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A
ctualmente, una honda preocupación recorre las tierras hopis de
Arizona: ¿cómo asegurar la transmisión generacional de esta cultura y
de esta religión milenaria frente a las profundas transformaciones del
modo de vida y su acelerada occidentalización? Una de las estrategias adop-
tadas por las autoridades hopis consiste en poner por escrito una tradición
hasta ahora esencialmente oral. No se trata de divulgar indebidamente el saber
sagrado protegido por el secreto —que corresponde al Tutavo, a las enseñanzas
filosóficas, rituales y religiosas preservadas por la elite sacerdotal—, sino de
preservar por escrito el tuutuwutsi, las tradiciones que se recitan durante el So-
yalangwu, el festival del solsticio de invierno. Tal fue el propósito de Ferrell H.
Secakuku cuando se propuso indagar y escribir la historia de su clan, el clan
de la Serpiente.1
Una inquietud similar animó a una comitiva hopi con la cual tuvimos la opor-
tunidad de interactuar. Encabezados por Eric Polingyouma, un grupo de prin-
cipales de esta comunidad se propuso reconocer en el Southwest 2 y en México
1. Ferrell H. Secakuku, “Hopi and Quetzalcoatl: Is There a Connection?”, tesis de Maestría
en Artes en Antropología, Flagstaff, Northern Arizona University, 2006, p. 16.
2. Llamaremos aquí Southwest a lo que en el suroeste de los Estados Unidos corresponde a los
estados de Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah, donde florecieron las culturas antiguas que
las comunidades pueblo actuales consideran de sus antepasados.
ANALES DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ESTÉTICAS, VOL. XXXIII, NÚM. 98, 11
5
6 patr ici a ca rot y mar ie - a reti h er s
las evidencias físicas dejadas por las antiguas migraciones, cuya memoria se
conserva en la tradición oral de diversos grupos hopis.3 En ambos casos, las
autoridades hopis trataban de demostrar la solidez y la fiabilidad de su tradi-
ción oral, reforzándola con otras fuentes de información.
Recordemos que los pueblos establecidos actualmente sobre las tres mesas
hopis del norte de Arizona son resultado de la congregación paulatina, a lo lar-
go del último milenio, de grupos familiares y clanes de muy diversos orígenes,
que terminaron ahí sus respectivas migraciones. La compleja jerarquía que
caracteriza a la sociedad hopi nace precisamente del orden de llegada de esos
inmigrantes y de la relevancia de los saberes rituales que trajeron cada uno. En
la tradición oral de varios de estos clanes se reconoce un origen en un lejano
lugar sureño llamado Palatkwapi, una ciudad que sucumbió en una profunda
crisis interna de orden moral, religioso y político.4
Como suele ocurrir cuando se trata de los lugares de origen reportados en
una tradición oral, y como es de esperar en el caso de los pueblos hopis con-
formados por grupos de origen e historia distintos, son varios los lugares que
se han querido identificar con Palatkwapi.5 Sin embargo, en las dos investiga-
ciones referidas, llevadas a cabo de forma independiente y por medios distin-
tos, pero en cada caso por personas de gran prestigio, rigor y saber, se llegó al
mismo resultado: a identificar Palatkwapi con la gran urbe de Teotihuacan.
El propósito del presente escrito es retomar las conclusiones de dichos es-
tudiosos hopis a la luz de nuestros propios trabajos. Como lo hemos expuesto
en otras publicaciones,6 ha habido un avance considerable en el tema de las
relaciones entre el Southwest y Mesoamérica. Logramos estos avances conju-
3. Se trata del Hopi Migration Project, dirigido por Eric Polingyouma y financiado por el
Christensen Fund.
4. Secakuku, op. cit., p. 110, traduce Palatkwapi como “Red Walled City, a mythical city in
the migration legends”. Kelley Hays-Gilpin, retomando el Hopi Dictionary Project 1998, lo
interpreta como “Red-masonry house”: véase Kelley Hays-Gilpin, “All Roads Lead to Hopi”, en
Carlo Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noroeste II: propuestas para una perspectiva sistémica e
interdisciplinaria, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investiga-
ciones Antropológicas, 2008.
5. Secakuku, op. cit., p. 36. Para una revisión reciente sobre este tema, véase Hays-Gilpin, op.
cit., pp. 15-32.
6. Véase, por ejemplo, Patricia Carot y Marie-Areti Hers, “Epic of the Toltec Chichimec and
the Purepecha in the Ancient Southwest”, en Laurie D. Webster y Maxine E. McBrinn (eds.),
Archaeology without Borders. Contact, Commerce, and Change in the U.S. Southwest and North-
western Mexico, Boulder, University Press of Colorado, 2008, pp. 301-334.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 7
7. Charlotte Arnauld et al., Arqueología de las Lomas en la cuenca lacustre de Zacapu, Michoacán,
México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (Cuadernos de Estudios Michoaca-
nos, 5), 1993; Patricia Carot, “La originalidad de Loma Alta, sitio protoclásico de la ciénega de
Zacapu, Michoacán”, en A. Cardós de Méndez (coord.), La época clásica: nuevos hallazgos, nuevas
ideas, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Museo Nacional de Antropología,
1990, pp. 293-306; “La cerámica protoclásica de Loma Alta, municipio de Zacapu, Michoacán:
nuevos datos”, en Brigitte Boehm de Lameiras y Phil C. Weigand (eds.), Origen y desarrollo de la
civilización en el occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, pp. 69-101; “Loma
Alta: antigua isla funeraria en la ciénega de Zacapu, Michoacán”, en Eduardo Williams y Roberto
Novella (coords.), Arqueología del occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994,
pp. 93-122; “Las rutas al desierto: de Michoacán a Arizona” en Marie-Areti Hers et al. (eds.), Nó-
madas y sedentarios en el norte de México; homenaje a Beatriz Braniff, México, Universidad Nacional
Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas/Instituto de Investigaciones
Estéticas/Instituto de Investigaciones Históricas, 2000, pp. 91-112; Le site de Loma Alta, lac de
Zacapu, Michoacan, Mexique, Oxford, British Archaeological Reports (bar International Series,
920), 2001; “Otra visión de la historia purépecha”, Estudios Jaliscienses. Arqueología de Occidente,
núm. 71, 2008, pp. 26-40; “La larga historia purépecha”, en Marie-Areti Hers (ed.), Miradas
renovadas al occidente de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto
de Investigaciones Estéticas (en prensa).
