La Tentacion Vive Arriba - SOY INVISIBLE PDF

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LA TENTACION VIVE ARRIBA

—CAPITULO 1–
LA FAMILIA Y UNA MAS

Las vacaciones de Marta y Javier, en Mallorca, estaban llegando a su fin,


faltaban cuatro días para regresar a la rutina de Madrid. Esa mañana, Javier,
recibió una llamada de Ricardo, les invitaba a cenar, para despedir el verano
que habían pasado juntos, hasta el del año siguiente y para comentar algo con
él. Javier comento a Marta la llamada de Ricardo, y estaban algo intrigados
por qué sería lo que tenía que comentar con Javier.
Hacia quince años que se conocían. Ricardo y Javier eran aficionados a
jugar al golf. Y se habían conocido en el club de campo donde ambos solían
jugar en Mallorca. Desde entonces pasaban, ambos matrimonios, gran parte
de sus vacaciones haciendo cosas juntos. Además de jugar al golf, solían salir
a cenar y de copas casi todas las noches, y muchas mañanas y tardes las
pasaban navegando en el barco de Ricardo.

Ambos matrimonios eran similares. Javier ya había cumplido los cuarenta


y tenía una agencia de publicidad. Marta su mujer tenía treinta y nueve años y
era profesora de educación infantil en un colegio privado de la ciudad.
Ricardo ya tenía cuarenta cinco y se dedicaba a gestionar sus empresas, una
promotora inmobiliaria especializada en clientes de alto nivel, varios hoteles
en Baleares y Canarias y un par de restaurantes en Barcelona. Elena, la mujer
de Ricardo, era abogada y además de ayudar a su marido en la gestión de sus
empresas, trabajaba en el bufete de abogados que su familia tenía en Palma
de Mallorca. Ambos matrimonios tenían hijos ya mayores. Carlos y Olga,
hijos de Javier y Marta, ya tenían los dieciocho y diecinueve años
respectivamente. Y Ana la hija de Ricardo y Elena ya había cumplido los
veintidós.

Carlos en septiembre empezaría en la universidad en primer curso de


magisterio en educación física, puesto que le apasionaba el deporte y
practicaba varios. Olga en cambio empezaría su segundo año de
empresariales. Para Ana si todo salía bien ese sería su último año de derecho.
Durante la cena los dos matrimonios hablaron de sus cosas, lo bien que lo
habían pasado ese verano, de planes para el año que empezaba y de muchos
más temas sin transcendencia. Fue en la sobremesa, mientras tomaban unas
copas y hablaban de los chicos, cuando Ricardo saco el tema que le
preocupaba y había sido también una de las razones de la invitación a cenar
en casa, ya que normalmente lo hacían fuera.

—Javier, me gustaría hablar contigo, tendría que pedirte un favor—dijo


Ricardo.

—Tú dirás, si está en mi mano, dalo por hecho—respondió Javier.

—Esta mañana, Ana, nos ha dicho que se ha matriculado en la facultad de


derecho en Madrid, quiere hacer ahí su último curso. Esta tarde he
telefoneado a todas las residencias universitarias y colegios mayores de
Madrid y están completos. Así que tendríamos que ir con ella a Madrid para
buscarle un piso donde pasar el curso, pero pasado mañana Elena y yo
salimos de viaje por negocios y nos va ser difícil volver a tiempo para tenerlo
preparado todo antes que empiece el curso—expuso Ricardo.

—Entiendo perfectamente, pues tú dirás—dijo Javier.

—Ana pretende que le alquilemos un piso para ella sola, para estar a su
aire y hacer lo que le dé la gana. Elena y yo lo hemos hablado, y aunque no
habría ningún problema, hemos pensado que es mejor en este caso que
comparta piso con otros estudiantes y sepa que es la realidad lejos de las
comodidades de casa y teniendo que hacerse ella misma todo—continuo
explicando Ricardo.

—Os comprendo perfectamente. Marta y yo también hemos hablado sobre


ello en alguna ocasión, sobre lo consentidos y mimados que tenemos a los
chicos—dijo Javier.

—Pues si vosotros decís que los tenéis consentidos, imagina como esta
Ana que es hija única. Sale cuando quiere, entra cuando le da la gana, no da
explicaciones de nada y se pregunto algo de que hace, dice que no tiene
porque darme explicaciones que ya es mayor de edad. No sabemos si tiene
novio o si sale con alguien nada de nada. Eso sí su asignación mensual no la
perdona y aparte lo que me saca cuando quiere. Algunas veces tengo la
sensación algunas veces que para ella solo soy un cajero automático. Con lo
adorable que era cuando era una niña. Menos mal que por lo menos los
estudios se los toma enserio, si no fuera por eso, no le consentiría tanto, pero
creo que ya es hora de darle una lección. Pero que os voy a contar a vosotros
—continuo Ricardo.

—Te entiendo, os entendemos perfectamente. Los nuestros son poco más o


menos aunque hemos procurado ponerles algunos límites pero aun así, en
muchas ocasiones también hacen lo que les da la gana—se lamento también
Javier.

—Pues si no os molesta os agradeceríamos que le buscaseis un piso


compartido a Ana. Ahora te daré un sobre con diez mil euros para los gastos
de la fianza y los primeros meses de alquiler y por si tiene que hacer alguna
compra para acomodarse pues prefiero que se lo administréis vosotros me
quedaría mucho más tranquilo—concluyo Ricardo.

—Mira Ricardo, no hace falta que me des dinero, yo en cuanto llegue a


Madrid me encargo de todo, y cuando sepa lo que es te llamo y tu le haces a
los caseros una transferencia o lo que tú quieras. Y si no yo lo pago y ya me
lo darás luego sabes que por eso no hay problema—respondió Javier.

—Lo sé, Javier, y te lo agradezco. Pero prefiero que te lleves el dinero,


encima que nos haces el favor no vas a adelantar tu el dinero—dijo
finalmente Ricardo.

—Como tú prefieras, Ricardo, en cuanto estemos en Madrid, como te he


dicho me pongo a ello—concluyo también Ricardo.

—Pues muchas gracias—finalizo Ricardo.

—Sabes que no hay porque darlas—también finalizo Javier.

Los dos matrimonios continuaron con la sobremesa tomando alguna copa


más. Cuando dieron por concluida la velada se despidieron hasta el verano
próximo aunque este año estarían más en contacto que los anteriores y
quedaron en hacer alguna visita a la capital, para ver a Ana, y también para
verse ellos.

Una vez en Madrid, hablo con su hija Olga, para ver si algún conocido
suyo compartía piso y tenían un hueco para Ana. Olga lo comento con sus
compañero pero era demasiado tarde, lo había dejado mucho e estaban
completos. En vista que esa vía no tenia salida, Javier, visito varios pisos que
se anunciaban para estudiantes, pero estaban a finales de agosto y en los que
los inquilinos parecían buena gente, el piso no reunía lo que Javier
consideraba lo mínimo, otros estaban en zonas de la ciudad poco
recomendables y en otros las personas con las que tendría que compartir piso
no eran las más recomendables. Y eso no lo podía ofrecer a Ricardo para su
hija.

La dejadez de Ana, intencionada o no, había hecho que Javier no pudiera


cumplir la promesa que le había hecho a su amigo. Una noche comentándolo
con su mujer, Marta, que esta ese momento se había mantenido al margen,
esta, le propuso a Javier una posible solución.

—No sé qué opinaras, pero… porque no se queda Ana aquí en casa con
nosotros—dijo Marta a Javier.

—Sí, podría quedarse con nosotros, pero no va a estar un año durmiendo


en el sofá. Y con Olga en su habitación, se negara en redondo, ya sabes cómo
es tu hija—respondió Javier.

—Yo estaba pensando en otra cosa…—dijo Marta.

—Pues tú dirás estoy abierto a cualquier solución—dijo Javier algo


impaciente por solucionar el problema de una vez.

—Qué te parece si se queda en la buhardilla. No la utilizamos para nada.


Solo hay algún trasto y es una buena oportunidad para darle uso e integrarla
en la casa—dijo Marta.
—Si es una buena idea, pero tendríamos que acondicionarla un poco,
conforme esta ahora mismo no está para que una persona viva ahí—
respondió Javier a su mujer.

—Haz una cosa, habla con Ricardo y Elena, propónselo, y si les parece
bien no te preocupes yo me encargo de todo—dijo finalmente Marta.

—Vale, mañana llamo a Ricardo y se lo planteo. Si están de acuerdo


adelante. Aunque tú creas que será una buena influencia para los chicos, ya
los escuchaste en la cena—dijo Javier algo preocupado a Marta.

—No te preocupes por eso, lo único que le hace falta a Ana es que le
pongan unos límites, así no habrá problemas. Pero con lo buena estudiante
que es en eso si les será de ayuda a los chicos, tendrán en ese sentido un buen
ejemplo en casa—tranquilizó finalmente Marta a Javier.

—Bueno, si tu lo dices, te hare caso. Mañana hablare con Ricardo y te digo


que deciden—acepto finalmente Javier.

A la mañana siguiente, Javier, llamo a Ricardo desde su despacho, para


explicarles los problemas que habían surgido y la solución que se les había
ocurrido. Javier marco el número del teléfono móvil de su amigo Ricardo. El
teléfono daba una llamada, dos, tres,…pero no respondía nadie. Busco en su
agenda el teléfono de las oficinas de Ricardo y lo llamo ahí. En esta ocasión
tuvo más suerte y una voz femenina respondió su llamada.

—Empresas DONA. Buenos días. Soy Samanta. ¿En qué puedo ayudarle?
—dijo la señorita al otro lado del teléfono.

—Buenos días Samanta. Soy Javier Flores. Póngame con Ricardo, espera
mi llamada—dijo Javier a la señorita que lo atendía.

—Lo siento mucho Sr. Flores, pero el Sr. Céspedes se encuentra reunido
en este momento y no puede atenderle. Si lo desea puede dejarme el recado y
se lo hare llegar—fue la respuesta de la telefonista.

—Mira, Samanta, es muy importante que hable con él, así que haz el favor
de pasarme con él—insistió Javier.

—Ya le he dicho que en este momento es imposible, ha dado orden que no


le molesten. Lo siento mucho. Si no quiere dejar ningún recado puedo
llamarlo más tarde—continuaba en sus trece las recepcionista.

—Samanta no te molestes, pero ya veo que no puedes ayudarme y sé que


estás cumpliendo con tu trabajo, pero haz el favor de pasarme con alguno de
tus superiores si no puede ponerse Ricardo—pidió Javier finalmente a punto
de perder la paciencia.

—Le paso con la secretaria del Sr. Céspedes—dijo la telefonista.

—Gracias—respondió Javier y empezó a escuchar la musiquita de la


centralita mientras se transfería la llamada. Unos segundos después obtuvo
respuesta.

—Buenos días, Sr. Flores. Soy Raquel, la secretaria del Sr. Céspedes,
puedo ayudarle en algo—dijo la secretaria.

—Hola Raquel, si ponme ahora mismo con Ricardo, es importante—dijo


Javier.

—El Sr. Céspedes está reunido, lo siento. Déjeme el mensaje y se lo hare


llegar personalmente, no se preocupe—fue la repuesta de la secretaria.

—Raquel—dijo Javier seriamente—pásame ahora mismo con Ricardo, es


muy importante, se trata de su hija y tengo que hablar personalmente con él.
Esto no puede esperar—continuo Javier poniéndose un poco dramático.

—¿No le habrá pasado nada malo?—dijo la secretaria con tomo


preocupado.

—No es malo pero si muy urgente, por favor páseme con Ricardo—dijo en
tono algo más tranquilizador Javier.

—Un momento le paso ahora mismo con el Sr. Céspedes—dijo finalmente


la secretaria dejando a Javier nuevamente con la musiquita de la centralita
mientras esperaba.

—Dígame—respondió finalmente Ricardo.

—Joder Ricardo—dijo Javier—es más difícil hablar contigo que con el


presidente del gobierno—continuo Javier—no te habré molestado.

—Hombre Javier, no te preocupes ya habíamos terminado y no te enfades


las chicas solo hacían su trabajo. Porque no me has llamando al móvil—dijo
Ricardo conciliador.

—Te he llamado pero no has respondido—dijo Javier.

—Es cierto, se me olvidaba que me lo he dejado en casa. Bueno pues tú


dirás. Está todo bien. Hay algún problema—se intereso Ricardo.

—Si todo bien. Te llamaba por el tema del piso de Ana. Es imposible
encontrar algo para compartir que merezca la pena. Si te soy sincero lo que
he encontrado no se lo ofrecería ni a mi peor enemigo. La única solución es
un piso para ella sola, ahí si habría buenos pisos donde elegir—explico
Javier.

—Si en el fondo, Ana, lo que está buscando es eso, como ya te dije, por
eso nos lo ha dicho en el último momento. Porque no quiere compartir piso
con nadie, y sabe que si no hay otro remedio lo hare. Y sé que lo que quiere
es estar a su aire en Madrid y darse la buena vida. Le hemos consentido
demasiado y al final se va a salir con la suya—se lamento Ricardo.
—A Marta y a mí se nos ha ocurrido una posible solución, siempre y
cuando Elena y tu estéis de acuerdo. Porque no se queda Ana en mi casa, la
buhardilla no la usamos para nada y la puedo habilitar para ella, tendrá su
dormitorio, su zona de estudio, incluso un espacio para que monte un
pequeño salón, sería como un pequeño apartamento pero en mi casa, tendría
su intimidad, lo único que tendría que compartir el baño con mi hija. A
nosotros no nos importaría que pasara aquí el curso y creo que sería positivo
para los chicos, Carlos empieza este año magisterio en educación física y
Olga empieza segundo de empresariales. Las dos estarían en la misma
facultad—dijo Javier.

—La verdad es que estaríamos mucho más tranquilos sabiendo que esta
con vosotros, y está controlada, para que no se desmadre mucho. Eso sí,
poneros firmes con ella si es necesario desde el primer día, sino se tomara el
brazo como le deis la mano—recomendó Ricardo.

—No os preocupéis, nosotros nos encargamos de todo, estamos


acostumbrados a lidiar con dos parecidos. Seguro que pasa aquí un año
tranquilo y centrada en sus estudios—tranquilizó Javier a Ricardo.

—Pues siendo así, creo que lo más razonable es que el sobre que te di os
quedéis vosotros con él—dijo Ricardo.

—No puedo aceptarlo de ninguna manera—repuso Javier.

—Claro que si, como me has dicho tendréis que acondicionar la buhardilla
pues úsalo para eso, ya que ella la usara, que este a su gusto, si no os importa
—concluyo Ricardo.

—Bueno, lo usaremos para eso, pero lo que sobre en cuanto nos veamos te
lo devuelvo—dijo Javier.

—De eso nada, es para vosotros el resto, como ayuda a la manutención de


Ana—dijo Ricardo.

—Por favor Ricardo, donde comen cuatro lo hacen cinco, sabes que eso no
es ningún problema—replico Javier.

—Bueno como quieras, entonces adminístraselo a Ana para algún gasto


extraordinario que le pueda surgir, ya que ella tiene la asignación que le paso
todos los meses—dijo Ricardo.

—Me parece bien. ¿Cuándo viene Ana?—pregunto finalmente Javier.

—El día dos o tres de septiembre. De todos modos ya te llamo yo y te digo


la fecha concreta y el vuelo en el que va—concluyo Ricardo.
—Perfecto. Espero tu llamada. Un abrazo Ricardo—se despidió Javier.

—Otro para ti Javier, hasta pronto—se despidió también Ricardo colgando


el teléfono.

Una semana después Javier estaba, en la T2 de Barajas, esperando a Ana.


Estaba esperando frente a la puerta 15, que indicaba el panel de llegabas, que
sería por donde saldrían los pasajeros procedentes de Palma de Mallorca.
Javier se estaba preguntando como la reconocería, hacía mucho tiempo que
no se veían. Javier recordó que la última vez que la vio Ana tendría unos
quince o dieciséis años. Y debía haber cambiado muchísimo. Aunque los
matrimonios quedaban durante las vacaciones, tanto Ana como los hijos de
Javier iban a su aire. Por lo que Javier sabía por sus padres, Ana, solía irse de
vacaciones sola, o con algunas amigas, le encantaba viajar y pasaba los
veranos de un lugar a otro, haciendo breves escalas en casa de sus padres para
reponerse, sobre todo económicamente. Los hijos de Javier solían hacer algo
parecido se pasaban el verano de un lugar a otro con sus amigos, aunque a
una escala más modesta que Ana. Estaba Javier imbuido en esos pensamiento
cuando le timbre de su teléfono móvil sonó. En la pantalla aparecía un
número que no estaba asociado a ningún nombre de la agenda. Descolgó.

—¿Sí?—respondió Javier.

—Hola. ¿Eres Javier?—pregunto una dulce voz femenina al otro lado del
aparato.
Sí, soy yo. ¿Quién eres?—interrogo Javier sorprendido por la dulce voz
que preguntaba por él.

—Soy Ana. Acabo de desembarcar del avión y estoy aquí en la terminal y


bueno no sé como reconocerte. ¿Dónde estás?—se identifico finalmente la
voz.

—Estoy en la puerta 15, por donde se supone que has debido salir—dijo
Javier.

—No hemos desembarcado en esa puerta estoy en la 32—repondio Ana.


—Está bien, no te muevas de ahí, voy para allá. ¿Cómo vas vestida para
reconocerte?—pregunto Javier mientras se encaminaba a la puerta indicada.

—Una camiseta color turquesa, un short blanco y gorra blanca—respondió


Ana.

—Perfecto, en cinco minutos estoy ahí—dijo Javier y colgó el teléfono.

Javier camino por la terminal en busca de Ana. A lo lejos vio una joven
que llamaba la atención. Era preciosa y era Ana, ya que coincidía con la
descripción de la ropa que le había hecho por teléfono. Cuando se aproximo a
ella pudo apreciar como su camiseta color turquesa ajustada a su cuerpo y de
generoso escote resaltaba el color dorado de su piel, hacia un precioso
conjunto con el short de color blanco que se ceñía estrechamente a sus
caderas dejando al descubierto sus preciosas, largas y torneadas piernas. Una
gorra también de color blanco por la que dejaba salir su pelo dorado recogido
en una coleta por la apertura occipital y gafas de sol, tipo aviador,
complementaban su atuendo, junto con una Reebok Clasic desatadas. Cuando
Javier estuvo frente a ella no pudo evitar dirigir su mirada al pecho de la
joven donde sus dos pezones resaltaban bajo la tela de la camiseta dejando
claro que no llevaba sujetador. Javier, a pesar de sus cuarenta años cumplidos
aun tenía la testosterona por las nubes, lo que hizo que sufriese una erección
instantánea al ver a la hija de sus amigos.

—¿Ana?—pregunto Javier a la joven esperanzado en que esta no se diera


cuenta del bulto que había surgido en su entrepierna.

—Sí. ¿Javier?—dijo la joven al tiempo que se aproximaba para darle dos


besos y se quitaba las gafas de sol.

—Sí, soy yo—respondió Javier y correspondió a los besos de Ana, notando


como los erectos pezones de la joven rozaron su pecho a trabes del polo que
vestía. No pudo evitar en fijarse en los ojos de la joven, no los recordaba,
pero eran de un color azul verdoso que vistos desde tan cerca recordaban al
mar.

—Hola. Con todo el tiempo que hace que no nos vemos, pero tú estás igual
que te recordaba. Parece que no ha pasado el tiempo por ti—dijo Ana
volviendo a cubrir sus bonitos ojos con las gafas de aviador.

—Gracias, por el piropo—respondió Javier—pero yo no puedo decir lo


mismo de ti. Desde luego no te pareces en nada a la niña que yo recordaba y
que pasaba los veranos con nosotros—continuó Javier—estas echa toda una
mujer—siguió diciendo mientras caminaban por la terminal hacia el parking.

—Sí, he crecido un poquito desde entonces—dijo Ana sonriendo y


continuo diciendo—además ahora me sienta mucho mejor el bikini que
entonces.

—Seguro que sí, que te sienta fenomenal. Aunque por lo que yo recuerdo
tampoco te quedaba mal entonces—dijo Javier sonriendo. Mientras pensaba
para sí mismo que con ese par de tetas y ese culito tan redondito y respingón
y esas curvas, debía de ser todo un espectáculo verla en bikini.

Cuando llegaron al coche de Javier, este cogió la pequeña maleta que


arrastraba la joven tras de sí y la puso en el maletero. Cuando se agacho para
cogerla no pudo evitar fijarse en el trasero de la joven. Se dio cuenta que la
fina tela blanca del short prácticamente se transparentaba dejando adivinar el
fino hilo del tanga que surgía de entre sus firmes glúteos. Esto hizo que la
erección de Javier recobrase fuerza. Y pensó como podía estar así de excitado
con una chica, a la que conocía desde que era una cría, que además era la hija
de uno de sus mejores amigos y que prácticamente podría ser su hija, ya que
Olga su hija solo tenía tres años menos que Ana.

—Parece que traes muy poco equipaje. Solo esta maletita—observo Javier.

—Sí, de momento esto solo, el resto llegara mañana. Lo he enviado por


mensajería. Odio llevar mucho equipaje cuando vuelo, siempre te pierden o
estropean algo y aunque luego reclames no te hacen ni caso. Así que prefiero
ahorrarme las reclamaciones, y viajo siempre muy ligera de equipaje, solo lo
que puedo llevar conmigo en la cabina sin facturar—explicó Ana.

—Creo que es una buena filosofía—afirmo Javier.


Durante el trayecto hablaron de las cosas sin importancia, de las ganas que
tenia Ana de conocer mejor Madrid, porque aunque había estado varias veces
en la capital, se había limitado a visitar los lugares típicos. Siguieron
charlando y finalmente Javier consiguió que Ana le reconociese que ella
hubiera preferido vivir sola en un apartamento, pero les estaba muy
agradecida a Javier y a su familia por haber abierto las puertas de su casa para
ella.

Hubo unos minutos de silencio y, Javier mientras conducía no podía evitar


desviar la mirada de vez en cuando a las preciosas piernas de la joven que iba
a su lado. Incluso intentaba adivinar algo más cuando también de reojo
miraba a su escote y con algún movimiento de esta podía ver algo más de la
sima que se abría entre sus pechos. Esto estaba volviendo a excitar a Javier y
nuevamente un bulto aparecía en su pantalón, también ayudado por su
imaginación, puesto que empezaba a jugarle una mala pasada, e imaginaba
como seria disfrutar de un momento de intimidad con su joven acompañante
y disfrutar de su precioso cuerpo. Entonces Ana lo saco de ese mundo de
ensoñación y lo devolvió a la realidad.

—Te importaría parar de camino en algún supermercado o droguería,


tengo que comprar algunas cosas, ya sabes que no te dejan llevar algunos
productos en la maleta cuando la subes a la cabina—le dijo Ana.

—Como quieras, pero en casa hay de todo y lo tienes a tu disposición—le


dijo Javier.

—Ya lo sé, muchas gracias, pero para los productos de aseo soy un poco
maniática—le explico Ana.

—No te preocupes, de camino a casa hay una droguería donde solemos


comprar las cosas para casa pararemos antes de llegar—concluyo Javier.

Unos minutos más tarde Javier aparcaba el coche y ambos se bajaron. Ana
le seguía a su lado hasta entrar en la droguería. Ana cogió uno de los cestitos
que había a la entrada del establecimiento y empezó a recorrer los pasillos.
Javier le pidió que le dejara a él llevar el cesto, en un gesto de caballerosidad,
a lo que ella accedió. Ana iba de un lado para otro cogiendo cosas y
depositándolas en el cesto que Javier le llevaba, un par de cepillos de dientes,
unos tubos de dentífrico, unos botes de champú, acondicionador, gel de
ducha y de baño, cremas de varios tipos, algunas barras de labios, varios
tarritos de laca de uñas de varios colores, un par de cajas de tampones, un
frasco de perfume y algunas cosas más que Javier no supo identificar aunque
había visto como su mujer tenía envases parecidos en el baño. Cuando Ana
dio por concluida la compra pasaron por caja. Javier intento pagar la compra
que había hecho pero Ana no se lo permitió. Del pequeño bolso que llevaba
saco una tarjeta de crédito junto con su carnet y pago a la cajera, mientras él
ponía todo en varias bolsas. Cuando salieron de la droguería, Javier, llevaba
un par de bolsas con lo más pesado y Ana le acompañaba con otra bolsa con
las cosas menos pesadas. Después de depositar la compra en el maletero
subieron al coche y continuaron hasta casa de Javier.

Cuando llegaron a casa, solo los recibió Marta, ninguno de sus hijos se
encontraba allí. Cuando Marta vio entrar a Javier acompañado de la
exuberante joven, se quedo un poco sin palabras. Había cambiado mucho la
jovencita de quince años que ella recordaba. Marta a sus treinta y nueve años,
era una mujer muy fogosa, que junto a Javier disfrutaba de una vida sexual
excelente. El hecho de que con poco más de veinte años ya tuvieran a sus dos
hijos les había permitido disfrutar de una vida sexual plena incluso ahora que
ya estaban en la frontera de los cuarenta. Javier que conocía perfectamente
los gustos sexuales de Marta, y que a ella le gustaba considerarse bisexual, ya
que habían tenido varias experiencias con mujeres y le habían encantado y
habían facilitado también hacer realidad alguna fantasía de Javier. Por ello,
Javier, no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando vio como su mujer miraba
su joven invitada mallorquina.

—Hola Ana, que mayor y que guapa estas. Por que se que eres tu si no casi
no te reconocería—dijo Marta y luego daba dos besos a su invitada en forma
de saludo.

—Hola Marta, muchas gracias. Tu también estas fenomenal, estas igual


que te recordaba, no has cambiado nada. Por cierto, ya se lo he dicho a Javier,
muchas gracias por dejar que pase aquí el curso.

—No tienes porque darlas. Y gracias a ti por el cumplido. Espero que


pases un año estupendo aquí con nosotros.

—Seguro que sí, aquí estaré como en casa—añadió Ana.

—Venga, vamos a dejarnos de cumplidos, te voy a enseñar la casa y cuál


va a ser su habitación—dijo Marta agarrando a Ana de la mano para que la
acompañase.

Después de enseñarle toda la casa, Marta y Ana, subieron a la buhardilla.


Javier había subido la maleta y las bolsas de la compra que habían hecho a la
habitación de la joven y luego se despidió de ellas y se marcho aludiendo
motivos de trabajo. A la joven lo que más le gusto fue la piscina que había en
el jardín, ya que en casa nadaba prácticamente a diario.

Marta le mostro la buhardilla que durante el curso seria su habitación. Al


fondo estaba colocada la cama. Era una cama grande, de matrimonio, que
usaron Javier y Marta hasta que decidieron cambiar la decoración. Había un
par de armarios enormes, por que se imaginaban que Ana tendría mucha ropa
que traer, si se parecía algo a su hija Olga eso estaba claro. Y en la zona más
próxima a la escalera habían habilitado una zona de estudio con unas
estanterías para que dejase sus libros y una mesa enorme de estudio hecha
con unos caballetes de metal cromado y un gran tablero de color negro. Marta
le comento que ella podría poner lo que quisiera y decorarlo a su gusto que
ella había montado lo básico para que se instalase. Marta también le dijo que
Javier disponía de un dinero que le había entregado su padre para que
dispusiera de él y acondicionase el lugar para sentirse como en casa.

Ana agradeció a Marta nuevamente su hospitalidad, y le dijo que le


encantaba su habitación ya que era muy luminosa, contaba con cuatro
ventanas en el techo y una terraza. Marta dejo a Ana sola para que se
instalase cómodamente, y si necesitaba algo estaría abajo en la cocina. Ana
después de deshacer su maleta y colocar las cosas en uno de los armarios bajo
al baño que Marte le dijo que era el suyo, y que compartiría con Olga y
Calor, para dejar algunos de los productos que había comprado en la
droguería, los dejo en un rincón hasta que Olga o Carlos le dijesen donde
podría colocarlos. Después bajo a buscar a Marta.
—Marta—dijo Ana al entrar en la cocina.

—Dime Ana—respondió Marta.

—Hace muy buen tiempo te importa si salgo a la piscina y nado un poco—


comento Ana.

—Ana, puedes hacer lo que quieras, como si estuvieses en tu casa—invitó


Marta a la joven.

—Gracias, entonces voy a cambiarme—respondió Ana y salió de la


cocina.

Ana subió a su habitación a ponerse un traje de baño y se dispuso a pasar


el resto de la tarde en la piscina.

Marta por su parte, no quiso acompañarla en su tarde de piscina, aunque


ella lo hacia todas las tardes, le encantaba darse un buen baño y luego leer un
buen libro tumbada en la hamaca tomando el sol, no quería que Ana se
sintiese intimidada y observada el primer día en casa. Esa tarde Marta subió a
su habitación a leer cuando termino en la cocina. Miro por la ventana de su
dormitorio y vio como Ana nadaba en la piscina. Luego se acomodo en su
sillón favorito y se centro en su libro.

Después de casi un par de horas de lectura, Marta, se cando de su libro. Se


levanto de su sillón y volvió a asomarse por la ventana que daba sobre la
piscina. Lo que vio Marta le hizo mojar sus bragas. Ana estaba tomando el
sol en la hamaca que ella usaba a diario. Tomaba el sol boca arriba, con un
bikini blanco, que le sentaba genial con el color de piel que lucia. No tenía
puesta la parte de arriba y dejaba ver sus preciosas tetas, redonditas, y de un
tamaño perfectamente proporcionado con su cuerpo, con unos pezones
rosados y de punta. No tenia marcas blancas en sus pechos, en torno a sus
pezones, lo que indicaba que hacia topless habitualmente. Ana tenía puestas
sus gafas de sol, y unos auriculares, estaba inmóvil, dormida quizás.

Marta miro a la casa de enfrente al escuchar un ruido. Era su vecino Pedro.


Pedro, era el típico vecino jubilado anticipadamente, había sido militar y
ahora había pasado a la reserva, divorciado, con unos 60 años, pasaba muchas
horas en casa. En los meses de primavera y verano, siempre solía regar las
plantas y el jardín a las horas en se tomaba el sol en la piscina de enfrente.
Pedro era alto, fuerte de pelo canoso, y muy atractivo, a ella le recordaba a
Sean Conery, desde luego no aparentaba la edad que tenia. Aunque a Marta le
parecía que también, en ciertas ocasiones, tenía pinta de vicioso, y
sospechaba que esa era la razón por la que su mujer se había separado.

Esa tarde, Pedro, confirmo las sospechas de Marta. Ella sabía que le
gustaba mirar, todas las tardes mientras regaba, se asomaba a escondidas para
verlas a ella y a su hija Olga tomar el sol. Pero esa tarde era diferente y
mucho más placentera para él. La joven mallorquina había decidido mostrar
más que lo que solían hacer las dueñas de la casa.

Cuando, Marta, tomaba el sol, desde la hamaca, no podía ver lo que su


vecino Pedro hacia mientras miraba y disimulaba haciendo que regaba sus
plantas. Pero desde la ventana de su habitación podía ver perfectamente lo
que hacía Pedro en su jardín. Pedro, pensaba que como todos los días nadie lo
observaba en su labor de observación, no tardo en excitarse con la visión de
la nueva joven que tomaba el sol en casa de sus vecinos. Pedro, bajo sus
pantalones y los bóxer negros hasta la mitad de sus muslos, dejando al
descubierto una enorme polla totalmente depilada. Marta, atónita, veía como
la mano de Pedro empezó a recorrer su miembro erecto. Ella no pudo evitar
excitarse con la escena. La mano de Pedro subiendo y bajando por su polla
cada vez más brillante la estaba poniendo muchísimo junto con visión de Ana
casi desnuda y ajena a todo lo que estaba pasando.

Marta no aguanto más la excitación que hacía que su entrepierna estuviese


empapada y bajo su short, paso la mano sobre la tela de sus bragas, con
fuerza, introduciendo la tela entre los labios de su sexo y sintiendo su
humedad en los dedos. Luego bajo su braga, la deslizo hasta sus tobillos junto
con el short, piso ambas prendas y se deshizo de ellas. Marta abrió sus
piernas, y sin poder dejar de mirar la polla de Pedro y como este la movía, y
el cuerpo de la inocente Ana, introdujo dos de sus dedos en su vagina y
empezó a gozar de verdad, mientras también estimulaba su dilatado clítoris.
Pedro acelero el ritmo de su brazo, su mano subía y bajaba muy rápido, tras
un rato así, una enorme corrida salió de la polla de su vecino, parte de su
semen quedo en su mano, pero la mayoría salió disparado al césped. Marta no
aguantaba más, con su mano libre subió su camiseta y se acaricio sus pechos,
los tenia durísimos, y en el momento que su mano pellizco sus pezones,
Marta, llego al orgasmo, fue un orgasmo suave, pero muy prolongado. Se
tumbo en la cama y se relajo. Cuando se calmo, fue a su baño a lavarse, se
puso unas braguitas limpias, se vistió y coloco la cama. Volvió a su sillón
para seguir con su lectura, pero se quedo dormida, entre Pedro y Ana la
habían llevado al clímax sin ellos saberlo.

El sonido del timbre despertó a Marta. Mientras se espabilo y bajo las


escaleras, cuando fue abrir, en la puerta ya estaba Ana, que al verla llegar no
abrió la puerta. Se había puesto la parte de arriba del bikini, era tipo cortina, y
cubría poco más que sus pezones, y un pareo pequeño anudado a un lado de
su cintura. Su pelo largo y rubio, esas preciosas tetas y el bikini que llevaba,
excito nuevamente a la dueña de la casa. El que venía de visita era Pedro,
parecía que se habían puesto de acuerdo en excitarla todos esa tarde. Ya que
cuando abrió la puerta no pudo evitar mirar el paquete de su vecino y vio
como una manchita de semen blanco campada en el color oscuro de su
bermuda.

—Hola Pedro. ¿Qué tal?—saludo Marta al abrir la puerta.

—Buenas tardes Marta. Pues mira que la he vuelto a liar, ya sabes, como
todas las tardes me pongo con las plantas y se me han caído unas cosas a
vuestro jardín. Si me dejas un cepillo te lo recojo en un momento—dijo
Pedro a Marta—disculpa soy un mal educado, soy Pedro el vecino de al lado
—dijo dirigiéndose a Ana.

—Soy yo la mal educada. Perdona, no os he presentado. Mira, ella es Ana,


la hija de unos amigos, va a estudiar aquí este año y se queda a vivir con
nosotros. Ana, él es Pedro nuestro vecino—hizo las presentaciones Marta.

—Es un placer conocerte Ana y una alegría tener a una nueva vecina—dijo
Pedro y se aproximo a Ana para darle dos besos.

—Lo mismo digo—respondió Ana y correspondió a los besos de su


vecino.
Pedro beso a Ana sin perder detalle de las tetas de esta, y las que ya había
contemplado sin nada que las ocultase pero desde una distancia mucho
mayor, de cerca aun cubiertas por esa diminuta porción de tela eran
espectaculares. Ana se dio cuenta perfectamente de cómo el vecino la estaba
devorando con los ojos.

—¿Y qué vas a estudiar?—pregunto Pedro a su nueva vecina.

—Derecho. Es mi último curso, si todo va bien—respondió Ana.

—Yo también estudie derecho, pero solo he ejercido en el ejército. Soy


militar. Me especialice en derecho penal en su momento y siempre me ha
gustado seguir casos de ese tipo. Así que ya sabes para cualquier duda me
tienes a tu disposición—concluyo Pedro.

—Muchas gracias. Lo tendré en cuenta. Me interesa mucho en tema penal


—dijo Ana por ser amable.

—Pues cuando quieras puedes pasarte por casa y hablamos mientras


tomamos un café—se ofreció Pedro.

—Lo hare. Hasta luego—dijo Ana a modo de despedida.

Ana se giro mostrando su espalda prácticamente desnuda, solo atravesada


por los finos cordones del bikini. Y su pareo prácticamente transparente, dejo
ver su brasileña que dejaba su perfecto culo a la entera disposición de las
miradas de Pedro y Marta. Marta que se dio cuenta de las miradas de Pedro
sobre el cuerpo de Ana cuando esta volvía a la piscina.

—Disculpa su indumentaria, acaba de llegar de Mallorca y estaba en la


piscina. Ya te puedes imaginar que hay en las islas son mucho más liberales
en las costumbres que aquí. Además si lo juntas con la juventud, ya ves—se
disculpo Marta.

—No tienes porque disculparte Marta. No pasa nada, lo entiendo


perfectamente. ¿Dónde está el cepillo que solucione ese estropicio?—
pregunto finalmente Pedro con intención de acceder al jardín.

—Déjalo Pedro, no hace falta que te molestes hoy, yo me encargare de


recogerlo más tarde. Ana está en la piscina y no quiero que se sienta
incomoda en su primer día en casa.

—Lo comprendo perfectamente, no te preocupes, procurare que no vuelva


a pasar—dijo resignado Pedro.

—Gracias, nos vemos—se despidió Marta.

—Adiós—fue la despedida de Pedro.

Marta cerró la puerta y volvió a su habitación para continuar con la lectura,


antes de que Javier y los chicos llegasen. Una vez en el dormitorio volvió a
mirar por la ventana. Ana estaba de pie junto a la piscina y dio unos pasos
alrededor, observando si alguien podía verla. Marta supuso que fue lo mismo
que hizo la primera vez que bajo a la piscina. Cuando pareció que estaba
segura que no había miradas indiscretas se quito el minúsculo pareo y lo dejo
junto a la hamaca, después desanudo la parte superior de su bikini, la dejo
junto al pareo. Camino hasta uno de los extremos de la piscina y volvió a
mirar a su alrededor. Ana metió un par de dedos a cada lado de su cintura en
el elástico de la braguita del bikini, la bajo a lo largo de sus piernas,
quedando totalmente desnuda. Marta no podía creer lo que estaba viendo.
Pudo comprobar que no había marcas blancas en la piel que ocultaba su
bikini de miradas indiscretas y todo su cuerpo tenía un uniforme y precioso
color dorado. Después, de un salto Ana se lanzo de cabeza a la piscina,
estirando su hermoso cuerpo para hacer una entrada perfecta en el agua. Nada
sumergida un par de largos antes de salir a tomar aire. Marta no pudo evitar
mirar hacia la casa de Pedro, afortunadamente no estaba en su observatorio
habitual y se estaba perdiendo el maravilloso espectáculo que Ana le estaba
brindando. Ana seguía nadando, haciendo un largo tras otro a un buen ritmo,
era incansable. Marta había perdido la cuenta de las veces que había recorrido
la piscina cuando Ana se detuvo en el extremo desde el que se había lanzado
al agua. Se apoyo en el borde de la piscina y volvió a observar a su alrededor.
Tomo impulso y salió del agua de un salto. En esta ocasión, Marta, pudo ver
la parte delantera del cuerpo de Ana. Ya que cuando se quito el bikini solo
vio su hermoso trasero. Ahora podía ver como el agua escurría por su pecho,
su abdomen firme y plano y por su sexo, que tenia completamente depilado.
Ana cogió la braguita del bikini y se la puso. Fue hasta la hamaca y se tumbo
nuevamente a tomar el sol para devolver la calidad perdida a su piel.

Marta excitada por lo que había visto intento concentrarse nuevamente en


su libro pero le era imposible, no podía apartar de su mente el precioso
cuerpo de la nueva habitante de la casa. El sonido del timbre la hizo regresar
a la realidad. Fue a abrir eran sus dos hijos Olga y Carlos. Antes de que estos
se perdiesen en sus respectivas habitaciones hasta la hora de la cena Marta les
quiso presentar al nuevo miembro de la familia. Salieron al jardín donde Ana
seguía en la piscina.

—Mira Ana estos son mis hijos, Olga y Carlos—dijo Marta presentando a
Ana a sus hijos.

—Hola encantada – respondió Ana.

A Carlos, se le fueron los ojos derechos a los pechos de Ana. Y su


miembro salto dentro de su pantalón cuando los sintió sobre su pecho cuando
Ana se le acerco para darle dos besos.

—Que bien, otra chica en casa, seguro que nos lo pasamos bien juntas,
¿has colocado ya tu ropa? ¿Quieres que te ayude? – preguntó Olga.

—No he traído prácticamente nada de equipaje solo lo imprescindible,


llegaran mañana todas mis cosas así que si quieres mañana puedes ayudarme
a colocar todo – respondió Ana.

—Vale, así podemos pasar la tarde y nos vamos conociendo – dijo Olga.

Tras las presentaciones Ana subió a darse una ducha rápida para quitarse el
cloro de la piscina y vestirse para la cena. Cuando Ana bajo al comedor
Javier ya estaba en casa y todos la esperan en la mesa. La joven se retiró a su
habitación justo después de cenar puesto que estaba agotada del viaje.

La mañana siguiente Ana la paso haciendo compras decorar a su gusto su


nuevo alojamiento. Cuando regreso a casa ya tenía todas sus cosas en la
habitación. Y a primera hora de la tarde unos operarios entregaban y
colocaban todo lo que había comprado unas horas antes.

Después de pasar un rato en la piscina tras la comida, las dos jóvenes,


subieron a la buhardilla, una vez allí, Ana coloco una maleta encima de su
cama y abrió los dos armarios que tenia.

Ambas jóvenes, sacaban prendas de las maletas, y las colocaban en el


armario, Olga con 18 años recién cumplidos, alucinaba con alguna ropa de
Ana, minifaldas, tops ajustados, tangas muy sexys, eran la mayoría de
prendas que sacaba, hasta que de pronto Olga alucino, en el fondo de una de
las maletas, debajo de toda la ropa, había un consolador negro de tamaño
gigante, unas bolas chinas y un arnés consolador.

—Toma esto colócalo tu donde quieras – dijo Olga colorada como un


tomate.

—Joder, con los juguetitos, los suelo llevar guardados en una bolsa de
aseo, pero ayer en el aeropuerto, el vigilante del escáner quiso, ponerse
cachondo – respondió Ana con total naturalidad.

—¿A sí? ¿por qué? – preguntó Olga curiosa.

—Porque mientras pasaba la maleta por el escáner vió lo que había y


haciéndose el gracioso, delante de sus compañeros, me obligó a abrir la
maleta para ver lo que había en la bolsa, y claro tuve que sacar las bolas, el
arnés y el consolador, delante de toda la sala de embarque.

—Joder que corte, ¿no? – comento Olga pensando en la situación tan


delicada.

—Bueno si, pero tendrías que haber visto sus pollas como crecian en un
momento – dijo Ana sonriendo.

—Bueno. ¿Esto lo utilizas de forma habitual? Esto sé lo que es – dijo


cogiendo el consolador — pero estos dos juguetes ¿Para que los utilizas? –
pregunto con curiosidad Olga.

—Mira esto son dos bolas chinas, te las metes en el coño y vas con ellas
dentro de tu vagina, no te imaginas el placer que dan cuando andas, cuando
saltas, te mueves, subes caleras y esto es un arnés se coloca así – explicó
Ana.

Ana cogió el arnés, lo coloco en las caderas de Olga quedando esta con una
estampa perfecta con ese falo color carne entre sus piernas.

—Y con esto haces de hombre con alguna chica ¿no? – pregunto


nuevamente curiosa Olga.

—Si ya sabes cuando quieras probamos – Respondió Ana sonriendo y la


joven Olga se puso de nuevo colorada ante la frase de Ana.

—¿Eres lesbiana? – pregunto Olga con algo de timidez.

—No, prefiero considerarme bisexual o si lo prefieres heterosexual


curiosa. Soy sexualmente muy activa, me gusta probarlo todo, ya he probado
mucho, pero siempre hay cosas que aprender – respondió Ana de nuevo con
naturalidad a la pregunta de Olga.

En ese momento la puerta de la buhardilla se abrió, Marta, la madre de


Olga, que subía para ver si podía ayudar, por poco sufre un infarto cuando
vio a su hija con el juguete de Ana puesto.

—¡Pero Olga! – grito Marta.

Ante el grito dado por su madre, Carlos el hijo de esta, subió las escaleras
para ver qué pasaba, cuando vio a su hermana así, no daba crédito.

—¿Pero qué está pasando aquí? – pregunto Marta muy enfada.

—Nada mama Ana me estaba enseñando sus juguetes – respondió Olga un


poco cohibida por la reacción de su madre.
Carlos sonreía alucinado, miraba a su hermana y a Ana ambas aun seguían
solo con el bikini tanga puesto, con sus pezones de punta. El chico no puedo
evitar una nueva erección, jamás había mirado con aquellos ojos a su
hermana.

—Quítate eso y vete a tu habitación – le dijo Marta a su hija enfadada.

Olga se quito el arnés y se marcho de la buhardilla. Su hermano Carlos


viendo el enfado de su madre hizo lo mismo y ambos bajaron las escaleras
dejando a solas a Marta y Ana. Entonces Marta dijo:

—¿Se puede saber que estabas haciendo con mi hija? ¿No te das cuenta
que tienes solo 18 años? – dijo Marta enfadada.

—Marta no te pongas así, no ha pasado nada, solo hemos deshecho mis


maletas y ha tenido curiosidad por mis juguetes, nada más – respondió Ana
sin dar importancia a lo sucedido.

—¿Nada mas? ¿Te parece poco el colocarle a mi hija ese arnés? No voy a
permitir que vengas a mi casa a crear malas influencias sobre mis hijos,
cuando venga Javier hablaremos… — continuo visiblemente alterada Marta.

—Perfecto, cuando venga Javier hablamos, sabes Marta no puedo con la


doble moral… — respondió Ana en tono desafiante.

—¿A qué te refieres? – pregunto Marta en el mismo tono.

—Pues eso que cuando venga Javier hablamos, le contamos todo lo que
ocurrió ayer por la tarde… te crees que no me di cuenta de cómo te
masturbabas mientras tomaba el sol en la piscina, y como el vecino de
enfrente se estaba haciendo una paja ¿eso también se lo vas a contar a tu
marido? – respondió Ana con seguridad. Marta se puso colorada como un
tomate, ante la acusación de Ana, la joven llevaba razón, Marta había perdido
los papeles en esa situación y ahora no sabía que contestar — Mira Marta, no
voy a hablar más del tema, Javier y tú habéis querido que yo me instale aquí,
ahora tenéis que asumir las consecuencias. Yo no voy a cambiar de un día
para otro, soy como soy, y ahora si me disculpas me voy a duchar – concluyó
Ana.

Ana miro fijamente a Marta que estaba muy enfadada, bajo sus manos por
su cintura hasta llegar a la tira del tanga blanco que llevaba, empezó a
bajárselo hasta quitárselo completamente, cuando se encontraba desnuda
frente a Marta.

—¿Dónde puedo dejar la ropa sucia? Voy a darme una ducha – preguntó
Ana con su minúsculo tanga en la mano en un tono chulesco.

—En el baño tienes un cesto – Respondió Marta mirando el cuerpo


perfecto de Ana.

Ana se fue caminando hacia el cuarto de baño que había en la plata inferior
a la buhardilla ante la mirada de Marta.

—Podrías ir vestida por la casa por lo menos – dijo Marta indignada.

—Tú lo has dicho Marta podría… — fue la descarada respuesta de Ana.

Ana salió de la buhardilla y bajo las escaleras hacia el baño. Marta siguió
mirando el precioso culo que tenia Ana. Pero, Marta, no daba crédito del
poco pudor que esta mostraba. Marta nunca había sido retrograda en su forma
de pensar respecto al sexo, pero lo de Ana en pocas horas la había dejado sin
palabras.

Cuando Ana se disponía a entrar en el baño Carlos salía de su habitación.


Cuando vio a la chica totalmente desnuda su miembro reacciono
inmediatamente, se quedo quieto, con los ojos y la boca muy abiertos.

—Carlos, cierra la boca o te entraran moscas — fue el comentario de Ana


al tiempo que cerraba la puerta tras de sí.

Carlos volvió a entrar en su habitación dispuesto a calmar su excitación


haciéndose una buena paja antes de cenar. Pensó que Ana no llevaba ni 48
horas en casa, ya la había visto totalmente desnuda y a su hermana con una
polla de por lo menos 20 cm.
Javier se disponía a subir a la buhardilla cuando Marta ya bajaba.

—Hola ¿Qué pasa? Me ha parecido oír a Olga llorando en su habitación –


pregunto Javier a su mujer.

—Nada, nuestra invitada se ha traído unos cuantos juguetitos y se los


estaba enseñando a la niña – respondió Marta.

—¿Qué juguetes? – pregunto Javier curioso.

—Pues un consolador, unas bolas chinas y le había puesto un arnés con


una polla de veinte centímetros a Olga – respondió Marta.

—¿Y por eso llora Olga? – volvió a preguntar Javier sorprendido ya que lo
sucedido no era para tanto.

—Es que he regañado a Olga – le respondió Olga a Javier.

—A saber lo que haga por ahí con su novio cuando sale. No deberías
haberle dado importancia. Además a nosotros también nos gusta usarlos –
dijo quitando importancia a lo sucedido.

—Pero nosotros somos adultos y lo que haga con su novio prefiero no


saberlo – dijo Marta para justificarse.

—Vale, pero no te pongas así que no ha sido para tanto. ¿O ha pasado algo
más? – se intereso Javier.

—Que se me ha puesto chulita la niña – se quejó Marta algo molesta aún.

—¿Olga? – pregunto extrañado Javier.

—No, Ana, me ha amenazado con contarte que me masturbe ayer mientras


ella estaba en la piscina y que el vecino bueno… ya sabes cómo anda.
Además se ha desnudado delante de mí y ha bajado así al baño. Y para colmo
me dice que hace lo que da la gana – explico Marta a su marido.
—¿Quieres que hable con ella? – se ofreció Javier para mediar.

—Creo que si – acepto Marta.

Después de la ducha, Ana, subió envuelta en una toalla a su habitación


después de haber recapacitado un poco tras lo sucedido.

Marta hizo la cena como todas las noches. Durante la cena, había cierta
tensión en la mesa. Todos se miraban con recelo. Nadie decía nada salvo
algún comentario intranscendente. Cuando terminaron de cenar.

—Ana, puedes venir un momento a mi despacho, quiero hablar contigo –


pidió Javier a su joven invitada.

—¿Es necesario?— pregunto Ana en tono chulesco.

—Sí, es necesario – respondió Javier con seriedad.

Ambos fueron al despacho, entraron y se sentaron uno frente al otro con la


mesa de trabajo de Javier entre ambos.

—Ya veo que Marta te ha ido con el cuento de lo de esta tarde – dijo Ana
arrogante.

—Algo me ha contado – dijo tranquilo Javier.

—¿Te ha contado todo? – interrogo Ana para poner a Marta en evidencia


ante su marido.

—Te refieres a lo sucedido ayer con del vecino y que se masturbo –


continuó Javier con tranquilidad.

—Ya veo que sí – dijo Ana algo decepcionada.

—Mira Ana, me parece genial que experimentes cosas, que uses juguetes o
lo que te dé la gana. Yo cuando tenía tu edad también hacía de todo. Pero
entiende que ahora estas en mi casa y hay que seguir unas mínimas normas
de convivencia. Eso de bajar desnuda al baño… bueno… entiendo que seas
muy liberal y no te importe enseñar tu cuerpo, lo respeto, pero digamos que
aquí no estamos acostumbrados a encontrarnos a una invitada desnuda por el
pasillo. Si te hubiese visto Carlos ¿Qué? Es aun un crio – expuso con calma
Javier.

—Me ha visto – dijo Ana algo cortada al reconocer el hecho ante Javier.

—¿Qué ha hecho? – se intereso Javier.

—Nada quedarse con la boca abierta. Supongo que luego habrá ido a
cascársela – respondió Ana recuperando su seguridad perdida por un
momento.

—A eso me refiero. De sobra se que, Carlos, se la casca cuando le apetece,


está en la edad, pero vamos a intentar no provocar. Y con Olga… bueno… sé
que hablareis de vuestras cosas… tu se ve que tienes mucha más experiencia
que ella… solo te pido que no… que todo lo que comentéis sobre sexo sea
dentro de un orden y procura que Marta no se entere – le pidió sin alterarse
en ningún momento Javier.

—Si no hacíamos nada, solo me pregunto que era, se lo dije y le enseñe


como se colocaba, no hubo nada más – se justificó Ana.

—Lo sé – dijo Javier, dejándole ver que él estaba de vuelta de todo en esos
temas.

—¿Puedo irme? – pregunto Ana mucho mas sumisa.

—Un momento. En el futuro procura respetar un poco más a Marta – le


pidió Javier.

—Vale, lo siento, pero si fuera tan abierta como tú sería más fácil – se
disculpo Ana.

—Lo es, como yo o más, solo que no se esperaba encontrarse a su hija con
esa imagen – justifico Javier a Marta.

—Le pediré disculpas. Por cierto puedo usar más tarde tu ordenar hasta
que mañana Carlos me ayude a instalar el mío. Y por cierto, mañana tengo
que ir a la universidad a formalizar la matricula y hacer un papeleo ¿podrás
llevarme? – dijo Ana conciliadora disculpándose.

—Claro puedes usarlo no hay ningún problema. No te preocupes yo te


acercare a la facultad – se ofreció Javier.

—Gracias. Siento lo sucedido – volvió a disculparse Ana.

Ana salió del despacho de Javier y fue a la cocina. Los chicos estaban en el
salón viendo una película. Marta estaba colocando algunas cosas y Ana se
puso a ayudarla en silencio. Después de unos minutos, cuando el silencio se
empezaba hacer incomodo.

—Marta, siento lo sucedido esta tarde. No se volverá a repetir. No era mi


intención en ningún momento hacer nada con Olga. Lo siento de verdad – se
disculpo Ana.

—No te preocupes esta todo olvidado – dijo Marta aceptando la disculpa


de Ana.

—Gracias – dijo Ana, salió de la cocina y subió a su habitación para


terminar de colocar sus cosas en su nueva habitación.

Cuando Marta y Javier decidieron marcharse a la cama los chicos hacia ya


un rato que se habían retirado a sus habitaciones. Se encontraron con Ana que
bajaba.

—¿Dónde vas ahora? Es tarde – pregunto Javier.

—Voy a consultar unas cosas en Internet como te dije. He preferido


hacerlo ahora para no molestarte – respondió Ana.

—Está bien – dijo Javier.


—No te quedes hasta muy tarde – aconsejo Marta.

—Descuida enseguida subiré a mi habitación – dijo Ana.

—Buenas noches – se despidió Javier.

—Hasta mañana – hizo lo mismo Marta.

—Que descanséis – dijo Ana despidiéndose de ambos.

A las cuatro de la mañana Javier se despertó con sed y bajo a la cocina a


por un vaso de agua. Vio luz en su despacho, era tarde y pensó que Ana se la
habría dejado encendida por descuido. Javier de todos modos se aproximo a
la puerta que permanecía abierta con sigilo. Ana seguía despierta. Al día
siguiente tenían que ir temprano a la universidad.

Cuando miró desde la puerta, se quedó alucinado de lo que vio, Ana estaba
frente al ordenador con unos cascos puestos, sentada en su sillón y viendo un
video sado. Donde se podía ver como a una joven la tenían atada a una mesa
y cuatro hombres se iban turnando para follarla desde atrás, sus dos agujeros.
Ana llevaba puesto un pantalón corto color naranja y una camiseta de
tirantes. Tras un rato allí viendo lo que hacía, decidió volver a acostarme, con
una erección de caballo.

A la mañana siguiente, a las siete de la mañana como todos los días, Marta
y Javier se pusieron en pie para ir a trabajar, mientras Javier se metía en la
ducha, Marta, fue a llamar a Ana. Javier ya había salido ya de la ducha y
escucho gritos desde la buhardilla, Marta bajó enfadada.

—¿Qué pasa que son esas voces? – pregunto Javier.

—La niña esta…, que dice que no va a la universidad, que tiene sueño –
respondió Marta a su marido.

—Normal. Anoche me levante a beber agua y a las cuatro de la mañana,


estaba viendo videos porno en el ordenador, con unos cascos puestos – dijo
Javier justificando lo sucedido.

—Venga ya. Lo que nos faltaba – dijo Marta algo enfadada por el nuevo
suceso.

—Era una página de videos de sado y dominación, una joven atada a una
mesa de pies y manos, se la follaban a turnos cuatro tipos, uno detrás de otro,
a la vez que le daban azotes en el culo, hasta dejarlo rojo como un tomate –
explico Javier a su mujer lo que estaba viendo su invitada.

—Eso es lo que vamos a tener que hacer con ella, darle unos azotes, o
mandarla con sus padres de vuelta a Mallorca, ya te digo yo que esta va hoy a
la universidad – fue el comentario de Marta.

—Pues tu primer intento de despertarla no ha tenido mucho éxito ¿subes tú


o yo? – dijo Javier sonriendo.

—Prueba tú, yo me voy a duchar mientras, a ver si tienes más suerte – dijo
Marta rindiéndose.

Javier no se paró a pensar que subía a la buhardilla solo vestido con el


bóxer, subió rápido las escaleras y cuando llegó a la cama, donde Ana
dormía, tiró con fuerza de las sabanas hacia atrás, dejando ver el cuerpo de
esta, que descansaba vestida con una camiseta de tirantes y un tanga, ese
movimiento rápido por parte de Javier la asusto y se despertó sobresaltada.

—¿Qué haces? – grito Ana.

—Ve a ducharte ahora mismo, te vistes y vamos a la universidad, mi


trabajo esta de camino, te dejare yo mismo allí – dijo calmado Javier pero
autoritario.

La voz de Javier y su orden la dejaron perpleja, pero quiso retarle y volvió


a intentar coger las sabanas para arroparse, pero el más fuerte que ella, quito
las sabanas de sus manos y las volvió a echar con fuerza para atrás, ella vio
que iba en serio.
—¿Quién te has creído, para darme ordenes a mí? – pregunto Ana
enfadada.

—Mira niñata, ahora vives en mi casa, las normas las pongo yo, espero que
te quede claro, no te lo voy a volver a repetir, ve a la ducha y vístete para ir a
la universidad – dijo con el mismo todo autoritario pero calmado de antes. Al
decir esas palabras, una extraña sensación recorrió su cuerpo y el hecho de
llevar solo el bóxer puesto, le delato, cosa que Ana advirtió.

—Vaya, vaya, a si que a Javier le gusta mandar ¿no? – dijo Ana en tono
pícaro.

— Vete a la ducha – sentencio finalmente Javier.

Ana se levanto de la cama, y fue a su armario a coger ropa, paso muy cerca
de él, le dio la espalda y pudo ver, lo bien que le quedaba el tanga, tenía un
culo perfecto, esa visión no ayudaba nada a que su polla se relajara, ella se
agachó para abrir, el cajón de abajo del armario, dándole una imagen
increíble de su culo, y provocándole descaradamente, tuvo fuerzas suficientes
para bajar a su habitación y no follarse el culo de Ana en ese mismo
momento.

Javier termino de vestirse y desayuno con Marta, al rato Ana bajo a


desayunar con ellos, estaba mucho más simpática. Ana vestía un top de dolor
turquesa y un short de color negro tipo exploradora. El pelo lo llevaba suelto
y ondulado sobre sus hombros desnudos. En su canalillo descansaban sus
gafas de sol. Ana les pidió unas llaves para entrar en casa por si llegaba antes
que ellos y los chicos no estaban, se las dieron. Marta la miro sorprendida por
su cambio. Marta se fue en su coche al trabajo y Javier llevo a Ana a la
universidad. Por el camino Ana se intereso por los horarios de la familia.

—¿A qué hora llegáis a casa? – pregunto Ana a Javier mientras conducía.

—Solemos llegar sobre las seis de la tarde de lunes a jueves – respondió


Javier.

—¿Y los chicos? – continuó interesándose Ana.


—Ellos ahora hasta que empiecen las clases normalmente no tienen un
horario muy regular, pero casi siempre suelen regresar a la hora de la comida
y de la cena. ¿Por qué ese interés? – aclaró Javier y se intereso por tanta
pregunta.

—Me gustaría adaptarme a los horarios de la familia y no meterme en líos


– dijo Ana en tono conciliador.

—Eso está bien. La escenita de esta mañana no debe repetirse ni lo


sucedido ayer – dijo Javier satisfecho por el aparente cambio de aptitud de La
joven.

—Tranquilo Javier no se volverá a repetir – confirmo Ana.

Esta última frase a Javier le sonó sugerente. No podía dejar de mirar a Ana
de reojo mientras conducía. Estaba claro que no se había puesto sujetador y
los pezones de la joven se insinuaban claramente sin dejar nada a la
imaginación. Su miraba también recorría las largas y doradas piernas de la
joven. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Javier cuando al cambiar de
marcha acaricio la suave piel del muslo de Ana que lo había aproximado a la
palanca de cambio. Javier se dio cuenta que al notar su contacto, Ana, no
retiro la pierna, la apretó un poco más a su mano. Javier la miro. Ana levanto
sus gafas y devolviendo la mirada a Javier le guiño un ojo mientras le sonrió
de manera picara. Ella coloco nuevamente las gafas en su lugar y volvió a
mirar al frente. No movió la pierna de su sitio y cada vez que Javier
accionaba la palanca de cambio sentía la suavidad y calidad de la piel de la
joven en el dorso de su mano. Cuando llegaron a la universidad Javier aparco
frente al edificio de la facultad de derecho.

—¿Sabrás volver a casa cuando termines? – pregunto Javier a su


acompañante.

—Si no te preocupes. Además tengo que aprender a manejarme en la


ciudad – respondió Ana con seguridad.

—Vale. ¿Tienes dinero? Para el metro o el autobús, o por si tienes que


coger un taxi continuó preocupándose Javier.

—Sí, no te preocupes de verdad. Si tengo cualquier problema os llamo – lo


tranquilizo Ana.

—Está bien. Que tengas un buen día – se despidió Javier.

—Tú también. Gracias por traerme — Le dijo Ana a Javier mientras abría
la puerta del coche.

Antes de bajar Ana se acerco a Javier y le dio un beso en ese lugar


indeterminado entre la mejilla y los labios. El bello de Javier se erizo al sentir
los labios de la joven tan cerca de los suyos además del tacto de su suave
mano recorriendo su antebrazo. Ana salió del coche y antes de cerrar la
puerta volvió a asomarse.

—Gracias — Volvió a decirle a Javier e hizo el gesto con sus labios como
si le besara.

Ana cerró la puerta del coche y subió las escaleras que daban acceso al
edificio. Javier no pudo apartar la mirada de la espalda y el trasero de la
chica. Ese culito perfecto se contoneaba de una manera deliciosa con cada
uno de los pasos de Ana subiendo los peldaños de la escalera. Vista desde ese
ángulo con su carpeta bajo el brazo y su bolso al hombro parecía una
inocente estudiante pero cada uno de los movimientos de su escultural cuerpo
decían todo lo contrario, quiero guerra ¿estarás a la altura? La polla de Javier
reacciono ante esa visión con vida propia igual que había sucedido esa misma
mañana. Cuando Ana entro en el edificio Javier deseo que esa escalinata
hubiese sido un poco más larga.

Javier se puso de nuevo en marcha para ir a su trabajo. Mientras conducía


por la cabeza de Javier paso un pensamiento fugaz. ¿Se le estaría insinuando?
Por su trabajo en la agencia de publicidad tenía relación prácticamente a
diario con jóvenes modelos, en alguna ocasión se le habían insinuado e
incluso alguna vez había caído en la tentación. Lo de Ana era diferente. Ana
podía ser su hija, tan solo tenía un par de años más que ella. Pero por un
instante eso en lugar de ser un inconveniente se le presento como un acicate.
Desecho ese pensamiento y volvió a la realidad cuando entro por la puerta de
su oficina.

Ana se dirigió a la secretaria de la facultad para solucionar el papeleo


pendiente que no había podido hacer desde Palma de Mallorca. Había una
cola importante la gente madrugaba para esas cosas, pensó, luego dio un
pequeño soplido para darse animo ya que tendría que pasar ahí toda la
mañana. Llevaba ms de veinte minutos en la fila y esta no se había movido ni
un solo centímetro cuando una mano la toco en el hombro.

—Ana… ¿Eres tú? – dijo un joven a su lado.

La joven se giro al sentir el contacto de la una mano en su hombro y


escuchar su nombre. Cuando vio al joven no pudo evitar sonreír y abrazarlo
al tiempo que le decía.

—¡Roberto cuanto tiempo! – exclamó Ana sorprendida.

—¡Dios estas preciosa! ¿Qué haces aquí? – se intereso Roberto por su


amiga.

—Ya ves aburrirme como una ostra para hacer el papeleo de la matricula –
informo Ana haciendo un gesto de lo que era evidente.

—¿Vas a estudiar aquí? – preguntó Roberto interés.

—Sí. Logre convencer a mis padres para estudiar mi último año aquí. ¿Y
tú? ¿Qué es de tu vida? – ahora fue Ana quien interrogó a su amigo.

—También estudio aquí. Eso no te lo esperabas, seguro – dijo Roberto


sonriendo.

—Pues la verdad no. Te hacía en alguna pequeña isla de Tailandia


disfrutando de la vida, la última vez que nos vimos ibas para allá – reconoció
Ana.

R.—Estuve unas semanas, pero se me acabo la pasta y mis padres se


negaron a darme un solo euro más si no terminaba la carrera, así pues, aquí
mi tienes – aclaró Roberto.

—Entonces nos veremos por aquí y recordaremos los buenos tiempos —


Ana no pudo evitar sonreír y morder su labio inferior al pensar en ellos.

—Ven conmigo – dijo Roberto.

—No puedo perderé el turno en la fila – expuso Ana.

—Vamos un amigo me está guardando el sitio y ya casi nos toca el turno –


insistió Roberto.

Ana y Roberto avanzaron por la fila de gente hasta llegar casi a la puerta
de la secretaria. Solo dos personas estaban delante de ellos. Robert hizo las
presentaciones.

R.—Ana, este es David, un buen colega. David, ella es Ana, ya te he


hablado de ella.

Ana y David se dieron dos besos a modo de saludo.

—Al fin conozco a la famosa Ana de la que tanto me ha hablado Robert –


dijo David.

—Espero que todas cosas buenas – respondió Ana.

—Muy buenas — dijo David sonriendo de una manera malvada, a lo que


Ana no pudo contener tampoco su sonrisa cuando miro a Roberto y este se
encogía de hombros diciendo, lo sabe todo.

Las dos personas que había delante de ellos entraron al tiempo a la


secretaría. Los siguientes serian ellos. Estuvieron hablando y poniéndose un
poco al día de sus vidas y el tiempo paso más rápido. Era el turno de Roberto
y David de solucionar el papeleo. Ana se quedo nuevamente sola pero más
animada, no tendría que perder toda la mañana en la facultad. Cuando sus
amigos salieron era su turno. Pero antes de que Ana entrase Roberto le dijo:
—Te esperamos en la cafetería, esta al final de aquel pasillo, cuando
termines pásate por allí.

—Descuida – contestó Ana.

Los jóvenes se marcharon camino de la cafetería y ella entro a formalizar


el papeleo pendiente. Tardo algo más de lo esperado ya que hubo unos
ligeros problemas con el traslado de su expediente pero afortunadamente
lograron solucionarlo. Cuando termino pensó que Robert y David ya se
habrían marchado pero de todos modos se paso por la cafetería para tomar
algo. Cuando entro Robert la llamo desde una de las mesas. Ella se acerco, se
sentó con ellos y tomaron un refresco mientras seguían recordando los
buenos tiempos.

—Bueno chicos, yo tengo que irme – dijo pronto David.

—Sera mejor que nos marchemos todos. ¿No? — dijo Roberto mirando a
Ana.

—Por mi sí, ya he terminado aquí y no tengo nada mejor que hacer – les
informo Ana.

—Vamos entonces, yo os llevo donde queráis en el coche – se ofreció


Roberto.

Los tres salieron y fueron hasta el coche de Roberto. Un BMV serie 3,


descapotable de color negro. David subió atrás y Ana se acomodo en el
asiento del copiloto junto a Roberto. Este plegó la capota y se pusieron en
marcha. Dejarían primero a Ana en su casa pues era la que les pillaba mejor
en su recorrido. Roberto mientras conducía no dejaba de mirar a su vieja
amiga. Se veía reflejado en el espejo de sus gafas de sol y cuando observaba
como ondeaba su pelo rubio mientras le sonreía recordaba esas inolvidables
semanas en Mikonos. Cuando llegaron a la nueva residencia de Ana pararon
frente a la puerta que daba acceso al garaje de la casa.

—Pasad un momento y nos tomamos una cerveza antes de que os vayáis a


casa – dijo Ana con amabilidad.

—Déjalo quedamos otro día. No queremos molestar – contestó Roberto.

—Sí, quedamos otro día, yo tengo prisa – añadió David.

—Venga chicos, no hay nadie en casa, y lo único que hare será aburrirme –
insistió Ana.

—Venga vale, pero solo una – acepto finalmente Roberto.

—Una y nos vamos – también acepto David.

Robert pulso un botón del salpicadero y la capota del vehículo volvió a su


lugar. Bajaron los tres del coche y entraron en la casa, precedidos por Ana.
Fueron directamente al salón donde se acomodaron mientras Ana fue a la
cocina a buscar unas cervezas y algo de picar.

Encontró cerveza bien fría en el frigorífico y en uno de los armarios una


bolsa de patatas fritas. Abrió las cervezas y fue al salón junto con sus amigos.
Roberto y David jugaban con el mando a distancia mientras hablaban y se
bebían la cerveza. Pararon en un canal donde ponían Californication,
precisamente en una escena donde los protagonistas se estaban liando. Ana se
fijo en la entrepierna de Roberto donde algo empezaba a crecer, cuando miro
la de David vio que la escena estaba teniendo el mismo efecto.

Ana estaba sentada entre ambos chicos. Roberto sin decir nada cogió la
mano de Ana y la puso sobre la entrepierna de David. Ana tomó con la mayor
naturalidad del mundo el gesto de Roberto y noto como la polla de David
crecía bajo su mano. Este no se podía creer que esa preciosa chica le
estuviese acariciando el paquete. Ana besó a David. Este se quedo un poco
parado pero luego reaccionó y correspondió al beso con entusiasmo, sus
lenguas se peleaban en el interior de sus bocas. Ana sentía como unas manos
acariciaban su cuerpo pero no podían ser las de David. Eran los dos chicos,
los que recorrían con sus manos el cuerpo de Ana. Se habían introducido bajo
su top, Roberto jugaba con uno de sus pezones. Ana se giro y beso a Roberto,
luego volvió a besar a David, bajo la cremallera del pantalón de Roberto y
finalmente también la del pantalón de David.

Ana se fundió en un profundo beso con su viejo amigo mientras la mano


de David se había abierto paso entre su short y ya jugaba bajo su diminuto
tanga acariciando su delicioso clítoris sin prisa pero sin pausa. Roberto
dirigió una de sus manos a ese punto que sabía con seguridad que a ella la
vuelve loca, pero encuentra su objetivo ocupado por la mano de su
compañero. Mientras tanto, las manos de Ana recorren la longitud de dos
hermosas vergas plenas de vigor que estaban a su entera disposición.

Aquella mañana con las prisas y la discusión con Ana, Javier, se dejo el
teléfono móvil en casa. Después de una importante reunión que había tenido
a primera hora de la mañana aprovecho para salir e ir a casa o recogerlo. No
podía vivir sin su teléfono. Cuando llego a casa le cabreo muchísimo que
hubiese un coche aparcado justo en la puerta de la entrada al garaje por lo que
tuvo que buscar otro aparcamiento e ir caminando hasta casa. Al llegar a la
puerta vio que Ana o Marta habían vuelto a casa puesto que la puerta no
estaba cerrada con llave. Iba a entrar a su despacho a recoger su teléfono
cuando unos ruidos en el salón llamaron su atención. Camino sigiloso y se
asomo con cuidado a una de las puertas. No podía ser lo que estaba viendo,
era Ana la que estaba en casa, pero no sola, dos chicos la acompañaban. Pero
no se sorprendió que no estuviese sola, sino lo que estaban haciendo. Su
primer impulso fue entrar en el salón y detener aquello pero no pudo, esa
visión había hecho que su polla creciese escondida en su pantalón y de
manera inconsciente una de sus manos ya la estaba acariciando. Freno su
impulso y observo la escena.

Los tres jóvenes se levantaron del sofá. Ana se deshizo del polo y del
pantalón de unos de los chicos. Y un instante después hizo lo mismo con el
otro. Mientras ambos muchachos despojaban a Ana del top que tenía
arrugado en la cintura dejando sus deliciosos pechos al aire y luego mientras
uno la levantaba en volandas el otro le quito su pantaloncito y su pequeño
tanga. Roberto lanzó el tanga de Ana hacia tras cayendo cerca de la puerta
donde Javier se ocultaba.

Javier no pudo resistirse, se agacho y cogió la preciada prenda con cuidado


para ocultarse de nuevo. Vio como la pequeña porción de tela estaba casi
transparente por la humedad de los fluidos que habían manado del cuerpo de
esa diosa que eso dos niñatos estaban disfrutando. Lo llego a su nariz y aspiro
profundamente el aroma de la joven. Era delicioso. El también quería
disfrutar de ese cuerpo, saborear esos jugos y aspirar ese olor directamente de
la fuente. Libero su miembro de la presión de su bóxer y empezó a
masturbarse con la delicada prenda envolviendo su polla.

Ana, de rodillas en el suelo comía con ansia la verga de David, regalándole


la mejor mamada que le habían hecho en su vida. Luego la joven se puso de
rodillas en el sofá con David entre las piernas, comenzó a besarle la cara, los
ojos, la nariz, su boca, el cuello, bajó por su pecho, se centro en sus pezones,
los mordió, los chupo y tiro de ellos con sus dientes.

La mente de Javier no paraba de pensar como seria sentir esos labios en su


cuerpo. Sería sencillo, solo tendría que entrar en el salón, echar a esos niñatos
y disfrutar de esa endiablada joven que se estaba apoderando de su mente.
Pero no podía, estaba paralizado, no podía apartar la vista de la escena que
protagonizaban los tres jóvenes, la única parte de su cuerpo que se movía era
su brazo mientras se hacia una de las mejores pajas de su vida.

Esa boca hambrienta de más se canso de los pezones de David y continuó


su viaje. La imparable y juguetona lengua de Ana lamió, repaso cada uno de
los músculos del abdomen de ese muchacho que con los ojos cerrados y la
cabeza apoyada en el respaldo disfrutaba del paraíso. La cabeza de Ana se
perdió entre las piernas de David, sus dientes mordieron sus huevos tirando
de ellos antes de tomar la dilatada polla entre sus labios. Comenzó a tragarla,
despacio, para que David notara en avance de su boca entorno a su polla.
Cuando Ana la tuvo totalmente dentro, cuando su nariz choco con el vello
púbico del muchacho se quedo quieta, mientras su lengua giraba alrededor de
ese pedazo de carne que invadía su garganta. Luego la fue sacando poco a
poco y cuando estuvo fuera, sus dientes descubrieron completamente esa
apetecible seta que su lengua no paraba de repasar mientras sus labios lo
sorbían sin descanso.

Javier deseaba estar en el lugar de ese crio y ser él quien se follase esa
preciosa boca. En ese momento hubiese dado cualquier cosa por sentir en su
inflamada verga el trabajo que la lengua y la boca de Ana estaban haciendo.
Cuando Ana noto que David estaba a punto de terminar abandono su polla
y volvió a besar sus labios compartiendo con él el sabor de su propio sexo.
David sacó un condón e intentaba ponérselo a duras penas. Una vez David
tuvo plastificado su miembro tomo a Ana por la cintura apartándola de él. Se
puso de pie y coloco a la perversa joven de espaldas a él apoyada en el sofá.
Abrió sus piernas y, sin previo aviso, metió de un solo golpe su polla en el
encharcado coño de Ana.

Ella gritó de placer al sentir semejante miembro en su interior taladrándola


con cada una de las rápidas y profundas embestidas de David. El chico no
aguantó más y su polla empieza a lanzar chorros de leche en el interior de la
joven, contenidos por la fina capa de látex que los separa. David salió del
interior de su coño, se apartó, se quitó el condón y lo dejo caer junto al sofá.

—Lo siento, me he corrido muy rápido y no has disfrutado nada. – se


disculpo David con su joven amante.

La repuesta de esta no fueron palabras, sino un par de gestos; se mordió su


labio inferior de manera sensual y tomándolo por el cuello le dio un largo y
profundo beso hasta dejarlo sin aliento.

Javier mordía su puño para callar sus jadeos y no gritar de rabia mientras
su mano no paraba de recorrer su miembro con la fina tela del tanga. El si
habría sabido hacerla disfrutar. Él si le habría arrancado una interminable
cadena de orgasmos que la habría dejado rendida, pero tenía que conformarse
de momento con pajearse viéndola disfrutar con un par de críos inútiles.

Los ojos de Ana se fijaron en Roberto que estaba al otro lado del sofá,
desnudo, acariciando despacio su miembro erecto con mucha calma mientras
no perdía detalle del juego de sus amigos. Ana se dirigió a él, inclinándose
sobre su entrepierna para comenzar una rica una mamada. Ana hace que
Roberto se tienda en el sofá para iniciar un nuevo recorrido como el realizado
sobre el cuerpo de su amigo. Pero en esta ocasión hubo algo diferente.
Cuando Ana disfrutaba del sabor de la barra de carne de Roberto, de ese
sabor que ya había degustado y que le era familiar, David se situó tras ella,
sus manos amasaron sus duras y sensibles tetas, mientras las de Roberto
hacían suyas la redondez y dureza de su culo. Las caricias que ambos jóvenes
iniciaron en el cuerpo de Ana la pusieron a cien. Los labios de David la
recorrían desde el cuello hasta el sensible orificio de su ano y los de Roberto
besaban la firmeza de sus pechos, al tiempo que sus dientes y su lengua
destrozaban de gusto la dureza de sus pezones.

Los gemidos y los gritos de Ana subían en volumen conforme el placer


invadía su cuerpo. Javier, sin dejar de menear su polla, empezaba a temer por
los vecinos. Sobre todo por Pedro, que se pasaba la vida en el jardín
intentando pillar algo. Si lo estaba escuchando, seguro que estaba
disfrutando, pero no tanto como él.

Ana estaba a punto de correrse del maravilloso trabajo que hacían las
manos de sus amigos en todo su cuerpo. Entonces notó como la polla de
Roberto penetraba su caliente y húmeda intimidad deseosa de placer, pero
aun le aguardaba otra sorpresa. David estaba entrando por la puerta de atrás,
le estaba partiendo su culito en dos, ¡y le encantaba! Los dos muchachos
empezaron los rítmicos movimientos. Sacaban sus pollas de los orificios de
su amiga hasta la mitad para después volvérsela a clavar un poco más hondo.
Ana sentía como los dos invasores chocaban dentro de ella tan solo separadas
por la fina membrana que independizaba ambos agujeros y esa sensación de
sentirse completamente llena la hacía correrse sin parar encadenando un
orgasmo tras otro mientras sus amigos aceleraban el ritmo de su penetración.

Los fluidos de Ana manaban como si de una fuente se tratase empapando


sus muslos y los de sus dos amantes. Entonces Roberto exploto en su interior
en un largo y prolongado orgasmo sin dejar de moverse dentro de ella. David
no pudo contenerse y lleno con su leche el culo de Ana, esta rebosaba
corriendo por las piernas de ambos con sus últimas envestidas.

Cuando los tres jóvenes cayeron extenuados y enredados en el sofá, Javier


por fin dejo salir lo que llevaba rato conteniendo. Se corrió en el tanga de
Ana recogiendo con ella toda su leche mientras veía la cara de placer y lujuria
de esa joven que había invadido su casa y su mente. Fue entonces cuando el
sonido de una llave entrando en la cerradura lo saco de su ensimismamiento.
Javier guardo su aun inflamada polla dentro de su pantalón precipitadamente.
Se dirigió a la puerta guardando el pringoso tanga de Ana en su bolsillo e
intentando recomponer su aspecto. Cuando la puerta de se abrió Olga
apareció tras ella.

—¡Papá! – dijo Olga sorprendida al encontrarse a su padre de golpe frente


a ella.

—¿Qué haces tan pronto en casa? – pregunto él nervioso.

—Venia a por algo más de dinero para ir a comer con unas amigas. ¿Y tú
qué haces en casa? – fue la respuesta de Olga.

—He olvidado el móvil y no sé donde lo he puesto. Anda ayúdame a


buscarlo.

—Seguro que lo tienes en tu despacho – sugirió Olga.

—Vamos a ver si esta y te doy el dinero para la comida.

Padre e hija se dirigieron al despacho de Javier. Olga no pudo evitar fijarse


en el nerviosismo de su padre, en como su entrepierna estaba abultada y una
mancha de humedad empezaba a surgir en la tela de su bolsillo, así como al
pasar rápidamente junto a la puerta entreabierta del salón unas sombras se
movían de manera fugaz en el interior.

En cuanto oyeron las voces, Ana y sus amigos comenzaron a vestirse


precipitadamente esperando que de un momento a otro alguien entrase en el
salón. Metió de una patada los preservativos usados por sus amigos bajo el
sofá, secaron con pañuelos el cuero de los asientos del sofá y se sentaron
como si nada hubiese pasado. Ana busco su tanga sin éxito por toda la
habitación mientras Roberto y David terminaban de adecentar su aspecto ya
sentados.

Nada más entrar en el despacho Olga se fijo en el teléfono móvil de su


padre que descansaba sobre el escritorio. Fue hasta él y cogiéndolo le dijo:

—Mira donde lo tienes. No sé como lo habrás buscado pero cada día estás
mas despistado, no pierdes la cabeza por que la tienes pegada a los hombros.
J.—Es cierto hija, no sé qué haría yo sin ti.

O.—Ya. Bueno, ¿me das algo de dinero?

—¿Tienes bastante con cincuenta euros?

—Con veinte sería suficiente pero si me das cincuenta mejor.

Javier cogió su cartera y saco un billete de cincuenta que entrego a su hija.


Esta se lo agradeció con un beso en la mejilla. Cuando sintió las tetas de
Olga, notó que bajo la fina tela de su vestido tampoco llevaba sujetador.
Cuando esos dos botones tocaron su cuerpo esas decimas de segundo fueron
suficiente para que su polla reaccionase nuevamente haciéndolo sentir muy
incomodo.

—¿Quieres que te lleve a algún sitio de camino a la oficina? – le pregunto


Javier.

—No hace falta – dijo Olga — Carolina me espera fuera en su coche.

—¿Nos vamos entonces o tienes que hacer algo más?

—No, yo me marcho ya. ¿Y tú? – contestó Olga.

—Yo también, me iba cuando has entrado ya que no encontraba el


teléfono.

Olga salió del despacho de su padre delante de él. Javier no pudo evitar
recorrer con la mirada el cuerpo de su hija. Se había excitado al pensar que
solo iba vestida con ese ligero vestido que solo cubría poco más de medio
muslo y que debajo solo había unas braguitas. Mientras salían de casa, Javier
acomodo disimuladamente su erección sin dejar de mirar el cuerpo de su hija,
era igual o incluso mejor que el de Ana, aunque no se había dado cuenta
hasta ahora. En ese momento un pensamiento cruzo su cabeza, ¿su hija habría
hecho algo parecido a lo que acababa de ver? Olga era una joven dulce y
cariñosa, pero si se fijaba bien, su manera de vestir era sexy. Cuando imagino
a Olga desnuda disfrutando del sexo como acababa de hacer Ana, dos
sentimientos contradictorios lo invadieron, uno de repugnancia hacia sí
mismo por haber pensado eso y otro de un tremendo morbo que acentuó aún
más su erección. Javier pensó que todo eso era nuevo para él, nunca le había
pasado algo parecido y tenía miedo de sus reacciones.

Padre e hija se despidieron en la acera. Olga subió al coche de su amiga y


se despidieron de Javier con un toque de claxon cuando el coche se
marchaba. Javier respondió con un gesto de su mano mientras caminaba por
la calle hacia su coche inmerso en un mar de dudas y sensaciones
contradictorias.

Mientras tanto en el coche, Olga miró al frente en silencio pensando en lo


que había sucedido en casa. Habría jurado que al llegar escucho los gritos de
Ana. Pero ella no estaba en casa; aunque tuvo la sensación de que alguien
había en el salón. Además había encontrado a su padre nervioso y
evidentemente empalmado; le había dado el dinero sin gruñirle como
siempre. Y juraría que se empalmo cuando ella le dio el beso de
agradecimiento. Luego pensó si Ana y su padre… “no… podía ser, ¿o sí?”
imagino a su padre y a Ana liándose en el salón y su braguita empezó a
mojarse. ¿Pero por qué se excitaba? A ella no le gustaban las tías aunque
reconocía que Ana era guapísima, entonces ¿la ponía su padre?

