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Patricia Carot y Marie-Areti Hers

instituto de investigaciones estéticas, unam

De Teotihuacan al cañón de Chaco:


nueva perspectiva sobre las relaciones entre
Mesoamérica y el suroeste de los Estados Unidos

Tradición oral y arqueología: caminos convergentes

A
ctualmente, una honda preocupación recorre las tierras hopis de
Arizona: ¿cómo asegurar la transmisión generacional de esta cultura y
de esta religión milenaria frente a las profundas transformaciones del
modo de vida y su acelerada occidentalización? Una de las estrategias adop-
tadas por las autoridades hopis consiste en poner por escrito una tradición
hasta ahora esencialmente oral. No se trata de divulgar indebidamente el saber
sagrado protegido por el secreto —que corresponde al Tutavo, a las enseñanzas
filosóficas, rituales y religiosas preservadas por la elite sacerdotal—, sino de
preservar por escrito el tuutuwutsi, las tradiciones que se recitan durante el So-
yalangwu, el festival del solsticio de invierno. Tal fue el propósito de Ferrell H.
Secakuku cuando se propuso indagar y escribir la historia de su clan, el clan
de la Serpiente.1
Una inquietud similar animó a una comitiva hopi con la cual tuvimos la opor-
tunidad de interactuar. Encabezados por Eric Polingyouma, un grupo de prin-
cipales de esta comunidad se propuso reconocer en el Southwest 2 y en México
1.  Ferrell H. Secakuku, “Hopi and Quetzalcoatl: Is There a Connection?”, tesis de Maestría
en Artes en Antropología, Flagstaff, Northern Arizona University, 2006, p. 16.
2.  Llamaremos aquí Southwest a lo que en el suroeste de los Estados Unidos corresponde a los
estados de Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah, donde florecieron las culturas antiguas que
las comunidades pueblo actuales consideran de sus antepasados.

ANALES DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ESTÉTICAS, VOL. XXXIII, NÚM. 98, 11
5
6 patr ici a ca rot y mar ie - a reti h er s

las evidencias físicas dejadas por las antiguas migraciones, cuya memoria se
conserva en la tradición oral de diversos grupos hopis.3 En ambos casos, las
autoridades hopis trataban de demostrar la solidez y la fiabilidad de su tradi-
ción oral, reforzándola con otras fuentes de información.
Recordemos que los pueblos establecidos actualmente sobre las tres mesas
hopis del norte de Arizona son resultado de la congregación paulatina, a lo lar-
go del último milenio, de grupos familiares y clanes de muy diversos orígenes,
que terminaron ahí sus respectivas migraciones. La compleja jerarquía que
caracteriza a la sociedad hopi nace precisamente del orden de llegada de esos
inmigrantes y de la relevancia de los saberes rituales que trajeron cada uno. En
la tradición oral de varios de estos clanes se reconoce un origen en un lejano
lugar sureño llamado Palatkwapi, una ciudad que sucumbió en una profunda
crisis interna de orden moral, religioso y político.4
Como suele ocurrir cuando se trata de los lugares de origen reportados en
una tradición oral, y como es de esperar en el caso de los pueblos hopis con-
formados por grupos de origen e historia distintos, son varios los lugares que
se han querido identificar con Palatkwapi.5 Sin embargo, en las dos investiga-
ciones referidas, llevadas a cabo de forma independiente y por medios distin-
tos, pero en cada caso por personas de gran prestigio, rigor y saber, se llegó al
mismo resultado: a identificar Palatkwapi con la gran urbe de Teotihuacan.
El propósito del presente escrito es retomar las conclusiones de dichos es-
tudiosos hopis a la luz de nuestros propios trabajos. Como lo hemos expuesto
en otras publicaciones,6 ha habido un avance considerable en el tema de las
relaciones entre el Southwest y Mesoamérica. Logramos estos avances conju-

3.  Se trata del Hopi Migration Project, dirigido por Eric Polingyouma y financiado por el
Christensen Fund.
4. Secakuku, op. cit., p. 110, traduce Palatkwapi como “Red Walled City, a mythical city in
the migration legends”. Kelley Hays-Gilpin, retomando el Hopi Dictionary Project 1998, lo
interpreta como “Red-masonry house”: véase Kelley Hays-Gilpin, “All Roads Lead to Hopi”, en
Carlo Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noroeste II: propuestas para una perspectiva sistémica e
interdisciplinaria, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investiga-
ciones Antropológicas, 2008.
5. Secakuku, op. cit., p. 36. Para una revisión reciente sobre este tema, véase Hays-Gilpin, op.
cit., pp. 15-32.
6.  Véase, por ejemplo, Patricia Carot y Marie-Areti Hers, “Epic of the Toltec Chichimec and
the Purepecha in the Ancient Southwest”, en Laurie D. Webster y Maxine E. McBrinn (eds.),
Archaeology without Borders. Contact, Commerce, and Change in the U.S. Southwest and North-
western Mexico, Boulder, University Press of Colorado, 2008, pp. 301-334.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 7

gando los resultados de nuestras investigaciones arqueológicas llevadas a cabo


respectivamente en Michoacán7 y en la Sierra Madre Occidental.8 De esa ma-

7.  Charlotte Arnauld et al., Arqueología de las Lomas en la cuenca lacustre de Zacapu, Michoacán,
México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (Cuadernos de Estudios Michoaca-
nos, 5), 1993; Patricia Carot, “La originalidad de Loma Alta, sitio protoclásico de la ciénega de
Zacapu, Michoacán”, en A. Cardós de Méndez (coord.), La época clásica: nuevos hallazgos, nuevas
ideas, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Museo Nacional de Antropología,
1990, pp. 293-306; “La cerámica protoclásica de Loma Alta, municipio de Zacapu, Michoacán:
nuevos datos”, en Brigitte Boehm de Lameiras y Phil C. Weigand (eds.), Origen y desarrollo de la
civilización en el occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, pp. 69-101; “Loma
Alta: antigua isla funeraria en la ciénega de Zacapu, Michoacán”, en Eduardo Williams y Roberto
Novella (coords.), Arqueología del occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994,
pp. 93-122; “Las rutas al desierto: de Michoacán a Arizona” en Marie-Areti Hers et al. (eds.), Nó-
madas y sedentarios en el norte de México; homenaje a Beatriz Braniff, México, Universidad Nacional
Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas/Instituto de Investigaciones
Estéticas/Instituto de Investigaciones Históricas, 2000, pp. 91-112; Le site de Loma Alta, lac de
Zacapu, Michoacan, Mexique, Oxford, British Archaeological Reports (bar International Series,
920), 2001; “Otra visión de la historia purépecha”, Estudios Jaliscienses. Arqueología de Occidente,
núm. 71, 2008, pp. 26-40; “La larga historia purépecha”, en Marie-Areti Hers (ed.), Miradas
renovadas al occidente de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto
de Investigaciones Estéticas (en prensa).
8.  Los trabajos se realizaron en el marco del proyecto Hervideros, el cual recibió los apoyos del
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología 0451-h9108 y 3286-h9308 y de la Dirección General
de Asuntos del Personal Académico in402494. Entre las publicaciones al respecto, citaremos:
Hers, “Las grandes rutas que cruzaron los confines tolteca-chichimecas”, en Beatriz Braniff et al.,
La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas, México/Milán, Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes/Jaca Book, 2001, pp. 245-248, y “La sierra tepehuana: imágenes y discordancias sobre
su pasado prehispánico”, en Chantal Cramaussel y Sara Ortelli (coords.), La sierra tepehuana.
Asentamientos y movimientos de población, Zamora, El Colegio de Michoacán/Universidad Juárez
del Estado de Durango, 2006, pp. 17-44; Christophe Barbot y José Luis Punzo, “Antiguos caminos
en el noroeste durangueño: supervivencia de una tradición prehispánica”, Trace, núm. 31, 1997,
pp. 22-34; Fernando Berrojalbiz, “Desentrañando un norte diferente: tepehuanes prehispánicos
del alto río Ramos, Durango”, en Cramaussel y Ortelli (coords.), op. cit., pp. 67-96; “Avances en
la cronología del noroeste de México”, en Annick Daneels (ed.), V Coloquio Pedro Bosch Gimpera.
Cronología y periodización en Mesoamérica y el norte de México, México, Universidad Nacional
Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas (Arqueología Mexicana), 2009,
pp. 129-169; Paisajes y fronteras de Durango prehispánico, México, Universidad Nacional Autónoma
de México-Instituto de Investigaciones Estéticas/Instituto de Investigaciones Antropológicas/
Universidad Juárez del Estado de Durango (en prensa); José Luis Punzo, “La ruta de las praderas
en época prehispánica. El caso del abrigo de Piedra de Amolar I, Durango”, en Bonfiglioli et al.
(eds.), op. cit., pp. 101-127; Yoshiyuki Tsukada, “Grandes asentamientos chalchihuiteños de la
Sierra Madre durangueña: estudio comparativo entre cañón de Molino y Hervideros”, en Cra­
8 patr ici a ca rot y mar ie - a reti h er s

nera, ahora conocemos mejor las circunstancias y los actores que forjaron lo
que hemos llamado el antiguo Camino Real de Tierra Adentro, que unió a
ciertos pueblos del occidente y del septentrión mesoamericanos con antepa-
sados de los grupos pueblo actuales (fig. 1). Nos detendremos aquí en el papel
que pu­do haber tenido Teotihuacan en la historia de este antiguo puente entre
el mundo mesoamericano y el de los Hisatsinom, los que los hopis consideran
sus antepasados y que son referidos en la literatura arqueológica del Southwest
como las culturas mogollon, hohokam, sinagua, fremont y anasazi.9 Al com-
probar que el resultado de nuestros trabajos nos llevaba a reconsiderar la
­importancia de los antiguos lazos entre ciertos grupos mesoamericanos y los
antepasados de algunos grupos pueblo actuales, procuramos interactuar con
las mencionadas personalidades hopis. Tuvimos así la oportunidad de recorrer
juntos la Sierra Madre Occidental, esta vía natural por donde probablemente
pasaron las migraciones de las que guardan memoria, visitando sitios de arte
rupestre en los cuales figuran motivos tan significativos como, por ejemplo, el
del flautista (figs. 2, 3a y 3b) o el de la mujer con el famoso e inconfundible
peinado de mariposa, la Poli-in-mana, la joven mujer hopi.10
La tradición oral hopi y nuestra empresa académica tienen propósitos, vías
y funciones distintos. Sin embargo, es notable la sintonía entre estos trabajos y
los nuestros. Para analizarla, precisaremos primero el papel que desempeña-
ron en esta historia ciertos grupos de Michoacán. Con tal fin, revisaremos
brevemente la importancia de la presencia michoacana en la gran metrópoli
y el influjo teotihuacano en tierras occidentales. Después observaremos cómo
la destrucción violenta de la gran urbe y la consecuente diáspora de su pobla-
ción se ven reflejadas en una crisis en tierras michoacanas y cómo dicha crisis
propició a su vez la emigración de un grupo purépecha hacia el septentrión
chalchihuiteño,11 aportando a estas tierras remotas profundas transformacio-
maussel y Ortelli (coords.), op. cit., pp. 45-56; José Luis Punzo y Marie-Areti Hers (eds.), Historia
de Durango, Universidad Juárez del Estado de Durango, t. I (en prensa).
9. Secakuku, op. cit., p. 63.
10.  Contamos con el apoyo del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional
Autónoma de México y el Proyecto Las Vías del Noroeste (Conacyt 40611-S y papiit in 308602).
11.  La cultura chalchihuiteña floreció a lo largo de la Sierra Madre Occidental y tuvo tres grandes
periodos de desarrollo. En la primera etapa, entre 100 y 550 de la era, su territorio correspondió
al extremo sur de la cordillera en los estados actuales de Zacatecas y Jalisco. La segunda, entre
600 y 900, corresponde a una considerable expansión territorial en la parte durangueña de la
Sierra Madre. Finalmente, en la última etapa, el lado sureño de su territorio quedó abandonado,
mientras que otros grupos chalchihuiteños pervivieron unos siglos más en la sierra durangueña.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 9

río Colorado Hopi Chaco

Hohokam

río Grande

tradición chalchihuiteña
tra

río Lerma-Santiago

tradición
Chupícuaro-Loma Alta

Teotihuacan

� ��� ��� km.

1. Mapa general. Dibujo: M.A. Hers.


10 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

2. Petrograbados que se encuentran en Las Adjuntas,


municipio de Valparaíso, Zacatecas: panel con escenas
de migración y de conquista, dominadas por la figura
10 cms.
cm.
del flautista. Dibujo: M.A. Hers.

nes y difundiendo nuevas imágenes, saberes y prácticas. Nos detendremos en


los elementos que permiten reconocer el legado teotihuacano en este septen-
trión, antes de proseguir con las evidencias que atestiguan la fuerza y el deve-
nir de este antiguo Camino Real de Tierra Adentro, que por siglos comunicó
la Mesoamérica norteña con el universo de los Hisatsinom del Southwest.
Así, al final del recorrido, tendremos los elementos para valorar, a la luz de los
avances de la arqueología, la pertinencia de las propuestas de los sabios hopis.

