Ps. Personalidad 3
Ps. Personalidad 3
Ps. Personalidad 3
1. Introducción.
2. Los primeros planteamientos cognitivos.
2.1. Los constructos personales de Kelly.
2.2. Los conceptos de expectativa, valor del refuerzo y situación psicológica de
Rotter.
3. Los planteamientos social-cognitivos.
3.1. Los conceptos de control personal y autoeficacia de Bandura.
3.2. El sistema cognitivo-afectivo de la personalidad de Mischel.
Objetivos específicos
1
6. Entender las polémicas que han ido surgiendo a partir de este enfoque y las vías que
se han ido abriendo para la investigación futura.
7. Conocer los principales campos de estudio sobre variables y procesos cognitivos en
personalidad. Destacar su papel en el funcionamiento personal.
8. Percibir la importancia y las limitaciones de las unidades cognitivas como unidades
de análisis de la personalidad.
Bibliografía básica
Bibliografía adicional
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4
1. Introducción
Los rasgos permiten describir a los individuos, tienen una gran utilidad clasificatoria y
sirven para identificar tendencias comportamentales promedio. Sin embargo, encuentran muchas
limitaciones en la predicción del comportamiento de individuos concretos en circunstancias
específicas. Para lograr este último objetivo no nos queda más remedio que recurrir a otras
unidades de análisis de la personalidad, como los elementos cognitivos y motivacionales.
Si los rasgos pretenden aclarar qué características tienen las personas y las
motivaciones tienen como objetivo explicar los motivos por los que los individuos se
comportan de una determinada manera, esta otra vertiente se ha centrado específicamente en
los “procesos, estructuras y contenidos cognitivos” relacionados con lo que la gente “hace”;
es decir, en los elementos que traducen los motivos en conducta intencional, que autorregulan
y controlan la acción (Cantor y Zirkel, 1990).
Aunque se han propuesto una gran variedad de unidades cognitivas (dentro de las
cuales cada vez tienen más cabida los procesos afectivos), los teóricos que trabajan desde
esta orientación destacan la naturaleza social del funcionamiento de la personalidad,
investigando cuáles son los procesos comunes en relación con los cuales se diferencian las
personas en contextos específicos (Carver y Scheier, 1997; Hall y cols., 1998; Maddux, 1999;
Pervin, 1998; Ruiz Caballero, 2003). En opinión de sus principales defensores, con este tipo
de unidades es posible explicar tanto la regularidad, como la variabilidad (coherente) del
comportamiento.
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2. Los primeros planteamientos cognitivos
Cuando se analiza la trayectoria de los trabajos llevados a cabo por este autor a lo
largo de su vida, llegamos a la conclusión de que Kelly fue fundamentalmente un psicólogo
clínico. Estableció una clínica ambulante en Kansas para tratar problemas emocionales y
conductuales en estudiantes del sistema público. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió
como psicólogo de aviación, entrenó a pilotos civiles locales y trabajó para la oficina de
medicina y cirugía, obteniendo reconocimiento por sus servicios clínicos. Con posterioridad a
la guerra, desempeñó un papel importante en el fomento del desarrollo y la integración de la
Psicología Clínica dentro de la corriente principal de la psicología estadounidense y, junto
con Julian Rotter, fundó el programa de Psicología Clínica de la Universidad de Ohio
(Engler, 1996; Pervin, 1986). George Kelly fue un hombre poco prolífico. Sus ideas se
concentran en sus obras The psychology of personal contructs (Kelly, 1955) y Teoría de la
personalidad (Kelly, 1966). En principio, ambos libros fueron recibidos con frialdad; sin
embargo, poco después Bruner (1956) llegó a afirmar que la obra de Kelly era la publicación
más importante sobre personalidad realizada en la década del 50 al 60.
En general, Kelly (1955) se interesa por los adjetivos que se usan para calificar a las
personas como modos de construcción de la persona que califica, y no como atributos del objeto
que se está calificando (como se hacía en la psicología de los rasgos). Desde su punto de vista,
los hombres miramos el mundo a través de unas pautas o categorías cognitivas. Esas pautas o
modos de construir el mundo o constructos personales, se forman por los procesos de
diferenciación y de integración; es decir, de encontrar semejanzas y diferencias entre los distintos
hechos.