8. Los trabajos se realizaron en el marco del proyecto Hervideros, el cual recibió los apoyos del
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología 0451-h9108 y 3286-h9308 y de la Dirección General
de Asuntos del Personal Académico in402494. Entre las publicaciones al respecto, citaremos:
Hers, “Las grandes rutas que cruzaron los confines tolteca-chichimecas”, en Beatriz Braniff et al.,
La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas, México/Milán, Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes/Jaca Book, 2001, pp. 245-248, y “La sierra tepehuana: imágenes y discordancias sobre
su pasado prehispánico”, en Chantal Cramaussel y Sara Ortelli (coords.), La sierra tepehuana.
Asentamientos y movimientos de población, Zamora, El Colegio de Michoacán/Universidad Juárez
del Estado de Durango, 2006, pp. 17-44; Christophe Barbot y José Luis Punzo, “Antiguos caminos
en el noroeste durangueño: supervivencia de una tradición prehispánica”, Trace, núm. 31, 1997,
pp. 22-34; Fernando Berrojalbiz, “Desentrañando un norte diferente: tepehuanes prehispánicos
del alto río Ramos, Durango”, en Cramaussel y Ortelli (coords.), op. cit., pp. 67-96; “Avances en
la cronología del noroeste de México”, en Annick Daneels (ed.), V Coloquio Pedro Bosch Gimpera.
Cronología y periodización en Mesoamérica y el norte de México, México, Universidad Nacional
Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas (Arqueología Mexicana), 2009,
pp. 129-169; Paisajes y fronteras de Durango prehispánico, México, Universidad Nacional Autónoma
de México-Instituto de Investigaciones Estéticas/Instituto de Investigaciones Antropológicas/
Universidad Juárez del Estado de Durango (en prensa); José Luis Punzo, “La ruta de las praderas
en época prehispánica. El caso del abrigo de Piedra de Amolar I, Durango”, en Bonfiglioli et al.
(eds.), op. cit., pp. 101-127; Yoshiyuki Tsukada, “Grandes asentamientos chalchihuiteños de la
Sierra Madre durangueña: estudio comparativo entre cañón de Molino y Hervideros”, en Cra
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nera, ahora conocemos mejor las circunstancias y los actores que forjaron lo
que hemos llamado el antiguo Camino Real de Tierra Adentro, que unió a
ciertos pueblos del occidente y del septentrión mesoamericanos con antepa-
sados de los grupos pueblo actuales (fig. 1). Nos detendremos aquí en el papel
que pudo haber tenido Teotihuacan en la historia de este antiguo puente entre
el mundo mesoamericano y el de los Hisatsinom, los que los hopis consideran
sus antepasados y que son referidos en la literatura arqueológica del Southwest
como las culturas mogollon, hohokam, sinagua, fremont y anasazi.9 Al com-
probar que el resultado de nuestros trabajos nos llevaba a reconsiderar la
importancia de los antiguos lazos entre ciertos grupos mesoamericanos y los
antepasados de algunos grupos pueblo actuales, procuramos interactuar con
las mencionadas personalidades hopis. Tuvimos así la oportunidad de recorrer
juntos la Sierra Madre Occidental, esta vía natural por donde probablemente
pasaron las migraciones de las que guardan memoria, visitando sitios de arte
rupestre en los cuales figuran motivos tan significativos como, por ejemplo, el
del flautista (figs. 2, 3a y 3b) o el de la mujer con el famoso e inconfundible
peinado de mariposa, la Poli-in-mana, la joven mujer hopi.10
La tradición oral hopi y nuestra empresa académica tienen propósitos, vías
y funciones distintos. Sin embargo, es notable la sintonía entre estos trabajos y
los nuestros. Para analizarla, precisaremos primero el papel que desempeña-
ron en esta historia ciertos grupos de Michoacán. Con tal fin, revisaremos
brevemente la importancia de la presencia michoacana en la gran metrópoli
y el influjo teotihuacano en tierras occidentales. Después observaremos cómo
la destrucción violenta de la gran urbe y la consecuente diáspora de su pobla-
ción se ven reflejadas en una crisis en tierras michoacanas y cómo dicha crisis
propició a su vez la emigración de un grupo purépecha hacia el septentrión
chalchihuiteño,11 aportando a estas tierras remotas profundas transformacio-
maussel y Ortelli (coords.), op. cit., pp. 45-56; José Luis Punzo y Marie-Areti Hers (eds.), Historia
de Durango, Universidad Juárez del Estado de Durango, t. I (en prensa).
9. Secakuku, op. cit., p. 63.
10. Contamos con el apoyo del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional
Autónoma de México y el Proyecto Las Vías del Noroeste (Conacyt 40611-S y papiit in 308602).
11. La cultura chalchihuiteña floreció a lo largo de la Sierra Madre Occidental y tuvo tres grandes
periodos de desarrollo. En la primera etapa, entre 100 y 550 de la era, su territorio correspondió
al extremo sur de la cordillera en los estados actuales de Zacatecas y Jalisco. La segunda, entre
600 y 900, corresponde a una considerable expansión territorial en la parte durangueña de la
Sierra Madre. Finalmente, en la última etapa, el lado sureño de su territorio quedó abandonado,
mientras que otros grupos chalchihuiteños pervivieron unos siglos más en la sierra durangueña.
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Hohokam
río Grande
tradición chalchihuiteña
tra
río Lerma-Santiago
tradición
Chupícuaro-Loma Alta
Teotihuacan
12. Al respecto, véase también, por ejemplo, Patrick D. Lyons, Ancestral Hopi Migrations, Tucson,
The University Press of Arizona (Anthropological Papers of the University of Arizona, 68), 2003.