Ana despide a sus amigos después de unos minutos en absoluto silencio


para asegurarse que no había nadie en casa. Los acompaña a la puerta y se
despide de ellos besándolos en los labios. Se esperó en el porche hasta que
los dos jóvenes subieron a su coche y se marcharon. Justo cuando se disponía
a entrar mira hacia la casa de Pedro. El vecino que se encontraba en su
porche, la saludó con la mano. Ella le devolvió el saludo y entró en casa.
“Mierda…”, pensó Ana, ese maldito cotilla había visto salir de casa a sus
amigos. Pero pronto olvidó eso y volvió al salón a poner todo en orden,
recogió las patatas, las cervezas, limpió escrupulosamente el cuero del sofá,
asegurándose de no dejar ninguna mancha, y busco de nuevo su tanga sin
éxito. Finalmente pensó que seguramente Roberto se lo había llevado como
trofeo, sabía de sobra que eso le encanta. Cuando todo estuvo en orden, Ana
subió a darse una ducha y luego fue a su habitación a descansar un poco.
En la cena había un ambiente algo tenso. Todos se miraban con recelo ya
que ninguno sabía que sucedía exactamente. Javier miró a Ana y a Olga,
pensando si debía contarle lo sucedido a su mujer o dejarlo pasar. Marta se
fijó en como Javier no deja de mirar a Olga y a Ana, al tiempo que veía como
Ana no apartaba los ojos de Javier y de su hijo, sabiendo perfectamente por
su forma de comportarse que oculta algo; eran muchos años juntos y lo
conocía muy bien. Olga observó a Ana y a su padre y no dejó de pensar si esa
mañana habría pasado algo entre ellos. Y Carlos, ajeno a todo ese juego,
disfrutó del generoso escote de Ana, que sentada frente a él, empezó a
acariciar una sus piernas por debajo de la mesa, habiendo que se empalmara
al instante.
—CAPITULO 2—
UN NOCHE MUY CALIENTE

Después de la cena todos ayudaron a recoger la mesa. Marta esperaba


quedarse a solas con Javier para hablar con el por su comportamiento durante
la cena. Lo había notado como ausente mosqueándole mucho el hecho de que
no apartase la vista de Ana y Olga. No obstante le fue imposible hablar con
su marido ya que los chicos no dejaban de entrar y salir en la cocina. Cuando
terminaron de recoger todo. Javier se fue a su despacho a revisar unos
bocetos, mientras Carlos y Olga estaban en el salón viendo un programa de
televisión. Ana salió al jardín, se puso los auriculares para escuchar música y
tumbo en una de las hamacas de la piscina mirando al cielo en busca de las
estrellas que esa noche habían sido ocultadas por las nubes. Marta salió al
jardín y se sentó junto a su joven invitada.
—¿Te importa que me siente contigo? – le pregunto.
—No, estás en tu casa – contesto Ana quitándose uno de los auriculares.
—No quiero molestarte, de verdad, si quieres estar sola dímelo – dijo
conciliadora Marta.
—Por favor, siéntate – agregó la chica quitándose el otro auricular y
apagando su Ipod.
—¿Te gusta mirar las estrellas? – se intereso Marta intentando entablar
conversación.
—Sí, mi encanta… me relaja mucho, pero hoy es complicado está
totalmente nublado y aquí aunque este despejado tampoco creo que pudiese
ver muchas, hay demasiada claridad.
—Lo sé, a mí también me gusta mirarlas pero es complicado. Vivir en una
gran ciudad tiene sus ventajas pero también tiene ciertos inconvenientes. Por
cierto, ¿Qué tal la universidad, has hecho todo el papeleo?
—Bien, mucha gente, pero me encontré con un amigo que me coló en la
fila y no tarde mucho – explicó Ana.
—Que bien. No sabía que tenías amigos en Madrid estudiando lo mismo
que tu.
—No sabía que estaría en Madrid. Nos conocimos hace un par de veranos
en Mikonos cuando pase allí unas semanas. Pensaba que estaría en Tailandia,
quería mudarse allí, pero sus padres no le han dejado hasta que acabase la
carrera.
—Pues está muy bien que conozcas a alguien en la facultad así te será más
fácil integrarte.
—Sí, está bien, pero no creo que tenga problemas para integrarme – dijo la
chica con un sonrisa.
—De eso estoy segura, tienes un carácter muy abierto – comento Marta,
aunque pensó que tenía abierto era otra cosa que prefirió guardarse pare
evitar enfrentamientos — ¿Fumas?
—¿Cómo? – se sorprendió la chica ante la pregunta.
—¿Qué si fumas? – repitió Marta.
—No, no fumo. No te preocupes, ese vicio no lo tengo – dijo Ana un poco
a la defensiva.
—Seguro que alguno si habrás fumado – insistió Marta.
—Pues claro, como todo el mundo, ¿Quién no ha fumado alguna vez un
cigarrillo? Pero ya te digo que no lo hago habitualmente. ¡Ah! Y si es que has
encontrado alguna colilla por ahí te aseguro que no es mía, investiga por otro
lugar.
—Por favor, Ana, no te acuso de nada. Solo lo decía por si te apetecía
fumar uno, a mi me gusta fumarme un cigarrillo de vez en cuando. Me relaja
– la tranquilizo Marta.
—No, gracias. Pero tu fuma si quieres – respondió Ana.
Marta cogió de uno de sus bolsillos un paquete de tabaco y un pequeño
mechero. Sacó uno de los cigarrillos, lo puso en sus labios y aproximo la
llama del encendedor para prenderlo. Ana se fijo en los labios de la mujer que
ahora sostenían el cilindro humeante. Eran unos labios carnosos y sensuales.
Cuando Marta expulso el humo, sus labios parecían esperar un beso. Ana
pensó en la delicia que sería besarlos y sentir su suavidad sobre los suyos.
Ambas mujeres se miraron en silencio. Marta observaba las piernas de Ana,
totalmente desnudas, pues su corto vestido estaba arrugado tan arriba que
sólo le cubría lo necesario. Marta imagino que sería una delicia acariciar esas
piernas y ese cuerpo que estaba hecho para el pecado.
Había empezado a levantarse viento pero su frescor era agradable en la
bochornosa noche. Entonces un gran relámpago ilumino el cielo seguido de
un trueno ensordecedor. En ese momento el cielo se abrió y comenzó a llover
de una manera torrencial sacando a ambas mujeres de sus respectivos
pensamientos. Se levantaron apresuradamente para entrar en la casa. Ana ni
siquiera se puso las chanclas que estaban junto a la tumbona y Marta tiro su
cigarrillo cuando corría hacia el interior de seguida de Ana. Solo habían
tardado unos pocos segundos en entrar paro la fuerte y abundante lluvia las
había empapado. La fina tela del vestido de Ana se había pegado a su cuerpo
como si de una segunda piel se tratase dejando al descubierto todos los
secretos que esta escondía.
Cuando entraron en el salón Carlos no pudo evitar fijarse en el cuerpo
mojado de la chica. Podía distinguir perfectamente la redondez de sus pechos,
el color de sus aureolas, la dureza de sus apetecibles pezones, que de no estar
presentes su madre y su hermana tal vez hubiera podido contenerse alzándose
a probar con sus labios esos dos ricos manjares. Su vista descendió un poco
más abajo justo donde el mojado vestido dejaba ver un diminuto triangulo de
tela negra que cubría ese tesoro que a él le gustaría descubrir y probar.
Ana vio como Carlos recorría su cuerpo con la mirada, así mismo se
percató del momento en que tomo uno de los cojines del sofá, que ella había
disfrutado esa misma mañana, para ponerlo sobre sus piernas y así disimular
lo que estaba creciendo ahí debajo. Cuando sus miradas se cruzaron, Ana le
guiño un ojo a su joven admirador, sabedora de que estaba mostrando
prácticamente todo. Carlos se puso colorado ante aquel gesto, y al ser pillado
en su reconocimiento, no le quedo otra que desviar rápidamente su mirada de
nuevo hacía la pantalla.
Marta también tenía sus ropas mojadas y pegadas al cuerpo, pero la
densidad de las telas y el color de las mismas lo único que dejaban ver era la
bonita silueta de un cuerpo maduro pero muy cuidado en largas sesiones de
gimnasio.
—Estáis empapadas – dijo Olga cuando las vio entrar.
—Se ha puesto a llover a mares – respondió Marta.
—Si, estoy empapada, será mejor que vaya a secarme y cambiarme de ropa
– corroboró Ana.
—Yo también subo a cambiarme – se apresuro Marta.
—Creo que ya me iré a la cama, buenas noches – se despidió Ana.
—Hasta mañana – se despidieron a la vez Olga y Carlos.
Cuando Marta y Ana salían del salón la mirada de Carlos volvió a
examinar el cuerpo de la joven, de la desnudez de su espalda perfecta bajo a
la redondez de su precioso y prieto culito, la firmeza de sus glúteos ocultaba
la finísima tira de tela de la tanga teniendo la sensación que no llevaba nada.
—Te gusta Ana, ¿verdad? – le pregunto Olga a su hermano.
—¿Qué dices? – respondió Carlos algo ofendido por la insinuación de su
hermana.
—Venga Carlos, no seas crio, admítelo, solo hay que ver que repaso le has
dado, no te has perdido detalle.
—Es guapa pero nada más.
—¿Solo guapa? Yo diría que es algo más. Solo hay que ver cómo te has
puesto – le dijo Olga con una sonrisa mientras señalaba el cojín que ocultaba
su erección.
—Déjame en paz y metete en tus asuntos – fue la respuesta de Carlos en
tono ofendido.
—No, si yo te dejo. Pero sé donde te gustaría meterte – continuó Olga sin
parar de reír ni de mirar el cojín que cubría la entrepierna de su hermano –
Además estoy segura que ya te has hecho más una paja pensando en ella y
que en cuanto subas a tu habitación te harás otra para relajar esa tensión.
—¡Vete a la mierda, Olga! – grito Carlos al tiempo que se levantaba del
sofá y arrojaba a la cara de su hermana el cojín que cubría el bulto de su
pantalón.
Carlos salió del salón con un más que visible bulto mientras Olga se reía
por haber hecho de rabiar a su hermano. Javier entro en el salón y se sentó
junto a su hija que se había tumbado en el sofá. Ella puso sus piernas encima
de las de su padre.
—¿Qué le pasa a tu hermano? ¿Mamá y Ana donde están? – pregunto
Javier mientras acariciaba las piernas desnudas de su hija, sintiendo la
suavidad de su piel.
—Mamá y Ana subieron a cambiarse. Se han empapado con la tormenta y
seguramente se van a dormir. Y Carlos es que no aguanta una broma –
respondió la chica.
—Ya… una broma, seguro que te has metido con él para hacerlo de rabiar.
—Bueno todo puede ser – dijo Olga sonriendo.
Javier recorría con sus manos las piernas de su hija acariciándola con
suavidad mientras veían en silencio la televisión. Con delicadeza, casi con
sensualidad, acarició sus pies, las pantorrillas y los muslos de Olga. Sentir la
firmeza de la tersa piel de su hija lo comenzó a excitar, haciendo que la
sangre se acumulase en esa delicada zona. ¿Qué le estaba pasando? Era su
hija, su pequeña y dulce niña. ¿O lo que realmente deseaba era a Ana y ella se
la recordaba? Javier aparto las piernas de su hija y se levanto del sofá cuando
su erección empezaba a ser más que evidente. Se puso frente a su hija sin
darse cuenta que ese prominente abultamiento quedaba a escasos centímetros
de la cara de Olga. Javier se agacho y dio un beso a su hija en esa
indeterminada zona entre la mejilla y los labios. Olga devolvió el beso en la
mejilla de su padre.
—Buenas noches, no te acuestes muy tarde – se despidió Javier y salió del
salón camino de su dormitorio.
—Hasta mañana – contesto su hija.
Una vez sola, Olga, pensó que les sucedería a los hombres de la casa esa
noche que se iban así de excitados a la cama, al no haber podido evitar fijarse
en la erección que llevaba su padre. “Esta noche lo va a pasar bien mamá”, se
dijo a si misma mientras sonreía para sí pícaramente.
Javier entro en su dormitorio donde Marta lo esperaba leyendo en la cama.
Se quito la camisa tirándola sobre el sillón que su mujer solía usar para
sentarse a leer, se sentó al borde de la cama y se quito los zapatos.
—Javi… ¿Qué te pasa? – le pregunto Marta dejando su libro en la mesilla.
—Nada, solo estoy cansado – respondió Javier. Se levantó para quitarse los
pantalones que dejó en el mismo sillón y entró al baño.
—Venga Javi, dime la verdad. Estas raro y durante la cena estabas como
ausente. ¿Qué te preocupa Olga o Ana? – insistió Marta.
—¿Cómo dices? – respondió Javier saliendo del baño ajustándose el
pantalón del pijama intentando disimular su erección.
—¿Te preocupan las chicas? No has dejado de mirarlas durante toda la
cena ¿Qué pasa son ellas? – continuo interrogando Marta.
—No estoy seguro de que haya sido una buena idea que Ana se quede en
casa – dijo Javier metiéndose en la cama.
—¿Y eso? ¿Es por lo de esta mañana o por la escenita del otro día? No
creo que sea mala chica solo tiene que adaptarse. Siempre ha hecho lo que ha
querido, ahora haciendo esas cosas busca donde están los limites para saber
dónde puede llegar – lo tranquilizo Marta.
—Sí, puede que tengas razón, pero no es eso exactamente lo que me
preocupa.
—¿Qué es entonces? Si no me lo dices no soy adivina.
—Creo que se me está insinuando – dijo Javier a su mujer. Pero en su
interior sabía que lo que realmente le preocupaba no eran las insinuaciones de
Ana, eso podía controlarlo, ya le había pasado con otras mujeres. Lo que
realmente le preocupaba era la forma en que estaba empezando a ver a su
hija. No la veía como su niña, sino como una mujer deseada y apetecible con
la que tener una relación no precisamente de padre e hija.
—¿Eso es lo que te preocupa tanto? – contestó Marta aliviada, ya que
pensaba que sería algo mas grave.
—¿Te parece poco? Mira… – y levantado la sabana para que su mujer
pudiese ver la tienda de campaña que había en su pijama.
—Sí, me parece una tontería.. Creo que esta vez te has confundido. Ana es
una joven muy guapa y deseable, no me extraña que te excite, pero no se te
insinúa a ti, es al niño.
—¿Ana le ésta tirando los trastos a Carlitos? – dijo Javier con sorpresa,
preguntándose a qué demonios estaba jugando Ana.
—Sí, creo que le gusta Carlos, no le ha quitado ojo en toda la cena, y
cuando hemos entrado empapadas en lugar de subir a cambiarse enseguida a
tardado unos minutos para que Carlos se fijase en ella. Creo que hablare con
Ana antes de que pasen a mayores.
—Si es así, me dejas más tranquilo, pero creo que será mejor que hable yo
con ella que tengo más mano izquierda.
—Como quieras. Y ahora creo que hay otro problema que tenemos que
resolver… – contestó Marta en tono pícaro.
Marta aparto la sabana y acarició el bulto de su marido sobre la tela del
pijama. Se acerco a él y lo besó acariciando su pecho con la mano libre. Bajo
el pantalón de Javier y comenzó a masturbarlo. Mientras se besaban la mano
de Marta recorría la polla de su marido mientras la mano de Javier se perdía
bajo el camisón de su mujer acariciando sus duros pechos. Javier le quito el
pequeño camisón dejándola tan solo con una sexy braguita. Él movió las
piernas para deshacerse del pijama. Marta volvió a besar su pecho, mientras
este la acariciaba, bajo hasta encontrar la dura polla de su marido. Dio un
dulce besito al rosado glande y lo rodeo con su lengua antes de volver a
masturbarlo. La mujer no le había dado más de tres sacudidas a esa apetitosa
verga que tanto le gustaba cuando un potente chorro de semen salió disparado
contra su propio pecho. Ella siguió pajeándolo un poco más para extraer toda
la leche de los huevos de su marido, nuevos chorros salieron con menos
fuerza quedándose en la mano con la que recorría la polla.
—Javi, realmente estabas muy excitado. No has aguantado nada – dijo
Marta besándolo para luego llevar la mano manchada de leche a su boca para
limpiarla con su lengua – Pero me encantas – y le mostró como se tragaba
todo.
—Lo siento. Estaba muy cachondo. Dame unos minutos – contesto Javier,
quien la beso en los labios saboreando su propia semilla. Se levanto y se
metió en el baño.
Javier se limpio el semen que le había salpicado en su pecho y los restos
que quedaron en su polla al tiempo que aprovechaba para echar una
placentera meada. Cuando volvió al dormitorio, Marta ya tenía puesto el
pequeño camisón, había apagado la luz de su lado de la cama y con los ojos
cerrados abrazaba su almohada. Javier se sentó en la cama. Su polla
empezaba a despertar de nuevo y acaricio en prieto culo de su mujer.
—Marta, ¿estás dormida? Ya podemos continuar… – le susurro Javier a su
esposa sin dejar de acariciarla.
—Javi… mejor seguimos mañana, ya es tarde y tengo sueño – ronroneo
Marta sin abrir los ojos y sin soltar su almohada.
—¡Mierda! – el susurro de Javier fue casi inaudible.
—¿Hum…? – fue la débil respuesta de su mujer.
—Descansa – y Javier le dio un dulce beso en su hombro desnudo.
Javier se levanto de la cama y busco su pantalón del pijama. Lo encontró
caído a los pies de la cama, apago la luz y se acerco a la ventana. Mientras se
lo ponía miro al exterior donde continuaba lloviendo. Se estaba metiendo
nuevamente en la cama cuando un rayo ilumino de azul todo el dormitorio.
La tormenta volvía a arreciar. Javier, tumbado en la cama, junto a Marta que
ya dormía plácidamente ajena a todo, cerró los ojos para conciliar el sueño.
La lluvia golpeaba los cristales, las rachas de viento soplaban con fuerza,
los rayos iluminaban con un halo fantasmal las estancias de la casa mientras
los truenos sonaban de fondo. Un movimiento fuera de lugar llamo la
atención de Javier. La puerta se había abierto y una sombra avanzaba por el
dormitorio. Un nuevo rayo ilumino la figura que se movía sigilosamente
logrando distinguir quién era.
—¿Olga? – susurro Javier para no despertar a su mujer.
—Sí, soy yo – dijo la joven casi en un murmullo, acercándose al lado de la
cama de su padre.
—¿Pasa algo? ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien, pero no puedo dormir. La tormenta es muy fuerte y me da
miedo – volvió a murmurar Olga sentándose junto a su padre. En ese
momento otro rayo ilumino el dormitorio y un gran trueno hizo que todo
temblase. La joven, asustada, se abrazo con fuerza a su padre quien la
estrecho entre sus brazos para tranquilizarla — ¿Puedo quedarme aquí un rato
hasta que pase la tormenta?
—Claro – dijo Javier apartando la sabana para que Olga se tumbase a su
lado.
Liberándose momentáneamente del abrazo, Olga, se metió en la cama
junto a su padre dándole la espalda. Javier se acercó al cuerpo de su hija
pegando su pecho a su espalda, le pasó su brazo por encima para que ella se
sintiese protegida mientras uno de sus pies acaricia delicadamente los de la
joven. Javier sintió el calor del cuerpo de su hija en su pecho, separado por la
fina tela de la amplia camiseta que ella solía usar para dormir. Acarició el
pelo de su pequeña y lo apartó.
—¿Estas mejor? – le susurra Javier pegado a su oído y dando un suave
beso en el cuello.
—Sí, estoy mucho mejor, gracias por dejar que me quede – respondió la
joven en el mismo tono mientras cogía la mano con que su padre la abrazaba
para pegarse más a su cuerpo.
—Sssshhhh, duérmete cariño – dijo Javier.
Al poco rato Olga parecía dormida. La mente de Javier voló a las escenas
presenciadas esa tarde pero ahora la protagonista no era Ana, era Olga, su
hija, y ahora estaba allí en la cama junto a él. La polla de Javier empezó a
crecer pegada a las duras y prietas nalgas de su hija. Javier bajo su pantalón
para liberar su duro miembro, luego retiro la sabana para ver el cuerpo de su
Olga tan solo cubierto por la fina y gastada tela de esa vieja camiseta,
mientras su mano recorría su cintura bajando hasta la curva de sus caderas
para subir la tela hasta su cintura. Sin darse cuenta, empezó a mover con
suavidad sus caderas para frotar su erecta polla sobre las bragas de su hija.
Muy despacio la mano de Javier rodeo el cuerpo de la joven colándose bajo
su camiseta, acaricio su suave y firme abdomen, subió despacio con
delicadeza hasta que se mano encontró uno de sus pechos. Amoldó su mano a
la delicada forma de la teta de su hija, sintió su suave calor en la palma y su
exuberante firmeza. Sus dedos tocaron el pezón que era pequeño y delicado
al tacto, pero lo hizo con sumo cuidado no quería despertarla. Tampoco
quería despertar a su mujer que dormía tranquilamente a su lado ajena
completamente a su depravación.
Javier se concentro en las delicadas tetas de su hija, sus dedos apretaban
con dulzura los pezones que se endurecían por momentos en respuesta a sus
caricias. En ese momento pensó que Olga era imposible que siguiese dormida
con tanto toqueteo por muy sutil que fuera. Pero, ¿Por qué se dejaba? ¿Por
qué no decía nada? ¿Estaría tan excitada como él? ¿Le daría corte decirle a su
padre que no le metiese mano? Pero pronto esos pensamiento se
desvanecieron y Javier continuó disfrutando de ese cuerpo que tanto deseaba.
La mano de Javier acaricio los duros, prietos y musculosos muslos de
Olga. Esa traviesa y atrevida se aventuro a tocar lo que tanto anhelaba.
Acaricio la braguita que ocultada el preciado tesoro que quería poseer.
Hundió su nariz en suave cabello de su hija, aspiro su aroma, sus labios
besaron su cuello, su nuca y su nariz se lleno del olor de esa piel. Cuando la
mano de Javier regresó al pecho de su hija algo había cambiado, la
respiración pausada se había acelerado y ese par de cositas perfectas subían y
bajaban rítmicamente.
Era hora de tomar lo que más deseaba, pensó. Su mano recorrió
nuevamente el cuerpo de Olga hasta llegar a su braguita. De la dura polla de
Javier brotaba la transparente humedad que hacía imposible disimular su
excitación al sentirla apretada entre ambos cuerpos. La mano se coló dentro
de la braga y las piernas de su hija se abrieron para facilitarle el acceso a su
objetivo. Sus dedos tocaron el nacimiento de esa rajita, que estaba totalmente
depilada. Su niña tenía totalmente rasurado su sexo, y él pensando que seguía
siendo esa pequeña que jugaba con él en el parque. ¿A que jugaría ahora?
El dedo de Javier noto esa deliciosa humedad que brotaba de la intimidad
de su hija y presiono ese botón que sabia la haría despertar con una descarga
eléctrica que recorrería todo su cuerpo. La reacción de Olga no pudo ser más
receptiva. Se volvió situándose boca arriba y abrió todo lo que pudo sus
piernas, elevando las caderas para que la mano de su padre tuviese libre
acceso a lo que tanto deseaba. Olga giro la cabeza y lo miro fijamente a los
ojos.
—Papa, me encanta, por favor continua – le susurró al oído.
Javier no podía creer lo que acababa de escuchar, su reacción no se hizo
esperar. Su mano abarco ese delicado coño que ya estaba completamente
empapado por esa deliciosa humedad había mojado su braguita. Los dedos de
Javier se deslizaban con delicadeza por la intimidad de su pequeña
recogiendo todos sus jugos. Entonces la boca de Olga se acerco a la de su
padre y sus labios se juntaron. Sus lenguas se buscaron y exploraron la cálida
humedad de sus respectivas bocas. La boca de Olga abandono la de su padre
para susurrarle al oído con la respiración acelerada.
—Papa… estás loco mira lo que has hecho con tu hijita.
—Lo siento, yo… yo no quería… — dijo él en un tono casi inaudible,
arrepintiéndose de todo.
—No tonto, no es eso, me has puesto a cien – fue la respuesta de Olga y
volvió a comerle la boca – Vamos, no vas a quitarme de una vez la braga –
añadió ella entre besos.
Javier no se hizo esperar y sus manos fueron a deshacerse de la prenda.
Olga elevo su cintura para facilitar el trabajo.
—Tranquilo papi… – le dijo al oído de la forma más sensual.
—¿Te voy a desvirgar? – pregunto asustado Javier.
—Siento decirte que no serás el primero, pero me habría encantado que
hubieras sido tú.
La mano de Olga tomo la polla de su padre, comenzó a acariciarla, a
recorrerla con suavidad en toda su longitud y empezó a pajearlo con la fuerza
y el ritmo justos. “Que puta es mi hijita, se nota que no es la primera vez que
hace esto”, pensó Javier. Entonces Olga se puso de rodillas con las piernas de
su padre entre las suyas y su boca engullo esa delicia de polla. Su boca subía
y bajaba a lo largo de ese grueso trozo de carne, mientras una de sus manos
jugaba con esos huevos depilados, cosa que sorprendió a la joven, mientras la
otra acariciaba su abdomen y su pecho. Javier estaba en el cielo con los labios
de su preciosa Olga recorriendo su miembro y empezó a mover sus caderas
para follarse su boquita.
—¡Eh…! Tranquilo papi, no quiero que termines tan pronto – le dijo Olga
– quiero que me folles, quiero tenerte dentro de mí.
Mientras Olga subía hasta la boca de Javier y lo besaba compartiendo con
el su propio sabor, su mano cogió la polla de su padre y ella misma la guio
hacia su entrada. La joven recorrió con esa dura cabeza toda su raja para que
su padre sintiese como ardía su coño y supiese que había sido él quien había
encendido ese fuego.
—Vamos… métemela – le dijo la joven oído.
Javier miro a su mujer que seguía profundamente dormida y ajena a lo que
estaba sucediendo a su lado. Las caderas de Javier empujaron y el placer
inundó su cuerpo al sentir el calor del interior de su hija entorno a su
miembro y como este se contraía entorno a él.
—Sí, papi así…, hasta el fondo, ¡Aaaaah! – gimió Olga, reprimiendo un
grito tapando su boca con la mano para no despertar a su madre.
El se incorporó y abrazado a ella empezó a bombear con fuerza dentro del
cuerpo de su hija. Olga movía al mismo tiempo sus caderas para que el placer
fuera máximo. Javier seguía moviéndose mientras su hija lo cabalgaba
incansable.
—Así, así, sigue así papi…, no pares, nadie me ha follado nunca como tú –
le repetía su pequeña al oído, cosa que excitaba todavía más.
—Cariño…, no puedo más…, voy a correrme – jadeó Javier.
—Vamos papi… lléname con tu leche – susurro Olga fuera de sí de
manera sensual.
La joven se movía cada vez más rápido sobre su padre y este embestía con
todas sus fuerzas el cuerpo de su hija para metérsela hasta el fondo. Javier iba
a explotar cuando un fuerte estruendo lo hizo reaccionar. Abrió los ojos. Se
encontraba tumbado en su cama, solo, empapado en sudor, con la respiración
agitada y una tremenda erección. Miró a su lado, Marta dormía
tranquilamente junto a él. “¿Ha sido un sueño?”, se pregunto. No podía ser,
todo había sido demasiado real. Le dolía la polla de la fuerte erección que
tenia y se acerco a Marta para relajarle con ella.
—Marta… Marta… Marta… — le susurro Javier al oído.
—Ummm… ¿Qué? – respondió ella entre sueños.
—Mira… vamos a jugar – volvió a susurrar Javier mientras frotaba su dura
polla contra su culo.
—Estoy dormida Javi… luego jugamos – dijo Marta inconsciente, sin
realmente saber a qué quería jugar su marido.
Javier volvió a su lado de la cama. Estaba cabreado. Sabía que Marta
cuando estaba tan profundamente dormida no reaccionaba ante nada. El
seguía empalmado y con la boca seca. Pensó en levantarse e ir al baño a
beber agua cuando un nuevo golpe llamó su atención.
Se levanto de la cama y salió del dormitorio en busca del origen de ese
sonido. Bajo las escaleras, todo estaba tranquilo. Las luces estaban apagadas.
Caminó por el amplio pasillo y vio la luz de la cocina encendida. Lo que vio
Javier cuando entró en la cocina no le ayudo nada a relajar su excitación. Ahí
estaba Olga, descalza, con el pelo revuelto, tan solo vestida con una camiseta
de finísimos tirantes de color blanco, ajustada las curvas de su cuerpo,
dejando a la vista su firme abdomen y una braguita rosa pastel tipo bikini, tan
bajita que solo le cubría lo necesario. Todas las vivencias del sueño que
acababa de tener se presentaron de golpe en su mente, recordando como su
hija había cabalgado sobre su erecta polla, la cual no dejaba de palpitar bajo
su pantalón.
—¿Qué haces? ¿Estás bien? – pregunto Javier, repasando con su mirada el
cuerpo de su hija. Olga dio un respingo, asustada. Entonces respondió:
—Papá… Si, sólo es que no podía dormir y he bajado a comer algo.
—Y ese ruido, ¿eras tú? – dijo Javier, desviando la mirada y dirigiéndose
al frigorífico.
—Sí, lo siento se me ha caído una bandeja, ¿te he despertado? – contestó
Olga sin poder evitar fijarse en el abultamiento que había en la entrepierna de
su padre cuando paso junto a ella.
—No, no te preocupes, estaba despierto yo tampoco podía dormir — sacó
una botella de agua helada y llenó un vaso.
—Sera mejor que me vuelva a la cama – dijo Olga
Se acerco a su padre que apoyado en la encimera bebía su vaso de agua.
Puso su mano en su hombro desnudo, se levantó de puntillas y le dio un beso
en la mejilla apoyando su pecho sobre el de suyo. Javier sintió como los
pezones de Olga se clavaban en su pecho a través de la fina tela de su
camiseta. La polla de Javier palpito bajo el cuerpo de su hija. Olga sintió la
dureza y el tamaño del miembro que le había dado la vida en su abdomen.
–Buenas noches – dijo Olga, y se aparto de su padre al sentir como su
verga palpitaba pegada a su tripita para volver a su habitación. La joven
pensó cómo podría aguantar semejante erección sin inmutarse, debería de ser
incluso doloroso.
—Que descanses – contesto su padre, que dio un largo trago a su vaso de
agua quedándose solo en la cocina.
“Que habrá pensado de mí”, se dijo Javier, creyendo que era imposible que
su hija no notase lo empalmado que estaba. Tenía que hacer algo. No podía
seguir así, no hay quien descanse con eso. Cuando se disponía a meter la
mano bajo su pantalón para aliviar la tensión una nueva visita llego a la
cocina.
—Dios…, esto parece el metro en hora punta – dijo Javier entre dientes
cuando vio entrar a Ana.
La chica vestía una camiseta de baloncesto de los Chicago Bull bastante
amplia. Javier se quedo boquiabierto cuando vio que los abundantes pechos
de Ana casi se escapaban por el escote y los tirantes de la holgada camiseta.
—Hola. ¿Decías algo? ¿Molesto? – contestó al comentario que no logro
entender.
—No, pasa, solo pensaba en voz alta. ¿Estás bien? – dijo Javier mientras se
sentaba a la mesa para disimular su erección.
—Sí, no te preocupes, solo me apetecía un poco de leche – ella sacó el
paquete del frigorífico.
Ana se acerco al mueble de los vasos y, poniéndose de puntillas sobre sus
pies descalzos, se estiro para coger uno. Javier no apartaba su mirada del
cuerpo de la joven, llevándose una gran sorpresa cuando su camiseta
comenzó a subírsele descubriendo la perfecta redondez de sus nalgas. Sus
ojos se abrieron como platos y apuró de un trago el agua que quedaba en su
vaso cuando se dio perfecta cuenta que la chica no llevaba absolutamente
nada bajo esa camiseta. Después de que la joven tuvo su vaso la camiseta
regreso a su posición original cubriendo esa maravillosa imagen que hizo que
la polla de Javier chocase contra la mesa. Ana lleno su vaso, se giro y
cruzando las piernas se apoyo en la encimera para beber su leche mientras
miraba a Javier.
—¿Tu tampoco podías dormir? – le pregunto la chica rompiendo el
incomodo silencio.
—No, está siendo una noche dura y complicada – respondió Javier.
—¿Por qué no tomas un poco de leche fría? Seguro que ves las cosas de
otra manera – Ana le ofreció el paquete de leche.
—Creo que la leche no será suficiente, necesito algo mas fuerte – dijo
Javier sin poder dejar de mirar el cuerpo semidesnudo de la chica.
—Pues tomate unos bizcochos, yo si me comería uno – contesto Ana
sonriendo.
—Por mí no te prives, detrás de ti en la parte de arriba los tienes.
—Gracias comeré uno, ¿me acompañaras? – le pregunto Ana volviéndose
para abrir el armario.
Ana volvió a ponerse de puntillas para intentar alcanzar la bolsa de los
bizcochos sabedora que dejaba totalmente al descubierto y a la vista de Javier
la redondez de su trasero. Él no pudo evitar recordar las escenas que había
visto esa misma mañana en el salón. A su mente regresaron aquellos dos
chicos disfrutando de ese precioso cuerpo, que en ese momento él tenía ahí al
alcance de su mano, lo único que tenía que hacer erar alargarla y acariciar la
firmeza de esos apetitosos glúteos.
—¡Eh! ¿Me hechas una mano en lugar de mirarme tanto? – le dijo la chica
devolviéndolo a la realidad.
—Sí, perdona – le respondió Javier poniéndose de pie.
Se acerco a la joven que continuaba intentando alcanzar la bolsa, se pegó a
su espalda y se estiró un poco para alcanzar el paquete. El erecto miembro de
Javier se clavó en las caderas de la chica, al sentir la dureza de la polla en esa
parte de su cuerpo se echó hacia atrás frotándose contra ese firme pedazo de
carne que sentía enorme. Javier, al ver la reacción de Ana, tardó un poco más
de lo necesario en coger la bolsa que buscaban agradeciendo el movimiento
de la joven en su polla tan necesitada de mimos.
—Aquí tienes los bizcochos – le dijo Javier, separándose de la chica para
entregándole la bolsa y apoyarse en la mesa.
—Sabes, es verdad que está siendo una noche muy dura – comentó Ana de
forma muy picara, sonriendo y mirando el enorme bulto que había en el
pantalón de Javier.
La joven cogió uno de los bizcochos y sin dejar de mirar la entrepierna de
Javier saco su lengua y comenzó a jugar con ella alrededor del dulce, lo
chupó de manera sensual para morderlo con suavidad. Javier no perdió
detalle de la escena, lo que hacía que su polla no dejara de palpitar bajo su
pantalón. Ana dejó el bizcocho sobre la encimera, se acercó a Javier y puso
sus manos sobre su pecho, acariciando muy despacio sus músculos y jugando
con su bello. La chica acercó sus labios al oído de su anfitrión y le susurró de
la manera mas sensual que él nunca había escuchado.
—Sabes que a mí los bizcochos me gustan con leche.
Javier permaneció en silencio. El cuerpo de Ana se pegó al suyo, sintiendo
como las duras tetas de esa diablesa se clavaban en su pecho. Mientras la
chica descendía acariciando su pecho y su abdomen, una de sus manos se
coló bajo su pantalón. La lengua de la joven dejo de jugar en el cuello de
Javier.
—Sí, eres un chico malo, tu tampoco llevas nada debajo y estas depiladito
– volvió a repetir ella de forma sensual.
La mano de Ana acarició toda la longitud de esa verga completamente dura
hasta que llegó a los huevos, los tomó con su mano y los apretó con suavidad
arrancándole al hombre un jadeo ahogado. Una de las manos de Javier se
aventuró a tocar el apetecible culo de la chica, lo hizo con suavidad sobre la
tela de la camiseta, sintiendo su firmeza. La mano bajo a su muslo
acariciando la suave piel de la joven y fue subiendo hasta que poco a poco se
coló bajo la camiseta. Por fin sintió la delicada piel de ese culito que tanto
deseaba, cubrió con su mano toda la nalga de Ana y la apretó comprobando la
firmeza de esa parte de la anatomía de su invitada, quien no perdía el tiempo
y seguía jugando con su polla. La chica la había tomado entre sus dedos que
subían y bajaban por ese mástil que se tensaba aun más. Javier no podía
contener tanta excitación, su respiración se acelero con su cabeza enterrada
en el cuello de la joven. Ana, sabedora de lo que se aproximaba, saco la mano
del pantalón y se apartó de él. Javier dejo de acariciar el culo de la joven.
Ana tomo el bizcocho que había dejado en la encimera y lo devoró de un
solo bocado. Javier no podía apartar su vista de ella, de cada uno de sus
movimientos. La joven cogió el vaso de leche y sin dejar de mirar a los
deseosos ojos de Javier, lo bebió de un trago, pasando su delicada lengua
sensualmente por su labio superior para limpiar el filo blanco de leche que
había quedado. Ana se acerco otra vez a Javier, apoyo una de sus manos en
su hombro, se alzó de puntillas y dio un suave beso a los labios mientras su
otra mano se poso nuevamente en su paquete para apretarlo por última vez.
—Buenas noches – le dijo.
Ana caminó hacia la puerta de la cocina, de puntillas, moviendo sus
caderas de manera sensual. Cuando llego, se giró, le guiño un ojo y con una
sonrisa entre picara y malvada, vio como una mancha de humedad se
extendía por la zona de la bragueta del pantalón de Javier. Este se quedó solo
en la cocina con una leve sonrisa en sus labios, sintiendo como la humedad
de su corrida mojaba su vientre y bajaba por su pubis. Javier no se limpió,
subió a su dormitorio con su semilla corriendo por sus muslos pero con su
polla relajada. Marta seguía tan dormida. “Menos mal que es a Carlitos a
quien Ana le tira los tejos”, pensó Javier, recordando la conversación que
había tenido con Marta. Se tumbo en la cama y se durmió al instante.
Javier se despertó sintiendo unos labios sobre los suyos. Su esposa lo
estaba besando mientras acariciaba su pecho.
—Buenos días mi amor – lo saludo cuando este abrió los ojos.
—Hola – dijo Javier soñoliento, sonriendo por la aptitud de su mujer.
Marta siguió besándolo, una de sus manos lo tomaba por la nuca para que
no se le escapase su boca y su mano se coló bajo el pantalón de su marido. La
polla de Javier estaba flácida pero al sentir el tacto de la mano de su mujer
comenzó a crecer. Cuando Marta acarició la polla y el pubis sintió la piel
pegajosa.
—Javi… ¿Te hiciste anoche otra paja? – le pregunto dejando de besarlo,
sacando su mano del pantalón y llevándola hasta su nariz para olerla.
—No, ¿cómo voy hacerme una paja?
—Anoche entre sueños me parecías excitado, te has corrido y ni siquiera te
limpiaste. Además tienes el pijama manchado – dijo Marta a su marido
mostrándole su mano y la tela de su pantalón.
—Pues no me masturbe, ha debido ser un sueño erótico – mintió Javier
acariciando los muslos de Marta y metiendo su mano bajo la leve tela de su
corto camisón.
—Vaya ahora resulta que estoy casada con un adolescente – respondió la
mujer con una sonrisa y dándole un piquito en los labios. Luego se levanto de
la cama, se quito el camisón y lo tiro al pecho de su marido que seguía
tumbado, para ir vestida tan solo con una pequeña braguita blanca hacia el
baño.
—Pero, Marta…
—¿Qué?
—¿Me vas a dejar así otra vez? – le pregunto Javier señalando su polla que
estaba medio erecta.
—Claro. Me apetecía un poco de leche calentita, pero… tendrías que
ducharte. Además mira qué hora es. Es tardísimo, tengo que ducharme,
preparar el desayuno e irme la reunión del claustro a primera hora. Pero no te
preocupes sabes que te compensare – fue la respuesta de Marta. Luego entro
en el baño y se dio una ducha.
Cuando Marta salió del baño envuelta en una toalla, Javier estaba sentado
en la cama apoyada la espalda en el cabecero. Javier la miraba fijamente.
Marta se quito la toalla y busco unas braguitas en uno de los cajones.
—Me miras de una forma que parece que no hubieses visto desnuda antes
– dijo su mujer mientras se ponía las bragas elegidas.
—Es que estas preciosa y me encanta admirar tu cuerpo. ¿Por qué no
vienes a la cama y me esperas cinco minutos que me dé una ducha?
—Venga, date una ducha.
Javier se quito el pantalón y salto de la cama en dirección al baño. Marta
sonreía viendo a su marido corriendo desnudo por la habitación. El hombre se
metió en la ducha a toda prisa, abrió el grifo y potente chorro de agua fría
golpeo su cuerpo. Cuando salió del baño con solo una toalla anudada a su
cintura, Marta ya no estaba en el dormitorio. Se vistió y bajo a la cocina.
Marta ya estaba perfectamente vestida, con el desayuno en la mesa y
tomando una tostada.
—Has sido muy mala. Eso no se hace – le dijo Javier al entrar en la cocina.
—Lo siento de verdad. Cuando bajen los chicos cerciórate que coman algo
que luego se van tomándose solo un café o un zumo – dijo Marta. Luego
apuro su café, se levanto de la mesa y le dio un apasionado beso a su marido
compartiendo el amargo sabor del café que acababa de tomar – Te quiero.
Llego tarde. Ah, por cierto, hoy vendrá María – continuo diciendo mientras
salía apresurada.
—Adiós… también te quiero.
Javier se quedo solo en la cocina, se sentó a la mesa y se puso una taza de
café recién hecho del que había dejado Marta. Carlos y Olga entraron con
prisa por que llegaban tarde su primer día de clase. Saludaron a su padre y
tras beberse un vaso de zumo cada uno y coger unas magdalenas salieron
corriendo. Justo cuando ellos salían entraba Ana, que se despidió de Carlos
con un hasta luego y de Olga con un te veo luego en la facultad.
—Buenos días – le dijo a Javier con una sonrisa cómplice.
—Buenos días – respondió Javier como si nada, dando un nuevo sorbo a su
café.
Ana se puso también un zumo, pero no se sentó para tomarlo, se apoyo en
la encimera como la noche anterior para que Javier disfrutara de su atuendo.
Ella vestía unas ajustadas mayas de color negro con tres rallas blancas en los
laterales que le llegaban justo por debajo de la rodilla, un top ajustado del
mismo color en el que destacaba la marca en blanco sobre sus pechos y unas
deportivas blancas para correr. El pelo lo llevaba recogido en una coleta. El
deportivo conjunto se ajustaba a su cuerpo como sí de una segunda piel se
tratase. Javier, en el repaso visual de la joven, no pudo evitar fijarse en el
vértice de sus piernas donde la ajustada y elástica tela del pantalón se
introducía marcando claramente los labios de su sexo desnudo.
—Ana, tenemos que hablar – le dijo en tono serio.
—Si es por lo que paso anoche, no te preocupes, no se volverá a repetir si
tú no quieres. Además tampoco paso nada, tú estabas muy excitado y yo
también… y bueno, no serás el primero ni el último que se corre con las
caricias de una chica – respondió Ana con toda tranquilidad.
—Sí, vale, lo de anoche está aclarado y no volverá a suceder – dijo él
zanjando esa cuestión – Pero de lo que quería hablar contigo es de otra cosa,
pero no sé cómo planteártelo es algo delicado.
—Venga, Javier, creo que ya tenemos confianza y más delicado que lo
sucedido anoche no creo que sea – dijo Ana sonriendo.
—Tienes razón iré al grano. Se trata de lo de traer chicos a casa.
—¿Cómo? – dijo la chica extrañada.
—Eres joven, guapa y me parece bien que te guste el sexo, pero lo que
paso ayer aquí con esos dos chicos no debe repetirse. Olga estuvo a punto de
pillaros y creo que escucho los gritos que dabas.
—¿Con eso quieres decir que nos viste? – dijo Ana haciéndose la ofendida.
—Sí, os vi.
—¿Y por qué no entraste para echarlos? Qué pasa… ¿O es que te gusto lo
viste? – Javier permaneció callado. El tono de Ana comenzaba a ser más
sugerente – ¿No dices nada? Eso quiere decir que te gusto y seguro que lo
pasaste muy bien, ¿Verdad? – se hizo un segundo de silencio – No… ¿No me
digas que te la machacaste viéndome follar como una perra? – dijo con una
sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, me hice una paja viendo como follabas con ellos ¿Qué pasa? – la reto
Javier.
—No pasa nada, pero empiezo a entender el motivo de tu charla, Olga casi
te pilla con la polla en la mano, fue eso. Por eso estabas así ayer, tenias ganas
de follar, ¿o continuas teniéndolas? – dijo Ana con cara de felicidad,
alargando la mano para agarrar el paquete de Javier – Si, sigues teniéndolas,
estas empalmado y con ganas de follarte a la primera que se te ponga a tiro,
ya que parece que Marta te ha dejado con las ganas. Sabes, estoy segura que
si ahora mismo entrase Olga por esa puerta con esa faldita que llevaba y se
agachase un poquito podrías verle todo, y ella esta mucho mas buena que yo,
¿te podrías resistir a clavársela y hacerla disfrutar? – continuó diciendo Ana.
—Calla, joder, no digas burradas, ¿de verdad piensas que soy tan
depravado que me follaría a mi propia hija? – atacó Javier.
—No digo que lo hagas, pero seguro que se te ha pasado por la
imaginación – respondió la chica.
—Ana, no sigas por ahí – la corto Javier de manera tajante.
—Sabes te entiendo perfectamente, se lo que es tener ganas de follar y no
poder hacerlo. ¿Sabes lo que hice anoche cuando subí a mi habitación? Me
hice unos deditos pensando en ti, en que era tu polla la que me penetraba, no
te imaginas lo que me costó contenerme, me hubiera encantado follarte y
disfrutar tu verga aquí contigo.
—Déjalo ya – interrumpió Javier.
—Ves a ti te pasa lo mismo, te mueres de ganas por follarme – Ana metió
su mano en su pantalón, la llevo hasta su sexo y recogió con dos de sus dedos
la humedad que empezaba a brotar, luego, sacando la mano, le acerco los
dedos a Javier – Mira, ¿ves como me pones?
Él tomo la muñeca de Ana y llevo su mano hasta su nariz, olió el íntimo
aroma de la joven y luego, llevando esos dedos a su boca, degustó su esencia.
—¿Y ves como me pones a mi? – Javier llevó la mano de Ana al bulto de
su entrepierna.
—Vamos, fóllame – le dijo Ana, subiendo su top y mostrando sus firmes
pechos.
Javier se lanzo a ellos, los mordió con ansia, con deseo, con lujuria
probando la dureza de sus rosados pezones. Mientras una de sus manos la
cogía por la estrecha cintura, la otra bajaba sus mallas deleitándose con el
tacto de ese prieto culito que lo volvía loco. Ana, con la cara hundida en el
cuello de Javier, lo mordió con furia mientras sus manos luchaban con el
cinturón y los pantalones de este. Él bajo el pantaloncito de la joven hasta sus
rodillas sin dejar de disfrutar sus tetas, llevó su mano a la deseada entrada
donde sus dedos empapados por la excitación penetraron a la chica con total
facilidad. La mano de Ana ya se había apoderado de esa polla que tanto
quería cuando sintió como Javier la follaba con sus dedos. Ella no pudo evitar
gritar de gusto. Javier callo el grito con su boca.
—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? – grito una mujer entrando en la casa.
—¡Mierda! ¡Es María! ¡La asistenta! ¡Arréglate! – susurro Javier
apartándose de Ana.
Ana subió rápidamente su ajustada maya y bajo el top cubriendo sus tetas,
mientras Javier volvía a meter la camisa dentro del pantalón para después
abrocharlo. La joven cogió su zumo y Javier su café justo cuando la asistenta
entraba en la cocina.
—Buenas días – dijo María.
—Hola María – respondió Javier totalmente congestionado.
—Buenas – fue el saludo de Ana a la desconocida.
—¿Qué tal la vacaciones? ¿Y la familia? – le pregunto Javier para desviar
cualquier sospecha.
—La familia muy bien, gracias. Y las vacaciones descansando un poquito.
¿La señora y los niños están en casa? Es para saludarlos – dijo María.
—No. Marta se marcho temprano al colegio, tenía una reunión y los chicos
empezaban hoy las clases. Por cierto te voy a presentar. Ella es Ana. Es la
hija de unos buenos amigos y estará en casa durante el curso – dijo
dirigiéndose a María – Y ella es María, se encarga de llevar la casa – añadió
dirigiéndose a Ana.
—Encantada de conocerla y espero no darle mucho trabajo – dijo Ana a la
asistenta y se acerco para darle dos besos.
—El placer es mío y tú por eso no te preocupes – respondió María
correspondiendo a los dos besos de la joven – Estas con Olga en su
habitación, ¿verdad?
—No, hemos acondicionado la buhardilla, Ana vivirá ahí – respondió
Javier – Por cierto, hablé luego con Marta para ajustar su suelto a la nueva
situación.
—Usted no se preocupe por eso. Bueno, voy a ponerme a la tarea – dijo
María.
—Gracias María. Ana acompáñame un momento a mi despacho y dejamos
que María haga sus cosas — dijo Javier. Ambos fueron al despacho.
Nada más entrar en el despacho Ana comenzó a reírse tapándose la boca
con la mano para que María no la oyese mientras Javier volvía a colocarse la
ropa perfectamente.
—¿Por qué te ríes? – preguntó Javier.
—Tendremos que hablar con el vecino para que te de bromuro – dijo Ana
riéndose de nuevo.
—Que graciosa. Pues a mí no me hace ninguna – contesto Javier
sonriéndole.
—¿Quieres que sigamos por dónde íbamos? – sugirió la chica pícaramente
acercandose a Javier.
—¿No ves que no estamos solos? Además, tendrás que ir a clase.
—Las clases las tengo esta tarde. Entonces ya que tú no quieres hacerme
correr… me iré a correr – dijo Ana con malicia, provocándolo.
—Ana… déjalo, no provoques más. Por cierto tengo algo tuyo.
—¿Qué?
—Esto – y sacó el tanga de uno de los cajones de su mesa, dándoselo a la
chica.
—Vaya, vaya… con que lo tenías tú – continuó Ana con el tono
provocador. Y cogiendo la prenda noto la textura acartonada, luego la olio –
Ya veo que lo usaste bien mientras me mirabas. Puedes quedártelo, estoy
segura que lo disfrutaras – dijo devolviendo la prenda a Javier – Sera mejor
que me vaya.
—Yo también me voy – añadió Javier guardando el tanga de nuevo en su
cajón.
Javier cogió su portafolio y ambos salieron del despacho. Caminaron
juntos hasta la puerta. El miro a su espalda por si estaba María cerca, viendo
que no había nadie apretó con su mano en culo de Ana.
—¡María, nos marchamos! – grito Javier a la asistente antes de abrir la
puerta.
Ya con la puerta abierta, justo antes de salir, Ana se apoyo en el hombro de
Javier y, poniéndose de puntillas, le dio un suave beso en los labios.
—Ciao, que tengas un buen día. Me acordare de pedirle el bromuro a Pablo
– dijo la chica riendo. Salto los escalones de la entrada y salió corriendo.
—Adiós – dijo Javier sonriendo. Luego subió a su coche y se fue
empalmado a la oficina.
—CAPITULO 3—
LA PELICULA PORNO
La rutina fue tomando su sitio en la casa conforme las cosas volvían a la
cotidianidad. Los chicos habían comenzado sus clases de manera habitual.
Olga y Carlos pasaban fuera de casa toda la mañana y no regresaban hasta
primera hora de la tarde. Ana tenía un horario mucho mas caótico ya que
tenía sus clases repartidas entre la mañana y la tarde dependiendo de los días,
lo que le permitía pasar mucho tiempo fuera de casa.
Javier, de nuevo zambullido en su trabajo pasaba todo el día fuera,
regresando sobre las seis, después de su jornada, siempre que no tuviese
ningún compromiso. Marta salía mucho antes del colegio, pero aprovechaba
para ir al gimnasio tres veces por semana y el resto de los días hacia la
compra o se tomaba un café con las amigas, con lo que solía llegar a casa casi
a la misma hora que su marido.
Ana se había centrado en sus clases por lo que de momento tenía aparcado
el tema de los chicos. Pero a lo que Ana no podía resistirse era a su juego de
seducción con Javier. Aprovechaba la más mínima ocasión para hacer que
Javier se encendiese. Su manera de vestir cuando estaba en casa era cómoda
pero siempre se las ingeniaba para dar un toque de sensualidad a su atuendo
cuando sabia que Javier la vería. Camisetas ajustadas o muy amplias, con
amplios escotes, bajo las que nunca había nada que guardase sus encantos de
las mirabas deseosas de su anfitrión. Los pantaloncitos que solía ponerse con
cinturas muy bajas siempre dejaban a la vista su tripita y la longitud de sus
piernas, la escasa tela de estos, hacia que la mayor parte del tiempo, por
cualquier movimiento involuntario, la sensual ropa interior de Ana fuese
visible para los habitantes de la casa.
Olga había retomado su relación con Daniel tras haberlo dejado,
momentáneamente, por una discusión sin importación a la que ambos le
dieron demasiada. Daniel, dos años mayor que Olga, estudiaba RR.LL. y ese
era su último curso. El novio de Olga pasaba desde su reconciliación pasaba
muy a menudo por la casa. Posiblemente, Daniel, era el único hombre que
pasaba por allí que no se había fijado en Ana. Este solo tenía ojos para Olga.
Ella era su ideal de mujer. Con su pelo castaño, largo con un suave ondulado,
que parecían olas sobre sus hombros, sus ojos negros y profundos como la
noche, su cuerpo torneado con sensuales curvas lo volvían loco y su voz
dulce lo hechizaba. Realmente, Olga, era mucho más guapa y tenia mejor
cuerpo que Ana, pero no sabía explotarlo de la misma forma que ella. A pesar
de ello, para Daniel, Ana, solo era una chica rubita y mona que le gustaba
mostrar sus encantos.
Con la reconciliación, Olga y Daniel, querían recuperar el tiempo perdido
y en alguna ocasión habían sido interrumpidos en el sofá, cuando tras los
besos y las caricias la mano de Daniel buscaba otras intimidades.
Todo esto hacia que Javier no dejara de pensar en disfrutar del apetecible
cuerpo de su invitada. Marta disfrutaba de las apasionadas emboscadas de su
marido para desfogarse con ella, mientras, Javier, en su mente todo eso se lo
estaba haciendo a ese demonio de chica que se había metido en su cabeza y
que le hacía estar excitado a todas horas. Pero Javier, también, empezaba a
ver a su hija Olga de una manera muy diferente. Ya no era su niña pequeña.
Olga se había convertido en una mujer espectacular en la que no había
reparado hasta entonces. Una mujer que era capaz de de despertar en un
hombre sus deseos más primarios.
En todo ese juego de seducción y provocación había una persona que
estaba al margen pero que disfrutaba de él tanto o más que su padre. Carlos,
se deleitaba diariamente con el cuerpo de Ana y con las ocasionales
insinuaciones que esta le regalaba siempre que su madre estaba presente. Esto
hacia que Carlos cada noche cuando se iba a la cama liberase su excitación en
solitario. Las imágenes del cuerpo desnudo de Ana se habían grabado a fuego
en su mente. Esas imágenes habían sustituido en sus sesiones de sexo
solitario a las de su novia, Clara.
Carlos había comenzado a salir con Clara, como pareja, hacía solo unos
meses. Ambos se conocían desde niños ya que el padre de Clara, Marcos, era
socio de Javier en la agencia de publicidad e Irene, la madre de Clara, era
intima amiga de Marta. Clara, un año menor que Carlos, no había accedido a
consumar su relación con él a pesar de su insistencia. El sexo, entre Clara y
Carlos, por el momento, se limitaba a largas sesiones de besos y caricias, que
culminaban con ambos desnudos masturbándose mutuamente.
Marta estaba preocupada por lo que pudiese ocurrir entre su hijo y Ana, ya
que las insinuaciones de esta hacia él eran evidentes y las había presenciado
en varias ocasiones. La preocupación de Marta no era por lo que pudiese
hacer Carlos con Ana. Lo que realmente la tenia intranquila era que Ana era
una chica con mucha experiencia, por lo que temía que Carlos se
encaprichase de ella y dejase a Clara. Eso, Marta, estaba dispuesta a evitarlo
por todos los medios, puesto que ella consideraba que la hija de su amiga era
la chica ideal para Carlos. No podía permitir que Ana se metiese en medio de
la joven pareja.
A finales de septiembre cuando María hacia la limpieza general de todos
los meses ocurrió un hecho que hizo que Marta encendiese una lucecita roja
de alerta. Marta estaba en su dormitorio corrigiendo unos ejercicios cuando
fue interrumpida por unos nudillos que llamaban a la puerta.
—¿Se puede? – pregunto María entreabriendo la puerta.
—Pasa María – respondió Marta al tiempo que María entraba en la
habitación.
—Marta… — dijo María quedando luego en silencio sin saber cómo
continuar.
—¿Ocurre algo? – se preocupo Marta.
—Es que… no sé si debería decírtelo… — intento continuar nuevamente.
—María di lo que tengas que decir que hay confianza entre las dos – la
animó Marta.
—Estaba haciendo la limpieza del salón y… creo que será mejor que lo
veas tu misma.
—Está bien, vamos a ver – dijo Marta dejando los folios y el rotulador
sobre la cama después de levantarse de su sillón.
Las dos salieron del dormitorio y bajaron al salón. Estaba desordenado,
con los muebles movidos de sus lugares habituales y con algunos cubos,
cepillo y aspiradora en medio.
—Bueno ¿Qué es lo que tengo que ver? – pregunto Marta.
—Estaba limpiando y cuando he movido ese sofá… tal vez no debería
haber dicho nada— respondió María y señalo el lugar.
Ambas se acercaron. Lo que vio Marta en el suelo que habitualmente
ocupaba el sofá la dejó estupefacta. Ahí estaban dos condones, usados, con el
fruto de la pasión seco en su interior.
—Has hecho muy bien en decirlo, no te preocupes, además me encargaré
de que esto no se vuelva a repetir – dijo Marta y se agacho para recogerlos.
—No, déjalo ya me encargo yo – quiso detenerla María.
—Tu continua con la limpieza, no pasa nada – respondió Marta y salió del
salón.
Marta fue a la cocina para tirar a la basura los dos preservativos, segura de
que habían sido usados por Carlos y Ana. Ahora estaba segura que las
insinuaciones de Ana habían dado su fruto. Marta dudaba que sería mejor,
hablar con Carlos, con Ana o con los dos para dejarles claro que ese
jueguecito que se traían debía terminar. De todos modos antes quería
comentarlo con su marido.
Ese viernes coincidieron todos en casa para comer. Cuando llego Javier,
Marta, estaba en la cocina ayudando a María con los últimos detalles de la
comida. Javier entro en la cocina directamente siguiendo el olor de lo que ahí
se estaba preparando.
—Hola. Eso huele que alimenta – dijo Javier a María – Hola cariño – le
dijo a su mujer y le dio como tenía por costumbre un piquito en los labios.
—Gracias, pero espere a probarlo – le respondió María.
—Hola cielo – contesto Marta y correspondió al beso de Javier.
—Voy a ponerme cómodo – informó Javier a su mujer y se dispuso a salir
de la cocina.
—Espera, voy contigo, tenemos que hablar – le dijo Marta y salió tras él.
Javier, fue a su despacho, donde dejo su portafolio, antes de subir a su
dormitorio acompañado de su mujer. Ambos entraron y cerraron la puerta.
—¿Qué pasa? – pregunto Javier mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba
sobre el sillón.
—María ha encontrado dos condones usados bajo el sofá esta mañana
cuando limpiaba – respondió Marta sentada en la cama.
—¿Y qué? – dijo Javier tranquilamente desanudando la corbata.
—¡Ah! ¿A ti te parece normal que Carlos se enrolle con Ana en el salón y
dejen los condones debajo del sofá? – respondió Marta algo enfadada por la
aptitud de su marido.
—Vamos a ver. No está bien que hayan dejado los condones debajo del
sofá. Eso serían las prisas. Mira el lado bueno, al menos han usado
protección. Pero… ¿Cómo sabes que son de Carlos y Ana? – recapacito
Javier en lo dicho por su mujer.
—Joder, Javier, es que no me escuchas cuando te hablo. Ya te dije el otro
día que Ana se le estaba insinuando y al final ha caído. Tendremos que hacer
algo ¿no? – insistió Marta con su teoría.
—Pero para hacer algo tendremos que estar seguros de quienes han sido.
—¿Es que no lo tienes claro? Pues en ésta casa no hay más hombres que
Carlos y tú. Y nosotros no usamos condones – dijo Marta algo molesta por
las dudas de Javier que se había sentado en el sillón frente a ella.
—Vale, supongamos que ha sido Carlos, ¿Cómo sabemos que ha sido con
Ana? El otro día cuando llegue Carlos y Clara estaban muy acaramelados en
el sofá.
—Pues lo sabemos porque Clara y Carlos no lo han hecho todavía. Clara
es virgen – le dijo Marta con seguridad a Javier.
—¡Joder! ¿Y tú como lo sabes? – pregunto Javier sorprendido por la
afirmación de su mujer.
—Me lo ha dicho Irene. Clara hablo con ella sobre el tema, ya que al
parecer Carlos quiere, pero ella no se siente preparada aún – le respondió
Marta bajando el tono de voz.
—Cuando tomáis café no tenéis otro tema de conversación que no sea la
vida privada de vuestros hijos.
—No te desvíes del tema. La cuestión es con quien tenemos que hablarlo,
con Carlos, ya que no está nada bien que salga con Clara y se esté revolcando
con Ana, o lo hablamos con Ana ya que ella ha iniciado esto, o lo hablamos
con los dos – dijo Marta pidiendo consejo a Javier.
—Pero seguimos dando por sentado que ha sido Ana.
—¿Por qué coño la defiendes tanto? – pregunto enfadada Marta.
—Porque no estamos seguros que haya sido ella.
—¿Pues dime tu quien nos queda? – siguió interrogando enfadada a Javier.
—Daniel – respondió Javier.
—¿Olga y Daniel? – se pregunto Marta al surgir la duda, ya que esa era
una posibilidad que no había contemplado.
—Admite que últimamente Daniel pasa mucho tiempo aquí ¿Cómo
podemos saber que no han sido ellos? – apuntalo Javier la duda en su mujer.
—Está bien, al final me has hecho dudar, ¿Estas contento? – dijo Ana
decepcionada ya que Javier había hecho que su teoría hiciese aguas.
—No. Lo único que pretendía era que te dieses cuenta que no sabemos
quién ha sido. Además tampoco hay nada de malo en lo que han hecho. No
han hecho nada que no hiciésemos nosotros a su edad. Y lo más importante,
son lo bastante responsables para tomar precauciones – dijo Javier para
tranquilizar a su mujer quitando importancia a lo sucedido.
—Ya, pero…
—Sí, estoy de acuerdo, dejarlos debajo del sofá no ha estado bien, pero
creo que será suficiente con decir en general que eso no se deja ahí y ya
tomara nota quien haya sido para no repetir – continuo Javier.
—Vale, lo dejaremos así de momento ¿Bajamos a comer? – dijo Marta
cerrando el tema.
—Claro, me lavo las manos y bajamos. Por cierto, me ha llamado tu
hermano Rafa esta mañana, que ha quedado con tu hermana Belén para cenar,
para si nos apetecía y salíamos los seis esta noche. Le he dicho que te lo
comentaría y tu de dirías algo.
—Me parece un buen plan, lo llamo después de comer para decirle que
vamos – dijo Marta.
Javier y Marta bajaron al salón donde Olga, Carlos y Ana veían la
televisión mientras esperaban que la comida estuviese lista. María les dijo
que la comida estaba servida y todos pasaron al comedor.
La comida fue normal. Comentaban lo que habían hecho durante la
jornada, Marta y su marido, se interesaban por cómo iban las clases de los
chicos. Cuando Javier consideró que el ambiente estaba relajado aprovecho
para hacer el comentario.
—Esta mañana, parece ser, han aparecido debajo de uno de los sofás del
salón un par de cosas. Suponemos que alguien las olvidó ahí sin darse cuenta.
Solo esperamos que no se repita.
—¿Pero qué es? – pregunto Olga.
—No importa. La persona que lo olvido ahí ya sabe que la próxima vez
debe tener más cuidado. Así que cambiemos de tema – corto Javier cualquier
nuevo comentario que pudiese surgir.
En ese momento a la mente de Ana vino la imagen de cómo metió de una
patada los condones usados por sus amigos bajo el sofá. Lo había olvidado
por completo. El rostro de Ana tomo un liguero tomo rojizo. Cuando las
mirados de Javier y Ana se cruzaron esta le hizo un gesto de reproche por su
comentario.
Marta, observaba a su joven invitada, ya que a pesar de las dudas
planteadas por su marido, seguía pensando que era Ana la responsable. El
gesto de Ana confirmo su sospecha parcialmente, puesto que Carlos, al que
tampoco quito ojo, no había hecho ningún gesto que le indicase que se daba
por aludido. En ese mismo instante, Marta, decidió que tenía que hablar con
Ana para saber que había pasado exactamente.
—Por cierto, esta noche salimos a cenar con los tíos, si vais a salir no
quiero que volváis muy tarde – comento Javier.
—Yo iré al cumpleaños de Carolina y a lo mejor me quedo a dormir en su
casa – comento Olga.
—¿También ira Daniel? – le pregunto su padre.
—Claro – dijo Olga como si fuera algo obvio.
—Entonces como muy tarde a las tres en casa – le dijo Javier.
—¡Pero! ¡Papá…!
—No hay peros, a las tres aquí o estarás castigada el próximo fin de
semana. Tu veras – le dijo Javier zanjando la discusión.
—¿Yo también tengo toque de queda? – pregunto Ana con un tono
ligeramente sarcástico no esperando respuesta.
—Sí, tu también, si vas a salir a las tres en casa. Y si no cumples el toque
de queda la pena será la misma, arresto domiciliario el próximo fin de semana
– respondió Javier también en tono sarcástico.
—A sus órdenes — dijo Ana.
—Carlos ¿tu vas a salir? – le pregunto Marta.
—No. Clara no va a salir, tiene que preparar un examen que tiene el lunes
durante el fin de semana y además tengo partido mañana. Así que veré unas
pelis – respondió Carlos.
—Me parece muy bien – dijo su madre.
Después de la comida toda la familia incluida la invitada fueron al salón.
Javier ojeaba un periódico mientras se tomaba su café. Marta y los chicos
veían un programa de televisión. Ana con sus auriculares puestos leía un
libro. La joven lectora vestía una muy corta y ajustada falda vaquera. Al
principio la ajusto bajándola para guardar las apariencias ante Marta pero con
el paso del tiempo y los movimientos “involuntarios” la faldita fue
subiéndose. Las morenas piernas de Ana estaban totalmente descubiertas y
comenzaba a mostrar el color blanco de su braguita. Javier que de vez en
cuando miraba por encima del periódico se percató inmediatamente del
bonito espectáculo que se mostraba ante él. Carlos sentado junto a su padre
desvió su atención de la televisión a las piernas y el triangulo blanco que se
mostraba frente a él.
La joven levantaba en algunos momentos la vista de las páginas de su libro
y miraba a los dos hombres que estaban frente a ella. Cuando su mirada se
cruzaba con la de Carlos este rápidamente la desviaba a la televisión
sabiéndose pillado. Javier, por encima del periódico sonreía a la joven
provocadora y esta le devolvía la sonrisa.
Carlos cruzo las piernas para disimular la erección que había aparecido
bajo su pantalón y su padre bajo un poco el periódico para cubrir su
entrepierna que tampoco se había resistido a los encantos de la joven. Las
mentes de padre e hijo estaban disfrutando pensando en las posibilidades que
les ofrecería disfrutar de ese escultural cuerpo.
Mientras, Marta, sentada junto a su hija observaba a los tres. Veía como la
falda de Ana se había convertido en un cinturón y como no le importaba
mostrar sus piernas desnudas por completo. Miraba a su hijo y como este no
apartaba la mirada de la joven salvo en los momentos que la de ambos se
cruzaba, viendo como con movimientos disimulados intentaba acomodar la
ese sensible parte de su cuerpo que había aumentado de tamaño. También
vigilaba a su marido, pero no veía nada fuera de lo común en su
comportamiento. Marta tenia cada vez más claro que Ana y su hijo estaban
siendo algo más que compañeros de casa.
Cuando terminó el programa Olga subió a su habitación para arreglarse
para ir al cumpleaños de su amiga. Marta también se fue a su dormitorio para
terminar de corregir los ejercicios que le quedaban, al tiempo que su hijo
recibía la llamada de un amigo para ir a dar una vuelta antes de cenar,
marchándose también.
Se habían quedado solos. Ana y Javier frente a frente. La mano de la joven
recorrió sus el interior de sus muslos hasta llegar al húmedo vértice de sus
piernas. Javier miraba por encima del periódico como la traviesa mano de la
joven marcaba la raja de su sexo en la blanca tela de sus bragas. Él pene de
Javier pugnaba por escapar de su prisión y tomar posesión de aquella cueva
que se mostraba frente a él. Su mente nuevamente se vio tomada por las
imágenes de aquel día de la joven y sus amigos en ese mismo sofá, lo que
hizo que su ya prominente erección lo fuese aun más. La provocadora joven
abrió totalmente sus piernas y dejo dejó su libro a un lado llevando ambas
manos a ese lugar que su anfitrión no perdía de vista y que tan necesitado
estaba de atenciones. Apartó la mojada tela de su braga con una de sus manos
exponiendo totalmente su sexo a la lujuriosa mirada de Javier, luego con su
otra mano acarició nuevamente el interior de sus muslos hasta que sus dedos
recorrieron la húmeda entrada de su vagina impregnándose de toda su
esencia.
Javier no pudo aguantar más su excitación cuando su invitada llevo sus
dedos a la boca los chupo a fondo saboreándolos bien para lubricarlos
convenientemente para su propósito. Esos dedos volvieron a esa cueva que
ansiaba su visita y a la que entraron sin ninguna dificultas. Ana mordió su
labio inferior para contener los gemidos que ella misma se estaba provocando
al pellizcar su dilatado clítoris mientras de penetraba con sus ojos clavados en
su deseado anfitrión. Él, sin apartar la vista de ella llevo su mano a su
bragueta, bajo la cremallera de su pantalón y su mano busco su verga
dejándola salir de la cárcel de tela que la contenía. Mientras sostenía el
periódico con una mano cubriéndose la otra ya recorría su polla en toda su
longitud. Levantó el diario para que su provocadora visita pudiera ver que
había logrado su objetivo y se masturbaba frente a ella también.
El dueño de la casa bajo precipitadamente el periódico y dejo de recorrer
su polla cuando en la puerta del salón, a la espalda de la diabólica joven,
apareció una figura femenina. Ella no detuvo su placer a pesar de ver la
reacción de su compañero de juegos y saber que alguien había a su espalda.
—Señor, ¿esta Marta? – pregunto María desde la puerta.
—Está arriba corrigiendo – fue la respuesta de Javier casi sin aliento por la
excitación.
—Entonces no la molesto. Dígale que ya he terminado y que todo lo que
me pidió se ha quedado terminado.
—No te preocupes María, yo se lo digo – dijo Javier algo más repuesto.
—Gracias. Hasta el lunes – se despidió María.
—Adiós, buen fin de semana – dijo Ana con una sonrisa que no cabía en
su cara del maravilloso orgasmo que acababa de tener.
—Hasta el lunes – dijo Javier.
—Gracias – dijo María a la joven y se marcho.
Cuando escucharon como la puerta de la casa se cerraba Ana rió,
nuevamente Javier se había quedado a medias. Él la miró desconcertado y
decepcionado por su nuevo fracaso. La joven se levanto sin componer su
indumentaria y fue junto a él, se sentó en el brazo del sofá y se asomo
apartando el periódico al centro de Javier. Su polla aun se mantenía dura. Ana
aproximó sus dedos a los labios del hombre, esos dedos que hacía solo unos
segundos estaban dentro de su coño. El degusto ese sabor aunque solo eran
las migajas, lo que deseaba era beber directamente de la fuente. Javier llevo
su mano al muslo de su invitada y subió por el hasta encontrar por segunda
vez la calidez de ese coño que tanto deseaba disfrutar. La mano de la chica
tomo su polla y comenzó a masturbarlo rápidamente. “Joder que mano tiene
esta puta” pensó Javier por la maestría con que esa diablesa le estaba dando
placer mientras sus dedos querían perderse también en el culo de la joven. La
verga de Javier se tenso aún más anunciando el inminente orgasmo. La joven
con unas fuertes sacudidas mas hizo que él se corriese sin remedio lanzando
un primer disparo de semen contra el diario que aun sostenía en su mano. El
resto de su leche fue quedando en la mano de Ana que lo exprimió a
conciencia extrayéndole hasta la última gota. Luego Ana acerco la mano a su
boca y la limpio con su lengua recogiendo toda su semilla. Una vez la mano
limpia le mostro su boca llena de su cremosa esencia, luego la cerro y cuando
la volvió a abrir para enseñársela toda su semilla había desaparecido como si
de un truco de magia se tratase. El aparto su mano de la entrepierna de la
joven y esta se puso en pie llevando la falda a su posición.
—Creo que iré a por un bizcocho, ya sabes que me encantan con leche – le
dijo con una sonrisa endiabladamente sexy.
Javier no pudo contestar, aun estaba recuperando el aliento por la paja que
la joven acababa de regalarle. Ella cogió su libro y su Ipod, salió del salón
dejándolo solo y aun incrédulo por lo que había sucedido, mientras guardaba
su ya flácida polla nuevamente en su pantalón. Después de unos minutos
volvió a tomar conciencia de la realidad y decidió que era un buen momento
para subir a darse una ducha. Dejo el diario sobre la mesa baja que había
frente a él se acerco al mueble donde guardaba los licores y puso dos dedos
de güisqui en un vaso. Observo el vaso examinando el color dorado de su
contenido mientras agita el agua de fuego moviendo su mano. Después de
unos instantes de indecisión lo bebió de un solo trago. Subió la escalera
despacio, sin prisa, asimilando lo sucedido y esperando que el licor hiciese su
efecto.
Cuando pasaba frente a la puerta del dormitorio de su hija, Javier, se
percato de que no estaba cerrada del todo y una rendija le permitía ver el
interior. Se detuvo frente a la puerta en completo silencio y miro el interior.
No veía nada. Estaba a punto de seguir su camino cuando se fijo en el espejo.
Ahí estaba, sentada en la cama con una toalla anudada en torno a su pecho
mientras secaba sus largas y torneadas piernas. No se movió ni un solo
milímetro observando todos y cada uno de los movimientos de su hija.
Olga se puso de pie y abrió la toalla que cubría los secretos de su cuerpo
frente al espejo. Comenzó a secar sus brazos, sus hombros, su cuello y
finalmente sus pechos. Los secaba con delicadeza como si los acariciase con
el suave algodón de la toalla. Cuando Olga comenzó a secar su abdomen, su
padre, pudo contemplar en toda su plenitud esas dos perfectas tetas, firmes,
con dos rosados y pequeños pezones apuntando al techo, que le llamaban
diciéndole “tómame”. Las comparó mentalmente con las de Ana que había
podido ver y disfrutar brevemente. Su hija las tenía algo más grandes y eran
sencillamente perfectas. La toalla comenzó a secar el otro punto que Javier
estaba deseoso de ver. Solo fue un minuto, pero para él fue eterno.
Finalmente la toalla cayó al suelo y su deseo se hizo realidad. Estaba viendo a
su hija completamente desnuda frente a un espejo y la Olga real era mucho
mejor que la que había disfrutado en su sueño. La última vez que pudo ver así
a su hija era solo una niña inocente en la que ni siquiera se podían adivinar
las sinuosas curvas que ahora tenía su escultural cuerpo.
Frente al espejo acaricio sus pechos, su abdomen, su pubis y finalmente
uno de sus dedos recorrió esa rosada rajita abriendo esos labios que a él le
encantaría disfrutar. Su otra mano sopeso sus pechos y pellizco sus pezones
hasta hacer que estos se mostrasen insolentes. Cuando se dio cuenta su mano
desde el interior de su bolsillo acariciaba la recobrada dureza de su miembro
deseoso de tomar aquel cuerpo. Continuó ensimismado en ese reflejo viendo
como su hija cubría su sexo con un minúsculo triangulo de tela negra que
solo ocultaba a las miradas indiscretas como la suya la entrada a su cálida
cueva. Después tomando un sujetador del mismo color cubrió sus pechos.
Estos se juntaron formando un escote al que no podría resistirse nadie.
La mano de Javier seguía intentando calmar su excitación a través de la
tela del bolsillo y de su bóxer. Con la vista clavada en el espejo tubo la
sensación que su miraba se cruzaba por un instante con la de su hija en la
pulida superficie del cristal. Eso le hizo reaccionar saliendo de su
ensimismamiento. Sacó la mano de su bolsillo y camino rápidamente hasta su
dormitorio.
Lo que el hombre no sabía era que le habían visto disfrutando de la visión
del cuerpo de su hija. Cuando la puerta del dormitorio del matrimonio se
cerro, Ana, salió al pasillo camino del baño. Antes de entrar se asomo por la
rendija que ese hombre había usado para espiar a la preciosa chica que ahora
intentaba decidir que vestido ponerse. Luego entro en el baño.
Javier entro apresuradamente en su habitación donde su mujer, acomodada
en su sillón, seguía corrigiendo ejercicios. Marta alzo la vista de sus papeles
por la efusividad de la entrada de su marido.
—Javi, ¿pasa algo?
—Nada ven – le dijo agitado.
Javier desabrocho su cinturón, el botón de su pantalón y lo dejo caer a sus
pies. Su mujer continuaba sentada sin salir de su asombro. Se acerco a ella y
la levanto de su asiento dejando caer los folios al suelo. La beso
apasionadamente rodeando su cuerpo con sus brazos. Marta correspondió al
beso de su marido con la misma fuerza mientras sus brazos rodeaban su
cuello.
Su mano bajo al muslo de su mujer y comenzó a subir su falda hasta que
tuvo a su alcance las prietas carnes de sus nalgas. Cuando encontró el elástico
de su braga las bajó con prisa a lo largo de sus piernas mientras ella hacía lo
propio con su bóxer. Levantó a su mujer en vilo tomándola de su culo. Ella
siguió aferrada a su cuello y puso sus piernas en torno a la cintura de su
marido, mientras sus bocas no se separaban ni un segundo. Así se
desplazaron hasta llegar a la pared más próxima.
La espalda de Marta se apoyó en el muro y en ese momento su marido
penetró sus entrañas. Su gemido fue ahogado por la boca de él que cubría la
suya. La follaba con pasión desenfrenada, con urgencia y como si en ello le
fuese la vida. Las potentes envestidas de su marido hicieron que se corriese
en un prolongado orgasmo. Ella sintió como la polla de su marido crecía un
poco más en su interior indicándole que el también estaba a punto. Pero
Javier no termino dentro de ella, ese no era su plan.
Sacó su verga del cálido y humero agujero de su mujer para dejarla en el
suelo. Le indicó que se arrodillase y ella lo hizo sin dudar. Marta tomo la
polla de su marido y la engulló hasta el fondo, jugando con su lengua
alrededor del miembro. Él comenzó nuevamente con el movimiento de
cadera mientras sujetaba la cabeza de su mujer para follarle la boca. El
hombre estaba a punto. Un par de envestidas después llenaba con su semilla
la garganta de su esposa, que tragaba sin parar el néctar que él le ofrecía.
Cuando se supo completamente vacío, Javier, levanto a su mujer y se fundió
con ella en un profundo beso en el que probo su propio sabor.
Su mano cubrió el sexo de su mujer y sus dedos se apoderaron de ese
botón rosado que hacía que se derritiese. Javier la masturbaba mientras sus
labios no dejaban de besar su cara, su cuello y sus pechos aun atrapados en el
sujetador. Cuando Marta alcanzó el deseado premio del orgasmo las fuerzas
la abandonaron y las piernas dejaron de sostenerla. Su marido la tomo en sus
brazos y la deposito en la cama. Se tumbo junto a ella y sin dejar de disfrutar
de su boca estuvo junto a ella hasta que la fuerza perdida regreso poco a poco
a su relajado cuerpo.
Morfeo llamaba a Marta para acogerla en su seno. La mujer no pudo
resistirse a esa invitación y cobijada en los brazos de su marido cayó en un
profundo sueño. Javier se levantó y arropo a su mujer con la fina manta que
siempre descansaba a los pies de la cama. Luego desnudándose
completamente entro en el baño.
Olga llamó a la puerta de la habitación de sus padres y entro sin esperar
respuesta. Cuando entro en el dormitorio su madre estaba en echada en la
cama y abría perezosamente los ojos saliendo de un profundo sueño. La ropa
de su padre estaba en el suelo de la habitación junto con un montón de
papeles y la braga de su madre estaba a sus pies. El sonido de la ducha le
indicaba que su progenitor estaba en el baño. “Vaya, mis papis se han dado
un buen homenaje” pensó.
—¿Pasa algo cariño? – le pregunto su madre incorporándose en la cama.
—No, nada. Solo deciros que me marcho ya. ¿Cómo estoy?
—Guapísima hija. Aunque creo que no deberías provocar tanto al pobre
Daniel.
Olga vestía un precioso vestido de color burdeos con un favorecedor escote
palabra de honor que realzaba su pecho y la falda justo por encima de la
rodilla con vuelo, junto con unos zapatos a juego con un tacón de vértigo
hacían que sus bonitas piernas luciesen esplendidas. Un pequeño bolso de
mano con pedrería completaba su imagen. Su vestuario junto con el
maquillaje hacia que Olga pareciese unos años mayor.
—¿De verdad?
—Totalmente en serio – dijo Marta rodeando a su hija – pásalo muy bien y
recuerda no vuelvas tarde que luego tu padre se enfada.
—Vale… — dijo Olga resignada.
Marta besó a su hija suavemente paro no estropearle el maquillaje y esta se
marcho a la fiesta de cumpleaños de su amiga. Estaba recogiendo los
ejercicios de sus alumnos que estaban esparcidos por el suelo cuando su
marido salió del baño vestido tan solo con una toalla entorno a su cintura.
Ella dejo los papeles sobre su sillón. Javier la tomo por la cintura y la besó.
—Javi, hoy estas desatado – dijo sonriendo.
—Tú haces que me desate. Sabes que me apetece hacerte otra vez el amor.
—Pues tendrás que esperar a esta noche, si no me pongo a arreglarme
ahora mismo llegaremos tarde a la cena. Dio un beso a su marido y entro en
el baño.
Javier se vistió en el dormitorio, un traje gris oscuro y camisa blanca fue la
indumentaria elegida para la velada con sus cuñados. Cuando entro en el
salón para esperar a su mujer vio el periódico doblado sobre la mesa, recordó
que estaba manchado y lo cogió para tirarlo a la basura eliminando así las
pruebas de lo sucedido con Ana. Cuando salía de la cocina y se disponía a
entrar en su despacho, Carlos entraba en la casa, saludó a su padre y subió a
su habitación. Javier se acomodo tras su escritorio y abrió el cajón donde
guardaba su tesoro. No lo sacó, solo lo miró y pensó que necesitaba un nuevo
trofeo, pero esta vez no de Ana si no de su hija.
Carlos antes de entrar a su habitación fue corriendo al baño, no podía
aguantar más y tenía que vaciar su vejiga. La puerta no tenía el pestillo
echado y entro directamente. No esperaba encontrar a nadie y se disponía a
sacar su pene por la bragueta por la urgencia. Pero hay estaba ella vestida
solo con un amplísimo albornoz medio abierto. Lo que vio lo dejo
petrificado. Ana tenia apoyada su pierna sobre el borde de la bañera dejando
una perfecta vista de esta hasta la ingle mientras inclinada sobre ella
terminaba de poner crema en su pantorrilla. La chica se giro por la inesperada
visita dejando que uno de sus pechos escapase de la prenda.
—Perdona, no sabía que estabas aquí – dijo Carlos totalmente rojo.
—No pasa nada, ya he terminado, puedes pasar – respondió ella
incorporándose y cerrando el albornoz.
—Gracias – fue lo único que se le ocurrió contestar mientras Ana salía del
baño y le guiñaba un ojo al pasar junto a él.
La presión en su vejiga lo hizo volver a lo que realmente lo había llevado
ahí. Después de aliviarse con una larga y placentera meada noto como su
polla comenzaba a tomar cuerpo. Cuando el chico se disponía a salir del baño
algo llamo su atención. Una prenda asomaba parcialmente bajo la tapa del
cesto de la ropa sucia. Sin saber por qué cogió la prenda. Era una braguita
blanca, tipo bikini, de cintura baja. Estaba seguro que era de Ana. La
extendió con ambas manos y pudo apreciar una mancha más oscura de
humedad en esa parte de la prenda que había tenido contacto directo con su
sexo. El no pudo resistir la tentación y llevo la braguita a su nariz aspirando
profundamente. El olor dulzón que despedía le encanto y la punta de su
lengua toco la prenda para intentar averiguar cómo sabía la intimidad de la
chica. Escucho un ruido en el pasillo y rápidamente guardo su fetiche dentro
de su pantalón aumentado con él el tamaño de su ya voluminoso miembro.
Salió del baño y se fue a su habitación pensando en que esa misma noche
disfrutaría con la ayuda de la braguita de una de las mejores pajas de su vida.
Marta mientras se arreglaba para salir no podía dejar de pensar en lo que
había visto esa misma tarde. Como Ana coqueteaba descaradamente con su
hijo. Y aunque su marido había logrado sembrar la duda por unos momentos
sobre quien había usado esos preservativos la reacción de la joven durante la
comida cuando su marido hizo el comentario no le dejo dudas de que Ana
estaba relacionada con ellos. Tenía que hablar con ella y dejar las cosas
claras. Cuando termino de vestirse subió a la buhardilla.
—¿Ana? – dijo Marta en voz alta mientras subía la escalera.
—Sí, estoy aquí. Sube.
—Hola. ¿Podemos hablar? – dijo Marta pasando hasta la zona de la
buhardilla que Ana había acondicionado como su dormitorio.
—Tú dirás – respondió la joven se podía unos zapatos negros de tacón que
complementaban su atuendo. La chica vestía un ajustado vestido negro con
cuello Mao y sin mangas con la falda del mismo justo por debajo de la
rodilla. A pesar de lo recatado del vestido la forma en que este se ceñía al
cuerpo de la chica insinuando sus curvas lo hacía tremendamente provocativo
y sexy. Además se había maquillado y hecho un recogido que la hacía mucho
más atractiva ya que hacía que toda la atención se centrase en sus preciosos
ojos azules.
—Creo que me ahorraré los rodeos e iré directamente al grano.
—Eso me suena a regañina ¿Qué he hecho esta vez?
—Sabes muy bien lo que estás haciendo y no estoy dispuesta a permitirlo.
—Lo siento Marta pero no te entiendo ¿Qué he hecho? ¿Qué no vas a
permitir? – pregunto la chica con la duda de si se habría enterado del juego
que se traía con su marido.
—Mira Ana, se perfectamente que los condones que había en el salón los
usaste tú. La cara que pusiste en la mesa cuando Javier hizo el comentario te
delató.
—¿Cómo dices?
—Sí, no te hagas la tonta conmigo. Se lo que te traes entre manos con
Carlos – cuando escucho el nombre del chico la joven se relajo – y que sea la
última vez que te acuestas con él.
—Marta, lo siento, pero estas muy equivocada. Yo no me he acostado con
Carlos, eso lo primero, y segundo, ¿Por qué han de ser míos esos condones?
No soy la única mujer de la casa.
—¿Qué estas insinuando? ¿Qué son míos? Además solo hay que ver como
coqueteas con él.
—Yo no he dicho en ningún momento que sean tuyos. Solo que no soy la
única mujer de la casa.
—¿Me estás diciendo que son de mi hija?
—Yo no afirmo nada. Solo sé que Daniel y ella últimamente están muy
unidos.
—Mira Ana. No voy a decir que mi hija no se acueste con Daniel, porque
no lo sé con certeza y es muy probable que lo haga. Pero de lo que si estoy
segura es que esos condones son tuyos y los has usado acostándote con mi
hijo.
—Te he dicho y te repito que con tu hijo no he hecho nada de nada.
¿Quieres saber la verdad? Ya que por lo que veo tu marido no ha dicho nada.
—Te agradecería que me contaras todo ¿Y qué tiene que ver Javier en todo
esto?
—Sí, los condones son míos…
—Lo sabía. Continua.
—Pues eso que son míos pero no los use con Carlos…
—¿Entonces con quien? ¿Con Javier? Serás puta. Ya puedes hacer las
maletas que mañana mismo te vas de esta casa.
—Yo no he hecho nada con tu marido – mintió — ¿me dejas continuar?
—Por favor.
—Te acuerdas que te hable que me encontré con un amigo en la facultad el
día que fui a formalizar la matricula. Pues lo invite a él y a su amigo a venir a
casa y terminamos liándonos los tres en el salón.
—¿Te follaste a dos tíos en mi salón? Y Javier ¿qué tiene que ver en todo
esto?
—Sí, lo siento. Javier nos pillo y ya le prometí que no se volvería a repetir.
Pensaba que lo sabías.
—Pues como puedes ver no lo sabía. Supongo que te castigó.
—No, no lo hizo, solo me hizo prometer que no lo repetiría.
—Pues estas castigada.
—¿Qué?
—Que estas castigada. Esta noche te quedas en casa.
—Pero… ahora tengo que pagar yo que tu marido no te cuente las cosas.
—No. Te castigo por tirarte a dos tíos en el salón y por coquetear con mi
hijo.
—Marta… vete a la mierda. No puedes impedirme salir.
—Ya has visto que si lo he hecho. Y además el próximo tampoco saldrás
por impertinente.
—Bueno ya lo veremos.
—Mira niña. Estas en mi casa y estas castigada como me entere que sales
esta noche estarás de vuelta a tu casa antes de lo que te imaginas.
¿Entendido?
Ana se quedo en silencio mirando con odio a Marta. Después de unos
segundos mirándose mutuamente, Marta, salió de la buhardilla. Mientras
bajaba se preguntaba por qué su marido le había ocultado aquello. Miro su
reloj y era tarde, no era el momento de hablar con él o llegarían tarde a la
cena con sus hermanos. “Pero eso no podía quedar así” se dijo.
Llamó en la puerta de la habitación de su hijo y entro en la habitación.
Carlos estaba frente a su ordenador.
—Carlos nos vamos. No te quedas solo Ana estará en su habitación.
—Vale. Pasadlo bien.
—Hasta luego.
Cuando Marta bajo al salón su marido ya la esperaba en la puerta. No pudo
evitar mirarlo de arriba abajo preguntando que más le ocultaba. Javier noto la
mirada de su mujer.
—¿Estás bien? ¿Pasa algo? – le pregunto.
—Sí, no pasa nada. Ya hablaremos tranquilamente en otro momento – dijo
Marta haciendo un gran esfuerzo por contenerse – Vámonos o llegaremos
tarde.
—Vamos.
El matrimonio salió de la casa camino a la cena que tenían planeada.
Cuando escucho como se cerraba la puerta de casa Carlos salió de su
habitación y subió a la buhardilla. Cuando entro se encontró a la joven
guardando un vestido en el armario y tan solo vestida con un conjunto de
braguita y sujetador de un precioso color rosa pálido. Al principio se quedo
un poco cortado pero luego recordó que ya la había visto con mucha menos
ropa y a ella no le había importado.
—¿Ana estas bien? ¿Te apetece ver una película?
—¿No sabes llamar a la puerta? No ves que estoy desnuda – dijo la joven
con un evidente mal humor.
—Lo siento – dijo muy bajito el chico y se fue rápidamente.
Ana se sentó en su cama. Estaba enfadada y quería vengarse de Marta.
Después de pensar muchas cosas que podía hacer finalmente decidió que lo
más sencillo era acostarse con Carlos. Ya que ella había insistido en que ya lo
había hecho y estaba tan preocupada por su pequeño, la próxima vez podría
decirlo con toda la razón que si se lo había follado. Fue a su escritorio y
busco en la cajonera una webcam. Cuando la encontró la coloco oculta en la
estantería que separaba el dormitorio del resto de la buhardilla, la conecto al
ordenador y comprobó que tenía un buen plano de la cama. Dejo todo
preparado para empezar a grabar tan solo con pulsar una tecla y comenzó a
vestirse con la ropa que había tenido ese tarde. “Si quieres que juguemos
sucio lo haremos” se dijo mientras bajaba al salón para llevar a cabo su plan.