Paradojas alrededor del tema de las migraciones

Antes de emprender este largo recorrido, nos detendremos en dos contradiccio-


nes estrechamente relacionadas. Por una parte, se puede apreciar que el tema de
las migraciones es el eje central en la tradición histórica de los pueblos antiguos y
actuales de los cuales nos ocuparemos, mientras que se le desdeña en la literatura
arqueológica. Por otra, se suele oponer el saber histórico científico a la tradición
mítica indígena. En nuestra propuesta seguimos un derrotero distinto al recono-
cer la importancia central de las migraciones y los contactos sobre extensos terri-
torios y, al mismo tiempo, el valor documental de la memoria histórica indígena.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 11

3. Petrograbado con la figura del flautista en la Mesa de la Cruz, Coscomate, municipio de


Guanaceví, Durango; a) foto: M.A. Hers y b) dibujo: M.A. Hers.

En la actual tradición oral hopi —así como en la antigua tradición histó-


rica de los pueblos que en el siglo xvi se consideraban originarios de Chico-
moztoc—, las migraciones constituyen el hilo conductor de la narración y el
cimiento esencial de su identidad. Obviamente, el término migración puede
referir a circunstancias históricas muy diversas para las cuales nuestra termino-
logía arqueológica resulta desesperadamente pobre. A este respecto, el trabajo
de Kelley Hays-Gilpin presenta una valiosa actualización del tema de las rela-
ciones entre arqueología y saber hopi, así como de sus migraciones. Resalta la
variedad de los grupos involucrados en las migraciones en cuanto a tamaño,
origen, recorridos y avatares de sus historias particulares, reportadas en sus
respectivas tradiciones orales. También, con base en los logros recientes de la
arqueología en el Southwest, reconoce la necesaria complementariedad entre
las indagaciones arqueológicas, el saber indígena y el papel fundamental que
desempeñaron las migraciones en la historia antigua del Southwest.12

12.  Al respecto, véase también, por ejemplo, Patrick D. Lyons, Ancestral Hopi Migrations, Tucson,
The University Press of Arizona (Anthropological Papers of the University of Arizona, 68), 2003.
12 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

Para el septentrión mesoamericano, el tema de las migraciones es también


particularmente relevante. Recordemos que se trata de un extenso territorio
donde la presencia mesoamericana no fue permanente. Prosperó durante el
primer milenio de la era como el fruto esencial de muy diversos movimien-
tos migratorios originarios del sur más que de desarrollos locales.13 En los
últimos siglos antes de la llegada de los españoles, estos territorios quedaron
abandonados por los pueblos del maíz que emprendieron el regreso a las tie-
rras de sus antepasados en el centro y el occidente. Se trata de los muy diver-
sos grupos que siglos después se reconocían a sí mismos como chichimecas
originarios de Chicomoztoc. Para entonces, el septentrión fue ocupado por
grupos de tradición norteña distinta, de cazadores recolectores conocidos en
el siglo xvi como chichimecas.
De ahí nació una confusión, que permanece hasta nuestros días, alrededor
de lo chichimeca. Al desconocer tanto el valor testimonial de la tradición
histórica de los chicomoztoquenses como los avances de la arqueología en el
norte del país, se sigue equiparando con los grupos chichimecas cazadores re-
colectores del siglo xvi a las poblaciones chichimecas mesoamericanas, las que,
procedentes del norte, fueron actores esenciales en los profundos cambios que
marcaron el Posclásico en el centro y el occidente del país. Tal confusión origi-
na la idea aún muy común de la inverosímil y súbita transformación de grupos
nómadas en pueblos constructores de edificios monumentales y forjadores de
imperios, como los tolteca-chichimecas de la poderosa Tula, los tarascos en
tierras michoacanas o los advenedizos mexicas.14
Recordemos que este vasto espacio, correspondiente al septentrión meso-
americano y al Southwest, conformó siglos después el septentrión novohis-
pano. Éste, en gran medida, fue colonizado, ahora bajo la égida de la cruz,
por mexicas, tlaxcaltecas, otomíes, purépechas y otros grupos del centro y el

13.  Para mayores consideraciones, véanse Ben A. Nelson y Destiny Crider, “Posibles pasajes
migratorios en el norte de México y el suroeste de los Estados Unidos durante el Epiclásico y el
Posclásico”, en Linda Manzanilla (ed.), Reacomodos demográficos del Clásico al Posclásico en el centro
de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones
Antropológicas, 2005, pp. 75-102; Beatriz Braniff y Marie-Areti Hers, “Herencias chichimecas”,
Arqueología, 2ª. serie, núm. 19, 1998, pp. 55-80.
14.  Marie-Areti Hers, Los toltecas en tierras chichimecas, México, Universidad Nacional Autónoma
de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 1989; Patricia Carot, “Reacomodos demográficos
del Clásico al Posclásico en Michoacán: el retorno de los que se fueron”, en Manzanilla (ed.),
op. cit., pp. 103-121.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 13

occidente, que precisamente conservaban el orgullo de su origen norteño en


la mítica Chicomoztoc y en la memoria de sus antiguas migraciones.15
Finalmente, advertimos que al extender nuestras indagaciones sobre es-
pacios tan dilatados —desde Teotihuacan hasta el cañón de Chaco— y por
ende, al reconocer la importancia que pudieron haber tenido en esta historia
antigua las migraciones, las peregrinaciones y el intercambio de imágenes,
bienes e ideas sobre grandísimas distancias, adoptamos una postura distinta a
la que prevalece actualmente. La actitud aislacionista predominante represen-
ta en gran medida una reacción a los excesos del difusionismo que marcaron
ciertos estudios sobre las relaciones entre Mesoamérica y el Southwest hace
algunas décadas.16 En nuestros días es común que el estudioso reduzca a su
propio espacio de trabajo, necesariamente limitado, el universo en el cual se
movieron y se desarrollaron las antiguas poblaciones que se propone estudiar,
dándose a menudo la imagen de antiguas poblaciones ancladas en el estricto
espacio de su sobrevivencia. De esta manera, la arqueología del norte de Méxi-
co, y en cierta medida del Southwest, suele crear una imagen muy estática del
pasado. Esto contrasta notablemente con el panorama que ofrecen las tradi-
ciones históricas indígenas y los estudios históricos del periodo colonial, con
migraciones decisivas en el devenir de muchas regiones y con movimientos
de personas e ideas sobre distancias asombrosas. Hechas estas advertencias,
iniciemos nuestro recorrido.

Teotihuacan y los antiguos purépechas

Como señalamos, historiadores hopis coincidieron entre sí en considerar que


la metrópoli de Teotihuacan —la ciudad de la serpiente emplumada y de las
15.  Danna Levín Rojo, “La búsqueda del Nuevo México: un proceso de-migratorio”, en Carlo
Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noroeste I: una macrorregión indígena americana, México,
Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas, 2006,
pp. 133-170.
16.  Un ejemplo particularmente emblemático de estos excesos lo da Charles di Peso, quien
enmarca las relaciones entre Paquimé y el mundo mesoamericano directamente con la zona
nuclear, sin tomar en consideración el vasto espacio septentrional intermedio: Casas Grandes.
A Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca, Dragoon/Flagstaff, The Amerind Foundation,
Northland Press, 1974, vols. 1-3. La misma identificación de este sitio como un gran centro de
intercambios comerciales ha sido fuertemente cuestionada desde entonces: Curtis Schaafsma F. y
Carroll L. Riley (eds.), The Casas Grandes World, Salt Lake City, The University of Utah Press, 1999.
14 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

grandes pirámides pintadas de rojo— tuvo un papel destacado en la remota


historia de varios de los grupos que conservan la memoria de un origen su-
reño. ¿Qué podemos decir al respecto desde la perspectiva de la arqueología?
¿De cuál Teotihuacan se trata?
En primer lugar, ahora podemos entender mejor cuál parece haber sido el
papel de Teotihuacan en la gesta mesoamericana en el vasto septentrión. Hasta
hace poco tiempo se había propuesto que se trataba ante todo de los intereses
económicos de una poderosa metrópoli por algunos tipos de productos. Así,
se había supuesto que la chalchihuiteña Alta Vista había sido fundada por
emisarios teotihuacanos para adquirir los productos de la minería local o para
controlar una hipotética ruta de la turquesa. Estas hipótesis no se han compro-
bado por falta de evidencias concretas. Recientemente, después de dece­nios
de trabajos en Alta Vista, J. Charles Kelley y Ellen Abbott descartaron que la
minería chalchihuiteña hubiera desempeñado un papel más allá de un nivel
meramente local;17 los trabajos recientes en sitios chalchihuiteños de Durango
vinieron a consolidar las serias dudas que se habían expresado sobre la existen-
cia de esta ruta de la turquesa entre Teotihuacan y el Southwest.18
Sin embargo, las nuevas evidencias disponibles no refutan la importan-
cia de Teotihuacan para el septentrión. Al contrario, consolidan la tesis defen-
dida desde tiempo atrás por J. Charles Kelley sobre el papel que desarrollaron
en el septentrión un grupo de importantes personalidades de la elite intelec-
tual teotihuacana, en particular de astrónomos. También confirman su pro-
puesta de que estos fuereños, partícipes del ecúmene teotihuacano, habrían
sido originarios del occidente.19 Nuestra aportación consiste, como veremos,
en documentar más ampliamente estas primeras propuestas y, sobre todo, en
ubicar esta decisiva intervención teotihuacana en un contexto histórico muy
distinto al de un centro dominante en expansión. Para rastrear estas circuns-
17.  J. Charles Kelley y Ellen Abbott, “The Archaeoastronomical System in the Río Colorado
Chalchihuites Polity, Zacatecas: An Interpretation of the Chapín I Pecked Cross-Circle”, en
Michael Foster y Shirley Gorenstein (eds.), Greater Mesoamerica. The Archaeology of West and
Northwest Mexico, Salt Lake City, The University of Utah Press, 2000, pp. 181-195.
18.  Los argumentos al respecto son múltiples: la ausencia de turquesa en Teotihuacan; la
abundante presencia de este mineral en la parte zacatecana del territorio chalchihuiteño entre
600 y 900 de la era, cuando ya se había derrumbado la poderosa metrópoli, y su ausencia casi
completa en la parte durangueña, la más norteña de este territorio, es decir, sobre lo que habría
sido la vía natural hacia el Southwest.
19.  Anthony F. Aveni et al., “Alta Vista (Chalchihuites), Astronomical Implications of a Meso-
american Ceremonial Outpost at the Tropic of Cancer”, American Antiquity, núm. 47, 1982, p. 331.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 15

tancias, primero necesitamos reconocer la relevancia de los lazos que tuvieron


antaño grupos purépechas con la inigualable ciudad, desde sus orígenes hasta
su dramático final con la diáspora de su población ilustrada.
Tradicionalmente, la historia purépecha o tarasca se inicia a partir de la
tardía formación del imperio tarasco en el siglo xiii. Recientemente, el avan-
ce de los estudios arqueológicos en Michoacán ha permitido establecer una
secuencia mucho más larga. En efecto, los trabajos en el sitio de Loma Alta,
en medio de la antigua laguna de Zacapu, han documentado una larga y con-
tinua ocupación desde, por lo menos, la tradición Chupícuaro. Una de las
etapas decisivas en la conformación de la cultura purépecha es precisamente la
fase Loma Alta (100 a.C.–550 d.C.) que deriva de Chupícuaro20 y a lo largo
de la cual grupos michoacanos entablaron relaciones muy estrechas con la
metrópoli teotihuacana.
Estas relaciones tuvieron como antecedente los fuertes lazos estableci-
dos entre Chupícuaro y comunidades de los valles de México y de Puebla-
Tlaxcala durante el Preclásico tardío. Luego perduraron cuando, al inicio de
la era, Teotihuacan se transformó en un poderoso centro ceremonial21 y se
mantuvieron a todo lo largo de la fase Loma Alta y del desarrollo urbano de
Teotihuacan hasta el dramático final de la metrópoli hacia 575 de nuestra
era.22 Como es de esperar, faltan todavía muchos elementos para entender
la naturaleza de estas relaciones a lo largo de tantos siglos. Sin embargo, que-
remos señalar que, más allá del eventual interés de algunos grupos de elite
michoacanos por procurarse bienes de prestigio ligados con la metrópoli o
hipotéticos intereses económicos expansionistas de la urbe, los datos apun-
tan en particular hacia la importancia que tuvo para estos grupos purépechas
el ritual, el lenguaje visual de la pintura-escritura y el saber astronómico del
gran centro cosmopolita.
Las relaciones entre Michoacán y Teotihuacan fueron resaltadas a raíz de las
excavaciones de un conjunto residencial al oeste de la ciudad, llamado la Es-