Un constructo es, pues, una categoría descriptiva que se utiliza para categorizar
acontecimientos y que representa nuestra especial manera de construir el mundo. Los
constructos no son formas teóricas de conocimiento, sino formas prácticas de manejar la
realidad. Son bipolares o dicotómicos; por ello, no podemos conocer la dimensión cognitiva que
una persona está utilizando hasta no conocer los dos polos del constructo. Los constructos son
usados tanto para clasificar los sucesos como para programar o planificar la propia conducta. El
número de constructos que podemos utilizar es limitado.
El postulado fundamental sirvió para resaltar otro de los aspectos básicos de su teoría
en comparación con otras más tradicionales: su énfasis en la importancia que tiene para el ser
humano la predicción de los acontecimientos de su mundo (la conducta humana es
anticipatoria, no reactiva). En concreto, el postulado fundamental viene a decir que “todos los
procesos psicológicos de una persona, incluida su conducta externa, están determinados por el
modo en que un individuo anticipa lo que va a pasar en el futuro”. En definitiva, el hombre no es
una “tabla rasa”, ya que lo que percibimos puede estar afectado por el error. Lo importante no
son sólo las cosas que percibimos, sino cómo las categorizamos y las calificamos. Cuando
categorizamos y calificamos la realidad, lo hacemos según claves mentales, personales, y no
según la naturaleza de la cosa percibida o juzgada.
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Los once corolarios fueron de utilidad para explicar aspectos tan diversos como: la
construcción de la estructura de la personalidad, las diferencias individuales e interculturales, las
relaciones interpersonales y la adaptación de los individuos a su contexto social y los trastornos
de conducta y el posible cambio de la personalidad (Avia, 1991a, b; Pervin, 1986). Son los
siguientes:
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5) Corolario de elección. En la predicción de acontecimientos utilizaremos aquel polo de
cada constructo que nos sirva mejor para predecir; es decir, no se hace un uso equilibrado del
constructo, sino que se utiliza el polo que más predicciones asegura.
7) Corolario de experiencia. Las personas modifican sus puntos de vista tras las nuevas
construcciones (elaboración, abstracción e interpretación de los acontecimientos) que van
haciendo de los hechos.
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10) Corolario de comunalidad. Si dos personas construyen la experiencia de modo
similar, tendrán procesos psicológicos similares. La semejanza en la historia pasada no tiene
porque asegurar comunalidad en los procesos psicológicos si la construcción de esa historia ha
sido distinta. En cambio, una base cultural común, a través de algunas normas y roles sociales,
puede fundamentar una cierta semejanza en los procesos psicológicos de diversas personas.
11) Corolario de socialidad. Para desempeñar un papel importante en relación con una
persona hay que entender su modo de ver las cosas. Así, una persona que anticipe y conozca los
procesos psicológicos de muchas personas estará en condiciones de asumir el papel de líder. Este
corolario es tan importante que Kelly casi tituló a su teoría la "teoría del rol". Así, para Kelly, la
persona se relaciona con los demás y ejecuta tareas interpersonales de acuerdo con su
comprensión del sistema de constructos de otra persona. Para él, estas relaciones de rol son
indispensables, tal es así que la psicoterapia no es posible sin la utilización de relaciones de rol
por parte del terapeuta.
2.2. Los conceptos de expectativa, valor del refuerzo y situación psicológica de Rotter
Al mismo tiempo que Kelly elaboraba su teoría de los constructos personales, Julian
Rotter, otro investigador de la Universidad de Ohio, desarrollaba su teoría sobre el aprendizaje
social (Rotter, 1954). En opinión de Aiken (1993), puede considerarse a Rotter como el primer
teórico del aprendizaje social y a su teoría como la primera cuyo objetivo era explicar la
conducta humana en situaciones sociales complejas (Pérez García, 1991b). La influencia que
Rotter había recibido de otros teóricos de la materia, así como su propia evolución teórico-
investigadora hicieron posible la aparición de su teoría. En este sentido, incluyó aspectos
procedentes de áreas tan dispares como la Psicología Social, la Psicología Clínica y la Psicología
del Aprendizaje, así como de autores tan diversos como Adler, del cual tomó el énfasis en el
componente social del funcionamiento psicológico, Hull, de cuya teoría destacó la importancia
del refuerzo en la determinación de la conducta, Tolman, cuya obra le sirvió para destacar la
relevancia de las cogniciones o Kelly, del que incorporó la importancia de los aspectos
subjetivos. Desde el punto de vista metodológico, trabajó especialmente en laboratorio, dentro de
los cánones de la metodología conductista; sin embargo, intentó casar la metodología científica
con los fines humanistas de ayuda y fomento de la comprensión humana (Pelechano, 1996e;
Pérez García, 1991b; Pervin, 1998).
