FANNY BLUE (Version Final)

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 138

FANNY BLUE

Historia de mujeres en tres actos

David Esteban Hernández Granda

1
PRÓLOGO

La conocí a inicios de Marzo del año pasado, por lo que creía en ese

momento era pura casualidad, hoy que recuerdo lo que a su lado aprendí,

comprendo que fue el divino destino quien me permitió conocerla.

Enamorada de la vida, cazadora de libros viejos y amante de la pasión; con

su existencia demostró que el amor es único y que lo que verdaderamente importa

es amar. En estos días cuando se juzga y estigmatiza el hecho de ver una pareja

de damiselas queriendo devorarse a besos, mientras ignoran el estrago que les

rodea, la tristeza en la que viven muchos y los desazones del falso afecto, ella se

atrevió a querer.

Poco fue lo supe de su vida, pues era como un personaje salido de una

novela. A su memoria y su recuerdo, estas líneas para todas las chicas que son

como Fanny Blue.

PARTE I

2
AZUL COMO EL DEL AMANECER

3
CAPÍTULO PRIMERO

La estrella enamorada

Eran las seis de la mañana y el día amanecía con una melancolía extraña,

de esas que lo arropan a uno como manta tibia en tarde de lluvia. A pesar del sol

radiante y del cielo sin una sola nube, tal como le gustaba a Fanny al verlo bañado

de su azul profundo; continuaba sintiendo el mismo temor al acordarse de la

pesadilla que había tenido.

Su corazón seguía latiendo acelerado desde el momento en que despertó

empapada de sudor, temblorosa y con los ojos desorbitados.

Le aterrorizaba la idea de volver a sentir esas manos acariciando su cuerpo.

Podía oler aquel aliento a nicotina que la invadía regresando como un eco, después

de que aquel hombre le hubiera dicho que la quería, que por ella era capaz de dar

la vida, que le daría todo lo que pidiera. Fanny siempre deseó su muerte, para

librarse de una vez por todas de aquel suplicio en el que había caído.

Ya no era la jovenzuela de entonces, pero vaya cómo le acorralaba ese

recuerdo, esa imagen la perseguía por todo lado, haciendo de su existencia un

tormento. Cuando pasaba un momento de tranquilidad, de la nada aparecía para

invadirla con sus garras oscuras y hundirla en las más terribles depresiones. ¿Cómo

era posible que después de tener que soportar el infierno en carne viva, debiera

seguir sintiendo sus llamas que le quemaban?

4
No sabía qué haría esa mañana, ni dónde pasaría la noche siguiente, ni

siquiera qué comería. Sus días eran un barco navegando sobre el más incierto de

los mares.

Trató de levantarse de esa cama pero un brazo sobre su cintura se lo impidió.

Era el del padre de su mejor amiga, la que le había dado posada, y ahora

nuevamente había tenido que pagar por ello.

Los padres de todas sus compañeras la acosaban, la pretendían durante el

almuerzo cuando por cualquier motivo quedaban a solas, aprovechaban un

descuido de sus esposas para guiñarle un ojo, le daban dinero, dinero que Fanny

obviamente debía recibir, porque de lo contrario, con qué se escapaba de la nueva

cárcel en la había caído esta vez.

Se incorporó como pudo y miró a la ventana. Llamó su atención una

golondrina que trinaba en el cableado eléctrico. Sentada al filo de esa cama,

mientras empacaba sus pocas prendas en la maleta y recogía sus cabellos, sonrió.

Sus labios se movieron tímidamente con temor de mostrar sus blancos dientes,

pero al final lo hicieron. Fanny se sintió extraña, hacía mucho no experimentaba

esas caricias de ángel, como llamaba a las sonrisas espontáneas que a veces nos

roba la vida. Pensó en que a pesar de todo ella tenía algo que no se lo podrían

arrebatar nunca: juventud, libertad y belleza. La primera como un regalo de esos

que uno desea nunca se termine, libertad como la de aquella golondrina que seguía

trinando tras el cristal de la ventana, y belleza, porque a pesar de que ella no lo

creyera, Fanny era hermosa.

5
Con su piel blanca se igualaba a una estatua griega esculpida en marfil al

fuego, de ojos azules tan hermosos como dos espinelas y con una cabellera rebelde

asemejando el danzar de las olas al ser acariciadas por el viento.

Bajó en silencio hasta la sala, se miró de pronto al darse la vuelta y al

encontrarse de frente con el espejo. Se asombró. ¿Hacía cuánto no veía ese rostro?

De hecho le parecía otra la del reflejo y hasta le dio ganas de hablar con ella. Fanny

sonrió de nuevo, tomó su maleta y se fue sin saber a dónde, pero esta vez feliz.

Un par de vestidos, una bufanda y su chaqueta, eso era todo su equipaje.

Ligera de cargas podía ir a cualquier parte, como una hoja atrapada por el viento.

Su mayor peso lo llevaba en el alma, ahí había guardado los momentos que le

marcaron la vida, que hicieron de ella una alondra con las alas rotas, pero con ganas

de seguir trinando.

Caminó unas cuadras, hasta cierto momento supo cuantos pasos dio,

ochenta y siete, y ni uno más, porque en ese instante se detuvo en una esquina

frente a un cinema.

La gente que hacía fila para ingresar a la función la distrajo. Una nube pasó

fulminante sobre su cabeza ocultándola bajo una suave sombra en aquella mañana

radiante. Recordó que siendo pequeña su madre la llevó a ver una película. Iba

cargada en sus brazos, podía sentir de nuevo esa seguridad y la comodidad de

aquel regazo. Al ingresar a la sala, toda oscura, y al ver la enorme pantalla con dos

personajes hablando, más el sonido fuerte de los parlantes, causaron en ella un

espanto tal que comenzó a llorar diciendo que eran gigantes. Fanny sonrió ante ese

recuerdo.

6
Pensó que así les ocurrió a las personas que fueron aquel 28 de diciembre

de 1895, a ver la primera proyección que hacían los Lumiére. Era la secuencia que

mostraba la llegada de un tren, al verlo enorme y siendo la primera vez que algo tan

extraño presenciaban, salieron todos despavoridos creyendo que el enorme

ferrocarril los iba a arrollar. Eso lo había leído en algún libro, alguna de sus tantas

noches de insomnio.

Para sus adentros se preguntó si todas esas personas tenían el alma cargada

de tristeza, o si por el contrario siempre eran felices y el desánimo les llegaba por

momentos, como la golondrina del cableado que ya se había marchado. Al mismo

instante entendió que la felicidad que llega como caricia ángel se puede disfrutar

más. Como una taza de té que de pronto tomas, gozas de su sabor amargo como

algo nuevo porque no ha perdido la magia por la costumbre de beberlo. Así mismo

debe ser la felicidad, se dijo, de instantes para poder gozarla.

Volvió a sonreír y se marchó, dejando a la gente con sus ganas de entrar a

ver gigantes.

Atrás unas guitarra, de frente unos ojos y en medio una ilusión. Así era Fanny.

Como un óleo a medio terminar, como una estatua solitaria en un museo

abandonado, como una paloma con el ala herida deseando volar, como una ventana

que muestra el cielo gris y se deja acariciar de alguna gota de lluvia. Nunca nadie

sabía cómo se sentía por dentro, ni siquiera daba oportunidad para poder

averiguarlo.

No se conocía del estrago que era su alma, ni de la locura en que vivía presa

cada día, pero así era, con su caminar de paso lento sin afán de llegar a ningún

7
lado, con su chaqueta larga y arropando su libro de Cortázar, en el mismo lugar

donde guardaba el corazón.

Continuó su camino y en él se encontró con un viejo conocido, que sin

pensarlo dos veces se le acercó para preguntarle qué era de su vida. Ella, mirando

al piso, le confesó que no era una vida sola y continua como la que se imaginaba,

que vivía de momentos y que a cada uno de estos ella se reinventaba, que siempre

terminaba siendo otra.

Mientras sostenían la charla, él se percató que ella sobaba sus manos

mostrando una ansiedad enorme.

-¿Te ocurre algo?

Fanny asentó con la cabeza.

-¿Quieres fumar? Le dijo el joven.

Ella se negó.

-¿Entonces qué deseas, un trago tal vez?

Y ella nuevamente dijo que no.

Sin decir nada salió corriendo dejándolo a media palabra, parado en ese

andén, mientras ella se iba desesperada buscando ese algo que pudiera calmar su

ansiedad.

Por fin llegó a un café al que entró alterada. Pidió una copa de vino tinto y

abrió su libro. Estaba necesitada de literatura.

Para ella, las letras eran su más grande adicción, su refugio, las alas con las

que se transportaba a mundos lejanos donde la realidad no existía, donde podía

olvidar los momentos amargos por los que había pasado. Los libros eran su mejor

8
escapatoria, la ventana por la que veía un amanecer diferente. Algunas noches en

las que su cuerpo era invadido por los labios morbosos de aquellos hombres que la

acosaban, el evocar pasajes completos de alguna novela, habían permitido que ella

ignorara lo que le estaba ocurriendo, evitando que su corazón se llenara de

repugnancia y rencor. Las letras eran el bálsamo con el que intentaba curar sus

heridas, eran la anestesia que dormitaba su dolor.

Enamorada de los libros como lo fue desde siempre y al no tener con qué

comprarlos, había robado unos cuantos para satisfacer su adicción.

Muy cerca de su casa vivía un anciano que vendía libros viejos. Lugar por el

que Fanny tenía que pasar todos los días al regresar del colegio. Desde el andén

de enfrente se maravillaba al mirar esas pilas de libros en exhibición. Muchas veces

el viejo la había llamado invitándola a pasar, pero ella temiendo ocurriera lo que ya

en otras ocasiones le había sucedido, nunca le decía nada y prefería seguir camino

a su casa. Sus manos ardían en deseos de poder tomar uno de esos libros, hasta

que decidió aceptar la invitación.

Ingresó al salón enorme abarrotado de obras y textos, todo un paraíso para

ella. El viejo le sugirió que revisara los que quisiera y hasta le propuso regalarle

unos cuantos a cambio de hacer lo que él le pidiera. Fanny se negó totalmente, e

incluso empujó al anciano contra una pila de libros ante su intento de acercarse para

tocarla. Indignada salió del lugar, pero se percató que sobre una mesa reposaba

una copia de una obra de Stevenson, que guardaba un tesoro en su interior. La

tomó rápidamente y la guardó bajo su brazo.

9
Esa noche no durmió pasando las páginas de aquel libro, devoró capítulos

enteros mientras imaginaba a Jim Hawkins luchando con piratas y marinos en la

búsqueda del tesoro.

Llegó al colegio con los ojos rojos y a punto de caer sobre el pupitre rendida

de sueño. Ahora que ya lo había leído de un solo tirón, ¿qué debía hacer? Rechazó

su idea de regresar a visitar al viejo para tomar otro, temió que en esta ocasión no

saliera tan bien librada.

Sus manos se mojaban de un sudor frío, y una enorme ansiedad la recorría.

Se había vuelto una adicta a la literatura.

Mientras continuaba en el café evocando aquellos instantes, sobre su copa,

una mariposa de alas azules, aterciopelada de tanta hermosura, se fue a posar con

la delicadeza propia de los labios que susurran un te amo al oído del ser amado.

Ella la observó.

Vanidosa de su belleza, cerró sus alas y mostró el revés de ellas. He ahí un

color plata deslumbrante que se reflejó en los ojos de Fanny que con éxtasis la

contemplaban.

Puso su dedo y la mariposa subió hasta éste, la levantó frente a su rostro y

los ojos enormes de aquella la miraron. Pensó en lo efímera que es la belleza, y en

lo delicada que a veces se presenta. En ocasiones tan lejana, se dijo viendo el sol.

Otras veces se posa dentro de uno, divagó en sus creencias de que la mariposa

anidaba ahora dentro de su alma, y de que era ésto la causa para poder contemplar

su belleza.

10
Nunca gustó de las despedidas, y por ello siempre se iba sin decirlo. De

repente de Fanny quedaba una brisa en el lugar donde había estado y eso era todo,

una caricia refrescante como la que deja el pasar rápido del viento como para saber

que ahí había estado. Todo el tiempo se iba, pero también siempre deseó quedarse,

así fuera como recuerdo, aunque la mayoría de personas la olvidaban pronto, según

ella misma decía.

¡Qué mayor mentira! Donde Fanny había estado crecían amapolas.

Miró por la ventana del café, y contempló a la tarde que de tan bella se

desmayaba entre nubes ocre y carmesí como pintadas al óleo, que debieron

quedarse así perpetuamente para que cualquiera pudiera gozar de ellas.

Por en medio de un par de esas nubes una estrella danzarina, amiga de la

libertad, pasó de largo en búsqueda de algún par de enamorados para cumplirles

sus deseos. En los ojos de Fanny se reflejó la libertina, y en ellos mismos su alma

dibujó un anhelo: Poder cortar alguna flor de cualquier parque y tener a quién

dársela.

Fanny no sabía que la estrella, a pesar de la distancia en la que estaba, la

pudo escuchar, y aunque estos cuerpos celestes no cumplen deseos de personas

solitarias, esta vez aquel meteoro haría una excepción.

La estrella ingenua, también pidió un deseo al ver a Fanny y al confundirla

con una de ellas.

Quisiera dormir un momento, pensó. Un minuto, una hora, ¿por qué mejor no

un siglo? Creía que al otro lado de la realidad, la paz y la tranquilidad eran una

constante. Recordaba las muchas veces que su abuela le hablaba de ello. ¿El más

11
allá dónde está?, había querido preguntarle. ¿Detrás de las nubes? ¿Más allá de

las estrellas? Pero nunca se atrevió a decírselo. Si ella lo decía, así era y Fanny se

lo creería, sin ningún reproche.

Por estar pensando en la vida, actividad de la que era aficionada, olvidó por

completo que esa tarde tenía reunión en el Teatro T. Quería audicionar para la

convocatoria de actores y actrices que estaba disponible. Para esa cita ya iba tarde.

Se levantó apresurada, dejó un billete en la mesa para pagar la copa de vino

tinto y salió corriendo. Tras de ella su chaqueta tratando de alcanzarla, volaba

agarrada de su mano asemejándose a las alas que le hacían falta.

La mariposa azul revoloteó un momento y también levantó su vuelo.

12
CAPÍTULO SEGUNDO

La llegada al Teatro T

Dolly preguntó a su asistente, un par de veces, si la chica que haría aducción

había llegado. Su ayudante le dio un no por respuesta y siguió en sus labores,

ojeando el libreto que estaba preparado para la nueva puesta en escena. Ella creía

mucho en él, lo consideraba un amante de las letras y un obsesionado por la

ortografía, era capaz de hacer de las ideas en el papel una verdadera obra para

contemplar.

Prendió un cigarro y se paró en la ventana. Pensó que en poco el Teatro T

cumpliría diez años de fundado, que vistos desde donde estaba ahora eran mucho,

pero no medidos en tiempo, que para ella era nada, pues siempre se le terminaba

yendo; sino en recuerdos porque esos siempre le quedaban. Y es que era mucho lo

que había para evocar: la respuesta negativa a la propuesta de ella a sus padres de

querer estudiar teatro, o artes de la escena, pintura o letras. Para ellos una pérdida

de tiempo que no le daría con qué vivir. El tiempo de nuevo, todos preocupados por

lo que nunca han tenido, pues Cronos es libre, no es de nadie y siempre se escapa.

¿Tiempo para qué?, si se va. ¿Dinero para qué? Si no compra atardeceres.

Recuerdos que le llegaban de lo más recóndito de su memoria. El escape de

su casa con ese chico argentino que le había ofrecido lo único que tenía, ganas de

irse con ella.

-¿A dónde? Le preguntó Dolly.

Ninguno lo sabía.

13
Ella sin pensarlo dos veces, rompiendo el incómodo silencio le dijo, “dale, yo

te sigo”, y lo siguió hasta lo último, hasta el lado oscuro de la luna, con él pudo ir al

centro de la tierra y hasta viajó al Londres de Wilde. De ese recuerdo le quedaban

el tatuaje que los dos se habían hecho y que decía en una letra cursiva que ahora

casi no se leía: “Paris es de los dos”. Además de ese montón de libros que se le

habían olvidado la noche en que salió por cigarros y que jamás volvió.

Ahora a sus cuarenta y tantos no tenía dinero, ni un céntimo, todo lo que se

recaudaba en la taquilla del Teatro T era para el alquiler de la casona, comprar algún

vino y pagar a los actores de quinta que tenía, eso sí, si la obra daba resultados.

Del tiempo ni hablar, se le había ido todo, y el que le quedaba ya estaba

destinado: Para leer los libros que había dejado a medias y tal vez para enamorarse

aunque sea una única vez de verdad.

Una mariposa de alas azules se posó en el cristal de la ventana, Dolly fijó su

mirada en ella. De verla tan fijamente, se le hizo borroso el contorno, el parque y los

nogales. A lo lejos vio una chica acercarse por el caminito de piedra a paso de

tropezar por venir leyendo, era Fanny. Sin saber a quién hojeaba, la miró desde lo

alto del ventanal y le pareció un hermoso milagro.

-¿Qué lees? Le dijo cuándo la hizo ingresar.

- A Cortázar.

- ¿Te gusta?

- ¡Y a quién no!

- Es verdad. Toma. Le dijo alcanzándole una copia del libreto adaptado de La

casa tomada.

14
- Gracias. Musitó mientras lo olía.

- Es de las primeras obras que presentamos en el Teatro T. Yo fui Irene.

- ¿Y Julio?

- Él. Dijo y apuntó hacía la puerta.

- ¿Quién? No había nadie en ese lugar.

- Es que por ahí se fue y es la última imagen que de él tengo.

Sonaban las tablas del piso a los pasos de Fanny y de Dolly.

- ¿Por qué hueles el libreto?

- Las palabras tiene aroma, ¿no lo sabías?

-¿Y estas a qué te huelen?

- A desespero. A afán de escribirlas.

- Es verdad. Había que salir a tablas y no teníamos qué mostrar. Él la hizo en

un par de horas. A la noche estábamos en escena con el mejor monologo que te

puedas imaginar.

- ¿Monólogo? Pero siempre actúan los dos en un dialogo ininterrumpido.

- ¡Monólogo! Los dos siempre éramos uno, el escenario nos poseía, las tablas

nos llevaban como en una barcaza por océanos de palabras a recónditos lugares

donde sólo estábamos los dos; desnudos de humanidad los telones nos acariciaban

el alma, en los que nos envolvíamos dando giros hasta terminar unidos, uno frente

al otro, como en un capullo de mariposa del que no deseábamos salir.

Un viento fuerte abrió de par en par los ventanales de ese salón, Dolly usando

ambas manos los cerró y giró quedando iluminada por el tragaluz que caía sobre

ella.

15
- A todas estas, ¿Cómo te llamas? Por hablar de libros y obras se me pasó

por alto. Discúlpame, pero… de verdad me parece un milagro.

- ¿Qué?

- El verte llegar con Cortázar a la mano.

- Me llamo Fanny.

- ¿Fanny qué?

- Fanny…

- No me lo digas, ya se. Dijo interrumpiéndola. ¡Fanny Blue!

Las dos sonrieron mientras Dolly acariciaba su cabello recaído sobre los

hombros, de un color azul imposible.

Al ingresar al cuarto contiguo, además de la ventana con el vitral que

mostraba la escena de la muerte de Jacinto en manos de su amante Apolo, un traje

que reposaba sobre un maniquí llamó la atención de Fanny. Dejando a Dolly con

las palabras en el filo de sus labios, a punto de caer como lo hacen los besos

doloridos de los desencantados, se acercó para contemplarlo.

Estaba cubierto de un plástico transparente que de tanto polvo se hacía

opaco. Caminó a su alrededor sin quitarle la mirada, hasta que en un momento se

agachó y lo admiró desde ese ángulo. ¿Qué tenía ese vestido para que atrapase de

esa manera a Fanny? Con mucha cautela, y sobre todo con gran respeto, como si

tratara de tocar el manto divino de la mismísima madre de Dios, acarició la seda

blanca con la que lo habían confeccionado. Sus palabras no eran necesarias, pues

su rostro hablaba por sí solo.

Dolly contemplaba en total mutismo.

16
Sentada ante el mostrador, con las piernas cruzadas, Fanny cerró los ojos y

dejó que una lágrima se escapara de su alma, para rodar por su mejilla, como ella

misma en su lejana juventud lo había hecho en las colinas, ante la sonrisa angelical

de su madre.

- ¿Qué te ocurre?

- La recuerdo, a veces se presenta ante mis pasos como una imagen tierna,

que no me canso de contemplar.

- ¿Quién?

- Ella, mi madre.

Las dos, paradas ante el ventanal que las bañaba en colores de unos tonos

mitológicos ya olvidados, se contemplaban las miradas como si con ellas hablaran.

Dolly enmudecía, Fanny lloraba.

Se atrevió a contarle lo que a nadie, y lo hizo para desahogarse, pues nunca

se sabía de su pasado, de hecho parecía un ser que nunca lo había tenido.

Fanny nació de una pareja que a falta de cielo le había dado por amarse. Su

padre era un militar, y su madre un ángel de ala rota. Como regalo de su amor había

nacido ella con sus ojos azules para abrigarles los días. “Eres mi sol” le decía el

padre en arrullos melosos, mientras ella sonreía. Su madre, ser que siempre la amó,

dividió su existencia en dos, para su padre y para Fanny. Ni un poco de vida se

había reservado para sí. Y es que vaya que así es el amor, un loco lisonjero que

nos hace dar la vida por ver vivir.

De repente, cierto día la madre amaneció llorando, agobiada y triste; el padre

debía irse. ¿Para dónde? Fanny no entendía, a sus recientes seis años no sabía de

17
despedidas. Supo tiempo después que en sus incontables viajes había dado de

frente con una caricia nueva que había hecho estragos en su corazón. Se iba detrás

de su nueva ilusión, y a la otra la dejaba morir.

Fanny nunca reprochó la partida del padre, pero cómo le hicieron falta sus

caricias. Pero eso no era todo, la madre dolorida sufría una pena doble, en su amor

entregado, luego de siete años de amarlo vivamente y dos en silencio, había dado

el sí a la propuesta de casarse que le había hecho aquel hombre.

¿Cuál fue su intención? No lo sabía, tal vez en el momento del ofrecimiento

su alma aún estaba prendida a la de ella, aún el amor no había hecho sus juegos

maquinales con los que pretende enseñarnos a amar haciéndonos sufrir. Él se había

ido y la boda se había transformado en un recuerdo doloroso. Nadie sabe de la pena

que atrapaba a Fanny al ver días enteros a la madre llorando al pie de la ventana,

ella sabía que anhelaba su retorno, que se engañaba con su posible regreso.

Habían tardes en que la sorprendía parada frente al espejo, en su cuarto del

que no volvió a salir, midiéndose una y otra vez el traje de novia, evocando el

casamiento, pero esta vez acompañada del lamento.

Sus días se fueron sin tiempo, del padre jamás se volvió a saber nada.

Un día antes de la muerte de la madre, ella había guardado su vestido en

una caja y lo dejó bajo su lecho. Cuando Fanny la fue a ver a la siguiente mañana,

la muerte había hecho sus nupcias con ella. Sin tener dinero ni la forma en cómo

sepultarla, vendió todo, hasta el vestido de novia que su madre había dejado para

verla a ella vestirse de blanco.

Cómo es un laberinto la vida y una ruleta el destino.

18
Ese vestido que reposaba en la bodega del Teatro T como parte de la

indumentaria de los actores, era el de su madre.

¿Comprenden ahora el motivo de su llanto y la razón de su tristeza?

19
CAPÍTULO TERCERO

La rosa que se marchita

- Ahora tienen sentido tus ojos opacos. Le dijo Dolly.

- ¿Qué tienen ellos?

- Una nube de tristeza que siempre los oscurece.

- He tratado de salvarme de las garras negras del desconsuelo.

- ¿Has pensado en el suicidio? Le preguntó Dolly mientras se sentaba a su

lado en el piso.

- Muchas veces, pero he logrado salvarme.

- ¿Cómo?

- Teniendo a la literatura por amante.

- Es decir, ¿Las letras te han salvado de la muerte?

- De la muerte no. ¡De la vida!

- ¿De la vida?