20.  Para mayor información sobre las relaciones entre las tradiciones Chupícuaro, Queréndaro,
Morales, Mixtlán y Loma Alta, véase Carot, Le site de Loma Alta…, op. cit.
21.  Recordemos los trabajos de Eduardo Noguera en el interior de la pirámide del Sol, en los
cuales detectó la presencia de materiales de origen michoacano: “Antecedentes y relaciones de
la cultura teotihuacana”, El México Antiguo, t. III, núms. 5-8, 1935, pp. 3-95.
22.  Linda Manzanilla, “Teopancazco: un conjunto residencial teotihuacano”, Arqueología
Mexicana, vol. XI, núm. 64, 2003, pp. 50-53; “Nuevos datos sobre la cronología de Teotihuacan.
Correlación de técnicas de fechamiento”, en Daneels (ed.), op. cit., pp. 25-28.
16 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

tructura 19, ocupado por habitantes originarios de esta región.23 Así lo indica
la presencia de diversos elementos foráneos. Entre éstos, destaca un conjunto
de tumbas de tiro que presentan similitudes con una tradición que remontaría
a Chupícuaro y se prolongó durante la fase Loma Alta.24 También se cuenta
con tipos cerámicos procedentes de estas tierras occidentales. Se trata de las va-
sijas esgrafiadas con un relleno de pigmentos rojo y verde y las decoradas con
el llamado estilo Cherán, además de un tipo particular de figurillas femeninas
y obsidiana procedente de Zinapécuaro. Finalmente, se reconoce un tipo de
deformación craneana propio de Michoacán y en Teotihuacan presente exclu-
sivamente en este conjunto 19.25
Es interesante señalar que el estilo Cherán se caracteriza ante todo por una
peculiar técnica pictórica poscocción propia de Michoacán, que definiremos
más adelante, a menudo confundida con la cerámica estucada de Teotihuacan
y con la seudocloisonné, de la cual trataremos más abajo. Resulta curioso que
las piezas encontradas en Teotihuacan presentan una iconografía relativamen-
te simple, en esencial geométrica,26 mientras que en las procedentes de Mi-
choacán se reconoce la expresión plena de la iconografía teotihuacana.27 Estos
ejemplares atestiguan que los creadores adquirieron en su tierra michoacana
de origen el dominio de esta delicada técnica pictórica y que, además, habían
tenido la oportunidad de recibir en la metrópoli la enseñanza del complejo
saber propio de su lenguaje visual. Así, en las piezas de estilo Cherán (que

23.  Sergio Gómez Chávez, “Presencia del occidente de México en Teotihuacan: aproximaciones
a la política exterior del Estado teotihuacano”, en María Elena Ruiz Gallut (ed.), Memoria de la
Primera Mesa Redonda de Teotihuacan. Ideología y política a través de materiales, imágenes y sím-
bolos, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional de Antropología
e Historia, 2002, pp. 563-625.
24.  Véronique Darras y Brigitte Faugère, “Chupícuaro, entre el occidente y el altiplano central.
Un balance de los conocimientos y las nuevas aportaciones”, en Brigitte Faugère (coord.), Dinámicas
culturales entre el occidente, el centro-norte y la cuenca de México, del Preclásico al Epiclásico, Zamora,
El Colegio de Michoacán-Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 2007, pp. 65-66,
figs. 4-5; Grégory Pereira, “Costumbres funerarias y sociedad del Clásico tardío en la cuenca de
Zacapu, Michoacán”, Arqueología, 2ª época, núm. 18, 1997, pp. 61-84.
25.  Grégory Pereira, Potrero de Guadalupe. Anthropologie funéraire d’une communauté pré-tarasque
du nord du Michoacan, Oxford, British Archaeological Reports (bar International Series, 816), 1999.
26.  Sergio Gómez Chávez y Julie Gazzola, “Análisis de las relaciones entre Teotihuacan y el
occidente de México”, en Faugère (coord.), op. cit., pp. 113-135.
27.  Véanse, por ejemplo, Eduardo Matos e Isabel Kelly, “Una vasija que sugiere relaciones entre
Teotihuacan y Colima”, en Betty Bell (ed.), Archaeology of  West Mexico, Ajijic, Sociedad de Estudios
Avanzados del Occidente de México, 1974, pp. 202-205, y Carot, “Reacomodos…”, op. cit., fig. 3.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 17

4. Vasija con decoración de estilo Cherán, Michoacán, de procedencia desconocida.


Actualmente se encuentra en la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio
Cultural del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en el ex-convento de Churubusco.
Foto: M.A. Hers. conaculta-inah-méx. “Reproducción autorizada por el Instituto
Nacional de Antropología e Historia”.

ilustramos aquí), vemos desfilar a importantes dignatarios teotihuacanos entre


conjuntos de glifos (figs. 4 y 5).
Por otra parte, en cuanto a las creencias religiosas, es oportuno señalar la
presencia de efigies de la divinidad del dios del fuego tanto en Teotihuacan
como en tierras purépechas durante la fase Loma Alta (fig. 6).28
Paralelamente a esta significativa presencia purépecha en la gran urbe,
tenemos en tierras michoacanas objetos directamente relacionados con Teo-
tihuacan, como las inconfundibles navajas prismáticas de obsidiana verde
­procedente de la sierra de las Navajas, Hidalgo. Se trata de objetos de muy alto
rango en la parafernalia ritual, como lo sugiere el hecho de que en el ­centro
ceremonial de Loma Alta fueron encontrados exclusivamente en el contex­
to funerario.29

28.  Patricia Carot, “A propos de la découverte d’un lot de sculptures sur le site de Loma Alta,
Zacapu, Michoacan”, Trace, núm. 31, 1997, pp. 64-69, fig. 1.
29.  Todas las navajas fueron quebradas intencionalmente en dos o tres segmentos y se encon-
traron sin huella de uso, por lo que parecen haber sido destinadas al autosacrificio. Carot, Le site
de Loma Alta…, op. cit., 2001.
18 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

5. Fragmentos de una vasija de estilo Cherán, procedente de Loma Alta, Zacapu,


Michoacán. Foto: Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca).
conaculta-inah-méx. “Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de
Antropología e Historia”.

Pensar el tiempo en Teotihuacan:


los marcadores astronómicos y el espejo de pirita

Finalmente, son de particular importancia para el tema que nos ocupa dos ele-
mentos de origen teotihuacano estrechamente relacionados con la función de
los sabios encargados de pensar el tiempo, de predecir el futuro, de ubicar a la
humanidad en la marcha del cosmos. Se trata de los marcadores astronómicos30
30.  Recordemos que los marcadores astronómicos de tradición teotihuacana son conjuntos
de puntos grabados en la roca o incisos en pisos que forman, con algunas variantes, dos o más
circunferencias concéntricas y un par de líneas que se cruzan en el centro común. Su función
astronómica se infiere del conteo de los puntos que corresponden a cifras relevantes en el ca­
lendario mesoamericano y en la orientación de las rectas. Preferimos este término al de cruces
punteadas —pecked crosses— utilizado por algunos autores, porque es más preciso en cuanto a
la función de esta figura. Véanse Anthony F. Aveni et al., “The Pecked Cross Symbol in Ancient
Mesoamerica”, Science, vol. 202, 1978, pp. 267-279; Anthony F. Aveni y Horst Hartung, “Las
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 19

6. Efigie del dios del fuego, procedente del sitio de Loma Alta, Zacapu, Michoacán.
Dibujo: Françoise Bagot.

y de los espejos con mosaico de pirita que, como veremos, acompañaron a los
mesoamericanos en sus andanzas en el septentrión.31
En efecto, la presencia de un marcador astronómico sobre el piso de un
pórtico de la mencionada Estructura 1932 puede considerarse un indicio de
que entre los pobladores michoacanos del conjunto figuraban importantes
dignatarios que participaban del saber astronómico de la metrópoli. Tal idea
se refuerza por la presencia en tierras michoacanas de por lo menos cuatro de
estos marcadores circulares: un par en Angangueo,33 en medio del territorio
de las mariposas monarca; uno en Purépero, al oeste de la ciénega de Zacapu,34
y el cuarto en Quiringüicharo, al suroeste de La Piedad.35 A estos cuatro he-

cruces punteadas en Mesoamérica: versión actualizada”, Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana,


núm. 4, julio de 1985, pp. 3-13; y Daniel Flores et al., “Sobre el trópico en un mar de lava: análisis
astronómico, arqueológico e iconográfico en el septentrión mesoamericano”, en Bonfiglioli et al.
(eds.), Las vías del noroeste II…, op. cit., pp. 237-282.
31.  Hers, “La Sierra Madre Occidental o el sendero del tolteca chichimeca y del uacusecha”, en
Miradas renovadas al occidente de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-
Instituto de Investigaciones Estéticas (en prensa).
32. Gómez, op. cit., p. 606, foto 17.
33.  Daniel Flores, comunicación personal, febrero de 2008.
34.  Anthony F. Aveni y Horst Hartung, “Note on the Discovery of Two New Pecked Cross
Petroglyphs”, Archaeoastronomy, vol. V, núm. 3, 1982, fig. 2; y Rubén Cabrera Castro, comuni-
cación personal, marzo de 2008.
35.  Alejandro Olmos Curiel, Ruta arqueológica de Michoacán. Zonas arqueológicas, pinturas
rupestres y petrograbados, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán/Consejo Nacional para la
20 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

mos de añadir el del cerrito de la Campana, cercano a Temazcalcingo, en el


extremo oeste del Estado de México, en la cuenca del Lerma que constituye la
ruta natural hacia el occidente y el noroeste.36
El hallazgo de estos marcadores ha sido azaroso porque en general se
encuen­tran aislados en el monte, en puntos propicios para la observación as-
tronómica, pero, salvo excepciones, aislados de los antiguos asentamientos.37
A este respecto, el marcador del cerrito de la Campana es el mejor documen-
tado por encontrarse en un asentamiento de clara filiación teotihuacana, tal
como se evidencia en su cerámica y en diversos elementos de su arquitectura.38
Es muy probable, pues, que aún falten muchos marcadores por encontrar
en toda Mesoamérica.39 Sin embargo, es notable que, junto con los del área
maya,40 es en occidente donde más se han encontrado ejemplares de este sin-

Cultura y las Artes, 2006, pp. 70-71; Armando Nicolau Romero et al., “Un marcador solar en
Quiringüicharo, Michoacán”, http://rupestreweb.tripod.com/solar.html (consultado en 2003);
Agapi Filini y Efraín Cárdenas García, “El Bajío, la cuenca de Cuitzeo y el Estado teotihuacano.
Un estudio de relaciones y antagonismos”, en Brigitte Faugère (coord.), op. cit., pp. 137-154.
36.  William J. Folan y Antonio Ruiz Pérez, “The Difusion of Astronomical Knowledge in Greater
Mesoamerica: The Teotihuacan-Cerrito de la Campana-Chalchihuites-Southwest Connection”,
Archaeoastronomy, vol. III, núm. 3, 1980, pp. 20-25; William J. Folan et al., “La iconografía de
Huamango, municipio de Acambay, Estado de México: un centro regional otomí de los siglos
ix al xiii”, en Barbro Dahlgren et al. (eds.), Homenaje a Román Piña Chan, México, Universidad
Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1987, pp. 411-453;
William J. Folan et al., Cerrito de la Campana: una avanzada en la ruta de Teotihuacan al noroeste
de la Gran Mesoamérica, 2ª ed., Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1994.
37.  El marcador de Purépero se encuentra en las faldas del cerro del Tlacuache, al sur del
poblado y próximo a un sitio arqueológico. Sin embargo, son pocos los datos al respecto porque
solamente se cuenta con un reconocimiento preliminar de Rubén Cabrera Castro y el propio
marcador ha sido removido de su lugar original.
38.  Precisemos que se ignora su posición original en el sitio, porque se encuentra sobre la cara
vertical de un gran bloque rocoso que, en un momento dado, fue incorporado en un muro que
rodea parte del sitio.
39.  Un buen ejemplo de esto lo proporciona el hallazgo de un marcador circular en un asenta-
miento del Clásico, a la entrada del poblado actual de Río Grande de Tututepec, en la costa
mixteca de Oaxaca. Véase Roberto Zárate Morán, “Tres piedras grabadas en la región oaxaqueña”,
Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 7, abril de 1986, pp. 75-76, fig. 3.
40.  Por ejemplo, los tres reportados en Uaxactún y el de Seibal: Aveni et al., “The Pecked Cross…”,
op. cit., 1978; Aveni y Hartung, “Las cruces punteadas…”, op. cit., 1985, y el encontrado en una
cueva de la red del río Candelaria, en el norte de la Alta Verapaz: Patricia Carot, “Arqueología
de las cuevas del norte de Alta Verapaz”, Cuadernos de Estudios Guatemaltecos, México, Centre
d’Études Mexicaines et Centraméricaines, núm. 1, 1989.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 21

gular elemento fuera de la metrópoli teotihuacana y de su región aledaña. En


este caso, los marcadores mencionados de los actuales estados de México y
Michoacán han de ubicarse en el contexto más amplio de una ruta que, como
veremos, alcanzará el septentrión al derrumbarse la ciudad sagrada de Teoti-
huacan y dispersarse sus habitantes.
Como ya señalamos, en el ecúmene teotihuacano también tuvo relevancia
otro objeto relacionado con el arte de pensar el tiempo y predecir el futuro y
que desempeñó un papel significativo en las relaciones con el Southwest. Se
trata del espejo de mosaico de pirita41 sobre soporte de pizarra.42 Las excava-
ciones en las pirámides de Quetzalcoatl y de la Luna, así como los hallazgos en
el interior de la cueva de la pirámide del Sol, han demostrado la importancia
de los espejos con mosaico de pirita en la parafernalia relacionada con los es-
pacios más sagrados de la ciudad.43 Se relacionan con el sacrificio humano y la

