere ser rico. Ya se comprende por
qué motivo llegará también a ser el dios de los comercian­
tes, de los periodistas y de los ladrones. Primer día de un
bebé divino más bien muy cargado...
Apolo, por supuesto, acaba descubriendo el pastel.
Cuando encuentra al bebé de Zeus, amenaza con tirarlo
al Tártaro si no le devuelve sus vacas. Hermes jura por sus

132
OKI NACIMIENTO DE U K DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

dioses mayores (y nunca mejor dicho) que es ¡nocente.


Apolo lo alza para tirarlo a lo lejos, pero Hermes le cuen­
ta una trola para que lo suelte y finalmente el lidgio se
lleva ante el tribunal de Zeus... que también estalla en car­
chadas ante tanta precocidad. De hecho está muy orgu­
lloso de su hijo pequeño. El conflicto prosigue entre Apo­
lo y Hermes, pero este último saca el arma definitiva, su
lira, y la toca con tanta arte que Apolo, al igual que Zeus,
acaba por derretirse y cae literalmente bajo el encanto
del chiquillo. Apolo, dios de la música, está atónito y se­
ducido por la belleza de los sonidos que salen de ese ins­
trumento que no conoce todavía. A cambio de la lira, pro­
mete a Hermes que le hará rico y famoso. Pero el pequeño
sigue negociando y regateando, y obtiene además la cus­
todia de los rebaños de su hermano mayor. En un rasgo
de generosidad, Apolo le regala incluso el látigo de pas­
tor y la varita mágica de la riqueza y la opulencia, la que
servirá para crear el emblema de Hermes, el famoso ca­
duceo cuya historia te contaré enseguida...
En este contexto es donde aparece la lira como proto­
tipo de instrumento divino, como el atributo por excelen­
cia de Apolo. Para entender el alcance del mito de Midas
—que en general se considera secundario, pero sin ra­
zón—, es necesario comprender que Apolo está de parte
de Zeus, es decir, de los Olímpicos que luchan constante­
mente a favor de la instauración de un orden cósmico o
de su mantenimiento. Este orden es al mismo tiempo jus­
to (pues resulta del reparto original establecido por Zeus
después de su victoria sobre los Titanes), espléndido, bue­
no y armonioso. Ahora bien, las fuerzas telúricas de Caos
y de sus numerosos y variados descendientes desde Tifón
amenazan constantemente esta armonía frágil. Apolo re­
presenta aquí una fuerza olímpica, anticaótica, antititáni­
ca y vinculada al célebre «Conócete a ti mismo» que ador­

133
L a SABIDURIA DE IOS MITOS

na su templo en Delfos; es decir, como te he explicado:


«Entérate de dónde está tu sitio, tu lugar natural, y quéda­
te en él». Sin hybris, sin arrogancia ni desmesura que ven­
gan a perturbar la buena ordenación cósmica. Si a Apolo
le gusta la música es porque es una metáfora del cosmos.
En muchos aspectos, Dioniso es lo contrario de Apolo.
Evidentemente, Dioniso también es un Olímpico, un hijo
de Zeus, y más adelante veremos cómo se unen en él el
cosmos y el caos, la eternidad y el tiempo, la razón y la lo­
cura. Pero ante todo, lo que choca de él es su lado «acós­
mico»: le gusta la Resta, el vino y el sexo hasta la locura
asesina que se apodera de las mujeres que forman su cohor­
te. Dioniso es también, desde luego, un dios de la música,
pero la música que le gusta no es la de Apolo: no es dulce
ni armoniosa, sino más bien brutal y desenfrenada. Dicho
de otro modo, no suaviza las costumbres, al contrario, ex­
presa de una manera voluntariamente indecente el canto
de las pasiones más antiguas. Lo que explica que su ins­
trumento fetiche sea la flauta de Pan o de Marsias.
He aquí lo que el joven Nietzsche escribió, con mucha
precisión y profundidad, sobre la diferencia entre Apolo
y Dioniso:

Apolo, dios ético, demanda moderación de los suyos y,


para poder mantenerla, conocimiento de sí mismos. Es por
ello que el «Conócete a ti mismo» y el «Nada en exceso» mar­
chan a la par que la exigencia estética, mientras que el exce­
so de orgullo y la desmesura, demonios entre todos los enemi­
gos de la esfera apolínea, se consideraron atributos propios
de los tiempos preapolíneos, de la era de los Titanes o del
m undo extraapolíneo, es decir, bárbaro... El griego apolí­
neo debía sentir la acción de lo dionisiaco com o titánica y
bárbara, sin poder ocultarse no obstante que en el fondo de
su ser él estaba emparentado con esos Titanes... Además,

134
l)F.I. NACIMIENTO DE lAJS DIOSES Al. DE IO S HOMBRES

debía comprender que toda su existencia, con su belleza y


su moderación, descansaba sobre un fondo velado de sufri­
miento y de conocim iento que lo dionisiaco volvía a poner
al descubierto. Y he aquí que Apolo no podía vivir sin Dioni-
so. El elem ento titánico y bárbaro era en definitiva tan nece­
sario com o lo apolíneo. Imaginemos el efecto que la fiesta
dionisiaca, con sus músicas embriagadoras, producía sobre
ese mundo protegido artificialmente y edificado sobre la
apariencia y la moderación... Imaginemos qué podía signifi­
car, frente a esos cantos populares demoniacos, el artista
apolíneo con su salmodia y los sonidos exangües de su
arpa... La desmesura se desveló com o verdad, la contradic­
ción, la alegría nacida del dolor hablaban un lenguaje que
brotaba del corazón de la naturaleza. De m odo que en to­
dos los lugares conquistados por lo dionisiaco quedó abolido
y destruido lo apolíneo7.

Nietzsche es por su parte un buen músico y ha com­


prendido perfectamente tres cosas fundamentales. La
primera es que el tema del certamen musical no es anec­
dótico, sino esencial dentro de la mitología, y ello por una
razón de fondo: ya que pone en el corazón del arte la ¡dea
de armonía, la música es un metáfora, un análogo del cos­
mos o, como él mismo escribió, «una réplica y una se­
gunda versión del universo»8; la segunda es que en el en­
frentamiento entre Apolo y Dioníso —aquí son los
representantes de este último, Pan o Marsias, los que sa­
len a escena, pero todo el mundo comprende que se trata
de narices postizas, personajes que sólo representan a
Dioniso—, de nuevo, como siempre desde los orígenes
del mundo, lo que está enjuego es la cuestión del caos
y del cosmos, de lo titánico caótico y de lo olímpico cósmi­
co; y la tercera, es que si bien los dos universos divinos, el
que simboliza Apolo, armonioso y tranquilo, y el que re­

135
La sabiduría dk 1.0$ mitos

presenta Dioniso, contradictorio y destrozado, se enfren­


tan al parecer de un modo absoluto, en realidad son inse­
parables: sin la armonía cósmica, el caos triunfa y todo se
destruye, pero sin el caos, el orden cósmico se anquilosa y
la vida y la historia desaparecen por completo.
En la época en la que escribe su libro sobre la tragedia
griega, Nietzsche está profundamente influido por un fi­
lósofo, Schopenhauer, al que considera su maestro (y del
que más adelante se apartará). Ahora bien, este último
acaba de publicar un libro importante cuyo título resulta
a primera vista poco comprensible: Del mundo como volun­
tad y como representación. Sin pretender resumirlo aquí—es
un libro voluminoso y muy difícil—, puedo sin embargo
hacer que comprendas uno de sus principales leitmotivs: la
convicción que impulsa a Schopenhauer, y de la que
Nietzsche se va a servir para leer a los griegos, es que nues­
tro universo está dividido en dos. De un lado, hay un flujo
caótico inmenso, desordenado, destrozado, absurdo y sin
sentido, en su mayor parte inconsciente, que Schopenhauer
denomina «la voluntad»; del otro, por el contrario, hay un
intento desesperado de poner las cosas en claro, de poner
orden, de volver a la tranquilidad, a la conciencia, de dar
sentido, armonía: es lo que él llama «la representación».
Nietzsche abandona esta distinción sobre el mundo grie­
go: al universo de la voluntad, absurdo y destrozado, le
corresponde el caos inicial de las fuerzas titánicas, y la di­
vinidad que mejor lo encarna, al menos dentro del Olim­
po, es Dioniso; al mundo de la representación le corres­
ponde el orden cósmico instaurado por Zeus, con su
armonía, su calma y su belleza. Está claro que la lira de
Apolo pertenece al mundo de la representación en opi­
nión de Schopenhauer, y la flauta, dionisiaca, titánica,
caótica, inculta y anticósmica, corresponde al otro mun­
do, al de la voluntad según Schopenhauer. Además, siem­

136
Del. NACIMIENTO RE 1 « DIOSES AL DE LOS HOMBRES

pre habrá dos músicas enfrentadas: la armónica, dulce,


cósmica y culta por una parte, y por otra la música diso­
nante, caótica y ronca que imita las pasiones inconscien­
tes de la voluntad en estado bruto. A decir verdad, toda
música lograda, a imagen del cosmos griego, está obliga­
da a mezclar los dos universos... Midas, ser grosero y cer­
cano a la naturaleza, se inclina del lado de lo dionisiaco.
No es una casualidad que Dioniso, al igual que Sileno y
Pan, sea amigo suyo; tampoco es una casualidad que los
miembros del séquito dionisiaco sean a menudo seres mi­
tad animales, mitad hombres, rebosantes de apetito
sexual y aficionados a las fiestas delirantes y carentes de
moderación...
Dicho de otro modo, lo que se interpreta, o más bien se
reinterpreta, en la pequeña fábula de Midas es, en aparien­
cia, pero una apariencia anodina del todo, otra vez la victo­
ria de Zeus contra los Titanes, y si Apolo se pone tan furioso
no es porque esté «ofendido», como a veces se dice estúpi­
damente —¿qué más le da a él, divinidad sublime, la opi­
nión de ese pobre imbécil de Midas?— sino porque debe
luchar, por naturaleza, contra toda forma de hybris. Su mi­
sión divina, olímpica, es combatirla de raíz. Castigo para Mi­
das, que recibe uno acorde con el origen de su pecado, en
este caso los oídos, y proporcional a la gravedad de la falta.
Suplicio atroz para Marsias: Midas es un cretino, un palur­
do que no ha entendido en absoluto el envite cósmico del
concurso musical. Merece que lo pongan en su sitio, el de
un animal estúpido, un burro. Un simple castigo es suficien­
te para él. Pero en el caso de Marsias debe ser ejemplar:
Marsias es una amenaza, a diferencia de Midas ha desafiado
directamente a un dios y no se explica la violencia de su cas­
tigo si no se comprende que un desafío semejante es tanto
más insoportable cuanto que el orden cósmico no es más
que una conquista frágil, superficial mejor dicho: bajo esta

137
I j i sabiduría de los mitos

superficie aparentemente ordenada y tranquila, el mar del


caos amenaza siempre con resurgir.
Como no se comprendía la furia de Apolo, ciertos mi-
tógrafos han llegado a inventar que después de haber ma­
tado a Marsias se hábía arrepentido, pero es una inven­
ción personal de estos autores, y no la verdad del mito.
Así que ya ves que la historia de Midas, que más bien
empezaba de una manera cómica, sorprendentemente
acaba en tragedia; después de todo, una de las competen­
cias más seguras y poderosas de la tragedia griega residirá
en esta brutalidad con la que el cosmos escarnecido en la
persona de los dioses recupera sus derechos contra la hy-
bris humana...
Pero no anticipemos demasiado. Como te he dicho,
todavía no estamos ahí y a pesar de esta pequeña divaga­
ción a guisa de aperitivo, en la fase en la que nos encon­
tramos todavía no se ha fijado el lugar de los mortales, y
sobre todo de los hombres (puesto que también están los
animales). Se sabe dónde están los Titanes y Tifón con
ellos —en el Tártaro, fuertemente encadenados y custo­
diados por los Hecatónquiros—, pero la amenaza de caos
que representan está en adelante bien delimitada. Igual­
mente se conoce el lugar o la misión que corresponde a
cada dios en particular: el mar a Poseidón, los infiernos
a Hades, la tierra a Gea, el cielo a Urano, el amor y la belle­
za a Afrodita, la violencia y la guerra a Ares, la comunica­
ción a Hermes, la inteligencia, las artes y la astucia a Ate­
nea, el fondo de las tinieblas a Tártaro, etcétera. Pero en
este universo organizado bajo la égida de Zeus, ¿cuál es el
lugar que les corresponde a los mortales? En esta fase na­
die puede decirlo todavía.
Ahora bien, es evidente que la cuestión es fundamental,
pues, una vez más, son por supuesto los seres humanos los
que han inventado estas historias, todo este dispositivo teo­

138
Dfj. nacimiento de ix>$dioses al de los hombres

lógico y cosmológico prodigiosamente sofisticado. Y si lo


han inventado ellos, seguramente no ha sido en vano, sólo
para divertirse, sino para dar sentido al universo que les
rodea y a la vida que deben llevar en él, para tratar de com­
prender lo que hacen en esta tierra y tratar de fijar el senti­
do de su existencia. La cultura griega empezará a responder
a este interrogante fundamental con tres mitos insepara­
bles entre ellos: el mito de Prometeo, el de Pandora (la pri­
mera mujer) y el famoso mito de la edad de oro. En un
poema titulado Los trabajos y los días, Hesíodo se ha ocupa­
do de relacionar estrechamente estos tres relatos llamados
a pasar a la posteridad tanto en la literatura como en el arte
y la filosofía. Así que ahora te propongo que los sigas. Lue­
go podremos dedicamos a los grandes relatos míticos que
se asientan sobre hybris y dihté, sobre las desmesuras locas
perpetradas por determinados seres o los actos heroicos y
justos realizados por otros, los que generalmente se deno­
minan héroes.

II. De l o s in m o r t a i .e s a l o s m o r t a l e s : ¿p o r q u é y cóm o ha

SIDO CREADA LA HUMANIDAD?

En la obra de Hesíodo, la primera en narrarlo, el mito


de la edad de oro se confunde con el de las cinco edades o,
para ser más exactos y seguir mejor el texto griego, de las
«cinco razas» humanas. Porque en primer lugar se trata
de eso: Hesíodo nos describe cinco humanidades diferen­
tes, cinco tipos humanos que se habrían sucedido en el
transcurso de los tiempos, pero de los que cabría pensar
que, por diversas razones, es posible que todavía perma­
nezcan dentro de la humanidad actual.
El mito gira por completo alrededor de la cuestión de
las relaciones entre hybrisy diké9: traza una división funda­

139
La s a b id u r ía d e l o s to ro s

mental entre unas vidas humanas en armonía con lajusti-


cia, con el cosmos o, al contrario, unas existencias consa­
gradas a la hybris, al orgullo y a la desmesura. Se dice a
veces que este poema de Hesíodo se inspiró en circuns­
tancias reales. Tal vez en parte sea cierto. Hesíodo acaba
de sufrir en propia carne una prueba terrible, una discre­
pancia grave con su hermano, Perses, a quien se dirige el
poema: a la muerte de su padre, Perses ha reclamado más
de lo que le corresponde de la herencia familiar (así pues
ha pecado de hybris). Incluso ha sobornado a las autorida­
des encargadas de instruir el proceso para que le den la
razón. En estas condiciones es normal que el poema que
le dirige su hermano trate de la justicia, de diké. Pero
Hesíodo une su asunto particular a la teogonia y a la cos­
mogonía y amplía el propósito, de modo que su obra no
se limita a tratar su caso particular. Al contrario, de una
manera general aborda, dentro de la perspectiva que es la
del orden cósmico organizado bajo la égida de los dioses,
la cuestión del contraste entre una vida buena, una vida
acorde con diké, y una vida mala, una vida según la hybris.
Pero a pesar de que aparenta ser un tratado de moral, el
poema de Hesíodo va mucho más allá. Él es el primero
que va a abordar la cuestión que ante todo nos interesa
después de la cosmogonía y la teogonia, después del naci­
miento del mundo y de los dioses: la del nacimiento de la
humanidad tal como la conocemos hoy. El envite funda­
mental, para nosotros los mortales, es comprender por
qué estamos ahí y lo que vamos a poder hacer en ese mun­
do divino y ordenado, ciertamente, pero donde nuestra
existencia mortal, a diferencia de la de los dioses, no dis­
pone más que de un tiempo muy breve que va a ser nece­
sario ocupar lo mejor que podamos.
Voy a empezar por contarte de forma sucinta el mito
de las cinco razas; luego nos detendremos con deteni­

140
D e l n a c im ie n t o d e l o s d io s e s A l. d e eo s h om bres

miento en los mitos sublimes de Prometeo y de Pandora,


la primera mujer, para tratar de apreciar los significados
que poseen estos relatos fundamentales en materia de sa­
biduría de vida para los humanos.

El mito de la edad de oroy las «cinco razas» humanas

Así pues, al principio está la edad de oro, una época


feliz al máximo porque los hombres viven en una comu­
nidad de buen entendimiento con los dioses. En esa épo­
ca son fieles a diké, son justos. Es decir, se abstienen de esa
hybris lamentable que lleva a pedir más que la parte que
les corresponde y a infravalorar quiénes son y a la vez en
qué consiste el orden del mundo. En aquel tiempo, nos
dice también Hesíodo, los hombres se benefician de tres
privilegios maravillosos, unos privilegios de los que estoy
seguro te gustaría disponer en la actualidad. En primer lu­
gar, no tienen ninguna necesidad de trabajar, de ejercer
un oficio, ni de ganarse la vida: la naturaleza es entonces
tan generosa que les da —como en el jardín del Edén, el
célebre paraíso perdido del mito bíblico de Adán y Eva—
todo lo necesario para vivir agradablemente: los frutos de
la tierra más deliciosos, numerosos rebaños, manantiales
de agua fresca y ríos acogedores, un clima suave y cons­
tante, en suma, todo para comer, beber, vestirse y disfrutar
de la vida sin ninguna preocupación. Luego, no conocen
el sufrimiento ni la enfermedad ni la vejez y viven al abri­
go de los males que de ordinario echan a perder la exis­
tencia humana, a resguardo de las desgracias que golpean
a todos casi a diario en la actualidad. Por último, aunque a
pesar de todo sean mortales, podría decirse que mueren
«lo menos posible», sin dolor ni angustia, «como si se dur­
mieran», nos dice Hesíodo. Si son «apenas mortales» es

141
L a s a b id u r ía d e l o s m it o s

que, sencillamente, no tienen miedo a una muerte que


llega en un abrir y cerrar de ojos, sin problemas, de modo
que están muy cerca de los dioses con los que además
comparten la vida cotidiana.
Cuando esta raza termine un día por desaparecer,
«oculta por la tierra» según la expresión de Hesíodo, esos
hombres no mueren del todo. Se convierten en lo que los
griegos llaman «demonios». Atención, la palabra no tiene
para ellos el senudo negativo que ha tomado en la tradi­
ción cristiana y al que hoy día estamos acostumbrados: al
contrario, aquí se trata de espíritus benévolos y justos
—comparables, si se quiere seguir la analogía con la tradi­
ción cristiana, a los ángeles custodios— capaces de distin­
guir la hybris de diké, el bien y el mal, la desmesura y lo
justo. Debido a este discernimiento notable, recibirán de
Zeus el privilegio insigne de repartir las riquezas en fun­
ción de las buenas y de las malas acciones de los hombres.
Y lo que muestra que después de su muerte estos seres
continúan viviendo en cierto modo e incluso viviendo
bien es que, una vez que son transformados en demo-
nios/ángeles custodios, se quedan con los vivos sobre la tie­
rra y no debajo en las tinieblas, como los malos que han
sido castigados por los dioses10.
Llega entonces la edad de plata, donde reina una raza
de hombres pueriles y malvados, y luego la edad de bron­
ce, también detestable, poblada de seres terroríficos y
sanguinarios, a la que sucede la edad de los héroes, gue­
rreros ellos también, pero valientes y nobles, que acaba­
rán sus días en la isla de los bienaventurados donde la vida
es similar en todos los sentidos a la de la edad de oro. Dejo
de lado su descripción11 para ir directamente a la última
edad, la edad de hierro, es decir, nuestra época y nuestra
humanidad. Y aquí, por una vez, la descripción de Hesío­
do es, como quien dice, apocalíptica. Sin duda alguna,

142
Dei. nacimiento de ujs dioses ai. de IJOS hombres

este periodo es el peor de todos. En la edad de hierro los


hombres no dejan de padecer y sufrir: no hay una sola
alegría que, para ellos, no venga pronto acompañada de
una pena, ni un bien que no implique, como el reverso
de una medalla, un mal. No sólo los hombres envejecen a
toda velocidad, sino que deben trabajar duro para ganar­
se la vida. Y todavía no estamos más que al principio de
esa era y las cosas pueden empeorar. ¿Por qué? Sencilla­
mente porque esta humanidad vive en la hybris, en una
desmesura total, que ya no está limitada a la brutalidad
guerrera como la de los hombres de bronce, sino que
contamina todas las dimensiones de la existencia huma­
na. En ella anidan los celos, la envidia y la violencia, no
respeta ni la amistad ni los juramentos ni ningún tipo de
justicia que exista, de modo que se corre el peligro de que
los últimos dioses que habitan la tierra y viven todavía al
lado de los hombres se vayan definitivamente para incor­
porarse al Olimpo. Estamos aquí en las antípodas de la
hermosa edad de oro en la que los seres humanos vivían
en comunidad de amistad con los dioses, sin trabajar, sin
sufrir y (casi) sin morir. Los hombres de esta edad de de­
cadencia se encaminan hacia la catástrofe: la discrepancia
que mantiene con su hermano le hace pensar a Hesíodo
que si perseveran en esa vía ya ni siquiera estará el bien en
el reverso de la medalla, sólo males y, al final del camino,
una muerte sin remedio. Donde se ven los daños definiti­
vos y devastadores de una vida entregada a la hybris, de
una vida no conforme con el orden cósmico y de una exis­
tencia sin respeto a los dioses.
Este mito ha planteado una y otra vez numerosas cues­
tiones. Ha dado lugar a una pluralidad increíble de inter­
pretaciones. Pero entre todas ellas se desprende un inte­
rrogante con una cierta evidencia: ¿cómo y por qué la
humanidad ha pasado de la edad de oro a la edad de hie­

143
La s a b i d u r í a d e i .o s m i t o s

rro? ¿De dónde viene esta decadencia, este abandono?


¿Cómo explicar, por retomar un lenguaje de un horizon­
te completamente distinto, el de la Biblia —pero que vie­
ne bien aquí—, esta «caída» fuera de un «paraíso» ahora
perdido? Son justo éstos los interrogantes a los que res­
ponden directamente los mitos de Prometeo y Pandora,
inseparables entre ellos. Dejémonos guiar de nuevo por
los dos poemas de Hesíodo, la Teogonia y I ms trabajos y los
días, antes de mencionar algunas versiones diferentes y
más tardías del mismo relato mítico, sobre todo las de un
filósofo, Platón, y un dramaturgo, Esquilo.

E l«crimen» de Prometeoy el envío a la tierra de Pandora


como castigo, primera mujery una «gran desgracia para
los hombres que trabajan»

Cuando se lee bien el poema de Hesíodo, es fácil com­


prender que los mitos de Prometeo y de Pandora inten­
tan explicar los motivos del paso de la edad de oro a la
edad de hierro: son ellos los que, dejando a un lado las
tres edades intermedias, tratan de mostrar cómo ha pasa­
do la humanidad de un extremo a otro. Está claro que a
primera vista este paso parece catastrófico. Y sin embargo,
se trata de nosotros, de nuestro lugar singular, original,
en el seno del universo de los elementos y de los dioses.
Y por este lugar necesitaremos plantear el problema de la
existencia humana, de la senda que tendremos que bus­
car y si es posible encontrar en este mundo: así pues, es
imposible reflexionar acerca de la sabiduría de los morta­
les sin tomar en cuenta su situación única dentro del cos­
mos, aunque a primera vista fuera desastrosa.
Para comprenderlo bien, es necesario que primero te
diga unas palabras sobre el personaje que aquí desempe­

144
Del nacimiento de los dioses al de io s hombres

ña el papel principal, a saber, Prometeo. A menudo se le


presenta como uno de los Titanes. No es cierto del todo,
puesto que no pertenece a la generación de Crono. En
realidad, no es más que un hijo de Titanes. Para ser exac­
tos, es uno de los hijos dejápeto (uno de los hermanos de
Crono) y de Clímene, una encantadora oceánide de «her­
mosos tobillos», es decir, una de las numerosas hijas del
mayor de los Titanes, Océano. En griego, el nombre de
Prometeo posee un significado muy elocuente: quiere de­
cir «el que piensa de antemano», es decir, el que es astuto,
inteligente, en el sentido en el que, por ejemplo, se dice
de un jugador de ajedrez que siempre se anticipa a su ad­
versario. Tiene tres hermanos cuyo destino será funesto
debido, sin duda, a las secuelas de la guerra de Zeus con­
tra los Titanes, que hacen que sus hijos no estén en olor de
santidad: primero está Atlas, condenado por Zeus a llevar
el cielo sobre su cabeza ayudándose con sus brazos «infa­
tigables»; luego Menecio, a quien el señor del Olimpo se
apresura a fulminar porque lo considera arrogante, ple­
no de hybris y demasiado valiente para que no constituya
un peligro, y por último Epimeteo, cuyo nombre posee
también un significado, pero exactamente el contrario al
de Prometeo. En griego, pro quiere decir «antes» y épi,
«después»: Epimeteo es el que comprende «después», el
que actúa sin reflexionar y siempre va un paso por detrás,
el memo vestido de lo que se llama «espíritu de escalera»,
es decir, de lentitud y pesadez. Será el instrumento princi­
pal de la venganza de Zeus contra Prometeo y a la vez con­
tra los hombres, venganza que precisamente les hará pa­
sar de la edad de oro a la edad de hierro. Pero no nos
anticipemos.
En el momento en que empieza la escena que nos inte­
resa, nos encontramos en una vasta llanura donde los
hombres viven todavía en perfecta armonía con los dio­

145
L a sabiduría de los mitos

ses: la llanura de Mecona. Según las propias palabras de


Hesíodo, viven allí «protegidos, lejos de las desgracias, sin
trabajar duro, sin sufrir tristes enfermedades que hacen
que los hombres mueran» y «envejezcan pronto en la des­
gracia». Donde es fácil reconocer la descripción de la
edad de oro. Todavía son los buenos tiempos. Aquel día,
por un motivo que Hesíodo no nos señala, Zeus decide
«zanjar las diferencias entre los hombres y los dioses». En
realidad, se trata de continuar la construcción del cos­
mos: así como Zeus ha repartido el mundo entre sus se­
mejantes, los dioses, asignando a cada uno el lugar exacto
que le corresponde y, como dirá más adelante el derecho
romano, dando «a cada uno lo suyo», así ahora tiene que
decidir qué parte del universo corresponde a los huma­
nos, cuál es, por así decirlo, el lote de los mortales. Por­
que ahora se trata de ellos. Y con este propósito, para de­
terminar lo que en el futuro corresponderá a los dioses
por una parte y a los hombres por otra, Zeus pide a Pro­
meteo que sacrifique un buey y lo reparta de manera justa
para que ese reparto sirva en cierto modo de modelo para
sus relaciones futuras.
El envite es gigantesco y, creyendo que hacía bien con
el propósito de ayudar a los hombres, Prometeo —del
que se dice que siempre los ha defendido contra los Olím­
picos, quizá porque él es descendiente de Titanes y como
tal no necesariamente amigo de los dioses de la segunda
generación— tiende una trampa a Zeus: lo parte en dos,
luego pone los trozos buenos de carne, los que querrían
comer los hombres, bajo la piel del animal. Desde luego,
la piel no es comestible y para asegurarse de que este pri­
mer montón sea repugnante y no quepa la posibilidad de
que Zeus lo elija como el destinado a los dioses, lo mete
todo en el estómago poco apetitoso del buey sacrificado;
por otro lado, reúne los huesos blancos, los limpia con

146
DCI. NACIMIENTO DE IjOS DIOSES AL DE LOS HOMBRES

cuidado (y en consecuencia resultan incomibles para los


hombres), y los mete debajo de una hermosa capa de gra­
sa reluciente y muy apetitosa. Te recuerdo que Zeus, que
ha devorado a Metis, la astuta, y que es el dios más inteli­
gente de entre los dioses, no puede dejarse engañar por
la maniobra de Prometeo. Es evidente que lo ve venir y,
ciego de ira ante la idea de que se burlen de él, fingirá
caer en la trampa, saboreando la terrible venganza que
prepara contra Prometeo y, de paso, contra los humanos
que este último cree defender con inteligencia en este
asunto. Zeus elige, pues, el montón de huesos blancos di­
simulado bíyo la grasa crujiente y deja los trozos de carne
para los humanos...
Fíjate de paso que12 Zeus no tiene que esforzarse mu­
cho para dejar la carne a los hombres, y eso por una exce­
lente razón: los dioses del Olimpo no la comen nunca.
Sólo comen y beben ambrosía y néctar, el único alimento
que conviene a los Inmortales. Es una cuestión fundamen­
tal que ya anuncia en sí misma una parte de las desgracias
que padecerá la humanidad, que va a salir de la edad de
oro por culpa de Prometeo: sólo los que van a morir necesi­
tan tomar alimentos como carne y pan, destinados a rege­
nerar sus fuerzas. Los dioses se alimentan por placer, para
entretenerse y porque sus manjares son deliciosos; los
hombres se alimentan, en primer lugar, por necesidad, y si
no lo hicieran morirían mucho antes de lo que lo harán
de todas formas un día u otro. Guardar la carne para los
humanos y dar los huesos a los dioses es en realidad ratifi­
car el hecho de que son mortales, que pronto les cansa el
trabajo, siempre en busca de alimento en cuya ausencia se
debilitan, sufren, enferman y mueren enseguida de ham­
bre, todo lo que obviamente ignoran los dioses.
Pero eso no es óbice: Prometeo ha intentado engañar
a Zeus en favor, cree él, de los hombres, y Zeus está furio­

147
L a SABIDURIA DE IX » MITOS

so. Para castigarlos, deja de darles el fuego que viene del


cielo y con el cual los hombres se calientan pero, sobre
todo, cuecen los alimentos que les permiten vivir. La coc­
ción es, para los griegos, uno de los signos de la humani­
dad del hombre, lo que los sitúa seguramente a igual dis­
tancia de los dioses que de los animales: pues los dioses
no necesitan alimentos, y los animales los comen crudos.
Y esta especificidad es lo que pierde la humanidad desde
el momento en que Zeus le quita el fuego. Y lo que es
más, «Zeus lo ha ocultado», nos dice Hesíodo de un modo
algo enigmático. En realidad esto significa lo siguiente:
en lugar de que, como en la edad de oro, los frutos de la
tierra se ofrezcan a plena luz y en todas las estaciones se­
gún el apetito de los hombres, en lo sucesivo los granos
tendrán que enterrarse en ella y habrá que trabajarla para
que broten de ella los alimentos comestibles. Habrá que
labrar y sembrar para que el trigo germine, luego segarlo,
molerlo y cocerlo para fabricar el pan. Así pues —la cues­
tión es fundamental—, con el nacimiento del trabajo, ac­
tividad penosa donde las haya, comienza la caída fuera
del mundo paradisiaco.
Por esta razón Prometeo cometerá su segundo hurto,
un segundo delito de lesa majestad: sencillamente le roba
el fuego a Zeus y se lo vuelve a dar a los hombres. Y enton­
ces sí que la furia de Zeus llega a su apogeo, su cólera de­
satada no conoce límites. A astuto, astuto y medio: él tam­
bién va a idear una trampa —¡y qué trampa!— para
castigar a los humanos que Prometeo quería proteger. Da
orden a Hefesto de fabricar lo más rápido posible, con
agua y tierra, la estatua de una joven «digna de amar»,
una mujer que va a enamorar locamente a esos humanos
imbéciles. Toda una pléyade de dioses le dan un talento,
una gracia, un atractivo: Atenea le enseña el arle del teji­
do, Afrodita le brinda la belleza absoluta y el don de susci­

148
Del nacimiento de io s dioses ai. de los hombres

tar el deseo «que hace sufrir» y provoca «los problemas


que os dejan destrozados». Dicho de otro modo, Pando­
ra, pues de ella se trata, será la seducción hecha mujer;
Hermes, el dios de la comunicación, del comercio, el as­
tuto, también él seductor, un poco tramposo, le pone un
«corazón de perra y modales disimulados»: es decir, que
esta joven querrá siempre, como dice Hesíodo, «bastante
más»; esto es lo que signifíca el «corazón de perra». Será
insaciable en todos los planos: comida, dinero, regalos,
siempre necesita más, pero también, claro está, en mate­
ria sexual, en la que su apetito tampoco tiene limite. En
potencia, su disfrute no se detiene nunca —ahí donde el
hombre, pretenda lo que pretenda para hacerse el intere­
sante, enseguida se agota—. En cuanto a sus «modales di­
simulados», significan que puede seducir a cualquiera,
porque se le dan bien todos los argumentos, todas las ar­
gucias y todas las mentiras más deliciosas. Para completar
este cuadro encantador, Atenea le regala además unos
aderezos maravillosos, Hefesto le confecciona una diade­
ma de una sofisticación inimitable, otras divinidades, las
Gracias, a las que llaman las Horas y son hijas de Zeus y
Temis, o también la diosa de la persuasión, le hacen rega­
los asimismo, de modo que al final, como se dice Zeus
con una risa malvada, los desdichados humanos no po­
drán hacer nada, absolutamente nada, contra esa trampa,
contra esa «peste para los hombres que trabajan», contra
esa mujer sublime en apariencia, en realidad temible, que
«alegrará su corazón» hasta el punto de que, «muy con­
tentos», los muy pánfilos «amarán su propia desgracia».
Es necesario que aquí te fijes en el parecido que existe
entre la artimaña de Prometeo y la de Zeus. Coinciden
término a término: como ocurre siempre en el cosmos
armonioso, hace falta que el castigo se corresponda con
la falta. Prometeo ha tratado de engañar a Zeus jugando

149
La sabiduría de u » mitos

con las apariencias; ¿ha escondido los huesos incomibles


debajo de la rica grasa y, al contrario, disimulado la carne
buena dentro del estómago horrible del buey? Por eso
que no quede. También Zeusjugará sobre el espejismo de
las ilusiones: Pandora tiene todas las apariencias de la feli­
cidad prometida, pero en el fondo es la reina de las zorras
y todo menos un regalo.
Por lo demás, esta joven arrebatadora e imparable po­
see un nombre —«Pandora»— elocuente y engañoso a la
vez. En griego significa «la que tiene todos los dones»
—porque, dice Hesíodo, «todos los que tienen su morada
en el Olimpo le habían ofrecido un don»— a menos que
no signifique, como pretenden algunos, «la que ha sido
dada a los hombres por todos los dioses». No importa. El
hecho es que las dos lecturas son válidas: Pandora posee
en apariencia todas las virtudes posibles e imaginables al
menos en materia de seducción (salvo de moral, que
como sabes es otro asunto...). Y por otra parte, es enviada
a los hombres por el conjunto de los Olímpicos que quie­
ren castigarlos.
Así pues, Zeus da la vida a esta criatura sublime y luego
pide a Hermes que la lleve hasta Epimeteo, el memo que
actúa primero y piensa después, cuando es demasiado tar­
de y el mal ya está hecho. Sin embargo, Prometeo había
advertido a su hermano de que bajo ningún pretexto
aceptara un regalo de los dioses del Olimpo, pues sabía
bien que tratarían de vengarse de él y, a través de él, de los
hombres. Pero es evidente que Epimeteo cae en la tram­
pa y se vuelve loco de amor por Pandora. No solamente
dará a luz a otras mujeres que, como ella, arruinarán la
vida de los hombres en todos los senüdos del término, sino
que además agitará una extraña ünaja (que en la mitolo­
gía pronto recibirá el nombre de «la caja de Pandora»)
en la cual Zeus se ha ocupado de meter todos los males,

150
D e l n a c im ie n t o d e l o s d io s e s a l d e l o s h o m b r e s

todas las desgracias y todos los sufrimientos que se abati­


rán sobre la humanidad. Sólo la esperanza quedará ence­
rrada en el fondo de este recipiente funesto. Esto se pue­
de interpretar de dos maneras. En primer lugar podemos
pensar que los humanos no tendrán siquiera una espe­
ranza a la que aferrarse porque esta última no ha salido
de la caja. También podemos comprender, y esto me pa­
rece más justo, que sí les queda la esperanza, pero que no
es ningún favor que Zeus les haya concedido. En efecto,
no te engañes: para los griegos, la esperanza no es un re­
galo. Más bien es una desgracia, una tensión negativa, ya
que esperar es estar siempre en falta, es desear lo que no
se tiene y, en consecuencia, estar en cierto modo insatisfe­
cho y ser desgraciado. Cuando se espera sanar es que se
está enfermo; cuando se espera ser rico es que se es po­
bre, de manera que la esperanza es mucho más un mal
que un bien.
Sea como fuere, he aquí cómo describe Hesíodo la es­
cena en Los trabajos y los días. Te la reproduzco porque in­
dica claramente los lazos que unen nuestros tres mitos
entre sí (hago algunos comentarios entre paréntesis):

No obstante Prometeo le había dicho (aEpimeteo) que no


aceptara nunca un regalo de Zeus el Olímpico, sino que se
los devolviera por miedo a que un mal les ocurriera a los
que mueren (a los mortales = a los hombres). Pero él (Epimeteo)
aceptó y cuando tuvo su desgracia en las manos compren­
dió (como ves, siempre comprende después, demasiado larde). An­
taño, las tribus de hombres vivían en la tierra protegidos,
lejos de las desgracias, sin trabajar duro, sin sufrir tristes en­
fermedades que hacen que los hombres mueran (aquí volve­
mos a encontrar el mito de la edad de oro, y como ves, con la apari­
ción de Pandora los hombres van a salir de ella); los que van a
morir envejecen pronto en la desgracia... Entonces la mu­
LA .SABIDURIA DE I.OS MITOS

jer, levantando con sus manos la tapa de la tinaja, propagó


el mal entre los hombres, les causó penas crueles (Hesíodo no
nos dice de dónde viene ni cómose halla ahí esta tinaja que ensegui­
da se convertirá en lafamosa «caja de Pandora», pero lo que es se­
guro es que Zeus es quien la llena con su contenido detestable). Sólo
la esperanza se quedó en su morada indestructible en el in­
terior, sin llegar a los bordes de la tinaja ni escapar fuera;
porque en primer lugar la tapa volvió a caer sobre el reci­
piente como lo había querido Zeus en la égida (esta palabra
viene del griego aigos, que quiere decir «cabra» y designa el célebre
escudo de Zeusfabricado con la piel de la cabra Amallen, del que se
dice que era imposible de traspasar con unas flechas...). Y hete
aquí que diez mil sufrimientos pululan entre los hombres
(pues Zeus había metido en la «caja de Pandora» lodos los males
posibles e imaginables para castigar a los hombres: enfermedades de
todas clases, dolores diversos, miedo, vejez, muerte, etcétera); la tie­
rra está llena de desgracias y el mar también; las enfermeda­
des viajan entre los hombres a capricho, algunas de día y
otras de noche, llevándoles la desgracia sin decir nada pues
Zeus, prudente, les ha quitado la voz (todos los males nos caen
encima sin que podamos preverlos ni prevenirlos). Así pues, es im­
posible evitar lo que Zeus ha querido (a saber, castigar a los
humanos mortales).

Y por eso, a causa de Pandora o más bien por ella, sali­


mos de la edad de oro.
A este castigo terrible que al parecer atañe a Prometeo
sólo de manera indirecta puesto que no le afecta perso­
nalmente, pero sí a los que quería defender y proteger, a
saber, los humanos, se añade otro que esta vez sí concier­
ne al hijo de Jápeto: será encadenado mediante unas ata­
duras dolorosas en lo alto de una montaña y Zeus lanzará
contra él un águila gigantesca que cada día le devorará el
hígado. Porque el hígado de Prometeo es inmortal y cada

152
Dfil. NACIMIENTO DF. IjOS dioses al de mis hombres

noche vuelve a crecer, de modo que el suplicio atroz pue­


de recomenzar en todo momento... Después, mucho des­
pués, Heracles liberará por fin a Prometeo. Una leyenda
tardía, muy posterior al texto de Hesíodo, aclara que Zeus
había jurado por el Estige —un juramento imposible de
deshacer— que nunca soltaría a Prometeo de su roca.
Pero Zeus está orgulloso de las hazañas de su hijo Hera­
cles y no quiere desautorizarlo. Para no desdecirse él tam­
poco, Zeus acepta que Prometeo sea liberado a condición
de que lleve siempre un trocito de piedra de esa roca ata­
da a un anillo. Se dice que este pequeño acuerdo con el
cielo da origen a una de nuestras joyas más comunes: la
sortija adornada con una piedra preciosa...
Pero volvamos a los humanos y a su nueva condición
que el mito de Pandora define con claridad. Conlleva al
menos tres lecciones que ahora debes tratar de compren­
der y recordar para apreciar mejor lo que sigue.

Tres leccionesfilosóficas del mito de Prometeo y de Pandora

En primer lugar, si es verdad que Pandora es la prime­


ra mujer, como insiste Hesíodo, eso significa que en los
tiempos de la edad de oro, antes del famoso reparto del
buey que Prometeo lleva a cabo en Mecona, los hombres
vivían, por definición, sin mujeres. Desde luego había fe­
minidad en ese mundo, en especial una multitud de divi­
nidades femeninas, pero los mortales eran exclusivamen­
te varones. Lo que implica por consiguiente que no nacen
de la unión de un hombre y una mujer, sino sólo por la
voluntad de los dioses y los medios que habían elegido
(sin duda nacen directamente de la tierra, como sugieren
otros relatos mitológicos). El punto es fundamental, ya
que este nacimiento a partir de la unión sexual de un

153
L a sabiduría de los mitos

hombre y una mujer es lo que va a hacer que los mortales


sean realmente mortales. Acuérdate de que en la edad de
oro no mueren del todo o, mejor dicho, lo menos posi­
ble: desaparecen muy tranquilos durante el sueño, sin an­
gustia ni sufrimiento y sin pensar jamás en la muerte.
Además, después de su desaparición permanecen vivos
en cierto modo, porque se convierten en demonios, unos
ángeles custodios encargados de proporcionar riquezas a
los hombres según sus méritos. En lo sucesivo, con la apa­
rición de Pandora, los mortales son del todo mortales por
una razón muy profunda: y es que el tiempo tal como lo
conocemos, con su séquito de males —envejecimiento,
enfermedades, muerte...— ha nacido por fin. Recuerdas
que Urano y luego Crono no querían que sus hijos vivie­
ran a plena luz del día: Urano los encerraba en el vientre
de Gea, su madre; en cuanto a Crono, los devoraba direc­
tamente hasta que la madre de Zeus, Rea, lo engaña y en
lugar de su hijo le hace tragar un señuelo, una piedra
envuelta en pañales. Aquí aparece la verdadera razón de
esta tenacidad en impedir a los hijos que vean la luz: no se
trata sólo de prevenir un posible conflicto en el transcur­
so del cual el rey podría perder el poder, destronado por
sus propios herederos, sino de algo mucho más profun­
do: obstaculizar el tiempo, el cambio y, por consiguiente,
esta forma de muerte que simboliza la sucesión de gene­
raciones. El ideal de cualquier soberano sensato es el cos­
mos ordenado y estable, y la filiación y la concepción su­
ponen siempre, más o menos, la ruina de esa hermosa
continuidad. Ahora bien, esta interpretación de la des­
cendencia está ahora bien establecida —donde se obser­
va también que los hijos ocupan una posición cuanto me­
nos ambigua: los queremos, desde luego, pero también
simbolizan nuestra perdición—, por eso los griegos pare­
cen menos sentimentales, y tal vez un poco menos sim-

154
D f.i . nacimiento de los dioses al de los hombres

pies, por no decir simplones, de lo que somos nosotros en


la actualidad...
En segundo lugar, como en la Biblia, la salida fuera de
la edad de oro va acompañada de una calamidad funesta:
el trabajo. En efecto, a partir de ahora, los hombres ten­
drán que ganarse el pan con el sudor de su frente, y eso
por dos razones al menos. La primera ya te la he dicho:
Zeus ha «ocultado todo», ha enterrado los frutos que sir­
ven de alimento a los hombres, sobre todo los cereales
con los que se fabrica el pan, de modo que ahora es nece­
sario cultivarlos para alimentarse. Pero también está esa
Pandora arrebatadora y, con ella, «la raza y las tribus de
mujeres, una gran calamidad para los mortales», como
nos dice la Teogonia, de la que te cito un pequeño pasaje:

Ellas conviven con los hombres y no hacen de la maldita


pobreza su compañera (es decir, no soportan la pobreza): nece­
sitan bastante más. Ocurre como en las colmenas, cuando
las al>ejas ceban a los zánganos que no hacen más que daño;
todo el día y hasta la puesta de sol, ellas se afanan y hacen
blancos panales de cera, mientras que los otros se quedan
en las colmenas. Así es cómo recogen en su vientre el esfuer­
zo ajeno.

No es muy feminista, te lo concedo, pero la época de


Hesíodo no es la nuestra. Sea lo que sea, se acabó esa her­
mosa edad de oro en la que los hombres podían irse todo
el día de juerga con los dioses y alimentarse con toda ino­
cencia sin entregarse nunca a las necesidades de un traba­
jo penoso. Pero lo peor, como quien dice, es que la mujer
no es, como es evidente, un mal absoluto.
Eso sería demasiado sencillo, y ahí está la tercera lección
del mito: la vida humana es trágica en el sentido de que no
hay bien sin mal. El hombre está totalmente engañado, co­

155
La sabiduría df. los mitos

gido en la trampa sin salida posible, como dispuso Zeus


riéndose sin alegría. Porque si se niega a casarse para que
su patrimonio no sea devorado por los zánganos, como el
de las abejas a las que Hesíodo le compara (la mujer que
siempre quiere bastante más), entonces no hay duda de
que trabajando menos puede acumular más riquezas. Pero
.¿para qué? ¿Por quién se esforzaría tanto? Sin contar con
que a su muerte, como no habrá tenido hijos, descenden­
cia, las riquezas acumuladas acabaran en manos de unos
parientes lejanos cualesquiera que no le importan nada.
Morirá, por así decirlo, una segunda vez puesto que, al no
tener descendencia, nada suyo le sobrevivirá. En cierto
modo un mortal al cuadrado. Si quiere herederos tiene
que casarse, pero entonces la trampa se cierne de nuevo
sobre él, ya que se añade el hecho de que sus hijos pueden
ser malos, lo que constituye la peor de las desgracias para
un padre. En resumen, en un caso como en otro, el bien se
acompaña sin remedio de un mal mayor.
Por supuesto, el texto de Hesíodo es terriblemente mi­
sógino, y es bajo este ángulo como lo leen, por ejemplo,
en la mayoría de las universidades norteamericanas. En la
actualidad, seguro que las asociaciones de mujeres que
prosperan en los campus le pondrían un pleito a Hesíodo
y sin duda alguna lo condenarían y le prohibirían ense­
ñar. Pero también podemos comprender que los tiempos
han cambiado, que nuestra época no es la de Hesíodo y
que más allá de los términos que chocan, hay que relacio­
nar sus palabras con la cuestión de la muerte. Pues es evi­
dente que ahí se encuentra la desdicha suprema que gol­
pea a los hombres, que ya no mueren en la edad de hierro
(si se me permite la expresión) como en los buenos tiem­
pos de la edad de oro. A la nueva vida que da la mujer
cuando se pasa de un nacimiento a partir de la tierra, de­
cidido y arreglado por los dioses, a un nacimiento por

1 5 6
D e i. nacimiento de los dioses al de los hombres

medio de una unión sexual, le corresponde una nueva


muerte precedida de sufrimientos, trabajo, enfermeda­
des y de todos los males asociados a la vejez que los seres
humanos de la edad de oro no conocían.
De nuevo, Hesíodo establece la cuestión fundamental
subyacente a todo el universo mitológico tal como lo ve­
mos nosotros: ¿qué es una vida buena para los mortales?
Al contrario de lo que harán las grandes religiones, la mi­
tología griega no nos promete la vida eterna ni el paraíso.
Sólo trata de ser lúcida, como la filosofía que anuncia,
acerca de nuestra condición. ¿Qué hacer sino intentar vi­
vir en armonía con el orden cósmico o, si se quiere evitar
la muerte anónima, tratar de ser célebre por la gloría he­
roica? El caso de Ulises nos va a convencer de que esta
vida puede incluso ser preferible a la inmortalidad.
Pero por el momento veamos el final de la historia tal
como la imaginaron, o al menos narraron, después de
Hesíodo.

Ims razones de la caída fuera de la edad de oro: el mito


de Prometeo visto por Platón y Esquilo

Estoy seguro de que con el sentido de la justicia que


mueve a los niños, has debido de hacerte la siguiente pre­
gunta: después de todo, ¿por qué habría que castigar a los
humanos por un crimen que no han cometido? Ha habido
hybris por parte de Prometeo, por supuesto, ya que ha que­
rido desafiar a los dioses y engañarlos ocultando los peda­
zos de carne buenos bajo una apariencia repugnante y los
trozos malos bajo un aspecto apetitoso. ¿Pero cuál ha sido
el error de los hombres en este asunto? ¿Y por qué es tan
necesario volver a ponerlos en su sitio de mortales como lo
hace Zeus si no son responsables ni han hecho nada malo?
La sabiduría de los mitos

Al contrario que ciertos mitólogos contemporáneos, siem­


pre tengo algunos escrúpulos en continuar, como si nada,
una historia narrada por Hesíodo en el siglo vil a.C. y com­
pletarla con un texto escrito en un contexto muy distinto,
más de tres siglos después, en este caso el que Platón consa­
gra al mito de Prometeo en su diálogo titulado Protágoras,
nombre de uno de los sofistas más importantes de la épo­
ca. El hecho de dirigirse a un público amplio, niños inclui­
dos, no debe aprovecharse para hacer lo que sea. No sólo
se cambia de época —y tres siglos no son nada— sino tam­
bién de registro, puesto que pasamos de la mitología a la
filosofía. Dejando esto bien sentado, la mirada filosófica de
Platón, si bien muy distinta a la de Hesíodo, ofrece en sus
poemas una perspectiva luminosa y al mismo tiempo vero­
símil: Prometeo no sólo ha robado el fuego a Hefesto, tam­
bién, según Platón, ha robado las artes y las técnicas a Ate­
nea, de modo que el hombre corre peligro algún día de
creerse igual que los dioses. Y en ese caso, no existe la me­
nor duda de que, a su vez, la humanidad empezará a pecar
de hybris. En realidad es muy posible que sea esto lo que se
esté jugando en la llanura de Mecona en el momento de
repartir el buey sacrificado...
En efecto, según Protágoras, al menos tal como lo pre­
senta Platón en su diálogo, la discrepancia entre los hom­
bres y los dioses sólo se comprendería del todo si se re­
cuerda toda la historia, remontándonos para empezar a
la época en la que los hombres no existían todavía, a la
época en la cual en la tierra no había más que dioses.
Un buen día, por una razón que Protágoras no precisa
(¿tal vez se aburrían ellos solos?), los dioses deciden crear
al conjunto de los mortales, es decir, a los animales y a los
hombres. Así pues, se ponen a ello alegremente y con tie­
rra, fuego «y todo lo que se pueda combinar con la tierra y
el fuego» fabrican figuritas, estatuillas de diversas formas.

158
Del nacimiento de los dioses al de u >s homares

Antes de darles vida, piden a Epimeteo y a Prometeo que


repartan las distintas cualidades entre unas y otras. Epime­
teo suplica a su hermano que le deje empezar el trabajo y
primero la emprende con los animales desprovistos de ra­
zón. ¿Cómo actúa? Epimeteo no es tan estúpido como se
dice, y la distribución que hace de las cualidades es incluso
muy hábil: construye un «cosmos», un sistema muy equili­
brado y viable, procurando que cada especie animal tenga
su oportunidad de sobrevivir con respecto a los demás.
Por ejemplo, si se trata de animales pequeños como un
gorrión o un conejo, entonces a uno le da alas para que
pueda huir de los depredadores y al otro, por la misma ra­
zón, la velocidad en la carrera y una madriguera en la que
resguardarse en caso de peligro. Así es cómo describe Pro-
tágoras el trabajo de Epimeteo:

En total, la distribución por su parte consistió en igualar


las oportunidades. Yen todo lo que imaginaba, lomaba sus
precauciones para evitar que ninguna raza se extinguiera.
Pero cuando les proporcionó los medios para evitar las des­
trucciones mutuas, ideó para ellas una defensa cómoda con­
tra las variaciones de temperatura enviadas por Zeus: los cu­
brió con una piel espesa o con caparazones sólidos, aptos
para protegerlos del frío y asimismo de los calores ardien­
tes. Sin contar con que al ir a acostarse también constituiría
una manta natural y cada una tendría la suya. A una raza la
calzaba con cascos, a otra con garras fuertes y sin sangre.
Después de esto, eligió alimentos distintos para las diferen­
tes razas: para unas la hierba de la tierra, para otras los fru­
tos de los árboles, para otras las raíces; en algunos casos
acordó que sus alimentos fueran la carne de otros animales,
pero les concedió una fecundidad escasa, mientras que atri­
buyó una fecundidad abundante a las que así se despobla­
ban y, con eso, aseguraba la salvación de su especie.

159
LA SABIDURIA DE LOS MITOS

En una palabra, como ves, Epimeteo idea y lleva a cabo


lo que nuestros ecologistas denominarían hoy una «biosfe­
ra» o un «ecosistema» perfectamente equilibrados, lo que
los griegos llaman un cosmos, un orden armonioso, justo y
viable, en el cual cada especie animal debe poder sobrevi­
vir al lado de las otras e incluso con ellas. Lo que confirma
que la naturaleza —al menos si creemos la mitología— es
de verdad un orden admirable. Entonces, tal vez me pre­
guntarás por qué razón Epimeteo merece ser tratado de
memo que siempre comprende demasiado tarde.
Esta es la respuesta de Protágoras:

Pero com o Epimeteo, todos lo saben, no era muy sagaz,


no se dio cuenta de que, después de haber despilfarrado así
el tesoro de las cualidades en beneficio de los seres privados
de razón, todavía le quedaba por dotar a la raza humana; y
le inquietaba no saber qué hacer. Mientras se encuentra en
este apuro, llega Prometeo para controlar la distribución.
Ve a los animales equipados convenientemente en todos los
aspectos, mientras que el hombre está desnudo, descalzo,
sin abrigo, indefenso... Entonces Prometeo, preocupado
por el problema de encontrar un medio de salvar al hom­
bre, roba a Hefesto y a Atenea el genio creador de las artes y con
ello el fuego (ya que sin el fuego no habría manera de que
nadie adquiriese ese talento o lo utilizase). Y al actuar así le
ofrece al hombre su regalo.

D on d e se observa que P rom eteo co m ete una d ob le fal­


ta que acarreará el d ob le castigo: en su contra, con el
águila horrible q u e le dçvora el h ígad o, pero tam bién
contra los hom bres; Zeus les enviará a Pandora y co n ella
todos los m ales q u e en lo sucesivo irán unidos a la co n d i­
ción hum ana m ortal. ¿En qué consiste esta d ob le falta?
D e l nacimiento de los oioses ai. de los hombres

En primer lugar, Prometeo ha actuado como un la­


drón: entra sin permiso en el taller que comparten Hefes-
to y Atenea para robar primero el fuego y después las ar­
tes. Así pues, será castigado por este robo. Pero sobre
todo, Prometeo, a espaldas de Zeus, dota a los hombres
de un poder nuevo, de un poder de creación casi divino que
—más allá del comentario de Platón, que prefiere otros
aspectos del mito que aquí no nos interesan directamen­
te— podría entrañar el gran peligro de inducir un día a los
humanos, tan prestos a dejarse llevar por la hybris, a creer­
se dioses. Porque, como nos señala Protágoras, gracias a
los dones propiamente divinos que Ies proporciona Pro­
meteo, los hombres serán los únicos animales capaces
de fabricar objetos «técnicos», artificiales: calzado, ropa de
abrigo, vestimenta, alimentos extraídos de la tierra, etcé­
tera. Es decir, que al igual que los dioses, se convierten también
en verdaderos creadores. Además, son los únicos que pueden
articular sonidos y darles sentido, es decir, los únicos en
inventar el lenguaje, lo que los acerca a los dioses de un
modo considerable. Como esos dones proceden directa­
mente de los Olímpicos, pues a ellos se los ha robado Pro­
meteo, los humanos serán los únicos seres vivos que saben
que hay dioses, que les construyen altares y los honran.
Por lo tanto, dado que no dejan de comportarse de mane­
ra injusta los unos con los otros hasta el punto de que co­
rren el riesgo constante de destruirse entre ellos, al con­
trario que los animales que forman desde el principio un
sistema equilibrado y viable, la hybris los amenaza en todo
momento. Así pues, Prometeo acaba defabricar sin la autoriza­
ción de Zeus una especie muy peligrosa e inquietante para el cos­
mos: por consiguiente, se comprende muy bien por qué está resen­
tido con él, por qué estima que las argucias de Prometeo son
detestables y desconsideradas, por qué se plantea castigar no sólo
a este hijo de Titán, sino también, a los hombres con elfin, precisa­
L a sabiduría de los mitos

mente, de ponerlos en su sitio e invitarles a no ceder nunca a la


hybris. Este es el verdadero envite del mito: procurar que,
a pesar de los dones ofrecidos por Prometeo, los mortales
no se crean dioses.
En el fondo, la lectura de la tragedia que el gran dra­
maturgo Esquilo ha consagrado a Prometeo conduce a la
misma idea casi dos siglos antes de que Platón escenifique
el mito a través de las palabras de Protágoras.
En efecto, en primer lugar nos enteramos de que Zeus
ya desconfía de los mortales cuando reparte el mundo y
organiza el cosmos después de haberle quitado el poder a
su padre, Crono. También en este caso prefiero citarte el
texto de Esquilo para que te acostumbres a la forma que
tenían los griegos de expresarse cinco siglos antes de
nuestra era:

En cuanto se hubo sentado en el trono paterno (es decir, el


tremo de Crono a quien Zeus acaba de derrocar con la ayuda de los
Ciclopes y de los Hecatónquims), repartió los privilegios entre
los distintos dioses y fijó las categorías dentro de su imperio
(como recuerdas, aquí es donde comienza de verdad la creación del
orden cósmico). Pero no prestó ninguna atención a los desdi­
chados humanos. Incluso quiso hacer desaparecer a la raza
entera para hacer que naciera una nueva. Y nadie se opuso
más que yo, Prometeo. Solo, tuve la osadía y evité que los mor­
tales hechos pedazos descendieran al Hades (a los infiernos que
a menudo se denominan con el nombre del dios que reina en él). Por
eso estoy doblado bajo el peso de esos dolores difíciles de so­
portar, lamentables de ver (se trata desde luego de las cadenas do­
lorososy del águila devoradora de hígado). Por haberme apiadado
de los mortales, he sido considerado indigno de piedad...

Sin duda, pero ¿por qué? Más adelante, Prometeo se


vanagloria de todos los beneficios que ha aportado a los

162
Del nacimiento de u k dioses al de los hombres

humanos. Cuando se lee la lista, como en los escritos de


Platón, se comprende que Zeus no viera con buenos ojos
a esta especie que tiene el peligro —un poco como temen
hoy día los ecologistas— de ser en lo sucesivo la única que
puede practicar la desmesura hasta el punto de provocar
pura y simplemente la destrucción del orden cósmico
gracias a las técnicas de las que dispone:

Escuchad en su lugar las desdichas de los mortales y cómo


de los niños que eran antes he hecho unos seres racionales y
reflexivos. Quiero decíroslo no para denigrar a los hombres,
sino para mostraros de qué favores los ha colmado mi bon­
dad. Antaño veían sin ver, escuchaban sin oír y, como en los
sueños, enredaban todo al azar a lo largo de su vida. No cono­
cían las casas de ladrillos secados al sol. No sabían trabajar la
madera. Vivían ocultos como ágiles hormigas en el fondo de
cuevas donde no llegaba el sol. No tenían ningún signo segu­
ro del invierno, ni de la primavera florida ni del verano rico
en frutos. Lo hacían todo sin utilizar su inteligencia, hasta el
día que les enseñé el difícil arte de las salidas y los ocasos de
los astros. Inventé para ellos la ciencia más hermosa de todas,
la del número y la unión de las letras que conserva el recuer­
do de todas las cosas y favorece la cultura de las artes. Tam­
bién fui el primero en uncir al yugo y a la albarda a los anima­
les esclavizados para que tomaran el lugar de los mortales en
los trabajos más penosos y enganché al carro los caballos dó­
ciles a las riendas, un lujo del que hace alarde la opulencia.
Nadie más que yo inventó esos vehículos de alas de lino en los
que los marinos surcan los mares. Éstos son los inventos que
he ideado en favor de los mortales y yo, mísero de mí, no ten­
go medio de librarme de mi actual desgracia.

Prometeo es muy amable, pero no se percata del proble­


ma que preocupa a Zeus —problema que, una vez más, re­

163
I.A SABIDURÍA DE IO S MITOS

surge bajo un aspecto muy cercano a la ecología contem­


poránea—, y no es ningún azar si la imagen de Prometeo
es omnipresente. Pues a los ojos de Zeus, la declaración de
Prometeo suena como una confesión terrible y lo que el
hijo del Titán Jápeto propone en su descarga es desde
el punto de vista de los Olímpicos la carga más espantosa. Lo
que la mitología griega pone aquí en escena con una clari­
videncia y una profundidad impresionantes es una defini­
ción muy moderna13de una especie humana cuya libertad
y creatividad son fundamentalmente antinaturales y anti­
cósmicas. El hombre prometeico es ya el hombre de la téc­
nica, el que puede crear, inventar sin parar y fabricar má­
quinas y artilugios capaces un día de librarse de todas las
leyes del cosmos. Esto es exactamente lo que Prometeo le
proporciona robando el «genio de las artes», es decir, la fa­
cultad de utilizar, incluso de inventar, toda clase de técni­
cas. Agricultura, aritmética, lenguaje, astronomía: todo le
vendrá bien para salir de su condición, para elevarse con
arrogancia por encima de los seres de la naturaleza y para
perturbar de este modo el nuevo orden cósmico que Zeus
ha logrado construir con tanto esfuerzo. En una palabra, a
diferencia de las demás especies vivas —a las que Epimeteo
ha organizado la vida de manera que forman un sistema
equilibrado e inmutable, de todo punto opuesto al que for­
mará la humanidad en cuanto esté dotada de las artes y de
las ciencias—, la especie humana es la única entre los mor­
tales que es capaz de hybris, la única que puede desafiar a
los dioses y a la vez perturbar, incluso destruir la naturale­
za. Y está claro que esto no lo puede ver Zeus más que con
malos ojos a juzgar por los castigos que inflige a Prometeo
y asimismo a los hombres.
De ahí a pensar en destruir a la humanidad entera sólo
hay un paso que algunos relatos mitológicos no han du­
dado en dar.

164
Dki. nacimiento de io s dioses al d i io s hombres

El diluido y el arca de Deucalión según Ovidio: destrucción


y renacimiento de la humanidad

A partir de ahora hay un hecho bien establecido: la


tendencia a la hybris que caracteriza a la humanidad des­
de que ésta ha sido dotada de nuevos poderes de creativi­
dad vinculados a las técnicas que Prometeo ha robado a
los dioses es innegable. Esta tendencia la amenaza cada
vez más con caer en el vicio y cometer delitos contra el
orden justo. Varios mitógrafos antiguos hacen que a la
mención (más o menos deformada con respecto a Hesío-
do) del mito de la edad de oro le siga la de otro episodio
famoso: el diluvio por el que Zeus habría decidido des­
truir a la humanidad para hacerla renacer —lo mismo
que en la Biblia— a partir de dos justos: un hombre, Deu­
calión, hijo de Prometeo, y una mujer, Pirra, hija de Epi-
meteo y Pandora. Se describe a ambos como seres senci­
llos y rectos que viven según diké, la justicia, y alejados de
la hybris que caracteriza al resto de la humanidad en deca­
dencia14. El primer poeta que hace un relato minucioso y
completo del diluvio es Ovidio; antes de él no se encuen­
tran más que algunas alusiones aquí o allá, pero no lo bas­
tante completas para extraer de ellas una historia cohe­
rente. Al comienzo de las Metamorfosis nos da una versión
verosímil del mito y une el episodio del diluvio a un acon­
tecimiento pardcular que podría haber tenido lugar en
nuestra época, es decir, en la edad de hierro, y que sería el
resultado directo del abandono al que habría llegado la
humanidad en ese periodo: se trata del caso Licaón, un
rey griego que ha tratado de engañar a Zeus de una ma­
nera abominable. Ovidio menciona la existencia de una
raza que, después o durante la edad de hierro, no se sabe

165
I.A SABIDURÍA DF. IjOS m ito s

bien, Gea habría fabricado con la sangre de los Gigantes


abatidos por Zeus con el fin de que la raza de sus hijos no
se extinguiera. Habría dado a estos seres un «rostro hu­
mano». Sin embargo, llevarían la huella indeleble de sus
orígenes y se caracterizarían ante todo por la violencia, el
afán de matar y el desprecio por los dioses.
Detengámonos un momento en este relato del diluvio
y supongamos que estamos en compañía de la raza de hie­
rro o, aún peor si cabe, de la que resulta de la sangre de
los Gigantes abatidos por Zeus, por consiguiente en ple­
na explosión de hybris. Zeus ha sido informado de que las
costumbres de los humanos son calamitosas y viene a la
tierra a hacer una ronda de inspección para ver hasta
dónde ha caído la humanidad. ¿Qué observa entonces?
Que la situación es peor todavía de lo que le han descrito.
Por todas partes imperan los asesinos, los ladrones, hom­
bres que desprecian el orden del mundo instaurado por
los dioses. Para hacer sus observaciones por sí mismo, con
toda tranquilidad y sin peligro de falsear los resultados
por el hecho de ser reconocido, Zeus toma apariencia hu­
mana y se pasea un poco por toda la tierra. Así llega a Ar­
cadia, donde reina un tirano de nombre Licaón (lo que
en griego significa «el lobo»). Revela al pueblo de esta re­
gión que un dios ha bajado a la tierra y la gente, impresio­
nada, se pone a rezar. Pero Licaón estalla en carcajadas.
Y según un esquema que encontraremos a menudo y que
se asemeja al episodio de Tántalo, decide desafiar a Zeus
para comprobar si es de verdad un dios, como pretende,
o si, por el contrario, es un simple mortal.
Licaón ha decidido matar a Zeus durante su sueño,
pero antes de llevar a cabo ese propósito funesto le corta
el cuello a un prisionero que el rey de un pueblo, los mo-
losos, le había dejado como rehén, lo hace pedazos, man­
da cocer unos y asar otros, y no encuentra nada mejor

166
OKI. NACIMIENTO DE LOS DIOSES AL DE LOS HOMBRES

que hacer que ofrecérselos a Zeus para cenar. Craso error


pues, como en el caso de Tántalo, Zeus se da cuenta de
todo con antelación. Zeus lanza su rayo y el palacio de Li-
caón se derrumba sobre su cabeza. No obstante, el tirano
logra escapar, pero Zeus lo convierte en lobo, y se ve a Li-
caón, siempre tan malvado, siempre impulsado por su pa­
sión sanguinaria, volver ahora su odio contra los demás
animales y convertirse en su depredador más feroz... He
aquí cómo narra Ovidio la escena al principio de sus Me­
tamorfosis, que cito, siempre con el mismo espíritu, para
que veas con qué estilo y vivacidad se narraban los mitos
en aquella época. Aquí es Zeus quien habla en primera
persona. Está en el Olimpo y ha convocado a todos los
demás dioses a un consejo extraordinario. A ellos se diri­
ge para hacerlos partícipes de su experiencia, anunciarles
que se dispone a destruir la raza humana y a darles tam­
bién los motivos de su decisión. Como siempre, pongo
mis propios comentarios entre paréntesis:

Durante la noche, mientras dormía sumido en un sueño


profundo, Licaón se dispuso a sorprenderme y matarme:
con esta prueba quería conocer la verdad (es decir, saber si
Zeus era de verdad o no un dios). Pero esto no era bastante para
él. Con su espada le corta el cuello a uno de los rehenes que
le había enviado el pueblo de los molosos. Luego, hace co­
cer una parte de sus miembros todavía palpitantes en agua
hirviendo para volverlos más tiernos y hace asar la otra parte
al fuego. Apenas los había dispuesto sobre la mesa cuando
con mi rayo vengador le he echado encima su palacio... So­
brecogido de pavor se salva, y después de llegar a la campiña
silenciosa se pone a dar alaridos; todo esfuerzo por hablar
es en vano; toda la rabia que anida en su corazón se concen­
tra en su boca: su sed habitual de matar se vuelve ahora contra
los rebaños, de modo que sigue complaciéndose en la sangre...
La sabiduría i>f. los mitos

Sus ropas se transforman en pelos, sus brazos se transfor­


man en patas, pero conserva todavía las huellas de su anti­
gua presencia. Sigue teniendo el cabello entrecano, el mis­
mo aspecto malvado, los mismos ojos enfebrecidos y no ha
perdido un ápice de su pinta feroz. No he golpeado con mi
rayo más que una sola casa, pero más de una merecería la
misma suerte. Pues por toda la tierra reina la furiosa Erinia
(es decir, recuerda, una de las diosas de la venganza, lo que signifi­
ca que hay crímenes que castigar por todas partes). Se diría una
conjura para el crimen. No nos alarguemos. Que todos los
hombres padezcan el castigo que se merecen: tal es mi deci­
sión y es irrevocable.