Sus comienzos fueron como psicólogo clínico aplicado; de hecho, hizó una tesis doctoral
y una especialización en Psicología Clínica y, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó como
psicólogo militar. Posteriormente, fue contratado como profesor en la Universidad Estatal de
Ohio, en la que participó en el desarrollo de diversos programas de formación en Psicología
Clínica junto con George Kelly. Durante su estancia en esta universidad publicó también su obra
Social learning and clinical psychology (Rotter, 1954), en la que presentó su teoría de forma
explícita y detallada (Pelechano, 1996e; Pérez García, 1991b; Pervin, 1998).
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Propuso cuatro conceptos básicos que permiten explicar y predecir el comportamiento en
situaciones específicas: la expectativa, el valor del refuerzo, la situación psicológica y el
potencial de conducta (Pelechano, 1996e; Pérez García, 1991b; Pervin, 1998). Desde el punto de
vista cognitivo, son las dos primeras variables las que más influyen en la conducta. Así, las
diferencias individuales podrían ser explicadas por las expectativas que los individuos tienen con
respecto a las consecuencias de su conducta y por la valoración que hacen de los refuerzos que
pretenden alcanzar con la realización de dicha conducta.
De acuerdo con su teoría, la expectativa que tiene un sujeto en una situación específica
dependía de la suma de los efectos de dos tipos de expectativas. Por un lado, de las expectativas
específicas (E’) generadas a partir de su experiencia en situaciones anteriores similares. Por otro,
de una serie de expectativas generalizadas (EG) a partir de experiencias en diversas situaciones
más o menos relacionadas pero distintas de aquella en la que se encontraba el sujeto. Cuando el
individuo se encuentra en situaciones nuevas, las expectativas generalizadas tendrán mayor peso
predictivo que las específicas, mientras que las específicas serán más predictivas en situaciones
similares a otras ya vividas por el sujeto en el pasado. Por ejemplo: un alumno va al despacho de
un profesor a hablar con él sobre su examen. Si es la primera vez que el alumno va a hablar con
ese profesor, hará predicciones sobre el desarrollo de su entrevista utilizando expectativas
generalizadas desde, por ejemplo, sus experiencias con ese profesor en clase. Si, por el contrario,
el alumno ya ha hablado con ese profesor en su despacho otras veces, utilizará expectativas
específicas para esa situación.
E=E’+EG
De los tres tipos de expectativas anteriores, la más importante para Rotter es la de control
sobre los refuerzos. No se refiere a las creencias sobre las causas de los acontecimientos una vez
que éstos han sucedido, que aluden más bien al concepto de atribución (por ejemplo: un alumno
cree que el suspenso en una asignatura se debe a que no se ha esforzado en estudiar), sino a las
creencias sobre el grado de control que la persona cree tener sobre los acontecimientos antes de
que éstos sucedan (por ejemplo: un alumno cree que si dedica más tiempo y esfuerzo a estudiar
la asignatura podrá aprobarla).
En cuanto al VALOR DEL REFUERZO (VR), lo definió como la preferencia subjetiva por
unos refuerzos frente a otros en el caso de que hubiera libertad de elección, considerando que
está en función del valor de aquellos otros refuerzos con los que se hubiese asociado
anteriormente ("si termino este trabajo a tiempo, mi jefe me dará a elegir entre un ascenso sin
aumento de sueldo o un aumento sin ascenso. Prefiero el ascenso"). Es un término relativo (otra
persona podría haber elegido el aumento) y es independiente de la expectativa (permanecen las
14
preferencias aunque no estemos muy seguros de conseguir los premios), al menos en teoría (en la
práctica es más difícil por la experiencia previa). Los individuos tienden a ser consistentes en el
valor que le dan a diferentes reforzamientos.