Ana entro en el salón vestida con la falda vaquera que vestía esa tarde, una
ajustada camisa blanca con los tres primero botones desabrochados lo que
hacía que sus pechos formasen un impresionante escote y sin decir nada se
sentó frente a él en uno de los sofás. Se puso a ver la película que Carlos
tenía puesta. “Perros de Paja”. Como esa misma tarde el joven no pudo evitar
centrar su atención en las preciosas piernas de la joven que lo acompañaba y
que hacía que esa noche no estuviese solo.
—¿Por qué coño me miras tanto? ¿Te gusto? – le dijo Ana en un tono un
tanto hostil como si estuviese enfadada con él.
—Lo siento – respondió el joven poniéndose como un tomate y
sorprendido por el comentario de la joven que unas horas antes se le había
insinuado descaradamente.
Sin decir nada más el joven centro su atención nuevamente en la película y
procurando no mirar a la chica. Pero al cabo de un rato el comportamiento de
la joven cambio. La expresión de su rostro se suavizo. Ella tenía las piernas
cruzadas y sus muslos totalmente desnudos lo que hacía que el joven no
pudiese evitar fijarse en esas preciosas piernas. Carlos procuraba no mirarla
demasiado y hacerlo disimuladamente para que ella no se molestase
nuevamente.
Cuando la joven descruzo las piernas muy despacio frente a él no pudo
evitar recordar la escena de “Instinto Básico” con la única salvedad que en
lugar de ver su intimidad solo le mostro su braguita. El volvió a centrar su
atención en la pantalla para no tentar a la suerte. Pero su deseo de contemplar
el precioso cuerpo de la joven era mucho más fuerte. Cuando su vista se
centro nuevamente en ella tuvo una agradable sorpresa, sus piernas estaban
entreabiertas y pudo distinguir perfectamente el color rosa pálido de su ropa
interior. Ella también lo observaba para saber si estaba pendiente de sus
movimientos.
—Que desatendida la tiene a la podre, no le hace ni caso – comento la
joven distraídamente – Aunque la protagonista está muy buena ¿No?
—Si no está mal – siguió la conversación.
—Estoy segura que ahora mismo entrase una mujer así en casa la
colmarías de atenciones – y sonrió traviesa.
No hubo respuesta por parte del chico que continuó viendo la película
aunque no podía evitar mirar brevemente sus torneadas piernas. “Pero… ¿qué
está haciendo?” se pregunto cuando vio que Ana disimuladamente
comenzaba a subir su falda dejando al descubierto la totalidad de sus largas
piernas y el inicio de su entrepierna cubierto por la pálida tela. La polla del
joven se empalmo al instante pugnando por salir del pantalón.
El sabía que ella lo observaba y estaba estudiando sus reacciones. Carlos
trataba de disimular su excitación pero era imposible, no tenía nada a mano
para cubrir su entrepierna y el bulto que ahí había era más que evidente. Se
dio perfecta cuenta de como la chica miraba su inflamado paquete y sonreía
sin disimulo.
La joven comenzó a abrir y cerrar sus piernas descuidadamente, como si de
un juego se tratase. Pero no lo era. Era una coreografía perfectamente
planeada por ella. En ese momento la pantalla muestra como el cazador va a
la casa de la protagonista y viola a su mujer. Pero después de resistirse un
poco termina disfrutándolo por lo que se une a la pareja el compañero del
cazador para follarle el culo.
—¡Que puta! Como lo está disfrutando – dijo la joven – aunque con yo en
su lugar y estando a dos velas como ella también dejaría que un tío así hiciese
conmigo lo que quisiera – y se rió.
—Sí, parece que le gusta.
—Y a ti… ¿te gustaría hacerle eso a una tía cómo ella?
—Eh… no se… me parece un poco fuerte. ¿No crees?
—Tal vez. Aunque teniendo en cuanta que habían sido pareja… ¿Qué te
parece ella?
—No está nada mal.
—Se sincero – insistió ella.
—Está muy, muy, pero que muy buena.
—¿Te gusta más que yo? – pregunto ella con una sonrisa maliciosa en su
rostro.
—Eh… No… tú estás muy bien – titubeo el chico ante la pregunta.
—Vamos… que no te gusto. Eso es lo que se suele decir para salir del
paso.
—¿Qué no me gustas? Pero si eres guapísima y tienes un cuerpo…
—Lo de guapa te lo admito pero… ¿Cuándo has visto tu mi cuerpo? Que
yo sepa nunca me has visto desnuda.
—¿Te acuerdas de tu segundo día en casa? Yo no puedo olvidar cuando
bajaste al baño.
—Es verdad – dijo ella y sonrió recordando la escena.
La pareja de jóvenes volvieron a centrarse en la película aunque ella ya
había perdido todo el interés por la historia y quiso retomar la conversación.
—¿Puedo preguntarte algo? Aunque… bueno mejor no. Es muy personal y
a mí tampoco debe importarme.
—Si no me dices de que se trata no puedo saber si es personal o no.
—Déjalo de verdad, es una tontería, no sé cómo ha podido ocurrírseme
algo así.
—Venga… pregunta lo que quieras. ¿Qué quieres saber?
—Me preguntaba si eres virgen. Como ves es una tontería no tienes que
responderme.
Carlos se quedo en silencio meditando su respuesta. Podía mentirle y
decirle que no para dársela de chico experimentado e interesante para las
mujeres para atraerla o simplemente decir la verdad y esperar su
comprensión.
—Sí, soy virgen — respondió finalmente Carlos — ¿Y tú?… ves esta
pregunta si que sobra salta a la vista que eres una mujer muy experimentada –
dijo poniéndose un poco colorado.
Ella no respondió a la pregunta del joven. Simplemente le sonrío
confirmándole lo que él sabía de sobra. Pero ya que habían entrado en
intimidades continuó con su interrogatorio.
—¿Lo dices en serio? Clara y tu… nunca…
—No. No lo hemos hecho. Ella dice que aun no está preparada.
—Pero… alguna experiencia con chicas habrás tenido.
—Eh… si. Clara y yo hacemos algunas cosas pero nunca llegamos.
—¿Qué cosas hacéis? – insistió Ana.
—Pues… — el joven no sabía cómo continuar. En el tema del sexo era
evidente que el estaba en el parvulario y ella tenía un doctorado y sabia que
cualquier cosa que el pudiese decir le parecería una tontería, pero finalmente,
se lanzo – Pues… normalmente nos besamos, nos metemos mano, nos
tocamos, los día que ella esta mas desinhibida acabamos desnudos y
masturbándonos mutuamente. Incluso una vez tuvimos sexo oral.
La joven no hizo ningún comentario se limito a sonreír. Poco a poco fue
hundiéndose en el sofá adelantando sus caderas dejando su culito casi fuera,
con las piernas abiertas regaló a Carlos un perfecta imagen de su entrepierna.
Su abultado monte de Venus se marcaba perfectamente en la fina tela de su
braga. El chico pudo distinguir como la el rosa pálido de la prende se
oscurecía donde su rajita decía lo cachonda que estaba. Ella con su dedo en la
boca y con el otro brazo apoyado en el brazo del sofá miraba la pantalla
pensativa.
“Que estaría pasando por la mente de Ana” pensaba el joven sin dejar de
mirarla y de disfrutar su regalo. “No sé cómo aguanto” se decía a sí mismo,
ya que lo que realmente deseaba era abalanzarse sobre ella arrancarle las
bragas y follarla hasta llenar con su leche ese coño que tenía frente él,
ofreciéndose descarado. Y no pudo evitar preguntarse “¿Por qué ese cambio?
¿Por qué había pasado de la hostilidad al aparente deseo?”.
Ana continuaba abriendo y cerrando las piernas. Era evidente que cuando
las tenia cerrada las tensaba para apretar su coñito entre ellas y luego
liberarlo.
El chico inconscientemente comenzó a acariciar su miembro por encima
del pantalón. Eso no paso desapercibido para la joven que llevo su mano de
manera distraída a su sexo para recorren con sus dedos su rajita. “Dios, ella
también tiene ganas” se dijo. Desabrocho su pantalón y bajo la cremallera
haciendo sitio para acariciar su dura polla por encima de la tela de su bóxer
mojada por el líquido que manaba de su capullo. Ella seguía estimulando su
sexo sin apartar la vista de él.
Carlos estaba tan excitado que decidió jugar fuerte y apostarlo todo.
Aparto el elástico de su bóxer dejando al descubierto su hinchado glande.
Espero la reacción de la chica. No hizo nada solo mirarlo. Decidió que debía
continuar y sin pensárselo bajo su bóxer y el pantalón hasta sus rodillas. Ella
no aparto la vista de su polla, que salto como si tuviese un resorte, y de su
velludo pubis. Pensó si decirle que le mostrase su sexo pero antes de terminar
el pensamiento miro al vértice de las piernas de su compañera de juegos
viendo como la tele se había apartado mostrándole ese hermoso coñito. Era el
segundo coño que veía y le encanto que estuviese totalmente rasurado. Él le
había pedido en varias ocasiones a Clara que se lo depilase totalmente pero
ella no había accedido, lo tenía eso si muy recortadito y formando un
triangulo sobre su raja. El deseaba conocer el tacto de un sexo de mujer
totalmente limpio y suave.
—Tienes una muy buena herramienta – dijo ella sonriendo.
—… Viniendo de ti creo que debo tomarlo como un cumplido. Aunque
supongo que todos la tendremos parecidas – respondió él después de pensar
que responder.
—No son todas parecidas y la tuya está muy por encima de la media –
sentencio con seguridad ella.
—Tu coño también está muy bien.
Ella se limito a sonreír mientras pensaba que él no tendría muchos con el
que compararlo.
—¿Quieres que veamos una película porno? – se atrevió a preguntar el
joven.
—Vale. Pero mejor la vemos arriba en mi habitación.
Carlos salió corriendo del salón sin colocar su pantalón y su polla daba
botes delante de el a cada paso. Ella no pudo evitar reírse con la escena. Se
levanto del sofá apago el televisor y subió a su habitación para esperar al
joven. Puso a grabar la cámara y se acomodó en su sofá, abrió nuevamente
sus piernas aparto su braguita nuevamente y desabrocho un par de botones
más de su ajustaba blusa y se quito el sujetador. Cuando el chico entro en la
habitación de Ana seguía con el pantalón en las rodillas y su polla se disparo
al cielo cuando se encontró de frente a él nuevamente ese precioso coño y la
imagen de esas tetas que querían salir de esa apretada camisa marcando unos
duros y puntiagudos pezones. Puso la película y se sentó junto a ella.
Olga abrió la puerta de casa. Estaba enfadada. Olga había discutido con
Daniel ya que este le había pedido, durante la fiesta de cumpleaños de su
amiga, ir a su casa y tener con ella sexo anal, ella se había negado y él le dijo
que era una estrecha. La negativa de la joven y la poca compresión de su
chico hicieron que la noche acabase mucho antes de lo que ella tenía previsto.
No podía dejar de darle vueltas a la cabeza de cómo Daniel le había dicho
que era una estrecha. Ella que había accedido a hacer con él todo lo que le
había pedido hasta ese momento no entendía por qué no le daba algo más de
tiempo. Estaba imbuida en sus pensamientos cuando entro en el salón. Las
luces del salón estaban encendidas pero no había nadie. Tiró su pequeño
bolso en el sofá y se sentó para quitarse los zapatos de tacón que la habían
torturado durante toda la noche.
En la película había pocos preámbulos y a los pocos segundos los actores
ya estaban follando. La visión del cuerpo de la Ana junto a las imágenes hizo
que Carlos se pusiera a cien. Se quito las zapatillas y se desnudó de cintura
para abajo. Comenzó a masturbarse despacio recorriendo su verga en toda su
longitud mirando la pantalla.
Del bolso de Olga comenzó a surgir una alegre melodía. Ella lo abrió y
sacó su teléfono móvil. Miró la pantalla en ella aparecía la fotografía y el
nombre de Daniel. Sostuvo unos instantes en aparato en sus manos y después
de pensarlo decidió no responderle colgándole. Unos minutos después el
teléfono volvió a anunciarle con su alegre melodía la entrada de una nueva
llamada. Nuevamente miró la pantalla, era Daniel, y volvió a colgarle. Luego
fueron dos breves pitidos los que le anunciaron la entrada de un mensaje.
Cuando miró que era vio que era otra vez él. Abrió el mensaje.
“POR FAVOR PERDONAME LO SIENTO MUCHISIMO Y TIENES
RAZON PODEMOS ESPERAR. DIME ALGO”
Olga apagó su teléfono y lo guardo en su bolso. Apagó las luces del salón
y subió a su habitación para dar por terminado el día. Antes de entrar llamó a
la puerta de la habitación de su hermano pero no obtuvo respuesta. Pensó que
ya estaría durmiendo y abrió la puerta con cuidado pero no había nadie.
“Habrá salido” se dijo. Cuando apagó la luz del pasillo para entrar en su
habitación se dio cuenta que había luz bajo la puerta que llevaba a la
buhardilla. Parecía que Ana había vuelto pronto a casa.
Ana se puso de pie y muy despacio saco sus braguitas y las dejo caer solo
el erecto miembro de su compañero de juegos, desabrocho otro botón de su
blusa y dejo que sus exuberantes pechos escapasen de la tela. Se acomodo
junto a él y mientras sus dedos comenzaron a moverse dentro de su vagina la
otra mano acariciaba sus pechos y pellizcaba sus pezones. El cogió las bragas
húmedas de la chica y después de olerlas las puso alrededor de su miembro y
continuó masturbándose.
—¿Quién te pone más ese actriz o yo?
—Tú… ¿Puedo besarte? – se atrevió a preguntar.
Olga tiro el bolso sobre la cama y dejo los zapatos junto al armario. Se
tumbo en la cama mirando al techo. Después de un buen rato se levanto para
quitarse el vestido y cuando se disponía a hacerlo de dijo que tal vez sería un
buen momento para hablar con Ana a solas sobre lo que le había pasado con
Daniel. Subió la escalera que llevaba a la habitación de la joven invitada.
Cuando tuvo visión de la habitación de su invitada lo que vio la dejo
paralizada.
La respuesta de Ana no fue verbal. Ella se levanto se sentó sobre él de una
manera natural como si eso lo hubieran hecho cientos de veces. Él lo tomo de
la misma manera. Así estuvieron un rato uno frente al otro mirándose
fijamente a los ojos. Sin hacer caso a la pantalla con sus eróticas imágenes.
Ella finalmente tomo la iniciativa y lo beso dulcemente. El tiempo se detuvo.
El la abrazo y la atrajo más hacia sí y correspondió al beso. No saben cuánto
tiempo estuvieron así. Ella quería que su primera vez fuera algo especial,
pese a que no eran esos sus planes al principio. Pero de la dulzura inicial
pasaron a la pasión y sus lenguas chocaban en el interior de sus bocas
mientras sus manos acariciaban sus espaldas. Ella dejo de besarlo y acerco
sus labios a su oído.
—Fóllame — Le susurro y luego mordió el lóbulo de su oreja.
Ella se levanto y se puso frente a él. Se había transformado la joven ahora
era todo lujuria. Pero le gustaba lo que estaba viendo. Ella desabro los
botones de su blusa. Lo hizo con calma. Luego comenzó a quitarse la camisa
e inmediatamente sus pechos quedaron totalmente expuestos a su mirada.
Dejando caer la prensa a sus pies. Ella quedó ante él solo con su minifalda. Él
armándose de valor alargo su mano e introdujo un dedo en la cintura de la
prenda y la atrajo hacia él. La sujeto por la cintura y beso sus pechos, estos
reaccionaron insolentes al contacto de sus labios. Ella acariciaba su pelo.
Deshizo su recogido y dejo caer su pelo sobre su espalda echando la cabeza
hacia atrás. Él la sostenía por la cintura mientras su mano jugaba con sus
pechos y su lengua hacia círculos de saliva en torno a su ombligo. Él se
detuvo, se puso de pie, la cogió de la mano y con una seguridad que no creía
que podía tener dijo:
–Ven.
Cuando Olga desde la escalera intuyó que Ana y su hermano iban a follar
no supo cómo reaccionar. Lo que se traían entre manos no era un simple
juego de adolescentes. Lo primero que le se paso por la cabeza fue entrar y
detener aquello, pero no lo hizo, después de unos instantes de turbación se
dio media vuelta y regreso a su habitación.
Ana lo siguió hasta su propia cama. De pie frente a ella se besaban con
lujuria, con pasión, con urgencia. Ella le desabrochó los botones de la camisa
y se la quito deslizándola por sus brazos. Acaricio su pecho. El sonreía.
Mientras continuaban besándose ella acaricio su erecto miembro que
palpitaba al contacto de su mano. Cayeron enredados en un apasionado
abrazo sobre la cama. Sintieron totalmente el contacto de sus cuerpos
desnudos. Se exploraron abrazados sobre la cama. El estaba maravillado de la
naturalidad con que ella asumía su propio deseo, sin ningún tipo de
remordimiento y sin ninguna inquietud. Fue ella quien recorrió su torso con
las palmas de las manos, como si quisiera memorizar cada curva y cada
musculo. Él mientras permanecía inmóvil y, para que iba a negarlo algo
asustado. Habían dejado de besarse y el volvió a contemplarla de cerca. Era
preciosa y se había transformado en una mujer diferente. Ambos jadeaban y
poco a poco fueron acompasando el ritmo de sus respiraciones hasta que
acabaron haciéndolo al unísono. Por fin ella se abalanzo sobre él, no había
otra forma de explicarlo. Se fundieron en un arco, un puente, mientras ella
escribía en la piel de él una criptografía de caricias y arañazos que dirían al
mundo que su cuerpo había sido suyo. Estaban rojos, acalorados y sudorosos.
Ella estaba bajo él. Él le acaricio la espalda hasta que se detuvo en las caderas
para aferrarlas después a su cuerpo con ambas manos y ambas piernas.
–Despacio. Dijo ella.
Él pensó que ella quería ser la maestra de ceremonias y llevar la voz
cantante. Él contuvo el aliento mientras entraba en ella, calculada y
morosamente, centímetro a centímetro, de forma que ella pudiera sentir cada
diminuto avance y el pudiera deleitarse con las agradables sensaciones que
estaba experimentando al entrar por primera vez dentro de una mujer.
Realmente no le costó entrar en ella pues su sexo fluía como una fuente. Él
sentía el miembro tenso al máximo, pleno de vigor y entusiasmo a medida
que entraba y como las paredes de la vagina se contraían a su alrededor,
como dándole la bienvenida, como invitándole a entrar, como intentando
atraerlo hacia lo más profundo, y por fin él se supo dentro, completamente
dentro, casi fundido con ella. Y allí se mantuvo, rígido e inmóvil, sin
desplazarse un solo milímetro disfrutando de la cálida humedad de esa mujer.
Ella agito las caderas, impaciente, pero el permaneció inmutable,
descansando en su interior, con las mano apoyadas en el cabecero de la cama
para no perder el equilibrio. Y entonces, muy, muy, muy despacio, haciendo
gala de un autocontrol que a él mismo le sorprendía, empezó a moverse con
estudiada calma. Se retiro y volvió a entrar en ella como a cámara lenta, y en
la segunda envestida hundió el miembro un poco más profundamente. Poco a
poco incremento el ritmo, más rápido, más profundo, más rápido, más
profundo, hasta alcanzar tal intensidad que con cada nuevo impacto y aquella
fricción le provocaba a él un calor intenso que se iba extendiendo por todo el
cuerpo. En un momento sus cuerpos parecían pegados uno al otro, al
momento siguiente él se despegaba. Ella respondía a cada nuevo ataque con
un profundo gemido y a medida que él aceleraba el ritmo los gemidos de ella
ganaban en volumen. Cuando él comprendió que ella había perdido su
seguridad y había dejado de ser ella la que llevaba la iniciativa, él se sintió
poderoso y dueño de la energía necesaria para tomar aquella fortaleza. El se
emborracho en la sensación de superioridad y dominio, y sin poder evitarlo,
sintió como se unía a ella de una manera muy especial. De repente todo el
contenido del dormitorio pareció converger hacia la cama, un gemido más
intenso y agudo ascendió salvaje por su garganta, y cuando lo dejo salir, la
lleno de todo su calor. El se desplomo sobre ella, entre espasmos, luego se
tumbo a su lado y se abrazaron.
—Lo siento, no te he avisado y me he corrido dentro – dijo tomando
conciencia de lo que había hecho.
—Tomo la píldora.
Ella lo beso con una ternura, que él nunca había sentido antes, apoyo la
cabeza en su pecho y se quedo dormida.
Ana abrió los ojos, estaba acurrucada en los brazos de Carlos que dormía
plácidamente a su lado. Miró el reloj que había sobre su mesilla. Las dos de
la madrugada. “¡Mierda, nos hemos dormido!” pensó.
—Carlos…, Carlos… despierta – le decía mientras lo movía para sacarlo
de su dulce sueño.
—Mamá… es temprano déjame un poco más.
—¡Qué coño de mamá! Vamos despiértate o nos meteremos en un lio.
—¿Ana? – dijo desconcertado.
—Venga vete a tu habitación antes de que lleguen tus padres y se lie.
—¿Hemos follado? – pregunto incrédulo al verse desnudo en la cama de la
joven, pensaba que todo había sido un agradable sueño.
—Sí, pero no te emociones, vamos vete – insistió y le arrancó la sabana y
la envolvió en torno a su pecho para levantarse.
Ana fue hacia la escalera. El la siguió mientras recogía la su ropa
desperdigada por el dormitorio. No se vistió, tan solo cubrió su miembro con
las prendas que llevaba en las manos. La joven abrió con cuidado la puerta
que daba al pasillo. Todo estaba tranquilo.
—Date prisa, vete a tu habitación – le susurro.
Carlos salió y fue corriendo hasta su dormitorio mostrando la blancura de
sus duros glúteos a la joven. Ella no pudo evitar sonreír. Cuando el cerró la
puerta de su habitación ella fue hasta la habitación del matrimonio. Abrió la
puerta con cuidado y se asomo al interior. No había nadie, por suerte no
habían regresado aún. Ana respiro tranquila no tenía ganas de una nueva
discusión con Marta, de momento. Volvió a su habitación apagó la televisión
y luego fue hasta su ordenador para detener la grabación. Guardo el archivo
de imagen en una carpeta con el nombre de CARLOS y luego busco una
memoria USB para hacer una copia del archivo. Guardo la memoria en uno
de los zapatos que tenía en el armario y se metió en la cama.
No habían pasado ni quince minutos cuando escucho unos pasos subiendo
la escalera de su dormitorio. Cerró los ojos y se hizo la dormida.
—También está dormida – susurro la voz de Javier.
La joven pudo escuchar como los pasos se alejaban dejándola sola en su
cama. Cerró nuevamente los ojos y en esta ocasión si se quedó
profundamente dormida.
—CAPITULO 4—
EL INCIDENTE

A mediados de octubre aunque el verano se resistía a marcharse, el otoño


ya empezaba a mostrar su cara. Aquel lunes, después de un radiante fin de
semana, había amanecido gris y aunque no hacía el calor de fechas atrás la
temperatura aun era agradable. Conforme avanzaban las horas el día iba
empeorando y cuando Ana llegaba a casa a primera hora de la tarde las nubes
empezaban a descargar las primeras gotas de lluvia.
La casa estaba en completo silencio muestra evidente que no había llegado
ningún miembro de la familia de sus respectivas ocupaciones. La joven dejo
su bolso sobre el sofá junto con un par de carpetas y unos libros para
acercarse al ventanal del salón que daba al jardín delantero de la casa. Desde
ahí, además del jardín, podía ver parte de la calle. Veía como los coches
circulaban moviendo sus limpiaparabrisas, como la gente caminaba rápida
cobijada bajo sus paraguas y como otras personas corrían al verse
sorprendidas por el aguacero.
Cuando iba a retirarse de la ventana algo llamó su atención y se fijo en él.
Era un chico alto, moreno y aparentemente delgado, era un chico normal. No
fue su aspecto lo que llamo la atención de Ana, sino que estaba allí de pie,
quieto frente a la casa calándose hasta los huesos mientras tenía la impresión
que la miraba fijamente. Ella movió su mano en forma de saludo pero no
obtuvo ninguna respuesta del joven desconocido.
—Buenas tardes – dijo una voz a su espalda. Ana se giro rápidamente
dando un respingo al verse sorprendida – ¿te he asustado?
—María. Hola. Sí me has asustado pensaba que no había nadie en casa.
—Ya me marchaba. Dile a Marta que he dejado la cena en el frigorífico,
solo tiene que calentarla.
—No te preocupes yo se lo digo. Si no fuera por ti creo que solo
comeríamos precocinados – dijo la joven sonriendo.
—Hasta mañana entonces.
—Hasta mañana María. ¡Ah! Coge un paraguas está lloviendo.
La asistenta salió del salón y un instante después mientras recogía sus
cosas escucho como se cerraba la puerta. “Por fin sola” pensó y subió a su
habitación. Dejo sus libros sobre el escritorio y miró su reloj haciendo un
cálculo mental de cuánto tiempo tenía antes de que alguien llegase. El cuerpo
le pedía marcha, desde que se lo monto con Carlos no había vuelto a tener
sexo, ni siquiera se había masturbado y las insinuaciones a Javier, que
siempre la excitaban, estaban en horas bajas ya que este parecía que había
perdido su interés por ella puesto que últimamente estaba muy distraído.
Paso hasta donde estaba su cama, se quito la camiseta tirándola sobre ella,
llevo las manos a la espalda desabrochando su sujetador, que dejo junto a la
camiseta, liberando sus pechos que no se inmutaron en su posición por la
falta de la prenda. Se descalzó y desabrochó sus vaqueros los bajo a lo largo
de sus bonitas piernas y cuando estuvieron en sus tobillos los pisó para
librarse de ellos de una patada. Tan solo vestida con una escueta braguita de
bajísima cintura, de color morado, se aproximó al armario y abriendo ambas
puertas de par en par hecho un vistazo a su ropa de diario buscando algo con
lo que sentirse cómoda. Un vestido corto y ligero de tirantes fue el elegido.
Siempre lo había usado por su comodidad para ir a la playa o al barco de su
padre pero porque no para estar cómoda en casa. Se calzo con unas sandalias
y fue hasta su mesa.
Ana se sentó frente al escritorio. Abrió uno de los libros y de una de sus
carpetas sacó un puñado de folios que extendió sobre la mesa. Comenzó a
repasar sus apuntes, mientras comprobaba en el libro algunos datos pero su
cabeza no estaba centrada en los artículos aplicables al caso que tenía que
repasar. Tenía ganas de sexo estaba excitada y no podía concentrarse. Si
quería estudiar ese caso tendría que hacer algo. “Que pena que no éste Carlos
en casa, me encantaría disfrutar su polla en este momento o la de su padre
aunque últimamente pasa de mi” pensó.
Se levanto de la silla y se acercó al balcón. La lluvia seguía cayendo con
fuerza. “Porque no” se dijo recordando lo que en un par de ocasiones había
hecho en su casa cuando empezaba a iniciarse en el sexo. Abrió la puerta y
salió a la terraza. No fue ni un minuto el tiempo que estuvo ahí fuera pero
suficiente para que la fina tela de su vestido se pegase a su cuerpo
transparentando claramente sus pechos y el morado de sus braguitas. Miro
nuevamente su reloj y entro de nuevo. Bajó a la cocina y fue hasta la puerta
que de ahí daba acceso a la piscina. Vio su efímero reflejo en el cristal de la
puerta, con el pelo suelto y ese vestido tenía un look muy sexy, “si fuese un
hombre me haría el amor ahí mismo” se dijo. Precisamente era lo que iba
hacer, hacérselo ella sola.
La joven Ana no podía esperar más el tiempo corría en su contra. Se quito
el mojado vestido, las sandalias y bajo las braguitas hasta sus rodillas. De esa
guisa se apoyó en la encimera y empezó a frotar su clítoris. Con aquel
frenético movimiento de sus dedos pudo haber tenido un orgasmo en un par
de minutos, estaba ansiosa por alcanzarlo pero quería disfrutar al máximo.
Dejo de estimular su botón del placer y dos dedos entraron en su vagina, el
flujo era abundante y la joven lamía sus dedos para eliminarlo parcialmente
aunque no dejaba de salir. La chica aprovechó su abundante humedad para
lubricar su ano preparándolo así para unirse a su fiesta privada. Cada mano
jugaba con dos dedos dentro de cada una de sus entradas proporcionándole
un placer que le impedía sostenerse en pie.
Ana dejo caer sus bragas al suelo para poder abrir más sus piernas y
continuar con su juego. Pero su culito requería algo más que sus dos deditos.
Miro a su alrededor y no encontró nada que le sirviese. Entonces una
bombilla se encendió en su cabeza y como cuando era una niña de apenas
quince años abrió el frigorífico y apareció ante sus ojos. Un hermoso pepino
le daría placer y seria el sustituto ideal de la polla que quería en ese momento.
La joven acerco la hortaliza a su sexo para cubrirla totalmente con su flujo y
así poder introducirlo en su puerta trasera.
Estaba tremendamente excitada y el corazón le latía desbocado esperando
disfrutar en su culito de aquel pepino. La chica empujo la hortaliza contra su
ano, esta empezó a entrar pero con algo de dificultad ya que era bastante
grueso. De cualquier forma esas sensaciones no eran nuevas para ella y sabía
disfrutar de esos momentos anteriores a la penetración total. Cuando su
esfínter se dilató lo suficiente gran parte del pepino desapareció en su interior
haciendo que disfrutase de un maravilloso placer anal. Que solo aquellas que
lo hayan vivido sabrían apreciar. El placer que sentía era tal que no podía
permanecer quieta, andando por la cocina sin poder parar ya que el
movimiento hacia que el placer fuese mucho más intenso haciendo que los
primeros gemidos saliesen de su garganta.
Continuaba lloviendo. Ana abrió la puerta de acceso al jardín, el sonido de
la lluvia se hizo más intenso y el aire frio que entro la dejo helada al
momento. El agua cubría el suelo y el césped. La joven se puso sus sandalias
y salió bajo la lluvia otoñal. Lo que sintió la joven fue maravilloso. La lluvia
caía sobre su cuerpo desnudo y el pepino seguía guarecido en la puerta de
atrás. Se descalzó y caminó completamente desnuda de un lado a otro del
jardín bajo la lluvia. El placer que sentía era extraordinario, cada movimiento
era transformado por su ano y su ocupante en un relámpago de placer que
hacía que no pudiese dejar de moverse.
Sus pezones duros como rocas no dejaban de ser atendidos con tirones y
pellizcos. No disimulaba sus gemidos de placer, que le producían el frotar su
sexo como si su mano estuviese poseída por el mismo diablo, ya que de eso
se ocupaba la tormenta. Cuando su cuerpo no pudo más, la joven, cayó sobre
el césped sentándose sobre el pepino que seguía alojado en su recto haciendo
que este entrase por completo. Apoyó la espalda en la hierba mojada, abrió
completamente sus piernas y mirando como la lluvia caía sobre ella siguió
torturando su clítoris sin ningún miramiento.
Cuando no pudo aguantar más, su pulgar se hizo cargo de su inflamado
clítoris mientras el índice y el corazón se hundieron en su vagina. Fue
entonces cuando llego lo que tanto deseaba. Un grandioso orgasmo recorrió
todo su cuerpo. Los espasmos hicieron que su espalda se arquease y la
presión a la que su recto sometió al pepino hizo que este fuera expulsado de
su interior. Este quedo tan dilatado que no llego a cerrarse completamente.
Ana rodo por el césped gritando de placer y temblando aun por las sacudidas
que le había producido ese añorado amigo, el orgasmo.
Tirada en el suelo, quieta, con la lluvia golpeando su cuerpo con fuerza
espero a poder reaccionar y ser nuevamente dueña de su cuerpo. La fuerza
volvió a sus extremidades y sin levantarse sonrió de manera traviesa.
“¿Algún chico le habría proporcionado un momento parecido?” se pregunto a
sí misma, “Creo que no” se respondió sin dejar de sonreír.
La lluvia no cesaba, comenzaba a oscurecer y sintió frio. Supo que era el
momento de entrar antes de que alguien la pillase, aunque ella
particularmente no le importase. Se puso en pie y desde el centro del jardín
miro a su alrededor. Todo estaba tranquilo aunque cuando detuvo un instante
la mirada en la casa de su vecino le pareció ver como una sombra se ocultaba
tras las cortinas. No le dio importancia y recogiendo sus sandalias entro en la
casa. Una vez en la cocina cerró la puerta, cogió su ligero y mojado vestido
junto con sus braguitas. Desnuda como estaba con las prendas en una mano
subió a su habitación dejando tras de sí un sendero de formado por las
húmedas huellas de sus pies descalzos. Ya en su habitación envolvió su
cuerpo en la calidez de un mullido albornoz. Volvió a su escritorio y bajo la
isla de luz que formaba su flexo se puso a estudiar su caso mucho más
relajada.
Poco a poco la casa fue llenándose de vida conforme los miembros de la
familia fueron regresando. Javier y Marta estaban pasando un bache en su
relación. Marta estaba molesta con el comportamiento de su marido pero este
no sabía que había hecho para que su mujer reaccionase de esa manera.
Intentaba hablar con ella para solucionar lo que pudiese haber pasado pero
ella siempre dejaba ese asusto para otro momento. Esta situación había hecho
que Javier estuviese preocupado por lo que había dejado aparcados los
conqueteos y los juegos con su invitada.
Marta, aparte de estar enfadada con su marido por ocultarle lo que había
hecho Ana aquel día al poco de llegar y castigarlo sin decirle nada sobre el
tema, por lo demás estaba muy satisfecha. Parecía que su conversación con
Ana había surtido efecto y las insinuaciones a Carlos habían cesado. Si se
había dado cuenta que su hijo intentaba acercarse a la joven pero ella
ignoraba todos sus intentos.
Carlos había intentado por todos los medios volver a hacerlo con Ana pero
últimamente pasaba de él. Esto había hecho que insistiese con más fuerza en
hacerlo con Clara, pero ella seguía sin estar preparada y seguían sin pasar de
las mutuas masturbaciones. Esto a Carlos lo volvía loco ya que estaba
deseando repetir la experiencia vivida aquella noche con Ana. Todo esto
hacia que estuviese permanentemente excitado con lo que no podía evitar
masturbarse un par de veces al día.
Después de su pelea, Olga y Daniel, estuvieron varios días sin hablar.
Finalmente Daniel se disculpo por lo que le había pedido, Olga acepto sus
disculpas y retomaron nuevamente su relación. Pero a pesar de que parecía
que Daniel se había olvidado del asunto, Olga continuaba pensando en ello.
No dejaba de darle vueltas al asunto ya que estaba dispuesta a complacer a su
chico pero quería estar segura de hacerlo bien. Después de aquella noche en
que intento hablar con Ana sobre el tema y se la encontró follando con su
hermano no había vuelto a tener oportunidad de hablar con ella a solas.
Además dudaba si decirle que la había visto haciéndolo con su hermano lo
que hacía que le costase mas forzar un encuentro para hablar con ella.
También tenía sus dudas en si debía hablar con su hermano sobre lo
sucedido, ya que lo que había hecho no estaba bien, puesto que le había
puesto los cuernos a su novia. Lo que la frenaba en esto era que no sabía si
aquello había sido algo esporádico que no había vuelto a repetirse o sería algo
habitual. Todas estas dudas la habían llevado a entrar en un círculo que hacía
que no resolviese sus dudas sobre el sexo anal.
Unos días después Ana entraba en la cafetería de la facultad después de
una de sus clases. Un grupo de compañeros llamaron su atención para que se
sentase con ellos. Ana los saludó mientras se aproximaba a la barra. Una
joven camarera se acerco a ella para tenderla. Pidió un refresco y después de
pagarlo fue a sentarse con sus compañeros. Ahí comentaron como enfocar los
trabajos que el profesor de derecho penal les había encargado. Dudaban como
plantear las supuestas defensas y acusaciones de los casos que les había
planteado el más capullo de sus profesores.
Una mano se poso sobre el hombro de Ana. Esta se giro. Su expresión
risueña se torno seria y confundida cuando vio a quien pertenecía la mano.
Realmente parecía que estaba viendo un fantasma.
—Ana, ¿qué haces aquí?
Fue el saludo de un joven de unos veinticinco años, alto, moreno, con un
cuerpo bien formado y unos ojos verdes que parecían esmeraldas. Las
compañeras de Ana quedaron embobadas mirando al misterioso desconocido
que parecía conocer muy bien a su amiga.
—Nos presentas a tu amigo – dijo una de las compañeras de Ana.
—Hola, soy Jorge el novio de Ana.
Se presentó el mismo ya que la joven no reaccionaba. Los jóvenes fueron
saludando al novio de su compañera mientras ella continuaba sentada en la
silla incrédula de lo que estaba pasando. Entonces algo salto en su interior y
la hizo reaccionar.
—No es mi novio, lo dejamos este verano – puntualizó poniéndose de pie
– y tú ¿Qué coño haces aquí? – interrogó cogiéndolo del brazo y apartándose
del grupo.
—Yo pregunte primero.
—Vete a la mierda. No deberías estar en Londres haciendo tu tesis.
—Solo ha sido un pequeño cambio de planes. ¿Me das un beso? – y se
aproximó a la joven con intención de besarla en los labios.
La reacción de Ana no sé hizo esperar y en lugar de encontrarse con los
sensuales labios de la joven, lo que encontró fue su mano cruzando su cara
con una sonora bofetada. Se hizo el silencio en la cafetería y todos dirigieron
sus miradas a la pareja.
—¿Estás bien Ana? – dijo uno de sus compañeros levantándose de la mesa
y rompiendo el silencio que reinaba en ese momento en el lugar.
—Tú no te metas, capullo, esto no es asunto tuyo – dijo irritado Jorge por
la reacción de la chica.
—Estoy bien, no te preocupes, no pasa nada – tranquilizó Ana a su
compañero – Vamos fuera – le dijo a su ex en un tono más bajo y caminó
decidida hacia la salida.
Ana, ajena como siempre a las normas del protocolo avanzó por delante de
Jorge. Caminó con paso firme y seguro entre las mesas. Jorge comprobó
como todo el mundo en la cafetería seguían atentos su avance. Y no pudo
evitar fijarse detenidamente en ella. En su camiseta blanca ajustada de
generoso escote, su chaqueta azul con mangas vueltas, sus ajustados vaqueros
y en esos zapatos de tacón que hacían que el movimiento de sus caderas y su
apretado trasero fuera algo hipnótico. Ana siguió avanzando ajena a las
reacciones que había desatado y como el silencio se había transformado en un
murmullo creciente del que eran los protagonistas. Una vez fuera de la
cafetería Jorge intento detenerla, pero ella continuó caminando hasta salir del
edificio, cruzo la calle sin mirar, haciendo que un par de coches tuviesen que
frenar, hasta llegar a los jardines que se extendían frente a la facultad. Jorge
la seguía y disculpándose con los conductores llego al parque tras ella. La
joven se giró para enfrentarse a su ex cara a cara. El chico al verla se paró en
seco a un metro de ella.
—¿Puedes decirme ahora qué coño haces aquí? – le pregunto claramente
cabreada.
—Ya te lo he dicho un cambio de planes.
—No me vengan con gilipolleces. Se suponía que deberías estar en
Londres terminando tu tesis. ¿O solo fue una escusa para dejarme? Porque
eso me dijiste ¿no? que sería mejor darnos un tiempo mientras estabas fuera.
Que las relaciones a distancia son complicadas. Vamos que querías tener el
campo libra para follarte a las que se te pusieran por delante sin tener
remordimientos. ¿O no es así?
—Ana, por favor…
—Ni por favor ni ostias. Quiero una explicación. Quiero saber que haces
aquí. Quiero que me digas por qué apareces ahora y pretendes que parezca
que fue anoche cuando nos vimos por última vez.
—Vale te lo explico pero tranquilízate, joder.
—No me digas que me tranquilice sabes que no lo soporto. Vamos di lo
que tengas que decir.
—Nunca tuve intención de ir a Londres, este verano conocí a una chica,
Martina, ella vive aquí y decidimos que yo podría hacer aquí mi tesis para
estar juntos.
—Vale me parece muy bien. Que seáis felices. ¿Qué quieres de mi
entonces?
—Volver contigo.
—¿Qué?
—Lo mío con Martina no ha funcionado y me he dado cuenta que no
puedo vivir sin ti. Me he dado cuenta que sigo enamorado de ti y que no he
dejado de quererte en ningún momento. Intente llamarte pero tu numero de
móvil ya no existe y finalmente llame a tu casa. Tus padres me dijeron que
estabas aquí estudiando y te he buscado. Ana sabes que te amo. Sabes lo que
siento por ti.
—Como mientes cabrón.
—No miento, de sobra sabes que es verdad.
—Pues mejor. Pero ahora la que necesita un tiempo soy yo. Así que ya
puedes largarte.
—¿Estas con otro?
—A ti no te importa si estoy o no estoy con alguien eso es cosa mía. Tú y
yo ya no somos nada y no tengo que darte explicaciones.
—Sí, estas con alguien. ¿Quién es? Ese capullo que se ha levantado antes
para defenderte. Vamos no me digas que ahora te gustan ese tipo de tíos. Si
es un mierda. Tú no puedes caer tan bajo.
—Pues ése mierda es mucho más hombre que tú.
—¿Ah sí? Pues vamos a verlo. Ven aquí – y sujetándola por ambos brazos
con fuerza la acerco a él para besarla. La joven golpeó su pecho con sus
puños mientras intentaba zafarse de los brazos de él sin dejar de mover la
cabeza evitando sus labios.
—Suéltame cabrón me haces daño.
—No te suelto, voy a recordarte lo que es un hombre de verdad ya que
parece que lo has olvidado.
—Déjame.
El cubrió finalmente con su boca los labios de la joven haciéndola callar.
Metió su lengua en su boca y la beso con rabia mientras ella no dejaba de
resistirse. Ella le mordió con fuerza uno de sus labios. Cuando sintió el
mordisco se aparto de ella. Llevo una de sus manos al labio y recogió la
sangre que brotaba de él.
—Eres una puta – le grito y lanzo su mano contra su cara. Cuando esta
choco contra el rostro de la joven la hizo tambalearse – vete a la mierda hay
cientos de chicas mejores que tú – le dijo dándole la espalda para marcharse.
Ana cuando se repuso de la bofetada corrió tras él. Saltó a su espalda y lo
hizo caer al suelo de rodillas sorprendido por el ataque. Comenzó a golpearlo
con rabia con los puños cerrados mientras lo insultaba a gritos. Pero él mucho
más fuerte que ella logro reducirla y tumbarla en la hierba sentándose a
horcajadas sobre ella para inmovilizarla mientras con una de sus manos
sujetaba las de la chica sobre su cabeza.
Vio como el labio de la joven sangraba. Ella no paraba de mover sus
piernas intentando liberarse, pero era imposible, la diferencia entre los
cuerpos y las fuerzas de ambos era considerable. El aproximo su lengua a la
cara de ella y lamio la sangre que brotaba de su labio.
—Ya veo que ahora te gustan las cosas más fuertes – le dijo sonriendo con
maldad.
—Eres un hijo de puta – fue la respuesta de Ana y le escupió a la cara.
La mano libre de Jorge volvió a elevarse y golpear el rostro de Ana. Lo
repitió una, dos, tres veces más. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas
por la impotencia, no por el dolor, de no poder zafarse de él y defenderse.
Entonces alguien lo quito de encima de la joven liberándola. No sabía de
dónde había salido ya que estaban solos en ese parque. Pero cuando logro
incorporarse vio a Jorge en el suelo. Un chico lo sujetaba de su cazadora de
cuero y no dejaba de golpearlo en la cara con su puño. Cuando Ana logro
incorporarse agarro al desconocido por el cuello.
—Déjalo. Para. Lo vas a matar — le gritaba intentando separarlos.
El joven desconocido la aparto y después de darle un último puñetazo a
Jorge se incorporo dejándolo aturdido y ensangrentado en el suelo.
—¿Estás bien? – le pregunto el desconocido.
—Sí. Estás loco podías haberlo matado – le recrimino ella.
—Se lo merecía.
—Además a ti nadie te había dado vela en este entierro yo podía
defenderme.
—Yo no estoy muy de acuerdo.
Ana fue hacia Jorge que continuaba semiinconsciente en el suelo sin parar
de sangrar. Se arrodillo junto a él pare intentar ayudarlo.
—¿Por…?
La chica iba a dirigirse al desconocido pero este se había esfumado de la
misma forma en que había aparecido. Comenzaron a oírse unas sirenas que se
acercaban rápidamente. Dos coches de policía se detuvieron frente al edificio
de la facultad. Del edificio comenzaron a salir jóvenes curiosos por saber a
qué se debía la visita de la policía. Los cuatro agentes corrieron hacia el lugar
donde Ana estaba arrodillada junto a Jorge intentando detener la abundante
hemorragia con su chaqueta doblada. Uno de los agentes la apartó del cuerpo
del joven mientras otro se encargaba de socorrerlo. Los otros dos agentes
intentaban contener a los curiosos que empezaban a remolinarse en torno al
lugar mientras solicitaban una ambulancia por radio.
El policía preguntaba a la joven si se encontraba bien y que había sucedido
pero no obtenía respuesta. Ana miraba a su alrededor y así misma. No daba
crédito a lo que había pasado. Un nuevo coche de policía llegó junto con la
ambulancia. El sonido incesante de las sirenas la estaba volviendo loca.
Estaban completamente rodeados de gente. Estaba despeinada, descalza,
había perdido sus zapatos y su camiseta estaba manchada de sangre. No sabía
de quién era, si suya o de Jorge. El agente insistía en preguntarle pero ella no
oía nada. Sus compañeros de la cafetería se abrieron paso entre la gente. Uno
de los agentes intento detenerlos pero Ana corrió hacía ellos y se abrazo al
joven que intento ayudarla en la cafetería. El correspondió al abrazo y Ana se
derrumbo en un mar de lágrimas mientras el policía interrogaba a sus
compañeros recién llegados.
Javier y Marta entraron apresurados en el pabellón de urgencias del
hospital. Se dirigieron al mostrador y preguntaron al celador por Ana. El
celador les indicó que hablasen con un policía que estaba a unos metros de
ellos hablando con un médico que le entregaba unos papeles. Se acercaron al
agente y se identificaron. Los estaba esperando. Los acompaño a una sala
donde estaba Ana sentada junto a una agente de policía.
—¿Estás bien? – preguntaron ambos a un tiempo mientras Marta se
sentaba junto ella y la abrazaba.
Ana asintió afirmativamente con la cabeza abrazándose con fuerza a
Marta. Mientras Javier acaricia su cabello revuelto.
—No se preocupen ésta bien – les dijo la joven policía que la acompañaba
— solo tiene el labio partido y algún hematoma, nada grave.
—¿Pero qué ha pasado? – pregunto Javier.
—Ella no nos ha dicho nada. Estaba muy nerviosa. Pero según algunos
testigos empezó a discutir con su novio en la cafetería, salieron y ahí se
complico todo – respondió la agente.
—¿Su novio? – pregunto extrañado Javier.
—¿No sabían que tenía novio? – pregunto el otro policía.
—Lo primero que oigo. No teníamos ni idea. Solo hace un par de meses
que vino a vivir con nosotros. ¿Y ese cabrón donde esta? Habrá que poner
una denuncia — dijo Javier algo alterado.
—Lo están operando en este momento. Tenía la nariz y la mandíbula rotas
– dijo la agente.
—¿Ana le hizo eso? – pregunto desconcertado Javier.
—En principio creemos que no. Pero será mejor que eso lo aclaremos
mañana en comisaría – le indico el otro policía mirando sus papeles.
—¿Podemos irnos entonces? – pregunto Marta.
—Claro. Llévensela a casa y que descanse. Tome mi tarjeta. Mañana
cuando vayan a comisaría pregunten por mí – les dijo la joven amablemente.
Marta ayudo a la chica a levantarse. Ana se puso los zapatos que están en
el suelo junto a ella. No sabía cómo habían llegado ahí. Javier se quito su
chaqueta y la puso sobre los hombros de Ana. El policía entrego unos papeles
con el logotipo del hospital y una bolsa con los objetos de Ana a Javier. Se
despidieron de la pareja de policías y salieron los tres del hospital.
Una vez en casa Javier fue directo a su despacho para llamar a los padres
de Ana y contarles lo sucedido mientras Marta acompaño a la joven hasta el
baño. Marta regulo la temperatura del agua y comenzó a llenar la bañera
poniendo unas sales. Luego ayudo a la joven a desnudarse ya que estaba
dolorida y se movía con dificultad. Le quito la camiseta cubierta de manchas
rojas dejando su cuerpo desnudo. Ana no llevaba sujetador. A Marta no le
extraño ya que tenía un pecho perfecto y podía permitírselo. Luego
desabrocho sus vaqueros comenzó a bajarlos. Se llevo una sorpresa cuando
ante ella apareció el sexo desnudo de la joven sin ropa interior. Eso ya le
pareció excesivo. “Por lo menos un tanga aunque sea pequeño” pensó, pero
no le dijo nada ya que no era el momento. Aunque el estar así con ella la
estaba excitando un poco. La ayudó a entrar en la bañera y la dejo un
momento que se relajase en el agua caliente.
Ella mientras subió a su habitación para buscar algo de ropa y dejar la
bolsa que les había entregado la policía. La abrió sobre la cama de la joven.
Ahí estaba la ropa interior de Ana junto a otros objetos personales. Se la
quitaron en el hospital para examinarla. Luego busco unas braguitas en los
cajones, una camiseta de las que usaba para dormir, el albornoz que había
sobre la cama y volvió al baño.
Marta se arrodillo junto a la bañera cogió la esponja y le puso algo de
jabón. Comenzó a pasarla con delicadeza por los hombros de la joven. Luego
tomando uno de los brazos también lo recorrió cubriéndolo de espuma para
luego hacer lo mismo con el otro.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo? – se intereso Marta.
—Si estoy bien, solo algo doloridas las piernas.
—¿Quieres que te de un masaje?
—¿No me harás daño, verdad? – pregunto Ana algo tensa.
—No te preocupes tendré mucho cuidado y te aliviará – terminando de
frotar el brazo de la joven con la suave esponja.
—¿Estoy bien así, separo más las piernas o tengo qué ponerme en otra
posición?
—Así está bien.
Cuando termino con los brazos tomo una de las doradas y torneadas
piernas de Ana para comenzar con el masaje. Marta se puso en las manos un
poco de aceite esencial que había en uno de los bordes de la bañera y empezó
a masajear el prieto muslo de la joven.
—Uuufff – dijo Ana al sentir las manos de Marta aplicando presión sobre
su muslo dolorido.
—Relájate, estas muy tensa.
—Vale. Lo intentare. Me gusta como lo haces, es verdad que me alivia.
Ana comenzó a excitarse con la forma en que Marta le hacia el masaje.
“Creo que está notando que me gusta lo que hace” pensó relajándose más en
la bañera. Las manos de Marta subían desde la rodilla hasta la ingle. La joven
notaba como en algunas ocasiones las manos de su masajista se detenían algo
más de lo necesario rozando con las puntas de sus dedos su entrepierna bajo
en agua caliente. Cerró los ojos y se dejo hacer. No podía evitar sentir como
los labios de su sexo se hinchaban. Y sabía que Marta lo estaba notando al
rozarla con sus dedos. La joven estaba segura que Marta sabía que estaba
excitada. Su respiración se aceleraba y sonrió. En un movimiento reflejo por
puro instinto Ana abrió más las piernas y se agarró con ambas manos a los
bordes de la bañera.
—¡Ummm! Me gusta, tienes unas manos que…

—Gracias – respondió Marta sorprendida por aprobación de la joven.

“No sé cómo he sido capaz de decir eso. Estoy fuera de control.” Pensó
Ana. Marta se apoyó en la bañera justo donde Ana estaba a ella y frota su
pecho en el dorso de su mano. La joven imaginó cómo sería su pecho que
está separado de su mano solo por la tela de su blusa y su sujetador.
—Te daré también en el otro muslo parece que también está tenso – dijo
Marta.
—Bien. Me gusta. Me encuentro mucho mejor.

—Estoy segura que te está viniendo bien este masaje.

—Marta, la verdad es que lo haces muy bien. Me gusta.

Marta le masajea el otro muslo de la misma forma. Sigue tocando la rajita


de la joven con la punta de sus dedos. A esas alturas esta empapada y noto
como fluye su flujo. Ana mueve su mano y descaradamente la mete entre los
pechos de Marta para que juegue con ella. De forma disimulada Marta hacía
leves movimientos frotando sus pechos en la mano de la juguetona y
receptiva joven. Marta también estaba excitada y muy mojada.
—¡Ummmmmm! – gimió Ana sin poder evitarlo.

—¿Estás excitada? – pregunto Marta sin ningún reparo.

—Un poco es que… — mintió Ana. Estaba muy cachonda — ¿Te


importa?

—No, no me importa. Me gusta. ¿Creo que lo has notado?

—Sí, pero me daba vergüenza decirte que… me gustas. Además con los
desencuentros que hemos tenido.

—Olvídate de eso ahora. A mí también me gustas. ¿Quieres que sigamos?

—¡Sí! ¿y tú? – respondió entusiasmada Ana.

Marta no respondió a su pregunta y simplemente pasó a la acción. Subió


las manos por sus muslos hasta sus caderas para bajar a lo largo de sus
piernas. Ana la dejó hacer toda excitada. Ana se levanta. De pie en la bañera
agua y espuma corren por su cuerpo.
Ahora tenía ante ella el coñito de su joven y deseaba invitada. Estaba
totalmente rasurado. Ana estaba totalmente empapada. Sentía como sus
fluidos manaban de su interior. Marta acariciaba su sexo suavemente
sintiendo su humedad. Recorría toda su abertura con sus dedos. La joven no
pudo evitar abrir más las piernas y agitar un poco las caderas buscando un
contacto más profundo. Recogía sus fluidos con sus dedos y los llevaba a sus
labios. Abría un poco su boca e introducía sus dedos en ella. Los estaba
saboreando. Ana sabía perfectamente que esa no era la primera vez que Marta
estaba con una mujer.
—¿Te gusta? – pregunto Ana a su anfitriona.

—Me encanta.

Con los pechos de la joven a su disposición, Marta, colocó ambas manos


sobre ellos y los acarició con suavidad. Notó que los tenía como piedras en
ese momento y sus pezones reaccionaron insolentes al contacto de sus manos.
Marta hundió su cabeza en la entrepierna de la deseada joven. No dejaba de
jugar con sus pechos. Ana acarició el pelo de Marta mientras esta jugaba con
su lengua en su clítoris que a esas alturas esta hinchadísimo. Lo mordía, lo
besaba, lo adsorbía. Su lengua no estaba quieta un solo momento. Bajó una
de sus manos acariciando su cuerpo. Introdujo sus dedos dentro de ella, sin
dejar quieta su lengua un solo segundo.
—¡Dios que bien! – no pudo evitar decir Ana por el excelente trabajo que
Marta le estaba realizando.
Ana estaba empapada y abierta y Marta no dejaba de meter su lengua en
ese delicioso coñito para recoger hasta la última gota de fluido que salía de su
interior. Marta continuaba trabajando con su lengua y sus dedos. La
respiración de la joven se aceleraba e intentaba contener los gemidos. Tenía
miedo que Javier las escuchase aunque a Marta parecía no importarle.
Entonces tuvo un primer orgasmo, aunque no muy intenso, porque Marta
abandonó por unos momentos su clítoris. Su vientre se contrajo un par de
veces y su respiración empezó a calmarse un poco.
Javier después de hablar con los padres de Ana para comunicarles lo
sucedido y tranquilizarlos subió para ver como se encontraba. Ni Ana, ni
Marta estaban en la buhardilla así que fue al baño. Llamó suavemente. No
obtuvo respuesta del interior. Abrió con cuidado la puerta y se asomó con
sigilo para no ser indiscreto. Lo que vio lo maravilló. Ana completamente
desnuda, de pie en la bañera con gotitas de agua resbalando por su delicada
piel, con los ojos cerrados y el cabello mojado cayendo sobre sus apetecibles
hombros. Y con un rostro de placer que era insuperable. Un placer que le
estaba proporcionando su mujer con la cabeza enterrada entre las piernas de
esa diosa. Por un momento vio en esa imagen el “Nacimiento de Venus” y
pensó que si Sandro Botticelli hubiese contemplado esa imagen habría sido
Ana la inmortaliza en ese lienzo surgiendo de la aguas. Con esa imagen
grabada en sus retinas cerro con mucho cuidado la puerta y volvió a su
despacho.
Marta se centró en el clítoris de la joven cuando aún no se había rehecho
de su mi primer orgasmo. Su respiración se aceleró nuevamente, empezó a
jadear sin parar y no pudo evitar mover las caderas al ritmo que marca la
lengua de esa mujer. Marta se lo estaba mordiendo, besando, chupando y
sorbiendo sin parar. Su respiración estaba muy acelerada y su cuerpo se puso
en tensión. Notó como le venía era muy intenso. Marta no descansaba ni un
segundo. El sexo de Ana era un autentico manantial de fluidos. Hasta que
finalmente.
—¡Oohhhhhhhhhh! ¡siiiii!
Fue un orgasmo intenso, muy intenso y largo. Ana tenía los ojos cerrados y
su vientre no deja de moverse por la intensidad del momento. Mientras su
respiración empezaba a relajarse un poco. Cuando abrió los ojos Marta la
estaba mirando. Tenía una mano metida en su pantalón y por su expresión
supo que ella también iba a llegar. Cuando terminó, Marta se puso de pie
frente a ella, se besaron. Fue un beso muy tierno. Ambas estuvieron
encantadas de sentir los labios carnosos y suaves de la otra sobre los propios.
—¿Te gusto? — Le preguntó Marta mientras estaban fundidas en un
abrazo.
—Ha sido una experiencia maravillosa.
—Me alegro que te haya gustado. Para mí también ha sido muy especial.
Volvieron a fundirse en un beso. Entonces alguien llamó a la puerta del
baño. Ambas se separaron. La puerta se abrió sin esperar respuesta.
—¿Ana estas bien? – pregunta preocupada Olga entrando en el baño y
cerrando la puerta tras de sí – Papá me ha contado lo que te ha pasado.
—Sí, no te preocupes solo ha sido un susto – dijo Ana mientras se ponía el
albornoz que Marta le ofrecía.
—Bueno ya que estás aquí ayuda a Ana. Yo voy a cambiarme me he
mojado la blusa al ayudarla en con su baño – le dijo Marta a su hija.
—No te preocupes yo me encargo – respondió Olga.
—Gracias Marta, por todo – dijo Ana.
—No tienes que darlas ha sido un placer – respondió Marta y salió del
baño camino de su dormitorio.
Marta entró en su dormitorio mientras comenzaba a desabrochar su blusa.
Ahí estaba Javier que salía de su baño. No dijo nada solo miro fijamente a su
esposa que se quedo quieta como una estatua al verlo. Vio como su blusa
trasparentaba por la humedad el encaje del sujetador y no pudo resistirse.
Javier fue hasta ella la tomo por la cintura y la beso. La beso con pasión
recorriendo su boca con su lengua y saboreándola. Quería probar los jugos de
Ana en la boca de su mujer que los había tomado de la misma fuente.
Cuando Ana estuvo completamente seca se despojo del albornoz que
envolvía su cuerpo dolorido quedándose desnuda ante Olga. Esta no pudo
evitar deleitarse con ese cuerpo y mentalmente compararlo con el suyo. “Es
realmente hermosa pero yo la supero físicamente en muchos aspectos ¿Por
qué no tengo yo el mismo éxito con los chicos?” pensó mientras le daba las
braguitas a Ana y esta se las ponía. Pero Olga sabía perfectamente la
respuesta a esa pregunta. Ana siempre estaba segura de sí misma y de sus
posibilidades sacándole todo el partido que le era posible. Cuando Ana se
puso su camiseta de dormir ambas salieron del baño y la acompañó a su
habitación.
—¿Ya te vas a dormir?
—No, no creo que me duerma, pero si me meteré en la cama necesito
descansar un poco.
—Vale. Entonces no te molesto más.
—No me molestas. De verdad.
Se hizo un silencio. Ana ya metida en la cama y Olga sentada junto a ella.
La mente de Olga no dejaba de darle vueltas a la idea que la estaba
atormentando últimamente y finalmente pensó en decírselo.
—Ana… a mi… yo…
—¿Si? Dime ¿Pasa algo? – pregunto intrigada al ver que Olga no se decía
a hablar.
—No… pero…
—Olga dime lo que sea.de verdad, creo que hay confianza entre nosotras.
—Me gustaría hablar contigo pero es algo embarazoso.
—Vamos no será para tanto. Además creo que hay confianza entre
nosotras y podemos hablar de cualquier cosa. Y por supuesto todo quedara
entre nosotras. Tú dirás.
—Es que no sé por dónde empezar.
—Lo más fácil es por el principio.
—Vale está bien ¿Tú has probado el sexo anal?
—Claro ¿Por qué?
—Daniel quiere te lo hagamos yo la me negué y discutimos. Bueno eso ya
lo sabes que habíamos discutido pero no sabias el motivo. El se ha disculpado
y parece que se ha olvidado del tema.
—Entonces que problema ahí. Tu no querías y el ya no te ha insistido más
todo solucionado.
—Ya, pero ahora soy yo la que no deja de pensar en ello. Y… bueno he
pensado que seria para él un buen regalo de cumpleaños pero quiero hacerlo
bien. ¿Podrías ayudarme? ¿Qué tengo que hacer? ¿Duele?
—No te preocupes yo te ayudaré y te diré todo lo que se sobre el tema.
Daniel quedará muy satisfecho con su regalo – dijo Ana sonriendo.
—Gracias Ana. ¿Por dónde empezamos?
—Déjame un par de días que me reponga y te enseño todo lo que quieras.
—Vale te dejo descansar.
Olga salió de la buhardilla sonriendo. Por fin se había decidido y Ana la
ayudaría. Ana se tumbo en su cama y cerró los ojos aunque no tenía sueño.
Una sonrisa se dibujo en sus labios cuando vino a su mente la primera vez
que le follaron su culito.
—CAPITULO 5—
CLASES PRÁCTICAS

Al día siguiente del desafortunado suceso, Javier y Marta, acompañaron a


la comisaria a Ana. La agente que se ocupo de ella el día anterior los atendió
amablemente. Ana respondió a todas las preguntas que esta le formuló. Un
apartado especial fue el que dedicaron al desconocido que dio la paliza a
Jorge y evito que este la violase. Repitió una y otra vez lo que recordaba de
ese chico que realmente no era mucho. Era un chico alto, moreno y
aparentemente delgado, era un chico normal, vestía vaqueros y una sudadera
con capucha de color gris.
Después de prestar declaración Ana no quiso presentar denuncia contra
Jorge. Javier, Marta y la propia agente insistieron pero ella se negó
rotundamente. Javier se enfado por la negativa de Ana. La agente de policía
lo tranquilizo informándole que aunque Ana se negara a presentar denuncia,
ellos actuarían de oficio al existir un parte de lesiones por violencia de género
presentado por el hospital. Antes de marcharse la agente de policía informó a
Ana que podía poner la denuncia en cualquier momento si se lo pensaba
mejor, además de que podría ser llamada nuevamente a declarar como testigo
ya que Jorge había presentado una denuncia por agresión contra el chico que
la había ayudado.
Aquella misma tarde los padres de Ana se presentaron en Madrid, en casa
de Javier y Marta. Primero hablaron los cinco, luego Ana y sus padres pero
no hubo manera de convencerla de denunciar lo sucedido. Ella insistía en que
no había pasado nada, tan solo una pelea, ella estaba perfectamente y el único
que había salido mal parado era Jorge.
Esa noche los padres de Ana insistieron en invitar a todos a cenar en un
conocido restaurante de la capital. Los siete cenaron y charlaron
animadamente. En ningún momento se hizo referencia a lo sucedido. Se
limitaron a recordar los veranos en Mallorca, cuando los niños eran
pequeños, y pasaban unos maravillosos días todos juntos. Ricardo, el padre
de Ana, sugirió que podrían repetirlo y pasar unos días todos juntos. Planteo
que un buen momento seria el puente de Todos los Santos. Javier se disculpo
con su amigo ya que sería imposible que pudiesen ir todos, faltaban muy
pocos días y ya tenían otros planes. Esto contrario momentáneamente a
Ricardo hasta que, Elena, su mujer, sugirió hacerlo en el puente de la
Constitución que era más largo y así en lugar de en Mallorca lo pasarían en
Canarias. A todos les pareció una idea fantástica y aceptaron la invitación de
los padres de Ana.
A la mañana siguiente Ana comió con sus padres. Aunque estaban al tanto
de todo, ya que Javier y Ricardo hablaban frecuentemente, querían confirmar
de su propia hija que todo estaba bien, tanto en los estudios como en la
convivencia con Javier y su familia. Evidentemente Javier y Marta no les
habían dicho nada a sus amigos de los hechos que habían acaecido entre Ana
y algunos miembros de la familia ya que eran embarazosos para todos. Esa
misma tarde Ana junto a Marta y Javier, despedían en el aeropuerto a sus
padres y amigos que regresaban de nuevo a Mallorca una vez que habían
comprobado que su hija se encontraba perfectamente y que todo había
quedado en un desagradable incidente.
El fin de semana después del incidente con su ex en la facultad, Ana, se
sentía nuevamente en plena forma y casi había olvidado lo sucedido. No
había hecho planes para esos días puesto que con lo sucedido a principio de
semana y la visita de sus padres había tenido abandonado un trabajo de clase
que debía presentar en pocos días y quería ponerse al día.
Ese sábado de madrugada. Después de estar toda la tarde y toda la noche
rodeada de libros, tan solo con una breve pausa para una cena ligera, Ana
estaba mentalmente cansada y necesita desconectar. Recogió todo lo que
había extendido sobre su mesa y se dirigió a su armario abrió una caja de
zapatos y sacó uno de ellos, introdujo la mono en él. Apareció una memoria
USB. Dejó los zapatos en su sitio y fue a su ordenador. Abrió la memoria
USB, solo contenía un archivo, CARLOS. Hizo doble clic sobre él y este
comenzó a reproducirse. Aun no había visto la grabación que había hecho
follando con Carlos y era un buen momento ya que le apetecía masturbarse
para irse relajada a la cama.
Se quitó la camiseta y el amplio pantalón. Vestida tan solo con un tanga
minúsculo comenzó a pellizcar sus pezones viendo y recordando lo sucedido
aquella noche. Mientras su otra mano ya se había perdido dentro de la escueta
prenda y se entretenía recorriendo su monte de Venus. Lo que estaba viendo
la excitaba demasiado y no tenía bastante con sus deditos, necesitaba una
polla urgentemente. Javier no estaba, había salido a cenar con Marta, con las
ganas que tenía de disfrutar esa polla y no habían tenido ninguna buena
ocasión. “Bueno, disfrutare del protagonista del video”, pensó.
Ana saltó de la silla tal y como estaba. Vestida solo con un minúsculo
tanga blanco empapado que no dejaba nada a la imaginación. Bajó las
escaleras rápido y se detuvo en seco junto a la puerta. La abrió con cuidado y
se asomó. No había nadie. Bueno eso pensaba ella. Salió y fue directamente a
la habitación de Carlos.
Olga iba a salir de su habitación cuando vio como Ana se movía sigilosa
por el pasillo. Se detuvo y vio como entraba en la habitación de su hermano.
No se lo podía creer. Por lo que parecía lo que había visto aquella noche no
fue algo esporádico, Ana se estaba follando a su hermano. Salió rápidamente
de su habitación y fue hasta la puerta de su hermano. Ana no la había cerrado
del todo y pudo verlos procurando no hacer ruido para no ser descubierta.
Carlos estaba sentado frente a su televisión jugando a un video juego,
moviendo los dedos en el mando de manera frenética, con los cascos puestos
y el micrófono integrado hablaba con algún amigo con el que estaba jugando
en línea. Olga pudo ver como Ana caminaba de manera sensual hacia su
hermano moviéndose como una pantera que acecha su presa. Carlos no se
había percatado de la presencia de la joven ensimismado en el juego. Ana se
situó frente a él le retiró los cascos y Carlos se quedó con la boca abierta al
descubrir a la joven semidesnuda en su habitación.
—Tu amigo tiene que hacerme un trabajito, luego seguiréis jugando – dijo
Ana a través del micrófono que le había arrebatado a Carlos y lo dejo caer al
suelo.
Ana se sentó en las piernas de su hermano y lo besó. Olga vio como Ana se
comía literalmente la boca de Carlos y como este respondía. Las manos de su
hermano recorrían la espalda desnuda de Ana y se entretenían apretando los
duros y redondos pechos de la joven. Ana se levanto y cogió a Carlos de la
mano llevándolo hasta la cama. Carlos no decía nada tan solo se dejaba
llevar. Junto a la cama Ana volvió a besarlo mientras con su mano agarraba
su paquete para comprobar si estaba a punto. Luego lo empujo haciendo que
cayese en la cama.
—Desnúdate – escucho como le ordenaba Ana a su hermano.
Mientras este obedecía y se quitaba la camiseta mostrando su definido
torso desnudo, Ana se quito el tanga quedando completamente desnuda frente
a él. Luego Olga vio como Ana con prisas se agachaba y le quitó las
zapatillas a su hermano lanzándolas al aire, luego los calcetines y finalmente
le dijo:
—Levanta el culo.
Y desabrochando el vaquero lo tomó con ambas manos por la cintura junto
con la ropa interior y literalmente se lo arranco dejándolo completamente
desnudo. Su polla erecta temblaba impaciente en paralelo a sus abdominales.
Olga estaba sorprendida, nunca se había fijado como en ese momento en su
hermano. Sus amigas siempre le decían que Carlos tenía un buen polvo pero
ella nunca les había hecho el menor caso. Pero en ese momento viéndolo así,
con una mujer, se dio cuenta que sus amigas tenían razón y que esa polla que
Ana estaba a punto de disfrutar era mucho más grande que la de Daniel y no
pudo evitar preguntarse que se sentiría al tener algo de ese tamaño dentro.
Todo eso había hecho que una ola de calor invadiese su cuerpo y esa
humedad tan íntima mojase sus bragas. Su mano derecha se perdió dentro del
escueto y ajustado pantalón de su pijama y sus dedos recorrieron toda la
longitud de su raja recogiendo y extendiendo el fluido que no dejaba de salir.
Su mono izquierda bajo la camiseta de tirantes amasaba con fuerza sus duras
tetas y retorcía sus pezones que a esas alturas estaban como rocas.
Carlos tumbado en la cama se dejaba hacer sin decir una sola palabra. Ana
empezó a besarle el cuello, bajo por su fuerte pecho y se detuvo unos
segundo en su cuartado abdomen. Pudo ver como la polla de su hermano
crecía aun un poco más. “Quiero esa polla” pensó Olga sin dejar de
masturbarse.
Ana beso el recortado vello del pubis de su hermano y continuó bajando.
Tomó su erecta polla en su máximo esplendor y empezó a mover su mano
arriba y abajo, de una manera suave. Parecía que lo que su mano sostenía era
un delicado pajarillo. Olga veía como la piel del glande se deslizaba al ritmo
que Ana le marcaba y como empezaban a aparecer las primeras gotas de ese
liquido transparente que a ella le gustaría probar. Mientras dos de sus dedos
entraban y salían dándose un efímero placer.
No podía apartar la vista de la escena y de cómo Ana agarraba los huevos
de tu hermano pequeño amasándolos con suavidad sin dejar de masturbarlo e
incrementando el ritmo de sus movimientos. Carlos se retorcía en la cama y
con un hilo de voz prácticamente inaudible tuvo la sensación de que dijo.
—Más.
Ante esa escueta petición, Ana, aumento el ritmo y el movía su cabeza
indicando que estaba disfrutando de lo lindo. Fue en ese momento cuando
Ana se metió la polla en la boca. La lengua de la joven lamia desde la base
hasta la punta y volvía a meterse ese gran trozo de carne en la boca. Primero
la punta y después, Olga pudo ver como Ana, poco a poco fue tragándosela
entera hasta que su nariz topo con el pubis de su hermano. “¿Cómo es posible
que se haya metido en la boca todo eso? Se va ahogar”, pensaba Olga ante lo
que estaba viendo y que aun así no podía creer.
Ana se movía su cabeza arriba y abajo, con la boca bien apretada entorno a
la polla de su hermano para darle más placer, succionando con fuerza en cada
mamada. La joven estaba encima de él, a cuatro patas, desnuda y haciéndole
la que seguro había sido la mejor comida de polla que su hermano había
tenido en su vida, si es que había tenido alguna. Aquello excitaba a Olga
sobre manera. Ver el culo en pompa de Ana mostrándole sus agujeros y como
la cara interna de sus muslos brillaba por la humedad que fluida de ella. Olga
pensó cuantas veces habría estado Ana es esa postura disfrutando de ser
follada por un chico. A ella le encantaba que Daniel la follase así, que se le
metiese desde atrás en su coñito que ahora solo disfrutaba de un dedos.
Olga vio como la joven dirigió una de sus manos a su clítoris y empezó a
frotarlo con fuerza sin dejar de engullir la verga del pequeño Carlos. Se podía
apreciar que Ana lo estaba disfrutando y qué decir de la cara de su hermano
que era una mezcla de gozo y asombro por lo que estaba viviendo. Ana
gozaba como una perra y que podía decir de su hermano. Se le entrecortaba la
respiración y ella succionaba con más fuerza aún esa enorme polla que a Olga
se le antojaba maravillosa en su interior. Este pensamiento de tener la verga
de su hermano dentro la confundió y la excitó al mismo tiempo haciendo que
sus dedos entrasen y saliesen de su gruta a gran velocidad. Ana frotaba con
fuerza su clítoris sin dejar de dar placer al hermano de Olga con su miembro
embutido en su garganta y a punto de explotar.
La cabeza de Ana subía y bajaba de una manera endiablada. Carlos
saliendo de su pasividad sujeto la cabeza de la joven con ambas manos y
comenzó a mover su cintura follando la boca de su amante. El gemido
ahogado de Carlos le indico que había terminado. Ana alzo su cuerpo y con
hilos de semen y saliva resbalando por las comisuras de sus labios y con los
ojos cerrados sus dedos hicieron que se corriese también. Se trago todo el
semen y recogió el que le manchaba la barbilla para llevarlo a su boca y no
desperdiciar ni una sola gota. Con ese espectáculo Olga también tuvo su
orgasmo. Para ella era lo más parecido a un trío que había vivido hasta ese
momento.
Olga pensó que el espectáculo había llegado a su fin, pero se equivocaba,
Ana estaba muy cachonda y la polla de su hermano aun estaba dura. Ana
tomo la verga de Carlos y la masajeo un poco y esta inmediatamente
reacciono a los estímulos volviendo a alcanzar su máximo esplendor. Ana se
sentó con las piernas abiertas sobre el metiéndose ese enorme miembro muy
despacio. Ver como la joven se empalaba con la polla de su hermano hizo
que Olga volviese a masturbarse. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo
cuando imaginaba como ese pedazo de carne abriría la vagina de Ana y la
llenaba completamente. Pensaba como las paredes se contraerían en torno a
ella envolviéndola y haciendo que esta entrase más y más en su interior.
Las manos de la joven espía recorrían su cuerpo a esas alturas
semidesnudo, los pechos, el culo, su sexo húmedo y deseoso de placer que
sus dedos volverían a proporcionarle. Podía ver como Ana cabalgaba
lentamente sobre su hermano cogiéndolo de las manos para que este tocara su
cuerpo brillante. Carlos se deleitaba con los exuberantes pechos de la joven y
cogiéndola de la cintura intentaba marcar el ritmo, pero su experta amante no
se lo permitía, era ella la maestra de ceremonias.
Ana subió su culo hasta casi dejar completamente fuera la polla de Carlos.
Cuando Olga apreció como el miembro de su hermano brillaba cubierto por
los jugos de Ana, sus dedos aceleraron en ritmo con el que se estaba
proporcionando placer. Carlos no apartaba la vista de las tetas de Ana, estaba
hipnotizado, con el movimiento que le imponía su cabalgada sobre él. Podía
apreciar como su hermano intentaba acompañar los movimientos de la joven
amazona de una manera algo torpe. Aunque en los pocos instantes que
lograba sincronizar sus movimientos los jadeos y los gritos ahogados de Ana
eran inevitables. Y Olga pudo apreciar en el rostro de ese diablesa que
nuevamente había alcanzado el orgasmo pero no parada de moverse.
Olga escucho un ruido en el silencio de la casa, y no era los que provenían
de la habitación de su hermano. Cuando reacciono su padre ya estaba en el
amplio pasillo frente a ella. Saco rápidamente la mano del interior de su
empapado pantaloncito del pijama y cubrió sus pechos desnudos con su
brazo. Una ola de calor subió por su pecho hasta su cara haciendo que se
pusiese completamente roja.
—¿Te pasa algo? – dijo Javier al ver a su hija en esa situación tan
comprometida.
—Eh… no… es que… —Olga no era capaz de dar una respuesta aunque
su mente intentaba buscarla rápidamente.
Cuando Ana escucho las voces en el pasillo acelero el ritmo de su
cabalgada, quería que Carlos volviese a correrse y que lo hiciese dentro de
ella. Se tumbó sobre el pecho de su amante espachurrando sus grandes
pechos contra él sin dejar de moverse. Carlos la aferro fuerte por la cintura y
ella sintió como tenía su segundo orgasmo y como la estaba llenando
completamente con su cálida leche. En cuanto supo que Carlos se había
vaciado Ana salto de la cama y con el semen del chico escurriendo por sus
muslos corrió para cerrar la puerta.
—No te preocupes no pasa nada – le dijo a su hija. Pero no pudo evitar
fijarse en como la cara interna de sus muslos brillaba por el flujo que resbala
por ellos y como sus grandes y preciosos pechos luchaban por escapar del
brazo que los cubría. Javier tenía muy claro lo que estaba haciendo su hija e
hizo que se excitase. Esto provocó que en su pantalón comenzase a formarse
un bulto considerable. Lo que no tenía tan claro es por qué se estaría
masturbando en el pasillo.
—Es que… iba al baño y se me ha caído la camiseta – acertó a decir
finalmente la joven a su padre cuando apreció que su polla estaba creciendo
dentro de pantalón.
Javier se limito a sonreírle y camino hasta donde estaba su hija y se agacho
para recoger la camiseta que estaba a sus pies. El aroma a sexo de su hija lo
embriagó y acentuó más su erección. Entonces un pensamiento volvió a
tomar su mente. ¿Cómo sería disfrutar de ese cuerpo? De su calor, de su
firmeza, de el sabor se ese néctar que recorría sus esculturales piernas, de sus
pechos insolentes, de esos botones rosados que los coronaban y de esa
humedad cálida de su interior abrazando su miembro.
—Toma – le entrego la camiseta a su hija. Y esta se cubrió inmediatamente
el torso con ella. Aunque a él lo que le apetecía en ese momento era
arrancarle las escuetas prendas que la cubrían y poseerla en ese mismo lugar,
en el pasillo.
—¿Pasa algo Javier? – se escucho la voz de Marta subiendo la escalera que
devolvió a su marido a la realidad.
—No pasa nada – respondió Javier.
Olga corrió hasta su dormitorio y cerro rápidamente la puerta antes de que
su madre la viese también en esa incómoda situación.
—¿Con quién hablabas?
—Le daba las buenas noches a Olga que salía del baño.
—Vale vamos a la cama – dijo Marta a su marido cuando vio, ya que era
imposible disimularlo, el bulto de su entrepierna.
Ana y Carlos permanecieron en silencio en la habitación esperando que
todo se calmase en el pasillo. Ana se vistió con la camiseta que el joven había
vestido antes de que ella irrumpiese deseosa de sexo y se sentó en la cama.
Carlos busco sus pantalones y se vistió de cintura para abajo.
—¡Carlos!… ¡Carlos!… – se podía escuchar tenuemente en el silencio que
reinaba en ese momento de nuevo en la casa, saliendo de los auriculares
tirados en el suelo.
—Todo tuyo – dijo Ana al desconocido que llamaba a su joven amante.
Le entregó los auriculares y el micrófono a Carlos que había vuelto a
sentarse frente a la pantalla y lo beso en los labios. Luego salió con cautela de
la habitación camino del baño.
Olga, mientras, en su habitación estaba hecha un mar de nervios y
tremendamente avergonzada al haber sido pillada por su padre en mitad del
pasillo masturbándose. Pero al mismo tiempo su cuerpo excitado por lo que
había visto y vivido, y que había sido interrumpido aun quería su
compensación. Se desnudo y se tumbo en la cama. Miro al techo he intento
mantener la mente en blanco de todas las imágenes que se agolpaban en su
mente. Cuando no pudo soportarlo más, Olga, comenzó a recorrer con su
mano su raja húmeda e impaciente. Cuando sus dedos descubrieron su clítoris
el placer que recorrió su cuerpo la hizo jadear de gusto. Se tocaba despacio,
muy despacio, queriendo que esa sensación se prolongase en el tiempo,
mientras sus dedos se empapaban con el fluido viscoso y dulce que manaba
de su interior. Introdujo un dedo en su vagina y comenzó a meterlo y sacarlo
rápidamente. Su excitación aumentaba por momentos. A ese primer dedo
poco después su unió otro, la pareja entraba y salía de su interior con un
ritmo acelerado. Luego un tercer dedo se unió a la fiesta. De la dilatada
vagina de Olga no paraba de fluir el preciado néctar que cualquier chico
querría probar y mojar en él su erecta polla. La fricción de los dedos en su
interior junto a los pensamientos que invadían su mente hicieron que su
temperatura se elevase en un instante, sintiendo como el pecho le ardía y los
lujuriosos gemidos invadían la habitación. Cuando volvió a presionar su
clítoris las imágenes en su mente se hicieron más intensas. Los chicos
anónimos que imaginaba que la follaban habían desaparecido. Era la polla de
su hermano la que deseaba que la poseyera como lo había hecho con Ana.
Quería cabalgar sobre él y sentirse completamente llena. Luego la imagen de
su hermano se fue transfigurando y ahora era su padre, el que se había
excitado en el pasillo con ella, sacaba su miembro de sus pantalones y se lo
clavaba sin ningún miramiento contra la pared. Sentía como llegaba hasta lo
más hondo de ella mientras al oído le decía lo puta que era y lo había deseado
que llegase el momento de podérsela follar. Con todo esto en su mente y
mientras sus dedos seguían entrando y saliendo de ella, y frotaba su clítoris
con intensidad el orgasmo se apodero de su cuerpo. Fue intenso y largo. Unos
de los mejores que había experimentado masturbándose. Conforme su cuerpo
se iba relajando fue reduciendo la intensidad de las penetraciones y dejo de
frotar su dilatado y sensible clítoris. Luego se quedo inmóvil en la cama.
Fue entonces cuando el sentimiento de culpa apareció. No podía estar bien
masturbarse pensando en que su padre y su hermano se la follaban. Eso era
una monstruosidad. Nunca le había pasado. ¿Cómo había llegado a eso? A
desear estar con su padre y su hermano. No como una familia sino como
hombre y mujer. Y un nombre apareció como respuesta. Ana. Era ella la que
se follaba a su hermano y posiblemente también a su padre. ¿Por qué deseaba
ser como ella? Sin saber por qué decide que tiene que hablar con ella, decirle
que deje en paz a su hermano y a su padre. Se levanta y se pone el pijama.
Sale de la habitación para subir a la buhardilla. Entonces se la encuentra. Ana
sale del baño envuelta en una toalla.
—Tenemos que hablar – le dice sin preámbulos.
—Ya lo sé, sube y hablamos – responde Ana con tranquilidad. Ambas
suben la escalera y en cuanto ponen el pie en la buhardilla y antes de sentarse
en el sofá.
—Quiero que dejes en paz a mi hermano y a mi padre.
—¿Cómo? – responde Ana sorprendida ya que no era ese el tema del que
esperaba hablar.
—Se que te estás follando a mi hermano y creo que también te tiras y a mi
padre. Quiero que los dejes en paz.
—Olga, no se a que viene eso ahora y que películas te has montado en tu
cabeza para…
—No se te ocurra negarlo. Esta misma noche te has follado a Carlos en su
habitación. Os he visto. Sé que no ha sido la primera vez. Y con mi padre…
—Está bien, lo admito, me he tirado a tu hermano en un par de ocasiones.
Pero eso como sabes es cosa de dos y el tampoco se ha negado. En cuanto a
tu padre, no ha pasado nada. Así que no se a que viene esto.
—Viene a que no está bien lo que haces.
—¿Por qué no está bien? ¿Qué hay de malo en un poco de sexo?
—Además, tal deberías hablar con tu hermano en lugar de conmigo. El es
el que está comprometido, no yo. Yo no engaño a nadie.
—Pero él es un crio. No sabe controlarse. Es como un toro solo necesita
que le pongan el capote delante para envestir. Y eso es lo que haces lo
provocas, los provocas, a los dos.
—Mira Olga, creo que lo que pasa es que estas celosa.
—¿Qué? ¿Celosa yo? ¿De qué? ¿De ti?
—Sí, de mí. Creo que esta noche te habría gustado estar en mi lugar y ser
tú la que se follase a Carlos.
—Pero qué coño estás diciendo. ¿Estás loca?
—No, no estoy loca, solo soy observadora. Además no hay nada malo en
ello. Es normal que te sientas atraída por tu padre y tu hermano.
—Ana no sigas por ahí.
—¿Por qué? He dado en el clavo ¿verdad? ¿O es que te gusto yo y no
soportas que este con tu hermano?
—Por favor, Ana, calla – A Olga la voz le comenzó a temblar y los ojos se
le humedecieron.
—Está bien, lo siento, de verdad. Pero te daré un consejo. Asume tus
sentimientos, será lo mejor – y Ana abrazo a la chica.
—Sera mejor que me vaya.
—Pensaba que querías hablar de lo que me comentaste. ¿O ya lo has
solucionado?
—No, sigo queriendo hablar de ello. Iba a subir a hablar contigo de ello
cuando te vi entrar en la habitación de Carlos. Pero… creo que será mejor
dejarlo, no creo que ahora sea un buen momento.
—Por mí no hay problema.
—Gracias, pero es muy tarde y estarás cansada. Además supongo que
llevara su tiempo que me cuentes como funciona todo eso.
—Te repito, lo que tú quieras.
—Mañana creo que nos quedaremos solas en casa, tendremos toda la tarde
noche, será mejor, si no tienes ningún plan dejarlo para mañana.
—Por mi perfecto. Lo preparo todo para mañana.
—Puedo hacerte una pregunta.
—Claro, lo que quieras.
—¿Cómo fue tu primera vez que…? ¿Cuántos años tenias?
—¿Qué como fue la primera vez que me follaron el culo?
—Sí.
—Pues tenía si no recuerdo mal dieciséis años.
—¿Solo? Lo siento, no quería interrumpirte.
—Sí, fui muy precoz en el sexo. Estábamos en la ducha después de haber
follado toda la tarde el agua tibia, caía sobre nuestros cuerpos mientras nos
enjabonábamos mutuamente. Su polla empezó a endurecerse de nuevo, y no
pude evitar volver a tenerla entre mis manos.
¾ Ana, no — me dijo él.
¾ ¿Por qué? Por favor.
¾ No lo vamos hacer otra vez sin tener condones — Aquella tarde lo
hicimos sin protección y no quería arriesgarse más de la cuenta.
¾ No, quiero que me desvirgues….
¾ Que graciosa, a estas alturas.
¾ Déjame terminar — le dije, mientras salíamos de la ducha — quiero que
me desvirgues el culo, que me folles por detrás.
¾ Tú no estás bien, estas completamente salida.
¾ Mira — le dije girándome y mostrándole mi culito duro y redondito —
no me digas que no, seguro que te encanta, y así seré tuya hoy totalmente.
¾ ¿Tienes un poco de vaselina?.
¾ ¡Bien! — dije contenta — no, vaselina no, vale una barra de cacao para
los labios.
¾ Puede valer, vamos. Esto, la próxima vez que lo hagamos…
¾ Lo sé, que usemos condón — le dije como cansada de su consejo —
¿Qué hago? — le pregunte finalmente.
¾ Sube a la cama y ponte a cuatro patas.

Yo obedecí sin replicar. El me ayudo y me colocó en la posición adecuada,


dejando mi culo a su entera disposición. Empezó a acariciar mi ano con sus
dedos y su saliva. Luego empezó también a estimularlo con su lengua, así
recogía el flujo que volvía a manar de mi entrepierna, usándolo para meter
sus dedos con más facilidad en mi agujerito. Primero introducía un dedo,
cuando la dilatación de mi ano aumento, me penetraba con dos de sus dedos y
después de estimularme convenientemente, empezó a meterme tres de sus
dedos en mi virginal culito.
¾ ¿Estás preparada?
¾ Estoy deseando ser tuya otra vez.
¾ ¿Dónde tienes el cacao?
¾ En el primer cajón de la mesilla.