Como has adivinado, el castigo es el diluvio. Por un ins­


tante, Zeus piensa en destruir a la humanidad con su
arma favorita, la que ya ha utilizado contra Licaón, el
rayo, pero cambia de parecer: la amplitud de la destruc­
ción que se requiere es tan grande —hay que desalojar
toda la tierra de género humano corrompido— que la
hoguera necesaria correría el peligro de abarcar todo el
universo y de quemar el mismísimo Olimpo. Así pues,
Zeus recurre al agua y por ella perecerá la humanidad. Zeus
se ocupa de encerrar a los vientos que disipan las nubes,
los que, como el mistral mediterráneo, traen el buen
tiempo seco y cálido. En cambio, como si de unajauría de
perros malvados se tratara, suelta los aires húmedos, car­
gados de nubes tenebrosas rebosantes de un agua que
empieza a caer en gotas gruesas y pesadas. Para colmo,
pide a Poseidón (Neptuno) que golpee el suelo con su
tridente para hacer que los ríos salgan de sus lechos y de­
satar también las olas de los océanos. Pronto, toda la tie­
rra está cubierta de agua. Ovidio señala que se ven focas
de cuerpos deformes sustituir a los caballos en las prade­
ras, delfines correr en medio de los árboles, lobos nadar
DEL NACIMIENTO DE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

entre ovejas, al lado de leones rojizos que sólo piensan en


salvar su piel... Las hijas de Nereo, uno de los dioses mari­
nos, se quedan fascinadas al descubrir ciudades enteras
todavía intactas bajo las aguas... En suma, hombres y ani­
males, todo ese pequeño mundo de mortales, acaba sien­
do sepultado. Hasta los pájaros mueren, pues cansados
de volar por encima de un mar sin límites terminan por
caer y ser engullidos. Y los que de un modo u otro se han
salvado de las aguas, el hambre los vencerá un día, ya
que es evidente que no queda ningún alimento que lle­
varse a la boca.
Todos han muerto... Salvo dos seres, dos humanos que
Zeus se ha ocupado de proteger; y de nuevo nos acerca­
mos mucho al mito bíblico, ya que cuando anuncia su de­
cisión de destruir a todo el género humano, en realidad
la asamblea de los dioses está dividida. Algunos van en la
misma dirección e incluso cargan las tintas en su voluntad
exterminadora; pero otros, al contrario, señalan que la
derra sin los mortales corre el peligro de ser muy aburri­
da y vacía: ¿vamos a dejar en herencia este lugar maravi­
lloso sólo a las bestias salvajes? Y además, ¿quién se ocupa­
rá de los altares, de hacer los sacrificios, de rendir pleitesía
a los dioses, si ya no hay hombres que se preocupen de
ello? La verdad —pero soy yo quien lo añade aquí y sólo
subyace en el texto de Ovidio— es que, sin los hombres,
el cosmos entero está condenado a morir.
Y de nuevo se toca uno de los temas más profundos de
la mitología: si el orden cósmicofuera perfecto, si se caracteriza­
ra por un equilibrio inmutable y sinfallo, sencillamente el tiempo
se detendría, es decir, la vida, el movimiento, la historia, y ni si­
quiera los dioses tendrían nada que ver ni que hacer. De ahí se
deduce que el caos primigenio y lasfuerzas que no deja de generar
de vez en cuando no pueden ni deben desaparecerpor completo.
Y la humanidad, con todos sus vicios y, sobre todo, con la sucesión
La sabiduría df. i.os mitos

infinita degeneraciones que supone desde que Pandora le ha sido


enviada y alfinal los hombres mueren «de verdad», es indispen­
sable para la vida. Magnífica paradoja que podría enunciarse
de la siguiente manera: no hay vida sin muerte, ni historia sin
sucesión degeneraciones, ni orden sin desorden, ni cosmos sin un
mínimo de caos. Por eso, frente a las objeciones que le ha­
cen ciertos dioses, Zeus ha optado por salvar a dos huma­
nos. ¿Por qué? Simplemente para que la humanidad pue­
da revivir. ¿Cuáles? Serán dos seres excepcionales, para
que esta especie renazca sobre unas bases sólidas y sanas.
Excepcionales no significa en modo alguno que sean
«grandiosos». Al contrario, son seres sencillos pero, como
suele decirse, «honrados». Son puros de corazón, viven
alejados de la hybris, según los principios de diké, honran­
do a los dioses y respetando el orden mundial. ¿Quiénes
son? Te he dado sus nombres: Deucalión y Pirra. Como te
he dicho, el primero es hijo de Prometeo. Hesíodo nunca
nos dice quién es su madre; tampoco Ovidio, pero cree­
mos saber por Esquilo que podría tratarse de una hija de
Océano, una Oceánide de nombre Hesíone. En cuanto a
Pirra, es hija de Epimeteo y de Pandora. En cierto senti­
do, es la continuación de la humanidad de la edad de hie­
rro. Pero vuelve a empezar desde cero a partir de un hom­
bre y de una mujer que, para el futuro que se abre, es
decir, para nuestra humanidad actual, pueden considerarse
el primer hombre y la primera mujer.
¿Cómo van a poblar la tierra? De una forma muy curio­
sa que recuerda a los primeros tiempos y que no debe
nada a Pandora —es preferible, si se quiere, empezar con
buen pie—. Después de nueve días de diluvio ininterrum­
pido, solos, asustados y perdidos en el universo gigantes­
co y desierto, Deucalión y Pirra, que habían construido
un arca muy sólida, como Noé, alcanzan las cumbres del
monte Parnaso, preservadas de las aguas por la voluntad

170
DEL NACIMIENTO DF. I.OS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

de Zeus. Allí encuentran a unas ninfas encantadoras de­


nominadas ninfas coricianas (porque viven en una gruta,
el Corición, situada en el (lanco del monte Parnaso, justo
encima de Delfos). Entonces se dirigen al santuario de
Temis, la otra diosa de la justicia, y le rezan: ¿cómo sobre­
vivir después de la catástrofe y, sobre todo, cómo van a
restaurar la humanidad perdida ellos solos? Temis se apia­
da de ellos y he aquí su respuesta, a primera vista muy
enigmática como ocurre siempre con los oráculos:

Alejaos del templo, cubrios la cabeza, desatad el cintu­


rón de vuestros ropajes y arrojad detrás de vuestra espalda
los huesos de vuestra abuela.

Hay que reconocerlo, estas recomendaciones parecen


muy extrañas y nuestros dos desdichados humanos están
desconcertados. ¿Qué ha querido decir exactamente la
diosa? Entonces reflexionan y acaban por comprender:
cubrirse la cabeza y desatar el cinturón de sus ropajes es
adoptar la vestimenta ritual de los sacerdotes que hacen
un sacrificio a los dioses. Se trata, pues, de un signo de
humildad, de respeto, lo contrario de la hybris que ha lle­
vado a la humanidad a su perdición. En cuanto a los hue­
sos de la abuela, es evidente que no significa que sea nece­
sario, como Deucalión y Pirra se imaginaron al principio,
ir a profanar un cementerio. Sin duda, la abuela a la que
se refiere es Gea; a decir verdad, y para ser exactos, Gea es
la bisabuela de Deucalión y de Pirra, la madre de Jápeto,
padre a su vez de Prometeo y Epimeteo, los padres de
nuestros dos supervivientes. Y los huesos de Gea, claro
está, son las piedras. Bastaba con pensar. Emocionados, y
temiendo haber comprendido mal, Deucalión y Pirra re­
cogen piedras de todos modos y las arrojan a su espalda,
por encima de sus hombros. ¡Milagro! He aquí que las

171
I j t SABIDURÍA DE I.OS MITOS

piedras se ablandan. Al mezclarse con la tierra se vuelven


carne y aparecen venas en su superficie que se hinchan
de sangre. Las que ha tirado Pirra se convierten en muje­
res y las de Deucalión en hombres que llevan el sello de su
origen: la nueva humanidad será una raza dura para el
trabajo, como la piedra que la origina, a prueba de fatiga
y sólida como una roca.
Quedan los animales, pues también todos ellos han pe­
recido en el diluvio. Por fortuna, la tierra empapada de
agua se calienta bajo los rayos del sol y en ese barro tibio,
«como en el seno de una madre» dice Ovidio, unos ani­
males comienzan a nacer lentamente, luego salen a la luz
y se desarrollan, innumerables, especies antiguas ya cono­
cidas o, al contrario, completamente nuevas.
El mundo está de nuevo en marcha. La vida retoma su
curso y desde ahora el orden cósmico se libra tle los dos
males que lo amenazaban: por un lado, el caos, que podía
resurgir a cada instante a causa de una humanidad inmer­
sa en la hybris; por otro, el aburrimiento y la vacuidad si las
especies mortales hubieran desaparecido por completo.
Como ves, es sólo ahora cuando la cosmogonía, la cons­
trucción del cosmos, ha llegado verdaderamente a su fin.
También en este punto es donde por fin se podrá ha­
cer la pregunta fundamental en toda su amplitud, aquella
en la cual la mitología contacta con la filosofía: ¿qué es
una vida buena para los mortales? Vamos a empezar a res­
ponder en profundidad con Ulises. Pues no basta con si­
tuarse en el punto de vista de los dioses, como lo hemos
hecho hasta ahora adhiriéndonos a la lógica de la teogo­
nia. En definitiva, lo que nos interesa a los humanos es
saber cómo vamos a situarnos con respecto a toda esta
edificación grandiosa. Admitamos el supuesto de que acep­
tamos la visión griega del mundo, que pensamos que el
universo es armonioso y ordenado y que nosotros, seres

172
OKI. NACIMIENTO OE LOS DIOSES Al. DE LOS HOMBRES

acabados, estamos condenados sin remedio a morir: ¿cuá­


les son, en estas condiciones, los principios de una vida
buena? Por lo demás, estos dos datos de partida son tanto
menos absurdos para nosotros, hoy día, cuanto que po­
seen incluso una gran actualidad: bien considerado, es
muy posible que el universo esté en efecto ordenado como
pensaban los griegos. En este sentido, la ciencia contem­
poránea habla a favor de numerosos aspectos. Cada día
más, los descubrimientos de la biología y de la física mo­
dernas nos hacen pensar que de verdad existen ecosiste­
mas, que el universo está organizado, que evoluciona ha­
cia unos seres más y más adaptados, etcétera. En cuanto a
la finitud, al desencanto del mundo protector, cada vez
somos más numerosos (al menos en los países democráti­
cos) los que pensamos que la noción de inmortalidad
prometida por las religiones es cuanto menos dudosa.
Por consiguiente, la idea de que la sabiduría consistiría
en aceptar la hipótesis de un orden cósmico dentro del
cual vivirían unos mortales durante un tiempo es más
contemporánea que nunca. He aquí también por qué el
viaje de Ulises, que al pasar del punto de vista de los dio­
ses al de simples mortales describe cómo un ser humano
en particular puede y debe encontrar su lugar en el cos­
mos para alcanzar la vida buena, es aún hoy día plena­
mente válido.
Tratemos de comprender mejor ahora en qué y por
qué: lo que aquí está en juego es la cuestión de la sabidu­
ría de los mortales y, créeme, vale la pena.

173
3. L a sabiduría de U lises
O LA RECONQUISTA DE LA ARMONÍA PERDIDA

P u e s bien, ahora te hablaré del viaje de Ulises, el que


Homero nos relata en la Odisea y que durará al menos diez
años, tras la terrible guerra de Troya. Si tienes en cuenta
que ese conflicto ya ha alejado a nuestro héroe de los su­
yos durante diez largos años, hace al menos veinte años
que Ulises no está «en su sitio», cerca de su familia, allí
donde debería vivir. Ahora bien, él nunca ha querido esta
guerra. Ha hecho todo lo posible para no participar en
ella y sólo por obligación abandona su patria, ítaca, la ciu­
dad de la que es rey, a Telémaco, su hijo aún muy peque­
ño, a su padre, Laertes, y a Penélope, su mujer. Se trata de
una obligación moral, claro, pero no por eso menos gra­
vosa: a pesar de su deseo de quedarse allí donde está su
casa, cerca de los suyos, Ulises no puede por menos que
mantener su compromiso con Menelao, rey de Esparta, a
quien el joven príncipe París acaba de arrebatarle su es­
posa, la bella Helena. Ulises, en el sentido griego del tér­
mino, está «abatido»: le han desplazado de forma violenta
de su sitio natural, del lugar que le pertenece y al que asi­
mismo pertenece, alejado a la fuerza de los que lo rodean
y que constituyen su mundo humano. Sólo tiene un de­
seo, volver a casa cuanto antes, recuperar su lugar en el or­
den del mundo que la guerra ha trastornado. Pero por mul­

175
1a sabiduría de u » mitos

titud de razones su viaje de vuelta resultará increíblemente


arduo y difícil, sembrado de obstáculos y de pruebas casi
insuperables —lo que explica la longitud y duración del
periplo que el héroe tiene que realizar—. Además, todo
se desarrollará en una atmósfera sobrenatural, en un
mundo mágico y maravilloso que no es el mundo huma­
no, un universo poblado de seres demoniacos o divinos,
benévolos o maléficos, pero que de todas formas no son
una muestra de vida normal y, como tales, representan una
amenaza: la de no volverjamás a su estado inicial, ni recu­
perar nunca una existencia humana auténtica.

I. V ista en perspectiva. E l sentido del viaje y la sabiduría


de Ulises: de T roya a Ítaca o del caos al cosmos

Está claro que yo podría contarte una a una las diíéren-


tes etapas del viaje, sin indicarte su sentido. Son lo bastan­
te entretenidas en sí mismas como para leerlas aun sin
entenderlas, y estoy seguro de que te complacerían. Pero
sería una verdadera lástima, te perderías mucho y apenas
tendrían significado. Para empezar porque ya existen de­
cenas de obras, entre ellas las dedicadas a los niños, que
han contado las peripecias del viaje de Ulises. Después y
sobre todo, porque las aventuras del rey de ítaca no ad­
quieren su verdadero relieve más que una vez que se po­
nen en perspectiva a partir de lo que acabamos de ver jun­
tos: la aparición, con la teogonia y la cosmogonía, de una
sabiduría cósmica, de una nueva y apasionante definición
de la vida buena para los mortales, de una «espiritualidad
laica» de la que Ulises es quizá el primer representante en la
historia del pensamiento occidental. Si para los que van a
morir la vida buena es la vida en armonía con el orden cós­
mico, entonces Ulises es el arquetipo del hombre auténtico,

176
La SABIDURIAde U uses o la reconquista de la armonía peruioa

del hombre sabio que sabe lo que quiere y al mismo tiempo


adonde va. Y es por eso por lo que, aunque retrase un poco
el momento del relato —pero tranquilo, que llegaremos a
ello lo antes posible—, voy a proporcionarte algunas cla­
ves de lectura que te permitirán darle su verdadero senti­
do a esta epopeya y percibir toda su hondura filosófica.

Hilo conductor 1. Hacia la vida buena y la sabiduría de los mor­


tales: un viaje que va, como la teogonia, del caos al cosmos

Para empezar, debemos saber que todo comienza por


una serie de fracturas, una sucesión de desórdenes que va
a ser necesario afrontar y calmar. Como en la teogonia, la
historia parte del caos y termina en el cosmos. Ahora bien,
ese caos original posee todo upo de rostros distintos. Para
empezar1, lo primero que salta a la vista es, evidentemen­
te, la propia guerra, situada bajo la influencia de Eris
—como testimonia el episodio de «la manzana de la dis­
cordia» que ya te he relatado al principio del libro—. Este
conflicto es terrible, miles de jóvenes perderán en él la
vida en combates de una crueldad espantosa. En aquella
época, como en nuestros días, la guerra es atroz: no sólo
es sanguinaria y brutal, sino que representa un desarraigo
sin igual para unos soldados llevados a la fuerza lejos de
sus hogares, lejos de toda civilización, de toda dicha, lan­
zados a un universo que no tiene nada que ver con lo que
la vida buena, la vida en armonía con los demás, con el
mundo, debería ser.
Pero una vez ganada por los griegos, gracias en buena
medida al ardid de Ulises con su famoso caballo de made­
ra, la guerra se prolonga en un segundo momento de caos
total, el saqueo de Troya. Digámoslo claramente: llega
muy lejos, demasiado lejos. Es totalmente desmesurado,

177
La sabiduría de io s mitos

marcado con el sello de la hybris más demencial. Los sol­


dados griegos, que han perdido diez años de su vida en
unas condiciones tan espantosas que nunca conseguirán
reponerse, se han vuelto peores que animales salvajes.
Cuando entran en la ciudad asediada, se complacen en
matar, violar, torturar, destrozar todo lo que es bello e in­
cluso sagrado. Áyax, uno de los guerreros griegos más va­
lientes, llegará a violentar a Casandra, hija del rey Príamo
y hermana de París, en un templo dedicado a Atenea. A la
diosa no le hace gracia, pues Casandra es una joven muy
amable. La verdad es que ella lleva también una maldi­
ción funesta que le viene de Apolo. El dios de la música se
ha enamorado de ella y, para ganar sus favores, le otorga
un don maravilloso: el de adivinar el porvenir. Casandra
acepta pero, en el último momento, rehúsa ceder a los
avances del dios... que se lo toma muy a mal. Para vengar­
se, le lanza un terrible sortilegio: siempre podrá adivinar
correctamente el porvenir —lo que está dado está dado, y
no se quita— pero nadie la creerá. Y así, Casandra suplica
a su padre que no deje entrar el caballo de Troya en la
ciudad: en vano, nadie la escucha...
Pero de todos modos ésa no es razón para violarla, y
mucho menos en un templo de Atenea. Y todos los grie­
gos se comportan de la misma manera, de modo que los
Olímpicos, incluso aquellos que como Atenea apoyaron a
los griegos contra los troyanos, se sienten asqueados por
el nuevo caos que se añade inútilmente al que la guerra
por sí misma ya constituye: la grandeza se mide por la ca­
pacidad de mostrarse digno y magnánimo no sólo en la
adversidad, sino también en la victoria —y en este caso los
griegos se comportan de forma muy mediocre—. Senci­
llamente, se comportan como cerdos. Frente a semejante
oleada de hybris, Zeus debe obrar con severidad: desenca­
denará tormentas sobre las naves de los griegos cuando,

178
L a SABIDURIA DE UlJSES O IA RECONQUISTA l)F. LA ARMONÍA PERDIDA

una vez Analizado el saqueo de Troya, quieran volver a sus


casas. Además, para escarmentarlos y hacerles reflexio­
nar, sembrará cizaña entre los jefes, sobre todo entre los
dos reyes más grandes, los dos hermanos, Agamenón, que
ha dirigido los ejércitos durante todo el conflicto, y Me-
nelao, rey de Esparta y marido engañado de la bella Hele­
na enamorada de París... Y he aquí que nos encontramos
con no menos de cinco tipos diferentes de caos que se
acumulan y se añaden unos a otros: la manzana de la dis­
cordia, la guerra, el saqueo, la tormenta y las rencillas en­
tre generales —los dos últimos explican ya por su parte
las primeras dificultades de Ulises para volver a su casa—.
Pero en lo que a él atañe, todavía habrá cosas peores:
como veremos enseguida, en el transcurso de su viaje
atraerá sobre sí el odio eterno de Poseidón al reventar el
ojo de uno de sus hijos, un Cíclope llamado Polifemo.
Ulises apenas pudo actuar de otro modo: el Cíclope, un
monstruo espantoso dotado de un único ojo en medio de
la frente, pasaba el rato devorando a sus compañeros. Ha­
bía que dejarlo ciego para poder huir. Pero Poseidón tam­
bién tiene que defender a sus hijos, aunque sean malva­
dos, y nunca le concederá su perdón a Ulises: cada vez
que tenga oportunidad, hará todo lo que pueda para
amargarle la vida e impedirle regresar a Itaca. Ahora bien,
sus poderes son grandes, muy grandes, y los problemas de
Ulises van a estar en consonancia...
Por último, una forma de caos que Homero menciona
desde el principio de esta historia y que Ulises deberá
afrontar hasta el final, y que no es desdeñable: en su au­
sencia, los jóvenes de Itaca, su patria querida, han sem­
brado un desorden inimaginable en su palacio. Conven­
cidos de que hace mucho tiempo que Ulises ha muerto,
deciden ocupar su lugar no sólo al frente de ítaca, sino
también junto a su mujer, que trata desesperadamente de

179
L a SABIDURÍA DE LOS MITOS

permanecer fiel a sil marido. Les llaman los Pretendien­


tes, porque pretenden el trono y a la vez la mano de Pené-
lope. También se comportan un poco como los griegos
en Troya, como puercos: cada noche van a festejar a casa
de la reina, para su gran desesperación y la de su hijo Te-
lémaco, que es todavía demasiado joven para expulsarlos
él solo, pero la cólera y la indignación presiden su vida de
la noche a la mañana. Los Pretendientes beben y comen
todo lo que encuentran y todo lo que pueden, sin freno,
como si estuvieran en su casa. Poco a poco van merman­
do todas las riquezas que Ulises ha acumulado para los
suyos. Cuando están borrachos cantan, bailan como dia­
blos y se acuestan con las criadas. Incluso hacen proposi­
ciones deshonestas a Penélope; en resumen, son insopor­
tables y la casa de Ulises, lo que los griegos llaman su oikos,
su lugar natural, ha pasado también del orden al caos.
Cuando Ulises reinaba allí, era como un pequeño cos­
mos, un microcosmos, un mundo pequeño y armonioso,
a imagen del que Zeus había instaurado a escala del uni­
verso. Y hete aquí que, tras su partida, todo se pone patas
arriba. Si seguimos la analogía, podemos decir que los
Pretendientes se comportan en la ciudad como «mini-Ti-
fones». Para Ulises, la primera finalidad del viaje consiste
en llegar a ítaca para volver a poner las cosas en su sitio,
para hacer que su oikos, su casa, vuelva a ser un cosmos
—por lo que nuestro héroe es en verdad «divino»—. Por
otro lado, al hablar de él, le llaman a menudo «el divino
Ulises». Al principio del poema de Homero, el propio
Zeus afirma que es el más sabio de todos los humanos,
porque su principal destino es comportarse en la tierra
como el señor de los dioses a nivel del Gran Todo. Aun­
que mortal, es un Zeus pequeño al igual que ítaca es un
mundo pequeño, y el objetivo de su viaje tan penoso,
como de su vida entera, es hacer que la justicia, es decir la

180
La sabiduría de U ijses o la reconquista DE IA ARMONIA PERDIDA

armonía, reine por las buenas o por las malas si hace falta.
Zeus no permanecerá insensible a este proyecto que le
recuerda al suyo. Cuando sea necesario, ayudará a Ulises
durante su regreso hacia el último y terrible combate con­
tra los portadores de caos y desarmonía que son esos Pre­
tendientes repletos de hybris...

Hilo conductor 2. Los dos acollos: dejar de ser hombre (la tenta­
ción de la inmortalidad), dejar de estar en el mundo (olvidar
Itaca y detenerse en el camino)

Ahora sabes de dónde viene y adonde va Ulises: del


caos al cosmos, a escala suya, claro está, que es humana
pero que refleja el orden cósmico. Es un itinerario de sa­
biduría, un camino penoso, tortuoso al máximo, pero
cuyo fin, al menos, está perfectamente claro: se trata de
alcanzar la vida buena aceptando la condición de mortal
que es la de todo ser humano. Ulises, como ya te he di­
cho, no sólo quiere reencontrarse con los suyos, sino tam­
bién volver a poner su ciudad en orden, porque un hom­
bre no es hombre sino en medio de los demás. Aislado y
desarraigado, separado de su mundo, no es nada. Esto es
lo que Ulises dice claramente cuando se dirige al buen
rey de los feacios, el sabio Alcínoo (enseguida veremos
con qué motivo), de quien admira el gobierno armonioso
y la paz que hace reinar en su isla:

El objeto más querido de mis deseos, te lo juro, es esta


vida de todo un pueblo en armonía, cuando en las mansio­
nes vemos a los convidados sentados en largas filas para es­
cuchar al aedo (era costumbre que un narrador, que llamaban
«aedo», cantase historias acompañándose de una cítara, costumbre
que volveremos a encontraren tiempos de los castillos, con los trova­

181
La sabiduría de los mitos

dores)cuando el pan y las viandas abundan en las mesas y cuan­


do yendo a la crátera (así llamaban al recipiente donde metían el
vino puro para mezclarlo con agua) el escanciador viene a ofre­
cer y verter el vino en las copas. Ésa es, a mi parecer, la más
hermosa de las vidas... Nada hay más dulce que la patria y
los padres; ¿de qué sirve, en el exilio, la casa más rica en tie­
rra extranjera y lejos de los suyos? (Odisea, canto IX).

La vida buena es la vida con los suyos, en su patria, pero


esta definición no debe entenderse en un sentido moder­
no, «patriótico» o «nacionalista». No es el famoso «Traba­
jo, Familia, Patria» del mariscal Pétain lo que Ulises ten­
dría, de antemano, en la mente. Su visión del mundo se
basa en la cosmología, no en la ideología política: para un
mortal, una existencia lograda es la que se ajusta al orden
cósmico, donde la familia y la ciudad no son más que los
elementos más evidentes. Al armonizar su vida con el or­
den del mundo, hay infinidad de aspectos personales y
Ulises va a explorarlos casi todos: por ejemplo, hay que to­
marse tiempo para conocer a los demás, a veces para com­
batirlos, a veces para amarlos, para civilizarse uno mismo,
para descubrir culturas diferentes, paisajes infinitamente
diversos, conocer el trasfondo del corazón humano en sus
aspectos menos evidentes, medir nuestras propias limitacio­
nes en la adversidad: en resumen, uno no se convierte en
un ser armonioso sin pasar por una multitud de experien­
cias, que en el caso de Ulises ocuparán un tiempo conside­
rable de su vida. Pero más allá de su dimensión casi iniciáti-
ca en el plano humano, incluso de los aspectos cosmológicos,
esta concepción de la vida buena posee también una di­
mensión propiamente metafísica. Mantiene un lazo muy
profundo con cierta representación de la muerte.
Para los griegos, lo que caracteriza a la muerte es la
pérdida de la identidad. Para empezar, y ante todo, los

182
I.A SABIDURIA DK U lJSFS O LA RECONQUISTA DF. LA ARMONÍA PERDIDA

desaparecidos son los «sin-nombre», incluso «sin-rostro».


Todos los que abandonan la vida se convierten en «anóni­
mos», pierden su individualidad, dejan de ser personas.
Cuando en el transcurso de su viaje (más adelante te con­
taré en qué circunstancias) Ulises se ve obligado a descen­
der a los infiernos donde moran los que ya no tienen vida,
se apodera de él una sorda y terrible angustia. Contempla
con horror a toda esa gente que reside en el Hades. Lo
que le inquieta por encima de todo es la masa indistinta
de esas sombras a las que nada permite identificar. Lo que
le aterra es el ruido que hacen: un sonido confuso, una
algarabía, una especie de rumor sordo en donde ya no es
posible reconocer una voz, y mucho menos una palabra
con sentido. Esa despersonalización es lo que, a ojos de
los griegos, caracteriza a la muerte, y la vida buena debe
ser, en la medida de lo posible y durante el tiempo que se
pueda, todo lo contrario a esa grisalla infernal.
Ahora bien, la identidad de la persona pasa por tres
puntos fundamentales: la pertenencia a una comunidad
armoniosa —un cosmos—. Una vez más, el hombre no es
en verdad hombre más que entre los hombres y, en el exi­
lio, no es nada —es por lo que, además, el destierro de la
ciudad es, en opinión de los griegos, lo mismo que una
condena a muerte, el castigo supremo que se inflige a
los criminales—. Pero hay una segunda condición: la me­
moria, los recuerdos, sin los cuales uno no sabe quién es.
Hay que saber de dónde venimos para saber quiénes so­
mos y adonde tenemos que in a este respecto, el olvido es
la peor forma de despersonalización que pueda conocer­
se en la vida. Es una pequeña muerte dentro de la existen­
cia, y el amnésico, el ser más desdichado de la tierra. Hay
que aceptar la condición humana, es decir, a pesar de
todo, la finitud: un mortal que no acepta la muerte vive
en la hybris, en una desmesura y una forma de orgullo que

183
1<ASABIDURÍAdf. i.os mitos

llevan a la locura. Se toma por lo que no es, un dios, un


Inmortal, como el loco se cree César o Napoleón...
Ulises acepta —ya te he dicho cómo: rehusando la
oferta de Calipso— su condición de mortal. Guarda todo
en su memoria y sólo tiene una idea fija: recuperar su lu­
gar en el mundo y poner su casa en orden. En esto es un
modelo, un arquetipo de la sabiduría de los antiguos.
Pero es también esta perspectiva desde la que hay que
comprender los terribles obstáculos que va a hallar en su
camino. No son sólo, como en una novela policiaca o una
del Oeste, desafíos destinados a poner en evidencia y re­
saltar el valor, la fuerza o la inteligencia del héroe. Se trata
de pruebas infinitamente más profundas, dotadas de un
sentido fuerte y a la vez preciso. Si el destino de Ulises,
como le dice explícitamente Zeus al principio del poema,
es regresar a su casa y poner en orden su ciudad para vol­
ver a hallar su lugar preciso cerca de los suyos, los obstácu­
los que Poseidón le va a colocar no los elige, como si dijé­
ramos, al azar. Se trata de desviarlo de su camino y su
destino, de hacerle perder el sentido de su existencia y de
impedirle alcanzar la vida buena. Los obstáculos que salpi­
can su itinerario son tan filosóficos como el objetivo del
viaje. Pues no hay más que dos formas de conseguir apar­
tar a Ulises de su destino, si al menos se renuncia de entra­
da a matarlo, como hace Poseidón: el olvido y la tentación
de la inmortalidad2. Tanto el uno como la otra impiden
que los hombres sean hombres. Si Ulises olvida quién es,
también olvidará adonde va, y nunca alcanzará la vida bue­
na. Pero si aceptase asimismo la oferta de Calipso, si cedie­
se a la tentación de ser inmortal, dejaría en ese instante de
ser un hombre. No sólo porque se convertiría en un dios,
sino también porque la condición de esta «apoteosis», de
esta transformación en divinidad, sería el exilio: tendría
que renunciar para siempre a vivir con los suyos, a su sitio,

184
L a sabiduría de U ijses o ia reconquista de i a armonía perdida

de modo que lo que perdería sería su propia identidad.


Paradoja que impulsa todo el trayecto del héroe y da senti­
do al conjunto de la epopeya: al aceptar la inmortalidad,
Ulises se convertiría en algo parecido a un muerto. En últi­
ma instancia ya no sería Ulises, el marido de Penélope, el
rey de Itaca, el hijo de Laertes... Sería un exiliado anóni­
mo, un sin-nombre, condenado toda la eternidad a no vol­
ver a ser él mismo, lo que a ojos de un griego es una buena
definición del infierno. Conclusión: la inmortalidad es
para los dioses, no para los humanos, y no es lo que uno
debe buscar desesperadamente en esta vida.
Por eso, lo que amenaza a Ulises a lo largo de todo el
viaje es la pérdida de los dos elementos constitutivos de
una vida lograda: la pertenencia al mundo y la pertenencia
a la humanidad, al cosmos y a la finitud. Ulises se verá sin
cesar amenazado por el olvido: en el país de los lotófagos,
cuyo alimento hace perder la memoria; al pasar junto a las
Sirenas, cuyo canto hace perder la cabeza; al arriesgarse a
ser convertido en cerdo por Circe, la maga; cediendo al
amor de Calipso, de quien Homero nos cuenta explícita­
mente, desde el canto I, que «quiere derramar sobre él el
olvido de su Itaca» cuando él «sólo querría ver elevarse un
día el humo de los fuegos de su fierra...». De nuevo, el olvi­
do amenazará a Ulises en forma de sueños funestos, y estas
pérdidas de conciencia le harán cometer, como verás, terri­
bles errores ante el dios de los vientos, Eolo, o del sol, He­
lios. El olvido bajo todas sus formas, la tentación de aban­
donar su proyecto de vuelta, es lo que le llevaría a renunciar
a encontrar su lugar preciso en el cosmos. Pero la otra ame­
naza no es menor: como acabamos de ver, ceder al deseo
de inmortalidad volvería a Ulises inhumano.
Por eso es absurdo tratar, a toda costa, de localizar so­
bre un mapa las etapas de su viaje. Nunca se ha logrado, y
eso que, por una razón de fondo, podría haberles ahorra­

185
La sabiduría de los mitos

do mucho trabajo a los que piensan que se trata de un viaje


real. El mundo por el que transita Ulises no es un mun­
do real. Claro está que el autor de la Odisea, sea quien sea
—no se sabe con certeza si fue realmente Homero quien
escribió esta obra, o si incluso tuvo varios autores, pero no
importa—, ha mezclado lo real y lo imaginario de modo
que ciertas indicaciones corresponden a lugares muy rea­
les. A veces es posible identificar tal isla, tal ciudad, tal
montaña, etcétera. Pero el sentido profundo del mundo
por el que transita el héroe no tiene nada que ver con la
geografía. Es un mundo imaginario, por no decir filosófi­
co, poblado de seres que no son del todo hombres ni del
todo dioses: como verás, los feacios, los Cíclopes, Calipso,
Circe, los lotófagos, son gente rara, ajena al mundo —en
alemán se diría Weltfremd—, sobrenaturales. El proyecto
de situar el viaje de Ulises sobre un mapa es absurdo, no
tiene interés: no percibe lo esencial, a saber, que durante
un tiempo, precisamente el de su viaje, Ulises ha salido
del cosmos. Está, como quien dice, entre dos aguas, y para
elegir, con toda la valentía, la astucia y la fuerza de las que
sea capaz, deberá volver a ser un hombre de verdad y re­
anudar el contacto con el mundo real.
La última amenaza que pesa sobre él, y que explica el
lado irreal de su periplo y de los seres con los que se cruza,
es, sencillamente, la de no ser ya un humano auténtico, un
mortal, y de no estar ya tampoco introducido en el mundo,
el cosmos. Se trata de esto, no de navegación ni de la guía
Michelin... Ulises escapará a esos dos escollos y Tiresias, el
adivino con el que se cruza en los infiemos, se lo anunciará
de forma suavizada: en primer lugar, volverá a casa, pero
a costa de terribles adversidades, y en segundo lugar, mori­
rá muy viejo, todo lo contrario que Aquiles... Total, que va a
reencontrarse con el hombre y el mundo, la finitud y la
gente verdadera por un lado, Itaca y la realidad de un rin­

186
La sabiduría de Uu s e s o ia reconquista de la armonía perdida

cón del cosmos en el que hay que poner un poco de orden


por otro. En suma, al menos la vida verdadera, la vida bue­
na para los mortales...
Veamos ahora cómo y a qué precio.

II. E l viaje de U lises: once etapas hacia una sabiduría de


MORTAL

En general se diferencian once etapas en el trayecto


que lleva a Ulises de Troya a ítaca, de la guerra a la paz.
Pero en la obra de Homero, en la Odisea, no se presentan
«en orden», según la cronología seguida en realidad por
Ulises, sino en Jlash-back, como se diría en el lenguaje ac­
tual. En el cine, un flash-back es una «vuelta atrás»: en lí­
neas generales, es cuando en un momento dado el relato
cronológico se interrumpe para contar lo que pasó antes,
cómo hemos llegado hasta aquí, al punto en el que esta­
mos. En este caso, la Odisea comienza en el momento en
que Ulises es prisionero de Calipso: es aquí donde se sitúa
el episodio que te he contado nada más empezar, ese en el
que Zeus envía a Hermes a ordenarle a la ninfa que deje
partir al héroe. Y es aquí donde ella le propone la inmor­
talidad y la eterna juventud, y también, y ahora lo sabes,
donde él rechaza esta oferta en apariencia magnífica, pero
en realidad mortal para él. Y asimismo es en este periodo
cuando los Pretendientes en Itaca, muy lejos de Calipso y
de Ulises, devastan su palacio y tratan de arrebatarle su si-
tío al mismo tiempo que su mujer. Pero antes de llegar
aquí, y aunque el viaje no ha terminado del todo, ya han
pasado muchas cosas...
En primer lugar, nos enteramos de que Ulises abando­
na por ñn la isla de Calipso, donde habría pasado una
temporada muy larga —quizá siete años, quizá más, quizá

187
La sabiduría de ix» mitos

menos: en esta isla el tiempo apenas cuenta, pues está si­


tuada fuera del mundo conocido y obedece reglas que no
son las de la realidad ordinaria—. Calipso no puede opo­
nerse a Zeus. Debe obedecer, dejar partir a Ulises. Lo
hace con la muerte en el alma, pues está realmente ena­
morada de él y sabe que se quedará sola. Pero sin embar­
go lo hace con amabilidad. Le proporciona lo necesario
para construir una balsa: un hacha, buenas herramientas,
cuerdas sólidas, madera. Luego le ofrece agua, vino y co­
mida para su futuro viaje. Ulises cree que por fin va a po­
der volver a casa. Pero es olvidar un poco pronto el odio
que le sigue profesando Poseidón desde que, mucho an­
tes de llegar a la isla de Calipso, le reventó el ojo a su hijo,
el Cíclope Polifemo. Desde lo alto del cielo, Polifemo ve a
Ulises remando en «la mar de los peces», como dice siem­
pre Homero... y estalla en una cólera terrible. Compren­
de que sus colegas, los dioses del Olimpo, han aprovecha­
do su ausencia —había ¡do de fiesta al otro lado del
mundo, a la tierra de sus amigos los Etíopes— para deci­
dir en consejo dejar que Ulises vuelva por fin a su casa,
mientras que él hace todo lo posible por impedirlo. Posei­
dón no puede ir contra el resto de los dioses, sobre todo
contra Zeus —si no, seguramente mataría a Ulises—. Pero
a pesar de todo, puede poner su grano de arena y retrasar
en gran medida su proyecto sembrando numerosos obs­
táculos en su camino, cosa que hace desde el principio.
Ya han pasado diecisiete días desde que Ulises aban­
donara la isla de Calipso, diecisiete días que mal que bien
navega en su balsita, cuando Poseidón desencadena la
más terrible tempestad jamás vista. Las olas son gigantes­
cas, el viento infernal. Está claro que los troncos de árbol
que Ulises ha unido pacientemente con cuerdas se sepa­
ran poco a poco: una balsa no está hecha para resistir
una tormenta semejante. Al final, nuestro hombre se ha-

188
La sabiduría de U uses o la reconquista de la armonía perdida

lia encaramado sobre una especie de viga de madera, en


medio de olas desatadas, y tras dos días de horror, sin co­
mer ni dormir, en medio del frío y la sal, comprende que
se va a ahogar sin remedio. Y entonces es cuando Ino,
una divinidad marina, acude en su auxilio: le ofrece un
chal blanco y le dice que se quite sus últimas ropas, que
se cubra el pecho con esta tela y que se sumeija con toda
confianza: no le pasará nada malo. Ulises duda, se pre­
gunta —ponte en su lugar— si no es una estratagema
más, un ardid más de Poseidón para hacerlo desapare­
cer. Pero a pesar de todo, y como en realidad carece de
otro recurso, se lanza. De todas formas, no se pierde nada
por intentarlo.
Sale airoso: acaba llegando sin demasiada dificultad a
una isla magnífica en la que vive un pueblo, los feacios,
cuyos reyes, Alcínoo y Arelé, son personas muy buenas y
acogedoras. De paso hay que decir que durante todo ese
episodio Atenea vela y hace todo lo necesario para que
Ulises salga del apuro sin sufrir daño. Alcínoo y Areté tie­
nen una hija, la encantadora Nausícaa, que debe de tener
unos quince o dieciséis años. Ella recoge a Ulises, que se
halla en un estado espantoso de suciedad y cansancio. Los
cabellos revueltos, el rostro tumefacto, cubierto de mugre
y sal: parece más un espantapájaros que un héroe. Pero
Atenea sigue vigilando. Procura que Nausícaa no se asus­
te y que vea a Ulises como es «de verdad», más allá de las
apariencias desastrosas. Nausícaa hace que lo laven, que
lo vistan decentemente, que lo unjan con un buen aceite
que le devuelva una figura humana... Luego lo conduce
al palacio de su madre, donde lo reciben como a un ami­
go. Alcínoo comprende enseguida que está frente a un
ser excepcional. Incluso le propone la mano de su hija,
Nausícaa, que Ulises rechaza con educación diciendo sen­
cillamente la verdad: su mujer Penélope, su ciudad y su

189
I.A SABIDURIA de los mitos

hijo lo esperan. Pero de nuevo la tentación es grande y la


trampa del olvido casi habría podido funcionar...
Le hacen regalos suntuosos, se organizan juegos, unas
cenas grandiosas, una fiesta magnífica en el curso de la
cual un aedo, esa especie de trovador del que ya te he ha­
blado y sin el cual una fiesta griega no sería digna de ese
nombre, narra precisamente la guerra de Troya. Ulises no
lo soporta. Se echa a llorar y, aunque se oculta, Alcínoo se
da cuenta y no puede evitar preguntarle la razón de esas
lágrimas. En este punto del relato es cuando Ulises desve­
la su verdadera identidad: él es en realidad Ulises, el hé­
roe de la guerra de Troya cuyas hazañas acaba de cantar el
aedo. Todos los asistentes contienen el aliento. El desdi­
chado aedo se calla, obligado ante semejante concurren­
cia. Y le ruegan a Ulises que continúe él mismo el relato:
¿quién mejor que él para narrar sus aventuras?
Aquí es donde comienza el famoso jlash-back, donde la
vuelta atrás nos permitirá llenar los agujeros, saber lo que
de verdad sucedió desde el final de la guerra de Troya
hasta la llegada a la isla de Calipso (sabemos lo de des­
pués, pero de lo anterior aún no sabemos nada...). Ulises
empieza, pues, a contarlo todo ante el rey, la reina y sus
invitados, fascinados por el relato que sigue...
Comienza recordando la situación original, la escena
primigenia en cierto modo: la guerra de Troya acaba de
terminar. El espantoso saqueo ha llegado a su fin, y por su
causa los Olímpicos están furiosos con los griegos. Como
ya te he contado, Zeus les envía una tormenta y siembra la
discordia entre ellos. El regreso de Ulises no puede comen­
zar bajo peores augurios. Tanto que inmediatamente des­
pués de su partida o casi, arriba con sus compañeros a una
comarca hostil, el país de los cicones, un pueblo de guerre­
ros con los que cualquier entendimiento parece imposible.
De nuevo la guerra. Ulises y sus amigos saquean la ciudad

190
La sabiduría de Ul.ISF-S o ia reconquista de la armonía perdida

—como saquearon Troya—, matan y masacran con saña a


sus nuevos enemigos y sólo perdonan a un hombre y a su
familia: un tal Marón, un sacerdote de Apolo. En agradeci­
miento, Marón le regala a Ulises varios odres de un vino
delicioso, absolutamente fuera de lo común, dulce y fuerte
a la vez, que más tarde se revelará muy útil... Pero no nos
anticipemos. Por el momento, Ulises y sus soldados hacen
la fiesta en la playa. Es el descanso de los guerreros, pero
no es prudente. Los pocos cicones que han escapado a la
muerte van a buscar ayuda al interior del país y, en plena
noche, vuelven y caen como águilas sobre los griegos. A su
vez masacran a una gran cantidad. Los supervivientes hu­
yen tan deprisa como pueden. Suben a sus barcos y se apre­
suran a abandonar el país que, decididamente, no les ha
sentado nada bien, salvo el vino de Marón. Seguimos en la
época de los conflictos y el caos.
Sin embargo, hasta aquí todo normal, por así decirlo:
nos enfrentamos a una ciudad de verdad, Troya; a un país
de verdad, el de los cicones; a barcos de verdad; a seres hu­
manos, hostiles y sin embargo «comedores de pan» como
Ulises y sus amigos... Hay caos por doquier, cierto, pero
nada mágico todavía. En la siguiente etapa Ulises saldrá del
mundo real para entrar en el imaginario. Y allí afrontará
obstáculos que ya no son del todo humanos, ni incluso na­
turales, sino, mejor dicho, «sobrenaturales»: su sentido no
se dejará delimitar en materia de geografía ni de estrategia
política o militar, sino de mitología y de filosofía.
Ulises y sus compañeros acaban de hacerse a la mar,
como dice Homero, «con el alma afligida y llorando a sus
amigos, pero a pesar de todo aliviados por haber escapa­
do a la muerte...». Zeus no está contento y siempre por los
mismos motivos: los griegos suman un saqueo a otro, un
desorden a otro, y eso hay que detenerlo. De nuevo des­
encadena una terrible tempestad. Las velas de las naves se

191
La sabiduría de los mitos

rasgan por la tremenda fuerza del viento. Tienen que


continuar a remo —los barcos de aquella época utiliza­
ban ambos medios de propulsión—. Día y noche, Ulises y
sus hombres reman con todas sus fuerzas... hasta que por
fin llegan de nuevo a tierra firme. Allí, abatidos de can­
sancio, permanecen dos días y dos noches sobre la arena,
sin poder hacer otra cosa más que dormir y tratar mal que
bien de recuperarse. Luego, el tercer día, vuelven a po­
nerse en camino, pero debido a las olas, las corrientes y el
viento que se ha levantado, se extravían. No tienen la me­
nor idea de dónde se encuentran. Están totalmente per­
didos, sin medios para orientarse, y con razón: Zeus los ha
llevado a un paraje que está fuera del mundo. Esto nos
hará comprender la naturaleza de la isla a la que llegarán
al cabo de diez días, extenuados una vez más.
Se trata de una isla cuyos habitantes son personas muy
raras. No comen pan, ni carne, como los humanos norma­
les, sino que sólo se alimentan de un manjar, una flor: el
loto. Por esta razón les llaman «lotófagos», lo que en grie­
go quiere decir sencillamente «comedores de loto». No
busques en un diccionario para ver de qué vegetal se trata:
no lo encontrarás. Es una flor imaginaria, maravillosa, una
especie de dátil que además posee una particularidad muy
notable: quien lo prueba pierde en el acto la memoria. To­
talmente. Se vuelve por completo amnésico y no se acuer­
da de nada. Ni de dónde viene, ni qué hace allí, y menos
aún hacia dónde va. Es feliz así y ya está. Eso le basta. Claro
que el contraste entre esta flor, tan bonita como deliciosa,
y la amenaza terrible que representa para Ulises es total. Si
alguna vez tiene la desgracia de tragar aunque sólo sea un
bocado, todo su destino se tambaleará: ya no querrá volver
a su casa, ni siquiera se le ocurrirá, y así es cómo se le esca­
pará de las manos la posibilidad de una vida buena. Ade­
más, tres de sus compañeros ya lo han experimentado y el

192
La sabiduría de U lises o la reconquista de la armonía perdida

resultado es calamitoso. Son casi irrecuperables. No dejan


de sonreír con cara de bobos, dichosos de vivir por fin el
presente, y no quieren ya ni oír hablar de volver a su casa.
Como nos dice bellamente Ulises:

Tan pronto como uno de ellos prueba esos frutos de


miel, no quiere regresar ni informar; todos querrían que­
darse con estos comedores de dátiles y, colmados de esos
fnitos, aplazar para siempre la fecha de regreso... Tuve que
llevarlos a la fuerza, deshechos en lágrimas, y encadenarlos
tumbados bajo los bancos, en el fondo de sus navios. Luego
ordené a mis fieles compañeros que se apresuraran a em­
barcar. ¡A bordo y a los remos! Tenía miedo de que, si co­
mían esos dátiles, los demás olvidasen también la fecha del
retomo (Odisea, canto IX).

Los lotófagos son, sin duda, encantadores, dulces y


amables como su flor, pero Ulises sabe muy bien que aca­
ba de escapar por los pelos y que la peor de las amenazas
no es a la fuerza la que imaginamos: puede tener un ros­
tro amable y la dulzura de la miel. Así que ha vuelto a la
mar, aliviado por haber salido tan bien librado. Sin em­
bargo, la etapa siguiente le reserva una prueba terrible.
Tras algunos días de navegación a remo, Ulises y sus com­
pañeros llegan a la isla de los «Ojos redondos», llamados
también «Cíclopes».
Al igual que los lotófagos, se trata de seres aparte, pero
mucho menos simpáticos. Ni hombres ni dioses: son in­
clasificables. Veamos cómo los describe Ulises en el relato
que hace ante Alcínoo y Areté:

Son unos brutos sin fe ni ley, que tienen tanta confianza


en los Inmortales que no plantan ni labran la derra con sus
manos. Sin trabajo ni semillas, el suelo les proporciona todo,

193
La sabiduría de ijos Mrros

cebada, trigo, viñedos y vino de gruesas uvas que los aguace­


ros de Zeus engordan para ellos. En su país no hay agora
que juzgue o delibere; pero en lo alto de sus montes o en el
interior de sus cavernas, cada uno, sin ocuparse del próji­
mo, dicta su ley a sus mujeres e hijos (Odisea, canto IX).

Está claro que esa gente, como los lotófagos, no es pro­


piamente humana. ¿La prueba? Ni cultivan la tierra, ni tie­
nen leyes. Sin embargo, tampoco son dioses, pero nos en­
teramos de pasada de que éstos les protegen y, según parece,
de forma muy eficaz puesto que no tienen que trabajar
para vivir... Estamos en ese mundo neutro, intermedio en­
tre el de los hombres y los bienaventurados, que va a carac­
terizar todo el viaje de Ulises desde que sale del mundo
real, tras el sangriento combate con los cicones, hasta que
regresa a Itaca. La isla de los «Ojos redondos» rebosa de
alimentos. Los compañeros de Ulises van de caza y vuelven
cargados de víveres con los que llenan las bodegas de sus
naves. Todos se disponen a partir pero Ulises, y éste es un
rasgo esencial de su carácter, es un hombre que siente cu­
riosidad por los demás. No sólo es astuto; es inteligente y
su deseo es adquirir nuevos conocimientos y experiencias
que lo enriquezcan y amplíen su horizonte intelectual. Así
pues, se dirige a sus compañeros en estos términos;

Fiel tripulación, el grueso de nuestra flota permanecerá


aquí; pero me llevaré mi navio y mis hombres; quiero tan­
tear a estas gentes y saber lo que son, unos bandidos sin jus­
ticia, un pueblo de salvajes, o gente acogedora que respeta a
los dioses (Odisea, canto IX).

Como ves, la expedición que lleva a cabo no tiene otro


fin que el conocimiento, lo que nos permite observar otra
faceta de la sabiduría griega: un imbécil no sabría alcan­

194
La sabiduría de U uses o la reconquista de la armonía perdida

zar la vida buena, y si el objetivo final es hallar su sitio en


el orden cósmico, su realización conlleva un recorrido
que ofrece al ser humano la ocasión de ampliar y desarro­
llar su visión del mundo y su comprensión de los seres
que lo habitan. Esta curiosidad sana, sin embargo, no está
exenta de peligro, como nos demostrará desgraciada­
mente el encuentro de Ulises con el Cíclope Polifemo.
Con una tripulación de doce hombres muy escogidos,
Ulises visita la isla. Y allí descubre una caverna elevada a la
que dan sombra unos laureles: es a la vez la morada del
Cíclope y el establo donde sus rebaños de cabras y ovejas
se cobijan con él durante la noche:

Aquí era donde nuestro monstruo humano tenía su mo­


rada. Aquí vivía solo, apacentando sus rebaños, sin tratar a
nadie, siempre apartado y sin pensar en otra cosa que no
fuera el crimen. ¡Ah, monstruo sorprendente! No se pare­
cía nada a un buen comedor de pan, a un hombre, sino más
bien a un pico cubierto de bosque que se destaca sobre la
cima de los montes... (Odisea, canto IX).

En efecto, Polifemo es alto como una montaña. Con su


único ojo en medio de la frente y su fuerza titánica, es
sencillamente terrorífico y Ulises empieza a preguntarse
si, al final, la curiosidad no es un mal defecto... Pero quie­
re saber a qué atenerse. Al ver que Polifemo no está en
casa, que su morada está vacía —el Cíclope ha llevado a
pastar a sus rebaños a los campos cercanos—, entra con
sus compañeros en la cueva del monstruo. Precisión im­
portante: ha tomado la precaución de llevar con él las
doce ánforas del delicioso vino que Marón, el sacerdote
de Apolo, le ha regalado por haber tenido la bondad de
respetar su vida y la de su familia. La caverna rebosa de ali­
mentos: estantes plagados de quesos deliciosos, establos lle­

195
lj v SABIDURÍA DE tos MITOS

nos a reventar de corderitos, recipientes de metal reple­


tos de leche... Los compañeros de Ulises sólo tienen una
idea en la cabeza: apoderarse de todas esas vituallas y huir
deprisa sin más. Pero Ulises quiere saber quiénes son esas
criaturas extrañas y no abandonará la caverna sin haber
visto a Polifemo, para su desdicha y sobre todo para la de
sus compañeros que van a perder la vida en condiciones
atroces. Porque Polifemo es un verdadero monstruo.
Ulises y sus amigos se instalan y se disponen a esperar. Al
caer la noche encienden una gran fogata. Se calientan y
comen algunos quesos para pasar el rato. Cuando regresa y
ve semejante espectáculo, Polifemo empieza por infringir
todas las leyes de la hospitalidad. En la casa de los griegos,
al menos en la de los que «comen pan y respetan a los dio­
ses» como verdaderos humanos, la costumbre quiere que
primero ofrezcan de comer y beber a sus huéspedes antes de
hacerles cualquier pregunta. Polifemo les hace sufrir un in­
terrogatorio: quiere saber sus nombres, enterarse de quié­
nes son, de dónde vienen. Ulises se da cuenta de que el en­
cuentro nene mal cariz. En lugar de contestarle, pide
hospitalidad a Polifemo. De paso le recuerda, como una
amenaza encubierta, el respeto debido a los dioses. El Cíclo­
pe se troncha de risa: no le importan los dioses, ni siquiera
Zeus, el más eminente de todos. Según dice, él y sus seme­
jantes son mucho más fuertes. Y uniendo el gesto a la pala­
bra, coge por las piernas a dos de los compañeros de Ulises y
les aplasta de cabeza contra el suelo. Antes de que sus sesos
dejen de esparcirse, los despedaza miembro a miembro y se
hace la cena con ellos... Luego se duerme tranquilamente.
Asqueado y con el alma rota por el disgusto y el senti­
miento de culpabilidad —su curiosidad ha sido lo que ha
arrastrado a sus compañeros a la muerte—, Ulises piensa
primero en matar a Polifemo con su espada. Pero cambia
de opinión. El Cíclope, que como te he dicho posee una

196
La sabiduría de Uuses o la reconquista de la armonía eerdida

fuerza inimaginable, ha bloqueado la entrada de la cueva


con una roca enorme y, ni siquiera reuniendo todas sus
fuerzas, Ulises y sus amigos serían capaces de moverla ni
un centímetro. Si consigue matar al Cíclope, Ulises per­
manecerá para siempre prisionero en su cueva. Así que
hay que encontrar otra solución. Pasan la noche, atroz, a
la espera de un mañana que se anuncia espantoso. Y lo es,
en efecto. Para desayunar, Polifemo, siguiendo el mismo
ritual sangriento, devora otros dos hombres de Ulises.
Después, tranquilamente, sale con sus corderos sin olvi­
darse de cerrar cuidadosamente la puerta de la gruta con
el enorme bloque de piedra. Imposible huir. Ulises re­
flexiona. Y se le ocurre una idea. Junto a uno de los esta­
blos ve en el suelo una viga de madera, una especie de
maza de olivo del tamaño de uno de los mástiles de su
barco, y con sus hombres se apodera de ella. La tallan en
punta con sus espadas, como si fuera un lápiz enorme.
Una vez que la estaca está bien afilada, la ponen al fuego
para endurecerla y calentarla al máximo...
Polifemo vuelve por fin y, como de costumbre, sacrifi­
ca a otros dos nuevos tripulantes para cenar. Ulises, como
segunda parte de su plan, le ofrece entonces el vino, néc­
tar delicioso pero de alta graduación, que le ha regalado
Marón y que ya te he dicho que un día le sería de gran
utilidad. El Cíclope, que no ha bebido nada mejor en su
vida, se toma una tras otra tres o cuatro cráteras bien lle­
nas, lo que hace que ahora esté completamente borracho.
Le pregunta a Ulises su nombre, prometiéndole que, si
contesta, le hará un sunuioso regalo. Ulises inventa sobre
la marcha una historia, tercera y última parte de su estra­
tagema: se llama «Nadie», outis, palabra que en griego re­
cuerda inevitablemente al término metis, astucia, a la que
se parece mucho... El Cíclope, cínico, le anuncia el regalo
en el que piensa: ya que Ulises le ha dicho su nombre,

197
La sabiduría df. i os mitos

«Nadie», le hará un gran favor: a él se lo comerá el último.


Y con una gran risotada, el Cíclope se tumba y se duerme
enseguida para digerir el vino y la carne humana que se
acaba de comer...
Ulises y sus compañeros vuelven a poner la estaca a ca­
lentar. Ahora está dura como el bronce y puntiaguda
como una lanza. La madera se pone al rojo, es hora de
actuar. Con la ayuda de sus compañeros, Ulises agarra su
nueva arma y la hunde en el ojo del monstruo haciéndola
girar. La escena vira al horror: la sangre brota y borbotea,
las pestañas se carbonizan, el Cíclope aúlla. Se arranca la
estaca y busca desesperadamente a los culpables para ex­
terminarlos... sin dar con ellos, porque ahora está ciego
del todo, y te imaginas que los otros se hacen pequeños,
se esconden y permanecen en silencio en los rincones
más ocultos de la caverna. Por mucho que hace, Polifemo
no consigue ponerle la mano encima a ninguno de ellos.
Entonces empuja la roca y abre la puerta para pedir soco­
rro. Grita con todas sus fuerzas. Sus hermanos acuden en­
seguida y le preguntan qué le pasa: ¿lo han herido con
engaño o con fuerza? ¿Y quién? Polifemo responde, des­
de luego, que ha sido con engaño... y «Nadie», como cree
que se llama Ulises. Los otros le toman la palabra. No en­
tienden nada: «Si nadie te ha herido —le dicen—, enton­
ces nada podemos hacer por ti. ¡Arréglatelas solo!».
Abandonado por todos, Polifemo se instala delante de
la entrada de su gruta, decidido a no dejar salir a nadie,
precisamente, y a vengarse de la forma más terrible. Pero
Ulises ha pensado en todo. Ha trenzado cuerdas y ata a
los corderos de tres en tres. Los hombres se deslizan de­
bajo, se agarran con fuerza a sus vientres, y así franquean
la salida sin despertar la atención del gigante... Entonces
todos echan a correr lo más rápido que pueden hacia el
barco que los espera al pie de la montaña.
Ia sabiduría de U uses o ia reconquista de ia armonía perdida

Ulises, sin embargo, no quiere que la cosa quede así.


No puede dejar de gritarle su odio a Polifemo: si no le
dice quién es, el castigo no será perfecto. Es necesario
que el Cíclope sepa quién lo ha vencido. En su carrera
hacia la salvación, Ulises se detiene, se gira y grita en di­
rección a Polifemo: «Sepas, pobre imbécil, que soy yo,
Ulises, y no “Nadie” quien al cegarte te ha dado el castigo
que merecías»... Es un error. Ulises no debería haber ce­
dido a esta forma insidiosa de hybris que es la jactancia.
Habría hecho mejor callándose, partiendo sin decir nada
más, como sus compañeros le suplicaban que hiciera.
Pero hay que decir que se debe a su identidad como a la
niña de sus ojos: después de todo, ella es lo que está en
juego a lo largo de este viaje. El monstruo arranca la cima
de una montaña y la lanza en dirección de la voz que aca­
ba de escuchar... A punto está de destruir la nave. Pero lo
peor es que invoca a su padre, Poseidón. Le suplica que
castigue a su vez al descarado que ha osado burlarse de
uno de sus hijos. Veamos en qué términos (te los indico
porque marcan bien el perfil de los obstáculos que espe­
ran a Ulises a partir de ahora):

¡Oh, señor de la tierra! (Poseidón esel dios del mar, pero reina
también en la tierra porque le pertenecen todos los ríos y también
puede provocar terremotos con su tridente). ¡Oh, dios de azul ca­
bellera, oh. Poseidón, escucha! Si es verdad que soy tu hijo,
si aspiras al título de padre, haz por mí que ese ladrón de
Ilion (nombre griego de la ciudad de Troya), ese Ulises, hijo
de laertes, que reside en ítaca, no vuelva jamás a su casa. O al
menos, si la suerte le permite volver a ver a los suyos y su ex­
celsa morada, en la tierra de sus padres, haz que tras pasar
muchas calamidades, en una nave prestada y privado de to­
dos sus compañeros, vuelva para encontrar la desdicha en
su hogar (Odisea, canto IX).

199
SABIDURIA DE IX » M rro s

Y, en efecto, tal es el porvenir que espera a Ulises. Volve­


rá a su casa, es verdad, pero tras haber sufrido mil calami­
dades. Todos sus compañeros, sin excepción, encontrarán
la muerte. Su navio naufragará, y regresará a ítaca en un
barco que le prestan los feacios, y allá encontrará (de nue­
vo se cumplirá el deseo de Polifemo) el desorden más to­
tal... Según la expresión en adelante canónica, Ulises y los
suyos vuelven al mar «con el alma afligida, contentos de
escapar a la muerte, pero llorando a sus amigos...».
Te resumo rápidamente las cuatro etapas siguientes,
que tú mismo podrás leer muy fácilmente.
Ulises llega primero a casa de Eolo, dios del viento, que
le da la bienvenida. Con la mejor voluntad le hace un re­
galo de lo más valioso: un saco de piel, hermético, que
guarda en su interior todos los vientos desfavorables para
su viaje. Está claro que Ulises no tiene más que dejarse
llevar por los vientos que subsisten todavía por encima del
agua: como son suaves y todos van en la buena dirección,
está convencido de que llegará sano y salvo a (taca. No se
puede ser más amable. Ulises lo agradece con lágrimas en
la voz, y vuelve a la mar, apretando contra él el magnífico
regalo. Pero sus marineros, que no hilan muy fino, se ima­
ginan que se trata de un tesoro que Ulises quiere guardar
para él solo. Comidos por la curiosidad, aprovechan un
momento de descuido del héroe —el sueño ha vencido a
Ulises— para abrir el saco en el preciso momento en que
se avistan las costas de ítaca. ¡Maldición! Los vientos con­
trarios salen fuera y, sin poderlo evitar, la nave pierde su
rumbo y se aleja de la isla. Ulises está loco de ira y, sobre
todo, terriblemente decepcionado. Todo es culpa suya,
no debía haberse dormido, dejar de vigilar: ceder al sue­
ño es una forma de olvido, olvido de sí y del mundo, tran-

200
La SABIDURIAde U usfs o la reconquista de ia armonía perdida

sitorio, es cierto, fiero suficiente para que todo vuelva a


ser un drama. Por mucho que Ulises suplique a Eolo
cuando retrocede hasta su isla, el dios de los vientos no
quiere saber nada: si Ulíses tiene tan poca suerte seguro
que es porque un dios poderoso tiene algo contra él y
ante eso no hay nada que hacer...
Y así es cómo Ulises y sus compañeros están de nuevo
perdidos, por completo extraviados. Al cabo de seis días
agotadores y por azares del viaje, llegan a otra tierra, el
país de los lestrigones. En esa época de su viaje, Ulises to­
davía está al mando de una flota importante de varías na­
ves que se detendrán en una ensenada resguardada que
forma un pequeño puerto natural donde todo parece es­
tar en calma. Por prudencia, Ulises toma la precaución
de dejar su propio barco aparte, en una cala, atado a las
rocas por medio de sólidas amarras. Envía a tres hombres
a hacer un reconocimiento. Al acercarse a la ciudad, ven a
una joven, a decir verdad una especie de giganta, que está
sacando agua de un manantial. Aunque muyjoven, es tan
alta como un platanero adulto. Es la hija del rey del lugar,
Antifates el Lestrigón, y les propone conducirlos al pala­
cio de su padre. Allí los desdichados conocen a los padres,
dos seres monstruosos, altos como montañas. Antifates
no se anda por las ramas. Atrapa a uno de los marineros y
le hace sufrir la misma suerte que había reservado Polife-
mo a los amigos de Ulises: le estampa la cabeza contra el
suelo y lo devora crudo. Estos gigantes, como dice Home­
ro, no son «comedores de pan». Está claro que no son
humanos, sino monstruos, y hay que huir a toda prisa.
Pero es demasiado tarde. Todos los gigantes del pueblo
que domina el puerto en el que están anclados los navios
han acudido, y reclaman también su parte de carne fres­
ca. Agarran enormes bloques de piedra y los lanzan con­
tra las naves, aplastando a los hombres y destrozando más-

201
La sabiduría de i .os mitos

tiles y cascos. La matanza es espantosa. Todos los barcos


son destruidos en un momento y los marineros que había
en ellos son devorados allí mismo. Solamente Ulises esca­
pa con su barco y los pocos supervivientes. Al ver el horri­
ble espectáculo corta las amarras con su espada y se hace
a la mar a toda velocidad, con el alma destrozada, conten­
to de escapar a la muerte, pero llorando a sus amigos, se­
gún la expresión de Homero que, decididamente, se vuel­
ve repetitiva...
Varios días más de navegación y otra isla aparece en el
horizonte. Ulises sigue sin saber dónde está, pero necesi­
tan víveres, agua y alimentos. Toman la decisión de llegar
hasta allí. Ulises y sus marineros, abatidos de cansancio,
pasan dos días con sus noches reponiendo fuerzas. Se
quedan en la playa, sin visitar la isla. Al tercer día, Ulises
el curioso no aguanta más: envía a algunos marineros a
hacer un reconocimiento. A lo lejos ve salir humo de la
chimenea de una casa. Al aproximarse, encuentran al
borde del camino lobos y leones en libertad. Aterroriza­
dos, echan mano a su espada preparándose para un ata­
que, pero no les ocurre nada. Es más, esos animales, en
general salvajes, tienen unos ojos, una mirada podríamos
decir, muy extraños: profundos y suplicantes, de aspecto
humano. Mansos como perritos, acuden a frotarse contra
las piernas de los amigos de Ulises, que no creen lo que
están viendo. Continúan su camino y oyen una voz mag­
nífica, mágica, que sale de la casa.
Es la voz de Circe, la hechicera, la tía de Medea, otra
hechicera que después encontraremos en otras historias.
Circe se aburre un poco, sola en su isla. Le gustaría mu­
cho tener compañía, y sobre todo poder conservarla. Invi­
ta a los marineros a sentarse y les ofrece una bebida. Nun­
ca lo hubieran hecho. Se trata de una poción mágica que
inmediatamente transforma en animales a los que la be­

202
La sabiduría oe U uses o ia RF.I^ONQl'lSTA de la armonLa perdida

ben. Un golpe de varita mágica y ya tenemos a los amigos


de Ulises convertidos en cerdos. Circe los conduce ama­
blemente a la cochiquera donde les da comida para cer­
dos: agua y algunas bellotas. Su parecido con los cerdos es
absoluto, aunque en su interior siguen siendo humanos.
Conservan su alma y para ellos es un verdadero espanto
verse reducidos a su nuevo estado. Y al mismo tiempo
comprenden de golpe la mansedumbre de los lobos y de
los leones con los que se cruzaron en el camino: es evi­
dente que se trata de seres humanos que Circe ha conver­
tido en animales de compañía.
Por suerte, Euríloco, uno de los marineros, se ha olido
la trampa. Ha rehusado beber la mixtura que le ofrecía
Circe. Escapa y corre a toda velocidad a buscar a Ulises, a
quien relata todo lo que ha visto. Ulises coge su lanza y su
espada y se pone inmediatamente en camino para liberar
a sus compañeros. Es muy valiente, pero hay que decir
que no tiene ni idea de cómo lo conseguirá. Como siem­
pre que la dificultad se hace insuperable, el Olimpo se
despierta. Hermes, el mensajero de Zeus, interviene.
Ofrece a Ulises un antídoto, una hierba que si la toma
enseguida, le volverá inmune a los encantos de Circe.
Además le da unos consejos: cuando vea a Circe tiene que
beberse la poción. No le pasará nada. Entonces Circe com­
prenderá quién es. Deberá levantarse y amenazarla con su
espada como si quisiera matarla. Ella liberará a sus com­
pañeros y les devolverá su figura humana, pero a cambio,
invitará a Ulises a compartir su lecho y hacer el amor con
ella. Deberá aceptar, pero con una condición: que jure
por el Estige que nunca intentará perjudicarlo.
Todo sucede como está previsto, y como Circe es subli­
me —es una especie de divinidad, como Calipso—, Ulises
se aficiona, con lo cual se queda un año entero en sus bra­
zos, haciendo el amor, bebiendo, comiendo, durmien­

203
La sabiduría de los mitos

do... Cada día vuelve a empezar la misma historia. Lo que


lo acecha de nuevo, sin duda ya lo has comprendido, es la
tentación del olvido. Circe hace lo posible para que no
piense en nada, sobre todo en Penélope y en Itaca, para
que se quede con ella, calentito en su lecho. Una vez más
Ulises bordea la catástrofe —una catástrofe muy dulce,
cierto, pero no menos calamitosa—. Por una vez serán sus
marineros quienes lo saquen del atolladero. Comienzan a
estar hartos, a impacientarse, ellos, que no tienen a Circe
para ocuparse de ella todas las noches... Van a ver a Ulises
y le obligan a ponerse en marcha.
Contra todo pronóstico, Circe se toma las cosas bastante
bien. Después de todo, no se puede conservar un amante a
la fuerza y si Ulises quiere regresar a toda costa, que regre­
se. Esto es más o menos lo que se dice. Ulises organiza los
preparativos de la partida, pero sigue sin saber dónde se
encuentra, y no tiene ni la menor idea de qué tendría que
hacer para llegar a su isla. Circe lo ayudará, pero el consejo
que le da estremece: tendrá que hallar la entrada del reino
de Hades, el reino de los muertos, y llegar a él para consul­
tar a Tiresias, el adivino más famoso. Sólo él podrá decirle
a Ulises lo que le espera en la continuación de su viaje y
cómo retomar su camino... Ni que decir tiene que a Ulises
no le entusiasma la siniestra perspectiva que le ofrece la
hechicera. Pero no hay nada que hacer y tiene que ir.
Y aquí se sitúa la famosa estancia de Ulises en el Hades,
lo que habitualmente llamamos «Nekya». No insistiré en
la angustia que asaltó a Ulises a la vista de ese pueblo de
sombras del que se eleva un griterío permanente, tan con­
fuso como siniestro. Una vez más, lo que caracteriza a los
muertos —y aterroriza al héroe— es que han perdido su
individualidad. Para darles un poco de vida, para que
vuelvan a tomar color y empiecen a hablar, sólo hay un
medio: tras haber sacrificado un carnero, es necesario

204
La sabiduría de lUjSESO LARE<X>NQUISTAde la armonía perdida

que beban un vaso de sangre fresca. Así es cómo consigue


Ulises mantener una conversación con Tiresias y luego
con su madre, Anticlea, a la que trata en vano de besar:
cuando intenta abrazarla, sólo abraza el vacío. Los muer­
tos no son más que sombras que no tienen nada de real.
Y también es aquí donde Aquiles le hace la terrible revela­
ción, reduciendo a la nada los milagros del heroísmo gue­
rrero: preferiría mil veces ser esclavo y estar vivo en un
pueblo pequeño, que ser un héroe glorioso en el reino de
los muertos. Como ya te he dicho, Tiresias le informa
de que acabará por llegar a casa, pero después de haber
visto morir a lodos sus compañeros y hundirse su nave. El
final del viaje está asegurado, pero el trayecto se anuncia
fatal, todo por culpa de Poseidón que quiere vengar el ojo
reventado de su hijo...
Los episodios que siguen son tan conocidos, se han rela­
tado tantas veces, que no serviría de nada volver a resumir­
los. Hay que leerlos, sobre todo en el texto original antes
que en las innumerables versiones edulcoradas que encon­
tramos en los libros para niños. Es un inmenso placer.
Ulises y sus compañeros empiezan por enfrentarse a
las Sirenas, esas mujeres-pájaro (y no peces como a menu­
do se cree) cuyo canto es tan seductor que se vuelve mor­
tal: su encanto irresistible atrae inexorablemente a los
marineros hacia los arrecifes donde naufragan. Bajo una
apariencia de lo más atractiva, son temibles, como atesti­
gua el hecho de que están siempre rodeadas de rocas pla­
gadas de huesos blanqueándose y de carne pudriéndose.
Un detallé llama la atención: para proteger a sus marine­
ros, Ulises les tapona las orejas con cera. Así no corren
peligro de ceder al sulfuroso encanto de las mujeres-pája­
ro. Pero en cambio él, como en el caso de Polifemo y Cir­
ce, quiere saber, cueste lo que cueste: su ansia por cono­
cerlo todo, por probarlo todo, permanece intacta. Así que

205
L a SABIDURIA DK LOS MITOS

se hace atar al mástil y ordena a sus hombres que aprieten


sus ataduras si le diera la locura de dejarse seducir. Por
supuesto, el canto de las Sirenas no le deja indiferente. Al
cabo de algunos minutos lo hubiera dado todo por reu­
nirse con ellas, pero esta vez sus hombres han comprendi­
do. Como prometieron, aprietan más las cuerdas que re­
tienen a su jefe atado al mástil y, finalmente, todo acaba
sin problemas. Ahora Ulises es el único hombre que co­
noce el canto de las Sirenas y que sigue con vida, así como
uno de los pocos que ha visitado el Hades una primera
vez antes de volver un día.
Tras una segunda estancia muy breve en la isla de Cir­
ce, que completa las palabras de Tiresias y le da algunos
consejos más, Ulises vuelve a hacerse a la mar. Ahora vie­
ne el episodio de las «Planetas», las rocas móviles que
aplastan a los barcos que allí se aventuran, tanto más ho­
rribles cuanto que a su alrededor se esconden seres pavo­
rosos: Caribdis, un monstruo femenino cuya boca es tan
enorme y voraz que engulle todo lo que encuentra en los
parajes, provocando un gigantesco torbellino permanen­
te. Se puede evitar adentrándose en el mar, pero allí uno
cae sobre Escila, otro monstruo femenino cuyo cuerpo es­
pantoso termina en seis horrorosas cabezas de perro. Se­
guro que de ellos nace la expresión «caer de Caribdis en
Escila»*. Seis marineros de Ulises son atrapados por las
cabezas y hallan una muerte atroz en las fauces de Escila.
La predicción de Tiresias comienza a cumplirse y Ulises
se da cuenta del peligro de volver solo al hogar.
Para reponer fuerzas llega a la isla del dios Helios, el
sol. Está poblada de bueyes magníficos. Pero son anima­
les sagrados que pertenecen a Helios y está terminante-

* Esta expresión francesa sería la equivalente en español de «Salir


de Málaga para entrar en Malagón». [N. delaT.J

206
La sabiduría de U iases o la reconquista de la armonía perdida

mente prohibido tocarlos. Su número posee un valor cós­


mico: es igual al número de días que componen un año.
Ycomo Helios lo ve todo, sería absurdo abandonarse. Circe
les ha proporcionado víveres, que se contenten con eso.
Pero un viento del sur impide a la tripulación continuar
su ruta durante más de un mes. Los marineros, escasos de
comida, no aguantan más. Una noche que Ulises se va a
dormir mientras ellos están en vela —y este sueño simbo­
liza de nuevo la tentación del olvido— sus hombres come­
ten lo irreparable: asan una hermosa vaca, luego otra, y se
dan un festín. El olor del humo despierta a Ulises, que
acude. Demasiado tarde; sólo puede constatar el desastre.
Da la orden de hacerse a la mar pero, por supuesto, Zeus
casdga a los culpables. De nuevo desencadena una horri­
ble tempestad y todos los amigos de Ulises hallan en ella
la muerte. Sólo él sobrevive agarrado a un trozo de made­
ra. La deriva lo lleva a la isla de Calipso, la encantadora
ninfa que lo mantendrá prisionero durante años.
Y así se cierra el círculo: nos encontramos en el punto
de partida del relato. Ulises se acabará marchando de la
isla de Calipso y llegará a la tierra de los feacios en las con­
diciones que conocemos, para finalmente partir hacia Ita-
ca, donde Atenea le ayudará hasta el final a masacrar a los
Pretendientes, a encontrar a su hijo, a su mujer y a su pa­
dre, así como a poner orden en su oikos, su casa y su rei­
no... Llegados a este punto, abandonamos los episodios
del viaje que quería contarte.
Dos consideraciones más a guisa de conclusión, para
subrayar el alcance filosófico de este viaje iniciático: una
sobre la «nostalgia» real o imaginaria de la obra de Ho­
mero, y otra sobre la seducción que Ulises ejerce a su alre­
dedor, y especialmente sobre las mujeres.

