Entrevista Dario Z

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El viaje de ida – Entrevista con

Darío Sztajnszrajber
Se reproduce la entrevista realizada por Mariano Dorr y publicada en el diario Página/12 del día 8
de diciembre de 2013.

Es docente, y se lo puede ver en televisión en el programa Mentira la verdad, que él mismo


conduce por Canal Encuentro, dedicado a divulgar la filosofía. Es que Darío Sztajnszrajber no le
teme, precisamente, a la palabra “divulgación” y acaba de escribir un libro complejo pero
comunicable en esa dirección. En ¿Para qué sirve la filosofía? (Pequeño tratado sobre la
demolición) propone las preguntas sobre para qué y cómo filosofar bajo la forma de un viaje
nocturno por la ciudad y sus alrededores, abriendo la puerta a la extrañeza, el goce y el desvío.

Hacer de un viaje en colectivo el inicio del camino del pensamiento es el primero de una larga
cadena de aciertos de Darío Sztajnszrajber. No puede tratarse de un viaje metafórico (o alegórico),
esta posibilidad queda excluida de entrada: si el medio de transporte operara como metáfora,
seguiría siendo un transporte. Metáfora significa precisamente eso: transportar, trasladar. Antes de
tratarse de un recurso retórico, el narrador se encuentra ya inmerso en una lógica del traslado,
siempre en movimiento. Maravillado ante el poderoso mundo significante del ómnibus, evita bajar
en su parada y continúa viajando. Cuando desciende, entiende que quizás, en su deriva, se dejó
llevar demasiado lejos. Perdido en algún lugar de los barrios periféricos del Gran Buenos Aires,
ejercita la filosofía y observa, tanto al mundo circundante como a sí mismo, con el mismo
extrañamiento: “Hacer filosofía es colocarse en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos
rodea, frente a todo lo que se nos presenta como obvio. Todos podemos desmarcarnos de lo
cotidiano para ingresar en la penumbra del extrañamiento, que no es más que recuperar de alguna
manera nuestra capacidad de asombro”, escribe el autor. El subtítulo del libro –“Pequeño tratado
sobre la demolición”– funciona como advertencia: si bien estamos ante una obra de divulgación
filosófica, lo que Sztajnszrajber acerca al lector no especializado no es un mero rejunte de ideas
ordenadas según un esquema histórico o cronológico. Lo que se divulga son problemas filosóficos
en sí mismos: ¿qué es la filosofía? ¿Cómo entender lo que se ha dado en llamar filosofía? Y sobre
todo, ¿para qué sirve? ¿Se trata de un saber útil o habría que pensarla como un desarrollo del
pensamiento por fuera del valor de la utilidad? Si este segundo camino es viable: ¿qué implica
pensar a la filosofía como un saber inútil?

EL SER Y LA ANGUSTIA
Darío Sztajnszrajber ejerce la docencia de la filosofía en la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales y en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, es conductor del
programa Mentira la verdad, un ciclo dedicado a la divulgación de la filosofía en Canal Encuentro.
Y ¿Para qué sirve la filosofía? es su primer libro.

El primer autor que mencionás no es un filósofo en sentido estricto sino un poeta, Charles
Baudelaire. ¿Cómo fue esta elección?

–La forma en que está trabajada la idea de filosofía en el libro tiene mucha afinidad con la apuesta
del paseante baudelaireano. Sobre todo en la medida en que pensemos a la filosofía como un
modo de interrumpir la utilidad como valor dominante. En definitiva, el mismo título del libro apunta
a poner en cuestionamiento hasta qué punto la dominancia de la utilidad se vuelve hegemónica, se
naturaliza. Ese flâneur baudelaireano es para mí el mejor ejemplo de lo que llamaría “desviar la
mirada”, que es lo que más cuesta en la vida cotidiana. Y es también, al mismo tiempo, lo que de
algún modo la filosofía propone, siempre y cuando entendamos la filosofía como un ejercicio de la
pregunta. Se trata, en este sentido, de abandonar la pregunta utilitaria, la pregunta técnica, para
dar lugar a la pregunta existencial que viene a interrumpir el tipo de pregunta propio de la vida
cotidiana. Es decir, ir de la pregunta por el cómo a la pregunta por el qué. Y cuando nos hacemos
esta pregunta, por el qué, observamos que siempre se vuelve una búsqueda infructuosa. Se trata
de una pregunta imposible en el sentido derridiano: una imposibilidad que pone en jaque al mundo
de lo posible y que nos hace pensar hasta qué punto lo que entendemos como las posibilidades
nos encorsetan a ciertas formas de construcción de sentido que no son las únicas.