41.  Recordemos que en la mayoría de los casos las finas teselas de pirita se oxidaron con rapidez
y a menudo han desaparecido totalmente o sólo dejaron una sustancia amarillenta o rojiza sobre
el soporte de pizarra, liso o a veces decorado en el dorso.
42.  Alfred V. Kidder et al., Excavations at Kaminaljuyu, Guatemala, Washington, D.C., Car­
negie Institution of Washington (Publication 561), 1946; Harold Gladwin et al., Excavations at
Snaketown; Material Culture, Tucson, The University of Arizona Press, 1965 [primera ed., 1937];
Peter Furst, “Shaft-Tombs, Shell Trumpets and Shamanism: A Culture-Historical Approach to
Problems in West Mexican Archaeology”, tesis de doctorado, Los Ángeles, University of Califor-
nia, 1966; Karl Taube, “The Iconography of Mirrors at Teotihuacan”, en Janet Catherine Berlo
(ed.), Art, Ideology, and the City of Teotihuacan. A Symposium at Dumbarton Oaks (October 1988),
Washington, Dumbarton Oaks (Research Library and Collection), 1992, pp. 169-204; Mary
Ellen Miller y Karl Taube, An Illustrated Dictionary of the Gods and Symbols of Ancient Mexico and
the Maya, Londres, Thames and Hudson, 1997; Hers, “La Sierra Madre…”, op. cit. (en prensa).
A veces el soporte es de cerámica, como en un ejemplar procedente del lago de Chapala (Furst,
op. cit., lám. 46) y el de Alta Vista, del que hablaremos más adelante. Además, en algunos casos
se aprovechó una placa de pizarra recubierta de una capa natural de pirita. Se trata del espejo
encontrado en Tequisquiapan, Querétaro, que destaca por estar decorado con una escena muy
similar al famoso espejo de Kaminaljuyu (Gordon Ekholm, “A Pyrite Mirror from Queretaro,
Mexico”, Notes on Middle American Archaeology and Ethnology, núm. 53, julio de 1945, pp. 178-
180) y de ejemplares en la tumba de tiro de Las Cebollas, Tequilita, Nayarit (Furst, op. cit., p. 182).
43.  Daniel Rubín de la Borbolla, “Teotihuacan: ofrendas de los templos de Quetzalcoatl”, Anales
del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1947, vol. 2, pp. 61-72, fig. 14; Saburo
Sugiyama, “Descubrimientos de entierros y ofrendas dedicadas al Templo Viejo de Quetzalcoatl”,
en Rubén Cabrera Castro et al. (coords.), Teotihuacan 1980-1982; nuevas interpretaciones, México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia (Colección Científica, 227), 1991, pp. 312-319;
Saburo Sugiyama y Rubén Cabrera Castro, “The Moon Pyramid Burials”, en Saburo Sugiyama
(ed.), Voyage to the Center of the Moon Pyramid. Recent Discoveries in Teotihuacan, México, Con-
22 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

guerra y están constantemente asociados con los llamados excéntricos de ob-


sidiana que representan figuras humanas, la serpiente cornuda y emplumada
y la serpiente-flecha-relámpago. Hasta ahora se ignora el lugar especializado
donde se fabricaban estos espejos, pero destacan por su amplia distribución en
casi toda Mesoamérica. Su valor parece deberse al papel que desempeñaban
en el arte de la adivinación, tal como han sido interpretados por su forma y
por los contextos iconográficos con los cuales están relacionados.44 Estos espe-
jos pertenecían probablemente a altos personajes que cumplieron una función
particularmente importante en las redes de relaciones sobre grandes distan-
cias, desde tiempos teotihuacanos hasta los de los guerreros toltecas.
En tierras purépechas y en vista de las estrechas relaciones que se tenían
con la metrópoli, no extraña la presencia de estos poderosos objetos, cargados
de simbolismo. Uno figura en la indumentaria del personaje teotihuacano de
una vasija de Loma Alta realizada en el estilo Cherán (fig. 5).45 En la cuenca de
Cuitzeo destaca el espejo procedente de Queréndaro que ostenta inconfundi-
bles signos teotihuacanos relacionados con el fuego, y en el cercano poblado
de Álva­ro Obregón se halló otro ejemplar decorado con el motivo del águi-
la, representado en el estilo propio de la gran urbe.46 Entre los materiales de
Huandacareo de las tumbas 1, 2 y 6 y el entierro 71, cuya cronología resulta
confusa, se encontraron otros ejemplares sin decorar.47 El valor atribuido a
estos objetos era tal que su uso perduró entre los personajes michoacanos im-
portantes después del final de la gran metrópoli, durante el Epiclásico y hasta
el inicio del Posclásico en el siglo x.48

sejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional de Antropología e Historia/Arizona


State University, 2004, pp. 20-22; Doris Heyden, “Una interpretación en torno a la cueva que se
encuentra bajo la pirámide del Sol en Teotihuacan”, en Eduardo Matos (ed.), La pirámide del Sol,
Teotihuacan. Antología, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia/Artes de México/
Fundación Cultural Domecq, 1995, p. 287, fig. 2.
44. Taube, op. cit., 1992.
45.  Carot, “Reacomodos…”, op. cit., 2005, fig. 3.
46.  Agapi Filini, The Presence of Teotihuacan in the Cuitzeo Basin, Michoacan, Mexico. A World-
system perspective, Oxford (bar International Series, 1279), 2004, p. 59, fig. 5.3.u; Filini y
Cárdenas, op. cit., fig. 8.
47.  Angelina Macías Goytia, Huandacareo: lugar de juicios, tribunal, México, Instituto Nacional
de Antropología e Historia (Colección Científica), 1990. Recordemos además el ya citado espejo
procedente de Tequisquiapan, Querétaro.
48. Pereira, Potrero de Guadalupe…, op. cit.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 23

7. Vasija policroma con motivo del mito


de la creación con la representación del
Monstruo de la Tierra —caimán de doble
cabeza, Cipactli, cortado en dos por unas
lanzas antropomorfizadas y transformado en
serpientes para formar el cielo y la tierra—
procedente del sitio de Loma Alta, Zacapu,
Michoacán. Foto: Centro de Estudios
Mexicanos y Centroamericanos (cemca).
conaculta-inah-méx. “Reproducción
autorizada por el Instituto Nacional de
Antropología e Historia”.

Finalmente, antes de proseguir es pertinente recalcar que en esta comple-


ja realidad del Clásico temprano confluyeron en tierras michoacanas las tres
tradiciones pictóricas que mencionamos: la esgrafiada (rellenada poscocción
con pigmentos rojo y verde), la de estilo Cherán y la caligráfica de Loma
Alta propiamente dicha (figs. 7 y 8). Se diferencian por sus técnicas, pero
también por su trazo y su corpus iconográfico. Tuvieron probablemente un
origen distinto, aún por dilucidar. Como vimos, las dos primeras intervi-
nieron en los intercambios con Teotihuacan, mientras que, curiosamente, la
tercera apenas penetró en el ámbito artístico de la metrópoli. Con los cam-
bios que marcaron el paso al periodo siguiente, las dos primeras desapare-
cieron, mientras que la de Loma Alta tuvo un destino muy singular, ligado,
como veremos, a la emigración hacia el norte de una parte de esta antigua
población purépecha.
24 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

El fin de la metrópoli teotihuacana


y las rupturas en el mundo purépecha

Hacia 575, la gran crisis que desató el fin de la metrópoli, la destrucción de


sus espacios sagrados y de sus imágenes49 y la diáspora de su elite parece haber
influido profundamente y de modo diverso en el universo purépecha: por una
parte, se reconoce un afán por recrear localmente un mundo perdido y reto-
mar formas antiguas teotihuacanas; por otra, se hace patente una crisis social
que llevó a severos desgarramientos.
Reconocemos, en efecto, en tierras michoacanas, el impacto de la diás-
pora teotihuacana en sitios como Tingambato, con la copia formal mas no
estructural del famoso talud tablero o la presencia de los espejos con mosaico
de pirita. También vemos reflejada la influencia de esta elite portadora de la
herencia teotihuacana en la iconografía de obras decoradas al seudocloisonné,
como en las encontradas en Jiquilpan.50 Precisemos al respecto que la técnica
al seudocloisonné se había desarrollado desde siglos atrás, aplicada sobre diver-
sos tipos de materiales, tanto en la fase Canutillo de la cultura chalchihuite-
ña51 como en la cultura de las tumbas de tiro del occidente.52 No obstante, la
técnica alcanzó su auge tanto en el occidente como en tierras chalchihuiteñas
entre 600 y 850, cuando se aplicó sobre vasijas de barro.53 Es significativo
también que el auge de esta técnica marque al mismo tiempo la desaparición
de la técnica del estilo Cherán, con la cual presenta similitudes en los tipos de

49.  Manzanilla, “Teopancazco…”, op. cit.; “Nuevos datos…”, op. cit.; Leonardo López Luján
et al., “La destrucción del cuerpo. El cautivo de mármol de Teotihuacan”, Arqueología Mexicana,
vol. xi, núm. 65, 2004, pp. 54-59; “The Destruction of Images in Teotihuacan: Anthropomor-
phic Sculpture, Elite, Cults, and the End of a Civilization”, Res, núms. 49-50, primavera-otoño
de 2006, pp. 12-39.
50.  Eduardo Noguera, “Exploraciones en Jiquilpan”, Anales del Museo Michoacano, 2ª época,
núm. 3, 1944, pp. 37-54, y Hers, “Un nuevo lenguaje visual en tiempos de rupturas”, en Hers
(ed.), Miradas renovadas al occidente de México, op. cit.
51.  Hers, “La pintura seudocloisonné, una manifestación temprana en la cultura Chalchihuites”,
Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. xiv, núm. 53, 1983, pp. 25-39.
52.  Jorge Ramos y Lorenza López Mestas, “Datos preliminares sobre el descubrimiento de
una tumba de tiro en el sitio de Huitzilapa, Jalisco”, Ancient Mesoamerica, Cambridge University
Press, núm. 7, 1996, pp. 121-134.
53.  Para un amplio estudio sobre la tradición pictórica al seudocloisonné, véase Thomas Holien,
“Mesoamerican Pseudo-Cloisonné and other Decorative Investments”, tesis de Doctorado en
Antropología, Southern Illinois University, 1977.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 25

8. Vasija policroma con motivo de una figura compuesta con los


brazos levantados, cola de serpiente asociada a huellas de pisadas de
ave, procedente del sitio de Loma Alta, Zacapu, Michoacán. Foto:
Hérbert Pérez. conaculta-inah-méx. “Reproducción autorizada
por el Instituto Nacional de Antropología e Historia”.

tierras arcillosas y el recorte de las figuras, pero también claras diferencias en el


procedimiento seguido para lograr la policromía.54
En otros lugares, como en la laguna de Zacapu, los cambios parecen haber
sido aún más profundos, ocasionando una crisis religiosa y política que cul-
minó con el éxodo de una parte de la población hacia tierras norteñas. Ahí,
en efecto, en el mismo periodo de finales del siglo vi, se ha documentado una
marcada ruptura que corresponde al final de la fase Loma Alta y de su singular
arte figurativo. En el sitio ceremonial y monumental de Loma Alta —que se

54.  En el estilo Cherán se levantan partes de las capas sobrepuestas de distintos colores hasta
alcanzar la del color deseado; en la técnica al seudocloisonné primero se recorta una capa base,
en general de tono oscuro, dejando solamente el contorno de los motivos y luego se rellenan los
espacios vaciados con distintos colores.
26 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

caracteriza por combinar una arquitectura con patio hundido cuadrangular


y otra de patrón circular55 al modo de los sitios del Bajío en el Clásico—,56
esta ruptura fue marcada por una solemne ceremonia de clausura y el entierro
de esculturas en una fosa construida especialmente para este propósito.57 Se
trata de un importante depósito constituido por una cuarentena de esculturas
que se pueden considerar tharés o imágenes purépechas de antepasados divi-
nizados. Antes del entierro, gran parte de ellas fueron ritualmente quebradas,
“matadas”, para despojar a estos objetos rituales de su poder intrínseco. Un
destino similar tuvo la mencionada vasija ceremonial tipo Cherán, decorada
con la imagen de un dignatario teotihuacano que porta el espejo dorsal y de la
cual sólo se depositaron algunos fragmentos junto con las esculturas. Podemos
apreciar así que se trató de un momento de suma gravedad e importancia,
reflejo de una drástica ruptura en el culto asociado a estas imágenes (fig. 5).

