El Evangelio de Lucas
El Evangelio de Lucas
El Evangelio de Lucas
El evangelio de Lucas es la primera parte de una obra que consta de dos tomos. En el
prólogo, que ha sido escrito en un griego muy bueno como lo atestigua la historiografía
antigua, Lucas escribe cuál es el propósito de su obra. Para él, se trata de la compilación fiel
de un libro de alto nivel, para que los gentiles interesados (entre ellos sobre todo los
llamados piadosos, simpatizantes con la fe judía) tuvieran un buen documento que les
permitiera conocer la historia del Señor Jesús. Lucas es historiador y evangelista; la
meticulosidad con la que escribió su obra era de gran importancia para la distribución del
evangelio. Aunque su evangelio se dirige a un tal Teófilo, cuya identidad permanece
desconocida, resulta claro que su obra estaba destinada a un público más amplio. La
intención de Lucas fue escribir un libro que, por su pretensión de dignidad histórica,
fortaleciera o produjera la fe en sus lectores acerca de la persona y el actuar de Jesús. El
evangelio en buena parte está condicionado por el modelo de Marcos y con los materiales
que comparte de Mateo. En el bloque de la infancia un díptico de correspondencias
rigurosas, entre Isabel y María, Juan y Jesús. Tres himnos, en estilo bíblico jalonan el relato.
Pero lo más sobresaliente del libro, es el relato del gran viaje ascensional: hacia Jerusalén (9,
51) arrastrando a los discípulos; hacia la cruz, hacia el cielo. Sólo Lucas describe la ascensión.
En lo que toca a su visión particular, la genealogía se remonta a Adán; su predicación se abre
a los paganos. Jesús trae un mensaje de misericordia y perdón, de acoger a los pecadores y
buscar a los extraviados, de ayudar a los pobres y necesitados. Las mujeres desempeñan un
papel sobresaliente en el ministerio de Jesús. La llamada a los apóstoles es gradual y
delicada. El Espíritu comienza a actuar, preparando su acción dominante en los Hechos.
También dentro de esto existen unos rasgos que parecen importantes mencionar en su
evangelio y es: su apertura al mundo helenista y la realidad política del Imperio (esto
aparece en primer lugar en su calidad literaria, muy superior a la de los otros evangelios).
Una actitud nueva respecto de la espera escatológica parece ser otro dato distintivo de la
comunidad lucana que está descubriendo el factor tiempo. Y finalmente, e subraya que es
una comunidad de la segunda generación que vive seguramente fuera de Palestina, en un
mundo cultural y religioso muy alejado del judaísmo de la época de Jesús. Sin embargo, esta
comunidad, aunque distanciada de una concepción judeocristiana de la fe, se siente en
continuidad con la herencia del AT. Para ellos el cristianismo es el verdadero judaísmo, pero
un judaísmo abierto a los hombres y mujeres de todos los pueblos y razas (Hch. 2, 38-39)
En cuanto a sus escritos, según la tradición eclesiástica, el escritor del evangelio era Lucas,
un compañero de viaje de Pablo. No hay nada que nos impida aceptar esta tradición. En el
libro de los Hechos encontramos las llamadas secciones `nosotros', es decir: parece que el
escritor en estos pasajes se hallaba en compañía de Pablo (Hechos 16, 10-17; 20, 5-
21,18; 27, 1-28,16). Es posible que Lucas haya usado los dos años que Pablo estuvo en la
cárcel en Cesárea para dedicarse a sus investigaciones a fin de escribir su evangelio. En
Colosenses 4,14 Pablo le llama "Lucas, el médico". Aunque muchos han tratado de
comprobar esto a través de sus dos libros, no podemos decir que Lucas usara más términos
técnicos que otros escritores. Es por esta razón que, el evangelio según Lucas no es una
obra autónoma, sino sólo la primera parte de una sola obra, que comprende también los
Hechos de los Apóstoles. El segundo volumen no es un apéndice o una continuación
proyectada en un segundo momento; en realidad, tan sólo con él se lleva a término el
proyecto histórico y teológico lucano. Tal es el caso que como el AT profetiza y prefigura a
Jesús, así Jesús profetiza y prefigura la misión de los Apóstoles. Los forma a su lado, los
instruye, los previene, les da su Espíritu. Después, al contar sus hechos, el autor se
complace en establecer paralelos de situación y aun verbales. Y así podemos ver dos
cosas, que el modelo de Jesús sigue actuando y que también hay un centro especial que es
Jerusalén. Allí comienza el relato y allí concluye el itinerario de Jesús, hasta que vuelva del
cielo. De allí arranca la expansión hasta el confín del mundo. Lucas entrelaza su relato con