Saco la barra de cacao del cajón y empezó a aplicársela en su polla que no


perdía ni por un instante su erección, luego lo aplico en mi ano.
¾ ¿Lista?
¾ Si.
Note su glande en mi ano y como una de sus manos sujetaban mis caderas
para evitar que pudiese moverme. Le bastaron dos golpes de cadera para que
me metiese toda su polla. Sentí el suave tacto de sus huevos en mi perineo.
Estaba dentro de mí culo y me ardía, pero ese ardor, ese fuego, ese dolor, se
fue diluyendo en placer conforme Nacho entraba y salía de mi culo. Intentaba
no desplomarme sobre la cama, pues las piernas empezaban a flaquearme de
tanto placer. Nacho seguía bombeándome el culo, se marcaba un ritmo
tranquilo, pero a la vez firme y constante. Ese ritmo hacia que mis tetas
tuviesen un movimiento de bamboleo con cada una de sus envestidas que
hacía que mis pezones rozasen las sabanas, así mis tetas y los pezones
estaban duros como piedras. Entonces saco su miembro de mi interior.
¾ Date la vuelta.

Hice lo que me dijo. Abrió mis piernas, me elevo con sus brazos por las
caderas y volvió a penetrarme de un tirón. Tumbándose sobre mí y sin dejar
de mover sus caderas penetrándome, me besó con fuerza. Su pecho aplastaba
el mío haciendo que le clavase en el mis duros pezones. Los dos estábamos
otra vez cubiertos de sudor. Me iba a reventar. Me abrace con mis manos
alrededor de su cuello y mis piernas abrazaron su cintura. Me sentía toda una
mujer, en esta postura, me recordaba alguna escena de película, donde dos
amantes lo hacían con pasión. No pude evitar volver a gritar y a gemir y un
nuevo orgasmo invadió mi cuerpo. Notaba como me corría, como mi flujo
empapaba mi culo y la polla de Nacho, que no paraba de moverse dentro de
mí, y como bajaba por mi espalda.
¾ Me voy a correr… No aguanto más. — dijo jadeando y con la
respiración agitada.
¾ Hazlo dentro, por favor, hazlo dentro.

Nacho cerró los ojos y mordió su labio inferior. Unos segundos después,
sin dejar de moverse, empezó a llenarme el culo con la calidez de su esperma.
No dejaba de moverse como si quisiera dejarme dentro hasta la última gota
de su leche. Salió de mí y calló rendido a mi lado. Lo bese.
—Ana, tal como lo cuentas parece que fue maravilloso. Pero… ¿te dolió?
—Sí, fue genial. Lo importante es que el chico sepa lo que hace. Y te seré
sincera al principio me dolió un poco pero luego fue genial. Además cuanto
más lo practiques mejor.
—Pero no tengo ni idea si Daniel…
—Yo creo que no. Por eso te insistió tanto. Pero es mejor así. De este
modo tú serás la que lo guíes y haréis las cosas a tu ritmo.
—Eso espero. Sera mejor que me vaya a dormir. Hasta mañana.
—Buenas noches. Por cierto… — dijo Ana deteniendo a la joven antes de
que se marchase – Primera lección. Mañana será mejor que evacues
completamente y cuando te duches céntrate en tu culito, ya me entiendes.
Olga salió de la buhardilla sin decir nada más. Ana se quedó sola en el
sofá. Seguía envuelta en la toalla. Miró el reloj que había sobre su escritorio y
era tardísimo. Fue hasta su cama se despojó de la toalla y se metió tal cual
entre las sabanas.
Se levanto temprano a pesar de ser domingo y de haber trasnochado el día
anterior. La casa estaba en silencio cuando fue al baño. Cuando salió todo
seguía tranquilo. Se vistió e hizo la cama. Conecto su ordenador y abrió el
programa que controlaba la webcam. Vio que continuaba enfocando a su
cama, tal y como se quedo después de grabar su primer encuentro con Carlos.
En esta ocasión la puso para que enfocase a su pequeño salón y para que se
viese perfectamente la zona del sofá. Cuando tuvo todo a su gusto cerró el
programa y apagó el ordenador. Bajo a la cocina y se puso un enorme vaso de
leche fría. Lo bebió de un solo trago. La familia seguía durmiendo, así que
pensó en dejarles un mensaje. Cogió el rotulador que colgaba de la pizarra de
la cocina y escribió:
“He salido temprano a ver a una amiga por un trabajo de clase. Vuelvo a la
hora de comer. Ana.”
Cogió un juego de llaves que había en una repisa al lado de la puerta y
salió de casa. Una vez en la calle caminó en busca de un taxi. Paro el primero
que vio y subió.
—Al hospital Doce de Octubre, gracias.
La ciudad a esa hora aún tenía poco tráfico y pocos minutos después Ana
se bajada del coche en la puerta del hospital. Entró y fue directamente al
mostrador de información. Ahí una joven vestida con pijama blanco y cara de
estar aburrida la atendió.
—Buenos días. ¿Puede decirme en que habitación esta Jorge Meliá?
—Buenos días. Un momento, por favor – y comenzó a teclear en el
ordenador que tenia frente a ella – Habitación 525 traumatología. Coja el
segundo ascensor llegará antes.
—Gracias.
La joven no respondió y continuó aburrida en sus tareas. Ana fue al
ascensor indicado y subió a la quinta planta. Todo estaba tranquilo. Era
demasiado pronto para que hubiese visitas. Tan solo vio a una enfermera que
entraba en una de las habitaciones. Llego a la habitación. La puerta estaba
cerrada. Llamó. No espero respuesta y entró. Jorge estaba solo, tumbado en la
cama y aparentemente dormido. Tenía colocado en la cabeza un aparato
metálico que le sujetaba la mandíbula y que supuso le impedía hablar.
Cuando estuvo junto a la cama puso la mano en su hombro. Jorge abrió los
ojos. Cuando este vio a la joven su rostro expreso sorpresa.
—¿Puedes hablar?
Jorge negó un leve movimiento de su cabeza.
—Está bien. Entonces hablare yo. No sé qué pretendías presentándote así
el otro día después de lo que me hiciste antes de marchare como un cobarde.
Quiero que tengas claro que no quiero volver a saber nada de ti. No quiero
volver a verte, ni que me llames, ni que me escribas, nada, ¿lo entiendes?
Ana espero un gesto de Jorge pero no obtuvo ninguno. En vista que no
tuvo respuesta dirigió la mano más próxima a la cama a la entrepierna del
muchacho que se dibujaba bajo la sabana. Agarró con decisión sus huevos y
los apretó con fuerza retorciéndoselos un poco. Un gesto de dolor apareció en
el rostro del joven. Intento apartar la mano de Ana de su delicada zona pero
no lo consiguió, solo que la presión que ejercía la chica aumentase.
—Parece que estas duro de oído. Y parece que no has tenido suficiente con
la paliza que te dio ese tipo. Me han insistido en que te denuncie, pero no lo
he hecho. Creo que con lo que te ha pasado has tenido suficiente. Así que lo
repito, no quiero volver a saber nada de ti. Como vuelvas a parecer en mi
vida, no te denunciare, seré yo misma la que iré a por ti cuando menos te lo
esperes. Te cortare los huevos y haré que te los comas. Creo que ya me
conoces y sabes que soy capaz de eso y de mucho más. ¿Me has entendido
ahora?
Se lo volvió a preguntar al tiempo que retorcía y apretaba con fuerza los
huevos del muchacho. Este hizo un leve movimiento afirmativo con su
cabeza.
—Bien. Así me gusta. Espero que te recuperes pronto.
Dijo Ana después de soltar los huevos del muchacho. Su cara se relajo y
sus mano sujetaron su entrepierna, como comprobando que aún seguía ahí.
Ella se acerco a él y le dio un beso en la frente.
—No olvides lo que te he dicho. Adiós.
La joven salió de la habitación y del hospital. Cogió nuevamente un taxi en
la paraba frente a la puerta y pidió al taxista que la llevase al Parque del
Retiro.
Paseó tranquilamente hasta llegar al lago. Hay apoyada en la baranda miro
un par de chicos que remaban en sus barcas echando una carrera. Ana sonrió
por el espectáculo. Cuando lo dio por concluido sin un vencedor claro
continuó su paseo hasta la Glorieta del Ángel Caído. Tomó asiento en uno de
los bancos. Miro detenidamente la figura del demonio. No sabía por qué pero
esa estatua siempre había llamado su atención. Recordó la primera vez que
estuvo en la ciudad con sus padres y lo que le costó insistir hasta que la
llevaron a verla y como le hizo decenas de fotos desde todos los ángulos
posibles. Tenía algo que la hacía recapacitar.
Un joven se sentó a su lado. Ana no le dio mayor importancia, pensó que el
muchacho intentaría ligar con ella, y continuó observando la negra figura
mientras meditaba en lo que había sucedido durante la semana.
—Hola – dijo el joven haciendo que abandonase sus pensamientos.
—Hola – respondió ella por simple cortesía sin intención de que la
conversación continuase.
—Ya veo que no me recuerdas.
—¿Te conozco? – respondió ante la afirmación del desconocido que
parecía empeñado en hablar.
—No nos han presentado, pero nos hemos visto.
—Lo siento pero… no creo que hayamos coincidido en ningún sitio.
—No importa. Me alegro que estés bien – se levanto del banco y camino
paseo abajo.
Fue en ese momento cuando Ana se fijo detenidamente en el joven. Era él.
El desconocido que le había dado la paliza a Jorge. Se levanto de un salto y
corrió tras él llamándolo.
—¡Oye…tú! Espera un momento – grito Ana.
El joven se giró al escuchar los gritos. Vio que era la chica y se detuvo.
Cuando Ana llego frente a él, le dijo:
—Perdona por ser un poco borde antes. Lo siento. No te había reconocido.
Muchas gracias por lo que hiciste el otro día.
—No importa. No podía permitir que ese tío te pegase.
—Ya. Pero te pasaste un poco. ¿Sabes que está en el hospital con la
mandíbula rota y que te busca la policía por agresión?
—Lo de la policía no me importa. Con la descripción que les haya podido
dar él o tú no me encontrarán. En cuanto a la mandíbula… debería haberlo
matado.
—¿Y si llamo a la policía ahora mismo? – dijo Ana sacando su teléfono
del bolsillo.
—No creo que lo hagas.
—Pareces muy seguro de ello. Dame una razón.
—Se que no has querido poner denuncia contra él. Eso solo tiene dos
posibles soluciones que no le das importancia al hecho ya que consideras que
lo que le hice ha sido suficiente. O que aun estas enamorada de él, pero esto
creo que no. y por tanto no quieres complicaciones.
—Me pareces un poco chulito tú. Además, que lo sepas. Aunque no
hubieses aparecido me habría librado de él. Solo me pillo desprevenida.
—Ya… seguro. ¿Ahora quien es la chulita?
—No es chulería. Es la realidad. Cuando quieras te lo demuestro.
—Venga chiquilla, eso no te lo crees tú ni harta de cubatas. Me quieres
hacer creer que te habrías librado de un tío que te sacaba una cabeza y casi te
doblaría el peso.
—Sí, me libraría de alguien como tú.
—Eso me gustaría verlo.
—Ahora mismo si quieres. Vamos al césped para que no te hagas daño.
El joven se rio de esta última afirmación y la siguió hasta la pradera de
césped que había frente a ellos. Ana se quito la chaqueta dejándola en el
suelo y sobre ella puso el teléfono y las llaves. El desconocido admiro los
redondos y firmes pechos que marcaba la ajustada camiseta.
—Venga atácame – le dijo Ana al tiempo que le hacia un gesto con las
manos para que se acercase.
—Lo dices en serio. No quiero hacerte daño.
—No me harás daño. ¡Vamos! O tienes miedo que te pegue una chica.
—Como quieras. Después no llores.
Y una vez dicho eso el joven desconocido se lanzo sobre ella. Ella cogió su
mano y dando media vuelta se inclino interponiendo su cadera. Cuando el
joven se dio cuenta estaba tirado en el suelo panza arriba mientras ella le
tenía inmovilizado por el cuello sonriendo. Ana lo soltó y se puso de pie
nuevamente. El joven se levanto de un salto y la ataco de nuevo. Otra vez
termino con la espalda en la hierba y con la joven sentada a horcajadas sobre
su pecho lo que le impedía respirar, al tiempo que le impedía mover las
piernas y le sujetaba las manos sobre su cabeza. Esto hacia que ese par de
tetas perfectas estuviesen sobre su cara.
—¿Te rindes?
—Vale, tú ganas.
—Por cierto, no me gusta que me sigan. Ahora recuerdo que el otro día
estabas frente a mi casa bajo la lluvia y casualmente a otro día me salvas y
hoy apareces de la nada. Te lo advierto no me sigas. Ya ves que no necesito
un guardaespaldas.
—Yo no te he seguido, han sido simples coincidencias.
—Ya.
Ana se levanto y recogió sus cosas del suelo. Se puso la chaqueta y camino
hacia la salida dejando al joven desconocido tirado en el suelo.
—¡Espera! – le grito el joven. Ana se volvió — ¿Me das tu teléfono?
—No. Seguro que tú podrás conseguirlo por casualidad. Adiós.
Y la joven continuó su camino. Mientras el desconocido se levantaba del
suelo miró como se marchaba. Se quedo embobado viendo como movía su
precioso culito al caminar. No aparto la vista de ella hasta que se perdió en la
distancia.
Ana salió del Retiro y volvió a tomar un taxi para volver a casa. La comida
transcurrió con normalidad. Comieron pronto ya que Javier y Marta habían
quedado con unos amigos y Carlos tenía partido. En cuanto Ana terminó de
comer subió a su habitación con la escusa de terminar un trabajo.
A primera hora de la tarde la casa se había quedado vacía y en silenció.
Ana estaba estudiando cuando Olga apareció en la buhardilla. Parecía algo
dubitativa como si se arrepintiese de la decisión que había tomado y se
hubiese dado cuenta nada más pisar aquel lugar.
—¿Estas estudiando? Si te molesto vuelvo mas tarde.
—No te preocupes, solo estaba haciendo tiempo hasta que subieses. Ponte
cómoda mientras recojo esto.
Olga se sentó en el sofá mientras Ana amontonaba los folios a un lado de
la mesa y cerraba un par de libros. Pulso el botón de grabar en su ordenador y
lo cerro. Luego fue hasta el sofá y se sentó junto a ella. Ambas quedaron en
silencio hasta que Olga incomoda por la situación lo rompió.
—Bueno, ¿Qué tengo que hacer?
—Ya te lo he dicho, ponte cómoda.
—Ya estoy cómoda, me he sentado.
—Me refería a te que quitases algo de ropa – y Ana sin más preámbulos se
quito la camiseta mostrando a Olga su pecho enfundado en un bonito
sujetador de encaje de color marfil.
—¿Es necesario?
—Si quieres que hagamos las cosas bien, sí.
A continuación Ana se quito el sujetador, indicándole así a Olga que no
debía sentirse incomoda por la situación que lo tomase con normalidad. Olga
pudo apreciar aun el leve y uniforme tono dorado de sus pechos sin las
antiestéticas marcas del bikini. Estaban erguidos, desafiantes y coronados por
dos pezones, ya apreciablemente duros, de un apetitoso color rosado. Olga
parecía algo incomoda por la situación.
—Venga Olga no me digas que te da vergüenza desnudarte delante de mí.
¿No me digas que nunca has visto a otra mujer desnuda a parte de ti misma?
—Sí, claro que las he visto, muchas veces. En las duchas del gimnasio,
cuando nos cambiábamos en clase de gimnasia en el colegio, o en los
probadores cuando voy de compras con mis amigas.
—¿Entonces…?
—No se… no es la misma situación, me da corte por lo que vendrá
después.
Ana se recostó en el sofá y tomo su camiseta que descansaba en el suelo
junto a ella y cubrió sus pechos desnudos pero sin ponérsela. Olga se sentía
abrumada por una mujer tan liberal como Ana. Seguía tumbaba, sin decir
nada, ninguna de las dos, y parecía que iba a rendirse a un plácido sueño.
Entonces lo dijo:
—Quítate la blusa.
No fue una sugerencia a pesar del tono suave que utilizo Ana. Fue una
orden en toda regla. Olga la acató sin mediar una sola palabra. Sin prisa Olga
desabrocho los botones de su blusa para luego dejarla caer a su lado. Lucía un
bonito y sencillo sujetador de color lila.
—Quítate el sujetador – volvió a decir Ana en el mismo suave pero
autoritario, dejando ver que no admitía un no.
Olga llevo sus manos a la espalda y desabrocho el cierre de la prenda. Dejo
que los tirantes cayesen por sus brazos mientras con sus manos sostenía las
copas en sus pechos. Cuando las retiro el sujetador bajo por su brazos
dejando al descubierto sus redondas y firmes tetas. Luego lo dejo junto a la
blusa. Ana retiro la camiseta que le cubría el pecho y la miro fijamente.
—¿Sabes una cosa? – dijo Ana.
—¿Qué?
—Me gustan tus tetas.
—A mí también me gustan las tuyas – respondió Olga poniéndose
totalmente colorada.
—¿Quieres tocármelas?
—No creo que este bien.
—Vamos… hazlo.
Ana tomó la mano de Olga y la llevo hasta posarla sobre uno de sus
pechos. Estos reaccionaron al contacto de la mano de la joven que empezó a
jugar con él. Lo hacía con naturalidad y estimulaba el pezón de su maestra
como si esa no fuera la primera vez que se lo hacía a otra mujer. Ana tenía el
pecho más suave y firme que, Olga, había tocado esta ese momento.
Tampoco es que hubiese tocado muchos pechos, a parte de los propios, pero
en alguna ocasión el grupo de amigas tonteando en alguna fiesta de pijamas
habían sopesado los pechos del resto. Ana comenzó a gemir y a respirar de
una manera profunda y agitada, indicándole a Olga que cada vez estaba más
excitada. Esto también excito a la tímida joven y le dio confianza, lo estaba
haciendo bien, y su otra mano se unió al juego.
—Olga ponte sobre mí.
—¿Cómo?
—Que te pongas a horcajadas sobre mí y sigas con lo que estás haciendo.
Me pone muchísimo.
Olga obedeció nuevamente. Se sentó a horcajadas sobre su maestra
abrazando con sus prietos muslos sus caderas. Continuó con el masaje
pectoral que le estaba regalando a su profesora. Entonces, Ana, comenzó a
acariciar los pechos de su alumna. Solo tardo unos segundos en ponerle los
pezones tan duros como ella los tenía. Luego Ana pasó su mano tras el cuello
de su discípula y la atrajo hacia ella. Sus labios se fundieron en un beso con
los de ella. Al principio a Olga le pareció violento e intento resistirse, pero la
mano firme de Ana la mantuvo pegada a sus labios. Una vez que Olga dejo
de resistirse acepto el apasionado beso. La lengua de Ana dentro de su boca
la ahogaba al recorrer con ella todos sus rincones. Mientras una de las manos
de la profesora apartaba los cabellos de su inexperta alumna la otra acariciaba
su cuerpo desnudo. Cuando Ana separó los labios de los de Olga, esta pudo
respirar con un hondo suspiro. Pero su profesora no la dejo descansar ni un
solo segundo. Todo se dio la vuelta. Ahora era Olga la que estaba entre las
piernas de Ana, esta recorrió el cuello, los hombros y los pechos, de Olga,
con una marea de besos.
—No sabes lo que me pone esta aptitud tuya de niña buena que parece que
no has roto un plato en tu vida – le susurro Ana al oído.
Olga estaba cada vez mas excitada. No podía resistirse. Era la primera vez
que tenia sexo con una mujer y era distinto, especial. No por el hecho de ser
dos mujeres, que también, era que Ana tenía más experiencias y vivencias
sexuales, sola, que ella y sus amigas con sus respectivas parejas juntas. Los
pensamientos empezaron a surgir como un remolino en el cerebro de Olga,
surgían mucho más rápidos que las sensaciones que su cuerpo experimentaba
bajo los besos y caricias que la sensual joven que estaba sobre ella le
proporcionaban.
La joven aprendiz no supo cuando su maestra se había desnudado por
completo y había hecho lo mismo con ella. Tuvo conciencia de ello cuando
sintió los labios de Ana recorriendo su monte de Venus y su lengua entraba
lenta y profundamente en su húmeda intimidad. Que hasta ese momento
ninguna mujer había profanado. El trabajo experto de la lengua de Ana hacia
que el cumulo de sensaciones de que sentía Olga era algo que no sabía
describir. Solo sabía que esa diablesa de mujer estaba haciendo que su cuerpo
se estremeciese de una manera indescriptible, como nunca antes lo había
hecho.
Mientras, Ana, seguía literalmente comiéndole en coño Olga, esta supo que
la clase que esperaba recibir había comenzado cuando sintió como una de los
dedos de su maestra empezó a encajarse en su prieto orificio anal. Olga no
supo cómo, Ana, solo con eso logró llevarla al orgasmo en un tiempo record.
La joven no pudo contener sus gemidos que surgieron de una manera
escandalosa como nunca antes le había pasado.
A pesar de que Olga ya había alcanzado su orgasmo, Ana, no se detuvo,
continuó chupando, lamiendo y mordiendo el sexo de su amiga. El coctel
formado por la saliva de Ana y la esencia de Olga empapaban los muslos de
esta y corría entre sus nalgas. Pero su maestra no paraba continuaba jugando
con su lengua en ese nudo de nervios que era el inflamado y sensible clítoris
de su alumna. Olga perdió la cuenta de las veces que el orgasmo la había
estremecido por completo su cuerpo.
Cuando Ana saco la cabeza de entre las piernas de Olga, con su boca, sus
mejillas y su nariz brillante por la marea de jugos que esta había derramado
supo que en ese momento comenzaba la verdadera lección.
El dedo de Ana continuaba en el culo de Olga y entonces empezó todo. Ese
dedo que no había entrado, desde el principio, ni la mitad de su longitud
comenzó a moverse dentro de ella con suavidad pero con rapidez al mismo
tiempo. Cuando la mano de Ana choco con su culo supo que lo tenía
completamente dentro. Noto como salía y como volvía a entrar una y otra
vez. En cada nueva entrada llegaba un poco más profundo y el placer que
sentía la tenía nuevamente a las puertas del orgasmo. Este exploto cuando
noto como un segundo dedo se abría paso en su interior. Olga notaba como su
ano se dilataba con el nuevo visitante en cada entrada y salida de la pareja. Y
aunque creía que no era posible el placer que sentía se multiplicó. Nuevos
orgasmos se apoderaron de su cuerpo. Y el gusto que estaba experimentando
nuevamente se incremento cuando un tercer dedo comenzó a dilatar su puerta
trasera acomodándola al nuevo invasor.
El placer que Ana le hacía sentir a Olga nunca antes, nadie, se lo había
proporcionado. Olga no sabía si todo lo que sentía era por la excitación del
momento o quizás, y era lo más probable, la forma en que Ana movía y
dirigía sus dedos dentro de ella sabiendo exactamente el punto exacto donde
tocar. Nuevos orgasmos se habían apoderado de Olga cuando sintió como los
dedos de Ana la abandonaban. Se notó vacía y sentía como la dilatación de su
ano se mantenía, teniéndola completamente abierta. Ana se levantó y se
dirigió a su dormitorio.
—¿Dónde vas? – pregunto Olga con el hilo de voz que su agitada
respiración le permitió.
—Solo es un minuto.
Ana se perdió caminando completamente desnuda tras las estanterías.
Cuando regreso lo que Olga vio le pareció grotesco pero a la vez
increíblemente excitante. En ese momento comprendió el cabreo de su madre
el día que ayudo a Ana a deshacer su maleta. Ana caminaba hacia ella de una
manera sensual con su escultural cuerpo desnudo brillante por el sudor. Lo
grotesco y la vez excitante era la polla de veinte centímetros que colgaba
entre sus piernas. Cuando estuvo a su lado Ana le dijo:
—Quiero que te pongas ahora mismo a de rodillas en el sofá y te apoyes en
el respaldo.
—¿Cómo?
—Ya me has oído. Hazlo.
—Pero no pretenderás meterme eso por el culo.
—Eso es lo que voy hacer.
—Ana por favor es enorme. Me vas a destrozar. La polla de Daniel no es
tan grande.
—Olga ¿Confías en mí?
—Claro que confío en ti.
—¿Te ha dolido lo que hemos hecho hasta ahora?
—No. Al contrario lo he disfrutado muchísimo.
—Entonces haz lo que te digo. Ponte de rodillas en el sofá y apóyate en el
respaldo.
Olga no dijo ni una palabra más e hizo lo que su profesora le había dicho.
Ana se coloco tras ella. Tenía una perfecta visión de los dos agujeritos de la
inocente Olga. Abrió el bote que llevaba en su mano y cogió una buena
cantidad. La extendió por el enorme miembro que colgaba entre sus piernas
como si se estuviese masturbando. Luego directamente del bote puso el
producto en la dilatada puerta trasera de Olga y comenzó a introducirla con
sus dedos poniendo énfasis en el anillo exterior.
—¿Qué es eso? Esta frio.
—Tranquila es lubricante. ¿Estás preparada?
—Creo que sí.
Ana tomo a la joven por las caderas para posicionarla a la altura adecuada.
Después con sus manos abrió los redondos y firmes glúteos. Moviendo su
cadera recorrió con la punta de la polla desde el monte de Venus hasta la
entrada del recto de la joven donde se detuvo. Sujetó la enorme verga con la
mano y empujo con suavidad. Entraba con facilidad ya que la lubricación y la
dilatación previa eran fenomenales. Olga sentía como se llenaba
completamente. Sentía una ligera molestia por el grosos del miembro que la
estaba poseyendo pero podía decir que incluso era agradable y placentero.
Ana viendo la facilidad con la que la estaba tomando dio una última
envestida hasta que su pubis tropezó con las nalgas de Olga. Esta grito al
sentirse completamente empalada por semejante polla y luego se mordió el
labio para soportar el ardor que sentía. Ana la sujeto por las redondas caderas
y permaneció dentro de ella casi sin moverse. Tan solo un ligero vaivén. Este
producía un ligero roce en el interior de Olga que hizo que su excitación se
disparase de repente al tiempo que las paredes de su ano se acomodaban al
nuevo visitante.
Olga movió sus caderas exigiendo movimiento. Esta señal no paso
inadvertida para Ana que inmediatamente comenzó a salir de ella para luego
volver a penetrarla. Un gemido de placer salió de la garganta de Olga. Ana
comenzó a follarla. Primero con un ritmo lento y constante. Después fue
incrementándolo. Cada vez sacaba más el miembro de ese delicado culito
virgen hasta hacia unos instantes para luego volverlo a hundir con más fuerza
y más profundidad. Cada nuevo embate era seguido de un placentero gemido
o grito que Olga era incapaz de contener. Los orgasmos se le iban
encadenando de una manera vertiginosa. No terminaba de recuperarse de uno
cuando otro la invadía de nuevo.
Estaba a punto de desfallecer de placer cuando Ana saco completamente la
enorme polla de su culo y callo rendida a su lado. Olga sintió un enorme
vacío que incluso le pareció molesto después de sentirse tan plenamente
llena. Miro a Ana. Esta estaba exhausta empapada en sudor y son
sonriéndole.
Olga sabía que tenía que dejarla que se recuperase durante unos minutos,
pero estaba tan excitada que no pudo contenerse. Desabrocho el arnés que se
ceñía al cuerpo de Ana. Tomo en su mano la gran verga que había estado
alojada en su interior y la dejo sobre la mesita que había junto al sofá. Olga se
arrodillo frente a Ana y abrió sus piernas todo lo que pudo. Esta se dejo
hacer. Olga enterró su cabeza en la entrepierna de su maestra y se apodero de
su vulva. Sus mejillas y su barbilla se impregnaron con la esencia que
empapaba la zona y corría por la cara interna de sus muslos. Olga metió su
lengua lo más profundo que pudo por primera vez en la intimidad de una
mujer. No pudo evitar excitarse nuevamente por la situación. La respiración
de Ana se agito y se transformo en continuos jadeos mientras sus caderas se
revolvían con el trabajo que Olga estaba realizando. “Es una gran alumna.
Aprende rápido” pensó Ana. Estas señales le indicaban que iba por buen
camino y la animaban a continuar con más ahínco aún.
—Méteme los dedos. Fóllame con tus dedos – dijo Ana entre gemidos.
Olga obediente hizo lo que su maestra le pedía e introdujo dos de sus
dedos en su vagina para lo que tuvo que abandonar la deliciosa vulva que
estaba disfrutando.
—No, ahí no. En el culo. Fóllame el culo.
Los dedos de pringados del propio flujo de Ana, Olga, los puso en la
entrada haciendo una ligera presión. Vio como el esfínter se relajaba y el ano
se abrí ligeramente. Apretó un poco y sus dedos entraron con total facilidad.
Se notaba que ese precioso culito había probado muchas más cosas que el
suyo. Ana gemía y gozaba como una loca. Olga sabía que estaba haciendo un
excelente trabajo de fin de curso ya que su maestra no paraba de correrse una
y otra vez. Olga no podría decir cuántos orgasmos encadeno Ana y
seguramente ella tampoco podría decirlo, pero lo que estaba claro era que de
la vagina de Ana fluía un abundante caudal de flujo. Este denso rio empapaba
la cara y la mano de Olga. También en su recorrido lubricaba su trabajado
culo y mojaba sus muslos.
Ana se tumbo satisfecha en el sofá, sudada y exhausta. Olga agotada
también sacos sus deditos de la oscura cueva y aparto la cara de entre las
torneadas y doradas piernas de Ana. Olga se tumbo junto a ella en el sofá.
Después de un rato de silencio.
—Olga, has estado antes con una mujer, ¿verdad?
—No, tú has sido la primera.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Pues lo has hecho muy bien.
—Tan solo he hecho lo que me gusta que me hagan a mí.
—Olga… tienes muy buen gusto.
—Ana, ¿sabes una cosa?
—¿Qué?
—No me arrepiento de lo que hemos hecho esta tarde. No había disfrutado
tanto con ningún chico.
—Pues cuando quieras repetimos.
—No creo que repitamos.
—¿Por qué? No acabas de de decir que lo has pasado muy bien.
—Sí. Pero no creo que este bien lo que hemos hecho.
—Mira, Olga, no hemos hecho nada malo. Solo hemos disfrutado de
nuestros cuerpos que es lo más normal del mundo. Pero entiendo tu postura.
No te preocupes, por mi parte no hay ningún problema. Y sabes que me
tienes aquí para lo que quieras y en el momento que quieras.
—Gracias Ana.
—No tienes por qué darlas. Creo que será mejor que nos demos una ducha
y recoja esto antes de que lleguen tus padres o tu hermano.
—¿Te ayude a ordenarlo?
—No, baja tu a ducharte y mientras ordeno yo.
—Vale.
Ana se acercó a Olga y le dio un tierno beso en los labios. Luego se
levanto y comenzó a recoger las cosas desnuda como estaba. Olga se levanto
y recogió su ropa que estaba repartida por el suelo. Sin vestirse tampoco salió
de la buhardilla camino del baño. Cuando Ana se quedó sola fue hasta su
mesa y abrió su ordenador. Detuvo la grabación y guardo el archivo. Fue a su
armario y cogió la memoria USB donde tenía guardada la grabación de
Carlos. La conecto al puerto correspondiente y guardo una copia del archivo.
OLGA. Después la volvió a guardar en el armario y continuó recogiendo.
Cuando termino cogió su albornoz y bajo a la ducha.
—CAPITULO 6—
LA FIESTA DE DISFRACES

Faltaban pocos días para que llegase el puente de Todos los Santos. Como
era ya tradicional la agencia de publicidad de Javier organizaba todos los
años una fiesta de disfraces. Era una de las fiestas más esperadas del año. A
esa fiesta acudían las personas más relevantes del mundo de la publicidad,
además de modelos, algunas actrices y todo el personal de la empresa.
Ana se intereso como debería ir vestida, ya que era la primera vez que
asistía a esa fiesta. Javier le explicó que las mujeres podían disfrazarse de lo
que quisieran. No había una temática especial. Los hombres en cambio iban
todos con traje negro, camisa blanca y corbata negra. En la primera parte de
la fiesta, durante el coctel, todo el mundo llevaba mascara o antifaz y después
todo el mundo se lo quitaba.
Javier durante los días previos a la fiesta intento que las chicas y su mujer
le dijesen como irían disfrazadas. Pero no lo consiguió. Se habían puesto de
acuerdo las tres para no decir nada, ni siquiera entre ellas, sobre cómo se
vestirían para la fiesta. Pensaron que sería divertido que fuese una sorpresa
para todos.
La noche de la fiesta los hombres de la casa esperaban en el salón a que
Marta y las chicas hiciesen su aparición. Las tres como si hubiesen estado
sincronizadas aparecieron al mismo tiempo.
Los disfraces que habían elegido las mujeres de la casa sorprendieron a
Javier y a Carlos que no tenían ni idea hasta que las vieron de cómo irían
vestidas. Ambos esperaban que fuese Ana la más audaz con su disfraz pero se
equivocaron. La joven Ana era la más recatada de las tres.
Ana eligió un disfraz de azafata de vuelo. Era de color azul marino, pero el
tono que precisamente suelen denominar dentro de la gama azul azafata.
Llevaba un casquete del mismo color. El disfraz se componía de dos piezas,
la superior era una chaqueta sin mangas, con cuello en uve y solapas, cerrado
por botones dorados. El escote era muy favorecedor para la joven Ana,
puesto que, mostraba un espectacular canalillo. La parte inferior era una falda
de tubo del mismo color que le llegaba más debajo de la mitad del muslo.
Completado con unos zapatos negros cerrados con un tacón de infarto que
hacían sus piernas infinitas y su trasero aún más espectacular.
Olga se decantó por un disfraz de Caperucita Roja. Pero esta Caperucita no
tenía nada de inocente. Llevaba unas medias blancas hasta la mitad del
muslo. La minifalda de color rojo con mucho vuelo cubría no llegaba a la
mitad de su muslo. Justo a la línea que marcaban sus medias. Debería tener
cuidado con sus movimientos pues de lo contrario más de uno podría
deleitarse con sus encantos. La parte superior era un minúsculo chalequito,
como no, de color rojo, que tan solo cubría su abundante pecho haciendo que
este resaltase majestuoso y dejando su firme abdomen al descubierto. El
disfraz se complementaba con una cápita del mismo color que llegaba a la
cintura de la despampanante joven y una pequeña cestita.
Por último, Marta, se había decidido por el clásico pero no menos
provocativo disfraz de conejita de Playboy. Medias negras y un ajustado
body también de color negro, con la espalda totalmente descubierta y la parte
delantera tan solo sujeta por el broche en torno a su cuello. Unos
espectaculares zapatos de color negro junto con una colita blanca de conejita
y unas orejas complementaban el escueto disfraz de la madre de familia.
En el trayecto en coche hasta el local donde se celebraba la fiesta Javier no
podía apartar la vista del espejo retrovisor. No quería perderse detalle de las
tres mujeres de infarto que viajaban a su espalda. Con cada mirada al espejo
su polla se endurecía un poco más y lo único que le apetecía era follarse a las
tres.
Carlos sentado al lado de su padre no dejaba de girar levemente la cabeza
para echar un vistazo al asiento trasero para mirar a hermana y a su madre, ya
que Ana estaba sentada tras él. Había visto a su madre y a su hermana
millones de veces con mucha menos ropa que ese momento en la piscina de
casa y en la playa, pero ese día fue el primero que las vio como dos mujeres
deseables con las que no le importaría acostarse. Ese pensamiento le
preocupo un poco. No tenía problema en acostarse con Ana, aunque la
consideraban parte de la familia y era como una hermana no había nada que
los uniese más que el afecto y la amistad. En cambio el solo pensamiento de
querer follar con su madre lo turbaba. Quería meter su polla en ese lugar por
el que él había nacido. Era algo antinatural pero le pareció excitante. También
le vinieron a la mente la cantidad de veces que sus amigos le habían dicho
que su hermana estaba buenísima y que tenía un buen polvo. Nunca le dio
importancia a esos comentarios. Él opinaba lo mismo de las hermanas de
ellos. Eran adolescentes con las hormonas revolucionadas y cualquier chica
tenía un buen polvo. Pero se dio cuenta que su hermana, era diferente a las
otras chicas, no tenía nada que envidiar a las modelos que aparecían en las
revistas o en internet con las que de vez en cuando se masturbaba. Olga si era
digna de un buen polvo.
Cuando llegaron al local poco a poco los miembros de la familia se fueron
perdiendo unos de otros conforme saludan a la gente e iniciaban
conversaciones. En la fiesta había una breve cena informal de picoteo. Una
enorme mesa con un gran buffet donde la gente se servía a su antojo. Además
un ejército de camareros recorría la sala ofreciendo bebida a todo el mundo.
Una vez que se dio por concluido el buffet los camareros se retiraron. El Dj
comenzó a pinchar música mucho más movida y en la barra situada en uno de
los laterales de la sala empezaron a servir copas a todo el mundo. Dejando
una amplia pista de baile llena a rebosar. Javier coincidió con su mujer en la
barra. No se habían vuelto a ver desde que llegaron a la fiesta. Javier estaba
apurando su copa y pidió dos nuevas copas de ron con hielo. Tomo a su
mujer por la cintura y la atrajo hacia él. Marta se dio la vuelta pegando su
espalda al pecho de su marido mientras daba un sorbo a su copa. Javier la
beso en el cuello. Marta arrimó su culo al paquete de su marido y comenzó a
moverlo en pequeños círculos haciendo que la polla de Javier reaccionase.
Ana y Olga llegaron junto a ellos haciendo que Marta hiciese una pausa en su
juego.
—¿Qué tal lo estáis pasando? – les pregunto Javier.
—Es una fiesta de puta madre –respondió Ana evidenciando que había
bebido demasiado.
—Si es genial papa – dijo Olga claramente borracha.
—Javier pídenos dos destornilladores… mientras vamos al baño – pidió
Ana.
—Si vamos al baño – secundo Olga.
—Chicas ¿No creéis que habéis bebido ya suficiente?
—Javier que es una fiesta. Si no tomas una copa no tiene gracia.
—Si papa una más.
Las chicas se marcharon hacia el baño sorteando a la gente cogidas de la
mano y riendo descontroladas.
—Dos destornilladores. Flojitos, gracias – pidió Javier al camarero.
—Si estaban ya borrachas. ¿Para qué les pides otra copa? – le reprocho
Marta a su marido.
—Déjalas por una noche, además estamos nosotros, no pasara nada. Venga
seguimos con el juego.
Javier volvió a besar a su mujer en el cuello y ésta comenzó de nuevo a
frotar el paquete de su marido con su duro y firme trasero. La tenía cogida
por la cintura y con su barbilla apoyada en su hombro le susurraba al oído lo
que le haría al llegar a casa. La situación tenía a Marta muy excitada por lo
que apretaba con fuerza su culo para sentir la dura polla de su marido entre
sus nalgas.
Cuando al cabo de un rato regresaron las chicas a por sus copas, no dijeron
nada tan solo reían divertidas. Las cogieron y fueron a la pista. Olga y Ana se
pusieron a bailar juntas de forma provocativa. Javier sonrió al verlas.
—Javier, deberíamos decirles algo – se preocupo Marta al verlas bailar.
—Tranquila, todos saben que es mi hija y no intentaran nada, dejemos que
se diviertan.
—Y a Carlos ¿lo has visto?
—Hace un rato. Estaba con Clara y otros chicos. ¿Sabes que me gustaría?
—¿Qué?
—Que vinieses conmigo al baño.
—¿Para qué?
—No te acuerdas de la boda de tu hermano al poco de conocernos.
Marta lo miro volviendo su cabeza y le dio un beso por encima del
hombro. Sonrió ampliamente. Y froto nuevamente el bulto de su marido que
se mantenía completamente erecto.
—Vamos – le dijo marta.
Y cogiéndolo de la mano ambos se encaminaron a los baños. El mero
recuerdo de lo sucedido en la boda de su hermano la ponía a mil. Estaban a
punto de entrar en los lavabos cuando Marcos, el socio de Javier y padre de la
novia de Carlos, los intercepto.
—Os estaba buscando – dijo apresurado.
—¿Qué pasa? – se intereso Javier.
—Es Carlos, ha tenido un pequeño accidente.
—¿Dónde ésta? ¿Qué ha pasado? – pregunto impaciente Marta.
—Está ahí fuera a la entrada, se ha resbalado y el caer se ha hecho daño en
las muñecas. Creo que no es grave pero Irene ha llamado al 112 por si acaso.
—Venga vamos – dijo Marta.
Los tres salieron de la sala y se dirigieron esquivando a todo el mundo a la
salida. Carlos estaba sentado acompañado por Clara e Irene. Su cara reflejaba
dolor. Una de sus muñecas estaba muy hinchada y la otra se iba poniendo
morada por momentos.
—¿Estás bien? ¿Te duele? – se intereso Marta arrodillándose frente a su
hizo.
—Sí, estoy bien. Solo me duele un poco – intentado hacerse el fuerte.
—Venga no te preocupes seguro que no es nada, ya lo veras – intento
tranquilizarlo su padre.
Marta se puso junto a su hijo, lo abrazaba y acariciaba con ternura
intentando que se calmase y se olvidase del dolor. Clara intenta lo mismo
pero sin parar de acariciar su pierna, mientras lo miraba asustada, preocupada
por su chico.
Unos minutos más tarde una ambulancia llegaba. El médico acompañado
de una enfermera examina a Carlos. Su diagnostico es que tiene una de las
muñecas rotas y la otra parece un fisura. Inmovilizan ambos brazos al
muchacho y deciden trasladarlo al hospital para hacerle radiografías. Javier y
Marta suben a la ambulancia con su hijo.
—Mierda, las chicas siguen en la fiesta y no saben nada de lo ocurrido –
dije Javier acordándose de ellas.
—No pasa nada, ves a buscarlas llévalas a casa y luego vas al hospital. De
todas maneras yo te voy llamando – dijo Marta.
—¿Pero cómo vas a ir sola?
—No te preocupes no me va a pasar nada.
—Nosotras te acompañamos. Os seguimos en el coche – dijo Irene.
—Gracias. No hace falta que os molestéis – dijo Marta.
—No es molestia, además Clara estaba más tranquila – continuó Irene.
—Gracias, yo acercare a Marcos a vuestra casa – dijo Javier – tomo será
mejor que te pongas esto – y se quito la americana dándosela a mujer para
que se la pusiese.
Cerraron la puerta de la ambulancia. Irene y su hija ya estaban en su coche
esperando que saliese la ambulancia para seguirla. Javier y Marcos esperaban
en la puerta para ver como se marchaban. Cuando la ambulancia se marcho
los dos hombres entraron nuevamente a la fiesta en busca de las dos jóvenes.
Ana y Olga bailaban sin parar ajenas a lo sucedido. Daban vueltas al ritmo
de la música. Eso hacía que la pequeña falda de Olga se elevase dejando ver
prácticamente su hermoso culo. Dos jóvenes, se atrevieron a coger a Olga y
Ana de la mano y comenzaron a bailar con ellas. Mientras bailaban metían su
pierna entre las de las chicas. Sus manos aprovechaban los movimientos del
baile para tocarles el culo y meterles mano. El que bailaba con Olga
aprovechando que esta no protestaba por sus toqueteos aventuro su mano fajo
su falda. La joven Olga excitada por la música, el alcohol y una pastilla que
les había pasado un chico en los lavabos agradecía sonriendo las caricias en
su entrepierna.
—Estas tías están super colocadas. Le estoy tocando el coño y esta tan
feliz – dijo el chico a su amigo que bailaba con Ana.
El joven siguió bailando con Olga con la mano bajo su falda. Se atrevió a
dar un paso más. Y le dijo a Olga al oído.
—A que no os atrevéis tu amiga y su a quitaros las bragas y seguir
bailando con nosotros.
Olga se separo del joven con el que bailaba y se aproximo a Ana. Le dijo
cosas al oído. Ana cogió a su amiga de la mano y riendo corrieron hacia los
baños. Los chicos las siguieron, no querían perder su oportunidad de follar
esa noche con dos modelos. Unos minutos después las chicas salieron del
baño sin parar de reír y se unieron a sus parejas de baile con las que
regresaron a la pista. Mientras volvían a bailar Olga abrió su mano y le
mostro al joven un minúsculo tanga blanco de hilo. Ana hizo lo propio y le
mostro a su acompañante una mini braguita negra transparente. Ambos
jóvenes se miraron incrédulos por la suerte que estaban teniendo. Los dos
cogieron las íntimas prendas que les ofrecían y las guardaron en sus bolsillos.
Continuaron con bailando. Y el que bailaba con Ana quiso comprobar que
efectivamente se había quitado la braguita. Levanto su estrecha falda y metió
la mano bajo ella. Primero exploró su firme trasero y desde ahí avanzo desde
atrás hasta su coño, comprobando que efectivamente no llevaba nada debajo.
La gran cantidad de gente que había en la pista hacia que nadie su percatase
de la escena. Dos nuevos jóvenes se acercaron a Olga y Ana, amigos de los
anteriores, emparedándolas entre los cuatro. Las jóvenes echaban sus cabezas
hacia atrás con los ojos cerrados sin parar de bailar, muertas de placer,
mientras cuatro manos recorrían sus cuerpos. Los jóvenes estaban disfrutando
de ellas, tocando sus tetas, su culo y su coño sin ningún impedimento. Uno de
los chicos excitado por la situación y a punto de reventar intento sacar su
dura polla y follarse a Ana ahí mismo.
Fue en ese momento cuando Javier y su socio aparecieron e intervinieron
llevándose a las dos jóvenes hacia la salida. Los jóvenes miraron a los dos
hombres irritados por fastidiarles el plan. Uno de ellos hizo ademan de
detenerlos para poder continuar la fiesta, pero uno de sus compañeros
reconoció a ambos hombres y lo detuvo a tiempo. Mientras salían
acomodaron las faldas de las chicas en su lugar.
—¿Qué coño hacéis vosotros? Queremos follar con esos tíos – dijo Ana.
—¿Creéis que este es lugar para comportaros así? – les recrimino Javier.
—A ti que más te da. Estoy cachonda y quiero follar – le respondió su hija.
Las jóvenes evidentemente colocadas por las pastillas y el alcohol no
reconocían a los hombres que las habían librado de los cuatro salidos que las
acosaban.
—Pues os aguantáis las ganas – dijo Javier.
—Pero yo tengo gana de polla – continuó Ana.
—Y yo también – la coreo su amiga
—Pues no hay polla que valga, os apañáis entre vosotras – respondió
Javier algo alterado.
—Venga y vosotros ¿no queréis follar con nosotras? – dijo Ana.
La pregunta no obtuvo respuesta por parte de Javier y mucho menos de su
socio. Marcos escuchando aquello no pudo evitar empalmarse. Las dos
jóvenes no los reconocían y morían de ganas por probar una buena polla. Su
mente ya le estaba jugando una mala pasada y se veía disfrutando de esas
jóvenes. Pero intento desechar la idea ya que se trataba de la hija de su socio
y su amiga.
Mientras iban hacia su coche, Javier, tampoco pudo evitar que su cabeza le
recordase los deseos que tenia últimamente. Como había deseado disfrutar de
esas dos mujeres que ahora ni lo conocían y estaban deseando de tirarse al
primero que se pusiera delante. Esos pensamientos hicieron que su polla
también se endureciese.
Una vez en el coche, las dos jóvenes se metieron en el asiento de atrás,
Javier ocupo el asiento del conductor y Marcos, su socio, se sentó a su lado.
Javier puso el coche en marcha y salió del aparcamiento para dirigirse a su
casa.
Ana y Olga empezaron a besarse y acariciarse entre ellas. Sus respiraciones
se aceleraron y se convirtieron en gemidos que hacían que se mordiesen los
labios de justo. Esto hizo que Javier mirara al retrovisor y Marcos volviese la
cabeza. Las dos chicas se estaban liando en el asiento trasero del coche.
Javier se pregunto qué coño habrían tomado para estar en ese estado que
empezaba a sacarlo de sus casillas.
La escena que Javier contemplaba a través del espejo y su socio girando la
cabeza hasta casi partirse el cuello ere impresionante. Olga tenía una de sus
tetas fuera, de la cual una de las manos de Ana estaba dando buena cuenta,
mientras no dejaban de comerse la boca. La falda de Ana estaba
completamente arrugada en su cintura y con sus piernas abiertas daba una
más que inmejorable vista de su coño, que estaba siento masturbado por la
mano de Olga, que con la falda subida mostraba sin reparo su redondo y
prieto culito.
Ambos hombres miraron nuevamente al frente y se miraban entre sí
intentando controlarse pero los bultos que palpitaban en sus pantalones
evidenciaban que era complicado. Un fuerte gemido emitido por Ana desde
la parte de atrás hizo que nuevamente Javier clavase la vista en el espejo y
Marcos volviese la cabeza. Ana se había recostado en la puerta y subido una
de sus piernas al asiento mientras Olga ya con sus dos perfectas tetas al
descubierto se había puesto de rodillas en el asiento y había enterrado su
cabeza entre las piernas de su amiga mientras su mano frotaba
desesperadamente el suyo. En esa posición Olga estaba enseñando su firme
culo por la ventanilla a cualquier coche que se pusiera a su altura.
—Joder Javier. ¿Cómo puedes soportarlo?
—No puedo, coño, no puedo. Pero es mi hija y la hija de un buen amigo.
—Hostias ya lo sé. Pero… nunca lo has pensado. Yo te aseguro que me he
hecho más de una paja pensando que me follaba a Clarita. Estas condenadas
chicas tienen unos cuerpos de diosas y luego encima… la forma en que se
visten y como se comportan.
—¿Se comportan? Si tú supieras las insinuaciones que me hace Ana. Con
decirte que hasta me dio unas bragas suyas para que me masturbase con ellas.
—¿No jodas?
—Como lo oyes.
—Pues Javier… no se a que estas esperando, una oportunidad como esta
no se vuelve a presentar en la vida.
—Pero… ¿Y Olga?
—Mira Javier… si te surge la ocasión tienes mi permiso para follarte a
Clarita.
Javier giro en la primera calle que encontró a su derecha y piso el
acelerador a fondo. En ese momento recordó el lugar donde iba a follar con
Marta, cuando empezaron a salir, un pinar cerca de la universidad. Después
de callejear unos minutos llegaron a la Avenida de la Complutense. Un
instante después aparcaba el coche en mitad de un pinar con los faros
iluminando el infinito.
Marcos y Javier se bajaron del coche e hicieron que las jóvenes detuviesen
su alocado frenesí. Hicieron que Ana se sentase en el asiento del copiloto y
Marcos ocupó el asiento trasero junto con Olga. Javier volvió a su lugar. No
le había dado tiempo a acomodarse en su asiento cuando su socio ya tenía los
pantalones en las rodillas y su hija le estaba comiendo la polla, mientras este
amasaba su deseable culo. No podía creer lo puta que era su hija si no lo
hubiese visto. En cuanto Javier estuvo en su asiento Ana se lanzo a sus
pantalones y se apodero en un segundo de su dura polla engulléndola hasta
los mismos huevos. Javier tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para no
correrse en ese mismo momento. Una vez más relajado y disfrutando el
trabajo que la boca de la joven Ana le estaba haciendo levanto su falda y
enterró un dedo en su chorreante coño. Luego metió un segundo dedo y
finalmente un tercero. Cada vez que Ana se sacaba de la boca ese duro trozo
de carne sus gemidos eran increíbles. Por como empapada su mano Ana no
paraba de correrse.
Las puertas traseras del coche se abrieron. Marcos hizo que Olga bajase
con él. Fueron hasta la parte delantera y este hizo que Olga se inclinara y
pusiese las manos sobre el capó del coche. Cuando Javier miró a través del
parabrisas vio a su hija riendo y con una cara de viciosa que no le había visto
en la vida. Sus enormes y firmes tetas, desnudas, temblaban como gelatina
frente a sus ojos. Vio como Marcos tras ella sacaba su polla, grande y gorda,
de la que colgaban unos enormes huevos. Su socio no se entretuvo en
preliminares ya que sabía que su hija estaba empapada y se la metió de un
solo golpe en ese lindo coño que el también deseaba. Olga gritaba de placer y
abrió los ojos como platos clavándolos en los de su padre. Javier no pudo
soportarlo y sin poder controlarse se corrió en la boca de Ana que seguía
comiéndole la polla. Ana tragaba lo que podía pero Javier disparaba chorros
de leche sin parar. Cuando la joven ya no podía tragar más separo la cabeza
del erecto miembro de su anfitrión pero este lanzo nuevos tiros de cálida y
espesa leche que se estrellaron en su cara. Ana lo miro sonriendo divertida.
Javier salió del coche e hizo que Ana lo siguiese. A pesar de su primer
orgasmo su polla no había perdido un ápice de su dureza. La tumbo de
espaldas sobre el capó del coche junto a su hija. Levanto su falda hasta la
cintura y de un tirón abrió el chaleco de Ana haciendo que los botones
saltasen. Las perfectas tetas de Ana que tanto había deseado estaban a su
disposición. Tomo las piernas de la joven y las elevo hasta colocarlas sobre
sus hombros. Tenía esos dos preciosos agujeros a su disposición. Sin
pensárselo dos veces embutió su dura polla en el palpitante coño que tanto
había deseado y hundió su cara en las duras y firmes tetas que quería
comerse. Ana gritaba de placer mientras Javier le comía las tetas y la follaba
a conciencia. Sus gritos se mezclaban con los de Olga a la que Marcos se la
seguía follando de manera dura y contundente. Cuando Marcos no aguanto
más empezó a inyectar leche en la vagina de Olga hasta que esta rebosó por
sus continuos movimientos. Ambos cayeron vencidos sobre el coche mientras
Javier taladraba sin piedad a Ana.
Cuando Javier se incorporo un momento sacando la cara de entre los
pechos de Ana. Vio a su querida hija junto al coche tan solo vestida con las
medias blancas, los zapatos y la escueta capa de Caperucita. Observo como
su socio la besaba y sus rudas manos apretaban sus delicadas tetas. Pero lo
que le hizo explotar fue ver como esa mezcla de semen y fluidos bajaban por
sus piernas. Esto lo hizo acelerar el ritmo con el que se follaba a su deseable
Anita corriéndose en su interior. Ana grito de gusto cuando sintió como su
interior se llenaba de leche y un nuevo orgasmo la recorrió haciendo que se
corriese con Javier. Este dejo los pies de la joven en el suelo y sin dejar que
se levantase del capo la beso con pasión metiéndole la lengua hasta la
garganta. Luego le dijo a su socio.
—Marcos será mejor que nos vayamos.
—Joder, Javier, mira como estoy aun. No hay manera de bajar la polla.
—Yo también sigo empalmado. Pero…
—Deja que me lo haga con ella.
—Dios. Estamos locos. Venga.
Ambos hombres intercambiaron a las chicas. Ahora Javier iba a disfrutar
de su propia hija. Sin pensarlo más colocaron a las dos apoyadas en el capo
con sus preciosos y deseables culos en pompa. Ana seguía con la falda
enrollada en la cintura y Olga ya no la llevaba. Las chicas se miraban y no
paraban de reír. Los dos hombres tenían cuatro deseables agujeros a su
disposición y no sabían cual disfrutar. Mientras esperaban que se decidiesen
las dos chicas empezaron a besarse en la misma posición que se encontraban.
Como si de una conexión telepática se tratase ambos decidieron follarse el
culo de cada una de las chicas. Los dos metieron sus respectivos miembros
entre las piernas de las chicas para lubricarlos con los jugos y la leche que
rebosaba de sus coños. Luego acariciaron con una de sus manos esos
manantiales para llevar ese espeso fluido al ano de las chicas imperando e
introduciéndolo con sus dedos en firmes culos que esperaban impacientes.
Marcos no se hizo esperar y ensarto a Ana con facilidad. Se sorprendió
gratamente lo poco que le había costado entrar en ese putita. La agarro con
firmeza por las caderas y empezó a bombear con fuerza. Ana gritaba de
placer.
—Sigue cabrón. Dame más fuerte. Quiero que me partas en dos y me
llenes las tripas de leche.
Eso hacía que Marcos se excitase aun más y follase con más dureza el culo
de la joven Ana, que parecía toda una profesional. Ana se frotaba su clítoris
con fuerza para intensificar la sensación de placer que sentía.
Javier ante el redondo, firme y prieto culo de su hija, viendo como
disfrutaba su socio se decidió por fin a atacar. Puso su grueso y morado
capullo en la entrada trasera de su hija. El no sabía que sería el que
desvirgaría ese delicioso culito. Nunca antes un hombre se había atrevido a
profanar aquella cueva. No sabía que única polla que había osado entrar, fue
una verga de látex manejada con maestría por la chica que estaba a su lado
unos días antes. Le costaba entrar el agujero era muy estrechito. Abrió los
glúteos de su hija y empujo con fuerza logrando meter la cabeza de su polla
en tan prieto lugar. Olga grito. Su padre no supo si de placer, dolor o una
mezcla de ambos. Con una nueva envestía noto como avanzaba poco a poco
como se iba abriendo a su paso y como se contraía entorno a su dura polla.
Con dos nuevos empellones se supo completamente dentro del culo de su
niña. Acaricio con ternura su espalda bajo la cápita roja para tranquilizarla
mientras permanecía quieto en su interior. Cuando notó como el ano de su
hija se relajaba empezó un ligero movimiento de bombeo. El placer que
estaba experimentando era increíble. La estrechez de ese lugar haría que se
corriese enseguida.
—Me corro cabrón, me corro. Que gusto. Lléname de leche cabrón.
Cuando Marcos escuchó eso no pudo aguantarse más y descargo por
segunda vez esa noche con un largo y placentero orgasmo. Llenó con su
leche las tripas de Ana mientras esta gritaba de placer por el orgasmo que
recorría todo su cuerpo y que acentuaba el que no dejaba de frotarse el clítoris
con desesperación. Marcos saco la polla de la chica y esta cayó de rodillas
frente a los faros del coche ya que sus piernas no eran capaces de sostener el
peso de su agotado cuerpo.
—Vamos putita, límpiame bien la polla – dijo Marcos a la joven que
estaba a sus pies.
Ana con la polla de Marcos frente a su cara la cogió y comenzó a limpiarla
con su lengua mientras esta se iba deshinchando poco a poco. Marcos saco su
teléfono del bolsillo interior de su chaqueta y comenzó a fotografiar a Ana
limpiándole la polla. Después de unas cuantas instantáneas empezó a grabar a
Javier follando el culo de su hija.
No aguanto mucho Javier envistiendo a su hija. El morbo de la situación, la
excitación y lo trechito del orificio hacia que el placer que sentí alcanzase
cuotas que no había experimentado hasta ese momento. Empezó a disparar
chorros de leche en el interior de su pequeña Olga sin ningún control, no
sabía cómo era posible después de haberse corrido dos veces previamente
saliese de sus huevos tal cantidad de semen. Cuando se supo completamente
vacío salió del interior de su hija. Olga dio un nuevo grito cuando la polla de
su padre abandono su cuerpo y ola de flujo mano de su coño corriendo por
sus piernas.
Olga se giro y apoyo su maltratado culo en el coche. Miro a Javier
directamente a los ojos y sonrió complacida. Javier le mantuvo la mirada, no
era la de su Clarita, su hija no miraba nunca así. En esa forma de mirar supo
que había follado con el cuerpo de su hija pero no era ella. En ese momento
solo era una puta con el cuerpo de Olga. Pesar eso era una forma de
tranquilizar su conciencia como otra cualquiera. Olga se puso de pie se
abrazo al cuello de su padre y lo beso. Lo beso con pasión, mordiendo sus
labios y metiendo su lengua en su boca. Javier tomo a su hija por los hombros
e hizo que se arrodillase.
—Haz como tu amiga, límpiame la polla – le dijo a Olga.
La joven de rodillas frente a él con la polla frente a su cara lo tomo en su
mano y lo miró nuevamente a los ojos. Pero lo que vio en ese momento en
sus ojos no era la mirada de antes. Había miedo en sus ojos e incredulidad. Y
sin apartar la vista del hombre que tenia frente a ella Olga dijo:
—¿Papá?
El estomago de Javier dio un vuelco al escuchar esa palabra y ver los ojos
de su hija. Pero un segundo después la mirada de la joven volvió a cambiar y
comenzó a limpiar la verga de su padre que había perdido todo su vigor.
Javier se aparto de ella y subiéndose los pantalones, corrió hasta uno de los
pinos más próximos y, comenzó a vomitar. Toda la culpabilidad le llegó de
golpe con solo escuchar una palabra y ver la incredulidad y el miedo en los
ojos de su pequeña.
—Vámonos, ¿Dónde está su ropa? – le dijo a Marcos
—Atrás en el coche.
—Venga arregla un poco a Ana mientras yo visto a Olga.
Fue a coger el chalequito y la falda de su hija. La ayudo a vestirse.
Mientras Marcos ayudaba a levantarse a Ana y le bajaba la falda. Luego
intento cerrar como pudo la chaqueta de la joven que Javier había destrozado,
en vista que no podía hacer nada se quito su americana y la cubrió con ella.
Javier saco una manta de viaje que tenía en el maletero y arropo con ella a su
hija antes de acomodarla en el asiento trasero del coche junto a Ana. Luego
los dos hombres se metieron en el coche y Javier salió de allí todo lo rápido
que pudo.
—Chicos ¿nos tomamos otra copa? – dijo Ana.
—Sí, yo quiero otra copa – la acompaño Olga.
—Ya es hora de que vayáis a casa – respondió Javier.
—Soy un par de aburridos – sentencio Ana.
No se volvió a escuchar una sola palabra en el coche. Javier miro por el
espejo y vio como las dos jóvenes se habían quedado dormidas acurrucadas
juntas. Una vez en casa Javier metió el coche en el garaje para evitar las
miradas de algún vecino indiscreto a esas horas de la madrugada. Intentaron
despertarlas pero fue imposible estaban profundamente dormidas. Después
del estado de excitación y euforia que les había producido el alcohol y quien
sabe que más, estaban de completo bajón porque los efectos estaban
remitiendo.
Javier cogió en brazos a su hija y Marcos a Ana. Las subieron a sus
habitaciones. Primero dejaron a Olga en su cama, su padre le quito los
zapatos, las medias y la cápita roja. Después la arropo mimosamente con el
edredón y la besó en la frente. Marcos subió a Ana hasta la buhardilla junto
con Javier. La metieron en su cama. Javier también le quito los zapatos, las
medias y la destrozada chaqueta a Ana. La arropó también como a su hija y la
besó en la frente.
Marcos se ponía su chaqueta mientras bajaba nuevamente al garaje con su
socio. El teléfono de este sonó en ese momento.
—Dime Marta. ¿Todo bien?
—Si todo bien. Carlos tiene una muñeca rota y la otra un esguince y fisura.
Van a tener que inmovilizarle las dos. ¿Dónde estáis?
—En casa, acabamos de dejar a las chicas durmiendo. Vamos para allá.
—Hasta ahora. Un beso.
—Te quiero — concluyo colgando después el teléfono.
Nuevamente en el coche, Javier y su socio fueron al hospital La Paz donde
Marta, Irene y Clara los esperaban. Cuando entraron en la sala de espera de
urgencias ahí estaban Clara e Irene. Marta estaba dentro con su hijo Carlos.
Javier les pregunto si había alguna novedad aparte de lo que Marta le había
dicho por teléfono. No había nada nuevo. Solo esperaban a que le
inmovilizasen las muñecas y le diesen el alta.
—Sera mejor que os marchéis a casa. Estaréis cansados y no hacemos nada
todos aquí – dijo Javier a sus amigos.
—Como te vamos a dejar solo – dijo Irene.
—No pasa nada de verdad. Ya no creo que tarden mucho por lo que dices.
Además he llamado a Marta y ya sabe que estoy aquí.
—Como quieras entonces – dijo Irene.
—Muchas gracias por todo.
—No ha sido nada. Pare eso están los amigos.
Todos se levantaron de sus respectivos asientos, Clara e Irene se
despidieron con dos besos de Javier. Y Marcos le estrechó la mano. Javier
aprovechó el momento y le dijo en voz baja:
—Lo que ha sucedido esta noche queda entre tú y yo.
—Eso no tenías ni que decirlo – respondió Marcos en el mismo tono.
—El lunes hablaremos en el despacho.
—Como quieras.
—Adiós – dijo Javier.
—Mañana os llamamos para saber cómo va todo. Adiós. – se despidió
Irene.
Y los tres salieron de la sala de espera dejando a Javier solo. Una hora
después salían Marta y Carlos. Este con los dos brazos escayolados he
inmovilizados de momento por una semana y luego el especialista les diría si
podría empezar a hacer algún movimiento. Cuando llegaron a casa, a altas
horas de la madrugada, Marta y Javier ayudaron a su hijo a meterse en la
cama. Luego Javier hecho un vistazo a las chicas antes de ir a su habitación
con Marta, las dos seguían descansando tal y como él las había dejado.
A la mañana siguiente Javier se levanto relativamente pronto y después de
una ducha volvió a echar un vistazo a su hija y a Ana. Las dos seguían
profundamente dormidas. Javier temía el momento en que se despertasen por
si recordaban algo de lo sucedido la noche anterior. El matrimonio estaba
desayunando cuando Ana entro en la cocina recién duchada, con el pelo
mojado y envuelta en su albornoz.
—Buenos días – dice Ana quejumbrosa.
—Hola – dijo Marta.
—Buenos días ¿Cómo estás? – se intereso Javier con un nudo de nervios
en el estomago.
—Tengo un dolor de cabeza horrible y no me acuerdo de nada de lo que
hice anoche, no sé ni cómo me metí en la cama.
En ese momento entro Olga en la cocina. También estaba recién duchada y
vestida con un amplio pantalón de chándal y una más amplia sudadera que
era de su hermano.
—Buenos días – saludo también desganada.
—Hola cariño – respondió su madre.
—¿Cómo estás? – fue el saludo de su padre.
—Me duele la cabeza y todo el cuerpo. Parece que me han dado una
paliza, casi no puedo ni sentarme. Además no sé ni cómo llegue a casa
anoche.
—Así estoy yo – dijo Ana.
—Me parece que estas dos señoritas se pasaron mucho con la bebida ayer
– dijo Javier.
—Es cierto ayer bebisteis demasiado. Menos mal que estábamos nosotros
allí. Espero que esto os sirva de lección y no lo volváis a repetir – añadió
Marta.
—Vaya mierda de bebida que pusisteis en la fiesta. A mí nunca me había
pasado esto después de una noche de juerga – dijo Ana.
—Hablare con los del catering – dijo Javier algo más tranquilo al
comprobar que ninguna de las dos recordaba lo sucedido.
—¿Y cómo llegamos a casa? – se interesa Ana.
—Sí, ¿cómo vinimos? – secunda Olga.
—Os trajo Javier y os metió en la cama. Según parece os dormisteis en el
camino de regreso y no había quien os despertase – respondió Marta.
—¿y dónde estaba tu mamá?
—Con Carlos en el hospital.
—¿Qué le ha pasado? – se intereso Ana.
—Se resbaló tuvo una caída y se rompió las dos muñecas. Ahora está en su
habitación descansando. Por cierto, durante toda esta semana tendremos que
echarle una mano entre todos has que lo vea el especialista y le diga si puede
empezar a mover los brazos – anunció Marta.
Las chicas no dijeron nada, se limitaron a continuar con su desayuno en
silencio. En ese momento el sonó el teléfono. Javier se levanto para cogerlo.
—¿Quién coño llama a estas horas?, me va a explotar la cabeza – dijo Ana.
—Creo que me vuelto un rato mas a la cama – añadió Olga.
—Y yo espera que subo contigo – se unió Ana.
Ambas jóvenes se tomaron un par de aspirinas y volvieron a sus
respectivas habitaciones para seguir durmiendo hasta como mínimo la hora
de comer.
—CAPITULO 7—
LA CONVALECENCIA DE CARLOS

El resto del fin de semana fue relativamente tranquilo. Ana y Olga lo


pasaron descansando y estudiando, ya que estaban demasiado agotadas de la
fiesta para salir. Los efectos se esta no los olvidarían en una buena
temporada.
Javier y Marta lo que quedaba de fin de semana se les complico con el
accidente de Carlos. Las visitas se sucedían para interesarse por el muchacho.
Además como este no podría usar sus manos en una semana tenían que
ayudarlo para realizar cualquier tarea, desde vestirse, comer, asearse o ir al
baño. Esos días que Javier estaba en casa, el se encargo de ayudar a su hijo en
las tareas más comprometidas como podía ser lavar ciertas partes o ir al baño.
En el resto de tareas solía ayudarlo Marta y su marido le echaba una mano.
Aquel domingo por la noche durante la cena. Mientras Marta ayudaba a
comer a su hijo.
—Mañana, tu padre y yo tenemos que trabajar. Procuraremos venir lo
antes posible, procura tu también faltar lo menos posible de casa, ya que
tendrás que ayudar a tu hermano, mientras no estemos nosotros – le dijo
Marta a su hija.
—Mamá, mañana había quedado con mis amigas al salir de clase para
preparar un examen.
—Pues… venís aquí a prepararlo y así puedes estar pendiente de tu
hermano.
—Olga yo vendré lo antes posible, no te preocupes – intentó mediar Javier.
—Pero…
—No hay peros que valgan. Si quieren venir tus amigas a preparar el
examen aquí, muy bien, si no te vienes y estudias tu solo aquí – sentenció
Marta.
—Yo mañana solo tengo una clase a primera hora, luego pensaba pasar el
día en la biblioteca, no me importa venirme después de clase y estar
pendiente de Carlos – se ofreció Ana.
—Gracias Ana, pero no es necesario – dijo Marta.
—Marta, de verdad que no me importa. Yo puedo hacer lo mismo aquí que
en la biblioteca y vosotros podéis hacer vuestras cosas con calma.
Marta miraba de reojo a su hijo mientras seguía ayudándole a cenar. En la
cara de Carlos había aparecido una leve sonrisa que intentaba disimular al
pensar en que podría tener una enfermera que había sido tan complaciente en
otros momentos. Y eso era lo que pretendía evitar Marta.
—Ana este no es tu problema. Te agradezco la buena intención pero es
algo que tenemos que solucionar nosotros – intento zanjar Marta.
—Mamá yo…
—Carlos tú te callas – lo corto de raíz su madre.
—Yo solo pretendo ayudar en lo que puedo para hacer que la vida de todos
sea un poco más fácil. Vosotros me habéis acogido en vuestra casa y solo
quiero colaborar. Pensaba que formaba parte de la familia, pero… ya se cual
es mi lugar – dijo Ana,
—Marta, por favor. Yo terminare pronto en la agencia para volver lo antes
posible. Ana solo quiere ayudar – intento mediar nuevamente Javier.
—Está bien. Lo siento Ana, no pretendía excluirte de la familia solo… —
rectifico Marta.
—Gracias Marta. Te entiendo perfectamente. Para mi ayudaros en lo que
esté en mi mano no es ninguna molestia.
—Bueno asunto solucionado el de mañana. Ya podemos seguir cenando en
calma – dijo Javier dando por concluida la cuestión.
Ana estaba preparando sus cosas para la clase de la mañana siguiente antes
de meterse en la cama cuando Marta apareció en la buhardilla.
—¿Puedo hablar contigo?
—Claro. Tú dirás.
—Lo primero, siento lo de la cena. Pero creo que sabes perfectamente el
por qué de mi negativa.
—Lo sé perfectamente. Creo que la última vez que hablamos te deje claro
que entre Carlos no había nada y así sigue siendo. Por mi parte no habrá
ninguna insinuación ni provocación puedes estar tranquila. Solo espero que él
se comporte como un caballero.
—No te preocupes por eso, he hablado ya con él seriamente.
—Entonces no hay nada por lo que tengas que preocuparte si los dos
tenemos claras las cosa.
—Gracias. Me alegra saberlo. Buenas noches.
—Que descanses.
Ese lunes Ana se levanto temprano pues tenía su clase a primera hora de la
mañana. Cuando bajo a desayunar Javier y Marta ya estaban en la cocina.
Después de saludarlos se sentó a la mesa con ellos. Desayuno como tenía por
costumbre una tostada con tomate y aceite en esa ocasión acompañada de un
zumo de naranja. El matrimonio informo a Ana que antes de marcharse a sus
ocupaciones Carlos se quedaría levantado y arreglado para que cuando ella
regresase no tuviese mayor problema. La joven se dio por enterada y cuando
termino su desayuno se marcho a la universidad.
Cuando Ana termino su clase pensó en ir a tomar un café al bar de la
facultad. La clase había sido aburridísima y estaba medio dormida. Le
hubiese encantado saltársela pero en ese ocasión no pudo, tenía que presentar
un trabajo y era obligatorio asistir. Luego se acordó de Carlos y pensó que
mejor se tomaba el café en casa tranquilamente. Salía de la facultad para ir a
la estación de metro cuando alguien llamo su atención.
—¡Ana! ¡Ana!
Al oír su nombre la joven dirigió su mirada al lugar desde donde la
llamaban. Un hombre que rondaría los cincuenta años le hacía señas. Ella se
detuvo y el fue a su encuentro. Cuando lo tuvo a su lado se dio cuenta que no
era tan mayor. Podría tener al año más que Javier. Pero finalmente dedujo
que tendría más o menos la edad de su padre, cuarenta y cinco. Lo que si
estaba claro es que se cuidaba muchos menos que su padre y que Javier que
aparentaban menos edad de la que realmente tenían. La tripa y su aspecto
descuidado hacia que aparentase cinco o seis años más.
—Hola – la saludo el tipo.
—¿Nos conocemos? – fue el saludo de Ana.
—Sí, nos presentaron en la fiesta del fin de semana.
—Lo siento, pero no te recuerdo. Bebí demasiado y tengo ese día algo
borroso.
—Me llamo Marcos. Soy el socio de Javier en la agencia de publicidad.
—¡Ah! Si. Ahora recuerdo. Tú eres el padre de Clara, la novia de Carlos.
—El mismo.
—Pues tú dirás. Tengo un poco de prisa, me esperan en casa para vigilar a
Carlos que está lesionado.
—Lo sé. No te preocupes no te quitare mucho tiempo. ¿Puedo invitarte a
un café mientras hablamos?
—Te lo agradezco pero ya te he dicho que tengo prisa.
—¿Te llevo a casa en mi coche y hablamos por el camino?
—No hace falta. Si es importante lo que tienes que decirme pues ves al
grano o me marcho y lo dejamos para otro día.
—Como quieras al menos vamos a sentarnos en el coche. Hace frio.
Caminaron juntos hasta el coche de Marcos. Ana pensó que sería el todo
terreno frente al que se encontraba cuando la llamó pero no era ese. El coche
estaba aparcado dos plazas más atrás. Era un Mercedes SLK 500 de color
negro. El típico coche que se compra un tipo inseguro que atraviesa la crisis
de los cincuenta para ligar con tías tontas mucho más jóvenes de él. Ambos
ocuparon las dos únicas plazas del vehículo.
—Bueno, ya estamos en el coche… ¿Qué tienes que decirme?
—Es algo delicado y no sé por dónde empezar.
—Me gustaría repetir lo que hicimos el otro día en la fiesta.
—Ya te he dicho que no recuerdo que pasó en la fiesta. Como no seas más
claro.
—Tú… yo…
—Tú y yo ¿Qué?
—Tú y yo nos liamos en la fiesta y me gustaría repetirlo. Ya lo he dicho.
—Venga ya. ¿Qué me lie contigo?
—Sí.
—Bueno, pues esa suerte que tuviste, realmente estaba muy borracha. Pero
no lo vamos a repetir. Así que un placer hablar contigo pero me marcho.
—Un momento. Si lo vamos a repetir.
—Ya te he dicho que no. Adiós – y Ana abrió la puerta para bajar del
coche.
—¡Espera! – dijo Marcos sujetándola del brazo – Esto lo puedes hacer por
las buenas o por las malas. Mira.
Saco su teléfono del bolsillo interior de su chaqueta y pulsando con sus
rechonchos dedos en la pantalla finalmente se la enseño.
—Esta eres tú, ¿verdad? – dijo pasando las fotos
—Sí. Soy yo la otra noche haciéndote una mamada. ¿Qué pasa?
—¿Quieres que Javier se entere de lo que hiciste?
—Enséñaselas si quieres. No me importa.
—¿Y tus padres o tus compañeros de clase?
—Marcos, si intentas chantajearme con eso para que te haga una mamada
o me acueste contigo, lo siento, ya te he dicho que no. Enséñale o envíale las
fotos a quien quieras, no me importa. He hecho cosas peores que comer la
polla a un tío mayor que yo y mis padres lo saben no se va a asustar por esto.
En cuanto a mis compañeros, creo que ya me he tirado a todos, eso no les
sorprenderá. Aunque si te hace feliz puedes publicarlas para que vea todo el
mundo lo macho que eres y como te tiras a crías de veinte años. Ya te he
dicho que no me importa. Solo pasa una cosa. Si lo haces tú perderás mucho
más que yo.
—¿Me estas amenazando tú a mi? Niñata – dijo Marcos claramente
cabreado.
—No. No confundas las cosas. Yo no te estoy amenazando. Te estoy
exponiendo los hechos. Si publicas esas fotos te denunciare por hacerlo sin
mi consentimiento, por atentar contra mi intimidad y contra mi honor.
Además te denunciare por violación. Con todo esto tu mujer se enterara de a
que te dedicas en tu tiempo libre y supongo que también en el trabajo.
Supongo que lo sospechara pero eso será la prueba que necesita para
divorciarse de ti y dejarte sin casa, sin tu parte de la agencia, sin tu bonito
deportivo, sin dinero… vamos lo perderías todo, estarías en la puta calle. Sin
contar con que tú prestigio profesional, si es que lo tienes, se iría a la mierda
cuando se sepa públicamente que te tiras a las modelas que trabajan para ti.
Vamos nadie querrá que trabajes para él. Ahora que tienes todo claro puedes
hacer lo que quieras. Adiós.
Ana abrió nuevamente la puerta y salió del coche sin esperar respuesta.
Cuando se disponía a cerrar de un portazo se agacho y se asomo al interior
apoyándose en el techo.
—Por cierto. Si hubieses dejado la proposición para otro momento, sin
prisa, con una copa tranquilamente y me lo hubieses propuesto sin amenazas,
tal vez me habría acostado contigo. Pero… has perdido tu oportunidad por
impaciente. Consuélate en que al menos tienes unas bonitas fotos del otro día.
La joven se aparto y dio un fuerte portazo al bonito coche. Luego se dirigió
tranquilamente a la estación de metro para volver a casa. Ahora se explicaba
por que cuando se ducho al día siguiente de la fiesta iba sin bragas y tenía
semen reseco en su vagina, el culo y los muslos. Ese cabrón se lo había
pasado bien con ella.
Cuando llego a casa María estaba limpiando el salón. La saludo y subió a
ver a Carlos. Clara estaba con él. Había tenido un par de horas libres y fue a
hacer compañía a su chico. Ana le dijo que estaría arriba en su habitación que
si necesitaba algo que la llamase o le diese un toque en el móvil y bajaría
enseguida. Luego siguió su camino hasta sus dominios.
Mientras subía pensó que con lo buena chica que era Clara y que padre tan
cabrón que tenía. Sería una pena que se enterara de las cosas que hacía su
papa. Pero todo dependía del capullo de su padre. Se puso a estudiar
tranquilamente después de bajar a por un café.
Ana estaba centrada en sus apuntes cuando escucho la voz de Carlos “Ana
por favor, ¿Puedes bajar?”. Cuando entro en la habitación del chico Clara se
había marchado y en su lugar estaban un par de amigos. Estos no se cortaron
al verla y la repasaron con la vista de arriba abajo. La habían desnudado con
los ojos. Se dio cuenta inmediatamente que Carlos les había contado sus dos
encuentros.
—Hola ¿Qué necesitas? – saludo Ana.
—Hola – dijeron los chicos al tiempo.
—Necesito ir al baño – continuo Carlos.
—¿Y para eso me llamas?
—No puedo ir solo. Ya lo sabes. Creía que estabas en casa para echarme
una mano.
—Así es. Pero es que pensaba que estabas solo. Pero teniendo aquí a tus
dos colegas cualquiera de ellos o los dos si quieren pueden ir contigo.
—¿Cómo les voy decir eso?
—Seguro que están encantados de ayudarte ¿verdad chicos? — Los
amigos de Carlos no dijeron nada – solo tienen que ir contigo al baño bajarte
el pantalón y el slip cogerte la polla y apuntar. O mejor aun te sientas y así no
tienen que tocártela, si les da repelús a ellos o a ti que te la toque un tío. Pero
te la ha estado cogiendo tu padre estos días y no te he oído quejarte –
continuó diciendo Ana haciendo que los tres muchachos empezaran a ponerse
rojos — ¿puedo haceros una pregunta? — Concluyo Ana.
—Sí, claro – respondieron los tres muy tímidamente y ya colorados como
tomates.
—¿A qué os habéis visto en bolas en más de una ocasión? Incluso diría
que os hicisteis alguna paja juntos. ¿Tengo razón? – pregunto finalmente Ana
sabedora de la respuesta.
Los tres chicos no dijeron ni una sola palabra y movían sus ojos inquietos
sin saber dónde mirar. Entonces uno de los chicos dijo:
—Creo que es mejor que nos vayamos ya.
—Si es tarde – añadió el otro.
—Ya hablamos – se despidieron ambos de Carlos.
—Hasta luego – dijo Carlos.
Cuando los dos amigos de Carlos se disponían a salir de la habitación Ana
les dijo:
—Chicos una cosa. Igual os he parecido un poco borde pero Me habéis
pillado en un mal día. Y por cierto tal vez no os creáis después de verme lo
que Carlos os ha contado sobre que me ha follado un par de veces. Pues es
cierto. He follado con él y es todo un semental. Adiós espero veros pronto.
Igual me pilláis de humor la próxima vez y nos montamos un trío o una orgía
– les dijo Ana sonriendo.
—Adiós – dijeron los chicos en un susurro ante la propuesta futura de tan
explosiva mujer y ante la confirmación sin esperarla de lo que su amigo les
había contado. Luego salieron rápidamente.
—¿No habré asustado a tus amigos?
—Asustado no sé, pero cortados seguro, eres la primera tía que los deja sin
palabras. Mira que es difícil porque no suelen cortarse un pelo con nada ni
con nadie y menos con una tía. Pero tu…
—Yo ¿Qué?
—No se… no eres como las demás chicas, eres diferente a todas, no te
cortas con nada… eres… eres… genial.
—Muchas gracias. Eso se merece un premio. ¿Sigues necesitando ir al
baño?
—Sí.
Ana lo ayuda a levantarse y lo acompaña al cuarto de baño. Le baja hasta
las rodillas el pantalón del chándal y el bóxer dejando al descubierto el
miembro del muchacho. Este empieza a mostrar los primeros síntomas de
erección dilatándose un poco.
—Creo que será mejor que te sientes. No creo que sea capaz de apuntar
con tu manguera dentro del váter y lo pondremos todo perdido.
—Vale.
La chica lo ayuda a sentarse. Una vez sentado la verga de Carlos queda
apoyada en la tapa del inodoro. Ana la toma con su mano y la mete entre las
piernas del chico para que cuelgue dentro de la taza. La joven espera que
termine pero no oye nada.
—¿Prefieres que salga o me gire? Conmigo aquí parece que no te
concentras.
—Creo que será suficiente con que te des la vuelta.
Ana se giro y dio un par de pasos alejándose del joven. Un segundo
después pudo oír como una catarata golpeaba con fuerza las paredes del
inodoro. La joven se entretenía mirando los frascos de colonia y perfume
colocados en la estantería que había frente a ella cogiendo algunas de las
masculinas para olerlas.
—Ya he terminado.
Ana se acerco a él y lo ayudo a levantarse nuevamente. No le subió los
pantalones ni la ropa interior. Cogió un par de cuadraditos de papel higiénico
y se agacho frente a Carlos cogió su pene y se dispuso a limpiarlo.
—¿Qué haces?
—Limpiar las gotitas que queda. Ya sé que vosotros no acostumbráis a
hacerlo así que un par de sacudidas ya está. Pero así es mucho más limpio y
no manchas el bóxer.
Carlos se dejo hacer. Ana tomo el desinflado pene del chico y tiro del
prepucio hacia atrás dejando completamente al descubierto el rosado glande.
Luego lo seco con los trocitos de papel. Cuando Carlos sintió en el sensible
capullo el roce del papel y de los dedos de Ana comenzó a excitarse. Una vez
limpio y con la verga del chico creciendo por momentos la joven la palpo los
huevos. Los tenía duros e hinchados.
—¿Cuándo hace que no descargas?
—Por lo menos cinco días y estoy a punto de explotar. Llevaba un par de
días sin masturbarme y el día de la fiesta Clara y yo… bueno ya sabes, pero
con esto nada.
—Y Clara esta mañana no…
—Iba a masturbarme cuando llegaron mis amigos y se marcho.
—Esto es una bomba de relojería puede explotar en cualquier momento.
—¿Quieres de que la desactive?
—Te lo agradecería un montón. Con mi padre no hay problema, pero cada
vez que mi madre… bueno ya sabes… se me empieza a poner morciillona y
ya casi no puedo controlar la erección. Me da mucho corte.
—Entonces vamos a solucionarlo. Pero me debes un favor – dijo Ana
sonriendo.
En la misma posición que estaba Ana cogió la polla del chico, que ya
estaba apuntando al techo, con su mano y comenzó a masturbarlo despacio.
Carlos se apoyo en el lavabo y cerró los ojos mientras la joven enfermera
improvisada ponía solución a su problema. Después de unos minutos Carlos
estaba a punto de correrse cuando escucharon:
—María estoy en casa – dijo Marta nada más entrar en casa.
Ana soltó rápidamente la polla del muchacho totalmente excitado y a punto
de reventar. Le subió el bóxer y el pantalón dejando fuera la camiseta que
vestía para disimular el bulto que había en su entrepierna. La joven acompaño
apresuradamente a Carlos hasta su habitación y lo ayudo a sentarse en su
cama. Ana tomo el mando a distancia y encendió la televisión. En ese mismo
momento la puerta de la habitación se abrió.
—Hola ¿Qué tal? ¿Todo bien? – dijo Marta al entrar y se acerco a besar a
su hijo.
—Muy bien, es un buen paciente, no me ha dado ningún trabajo –
respondió Ana.
—Mamá has venido muy pronto.
—Si he pedido el resto del día libre. Me llamo tu padre pare decirme que
se le ha complicado el día y llegará tarde. Y no quería molestar a Ana más de
lo necesario.
—Es la primera vez que he bajado en toda la mañana. Y no es ninguna
molestia ya lo sabes.
—Acababa de llamarla para que pusiera la tele, estaba aburrido – añadió
Carlos.
—¿Estabas estudiando? – pregunta Marta a la joven.
—Sí, pero no me ha molestado nada iba a hacer una pausa para despejarme
cuando me llamo.
—Bueno, puedes seguir estudiando y me encargo yo.
—Vale.
La joven le dio el mando a distancia a la madre del muchacho y se dirigió a
la puerta de la habitación. Marta se puso a ordenar un poco el cuarto. Ana
antes de salir sin que la madre del joven lo viese le guiño un ojo y le lanzo un
besito. Eso hizo que su erección aumentase un poco más. Ana subió a su
habitación sonriendo y pensando a quien le explotaría esa bomba en las
manos que acababa de activar.
Ese medio día solo comieron los tres en casa, Marta, Carlos y Ana. Javier
aviso nuevamente disculpándose con su mujer ya que tendría que pasar el
resto de día fuera. Olga también llamo para decir que comería con sus
amigas.
Esa tarde el teléfono no paro de sonar. Ana lo oía desde su habitación.
Aunque su móvil tampoco se quedo atrás. No podía concentrase. La llamaron
sus padres, una amiga y un par de compañeros de clase. Tenía el teléfono
móvil en la mano para desconectarlo cuando volvió a sonar. Un número
desconocido aparecía en la pantalla del aparato ya que no estaba relacionado
con ningún nombre de la agenda para que lo mostrase. Ana descolgó el
teléfono.
—¿Sí?
—Hola. ¿Me conoces? – dijo la voz de un desconocido al otro lado de la
línea.
—Y si te digo que el otro día me dejaste tirado en el Retiro.
—Entonces si se quién eres. Ya veo que al final has conseguido mi
número. ¿Cómo lo has hecho? – dijo Ana sonriendo.
—¿Lo dudabas que lo conseguiría?
—No, sabía que me llamarías pero creía que tardarías menos.
—No me subestimes. Hace días que lo tengo pero no he querido llamarte
antes para que no te emociones y creas que estoy deseando verte.
—No me has respondido.
—¿A qué?
—A cómo has conseguido mi número.
—Eso es confidencial. Secreto profesional.
—¿No le habrás pegado a alguien?
—¿Por quién me tomas? Yo solo le pego a quien se lo merece. Además sí
quieres que te lo cuente tendremos que vernos.
—Al final si estas deseando verme.
—No te emociones Anita.
—No se te ocurra volver a llamarme Anita.
—Bueno, Ana, ¿Cuándo nos vemos? Te parece bien esta noche.
—Imposible. ¿Qué tal el miércoles por la tarde?
—Perfecto.
—Pues recógeme a las cinco y media en la puerta de la facultad.
—Hay estaré. Hasta el miércoles entonces, Anita.
Lo dijo con guasa, separando las silabas para hacer más énfasis y colgando
justo después para que no le diese tiempo a responderle. Ana pensó en
llamarlo y decirle lo cabrón que era, pero no lo hizo, solo aguardo el número
en la memoria y apago el teléfono. Ya se las pagaría el miércoles.
—¿Estás ocupada? – dijo marta a su espalda.
—No, hablaba por teléfono. ¿Pasa algo?
—Me ha llamado Javier, tiene que cenar con un nuevo cliente e ira su
esposa, así que tengo que ir. Además Olga se que a dormir con sus amigas
estudiaran hasta tarde.
—No te preocupes, veta tranquila yo me encargo.
—Solo es que estés pendiente y le ayudes con la cena, antes de irme dejare
a Carlos duchado y con el pijama puesto.
—Como quieras.
—Gracias Ana.
—Sabes que lo hago encantada.
Algo más tarde Carlos estaba en el salón viendo videos musicales en el
MTV cuando llego su madre.
—Vamos Carlos es hora de ducharte.
—¿Ahora? Pero si es media tarde. Además no voy a salir mejor lo dejamos
para mañana cuando me levante.
—Mañana tu padre y yo tenemos mucho lio a primera hora.
—Pues me ducho después de cenar.
—No le des más vueltas. Tu padre me ha llamado y cenamos fuera. Tiene
que ser ahora.
—Después de cenar me ayuda Olga o Ana.
—Como tengo que decirte que tiene que ser ahora. Tu hermana no viene a
dormir y Ana bastante hace con estar pendiente de ti cuando no estamos para
que encima tenga que ayudarte en la ducha.
—Pero…
—No hay peros que valgan a la ducha ya.
Marta apagó la televisión y ayudo a levantarse a su hijo del sofá. Este
subió de mala gana al baño. No por el hecho de tenerse que duchar temprano
si no por que fuese su madre la que lo ayudase en esa tarea.
Una vez en el baño Marta desvistió a su hijo y este entro en la ducha. A
Carlos no le preocupada que su madre lo viese desnudo, lo que le preocupaba
era la excitación acumulada de tantos días. Esta ese momento había sido su
padre el que lo había ayudado y no había tenido problema en controlarse pero
con su madre era distinto. Su madre comenzó a lavar a Carlos con cuidado de
no mojar las escayolas. El muchacho aguantaba como podía la excitación se
sentir unas suaves y delicadas manos de mujer recorriendo su cuerpo mojado.
Intentaba pensar en cosas lo más opuestas al erotismo posible. Recordaba las
clases de matemáticas o repasaba mentalmente la lista de los reyes de España.
Pero los reyes de España desaparecieron de su mente en el momento que
su madre agacho para seguir duchándolo de cintura para abajo y el agua
empapó su blusa. Pudo ver que su madre no llevaba sujetador. La tela blanca
de pego a su pecho marcándolo perfectamente. Su madre tenía unos pechos
perfectos para su edad y pensó que más una chica jovencita los quisiera para
ella. Ese par de tetas que le habían dado de mamar hace años y que aunque no
lo recordaba seguro las disfruto, estaba firmes y duras a la vista con unos
pezones perfectamente marcados. En su mente apareció su madre vestida de
conejita de Playboy, como en la fiesta.
Esos hechos junto a que su polla estaba a escasos centímetros del
encantador rostro de su madre y que esta agarro su pene para lavar la zona
con la otra mano. Mas que frotar a le parecía que le acariciaba el culo, el
perineo, la cara interna de los muslos y los sensibles, hinchados y cargados
huevos. Esta estimulación mental por su parte y física por parte de su madre,
hizo por mucho que se esforzó en lo contrario que su polla comenzase a
despertar y crecer.
Marta no decía nada ante el evidente hecho de que el miembro de su hijo
comenzaba a crecer desmesuradamente. Carlos estaba preocupado por la
cantidad de días que llevaba sin descargar y lo excitado que estaba. Cuando
Marta vio que el pene de su hijo se sostenía solo mirando al techo lo soltó y
miro a Carlos. Le sonrió de una manera entre tierna y picara. Tomándose el
hecho como algo natural.
La mente de Carlos volvo desaforada. Los pensamientos morbosos se
agolpaban en su cabeza. Su madre ahí, con la blusa empapada, mostrándole
sus tetas que si no fuera por que tenia los brazos escayolados le hubiese
encantado tocarlas sentir en la yema de sus dedos la suavidad de esa piel y su
firmeza, apretar esos pezones que se le antojaban deliciosos. Su polla dura
como una barra de hierro a escasos centímetros de su cara y de sus carnosos
labios. Le encantaría sentir esos labios en su enorme y rosado capullo.
Carlos no sintió los labios de su madre, pero si la suavidad de su mano
cuando empezó a asear era dura barra de carne. La enjabono subiendo y
bajando su mano por toda la longitud del miembro erecto de su hijo. Este
movimiento lo hizo unas cuantas veces. Luego se centro en limpiar el
hinchado glande cerrando su mano enjabonada en torno a él y haciéndola
girar unas cuantas veces. El roce de su mano en tan sensible zona fue lo que
hizo saltar la espoleta de la bomba. Algo surgió en su interior que lo recorría
como el fuego. La mano de su madre aun sostenía su polla totalmente
descapullada cuando esta palpito hinchándose un poco más.
—Mamá me corr…
No pudo decir nada más. El primer chorro de semen que salió de su polla
fue a parar al pecho de su madre sobre una de sus empapados pechos. Marta
miro a su hijo incrédula y luego volvió a mirar el miembro que tenia frente a
ella soltándolo de golpe. Un nuevo chorro de espesa leche salió disparara al
rostro de su madre cruzándole la nariz y parte de la mejilla. Un tercer
borbotón broto del miembro de Carlos pero este con menos fuerza cayó en la
ducha a los pies del ruborizado muchacho.
Marta no dijo nada. Terminó de duchar a su hijo y lo hizo salir de la ducha
para secarlo. Pero antes limpio con el dorso de la mano la leche que corría
por su cara y amenazaba con entrar en su boca. La polla del muchacho había
empezado a desinflarse. Cuando ante el pesado silencio. Dijo Carlos
ruborizado:
—Mamá yo…
—No pasa nada. No tiene importancia. Son cosas que pasan no te
preocupes. Olvídalo.
Intento Marta quitar importancia al hecho de que su pequeño se hubiese
corrido en su cara. Mientras terminaba de secarlo y lo vestía se dio cuenta
que la polla de su hijo era algo más grande que la de su marido. Pensó como
seria sentir toda esa potencia dentro de ella. Pero elimino inmediatamente
esos pensamientos de su cabeza.
Cuando termino de vestir a Carlos bajo con él al salón lo ayudo a sentarse
en el sofá y le puso la televisión para que no se aburriese hasta la hora de
cenar. Luego subió a su habitación para ducharse y cambiarse para cenar con
su marido. De camino a su dormitorio Marta se chito la blusa. Termino de
subir la escalera y recorrió el pasillo solo vestida con su vaquero. Buscó la
mancha de semen en la mojada camisa y cuando iba a entrar en su dormitorio
la llevo a sus labios para degustarla. La puerta de la habitación principal se
cerraba cuando Ana bajaba de la buhardilla para ver un rato la tele en el salón
antes de la cena.
Ana y Carlos estaban en el salón viendo el informativo cuando Marta entro
vestida para ir cenar. Le enseño a la joven lo que tenía que hacer en la cocina
para la cena. Ana se quedo preparándolo mientras Marta volvía al salón para
despedirse de su hijo y darle un beso. El beso fue tierno como siempre pero
no fue en la mejilla como tenía por costumbre, sino en esa zona tan
indeterminada que es la comisura de los labios y la el principio de la mejilla.
Después de marcho.
Una vez preparara la cena, Ana, llevo a Carlos a la cocina donde cenaron
los dos. Ella le dio la cena al chico haciendo alguna broma, ya que estaba
muy serio y callado, de las que se le hacen a los niños pequeños con el
avioncito. Pero las bromas no dieron resultado. Después de cenar estuvieron
un rato en el salón pero Carlos no dio tiempo a que empezase la película, le
pidió a Ana que lo ayudase a meterse en la cama. Una vez en la habitación
del muchacho.
—¿Qué te pasa? Estás raro.
—No me pasa nada.
—Venga Carlos, dímelo. Tenemos confianza ¿no?
—Es una tontería.
—Cuando estas así no será una tontería.
—Es que si te lo digo no se qué vas pensar de mi.
—Vamos no creo que hayas matado a nadie.
—Tal vez sea peor.
—No seas exagerado y cuéntamelo. Ya decidiré yo.
—¿Prometes no reírte?
—Lo prometo. Palabrita de niña buena.
—Cuando mi madre me estaba duchando me he empalmado.
—Hombre eso no es para tanto, es normal. Además no creo que tu madre
le dé importancia a eso.
—Es que no ha sido solo eso.
—Pues tú dirás que más ha pasado.
—Es que… No sé si decírtelo vas a decir…
—Venga no supongas lo que voy a decir o pensar y dímelo de una vez.
—Va… Me he corrido en su cara y sus tetas.
Ana no pudo evitar esbozar una sonrisa al oírlo. Pero no se rió. La bomba
que ella había activado esa misma mañana le había explotado a Marta en toda
la cara.
—Y ella que te ha dicho.
—Nada. Que no me preocupe, que no pasa nada, que lo olvide.
—Hombre es que tampoco es para tanto. Y tu madre lo comprende.
Llevabas varios días sin descargar estabas excitado y cuando te ha tocado la
zona al ducharte pues… nada ha sido un hecho natural que ha surgido en el
baño, como podría haber surgido esta noche mientras duermes.
—Pero igual piensa que ella me pone.
—¿Te pone?
—Sé que mi madre es muy guapa y atractiva. Algunos de mis amigos me
ha dicho que tiene un buen… bueno tú ya sabes. Pero yo nunca la he visto así
– en eso último mintió Carlos reservándose los pensamientos del día de la
fiesta y los que había tenido en la ducha.
—Tu madre no le ha dado importancia y tú no debes dársela. Así que
duerme tranquilo. Además mira el lado bueno. Has descargado y te has
relajado ¿no?
—Pues no. Siento todavía que los tengo a reventar.
Ana llevo su mano a la entrepierna del muchacho y le palpo los huevos.
Efectivamente seguían cargados y en breve volverían a explotar.
—Eso tiene fácil solución.
Ana hizo que Carlos se recostase en un poco en la cama. Luego se acerco y
se agacho para bajarle el pantalón del pijama. Acaricio por encima del bóxer
su polla que en un segundo alcanzo su máximo esplendor. Después bajo
también el bóxer y descubrió esa polla, dura y palpitante que esperaba
ansiosa la atención de su boca. En esa ocasión Ana se esmero con Carlos.
Quería disfrutar de esa limpia y suave polla y darle todo el placer posible. La
joven paso su lengua lentamente alrededor de la verga. Aparta su pelo con
una mano, con la otra tomó su polla y comenzó chuparla con lentitud y
suavidad. Acompasó el movimiento de su mano con el de su boca sin prisa.
Poco a poco la joven incrementa el ritmo mientras su mano y su boca giran al
tiempo que suben y bajan aumentado la presión que ejercía en el miembro.
La respiración de Carlos se aceleró y su pene se engrosó un poco más
anunciando lo que llegaba.
—Me voy a correr.
La joven amante no dijo nada. Continuó con su juego aumentando un
poquito más el ritmo a la espera de su premio. Este no se hizo esperar y
Carlos inundo la garganta de Ana con su dulce y espesa leche. La chica se la
trago toda, aprovechando hasta la última gota. Luego con su lengua recorrió
toda la barra del chico hasta dejarla completamente limpia. Cuando Ana se
incorpora se acerca a él, con cuidado para no hacerle daño, y lo besa
apasionadamente.
—Me ha encantado – dijo Carlos cuando ella separo sus labios.
—¿Mejor ahora?
—Algo mejor pero no me baja la erección.
—¿Crees que podrás follarme sin manos?
—Puedo intentarlo.
Ana ayudo a levantarse a Carlos de la cama y se dirigieron al escritorio que
el chico tenía en la habitación. Calcula con la mirada la posición y le baja a
los tobillos el pantalón y el bóxer. Ella, frente a él desabrocha su vaquero y lo
baja también a sus tobillos mostrándole una diminuta braguita de color
blanco. La bajo despacio hasta que hizo compañía a su vaquero. Carlos
admiró eso que tanto le gustaba y que estaba a punto de disfrutar de nuevo.
Ana se giro y se inclino sobre la mesa dejando a la disposición del chico sus
dos agujeros.
—Acércate despacio y mete la polla entre mis muslos.
El joven siguió las indicaciones de su maestra de ceremonias
aproximándose con cortos pasos. Cuando Ana sintió la dureza de esa polla
entre sus muslos llevo una de sus manos hacia atrás para sujetarla y situarla
en la entrada de su caliente y empapado coño.
—Empuja. Métemela.
Carlos empuja y empala a la joven de una sola vez. El placer recorre el
cuerpo de Ana al sentirse completamente llena de golpe. El chico empieza a
follarla con fuertes y precisas envestidas. Carlos mantiene un ritmo fuerte y
potente. Ana estaba muy excitada y con cada embestida crece un increíble
orgasmo dentro de ella. La joven jadea y grita cada vez que su amante
alcanza con su polla lo más profundo de su ser. Carlos sigue follándosela con
fuerza y ella se corre. Y un impresionante orgasmo recorre todo su cuerpo. El
sigue bombeando en su interior y un nuevo orgasmo empieza a crecer en su
interior. Pero de repente Carlos saca completamente su polla dejándola vacía.
—Ana, por favor date la vuelta, quiero verte.
Lo hizo. Ana miso su pantalón y de una patada lo aparto liberando sus
piernas. Se sentó en el escritorio y las abrió todo lo que pudo. Carlos se
acerca con sus pasos cortos de pingüino. La joven toma de nuevo la verga del
chico y apunta a su objetivo. Una vez más de una sola envestida la llena
completamente. Vuelve a follarla con fuerza. Ana abraza con sus piernas la
cintura del joven y apoya las manos en mesa echándose hacia atrás. Lo mira
fijamente. No puede evitar gemir. Con una de sus manos empieza a estimular
su clítoris para intensificar el placer que Carlos le proporciona. Ana se vuelve
a correr en un largo y placentero orgasmo, empapando con sus jugos la polla,
los huevos y la mesa de Carlos, además de sus muslos y su propio culo. A
esta abundancia de fluidos se une Carlos que finalmente alcanza su orgasmo
corriéndose dentro de Ana con profundas y fuertes embestidas, mientras se
muerde el labio inferior con los ojos cerrados. Ana siente como un chorro tas
otro la van inundado hasta que con las envestidas del joven rebosa
manchándolo todo.
Cuando empiezan a relajarse, Ana, liberó al chico del abrazo de sus
piernas. Se bajó de la mesa y cogiendo unas toallas húmedas que había sobre
su mesa le limpia la polla y los muslos para luego subirle la ropa y
acomodarlo en la cama. Ella tal y como esta. Solo vestida con su camiseta va
de un lugar a otro limpiando los restos de su encuentro. Una vez terminada la
limpieza se sentó junto a él en la cama. Lo besó larga y profundamente.
—Tengo que ir al baño. Vuelvo enseguida.
Le dijo Ana levantándose de la cama y recogiendo su ropa que seguía
tirada en el suelo para luego salir de la habitación. Cuando regresó Carlos se
había quedado dormido. Miro su cara de niño durante un rato luego lo arropó
con el edredón y le dio un tierno beso en los labios. Apagó la luz y se marchó
a su habitación.
—CAPITULO 8—
CHANTAJE