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13. Para mayores consideraciones, véanse Ben A. Nelson y Destiny Crider, “Posibles pasajes
migratorios en el norte de México y el suroeste de los Estados Unidos durante el Epiclásico y el
Posclásico”, en Linda Manzanilla (ed.), Reacomodos demográficos del Clásico al Posclásico en el centro
de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones
Antropológicas, 2005, pp. 75-102; Beatriz Braniff y Marie-Areti Hers, “Herencias chichimecas”,
Arqueología, 2ª. serie, núm. 19, 1998, pp. 55-80.
14. Marie-Areti Hers, Los toltecas en tierras chichimecas, México, Universidad Nacional Autónoma
de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 1989; Patricia Carot, “Reacomodos demográficos
del Clásico al Posclásico en Michoacán: el retorno de los que se fueron”, en Manzanilla (ed.),
op. cit., pp. 103-121.
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20. Para mayor información sobre las relaciones entre las tradiciones Chupícuaro, Queréndaro,
Morales, Mixtlán y Loma Alta, véase Carot, Le site de Loma Alta…, op. cit.
21. Recordemos los trabajos de Eduardo Noguera en el interior de la pirámide del Sol, en los
cuales detectó la presencia de materiales de origen michoacano: “Antecedentes y relaciones de
la cultura teotihuacana”, El México Antiguo, t. III, núms. 5-8, 1935, pp. 3-95.
22. Linda Manzanilla, “Teopancazco: un conjunto residencial teotihuacano”, Arqueología
Mexicana, vol. XI, núm. 64, 2003, pp. 50-53; “Nuevos datos sobre la cronología de Teotihuacan.
Correlación de técnicas de fechamiento”, en Daneels (ed.), op. cit., pp. 25-28.
16 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
tructura 19, ocupado por habitantes originarios de esta región.23 Así lo indica
la presencia de diversos elementos foráneos. Entre éstos, destaca un conjunto
de tumbas de tiro que presentan similitudes con una tradición que remontaría
a Chupícuaro y se prolongó durante la fase Loma Alta.24 También se cuenta
con tipos cerámicos procedentes de estas tierras occidentales. Se trata de las va-
sijas esgrafiadas con un relleno de pigmentos rojo y verde y las decoradas con
el llamado estilo Cherán, además de un tipo particular de figurillas femeninas
y obsidiana procedente de Zinapécuaro. Finalmente, se reconoce un tipo de
deformación craneana propio de Michoacán y en Teotihuacan presente exclu-
sivamente en este conjunto 19.25
Es interesante señalar que el estilo Cherán se caracteriza ante todo por una
peculiar técnica pictórica poscocción propia de Michoacán, que definiremos
más adelante, a menudo confundida con la cerámica estucada de Teotihuacan
y con la seudocloisonné, de la cual trataremos más abajo. Resulta curioso que
las piezas encontradas en Teotihuacan presentan una iconografía relativamen-
te simple, en esencial geométrica,26 mientras que en las procedentes de Mi-
choacán se reconoce la expresión plena de la iconografía teotihuacana.27 Estos
ejemplares atestiguan que los creadores adquirieron en su tierra michoacana
de origen el dominio de esta delicada técnica pictórica y que, además, habían
tenido la oportunidad de recibir en la metrópoli la enseñanza del complejo
saber propio de su lenguaje visual. Así, en las piezas de estilo Cherán (que
23. Sergio Gómez Chávez, “Presencia del occidente de México en Teotihuacan: aproximaciones
a la política exterior del Estado teotihuacano”, en María Elena Ruiz Gallut (ed.), Memoria de la
Primera Mesa Redonda de Teotihuacan. Ideología y política a través de materiales, imágenes y sím-
bolos, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional de Antropología
e Historia, 2002, pp. 563-625.
24. Véronique Darras y Brigitte Faugère, “Chupícuaro, entre el occidente y el altiplano central.
Un balance de los conocimientos y las nuevas aportaciones”, en Brigitte Faugère (coord.), Dinámicas
culturales entre el occidente, el centro-norte y la cuenca de México, del Preclásico al Epiclásico, Zamora,
El Colegio de Michoacán-Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 2007, pp. 65-66,
figs. 4-5; Grégory Pereira, “Costumbres funerarias y sociedad del Clásico tardío en la cuenca de
Zacapu, Michoacán”, Arqueología, 2ª época, núm. 18, 1997, pp. 61-84.
25. Grégory Pereira, Potrero de Guadalupe. Anthropologie funéraire d’une communauté pré-tarasque
du nord du Michoacan, Oxford, British Archaeological Reports (bar International Series, 816), 1999.
26. Sergio Gómez Chávez y Julie Gazzola, “Análisis de las relaciones entre Teotihuacan y el
occidente de México”, en Faugère (coord.), op. cit., pp. 113-135.
27. Véanse, por ejemplo, Eduardo Matos e Isabel Kelly, “Una vasija que sugiere relaciones entre
Teotihuacan y Colima”, en Betty Bell (ed.), Archaeology of West Mexico, Ajijic, Sociedad de Estudios
Avanzados del Occidente de México, 1974, pp. 202-205, y Carot, “Reacomodos…”, op. cit., fig. 3.
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28. Patricia Carot, “A propos de la découverte d’un lot de sculptures sur le site de Loma Alta,
Zacapu, Michoacan”, Trace, núm. 31, 1997, pp. 64-69, fig. 1.
29. Todas las navajas fueron quebradas intencionalmente en dos o tres segmentos y se encon-
traron sin huella de uso, por lo que parecen haber sido destinadas al autosacrificio. Carot, Le site
de Loma Alta…, op. cit., 2001.