- Sí. De la existencia. No creo en la muerte como en una despedida, y el paso

a otra realidad. Nosotros existimos aquí y ahora, somos este momento en que las

dos estamos hablando. Ni lo que paso ayer, ni hace dos segundos, ni lo que puede

ocurrir en dos horas. Todo es el ahora. He visto personas sufriendo por un pasado

que se les fue, porque no pueden recuperarlo para cambiarlo a su gusto, y a otros

padeciendo por lo que será el mañana, tan incierto como él solo.

En esas preocupaciones absurdas se gastan el pasar por esta vida sin vivir,

sin sentir el ahora que es lo único real que tenemos.

20
Es como un lector, de cualquier novela, debe enfocarse en el renglón en que

está, en la palabra que se le presenta en ese instante, no puede pretender revisar

lo que ya leyó hojas atrás ni mucho menos preocuparse por lo que vendrá dos

renglones a delante. Así mismo es la vida, no hay otras vidas, hay cientos de libros

en el mismo librero. Ocurre que a mí me tocó una novela creo que experimental, en

la que el autor parece un ser de mil manos que quiere escribir todo a la vez, y a

veces se empeña en dejarme un par de hojas en blanco en las que me ha tocado

escribir de afán lo que pueda por no dejar la página vacía.

Dolly suspiraba.

- En cambio se de vidas que parecen ser escritas por la pluma de los más

grandes, como si en ellas todas hubieran puesto un renglón para hacer una obra

completa.

- Deberías escribir la tuya, Fanny.

- ¿Quién la leería? Si acaso usted, por gratitud a estos momentos de charla,

pero nadie más.

- Yo estoy segura de que alguien la leerá y al pasar los ojos por esas líneas

sentirá empatía contigo, como la que yo siento, la misma al verte aquí, en este ahora

frente a mí, con tus ojos celestes y tu cabellera azul, querida Fanny Blue.

Sonrió de nuevo, con una caricia de ángel que fue entregada de forma casi

secreta para Dolly. El amor utiliza lenguajes inciertos para decir todo lo que con las

palabras no es suficiente, un roce tímido de las manos al ver juntos un atardecer, la

mirada fija en la del otro transmitiendo universos, el susurro aleteante que llega

curioso al oído del ser amado, los besos que se dan con el alma, el aroma a eterno

21
que desprende el cabello bajo la caricia suave de una mano enamorada. Fanny

sabía muy bien de todo ésto.

Pero los dolores por los que pasó en su juventud, causaron en su alma

heridas tan profundas, que la llevaron a una conclusión, resultado de la realidad y

la severidad; para ella todos los seres humanos eran naturalmente malos.

Motivos para decirlo, era lo que le sobraban; razones para afirmarlo, una sóla.

Nona era su abuela, y ese el nombre que ella le había dado. Todos los fines

de semana cuando iba a compartir con ella, entre disfraces y lecturas, Fanny vivía

una aventura de la que era capaz de salir nunca.

Llegada la mañana del domingo, en una maleta que su Nona le había hecho,

guardaba las faldas que la noche anterior, silenciosamente extraía del ropero de su

madre, junto a un par de libros con los que emprendía camino.

Realmente Nona no era su abuela, pues aquella señora de más de setenta

años no era madre de la madre de Fanny, así como Fanny no era hija de aquella

mujer. Sin embargo, Nona tenía en su corazón un lugar especial, en el que había

acunado a Fanny desde el primer momento en que la tuvo en sus brazos.

Proyectaba en los ojos juveniles de la niña, el azul celeste de los suyos, y en

ellos volvía a ser la damisela inglesa que en su época había sido.

La casa enorme de la abuela esperaba con ansias la llegada de la pequeña

durante toda la semana, se podría decir que aquel lugar volvía a la vida. Durante

los días comunes de la semana, se mostraba opaca, triste y silenciosa. ¡Pero vaya

la casona de fiesta en que se convertía cuando Fanny pisaba aquellos cuartos y se

posaba en los corredores! Era una de esas casas que al tener las ventanas y la

22
puerta abierta parecía que miraban a lo lejos, con su cara arlequinesca, diciéndoles

a todos: ‘¿Hola, cómo van?’ Toda ella estaba pintada de rosa claro, con flores

colegiales al pie de los ventanales. Nona ponía en el antejardín platos con fruta

molida y alpiste, razón por la que la estancia, en temporada de primavera, se veía

invadida por decenas de aves coloridas, que a gratitud del alimento recibido,

entregaban su canto como un regalo divino. Un pequeño bosque de árboles

frondosos respaldaba la casa dándole de fondo ese verde oscuro, tan propio de los

cipreses. Una pequeña poceta que incansablemente se alimentaba del agua clara

que venía desde el riachuelo, contenía incólumes peces raudos a los que el sol

destellaba en colores, al pasar sigiloso por las ramas de los almendros. Todo era

tranquilidad y viento, como el soplo apacible que levanta hojas secas en esas

danzas momentáneas que nos roban las miradas.

Al despuntar del amanecer, Nona regaba las plantas y sagradamente les

cantaba melodías que las ponían felices. Sigilosas y tímidas las primeras rosas

abrían sus pétalos, seguidamente las violetas y los claveles hacían lo mismo. Los

gladiolos despertaban perezosos bajo las gotas que caían de las manos

temblorosas de aquella mujer que vivía para contemplarlas.

El reino vegetal tiene un alma pura que late entre tonos de verde esperanza

y rojo enamorado. Por esta razón, cuando Nona quería cortar algún par de flores

para decorar la mesa del comedor, pedía disculpas a las plantas y permiso para

hacerlo. Un corazón noble y amante de la creación, respeta y ama todas las formas

de vida.

23
Encendían la chimenea luego de disfrutar de la cena que entre las dos

preparaban. La sala de estar era el escenario en el que se recreaban las mejores

escenas de los libros que iban leyendo.

Entre ambas confeccionaban disfraces, se maquillaban, y dejaban de ser

ellas.

Las palabras reventaban en fuegos de artificio al ser leídas por Nona, y los

libros se desmayaban como los pétalos de las moribundas flores nuevas en las

manos de Fanny. Entre Wilde, Víctor Hugo y Wolf, el mundo dejaba de existir para

aquella pareja de seres cómplices y compinches.

Cierta noche de las que estamos hablando, previo al montaje detallado para

la obra teatral, habían leído Las mil y una noches. Vestidas con turbantes y trajes

largos, entre las páginas del relato volaban como Aladino lo hubiera hecho en su

alfombra mágica. Castillos, el cielo de Arabia estrellado y sus sonrisas sueltas de

vez en cuando, se iban enlazando al pasar de cada historia.

Pasada la media noche, Fanny terminó rendida en los brazos de Nona. Con

sus ojos de madre y la ternura temblando en sus manos, acarició sus cabellos y por

esa velada ella fue su Scheherezade.

Cómo hubiera querido Fanny que esto no terminara nunca. Pero como los

libros que ellas leían, esta historia también tendría su punto final.

Al siguiente fin de semana, luego de ir por una torta de frutas para su Nona,

se alistó con su mejor vestido y así poder festejar el cumpleaños de aquella mujer

que era su vida y su motivo para vivir. Tomó un carro y llegó a la estación de buses,

para luego de dos horas de viaje estar con ella. Durante todo el camino pensó en

24
qué leerían, de qué se vestirían, y al final decidió en que ese día Nona sería una

reina. El ansía habitaba en su corazón.

Al llegar agarró otro auto y pidió que la lleve a las afueras de pueblo, a la

casa donde había pasado los mejores momentos de su vida. Esperaba ver el jardín

cargado de rosas y en la puerta a Nona con la mirada perdida a lo lejos, esperando

su llegada.

El taxi se detuvo. Miró por el parabrisas y había un trancón. Un poco

impaciente decidió apretar un poco las trenzas que se había hecho y esperar con

calma. El cielo estaba oscuro con ganas de llover. Gente pasaba afanada por las

aceras con los rostros famélicos y preocupados.

Fanny se sobaba las manos y hacía sonar sus dedos. El carro se movía unos

pocos centímetros y nuevamente frenaba.

Faltaban unas diez cuadras para llegar al camino de piedras que conducía a

la casa de su Nona. Sin poder esperar un momento más, se bajó del auto y

emprendió a caminar. Cada vez se veía más gente. Pasó fulminante una

ambulancia con su sirena estruendosa.

Fanny aceleró su paso. Al momento unas patrullas de la policía pasaron

también. El cielo insoportable de tristeza empezó a llover. Su corazón se preocupó

un poco y empezó a correr. Al momento estaba en la entrada del camino, el cual

estaba cerrado por unas cintas de seguridad que le impedían pasar. Miró hacia la

casa y Nona no estaba esperándola. La policía entraba y salía corriendo, a los

momentos paramédicos y tras ellos más agentes que trataban de controlar a la

25
multitud. El rosal se presentaba destruido por los pasos de las personas que habían

llegado al lugar de los hechos.

De la puerta salió un cuerpo cubierto por una sábana blanca en una camilla.

Fanny supo que era su Nona. Se derrumbó sobre sus rodillas y estas sangraron al

tocar las piedras filosas con las que se encontraron.

Al estar la abuela esperándola en la entrada, dos hombres se habían

acercado a ella con la excusa de preguntarle por algún lugar. Sin embargo, su única

intención fue robarle la fortuna que pensaron ella poseía. Al no encontrar más que

libros y telas, decidieron acabar con su vida y huir. Ay si los ladrones robaran libros

y versos, qué maravilloso sería cometer el delito y qué tan plácidamente se aceptara

la condena.

No acabaron con Nona únicamente, sino que de paso dejaron a Fanny

completamente sola.

Para ella, ese día su existencia dejó de tener sentido.

Fanny guarda entre las páginas de sus libros las fotos de su Nona. Es fiel

creyente que de entre algunas de esas páginas la volverá a encontrar, y yo también

lo creo.

Para ella el ser humano es malo por naturaleza, y cómo habría de no pensar

así cuando de un soplo apagaron la luz con la que iluminaba su caminar.

Los domingos son melancolía para mi Fanny. Sentada en algún parque pasa

la tarde pensando en Nona, y su abuela le hace saber que la acompaña, pues hacia

donde ve, hay rosas florecidas.

26
CAPÍTULO CUARTO

El reencuentro

-¿Vas a venir mañana a ver la nueva obra?

-No creo poder.

-¿Qué harás?

-Voy a recoger a Elizabeth, mi amiga desde la infancia. Llega mañana a la

ciudad. Nos veremos después de años de ausencia.

-Ven con ella.

-Lo haré. Llegaremos las dos.

Se despidieron con un abrazo, y los bucles azules de su cabellera se fueron

perdiendo bajo el color verdeazulado que invadía el marco del portón.

Al salir se encontró con la ciudad humedecida. Llovía torrencialmente. En

aproximadamente tres horas llegaría Elizabeth al aeropuerto, se volverían a ver,

hablarían de sus días de infancia, de sus juegos ingenuos donde eran damiselas

antiguas, recordarían lo que entre ellas se contaban, los gustos por los chicos del

barrio, y hasta tal vez Fanny decidiera por fin contarle que estaba enamorada de

ella.

-Toma. Le dijo a su amiga alcanzándole un papel que momentos antes había

estado buscando en el bolsillo de su chaqueta.

Sin decir nada, Elizabeth leía aquel pedazo donde se había desmayado una

cita de Proust. Escrita a puño por la misma Fanny, con esa caligrafía que había

aprendido de las golondrinas al volar, Elizabeth suspiraba y repetía palabra tras

27
palabra, en un francés tan hermoso que hacía de sus labios un paseo bajo el cielo

de París.

Así será, pensaba Fanny, mientras fantaseaba, con la mirada perdida sobre

el aguacero, estrujando los papelitos que siempre llevaba en el bolsillo de su

chaqueta. Previamente los preparaba, era todo un rito sagrado de las noches de

insomnio. Levantarse, tomar una hoja, doblarla en ocho partes iguales. Ni una más,

ni una menos. Sobre ellos escribir citas, pensamientos, fragmentos, palabras, o

plasmar un beso, y tenerlos siempre con ella, como un botiquín de emergencia, para

cualquier desahuciado de la vida, que necesitara un impulso para acabar con ella.

O como era en este caso, para tener la excusa de ver moverse unos labios,

arqueados bajo el influjo próvido de la lengua de Voltaire.

Caminó por varios minutos sin prestarle atención a la lluvia. Era feliz pisando

charcos, deformando el reflejo de su rostro en ellos.

Nunca entendió el temor de la gente ante la ciudad humedecida. Si es en ese

momento, bajo el danzar de la lluvia, cuando el viento se alienta a hacer lo que

quiera, y los amantes se atreven a besarse en las esquinas.

Acompañada de una sonrisa que se reía de sí misma, se fue esquivando

goteras, dando giros en un pie, como si estuviera en el escenario bailando el vals

de los cisnes. Entre las personas que la veían, estaban los que sonreían, los que

se asombraban, los que la creían loca y desquiciada, y los que también la

envidiaban. ¿Envidia de qué? De su libertad. La libertad ajena es el tábano que

fastidia en el alma de los otros.

28
Recordó por un momento esas tardes de lluvia, cuando su mirada se perdía

a veces de las páginas de los libros para ir a parar sobre un recuerdo distante.

Sentada sobre el cobertor de su cama, de repente se volaba por la ventana

entreabierta, y entre jirones de viento y hojas muertas se trasladaba a los parajes

más recónditos de su memoria. Leyendo El túnel sabatino, había sido María

Iribarne, esperando ansiosa la llegada de su Castel para que pudiera matarle. Y es

que es en eso en lo que radica el milagro de la literatura, en vivir universos

diferentes, en poder escaparse de la realidad que a uno lo atrapa y lo obliga a existir.

Entre los libros uno deja de ser para permitirse ser otro.

Cuántas veces en la soledad de su cuarto, no había sentido desde la mano

shakespeariana correr por su cuerpo el deseo de la muerte, y al final ser la Lady

Macbeth, hermosa suicida.

Fanny murió mil veces antes de nacer, y ya estando viva no supo qué hacer.

Llegó totalmente empapada a ver a su querida amiga Elizabeth. Miles de

personas entraban y salían del aeropuerto, y ella pensó en la necesidad que tienen

todos de irse siempre a algún lado, escapando del lugar donde están, pero sin

poderse librar de sí mismos.

Una dama que vestía totalmente de negro, llamó la atención de Fanny, junto

a aquella se inició un escándalo porque no tenía en sus manos el pasaporte para

ingresar y tomar su vuelo. Juraba que hacía unos segundos lo llevaba con sigo,

buscaba por todo lado, pero el documento no estaba. Le informaron que era

imposible viajar así, que debía presentar la denuncia pertinente y tomar otro vuelo.

Desesperada, llorosa y temblando se alejó del lugar.

29
Los colombianos son de Colombia, los argentinos de Argentina, los polacos

de Polonia, los franceses de Francia… ¿Y los humanos? Se preguntó Fanny ante

la situación. Le parecía absurdo el hecho de tener que presentar documentos para

ir a cualquier sitio sobre la tierra que a diario pisamos. Recordó cómo hace muchos

años, al levantarse, toda desganada de ese nuevo día que la sorprendía, al poner

su pie derecho sobre el suelo frío, un pensamiento se le vino de inmediato. Es el

mundo tan enorme, pero a la vez tan pequeño, que le era posible tenerlo bajo la

planta de su pie. Ella creyó siempre en el ideal de poder viajar sin limitaciones, sin

tener que demostrar de dónde somos. De poder movernos a todo lado por el simple

hecho de ser humanos y de habitar la misma casa, a la que llamamos tierra. Ella se

consideraba una inquilina del mundo, una estrella danzarina en todo el universo.

Al momento se encontraban las dos en el café de la avenida. Elizabeth seguía

siendo la doncella acaramelada que tantas noches había desvelado a Fanny, pero

no hablaron del ahora, eso no les importaba, recordaron sus días de niñez, las risas

ya idas, y de cómo había sido el día triste en que las dos tuvieron que separarse.

Elizabeth había ganado una beca para estudiar en París, artes teatrales, y Fanny

debía ir a una ciudad cercana, no a menos de ocho horas de viaje, a aprender de la

vida.

Las tardes de domingo eran el mejor recuerdo que Fanny podía tener de esa

su juventud primera. Metida en el cuarto que alquilaba, al fondo de toda la casa,

luego de recorrer todo el pasillo, estaba su alcoba. Las horas pasaban lentas

mientras ella hacía el amor con los libros. Acariciar una página, percibir su aroma

con las hojas abiertas, suspirar hasta sentirse sin aire por un pasaje que se ha leído,

30
cerrar los ojos y hasta llorar para caer desmayado de éxtasis sobre la cama. Si eso

no es hacer el amor, yo no sé qué lo sea.

Embriagada de embelesos literarios, Fanny salía del cuarto a media luz, para

ser sorprendida por un sol radiante que disfrutaba de acariciar su piel desnuda.

Daba un par de pasos por el pasillo, entraba a la cocina por algún café que ella

misma se preparaba y volvía a desfilar hasta su alcoba. Los clavelines sembrados

en el jardín por la dueña de casa, que ahora no estaba, giraban ayudados por el

viento, para no perderse el espectáculo de la Fanny desnuda que acababa de pasar.

-¿Has sabido algo de Víctor?

-Me envió una nota pidiendo verme.

-Seguro aceptaste.

-No le di ninguna respuesta. Sólo decía que en punto de las ocho de la noche

estaría fuera del Teatro T esperando por mí.

-¿Vas a ir con él?

-No lo sé. Me gustaría pasar la noche contigo. Murmuró para sus adentros la

frase última que Fanny no se atrevió a decirle.

-Está bien. Acompáñame hasta el hotel, yo descansaré un poco, luego de tan

largo viaje deseo ducharme y dormir. Mañana podremos salir, comer, pasear.

Tenemos tanto de qué hablar.

Salieron del cafetín dejando sobre la mesa, las servilletas arrugadas y las

tazas de café capuchino marcadas en el mismo sitio donde habían posado sus

labios. Elizabeth y Fanny, nuevamente juntas, se fueron perdiendo por el andén

derecho de esa avenida polvorienta.

31
El chorro de agua con el que se lavó las tazas destruyó la escena. En el fondo

del pocillo de Fanny se había formado un colibrí con las alas abiertas, en el de

Elizabeth una flor cargada de néctar.

La ciudad hervía de transeúntes, afanados con sus existencias. Fanny

siempre había tenido terror al llegar a existir. Para ella la vida era éxtasis, no una

carga que había que arrastrarse a pesar de todo para poder continuar. A contadas

ocho cuadras del Teatro T estaba el hotel donde se hospedaba Elizabeth. Llegaron

hasta el lobby y en ese lugar se despidieron de un abrazo.

Fanny acarició con sus dedos delicados el rostro marfilesco de su adorada

compañera, y como antaño lo hubiese hecho Safo, posó sus labios en los de ella,

como la poeta sobre las aguas del Egeo. El sonido del claxon de un auto la sacó

de su delirio, ya se encontraba en la calle cruzando la avenida, con la imagen del

deseo fija en su mente, y con el corazón danzándole en el vientre.

Incontables las imágenes que le llegaban a raudales a la Fanny presa de este

relato. Fuese necesario una biblioteca entera con todos sus volúmenes para llegar

a narrarlos, y es que Fanny era eso, un caos viviente, un océano alborotado, un

poema sin terminar.

32
CAPÍTULO QUINTO

Un último café

-Fanny, te buscan en la puerta.

Cerró su libro, dejó sin terminar el cuento de Borges que había estado

leyendo, y se dirigió al encuentro con Víctor.

Sorprendida se quedó al abrir la puerta y ver a una mujer.

-Disculpe, ¿es usted Fanny?

-Yo soy.

-¿Es usted amiga de Víctor?

-Sí, ¿qué ocurre?

-Me envía a pedirle lo disculpe porque deberá demorarse un poco más a la

cita que tenía acordada con usted. Se le ha presentado un inconveniente, nada

grave, y en poco menos de una hora vendrá a recogerla. Reitero sus disculpas.

-Está bien, aquí estaré esperándolo.

Regresó a su esquina, abrió otro libro de cubierta roja que llevaba en la

maleta y se puso a leer.

En el ángulo recto que formaba la esquina perfecta donde confluían las dos

avenidas, los dos hombres departían, en una mezcla de gesticulaciones y muecas,

de un tema importantemente mudo para los que pasaban a su lado.

Por los movimientos sincronizados de las manos del primero, se deducía

indudablemente que era un director de orquesta, o un excelente músico, o un

músico bueno aunque no tan reconocido, o por lo menos un fanático de la música

33
clásica, con la que deliraba al imaginarse director de la orquesta que sonaba en el

tocadiscos que todas las noches encendía.

Del segundo sí cabía la duda, o era un matemático, profesor ya pensionado;

o era un descendiente de gitanos. Porque al segundo, le hacía señas con su índice

derecho en la palma izquierda de su mano, en ella dibujaba líneas perfectas, y

ángulos rectos formados por avenidas como donde ellos se encontraban.

El segundo era incisivo en sus gestos, sus dedos permanecían el mayor

tiempo juntos para hacer paralelas y catetos de un sólo tajo. El primero al contrario

dejaba en libertad a los suyos y los movía siempre como si estuviera tocando sobre

un piano imaginario alguna sonata de Bach, sus manos dibujaban alegóricos

movimientos semejantes al símbolo del infinito o al danzar de las mariposas.

A pesar de estas especificaciones, el discurso de ambos seguía incierto.

Pasado un tiempo, en el que el segundo hombre calculó exactamente,

levantando su brazo izquierdo en ángulo de cuarenta y cinco grados, observando el

artilugio que llevaba en su muñeca, y que seguramente para el primero no era tan

necesaria esa exactitud sino la armonía, con un gesto del segundo reflejado en el

asombro del primero, se deducía que para ambos se había hecho tarde.

Cortésmente los hombres se despidieron. El primero extendiendo su mano

izquierda y el segundo apretándola con la suya.

A un par de pasos dados por el segundo hombre, el primero hizo un llamado.

Alguna claridad necesitaba. El de los dos pasos, levantando nuevamente su brazo,

siempre en ángulos enteros, redondeados a dos cifras y con su respectivo punto

34
decimal, le señaló al del llamado una casa enorme en la esquina paralela, también

formada en ángulo recto por dos avenidas, como donde habían estado.

Agachándose y tomando el sombrero con su mano derecha, el primer hombre

se dirigió a aquel lugar. Del segundo no hablaremos ya, y para comodidad del relato

diremos que se fue directo al escritorio a dibujar líneas y ángulos para en ellos

atrapar el tiempo.

Con ritmo y musicalmente, dando tres golpes pianitos de corcheas sobre el

gran portón, seguidos de dos blancas fortísimas, el segundo hombre espero a que

lo atendieran.

Cerrando el libro rojo, Fanny respiró muy profundo y sonrió al imaginarse a

esos dos personajes, de los que acababa de leer.

Al mismo instante sonó la puerta. Seguido a esto un compañero del Teatro T

le informó que la estaban esperando.

Salió al encuentro, y apreció sonriente un Víctor que la saludaba con el

sombrero en la mano derecha y una mueca musical en su rostro, parado en las

afueras de la casona del Teatro T, donde confluían dos avenidas formando un

perfecto ángulo recto.

-Acompáñame a dar una vuelta por la ciudad. Le dijo Víctor.

-No puedo tardar tanto, debo estar en una hora de regreso porque tenemos

ensayo.

-No demoraremos mucho, lo que tengo que confesarte es cuestión de dos

palabras.

35
Fanny y su acompañante salieron del Teatro T, bajando por la avenida

oscura, iluminada a golpes por faroles donde estaba apresada la luna. Es el cielo a

veces presagio, pero nuestra cabeza siempre permanece gacha. Tal vez si Fanny

hubiese hecho caso al corazón alborozado que le advertía algo en el pecho y que

le decía que no todo estaba bien en ese momento. Hay diferencia entre los latidos,

y deberían existir academias donde enseñen a diferenciarlos, el del corazón

enamorado es afanado pero tranquilo, el del presentimiento oscuro, mezcla de

taquicardia y angustia, todo anidando en el centro del pecho, como si éste se

hubiera desplazado, y Fanny se sentía así en ese momento.

