Barth Karl Al Servicio de La Palabra
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Barth Karl Al Servicio de La Palabra
al servicio
de la palabra
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Karl Barth
servicio de la palabra
Prólogo ....................................................................................... 9
Pero yo siempre estaré contigo (Sal 73, 23) ........................ 13
Hoy os ha nacido un Salvador (Le 2, 10-11) ...................... 20
Yo vivo y vosotros viviréis (Jn 14, 19) ................................. 28
Estáis salvados por pura generosidad (Ef 2, 5) ................... 35
Contempladlo (Sal 34/33/, 6) ................................................. 43
Mi esperanza eres tú (Sal 39/38/, 8) ...................................... 51
Entre vosotros. Vuestro Dios. Mi pueblo (Lv 26, 12) . . . 60
La buena noticia de Dios (Me 1, 14-15) .............................. 68
¡Todos! (Rom 11, 32) 77
Lo que Dios ha creado es bueno (1 Tim 4, 4-5) ................ 85
La gran dispensa (Flp 4, 5-6) ................................................. 93
Es él (Dt 8, 18) ......................................................................... 100
Enséñanos a llevar buena cuenta... (Sal 90/89/, 12) ........... 108
Primicia de la sabiduría es el respeto del Señor
(Sal 111/110/, 10) ................................................................. 117
El que está de nuestra parte (Le 2, 1) ................................. 126
Muerte, pero vida (Rom 6, 23) .............................................. 134
Alabado sea el Señor (Sal 68/67, 20) .................................... 141
El Señor, que te quiere (Is 54, 10) ...................................... 150
¡Tú puedes! (Jer 31, 33) 159
¡Invócame! (Sal 50/49/, 15) ....................................................... 167
Mi tiempo está en tus manos (Sal 31/30/, 16) ...................... 175
El instante (Is 54, 7-8) ............................................................ 183
Conversión (1 Jn 4, 18) ............................................................ 189
Lo que permanece (Is 40, 8) ................................................. 197
Doble mensaje de advisnto (Le 1, 53) ................................. 206
Lo que basta (2 Cor 12, 9) ...................................................... 214
Ante el tribunal de Cristo (2 Cor 5, 10) .............................. 221
Arrimad todos el hombro (Gál 6, 2) ................................... 228
Pero ¡ánimo! (Jn 16, 33) ......................................................... 236
Se alegraron de ver al Señor (Jn 20, 19-20) ......................... 246
Tal vez por causa de una pérdida difícil de reparar, por nues
tras “relaciones” con los otros; tal vez, también y sobre todo,
porque nosotros mismos somos culpables, tal vez porque no
nos entendemos con los demás, por nuestro propio carácter,
por nosotros mismos, tal como somos cada uno.
Quizá hayáis oído alguna vez la canción, o hasta la hayáis
cantado:
Nuestra vida se asemeja al viaje
de un caminante en la noche,
cada uno tiene en su camino
algo que le aflig e.1
i
16 Karl Barth
V
¡Amado Padre del cielo! Porque estamos juntos aquí, para •ale
grarnos de que tu amado Hijo se haya hecho por nosotros hombre y
hermano nuestro, te pedimos de corazón:
Dinos tú mismo, lo grande que es la gracia, el bien y la ayuda
que en él has preparado para nosotros.
Abre nuestros oídos y nuestro entendimiento, para que com
prendamos que en él está el perdón de todos nuestros pecados, la
semilla y la fuerza de una nueva vida, el consuelo y la exhortación a
vivir y a morir, la esperanza para el mundo entero. Crea tú mismo
en nosotros el buen espíritu de libertad, para ir, humildes y valien
tes, al encuentro de tu Hijo, que viene a nosotros.
Hazlo hoy en toda la cristiandad y en todo el mundo: para que
sea dado a muchos ir más allá de las exterioridades y las frivolidades
de estas fiestas, y celebren con nosotros unas buenas Navidades.
Amén.
¡Señor, Dios nuestro! Nos has hecho hijos tuyos en tu Hijo, nues
tro Señor, Jesucristo. Y ahora hemos oído tu llamada y hemos veni
do a reunirnos aquí, para alabarte juntos, oír tu palabra, invocarte
y poner en tus manos lo que nos oprime y lo que necesitamos. Hazte
presente entre nosotros e instruyenos:
para que todo aquello que en nosotros hay de timidez y desánimo,
todo aquello que es frívolo y obstinado, así como también toda
nuestra falta de fe y nuestra superstición empequeñezcan;
para que tú puedas mostrarnos lo grande y lo bueno que eres;
para que nuestros corazones se abran también en todas direcciones;
para que nos podamos comprender los unos a los otros, y así poda
mos ayudarnos un poco;
para que esta hora sea un hora de luz, en la que veamos el cielo
abierto, y un poco de claridad también en esta tierra oscura.