207
t-A SABIDURÍA de los mitos

¿Se puede hablar de «nostalgia» ? Yen caso afirmativo,


¿en qué términos?

¿Podemos, como hemos hecho a menudo a propósito


de la Odisea, hablar de «nostalgia» para caracterizar las
motivaciones de Ulises? A primera vista, podríamos tener
la tentación de hacerlo. La propia palabra posee una con­
sonancia griega ya que está formada a partir de nostos, que
viene de nesthai, «volver», «regresar a casa» —palabra de
la que deriva el nombre Néstor, «el que vuelve a casa vic­
torioso»— y de algos, el sufrimiento: la nostalgia es el de­
seo doloroso de volver a casa. ¿Yno es exactamente eso lo
que anima a Ulises? ¿Una voluntad furiosa, pero contra­
riada, de volver al punto de partida, «al país», o por ha­
blar como los románticos alemanes, maestros por exce­
lencia de la nostalgia, bei sich selbst, junto a uno mismo?...
Más rale, sin embargo, ser muy prudentes y no dejar­
nos embaucar por la magia de las palabras. En primer lu­
gar, porque el término no pertenece al vocabulario de los
griegos. En la Odisea no lo hallaremos en parte alguna, ni
por otra parte en ningún texto antiguo. Y con razón: lo
foijará, mucho más tarde, en 1678, un médico suizo ape­
llidado Harder, para traducir un término destinado a ga­
nar una importancia creciente en el transcurso de los si­
glos, y especialmente en el xix: Heimweh, cuyo equivalente
en español contemporáneo es «el mal del país» (la expre­
sión no aparecerá hasta el siglo xix, pero en el xvill ya se
habla de «la enfermedad del país»). Si abandonamos la es­
fera de la filología y la historia para elevarnos a la de la fi­
losofía, vemos que en realidad existen tres formas muy
diferentes de nostalgia que el hermoso libro de Kundera
que llera ese nombre no siempre distingue. Primero te­
nemos la nostalgia puramente sentimental, la que lamen­
ta todas las dichas perdidas, sean cuales sean, el núcleo

208
La sabiduría de U lises o la reconquista de ia ARMONIA perdida

familiar, las vacaciones de la infancia, los amores pasa­


dos... Todos la padecemos antes o después. Luego tene­
mos la nostalgia histórico-política, la «reaccionaria» en el
sentido mismo de la palabra, que incita todas las «Restau­
raciones» y se expresa de buena gana en una lengua
muerta, por ejemplo en la expresión latina laudator tempo-
ris acli, que le da título también a un bonito librito3 y que
podríamos traducir como «elogio del tiempo pasado» o,
más sencillamente, «era mejor antes», de los tiempos de
la Atlántida, antes de la civilización moderna, de la indus­
tria, las grandes ciudades, el individualismo, la polución,
el capitalismo, etcétera. Bajo esta óptica es cuando en la
Alemania y la Suiza del siglo xix los románticos constru­
yen aiinas antiguas en el fondo de sus jardines antes que
simétricas avenidas como las de Versalles. Con ello les
gusta evocar la idea de que los buenos tiempos eran los de
antes, los de las civilizaciones en las que los humanos eran
más y estaban mejor que ahora: más nobles, mejor educa­
dos, más grandiosos, más valientes, etcétera. En fin, aun­
que el término sea impropio, anacrónico más bien, tene­
mos la nostalgia de los griegos, la de Ulises, que es ante
todo cosmológica y que contiene una expresión que tomo
prestada de un gran filósofo, Aristóteles: phusis arche kiné-
seos, «la naturaleza es el principio del movimiento», es de­
cir, que, como en la Odisea, nos movemos para reencon­
trar el lugar natural del que hemos sido injustamente
desplazados (Itaca); para el héroe, el objetivo del viaje
será recuperar su concordancia perdida con el cosmos.
No es el amor lo que mueve a Ulises —nunca ha visto
a Telémaco y hace mucho que ha olvidado a Penélope, a
quien por lo demás no deja de engañar en cuanto se pre­
senta la ocasión—. Y mucho menos es un proyecto de res­
tauración política lo que le anima: si quiere poner su casa
en orden, no es por combatir no sé qué decadencia instau-

209
L A SABIDURIA Df. IXÍS M ITOS

rada por alguna revolución o visión moderna del mundo.


No, lo que mueve a Ulises en profundidad es el deseo de
volver a su país, de estar en armonía con el cosmos, pues
dicha annonía vale más que la misma inmortalidad que le
promete Galipso. Dicho de otro modo, si acepta su condi­
ción de mortal no es para ir a peor, sino para vivir mejor.
Como ya te he dicho, la opción de inmortalidad que le fue
propuesta lo habría despersonalizado alejándolo de los
demás, del mundo, y finalmente de él mismo. Porque él
no es eso, no un amante de Galipso que traiciona a los su­
yos, ni un ser que olvida su patria, que acepta vivir donde
sea, en medio de la nada, con una mujer a la que no ama
verdaderamente... No, Ulises no es eso. Y para ser lo que
realmente es tiene que aceptar la muerte, no como una
resignación sino, al contrario, como un motor: el que lo
empuja a toda costa a reencontrar su punto de partida. Así
es cómo el sabio debe vivir la construcción cosmológica
que hasta ahora no habíamos considerado más que desde
el punto de vista de los dioses. Y por eso éste es el primer
rostro de la sabiduría para los mortales, de la espirituali­
dad laica que la mitología griega va a legarle a la filosofía,
por así decirlo. Y hay que reconocer que esta sabiduría que
Ulises, sin duda el primero en la literatura, llega a encar­
nar a la perfección posee un gran encanto.

El pensamiento ensanchado o la seducción de Ulises

Sabemos que es muy astuto. También sabemos que es


vigoroso, hábil, valeroso. Todo esto es impresionante.
Pero hay más, mucho más: Ulises es un hombre, «uno de
verdad», como se dice en las novelas rosas, que ni es in­
mortal ni ha olvidado su mundo, sabio, lleno de experien­
cia y, por esto mismo, increíblemente seductor. Ulises, ya

210
La sabiduría df. U u sts O LAreconquista de ia ARMONIA perdida

te lo he dicho, es de natural curioso. Le gusta compren­


der, saber, conocer, descubrir países, culturas, seres dife­
rentes a él. Desde las primeras líneas de la Odisea, sabe­
mos que no es sólo «el hombre de las mil argucias» como
dice Homero, ni el «saqueador de Troya». Posee en grado
sumo lo que Kant llama el «pensamiento ensanchado»: la
curiosidad por el prójimo, esa voluntad constante de en­
sanchar el horizonte que le lleva al desastre en el país de
Polifemo, el Cíclope, pero que, al final, hace de él un ver­
dadero humano, un hombre al que ninguna mujer se re­
siste porque es sólido y tiene mil cosas que contar.
Un día, una periodista brasileña me hizo una pregunta
que, de golpe, me pareció extraña. Como yo estaba ha­
blando del famoso «pensamiento ensanchado», mencio­
nando a Ulises y a Hugo, me preguntó por qué, después
de todo, era tan importante a mis ojos «ensanchar el pen­
samiento». Me hizo observar que en la playa de Copaca-
bana, junto al lugar en donde hablábamos, había muchos
jóvenes, musculosos y despreocupados, bronceados y di­
chosos por vivir su vida como un juego inocente e ince­
sante: ¿por qué apartarlos de sus agradables diversiones?
Y sobre todo, admitiendo que encontrase una respuesta,
lo cual es imposible, ¿cómo convencerles de que abando­
nasen la playa y los juegos para sumergirse en la lectura
de Homero, o que ensanchasen su horizonte con cual­
quier viaje, aunque fuese intelectual? Inmediatamente se
me ocurrió la respuesta que sin duda habrían dado Ulises
o Hugo: ninguna mujer puede vivir mucho tiempo con
un niño mimado, que no sabe nada ni tiene nada que
contar. Si es muy joven y muy guapo, le gustará llevárselo
a la cama, como hacen las ninfas con los compañeros de
Ulises. Pero con una diosa como Circe o Calipso, con una
mujer hecha y derecha como Penélope, hará un papelón.
Es la razón por la que Ulises suplanta a todos los Preten­

211
I J i SABIDURÍA DE LOS MITOS

dientes, a todos esos jóvenes ricos y, sin duda, también jó ­


venes y bellos, no sólo con astucia y vigor —que le vienen
de los dioses— sino por la seducción del hombre cabal,
que sale de él, de su viaje y sus adversidades, de lo que
supo hacer de ellos y nada más. Ulises habría podido ser
eternamente joven, bello y fuerte. No olvides que es con
pleno conocimiento, tras haber visto la muerte de cara,
que ha elegido envejecer, porque dicha suerte, por muy
calamitosa que sea, es la condición para acceder a esa hu­
manidad que es lo único que puede convertir a un hom­
bre en un ser realmente singular y, por eso mismo, encan­
tador. Además la elección de Ulises, aun siendo el más
sagaz, es valiente en grado sumo. No todos son capaces, y
la sabiduría, como hemos visto a través de las adversida­
des que ha padecido a lo largo de su viaje, no se otorga de
golpe. De ahí, sin duda, la tentación de la hybris, la pen­
diente a la desmesura y el orgullo que nos hace creer que
sería posible elevarlo al rango de dios sin haber hecho
nada para merecerlo. Y como verás dentro de un instante,
los griegos no perdonan este defecto...

212
4 . H y b r is : e l c o s m o s a m e n a z a d o c o n u n a
VUELTA AL CAOS (O CÓMO LA CARENCIA
DE SABIDURÍA ECHA A PERDER LA EXISTENCIA
DE LOS MORTALES)

Y a he tenido ocasión de señalarte que en el frontispicio


del templo de Delfos, uno de los monumentos más famosos
erigidos a la gloria de Apolo, estaban grabados en la piedra
unos proverbios que llevaban mensajes fundamentales de
la sabiduría griega. Al menos dos de ellos siguen siendo cé­
lebres: «Conócete a ti mismo», que figura en sitio preferen­
te, al lado de su doble, en apariencia más enigmádco, pero
que en realidad significa lo mismo: «Nada en exceso». Como
también te dije de pasada, con el correr de los años el sentí-
do de estos mensajes se ha vuelto confuso y en la actualidad
a menudo nos equivocamos acerca de su significado autén­
tico. Nuestros contemporáneos siempre tienden a «psicolo-
gizar» la mitología, a interpretar las lecciones de sabiduría
antigua en un sentido moderno con ayuda de esquemas psi-
coanalíticos. Sencillamente es un error. Se cree que el signi­
ficado de la famosa «Conócete a ti mismo», esa frase que
uno de los principales padres fundadores de la filosofía, Só­
crates1, ha adoptado también como lema principal de su
pensamiento, es que existe mucho interés en saber quié­
nes somos o, como se dice en la jerga de los psicólogos, en
«sacar el inconsciente a la luz si se quiere avanzar en la vida
sin temor a la vuelta de lo reprimido». En realidad, en el
mundo griego, esta sentencia no tiene ninguna relación
La sabiduría de los mitos

con ese tema contemporáneo. Y es importante restablecer


su significado auténtico, original, no por pedantería, sino
porque, como observarás dentro de un momento, propor­
ciona un hilo conductor muy valioso, a decir verdad indis­
pensable para comprender toda una serie de grandes mitos
antiguos que voy a narrarte ahora.
Al principio, la expresión posee en la cultura griega un
alcance evidente, incluso para los humildes ciudadanos:
hay que saber quedarse en su sitio, no «creérselo» como
se dice todavía en nuestros días para referirse a alguien
orgulloso, arrogante, que se toma por quien no es. Ade­
más, existe otra locución que le va como anillo al dedo,
relacionada también con la metáfora espacial: se «¡jone a
alguien en su sido» cuando se le da una «buena lección»,
cuando se le «bajan los humos». Al igual que «nada en
exceso», la expresión invita a los hombres a encontrar su
justa medida en el orden cósmico para protegerse de la
hybris, ese arquetipo de la falta de sabiduría, esa vanidad o
esa desmesura que desafía a los dioses y, a través de ellos,
al orden cósmico, pues todo es uno. Para los mortales, la
hybris conduce siempre a la catástrofe, y esta catástrofe
anunciada es la que presentan los mitos que nos van a in­
teresar ahora.
El primer modelo de la hybris, el primer ejemplo de un
comportamiento que pierde la mesura, ya lo hemos visto
juntos: nos lo proporciona la historia de Prometeo. En
cierto modo es el prototipo de todos los relatos que nos
traen de manera edificante los desastres que causa este
defecto supremo a los ojos de los griegos, pero que dejan
entrever también las tentaciones que suscita. Porque, des­
de luego, si los mortales pecan de hybris es que encuen­
tran en ello algo tentador... Prometeo es el primer casti­
gado a causa de la arrogancia y el orgullo, y con él los
hombres. Hemos visto cómo —por Pandora, la mujer

214
HYBJUS: E l. COSMOS AMENAZADO CON UNA VUELTA AL CAOS

«que quiere siempre bastante más»— y por qué: porque


con el fuego, las artes y las técnicas, armas que les ha dado
Prometeo después de robárselas a Hefesto y Atenea, los
seres humanos se arriesgan a no estar en su lugar preciso,
a creerse un día iguales a los dioses. Ahí está para los grie­
gos la diferencia entre el hombre y el animal. Acuérdate
de que cuando Epimeteo pone en orden las especies vi­
vas, cuando distribuye las cualidades y los atributos que
les permitirán sobrevivir, se ve que cada animal tiene un
lugar muy preciso en el orden del mundo. En los anima­
les no es posible la hybris, ya que les guía el instinto común
a su especie y no existe el peligro de que no se hallen en
su lugar. No puede uno imaginar que un conejo o una os­
tra se rebele contra su destino y decida ir a robar el fuego
o las artes a los dioses. Al contrario, los hombres están do­
tados de un tipo de libertad, de una capacidad de exceso
que sin duda los hace más interesantes que los animales
—son capaces de tantos ardides y artimañas...— pero tam­
bién capaces de todo, incluida la hybris más demencial.
Muchos siglos después, volveremos a encontrar en la
humanidad moderna esta misma convicción de que al
contrario que los animales, que tienen cada uno un modo
de vida muy preciso del que les es imposible evadirse, el
hombre no viene determinado al principio, lo es todo en
potencia, puede llegar a ser y hacer lo que sea. Es el ser
de los posibles por excelencia, el que simboliza el hecho de
que, precisamente en el mito de Epimeteo y a diferencia
de los animales, al principio está como quien dice «com­
pletamente desnudo»: no tiene una piel como la del oso
o el perro para protegerse del frío, ni un caparazón como
la tortuga o el armadillo para defenderse de los rayos del
sol; tampoco es ágil ni rápido en la carrera como el cone­
jo, ni está equipado de garras y dientes como el león. En
suma, el hecho de que al principio esté despojado signifi-

215
1.a sabiduría de los mitos

ca que deberá inventarlo todo por sí mismo si quiere so­


brevivir en un universo a pesar de todo tan hostil como es
el mundo posterior a la edad de oro. Aunque no se diga
explícitamente, el mito entraña un poder de invención,
una cierta forma de libertad si con ello queremos decir
que el hombre no está aprisionado como el animal en un
papel que desde el principio y para siempre ha impuesto
Epimeteo a todas las especies. Ahora bien, esta libertad es
lo que está en el origen de la hybris: sin ella, el hombre no
podría salir de su sitio, de la condición que le habrían im­
puesto. No podría cometer faltas y es precisamente la his­
toria de estas faltas, que suscitarán en los dioses el acto de
«volver a poner en el sitio», la que narran los grandes mi­
tos de la hybris.
Por tanto, el ser humano es por excelencia el que pue­
de ir demasiado lejos. Puede hacer una locura o ser pru­
dente. Puede elegir. Tiene acceso a una diversidad infini­
ta de modos de vida: al principio nada le dice si debe ser
médico, carpintero, albañil o filósofo, héroe o esclavo. Al
menos en parte, la decisión es suya, y es este tipo de elec­
ción lo que hace que la juventud constituya un momento
fundamental, pero difícil. Y es evidente que esta libertad
es lo que lo expone al peligro de desafiar a los dioses, in­
cluso de amenazar el cosmos entero. Por otro lado es lo
que le reprocharán los ecologistas mucho después de que
los filósofos y los poetas griegos hayan condenado los per­
juicios de la hybris: la humanidad es la única especie que
puede arrasar la fierra, ya que es la única que dispone de
una capacidad de invención y de rebelión contra la natu­
raleza que podría trastornar el universo. De nuevo, es di­
fícil imaginar a los conejos o a las ostras destruyendo el
planeta y aún menos inventando los medios para pertur­
barlo. Pero en cambio, desde que Prometeo le concedió
las ciencias y las artes, la humanidad está en condiciones

216
limas: EL COSMOS AMENAZADO CON UNA VUELTA AL CAOS

de hacerlo. De ahí que el orden cósmico que los dioses


protegen se vea amenazado en todo momento.
¿Pecado de orgullo en el sentido cristiano del térmi­
no? Sin duda, pero no únicamente. En ciertos aspectos, la
hybrisva mucho más lejos: no se limita a un defecto subje­
tivo, a una imperfección que podría afectar a tal o cual
persona y volverla mala. Mucho más allá del simple peca­
do de orgullo o de concupiscencia del que nos habla el
cristianismo, la persona posee esa dimensión cósmica que
acabo de mencionar: siempre puede perturbar el orden
del mundo, hermoso y justo, que Zeus ha construido con
tanto esfuerzo en su guerra contra las fuerzas del caos.
Y cuando los dioses castigan la hybris ante todo se trata de
esto: sencillamente, intentan conservar la armonía del
universo contra la locura de los hombres. En todo caso de
algunos. Por esta razón, la mitología griega rebosa de his­
torias que nos cuentan los terribles castigos de los que son
víctimas los mortales que tienen la osadía de desafiar los
mandamientos de prudencia que los dioses les han ense­
ñado. No es sólo una cuestión de obediencia, como en el
discurso clerical de costumbre2, sino de respeto o de preo­
cupación por el mundo.
Un último comentario antes de entrar en el meollo de
la cuestión. Sin duda porque en tiempos de los antiguos
griegos todo el mundo debía comprender desde el prin­
cipio el sentido verdadero, esas historias de hybris se enla­
zan a veces de una manera un poco brusca, sin fiorituras
ni esfuerzos especiales de imaginación literaria. Como si
cayeran por su propio peso y cualquier lector u oyente
percibiera el significado enseguida sin necesidad de insis­
tir. El guión es el mismo en todo momento: un mortal, a
veces un monstruo o incluso una divinidad secundaria, se
cree lo bastante fuerte como para salirse de su papel y me­
dirse con el Olimpo, y siempre se le vuelve a poner en su

217
La sabiduría u r los mitos

sitio con una brutalidad sin fallo, disuasoria para todos


los que fueran tan estúpidos de querer arriesgarse a co­
meter una falta semejante. Sin fallo porque a través del
castigo divino el cosmos recupera sus derechos. Las ver­
siones escritas de estos relatos que han llegado hasta no­
sotros son a menudo muy pobres y se atienen a una trama
bastante básica: en ella se representa la rebelión de la hy-
bris contra el cosmos, luego la victoria aplastante de este
último en estado, como quien dice, químicamente puro,
sin adornos. Es el caso de los mitos de Ixión3, Salmoneo4,
Faetón5, Otón y Efialtes6, Níobe7, Belerofonte8, Casiopea9
y tantos otros del mismo modelo. A título de ilustración
—y porque algunos son muy célebres y es bueno que los
conozcas— te indico la trama de estas historias en las no­
tas al final del libro y, llegado el caso, las obras donde las
puedes encontrar con más facilidad. Pero hay que tener
también presente que, como en el caso de los cuentos de
hadas, por la noche en los hogares, los narradores, profe­
sionales o aficionados, debían poner su granito de arena,
dar aliento y emoción añadiendo detalles, haciendo que
la acción cobre nueva vida, como lo hicieron a su manera,
evidentemente grandiosa, los escritores de tragedias que
se han dedicado a otorgar a algunos de estos mitos sus tí­
tulos de nobleza.
Por fortuna, no obstante, otros relatos forjados sobre
el tema de la hybris nos han sido transmitidos en versiones
ya desarrolladas que van mucho más allá del punto de vis­
ta literario y filosófico. Constituyen verdaderos dramas
acompañados de lecciones de sabiduría ricas y profundas,
trágicas o cómicas, que además se han enriquecido con el
paso del tiempo. Ya hemos podido ver una muestra con
el mito de Midas. Voy a contarte otros que valen la pena y
que a menudo se comprenden mal, ocultos como están la
mayor parte del tiempo actual bajo los oropeles de la mo­

218
HrñfUS: ELCOSMOS amenazado con una vuelta al caos

ral cristiana o simplemente burguesa, incluso de la psico­


logía contemporánea, sin que nuestros mitógrafos mo­
dernos se den cuenta siquiera de que les hacen perder su
sabor original y su significado auténtico. Hay que volver­
los a colocar en el cuadro cosmológico y filosófico origi­
nal que es de verdad el suyo y que ahora empiezas a cono­
cer bien. Sin embargo, los más ricos se refieren a la cuestión
de la relación de los mortales con lo que sin duda les es­
pera, a saber, precisamente la muerte.

I. H is t o r ia s d e h y b r i s : e l c a s o d e A s o l e p io ( E s c u i a p i o ) y

SÍSIFO, «LOS BURLADORES DE LA MUERTE»

En este conjunto de anécdotas que nos cuentan los sin­


sabores a los que se exponen los mortales que pecan de
desmesura, las que representan «los burladores de la
muerte», a saber, los que como Sísifo y Asclepio tratan de
escapar a la finitud humana recurriendo a su inteligencia
—a la astucia o a las artes—, ocupan un lugar destacado
que merece toda nuestra atención. No sólo el valor litera­
rio de estos mitos es superior en general, sino que su
dimensión cósmica y su posteridad son considerables. Por­
que de nuevo, como en el caso de Midas, nos las tene­
mos que ver con seres que no se contentan con ser arro­
gantes, como si sólo sus defectos personales estuvieran en
juego, sino que en realidad amenazan el ordenamiento
del cosmos. Empecemos por el fundador de la medicina,
Asclepio (el Esculapio de los latinos). Los relatos del mito,
a veces muy divergentes, nos instan a dar prioridad a las
versiones que son compatibles entre ellas. En este caso,
para lo esencial, voy a seguir los relatos de Píndaro y de
Apolodoro: salvo algunas variantes en el fondo poco im­
portantes, se completan de un modo bastante coherente

210
I.A SABIDURIA DF. LOS MITOS

para que pueda pensarse que pertenecen a una tradición


común.

Los orígenes del mito de Frankenstein: Asclepio (Esculapio),


el médico que devuelve la vida a los muertos

La vida del pequeño Asclepio comienza de una mane­


ra más violenta de lo normal. Es uno de los hijos de Apo­
lo, y te recuerdo que no es sólo el dios de la música, sino
también de la medicina. Apolo, como les ocurre tan a me­
nudo a los dioses, se enamora de una mortal arrebatadora
de nombre Coronis. Te darás cuenta, de paso, de que a
los dioses les gustan en especial las mortales. No es que
sean más hermosas que las diosas. Es incluso todo lo con­
trario: la belleza de estas últimas es infinitamente supe­
rior a la de los humanos, sean quienes sean. Pero ahí está
la razón: cuando se trata de feminidad, los dioses son sen­
sibles a las imperfecciones ligadas a la finitud, sensibles al
hecho de que la belleza de las mujeres es efímera. La pa­
radoja es que eso les da un encanto enorme, algo precio­
so, infinitamente conmovedor, una fragilidad que no se
encuentra nunca en los Inmortales y que hace que se ena­
moren. Por eso, Apolo se vuelve loco por Coronis.
Si la ha seducido o forzado, no se sabe. Como a los dio­
ses no se les resiste nada, es de suponer que consigue
compartir el lecho de su amada. Y de sus amores nacerá el
pequeño Asclepio. Hasta aquí todo normal. Pero las cosas
se van a echar a perder pronto. Al parecer, Coronis no
está enamorada de Apolo. Ella prefiere, audacia suprema
que su propio padre desaprueba, a un simple mortal, un
tal Isquis, con el que se casa. Apolo siente que esta boda es
un verdadero insulto: ¿cómo es que su amante se atreve a
tener la desfachatez de preferir a un vulgar humano antes

220
HrBRIS: H . «XJSMOS AMENAZADO o o n u n a v u elta a l c a o s

que a un dios? Sin contar con que Apolo pasa por ser el
más hermoso de todos los Olímpicos...
¿Cómo se ha enterado Apolo de que era un «cornu­
do», que lo engañaban, todo hay que decirlo, como a un
cualquiera? Aquí las historias varían. Según algunas, des­
cubre el pastel gracias a su arte bien conocido para la adi­
vinación. Pero según Apolodoro, Apolo ha enviado a un
cuervo, o para ser más exactos a una corneja (en griego,
coroné, nombre que se parece mucho al de su enamora­
da...) para vigilar a la bella Coronis, y el ave viene a infor­
mar a su amo de lo que ha visto: a unos fogosos Isquis y
Coronis haciendo el amor. Aturdido por los celos, Apolo
empieza por castigar al mensajero volviéndolo negro; se­
gún este mito, los cuervos y las cornejas eran blancos
como las palomas antes de este episodio lamentable. Te
aconsejo que medites sobre esta lección que sigue siendo
válida hoy día: esto puede parecer injusto, pero a menu­
do es el portador de una mala nodcia el que se lleva los
reproches, aunque él no tenga la culpa. Primero, porque
no puede evitarse la sospecha de que en mayor o menor
medida se alegre en secreto del disgusto que provoca; y
luego, sin ese dichoso pájaro, Apolo habría podido seguir
viviendo feliz o al menos tranquilo, porque sobre todo en
materia de amor se sufre por lo que se sabe y lo que se ig­
nora apenas hace daño... Abstente de ser el primero o la
primera en propagar las malas noticias. Esto es algo que
no se perdona.
Sea como fuere, Apolo no se conforma con castigar a
la desdichada corneja. Coge su arco y sus flechas —ya sa­
bes que, de todos los dioses, él y su hermana inelliza Arte-
mis, diosa de la caza, son los arqueros más hábiles— y
atraviesa a Isquis y Coronis, que pronto expiran entre
sufrimientos atroces. Pero Apolo se acuerda de que su
amante está embarazada de él, que lleva su bebé. Según el

2 2 1
La SABim.'RtA DE LOS MITOS

rito funerario griego, se debe incinerar el cuerpo de los


difuntos después de haberlos velado y de haberles coloca­
do unas monedas de plata sobre los ojos o en la boca para
pagar al barquero de los infiernos, Carón te. Nada más po­
ner a Coronis sobre la pira y en cuanto el fuego empieza a
prender y las llamas a lamer su cuerpo, Apolo espabila.
Enseguida arranca al bebé del vientre de Coronis —se­
gún algunos será Hermes el encargado de esta tarea in­
grata— y se lo confía al educador más grande de todos los
tiempos: el Centauro Quirón, hijo de Crono, hermanas­
tro de Zeus, sabio entre los sabios que ya ha educado a
personas tan famosas como Aquiles, el héroe de la guerra
de Troya, o Jasón, el que conducirá la expedición de los
Argonautas en busca del vellocino de oro. Una referencia
incomparable en materia de educación. Se afirma incluso
que Quirón es el que enseñó medicina a Apolo. En todo
caso, él es quien enseñará al que llegará a ser el padre
de esta arte y, si nos creemos la leyenda, el médico más
grande de todos los dempos.
Ya te habrás dado cuenta, y esto es importante para
comprender la continuación de la historia, que hay una
especie de semejanza entre el nacimiento de Asclepio y el
de Dioniso: ambos son arrancados del vientre de su ma­
dre cuando ya estaban muertas, consumidas por el fuego.
Se puede decir que Asclepio, si no nació dos veces, al me­
nos fue salvado de la muerte in extremis, a imagen de Dio­
niso, que saldrá del muslo donde lo metió Zeus para con­
tinuar la gestación. Desde el principio, su existencia está
situada bajo el signo del renacimiento, de la victoria casi
milagrosa de la vida sobre la muerte.
Y esto es lo que marcará el arte de Asclepio como mé­
dico. No sólo llega a ser un cirujano sin parangón, sino
que, como si fuera un dios, se convertirá en un verdadero
salvador. Se dice que recibió de Atenea un regalo que le

222
H ra m : o . cosmos amenazado con una vuu .i a al caos

permitirá realizar el sueño secreto de todo médico: el don


de resucitar a los muertos. Atenea es la diosa que, junto
con Hermes, ayudó a Perseo a combatir a Medusa, la es­
pantosa y terrorífica Gorgona que en una fracción de se­
gundo puede petrificar —en sentido literal: transformar
en piedra— a todo aquel cuya mirada se cruce con la de
sus ojos mágicos. Perseo acaba de cortar la cabeza de Me­
dusa y en el momento en que exhala el último suspiro
de su cuello sale Pegaso, el caballo alado, mientras que de
sus venas abiertas fluyen dos líquidos. De la vena izquier­
da sale un veneno violento que mata a cualquier humano
en unos segundos; de la derecha, lo contrario, un reme­
dio milagroso que tiene la facultad de resucitar a los
muertos. Provisto de este valioso viático, Asclepio empie­
za a curar a los vivos, pero también a los difuntos, con to­
das sus fuerzas. Hasta el punto de que Hades, señor de los
infiernos que reina sobre los muertos, se queja a Zeus de
que ve disminuir su clientela de manera preocupante.
Como en el caso de Prometeo, que robó el fuego y las ar­
tes a Atenea, la idea de que los hombres puedan igualarse
a los dioses empieza a inquietar a Zeus: en efecto, ¿cuál
sería la diferencia entre ellos si los primeros se dotan por
sí mismos de los medios para volverse inmortales como
los segundos? Si se les deja, es el propio principio del or­
den cósmico, empezando por la distinción cardinal entre
mortales e inmortales, lo que se verá perturbado.
Estamos en presencia de la primera versión de un mito
que ya te he mencionado, el de Frankenstein. Al igual que
el doctor Frankenstein, Asclepio ha logrado, con la ayuda
de Atenea, cierto —que desempeña aquí un papel análo­
go al de Prometeo—, ser el señor de la vida y de la muerte.
Es como quien dice el igual de un dios, arrogancia supre­
ma a los ojos de un cristiano para quien la vida es privativa
del único Ser supremo, pero hybris absoluta para un grie­

223
La sabiduría de los mitos

go en la medida en que no son sólo los dioses los que es­


tán amenazados, con todo el respeto y la obediencia que
se les debe, sino todo el orden del universo. Trata de ima­
ginar un poco qué sería de la vida en la tierra si nadie más
muriese. Pronto no habría suficiente sitio para alojar y ali­
mentar a todo el mundo. Peor aún, las relaciones familia­
res se verían perturbadas: los niños estarían en plano de
igualdad con los padres, el sentido de las generaciones se
difuminaría y finalmente todo estaría patas arriba...
Preocupado por esta perspectiva, Zeus recurre como
de costumbre a los grandes métodos: sencillamente, ful­
mina a Asclepio; Píndaro pretende, aunque nadie sabe si
creerlo, que en realidad era venal, que le animaba el afán
de lucro y que se hacía pagar fortunas por reanimar a los
muertos. Pero es un detalle. Lo esencial es que Zeus deci­
de que es hora de volver al orden. Como siempre, inter­
viene para garantizar la perpetuidad del cosmos, pues es
evidente que en este mito de Esculapio, burlador de la muer­
te, se trata ante todo de eso. Cuando se entera de la reac­
ción de Zeus, Apolo se vuelve loco de tristeza y de cólera,
pues amaba a su hijo como lo demuestra el que se hubiera
preocupado por su educación confiándosela a Quirón.
Apolodoro cuenta que para vengarse mata a los Cíclopes,
es decir, acuérdate, los que habían regalado el rayo a
Zeus para ayudarle a ganar su combate contra los Titanes
y lograr establecer el orden cósmico. Otros pretenden
que no son los Cíclopes a los que Apolo da muerte, ya que
son inmortales, sino a sus hijos. Sea como fuere, Zeus
no aprecia las rebeliones sucesivas de Apolo. Decide me­
terlo en vereda y planea encerrarlo en el Tártaro, justo
como los Titanes. Pero Leto, la madre de los mellizos di­
vinos, Apolo y Artemis, interviene. Suplica a Zeus que
tenga clemencia y Zeus conmuta su pena por un año de
esclavitud: también Apolo ha pecado de hybris, de arro­

224
llYBRR: EL COSMOS AMENAZADO CON UNA VUELTA AL GAOS

gancia y de orgullo. Tiene que volver a aprender a ser


humilde y a respetar al rey de los dioses. Para ello, nada
mejor que un año guardando el rebaño de un simple hu­
mano, uno llamado Admito, al que además hará grandes
favores...
Sin embargo, Zeus se siente obligado a ser justo y quie­
re rendir homenaje al talento de Asclepio: después de
todo sólo trató de hacer el bien a los humanos; no ha co­
metido una falta grave, al menos no de forma intenciona­
da. Así pues, Zeus lo inmortalizará transformándole en
una constelación, la del Serpentario, que quiere decir «el
que lleva la serpiente». Fíjate bien que, a pesar de todo,
Asclepio ha logrado ver realizado en él lo que a partir de
ahora le estará prohibido aportar a los demás. Conoce lo
que los griegos denominan una «apoteosis», término que
en sentido literal quiere decir una «divinización», una trans­
formación en dios (apo= hacia y théos- dios). Por esta ra­
zón no sólo le consideran el fundador de la medicina, sino
el dios de los médicos. Y aún hoy día se representa casi
siempre a Esculapio con una serpiente en la mano, y su
cetro, formado por una serpiente enroscada en un bastón
también llamado «caduceo», sigue sirviendo de símbolo a
los que ejercen esa arte difícil.
Tal vez te preguntes: ¿por qué una serpiente y cuál es la
historia de este famoso caduceo que puede verse todavía
en los parabrisas de los coches de los médicos en Francia
y, aunque algo distinto (enseguida te diré por qué), en los
escaparates de las farmacias? No está de más que te hable
un poco sobre ello, pues este símbolo fue objeto de tantas
confusiones que un poco de claridad no vendría mal.
En la mitología griega existen, en realidad, dos cadu­
ceos distintos de los que solamente uno se relaciona con
la medicina, pero que a veces los han confundido a lo lar­
go del tiempo.

225
La sabiduría de nos mitos

La palabra «caduceo» viene del griego kérukeion, que


significa «cetro del heraldo», no en el sentido del héroe
que gana las batallas y realiza proezas, sino del heraldo que
anuncia las nuevas, como Hermes, el mensajero de los
dioses. El primer caduceo lleva su nombre puesto que es
el emblema del dios Hermes. Está constituido por dos ser­
pientes que se entrelazan alrededor de un bastón corona­
do por dos pequeñas alas. Aquí los mitos divergen entre
ellos. Según algunos, Apolo habría intercambiado con
Hermes su cetro de oro por una flauta que este último
habría inventado después de la lira. Según otros, al ver
Hermes un día a dos serpientes peleando —¿o haciendo
el amor?— habría lanzado un bastón (¿la varita mágica
de Apolo?) entre los dos reptiles para separarlos. Enton­
ces las serpientes se habrían enroscado alrededor de esta
vara y Hermes sólo habría añadido las alitas, que son su
propia marca porque le permiten atravesar el mundo a
toda velocidad. Lo extraño es que este mismo caduceo de
Hermes es el que se utiliza más a menudo hoy día como
emblema de la medicina en Estados Unidos. Sin embar­
go, en realidad no existe ningún vínculo con esta discipli­
na. Parecería como si nuestros amigos americanos hubie­
ran confundido este caduceo con otro, el de Asclepio,
probablemente porque la medicina antigua (e incluso a
menudo la actual) es un arte «hermética» que utiliza,
como en la obra de Moliere, palabras cultas, una jerga os­
cura, y sobre todo porque las primeras facultades de me­
dicina estuvieron próximas a sociedades secretas. Error
explicable, pero error al fin y al cabo.
Pues el segundo caduceo, el que simboliza realmente
la medicina, no es el de Hermes, sino el de Asclepio. De
nuevo, los mitos son muchos y bastante confusos. Dos de
los relatos principales compiten entre sí: según el prime­
ro, mientras Asclepio está siendo educado por Quirón,

226
H ra tu s: el <x>smos amenazado con una vuelta al ciaos

que le enseña medicina como le ha pedido Apolo, tiene


una experiencia muy extraña: una serpiente se cruza en
su camino y la mata... pero constata con sorpresa que otra
serpiente viene en auxilio de la primera llevando en su
boca una pequeña hierba que le hace ingerir y que la des­
pierta de la muerte. De este episodio habría extraído As-
clepio su vocación por la resurrección de los difuntos. Se­
gún el otro, Asclepio habría tomado la serpiente como
símbolo de su arte por una razón mucho más sencilla:
porque este animal parece empezar una nueva vida cada
vez que muda la piel. Basta con pasearse por las tierras
rocosas de Grecia para ver un poco por todas partes estas
pieles de serpiente abandonadas. De ahí a concluir que el
animal muerto experimenta un renacimiento no hay más
que un paso, y Asclepio lo habría dado. Como ves, en el
fondo las dos historias son similares: en efecto, en los dos
casos la serpiente simboliza el renacimiento, la esperanza
de una segunda vida. Esa es también la razón de que cuan­
do Zeus fulmina a Asclepio lo transforme en la constela­
ción del Serpentario, de aquel que lleva la serpiente, lo
cual es una forma de hacerle inmortal, de ofrecerle una
apoteosis. A diferencia de los médicos americanos, los eu­
ropeos han adoptado con mucha razón el caduceo de As­
clepio como símbolo de su arte. Simplemente han añadido
un espejo para representar la prudencia que se requiere
en el ejercicio de su profesión.
Desde entonces se ha inventado un tercer caduceo, el
de los farmacéuticos. A decir verdad, no es más que una
variante del de Asclepio. Está constituido también por
una serpiente enroscada en un bastón con la diferencia
de que en este caso la cabeza del animal se inclina sobre
una copa en la que escupe su veneno. Esta copa es la de
Higia, una de las hijas de Asclepio (de cuyo nombre pro­
cede la palabra «higiene»), la hermana de Panacea (el re­

227
L a sabiduría de los mitos

medio universal), y el veneno depositado en la copa sim­


boliza la preparación de los medicamentos, de la que sólo
los farmacéuticos conocen el secreto...
Ultima precisión antes de concluir esta historia: el médi­
co griego más importante, Hipócrates, apela a Asdepio y se
declara descendiente directo suyo. Todavía en nuestros
tiempos, todos los médicos deben prestar un juramento de
buena conducta antes de ejercer, lo que se llama el «jura­
mento hipocrático»... Por desgracia, no siempre pueden
devolver la vida a los que mueren y a los que nos gustaría
volver a ver. Pero a partir de ahora saben que cuando un
humano se cree un dios, cuando pretende arrogarse el po­
der de controlar la vida y la muerte amenazando de este
modo todo el orden cósmico, es necesaria la intervención
de una potencia que vuelva a ponerlo en su sitio.
Esto lo demuestra también la historia de otro burlador
de la muerte, el astuto Sísifo.

Ims dos estratagemas de Sísifo

A primera vista, la actitud de Sísifo es muy distinta de la


de Asclepio. En primer lugar, Sísifo actúa por cuenta pro­
pia: no es a los otros a quienes trata de salvar la vida, como
su compadre médico, sino a él mismo; por otra parte, no
recurre a la ciencia, sino a la astucia. Sin embargo, en am­
bos casos nos enfrentamos a una forma extrema de hybris
en el sentido de que Sísifo, al igual que Asclepio, pone en
peligro potencial el orden del universo. Una vez más, voy
a seguir el relato que nos ofrece Apolodoro, completán­
dolo en un punto o dos con el de Ferácides de Atenas, un
mitógrafo del siglo v a.C.
Se ha comentado mucho el castigo impuesto a Sísifo:
Zeus le condenará a hacer rodar en el infierno una pie­

228
H y w u s : el cosmos amenazado con una vuelta al caos

dra enorme hasta la cima de una colina desde donde vuel­


ve a bajar rodando cada vez, de modo que tiene que volver
a empezar, indefinidamente, sin que esta penosa tarea nun­
ca pueda tener fin. En cambio, no se sabe muy bien qué
es lo que ha motivado exactamente este terrible castigo.
Un gran escritor francés, Albert Camus, ha dedicado un
libro a este mito que, en su opinión, simboliza lo absurdo
de la existencia humana. Verás que en la mitología griega
esta historia posee un significado muy diferente que no
tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con lo absurdo,
real o supuesto, de la vida de los mortales.
Todo el asunto empieza cuando Sísifo le juega una
muy mala pasada a Zeus. Es necesario que sepas que nues­
tro héroe es el hombre de las mil estratagemas, un poco
como Ulises. Algunos pretenden que, además, Sísifo es el
padre verdadero de Ulises: el día de la boda de Laertes
con la encantadora Anticlea (que es, de eso estamos segu­
ros, la madre de Ulises), Sísifo habría logrado ocupar el
lugar del novio en el lecho nupcial por una de esas bro­
mas tan habituales en él y se habría acostado con Andclea
antes que Laertes, siendo Ulises el producto de esos amo­
res clandestinos. Sólo se presta a los ricos: verdadera o fal­
sa, la anécdota define bien al personaje, que en el plano
moral es poco recomendable y está dispuesto a todas las
argucias para engañar a su prójimo.
Aunque se trate de Zeus. En este caso, este último, como
de costumbre, acaba de raptar a una muchacha encantado­
ra, Egina, hija del río Asopo, una divinidad secundaría. El
dios-río, dividido entre la inquietud y la ira, busca febril­
mente a su amada hija: comprende que ha desaparecido,
pero ignora que es Zeus quien ha dado el golpe. Para captar
bien la escena, tienes que saber que Sísifo es el fundador de
una de las ciudades griegas de mayor prestigio: Corinto.
Y necesita agua para su ciudad, como todos los alcaldes de

229
LA SABIDURIA DE I jOS MITOS

todos los tiempos. Entonces propone un trato a Asopo: «Si


haces brotar una fuente de agua fresca para mi ciudad, te
diré quién ha raptado a tu hija». Trato hecho. Y así es cómo
Sísifo comete la imprudencia notable de denunciar a Zeus...
el cual, como te imaginas, se enfada mucho.
Para empezar, hace que el río Asopo vuelva a su lecho a
la fuerza utilizando su arma favorita, el rayo. Desde enton­
ces, se dice que el río, cuyas orillas resultaron calcinadas,
sigue acarreando gruesos trozos de carbón negro... Sea
como hiere, Zeus no se deja impresionar por la furia del
padre y lleva a la hija a una isla desierta donde yace con ella.
De sus amores nace un niño, Eaco, que se aburre solo, ya
que la isla está desierta, por lo que Zeus transforma a las
hormigas en habitantes para que le hagan compañía. Pero
es evidente que la cosa no queda ahí. Ahora se encargará
de Sísifo para castigarlo como es debido. Y aquí encontra­
mos dos versiones, una corta y una larga. Según la corta,
Zeus fulmina a Sísifo y, una vez muerto, lo envía al infierno
donde lo condena al castigo eterno que conocemos.
La versión larga, la que narra Ferácides, es mucho más
interesante. Sísifo reside tranquilamente en su magnífico
palacio, en la ciudad de Corinto, contemplando el agua que
le ha proporcionado Asopo. Entonces Zeus enría a la muer­
te, esa divinidad llamada Tánatos, para que lo conduzca a
los infiemos. Pero Sísifo tiene más de una argucia en su
saco. Ve venir a Tánatos de lejos y lo espera en un recodo
del camino. Le tiende una de esas bonitas trampas cuyo se­
creto posee. Tánatos cae en ella y Sísifo se lanza sobre él, lo
ata con unas cuerdas muy sólidas y lo esconde en un arma­
rio de su inmensa residencia. Al igual que en el mito de As-
clepio, el mundo empieza entonces a descomponerse. Con
Tánatos prisionero, nadie más muere. Hades, el más rico de
todos los dioses, deja de enriquecerse: no hay difuntos que
le paguen tributos y si Zeus no pone orden, el planeta se sa­

230
H íb r is : EL COSMOS a m e n a z a d o < » n u n a vu elta a l c a o s

turará y se volverá insoportable. Ares, el dios de la guerra, es


el que se pone a trabajar. Ya habrás adivinado por qué: si
nadie más muere, ¿para qué hacer la guerra? Encuentra a
Tánatos, lo libera y le entrega al desdichado Sísifo, al que
obliga a descender a los infiernos... Podría creerse que todo
ha terminado para él, pero nada de eso: de nuevo, tiene
más de una estratagema en su saco.
Antes de morir y dejar su palacio para descender al reino
de Hades, Sísifo tuvo la precaución de hacer una extraña
recomendación a su mujer: «Sobre todo —le dice— sé ama­
ble y bajo ningún concepto me rindas las honras fúnebres
que toda buena esposa debe hacerle al marido el día de su
muerte... No me preguntes por qué, te lo explicaré des­
pués». Y Mérope, su encantadora esposa, hace lo que su ma­
rido le ha dicho: no vela a su difunto esposo, no cumple
ninguno de los ritos que normalmente hubiera debido lle­
var a cabo. De modo que al llegar a las profundidades de los
infiernos, Sísifo corre a casa de Hades para quejarse con
amargura de tener una compañera tan malvada. Conmocio­
nado por semejante falta de modales, Hades deja que Sísifo
vaya a su casa para castigar como es debido a la esposa indig­
na, a condición, claro está, de que prometa regresar cuanto
antes. Como puedes imaginarte, Sísifo vuelve a su casa-
pero se abstiene de cumplir su promesa y volver a los infier­
nos. Al contrario, da las gracias a su mujer, le hace muchos
hijos y al final muere, a una edad avanzada, de vejez. Es en­
tonces, y sólo entonces, cuando se ve obligado a reintegrar­
se al subsuelo de la tierra donde Hades le obliga a rodar su
famosa piedra, suplicio que le impone para estar seguro de
no dejarse engañar por segunda vez. En cuanto al sentido
del suplicio está, como siempre, en relación directa con la
falta: para la especie de los mortales, la vida es un perpetuo
volver a empezar; no es un itinerario infinito, tiene un prin­
cipio y un fin, y el que intente aplazar artificialmente los lí­

231
I a SABIDURÍA df. l o s m it o s

mites previstos por el orden cósmico, aprenderá a costa suya


que, una vez llegado a término, el proceso debe empezar de
cero. Dicho de otro modo, que se acerca a la lección de Uli-
ses: nadie sabría escapar a la finitud que es esencial a la con­
dición humana.

I I. R e s u r r e c c io n e s f a l l id a s , r e s u r r e c c io n e s logradas:

O rfeo , D em éter v l o s m is t e r io s d e E l e u s is

Con Orfeo y Deméter ya no tenemos que enfrentarnos


a historias de hybris. Sin embargo, te hablo ahora de ellos
¡jorque sus aventuras extraordinarias se asemejan en un as­
pecto esencial al tema mencionado en los mitos de Sísifo y
de Asclepio: en efecto, se trata aquí, una vez más, de esca­
par a la muerte o al menos de regresar de los infiernos ha­
cia la vida y la luz. Como verás, este trayecto, imposible para
los humanos (apenas hay, que yo sepa, más que una sola
excepción en la mitología griega),0, tampoco es fácil para
unos dioses que, si bien inmortales, se han dejado encerrar
en el reino de los muertos. Y a través de este tema de la re­
surrección se plantea también la cuestión de la naturaleza
exacta del orden cósmico dentro del cual cohabitan los dio­
ses y los mortales: en el orden de las cosas está que los hom­
bres mueran, y nadie sabrá escapar sin causar un desorden
que, al final, tiastornaría el curso del universo entero. Así
pues, hay que aceptar la muerte, y no obstante es en este
marco donde debemos buscar una vida buena.

Orfeo en los infiernos o por qué la muerte es másfuerte que el amor

Empecemos por Orfeo, cuyo mito es uno de los pocos


que han marcado la religión cristiana. Tal vez porque na­

232
Hraias: ei. cosmos amenazado con una vuelta al caos

rra una historia centrada en una cuestión que ocupará el


núcleo de los Evangelios: la de la contradicción inevitable
y sin solución entre el amor y la muerte11, contradicción
que siempre suscita la idea y luego el deseo ardiente de la
resurrección en los humanos. ¿Quién de nosotros no que­
rría con toda su alma hacer revivir a los seres que ha ama­
do con pasión? Así es cómo Jesús, en el Evangelio, al ente­
rarse de la muerte de su amigo Lázaro, se pone a llorar:
aunque divino, experimenta, como tú o yo, el dolor infi­
nito que causa la desaparición del ser querido. Pero es evi­
dente que Cristo sabe mejor que nadie —al menos es el
fondo de la creencia cristiana— que, según su propia ex­
presión, «el amor es más fuerte que la muerte». Y lo de­
muestra devolviendo la vida a su amigo que, sin embargo,
había fallecido hacía el Uempo suficiente como para que
su carne hubiera entrado en descomposición. Qué im­
porta, pues el amor triunfa sobre todas las cosas y se reali­
za el milagro de la resurrección...
Pero el mito de Orfeo pertenece a los griegos, no a los
cristianos, y esta resurrección está totalmente fuera del al­
cance de los mortales. Cuando el desdichado pierde a su
esposa, que muere bajo su mirada por la mordedura de
una serpiente venenosa, nada lo puede consolar. Pero no
nos anticipemos, y antes de entrar en el meollo de nues­
tra historia, examinemos un poco más de cerca a qué nos
enfrentamos.
Primero y ante todo, Orfeo es músico. Según los grie­
gos, es el más grande de todos los tiempos, superior inclu­
so a Apolo, quien además lo encuentra tan admirable y
tan excepcional en su arte que le habría regalado la famo­
sa lira inventada por su hermano pequeño, Hermes. La
lira es un instrumento de siete cuerdas, pero Orfeo consi­
dera que no son suficientes para extraer hermosos acor­
des y añade dos cuerdas más... lo que hace que al mismo

233
I.A SABIDURIA DE LOS MITOS

tiempo su instrumento concuerde con el número de mu­


sas, esas nueve divinidades, hijas de Zeus, que se supone
que han inventado las artes principales e inspirado a los
artistas. Hay que puntualizar que la reina de las musas,
Calíope, no es otra que la madre de Orfeo. Luego tiene a
quien salir. Se dice que cuando canta acompañado de su
instrumento, los animales salvajes, los leones y los tigres,
se callan y se vuelven mansos como corderitos; los peces
saltan fuera del agua al ritmo de la lira divina y las rocas,
que como es bien sabido tienen un corazón de piedra,
derraman lágrimas de emoción... Es decir, su música es
mágica y con sus nueve cuerdas que aumentan aún más la
armonía de su canto, nada se le resiste. Mientras participa
en la expedición de los Argonautas que, al mando de Ja-
són, salen en busca del vellocino de oro en un barco cons­
truido por Argos (de ahí su nombre), Orfeo los salva de
las Sirenas, esas mujeres-pájaro cuyos cantos atraen a los
desdichados marineros que caen bajo su hechizo y los arras­
tran hacia arrecifes implacables donde sin duda alguna
naufragan... Orfeo es el único ser en el mundo que logra
apagar sus voces maléficas.
Pero volvamos a lo que lo va a llevar a los infiernos.
Orfeo está locamente enamorado de Eurídice, una
ninfa sublime que a decir de algunos tal vez sea hija de
Apolo. Su belleza es incomparable, pero además es un
verdadero encanto y Orfeo, sencillamente, no puede vivir
sin ella. Sin su presencia la vida para él carece ya de senti­
do. En su poema Geórgicas, Virgilio hace una larga men­
ción de su historia: un día que paseaba por la orilla de un
bonito río, Eurídice se ve perseguida por los ataques vio­
lentos de un tal Aristeo. Para escapar de él echa a correr,
mirando hacia atrás de vez en cuando para ver si Aristeo
la alcanza, de tal suerte que no ve la víbora sobre la que
pone su pie delicado. La muerte es casi instantánea y Or-

234
H ykkis : el cosmos amenazado con una vuelta al caos

feo está literalmente inconsolable: no puede dejar de llo­


rar y llorar, hasta tal punto que decide intentar lo imposi­
ble: ir él mismo a buscar a Eurídice a los infiernos, donde
se esforzará por convencer a Hades y a su mujer, Perséfo-
ne, de que le dejen volver a salir con su amada.
L.as descripciones que nos ofrecen Virgilio y Ovidio de
la travesía de los infiernos que realiza Orfeo bien vale el
rodeo. Todavía inspira a los pintores, los músicos y los es­
critores de nuestros días. En primer lugar hay que encon­
trar la entrada del subterráneo, lo que no es tan fácil. Or­
feo lo consigue tomando como punto de referencia el
manantial que brota del suelo en el lugar en el que uno
de los cuatro ríos infernales sale de las profundidades.
Hay que atravesar los cuatro o bordearlos. Primero está el
Aqueronte, el curso de agua que todos los muertos deben
franquear para entrar en la residencia de Hades. Aquí es
donde el espantoso Caronte, el barquero, un anciano re­
pugnante y mugriento, pide un óbolo para pasar las almas
muertas de una orilla a otra —como ya te he dicho, ésta es
la razón por la que los antiguos ponían una moneda so­
bre los ojos o en la boca de los muertos, para que pudie­
sen pagar al anciano, sin lo cual pasarían cien años erran­
do por las orillas esperando su tumo—. Después hay que
bordear el Cocito, río glacial que acarrea bloques de hie­
lo, luego el terrorífico Piriflegetón, un torrente gigantes­
co de fuego y lava fundida, y al final el Éstige, por cuyas
aguas prestan juramento los dioses.
Pero este paisaje horroroso está poblado de seres aún
más espantosos. En primer lugar están todos esos muer­
tos, esos fantasmas lamentables, sin rostro, irreconocibles,
que no dejan de inquietar al visitante. Peor si cabe, Orfeo
se enfrenta a los monstruos infernales: Cerbero, el horri­
ble perro de tres cabezas, los Centauros, los Cien-Brazos,
unas hidras abominables cuyos silbidos bastan para helar

235
I j \ SABIDURIA DE LOS MITOS

la sangre, las Harpías, que torturan a todo el que viene, la


Quimera, los Cíclopes... En suma, el descenso a los infier­
nos supera en horror a todo lo más atroz que un humano
puede imaginar. Por amor a Eurídice, Orfeo está dispues­
to a todo. Nada lo detiene. Además, su lira lo acompaña a
lo largo de su terrible periplo y aquí, como en cualquier
otro sitio, su música produce el mismo efecto. Con la dul­
zura de su canto, los propios justiciados recobran, si no
un poco de felicidad —eso sería mucho decir—, al me­
nos un poco de tranquilidad. Tántalo deja un instante de
tener hambre y sed, la rueda de Ixión deja de girar, la roca
de Sísifo suspende su carrera hacia atrás. El propio Cerbe­
ro se tumba como un pequeño y dócil caniche. Un poco
más y se dejaría acariciar... Las Erínias detienen un mo­
mento su sucia tarea y el tumulto que de costumbre ani­
ma este sitio infernal se apacigua. Los señores del lugar,
Hades y Perséfone, también están hechizados. Escuchan
a Orfeo con atención, tal vez incluso con benevolencia.
Su valor impresiona, su amor por Eurídice, tan auténtico,
tan incontestable, fascina a estas dos divinidades que no
obstante son célebres por ser, en general, inaccesibles al
menor sentimiento humano.
Al parecer es Perséfone la que se deja convencer pri­
mero. Orfeo podrá regresar hacia la vida y la luz con Eurí­
dice... pero con una condición: que ella lo siga en silencio
y que sobre todo, sobre todo, él no se vuelva a mirarla an­
tes de haber salido por completo del infierno. Loco de
contento, Orfeo acepta. Se lleva a Eurídice que lo sigue
dócilmente, como estaba acordado, unos pasos atrás.
Pero sin que se sepa muy bien por qué —Virgilio supone
que una especie de locura se apodera de él, un arranque
de amor que no puede esperar; Ovidio se inclina por una
angustia sorda que le hace dudar de la promesa de los
dioses— Orfeo comete el error irreparable: no puede evi-

236
Hnuux: U . COSMOSAMENAZADOOON UNAVUEI.TAAl. <AOS

tar volverse para mirar a Eurídice y esta vez los dioses son
inflexibles. Eurídice se quedará para siempre en el reino
de los muertos. No hay nada que hacer, nada que discutir,
y la desdichada muere por segunda vez, ahora ya definiti­
va e inapelablemente.
Como te puedes figurar, Orfeo está de nuevo inconso­
lable. Desesperado, vuelve a su ciudad y se encierra en
casa. Se niega a ver a otras mujeres: para qué, él es hom­
bre de un solo amor, el de Eurídice. Nunca más podrá
amar como antes. Pero por lo que cuentan nuestros poe­
tas latinos, Orfeo ofende así a todas las mujeres de la ciu­
dad que no comprenden que un hombre tan encantador
y con un canto tan seductor no les haga caso. Sin embar­
go, si hemos de creer a algunos, no sólo se aparta del be­
llo sexo, sino que ya no le interesan más que los mance­
bos. Incluso atrae a su morada a los hombres casados de
la región a quienes hace compartir su nueva atracción por
los muchachos. Eso pasa de castaño oscuro, es más de lo
que estas mujeres pueden soportar. Según esta versión
del mito, Orfeo muere literalmente despedazado por las
esposas celosas: armadas con piedras, bastones y algunos
útiles de labranza que los campesinos han dejado en los
campos, se echan sobre él y lo despedazan vivo, luego
arrojan sus miembros, los distintos pedazos de su cuerpo
y su cabeza cortada al río más cercano, que los arrastra
hasta el mar. La cabeza y la lira de Orfeo llegan así, si­
guiendo la corriente, a la isla de Lesbos, donde los habi­
tantes le darán sepultura. Según algunos mitógrafos, la
lira de Orfeo será transformada (¿por Zeus?) en constela­
ción y su alma transportada a los campos Elíseos, que es un
poco el equivalente griego del paraíso o, mejor dicho, una
especie de regreso a la edad de oro.
Este detalle tiene su importancia, ya que permite com­
prender mejor cómo y por qué el mito de Orfeo dio lugar

237
L a sabiduría de los mitos

a un culto, por no decir una religión, que precisamente se


llama el «orfismo». La teología órfica afirma inspirarse en
los secretos que Orfeo habría descubierto en el transcurso
de su viaje y que le habrían permitido encontrar al fin la
salvación en la residencia bendita de los dioses, a pesar de
su suerte funesta en esta tierra... Como verás dentro de un
instante, éste es un rasgo que une la historia de Orfeo y la
que te voy a contar a propósito de Deinéter y de lo que se
denominan los «misterios de Eleusis», la ciudad en la que
Deméter hizo establecer su templo y su culto.
Pero antes debemos seguir interrogándonos sobre el
sentido exacto de ese combate que Orfeo lleva a cabo
contra la muerte. ¿Cómo comprender en particular ese
extraño mandato que hace Perséfone a Orfeo de no mi­
rar atrás? Y aún más raro, ¿cómo pudo Orfeo ser tan estú­
pido como para volver la vista atrás cuando casi habían
llegado al final después de tantas adversidades? Es extra­
ño, pero ninguno de los textos consagrados a este mito da
una explicación verosímil. Virgilio echa la culpa de todo
el asunto al amor, impaciente y ciego, pero admidendo
que eso explique el error de Orfeo, la hipótesis no arroja
ninguna luz sobre el senddo de la exigencia impuesta por
los dioses: en efecto, ¿por qué la mirada hacia atrás debe
ser fatal para los dos amantes?
Se han dado toda clase de respuestas a esta pregunta y
sería demasiado largo, y sobre todo muy pesado, referir­
las aquí. Sin contar que, a decir verdad, ninguna de ellas
me ha parecido convincente. Una mirada cristiana sobre
este mito explica que Orfeo se vuelve porque duda de la
palabra divina y que el que pierde la fe está perdido porque
sólo la fe salva... Al final, creo que, sencillamente, hay
que atenerse al eje principal del mito: una contradicción
entre el amor y la muerte que los mortales no pueden su­
perar a pesar de toda la esperanza puesta en el intento de

238
H Y B R IS : El. COSMOS AMENAZADO CON UNA VUELTA AL CAOS

Orfeo. Si Orfeo pierde a Eurídice una segunda vez al vol­


verse, si ella debe ir por fuerza detrás de él y no delante, si a
todas luces los dioses han impuesto este pliego de condi­
ciones sabiendo a ciencia cierta que no se cumpliría (si
no, ¿por qué esta prueba?), es simplemente que al mirar
atrás Orfeo debe comprender al fin que lo que está detrás
está detrás, que el pasado, pasado está, que el tiempo
cumplido es irreversible, y que un mortal debe aceptar,
como Ulises lo hace con Calipso, su condición, la de una
humanidad que como la roca de Sísifo ve que su vida se
desarrolla entre un punto de partida y uno de llegada y
que nadie puede cambiar ni una coma.
Nuestro nacimiento y nuestra muerte no nos pertene­
cen y, para nosotros los mortales, el tiempo es irreversi­
ble. Lo irremediable es nuestro desuno común y la des­
gracia no tiene solución: en el mejor de los casos, se calma,
se ü'anquiliza y se alivia lo bastante para permitimos re­
tomar el curso de nuestra existencia, no de cambiarla
pardendo de nuevo de un punto situado atrás, detrás de
nosotros. Gomo sucede a menudo, a pesar de que la con­
cepción del problema está próxima al crisdanismo —el
amor quisiera mostrarse a toda costa más fuerte que la
muerte—, la acdtud griega es la contraría: la muerte siem­
pre se impone al amor y más nos vale saberlo desde el
principio si queremos alcanzar la sabiduría que nos per-
midrá acceder a una vida buena. Nada se puede cambiar
en este reparto inicial que constituye el pilar más sólido
del orden cósmico —aquel en cuyo alrededor se constru­
ye la diferencia entre mortales e Inmortales, entre los hom­
bres y los dioses—. En cuanto a los misterios que los sa­
cerdotes que invocan el orfismo pretenden descubrir a
sus fieles, me temo que no siguen siendo lo que eran al
principio, como ocurre siempre en un caso parecido... a
saber, misterios.

239
L a sabiduría df. los mitos

Lo que me conduce directamente a los de Eleusis, es


decir, al mito de Deméter, la diosa de las cosechas y de las
estaciones. En donde vas a ver cómo el hecho de ser in­
mortal cambia todo el reparto: los dioses bienaventura­
dos, a diferencia de los desdichados humanos mortales,
siempre tienen la posibilidad de dejar el reino de Hades,
aun cuando este último esté completamente decidido a
retenerlos a su lado...

Deméter, o cómo el regreso de los infiernos resulta posible


cuando se es inmortal

Aunque de nuevo nos pone cara a cara con los infier­


nos, la historia de Deméter y de su hija Perséfone es muy
distinta a la de Orfeo12. En efecto, los protagonistas prin­
cipales son dioses inmortales, no simples mortales que
tratan desesperadamente de escapar a la muerte. Su rela­
ción con los infiernos no es la misma. Sin embargo, el mito,
aunque de forma distinta, no deja de establecer también
un vínculo entre el reino de Hades y el orden del mundo.
Con este mito en particular, los griegos se explicarán un
elemento fundamental en la organización del cosmos, a
saber, el origen de las estaciones: el fin del otoño y del in­
vierno, donde todo muere, luego la llegada de la primavera
y del verano, donde todo revive y vuelve a florecer. Y como
verás dentro de un momento, esta alternancia está ligada
al descenso a los infiernos de la hija de Deméter, cuya his­
toria te voy a contar ahora.
Deméter es hija de Crono y de Rea: por consiguiente,
es hermana de Zeus, pero también de Hades. Como diosa
de las estaciones y las cosechas, ella es quien hace crecer
los trigos, y por eso los romanos le dan el nombre de Ce-
res, de donde procede la palabra «cereales», con los cuales

240
H ybkis : el cosmos amenazado con una vuelta al caos

los hombres fabrican el pan y otros muchos alimentos.