fechas de la historiografía profana. Por sus ojos, una comunidad autónoma y consolidada
vuelve la vista a repasar sus orígenes, que son la vida de Jesús desde la infancia. Una
comunidad, curada ya de aguardar una parusía inminente, toma conciencia de su ser y
vocación histórica, en el seno de la ordenación política de su tiempo
Y por este motivo, Lucas es un escritor con un intento de precisión histórica. Escribe en un
estilo histórico clásico. Para valorar al historiador Lucas merece la pena recordar que este
autor, que nunca llama evangelio, a su Evangelio, tampoco llama historia al libro de los
Hechos. El piensa en ambos como dieghesis, narración. En Hechos la historia que cuenta
pretende primeramente dar seguridad a los creyentes (Lc. 1, 1-4) y fortificarlos con una
reflexión teológica. Por lo tanto, cualquier historia que los Hechos conserven, está
colocada al servicio de la teología y de la predicación pastoral. Lucas es el teólogo de la
historia de la salvación, por lo que él divide en tres periodos: la historia de Israel o tiempo
de la preparación; Jesús como centro del tiempo (Lc. 16, 16); y el tiempo de la misión de la
Iglesia, que se inicia con la ascensión y Pentecostés. Lucas pues con su propuesta de la
historia de la salvación, viene a responder a la imposibilidad de continuar entendiendo la
existencia cristiana en el marco de la espera inminente de Jesús. También, Jesús está
puesto bajo el signo del Espíritu, es emblemática en el episodio de Pentecostés (Hch. 2, 1-
41) la presencia del Espíritu. De esta manera, el autor acentúa de forma simétrica la
acción del Espíritu en la infancia de Jesús y en los comienzos de la Iglesia. Aunque muchos
eruditos fechan el evangelio después de 70 d.C., no hay razones determinantes para aceptar
esta posición. También se dice que el evangelio fue escrito entre los años 50 y 65 d.C. El
segundo libro de Lucas no fue escrito antes de los primeros años de los 60, tal vez tampoco
mucho después. Seguramente escribió su evangelio antes.
Jesús, Señor, profeta y salvador: El evangelio de Lucas nos transmite la cristología de sus
fuentes. Si estamos atentos a los cambios que el autor establece podemos ver más
específicamente la cristología lucana. Jesús es el Señor (Kyrios). Es el título que más
frecuentemente utiliza Lucas. Mientras que en la predicación cristiana primitiva, este título
estaba vinculado a la resurrección, en Lucas se aplica a Jesús durante el ministerio público.
No hay que olvidar la trascendencia del título, la Biblia griega utiliza Kyrios para traducir el
hebreo Yahweh. Ayuda también a proclamar su dimensión divina. Jesús el profeta, es decir
el profeta elegido por Dios para llevar la buena noticia a los pobres. Lucas ha tenido en
cuenta para describir la figura de Jesús la figura de Elías, cuyo regreso se esperaba al final de
los tiempos. Así lo utiliza como modelo literario al servicio de sus narraciones. También
observamos a Jesús como salvador, “En ningún otro está la salvación, pues sólo en él nos
concede Dios a los hombres sobre la tierra el podernos salvar” (Hch. 4, 12); Lucas es el único
evangelio sinóptico que utiliza este título para dirigirse a Jesús. Tomando en cuenta que la
salvación en el contexto helenístico de Lucas, tenía dos vertientes características. Por una
parte, el culto imperial que intentaba fundamentar un imperialismo socioeconómico. Por
otra parte, las religiones mistéricas que buscaban una huida de la angustia y el miedo
mediante una ilusión pseudoreligiosa. Jesús en Lucas es presentado también como maestro
Los extraños llaman a Jesús didáskalos: el padre del niño epilético (9, 38), los escribas (10,
25; 11, 45), uno de público (12, 13). En cambio en boca de los discípulos siempre pone el
término epistates, traducción del hebreo “rabbí” (5, 5; 8, 24.45; 9, 33, 49) también los diez
leprosos emplean este término (17, 13). La filiación divina de Jesús se expresa en diversos
términos: Hijo del Altísimo (1, 32), que equivale a Rey de Israel de acuerdo con 2 Sam. 7, 12-
16. “Hijo de Dios” lo llama Gabriel (1, 35), el diablo (4, 3.9). Hijo de Dios es sinónimo de
“Mesías” pero otras afirmaciones parecen ir más lejos, como cuando Dios lo llama “mi hijo
querido” (3, 22; 9, 35) o cuando Jesús mismo se da el título de “el hijo” (10, 22). Una solo
vez aparece el título “Santo de Dios” (4, 34). Una sola vez aparece el título de “Salvador”,
pero este tiene más importancia porque es exclusivo de Lucas (2, 11); aunque no vuelva a
usarlo, desarrollará ampliamente en su evangelio el tema de la salvación que nos trae Jesús.