18 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
Finalmente, son de particular importancia para el tema que nos ocupa dos ele-
mentos de origen teotihuacano estrechamente relacionados con la función de
los sabios encargados de pensar el tiempo, de predecir el futuro, de ubicar a la
humanidad en la marcha del cosmos. Se trata de los marcadores astronómicos30
30. Recordemos que los marcadores astronómicos de tradición teotihuacana son conjuntos
de puntos grabados en la roca o incisos en pisos que forman, con algunas variantes, dos o más
circunferencias concéntricas y un par de líneas que se cruzan en el centro común. Su función
astronómica se infiere del conteo de los puntos que corresponden a cifras relevantes en el ca
lendario mesoamericano y en la orientación de las rectas. Preferimos este término al de cruces
punteadas —pecked crosses— utilizado por algunos autores, porque es más preciso en cuanto a
la función de esta figura. Véanse Anthony F. Aveni et al., “The Pecked Cross Symbol in Ancient
Mesoamerica”, Science, vol. 202, 1978, pp. 267-279; Anthony F. Aveni y Horst Hartung, “Las
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6. Efigie del dios del fuego, procedente del sitio de Loma Alta, Zacapu, Michoacán.
Dibujo: Françoise Bagot.
y de los espejos con mosaico de pirita que, como veremos, acompañaron a los
mesoamericanos en sus andanzas en el septentrión.31
En efecto, la presencia de un marcador astronómico sobre el piso de un
pórtico de la mencionada Estructura 1932 puede considerarse un indicio de
que entre los pobladores michoacanos del conjunto figuraban importantes
dignatarios que participaban del saber astronómico de la metrópoli. Tal idea
se refuerza por la presencia en tierras michoacanas de por lo menos cuatro de
estos marcadores circulares: un par en Angangueo,33 en medio del territorio
de las mariposas monarca; uno en Purépero, al oeste de la ciénega de Zacapu,34
y el cuarto en Quiringüicharo, al suroeste de La Piedad.35 A estos cuatro he-
Cultura y las Artes, 2006, pp. 70-71; Armando Nicolau Romero et al., “Un marcador solar en
Quiringüicharo, Michoacán”, http://rupestreweb.tripod.com/solar.html (consultado en 2003);
Agapi Filini y Efraín Cárdenas García, “El Bajío, la cuenca de Cuitzeo y el Estado teotihuacano.
Un estudio de relaciones y antagonismos”, en Brigitte Faugère (coord.), op. cit., pp. 137-154.
36. William J. Folan y Antonio Ruiz Pérez, “The Difusion of Astronomical Knowledge in Greater
Mesoamerica: The Teotihuacan-Cerrito de la Campana-Chalchihuites-Southwest Connection”,
Archaeoastronomy, vol. III, núm. 3, 1980, pp. 20-25; William J. Folan et al., “La iconografía de
Huamango, municipio de Acambay, Estado de México: un centro regional otomí de los siglos
ix al xiii”, en Barbro Dahlgren et al. (eds.), Homenaje a Román Piña Chan, México, Universidad
Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1987, pp. 411-453;
William J. Folan et al., Cerrito de la Campana: una avanzada en la ruta de Teotihuacan al noroeste
de la Gran Mesoamérica, 2ª ed., Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1994.
37. El marcador de Purépero se encuentra en las faldas del cerro del Tlacuache, al sur del
poblado y próximo a un sitio arqueológico. Sin embargo, son pocos los datos al respecto porque
solamente se cuenta con un reconocimiento preliminar de Rubén Cabrera Castro y el propio
marcador ha sido removido de su lugar original.
38. Precisemos que se ignora su posición original en el sitio, porque se encuentra sobre la cara
vertical de un gran bloque rocoso que, en un momento dado, fue incorporado en un muro que
rodea parte del sitio.
39. Un buen ejemplo de esto lo proporciona el hallazgo de un marcador circular en un asenta-
miento del Clásico, a la entrada del poblado actual de Río Grande de Tututepec, en la costa
mixteca de Oaxaca. Véase Roberto Zárate Morán, “Tres piedras grabadas en la región oaxaqueña”,
Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 7, abril de 1986, pp. 75-76, fig. 3.
40. Por ejemplo, los tres reportados en Uaxactún y el de Seibal: Aveni et al., “The Pecked Cross…”,
op. cit., 1978; Aveni y Hartung, “Las cruces punteadas…”, op. cit., 1985, y el encontrado en una
cueva de la red del río Candelaria, en el norte de la Alta Verapaz: Patricia Carot, “Arqueología
de las cuevas del norte de Alta Verapaz”, Cuadernos de Estudios Guatemaltecos, México, Centre
d’Études Mexicaines et Centraméricaines, núm. 1, 1989.
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41. Recordemos que en la mayoría de los casos las finas teselas de pirita se oxidaron con rapidez
y a menudo han desaparecido totalmente o sólo dejaron una sustancia amarillenta o rojiza sobre
el soporte de pizarra, liso o a veces decorado en el dorso.
42. Alfred V. Kidder et al., Excavations at Kaminaljuyu, Guatemala, Washington, D.C., Car
negie Institution of Washington (Publication 561), 1946; Harold Gladwin et al., Excavations at
Snaketown; Material Culture, Tucson, The University of Arizona Press, 1965 [primera ed., 1937];
Peter Furst, “Shaft-Tombs, Shell Trumpets and Shamanism: A Culture-Historical Approach to
Problems in West Mexican Archaeology”, tesis de doctorado, Los Ángeles, University of Califor-
nia, 1966; Karl Taube, “The Iconography of Mirrors at Teotihuacan”, en Janet Catherine Berlo
(ed.), Art, Ideology, and the City of Teotihuacan. A Symposium at Dumbarton Oaks (October 1988),
Washington, Dumbarton Oaks (Research Library and Collection), 1992, pp. 169-204; Mary
Ellen Miller y Karl Taube, An Illustrated Dictionary of the Gods and Symbols of Ancient Mexico and
the Maya, Londres, Thames and Hudson, 1997; Hers, “La Sierra Madre…”, op. cit. (en prensa).
A veces el soporte es de cerámica, como en un ejemplar procedente del lago de Chapala (Furst,
op. cit., lám. 46) y el de Alta Vista, del que hablaremos más adelante. Además, en algunos casos
se aprovechó una placa de pizarra recubierta de una capa natural de pirita. Se trata del espejo
encontrado en Tequisquiapan, Querétaro, que destaca por estar decorado con una escena muy
similar al famoso espejo de Kaminaljuyu (Gordon Ekholm, “A Pyrite Mirror from Queretaro,
Mexico”, Notes on Middle American Archaeology and Ethnology, núm. 53, julio de 1945, pp. 178-
180) y de ejemplares en la tumba de tiro de Las Cebollas, Tequilita, Nayarit (Furst, op. cit., p. 182).