No quiso decirle nada a Víctor por no dañar el instante, a pesar de todo, la

brisa era tibia y en los ojos de aquel hombre había brillado una luz de esperanza.

Quién era ella para apagarla. Con los golpes que le había dado la vida en tan poco

tiempo, no era capaz de herir a nadie, y por el contrario meditaba tres veces antes

de decir o hacer algo, no fuera que entre el afán de la cólera que a veces nos atrapa,

se le escapara una daga hecha de palabras fuertes y rompiera algún corazón.

Ella lo había vivido en carne propia y no quería que nadie sintiera esa horrible

agonía.

Mientras iban hablando de sabrán sólo ellos qué cosas, Fanny enganchada

de su brazo derecho y Víctor aprovechando el momento, una niña pequeña, de no

poco más de siete años se les presentó en el camino. Llevaba una canasta llena de

manzanas pequeñas, unas rojas y otras verdes.

-Cómprele manzanas a su novia, joven.

36
Víctor giró la cabeza para contemplar la expresión de Fanny, y descubrió a

ésta con la mirada perdida en aquella pequeña.

-Dame dos. Dijo pasándole un billete.

Fanny, como si se encontrara a solas, en el momento en que Víctor metió la

mano para sacar el dinero, al quedar su brazo libre del apoyo en el que estaba, cayó

por inercia junto con su cuerpo que acababa de arrodillarse. Con ambas manos

tomó el contorno de ese rostro ingenuo, blanco como la cal con que se pintan las

iglesias, de mejillas sucias y cabellos alborotados. Puso tras su oreja los crespos

rubios que caían sobre sus ojos, y descubrió en ellos un espejo donde se reflejó su

alma. La niña, sin comprender lo que ocurría, entregó las dos manzanas, una verde

y la otra roja, y pretendió dar el cambio que Víctor en el acto rechazó, indicándole

que era para ella también. Sus ojos se iluminaron como si una estrella hubiera

surcado por su cielo. Fanny la abrazó fuerte contra su pecho, y entre suspiros y

lágrimas le dio un beso en la frente.

Se incorporó, secó sus mejillas húmedas, y vio perderse a la niña, con la

canasta aún repleta de manzanas, y la felicidad acompañándola a salticos, porque

esa noche podría comer algo con sus hermanos.

-¿Qué te ocurre? Indagó Víctor.

-Esa niña soy yo. Respondió ella.

Luego de la visita repentina del Amor disfrazado de infante, juguetón nato

como lo ha sido desde siempre, cazador de almas afines que necesitan de un

empujón de espaldas para que se encuentren. Fanny y Víctor llegaron al café la

Vastilla donde ingresaron en total silencio.

37
Sentados en la mesa del fondo, amante del café espeso y sin azúcar, Fanny

esperaba atenta el comentario que le debía de hacer su compañero.

Nervioso y con las manos sudorosas por la presión, Víctor dudaba entre el

rojo de sus mejillas y su sonrisa de enamorado. Era imposible no estar así,

cualquiera que se encontrara frente a Fanny en ese momento, no hubiera podido

escaparse del vilo en el que se mantenían sus ojos. Su piel blanca y más blanca

ahora bajo la caricia suave de la vela encendida sobre la mesa, sus bucles azules

haciéndola aún más pálida, y sus pómulos prominentes dándole un aire de Madonna

recién terminada.

Luego de dar vueltas con palabras y expresiones, exaltando mil veces la

belleza de aquella golondrina albina, se atrevió a decir, tomando aire y buscando

fuerzas en su corazón.

-Hemos sido amigos desde la infancia, estudiamos juntos, y crecimos viendo

el mismo sol. Ahora que han pasado los años, y te encuentro más linda que nunca,

deseo con cada fibra de mi corazón, que puedas acompañarme para siempre bajo

este mismo cielo del que has robado el azul para tus cabellos. Fanny, te amo tanto

como el primer día en que mis ojos vieron tu sonrisa, te amo con la misma ansia de

niño porque llegue el nuevo día para oír de nuevo tu voz. Por eso quiero, en este

lugar, bajo esta noche oscura de negro infinito pedir tu mano, e iniciar una vida

contigo. Fanny… ¿Quieres casarte conmigo?

Envió su mano temblorosa al perchero de su abrigo y sacó de ese lugar un

cofrecito. Al abrirlo una argolla con una hermosa piedra roja resplandeció bajó la

mirada atónita de Fanny.

38
El silencio invadía la escena.

Igualmente respirando profundo, sabiendo que no podía hacerle daño a un

corazón que la había amado tanto, dejó que su alma se sincerara para hablarle así.

-Víctor, tu corazón es un océano precioso donde estaría encantada de

dormitar la luna, purísima profundidad de amor y valores en los que sería un placer

naufragar. Nos conocemos desde siempre, y desde siempre has sido el mismo, a

pesar de los años tus ojos de niño siguen siendo un sueño y tu piel un lienzo

verdadero por donde transpira la lealtad. La vida me ha dado tantos golpes y me ha

arrebatado todo, que en al afuero interno que soy a ratos, donde me pierdo en las

tinieblas de mis recuerdos, soy diferente y cada día me vuelvo otra realidad. Víctor,

yo no soy dama de un solo libro, y creo que nuestra historia ha llegado al punto final.

No puedo aceptar tu mano sincera, ni tu corazón puro y transparente, soy de noche

paloma viajera y de día una cazadora de besos. Mi amor por ti trasciende la esencia

misma de la realidad en que vivimos, y lo quiero libre para verlo, cuando me ponga

a volar.

Agarrando sus dos manos, donde posaba apretado el cofre sangrante, se

agachó y posó un beso, dejando marcando sobre ellas sus labios azules, de azul

pedernal.

Los ojos húmedos de Víctor la sorprendieron, y la boca de éste no se atrevió

a pronunciar palabra alguna, sólo temblaba apretándose más, ahogando un quejido

que rogaba por salir. Cuando el corazón se rompe, hace estruendo en el alma, y su

eco se riega por los pasillos de los anhelos, donde todo empieza a desocuparse.

39
Cuartos donde antes había habitado la fantasía, la ilusión y los empeños, se van

quedando solos, a oscuras y con los cristales rotos.

Se puso de pie, guardó la argolla en su bolsillo, dejó la silla en su lugar, y se

fue con paso afanado perdiéndose tras el marco oscuro que separaba el café de la

noche perpetua. Fanny supo que sería la última vez que sus ojos verían a Víctor, y

grabó a cinceladas su imagen sobre el mármol de su alma.

Pero le era imposible dañar a un hombre como este, a pesar de que Fanny

también le había amado, ahora tenía mariposas revueltas en su estómago, unas por

Elizabeth, las otras por Dolly.

40
PARTE II

AZUL COMO EL DEL MEDIO DÍA

41
CAPÍTULO UNO

El sombrero azulado

Temprano decidió ir por su amiga, ¿o deberíamos decir uno de sus amores?

La noche la había pasado prácticamente en vela, recordando una y otra vez,

repasando lo ocurrido el día anterior. Trató de disimular bajo una capa de maquillaje

las ojeras de su rostro, y se presentó como si fuera el mismísimo amanecer ante

Elizabeth, resplandeciente y encantadora.

Tomó café y fumó un cigarro antes de salir al hotel. Caminó por las aceras

en las que se veía apenas una que otra persona afanada. Levantó la mirada para

contemplar el cielo y los rayos fuertes del sol la obligaron a fruncir el ceño. Un

pequeño se le acercó para pedirle dinero, ella se lo dio mirándolo fijamente y sintió

en su alma un vacío profundo. Había cosas que a Fanny le destrozaban el alma, y

ésa era una de ellas. No soportaba la tristeza en unos ojos infantiles, creía como

acto injusto de la humanidad el robarle la felicidad a un niño. En una banca que

estaba junto al parque principal, decidió sentarse, presa de un mareo. A su mente

regresaron los momentos en que ella tuvo que hacer lo mismo al verse sola en las

calles, con hambre y frío. Cuando lograba escaparse de las casas de sus amigas,

se libraba de las garras de los abusadores pero caía en las de la calle. A veces las

avenidas en la noche toman vida propia, y se empecinan en mostrar su más terrible

y cruel cara, ancianos deambulando, niños durmiendo en los andenes, drogadictos

perdidos en sus delirios y la gente indiferente que pasa a su lado. Fanny sabía lo

que se sentía ser ignorado cuando se tiene una boca hambrienta.

42
Temprano, apenas la despertaban los sonidos de los primeros autobuses que

pasaban cerca de donde había quedado dormida, se levantaba afanada e iba a la

casa de la señora Lucrecia, una anciana bondadosa que le regalaba la primer

comida de su día, un vaso de jugo y un trozo de pan. Con esto debía pasar a veces

la jornada completa, pero siempre se sintió agradecida por lo que recibía. A ninguno

de sus amigos de calle les contaba esto, no por egoísmo, sino por temor a que ellos

fueran donde la anciana antes que ella y la dejaran sin bocado.

A cambio Fanny le hacía los mandados, le compraba en la tienda, le ayudaba

a barrer el patio y a organizar la casa. Junto a ella aprendió la devoción a Dios, pues

la señora Lucrecia la hacía orar todas las mañanas, aunque de una forma diferente

a como lo hacen las beatas de siempre.

-Cierra los ojos y empieza a sentir la gratitud de estar viva. Le decía. Antes

de pedir, primero agradece por lo que tienes, y piensa en lo bueno que ha llegado

a tu vida. Ahora pide con devoción y con el corazón la mano lo que realmente

quieres y deja que la mano de Dios actúe. Finalmente recemos una oración.

¿Qué pediría Fanny en esos momentos? Sólo su alma lo sabría. El todo es

que aprendió a entablar esas charlas con Dios y a bajarlo del pedestal eclesiástico

donde lo han entronado los hombres. Ella lo encontraba en todo lado, y cualquier

cosa, que para muchos sería más que insignificante, como el trinar de una

golondrina para Fanny era motivo de agradecimiento y felicidad.

En la calle aprendió muchas cosas que en la escuela jamás le hubieran

enseñado. El verdadero valor de la amistad desinteresada. El compañerismo lo

43
repasó muchas veces cuando compartió parte de su frazada con alguna niña que

estaba en sus mismas condiciones.

Decidió dejar por un momento esos recuerdos de lado, e ir directamente al

hotel a buscar a Elizabeth. Se estaba haciendo tarde.

Llegó y se quedó esperando a su compañera en la entrada, a petición de

ésta, luego de hacerla llamar.

-Toma, es de los últimos que compré para mi colección. Le dijo apenas la

miró.

-Gracias. Respondió sonriendo y dando vueltas al sombrero que Elizabeth le

acaba de obsequiar.

-Es un Trilby de ala corta, lo compré en este tono azul medianoche. ¡Póntelo!

Haciendo caso, Fanny giró el sombrero en su mano y lo calzó sobre su

cabellera. El tricornio parecía la noche que va oscureciendo, sobre el muriente azul

claro, del océano de sus cabellos.

-Te queda perfecto. Estás preciosa.

Esa jornada fue entregada enteramente para las dos. Gracias a la virtud que

tenía Fanny de bloquear su mente y olvidarse de todo mientras andaba con otro de

sus amores, ningún recuerdo, de ningún tipo, pudo dañar aquel plácido momento

junto a Elizabeth. Visitaron un par de museos. Tomaron cientas de fotografías, para

Elizabeth, Fanny era su mejor modelo. Corrieron como dos adolescentes locas por

esas grandes avenidas, hicieron compras, y fueron hasta por un par de libros.

-Cómo me encantaría algún día publicar tu biografía.

-¿La mía?

44
-Sí, sería una mezcla de ficción y realidad. Hablaría de la belleza blanca de

tu piel, de tus cabellos azules, y… de tus amores.

-De mis amores. Dijo Fanny suspirando.

-Pero deberás contarme la historia de todos. Fanny, ¿qué crees del amor?

-Que es una adicción.

-¿No es para ti un sentimiento? ¿Algo que vives?

-Es una adicción de la que soy adicta. Amo estar enamorada. Vivo

enamorada del amor. No gusto de las fachadas de las casas, me deleito con la

lumbre que hay en cada una de ellas.

-¿Es decir, que puedes amar a quien sea?

-A quien sea no, yo amo sólo a quien tiene algo para darme.

-Pero eso sería como vivir en una constante infidelidad.

-La infidelidad no existe. Somos infieles por naturaleza. Vivimos sumergidas

en ella como el pez en el agua. El egoísmo nos lleva a querer tener a esa persona

sólo para nosotros. Y yo soy muy caritativa. Disfruto el hecho de sentir a mi ser

amando, no disfruto del ser al que estoy amando, sino del placer de amar. La

infidelidad es la palabra que inventaron los temerosos, los egocéntricos.

-¿Y el estar con una persona, y a la vez estar amando a otra, no es

infidelidad?

-No. El querer estar con una persona sobre todas las cosas se llama lealtad,

y es eso lo que vale. La lealtad del alma me importa a mí, y no la debilidad del

cuerpo. Una cosa es fidelidad, y otra lealtad.

45
-Fanny, sin duda eres la más maravillosa y encantadora de todas las

encantadoras y maravillosas mujeres que he conocido.

Las dos damiselas, sin decir nada, sin presagiar lo que ocurriría, sin darnos

siquiera una pista a nosotros que las vamos siguiendo, juntaron sus labios al pasar

bajo árbol, y sus hojas se estremecieron por la caricia del viento. Juntas irradiaron

un amor tal, que toda la gente a su lado, tuvo deseos esporádicos de amarse

también.

A pesar de las páginas que llevamos hablando de Fanny, no podemos decir

con certeza exacta quién era. Se podría afirmar, sin embargo, con total seguridad

que era una mujer con mirada soñadora, de unos labios que estaban siempre

cargados de palabras amables, metáforas y paradojas; herencia que le habían

dejado los libros que devoraba de manera empedernida en sus momentos de

soledad, que por cierto eran muchos. Poseedora de una exquisita forma de existir,

que de haberla conocido Longo su obra llevaría su nombre. Desaliñada en su forma

de vestir, pero divinizada bajo todo lo que usaba, era como llegar a ver un ángel con

sotana y a la vez disfrutar de su pálida desnudés hasta quedar totalmente ciegos.

De un espíritu emplumado, amante a la existencia, pues había aprendido a vivir el

momento, olvidando el pasado que se había marchado e ignorando el futuro incierto,

aseguraba que la felicidad se hallaba en las cosas simples de cada día, y por eso

era feliz al sentir el viento tocando su rostro, al ver un niño cruzando la calle, al

escuchar el aleteo de las palomas que se bañan en la fuente, al ver el cielo azul

infinito que se perdía con el de sus cabellos. Era una amante de las caminatas

nocturnas, cazadora de lunas como lo fue desde pequeña, cada madrugada

46
regresaba a su cuarto con los bolsillos llenos de lunas, con las que iluminaba el cielo

raso mientras reposaba en su lecho, era una noctámbula que hablaba con la morena

noche, y jugueteaba a besar estrellas.

Su ternura y su belleza estaban acompañadas de algo, una melancolía

extraña, muy parecida a la que nos brinda el paisaje tardío de un árbol solitario, en

medio de una pradera bajo una tarde de lluvia, esa misma imagen se había

apoderado del marco de sus ojos. Según la filosofía antigua, ese rasgo es

compañero inseparable del ingenio y la belleza.

A pesar de todo esto, Fanny no era del todo y completamente feliz. Siempre

le faltó algo, y cuando parecía llegar a tenerlo la vida se lo arrebataba, como

haciendo jugar a un conejo hambriento tras una zanahoria que al momento la quita,

poniéndola en otro lugar, sólo por verlo brincar.

Un amor verdadero, a quién darlo y de quién poderlo recibir. Eso buscaba

siempre entre sus momentos de existencia, siendo otra a cada instante, cambiando

y mutando, pensando ingenuamente que el amor se esconde en cualquier esquina

y que al rato menos esperado nos puede sorprender.

Querida Fanny, amiga en estas páginas y confidente en alguno que otro café,

el amor es una mariposa en bandolera, una estrella danzarina, y nosotros apenas

espantapájaros inmóviles contemplándole pasar. ¿Pero acaso necesita la vida del

amor para que el reloj siga en su tic tac? Comprendo ahora mismo tu respuesta, y

escucho tus labios decirme a la distancia.

-La vida sin amor sería una traición, y yo me siento traicionada.

47
CAPÍTULO SEGUNDO

El baile de máscaras

El Teatro T se vestía de gala y etiqueta. Por iniciativa de Fanny y con Dolly

de compinche, se había convocado para esa noche, a partir de las ocho, un baile

de máscaras, donde los invitados disfrutarían de un excelente programa, compuesto

de exquisitas muestras teatrales, recitales poéticos, cuarteto de cuerdas, exposición

de pinturas, y un delicioso menú que iba desde platos fríos hasta bombones

franceses.

Dolly como anfitriona de la velada, estaba ocupada revisando que las mesas

estuvieran en su lugar, que las flores hubieran llegado, que los candelabros fueran

los necesarios, que el escenario se encontrara listo y preparado.

Por su parte Fanny se levantó más tarde de lo habitual. Había llegado a su

alma un insomnio profundo que la puso en la disposición única de pensar en lo que

le había ocurrido antes. En la oscuridad abría los ojos y en ella se dibujaban el rostro

triste de Víctor acompañado de las palabras que le había dicho. Los cerraba y sentía

las manos terribles de los padres de sus amigas acariciando su cuerpo. En repetidas

ocasiones prefirió ponerse de pie y caminar en silencio hasta la ventana. Miraba a

través del cristal tratando de sorprender alguna sombra en la calle, y sólo la lluvia

arrastrada por el viento le saludaba bajo los faroles aún encendidos.

Al bajar saludó a Dolly y a algunas señoritas que estaban ayudando desde

antes de las seis de la mañana. Eran las once menos diez. Descendiendo por la

escalera del segundo piso, iba agarrando sus cabellos azules en una cola, a la par

48
que su levantadora roja se sacudía, con alguna brisa atrevida que había querido

rozar su piel amanecida.

Es necesario resaltar en este momento, lo que el lector seguramente ya

acertó a deducir. La noche anterior Fanny se había quedado hasta tarde en el Teatro

T y al momento de irse Dolly le había pedido que se quedara en alguno de los

cuartos del segundo piso, evitando así cualquier riesgo que pudiera correr por salir

a la calle a tan altas horas de la noche, y ella aceptó eso como excusa para

quedarse cerca de Dolly.

-Te queda terriblemente bella la levantadora.

-La encontré entre un baúl de ropa de escenario. Le replicó Fanny sonriendo,

llegando a las últimas gradas y cerrándosela con ambas manos.

Dolly la miró como contemplando algo divino. Parecía como si la noche le

hubiera robado algo del alma y a cambio le hubiera dejado la belleza lunar. Hay

mujeres que al momento de levantarse, aún sin arreglarse para nada, derraman una

belleza tal, que hasta las golondrinas se ven tentadas de anidar en sus pestañas.

Miró todo a su alrededor, dio una vuelta con su pierna izquierda levantada y

dejó a vista de todos sus muslos firmes, blancos, simulando al mármol recién

esculpido.

-Todo está más que hermoso. Pero creo que esas flores rojas no deberían ir

ahí.

Sacó de su bolsillo una cajetilla de cigarros, tomó uno, lo encendió, retiró una

de las sillas que ya estaban vestidas, y se sentó a fumar. El patio principal de la

49
casa donde funcionaba el Teatro T tenía un techo de cristal que dejaba pasar la luz

de esa mañana soleada.

Fanny con su cuello y parte de sus hombros desnudos, su cabello azul

recogido, su piel totalmente blanca, sus pestañas juntas, en su mano izquierda el

cigarro que se iba en jirones de humo y sus pantorrillas acariciadas por ese sol

mañanero.

Esta fue la escena que vio el Dr. Arango que acababa de llegar. Se quedó un

buen momento contemplándola.

-¿A quién necesita? Le dijo una chica acercándose a él.

-Busco a la señorita Dolly.

-Un momento ya lo anuncio.

Su mirada no podía apartarse de ese acontecimiento.

-Dr. Arango, qué gusto verlo.

-Deberían inmortalizarla en una pintura.

-¿Qué dice? En ese momento Dolly siguió la mirada del recién llegado y se

encontró con ese milagro de los dioses.

-Que deberían pintar esta obra, o cuando menos tomar una fotografía.

-Tráeme la cámara fotográfica, por favor. Le pidió Dolly a una de las chicas.

Al momento le entregó el artefacto, y buscando su mejor ángulo, retrató para

la perpetuidad aquel momento que debiera hacer parte de algún fresco antiguo.

Aquella fotografía de la que les comento, pasó de manos de Dolly a Fanny, y

de ella a mí. La guardo entre un libro de Cortázar, y cada vez que la veo parece

50
como si ella se fuera a despertar. El cigarro sigue dando jirones y sólo hace falta

que Fanny Blue abra sus ojos.

-Te quiero presentar al Dr. Arango.

-Es un gusto. Respondió Fanny sin moverse de donde estaba, mientras

continuaba fumando.

-El gusto es mío, señorita.

-El Dr. Arango fue quien nos colaboró con los permisos para el baile de esta

noche. ¿Vendrá usted, verdad?

-Haré lo posible por estar aquí. Gracias por la invitación señorita Dolly.

-¿Y sabe qué máscara utilizará? Le interrogó Fanny.

-No señorita.

-Yo le aconsejo se ponga un billete en la cara. Le increpó con su particular

forma de decir lo que se le venía a la mente.

Dolly sonrió nerviosa, conociendo que ese comentario podría ser la mecha

de toda una bomba, y le pidió al Dr. Arango que le acompañara a la oficina para

revisar los documentos.

Demoraron poco más de veinte minutos en la diligencia, mientras Fanny

aprovechó para tomarse un par de copas de champaña y así iniciar su jornada.

-¿Tienes tu traje listo?

-Claro que sí, no te preocupes por eso. ¿Tú qué color usarás hoy, Dolly?

-Sobre todo el azul.

51
-Me parece muy acertado, ese azul de tono celeste hace juego con mis ojos

cuando estoy cerca de ti. Dijo coquetamente Fanny mientras se marchaba escalera

arriba.

Personas entraban y salían del Teatro T, la puerta estaba abierta para

decoradores, meseros, cocineros, artistas, y todos los que iban llegando para que

el salón estuviera listo.

Fanny ingresó a su cuarto, se quitó la levantadora y completamente desnuda,

se posó frente a un espejo de marco de madera que reposaba en una de las

esquinas. Empezó a bailar para sí misma, en unos movimientos sensuales de sus

caderas anchas, giró y miraba de refilón su espalda en la que se marcaba

perfectamente la hendidura de su columna y los omóplatos salientes.

Abrió el baúl de donde había extraído la prenda y tomó varías bufandas y

cuellos de distintos materiales que comenzó a medirse.

Puso sobre su cuello un pañuelo de plumas rojas, dejando la parte larga que

cayera por en medio de sus senos, agarró un sombrero de ala ancha remarcado

con unas flores lilas y lo agachó dejando visible solamente uno de sus ojos, del

mismo lugar tomó una larga boquilla, colocó un cigarro y lo encendió. Con su mano

derecha sobre la cadera y la izquierda quebrando hacia atrás la muñeca, dio unas

bocanadas de humo que lanzo sobre el cristal, haciendo invisible la imagen de

aquella mujer sensual que hacía algunos momentos se reflejaba sobre su liza

superficie.

Sonrió a carcajadas. Estaba feliz, sin saber el porqué. Caminó hacia la cama

y se dejó caer sobre ella de espaldas. Desde el cielo raso del que colgaba una

52
lámpara de lágrimas cristalinas, se podía ver ese cuerpo inmóvil, sobre una colcha

negra, asemejando la caída de la Venus al quedarse sin brazos.

Dejó que su cuerpo sintiera las caricias del sol que entraba por las ventanas,

y del viento que luchaba por colarse bajo la rendija de la puerta. Cerró sus ojos y se

quedó dormida.

-Disculpe, ¿a quién necesita?

-Busco a la señorita Fanny.

-¿Quién la busca?

-Elizabeth.

-Tome asiento por favor, ella se encuentra alistándose en su cuarto.

Elizabeth había llegado pasadas las seis de la tarde. Y sí, efectivamente

Fanny no despertaba aún. Tenía la facultad de dormir por horas, y de ser necesario

hacerlo por días. Decía que todo le agotaba y que el dormir era el placer de los

dioses.