Dos días antes, lunes:


Marcos, decepcionado después del chasco sufrido en su intento de
mantener una relación con Ana pensó que tal vez podría intentar con un plan
B. No le gustaba mucho la idea pero la experiencia merecería la pena.
Se fue al bar de la facultad de donde un rato antes había salido Ana y se
tomo un café caliente. Pensó que debería informarse de los horarios pero
luego, dijo que ya que se había decidido a hacerlo podría pasar la mañana ahí.
Afortunadamente para él no tuvo que esperar más de una hora cuando la vio
salir acompañada por un grupo de chicas.
—¡Olga! ¡Olga!
Una de las chicas al oír el nombre de su amiga le indicó que alguien la
estaba llamando. Olga miró donde le indicaba su amiga e inmediatamente
reconoció Marcos, el socio de su padre. Dijo a sus amigas que la esperasen
un momento y se acerco al hombre.
—Hola – la saludó él.
—Hola ¿Qué tal? ¿Qué haces por aquí?
—Nada, pasaba por aquí y al verte he dicho voy a saludarla.
—Bueno pues encantada de verte. Ahora me marcho me esperan mis
amigas.
—Es que me gustaría hablar contigo y enseñarte una cosa.
—¿Ha pasado algo?
—No, no ha pasado nada. No te asustes.
—Entonces espera que le digo a mis amigas que se vayan adelantando.
—Vale, te espero.
Olga fue hasta donde la esperaban sus amigas para ir a estudiar. Les dijo
que se adelantasen ellas que enseguida las alcanzaban. Tenía que hablar con
el socio de su padre. El grupo de amigas continuó su camino. Olga volvió con
Marcos.
—Bueno tú dirás.
—Mejor hablamos en mi coche, estaremos más cómodos.
—Como quieras.
Caminaron juntos hasta el coche de Marcos. Había llevado el coche que a
ella tanto le gustaba. El Mercedes deportivo. Ella le había dicho en alguna
ocasión a su padre que se cómprese uno igual. Pero este se negaba ya que lo
consideraba poco práctico para la vida familiar. Se acomodaron en el coche y
comenzaron a hablar. Marcos le enseño algunas cosas que tenía guardadas en
su teléfono móvil. Luego los dos se marcharon en el coche.
Tres cuartos de hora más tarde Marcos dejaba a Olga donde había quedado
con sus amigas. Cuando la joven bajo del coche su expresión era mucho más
seria. Se coloco la blusa y la chaqueta y se marcho sin despedirse del socio de
su padre. Al contrario que Olga, Marcos, mostraba en su cara satisfacción y
una amplia sonrisa.
—Hasta mañana — Se despidió Marcos sin obtener respuesta.
Hoy, miércoles:
Era una radiante mañana de otoño. El cielo estaba completamente
despejado y de un brillante color azul. El sol brillaba con fuerza lo que hacía
que a pesar del frio fuese agradable pasear. Ana se asomó a la terraza de la
buhardilla para disfrutar de tan preciosa mañana antes de bajar a desayunar.
El hecho no hubiese tenido la mayor relevancia de no ser por que
casualmente se fijo en uno de los ventanales de la casa de Pablo, su vecino.
Tenía las cortinas medio abiertas cuando lo normal es que estuviesen
completamente cerradas. Centró su atención en esa ventana por la novedad
más que nada. Ya que, Ana, no esperaba ver nada pero se llevo una sorpresa.
Un hombre de espaldas completamente desnudo apareció justo en la abertura
de las cortinas. Le pareció que era Pablo pero inmediatamente se apartó de la
terraza y bajo a desayunar. Quiso evitar que se diese la vuelta y la viese
mirándole en culo.
A media mañana Olga salía de la facultad. Marcos tenía aparcado su
flamante coche justo en la puerta y la espera apoyado en el. Bajo la escalinata
y cuando estaba a su lado Marcos intento besarla en la mejilla pero ella aparto
la cara. El hombre sonrió. Le abrió la puerta y la joven se acomodo en el
deportivo. Después de cerrar con cuidado la puerta él ocupo el asiento del
conductor y puso el potente motor en marcha. Se marcharon.
—No quiero que vuelvas a venir a buscarme a la puerta de la facultad. Ya
te lo dije ayer. Podrían vernos mis amigas.
—Bueno ya veré si mañana me acuerdo.
—Eres un cerdo.
—Lo sé y me encanta. Y a ti también te gusta aunque no quieras
reconocerlo. En el fondo eres muy puta a pesar de tu carita de no haber roto
un plato en tu vida en cuanto ves una polla la quieres disfrutar. Por cierto hoy
estas muy guapa con esta faldita.
No hubo respuesta por parte de Olga. Mientras la mano del hombre
recorría su muslo subiendo la falda hasta rozar su braga. La joven continuó
en silencio hasta que llegaron a su destino. Marcos bajo el coche al parking y
lo encerró como en días anteriores en su garaje. El hombre le indico que
bajase y ambos salieron del coche.
—¿Hoy si querrás follar conmigo? Aquí estamos solos y no puede vernos
nadie. Me han encantado las pajas que me has hecho y las mamadas pero hoy
quiero follar.
—No, no voy a follar contigo.
—Vale, se que al final me suplicaras que te folle. ¿Qué vas a hacerme
entonces?
—Nada.
—¿Cómo has dicho?
—Que hoy no voy a hacer nada.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Muy bien.
Marcos saco el teléfono móvil de su bolsillo y comenzó a manipularlo.
Olga intento quitárselo de las manos pero él se zafo de ella dándole un
bofetón que casi la hizo caer al suelo. Luego se recompuso como pudo.
—Marcos, por favor no lo mandes. Por favor.
—Yo no quería pero me estas obligando tu con tu comportamiento.
—Por favor, no lo hagas, hare lo que me pidas.
—Está bien – dijo guardando el teléfono en su chaqueta.
—Desnúdate ahora mismo.
Olga se quitó la chaqueta, luego la blusa y finalmente la falda. Se quedo
frente al hombre tan solo vestida con un conjunto de braga y sujetador de
color rosa y las medias.
—Vamos… continua. No me digas que ahora te da vergüenza. El otro día
en la fiesta no eras tan tímida.
Olga llevo las manos a su espalda y desabrochó el sujetador. Sus firmes y
perfectas tetas con sus bonitos pezones de punta quedaron a la disposición de
la mirada de Marcos. Después bajo las braga por sus piernas para deshacerse
de ella. Su monte de Venus completamente depilado quedo expuesto a la
mirada obscena del nombre. Se disponía a quitarse las medias cuando:
—Quieta. No te quites las medias. Así eres mucho más morbosa. Ahora
ponte de rodillas y ya sabes lo que debes hacer.
Olga hizo lo que le ordenó. Se puso de rodillas frente a él y comenzó a
abrir su cinturón, luego desabrocho su pantalón, bajo la cremallera y dejo que
este cayese a los tobillos. Después bajo el feo slip estampado dejando frente a
ella la erecta polla de Marcos.
Cuando la joven se disponía a comenzar la mamada Marcos le metió su
verga de golpe todo lo que pudo en la boca. Esto provoco una tremenda
arcada a Olga. Luego sin ningún tipo de espera Marcos sujeto la cabeza y la
nuca de la chica y comenzó a follarle la boca con fuerza. Esto le producía
nuevas arcadas por la violencia del acto y provocaba que se le saltasen las
lágrimas. Cuando estaba a punto de correrse paro y saco la polla de su boca.
—Ponte de pie. Voy a follarte el culo.
—No. Por favor, Marcos, por el culo no. Lo que quieras menos eso.
—Has dicho que harías lo que quisiera.
—Sí. Pero no me pidas eso.
—¿Nunca te han follado el culo?
—No.
—No está bien mentir, puta.
—No te miento.
—Si me mientes. El otro día le suplicabas a tu padre que te lo follase. Y
como se negaba, se podría que lo violaste para conseguir su polla en tu culo.
Así que no me mientas. ¿O quieres que saque el teléfono?
Olga bajó la cabeza avergonzada y una lagrima de pena bajo por su mejilla.
Había cometido un pecado y ahora tenía que pagar su culpa.
—No. Dejaré que hagas lo que quieras.
—Pues date la vuelta, inclínate, apoya las manos en el coche y abre bien
las piernas.
En esa posición Marcos tenía una visión perfecta de sus dos agujeros. Su
coño estaba mojado y brillante.
—Ves como en el fondo todo esto te encanta, puta, si estás empapada, este
juego te pone cachonda.
Olga no dijo nada. Era cierto se había excitado comiéndole la polla a esa
cabrón. Pero no lo admitiría. No le daría esa satisfacción.
El hombre escupió en su mano varias veces y lo extendió junto con los
jugos que recogió de la chica por su culo para lubricarlo dentro de lo posible.
En el fondo no quería hacerle daño cada vez que miraba a Olga le recordaba
su pequeña Clarita. Sin pensarlo más coloco la punta de su verga en la
entrada de su culo y se la clavó con fuerza. Olga ahogo su grito de dolor
mordiéndose el labio. La follo con fuerza hasta que poco a poco la cavidad se
adapto al invasor y los gritos de la chica fueron en disminución. Marcos
consiguió que ella se corriese ya que sus jugos mojaron sus huevos al chocar
con su coño mientras se la follaba. Un minuto después el hombre obtuvo su
premio corriéndose en las entrañas de Olga. Cuando Marcos saco su polla sin
ningún cuidado, Olga, volvió a morder su labio y noto como la espesa leche
del hombre salía de sus interior corriendo por sus piernas. Él se subió el slip y
los pantalones después de limpiarse la polla con un pañuelo de papel.
—Tomo límpiate un poco y vístete, nos vamos – le dijo Marcos tirándole
el paquetito de pañuelos.
Olga se limpió lo mejor que pudo y cuando cogió sus bragas para
comenzar a vestirse, Marcos le dijo:
—No te las pongas dámelas. Y dame también tu sujetador.
La chica no dijo nada, que podía decir, que podía hacer. Se las dio las
prendas. El las cogió y haciendo un ovillo con las bragas en su mano las llevo
a su nariz para olerlas. Guardó el sujetador en un bolsillo de su chaqueta.
Aspiro profundamente su aroma, las guardo en su bolsillo y subió al coche.
Olga se puso la falda, la blusa y la chaqueta. Se sentó a su lado y espero en
silencio que saliese del garaje.
—Hoy lo hemos pasado bien ¿verdad?
No recibió respuesta. Olga miraba al frente a través del parabrisas con la
vista puesta en el infinito.
—Se que aunque no lo digas o lo niegues tu también lo disfrutas. ¿Te dejo
en la parada de metro de siempre?
—Sí.
Marcos detuvo el coche frente a la parada de metro. Olga abrió la puerta
para bajar de coche pero este la detuvo poniendo su mano sobre su muslo y
acariciándolo por encima de la falda.
—Espera. Mañana te voy a invitar a comer a un bonito restaurante que
conozco y quiero que te vistas de manera especial.
—¿Y si alguien me reconoce? No me niego a comer contigo pero en un
lugar que estemos solos.
—No te preocupes hay no te conoce nadie y es un lugar muy discreto.
—Pero no puedo retrasarme mucho tengo clase por la tarde.
—No te preocupes llegaras a tu clase. Mañana te recojo justo después de tu
última clase. Ponte una falda cortita, con vuelo, en la parte de arriba algo con
escote generoso ya me entiendes, no te pongas medias, ponte un abrigo largo
¿tienes verdad?
—Sí, alguna indicación más.
—No te pongas ropa interior. Hasta mañana amor.
Olga salió del coche sin despedirse y cerró la puerta. Fue hasta la boca del
metro y se perdió bajando las escaleras camino de su casa.
A las cinco y veinte en punto termino Ana su última clase del día. Mientras
recogía sus apuntes charlaba con una compañera. Ambas salieron juntas de
clase y se dirigieron a la salida. Justo antes de salir del edificio otro
compañero llamo su atención para invitarlas a tomar algo en la cafetería de la
facultad. Ana se disculpo diciendo que la esperaban y su compañera acepto la
invitación pero se reuniría con ella en cinco minutos.
—¿Te espera alguien o solo ha sido una escusa?
—Me espera él – dijo Ana señalando a un chico que esperaba junto a una
moto.
—Ese chico no es de la universidad ¿verdad?
—No, no lo creo. Lo más seguro es que ni siquiera haya terminado el
instituto.
—Parece demasiado mayor para seguir en el instituto.
—No creo que vaya.
—¿Quién es? Porque parece que no sabes nada con seguridad de él.
—En realidad no sé nada de él. Es el chico que le dio la paliza a mi ex.
—¿Y cómo lo has encontrado?
—Me encontró el a mí. Hace unos días estaba en el Retiro y apareció de
repente. Hablamos y me pidió el teléfono.
—Y se lo diste.
—No. Le dije que se buscase la vida para encontrarlo y hace un par de días
me llamo.
—¿No sabes cómo lo consiguió?
—No quiso decírmelo. Solo me revelaría el secreto en persona y a eso voy.
—Suerte entonces. Hasta mañana.
—Gracias. Nos vemos.
Ana salió del edifico y bajo las escaleras con calma. El joven desconocido
le hizo un gesto señalando su muñeca indicándole que llegaba tarde. Ana no
se dio por aludida. Cuando estuvo a su lado antes de decir nada le dio un
puñetazo con todas sus fuerzas en el hombro.
—¡Au! Y eso a que viene.
—Te dije que no me gusta que me llamen Anita.
—Vale. Lo siento.
—Pues toma nota, cada vez que me llames así te llevaras uno de esos.
—Procurare no olvidarlo Anita o mi hombro no lo resistirá — La joven
lanzo un nuevo puñetazo a su hombro con más fuerza que el primero
haciendo que el joven desconocido tuviese que mover sus pies para no perder
el equilibrio — ¡Au! Ya veo que vas en serio.
—Yo siempre voy en serio.
—Vámonos entonces An… Ana.
—¿Esta moto es tuya o la has robado?
—Es mía aunque no lo creas. Toma ponte el casco.
—Podías haberme avisado que vendrías en moto, habría traído una
mochila para meter los apuntes.
—Abróchate un poco tu cazadora.
El desconocido cogió las carpetas de apuntes de Ana mientras esta subía la
cremallera de su cazadora. Antes de que ella cerrase mas la cremallera él la
detuvo, metió las carpetas en el pecho de ella y le cerró la prenda hasta arriba.
—¿Qué haces?
—Solucionar el problema de la mochila.
El chico subió a su mono y le tendió nuevamente el casco a Ana. Esta se
subió tras él y se ajusto el casco. El joven desconocido arrancó la moto
haciendo un caballito y Ana no tuvo más remedio que sujetarse con fuerza a
su cintura pegando su pecho plano por las carpetas a su espalda. El motorista
desconocido circulaba muy rápido entre el tráfico adelantando a todos los
coches. Ya estaba oscureciendo cuando la moto entro en una zona con mucho
menos tráfico y el faro de la moto iluminaba la carretera. Unos minutos
después estaban a las afueras de la ciudad. Cuando el joven detuvo la moto
estaban en mitad de un descampado sin nada ni nadie alrededor. Ana por
unos instantes se puso nerviosa por el lugar y por qué no sabía nada de su
acompañante ni de las intenciones con las que la había llevado a ese lugar.
Ana bajo de la moto y se quito el casco. El hizo lo mismo y ambos dejaron
los respectivos colgados de los retrovisores.
—¿Dónde coño me has traído? Estamos en mitad de la nada.
—En un momento lo vas a ver.
—Espero que tus intenciones no sean lo que empiezo a sospechar.
—¿Por quién me tomas?
—Pues por un desconocido, que le da palizas a la gente, que consigue el
teléfono de una chica sin saber nada de ella, que posiblemente lleve días
siguiéndome y del que no sé ni siquiera su nombre.
—Efectivamente no soy un santo pero mis intenciones no son las que tú
crees. Dame la mano.
Ana tomo la mano del desconocido y caminaron por el sendero que el faro
de la moto indicaba. Estaba cuesta arriba. Ella resbaló un par de veces ya que
los zapatos que llevaba no eran para andan por un terreno como ese y no cayó
al suelo gracias a que él la sujetaba. Lo que vio cuando terminaron de subir la
dejó sin palabras. Tenía la ciudad a sus pies. Madrid iluminado por la noche
era precioso pero desde esa perfectiva era algo que la dejo sin palabras. Los
edificios más emblemáticos parecía que estaban al alcance de su mano y el
resto parecía pequeñas colmenas que se iban iluminando con diminutos
puntitos de luz.
—No tienes nada que decir.
Ella siguió en silencio. Ana miraba intentando grabar en su mente esa
postal que le habían brindado de la ciudad. El a su lado no dijo nada más. La
cogió de la mano. Ella la tenía helada y sintió el reconfortante calor de la de
él apretándola suavemente. Continuaron en silencio unos minutos más, luego
él le dijo:
—Me llamo Fabián.
—Curioso nombre. Nunca he conocido a nadie que se llame así. ¿Por qué
ese nombre?
—Sinceramente no lo sé. Aunque nadie me llama así. Todos me llaman
Ian.
—¿Cómo quieres que te llame?
—Tú puedes llamarme como quieras.
—Que simpático. ¿Estás seguro que quieres te llame como yo quiera?
Puedo tener muy mala leche cuando me lo propongo. Vamos a ver. Fa, Fabi,
Flabi, ya esta Flapy como la ardilla…
Fabián no la dejo terminar su explicación, la tomo por los brazos y de dio
un beso en los labios. Ana se retiro de él y le dio una bofetada que le hizo
girar la cabeza. La respuesta del joven fue volverla a besar. Ella volvió a
darle otra bofetada y él respondió con otro beso. Cuando ella iba a
abofetearlo por tercera vez el cogió la mano de la joven que ya iba hacia su
rostro. Ella lo miro con odio en los ojos. El con ternura. El odio se transformo
en fuego y Ana se abrazo con fuerza a su cuello y lo beso con pasión. Se
comieron mutuamente. Sus lenguas chocaban. Mordían los labios del otro y
sus manos recorrían sus cuerpos sobre sus ropas buscando una entrada hacia
sus cálidas pieles que no encontraban. Ante esta desesperación Fabián se
aparto de ella.
—¿Dónde vas? – pregunto Ana encendida.
—Sera mejor que nos vallamos.
—¿Me vas a dejar así?
—Toma, ponte el casco y sube.
—Joder. ¿Te parece bonito? Me calientas y me dejas con las ganas. Pues
luego diréis de nosotras que somos unas calienta pollas. Pero vaya que
vosotros…
Fabián le agarro el culo y la acercó a él. Le dió un largo, apasionado y
húmedo beso. Luego se puso el casco.
—Vamos sube, ya habrá tiempo para apagar el fuego.
Ana se puso el casco y subió a la moto. Se agarro fuerte a su cintura y
volvieron a la ciudad. Cuando la moto se detuvo estaban frente a la casa de
Ana. Esta se bajo le dio el casco a Fabián. Ella abrió la cremallera de su
cazadora y saco las carpetas de loa apuntes. Luego le dio un fuerte puñetazo
en el hombro.
—¡Au! ¿Qué he hecho esta vez?
—No apagar el fuego. ¿Te volveré a ver?
—Puede. No lo sé ¿Quieres volver a verme?
—Tal vez. No lo sé. Pero la próxima vez que me vayas a buscar con la
moto me avisas.
—Pensaba que no querías volver a verme.
Ana le dio un nuevo puñetazo en el hombro.
—¡Au! ¿Y ahora qué?
—Por gilipollas.
Luego le dio un fugaz beso en los labios y cruzo la calle corriendo hasta la
puerta de su casa. Antes de entrar lo miro. El acelero la moto y salió haciendo
un caballito. Ana entro y cerró la puerta atravesó el jardín hasta la casa y
pensó: “Debería haberle dado otro puñetazo pero en la nariz por que salir así
con la moto sí que es de gilipollas”.
Ana subió a mi habitación para dejar los apuntes y ponerse cómoda.
Inconscientemente volvió a asomarme a la terraza. El ventanal donde por la
mañana vio el culo de su vecino tenía las cortinas corridas como era habitual.
Pero el que estaba a su lado tenia la luz encendida y las cortinas abiertas.
Pablo, su vecino no estaba solo, estaba acompañado de una preciosa mujer.
Era la primera vez que, Ana, lo veía con una mujer. No hacían nada especial,
estaban sentados en un sofá bebiendo algo.
Cuando volvió a subir a su habitación después de cenar con la familia y ver
una película tenía intención de estudiar un rato antes de irse a dormir. Dejó la
buhardilla completamente a oscuras a excepción de su mesa de estudio. Se
asomó nuevamente a la terraza, sentía curiosidad por la nueva vida de Pablo,
pero sobre todo le daba morbo estar al otro lado, ser la observadora y no la
observada.
Seguían en la misma habitación pero algo había cambiado. Ella seguía
sentada en el sofá, ya no estaba vestida, solo llevaba un conjunto de braga y
sujetador. Pablo estaba completamente desnudo y estaba de pie hablando por
teléfono. De vez en cuando daba algunos pasos y su polla flácida oscilaba
como un péndulo. Cuando Pablo colgó el teléfono se sentó junto a la mujer y
la besó al tiempo que su mano se perdió dentro de sus bragas. Un rato
después ambos se levantaron y se perdieron del campo de visión de Ana. La
luz del otro ventanal se encendió, supuso que estarían ahí, pero no pudo ver
nada al tener las cortinas completamente cerradas. La joven dio por concluido
el espectáculo y se fue a su escritorio a estudiar un rato hasta que le entrase
sueño para irse a la cama.
A la mañana siguiente, Olga, después de la ducha, cubierta por una toalla
alrededor sus pechos buscaba en su armario la ropa apropiada para el encargo
de Marcos. Después de un par de vueltas a su vestuario se decidió por una
falda negra, corta con algo de vuelo como le había pedido y una camisa
blanca entallada que realzaba sus curvas. Preparó también unos zapatos
negros de tacón pero no excesivo, además de un conjunto de braguita y
sujetador de encaje semitransparente de color blanco. Una vez tenia
seleccionada ropa comenzó a vestirse. Primero la braguita de cintura baja,
después se puso el sujetador y acomodo sus pechos con ambas manos frente
al espejo, luego la falda. Se miro en el espejo dando una vuelta sobre sí
misma para comprobar el vuelo. Tenía pero no excesivamente para llamar la
atención y enseñar las bragas en la facultad. Por último se puso la camisa
abrochándola completamente menos el botón más próximo al cuello. Se miró
en el espejo y no quedo satisfecha. Busco en su armario y saco un jersey de
color gris con cuello de pico, se lo puso y quedo más satisfecha. Antes de
bajar a desayunar cambio sus apuntes de su habitual bolso a uno mucho más
grande que se ajustaba a su plan.
Olga bajo a desayunar. Ana se había marchado temprano. Carlos, aun
convaleciente con sus lesiones seguía en la cama. Su madre aún no había
bajado ya que no tenía que madrugar al haber pedido unos días libres en el
colegio para cuidad a su hijo. Los únicos que se encontraban en la cocina
eran su padre y María que estaba recogiendo las cosas de la cena de la noche
anterior.
—Buenos días – saludo Olga a su padre y a María
—Hola – fue la respuesta de su padre.
—Buenos días. ¿Quieres que te prepare algo para desayunar? – dijo María.
—No, gracias solo tomare un vaso de leche.
—Olga ¿Te pasa algo? – pregunto su padre.
—No ¿Por qué?
—No sé, llevas unos días desganada y muy callada. ¿Tienes algún
problema en la universidad? ¿Está todo bien con Daniel? ¿Os habéis peleado?
—No papá, de verdad, no me pasa nada en la universidad y con Daniel
todo está bien. Supongo que será la presión de los exámenes y los trabajos.
—Pues no te sientas presionada. Me gusta que aprobéis todo, pero si eso va
hacer que estés así y te pongas enferma prefiero que suspendas alguna
asignatura o la dejes para otro momento.
—No te preocupes procure aprobarlo todo, aunque me lo tome con más
tranquilidad.
—Pero ten claro que no debes sentirte presionada ni por tu madre ni por
mí.
—Gracias papá. Será mejor que me vaya o llegaré tarde.
—¿Quieres que te lleve a clase?
—No hace falta. Hasta luego. Adiós María.
—Adiós Olga – dijo María.
—No me das un beso.
Olga iba a salir de la cocina se volvió y le dio un beso a su padre. Y este la
correspondió con un dulce beso en la mejilla. Mientras subía a por su bolso y
la gabardina que se pondría. Pensó. Como su padre podía comportarse con
ella con total normalidad después de lo que ella le había hecho. Debía de
quererla mucho para que eso no lo marcase o si lo había hecho lo disimulaba
muy bien. Ella por suerte no se acordaba de nada, si no hubiera sido por
Marcos, ese traidor que su padre tenía por socio, todo habría quedado en el
olvido y no tendría que cumplir su castigo.
A la una y veinte Olga termino su última clase de la mañana. No se
entretuvo con sus compañeros de clase, recogió sus cosas y salió rápido del
aula. Fue a uno de los baños, entro y se encerró en uno de los cubículos
individuales. Tenía que parecer que había estado toda la mañana vestida
como Marcos le había pedido. Se quito el jersey y lo guardo en su amplio
bolso. Luego se quito el sujetador y por último las braguitas, poniendo
amabas prendas también en el bolso. Cuando salió del cubículo se miro en
uno de los espejos y desabrocho un par de botones de su camisa para mostrar
el escote. Se puso su gabardina negra, la anudo a su cintura y se dirigió a la
salida. Los pasillos en los diez minutos que habían pasado se habían quedado
desiertos. Algunos estarían en la última clase y muchos se habrían ido a
comer o a sus casas. Una vez Olga alcanzo la calle Marcos estaba como el día
anterior frente a la puerta de la facultad apoyado en su coche. Le abrió la
puerta y Olga subió sin decir una sola palabra. Luego él se acomodó en su
asiento y se marcharon.
Lo que Marcos y Olga no sabían es que ese día alguien se había percatado
de que se marchaban juntos. Casualmente Ana estaba tomando una cerveza
con sus compañeros cuando vio, por uno de los ventanales, salir a Olga y
montarse en el coche de ese cabrón. Inmediatamente le se acordó de la
conversación que habían mantenido. Ella se había defendido y lo hizo que se
pensase dos veces lo que pretendía. ¿Habría intentado lo mismo con Olga? Le
surgió la duda y pensó que debería averiguarlo con la mayor discreción
posible.
Cuando llegaron al local, nada más entrar un camarero sale a su encuentro.
Marcos le indica que tiene una reserva y les pide que lo sigan. Atravesaron un
pequeño bar donde los comensales podían esperar antes de entrar en el
restaurante. Esperando frente a una puerta y el guardarropa.
—¿Me dejas tu gabardina?
Le dijo Marcos muy caballeroso antes de entrar en el comedor. Olga se
giro y dejo que Marcos recogiese su gabardina. Marcos cogió la gabardina y
dejo al descubierto el impresionante conjunto que vestía Olga. Resaltaba
todas y cada una de sus curvas, aquellas curvas que Marcos estaba
descubriendo y disfrutando. Marcos entrego la gabardina en el guardarropa y
entraron al restaurante.
El restaurante era pequeño y coqueto, con un cierto aire retro. Nada más
entrar en el comedor un nuevo camarero salió a su encuentro. El joven
camarero sonrió de una forma cómplice y les pidió que le siguiesen, los lleva
hasta una mesa en un reservado en el fondo del restaurante donde solo hay
otra mesa donde tres hombres están comiendo.
Marcos se congratuló al ver como el resto de comensales seguían atentos el
avance de su joven acompañante. El deseo, la fascinación, la envidia, pueden
verse en las miradas de los hombres y de algunas mujeres. Todos ocupados
como estaban en sus platos y conversaciones, encontraron tiempo para
mirarla. Una chica dio un codazo a su pareja para llamar su atención y señaló
a Olga con la cabeza. Olga siguió avanzando ajena a las reacciones que
estaba causando. En momentos así, Marcos se sentía orgulloso de sí mismo,
no pensaba en que podía ser su padre, no pensaba en que tenía una hija tan
solo dos años menor que Olga, no pensaba que dirían de él las personas que
no apartan la vista de Olga.
Olga y Marcos se sientan uno frente al otro. Quedando la otra mesa del
reservado a la derecha de la joven. El camarero les entregó una carta a cada
uno. Olga hojeó la suya pero fue Marcos el que pidió por los dos. Mientras
volvía el camarero con la comida Marcos comenzó una conversión muy
incómoda para Olga.
—Por lo que sé creo que tienes novio.
—Sí. Tengo novio. ¿Algún problema? – respondió Olga intentando
mostrar algo de entereza.
—No, por mi no hay ningún problema. Tal vez el si puede tenerlo.
—A él no lo metas en esto.
—Eso solo depende de ti. Por cierto, ¿has follado con él después de
hacerlo conmigo?
Tras esa pregunta, Olga, miro a su plato avergonzada. Los hombres de la
mesa de al lado que estaban pendientes de la conversación la miraron
esperando la respuesta. Pero ella seguía en silencio.
—Olga, no me hagas repetirte la pregunta.
—Si he follado con él.
—Ves como en el fondo eres una puta. Desabrocha otro botón de tu
camisa. Cuando venga el camarero quiero que pueda ver tus preciosas tetas.
—¿Cómo voy a hacer eso? Pueden verme.
—Olga ¿quieres que saque el teléfono?
Olga obedeció y desabrocho un botón más de su camisa. Sus enormes tetas
casi se salían de la ajustada prenda mostrando un más que generoso escote.
Los hombres de la otra mesa se habían olvidado de su conversación y solo
estaban atentos a la mesa de la pareja.
—¿Además de él has tenido otros novios?
—No, el ha sido el primero.
—Y ningún otro a parte de nosotros dos ha disfrutado tu precioso cuerpo.
—No nadie más.
—Me estas mintiendo. Ya sabes que no me gusta y si me mientes tendré
que hacer algo que no me gustaría hacer.
—Vale, está bien, hubo otras dos personas.
—¿Quiénes son ellos?
—Uno fue un chico de mi clase en el instituto y la otra persona fue una
amiga.
—Vaya, vaya. Con lo modosita y buena que pareces. Mira por dónde eres
toda una viciosa. Entonces ¿te gusta hacerlo con mujeres?
Olga no respondió. No quería responder y menos aún sabiendo que los
comensales de la mesa de al lado estaban pendientes de ella.
—Olga, no he oído tu respuesta.
—Sí, me gusta.
—Está bien saber tus gustos en la cama. Tal vez en algún momento
podamos sacarle partido. Pero… por otro lado tal vez debería corregir esa
perversión.
Lo que ocurría en el reservado no podía ser visto desde el resto del
restaurante. Solo el camarero podía ser testigo cuando iba a servir alguna de
las dos mesas.
—Creo que vamos a empezar a corregirla ahora mismo. Ponte de pie y
enseña las tetas a los señores de la mesa de al lado.
—No me hagas hacer eso me pueden ver.
—Solo puede verte el camarero. Olga no empieces a poner pegas, me estas
cansando, no quiero que discutas las cosas que te pido, solo quiero que las
hagas. Si no te gusta levántate y márchate. Yo no te retengo aquí. Solo que en
cuanto salgas por esa puerta ya sabes que va a pasar, asume tus propios actos
y nos olvidamos de todo. ¿Qué vas ha hacer?
—Al menos déjame que vaya antes al baño.
—Está bien pero te quiero aquí en cinto minutos.
Olga se levanto de la mesa y se marcho. Marcos saco un pequeño frasco
del bolsillo interior de su chaqueta, lo abre y con el cuenta gotas pone una
dosis en la copa de vino de la joven.
—¿Qué le has puesto en el vino? – pregunto otro de los tipos
—GHB. No te preocupes lo vas a disfrutar.
Cuando Olga regresó del baño cogió su copa de vino y la bebió de un solo
trago para darse valor. Se puso frente a la mesa de los tres tipos que comían a
su lado y desabrocho todos los botones de su camisa abriéndola después. Les
mostro sus dos preciosos pechos con unos pezones duros como rocas por lo
morbosa de la situación.
—¿Puedo tocar? – dijo uno de los hombres.
Marcos asintió con la cabeza y los dos hombres que estaban más próximos
a ella comenzaron a tocarle una teta cada uno. Se las aplastaban con fuerza y
le pellizcaban los pezones. Olga intento apartarse no le gustaba lo que le
estaban haciendo esos tipos. Pero la voz de Marcos llego desde su espalda.
—Ni se te ocurra apartarte de ellos.
—Joder tiene las tetas como piedras y con estos pezones se podría cortar
un cristal de los duros que los tiene. Parece que le gusta – dijo el mismo tipo
que pidió permiso para tocar.
—Hay donde la veis que parece que no ha roto un plato en su vida con esa
cara de niña buena, pues en el fondo es toda una puta y le encanta hacer de
todo. Si yo os contase las cosas que ha hecho esta preciosidad.
Olga cuando escucho eso se giro y miro a Marcos fulminándolo con la
mirada. Inmediatamente se dio cuenta de su error. Si lo contaba ella ya no
tendría nada que perder y el perdería su precioso juguete. Olga empezaba a
no encontrarse bien de repente. Tenía calor y se sentía excitada. No podía ser
el vino, pesó, solo he tomado una copa como tantas otras veces y nunca me
ha sentado así.
—Cuenta, cuenta – dijo otro de los tipos.
—No, esas historias son entre ella y yo. Pero… anda enséñales tu bonito
coño a estos caballeros para compensarlos.
Antes de darse cuenta un gemido se escapo de su garganta por el toqueteo
de aquellos tipos en sus tetas. ¿Qué le estaba pasando? No podía ser. Estaba
muy excitada. ¿Cómo una situación como aquella podía ponerla cachonda.
No era normal en ella, a no ser que Marcos tuviera razón y en el fondo fuese
una puta.
—Vamos… enséñaselo.
Olga levanto su falda sin ningún pudor con sus manos y dejo ver a aquellos
desconocidos su precioso y depilado coño. El camarero apareció en ese
momento para retirar los servicios pero la joven no se inmuto, continuo con
su falda levantada mostrando su intimidad. El camarero intentaba mostrar
indiferencia y profesionalidad pero no podía evitar que sus ojos fueran
directos a esa preciosa entrepierna. Cuando el camarero se retiro le dijo
Marcos:
—Ahora, muéstrales esa delicia de culito.
No lo dudo, Olga, se giro y subió nuevamente su falda pero esta vez por la
parte de atrás. Los tres se miraban entre sí alucinados por la perfección de ese
trasero que tenían ante ellos.
—¿Lo podemos tocar? – se atrevió a preguntar el mismo que pidió permiso
para tocar los pechos de la joven.
Marcos se levanto de su sitio e hizo que Olga se inclinase apoyándose en
su mesa. El mismo subió la falda de la joven hasta lo más alto de su espalda
para que ese culo quedase perfectamente expuesto. Y el mismo fue el primero
en sobar con descaro el trasero de la chica. Luego les dijo:
—Podéis tocar. Mirad que suave y firme esta.
Dos de los tipos se abalanzaron a sobar el culo de la joven. El otro miraba
sin poder salir de su asombro lo cachondos que estaban sus compañeros de
mesa y como la chica ni se inmutaba incluso parecía que lo disfrutaba.
Marcos se sentó de nuevo en su sitio. Tenía la cara de Olga a escasos
centímetros. La joven tenía los ojos cerrados y no paraba de gemir ante el
sobo de esos dos tipos.
—¿Sabéis una cosa? Ayer a estas mismas horas mi polla estaba dentro de
ese culito que tanto os gusta. Pero bueno señores, será mejor que terminemos
de comer, la joven tiene clase esta tarde y no queremos que llegue tarde
¿verdad? Olga puedes terminar de comer.
Olga se coloco la falda y abrocho su blusa. Tenía las mejillas encendidas y
la respiración agitada. Nada más sentarse lleno su copa de vino y la bebió de
un solo trago. El resto de la comida transcurrió tranquila. Cuando llego la
hora del postre dijo Marcos dirigiéndose a los comensales de la mesa de al
lado.
—Como supongo que estáis muy cachondos que os parece si para poner la
guinda a la comida la joven pasa debajo de su mesa y le ofrecéis vuestras
pollas para que se las coma hasta que os corráis. Vuestra leche será el mejor
postre para ella. ¿Os parece bien?
Los tres tipos asintieron con la cabeza incrédulos por la proposición que
les estaban ofreciendo.
—Ve a por tu postre.
Olga en un estado de excitación que no podía definir se puso de rodillas y
paso bajo la mesa. Comenzó por el tipo más gordo de los tres. Su cara de
placer no dejaba lugar a dudas, cerraba los ojos para intentar retrasar lo
inevitable ya que el trabajo de Olga bajo la mesa era magnifico. No tardo
demasiado en correrse y lo hizo con un gruñido sordo. Olga se movió bajo la
mesa y el siguiente fue el tipo tímido que no le toco el culo. No tardo ni un
minuto en correr. Esa chica era una joya. El último fue el tipo lanzado, el que
pedía permiso para tocar. Este fue el que más tardo y el que más disfruto de
la boquita de Olga. Este metió las manos bajo la mesa para sujetar la cabeza
de Olga y comenzó a mover sus caderas para follársela. El tipo era incansable
y sus movimientos cada vez más violentos. En algún momento se escuchaba
alguna arcada de Olga y como cogía aire cuando el tipo sacaba la polla de su
boca. Cuando finalmente se corrió cayó rendido en la silla. Seguro que no le
habían hecho una mamada así en su vida. Olga salió de debajo de la mesa. En
su boca y su barbilla tenia restos de semen y una cara de viciosa que excitaba
a cualquiera. Eso a Marcos lo puso más cachondo que saber que se estaba
comiendo tres pollas delante de él. Miro su reloj y era tarde. De no haber sido
así se la hubiese follado encima de la mesa con los tres tipos como
espectadores.
—Ve al baño a asearte un poco.
Mientras Olga fue al baño, Marcos se quedo charlando con los tres tipos.
—Marcos, esta misma tarde pasamos por la agencia y firmamos ese
contrato.
—Sabía que con esta comida os convencería. Mi socio se pondrá muy
contento cuando le digáis que firmáis la campaña con nosotros.
—Será todo un placer. Ninguna agencia tiene estos detalles con sus
clientes.
—Estos detalles solo los tenemos con clientes muy especiales.
—Nos vemos en un par de horas en la agencia. Por cierto, no te molestes
en pagar la comida, será todo un placer para nosotros correr con la cuenta. Y
toma nuestras tarjetas dáselas luego a la señorita, dile que sabremos agradecer
muy bien sus servicios.
—No os preocupéis.
Cuando Olga volvió del baño los tres tipos se despidieron de ella con dos
besos, Marcos estrecho sus manos y se despidieron. Recogieron la gabardina
de Olga en el guardarropa y esta se la puso para salir a la calle.
—¿Lo has pasado bien?
—Quiero que me folles.
—Pero tienes clase.
—Así no puedo ir a clase.
—Bueno ya veremos.
Cuando el coche de Marcos paró frente a la facultad Olga se bajo con
prisa, no por que llegase tarde a clase, no, sino por qué tenía unas insaciables
ganas de sexo.
—Venga ven conmigo vamos a follar.
—Tienes que ir a clase y mi me esperan en la agencia. ¿No has tenido
bastante polla por hoy?
—No, no sé qué me pasa pero necesito más.
—Pues guarda las ganas para mañana.
—De eso nada. Tú me has puesto cachonda como una perra pues tú me
quitas las ganas. Y si no puedes o no te apetece, ves ese edificio, está lleno de
tíos que estarán encantados de darme polla.
—No te serás capaz.
—Tú mismo. Adiós.
—Espera.
Marcos salió del coche y acompaño a Olga. Ella lo guió por los pasillos del
edificio. Por fin llegaron a uno solitario por el que no pasaba nadie y entraron
en unos aseos. Nada más cerrarse la puerta Olga lo beso apasionadamente y
sus manos recorrían el descuidado cuerpo de Marcos.
—¡Que ganas tengo de que me folles!
Olga sentía la polla pegada a su cuerpo que se hinchaba con cada nueva
caricia. Mientras ella se sentía revolucionada y empapada, hasta el punto que
corría por sus muslos. El hecho de follar en la facultad donde alguno de sus
compañeros o profesores podrían pillarla aun le ponía más. Olga le dio la
espalda a Marcos y se subió la falda.
—¡Fóllame el culo, cabrón, quiero tu polla dentro!
Marcos no se hizo de rogar, estaba en el paraíso, se bajo los pantalones
mientras ella se apoyaba en el lavabo. Su mano acarició su prieto culo y uno
de sus dedos se perdió entre sus nalgas y bajando a hasta su empapado coño
para jugar con él.
—Que puta eres, no se puede estar más mojada. Has visto como al final me
has suplicado que te folle.
—Es que no sabes cómo me pones.
Marcos con los dedos empapados por los propios jugos de la chica los
lleva hasta su ano y la penetró con ellos. Olga gemía y se estremecía pero lo
que quería era su polla dentro. Entonces noto como sus dedos la abandonaban
y ese duro pedazo de carne se acercaba a su objetivo. Marcos abrió sus nalgas
y la penetró de una sola y firme embestida. Un gemido salió de su garganta al
sentir como la llenaba. Sus cuerpos se pegaban y sentía como esa polla
entraba completamente en su culo. Marcos la tomó por las caderas y empezó
a follarla. Olga no contenía sus gemidos, le daba igual que la oyesen o que
alguien entrase en el baño. Esa situación la ponía a mil y no sabía por qué.
Un largo y placentero recorrió todo su cuerpo haciendo que su culo se
contrajese con fuerza en torno a la polla de su amante lo que provocó que este
se corriese dentro de ella sin remedio con un grito ahogado llenándole las
tripas de espesa leche.
Cuando Marcos sacó su polla de su interior, Olga, no se encontró bien.
Comenzó a marearse y las piernas no eran capaces de sostenerla cayendo de
rodillas frente a él.
—Venga cómemela como tú sabes.
La cabeza le daba vueltas y tenía ganas de vomitar. Pero obedeció y abrió
la boca comiéndose el glande de Marcos, lo chupo, lo lamio, mientras él no
dejaba de gemir. El la tomo de la cabeza para meterle toda la polla en la boca.
Olga sintió como chocaba con su campanilla y le provocó una arcada que no
pudo contener. Apartó un poco su cabeza y aún con la polla de Marcos en la
boca comenzó a vomitar. Cubriendo con la primera arcada su polla y sus
pantalones. Saltó hacia atrás apartándose de ella y la dejo tirada en el suelo
mientras su cuerpo expulsaba toda la leche y la comida que había tomado.
—Joder, me has puesto perdido, puta. Ahora tendré que ir a cambiarme.
Olga no respondió, seguía en el suelo, pero había terminado de vomitar. Se
apartó del charco de vomito y se hizo un ovillo entre dos lavabos. Marcos se
coloco la ropa e intento limpiarse un poco para ir a cambiarse. Luego se
dispuso a salir del baño pero antes de dejarla con la puerta entreabierta le
dijo:
—Ya hablaremos de esto mañana.
Y se fue cerrando la puerta tras de él. Olga continuó unos minutos en la
misma posición sin moverse. Seguía mareada y en su cabeza se estaban
agolpando todas las imágenes del día. ¿Cómo había llegado a eso? ¿Qué le
había pasado? Ya no solo se encontraba mal físicamente si no que
psicológicamente no entendía nada y moralmente se sentía como una mierda
por su comportamiento.
Cuando se sintió un poco menos mareada se puso en pie apoyándose en
uno de los lavabos. Se miro en el espejo. Estaba horrible, blanca con una
pared y con unas marcadas ojeras. Saco unos pañuelos de su bolso y
mojándolos en el lavabo se limpio lo mejor que pudo los muslos, el dilatado
culo del que aun salía algún resto de semen y su pringosa vagina de sus
propios jugos. Una vez estuvo más o menos limpia busco sus braguitas en el
bolso y se las puso. Se quito la camisa y también se puso el sujetador. Luego
se lavo la cara abundantemente con agua fría para intentar despejarse.
Después de secarse volvió a mirarse al espejo, seguía tremendamente pálida,
se recogió el pelo haciéndose una coleta. Se puso la camisa abrochándola de
arriba abajo y se puso su jersey. Finalmente se puso la gabardina y volvió a
mirarse al espejo. Seguía encontrándose algo mareada y le dolía todo el
cuerpo pero su aspecto al menos era más presentable pese a lo pálida que
seguía. Después de coger su bolso salió del baño y fue a clase.
Llego tarde, evidentemente, pero no le importo de todos modos no se
encontraba en condiciones de enterarse de nada, ni de esa clase ni de la
siguiente que tuvo. Cuando terminaron las clases su amiga Carolina se
intereso por ella al verla en ese estado y la acompaño a casa.
Una vez en casa después de explicarle a su madre, lo mismo que le había
dicho a Carolina, que le había sentado mal la comida se dio un baño caliente
y se metió en la cama.
Cuando Ana durante la cene que enteró de lo que le había pasado a Olga,
su mente empezó a atar cabos después de lo que había visto esa misma
mañana. Cuando Ana subió a la buhardilla para irse a la cama no encendió las
luces. Fue directamente a la terraza y miró para ver que hacia Pablo. Esa
noche no tuvo espectáculo, estaba todo apagado y tranquilo así que se fue a la
cama. Ahí antes de dormirse volvió a darle vueltas al tema de Olga.
—CAPITULO 9—
PRACTICAS DE CONDUCIR
Ana estaba sentada frente al escritorio dando el último repaso a su examen
del día siguiente. Miró su reloj y marcaba las dos de la madrugada. La casa
estaba en completo silencio, señal que todos sus ocupantes estaban
descansando. La joven decidió que ya había sido suficiente estudio y que era
hora de irse a la cama. Apagó la luz del flexo y en completa oscuridad se
dirigió a su cama. Cuando paso frente a la terraza miro al exterior, a casa de
Pablo, aunque hacia ya mucho tiempo que no había visto a la misteriosa
mujer, ni a Pablo, ni las cortinas abiertas.
Esa noche tuvo una agradable sorpresa había luz en el dormitorio de Pablo
y las cortinas estaban completamente abiertas. Ana se paró frente a los
cristales y miro con más detenimiento. Ahí estaban los dos. Pablo estaba
tumbado en la cama, completamente desnudo, mientras la mujer se miraba en
el espejo probándose un vestido. Después de dar varias vueltas sobre sí
misma sin dejar de mirarse en el espejo mientras se reía. Pablo también se
reía sin apartar la vista de la misteriosa mujer. Cuando se detuvo comenzó a
quitarse el vestido. Lo hacía muy despacio mirando fijamente a Pablo.
Cuando descubrió su torso Ana comprobó que no llevaba sujetador
mostrando unas tetas pequeñas y firmes. Después cuando se quito
completamente el vestido negro comprobó que tampoco llevaba braguitas y
parecía que tenía el pubis completamente depilado. Colgó el vestido en el
armario y se quedo con los brazos en jarras frente a la cama. Pablo se estaba
masturbando. La mujer caminó hasta la cama y luego gateo por ella hasta
estar al lado de Pablo y besarlo. “Esto se va a poner interesante” pensó Ana.
Pero se equivoco. La mujer se tumbo junto a Pablo y apago la luz dejando a
la joven con ganas de saber cómo terminaría la película. “Tal vez si no
hubiese estudiado hasta ahora hubiese visto algo más. Además tengo que
hacerme con unos prismáticos o un telescopio para no perderme detalle” si
dijo a si misma mientras se metía en la cama.
A la mañana siguiente Ana se levanto temprano. Coincidió con Olga y
Marta en el desayuno. Ese día, Olga, se llevaría el coche de su padre para ir a
la facultad, este estaba de viaje en Barcelona con su socio y no regresaría
hasta la noche. Olga le dijo a Ana si quería que la llevase a clase. Ana acepto
el ofrecimiento ya que solo harían una parada para recoger a una amiga de
Olga. De camino a la facultad Ana aprovechó para hablar con Olga en el
coche.
—Olga, tal vez dirás que me estoy metiendo donde no me importa pero
¿estás bien?
—Claro que estoy bien. ¿Por qué?
—No sé… últimamente te veo distinta. Como más cerrada en ti misma. No
habrás tenido ningún problema con Daniel por lo del sexo anal.
—No. Con Daniel no he tenido ningún problema con eso, no hemos tenido
aún oportunidad.
—Bueno… ¿entonces de verdad no te pasa nada?
—De verdad. Solo es la presión de los estudios, últimamente no me da
tiempo a nada y creo que voy a suspender algunas asignaturas.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. Y puedes
contarme lo que quieras. Seré una tumba.
—Gracias.
—¿No quieres contarme nada?
—Ana, ¿Qué te pasa hoy? Estas muy pesada.
—Vale lo siento. Ya me callo. Pero hace varios días que quería hablar
contigo a solas.
—Si es por lo de Daniel, ya te he dicho que no hemos hecho nada y si es
por lo que hicimos…
—No, no es por nada de eso. Es por Marcos.
La cara de Olga cambió en el momento que escucho ese nombre en los
labios de Ana. ¿Qué sabía ella? ¿Por qué tanto interés y tantos rodeos?
¿Sospecharía algo? Todas esas preguntas se amontonaron en su mente en un
segundo. Un coche toco el claxon insistentemente cuando Olga se desviaba
de su carril. Haciéndola reaccionar dando un volantazo para volver a su carril.
—¡Hey! Ten cuidado. Será mejor que aparques. Dijo Ana.
Olga se apartó a la derecha y aparcó el coche en doble fila. Estaba
completamente pálida y temblando.
—¿Te encuentras bien? Insistió Ana.
—Si no te preocupes, solo me he mareado un poco he debido desayunar
algo más.
—Olga, no creo que sea el desayuno. ¿Qué te pasa con Marcos? Te ha
hecho algo.
—No sé por qué insistes en lo de Marcos, a mi no me pasa nada con él y
tampoco me ha hecho nada. Solo es el socio de mi padre.
—Hace unos días te vi con él. Bueno, vi como salías de la facultad, el te
estaba esperando y subiste a su coche. Luego os fuisteis juntos.
—¡Ah! Eso. Me vio en la facultad y se ofreció a llevarme a casa. Nada
más.
—¿Seguro que solo te llevo a casa?
—Dios, Ana, ¿qué te pasa? ¿Por qué insisten tanto? Sera mejor que lo
dejemos como has dicho te estás metiendo donde no te llaman.
—Mira, seré sincera contigo, Marcos, hace unos días intento chantajearme
con unas fotos mías que había sacado en la fiesta, para que accediese a
acostarme con él. Solo quiero saber si ha intentado lo mismo contigo.
—¿Cómo puedes pensar eso? Es el socio de mi padre y el padre de la novia
de Carlos como va hacerme a mí algo así.
—Pues por lo mismo que ha intentado hacérmelo a mí.
—¿Te ha hecho algo? ¿Se lo has dicho a mi padre?
—No, a mí no. Le pare los pies y no creo que se atreva a meterse conmigo.
A tu padre no le dicho nada, no lo considere necesario, se que son socios
desde hace mucho y no quiero quise levantar recelos entre ellos por algo que
considero resuelto. ¿Ha intentado chantajearte a ti?
—Claro que no. No sé ni cómo has podido llegar a esa conclusión.
—Vale, entonces todo olvidado. Sera mejor que sigamos si estás bien o
llegaremos tarde.
Olga continuaba pálida y temblorosa pero enciende nuevamente el motor
del coche para incorporarse otra vez al rio de vehículos que circulan por la
calle. Cuando está haciendo la maniobra algo golpea el coche. Olga frena en
seco y su palidez se acentúa.
—¿Qué ha pasado?
—Creo que nos han dado por detrás. Espera aquí. Dice Ana.
Ana se baja del coche y va hasta la parte de atrás. Un señor de unos sesenta
años se baja del otro vehículo para comprobar los daños. Ambos miran los
desperfectos sin decirse nada. El coche de las jóvenes solo tiene uno de los
faros roto, el otro no tuvo tanta suerte y tiene destrozado el morro. Entonces
dice el hombre:
—¿No va a bajar tu amiguita?
—Ya he bajado yo, ¿no le valgo?
—Pero tú no conducías niña.
—Mire, señor, lo primero me habla con más respeto y lo segundo para
tomar los datos del seguro vale cualquiera. Así que deme sus datos para que
demos parte a nuestra compañía.
—¿Cómo? ¿Qué te de los datos de mi seguro?
—Claro, usted ha tenido la culpa. Usted nos ha dado.
—Mira guapa, no me vengas con gilipolleces, dile a tu amiga que salga del
coche y vamos a solucionar esto.
—Ya le he dicho que me hable con más respeto. Y que yo puedo
encargarme de esto. De momento voy a fotografiar esto.
Ana saco el teléfono del bolsillo de su ajustado vaquero e hizo varias fotos
de ambos vehículos. El tipo la miraba diciendo que le había salido listilla la
cría.
—Sera mejor que saque sus papeles yo también tengo prisa.
—No con que tengamos los vuestros será suficiente ya que es culpa
vuestra.
Ana se subió nuevamente al coche. Mientras los coches que circulaban
pitaban insistentemente por el obstáculo que había en la calzada. Olga seguía
agarrada al volante, tensa y muy pálida.
—No te preocupes, solo ha sido un faro roto relájate. Voy a llamar a la
policía, ese tipo está empeñado en que la culpa ha sido nuestra. Dame los
papeles del coche y pásate ahora a mi asiento.
—Vale.
La joven marco en su móvil el número de la policía municipal y explicó lo
sucedido. En unos minutos tendría una patrulla en el lugar le indicaron. Olga
busco la documentación en la guantera y se la dio a Ana. Esta salió con los
papeles mientras Olga se cambiaba de asiento.
—Venga, déjame los papeles que tomo nota, que tengo prisa.
—Yo también tengo prisa pero esperaremos unos minutos.
—Venga tu eres tonta niña o que te pasa. A qué coño tenemos que esperar.
—A la policía.
—Mira niñata, ¿Tú eres gilipollas o que te pasa? ¿Para qué cojones llamas
a la policía?
—Lo primero, para denunciarle por no dejar de insultarme y lo segundo
para que sean ellos los que aclaren quien tiene la culpa del accidente ya que
nosotros no estamos de acuerdo.
—La culpa la ha tenido tu amiguita. ¿Por qué se ha cambiado de asiento?
—Nadie se ha cambiado de asiento.
En eso un motorista de la policía aparca delante de ambos vehículos.
Luego se dirige a donde esta Ana y el tipo maleducado.
—Buenos días. Saluda el agente.
—Buenos días. Dije Ana.
—Hola. Mira ya que estas aquí dile a esta niñata que saque los papales del
seguro para solucionar esto que tengo prisa.
—Oiga caballero. Lo primero a mi trata de usted y a esta señorita no hace
falta que la insulte, así que un poquito más de respeto. ¿Qué ha pasado y
quien ha llamado?
—Que va a pasar que les dan el carnet a estas inútiles y la lían o no…
—Ya le he dicho que no insulte a la señorita. ¿Ha llamado usted?
—No.
—Bien. Entonces se calla. Señorita por favor explíquese.
—Pues mi amiga iba conduciendo y ha empezado a encontrarse mal. Ha
parado aquí para que siguiese conduciendo yo. No soy de aquí y no conozco
bien la manera de circular por aquí además que es la primera vez que cojo ese
coche y estaba incorporándome despacio y con precaución cuando hemos
sentido un golpe. Tal vez debería haberme incorporado con más agilidad
pero…
—No se preocupe señorita. Ha actuado como debía. Si su amiga no se
encontraba en condiciones de conducir han hecho lo correcto y por lo
precavida es lo que debe hacer si no conoce el vehículo ni la ciudad. ¿Se
encuentran bien?
—Si el golpe no ha sido nada.
—Pero como miente la muy puta.
—¿Usted quiere que lo detenga verdad? Vamos deme la documentación
del coche y la suya. Señorita por favor me facilita su documentación.
—Aquí tiene la mía.
—Si está visto que con un par de buenas tetas y unos pantalones apretados.
—Es la última vez que se lo digo. Como vuelva a faltarnos el respeto a la
señorita o a mi lo detengo.
El tipo malhumorado va a coche para coger la documentación solicitada.
Ana sonríe amablemente al agente y este le devuelve la sonrisa. El policía
comprueba los papeles que Ana le entrega. Luego coge los que le del tipo
gruñón y después de mirarlos empieza a escribir. Después de unos minutos.
—Aquí tiene señorita, su documentación y su copia del parte de accidente
para que lo entregue su amiga a su compañía.
—Gracias.
—Por cierto quiere poner una denuncia a este señor por los insultos.
—¿Cómo? Encima. Me dice que tengo yo la culpa y quiere que me
denuncie.
—No se preocupe, no voy a poner denuncia, el señor está nervioso.
—Entonces pueden marcharse.
—Ya ere hora.
—Usted no. A usted tengo que ponerle la multa correspondiente.
—Suba al coche y le facilito la incorporación.
—Muchas gracias.
—Ha sido un placer.
Ana sube al coche se ajusta el cinturón y pone el motor en marcha. El
agente detiene el tráfico y le da paso para que se incorpore. Sale dando
pequeños tirones. El agente sonríe. Olga le indica a Ana que debe hacer y
consigue que el coche circule con suavidad. Olga le dice a Ana que irán
directamente a la facultad que la ha llamado su amiga y como llegaban tarde
se ha marchado ya a clase. La joven conduce despacio y con algo de
inseguridad. Finalmente llegan a la universidad. Las dos jóvenes bajan y
miran el golpe.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí. Gracias por encargarte de todo.
—No hay de qué. Ves como no ha sido nada.
—Ya pero mi padre seguro que se enfada.
—Javier no se enfadara, no ha sido culpa nuestra y el seguro de encargara
de todo, además eso en el taller lo arreglan en diez minutos.
—Tienes razón. Pero habrá que decirle a papá que te de unas lecciones de
conducir.
—¿Para qué? No hace falta.
—Pues para un caso como este. Has venido pisando huevos y mirando a
todos los sitios controlando.
Las dos jóvenes se rieron, Ana le dio las llaves a Olga, y entraron en la
facultad. Evidentemente llegaron tarde a su primera clase. Ana le dijo a Olga
que no la esperase a la salida de clase que había quedado con un amigo, pero
que si seguía encontrándose mal que no durara en llamarla y se iría con ella.
Durante uno de los descansos Ana llamó a Fabián.
—Hola Anita.
—Vete a la mierda.
Ana colgó el teléfono. Un segundo después sonó. Miró la pantalla y
aparecía el nombre de Fabián. Descolgó.
—¿Vas a seguir haciéndote el gracioso?
—Solo te he saludado. No puedo decirle hola Anita a la…
—Eres gilipollas.
Volvió a colgar el teléfono y un segundo después volvió a sonar.
—Vale perdona Ana, lo siento. No lo volveré hacer.
—Eso espero.
—Bueno ¿Qué querías? Me ha sorprendido tu llamada, ya que soy yo
siempre el que tengo que llamarte.
—¿Cuándo podemos vernos?
—¿Tan desesperada estas por verme?
—Vale, déjalo, ya veré como me las arreglo.
—Perdona, parece serio, nos vemos cuando tú quieras.
—Cuando salga del examen esta tarde a las cuatro y media te viene bien.
—Ahí estaré. Por cierto, iré con la moto. ¿Puedo?
—Puedes. Hasta esta tarde. Un besito.
—Otro para ti.
A las cuatro y media en punto Ana salía de la facultad. Fabián ya la
esperaba apoyado en su moto frente a la puerta. Cuando la joven llego a su
lado le dio un beso cerca de la comisura de los labios. Luego le pega dos
fuerte puñetazos seguidos en el hombro.
—¡Au! ¿Qué he hecho ahora?
—Por lo de esta mañana. Así no lo olvidas. Dijo sonriendo.
—Vale, no se volverá a repetir. Por cierto, ¿Qué tal tu examen?
—Bien, lo he aprobado seguro, lo que no sé es con que nota. El profe es un
cabronazo de cuidado.
El chico le dio el casco y ambos subieron a la moto. Ana se agarro a su
cintura por si como tenía por costumbre hacia un caballito para asustarla. Se
movían agiles zigzagueando entre los coches. En pocos minutos estaban
frente al lago de la Casa de Campo. Bajaron de la moto y se apoyaron en la
barandilla mirando el agua.
—Tú dirás.
—Necesito que me ayudes.
—Mujer para eso podíamos haber ido a mi casa…
—Hablo en serio.
—Vale. ¿Qué pasa?
—¿Puedes seguir a una persona? Decirme que hace y con quien está en
cada momento.
—Yo no soy un detective.
—Ya lo sé pero seguro que en tu mundillo lo habréis hecho alguna vez. O
tal vez tendrás algún amigo que lo haga. Y si te pido que le des una paliza a
alguien lo harías o me encontrarías alguien que lo hiciese.
—Ana, no sé por qué tienes ese concepto de mí. Por qué crees que soy un
delincuente.
—Venga, ahora me vas a decir que eres una hermanita de la caridad.
—Tampoco eso. Bueno dime de qué se trata. Y veré que puedo hacer.
Ana saco de su bandolera un cuaderno y corto una hoja. Luego se la
entrego a Fabián.
—Ahí te he puesto el modelo del coche que conduce el tipo y la matricula.
La dirección de la agencia de publicidad donde trabaja y una descripción.
Quiero saber todo lo que hace y si se va con esta chica. Ana saco su teléfono
y le enseño una foto de Olga.
—No tienes una foto de ese tipo.
—No.
—Páseme la foto de la chica. Ana se la envió a su teléfono.
—Ahí la tienes. Por cierto el tipo se llama Marcos.
—¿Quién es la chica?
—Una buena amiga. Por cierto espero que seas discreto.
—Ana, por favor, soy un profesional.
—Ves, lo has admitido eres un macarra. Dijo Ana riendo y Fabián también
termino por reírse.
—Lo que tú digas. Pero esto tendrá un coste.
—Por eso no te preocupes. El dinero no es problema, dime cuanto
necesitas.
—Mira la niña de papá presumiendo de pasta.
—Si soy una niña de papá, ¿Qué pasa?
—No, nada. ¿Pero sabes las cosas que tienen que hacer algunas personas
para conseguir el dinero que te da tu papá para un fin de semana?
—Pues no lo sé. Dímelo tú.
—¿Cuánto te da tu padre para un fin de semana?
—Hace mucho que no tengo paga de fin de semana. Papá me ingresa una
cantidad en mi cuenta y uso una tarjeta.
—¿Esa bandolera es nueva?
—Sí. Me la compre por la manía que tienes de llevarme en moto.
—¿Cuánto pagaste por ella?
—Cincuenta euros.
—Sabes que por ese dinero hay mujeres que tienen que dejar que las folle
un borracho, y si tienen suerte no las pegaran.
—Joder Fabián. Quieres hacerme sentir culpable.
—No. Quiero que sepas la suerte que tienes. No hace falta que presumas
de pasta. A mí eso me da lo mismo.
—Pero tú me has dicho que esto tendría un precio.
—Pero yo no he hablado de dinero.
—Ya. Quieres cobrarlo en especie. En carne para ser más exactos. Está
bien.
Ana se puso frente al chico y lo rodeo con sus brazos, luego lo beso. El
beso fue largo, apasionado, sus lenguas peleaban por conquistar la boca del
otro. Mientras las manos de Fabián rodearon la cintura de Ana apretándola
contra su cuerpo. La joven sintió como algo crecía y se endurecía pegado a su
abdomen. Cuando sus labios se separaron para tomar aire Ana se separo del
chico.
—Bueno, creo que como anticipo es suficiente.
—¿Qué?
—Que por hoy ya está bien. Si haces bien lo que te pido te cobraras con
creces.
—Pero mira como me has puesto.
La joven puso su mano sobre el bulto del pantalón acariciándolo sobre la
tela varias veces. Luego lo soltó.
—Ya lo veo y promete. No sé quién de los dos lo va a pasar mejor en su
momento.
—Además, ¿por quién me tomas? ¿Crees que te ayudo para acostarme
contigo? Estas muy equivocada yo no soy así.
—Pues yo creo que sí. Solo hay que ver tu pantalón.
—Eres demasiado egocéntrica. No eres la única mujer.
—Entonces solo soy un capricho para ti. Te falta una niña pija que follarte
para añadir a tu colección y me has elegido a mí. Si solo quieres eso dímelo,
no hace falta que hagas el paripé.
—Ana, estas muy equivocada conmigo y yo contigo. Pensaba que eras
distinta.
—Sera mejor que me lleves a casa.
Fabián no dijo nada pero se le notaba desilusionado. Caminaron hacia la
moto y ambos se pusieron el casco. Ya era de noche y la moto avanzaba
veloz tras el haz de luz que la precedía. Cuando se detuvieron frente a la casa
Ana bajo de la moto y le entregó el casco a Fabián. Este no se había quitado
el suyo y no había apagado el motor. Ana aproximo sus labios al casco donde
se suponía que estarían los labios de él, pero aparto la cabeza. Luego lo miro
a través de la visera.
—Pues tú te lo pierdes. Adiós.
Ana cruzo la calle y entro en su casa sin mirar atrás. Subió directamente a
su habitación y se puso a estudiar hasta la hora de la cena. Cuando bajo ya
estaban todos en la mesa, incluso Javier había regresado de Barcelona.
Comenzaron a cenar y charlaban de lo sucedido durante el día. Ninguna de
las dos jóvenes saco el tema del coche esperando que quedase en el olvido.
Así que fue Javier el que lo puso sobre la mesa.
—Marta me ha dicho que esta mañana habéis tenido un accidente con mi
coche. No pensabais decirme nada.
Olga comento el sucedido a su madre cuando volvió a casa y esta se lo dijo
a su marido cuando fue a recogerlo al aeropuerto.
—En realidad no ha sido nada – dijo Ana.
—Es cierto solo un faro roto. Además tenemos los datos del seguro del
otro conductor – añadió Olga.
—Ya. Eso está muy bien. Pero ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha sido? –
interrogó Javier.
—Un hombre nos dio por detrás cuando nos incorporábamos al tráfico –
dijo Olga.
—Eso lo supongo. Lo que quiero saber es por qué estabais paradas en
mitad de la calle.
—Olga no se encontraba bien, se mareaba y se detuvo un instante para
recuperarse. Como el coche estaba estorbando pensé que yo podría continuar
conduciendo. Pero como no conozco el coche y el tráfico aquí es un lio salía
muy despacio y ese tipo nos dio.
—¿No te encuentras bien Olga? – pregunto su padre.
—Sí, está perfectamente es solo que esta mañana prácticamente no ha
desayunado – respondió su madre.
—Olga, últimamente estás muy rara – dijo Javier.
—Solo es la universidad y los exámenes – dijo ella.
—Está bien. Pero debes cuidarte más. Mañana llevare el coche al taller.
—Sabes Javier, creo que es un buen momento para que cambie mi coche
— dijo Marta.
—¿Y eso? – respondió su marido.
—Sabes que llevo mucho tiempo encaprichada de un Mini. Además el mío
lo pueden usar los chicos así tendrán más autonomía y nosotros no tendremos
que estar pendientes de llevarlos y traerlos.
—Bueno como tú veas – dijo Javier.
—Pues si te viene bien el viernes podemos ir a verlos – concluyo Marta
ilusionada.
—Por mi perfecto.
—Papá.
—Dime Olga.
—Creo que deberías darle unas clases de conducir a Ana si mamá cambia
el coche.
—¿Para qué?, no hace falta. Si yo no conduzco aquí nunca – respondió
Ana a la propuesta.
—Es una buena idea – añadió Marta.
—Pero no es necesario si yo no cogeré el coche – insistía Ana.
—Hoy lo has cogido – dijo Javier.
—Ya, pero ha sido una excepción ya que Olga se encontraba mal.
—Pues por eso mismo. Aunque no conduzcas habitualmente es bueno que
conozcas el coche y el tráfico por si se presenta alguna otra excepción – dijo
Marta.
—Si os empeñáis, pero que sepáis que soy muy mala alumna conduciendo,
mi profesor cuando me saqué el carnet besaba el suelo cada vez que
terminaba una clase – dijo Ana sonriendo.
El resto de la familia estalló en una carcajada imaginando la situación.
Finalmente decidieron que el domingo sería un buen momento para dar su
primera clase. Ana le indicó a Javier que se fuese armando de paciencia.
Después de la cena y de ver un rato la televisión Ana subió a su habitación.
Se desnudó frente al espejo quedando solo vestida con su pequeña braga.
Buscó una camiseta, de las que utilizaba para dormir y se la puso. Cuando iba
a su mesa para estudiar un rato mas antes de dormir mira a las ventanas de
Pablo como tenía últimamente por costumbre. Ya que parecía que ambos se
habían intercambiado los roles que hasta hacia poco desempeñaban.
Tuvo suerte. La luz del dormitorio estaba encendida y las cortinas abiertas.
La misma mujer de días anteriores estaba frente al armario, completamente
desnuda, buscando algo. Pablo apareció detrás de ella. También estaba
desnudo y con la polla erecta. La abrazo desde atrás pegando su cuerpo al de
ella y clavando su duro miembro entre las nalgas de la mujer. Ella se dejo
hacer. Pablo la sujetaba por los pecho y jugaba con ellos mientras la besaba
en el cuello. Se fueron aproximando a la cama sin que Pablo dejase de meter
mano a la mujer. Luego se separaron y ella se tumbo en la cama. Lo miraba
fijamente y parecía que él le decía algo. La mujer abrió sus piernas todo lo
que pudo exponiendo su coño ante Pablo. Esto cogió su polla y se acariciaba
en toda su longitud mientras se ponía de rodillas entre las piernas de la mujer.
Pablo apunto con su duro troce de carne a su objetivo y lo enterró en el de
una sola embestida. Daba la sensación que la mujer gritaba de placer y Pablo
la follaba a buen ritmo mientras se entretenía con sus tetas y su boca.
Ana no pudo aguantarlo más. Estaba empapando las bragas. Le estaba
gustando esa situación de ver sin ser vista y la excitaba muchísimo. Ana
empezaba a entender a su vecino y por que la espiaba a ella. La joven levanto
un poco su camiseta y metió su mano en la braga. Su sexo rezumaba jugos y
sin pensárselo dos veces se follo con dos de sus dedos mientras Pablo hacia
lo propio con esa desconocida. La otra mano se unió a su compañera frotando
el dilatado clítoris para acentuar aun más la sensación de placer mientras sus
dedos seguían penetrándola. Cuando Pablo daba la sensación que estaba a
punto de correrse, Ana, sintió como un orgasmo comenzaba a fluir por todo
su cuerpo con suavidad desde su botón mágico. No había sido un orgasmo
explosivo como en otras ocasiones, de los que te destrozan y agotan, no,
había sido un largo y placentero orgasmo que la había relajado sobremanera.
Pablo estaba tumbado junto a ella. Se besaban y él seguía acariciando el
sexo de la mujer y penetrándola con sus dedos. Ella se incorporo en la cama,
lo beso y se levanto saliendo del campo de visión de Ana. Esta seguía
mirando la escena mientras chupaba los dedos que un instante antes le habían
dado placer. Pablo se cubrió con la sabana y después apago la luz.
Ana no siguió estudiando como tenía previsto. Se sentía tan relajada que se
metió en la cama. Se arrebujo bajo su edredón y cerró los ojos quedándose
profundamente dormida.
El siguiente domingo Ana se levanto relativamente temprano. Eran las
nueve de la mañana cuando ya estaba en pie. A pesar de haber salido de
marcha y haber regresado tarde se encontraba descansada y en forma.
Después de asearse subió a su habitación vestida tan solo con la escueta
camiseta que había usado para dormir y que dejaba al descubierto la parte
baja de su culito a cada paso que daba. Afortunadamente no se encontró con
ninguno de los miembros de la familia ya que les habría dado un gran
espectáculo de buena mañana. Ya en su dormitorio abrió el armario y se situó
frente al espejo. Se quito la camiseta y se deleitó contemplando su propio
cuerpo. Le encanta verse sus pechos firmes y su culito respingón.
El chico con el que ligo la noche anterior solo la había calentado y luego
no supo apagar el fuego. La llama continuaba encendida en su interior a pesar
de las horas trascurridas. Llevaba muchos días sin sexo y costaba que la
llama se apagase. No quería relajarse masturbándose ya que de lo que tenia
gana era de un buen revolcón. Pensó en Carlos pero ese día era imposible con
la casa llena. También pensó en Fabián pero llevaba días sin saber de él y
después de su último encuentro pensó que no era la mejro opción. Por eso esa
mañana de domingo decidió salir a correr para intentar calmarse. Su
costumbre era descansar ese día y correr el resto de la semana pero las
circunstancias mandaban.
Ana buscó en el armario un conjunto deportivo negro y amarillo flúor.
Estaba compuesto por un top, negro con tres líneas flúor en el tirante, muy
ajustado, que sujetaba sus pechos perfectamente para correr cómodamente, de
forma que no hacía necesario el uso de sujetador y un pantalón, negro con
unas otras tres líneas flúor a cada lado, que casi llegaba hasta sus tobillos que
se ajustaba como una segunda piel a su anatomía. Primero se puso el ajustado
pantalón sin nada más. La prenda se ceñía de tal forma a su cuerpo que más
que a hacer deporte invitaba a otro tipo de ejercicio. Vio en el espejo como
realzaba su culito y como se ajustaba a su vulva. Ana no pudo resistirse a
pasar su mano por la zona para sentir como sus labios se hacían más que
evidentes para cualquiera que dirigiese la vista a ese lugar. Sintió como se
excitaba solo de imaginar lo que pensarían los hombres que se cruzasen con
ella esa mañana. Volvió a la realidad y se puso nuevamente el ceñido
pantalón después de ponerse un diminuto tanga de color negro. A pasar de la
escasez de tela de la prenda interior esta se marcaba sutilmente bajo el
pantalón. Luego se puso el top acomodando su abundante pecho en su
interior. Por culpa de sus pruebas los pezones se marcaban su dureza en la
prenda prueba de la excitación.
Se miro una vez más en el espejo y se dio la aprobación. Completo su
vestuario con las zapatillas de correr y una sudadera abierta. Se recogió el
pelo en una simple coleta y se puso una gorra haciendo que esta saliese por la
abertura trasera de la misma. Bajo a la cocina, aun no había bajado nadie,
saco zumo del frigorífico y se puso un vaso, busco unas magdalenas y las
comió apoyada en la encimera. Cuando termino escribió en la pizarra “Me
voy a correr al parque. Ciao.” Guardó su teléfono en uno de los bolsillos de la
sudadera y cerro la cremallera. Luego salió de casa.
Cuando Ana enfilaba la calle a paso ligero para ir calentando los músculos
ya que la mañana era fría, frente a ella apareció su vecino, Pablo. Este se
detuvo y se recreo en la visión del cuerpo de su joven vecina. Ella no pudo
evitar recordar como lo había visto algunas noches. Cuando se cruzaron.
—Buenos días. Has madrugado – dijo Pablo.
—Voy a correr. Pero tú has madrugado más.
—He ido a por la prensa – e hizo un gesto mostrándole los periódicos.
—Nos vemos.
Ana le guiño un ojo y continuó su camino iniciando un ligero trote. Pablo
se giró para ver como se alejaba la joven calle arriba. Cuando llego al parque
hizo unos estiramientos ligeros junto a un banco. No había nadie y se
perdieron el magnífico espectáculo que mostraba el trasero de Ana al realizar
los ejercicios. Se quito la sudadera a pesar del frio, la anudo a su cintura y
comenzó a correr a buen ritmo. Sintió como el viento frio cortaba su piel y
como sus pezones aumentaron su tamaño por dicha razón. Cuando miro su
pecho y vio el volumen que habían alcanzado no le extraño que todos los
hombres con los que se cruzaba en su carrera la mirasen boquiabiertos. Un
chico que también corría se puso a su altura. No la adelantó y se puso a darle
conversación.
—Buenos días. Pareces en forma.
—Hola. Procuro cuidarme.
—¿Vienes mucho por aquí?
—Suelo venir casi todas las mañanas.
—Yo también y no te he visto has ahora.
—Vengo muy temprano.
—¿Puedo acompañarte?
—Prefiero correr sola – Ana acelero un poco el ritmo dejando atrás.
—Es mejor hacerlo en compañía – dijo el poniéndose de nuevo a su altura.
—Puede ser, pero esto prefiero hacerlo sola – y volvió a incrementar el
ritmo de su carrera.
—Una pena que no quieras hacerlo conmigo.
Escucho Ana a su espalda señal que el chico no había podido seguir su
ritmo. Ella se volvió sin dejar de correr, le sonrió, le hizo un gesto los
hombros y la cabeza en señal de no eres mi tipo, volvió a acelerar la carrera y
se alejo del chico. Unos minutos después Ana bajó un poco el ritmo y
continuó con su recorrido. Una música comenzó a salir del bolsillo de la
sudadera que colgaba en su cintura. Lo sacó sin detenerse y miró la pantalla.
JAVIER. Se detuvo y respondió.
—¿Si? – dijo con la respiración acelerada por el esfuerzo.
—¿Dónde estás? Habíamos quedado en que hoy te daría las lecciones de
conducir.
—En el parque… corriendo… lo había olvidado – respondió recuperando
el aliento.
—Vale. ¿Te recojo en diez minutos en la entrada?
—Bien. Nos vemos.
Ana colgó y volvió a correr llevando el teléfono en la mano. Se dirigió a la
salida y un poco antes de llegar se detuvo junto a un banco para hacer nuevos
estiramientos y relajar los músculos del ejercicio realizado. Luego camino
hacia la salida mientras se ponía la sudadera sin abrocharla. Cuando salió del
parque el coche ya estaba frente a la puerta. Entro y se acomodo junto a
Javier.
—Hola – dijo ella.
—Hola, ¿vamos?
—Vamos.
Javier arrancó y se puso en movimiento. No había podido evitar fijarse en
como resaltaban los pezones de la joven bajo su ajustada prenda. Su mente
voló por un instante y su miembro reacciono inmediatamente bajo el vaquero.
Llegaron a una urbanización a las afueras donde el tráfico era escaso y
donde Javier comenzó a darle las primeras explicaciones a su joven alumna.
Luego ambos intercambiaron sus posiciones. Ana aceleraba bruscamente
revolucionando excesivamente el motor sin cambiar de marcha y cuando
Javier le indicaba que debía cambiar de velocidad, ella en lugar de eso
frenaba bruscamente. Javier intentaba tener paciencia con ella pero era
complicado. Él le indicaba tocando sus tensos muslos la pierna que debía usar
en cada momento y tomaba sus manos en el volante o en la palanca de
cambio. Pero ella seguía igual y lo único que estaba consiguiendo además de
perder la paciencia era calentarse al no dejar de tocar el magnífico cuerpo de
Ana. Ella se reía y le decía “Te lo dije”. Varios coches tocaban el claxon tras
ellos cada vez que Ana detenía el coche.
—Sera mejor que vayamos a un sitio menos transitado.
—Está bien.
Ambos salieron del coche e intercambiaron de nuevo sus puestos. Javier
arrancó y fue en busca de un lugar menos concurrido para continuar con las
prácticas. Cuando se detuvieron en un stop Javier se acerco a ella. Sus caras
quedaron a escasos centímetros sus ojos se clavaron en los del otro y sus
labios casi llegaron a juntarse. Javier hubo de contenerse al igual que Ana por
no fundirse en un apasionado beso.
—El cinturón – dijo Javier.
Ana sonrío y él le devolvió la sonrisa. Tomó el cinturón y tiro de él. Al
pasarlo por el pecho de la joven rozó uno de los pezones, duro como una
piedra, con el dorso de su mano. Un calambre recorrió el cuerpo de Ana
cuando sintió el leve contacto y este se acentuó cuando este rozo su vientre
desnudo antes de abrochar en su anclaje el cinturón. Javier volvió a su sitio
sin apartar la mirada de los ojos de Ana que le aguantaba la mirada. Ambos
veían el deseo en los ojos del otro. Unos cientos de metros más adelante
Javier detuvo el coche en un paso de peatones. Una chica estaba cruzando la
calle. Javier no pudo evitar seguirla en todo su recorrido. La joven tenía
alrededor de veinticinco años, morena y un cuerpo escultural enfundado en
un ajustado atuendo deportivo similar al que vestía Ana. Ana se dio cuenta en
la forma en que Javier miraba a la joven.
—¿Es guapa verdad? – dijo Ana de improviso.
—¿Quién?
—Esa chica que estaba cruzando la calle. No le has quietado ojo.
—Sí. No está mal. –dijo Javier sonriendo y reanudando la marcha.
—¿Si tuvieses la oportunidad le tirarías los tejos?
—¿A qué viene esa pregunta?
—Simple curiosidad.
—No me importaría. Pero creo que no me haría ningún caso.
—Yo creo que sí. Tienes algo que atrae a las mujeres.
—Sí, claro. Una colonia mágica. – dijo Javier divertido.
—Te lo digo en serio. Estoy segura que no te faltan oportunidades para ser
infiel. Por cierto, ¿le has sido infiel a Marta?
—Eh… prefiero no contestar.
—Eso es un sí. ¿Cuándo ha sido la última vez? Y las tonterías que has
hecho conmigo no valen.
—¿Pero que te crees que me voy tirando a toda mujer que se aproxima a
mi?
—No, eso no. Puedes darte el lujo de elegir. Vamos dímelo.
—Está bien. Hace un par de meses.
—Ummmm. Interesante. ¿Y quién era?
—No la conoces.
—Eso ya lo supongo. Pero dime algo de ella.
—Era una modelo.
—Vale. Quiero más detalles. Como es. Qué edad tiene. Donde lo hicisteis.
Cuantas veces…
—Joder Ana. Pareces una ametralladora disparando preguntas.
—Claro, quiero respuestas. – dijo sonriendo pícaramente.
—Morena, pelo largo, ojos oscuros, buen pecho y un culito muy
apetecible…
—¿Sabes…? Parece que estas describiendo a Olga.
—Es simple casualidad.
—Si tú lo dices. Continua.
—Está bien. Tiene veinte años y lo hicimos un par de veces.
—¿Dónde?
—La primera vez después de una sesión de fotos en la agencia fue a mi
despacho y… bueno no pude resistirme. Y la segunda fue en la fiesta de
presentación de la campaña. Estuvo toda la noche provocándome…
—Pero a esa fiesta fue Marta contigo, ¿no? – lo interrumpió Ana.
—Sí, estaba conmigo.
—¿Entonces…?
—Entonces me escabullí con ella al baño de señoras y lo hicimos ahí.
—Mmmmm. Que morbo.
—Me encantaría que me follases a mí también en el baño mientras Marta
no espera fuera.
—Pero eso no va a pasar.
—Ya… no soy tu tipo. Tú prefieres a las del tipo de Olga o… mejor dicho
prefieres a Olga y la sustituyes por chicas que se le parecen.
—Ana no sigas por ahí.
—Venga… Javier, no pasa nada. Olga es una chica muy atractiva y aunque
seas su padre no dejas de ser un hombre. No hay nada de malo en ello.
—Sera mejor cambiar de tema.
—Vale. Entonces hablemos de mí. ¿Te gusto?
—Eres una joven muy atractiva.
—Bien. Muy atractiva. Pero… ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar? Sé
que te gusto y te excito.
—Sí, me gustas y me excitas. Pero quien no se excitaría con una mujer
como tú. Además no haces más que provocarme.
—Me encanta ponerte en aprietos. Me encanta notar cómo se te pone dura.
Y me encanta notar como deseas en ese momento hacerme tuya. ¿Lo harías si
tuvieses oportunidad? ¿Me follarías? – dijo Ana con un tono sensual.
—No. No lo haría. No podría hacerlo. – respondió Javier de manera poco
convincente.
—Pues yo creo que sí, que me follarías si tuvieses la ocasión. Mira como
estas. – dijo Ana poniendo la mano sobre la entrepierna de Javier que estaba
completamente empalmado. Javier la miró con deseo. – Además creo que
estarías dispuesto a hacerlo ahora mismo. Mira mis pezones como se marcan
con el top. No llevo nada debajo. Y mi entrepierna te has fijado como se
marca y mi culito. Estoy segura que sí, que quieres disfrutarlos.— el tono de
Ana era cada vez más sugerente. Se humedecía los labios de forma sexy y no
dejaba de acariciar su pecho con la mano que no tenia en la pierna de Javier.
—Vamos te toca a ti.
Dijo Javier cuando llegaron al polígono. Volvieron a intercambiar sus
posiciones. En esta ocasión Ana conducía con más soltura. El contacto entre
sus cuerpos era casi constante ya que Javier casi sobre ella le indicaba cada
movimiento, intentaba ser profesional en sus enseñanzas y no recordar los
comentarios de Ana. Pero sus miradas no dejaban de cruzarse y Ana llego un
momento en que estaba más atenta a los ojos de Javier y a como sus manos la
tocaban para indicarle que a lo que había frente a ella. Esto hizo que Ana
chocase con un montón de cajas apiladas junto a la acera. Javier dio en ese
momento por concluida la lección. Ana apago el motor y se bajo del coche.
Javier cambio de asiento sin bajarse y metió un cd en el equipo de música.
Necesitaba relajarse. Ana después de dar varias vueltas alrededor del coche
volvió a subir quitándose la gorra y tirándola al asiento trasero.
En el coche, Javier, arrancó el motor. El equipo de música se puso en
marcha y el disco compacto que contenía comenzó a reproducirse. Ambos
estaban en silencio envueltos por la música que parecía se había confabulado
contra ellos, llevándolos a lo irremisible.
Recorrieron parte del polígono buscando un lugar apartado. Ana no dijo
nada. Sabía perfectamente lo que iba a pasar. Y sí pasaba tampoco sería su
primera vez, aunque hacía mucho tiempo que no lo hacía en un coche.
Cuando el coche se detuvo les falto tiempo para girarse ambos y besarse
con deseo. Sus bocas ya no precisaban de darse permiso para poseerse y sus
manos iniciaron el recorrido por el cuerpo del otro impacientes por descubrir
lo que sus ropas les ocultaban y que tanto deseaban. Como si de una carrera
se tratase en la que ambos buscaban sus respectivas metas compitiendo por
ser los primeros en alcanzarlas. La mano de Javier navegaba ya entre la
ajustada tela del pantalón de la joven y había esquivado la escasa tela del
tanga. Esa mano ya había detectado e inspeccionaba la húmeda vagina de
Ana. Ella por su parte ya se había hecho con el duro y erecto pene de Javier
que muy pronto sería suyo.
Javier desplazo su asiento hacia atrás todo lo que era posible. Ana
aprovechó que había bajado el pantalón y el bóxer de Javier para tomarse un
aperitivo dominical. Introdujo su verga en su boca mientras con una de sus
manos la sujetaba masajeándola con suavidad. En ese momento sonaba el
Vals del Emperador y Ana pensó si ese monarca que tenia entre las manos
estaría dispuesto a invadir su reino escondido y que una avanzadilla ya
exploraba.
Minutos después la música cambio y la marcha de Mambo Nº5 ofreció a la
pareja aquello que sus cuerpos hacía tanto tiempo que estaban deseando. Ana
se situó delante de Javier, dándole la espalda, se bajó el ajustado pantalón y el
escueto tanga. Luego se sentó encima de él cubriendo su polla. Despacio,
suavemente, por el mero hecho de recrearse, sujetando con ambas manos el
volante, se dejaba caer sobre ese duro trozo de carne un poquito para después
elevarse y que este la abandonase. Luego, Ana, repetía la acción haciendo
que entrase un poco más en su intimidad. Así una y otra vez hasta estar
completamente empalada y sentir los huevos de Javier chocando en sus
muslos. Mientras, Javier quería quitarle el top, única prenda que le quedaba
pero Ana no se lo permitió. Las manos del hombre buscaron bajo la ajustada
prenda hasta conseguir sus dos premios. La penetración que había comenzado
lenta pronto fue acelerándose para acompasarse al ritmo del mambo que
sonaba. La pasión bailó con ganas en esa pista de deseos encontrados donde
el placer los enloquecía. Ana sin soltar el volante de las manos comenzó a
inclinarse a uno y otro lado, suavemente, guiando así las envestidas de Javier.
Ana sentía como las paredes de su vagina descubrían el intenso contacto del
miembro que la invadía. Se recreaba en ese placer hasta que su clímax llegó a
un estado tal de excitación, que no quería llegar a él. Quería prolongar el
momento y las sensaciones que estaba experimentando. El orgasmo de Ana
debía y tenía que esperar pues el juego era demasiado bonito como para no
disfrutarlo alargándolo todo lo posible. El azar se alió con la joven y cuando
el mambo concluyo comenzó el electrizante Twist and Shout de The Beatles.
Ana decidió cambiar de posición. Javier salió de ella y la joven regresó a su
asiento, lo movió al máximo hacia atrás y luego inclinó el respaldo hasta
colocarlo en la posición perfecta. Entonces, Ana, se situó con las piernas
apoyadas en el respaldo del asiento y doblando la parta superior de su cuerpo,
dando muestras de una tremenda elasticidad, hasta apoyar sus manos en el
asiento trasero. Una vez posicionada, Ana, abrió sus piernas ofreciendo a
Javier la imagen con la que tanto se había querido deleitar.
“…Come on, come on, come on baby now…” Decía la canción cuando
Ana notó como Javier iba a tomarla como ella antes había hecho con él.
Sintió como los labios y la lengua de Javier ascendían por sus muslos hasta
llegar a la redondez de sus glúteos, sus suaves mordiscos, su lengua viva
explorando su perineo, se entretenía en los extremos del mismo. La mano de
Javier, sus dedos acariciaban el rezúmate sexo de la joven. Ana quería pedirle
que parase, que aún no quería terminar. Pero entonces Javier se enceló su
Monte de Venus con enérgicas y giratorias caricias, caricias que iban y
venían entrando en su vagina para luego abandonarla. Ana ya no podía luchar
más contra su naturaleza y se rindió a ella. Se rindió al placer más absoluto y
con él exploto en un prolongado y deseado orgasmo. Su cuerpo, sus sentidos,
toda ella se evaporo en un grito liberador.
Entonces un nuevo cambio de canción como si todo estuviera siendo
sincronizado por la diosa del sexo, Afrodita. Los altavoces les empezaron a
regalar los acordes del erótico Do you love mi, de The Countors, para que
Javier la penetrara, acoplándose en su interior y marcara el ritmo de sus
envestidas y caricias ese apoteósico rock. Ana sentía como su polla la llenaba
hasta lo más profundo de su ser y con su rítmico bombeo no pudo recuperarse
del placer alcanzado, sumergiéndose nuevamente en volver a experimentarlo.
Por su respiración, sus gemidos, sus exclamaciones, Ana, sabía que Javier
estaba alcanzado la cumbre y eso la excitaba mucho más. Ana lo animaba
entre jadeos para que él también alcanzase su merecida recompensa.
—Más, más… dame más… no pares. Fóllame fuerte.
Pero Javier no quería concluir aún quería seguir disfrutando de lo que tanto
tiempo había estado esperando y aprovechó un nuevo cambio en la música
para salir de su joven amante.
—No, aun no… — le dijo Javier mientras la abrazaba para luego besarla
con pasión ardiente en los labios – estoy disfrutando demasiado para terminar
ahora… ¿vamos atrás?
Ana pasó la primera pero antes se trasladó al lado para mover el asiento del
conductor hacia delante todo lo que era posible. Javier colocó el respaldo del
asiento del copiloto y luego lo adelanto hasta igualarlo con el del conductor.
Cuando fue al encuentro de Ana la encontró sentada en el centro del asiento
trasero. Javier supo inmediatamente lo que Ana esperaba de él. Se arrodilló
en el suelo para acercarse a ella y la besó nuevamente. En el equipo de
música sonaba La Lambada de Kaoma, Ana se incorporó para abrazar a
Javier y seguir disfrutando de la sensualidad del encuentro y de la pasión
compartida.
Antes de volver a perderse en el cuerpo de Ana, Javier, se había despojado
de toda su ropa. Lo siguiente que hizo fue sacar el ajustado top de Ana que en
esta ocasión no puso ningún obstáculo. No era la primera vez que Javier se
deleitaba con la visión de los pechos de la joven, pero si la primera en que los
disfrutaría siendo conscientes ambos de lo que estaban haciendo. Javier los
tomo las tetas de la joven primero con sus manos y sus dedos, apreciando
cada centímetro de esa piel suave y sedosa, de esa firmeza y de ese agradable
tacto. Luego se deleito saboreándolos. Cubriéndolos de besos, lamidas,
suaves mordiscos en los pezones y chupetones. Ana sabía que eso le
encantaba a Javier y que lo disfrutaba tanto o más que ella.
Javier volvió al rostro de la joven cubriéndolo de besos, perdiéndose en el
océano de sus ojos azules, que brillaban mirándolo con ternura. Una nueva
melodía acompaño el mágico momento. “… Sólo sé que me aturde la vida
como un torbellino, que me arrastra y me arrastra a tus brazos con ciega
pasión…” Un bolero, Pecado, de Los Panchos, los animaba a calmar la
pasión que ardía en sus cuerpos.
—Eres tan bella – susurro a su oído.
Ana lo besó en los labios una, otra y otra vez, sin dejar de acariciar su cara
y su cuerpo. Javier acepto los mimos de la joven correspondiendo a ellos. Se
recrearon en las pausadas carias sin separar sus bocas. Todo se detuvo para
ellos, no había nada más que sus caras y sus cuerpos. Simplemente estaban
ellos y la música. Entonces Ana dijo susurrando:
—Házmelo otra vez por favor.
Javier no se hizo esperar y se separo de ella un poco, lo suficiente para que
Ana apoyase los pies en los asientos delanteros. Javier se acercó despacio y
volvió a penetrarla. Él entraba y salía de ella con un ritmo constante. Ana
rebosaba con cada nuevo empellón. La polla de Javier se movía dentro de ella
haciéndola tocar el cielo con la punta de los dedos. Javier acelero el ritmo sus
embestidas penetrándola hasta el lugar más profundo de su ser. La música se
mezclaba con una sinfonía de gemidos, gritos, jadeos y exclamaciones.
La potencia y la frecuencia con la que Javier follaba a la joven hacia que el
coche se meciese de un lado a otro. Imagen inequívoca de lo que dentro
sucedía para cualquiera que hubiese podido observar el vehículo. Pero en ese
momento a la pareja no les importaba nada lo que pasase en el exterior de ese
lugar. Pare ellos el mundo se reducía en ese instante al reducido habitáculo
del coche y al placer que estaban experimentando.
Cuando Ana sintió que Javier estaba a punto de alcanzar la meta ella quiso
acompañarlo y atravesarla junto a él. Ella comenzó a masturbarse frotando su
dilatado clítoris con frenesí. Fue el complemento perfecto al magistral trabajo
que Javier hacia en su interior. En breves instantes Ana se puso a la altura de
su amante y cuando este comenzó a llenarla con su semilla su orgasmo se
unió al de Javier. Las contracciones de sus cuerpos se complementaron y las
últimas caricias enérgicas intensificaron las sensaciones del momento.
Javier permaneció dentro de ella, abrazado a ella, fundidos en uno solo,
hasta que sus cuerpos se relajaron. Cuando él abandono su cuerpo Ana bajo
las piernas dejándolas relajadas en el suelo, lo abrazo y se fundieron en un
nuevo beso. Un beso tierno y pausado, casi paternal. Sus labios seguían
unidos y no tenían ganas de separarse fundidos cada uno en los brazos del
otro. En esos momentos Nat King Cole sonaba en los altavoces “…Ansiedad,
de tenerte en mis brazos musitando,… palabras de amor. Ansiedad, de tener
tus encantos y en la boca, volverte a besar…” Cuando termino la canción
Javier la beso y dijo:
—Deberíamos vestirnos, es tarde.
Buscaron en la guantera un paquete de pañuelos y se limpiaron lo mejor
que pudieron. Luego ambos se vistieron y colocaron los asientos del coche en
su posición habitual. Javier recogió todos los pañuelos usados y salió del
coche para depositarlos en un contenedor que había a unas decenas de metros
de donde se encontraban. Cuando regreso al coche Ana ocupada el asiento
del conductor, él se acomodo a su lado y volvieron a casa.
—CAPITULO 10—
UNA NOCHE DE PASIÓN