Por otra parte, ella es también la que les ha enseñado el
arte de cultivar la tierra, la agricultura. Es una diosa muy
poderosa porque da la vida —al menos a las plantas, las
hortalizas, las frutas, las flores y los árboles— y puede tam­
bién, si lo desea, quitarla: procurar que no crezca nada en
los campos ni en los huertos. En la medida en que la exis­
tencia de los humanos mortales, a diferencia de la de los
dioses, depende de la alimentación, Deméter posee des­
de el principio un vínculo muy fuerte con la muerte.
Ahora bien, Deméter ha tenido una hija con su herma­
no Zeus a la que ha dado el nombre de Perséfone, llama­
da a veces también Core, lo que en griego significa «la
muchacha»; los romanos le darán otro nombre más, Pro-
serpina. En aquella época era corriente que hermanos y
hermanas tuvieran hijos juntos, al menos entre los dioses
—por lo demás, apenas había otras posibilidades al prin­
cipio: al igual que los Titanes, los Olímpicos se ven obliga­
dos a unirse entre ellos puesto que todavía no hay nadie
más con quien formar pareja—. Así pues, Deméter tiene
una hija divina y la quiere como no te puedes hacer una
idea. Sencillamente, está loca por su niña. Hay que decir
que la pequeña Perséfone es, por lo que cuentan, adora­
ble. Como todas las diosas es de una belleza perfecta, pero
además es la muchacha por excelencia: lozana, inocente
y dulce, un bombón. Mientras su madre recorre el mun­
do para ocuparse de las cosechas y vigilar el trigo, Perséfo­
ne juega tranquilamente en una pradera acompañada de
ninfas encantadoras y coge flores para hacer un gran
ramo. Pero Zeus tiene un proyecto en la cabeza del cual
se ha abstenido de decir una palabra a su hermana Demé­
ter: quiere que su hija Perséfone se case con el más rico
de todos los Inmortales: Hades, el señor del infierno.
También le llaman «Plutón», que quiere decir «el rico»,

241
LA SABIDURIA DE LOS MITOS

nombre que también adoptaron los romanos: reina sobre


los muertos, es decir, sobre el pueblo más numeroso que
existe con diferencia, pues es verdad que la humanidad
se compone de muchos más muertos que vivos. Si se mide
la riqueza de un rey por el número de súbditos, entonces
no cabe duda de que el señor de los infiernos es el sobe­
rano más opulento del universo.
Para lograr su objetivo, Zeus pide a Gea, su abuela, que
haga brotar una flor mágica, singular, admirable entre to­
das: de su tallo único salen cien capullos deslumbrantes y
el perfume que se desprende de ellos es tan delicioso que
todo el cielo sonríe. Los que la ven, mortales e Inmorta­
les, quedan hechizados. Por supuesto, Perséfone corre
hacia esa flor milagrosa que por sí sola constituirá el más
hermoso de los ramos. Pero en el momento en que se dis­
pone a cogerla la tierra se abre (lo que confirma el hecho
de que Gea está metida en el ajo) y de ella sale el señor de
los muertos en un carro de oro —no olvides que es de ver­
dad muy rico— tirado por cuatro caballos inmortales.
Coge a Perséfone en sus brazos poderosos y rapta a la mu­
chacha, la cual lanza un grito desgarrador, un alarido es­
tridente que resuena en todo el cosmos, un lamento con­
movedor fruto de la desesperación de Perséfone ante la
idea de no volver a ver a su madre. Puesto que ella tam­
bién la adora. Sólo hay en el mundo tres personas que
puedan oír ese estertor terrorífico: Hécate, una divinidad
cuyas atribuciones son bastante misteriosas, pero que a
menudo sabe mostrarse benévola hacia los que sufren;
Helios, el sol que todo lo ve y al que nada se le escapa; y
claro está, la propia Deméter, que al oír la voz aterroriza­
da de su hija es presa del pánico.
Durante nueve días y nueve noches, Deméter recorre
toda la tierra, de este a oeste, del levante al poniente, bus­
cando a su hija amada. Por la noche lleva en la mano an­

242
H ybris : kl cosmos amenazado con una vuelta al caos

torchas enormes para alumbrarse. Durante nueve días


y nueve noches no bebe ni come, no se baña, no se cam­
bia: está encogida de angustia. Nadie, ni mortales ni In­
mortales, quiere decirle la verdad ni nadie acude en su
ayuda. Salvo la benévola Hécate, que la lleva a ver a Helios,
el sol que todo lo ve. Este se compadece y decide contarle
la verdad: Perséfone ha sido raptada por su tío, Hades, el
príncipe de las tinieblas. Deméter comprende enseguida
que esta operación no ha podido llevarse a cabo sin el con­
sentimiento, incluso la complicidad, de su hermano Zeus.
Como represalia abandona el Olimpo. Se niega a residir
por más tiempo entre los dioses y desciende a la tierra de
los hombres. Por voluntad propia pierde su belleza de dio­
sa y, como en los cuentos de hadas, toma la apariencia de
una mujer muy vieja, fea y pobre. Luego va a la ciudad
de Eleusis donde, al borde de una fuente a la que han veni­
do a sacar agua fresca, encuentra a las cuatro hijas del rey
de esta villa, un tal O leo. Entablan conversación y Demé­
ter, que sigue ocultándoles su identidad, les dice que bus­
ca trabajo, por ejemplo como nodriza. Viene como anillo
al dedo: precisamente, las cuatro muchachas tienen un
hermano pequeño; corren a preguntar a su madre, Meta-
nira, si necesita los servicios de esta anciana como nodriza.
Enseguida se cierra el trato y Deméter se encuentra en el
palacio del rey Celeo. Allí conoce a Metanira, la reina, y a
una dama de compañía, lambe, que, viendo la tristeza gra­
bada en el rostro de Deméter, decide distraerla. Le cuenta
chistes, historias graciosas. A fuerza de bromas consigue
alegrar un poco a Deméter, hacerle sonreír y hasta reír, lo
que no le ocurría hacía lustros. Vuelve a tomar un poco de
gusto por la vida, lo suficiente en todo caso para ocuparse
del niño que desde ahora tiene a su cargo.
Aquí se sitúa un episodio que reviste cierto interés,
pues también está ligado al tema de la muerte que atravie­

243
La sabiduría de los mitos

sa todo este mito. De nuevo en el papel de madre, Demé-


ter decide hacer inmortal al hombrecito que acaban de
confiarle, hacerle, por consiguiente, el regalo más her­
moso que un dios pueda hacerle a un humano. Lo frota
con el alimento de los dioses, el que permite escapar a la
finitud, la ambrosía, de modo que el pequeño crece muy
deprisa y cada día es más hermoso para mayor sorpresa
de sus padres, pues no come nada. Los Inmortales se con­
tentan con ambrosía y néctar, nunca tocan el pan ni la
carne con los que se alimentan los hombres, y el mucha­
chito ya es casi un dios. Todas las noches, Deméter lo su­
merge en el fuego divino que se ha ocupado de encender
en la chimenea. Esas llamas pueden contribuir también a
hacer a los mortales semejantes a los dioses. Pero Metani-
ra, la madre, está inquieta y se esconde detrás de la puerta
para espiar a Deméter y descubrir qué se trae entre ma­
nos con su hijo durante la noche. Cuando ve a la diosa
ponerlo al fuego, empieza a dar alaridos.
¡Qué desastre! Deméter deja caer al niño al suelo y al
punto vuelve a ser mortal. Desde una perspectiva simbólica
esto significa que de nuevo ha perdido su papel de madre.
Su segunda maternidad ha fracasado como quien dice. Así
pues, Deméter recupera su aspecto divino y recobra su es­
plendorosa belleza de diosa. Revela a Metanira y a sus hijas
quién es en realidad y les hace comprender la importancia
del error que ha cometido Metanira: sin su intervención re­
pentina, el niño habría formado parte de los dioses inmor­
tales. Ahora es demasiado tarde, peor para él y para ellas.
Luego les ordena que el pueblo de Eleusis le erija un tem­
plo digno de ella para que le rindan culto y para que cuan­
do ella lo juzgue conveniente pueda revelarles los misterios
que posee (sobre la vida y la muerte). De ahí nacerá el fa­
moso culto que rodea a los llamados «misterios de Eleusis»:
al penetrar en los misterios de la vida y de la muerte, los

244
H v n u s : el cosmos amenazado <x>n una vuelta al caos

adeptos a esta nueva religión esperaban ganar su salvación


y, por qué no, lograr la inmortalidad. Como ves, el mito de
Deméter se acerca al de Orfeo, que también llevará un cul­
to (el orfismo) ligado asimismo a la esperanza de penetrar
en los secretos de la vida eterna gracias a la enseñanza de los
que han hecho la travesía de los infiernos.
Pero volvamos a Deméter. Privada de niño por segun­
da vez, se vuelve dura, por no decir mala. Considera que
la broma ha durado demasiado y que es hora de que le
devuelvan a su hija. De modo que va a hacer lo necesario
para ello. Y como ella posee también los secretos de la
vida y de la muerte, al menos los que rigen el mundo ve­
getal —los cuales dependen directa y exclusivamente de
sus poderes—, decide que nada brotará ni florecerá en la
tierra mientras Zeus no le haga justicia. Dicho y hecho.
Todo se marchita y pronto el cosmos en su totalidad se ve
amenazado, incluidas las esferas más divinas.
He aquí cómo lo describe el Himno homérico, el poema
que nos narra este mito a partir del siglo Vi:

Fue un año horrible entre todos los que Deméter dio a


los hombres que viven del suelo nutricio, un año en verdad
cruel. la tierra ya no hacía germinar el grano, pues Demé­
ter lo tenía escondido en su corona. Muchas veces, los bue­
yes arrastraban en vano la reja curva de los carros por los la­
brados; muchas veces, la cebada descolorida cayó en la tierra
sin resultado. Sin duda habría aniquilado en una triste ham­
bruna a la raza entera de los hombres que hablan y privado
a los habitantes del Olimpo del homenaje glorioso de las
ofrendas y los sacrificios, si Zeus no lo hubiera pensado y
considerado en su ánimo...

En efecto, como ocurre siempre cuando el orden cós­


mico está de verdad en peligro, es a Zeus a quien corres­

245
La sabiduría de los mitos

ponde intervenir. A semejanza del juicio original en el cur­


so del cual repartió y organizó el mundo, propone una
solución equitativa, es decir, justa y estable. Fíjate de paso
cómo se justifica la existencia del género humano en este
poema: la posible desaparición de la humanidad no se pre­
senta como una catástrofe en sí misma, sino como una
frustración para los dioses. Dicho de otro modo, antes que
nada la humanidad existe por ellos, para entretenerlos y
honrarlos. Sin la vida y la historia que ella introduce en el
orden cósmico, éste se paralizaría para siempre, no se alte­
raría nunca y sería para morir de aburrimiento... Sea como
sea, Zeus envía uno a uno a todos los Olímpicos para tratar
de convencer a Deméter de que detenga el desastre. Pero
no hay nada que hacer. Deméter sigue inflexible, como sí
fuera de mármol: mientras no le devuelvan a su hija, nada
brotará de esta tierra y si es necesario toda vida desaparece­
rá, lo cual, como es natural, deja consternados a los demás
dioses. Una vez más, sin los hombres para entretenerlos,
honrarlos y hacerles hermosos sacrificios, los Inmortales se
aburren... a muerte. Sin la vida, es decir, la historia y el
tiempo que simbolizan el nacimiento y la muerte de los
hombres, sin la sucesión de generaciones humanas, el cos­
mos carecería por completo de interés. Entonces Zeus en­
vía su arma definitiva, Hermes, como lo hizo con Calipso
para que liberara a Ulises. Todo el mundo está obligado a
obedecer a Hermes porque sabe que es el mensajero per­
sonal de Zeus y que habla en su nombre. Hermes ordena a
Hades que deje a Perséfone salir a la luz y reunirse con su
madre. Puntualicemos de pasada que salvo el episodio del
rapto, en el que Hades debió usar la fuerza, el resto del tiem­
po se muestra muy atento con Perséfone. Hace todo lo que
puede por ser amable y dulce con ella.
Hades debe ejecutar la orden de Zeus. Es inútil sus­
traerse y menos aún recurrir a la fuerza, pero en cambio

246
Hrms: o . cosmos amenazado con una vuelta al caos

una pequeña argucia no hace daño a nadie: a escondidas,


como quien no quiere la cosa, se las apaña para que Per-
séfone, antes de partir con Hermes, ingiera un grano de
granada, un fruto delicioso que ella come sin pensar. Ig­
nora que ese dichoso grano de nada la ligará a Hades para
siempre: puesto que eso significa que ella ha absorbido
algo que procede de la tierra de abajo, de los infiernos, y
ese alimento, por modesto que sea, la une a ese territorio
al que pertenece de ahora en adelante para siempre.
A partir de ahora, Zeus debe encontrar una solución
equitativa, una solución que asegure su decisión de entre­
gar su hija a Hades y al mismo tiempo el derecho de su
madre a tenerla también consigo. Si se me permite la ex­
presión, es necesario cortar la pera por la mitad para res­
tablecer un orden justo. He aquí cómo, siempre según el
Himno homérico:

Zeus, el tonante, les envió como mensajera a Rea, la de


hermosa cabellera, para hacer volver a Deméter cubierta
de negro hacia la estirpe de los dioses; también prometió
darle los privilegios que eligiera entre aquéllos de los Inmor­
tales. Quiso que, del ciclo del año, la hija pasara un tercio en
la oscuridad tenebrosa y los otros dos al lado de su madre
y de los Inmortales. Así habló, y la diosa se abstuvo de des­
obedecer el mandato de Zeus...

En efecto, no se puede desobedecer al rey de los dio­


ses. Pero, sobre todo, la solución que dispone posee un
significado muy profundo en materia de justicia. Como
ves, une entre sí dos temas «cósmicos», mejor dicho fun­
damentales: por un lado el de la vida y la muerte, y por
otro el reparto del mundo en estaciones. Durante una
tercera parte del año, mientras Perséfone está con Hades
en el país de los muertos, nada brota de la tierra: ni flores,

247
L a sabiduría de ix>s mitos

ni hojas, ni frutas ni verduras. Es el invierno, el frío hela­


dor que encierra tanto a los hombres como a las plantas.
La muerte reina entonces en el mundo vegetal, a imagen
de lo que sucede abajo, cuando Perséfone es prisionera
del reino de las sombras. Cuando regresa a la luz para en­
contrarse con su madre es la primavera, luego el verano,
hasta la bella estación del otoño... Entonces todo vuelve a
florecer, todo vuelve a brotar y se recobra la vida.
De este modo, el reparto del mundo, del orden cósmi­
co entero, está garantizado: la muerte y la vida alternan a
un ritmo que corresponde a lo que sucede arriba y abajo,
tanto en el suelo como en el subsuelo. No hay vida sin
muerte, ni muerte sin vida. Dicho de otro modo, lo mis­
mo que el cosmos estable no puede pasar de las genera­
ciones que encarnan los hombres mortales —sin los cua­
les esta estabilidad paralizada, sin vida y sin movimiento,
se asemejaría a la muerte—, asimismo no hay cosmos per­
fecto sin alternancia de estaciones, sin la alternancia del
invierno y la primavera, de la muerte y la vuelta a la vida.
Es lo mismo que ocurre entre Apolo y Dioniso: uno no va
sin el otro. Para crear un universo rico y vivo hace falta es­
tabilidad y vida, tranquilidad y diversión, razón y locura.
Hacenfalta hombres para que el mundo de las personas, mortales
e Inmortalesjuntos, pueda entraren el movimiento de la historia:
hacenfalta estaciones para que el mundo de la naturaleza conoz­
ca también una vida y una diversidad: éste es el sentido profundo
de este mito. Como ves, no pertenece, hablando con propie­
dad, a las historias de hybris como las que te he contado
hasta ahora. Sin embargo, y a pesar de todo, lo relaciono
con los mitos anteriores porque establece también un víncu­
lo fuerte con el desorden cósmico que amenaza cuando
se da la injusticia entre los dioses (y Hades ha sido injus­
to). De nuevo, Zeus tiene que intervenir para poner fin al
desorden mediante un juicio cósmico que establece un

248
Hram: El. cosmos amenazado con una vuelta al caos

nuevo orden mundial: durante la estación de la ausencia,


nada crece; durante la de la presencia, todo renace. Así va
la vida en esta tierra de mortales en cuya ausencia los pro­
pios dioses acaban por languidecer...

249
5 . D ik é y c o s m o s . L a m is ió n p r im o r d ia l
DE LOS h é r o e s : g a r a n t iz a r e l o r d e n d e l
COSMOS CONTRA EL REGRESO DEL CAOS

Y a te he dicho que el heroísmo, la búsqueda de hazañas


que supongan la gloria eterna a quienes las realicen, ocu­
pa un lugar muy importante en el universo mental de los
griegos. Se trata de ganar, mediante acciones gloriosas,
una cierta forma de eternidad contra la mortalidad carac­
terística del mundo humano. Y la escritura es lo que va a
conformar la perennidad del héroe: si logra convertirse
en objeto de un mito, de una leyenda que los mitógrafos y
los historiadores llegan a transcribir con todo lujo de de­
talles, entonces, al contrario que los demás humanos a los
que la muerte termina borrando por completo de las me­
morias, se lo recordará mucho tiempo, tal vez para siem­
pre. De este modo, el héroe seguirá siendo un ser singu­
lar, a diferencia del común de los mortales al que la
muerte acaba arrebatando esa singularidad y le vuelve to­
talmente anónimo. Las sombras que se aparecen en el
reino de Hades no tienen nombre ni rostro, han perdido
toda individualidad. Para seguir siendo siempre una per­
sona, aunque sólo sea en la memoria de los demás, hay
que merecerlo: la gloria no se obtiene fácilmente. Se pue­
de llegar a ella por la guerra, como Aquiles, el combatien­
te más valiente que haya conocido Grecia; por el valor, la
astucia y la inteligencia, como Ulises, que logra salir airo­

251
La sabiduría de los mitos

so de las numerosas dificultades con las que Poseidón ha


sembrado su camino. Pero aún mayor es la gloria que se
atribuye a los héroes que han combatido en nombre de una
misión divina, en nombre de la justicia, diké, para defen­
der el orden cósmico de las amenazas que se ciernen so­
bre él, siempre posibles, de un resurgimiento de las anti­
guas fuerzas del caos. De ese heroísmo es del que te voy a
hablar ahora recordando los mitos de los héroes más
grandes de la mitología: Heracles, Teseo, Perseo y Jasón.
Como verás, sus aventuras cósmicas merecen que de ver­
dad les demos una vuelta.

I. H e r a c l e s : d e c ó m o e l s e m id ió s p r o s ig u e l a t a r e a d e Zeus
ELIMINANDO A LOS SERES MONSTRUOSOS QUE PERTURBAN IA
ARMONÍA DEL MUNDO

La leyenda de Heracles —que para los romanos será


Hércules— es una de las más antiguas de toda la mitología
griega. Homero y Hesíodo ya nos hablan de ella, lo que
demuestra que era bien conocida por el público desde los
siglos vm/vii a.C. Heracles es también, y de lejos, el héroe
griego más famoso, por su fuerza legendaria, por su valor
sin desmayo, por sus proezas fabulosas, por su sentido de la
justicia, diké. Se han escrito centenares de miles de páginas
sobre él. Se le han dedicado cuadros, estatuas, poemas, li­
bros y películas en una cantidad prácticamente infinita.
Desde la Antigüedad, todos los mitógrafos, poetas, autores
de tragedias y hasta filósofos mencionan, cada uno a su ma­
nera, episodios de su vida... Hasta el punto de que los acon­
tecimientos que miden el curso de su historia son objeto,
sin la menor excepción, de una variedad impresionante de
versiones diferentes. No hay una sola hazaña de nuestro
héroe, ni un momento de su existencia, hasta el origen

252
D ik é y cosmos. La misión primordial df. los héroes

mismo de su nombre, que no haya sido objeto de múltiples


relatos: el imaginario griego carece prácticamente de lími­
tes a este respecto.
Por eso no se puede uno fiar de los libros y de las pelícu­
las que cuentan su vida con toda tranquilidad, de forma
lineal, como si se tratara de un relato único aceptado por
todos. Aquí se roza la impostura. Apenas hay tres aconte­
cimientos clave respecto a los cuales coinciden las diver­
sas versiones, y aun así de un modo muy aproximado: su
nacimiento, sus famosos «doce trabajos» y su muerte, an­
terior a su «apoteosis», es decir, en el sentido eümológico
del término, su divinización, su paso de la condición de
ser humano mortal a la de dios inmortal. Son los tres mo­
mentos que quisiera narrarte de la manera más coheren­
te posible, pero sin ocultarte tampoco las variantes e indi­
cándote de paso los textos que he consultado para que un
día puedas encontrarlos. Trataré de seguir los relatos más
profundos y los más abundantes en detalles, aquellos que
parecen haber dado lugar a una cultura común en el seno
del mundo griego. Porque esto es lo que importa si se
quiere comprender cómo ha podido la leyenda de Hera­
cles proporcionar un modelo de sabiduría del que la filo­
sofía, en especial el estoicismo, se apropiará en buena me­
dida dándole una forma racional.

El nacimiento de Heracles y el origen de su nombre

El primer poema que nos narra con detalle el mito fa­


buloso del nacimiento de Heracles es uno muy antiguo
—escrito con toda probabilidad hacia el siglo VI a.C.—
que durante mucho üempo se atribuyó a Hesíodo (sin ra­
zón, pero eso aquí no importa). Este poema se titula El es­
cudo porque en su mayor parte está dedicado a describir

253
La sabiduría de los mitos

ese elemento de los pertrechos guerreros del héroe. Des­


de los primeros versos nos enteramos de la argucia que
utilizó Zeus (hay que reconocer que bastante retorcida)
para seducir a la encantadora Alcmena, una mortal casa­
da con un tal Anfitrión, y ser el padre de Heracles. El niño
será un «semidiós» en el sentido que dan los griegos a esta
expresión: un hijo de Inmortal por parte de padre y de
humano por parte de madre. Sobre todo, el poema nos
hace una confidencia importante sobre las intenciones
de Zeus. Por una vez no se trata (sólo) de pasarlo bien
haciendo el amor con una joven bonita, sino, como pun­
tualiza Hesíodo:

El padre de los dioses y de los hombres urdía otro propó­


sito: quería crear un defensor contra el peligro tanto para
los dioses como para los hombres.

Un «defensor contra el peligro»: he aquí, en efecto, el


papel principal de nuestro héroe. Dicho esto, ¿de qué pe­
ligro se trata exactamente? ¿Y por qué quiere Zeus un
«auxiliar», al igual que el sheriffde las películas del Oeste?
Lo que Zeus quiere crear con Heracles es un «lugarte­
niente» en sentido literal, alguien que sea capaz de «ha­
cer las veces» de rey de los dioses en la tierra y no sólo en
el cielo, de secundarlo aquí abajo en su lucha contra el
resurgimiento incesante de las fuerzas del caos, herede­
ras lejanas de los Titanes. Desde luego, la leyenda de He­
racles tratará constantemente de este peligro. Me pregun­
tarás tal vez: ¿En qué se reconocen tales fuerzas? ¿No es un
poco simplista hablar así, a la manera de esos políticos
que separan a machamartillo, por una parte «las fuerzas
del mal», el «gran Satán», y por otra las del bien, es decir,
feliz coincidencia, ellos mismos? En verdad distamos mu­
cho de esta caricatura. Hay que comprender que en aque-

254
Dik£ y cosmos. La misión primordial de los héroes

Ha época, sin duda legendaria, en la que los dioses todavía


no se han separado de los mortales —la prueba: se acues­
tan y tienen hijos con ellos...— estamos aún muy cerca de
los orígenes del mundo, del caos inicial y de los grandes
combates «titánicos» que han llevado a la construcción
del cosmos. Zeus apenas acaba de vencer a Tifón, el últi­
mo monstruo destructor del mundo, pero en nuestro pla­
neta vemos renacer sin cesar «mini-Tifones» que amena­
zan, aquí o allí, con tomar el poder y que es necesario
poner en su sitio. Lo cual, dados su fuerza y el horror que
inspiran a los humanos, dista mucho de ser fácil...
Esta es, precisamente, la tarea que Zeus quiere confiar
a Heracles: desde este punto de vista, proseguirá en el
mundo sublunar el trabajo realizado por el rey de los dio­
ses a una escala diferente, la del cosmos entero. Consa­
grará toda su vida a luchar, en nombre de diké, del orden
justo, contra la injusticia, contra unas entidades mágicas y
maléficas, a menudo descendientes directos del propio
Tifón, que encarnan siempre, aunque de modos distin­
tos, el posible renacimiento del desorden. Es absoluta­
mente fundamental precisar este tema. Sería un error to­
mar aquí la palabra «desorden» en un sentido moderno,
casi «policial», como si se hablara de las «fuerzas del or­
den» para designar a los policías o de los «disturbios de
orden público» cuando se reprime una manifestación. En
este caso no se trata de eso, sino de un orden entendido
en el sentido cosmológico del término, de la armonía del
Gran Todo, y las fuerzas del desorden no son unos mani­
festantes, sino unos seres mágicos, a menudo engendra­
dos por divinidades, que amenazan el ordenamiento del
universo y la justicia instaurados por Zeus durante el fa­
moso reparto primigenio del universo. Además, hay que
comprender que la conservación del orden es tanto me­
nos un asunto policial cuanto que pone enjuego la pro­

255
La sabiduría uk los mitos

pia finalidad de la vida de los hombres mortales. En efec­


to, si para nosotros la vida buena consiste en encontrar
nuestro lugar en el orden cósmico y, a la manera de Uli-
ses, en alcanzarlo a toda costa, es necesario que este or­
den exista y se conserve. En su defecto, todo el sentido de
la vida humana se desmorona y con él toda posibilidad
de buscar la sabiduría.
Por eso la filosofía estoica, que representa una cumbre
del pensamiento griego, ha visto en el personaje de Hera­
cles una figura tutelar, una especie de padrino. La idea
fundamental que impulsa el estoicismo es que el mundo,
el cosmos, es divino, en el sentido de que es armonioso,
hermoso, justo y bueno*. Nada está mejor construido que
el orden natural y nuestra misión en la tierra es conser­
varlo, encontrar en él nuestro lugar y adaptarnos. Desde
este punto de vista, los padres fundadores del estoicismo
se refieren a Heracles como a uno de sus antepasados.
A Cleantes, uno de los primeros directores de la escuela,
le gustaba que se refiriesen a él como un «segundo Hera­
cles», y Epícteto subraya varias veces en su obra que He­
racles es un dios vivo en la tierra, uno de esos seres que
participaron en la elaboración y conservación del orden
divino del mundo. Así pues, el envite filosófico de las
aventuras de Heracles parece considerable. En estas con­
diciones, no es de extrañar que sus proezas hayan alimen­
tado tantos relatos distintos y semejante despliegue de
imaginación. Por eso intentaré darte una idea de esta di­
versidad extraordinaria, si bien esto hace que el relato sea
a veces menos sencillo y lineal.
Pero volvamos por ahora al principio de esta historia,
a la famosa estratagema que empleó Zeus para concebir a
Heracles. Pues esta primera escena, mencionada ya varias
veces por Homero, no es anecdótica. Posee numerosas y
graves consecuencias sobre la futura trayectoria del héroe.

256
t)IKF. Y<X>$MOS. La misión primordial de los héroes

Alcmena, la mujer mortal que será su madre, acaba de


casarse con Anfitrión. Son primos hermanos. Sus padres
son hermanos e hijos de otro famoso héroe griego, Per-
seo. Así que Perseo es el bisabuelo de Heracles y también
un célebre ejecutor de monstruos, puesto que, como sa­
bes, se ha enfrentado con éxito a Medusa, la terrible Gor-
gona, en el transcurso de una serie de aventuras sobre las
que volveremos enseguida. Ahora bien, resulta que los
hermanos de Alcmena han muerto durante una guerra
contra unos pueblos que en aquella época se llamaban
los tafios y los teleboes. Pasemos por alto los detalles: Alc­
mena ama a Anfitrión, su primo y marido, pero no obs­
tante no le permite compartir su lecho mientras no haya
vengado a sus hermanos. Por esta razón, Anfitrión se mar­
cha a combatir a esos tafios y teleboes. Durante ese tiem­
po, Zeus observa los acontecimientos desde lo alto del
Olimpo. Ve a Anfitrión comportarse en los combates como
un guerrero valiente, salir victorioso y apresurarse a vol­
ver a su casa para narrar sus hazañas a su mujer. De este
modo, Anfitrión espera entrar por fin en su lecho. Es en
ese momento cuando Zeus tiene la idea de crear a Hera­
cles. Figúrate que se transforma en Anfitrión. Sencilla­
mente, se convierte en su sosia, su doble perfecto, y entra
en los aposentos de Alcmena como si fuera su marido.
Tiene incluso la cara dura de contarle sus proezas como si
él las hubiera realizado. Si creemos ciertas versiones del
mito, llega hasta a ofrecerle las joyas y demás trofeos que
ha arrebatado al enemigo para ella. Y claro está, satisfe­
cha por el trabajo que su marido ha realizado por ella
—para vengar a sus hermanos— y al mismo tiempo sedu­
cida por un hombre que ha puesto de manifiesto su arro­
jo, Alcmena accede al fin a acostarse con él, es decir, en
realidad con Zeus, que al punto le hace un hijo, precisa­
mente el pequeño Heracles.

257
L* SABIDURÍAdk IjOS mitos

La escena dará lugar a una cantidad impresionante de


distintas representaciones literarias, pero la trama de base
en todos los mitógrafos es poco más o menos la misma, y
es la que acabo de indicarte. Hay que precisar que cuan­
do el verdadero Anfitrión vuelve a su casa, también se
acuesta con su mujer y asimismo le hace un hijo, Ificles,
que será pues hermano mellizo de Heracles, aun no te­
niendo el mismo padre. Ciertas variantes del mito afir­
man que Zeus ha alargado el tiempo para que la noche
durase tres veces más que una noche normal, sin duda
para gozar más y mejor de Alcmena que, como te he di­
cho, es arrebatadora, pero también para retrasar el regre­
so del verdadero Anfitrión. Asimismo, se ha descrito a
porfia la estupefacción del marido cuando regresa a casa
y constata que su mujer ya lo sabe todo acerca de sus haza­
ñas antes de que él se las cuente y que, aún más incom­
prensible, tiene en su poder los trofeos que le trae... y que
sin embargo todavía no le ha dado. En el fondo estos de­
talles no importan. Lo que cuenta es que Heracles nace, y
que no ha nacido de la esposa legítima de Zeus, Hera,
lo que hace que esta última se encolerice cuando descu­
bre que Alcmena está embarazada de su marido.
Tal vez te hayas dado cuenta por ti mismo de que los
dos nombres —Hera y Heracles— se parecen, o mejor di­
cho, que uno es un fragmento del otro: y es que, en efec­
to, existe un vínculo entre ellos. Etimológicamente, Hera­
cles es una palabra que significa la «gloria de Hera», y
aquí de nuevo es necesario que te diga por qué: esta parte
del mito posee también un significado que sirve de hilo
conductor a las principales aventuras del héroe.
Al principio, y sobre este punto todo el mundo está de
acuerdo, Heracles se llamaba Alcides —que quiere decir
«hijo de Alceo»— en recuerdo de su abuelo, portador de
ese nombre que significa «el fuerte». Pero a partir de ahí.

258
D lK É V COSMOS. I.A MISIÓN PRIMORDIAL DE LOS HÉROES

lo mismo que sobre todos los temas que atañen a la vida de


Heracles, a la hora de explicar su cambio de nombre com­
piten varías historias. En líneas generales, sobresalen dos
explicaciones principales, lo que no deja de ser divertido,
pues se habla de él como si se tratara de un personaje his­
tórico, cuando, te recuerdo, se trata de un ser mítico y le­
gendario que no ha existido nunca. Lo que da que pensar
que los griegos se apegaban a estas historias que sin duda
tomaban muy en serio, si no en un sentido factual, sí al
menos desde el punto de vista de lo que en su opinión sig­
nificaban en materia de sabiduría de vida. La primera ex­
plicación se debe al poeta Píndaro2, que afirma que es la
propia Hera quien habría bautizado así a nuestro héroe y
por una razón muy comprensible: como está irritada por
los celos y detesta que Zeus le haya engañado una vez más,
cobra un odio auténtico por el recién nacido. Ella es quien
inventa los doce trabajos famosos con la esperanza de pro­
vocar la muerte de Heracles lo antes posible, enviándolo a
combatir unos monstruos que ningún humano ha logra­
do nunca vencer. Ahora bien, resulta que no sólo Heracles
saldrá victorioso, sino rodeado de una aureola de gloria
sin parangón. Por lo demás, el semidiós y la diosa termina­
rán por reconciliarse, tras la muerte de Heracles, cuando
se convierta en un verdadero dios y le acojan en el Olim­
po. Así pues, Heracles se hará famoso en todo el mundo
«gracias» a Hera y en dos sentidos: toda su gloria está dedi­
cada a la esposa de Zeus y, aunque pueda parecer algo pa­
radójico, también se la debe a ella. De ahí su nombre: «Hé-
ra-kleios», la gloria de Hera.
En Apolodoro encontramos una explicación un poco
distinta, pero que en el fondo se acerca a la de Píndaro.
Antes de empezar sus famosos trabajos, Heracles tuvo la
ocasión de hacer un gran favor a Creonte, rey de Tebas,
que había sucedido a otro personaje célebre de la mitolo­

259
L a sabiduría df. i />s mitos

gía, Edipo. A cambio, o al menos en señal de agradeci­


miento y de amistad, Creonte le ofrece en matrimonio a
su hija Mégara. Heracles se casa con ella y tienen tres hijos.
Aparentemente viven felices hasta que Hera, por celos,
hechiza a Heracles y le vuelve loco. El sortilegio funciona y
en un ataque de locura espantoso del que no es en absolu­
to responsable, Heracles tira a sus tres hijos al fuego y de
paso mata también a dos de sus sobrinos, hijos de su «me­
dio hermano mellizo», íficles. Cuando recobra el juicio
percibe todo el horror de la situación y él mismo se conde­
na al exilio. Según la costumbre, se dirige a una ciudad
cercana para «purificarse»: en el curso de una ceremonia,
un sacerdote o un dios podían «purificar», es decir, lavar
una falta —un poco como Midas en su Pactólo— a quien
hubiera cometido un crimen grave, por ejemplo un asesi­
nato. Una vez efectuado el ritual, Heracles se va a Delfos
para consultar a la pitia: ella es la que le da el nombre pre­
monitorio de Heracles —la gloria de Hera— porque le re­
comienda que se ponga al servicio de la diosa para realizar
las doce proezas que representan los trabajos imposibles
que le impondrá por intermediación de su primo, el ho­
rrible Euristeo (del que te hablaré dentro de un momen­
to). La pida añade que tras la realización de estos trabajos
Heracles será inmortal, no sólo debido a su gloria, sino
porque realmente será transformado en dios.
Sea como fuere, estas dos versiones no están tan aleja­
das como podríamos pensar a primera vista. En efecto, en
los dos casos, Heracles trabaja por la gloria de Hera, y su
gloria se deberá a las tareas inverosímiles que ella le im­
pone por celos, simplemente para vengarse de su existen­
cia, testimonio vivo y permanente de la infidelidad de
Zeus.
Dos pequeños comentarios secundarios antes de llegar
a las primeras proezas de Heracles, las que preceden a los

260
D lti! Y COSMOS, I.A MISIÓN PRIMORDIAL DK LOS MtROKS

doce trabajos y que realiza de una forma casi milagrosa


desde su más tierna infancia.
El primero es anecdótico, pero dice mucho de lo in­
trincado de todas estas historias. Por extraño que pueda
parecer a primera vista, te darás cuenta de que Heracles
es el bisnieto y a la vez el hermano pequeño de su bis­
abuelo, Perseo. En efecto, aunque a varias generaciones
de distancia, los dos tienen el mismo padre, a saber, Zeus:
la inmortalidad hace posible para los dioses lo que es in­
concebible para los humanos. Simbólicamente, también
permite relacionar los mitos entre ellos, asociar persona­
jes —como en el juego de las siete familias—, en este caso
Perseo y Heracles, que tienen perfiles análogos: los dos
son unos ejecutores de monstruos y continuadores, a su
nivel desde luego, de la obra paterna.
El segundo comentario concierne al origen «hercú­
leo» de la Vía Láctea3, ('orno siempre, hay varias formas
de narrar esta leyenda famosa que atañe a los primeros
meses de vida del héroe. Una de ellas, que parece impo­
nerse con más frecuencia, consiste en recordar que para
llegar a ser inmortal un día —y tal es el destino de Hera­
cles, como la pitia le confirma en Delfos— hay que tomar
el alimento de los dioses, sobre todo ambrosía. Hay que
señalar que en griego la palabra «ambrosía» significa sen­
cillamente «no mortal», a-(m) brotoi Desde esta perspecti­
va, Zeus habría encargado a Hermes que pusiera al pe­
queño Heracles al pecho de Hera mientras dormía. Pero
Hera abre a medias los ojos y se horroriza a la vista de ese
bebé que le recuerda todavía y siempre la infidelidad de
Zeus. Le empuja violentamente, y las gotas de leche per­
didas en el cielo son las que habrían dado origen a la Vía
Láctea. Diodoro narra una versión un poco distinta: ha­
bría sido Atenea la que pone a Heracles al pecho de Hera
pero, siendo ya bastante fuerte, habría mordido a la diosa

261
La sabiduría df. los mitos

con demasiada glotonería. Es entonces cuando ella lo ha­


bría rechazado con violencia, dando origen de este modo
a esa famosa Vía Láctea. Estas variantes vienen a ser un
poco lo mismo y el resultado final, la creación de esta es­
pecie de autopista de estrellas, es idéntico en los dos ca­
sos. Te las indico simplemente para que sepas que, desde
la Antigüedad, estos relatos míticos debían presentarse
de manera muy variada según las épocas, los autores y las
regiones. Sin embargo, de esta diversidad nace a pesar de
todo, al menos en grandes líneas, una cultura común que
los mitógrafos transmitirán a los filósofos, algo así como
nuestros cuentos de hadas tradicionales, que conocerán
también variaciones sobre el fondo de un terreno común:
después de todo, entre la historia de la Cenicienta narra­
da por Grimm y la misma contada por Perrault no hay
más que leves diferencias. La trama sigue siendo la misma
en lo fundamental.
Veamos ahora las proezas que marcan los primeros
años de nuestro héroe, antes incluso de que la realización
de los doce trabajos por la gloria de Hera le hagan famoso
para toda la eternidad.

Las primeras hazañas del semidiós

En general se enumeran cinco. Aquí están resumidas


en lo esencial4.
En primer lugar tenemos la famosa historia de las dos
serpientes. Está destinada a mostrar el origen divino de
Heracles —ello sólo explica su increíble precocidad— y a
la vez el sentido de su misión en la tierra: eliminar a los
seres maléficos y en particular a los que evocan en el ima­
ginario griego el recuerdo de Tifón. He aquí cómo cuen­
ta Apolodoro el asunto, dando él mismo las dos versiones

2 0 2
D r tá y mismos. L a misión primordial uk los h£rof.s

más corrientes del mito (lo que demuestra, dicho sea de


paso, que los autógrafos antiguos ya sabían lo importan­
tes que eran las variantes de estas leyendas, porque apor­
taban puntos de vista diferentes sobre una misma historia
y de ese modo permitían comprender mejor el sentido y
el alcance):

Cuando Heracles tenía ocho meses, Hera, que quería


que el bebé muriese, envió a su cuna dos serpientes enor­
mes. Alcmena llamó a Anfitrión a grandes gritos, pero Hera­
cles se incorporó y mató a las serpientes estrangulándolas
con las dos manos. Ferecides dice que fue el propio Anfi­
trión el que puso las serpientes en la cuna porque quería
saber cuál de los dos niños era el suyo: al ver huir a íficles y a
Heracles plantar cara, comprendió que íficles era su hijo...

Lo que es seguro es que el pequeño ha empezado con


buen pie su carrera de héroe. Las pinturas antiguas repre­
sentan la escena de una manera impresionante: se ve a
Heracles, un bebé, estrangulando a una serpiente con
cada mano... Estarás de acuerdo conmigo que a los ocho
meses esto anuncia una fuerza sobrehumana.
I-as dos hazañas siguientes giran en torno a la historia
de un león.
Erase una vez, en una región cercana a Tebas, la ciu­
dad natal de Heracles, un león terrorífico que diezmaba
literalmente los rebaños de Anfitrión, el padre humano
de Heracles, pero también los de un tal Tespio, vecino y
amigo de la familia. He olvidado decirte que Anfitrión era
un hombre valiente y bueno. Como era habitual en aque­
lla época, no le había sentado mal la noticia de la paterni­
dad divina del hijo de su mujer: después de todo, Alcme­
na no le había engañado voluntariamente y, como Zeus
tenía todos los derechos, había que acatar sus decisiones

263
l.\ SABIDURÍA DE LOS MITOS

por norma, cualesquiera que fuesen, por ser indiscutibles


y sagradas. Por eso Anfitrión educó al pequeño Heracles
como si fuera su hijo. Y este último le devolvía su afecto.
Al ver diezmados los rebaños de su padre y de Tespio, He­
racles, que ahora tiene dieciocho años y una estatura y
una fuerza prodigiosas, no vacila: coge sus armas y se lan­
za en persecución del león. Para estar lo más cerca posi­
ble del animal que acosa, se dirige a casa de Tespio que
está encantado de ofrecerle hospitalidad. Durante cin­
cuenta días, Heracles persigue incansable al animal. Cada
noche vuelve a la morada de Tespio... y éste se las arregla
para deslizar todas las noches a una de sus hijas en el le­
cho del héroe. Un poco cansado por sus correrías por la
montaña, Heracles no presta mucha atención: cree que
cada noche se acuesta con la misma muchacha. Error:
Tespio tiene cincuenta hijas, precisamente el número de
noches que Heracles pasará en su casa, justo el tiempo
que necesitará para encontrar y matar por fin al león en
el transcurso de un combate terrible. Y de esas cincuenta
uniones nocturnas nacerán cincuenta hijos.
También estarás de acuerdo conmigo en que ya lleva­
mos tres proezas: matar dos serpientes a los ocho meses,
un león a los dieciocho años y a la misma edad encontrar­
se con que es padre de cincuenta hijos en sólo cincuenta
noches: ¡qué hombre!
Las otras dos hazañas no son, a decir verdad, unas ha­
zañas en el sentido positivo del término. Testimonian más
bien el lado oscuro de Heracles, su lado titánico, no sólo
fuerte, sino también terriblemente violento. Es un aspec­
to importante que encontramos en todos los dioses, en
todos los héroes y que Dioniso lo encarna, como quien
dice, en estado químicamente puro: no hay combate por
el orden sin brutalidad, ni de lucha por el cosmos sin vio­
lencia ciega. Los ataques de locura de Heracles lo atesti­

264
D/tó y cosmos. La misión primordial i» , los héroes

guan, pero también su gusto por la sangre, su capacidad


para matar y matar sin temor, pero también sin vergüenza
ni reserva.
Al volver de cazar al león, Heracles se cruza con los en­
viados del rey de Beoda, un tal Ergino, que tras haber ga­
nado una guerra contra los habitantes de Tebas les exigía
pagar cada año, durante veinte años, un tributo de cien
bueyes a modo de reparación. No tuvieron suerte; Hera­
cles ha nacido en Tebas y, en tanto que tebano, es eviden­
te que considera este tributo injusto. Como siempre, no
se enreda en discursos inútiles: coge a los enviados de Er­
gino por la piel de la espalda y les corta la nariz, las orejas
y las manos. Luego hace unos collares con ellas, se los ata
alrededor del cuello y los envía todo sanguinolentos a Er­
gino con la sola instrucción de que digan que en lo sucesi­
vo ése será el único tributo que le pagarán los tebanos.
Como puedes imaginarte, Ergino está indignado. Reúne
a sus tropas y parte de nuevo a combatir contra los teba­
nos. Sólo que ahora, mira por dónde, tienen con ellos a
Heracles, por lo que el ejército de Ergino resulta literal­
mente laminado. Pero por desgracia Anfitrión muere du­
rante los combates. Es también en ese momento cuando
sucede el episodio del que ya te he hablado: a modo de
recompensa, Creonte, el rey de Tebas, propone a Hera­
cles que se case con su hija Mégara.
Esta cuarta proeza deja un poco pensativo: desde lue­
go, con toda seguridad, Heracles ha actuado en nombre
de una cierta justicia al defender a su rey y su ciudad. Pero
también se ve que es un ser terriblemente violento, por
no decir sanguinario: toda su vida estará marcada por ase­
sinatos y matanzas sin fin.
En cuanto a la última «hazaña», es mucho más inquie­
tante por cuanto confirma la existencia de esa parte oscu­
ra. Durante su infancia, Heracles recibe una educación

265
I J l SABIDURÍA DE LOS MITOS

muy completa. Anfitrión le enseña a conducir el carro.


Cástor, el ilustre hermano de Pólux, le enseña el manejo
de las armas, y toda clase de soldados admirables le ense­
ñan el tiro con arco, la lucha sin armas y otras artes de
guerra. En cuanto a lo que hoy día llamaríamos «humani­
dades», es decir, las letras y las artes, a Heracles no se le
dan muy bien. Tiene un profesor de música, Lino, que no es
otro que el hermano de Orfeo, el músico más grande de
todos los tiempos. Pero un día que Lino lo amonesta de un
modo demasiado enérgico, el pequeño Heracles se enfa­
da y sencillamente mata al infeliz de un golpe de cítara
bien dado. Comparece ante la justicia, pero alegando le­
gítima defensa —Lino le había abofeteado exasperado
por el poco talento de su alumno— al final lo absuelven...
Heracles es fuerte, muy fuerte, tal vez incluso un poco de­
masiado. En cierto sentido, también esjusto siempre y po­
see un valor a prueba de bomba. Pero no es ni tierno ni
poeta... Es, en verdad, un soldado de Zeus, como lo de­
mostrará de manera clamorosa en el transcurso de los
doce trabajos que le impondrá Hera.

Los dore trabajos

Unas palabras primero sobre el origen exacto, el senti­


do y la cantidad de estos trabajos que por sí mismos cons­
tituyen sin ninguna duda el mito más célebre de toda la
mitología griega.
En primer lugar, se dice que para asegurar su poder
sobre Heracles e imponerle unas tareas durante las cuales
cuenta con que pierda la vida, Hera recurre también a
una estratagema que no tiene nada que envidiar a la de su
marido. Zeus ve acercarse el nacimiento de su hijo y de­
clara un poco presuroso ante la asamblea de los dioses

266
D lK t V COSMOS. I-A MISION PRIMORDIAL DE LOS HÉROES

que el primer descendiente de Perseo que vea la luz se


convertirá en rey de Micenas, una de las ciudades más im­
portantes del Peloponeso, de la que dice la leyenda que
fue fundada, precisamente, por Perseo. Al decir esto, es
evidente que Zeus piensa en Heracles, para quien ha pre­
visto un destino real. Pero Hera le toma la palabra y, celo­
sa, retrasa el parto de Alcmena y, en cambio, acelera el
nacimiento de un tal Euristeo, primo hermano de Hera­
cles y que resulta que también es descendiente de Perseo.
Así que Euristeo nace a los siete meses, mientras que He­
racles se queda hasta los diez en el vientre de su madre.
Así es cómo su primo se convierte en el rey de Micenas en
su lugar. Según la costumbre, Heracles le debe obedien­
cia y Hera hará de él su brazo armado: en adelante, Euris­
teo es quien dará las órdenes a Heracles, quien cada vez
lo enviará a recorrer el mundo para hacer frente a los
peores peligros esperando que en un momento u otro su­
cumba a ellos. En esta leyenda se describe a Euristeo como
un personaje insignificante y cobarde, un pobre tipo sin
valía, todo lo contrario que su primo. Está claro que ejer­
ce el papel de malo y de cobarde.
En segundo lugar, el sentido «cósmico» de los «traba­
jos de Hércules» vendrá certificado doblemente por las
armas que utiliza en sus combates y a la vez por los objeti­
vos que el ruin de Euristeo le designa cada vez. La mayo­
ría de los mitógrafos insisten en que son los propios dio­
ses —y no importa cuáles: unos Olímpicos— los que
ofrecen a Heracles sus pertrechos militares. Según Apolo-
doro, Atenea le concede los primeros dones, Hermes le
enseña el arte del tiro con arco y le regala lo que conlleva,
el arco, por supuesto, pero también el carcaj y las flechas,
en tanto que Hefesto por su parte le hace un regalo sun­
tuoso: una coraza que él mismo ha confeccionado con el
talento de herrero que se le conoce. Por si fuera poco,
L a sabiduría de los mitos

Atenea añade un manto magnífico y de este modo se en­


cuentra adornado nuestro héroe para sus nuevas aventu­
ras. El tema no es despreciable: significa que Heracles es
claramente un representante de los dioses en esta tierra.
Es evidente que su misión es divina o, lo que viene a ser lo
mismo en el universo mental de los griegos, cósmica: no
sólo es su padre, Zeus, sino todo el Olimpo el que está
detrás de él y con él5.
Como verás dentro de un momento, los objetivos que le
designarán pertenecen casi todos a un universo que no es
normal, mejor dicho, a un mundo sobrenatural, lo que
muestra una vez más que, primero y ante todo, Heracles
tendrá que combatir contra unas fuerzas de destrucción
que no tienen nada de ordinario, sino que son reapariciones
de Caos, de los Titanes, hasta de Tifón: en suma, fuerzas
primigenias que Zeus debió contrarrestar...
Por último, en cuanto al número de trabajos, fue en el
siglo i a.C. cuando la cifra de doce se establecerá, compar­
tida al fin por todos los mitógrafos. No hay nada parecido
en la Grecia arcaica y el número de pruebas es variable.
Según Apolodoro, al principio no hay más que diez traba­
jos, pero Euristeo, que es tan mal jugador como mal per­
dedor, deniega dos a Heracles —la Hidra de Lerna y los
establos de Augias— debido a que le han ayudado o retri­
buido por esas dos proezas. Por eso, añade dos trabajos,
lo que nos permite recobrar la cifra de doce de la que na­
die más se apartará en lo sucesivo.
Entremos ahora en el meollo de la cuestión6.
Tenemos en primer lugar, y sin duda el más conocido
de todos los trabajos junto con el de los establos de Au­
gias, el famoso combate contra el león de Nemea, una
ciudad situada en la región de Argos. Euristeo, el pelele
de Hera y ahora rey de Micenas, le ha pedido a su ilustre
primo que le traiga su piel. Lo que primero llama nuestra

268
Diké y cosmos. L a misión primordial de los héroes

atención en esta historia es la naturaleza del animal con­


tra el que tendrá que luchar Heracles. Desde luego, es
aterrador; devasta literalmente la región que denominan
la Argólide, diezmando los rebaños, pero devorando tam­
bién a todos los humanos que encuentra en su camino.
Sin embargo, esto no es lo esencial. Lo más importante es
que esta bestia... no es una de verdad. Heracles no se las
tiene que ver con un león corriente, sino con un mons­
truo cuyos padres no son leones en modo alguno. Su pa­
dre no es otro que el mismísimo Tifón y, según algunos,
su madre es Equidna, la terrorífica mujer/víbora, esposa
de aquél. Está claro que éste es un aspecto decisivo, testi­
monio de la naturaleza real del combate hercúleo, que
no tiene nada que ver con la caza común de un animal
por muy salvaje y peligroso que sea. Heracles es un Zeus
en miniatura: si este último debió enfrentarse a Tifón,
ahora le toca al primero enfrentarse a su descendencia.
Lo que demuestra la naturaleza monstruosa y sobrenatu­
ral del león de Nemea es su piel, la que Euristeo desea
tanto. Posee una particularidad extraordinaria, una ca­
racterística que no posee ningún animal que habite el
mundo normal: nada la puede traspasar, ni Hecha, ni es­
pada, ni puñal por muy afilados y puntiagudos que sean,
lo que hace que el monstruo sea más temible si cabe, pues
es invulnerable para los cazadores.
A pesar de todo su talento como arquero, Heracles
debe renunciar a utilizar sus armas habituales: las flechas
rebotan sobre la piel de la bestia y los mandobles de espa­
da que le inflige resbalan por su cuerpo como el agua so­
bre las plumas de un pato. Entonces Heracles tendrá que
confiar en sus recursos más excepcionales: su fuerza y su
valor, también sobrenaturales y casi divinos. El león habi­
ta en una caverna que tiene dos entradas comunicadas
por un pasillo largo. Nuestro héroe tapa uno de los orifi­

269
La sabiduría de ix>s mitos

cios con una piedra enorme y no duda un instante en en­


trar por el otro. En la oscuridad más completa, avanza al
encuentro del monstruo; cuando éste se lanza sobre él,
Heracles lo coge por la garganta y lo aprieta tan fuerte y
tanto tiempo entre sus brazos que el león acaba por exha­
lar su último suspiro. Entonces, Heracles lo arrastra fuera
de su gruta tirándole de la cola. Y ahí, una vez muerto,
consigue desollarlo, luego se confecciona con la piel una
especie de manto que le servirá de armadura y con la ca­
beza se hace un yelmo de combate.
Cuando Euristeo ve que Heracles regresa victorioso
con esa vestimenta, casi se desmaya. Está literalmente ate­
rrorizado: si Heracles es capaz de acabar con el león de
Nemea, está claro que más vale desconfiar de él. Paraliza­
do por la angustia, este rey de pacotilla le prohíbe para
siempre entrar en la ciudad: en adelante Heracles deberá
depositar los trofeos que le traiga —si es que los consigue:
no olvides que espera desembarazarse de él un día u
otro— al pie de las murallas, fuera de la ciudad. Apolodo-
ro hace incluso la precisión de que, por efecto del miedo,
Euristeo manda fabricar y luego instalar bajo tierra una
especie de tinaja de bronce grande en la cual planea es­
conderse si alguna vez las cosas le fueran mal7.
Si quiere acabar con Heracles, es necesario encontrar
otra cosa, una segunda prueba más temible si cabe que la
primera. Euristeo pide entonces a Heracles que vaya a ma­
tar a una hidra que vive en la región de Lerna. De nuevo,
esta hidra no tiene nada de natural. En realidad, lo que
hoy día llamamos hidra es un pólipo pequeño de agua
dulce —de alrededor de un centímetro y medio— pareci­
do a las anémonas de mar, dotado de una decena de ten­
táculos que producen urticaria y que cuando se cortan vuel­
ven a crecer. No demasiado malo. Pero esa otra hidra no
tiene nada que ver con lo que se encuentra en la naturale­

270
ü lK f: V COSMOS. 1-A MISIÓN PRIMORDIAL DE LOS HÉROES

za «normal». Es un verdadero monstruo, gigantesco, pro­


visto de nueve cabezas que vuelven a crecer en cuanto se
cortan —incluso reaparecen dos cabezas si se tiene la des­
gracia de cortar una—. Ella también devasta literalmente
el país matando a todo lo que se pone a su alcance, sea
animal u hombre. En la Teogonia, Hesíodo nos ofrece dos
informaciones muy valiosas a propósito de ella. En primer
lugar, se trata de nuevo, al igual que el león, de un mons­
truo nacido de los amores de Equidna y Tifón: una vez
más, el vínculo con los trabajos de Zeus es evidente. Lue­
go, es Hera quien, iracunda contra Heracles, ha hecho
criar a la bestia para que se enfrente a él llegado el día.
Apolodoro relata la victoria de Heracles contra la hi­
dra de la siguiente manera:

Como segundo trabajo, Euristeo ordenó a Heracles que


matara a la hidra de Lerna. Esta hidra, criada en el pantano
de Lema, salía a la llanura para devastar los rebaños y el
país. Tenía un cuerpo gigantesco y nueve cabezas, de las
cuales ocho eran mortales y la última, la del medio, inmor­
tal. Así pues, Heracles se montó en un carro, con Yolao (su
sobrino) de cochero, y se fue a Lema. Hizo detener los caba­
llos, encontró a la hidra sobre una especie de colina, cerca
de los manantiales de Amimone donde ella tenía su guari­
da. Lanzándole flechas encendidas la obligó a salir, y cuan­
do estuvo fuera la agarró y la sujetó muy fuerte. Pero ella
enredó una de sus piernas a su alrededor y se pegó a él. Por
más que abatía sus cabezas a mazazos, no conseguía nada,
porque por cada cabeza cortada volvían a salir dos. Un can­
grejo gigante vino en auxilio de la hidra y le mordió el pie.
Asimismo, después de haber matado al cangrejo, llamó a su
vez a Yolao, el cual incendió una parte del bosque vecino y,
con unas teas, quemó las cabezas hasta la raíz para impedir
que volvieran a salir. Cuando hubo acabado de esta forma

271
La sabioi’rIa de los Mrros

con las cabezas que siempre renacen, cortó la cabeza inmor­


tal y, al borde del camino que va de Lerna a Eleúnte, la ente­
rró y puso encima una roca pesada. En cuanto al cuerpo de
la hidra, lo rajó para empapar sus flechas con su veneno.
Pero Euristeo declaró que no se debía contar esta prueba
como uno de los diez trabaos porque Heracles no había
acabado con la hidra él solo, sino con la ayuda de Yolao...

Después de estas dos hazañas que le valieron una gran


reputación en toda Grecia, Heracles vencerá o al menos
dominará de un modo parecido a toda una serie de mons­
truos disfrazados de animales, a pesar de la mala fe de Eu­
risteo. No te cuento todas estas historias cuya trama resul­
ta muy repetitiva y que por lo demás encontrarás casi por
todas partes. Están la cierva de Cerinía, el jabalí de En­
manto, las aves del lago Estinfalo, el toro de Creta, las ye­
guas de Diomedes, el perro Cerbero (el de Hades, de tres
cabezas y colas de serpiente, que custodia los infiernos),
etcétera. Lo que hay que señalar en estos relatos no es
tanto la intriga, que es casi siempre la misma —una bestia
monstniosa que devasta el país y con la que Heracles lo­
gra acabar siempre—, sino la naturaleza sobrenatural y
maléfica de los seres a los que se enfrenta el héroe: salvo
el jabalí de Enmanto, que no tiene de particular más que
una fuerza excepcional y un carácter agresivo desconoci­
do en el mundo real —los textos arcaicos, los anteriores
al siglo v, no hablan de ellos prácticamente nada—, los
monstruos son a la vez maléficos y mágicos: la cierva es
gigantesca y tiene cuernos de oro; las plumas de las aves
son de hierro, punzantes y cortantes como cuchillas de
afeitar; en cuanto al toro, los distintos mitógrafos anti­
guos lo asemejan tanto al que Poseidón hace salir del
agua para permitir que Minos sea rey, como al que ha ser­
vido para raptar a Europa, la linda ninfa que Zeus quiere

272
D fnii y íxjsmos. L a misión primordial de IjOS héroes

convertir en su amante, como al toro del que Pasifae, la


mujer de Minos, se enamora, e incluso asimismo al de
Maratón: en todos los casos, se trata de seres sobrenatura­
les cuyos padres no son una vaca ni otro toro como suce­
de siempre en la naturaleza real, sino dioses que quieren
divertirse con los hombres. Las yeguas de Diomedes son
peores todavía: son caballos que comen carne humana
porque los han hechizado —lo que ningún caballo que
pertenezca al orden de la naturaleza hace jamás, puesto
que es herbívoro—. El perro Cerbero tampoco pertenece
al mundo de aquí abajo. Los bueyes de Gerión no tienen
nada de monstruosos, pero en cambio su propietario, al
que Heracles tiene que enfrentarse para hacerse con los
animales, es hijo de Poseidón y de la terrible Medusa. En
cuanto al perro Orto, que custodia sus rebaños y al que
Heracles debe por supuesto abatir, es una vez más un ser
monstruoso que no tiene nada en común con un perro
de verdad, ya que tiene dos cabezas y es —sin duda algu­
na, el tema que une a Heracles con Zeus es omnipresen­
te— hijo de Tifón y de Equidna.
Dicho de otro modo, las fuerzas que Heracles combate
son de verdad sobrenaturales, incluso divinas, a imagen
de aquellas a las que el propio Zeus tuvo que hacer frente
antes del reparto del mundo y la creación definitiva del
cosmos. Divino no quiere decir bueno: hay dioses malos
como Caos, como los Titanes, como Tifón. Además, a la hi­
dra de Lema, una de cuyas cabezas es también inmortal, se
la reprime exactamente según el esquema que utilizó Zeus
para abatir a Tifón: lo mismo que Zeus no logra aniquilar
a Tifón matándolo, lo que resulta imposible, sino ente­
rrándolo bajo un volcán enorme, el Etna, asimismo Hera­
cles consigue desembarazar al cosmos de la hidra colocando
una roca muy pesada sobre su cabeza inmortal. Añadamos
que de vez en cuando se menciona a Hera de manera ex­

273
La sabiduría de los mitos

plícita como aquella que, si bien no ha fabricado al «ani­


mal», al menos hace todo lo posible para que se cruce en
el camino del héroe cuya muerte desea a toda costa.
El león de Nemea, la hidra de Lema, el jabalí de En­
manto, la cierva de Cerinía, las aves de Estinfalo, el perro
Cerbero, las yeguas de Diomedes, el toro de Creta, los
bueyes de Gerión custodiados por el espantoso Orto: ya
llevamos nueve trabajos.
Los tres restantes, de los que no te he hablado todavía
—el cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas, las man­
zanas de oro de las Hespérides y los establos de Augias—,
tienen un aspecto diferente. Ya no se trata de acabar con
monstmos disfrazados de animales dañinos, sino, senci­
llamente, de llevar a cabo una tarea que se sabe imposi­
ble. En el fondo, en estas hazañas más que en las otras es
donde la noción de «trabajos» se aplica verdaderamente:
sin duda y antes que nada, se trata de una labor, de una
misión imposible y peligrosa en la que lo monstruoso no
es el primer y único elemento característico. Se sale del
esquema habitual de la lucha victoriosa contra un ser ma­
léfico, heredero directo o indirecto de Tifón.
Sin embargo, las fuerzas violentas del caos siguen es­
tando presentes en el trasfondo. Es el caso de las Amazo­
nas, esas guerreras intratables que se comprimen el pe­
cho derecho desde la infancia para que más adelante no
les estorbe en el manejo del arco y la jabalina. Esta vez
no es Euristeo el que pone una nueva tarea a Heracles, sino
Admeto, su hija, que tiene un capricho: desea ferviente­
mente y con suma urgencia el magnífico cinturón de la
reina de las Amazonas, Hipólita. Ahora bien, resulta que
este adomo se lo ha regalado el mismísimo Ares, dios de
la guerra, de modo que todo hace pensar que a Heracles
le costará mucho quitárselo a su propietaria. Contra todo
pronóstico, cuando llega a los pies de la reina después de

274
OlKÉ YCOSMOS. La misión primordiai. üf. i .os héroes

muchas aventuras que paso por alto, ella le regala el cin­


turón con mucho gusto. Pero Hera hace oídos sordos.
Toma la apariencia de una Amazona —los dioses son ca­
paces de cualquier metamorfosis— y extiende el rumor
entre las Amazonas de que Heracles es un enemigo que
ha venido a raptar a la reina, lo que, por supuesto, es com­
pletamente falso. Debido a eso, estalla un combate entre
Heracles y sus compañeros de armas por un lado y las
Amazonas por otro, en el transcurso del cual Heracles
mata a Hipólita.
En cuanto a las famosas manzanas de oro de las Hespé-
rides, se trata una vez más de frutas mágicas —tal vez re­
cuerdes que Eris arrojó una de estas manzanas sobre la
mesa nupcial de Tetis y Peleo—, de seres que no se en­
cuentran en el mundo natural. Son manzanas muy espe­
ciales que salen directamente del árbol en metal precioso,
y está claro por qué: es el regalo que Gea hizo a Hera el
día de su boda con Zeus. La reina de los dioses las encon­
tró tan sublimes que hizo plantar el manzano que las pro­
duce en un jardín situado en los confines del mundo real,
en el Atlas, esa montaña que también es un dios, el famo­
so Titán Adas, hermano de Epimeteo y Prometeo sobre
cuyos hombros reposa el mundo. Hera teme que vayan a
robarle sus manzanas, de modo que pone dos clases de
guardianes a la entrada del jardín. En primer lugar hay
tres ninfas a las que llaman las Hespérides. Hespérides
quiere decir en griego «hijas de Hésperis», que a su vez es
hija de Héspero, la tarde. Además, esas divinidades llevan
nombres que recuerdan a los colores del final del día: la
«Brillante», la «Roja», la «Aretusa de poniente»... Pero,
por lo que cuentan, como Hera no está muy segura de sus
ninfas, añade un segundo guardián: un dragón inmortal
que, faltaría más, es otro hijo de Tifón y Equidna y siem­
pre en medio del camino de Heracles. Por otro lado, en

275
La sabiduría DE I jOS mitos

el curso de esta expedición en busca de las manzanas de


oro es cuando Heracles liberará a Prometeo de sus cade­
nas: mata al águila que le devora el hígado, y que también
es hija de Tifón y Equidna, a flechazos. Curiosamente,
Heracles conseguirá robar las manzanas de Hera —prue­
ba de que de verdad es hijo de Zeus— mediante la astucia
y no por la fuerza.
Una vez que Heracles lo ha liberado, Prometeo no tiene
inconveniente en indicarle lo que busca desde hace más de
un año: el lugar exacto donde se encuentra el famoso jar­
dín de las Hespérides. Es fácil, porque está allí donde está
su hermano Atías. Prometeo le aconseja que no vaya él mis­
mo a robar las manzanas —sería un hurto imperdonable—,
sino que envíe a Atlas a buscarlas por él. Cuando llega don­
de está Adas, Heracles le propone un trato: él sostendrá el
mundo sobre sus hombros en lugar del Titán mientras éste
va a buscar las manzanas. Adas acepta, pero a su regreso se
siente muy ligero; descubre hasta qué punto es agradable
vivir sin carga, hasta qué punto está harto de llevar el mun­
do. Es comprensible. Y le dice a Heracles que él mismo lle­
vará las manzanas a Euristeo. No olvides que durante ese
dempo Heracles tiene toda la bóveda celeste sobre sus
hombros. Tiene que encontrar una solución para volver a
ponerla enseguida sobre los de Adas. Muy amablemente,
para no llamar su atención, le dice que de acuerdo, sólo
que si tuviera la bondad de coger la carga un segundo, eso
le permitiría agarrar un cojín que pondría bajo su cabeza
para estar un poco más cómodo. Adas es fuerte pero tonto:
se deja engañar, vuelve a coger la bóveda y, evidentemente,
Heracles le hace una reverencia y regresa a casa de Euris­
teo con las manzanas, dejando al pobre Adas a merced de
su desuno ñinesto.
El final de la historia es bastante significativo: una vez
que Euristeo üene las manzanas en la mano, apenas las

27«
D lK f Y<X)SMOS. La misión primordial de io s héroes

mira y enseguida se las devuelve a Heracles, lo que de­


muestra, si es que fuera necesario, que el objetivo de los
trabajos es hacer que maten al héroe y que lo que trae no
tiene en sí ningún interés. Además, está terminantemen­
te prohibido robar esas manzanas, que deben quedarse
por obligación en su jardín cósmico. Heracles se las da a
Atenea quien las volverá a poner en su sitio, en armonía
con el resto del mundo...
He guardado los establos de Augias para el final, aun­
que Apolodoro la pone en quinto lugar, porque esta aven­
tura no se parece a las otras. No hay un monstruo, ni un
hijo de Tifón y Equidna, ni un ser sobrenatural... y sin em­
bargo, el combate del orden contra el desorden no es me­
nos omnipresente.
En primer lugar por el personaje del propio Augias,
rey de una región que denominan la Elide, que es no
sólo un maestro del desorden, sino también de la injusti­
cia. Posee rebaños enormes que le ha donado su padre,
Helios, dios del sol. Pero desde que es el propietario nun­
ca se ha tomado la molestia de limpiar sus establos y aho­
ra la suciedad es tan infecta, apenas imaginable, que ame­
naza con contaminar la región entera. El estiércol no se
ha quitado nunca y como se deposita en capas espesas so­
bre las tierras cercanas, las vuelve estériles. Así pues nos
las tenemos que ver con un desorden natural de un tama­
ño considerable. Heracles se abstiene de decirle a Augias
que le envía su primo para limpiarlo todo. En efecto,
quiere pedirle un salario por este trabajo que no le ha
sido impuesto, como empieza a comprender, para tratar
de matarlo —en este caso, la vida del héroe no está ame­
nazada como en las demás aventuras— sino para humi­
llarlo, rebajarle a la condición de un esclavo que debe
meter las manos en el fango. Heracles, pues, quiere que
le paguen —pide, según Apolodoro, una décima parte

277
L a sabiduría de los mitos

del ganado de Augias si consigne quitar todo el estiércol


en un día—, lo cual Augias acepta, no porque le guste la
limpieza y quiera sanear la región, sino porque toma a
Heracles por un estrafalario y no cree una palabra de sus
promesas. Tiene ganas de ver lo que pasará, eso es todo.
Añadamos que además de la retribución que acaba de ob­
tener, Heracles no quiere ensuciarse las manos. No es un
esclavo, sino un semidiós, el hijo de Zeus. Una vez más, la
astucia se unirá a la fuerza. Abre una buena brecha río
arriba en el muro principal que bordea los establos y abre
una segunda brecha en el cercado que los rodea río aba­
jo. Después, desvía el curso de los dos ríos que pasan por
las proximidades, el Alfeo y el Peneo, y hace entrar el
agua saltarina por la primera brecha. Al salir por la segun­
da arrastra todo a su paso, de modo que en unas horas los
establos están limpios como una patena.
Pero, como te he dicho, Augias no es sólo un sucio, tam­
bién es un mentiroso: cuando se entera de que ha sido
Euristeo quien ha enviado a Heracles, se niega a pagarle
aunque haya cumplido su cometido. Y para justificarse,
elabora un argumento idiota: pretende que dado que He­
racles debía hacer el trabajo de todos modos, no tiene que
pagarle por ello. De hecho, Augias no le habría pagado
aunque Heracles no le hubiera ocultado el sentido y el ori­
gen de la tarea que, de todos modos, pagada o no, tenía la
obligación de realizar. El argumento está tan vacío que,
delante del tribunal reunido para zanjar la cuestión, Au­
gias no tiene más remedio que mentir: jura que no ha pro­
metido ningún salario de ningún tipo a Heracles, lo que es
una pura mentira. No tiene suerte. Su propio hijo, que ha
sido testigo de toda la escena, declara contra su padre y
toma la defensa de Heracles. Augias es mal perdedor, y sin
esperar la sentencia de los jueces se apresura a expulsar a
Heracles y a su hijo de su residencia. Es una mala idea. He-

278
D lK É Y COSMOS. I A MISIÓN PRIMORDIAL DE LOS HÉROES

ráeles no olvidará. Acabará encontrando a Augias y matán­


dolo. De este modo, Heracles puede entrar victorioso en
la ciudad de su primo, que debe renunciar a acumular más
pruebas ya que todas se demuestran inútiles, al menos a la
luz de su intención funesta...
Las aventuras que siguen a los doce trabajos son innu­
merables. Los relatos que hemos conservado son tan va­
riados, tan divergentes incluso, que sería absurdo preten­
der contarlos como si formaran una trayectoria lineal y
una biografía coherente. Prefiero llegar directamente a
aquello sobre lo cual están otra vez de acuerdo la mayoría
de los mitógrafos: el último matrimonio del héroe con
Deyanira, sus últimos instantes y su apoteosis.

