Donald Borsella-Los Trece Votos
Donald Borsella-Los Trece Votos
Donald Borsella-Los Trece Votos
Sucedió en mi pueblo, hace ya mucho tiempo. Fue en época de elecciones, las primeras que
se hicieron desde que el mundo es mundo... ¡y las primeras también en quebrar para
siempre la paz de la Estación, el apacible rincón de mi niñez!
El pueblo no era más que un campamento ferroviario y contaba con un galpón de máquinas,
varias oficinas y hasta una insinuación de calle y diagonales. Algunas familias, provenientes
de modestos parajes cercanos absorbidos por el ferrocarril, acrecentaban la población.
Sobre las faldas boscosas del oeste y en varios cañadones abrigados vivían los mas antiguos
vecinos, desde mucho antes de la llegada del "trencito". Uno de ellos era Basilio Cumillanca,
apodado también "Cumillanca Rico", quizá por antonomasia de su antiguo linaje, acaso por
comparación con otros de su apellido, araucanos como él pero de pobrísima condición.
Basilio se distinguía netamente, no sólo de sus hermanos de raza sino de todos los vecinos
de esa parte. Se ufanaba de ser "hombre de lecturas" y de haber hecho estudios en un
colegio primario de "la provincia" –que así se llamaba en aquel tiempo a cualquier lugar del
norte del Río Negro – atributo de quienes pertenecieran en las lejanas épocas a familias de
holgura económica.
Como es lógico, esa literatura heterogénea produjo, con el andar del tiempo, una inmensa
miscelánea de sabiduría en "tono menor" con sus abundantes, si, pero excusables lagunas...
Un caluroso día de febrero, en vísperas de los comicios, Basilio Cumillanca recibió la visita
de Delmiro Echaurren, el farmacéutico de La Estación.
Echaurren dejó la camioneta junta a la tranquera y subió a pie, dificultosamente, el resto
del trayecto; una cuesta pronunciada en la que menudeaban mosquetas, lauras y michayes.
Sintió ladridos cercanos y dijo a su acompañante, el idóneo García: - parece que está.
Pueda ser que no nos haga hablar mucho.
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El Plan que llevaba el farmacéutico y que según él culminaría con la obtención de los votos
para su partido de toda la familia Cumillanca, era el siguiente: abordar el tema de las
elecciones sin demostrar vehemencias. Nada de ataques personales a sus adversarios
políticos: el comerciante José Raúl y el joven Ingeniero del Ferrocarril, O´brien.
Ahora era preciso (y más tratándose de Cumillanca, poseedor de un buen lote de votos)
obrar con suma cautela. Echaurren, cuyo genio extemporáneo era ya clásico, sabría
disimular sus arrebatos y procedería con mesura y amabilidad, bien secundado por su
ayudante García. Luego del saludo de rigor, al entrar a la cocina su primer comentario fue:
-¡Pero que hacía tiempo que no subía una loma! ¿O será que uno se cansa porque se está
volviendo viejo? ¿Y, don Basilio? ¿Terminó la esquila ya? ("!Vaya con la pregunta que hago!"
–reaccionó alarmado- "!Como si la esquila siguiera más allá de la primera semana del
año!...").
Enorme debía ser la graduación alcohólica del brebaje a juzgar por los esfuerzos de
Echaurren para tragarlo. El, enemigo acérrimo de las bebidas fuertes, se obligaba ahora a
ingerir eso por elementales razones de diplomacia y caballerosidad...
La conversación entró en un ritmo monótono. Preguntas y respuestas sobre el estado del
campo, el tiempo, los animales, la alfalfa. Pero de política, que era el tema que esperaban
inaugurara Cumillanca, ¡nada!
Los minutos se sucedían pesadamente. Eran las tres de la tarde, de una tarde agobiante de
calor y el boticario empezaba a extrañar su siesta. Ahora, en lo alto de los cipreses, los
pitíos "anunciaban visitas" con estridencia ya al graznar de los gansos se sumaba el balido
de los chivitos guachos. Lejos en el fondo del valle, el Chubut zigzagueaba en su cauce que
busca el mar.
De pronto, la conversación tuvo un giro que Echaurren creyó oportuno, preparándose a
incursionar en el tema deseado.
-Los otros días- dijo el indio- estuve leyendo algo sobre la política, porque no se quién se
estuvo acordando la vez pasada, que me preguntaba... Y me viene bien ahora que están
ustedes y deben de saber. ¿Cuál fue el primer partido que hubo en el país?