Diáspora uacusecha en territorio chalchihuiteño

A juzgar por el destino de las imágenes de la tradición Loma Alta, la crisis en


el mundo purépecha parece haber sido no solamente política sino también ar-
tística y religiosa. En la siguiente fase Lupe desaparece la figuración después de
siglos de desarrollo del arte característico de Loma Alta. Pero estas imágenes y
las ideas que las sostenían y engendraban no desaparecieron y así podemos
55.  Patricia Carot y Marie-France Fauvet-Berthelot, “La monumentalidad del sitio de Loma
Alta revelada por métodos de prospección geofísica”, en Eduardo Williams y Phil Weigand (eds.),
Las cuencas del occidente de México, época prehispánica, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1996,
pp. 83-102; Patricia Carot et al., “La arquitectura de Loma Alta, Zacapu, Michoacán”, en Ricardo
Ávila et al. (eds.), El occidente de México. Arqueología, historia y medio ambiente. Perspectivas regio-
nales. Actas del IV Coloquio de Occidentalistas, Guadalajara, Universidad de Guadalajara/Instituto
Francés de Investigación Científica para el Desarrollo en Cooperación, 1998, pp. 345-361.
56.  Efraín Cárdenas García, “La arquitectura de patio hundido y las estructuras circulares en
el Bajío: desarrollo regional e intercambio cultural”, en Eduardo Williams y Phil C. Weigand
(eds.), Arqueología y etnohistoria. La región del Lerma, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999,
pp. 41-73; El Bajío en el Clásico: análisis regional y organización política, Zamora, El Colegio de
Michoacán (Investigaciones), 1999.
57.  Carot, “A propos…”, op. cit., 1997; “Reacomodos…”, op. cit., 2005; Patricia Carot, “Cuando
se abandonaron las imágenes sagradas: un ritual de clausura purépecha del siglo vi en Loma Alta,
Zacapu, Michoacán”, en Guilhem Olivier (coord.), Símbolos de poder en Mesoamérica, México,
Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas/Instituto de
Investigaciones Antropológicas, 2008, pp. 231-262.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 27

seguir su camino al norte, que fue el que tomaron las comunidades michoa-
canas que emigraron. Se dirigieron al norte y se instalaron entre la población
chalchihuiteña en un periodo también marcado por cambios significativos,
alrededor de 550-600 de la era, correspondiendo al paso de la fase Canutillo a
la de Alta Vista-Vesuvio en Zacatecas y al inicio de la fase Ayala-Las Joyas en
Durango.58
Estos cambios pertenecen a ámbitos distintos pero relacionados entre sí. Se
reconocen en particular los siguientes rasgos: el desarrollo de un arte figurativo
después de siglos de la fase Canutillo con una gráfica restringida a motivos
geométricos; nuevas costumbres funerarias con entierros directos en posición
flexionada sedente y con casos de cremación; nuevas redes comerciales que
proveyeron de piedras verdes como la amazonita y la turquesa, y, sobre todo,
para el tema que nos ocupa, una considerable expansión territorial en lo que
es ahora la Sierra Madre Occidental durangueña. En estas circunstancias, se
entretejieron estrechas relaciones con poblaciones del Southwest, en particu-
lar en las fases Snaketown, Gila Butte y Santa Cruz, y Sacaton del Formativo
tardío de la cultura hohokam (700-1100 d.C.). Pero antes de ir más adelante,
detengámonos en este nuevo escenario en el septentrión mesoamericano.
La presencia de herederos de la tradición Loma Alta se reconoce ante todo
por el énfasis novedoso en la figuración, así como también por la presencia de
diversos motivos que se fusionaron con la iconografía chalchihuiteña como,
por ejemplo, el del hombre-serpiente.59 En ciertas vasijas, procedentes de La
Quemada, resalta la combinación de motivos propios de la caligrafía Loma
Alta con otros del repertorio chalchihuiteño.60 En varios de estos casos, se
aplicó además una refinada técnica de decoración al negativo y con policromía
de evidente origen Loma Alta.61

58.  La fase Alta Vista-Vesuvio se fecha entre 550 y 850-900 de la era y la fase Ayala-Las Joyas
entre 600 y 900-1000.
59. Carot, Le site de Loma Alta…, op. cit., figs. 136-138.
60.  Peter Jiménez Betts y J. Andrew Darling, “Archaeology of Southern Zacatecas. The Malpaso,
Juchipila, and Valparaiso-Bolaños Valleys”, en Foster y Gorenstein (eds.), op. cit., fig. 10-10. En
el ejemplo de esta vasija se reconoce, en el friso superior, el motivo compuesto chalchihuiteño de
un animal con largo hocico y cuerpo en espiral y en el friso inferior el ave de largo pico ejecutado
con el inconfundible trazo caligráfico de la tradición Loma Alta.
61.  Hers, “Las grandes rutas…”, op. cit., p. 247, fig. 3. En este plato, una gran águila solar
domina el centro de la composición y está rodeada de un friso donde alternan el motivo chal-
chihuiteño del cánido de largo hocico y motivos geométricos de rombos y de grecas escalonadas,
muy en el estilo de la caligrafía cursiva Loma Alta.
28 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

La influencia purépecha se reconoce también en la tradición escultórica,


que se caracteriza por conjuntar en los mismos espacios ceremoniales dos ma-
neras muy distintas de crear sus imágenes sagradas: una figurativa y otra en
que las formas naturales de las piedras fueron retocadas muy someramente,
más para sugerir la presencia de un ser en su interior que para representarlo.62
Finalmente, en el ámbito de los ritos funerarios, las excavaciones en Hervi-
deros, Durango, han proporcionado ejemplos de un tipo muy singular de
incineración. Se trata precisamente de otro de los elementos contundentes que
permiten establecer comparaciones entre la antigua tradición Loma Alta y la
cultura hohokam del desierto de Arizona: la reducción a un fino polvo de las
cenizas humanas, molidas y mezcladas con calcita.63

La herencia teotihuacana en la construcción del septentrión mesoamericano

En aquellos tiempos de profundos cambios en el septentrión chalchihuiteño,


dos fenómenos particularmente importantes parecen haberse relacionado ín-
timamente: la “presencia teotihuacana” y la colonización chalchihuiteña en
tierras durangueñas, que llevaron a que se expandiera el territorio de estos
fronterizos mesoamericanos sobre cientos de kilómetros hasta alcanzar el río
Florido en la cuenca del Alto Conchos y penetrar sierra adentro, desde el flan-
co oriental de la Sierra Madre Occidental hasta las profundas quebradas que
dominan la planicie costera sinaloense.
Es importante señalar que, cuando se subrayaba la importancia de Teo-
tihuacan, en la dinámica de estos confines aún no se precisaban las fechas
del derrumbe de la metrópoli y se suponía que esta presencia teotihuacana
correspondía a un periodo de gran poder y expansión. En realidad, sabemos
ahora, gracias a los trabajos recientes de Linda Manzanilla y de Leonardo Ló-
pez Luján,64 que hacia 575 de la era ocurrió la crisis política, social y religiosa
que ocasionó grandes destrucciones en el corazón de la ciudad y la dispersión
de sus habitantes. Por tanto, como ya lo señalamos, es razonable ahora ubicar
esta “presencia” teotihuacana en el norte, no en el contexto de una expansión
62.  Carot y Hers, “Epic…”, op. cit., p. 312, fig. 17.4.
63.  Patricia Carot y Alberto Susini, “Una práctica funeraria insólita en occidente: la cremación
y pulverización de osamentas humanas”, Trace, núm. 16, 1989, pp. 112-115.
64.  Manzanilla, “Teopancazco…”, op. cit.; López Luján et al., “La destrucción…”, op. cit., y
“The Destruction…”, op. cit.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 29

imperial sino de la diáspora de diversas partes de su población, entre las cuales


destacaban sabios astrónomos, miembros de esta comunidad purépecha de
tradición Loma Alta ligada profundamente al destino de la gran metrópoli.
En esta perspectiva se entiende mejor la paradoja que ofrecían, hasta hace
poco tiempo, los datos disponibles y que aún no había sido resuelta. Por una
parte, se podían reconocer elementos inconfundibles del saber de los astró-
nomos formados en la escuela teotihuacana y fue así, efectivamente, como se
había interpretado la presencia de los pares de marcadores del cerro Chapín
junto a Alta Vista en Zacatecas y de Tuitán en el sur de Durango, y es tam-
bién a la intervención de esta elite de astrónomos a la que se había atribui-
do la planificación de la arquitectura ceremonial de Alta Vista. Pero, al mismo
tiempo,  era notable la ausencia de otros elementos que, en otras partes de
Mesoamérica, han sido interpretados como indicios claros de relaciones con la
metrópoli, en particular su cerámica y su peculiar iconografía.
Dicha paradoja se entiende mejor en el contexto de una diáspora. Es evi-
dente que las complejas y dramáticas circunstancias que caracterizaron la dis-
persión de la población metropolitana constituyen un poderoso filtro en la
transmisión de una tradición, privilegiando los aspectos mejor adaptados a las
necesidades de los que emigran a nuevas tierras. En este caso, adquiere sentido
la importancia del saber de los hombres encargados de observar el paso del
tiempo, de configurar el espacio, de elegir los lugares por explorar y colonizar,
de prevenir el futuro. Y de esto es claro testimonio la presencia de los marca-
dores y los espejos.
Las circunstancias de esta diáspora permiten entender también el porqué,
como ya señalamos, de las hipotéticas relaciones de orden económico, como
el aprovechamiento teotihuacano de la actividad minera en la región del Alto
Súchil o el control de una supuesta ruta de la turquesa, que nunca lograron ser
comprobados.
En 2000, J. Charles Kelley reconoció que aún no se tenían los datos su-
ficientes para fechar con mayor precisión la llegada de esta elite intelectual a
Alta Vista. Es probable que fuera al final de la fase Canutillo, entre 550 y 600
de la era, cuando se fundó este centro ceremonial prácticamente sobre el trópi-
co y se inició la construcción de la Sala de las Columnas y su patio adyacente,
orientando sus esquinas a los puntos cardinales, y también cuando se grabó el
par de marcadores del cerro Chapín.
La segunda mitad del siglo vi significó también un periodo de rápida tran-
sición en la cerámica. Hacia 600 de la era, la colonización de las tierras duran-
30 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

gueñas ya no fue acompañada de materiales cerámicos Canutillo sino de los de


la fase Ayala, variación regional de la fase Alta Vista, en la cual resalta la plena
apertura a la figuración.65 Como veremos más adelante, a partir del siglo vii
los mesoamericanos norteños entraron en fructíferos contactos con antiguas
comunidades del Southwest, en particular con las de la zona nuclear hohokam.
Por ser testimonios inconfundibles del saber teotihuacano y por su ubi-
cación geográfica, los marcadores astronómicos del cerro Chapín y de Tuitán
son piezas decisivas para acercarnos a esta etapa de la historia del septentrión
mesoamericano. Han sido relacionados con la búsqueda del trópico, del ex­
tremo septentrional donde el sol alcanza el cenit y, por ende, son elementos de
la mayor relevancia para entender el significado de la marcha hacia el norte para
las poblaciones mesoamericanas. En estas circunstancias, los dos lugares en que
se encuentran estos marcadores, el cerro Chapín y el campo de lava de Tuitán,
constituyen contextos arqueológicos que ameritan la mayor atención.
A pesar de que se le conoció desde hace casi un siglo a través de los tra-
bajos pioneros de Manuel Gamio en los alrededores de la pequeña ciudad de
Chalchihuites, el cerro Chapín aún carece de un estudio detallado. Debido a
su ubicación en la cumbre de una meseta a la cual se accedía originalmente
por una sola estrecha entrada tallada en la corona rocosa,66 el sitio tiene un
carácter eminentemente defensivo, característico del patrón de asentamiento
chalchihuiteño (figs. 9a y b). Pero también parece haber sido habitacional, a
juzgar por las terrazas con restos de ocupación distribuidas sobre las partes me-
nos abruptas del talud de la meseta, mientras que en la superficie de la cumbre
misma se distinguen los restos de patios rodeados de banquetas que pudieron
haber tenido funciones habitacionales y ceremoniales que trabajos futuros
podrían documentar. Finalmente, los grabados constituyen en sí mismos un
tema lejos de haberse agotado. Coincidimos por tanto con el señalamiento de
J. Charles Kelley en su última publicación de 2000: todavía falta mucho por
trabajar en el cerro Chapín, no sólo en lo concerniente a los marcadores, sino
también en cuanto a la historia del sitio, de su arquitectura, de sus habitantes
y del resto de sus petrograbados.
Así, por ejemplo, hasta ahora ha pasado inadvertido en las publicaciones
el hecho de que en la serranía que cierra el horizonte al este, son dos y no uno

65.  Para información reciente sobre la cronología durangueña, véanse Punzo y Hers (eds.), op.
cit. (en prensa), y Berrojalbiz, “Avances…”, op. cit.
66.  Ahora, los derrumbes en su borde oriental han facilitado el acceso por ese lado.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 31

9. Cerro Chapín, Chalchihuites,


Zacatecas: a) vista desde el este; b) acceso
por el estrecho pasadizo abierto en la
corona rocosa. Fotos: M.A. Hers.
32 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

10a) Petrograbados con canalitos serpentiformes en La Quemada, Zacatecas. Foto: M.A.