En el coche de regreso a casa. El silencio se hacía pesado. Ana busco su


gorra y su sudadera y se las puso. Luego de repente dijo:
—¿Cómo conociste a Marta?
—¿Qué?
—¿Qué como conociste a Marta?
—¿Y eso a que viene ahora?
—Siento curiosidad. Venga cuéntamelo. – dijo Ana poniendo cara de niña
buena y un tono de voz tan tierno que era imposible resistirse.
—Nos conocimos por casualidad. Yo era por entonces ayudante de cámara
en una agencia de publicidad. Hacía muy poco que había terminado los
estudios y era mi primer trabajo serio. Fuimos a rodar a un colegio a los niños
en el recreo para luego montarlo en un anuncio y ahí estaba ella.
—¿Y ya está? No hay nada más. ¿Le hablaste tú o te habló ella?
—Ese día no nos dijimos nada. Simplemente no dejamos de mirarnos. Ella
estaba con los niños en el recreo. Jugaba con los niños y estaba preciosa. Me
fije en ella nada más entrar en el patio. Ella también se fijó en mí, pues
nuestras miradas no dejaron de cruzarse mientras estuve allí.
—Entonces no os dijisteis nada. ¿Luego fuiste a buscarla o ella te busco a
ti?
—Ni yo la busque a ella, ni ella a mí. Supongo que estábamos
predestinados a estar juntos y el destino nos volvió a unir.
—¿Cómo?
—¿Siempre preguntas tanto después de hacer el amor?
—No. Normalmente me suelo quedar dormida pero hoy no he tenido
oportunidad. –dijo sonriendo y Javier también sonrió.
—Está bien, te lo contaré. Fue el viernes siguiente. Esa tarde proyectaban
cortos en la Facultad de Ciencias de la Información y fui con un amigo.
Cuando salíamos yo iba distraído hablando con mi amigo y tropecé con ella.
Casi la tiro. La cogí al vuelo. Y sujetándola por la cintura nos quedamos
embobados mirándonos. Una amiga suya que la acompañaba nos hizo
reaccionar. Salimos los cuatro de la facultad. Fuimos a tomar unas cervezas y
ahí comenzamos a conocernos. Mi amigo y su amiga tuvieron que marcharse
y nos dejaron solos. Tomamos unas raciones en el centro y luego me ofrecí a
llevarla a su casa. Ella aceptó y cuando llegamos a la puerta estuvimos más
de una hora en el coche hablando. Luego antes de salir del coche me dio su
número de teléfono y un beso en esa zona tan indeterminada como es la
comisura de los labios.
—Lo vuestro fue amor a primera vista. Qué bonito.
—¿Y cuando lo hicisteis por primera vez?
—Unos días después. No lo planeamos. Simplemente surgió.
—Sabes. Me encantaría encontrar alguien así, del que me enamore a
primera vista.
—Y lo tuyo con Jorge, ¿no fue así?
—No. Nos conocíamos desde el colegio. Salíamos en el mismo grupo de
amigos y un día nos dio por acostarnos. A partir de eso empezamos a salir.
—Entiendo. El roce hizo el cariño.
—Se puede decir que sí.
—¿El ha sido tu primer novio?
—No. Ha sido el último y con el que más tiempo he estado.
—¿Por qué lo dejasteis?
—Bueno. Es complicado. ¿Qué quieres saber, la versión oficial o la
verdadera?
—Cuéntame las dos.
—Vale. Oficialmente, el se iba a terminar sus estudios fuera y decidimos
darnos un tiempo.
—Ya. Quería libertad.
—Realmente había conocido a otra y estuvo jugando con las dos durante
un tiempo. Pero de eso me he enterado relativamente hace poco tiempo.
—¿Entonces qué pasó realmente?
—Te lo cuento si me juras que no se lo dirás a nadie. Ya que si te le cuento
serás el primero en saberlo aparte del cabrón de Jorge, pero él estoy segura
que no dirá nada.
—Te lo juro.
—¿Me lo juras por Olga y Carlos?
—Te lo juro por ellos.
—Está bien. La verdadera razón de la ruptura fue que me quede
embarazada.
—¿Te quedaste embarazada y no se lo contaste a tus padres?
—No. No se lo conté a nadie. Eres el primero en saberlo. Cuando se lo dije
a Jorge se acojono. Lo supero la situación. Me dijo que no podía ser suyo,
que era una puta y que quería cargarle el muerto a él. Desde ese día no
volvimos a vernos hasta el incidente.
—¿Y el bebe?
—Decidí abortar.
—¿Y lo hiciste sola?
—Sí. No estaba ni de dos meses cuando lo hice.
—¿No tuviste miedo?
—Mucho. Le dije a mis padres que me iba a Londres unos días a ver a una
amiga. Y bueno ya te imaginas a lo que fui. No me he sentido tan sola como
en ese momento en toda mi vida.
Cuando llegaron a casa Ana subió directamente a darse una ducha antes de
comer. Después de haber corrido por el parque y de habérselo montado en el
coche con Javier estaba totalmente sudada. El resto del día transcurrió
tranquilo. Ana estuvo toda la tarde en su habitación estudiando y Javier se fue
con Marta al cine.
Esa noche, de madrugada, Ana daba vueltas en la cama sin poder conciliar
el sueño. Tenía demasiadas cosas dándole vueltas por la cabeza para poder
dormir. Pero lo que más le preocupaba era el haberle contado su gran secreto
a Javier, además del asunto de Olga con el cerdo de Marcos.
Un ruido en el exterior la hizo salir de sus pensamientos. Encendió la
lamparita que tenia junto a la cama y se levanto para asomarse al balcón.
Pablo acababa de cerrar el ventanal de su dormitorio. Estaba completamente
desnudo pero solo. Entonces apareció ella, la misteriosa mujer, vestida con
un salto de cama de raso negro. Se aproximo a Pablo y lo beso en los labios.
El la cogió del culo y la apretó con fuerza contra su cuerpo. El beso se
prolongaba y la mujer apretaba con fuerza el culo de su vecino. Ana comenzó
a excitarse, aquello prometía, se quito la camiseta quedándose vestida tan
solo con una diminuta braguita de color negro. Pablo se separó un poco de
ella y deslizo los finos tirantes por sus hombros. La dicada prenda se deslizo
por el cuerpo de la mujer hasta caer a sus pies dejándola totalmente expuesta
a los ojos de Pablo y a los de la joven espía.
La mujer se arrodillo frente a Pablo y tomo la polla de este entre sus
manos. Ya estaba completamente erecta. La acarició y la recorrió con
delicadeza como si tuviese entre las manos una delicada pieza de porcelana.
Luego abrió la boca y sacando la lengua comenzó a lamerla. Primero el
tronco en toda su longitud, luego se dedico al dilatado glande y finalmente la
engulló completamente.
Ana estaba excitada con la escena. Las tetas se le habían puesto como
piedras y sus pezones reclamaban atención. La comenzó a jugar con sus
propios pechos, apretándolos, acariciándolos y pellizcando sus pezones para
sentir como un calambre recorría su cuerpo.
Pablo miró por la ventana. Miró fijamente hacia donde Ana se encontraba.
No había apagado la luz y Pablo pudo verla perfectamente. Su vecino sonrió.
La mujer se detuvo un momento y también la miro, solo un segundo para
luego seguir comiéndole la polla a Pablo. Ana sabia que la habían visto, pero
no sabía si se habían dado cuenta que estaba ahí semidesnuda, jugando con
sus tetas y mojando sus dedos en la humedad de su coño. La mujer se dio un
descanso en su trabajo e hizo que la polla de Pablo recorriese sus tetas y su
cuello para luego volver a mamársela. Luego esa desconocida aceleró el
ritmo ayudándose de su mano. La mujer saco la polla de Pablo de su boca y
este empezó a descargar chorros de semen en su cara, su boca, su cuello y su
pecho. Ana que seguía masturbándose alcanzo un delicioso orgasmo al
tiempo que su vecino se corría en el cuerpo de la mujer. Ella se levanto y sin
limpiarse la leche de Pablo se acerco al enorme ventanal y la miró sonriendo.
La mujer se retiró de la ventana y se tumbo en la cama. Abrió las piernas y
comenzó a recorrer su raja con la mano. Pablo también se acerco a la ventana,
seguía empalmado pese a haberse corrido, y sonrió a su joven vecina. Luego
empezó a acariciarse la polla, como si se masturbara para ella, se dio la vuelta
y subió a la cama. Su vecino se situó entre las piernas de esa mujer y la
penetro mientras ambos no dejaban de mirar al exterior. Luego se olvidaron
de ella y Pablo siguió follándose a esa desconocida mientras Ana se
masturbaba sin parar. La joven quería contener su orgasmo para correrse
junto a la pareja que la excitaba. Pero cuando ella pensaba que aun quedarían
unos minutos ambos se separaron. Pablo se tumbo junto a ella con la polla
aun dura y brillante por los jugos de su compañera. El la besó y ambos se
levantaron de la cama. Ana seguía con tres dedos entrando y saliendo de su
coño cuando la pareja se acerco al ventanal y la saludaron con la mano
sonriendo. Luego corrieron las cortinas y dieron por finalizada la función.
Pero Ana se había quedado con ganas de más. Ahí estaba ella frente a la
ventana, completamente desnuda, con la humedad de su coño corriendo por
sus muslos y más caliente que un horno. Ahora sí que no podría conciliar el
sueño. Se puso las braguitas y la camiseta y bajo de la buhardilla. Necesitaba
beber agua calmar de alguna manera el fuego que la abrasaba por dentro.
Antes de entrar en la cocina vio luz en el despacho de Javier. Era muy tarde y
suponía que todo el mundo estaría durmiendo. Pensó que por descuido se
habría dejado la luz encendida. Saco una botella de agua helada del
frigorífico y lleno un vaso. Lo bebió con de un solo trago con ansia
desbocada por apagar el calor que brotaba en su interior.
Salió de la cocina y fue hasta el despacho de Javier para apagar la luz que
suponía encendida por olvido. Pero se había equivocado. Ahí estaba Javier,
de espaldas a ella mirando a la oscuridad del jardín.
—Lo de esta mañana no puede volver a repetirse — le dijo ella.
—Tienes toda la razón, Ana, eso ha sido una locura, lo siento — contestó
él sin girarse — Ha sido culpa mía, no he podido contenerme. Quería…
—Calla, no ha sido culpa tuya — le interrumpió ella rodeándolo con sus
brazos desde atrás, inclinándome sobre las puntas de sus pies y apoyando su
barbilla en su hombro para mirar junto a él la negrura de la noche — en todo
caso la culpable he sido yo. Debería haber sido más discreta, y contenerme
pero no pude, ha sido superior a mí. Pero no te preocupes no se volverá a
repetir — continuó diciendo junto a su oído.
—Pero, Ana, es que…—intento continuar.
—Javier, no le des más vueltas — intentó tranquilizarlo — al fin y al cabo
no ha sido tan grave.
Pero Ana seguía abrazada a él. Notó como sus pezones comenzaron a
endurecerse de nuevo clavándose en su espalda. Javier lo noto claramente.
Ana introdujo su pierna entre las de él y la movió suavemente hasta subir a su
entrepierna.
—Ana… — susurro Javier.
—¿Sí…? — respondió con un profundo suspiro junto a su oído y mordió
su oreja.
—No hagas eso — le dijo dejando escapando un leve suspiro de su pecho.
Ella comenzó a desabrochar su camisa, muy despacio, con calma y al
mismo tiempo acariciaba su torso, estaba fuerte y definido. Y no dejaba de
besarle el cuello y jugar con el lóbulo de su oreja.
—Estás muy fuerte — le susurró.
—Lo has notado, voy al gimnasio — le respondió poniendo sus manos
sobre las de la joven y guiándolas por todo su pecho ahora completamente
descubierto.
Javier se dio la vuelta y se miraron fijamente a los ojos. Ana pudo ver
miedo en su mirada, por lo que había pasado y lo que podría pasar, pero
también pudo ver deseo y pasión. Apoyó su manos en su duro abdomen y fue
subiendo muy despacio, para que sus manos recordasen ese camino antes
recorrido sin atención, cuando sus manos llegaron a sus hombros se
introdujeron bajo la camisa deslizándola por sus brazos hasta dejarla caer al
suelo. En ese momento Javier la estrechó entre sus fuertes brazos y sus labios
se juntaron. Las manos de la joven recorrían sus brazos y su espalda mientras
sus lenguas jugaban como hacía esa misma mañana lo habían hecho dentro
de sus bocas. Ana se sentía segura en sus brazos como antes se había sentido
en otros brazos, y sentía el calor de su cuerpo, y como su pecho aprisionaba
el suyo haciendo que sus pezones erectos y duros se clavasen en su torso a
través de la tela de su camiseta. Las manos de Javier recorrieron su espalda
bajando hasta el culo de la joven, ahí sus manos lo agarraron con fuerza,
como sopesando si todo seguía lo mismo que el recordaba. Entonces sus
labios se separaron y volvieron a mirarse. En los ojos de Javier ya no había
miedo, ahora solo se podía ver deseo.
—¿Qué te parece? — le preguntó, mientras seguían con la mirada clavada
el uno en el otro.
—¿Qué? — me dijo, como si no supiera de qué hablaba.
—Mi culo.
—Esta exactamente igual que lo recordaba, durito y apretado — dijo y
volvieron a besarse riendo.
Sin separar sus labios y sin dejar de recorrer sus cuerpos sus nuestras
manos, Javier, empezó a empujarla haciéndola retroceder hasta chocar con la
mesa del despacho. Entonces Javier agarrando su culo con más fuerza la alzó
hasta depositarme sobre la mesa de pulida madera. Entonces el deseo y la
pasión empezaron a desbocarse. Sus labios chocaban con impaciencia, sus
lenguas luchaban incansables por conquistar la boca del otro y tiernos
mordiscos hacían que las lenguas no escapasen. Ana aferraba con sus manos
la nuca de Javier para aproximarlo aun mas a ella, al tiempo que sus piernas
abrazaban su cintura. Las manos de Javier se perdieron bajo su camiseta y se
encontraron con sus duros y sensibles pechos, Ana, sintió el tacto de sus
manos en ellos, como los acariciaba y apretaba, y un escalofrío recorrió su
cuerpo. Ella no pudó contener el suspiro de placer que se escapó de su
garganta.
—Levanta los brazos — dijo Javier.
Ana, obediente elevó los brazos sobre su cabeza. Dejó sus pechos deseosos
de seguir sintiendo sus manos y bajo estas hacia su cintura. Sujeto su
camiseta y comenzó a subirla muy despacio, dejando al descubierto primero
su abdomen, y luego su pecho desnudo que se erguía insolente y deseoso de
mas atenciones. La camiseta subió por los brazos de la joven y finalmente
Javier se deshizo de ella dejándola caer a su espalda. Sus labios volvieron a
juntarse mientras sus fuertes manos volvieron a conceder a mis tetas las
atenciones que merecían. Sus labios empezaron a recorrer su barbilla y luego
bajaron por su cuello dejando un delicioso y húmedo camino. Cuando sus
labios llegaron a sus pechos comenzaron ascender por ellos mientras sus
manos no dejaban de acariciarlos y apretarlos con ternura. Finalmente su
boca hizo cumbre y tomó posesión nuevamente de las montañas perdidas.
Besó sus duros y sensibles pezones, los mordió y su lengua jugó con ellos
como tantas veces había imaginado. Mientras sus manos seguían amasando
con calma sus tetas,, su boca siguió su viaje. Bajo por su abdomen y rodeo su
ombligo con un círculo de saliva. El cuerpo de Ana no dejaba de
estremecerse por sentir de nuevo esas manos y esos labios recorriendo y
acariciando mi piel. Cuando llego a la cintura de sus braguitas, sus manos se
introdujeron la cintura de estas, Ana alzó su cuerpo para facilitarle la labor y
su diminuta braguita descendió por sus piernas.
Javier, agachado como estaba, con su cara a la altura del sexo de Ana,
rezumando humedad, cogió sus piernas y las acarició, las recorrió en toda sus
longitud, luego las coloco encima de sus fuertes hombros y se puso de pie.
Esto hizo a la joven caer hacia atrás apoyándose en los codos. Javier beso la
cara interna de sus muslos con un claro objetivo final, mientras sus manos no
paraban de recorrer sus nalgas, sus caderas, su cintura, sus pechos, su boca,
sus labios. Ana, sentía su aliento cálido como se acercaba, estaba impaciente,
por sentir sus labios y su lengua en ese lugar, ese lugar que esa misma
mañana Javier había visitado. Su respiración se aceleró y sintió que el
corazón se le iba a salir del pecho cuando su lengua empezó a recorrer los
bordes sus mis despejados labios mayores. Las piernas de Ana se cerraron
entorno a su cuello para atraerlo más a ella, sentía el cosquilleo de su barba
de tres días en sus muslos, mientras Javier engullía sus labios mayores con
tirones ansiosos. Estaba en el cielo, estaba a punto de correrme cuando
succiono con fuerza su clítoris, lo sujeto con sus labios y lo mordió
suavemente mientras su lengua no dejaba de rodearlo. Un escalofrío recorrió
su espalda, el placer era máximo, mordía sus labios para intentar contener el
orgasmo que luchaba por invadirla, al tiempo que contraía su vagina. La
lengua de Javier empezó a moverse de manera vertiginosa haciendo que las
descargas que brotaban de ese punto a todas y cada una de las partes del
cuerpo de la joven fueran incontenibles. Esto hacia que no pudiese evitar el
mover sus caderas para acomodarlas al ritmo de su lengua.
Los orgasmos empezaron a encadenarse uno tras otro, Ana, no acababa de
recuperarme del anterior cuando su lengua desenfrenada hacia que saltase
otro. Entonces los largos dedos de Javier se unieron a su juego y buscaron la
humedad que empapaba su sexo. Sin más, dos de sus dedos entraron, y los
jadeos y gritos salían de su garganta sin control, con cada nueva embestía con
su mano aumentaban de volumen. Un nuevo dedo se unió a los anteriores y
esos tres diablos entraban y salían de la joven y giraban en su interior,
acariciaban y frotaban las paredes de su vagina que se cerraba entorno a ellos
para no dejarlos escapar. Un nuevo orgasmo mucho más intenso que los
anteriores broto del interior de la joven, sus piernas se tensaron en torno a él,
lo mismo que cada musculo de su cuerpo, un grito desgarrador, de placer
surgió de lo más profundo de ella dejándola totalmente sin aire, mientras su
corazón iba a explotar en su pecho. Después todo su cuerpo se quedo sin
fuerza y se desplomó sobre la mesa, con los brazos extendidos a lo largo de
su cuerpo inerte y con sus piernas aun sobre los hombros de Javier como si
fuesen dos trapos.
—Ana…, Ana… ¿Estás bien? — preguntaba Javier ansioso, mientras
sujetaba a la joven por los hombros y la movía para hacerla reaccionar.
Poco a poco los pulmones de Ana se fueron llenando nuevamente de aire y
sus brazos y piernas recobrando la fuerza perdida. Luego cuando notó que su
respiración volvía poco a poco a la normalidad pudo decirle algo.
— Dame un minuto — dijo entrecortadamente y lo abrazó, acercó sus
labios a su oído — Ha sido el mejor orgasmo de mi vida.
—Joder me habías asustado — dijo Javier más relajado y en su rostro
brillante bañado de los jugos de la joven se dibujo una sonrisa.
—Si me das otro minuto veras de lo que soy capaz — le dijo Ana más
relajada. Los ojos de Javier brillaron, y su rostro se iluminó al escuchar sus
palabras — Súbete a la mesa — le dijo Ana mas repuesta mientras se bajaba
ella.
Javier se sentó en la mesa y parto los objetos que la ocupaban. Cuando
termino se giro hacia ella. Ana se acercó despacio hacia él dejando que se
recrease en su cuerpo.
—Túmbate en la mesa—le dijo cuando estuvo junto a él, puso sus manos
sobre su pecho para empujarle suavemente.
Cuando Javier estuvo tumbado en la larga mesa, Ana, desanudó sus
zapatos y los dejo caer al suelo. El subía la cabeza para ver lo que iba
haciendo y como me movía a su alrededor. Ana acarició sus piernas fuertes
por encima de la tela de su pantalón. Cuando llegó a su entrepierna pasó por
encima de ese bulto que palpitaba bajo la prenda. Notó su miembro erecto
duro e impaciente. Abrió su cinturón y desabrochó su pantalón lo agarró con
fuerza a ambos lados de las caderas y tiró de ellos hasta deshacerme de ellos
y dejarlos caer en el suelo. Volvió a acariciar sus piernas y cuando
nuevamente estuvo en su entrepierna sus manos acariciaron sus testículos el
sobre tejido de su ajustado bóxer. Ana se inclinó sobre él su lengua recorrió
la silueta dibujada por su erecto miembro en la tela. Después lo liberó de
ellos y se los tiró a la cara. Javier sonrió. Las manos de Ana acariciaron su
miembro bajando hasta sus testículos y apretándolos suavemente. Después lo
miró fijamente y se humedeció los labios con su lengua de una forma sensual.
La joven se inclinó sobre su polla y sujetándola con su mano aproximo sus
labios a ella. Ana los apoyó sobre la punta de su glande y fue descendiendo
muy despacio, ejerciendo una ligera presión sobre ella con sus labios y sus
dientes, mientras su lengua jugaba a su alrededor y hasta que su nariz choco
con su pubis. La había introducido totalmente en su boca. Su lengua lamia
ese firme falo y se centraba especialmente en ese hinchado capullo.
Cuando Ana comenzó a retirarse para Javier fue una tortura insoportable.
Con la boca totalmente ensalivada devoraba su miembro, ascendía un
centímetro y se detenía para seguir jugando y atendiendo con su lengua ese
delicioso manjar. Antes de continuar subiendo volvía a bajar la mitad de lo
ascendido y volvía a dejar que su lengua atendiera debidamente esa duro
miembro que latía en el interior de su boca. A Ana le encantaba torturarlo de
esa manera. Sabía perfectamente que Javier estaría a las puertas del orgasmo
cuando alcanzó la parte baja de su glande y lamió con ansia la zona del
frenillo, llevándolo casi a un punto sin retorno. Cuando sus labios y su lengua
lamieron su dilatado capullo como si de un caramelo se tratase para
finalmente despegar sus labios de su polla. Javier había aguantado in
extremis sus atenciones y no creía que aguantase más sin correrse.
Ana empezó a besar sus abdominales, su ombligo y continuó por su pecho
hasta llegar a sus pezones que mordieron sus dientes mientras miraba a Javier
a los ojos con cara de chica mala. Chupó y lamió sus pezones mientras mi
mano no dejaba de jugar son su polla y sus huevos. La boca de la joven subió
hasta la de él y sus labios de apropiaron de los suyos, su mano que seguía
acariciando su dura polla y sus huevos bajo hacia el perineo y lo acaricio
suavemente. Ana retiró la mano sin dejar de besarlo y la llevó a su empapada
entrepierna, la humedeció bien en sus propios jugos y volvió a acariciar su
perineo. La lengua de Ana luchaba con la de Javier y la empapada mano de
ella busco la entrada de su culo y uno de sus dedos lubricado con su propia
humedad se abrió camino en su interior. Javier no protesto por su atrevida
incursión, sabía que le gustaba, y a ella le ponía a mil sodomizarlo mientras
no dejaban de comerse la boca.
La joven invitada ya no aguantaba más, el fuego que había en su interior
tenía que ser apagado. Ana subió a la mesa y montó sobre sus caderas
buscando esa manguera capaz de apagar lo que ardía dentro de ella. Se dejo
caer sobre ese duro miembro dejando que se clavase en su interior por
completo. Así en esa posición con sus ojos clavados en los de Javier
permaneció unos segundos deleitándose con esa plenitud que llenaba su
interior. Su mano apretó sus huevos, suavemente, para estimularlo y con la
otra acariciaba sus tetas y pellizcaba sus duros pezones.
Ana cerró los ojos y las manos de Javier tomaron sus caderas, y muy
despacio fueron subiendo por su abdomen y su torso hasta que alcanzo sus
pechos. Las manos de Javier los estrujaron, amasaron y masajearon sus
firmes y duras tetas con una mezcla de impaciencia, pasión y dulzura. El
trabajo de sus manos sobre sus pechos excito a la joven hasta el punto de casi
correrse. Ana no podía evitar emitir intensos jadeos. Se inclinó apoyado sus
manos en sus fuertes hombros y las manos de su anfitrión aferraron con
fuerza su culo ayudándola a iniciar una lenta y erótica cabalgada. Cada vez
que el mi cuerpo de Ana descendía clavándose nuevamente su polla en su
interior buscaba el placer se rozar su dilatado y sensible clítoris con su pubis.
Estaban perfectamente acoplados y sincronizados como el movimiento de un
reloj suizo, era como si llevasen años haciendo lo mismo juntos. Ana estaba
disfrutando de cómo cada centímetro del miembro de su anfitrión llenaba su
interior, y como frotaba las paredes de su vagina que se cerraban en torno a él
para aumentar el mutuo placer.
Javier se incorporo y empezó a comerle las tetas mientras Ana no dejaba
de cabalgar sobre él. Esto hizo aumentar la excitación de la joven y sus
movimientos sobre él aumentaron de intensidad para dejar salir el orgasmo
que ya crecía dentro de ella. Sabía que Javier estaba a punto de correrse,
sentía como su miembro se dilataba en su interior y casi podía sentir sus
hinchadas venas. Ana sabía que intentaba contenerse pero, también sabía que
no podría hacerlo por mucho más tiempo. Los ojos de Javier recorrían el
cuerpo de Ana empapado en sudor, se embelesaban con el vaivén de sus tetas
y con su cara que no podía disimular el placer que sentía.
—¡Córrete Ana, córrete! — le dijo y apretó con fuerza sus nalgas.
—¡Siiiii…! — fue lo único que pudo responder.
Los músculos de la joven se tensaron y sus piernas se aferraron con fuerza
al cuerpo del hombre, un placer infinito invadió cada rincón de su cuerpo. El
orgasmo fue intenso y prolongado. Ana sentía como Javier seguía
bombeando en su interior mientras la llenaba con su cálida y espesa semilla
haciendo que lo que estaba sintiendo se intensificara aun más. Ella cayó
rendida sobre el pecho de su amante, sus labios besaron su cara y su boca,
mientras su miembro aun en su interior se iba relajando. La mano de Javier
acaricia su espalda y otra se perdía en su nuca enredándose en su pelo. Se
fundieron en un último y apasionado beso, sus lenguas se buscaron sin prisa y
se deleitaron en el placer del deseo satisfecho.
Ana se separó de él y bajó de la mesa, el se sentó en ella y observó como
recogía sus prendas esparcidas por el suelo del despacho. Finamente fue
Javier quien rompió el silencio.
—Ana, no vas a decir nada.
—No se darme una ducha ahora o guardar tu aroma hasta mañana. –
respondió con la ropa arrugada entre sus brazos.
—Eso como prefieras. Pero creo que deberíamos hablar de lo que ha
pasado. — su tono sonaba culpable.
—Mejor hablamos mañana, será mejor que te vistas y recojas un poco esto.
Ana subió al baño. Durante la relajante ducha con agua tibia y mientras sus
manos recorrían su cuerpo enjabonándose pensó en él, en Fabián. Pensó en si
él habría hecho con alguien algo parecido a lo que ella acababa de hacer.
Sabía que él nunca le contaría lo que había hecho con otras, lo mismo que
ella tampoco le diría lo que había hecho con otros chicos.
Cuando Ana salió del baño y subió a su habitación secándome con una
toalla Jorge estaba sentado en su cama. No se cubrió con la toalla, no le
importaba que la viese desnuda, ya la había visto y no hacia ni media hora
estaban follando encima de la mesa del despacho. La joven no dijo nada
continuó secándose.
—Ana…
—Dime.
—Tenemos que hablar.
—Ya estamos hablando — dijo irónicamente.
—Joder Ana… tenemos que hablar de lo que ha pasado.
—¿Qué ha pasado? no ha pasado nada. Javier no le des más vueltas. No
hemos hecho nada que no hayamos hecho antes —dijo tranquilamente
mientras buscaba unas braguitas en un cajón del armario.
—Es verdad no hemos hecho nada que no hayamos hecho antes, solo hay
un problema, que estoy casado, y tu…
—¿Yo qué? — le preguntó mirándolo mientras se ponía las braguitas
limpias.
—Que estas actuando como… Mírate, ahí estás desnuda delante de mí
como si nada, vistiéndote tranquilamente — dijo nervioso.
—Vamos a ver Javier, ¿Cómo estoy actuando? Estoy en mi habitación y si
estoy desnuda delante de ti vistiéndome tranquilamente es porque tú has
entrado y ni siguiera has pedido permiso. Además no me digas que ahora te
pone nervioso verme desnuda. — dijo mientras terminaba de ponerse una
nueva camiseta.
—Pero Marta…
—No te preocupes por Marta, tú no le vas a decir nada y yo tampoco. Y lo
que ha pasado hoy, tranquilo, no se volverá a repetir. Solo ha sido un
momento de debilidad. ¿Vas a dormir aquí o en tu habitación? Yo estoy
cansada. — Dijo metiéndose en la cama.
—Sera mejor que me vaya.
—Buenas noches.
—Me gustaría ser como tú. Eres única simulando que las cosas no pasan.
— Dijo saliendo de la buhardilla.
Javier entró en su dormitorio. Marta dormía plácidamente aparentemente
ajena a todo lo que había sucedido esa mañana y esa misma noche. Se
desvistió y entro en al baño para darse una ducha rápida. Se puso el pijama y
se metió en la cama acostándose junto a su mujer. Cerró los ojos e intentó
conciliar el sueño.
—¿Has terminado lo que tenias que hacer? – le pregunto Marta sentándose
en la cama apoyando su espalda en el cabecero.
—Lo siento, te he despertado.
—No te preocupes llevo un buen rato despierta. ¿Has terminado todo?
—Sí, he terminado el papeleo.
—No me refería a eso.
—Entonces ¿A qué te referías? No te entiendo.
—Javier no te hagas el tonto. Me refiero a Ana. ¿La has dejado satisfecha?
—Pero…
—No te molestes en negarlo Javier – dijo interrumpiendo a su marido – os
he visto follando encima de tu mesa. Ana es demasiado escandalosa. Menos
mal que no habéis despertado a los chicos.
—Yo… yo… no sé qué decir.
—No hace falta que digas nada. Sé que deseabas tirártela desde que entro
por la puerta de casa. ¿Lo has pasado bien? ¿Ha merecido la pena la espera?
—¿Estas enfadada?
—¿Te parezco enfadada?
—En este momento no sabría que decirte.
—No, no estoy enfadada. No puedo estarlo. Yo también he sucumbido a
sus encantos.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—El día de la pelea. Cuando la estuve ayudando a bañarse, no pude
resistirme a comerle el coño.
—Eres una guarra.
—Y tu un cabronazo. ¿Lo has pasado bien? ¿Ha merecido la pena?
—Sí, ha estado bien. Esa cría es toda una putita pero sinceramente te
prefiero a ti.
—Si te digo que me gustaría follar con ella que me dirías.
—Que me gustaría estar en primera fila para veros.
—Eres un pervertido.
—Mira quien fue a hablar. Sabes que me encanta que disfrutes. Pero solo
te pongo una condición.
—¿Cuál?
—Que luego me lo cuentes con todo lujo de detalles.
—Trato hecho. ¿Sigues teniendo ganas?
—¿De qué?
—De follar. Me he puesto muy cachonda al veros ahí. Quiero que me
folles.
—Para ti siempre estoy dispuesto.
El matrimonio se fundió en un apasionado beso. Sus lenguas y sus labios
ardían en deseo de saciarse del otro. La mano de Javier ya subía por el muslo
de su mujer en busca del tesoro que escondía entre sus bonitas piernas. Marta
no llevaba nada bajo el escueto salto de cama y la mano de su marido no tuvo
ningún impedimento en acariciar su pubis y su anhelante rajita.
—Voy a comértelo todo.
Javier se deshizo apresuradamente de su pijama y se perdió bajo las
sabanas sin dejar que su mujer dijera nada. Metió la cabeza entre las piernas
de Marta y empezó a comerle en coño. Marta sentía como su marido le lamía
los labios de su vagina con dedicada pasión. Javier lo hacía como nadie.
Muchos hombres le habían comido la raja pero ninguno era capaz de igualar
a su marido. Marta cerró los ojos y disfrutó de la experta lengua de Javier,
que la usaba con maestría en su caliente y empapado coño. Él la miraba desde
abajo sonriendo sin parar de entregarse en su trabajo. Javier sabía que su
mujer estaba completamente entregada, solo escuchaba su profunda
respiración y los pequeños gritos ahogados de satisfacción. Marta agradecía
las atenciones de su marido acariciando y arañando su espalda sin parar.
Marta lo único que deseaba era que ese momento no terminase. Quería
sentir la cálida lengua de Javier entrando y saliendo de su mágica cueva.
Quería sentir como los labios de su marido chupaban su clítoris hasta que
alcanzase su máximo esplendor. Quería sentir como su boca cubría
completamente su abertura. Y quería que la lengua de Javier no dejase ni un
solo rincón sin explorar. Entonces una conocida sensación empezó a invadir
su cuerpo, un agradable hormigueo y un delicioso escalofrío eran el preludio
de lo que llegaba. Un instante después un maravilloso orgasmo se apoderaba
de todo su ser haciendo que se deshiciese en un mar de jadeos a duras penas
contenidos. Sujeto la cabeza de su marido en su mágico vértice para que la
habilidosa lengua y sus labios no abandonasen ese lugar y así seguir
disfrutando de esa placentera sensación.
El cuerpo de Marta ardía, por dentro y por fuera, cuando Javier emergió
bajo las sabanas. Estaba satisfecho por el trabajo realizado y su sonrisa,
brillante por los jugos vertidos por su mujer, era la prueba de ello. Sus bocas
se unieron una vez más y el elixir emanado por Marta se mezclo con sus
salivas haciendo que disfrutasen de un delicioso combinado.
Javier se sentó junto a Marta su polla tiesa como un mástil elevaba la ropa
de cama pidiendo a gritos ser atendida. Marta aparto las sabanas y sin apartar
la mirada de los ojos de su marido, con una sonrisa picara en los labios, bajo
hasta estar a la altura de ese erguido miembro. Sin una sola palabra. Las
miradas lo decían todo. Tomo ese pedazo de carne en su mano y después de
recorrerlo un par de veces en toda su longitud lo metió en su boca para
regalarle una mamada que ninguna cría de poco más de veinte años sería
capaz de igualar.
Marta chupaba con pasión en glande de su marido, su lengua rodeaba una
y otra vez su verga. Sentía su firmeza y como ese delicioso y transparente
néctar brotaba por el dilatado extremo de su polla. Sus ojos no se apartaban ni
un solo instante de los de Javier haciendo que la situación fuese mucho más
excitante.
—Si, si, si… cariño eres única – repetía entrecortadamente.
“Por supuesto que lo soy. Así no te quedara ninguna duda de donde
encontraras en verdadero placer” pensó Marta mientras continuaba chupando
ese delicioso trozo de carne dura como si de ello dependiese la salvación del
universo.
—No te detengas… por favor… sigue… mi amor.
Y su mujer no se detuvo. Marta apretó los labios en torno a ese delicioso
glande y bajo por ese tronco hasta que sus labios toparon con el rasurado
pubis de su marido. La polla de Javier llenaba su garganta dejándola sin aire
para un instante después hacer el camino inverso y llenar con aire renovado
sus pulmones. Marta comenzó a repetir ese movimiento una y otra vez. Con
sus labios totalmente fundidos en torno a ese deseado miembro y con un
ritmo que iba en aumento. Javier la detuvo.
—Dios… para un momento amor o harás que me corra y quiero que
disfrutes aun más.
Marta no lo dudo un solo momento. Gateó con manos y piernas en los
costados de su marido. Fue subiendo despacio hasta que su coño impaciente
por recibir nuevamente atenciones rozo la polla de Javier. Entonces ella
misma, con un solo movimiento, se empalo en ella. Lleno su dilatada y
húmeda vagina con esa verga que tanto le gustaba. Ambos exhalaron al
unísono un gemido de placer. Javier la tomo por la cintura y la hizo subir y
bajar por su barra marcando el ritmo apropiado, mientras permanecía sentado
y apoyado en el cabecero. Lo único que podía escucharse en el dormitorio era
sus aceleradas respiraciones y los ligeros crujidos de la cama acompasados a
sus movimientos. La polla de Javier no paraba de entrar y salir del lubricado
coño de su mujer, penetrándola hasta lo más profundo de sus entrañas. Ella
sentía como su marido la llenaba con cada nueva embestida y como su glande
invadía su matriz.
—Cariño… dime si antes alguien te ha follado así. Vamos… dímelo.
—No… amor…, nadie… nadie me folla como tú… eres maravilloso. –
respondió Marta entre los jadeos que le provocaban sus embestidas.
Javier, hizo girar a su mujer sobre el eje de su miembro sin que este
abandonase su cuerpo un solo instante. Marta pegó su espalda al pecho de su
marido y este la agarro de nuevo por la cintura para continuar subiendo y
bajando a lo largo de su dura verga. Javier besaba y mordía con dulzura el
cuello de su mujer, sus hombros y su espalda. Mientras su mano atrapado un
pezón de sus duros pechos entre sus dedos. La presión de los dedos de Javier
sobre la sensible y dura prominencia de su esposa la hizo correrse. Marta
miro la mano de Javier en su pecho y un poco más abajo vio como su coño se
contraía con placer en torno a esa polla que seguía entrando y saliendo en ella
proporcionándole tanto placer. Los labios de su marido recorrían su cuello al
tiempo que ella se tensaba todos y cada uno de los músculos de su cuerpo con
ese nuevo orgasmo que le estaba regalando.
Marta no se había rehecho aún de tan maravilloso momento cuando Javier
la invito a cambiar nuevamente de posición. La hizo tumbarse en la cama,
elevo sus piernas y él se posiciono entre ellas penetrándola nuevamente. Así,
Marta, sentía que la polla de su marido era aun más grande y gruesa. Javier,
comenzó nuevamente a follarla, con fuerza, haciendo que las sensaciones del
orgasmo se prolongasen en el tiempo. Cada nueva embestida era más fuerte y
profunda que la anterior. La polla de Javier se dilato dentro de ella y un
nuevo orgasmo la invadió cuando su marido la comenzó a llenar con la cálida
semilla que brotaba con fuertes chorros en el interior de su satisfecho coño.
Cuando sus cuerpos se separaron aun temblaban de placer. Javier tumbado al
lado de su mujer la beso en los labios y la abrazo con fuerza susurrando a su
oído:
—Te amo.
Su mujer le respondió con una nuevo beso. Tierno y complacido. Luego
Marta bajo de la cama, desnuda como estaba, sintiendo como ese coctel de
flujo y semen corría por sus muslos y camino hasta la puerta el baño. Javier
siguió el cadencioso movimiento de sus caderas y el suave balanceo de sus
firmes pechos. La luz del baño hizo que la silueta de Marta se recortase en la
puerta para luego perderse como un ángel en un túnel de luz. Con esa
imagen, Javier, cayó en un profundo sueño.
Cuando Marta regreso a la cama su marido dormía plácidamente. Ella se
tumbo a su lado y acoplo su cuerpo al de él. Cubrió a ambos con las mantas y
se abrazó a Javier sintiendo la calidez de su cuerpo y el sereno y acompasado
latido de su corazón. Marta cerró los ojos y se unió a él en su tranquilo
descanso.
—CAPITULO 11—