Lo viejo ya ha pasado y todo se ha renovado. Esto es verdad, y
también lo es para nosotros: cierto, tú eres nuestro salvador, en
Jesucristo. Pero esto sólo tú nos lo puedes decir y mostrar correcta
mente. A sí pues, dínoslo y muéstranoslo, a nosotros y a todos los
que en esta mañana de domingo oran con nosotros. Ellos rezan por
nosotros, y nosotros también lo hacemos por ellos. ¡Escúchalos y
escúchanos! Amén.
nicar ahora los unos a los otros, es necesario que nos reuna
mos aquí todos juntos como cristianos. Y ahora esto sí que
es algo realmente nuevo y, en verdad, algo que no deja de
ser nunca totalmente nuevo y particular: no sólo lo más inte
resante que pueda darse y la ayuda más poderosa, sino lo
único que, en resumidas cuentas, puede ayudar al hombre.
“Estáis salvados por pura generosidad”. ¡Qué bien que
esto pueda decírsenos y que se nos permita a nosotros escu
charlo! Pero, ¿quiénes son este “nosotros”? Permitid que lo
exprese abiertamente: todos somos grandes pecadores. En
tendedme bien: esto lo digo exactamente igual tanto de mí
como de vosotros. Con gusto me reconoceré como el más
grande pecador entre todos vosotros, pero vosotros, realmen
te, no podéis excluiros. Pecadores: hombres que por la sen
tencia de Dios, y tal vez de la propia conciencia, han perdido
y han errado básicamente su camino, que no son solamente un
poco culpables, sino totalmente culpables, completamente
culpables y perdidos - no sólo en el tiempo, sino definitiva
mente, eternamente perdidos. Nosotros somos estos pecado
res. Y estamos encarcelados. Creedme: existe una cautividad
que es peor que la de esta casa, muros mucho más anchos y
puertas mucho más sólidas que estas tras las que estáis reclui
dos. Todos nosotros —los que están afuera y vosotros aquí—
somos prisioneros de nuestra propia obstinación, de nuestras
diversas concupiscencias, de nuestros variados temores, de
nuestra desconfianza y, en lo más profundo: prisioneros de
nuestra falta de fe. Y también somos todos hombres que su
fren. Y sobre todo, sufrimos por nosotros mismos, por nuestra
vida, a la que cada uno de nosotros la hacemos difícil tanto
para sí como para los demás. Sufrimos por su falta de sentido.
Sufrimos a la sombra de la muerte y del juicio eterno hacia el
que nos dirigimos. Y es todo un mundo de pecado, de cautivi
dad y de sufrimiento, en medio del cual pasamos nuestra vida.
Y ahora, escuchadme: en medio de todo esto viene como
desde arriba la palabra: “Estáis salvados por pura generosi
dad”. Salvados, esto no significa solamente un poquitín ani
mados, consolados y aligerados, sino que quiere decir: como
un tizón sacado del incendio (cf. Am 4, 11). ¡Estáis salvados!
No significa solamente: tal vez seréis salvados, al menos en
parte; no, estáis salvados, totalmente y definitivamente.
¿Nosotros? ¡Sí, nosotros! No solamente otro hombre cual
quiera más piadoso y mejor que nosotros, no, nosotros, cada
uno, cada uno de nosotros.
38 Karl Barth
a los ancianos y a los jóvenes, a los que están alegres y a los que
están tristes, a los melancólicos y a los frívolos. No hay nadie que no
tenga necesidad de creer, ni nadie a quien no se le haya prometido
poder creer. D íselo a los hombres y dínoslo también a nosotros que
tú eres su D ios y su Padre clem ente, y también el nuestro. Esto es
lo que te pedimos en nombre de nuestro Señor Jesucristo, y según
su enseñanza te invocamos ahora: Padre nuestro...
Contempladlo
Salmo 34 (33), 6
10 de mayo de 1956 (Ascensión), cárcel de Basilea
empuja con fuerza hacia afuera. Para él surge una gran luz,
clara y duradera. Y esta luz se refleja en su rostro, en sus
ojos, en su comportamiento, en sus palabras, en su conduc
ta. Para un hombre así, aun en medio de su aflicción y de su
pena, hay una alegría que se eleva frente a todos sus suspiros
y sus quejas: no una alegría barata y superficial, sino una
alegría profunda, no transitoria sino permanente. Y precisa
mente hace de él un hombre, en el que, aunque aún esté
triste y pueda seguir estándolo, se nota que en el fondo es
un hombre alegre. Digámoslo con toda tranquilidad. Se le
ha dado algo que le induce a reír, y este reír no lo puede
reprimir del todo aun en circunstancias que en absoluto se
prestan a la risa: no es una risa mala, sino buena; no es una
risa burlona, sino un reír amable y consolador; no es tampo
co un sonreír diplomático, como el que recientemente se ha
hecho común en la política, sino un reír sincero que surge
de lo más profundo del corazón. Una luz, una alegría y un
reír así vienen al encuentro de los hombres que lo contem
plan. De allí, de él, se hacen radiantes vuestros rostros. No
son ellos quienes lo hacen, pero no pueden impedir que su
ceda. Cuando lo contempláis, quedáis radiantes.