43. Daniel Rubín de la Borbolla, “Teotihuacan: ofrendas de los templos de Quetzalcoatl”, Anales
del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1947, vol. 2, pp. 61-72, fig. 14; Saburo
Sugiyama, “Descubrimientos de entierros y ofrendas dedicadas al Templo Viejo de Quetzalcoatl”,
en Rubén Cabrera Castro et al. (coords.), Teotihuacan 1980-1982; nuevas interpretaciones, México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia (Colección Científica, 227), 1991, pp. 312-319;
Saburo Sugiyama y Rubén Cabrera Castro, “The Moon Pyramid Burials”, en Saburo Sugiyama
(ed.), Voyage to the Center of the Moon Pyramid. Recent Discoveries in Teotihuacan, México, Con-
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49. Manzanilla, “Teopancazco…”, op. cit.; “Nuevos datos…”, op. cit.; Leonardo López Luján
et al., “La destrucción del cuerpo. El cautivo de mármol de Teotihuacan”, Arqueología Mexicana,
vol. xi, núm. 65, 2004, pp. 54-59; “The Destruction of Images in Teotihuacan: Anthropomor-
phic Sculpture, Elite, Cults, and the End of a Civilization”, Res, núms. 49-50, primavera-otoño
de 2006, pp. 12-39.
50. Eduardo Noguera, “Exploraciones en Jiquilpan”, Anales del Museo Michoacano, 2ª época,
núm. 3, 1944, pp. 37-54, y Hers, “Un nuevo lenguaje visual en tiempos de rupturas”, en Hers
(ed.), Miradas renovadas al occidente de México, op. cit.
51. Hers, “La pintura seudocloisonné, una manifestación temprana en la cultura Chalchihuites”,
Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. xiv, núm. 53, 1983, pp. 25-39.
52. Jorge Ramos y Lorenza López Mestas, “Datos preliminares sobre el descubrimiento de
una tumba de tiro en el sitio de Huitzilapa, Jalisco”, Ancient Mesoamerica, Cambridge University
Press, núm. 7, 1996, pp. 121-134.
53. Para un amplio estudio sobre la tradición pictórica al seudocloisonné, véase Thomas Holien,
“Mesoamerican Pseudo-Cloisonné and other Decorative Investments”, tesis de Doctorado en
Antropología, Southern Illinois University, 1977.
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54. En el estilo Cherán se levantan partes de las capas sobrepuestas de distintos colores hasta
alcanzar la del color deseado; en la técnica al seudocloisonné primero se recorta una capa base,
en general de tono oscuro, dejando solamente el contorno de los motivos y luego se rellenan los
espacios vaciados con distintos colores.
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seguir su camino al norte, que fue el que tomaron las comunidades michoa-
canas que emigraron. Se dirigieron al norte y se instalaron entre la población
chalchihuiteña en un periodo también marcado por cambios significativos,
alrededor de 550-600 de la era, correspondiendo al paso de la fase Canutillo a
la de Alta Vista-Vesuvio en Zacatecas y al inicio de la fase Ayala-Las Joyas en
Durango.58
Estos cambios pertenecen a ámbitos distintos pero relacionados entre sí. Se
reconocen en particular los siguientes rasgos: el desarrollo de un arte figurativo
después de siglos de la fase Canutillo con una gráfica restringida a motivos
geométricos; nuevas costumbres funerarias con entierros directos en posición
flexionada sedente y con casos de cremación; nuevas redes comerciales que
proveyeron de piedras verdes como la amazonita y la turquesa, y, sobre todo,
para el tema que nos ocupa, una considerable expansión territorial en lo que
es ahora la Sierra Madre Occidental durangueña. En estas circunstancias, se
entretejieron estrechas relaciones con poblaciones del Southwest, en particu-
lar en las fases Snaketown, Gila Butte y Santa Cruz, y Sacaton del Formativo
tardío de la cultura hohokam (700-1100 d.C.). Pero antes de ir más adelante,
detengámonos en este nuevo escenario en el septentrión mesoamericano.
La presencia de herederos de la tradición Loma Alta se reconoce ante todo
por el énfasis novedoso en la figuración, así como también por la presencia de
diversos motivos que se fusionaron con la iconografía chalchihuiteña como,
por ejemplo, el del hombre-serpiente.59 En ciertas vasijas, procedentes de La
Quemada, resalta la combinación de motivos propios de la caligrafía Loma
Alta con otros del repertorio chalchihuiteño.60 En varios de estos casos, se
aplicó además una refinada técnica de decoración al negativo y con policromía
de evidente origen Loma Alta.61
58. La fase Alta Vista-Vesuvio se fecha entre 550 y 850-900 de la era y la fase Ayala-Las Joyas
entre 600 y 900-1000.
59. Carot, Le site de Loma Alta…, op. cit., figs. 136-138.
60. Peter Jiménez Betts y J. Andrew Darling, “Archaeology of Southern Zacatecas. The Malpaso,
Juchipila, and Valparaiso-Bolaños Valleys”, en Foster y Gorenstein (eds.), op. cit., fig. 10-10. En
el ejemplo de esta vasija se reconoce, en el friso superior, el motivo compuesto chalchihuiteño de
un animal con largo hocico y cuerpo en espiral y en el friso inferior el ave de largo pico ejecutado
con el inconfundible trazo caligráfico de la tradición Loma Alta.
61. Hers, “Las grandes rutas…”, op. cit., p. 247, fig. 3. En este plato, una gran águila solar
domina el centro de la composición y está rodeada de un friso donde alternan el motivo chal-
chihuiteño del cánido de largo hocico y motivos geométricos de rombos y de grecas escalonadas,
muy en el estilo de la caligrafía cursiva Loma Alta.
28 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
65. Para información reciente sobre la cronología durangueña, véanse Punzo y Hers (eds.), op.
cit. (en prensa), y Berrojalbiz, “Avances…”, op. cit.