Hers; b) petrograbados con canalitos serpentiformes en Loma San Gabriel, municipio de
Villa Ocampo, Durango. Foto: M.A. Hers; c) petrograbados con motivos serpentiformes al
lado del marcador Cha-I en el cerro Chapín, Chalchihuites, Zacatecas. Dibujo: M.A. Hers.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 33

11. Petrograbado, motivo antropomorfo


al lado del marcador Cha-I en el cerro
Chapín, Chalchihuites, Zacatecas.
Dibujo: M.A. Hers.

solo los picachos que ofrecen los puntos de referencia necesarios. Ciertamente,
como lo han señalado los trabajos de Kelley y de Anthony F. Aveni, el picacho
Pelón permite reconocer desde el sitio cercano de Alta Vista el día de la salida
del sol en el solsticio de verano, único momento de paso cenital, pero desde
los marcadores en el cerro Chapín esta cumbre apenas se distingue, mientras
que el picacho más visible e imponente desde este lugar de observación es
indiscutiblemente el picacho Montoso, hacia el cual por cierto apunta la des-
viación del eje este-oeste del marcador Cha-I. También han de ser relevantes
las numerosas figuras que acompañan a cada uno de los dos marcadores y las
del borde oriental del cerro. Forman, junto con los marcadores, un discurso
unitario aún por descifrar y permiten insertar plenamente el cerro Chapín en
la tradición del arte rupestre chalchihuiteño. Se trata de conjuntos de líneas
rectas y onduladas que se encuentran en numerosos asentamientos a lo largo
del territorio de esta cultura, desde La Quemada hasta el norteño sitio de
Loma San Gabriel (figs. 10a, b y c).67 Destaca, además, una imagen adyacen-
te al marcador Cha-I. ¿Acaso un astrónomo, un vigilante del cielo? Se trata de
la figura de un hombre parado entre trazos verticales; entre su cara y la punta
de uno de los trazos, un punto cerca de su mano podría ser el astro del cual
observaría la trayectoria (fig. 11). En lo alto de la cabeza se observa el largo ele-

67.  Hers, “La sierra tepehuana…”, op. cit., fig. 6; Carlos Alberto Torreblanca Padilla, Mani-
festaciones rupestres en La Quemada: los petrograbados, Zacatecas, Fondo Estatal para la Cultura
y las Artes, 2000.
34 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

mento curvo que, en el arte parietal chalchihuiteño, acompaña a menudo a los


personajes sobresalientes, especialmente al flautista.68 Más allá de diferencias
formales, remite a la otra figura de astrónomo incisa en la pared del llamado
Laberinto de Alta Vista.69
Una vía particularmente prometedora en este campo es el estudio com-
parativo entre el par de marcadores del cerro Chapín y el par grabado en el
­campo de lava de Tuitán (figs. 12a y 12b). Trabajos recientes en este último
lugar70 han ampliado nuestra información sobre el papel de estos dirigentes
­astrónomos en el momento crucial de la gran expansión territorial en tie-
rras durangueñas y del florecimiento de lazos duraderos con lejanas comuni-
dades del Southwest.
En primer lugar, sabemos ahora que se trata, como en el cerro Chapín, de
un par de marcadores y, por ende, uno de los puntos importantes por resolver
es el de su complementariedad.71 Por otra parte, uno de los dos pares de mar-
cadores fue utilizado durante mucho tiempo; es decir, que se conservó en estos
confines el antiguo saber y proceder de los astrónomos teotihuacanos —en
el cerro Chapín hasta el abandono del área en el siglo ix y en Tuitán hasta el
abandono mesoamericano del flanco oriental de la Sierra Madre, siglos des-
pués. Así, por ejemplo, para el marcador Tui-I se ha propuesto reconocer una
referencia a la famosa supernova de 1054.72
Los marcadores del cerro Chapín formaban parte de un amplio sistema
de observación astronómica, de representación calendárica y cosmogónica,
que englobaba todo el paisaje, la arquitectura ceremonial de Alta Vista, y que
marcaba la vida de sus ocupantes. De la misma manera, el formidable mar de
lava de Tuitán desempeñó un papel similar para los colonizadores de las tierras

68.  Hers, “La música amorosa de Kokopelli y el erotismo sagrado en los confines mesoamerica-
nos”, en Arnulfo Herrera (ed.), XXIII Coloquio Internacional de Historia del Arte. Amor y desamor
en las artes, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones
Estéticas, 2001, pp. 293-336; “Imágenes norteñas de los guerreros tolteca-chichimecas”, en
Manzanilla (ed.), Reacomodos demográficos…, op. cit., pp. 11-44.
69. Aveni et al., “Alta Vista (Chalchihuites)…”, op. cit., fig. 3a.
70. Flores et al., op. cit.
71.  Al respecto, se cuenta con una primera propuesta (poco sostenible) de Anthony F. Aveni,
quien consideraba que el segundo marcador del cerro Chapín había sido producto de un cálculo
erróneo del acimut solsticial en relación con el picacho, corregido por el grabado posterior de
Cha-I, del mismo modo que consideraba Tui-I como un cálculo erróneo del trópico, como un
primer ensayo. Aveni et al., “Alta Vista (Chalchihuites)…”, op. cit., pp. 319 y 324.
72. Flores et al., op. cit., p. 273.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 35

12a y b) Marcador astronómico Tui-I en La Breña, Tuitán, Durango. Fotos: M.A. Hers.
36 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

durangueñas. Originada por un campo de unos 80 pequeños volcanes mono-


genéticos, La Breña, de casi 100 kilómetros de extensión, había constituido
durante todo el periodo Canutillo un límite más allá del cual no habían pene-
trado los mesoamericanos chalchihuiteños, hasta que alrededor de 600 de la
era la situación cambió dramáticamente.73 El campo de lava fue rebasado y un
inmenso territorio se abrió a la colonización. La Breña se constituyó entonces
en un espacio sagrado para toda la región, con centros ceremoniales caracte-
rizados por su orientación astronómica, además de los marcadores. Por ahí
pasaron grupos diversos que participaron en esta épica empresa colonizadora
y dejaron amontonamientos de pequeñas piedras similares a los contaderos,
el tradicional nepohualco descrito en los relatos de las migraciones que siglos
después escribieron los historiadores indígenas. Hemos propuesto también
que esta formidable breña, donde el hombre se enfrentaba con el fuego enmu-
decido de las entrañas de la tierra y con el fuego de los astros, fue la fuente de
inspiración para crear una de las figuras emblemáticas del arte chalchihuiteño
y que habrá de persistir siglos después en la portentosa Coatlicue mexica, la
de la falda de serpientes, la diosa de la tierra que desgarraron las dos serpientes
divinas, dando lugar al orden cósmico (fig. 13).74
Después de la realización de los dos pares de marcadores cercanos a la línea
del trópico, aparentemente ya no se grabaron otros similares. Sin embargo, el
arte de vigilar el cielo no se perdió y siguió en el centro de la vida ritual. Dejó
otros tipos de testimonios a todo lo largo del territorio chalchihuiteño, como
varios ejemplos de conjuntos de arte rupestre con motivos astrales y numero-
sos casos de orientación astronómica de edificios.75 El saber astronómico en
el septentrión mesoamericano está aún apenas explorado, pero en la literatura
sobre el antiguo Southwest, en particular desde los importantes trabajos de
Anna Sofaer y su equipo en el cañón de Chaco, es un tema que ha llamado
poderosamente la atención de los investigadores.76 No podemos dejar de lado

73.  Aún no se fecha con la necesaria precisión este evento geológico de tanta relevancia para
la ocupación humana de estos confines.
74. Flores et al., op. cit., figs. 3 y 4.
75.  Patricia Carot y Marie-Areti Hers, “La Mesoamérica septentrional y el saber astronómico
teotihuacano”, en Daniel Flores et al. (coords.), Legado astronómico, Universidad Nacional
Autónoma de México-Instituto de Astronomía, 2011, pp. 183 y 195; Daniel Flores, “Astronomía
prehispánica en Durango”, en Punzo y Hers (eds.), op. cit., t. I (en prensa).
76.  La literatura al respecto es amplia y, a modo de ejemplos, citaremos solamente tres obras
colectivas recientes en las cuales se da un importante lugar al tema de la astronomía ancestral en
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 37

13. Vasija procedente del sitio de Ayala, fase Ayala. Museo Maika,
Villa Unión, Durango. Foto: M.A. Hers. conaculta-inah-
méx. “Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de
Antropología e Historia”.

tampoco la relevancia actual de la observación del cielo en el pensamiento


cosmogónico de las comunidades herederas de esta muy antigua red de inter-
cambios como, por ejemplo, los huicholes y los hopis.77
Las relaciones entre los grupos humanos que conformaron la tradición
chalchihuiteña y los del antiguo Southwest se dieron a través de múltiples
mecanismos, complejos y en ambos sentidos, no solamente de sur a norte sino
también de norte a sur. Es de suponer que, en este contexto, el saber relacio-

el Southwest: Jill E. Neitzel (ed.), Pueblo Bonito. Center of the Chacoan World, Washington/Lon-
dres, Smithsonian Books, 2003; David Grant Noble (ed.), In Search of Chaco. New Approaches to an
Archaeological Enigma, Santa Fe, School of American Research Press, 2004, y The Mesa Verde World.
Explorations in Ancestral Pueblo Archaeology, Santa Fe, School of American Research Press, 2006.
77.  Arturo Gutiérrez del Ángel, “Centros ceremoniales y calendarios solares: un sistema de
transformaciones en tres comunidades huicholas”, en Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noro-
este II…, op. cit., pp. 283-313.
38 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

nado con la observación de los astros tuvo una relevancia decisiva en la vida
ritual, así como en la movilidad de los grupos y su integración en las nuevas
comunidades que engendraban las migraciones. Los individuos o grupos ri-
tuales que poseían los secretos de este saber sagrado han de haber destacado en
la conformación siempre cambiante de esta red de relaciones entre los meso-
americanos norteños y los remotos antepasados de los grupos pueblo.

El septentrión mesoamericano y los Hisatsinom

Entre los aportes mesoamericanos al universo de los Hisatsinom, los antepa-


sados de las comunidades pueblo actuales resaltan lo que parecen haber sido
nuevas variedades de maíz, un amplio corpus iconográfico relacionado con el
saber religioso y las prácticas rituales de tradición Loma Alta y chalchihuiteña,
además de algunos elementos de claro origen teotihuacano, como el saber
astronómico y el espejo de mosaico de pirita.
Como señalamos, a partir de la colonización de nuevas tierras en la Sie-
rra Madre durangueña se desarrollaron lazos intensos con el Southwest. Es
importante recordar que estos mesoamericanos recién llegados eran esencial-
mente hombres de maíz que cargaban consigo un arte milenario de cultivar
la tierra y ordenar su vida cotidiana y ritual al ritmo del crecimiento de esta
planta sagrada. Su llegada resultó por tanto una gran innovación en todo el
noroeste/Southwest.
Antes de esta expansión del modo de vida mesoamericano, es muy proba-
ble que entre las poblaciones del llamado Arcaico, que habitaron en la Sierra
Madre Occidental durangueña, ya se conociera el cultivo del maíz. Sin embar-
go, aún son muy pocos los datos que se han reunido sobre ellas, en particular
sobre el papel que desempeñaron en la muy antigua transmisión de cultígenos
sureños hasta el Southwest.78 Sabemos por lo menos que no se caracterizaban
ni por una subsistencia centrada esencialmente en la agricultura ni por una
vida decididamente sedentaria. Por otra parte, probablemente no es casual
que cuando ocurre esta formidable expansión al norte de los hombres del
maíz mesoamericanos, en muchas partes del Southwest se da el paso hacia

78.  En otras publicaciones hemos argumentado por qué estimamos que la hipotética cultura
Loma San Gabriel no puede ser considerada un acercamiento idóneo y documentado al periodo
anterior a la expansión mesoamericana: Hers, “La sierra tepehuana…”, op. cit.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 39

una vida más centrada alrededor de la agricultura. Estas profundas transfor-


maciones permiten inferir que en los intercambios que florecieron entonces
entre los  mesoamericanos norteños y los pueblos del Southwest, figuraban
variedades más efectivas del maíz, aunque a decir verdad esto es aún un campo
de estudio inexplorado.
Los lazos que tejieron estos mesoamericanos chalchihuiteños con las le-
janas regiones del Southwest, en particular con las comunidades del desierto
de Arizona, dejaron testimonios muy variados. Al respecto es notable que,
tal como ocurrió en el septentrión novohispano, siguió existiendo cierta di-
ferenciación entre los norteños chalchihuiteños y los purépechas en cuanto a
sus relaciones con los grupos hohokam, que se manifestaba sobre todo en el
intercambio de tipos distintos de imágenes y objetos.
Para los chalchihuiteños, contamos esencialmente con dos corpus icono-
gráficos: varios motivos y esquemas compositivos en la cerámica estudiados
desde tiempo atrás por J. Charles Kelley79 y, más recientemente, una serie de
imágenes particularmente elocuentes que se han reconocido en el arte rupestre
de la Sierra Madre Occidental, como, por ejemplo, la del flautista, la de la
mujer con peinado de mariposa (fig. 14) y la de la peculiar danza donde alter-
nan mujeres ostentando este peinado con hombres provistos del mencionado
elemento curvo en lo alto de la cabeza.80
En cuanto a los aportes de los purépechas, la nueva información que he-
mos reunido sobre su historia antigua permite entender mejor en qué cir-
cunstancias se dieron las estrechas relaciones que desde tiempo atrás habían
reconocido los grandes pioneros y maestros, como Beatriz Braniff y Emil W.
Haury;81 en particular, las impresionantes similitudes entre el arte hohokam

79.  J. Charles Kelley, “Mesoamerica and the Southwestern United States”, en Handbook of
Middle American Indians, vol. 4: Archaeological Frontiers and External Connections, Austin, Uni-
versity of Texas Press, 1966, pp. 95-110.
80.  Hers, “La música amorosa…”, op. cit.; “Imágenes norteñas…”, op. cit.; Punzo Díaz, “La
ruta de las praderas…”, op. cit.
81.  Beatriz Braniff, “Diseños tradicionales mesoamericanos y norteños. Ensayo de interpretación”,
en Barbro Dahlgren y María de los Dolores Soto de Arechavaleta (eds.), Arqueología del norte y del
occidente de México. Homenaje al doctor J. Charles Kelley, México, Universidad Nacional Autónoma
de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1995, pp. 180-210; Morales, Guanajuato
y la tradición Chupícuaro, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia (Colección
Científica, 373), 1998; “Iconos mesoamericanos en el noroeste”, en Bonfiglioli et al. (eds.), Las
vías del noroeste II…, op. cit., pp. 81-99, y Emil W. Haury, The Hohokam; Desert Farmers and
Craftsmen; Excavations at Snaketown, 1964-1965, Tucson, The University of Arizona Press, 1976.
40 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