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García miró a su patrón. La pregunta era por demás sugestiva y podría esconder un doble
sentido o bien ser motivo de una plática peligrosa para los fines que ellos perseguían.
Mire, la verdad, Don Basilio- respondió titubeante el "doctor" – es que deberíamos
remontarnos a la época de la Revolución y aún antes. Pero para satisfacer esa interesante
pregunta, digo, de una manera terminante, sería necesario consultar algún tratado, un
historiador. Pero a pesar de eso no estoy seguro de que... ¡Aunque ahí a lo mejor se
encuentra algo en esas formidables colecciones! – agregó señalando significativamente la
biblioteca-. Porque no olvide que algunos autores sostienen un punto de vista y otros.
Otro...
Un acceso de tos del idóneo le recordó que tuviera cuidado al abordar el asunto que los
había llevado a la casa de Cumillanca. Y éste, que al parecer empezaba a entusiasmarse con
el discurso, agregó:
... Ahora son muchos los partidos que hay, ¿no, Doctor? Pero aquí en La Estación, no
tantos, Tres parece que tenimos, ¿no?
-...Que estos momentos históricos de los cuales somos protagonistas deben incluir la
participación de quienes como usted, por su alta capacidad e intelecto, por su hombría de
bien, por su caballerosidad, servirán de ejemplo a las generaciones venideras. La gran
oportunidad ha llegado... Ahora o nunca... ¡Porque somos nosotros, don Basilio, quienes
tenemos en nuestras manos esa posibilidad de producir el cambio total, inmediato y
profundo, de sacudir, bien digo, de borrar para siempre la injusticia reinante, la
desproporción, el tiempo perdido. ¡Y lo maravilloso es que no nos esforzaremos solamente
para el futuro, porque también seremos espectadores de esa esplendente realidad que
alcanzará a todos por igual y que ya tenemos al alcance de la mano! Bienestar, justicia,
igualdad...
-Me gusta... Sí... Que me gusta... Nunca así... lo hubiera imaginado... –subrayó en un hilo
de voz y como en éxtasis Cumillanca.
Se produjo un dorado silencio, un paréntesis de gozosa expectación que iluminó el rostro de
García. ¡En un santiamén se había logrado lo que momentos antes pareciera imposible! Y el
"doctor" eufórico por el triunfo que ya veía en sus manos, de un trago vacío la copa que
conservara intacta durante su disertación.
-Dígame, Doctor, una pregunta... –recomenzó Basilio pausadamente con leve gesto de
duda-. Así que de ganar ustedes, se entregaría el título a los que ocupamos un retazo
denantes?
-Por supuesto! Y no sólo eso! ¡Se harán de inmediato nuevas ordenanzas para satisfacer
ampliamente a los que quieran trabajar la tierra de verdad!
-Así que las casi cien hitáreas que ocupo... Y como yo los demás... ¡Ah! ¿Y usté también
doctor, con el campito que tiene en el Rincón donde el alfa?
-Y claro... Yo también... –repuso éste reticente.
_!A,njá! Y hablando del alfa ¿ya estará para el segundo corte?
-Así es. Sólo que por tanto trabajo en estos días, no he tenido tiempo. Ya está que florece.
Y no he podido buscar a nadie...
- Mañana sábado... – Calculó el otro pensativo-. Mañana yo con mis hijos ¡le liquidamos
las ocho hitáreas! Claro... Si es que no tiene apalabrado a nadies...
Echaurren, ni lerdo ni perezoso, vio la gran oportunidad, pero dejó hablar primero a Garcia:
-¡Me parece muy, pero muy bien! ¡Don Basilio y sus cinco hijos se lo devoran al alfalfar en
un solo día.
-Eso mismo iba a decir yo. ¡Ah! y habrá que ponerle precio al corte, ¿no, don Basilio?
-Usted dirá, doctor. Yo, con seis toneladitas me conformaría... ("Seis toneladas!"-pensó
angustiado el boticario. ¡Cuándo hubiera pensado pagar algo semejante por un corte! ¡Y
nada menos que del segundo, que es cuando más pareja sale la alfalfa!). Pero,
rehaciéndose, dijo con desenvoltura:
-Qué don Basilio este! ¡Claro, hombre! Lo que usted diga está bien!