66. Ahora, los derrumbes en su borde oriental han facilitado el acceso por ese lado.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 31
solo los picachos que ofrecen los puntos de referencia necesarios. Ciertamente,
como lo han señalado los trabajos de Kelley y de Anthony F. Aveni, el picacho
Pelón permite reconocer desde el sitio cercano de Alta Vista el día de la salida
del sol en el solsticio de verano, único momento de paso cenital, pero desde
los marcadores en el cerro Chapín esta cumbre apenas se distingue, mientras
que el picacho más visible e imponente desde este lugar de observación es
indiscutiblemente el picacho Montoso, hacia el cual por cierto apunta la des-
viación del eje este-oeste del marcador Cha-I. También han de ser relevantes
las numerosas figuras que acompañan a cada uno de los dos marcadores y las
del borde oriental del cerro. Forman, junto con los marcadores, un discurso
unitario aún por descifrar y permiten insertar plenamente el cerro Chapín en
la tradición del arte rupestre chalchihuiteño. Se trata de conjuntos de líneas
rectas y onduladas que se encuentran en numerosos asentamientos a lo largo
del territorio de esta cultura, desde La Quemada hasta el norteño sitio de
Loma San Gabriel (figs. 10a, b y c).67 Destaca, además, una imagen adyacen-
te al marcador Cha-I. ¿Acaso un astrónomo, un vigilante del cielo? Se trata de
la figura de un hombre parado entre trazos verticales; entre su cara y la punta
de uno de los trazos, un punto cerca de su mano podría ser el astro del cual
observaría la trayectoria (fig. 11). En lo alto de la cabeza se observa el largo ele-
67. Hers, “La sierra tepehuana…”, op. cit., fig. 6; Carlos Alberto Torreblanca Padilla, Mani-
festaciones rupestres en La Quemada: los petrograbados, Zacatecas, Fondo Estatal para la Cultura
y las Artes, 2000.
34 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
68. Hers, “La música amorosa de Kokopelli y el erotismo sagrado en los confines mesoamerica-
nos”, en Arnulfo Herrera (ed.), XXIII Coloquio Internacional de Historia del Arte. Amor y desamor
en las artes, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones
Estéticas, 2001, pp. 293-336; “Imágenes norteñas de los guerreros tolteca-chichimecas”, en
Manzanilla (ed.), Reacomodos demográficos…, op. cit., pp. 11-44.
69. Aveni et al., “Alta Vista (Chalchihuites)…”, op. cit., fig. 3a.
70. Flores et al., op. cit.
71. Al respecto, se cuenta con una primera propuesta (poco sostenible) de Anthony F. Aveni,
quien consideraba que el segundo marcador del cerro Chapín había sido producto de un cálculo
erróneo del acimut solsticial en relación con el picacho, corregido por el grabado posterior de
Cha-I, del mismo modo que consideraba Tui-I como un cálculo erróneo del trópico, como un
primer ensayo. Aveni et al., “Alta Vista (Chalchihuites)…”, op. cit., pp. 319 y 324.
72. Flores et al., op. cit., p. 273.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 35
12a y b) Marcador astronómico Tui-I en La Breña, Tuitán, Durango. Fotos: M.A. Hers.
36 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
73. Aún no se fecha con la necesaria precisión este evento geológico de tanta relevancia para
la ocupación humana de estos confines.
74. Flores et al., op. cit., figs. 3 y 4.
75. Patricia Carot y Marie-Areti Hers, “La Mesoamérica septentrional y el saber astronómico
teotihuacano”, en Daniel Flores et al. (coords.), Legado astronómico, Universidad Nacional
Autónoma de México-Instituto de Astronomía, 2011, pp. 183 y 195; Daniel Flores, “Astronomía
prehispánica en Durango”, en Punzo y Hers (eds.), op. cit., t. I (en prensa).
76. La literatura al respecto es amplia y, a modo de ejemplos, citaremos solamente tres obras
colectivas recientes en las cuales se da un importante lugar al tema de la astronomía ancestral en
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 37
13. Vasija procedente del sitio de Ayala, fase Ayala. Museo Maika,
Villa Unión, Durango. Foto: M.A. Hers. conaculta-inah-
méx. “Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de
Antropología e Historia”.
el Southwest: Jill E. Neitzel (ed.), Pueblo Bonito. Center of the Chacoan World, Washington/Lon-
dres, Smithsonian Books, 2003; David Grant Noble (ed.), In Search of Chaco. New Approaches to an
Archaeological Enigma, Santa Fe, School of American Research Press, 2004, y The Mesa Verde World.
Explorations in Ancestral Pueblo Archaeology, Santa Fe, School of American Research Press, 2006.
77. Arturo Gutiérrez del Ángel, “Centros ceremoniales y calendarios solares: un sistema de
transformaciones en tres comunidades huicholas”, en Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noro-
este II…, op. cit., pp. 283-313.
38 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
nado con la observación de los astros tuvo una relevancia decisiva en la vida
ritual, así como en la movilidad de los grupos y su integración en las nuevas
comunidades que engendraban las migraciones. Los individuos o grupos ri-
tuales que poseían los secretos de este saber sagrado han de haber destacado en
la conformación siempre cambiante de esta red de relaciones entre los meso-
americanos norteños y los remotos antepasados de los grupos pueblo.
78. En otras publicaciones hemos argumentado por qué estimamos que la hipotética cultura
Loma San Gabriel no puede ser considerada un acercamiento idóneo y documentado al periodo
anterior a la expansión mesoamericana: Hers, “La sierra tepehuana…”, op. cit.
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 39
79. J. Charles Kelley, “Mesoamerica and the Southwestern United States”, en Handbook of
Middle American Indians, vol. 4: Archaeological Frontiers and External Connections, Austin, Uni-
versity of Texas Press, 1966, pp. 95-110.
80. Hers, “La música amorosa…”, op. cit.; “Imágenes norteñas…”, op. cit.; Punzo Díaz, “La
ruta de las praderas…”, op. cit.