El flâneur aparece como una figura privilegiada a lo largo de toda la obra.

–Es que el flâneur, en su distracción, en su deriva, junto a todo el pensamiento literario


decimonónico, es para mí la figura que mejor expresa la contra a esa modernización donde
empieza a germinar la industrialización de la conciencia. El narrador de ¿Para qué sirve la
filosofía? es un flâneur que está perdido, no se sabe de dónde viene ni tiene claro hacia dónde va.
Lo que sí se sabe es que es de noche. El flâneur se pierde mejor en la noche. La noche tiene algo
de esa zozobra de la perdición. Y anticipémosle al lector que el libro termina al mediodía. El
narrador pasa toda la noche recorriendo el conurbano bonaerense, la capital, distintos lugares
emblemáticos que le van generando una reflexión que juega todo el tiempo con la tensión entre lo
cotidiano y lo existencial. Este es el lugar que más me interesa del flâneur. Otra figura que siempre
me gustó y que me influyó mucho, desde la literatura hacia la filosofía, es el personaje de Horacio
Oliveira, de Rayuela. No es muy distinto tampoco. Aquí no estamos buscando a La Maga, pero
estamos buscando a Sofía, y obviamente no la encontramos. En estos personajes está presente
esta misma tensión permanente entre una cotidianidad que abruma y esas otras facetas –que de
algún modo conviven con lo cotidiano– y que también son propias de lo humano, lo que llamamos
lo existencial.

Parece que marcaras vías de acceso poco comunes a la filosofía.

–La primera vez que tuve contacto con algo del orden de la filosofía fue a través de la música y de
la literatura. Creo que eso también condiciona una manera de lectura y de producción filosófica. Mi
primera lectura fuertemente filosófica –en este sentido– fue Rayuela. Y con la música, lo mismo:
Spinetta. Me partió esa forma de poetizar la existencia desde la pregunta y desde la angustia.
Porque tanto la música como este tipo de literatura son angustiantes. Y desde mi punto de vista, la
filosofía –heideggerianamente hablando– es una forma de reconciliarse con la angustia. Una forma
de atravesar las angustias de otro modo que aquel que propone la farmacología. Es decir, la
angustia, o no es una patología, o todo es patológico. Pensar que la felicidad pasa por combatir la
angustia es, ante todo, angustiante. Entonces, éste no es un libro liberador de las angustias sino
un libro más afín con esa idea del Fedón de Platón según la cual hacer filosofía es un ejercicio
para la muerte. A mí esa definición de Platón me mató: ¿qué es aprender a morir? ¡Es vivir! De lo
que se trata, entonces, es de cómo relacionarnos durante la vida con la conciencia de que somos
finitos. Eso es un ejercicio para la muerte; en cambio, tapar la angustia no lo es. Al contrario,
pretender tapar la angustia es negar la muerte, es decir, negar el hecho de que somos finitos. Este
es el clima del libro: el tedio baudelaireano, el spleen, pero traído a Buenos Aires y sus suburbios
en el siglo XXI.