Muerte y resurrección: «apoteosis» de Heracles

Por lo que respecta al final de la vida de Heracles, la


fuente más antigua y la más desarrollada nos la propor­
ciona la tragedia de Sófocles titulada Las Traquinias, es
decir, las mujeres de Traquis, ciudad donde se encuen­
tran finalmente reunidas de manera trágica Deyanira, la
última esposa del héroe, y Yole, su última amante. Aun­
que muy confusa, la sucesión de acontecimientos que
conducen a la muerte espantosa de Heracles es casi cohe­
rente —y según los mitógrafos tardíos Diodoro, Apolodo-
ro o Higinio, por ejemplo, sigue siendo idéntica en lo
esencial—. Si nos atenemos a la trama fundamental, se
puede descomponer en seis actos principales.
Primer acto: en unas circunstancias que dejaremos de
lado, Heracles conoce a Deyanira en la ciudad de Galidón.
Se enamora y por supuesto quiere casarse con ella de inme­
diato. Pero ella tiene un pretendiente, un tal Aqueloo, que
es al mismo tiempo un dios y un río, un poco como es Atlas,

279
LA SABIDURIA DE LOS MITOS

montaña y Titán. Además posee una característica muy ex­


traña que sin duda le viene de su fluidez: es capaz de meta-
morfosearse en distintos seres, los unos más difíciles de
combatir que los otros. Lo mismo adopta su forma inicial, la
de un río, como se transforma en toro o incluso en dragón.
Heracles debe luchar contra él para quitarle a Deyanira. En
el momento en que Aqueloo ha tomado la apariencia de un
toro es cuando logra la victoria al arrancarle uno de sus
cuernos. Aqueloo, que quiere recuperarla absolutamente,
se declara vencido: pide entonces a Heracles que le devuel­
va su cuerno. Una de las numerosas variantes del mito narra
que, a cambio, Aqueloo regaló a Heracles el famoso cuerno
de la cabra Amal tea, la primera nodriza de Zeus cuando era
muy pequeño en la cueva preparada por Gea, su abuela,
para alejarlo de su padre, Crono, que quería devorarlo, re­
cuerda. El cuerno de Ama! tea es el que se conoce como
«cuerno de la abundancia», porque tenía la propiedad má­
gica de ofrecer al que lo poseyera todo lo que se pudiera
desear en materia de alimentación... De paso te recuerdo
que es imposible traspasar la piel de esta cabra y que servirá
para fabricar la «égida» (palabra que quiere decir «de ca­
bra»), el famoso escudo de Atenea.
Pero volvamos a nuestra historia. Después de su victoria
sobre Aqueloo, Heracles reside un tiempo en Calidón con
su nueva conquista, Deyanira, con la que se acaba de casar.
Por desgracia, durante una cena ofrecida por Eneo, rey de
esta ciudad, mata sin querer, «sin hacerlo aposta», como
dicen los niños, a uno de sus criados que resulta ser tam­
bién uno de los parientes del rey. No cabe duda de que
Heracles es demasiado fuerte para quedarse en el mundo
de los humanos, donde empieza a producir más daños que
beneficios. Con este episodio se comprende que tal vez ha
llegado el momento de alcanzar otro mundo, un mundo
divino que se adapte mejor a su altura. Como a pesar de

280
D ncí: v (xísmos. La misión primordiai. df. i .os héroes

todo se trata de un accidente, Eneo perdona a Heracles.


Sin embargo, no está orgulloso de ello, se siente culpable y,
llevado por un sentido riguroso de la justicia, decide apli­
carse a sí mismo la dura ley del exilio. Asi pues abandona
Calidón con Deyanira y ambos llegan a otra ciudad, preci­
samente Traquis, donde piensa instalarse.
El camino —tercer acto— le conduce a la orilla de un
río, el Eveno, que es necesario atravesar. Allí hay un bar­
quero, un Centauro de nombre Neso, un ser mitad hom­
bre mitad caballo, que cobra a la gente por atravesar el cur­
so de agua en una especie de barca. Heracles atraviesa el
río por sus propios medios, pero en cambio confía a Deya­
nira al barquero, al que no se le ocurre nada mejor que
hacer que intentar violarla durante la travesía. Deyanira se
pone a gritar, Heracles oye sus gritos y saca su arco y sus
flechas. De pronto, una de ellas atraviesa el corazón de
Neso —una de esas flechas que, te recuerdo, están envene­
nadas desde que Heracles metió sus puntas en la sangre
venenosa de la hidra de Lema—. Detalle que luego se reve­
lará importante. En efecto, en el momento en que exhala
su último suspiro, Neso quiere vengarse de Heracles des­
pués de su muerte y le cuenta a Deyanira una historia que
no tiene ni pies ni cabeza: logra convencerla de que con la
sangre que fluye de su herida puede fabricar un filtro de
amor, una poción mágica que le permitirá, si alguna vez
Heracles se le escapa, traerlo de nuevo a ella y hacer que se
vuelva a enamorar. Deyanira cree a Neso: piensa sin duda
que alguien que se está muriendo no miente. Por desgra­
cia, la historia le demostrará lo contrario...
Cuarto acto: Heracles y Deyanira llegan por fin a Tra­
quis, donde el héroe instala a su mujer en casa del rey de
la ciudad, Ceix, amigo y a la vez pariente (es un sobrino
de su padre terrestre Anfitrión). Incapaz de quedarse
quieto, vuelve a marcharse para una serie de nuevas aven­

281
La sabiduría df. i.os mitos

turas, de combates, de guerras diversas en el transcurso


de las cuales mata a numerosos malos y saquea ciudades a
mansalva. Te ahorro los detalles; digamos tan sólo que du­
rante uno de esos saqueos tan habituales en él —en aque­
lla época todo el mundo hacía lo mismo y las guerras ter­
minaban casi siempre, como la guerra de Troya, con el
saqueo en toda regla de la ciudad vencida—, hace prisio­
nera a la encantadora Yole con el propósito, parece ser,
de hacerla su amante. Junto con otros cautivos, la hace
conducir bien custodiada hacia Tranchis, donde deberá
hospedarse en la morada de Ceix, con Deyanira. El regre­
sará un poco después. Por el momento, desea detenerse
durante algún tiempo en las cumbres del cabo Ceneo
para hacer allí sacrificios a Zeus... De paso le pide a Deya­
nira —por mediación del mensajero que acompaña a
Yole y los demás cautivos— que le envíe una túnica nueva
para poder llevar a cabo esos sacrificios rituales con unos
ropajes limpios, dignos del acto purificador que quiere
realizar.
Nada más ver a Yole, Deyanira percibe la amenaza: esta
muchacha es desde luego arrebatadora. En Las Traquinias,
Sófocles narra la escena y vemos cómo, en un abrir y ce­
rrar de ojos, Deyanira comprende que su marido puede
escapársele. Entonces se acuerda de Neso y su poción. Rá­
pidamente va a buscarla y la extiende con cuidado por la
túnica que el mensajero debe llevar a su marido. De este
modo espera que vuelva a ella, de nuevo enamorado,
como Neso le ha prometido. Está claro que es una trampa:
esta poción es mágica, cierto, pero mata de un modo abo­
minable a cualquiera que se unte con ella. Heracles se
pone la túnica que Deyanira le ha enviado. En cuanto su
cuerpo la calienta empieza a arder; enseguida intenta qui­
társela, pero se pega a su piel de una manera terrible.
Cuando la retiran, jirones de carne calcinada acompañan

282
DlKÉ YCOSMOS. L a misión primordial de los héroes

al tejido. El dolor es atroz y no hay medio alguno de salvar


a quien ha caído en la trampa. Un oráculo había advertí-
do a Heracles de que un muerto le mataría, y Heracles
comprende que el muerto en cuestión no es otro que Neso,
el Centauro que él mató con su flecha envenenada.
Entonces Heracles pide a uno de sus hijos que haga le­
vantar una gran pira para que pueda acabar mediante el
fuego purificador. Su hijo, horrorizado, se niega. Un cria­
do acepta —a cambio, Heracles le da su arco y sus flechas—.
Sube a la pira; el criado la prende... y así es cómo Heracles
termina su vida terrestre. Era necesario que muriese, como
todos los hombres, pero la historia no se ha terminado
del todo. Según Apolodoro, que expresa la opinión más
corriente que encontramos en los diferentes mitógrafos,
una nube desciende del cielo. Se posa suavemente sobre
el cuerpo ardiente de Heracles y lo eleva despacio hacia el
cielo. Allí, en el Olimpo, es donde lo convertirán en dios, y
allí también donde Hera le perdonará y se reconciliarán.
Es su apoteosis —apo/théos: su transformación en dios—,
que viene a recompensar su trabajo, en efecto divino, de
lucha incesante contra las fuerzas del caos.

II. T eseo, o cómo continuar la tarfa de Heracles luchando


CONTRA LA SUPERVIVENCIA DE LAS FUERZAS CAÓTICAS

Teseo es primo de Heracles, admirador y continuador


suyo. También es un ejecutor de monstruos fabuloso y,
además, la mayoría de los mitógrafos son explícitos al pre­
sentar sus primeras proezas como una continuación di­
recta de los trabajos de un Heracles que durante algún
tiempo no estuvo disponible, pues le habían condenado a
la esclavitud al lado de la reina Onfale. Se puede decir
que, al igual que Heracles en el Peloponeso y la región de

283
La sabiduría dk i/ » mitos

Argos, la Argólida, Teseo es el héroe más grande de todos


los tiempos, al menos en lo que se denomina «el Atica»,
es decir, la comarca que rodea Atenas. Teseo, como Hera­
cles, no es más que un ser de leyenda, claro está. No ha
existido nunca. Sin embargo, conocemos sus aventuras
por unas «biografías» que lo describen y narran su vida
como si se tratara de un personaje histórico real8, que ha­
bría vivido una generación antes de la guerra de Troya
—lo que se demostraría por el hecho de que dos de sus
hijos habrían tomado parte en el conflicto—. Así, Teseo
sería contemporáneo de Heracles, si bien más joven, y
además habrían tenido ocasión de conocerse según varias
leyendas. Por desgracia —o tal vez por fortuna: después
de todo, esta diversidad es lo que también da encanto a la
mitología—, estas biografías míticas son con frecuencia
divergentes entre ellas. Y estas divergencias comienzan
desde el nacimiento de Teseo.
Según algunos, en especial Plutarco —que en lo que
atañe a este héroe es la fuente más importante, aunque
tardía—, Teseo es hijo de Etra, una princesa hija de Piteo,
rey de la ciudad de Trezén, y de Egeo, el rey de Atenas
que reinó sobre todo el Atica. Así pues, como suele decir­
se, es «de alta cuna». Según la tradición, se cuenta que al
no haber logrado tener hijos con sus diferentes mujeres,
Egeo se habría decidido a hacer el viaje a Delfos para con­
sultar a la pitia, el famoso oráculo de Apolo. Con palabras
sibilinas, como siempre, es decir, poco comprensibles, le
habría dicho que no abriera su odre de vino antes de ha­
ber llegado a su casa de Atenas. Según Plutarco, éstas son
las palabras exactas que habría proferido al futuro héroe:

Del odre el pie que sale no desates, ¡oh, magno vencedor


de las naciones!, sin que al pueblo de Atenas vayas antes.

284
D u iÉ V COSMOS. 1A MISION PRIMORDIAL DE LOS HÉROES

Aprovecho para decirte de pasada de dónde procede


la expresión «palabras sibilinas» y el origen etimológico
de la palabra «sibilina». Sibila era una pida, una sacerdo­
tisa encargada de dar a conocer los oráculos de Apolo,
(lomo era muy célebre, decidieron después de su muerte
transformar su nombre propio en nombre común y decir
«una» sibila para designar a las sacerdotisas que la suce­
dieran en Delfos u otros sitios. Los oráculos tenían una
característica constante: eran siempre equívocos, ambi­
guos, su significado no era inmediato sino, al contrario,
difícil de interpretar para los mortales. De ahí que se diga
«palabras sibilinas» para designar palabras poco claras o
ambiguas.
Egeo no comprende casi nada de las palabras de la pi­
tia y decide, de camino, pasar a ver a uno de sus amigos.
Piteo, rey de Trezén, para pedirle consejo. Este último, en
cambio, no tiene ninguna dificultad para comprender el
significado del oráculo, a saber, que tiene que emborra­
char a Egeo y meter a su hija Etra en su lecho para que le
haga un hijo. Este comportamiento, sobre todo viniendo
de un padre, seguramente te parecerá extraño: es difícil
imaginarse hoy día a unos padres emborrachando a su
huésped para que se acueste con su hija. Antes bien, ha­
rían cualquier cosa para evitar esa clase de catástrofe. Sin
duda; pero en la época de Piteo no se ven las cosas como
ahora: en opinión del rey de Trezén, su colega, el rey de
Atenas, es un partido excelente para su hija. Un hijo suyo
sería un honor para la familia y tal vez la oportunidad, in­
cluso la garantía, de tener un nieto extraordinario. En
todo caso, es así como Teseo habría visto la luz. Según
otras fuentes (Baquélides y, al parecer, Apolodoro), sería
con seguridad hijo de Etra —nunca se pone en duda a la
madre en estos casos— pero el padre verdadero no es
Egeo, sino Poseidón, que se habría deslizado también,

285
La sabiduría de los mitos

precisamente la misma noche que Egeo, en el lecho de


Etra. Una cuna aún más alta, puesto que divina.
En el fondo no importa. Lo cierto es que Teseo posee
desde el principio madera de héroe, al menos si conside­
ramos, como lo hacían en aquella época en ese universo
aristocrático, el prestigio de sus ascendientes. Sin embar­
go, durante su infancia no sabrá nada de su padre porque
su madre se niega a revelarle su identidad. De todas for­
mas, cuando un dios se acuesta con una mortal, su marido
(o en su caso su compañero) no debe, en general, sentirse
ofendido. Debe educar o hacer educar al niño como si
fuera suyo. La mañana siguiente a esa noche en que se em­
borracha y se acuesta con Etra, Egeo se dice que si alguna
vez debiera tener un hijo le gustaría poder reconocerlo
cuando fuera un joven adulto. Con este fin, esconde un
par de sandalias y una espada bajo una roca enorme, muy
difícil de mover, y antes de retomar su camino hacia Ate­
nas le dice a la joven princesa que si por casualidad da a
luz un hijo suyo que espere a que sea lo bastante mayor y
fuerte para revelarle el escondite y el nombre de su padre.
Entonces, y sólo entonces, podrá levantar la roca y descu­
brir los regalos que le ha dejado allí. Que luego vaya a Ate­
nas para que su padre, gracias a ellos, pueda reconocerlo.
Etra y Piteo educan al pequeño Teseo con gran esmero.
Tal vez te preguntes por qué Egeo no se lleva con él a
Etra y a su futuro hijo. ¿Es un mal padre que no se preocu­
pa por los hijos que va sembrando por el camino? Nada
de eso. La verdad es muy otra, y hay que desconfiar de las
apariencias. De hecho, Egeo sólo desea una cosa en la
vida, por eso ha hecho el viaje a Delfos para consultar
al oráculo: tener un hijo. Pero quiere que ese hijo llegue
a la edad adulta antes de darse a conocer y reconocer, sin
lo cual corre el peligro de morir a manos de sus primos
hermanos, los Palántidas, es decir, los hijos de Palante,

2 8 (>
Ü1KÍ: Y COSMOS. [.A m is ió n pr im o r d ia l dk l o s h ír o k s

hermano de Egeo. Enseguida comprenderás porqué: todo


el mundo en Atenas sabe que Egeo no tiene hijos. Por
eso, sus sobrinos, los hijos de su hermano Palante, se di­
cen: ¡estupendo!, nosotros somos los herederos del trono
de Atenas. Y como te imaginas, si por desgracia se entera­
sen de que Egeo tiene un hijo, tratarían sin lugar a dudas
de quitarle de en medio para evitar que les arrebate lo
que consideran desde ahora como suyo: a saber, la suce­
sión al trono de Atenas. Y como ellos son cincuenta y sin
escrúpulos —pues sí, el hermano de Egeo no tuvo menos
de cincuenta hijos— el muchacho no tendrá ninguna
oportunidad de escapar. Esta es la razón de que Egeo re­
comiende a Etra que se mantenga en silencio, que no
diga nada a Teseo acerca de sus orígenes hasta que sea lo
bastante mayor y fuerte para poder levantar la roca y va­
lerse del arma que está escondida debajo.
Teseo crece muy deprisa... y muy bien. Desde la edad
de dieciséis años no sólo es fuerte como un adulto, sino
mucho más que todos los de su región. Incluso su fuerza
es hercúlea —y se dice que desde su infancia Heracles es
su modelo, su héroe: además, son parientes lejanos—. Etra
decide entonces revelarle el doble secreto que guarda des­
de hace tanto tiempo: en primer lugar, su padre (en todo
caso, el que cuenta en esta tierra, su padre humano...) es
Egeo, el rey de Atenas, y, en segundo lugar, ha dejado algo
para él, su hijo, escondido bajo una piedra pesada adonde
ella lo conduce para ver si ya es lo bastante vigoroso para
levantarla. Como te imaginas, Teseo no necesita más de
tres segundos para agarrar la piedra y desplazarla como si
fuera de plumas. Coge la espada, se calza las sandalias y
declara a su madre que partirá de inmediato hacia Atenas
para encontrarse con su padre. De nuevo te preguntarás
tal vez para qué pueden servir esas sandalias estropeadas:
que un padre deje a su hijo un arma estupenda para que

287
La sabiduría dk i.os mitos

pueda defenderse y como símbolo de la entrada en la edad


adulta, sea, se comprende. Pero en fin, ¿por qué un objeto
tan banal y carente de interés como unas sandalias cuando
es evidente que su madre y su abuelo han debido darle ya
todo lo necesario a modo de calzado? De hecho, tienen
un sentido muy preciso: significan que Teseo debe hacer
el viaje de Trezén a Atenas... a pie, y no por mar. ¿Por qué
es éste un elemento importante del mito?
Porque, como recuerdas, la vida de Teseo está amena­
zada más que nunca por los malvados Palántidas, que
quieren quitarle el sitio. Etra y Piteo están muy preocupa­
dos por él y le ruegan que evite a toda costa llegar a Ate­
nas por el camino: es bastante más peligroso. No sólo está
la amenaza de los hijos de Palante, sino que además la re­
gión está plagada de malhechores e incluso, todo hay que
decirlo, de seres monstruosos desde que Heracles, redu­
cido a la esclavitud, no puede cumplir correctamente con
su trabajo de ejecutor de monstruos. Ahora bien, los que
pueblan el camino que lleva a Atenas son de una crueldad
y de una violencia tales que no son simples bandidos, sino
seres casi demoniacos; sería una imprudencia absoluta
que un joven aún inexperto pretendiera medirse con ellos.
Sí, desde luego, es la voz de la sabiduría, en todo caso de
la prudencia. Pero mira tú por dónde, ahí están esas san­
dalias, eso es innegable, que su padre le ha dejado por un
motivo válido. Si Egeo ha escondido un calzado, es para
que se utilice; así pues, es evidente que hay que llegar a
Atenas a pie, y si los monstruos cortan el paso a Teseo en­
contrarán la horma de su zapato, pues es ya casi tan fuerte
como Heracles y su espada es temible.
Dicho en términos simbólicos, se trata de un viaje iniciá-
üco, un viaje durante el cual Teseo debe descubrir su ver­
dadera vocación: la de héroe, no sólo excepcional por su
fuerza y su valor, sino también por su capacidad para elimi­

288
D ir é y cosmos. La misión primordial de i.os héroes

nar del mundo, del cosmos, el desorden insoportable que


los monstruos hacen imperar. Una de dos: o bien Teseo
fracasa o bien tiene éxito. Si fracasa, es que no tenía made­
ra de héroe, pero si tiene éxito llegará a ser, como su primo
Heracles, uno de los grandes continuadores de la obra em­
prendida por Zeus cuando abatió a los Titanes y luego lo­
gró la victoria contra Tifón: un hombre, cierto, pero un
hombre divino por su contribución (a su nivel, claro está,
pero a semejanza de los dioses) a la armonía del universo, a
la victoria del cosmos contra las fuerzas del caos.
Y precisamente, en lo que se refiere a las fuerzas del
caos, Teseo irá bien servido. A lo largo de su trayecto ha­
cia Atenas se cruzará con seis seres literalmente abomina­
bles que, además, tienen aterrorizada a toda la región del
istmo de Corinto. Al igual que en los trabajos de Heracles,
todos esos monstruos, o casi, tienen una ascendencia es­
pantosa o rara. Todos presentan unos rasgos de carácter
que se salen por completo de lo común y son sumamente
peligrosos y terroríficos.
Empezando por Perifetes, que si creemos a Apolodoro,
cuyo relato sigo aquí en lo fundamental9, es el primero
que se cruza en el camino del joven Teseo en las inmedia­
ciones de la ciudad de Epidauro. Perifetes es un verdadero
crápula inmundo. Se dice que es hijo de Hefesto, el dios
cojo, el único Olímpico feo. Su hijo tiene, a semejanza del
padre, unas piernas muy cortas y torcidas. Como encima
son debiluchas, finge apoyarse en un bastón, que en reali­
dad es una especie de maza o de porra de hierro, con el
fin de que los viajeros se apiaden y se acerquen a él para
ayudarlo, lo que hace Teseo amablemente. Y a modo de
agradecimiento, el horrible Perifetes toma su temible
arma para matarlo, pero Teseo, mucho más raudo y hábil,
lo atraviesa con su espada y lo mata; luego se apodera de la
maza de la que no se separará nunca más...

2 8 Í)
I.A SABIDURÍA DK LOS MITOS

Segundo acto: Teseo se encuentra con el ruin Sinis, al


que apodan «Pitiocamptes», lo que en griego signiñca
«doblador de pinos». Sinis es un gigante de una fuerza
inimaginable, propiamente inhumana —en donde se ve
ya un signo de su monstruosidad—. Según Apolodoro, es
hijo de un tal Polipemon, pero a veces se afirma, sin duda
para explicar su fuerza monstruosa, que posee una ascen­
dencia divina, que sería hijo de Poseidón. Para compren­
der bien el jueguecito atroz al que Sinis se entregaba, hay
que remontarse a la iconografía de la época, en particular
a las imágenes pintadas en vasijas que describen la escena
y que a veces son más explícitas que los textos escritos. Si­
nis atrapa a los caminantes que tienen la desgracia de pa­
sar cerca de él pidiéndoles que le ayuden a doblar hasta el
suelo dos pinos próximos entre sí. En cuanto el infeliz tie­
ne sujetas lo mejor que puede las cimas de los dos árboles,
Sinis ata cada uno de sus pies y de sus brazos a cada una
de las dos cimas y lo suelta todo de golpe, de modo que en
el momento en que se afloja la presión sobre los pinos y
se enderezan con violencia el viajero se rasga literalmente
por la mitad, se descuartiza. Y Sinis se ríe burlonamente,
es su pasatiempo favorito, eso le divierte de verdad. Nues­
tro héroe finge entrar en su juego, pero en vez de dejarse
atar, sujeta los pies del monstruo a los dos árboles, de
modo que cuando se enderezan es Sinis quien queda des­
pedazado; padece así la suerte que destinaba con tanto
placer a los demás.
Tercer acto, peor aún si cabe: la cerda de Cromión, o
mejor dicho lajabalina, pues se trata seguramente de una
hembra de jabalí. Esta jabalina no es corriente. No tiene
nada en común con los demás jabalíes conocidos hasta
ahora. Es hija de Tifón y Equidna, ella misma hija de Tár­
taro y madre entre otros de Cerbero, el perro de los in­
fiernos, un monstruo con rostro de mujer cuyo cuerpo no

290
Dnx y cosmos. L a misión primordial de los héroes

termina en unas patas, sino en una cola de serpiente...


Como ves, esta cerda tiene a quién salir. Y también tiene
el asesinato como pasatiempo: aterroriza la región, mata
todo lo que pasa por su lado... hasta que Teseo la elimina
de la faz de la tierra a golpes de espada. Sin duda alguna,
el joven es tan valiente como hábil en el combate.
Teseo encuentra al cuarto monstruo en los alrededores
de la ciudad de Megara. Tiene aspecto humano, pero no
hay que fiarse. Se trata de un tal Escirón y, de nuevo, algu­
nos dicen que tiene ascendencia divina y que incluso sería
hijo de Poseidón. Otros aseguran que es hijo de Pélope, a
su vez hijo del famoso Tántalo que muere de hambre en
los infiernos. Sea como fuere, es un ser inhumano. Ha esta­
blecido su territorio al borde de la ruta costera, cerca de un
cabo llamado precisamente «rocas escironias». Allí espera
a los viajeros, y figúrate que cuando coge a uno le obliga a
lavarle los pies. Tiene siempre su balde a mano, pero cuan­
do el infeliz se inclina para ejecutar la tarea que el otro le
ordena, lo arroja al precipicio donde será la presa de una
tortuga gigantesca, asimismo monstruosa, que lo devora
todavía vivo... Como ya te imaginas, Teseo no se deja des­
moralizar. Según algunas pinturas, coge el balde de Esci­
rón, le da un buen golpe en la cabeza y lo envía al encuen­
tro de su tortuga en el fondo del mar. Exit Escirón.
Y Teseo retoma su peligroso camino. Por supuesto,
vuelve a caer en una verdadera peste. Esta vez, la escena
ocurre en Eleusis, recuerda, la ciudad de Deméter y sus
misterios. Un extraño personaje corta el paso a Teseo. Se
trata de un tal Cerción, que tampoco es del todo huma­
no, puesto que de nuevo se dice que es hijo de Poseidón o
tal vez de Hefesto, como el espantoso Perifetes. También
está dotado de una fuerza sobrehumana y su pasatiempo
favorito es hacer el mal por el mal, dañar al prójimo por
el placer de dañarlo. Detiene a los caminantes y les obliga

291
I A SABIDURIA DE IO S MITOS

a pelear con él. Es evidente que gana todas las veces. Pero
no se contenta con ganar; una vez que su adversario ha
caído, se complace en matarlo. Cuando detiene a Teseo,
Cerción está seguro de ganar. ¡Ya ves, un muchacho muy
joven de apenas dieciséis años! Le hará picadillo. Salvo
que Teseo es fuera de lo común y que con sus dieciséis
años es veloz como una pantera. Coge a Cerción por un
brazo y una pierna, lo alza por encima de su cabeza y sen­
cillamente lo arroja al suelo con toda su fuerza. El coco ha
encontrado la horma de su zapato: se estrella contra el
suelo con todo su peso... y muere en el acto.
Como en todas las buenas historias, se ha guardado lo
peor para el final. Y lo peor es un tal Procustes (al que han
dado varios nombres y apodos: también se le llama Damas-
tes, Polipemon o Procusto, término que al parecer, en este
contexto, significa «el que martillea»; verás por qué den­
tro de un instante). Una vez más, algunos piensan que este
hombre tiene un origen no humano: en particular Higi-
nio, que cree que Procusto es hijo de Poseidón —a quien
como ves se le achaca un montón de hijos muy poco sim­
páticos—. Procusto tiene dos camas, una grande y otra pe­
queña, en su casa situada asimismo al borde de ese camino
que va de Trezén a Atenas. Muy amablemente, como quien
no quiere la cosa, Procusto ofrece hospitalidad a los viaje­
ros que pasan cerca de su casa. Pero siempre se toma la
molestia de ofrecer la cama grande a los de estatura baja y
la cama pequeña a los más altos, de modo que los prime­
ros están muy holgados en su lecho, y en cambio la cabeza
y los pies de los segundos sobresalen. En cuanto se duer­
men, el horroroso los ata muy fuerte a su cama... y a los al­
tos les corta todo lo que sobresale, mientras que a los bajos
les rompe las piernas con un martillo y literalmente las
hace papilla para adaptar con más facilidad lo que queda a
las dimensiones de la cama grande. Pero una vez más, Te-

292
D lK f: V COSMOS. L a m is ió n m u m o r m a i . d e l o s h é r o e s

seo no se deja engañar. Ha visto venir la malvada maniobra


de su anfitrión, en quien desde el principio no confía; y
capturándolo, le hace sufrir a su vez los suplicios que re­
serva por lo general a sus invitados...
Cuando por fin llega a Atenas sano y salvo, a Teseo le
precede ya una reputación extraordinaria de ejecutor de
monstruos. Todo el mundo lo aclama, le testimonia un
agradecimiento infinito por haber limpiado el camino de
esos seres demoniacos consagrados al mal por el mal que
nadie, hay que reconocerlo, se había atrevido a hacer
frente. Sólo Heracles puede compararse a nuestro nuevo
héroe. Ahora, Teseo va a tratar de encontrar a su padre,
Egeo, el rey de Atenas. Pero todavía le esperan dos obs­
táculos en su camino. Están, recuerda, los Palántidas, sus
primos hermanos, los hijos de su tío Palante, que quieren
matarlo para evitar que suba al trono en lugar de ellos.
Pero también está, más temible si cabe, la hechicera Me-
dea, que se ha convertido en la esposa de Egeo. Bajo una
apariencia encantadora —es de una belleza absoluta—,
Medea es un ser terrorífico. Para empezar, es sobrina de
otra maga, Circe, la que transforma a los compañeros
de Ulises en cerdos. Pero también es hija de Eetes, rey de
la Cólquide, el que posee el vellocino de oro que Jasón,
cuyas aventuras te contaré enseguida, le acaba de arreba­
tar. Y en esa otra historia, ella no dudó en matar a su pro­
pio hermano y despedazarlo para ayudar a su amante, Ja­
són, a huir de la Cólquide con el vellocino de oro (hago
esta precisión para situar al personaje y decirte de lo que
es capaz...). Por otro lado, el día que Jasón la abandone
después de haberle hecho dos hijos, llena de rabia y sed
de venganza, ella misma apuñalará a sus dos hijos. Eso es
tanto como decir que más vale no fiarse de ella.
Sabe con seguridad que Teseo es el hijo de Egeo y se
dice que con todos esos dones no puede representar más

293
I.A SABIDURIA DE IO S MITOS

que molestias para ella. Entonces le calienta los cascos


a Egeo; le explica que ese Teseo es peligroso, que es nece­
sario eliminarlo. Y te recuerdo que, desde luego, Egeo ig­
nora todavía en ese momento que Teseo es su hijo: sólo lo
conoce por su reputación de ejecutor de bandidos y de
monstruos. Como la mayoría de los maridos, se deja con­
vencer por su esposa y, si creemos a Apolodoro, trata pri­
mero de eliminar al héroe enviándole a luchar contra un
toro terrible, el toro de Maratón, que siembra el terror en
esta ciudad matando a los hombres. Por supuesto, Teseo
regresa victorioso después de haber aniquilado a la bestia.
Aconsejado por Medea, Egeo intenta envenenar a quien
sigue ignorando que es su hijo. La hechicera ha prepara­
do una poción de su cosecha, una de sus especialidades de
envenenadora. Egeo da una fiesta en su palacio real a la
que invita a Teseo. Entonces le tiende la copa llena de ve­
neno, pero en el momento en que Teseo la coge y se dis­
pone a beber, Egeo advierte en su flanco la espada real
que él mismo había dejado bajo la roca como signo de re­
conocimiento. Mira los pies del muchacho y enseguida
reconoce también las sandalias. Con el revés de la mano
aparta la copa envenenada y el líquido venenoso se extien­
de por el suelo. Con lágrimas en los ojos abraza a su hijo.
Teseo está a salvo y al instante Egeo expulsa a la terrible
Medea de su reino. Quedan los Palántidas: digamos que,
llegado el día, después de la muerte de su padre, Teseo no
tendrá ninguna dificultad en exterminarlos uno a uno,
hasta el último, de modo que por fin tendrá vía libre: po­
drá convertirse en el nuevo rey de Atenas.
Pero todavía no hemos llegado ahí, pues le espera una
prueba, la más terrible de todas, en el camino de su ascen­
sión al trono real. Será necesario enfrentarse primero a
un monstruo al lado del cual los que acabo de mencionar­
te no son más que amables entretenimientos: se trata del

294
DlKÉY COSMOS, I.A MISIÓN PRIMORDIAL DF, I X » HÍ.ROFS

M inotauro, un ser m itad hom bre, m itad toro, que el rey


M inos ha h e c h o encerrar en el Laberinto que a este efec­
to construyó u n o d e los arquitectos más fam osos de la
época: D édalo. Y esta vez, ni que decir tien e q u e la partida
n o está ganada d e antem ano: nadie ha logrado jam ás ven­
cer al m onstruo, en verdad terrorífico, q u e habita ese fa­
m oso Laberinto, y nadie ha logrado tam poco encontrar
la salida una vez d en tro d e ese jardín m aléfico.
Para com p ren d er bien la con tin u ación d e esta aventu­
ra, ten go que contarte prim ero los o ríg en es d e la historia
p o co com ú n d e este m onstruo.

Teseofrente al Minotauro en el laberinto construido por Dédalo

Este asunto del toro se remonta lejos, muy lejos aguas


arriba. Empecemos por el personaje de Minos. Este rey
de Creta no es una persona muy simpática; pasa por ser
uno de los numerosos hijos de Zeus, un hijo que habría
tenido cuando se transformó... precisamente en toro para
raptar a la encantadoia Europa, una muchacha sublime
de la que, como de costumbre, se había enamorado. De
paso te señalo, para que veas cómo se entremezclan todas
estas historias, que Europa es hermana de Cadmo, el que
ayudó a Zeus a vencer a Tifón y a quien el rey de los dioses
entregó por esposa a Harmonía, una de las hijas de Afro­
dita y Ares.
A lo que íbamos. Para seducir a Europa sin que le vea
su esposa, Hera, Zeus ha tomado la apariencia de un toro
sublime, de una blancura inmaculada y dotado además
de cuernos semejantes a medias lunas. Aunque disfraza­
do de animal, es magnífico. Europa está jugando en la
playa con otras muchachas y, por lo que cuentan, es la úni­
ca que no sale corriendo ante la aparición del animal. El

295
I.A SABIDURÍA DK U>S MITOS

toro se acerca a ella que, sin embargo, está un poco asus­


tada, pero parece tan agradable, tan poco fiero —está cla­
ro que Zeus hace lo que sea para tener un aspecto ama­
ble— que lo acaricia; él la mira con ternura, se arrodilla
ante ella muy gentil. Ella no puede resistirse, monta sobre
su lomo... y ¡hala!, Zeus/el toro se levanta y se la lleva a
toda velocidad a través de las olas hasta Creta, en donde
vuelve a tomar forma humana y le hace, uno tras otro, tres
hijos a la moza: Minos, Sarpedón y Radamantis.
El que aquí nos interesa es Minos. Si creemos el relato
de Apolodoro —y una vez más es el que sigo aquí en lo
esencial—, Minos redacta leyes para Creta, el país en el
que ha visto la luz, pues quiere ser su rey. Entonces se casa
con Pasifae, también de alta cuna, puesto que se afirma
que es una de las hijas de Helios, dios del sol. Con ella
tendrá varios hijos, entre ellos dos hijas que también se­
rán célebres —te hablaré más de ellas enseguida: Ariadna
y Fedra—. A la muerte del rey de Creta, sin descendencia,
Minos decide ocupar el sitio vacante y afirma a quien
quiere oírle que cuenta con el apoyo de los dioses. ¿La
prueba? Si se la piden, es fácil: declara que es capaz de
conseguir que Poseidón haga salir de las aguas un toro
magnífico. Para obtener los favores del dios del mar, Mi­
nos ha debido sacrificar varios animales en su honor y,
sobre todo, le ha prometido que si accedía a su petición,
si llegado el día hacía salir un toro del mar, de inmediato
lo sacrificaría para él. Ahora bien, no hay nada que les
guste más a los dioses que los sacrificios. Adoran la devo­
ción de los hombres, los cultos y los honores que les rin­
den, pero también el delicioso aroma que desprenden las
gruesas patas del toro cuando se asan a la brasa... Así pues,
Poseidón hace lo que Minos le ha pedido: bajo la mirada
atónita del pueblo de Creta reunido para la ocasión, un
toro magnífico sale de las aguas y se eleva en el cielo.

2 9 ()
lilK t. Y COSMOS. La m is ió n pr im o r d ia l df. l o s h é r o e s

Una vez realizado el milagro, Minos se convierte en


rey. En efecto, el pueblo no sabría negar cosa alguna a un
hombre que posee el favor de los Olímpicos hasta ese
punto. Pero como ya te he insinuado, Minos no es lo que
se dice un buen tipo. Entre otros defectos, carece de pala­
bra. Y encuentra que el toro de Poseidón es tan hermoso,
tan fuerte, que decide quedárselo como semental de sus
propios rebaños en lugar de sacrificárselo al dios como
prometió. Grave error que a decir verdad limita con la hy-
btis. No se le toma el pelo impunemente a Poseidón, y el
dios, encolerizado como pocas veces, decide castigar al
sinvergüenza.
Así es cómo Apolodoro narra el episodio:

Poseidón, irritado con Minos porque no había sacrificar


do al toro, volvió furioso al animal e hizo lo posible para que
Pasifae (la esposa de Minos) sintiera deseo por él. Enamorada
del toro, pide ayuda a Dédalo, un arquitecto que había sido
desterrado de Atenas tras un asesinato. Éste fabricó una vaca
de madera, la subió a unas ruedas, la vació por dentro, cosió
sobre ella una piel de vaca que había despellejado previa­
mente, y después de haberla dejado en el prado donde el
toro tenía la costumbre de pastar, hizo subir a Pasifae en
ella. El toro vino y copuló con ella como con una vaca de
verdad. Así es cómo Pasifae engendró a Asterión, llamado el
Minotauro, que tenía rostro de toro y, por lo demás, cuerpo
de hombre. Conforme a los oráculos, Minos le hizo ence­
rrar en el Laberinto que había construido Dédalo. Ese La­
berinto era una morada con unos recodos tortuosos tales
que en ella se vagaba sin poder salir nunca.

Comentemos un poco este pasaje.


En primer lugar, la venganza de Poseidón. Reconoce
que es bastante retorcida. Simplemente, decide hacer cor­

297
La sa b id u r ía n r i.o s m it o s

nudo a Minos, y lo importante es cómo: con el toro que


habría debido sacrificarle. Como siempre, el castigo está
en proporción con el delito: Minos ha engañado por cau­
sa del toro y será engañado por él. Poseidón hechiza de
este modo a su nrnyer, Pasifae, para que se enamore del
animal y engendre con él al Minotauro (lo que literalmen­
te significa «el toro de Minos», el cual, a pesar del nombre,
es todo salvo el padre...).
Veamos a continuación el papel de ese personaje extra­
ño y genial que es Dédalo. Apolodoro nos dice de pasada
que lo expulsaron de Atenas por haber cometido un cri­
men. Sin duda te has preguntado de qué se trataba. He
aquí la respuesta, que define a Dédalo como un ser poco
agradable, si bien de una inteligencia como ninguna otra.
Además de arquitecto, Dédalo es lo que hoy llamaríamos
un «inventor». Es el «Ungenio Tarconi» de la mitología
griega, una especie de doble de Leonardo da Vinci: se le
puede pedir que resuelva cualquier problema y encuentra
la solución; que invente cualquier máquina y la fabrica en­
seguida. Nada se le resiste y es de una inteligencia diabóli­
ca. Sólo que está lleno de defectos. Sobre todo, es celoso.
No soporta que alguien sea más inteligente que él. Tiene
su taller en Atenas. Si creemos a Diodoro de Sicilia, que
cuenta esta anécdota con detalle mientras que Apolodoro
se contenta con aludir a ella, un día Dédalo toma como
aprendiz a su sobrino Talo. Por desgracia para él, Talo está
muy dotado, tiene un talento increíble e incluso amaga
con superar a su maestro cuando inventa, él solo, sin ayu­
da exterior de ningún tipo, el torno de alfarero —esa má­
quina tan útil con la que se fabrican vasijas magníficas,
pero también cuencos, platos, tinajas, etcétera—, y tam­
bién la sierra metálica. Dédalo revienta de celos, y eso le
vuelve malo, hasta el punto de que en un ataque de odio
mata a su joven sobrino (según Apolodoro tirándolo des­

298
Diké y cosmos. 1a misión primordial df. io s iiérofs

de lo alto de la Acrópolis, una de las cumbres de Atenas).


Comparecerá ante el célebre tribunal llamado del Areó-
pago (porque en otras circunstancias había servido ya para
juzgar al dios de la guerra, Ares). Este prestigioso tribunal
le declara culpable y Dédalo es condenado al exilio.
Podrá parecerte que esta condena es muy leve: ser ex­
pulsado de su ciudad por haber cometido un crimen tan
abominable puede parecemos a nosotros, los modernos,
un castigó muy escaso. Pero en aquella época muchos lo
consideraban peor que la pena de muerte —y esto es cohe­
rente con la visión griega que se desprende de todo lo
que te he contado de esos mitos desde el comienzo de
este libro—. Si la vida buena, como demuestra la historia
de Ulises, es la vida en armonía con su «lugar natural»,
con su sitio en el orden cósmico establecido por Zeus, en­
tonces sí, verse expulsado es condenarse a una vida de
desdicha. ¿La prueba? Recuerda que Ulises rechaza el
ofrecimiento de Calipso cuando, para conservarlo, le pro­
pone la inmortalidad y la juventud... Así pues, Dédalo es
expulsado de Atenas y sabe de sobra que desde ahota es un
alma maldita, condenada para siempre a la nostalgia.
Se dirige entonces a Creta y allí —Dios los cría y ellos
se juntan— vuelve al servicio activo al lado de Minos, que
le ha acogido. Y como ves, no duda en engañar a su señor
fabricando una vaca artificial que le permite a Pasifae co­
pular con el toro de Poseidón. Y como verás también den­
tro de un momento, lo engañará de nuevo al ayudar a Te-
seo a salir del Laberinto que él mismo ha ideado y
construido para que el Minotauro viviera en él. Pero no
nos anticipemos. Por ahora, sólo sabemos que Poseidón
ha castigado a Minos con crueldad, pero este último tiene
además otras preocupaciones. Su hijo Andrógeo había
ido a Atenas para participar en una fiesta gigantesca que
se denomina fiesta de las «Panateneas». Se trata, un poco

299
L a sabiduría df. los mitos

como en los Juegos Olímpicos, de competiciones en las


que los jóvenes de diversas regiones compiten entre ellos
en varias disciplinas: jabalina, lanzamiento de disco, ca­
rrera a pie, a caballo, lucha, etcétera. Y por una razón so­
bre la que existen diversas hipótesis, Andrógeo, el hijo de
Minos, muere. Según Diodoro, Egeo le manda asesinar
porque se ha hecho amigo de los Palántidas y se vuelve
una amenaza para Teseo. Según Apolodoro, Egeo envía a
Andrógeo a luchar contra el toro de Maratón y resulta
muerto. Da igual. Lo principal es que el hijo de Minos
encuentra la muerte con motivo de su estancia en Atenas
y que, con razón o sin ella, su padre hace responsable a
Egeo. Así pues, declara la guerra a los atenienses y el re­
sultado, si creemos a Diodoro (sobre eso Apolodoro es
poco elocuente), es un periodo de sequía que amenaza
Atenas. Entonces, Egeo pregunta a Apolo qué hay que ha­
cer, a lo que el dios responde que, para salir del atollade­
ro, es necesario someterse a las condiciones que imponga
Minos.
Ya te he dicho que no es simpático. Para dejar de ase­
diar Atenas pide que cada año le envíen siete mancebos y
siete doncellas que introduce en el Laberinto para que
sirvan de alimento al Minotauro. Eso es tanto como decir
que es un fin atroz. lx>s desdichados tratan por todos los
medios de escapar a las garras del monstruo, pero es del
todo imposible encontrar la menor salida del antro y, uno
a uno, son devorados por la criatura. Según algunos. Te-
seo sale elegido en el sorteo para formar parte de la si­
guiente expedición. Pero según la mayoría de las demás
versiones, es él, con su valor habitual, quien se ofrece vo­
luntario. Lo cierto es que se encuentra en la nave que lle­
va a catorce jóvenes hacia Creta en donde les aguarda un
destino terrorífico; a partir de aquí la mayor parte de las
versiones concuerdan. He aquí una de las más antiguas,

300
¡)!KÉ y COSMOS. La MISIÓN (ftlM ORM AI. DE IXÍS HÍKOtiS

la de Ferecides10, que ha servido de matriz y modelo a la


mayoría de los mitógrafos:

Cuando llega (a Creta), Ariadna, hija de Minos, está dis­


puesta a ayudarlo amorosamente; le entrega un ovillo de
hilo que había recibido de Dédalo, el arquitecto, y le reco­
mienda que, una vez. dentro, lo ate al cerrojo que hay en lo
alto de la puerta, que avance desenrollándolo hasta que lle­
gue al fondo, y que, cuando haya cogido al Minotauro dor­
mido y lo haya vencido, sacrifique los cabellos de su cabeza a
Poseidón y luego regrese volviendo a enrollar el orillo...
Después de matar al Minotauro, Teseo coge a Ariadna y em­
barca también a los mancebos y las doncellas para quienes
no había llegado aún el momento de ser entregados al Mi­
notauro. Hecho esto, parte en mitad de la noche. Llega a la
isla de Día, desembarca y se tumba en la playa. Atenea se
presenta a su lado y le ordena que abandone a Ariadna y
salga para Atenas. Al momento, se levanta y cumple la or­
den. Afrodita se aparece a Ariadna, que se lamenta, y la ex­
horta a que recupere el ánimo: va a ser la esposa de Dioniso
y se hará famosa. Luego se le aparece el dios y le da una co­
rona de oro que luego los dioses transformarán en constela­
ción para complacer a Dioniso...

Algunos comentarios al respecto.


En primer lugar, se ve que una vez más, como en el
caso de Pasifae, Dédalo no duda en traicionar a Minos
que, no obstante, es su rey y su protector: cuando Ariadna
le pide que le dé un medio para ayudar a Teseo, de quien
se ha enamorado a primera vista —un auténtico flecha­
zo—, no tiene ningún escrúpulo en proporcionarle la
manera de solucionar su asunto amoroso: gracias al ovillo
de hilo, Teseo podrá encontrar su camino de vuelta y ser
el primero en salir de ese dichoso laberinto (y de ahí vie­

301
LA SABIDURIA DE LOS MITOS

ne la expresión, seguir el «hilo de Ariadna», que se utiliza


sobre todo para designar el hilo conductor principal de
una historia complicada). A cambio de hacerle este favor,
Teseo promete a Ariadna que si logra matar al Minotau-
ro, la llevará consigo y se casará con ella. Por supuesto,
Teseo logra su objetivo. Entra en el Laberinto y sólo con
la fuerza de sus puños consigue matar al Minotauro.
Advertirás también que, al contrario que otros «litó­
grafos que afirman que Teseo habría «olvidado» a Ariad­
na en la isla donde hace escala, Ferecides nos invita a pen­
sar, y en ello le sigue Apolodoro, que no hay nada de eso.
Teseo no es un ingrato, incluso está enamorado de Ariad­
na. Sencillamente, obedece a Atenea y cede su lugar a un
dios al que es inútil querer resistirse: Dioniso. Claro está,
yo prefiero esta versión que cuadra mucho mejor con lo
que es el personaje de Teseo: un hombre valeroso y fiel, que
obedece a los dioses y a quien es imposible imaginar com­
portándose como un granuja con una mujer que acaba
de salvarle la vida. Así pues, regresa a Atenas con el cora­
zón oprimido y privado de la mujer a la que ya considera­
ba su futura esposa.
Lo que explica el drama que supondrá la muerte de su
padre. En efecto, cuando deja Atenas para dirigirse a Creta
a combatir contra el Minotauro, Teseo embarca en una
nave que luce unas velas negras. Entonces Egeo le ofrece
un juego de velas blancas y le hace un mego de suma im­
portancia: si regresa con vida después de haber vencido al
monsmio, que sobre todo no se olvide de cambiar las velas,
de poner las blancas en lugar de las negras. Con ello su an­
ciano padre se tranquilizará cuanto antes: sus vigías, que
otean sin cesar las naves que se aproximan, le notificarán
que las velas son blancas y que su hijo goza de buena salud.
Embargado por la nostalgia debido a la ausencia de Ariad­
na, Teseo olvida cambiar las velas. Desesperado, Egeo se

302
D ik é y cosmos. L a misión primordio, d i los héroes

an eja desde lo alto de la roca que domina el puerto al mar


que, desde entonces, se denomina «mar Egeo».

La muerte de Minos y el mitodeícaro, hijo de Dédalo

Unas palabras más sobre Dédalo y Minos antes de con­


tinuar con las aventuras de Teseo. Empecemos por Déda­
lo. Al enterarse de la muerte del Minotauro y de la huida
de los jóvenes atenienses, y constatar además la desapari­
ción de su hija Ariadna, Minos comienza a estar un poco
harto de Dédalo y de sus traiciones. Por decirlo lisa y llana­
mente, está loco de ira y dispuesto a todo para vengarse.
Pues no tiene ninguna duda: sólo Dédalo ha podido ayu­
dar a Ariadna y a Teseo a salir del Laberinto. Sólo él era lo
bastante inteligente para proporcionarles el medio de en­
contrar una salida. A falta de poder entregar a su arquitec­
to al Minotauro, le hace encerrar junto a su hijo ícaro en
el Laberinto, jurándose a sí mismo que nunca le dejará sa­
lir de esta terrible prisión. Eso es no contar con el talento
de Dédalo, a quien ningún problema se le resiste. Piensas
tal vez que siendo el autor del laberinto saldrá ganando.
Desengáñate. Aunque haya ideado ese jardín tortuoso, al
no disponer de los planos Dédalo no tiene, como cual­
quier otro, la menor idea de cómo salir de allí. Así pues,
necesita inventar algo que los saque de ahí. Y por supues­
to, nuestro «Ungenio Tarconi» da con una solución ge­
nial. Con cera y unas plumas fabrica dos pares de alas mag­
níficas, uno para él y otro para su hijo. Padre e hijo echan
a volar por los aires escapando así de su prisión.
Antes de despegar, Dédalo ha sermoneado bien a su
hijo: «Sobre todo —le dijo— no te acerques demasiado al
sol, si no la cera se fundirá y tus alas se desprenderán; tam­
poco te acerques mucho al mar, pues la humedad arranca­

303
La sa b id u r ía d e ü o s m it o s

rá las plumas clavadas en la cera y corres peligro de caer».


Icaro asiente a su padre, pero una vez en el cielo pierde
toda mesura: cede a la hybris. Embriagado por sus nuevos
poderes, se toma por un pájaro, tal vez incluso por un dios.
Hace caso omiso a las recomendaciones de su padre. No
puede resistirse al placer de elevarse en el cielo todo lo
que puede. Pero el sol brilla y, a fuerza de acercarse, la
cera que mantiene las alas del muchacho empieza a fun­
dirse. De repente, se desprenden y caen al mar. Él tam­
bién, y se ahoga bajo la mirada de su padre que no puede
hacer otra cosa que llorar la muerte de su hijo. Desde en­
tonces, este mar tomará, como en el caso de Egeo, el nom­
bre del difunto: se le denomina mar Icaro.
Como ya te imaginas, al descubrir la evasión de Dédalo,
Minos estalla de nuevo en cólera. Esta vez es la gota que col­
ma el vaso. Hará todo lo posible por encontrar a aquel que
le ha traicionado tanto y tan a menudo, el responsable de
la infidelidad de su mujer, el cómplice de la huida de Te-
seo y de su hija, el culpable de la muerte de su monstruo.
Por su parte, Dédalo ha conseguido salir sano y salvo y se
ha refugiado en Sicilia, en Cárnico. Minos lo persigue por
todas partes: si es necesario irá a buscarlo hasta los confi­
nes del mundo. Para encontrar al traidor, Minos ha puesto
a punto una argucia de su cosecha: por donde pasa, lleva
con él un pequeño molusco, una especie de caracol de
mar cuya concha tiene forma espiral, y ofrece una suma
considerable a quien sea capaz de pasar un hilo por el in­
terior de lo que, en el fondo, no es más que un minilabe­
rinto. Minos está convencido de que Dédalo es el único lo
bastante inteligente para encontrar la solución y también
de que, como es vanidoso, el inventor no resistirá el pla­
cer de demostrar que puede con cualquier enigma.
Y eso es lo que sucede. Dédalo vive en Sicilia en casa de
un tal Cócalo. Un día, Minos pasa por casualidad por su

304
D/Kf. Y COSMOS. L \ misión primordial df. lo s héroes

casa y le expone el problema a resolver. Cócalo se compro­


mete a darle la solución. Propone a Minos que vuelva al
día siguiente y entretanto pide a su amigo Dédalo que en­
cuentre la respuesta por él y éste lo hace. Coge una hormi­
ga, le ata un hilo a una pata y le hace entrar en la concha
después de haber perforado el vértice. La hormiga vuelve
a salir por el agujero y con ella el hilo. Al ver que Cócalo le
aporta la solución, a Minos no le cabe ninguna duda: Dé­
dalo debe de estar en su casa. De inmediato pide que se lo
entregue para castigarlo como merece. Cócalo finge obe­
decer e invita a Minos a comer en su morada. Antes de la
comida le propone un buen baño... y lisa y llanamente lo
hace escaldar por una de sus hijas. Una muerte atroz para
un personaje poco amable. La leyenda quiere que luego
llegue a ser, junto a su hermano Radamantis, uno de los
que juzgan a los muertos en el reino de Hades.

Últimas aventuras. Hipólito, Fedray la muerte de Teseo

En cuanto a Teseo, después de la muerte de su padre se


convierte en el nuevo rey de Atenas. Como te he dicho, ha
eliminado a los Palántidas, y no teniendo más obstáculos
que salvar ni monstruos que combatir, ejerce el poder con
una gran sabiduría. Incluso pasa por ser uno de los principa­
les fundadores de la democracia ateniense, por uno de los
primeros en ocuparse de los más débiles y los más pobres.
Pero seamos francos: es casi imposible narrar de manera
coherente sus últimas aventuras por lo abundante de las
anécdotas y la divergencia de las versiones. Si nos creemos la
vida de Teseo narrada por Plutarco, nuestro héroe aún par-
licipa en una guerra contra las Amazonas, donde lucha con­
tra las famosas guerreras al lado de Heracles. Luego libra
otro combate, esta vez en compañía de su mejor amigo, Pirí-

305
La sabiduría de ia>s mitos

too, contra los Centauros, después de lo cual, como Ulises,


desciende a los infiernos para tratar de raptar a Perséfone
—tentativa que se salda, claro está, con un fracaso doloro­
so—. Lleva a cabo otro rapto, el de la bella Helena, entonces
de doce años, y participa en algunas otras aventuras...
Pero en el transcurso de esta vida extraordinaria hay so­
bre todo otro episodio que merece volver a contarse: el mar
trimonio de Teseo y Fedra y la pelea con su hijo Hipólito.
Tras la guerra contra las Amazonas, Teseo, vencedor,
rapta a su reina, o al menos a una de sus jefas, y se la lleva
con él a Atenas. Con ella tiene un hijo, Hipólito, al que
quiere con pasión. Un poco después se casa con Fedra,
hermana de Ariadna y una de las hijas de Minos. Es al mis­
mo tiempo una historia de amor y un signo de reconcilia­
ción con la familia de su antiguo adversario ahora fuera de
combate. Teseo ama a Fedra quien, aunque respeta a su
marido y sus sentimientos hacia él son sólidos, está loca de
amor por Hipólito, el hijo que Teseo tuvo con la Amazona.
Hipólito rechaza los avances de su madrastra por dos razo­
nes. En primer lugar, no le gustan las mujeres. Sus únicos
pasatiempos son la caza y los juegos de guerra. Todo lo fe­
menino le da horror. Pero además, Hipólito adora literal­
mente a su padre y por nada del mundo se le pasaría por
la cabeza la idea de traicionarlo acostándose con su espo­
sa. Fedra se toma muy a mal verse rechazada por el mucha­
cho. Además, empieza a temer que la denuncie y acuse
ante su padre. Entonces ella anticipa el drama, toma la de­
lantera. Un buen día que Hipólito anda por los alrededo­
res, Fedra rompe adrede la puerta de su habitación, rasga
sus vestidos, luego se pone a dar gritos y afirma que el chi­
co ha intentado violarla. Hipólito está horrorizado. Trata
de defenderse ante su padre, pero como sucede a menu­
do Teseo confía en su mujer y, con el corazón destrozado,
echa a su hijo de casa. Bajo el efecto de la cólera, comete

306
O/tó YCOSMOS. La misión primordial de los héroes

el error fatal de implorar a Poseidón, ese dios que tal vez


sea su padre, que cause la muerte de Hipólito. El joven ya
se ha puesto en camino, huye de casa a toda velocidad en
su carro tirado por unos caballos veloces. En el momento
en que el camino bordea el mar, Poseidón hace salir un
toro de las aguas, por segunda vez desde el comienzo de
esta historia. Los caballos se asustan y se desbocan, se salen
del camino y el carro se rompe en mil pedazos. Hipólito
muere en el accidente. Fedra no soporta el drama, confie­
sa la verdad a Teseo y se suicida ahorcándose.
Esta tragedia ha inspirado a muchos dramaturgos y la
historia, una de las más tristes de toda la mitología, ha
quedado grabada en las memorias. Teseo no es más que
la sombra de sí mismo. Por múltiples razones que no te
cuento aquí, ya no consigue reinar en Atenas y deja el tro­
no para refugiarse en casa de un pariente lejano, un tal
Licomedes. Según algunos, Licomedes asesina a Teseo
por razones poco claras, quizá por celos o por temor a
que le pida tierras. Según otros, Teseo muere en un acci­
dente mientras paseaba por las montañas de la isla. Sea
como fuere, su fin es un poco vergonzoso. Como ocurre
con frecuencia en esas historias heroicas, no tiene nada
de grandioso y no parece digno de un héroe. Lo que que­
da al final es un hombre como los demás, un simple mor­
tal, y que la muerte es siempre algo muy estúpido. No obs­
tante, pasado el tiempo, los atenienses descubrirán su
tumba, recuperarán sus restos y le rendirán un culto se­
mejante al que se reserva a los dioses.

III. P erseo o el cosmos liberado de ia G orgona Medusa

Con Perseo nos enfrentamos de nuevo a uno de esos


héroes griegos impulsados por la justicia y preocupados

307
La sabiduría de los mitos

por expulsar del mundo de los vivos a los seres capaces de


destruir el orden cósmico instaurado por Zeus. El primer
relato coherente de las aventuras de Perseo procede de
Ferecides. Le sigue Apolodoro con detalles aproximada­
mente iguales, y sobre esta matriz los demás mitógrafos
han compuesto algunas variantes. Te voy a contar la histo­
ria siguiendo, en lo fundamental, esa versión original.
Eranse una vez dos hermanos gemelos llamados Acri-
sio y Preto que se entendían tan mal entre ellos que ya re­
ñían en el vientre de su madre. Para evitar que siguieran
peleándose cuando llegaran a la edad adulta, acordaron
compartir el poder. Preto fue el rey de Tirinte y Acrisio, el
que nos va a interesar aquí, reinó en la bella ciudad de
Argos (no confundir con otros tres Argos, personajes de la
mitología que llevan el mismo nombre que la ciudad de
Acrisio: para empezar, está Argos, el perro de Ulises; asi­
mismo es el nombre del monstruo de los cien ojos que
Hermes matará cuando Hera lo envía a vigilar a ío, la her­
mosa ninfa que Zeus transforma en vaca, y cuyos ojos se
verán impresos en las plumas de los pavos reales; y por úl­
timo, Argos el ingeniero naval, el que construyó el barco
dejasón y los Argonautas).
Pero volvamos a Acrisio, el rey de la bonita ciudad de
Argos. Tiene una hija encantadora, Dánae, pero no un
hijo, y en aquella época lejana un rey debe tener un hijo
que le suceda en el trono. Como era habitual, Acrisio se
dirige a Delfos para consultar al oráculo y saber si algún
día tendrá un hijo varón. También como de costumbre, el
oráculo responde con evasivas. Sólo le dice que tendrá un
nieto, pero que ese nieto lo matará cuando se haga ma­
yor. Acrisio está consternado e incluso aterrorizado: el
oráculo de Delfos no se equivoca nunca y lo que acaba de
oír de sus labios es su sentencia de muerte. No hay nada
que hacer contra el destino pero, a pesar de todo, los hu­

308
I)!KÍ YCOSMOS. La misión primordial dk ios híroes

manos no pueden dejar de intentarlo todo. Aunque quie­


re a su hija, Acrisio decide encerrarla con un ama de com­
pañía, una sirvienta, en una especie de cárcel de bronce
que manda construir en los bajos del patio de su pala­
cio. De hecho, este tipo de cárcel es una imitación de las
tumbas que antaño se construían en Mecenas, en las pro­
fundidades de la tierra, y cuyos muros se recubrían de
metal dorado. Le pide a su arquitecto que deje una pe­
queña hendidura en el tejado para que pueda pasar un
poco de aire y al menos Dánae no muera asfixiada... En
cuanto el trabajo está terminado, encierra a su hija con la
sirvienta y así se siente un poco menos angustiado.
Pero no contaba con la concupiscencia de Zeus quien,
desde lo alto del Olimpo, ha reparado en la preciosa Dá­
nae. Y, como de costumbre, ha decidido acostarse con ella.
Para lograr sus fines, se metamorfosea en una lluvia de oro
fino que cae del cielo y se infiltra en la prisión por la grieta
del tejado. Esta lluvia dorada cae sobre el cuerpo de Dánae
y de ese único contacto pronto nacerá un niño, Perseo.
A menos que las cosas se hayan producido de otro modo y,
una vez introducido en la tumba, Zeus se haya metamorfo-
seado de nuevo en un ser humano para hacer mejor el
amor con Dánae. Sea como fuere, el resultado está ahí y
nace el pequeño Perseo, que va creciendo en su jaula de
oro hasta el día en que Acrisio oye los goijeos del niño. So­
brecogido de pánico, manda abrir enseguida la prisión y
descubre con horror la realidad: aunque parezca imposi­
ble y a pesar de todas las precauciones, tiene un nieto, y el
oráculo comienza sin prisa pero sin pausa a hacerse reali­
dad. ¿Qué hacer? Lo primero que hace es matar a la infeliz
sirvienta que, sin embargo, no tiene absolutamente nada
que ver, pero se equivoca al imaginar que es cómplice de
este nacimiento funesto. La degüella con sus propias ma­
nos sobre el altar privado de su palacio consagrado a Zeus,

309
La sabiduría de i.os mitos

esperando con ello obtener la protección del rey de los


dioses... Luego interroga a su hija: ¿cómo ha hecho para
fabricar ese bebé? ¿Quién es el padre? Dánae cuenta la ver­
dad: el papá es Zeus, ha bajado del cielo transformado en
lluvia de oro, etcétera. ¡Sí ya, y qué más!, exclama el rey.
Ponte un poco en el lugar de Acrisio: no cree una sola pala­
bra de esta historia y piensa que su hija le está contando un
cuento chino. Pero a pesar de todo no puede hacerle co­
rrer la misma suerte que a su sirvienta, como tampoco a
Perseo: al fin y al cabo se trata de su hija y su nieto y las Eri-
nias podrían venir a atormentarlo; no en vano castigan
siempre los asesinatos familiares...
Entonces manda llamar a un carpintero muy hábil. Le
pide que construya un arca grande, tan bien hecha que
pueda navegar en el mar. Hace entrar en ella a su hija y a su
nieto, la cierra herméticamente, y ¡hala, que sea lo que
Dios quiera! Ahí están, abandonados a su suerte, a merced
de las olas. Más adelante, los pintores y los poetas describi­
rán la escena a su manera. Se dice que Dánae es una madre
formidable: en esas circunstancias terribles se sigue ocu­
pando de su niño a las mil maravillas. El arca termina por
llegar a algún sido, como üene que ser, y en este caso a una
isla, la isla de Sérifos, donde un pescador llamado Dictis
recoge a los náufragos. Es un hombre bueno, muy genero­
so. Trata a Dánae con el respeto debido a una princesa y
cría al pequeño Perseo como si fuera su propio hijo. Pero
Dictis tiene un hermano, Polidectes, mucho menos delica­
do y respetuoso que él. Polidectes es el rey de Sérifos y se
enamora de Dánae desde el momento en que la ve. Daría
cualquier cosa por acostarse con ella, todo hay que decirlo.
El único problema es que Dánae no quiere y Perseo se ha
hecho mayor: ya es un mozo. Protege a su madre y no es
fácil quitarle de en medio. Polidectes tiene una idea, sin
duda para desviar la atención de Perseo, tal vez para hacer­

310
DlKf. Y COSMOS. L a m isión primordial de lo s héroes

le caer en una trampa, quién sabe. En todo caso, trata de


apartarlo y anuncia a bombo y platillo que va a dar una fies­
ta a la que invitará a todos los jóvenes de la isla. Entonces
les dirá que quiere casarse con una muchacha, Hipodamía,
que adora los caballos. Como la costumbre lo requiere, to­
dos esos jóvenes deberán llevarle un regalo. Así pues, cada
uno aporta un caballo, el más hermoso que ha podido en­
contrar, para complacer a su rey. Pero Perseo no lleva nada.
Es natural: es pobre, como náufrago que es. En compensa­
ción, o tal vez por fanfarronería, dice que se compromete a
dar a Polidectes cualquier otra cosa, incluso, si lo desea, la
cabeza de Medusa, la terrible Gorgona. Tal vez ha dicho
eso para hacerse el interesante (también porque ya siente
en él una vocación de héroe. Ix>s relatos no son muy claros
a este respecto).
Lo cierto es que, desde luego, Polidectes le toma la pa­
labra, muy contento de hallar una ocasión excelente para
desembarazarse definitivamente de ese aguafiestas. En
efecto, nunca nadie ha logrado acercarse a la Gorgona y
regresar vivo. Así pues, tendrá vía libre para casarse con
Dánae (o tomarla por la fuerza...).
Ya te he hablado de las tres Gorgonas y de su aspecto
monstruoso, absolutamente terrorífico. Ahora es necesa­
rio que te diga algo más acerca de ellas. Son tres herma­
nas y, según algunos, en particular Apolodoro, en otro
tiempo fueron hermosas, pero habrían cometido la im­
prudencia de afirmar que eran aún más bellas que Ate­
nea. Como ya sabes, este tipo de hybris no se perdona. Para
vengarse o, mejor dicho, para ponerlas en su sitio, Atenea
las desfigura literalmente. Ahora, sus ojos desorbitados
son horripilantes; de su boca brota constantemente una
lengua horrible, semejante a la de un cerdo o un cordero,
y salen además unos colmillos como de jabalí que les dan
un aspecto espantoso. Tienen brazos y manos de bronce

311
La sabiduría df. i.os mitos

y unas alas de oro en la espalda. Y lo peor de todo es que


la mirada de sus ojos saltones transforma en piedra a to­
dos los seres vivos, animales, plantas o humanos, en cuan­
to la cruzan. Aquí encontramos una característica análo­
ga, pero peor aún, a lo que vimos con el famoso toque
dorado de Midas: en los dos casos, el don mágico que per­
mite transformar lo orgánico en inorgánico, lo vivo en
piedra o en metal, representa una amenaza directa para
la armonía y la conservación de todo el orden cósmico.
En última instancia, semejantes seres podrían aniquilar si
quisieran, o les dejaran, el trabajo de Zeus. Por lo tanto,
es vital para el cosmos volverlos a poner en su sitio tantas
veces como sea necesario. Ahora bien, resulta que de las
tres Gorgonas, dos son inmortales y una mortal. Ha llega­
do el momento de eliminar al menos a aquella que es po­
sible aniquilar y Perseo será quien se encargue de ello.
El problema es que el infeliz ha hablado demasiado
deprisa y no tiene ni la menor idea de cómo proceder.
Para empezar, habría que saber dónde se esconde Medu­
sa, pero Perseo no lo sabe. Se dice incluso que las Gorgo­
nas, seres misteriosos y mágicos, no habitan en nuestra
tierra, sino en algún sitio de los confines del universo.
¿Dónde exactamente? Nadie parece saberlo y, en todo
caso, Perseo tampoco. Luego, admitiendo que las encuen­
tre, ¿cómo matar a Medusa sin que lo transforme en esta­
tua de piedra para toda la eternidad? Imagina que vuela
como un pájaro, que sus ojos saltones giran en todos los
sentidos y a toda velocidad y que basta una sola mirada
para que todo acabe. Ni que decir tiene que hacer frente
al reto es difícil y Perseo empieza a pensar que tal vez ha­
bría hecho mejor llevando un caballo a Polidectes como
todo el mundo... Pero es un héroe y también, al fin y al
cabo, no lo olvides, hijo de Zeus. Como Heracles. Y la
prueba de que su tarea en la tierra es divina es que Her-

312
D in : y cosmos. L a misión primordial df. ió s hírof .s

mes y Atenea, los Olímpicos más poderosos y más cerca­


nos a su padre, acudirán en su ayuda.
La primera etapa que Perseo tiene que salvar consiste
en visitar a las denominadas «Creas». Se trata de tres her­
manas que también son hermanas de las Gorgonas. Tienen
los mismos padres, asimismo espantosos, dos monstruos
marinos gigantescos, Forcis y Ceto. Las Greas tienen la mi­
sión de custodiar el camino que lleva a las Gorgonas, y si
ellas ignoran quizá el lugar donde habitan, conocen a unas
ninfas que sí están al corriente. Si Perseo logra hacer ha­
blar a las Greas podrá, en una segunda etapa de su periplo,
ir a consultar a esas ninfas. Pero las Greas no son fáciles, es
lo menos que puede decirse. A su manera, son también
verdaderos monstruos de los que hay que desconfiar: tie­
nen fama de devorar a losjóvenes cuando les viene en gana.
Además, todas esas divinidades, se trate de las Gorgonas
inmortales, de sus padres monstruosos o de sus hermanas
horripilantes, pertenecen al universo preolímpico: son se­
res del caos y no del cosmos, esas fuerzas primigenias y ar­
caicas de las que siempre hay que desconfiar y que hay que
saber dominar si se quiere escapar a la destrucción.
Damos como prueba el hecho de que las Greas están
dotadas de dos características espantosas. La primera es
que han nacido viejas. Figúrate que nunca han sido jóve­
nes, y mucho menos niñas ni bebés. Desde su nacimiento
son ancianas de piel muy arrugada, viejas brujas desde el
principio. La segunda característica es que no tienen más
que un ojo y un diente para las tres. Imagínate un poco la
escena: continuamente se pasan el ojo y el diente, que dan
vueltas sin parar en un corro infernal. De modo que un
poco como Argos, el monstruo de los cien ojos, aunque no
tengan más que un órgano visual, están siempre vigilantes
porque nunca duermen las tres al mismo tiempo. Asimis­
mo, su diente único está siempre dispuesto para cortar,

313
La sabiduría de los mitos

trocear y rasgar a quienquiera que se les acerque demasia­


do. Así pues, hay que desconfiar de ellas como de la peste.
Jean-Pierre Vemant compara la carrera del ojo y el
diente de las Creas a la del hurón en el juego que lleva su
nombre. La imagen es excelente, pero, no sé por qué, la
historia me recuerda más bien al juego del trile. ¿Conoces
este juego? Se colocan tres cuencos pequeños boca abajo
encima de una mesa. El maestro del juego, a decir verdad
una especie de prestidigitador, esconde una moneda (o
un billete, una sortija, etcétera) bajo uno de los cuencos.
Después la hace pasar hábilmente de un cuenco a otro,
levantándolos y volviéndolos a poner a toda velocidad, de
modo que al final acabas por no saber b<go qué cuenco
está escondida la moneda. Tú debes adivinar y la mayoría
de las veces, por no decir siempre, te equivocas y el maes­
tro del juego se embolsa tu dinero. Para Perseo es un poco
lo mismo con las Creas. Tendría que agarrar el ojo y el
diente en el momento en que los pasan, no de un cuenco
a otro, sino de una vieja a otra. Es casi imposible de tan vi­
gilantes y rápidas como son. Pero. Perseo es un héroe y,
como te imaginas, logra esta primera proeza. Rápido como
el rayo, consigue birlar los dos órganos, y ahora son las tres
viejas las que están horrorizadas y se ponen a dar alaridos:
son inmortales, cierto, pero privadas del ojo y el diente su
vida sería un infierno. Llamemos a las cosas por su nom­
bre. Aunque no esté bien (pero no tiene más remedio),
Perseo ejerce sobre ellas lo que se dice un chantaje: si le
dicen dónde encontrar a las ninfas que saben dónde están
las Gorgonas, les devolverá sus bienes. Si no, pasarán el
resto de la eternidad sin ver ni comer. El trato es sencillo y
claro, sin apelación. Refunfuñando, las viejas obedecen
y le indican el camino de las ninfas a las que se supone te­
nían que custodiar. Como es honrado, Perseo les devuelve
el ojo y el diente... y se apresura a continuar su camino.