14. Petrograbado con el motivo de la mujer con peinado de


mariposa, La Cantera, municipio de Santa Catarina Tepehuanes,
Durango. Foto: M.A. Hers.

que floreció entre 700 y 1100 de la era y el de Chupícuaro o, más bien, de


sus herederos Loma Alta. Ahora, al documentar la larga evolución purépecha
—especialmente la fase Loma Alta—, la crisis que marcó su final y la migra-
ción de un grupo michoacano hacia tierras chalchihuiteñas, logramos resolver
el considerable hiato espacial-temporal, a primera vista insalvable, para poder
interpretar estas elocuentes similitudes iconográficas como testimonios efecti-
vos de antiguas relaciones. Además, los trabajos realizados en Loma Alta han
permitido reunir una amplia colección cerámica que dio pauta para conocer
mejor un arte gráfico hasta ahora prácticamente ignorado y ampliar así el
campo de las comparaciones con la cerámica hohokam (fig. 15).82
Por otra parte, las excavaciones en Loma Alta revelaron semejanzas signifi-
cativas en otros campos, aparte de la iconografía: en los ritos funerarios y en la
82.  Carot, “Las rutas al desierto…”, op. cit.; Le site de Loma Alta…, op. cit.; Lynn S. Teague,
Textiles in Southwestern Prehistory, Albuquerque, New Mexico University Press, 1998.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 41

Hohokam Loma Alta Hohokam Loma Alta

15. Cuadro comparativo entre motivos de la cerámica hohokam y de Loma Alta. Imagen
tomada de Lynn S. Teague, Textiles in Southwestern Prehistory, Albuquerque, New
Mexico University Press, 1998, fig. 8.3.
42 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

arquitectura ceremonial. Como ya señalamos, la fase Loma Alta se caracterizó


también por la cremación y pulverización de las osamentas humanas y el quie-
bre de las ofrendas. Recordemos que, hasta ahora, el único otro caso de rito
funerario similar conocido es el que se practicaba en la cultura hohokam.83
Por lo que concierne a la arquitectura, se descubrió en Loma Alta una insólita
estructura semihundida, al modo de las famosas casas-foso del Southwest.84
En el arte escultórico de estos mesoamericanos norteños, un tema muy re-
currente es el de los falos. Al respecto, una de las variantes es particularmente
reveladora para el tema que nos ocupa. Se trata de falos con cara humana que
cargan, con mecapal, una vulva sobre la nuca. Tan poderosa imagen se encuen-
tra en relatos míticos actuales, tanto entre los hopis como entre los huicholes.85
Las sonajas de cobre que, hasta ahora, constituyen el elemento concreto
más reconocido en la literatura arqueológica como evidencia tangible de rela-
ciones entre Mesoamérica y el Southwest aparecen tempranamente, antes de
850,86 y con abundancia en todo el territorio de la cultura chalchihuiteña.87
Otro elemento notable en estas relaciones es la gran relevancia que alcanzó el
juego de pelota. La mayoría de los asentamientos chalchihuiteños, aun los muy
reducidos, cuenta con una cancha y a veces hasta con dos (figs. 16a y 16b).88
Para las comunidades hohokam de este periodo (700-1100), el juego de pelota

83. Carot, Le site de Loma Alta…, op. cit.; Carot y Susini, op. cit.
84.  Carot y Hers, “La gesta de los tolteca-chichimecas y de los purépechas en las tierras de los
pueblo ancestrales”, en Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noroeste I…, op. cit., p. 54.
85.  Ángel Aedo, “Imágenes de la sexualidad y potencias de la naturaleza. El caso de las escul-
turas fálicas chalchihuiteñas de Molino, Durango”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas,
vol. XXV, núm. 82, primavera de 2003, pp. 57-68.
86.  Hers, “Los objetos de cobre en la cultura Chalchihuites”, en José Guadalupe Victoria
(coord.), Un hombre, un destino y un lugar; homenaje a Federico Sescosse, Zacatecas, Gobierno del
Estado de Zacatecas, 1990, pp. 45-60.
87.  Notemos al respecto que en la literatura sobre el antiguo Southwest es común considerar este
elemento como evidencia de relación con el “occidente” mesoamericano, en vista de la temprana
importancia que revistió la metalurgia en esta área, a través de sus relaciones con Centroamérica
y Sudamérica. Sin embargo, si bien estas sonajas y otros objetos de cobre fueron introducidos
en el territorio chalchihuiteño por medio de las relaciones que existieron con la costa nayarita y
el sur de Sinaloa desde siglos atrás, hay que recordar que en el “occidente”, más precisamente en
las costas nayarita y sinaloense, conformaron una importante ruta costera solamente a partir del
florecimiento del llamado Complejo Aztatlán, entre los siglos x y xiv, cuando se dio una expansión
mesoamericana hasta la cuenca del río Fuerte, cientos de kilómetros más al norte.
88.  Salvo la cancha mayor de La Quemada, se trata de pequeñas canchas conformadas por dos
banquetas paralelas, rectangulares, estrechas y bajas. Para mayor información e ilustraciones véase
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 43

10 cms.

16. Petrograbados en el sitio de Las Adjuntas, municipio de Valparaíso, Zacatecas: panel


con escena de juego de pelota; a) foto: M.A. Hers; b) dibujo: Marie-Areti Hers.
44 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

parece haber sido el espacio por excelencia de integración social, política y


económica de un gran sistema regional que abarcaba una extensión compa-
rable a la del universo de Chaco. Es la característica más definitoria de esta
cultura y el papel de la cancha ha sido comparado al de la “Great House” en
el mundo de Chaco tanto por su elevado número como por su relevancia en la
vida socio-política; además, los investigadores concuerdan en considerar este
elemento como una de las aportaciones más significativas de Mesoamérica.89

El legado teotihuacano en el antiguo Camino Real de Tierra Adentro:


el espejo de pirita

Como ya señalamos, uno de los aportes más relevantes que puede haber te-
nido el legado teotihuacano, no solamente en la expansión del septentrión
mesoamericano sino también en la conformación de este antiguo puente
con el Southwest, es el saber sagrado y ritual ligado a la antigua astronomía
que había florecido otrora en la gran metrópoli. Sin embargo, las evidencias
de tal herencia, por su naturaleza misma, no dejan de ser difusas, mientras que
el espejo de mosaico de pirita, que como vimos perteneció en cierta medida a
este mismo ámbito, dejó testimonios concretos. Lo encontramos a lo largo del
territorio chalchihuiteño, en sitios hohokam y hasta Pueblo Bonito en el co-
razón del cañón de Chaco. Y, en esta ruta trazada por la distribución norteña
del espejo de pirita, éste aparece asociado además con la emblemática técnica
decorativa al seudocloisonné.
Así, en una ofrenda depositada en la Sala de las Columnas de Alta Vista,
vemos conjugarse en un mismo objeto dos largas tradiciones, dos saberes ar-
tesanales de origen e historia hasta entonces inconexos, que ya mencionamos:
la refinada técnica pictórica del seudocloisonné aplicada sobre un espejo de
mosaico de pirita.90 Al espejo, como vimos, se le había asociado desde siglos

Hers, “¿Existió la cultura Loma San Gabriel? El caso del cerro Hervideros, Durango”, Anales del
Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. XV, núm. 60, 1989, pp. 33-57.
89.  Andrew I. Duff y Stephen Lekson, “Notes from the South”, en Stephen Lekson (ed.), The
Archaeology of Chaco Canyon. An Eleventh-Century Pueblo Regional Center, Santa Fe, School of
American Research Press, 2006, pp. 331-332.
90.  Manuel Gamio, “Los monumentos arqueológicos de las inmediaciones de Chalchihuites,
Zacatecas”, Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, t. II, núm. 1, 1910,
p. 487, lám. 8. Precisemos que solamente años después de que Manuel Gamio encontró este
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 45

atrás, en el ancho mundo mesoamericano, al ecúmene teotihuacano, a per-


sonajes destacados, a guerreros afamados, a hazañas en tierras lejanas y pro-
bablemente al arte de la adivinación. Además, en una cripta, bajo la pequeña
pirámide en el mismo patio de la Sala de las Columnas de Alta Vista, fueron
sepultados tres importantes personajes y en su ajuar figuraban el espejo de
pirita y un bule decorado al seudocloisonné.91 El espejo aparece también en
el pecho de un personaje recurrente en el repertorio iconográfico de esta sin-
gular expresión pictórica. Y, finalmente, tales preciados objetos acompañaron
a los chalchihuiteños en su expansión al norte, en tierras durangueñas.92 Así,
entre los que iban a ser los interlocutores mesoamericanos privilegiados en
las relaciones con diversos pueblos del antiguo Southwest figuraban de ma-
nera destacada personajes que conservaban un saber estrechamente asociado
a la vida ritual, a la medida del tiempo y a la predicción del futuro, siendo
probablemente la parte más preciada de su herencia teotihuacana. No es, por
tanto, una casualidad que entre los objetos más elocuentes de las relaciones
mesoamericanas con las comunidades hohokam de Snaketown, Tempe Cave
y Grewe Site figure el espejo de pirita93 a veces decorado al seudocloisonné con
personajes con reminiscencias mesoamericanas (fig. 17).94 También es revela-
dor que este tipo de objetos tan emblemático sea uno de los pocos que logra-
ron la aceptación de los dignatarios de cañón de Chaco. Los espejos revelan
también que las relaciones con el sur perduraron largo tiempo. En efecto, de
Guatemala a Arizona se reconoce la misma evolución formal en la forma del
canto de la base arenisca, la distribución de los mosaicos de pirita y la disposi-

objeto se le pudo identificar acertadamente gracias al descubrimiento de numerosos espejos de


pirita en diversas partes de Mesoamérica y del Southwest.
91. Holien, op. cit., pp. 291-294.
92.  Charles J. Kelley, “Archaeology of the Northern Frontier: Zacatecas and Durango”, en
Gordon F. Ekholm e Ignacio Bernal (eds.), Handbook of Middle American Indians, parte 2,
vol. II: Archaeology of Northern Mesoamerica, Austin, University of Texas Press, 1971, pp. 790 y
795; “Trade Goods, Traders, and Status in Northwestern Greater Mesoamerica”, en Jonathan
E. Reyman (ed.), The Gran Chichimeca: Essays on the Archaeology and Ethnohistory of Northern
Mesoamerica, Brookfield, Vermont, Averbury Press, 1995, pp. 118-119.
93. Gladwin et al., op. cit., p. 133; Haury, op. cit., p. 299. Se cuenta con no menos de 75 espe-
jos encontrados en Snaketown, una docena de Grewe Site y el famoso del sitio de Tempe Cave,
excepcionalmente bien conservado en su envoltura original.
94.  Para el bello ejemplar de Grewe Site, véase David Wilcox, “Hohokam Religion: An Anthro-
pologist’ Perspective”, en David Grand Noble (ed.), The Hohokam: Ancient People of the Desert,
Santa Fe, School of American Research Press, 1991, p. 52.
46 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

17. Espejo con mosaico de pirita: reverso con decoración al


seudocloisonné, procedente de Grewe Site, Arizona. Imagen tomada
de Wilcox, op. cit. (supra, n. 94), p. 52.

ción de las perforaciones, desde la fase Gila Butte hasta la Sacaton.95 Así, por
medio de esta intensa red que establecieron los chalchihuiteños con grupos
hohokam, circularon sobre distancias asombrosas estos espejos con su mosaico
de pirita, producidos probablemente en alguna parte de Mesoamérica y lue-
go  decorados en ciertos casos por artistas norteños que dominaban la muy
elaborada técnica al seudocloisonné.96
Un caso particularmente llamativo al respecto es el de Pueblo Bonito, en su
tiempo el corazón mismo del centro más poderoso del mundo pueblo en los

95.  La evolución similar en la ejecución de este objeto que exigía una gran destreza se debe
probablemente a que los espejos a lo largo del tiempo fueron elaborados en unos cuantos talleres
muy especializados, en alguna parte aún no localizada de Mesoamérica, como lo han propuesto
los autores que han examinado de cerca numerosos ejemplares.
96.  Hers, “La Sierra Madre Occidental…”, op. cit. (en prensa).
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siglos x a xii y aparentemente el punto de partida para la configuración de una


imagen del espacio-tiempo a una escala sobrehumana, integrando arquitectu-
ra, arte rupestre y una enigmática red de calzadas. Además, en una reciente
revisión del siglo de arqueología realizada en Pueblo Bonito, se ha propuesto
que dos destacadas familias tuvieron el poder y fueron el motor del singular
desarrollo del sitio,97 reconociendo también en esta intervención los remotos
antecedentes de sociedades o clanes como el de la flauta azul.98 Para el tema
que nos ocupa, esto no deja de recordarnos la importancia que parece ha-
ber tenido la imagen del flautista en el arte rupestre chalchihuiteño del cual
una de las principales funciones fue dejar testimonios de las migraciones que
marcaron su compleja historia. También en Chaco, llama la atención que, a
una escala considerablemente mayor, se desarrolló una red de calzadas esen-
cialmente ceremoniales y relacionadas con su cosmogonía, cuyo antecedente
podría ser la de La Quemada.99
Notemos que para entender el mecanismo por el cual el cañón de Chaco
interactuó con los mesoamericanos septentrionales, necesariamente hay que
abordar el tema aún poco estudiado de sus relaciones con el ineludible inter­
mediario en estas eventuales relaciones: las comunidades hohokam. Y este
asunto de las conexiones entre el universo hohokam y el del cañón de Cha-
co seguirá siendo muy enigmático mientras las innumerables imágenes que
recubren las paredes rocosas del cañón no hayan sido objeto de profundos
estudios. Llama la atención que en la tan abundante literatura relativa a Chaco
el arte rupestre haya sido desdeñado, mientras que el estudio de la imagen ha
sido decisivo para penetrar en el modo de pensar hohokam y en las ideas que
circularon por medio de los lazos con Mesoamérica.