Hay escenas casi cinematográficas. Bares, estaciones de tren, baños apestados, robos en la vía
pública…

–El juego del libro tiene que ver con ir explicando distintas definiciones de filosofía, pero siempre
puestas en una situación concreta y cotidiana, en el curso del viaje de este flâneur. Estas
imágenes o escenas cinematográficas que mencionás a mí me nutren –igual que en Mentira la
verdad, el programa– de una ficción que hace que toda la explicación filosófica se corporice en
algo concreto. Es muy distinto explicar que la filosofía es un saber inútil de manera abstracta que
explicarlo tirando la cadena de un inodoro. Ahí es donde nos topamos con la inutilidad o donde nos
reconciliamos con lo inútil. La filosofía es un hecho urbano. Y si bien la hiperurbanización va
matando cierto propósito originario de la filosofía, sin embargo llega a tal expansión que permite, al
mismo tiempo, que aparezcan nuevos formatos filosóficos que aún en este contexto pueden seguir
planteando la pregunta por el porqué. El libro se propone todo el tiempo una emancipación a partir
de esta pregunta. En la medida en que el porqué sea la última palabra, no hay última palabra.
Entonces, hay una reivindicación de la ultimidad del porqué, porque es una ultimidad que abre. En
ese sentido el libro presenta una fuerte conexión con la tradición hermenéutica y sus diferentes
líneas; la deconstrucción y la hermenéutica están muy presentes en mi trabajo.

TOCARSE EL ALMA
La prosa de Sztajnszrajber es tan intensa como natural. Entre el ensayo y la ficción, el texto
consigue que el lector levante la vista del libro para encontrar su propio mundo –su situación
concreta– bajo el mismo influjo de una mirada “desviada”, problematizándolo todo, como si de
repente la vida se revelase una ficción asumida como verdadera realidad. Es la potencia del
pensamiento deconstructivo, capaz de hacernos pensar de un modo completamente diferente del
acostumbrado, abriendo una grieta allí donde creíamos que todo estaba cerrado. Es el extraño arte
de ver las cosas como si fuera la primera vez, como si fuéramos extraterrestres recién llegados al
planeta Tierra. Y esta forma de ver y pensar se traslada a la forma en que está escrito este libro,
además de las marcas recientes y pasadas que deja presentir.

“Hay un libro que me marcó mucho, ya siendo adulto, un texto relativamente reciente que operó
como la última fuerte influencia para abrir la puerta a lo que luego fue ¿Para qué sirve la filosofía?”,
señala Sztajnszrajber. “Me refiero a No ser Dios, la autobiografía a cuatro manos de Gianni
Vattimo, con quien estuve hace algunos días compartiendo un panel. Un paréntesis: qué loco es,
para quienes hacemos filosofía, tocar al filósofo. Toqué a Vattimo y pienso en lo maravilloso de
tocar una idea. Mi primera aproximación a la filosofía fue justamente aquel verso de ‘Barro tal vez’,
cuando Spinetta escribe: ‘Si quiero me toco el alma’. ¿Cómo se toca un alma? ¿Por qué usa el
verbo tocar y no otro? Y ahora… lo tocamos a Vattimo. Hay un texto de Derrida sobra la obra de
Jean-Luc Nancy cuyo título es ‘El tocar’; no recuerdo exactamente la frase, pero sugiere la idea de
los ojos que se tocan. Derrida puede ser –a veces– muy spinetteano. Volviendo a No ser Dios –
que según me dijo el propio Vattimo no lo escribió él sino su entrevistador–, es un libro increíble en
donde él va oscilando sin pedir permiso entre su debut sexual, la muerte de sus parejas y por qué
Heidegger y Marx son iguales. Leyendo eso descubrí, en cierto modo, lo que yo mismo quería
escribir. Esto es, un libro que aunara ambas cuestiones, la preocupación existencial en el seno de
lo cotidiano.”