314
O/»? YCOSMOS. La misión primordial df, i.os h Froes

A diferencia de las tres brujas, las ninfas son tan encan­


tadoras como acogedoras. Reciben a Perseo con una gran
amabilidad y no tienen inconveniente en decirle dónde
encontrar a las Gorgonas. Además, le harán unos regalos
de incalculable valor, dotados de poderes mágicos, sin los
cuales Perseo no tendría ninguna oportunidad de conse­
guirlo. En primer lugar, le ofrecen unas sandalias aladas
iguales a las de Hermes, un calzado que permite volar por
el cielo a toda velocidad, como un pájaro, e incluso mu­
cho más deprisa todavía. Luego le dan el famoso yelmo
de Hades, un gorro de piel de perro que vuelve invisible a
quien lo lleva puesto —lo que le permitirá escapar a la
persecución de las dos Gorgonas inmortales cuando tra­
ten de vengar a su hermana—. Por ultimo, le regalan un
zurrón, esa bolsa que llevan los cazadores para meter las
presas que han abatido, para que Perseo pueda guardar
la cabeza de la Gorgona cuando se la haya cortado. Pues
aunque esté muerta, hay que saber que sus ojos van a con­
tinuar petrificando para siempre todo lo que se les cruce:
de modo que lo prudente, por no decir vital, es mante­
nerlos a cubierto. Hermes añade a estos tres regalos una
especie de hoz pequeña como la que utilizó Grono para
cortarle los genitales a su padre Urano, en todo caso un
instrumento cortante y también mágico: tan duro y resis­
tente que corta todo lo que cae en su hoja.
Pertrechado de ese modo, Perseo se pone de nuevo en
camino y llega al fin al país de las Gorgonas. Pero allí la
tarea no es fácil y necesitará la ayuda de Atenea. ¿Cómo
cortarle la cabeza a la horrible Gorgona sin correr el peli­
gro de cruzar su mirada? Para llevar a cabo semejante tra­
bajo es necesario mirar lo que se hace, pero ahí está, pre­
cisamente, lo que le expone a una muerte segura. Por
fortuna, Atenea ha pensado en todo. Coge su escudo, liso
y brillante, que va a servir de espejo. Se coloca detrás de

315
La sabiduría de i .os mitos

Meditsa, que está dormida, mientras Perseo se acerca a ella


silencioso como un gato. Ve en el escudo el reflejo del
rostro de Medusa: aunque le mire no hay peligro, no es
más que una imagen, no la realidad. Desde ese momento,
nada resulta más fácil que cortar la horripilante cabeza y
meterla en el zurrón. Pero las otras dos Gorgonas se han
despertado y dan unos alaridos espantosos, esos gritos
que, acuérdate, darán a Atenea la idea de la flauta que, de
un modo tan infausto, legará al desdichado Marsias des­
pués de que Hera y Afrodita se burlasen de ella —digo
esto para mostrarte una vez más lo ligadas que están todas
esas historias entre sí—. De inmediato, Perseo se pone el
gorro de Hades que le vuelve invisible y las sandalias de
Hermes que le permiten correr como el viento. Por más
que las Gorgonas abren los ojos desmesuradamente, des­
pliegan sus alas de oro y miran por todos lados, no pue­
den encontrar a Perseo, que se aleja sin dificultad a la ve­
locidad del viento...
En el camino de vuelta hacia Sérifos, donde se reunirá
con su madre, Dánae, y entregará la cabeza de Medusa a
Polidectes, mientras va por los aires en pleno cielo repara
en la que será su esposa: la bella Andrómeda. Se encuen­
tra en una situación muy mala.
Y eso es poco decir. En el momento en que Perseo pasa
por encima de ella, Andrómeda está atada con unas cade­
nas a la ladera de un acantilado, por encima de un abismo
suspendido sobre el mar, donde la acecha un monstruo
abominable. No puede imaginarse nada peor... ¿A qué se
debe esta situación? Su madre, Casiopea, esposa de Cefeo,
rey de Etiopía, ha tenido la mala idea de desafiar, como
Medusa a Atenea, a unas divinidades nada despreciables,
en este caso las Nereidas, hijas de Nereo, uno de los dioses
del mar más antiguos, anterior a Poseidón. Casiopea las ha
insultado al pretender superarlas con mucho en belleza

316
DiKf: v cosmos. La misión primordial de ixjs héroes

—lo que supone, como ya sabes, cometer el pecado de hy-


bris por antonomasia—. El mejor amigo de las Nereidas es
Poseidón, que también está irritado por esta estúpida pre­
tensión. Para casdgar a la insolente, envía un maremoto y
un monstruo marino que aterroriza la región. Sólo hay un
medio de apaciguarlo: entregarle a la hija del rey, la bella
Andrómeda. Con todo el dolor de su corazón, O feo deci­
de hacerlo. Esta es la razón de que Andrómeda esté atada a
la roca, a la espera de un fin espantoso en cuanto el mons­
truo tenga a bien apoderarse de ella. Perseo no lo duda ni
un segundo: promete a Cefeo que liberará a la hermosa jo ­
ven. A cambio, sólo pide que acepte dársela como esposa.
Trato hecho. Con su hoz, sus sandalias aladas y su yelmo
que vuelve invisible, Perseo no tiene ninguna dificultad
para matar a la bestia, liberar a la muchacha y llevarla a tie­
rra firme. Todo el mundo está encantado, salvo un tal Fi-
neo, su tío, que precisamente debía casarse con Andróme­
da. Trata de eliminar a Perseo, pero este úldmo saca la
cabeza de la Gorgona de su zurrón y al instante lo transfor­
ma en estatua de piedra.
He aquí el final de la historia de Perseo. Dejo que te la
cuente Apolodoro a su manera muy lacónica (pongo mis
comentarios entre paréntesis):

De regreso a Sérifos, Perseo encontró a su madre que


con Dictis había buscado refugio en un templo para apar­
tarse de la violencia de Polidectes. Entró en el palacio en el
momento en que Polidectes había convidado a sus amigos y,
desviando los ojos (para no serpetrificado), les enseñó a todos
la cabeza de la Gorgona. Los convidados (incluido, claro está,
Polidectes) se transformaron al instante en piedra, cada uno
en la postura exacta en la que se hallaba (imagínate un poco la
escena: los unos bebiendo vino, los otros extrañadísimos de ver en­
trar a Perseo, Polidectes seguro que lleno de curiosidad y recelo, etcé-

317
La sabiduría df. los mitos

lera). Después de colocar a Dictis com o rey de Sérifos (Poli-


dectes está muerto, transformado en estatua, así que su hermano,
justo y bueno, es quien le sucede en el trono), Perseo devolvió las
sandalias, el zurrón y el yelmo a Hermes y entregó a Atenea
la cabeza de la Gorgona. Hermes devolvió los objetos en
cuestión a las ninfas y Atenea colocó la cabeza de la Gorgo­
na en el centro de su escudo (no olvides que es también la diosa
de la guerra y que con la cabeza de Medusa puede, literalmente,
«petrificar» de miedo a todos sus enemigos...).

Último salto inevitable al principio: ahora hace falta


que se cumpla el oráculo y que Acrisio sea castigado por su
maldad y su egoísmo. Acompañado de Andrómeda, que
ya es su esposa, y de su madre, Perseo decide regresar a
Argos. Él, príncipe bondadoso, ha perdonado a su abuelo:
no está resentido con él porque sabe que, en el fondo,
Acrisio ha hecho todo lo que ha hecho por temor a ver el
oráculo realizarse. Quiere ofrecerle su perdón. Pero Acri­
sio se entera de que Perseo viene de camino, y le aterroriza
la idea de que el oráculo se cumpla. Huye lo más rápido
posible hacia otra ciudad, Larisa, donde pide protección
al rey, un tal Teutámidas. Ahora bien, este último acaba de
organizar unos juegos atléticos, esa especie de justas que
en aquella época volvían locos a los griegos, en las que los
jóvenes se enfrentaban en toda clase de competiciones.
Acrisio acude a la tribuna, invitado por su amigo, para dis­
frutar del espectáculo. Al enterarse de que los juegos tie­
nen lugar muy cerca de Argos, Perseo no puede resistir el
placer de participar. Es un lanzador de disco excelente.
Por desgracia, el primer disco que lanza se estrella contra
el pie de Acrisio que muere en el acto.
No me preguntes cómo puede matarte de pronto un
disco que cae encima de tu pie. No importa. Lo que cuen­
ta es que se ha hecho justicia y que el destino —que no es

318
D ita : v cosmos. I a misión primordial de los héroes

más que otra forma de designar al orden cósmico— ha


recobrado sus derechos. Todo ha vuelto al orden y Perseo
podrá seguir tranquilamente su vida entre su madre y su
esposa, así como con los hijos que ella le dará. A su muer­
te, Zeus, su padre, le hará un favor insigne para un mor­
tal: para recompensar su valor y su contribución al mante­
nimiento del orden cósmico, lo inscribe para siempre en
la bóveda celeste en forma de constelación que, se dice,
dibuja todavía el perfil de su rostro...

IV. Un c o m b a t e m á s e n n o m b r e d e d / a é ;J a s ó n , e i . v e it o c in o

DE ORO Y EL VIAJE MARAVILLOSO DE LOS ARGONAUTAS

Con Jasón, dejamos la categoría de los héroes ejecuto­


res de monstruos. Por supuesto, Jasón todavía encontrará
algunos en su camino —un toro que escupe fuego, gue­
rreros terribles salidos directamente de la tierra, las Har­
pías, un dragón, etcétera— y tendrá que acabar con ellos,
pero a diferencia de Heracles, Teseo o incluso Perseo, eso
no es lo esencial de su historia. En primer lugar, Jasón
está ahí para reparar una injusticia que un rey canalla, Pe-
lias, ha cometido tanto contra los dioses como contra los
hombres. Y para poner las cosas en su sitio, para restable­
cer el orden justo frente a las fechorías de este soberano
maléfico, Jasón deberá partir a la conquista de un objeto
mítico, el vellocino de oro, del cual tengo que decirte al­
gunas palabras a modo de introducción a las aventuras
que vendrán a continuación.
¿Qué es el vellocino de oro? Su historia —al menos en la
versión más corriente, la que narra Apolodoro— comienza
con la de un rey, Atamante, que reinaba en Beoda, una re­
gión de campesinos de donde era natural Hesíodo. Ata­
mante acaba de casarse con Néfele, con la que tiene dos

319
L a SABIDURIA DE I.OS MITOS

hijos, un niño, Frixo, y una niña, Hele. Pero al poco tiempo


se casa en segundas nupcias con Ino, hija de Cadmo, rey de
Tebas y esposo de Harmonía, ésta a su vez hija de Ares y
de Afrodita. Más adelante, Ino será una divinidad del mar
pero, por el momento, no es más que una simple mujer.
Y una mujer celosa, todo hay que decirlo: no soporta a los
hijos de Atamante, hasta el punto de que urde una estrata­
gema terrible para desembarazarse de ellos. Como te he
dicho, Beocia es una región de pequeños agricultores que
los de la ciudad desprecian por parecerles incultos y no
muy civilizados. Por lo demás, hoy día se denomina «beo­
do» a alguien un poco ingenuo y estúpido. Así pues, a Ino
no le costó trabajo inventar una historia para convencer a
las mujeres de la región de que, a escondidas de sus mari­
dos, tostasen las semillas de trigo antes de sembrarlas, lo
que evidentemente las vuelve estériles.
Al año siguiente, las cosechas son nulas, nada sale de la
tierra. Atamante ignora los tejemanejes de su nueva espo­
sa y, muy preocupado, envía unos mensajeros a Delfos
para consultar al famoso oráculo. Pero con grandes arti­
mañas Ino logra convencerlos para que le cuenten que,
para que la tierra vuelva a ser fértil y apaciguar no sé qué
cólera de los dioses, es necesario que sacrifique a sus hi­
jos, Frixo y Hele, a Zeus. Atamante está horrorizado y re­
siste, pero los campesinos, crédulos, creen al oráculo y
amenazan con rebelarse contra su rey: por todas partes
reclaman a grito pelado el sacrificio de los dos niños. Ata­
mante se ve obligado a ceder y roto de dolor lleva a los
dos infelices al altar donde debe tener lugar el sacrificio.
Pero Néfele, su madre, interviene con la ayuda de Zeus, a
quien no han gustado las artimañas de Ino. Zeus envía a su
fiel mensajero Hermes para que ayude a Frixo y Hele, y
esta ayuda de los dioses aparece en forma de un camero
mágico que Hermes entrega a Néfele. Este camero no tie­
D ll OS VCOSMOS. Ij S misión primordial de io s iiíroks

ne nada de normal. En lugar de la lana que tienen todos


los cameros del mundo, ostenta una piel magnífica, un
«vellón» de oro fino, y unas alas en el lomo. Rápidamen­
te, Néfele hace montar a Frixo y Hele en el animal que al
punto echa a volar y los lleva a una región menos hostil, la
( '.ólquide. Por desgracia, durante el viaje, la pequeña Hele
cae al mar y se ahoga: desde entonces, ese lugar se deno­
mina Helesponto, hoy día estrecho de los Dardanelos,
que separa Europa de Asia.
En cambio, su hermano Frixo llega a su destino sin
problemas. Allí es recibido con benevolencia por Eetes, el
rey de la QSIquide, y en agradecimiento Frixo sacrifica al
camero —una variante del mito que seguramente te gus­
tará más dice que es el propio camero quien pide ser sa­
crificado para poder despojarse de su forma mortal y re­
gresar a los cielos divinos—. Sea como fuere, Frixo regala
el vellocino de oro a Eetes; algunos afirman que protege­
rá su región y que, en cambio, la desgracia caerá sobre él
si se lo quitan y deja que se lo lleven. Eetes manda clavar
la piel de oro en un árbol y aposta un dragón terrorífico
que no duerme jamás para custodiarla día y noche... Este
vellocino es el que Jasón deberá recuperar. ¿Para quién y
por qué? Para responder a estas dos preguntas hay que
remontarse a la infancia de Jasón. De nuevo, nuestra
fuente en lo esencial es el relato de Apolodoro, que debe­
mos completar aquí o allá con ayuda de otra obra, funda­
mental sobre este tema: la de un poeta que vivió en el si­
glo ni a.C., Apolonio de Rodas, a quien debemos un libro
muy voluminoso, comparable a los de Homero, sobre la
expedición de Jasón a la Cólquide, Los Argonautas.
La historia empieza como un cuento de hadas. Erase
una vez un hombre llamado Esón que era medio herma­
no del rey de la ciudad de Yolco, el famoso Pelias del que
le acabo de decir que es un hombre muy malo. El trono

321
La sabiduría de los mitos

de Yolco debía corresponder a Esón y luego a su hijo Ja-


són, pero Pelias se apoderó de él por la fuerza, de manera
ilegítima. Jasón tenía la intención de hacer valer algún
día los derechos de su padre y, llegado el momento, los
suyos propios ante su tío injusto con el fin de recuperar
el trono que les pertenecía.
Para que te hagas una idea mejor de lo villano que es el
personaje, puntualizo desde el principio que Pelias acaba
matando a su medio hermano para asegurarse de que no le
despoja del trono de la ciudad de Yolco. A decir verdad, no
lo hace él mismo, pero es casi peor: Esón se entera de que
Pelias tiene la intención de mandarle asesinar y, tomándole
la delantera, le pide permiso para suicidarse. Pelias acepta,
encantado de no tener que mancharse las manos, y así mue­
re el padre de Jasón. Para estar completamente tranquilo,
Pelias manda suprimir también a la madre de Jasón, así
como a su hermano pequeño... Lx>menos que puede decir­
se es que este hombre no es bueno.
Pero por lo que cuentan también, Pelias no es sólo in­
justo con los humanos: también ha ofendido a varios dio­
ses del Olimpo, en particular a Hera, al matar a una mujer
en el templo de la diosa. Además, se niega del todo a ren­
dir honores a Hera y prohíbe su culto en su ciudad, impo­
niendo que todos los sacrificios se reserven a su padre,
Poseidón —el cual ha engendrado con las mortales una
cantidad impresionante de monstruos y de canallas—.
Por esta razón, los Olímpicos deciden al fin enviar ajasón
a la Cólquide para que traiga, no tanto el vellocino de oro
que no es más que un pretexto, sino a Medea la maga,
hija de Eetes y sobrina de Circe, para que a su llegada a
Yolco castigue a Pelias como se merece —al final de la his­
toria verás de qué forma tan atroz—. Esta interpretación
del sentido del viaje de Jasón ya es la de Hesíodo en la Teo­
gonia, donde describe a Pelias como hybmtés, es decir,

322
l)IKF. y COSMOS. La misión primordial de los héroes

como un ser tremendamente confundido por la hybris, a lo


que añade que este rey es «terrible, insolente, furibundo
y brutal», precisando de paso que los dioses han dado ori­
gen al viaje de Jasón cuyo objetivo principal es traer a Me-
dea: en efecto, según Hesíodo, Medea le será raptada a su
padre «por la voluntad de los dioses» (es verdad que con
su consentimiento, pues si creemos a ciertos mitógrafos,
se enamora perdidamente de Jasón tal vez por los mane­
jos de Afrodita, que habría enviado al pequeño Eros a
atravesar el corazón de la maga en cuanto puso los ojos
sobre nuestro héroe...).
Sea como fuere, Pelias es un ser odioso que vive en la
hybris, la injusticia contra los suyos y contra los dioses, y es
Medea a través dejasón —puesto que es él quien la traerá
de la Cólquide— la que devolverá la justicia. Pero todavía
no hemos llegado a ese punto, por el momento toda esta
aventura no ha hecho más que empezar, y verás que no es
fácil encontrar el vellocino de oro ni birlárselo a su pro­
pietario, el rey de la Cólquide, el poderoso Eetes.
Así pues, volvamos ajasón.
Si tiene madera de héroe no es sólo por su nacimiento.
También le viene de su educación, que ha sido confiada
al mejor pedagogo de todos los tiempos, y del que ya te he
hablado, el famoso Quirón, uno de los hijos de Crono.
Quirón es un Centauro, el más sabio y el más prudente de
todos, y no sólo enseña medicina ajasón, como hizo con
Asclepio, sino también las artes y las ciencias, así como el
manejo de las armas que ya enseñó a Aquiles. El joven Ja­
són vive con sus padres a las afueras de la ciudad de Yolco.
Un buen día, se entera de que su tío Pelias le invita a asis­
tir a un gran sacrificio que hará al borde del mar en ho­
nor, como de costumbre, de su padre, Poseidón. A decir
verdad, Pelias no invita a Jasón por nada especial: no lo
conoce, no lo ha visto nunca, pues Esón no se fía de su

323
La sabiduría de los mitos

medio hermano y oculta con mucho cuidado a su hijo


para protegerlo de un posible intento de asesinato. Pelias
ha hecho una invitación conjunta a todos los jóvenes de
la región. Y en este contexto, Jasón se dirige a la ciudad
deseoso de tener al fin una explicación con el usurpador
de su tío. Para comprender la historia que seguirá a conti­
nuación, hay que saber que el oráculo de Delfos, al que
un día consultó Pelias para saber cómo sería el futuro de
su reino, le dijo, como siempre de un modo incomprensi­
ble, que desconfiara como de la peste de un «hombre que
llevara una única sandalia». Pelias no sabe muy bien lo
que esto significa. Pero ese día lo comprenderá.
En efecto, en su camino hacia la ciudad de Yolco,Jasón
debe atravesar un río. Y en la orilla, al borde del agua, en­
cuentra a una anciana que también quisiera pasar al otro
lado pero es demasiado vieja para lograrlo sola, necesita
ayuda. Bien educado y ya muy fuerte, Jasón coge a la an­
ciana en brazos y empieza a pasar el río. Sus pies tropie­
zan con los guijarros que el río arrastra, se hunden en el
fango, resbalan en el agua, pero al final llega a la otra ori­
lla sin más dificultad. La anciana, tal vez lo has adivinado,
no es otra que Hera, la reina de los dioses, que se ha dis­
frazado para comprobar cómo era nuestro joven héroe, si
tenía o no la dimensión necesaria para partir hacia terri­
bles aventuras y volver acompañado por la maga Medea y
poder así castigar a su enemigo. Aparentemente, no le
falta razón para estar contenta de este primer contacto
con su futuro protegido. Como sin duda has adivinado,
Jasón ha perdido una de sus sandalias en el río. Y cuando
Pelias lo ve llegar con una sola sandalia, el oráculo que
tenía un poco olvidado le viene de pronto a la memoria.
Interroga a Jasón, le pregunta quién es y qué es lo que
quiere, qué viene a hacer aquí, etcétera. Y comprende
que tiene que vérselas con su sobrino.

324
DlKfY('jOSMOS. La misión HUMORDIA1. DE l-OS hLroes

Si hemos de creer a Apolodoro, aquí es donde Pelias


pregunta a Jasón, delante de todo el público que ha veni­
do a asistir al sacrificio, qué haría él en su lugar si se ente­
rase de que un muchacho quiere destituirlo y quedarse
con su reino. Inspirado por Hera, y sin saber muy bien
por qué, Jasón le responde: «Lo enviaría a buscar y traer­
me el vellocino de oro». Sin duda aún más sorprendido
que Jasón, Pelias está encantado con la respuesta; pien­
sa que traer el vellocino de oro es algo imposible. El viaje
en sí ya es un riesgo absurdo, conque quitárselo a Eetes,
el rey de la Cólquide, es impensable. Sin contar con que el
vellocino está custodiado por un dragón y que para robár­
selo hay que padecer unas adversidades espantosas. Dicho
de otro modo, Pelias está seguro de que Jasón acaba de
cometer un error que no puede ser más funesto: este jo­
ven imbécil le ofrece el medio más seguro de desembara­
zarse de él definitivamente. Por supuesto, le toma la pala­
bra y todo el público con él es testigo del compromiso del
muchacho. Así pues, tiene que hacer frente al desafío.
En primer lugar y ante todo, para ir a la Cólquide es ne­
cesario un buen barco y una tripulación valerosa, por no
decir fuera de serie. De inmediato, Jasón se pone a buscar.
Para el barco, pregunta a Argos, el hijo de Frixo —el niño
que vino a la Cólquide a lomos del camero para escapar al
sacrificio ordenado a su padre, Atamante—. Argos es un
ingeniero naval excelente, pero para más seguridad recibi­
rá la valiosa ayuda de Atenea. 1.a diosa le aconseja en la
construcción de la nave; luego, al final, ella misma ajusta
en la parte delantera del barco un mascarón de proa que
habla y que, si es necesario, podrá dar algunas directrices
útiles para la navegación. En cuanto a la tripulación, está
formada por seres totalmente fuera de lo común. Les de­
nominan «Argonautas», lo que en griego quiere decir «los
marineros del Argo», siendo Argo el nombre que lleva el

325
La sabiduría df. i .os mitos

barco en honor al que lo ha fabricado. Entre los Argonau­


tas —que son una cincuentena, pues es un barco de cin­
cuenta remos— figuran héroes célebres como Heracles,
Teseo, Orféo, los gemelos Castor y Pólux, y Atalanta, la mu­
jer que corre más rápido del mundo y única presencia fe­
menina a bordo. Pero hay otros, tal vez menos conocidos,
cuyos dones, sin embargo, son tan valiosos como los de las
celebridades: Eufemo, que puede andar sobre las aguas;
Periclímeno, que puede tomar cualquier forma; Linceo,
que ve a través de las paredes; dos hijos del dios del viento,
Bóreas, que vuelan como los pájaros —lo que les permitirá
perseguir a las Harpías cuando haga falta—, etcétera. Ja-
són se dispone a embarcar con unos compañeros excep­
cionales y con la ayuda de los dioses, al menos de Hera y
Atenea, lo que no está nada mal, y se hace a la mar para un
periplo largo y peligroso.
Se desarrollará en tres etapas. En primer lugar está el
viaje hacia la Cólquide, donde se encuentra el vellocino
de oro. Luego, las adversidades que hay que padecer so­
bre el terreno para apoderarse de él —ya que el rey Eetes
no está en absoluto dispuesto a que se lo roben—. Por úl­
timo, viene el viaje de regreso que también estará sembra­
do de dificultades.
Pero empecemos ya por el viaje de ida. La travesía de
los Argonautas se inicia de una manera bastante insólita.
Su primera escala tiene lugar en la isla de Lemnos, que
posee una particularidad notable: sólo está habitada por
mujeres. No hay ni un hombre en los alrededores, lo que,
claro está, no deja de extrañar a nuestros aventureros.
¿Por qué esta ausencia masculina? A fuerza de interrogar
a esas mujeres, los Argonautas acaban por conocer la ver­
dad, tan sorprendente como inquietante. En otro tiempo,
las lemnianas se negaron a honrar a Afrodita como era
debido. La diosa se ofende y decide darles una lección:

32«
Diké y cosmos. La m is ió n primordial de l o s héroes

les confiere un olor espantoso, un verdadero repelente,


que aleja a los maridos y en general a todos los hom­
bres que se acercan por allí. ¡Curioso designio! Con lo
cual, a esos hombres no se les ocurre nada mejor que irse
de allí a la vecina Tracia donde engañan alegremente a
sus esposas. Estas últimas se lo toman a mal y en la prime­
ra ocasión los asesinan. Desde entonces están solas y cuan­
do llegan los Argonautas los acogen con avidez. Según al­
gunos, no les habrían dejado desembarcar más que a
condición de que prometieran acostarse con ellas.
Sea porque el olor se ha evaporado o porque a los Ar­
gonautas no les molesta, lo cierto es que cumplen, apa­
rentemente sin dificultad, puesto que Jasón tendrá dos
hijos con la reina de las lemnianas, una tal Hipsipila. Lo
que de paso nos indica también que nuestros héroes se
quedan mucho tiempo en la isla, sin duda algo más de
dos años. ¿Qué hacen entretanto? Según Píndaro, se en­
tregan a toda clase de juegos adéticos, combates, concur­
sos: es decir, que este periodo pasado en compañía de las
mujeres es un periodo de preparación para las dificulta­
des que pronto encontrarán en su camino.
Y las adversidades empiezan desde la segunda etapa,
también de forma insólita y hasta lamentable. Los Argo­
nautas se han hecho por fin a la mar. Al cabo de poco tiem­
po se detienen en el país de los doliones, un pueblo cuyo
rey es un tal Cícico, un hombre bueno y benevolente que
acoge a nuestros Argonautas con calor y humanidad hasta
el punto de que enseguida se hacen los mejores amigos del
mundo. Comen juntos, hacen fiestas, intercambian rega­
los, y luego llega el momento de irse. Se separan con afecto
y tristeza. El Argo reanuda el viaje. Por desgracia, durante la
noche, se levanta un fuerte viento marino procedente de
alta mar que los lleva, incontenible, hacia el país que aca­
ban de dejar. No hay nada que hacer. En plena noche, el

327
I.A SABIDURIA DF U(S MITOS

Argo se ve obligado a atracar de nuevo en el país de los do-


liones. Pero es una noche muy oscura, no se ve nada y Cíci-
co cree que son piratas de una región vecina. Despierta a
sus soldados y ataca a aquellos que toma por enemigos y
que de hecho sólo son los Argonautas, sus nuevos amigos.
Estos últimos, que tampoco ven muy claro, creen asimismo
en un ataque de piratas. Ambos grupos pelean a muerte y
al alba, cuando el sol ilumina el campo de batalla, es el ho­
rror. Los muertos y los heridos cubren el suelo yjasón se da
cuenta al instante de la terrible equivocación: acaba de ma­
tar a su amigo, el rey Cícico, y el pueblo de los simpáticos
doliones ha quedado literalmente diezmado. Los sollozos y
los gritos de desesperación han sustituido al furor de los
combates. Enderran a los muertos, cuidan a los heridos,
pero es como si la vida se hubiera detenido: nada puede
dar el menor senddo positivo a este episodio absurdo que
juega el papel de una advertencia terrible: a lo largo del
viaje, y a partir de ahora, será necesario desconfiar de las
apariencias y tratar de ser lo más lúcido posible. Pero han
tenido que pagar muy cara la lección...
A pesar de todo, el viaje continúa a través de otras diver­
sas etapas, hasta el país de los bébrices, donde reina un tal
Amico. Es todo menos un amigo y, al menos con él, los Ar­
gonautas no corren peligro de equivocarse. Hijo de una
ninfa y de Poseidón —desde luego, éste tiene una descen­
dencia que bien podríamos pasar sin ella—, Ámico está do­
tado de una fuerza colosal y su pasatiempo favorito es el
boxeo. Pero para él no es un deporte, ni mucho menos un
juego: se trata de una lucha a muerte y nada le complace
tanto como matar a los infelices que no han podido evitar
unos retos que siempre está seguro de ganar. Salvo que esta
vez se encuentra con Pólux, en quien han delegado los Ar­
gonautas para zanjar el problema. Y Pólux no es un cual­
quiera. Como Heracles y Perseo, es uno de los numerosos

328
l)IK t. V COSMOS. La m is ió n pk im o r im a i . df. l o s h c r o e s

hijos de Zeus, hermano gemelo de Cástor, uno de los «Dios­


curos», y en boxeo tiene todas las cualidades de su padre.
Amico se va a enterar a su costa: Pólux lo mata golpeán­
dolo en el codo (no me preguntes por qué un golpe en el
codo puede matar a alguien: en la mitología hay cosas taras
como ésta que hay que aceptar sin demasiada discusión...).
Este episodio ofrece también un anticipo de lo que espera a
nuestros héroes: si bien no es lo esencial en su búsqueda del
vellocino van a tener que mostrarse capaces, como casi to­
dos los héroes griegos, de enfrentarse a algunos monstruos
y superar adversidades que ponen en peligro su vida.
La etapa siguiente es sin duda la más extraña de todas.
Pero hay ciertos aspectos que mueven a la risa. Tras haber
dejado el país de los bébrices —y haber matado a muchos
de sus guerreros que cometieron el error de querer ven­
gar la muerte de su rey, Amico—, los Argonautas acaban
por tocar tierra en un lugar desierto. A decir verdad, no
del todo desierto. Allí hay un hombre que les va a ser muy
útil, un adivino que es, por lo que dicen, uno de los mejo­
res en descifrar el futuro. Es un antiguo rey de Tracia que
se llama Fineo y es ciego. Algunos afirman que Zeus le ha
privado de la vista porque revelaba demasiado bien a los
hombres los secretos del futuro que en principio están
reservados a los dioses. Para colmo de males, Helios le ha
enviado también a las terribles Harpías, dos seres espan­
tosos y tiránicos con cuerpo de ave y cabeza de mujer. Fi­
neo está muy delgado, se diría que está muerto de ham­
bre. Los Argonautas han sabido que este adivino es digno
de confianza y le urgen para que les indique el porvenir,
que les diga lo que les espera, qué adversidades tendrán que
superar todavía y cómo salir bien de ellas. Fineo les res­
ponde que consiente en decirles todo eso, pero que tiene
demasiada hambre, que no puede hacer correctamente su
trabajo de adivino con el estómago tan vacío.

329
La sabiduría de io s mitos

En un principio, los Argonautas no comprenden: «Pero


no tienes más que comer —le dicen—, te vamos a prepa­
rar una buena comida». Enseguida disponen una mesa
con unos manjares deliciosos y apetitosos que ofrecen al
anciano adivino. No tardarán en comprender la terrible
maldición que pesa sobre él. En cuanto las vituallas están
en la mesa, las Harpías se abaten sobre ellas: en un abrir y
cerrar de ojos, lo devoran casi todo o se lo llevan en sus
garras. No obstante, queda todavía un poco de comida en
la mesa. Los Argonautas invitan a Fineo a aprovechar al
menos esos pocos restos. Pero figúrate que esas mujeres-
pájaro inmundas sueltan desde lo alto del cielo unas caga­
rrutas enormes que caen sobre la mesa, ensucian y conta­
minan los platos que subsistían y que al punto se vuelven
incomibles. Una historia curiosa, ¿no? Pero no para Fineo
que sufre esta suerte atroz, un poco comparable al supli­
cio de Tántalo, después de haber sido castigado por los
dioses hace unos cuantos años.
Por fortuna para él, en la valerosa tripulación del Arg»
hay personas muy dotadas. En particular los dos hijos del
dios del viento, Bóreas, que poseen la facultad de volar
como los pájaros. Desde que han comprendido su manio­
bra se lanzan a toda velocidad en persecución de las Har­
pías. Pronto, una de ellas, agotada, acaba por caer a un
río que desde entonces lleva el nombre de Harpis en recuer­
do de ese demonio. Poco después cae la segunda, tam­
bién extenuada. Los genios del viento le hacen prometer
entonces, bajo pena de muerte, que dejará de molestar al
infeliz adivino. Fineo podrá por fin comer, y lo más im­
portante, lo que interesa más a nuestros héroes, es que
también podrá hablar. 1.a información que les da no es
muy tranquilizadora: para llegar hasta la Cólquide debe­
rán pasar —si lo consiguen— a través de unas rocas azules
muy extrañas. Las llaman las «rocas que chocan» porque

330
DneÉV COSMOS. L a MISIÓN prim o rd ia l h e l o s h ér o es

c-ii cuanto seintenta pasar entre ellas se cierran a toda ve­


locidad y aplastan todo lo que está en medio. Un vapor
espeso se eleva por encima de ellas, lo que termina de ate-
i mrizar a los marineros, les impide ver el peligro que les
espera y cuando se cierran el estruendo es espantoso. Fi­
nco les da un consejo que sencillamente les salvará la vida:
que, lo primero, antes de meterse entre esos arrecifes,
suelten una paloma desde la proa. Si ella logra pasar es
que las rocas se están cerrando pero no lo han consegui­
do hacer lo bastante rápido para aplastarla. Entonces se
volverán a abrir enseguida y es en ese momento, reman­
do con firmeza, cuando el Argo podrá tal vez atravesar el
escollo sin dificultad.
Cuando llegan delante de las rocas azules, Jasón da la
orden de hacer exactamente como dijo Fineo. Los mari­
neros que están en proa sueltan una paloma. El pájaro se
lanza a toda velocidad entre las rocas y ¡hala!, logra pasar
por los pelos, o mejor dicho por una pluma: se ha dejado
la pluma denominada «timonera», la situada en el extre­
mo de la cola del ave. El Argo espera unos instantes a que
las rocas se abran de nuevo; luego, a toda velocidad, pe­
netra a su vez en el paso que se acaba de despejar. No por
mucho tiempo. En cuanto la proa ha entrado, las rocas
empiezan a cerrarse. Ixxs hombres reman con todas sus fuer­
zas, los remos golpean el agua rítmicamente, con una
fuerza inimaginable. Y ¡allá va!, de nuevo el barco acaba
por pasar, como la paloma. Pero, como ella, se deja un tro­
zo de cola: a decir verdad, toda la parte trasera del timón
se queda pillada. No obstante se puede reparar y el Argo
continúa su ruta, esta vez sin dificultad.
Una o dos etapas más y por fin entra en el puerto de la
ciudad de la Cólquide donde reside su rey, Eetes.

331
La sabiduría de los hitos

Jasón en el país de Eetes: la conquista del vellocino de oro

Sin embargo, los problemas no terminan aquí ni mu­


cho menos. Todavía hay que apoderarse del vellocino. Ja-
són es un chico honrado, no un ladrón. Lo primero que
hace es ir a ver al rey para pedirle con cortesía si puede
darle la famosa piel de oro. Sin duda para evitar un con­
flicto inmediato, Eetes no dice que no. Simplemente, ha­
brá que cumplir con algunos requisitos. Y, como puedes
imaginarte, esos requisitos son unas pruebas terribles,
unos desafíos quejasón deberá superar pero que Eetes es­
pera que le cuesten la vida, lo que le permitirá desembara­
zarse de ese loco y al mismo tiempo conservar su valioso
tesoro. Ahora Jasón debe llevar a cabo dos trabaos muy
peligrosos, un poco como Heracles por mor de Hera.
El primero consiste en uncir una pareja de toros a un
yugo y hacerles labrar un campo cuyo emplazamiento Ee­
tes indica a Jasón. A primera vista no parece algo imposi­
ble de superar, salvo que los toros no son corrientes. De
hecho, son unos monstruos con pezuñas de hierro y que
escupen fuego como los dragones. Nadie ha conseguido
acercarse a ellos sin perder la vida. Eetes se siente tranqui­
lo: está convencido de quejasón fracasará como todo el
mundo. Pero no cuenta con su hija, Medea, la maga que,
como ya te he dicho, se enamora de Jasón a primera vista
—es muy posible que bajo la influencia de Hera—. An­
gustiada ante la idea de que el mozo pueda morir, lo lleva
a un rincón y le propone un trato: si acepta llevarla consi­
go y casarse con ella, le indicará la forma de enganchar a
las dos bestias furiosas. Claro está, Jasón acepta. Ella fabri­
ca una poción mágica: él deberá untar todo su cuerpo
con ella y también su lanza y su escudo, y entonces se vol­
verá invulnerable al fuego y el hierro. Además, el mejor
método de dominar a los toros es cogiéndolos directa­

332
DlKKy COSMOS. L * MISIÓN PRIMORDIAL. DE IOS HÉROES

mente por los cuernos —lo que resulta imposible si no se


va protegido contra las llamas que salen de su nariz—. Al
día siguiente entra en la arena y, a pesar de los torrentes
de fuego que salen del hocico de los dos monstruos, a pe­
sar de los golpes furiosos de sus pezuñas de hierro, y ante
la sorpresa general, pasa sin dificultad la albarda alrede­
dor de su cuello y se pone a labrar tranquilamente como
si se tratara de dos bueyes muy dóciles.
Pero esto no se acaba aquí. La segunda prueba parece
aún peor: ahora hay que sembrar los dientes de un dragón
que, a su vez, tampoco son dientes corrientes del todo: en
cuanto caen en la tierra hacen brotar al momento unos
guerreros terribles que salen del suelo armados hasta las
cejas y dispuestos a matar a cualquiera que se les acerque.
Esos dientes no han caído en las manos de Eetes por ca­
sualidad. Su historia se remonta a los tiempos de Cadmo, el
fundador de la ciudad de Tebas y su primer rey. Cadmo
había decidido un día fundar su ciudad en el emplaza­
miento de una fuente custodiada por un dragón. Ahora
bien, este dragón pertenecía a Ares, el dios de la guerra.
Por otro lado, te recuerdo que Cadmo se había casado con
Harmonía, una de las hijas que Ares tuvo con Afrodita, la
esposa de Hefesto (a quien, dicho sea de paso, no le había
gustado ser un cornudo, pero ésa es otra historia...). Cad­
mo se ve obligado a matar al dragón para poder despejar
el acceso al agua, vital para la ciudad. Atenea y Ares reco­
gen los dientes del monstruo, pues saben que al sembrar­
los en la tierra dan origen a unos guerreros terribles. Re­
galan la mitad de estas semillas mágicas a Cadmo, para que
pueda poblar su nueva ciudad, y la otra mitad precisamen­
te a Eetes, nuestro rey de la Cólquide, para que si fuera
necesario pudiera proteger su vellocino de oro. Los gue­
rreros que salen de la tierra llevarán el nombre de «Espar­
tos» — spartoien griego quiere decir «sembrados», los que,

333
La sabiduría de io s mitos

al igual que las semillas, se han introducido en la tierra


para que algo brote—. Los sembrados tienen un vínculo
directo con la tierra (son «autóctonos», término que en
griego significa «venidos de la tierra»). La proximidad con
el suelo recuerda aquí (no siempre es el caso, pero en este
contexto sí) a la violencia de los primeros dioses, esos hijos
de Gea, la tierra, que existían antes que los Olímpicos y
que todavía estaban próximos al caos primigenio e impul­
sados por él. La ciudad de Esparta nos volverá a recordar
también esta idea, pues toda la villa está consagrada a la
guerra, en ella los hombres son soldados que reciben una
educación muy estricta, son taciturnos o, como se dice
también, «lacónicos» (Laconia es el nombre que se le da,
en griego, a la región de Esparta).
Así pues, Jasón siembra los dientes del dragón y al pun­
to salen de la tierra unos soldados espantosos. Pero de
nuevo Medea le ha dado una artimaña, la misma que Cad-
mo había ya utilizado en sus tiempos": cierto, esos hom­
bres de armas son casi imbatibles, tienen una fuerza y una
habilidad en el combate temibles; en cambio, como quien
dice, no han inventado la pólvora ni son unos premios
Nobel. Para ser sincero, son unos perfectos cretinos, unos
brutos integrales que no ven más allá de sus narices. Basta
con tirar una piedra de buen tamaño entre ellos y, creyen­
do que es su vecino el que ha dado el golpe, empiezan a
pelearse entre ellos con tanta dedicación y eficacia que se
exterminan hasta que no queda ni uno y sin que Jasón
haya tenido que intervenir para nada. Ahora la vía está
casi libre. Pero el rey, mal jugador y peor perdedor, se nie­
ga a cumplir su promesa. Aprovechando que acaba de
caer la noche, decide incendiar el Argoy matar a todos sus
ocupantes. Así que Jasón se va a apoderar por la fuerza de
lo que injustamente le niegan. Sólo hace falta eliminar al
dragón que protege el vellocino de oro clavado en su ár­

334
UlKt'Y COSMOS. La m isió n prim ordial d e i .o s h éro es

bol. Medea lo duerme con una de sus pociones cuyo se­


creto conoce yjasón no tiene más que descolgar la valiosa
piel antes de alcanzar su nave y largarse.
Cuando se entera de lo que ha hecho su hija, el rey Ee-
tes se encoleriza. Moviliza sus barcos más rápidos y parte
de inmediato en persecución del Argo. Medea, entonces,
cometerá un crimen atroz, uno de los más terribles de la
mitología. Ha llevado a su hermano al barco de los Argo­
nautas. Viendo que su padre los persigue, no lo duda ni
un segundo: asesina al niño y lo corta en pedazos que va
tirando al mar uno a uno, un brazo aquí, una pierna allá,
luego la cabeza... Los miembros sanguinolentos flotan en
el agua y el desdichado Eetes reconoce a su hijo. Claro
está, ordena detenerse para recoger esos restos humanos
y dar, dentro de lo posible, una sepultura decente a su
hijo. De resultas, pierde un tiempo precioso que el Argo
aprovecha para adentrarse en el mar.

El difícil regreso de los Argonautas a Yoko y el castigo de Pelias

Sin embargo, los infortunios de los Argonautas no han


terminado. Queda regresar a Yolco, la ciudad de Pelias,
para llevarle el vellocino de oro como habían prometido.
Y el viaje de vuelta no tiene nada de un paseo tranquilo.
En efecto, Zeus no puede aceptar la forma en que los Ar­
gonautas han escapado de Eetes: el asesinato del herma­
no de Medea es intolerable y el rey de los dioses desenca­
dena una tempestad tremenda contra el Argo—tempestad
que le obligará a hacer varios rodeos—. Ordena a Jasón
y Medea que vayan a purificarse a la isla de Circe, la tía de
Medea. Por eso, el viaje de Jasón se va a parecer en más
de un aspecto al de Ulises: los dos héroes padecerán las
mismas penalidades.

335
l A SABIDURÍA ()F. IXJS MITOS

Para empezar, hay que alcanzar la isla de Eea donde


reside Circe, y hay que obedecerla, cumplir con todos los
rituales que permiten la purificación del asesinato come­
tido por Medea. Sólo con esta condición podrá el Argo
reemprender su ruta hacia Yolco. Al igual que Ulises, pasa
por delante de las Sirenas, las mujeres-pájaro cuyo canto
atrae a los marineros que lo escuchan y los conduce al
naufragio, pero en lugar de hacer que lo aten al mástil y
taponar los oídos de la tripulación, Jasón pide a Orfeo
que cante. Su voz potente y dulce cubre la de las Sirenas y
por una vez su canto resulta ineficaz. Al igual que Ulises,
también los Argonautas se cruzan en su camino con los
dos monstruos terroríficos Caribdis y Escila, el remolino
que se traga todo lo que pasa por su lado y la mujer de las
seis cabezas de perro. Asimismo pasa por las «Planetas»,
esas rocas errantes rodeadas de llamas y de humo, que
son arrecifes a los que muy pocos barcos escapan. Por úl­
timo, y también como Ulises, pasan a la altura de la isla
donde pacen los bueyes de Helios antes de llegar a la de
los feacios, donde el buen rey Alcínoo los recibe calurosa­
mente... Allí, Jasón se casa con Medea antes de volver a
marchar hacia Yolco. El Argo soporta una tempestad más
que Apolo calma disparando una flecha a las olas; luego
trata de llegar a Creta.
Pero en esta isla reina un gigante terrible. Le llaman
Talo. Según algunos, pertenece a la raza de bronce de la
que habla Hesíodo, esa raza terrible de guerreros de me­
tal prácticamente invencibles. Según otros, ha sido cons­
truido por el propio Hefesto, que lo habría regalado a Mi­
nos para que le guardara su isla. Sea como fuere, Talo es
espantoso. Cada día da tres veces la vuelta a la isla y mata a
todo lo que se le pone por delante. En cuanto divisa el
Argo, coge unas rocas enormes y empieza a lanzarlas en
dirección al barco. Talo tiene, sin embargo, un punto dé-

33G
D ik é y cosmos. L a misión primordial de io s héroes

bil: sólo tiene una vena que va desde el cuello hasta el ta­
lón. Medea consigue volverlo loco con sus mejunjes y sus
conjuros hasta el punto de que, presa de una especie de
baile demencial, acaba por hacerse una herida en el pie
contra una roca puntiaguda, lo que hace que salte el ta­
pón que cierra su única vena. £1 líquido vital que la llena
—el equivalente a la sangre— sale por esa brecha y Talo
se derrumba cuan largo es, muerto.
Después de esta última adversidad, los Argonautas lle­
gan por fín a Yolco.
Como te he dicho, convencido de que Jasón estaba
muerto, Pelias ha obligado a Esón a suicidarse. Asimismo,
para estar seguro de verse libre de estorbos, manda asesi­
nar a su madre y a su hermano pequeño. De regreso a
Yolco,Jasón le entrega a pesar de todo el vellocino de oro,
pero no por ello tiene menos intención de hacer al fin
justicia y vengar a los suyos. Como habían previsto los dio­
ses desde el principio del viaje, Medea es la que se encar­
gará del castigo. Trata de convencer a las hijas de Pelias
de que, para rejuvenecer a su padre que empieza a hacer­
se viejo, hay que cortarlo en trozos y ponerlo a hervir en
una marmita. Como es lógico, las hijas no creen ni una
palabra. Pero no olvides que Medea es una hechicera.
Para convencerlas hará un truco de magia. Manda traer
un camero y delante de las hijas de Pelias pide que lo cor­
ten en trozos. Luego los echa en una marmita grande y
ordena que lo pongan todo a hervir. Unos minutos des­
pués, y mediante un juego de manos, saca del caldo un
corderito fabuloso. Esto ha convencido a las hijas de Pe-
lias, que corren a buscar a su padre para hacerle sufrir la
misma suerte que al carnero... salvo que Pelias se quedará
para siempre en forma de trozos hervidos. Dicho de otro
modo, helo ahí muerto y bien muerto; al fin Medea ha
vengado a Jasón y a Hera.

337
La sabiduría de los mitos

Durante diez largos años, Jasón y Medea vivirán felices


juntos. Tendrán dos hijos. Más adelante, Jasón la abando­
nará lamentablemente para casarse con otra mujer y Me­
dea matará a sus dos hijos para vengarse. También enviará
a la novia de su marido una túnica envenenada, del mis­
mo estilo que la que mató a Heracles. Después se marcha­
rá a Atenas, donde se casará con Egeo, rey de esta ciudad
y padre de Teseo, de quien ya te he narrado las aventuras.
En cuanto a Jasón, al contrario que Medea que es una
diosa, es un mortal. Tiene que dejar este mundo. Dicen
que un día, mientras dormía bajo los restos de su viejo
barco, el Argo, el mascarón de proa que Atenea había fija­
do en la parte delantera se desprendió y se estrelló contra
él, matándolo en el acto. Así, la nave y su capitán acaba­
ron juntos su largo camino.
Tal vez te parezca que el fin de los héroes no es siem­
pre grandioso, que en realidad no está a la altura de sus
proezas. Y es que en última instancia no son más que sim­
ples humanos, al menos la mayor parte de ellos. Tienen
que morir un día u otro, como todo el mundo, y todas las
muertes son estúpidas. Pero todos acaban siendo recono­
cidos, honrados y admirados tras su desaparición. No es
un consuelo, pero ahí hay una cierta lógica, una especie
de proporción comprensible.
Hasta aquí, si resumo de una manera un poco brusca
lo que hemos visto desde el viaje de Ulises, todo sucede
en cierto sentido con bastante «normalidad». La trayecto­
ria de Ulises está, es cierto, llena de obstáculos, pero al fi­
nal recupera su isla, vuelve a poner orden y armonía en
ella, y luego vive mucho tiempo feliz al lado de los suyos...
Si juzgo a los seres impulsados por la hybris, su historia
también se explica perfectamente: cometen una falta, in­
cluso un delito, y el cosmos, encarnado en la persona de
los dioses, arregla las cosas y restablece la justicia de una

338
D ik ¿ y cosmos. La misión primordial de los héroes

manera brutal, sin duda, pero de nuevo inteligible. En


cuanto a los héroes ejecutores de monstruos, aunque aca­
ben su vida como todo el mundo, el pueblo los eleva al
menos a un tipo de culto cuando, como Heracles, no son
divinizados ni enviados a los campos Elíseos-
Queda una cuestión muy seria que, al menos en apa­
riencia, se desprende de los esquemas que acabamos de
ver: ¿cómo comprender las desgracias que les ocurren a los
pobres humanos cuando no han hecho nada malo ni nin­
guna cosa extraordinaria? Ni desafiado a los dioses me­
diante la hybris, ni buscado aventuras excepcionales, ni
mostrado un valor fuera de lo común yendo a combatir a
unas entidades maléficas y mágicas... ¿Por qué se abaten
sobre nosotros todas esas calamidades sin que podamos re­
mediarlo, todos esos niños nacidos con malformaciones,
esas muertes precoces que se llevan a un ser querido, esas
plagas que asolan las cosechas y provocan hambrunas, esos
ciclones y otras catástrofes naturales que aniquilan tantas
vidas inocentes? Una vez más, los relatos que hemos anali­
zado no dan la clave del misterio. El mito de Edipo, con
toda la secuela que supone para su descendencia, en espe­
cial para su hija Antígona, nos va a permitir, en cambio,
entrever una respuesta a esta cuestión enigmática...

339
6 . L a s d e s g r a c ia s d e E d ip o y d e s u
HIJA A N TÍG O N A , O POR QUÉ SE
CASTIGA A MENUDO A LOS MORTALES
SIN QUE HAYAN PECADO

E s un hecho inequívoco: los humanos no siempre han


merecido las calamidades que caen sobre ellos y arruinan
su vida. Las catástrofes naturales, los accidentes y las en­
fermedades mortales afectan por igual a los hombres de
bien y a los malvados. No diferencian y, a reserva de caer
en la superstición religiosa más oscurantista, la desgracia
no puede ni debe interpretarse como un castigo divino.
Por lo tanto, la cuestión no se puede soslayar: en un mun­
do que se supone dominado por la justicia y la armonía,
en un universo en el que los dioses son omnipresentes y
se inmiscuyen en todo, ¿cómo comprender semejante in­
justicia? ¿Qué sentido dar a ese escándalo que es la des­
gracia humana cuando resulta del todo injustificada?
Aunque posea otras muchas connotaciones —«armóni­
cas»—, el mito de Edipo responde primero y ante todo a
esta cuestión. Su estudio es un complemento indispensa­
ble a los capítulos precedentes: determina el significado
y, sobre todo, los límites de esa famosa armonía cósmica
que ocupa el centro de la visión griega del mundo, al me­
nos tal como la teogonia y la mitología la legarán a la ma­
yor parte de la filosofía antigua.
La vida de Edipo se convierte en una pesadilla aunque,
caso de haber obrado mal, no «lo ha hecho aposta» como

341
I.A SABIDURÍA DE LOS MITOS

dirían los niños. Es un hombre de una inteligencia excep­


cional, hace gala de un valor y un sentido de lajusticia fue­
ra de lo común. Lejos de verse recompensado por ello, su
existencia no sólo se convertirá en un infierno sino que, a
pesar de su perspicacia, será el juguete de unas fuerzas y
unos acontecimientos oscuros que le superan y que no
comprenderá nunca —al menos hasta que su trágico fin
ponga término a sus terribles sufrimientos—. ¿Cómo es
posible una denegación de justicia semejante? ¿(íómo
contemplar un destino tan trágico como injusto sin consi­
derar que el mundo, lejos de ser un cosmos armonioso, no
es más que un entramado de locuras ordenadas por unos
dioses malvados que se ríen de los hombres, como harían
unos niños que se divierten arrancando las alas a las mos­
cas y pisando hormigas? Para intentar dar una respuesta a
esta pregunta —comprenderás que era inevitable que tar­
de o temprano se planteara en el ámbito de la cosmología
griega—, te propongo empezar por examinar con aten­
ción la historia de Edipo y de su hija, Antígona. Después,
podremos tratar de comprender su sentido profuntlo con
el fin de completar la visión del mundo que los otros mitos
nos han permitido construir poco a poco.
No obstante, te indico de entrada el principio general
de la solución antes de volver sobre ello más a fondo: cuan­
do el cosmos se ha desordenado una vez, es imposible res­
tablecer el orden sin causar grandes daños colaterales. Por
esa razón, por ejemplo, si un padre ha cometido un crimen
atroz, puede ocurrir que las generaciones siguientes pa­
guen por él, no porque sean los culpables, sino porque el
orden no puede volver de golpe. Claro que nadie es res­
ponsable de lo que han hecho sus padres, pero sin embar­
go no es menos cierto que sus acciones nos comprometen
y que el modo en que han llevado su vida puede tener re­
percusiones colosales sobre la nuestra, lo queramos o no,

342
I.AS IJKSÍWAUAS DE EOIPOYOí SU HIJAANTIGONA

lo sepamos o no. Si por ejemplo han pecado gravemente


de hybris, es posible que el orden del mundo se resienta por
ello, y cuando el cosmos se estropea no se repara en un
abrir y cerrar de ojos. Eso lleva tiempo, y ese tiempo es lo
que dura exactamente la desgracia de los hombres, inclu­
so de los que son inocentes. Por eso, si se quiere compren­
der de verdad el mito de Edipo y no limitarse a los tópicos
habituales del psicoanálisis o de la filosofía moderna, es ne­
cesario remontarse a una época anterior a la del propio
Edipo. Es en la que precede a su nacimiento donde encon­
traremos el origen de todos sus males.
Es posible que esta concepción del mundo te parezca
superada. Puede, con razón, chocar a la luz de nuestros
criterios actuales. En efecto, nos heñios acostumbrado a
pensar que nunca se debe castigar a alguien que no haya
hecho nada malo: excepto en los países totalitarios, ya no
se castiga a los niños por el comportamiento de sus padres.
Sin embargo, veremos que no tiene nada de absurdo y que
podríamos dar innumerables ejemplos que ilustran, aún
hoy día, el hecho de que un mundo desordenado, tanto en
el plano social como natural, anonada a unos seres que no
tienen nada que reprocharse en particular. Por lo demás,
todos saben, por hablar el lenguaje de los refranes, que
cuando los padres beben, los hijos pagan el pato...
Pero no nos anticipemos y veamos primero de qué va,
según la leyenda, la historia del desdichado Edipo y de su
hija Antígona (ambos mitos son inseparables uno de otro).

Edipo y Antígona: el arquetipo del destino trágico o cómo la


desgraciapuedegolpeara los mortales de una manera itidiscriminada

Como siempre en la mitología, existen varias versiones


de este relato, y cada episodio de la vida de Edipo es obje­

343
L a sabiduría de i.os mitos

to de numerosas variantes. No obstante, disponemos de


una fuente principal arcaica, a saber: las tragedias griegas,
y en especial las de Sófocles: Antígona, Edipo rey, Edipo en
Colono (nombre de la ciudad donde permanecerá des­
pués de la serie de catástrofes que te voy a contar). Sin
duda, es bueno tener en cuenta otras versiones que de vez
en cuando pueden aportar puntos de vista interesantes1,
pero casi siempre la literatura se va a referir a Sófocles
para narrar e interpretar este mito célebre donde los
haya. Así que es la trama de su relato la que seguiré aquí
en lo esencial.
Para empezar, unas palabras sobre el periodo que pre­
cede al nacimiento del pequeño Edipo. Es descendiente
directo de ese famoso Gadmo, rey de Tebas, del que ya te
he hablado varias veces, y hermano de Europa, a su vez
madre de Minos, el rey de Creta que Zeus concibió con
ella... Después de casarse con Harmonía, hija de Ares y de
Afrodita, Cadmo fundó esa ciudad donde se desarrollará
la parte esencial del drama. El padre de Edipo se llama
Layo, y su madre, Yocasta. En el momento en que da co­
mienzo nuestra historia se enteran por un oráculo de que
si alguna vez tienen un hijo, éste matará a su padre y, por
añadidura, según algunos, acarreará incluso la destruc­
ción de Tebas. Como es frecuente en esos casos y en aque­
lla época, los padres toman la triste decisión de abandonar
al pequeño —de «exponerlo», como se decía entonces,
porque, en efecto, la mayoría de las veces se lo expone,
atándolo a un árbol, al apetito de los animales salvajes,
pero también, a veces, a la clemencia de los dioses—. Layo
y Yocasta confían el bebé a uno de sus criados, un pastor,
para que lo abandone. El hombre trata al infeliz como si
fuera una presa de caza: le atraviesa los tobillos para pasar
una cuerdecilla y transportarlo con más facilidad sobre su
espalda, y luego colgarlo del árbol donde quedara, como

344
L as [)F.s(;ra(:ia.s df F.dipo y nr. su hija Antíixina

te he dicho, «expuesto». De esta experiencia recibirá su


nombre Edipo, que en griego significa sencillamente
«pies hinchados» (oidos, que dará origen, por ejemplo, a
la palabra «edema», y que quiere decir «inflamado», y pons,
que significa «pie»). Por el camino, el criado de Layo se
cruza «por casualidad» —pero el espectador de la trage­
dia de Sófocles sabe bien que esa presunta casualidad no
es más que otra palabra para designar la voluntad de los
dioses— con los siervos del rey de otra ciudad, Corinto.
Este rey, de nombre Pólibo, no consigue tener hijos, si bien
sueña con tener uno. Como el bebé es una monada, los
hombres de Pólibo proponen llevárselo con ellos. ¿Por qué
no? Después de todo, si i .ayo ha querido exponerlo en vez
de matarlo, es que pretendía darle una oportunidad. Lo
conducirán ante su señor y seguro que querrá adoptarlo.
Así es como suceden las cosas, y el bebé se salva in extremis...
Edipo crece en la ciudad de Corinto, lejos de su Tebas
natal, en la corte del rey y la reina, a quienes por supuesto
considera sus auténticos padres. Todo le va bien. Pero un
día, mientras juega con otros niños, se pelea con un com­
pañero. Se trata de una pelea completamente banal, como
las que tienen todos los niños. Sin embargo, su pequeño
adversario le dice algo que resonará durante mucho tiem­
po en su cabeza y le parecerá terrible: le trata de «bastar­
do», dando a entender que sus padres no son sus padres
«verdaderos», que no es más que un niño encontrado al
que han mentido desde hace mucho tiempo... Vuelve a
casa corriendo e interroga a Pólibo, su padre «oficial»,
pero este último, molesto, lo niega con demasiada desga­
na para que Edipo no albergue una vaga sombra de duda.
Decide entonces saber a qué atenerse y para ello se dirige
a Delfos para consultar, como también lo habían hecho
sus padres «biológicos» I.ayo y Yocasta, a la célebre pitia
de Apolo. Le pregunta quién es, de dónde viene, quiénes

345
L a sabiduría de los mitos

son sus padres... Como de costumbre, la pitia responde


de soslayo, no proporciona indicaciones que hagan referen­
cia a su pasado, sino todo lo contrario, hace una predicción
que atañe a su futuro. Y la predicción es terrible: según el
oráculo, Edipo matará a su padre y se casará con su madre.
Está claro que Freud saca de ahí el nombre de su famo­
so «complejo de Edipo», esa actitud infantil que, en su
opinión, empuja a los niños a desear de manera incons­
ciente a su madre y a rechazar con violencia a su padre en
un momento u otro de su vida. Pero como verás más ade­
lante, aunque esta dimensión está presente en el mito
griego, dista mucho de darnos la clave. Sea como fuere, al
oír al oráculo Edipo se queda anonadado. Para evitar que
la predicción se cumpla, decide irse de Corinto para siem­
pre. Sigue pensando que, a pesar de sus dudas, es la ciu­
dad donde viven sus padres, Pólibo y Peribea (es el nom­
bre de la reina): abandonando ese lugar no correrá el
peligro de matar a su padre ni de acostarse con su madre.
Salvo que el rey Pólibo no es su padre y que Peribea tam­
poco es su madre, al menos en el sentido biológico del
término, y que al alejarse de Corinto el infeliz Edipo hará
exacta e inexorablemente lo contrario de lo que deseaba:
acercarse al cumplimiento de la predicción del oráculo.
Dicho de otro modo, creyendo eludirla, prepara incons­
cientemente su realización —contradicción que propor­
ciona uno de los resortes más seguros de la tragedia de
Sófocles—. Y, desde luego, en ese contexto en el que todo
está previsto por los dioses, como muestran los dos orácu­
los que no son más que la traducción de sus designios,
Edipo se dirige hacia Tebas, la ciudad de sus padres natu­
rales, Layo y Yocasta. Ahora bien, resulta que justo en esa
época, para complicar las cosas, la ciudad de Tebas sufre
una epidemia terrible que está diezmando la población.
De nuevo, el espectador está obligado a suponer, aunque

346
Las desgracias de Edito y de su hija Antígona

no se diga explícitamente, que han sido los dioses los que


han enviado la plaga: habrá que preguntarse por qué.
Pero sigamos: en ese contexto catastrófico, Layo ha deci­
dido, al igual que Edipo, ir a Delfos a consultar otra vez al
oráculo sobre lo que conviene hacer para salvar a los ha­
bitantes de la ciudad.
Nos encontramos aquí en pleno nudo trágico que de­
bía sobrecoger de emoción al público asistente: imagina al
padre, convencido de que su hijo ha muerto, y al hijo, con­
vencido de que su padre está en Corinto, caminando el
uno en dirección al otro. Sus destinos se cruzan, tanto en
sentido propio como figurado: los carros de Layo y de Edi­
po se encuentran cara a cara en el cruce de tres caminos
tan estrechos que se ven obligados a detener sus comitivas.
Haría falta que uno de los dos diera marcha atrás y se hi­
ciera a un lado para dejar pasar al de enfrente, pero los
dos hombres son orgullosos y están convencidos de su de­
recho y preeminencia sobre el oü o: Layo porque es el rey
de Tebas y Edipo porque es el príncipe de Corinto. El con­
flicto se encona. Los criados lanzan insultos y, por lo que
parece, el rey Layo asesta un bastonazo a Edipo. Llegan a
las manos y, llevado por la cólera, Edipo mata a su padre así
como a los cocheros y los guardas que le acompañan. Sólo
se salva uno de los criados que huye corriendo pero que,
no obstante, ha presenciado toda la escena, lo que después
tendrá su importancia... Y he aquí cumplida la primera
parte del oráculo. Sin que Edipo, como por lo demás tam­
poco Layo, haya calibrado todavía lo que acaba de ocurrir,
el hecho es que ha manido a su propio padre...
Edipo prosigue su camino hacia Tebas ignorando por
completo su identidad así como la de su adversario. Des­
de luego, el episodio violento que acaba de tener lugar es
lamentable, pero los agravios estaban repartidos y Edipo
creía actuar en legítima defensa. Después de todo, no ha-

347
[ A SABIDURÍA DE LOS MÍTOS

bfa sido él quien diera los primeros golpes. Así que termi­
na por olvidar el asunto y llega a su ciudad natal después
de un camino largo y sinuoso. Al parecer, la epidemia ha
pasado, pero otra calamidad, sin duda alguna también de
origen divino, hace estragos en la ciudad cuyo nuevo rey,
que ha subido al trono tras la muerte de Layo, es Creonte,
hermano de Yocasta y por lo tanto tío de Edipo. Esta nueva
calamidad lleva un nombre: el Esfinge, o mejor dicho la
Esfinge, pues se trata de una mujer que tiene cuerpo de
león y alas de buitre. Y tiene aterrorizada a la ciudad a través
de un enigma planteado a todos losjóvenes que la habitan.
Si no consiguen dar con la solución, los devota, de modo
que empiezan a abandonar la ciudad. Esta es una de las ver­
siones —existen otras formulaciones, pero en términos ge­
nerales vienen a ser la misma— del enigma en cuestión:

¿Cuál es el animal que anda por la mañana a cuatro pa­


tas, a mediodía a dos patas y por la noche a tres patas, y que
contrariamente a la ley general es tanto más débil cuantas
más patas tiene?