El devenir del legado teotihuacano:


de Quetzalcoatl a la serpiente emplumada hopi

El antiguo Camino Real de Tierra Adentro tuvo su época de florecimiento du-


rante medio milenio, entre los siglos vii y xii. Luego, tanto en el septentrión
97.  Jill E. Neitzel, “The Organization, Function, and Population of Pueblo Bonito”, en Neitzel
(ed.), Pueblo Bonito…, op. cit., p. 149.
98.  Frances Joan Mathien, “Artifacts from Pueblo Bonito. One Hundred Years of Interpreta-
tion”, en Neitzel (ed.), Pueblo Bonito…, op. cit., pp. 127-142.
99.  Ibidem, pp. 333-335.
48 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

mesoamericano como en diversas partes del Southwest se sucedieron cambios


que afectaron profundamente las relaciones entre estos dos universos y sobre
los cuales no tendríamos el espacio aquí para detenernos.100
En este largo periodo habrían tenido lugar las migraciones desde Palatkwa-
pi, a las cuales se refiere la tradición oral hopi, y las evidencias concretas de
tales movimientos se habrían de buscar en el septentrión mesoamericano. Aún
son escasos los trabajos arqueológicos en este vasto septentrión, por lo que no
podemos dar pruebas contundentes de la veracidad de los hechos y procesos
reportados por la tradición hopi, pero sí tenemos elementos para poder consi-
derarlos altamente probables. Los argumentos son de diversos tipos y se com­
ple­men­tan entre sí.
El primero es cronológico. Como vimos, la fuerte expansión en el norte,
efectuada mediante la colonización de las tierras durangueñas, y el fortaleci-
miento del puente con los grupos del Southwest se dio efectivamente poco tiem-
po después del final de la gran metrópoli y permaneció durante el largo lapso
en el cual fueron más intensos los contactos. El puente se desvanece cuando en
el Southwest —la arqueología ha podido seguir la traza— los grupos fueron
conformando paulatinamente los pueblos hopis actuales. También es cuando el
Camino Real de Tierra Adentro acabó de desintegrarse con el abandono de las
tierras chalchihuiteñas y con el desarrollo de lo que será en el siglo xvi el camino
de la costa del Pacífico que siguieron las primeras entradas hacia el gran norte.
Además, como vimos, una de las características de la historia del sep­ten­
trión chalchihuiteño es el papel determinante que desempeñaron en este terri-
torio los movimientos migratorios, tan determinante como lo fue en la época
colonial y moderna. En algunas de estas migraciones reconocemos testimonios
inconfundibles de la presencia de personajes portadores del saber astronómico
teotihuacano, que han de haber tenido por tanto un papel relevante en la vida
política y ritual de esas poblaciones.
De manera similar a la organización tradicional hopi con diferenciaciones
y jerarquías basadas esencialmente en las relaciones de parentesco, en el saber
ritual y en la historia de sus migraciones, los asentamientos chalchihuiteños
están regidos por una compleja jerarquía de espacios que parecen corresponder
a grupos familiares y rituales, centrados alrededor de los espacios cerrados de

100.  Para una síntesis reciente sobre las diversas culturas del Southwest, véase Linda Cordell,
“De las aldeas primitivas a los grandes poblados en el noroeste”, en Braniff (coord.), La Gran
Chichimeca…, op. cit., pp. 155-210.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 49

los patios con sus respectivos altares e imágenes sagradas en el centro. El plano
de los sitios mayores no refleja entidades integradas sino que aquéllos parecen
haberse conformado por la aglomeración paulatina de patios familiares. Así,
en los más diversos aspectos de la vida cotidiana de estas poblaciones parece
haber permeado una tensión entre la necesidad de unirse y a la vez mantener
la autonomía de los grupos familiares: unirse por razones de seguridad en cir-
cunstancias de gran movilidad territorial y mantenerse claramente diferencia-
dos según las reglas que regían el ordenamiento social. Esta misma tensión se
ve expresada elocuentemente en la mayoría de los conjuntos rupestres, en los
cuales el tema central es la conjunción en un mismo sitio de un conglomerado
de ­escudos similares por su forma, pero sistemáticamente diferenciados por
su decoración interna. Por su disposición en los paneles, a menudo por las so-
breposiciones o los trazos que los unen, se alcanza a reconocer, además, la volun-
tad de definir las complejas y sutiles jerarquías entre estos marcadores sociales.
La colonización de las tierras durangueñas se acompañó de una intensa
actividad en arte rupestre marcando los caminos, los santuarios en los cuales
parece haberse reunido la población de un valle o una región determinada.
A menudo, en los asentamientos mismos quedaron marcadas las rocas con los
motivos inconfundibles de tal o cual grupo, lo que permite reconocer diferen-
ciaciones regionales. Como lo subraya el testimonio de Ferrell H. Secakuku,
por indicaciones de su divinidad Maasawu’, al salir de Palatkwapi los grupos
tenían que dejar las huellas de sus migraciones con los vestigios de sus casas,
de sus tiestos desparramados y de los signos que cada grupo había de marcar en
las rocas de sus caminos y de sus aldeas.101
Como es de esperar para una tradición histórica íntimamente ligada a una
jerarquía establecida a partir del orden de llegada de los clanes a los pueblos
hopis, se hace hincapié en los movimientos de sur a norte. Sin embargo, en tes-
timonios como la saga del héroe Tiyo, reportada por Secakuku, se mencionan
movimientos en ambos sentidos. Y efectivamente, en los vestigios arqueológi-
cos del septentrión durangueño tenemos evidencias de estos ires y venires. Los
contactos no fueron unidireccionales. Así lo atestiguan, por ejemplo, elemen-
tos de inconfundible origen en el Southwest, como la representación del arco
en el arte rupestre o la presencia de las casas en acantilado. Tal podría ser el caso
también de motivos tan característicos como los del flautista, de la mujer con
el peinado de mariposa, de la danza con estas mujeres o de las huellas de oso.

101. Secakuku, op. cit., p. 55.


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Pero ¿cómo reconocer entre estos grupos, que formaron parte del ámbito
chalchihuiteño, antecedentes de los clanes hopis que conservan la memoria de
un origen en el sur, de la salida de Palatkwapi y luego de un largo peregrinar
antes de llegar a tierras del actual Southwest?
La cultura chalchihuiteña reunió a todas luces grupos de origen y lengua
muy diversos, los que al congregarse en los asentamientos que prosperaron
a lo largo y ancho de un vasto territorio dieron lugar a un continuo proceso
de etnogénesis, probablemente muy similar a lo que ocurrió durante la con-
formación del septentrión novohispano. En el plano de sitios mayores, como
el de Hervideros, reconocemos partes que podrían corresponder a grupos de
distintas filiaciones. Como hemos mencionado, tenemos elementos para reco-
nocer la intrusión en territorio chalchihuiteño, a finales del siglo vi, de grupos
de origen michoacano que conservaron suficientemente su identidad propia
para poder diferenciar en los materiales hohokam del desierto de Arizona
aportes propios de estos grupos y otros más genéricamente chalchihuiteños.
Al rastrear el devenir de las poblaciones chalchihuiteñas cuando abandonaron
estas tierras norteñas y regresaron a las de sus antepasados, logramos identifi-
carlos con los tolteca-chichimecas cofundadores de Tula que hablaban proba-
blemente nahua y los tarascos de habla purépecha. Pero es muy probable que
la conformación étnica y lingüística del septentrión chalchihuiteño, de modo
similar a lo que fue el septentrión novohispano, haya sido mucho más com-
pleja desde su origen y a lo largo de su historia.
Los estudiosos hopis reconocen claramente que la conformación y la iden-
tidad de los clanes han ido cambiando a lo largo de su historia y que la identi-
dad hopi se fue adquiriendo solamente a partir de su instalación en los pueblos
de las mesas hopis, al final de su largo peregrinar. Así, por ejemplo, según la
tradición, cuando el clan de la Serpiente, en su larga migración, dejó Toko’navi
(Navajo Mountain, Utah) para asentarse en las mesas, fue considerado extraño
por los otros grupos, con un aspecto físico y un modo de vida singulares.102
Por ser del clan de la Serpiente, Ferrell H. Secakuku centró su testimo-
nio no solamente en la historia de su clan sino sobre todo en las creencias y
los rituales, que trajeron consigo al instalarse en las mesas hopis, los cuales
tienen su máxima expresión en la dramática danza de la serpiente que viene
a coronar un largo ceremonial y es probablemente la más emblemática de la
cultura hopi.

102. Secakuku, op. cit., p. 19.


de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 51

18. Escultura de mecapalero procedente de Loma Alta. Dibujo: Françoise Bagot.

La serpiente emplumada simboliza también por excelencia las antiguas vías,


ese entramado de imágenes que a lo largo de los siglos crearon profundos lazos
entre Mesoamérica y el Southwest, como portadoras de mitos continuamente
perpetuados y transformados en los rituales. Hace tiempo, Taube ya había esta-
blecido una comparación muy sugerente entre la serpiente teotihuacana del Tem-
plo de Quetzalcoatl, emergiendo a través de un espejo de las aguas primordiales,
y los rituales actuales llevados a cabo entre los hopis y los zuñis del suroeste de los
Estados Unidos.103 Al reportar la saga del héroe Tiyo, iniciada en Palatkwapi en
la sociedad religiosa de la Serpiente, Ferrell H. Secakuku ha dejado un conmo-
vedor testimonio de lo que podría haber sido efectivamente el ritual que se de-
sarrollaba en este templo y quizá más precisamente en el profundo y misterioso
­espacio sagrado que se está descubriendo actualmente debajo de dicho templo.104
En otra parte, nos hemos detenido sobre el devenir de la imagen de la
serpiente a lo largo del Camino Real de Tierra Adentro.105 Aquí quisiéramos
finalizar nuestro recorrido frente a dos imágenes particularmente elocuentes.
103.  Karl Taube, “The Teotihuacan Cave of Origin: The Iconography and Architecture of
Emergence Mythology in Mesoamerica and the American Southwest”, Res: Anthropology and
Aesthetics, núm. 12, 1986, pp. 51-82.
104.  Excavaciones a cargo del arqueólogo Sergio Gómez.
105.  Carot y Hers, “Imágenes de la serpiente a lo largo del antiguo Camino Real de Tierra
Adentro”, en Carlo Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noroeste III: genealogías, transversalidades y
52 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers

19. Pintura rupestre en la Cueva del


Manantial, Metates, municipio de
Santa Catarina Tepehuanes, Durango.
Foto: Christophe Barbot. Proyecto
Hervideros, unam-iie.

En la ceremonia de clausura que, como mencionamos, se asocia con la pro-


funda crisis en la región de Zacapu y la salida de un grupo rumbo al norte, se
depositó en una fosa la escultura de un mecapalero desnudo (fig. 18). Este per-
sonaje es particularmente emblemático de esta compleja historia que de­vela
la conjunción de la arqueología y la tradición histórica hopi. Un caminante,
probablemente una persona poderosa por su orgulloso porte viril, un cargador
mecapalero que lleva una preciosa carga: una gran olla curiosamente perforada.
Tal como lo reporta la tradición hopi,106 se trata de la olla que se cargaba en las
migraciones en la cual iba la serpiente sagrada que proveía de lluvia y vida a
los migrantes. Es la olla que Tiyo recibió al final de su iniciación y de su boda
con la mujer-serpiente en Palatkwapi y que llevó en su camino de regreso hacia
el norte. En ella, cargaba la sagrada Ka’to’ya, la poderosa serpiente de lluvia.107
Ya en el norte, en una profunda quebrada de la Sierra Madre durangueña,
un pequeño nicho rocoso conserva un testimonio, entre muchos similares, de
convergencias, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones
Antropológicas/Instituto de Investigaciones Estéticas, 2011.
106.  Polly Schaafsma, “Pottery Metaphors in Pueblo and Mogollon Rock Art”, en Solveig A.
Turpin (ed.), Rock Art and Cultural Processes, San Antonio, Texas, Rock Art Foundation (Special
Publication, 3), 2002, p. 59.
107. Secakuku, op. cit., pp. 28 y 44.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 53

la importancia que tuvo para estos grupos que migraron al norte la imagen
de la serpiente de lluvia, tan mesoamericana, pero a la vez tan propia de los
grupos pueblo (fig. 19). A modo de olla, una pequeña poza natural recoge el
agua que poco a poco mana del manantial y encima de ella, a lo largo de los
siglos, los sucesivos pobladores acompañaron sus plegarias para la lluvia con
el acto de pintar. Entre las múltiples imágenes sobrepuestas destacan grandes
serpientes ondulantes, con plumas y cuernos; parecen levantarse de la poza y
responder así a las rogativas. 3

*  Artículo recibido el 3 de noviembre de 2010; aceptado al 27 de mayo de 2011.

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