VOLVER A PASEAR
“También hay que decir que la figura del flâneur podemos encontrarla en la filosofía desde sus
orígenes –sin temor a resultar anacrónicos– en la antigua Grecia”, señala. “Cuenta Platón que
Tales de Mileto, de tanto mirar el cielo y las estrellas, se caía en todos los pozos… Esa forma de
hacer filosofía, caminando, involucrando todo el cuerpo en el filosofar, es precisamente la que fue
perdiéndose o burocratizándose. En las instituciones filosóficas se escindió lo que es poner el
cuerpo de lo que es una profesionalización liberal y analítica. Se separa todo lo que pertenezca al
ámbito del cuerpo del trabajo estrictamente filosófico y argumentativo. Sin embargo, la tarea del
pensamiento no es sólo una cuestión de comprensión racional, sino que es también una
experiencia estética que, como tal, involucra al cuerpo, a los sentidos. Creo que la filosofía se
encuentra más cerca del arte que de la ciencia. La filosofía conmueve. En esta idea de conmoción
hay algo del sentido originario de lo que fue la filosofía cuando nació. Originario también en
términos de una recuperación de la pregunta por el para qué. ¿Para qué hacemos filosofía? ¿Qué
es lo que me empuja a hacerme estas preguntas? Es ese asombro primigenio. Ahora bien, eso no
quiere decir que no exista una filosofía “oficial”, académica, con sus métodos y características. El
problema es que esa forma oficial de ejercer la filosofía se ha vuelto hegemónica, excluyendo toda
otra forma de filosofar. Por eso recupero la divulgación, y no le temo a la palabra. Alguien me dijo
que en lugar de hablar de divulgación dijera “difusión” de la filosofía. Pero, justamente, se trata de
entender el hecho de que la filosofía pueda llegar a capas cada vez más extendidas de ciudadanía.
Más aún tratándose de este modo de practicar la filosofía, que no es mejor ni peor: una filosofía
hecha a martillazos, como diría Nietzsche. Una divulgación en el sentido popular del término, que
es también lo que le molesta a la academia.

El libro es también una introducción a la filosofía escrita desde la idea de diferencia, con una fuerte
impronta deconstructiva. Teniendo en cuenta lo que se ha escrito hasta hoy, producir una
introducción a la filosofía a partir de la idea de diferencia, haciendo hincapié en la cuestión del otro,
en la alteridad, es una novedad.

¿Para qué sirve la filosofía? Pequeño tratado sobre la demolición. Darío Sztajnszrajber Planeta
344 páginas
–Sí. Es el asombro asombrándose. La filosofía asombrándose de sí misma. Esto lo permite el
hecho de ser un libro en el intertexto entre el género filosófico y el género literario. Por otro lado
hay un único tema que atraviesa todo el volumen: entender qué es la filosofía. Es una introducción
no sólo a la filosofía sino también a la idea de filosofía. No es un trabajo sobre los distintos temas
de la filosofía sino puntalmente sobre qué es eso que llamamos filosofía. Ahora bien, entender qué
es la filosofía constituye un problema filosófico en sí mismo. Y este problema es ya ilimitado,
podrían escribirse miles o millones de páginas al respecto. Si además lo abordamos
deconstructivamente, hay mucho para decir sobre las diferentes figuras con las que se ha
intentado explicar qué es la filosofía. El trabajo de deconstrucción implica un salto de un plano a
otro, es decir, cada vez que se deconstruye una forma de entender la filosofía, esa deconstrucción
nos conduce a otra figura posible que, a su vez, vuelve a deconstruirse. En todo caso, si hay algo
indeconstruible, ese algo es la pregunta. No me refiero a la pregunta formulada sino más bien a lo
que abre la pregunta. Frente a esa indeconstructibilidad, frente a lo que abre en la pregunta,
empiezan a aparecer las distintas definiciones de filosofía. Es una recuperación del propósito
originario: la pregunta. Aquella que está por detrás de toda pregunta formulable. Y esto es clave.
Ese abismo, eso infundado que está por debajo de todo lo que se dice, es algo inasible, no
conceptualizable. Sin embargo, es algo que si no puede ser alcanzado, sí puede ser rodeado. Es el
viaje –el recorrido– el que va haciendo perder estabilidad a los lugares. Viajar no es tanto ir de un
lugar a otro. Viajar es viajar, los lugares son en todo caso el imaginario que construimos cuando
nos cansamos del viaje. Se da entonces una suerte de vuelta fascinante que, en definitiva, es la
vuelta del flâneur. Volvemos a Baudelaire: no es necesario caminar la ciudad. Uno puede ser un
flâneur en la cocina de su casa. Cuando mi hijo de dos años agarra una cuchara, para él ese
objeto es cualquier cosa menos una cuchara. Ese es el viaje del flâneur, cómo puede hacerse de
una cuchara infinitas cosas.

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