En una ocasión me comentó que prefería dormir a encontrarse con la realidad

de cada día. Ella creía que en el mundo de los sueños, las personas, seres y

paisajes que uno vislumbra mientras se encuentra en este estado, verdaderamente

existían en ese otro plano. Que uno visitaba durante el letargo, que vivía con ellos,

que era un pasar de realidad nada más, me aseguró en más de una ocasión.

Seguramente esta vez estaba en alguno de esos lugares.

Cuando Dolly preguntó por ella, le informaron que aún no había bajado de su

cuarto. Dejando sus labores se dirigió al segundo piso.

Llamó dos veces a la puerta sin recibir respuesta.

53
Indecisa entre seguir y retornar, giró un poco la perilla y descubrió que estaba

sin seguro.

-¿Fanny? Llamó por última vez antes de ingresar.

Empujó la puerta, dio un primer paso dentro y volvió a llamar. No le respondió.

Pasó el biombo que separaba la entrada de la alcoba, y miró entre cojines

mullidos, el cuerpo desnudo de Fanny que dormitaba tranquilamente.

Se acercó al filo de la cama, la llamó nuevamente, pero lo único que se

escuchaba era su respiración suave que hacía subir y bajar sus pechos.

-¿Estás bien, Fanny? Dijo tocando su hombro.

Ella giró su cabeza y sus hermosos ojos azules se abrieron de par en par. No

le dijo nada, contempló su rostro igual de bello, y sonrió con esos dientes que

asemejaban perlas sacadas del fondo del mar.

Dolly tampoco dijo nada, solamente miraba a la mujer más hermosa que

había visto nunca. Sin pronunciar palabra, Fanny se incorporó, se puso de pie frente

a ella, y así desnuda como estaba acercó sus labios que temblaban a los labios de

Dolly. Ambas cerraron los ojos. El amor besa con el alma, por eso no precisa de las

miradas al momento de besar.

Fanny abrió los suyos y Dolly hizo lo mismo. Dos universos se miraban desde

lo más profundo. Como volviendo a la tierra, Dolly se apartó de ella y salió corriendo

hacia la salida.

-Falta poco para el evento, por favor está lista. Le dijo antes de cerrar la

puerta.

54
Descendió afanada la escalera, y como desubicada empezó a preguntar por

las flores, las mesas, el escenario.

-Todo está listo señorita Dolly. ¿Le ocurre algo? Preguntó una de las chichas

que estaba terminando de dar los últimos toques.

-No, nada.

-La veo como nerviosa. Está temblando.

-Son los nervios por el evento.

-Debería ir a alistarse, usted debe estar lista apenas lleguen los invitados.

-Eso haré. Dolly con sus mejillas sonrojadas y sus labios temblorosos se

perdió por un pasillo oscuro camino de su alcoba.

Fanny había sentido por Dolly cosas maravillosas desde el momento en que

la conoció. No sólo su piel canela y su cabello negro intenso le habían llamado la

atención, sino el arte que corría que por su cuerpo. Cuando en alguna ocasión fue

al Teatro T a una prueba, miró a Dolly ensayar parte de una obra, y sintió en ese

momento que estaba enamorada de aquella mujer. Fanny era muy buena

disimulando los sentimientos, aunque siempre llegaba al momento en que le era

imposible contenerse.

Fanny clasificaba el amor en tres tipos, el amor propio, el amor al otro y el

amor divino; el Yo, Tú, Él, como lo llamaba. Afirmaba que el primero de estos es la

puerta para los demás, pero es del que más carecen los seres humanos. Decía que

al momento de amarnos a nosotros mismos estamos amando al universo. Por eso

era una defensora y avivadora amante de la masturbación, el hacerse el amor a uno

mismo, el conocerse para saber complacerse. El amor al otro es dañino sino tiene

55
control y se lo deja pasar a un primer lugar. Me dijo en esa ocasión, que cuando se

ama al otro sin haberse amado a uno mismo es condenarse a la infelicidad. Y del

tercero, del amor divino alegaba que no era el amor a Dios, como lo cree la gran

mayoría, sino que era un amor que conectaba nuestro espíritu con ese algo

intangible que nos hace suspirar, y ahí ponía a los libros como su mejor amor divino.

Unos aman la música, otros las pinturas, otros los paisajes, la comida, la moda. No

importa lo que ames, decía, mientras te haga suspirar. Y concluía que el amor puro,

el que te marca la existencia, es aquel en el que amas como te has amado a ti

mismo, respetas y das libertad por ser un amor hacia otro ser, y sientes que se unen

con un amor divino, nuevo, he inventado por los dos, que siempre los hace suspirar.

Todo estaba listo, los meseros con sus servilletas en el brazo, el portero en

la entrada, los músicos con la batuta en alto, el escenario a media luz, las mesas

con sus flores, los candelabros llameando, la comida a punto de servirse.

Sonó la puerta.

Inició la música.

Ingresó una multitud de personas, todas elegantemente vestidas, con sus

respectivas máscaras y antifaces. Cada uno de ellos con lugares reservados. Todos

admirando la exquisita decoración, muchos dieron una vuelta por la estancia para

disfrutar de los cuadros que estaban en exhibición, otros se deleitaban con las

sonatas de la agrupación que animaba el ambiente, y entre el misterio de no saber

quiénes eran los que iban llegando, entre todos se saludaban.

Por el portón entraba un soplo frío que daba un toque de satisfacción al clima

interior que se había creado en el salón.

56
Desde el fondo apareció Dolly. Venía vestida con un traje azul cielo, de talle

largo, zapatillas color plata cristalinas, gargantilla de brillantes, largos aretes,

herencia de su madre, y una máscara blanca, decorada con piedras azules que

terminaba en una gran pluma, igualmente azul. Lo llevaba tomado de un extremo

con su mano derecha cubierta con un guante de seda que daba hasta su codo.

Pasó por en medio de la gente que la observaba y le sonreía. Saludó a todos,

dio la bienvenida a unos cuantos personajes destacados y subió al escenario.

-Quiero agradecer por la presencia de todos y de cada uno de ustedes. Inició

diciendo mientras acercaba el micrófono a su boca. Desde donde se hallaba podía

ver ese carnaval de máscaras y antifaces que llenaban el lugar. Esta noche hemos

querido invitarlos para que asistan a una velada diferente, donde la magia, la

fantasía y el anonimato son nuestros invitados principales. ¿Por qué noche de

máscaras? Porque a veces necesitamos escondernos detrás de un antifaz para

poder ser lo que verdaderamente hemos querido. Esta noche tienen libertad total

de hacer lo que gusten, de hablar como quieran, de bailar como puedan. El arte nos

acompaña igualmente en la exhibición, la música que ameniza esta velada, sus

trajes, la decoración y los platos de los que podremos disfrutar. No siendo más, les

dejo a sus anchas, para que disfruten de todos los anónimos de esta noche.

Gracias.

Todo el mundo aplaudió el discurso de Dolly.

El baile se estaba desarrollando de una manera muy natural, la gente

disfrutaba del ambiente, de la comida, de la música, del decorado. Sin embargo,

había algo extraño en el comportamiento de todos ellos, parecía como si algo hiciera

57
falta, como si no encajaran las fichas del rompecabezas. Trataban de disimular pero

se les veía algo incómodos e indecisos.

Dolly como anfitriona, trataba de estar con todos ellos. Alrededor de unas

trecientas personas habían acudido a la fiesta de máscaras. Estaba a punto de

llegar la media noche, y entre el humo de los cigarros encendidos, la música

danzando entre esa bruma, llegó hasta oídos de Fanny, que seguía en el cuarto, el

ruido de la fiesta.

-Es hora de bajar, queridísima amiga. Se dijo así misma viéndose en el

espejo.

Apagó las luces de la alcoba y salió cerrando la puerta. No bajó directamente,

sino que se quedó asomada desde el pasamos del segundo piso, admirando el baile

que se desarrollaba en el salón que quedaba directamente abajo. Las parejas

compartían alegremente en las mesas, otros bailaban, se escuchaba el sonido de

las copas al hacer los brindis, los músicos continuaban incansables sacándole notas

a los violines, y unos que otros habían comenzado a hacer rondas para danzar

descalzos al ritmo de la polca que acababa de iniciar.

Fanny comenzó a bajar la escalera.

Poco a poco, cada uno de los que la sorprendían descendiendo, dejaban lo

que estaban haciendo y se quedaban mirándola. Así uno a uno. La música seguía

sonando, los meseros en sus labores. Fanny estaba ya a contadas tres escaleras

del piso del salón. El director giró su cabeza, sorprendido por ver a todos estáticos

y al contemplarla también bajó su batuta. Los músicos callaron. Todo era silencio,

58
sonrisas complacientes debajo de los antifaces y ojos iluminados detrás de las

máscaras.

Dolly giró para ver lo que ocurría y pudo observarla parada en la escalera,

con sus brazos abiertos agarrando los pasamanos, con el cabello azulado cayendo

sobre sus hombros.

Fanny estaba completamente desnuda.

Nadie hacía ni comentaba absolutamente nada.

-La mejor máscara que encontré, fue la de mi desnudés. Acertó a decir ella,

mientras daba pasos lentos, estirando la punta de sus pies para tocar la punta de la

escalera.

Pasó por en medio de todos, cada uno giraba y le iba haciendo como una

calle entre las flores y lo candelabros. Caminó en silencio contoneando sus caderas,

irradiando la blancura de su piel, hasta que llegó a la mesa del fondo. Ahí estaba

Elizabeth. Le tendió la mano acompañada de una sonrisa pícara, y clavándole la

mirada le pidió que bailaran.

-¡Que suene la música! ¡La fiesta acaba de comenzar! Dijo mientras aplaudía

en lo alto.

A esa orden, los instrumentos se prepararon y sonaron en una frenética

caravana de acordes arrabaleros, que despabilaron a todos los asistentes.

Se encendió el salón, y toda una algarabía se contagió por el aire.

-Es una mujer exquisita. Decían unos.

-Parece el personaje de una novela, sería un placer leerla. Comentaban

algunas damas en voz baja.

59
Fanny era el centro en la velada aquella.

Las horas iban pasando, las personas invitadas se disputaban el derecho a

bailar con Fanny Blue.

-Me ha encantado la noche.

-Ha sido todo un éxito sin dudas. Respondió Dolly.

-Deberíamos hacerlo más continuamente. Luego de esta noche estoy segura

de que todas estas personas querrán repetir.

Se miraron a los ojos y sus bocas se fueron acercando. Elizabeth desde su

lugar miraba lo que ocurría, bailando también con alguna adolescente que la había

invitado a salir.

Se besaron.

Se preguntarán ustedes lo mismo que yo. ¿Qué sentía Elizabeth ante esto?

¿Cómo se sentía Dolly al saber que ella estaba ahí? La respuesta me la dio Fanny

en una de nuestras tantas charlas bajo las noches de estrellas.

-Nada.

Fanny era la libertad encarnada, y a la libertad no se le puede poner cadenas.

Las personas que estaban con ella, de antemano sabían que Fanny no le pertenecía

a nadie, y le pertenecía a todos.

Dolly disfrutaba de los instantes en que podía tenerla, vivía intensamente

esos momentos y la dejaba en libertad, siempre a la espera de que se repitieran.

Llamaron al portón, que a esa hora de la madrugada ya se encontraba

cerrado.

60
Un mesero se acercó a Fanny y le dijo algo al oído. Pidió disculpas a Dolly

se marchó. Alguien la había solicitado en el vestíbulo. Sin avergonzarse de su

desnudés, llegó hasta la puerta. Intercambió un par de palabras con alguien.

Dolly miró que se tomaba de la cabeza, y que su cuerpo se estremecía. Al

instante, un golpe seco hizo que todos se sobresaltaran.

Elizabeth corrió hasta ella.

Fanny se había desmayado.

61
CAPÍTULO TERCERO

El cielo que se abre

Víctor sintió que su corazón se quebrantaba como el cristal tibio bajo el agua

fría. Las palabras de Fanny eran como dagas que se iban clavando en cada uno de

los poros de su cuerpo, mientras giraban intentando romper el poco de alma que

habita en cada uno de ellos. Nunca imaginó, ni siquiera llegó a sospechar, que la

respuesta ante su propuesta de amor, fuera una negativa argumentada de

sentimientos que chocaban con él en aquel instante.

Como dijimos, salió del café bajo la noche oscura, aunque su alma iba aún

más en tinieblas que la oscuridad de esas nubes tristes que comenzaban a llover

sobre su tristeza.

Se sintió como flotando, con un dolor en el pecho que le apretaba y le impedía

respirar tranquilamente. Esa angustia se movía del vientre al pecho y de ahí a la

garganta. Sentía como si se alargara una serpiente dentro de su cuerpo, cada vez

que recordaba, puntualmente cada una de las palabras que le había dicho Fanny.

Cosa extraña en el ser humano evocar lo que le causa dolor, y Víctor también lo

hacía; sentía que sus fuerzas desfallecían, más sin embargo continuaba

empecinado en retroceder las imágenes que tenía guardadas en su memoria,

pasarlas como a páginas de viejo álbum, y volver a ver detalladamente, los gestos,

las respiraciones pausadas y los tonos con que dijo cada una de las afirmaciones,

los labios pálidos de la mujer que amaba.

62
Había creado desde su infancia, una estampa divina con la figura de Fanny,

entronizada en lo más profundo de su alma, encendía velas benditas a cada una de

las cualidades que él le había dado. Como si fuera poco, la puso dentro de una

burbuja, aislada de todo, impidiendo su contacto con el mundo corrupto, sin dejar

que lo mundano y corpóreo llegara a acercarse siquiera a milímetros de su deidad

de amor.

-Que ni el viento te toque, porque juro que salgo a buscarlo. Le había repetido

mil veces a Fanny, mientras jugaba con ella.

En las tardes cuando decidían dar un paseo, par de infantes inocentes que

en las primeras horas de la vida disfrutan del atardecer soleado y hasta de las hojas

besadas por el viento, cauteloso tomaba los bucles de sus cabellos y los miraba a

tras luz, se maravillaba de los destellos tornasol que irradiaban de esa cabellera,

hasta que un choque eléctrico le recorría las entrañas, al encontrar detrás de ese

cabello alborotado los ojos celestes de Fanny Blue.

La había amado con cada célula de su cuerpo, con cada latido de su corazón,

con las mil vidas que había vivido, con las que le faltaran, con lo que era y lo que

necesitaba. Es decir, se entregó por completo al sentimiento siniestro del corazón

sin poner riendas, y dejó que ese caballo desbocado lo llevara a las cúspides del

idilio desde donde se desplomó.

No sabía en qué avenida se encontraba. Llovía torrencialmente. Pasó

corriendo entre autos y cláxones alborotados, que trataban de advertir al miserable

que su vida estaba en peligro. Muy tarde para eso. Víctor había sentido que se

quedaba sin aliento, que sus momentos no tenían sentido, era ahora como un barco

63
perdido en altamar, sin brújula que lo oriente. Su Fanny se le había ido, se le había

destrozado el mundo, sus pies levitaban en el aire sin qué sostenerse, luego de ésto

vendría la caída final.

Se sentó un momento en la banca de un parque, agachó su cabeza y la

sostuvo con sus manos, le pesaba como si estuviera hecha de concreto puro, y a

cada momento le crecía, le creía hasta el punto de querer llegarle a estallar. Por los

surcos de sus dedos corrían las gotas grandes de la lluvia que continuaba cayendo.

Por sus mejillas rodaban sendas lágrimas desde sus ojos que tampoco habían

dejado de llover.

Se lanzó intempestivamente hacía atrás, respiró lo más profundo que pudo,

y quiso poner sus pensamientos en calma.

-Fanny no quiere estar conmigo, y yo no puedo obligarla. Dijo en voz alta,

para convencerse. Pero esa frase lo que hacía era descomponerlo aún más, no

podía aceptar que el sol iluminante de sus días, no quisiera seguirle alumbrando.

Era inaudito que a pesar de brindarle tanto amor, ella hubiera preferido rechazarlo.

Volvió a sentir en dolor en el pecho, apretó los labios ahogando un suspiro, y se

tomó de los cabellos estallando en un llanto tormentoso mientras caía de rodillas

sobre el charco que había formado la tormenta.

¿Cuánto tiempo estuvo ahí? No lo sabemos. Lo cierto es que las pocas

personas que pasaron a su lado, lo vieron como a un loco o un mendigo, tal vez un

desquiciado perdido en una de sus lagunas mentales. Y cuánta razón tenían esas

personas, en aquel momento Víctor era todo lo doloroso, triste y cruel que puede

64
tener la vida, era un rescoldo de tendones y huesos que se movían en contracciones

fuertes, cada vez que por su alma afloraba el recuerdo de la Fanny perdida.

En la oscuridad de esa noche, sólo los ojos claros de ella lo miraban con total

pena. Sentía la lástima que causaba a la imagen sagrada de Fanny, sentía pena de

verse así, de revolcarse en el lodo de su angustia, de no poder levantar la cara para

por lo menos ver a la suya como un hombre que ha aceptado su derrota. No, le era

imposible, ya no era un hombre, era una sombra que incauta y despreocupada de

la vida estaba a la deriva de lo que el destino quisiera que le ocurra.

Qué importa los amaneceres, o la comida, o la humanidad para un alma que

acaba de morir. No hay ojos que contemplen el mundo, cuando un corazón muere,

sólo se ve el abismo oscuro al que ha sido lanzado, todo lo demás se pone opaco,

descolorido y mudo.

Totalmente empapado, sacando fuerzas de donde no las tenía, se puso de

pie tambaleando. Su cuerpo se marcaba perfectamente bajo el gabán humedecido

por esa lluvia que no dejaba de caer. Un par de rayos iluminaban el cielo, para

mostrar en él las nubes tristes que continuaban cargadas de melancolía. Cómo le

costaba dar un paso, lentamente se fue alejando de esa banca, sosteniéndose del

tronco de esos árboles viejos, que habían visto morir cuántos otros corazones bajo

sus ramas que se asemejaban a brazos diciéndoles que se vayan, que huyan de

ahí, que el tiempo se les había acabado.

Salió del parque, atravesó una carretera y dio de frente con un lago enorme.

Sobre él se reflejó el destello de un rayo que acababa de caer. Hacía muchos años,

cuando siendo niño invitaba a Fanny a lanzar barquitos de papel junto a una laguna

65
pequeña que quedaba cerca de sus casas, Víctor había retornado totalmente

mojado a su hogar, luego de haberse sumergido al lago a recoger la zapatilla que a

Fanny se le había caído, todo por el simple hecho de que nunca había soportado

verla llorar. Y ahora el lago, él mojado y Fanny por ningún lado. Cómo es la vida de

cruel y el amor un aprovechado, a la mínima oportunidad restriega los recuerdos

aferrándose de los hechos más triviales, para hacer sentir que poco a poco vamos

muriendo.

Necesitaba regresar a casa, tratar de dormir, ver lo que haría. Temblaba su

cuerpo y en medio del pecho se le iba apagando el corazón. Pasó desapercibido

frente a la iglesia, el parque nacional, y la avenida principal. Parecía como si hubiera

volado sobre esos lugares, como si nunca hubieran estado ahí. Su mente estaba

enfocada en recordar una y otra vez lo ocurrido, ignorando todo a su alrededor.

Si en esos momentos uno pudiera apagar la conciencia y poner freno al

corazón. Pero no, ante los golpes del amor no hay academia que prepare a nadie,

ni rutina que vuelva resistente a ningún mortal. El corazón recibe golpes fuertes

durante todos los días en que late, pero solo el golpe certero del amor lo puede

fraccionar en miles de pedazos. Da un estacazo diestro justo en el centro, sin dar

oportunidad a falla que impida la lesión, y destroza al alma aunque hecha de

diamante. No hay corazón tan fuerte que no se rompa ante las dagas del amor.

Una vez destruido no hay reparación. Aprendemos a vivir con los pedazos

que poco a poco vamos juntando, temerosos y aporreados, vamos poniendo pieza

por pieza intentando armar de nuevo el rompecabezas. Tardamos años en hacerlo,

a veces una vida entera, y al final conseguimos una forma afectada y con grietas,

66
semejante a un corazón, por las que continua sangrando pues no tiene reparación

absoluta. Los que hemos decidido continuar a pesar de haber salido perdedores en

la batalla, somos conocidos en todo lado por los ojos que nos miran, no necesitamos

presentación, al vernos ya saben que somos los del corazón partido, los ebrios, los

bohemios, los perdidos.

Víctor también decidió seguir el camino, pensó en recuperarse del dolor que

estaba sintiendo, y comenzó a forjar la ilusión de que algún día Fanny cambiaría de

opinión. Engaños que el hombre mismo se crea, ante la angustia que va cerrándole

poco a poco el paso del aire. La esperanza en el esperar desespera, y ya no tiene

uno más salida que continuar engañándose día tras día, hasta que llega el instante

de reconocerse solo y a la espera de lo que se sabe no vendrá.

Buscó en su bolsillo la llave para ingresar a la casa, sus dedos estaban

congelados y torpemente no podían agarrarla. Luego de un gran esfuerzo pudo

abrirla, ingresar dejando las huellas húmedas de sus zapatos a sus espaldas, y subir

al segundo piso. Por esas gradas iban quedando los vestigios del fantasma que

acaba de ascender. Eso era él a estas alturas, un cuerpo inerte que se movía por

inercia, no había síntomas de vida, su rostro se había tornado cadavéricamente

blanco y sus ojos desorbitados siempre fijos en la nada.

Abrió la puerta de su cuarto y lo encontró silencioso, a oscuras, como

guardando respeto por lo que acababa de pasarle. Ni siquiera se quitó la ropa

mojada, ni se descalzó, ni cerró la puerta. Se tumbó sobre la cama, abrió los brazos

de par en par y lloró nuevamente mientras sus manos arrugaban el cubrelecho.

67
Las lágrimas en torno de sus ojos fueron distorsionando el cielo raso de su

cuarto, el que dejaba mostrar las sombras de algunos agujeros y dentro de ellos las

arañas temblando en sus redes. Una luz débil subía desde las escaleras iluminaba

pobremente a través de la rendija que había dejado la puerta abierta, el espejo del

tocador donde reposaban algunas fotografías de Fanny Blue.

A pesar de que intentaba controlar sus latidos, cada vez más acelerados,

sentía como si su alma quisiera salírsele por la garganta. Sentía un dolor

insoportable entre el cuello y la faringe, y aplicó fuerza con sus dedos justo en ese

lugar intentando mitigar un poco ese malestar.

En el total silencio podía escuchar a su corazón dando golpes sobre el pecho

pidiendo libertad. Todo empezó a dar vueltas, a girar a su alrededor como si fuera

una estrella en medio del cosmos, desde ahí veía el caos en el que empezaba a

caer, atrapado en una oscuridad total de la que no podía escapar. Su cuerpo entero

y sus manos no encontraban apoyo para levantarse, intentaba levantar su cabeza

pero volvía a caer en las tinieblas en las que se hallaba.

A media noche la negrura toma su máxima intensidad, y a Víctor el reloj de

su vida le había dado las campanadas de las doce en punto.

Su cuerpo había secado la ropa húmeda a causa de la fiebre en la que se

encontraba, y nuevamente se había empapado por el sudor que le invadía.

Mareado, se sentó al filo de cama mientras miraba la punta de sus zapatos

iluminados por la luz mortuoria que llegaba de debajo de la puerta. Sintió nauseas

pero logró calmarlas, respiró de nuevo y al instante sintió desfallecer. Su alma

explotaba en angustiosas desgarraduras, su corazón gritaba en una voz sorda que

68
retumbaba todo su ser, su mente había perdido el hilo de la razón y ya sólo pensaba

en la Fanny que había perdido para siempre, y en que ahora él también se perdería

para la eternidad.

Ángela, su mejor amiga despertó de un sobresalto, presa del temor que le

había dejado la pesadilla que momentos antes la sorprendió en su lecho. Sin

comprender pensó en Víctor, llamó un par de veces a su casa, pero este no

respondió. Angustiada, se puso de pie, tomó un abrigo y quiso ir a verlo. Sentía

miedo de ese impulso incontrolable de querer abrazarlo, de decirle que ella siempre

estaría ahí para él, de recordarle sus años de amistad, su complicidad y sus

momentos de dicha. Salió afanada, dando pasos largos, tratando de acortar lo más

que pudiera las seis cuadras que apartaban su casa de la de él.