En tercer lugar, postuló que la SITUACIÓN PSICOLÓGICA es la situación que vive un sujeto
tal y como es percibida e interpretada por él, siendo esta valoración subjetiva tanto más
importante cuanto menos estructurada esté la situación.
En suma, se considera que, aunque los elementos físicos de la situación son importantes
en la determinación del comportamiento, son los aspectos subjetivos de la situación los que
permiten una mejor predicción de la conducta. Se parte del supuesto de que tanto las variables
personales como las situacionales están determinadas por el aprendizaje previo.
Para predecir el potencial de conducta, dado que es función tanto de la expectativa (E)
como del valor que se le da al refuerzo (VR), es necesario mantener constante una u otra
variable, mientras se manipula la restante. En definitiva, se parte del supuesto de que la conducta
con el potencial más alto es la que normalmente ocurre.
Por ejemplo: la probabilidad de que un estudiante se ponga a estudiar una materia ante un
examen depende de la expectativa que posea de que si estudia va a aprender y/o a sacar una
buena calificación en la materia en cuestión y del valor que le atribuye a esa buena calificación
y/o al aprendizaje o conocimiento de la materia.
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Rotter sugirió que los valores, expectativas y situaciones psicológicas son únicas para
cada individuo, constituyendo los principales determinantes de la conducta individual. En
general, atribuyó un papel destacado a la cognición en el estudio de la personalidad, subrayando
especialmente el papel de los valores y de las expectativas personales como mediadores
cognitivos de los factores externos y los refuerzos (Ruiz Caballero, 2003).
La idea de que la gente mantiene expectativas y que éstas influyen en sus actos no es
nueva; sin embargo, Rotter (1954) designó a este concepto cognitivo como la piedra angular
de su teoría de personalidad (Carver y Scheier, 1997). Aunque subrayó la importancia de las
expectativas únicas para la situación, la mayor parte de sus estudios estuvieron centrados
sobre cierto tipo de expectativas generalizadas denominadas expectativas de lugar de control
y expectativas de confianza interpersonal (Rotter, 1966, 1971, 1990).
A pesar de que Rotter planteó el locus de control como una expectativa generalizada; por
tanto, asimilable a una dimensión de personalidad con características de estabilidad temporal y
consistencia transituacional, esto no parece ser así. En la actualidad, se admite que el locus de
control es un aspecto del comportamiento de las personas referido a contextos concretos.
Con las expectativas de confianza interpersonal aludía al grado en que uno estima que
puede fiarse de la palabra de los demás. Con la finalidad de evaluar estas expectativas, Rotter
(1967) elaboró asimismo la Escala de Confianza Interpersonal.
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Según los datos aportados por Rotter, esta última expectativa tiende a ser alta en los
sujetos educados en un ambiente de fuerte apoyo paternal y se asocia con sentimientos de
alegría, menor conflictividad, mayor tolerancia, tendencia a evitar la mentira y un grado más alto
de sociabilidad.
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Para este autor, el sí mismo representa un sistema de autorregulación de la conducta a
través de la percepción y valoración de la propia conducta. Son, pues, procesos de CONTROL
PERSONAL que pueden variar de una situación a otra y a lo largo del tiempo. No tienen, por tanto,
gran estabilidad temporal ni consistencia transituacional. Así, Bandura considera que lo que las
personas tienen no es un autoconcepto, entendido éste como algo estable y duradero, sino
autoconcepciones que cambian y son distintas según los momentos y situaciones.
La idea que cada uno tiene sobre su eficacia constituye un aspecto central dentro del
sistema del sí mismo. Es, pues, un elemento nuclear del sí mismo, junto con los procesos de
auto-valoración, siendo uno de los aspectos más investigados por Bandura.