Queridos hermanos y hermanas: ¿Por qué no brilla pro
piamente nuestro rostro? No es cierto que si esto sucediera,
nos iría todo bien, a pesar de todo viviríamos conformes, a
gusto y contentos. Precisamente porque nos iría bien, que
daría radiante nuestro rostro. Pero aquí hay algo más impor
tante a considerar. Si aquella luz, si la alegría, la sonrisa de
los hijos de Dios saliera y se hiciera visible, los demás, sobre
todo, lo percibirían en nosotros. ¿Y no pensáis que esto ten
dría y debería tener en ellos un determinado efecto? Sería
para ellos un signo de que existe otra cosa, una cosa mejor
que lo que acostumbran a ver corrientemente. Les daría va
lor, les infundiría confianza y esperanza. Les haría bien,
como nos ha hecho bien el sol en esta última semana después
del largo invierno. ¿Por qué les haría bien? Porque un rostro
así radiante, que es el reflejo del cielo venido a la tierra, de
Jesucristo, sería tambian un reflejo del mismo Dios Padre.
Reflejo que haría bien en los otros hombres así como tam
bién a nosotros mismos - tanto ellos como nosotros espera
mos ver algo de él.
Tendríamos que ser claros en lo que toca a algo tan simple
como esto, queridos amigos: No estamos en el mundo para
hacernos el bien a nosotros mismos, sino para hacer el bien
48 Karl Barth
tu palabra se haga conocer por todos los medios a todos los pobres,
a todos los enfermos, a todos los presos, a todos los afligidos, a
todos los oprimidos, a todos los no creyentes, y que sea oída, com
prendida y aceptada de todo corazón por ellos como una respuesta
a sus gemidos y clamores; que la cristiandad de todas las iglesias y
confesiones la reconozca con nuevo entusiasmo y aprenda a servirla
con nueva fidelidad, que su verdad, aquí y ahora, se haga ya clara y
permanezca en medio de todos los errores y confusiones de los hom
bres, hasta que por último y al fin ilumine a todos y a todo.
Alabado seas tú, que en Jesucristo, tu Hijo, nos das la libertad
„ de estar siempre dispuestos a confesar: Mi esperanza eres tú. Amén.
Entre vosotros - Vuestro Dios -
Mi pueblo
Lv 26, 12
7 de octubre de 1956, capilla del Bruderholz, Basilea1
4. Estrofa 8.a del cántico “Sollt ich meinem Gott nicht singen” (1653) de
I’. Gerhardt (EKG 232); la redacción del texto dada aquí es según el antiguo
<lesangbuch für die Evangelisch-Roformierte Kirche der deutschen Schweiz, 1891,
Nr. 3.
64 Karl Barth
6. Versos finales de la estrofa 5.a del cántico 327 “Herz und Herz vereint zu-
sammen” (1735-1753) de N. L. Graf de Zinzendorf (EKG 217, estrofa 6.a).
Entre vosotros - Vuestro Dios - Mi pueblo 67
pre los peores. Ser rebelde a Dios quiere decir: que tanto si
creemos como si no creemos en él, hacemos de él un buen
hombre, respecto al que nos mantenemos en reserva en
nuestro corazón, en nuestros pensamientos, en nuestra vida,
para ir siguiendo nuestro propio camino. Ser rebelde a Dios,
significa decir en lo más íntimo del corazón y también con la
propia vida: Dios no existe (cf. Sal 14 [13], 1). Y esto es lo
que estamos haciendo continuamente. Esta es la desobedien
cia, el motín, la rebelión y la revolución, con la que empren
demos aquello que es totalmente imposible - algo así como
lo sería evidentemente la ascensión del “Eigernordwand”.
Pero el que emprende cosas imposibles, se hace a sí mismo
imposible y, por esto, lo único que le puede suceder es que
se vaya a la ruina. Dios sabe que nosotros hacemos esto,
que somos estos escaladores de la pared del Eiger, y también
nos lo dice, y ésta es la puerta que no tiene rendija alguna y
que uno fuerza en vano. Por el contrario, el que nosotros
seamos estos rebeldes no ofrece contradicción alguna. Es tan
verdad como es verdad que Dios es Dios y que nosotros
somos nosotros.