De lejos pudo ver que la ventana de su cuarto estaba abierta, por ella salía

la cortina ondeando como una bandera, anunciando el sitio donde había sido la

guerra. Se acercó a la puerta y llamó dos veces. Nadie respondió. Llamó de nuevo,

esta vez con más fuerza, y el portón que había quedado abierto, lentamente cedió

dándole paso a entrar. Lo empujó con la mano derecha, sintió que su alma

temblaba. Las luces de las escaleras estaban encendidas, subió lentamente

llamando a Víctor, como preguntando si estaba en la casa. Sus manos se apoyaban

de los pasamanos y al girar se percató que también la puerta de su cuarto estaba

un tanto abierta. Afanó su paso y se posó en el umbral. Tomando la perilla la empujó

pero la oscuridad le impedía ver lo que ocurría.

Todo era silencio. Por la ventana abierta entraba un aire frío y húmedo.

Tanteó por la pared en busca del apagador de la lámpara hasta que lo encontró.

69
Dudó un momento en prenderla, tenía miedo y zozobra de lo que pudiera develarle

la habitación. Respiró profundamente y encendió la bombilla.

En medio del cuarto colgaba el cuerpo inerte de Víctor de una cuerda que él

mismo había atado de un barandal del cielo raso. Levitaba en el aire como lo había

hecho horas antes, desde que sintió que su cuerpo ya no tenía vida.

Ángela no pudo decir nada, ni gritar, ni llorar, quedó estupefacta, con el

cuerpo paralizado ante el cadáver que había empezado a girarse empujado por el

viento que entraba del ventanal. Al voltear completamente, pudo ver que de los ojos

de Víctor aún caía una lágrima, mientras en el espejo se iluminaba por la luz de las

escaleras el mensaje último que él había dejado:

-Siempre tuyo, amada Fanny Blue.

Ángela salió corriendo y se perdió en la oscuridad de la noche.

70
CAPÍTULO CUATRO

La rosa deshojada

-Señorita Fanny, la solicitan en la entrada. Le dijo uno de los meseros, que

suavemente se acercó a ella.

Se retiró del círculo de personas donde estaba conversando, pidiendo previo

permiso, y contempló la puerta mostrando el cielo oscuro, del que caía una lluvia

tormentosa. Su corazón empezó a latir. ¿Quién podría buscarla a esas horas?

Se dirigió con paso temeroso por en medio de la gente, Dolly le acercó un

abrigo para que se cubriera, pero Fanny le rechazó. Pasó la copa que llevaba en su

mano izquierda a uno de los asistentes, y respirando profundamente, como para

prepararse para algo que le vendría, llegó hasta la entrada.

Era Ángela, la amiga de Víctor, la misma que días antes la buscó para pedirle

excusas anticipadas por la tardanza que tendría la cita programada con aquel

hombre.

En el salón la música continuaba sonando, la gente conversaba, jirones de

humo y sonido del chocar de copas llenaban el ambiente. Muy pocos se habían

percatado de que Fanny había salido hasta a la puerta. Elizabeth y Dolly con sus

miradas fijas sobre ella.

-¿Qué ocurre?

Ángela no pudo responder. Sus ojos se inundaron de lágrimas que caían a

raudales por sus mejillas mientras el cielo se iluminaba por los relámpagos

estruendosos que caían desde la orquesta del cielo.

71
-Dime, ¿ha ocurrido algo? Preguntó nuevamente, sintiendo que su piel se

erizaba al ser tocada por el frío húmedo de la noche.

-Víctor. Acertó a decir, con labios temblorosos.

-¿Qué ocurrió con Víctor? Fanny la tomó por ambos brazos.

Dolly se percató de que algo terrible ocurría, pues el cuerpo de Fanny se veía

estremecer en espasmos de agonía.

-Víctor se acaba de suicidar. Replicó Ángela sin poner ningún matiz a su voz,

como si hubiera perdido el sentido de todo, con los ojos fijos en los ojos celestes de

Fanny, que poco a poco, segundo a segundo se fueron nublando.

Pendiente de lo que ocurría, Elizabeth acertó a correr al ver que las piernas

de su Fanny flaqueaban.

-¡Se desmayó! Gritó mientras pasaba a empujones entre la gente.

Ángela apreció cómo aquella mujer se acercaba intentando agarrar el cuerpo

de Fanny que lentamente iba cayendo en el aire. Tras de ella salió Dolly mientras la

multitud se acercaba a aglomerarse.

Estupefacta, viendo todo como a cámara lenta, no supo qué hacer, ni qué

decir. Quedó totalmente paralizada en la puerta, con su rostro famélico y el alma

destrozada.

No podemos afirmar a cabalidad lo que sentía Ángela en ese momento, es

una epifanía a la que no me atrevo ni siquiera a aproximar. Solamente los que

hemos tenido la desdicha de perder a un amigo, podemos pronosticar cómo se

encontraba su corazón. Sensación semejante al perder un miembro del cuerpo, en

cuanto al dolor físico; y a que un rastrillo le rasgue el alma, en cuanto a lo espiritual.

72
Deseoso de que esta historia no sea más que ficción en tus días, apreciado lector,

y que el dolor terrible de perder un amigo jamás llegues asentirlo; regreso al portón

donde quedó Ángela para contarte lo que prosiguió.

Su mente no podía liberarse de la imagen de Víctor colgado del techo,

girando lentamente al ser empujado por el viento. Y ese mismo viento la seguía, y

ahora secaba sus lágrimas.

Mientras Elizabeth, en medio de total desespero, se encargaba de reanimarla

con ayuda de unas cuantas personas; Dolly se acercó hasta ella para indagarle

sobre lo que le había dicho.

-Víctor, es Víctor. Únicamente musitaba Ángela de manera queda.

Dolly ignoraba por completo a quién pertenecía ese nombre, y qué relación

tenía con Fanny Blue. Es más, no imaginaba que alguien pudiera causar tal reacción

en ella, debía ser de suma importancia para su corazón.

En medio de los murmullos y comentarios de las personas que alzaban sus

cabezas para alcanzar a ver el cuerpo tendido sobre la alfombra de la entrada,

Elizabeth pudo escuchar, levemente, el nombre que acababa de musitar Ángela.

-¿Qué ha ocurrido con Víctor? Le preguntó al acercarse, mientras había

dejado a Fanny a cuidado del doctor Arango.

-Se acaba de suicidar.

Giró su mirada y la clavó en la de Dolly. No le dijo nada. La tomó del

antebrazo y la encaminó hasta las mesas traseras, a un lugar apartado.

-¿Qué ocurre? ¿Lo conoces? Le increpó Dolly.

-Sí. Era uno de los amores de Fanny.

73
-No entiendo. ¿Un amor de Fanny?

-Sí, ella me habló de él hace un par de días cuando fuimos a tomar café, y

alcanzó a comentarme que le propuso matrimonio.

-¿Fanny lo rechazó?

-Fanny lo condenó.

Acordaron en llevarla al hospital para que fuera atendida.

Mientas Elizabeth ponía sobre el cuerpo desnudo de Fanny una manta para

cubrirla, muchos de los invitados habían quedado encantados con la escena que

asemejaba a una estatua de blanco mármol, que cayendo de su pedestal se había

quebrado en mil pedazos sobre la alfombra roja que la recibía.

Dolly pidió desde el micrófono que desocuparan el salón, solicitó disculpas

por terminar todo antes del tiempo acordado, a causa de lo acontecido, y dejó a

cargo al doctor Arango para que saldara la cuenta de músicos, meseros y demás

ayudantes.

La fiesta de máscaras había culminado.

Momentos después llegaban al hospital con Fanny aún inconsciente.

Elizabeth y Dolly estuvieron pendientes de todo, hasta el instante en que pudieron

hablar con el médico, luego de la revisión a la que fue sometida.

-¿Qué parentesco tienen ustedes con la señorita Fanny?

Ninguna supo qué decir.

-Amigas. Respondieron al unísono, ocultando en ese sustantivo los

sentimientos que cada una tenía prisioneros.

-¿Recibió ella alguna noticia, una sorpresa, algo que pudiera alterarla?

74
-Efectivamente doctor, se enteró de una trágica noticia. Le respondió Dolly.

-Quiero hablarles de un padecimiento que sufre la señorita Fanny. Al revisar

este electrocardiograma que le practicamos, no cabe duda de que tiene una

miocardiopatía que le está afectando los ventrículos del corazón.

Les pidió que tomaran asiento, mientras se ponía las gafas para marcar en

el resultado del examen, los lugares exactos donde se encontraba la afección.

-¿Ella consume licores?

-De manera casi constante. Respondió Elizabeth.

-¿Cigarrillo?

-Nunca le falta uno en la boca. Replicó Dolly.

-¿Drogas?

Ambas se miraron y el médico pudo interpretar ese silencio.

-Todo este consumo descontrolado, más la noticia inesperada que le llegó,

causaron que se desatara en ella la miocardiopatía de Takotsubo. Es una

enfermedad que se adquiere desde la niñez, y los momentos de mucha tristeza,

pena por la pérdida de seres queridos, emociones fuertes, falta de descanso, mala

alimentación, van sumando hasta que llega un momento en que se desata la

afección.

-¿Qué es lo que ella tiene? Preguntó Dolly llena de nerviosismo.

-Su músculo cardiaco está muy débil, sufre lo que se conoce como el

síndrome del corazón roto, se encuentra literalmente como un fino cristal, está

sentido por ese golpe que acaba de recibir, y necesita de total cuidado pues con la

mínima emoción fuerte su corazón se partirá en mil pedazos.

75
La vida le había dado tantos golpes a Fanny que había conseguido romperle

el corazón.

Conectada a máquinas que monitoreaban sus latidos y a una máscara de

oxígeno que la ayudaba a respirar, su rostro pálido y sus ojeras atenuadas

mostraban el agotamiento y la angustia en la que estaba sumergida. No sabemos

qué estaba soñando en ese letargo en el que había caído, pero podemos afirmar

que para ella era una cruel pesadilla de la que deseaba despertar. Su piel trasudaba

en gotas grandes de sudor, mientras giraba su cabeza de un lado a otro presa de

una desesperación severa.

La madrugada continuaba iluminándose por momentos de relámpagos

inciertos, seguía a raudales de lluvia llorando la pena misma que destrozaba a

Fanny. La oscuridad de ese cielo era como la tecla negra de un piano dando la nota

final de una melodía que se bañaba en sangre por las manos destruidas del destino.

Implacable el viento sacudía los cristales del cuarto donde estaba reposando la

Fanny desposeída de su vitalidad rebelde, de su sonrisa envidia del cielo, de su

irradiación copia del sol.

Pero vaya asunto extraño y necesario de resaltar aquí, a pesar del estado en

que se hallaba aquella mujer, cargada de pena e insensible por la angustia que la

invadía; la belleza no se había atrevido a alejarse de sus labios, y por el contrario

decidió tomar posesión de su cuerpo que se marcaba bajo las sábanas, haciendo

un castillo iluminado sobre su rostro cincelado sobre fino mármol por las manos

exactas de un Fidias cargado de amor.

76
Envidia de la misma Afrodita que al contemplarla, mientras estaba al pie de

su cama, dejó escapar de su mano la paloma de la belleza. Titilaba la lámpara de

la habitación, y sobre la piel de Fanny cada apagón asemejaba eclipses continuos

que sombreaban las estepas nevadas de su piel.

Pasaban los minutos lentos y las horas a rastras, mientras Elizabeth y Dolly,

quienes se habían quedado a cuidarla, iban cayendo presas del sueño, a causa del

cansancio y el estrés de toda la jornada.

Las pestañas de Fanny temblaban al pasar rápido de sus pupilas, de un lado

a otro, tras el velo de los párpados. Su respiración era lenta y de vez en cuando

acompañada de suspiros suaves que parecían darle algo de tranquilidad. Todos

estos detalles los supe de la boca de la propia Elizabeth, que aprovechando el

instante en que Dolly se durmió, se acercó despacio a la cama para contemplarla

con mirada propia de amante, que es la misma de con la que la luna vislumbra los

campos de trigos en las noches de cantos de cigarras.

Acercó sus labios a la frente marchita de Fanny, y suavemente posó un beso

que hizo eco en una lejana estrella, en una golondrina que trinaba solitaria en su

nido, en la hoja que caía muerta de una roja amapola.

Sus manos se empecinaron en acariciar las de ella, blancas y frías, trémulas

y hermosas. Intentaba darle un poco de calor, de transmitirle los latidos fuertes que

por ella había empezado a sentir, de decirle en caricias lo que con la boca no era

capaz.

Asemejábase su cuerpo lívido a un ruiseñor herido, desmayado sobre la

pradera florida de la existencia, muerto de amor.

77
Con la cabeza gacha, derramando una lágrima de tristeza opaca, Elizabeth

sintió cómo levemente Fanny apretaba su brazo. Sus dedos se iban contrayendo

temerosos de volver a la realidad, pero deseosos de tomar su mano para salir del

naufragio.

De improviso abrió sus ojos color de cielo, esta vez oscuros como estaba el

cielo de ese amanecer, y penetró la mirada triste de Elizabeth. Giró su cabeza como

queriendo entender dónde se hallaba. Vio a Dolly sobre el mueble profundamente

dormida. Volvió a Elizabeth indagándola con la mirada.

Suspiró profundo, retrocedió entre sus recuerdos y sus ojos se llenaron

nuevamente de lágrimas, a los que pronto acudieron sus manos como queriendo

contenerlas.

-Víctor. Musitó con voz entrecortada, y se ahogó presa de su llanto.

¿Qué decir en ese momento? ¿Cómo consolar a un corazón que se haya

destrozado? Sobran en ese instante las palabras y faltan latidos, no existe raciocinio

cuando el dolor reina en el alma.

Un golpe suave hizo que miraran hacia la puerta. Tras el cristal pudieron ver

el rostro del doctor Arango que había ido a visitar a Fanny.

-¿Cómo se siente la señorita? Dijo acercándose sigilosamente a la cama,

tratando de hacer el menor ruido.

-Ya ve usted doctor Arango, la situación no es fácil. Lo que acaba de ocurrir…

-Oh, no se preocupe por darme detalles, me he enterado de todo. El médico

especialista es muy amigo mío y me ha informado de lo ocurrido. Vengo para eso,

para ponerme a total disposición de lo que necesiten. No duden en pedir lo que sea.

78
-Es usted muy amable doctor. Dijo Dolly que acaba de despertar, mientras

arreglaba su cabellera y cerraba su gabán.

Seguía pasando el tiempo, y a cada instante el recuerdo de Víctor invadía la

mente de la desdichada Fanny.

Elizabeth se acercó ante el gesto que le hizo Fanny. Algo le dijo al oído, pero

no le respondió, hizo un gesto de aprobación y le dio un beso en su frente marchita.

-Dolly, salgamos.

En total silencio se retiraron. Tras de ellas salía el doctor Arango.

-No doctor, usted quédese por favor.

-Como usted guste señorita Fanny.

-Cierre la puerta y acérquese. Quiero pedirle un favor.

-Como le he dicho, lo que guste, lo que necesite, no es más que me lo haga

saber.

-Me alegra saber eso y le agradezco su ofrecimiento, créame que necesito

de su ayuda en este momento.

Cerró la puerta como le fue pedido y se puso al lado derecho de la cama.

Fanny se apoyó en sus antebrazos, y con gran esfuerzo se sentó.

-Dígame, ¿qué necesita?

-Necesito que por favor, a primera hora me consiga Benzol y lo traiga de

manera oculta. Nadie puede enterarse de ello.

-Pero es imposible ingresar nada al hospital, menos aún a un pabellón como

este.

-Dijo usted ser amigo del especialista, ¿no?

79
-Así es.

-Entonces le quedará fácil entrar con la excusa de hablar con él.

-Está bien señorita Fanny, pero… ¿Para qué quiere el Benzol? ¿Le fue

recetado?

-Sí, me lo acaba de recetar la muerte. Me quiero suicidar.

80
CAPÌTULO CINCO

La carta

Febrero 21 de 2008

Me regalaste la luna y sin embargo me has quitado los ojos para

contemplarla. El bisturí ha temblado tres veces sobre mi pecho ante la decisión de

querer destapar el ataúd de mis costillas para saber si esto que late aún lo hace por

ti.

Ingenua es el alma de quien espera, pero infeliz la de quien hace esperar.

Me regalaste la luna y sin embargo me la dejaste oculta tras una cortina de negras

nubes. Incauta he deambulado por los parques vecinos guardando la esperanza de

poder encontrarte, solitario en algún paraje, preguntándole al viento por mí. Tu

ausencia me ha herido de forma tal, que soy un espectro habitante de los pasillos

oscuros del Teatro T. Imagíname leyendo tus anotaciones a los libretos, oliendo sus

páginas, tratando de rescatar un poco de tu aroma, desesperada buscando alguna

excusa de la que pueda tomarte.

Te has marchado dejando la ventana por la que volaste, abierta de par en

par, y por ella entra incansable un frío que no hace más que quemar mi piel. Paso

las horas y ellas me descubren desnuda, dormida de cansancio de lágrimas,

arropada apenas con la manta invisible de la desdicha. Entre sueños apareces y

vuelves a perderte, es una pesadilla de la que no logro despertar.

¿Volverás? ¿Podré aguantar más este silencio? Me siento como el árbol

agobiado que se bate bajo la tormenta, en la oscura noche, lluviosa y solitaria.

81
Tengo el pecho herido y necesito tu mano para volverme a levantar. Esta

agonía que me lleva a rastras hasta la puerta, tras el engañoso golpe que me hace

creer que eres tú.

Ojalá llegue a tus manos esta carta, y bajo ella también tiemblen, como lo

hace cada día mis labios al ser tocados por las lágrimas, cada vez más secas, de

esta sed infinita de querer verte regresar.

Te espero en la misma cama, sobre el mismo fuego que intento avivar.

Dolly.

Esta fue la última carta que recibió José de su amada Dolly. En un lugar

lejano la leyó, viendo la luna, deseando tenerla también.

-Dolly, vuelvo en un momento, voy por unos cigarros.

-Trata de no demorarte. Quiero revisar contigo el libreto para la nueva obra.

Cierra la puerta al salir.

-Vuelvo pronto, espérame.

Los pasos de José se iban apagando mientras se acercaba al portón, lo abrió

lentamente y desde la oscuridad del pasillo regresó su mirada para contemplar la

espalda desnuda de Dolly, quien seguía sentada sobre la cama.

Sus ojos fueron un lienzo pintado de tristeza, su corazón se iba regando

sobre su alma como una gota, pero la decisión estaba tomada.

La noche estaba fría y oscura, habitada por fantasmas perdidos como estaba

él.

Emprendió su caminar sin tener un lugar fijo al qué ir. ¿Y los cigarrillos? Eran

una vil excusa para poderse marchar.

82
Una confusión rauda danzaba en su alma, se mezclaban sentimientos y

pensamientos, lágrimas y sonrisas. Las unas del dolor de un corazón partido, las

otras por creer que la decisión tomada era la mejor.

¿Cómo decirle que no volvería más? Que ese beso apasionado que le dio

era el último, que el jugueteo de sus manos era excusa por tocar una vez más su

cuerpo. Que a pesar de amarla con el alma, él se había ido para siempre.

El amor es un laberinto sin salida, no conoce de lógicas ni leyes que lo

regulen, a veces el amor verdadero es alejarse del ser amado. Es no precisar del

alma a la que se adora, y darle a cambio la libertad.

Pero en esta ocasión, la medida que había tomado José estaba fundada en

algo más.

Prefería causarle daño en este momento, con la esperanza de que con el

pasar del tiempo se pudiera recuperar, y no atormentar los días de su amada Dolly

con la cruda realidad.

Meses atrás le fue diagnosticada una enfermedad terminal. La misma que le

impedía cumplir su sueño de llegar a la vejes con Dolly, viajar por el mundo, pasear

junto al Sena tomado de su mano. El padecimiento era degenerativo y en poco

tiempo empezaría a mostrar los estragos que estaba haciendo en su interior.

Dejaría de ser él, su piel se volvería reseca, sus manos temblorosas, su

cabello cada vez más blanco, hasta el instante fatal en el que su cuerpo no podría

realizar ninguna actividad por sí mismo, llevándolo incluso a no recordar quién era

Dolly para él.

83
Lo había pensado mil veces, mientras su Dolly dormía, el insomnio se

apoderaba de él, se acercaba a la ventana, miraba a la luna mientras fumaba, y

contemplaba su silueta bajo las sábanas. ¿Qué hacer cuando llegue ese momento?

¿Condenar a Dolly a cuidar un enfermo que no pudiera hacerla feliz, y que por el

contrario le causaría tristeza y angustia? Dolly, esa mujer activa, alegre, llena de

vitalidad y fiesta, ¿merecía ser esclava de un cuerpo que no podría aportarle sino

sufrimiento?

José tenía muy en claro que ella nunca lo dejaría, sin importar su condición,

pero no soportaba la idea de estar tirado en una cama, verla cada día atenderlo,

agotarse ella al igual que él, sentirla sufrir al pasar los días sabiendo que cada uno

era un paso más cercano al final. Desear besarla y no poder hacerlo, oírla llorar en

el pasillo y luego verla fingir una sonrisa para él. Tenerla a su lado y preguntarle

quién era.

Imposible. El amor es libertad, y el sacrificio por el ser amado está sobre

todas las cosas.

Por eso decidió irse, mentirle como nunca lo había hecho, abandonarla sin

querer hacerlo, saber que sufriría inconsolablemente, pero evitarle todo ese

padecer.

Llegó a una estación de buses, se subió al primero que salía, sin saber a qué

lugar se dirigía, y cerrando los ojos se marchó.

¿Qué validez tiene el amor sino es la felicidad del otro? La actuación de José

estaba justificada al pretender el bienestar de Dolly, pero ella, ¿qué le vendría

84
ahora? La destrucción de su alma, el acabose de sus latidos, la decepción de haber

amado y sentirse abandonada.

Pasado el tiempo, y seguro de que en algún momento leerás estas páginas,

puedo asegurarte querida Dolly que el amor jurado que te prometió un día José lo

cumplió hasta las últimas consecuencias. Amarte fue su insignia y así lo hizo hasta

el último día.

Mil veces vaciló en enviarle una carta a Dolly explicándole todo. Cuántas

otras no hizo lo mismo con su deseo de volver.

De Dolly sólo podemos decir que al pasar las horas, luego de su partida, su

corazón empezó a decirle que algo ocurría, dueño del único lenguaje que puede

atravesarnos el alma, una y otra vez le expresaba que todo no estaba bien, que

José no volvería, que algo le había ocurrido.

Pero tercos como fuimos creados, se empeñaba siempre en mantenerse

firme, en creer que en algún instante se abriría la puerta y que su amado entraría.

O que todo esto, no era más que una pesadilla, que podría despertar y sus ojos de

nuevo contemplarían a José dormido a su lado, con su respiración tranquila.

Consuelo que uno mismo se da por no querer aceptar la realidad.

Al llegar a la nueva ciudad donde pasaría sus últimos meses, José se internó

en una habitación, y a oscuras se dedicó a meditar en lo breve e injusta que es la

vida.

Cuando parece que tienes todo, te lo arrebata sin el menor aviso, y te deja

desarmado frente al monstruo del dolor. ¿Cómo entender que cuando todo estaba

85
tan perfecto, él tuviera que apartarse de Dolly? Y así estaba ocurriendo, no era

fantasía ni delirios suyos, el destino lo ponía en jaque.

Muchas veces despertó abrazando la almohada, que en los sueños imitaba

a cintura delicada de su amada. Bofetón de la realidad al encontrarse de nuevo sólo.

Se dedicó al alcohol por dos razones. La primera para intentar olvidar lo que

estaba ocurriendo. Pésima decisión. El licor es al desesperado como la horca para

el suicida, alarga la condena, cuando se está preso de cualquiera de estos dos, el

dolor se place de volverse lento y más intenso, cuidadoso de recorrer cada parte de

nuestro cuerpo.

Lo hizo también sabiendo que tenía terminantemente prohibido por orden

médica hacerlo. ¡Impedirle a un condenado a muerte hacer algo que lo pueda matar!