LA CARNE ES DEBIL

Viernes tarde. La habitación estaba decorada con un par de poster de


coches deportivos. Una estantería llena de libros. Algunos trofeos y medallas
colocadas con cuidado ocupaban uno de los estantes. Un tablón lleno de
fotos. Todas tenían algo en común. En todas las imágenes aparecía un chico.
Era alto, de complexión atlética, cabello castaño y ojos curiosos de color
miel. En algunas de las fotos estaba solo, en otras con un grupo de chicos,
otras en las que celebraban alguna victoria, o alguna fiesta y en un par más
acompañado de una chica. Ambos sonreían y se miraban. Parecían
enamorados. Sobre la mesa había un par de libros abiertos, algunos folios y
un par de bolígrafos descansaban sobre ellos. El monitor del ordenador estaba
encendido bajo una camisa. En la silla frente a la mesa había una camiseta.
Un poco más allá un zapato quitado con urgencia estaba junto a la mesa. A
unos metros de él estaba su compañero. A los pies de la cama había un
vaquero y justo a su lado otro algo más pequeño y ajustado. Junto a la mesilla
de noche un par de zapatillas desordenadas. Y sobre ella un sujetador color
lavanda estaba enganchado en la lamparita.
El joven de las fotos estaba tumbado en la cama con su cuerpo desnudo.
No estaba solo. La chica de las fotos lo acompañaba. También estaba
desnuda sentada, con sus rodillas junto a sus costados sobre él. Ella cabalga
despacio siguiendo el ritmo que él marca con sus manos tomándola de la
cintura. Él tenía la vista clavada en los pechos de ella. Se movían de manera
sutil, con una suave carencia, casi hipnótica. Ella tenía los ojos cerrados y
echada hacia atrás apoyada en la cama intenta que el ritmo aumente.
—Vamos Dani… fóllame más fuerte. Quiero que me partas en dos con tu
polla. Venga cabrón… dame más duro.
Daniel, casi no podía reconocer a la chica que estaba sobre él. Su novia,
Olga, había cambiado mucho. Ya no era esa chica tímida en la cama a la que
tanto le costaba convencer para hacer cualquier cosa. Hace poco tiempo no
habría podido ni imaginar que esas palabras saliesen de su boca. A él le
gustaba esta nueva faceta de Olga, disfrutaba mucho. Era toda una puta en la
cama. El sueño de cualquier chico, pero empezaba a dudar que estuviese a la
altura de lo que ella esperaba o quería. Olga sigue cabalgando sobre su chico
con ímpetu. Se eleva sobre si misma hasta casi dejar fuera de ella la verga de
Daniel, para un segundo después empalarse nuevamente en ella.
—Venga Dani, jódeme más fuerte cabrón. Quiero tener tu polla bien a
dentro.
Él se incorporó y la abrazó haciendo que ambos girasen para cambiar la
posición. Ahora Olga estaba tumbada en la cama, con las piernas enlazadas
entorno a la cintura de Daniel para sentirlo bien dentro de ella. Él continuaba
bombeando en su interior, apoyando sus manos en la cama para no descargar
todo su peso sobre la delicada Olga. Daniel la miraba fijamente sin dejar de
moverse mientras ella también movía al compás sus caderas. Él la miraba
fijamente. Olga tenía cara de viciosa, mordiendo su labio inferior e
incorporándose de vez en cuando para abrazarlo y besarlo con lujuria.
Mordiendo sus labios, su lengua, sus orejas y su cuello. Daniel la penetraba
con fuerza estaba a punto de correrse e intentaba concentrarse para aguantar
un poco más. Cerró los ojos y respiró profundamente para alargar el
momento. Olga seguía apremiándolo.
—Más…, más…, vamos cabrón… dámelo todo.
Daniel se tensó y con unas fuertes envestidas más profundas alcanzó su
orgasmo, llenando a la insaciable Olga con su cálida simiente. Olga no soltó
sus piernas de la cintura de su chico, quería tenerlo dentro, él la miraba en la
misma postura recuperándose del esfuerzo. Ella lo mira tumbada bajo él,
quieta, sintiendo como la polla de Daniel menguaba en su interior. Su cara
había cambiado. Ya no era de lujuria y vicio, en ese momento mostraba
decepción. Olga abrió sus piernas liberando a Daniel del candado que lo
mantenía en su interior. Él se tumba junto a ella y la besa. Ella le devuelve el
beso pero sin mucho entusiasmo. Olga se sentó en la cama dándole la
espalda. Daniel la acariciaba en toda su longitud apartando su pelo, desde los
hombros al nacimiento de sus nalgas.
Olga estaba algo decepcionada. Insatisfecha. El sexo entre ellos había
cambiado. Ya no era como antes en que ella se sentía plena con todo lo que le
hacía Daniel. Esa tarde apenas había sentido un leve esbozo de orgasmo y en
el segundo intento la había dejado a medias. Daniel acariciaba su cintura, su
abdomen y subió hasta tomar uno de sus pechos. Ella se levantó de la cama
dejándolo con las ganas de continuar su exploración. Camina hasta el espejo
que hay en una de las puertas del armario. Olga se situó frente a él mirando
su cuerpo desnudo. Veía el reflejo de Daniel a su espalda que seguía en la
cama. Se había sentado y apoyaba su espalda en la pared. La miraba. La
habitación comenzaba a estar en penumbra. Olga acarició su pecho, su
vientre y bajo su mano hasta recorrer la hendidura de su sexo. Sabía que
Daniel le estaba mirando y no perdía detalle.
—¿Estás bien? – preguntó Daniel rompiendo el silencio.
—Sí. ¿Por qué lo dices?
—No sé. Parece que… tienes ganas de más. ¿No lo he hecho bien? ¿No te
he dejado satisfecha?
—No. Ha estado muy bien. Has estado genial. – mintió Olga.
—Entonces por qué te tocas.
—¿No te excita ver como recorro mi rajita con los dedos y los meto en mi
coño?
—Sí, está bien pero prefería hacértelo yo.
—Entonces a que esperas.
Daniel se levanto de la cama y camino hasta Olga. Se situó tras ella y la
abrazó. Acarició su vientre y su pecho, mientras besaba su cuello. La mano
que recorría su abdomen bajo hasta la vulva de la joven. Sus manos se
unieron y ambas manos jugaban en el vértice del placer de Olga. Ella sentía
la verga de su chico en la parte baja de su espalda. La polla seguía flácida a
pesar de los juegos y de estar atrapada entre ambos cuerpos. Olga deseaba
que el miembro de su novio volviese a recobrar su esplendor y volver a
disfrutarlo dentro de ella para tener un largo y placentero orgasmo que por el
momento esa tarde no había tenido.
Los dedos de Daniel llenaban su interior mientras continuaba abrazado a
ella. El tiempo pasaba y la polla de su novio seguía sin dar señales de vida.
Olga estaba muy cachonda y lo demostraba la humedad que corría por la cara
interna de sus muslos. Los labios de Daniel recorrían sin parar su cuello y sus
hombros. Ella miro al espejo para ver la escena completa. Pero lo que vio no
era lo que esperaba. No vio a Daniel abrazado a ella estimulando su clítoris.
Lo que vio, como en un flash, fue a Marcos. Se vio en el baño de la facultad
frente al espejo con Marcos a su espalda follándosela por el culo. Movió la
cabeza a ambos lados con fuerza cerrando los ojos para que la imagen
desapareciese. Cuando los abrió ahí seguía Daniel pegada a ella. Pero un
nuevo flash apareció en su mente. Ella estaba apoyada en el Mercedes de
Marcos, completamente desnuda, y este la follaba desde atrás con fuerza y
deseo, haciéndola gozar como la puta que era. Olga volvió a cerrar los ojos
con fuerza para que esa imagen se fuese de su mente. Pero cuando los volvió
a abrir no vio a Daniel junto a ella. A su espalda estaba su padre. La follaba
sujetando sus cintura con una de sus manos mientras la otra se apropiada de
una de sus sensibles tetas. Cerró los ojos. Los dedos de Daniel pellizcaron su
pezón, que con lo sensibles que los tenía hizo que un calambre recorriese su
cuerpo. Con los ojos muy abiertos miro la difuminada imagen del espejo. La
habitación sumida en una penumbra aliviada por la luz que entraba por la
ventana hacia que la pareja se convirtiese en una par de sombras unidas frente
al espejo.
Daniel continuaba penetrándola con sus dedos, besando sus hombros y su
cuello. Pero lo que Olga deseaba era una polla en su interior que la hiciese
correrse de gusto para poder exorcizar esos fantasmas que llegaban a su
mente desde el pasado. Pero la verga de su novio seguía flácida aprisionada
entre sus cuerpos y ella no podía esperar más. Olga tomo la mano de su novio
e hizo que sacase los dedos de su vagina. Se liberó de su abrazo y lo dejó
frente al espejo mientras ella se dirigía a la ventana. Miró por ella. La noche
dominaba la calle. La luz de las farolas era lo único que aliviaba la oscuridad
de la habitación.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Tengo que irme. Es muy tarde. – respondió Olga sin apartarse de
la ventana.
—Pero si íbamos a pasar la tarde juntos. Aún es pronto. – dijo Daniel
desde el armario mirando a Olga.
—Lo sé. Pero me acabo de acordar que he quedado con mi madre para ir
de compras.
—Llámala y dile que lo dejas para otro día.
—No, lo siento. Nos vamos de viaje dentro de unos días y no lo puedo
posponer más.
—¿Te vas de viaje?
—Sí. Creía que te lo había dicho.
—Pues no. No me habías dicho nada. ¿Dónde vas y cuándo?
—Vamos a Canarias, ocho o diez días, durante el puente de la
Constitución.
—Pensaba que iríamos a esquiar juntos como siempre.
—Ya. Pero los padres de Ana nos han invitado y no podíamos negarnos.
—Entiendo. – dijo finalmente Daniel algo decepcionado.
Olga fue a la cama y se sentó en ella. Enciendo la pequeña lamparita. Los
cuerpos de ambos dejaron el mundo de las sombras para tomar nuevamente
entidad. La joven busco su tanga, de color lavanda, a juego con el sujetador
que descansaba sobre la mesilla y que también recogió. Olga se puso en pie y
busco sus vaqueros. Daniel seguía de pie sin moverse junto al espejo. Veía a
su novia desnuda, moverse por la habitación de un lado a otro juntando todas
sus prendas. Lo último que Olga recogió fueron sus mini medias y la
camiseta que continuaba en la silla.
—Voy al baño. – dijo Olga saliendo de la habitación con todas las prendas
bajo el brazo.
Daniel se quedo solo en su dormitorio. Inmóvil. Incrédulo. De espaldas al
espejo. Se giró y miro su cuerpo desnudo. “Estoy bien. Fuerte. Definido. Me
depilo. Me cuido. Y la polla no está mal de tamaño. ¿Entonces qué le pasa a
Olga?” pensaba y se preguntaba frente al espejo. Tal como estaba fue hasta su
cama y se tumbo en ella mirando al techo. Entonces lo que no quería pensar
brotó en es mente. “Hay otra persona. Por eso esta tan diferente. Va a
dejarme. Por eso no me dijo lo del viaje. Mierda.” Esos pensamientos iban de
un lugar a otro de la mente de Daniel, intentando adivinar quién sería esa
persona que había hecho cambiar tanto a su dulce Olga.
Olga entro en el dormitorio. Estaba perfectamente vestida y peinada. Buscó
sus zapatos y se sentó en la cama junto a él para ponérselos. Él acarició su
espalda recorriendo muy despacio las leves montañitas que marcaban las
vertebras de su columna. Desde el cuello hasta encontrarse con el vaquero.
—Olga.
—¿Sí?
—¿Hay otra persona?
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—¿Qué si has conocido a otro chico y vas a dejarme?
—Como puedes pensar eso. Estás loco. ¿Cómo has llegado a esa
conclusión?
—Últimamente estas muy cambiada. Estábamos pasando una tarde
perfecta y de repente coges y te vas…
—Ya te he dicho por qué me marcho. Y ¿en que he cambiado?
—Sobre todo en la cama. Antes no actuabas así cuando nos acostábamos.
—¿No te gusta?
—Sí, pero…
—Pensaba que sería bueno hacer cosas nuevas para no caer en la
monotonía. Pero si quieres volvemos a lo de siempre la próxima vez.
Daniel no se imaginaba que detrás de todos esos cambios no había ningún
hombre. Solo una chica, Ana, que le había hecho ver que la vida hay que
disfrutarla y experimentarla en todas sus facetas. Además, también había un
hombre aunque lo que había entre ellos no era una relación sentimental, se
podría calificar mejor de relación contractual. Pero con el que a pesar de todo
también estaba descubriendo cosas nuevas. Olga se incorporó y fue hasta el
armario. Abrió una de las puertas saco su abrigo y su bolso. Se lo puso frente
al espejo y se hecho un último vistazo. Fue hasta la cama donde Daniel se
había incorporado y le dio un suave beso en los labios.
—Me voy.
—¿Te paso a buscar mañana?
—No. Es el cumpleaños de mi abuela y vamos a comer con ella, estaremos
todo el día.
—Entonces…
—Yo te llamo.
Olga salió del dormitorio dejando a su novio en el mar de dudas que lo
invadían. “Hace unos meses se lo habría dicho con antelación que comería
con su abuela” pensó cuando escucho la puerta del piso cerrarse.
Nada más salir buscó su teléfono en el bolso. Mientras bajaba en el
ascensor escribía un mensaje. “¿ESTAS OCUPADO? ¿PODEMOS
VERNOS?”. Busco el nombre entre los contactos y envió el mensaje. Antes
de salir a la calle un bip, anunciaba le entrada de un mensaje. “CREIA QUE
ESTABAS DE COMPRAS CON TU MADRE” fue la respuesta. Caminando
por la acera escribió una respuesta. “HEMOS TERMANADO PRONTO.
QUIERO HABLAR CONTIGO” fue su contestación. Metió el teléfono en
uno de los bolsillos del abrigo y continuó caminando hasta encontrar una
cafetería. Nada más entrar otro bip, indicaba una posible respuesta. “¿ES
URGENTE?” leyó en la pantalla. Olga tecleo rápidamente la réplica sentada
en una de las mesas del local. “SI. SI NO VIENES OLVIDATE DE MI
PARA SIEMPRE” y pulso la tecla de enviar.
—Buenas tardes señorita. ¿Qué va a tomar? – le preguntó un camarero
perfectamente vestido con pantalón negro, chaquetilla y camisa blanca y
pajarita negra. El camarero era un hombre maduro, de unos sesenta años y a
pesar de la edad y el uniforme tenía cierto atractivo.
—Un ron dorado con hielo. Por favor.
—Perdone. Podría enseñarme su carnet de identidad. Parece demasiado
joven para tomar algo tan fuerte.
Olga abrió su bolso y busco su tarjetero. Lo abrió y extrajo su carnet,
mostrándoselo al camarero. Este comprobó la fecha de nacimiento de la joven
y calculo la edad mentalmente.
—Siento mucho haberla incomodado. Enseguida le traigo su bebida.
—No se preocupe, solo ha hecho lo que debía.
El camarero se retiró y ella volvió a guardar el tarjetero en el bolso.
Nuevamente el bip sonó haciendo que el teléfono vibrase sobre la mesa. Olga
lo cogió rápidamente y leyó la pantalla. “YA SABES QUE PASARÁ SI
TENGO QUE OLVIDARME DE TI. ¿ESTAS SEGURA QUE QUIERES
ESO?”. Sin pensarlo un solo segundo tecleó rápidamente la respuesta. “ME
DA IGUAL LO QUE HAGAS Y LO QUE PASE. NO ME VOLVERAS A
VER”. Inmediatamente volvió a remitir el mensaje. El camarero estaba
dejando la copa en la mesa cuando tono habitual acompañado de la vibración
informaba que entraba la respuesta. Olga no lo cogió. Espero a que el
camarero se marchase y dio trago a su copa, luego sin prisa vio la respuesta.
“ESTA BIEN. ¿DONDE ESTAS?”. La joven escribió indicando donde se
encontraba y un instante después le decían que en una hora se encontrarían
con ella.
Olga esperó tranquilamente mientras daba leves sorbos a su copa. Estaba
sentada junto a un enorme ventanal y miraba al exterior observando el ir y
venir de la gente. Mientras pensaba en lo que estaba haciendo. Había dejado
plantado a su novio un rato antes, porque el muchacho no había tenido una
buena tarde y sin pensarlo dos veces lo había buscado a él. Eso lo cambiaria
todo. Hasta ese momento era él quien controlaba la situación. La situación
cambiaba al no importarle las consecuencias de lo que iba a pasar a partir de
esa tarde. Él tal vez tendría que usar su poder de forma opuesta a como lo
había estado usando hasta ese momento.
Estaba demasiado excitada y nerviosa por lo que iba hacer, y necesitaba
relajarse. Olga había comenzado a beber su segunda copa cuando un
Mercedes, negro deportivo, se detuvo en doble fila frente al local. El
conductor, un hombre que rondaba los cincuenta, con una tripa difícil de
disimular y algo desaliñado, se dirigió a la cafetería. Un pequeño utilitario de
color blanco paró justo detrás del deportivo. En su interior un joven tomó la
cámara que había en el asiento del copiloto y siguió con ella los movimientos
del conductor del deportivo.
El hombre entró en la cafetería y tras caminar unos pasos se detuvo para
mirar a su alrededor. Buscaba a alguien. Finalmente la encontró. Estaba
sentada junto al ventanal mirando al exterior, pero sin ver a nadie. “No ha
podido elegir una mesa menos discreta” pensó mientras iba a su encuentro.
—Bueno, aquí estoy. Tú dirás a que tantas prisas. – fue el saludo del
hombre a la joven y con él la sacó de sus pensamientos.
—Hola Marcos. Siéntate.— respondió Olga. Y este se sentó frente a ella.
—¿Y bien? – insistió Marcos.
—¿Quieres tomar algo?
—No. No tengo sed. ¿No es demasiado pronto para una copa?
—Tal vez, pero la necesitaba.
El joven de la cámara no pedía detalle de lo que ocurría dentro del local.
Afortunadamente estaban junto al ventanal y no tendría que entrar. Continuó
grabando la conversación de la pareja, aunque sin sonido.
—Insisto. ¿Qué quieres? Pensaba que pasarías la tarde con tu madre y por
eso…
—¿Sabes? No te entiendo. Me chantajeas para que haga contigo todo lo
que se te pasa por esa sucia mente y hoy que soy yo la que quiere verte te
cabreas.
—No me cabreo, solo había hecho otros planes.
—Ya. Vas a cenar con tu mujer y luego supongo que te la follaras, puesto
que hoy no has tenido oportunidad de darme mi ración.
—Venga Olga. No me digas que estas celosa.
—No estoy celosa. Por qué iba a estarlo, es lo que deberías hacer, follarte a
tu mujer y dejarme tranquila de una vez.
—Entonces a que han venido los mensajes y las amenazas.
—No lo sé. Supongo que estoy confundida.
—Sí, seguro. Lo que pasa es que echabas de menos tu ración de polla. Ves
como eres una puta.
—Vete a la mierda. Sera mejor que me marche. – Olga hizo ademán de
levantarse pero Marcos la detuvo.
—No. Ahora no te puedes marchar. He venido y te voy a dar lo que estas
deseando.
Desde su coche y a través de la pequeña pantalla dela video cámara, el
joven, veía como si de una película se tratase lo que parecía una discusión de
enamorados.
—No he debido molestarte. Ha sido todo un error.
—Pues yo creo que no. Que sabes muy bien lo que haces. Estás cachonda
perdida después de pasar la tarde probándote ropa y sabiendo que los tíos
intentaban verte desnuda en el probador. Entonces has pensado en ir a tirarte
a tu novio, pero como es un crio que no te satisface has llamado al único
hombre que conoces que sabe darte lo que te gusta. ¿He acertado?
—No has dado ni una.
—Bueno… si tú lo dices. – y Marcos sonrió maliciosamente con la
seguridad del que se sabe en lo cierto.
—¿Sabes? Estaría bien que me invitases a cenar.
—Aún es pronto. Y yo tengo que estar en casa para la cena.
—Ya. Bueno pues llévame a comer algo.
—Está bien. ¿Dónde quieres ir?
—Me apetece comida mexicana.
—Conozco el sitio perfecto entonces. Vamos.
El joven gravó como Marcos llamaba al camarero y pagaba las
consumiciones de Olga. Como la pareja se levantaba y salía de la cafetería.
Como en la acera Marcos la tomó del brazo y la besó. Como sus lenguas
jugaban. Como succionaba su labio inferior. Como después de separarse le
daba una palmada en el culo. Como ambos caminaron juntos hasta el
deportivo negro que estaba delante de él. Y como los dos subían al coche. El
joven dejo la cámara sobre el asiento del copiloto y puso el motor en marcha.
Cuando el vehículo se incorporó al tráfico el joven lo hizo también,
siguiéndolo a una distancia prudencial para no perderlo.
Olga sentada junto a Marcos comenzó a manipular el equipo de música del
coche. La radio comenzó a sonar con una suave balada que hizo que la joven
se relajase en el cómodo asiento, mientras contemplaba el ajetreo de la
ciudad.
Un coche blanco se detuvo tras ellos mientras Marcos maniobraba para
aparcar. Cuando el deportivo estuvo colocado el vehículo que esperaba con
paciencia continuó su camino a marcha lenta. El joven conductor no apartaba
la vista de los espejos retrovisores. A través de ellos pudo ver como la pareja
bajaba del coche y caminaban en su misma dirección. Unas decenas de
metros más adelante ese coche también aparcó. El joven se mantuvo dentro
de su coche manipulando una pequeña carpeta, con la documentación de
automóvil, disimulando mientras observaba como ambos llegaban a su altura
y continuaban su paseo. Guardo apresuradamente los documentos y cogiendo
la cámara que seguía a su lado bajó del coche y caminó tras ellos, mientras la
cámara grababa el paseo de la pareja. Olga caminaba junto al hombre. El
intentaba tomarla por la cintura pero ella se apartaba de él, haciendo que este
desistiese en sus intentos. El se detuvo frente a la puerta de un local y
sujetándola a ella del brazo ambos entraron. El joven cruzó la calle y se situó
frente al establecimiento, un restaurante de comida mexicana. Después de
observar el lugar se dio cuenta que no podía ver nada del interior.
—Buenas noches. ¿Mesa para dos? – los recibió un hombre que por sus
rasgos y acento parecía oriundo de México.
—Si, por favor. – respondió Marcos.
El camarero hizo que lo siguiesen hasta una mesa al fondo del local.
Cuando la pareja tomó asiento el camarero les entrego una carta a cada uno y
los dejo solos. Olga abrió la carta y comenzó a repasarla. Marcos se limito a
mirar al joven dejando la suya sobre la mesa.
—Parece que todo tiene buena pinta. –dijo Olga sin levantar la vista.
—Aquí todo es buenísimo. Cualquier elección será acertada.
—En ese caso ya sé que voy a tomar.
Marcos levantó la mano y miró hacia donde se encontraba el camarero
haciéndole una seña para que tomase nota de su comanda. En ese momento
un joven, vestido con vaqueros, camiseta y cazadora del cuero entro en el
establecimiento. El camarero que se disponía a atender a la pareja se detuvo
para atender al nuevo cliente. Ambos caminaron hacia donde Olga y su
acompañante esperaban y el atractivo joven se acomodo un par de mesas
antes en diagonal a la pareja. Después de entregarle una carta al solitario
comensal fue a tomar nota a la singular pareja. El joven sacó del bolsillo
interior de su cazadora la pequeña videocámara aprovechando que el
camarero tapaba la visión de su mesa a la pareja. La colocó sobre la silla que
estaba junto a él. La enfocó mirando con disimulo la pequeña pantalla y
posteriormente se quito la cazadora y la coloco cubriendo el aparato con
cuidado de no tapar el objetivo.
—¿Qué van a tomar?
—Yo tomare unos nachos con carne. – dijo el hombre.
—¿Y la señorita? – preguntó a Olga sonriéndole con cierta picardía.
—Para mí una fajita de pollo. Gracias.
—Buena elección. –dijo Marcos.
—Así es, muy buena elección. Es nuestra especialidad. ¿Y que desean
beber?
—Un par de Coronitas y unos tequilas. – dijo Olga mirando a Marcos.
—Yo solo la cerveza, tengo que conducir.
El camarero anotó el pedido y se retiró de la mesa, para luego detenerse en
la del joven solitario y tomarle nota también. Mientras Olga se quitó el abrigo
y lo dejo en la espalda de su silla sin que su acompañante dejara de mirarla.
—¿Sabes? Hoy estas especialmente guapa. Tienes un brillo especial en la
cara.
—No hace falta que me hagas cumplidos. Ambos sabemos por qué
estamos aquí.
Cuando Marcos se disponía a responder el camarero hizo acto de presencia
dejando frente a ellos un par de cervezas bien frías y añadió un chupito de
tequila frente a la joven. Olga miro al camero y le dedicó una sonrisa como
agradecimiento. Ella tomo el chupito y lo elevo a modo de brindis. Marcos
tomo su cerveza y la elevo a su vez. Por un momento parecía que iba a decir
algo pero no lo hizo.
—Por nosotros. –dijo entonces Marcos y chocó el cuello de su botella con
el pequeño vaso que Olga mantenía en el aire.
—Por el chantaje que hace extraños y poco deseados compañeros de cama
y de mesa. – añadió Olga.
Luego bebió de un solo trago el contenido del vasito dejándolo sobre la
mesa con un sonoro golpe. Marcos no hizo ningún comentario y dio un trago
a su cerveza. Haciéndose el silencio entre ambos. En ese momento a la mente
de Olga llegaron los recuerdo de lo sucedido semanas antes en otro
restaurante.
—¿En qué estás pensando? – pregunto Marcos.
—En nada.
—Venga no mientas. Dime te esta rondando por esa cabecita tuya.
—Ya te he dicho que nada, ¿Por qué insistes?
—Por que empiezo a conocerte. Vamos dímelo. Olga…
—Vale… pensaba en la última vez que comimos juntos.
En ese momento llego el camarero. Marcos aprovecho la interrupción para
hacer memoria de lo sucedido la última vez que comieron juntos. Se dio
cuenta que esa ocasión también había sido la primera y que tampoco
estuvieron lo que se puede decir solos.
—Señorita, aquí tiene su fajita. Señor, sus nachos. – dijo el camarero
mientras depositaba los platos delante de cada uno de los comensales.
—Gracias.— respondieron los dos a la vez y el camarero se retiró.
Olga dio un largo trago a su cerveza. Se encontraba algo mareada. Había
bebido demasiado con el estomago vacio y empezaba a pasarle factura. Miró
el plato que tenía delante.
—Ya recuerdo la comida. – dijo Marcos con una sonrisa maliciosa en los
labios.
La joven no respondió. Olga se limitó a tomar la fajita y a coger con los
dientes uno de los trozos de carne que asomaban por el extremo. Marcos que
se estaba deleitando con su plato, mojando los triángulos de maíz en la salsa,
no pudo evitar fijarse en Olga. La manera en que se estaba comiendo su fajita
hizo que el nacho que tenía en la mano cayese al plato. La joven sin saber por
qué se estaba comiendo la fajita de una manera sensual y morbosa. Marcos
dejo de comer y centro su atención en ella. Esa condenada chica sorbía la
salsa que derramaba la fajita y comía los trozos de pollo de una manera con
sensual y erótica que se estaba poniendo cachondo. Olga también se estaba
excitando al ver la mirada de deseo de Marcos y su humedad interior
comenzaba a mojar sus braguitas. La joven tomó la cerveza y paseó su lengua
rodeando el cuello de la botella para luego introducirlo entre sus labios y dar
un largo trago.
—No comes. – le dijo a Marcos.
Marcos no dijo nada. En realidad, ya no tenía hambre, lo que quería era
que Olga se comiese también la fajita que había crecido dentro de su
pantalón. En ese momento noto como algo empezaba a subir por su pierna
hasta llegar a ese trozo de carne que deseaba ser devorado. Él miro hacia
abajo y lo que encontró en su entrepierna fue pie de Olga acariciándolo en
toda su longitud. Luego volvió a mirar a la joven. Olga seguía comiendo y lo
hacía con total naturalidad, como si comer esa maldita fajita de una manera
tan excitante fuese lo más normal del mundo. Cuando Olga la terminó miró
fijamente a los ojos de Marcos y comenzó a chuparse los dedos. Uno a uno.
Despacio. Deleitándose con los restos de salsa que quedaban en ellos.
—Eres una guarra. – dijo Marcos.
—¿Por chuparme los dedos? – respondió Olga chupando por última vez su
dedo índice.
—No. No lo digo por eso.
—¿Entonces?
—Por comerte de esa manera la fajita. Ya has notado como me has puesto
¿no?
—¿No me digas que no vas a poder levantarte en un rato? – dijo Olga
riendo.
—Eres una puta. –dijo Marcos algo cabreado. —¿Quieres comer algo más?
¿Otra fajita?
—No gracias. Mejor nos vamos. –respondió sonriendo.
—Creo que no. Nos vamos a quedar un rato más y te vas a comer otra
fajita.
—Ya te he dicho que no quiero más.— y se bebió de un solo trago lo que
le restaba a su cerveza.
—Esta que te vas a comer ahora te va a gustar más. Está llena de leche y
será el postré ideal a esta cena.
La cara de Olga cambió en ese momento. Y su expresión risueña se torno
seria y preocupada por lo que parecía que estaba insinuando su acompañante.
—¿Cómo?
—Ya me has oído. Vas a comerme la polla y te tomaras toda la leche de
postre. – le dijo Marcos en voz baja aproximándose a ella.
—Ni lo sueñes.
—Lo vas a hacer ahora mismo. Ya que te has comportado como una
verdadera puta y me has calentado ahora vas a llegar hasta el final.
—Pero pueden verme. –dijo Olga mirando alrededor.
Marcos giró la cabeza y miro por encima de su hombro para ver quien
había en el restaurante. Después se volvió y le dijo:
—No te verá nadie. Los camareros están entretenidos en la barra y ese
chico de ahí está demasiado entretenido con su comida. ¿O quieres que le
diga que se una a nosotros? Ya tienes experiencia en ello.
—Vete a la mierda. Me voy. – y Olga comenzó a levantarse.
—Un momento. – dijo Marcos sacando el teléfono del bolsillo de su
chaqueta. – Ya sabes lo que tengo aquí. ¿Quieres que lo envíe ahora mismo?
Olga volvió a sentarse.
—Vamos no te enfades, si en el fondo estas deseando hacerlo y me obligas
a amenazarte cuando tú misma lo has provocado. Me estas resultando toda
una caja de sorpresas. Creo que en el fondo lo que te gusta de esto no es que
te trate como la puta que eres, sino que te domine y tu ser sumisa. ¿Es eso lo
que realmente te pone cachonda? Venga tomate tu postre.
Olga no dijo nada. Cogió su bolso que estaba a un lado de la mesa y lo
abrió como si buscase algo en su interior para luego dejarlo caer al suelo.
—Vaya. Que manazas.— dijo Olga.
Luego miró a Marcos. Pero no lo hizo con odio, enfado o indiferencia por
lo que iba a hacer. En esa mirada por un instante Marcos vio deseo. Olga se
agacho para recoger su bolso y se perdió bajo la mesa. Separo las piernas de
Marcos y se colocó entre ellas. Este no pudo evitar un respingo cuando sintió
las manos de la joven acariciando su polla por encima del pantalón y como
intentaba desabrocharlo.
—Tú lo has querido. Voy darte placer. Te voy a comer la polla como
nunca antes te lo han hecho cabrón. – dijo Olga sacando la cabeza entre las
piernas de Marcos y luego volvió a ocultarse.
Marcos no pudo evitar un tenue jadeo cuando la joven comenzó a
mordisquear con delicadeza ese trozo de carne que ya tenía entre las manos.
La tensión que tenia acumulada en la zona empezó a relajarse cuando Olga
comenzó a chupar dentro de su boca cada uno de sus huevos. El placer que
sintió fue tal que estuvo a punto de correrse en ese mismo instante, pero logro
contenerse. La verga de Marcos no podía estar más dura. La lengua y los
dientes de Olga recorren ese tronco hasta llegar a su extremo. Ahí, un glande
enorme la espera con impaciencia. La joven comenzó a lamerlo con
voracidad como si se tratase de un frio helado en una calurosa tarde de
verano. Olga engullía esa polla sin ningún complejo. Arriba y abajo, sin
parar, una y otra vez. Marcos no podía resistirlo quería verla y levantó el
mantel. Ello lo miro con descaro desde abajo mientras seguía tragándose su
polla sin parar. “Esta chica es una puta y una zorra que lo único que desea es
una buena polla” pensó Marcos mientras contenía los jadeos que le estaba
provocando.
—Vamos, sigue así puta. Trágatela entera hasta los huevos.
Olga succionaba su polla al tiempo que sus manos se habían apoderado de
sus hinchados huevos. Si la joven continuaba a ese ritmo Marcos no
aguantaría mucho más sin correrse. Entonces ella comenzó a aligerar el ritmo
con que lo estaba mamando. Subiendo y bajando su cabeza de tal forma que
Marcos temía que se la golpease con la mesa y las pocas personas que había
descubriesen su juego. Pero ella continuaba y él ya no aguantaba más.
—Vas a tener el postre que más te gusta puta. Te vas a tragar hasta la
última gota de leche que salga de mi polla.
Marcos sacó su verga de la boca de Olga y sujetándola con su mano
derecha recorrió con su capullo las mejillas y los labios de la chica. Ella saco
la lengua y la chupó otra vez. Olga estaba excitada también, su mano estaba
hacía rato dentro de su pantalón y sus dedos daban placer a su inflamado
clítoris. Entonces ella hizo el último ataque a ese duro trozo de carne con el
que estaba disfrutando. La mamo con intensidad, tragándosela totalmente
hasta que ese dilatado glande choco con su campañilla y se empotro en su
garganta.
—Zorra vas a tragarte todo lo que salga de mi polla sin dejar caer una sola
gota al suelo.
Cuando Marcos le dijo esto se dio cuenta que Olga se estaba masturbando
y entonces no pudo más. El cuerpo de Marcos se tenso y un escalofrío
recorrió su cuerpo. Apretó los dientes con fuerza mordiendo su labio inferior
para no gritar de gusto cuando sintió como empezaba a brotar su leche
caliente directamente en la garganta de Olga. Ella tragaba sin parar y sin
apenas separar los labios del tronco de su polla. La corrida fue larga y
abundante como pocas veces. Esa puta, efectivamente, le había hecho la
mejor mamada de su vida. Olga salió de debajo de la mesa y volvió a sentarse
en su silla. Con una sonrisa en los labios Olga cogió la servilleta y se limpio
las comisuras de los labios para eliminar cualquier resto de leche. Mientras,
Marcos, guardo su ya flácida polla dentro de su bóxer para luego abrochar el
pantalón. Luego levanto la mano e hizo una seña al camarero. Este llego
inmediatamente.
—¿Desean tomar algo más? – les pregunto.
—Traiga la cuenta. Gracias. – fue la respuesta de Marcos.
El camarero volvió a retirarse y Olga se puso su abrigo y metió todas las
cosas en su bolso. Un minuto después el camarero dejaba una bandejita con
la cuenta al lado de Marcos y se retiraba sin decir nada. Marcos miro la nota
y saco un billete de cincuenta euros de la cartera, dejándolo en la bandejita
junto a la cuenta.
—Vámonos. – dijo levantándose.
—No esperas la vuelta. – le repuso Olga levantándose también.
—Creo que el local merece la propina lo he pasado bien.
—Pues yo también quiero mi propina.
—No te preocupes la vas a tener ahora mismo. – dijo Marcos mientras
ambos salían del restaurante.
El joven se apresuro a ponerse la cazadora y a guardar la cámara cuando la
pareja pasó a su lado. Se levanto rápidamente y fue a la barra donde se
encontraba el camarero.
—¿Qué le debo?
Después de mirar una libretita y teclear en la caja registradora el camarero
le dijo:
—Son dieciséis euros con cincuenta.
El apresurado joven saco un billete de veinte de su bolsillo y lo dejo sobre
la barra. Cuando el camarero de disponía a darle el cambio este ya salía por la
puerta. Camino rápidamente esta su coche y se montó volviendo a dejar la
videocámara sobre el asiento. Cuando introducía la llave en el contacto el
deportivo negro pasaba a su lado con la pareja. Se disponía a salir a toda
velocidad tras ellos cuando un coche que circulaba por la calle se lo impidió.
Cuando logró adelantar al coche el Mercedes deportivo ya se había perdido.
Entonces tuvo una idea. Tal vez fueran al aparcamiento donde habían ido en
otras ocasiones. El joven condujo a toda velocidad hacia ese lugar con la
esperanza de encontrarlos. Unos minutos después casi se empotra con el culo
del deportivo. Pisó el freno y dejó que se alejase unos metros de él para
seguirlo con seguridad. Efectivamente se dirigían al mismo aparcamiento. El
coche negro fue engullido por la boca del edificio dirigiéndose este a sus
entrañas. El joven continuó circulando hasta encontrar un aparcamiento y
después cámara en mano bajar corriendo al garaje, justo a tiempo para
colocar la cámara en el lugar adecuado.
Esa misma noche. El joven abrió la puerta de su pequeño apartamento.
Encendió una lámpara colocada sobre una bobina de madera junto al
destartalado sofá. Dejó la videocámara junto al televisor y se quitó la
cazadora para tirarla sobre una silla. Caminó tras la barra, que separaba el
salón de la cocina, y cogió un bote de cerveza del frigorífico. Volvió al salón.
Tomó unos cables y conecto la cámara a la televisión. El joven se sentó en el
sofá y repasó lo grabado durante la tarde.
Vio lo sucedido en el restaurante. El joven no lo podía creer si no lo
estuviese viendo. Ese tipo había hecho que la chica le comiese la polla en el
restaurante. La escena era grotesca pero increíblemente excitante. Un bulto
comenzó a crecer en el pantalón del joven. Cuando iba a comenzar a ver lo
sucedido en el garaje congeló la imagen en el televisor. Se levantó del viejo
sofá y cogió su teléfono de uno de los bolsillos de su cazadora. Abrió la
agenda del aparato y recorrió con el dedo los contactos cuando encontró el
que buscaba pulso el botón verde.
—Soy yo, Fabián, estoy en casa. ¿Quieres venir?
Alguien le respondió al otro lado y acto seguido colgó el teléfono. No
había hecho más que dejar el móvil sobre la mesa cuando sonó el timbre.
Fabián abrió la puerta. Una joven de unos veinticinco años estaba en el
umbral. Estaba descalza, llevaba puestas unas braguitas azules, pequeñas,
tipo bikini, con la cintura muy baja y una camiseta recortada por encima del
ombligo de color gris. En el vientre, bajo la camiseta, tenía un tatuaje, una
especie de rama espinosa que le brotaba del pubis. Fabián la invitó a pasar.
—Hola. No esperaba que me llamases, ¿pasa algo? – dijo la joven entrando
en el pequeño apartamento.
—Nada, solo que me apetecía verte y estar contigo. ¿No tendrías planes?,
no quisiera molestarte.
—Tú nunca me molestas, además pensaba pasar la noche en casa viendo
una película.
—¿Cuál?
—No lo sé. Estaba haciendo zapping buscando algo interesante.
Fabián se sentó en el destartalado sofá, mientras la joven se acerca a la
televisión y la cámara.
—¿Qué es esto? ¿Qué ves? — preguntó curiosa la joven mientras seguía
paseándose frente a Fabián.
—Algo que me ha pasado un amigo. Creo que es porno casero. ¿Quieres
verlo?
—Vale. Será interesante.
Fabián cogió el mando a distancia y pulsó PLAY. La película comenzó a
reproducirse. Fabián dejó el mando sobre una mesita. La joven se sentó junto
a él a ver la película.
—¿Los conoces? – preguntó la joven.
—No. Solo sé que ese tipo se llama Marcos y ella Olga. Es lo que me ha
dicho mi colega, pero supongo que evidentemente no serán sus nombres
reales. Y tengo la sospecha que en el fondo son actores. – luego continuaron
viendo la cinta en silencio.
Marcos ayuda bajar del coche a Olga. La joven parece un poco intranquila,
como si supiese que lo que va a suceder no está bien.
—¿Estás bien? Pareces nerviosa. – le pregunta Marcos.
—Si estoy un poco nerviosa. – dice ella.
—No te preocupes, relájate. No vamos a hacer nada que no hayamos hecho
antes. Vamos a sentarnos y te tranquilizas.
—Vale pero siéntate a mi lado, por favor.
Marcos y Olga se sientan en el pulido suelo del garaje. Olga coge una
mano de Marcos y la aprieta con fuerza. Marcos responde con un suave
apretón para que Olga sepa que puede contar con él. Olga lo mira. Observa
sus ojos oscuros. De ellos emana tranquilidad. Marcos la mira y le responde
con una sonrisa. A Olga eso la tranquiliza más que un millón de palabras. Le
gusta como está reaccionando en esta situación. Tan distinto a otras
ocasiones. La tranquilidad y aplomo con que se comporta, sin darle
importancia. Se miran a los ojos. Se sostienen la mirada y Olga se aproxima a
él. Están muy cerca sienten sus mutuas respiraciones sobre la piel.
Finalmente Olga pone sus labios sobre los de él. Sus labios son cálidos y
fuertes. Se retira rápidamente esperando la reacción de Marcos. Él se acerca y
la besa. Olga instintivamente abre sus labios y sus lenguas chocan. Marcos
pasa su mano por la espalda de Olga, busca su cintura. Introduce la mano
bajo la camiseta y desabrocha su sujetador. Acaricia su espalda y pasa la
mano a su abdomen, luego va subiendo hasta acariciar su pecho. Los pezones
de Olga reaccionan inmediatamente al contacto de su mano. No paran de
besarse. Olga quita la chaqueta a Luis y desabrocha su camisa. Acaricia su
pecho. Enreda sus dedos en sus rizos color plata. Marcos le quita la camiseta
y juega con su lengua en sus pechos desnudos. Dibuja círculos entorno a sus
pezones, los muerde suavemente, haciendo que un escalofrío recorra todo su
cuerpo.
—Vamos a levantarnos. – Dice Marcos.
Los dos se levantan. Marcos desabrocha el pantalón de Olga y lo desliza a
lo largo de sus piernas. Olga lleva una braguita de cintura muy baja de
aspecto muy sencillo pero increíblemente sexy. Se queda ahí, agachado, con
su cara frente a sus braguitas. Olga le acaricia el pelo con suavidad. Marcos
introduce sus dedos en el elástico de la braguita y esta sigue el mismo camino
que el pantalón. El sexo de Olga esta brillante, rezuma fluidos. Marcos no
puede evitar recogerlos con la punta de su lengua. Marcos recorre la rajita de
Olga de arriba abajo y de abajo arriba, introduciéndola bien entre sus labios.
Y finalmente juega con el botón rosa de su clítoris haciendo que Olga se
corra con un gemido hondo y ahogado. Marcos se pone nuevamente de pie y
la besa. Comparte con Olga sus propios fluidos.
Mientras siguen besándose. Olga desabra el cinturón de Marcos, luego su
pantalón que lo deja caer a sus tobillos. Bajo el slip negro hay un bulto
palpitante desenado ser liberado. Olga palpa el bulto por encima de la tela.
Después se agacha e introduce sus dejos en el elástico a ambos lados de la
cintura de Marcos. Los baja, liberando la polla de Marcos que salta con
impaciencia. Olga rodea la polla con una de sus manos y la acaricia
suavemente. Deja al descubierto el rosado glande de Marcos, del que brota un
líquido transparente que Olga no puede resistirse a recoger con la punta de su
lengua. Luego introduce su glande en la boca y lo muerde con suavidad
mientras su lengua juega con él. Mira a Marcos, está apoyado en el capo del
coche con los ojos cerrados y una cara de placer que no puede disimular.
Engulle la polla hasta el fondo y comienza masturbarlo con su boca. Cuando
lo mira sabe que Marcos está disfrutando.
—Para. Quiero follarte. Esta tarde ya me has hecho una buena mamada.
Dice Marcos.
Olga se detiene. Marcos ayuda a Olga a ponerse de pie y la gira. La pone
mirando hacia el coche y hace que se incline un poco. Olga apoyo ambas
manos en el capo.
Fabián acariciaba la pierna que la joven había puesto sobre él, mientras
miraban atentamente la pantalla. La joven bajó las piernas y le pregunto:
—¿Quieres beber algo? Yo tengo sed.
—Otra cerveza.
—Voy a por ellas.
La joven se levantó y fue hasta la cocina. Fabián continuaba viendo la
película.
Marcos coge su miembro y lo pasea por toda la rajita húmeda de Olga.
Finalmente lo detiene en la entrada de su vagina. La presiona suavemente, sin
llegar a entrar, Olga mueve sus caderas con impaciencia. Marcos ignora la
señal y permanece así unos segundos más, luego la penetra solo con el glande
y vuelve a esperar unos segundos. A Olga la espera se le hace eterna, desea
que Marcos la folle.
—Fóllame ya, cabrón. ¿A qué esperas?
Fabián no podía imaginar que una chica como Olga dijese una expresión
como esa, pero eso lo excito mucho más de lo que ya estaba.
La chica regresó al salón con dos latas de cerveza. Volvió al sofá junto a
Fabián. Le dio una de las latas. Fabián bebe un trago. La joven, al sentarse
derramó algo de cerveza sobre su pierna.
—¡Mierda!
Fabián se acercó a la rodilla de la chica y pasó la lengua por donde había
caído la cerveza. Luego, mientras la joven acariciaba el pelo de Fabián, este
le quitó las braguitas. Fabián le besó los muslos hasta que llegó a la
entrepierna. Fabián separó con su lengua los labios del sexo de la joven, le
lamió el clítoris. La chica se estremeció de placer. La joven tenía las piernas
completamente abiertas y en tensión, y sus pies apoyados sobre los hombros
de Fabián. Tenía todo el coñito de la chica a su disposición. La mano
izquierda de Fabián, pasaba por encima del vientre de la joven, mantenía bien
abiertos los labios vaginales, entre los que se movía su lengua sin parar,
mientras le metía dos dedos de la mano derecha en el coño y en el culo. El
vientre de chica comenzó a contraerse y se corrió.
—Sigue…, sigue…, sigue…, sí…, sí…, sí…
Gritaba la joven entre jadeos, agarrando la cabeza de Fabián y aplastando
su cara contra su coño húmedo. Cuando Fabián se incorporó se limpió la cara
con las bragas de la chica que estaban en el suelo a su lado. La joven estaba
en el sofá, jadeando aun y su vientre todavía se contrajo un par de veces más.
La tía había disfrutado de lo lindo, pensó Fabián. Y volvió a centrarse en la
película.
Marcos empuja con fuerza e introduce su polla completamente en ella.
—Si…, si…, si…. Otra vez. Más fuerte. — Grita Olga.
Marcos sale de Olga y vuelve a entrar y esta vez con más fuerza. Y así
vuelve a repetir una y otra vez. Y a cada nueva embestida, cada vez más
rápido y con más fuerza entierra su polla en el coño de Olga hasta la misma
base. La tiene sujeta por la caderas y ve su cara de placer reflejada en el
parabrisas cuando cruzan sus miradas en el. Más fuerte, más rápido, más
profundo. Más fuerte, más rápido, más profundo. En cada embestida de
Marcos, los gritos de Olga van subiendo de intensidad.
—¡Ah…! ¡Ah…! ¡Ah…! Si…, sigue…, sigue… ¡Ah…!
Unos minutos más tarde, la joven apuró de un trago su cerveza, y le quitó
la camiseta. Besó su pecho, lo acaricia y baja a su abdomen. La chica le
desabrochó el pantalón a Fabián y le dijo:
—Ahora te toca a ti.
Fabián intentaba ver la película, pero la joven, se lo impedía, estaba
cachonda y le dijo que cerrase los ojos. La chica le comía la polla, hasta que
consiguió que esta llegase a su máximo esplendor. La joven le quitó los
zapatos y tiró sus pantalones.
—Ven vamos a follar. – le dijo ella.
Poco después, la joven y Fabián, estaba desnudos en el sofá. La chica en
cuclillas sobre Fabián, le acariciaba los huevos con la mano sin dejar de
moverse sobre su polla. Cuando cambiaron de postura, Fabián, se puso
encima de la joven y esta le clavó sus uñas en los brazos, sin dejar de gritar.
—¡Más fuerte! ¡Más fuerte!
Fabián levantó las piernas de la chica hasta apoyarlas sobre sus hombros y
la penetraba lo más profundamente que podía. La joven cogió la cara de
Fabián y, con los ojos cerrados, se mordió los labios. Y gritó:
—¡Así…! ¡Así…! ¡Ah…! ¡Ah…! ¡Me voy a correr…! ¡Me voy a
correr…! ¡Me corro…! ¡Me corro…! ¡Me estoy corriendo! ¡Sí…! ¡Sí…!
¡Sí…!
Fabián, sudaba, mantenía el ritmo hasta que la chica dejó de gemir.
—¡Para…, para!
Le dijo la joven mirándolo sonriendo. Fabián le indicó que se diese la
vuelta.
—No, que tengo que descansar Fabián, que ahora me hace daño. No, por
ahí no, de ninguna manera, que no me apetece.
Pero Fabián, colocó a la joven en su posición preferida, la tenía a cuatro
patas sobre el sofá y le estaba follando su preciso culo. Mientras la chica no
deja de gritar.
—No. ¡Ay! ¡Ay!. Que cabrón eres, que cabrón, al menos ten cuidado, ten
cuidado. ¡Joder!. ¡Ay!. No tan rápido. ¡Ah!. Que me haces daño. ¡Ay! ¡Ay!.
—Calla, no grites, que lo estas disfrutando.
—Me estás haciendo daño. ¡Joder!. Ten cuidado. ¡Ah…! ¡Ah…! ¡Ah…!.
No tan rápido, que me haces daño.
—Si te encanta, estas gimiendo como nunca lo has hecho.
—¡Ah…! ¡Ah…! ¡Ah…!. No tan rápido.
Cuando Fabián estaba a punto de correrse, se dio cuenta que la grabación
estaba llegado al final.
Marcos sigue imponiendo el ritmo. Y no sabe si puede mantenerlo mucho
más tiempo porque está a punto de explotar.
—Me voy a correr. Le dice a Olga.
—¡Espera! ¡Para! — Le ordena Olga.
Marcos sorprendido por el tono tajante de Olga, que nunca antes había
usado con él, para inmediatamente. Olga separa una de sus manos del capó e
introduce dos dedos en su boca. Los lleva a su clítoris y lo masajea con
fuerza. Vuelve a apoyarse con ambas manos en el coche.
—¡Ahora…, córrete conmigo!
Marcos vuelve a follar a Olga con más fuerza que antes. Después de unas
cuantas embestidas más.
—¡Córrete! ¡Córrete! ¡Córrete! ¡Ahora Marcos! ¡Ahora córrete conmigo!
No puede contenerse más y Marcos explota dentro de Olga. Llenándola
completamente. Olga siente como Luis se vierte dentro de ella y como su
semen caliente llena cada rincón de su interior. Marcos permanece dentro de
ella unos segundo más. Mientras sus respiraciones agitadas se van relajando
después de un prolongado orgasmo.
La joven gemía debajo de Fabián, y el orgasmo fue bastante prolongado.
Fabián se quedó todavía unos instantes dentro de la chica. Y cuando acabó la
escena, sacó su polla bruscamente.
—¡Ay!, ten cuidado al salir. Primo eres todo un cabrón. Espero que te haya
gustado.
—Seguro que a ti también te ha gustado.
La joven siguió refunfuñando un poco más, mientras daba vueltas por el
salón, pero Fabián no le hacía caso, se había sentado otra vez en el sofá a
terminar de ver la grabación.
Marcos sale de su interior y la abraza. Su vientre aun se contrae. La besa.
Así estuvieron unos minutos, abrazados. Sintiendo la humedad del sudor de
sus cuerpos. Estaban empapados.
De repente Olga se separa inmediatamente de Marcos y comienza a
recoger su ropa que esta esparcida por todo el suelo del garaje. Y empieza a
vestirse con prisa. Marcos la imita y hace lo mismo. Intentan recomponer una
imagen más o menos presentable frente a los retrovisores del coche. Cuando
Marcos termina de introducir su camisa en el pantalón y Olga abrochaba el
suyo, se sube al coche apresuradamente y dice:
—Llévame a casa ahora mismo. Rápido.
—Está bien. ¿Pero a que tanta prisa ahora?
—Déjame en paz y conduce.
El coche sale del aparcamiento. Y se ve una mano que toma la cámara por
desde atrás para luego ponerse todo negro.
Cuando acabó la cinta, Fabián comenzó a vestirse. La joven estaba otra vez
vestida con las bragas y la camiseta lo mira desde la puerta del salón.
—¿Te vas? – preguntó Fabián.
—Sí, me espera mi madre.
—¿Qué va a decir cuando llegues así?
—Nada. Me ha visto salir y sabe estaba con su sobrino preferido. Tengo la
sensación que a ella también te la has follado alguna vez.
—No, me reservo solo para ti.
—Eres un cabrón.
—Lo sé. ¿A qué te encanta que lo sea?
Fabián se acercó a ella, abrió la puerta, y dio un azote apretando el culo de
su prima. La besó mordiéndole su labio inferior. Pero la joven no
correspondió a su beso, solo lo dejó hacer.
—Saluda a la tía de mi parte.
La joven, sin despedirse subió la escalera. Fabián cerró y fue recoger la
videocámara para extraer la grabación en una memoria USB.
Sábado. Tarde lluviosa. Ana, frente al televisor, luchaba con el sopor que
le producía la aburrida película de la sobremesa. Estaba sola en casa. Toda la
familia había ido a la comida de cumpleaños de la madre de Marta. Sonó el
teléfono. Ana se movió perezosa para coger su móvil. Respondió sin mirar
quien era.

—¿Sí?

—Hola, soy yo. Fabián.

—Hola. Cuanto tiempo. ¿Qué tal estas?

—Bien. ¿Podemos vernos?

—Claro. ¿Pasa algo?

—Tengo lo que me encargaste.

—¿Y?

—Creo que será mejor que lo veas tu misma.

—Puedes adelantarme algo.

—No. Será mejor que lo veas.

—Vale, está bien. ¿Quieres venir a casa?

—No. No creo que sea lo más apropiado.

—Estoy sola.

—Bien. Pero será mejor que nos veamos en otro lugar.

—¿No quieres estar conmigo a solas?

—Me encantaría, pero no quiero que confundas las cosas.

—¿A qué te refieres?


—No quiero que pienses que me aprovecho de ti. Esto lo he hecho por qué
he querido, no por estar contigo.

—Muy bien. Todo claro. No hare nada que tú no quieras. ¿Vienes ahora a
casa?

—No. Mejor nos vemos en una cafetería. ¿Sabes dónde está El Bronce?

—Si, no te preocupes, la encontraré.

—Te perece que nos veamos ahí en una hora.

—Vale. Ahí estaré.

—Hasta ahora.

Fabián colgó el teléfono sin dejar que la joven se despidiese. Ana apagó el
televisor, cogió su teléfono móvil y subió a la buhardilla para cambiarse.
Veinte minutos después Ana se dio un último vistazo frente al espejo. Luego
puso en nombre del pub en el buscador de su teléfono para encontrar la
dirección. Un segundo más tarde la tenía. Llamó a un taxi para acudir a su
cita. Ana salió de casa. Abrió su paraguas y esperó en la acera el coche que la
llevaría a su misteriosa cita e imprevista cita. Una mano toca en su hombro y
con un leve respingo ella se gira rápidamente. Un hombre bajo un paraguas
negro le sonríe.

—¡Pablo!

—¿Te he asustado?

—Sí. No esperaba encontrarme con nadie en este momento.

—¿Qué haces aquí bajo esta lluvia?

—Espero a un taxi. ¿Y tú dónde vas con lo que está cayendo?


—No voy, vuelvo a casa. ¿Y tú?

—He quedado con un amigo para rematar un trabajo de la universidad. –


Pablo sonríe, al ver que no lleva nada. Ni libros, carpetas o mochila. Le había
puesto una escusa.

—Ya sabes, cuando quieras estoy a tu disposición.

—Gracias. ¿Mañana estas ocupado?

—Tengo toda la tarde libre.

—¿Te molestaría que te hiciese perder algo de tu tiempo?

—Estaré encantado de perderlo contigo. Ya te dije que me tienes a tu


disposición.

—Muchas gracias, Pablo.

—Ya sabes que no tienes por qué darlas.

—Sabes, me gustaría preguntarte algo desde hace días, pero…

Un coche hizo sonar su claxon con insistencia interrumpiendo su


conversación. Ana se volvió y vio que era su taxi. Caminó hacia él.

—Pero… ¿Qué? No me dejes con la intriga. – dijo Pablo alzando la voz.

—Solo es una duda. Mañana me la resolverás. Adiós.

—Hasta mañana.

Ana subió al coche cerrando su paraguas. Le indicó la dirección al taxista.


Cuando el vehículo se puso en marcha le hizo un gesto a Pablo, con la mano
a través de la ventanilla, que seguía en la acera observando como el coche se
alejaba.
Veinte minutos después el taxi se detuvo en una estrecha calle del centro
frente al local elegido por Fabián. Ana pagó la carrera y bajó del coche.
Había dejado de llover. Entro en el local. Era una cafetería con viejas mesas
de forja con el mármol mate, sin el brillo de antaño, llenas de manchas de los
miles de vasos que habían estado encima de él. Con sillas de madera más
bien incomodas, con respaldos de rejilla casi desecha que pinchaban en la
espalda. En las grandes cristaleras que daban a la calle estaba puesto el
nombre del local. El nombre estaba escrito con una letra que hacía suponer
que ese lugar había vivido tiempos mejores. “Cafetería El Bronce”. Nombre
que probablemente se debía a las columnas que estaban estratégicamente
colocadas por todo el local.

En una mesa, en un rincón, estaba Fabián. Fue hacia él. Sobre el gastado
mármol, frente a él, una taza de café vacía. Ana le sonríe. Fabián le devuelve
la sonrisa y la invita a sentarse. La joven se quita la cazadora de cuero marrón
y la cuelga en el respaldo de la silla, luego se sienta.
—Bueno. Aquí estoy.
—Hola. ¿Quieres tomar algo?
—¿Café?
—Sí. Es lo único bueno de este lugar.
—Entonces uno solo con poca azúcar.
—Tomo nota. – dijo sonriendo.
Fabián se levantó de la mesa y se dirigió a la barra. La barra era de madera
noble, que debió estar finamente pulida en sus mejores tiempos, en ese
momento estaba llena de arañazos, húmeda y pegajosa. En un rincón,
apoyado en ella, había un hombre vestido con un mono azul, el color se
adivinaba entre las manchas negras de grasa. Estaba hojeando un diario
deportivo al tiempo que tomaba una copa de anís. El camarero salió tras unas
cortinas de tirillas con un sonido de plástico chocando entre sí. Eso le hizo
mirar hacia la cocina, blancos azulejos y cazos fue lo que pudo ver desde
donde se encontraba. El camarero era un hombre bajo y rechoncho. Vestía
una camisa blanca y un mandil del mismo color, con lamparones de una
amplia gama de colores, que le llegaba a los tobillos.
—Un café solo y otro con leche. Por favor.
El camarero no dijo ni una palabra. Giró sobre sí mismo y manipulo la
cafetera que estaba a su espalda. Unos instantes después puso frente al joven
dos tazas humeantes.
—Son dos euros. – le dijo al joven directamente.
Fabián sacó un par de monedas de monedas del bolsillo y las puso sobre la
barra. El camarero las cogió, sin decir una sola palabra, y las depositó en un
bolsillo del mandil. Luego se dio la vuelta para dirigirse a donde se
encontraba el hombre del mono azul. Ambos miraron de reojo a la joven, ya
que no era el perfil de cliente que solía frecuentar el lugar. Fabián cogió los
cafés y volvió a la mesa desde donde Ana observa la situación.
—No parecen muy simpáticos en este sitio. – le dijo a Fabián cuando este
se sentó de nuevo dejando las tazas sobre la mesa.
—Lo sé. Pero como te he dicho el café es bueno y el sitio es discreto.
—Ahora puedes contarme que has averiguado. – dijo Ana mientras vertía
medio sobre de azúcar en la taza.
Fabián saco una memoria USB del bolsillo de su vaquero y la dejo sobre la
mesa para luego acercársela a Ana.
—Hay tienes. Será mejor que lo veas tu misma.
—Pero…, no puedo ver nada ahora. Necesito un ordenador. – se quejó Ana
cogiendo la pequeña memoria.
—Ya lo sé. Prefiero que lo veas sola en casa, tranquilamente.
—Está bien. ¿Me adelantas que encontraré?
—Hay fotos y algunos videos.
—Vale. ¿Y qué hay en ellos?
—No sé si lo que hay ahí es lo que esperabas saber o no. Por eso es mejor
que lo veas sola y saques tus propias conclusiones. Luego, si quieres,
hablamos de ello.
—¿Debo asustarme?
—No creo que tú te asustes con eso, aunque… tal vez te sorprenda.
—Vale. Está bien. ¿Tienes copias de lo que hay ahí?
—No. Lo he borrado todo.
—Gracias.
Ana guardo la memoria en el bolsillo trasero de su vaquero y apuró su café
con un último sorbo. Fabián hizo lo mismo y ambos quedaron en silencio.
Mientras, Ana recorría con la mirada las viejas y gris paredes del lugar. De
ellas colgaban antiguas fotos en blanco y negro. Algunas eran instantáneas de
lugares emblemáticos de la ciudad en otro tiempo. Y otras, tomadas en ese
mismo lugar, mostraban las personas que lo habían frecuentado así como
hechos ahí acaecidos. Ana se levantó de la silla y fue mirándolas una a una.
Fijándose en los detalles e intentando adivinar quienes eran y que hacían los
que en ellas aparecían. El camarero y el hombre del mono azul la miraban
curiosos, preguntando el por qué de su interés cuando ellos ni si quiera se
habían fijado en ellas. Luego una voz la distrajo de su recorrido.
—¿Nos vamos? – dijo Fabián al tiempo que le daba su cazadora.
—Bueno. Pero tenemos que volver aquí. – le respondió poniéndosela.
—Como quieras.
Ambos fueron hacia la puerta y se despidieron con el tintineo de los tubos
metálicos que colgaban encima de ella. En la calle hacía frío. Ana subió la
cremallera de su cazadora, levantó el cuello y metió las manos en los
bolsillos. Ana miró a Fabián de forma interrogativa. La calle que estaba
completamente vacía. Las luces ya se habían encendido. Fabián comenzó a
caminar hacia el lugar donde había dejado aparcado su coche, Ana lo siguió
sin decir nada. En este preciso momento comenzaban a caer las primeras
gotas que no tardaron en convertirse en una abundante lluvia. El joven abrió
el paraguas de Ana que él llevaba en la mano. Ella se abrazo a Fabián. Él la
cobijó bajo su brazo. Ambos guarecidos en el paraguas continuaron
caminando. Ana se sintió segura y protegida. Como cuando era pequeña y su
padre la abrazaba las noches de tormenta cuando ella corría a su lado
aterrorizada. Pero esa magia se desvaneció cuando Fabián le dijo:
—Sube. – abriendo la puerta de un pequeño coche blanco.
—¿Tienes coche?
—Sí. No es muy grande pero al menos no me mojo cuando llueve.
Ana se rió y se acomodó en el asiento del copiloto. Fabián cerró la puerta y
ocupó su sitio frente al volante. Metió la llave en el contacto, puso el motor
en marcha, piso el embrague, puso la primera velocidad al tiempo que ponía
en funcionamiento el limpiaparabrisas y comenzó a circular por la calle vacía.
Luego el tráfico poco a poco fue haciéndose más denso.
—Será mejor que te lleve a casa.
—¿Por qué? ¿No quieres que vayamos a algún otro lugar y pasar la tarde
juntos?
—Me encantaría. De verdad. Pero en una hora llega el tren de mi prima y
tengo que ir a recogerla. – mintió.
—¿Viene de visita?
—No. Vive aquí con su madre. Ha estado unos días fuera por trabajo. –
volvió a mentir.
Luego quedaron nuevamente en silencio. Ana miraba por la ventanilla
distraída. Y Fabián la miraba de vez en cuando apartando la vista de la calle.
Se preguntaba por qué le había mentido si se moría de ganas de hacer con ella
cualquier cosa, aunque fuese así, como en ese momento, los dos en silencio
con Ana distraída en sus pensamientos y el feliz de mirarla. Más tarde el
coche de detuvo frente a la casa de Ana.
—Hemos llegado.— le dice Fabián.
—Gracias.
—¿Por qué? ¿Por traerte a casa? No tienes que darlas, no podía dejarte sola
bajo la lluvia.
—No es por eso.
—¿Entonces?
—Por el abrazo de antes. Ha sido bonito. Me has hecho sentirme bien.
Ana no le dejó responder. Se acercó a él y le dio un suave y tierno beso en
los labios. Sutil, delicado, solo un roce. Pero hizo que una corriente
desconocida atravesase el cuerpo de los dos. Luego Ana salió corriendo del
coche, bajo la lluvia, entrando rápidamente en su casa sin mirar atrás.
Fabián, desconcertado por lo que había sucedido, se sintió aun mas
culpable por mentirle y por lo que haría esa tarde. Sacó el móvil de uno de los
bolsillos y marcó un número. Alguien respondió al otro lado de la línea.
—Hola. —¿Está la tía en casa? –Perfecto. Llego en veinte minutos
espérame en mi casa.
En ese momento puso el motor en marcha y se fue hacia su apartamento.
Un remordimiento rondaba su mente. No era tan fuerte como pensaba. Había
sido débil y nuevamente había caído en la tentación.
—CAPITULO 12—
UNA CLASE MUY PARTICULAR