Dichas expectativas se refieren al juicio sobre la capacidad que uno cree tener para
realizar algo, para llevar a cabo determinadas actividades, hacer frente con éxito a determinadas
18
situaciones. En general, es la percepción y valoración de uno mismo como poseedor de la
capacidad y recursos personales necesarios para hacer frente a las diversas situaciones a que se
enfrenta en su vida diaria. Se diferencia de las expectativas de resultados, que también han sido
propuestas por Bandura, en que éstas se refieren a la creencia sobre la probabilidad de conseguir
un determinado resultado (asociación entre conducta-consecuencias). Además, son
independientes en gran medida de las habilidades reales que posee la persona; por tanto, si no
tiene confianza en su destreza, es difícil que pueda realizar una determinada tarea, aunque sea
capaz y competente para hacerlo.
A diferencia de las expectativas sobre lugar de control, Bandura afirma que éstas son
específicas para las situaciones. En este mismo sentido, Bermúdez y Pérez García (2000)
sostienen que no son algo que caracterice al sujeto y le defina de modo general, sino la
percepción de uno mismo como con recursos suficientes para hacer frente a la situación
específica con que se enfrenta. En definitiva, parece que uno de sus aspectos fundamentales es el
papel que desempeñan en el control del comportamiento, aunque también parecen influir en qué
actividades participamos, cuánto nos esforzamos en una situación, cuánto tiempo perseveramos
en una tarea y cómo son nuestras reacciones emocionales (Pervin, 1998). A nivel cognitivo,
influyen en el modo en que el individuo anticipa y hace planes para su futuro. A nivel
motivacional, influyen en el mantenimiento e incremento del nivel de esfuerzo para lograr la
meta deseada, a pesar de los obstáculos y dificultades que puedan surgir durante el proceso que
lleva al logro de los objetivos, así como en el tipo de metas y objetivos que uno se propone
conseguir. A nivel afectivo, influyen en el mayor o menor grado de amenaza que se le atribuyen
a las situaciones, en el modo en que se reacciona afectivamente ante las dificultades que surgen,
ejerciendo un efecto amortiguador o modulador de la reacción emocional y disminuyendo la
probabilidad de aparición de reacciones afectivas negativas como ansiedad y depresión y de
pensamientos negativos que activan y mantienen dichas reacciones (Ruiz Caballero, 2003).
Puesto que son específicas, deben ser evaluadas en referencia a tareas específicas.
Normalmente, se ha presentado a los sujetos una lista de tareas de distinta dificultad, ante las
cuales los sujetos han señalado cuáles creen que pueden hacer bien y con qué grado de
certeza. También han sido medidas a través de instrumentos referentes a contextos
específicos, por ejemplo: educación, habilidad física, familia, matrimonio y economía, entre
otros (Carver y Scheier, 1997). Por último, y aunque no ha sido algo habitual, existen
asimismo una serie de escalas o instrumentos que miden la autoeficacia de modo general,
como la Escala de Autoeficacia General (EAG) de Baessler y Schwarzer (1996).
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En líneas generales, se han realizado un gran número de estudios que intentan relacionar
la autoeficacia con un buen pronóstico en áreas como la salud y el rendimiento académico.
20
3.2. El sistema cognitivo-afectivo de la personalidad de Mischel
En el proceso que lleva al desarrollo de una conducta específica ante una situación
concreta intervienen distintas variables cognitivo-afectivas de la persona. Mischel (1981) estudió
dichas variables, diferenciando las que se relacionan con la potencialidad de la conducta y las
que lo están con su ejecución.
Las variables que se relacionan con la potencialidad de la conducta son las que dotan a
cada sujeto concreto de la posibilidad real de comportarse de diversos modos. Son, las posibles
conductas que podría llegar a desarrollar. Dentro de ellas pueden distinguirse a su vez dos tipos:
la capacidad para construir o generar patrones cognitivos y conductuales y las estrategias de
codificación y constructos personales.
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flexibilidad cognitiva potencial del individuo, sus alternativas constructivas o los procesos de
resolución y afrontamiento de problemas.
Los esquemas más estudiados en Psicología de la Personalidad han sido los esquemas del
yo o auto-esquemas. Según Markus (1977), el auto-esquema es una estructura cognitiva
organizada sobre nosotros mismos, que deriva de la experiencia pasada y que nos sirve para
reconocer e interpretar estímulos relacionados con nuestra persona. Estas estructuras cognitivas
influyen en la forma en que filtramos y procesamos la información; por tanto, guían lo que
decimos y pensamos sobre nosotros mismos, lo que hacemos y cómo nos sentimos (Markus,
1977). Debido a su naturaleza, son extremadamente resistentes al cambio (Higgins, 1989;
Markus, 1977).