Así pues, todo el énfasis está en que es a todos a los que
Dios encerró en la rebeldía. Encerró a todos ¿también a mí,
que os estoy predicando este sermón dominical? Sí, también
a mí ¿También a los buenos, o a los más buenos de entre
vosotros? Sí, también ¿Y aun hasta a los más buenos que ha
habido en el mundo y que puede seguir habiendo? ¡Sí, tam
bién! Dios lo sabe y Dios lo dice: a todos, a cada uno a su
manera, pero a todos y a cada uno.
Nos hemos de detener un momento. Esto nos incumbe a
todos. Ninguno de nosotros debe ponerse secretamente al
abrigo ni pensar en otros a los que, tal vez, les incumbiría
más que a él, ninguno debe considerarse como una excep
ción. Hermanos y hermanas, todo depende de que nadie
piense aquí en escabullirse. No sólo porque aquí uno no
puede escabullirse, sino porque no nos haría bien el que
aquí nos escabulliéramos. Nuestra paz y nuestra alegría,
toda la perspectiva de nuestra salvación temporal y eterna
se sostiene y recae en el hecho de que nosotros no lo negue
mos sino que lo reconozcamos, que no protestemos en con
tra, sino que dejemos que se haga patente esta verdad: Dios
me ha encerrado también a mí y a ti en la rebeldía.
El no lo hace para humillarnos, para empequeñecernos
y comprometernos. Dios no está contra nosotros, sino por
¡Todos! 83
Querida comunidad:
Toda criatura de Dios, es decir, todo lo que Dios ha he
cho, es bueno. Esto es lo que está escrito. No dice simple
mente: todo es bueno. En realidad, de ningún modo todo es
bueno. Todo lo que hemos hecho y haremos nosotros, los
hombres, está siempre más o menos corrompido por nuestra
mentira y nuestra pereza, nuestro orgullo y nuestra maldad.
Lo que en ello hay de bueno viene de que algo de lo bueno
que Dios ha creado se encuentra allí o, precisamente, de
que debemos vivir del perdón de Dios, y de que en lo que
hacemos se encuentra siempre algo de la gracia salvadora de
Dios o se deja entrever algo de ella.
Pero todo lo que Dios ha hecho, es totalmente y sin re
servas, bueno: toda criatura de Dios. Si cuando estéis en
casa queréis volver a leer nuestro texto, encontraréis que,
en primer lugar, se habla en él de la relación entre el hombre
y la mujer, y de la comida y la bebida, dos terrenos precisa
mente en los que la corrupción humana acostumbra a encon
trar espacio y relieve suficientes. Sin embargo, también es
válido en estos ámbitos que lo que Dios ha hecho, es bueno.
Y esto, precisamente, se dice de toda criatura de Dios: así
pues, también de la naturaleza entera con todas sus fuerzas,
también de aquellas que nos pueden aparecer oscuras e in
quietantes, como podría serlo la energía atómica. Y además,
de todo el hombre, tal como es, no sólo de su alma, sino
también de su cuerpo y todos sus órganos, de todas las dotes
y posibilidades humanas, también de aquellas que para él
pueden seguir siendo siempre un misterio. Y además, de
toda la humanidad de todos los tiempos y de todos los luga
res, aun de aquellos que nosotros podríamos considerar
como puras tinieblas. Sí, de toda la vida humana, incluyendo
aquello que es tan fugitivo, que pasa tan rápidamente, y del
hecho que hemos de morir. Toda criatura de Dios es buena.
Cierto que aquí puede insinuarse toda clase de cuestiones y
reparos. Pero dejémoslas aparte por ahora, y apliquémos-
nos simplemente a lo que se nos está diciendo: que todo lo
que Dios ha hecho es bueno. Así podemos leerlo al final de
Lo que Dios ha creado es bueno 87
que nos rodea, que siempre, una y otra vez, nos vemos enre
dados en una curiosa contradicción. Por una parte, continua
mente nos hemos de ver en todo con la criatura buena de
Dios, con su bella creación, en la que nada hay de reprocha
ble, en la que nos podemos simplemente alegrar, porque
todo está bien, en la que podemos ser simplemente hombres
libres, y precisamente por esto, obedientes, hombres hijos
de Dios. Pero por otra parte siempre nos sale también al
encuentro y nos penetra lo reprochable, lo que Dios no ha
querido y no ha hecho, lo que solamente es tiniebla. Precisa
mente esto siempre lo tenemos ahí, y se desarrolla con fuer
za: surge una y otra vez de nuestro corazón y de nuestro
entendimiento pervertidos, siempre de nuevo como una
amenaza diabólica.