Qué importancia tenía vivir un día más o un día menos, más aún ahora que estaba

lejos de Dolly. Entre más pronto llegara el momento mucho mejor para él.

Las tardes la pasaba ebrio de licor, y los amaneceres borracho de recuerdos.

No logramos imaginarnos, ni siquiera aproximarnos al sentimiento agónico

que debe despertar el querer estar con el ser amado y no poder. Debe ser como

poner un vaso de agua frente al sediento, y amarrar sus miembros para que no

pueda acercársele. Más terrible la escena, al imaginar a la mano de la tristeza

consumiendo a su Dolly.

Se acercaba el cumpleaños de Dolly y José quiso darle una sorpresa. Ese

día se encargó en que lo tuviera completamente ocupado, recién al anochecer pudo

regresar al Teatro T.

86
Al abrir la puerta, encontró todo en silencio. Las luces también estaban

apagadas. Dio un par de pasos hasta dar con el encendedor de las lámparas y sintió

que había pisado algo suave. Las bombillas iluminaron la estancia y sus pupilas se

perdieron ante miles de pétalos coloridos que le hacían de alfombra, invitándola a

seguir a su alcoba.

El corazón de Dolly se abría como amapola en primavera.

Caminó sobre ellos y sintió volar. Al ingresar, la sorprendieron decenas de

arreglos florales, unos en forma de media luna, otros en forma de corazón. Por todos

lados de su habitación, donde pusiera la mirada, unas florecillas coquetas la

saludaban.

La enorme cama vestía un cubrelecho de pétalos rojos.

Sintió en su hombro izquierdo la respiración de José, y al momento sus

manos acariciando su cuerpo. No tuvieron ni necesidad de hablar, para los amantes

se creó el silencio.

Sobre esa colcha de rosas desmayadas hicieron el amor. Los labios de José

cubrieron su cuerpo de besos, y tras cada uno le decía un te amo que retumbaba

en las esquinas de esa alcoba.

Algunas flores palidecieron de envidia, necesitadas de estar en las manos

del amor para florecer.

Este recuerdo llegó a su imagen de forma trágica y dolorosa. ¿Quién llenaría

la cama de pétalos para amar así a Dolly? Mientras fumaba, miró por la ventana a

dos incautos adolescentes, y cómo él le regalaba un ramillete de flores amarillas a

la muchacha.

87
Cruel destino que juega confabulado con el amor.

Pasaron los meses y su cuerpo se fue deteriorando cada vez más. Como

estaba pronosticado sus órganos comenzaron a fallar, su vista se fue perdiendo

hasta quedar en las tinieblas totales.

La imagen fija de Dolly nunca se fue de él, parecía como si la tuviera tatuada

dentro de sus párpados, los que jamás volvió a abrir.

La cama fue su última morada, no pudo volver a levantarse, una vecina que

le había tomado aprecio y cariño de madre, lo cuidaba en las noches de delirio, en

las que no hacía más que repetir el nombre de Dolly.

-Pobre hombre, quién quisiera conocer a su Dolly para buscarla y pedirle que

venga a verlo. Comentaba a las demás ancianas que preguntaban por él.

Nunca supieron la historia triste que había detrás de ese rostro reseco, pálido

y marchito. No podía ingerir alimentos y debían siempre cambiarle las prendas al

empaparse de sudor.

En sus largos delirios, donde perdía la conciencia, volvía a brazos de Dolly.

Viajaban juntos por París y se prometían un amor para toda la vida. Él lo cumplió

hasta el último momento, no hubo mujer a la que amara tanto como a ella.

En esos lapsus descansaba de la materia, y su alma se entregaba a revivir

momentos felices que estaban guardados dentro de su corazón. Como si de un

cofre se tratara, salían de él sonrisas espontáneas que brotaban de sus labios

enamorados mientras se daban un beso, caricias que lo sorprendían al despertar

de una alborada, miradas que sin decir nada decían todo, susurros que parecían

gritos de amor dentro de su alma.

88
José había decidido no despertar jamás.

Tomó la mano de su amada, dio la espalda a la existencia, y se fue lento,

despacio, por el pasillo de la eternidad. El dolor desaparecía tras cada paso, se iba

quedando atrás, ya no había angustias ni asfixias, sentía tranquilidad en su alma.

Un último suspiro se escapó de su pecho, y dejó de respirar. Sollozo que sin

duda fue su último llamado de amor a Dolly.

Dolorida y destruida Dolly esperó día y noche su regreso, tarea infurtiva.

El Teatro T canceló sus funciones, sus puertas no se abrieron por meses,

nadie daba razón de lo que estaba ocurriendo. La gente se sorprendía al encontrar

la cartelera vacía, nunca antes, en los años que llevaba funcionando el teatro había

ocurrido algo así.

-Deben estar preparando una gran obra. Murmuraban los más optimistas.

-El Teatro T cerró para siempre. Afirmaban los alborotadores.

Es verdad, y esto cabe anotarlo, que toda la ciudad sintió la ausencia de las

tablas del teatro. Los domingos en la mañana los niños deambulaban por sus aceras

esperando que tal vez sus puertas se abrieran para ofrecerles algún show como los

que habían visto en meses atrás. En las noches los adultos, con sus caras

alargadas, iban camino al cinema al no tener obra para deleitar su espíritu.

Dolly continúa esperando a que su José regrese.

Ignora que jamás volverá.

89
PARTE III

AZUL COMO EL DEL ANOCHECER

90
CAPÍTULO PRIMERO

El limonar y el viento

Hacía poco tiempo que Fanny había llegado a la ciudad. Buscando la libertad

que tanto anhelaba, se dejó cautivar por un anuncio de prensa que decía:

-¿Tienes aptitudes para el teatro? ¿Te gusta el escenario? ¡Ven al Teatro T,

conviértete en parte de nuestro selecto elenco y haz parte del universo de las tablas!

No lo pensó dos veces, agarró un par de prendas, guardó sus libros y se

sentó a esperar al pie de la cama a que ella regresara.

Se preguntará el lector por qué hasta este momento decido contar cómo

Fanny llegó al Teatro T. Su vida fue como una novela detectivesca de Ágata

Christie, una maraña de hechos y vivencias que ni siquiera Fanny comprendía; y

como esta novela es un homenaje a su vida, la describo tal como me fueron

presentados los hechos.

-Me voy. Le dijo Fanny a Natalie apenas ingresó a la alcoba.

-¿A dónde? Replicó ella sin ponerle mayor cuidado. Conocía muy bien de los

arrebatos que a veces le daban a Fanny, como esas chispas que saltan de la leña

encendida.

-Lejos de aquí, a otra ciudad, me voy a hacer teatro.

-Perfecto, siempre has querido eso. ¿Por cuánto tiempo?

-Para siempre.

Y ese para siempre cerró el diálogo, ninguna volvió a decirse nada, ni a

reprocharse por la indiferencia, ni a reclamar por el olvido. En un acuerdo mutuo

91
que las dos firmaron sin mover las manos, se borraron una de la vida de la otra,

como si de cambiar la página de un libro se tratara.

Habían compartido un par de años juntas, en una relación envidiable, por la

libertad en la que vivían. Libertad de la que Fanny era la adicta y Natalie quien se la

suministraba.

Natalie amaba de Fanny la facilidad con que expresaba su vida a través de

las letras. En las ocasiones en que tuvieron que separarse, las cartas que ella le

enviaba, hacían de las manos de Fanny mientras las sobaba por todo su cuerpo.

-Tus palabras me hacen el amor. ¡No dejes de escribirme! Le respondía a

una de las misivas inesperadas que llegaban casi siempre al caer la tarde.

Juntas en la cama, ebrias del amor que se habían bebido, de cara al techo y

agarradas las manos, hablaban de arte y de música, de la decadencia de la filosofía

y del capítulo último de la novela que juntas estaban leyendo.

-Intento escribir el libro de amor que deseo leer contigo. Le respondía Fanny

ante la inquietante pregunta por lo que estaba haciendo a tan altas horas de la

noche.

Sus constantes paseos por los parques, los viajes juntas, las noches de

desvelo, el alcohol en sus cuerpos, sus miradas cálidas y su deseo de amarse como

lo hace el viento con las alas de las alondras; había cobrado factura.

Natalie presentía que ya era hora de marchar, no se atrevía ha hacerlo a

pesar de que Fanny se lo había pedido.

92
En alguna ocasión, presa de la ira que le atrapaba cuando estaba lejos de

Natalie, le escribió con la misma pluma que horas antes le había robado a la dama

con la que pasó la noche.

-Me he tirado en el sofá de esta suite de hotel, y me he acomodado con el

placer entre mis manos, mientras saboreo en silencio el sabor de sus pechos aún

en mis labios y pienso en ti. Tú, irrepetible y maravillosa, ven a recorrer las avenidas

de mi mente y en cualquier esquina de esas hazme el amor.

¿Me amas?, me indago a cada rato. Y no es que me llegara a interesar si lo

haces o no, ni siquiera me importa si algún día decides dejarme, aunque te confieso,

que me espanta la idea de que te vayas y no me hagas más sentir tan tuya.

Te doy la infinitud de mis alas como garantía del amor que por ti siento,

mientras tú sales con esas damitas de las facultades a las que te gusta visitar, a las

que les lees poemas de Safo, y vas presintiendo que nuestro final está cada vez

más cerca.

¿Quién de nosotras dos será la primera que decida escapar? La que pueda

romper las cadenas y librarse del cautiverio del amor. En este instante me encuentro

tan enamorada de ti que no podría soñarme sin tu mano, por eso te abro la puerta

y te concedo la delantera, cariño.

Al regresar se encontró con una Natalie cargada de reproches, quien al verla

se los tiró a la cara indignada por lo que en las cartas se atrevía a decirle.

-No soportas la sinceridad con la que te cuento mis andanzas, y sin embargo

me pides que te ame con locura. ¿Cómo podría amarse de esa manera sin estar

loca por otros cuerpos, y no tener el placer de contártelo, mi amor? Le respondía

93
Fanny con su natural descaro, mientras poco a poco la iba atrapando bajo el azul

intenso de sus insoportables ojos, como lo hace la víbora con la presa que va a

devorar.

Calmada y relajada por los abrazos que Fanny sabía darle, Natalie buscaba

entre la mesa de noche y le entregaba algún par de notas que le había escrito.

-¡Guárdate esas cartas para ti, no las quiero! ¡Quiero tu cuerpo! Y cuando no

esté a tu lado, ¡quema las mías! Así sabrás como ardo en deseos.

Dos mujeres entregadas a las la pasión, se descubren como dos mariposas

alborotadas sobre finos prados, vistas desde detrás del velo de Afrodita.

Sonó el portazo cuando Fanny se fue. Desde la avenida regresó su vista a la

ventana esperando encontrar a Natalie parada en ella, viéndole por última vez; pero

sólo las cortinas oscuras le saludaron.

Nunca supo que Natalie la miraba detrás de ellas, con una lágrima rodando

por su mejilla, cayendo sobre su sonrisa fingida.

Ninguna volvió a saber de ella, ni se preocupó por volvérsela a encontrar.

Ambas decidieron perderse para siempre, olvidar la cama donde tantas noches las

sorprendió el viento, desnudas y abrazadas, y con el alma empapada de lluvia lunar.

¿Para qué cargar con recuerdos de un amor ya desvanecido? No llora el

cerezo ante el recuerdo de las bayas que se le han caído.

-Deja por un momento los libros, cierra sus páginas y abre tus piernas. Te he

notado extraña amor, ¿estás tan ocupada con tus lecturas hasta para serme infiel?

Te pido te tomes el tiempo y conozcas a otras damas, sal con ellas, vuélvelas tuyas,

déjales marcada el alma como lo hiciste conmigo, pero no te enamores de ninguna.

94
Disfruta de la piel de cada una, como lo hace el labio al roce del durazno antes de

ser devorado. ¡Huele sus poros! ¡Destápales el pecho y mírales el corazón!

Seme infiel un par de veces antes de volver, tus relatos eróticos son tan

excitantes. En tu lujuria está el infierno de mi placer.

Te ama.

Fanny.

Eran incontables las horas que pasaban juntas en la cama, vicio que contrajo

Natalie de Fanny. Acostumbraran a dormir tarde, casi entrado el amanecer, luego

de leer y comentar pasajes de obras que Fanny había traído de sus viajes. Natalie

se complacía de escuchar de boca de su amada las lecturas en italiano que ella le

narraba, y luego cómo se las comentaba en el más sutil español jamás pronunciado.

Fanny aseguraba que en la cama ocurren los tres milagros para el hombre:

El nacimiento, el amor y la muerte. A los que Natalie, contagiada de la libertad

insignia de Fanny, había sumado el de la infidelidad.

-Cierra los ojos querida Natalie, y abre el corazón. ¡Quítate la blusa! No

soporto verte con ropa, tu desnudez es la mejor prenda que puedes vestir para mí.

¿Recuerdas el limonar en casa de nuestra amiga?

-Sí lo recuerdo. Nos sentamos bajo su sombra mientras olíamos sus flores

en celo, masturbadas por el viento.

-Siente mis manos que te rodean como soplo suave de cálido viento.

¡Levanta la cabeza y extiende tus ramas! Eres un limonar bajo el sol que te saca

verdes de infinitos colores. ¡Respira profundo! ¡Sacude tus piernas! Son raíces que

se adhieren a mi alma.

95
Natalie respiraba de manera agitada.

-Mueve tu cintura al compás del viento, déjate arrancar las hojas y que te

nazcan nuevas. No pienses en nada más que no sea tu tronco, tus ramas y la tierra

de donde brotas.

Las manos de Fanny recorrían la humedad de su sexo, mientras sus labios

danzaban al vaivén de la respiración de su pecho.

-¡Abre la boca y deja que el aire te penetre! Que recorra tu interior y bajo tu

piel encuentre un castillo de cristales y aguas que corren. La flama de tu pecho se

expande por el viento que la aviva, crece y envuelve tus entrañas. ¡Empiezas a

arder de adentro hacia fuera!

Natalie se contorneaba como tronco naciente en la espesura de la selva. Sus

brazos que asemejaban ramas se partían y volvían a nacer, su cabeza giraba

perdida en el éxtasis de la locura, mientras Fanny expandía gotas de aceite de flores

sobre su piel de otoño.

-Mueve tus dedos corazón, y deja que en tus palmas anide la lujuria. Soy el

viento que te toca y tú el limonar que se agobia. Ahógate de tanto respiro suelto, en

el amor no hay director capaz de dirigir la orquesta.

Los gemidos se asfixiaban entre el afán de los besos. Envueltas entre las

sábanas habían perdido forma, inidentificable saber a qué muslos pertenecía cada

cuerpo. Un charco de rojo sangre se había formado en el suelo, eran los besos que

a cada una se le iban cayendo.

-¡Abre los ojos Natalie, mírame fijamente, mírate en tu cielo! Explota como el

tronco que es tocado por el rayo de intenso fuego. Tú eres el limonar y yo tu viento.

96
¡Ahora florece!

Ambas terminaron exhaustas, tiradas sobre las sábanas blancas. Presas de

una sobredosis de éxtasis. Ésas que sólo causaba Fanny en quien de verdad

amaba.

Fanny viajó a otra ciudad en busca de sus sueños, Natalie tuvo que ver cómo

el suyo se le iba.

No podemos mentir en que a ellas las noches se les hacían eternas. Cuántas

veces Fanny no salió a ver por la ventana, en busca de alguna dama solitaria que

se pareciera a su Natalie. Jamás la volvió a encontrar. En el jardín del amor, cada

ilusión florece una única vez.

Fanny era jarrón repleto de flores, otras veces solitario, cuántas no

resquebrajado.

En algunas conversaciones con sus amantes, la una nombraba de la otra,

cuando el espíritu les pasaba alguna mala jugada. Poco a poco se fueron olvidando,

guardaron un lugar preciado en el mismo centro del corazón, y ahí colocaron las

palabras, las caricias, las miradas y los momentos. Con los besos no pudieron hacer

lo mismo, en el amor son el pincel con el que pintamos los recuerdos.

-Estoy solitaria en este cuarto y no sabes las ganas que tengo de ti. ¿Me has

olvidado? Yo pienso en ti todas las noches luego de las diez, era nuestra hora

favorita.

Casi no he dormido, me la paso soñando despierta tratando de recordar el

sabor de tus labios fríos. ¡Ama mucho adorada Natalie! El mundo merece de tu

amor.

97
No sé por cuánto tiempo más nos mantendremos vivas en la piel de la otra,

mientras esto dura yo te deseo. Entrégate a otras damas, borra con sus manos las

marcas que dejé en tu piel. Inténtalo mil veces, tal vez lo consigas.

Con tratar de borrarme de tu alma, ni siquiera lo intentes, no pierdas el

tiempo. Hicimos un cambio y tú te quedaste con la mía.

Deseándote una hermosa vida, desde el fondo de mi alma.

Fanny.

Así decía la última carta que llegó a manos de Natalie. Luego de esto no

volvieron a escribirse jamás.

98
CAPÍTULO SEGUNDO

Nuestras manos juntas

En las pocas ocasiones que les he hablado a unos cuantos sobre Fanny Blue,

siempre me preguntan dónde la conocí. Soy receloso en cuestiones del corazón.

A algunos les he dicho que me la presentaron en un café de la avenida Y en

esa ciudad lejana. A otros que nunca la conocí, que sólo oí hablar de ella. Me

encanta escribir historias, y crearlas de la nada. Me basta un momento en un parque

para imaginarme toda una novela, antes de saber cómo le llamaré, ya conozco su

final.

Pero la verdad es que Fanny apareció un día cualquiera en mi vida, no me

atrevo a decir que fue en el sentido contrario, que yo haya llegado a la suya, porque

de esa manera no podría rescatarla entre estas páginas al ser uno más en su vida.

Fanny apareció literalmente, al dar vuelta en el stand de literatura rusa donde

había estado buscando una novela que me interesaba. Mientras la iba hojeando,

pasando sus páginas, agachado y seguro de no estrellarme contra nada, por la

imagen que me había hecho de ese pasillo antes de clavarle la mirada a ese libro,

tropecé con ella.

Cerré rápidamente las páginas y me dispuse a pedirle disculpas.

¿Qué podía hacer ante esos ojos infinitos y ese cabello azul que se disputaba

la pureza del cielo? ¡Nada! Sólo acerté a agachar mi cabeza en señal de permiso y

en hacerme a un lado.

99
-Pierda cuidado. Esas fueron las primeras palabras que oí de su boca, esa

voz ronca y dulce, esos labios pequeños y vibrantes, esos bucles azules que se le

movían mientras sus pupilas se hacían más grandes.

No pude seguir leyendo.

Tomé por excusa otro par de libros y me puse en el salón del fondo, desde

donde a través de los cristales de la librería podía verla pasar por entre los stands

repletos de libros.

Revisó un par de ellos, y cosa maravillosa, se rió en solitario al leer algo en

el que estaba observando. Soy fiel creyente de que los libros que una persona lee

son la mejor recomendación que uno puede tener de ella, y más si veo que disfruta

de hacerlo.

¡Yo no estaba leyendo! Levanté el libro con mis brazos estirados en un ángulo

de noventa grados, simulando que buscaba la luz de las lámparas para apreciar

mejor esas fotografías. Era un libro sobre el museo del Louvre. Pero realmente lo

que hacía era mirar por encima de éste a la muchacha azul con la que acaba de

estrellarme. Es decir, con mis ojos sobre el libro haciendo de visor, mis brazos

estirados de cuerpo y el libro de señalador de mira, había creado un telescopio para

espiar a Fanny Blue.

Decidida caminó hacia la caja, pagó por el libro de tapa roja al que no acerté

a distinguirle el título y se retiró de la librería.

Yo como una estatua no supe qué hacer. Como saliendo de trance agarré el

primer libro que vi y me lo compré. Esto lo hice para no quedar mal, ¿luego de horas

de haber estado revisando libros y no llevar ninguno?

100
Al salir, viré en todos los sentidos buscando esa cabellera azul, imposible de

no captar a la distancia, pero no pude encontrarla.

¿Quién era esa chica? ¿Por qué nunca soy capaz de entablar una charla?

La tuve frente a mí y no le pregunté ni siquiera su nombre. Hubiese sido fácil

acercarme a los stand donde ella estaba, y como están organizados por temáticas,

tomando algún libro de esa misma colección, preguntarle si podía recomendarme

uno mejor. De hecho hubiera podido decirle que me daba la impresión de que ella

sabía del tema, y sin lugar a dudas tendría tela para cortar.

Pero no. Simplemente me quedé mirándola, escondido entre esa selva de

libros, como si fuera un indígena que ve llegar a un extraño a las costas de su isla.

¿Quién era? Seguía preguntándome mientras tomaba asiento en el cafetín

que está junto a la librería.

¿Qué libro era el que había comprado? Lo giré y comprobé que era una

Biblia. Lo dejé a un lado y comencé a hacer rulos sobre la servilleta con un bolígrafo,

vórtices los llamo yo. Hice uno, luego otro, no sé cuántos en total, pero al momento

de llegar el mesero con el té que le había pedido, todos ellos se me parecieron a los

rizados cabellos azules de Fanny Blue.

Empecé a tomar la bebida, de forma mecánica, con la mirada perdida en el

ocaso, viendo nada, dejando pasar la cinta del pensamiento sin ningún control. En

esos momentos ni siquiera uno sabe lo que piensa. Tomando sorbos, recibiendo el

aroma del té verde directamente a la nariz cada vez que se acercaba el pocillo, pero

sin oler nada.

101
Una paloma voló desde el suelo a la silla que quedaba vacía en mi misma

mesa. Eso me hizo volver a tierra. Al mirar frente a mí, en la otra mesa estaba

sentada Fanny Blue.

¿Desde cuándo estaba ahí? ¿En qué momento llegó? Seguro que desde

antes de que yo llegara. Ocurre que cuando me concentro en algo, pierdo de vista

ese algo en el que estoy pensando. Me ha ocurrido cientos de veces que paso horas

buscando mis lentes para iniciar a leer, cuando en realidad todo ese tiempo las he

tenido puestos. Algo parecido ocurrió esta vez.

No podía dejarla marchar, era la oportunidad que tenía de acercarme a ella.

¿Por qué? No lo puedo decir, en ese momento sólo sentía la necesidad de saber

quién era, de entablar una charla, de volver a ver sus ojos azules.

¿Con qué excusa me acercaría a ella? Pensé en decenas de posibilidades,

desde las más lógicas a las más absurdas. El té se me había acabado, pedí otra

taza. Fanny continuaba en su mesa pasando las páginas de su libro, levantando de

vez en cuando su taza humeante. La notaba concentrada.

Tomé la decisión de acercármele con la excusa de hablar del libro que acaba

de comprar. ¿Pero qué libro era? ¿De qué se trataba? Desde el lugar donde estaba

era imposible verle el título. ¿Y si me acercaba a una mesa más contigua a la suya

y desde ahí trataba de saber qué clase de literatura era? No, imposible, era algo

riesgoso, posiblemente me vería al levantarme y sería ilógico que me cambiara de

silla si todo estaba bien. No quería que sospechara de antemano que pretendía

acercarme a ella. Quería que todo fuera lo más natural posible.

102
-¿Disculpa, veo que lees un trabajo sobre el cubismo? Estoy por realizar un

trabajo sobre asunto en la universidad y quería saber si es posible me recomiendes

algunos estudios sobre el tema. Se ve que sabes de este asunto.

-Claro que sí, siéntate te comento…

De esta manera divagaba mientras seguía viéndola.

Me entró temor de que por estar pensando, se levantara y se fuera. Decidí

ponerme de pie y dejar que el destino actuara. Hay veces en que el universo es

asertivo conmigo, en otras ocasiones sólo se divierte.

Dejé un billete sobre la mesa para pagar las tazas de té, tomé mi libro bajo

el brazo y me encaminé hacia ella.

A cada paso se presentaba más bella, el sol hacía resplandecer su cabello

en tonos de azules, que me parecían como el pasar raudo de un día. Azul del

amanecer, azul del atardecer y azul del anochecer.

Fanny estaba concentrada en su lectura, ni una sospecha de que yo la

observaba y menos aún de que iba hacia ella. Todo iba bien, me le acercaría, la

saludaría y le preguntaría por el libro, lo demás sería cuestión de dejar que la charla

fluyera. Pero como les digo, a veces el destino se pone de bromista con los adeptos

que creemos en él.