Se ha encontrado que difieren de los otros tipos de esquemas en que se emplean con
mayor frecuencia en los acontecimientos cotidianos, incluyen más elementos emocionales
(Markus y Sentis, 1982), están más vinculados con las etiquetas de rasgos que la gente utiliza
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para describirse (Fekken y Holden, 1992) y son más amplios y complejos, aunque parece que
existen diferencias individuales con respecto a este último punto. De hecho, el desarrollo de
esta mayor complejidad parece depender del tiempo que los individuos dediquen a pensar en
sí mismos (Linville, 1987). Las investigaciones realizadas han sugerido también que las
personas no tienen un único auto-esquema para todas las situaciones, sino más bien un
conjunto de auto-esquemas que utilizan en diversos contextos (Markus y Nurius, 1986). En
este sentido, se ha hablado de “múltiples selves” o de “selves posibles”. Como puede
comprobarse, este aspecto enlaza directamente con los estudios realizados en los últimos
tiempos con respecto al self, uno de los tópicos más importantes en la disciplina, y del que se
hablará más extensamente en el tema del sí mismo.
Las variables relacionadas con la ejecución de la conducta son, en gran medida, las
responsables de que el sujeto lleve a cabo una conducta concreta en una situación
determinada. En este plano se distinguen tres variables diferentes: las expectativas que el
individuo lleva a la situación, los valores subjetivos aplicados a la situación y los
mecanismos autorreguladores, planes y metas que posee el individuo.
Las personas establecen sus propios objetivos o metas y los planes (mentales y reales)
para alcanzarlos. Estas metas tienen un marcado carácter automotivador (también se ven
favorecidas o entorpecidas por los estados emocionales, que influyen en el procesamiento de la
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información emocional y en el afrontamiento) y llevan a que el sujeto establezca prioridades y
seleccione estrategias, pero también a que seleccione situaciones para la consecución de las
mismas. Este sesgo a la hora de seleccionar las metas que han de guiar nuestra conducta ayudaría
a entender la, aparente al menos, discrepancia que a veces muestra la conducta de un individuo
en relación con las demandas objetivas de la situación. En ocasiones la conducta de un sujeto
parece estar respondiendo a algo más que las simples y directas demandas que está planteando la
situación a la que en cada momento uno se enfrenta.
Todas las personas disponen de un conjunto mayor o menor de reglas que guía la
conducta en función de los objetivos o metas que se proponen; de hecho, en los seres humanos la
conducta está guiada en mayor parte por mecanismos de autorregulación que por los estímulos
exteriores. Son, pues, pautas reguladoras de la conducta relacionadas con unos planes concretos
y que sirven para explicar por qué las personas realizan metas a largo plazo que pueden llegar a
conseguir y por qué persisten en ellas ante el fracaso parcial.
Para hacer frente a las dificultades y poder lograr los objetivos que se han propuesto
alcanzar resistiendo las tentaciones que aparecen por el “camino”, las personas pueden
emplear distintas estrategias. Dos de las estrategias más eficaces parecen ser esforzarse para
no prestar atención a cualquier estimulación que nos desvíe de nuestra meta o activar
respuestas incompatibles con la que suscita el estímulo tentador que sean cuanto más
positivas mejor (pensar en cosas agradables distintas a las del estímulo o situación tentadora).
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Existen diferencias intra e interindividuales en las diversas manifestaciones de
competencia autorreguladora. Estas diferencias dependen de factores como la importancia
que se da a las conductas que hay que poner en práctica para conseguir una meta en el
conjunto de intereses diario de una persona, la percepción en cada situación específica sobre
la competencia para llevar a cabo las conductas necesarias, el estado emocional por el que se
atraviesa en cada momento, la valoración personal de las circunstancias ambientales y la
disponibilidad de recursos materiales y afectivos con los que uno cree poder contar en cada
caso, entre otros.
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