El que nosotros aceptemos la criatura buena de Dios en
esta contradicción, con acción de gracias, el que nuestra vida
en el mundo sea auténtica y correcta, no se entiende real
mente de por sí. Nos podría parecer más bien una maravillo
sa, casi imposible excepción, el que nosotros reconozcamos
la criatura buena de Dios como tal y que la recibamos con
agradecimiento (como gracia y, precisamente, como en la
santa cena) y que en su trato podamos llegar a ser y seamos
hombres libres y obedientes. No, esto no se entiende de
por sí.
Y a esto maravilloso pertenece, asimismo, el que nuestro
ser humano, el que nosotros mismos “seamos consagrados
por la palabra de Dios y por nuestra oración” . ¿Qué quiere
decir esto? Esto quiere decir que nosotros participamos en
la gran historia, en la que sucede lo más simple, así como
también lo más desmesurado: que Dios habla con el hombre
y que el hombre, a su vez, puede y quiere hablar con Dios.
Nuestra santificación (consagración) se realiza en el aconte
cer de esta historia -la palabra de Dios y la oración-, que
acontece, por cierto, en el interior de nuestra vida, cuando
esta historia entre Dios y el hombre llega a ser el hilo con
ductor de la historia de nuestra propia vida y sucede que
aquella contradicción empieza a disolverse en nuestra vida,
que nos vamos haciendo libres del sobrepeso de lo reprocha
ble poco a poco, pero con seguridad, y nos vamos abriendo
a la bondad de la criatura buena de Dios que nos rodea,
para despertarnos al agradecimiento y recibir libre y obe
dientemente la gracia y la santa cena.
Lo que Dios ha creado es bueno 91
4. Estrofa final del cántico 113, cantado como introducción: “Hoy abre de
nuevo la puerta / del hermoso paraíso...”.
La gran dispensa 99
2. Cf. cántico 114 (EKG 15) “Gelobet seist du, Jesu Christ” (1524) de
M. Luther, estrofa 3: “Se ha hecho un niñito, / que él sólo todo lo mantiene”;
estrofa 6: “Ha venido pobre a la tierra, para apiadarse de nosotros”.
104 Karl Barth
1. De la estrofa 1.a del cántico “So nimm denn meine Hande” de J. von
Hausmann (1826-1901).
120 Karl Barth
eternos que esperan allí a los malos. Es natural que esto nos
interesara y nos excitara también bastante. Pero ninguno de
nosotros, entonces niños, aprendió de esta manera, por des
contado, el temor del Señor que es primicia de la sabidu
ría. Cuando uno piensa así de Dios, seguro que se escapará
por la pequeña puerta trasera, y podrá consolarse dicién
dose que no debería ser todo tan malo. También se dice en
el evangelio, contra este falso temor de Dios, ¡no temáis!
Y cierto, la sabiduría es el fin de todos estos falsos temores
de Dios.
¿Qué es el auténtico temor del Señor?
Permitidme volver al salmo 111 (110) que os he leído al
principio. Es digno de notar, y sumamente importante, que
este salmo que acaba hablando del respeto (temor) del Se
ñor, empieza con las palabras: “ ¡Aleluya! ¡Doy gracias al
Señor de todo corazón!” (v. 1) y prosigue: “ha hecho mara
villas memorables, el Señor es piadoso y clemente: él da
alimento a sus fieles (a los que le temen) recordando simpre
su alianza” (v. 4s). Y entonces se dice más adelante: “Sus
acciones son fieles y sinceras, todos sus preceptos merecen
confianza” (v. 7) y más adelante, inmediatamente antes de
nuestro texto: “envió la redención a su pueblo: ratificó para
siempre su alianza” (v. 9). Y precisamente después de todo
esto viene la palabra del temor (respeto) del Señor. Así
pues, esto es lo que pasa con el temor del Señor: viene,
nace, cuando un hombre descubre que Dios es éste y que
hace esto que nosotros oímos decir en este salmo.
Se trata ya de un auténtico descubrimiento, cuando a un
hombre súbitamente le es dado situarse ante todo esto como
ante una realidad, como Colón, quien al querer alcanzar la
India, dio al mismo tiempo con el continente americano. Yo
no esperaba esto, no lo sabía, nadie me lo había dicho aún,
nunca hubiera llegado ahí por mí mismo: que Dios es quien
hace esto. Salomón se encontró ante esta realidad, ante to
das las cosas buenas y magníficas que Dios había hecho a su
pueblo, a su padre David y, por último, a él mismo. Ante
esta maravillosa realidad respetó al Señor. Y en este respeto
(temor) del Señor, llegó a ser el sabio Salomón.