81. Beatriz Braniff, “Diseños tradicionales mesoamericanos y norteños. Ensayo de interpretación”,
en Barbro Dahlgren y María de los Dolores Soto de Arechavaleta (eds.), Arqueología del norte y del
occidente de México. Homenaje al doctor J. Charles Kelley, México, Universidad Nacional Autónoma
de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1995, pp. 180-210; Morales, Guanajuato
y la tradición Chupícuaro, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia (Colección
Científica, 373), 1998; “Iconos mesoamericanos en el noroeste”, en Bonfiglioli et al. (eds.), Las
vías del noroeste II…, op. cit., pp. 81-99, y Emil W. Haury, The Hohokam; Desert Farmers and
Craftsmen; Excavations at Snaketown, 1964-1965, Tucson, The University of Arizona Press, 1976.
40 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
15. Cuadro comparativo entre motivos de la cerámica hohokam y de Loma Alta. Imagen
tomada de Lynn S. Teague, Textiles in Southwestern Prehistory, Albuquerque, New
Mexico University Press, 1998, fig. 8.3.
42 patr ici a ca rot y ma r ie - are ti h ers
83. Carot, Le site de Loma Alta…, op. cit.; Carot y Susini, op. cit.
84. Carot y Hers, “La gesta de los tolteca-chichimecas y de los purépechas en las tierras de los
pueblo ancestrales”, en Bonfiglioli et al. (eds.), Las vías del noroeste I…, op. cit., p. 54.
85. Ángel Aedo, “Imágenes de la sexualidad y potencias de la naturaleza. El caso de las escul-
turas fálicas chalchihuiteñas de Molino, Durango”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas,
vol. XXV, núm. 82, primavera de 2003, pp. 57-68.
86. Hers, “Los objetos de cobre en la cultura Chalchihuites”, en José Guadalupe Victoria
(coord.), Un hombre, un destino y un lugar; homenaje a Federico Sescosse, Zacatecas, Gobierno del
Estado de Zacatecas, 1990, pp. 45-60.
87. Notemos al respecto que en la literatura sobre el antiguo Southwest es común considerar este
elemento como evidencia de relación con el “occidente” mesoamericano, en vista de la temprana
importancia que revistió la metalurgia en esta área, a través de sus relaciones con Centroamérica
y Sudamérica. Sin embargo, si bien estas sonajas y otros objetos de cobre fueron introducidos
en el territorio chalchihuiteño por medio de las relaciones que existieron con la costa nayarita y
el sur de Sinaloa desde siglos atrás, hay que recordar que en el “occidente”, más precisamente en
las costas nayarita y sinaloense, conformaron una importante ruta costera solamente a partir del
florecimiento del llamado Complejo Aztatlán, entre los siglos x y xiv, cuando se dio una expansión
mesoamericana hasta la cuenca del río Fuerte, cientos de kilómetros más al norte.
88. Salvo la cancha mayor de La Quemada, se trata de pequeñas canchas conformadas por dos
banquetas paralelas, rectangulares, estrechas y bajas. Para mayor información e ilustraciones véase
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 43
10 cms.
Como ya señalamos, uno de los aportes más relevantes que puede haber te-
nido el legado teotihuacano, no solamente en la expansión del septentrión
mesoamericano sino también en la conformación de este antiguo puente
con el Southwest, es el saber sagrado y ritual ligado a la antigua astronomía
que había florecido otrora en la gran metrópoli. Sin embargo, las evidencias
de tal herencia, por su naturaleza misma, no dejan de ser difusas, mientras que
el espejo de mosaico de pirita, que como vimos perteneció en cierta medida a
este mismo ámbito, dejó testimonios concretos. Lo encontramos a lo largo del
territorio chalchihuiteño, en sitios hohokam y hasta Pueblo Bonito en el co-
razón del cañón de Chaco. Y, en esta ruta trazada por la distribución norteña
del espejo de pirita, éste aparece asociado además con la emblemática técnica
decorativa al seudocloisonné.
Así, en una ofrenda depositada en la Sala de las Columnas de Alta Vista,
vemos conjugarse en un mismo objeto dos largas tradiciones, dos saberes ar-
tesanales de origen e historia hasta entonces inconexos, que ya mencionamos:
la refinada técnica pictórica del seudocloisonné aplicada sobre un espejo de
mosaico de pirita.90 Al espejo, como vimos, se le había asociado desde siglos
Hers, “¿Existió la cultura Loma San Gabriel? El caso del cerro Hervideros, Durango”, Anales del
Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. XV, núm. 60, 1989, pp. 33-57.
89. Andrew I. Duff y Stephen Lekson, “Notes from the South”, en Stephen Lekson (ed.), The
Archaeology of Chaco Canyon. An Eleventh-Century Pueblo Regional Center, Santa Fe, School of
American Research Press, 2006, pp. 331-332.
90. Manuel Gamio, “Los monumentos arqueológicos de las inmediaciones de Chalchihuites,
Zacatecas”, Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, t. II, núm. 1, 1910,
p. 487, lám. 8. Precisemos que solamente años después de que Manuel Gamio encontró este
de t eoti huacan a l c a ñó n de c h aco 45
ción de las perforaciones, desde la fase Gila Butte hasta la Sacaton.95 Así, por
medio de esta intensa red que establecieron los chalchihuiteños con grupos
hohokam, circularon sobre distancias asombrosas estos espejos con su mosaico
de pirita, producidos probablemente en alguna parte de Mesoamérica y lue-
go decorados en ciertos casos por artistas norteños que dominaban la muy
elaborada técnica al seudocloisonné.96
Un caso particularmente llamativo al respecto es el de Pueblo Bonito, en su
tiempo el corazón mismo del centro más poderoso del mundo pueblo en los
95. La evolución similar en la ejecución de este objeto que exigía una gran destreza se debe
probablemente a que los espejos a lo largo del tiempo fueron elaborados en unos cuantos talleres
muy especializados, en alguna parte aún no localizada de Mesoamérica, como lo han propuesto
los autores que han examinado de cerca numerosos ejemplares.