García miró a Echaurren sonriente y acercó su portafolios:
-¡Cuánto me alegra esta feliz solución! ¿Adónde encontrar más suerte? ¿Eh, doctor? Y
ahora, ¡qué lástima! Debo recordarle lo que me dijo, que le avisara por lo de la entrevista
que teníamos para las cinco. Es decir, que lamentablemente debemos irnos... Ah! Y como
suponemos que le podrá interesar al señor Cumillanca, le podríamos dejar...
4
-Qué son? ¿Papeletas? –dijo el indio acercándose interesado- Y, aquí habimos una buena
majada. Cinco varones casados, que hacen diez. La hija de dieciocho, once. La patrona y un
servidor, trece en total.
-¡Oh, qué bueno! –festejó el idóneo-. ¡Trece habían sido!
(¡Si lo sabría! ¡Las veces que, al consultar el padrón comunal, considerara que con esos
trece votos podrían volcar las elecciones a favor de su partido!)
Contó despaciosamente trece boletas y dijo:
-De usted, Don Basilio, sabemos que no necesita consejos sobre la forma de sufragar. Eso
sí, explíquele a su gente como hay que hacer; es la primera vez y no sea que no se
equivoquen.
Cálidos apretones de mano constituyeron el colofón de una visita de tres horas que a
Echaurren le parecieron tres siglos. Desde la tranquera, exclamó alegremente:
-¡Mañana la alfalfa, y el domingo, temprano, ¿eh?
-¡Descuide, Doctor! ¡Descuide! – y un ¡juera! final a los tres perros negros terminó con la
entrevista.
Ya en la camioneta, García comentaba gozoso: ¡La aseguramos, doctor! ¡La aseguramos!
-Mire che: -bostezaba satisfecho su patrón – Yo siempre lo dije. Con esta gente, sabiendo
proceder y no mintiéndoles ni cargoséandolos se consigue lo que uno quiera. Actuando con
honestidad siempre los triunfos estarán cercanos. A todo esto... ¿Habrán andado por acá
O´Brien o Raúl? ¡Qué sueño que me dio. ¡Era alcohol puro ese guindado!
Su compañero no escuchaba: -¡Ahora si! ¡Ahora sí que la tenemos segura! –repetía
maquinalmente ignorando al parecer las piedras y los baches del camino.
En la noche del sábado, después de regresar del cuadro del Rincón dónde con sus hijos
realizara el corte prometido. Cumillanca presidía una reunión extraordinaria, junto al fuego
que doraba dos corderos.
Toda la familia, incluso los numerosos nietos que correteaban alegres presintiendo un
suculento banquete, se aprestaba a escuchar a quién, antes de la primera tajada de rigor,
se dispuso a hablar.:
- Hijos –comenzó-. Mañana temprano estamos obligados a bajar al pueblo por algo muy
importante. Tenemos que elegir nuestras autoridades por la pura voluntad de nosotros.
Ayer vino el doctor Echaurren y nos dejó esto. (Mostró los trece votos). Antiayer me cruzó
don Amado Raúl (mostró otro grupo igual de papeles) y el miércoles me atajó en el martillo
el ingeniero O´Brien (aquí, el último manojo de boletas). Los tres partidos de la Estación
nos tienen confianza y nos piden ayuda. Nosotros somos amigos de todos y ellos también
son amigos de nosotros. Sí, amigos de nosotros... Si no, el doctor no me hubiera dado seis
toneladas por el corte de hoy! ¡Y José Raúl no me hubiera pagado los cueros, al barrer,
sesenta, de carniados y mortecinos!... ¡Y el ingeniero no me hubiera aceptado las vigas de
coihue a doce el pie, puesto en cargadero! Un "Ohhh" verdaderamente admirativo subrayó
las sorprendentes noticias.
- Por eso porque son buenos amigos todos, tenemos que saber agradecer. Mañana los
mayores iremos a la votación. Entonces, a ver: vayan guardando esto, que no se ensucien.
Inocencio y Romilio –dijo señalando a sus dos hijos mayores que asentían con rítmicos
movimientos de cabeza- votarán por el partido del doctor. Ustedes, Benicio y Sandalio, por
el de don Raúl: otros cuatro. Basilio chico –indicó al menor, junto a su pareja – la patrona y
Rudecinda, cuatro para el ingeniero. Total, doce papeletas.
E irguiéndose un poco más y acaso teniendo en cuenta el equitativo valor de la alfalfa, los
cueros y las maderas, agregó:
-¡Con los amigos el agradecimiento debe ser parejo! ¡El último voto, que es el mío, irá en
blanco! –para terminar, enarbolando el cuchillo:
-¡Ahora el asado! ¡Que se está pasando!