El auténtico temor del Señor es el asombro, la admira
ción, y también el espanto, la sacudida que sobrecogen a los
hombres que hacen el descubrimiento de que Dios desde la
eternidad no los ha odiado ni amenazado, a mí y a ti, sino
que los ha amado y escogido, que se ha unido con ellos,
124 Karl Barth
1. Estrofa 5 del cántico 104 (EKG 10) “Wie solí ich dich empfangen” (1653)
de P. Gerhardt (en el verso 7 “die kein Mund kann aussagen”).
El que está de nuestra parte 129
1. Estrofa 4 del cántico 159 (EKG 76) “Christ lag in Todesbanden” (1524)
de M. Luther, con pequeñas variaciones textuales y dejando el último verso “ein
Spott der Tod (EKG: aus dem Tod ist worden. Halleluja”) “La muerte se ha
convertido en burla”; o “Se ha burlado de la muerte”.
Muerte, pero vida 137
2. De la estrofa 8 del cántico 308: “H üter, wird die Nacht der Sünden nicht
verschwinden?” (1698) de Chr. Fr. Richter (EKG 266, estrofa 7).
3. Juan XXIII fue elegido Papa el 28.10.1958
Alabado sea el Señor
Salmo 68(67), 20
14 de junio de 1959, cárcel de Basilea
2. Versos finales de la última estrofa del cántico 48 (EKG 232) “Solí ich
meinen Gott nicht singen” (1653) de P. Gerhardt.
146 Karl Barth
3. Cf. estrofa 2 del cántico 52 (EKG 234) “Lobe den Herrn, den máchtigen
Kónig” (1680) de J. Neander.
148 Karl Barth
5. Final de la estrofa 1.a del cántico 302 “Mache dich, mein Geist, bereit”
(1695) de J. B. Freystein (1671-1718). (Otra versión del texto en EKG 261).
6. Principio del cántico 265 (EKG273), Leipzig 1638 (las estrofas siguientes
2-8 en libro de cánticos suizo de N. L. Graf von Zinzendorf).
158 Karl Barth
1. Los cuatro “absoluta” del rearme moral: absoluta nobleza, pureza, desin
terés y amor absolutos. Cf. B. Fr. N. D. Buchman, Für eine neue Welt, 1949
p. 14.57.
162 Karl Barth
serias que sean, frente a lo que tú has hecho, haces y quieres hacer
aún por nosotros y con nosotros? ¿frente a la nueva alianza, en la
que ya nos es dado estar a todos nosotros? ¿frente a la gracia, por
la que tú ahora quieres poner tu ley en nuestra mente, escribirla en
nuestros corazones? ¡Hospédate en nosotros! Despeja del camino
todo lo que pueda impedírtelo. Y entonces, sigue hablando con
nosotros, condúcenos adelante en tu camino, el único buen camino,
aunque después tengamos que separarnos, para volver a nuestra
soledad y, mañana, a nuestro trabajo.
Da impulso también a tu obra fuera de esta casa, en todo el
mundo. Ten piedad de todos los enfermos, los que pasan hambre,
los exiliados, lo oprimidos. Apiádate de la incapacidad en que se
encuentran los pueblos, los gobiernos, la prensa y, por desgracia
también, las iglesias cristianas, y todos nosotros, frente al océano de
culpa y miseria de la vida de la humanidad, hoy día. Apiádate de la
incomprensión en la que hoy día muchos de los más responsables y
poderosos se ven arrastrados a jugar con fuego, a desencadenar nue
vos y mayores peligros.
Si tu palabra no estuviera en liza, ¿qué otro remedio nos que
daba, sino desanimarnos? Pero tu palabra está en el campo de com
bate, con toda su verdad y, por lo tanto, no podemos desanimarnos,
podemos y queremos confiar, aunque la tierra tiemble bajo nuestros
pies, en que todas las cosas, en todo su devenir, están en tus manos
fuertes y amables, y que nosotros llegaremos finalmente a ver que
tú ya nos has reconciliado contigo, así como también has reconcilia
do nuestro mundo tenebroso, dándole la paz y la salvación a pesar
de todo el orgullo y toda la desesperación de los hombres: en Jesu
cristo, tu Hijo, nuestro Señor y Salvador, muerto y resucitado por
nosotros, y por todos. Amén.
¡Invócame!
Salmo 50 (49), 15
11 de septiembre de 1960, cárcel de Basilea
1. Punto culminante del año en Basilea. Fasnacht (sic) del lunes al miércoles
después de Invocavit (1), Mustermesse en primavera. (invocavit / propiamente:
invocabit / es la primera palabra del introito en latín de ía misa del primer domin
go de cuaresma [N. T.J).