Un estruendo.

Todo el mundo giró en sus sillas.

Los meseros corrieron.

103
Por estar observando sus largas pestañas y sus manos blancas mientras

pasaban las páginas, no me percaté de una silla que estaba salida de la mesa

contigua a donde Fanny se encontraba, y tropecé con ella.

Fui a dar literalmente a los pies de esa muchacha, el libro voló lejos, y ella

asombrada me observaba desde arriba, con sus ojos garzos, sus rizos azules y el

cielo haciéndole de fondo.

Me incorporé al instante. Preocupada me preguntó si me encontraba bien.

-Estoy muy bien, no se preocupe señorita.

-¿Pero no vio acaso la silla? Tome su libro. Me dijo mientras me lo alcanzaba,

no sin antes girarlo para verle el título. Se sonrió.

Supe tiempo después, entre nuestras muchas charlas tirados en los potreros,

ahogados de risa por cualquier tontería que se nos ocurría, que ese día ella había

pensado que yo era algún militante de esas iglesias que aparecen cada semana en

los garajes de barrio.

De esta forma conocí a Fanny Blue.

No voy a negarlo y por el contrario quiero confesarlo entre estas páginas. Yo

también amé a esa mujer de mármol que hizo temblar mi corazón.

Fuimos unos cómplices militantes de la vida. Románticos empedernidos que

disfrutaban de la embriaguez de una noche de estrellas. Mis manos se regocijaban

de acariciar las suyas, mientras oíamos el cantar de las aves, en esas caídas de sol

violáceas, lejanos de la ciudad, contemplando todo desde una montaña alta.

Fanny tenía la facilidad de hacerme feliz tan sólo con mirarme. Bastaba de

una palabra suya para justificar una escapada de clases. Ese amor que sentí por

104
ella se fue convirtiendo en algo más grande. Hay amores que no son para ser en

este mundo, y por eso el universo los junta, para que sean cómplices de la existencia

y disfruten del simple hecho de haberse conocido.

En muchas ocasiones fui a ver sus monólogos al teatro T, me hice amigo de

Dolly y también tuve que escucharle sus lamentos por el amor no correspondido de

Fanny, mientras bebíamos algún vino caliente.

Si hay alguien que sepa de la vida de Fanny Blue, ese soy yo.

Existieron tardes en que la acompañé dándole ánimos para que superara la

crisis por la que estaba pasando. Sufría de depresión extrema y en esos momentos,

yo me sentía obligado a escucharla. De esas conversaciones supe todo lo que aquí

les he contado.

Cierta noche me encontraba totalmente dormido. Eran casi las dos de la

madrugada. De repente un sonido tenue sobre mi ventana me fue despertando. Abrí

los ojos, la luz de la luna se colaba por entre las cortinas. Silencio total, todos

dormían. Al rato nuevamente un golpecito sobre el cristal.

Me acerqué para ver de qué se trataba y era Fanny Blue tirando piedras a la

ventana. Estaba montada en una motocicleta y desde la calle me hizo señas para

que bajara.

Me puse una chaqueta sobre el pijama y salí hasta la puerta. ¿Qué le

ocurriría?

-Vente, vamos.

-¿A dónde? ¡Son las dos de la madrugada!

-No importa vamos.

105
-Fanny, estoy en pijama.

-Ven así, no demoramos, yo te vengo a dejar.

Me dejé convencer por sus palabras y me monté en la motocicleta. Ahí

íbamos Fanny y yo, bajo un cielo que jamás había visto, totalmente estrellado y con

una luna enorme que iluminaba todas las calles de la ciudad que seguía durmiendo.

-¿No te parece maravilloso? ¡La noche se hizo para los poetas, por eso

tenemos que disfrutarla! Me decía ella a gritos mientras el viento cortaba sus

palabras.

Al momento desviamos de la carretera y entramos por un sendero de árboles

altos, la mayoría deshojados, que nos llevó directo a un potrero que parecía nevado

por la luz blanca que lo bañaba.

Dejó la moto estacionada, y caminamos un momento sobre el césped.

Se escuchaba el sonido del río.

-Siéntate. ¿No te parece un lugar hermoso?

-Sin lugar a dudas, es algo maravilloso.

-¿Ves la luna reflejada sobre el agua del río?

-Es verdad, se la ve temblando en esa agua que se aleja.

Sin decir nada Fanny Blue besó mis labios, pero yo no pude responder a ese

beso. Estaba convencido que al momento de hacerlo, sería como caer en la

profundidad del océano, perdiéndome para siempre en el infinito de sus ojos.

-¿Te ocurre algo?

-No, solamente que quiero tenerte así, cercana pero intocable.

106
Fanny sonrío con una serenidad tal que hasta los árboles se estremecieron.

Comprendió lo que le decía. Además yo sabía que Elizabeth y Dolly deseaban

también esos besos.

Esa noche me hizo un regalo que hasta ahora me acompaña, me pidió

cerrara los ojos y comenzó a leer de un libro que sacó de su maletín:

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también,

hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajeno como el amor de otro. Me

preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que

no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que

yo, amor mío?

-Es Jaime Sabines. Quise robarle un fragmento de uno de sus poemas para

ti. Me dijo.

Luego de leerlo, me acercó una hoja de papel donde lo había transcrito con

su puño y letra, al revés de la página estaba la huella de su mano que había

impregnado con tinta.

-Si algún día me recuerdas y no estoy a tu lado, vuelve a leer este poema, en

ese momento estaré sonriendo nuevamente para ti. Pero si lo que quieres es volver

a sentir mi mano junto a la tuya, así como la tenemos en este momento, ponla sobre

la huella de mi palma y ahí nuevamente tendrás a tu Fanny Blue.

107
108
CAPÍTULO TERCERO

Los dos luceros

Al encontrarse un poco recuperada en cuanto a su salud, los médicos

decidieron darle de alta, no sin antes hacerle a Dolly y a Elizabeth, sus dos

enfermeras oficiales, un sin fin de recomendaciones sobre los cuidados que debería

tener la convaleciente Fanny.

Su habitación en el segundo piso del teatro T estaba organizada y lista para

recibirla, a pesar de las constantes negativas por parte de ella a querer quedarse

en ese lugar.

-No quiero ser una molestia para nadie. Decía entre gritos y sollozos, sin

lágrimas, como cada vez que quería hacer un drama de niña consentida.

-No es ninguna molestia, estamos felices de cuidarte. Le respondía Elizabeth,

dándole una palmadita en la espalda, mientras le guiñaba un ojo a Dolly en señal

de complicidad, insinuando de paso que había que llevarle la corriente a la

malcriada.

Fanny siempre supo que padecía una enfermedad que terminaría acabando

con ella. Desde muy niña los médicos detectaron una anomalía en su corazón y no

habían dado muy buen pronóstico ante este padecimiento. Sus principales

recomendaciones fueron tranquilidad y cero excesos. Consejos que obviamente

Fanny no tuvo en cuenta, y con los que la vida tampoco le ayudó. Golpe tras golpe

el destino fue haciendo de su corazón una porcelana que se iba resquebrajando

109
más y más, parecía como si al nacer hubiera tenido escrito en la frente la palabra

sufrimiento.

A los dieciséis, en solitario y deambulando por las calles, luego de escaparse

de las garras de otro depravado que quiso abusar de ella, decidió empezar a fumar.

Desde ese momento no volvió a soltar el tabaco. No había momento en que no

tuviera un cigarrillo en sus labios.

-Muero por un cigarro. ¿Es verdad que tú me traerás uno amada Dolly?

-Lo tienes totalmente prohibido, además estamos dentro de un hospital.

-No importa, yo lo fumo en el baño y dejo ir el humo por el extractor de aire.

-Imposible. Rotundamente No.

A pesar de la mirada de súplica con que Fanny la quedaba viendo, tratando

de hacerla cambiar de parecer, Dolly tenía que mantenerse en esa postura. ¡Cuánto

no daba por complacerla! ¡Amaba ser su alcahueta! Tenía que dar la espalda y mirar

por la ventana para no caer en esa mirada cautivadora. Fanny sabía encantar como

lo hacen las serpientes.

-Siéntete como en casa, esta es tu habitación. Le dijo Dolly mientras

Elizabeth abría la puerta e ingresaba con las maletas.

-No me gusta el color de esas cortinas, detesto el rojo, las quiero…

-¿Azules? Se adelantó a preguntar Dolly mientras le sonreía.

-Sí, azules.

Al momento el cuarto estaba adaptado a su gusto. Cortinas azules, espejos

en las cuatro esquinas. Era una fanática de estarse contemplando. Un jarrón con

110
flores amarillas en una mesa de centro, decenas de libros regados por todo lado.

Fanny creía que la literatura siempre debe estar al alcance de la mano.

Cierta madrugada mientras Dolly pensaba en lo que le habían dicho los

médicos, sintió pasos en el piso superior. Se levantó descalza para no hacer ruido

mientras la demás gente dormía y subió las escaleras, apoyada de los pasamanos,

mientras el viento frío de la noche movía su levantadora, se fue acercando poco a

poco a la puerta del cuarto de Fanny. Acercó su oído con intención de escuchar y

sólo percibió el silencio. Al momento una brisa se coló por entre la chapa y pensó

en que tal vez una ventana se había abierto. Giró la perilla e ingresó en silencio.

Fanny estaba de espaldas, envuelta en su ropa de cama color negro, mirando

fijamente a través del ventanal.

Dolly no le dijo nada. Se quedó contemplándola.

Los especialistas le habían dicho que no había mucho por hacer, que el

corazón de Fanny estaba tan agotado que lo único posible para salvarla era un

trasplante de órgano. Que por lo pronto recomendaban darle una vida tranquila,

lejos del tabaco y el alcohol.

Pensó en que ese cuerpo esbelto, blanco cual el mármol más fino, en algún

momento dejaría de existir. Sintió que su cuerpo se estremecía. ¿Cómo sería

posible seguir si Fanny no estaba más?

Como presintiendo que alguien la observaba, Fanny provocadora

profesional, dejó caer su levantadora quedando su cuerpo desnudo, bajo ese rayo

de luna que no perdió oportunidad de acariciar su piel.

111
Dolly se acercó hasta su espalda, y besó su hombro izquierdo. Sus poros

despertaron y su vello se erizó. Sus manos rodearon su cintura firme y las mejillas

de ambas se encontraron.

-¿Qué haces despierta a esta hora?

-La espero.

-¿A quién esperas?

-A la muerte.

-¡No digas eso Fanny! ¡Tú no vas a morir!

-Conozco mucho a mi cuerpo como para saber qué es esto que siento. He

tenido pesadillas en las que caigo en un vacío infinito, tan profundo y tan hondo que

parece como si estuviera quieta, suspendida en el aire, mientras un cilindro eterno

se desliza a mi alrededor.

-Yo te prometo que todo estará bien. Es cuestión de cuidados, de dejar el

cigarrillo y el alcohol.

Fanny giró y clavó sus ojos azules en los ojos oscuros de Dolly. Su boca tenía

un tufo a licor.

-¿Estuviste tomando?

-Sí, y también fumando. No veo la diferencia entre morirme esta noche o

morirme en un mes. Lo que me importa es el placer. No sabes cómo me hace falta

un poco de champán dorado. Con esta palabra Fanny se refería al éxtasis que por

años había consumido.

-¿No temes al morir?

112
-De ninguna manera, morir será una liberación. Y no quiero decir que tenga

afán por irme de este mundo, a pesar de todo he logrado sentirme feliz. Estoy

convencida de que si en la existencia logras conocer las caricias de ángel, todo lo

demás se justifica, has cumplido tu misión en este planeta.

-Pero te faltan tantas cosas por hacer, eres una mujer joven, llena de talento,

hermosa, con todo un camino por delante.

-Todo lo que he querido lo he hecho, y lo que hice ya lo olvidé. Yo vivo este

momento, es lo que para mí vale de verdad. No lo que fui ni lo que pueda llegar a

ser, lo uno es pasado y lo otro una ilusión. El amor que siento por el teatro pude

realizarlo gracias a ti. Me faltaría tal vez, llegar a escribir mi propia obra para ponerla

en escena.

-Todavía puedes, hay mucho tiempo para hacerla, es cuestión de sentarnos

y comenzar a trabajar en ella. ¿Tienes alguna idea sobre qué quieres que trate?

-Sí. Sería la historia de mi vida. Pero es absurdo ponernos en esa tarea.

Dolly, ya no me queda tiempo.

-Fanny, por favor no digas eso. Le replicó mientras acariciaba su cabello.

-Hace noches enteras que no duermo, de día trato de descansar pero no

puedo. Mientras el reloj anuncia la media noche, y al momento la madrugada, yo

escribo cartas y notas que al otro día destruyo. Mira, le dijo acercándose a su

tocador, toma esta, es para ti, llévala antes de que la rompa.

Esas cartas a las que se refería Fanny, hijas de su angustia y de su insomnio,

llegaron un día hasta mis manos. Lo que ella dice entre esas líneas son la mejor

113
poesía que haya leído jamás, sumado a su hermosa caligrafía, son misivas que tal

vez algún día decida publicar.

Tuve la oportunidad de verla escribir, lo hacía mientras movía los labios,

como susurrándole a su mano lo que debía transcribir. Movía sus dedos de una

forma tan natural, su trazo era tal libre que volaba sobre el papel. Cuántas veces no

le dije que parecía que una golondrina le hubiera enseñado a escribir.

-En dos noches saldrá Venus junto a la luna. Daría todo por estar afuera y

poderla contemplar.

-Fanny, sabes que no puedes recibir el frío de la madrugada, tienes

obstrucciones en tus vías respiratorias y eso te afectaría.

Luego de haber fumado más de tres cajetillas diarias de cigarrillos, por más

de diez años, sus pulmones se habían empezado a inflamar causándole dolores de

espalda y dificultad al respirar.

-Dime que saldrás a verla y luego vendrás a contarme cómo era.

-Te lo prometo.

-Detállala totalmente, y ven a decirme cómo era su brillo, su tamaño, su color.

Cómo se veía a la luna junto a su amante y hazme el amor.

Dolly no soportó la tentación de esos labios que la llamaban, y fue poco a

poco acercándose a Fanny, mientras enredaba sus dedos entre los bucles de su

azulado cabello.

Cayeron juntas sobre la cama, cada una con la mirada perdida en los ojos de

la otra. Sus cuerpos se cerraron como lo hace una ostra al ser acariciada por una

114
ola intensa, mientras por la ventana la luna se fue acercando curiosa, por ver cómo

florecía el amor entre esas flores.

Los días fueron pasando, y el cuerpo de Fanny se iba debilitando cada vez

más. Ninguna de las personas que acudían a visitarla se atrevía a comentar sobre

su apariencia. No hacía falta, ella lo sabía a sobremanera.

Su piel blanquecina estaba acompañada de moretones por todo lado, sus

hermosos ojos azules estaban remarcados por sendas ojeras, se había adelgazado

más de lo normal, se le notaban los huesos de los brazos y el cuello, de su rostro ni

qué decir, había tomado la forma de una calavera.

Pese a todo no perdía su elegancia y sensualidad al hablar. Todos los días,

infaltablemente, tomaba un baño de tina con agua caliente y flores de naranjo. Se

metía en la cama que previamente era perfumada, y dedicaba sus días a devorar

libros y a escribir cartas.

Pero un domingo, Elizabeth que iba todos los días a visitarla, notó algo

extraño en su comportamiento. Desde muy temprano comenzó a arreglarse. Pidió

ayuda para elegir su mejor traje. De entre los tantos que le había obsequiado Dolly,

tomó uno confeccionado en tela azul medianoche aterciopelada. Gargantilla,

pulsera, pendientes de plata y zapatillas igualmente metalizadas.

Se aplicó un perfume que muy pocas veces usaba. Era lo único que

conservaba de su madre.

Tomó su baño como de costumbre, perfumó todo su cuerpo y comenzó a

ponerse el vestido y los accesorios.

115
Las personas que estaban en el piso inferior en el café del Teatro T, miraban

a todo lado en búsqueda del origen de aquel aroma que les despertaba el alma. La

flor de la que emanaba esa fragancia estaba en el piso superior, calzándose las

zapatillas.

-¿Tienes alguna invitación? Por fin se atrevió a preguntar Elizabeth.

-Sí.

-¿A dónde vas a ir?

-A una cita, es algo especial que tengo esta noche.

-¿Con quién irás acompañada? Recuerda que no puedes andar sola por las

calles.

-No te preocupes amada Elizabeth, no voy a salir de casa.

Se acercó despacio hasta donde ella estaba sentada y le dio un beso en la

mejilla, donde le dejó pintados sus azules labios.

Todos quedaron estáticos al ver a esa mujer vestida de azul, simulando una

princesa salida de un cuento de hadas, que iba descendiendo por las escaleras.

Dolly sintió que su corazón se alegraba. Después de tantos días Fanny se

sentía mejor y había decidido salir de su alcoba.

Era totalmente lo contrario. Luego de pasar un par de horas saludando a

viejos amigos, hablando de la brevedad de la vida, fumando y bebiendo güisqui,

Fanny esperó a que el Teatro T cerrara sus puertas, todos se retiraran a dormir, y

ella quedara en solitario para salir, sigilosa cual gata buscando el amor por los

tejados, hasta el patio trasero.

El frío era insoportable.

116
El Sauce que estaba sembrado en medio de aquel lugar, se movía de un lado

a otro mecido por el viento.

El cielo se encontraba totalmente despejado, sin una sola nube y cargado de

estrellas. Fanny sonrió al verlas y recordó que para ella el cielo de noche, es un

telón negro que cada atardecer dios estira sobre el firmamento. Cada estrella es un

agujero que le hace mientras él fuma y juega a quemar la oscura tela, por la que se

cuela la luz del sol que sigue brillando al otro lado de esa enorme bambalina.

-La luna es un quemón más grande. Dijo en voz alta y se rió.

Acercó una silla que estaba en una esquina, tomó asiento, prendió un cigarro,

batió la copa de güisqui para que los hielos sonaran, y se dedicó a contemplar a la

Venus que acaba de nacer junto a la Selene.

¿De qué hablaron ese par de estrellas? No sabría decírselos. Fanny bañada

bajo la luz blanca de la luna que repintaba su silueta en destellos azules, se

asemejaba a los antiguos poetas que en las noches estrelladas le hablaban al mar

que ante ellos se sacudía.

Movía sus labios y brindaba con su copa en alto. En algún momento agachó

su cabeza y dejó que una lágrima cayera por su tersa mejilla. En esa misma se

reflejó el lucero que resplandeció fuerte por llamar su atención.

Pasaron las horas y Fanny no se cansaba de contemplar a la estrella de la

esperanza. Entrada el alba, como antes le pasara a la Elvira de la sombra larga, en

el nocturno poema del poeta suicida, llamó por su nombre a la estrella, designio que

no debe nombrarse.

-Étoile du matin. Le dijo mientras le miraba fijamente y le sonreía.

117
Con la respiración acelerada y el pulso muy lento. Cayó desmayada en medio

del patio, junto al ruido de la copa que se quebraba en mil pedazos.

La Venus contemplaba ese cuerpo inerte, adherido a la tierra sin posibilidad

de volar. Hay seres que debieron haber nacido con alas y Fanny era uno de ellos.

Cargada de celos al ver la belleza de aquella mujer, el lucero del alba mandó todo

el frío de la noche para acabar con ella.

¡Egoísta estrella que no soportas versos que no sean para ti!

Entrada la mañana, entre dormida y despierta Dolly escuchó un sonido de

cristales rotos que venía directamente del patio. Tomó su levantadora, y salió a ver

qué era lo que ocurría.

Al abrir la puerta que conducía por el corredor hasta el huerto de la casona,

encontró a Fanny, vestida de gala y desmayada sobre el césped.

118
CAPÍTULO CUARTO

La luz que se apaga

La salud de Fanny iba empeorando y Dolly lo sabía. A pesar de ello siempre

se mostraba altiva y alegre cuando subía hasta su alcoba a visitarla, aunque dentro

suyo, el corazón se le estuviera estrujando de pena. A veces vemos el tronco

robusto del roble, aunque ignoramos si está carcomido por dentro.

Desde la salida de su última hospitalización, la casona del Teatro T se había

convertido en una clínica de retiro y reposo. A la habitación de la señorita Fanny,

como le llamaban algunos de los empleados y cocineras del restaurante, iban a

parar los más suculentos platos, libros y cuanto antojo se le cruzara a la niña

consentida de la casa.

Dolly había puesto el teatro al revés con tal de complacerla. Y cómo no

hacerlo si sabía que sus días estaban contados. Las funciones no debían parar,

porque de lo contrario, ¿con qué se mantenía a tan exigente huésped?

Pero hay un hecho curioso que quiero exaltar en este momento, y del que fui

testigo en primera fila. Desde que Fanny llegó a poner un pie el Teatro T la taquilla

siempre estaba llena. Cuando retornó luego del incidente de la noche de las

máscaras, la cola de asistentes a las funciones del teatro daba la vuelta a la casa.

Y quiero hacer una aserción que se pude reafirmar por los comentarios de algunos

de los asistentes. La gran mayoría, sino es que todas las personas, concurrían al

Teatro T con la intención de ver, así sea por un momento, a Fanny Blue.

119
Caballeros que habían quedado deslumbrados con su piel blanquecina y sus

caderas firmemente contorneadas, damas que envidiaban sus pestañas

naturalmente rizadas y sus ojos azules infinitos, y una gran mayoría que la deseó

en secreto.

La habitación de Dolly quedaba justamente debajo de la de Fanny. Pasada

la media noche sentía saltitos que iban de una esquina a otra, y el murmullo de

música suave que acompañaba ese danzar. En varias ocasiones, presa de la

curiosidad, subió para observarla por la rendija de la puerta. Fanny era una

excelente bailarina, atlética y flexible como ella sola.

Giraba en una sola pierna mientras con la otra doblada se asemejaba a los

flamencos estáticos en la laguna. Abría sus brazos y con las manos extendidas,

saltaba en la punta de sus dedos, al compás mágico de Tchaikovsky siendo el hada

de azúcar entre las notas de esos oboes fantásticos.

En esos momentos Dolly era feliz, por verla feliz. Pero una nube de tragedia

siempre aparecía para opacar su momentánea dicha. ¡Fanny no estará más! Le

retumbaba en su mente, y su corazón se sacudía.

Quedó en su pensamiento el comentario que Fanny le hizo en varias

ocasiones. De llegar a escribir una obra de teatro que estuviera basada en su vida.

Dolly estaba convencida de que sería una trama interesante, una composición

entramada como ella misma la definía. La gente asistiría encantada a ver a Fanny

en las tablas, haciendo una actuación del acto que fue su existencia.

Pero de igual manera sabía que ella nunca lo haría, estaba en un estado de

depresión, aunque a veces quería disimularlo, que le impedía llegar a pensar en

120
sentarse a escribir ese libreto. Por esta razón Dolly se puso manos a la obra, y

tecleando en una vieja Brother 1350, noche tras noche comenzó a organizar

diálogos y escenas, basados en las charlas que había tenido con el personaje

principal.

No sabía si lo que le había contado estaba totalmente completo, ni siquiera

si era verdad, pero con el amor en cada tecleada, hizo párrafos extensos donde el

destino juguetón se mezclaba con los labios intensos de la dama de cabello azul.

Nada era definitivo, todo era incierto, borraba palabras, las cambiaba por otras,

tiraba páginas enteras al bote de la basura. Lo que si estaba decidido y no se

cambiaría por nada del mundo era el hombre de la obra: Fanny Blue, historia de

mujeres en tres actos.

Así se llamaría.

Estaba muy concentrada releyendo pasajes de novelas francesas, para

hacer un pastiche que estéticamente refuerce la obra, cuando escuchó los

campanazos Tchaikovskianos. Fanny había dejado sonar la música de manera

intencional. No sintió cuando ella bajó por las escaleras, ni cuando se abrió el portón

que daba hasta el patio trasero.

Su padecimiento iba cada vez complicándose más. Sus pulmones ya no

podían atrapar el oxígeno necesario, y su corazón además de estar deteriorado,

debía hacer un trabajo extremo para poder bombear la sangre a todo su organismo.