Edipo oye hablar de esa Esfinge y no vacila: se presenta


ante ella y le pide que le proponga su adivinanza mortal. En
cuanto oye el enunciado del problema, no tiene ninguna
dificultad para resolverlo: está claro que se trata del hom­
bre, que en los albores de su vida, cuando todavía es un
bebé, anda a cuatro patas, luego a dos cuando es adulto, y
por último a tres, en las postrimerías de su existencia, cuan­
do es más débil y debe apoyarse en un bastón. Según un
antiguo profeta, la Esfinge debía morir si un humano logra­
ba resolver una de sus adivinanzas. Entonces, delante de
Edipo, se arroja desde lo alto de la muralla y se estrella con­
tra el suelo. Y así la ciudad se ve liberada del monstruo.
Como te puedes figurar, Edipo hace su entrada como un

348
Las desgracias de Edipo y de su hija Antíuona

verdadero héroe. Todo el pueblo de Tebas lo aclama, le


hace regalos suntuosos. La muchedumbre aplaude a su
paso y, como resulta que la reina Yocasta es libre —es una
viuda muy reciente puesto que Layo acaba de morir—,
Creonte, su hermano, se la ofrece a Edipo en matrimonio
como prueba de agradecimiento, y con ella el trono de Te­
bas. Le deja el sido que, por lo demás, sólo ocupaba de ma­
nera interina.
Y de esta forma se cumple la segunda parte del orácu­
lo: Edipo, que ya ha matado a su padre y sigue ignorando
por completo lo que guía su vida, se casa ahora con su
madre. Le hará cuatro hijos: dos chicos que se pelearán a
muerte por sucederle en el poder, Eteocles y Polinices, y
dos chicas, Ismene y Antígona. Durante más de veinte
años todo va bien. Edipo administra sabiamente la ciudad
de Tebas al lado de su esposa y madre, Yocasta, y educa a
sus hijos con esmero.
Por desgracia, cuando éstos están a punto de alcanzar la
edad adulta, una epidemia de peste terrible vuelve a asolar
la ciudad. Nada la puede detener. Y aún peor, si cabe, es
que se producen innumerables accidentes incomprensi­
bles, las mujeres paren niños muertos o monstruosos, se
multiplican las muertes súbitas o sin explicación, de modo
que Edipo envía de nuevo a un mensajero a consultar el
oráculo de Delfos. Este responde, por una vez con bastante
claridad, que la plaga dejará de asolar la ciudad en cuanto
hayan capturado y castigado al asesino de Layo. En efecto,
semejante crimen no puede quedar impune sin perjuicio,
lo que demuestra que, de nuevo y dicho sea de paso, los
dioses siguen todo el asunto al detalle desde el principio,
como lo indica sin duda el hecho de que todas las secuelas
se anuncian por boca de los representantes de Apolo.
Edipo sigue sin tener ni idea de que él es el culpable y
tiene toda la intención de obedecer al oráculo. Lleva a cabo

349
La sabiduría de tos mitos

una investigación y, aconsejado por Creonte, hace llamar


al adivino más célebre del reino, el famoso Tiresias que ya
hemos encontrado varias veces en otros mitos. Natural­
mente, Tiresias conoce toda la verdad, de lo contrario no
sería adivino. Pero está molesto, por no decir horrorizado,
por los secretos que posee y siente una redcencia difícil de
superar a divulgarlos en público y en presencia de Edipo,
que sigue en la ignorancia más total. Entonces éste se enfa­
da, acusa a Tiresias de haber hecho todo ese montaje con
la complicidad de Creonte..., en fin, arma tal alboroto que
Tiresias acaba por ceder. Le suelta toda la historia. Está
bien, si de verdad quiere saberlo, es él, Edipo, quien ha
matado a Layo y éste, de acuerdo con el oráculo, era sin
duda su padre, de modo que de paso, si puede decirse, se
ha casado con su madre. Yocasta, anonadada, protesta, tra­
ta de convencerse y convencer a Edipo de que el adivino
delira. Para persuadirlo, le hace algunas precisiones sobre
el asesinato de Layo en la encrucijada en la que tuvo lugar
el drama: no lo mató un hombre solo, sino una banda de
salteadores, por lo que no puede tratarse de él. Para colmo,
ella le revela que, en efecto, antaño tuvo un hijo, pero que
ése había sido «expuesto». Edipo sólo está tranquilo a me­
dias: la descripción de la encrucijada en cuestión le trae al­
gunos recuerdos inquietantes, pero en fin, todo eso sigue
siendo bastante confuso.
En ese momento llega un mensajero de Corinto: anun­
cia a Yocasta y Edipo la muerte de quien él cree todavía
que es su padre, Pólibo —lo que entristece a Edipo, pero
al mismo tiempo le alivia: al menos no ha matado a su pa­
dre—. Excepto que el mensajero no puede evitar añadir
una precisión funesta: que Edipo no se aflija demasiado,
al fin y al cabo Pólibo no era su padre verdadero. El es un
niño expósito, encontrado por casualidad y adoptado por
los soberanos de Corinto. ¡Zas! Todas las piezas del rom­

350
Las desgracias de Edipo y de su hija AntIgona

pecabezas encajan de golpe. Para saber a qué atenerse,


Edipo convoca al pastor que antaño había expuesto al hijo
de Layo y Yocasta. Resulta que este pastor es precisamente
el criado que acompañaba a Layo cuando lo mataron. Des­
pués, había huido a la montaña y para tener paz había de­
clarado que unos bandidos habían matado al rey de Tebas
—lo que hacía pensar a Yocasta que Edipo no podía ser el
culpable—. Pero era un embuste y ahora el pastor criado
lo confiesa todo: sí, Tiresias y el mensajero de Corinto di­
cen la verdad; el niño expósito no es otro que Edipo y es
una sola persona la que mató a Layo. Todos pueden ahora
sumar dos y dos y reconstruir toda la historia: el terrible
oráculo de Apolo se ha cumplido y reconocido.
Nos encontramos en plena tragedia. Sobre todo no es­
peres que las cosas se arreglen. Al contrario, no van a hacer
más que empeorar. Yocasta se suicida en cuanto se entera
del punto clave de la historia. En cuanto a Edipo, cuando
la encuentra ahorcada en su habitación, le arranca el bro­
che que cierra su vestido y con él se salta literalmente los
ojos. Se los revienta con rabia y, como siempre, su castigo
está ligado a su «crimen» —pongo la palabra entre comi­
llas puesto que, en realidad, nunca deseó nada de lo que
sucedió—. Pero precisamente todo su drama es que no lo
ha visto venir. A pesar de toda su inteligencia, ha estado cie­
go por completo. Y como ha pecado de falta total de visión,
de clarividencia, es por eso por lo que debe ser castigado.
A su ceguera mental responde ahora su ceguera física...
El fin de su vida es asimismo triste. Si también seguimos
aquí la versión de Sófocles —hay varias más, pero ésta se
ha hecho canónica— Edipo abandona enseguida el trono
que vuelve a ocupar Creonte, otra vez de forma interina.
Huye a Colono donde él, el rey honrado por todos como
el salvador de Tebas durante casi veinte años, vivirá una
existencia miserable de vagabundo. Su hija Antígona, que

3 5 1
L a SABIDURIA DE IjOS MITOS

es toda bondad y posee un sentido de la familia muy acusa­


do, lo acompaña y cuida de él. Después se dirige hacia Ate­
nas, donde entonces reina un rey excelente, el benévolo
Teseo. Al pasar cerca de un bosquecillo, reconoce el lugar
donde debe morir: ese bosque, en efecto, pertenece a las
Erinias, esas divinidades terribles nacidas de la sangre de
Urano derramada sobre Gea, la tierra, tras la castración
perpetrada por Crono en la persona de su padre. Hay que
recordar que las Erinias han recibido la misión principal
de castigar los crímenes cometidos en el seno de las fami­
lias. Desde ese punto de vista, el pobre Edipo, sin comerlo
ni beberlo, resulta ser el campeón de todas las categorías.
En esas circunstancias, es normal que termine su desdi­
chada existencia a manos de esas famosas «Benévolas».
Pero ese bosque es sagrado. Unos criados del rey de Ate­
nas creen hacer bien al querer echar a Edipo de ese lugar
maldito. Entonces éste les ordena que vayan a buscar a Te-
seo, quien, siempre con tan buenas intenciones, llega al
instante. Con gran bondad, se apiadará de Edipo y lo
acompañará en la muerte: la tierra se abre y las Erinias se
lo llevan, pero nadie sabrá nunca dónde se encuentra el
lugar exacto de su desaparición. Teseo le rendirá las hon­
ras fúnebres en señal de amistad y de perdón por sus crí­
menes involuntarios...
Este es, en líneas generales, el argumento de base, la
trama fundamental del mito. Aún hay que añadir algunas
palabras sobre sus últimas consecuencias en lo que atañe
a los hijos del infeliz héroe. Se encuentran algunas refe­
rencias en la Antígona de Sófocles y también en la única
obra de Esquilo que nos ha llegado y que trata sobre este
tema (había varias más, pero por desgracia hoy día están
perdidas): Los siete contra Tebas. Eteocles y Polinices, los
dos hijos de Edipo, se portaron mal con su padre cuando
se enteraron de la verdad de su historia. Lo humillaron

352
La s desgracias de E d i p o y de su hija AntIcona

y maltrataron hasta el punto de que éste llegó a invocar


a los dioses para que derramaran su cólera contra ellos.
Con éxito: los dos hermanos se convertirán en los peores
enemigos del mundo. Para tratar de zanjar sus discrepan­
cias en lo tocante al poder, que ha vuelto a ellos ahora
que Edipo ha muerto, deciden reinar por turnos, un año
cada uno: Eteocles ocupará el trono de Tebas el primer
año, Polinices el segundo, Eteocles otra vez el tercero y
así sucesivamente... Sólo que una vez en el poder, Eteocles
se niega a devolvérselo a su hermano. Este recluta enton­
ces un ejército para recuperar Tebas y hacer cumplir su
acuerdo. Dicho ejército está dirigido por siete jefes que
corresponden a las siete puertas de la ciudad que Polini­
ces quiere asediar (de ahí el título de la obra de Esquilo:
Los siete contra Tebas).
Por resumir el final: Tebas, bien custodiada por sus
murallas, resiste con valentía a los ataque de los siete y
poco a poco su ejército pierde la batalla. Los dos herma­
nos enemigos se enfrentan en torno a la séptima puerta y
en un combate singular se matan entre sí. De golpe,
Creonte está de nuevo en el poder y decreta que enterra­
rán con honores al que ha defendido su ciudad, a saber,
Eteocles, en tanto que Polinices, que la ha combatido,
será, humillación suprema, privado de sepultura: lo aban­
donarán a los perros y a las aves. Y si a alguien se le ocurre
ir contra este edicto, será ejecutado de inmediato.
En este punto es donde empieza la tragedia de Antígo-
na. Aunque muy breve, hará correr mucha tinta y dar lu­
gar a un sinfín de comentarios. Sin embargo, la trama es
muy sencilla: Antígona declara —si seguimos el final de la
obra de Esquilo— que debe asumir su sitio en la comuni­
dad que le ha visto nacer, a saber, su familia, cualesquiera
que sean las desgracias que han caído sobre ella. En su
opinión, la esfera privada debe prevalecer sobre la ley de
L a sabiduría de i.os mitos

la ciudad; por eso desafía las órdenes de su tío, Creonte,


y va a enterrar a su hermano Polinices. Por supuesto, la
detienen y la condenan a muerte. La obra de Esquilo se
para ahí. Si continuamos la historia a partir de Sófocles,
nos enteramos de que en un primer momento Creonte se
muestra inflexible. Luego, debido a las presiones de sus
allegados, se retracta y ordena que pongan a Antígona en
libertad, quien, detenida y encarcelada, esperaba la ejecu­
ción de la sentencia de muerte. ¡Demasiado tarde! Cuan­
do van a liberarla se encuentran con que se ha ahorcado.
Para aumentar la alegría general, la esposa de Creonte se
suicida también, dejando al anciano rey meditando sobre
las consecuencias de las malas decisiones... Más adelante,
los hijos de los siete, a los que llamarán los «Epígonos»,
querrán vengar a sus padres, retomarán las armas y Tebas
será destruida.
Así termina el ciclo siniestro de las leyendas tebanas.
Del destino de Edipo y de la rebelión de Antígona se han
dado decenas de interpretaciones. El mito ha fascinado
durante siglos y, aún hoy, no pasa un año sin que aparez­
can nuevas obras eruditas sobre ello. En estas condicio­
nes, resulta muy presuntuoso arriesgarse al menor co­
mentario... No obstante, me es imposible no hacerlo aquí.
Así pues, y con la mayor prudencia, te propongo que en
vez de añadir una lectura moderna más, volvamos al modo
en que los propios griegos debían de considerar el mito
—al menos si creemos lo que dice Esquilo al respecto
cuando hace alusión, discreta pero claramente, a los rela­
tos que tratan sobre el nacimiento de Tebas—.
¿Qué dicen, en el fondo, estas diferentes historias?
En primer lugar, y a todas luces, que Edipo no es «culpa­
ble», en el sentido en que lo entendería nuestra concep­
ción moderna de la justicia. Está claro que Edipo no sa­
bía nada ni quería lo que ocurrió. Sin duda alguna,

354
Las desgracias de Edipo y de su hija Antícona

como lo demuestra el lugar fundamental que ocupan


los oráculos, y con ellos los dioses, es el juguete de un
destino superior que se le escapa por todas partes. Aña­
damos, pues sería un error olvidar a los «pequeños» en
este asunto, que los tebanos tampoco son, ni mucho ni
poco, responsables —en todo caso no el pueblo— de las
calamidades y demás plagas que caen invariablemente
sobre ellos hasta la destrucción final de la ciudad a ma­
nos de los Epígonos.
La verdad es que, de entrada, una maldición antigua
pesa sobre la estirpe de los reyes de Tebas, y esta maldi­
ción, vinculada a un desorden inicial, no puede finalizar
más que después de una vuelta al orden de la familia y de
la ciudad. Ahora bien, esta última pasa por la destrucción
total de los protagonistas, un poco como sucedía en los
mitos de Deucalión o de Noé. Los infelices no pueden
hacer nada por evitarlo y ésa es la tragedia. Son engulli­
dos por un destino que se les escapa y que los machaca
hagan lo que hagan, pues esta maldición se remonta a un
tiempo muy lejano. Si empezamos por la generación in­
mediatamente anterior a la de Edipo, la de su padre, está
ligada al crimen que antaño cometió Layo contra el hijo
de Pélope. Hay que saber que en otro tiempo Pélope re­
cogió y educó a Layo como si se tratara de un miembro de
su familia. Por razones en las que no voy a entrar aquí,
éste pasó toda su infancia en su casa. Pero un día, Layo se
enamora del joven Crisipo, hijo de Pélope, e intenta vio­
larlo. El muchacho, horrorizado, se suicida, y Pélope, loco
de ira y de dolor, lanza una terrible invocación a los dio­
ses: si un día Layo tiene un hijo, que éste lo mate —siem­
pre la misma proporción entre la falta y el castigo— y que
la ciudad de Tebas sea destruida. Según algunos mitógra-
fos, Hera y Apolo nunca perdonarán a los tebanos el ha­
ber puesto a Layo al frente de la ciudad.

355
La sabiduría de IjOS mitos

Todo el resto se encadena de manera implacable: Apo­


lo, a través de su oráculo, advierte a los esposos Layo y Yo-
casta de que si tienen un hijo la catástrofe se abatirá sobre
ellos. Además, a Layo no le gustan demasiado las mujeres,
preñere con mucho a los mancebos. Así pues, según la
mayor parte de las versiones del mito, es bajo los efectos
de la bebida y en estado de gran embriaguez cuando Layo
se acuesta con Yocasta y conciben al pequeño Edipo.
Esto es lo que dice el coro a este respecto en la tragedia
de Esquilo:

Pienso en la falta antigua, castigada de inmediato, pero


cuyo efecto perdura hasta la tercera generación, en la falta
de Layo, sordo a la voz de Apolo que en su sede fau'dica de
Pitón, ombligo del mundo, había declarado tres veces que si
quería salvar su ciudad debía morir sin hijos. Pero cediendo
a un deseo insensato (¡Myose encuentra bajo los efectos de la bebi­
da cuando le hace el amor a Yocasta...) engendrará su propia
muerte, Edipo, el parricida, que en el surco sagrado de una
madre donde se había alimentado osó plantar una raíz san­
grante. El delirio había unido a los esposos en la locura (el
alcohol explica laminen el olvido de la recomendación de Apolo...).
Un mar de desgracias lanza sus olas contra nosotros. Cuan­
do una se derrumba, levanta otra tres veces más fuerte que
retumba borboteando contra la popa de nuestra ciudad...
Pues he aquí que se cumple el reglamento terrible de las
antiguas imprecaciones...

Y un poco más adelante nos enteramos, dentro de la


misma lógica, de que si Polinices, el «augusto séptimojefe»,
cae asesinado por su hermano, es un efecto directo de la
voluntad de Apolo. El dios se ha reservado el derecho de
ocuparse él mismo de la séptima puerta, aquella en la que
ha tenido lugar el combate mortal entre los dos hermanos,

356
Las DFJSíatAOAS n t Edipij y i>e s j hqa AntIgona

con el fin de ejecutar el castigo por la antigua falta de


Layo sobre la estirpe de Edipo.

No se pueden decir las cosas más claras y es inútil ir a


buscar en otra parte, en no sé qué consideraciones psico­
lógicas. A lo largo de la obra se insiste en ello en repetidas
ocasiones: los descendientes de Layo son todos víctimas
de un desuno que se les va de las manos, del que no son
responsables, que responde a la voluntad de los dioses, en
este caso representados por Apolo. Sucede lo mismo con
Antígona, que explica sin rodeos su voluntad de afrontar
la muerte al infringir las órdenes de Creonte como una
opción consentida libremente, cierto, pero no obstante
localizada en un contexto en el que todo es obligado, de­
terminado de antemano por el destino cósmico y por los
dioses:

Estamos forzosamente unidos (dice ella) por la comuni­


dad que nos ha visto nacer, somos hijos de una madre infeliz
y un padre desgraciado. También mi alma comparte volun­
tariamente su desdicha involuntaria y, viva, manifiesto al
muerto (Polinices) sus sendmientos fraternales. Sus carnes
no serán pasto de lobos con la tripa vacía; que nadie lo crea,
pues yo, por mucho que sea una mujer, sabré procurarle
una tumba para sepultarlo...

Hermosa paradoja que resume a la perfección lo trági­


co de la historia: Antígona actúa libremente, por volun­
tad propia. Ella misma toma su decisión, consciente por
completo del peligro que corre; sin embargo, lo hace en
una situación en la que todo se le escapa también a ella y
en la que siente que no puede, de verdad, actuar de otra
manera: ella pertenece a su familia mucho más de lo que

357
I.A SABIDURIA DE I X K MITOS

su familia le pertenece. Por eso, está ligada a la maldición


que pesa sobre ella desde los orígenes y nada podrá ha­
cerle cambiar de rumbo...
Lo mismo que el psicoanálisis ha concedido una gran
importancia al inconsciente en sus interpretaciones del
mito, las feministas, y asimismo las antifeministas, pues el
texto de Esquilo se puede leer en ambos sentidos, han
glosado mucho el hecho de que Antígona es una mujer
que encamaría «de una manera natural», por así decirlo,
la ley del corazón y de la esfera privada en contra de la fría
y racional de los hombres y de la ciudad, de los varones y
del colectivo, etcétera. Una vez más, no es imposible que
estas connotaciones actuales estén en cierto modo pre­
sentes en el mito. Hasta es probable: los griegos no eran
más tontos que nosotros y también tenían sus ideas sobre
los hombres y las mujeres, el inconsciente, la vida de las
pasiones y otros temas muy apreciados por la psicología
contemporánea. Pero la clave del mito no está ahí y esas
preocupaciones no son fundamentales salvo a nuestros
ojos de Modernos, «deformados» por unos anteojos tal
vez legítimos, pero sin duda alguna diferentes a los de los
griegos.
No hay razón para no creer a Esquilo: en esta tragedia
no se trata de psicología, sino de cosmología y del destino
ciego —que es muy distinto al inconsciente personal—
que restablece el orden cuando el sistema, por un motivo
o por otro, se ha desmadrado. Y desde que los hombres
existen, desde que Pandora y Epimeteo los engendraron,
los desórdenes abundan: son inevitables, pues compo­
nen, como sabemos ahora, el motor de la vida misma, de
la historia como tal. Si las generaciones no existieran, el
cosmos caería en un completo aburrimiento y se paraliza­
ría para siempre. Pero la existencia de las generaciones
constituye también un riesgo constante de errores trági-
I J i S DKSGKATIAS UF. F.DIPO V DE SU HIJA ANTÍOONA

eos. Por esta razón habría que volver a contar la historia


de Tebas desde su fundación por Cadmo, para compren­
der desde sus raíces la maldición que golpea a Edipo. Por
el momento, me he detenido en Layo y en el crimen que
comete contra el hijo de Pélope. Pero el gusano está en la
fruta desde el principio.
En primer lugar, Cadmo se ha casado con Harmonía,
que, a pesar de su nombre, ya es el fruto de un cierto des­
orden, dado que es hija de Ares y de Afrodita, una unión
defectuosa y prohibida —Afrodita está casada oficialmen­
te con Hefesto— entre la guerra y el amor... Pero hay más,
mucho más: recuerda que para fundar su ciudad, Cadmo
tuvo que recurrir a los servicios de los «sembrados», esos
famosos spartoi nacidos de los dientes del dragón que cus­
todiaba la fuente de Ares y que Cadmo mató para encon­
trar el agua necesaria para el sacrificio de la vaca que le
había indicado el emplazamiento en el que fundar su ciu­
dad. Ahora bien, esos famosos «sembrados» son cinco
guerreros, fuerzas arcaicas cercanas al Caos original, a la
tierra, a los Titanes, a Tifón, en donde se encuentra un
tema cosmológico principal sin el cual es imposible com­
prender nada de las leyendas que, como la de Edipo, ro­
dean toda la historia de Tebas. Además, uno de estos
«sembrados», que participa en la creación de la estirpe de
Edipo, se llama Equión, nombre que recuerda irremedia­
blemente al monstruo Equidna, la famosa compañera de
Tifón, mitad mujer mitad víbora. El destino de los des­
cendientes de Cadmo será a menudo terrible, siempre tu­
multuoso, a semejanza del de Penteo, el nieto que le suce­
de en el trono de Tebas y que terminará despedazado por
las Bacantes de Dioniso.
Sin entrar en el detalle de esta larga historia, está claro
que el destino que pesa sobre Edipo y Antígona viene de
muy lejos y no pueden hacer nada en absoluto, ni el uno

359
L a SABIDURÍA DE LOS MITOS

ni la otra, como tampoco los jóvenes devorados por la Es­


finge, o la población de Tebas diezmada por la peste.
Es así. Las calamidades han sido expulsadas del Olimpo
por los dioses, al menos desde que han vencido a los Tita­
nes, desde que Zeus llevó a cabo el reparto primigenio,
distribuyó el mundo según la justicia para que por fin sea
un cosmos armonioso y bueno, al menos allá arriba, en el
Olimpo, pero no abajo. Es necesario que en nuestra tie­
rra haya un poco de desorden puesto que hay tiempo y
vida: es inevitable. ¿La prueba? Si se quisiera impedir a
toda costa que hubiera un poco de caos en la tierra y por
consiguiente de injusticia, el único medio de conseguirlo
sería suprimir la historia, las generaciones, es decir, los
humanos mortales. Por esta razón, desde el famoso repar­
to primigenio les están reservadas todas las desgracias.
Y no puede ser de otra manera. A decir verdad, algunos
añaden que ellos mismos se buscan los problemas. Como
se dice en las familias, no los han robado. Es el caso de to­
dos aquellos que pecan de hybris. Pero hay otros, y son
con mucho la mayoría, que no son responsables de nada.
Hay males que a veces se transmiten de generación en ge­
neración, como una enfermedad, un defecto genético
—salvo que en este caso ese defecto está vinculado a un
desorden cósmico cuyo responsable, más o menos, ha
sido un antepasado, pero que siempre recuerda que la
amenaza representada por el caos inicial no podrá des­
aparecer nunca: es consustancial a la vida y a la historia de
los hombres—. De vez en cuando es posible que, aun
cuando esto parezca injusto y cruel, los dioses deban re­
parar el sistema y volver a poner orden en él aniquilando
primero a toda la estirpe de los que son herederos de la
ruptura inicial del equilibrio. Esto debía explicar, al me­
nos a los ojos de los espectadores de la tragedia, cómo y
por qué los males más atroces caen sobre la humanidad

360
Las desgracias de Edipo y de su hija Aniígona

como la lluvia. Te lo he dicho al comienzo de este capítu­


lo: así como las gotas no eligen a quién mojar sino que
llueve lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, las
desgracias que golpean a los hombres no son todas mere­
cidas ni mucho menos. Sencillamente es así y no se puede
hacer nada, pues esas aflicciones pertenecen por defini­
ción a nuestra condición: la de mortales sumidos en una
vida y una historia que comportan en todo momento la
posibilidad de un mal con el que hay que aprender a con­
temporizar...
Lección siniestra, pensarás sin duda, y comprendo que
esta especie de rendición al presente, al mundo tal como
es, pueda parecer desesperante. Pero, en realidad, hay
que ver que si profundizamos un poco en las cosas en lu­
gar de limitarnos a nuestra mirada de Modernos, el punto
de vista de la tragedia, tal como lo explícita el mito de Edi­
po de manera casi caricaturesca, está a la vez lleno de ver­
dad y de sabiduría. Voy a tratar de decirte en unas pala­
bras por qué y de explicarte también cuáles son las razones
de que, en mi opinión, nos convenga, aún hoy, meditar la
lección.
En primer lugar, porque desde el punto de vista factual
es cierto: sí, la existencia humana es, a veces, por no decir
siempre, trágica, en el sentido en que la desgracia golpea
sin que podamos darle un sentido. Nos equivocamos al
hacer lo posible para olvidarlo. En la actualidad, en cuan­
to el mal cae sobre nosotros de una manera injusta, cede­
mos enseguida a la manía moderna que consiste en buscar
«responsables». ¿Un río se desborda y se ahogan algunos
campistas? Por supuesto, la culpa la tiene el alcalde, el go­
bernador civil, el ministro, todos son unos incompeten­
tes, por no decir perniciosos. ¿Un avión se estrella? Rápi­
do, hagamos un proceso para identificar a los culpables y
ponerlos en la picota... Sea el techo de un colegio que se

361
La sabiduría dk ijüs mitos

hunde, una tormenta que arranca árboles, un túnel en el


que se declara un incendio, lo cierto es que necesitamos a
toda costa una explicación humana, una falta moral que
estigmatizar con urgencia. Hablemos con franqueza: en
ninguna parte se ve mejor la locura de los Modernos que
en esta actitud. ¿Te preguntarás por qué hablo aquí de los
«Modernos» con mayúscula como si se tratara, por así de­
cirlo, de una categoría aparte, de otra especie de la huma­
nidad como los «Antiguos»? Es excesivo, desde luego,
pero es para que comprendas un rasgo característico del
tiempo presente que, sobre este aspecto, se opone por
completo al mundo antiguo: el humanismo, que por lo
demás me gusta y defiendo, se ha vuelto tan omnipresen­
te, estamos tan convencidos de ser los señores absolutos
del mundo, los que ostentan todos los poderes, que llega­
mos a pensar, sin ni siquiera paramos a reflexionar, que
controlamos todo, incluidas las fuerzas naturales, las ca­
tástrofes y los accidentes. Ahora bien, sencillamente es el
delirio en el sentido literal del término: una negación de la
realidad. Pues la verdad es otra muy distinta: a pesar de to­
dos los poderes, en efecto gigantescos, que nos da la cien­
cia, el destino se nos escapa y se nos escapará siempre y
por todas partes. No sólo el azar forma parte de la vida, no
sólo la contingencia es inherente a la historia, sino que
además somos partes interesadas de contextos tan varia­
dos, tan complejos y ramificados, que pretender contro­
lar todo lo que les ocurre a los hombres es pura y simple­
mente grotesco.
Por poner un ejemplo extremo, pero muy claro, en la
última guerra mundial hubo cincuenta y tres millones de
muertos. ¿Piensas en serio que entre toda esa pobre gente
no había más que «culpables», responsables, buenos y
malos? La verdad, claro está, es que la desgracia golpea,
como en el mito de Edipo, sin que tengamos nada que

362
liAS DESGRACIAS DE F.DIPO V DE SU HIJA ANTIGONA

ver, y golpea foriísimo incluso en el dominio social y polí­


tico, del que se podría pensar que controlamos mejor que
el de la naturaleza. Según se nazca aquí o allá, las oportu­
nidades no son las mismas, a veces en proporciones abis­
males —lo que nadie puede negar—. ¿Cómo no tratar de
encontrar una explicación, como hicieron los griegos con
este mito? Ija. idea de que un mundo desordenado produ­
ce desgracias injustas es absolutamente cierta y, al menos
en una gran parte, no tengo demasiado que objetar...
Pero sobre todo hay, en el trasfondo, una sabiduría no
cristiana, es cierto, y por lo tanto más extraña a priori a
nuestros ojos preformados, lo queramos y lo sepamos o
no, por siglos de cristianismo, que merece reflexión. Un
cristiano que piensa que todo ocurre más o menos por­
que Dios lo quiere o al menos lo controla, tendrá propen­
sión a buscar un sentido a la locura de los hombres, una
explicación que les haga en cierto modo responsables: si
Dios es todopoderoso, si es bueno, la desgracia del mun­
do no puede explicarse de otra manera. Hay que defen­
der que viene de la maldad de los hombres, de una li­
bertad mal utilizada, de modo que en cierto sentido el
colectivo es responsable de las catástrofes que le tocan en
suerte. Ahí nos encontramos en los límites de la supersti­
ción, y para eludir esa trampa, a veces los cristianos que
no quieren caer en ella necesitan muchas argucias dialéc­
ticas —y desde luego son muchos: no seré yo quien los
critique—.
lx>s griegos piensan de una manera muy distinta: para
ellos se trata de aceptar lo absurdo del mundo y de intentar
amarlo como es. Una sabiduría que en cierto modo nos in­
vita a «acomodamos». No es una resignación, sino una
incitación a desarrollar nuestra capacidad de adaptación,
de apertura al mundo, para aprovechar la vida mientras
siga, mientras vaya bien, lo que supone una cierta relación

363
La sabiduría de los mitos

con el tiempo que hemos perdido en abundancia. Repito:


soy un Moderno, un «humanista» como quien dice, y hasta
me he pasado la vida elaborando lo que se llama un huma­
nismo posmetafísico o posnietzscheano: aun así, no se pue­
de ser insensible a la grandeza del mundo antiguo ni, sobre
todo, al hecho de que sus puntos fuertes coincidan tan a
menudo con nuestros puntos débiles. Ahí donde nosotros
creemos, sin razón, poder dominarlo todo, los Antiguos nos
ofrecen otra mirada en la que debemos inspiramos.
¿De qué se trata exactamente? De eso que ya había ex­
puesto en el primer volumen de Aprenderá vivir'á. propósi­
to del estoicismo y que retomaré aquí un momento en
este contexto mitológico. No cabe ninguna duda de que
la primera convicción que la mitología legará a la filosofía
antigua, y en especial al estoicismo, es que los dos males
que pesan sobre la existencia humana, los dos frenos que la
bloquean y le impiden acceder a ese pleno apogeo que
resulta de vencer los miedos, son la nostalgia y la esperan­
za, el apego al pasado y la preocupación por el futuro. En
todo momento, el pasado nos hace retroceder gracias a la
fuerza tremenda que ejerce sobre nosotros lo que Spino-
za denominará las «pasiones tristes»: nostalgia, cuando el
pasado fue dichoso, pero culpabilidades, remordimien­
tos y pesares cuando fue doloroso. Entonces nos refugia­
mos en esas ilusiones de futuro que Séneca ha descrito
tan bien en sus Cartas a Lucilio. Nos imaginamos que al
cambiar esto o eso, la casa, el coche, los zapatos, el peina­
do, las vacaciones, el MP3, la tele, el oficio o cualquier
otra cosa que quieras imaginar, todo irá mejor. La verdad
es que esas atracciones del pasado y esas ilusiones de futu­
ro son señuelos la mayor parte de las veces. No dejan de
hacemos perder el instante presente, no nos dejan vivirlo
plenamente. Además, son focos permanentes de angus­
tias y de miedos: las primeras surgen casi siempre del pa­
L as d e sg r a c ia s d e E d if o y d e s u h ija A n t íc o n a

sado y los segundos del futuro. Y no existe un mayor obs­


táculo para la vida buena que el temor.
Esta es la convicción, simple y profunda, que se expre­
sa en la sabiduría griega tal como la divulgará sobre todo
el estoicismo2. Para salvarse, para acceder a la sabiduría
que reside en la victoria sobre los miedos, es necesario que
aprendamos a vivir sin una nostalgia del pasado ni un te­
mor superfluo por el futuro, lo que supone que se deja de
habitar constantemente esas dimensiones del tiempo que
no tienen por lo demás ninguna existencia (el pasado
ya no es y el futuro no todavía), para mantenerse tanto
como sea posible en el presente. (Jomo dice Séneca en sus
Cartas a Lucilio:

Es necesario suprimir esas dos cosas: el temor al futuro y


el recuerdo de los males antiguos. Éstos ya no me atañen y el
futuro no me atañe todavía.

Pues, continúa, a fuerza de preocuparse por esas di­


mensiones ficticias del tiempo, se acaba, sencillamente,
por «dejar de vivir».
Pero, de nuevo, tal vez te digas que esta sabiduría del
presente no es del todo firme y que, de todas formas, no
tenemos la impresión de que esté en modo alguno afian­
zada en el espíritu de Edipo —por otro lado tampoco en
el de Antígona—, quienes encuentran que el destino que
los dioses les tienen reservado es inmundo e insoporta­
ble, por no decir indignante. Además, podemos imaginar
que el espectador de la tragedia debía pensar más o me­
nos lo mismo: sin duda, debía decirse que toda esta histo­
ria es espantosa y que la realidad, por mucho que sea lo
que quieren los dioses, no es por eso menos tranquiliza­
dora ni agradable. Dicho de otro modo, ¿cómo conciliar
la sabiduría griega del amor por lo real, de la reconcilia­

365
L a SABIDURIA DE LOS MITOS

ción con el presente, con el sentimiento trágico que va en


sentido opuesto y nos permite pensar que, aunque sea el
requerido por los dioses y sin duda armonioso, el mundo
es ¡nvivible para muchos de nosotros?
Con esta cuestión tan simple llegamos, creo, al meollo
de las dificultades más grandes inherentes a la visión cos­
mológica y divina del universo. Me parece que se pueden
aportar tres respuestas diferentes.
La primera, que sin duda es la que mejor concilia la sabi­
duría del amor al mundo y la realidad de lo trágico, consistí-
ría en decir poco más o menos esto: sepáis, pobres huma­
nos, que como Edipo, el destino no os pertenece y que
siempre puede tomar mal cariz, quitaros todo lo que os ha
dado. Durante veinte años, siendo rey de Tebas, Edipo fue
dichoso con Yocasta y sus hijos, y vivió en la gloria y la felici­
dad. Todo esto le fue retirado. Peor aún: lo mismo que ha­
bía contribuido a la construcción de su felicidad, a saber, el
hecho de haber matado a su padre y haberse casado con su
madre, se había convertido en el principio fundamental de
la catástrofe absoluta. Moraleja de la historia: hay que apro­
vechar la vida cuando es buena, cuando va bien, no echarla
a perder con tormentos inútiles. Sabiendo que de todas for­
mas acaba mal, hay que aprovechar el presente, los veinte
años resplandecientes de Tebas, y seguir el famoso princi­
pio del Carpe diem de Horacio: tomar y amar cada día como
viene, sin hacerse preguntas inútiles. El sabio es el que vive
el presente, no por falta de inteligencia o ignorancia de
lo que pueda suceder, sino al contrario, porque sabe muy
bien que un día u otro todo se irá al garete y hay que saber
aprovechar desde ahora todo lo que nos es dado. En cierto
modo es la versión minimalista de la sabiduría estoica.
1.a versión maximalista va mucho más lejos, como debe
ser: también nos invita a amar lo real, pero bajo todas sus
facetas, aun cuando sea trágico y desgarrador. En esas con­

366
Las desgracias dk Entrov de su tiyA Aniígona

diciones, el sabio no se limita a amar solamente lo que es


agradable, eso puede hacerlo todo el mundo. Es el que,
en cualquier circunstancia, logra «esperar un poco me­
nos, lamentar un poco menos y amar un poco más», como
me decía un día el filósofo André Comte-Sponville, para
captar de una frase el espíritu de esta sabiduría griega.
Y, de hecho, la expresión traduce a la perfección la sere­
nidad y la fuerza de carácter que habría que demostrar
frente a las catástrofes que les suceden a los humanos de
manera indiscriminada. Ésta es una idea que atravesará
los siglos. Ya la encontramos tanto en la obra de los epicú­
reos como en la de los estoicos, y volvemos a encontrarla
en Spinoza y hasta en Nietzsche, que también nos invita
explícitamente a amar el mundo tal como es, no sólo cuan­
do es amable—eso sería demasiadofácil— sino también cuando,
como en el caso de la tragedia deEdipo, es airea:

Mi fórmula para expresar la grandeza del hombre es


amorfati: no querer que nada sea distinto, ni en el pasado,
ni en el futuro, ni por los siglos de los siglos. No sólo sopor­
tar lo necesario y menos aún disimularlo — todo idealismo
es una mendacidad frente a lo necesario— , sino amarlo*.

En otras palabras, que podrían ser las de la sabiduría


antigua en lo que llamo aquí por comodidad su versión
«maximalista», nunca hay que permanecer en las dimen­
siones no reales del tiempo, en el pasado y el futuro, sino
tratar por el contrario de vivir todo cuanto sea posible en el
presente, decirle «sí» con amor aunque sea terrible —en
una «afirmación dionisiaca», como dice Nietzsche en refe­
rencia al dios del vino, de la fiesta y de la alegría—.
Me gustaría mucho que me gustara esta idea, pero a
decir verdad nunca he creído ni por un momento que sea
factible en lo más mínimo, que sea posible decir «sí» con

367
La sa b id u r ía d e l o s m it o s

alegría a la muerte de un niño, a una catástrofe natural o


a una guerra, y, a su manera, el triste ñn de Edipo demues­
tra que lo trágico griego no tiene mucho que ver con esta
visión de las cosas, sin duda grandiosa sobre el papel, pero
no obstante absurda en la vida cotidiana. A título perso­
nal, nunca he logrado comprender cómo se podría decir
«sí», a la manera de Nietzsche, de Spinoza o de los estoi­
cos, a todo lo que sucede. Además, ni siquiera estoy segu­
ro de que esto sea deseable. ¿Qué significaría decir «sí» a
Auschwitz? Me dicen que el argumento es vulgar. Sed, sea­
mos vulgares y asumámoslo: de hecho, todavía no he teni­
do el menor atisbo de respuesta, por poco creíble que sea,
a este interrogante, en efecto trivial, por parte de mis ami­
gos estoicos, spinozistas o nietzscheanos, y esto es lo que
no me permite, aún hoy, compartir su pensamiento...
Además, repito, el propio Edipo no consigue hacerlo, adhe­
rirse al horror, más que tú o que yo.
Así pues queda, entre la sabiduría minimalista que, di­
cho sea de paso, me parece muy bella y muy difícil de prac­
ticar tanto como se debiera, y la maximalista, que casi no
tiene sentido en la realidad humana, tratar de discurrir la
última vía, aquella que, en mi opinión, la tragedia griega
dibuja como en huecograbado de una manera casi implí­
cita o subrepticia. Está claro que Edipo no dice «sí» alegre­
mente a su destino, y habría que tener muy mala fe para
pretender que los espectadores se regocijen viendo que el
cosmos, el orden divino, recupera sus derechos legítimos
contra los insignificantes humanos a los que de paso des­
troza de un modo tan brutal. ¿Quiere eso decir, con el pre­
texto de que Edipo no piensa ni actúa como lo harían se­
guramente un estoico, un spinozista o un nietzscheano
perfectos, que no es un sabio? No estoy seguro. Pues me
parece que nos deja un mensaje mucho más interesante
que el del amorfati. Desde luego, como griego que cree en

368
Las desgracias de Edipo y df. su hija AntIrona

su mundo y en sus dioses, acepta en parte su suerte como


lo testimonia el hecho de que se casdga a sí mismo. Se sal­
ta los ojos y abandona el trono para acabar de un modo
miserable. Sin embargo, por su vida misma, por su sufri­
miento ostensible que no tiene nada de no sé qué amor al
presente, se rebela, protesta, grita que algo no va bien, y su
hija Antígona, aún más que él, pero en el mismo sentido,
recoge la antorcha. No es que el uno y la otra, una vez más,
cuestionen, al menos de manera explícita, el universo en
el que están sumidos: al contrario, Antígona dice que ella
pertenece a su familia y no puede hacer nada. Pero preci­
samente hay una nota falsa: estas personas son formida­
bles, Edipo es sabio, inteligente, benévolo, honrado, y An­
tígona es valerosa, leal, fiel a unas ideas que manifiestan
una ética noble; sin embargo, están destrozados. Y esto no
cuela y hay que meditarlo más a fondo...
Su triste historia nos enseña en primer lugar a entender
mejor la condición humana, a percibir mejor en qué la
desgracia es una parte integrante e inevitable de la vida de
los mortales y por qué es siempre injusta, absurda e insen­
sata. De este modo, entendemos las razones que defienden
una sabiduría del amor al mundo, que nos invitan a abste­
nemos tanto como sea posible de rumiar los recuerdos pe­
nosos o de fantasear sobre futuros radiantes. Pero más allá
de esta primera lección, que se acerca a la sabiduría «mini­
malista», si Edipo y Antígona se convierten a nuestros ojos,
como ya lo hicieron a los de los griegos, en héroes, unos
personajes de leyenda en cierto modo positivos, es que dan
testimonio como ningún otro, por su propio sufrimiento,
de lo que tiene de singular dentro del orden cósmico. Hay
ahí como un fénnento del futuro humanismo. Lo mismo
que Prometeo, en la obra de Esquilo, se rebela contra los
dioses en nombre de los hombres, el espectador de las tra­
gedias de Sófocles no puede evitar ponerse a pensar, aun­
La sabiduría de los mitos

que sea fugazmente, que a pesar de todo se debería poder


cambiar el mundo, mejorarlo, transformarlo y no sólo in­
terpretarlo. En todo caso hay, es cierto, como un grano de
arena en el sistema y lleva un nombre: esa china en el zapa­
to es el hombre. Antígona, aunque hable en nombre de los
dioses al defender una moral del corazón, es una revolu­
cionaria, una humanista —es todo uno en este caso— que
se ignora, pero que nosotros no podemos ignorar. Mucho
más que al amorfati, a la rendición al mundo tal como es,
ella nos incita a la crítica de lo que es. Y es esto lo que es
propiamente humano en ella, que no es reducible al orden
ni asimilable por los dioses ni por el cosmos. Habrá que es­
perar el nacimiento del humanismo, con Rousseau y Kant,
con la Revolución francesa, para hacer justicia a esta idea
prometeica —y el término toma aquí todo su sentido pues,
como hemos visto, Prometeo es el primero que, según Pla­
tón, ve en los humanos a unos seres que al principio no son
nada, pero para quienes después todo es posible, incluida
la rebelión contra el orden del mundo—. En mi opinión,
ahí reside toda la grandeza de la tragedia de Edipo y de
Antígona: la primera dentro de la cosmología griega que,
sin duda, hace justicia a esta idea de humanidad con un
potencial subversivo prácticamente ilimitado.

370
C o n c l u s ió n .
M it o l o g ía y f il o s o f ía . L a l e c c ió n
de D io n is o y l a e s p ir it u a l id a d l a ic a

La lección de Dioniso y la espiritualidad laica

No voy a volver sobre la construcción de esta represen­


tación del cosmos que la mitología va a legar a la filosofía.
A lo largo de este libro hemos visto suficientemente, en
múltiples y complejos sentidos, que la vida buena sólo po­
día radicar, al menos si creemos lo que durante mucho
tiempo ha sido lo esencial de la cultura griega, en una exis­
tencia armonizada, tanto como sea posible, con el orden
cósmico. Pero con la tragedia de Edipo hemos empezado
a percibir otra cosa: las disfunciones del sistema, los gra­
nos de arena que podían afectarle, plantearle problemas,
o, al menos, aparecerse ante nosotros, los humanos, como
trágicos. Con esto me gustaría concluir, siguiendo con la
reflexión sobre lo que podríamos denominar en términos
generales como «la alteridad», como «lo Otro» del cosmos
y de la armonía, es decir, en el fondo nosotros mismos, los
mortales. Porque la grandeza de los mitos griegos no radi­
ca solamente en la descripción sublime de los esplendores
del universo. También se debe a ese esfuerzo casi desespe­
rado por integrar lo que es distinto del ordenamiento que
hay en un esquema de pensamiento dominante que, sin
embargo, da preferencia a la armonía antes que a cual­
La sabiduría de los mitos

quier otra cosa. Es un hecho: la cosmología pone de relie­


ve el orden y la justicia, el acuerdo y la identidad. Pero no
por eso es menos sensible a lo que provoca la turbia atrac­
ción del caos, de la diferencia, de la ñesta, de la embria­
guez, en definitiva, de todo lo que eleva a un primer plano
la locura antes que la sabiduría. Hemos dicho en repetidas
ocasiones que este aspecto del pensamiento griego, como
quien dice «disidente*, se encarnaba dentro de una tradi­
ción griega distinta a la de la cosmología platónica o estoi­
ca, en una especie de «contracultura» que pasa por las teo­
rías de los atomistas, los epicúreos y los sofistas —una
especie de «deconstrucción» anticipada en la que ya se ex­
presa de manera explícita la pasión del caos antes que la
del orden, de la diferencia más que de la identidad, del
cuerpo antes que la del alma—.
Si adoptamos este punto de vista, lo que parece real­
mente admirable dentro de las construcciones mitológicas
es que hayan tenido la increíble audacia de acoger favora­
blemente estas cosas, de tenerlas en cuenta de manera ex­
plícita encamándolas en un personaje que ya nos hemos
cruzado en el camino: el de Dioniso, sobre el cual me gus­
taría decirte algunas palabras a modo de conclusión. Digá­
moslo de entrada: había que tener un descaro imponen­
te para hacer que un ser tan poco tratable fuera Olímpico,
para integrarlo de una manera tan notoria y asumida en el
corazón del corazón del sistema cosmológico.
Y es que es poco decir que Dioniso es difícil de digerir.
Ya te he indicado cómo había nacido del «muslo de Júpi­
ter», arrancado in extremis del vientre de Séntele, su ma­
dre, que no era una diosa, sino una simple mujer que
había ardido —en el sentido estricto de la palabra: consu­
mida por las llamas— a la vista de su amante, el rey de los
dioses. Desde el principio, Dioniso es un ser completa­
mente aparte. Para empezar, es el único Olímpico que es

372
Conclusión. Mitoi.oc.Ia v filosofía

hijo de una mortal, lo cual ya sugiere que lleva en sí una


parte de caos, una diferencia fundamental, una especie
de imperfección. Pero hay más: de él se dice que tiene
algo de oriental, que no tiene aspecto de griego de «pura
cepa» —lo sé: la expresión es ambigua, y por eso la pongo
entre comillas, para resaltar que, desde el punto de vista
de la tradición, Dioniso tiene pinta de ser lo que los grie­
gos denominan un «forastero», un intruso—. Aún «peor»,
desde su más tierna infancia, lo disfrazan de niña en un
mundo que sólo valora a los hombres en el espacio públi­
co. Al principio, el rey Atamante, a quien Hermes ha con­
fiado al joven dios, le impone ese disfraz para protegerle
de la cólera de Hera. Por otro lado, según algunas fuentes
coincidentes, es Hera quien hizo quemar a su madre al
insinuarle que pidiese a Zeus que se mostrara ante ella
bajo su verdadera apariencia: Hera sabe que la joven
mortal no resistirá ni un minuto la irradiación del señor
del Olimpo y que perecerá fulminada. Pero con el paso del
tiempo, Dioniso se aficiona a sus prendas femeninas. En
cuanto descubre la artimaña, Hera se vengará de Dioniso
volviéndole loco, y éste tendrá que hacer esfuerzos de pu­
rificación casi sobrehumanos para desprenderse de los
delirios sin sentido que la esposa de Zeus le ha metido en
la cabeza. Este último, para salvarlo del odio de su esposa,
lo transforma en cabrito, lo cual, hay que reconocerlo,
hace de Dioniso un ser cada vez más extraño: no sólo es hijo
de una mortal, no sólo es orien tal, fem enino y loco, sino que ade­
más tiene un pasado de anim al. Nos quedaríamos cortos al
decir que, a priori, no tiene mucho de Olímpico. En cam­
bio, lo tiene todo para desagradar cuando pasa con su sé­
quito de Sátiros, Bacantes y Silenos de costumbres inima­
ginables por ciudades griegas en las que dominan los
valores viriles y marciales del orden justo. Su comitiva de
majaderos es la embriaguez desmesurada, la sexualidad

373
I.A SABIDURIA DE LOS MITOS

desenfrenada, el sadismo sin sentido: es la hybris a todos


los niveles. Una vez más, era necesaria una audacia singu­
lar para hacer figurar a este excéntrico en la lista canóni­
ca de los dioses más legítimos. Una pregunta sencilla, al
menos a simple vista: ¿por qué?
Puede que haga falta recordar, para captar mejor lo
que está enjuego y no responder a la ligera, los primeros
episodios destacados de su trayectoria*, en especial la
muerte de Penteo, que ya he mencionado por encima,
pero que no te he narrado con detalle al ir al fondo del
relato. Yestá lleno de enseñanzas sobre la singularidad de
esta extraña divinidad.
Desde el momento en que nace Dioniso, Hera, como
te he dicho, le persigue con odio, como ya hizo con tantos
otros, lo y Heracles por ejemplo, y por las mismas razones.
Por mandato de Zeus, Hermes le oculta en un lugar segu­
ro y le crían con los disfraces que te he descrito. Cuando
Hera descubre el pastel, no sólo enloquece a Dioniso, sino
también a sus padres adoptivos, Afamante e Ino (dicho sea
de paso, de ahí nace, según algunas versiones, el mito del
vellocino de oro, al tratar de huir los hijos de Atamante de
la locura de su padre...). Entonces, Zeus esconde de nue­
vo al niño, pero esta vez en un país lejano llamado Nisa,
donde unas ninfas le crían (algunos afirman que el joven
dios saca su nombre de este episodio: Dioniso sería el
«Zeus o el dios de Nisa»...). Sea como fuere, viaja mucho, y
acaba sanando de su demencia. Intenta entonces entrar
en Tracia, pero es rechazado con violencia por Licurgo, el
rey de esa región. Como un alcalde intolerante que con­
templara el deambular de cíngaros o gitanos por su pulcra

* Aquí sigo el relato de Apolodoro para lo fundamental, pero val­


dría la pena completarlo con los Himnos homéricos y las famosas Dio-
nisiacasáe Nono de Panópolis.

374
Conclusión. Mitología y filosofía

ciudad, no quiere a ese cortejo absurdo en su país: hace


que detengan a Dioniso y a su tropa. Pero más le valdría
no haberlo hecho: el dios, aunque muy joven, ya es tre­
mendamente poderoso. Lanza una maldición a Licurgo,
quien a su vez cae en la locura: acabará de manera atroz,
descuartizado por sus propios súbditos, después de haber­
se cortado él mismo la pierna en un ataque de locura...
Después de otros viajes, Dioniso entra por fin en su ciu­
dad, al menos la de su madre, Sémele, que es, como recor­
darás, hija de Cadmo y de Harmonía, los soberanos y fun­
dadores de Tebas. Sémele tiene una hermana, Agave, que
tuvo un hijo, Penteo, primo hermano de Dioniso. Por tan­
to, este último es también nieto de Cadmo. El padre de
Penteo, y esto es importante en la historia que viene a con­
tinuación, es uno de esos famosos «sembrados», uno de
esos spartoi de los que ya te he hablado. De hecho se trata
del más famoso de ellos, Equino, un auténtico «autócto­
no», un ser nacido de la tierra —lo cual es, en esencia, el
caso de los «sembrados»—. Es por tanto lo contrario que
Dioniso: no un exiliado, sino un indígena, no un intruso,
sino un hombre de la región, producto del territorio. Al
ser su abuelo muy anciano para gobernar la ciudad, Pen­
teo será en adelante el nuevo rey. Ahora bien, Agave siem­
pre se ha burlado de su hermana, la madre de Dioniso:
nunca se creyó la historia del Zeus fulminante, y menos
aún la del «muslo de Júpiter», por lo que hace correr el
rumor de que todo este asunto no es más que una fábula,
por no decir una impostura, lo que desagrada muchísimo
a Dioniso. Por dos razones: en primer lugar porque no le
gusta que calumnien a su madre, y además porque esto
viene a negar su relación de filiación con Zeus. Penteo y su
madre lo van a pagar caro, muy caro.
Como Jean-Pierre Vemant ha contado esta historia de
maravilla, lo mejor que puedo hacer es cederle la palabra

375
L a sa b id u r ía d e l o s m it o s

para que te exponga, por lo menos, la escena inicial, la


llegada de Dioniso a Tebas:

Dioniso llega disfrazado a esta ciudad que es com o un


modelo de ciudad griega arcaica. No se presenta com o el
dios Dioniso, sino como el sacerdote del dios. Sacerdote am­
bulante, vestido de mujer. IJeva el pelo largo sobre su espal­
da, lo tiene todo del forastero oriental, unos ojos oscuros,
aspecto seductor, mucha labia... Todo lo que puede irritar al
«sembrado» de la tierra de Tebas, Penteo. Ambos son más o
menos de la misma edad. Penteo es un rey muy joven, y por
su parte, el supuesto sacerdote es un joven dios. Alrededor
de este sacerdote gravita un grupo de chicas jóvenes y madu­
ras, que son unas Lidiarías, es decir, mujeres de Oriente. El
oriente como característica física, como modo de ser. En las
calles de Tebas arman jaleo, se asientan, comen y duermen al
aire libre. Al verlo, Penteo se pone furioso. ¿Qué hace aquí
esta pandilla de vagabundos? Les quiere echar...*

Lo que está bien visto en la descripción de Vemant, y


la razón por la que la cito aquí, es el enorme contraste
entre Dioniso y Penteo, el exiliado y el hombre de la re­
gión, el forastero y el autóctono: desde el principio se
percibe que no pueden entenderse. Dioniso va a jugarle
una pasada funesta. Detrás de la furia del joven rey, hay,
como ocurre a menudo, una forma inconsciente de ten­
tación. En el fondo, está fascinado por todas estas muje­
res, por esa sensualidad que se desborda por las calles, esa
libertad de expresión y de espíritu, él, que está aprisiona­
do como ningún otro, criado desde la infancia en condi­
ciones muy duras, de manera «espartana», en los valores
«viriles» de su modélica urbe. Dioniso se aprovecha yjue-

* El universo, los dioses, los hombres, obra citada.

37(5
C onclusión. Mitología y filosofía

ga con esa fascinación. Le invita —hay que decirlo con


socarronería— a ir al bosque para asistir a las fiestas, esas
famosas «bacanales» o «dionisiadas» que se van a celebrar
en honor al dios. Penteo se deja tentar. Sube a un árbol
para esconderse y ver sin ser visto el espectáculo asombro­
so que allí debe desarrollarse. Todo lo contrario de lo que
es él, pero que, precisamente por eso, ejerce en su alma, y
tal vez también en su cuerpo, una secreta y turbadora
atracción. l.as Bacantes —se llaman así las mujeres que
forman parte de la comitiva de Dioniso en referencia a
Baco, otro de los nombres que recibe este dios de múlti­
ples facetas— empiezan a delirar, a bailar, a beber, a hacer
el amor, a perseguir cachorros de animales para luego co­
mérselos vivos, torturarlos, despedazarlos... En resumen,
es la locura dionisiaca en estado puro, donde se mezclan
todas las pasiones más oscuras, pero también el sadismo,
los trances, los éxtasis delirantes... Para desgracia de Pen­
teo, enseguida le descubren. Dioniso, por supuesto, ha
estado vigilando. Las mujeres le señalan con el dedo. Es
su nueva presa. Mandan doblar el árbol, le obligan a ba­
jar, y Agave, su madre, que dirige las operaciones como el
general de un ejército, despedaza vivo a su propio hijo
con la ayuda de sus comparsas: en su delirio, le ha confun­
dido con un animal salvaje y, muy orgullosa, regresa para
mostrar a su padre, Cadmo, su trofeo: la cabeza de su Pen­
teo, sanguinolenta, clavada en la punta de una pica...
Dejemos de lado la continuación de la historia —ni
que decir tiene que el viejo Cadmo está anonadado, al
igual que Agave cuando recobra la razón, mientras Dioni­
so se da a conocer e implanta su poder a los ojos de to­
dos—. Lo esencial está en otra parte: en el hecho de que
los griegos hayan tenido la necesidad de completar sus
mitos cosmológicos, sus leyendas enteramente consagra­
das a la gloria de la armonía y el orden, por medio de esta

377
L a s a b id u r ía d e i o s m it o s

clase de episodios cercanos a la demencia menos defendi­


ble y menos conveniente. Hay algo ahí tan extraño que
debemos preguntarnos sobre el significado de que seme­
jante ser se integre en el universo de los dioses. De nuevo,
la pregunta que aquí se impone es: ¿por qué?
1.a respuesta, ahora, puede ser bastante sencilla. En
primer lugar, y sobre todo, no hay que caer en el error:
Dioniso no es, como los Titanes o Tifón, un ser solamente
«caótico», un opositor «implacable», como quien dice, a
la edificación del cosmos por parte de Zeus. Si no, no se­
ría un Olímpico, eso no podría pasar. Por el contrario, lo
encerrarían en el Tártaro, lo relegarían bajo estricta vigi­
lancia a las entrañas de Cea como a las demás fuerzas ar­
caicas. Así pues, no es, o en todo caso no solamente, un
lado de los dos polos, caos/cosmos, aunque, como hemos
visto en el comentario de Nietzsche sobre la música, hay
algo en él de caótico, de titánico. A decir verdad, es una
especie de mezcla entre los dos, una forma de síntesis lle­
na de sentido, ya que nos viene a decir que no hay armo­
nía sin tener en cuenta la diferencia, ni inmortales sin
mortales, ni identidad sin diferencia, ni autóctonos sin fo­
rasteros, ni ciudadanos sin intrusos...
¿Por qué es tan importante este mensaje para que haya
que instalarlo simbólicamente en el corazón del Olim­
po? A esta pregunta respondemos a menudo mediante
dos interpretaciones opuestas del personaje de Dioniso,
pero ambas en apariencia verosímiles. Además, es nor­
mal que se desprendan varias lecturas de los mitos te­
niendo en cuenta que no se puede identificar a sus auto­
res. Nos encontramos aquí, como en los cuentos de
hadas, ante una literatura «genérica», unas creaciones
que no se pueden atribuir a nadie en particular, y en
las que, por consiguiente, es difícil imaginar una inten­
ción consciente que sea fácil de identificar: imposible entre­

378
Conclusión. Mitología v filosofía

vistar a Homero como lo haríamos actualmente en la te­


levisión. No sólo porque está muerto, sino porque es muy
probable que nos encontremos ante un nombre código
que tal vez comprenda varías personas, en todo caso nu­
merosas tradiciones orales de las que nadie puede afir­
mar ser el autor consciente y responsable. Así pues, siem­
pre es «desde fuera», como quien dice, desde donde
tenemos que tratar de reconstruir un sentido y, en estas
condiciones, es natural que haya disüntas perspectivas
posibles, más aún que cuando podemos atribuir una obra
a un autor «personal»... La reconstrucción de un sentido
es más interesante por eso. No caigamos en la confusión,
tan frecuente en un pasado reciente, que, con la excusa
de que muchas veces tenemos ante nosotros «textos» en
lugar de obras, consiste en no ver nada más que «estruc­
turas» sin tratar de extraer un significado. Sin duda algu­
na, eso sería un grave error.
Según una primera lectura que podríamos llamar «nietzs-
cheana» (aunque de manera bastante incierta, pues la ver­
dad es que se aleja mucho del auténtico pensamiento de
Nietzsche...), Dioniso encamaría el lado festivo de la exis­
tencia. Representaría esos momentos de locura, en verdad
un poco delirantes, sin duda excesivos, pero tan lúdicos
como alegres, hasta en el exceso, en suma, esos instantes
de agradable transgresión que una vida «liberada» debe
dedicar al hedonismo, al placer, a la satisfacción de las pa­
siones eróticas, incluidas las más secretas. Aquí manten­
dríamos una interpretación «de izquierdas» de los rituales
dionisiacos, una especie de anticipación del anarquismo,
por no decir de Mayo del 68... Por otra parte, la tradición
romana ha acabado describiendo a Baco en un sentido
bastante semejante: es un borrachín, sin duda, pero simpá­
tico, vividor, de buen carácter, cariñoso y, en última instan­
cia, como su compañero Sileno, un auténtico sabio. «Vivir

379
La sabiduría de los mitos

como un volcán»: éste podría ser, dentro de esta perspecti­


va, el lema principal de Dioniso.
El problema es que nada en su existencia, tal como
nos la refieren los mitos, viene a corroborar esta imagen
estereotipada. Está claro que su verdad es completamen­
te distinta. En ningún momento, la vida del dios del vino
y de la fiesta se asemeja, por poco que sea, a la felicidad.
Su nacimiento es doloroso y su infancia agitada. Cuando
Licurgo lo persigue, en sus viajes por India o Asia, cuan­
do regresa para vengarse de Agave y de Penteo, vive a me­
nudo dominado por el miedo y el odio más que por el
amor y la alegría. Además, si por lo menos nos molesta­
mos en considerar con atención lo que nos cuentan los
textos fundadores —la realidad era sin duda un poco dis­
tinta—, se parecen infinitamente más a una película de
terror que a una alegre orgía: escenas de animales des­
cuartizados vivos, de niños torturados, de violaciones co­
lectivas, de muertes atroces, se suceden a un ritmo espan­
toso que permite pensar que las imágenes estereotipadas
de la vieja fiesta del 68 o de la orgía romana son una cues­
tión aparte. Por otro lado, como se puede ver con su pri­
mo Penteo, el comportamiento de Dioniso no es ni mu­
cho menos el de un héroe simpático: fascina, sí, seduce,
cierto, pero mediante la hipocresía y la mentira, practi­
cando la traición, la delación, en suma, recurriendo a ar­
tificios que cuando se examinan de cerca no tienen nada
que ver con lo que los partidarios de esta interpretación
pretenden valorar: el exceso y la transgresión, sí, pero en
la alegría y en el amor. En Dioniso hay mucho exceso y
mucha transgresión, pero muy poca alegría y muy poco
amor...
Otra interpretación, mucho más precisa, no se inspira
esta vez en ese nietzscheísmo adulterado, sino más bien
en Hegel. En esencia, consiste en decir que Dioniso re­

380
Conclusión. Mitología y filosofía

presenta el momento de la «diferencia*», que correspon­


de a la idea de que hay que dar tiempo a la eternidad y al
cosmos para integrar lo que hay de diferente en ellos.
Para tratar de formular las cosas con más sencillez, sin jer­
ga, este dios del delirio encarnaría desde ese momento,
frente al universo tranquilo y divino, eterno y estable que
Zeus ha fundado y garantizado, la necesidad de tomar en
cuenta todo lo que, precisamente, es contrario a este or­
den, diferente, incluso opuesto a él: no el caos absoluto a
nivel divino (esto es cosa de los Titanes y de Tifón, dioses
que fueron dominados antes incluso de que el cosmos
fuera instaurado del todo), sino el azar, la confusión, la
contingencia, la conflictividad y demás imperfecciones
del mundo humano. En cierto modo haría falta que todo
esto se expresase para que, en un tercer momento (sien­
do el primero el de la creación del cosmos), se recupere y
reintegre en la armonía general: de ahí el lugar de Dioni-
so en el corazón mismo del Olimpo.
Con esta segunda lectura, estamos ya, sin duda, mucho
más cerca de la verdad de las leyendas dionisiacas: sí, hay
que tomar en cuenta la alteridad, lo extraño, el desorden
y la muerte, en definitiva, todo lo que es distinto de lo di­
vino. El matiz único y esencial que aportaré al punto de
vista hegeliano es que, al final, no hay síntesis dichosa y
lograda. Sin duda alguna, lo cierto es que hay que inven­
tar a Dioniso y darle un lugar escogido, porque la vida
verdadera, la vida buena, tanto para nosotros como para
los dioses, es cosmos y caos reunidos, mortales e Inmorta­
les juntos. Con cosmos solo la vida se detiene, paralizada,
pero con caos solo no es mejor: explota. El desorden de
las bacanales entregado a sí mismo tiene como resultado

* Lo que Hegel denomina el «estar ahí» en la tríada «en sí, estar


ahí, para sí».

381
La sabiduría de los mitos

el desastre y la muerte. Hace falta que otro principio ven­


ga a ponerle fin, y viceversa, el orden cósmico sin huma­
nos, sin vivos que se muevan en un momento que es el de
la historia real, es otra forma de muerte, por congelación
en la inmovilidad.
Como en eso que Nietzsche llama el «gran estilo» (pero
yo hablo aquí del «verdadero» Nietzsche que no es en ab­
soluto nietzscheano, y menos aún «de izquierdas»...), es
necesario integrar al enemigo en sí*, no dejarlo fuera, eso
sería demasiado peligroso y, peor aún, demasiado aburrido
—lo que explica la fascinación del filósofo alemán por el
personaje de Dioniso en el que se reconoce—. Los dos
principios que describe en su libro El nacimiento de la trage­
dia, lo apolíneo y lo dionisiaco, son inseparables uno de
otro, ambos necesarios para la vida: del mismo modo que
no hay cosmos sin caos, tampoco hay eternidad sin el tiem­
po, identidad sin diferencia...
Por su sola existencia, Dioniso nos recuerda constan­
temente los orígenes del mundo, la oscuridad abismal
de donde él ha salido. Nos hace sentir, cuando es nece­
sario, cómo el cosmos se ha construido sobre el caos y lo
frágil que es la construcción resultante de la victoria de
Zeus sobre los Titanes, tanto más frágil cuanto más se
olvide su origen y su precariedad —por eso la fiesta es­
panta como la locura preocupa, porque sentimos que
está muy cerca de nosotros, en realidad en nuestro inte­
rior—. Ésta es, en el fondo, la enseñanza de Dioniso o,
mejor dicho, la de su integración en el universo de los
Olímpicos: se trata, como en la tragedia, de hacernos
comprender que al final toda esta construcción está he­
cha por y para los humanos, no solamente para los
miembros del cosmos eterno, sino también para los que

* Véase el capítulo sobre Nietzsche en Aprender a vivir 1.

382
Conclusión. Mitoi.cxíIayfiijosofIa

están sumidos en el mundo de la finitud, en esa dimen­


sión de conflictos y de desorden de la que Dioniso les
habla en todas las ocasiones.
No obstante, no hay, como en la interpretación hege-
liana, reconciliación final, ni happy encf, y es quizá en este
punto donde el mito de Dioniso nos permite compren­
der mejor que ningún otro por qué todas esas construc­
ciones míticas nos conmueven aún hoy en lo más íntimo.
Y es que nos hablan de nosotros, los mortales, de un
modo completamente distinto a como lo harían las reli­
giones: en términos de espiritualidad laica y no de creen­
cia, en términos de salvación humana antes que de fe en
Dios. Lo que es conmovedor en la trayectoria de Ulises es
que lo hace todo para salir bien parado por sí mismo, tra­
tando de ser lúcido, quedándose en su sitio, rechazando
la inmortalidad y la ayuda demasiado fácil de los dioses.
Desde luego, algunos, como Atenea y Zeus, irán en su
auxilio, y otros le harán la vida imposible —es el caso de
Poseidón—. Pero al final logra salir de todo por sí mismo
asumiendo la muerte que le aguarda. A este respecto, sólo
la filosofía recogerá el testigo. Una vez más, soy conscien­
te de lo paradójica que puede resultar esta afirmación a
los ojos de un lector precoz: ¿no está la mitología, a todas
luces, demasiado llena de dioses, demasiado poblada de
seres sobrenaturales para que la llamen así, «laica», sin
pararse en barras?
Sí, desde luego, la objeción es evidente. Pero precisa­
mente, no hay que quedarse en lo evidente. Si profundi­
zamos un poco con nuestra mirada como lo hemos inten­
tado hacer a lo largo de estas páginas, descubrimos en los
mitos algo muy distinto a una religión: un intento, y esto
es lo que simboliza Dioniso como ningún otro, de tomar*

* En inglés en el original. Significa «final feliz». [N. de la T.]

383
La sabiduría de io s mitos

en cuenta la realidad de la fínitud humana, la verdad de


esta locura que los dioses han lanzado hacia los hombres
y el mundo sensible para liberarse de ella y preservar su
propio cosmos. Es a ese mundo, ese universo sublunar y
marcado por el tiempo al que hay que tratar de dar, a pe­
sar de todo, un sentido o más bien una multitud de signi­
ficados posibles de cara a su Otro, el cosmos de los dioses
inmortales. En el fondo, lo que nos ofrece la mitología y
que va a legar a la filosofía como punto de partida es una
descripción llena de fuerza de los itinerarios posibles que
nosotros, los individuos, podemos seguir dentro de un
universo ordenado y hermoso que nos supera por todas
partes. En una época como la nuestra, en la que las reli­
giones se difuminan cada vez más —hablo aquí del espa­
cio laico de los europeos, no de los continentes marcados
aún por lo teológico-político—, la mitología griega explo­
ra una cuestión que nos atañe como nunca: la del sentido
de la vida fuera de la teología, y esto es, en el fondo, lo
que todavía nos puede ser útil como modelo para pensar
en nuestra propia condición.
Por esta razón quisiera insistir de nuevo, para termi­
nar, en el carácter paradójicamente laico, no religioso,
humano y hasta a veces demasiado humano, de la sabidu­
ría o de la espiritualidad que la mitología va a legar a la fi­
losofía.

De la filosofía en general como secularización de la religión


y de la filosofía griega como secularización de la mitología
en particular: el nacim iento de u n a espiritualidad laica

Ya he tenido oportunidad de desarrollar en otros li­


bros la idea de que, en mi opinión, la filosofía siempre ha
estado ligada, al menos en sus momentos más grandiosos,

384
C o n c l u s ió n . M it o l o g ía v fil o s o f ía

a un proceso de secularización de una religión*. Aunque


sea materialista y rompa radicalmente con la actitud reli­
giosa, no por eso deja de tener con ella una continuidad
quizá menos visible, pero asimismo fundamental. En efec­
to, de ella recibe sus interrogantes más esenciales que no
llegan a ser suyos más que después de haberse fraguado
en el espacio religioso. Esta continuidad, más allá de la
ruptura, es la que permite comprender cómo se va a ha­
cer cargo la filosofía de la cuestión de la vida buena en
términos de salvación, respecto a la finitud y a la muerte,
abandonando por completo las respuestas religiosas a la
condición de ilusiones. De ahí también su pretensión de
dirigirse a todos los seres humanos y no sólo a los creyen­
tes, su preocupación por desear superar así los discursos
particulares hacia una dimensión de una universalidad
que, desde el principio, la enfrentará a los colectivismos
religiosos.
Lo que nuestro análisis de los mitos pone de manifies­
to y Jean-Pierre Vernant aclara con gran agudeza inspi­
rándose en los trabaos de uno de sus colegas, Francis
Cornford, dedicados al paso de la religión —de los mi­
tos— a la filosofía en Grecia, es que desde el nacimiento
de la filosofía en ese país se comprueban esa ruptura y esa
continuidad. Ha mostrado cómo el nacimiento de la filo­
sofía en la Antigüedad no dependía de un «milagro» in­
sondable, como se ha dicho y repetido con tanta asidui­
dad, sino que se explicaba por un mecanismo que podría
llamarse de «laicización» del universo religioso en el que
vivían los griegos. El asunto merece atención, pues este

* Éste es un tema que ya he abordado en el capítulo X de La sabi­


duría de los modernos: diez preguntas para nuestro tiempo (Península,
1998), pero también en ¿Qué es una vida realizadat Una nueva re­
flexión sobre una vieja pregunta (Paidós Ibérica, 2003).

385
La sa b id u r ía d e U K MITOS

proceso inaugural de «desencanto del mundo» presenta


dos caras: por un lado, los primeros filósofos «se van a ha­
cer cargo» de una gran parte de la herencia religiosa tal
como se inscribe sobre todo en los grandes relatos míti­
cos que hemos analizado y que atañen al nacimiento de
los dioses y del mundo; pero por otra parte, esta herencia
se verá en buena medida modificada y a la vez traducida y trai­
cionada en una nueva forma de pensamiento, el pensamiento
racional, que le va a dar una condición y un sentido nuevos. De
este modo, según Vernant, la filosofía antigua, en lo fun­
damental,

... transpone, de una forma laicizada y en el marco de un


pensamiento más abstracto, el sistema de representación
que ia religión ha elaborado. la s cosmologías de los filóso­
fos recuperan y prolongan los mitos cosmogónicos [...] no
se trata de una analogía indefinida. Entre la filosofía de un
Anaximandro y la teogonia de un poeta inspirado como
Hesíodo, Comford muestra que las estructuras se corres­
ponden hasta en el mínimo detalle*.

Y de hecho, desde los albores de la filosofía, esta secu­


larización de la religión que la conserva al tiempo que la
supera —los problemas de la salvación y de la finitud se
preservan, pero se abandonan las respuestas propiamen­
te religiosas— se establece ya de una manera muy clara y
firme. Lo que resulta especialmente interesante es que
este proceso se puede leer en dos sentidos: se puede estar
más o menos apegado a lo que únela filosofía a las religio­
nes que la preceden y la informan o, por el contrario, a lo
que las separa y que se podría designar como su momento

* Cf. Jean-Pierre Vemant y Pierre Vidal-Naquet, Im Orne ancienne.