2. Desde finales de junio hasta primeros de julio de 1960, la universidad de
Basilea celebró el quinto centenario de su existencia.
3. Los juegos olímpicos del año 1960 se celebraron en Roma desde el 25.8
hasta el 11.9.
4. Evangelización llevada a término por Billy Graham en el campo de fútbol
de St. Jakob de Basilea el 30 y 31.8.1960, con 12.000 y 18.000 participantes
respectivamente.
5. Los disturbios en Argelia —oposición de los residentes blancos contra la
política argelina del presidente francés Charles de Gaulle— alcanzaron un punto
culminante con el levantamiento de una barricada (18.1 - 1.2.1960). Después de
haber obtenido su independencia la colonia belga del Congo el 30.6.1960, estalla
ron motines y contiendas entre las tribus, así como excesos contra los blancos
que se habían quedado en el país. El 2.7.1960 los Estados Unidos restringieron
sus importaciones de azúcar de Cuba en un 95 %. La “guerra del azúcar” que
degeneró en un conflicto entre Washington y Moscú, llevó a la ruptura de las
relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba en 1961. Las autorida
des de la República Democrática Alemana cerraron la entrada al Berlín oriental,
a los habitantes de la República Federal. Pocos días después, se introdujo el uso
de un permiso para pasar al sector oriental.
¡Invócame! 171
1. P. Maury, Mes temps sont dans Ta main, en: Antwort. Karl Barth zum
siebzigsten Geburtstag arn 10 Mai 1956, Zollikon-Zürich 1956, p. 938-942.
2. Principio del cántico 295 (EKG 309), de antes de la reforma, según la
antífona “Media vita in morte”.
3. Estrofa 1.a del cántico 265 (EKG 309), Leipzig 1638 (las estrofas 2.a-8.a
que vienen a continuación se encuentran en el libro de cánticos suizo de N. L.
Graf von Zinzendorf).
Mi tiempo está en tus manos 177
Todo pasa
sólo Dios permanece
sin que nada vacile;
Lo que permanece 205
sus pensamientos,
su palabra y su voluntad tienen un fundamento eterno.
Su salvación y su gracia,
no sufren perjuicio,
curan en el corazón
los dolores mortales,
nos mantienen sanos en el tiempo y en la eternidad.3
Amén.
7. Cf. Estrofa 2 del cántico 342 (EKG 201) “Ein festes Burg ist unser Gott”
(1529) de M. Luther.
Doble mensaje de adviento 213
8. Estrota 8.a del cántico 119 (EKG 27, estrofa 9) “Fróhlich solí mein Herze
springen (1653) de P. Gerhardt.
Lo que basta
2 Corintios 12, 9
31 de diciembre de 1962, cárcel de Basilea
5. El 29.9.1963 empezó la segunda sesión del Concilio Vaticano II. (El Papa
Juan XXIII murió el 3.6.1963).
6. Cf. el principio del cántico 275 (EKG 294) (1653) de P. Gerhardt: “Enco
mienda tus caminos / y lo que mortifica tu corazón / a la fidelísima atención / del
que dirige el cielo...”.
Pero, ¡ánimo!
Juan 16, 33
24 de diciembre de 1963, cárcel de Basilea1
Sí, pero ¿es esto posible? ¿No serán más que los buenos
consejos y palabras alentadoras de un hombre bien intencio
nado, inútiles en la práctica, con los que no se puede hacer
nada? Respuesta: cierto, nadie de por sí, por propia inven
ción, inteligencia y decisión, puede aspirar a tener ánimo,
por no decir puede tenerlo. Pero sin excepción alguna, cada
uno lo puede, en cuanto se deja decir que él puede y debe
tenerlo por aquel que como verdadero Hijo de Dios y del
hombre, ha penetrado él mismo en el mundo en el que nos
otros tenemos miedo, y en el que también él mismo ha teni
do el máximo miedo - “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?” (Me 15, 34)-, aquel que precisamente de
esta manera ha vencido al mundo, lo ha reconciliado con
Dios, poniendo así un límite al miedo que nosotros tenemos.
Desde este límite que él ha puesto, nos brilla a nosotros, al
pueblo que anda en las tinieblas, una gran luz (cf. Is 9, 1).