Era una tarea que lo estaba debilitando, y su esfuerzo se notaba en el color cada

vez más pálido de la piel de Fanny, en los surcos de sus manos y en sus ojeras

azules oscuras, que asemejaban golpes que había recibido en cada ojo. Muchas

121
veces se desmayó luego de un ataque desesperado por no poder respirar, en más

de una ocasión terminó regresando al hospital, lugar al que le agarró fastidio y

miedo.

Luego de volver en sí, se negaba rotundamente a salir del teatro, y aseguraba

que con una buena taza de té caliente y un poco de descanso estaría mejor.

-Cada vez me siento más plena, querida Dolly, en poco estaré totalmente

recuperada y te ayudaré con los montajes del Teatro T.

Era triste ver ese falso entusiasmo con el que Fanny hablaba, ella más que

nadie sabía que cada día estaba más cerca de la muerte.

Dolly se perdía días enteros de la dirección del teatro, descuidó muchas

obras que los mismos actores tuvieron que dirigir. Es más, ni siquiera se percataba

de las ganancias que estaba dejando la taquilla, actividad que asumió la señora

Berta, cocinera de confianza que la había acompañado desde que se montó la sala.

Ella tenía un afán que le absorbía todo su tiempo, se olvidaba en muchas ocasiones

hasta de pasar bocado.

Necesitaba acabar el libreto para que Fanny pudiera leerlo y lo viera montado

en las tablas. No existía nada más para Dolly. Sus dedos estaban magullados y

habían empezado a sangrar, días enteros tecleando, presa del cansancio, habían

pasado factura y sus manos se veían severamente afectadas. Su habitación era un

campo cubierto por bolas de papel, montañas enteras que casi llegaban a tocar la

altura de los cuadros, una de las ventanas ya se encontraba totalmente tapada, por

donde entre los espacios de los puños de papel se filtraba los rayos del sol que le

122
anunciaban que ya había amanecido. Otra noche que no dormía por amanecer

leyendo y componiendo el nuevo libreto.

Cargada de nervios y ansiedad, el café negro se había convertido en su mejor

compañero, una greca cargada de tinto estaba siempre disponible en su cuarto.

Únicamente hacía pausas para subir a ver cómo se encontraba Fanny y si de paso

necesitaba algo. Ejercicio que le servía para estirar sus piernas y respirar un poco.

Cómo conoció Dolly a Fanny al intentar atrapar su vida entre esas páginas.

Labor que le arrancaba pedazos del alma. Los que escribimos comprendemos que

en cada palabra dejamos un poco de nosotros mismos, el sentimiento con que

trazamos es la tinta de nuestros textos.

¡Cuántas lágrimas no he derramado al transcribir los pasajes de la vida de

Fanny Blue! No se asombre querido lector si a usted le ocurre lo mismo.

Dolly hacía hasta lo imposible por captar la esencia de la niña de bucles

azules, tarea casi imposible. El hombre puede hacer únicamente un acercamiento

al sol, contemplarlo de lejos, tratar de entenderlo sin tocarlo, pretender llegar a él es

desaparecer en el intento. De igual manera ocurría con Fanny, era como la mariposa

en bandolera que saltaba de flor en flor despistando a la Dolly que quería atraparla

con su redecilla.

¿A quién amaba Fanny Blue? Al llegar a este capítulo, Dolly vaciló. Pensó en

preguntárselo pero un recelo ante su intimidad se lo impidió. ¿La amaba a ella?

¿Amaba a Elizabeth?

Se retiró del escritorio y prendió un cigarro. Se puso a fumar. Tarea que hacía

muy rara vez, y que había dejado ya hacía un par de años. Miró por la ventana y

123
apreció a la Venus que despuntaba su luz divina junto a la luna. Pensó en Fanny y

en el movimiento exacto de sus caderas. ¿Fanny la amaba? No supo responder.

¿Dolly amaba a Fanny? Y su corazón no le permitió dudar.

Sintió el sonido de cristales que se rompían, seguidos a un golpe seco sobre

el suelo. El ruido venía desde la ventana que daba al patio trasero de la casona. Se

colocó su levantadora y salió, eran casi las cuatro de la madrugada. Encendió las

luces del corredor y miró sorprendida que la puerta estaba abierta. ¿Quién había

salido a esas horas tan altas de la madrugada hasta el huerto?

La luna llena iluminaba todo. El sauce se sacudía con el viento. A un lado la

copa rota con el güisqui aún derramándose y junto a ella el cuerpo inconsciente de

Fanny Blue, vestido de gala para su velada con el lucero.

Dolly recordó el comentario que le había hecho días antes, sobre la aparición

de Venus esa misma madrugada.

Se acercó hasta ella y comprobó que se había desmayado. Gritó desde el

pasillo a los empleados y actores que dormían en sus habitaciones. Al momento

acudieron todos. Entre dos de ellos tomaron el cuerpo de Fanny y lo condujeron a

su alcoba. Recostada sobre el cubrelecho negro y vestida de princesa azul, parecía

la escena de una de las Meninas.

Recién despuntado el día llegó el doctor que fue llamado por la señora Berta.

Luego de revisarla, Fanny aún dormía profundamente, confirmó que el sereno de

esa madrugada causó que sus bronquios se inflamaran a causa de la infección que

aún no había desaparecido. Al no poder entrarle el oxígeno necesario por la

obstrucción, su corazón se sobre esforzó y sobrevino el colapso.

124
-Señorita Dolly, ¿puede acompañarme un momento por favor?

-Claro que sí. Le dijo, y salieron de la alcoba camino del corredor superior.

-La situación de la señorita Fanny es realmente preocupante. Su descuido

para llevar el tratamiento de antibióticos y su constante manera de fumar y consumir

licor, a pesar de tenerlo completamente prohibido, ha hecho que su corazón llegue

a un punto sin retorno.

-¿A qué se refiere? Preguntó Dolly, mientras retorcía los dedos de sus

manos.

-Lo más seguro es que sufra un ataque cardiaco del que no pueda sobrevivir.

Sus pulmones se llenaron de líquido por la infección, causando que su respiración

sea casi nula, lo que a su vez lleva a que el corazón tenga que hacer un sobre

esfuerzo para bombear sangre oxigenada a todos sus órganos. Al tener un corazón

tan débil a causa del síndrome del corazón partido que padece, no soportará por

mucho tiempo.

-¿Qué podemos hacer en este caso? ¡Dígame doctor, yo haré todo lo

necesario! Dolly comenzó a llorar presa del desespero y el dolor.

-Lo único que podemos hacer es esperar. Suministrar dosis mucho más

fuertes de antibióticos, ponerle un catéter por la vena yugular para suministrarle los

medicamentos de manera más directa y colocarle mascarilla de oxígeno para

ayudarla a respirar. Las cartas le fueron dadas y ella se jugó su último as.

¿Qué hacer en ese momento? ¡Fanny se estaba apagando como el pabilo

de una vela que llega a su final!

125
Dolly regresó al cuarto, y pidió que adecuaran el espacio y que consiguieran

todo lo que pedía el doctor. No había que escatimar en gastos.

Su muchacha azul estaba muriendo.

Fanny había desobedecido las órdenes médicas y ahora su cuerpo le pasaba

factura. ¡Pero cómo no hacerlo si siempre vivió a contramarea! Decirle no a Fanny

era avalarle para que lo hiciera, prohibirle algo era pretender detener una avalancha.

Elizabeth llegó al teatro, asustada y preguntando por su Fanny. No había

tenido tiempo ni de arreglarse. Dolly la telefoneó cerca de las ocho de la mañana y

al instante estuvo junto a su lecho.

-¿Qué le ha ocurrido? Indagó a todos los presentes.

Dolly la invitó a un café y le comentó todo. La agarró de las manos y le dio la

noticia fatal. Elizabeth se negaba a creerlo, entrando en un ataqué de pánico y

nervios, las empleadas tuvieron que ofrecerle aromáticas y unos calmantes para

que pudiera controlarse.

Cuando lo amado se va de nuestro lado, y aún así lo seguimos amando,

nosotros dejamos de ser nosotros y nos vamos con él. Así se sentía Elizabeth,

desde ese momento no era ella misma, era en una nube ligera en una pesadilla de

la que no podía salir.

-¡La señorita Fanny acaba de despertar! Gritó uno de los meseros desde el

corredor del piso superior.

Ingresaron juntas al cuarto, y vieron que en medio de todas las personas que

rodeaban la cama, Fanny comenzaba a abrir sus ojos.

126
Débilmente hizo brillar el azul de su mirada y dejó que de sus labios se

escapara una caricia de ángel.

-Me siento la reina madre con todos ustedes a mi alrededor. Dijo Fanny, pero

casi nadie logró escucharle a causa de la máscara que oxígeno.

-Trata de no hablar, respira tranquilamente. Le sugirió Elizabeth.

-Por favor, retírense todos, queremos estar a solas con Fanny. Pidió Dolly.

El cuarto estaba en silencio, sólo a ratos se interrumpía esa tranquilidad por

el sonido de la respiración lenta de Fanny.

-¿Cómo te sientes? Se atrevió a preguntar Elizabeth.

-Estoy muy bien. Dijo Fanny, y al momento tosió.

-No debiste haber salido al patio, ese frío te afectó.

-Querida Dolly, todo vale la pena por ver a esa Venus. La muerte está

justificada después de haberla escuchado. Fue como hacer el amor con todas las

mujeres del mundo.

-Debemos suministrarte más medicamentos, y necesitas estar conectada al

oxígeno para ayudarte a respirar.

-Me siento como con las alas cortadas, esta manguera me parece una

cadena que me mantiene amarrada a esta bala de oxígeno. Va a llegar un momento

en que volveré a ser libre y andaré por todos los lugares donde siempre he amado

estar.

-Así va a ser querida Fanny. Replicó Elizabeth mientras acariciaba su mano.

-Eso va a pasar, serás libre y estarás con todos los que te queremos.

Volverás a resplandecer como el sol que eres. Le dijo Dolly.

127
-Sí, seré libre en el momento en que muera. Sentenció Fanny Blue.

128
CAPÍTULO QUINTO

El hada de azúcar

Faltaba poco para las ocho de la mañana y Elizabeth continuaba en la cama.

Despertó con el corazón exaltado, acompañada de una sudoración extraña. ¿Qué

significaba ese sueño que había tenido a la madrugada?

En él apreciaba la sombra de una bailarina, sobre el escenario y en solitario,

una luz débil iluminaba su torso cada vez que esta giraba en sus pasos detenidos

en el aire. De repente se encendían las luces del teatro y Elizabeth comprobaba que

se encontraba sola, apreciando la obra desde la platea. Lo curioso del sueño era

que a pesar de estar únicamente Elizabeth se escuchaba perfectamente las

ovaciones del público, los gritos y los aplausos. Se ponía de pie y giraba buscando

a la gente que alborotaba el recinto, pero en ese momento todo volvía a ponerse en

silencio. La bailarina comenzó a descender del escenario, por las gradas frontales,

directamente a donde ella se encontraba. No se podía distinguirle el rostro, porque

iba con la cabeza agachada, pero Elizabeth estaba completamente segura que era

Fanny.

La llamó dos o tres veces, intentando acercarse a ella, pero cada vez que

daba un paso para poder tomarla entre los brazos, Fanny bailaba y se iba alejando.

Elizabeth corría para alcanzarla pero ella se iba perdiendo nuevamente en la

oscuridad del escenario que continuaba en tinieblas, hasta que la perdió totalmente

de vista. En ese momento sonó el teléfono que la despertó.

129
-Ocurrió algo grave con Fanny, ven pronto. Fue lo único que le dijo Dolly y

colgó.

Se calzó unas sandalias, se puso un abrigo sobre su ropa de dormir,

arremolinó su cabello sobre su corona y salió hacia el Teatro T.

En el camino iba pensando en el sueño y en lo que ahora le ocurría a Fanny.

¿A caso se le iría de las manos como la bailarina de la pesadilla? ¡Se estremeció

ante esa deducción!

Al llegar se encontró con una Fanny transformada, no era la damisela de sus

pensamientos. Estaba marchita como una flor que se iba muriendo.

Se retiró a tomar el café con Dolly y escuchó atenta lo que había pasado,

mientras relacionaba cada detalle con el sueño que tuvo. Efectivamente la bailarina

solitaria era Fanny y se estaba marchando.

Cuando el mesero les informó, desde el piso superior, que había despertado.

Elizabeth fue la primera de las dos en retirarse de la mesa y subir las escaleras. Al

momento la alcanzó Dolly. Al ingresar notó que Fanny intentaba abrir los ojos. Tomó

de su mano y acarició esa piel aterciopelada por la nieve que se estaba derritiendo.

Estuvieron las dos, un momento a solas con Fanny. Prefirieron no hablar en

presencia de la otra. Sabían que cada cual tenía cosas que decirle. La contemplaron

como se contempla lo divino, abriendo el corazón y en silencio.

-Quédate un momento con ella. Le dijo Dolly mientras le acomodaba la

máscara de oxígeno.

Sonó el portón al ser emparejado y Elizabeth se sentó en el filo del lecho.

130
-Soy una mujer agradecida con el universo por haberte conocido, amada

Elizabeth. Dijo Fanny esforzándose por respirar.

-No digas nada, respira profundo y cálmate, todo estará bien, te vas a

recuperar.

Fanny sonrió con sonrisa burlona y negó con la cabeza.

-No te preocupes, este viaje ya lo he pagado y no compré el boleto de

regreso. Deja que hable para sacar todo lo que tengo en el pecho, va a ser lo último

que escuches de mí.

-Fanny yo te amo. Se atrevió a decir Elizabeth mientras tomaba sus rizos

azules y de paso acariciaba sus mejillas extremadamente pálidas.

-Yo también llegué a amarte, en la complejidad de mi amor. Fuimos dos

solitarias que acertamos a estar juntas. Pese a mi incansable sed de amar, fuiste

de las mejores flores en que llegué a posarme.

Elizabeth se acercó hasta ella y besó tiernamente sus labios. No lo aceptaba,

se negaba a hacerlo, pero sabía que sería la última vez que lo haría.

-En la mesa que está junto a la ventana hay un par de cartas para ti. Por favor

llévalas.

Fanny tosió fuertemente, y tapó su boca con la mano derecha, mientras se

desesperaba por no poder respirar, carraspeando fuerte. Miró su mano al retirarla y

una mancha de roja se dibujó en ella. Trató de disimular ocultándola bajo las

sábanas pero sus labios azules ahora se tornaban violetas.

131
Sus pulmones no soportaron la infección, su descuido desencadenó una

serie de procesos que causaron que sus bronquios comenzaran a estallarse. Los

medicamentos eran en vano, la cuenta regresiva había iniciado.

Nunca hubiera deseado drogarse, ni beber alcohol hasta perder el

conocimiento. De esto pude ser testigo porque ella misma me lo dijo. Pero la vida

se había portado de una manera tan fuerte con ella, se había empecinado en

hacerle conocer el dolor y el sufrimiento, que su única escapatoria era andar

obnubilada, viviendo en el sueño de su champaña dorada.

¿Fanny llegó a amar? Lo hizo siempre, a sangre fría y sin temor de nada. Su

condición de querer la esencia antes que la materia, la convirtió en una suculenta

amante, deseada por todos. En su listado rebasaba en gran número las damas,

sobre todo intelectuales y que tenían alguna afición por el arte. No había labios que

se resistieran a las caderas cadenciosas de Fanny Blue. No podría afirmar cuál fue

el número de amores que pasó por su corta vida, ni mucho menos el de sus amantes

que sin dudas era mucho mayor.

De mirada encantadora y de cuerpo lujurioso, Fanny era una adicta a los

orgasmos del alma.

-He hecho el amor con todos mis libros. Me aseguró un día, cuando le

pregunté si el cuerpo femenino era su predilección.

Con esa afirmación, que no me dejaba duda de nada, comprendí que Fanny

era un ser que iba mucho más de la simple forma de lo humano. Detrás de espíritu

dolorido por los golpes del destino, brillaba una flama que irradiaba todo lo que

tocaba. Superó el dolor y prefirió la vida, aunque con la suya haya hecho lo indebido.

132
Quiso encontrarse, porque sentía haberse perdido. Por eso probó de todo, y

quiso experimentar desde lo más bajos sentimientos hasta los más sublimes. Nunca

tuvo temor del mañana, y al olvido lo dejaba como olvido.

-Yo soy en este momento, pasado que me colocó en este sitio, futuro que yo

defino y presente donde me corrijo. De esta clase eran sus frases en los bares

donde íbamos a tomar un par de copas.

Me han preguntado muchas veces, por qué decidí escribir una novela donde

cuento la existencia de Fanny Blue. Espero con estas palabras responder a todos:

Porque con ella supe el significado de la vida.

¿Qué si también estuve enamorado de ella? Claro que lo estuve y aún lo

estoy. La diferencia con sus demás amantes, es que yo decidí hacerme a un lado,

para ser un testigo mudo de su vida que me maravillaba. Preferí dejar el pergamino

de su piel para volverme su biógrafo.

Todos terminaban a los pies de Fanny una vez la conocían. Bastaba con una

dosis de su mirada y un par de minutos de su preciosa oratoria, y esa persona caía

bajo su encanto.

Supe de un amigo de Fanny, Doble B lo llamaba queriendo siempre ocultar

su nombre. Otro homosexual que llegó a proponerle matrimonio.

-El matrimonio es una sentencia a la que le tengo pavor. Decía Fanny cada

vez que alguien le preguntaba por las incesantes propuestas de boda que recibía.

Fueron juntos a la escuela cuando niños y compartieron parte de su juventud.

En las noches Doble B se volaba de su casa, para luego de trepar el árbol que

133
estaba junto a la casa de Fanny, sentarse al filo de su ventana a oír los poemas que

ella había escrito.

Cuando Doble B cumplió los veinte años, salió a cenar con Fanny y ahí le

confesó que a los veinticinco terminaría con su vida.

Cinco años después ella lloraba a su adorado compañero. Una cincelada más

para su ya resquebrajado corazón.

Me enteré pasado el mediodía de la situación en que Fanny se encontraba.

Elizabeth en medio de todo afán y desespero del momento, quiso tomar un

momento para avisarme.

-Fanny se está apagando. Ven urgente. Me dijo al otro lado del auricular.

Nunca olvidaré esa voz entrecortada con que me lo pidió.

Hecho curioso o presagio del destino. En el momento en que recibí la

llamada, estaba ojeando las cartas que Fanny me había regalado. A la par trataba

de organizarlas de una manera cronológica, entre las que iba insertando las que me

había dado en custodia Dolly, y algunas de sus otras amantes.

Ya lo he dicho, desde mucho antes he tenido la convicción de hacer una

antología con ellas y publicarlas.

Leerlas es más adictivo que la más fuerte de las drogas. Es un placer para el

alma, un gusto que se da el corazón y una caricia de sus suaves manos para el

amor.

Mientras iba subiendo las escaleras camino de su alcoba, escuché que

sonaba el hada de azúcar, y comprendí de antemano que Fanny estaba muy mal.

No era posible que ella deseara oír su melodía favorita, estando postrada y sin poder

134
dar los giros locos que le causaba el éxtasis de esos oboes y esos tímpanis.

Efectivamente al ingresar, la vi lejana, como metida tras una espesa niebla que no

me dejaba reconocerla. A su lado humeaba una taza de té.

-Mira Fanny en la ventana hay una golondrina. Le dije de entrada, tratando

de hacerle disipar un poco su mente.

No respondió. Movió sus ojos en busca de los míos y sonrío muy lentamente.

Nos miramos por un buen momento, no sabría decir por cuanto tiempo, si fueron

segundos se convirtieron en horas, si fueron horas se redujeron a segundos.

Fanny lentamente se estaba apagando, sus ojos comenzaban a perder brillo,

y yo que la conocía tanto, tuve que aceptar con el dolor destrozándome el corazón,

que su vitalidad era casi nula.

-Vas a levantarte de ahí, y quiero proponerte un viaje hasta Italia. ¿Recuerdas

cuando hablábamos en italiano imaginando que estaríamos en una góndola sobre

las aguas venecianas? Vamos a ir y recorreremos todos esos lugares, quiero

tomarte mil fotografías. Apenas te levantes de esa cama cuadraremos todo el viaje.

Fanny negó con su cabeza y cerró sus ojos. Una lágrima pintada de negro

por el maquillaje, rodó por su mejilla.

En ese momento ingresó el médico a hacerle la revisión respectiva, a

suministrarle los antibióticos y yo me retiré al primer piso.

Dolly fumaba como desesperada, cigarro tras cigarro mientras Elizabeth

tomaba una taza de café espeso.

-¿Qué ha dicho el doctor? Les pregunté.

135
-No hay nada que hacer. Dijo Dolly aún con el cigarrillo en los labios, botando

el humo al techo.

Elizabeth levantó su mirada triste y me reconfirmó el hecho.

El Teatro T se miraba oscuro, todo lo invadía un silencio sepulcral. Las

funciones para ese día habían sido canceladas, y la gente que acostumbraba a

asistir a la sala, se había comenzado a preocupar por lo que estaba pasando dentro

de la casona.

-Toma, estarán mejor en tus manos. Me dijo Elizabeth acercándome unas

cuantas cuartas, luego de haberlas leído detalladamente.

Ahora que vuelvo a contemplarlas puedo asegurar que Fanny era un tahúr

de las letras, jugaba con las palabras de tal manera que decía lo que quería con

nuestros sentimientos, sin que nosotros nos diéramos cuenta.

Me despedí de ellas y prometí volver en unas cuantas horas. Nunca se dio

ese prometido regreso.

Al salir sentí un vacío en el centro del pecho, como si algo me faltara, como

si se arrancaran un pedazo de mi alma y se quedará junto a Fanny, evaporándose

poco a poco como lo estaba haciendo su vida.

Fanny había estado en varias clínicas tratando de desintoxicar su organismo.

Tratamientos que duraban meses y parecían dar resultado, pero siempre terminaba

regresando a los adictivos brazos del alcohol, las substancias psicoactivas y el

cigarro. Como resultado de sus múltiples procesos médicos, en búsqueda de la cura

para su apego a los opioides, se sumó a la larga lista de drogas a las que era adicta,

los somníferos.

136
Cuántas veces no la encontré aún perdida entre los sueños, tratando de

vestirse para asistir a los ensayos del teatro T. Sobre todas las drogas que usaba

para escapar de la realidad tenía una que era su favorita, la literatura. Era una

devoradora de páginas insaciable, nunca pude agarrar su ritmo de lectura, era

increíblemente maravilloso verla tirada en el diván, bajo la luz del ventanal, pasando

las hojas una tras de otra, como si sólo diera una mirada, leyendo todo lo que en

ellas había.

Era una hábil ocultadora de información. No sé cuánto se llevó guardado en

el corazón. Hubo muchos pasajes de su vida que no los confesó a nadie, tal vez

temía llegar a revivirlos. Lo poco que pude extraer de ella es lo que he intentado

atrapar entre estas páginas.

Esta novela no es más que un leve homenaje que intento hacerle a esa mujer

que un día conocí, y me mostró la libertad con que ama un corazón puro. Hay veces

en que Fanny se escapa de estas páginas queriendo volar despavorida. Siempre

vivió así.

Al llegar a mi alcoba, me senté al filo de la cama y acepté lo irremediable,

nunca más volvería a ver a Fanny. Rompí en sollozos tratando de desahogar la

impotencia que me daba al ver que su alma a cada segundo se estaba marchando

de nuestro lado.

Temía que me llegaran con la noticia que no quería escuchar. Por eso

coloqué música, y decidí ponerme a organizar el resto de sus cartas.

137
El reloj marcaba los minutos muy lentamente, rogué en ese momento porque

el tiempo se detuviera. ¿Cuál era el afán de querer llegar a ese momento final?

Hubiera dado todo por prolongar ese día hasta la eternidad.

Sonó el teléfono y me levanté alarmado. Dudé por un momento en contestar.

¿Qué podría ocurrir? ¡Lo inevitable!

Los días siguientes fueron una tortuosa pesadilla.

Me excusará el lector por tener que dejarlo hasta esta parte del relato. El

tiempo me apremia y ya voy retrasado, esta noche se estrena el Teatro T, Fanny

Blue, historia de mujeres en tres actos.

El resto lo dejo a su imaginación.

FIN

138

También podría gustarte