También, La salvación que nos llega de Jesús de Nazaret tiene que encarnarse en una vida
de seguimiento. El interés por la pobreza, por los pobre y el rechazo de los ricos es una clave
permanente en Lucas desde el Magnificat (Lc. 1, 52ss) El seguimiento de Jesús tiene también
otro elemento esencial en la escucha de la palabra de Jesús. Los auténticos creyentes son
definidos como aquellos que “escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc. 8, 21).
Por eso la insistencia en la oración que nos puede dar la fuerza en las pruebas o tentaciones.
Lucas es el evangelio por excelencia de la oración y su ejemplo supremo es Jesús mismo. El
fruto de esta oración es el Espíritu, y esto es lo que tenemos que pedir y no bienes
materiales. Lucas ha subrayado más que ningún otro evangelista la pobreza de Jesús desde
su infancia: cuando nace, lo acuestan en un pesebre, “porque no encontraron sito en la
posada” (2, 7). La predilección de Jesús por los pobres la pone de manifiesto en el episodio
siguiente: los ángeles no anuncian el nacimiento del Salvador a la corte de Jerusalén, ni a los
sumos sacerdotes, sino a los pobres pastores de Belén”, “que pasaban la noche a la
intemperie, velando el rebaño por turno” (2, 8-20). Esta vida tan dura y pobre los capacita
para creer en que un niño recién nacido pueda ser el Mesías, el Señor, y les permite
glorificar y alabar a Dios. La formulación de la bienaventuranza “Dichosos vosotros los
pobres, porque vuestro es el Reino de Dios” (6, 20) denota este interés lucano. Pero Lucas
no es demagogo, a lo largo del relato deja claro que Jesús tiene amigos ricos: Juana (8, 3),
Zaqueo (19, 210), José de Arimatea (23, 20-53). La exaltación de la pobreza y crítica de la
riqueza es importante para comprender el libro de los Hechos. Vemos cómo la comunidad
intenta vivir un ideal de pobreza, compartiendo los bienes y atendiendo a las necesidades
de los más pobres. Por el lado contrario, las señoras distinguidas de Antioquia promueven
una revuelta contra Pablo (Hech. 13, 50), y los plateros ricos de Éfeso se convierten en
grandes perseguidores suyos, porque les echa por tierra el negocio de estatuillas religiosas
(Hech. 19, 24-29).
Es muy importante para Lucas la oración, el ejemplo principal lo tenemos en Jesús que en
los momentos fundamentales de su vida se pone a orar: el bautismo (3, 21), durante su
actividad (5, 16), antes de escoger a los Doce (6, 12), antes de la confesión de Pedro (9, 18),
sube a la montaña a orar (9, 29), después de la misión de los setenta y dos (10, 17-21),
agonía del huerto (22, 3946); crucifixión (23, 34-36). También en los Hechos la oración es
una constante de la comunidad cristiana desde el primer momento. “Todos ellos se
dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la madre de
Jesús, y sus parientes” (1, 14).
Gran parte del libro se ocupa del viaje que Jesús realizó a Jerusalén, desde donde regresaría
a su Padre ("el tiempo en que él había de ser recibido arriba", 9,51). Jesús es el Salvador que
vino del cielo y que volvió a la gloria celestial. La iglesia en la tierra recibe mientras tanto "el
poder de lo alto" hasta la gran reunión.