En cuanto vemos esta luz, la seguimos, en cuanto miramos
hacia él, que nos la hace brillar, nos dirigimos a él, creemos
en él; como nos dice, por su palabra, seremos libres para
tener ánimo: libres para una gran calma, no antes ni después
de la tormenta, sino en medio de la tormenta de nuestro
miedo, precisamente “cuando nos encontramos en la mayor
necesidad, sin saber qué hacer”. 10
A la cuestión de si, tal como nos lo dice el Señor, puede
uno tener ánimo, hemos de dar ahora una segunda respues
ta. Así como nadie por sí mismo puede tener ánimo, tampo
co nadie puede tenerlo para él solo. Pero sí, sin excepción,
cada uno, en cuanto se deja incorporar al pueblo, al que se
ha dicho -no privadamente a éste o a aquél, sino en la uni
dad de todos sus miembros- que puede y debe tener ánimo:
al pueblo, al pueblo para quien, en las tinieblas de su miedo
a la vida y a la muerte, brilla la gran luz. ¿Es que tú realmen
te, en medio del miedo, puedes oír a los ángeles cantar y
decir: gloria a Dios en las alturas? Haz la prueba. Puedes
hacerlo, si oyes también lo otro que han cantado y han di
cho: paz en la tierra (cf. Le 2, 14). Paz también en esta casa.
Paz entre ti y aquel que está sentado en el banco a tu lado
o detrás. Paz entre el hombre que está en esta celda y el
que está en aquella. Paz entre los presos y los funcionarios.
Y paz entre cada uno de los que están aquí y sus parientes
10. Principio del cántico 297 (EKG 282) (1566) de P. Eber (1511-1569).
244 Karl Barth
2. Cf. el refrán del cántico 48 (EKB 232) "Sollt ich rneinem Gott nicht
singen” (1653) de P. Gerhardt: Cada cosa dura su tiempo / el amor de Dios, por
siempre.
252 Karl Barth
dos, firmes sobre los pies, que con toda humildad podían
levantar un poco la cabeza y mantenerla erguida. Lo que oye
ron, cuando vieron al Señor, fue una llamada irresistible,
totalmente práctica, la vocación a servir como testigos suyos
en el mundo, entre los otros hombres. Lo que recibieron en
tonces, fue la visión de un futuro claro y pleno de su existen
cia en el tiempo, en toda su limitación. Y lo que oyeron ade
más, al ver al Señor, fue el hermoso y fuerte acento de eterna
esperanza para ellos y para toda la creación. “Muerte, ¿dón
de está tu victoria? ¿dónde está tu aguijón? Demos gracias a
Dios que nos da esta victoria por medio de nuestro Señor, Je
sucristo” (1 Cor 15, 55-57). Recibieron la visión de una rup
tura final de todas las ataduras, de una solución final y defi
nitiva de todos los enigmas, de un conocimiento y un ser en
el reino de la luz eterna, cuyo primer rayo los había alcanza
do e iluminado a ellos precisamente ahora, en aquel día. Por
todo esto se alegraron mucho de ver al Señor. Que se alegra
ron mucho, quiere decir ciertamente para ellos, que si no
siempre abiertamente, sí podían desde entonces reírse siem
pre un poco, al menos, interiormente.
Queridos hermanos, nosotros no estábamos allí, cuando
Jesús resucitado, a pesar de toda la insensatez y tristeza de
sus discípulos, a pesar de aquellas puertas cerradas por puro
miedo, entró y se puso en medio. Nosotros no podemos ver
lo ahora tan directamente como lo vieron ellos, y no lo vere
mos hasta que al final de los días, venga a juzgar a los vivos
y a los muertos. Pero a nuestra manera, indirectamente, pode
mos y nos es dado también a nosotros verlo ya ahora, en el es
pejo de las narraciones y de los testimonios, de la confesión de
fe y de la proclamación de la primera comunidad. Muchos de
nosotros, todo un pueblo de hombres y mujeres, lo hemos vis
to así y nos hemos alegrado. Precisamente celebramos la pas
cua, la conmemoración de aquel día, para juntarnos a aquel
pueblo, y también para ver al Señor y, por lo tanto, para estar
también alegres. Sin ver al Señor, nadie puede estar alegre.
Quien lo ve, se alegra., ¿Por qué no puede pasarnos esto tam
bién a nosotros: la pequeña comunidad pascual de presos en la
Spitalstrasse de Basilea con su párroco y su organista, con to
dos los habitantes y empleados de esta casa y también con el
viejo profesor (yo también me siento un poco incluido) que
ocasionalmente puede visitaros? Todos nosotros podemos ver
también al Señor. Por esto podemos también estar contentos.
¡Qué Dios conceda que así sea! Amén.
Se alegraron de ver al Señor 253
E l gran sí
(Adviento de 1959)
1. Confesión de fe apostólica.
262 Karl Barth
N acim ien to de D io s
(Navidad, de 1962)
1. De la estrofa 2.a del cántico 342 (EKG 201) “Ein feste Burg ist unser
Gott” (1529) de M. Luther.
2. Cántico 119 (EKG 27) (1653) de P. Gerhardt.
Para festividades de la Iglesia 267