96. Hers, “La Sierra Madre Occidental…”, op. cit. (en prensa).
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100. Para una síntesis reciente sobre las diversas culturas del Southwest, véase Linda Cordell,
“De las aldeas primitivas a los grandes poblados en el noroeste”, en Braniff (coord.), La Gran
Chichimeca…, op. cit., pp. 155-210.
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los patios con sus respectivos altares e imágenes sagradas en el centro. El plano
de los sitios mayores no refleja entidades integradas sino que aquéllos parecen
haberse conformado por la aglomeración paulatina de patios familiares. Así,
en los más diversos aspectos de la vida cotidiana de estas poblaciones parece
haber permeado una tensión entre la necesidad de unirse y a la vez mantener
la autonomía de los grupos familiares: unirse por razones de seguridad en cir-
cunstancias de gran movilidad territorial y mantenerse claramente diferencia-
dos según las reglas que regían el ordenamiento social. Esta misma tensión se
ve expresada elocuentemente en la mayoría de los conjuntos rupestres, en los
cuales el tema central es la conjunción en un mismo sitio de un conglomerado
de escudos similares por su forma, pero sistemáticamente diferenciados por
su decoración interna. Por su disposición en los paneles, a menudo por las so-
breposiciones o los trazos que los unen, se alcanza a reconocer, además, la volun-
tad de definir las complejas y sutiles jerarquías entre estos marcadores sociales.
La colonización de las tierras durangueñas se acompañó de una intensa
actividad en arte rupestre marcando los caminos, los santuarios en los cuales
parece haberse reunido la población de un valle o una región determinada.
A menudo, en los asentamientos mismos quedaron marcadas las rocas con los
motivos inconfundibles de tal o cual grupo, lo que permite reconocer diferen-
ciaciones regionales. Como lo subraya el testimonio de Ferrell H. Secakuku,
por indicaciones de su divinidad Maasawu’, al salir de Palatkwapi los grupos
tenían que dejar las huellas de sus migraciones con los vestigios de sus casas,
de sus tiestos desparramados y de los signos que cada grupo había de marcar en
las rocas de sus caminos y de sus aldeas.101
Como es de esperar para una tradición histórica íntimamente ligada a una
jerarquía establecida a partir del orden de llegada de los clanes a los pueblos
hopis, se hace hincapié en los movimientos de sur a norte. Sin embargo, en tes-
timonios como la saga del héroe Tiyo, reportada por Secakuku, se mencionan
movimientos en ambos sentidos. Y efectivamente, en los vestigios arqueológi-
cos del septentrión durangueño tenemos evidencias de estos ires y venires. Los
contactos no fueron unidireccionales. Así lo atestiguan, por ejemplo, elemen-
tos de inconfundible origen en el Southwest, como la representación del arco
en el arte rupestre o la presencia de las casas en acantilado. Tal podría ser el caso
también de motivos tan característicos como los del flautista, de la mujer con
el peinado de mariposa, de la danza con estas mujeres o de las huellas de oso.
Pero ¿cómo reconocer entre estos grupos, que formaron parte del ámbito
chalchihuiteño, antecedentes de los clanes hopis que conservan la memoria de
un origen en el sur, de la salida de Palatkwapi y luego de un largo peregrinar
antes de llegar a tierras del actual Southwest?
La cultura chalchihuiteña reunió a todas luces grupos de origen y lengua
muy diversos, los que al congregarse en los asentamientos que prosperaron
a lo largo y ancho de un vasto territorio dieron lugar a un continuo proceso
de etnogénesis, probablemente muy similar a lo que ocurrió durante la con-
formación del septentrión novohispano. En el plano de sitios mayores, como
el de Hervideros, reconocemos partes que podrían corresponder a grupos de
distintas filiaciones. Como hemos mencionado, tenemos elementos para reco-
nocer la intrusión en territorio chalchihuiteño, a finales del siglo vi, de grupos
de origen michoacano que conservaron suficientemente su identidad propia
para poder diferenciar en los materiales hohokam del desierto de Arizona
aportes propios de estos grupos y otros más genéricamente chalchihuiteños.
Al rastrear el devenir de las poblaciones chalchihuiteñas cuando abandonaron
estas tierras norteñas y regresaron a las de sus antepasados, logramos identifi-
carlos con los tolteca-chichimecas cofundadores de Tula que hablaban proba-
blemente nahua y los tarascos de habla purépecha. Pero es muy probable que
la conformación étnica y lingüística del septentrión chalchihuiteño, de modo
similar a lo que fue el septentrión novohispano, haya sido mucho más com-
pleja desde su origen y a lo largo de su historia.
Los estudiosos hopis reconocen claramente que la conformación y la iden-
tidad de los clanes han ido cambiando a lo largo de su historia y que la identi-
dad hopi se fue adquiriendo solamente a partir de su instalación en los pueblos
de las mesas hopis, al final de su largo peregrinar. Así, por ejemplo, según la
tradición, cuando el clan de la Serpiente, en su larga migración, dejó Toko’navi
(Navajo Mountain, Utah) para asentarse en las mesas, fue considerado extraño
por los otros grupos, con un aspecto físico y un modo de vida singulares.102
Por ser del clan de la Serpiente, Ferrell H. Secakuku centró su testimo-
nio no solamente en la historia de su clan sino sobre todo en las creencias y
los rituales, que trajeron consigo al instalarse en las mesas hopis, los cuales
tienen su máxima expresión en la dramática danza de la serpiente que viene
a coronar un largo ceremonial y es probablemente la más emblemática de la
cultura hopi.
la importancia que tuvo para estos grupos que migraron al norte la imagen
de la serpiente de lluvia, tan mesoamericana, pero a la vez tan propia de los
grupos pueblo (fig. 19). A modo de olla, una pequeña poza natural recoge el
agua que poco a poco mana del manantial y encima de ella, a lo largo de los
siglos, los sucesivos pobladores acompañaron sus plegarias para la lluvia con
el acto de pintar. Entre las múltiples imágenes sobrepuestas destacan grandes
serpientes ondulantes, con plumas y cuernos; parecen levantarse de la poza y
responder así a las rogativas. 3