Du mythe á la raison, «Points» Seuil, 1990, p. 198.

386
Conclusión. Mitología y filosofía

laico o racionalista. Mientras que Cornford es más bien


sensible a los vínculos que unen las dos cuestiones, Ver-
nant, sin renegar en absoluto de esa paternidad religiosa
de la filosofía, quiere hacer hincapié más bien en lo que
las enfrenta. Lo cierto es, escribe, que los primeros

... filósofos no han tenido que inventar un sistema para


explicar el mundo: lo han encontrado [...] Pero ahora que
la filiación se reconoce gracias a Cornford, el problema ad­
quiere una forma necesariamente nueva. Ya no se trata sólo
de recobrar lo antiguo de la filosofía, sino de extraer lo ver­
daderamente nuevo: por lo cual la filosofía deja de ser el
mito para converdrse en filosofía*.

Una revolución, por así decirlo, dentro de la continui­


dad, que se efectúa en tres terrenos: para empezar, en lugar
de hablar como la mitología en términos de filiación —Zeus
es hijo de Crono, que es hijo de Urano, etcétera—, la filoso­
fía, racionalista y secularizada, se expresará en términos de
explicación, de causalidad: tal elemento engendra tal otro,
tal fenómeno produce tales efectos, etcétera. En el mismo
sentido, no se hablará más de Gea, de Urano o de Ponto,
sino de la tierra, del cielo y de las aguas del mar: las divinida­
des se apartarán ante la realidad de los elementos físicos
—ahí está la ruptura—, lo que no impide —allí está la con­
tinuidad— que el cosmos de los físicos herede todas las
características fundamentales (armonía, rectitud, belleza,
etcétera) que tenía en las antiguas visiones religiosas y míti­
cas. Por último, la figura del filósofo aparecerá distinta a la
del sacerdote: su autoridad no viene de los secretos que po­
see, sino de las verdades que hace públicas, no de misterios
ocultos, sino de las argumentaciones de las que es capaz.

* Ibíd., p. 202.

387
I A SABIDURÍA df. i os mitos

Sin entrar siquiera en un análisis más profundo, ya es


posible hacerse una idea de la perturbación que introdu­
ce el pensamiento filosófico si se examina con un poco
más de detenimiento el segundo punto, a saber, la forma
en que los filósofos pasarán de lo sagrado a lo profano
haciendo un esfuerzo por «extraer» o «abstraer» de las
divinidades griegas los elementos «materiales» que cons­
tituyen el universo, pasando, como acabo de decirte, de
Ponto al agua, de Urano al aire celeste, de Gea a la tierra,
etcétera. En el detalle es más complicado de lo que pue­
do indicar ahora, pero el principio está ahí: se trata de
acabar con las entidades divinas y religiosas para intere­
sarse por las realidades naturales y físicas. Algunos siglos
después, aún encontraremos en Cicerón ecos divertidos
de esta revolución «laica» mediante la cual, según sus pro­
pias palabras, «los dioses de los mitos griegos fueron in­
terpretados por la física». Cicerón toma el ejemplo de Sa­
turno (nombre latino de Crono) y de Caelus, el cielo
(nombre latino de Urano), y explica de la siguiente ma­
nera la laicización que introduce la filosofía estoica res­
pecto a las «supersticiones» mitológicas antiguas:

Una antigua creencia prevaleció por toda Grecia, a sa­


ber, la de que Cielo fue mutilado por su hijo Saturno, y el
propio Saturno encadenado por su hijo Júpiter. Ahora bien,
estas fábulas impías encierran una teoría científica decidi­
damente aguda. Su significado era que el elem ento más
alto, el éter o fuego celestial, que por sí mismo engendra
todas las cosas, está desprovisto de esa parte corporal que
requiere la unión con otra para la obra de la procreación.
Por Saturno, a su vez, entendieron ese ser que mantiene el
curso y la revolución de las estaciones y periodos de tiempo,
la divinidad realmente llamada así en griego, ya que el nom­
bre griego de Saturno es Cronos, que es lo mismo que ¡Girónos,

388
Conclusión. Mrroi.oc.Uv filosofía

espacio de tiempo. El nombre latino Saturno, por otra par­


te, se debe al hecho de que el dios está «saturado de años»;
el mito dice que éste tenía el hábito de devorar a sus pro­
pios hijos, significando con ello que el Tiempo devora los
siglos y se llena sin poderse saciar nunca de los años que ya
han pasado*.

Dejemos de lado la cuestión del valor de verdad filoló­


gica de la lectura de las grandes teogonias griegas. Lo que
aquí importa es que el principio del mecanismo de «secu­
larización» se ha dilucidado claramente: no se trata tanto
de romper con la religión como de readecuar los conte­
nidos, no tanto de hacer tabla rasa como de desviar los
grandes temas hacia un punto de vista nuevo. Y es esta
misma dualidad —ruptura y continuidad— la que marca­
rá desde el principio, pero de manera indeleble, las relaciones
ambiguas de la filosofía con su única rival seria, la reli­
gión. Esta tesis no debe limitarse, como ya he señalado en
otra parte**, al único espacio del pensamiento griego. Po­
see un alcance tan general que la veremos confirmada en
toda la historia de la filosofía, hasta incluso en los pensa­
dores célebres menos religiosos. Por el momento, no puedo
más que hacer referencia—sólo en los próximos volúme­
nes de Aprender a vivir podré entrar de manera exhaustiva
y clara en el detalle de la argumentación—. Unicamente
diremos que, a la espera de volver sobre el tema más a fon­
do, la tesis se comprueba, sin excepción alguna, para to­
dos los grandes autores de la tradición filosófica.
Así es como Platón, los estoicos, Spinoza, Hegel o
Nietzsche, por ejemplo, continuaron interesándose, cada
uno a su manera —lo que sin duda rompe radicalmente

* Sobre la naturaleza de los dioses, capítulos XXIV-XXV.


** Especialmente en La sabiduría de los modernos, op. c¡t.

389
L a SABIDURIA DF. IXM MITOS

con las religiones establecidas—, por el problema de la


salvación al misino tiempo que por el de la eternidad. En
este sentido, no es casual si en Platón y Aristóteles el sabio
es aquel que muere menos que el loco, si se trata, como
dice el final de la Ética a Nicómaco, la gran obra de moral
de Aristóteles, de «hacerse inmortal tanto como sea posi­
ble». Tampoco sorprende que La ética de Spinoza, en el
mismo sentido pero sobre unas bases totalmente diferen­
tes, pretenda sobrepasar las morales sencillamente for­
males para conducimos hacia la «beatitud»: él cree tam­
bién que no hay vida buena que no esté liberada del
miedo a la muerte, transcurriendo como si realizarse en
su sida y realizarse en su muerte fuera todo uno. No sa­
bremos vivir bien más que habiendo vencido todo miedo,
y la manera de conseguirlo es haber llevado una vida tan
sabia, tan alejada de la locura, que logremos «morir lo
menos posible». Ese es el tema, tan conocido por los spi-
nozistas y que Gilíes Deleuze ha analizado durante mu­
cho tiempo, siendo éste uno de sus intérpretes más famo­
sos, según el cual «el sabio muere mucho menos que el
loco». La definición de Hegel del «saber absoluto», punto
culminante de todo su sistema, es una herencia directa de
la religión cristiana: se trata de un punto en el cual, como
en el cristianismo, lo finito y lo infinito, el hombre y Dios,
al final se reconcilian: la diferencia con la religión radica
principalmente en el hecho de que esta reconciliación
debe efectuarse en su opinión, como dice en su jerga, en
«el elemento del concepto», no en el de la fe... Tampoco
nos sorprende que las obras en las que Nietzsche expone
su doctrina del «eterno retorno» tomen prestado a menu­
do la forma parabólica que constituye la marca de los
grandes textos evangélicos: de nuevo, se trata de definir
un criterio de existencia que permita distinguir entre lo
que merece absolutamente la pena vivirse y lo que, en cam­

390
Conclusión. Mitología v filosofU

bio, no merece durar mucho... Donde de nuevo se ve


cómo la continuidad oculta y la ruptura, a veces radical,
marcan la compleja relación que une, y a la vez separa, la
filosofía y la religión.
Como te he dicho, volveremos sobre todos estos gran­
des momentos de la filosofía —y sobre otros muchos— en
los próximos volúmenes de Aprender a xrivir. Esas observa­
ciones, sin duda demasiado alusivas en esta fase, me ani­
man a hacer dos últimos comentarios, que al mismo tiem­
po confirman el enfoque introducido en el primer volumen
y anuncian el hilo conductor de los que seguirán.
El primero es que, para entender la filosofía, es necesa­
rio no caer en el craso error de confundir moral y espiri­
tualidad, como hacemos tan a menudo hoy día. La moral,
tal como la entendemos, es el respeto al otro, a su libertad,
a su derecho a buscar la felicidad según su propio criterio,
siempre que no peijudique al prójimo. Para decirlo de
manera sencilla, en nuestra opinión, hoy en día la moral
común se confunde, grosso modo, con las declaraciones de
los derechos humanos. Si las aplicáramos perfectamente,
no habría en este planeta más violaciones, ni robos, ni ase­
sinatos, ni injusticias económicas flagrantes... Sería una
revolución. Y sin embargo... esto no nos impediría enveje­
cer, ni morir, ni perder a un ser querido, ni siquiera en
ocasiones ser desgraciado en amores o aburrimos en una
vida cotidiana sumida en la banalidad. Y es que todas estas
cuestiones —la de la muerte, la del amor o la del aburri­
miento— no son cuestiones morales. Puedes vivir como
un santo o una santa, respetar al prójimo de maravilla,
aplicar los derechos humanos como nadie... y envejecer, y
morir, y sufrir. Esto no tiene, insisto, nada que ver. Esa se­
gunda clase de cuestiones depende de lo que aquí deno­
mino la «espiritualidad», en contraposición a la moral; y,
como se insiste en todo el primer volumen de Aprender

391
La sabiduría de u ís mitos

a vivir, afirm o q u e , e n lo esen cial y a d iferen cia d e las reli­


g io n es, la filosofía es una espiritualidad laica. En otras pa­
labras, es absurdo reducirla a una sim ple m oral.
P ero es igu alm en te e rró n eo reducirla a una d im en sión
ú n icam en te teórica. C on dem asiada frecu en cia, e n n u es­
tras clases d e l instituto o d e la universidad, en señ a m o s a
nuestros alu m n os la id ea d e q u e la filosofía e s reflexión ,
espíritu crítico, argu m en tación . E n efe c to , n o cab e d ud a
d e q u e más vale reflexionar, criticar y argum entar para
pensar b ien , y está claro q u e e so form a parte d e la filoso­
fía. Pero to d o eso p erten ece tam bién a la so cio lo g ía , a la
b iología, a la e c o n o m ía o in clu so al p eriod ism o. C om o
tuve ocasión d e explicar e n Aprender a v iv ir 1, la reflexión
crítica n o es en absoluto privativa d e la filosofía. L o más
profu n d o qu e la m itología va a legar a la filosofía antigua,
q u e es su h eredera directa en este aspecto, es q u e la cu es­
tión esen cial es ni más ni m en os saber c ó m o llegar a ten er
una vida buen a e n el sen o d e ese cosm os, in clu so una vez
secularizado y desdivinizado al m o d o p latón ico y estoico.
Si la filosofía nace en G recia, es porque el m ito ha allana­
d o el terreno p en san d o ya de una m anera extraordinaria­
m en te profunda e n la c o n d ic ió n d e lo s m ortales e n el
se n o del universo. D e m od o q u e el in terrogante funda­
m ental d e los filósofos ya está preform ado d el to d o cuan­
d o surge: se trata d e saber c ó m o ven cer los m ied o s ligados
a la finitud para lograr la sabiduría, e s decir, la serenidad
q u e es la ú nica c o n d ic ió n d e la salvación, e n e l sen tid o
etim o ló g ico d e la palabra: la q u e n os salva d e la angustia
d e la m uerte q u e entraña nuestra co n d ic ió n hum ana.
H e a h í e n q u é s en tid o e l análisis d el paso d e la m itolo­
g ía a la filosofía confirm a d e to d o p u n to la id ea d e q u e la
filosofía e s ni m ás ni m en o s q u e u n a «doctrina d e la salva­
c ió n sin dios»: u n in ten to d e salvarse d e los m ied os sin re­
currir ni a la fe ni a u n ser su p rem o, sin o ejercien d o su

392
Concusión . Mítoux .ia y filosofía

sim ple razón e in ten tan d o salir por sí m ism o. Ésa es la


verdadera d iferen cia en tre filosofía y religión, y au n q u e
los m itos griegos están plagados d e dioses, su grandeza
p rop iam en te filosófica es la d e apartar la cu estión d e la
salvación d e los hom bres d e sus poderes: a nosotros los
m ortales, y solam en te a nosotros, n os corresp on d e arre­
glarlo en la m ed ida d e lo posib le, d e m anera im perfecta,
sin duda, p ero por nosotros m ism os y m ed ian te nuestra
razón, sin la ayuda d e la fe ni d e los Inm ortales. C om o ve-
r em o sju n to s en el p róxim o volu m en , éste es el d esafío al
q u e deberá hacer frente la gran tradición d e la filosofía
antigua. Y u n o d e sus en can tos más llam ativos se d e b e al
h e c h o d e q u e a partir d e esta problem ática singular, «in­
ventará» d e un m o d o gen ial una pluralidad d e respuestas
q u e nos ofrecen , aún hoy, otras tantas posibilidades d e
com p ren d er nuestras vidas.

393
N otas

Prólogo

1 Homero alude a ello, pero al parecer la anécdota aparece


por primera vez en un poema anterior a la Iliada al que han
denominado Cantos Ciprianos, perdido en la actualidad. A conti­
nuación la encontramos expuesta en múltiples ocasiones, por
ejemplo en las fábulas atribuidas a Higinio (fábula 92), un sa­
bio y poeta romano de origen español que vivió en el siglo l a.C.
Aquí sigo el relato de Higinio por comodidad.
2 Se trata de Tetis, una divinidad marina, y de Peleo, un hu­
mano, rey de una ciudad de Tesalia.
3 Narrado en un poema, los Himnos homéricos, que se atribu­
yó durante mucho tiempo, erróneamente, a Homero.
4 Al menos la ñlosofía que se orientará hacia una «sabiduría
del mundo» y que va de Parménides a los estoicos pasando por
Platón y Aristóteles. Como todos los analistas del pensamiento
griego, yo distingo esta tradición de otra que ya podríamos lla­
mar «deconstructiva» y que forma con respecto a la primera
una especie de «contracultura»: en lo esencial, pasa por el ato­
mismo, el epicureismo y la sofística.
5 A estos dos primeros tomos les seguirán otros tres: Sages
antiques etpenseurs chrétiens (Sabios de la antigüedad y pensado­
res cristianos [tomo III]), Les Peresfondateurs de l'humanisme mo-
L a sabiduría de u js mitos

derne (Los padres fundadores del hum anismo m oderno [to­


mo IV]), Postmodemes et déconstructeurs: la naissancedelaphilosophie
contemporaine (Posmodernos y deconstructivistas: el nacimiento
de la filosofía contemporánea [tomo V])- El primer tomo de
Aprender a vivir constituye pues la introducción general a un
proyecto más amplio que pretende ofrecer una definición más
exhaustiva de la filosofía y de las grandes articulaciones de su
historia con vistas a sentar las bases y elaborar al mismo tiempo
las perspectivas de su evolución actual.
6 La explicación de esas expresiones (y de algunas otras
más) se encontrará a lo largo de las páginas de este libro.
7 El origen de esta expresión, tal vez menos conocido que el
de las otras, no deja de ser curioso. A m enudo me he pregunta­
do por qué se supone que el carretero blasfemaba más que un
labriego o un herrero. La respuesta está vinculada a un episo­
dio de los doce trabajos de Hércules, relatado principalmente
por Apolodoro (Biblioteca, Libro II, § 118), al que cedo aquí la
palabra: «Cuando atravesaba Asia, Hércules arribó a Tennidras,
el puerto de los Lindios. Allí, desató a uno de los bueyes unci­
dos al carruaje de un carretero, lo sacrificó y disfrutó de un
banquete. El carretero, que no podía defenderse, subió a una
montaña y se puso a blasfemar...». El pobre no iba, a pesar de
todo, a desafiar a un combate singular a esa otra montaña, pero
de músculos, que se suponía que era Hércules.
8 El adjetivo puede sorprender aquí con tantos dioses como
hay en la mitología. Sin embargo está justificado por el hecho de
que la sabiduría griega, tal como sale de los mitos más grandes,
acepta la muerte como un elemento infranqueable de la condi­
ción humana, de modo que los dioses no poseen aquí la función
consoladora y salvadora que ocupan en los grandes monoteísmos:
salvo rarísimas excepciones, dejan a los mortales en su finitud.
9 Barcelona, Anagrama, 2007.
10 No hay traducción al español. De la traducción francesa,
Belin, 2004.

396
Notas

11 Cf., en Familia y amor: un alegato a la vida privada, Taunis,


2008, el pasaje dedicado a lo que he llamado las «contradicciones
morales y culturales del hombre de derechas», p. 71 y siguientes.

1. E l nacimiento de los dioses y del mundo

1Salvo los hijos de Caos de los cuales surgirán otras dos divi­
nidades que de momento se dejaran de lado: Erebo, las tinie­
blas. y Nyx, la noche. Ellas designan dos oscuridades diferentes:
Erebo es, antes que nada, la oscuridad que reina en los fondos,
por ejemplo en el Tártaro. 1.a Noche es la oscuridad de fuera,
no la que se encuentra bajo la tierra, sino por encima de ella,
bajo el cielo. Esta última no es, pues, absoluta, sino relativa al
día que la sucede... precisamente todos los días. Erebo y la No­
che hacen el amor y engendran otras dos criaturas divinas: Éter,
la niebla luminosa que adornará la cumbre de las montañas,
lugar siempre resplandeciente de fulgor situado por encima de
las nubes. Esta luz es la que va a iluminar la estancia de los dio­
ses, el Olimpo, y que en cierto modo constituye lo opuesto ab­
soluto de Erebo, la oscuridad del subsuelo. Y además, al lado
de Eter nace también Hémera, que es precisamente ese día que
sucede cada mañana a la noche.
2 He aquí sus nombres, pero sabed desde el principio que es
sobre todo el del benjamín, Crono, el que hay que retener pues
va a desempeñar uno de los papeles más importantes en la his­
toria que sigue a continuación: en primer lugar están, por or­
den de nacimiento, Océano, el río-océano que la mitología
describe rodeando la tierra por completo, luego Ceo, Crío, Hi-
perión, Jápeto y Crono «el de las ideas retorcidas», com o dice
de él Hesíodo, sabremos por qué dentro de un instante. Por lo
que se refiere a las chicas, están Tía —lo que en griego significa
«la divina»— , Rea, Temis (la justicia), Mnemósine (la memo­
ria) , Febe (la luminosa) y Tetis, que inspira el amor.

397
L a sabiduría de los mitos

3 Hesíodo no nos dice ni sus nombres ni su cantidad. Será


necesario esperar todavía seis siglos para saber un poco más
gracias al gran poeta latino Virgilio, que vivió en el siglo i a.C.
Hago esta puntualización de pasada para que tengas una idea
del tiempo requerido para componer esos famosos relatos mi­
tológicos: no han nacido de golpe ni de un solo autor, sino que
se han ido completando por los poetas y los filósofos en el trans­
curso de los siglos y los siglos.
4 Esta historia la cuenta esencialmente un tal Apolodoro, un
escritor— un mitógrafo— del siglo Hd.C.
5 Para completarla, sigue el linaje de los hijos que Caos «fa­
brica» solo y el de los hijos que Gea también concibe sola. En
el caso de Caos, está Erebo, las tinieblas que reinan bajo la
tierra, y Nyx, la noche que reina por encima. Después, de los
amores de Erebo y Nyx nacen los primeros nietos de Caos,
Eter, la niebla luminosa que va a dominar la futura residencia
de los dioses en la cima del Olimpo, y Hémera, el día que su­
cede a la noche. Este linaje no va a desempeñar ningún papel
particular en la futura guerra de los dioses. Por tanto puedes
dejarlo de lado de m om ento, te la m enciono a título de infor­
mación.
6 Según la leyenda, las Moiras son tres hermanas, Atropo,
Cloto y I^áquesis, que regulan la duración de la vida de cada
mortal con respecto a un hilo que la primera hila, la segunda
enrolla y la tercera corta en el momento de la muerte. En latín,
las Moiras se llamaron «Parcas».
7 Cito aquí la estupenda traducción de dos profesores inves­
tigadores de la Universidad de Besançon. Jean-Claude Garriere
y Bertrand Massonie, que han tenido la idea afortunada de tra­
ducir la Biblioteca y publicarla en los anales literarios de su uni­
versidad (distribución «Belles Lettres»). F.1 texto griego se en­
cuentra también fácilmente en Internet.
8 Sobre todo en una de sus obras, la primera Ñemeo, donde
apunta que Gea ha advertido a los dioses de que no podrían

398
Notas

ganar esta guerra más que con la ayuda de dos semidioses, en


este caso Dioniso y Heracles.

2. D el n a c im ie n t o d e l o s d io s e s a i. d e l o s h o m b r e s

1O, según algunos, de Pan.


2 Ovidio, Metamorfosis, XI.
3 En su poema titulado Píticas, estrofa 2, versos 6-8.
4 Encontramos fragmentos muy cortos (apenas cuatro lí­
neas) de esta historia en Heródoto (Encuestas, libro VII, línea
26) yjenofonte (Anábasis, capítulo II, línea 8), y en cambio en­
contramos dos descripciones completas en Ovidio e Higinio.
5 Por otra parte, en otra fábula, la fábula 191, ya no son las
Musas, sino Midas el que actúa de juez del concurso entre Apo­
lo y Marsias, prueba de que en la mente de los mitógrafos las
dos historias no formaban en realidad más que una sola: «El
rey Midas fue elegido [...] en la época en que Apolo hizo un con­
curso de flauta con Marsias o Pan [...] Mientras que los unos
daban la victoria a Apolo, Midas dijo que en su lugar había que
dársela a Marsias. Apolo, irritado, dijo entonces a Midas: «Aquel
de quien has tenido el criterio en tu juicio, tendrás también las
orejas», y con estas palabras le hizo crecer unas orejas de bu­
rro». ¿Qué es lo que permite a Higinio construir un vínculo
entre los dos mitos, el de Midas y Pan y el de Marsias, que nin­
gún texto antiguo relacionaba? La respuesta es muy sencilla:
com o en el proceso de la «condensación» en el sueño según
Freud, lo que ha podido llevar a pensar que Midas estaba meti­
do en esto son cuatro puntos de acercamiento: en primer lu­
gar, la flauta, que sea de Marsias o de Pan, es, a diferencia de la
lira de Apolo, un instrumento no armónico: se puede imitar el
sonido de la voz, el viento en los árboles, el grito de los anima­
les salvajes, pero no hacer acordes armoniosos con ella; luego,
la escena tiene lugar en Frigia, de donde Midas es el rey, y el

399
I A SABIDURÍA DE LOS MITOS

primer poema que menciona la historia —al menos el primero


que nos queda—, a saber, las Píticas (12, versos 6-8) de Píndaro,
está dedicado al «flautista Midas»; por último, Marsias al igual
que Pan son seres «dionisiacos», es decir, seres del caos, de la
fiesta, de la locura y del desorden, y no com o Apolo, de los
Olímpicos garantes de la obra cósmica del padre fundador,
Zeus.
6 Como casi siempre, encontramos una versión sobrecoge-
dora de este mito en las Metamorfosis de Ovidio.
7 El nacimiento de la tragedia, § 4.
8 Ibíd., § 5.
9 Como lo ha mostrado Jean-Pierre Vernant de manera ma­
gistral, en cuya interpretación de estos tres mitos me inspiro
para lo fundamental.
10 A esta edad de oro Hesíodo la denomina también la edad
de Crono, lo que puede parecer extraño teniendo en cuenta la
famosa guerra de Zeus contra los Titanes que te acabo de con­
tar. Pero hay que decir que si creemos a Hesíodo, Crono ha
sido, a pesar de sus crímenes ulteriores, el primer soberano, el
primer señor del cosmos, antes de ser vencido por Zeus y arro­
jado al Tártaro. Además, como nos enseñará la continuación
del poema, el señor del Olimpo acabará incluso por perdonar
a su padre y por rehabilitarlo.
11 Aquí está resumida: la raza de plata, creada también di­
rectamente por los dioses del Olimpo, al igual que la raza de
oro, no envejece. Sin embargo, su juventud duradera posee un
significado completamente distinto: durante cien años, los
hombres de la raza de plata viven com o niños pequeños. Es de­
cir, no son adultos desarrollados com o los de la raza de oro,
sino seres infantiles que, desde que alcanzan la madurez, viven
muy poco tiempo porque la hybris más espantosa se apodera
de ellos y los conduce inmediatamente a la muerte: no sólo son de
una violencia extrema entre ellos, sino que se niegan a honrar
a los dioses, a ofrecerles sacrificios y a rendirles los honores que

400
Notas

merecen. Zeus está exasperado por su carencia de dikéy su des­


conocim iento de la justa jerarquía de los seres, y decide hacer­
los desaparecer. Podría decirse que esos hombres son la viva
imagen de las divinidades malas: com o Tifón o com o los Tita­
nes cuando hacen la guerra a los Olímpicos, no tratan de edifi­
car un orden cósmico justo y armonioso. Al contrario, lo des­
precian y contribuyen a su destrucción, por lo que Zeus se ve
obligado a librarse de ellos. En cambio, los hombres de la edad
de oro corresponden a un orden del m undo bien gobernado y
bien organizado bajo la égida de los Olímpicos, razón por la
cual pueden vivir en perfecta armonía con ellos. Cuando los
hombres de la edad de plata mueren por voluntad de Zeus, se
convierten también en demonios, pero estos demonios, al con­
trario que los primeros, se ocultan, com o las divinidades malas
y «caóticas», bajo la tierra, en las tinieblas. Lo que significa que
están castigados. La tercera raza es la de bronce, que no tiene
la misma categoría que las dos primeras: se trata de seres limita­
dos, porque su existencia se reduce por así decirlo a una sola y
única dimensión de la vida humana, a saber, la pura violencia
de la guerra. No saben hacer otra cosa que luchar y su brutali­
dad no tiene parangón. Tienen una fuerza tremenda, poseen
armas de bronce y hasta viven en casas de bronce: su vida no se
ve rodeada de nada que sea cálido ni cómodo. Viven en lugares
a su imagen: metálicos, duros, fríos y vacíos. Si la primera raza
corresponde a las divinidades buenas favorables al cosmos y la
segunda a las divinidades tenebrosas y caóticas, la tercera co­
rresponde a los Gigantes: com o estos últimos, además, está
condenada a la muerte anónima, aquella que los griegos deno­
minan muerte «negra», en su opinión la muerte más espantosa
que puede haber, la que reina en las tinieblas de las profundi­
dades de la tierra y de las que nadie escapa en m odo alguno.
A fuerza de luchar entre ellos, los hombres de bronce acaban por
aniquilarse los unos a los otros, de modo que Zeus no tiene ne­
cesidad de intervenir para desalojar el cosmos. La cuarta raza,

401
La sabiduría de i.os mitos

la de los héroes, se entrega también a la guerra. Pero la diferen­


cia con los hombres de la edad de bronce es que ellos la practi­
can, si puede decirse, con justicia, diké, con honor, y no con esa
hybris que constituye la violencia pura. Como Aquiles, Heracles,
Teseo, Ulises ojasón, esos hombres de la edad heroica, esos se­
res cuyas acciones gloriosas y valerosas Ies han hecho célebres
entre todos —y no anónimos como los de bronce— , son solda­
dos, sin duda, pero ante todo son hombres de honor, preocu­
pados por respetar a los dioses y encontrar finalmente su lugar
dentro del orden cósmico. Ésta es la razón por la que estos hé­
roes, que Hesíodo llama asimismo «semidioses», son un poco
como los hombres de la edad de oro: ellos tampoco mueren en
realidad. Cuando han cumplido su servicio, Zeus instala a los
más valientes en un lugar magnífico, la «isla de los bienaventu­
rados» donde, bajo la égida de Crono, a quien el señor del
Olimpo ha liberado y perdonado, viven todavía com o los hom­
bres de la edad de oro, sin necesidad de trabajar, sin preo­
cupaciones, sin enfermedades ni dolores, en una tierra de abun­
dancia que les da todo lo necesario para una vida tranquila y
feliz.
12 Una vez más es un tema que Vemant ha sacado conve­
nientem ente a la luz.
15Volveremos a encontrarla al comienzo de la tradición hu­
manista. en Pico della Mirándola, en Rousseau, en Kant e in­
cluso en Sam e.
14 Este episodio no aparece en el texto de Hesíodo, y se plan­
tea el problema de saber en qué época había que hacer interve­
nir ese famoso diluvio. Basándose en fuentes tardías — proba­
blemente la Biblioteca de Apolodoro— , algunos vinculan esta
destrucción de la humanidad corrompida a la edad de bronce.
Sin embargo, hay que reconocer que, dentro de la perspectiva
abierta por Hesíodo, esta hipótesis no tiene ningún sentido ya
que la característica esencial de los hombres de la edad de
bronce es precisamente la de autodestruirse luchando entre

402
Notas

ellos, de modo que Zeus no tiene necesidad de intervenir para


desalojar el cosmos.

3. L a s a b id u r ía d e U l is e s o l a r e c o n q u i s t a

DE I A ARMONÍA PERDIDA

1 Antes de que estallara la guerra de Troya, incluso antes de


que Eris, diosa de la discordia, arruinara la boda de Tetis y Peleo
dando origen al comienzo del conflicto —el amor entre París y
Helena— , un destino funesto se cernía sobre los griegos, «la
maldición de los Atridas». Esta maldición es objeto por sí misma
de una larga historia, que pasa de generación en generación du­
rante varios siglos... Comienza con Tántalo, que desafía a los
dioses y padece un terrible suplicio en los infiernos: no sólo sufre
hambre y sed en todo momento, sino que una enorme roca si­
tuada en equilibrio precario sobre su cabeza amenaza sin cesar
con aplastarlo, recordándole que no es más que un mortal y que
ha cometido un gran error al tratar de medirse con los Olímpi­
cos. Pero los dioses no se detienen ahí. y toda su descendencia,
que tampoco respeta a los dioses, es la que expiará sus crímenes
originales. Los hijos de Níobe, su hija, serán masacrados por los
de Leto, los arqueros mellizos Artemis y Apolo. Su hyo Pélope
tendrá dos hijos, Atreo y Tieste, que se odiarán — hasta el punto
de que Atreo matará a los hijos de su hermano, los cocerá y se los
servirá como cena un día—. El propio Atreo tendrá dos hijos,
Menelao y Agamenón, quienes mandarán el ejército griego du­
rante la guerra de Troya. Pero a su regreso, Agamenón, engaña­
do por Egisto, amante de su esposa Clitemnestra, la cual no le
perdona que haya sacrificado a su hija Iñgenia, será asesinado
por los amantes. Orestes, su hijo, asesinará a su vez a Egisto y a su
madre para vengar a su padre. Serájuzgado y finalmente absuel­
to, lo que pondrá fin a esta terrible maldición que fue uno de los
grandes temas de varias tragedias griegas...

403
La sabiduría de los mitos

2 Éste es un tema que Jean-Pierre Vernant había estudiado


especialmente.
s El de Luden Jerphagnon, un filósofo cuya obra hay que
leer.

4. H y b r is : el , c o s m o s a m e n a z a d o c o n u n a v u e l t a a l c a o s

(o CÓMO I A CARENCIA DE SABIDURÍA ECHA A PERDER


LA EXISTENCIA DE LOS MORTALES)

1 En Sócrates, la expresión, que no tiene carácter «psicológi­


co» alguno, toma un significado distinto que en la cultura de
la Grecia antigua: está ligada a una teoría muy particular de la
verdad que Platón desarrollará hasta sus múltiples y profundas
consecuendas, una doctrina según la cual antaño habríamos
conocido lo verdadero y luego lo habríamos olvidado, de modo
que el conocim iento vendría en un tercer tiempo com o una
«anamnesis», rememoración de algo que ya está en nosotros
sin que lo sepamos. Mediante esta teoría de la verdad como
«re-conocimiento» responde Sócrates a la famosa paradoja so­
fística según la cual el que busca la verdad nunca podrá encon­
trarla: en efecto, si la busca es que no la tiene. Para distinguir la
idea verdadera de las ideas falsas que andan rondando un poco
por todas partes, sería necesario un criterio... que fuera un cri­
terio verdadero. Debería, pues, en este sentido un poco parti­
cular, poseer ya lo verdadero para distinguirlo de lo falso. Aho­
ra bien, eso es precisamente lo que la teoría de la reminiscencia
permite afirmar: sí, ya tenemos la verdad en nosotros; simple­
mente la hemos olvidado, de suerte que el conocimiento es dis­
tinción, rememoración. Esta visión de la verdad recorrerá la
historia entera de la filosofía.
2 En las grandes religiones hay también, desde luego, una
preocupación por el mundo, pero el pecado aparece casi siem­
pre, y ante todo, com o una falta «personal».

404
Notas

3 Durante su boda con Día, hija de Deyoneo, Ixión promete


a su suegro magníficos presentes. A modo de regalo lo lleva a
pasear por un jardín donde ha hecho cavar un foso lleno de
carbones encendidos. Así se deshace de su suegro, y el crimen
es tan atroz que nadie quiere purificarlo... salvo Zeus, que se
apiada de él y decide darle una segunda oportunidad. Lo invi­
tan al Olimpo y a Ixión no se le ocurre nada mejor para dar las
gracias a su salvador que hacerle la corte a su mujer, Hera,
quien va a quejarse a su marido, el cual, para saber a qué ate­
nerse, fabrica una nube, un holograma de Hera. Ixión cae en la
trampa e intenta hacer el amor con lo que cree que es la subli­
me diosa. Ya es demasiado y Zeus lo arroja a los infiernos don­
de durante toda la eternidad lo atan por medio de serpientes a
una rueda de fuego que gira sin cesar en el Tártaro...
4 He aquí el relato de Apolodoro, buen ejemplo de sequía
tanto en el fondo com o en la forma: «Salmoneo se estableció
primero en Tesalia, luego se dirige a Élide donde funda una
ciudad. Henchido de hybris, quiso igualarse a Zeus y fue castiga­
do por su falta de piedad. Decía que él era Zeus. Suprimió los
sacrificios al dios y exigió que se los ofrecieran a él. Arrastraba
con su carro odres de piel seca y calderas de bronce diciendo
que era el trueno. Lanzaba al cielo antorchas encendidas di­
ciendo que eran relámpagos. Zeus lo fulminó y aniquiló la ciu­
dad que había fundado y a todos sus habitantes». Punto final.
51.a historia de Faetón viene relatada sobre todo en las Meta­
morfosis de Ovidio con mucho detalle. Pero a pesar de todos los
esfuerzos del poeta, la trama sigue siendo de una simplicidad
asombrosa: Faetón es el hijo del sol, Helios. Él se vanagloria de
ello, pero sus compañeros no le creen. Entonces, a través de su
madre, consigue encontrar a su padre y le pide, por vanidad,
que les demuestre que es su padre. Helios le promete que acce­
derá a todo lo que le pida. Faetón pide entonces que le deje
conducir su famoso carro durante un día entero, el que cada
día va del este al oeste, de levante a poniente. Helios está cons-

405
La sabiduría de u » mitos

temado, pues sabe lo difícil que es dominar ese carro y el peli­


gro potencial que representa para todo el orden cósmico. Se
produce lo inevitable: los caballos divinos se le van de las ma­
nos al joven orgulloso y se acercan demasiado a la tierra: los
cultivos se queman, los ríos se secan y los animales se carboni­
zan cada vez que pasa a ras del suelo. Ante la amenaza de des­
trucción del cosmos, Zeus interviene com o siempre y fulmina
al imprudente, que se convertirá en la constelación del Auriga.
6 Éste es el relato que nos ofrece Homero en la Odisea sobre
la corta vida de estos dos hombres gigantescos: «Nunca antes la
tierra de trigos había alimentado a unos hombres tan grandes y
sólo Orion tuvo belleza más noble. A los nueve años su anchura
era de nueve codos y alcanzaban nueve brazas de altura. Ame­
nazaron a los dioses con llevar la guerra al Olimpo: para subir
al cielo intentaron colocar la Osa sobre el Olimpo y sobre la
Osa el Pelión de bosques temblorosos. Tal vez lo habrían conse­
guido si hubiesen alcanzado la edad de hombre; pero antes de
que les floreciera la barba bajo las sienes y un bozo florecido les
cubriera las mejillas, ambos cayeron bajo las flechas del hijo
que Leto, la de los hermosos cabellos, había dado a Zeus», es
decir, Apolo.
7 Níobe es hija de Tántalo y hermana de Pélope. Al igual
que su padre rebosa hybris. Se jacta sin cesar de merecer mucho
más que Leto, la madre de los dos mellizos divinos Apolo y Ar-
temis, los sacrificios que ofrecen a esas divinidades olímpicas.
Ordena que en lo sucesivo sea a ella a quien rindan culto. Es­
grime sobre todo que tiene más hijos que la diosa, seis hembras
y seis varones (según las diferentes versiones, esto puede llegar
a diez hembras y diez varones, lo cual no cambia las cosas). Leto
pide a los dos arqueros divinos que zanjen la cuestión. Apolo y
Ártemis se entregan gozosos: sus flechas atraviesan sin piedad a
los doce hijos de Níobe que mueren bajo sus ojos entre horri­
bles sufrimientos. Zeus transformará a Níobe en roca, una roca
de la que, dicen, siguen brotando lágrimas...

406
Notas

8 Nieto de Sísifo, Belerofonte es al principio un joven sim­


pático y valeroso. Pero al igual que su abuelo, acabará por per­
derle la hybrisy él también lo pagará caro. Después de matar al
tirano de Corinto, Belerofonte encuentra asilo en el palacio de
Preto, rey de la ciudad de Tilinte, y se hacen amigos. Para su
desgracia, la reina se enamora de él. Rechaza sus avances por
lealtad, pero la reina, despechada, lo acusa en falso ante su ma­
rido de haber querido seducirla. Tonto de él, Preto cree a su
mujer, pero com o se niega a matar él mismo a Belerofonte, lo
envía a casa del rey de Licia con la petición de que lo mate por
él. Pero al ver el buen aspecto de Belerofonte, el rey de Licia
tampoco quiere cometer un crimen. Prefiere confiar al joven
héroe una tarea imposible en la que con toda seguridad perde­
rá la vida. Le pide que mate a la Quimera. Para ello es necesa­
rio que Belerofonte logre domar primero a Pegaso, el caballo
alado que salió del cuello de Medusa cuando Perseo la mató.
Atenea ayuda a Belerofonte y consigue matar a la Quimera. De
paso, libra un combate victorioso contra unos piratas... y orgu­
lloso de sus éxitos, que en realidad debe a la ayuda de los dio­
ses más que a sí mismo, empieza a «creérselo». Está atrapado
por la hybris. Quiere subir al Olimpo, residir al lado de los dio­
ses y llegar a ser, por qué no, inmortal. Zeus envía un tábano a
picar a Pegaso y el arrogante Belerofonte, arrojado a tierra,
muere al caer...
9 Que será castigada por jactarse de ser, ella y su hija, más
hermosas aún que las hijas de Poseidón, las Nereidas...
10 La de Alcestis, una mujerjoven que acepta morir en lugar
de su marido, Admito, lo que conmovió tan profundamente a
Perséfone, la esposa de Hades, que decidió dejarla volver hacia
la existencia humana. Heracles, Orfeo o Ulises, desde luego,
regresaron también de su estancia en los infiernos, pero esta­
ban allí como vivos, no como muertos. También está el caso de
Sémele, la madre de Dioniso, que muere al nacer su hijo y que
éste recupera luego de los infiernos para divinizarla. Pero Sé-

407
LA SABIDURIA DE LOS MITOS

mele ya es hija de una diosa, Harmonía, y madre de un Olímpi­


co, y está llamada a convertirse en Inmortal: su caso es pues
menos desesperado al principio que el de Alcestis...
11 Una precisión más antes de entrar en el meollo de la cues­
tión: aunque es muy antiguo, el mito de Orfeo en los infiernos
no se encuentra ni en Homero ni en Hesíodo. Es sabido que se
conoce desde el siglo VI a.C., pero son sobre todo los romanos
del siglo I, con Virgilio y Ovidio, los que nos van a legar las ver­
siones más coherentes y minuciosas. Para lo fundamental son
éstas las que sigo aquí, aunque para completarlas sea necesario
a veces dirigirse a los autores griegos antiguos, entre otros a
Eurípides y su Alcestis, y las obras de Apolonio de Rodas, Diodo-
ro y hasta Platón... Como siempre, la Biblioteca de Apolodoro
resulta ser un instrumento valioso.
12 Lo esencial nos lo cuentan los Himnos homéricos, un libro
de poemas que durante mucho tiempo se atribuyó a Homero
pero del que hoy día ignoramos, com o te he señalado, los ver­
daderos autores. En todo caso es el texto que sigo aquí, ya que
sin duda es uno de los más antiguos y también el más rico en
detalles y el más interesante.

5. Dual y c o s m o s . La m is i ó n p r i m o r d ia l d e l o s h é r o e s :

GARANTIZAR EL ORDEN DEI. COSMOS CONTRA EL REGRESO


DEL CAOS

1 Una exposición más completa de esta filosofía se puede


encontrar en Aprender a vivir 1.
2 Al menos es él, al parecer, quien nos lo refiere primero.
3 Esta leyenda aparece muy pronto en forma fragmentaria,
pero se encuentran versiones más desarrolladas en Pausanias,
Diodoro e Higinio.
4 Sigo aquí el relato que hace Apolodoro y que parece el
más «consensual».

408
Notas

8 Dicho esto, como último detalle sobre su equipamiento


militar, Heracles se fabrica él mismo su arma favorita, aquella
con la que se le representa tan a menudo en las vasijas griegas:
la famosa maza de olivo con la que destrozará a tantos mons­
truos.
6 En lo esencial y algún que otro detalle, y para evitar per­
derse entre tantas variantes, sigo aquí los relatos bastante coin­
cidentes de Diodoro — que es el primer historiador que desde
el siglo I a.C. ofrece un relato completo, coherente y trabado
de los doce trabajos— y de Apolodoro, que en definitiva está
muy próximo (aunque el orden de los trabajos no siempre es el
mismo en ambos autores).
7 Euristeo acabará por morir en el transcurso de una guerra
contra los atenienses. Se cuenta que después de su muerte lle­
varon su cabeza a Alcmena, la madre de Heracles, que le arran­
có los ojos.
8 La primera, al menos entre las que hemos conservado, es
la de un gran poeta griego del siglo Va.C., Baquílides, que por
fortuna hemos redescubierto en el siglo XIX cuando el Museo
Británico, uno de los museos más importantes del mundo, ad­
quirió casi por casualidad dos rollos de papiros que contenían
una veintena de poemas en perfecto estado de conservación.
Entre estos poemas figuraban los llamados «ditirambos», es de­
cir, unas odas consagradas a la gloria del dios Dioniso que un
coro cantaba en grandes anfiteatros, al aire libre, durante los
concursos de poesía a los que los griegos eran tan aficionados
en aquella época. Y entre estos ditirambos se encuentra un re­
lato de las primeras proezas del joven Teseo (al menos de cinco
de ellas). Para el resto de su vida hay que referirse, com o ocu­
rre a menudo, a nuestro mitógrafo habitual, Apolodoro, así
como a otros dos autores, también tardíos, Plutarco (siglo I
d.C.) y Diodoro de Sicilia (siglo I a.C.).
9 Es curioso que este episodio sea el único entre los seis que
no figura en el ditirambo de Baquílides.

409
La sabiduría dk i.os mitos

10 Cito aquí la traducción fiel que dan Jean-Claude Carriére


y Bertrand Massonie en su valiosa edición comentada de la Bi­
b lio te c a de Apolodoro.

11 En efecto, también Cadmo siembra los dientes del dragón


y ve salir de la tierra a los terribles s p a r t o l Entonces lanza una
piedra entre ellos y se pelean como imbéciles... hasta que sólo
quedan cinco con vida. Esos cinco son los que servirán para
poblar la ciudad de Tebas (ya que el dragón que custodiaba la
fuente de Ares había diezmado a sus compañeros).

6. Las d e s g r a c ia s d e E d ip o y d e s u h ija A n t íg o n a ,
O PO R Q U É SE CASTIGA A MENUDO A LOS MORTALES
SIN Q U E HAYAN PECADO

1 Por lo que respecta al periodo arcaico —siglo v y antes—


se encuentran algunas menciones valiosas del mito de Edipo
en Homero, Hesíodo y Píndaro. I m s f e n i c i a s de Eurípides apor­
tan en ciertos aspectos un punto de vista muy distinto al de Só­
focles. Más tardíamente, hay que remitirse a nuestros mitógra-
fos «habituales», Apolodoro e Higinio, así com o Pausanias y
Diodoro de Sicilia.
2 Sobre este tema, véase el capítulo dedicado al estoicismo
en Aprender a vivir 1.
s Ecce homo, «Por qué soy tan inteligente».

410
I n d ic e a l f a b é t ic o

Acrisio, 308-310,318 Anaximandro, 386


A dán,141 Andersen, Hans Christian, 51
Admete, 274 A ndrógeo,299,300
Admito, 225 Andrómeda, 316-318
Afrodita, 13, 14,21,29,43, Anfitrión, 20,76,254,257,
65,67,68, 74, 75,77, 79, 258,263-266,281
82,98,128,129,138,148, Anticlea, 205,229
295, 301,316,320,323, Antífates, 201
326, 333, 344, 359 Antígona, 46,339,341-370
Agamenón, 179, 403 n.l Apolo, 74,75, 78, 79,83,100,
Agave, 375,377,380 107,111, 121,123-138, 178,
Alceo, 258 191, 195,213,220-222,224,
Alcestis, 407 y 408 n.10 226,227,233,234, 248,
Alfides, 258 284,285,300,336, 345,
Alcínoo, 181,189,190,193, 349,351,355-357,399 n.5,
336 403 n .l, 406 n.6 y n.7
Alcmena, 20,76,254,257, Apolodoro, 48, 92-95,97,
258, 263, 267, 409 n.7 102-106,219,221,224, 228,
Alecto, 65 259,262,267,268, 270,
Amaltea, 71,152, 280 271,277,279,283,285,
Amazona(s), 20,274, 275, 289,290,294,296-298,300,
305,306 302,308,311,317,319,
Ámico, 328,329 321,325,374,396 n .7 ,398
L a sabiduría de los mitos

n.4, 402 n.14, 405 n.4, 408 215,222,223,261,267,


n .l 1 y n.4, 409 n.6 y n.8, 268, 277, 280, 301, 302,
410 n.lOy n.l 311,313,315,316,318,
Apolonio de Rodas, 321,408 325,326,333,338, 383,407
n.l 1 n.8
Aqueloo, 279, 280 Atlas, 20, 102,131,145,275,
Aquiles, 12,20,31,33-35,186, 276,279
205,222,251,323,402 n.l 1 Atreo, 403 n.l
Arendt, Hannah, 30,31 Atropo, 398 n.6
Ares, 29,74, 75,77, 79,83,84, Augias, 20,268,274,277-279
98,138,231,274,295,299, Aurora, 16
320,333,344,359,410 n . l 1 Áyax, 178
Areté, 189, 193
Arges, 62,81 Bacantes, 359,373,377
Argonauta(s), 222,234,308, Bach, Johann Sebastian, 125
319,325-330,335-337 Baco, 75,79,83,377,379
Argos, 234,308,325 Baquflides, 285,409 n.8 y n.9
Ariadna, 20,296,301-303,306 bébrices, los, 328,329
Aristeo, 234 Belerofonte, 218,407 n.8
Aristóteles, 209,390,395 n.4 Bía, 89
Ártemis, 43,74,75,78,83, Boréadas (hijos de Bóreas),
107,221,224,403 n .l, 406 326,330
n.7 Bóreas, 326,330
Asclepio, 45,219,220,222- Briareo, 63,81
228,230,232,323 Brontes, 62,81
Asopo, 229,230
Asterión, 297 Cadmo, 75, 79,98-100, 102,
Atalanta, 326 103,295,320,333,334,
Atamante, 319,320, 325,373, 344,359,375,377,410 n .l 1
374 Calíope, 234
Atenea, 13,14,16,43,72,74, Calipso, 15-17,45,184-188,
75,77,83,84,85,98,107, 190, 203, 207,210,211,
127-130,138,148,149, 158, 239,246,299
160,161,178,189,207, Camus, Albert, 229

412
ÍNDICE AIJABÉT1CO

Caos, 43,46 ,5 3 -5 6 ,6 2 ,6 3 ,8 0 , Cleantes, 256


81,1 0 5 ,1 3 3 ,2 6 8 ,2 7 3 ,3 5 9 , Clímene, 145
397 n .l,3 9 8 n .5 Clitemnestra, 403 n.l
Caribdis, 206,336 Cloto, 398 n.6
Caronte, 222,235 Cócalo, 304,305
Garriere, Jean-Claude, 398 Comte-Sponville, André,
n .7 ,4 1 0 n .l0 367
Casandra, 20,178 Core, 241
Casiopea, 218,316 Cornford, Francis, 385-387
Cástor, 266, 326,329 Coronis, 220-222
Cefeo, 316,317 Coto, 63,81
Ceix, 281,282 Crato, 89
Celeo, 243 Creóme, 259,260,265,348-
Centauro (s), 222,235,281, 351,353,354,357
283, 306,323 Crío, 81,397 n.2
Ceo, 74, 78,8 1 ,3 9 7 n.2 Crisipo, 355
Cerbero, 20,235,236,272- Cristo, 233
274,290 Crono, 6 4,65,67,69-75,76,
Cerrión, 291,292 7 7 ,8 1 ,8 2 ,8 4 -8 8 ,9 0 ,9 1 ,9 3 ,
Ceres, 71,75, 76,82,240 102,105,145, 154, 162,
César, Julio, 184 222,240,280,315,323,
Ceto, 313 352,387,388,397 n .2 ,400
C icerón,388 n .1 0 ,402 n .l 1
Cícico, 327,328 Cupido, 54
Cíclope(s), 6 2 ,63,70, 72,73,
81 .8 2 .8 6 .8 8 - 91,102,162, Dafne, 21
179,186, 188,193, 195-199, Damastes, 292
211,224,236 Dánae, 308-311,316
cicones, los, 190, 191,194 Danaidas, 20
Cien-Brazos, 63, 70,72,73, Debussy, Claude, 122
81.82.88- 90, 235 Dédalo, 20,295, 297-299, 301,
Cipariso, 21 303-305
Circe, 34,185, 186, 202-207, Deleuze, Gilíes, 390
211,293 ,3 2 2 ,3 3 5 ,3 3 6 Delfine, 94,96

413
I . \ SABIDURÍA DE ID S MITOS

Dcméter, 34, 70, 72, 74, 75, Egina, 229


7 6 ,7 7 ,8 0 ,8 2 ,2 3 2 ,2 3 8 , Egipán, 94,96
240-247,291 Egisto, 403 n.l
Deucalión, 165, 170-172, 355 Eneo, 280,281
Deyanira. 279-282 Eolo, 185,200,201
Diana, 75, 78,83 Epícteto, 256
Dictis, 310,317,318 Epígonos, 354, 355
diké (la justicia), 87,110, 112, Epimeteo, 145,150,151, 159,
113, 139-142,165,170,252, 160,164,165,170,171,
255 215,216,275,358
Diodoro de Sicilia, 261,279, Equidna, 269,271,273,275-
298,300,408 n. 11 yn.3, 277,290,359
409 n.6y n .8 ,410 n.l Equión, 359
Diomedes, 272-274 Erebo, 397 n .l, 398 n.5
Dioniso, 4 6 ,7 4 ,7 5 ,7 9 ,8 0 ,8 3 , Ergino, 265
96-98,107,116-118, 120, Erinia(s), 65-67,82,168,236,
122, 126, 134-137,222,248, 310,352
264, 301,302, 359,371-383, Eris, 12-14,65,67,68,74,82,
398 y 399 n .8 ,4 0 7 n .l0 ,409 177,275, 403 n.l
n.8 Eros, 54-56,65,67,68, 81,82,
Dioscuros, 329 97-99, 323
doliones, los, 327, 328 Escila, 206, 336
Escirón, 291
Éaco, 230 Esculapio, 45, 219, 220, 224,
Eco, 21 225
Edipo, 21,46, 65, 110, 260, Esfinge, 348, 369
339, 341-357, 359, 361,362, Esón, 321-323, 337
365-371,410n.l Espartos, 333
Eetes, 293,321-323,325,326, Esquilo, 25, 65, 114, 144,157,
331-333, 335 162,170,352-354,356, 358,
Efialtes, 218 369
Egeo, 284-288,293,294,300, Estentor (voz “estentórea"),
302-304, 338 20
Egeria, 20 Estéropes, 62, 81

414
Índice alfabético

Éstige, 3 1 ,8 8 ,8 9 , 110,153, 242,275,280,334,352,


203,235 378,387,388,398 n.5 y n.8
Eteocles, 349,352,353 Gerión, 273,274
Eira, 284-288 Gigante (s), 6 6 ,6 7 ,8 2 ,1 0 0 ,
Eufemo, 326 101,104-109,119,166,401
Euménides, 65,82 n.
Eunomia, 87 Giges, 63,81
Eurídice, 234-237,239 Gorgona(s), 21,127,223,
Eurfloco, 203 257,307,311-318
Eurípides, 408 n.l 1,410 n.l Gracias, las tres, 87, 149
Euristeo, 260,267-272,274, Greas, las tres, 313,314
276,278,409 n.7 Grimal, Pierre, 48
Europa, 98, 272, 295, 344 Grimm, Jacob y Wilhelm, 51,
Eva, 141 262

Faetón, 218, 405 n.5 Hades, 34,71,73-75,76,77,


feacios, 181, 186, 189,200, 8 0 ,8 3 ,9 1 ,1 3 8 ,1 6 2 ,1 8 3 ,
207,336 204,206,223,230,231,
Febe, 74, 78,8 1 ,3 9 7 n.2 235,236,240,241,243,
Febo, 7 5 ,7 8 ,8 3 246-248,251,272,305,315,
Fedra. 296,306,307 316,407 n.10
Ferecides, 228,230,263,301, Harder, Johann Jakob, 208
302,308 Harmonía, 7 9 ,9 8 ,9 9 ,1 0 3 ,
Fineo, 317,329-331 295,320,333,344,359,
Forcis, 313 375, 407 y 408 n. 10
Frankenstein, 120,220,223 Harpía (s), 21, 236, 319, 326,
Freud, Sigmund, 346, 399 n.5 329,330
Frixo, 320, 321, 325 Hécate, 242,243
Furias, 21 ,6 6 ,8 2 Hecatónquiros, 6 2 ,7 2 ,8 1 ,
102,138,162
Gantz, Timothy, 48 Hefesto, 2 9 ,4 3 ,7 4 ,7 5 . 77,83,
Cea, 32,54-67,69-72,81,82, 148,149,158,160,161,
84,87,89-91,95, 102, 104, 215,267,289,291,333,
106-109,138,154, 166, 171, 336, 359

415
La sabiduría de los mitos

Hegel, G. W. F„ 380,381 n., 155-158,165,170,252-254,


389,390 271,319,322,323,336,
Hele, 320,321 386,397 n .2 ,398 n .3 ,400
Helena, 14,175,179,306 n .1 0 ,402 n .l 1 y n .14,408
Helios, 185,206,207,242, n .ll,4 1 0 n .l
2 4 3 .2 7 7 .296.329.336.405 Hesíone, 170
n.5 Hespérides, 274-276
Hera, 1 3 ,1 4 ,2 1 ,4 3 ,7 1 ,7 2 ,7 4 , Hésperis, 275
7 5 ,76,83,97,98,107,128, Héspero, 275
129,258-263,266-268,271, Hestia, 7 0 ,72,74, 75 ,7 6 ,8 2
273,275,276,283,295,308, Higia, 227
316,322,324-326,332,337, Higinio, 49,129,279,292,
355.373.374.405 n.3 395 n .l, 399 n.4 y n .5 ,408
Heracles, 31, 33, 46,52,67, n .3 ,410 n.l
75, 76,107,110,153, 252- Hiperión, 81,397 n.2
284, 287-289, 293, 305, 312, Hipócrates, 228
319,326,328,332,338, Hipodatnía, 311
339,374,398 y 399 n .8 ,402 Hipólita, 274,275
n.11,407 n. 10,409 n.5 y Hipólito, 305-307
n.7 Hipsipila, 327
Hércules, 1 9 ,33,75,252,267, Homero, 11,33,105,114,
396 n.7 175,179,180,185-188,191,
hermafroclita, 21 201,202,207,211,252,
Hem ies, 13,16, 20-22,43, 74, 256, 321,379,395 n .l y n.3,
75,78, 7 9 ,8 3 ,9 4 ,9 6 ,9 7 , 406 n .6 ,408 n .l 1 y n. 12,
107,115,121,131-133,138, 410 n.l
149,150,187,203,222, Horacio, 366
223,226,233,246,247, Horas, las, 149
261,267,308,315,316, Hugo, 211
318,320,373,374 Hybris, 122
Hesíodo, 2 5 ,4 0 ,4 2 ,4 7 ,4 8 ,
5 3 ,5 5 ,5 6 ,6 2 -6 6 ,6 8 ,7 1 ,7 8 , lambe, 243
84,88-93,97,103-105,110, ícaro, 45,303,304
114,139-144,146,148-153, íficles, 258,260,263

416
I n d i c e a l f a b é t ic o

Iñgenia, 403 n.l Licaón, 165-168


Imeros, 68 Licomedes, 307
I n o ,189,320,374 Licurgo, 374,375,380
ío, 21,308,374 - Lidianas, 376
Ismene, 349 Linceo, 21, 326
Isquis, 220,221 Lino, 266
Ixión, 218,236,405 n.3 lotófegos, los, 185,186,192-194

Jápeto, 81 ,1 0 2 ,145,152,164, Marón, 191,195,197


171,397 n.2 Marsias, 126,128-130,134,
Jasón, 3 1 ,3 3 ,4 6 ,1 1 0 ,2 2 2 , 135,137,138,316,399 y
234,252,293,308,319, 400 n.5
321-328,331,332,334-338, Marte, 2 9 ,7 5 ,7 7 ,8 3
402 n .ll Massonie, Bertrand, 398 n.7,
Jenofonte, 399 n.4 410 n.10
Jerphagnon, Luden, 404 n.3 Maya, 7 4 ,7 8 ,8 3 ,1 3 1 ,1 3 2
Jesús, 233 Medea, 202,293,294,322-
Juno, 13, 75, 76,83, 129 324, 332,334-338
Júpiter, 21, 7 5 ,7 6 ,7 9 ,8 3 ,3 7 2 , Medusa, 21,127,223,257,
375,388 2 7 3,311,31 2,316,318,407
n.8
Kant, Immanuel, 211,370, Mégara, 260, 265
402 n .l 3 Megera, 21, 65, 82
Kundera, Milán, 208 Melanípides de Melos, 127
Melias, 66, 67, 82
Laertes, 175, 185,199,229 Menecio, 145
Laomedonte, 111 Menelao, 14,175, 179,403
Láquesis, 398 n.6 n.l
Layo, 344-351,355-357,359 Mentor, 20
Lázaro, 233 Mercurio, 75,78, 83
Leonardo da Vinci, 298 Mérope, 231
lestrigones, los, 201 Metanira, 243,244
Leto, 7 4 ,7 8 ,8 3 ,2 2 4 ,4 0 3 n .l, Metis, 74,77,83,84-87,89,
406 n .6yn .7 90,147

417
La sabiduría dk i.os mitos

Midas, 45, 100, 110, 115-125, Oceánides, 170


129-131,133,137,138,218, Océano, 2 2 ,8 1 ,8 4 ,8 8 , 145,
219, 260, 312,399 y 400 n.5 170, 397 n.2
Minerva, 13, 75, 77,83,129 Olimpo (padre de Marsias),
Minos, 272,273,295-301, 303- 129,130
306, 336,344 Ónfale, 283
Minotauro, 295,297-303 Oréades, 57
Mnemósine, 81,397 n.2 Orestes, 403 n. 1
Moiras, las, 8 7 ,9 4 ,9 6 ,1 0 7 , Orfeo, 232-240,245,266, 326,
398 n.6 336, 407 n .10,408 n.l 1
Moliere, 226 Orion, 406 n.6
molosos, los, 106, 167 Orto, 273,274
Morfeo, 20 Oto, 218
Musas, 129, 130, 399 n.5 Ovidio, 36,105, 106,116, 118,
121,124,130,131,165,
Napoleón, 184 167-170,172,235,236,399
Narciso, 21 n .4 ,405 n .5 ,408 n.l 1
Nausícaa, 189
Néfele, 319-321 Pactólo, 20, 118,131, 260
Neptuno, 7 5 ,7 6 ,8 3 ,1 6 8 Palante, 286-288,293
Nereidas, 316,317,407 n.9 Palántidas, 286,288,293,294,
Nereo, 169,316 300, 305
Neso, 281-283 Palas, 107
Néstor, 208 Pan, 94,98, 100, 102, 121-123,
Newton, Isaac. 61 126, 127, 130-132,134, 135,
Nietzsche, Friedrich, 44, 134- 137, 399 y 400 n.5
136,367,368,378,379, Panacea, 227
382,389, 390 Pandora, 21,114,139, 141,
Níobe, 218,403 n. 1,406 n.7 144,149-155,160,165, 170,
Noé, 170,355 214, 358
Nono de Panópolis, 48,49, «Parcas», 398 n.6
95-97,103,374 n. París, 13,14, 16,31, 175,178,
Nyx, 67,82. 397 n .l , 398 n.5 179,403 n.l
Parménides, 395 n.4

418
I ndice ALFABÉTICO

Pasifae, 273, 296-299, 301 Platón, 25,114,144,157,158,


Pausanias, 408 n .3 ,410 n .l 161-163,370,389,390,395
Pegaso, 233,407 n.8 n .4 ,404 n .l, 408 n .l 1
Peleo, 275, 395 n .2 ,403 n.l Pleíone, 131
Pelias, 319, 321-325,335, 337 Pléyades, las siete, 131
Pélope, 113, 291, 355,359, Plutarco, 284,305,409 n.8
403 n .l, 406 n.7 Plutón, 75,77,83,241
Penélope, 12, 14, 175,180, Pólibo, 345,346,350
185, 189, 204, 209,211 Polidectes, 310-312,316-318
Penteo, 126,359,374-377,380 Polifemo, 76,179,188,195-
Perelman, Charles, 22 201,205,211
Peribea, 346 Polinices, 349,352-354, 356,
Periclímeno, 326 357
Perifetes, 289,291 Polipemon, 290,292
Perrault, Charles, 51,262 Pólux,266,326,328, 329
Perséfone, 34, 76, 77, 235, Ponto, 5 7 ,5 8 ,8 1 ,8 2 , 387, 388
236, 238, 240-243, 246-248, Poseidón, 32,71,73-75,76,
306, 407 n. 10 83,107,1 3 8 ,1 6 8 ,1 7 9 ,1 8 4 ,
Perseo, 46,127,223,252,257, 188, 189,199,205,252,
261,267,307-319,328,407 272,273,285,290-292,296-
n.8 299,301,307,316,317,
Perses, 140 322, 323,328,383,407 n.9
Pétain, mariscal Philippe, 182 Preto, 308,407 n.8
Pico della Mirándola, 402 Príamo, 13, 178
n.13 Procusto, 20,292
Pigmalión, 20 Prometeo, 25,30, 114, 139,
Píndaro, 105, 107,127,219, 141,144-153,157-165, 170,
224,259, 327,400 n .5 ,410 171,214-216,223,275,276,
n.l 369,370
Pirítoo, 305,306 Proserpina, 241
Pirra, 165,170-172 Protágoras, 158-162
Piteo, 284-286, 288
Pitón, 22, 78, 356 Quimera, 20,236,407 n.8
“Planetas”, 206, 336 Quirón, 222,224, 226,323

419
La sabiduría de los mitos

Radamantis, 296, 305 taños, los, 257


Rameau, Jean-Philippe, 125 Talo, 298,336,337
Rea, 7 0-72,76,81,82 ,84,154, Tánatos, 230, 231
240,247,397 n.2 Tántalo, 2 0 ,4 5 ,1 12,113,166,
Roinilly.Jaqueline, 47 167,236,291,330,403 n .l,
Rousseau, Jean-Jacques, 370, 406 n.7
402 n.13 Tártaro, 43,55-58,62,64, 70,
73,74,81,89-91,95, 102,
Salmoneo, 218,405 n.4 104, 109, 113,132, 138,
Sarpedón, 296 224,290,378,397 n .l, 400
Sartre,Jean-Paul, 402 n.13 n.10, 405 n.3
Sátiro (s), 121,122,126,127, teleboes, los, 257
129,130,373 Telémaco, 12,14,20,175,
Saturno, 75,388,389 180,209
Schopenhauer, Arthur, 136 Temis, 81,84,87-89,149,171,
Sémele, 7 5 ,7 9 ,8 3 ,9 8 ,3 7 2 , 397 n.2
375.407 y 408 n. 10 Teseo, 46,252,283-295,299-
Séneca, 364,365 3 0 7 ,3 1 9 ,326,338,352,402
Sibarita, 20 n .l 1,409 n.8
Sibila, 285 Tespio, 263,264
S ile n o (s),1 1 5 ,116,121,122, Tetis, 3 1 ,3 3 ,8 1 ,8 4 , 275,395
127,137,373,379 n .2 ,397 n .2 ,403 n.l
Sinis, 290 Teutámidas, 318
Sirenas, 185,205,206,234,336 Tía, 81,397 n.2
Siringe, 94,122 Tieste, 403 n. 1
Sísifo, 45,110,219,228-232, Tifón (o Tifeo), 22,89-106,
236.239.407 n.8 108,109,111,119, 125,
Sócrates, 213,404 n .l 129,131,133,138,255,
Sófocles, 279, 282, 344-346, 262,268, 269,271,273-277,
351,352,354,369,410 n .l 289,290,295,359,378,
Sosia, 20 381,401 n.
Spinoza, Baruch, 44, 364, 367, Tiresias, 34,186,204-206,
368, 389, 390 350,351

420
Indice ai.tabético

Tisífone, 65 Vesta, 75 ,7 6 ,8 2
Titán, 6 5 ,1 0 1 ,102,131,161, Victoria, 101
164,275,276,280 Vidal-Naquet, Pierre, 386 n.
Titanes, 46,61-63,68-70,72- Virgilio, 65,234-236,238,398
75,78,81,82,84,86-88,90, n.3,408 n.l 1
91,101,102,105,109,111, Vulcano, 29, 75 ,7 7 ,8 3
119,133,134,137,138,145,
146,224,241,254,268,273, Yocasta, 344-346,348-351,
289,359,360,378,381,382, 356, 366
400 n.10,401 n. Yolao, 271,272
Titánides, 61,62, 70,81,82, Yole, 279,282
84,87, 101
Titono, 16 Zeus, 13,14,16,19-21,29,37,
Tinolo, 123,130 3 8,43,45,46,62,70-75,
Tritón, 22,130 7 6 -7 9 ,8 0 ,8 1 ,8 3 ,84H 03,
105-111,113,116,119,125,
Ulises, 11,12,14-19,31,33- 129,131-134,136-138,142,
35, 37, 39,42,44-46, 52, 76, 145-157,159-171,178,180,
110,157,172,173,175-177, 181,184,187,188,190-192,
179-212,229,232, 239,246, 194, 196,203,207,217,
251,256,293, 299, 306, 222-225,227-230,234,237,
308, 335, 336, 338, 383,402 240-243,245-248,252,254-
n.l 1,407 n.10 261,263,266-269,271-273,
Urano, 32,56-71,74,77,81, 275,276,278,280,282,
82, 84, 8 6 ,87,93, 105, 138, 289,295,296,299,308-310,
154,315,352,387,388 312,319,320,329,335,
344, 360,373-375, 378,381-
Venus, 13,75,77,129 383,387,400 n.5yn,10,
Vemant,Jean-Pierre, 23, 47, 401 y 402 n. l l , 403 n.14,
91,104,314,375,376,385- 405 n.3 y n .4 ,406 n.5, n.6 y
387,400 n.9 n .7 ,407 n.8

421
taurus

Luc Ferry
L A S A B I D U R Í A D E L O S MITOS

C O M O H IZO C O N L A FILO S O F ÍA EN APRENDERA VIVIR.


ÉXITO R O TU N D O DE VENTAS. LUC FERRY VUELVE
ACCESIBLES A TO D O S LOS MITOS F U N D A D O R E S
DE N UESTRA C IV ILIZ A C IÓ N . A M ED ID A Q UE CUENTA
LOS M A R A V ILLO S O S RELATOS MITOLÓGICOS, REVELA
SU SENTIDO PRO FUNDO Y SU D IM EN SIÓ N
IN C R EÍB LEM EN TE A C TU A L.

A b rir la «caja d e Pandora», p e rd e rse en un «labe rin to », to p a r­


se co n una «m anzana d e la discordia»... Cada día e m p le a m o s
d e ce n a s d e im á g e n e s to m a d a s d e la m ito lo g ía g rie g a , q u e
h a b ita n d e in c ó g n ito , c o m o a d o rm ila d a s , en n u e s tro le n g u a ­
je c o tid ia n o . Este lib ro las d e s p ie rta m e d ia n te el re la to d e las
m a g n ífic a s h is to ria s q u e e stá n en su o rig e n .
Pero al c o n tra rio d e lo q u e a m e n u d o se piensa, la m ito lo g ía
no se c ie rn e a un c o n ju n to d e c u e n to s y le ye nd as. Los g ra n ­
des m ito s q ue narra Luc F e rry c o n s titu y e n , en el p la n o filo s ó ­
fic o , un c o n ju n to d e le cc io n e s d e v id a y sa b id u ría d e e n o rm e
p ro fu n d id a d . R ep re se n ta n un a d m ira b le in te n to d e o fre c e r
respuestas a la ancestral cu estió n d e la «buena vida». La filo s o ­
fía griega, en gran m edida, n o es más q ue una secularización
de los m ensajes de los m itos, cu yo estudio, a pasionante d e p o r
si, es adem ás indispensable para c o m p re n d e r la filosofía.

ISBN: 978-84-306-0763-1

9 788 4 3 0 607631

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