La casa estaba vacía. La familia aun no había regresado del cumpleaños de


la abuela. Ana encendió una pequeña lámpara en el salón, estando este en
penumbra, y se sentó en el sofá. Desabrocho su cazadora y la dejó a su lado.
Sintió como algo se clavaba en su glúteo y recordó lo que había guardado en
su bolsillo trasero. Metió la mano y sacó el pequeño dispositivo. Volvió a
acomodarse en el sofá sin dejar de mirar lo que sujetaba su mano. Pensó si
había hecho bien en entrometerse y si debía ver lo que esa memoria contenía.
Se quitó los zapatos y se tumbo en el sofá. En su puño cerrado seguía
encerrado ese diminuto dispositivo. Pensó como algo tan pequeño podría
contener algo tan grande. Algo capaz de hacer cambiar la vida como mínimo
a dos personas. Seguía dándole vueltas al tema en su cabeza pero el
cansancio por la actividad de la semana fue más fuerte y se quedo dormida.
Un fuerte estruendo la despertó. Estaba desorientada. Le costó unos segundos
ubicarse nuevamente. Se había quedado dormida en el sofá. La casa seguía en
silencio. El único sonido era el de la lluvia golpeando con fuerza en los
cristales. Miró su reloj. Eran más de las nueve y aun no habían regresado. En
ese momento un fogonazo azul iluminó la estancia e inmediatamente después
un gran trueno hizo que todo temblase. La luz de la lámpara se apagó y
encendió un par de veces para finalmente dejar todo en completa oscuridad.
—¡Mierda! Ahora se va la luz.
Ana se dispuso a buscar su teléfono móvil. En ese instante se dio cuenta
que seguía con el puño cerrado y guardando en él la diminuta memoria.
Guardó el pequeño dispositivo en el bolsillo de su vaquero y busco tanteando
sobre el sofá su cazadora. Una vez encontrada sacó su teléfono del bolsillo y
lo conecto para iluminarse con la débil luz del aparato. Camino hasta la
ventana y abriendo las cortinas miró al exterior. Todo estaba en completa
oscuridad. La lluvia seguía golpeando la ventana. La única luz que se veía era
la de los faros de algún coche que pasaba por la calle. Un nuevo relámpago,
con su brillante luz azul, la cegó momentáneamente y el posterior trueno otra
vez hizo que todo temblase. Se acordó en ese momento que el baño había
algunas velas. Con el móvil en la mano iluminó sus pasas hasta el baño de
arriba.
En su camino en busca de las velas su mente comenzó a volar. Estaba sola
en una casa que no era la suya, había una tormenta de mil demonios y todo
estaba oscuro. Entonces recordó como la asustaban esas situaciones cuando
era una niña. En ese momento ya no tenía miedo a las tormentas ni a la
oscuridad, pero algo dentro de ella hacía que una alarma se encendiese
diciéndole que les tuviese respeto. Cuando entro en el baño después de
tropezar un par de vez busco en el cajón de un pequeño mueble un mechero.
Cuando lo encontró su pequeña llama iluminó el baño. Se aproximó a la
bañera y encendió un par de velas que había junto a ella. Guardo también el
mechero en su bolsillo y se disponía a coger las velas cuando le entraron unas
incontenibles ganas de orinar. Levantó la tapa del inodoro y desabrocho su
vaquero bajándolo junto con su braga hasta las rodillas. Tomó asiento y dejó
que el dorado líquido fluyese. No pudo evitar sonreír. En ese momento llego
a su mente el recuerdo de aquello que su abuela le decía cuando era niña.
“Las niñas que juegan con fuego se hacen pis en la cama”. Con una sonrisa
en los labios por el grato recuerdo, tomó un trozo de papel y secó su
intimidad para después recomponer su vestuario. Después de vaciar la
cisterna y dejar todo en orden cogió las velas y salió del baño para subir a su
habitación.
La temblorosa luz de las velas hacia con sus sombras que el objeto mas
inofensivo pareciese algo terrorífico proveniente de otra dimensión. Subió la
escalera con cuidado y cuando estuvo en sus dominios se sintió mucho más
segura. Dejó las velas sobre su escritorio y vació también sus bolsillos sobre
él. El teléfono, el mechero, el pequeño tarjetero y la memoria USB. Se sentó
en la silla y jugó con la memoria entre sus dedos sin saber que hacer aun con
ella. En ese momento el sonido del móvil la sobresalto. El brillo emitido por
la pantalla iluminada ayudaba a las velas en su cometido haciendo que el
ambiente fuese menos fantasmal. Cogió el teléfono y miró la pantalla,
MARTA, aparecía escrito en ella. Pulso el icono verde y respondió.
—Hola Marta.
—Hola Ana. ¿Estás en casa?
—Sí, estoy en mi habitación. ¿Y vosotros, donde estáis? ¿Pasa algo?
—No, no pasa nada. Está todo bien. Solo que aquí hay una tormenta
horrible y no podremos volver a casa esta noche. Pasaremos la noche aquí en
casa de mi madre y regresaremos por la mañana.
—Aquí también hay tormenta y no hay luz.
—En un cajón de la cocina encontraras velas y cerillas.
—Vale, luego las buscaré de momento he encendido un par de las que
había en el baño.
—Muy bien. ¿Podrás prepararte algo para cenar?
—No te preocupes ya improvisare algo.
—Perfecto. ¿Tu estas bien? ¿Quieres que llame a María para que vaya a
casa?
—Sí, estoy bien. Perfectamente. Y no molestes a María, no la hagas salir
de casa con la noche que hace.
—De acuerdo. Buenas noches entonces.
—Buenas noches.
Ana colgó el teléfono y lo dejo nuevamente sobre la mesa. Abrió su
ordenador portátil. No recordaba si tenía cargada la batería pero pulso el
botón de encendido para comprobarlo. La pantalla se iluminó y el portátil
comenzó a inicializarse. Un instante más tarde en esa pequeña y luminosa
ventana aparecía una preciosa cala de Ibiza, en la que tan buenos momentos
había pasado, salpicada con algunos pequeños iconos. Sin pensarlo un solo
segundo más metió el dispositivo de memoria en el puerto correspondiente y
espero a que una ventana apareciese en la pantalla mostrando su contenido.
Solo había dos carpetas. FOTOS y VIDEOS. Cliqueó sobre la primera y ante
sus ojos se abrió una nueva ventana con decenas de diminutas imágenes. Ana
posicionó nuevamente el puntero del ratón sobre la primera de las imágenes
volvió a cliquear. La imagen se abrió ante ella ocupando toda la pantalla.
Moviendo la rueda del ratón las imágenes iban pasando antes sus ojos. La
joven no daba crédito a lo que estaba viendo. Nunca habría imaginado que
Olga fuera capaz de hacer esas cosas. Ana siempre la había visto como una
niña dulce y algo tímida pero ese cabrón de Marcos la estaba convirtiendo en
otra persona. Cuando repaso todas las instantáneas sin detenerse demasiado
en ninguna salió de la carpeta. Nuevamente ante ella tenía las dos carpetas
FOTOS Y VIDEOS. En esta ocasión abrió la segunda y en la pantalla
aparecieron una decena de archivos de video. Ninguno de ellos tenía nombre
tan solo una fecha. Ana abrió uno tras otro cada uno de los videos. No los
veía completos, saltada rápidamente para solamente reafirmar la idea que ya
tenía un su cabeza. Ese chantaje debía terminar y tenía que darle una buena
lección a ese cerdo. Apagó su ordenador y permaneció sentada mirando
fijamente como las pequeñas llamas bailaban sobre las velas mientras en su
cabeza bullían un millón de ideas.
Cuando el estomago le avisó que era hora de cenar salió de su estado de
concentración. Ana cogió una de las velas y bajo a la cocina. Buscó las velas
que le había dicho Marta. Estaban en una caja todas colocadas. Eran las velas
que solía colocar en los candelabros para las ocasiones especiales. Cogió la
vela que tenía encendida y tres más en la otra mano y se dirigió al comedor.
En un aparador había un candelabro de tres brazos coloco en cada uno de
ellos una vela y las encendió con la otra. La claridad aumento
considerablemente y tomando el candelabro en su mano volvió a la cocina.
Su mente le comenzó a jugar una mala pasada. Las sombras que se
proyectaban a su paso la hicieron recordar una vieja película de terror. Ana
sabía perfectamente que estaba sola en casa, que no pasaba nada, tan solo
había tormenta, la luz se había ido y que todo era una jugarreta de su
inconsciente. Pero a pesar de eso aceleró el paso hasta la cocina. Ahí se sintió
ligeramente protegida y algo más tranquila se preparó un pequeño bocadillo.
Pensó en comerlo en la cocina pero la incesante lluvia y los continuos truenos
y relámpagos hicieron que Ana fuese a su habitación donde se sentía
realmente a salvo. La joven cogió un bote de refresco, el plato con el
bocadillo y el candelabro y subió a su habitación lo más rápido que pudo.
Una vez que Ana alcanzo sus dominios se acomodó en su sofá y se dispuso
a comer la improvisada cena. Cuando termino con ella y apuro el último
sorbo de refresco se tumbo en el sofá quitándose los zapatos. Nuevamente
quedó hechizada por el embrujo de esas tres pequeñas llamas que se movían
al unísono y poco a poco sus parpados cada vez más pesados terminaron por
cerrarse llevándola a un relajado sueño.
El sonido de voces, pasos y movimientos por la casa sacaron a Ana de la
placidez de su descanso. Abrió los ojos sobresaltada. La buhardilla estaba
inundada de luz y un sol radiante entraba por las ventanas. Había pasado la
noche en el sofá. Frente a ella un candelabro apagado con tres velas
convertidas en chupones de cera. Ana se froto los ojos para intentar
adaptarlos a tanta claridad y después de estirar sus músculos decidió indagar
que era ese alboroto.
Cuando llegó a la planta baja se encontró con el resto de miembros de la
familia. Miró su reloj y solo eran las nueve y media. Estaba claro que habían
madrugado para volver. Desayunaron todos juntos. Durante el desayuno Ana
no podía evitar mirar fijamente a Olga. Las imágenes que había visto la noche
anterior se repetían en su mente. Estuvo a punto de preguntarle pero
finalmente pudo contenerse y dejar el interrogatorio para un momento en el
que no hubiese testigos. Cuando terminó el desayuno Ana subió a su
habitación y cambió su vestimenta por un conjunto deportivo para irse a
correr.
Después de correr por el parque durante más de una hora Ana regresó a
casa. Se dio una ducha reconfortante con agua tibia y subió envuelta en su
albornoz hasta su habitación. Frente a su armario eligió su indumentaria para
el resto del día. No tenía ningún plan especial así que se decantó por algo
cómodo. Lo primero fueron unas braguitas blancas de algodón, de aspecto
sencillo pero sexy gracias a su reducido tamaño. Luego completó su
vestimenta con un vaquero y un jersey negro de cuello cisne sin mangas. Por
último se calzo sus Converse con los cordones desatados.
Durante la comida la familia comento la tormenta de la noche anterior y lo
sucedido en el cumpleaños de la abuela. Ana no pudo evitar fijarse en como
los ojos de Javier no perdían de vista su pecho. No llevaba sujetador y los
pezones se insinuaban sutilmente bajo la prenda. Carlos al igual que su padre
también se había percatado de la ausencia de sujetador en el pecho de Ana.
Marta estaba atenta a los movimientos de los hombres de su familia y no
podía esbozar una leve sonrisa al ver como la vista de su marido se centraba
en el pecho de la joven. Al tiempo, Marta, intentaba distraer a su hijo de su
ensimismamiento con algún comentario. Olga, ajena a todo esto comía en
silencio centrada en sus propios pensamientos.
Una vez concluida la comida, Ana, ayudo a Olga y a su madre a retirar la
mesa y recoger la cocina. Marta preparó café para tomarlo en el salón pero
Ana declinó el ofrecimiento y subió a su habitación. Unos minutos después la
joven apareció en el salón con su cazadora puesta y con unas capetas y su
portatil bajo el brazo.
—Voy a casa de Pablo. Tengo que consultarle unas dudas sobre un trabajo
de clase. –informó la joven. Luego se dispuso a salir de la casa.
Ana llamó al timbre un par de veces y esperó paciente frente a la puerta.
Cuando se abrió Pablo apareció tras ella. Vestía camisa blanca y corbata de
color celeste, pantalón clásico azul marino y zapato negro.
—Hola Ana.— saludó Pablo.
—Buenas tardes. ¿Te interrumpo, ibas a salir?
—¿Lo dices por mi ropa? No, he comido fuera con unos amigos y acabo de
llegar. Pero pasa por favor.
—Gracias.
Pablo le flaqueó el paso y la joven accedió al interior de la casa. Su
anfitrión cerró la puerta tras ella. La casa aparentemente era igual a la suya.
Parecía tener la misma distribución aunque a Ana se le antojaba más
pequeña. Pronto se dio cuenta que ambas casas eran idénticas, pero la
decoración elegida por Pablo era mucho más clásica. Esa decoración con
muebles pesados y oscuros, así como los tonos elegidos para las paredes
hacían que la impresión recibida fuese algo agobiante.
—Sera mejor que vayamos a mi despacho estaremos más cómodos para
trabajar.— dijo Pablo indicándole el camino a su joven invitada.
Ana lo siguió. Pablo tenía su despacho en la misma habitación donde
Javier había dispuesto el suyo, pero ambos despachos eran completamente
opuestos. Mientras en el despacho de Javier el único elemento con presencia
era su escritorio y el resto a pesar de estar ahí pasaban prácticamente
desapercibidos dando una gran sensación de amplitud. El despacho de Pablo
estaba rodeado de imponentes librerías de madera noble tan solo
interrumpida por los huecos de la puerta de acceso y la ventana de la estancia.
En los estantes de las librerías perfectamente ordenados se acumulaban
cientos y cientos de volúmenes. El contundente escritorio de la misma
madera que el resto de elemento se situaba majestuoso delante de la ventana.
Tras él un imponente sillón de cuero negro. Enfrentado a él dos sillones más
ligeros estaban dispuestos para las visitas. El resto del mobiliario estaba
formado por un contundente sofá Chester con sus sillones a juego, todo
tapizado en un elegante cuero de color verde oscuro, una mesa de centro
acompañaba a los sillones, mientras el suelo de madera se cubría con un par
de mullidas alfombras que delimitaban ambos ambientes. La iluminación,
tenue en conjunto, a pesar que esta era más intensa en los puntos destinados
la lectura y al trabajo, hacia que la estancia resultase cálida y acogedora.
—Por favor, ponte cómoda. ¿Te apetece tomar un café? Iba a prepararme
uno.
—Sí, gracias.
—Lo tomas con leche y mucha azúcar ¿verdad? – intento adivinar Pablo.
—No. Todo lo contrario, me gusta solo y con poca azúcar. –respondió Ana
sonriendo.
—Como yo entonces. Voy a por ellos. Pero por favor ponte cómoda y
empezamos a trabajar.
—Gracias.
Pablo salió de la habitación dejando a la joven sola. Ana Dejó la cazadora
sobre uno de los sillones. Se sentó en el imponente sillón tras la mesa y
conectó su portátil.
Abrió una de las carpetas y leyó algunos de los folios que contenía. Fue
algo totalmente espontaneo. Ahí estaba ella centrada en sus papeles
esperando que Pablo volviese con el café cuando una imagen brotó en su
mente. A su memoria llegaron con fuerza las imágenes que había visto
durante muchas noches desde su buhardilla. Como Pablo y esa mujer
misteriosa se abrazaban. Como se tocaban de manera salvaje sin poder
contenerse. Esas imágenes estaban frescas en su memoria.
Pablo entró con una bandeja que depositó sobre la mesa baja. Cuando se
disponía a servir el café el himno nacional invadió la habitación. Pablo sacó
su teléfono móvil del bolsillo de su pantalón. Miró la pantalla y le dijo:
—Disculpa un momento. Es importante. – y respondió la llamada mientras
nuevamente salía del despacho.
La joven pensó que estaban solos en esa casa. Pero se sintió fatal solo de
pensarlo. Intentó centrarse nuevamente en sus papeles y dejar atrás lo que
había visto. Pero no podía, los recuerdos de esas noches venían a su memoria
sin parar. Intentaba luchar contra el deseo que estaba brotando en ella pero
este era más fuerte. Inconscientemente, Ana, se estaba frotando contra el
sillón de cuero, su sexo quería ser saciado. Tenía que hacerlo. Pero no con
Pablo en su memoria, ni con los recuerdos de aquellas noches. Pablo estaba
atendiendo el teléfono y tenía la impresión que le llevaría un buen rato, no se
enteraría de nada si me masturbaba un poco. La puerta del despacho estaba
cerrada y la casa en completo silencio, el mínimo ruido podría oírlo.
Ana dirigió su mano a sus pechos, solo cubiertos por el suave cachemir del
jersey, y los apretó. Un gemido salió sin poder contenerlo de su garganta. Su
respiración se acelero y agudizó el oído. No se oía nada. Su mano viajo bajo
el jersey y volvió a acariciarse. Sus pezones estaban duros y erectos, y
cuando los apretó una sensación de increíble placer recorrió su cuerpo. Ana
sentía como su sexo, ardía impaciente, ansioso de tener algo en su interior
capaz de calmar su fuego. Sus caderas se movían con deseo. Sin dejar de
jugar con sus tetas, una de sus manos bajo hasta su vaquero, lo desabrochó y
lo bajó ligeramente, lo justo para que su mano se perdiese bajo él y su
braguita. Ana mordió sus labios para contener sus jadeos y suspiros. Sintió la
suavidad de su pubis depilado y como su clítoris palpitaba impaciente
pidiendo ser atendido. La joven sentía como la humedad de su interior iba
mojando sus diminutas braguitas y como empapaba sus dedos traviesos. Un
calor delicioso invadía mi cuerpo. Ana tenía que centrarse en lo que sentía, en
su placer, en las suaves caricias entre sus piernas. Centrarse en el movimiento
de sus dedos entre sus labios. No podía dejar que en su mente, en su
imaginación, apareciese Pablo, y lo que hacía aquellas noches. Casi de forma
inconsciente su dedo entro en su interior mientras otro no dejaba de acariciar
y rodear ese botón, nudo de nervios, que hacía que un relámpago de placer se
extendía por su cuerpo. Mientras, Ana, intentaba disimular como podía sus
gemidos y jadeos incontrolados. El placer recorría todo su cuerpo, sus ojos
cerrados, para intentar concentrarme solo en ella, mientras sus dedos
centrados en su interior hacían placenteros círculos. Su otra mano traviesa,
seguía en sus pechos, apretando sus pezones. Todo eso hacía que sus caderas
se moviesen solas al ritmo que sus dedos marcaban en su interior. Entonces,
la joven, sintió como unos cálidos labios besaban mi cuello.
—Pablo. —dijo al abrir los ojos.
Su interior dio un vuelco y su excitación desapareció casi
instantáneamente. Pero Pablo me miraba con una extraña mezcla de cariño y
deseo. Ana intentó levantarme del sillón. La mano de Pablo agarró la de la
joven y la invitó a continuar. Ana dijo no con la cabeza, eso no podía
suceder, pero sus labios, esos labios que habían recorrido el cuerpo de esa
desconocida un millón de veces besaron sus labios con ternura. La mano de
Pablo acarició la mejilla de Ana, su hombro, su brazo. Ana quería sentirme
mal, culpable, eso no podía suceder, pero su cuerpo deseaba satisfacer su
necesidad de placer.
La mano de Ana no quería detenerse y volvió a acariciarse, la pausa le
producía un mayor placer. Ya no contenía sus gemidos y jadeos, los liberó,
los dejó salir. Su mano dejo sola a la de Pablo. El placer apareció en su rostro
cuando sus dedos expertos jugaban entre sus piernas. Sus caricias
interminables recorriendo sus labios vaginales que finalmente se perdían en
su interior húmedo y caliente. Pablo acarició su clítoris y lo apretó
suavemente.
—¡Sí!—dijo Ana con un hilo de voz, mientras clavaba las uñas en los
brazos del sillón.
Su entrepierna, frente a ella, mostraba el enorme bulto que había bajo ese
pantalón. La mano de Ana empezó a acariciar ese miembro escondido. Bajó
esa cremallera, y su mano entro buscando esa virilidad. Su mano peleó con su
bóxer y finalmente logro sacar de su escondite ese miembro. Estaba
totalmente erecto. Enorme. Lo acarició como había hecho esa desconocía en
otras ocasiones y como lo hizo aquella última noche en que ella fue testigo.
La mano de Ana lo recorrió en toda su plenitud una y otra vez dejando al
descubierto esa apetecible seta rosada. Desabrochó su pantalón y lo dejó caer,
luego bajó un poco su bóxer. La joven lo metió en su boca. Las caricias de
Pablo que no cesaban pararon en ese momento. Con una de sus manos sujeto
la cabeza de Ana e introdujo completamente su polla en su boca. Lo hizo sin
miedo, como si supiese de sobra de lo que su invitada era capaz. Ana comió
su miembro con ansia, casi podía decirse que lo estaba devorando abrazada a
su cintura. La joven sabía cómo hacer disfrutar a un hombre. Pablo no paraba
de gemir. Ana sabía lo que les gustaba y se lo estaba haciendo. Mientras él se
follaba la boca de la estudiante las manos de ella apretaban sus glúteos y uno
de sus deditos se perdió entre ellos. Ese acto hizo que Pablo se estremeciese
de placer y acelerase las caricias sobre el clítoris de Ana sin dejar de jugar en
su interior con sus hábiles y largos dedos. El empezó a acelerar sus
movimientos en el interior de ella para hacerla llegar al clímax junto a él.
Pero la excitación era mucha y no pudo contenerse. Su polla embutida en la
boca de Ana acelero sus movimientos que ella acompañó con los de su
cabeza. La joven quería que su anfitrión disfrutase con ella como lo había
hecho tantas noches con aquella mujer misteriosa. Entonces Pablo con un
golpe de cadera le clavo su polla en la garganta y empezó a inundarla de su
cálida y abundante leche. Ella en ese momento no podía hacer otra cosa que
tragarla sin parar. Mientras del pecho de Pablo brotaban profundos gemidos
de placer. Pablo intento retirarse pero ella se abrazó a él para impedírselo y
poder dejar aquella polla totalmente limpia.
Mientras Pablo se recuperaba de su orgasmo, satisfecho,, empezó a meter y
sacar sus dedos del interior de Ana. Ella hubiera querido decirle que parase,
pero no pudo. El placer volvía a apoderarse de todo su cuerpo y la hacía
estremecer. Las manos de la joven se aferraron con fuerza a los brazos del
sillón y su vientre empezó a contraerse. Los gemidos se le escavan sin ningún
miedo y las paredes de su vagina se aferraban a esos dedos mágicos
queriendo mantenerlos en su interior. Un orgasmo como hacía tiempo que no
había tenido la hizo estremecer y levantar su cuerpo del sillón apoyándose en
sus brazos para luego caer totalmente rendida.
Después de recomponer su vestimenta Pablo salió del despacho sin decir
nada. Ana se quedó allí unos minutos más recuperándose y recobrando el
aliento. Después de colocar su ropa fui a la cocina. Ahí estaba Pablo, de
espaldas a ella mirando al jardín. Ana bebió un vaso de agua y luego
acercándose a el le dijo:
—Cuando quieras podemos comenzar con los estudios.
—Está bien. Vamos. ¿Puedo pedirte una cosa?
—Claro.
—Preferiría que esto quedase entre nosotros.
—Por supuesto, no te preocupes.
—Por cierto… que querías preguntarme ayer cuando nos encontramos.
—No es importante.
—Venga. No me dejes con la intriga.
—Vale. Pero si no me quieres responder no es necesario que lo hagas. Sé
que es algo muy personal.
—Bueno, tu pregunta y yo decido.
—¿Quién es la mujer que te ha acompañado algunas noches?
Pablo sonrío. Y la miro fijamente a lo ojos. Sin decirle nada, le decía,
¿Cómo lo sabes? ¿Nos has visto? Y luego respondió.
—Esa mujer es mi sobrina. Y siempre que tiene que resolver asuntos en la
ciudad vive aquí conmigo y bueno, tenemos una relación muy especial.
—No hace falta que me des explicaciones.
—Quiero hacerlo. Y como te he dicho antes, eso no puede salir de aquí.
—Eso no tenías ni que decirlo.
Luego ambos fueron nuevamente hasta el despacho donde trabajaron
durante toda la tarde en las dudas que Ana planteaba sobre su trabajo de
clase.
Esa misma tarde en la casa de al lado. Javier y Olga salían de casa para
recoger a uno de sus nuevos clientes para llevarlo al Santiago Bernabeu. Ese
cliente se había empeñado en ver el partido que esa tarde enfrentaba al Real
Madrid y al F.C. Barcelona. Javier había usado algunos de sus contactos y
había conseguido unos pases para ver el encuentro desde el palco. Cuando
Olga se enteró que su padre iría a ver en directo el partido pidió ir con él.
Javier solo tenía cuatro pases, dos para el cliente ya que iría acompañado y
dos más, uno para su socio Marcos y otro para él. Ante la insistencia de su
hija Javier pensó que estaría bien pasar la tarde con ella. Últimamente no
estaban muy unidos y estaría bien intentar un acercamiento. Javier llamó a su
socio y le dijo que le había sido imposible conseguir pases para todos y el iría
solo para acompañar al cliente.
Carlos llevaba toda la tarde encerrado en su habitación tenía que ponerse al
día con los estudios. La lesión de sus muñecas lo había tenido sin ir a clase
más de diez días.
Marta se quedo corrigiendo exámenes de sus alumnos y que no podía
esperar más ya que en un par de días se reunía el claustro de profesores para
la evaluación del segundo trimestre.
Últimamente Marta no estaba muy centrada. Estaba preocupada por Carlos
no podía quitárselo de la cabeza. Su hijo siempre había sido su ojito derecho
y lo admiraba en todas sus facetas. Eso no quería decir que no quisiese a su
hija Olga, pero esta siempre había estado más unida a su padre. Desde el
incidente que ambos tuvieron en la ducha Marta había descubierto nuevas
cualidades de su hijo que hasta ese momento le habían pasado inadvertidas.
Había descubierto que Carlos ya no era un niño y se lo había dejado muy
claro. Carlos tenía una faceta muy viril y vigorosa, un cuerpo que estaba
segura haría suspirar a más de una chica, un porte y una compostura que lo
hacía todo un galán. Todo eso hizo que Marta sintiese algo nuevo por su hijo.
Pero ese nuevo sentimiento hacia que se sintiese culpable. Además de no
saber si eso sería correspondido por su hijo. Sabía perfectamente que no
debía entrometerse en la vida sentimental y sexual de su hijo, que tan solo
debía limitarse a ser su madre. Pero no podía, era superior a ella la lucha que
se estaba librando en su interior.
Todo eso había llevado a Marta a fantasear con Carlos. Eso era una vía de
escape. Se masturbaba en la ducha pensando en su hijo y en las cosas que
este le haría. Incluso había llegado al extremo de que cuando hacía el amor
con su marido imaginaba que era Carlos. Que era él quien estimulaba sus
zonas erógenas y no su padre. Cuando rodeaba la polla de Javier con su mano
y sus labios y su boca se apoderaban de ella, para Marta no era su marido el
que estaba allí sino su deseado hijo. Pero luego cuando terminaban y Javier
se tumbaba a su lado y la abrazaba colmándola de atenciones no podía evitar
sentirse sucia y culpable por serle infiel de esa manera.
Con el paso de los días, Marta, comenzó a racionalizar la situación y a
liberarse de los tabúes que la asediaban. Así consiguió olvidarse de su hijo
cada vez que estaba con su marido. Pero Carlos no había desaparecido de sus
fantasías, tan solo había logrado centrarlas en sus momentos de
autosatisfacción. La ducha y su sillón eran los únicos testigos de su
masturbación incestuosa, de sus anhelos impúdicos, lascivos, concupiscentes
y carnales que tenía con su hijo.
Esa misma tarde, mientras corregía los exámenes de sus alumnos
sabiéndose sola, sentada en su sillón se había regalado una buena sesión de
lujuria masturbadora. Marta estaba sofocada y bajó a buscar un vaso de agua
a la cocina. Aún estaba excitada y muy caliente. El agua ayudaría a apagar los
últimos rescoldos de ese fuego incestuoso que la había quemado unos
instantes antes.
No había nadie en casa, salvo Carlos que estaba estudiando en su
habitación. Marta no se molestó en vestirse nuevamente para bajar, tan solo
se puso la fina y corta bata de estilo japonés que tanto le gustaba a Javier. Era
la preferida de su marido ya que con ella era más que evidente su figura, sus
voluptuosos pechos con sus pezones erectos eran palpables, porque con ella
mostraba la parta baja de su compacto y redondeado culo y además en
determinados momentos su sexo quedaba completamente expuesto al abrirse
la prenda. Sin mencionar que sus trabajadas piernas se mostraban en toda su
longitud.
Ya en la cocina Marta lleno un gran vaso con agua fría y se deleitó con él.
El frescor del agua calmaba su calor interior. Algunas gotas que resbalaban
por su barbilla para caer en su pecho desnudo hacían que ese contraste de
temperaturas erizase su piel. Entonces una voz a su espalda la sobresaltó.
—¡Mamá!
Marta se giró. Ahí estaba Carlos, con el pelo mojado y revuelto, con el
tordo desnudo y solo cubierto por la toalla que rodeaba su cintura. Estaba
claro que acababa de salir de la ducha.
—¿Dónde vas? – preguntó Marta con aparente normalidad. Como si estar
prácticamente desnuda frente a su hijo fuese lo más normal del mundo.
—No estabas en tu habitación y… y… me ha llamado Nacho para… para
ir a dar una vuelta. ¿Puedo? – logro concluir Carlos visiblemente nervioso
por la imagen que tenia frente a él.
—¿Te has puesto al día con el temario? – pregunto su madre intentando
ejercer como tal, sin tener en cuenta el hecho de que el objeto de sus desvelos
estaba frente a ella tan solo cubierto con una toalla.
—Eh… si. – respondió ensimismado Carlos.
—Entonces puedes salir. – autorizó Marta.
Carlos salió de la cocina sin decir nada más. Para Marta no pasó
inadvertida la forma en que su hijo la había mirado. En sus ojos había deseo y
lujuria. Y pudo comprobar cómo en la entrepierna de Carlos la toalla
comenzó a aumentar de volumen rápidamente. En ese momento Marta tuvo
claro que lo sucedido en la ducha no fue un mero accidente. Carlos podía
sentir atracción sexual hacia ella y no solo la había visco como a una madre,
sino como a la mujer atractiva y sensual que era, y que seguía despertando
deseos en la mayoría de los hombres.
Cuando Marta regresaba a su habitación, para intentar acabar de corregir
los exámenes, vio que la puerta de la habitación de Carlos se había quedado
ligeramente entreabierta. No pudo evitar detenerse junto a ella y observar. Su
hijo estaba sentado en la en borde de la cama con la toalla a sus pies. Tenía
las piernas muy separadas. Su mano derecha subía y bajaba una y otra vez a
lo largo de su erecto miembro, mientras sus huevos chocaban por el
movimiento con el borde del colchón. Pero no la sorprendió el hecho de que
su hijo se estuviese masturbando. Lo que realmente la sorprendió fueron
algunas de las frases que estaba susurrando y que pudo escuchar. “Vamos
mamá, chúpemela” “Mamá quiero que me comas la polla y correrme en tu
boca” “Uh, mamá quiero partirte ese coño y hacerte gozar” “Quiero comerme
esas duras tetas”.
Marta se quedo totalmente paralizada frente a la puerta, incrédula de lo que
había oído. Pero no tardo en reaccionar dándose cuenta que su pequeño
Carlos la deseaba.
Algunas veces había preguntado si cuando su hijo se masturbaba pensaría
en lo que había sucedido en la ducha. Tenía claro que no le había resultado
indiferente. Y esas frases obscenas que se referían a ella la habían excitado
nuevamente hasta el punto que sus dedos empezaron a recorrer su más que
húmeda raja. Una nueva frase llego a sus oídos. “Vamos mamá, córrete,
córrete conmigo”. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Marta y acuciante
deseo sexual se apoderó de su cuerpo. Quería follar con él. Sin pensar nada
más Marta entró en la habitación de su hijo.
—¡Mamá! –gritó poniéndose de pie e intentando cubrir su erecto miembro
con sus manos.
Sin decir nada Marta se acercó a su hijo y tomando sus manos hizo que
descubriese lo que intentaba ocultar. Se abrazó a él. Sus tetas se clavaron en
su pecho mientras los brazos de ambos rodearon sus cinturas. La polla de
Carlos entre los muslos de su madre luchaba enredada en la escasa tela de la
bata. Por fin los labios de Marta se posaron sobre los de su hijo. Carlos
respondió al beso iniciado por su madre. Sus lenguas se unieron haciendo que
ese bese fuese pasional, húmedo, interminable y sobre todo liberador. Unos
instantes después su bata estaba en el suelo a sus pies.
La mano de Marta tomó la larga y gruesa verga de Carlos colmándola de
caricias. Poco a poco Marta fue bajando por el cuerpo de su hijo. Lo cubrió
de besos y caricias hasta estar arrodillada frente a ese miembro que tanto
había deseado. Marta miraba ese miembro fijamente mientras su mano
continuaba recorriendo toda su longitud. Entonces su hijo una nueva frase.
Parecida a las que susurraba mientras el mismo se autosatisfacía. En esa
ocasión había una diferencia ella la haría realidad.
—Chúpamela mamá. Vamos. Hazme una mamada.
—Voy a chupártela, pero solo te pido una cosa, no te corras en mi boca. La
primera vez quiero que me llenes las entrañas con tu leche.
Marta apretó esa dura barra de carne entre sus labios, la presionaba con
fuerza mientras su lengua no dejaba de girar alrededor del inflamado glande
de su hijo. Carlos no pudo contenerse y grito de gusto, mientras sacudía sus
caderas para intentar follar la boca de su madre. Esta tomo sus huevos en su
mano y los apretó suavemente. Marta tragó la verga de su pequeño hasta que
tropezó en su campanilla, entonces comenzó un movimiento de bombeo con
su cabeza. Las tetas de Marta bailaban al ritmo que marcaba la mamada. Su
cuerpo avanzaba y retrocedía para dar a su hijo todo el placer mientras ella
buscaba su mirada desde abajo. Retiró la polla de su boca y esta brillaba
cubierta de su saliva. La punta de su lengua recorrió toda la longitud del
miembro de su hijo desde la base hasta el capullo. Luego chupó sus huevos
succionándolos una y otra vez. Carlos, de pie frente a su madre, con los ojos
cerrados no paraba de gemir.
—Ahora enséñame que sabes hacer. – dijo Marta poniéndose en pie.
Luego se acercó al escritorio de su hijo y doblo su cuerpo hasta apoyar sus
manos en él y formar un ángulo de noventa grados entre su torso y sus
piernas. De esta forma, Marta, dejo totalmente expuestos a la vista de su hijo
sus dos preciosos orificios.
Carlos se colocó tras su madre y azotó suavemente sus glúteos. Luego
poniendo sus manos en cada una de las duras nalgas de Marta las acaricio
haciendo círculos sobre ellas con suavidad y erotismo. Luego se arrodillo
entre las piernas de su madre y exhaló su aliento cálido en su sexo haciendo
que ella se estremeciese. Carlos lamió la hendidura del cuerpo de su madre.
La misma entrada por la que un día el emergió al mundo. Su lengua recorrió
esa gruta haciendo círculos para después perderse dentro de ella.
—No te olvides del clítoris.— le recordó su madre.
Como el niño obediente que era hizo lo que su madre le mandaba. Sus
labios y su hábil lengua exploraron los labios de Marta saboreando los jugos
que brotaban de su interior. Cuando finalmente los labios del joven llegaron a
ese nudo de nervios, botón del placer, lo succionaron con fuerza. Un grito de
gusto broto de la garganta de Marta. Carlos siguió jugando con el clítoris de
su madre, de tal manera que, cuando lo succionaba tomaba aire para luego
con un sutil movimiento de cabeza penetrarla con su nariz para después soltar
su cálido aliento dentro de su cuerpo. Esta operación la repetía una y otra vez.
Marta con cada nuevo aliento de su hijo en su interior gritaba de gusto y le
regalaba el néctar que manaban abundante de su sexo. Los instintivos
movimientos de las caderas de Marta buscaban con ansia los estímulos
bucales que su pequeño le brindaba.
—¡Carlos fóllame! – le ordeno su madre.
Carlos obedeció al instante. Se puso en pie y aferrando las caderas de su
madre, la penetro sin esperar un instante. Su verga avanzaba dentro de ella
lentamente centímetro a centímetro. Marta tuvo que contener su respiración
pues su orgasmo estaba próximo. La polla de su hijo no era tan larga como la
de su padre pero su grosor si lo era. El pene de Carlos hacia que la vagina de
su madre se dilatase como nunca lo había hecho. Eso hacía que le estuviese
proporcionando un tremendo placer. Los gritos de gusto y el movimiento de
las caderas de Marta fue la señal que su hijo esperaba. Carlos la penetro con
fuerza enterrando su miembro lo más profundo de sus entrañas. Las enérgicas
embestidas hicieron que Marta estallase en un largo y húmedo orgasmo,
mientras no podía dejar de gritar.
El orgasmo de Marta se prolongaba y se encadenaba con el siguiente. Su
hijo no dejaba de embestirla cada vez con mayor violencia haciendo que su
duro abdomen chocase una y otra vez con las firmeza de sus glúteos. Los
pechos de Marta colgaban ingrávidos con el loco movimiento que les
imponía el bombeo de su hijo. Carlos aprovechó las constantes convulsiones
orgásmicas de su madre para clavar su férrea daga hasta el fondo y verterse
en su interior. Marta sintió como el miembro de su hijo palpitaba en su
interior con cada nueva descarga.
Cuando Carlos se supo completamente vacío permaneció inmóvil dentro
del calor del cuerpo de su madre. Carlos acaricio la suave piel de la espalda y
los costados de su madre hasta que sintió como su hombría se relajaba. En
ese momento abandono el cuerpo de su madre. Marta una vez vacía cayó de
rodillas ya que sus piernas no fueron capaces de sostener su peso. Su cuerpo
se relajo de tal manera que era una muñeca de trapo.
Su hijo la recogió del suelo y en sus fuertes brazos la llevo hasta su cama.
La dejó tumbada y él lo hizo a su lado. La beso con ternura y acaricio su
cuerpo con delicadeza mirándola fijamente a los ojos. Marta correspondió a
su hijo con nuevas caricias mientras sus músculos poco recuperaban su
energía. Su mano pasó por los fuertes y poderosos muslos de su hijo hasta
llegar a encrucijada donde ambos se unían marcada por un poste que
nuevamente estaba pleno de vigor.
—¿Te ha gustado como lo hago mamá? – pregunto Carlos.
—Mucho hijo. Mucho. – respondió Marta y luego le regaló un nuevo beso
en sus suaves y carnosos labios.
—¿Mamá…?
—Sí.
—¿Puedo hacértelo por detrás?
—Está bien… puedes.— dijo tras dudar un instante. Puesto que el
miembro de su hijo era mucho más grueso que el de su marido que era el
único que hasta ese momento había entrado por su puerta trasera.
Carlos se sentó en el borde de la cama y Marta montó sobre sus muslos
buscando su mástil para guiarlo a la entraba de su sexo. Una vez en posición
movió sus caderas con violencia para empalarse en la dura verga de su
retoño. No paró de moverse hasta que nuevamente se corrió dejando
empapada con sus fluidos la polla de su hijo. Entonces Marta hizo que su
hizo desenvainase su espada para poder seguir con su juego. Ella su coloco a
cuatro patas sobre la cama de su hijo y movió su trasero provocadora.
Su hijo tras ella separó sus glúteos con sus manos y lengua recorrió desde
el perineo al comienzo de su espalda. Carlos hizo ese camino una y otra vez.
Cada vez que su lengua alcanzaba el ano de su madre esta gemía de placer. El
joven empapó sus dedos en el flujo que seguía manando de la vagina de su
progenitora. En ese momento el joven coloco sus labios entorno al orificio
trasero y succionó con fuerza. Esa acción hizo que casi llegase a correrse de
nuevo. Cuando la lengua de Carlos comenzó a rotar entorno a su ano sus
brazos dejaron de sostenerla. Su hijo introdujo uno de sus dedos en la
estrecha cavidad. Lo hizo despacio ayudado por la lubricación que le
brindaban los propios jugos de su madre. Su dedo se movía dentro de ella
rotando sobre sí mismo. Marta no podía dejar de gemir y gritar.
—Vamos. Métemela ya. –ordeno impaciente.
Carlos no dijo nada y continuó con su estimulación. Unió un nuevo dedo al
que ya estaba dentro de su madre y ambos continuaron la exploración de esa
caverna. Marta con cada movimiento se deshacía en una incontrolable
sensación de placer. Fue en ese momento cuando su hijo se arrodilló detrás
de Marta y colocando su dilatado glande en su sexo la penetro sin sacar sus
dedos de la cueva. Carlos estaba follando a su madre por ambos agujeros
mientras su miembro profanaba su vagina sus dedos hacían lo mismo con su
ano. Los movimientos perfectamente coordinados de Carlos hicieron gozar a
su madre como pocas veces antes lo había hecho. Consiguió que su cuerpo
volviese a convulsionar con un nuevo orgasmo.
Marta se pregunto mentalmente donde habría aprendido todo eso su
pequeño. Se estaba comportando como un hombre. Estaba segura que no lo
había aprendido con su novia puesto que aun era virgen. Su madre se lo había
dicho en numerosas ocasiones que los jóvenes aun no habían intimado hasta
ese punto. Las opciones que le quedaban era que Carlitos tuviese otra chica
muy experimentada o que Ana estaba siendo una excelente profesora.
Evidentemente se decantó por la segunda. En cuanto tuviese ocasión debería
agradecer a su invitada el buen trabajo que estaba haciendo con su hijo y que
ella tanto estaba disfrutando.
Cuando Carlos abandono los agujeros de su madre acomodo su capullo a la
entrada de su ya dilatado ano. Esa polla estaba empapada en sus propios
jugos. Marta apoyó su cabeza sobre la cama y con sus propias manos separó
sus glúteos. La verga de su hijo se abría paso en el estrecho conducto poco a
poco. Marta sentía como ese duro trozo de carne vencía la resistencia que su
cavidad ofrecía.
Marta estaba disfrutando de cada centímetro de polla que entraba en ella.
No pudo contener un grito cuando la verga de su hijo estuvo completamente
insertada en su culo. Carlos estaba quieto dentro de ella y ella se estremeció
nuevamente de placer. Luego sujetó la cintura de su madre y comenzó un
lento movimiento de bombeo. Carlos regalaba a su madre penetraciones
profundas y está cada vez que su hijo avanzaba lanzaba todo su cuerpo hacia
atrás para que su verga le llegase lo más profundo posible. Los gritos de
Marta se sucedían cada vez que su hijo entraba y salía de su oscura cueva.
Una bomba de placer estalló dentro de Marta y esa sensación se extendió
por todo su cuerpo. Su espalda se arqueo como si de una gata se tratase, su
cabeza se sacudía y los gritos y jadeos que brotaban de su garganta hacían
que el orgasmo que la invadía la dejase fulminada. Carlos acompaño los
gritos de su madre con sus propios jadeos y tomándola fuertemente por la
cintura enterró su miembro en lo más hondo para llenar las entrañas de su
madre con los abundantes borbotones de su semilla.
Marta se desplomó rendida sobre la cama y su hijo sobre ella. Este la
abrazó y permanecieron así en la cama.
La respiración de ambos se fue relajando. Carlos se quedo profundamente
dormido. Marta se levanto con cuidado para no despertarlo. De pie junto a la
cama observo el cuerpo desnudo de su hijo. Tomo el edredón y lo cubrió con
mimo. Luego Marta recogió su bata y se vistió con ella para regresar a su
habitación. En su camino de vuelta sentía como por sus muslos bajaba la
simiente de su retoño.
Se metió en la ducha y se relajo bajo el chorro de agua templada. Luego se
vistió y se acomodó en su sillón para terminar de corregir los exámenes de
sus alumnos.
—CAPITULO 13—
COMPRAS EN EL CENTRO COMERCIAL
——————————————————————PRIMERA PARTE
——————————————————————
Era miércoles por la mañana y toda la familia había coincidido en el
desayuno. Cosa que no solía ser muy habitual ya que siempre había alguien
con cosas que hacer a primera hora. Todos estaban listos para salir a sus
quehaceres en cuanto terminasen con la comida más importante del día. La
primera en levantarse de la mesa fue Ana. Recogió su plato, los cubiertos y el
vaso, para dejarlos en el fregadero. Clara y Carlos la siguieron. Los tres iban
a salir de la cocina cuando Marta los detuvo.
—Chicos un momento.
Los tres de detuvieron y se volvieron intrigados.
—¿Tenéis algo importante que hacer esta tarde después de comer?
—No. Yo tenía entrenamiento y se ha suspendido, así que después de
comer estudiare un poco y luego tal vez vaya a ver a Clara – dijo Carlos.
—Yo he quedado con unas amigas para comer después de clase. ¿Por qué?
– respondió Olga.
—Había pensado que podíamos ir de compras esta tarde en familia, para
ultimar los detalles del viaje. Papá necesita un par de bañadores nuevos y yo
mirare algunos bikinis y algún vestido. ¿Vosotros no necesitáis nada?
—Ahora que lo dices también tendría que comprarme algún bikini – dijo
Olga.
—¿Y tu Carlos?
—Creo que no necesito nada. Pero bueno iré por si veo algo.
—Muy bien pues todos aquí a las cuatro – dijo Marta.
—Ana ¿vendrás tú también? – pregunto Javier.
—Bueno, no tengo que comprar nada, creo, pero será divertido. Estaré aquí
a las cuatro.
—Perfecto. Hasta luego chicos – se despidió Javier.
—Portaos bien – fue la despedida de Marta.
—Sííííí, hasta luego – dijeron los tres jóvenes sincronizados. Todos rieron
por la coincidencia y salieron para dirigirse cada uno a sus ocupaciones.
Eran las cuatro menos cinco cuando Ana entraba en casa. Carlos bajaba
por la escalera dispuesto para salir. Javier, de pie en el salón esperaba
impaciente a que todo el mundo estuviese preparado.
—Hola Carlos. Hola Javier, dejo la mochila y bajo – saludo Ana.
—Hola – saludo Carlos un poco apático.
—Dile a Marta que baje ya de paso – fue el saludo de Javier.
—Ok.
Ana subió a su habitación y tiró la mochila sobre el sofá. Luego fue hasta
su armario y cambió su abrigo por una chaqueta mucho más ligera. En los
grandes almacenes o en el centro comercial no le haría falta abrigo, pensó.
Bajó de su habitación y llamó a la puerta del dormitorio del matrimonio.
—¿Si? – respondió la voz de Marta desde el interior, mientras Ana abría la
puerta.
—Javier parece impaciente. Me ha pedido que te diga que bajes ya – dijo
Ana.
Marta estaba frente al espejo. Desnuda de cintura para arriba. Ana no pudo
evitar mirar el reflejo de los pechos de Marta en el espejo. Para tener casi
cuarenta y haber amamantado a dos críos los tenía perfectos, pensó Ana.
—Dile que bajo en dos minutos – respondió Marta sin volverse y
poniéndose una camisa vaquera que combinaba perfectamente con la falda
negra por encima de la rodilla que ya vestía.
—Vale, se lo digo.
Ana cerró la puerta y bajo al salón. Carlos sentado en el sofá veía The Big
Bang Theory mientas esperaba. Javier no estaba en el salón. Ana se sentó
junto a él y miró también la serie. Los dos jóvenes se reían cuando el padre
de Carlos entró de nuevo.
—Marta baja enseguida – le dijo Ana conteniendo la risa.
—Sí, ya sabemos…
—¿Qué sabemos? – lo corto Marta tras él.
—…Nada. Venga todos al coche – dijo Javier sin terminar su frase
anterior.
Carlos y Ana se levantaron y junto a Marta se dirigieron al garaje. Javier
cogió las llaves del coche que estaban sobre la mesa y entonces de acordó.
—¿Dónde está Olga?
—No ha llegado aún – respondió su hermano.
—¿Es que esta niña no puede ser nunca puntual? – preguntó su padre sin
esperar ninguna respuesta.
Javier sacó el teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta y marcó el número
de su hija. Después de unos segundos la joven descolgó al otro lado de la
línea. Su padre no le dio tiempo a decir nada.
—¿Se puede saber donde estas? Todos te estamos esperando.
—Estoy llegando a casa. Acabo de cruzar la esquina – fue la respuesta de
Olga.
—Vale. Vamos sacando el coche.
Toda la familia salía montada en el coche cuando Olga apareció en la
puerta del garaje. Javier detuvo el coche para que su hija subiese. La joven
dejo su carpeta en la bandeja trasera y se sentó junto a su hermano. Carlos
quedó flanqueado por las dos preciosas chicas, Ana a un lado y su hermano al
otro.
Durante el recorrido hasta la zona comercial de la ciudad el teléfono de
Olga no dejaba de avisarle de la entrada de mensajes que ella rápidamente
respondía. Mientras, Carlos, aprovechaba la distracción de su hermana para
tocar el muslo de Ana. El la miraba de reojo de vez en cuando y ella sonreía.
Ana, incluso, lo incitaba separando un poco sus piernas para que la mano del
joven accediese sin problemas a la cara interna de sus prietos muslos, y así
facilitarle el avance hacia la entrada del túnel. La joven dirigió la vista a la
entrepierna de Carlos, esta había aumentado considerablemente de volumen,
y no pudo evitar sonreír intensamente. Ana, miró a Olga que seguía
entretenida con su teléfono, miró a Javier y Marta que no estaban atentos a lo
que sucedía en el asiento trasero. Una vez hizo las comprobaciones, colocó su
mano sobre el abultado paquete de Carlos y lo apretó con fuerza para sentir
su esplendida masculinidad. Ana retiró la mano rápidamente cuando vio que
el padre del muchacho miraba por el retrovisor.
Aparcaron el coche en el parking de los grandes almacenes y todos juntos
se dirigieron al ascensor. Carlos se puso el abrigo nada más bajar del coche
para disimular su excitación, mientras en la cara de Ana no podía borrarse
una enorme sonrisa.
—¿Qué te hace tanta gracia? – le pregunto Javier.
—Nada. Me estaba acordando de un chiste que me han contado.
—Cuéntalo – pidió Marta.
—Mejor os lo cuento en casa, es un poco verde – respondió Ana.
Olga pulso el botón para llamar a los ascensores. Mientras esperaban
varias personas más se unieron a ellos en la espera. Un golpecito de campaña
indicó la llegada del elevador. Las puertas se abrieron y una pareja salió del
cubículo. Carlos, Ana y Olga estaban en el fondo. Javier se colocó delante de
Ana de espaldas a ella y Marta frente a su hijo también dándole la espalda. El
resto de personas ocuparon los huecos como pudieron. Cuando las puertas
empezaron a cerrarse una mano las interrumpió y estas volvieron a abrirse.
Tres personas más entraron en la caja elevadora dejando ésta llena a rebosar.
Esto hizo que los roces entre los ocupantes del ascensor fueran inevitables.
La espalda de Marta rozó el pecho de su hijo y sintió algo duro
presionando en su trasero. La mente de Marta voló, “No puede ser, Carlos
esta empalmado”. Marta sintió la mano de su hijo apoyada en su cintura y su
cálido aliento en el cuello. El corazón de Marta se aceleró cuando la mano de
su hijo se introdujo despacio bajo su corta falda. La mano de Carlos alcanzó
la escueta braga de su madre y sus dedos traviesos acariciaron la vulva de su
madre. Marta se estremeció. “Este chico es tonto, su padre está aquí, a mi
lado” pensó. Su respiración se agitó levemente. “Debo parar esto ahora
mismo” volvió a decirse a ella misma. Pero Marta no detuvo a su hijo. El
placer que los dedos de Carlos le estaban proporcionando se imponía a la
razón. Carlos masturbaba a su madre con suavidad, mientras su madre
contenía la respiración para no emitir el más leve gemido. El ascensor se
detuvo y las puertas se abrieron. La gente empezó a salir del ascensor y la
mano de su hijo abandonó su intimidad. “¡Dios, no. Ahora no. Estoy a punto
de correrme!”, gritó en su interior. Y toda la familia comenzó a caminar por
una de las plantas de moda, mientras Marta no perdía de vista a su pequeño.
En aquel mismo instante, los mechos de Ana se clavaron en la espalda de
Javier. Este pudo sentir los pezones de la joven en su espalda, pese a llevar la
camisa y la cazadora. “Me acaba de empitonar. Esta chica es increíble”, se
dijo a sí mismo. Una de las manos de Ana cogió con fuerza el trasero de
Javier. Lo apretó. Luego la joven deslizó su mano entre las piernas de Javier.
Este no pudo evitar dar un ligero respingo cuando esa mano acarició sus
huevos. Su miembro reacciono al instante y comenzó a crecer dentro de su
pantalón. Ana vio que una señora mayor estaba justo delante de Javier. La
joven apoyo la barbilla en el hombro contrario al que se encontraba Marta y
le susurro al oído:
—Ten cuidado. Se la vas a clavar a esa ancianita y puede morir de la
impresión.
Luego le mordió el lóbulo de la oreja y volvió a su posición sin sacar la
mano de la entrepierna de Javier. Una enorme sonrisa picara llenaba el rostro
de Ana. Cuando el ascensor se detuvo y todos salieron Ana camino delante
de Javier por la planta de moda. Toda su familia estaba delante de él, no
podían verlo, su mano se posó en el prieto culo de Ana, embutido en su
vaquero y lo cogió con fuerza para luego darle un azote. Ana aceleró el paso
y sin perder la sonrisa, le guiñó un ojo a Javier al tiempo que le sacaba
levemente la lengua, como una niña mala y traviesa.
—Voy a ver los bikinis. Luego nos vemos – dijo Olga.
—Pero… Mira tu hija a su puñetera bola – gruño Marta a su marido que ya
caminaba a su lado.
—Déjala. En cuanto encuentre algo que le guste te llamará – respondió
Javier.
—Tú defiéndela. Se suponía que compraríamos en familia.
—Y que quieres que los chicos nos esperen mientras yo miro un bañador o
tú un vestido. Se pondrán insoportables es mejor así y tardaremos menos.
—Vale. Pues ve a la sección de deportes y búscate un par de bañadores.
Luego te doy el ok – dijo sonriendo a su marido.
—Yo voy a ver las novedades en la sección de discos – anunció Ana y se
marcho sin esperar respuesta.
Javier la miró como se marchaba algo desilusionado. Después de lo
sucedido en el ascensor había albergado la esperanza que ella le ayuda con
los trajes de baño.
—Carlos. Venga vamos a la sección joven. Acabo de recordar que
necesitas un pantalón y una camisa – le dijo Marta a su hijo.
—Pero mamá – protesto Carlos.
—No hay peros. Vamos — le indico al chico. – Nos vemos luego – le dijo
a su marido alejándose.
—Vale – fue lo único que dijo.
Ana siguió a Olga a cierta distancia. Tenía la sospecha que sucedía algo.
Olga había estado muy callada durante todo el trayecto y centrada en su
teléfono al que no dejaban de entrar mensajes. Además empezaba a conocer
bien a Olga y sabía que le encantaba ir de compras con su madre. Ana quería
saber que era tan importante para que dejase pasar esa oportunidad.
Olga no esperó a los ascensores, tenía prisa, y fue directamente a la
escalera mecánica. Una planta tras otra llego a la planta baja. Ana estaba en la
escalera cuando vio quien la esperaba. Era Marcos. Este la tomó del brazo.
Olga intento resistirse pero este tiro de ella hacia la escalera que bajaba al
aparcamiento. Ana continuó tras la pareja. Olga y Marcos bajaron hasta el
segundo sótano. Caminaban deprisa entre los coches aparcados y Marcos iba
tirando del brazo de Olga, que lo seguía con contra su voluntad. Ambos
subieron al Mercedes negro de Marcos que estaba estacionado en una zona
apartada. Ana se oculto tras una de las columnas, lo más cerca posible que
pudo sin que fuera descubierta y sacó su teléfono móvil del bolsillo de su
cazadora. La joven espía comenzó a fotografiar y grabar lo que pasaba dentro
de aquel coche.
Marcos intentó besar a Olga pero esta aparto su cara. Marcos le gritó e
intento besarla de nuevo obteniendo una nueva negativa. El hombre metió la
mano en su chaqueta y sacó su teléfono móvil, pulso la pantalla del aparato
con su rechoncho dedo y tomando a Olga por la nuca le mostró lo que ahí
aparecía. Luego volvió a pulsar la pantalla y la joven lo detuvo. Marcos
guardo el teléfono nuevamente y beso a la chica mientras metía su mano bajo
su jersey. El hombre, después de unos minutos comiéndole la boca a Olga y
sobando sus tetas se acomodo en su asiento. Marcos tomó a la chica por la
nuca y la obligó a bajar su cabeza hasta su entrepierna. Era evidente que Olga
se resistía y a él le costaba que bajase. Finalmente consiguió su propósito.
Marcos se recostó cómodamente con los ojos cerrados, con la mano izquierda
sobre el volante y la derecha en la espalda de Olga. Con ella que al tiempo
que la acariciaba marcaba el ritmo de la mamada que le estaba haciendo.
Unos minutos después Olga se incorporó y volvió a su asiento. Cogió su
bolso y sacó unos pañuelos con los que estuvo limpiándose. Olga abrió la
puerta brevemente y los tiró fuera. Luego bajó el parasol y se miró en el
espejo. Olga intentaba recomponer su aspecto. Marcos a su lado se abrochó el
pantalón y subió la cremallera con una sonrisa e satisfacción en su cara.
Mientras la joven peinaba su pelo con los dedos y pintaba nuevamente sus
labios, el hombre le hablada.
La pareja salió del coche. Ana se ocultó rápidamente y guardo su teléfono
nuevamente en el bolsillo. Olga caminaba al lado del socio de su padre y
juntos fueron hasta el ascensor. Ana antes de volver a seguirlos cogió sus
llaves y se acercó al deportivo de Marcos. Con ellas escribió una palabra
sobre el capo. CERDO. Luego espero que ambos tomasen el ascensor y
esperó hasta ver en que plantas se detenía antes de volver a bajar. Ana cogió
otro ascensor y buscó a la pareja.
Javier que se había quedado solo. Estuvo deambulando de un lado para
otro sin un rumbo fijo. Dio una vuelta por la sección de moda de caballero y
miró algunos trajes. Paseó por la sección de electrónica y se entretuvo
mirando las novedades en equipos HIFI. Después hojeó las últimas
novedades literarias. Cuando se cansó de dar vueltas de un lado para otro
finalmente se dirigió a la sección de deportes en busca de los bañadores que
le hacían falta. Al cruzar junto al departamento de lencería vio a un hombre
que le pareció Marcos, su socio. Ese hombre escogiendo un conjunto. Javier
decidió entrar para ver si realmente ese hombre era Marcos. Efectivamente
cuando se aproximo a él pudo comprobar que era su socio. Iba saludarlo
cuando con un conjunto de lencería negro se dirigió a los probadores. Una
joven que estaba de espaldas a él lo espera en la entrada con algunos
conjuntos más en la mano. Si no fuera porque era imposible Javier hubiese
jurado que aquella chica era su hija. Marcos tomo a la joven de la cintura y
entro con ella en la zona de probadores.
“Será cabrón” se dijo a sí mismo, cuando pensó en Irene y Clara, la mujer
e hija de su socio. Javier se puso a disimular mirando algunos saltos de cama
mientras su socio salía con su amiguita, sin apartar la vista de los probadores.
—Buenas tardes, ¿necesita ayuda? – se ofreció una joven dependienta a su
espalda.
—Eh… no gracias. Solo estoy mirando. Busco algo especial para mi
esposa – respondió sin ni siquiera volverse.
—Solo llámeme si necesita algo.
Javier no respondió y la dependienta volvió a sus tareas junto a la puerta de
los probadores.
—Sabe, creo que a Marta le van más las transparencias y las gasas.
Javier se giró en ese mismo instante y comprobó que esa última frase no
era de la dependienta. En ese momento era Ana la que le ofrecía su ayuda.
Tenía picardía en la mirada. Como cuando un niño piensa hacer una
travesura.
—¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú, mirar.
—Yo no miro nada.
—Lo sé. Solo estas esperando.
—¿Cómo?
—Qué esperas a tu socio y a la chica que lo acompaña.
—¿Y tu como lo sabes?
—También los he visto entrar. Venga vámonos. Te ayudare a elegir los
bañadores.
—No. Espera un momento que salgan.
—Javier, déjalo. A ti que más te da lo que haga el capullo de tu socio.
Venga – y tiró de su manga ligeramente.
—Quiero verlos salir. Solo eso.
—Pero ¿Por qué? Si yo también puedo acompañarte a uno de los
probadores.
—Ana, déjame. Tengo que verlos. Tengo una sensación rara, un
presentimiento.
—Es mejor que no los veas. Por favor, hazme caso.
—Tú sabes quién es la chica ¿verdad? Dímelo.
—No. Si te lo digo no me creerás. Será mejor que lo veas tu mismo.
Ana cogió uno de los saltos de cama que Javier miraba y tomándolo de la
mano se dirigieron a los probadores. En la entrada de los mismos Ana se
detuvo y se volvió a Javier.
—Solo te pongo una condición. No quiero que montes una escena. Yo ya
me estoy ocupando de todo.
—¿Cómo dices?
—Por favor, prométemelo.
—Está bien, lo prometo.
Ambos entraron en los probadores. Ana mostró la prenda a la dependienta
y esta miró de arriba abajo a Javier. Este se dio cuenta. La muchacha lo
estaba mirando con desprecio, como diciendo, ya veo quien es tu esposa. Ana
lo tomó de la mano y tiró nuevamente de él. Caminaba agachada, mirando a
uno y otro lado los probadores. Cuando la joven localizo el que buscaba se
incorporo y se volvió hacia Javier. Le indicó que guardase silencio poniendo
su dedo índice sobre sus labios y después junto sus manos sobre su pecho y le
hizo un gesto, por favor lo has prometido. Los dos entraron en el cubículo
formado por tres cortinas y un espejo. Ana cerro la cortina y dejo la prende
en una percha. Con mucho cuidado, la joven, abrió levemente la cortina que
los separaba de Marcos y acompañante. Solo fue una rendija, algo
imperceptible pero fue suficiente para que Javier viese lo que pasaba al otro
lado.
Lo que vio Javier le pareció algo imposible. No podía creérselo. Le parecía
grotesco. Si no hubiera sido por que lo estaba viendo con sus propios ojos lo
habría negado. Su hija, Olga, vestía una de las prendas que había visto coger
a su socio, Marcos. Ambos estaban de pie en aquel reducido espacio. Marcos
se acercó a su pequeña y la besó. Olga instintivamente abrió sus labios y sus
lenguas chocaron. Marcos pasó su mano por la espalda de Olga, buscando su
cintura. La enorme mano de ese hombre tomaba la cintura de la tierna joven.
La mano de Marcos ascendió por la espalda de Olga y desabrochó el
sujetador negro de encaje. Acarició su espalda desnuda y paso la mano a su
abdomen, luego fue subiendo hasta acariciar su pecho.
El rostro de Javier era todo un poema. Ana estaba más pendiente de él que
de lo que sucedía al otro lado de la cortina. Ella ya sabía de lo que era capaz
ese depravado. Ana tenía cogió a Javier por uno de sus brazos, mientras con
la otra mano no dejaba de acariciar su espalda para intentar relajarlo.
Mientras le susurraba:
—Tranquilo. Por favor.
Los pezones de Olga reaccionaron inmediatamente al contacto de esa mano
que había tomado su pecho. Marcos no paraba de besarla. Olga no pudo
contenerse y le quito la chaqueta a Marcos y desabrocho su camisa. Marcos
hundió su cara en el pecho de Olga y jugó con su lengua en sus pezones
desnudos. Marcos se puso en cuclillas frente a la tierna e inocente joven. Se
quedo ahí, agachado, con su cara frente a sus braguitas de negro encaje
semitransparente. Olga le acarició el pelo con suavidad. Marcos introdujo sus
dedos en el elástico de la prenda y está descendió por esas bonitas piernas.
Cuando Javier vio el sexo de su pequeña Olga estaba brillante, rezumando
fluidos. Era imposible. Como su hija podía excitarse con semejante tipo. La
pregunta inevitable golpeó su mente. ¿Estaba drogada como aquella noche?
Aquella maldita noche en la que no debió de suceder nada, pero paso todo.
Javier sintió una punzada en el estomago, como si una daga se le clavase y le
hurgase las tripas, con lo que estaba viendo en ese momento. Marcos, su
socio, su amigo, estaba recogiendo con la punta de su lengua el jugo que
manaba de su pequeña.
Marcos recorrió la rajita de Olga de arriba abajo y de abajo arriba,
introduciendo su lengua bien entre sus labios. Y finalmente jugó con el botón
rosa del clítoris que hizo que Olga se corriese con un gemido hondo y
ahogado. Marcos nuevamente de pie y la besó. Compartió con Olga sus
propios fluidos.
Javier estaba tenso, con los puños cerrados y la cara roja de rabia. Ana a su
lado intentaba calmarlo con caricias. Pero sabía que era complicado que un
padre estuviese tranquilo en una situación como esa. Una situación que en
cierta forma él había provocado.
—Javier, vámonos. No merece la pena que te tortures así. Venga. –
susurraba Ana en su oído y tirando de él.
—No. Tengo que verlo – fue la respuesta casi imperceptible de Javier.
Mientras, la pareja seguía besándose. Olga desabrochó el cinturón de
Marcos, luego su pantalón que cayó a sus tobillos. Olga palpó el bulto por
encima de la tela, que palpitó en su mano. La joven bajó un poco el slip negro
de Marcos, liberando su polla que salto con impaciencia. El socio de Javier
puso sus grandes manos en los hombros de la hija de su amigo obligando a
esta a ponerse de rodillas, aunque ella intento resistirse.
—Ya sabes lo que tienes que hacer – dijo Marcos con en tono bajo pero
autoritario.
Olga rodeo la polla con una de sus manos y la acarició dejando al
descubierto el rosado glande de Marcos. De ese capullo brotaba un líquido
transparente que Olga recogió con la punta de su lengua. Luego se lo
introdujo en la boca y lo mordió mientras su lengua jugaba con él. Miró a
Marcos, estaba apoyado en el espejo del probador con los ojos cerrados y una
cara de placer que no podía disimular. Olga engulló la polla hasta el fondo y
comenzó masturbarlo con su boca. Cuando lo miraba sabía que Marcos
estaba disfrutando.
—Yo mato ahora mismo a ese cabrón – dijo en un suspiro Javier haciendo
ademan de traspasar la cortina.
—Me lo has prometido. No ibas hacer ninguna escena – lo detuvo Ana
tomando con fuerza del brazo.
—Pero…
—Calla y vámonos – volvió a insistir Ana.
—No – dijo tajante Javier, casi en un suspiro.
Marcos sujetando del cabello a la pequeña Olga movía ligeramente sus
caderas acompasando sus movimientos a los de la cabeza de la chica. Ella se
movía cada vez más rápido. Hasta que la detuvieron.
—Para. Quiero follarte – ordeno Marcos.
Olga se detuvo inmediatamente. Marcos la tomó por los brazos y la hizo
levantarse, luego la giro. El socio traidor, puso a la chica mirando hacia el
espejo del probador e hizo que se inclinase un poco. Olga apoyo ambas
manos en el espejo. Ambos podían verse y mirarse a los ojos a través de sus
reflejos. Marcos cogió su dura polla y la paseó por toda la raja húmeda de
Olga. El hombre detuvo su paseo en la entrada de la abierta y chorreante
vagina de la joven. Olga movió sus caderas con impaciencia, quería ser
follada. Marcos ignoró la señal y permaneció así unos segundos más,
haciéndose de rogar, luego le metió solo con el capullo y esperó. A Olga la
espera se le hacía eterna, deseaba que Marcos la penetrase
—Fóllame ya, cabrón. ¿A qué esperas? – dijo Olga.
Javier nunca habría podido imaginar que su pequeña, su dulce niña, dijese
una expresión como aquella.
Marcos empujo con fuerza enterrando su polla completamente en Olga.
Ella grito contenidamente de placer.
—Sí. Otra vez. Métemela más fuerte – ordenó Olga.
Marcos salió de Olga y volvió a entrar, pero esa vez con más fuerza aún. Y
así volvió a repetirlo una y otra vez. Cada nueva embestida era cada vez más
rápido y con más fuerza, enterrando su polla en el coño de Olga hasta la
misma base. Marcos la sujetaba por las caderas y veía su cara de placer en el
espejo cuando cruzaban sus miradas en él. Más fuerte, más rápido, más
profundo. Más fuerte, más rápido, más profundo. Con cada penetración de
Marcos los gritos de Olga subían de intensidad.
—Me voy a correr – dijo Marcos.
—Para – fue la respuesta de la joven.
El socio de Javier paró inmediatamente. Olga separó una de sus manos del
espejo e introdujo dos dedos en su boca. Los llevo a su clítoris y lo masajeo
con fuerza. Volvió a apoyarse con ambas manos en el espejo y dijo.
—Ahora, córrete conmigo.
Y Marcos volvió a follarse a Olga con más fuerza que antes.
Javier incrédulo e impotente salió del probador rápidamente. No podía
seguir viendo aquello. Ana iba salir tras él cuando se percató que a sus pies
tenía la chaqueta de Marcos. No tendría otra oportunidad como aquella. Ana
se agachó y cogió la chaqueta por debajo de la cortina, mientras Olga no
dejaba de decirle:
—¡Córrete! ¡Córrete! ¡Ahora Marcos! ¡Ahora, córrete conmigo!
Ana con la chaqueta de Marcos ya en sus manos registro los bolsillos
interiores hasta que encontró lo que buscaba.
—¡Lo tengo!
Tiró nuevamente la chaqueta al suelo y salió corriendo de los probadores,
mientras guardaba en el bolsillo de su cazadora el teléfono móvil de Marcos.
Una vez fuera buscó a Javier con la mirada. No quería que montase una
escena. Lo vio en la entrada de la sección de lencería caminando nervioso de
un lado a otro. La dependienta miró a Ana un poco desconcertada. Esta dejo
en el mostrador el picardías que todo el tiempo había tenido en la mano y le
dijo sin detenerse:
—Lo siento, no me queda bien.
Ana fue hasta donde estaba Javier y lo tomó del brazo. Tiró de él y se
dirigieron a las escaleras mecánicas.
—Vamos a la cafetería necesitas tomar algo.
Marta y Carlos deambulaban por la sección de ropa juvenil en busca de un
pantalón. Carlos estaba bastante contrariado. A pesar de estar a solas con su
madre y después de su juego con ella en el ascensor, Carlos, hubiera
preferido irse a la sección de electrónica o ver las últimas novedades en
videojuegos. Al joven parecía no gustarle ninguna de las prendas que veían y
Marta empezaba a perder la paciencia. Esta cogió un pantalón de una de las
estanterías y le miró la talla. Luego miró a su hijo y asintió con la cabeza.
—Toma. Vamos a ver cómo te quedan. Pruébatelos.
—Pero mamá esos no me gustan – protesto Carlos como si fuese un crio de
diez años.
—Pruébatelos y luego hablamos – sentenció Marta.
Madre e hijo se dirigieron a los probadores. Carlos entró en uno de los del
fondo que estaban libres, corrió la cortina y su madre lo espero fuera. Una
vez los tuvo puestos le pareció que no estaban nada mal.
—¿Qué tal? ¿Cómo te quedan? – pregunto Marta desde el otro lado de la
cortina.
—Bien.
Marta descorrió la cortina y entró junto a su hijo. Comprobó la cintura y lo
hizo girar sobre sí mismo.
—Te quedan perfectos. Solo un poco largos. Le diré a la chica que les
meta un poco.
La madre de Carlos avisó a la dependienta para que cogiese los bajos,
mientras ella elegía alguna prenda más. La dependienta que entró sorprendió
a Carlos. Era guapísima. Se parecía un montón a su hermana, morena, con un
cuerpo de infarto, como solían decir sus amigos y unos ojos que quitaban el
hipo. Carlos calculó que podría tener tres o cuatro años más que Olga. La
joven, como el resto de dependientas de la sección, vestía una camiseta
blanca muy ajustada de cuello en uve y un pantalón negro súper ajustado que
definía perfectamente su silueta. Cuando la dependienta estuvo frete a él no
dijo nada. Solo le sonrío y se agachó para coger los bajos. Carlos no pudo
evitar mirar su escote. Le hubiese encantado perderse en aquella sima. La
imaginación del joven voló. Tenía a aquella preciosa chica a escasos
centímetros de su entrepierna. La dependienta manipulaba los bajos mientras
Carlos no pudo evitar fijarse en el precioso culo de la chica. La camiseta, por
la postura que tenía, se había levantado mostrando la parte baja de su espalda
y el ceñido pantalón había bajado unos centímetros. Eso fue suficiente para
que Carlos se deleitase con el principio de unas preciosas y redondas nalgas y
con el escueto hilo de su más que probable diminuto tanga. Luego pensó que
nunca se había fijado si su hermana usaba ese tipo de prendas. Su mente
regresó a la dependienta y como sería en la cama. “Follar con ella sería una
pasada” pensó. Se preguntó qué haría Olga cuando estaba con su novio y si
también sería una pasada estar con ella. Carlos no pudo evitar excitarse con
esos pensamientos.
Cuando la guapa dependienta terminó su tarea se puso de pie nuevamente.
Miró a Carlos fijamente y sonrió con picardía. Le guiñó un ojo y se dio la
vuelta. Marta entraba con un par de camisas y la dependienta le dijo:
—Ya está. Cuando terminen me los dejan en el mostrador para tomar nota
y en una media hora estarán listos.
—Gracias –dijo Marta.
La chica se marcho y dejo a madre e hijo solos nuevamente. Carlos sonreía
sin apartar la vista del precioso culo de la joven. Pero su madre lo sacó
rápidamente de su ensimismamiento.
—Carlos, por favor. Contrólate un poquito – le dijo Marta.
—¿Qué he hecho ahora?
—Por favor, hijo. Que habrá pensado esa chica – respondió su madre al
tiempo que le lanzaba una mirada a la entrepierna.
Carlos desvió su mirada hacia el punto que indicaba la de su madre. Estaba
completamente empalmado y los pantalones algo ajustados mostraban un
enorme bulto difícil de disimular. Carlos no pudo evitar sonreír.
—Pues, mamá, creo que le ha gustado lo que ha visto porque me ha
guiñado un ojo y me ha sonreído.
—Ya. Seguro que esta deseado ligar contigo. Si ha hecho eso es por no
darte un bofetón. Toma pruébate estas camisas y relájate un poquito.
Marta volvió a salir y dejó nuevamente solo a su hijo en el probador.
Cuando la madre de Carlos regresó con otras prendas para que se las probase,
la virilidad del joven no se había relajado nada. Cuando Marta vio aquello
entró en el probador.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Nada mamá.
—¿Nada? Primero me metes mano en el ascensor delante de tu padre y
ahora esto.
—Pero… no tengo la culpa no puedo controlarlo.
—Venga Carlos. Por favor. No me digas que no has podido controlar el
meterme mano. Además no me creo que te hayas puesto así solo porque la
dependienta te haya cogido los bajos del pantalón.
—Joder mamá. Vale, lo siento, lo del ascensor no se volverá a repetir. Pero
yo no tengo la culpa de esto – dijo finalmente Carlos mirando el gran bulto de
su pantalón.
—No te preocupes. Solo estoy un poco nerviosa. Tenemos muchas cosas
que hacer y no nos dará tiempo. Haremos una cosa. Te dejo solo unos
minutos y te masturbas, así te relajas y podemos continuar.
—¡Mamá!
—¿Qué? No me iras a decir a estas alturas que no te has hecho una paja.
—No. No puedo hacerlo aquí.
—¿Por qué? Estoy segura que lo habrás hecho en sitios aun peores. Piensa
en qué harías con la dependienta. O mejor aun en Clara.
—No insistas no puedo.
—¡Joder Carlos!
Marta entro en el probador donde estaba su hijo y corrió la cortina para
aislarse del exterior. Se puso de rodillas frente a Carlos y desabrochó el botón
del pantalón bajándolo hasta los tobillos del muchacho.
—Pero mamá ¿Qué haces?
—Terminar con este problema cuanto antes.
Después de esas palabras, Marta, bajó también el bóxer de su hijo dejando
al descubierto un muy erecto miembro mirando al cielo. Escupió en su mano
tomó la polla de su hijo por la base. La mano de Marta comenzó a subir y
bajar por el falo de Carlos recorriéndolo en toda su longitud. La mano de la
madre se movía con maestría. Era evidente que no era la primera vez que
masturbaba a un hombre. Carlos, estaba ahí, de pie, con las piernas
ligeramente abiertas, un probador, con su madre de rodillas ante el haciéndole
una paja. No lo habría imaginado ni en sus mejores sueños. Marta aceleró el
ritmo de su mano para intentar que su hijo terminase lo antes posible.
Escupió nuevamente sobre el dilatado capullo de Carlos para lubricar la
maniobra.
—¿Te falta mucho? – pregunto Marta sin dejar de pajear a su retoño.
—No… estoy… casi a… puto – respondió Carlos entrecortadamente.
—Pues date prisa.
Marta aceleró nuevamente el ritmo y luego lo mantuvo constante. Con la
otra mano cogió los huevos de su hijo y los acarició. Los apretó suavemente y
recorrió el espacio que separaban estos de su entrada trasera. Eso excitó
mucho más al joven acrecentando la dureza de su miembro.
—Vamos, córrete ya.
—No puedo aún.
—Pues no se que mas necesitas.
—Enséñame las tetas. Terminare antes.
La mano de Marta que acariciaba los huevos de su hijo se dirigió a los
botones de su camisa. Tenía un par de ellos desabrochados mostrando el
comienzo de un precio pecho. Cuando comenzó a abrir los siguientes dejo a
la vista de su hijo esos dos exuberantes pechos que estaban libres bajo la
prenda. Carlos se apoyó contra el espejo y cerró los ojos para concentrarse y
alargar aquel maravilloso momento. Su madre continuaba masturbándolo a
buen ritmo y cuando volvió a mirarla esas dos preciosas y firmes tetas se
movían al ritmo de su brazo. Carlos no podía más.
—Voy a correrme mamá, voy a correrme.
Marta de masturbar la polla de su hijo y la sujetó firmemente por su base.
Su rostro estaba a pocos centímetros de esa dura barra de carne. Abrió su
boca y sin previo aviso engulló el falo de Carlos. Este con los ojos como
platos y quieto como una estatua se dejo hacer. Su madre movía su cabeza
tragando su polla totalmente incrustando en grueso glande en su garganta.
Carlos no pudo contenerse y cogió a su madre por la nuca y el pelo haciendo
que se detuviese en sus movimientos. El comenzó a mover sus caderas y a
follar la boca de Marta. A la tercera embestida comenzó a descargar en la
boca de su madre. Carlos se quedó quieto sintiendo como el semen fluida a lo
largo de su polla para depositarse en la húmeda y cálida cavidad. Cuando
Marta sintió que su hijo había terminado y su miembro comenzaba a perder
firmeza, lo saco de su boca y se puso de pie. Frente a él abrochó nuevamente
su camisa. Carlos estaba quieto frente a su madre. Cuando esta termino de
arreglarse frente al espejo tomo a su hijo por la nuca con su mano y aproximo
su boca a la de él. Marta lo beso metiendo su lengua en la boca de su
pequeño. Carlos se sorprendió cuando su boca comenzó a llenársele se un
liquido espeso que no era saliva. Marta se separó de él.
—Eso es tuyo. Lo mejor que puedes hacer es tragártelo. Ahora cámbiate.
Te espero fuera.
Salió del probador dejando a Carlos con la boca llena con su propia leche.
Este sin saber que hacer la escupió en un rincón y se vistió apresuradamente.
Una vez fuera de los probadores se reunió con su madre que ya lo esperaba
con unas bolsas en la mano junto a la dependienta. La joven le sonrió y les
indico que en media hora tendrían los arreglos. Mientras madre e hijo salían
de la sección de moda joven, Marta le dijo:
—De esto ni una sola palabra a nadie.
—CAPITULO 13—
COMPRAS EN EL CENTRO COMERCIAL
——————————————————————SEGUNDA PARTE
——————————————————————
Ana y Javier estaban sentados en la cafetería de la planta superior de los
grandes almacenes desde donde se podía contemplar una preciosa vista de la
ciudad. Frente a Javier había una humeante taza de tila y frente a Ana un vaso
de refresco. Los dos estaban callados. Javier tenía la vista clavada en la taza
sin dejar de darle vueltas a la infusión con la cucharilla. Ana lo observaba
intentando adivinar que estaba pasando en esos momentos por su cabeza.
—¿Tú lo sabías? – preguntó Javier rompiendo el pesado silencio entre los
dos.
—¿A qué te refieres?
—A que va a ser. Lo de Olga y Marcos. Antes has dicho que te estabas
ocupando de todo.
—Yo lo sé todo. Lo ha Olga hace tiempo que lo sospechaba pero hasta
hace unos días no lo tuve seguro.
—¿Todo? ¿Qué quieres decir?
—Javier… sé lo que paso en la fiesta. Bueno, mejor dicho después de la
fiesta.
—¿Cómo lo has sabido? – pregunto Javier completamente pálido.
—Tu socio intento chantajearme con unas fotos para que me acostase con
él. Me negué y le dije que le enseñase las fotos a quien quisiera.
Evidentemente no ha hecho nada. Pero luego lo intentó con Olga. Y por eso
ella estaba con él. La chantajea.
—Pero… tampoco parecía que se negara – dijo Javier algo contrariado.
—Vamos a ver. Un cerdo la esta chantajeando. No le queda más remedio
que acceder a sus deseos, supongo que para no volverse loca intentará
disfrutar dentro de lo posible.
—Yo lo mato. Esta misma noche voy a su casa y lo mato.
—No. Esta noche no harás nada. Y seguirás comportándote como siempre.
—De eso nada. Esta misma noche se termina todo.
—Javier… ¿Quieres que Marta sepa lo que le hiciste a Olga aquella
noche?
—¿Me estas amenazando? Además tú no tienes nada. Las fotos las tiene el
cabrón de Marcos. Tu misma lo has dicho.
—No. No es una amenaza. Solo quiero evitar que hagas una tontería.
Además he conseguido las fotos que tenia Marcos.
—Quiero que me las des. ¿Dónde las tienes? ¿Las has visto?
—Sí, las he visto y están en un lugar seguro. Solo me queda comprobar si
tiene alguna copia y todo habrá terminado.
—¿Qué vas a hacer?
—Tú no te preocupes. Solo confía en mí. Tú secreto está a salvo conmigo.
Ana cogió el vaso del refresco y lo bebió de un solo trago. Se levantó y se
dispuso a marcharse.
—Ana… — dijo Javier intentando retenerla.
—Luego nos vemos y te ayudo a elegir los bañadores.
La joven salió de la cafetería y se dirigió a la sección de telefonía móvil.
Mientras bajaba sacó el teléfono del bolsillo de su cazadora. Ana sonrió
satisfecha, todo sería más fácil de lo que había pensado, el teléfono se
desbloqueaba tan solo pasando el dedo sobre la pantalla sin necesidad de
ningún patrón determinado. Fue directamente a la galería de fotos. Miró los
álbumes. Había mucho material y muy interesante. Finalmente encontró las
fotos de aquella noche. Solo las vio por encima. Javier la folló aquella noche.
En el fondo no le sorprendió, al final habían terminado haciéndolo. Lo que si
la sorprendió fue ver que también se folló a su hija aquel día.
Cuando Ana llego a la sección de telefonía un joven muy atento se ofreció
a ayudarla. Ella le mostró el teléfono de Marcos. Luego le pido un cargador y
un cable de datos para ese aparato. El joven miró el modelo y unos minutos
después ponía en una pequeña bolsa lo que Ana le había solicitado. Ana le
pagó y se fue pensando en la suerte que había tenido.
Marta caminó sola hacia la sección de ropa de señora. Carlos, más relajado
después de lo sucedido en los probadores logró escabullirse a la sección de
electrónica. Justo antes de llegar vio a Ana sola, sentada en un banco,
hojeando distraída un libro. Se acercó a ella y se sentó a su lado.
—¿Qué lees? – preguntó Marta sacando a Ana de su distracción.
—¿Eh…? Eres tú. No me había dado cuenta – respondió la joven.
—Ya veo. Estabas muy concentrada en la lectura.
—No leía, tan solo lo hojeaba echando un vistazo por encima – y le mostró
la portada.
—Un Jardín al Norte. ¿Boris Izaguirre? No me imaginaba que te gustase
ese tipo de literatura.
—No es lo que piensas.
—Si a mí no me importa, puedes leer lo que te apetezca, lo importante es
leer.
—Ya. Pero no es lo que imaginas. Este libro no es nada frívolo. ¿Has leído
El tiempo entre costuras?
—Sí. Aunque me dejó un sabor agridulce. ¿Eso que tiene que ver con este
libro?
—Pues la amiga de Sira, Rosalinda, en el libro ese personaje viene, va y
podría haber dado mucho mas juego. Este libro digamos que es la vida de
Rosalinda, me quedé con ganas de saber más sobre ella y bueno lo he
comprado.
—Siendo así me gustaría leerlo. Cuando lo termines me lo pasas.
—Eso está hecho. Por cierto ¿Qué haces por aquí?
—Iba a la sección de moda de señora, ¿me acompañas?
—Claro.
Ana y Marta pasearon por la sección de moda mirando la ropa. Al tiempo
que iban escogiendo las prendas que les gustaban y Marta consideraba más
adecuadas, charlaban de unas cosas y otras. Una vez tuvieron hechas las
elecciones Marta se dirigió a los probadores. Ana se quedo distraída entre los
distintos percheros.
—¿No vienes? – le dijo Marta.
—Ahora cuando te cambies voy.
—No digas tonterías. Venga vente y me ayudas.
Ambas entraron en los probadores. Colgaron las prendas en algunas que
había en el cubículo. Marta comenzó a desabrochar su blusa mientras Ana
observaba como poco a poco esta iba dejando al descubierto sus pechos
desnudos. Después se deshizo de la falda quedando tan solo vestida con el
tanga de color negro. Ana la ayudó con los vestidos y mientras los ponían y
los quitaban ella aprovechó para no perder detalle de aquellas preciosas tetas
que la tenían fascinada. Al tiempo que sus manos entre cambio y cambio
rozaban y acariciaban descuidadamente la suavidad y tersura de esos pechos,
así como la dura excitación de los pezones de Marta. El tiempo pasaba
volando y Ana cada vez estaba más excitada.
—Tienes un cuerpo magnifico y ese tanga te sienta fenomenal, además
tienes unas tetas preciosas. Espero que cuando tenga tu edad las mías estén
igual – dijo Ana de improviso.
—Muchas gracias, pero tú no te puedes quejar – fue la respuesta de Marta.
—¿Puedo hacerte una pregunta? Tal vez pienses que es un poco indiscreta.
—Pregunta lo que quieras creo que ya tenemos confianza.
—¿Te las has operado? – pregunto Ana poniendo un tono tímido.
—No. Completamente naturales. Tan solo es cuestión de hacer los
ejercicios adecuados. Puedes tocarlas si quieres.
Ana no se lo pensó dos veces y colocó con suavidad sus manos sobre
ambos pechos. Los sopesó comprobando su tamaño, los apretó como si
comprobase la madurez de una fruta y finalmente los acarició con calma
mientras sus pulgares hacían círculos los prominentes pezones.
—¿Que puedo decir? Casi las tienes mejor que yo. Lo que debe disfrutar
Javier con ellas.
—No puedo quejarme. Javier y yo tenemos una vida sexual bastante
activa. Pero creo que tu tampoco debes de tener queja con lo guapa y sensual
que eres.
—Ya sabes que no salgo con nadie, pero… nunca falta un roto para un
descosido – dijo Ana sonriendo con cierta picardía.
Mientras hacían esos comentarios Marta fue vistiéndose bajo la atenta
mirada de la joven. Cuando terminó, ambas salieron y pagaron las prendas
elegidas. La siguiente parada era la sección de moda baño. Ese era el motivo
de la tarde de compras, Marta quería un par de bikinis nuevos para sus días
de vacaciones. Las dos mujeres vieron todos los modelos de las prendas de
baño. Ana no eligió ninguno. Marta cogió varios para probárselos. Ambas
entraron nuevamente en los probadores.
Marta volvió a chitarse la camisa y se probó la parte superior del primero
de los bikinis. Ana a su lado la ayudaba dando y recogiendo las prendas
según se las iba solicitado. Marta se deshizo de su falda y posteriormente del
pequeño tanga quedando completamente desnuda junto a su joven
acompañante. Ana excitada se fijo en que Marta iba completamente rasurada,
sintiendo unas ganas enormes de probar esa rajita. La joven le pasó la parte
inferior del enésimo bikini y una vez colocada en su lugar le aproximo la
parte superior. Ana se puso de pie tras Marta y ató en su cuello y espalda los
cordones de la prenda. La joven la miraba en el espejo desde su espalda,
deleitándose con el precioso reflejo. La mano de Ana rodeo desde atrás la
cintura de Marta abrazándose a ella.
—Estas guapísima. Tienes que llevarte este – susurró la joven al oído de la
bella madura.
Ana acariciaba el plano y firme abdomen de Marta. Se apretó contra ella
para que sintiese en su espalda como sus pezones se habían convertido en dos
estiletes bajo su fina camiseta. La mano de la joven descendió hasta
introducirse bajo el bikini de Marta, mientras la otra se había apoderado de
uno de sus pechos. Los dedos de Ana recorrieron la suavidad del sexo de la
mujer comprobando que estaba comenzando a mojar la prenda. Las caricias
en el sexo de Marta hicieron que esta ronronease como una gatita mimosa
con los ojos cerrados, al tiempo que los carnosos labios de Ana recorrían su
cuello y sus hombros. Ana abandonó la entrepierna de Marta y esta la miró
con deseo a través del espejo. Las manos fueron acariciando el cuerpo de la
mujer hasta que ambas se situaron en sus caderas. Con un rápido movimiento
Ana deshizo los lazos que sostenían la prenda en su lugar haciendo que esta
cayese al suelo. Los dedos de la joven volvieron a explorar la entrepierna de
Marta. Sus dedos la penetraron mientras su otra mano amasaba sus tetas
sobre la pequeña prenda veraniega. Ana hábilmente la estaba follando con
dos dedos mientras su pulgar estimulaba el dilatado y sensible clítoris de
Marta. Los dedos de Ana entraban una y otra vez cada vez más rápido. La
respiración de la mujer se aceleraba convirtiéndose en un jadeo. Los fluidos
de Marta brotaban abundantes empapando la mano de Ana, conforme ella se
aproximaba al orgasmo y esta aceleraba el ritmo de sus penetraciones. Marta
giró su cabeza buscando la boca de Ana. La joven saco su lengua y busco la
de la mujer. Ambas se fundieron en un beso y sus lenguas se enredaron. Ana
se detuvo de repente. Saco la mano del seco de Marta y soltó su pecho. Se
separó de ella. Marta se volvió impaciente por el inminente orgasmo que
tenía a las puertas.
—¿Qué pasa? – le pregunto jadeante y contrariada.
—Eres una guarra – fue la cortante respuesta de Ana.
—¿Cómo? No he sido yo quien ha empezado esto. Tendrás te acabarlo.
—De eso nada. Le has comido la polla a Carlos.
—¿Qué estás diciendo?
—Venga Marta. No te hagas la ofendida te sabe la boca a su semen. Era
por eso que te molestaba tanto que yo follase con él. Lo querías para ti solita.
—Tú no sabes nada.
—Así es, no sé nada, ni quiero saberlo.
Ana llevo los dedos empapados por los fluidos de Marta hasta su boca y
los limpio relamiéndose.
—Deliciosos.
Luego sacó del bolsillo trasero de su vaquero un paquete de chiche y
tomando dos pastillas se las metió en la boca. El resto del paquete se lo dio a
Marta al tiempo que le decía:
—Comete un par de ellos. No querrás besar a tu marido y que se entere
que te estás follando a su hijo – dejando a Marta desnuda, caliente, con un
paquete de chicle y unas ganas locas de correrse.
La joven salió de los probadores y de la sección de moda baño. Fue a
buscar a Javier a la sección de deportes donde tenían los bañadores de
caballero. Después de dar unas vueltas por allí no lo encontró. Ana sacó su
teléfono y marco el número del hombre.
—¿Dónde estás? – le preguntó sin darle tiempo a otra cosa que a
descolgar.
—En la cafetería. ¿Ha pasado algo?
—No. Solo espera ahí, no te muevas.
Ana se dirigió con premura a la cafería. No esperó a alguno de los
ascensores. Fue directamente a las escaleras mecánicas y al tiempo que ellas
se elevaban, Ana subía los peldaños de dos en dos. Entró en la cafetería e
inmediatamente se fijó en la mesa que había ocupado con él. Ahí seguía. Fue
hasta él y tomando de la mano lo hizo levantarse.
—¿Qué pasa? – pregunto Javier contrariado.
—Nada. Acompáñame al baño. Tienes que sujetarme la bolsa.
—Déjamela y te espero aquí.
—No. Vamos ven – dijo en tono imperativo y dejo un billete de veinte
euros sobre la mesa al tiempo que arrastraba a Javier con ella hacia el baño.
—Vale, vale, voy contigo.
Cuando los dos llegaron a la entrada del aseo de señoras Javier se dispuso
a esperarla en la puerta y a coger la bolsa que la joven llevaba en la mano.
Ana se asomó al baño y se aseguró que estaba vacío.
—Vamos entra conmigo – dijo tirando del hombre hacia el interior.
Ana cerró el pestillo de la puerta cuando ambos estuvieron dentro. Dejo la
bolsa sobre el lavabo. Luego se quito la cazadora vaquera y la dejó sobre la
bolsa. Javier la miraba contrariado sin saber que pasaba exactamente. Las
manos de Ana tomaron la parte baja de su camiseta y en un solo movimiento
esta salió por su cabeza. Javier miró incrédulo el torso desnudo de la joven y
el leve bamboleo de sus pechos tras la maniobra.
—¿Se puede saber qué haces? – acertó a preguntar Javier.
—Quiero que me comas las tetas. Venga – lo apremió.
Javier no hizo que se lo repitiese otra vez y hundió su rostro entre aquellas
dos maravillas de la naturaleza. Su boca, sus labios, su lengua, se hicieron
con la tersura de aquellos duros y firmes pechos. Javier mordió, lamió y besó
cada centímetro de piel, mientras sus manos los amasaban y recorrían el torso
desnudo de Ana. La joven se estaba volviendo loca, Javier, estaba ignorando
sus erectos y sensibles pezones. Pero en realidad no era así. El hombre jugaba
alrededor de esos dos rosados botones con su lengua y sus labios. Javier sabía
lo que hacía, quería dejar para el final las guindas de aquellos dos deliciosos
pasteles. Cuando finalmente Javier mordió aquel duro pezón y sus dedos
pellizcaron el otro una explosión de placer broto de cada uno de aquellos
puntos. La onda expansiva recorrió el cuerpo de Ana, su respiración
acelerada se convirtió en un sonoro jadeo y este a su vez en gritos cuando
todo ese placer se concentró en el vértice de sus piernas haciendo que se
corriese en un húmedo orgasmo.
La mano de Ana busco la entrepierna de Javier mientras este seguía
disfrutando de sus tetas. La joven comprobó sobre la tela del pantalón que
Javier estaba también dispuesto a recibir atenciones. Aquel bulto prominente
y palpitante invitaba a ello. Ana se separó de Javier y este quedó boqueando,
como un pez fuera del agua, al dejarlo sin sus caramelos. Lo hizo volverse y
que se apoyase en el lavabo quedando de espaldas al espejo. Ana lo beso
fugazmente y se arrodilló frente a él.
Ana desabrochó el cinturón de Javier, luego su pantalón que dejo caer a
sus tobillos. Bajo el bóxer negro el bulto seguía palpitando de impaciencia
deseando ser liberado. Ana volvió a palparlo por encima de la tela. Después
introdujo sus dejos en el elástico a ambos lados de la cintura de Javier. Los
bajó, liberando aquella polla que salto impaciente. Ana rodeó la verga con
una de sus manos y la acaricio con suavemente. Dejó al descubierto gruesa y
rosada seta de Javier, de la que ya brotaban las primeras gotas de ese líquido
transparente que Ana no podía resistirse a recoger con la punta de su lengua.
Después introdujo ese glande en su boca y lo mordió con suavidad mientras
su traviesa lengua hacia círculos entorno a él. Ana miró a Javier, continuaba
apoyado en el lavabo con los ojos cerrados y con una cara de felicidad que no
podía disimular. Quería que se olvidase de lo sucedido en los probadores
entre Olga y Marcos, a la vez que vengarse de Marta por haberse follado a su
propio hijo en unos grandes almacenes.
Javier se dejaba hacer mientras la joven continuaba trabajándole en los
bajos. Ana siguió lamiendo y mordiendo aquel grueso tronco, mientras una
de sus manos, la que no sujetaba aquella herramienta, acariciaba los duros
huevos de Javier llegando hasta su puerta trasera. La joven abandonó por
unos segundos la mamada para ensalivar a conciencia un par de sus dedos.
Ana volvió a comerle la polla a Javier que comenzaba a gemir. Sus dedos
masajearon el ano del hombre con suaves círculos. Mientras continuaba
trabándose ese miembro hasta la misma base. Javier dio un leve grito de
placer cuando uno de los dedos de Ana invadió su interior y comenzó a
estimularlo. La joven adaptó el ritmo de su mamada a la frecuencia con la
que estaba dando placer a Javier en su punto G. Ana miro hacia arriba. Él
seguía con los ojos cerrados concentrado en todo el placer que estaba
recibiendo de aquel diablo de chica. Estaba claro que Javier tardaría mucho
tiempo en olvidar lo sucedido en aquel baño. Cuando Javier se sabía próximo
a terminar tomó a Ana por la nuca y uno de sus hombros. Ella detuvo su
mamada y fue él quien comenzó a follarle la boca. Ese enorme capullo
chocaba una y otra vez contra su campanilla y su garganta, haciendo que esta
se dilatase por el tamaño del miembro. Ana en ningún momento dejó de
estimular el ano de Javier e incremento el ritmo conforme el aceleraba en sus
embestidas. Un sonido agudo y ahogado abandono la garganta de Javier
cuando comenzó a correrse. Con cada nueva culada de Javier un potente
chorro de semen llenaba la boca de Ana, mientras su dedo seguía haciendo de
las suyas en el interior del hombre. Ana estuvo a punto de atragantarse por la
abundante cantidad de leche que Javier estaba dispensándole, pero finalmente
logro tomarse hasta la última gota, como una niña buena.
Cuando Javier termino de moverse y saco su miembro aun erecto de la
boca de Ana, esta se puso en pie y le dio de nuevo un leve beso en los labios.
Javier intento decir algo pero Ana no le dejo. Lo hizo callar colocando su
dedo índice en sus labios. La joven se lavó las manos y se enjuago la boca
con abundante agua, bajo la atenta mirada de Javier. Este seguía con los
pantalones y el bóxer en los tobillos y una sonrisa de oreja a oreja. Ana se
seco las manos y la cara, tomó su camiseta y se la puso rápidamente. Después
se puso su cazadora y cogió su bolsa. Javier ya se había subido el bóxer
cuando Ana se disponía a salir del baño.
—Nos vemos en el coche. No te preocupes por los bañadores yo me
encargo. Usas una talla… 46 de pantalón ¿verdad?
Javier asintió con la cabeza y Ana desapareció tras la puerta dejándolo
solo. Esa chica había conseguido que se olvidase de todos sus problemas.
A pesar que Ana le había dicho que no se preocupase de los bañadores,
Javier, no las tenía todas consigo respecto a los gusto de ese diablesa de chica
y se dispuso a ir el mismo a por ellos. Pensó que lo peor que podía ocurrir es
que juntase cuatro y siempre tendría la posibilidad de devolver alguno.
Cuando estuvo en la sección de deportes Javier cogió un par de trajes de baño
y se dispuso a probárselos.
Olga frente al espejo se ajusto la parte superior del bikini rojo que se
estaba probando, luego hizo lo mismo con la inferior. Comenzó a mirarse de
un lado y de otro, le sentaba fenomenal aunque habría quien diría que algo
escaso de tela. En ese momento escucho una música que le resultaba familiar,
la banda sonora de “Los Cazafantasmas”, uno de los tonos de llamada que su
padre tenía en su móvil. Se quedó en silencio y escuchó. No era un tono muy
habitual y si su padre estaba al otro lado de la cortina menuda coincidencia.
—Dime Marta.
Escuchó como respuesta Olga. Era la voz de su padre no había ninguna
duda.
—De acuerdo. Nos vemos en media hora en la cafetería. Avisa tu a los
chicos mientras termino con los bañadores – después de un silencio — Vale
no me eches la bronca. Un beso.
La joven busco inmediatamente su teléfono móvil. Cuando lo encontró
inmediatamente desconecto el sonido del aparato. No quería que su padre
supiese que estaba ahí. Dejó nuevamente el móvil en el bolsillo del vaquero
que colgaba de una percha. Sintió curiosidad. Olga sutilmente aparto la
cortina que servía de separación, lo suficiente para ver que hacía su
progenitor. Javier tenía la chaqueta colgada de la percha. Después desabotonó
su camisa y la puso sobre la otra prenda. Cuando Olga vio como su padre
desabrochaba su cinturón, su pantalón y comenzaba a bajar la cremallera de
la bragueta, cayó en la cuenta de una cosa que hasta ese momento no había
pensado. Nunca había visto a su padre desnudo, al menos que ella pudiese
recordar. Había visto a su padre miles de veces en bañador, más o menos
amplios, pero nunca desnudo y nunca le había dado por pensar en ello. Por
primera vez Olga se fijó detenidamente en el cuerpo de su padre. Estaba
fuerte y musculado, se notaba que iba tres veces por semana al gimnasio. Sin
saber muy bien por qué si fijo en los abdominales. No los tenía marcados, la
típica tableta, pero tampoco tenía tripa. Javier lucia un abdomen plano y
aparentemente fuerte. No pudo evitar sentir repelús cuando le llegó a la
mente la imagen de la voluminosa tripa de Marcos. Si tuviese que hacer con
su padre lo que hacía con Marcos sería mucho más agradable. Debía
reconocer que su padre estaba muy bueno a pesar de haber cumplido ya los
cuarenta. Hay lo tenía al otro lado de una cortina tan solo vestido con un
ajustado bóxer que le sentaba de maravilla. Olga no pudo evitar ver que su
padre marcaba lo que parecía un buen paquete.
Javier se disponía a probarse el primero de los bañadores frente al espejo
pero se detuvo. Cuando Olga se dio cuenta que su padre se disponía a
quitarse el bóxer se echó hacia atrás con intención de dejar la cortina en su
posición y no mirar. Pero su curiosidad pudo más y la pregunta ¿la tendría
grande? Que en cualquier otro momento no se habría hecho. Necesitaba
respuesta. Así que Olga volvió a su posición para ver lo que su padre
ocultaba. Los ojos de la muchacha fueron recorriendo en cuerpo de su padre
hasta que llegaron al punto fruto de su curiosidad. Olga no pudo pestañear
cuando vio lo que su padre tenía entre las piernas y la mandíbula se le
descolgó, dejándola boquiabierta de admiración. Era la polla más grande que
había visto Olga con diferencia. Aunque el catalogo de pollas con las que
comparar tampoco era muy extenso, la de su novio, la de Marcos y las de un
par de compañeros de clase. “Y eso que esta flácida, cuando empiece a
crecer. Madre mía” pensó. En ese momento comprendió por qué su madre no
podía evitar gritar algunas veces. Tener todo eso dentro debería ser
maravilloso. Luego cuando Javier se puso el bañador, Olga, al otro lado de la
cortina sintió como la cara le ardía y como se iba sonrojando por momentos.
Cuando su padre se quitó el bañador para probarse el siguiente Olga cerró la
rendija por la que había espiado y se apoyo contra el espejo para
tranquilizarse. Afortunadamente no podía verla nadie.
Una idea brotó en la mente de Olga. “Porque no” se dijo recordando lo que
había hecho en un par de ocasiones cuando empezaba a iniciarse en el sexo.
Miro su móvil, su madre la había llamado ya, apenas tenía tiempo. Pero el
deseo era más fuerte y el saber que su padre estaba desnudo al otro lado de la
cortina lo hacía mucho más excitante y morboso. Se volvió y vio su reflejo en
el espejo del probador. Con el pelo suelto y ese bikini tenía un look muy
sexy, “si fuese un hombre me haría el amor ahí mismo” se dijo. Precisamente
era lo que iba hacer, hacérselo ella sola. Luego se preguntó ¿Mi padre me
haría el amor? Pero no pensó una repuesta.
Olga no podía esperar más. El tiempo corría en su contra y su madre no
tardaría en volver a llamarla. Se quitó la parte superior del bikini y bajo las
braguitas hasta sus rodillas. Mientras oía los movimientos de su padre al otro
lado empezó a frotar su clítoris. Con aquel frenético movimiento de sus dedos
pudo haber tenido un orgasmo en un par de minutos. Estaba ansiosa por
alcanzarlo pero quería disfrutar al máximo. Dejo de estimular su botón del
placer y dos dedos entraron en su vagina, el flujo era abundante y Olga lamía
sus dedos para eliminarlo parcialmente ya que no dejaba de salir. La joven
aprovechó su abundante humedad para lubricar su ano preparándolo así para
unirse a su fiesta privada. Quería experimentar nuevamente lo que Ana le
había enseñado. Cada mano jugaba con dos dedos dentro de cada una de sus
entradas proporcionándole un placer que casi le impedía sostenerse en pie.
La excitada Olga dejó caer la braga del bikini al suelo para poder abrir más
sus piernas y continuar con su juego. Pero quería algo más en su culito que
sus dos deditos. Quería sentir algo similar a tener dentro de su culo la polla
de su padre. Miro alrededor y no encontró nada que le sirviese. Entonces
recordó lo que tenía en su bolso. Lo abrió rápidamente y ante ella apareció lo
que había comprado instantes antes. Una botella de refresco le daría placer y
seria el sustituto ideal de la polla que quería en ese momento. Olga acerco la
botella a su sexo para cubrirla totalmente con su flujo y así poder introducirla
en su puerta trasera.
Estaba tremendamente excitada y el corazón le latía desbocado esperando
disfrutar en su culito de aquella botella. Que en su imaginación era la
inmensa polla de su padre que continuaba a su lado. Olga empujó la botella
contra su ya algo dilatado ano, esta empezó a entrar pero con algo de
dificultad ya que era bastante gruesa y a ella aún le faltaba algo de práctica.
De cualquier forma aquellas sensaciones no eran nuevas para ella y deseaba
disfrutar de esos momentos previos a la penetración total. Cuando su esfínter
se dilató lo suficiente gran parte de la botella desapareció en su interior
haciendo que disfrutase de un maravilloso placer anal. Un placer que solo
aquellas que lo hayan experimentado sabrían apreciar. El placer que sentía
era tal que no podía permanecer quieta. Daba pequeños pasos en la escasa
superficie del probador sin poder parar, puesto que, el movimiento hacia que
el placer fuese mucho más intenso. Eso hizo que los primeros gemidos
saliesen de su garganta. El placer que sentía, Olga, era extraordinario. Cada
movimiento era transformado por su ano y su ocupante en un relámpago de
placer que hacía que no pudiese dejar de moverse. Y su mente no podía dejar
de pensar en cómo sería tener la verga de Javier ahí alojada. En ese momento
decidió que no tardaría en experimentarlo.
Olga tenía sus pezones duros como rocas. La joven los atendía con tirones
y pellizcos. Ya no disimulaba los gemidos de placer que le producía el frotar
su sexo. Le daba igual que su padre la oyese. Quería que la escuchase y se
preguntara quien disfrutaba junto a él. Lo frotaba como si su mano estuviese
poseída por el mismo diablo. Cuando su cuerpo no pudo más, Olga, cayó al
suelo sentándose sobre la botella que seguía alojada en su recto haciendo que
esta entrase por completo. Olga apoyó la espalda en el espejo, abrió
completamente sus piernas y siguió torturando su clítoris sin ningún
miramiento.
Cuando no pudo aguantar más, su pulgar se hizo cargo de su inflamado
clítoris mientras el índice y el corazón se hundieron en su vagina. Fue
entonces cuando llegó lo que tanto deseaba. Un grandioso orgasmo recorrió
todo su cuerpo. Los espasmos hicieron que su espalda se arquease y la
presión a la que su recto sometió a la botella hizo que esta fuera expulsada de
su interior. El culo de Olga quedó tan dilatado que no llego a cerrarse
completamente. Olga gritó de placer y temblando aun por las sacudidas que
le había producido ese añorado amigo, el orgasmo, se relajó. Permaneció
sentada en el suelo. Quieta, esperó a poder reaccionar y ser nuevamente
dueña de su cuerpo. La fuerza volvió a sus extremidades y sin levantarse
sonrió de manera traviesa. “¿Su padre sería capaz de proporcionarle un
momento parecido?” se pregunto a sí misma, “Espero que si” se respondió
sin dejar de sonreír. Ya que hasta ese momento ni su novio, ni Marcos, el
socio de su padre lo habían conseguido.
Agudizó el oído y ya no estaba su padre al lado. Todo estaba en silencio.
Supo que era el momento de marcharse cuando se puso en pie y cogió su
teléfono, tenía cuatro llamadas perdidas de su madre. Conectó nuevamente el
volumen del aparato. No sabía si alguien se había dado cuenta de lo que había
hecho o incluso si su padre sintió curiosidad y la había visto. Todo estaba
tranquilo. Se vistió rápidamente y adecento su aspecto lo mejor que pudo.
Cogió el bikini para pagarlo en caja. Cuando salía de los probadores su móvil
sonó de nuevo. Lo miró y era su madre. En esa ocasión si respondió.
—Dime mamá.
—¿Se puede saber dónde te metes que no coges el teléfono?
—Había mucho jaleo y no lo he oído. ¿Qué pasa?
—Estamos todos en la cafetería esperándote.
—Voy para allá ahora mismo. Dame cinco minutos.
Olga llegó rápidamente a la cafetería. Todos estaban sentados en una mesa
charlando animadamente. Miró a su padre desde la distancia y lo vio de otra
manera. No como su padre, si no como a un hombre atractivo y deseable con
el que estaría encantada de estar en la intimidad. Se sentó con ellos y tomo un
refresco, mientras comentaban las compras que habían realizado. El suyo lo
había olvidado en el probador. Sonrió al recordarlo. Más tarde, ya de regreso
a casa, Javier comento:
—Me ha pasado una cosa curiosa en los probadores de la sección de
deportes. En el probador de al lado había una pareja haciendo el amor. Ese
chico debía de ser una maquina ya que la chica gritaba de lo lindo sin cortarse
un pelo. Es increíble que la gente haga esas cosas en un lugar público.
Nadie hizo ningún comentario pero sus miradas se cruzaron
instantáneamente y todos sonrieron. “Si supieses que la chica que gritaba era
yo y el hombre que me hacia disfrutar eras tú” pensó Olga mirando a su padre
a través del espejo retrovisor. Cuando la mirada de Javier se cruzó con la de
su hija, su sonrisa desapareció de su cara.
—CAPITULO 14—
UNA NOCHE DE CHICAS CON SORPRESA

Esa mañana, Ana, durmió más tiempo del habitual. Eran más de las once
de la mañana cuando se despertó. Se había quedado dormida y se había
perdido sus primeras clases y a la siguiente tampoco llegaría. Decidió
tomarse la mañana libre y retomar sus clases de la tarde. Se desperezó
estirándose en la cama. Se levantó y se puso las braguitas que había junto a
ella. Ana sonrió cuando sintió sus muslos y su entrepierna pegajosos aun por
lo sucedido la noche anterior. Cogió la sudadera que descansaba en una silla
junto a la cama y se la puso. Subió la cremallera de la prenda, dejando que
cubriese sus caderas, hasta la mitad de su pecho, mostrando un impresionante
escote. Camino descalza por la habitación mientras recogía su pelo revuelto
en un moño que sujetó con un lápiz que tomo de su escritorio.
La casa estaba tranquila y en silencio cuando bajo de la buhardilla. La
puerta del dormitorio de Javier y Marta estaba abierta. La habitación estaba
perfectamente recogida. Las puertas de las habitaciones de Olga y Carlos
también estaban abiertas y totalmente ordenadas. Todo el mundo estaba en
sus quehaceres menos ella y a María la había cundido la mañana.
Cuando paso junto a la puerta del baño su vejiga la avisó que necesitaba
ser vaciada. Entró y bajó su pequeña braguita hasta situarla en sus tobillos.
Ana se sentó en el inodoro y se relajó mientras escanciaba el dorado líquido.
Cuando terminó con su fisiológica necesidad no volvió a colocar la prenda
que ataba sus tobillos. Con un movimiento de sus pies se deshizo de la
braguita para luego dejarla en el cesto de la ropa sucia. Su estomago protestó,
tenía hambre. Así que tan solo vestida la con sudadera bajo a desayunar a la
cocina.
A la mitad de la escalera escuchó voces. La voz de mujer la identificó
inmediatamente, era María, la asistenta. Pero la voz masculina le era muy
familiar pero no lograba identificarla. Estaba segura que no eran ni Javier ni
Carlos. No continuó bajando y se sentó en la escalera a esperar. Ana pensó
que no era buena idea aparecer en la cocina ante un desconocido tan
escasamente vestida. No es que a ella le importase que la viesen así un
desconocido, pero prefería guardar las apariencias ante María. Ella no
aprobaría que entrase así en la cocina estando un extraño en ella, era
demasiado conservadora.
Desde donde Ana se encontraba no podía entender lo que decían. La joven
seguía intentando adivinar quién era el hombre que hablaba con María. Una
palabra llegó más clara a sus oídos y pudo identificarla “Anita”.
—¿Fabián? – dijo en un susurro para ella misma.
En ese momento supo quién era. Pero era imposible, no podía ser, que
hacia él en su casa y hablando con la asistenta. Tuvo un primer impulso de
correr y entrar en la cocina. Quería saber que estaba pasando, pero logro
contenerse. Ana continuó en la escalera esperando que la visita se marchase.
Unos minutos más tarde un joven salió de la cocina y se dirigió a la puerta.
Efectivamente era Fabián. Ella no se movió, siguió sentada con las piernas
abiertas. Si en ese momento se hubiese vuelto podría haber visto toda su
intimidad expuesta ante él. Una vez la puerta se cerró ella fue a la cocina.
—Hola María. –dijo Ana al entrar. María la miró algo sorprendida por la
indumentaria de la joven. Pero no hizo ningún comentario.
—Buenos días señorita –respondió la asistenta —¿quiere que le prepare
algo para desayunar?
—Gracias. Tomaré café, tostadas con aceite y tomate, zumo y unas
magdalenas.
—Parece que se ha levantado con apetito esta mañana.
—Sí. Me he levantado con hambre.
—Eso es bueno. Se lo preparo ahora mismo.
—Gracias. María…
—Dígame.
—Cuando bajaba me ha parecido ver a un chico que salía y no era Carlos.
—Sí. Era mi sobrino Fabián me ha traído esa carpeta que se me ha
olvidado en casa.
—Que amable. No sabía que vivía contigo.
—No. No vive conmigo. Vive en un apartamento en el mismo edificio.
Cuando mi hija se dio cuenta que me la había dejado le pidió que me la
trajese.
—Parece un buen chico. ¿A qué se dedica?
—Era militar profesional, lo dejo hace unos meses y ahora es monitor de
artes marciales en un gimnasio.
—¿Monitor de artes marciales? Impresionante. ¿Qué edad tiene?
—Sí. Es especialista en ello. En el ejército entrenaba a los miembros de los
comandos especiales. Y tiene veinticinco años.
—¿En qué gimnasio da las clases? Me gustaría matricularme para saber
defenderme.
—No sé exactamente como se llama pero si quiere le pregunto a mi hija
que va a él y luego se lo digo.
—Te lo agradecería.
—Bueno, mientras termina con el desayuno voy a arreglar su habitación.
—Vale, gracias.
María salió de la cocina dejando a Ana terminando con su desayuno. La
joven dio un golpe sobre la mesa enfadada.
—Será cabrón. Simples coincidencias. Me va a oír — Se dijo así misma.
Terminó su desayuno y subió al baño para darse una ducha. Tenía que
relajarse, se había cabreado mucho al saber que Fabián había estado jugando
con ella todo el tiempo y siempre iba sobre seguro. Cuando entro en el cuarto
de baño tiró la sudadera también en el cesto de la ropa sucia y se metió bajo
la ducha. El agua tibia lamiendo su cuerpo la relajo llevándose los deseos de
venganza así como las muestras físicas de lo sucedido la noche anterior. Ahí
bajo el agua rememoró lo sucedido.
Ella estaba sentada en su escritorio recogiendo y preparando unos apuntes
para el día siguiente. Eran más de las dos de la madrugada y ya estaba
preparada para meterse en la cama. Unas cómodas y pequeñas braguitas de
algodón y una camiseta ajustada del mismo tejido serian su pijama. Ambas
prendas estaban cubiertas por una amplia sudadera con la cremallera abierta.
Unos brazos la abrazaron desde atrás y unos labios la besaron en la mejilla
muy cerca de la comisura de los labios. Ana se giró sorprendida.
—¿Marta?
—Perdona, ¿te he molestado? – dijo Marta casi en un susurro.
—No. Ya estaba terminando. ¿Qué haces aquí? – interrogó Ana
sorprendida por la visita.
—Nada me iba a la cama y vi luz. He subido por si te habías quedado con
ella encendida. Sabes has dejado la buhardilla muy bien – dijo Marta después
de una pausa – no he tenido ocasión de decírtelo has hecho un buen trabajo
con ella. Es una pena que no puedas disfrutarla como se merece.
—Yo no diría tanto. He tenido algún buen momento aquí – puntualizó
Ana.
—¿Has vuelto a traerte a algún amigo? – se lo pregunto con total
tranquilidad sin importarle que la respuesta fuese afirmativa.
—No. Os prometí que no volvería a traer a nadie a casa y yo cumplo mis
promesas.
—¿Entonces…?
—Por qué no te sientas y hablamos mas tranquilamente – le sugirió Ana
intuyendo que esa conversación podría tener alguna finalidad que aún no
podía adivinar.
—Vale.
Marta paseo por la buhardilla haciendo sonar sus zapatos de tacón. Pero no
se sentó en el sofá que estaba frente a ellas, entro hasta donde se encontraba
la cama y se acomodo en ella.
—Apago el ordenador y te acompaño – dijo Ana aun en su escritorio.
Ana tomo su ratón y cliqueó sobre el icono de la cámara que tenia
instalada enfocando a su cama. No sabía el motivo de la visita de Marta pero
pensó que estaría bien conservar la visita. Vio la imagen que aparecí en la
pantalla. Era perfecta, la cámara seguía en posición y se veía todo el
dormitorio. Puso a grabar el dispositivo y cerró el ordenador. Se levanto de la
mesa y camino descalza hasta su cama.
—Pues aquí me tienes. ¿De qué quieres hablar? – dijo Ana sentándose a su
lado.
—Seguimos donde lo habíamos dejado. Dices que la has disfrutado ¿Con
quién? ¿Con Javier?
La joven la miro con cara de sorpresa. Eso era. Se había enterado de lo
sucedido entre Javier y ella y quería pedirle cuentas. Pero Marta la tenía
totalmente desconcertada. No parecía enfada. Y tampoco estaba
conteniéndose en sus reacciones, estaba tranquila y relajada. Después de un
incomodo silencio Ana dio una respuesta.
—Lo siento mucho, de verdad. Te prometo que no se volverá a repetir.
—No te preocupes por eso. No pasa nada.
—Pero… ¿Cómo te has enterado? ¿Por qué no pasa nada?
—Javier me lo contó. No hay secretos entre nosotros. Javier quería
acostarse contigo y me lo confesó desde el primer momento. Lo mismo que
yo.
—Marta, no te entiendo. ¿Lo mismo que tú?
—Sí. Yo también le conté que pasó entre nosotras en la ducha aquel día.
Además yo también quiero follar contigo. No tienes que extrañarte, de la
manera en que me estuviste provocando el otro día durante las compras,
supongo que esperarías que subiese antes o después – soltó Marta sin ningún
preámbulo.
Ana no pudo evitar sorprenderse por lo que acababa de escuchar.
Efectivamente durante esa tarde de compras había jugado a provocar y
seducir a todos y cada uno de los miembros de la familia. Pero para ella solo
había sido un juego. Marta se levanto de la cama y conecto el equipo de
música que había en la estantería. Una música sensual invadió la habitación.
Luego Marta fue hasta la entrada de la buhardilla. Un instante después
regresaba con una botella de cava y un par de copas. Le entregó ambas copas
a la joven que continuaba sentada incrédula en la cama y procedió a
descorchar la botella. Cuando el corcho salto lleno las copas con el fresco y
espumoso vino. Marta dejó la botella en la mesilla y tomo una de las copas de
las manos de Ana. Esta hizo chocar suavemente su copa con la que Ana
sostenía en su mano.
—Por nosotras – dijo como brindis y bebió un sorbo de su copa.
—Por nosotras – respondió Ana y aproximo la copa a sus labios.
Marta comenzó a bailar frente a la joven al ritmo que marcaba la sensual
música. Contoneaba su cuerpo frente a Ana mientras seguía dando sorbos a
su copa. Luego le tendió la mano a su joven compañera y la invito a unirse a
ella. Ana acepto la invitación. Ambas juntaron sus perfectos y preciosos
cuerpos moviéndolos y frotándolos hipnotizadas por la sensualidad de la
canción.
Cuando la terminó la canción ambas se sentaron nuevamente en la cama.
Marta lleno nuevamente las copas y las dos se hicieron confesiones mientras
disfrutaban de una suave música de fondo y la tenue iluminación de la
estancia. Las primeras notas de una antigua canción invadieron la buhardilla.
Marta se levanto dejando la copa sobre la mesilla y tomando la de Ana y
dejándola junto a la suya la hizo acompañarla. Las dos mujeres se abrazaron
y bailaron con sus cuerpos pegados.
“…Nunca te podre olvidar porque me enseñaste amar. Con un sorbito de
champagne brindando por el nuevo amor. La suave luz de aquel rincón hizo
latir mi corazón. Es tan fácil recordar siempre que vuelvo a brindar con un
sorbito de champagne… Y entonces fue cuando te besé… de tu besar yo me
enamoré…”
En ese momento los labios de Marta besaron profundamente la boca de
Ana. Su lengua se movía y empujaba con impaciencia hasta que se encontró
con la de la joven. Ana dejo escapar un leve suspiro mientras frotaba sus ya
duros pechos sobre los de Marta. La joven tomo a Marta por la nuca para que
el beso no terminase. Chuparon y mordieron sus labios en un beso entre
lujurioso y tierno, pero completamente apasionado.
—Quiero comerte toda – dijo Marta en un susurro en el oído de Ana.
Marta acomodó su pierna entre los muslos de la joven mientras le quitaba
la sudadera y tirándola sobre una silla próxima para luego recorrer su espalda
con su delicada mano bajo su camiseta. Ana subió la falda de su acompañante
y acaricio la suave piel de sus prietos muslos.
—¡¿Y tus braguitas?! – pregunto Ana sorprendida.
—Estaban muy mojadas. Se las he dejado a Javier para que se entretenga.
—¿Entonces sabe que estas aquí?
—Sí.
—Podía haber subido contigo – propuso Ana.
—Eso lo dejaremos para otro momento. Ahora déjate llevar.
Marta empujo a la joven sobre la cama y se deshizo de su ajustada
camiseta. Se deleitó con la visión de esos perfectos pechos coronados por dos
duros y erectos botones que pedían ser mordidos. Pero Marta se contuvo.
Volvió a besar a la joven en la boca y, ahora sí, acaricio sus pechos con suma
delicadeza. Ana totalmente entregada jadeaba entrecortadamente. Eso fue el
pistoletazo de salida para que la mano de Marta apretase una de las tetas de la
joven y poder recorrerlas en toda su plenitud. Su mano iba costado al valle
que separaba ambas montañas y subía por el hasta su cuello, mientras sus
labios se apoderaban del erecto pezón. Luego Marta se separó un instante de
la joven para desabrochar su falda mientras Ana la despojó de su blusa, para
quedar completamente desnuda frente a la joven.
—¡Wow! Completamente depilado…—observó Ana.
—Sabia que te gustaría – fue la respuesta de Marta.
—No. Es lo que le gusta a Javier.
Y esta volvió al trabajo pero esta vez con el otro pecho de la joven. El sexo
de Marta era un mar de fluidos que no dejaban de manar. Haciendo una pausa
retiró la braguita de Ana dejándola caer junto a la cama. Marta aproximó su
cuerpo desnudo al también desnudo cuerpo de la joven. Ana abrió sus piernas
para permitir a Marta que se acomodase sobre ella. Cuando Marta colocó su
sexo sobre el de su invitada esta no pudo contener un gemido de placer. El
cuerpo de Ana excitado también hacia que su humedad aflorase abundante.
Sus labios vaginales se besaban una y otra vez con los movimientos de
cadera de Marta. Los estudiados movimientos recordaban a Ana los que un
chico hacia cuando la follaba. Con la diferencia de que en cada embestida de
Marta sus sexos se unían para hacer una explosiva mezcla de jugos y sus
dilatados clítoris chocaban deseosos de un nuevo contacto.
—Vas a hacer que me corra – dijo Ana entre suspiros y jadeos.
—Es lo que deseo. Vamos. Córrete para mí.
Marta aumentó el ritmo de sus movimientos para hacer que Ana explotase.
Unos instantes después el cuerpo de la joven comenzó a templar mientras sus
músculos se tensaban baso el cuerpo de Marta señal inequívoca que el
orgasmo ya se había apoderado de su cuerpo. De la vagina de Ana no dejaban
de brotar cataratas de flujo que empaparon a ambas mujeres. Y sus gemidos y
suspiros, de Ana, pasaron a ser gritos que Marta contuvo con sus labios. Las
reacciones de Ana hicieron que Marta también estallase en un orgasmo como
pocas veces había experimentado con otra mujer. Mientras el placer se
apoderaba de su cuerpo, haciendo que se convirtiese en agua, no dejo de
moverse sobre la joven un solo instante para alargar sus sensaciones al
máximo, lo que hizo que el orgasmo de Ana se prolongase aun más en el
tiempo.
Cuando sus cuerpos comenzaron a relajarse se tumbaron una junto a la otra
en la amplia cama. Una vez recuperadas de las sensaciones vividas, Ana,
beso el cuello de la mujer que la acompañaba. Luego la boca de la joven bajó
recorriendo la anatomía de su anfitriona hasta tomar posesión de una de sus
tetas. Cuando los labios de Ana se apoderaron del erecto pezón de Marta
comenzó a mamar como si de un bebe se tratara. Ana mamo de ambos
pechos. Esos pechos años atrás habían alimentado a Carlos y Olga. En ese
momento la joven Ana se sintió como una hija de Marta, mientras ella
acariciaba su rubia melena.
Ana tomo la iniciativa, elevó su pierna y con ella rodeó las caderas de
Marta para acercarla a ella quedando ambas frente a frente. La joven frotó su
sexo sobre el de su nueva madre. Sus labios nuevamente se unieron y sus
lenguas lucharon en un intercambio de alientos y salivas. Al mismo tiempo
cuatro duras coronadas por otros tantos erguidos pezones chocaban y se
frotaban haciendo que ambas no pudiesen contener suspiros de placer.
Mientras dos pares de manos no dejaban de moverse explorando la firmeza y
suavidad de sus excitados cuerpos.
Los flujos del placer de ambas mujeres se mezclaban empapando sus
piernas ya que sus calientes coños no paraban de manar. Sus caderas se
movían sin cesar. Sus inflamados clítoris chocaron y sus respectivos cuerpos
buscaron el máximo contacto y placer. Sus cuerpos se acompasaron haciendo
que girasen en sentidos opuestos sus caderas sin que sus rosados botones del
placer se separasen un solo milímetro. La estimulación de ambas mujeres era
máxima y sus cuerpos lo agradecieron. Dos intensos orgasmos partieron al
unísono de los incendiados clítoris de ambas extendiendo su onda expansiva
por sus cansados y sudorosos cuerpos. Los jadeos y suspiros de ambas se
tornaron gritos que las dos ahogaron comiéndose sus respectivas bocas.
Mientras sus sexos se vaciaban en un mar de flujos que las empapaba.
—Ha sido genial – dijo Ana aún sobre Marta mientras la miraba fijamente
a los ojos.
—Pues si te ha gustado esto no ha hecho más que comenzar – respondió
con una sonrisa.
Ana se tumbo junto a Marta liberándola del peso de su cuerpo relajándose
y disfrutando ambas de las sensaciones vividas. Después Marta se levantó y
fue hasta la mesilla para llenar de nuevo las copas. Ana aprovecho para
ocupar totalmente la cama con sus brazos y piernas abiertas. Marta frente a
ella con dos copas en las manos vio como el brillante coño de Ana aun
palpitaba por la excitación. En ese momento no pudo evitar pensar en Javier
y en cómo le gustaría verlo enterrar su polla en el abierto y chorreante coño
de Ana en ese preciso instante. Pero no era el momento. Marta se sentó en la
cama y le ofreció la copa su compañera de juegos. Ana la tomó en su mano
mientras se incorporaba lo suficiente para beberla de un solo trago y volver a
su posición de mujer de Vitrubio.
Marta tomo un sorbo de cava y mirando a los azules ojos de la joven besos
sus labios para compartir con ella las burbujas del vino que cosquilleaba sus
lenguas. Luego vertió algo de cava sobre la barbilla y el cuello de Ana para
inmediatamente recogerlos a lametones. Cuando terminó le llego el turno a
sus pechos. El frio cava baño las tetas de la joven haciendo que estas se
erizasen nuevamente. Los labios y la lengua de Marta volvieron a recoger el
vino de la tersa y suave piel de su compañera de juegos. Luego llego el turno
de regar el firme abdomen y de llenar el pozo de su ombligo. Los labios de
Marta recorrieron todo el llano de ese cuerpo recogiendo el líquido dorado
para finalmente beber las burbujas que se guardaban en el diminuto pozo
sorbiéndolas con fuerza. El pecho de Ana se movía agitado por la respiración
entrecortada que le producían los gemidos de placer.
Cuando Marta se acomodo entre las piernas de Ana observo el brillo de su
empapado coño. Apuro el contenido de la copa de un último trago y hundió
su cabeza entre los muslos de Ana. Acto seguido como si de un surtidor se
tratase proyecto un chorro de burbujas en la vagina de la joven. Lamio la
entrada de esa cueva de abajo arriba recogiendo el coctel que se había
formado hasta llegar a ese nudo de nervios que pedía atenciones a gritos.
Marta lo cubrió con su boca bañándolo en burbujas, rodeándolo con su
lengua y succionando al tiempo. Ana tomo la cabeza de Marta y la aplasto
contra su cuerpo mientras gritaba de gusto. Era como si un millón de
minúsculos labios besasen su clítoris sin dejar un solo milímetro sin atender.
El orgasmo que Ana experimento fue único e irrepetible, nunca había vivido
nada igual.
Pero Marta no se conformo con eso, quería darle más, quería que no
olvidase esa noche en mucho tiempo. La lengua de Marta recorrió la raja en
toda su longitud abriendo a su paso los labios de Ana. Luego los besó como
si de una boca se tratase jugando con su traviesa lengua en su interior. La
eficiencia en la estimulación que Marta le proporcionaba hacia que Ana se
contorsionase de placer. Marta continuó besando el sexo de su joven amante
buscando otra vez el botón que haría que todo explotase. Cuando sus labios
lo encontraron lo envolvieron y lo succionaron con suavidad. Los dedos de
Marta decidieron que era el momento de explorar la cueva que se abría ante
ellos. Cuando entraron en la húmeda caverna esta de contrajo en torno a ellos
aprisionándolos y tirando de ellos hacia el interior, como si de un agujero
negro se tratase. Venciendo la resistencia del cuerpo de Ana a ser
abandonado los dedos de Marta comenzaron su movimiento de bombeo.
Cuando Marta elevó su rostro un instante de entre las piernas de la joven vio
como esta amasaba sus tetas y pellizcaba sus erectos pezones. La atenta
anfitriona volvió a su labor con más ahínco. Aceleró el ritmo de las
penetraciones de sus diestros dedos y el de sus labios y lengua en ese mágico
botón. Ana explotó sacudiendo su cabeza y apretando entre sus muslos la
cabeza de Marta. Su cuerpo estaba en tensión recorrido por un calambrazo de
placer. Cuando el cuerpo de Ana se fue nuevamente relajando liberó la
cabeza de Marta que no había detenido las estimulaciones del cuerpo de la
joven para que su orgasmo se prolongase aun más.
Marta aún quería más. Quería volver a correrse junto a la insaciable Ana.
Se puso en pie dejando el cuerpo de Ana entre las columnas de sus piernas.
Marta estaba muy excitada. Su sexo lo demostraba goteando flujo sobre el
abdomen y el pecho de la receptiva Ana. Los ojos de ambas mujeres de
unieron en una mirada de deseo. Ana hizo un gesto afirmativo con la cabeza
dando carta blanca a Marta para realizar su próxima acción fuese la que
fuese. Marta fue bajando lentamente sobre el cuerpo de la joven, despacio,
muy despacio. Dejando que el flujo que brotaba de sus sexo empapase las
tetas de Ana. Una vez alcanzada la posición, Marta, acaricio los pechos de
Ana entre sus muslos. Una vez los senos de Ana estuvieron bien lubricados,
Marta, acomodo su sexo en el erecto y duro pezón de la joven. Con sus
manos guiaba el pecho a lo largo de su raja para llegar a su entrada y
penetrarla con él, para luego continuar frotando su inflamado y sensible
clítoris en la pétrea protuberancia. El placer que estaba sintiendo Marta era
inenarrable pero quería más.
Dio un par de pasos con sus rodillas y Marta posiciono su sexo sobre el
rostro de Ana. Ana besó la cara interna de los muslos de Marta. Esta casi sin
darse cuenta de lo que estaba haciendo, abrió aun más las piernas para
permitirle libre acceso a la joven. Ana avanzaba a besos y lengüetazos
tímidos y cautos, abriéndose paso de forma lenta pero seguro, hasta la
entrepierna de Marta, y luego, con dos de sus dedos, separó en dos el coño de
su amante. Después deslizó su dedo corazón a lo largo de la abertura de la
vagina de Marta, describiendo círculos traviesos en tu recorrido, jugando a
excitarla, y a retrasar aquello que ella estaba deseando. Por fin, Ana, llegó al
clítoris de Marta, y entonces elevo su cabeza sobre él y, con la punta de la
lengua, comenzó a ensalivarlo a conciencia. Marta acompasó los
movimientos de su pelvis al ritmo que imponía la traviesa lengua de Ana. Los
lametazos de la joven cada vez más confiados y decididos, descendían hasta
la abertura del sexo de Marta y ahí recogía sus fluidos. Después, Ana,
introdujo en ella el dedo corazón y bien impregnado por su propios jugos
comenzó a masajear sus labios inferiores. Marta a esas alturas del juego ya
los sentía hinchadísimos, como si de dos fresas se tratasen. Marta gemía y
balanceaba sus caderas, era incapaz de controlar su excitación. Ana sabía
exactamente, el ritmo que debía usar, la profundidad hasta la que debía
sumergirse. Demostrándole a Marta que ella también era experta en esos
juegos. En un momento, Ana, se detuvo y separando la cara de ella la miró.
Marta vio como sus jugos abrillantaban la barbilla y el rostro de la joven
amante, como sus ojos se reflejan en sus azules zafiros. Entonces, Ana,
volvió a sumergirse en las entrañas de Marta. Culebreando con su lengua
alrededor del inflamado e impaciente clítoris de Marta, pero sin llegar a
tocarlo jamás. Ana estaba usando una delicadeza extrema, que a Marta casi le
resultaba molesta. Entonces Ana apoyo las palmas de tus manos en las prietas
nalgas de Marta apretándolas con fuerza y así adelantarla hacia ella. Marta se
sentía a merced de la joven Ana. Y le gustaba. Toda su atención está centrada
exclusivamente en su clítoris. Para Marta en ese momento no existí nada más.
Ana estimulaba el sensible botón con una presión segura y rítmica que se
hacía más intensa por momentos. Marta cerró los ojos, arqueó la nuca y
apretó sus puños. Su cuerpo se preparaba para lo que se avecinaba. Ana
continuó lamiendo a ritmo constante, intensificando por momentos la
velocidad de tus caricias. Y cuando Marta estaba a punto de correrse Ana
paró.
Ana soltó el prieto glúteo de Marta y abofeteó con ella la cara interna de
sus muslos. A Marta le encantó, casi se corrió en ese instante. Abrió aun más
las piernas dispuesta a recibir a la joven Ana. La penetro con sus dedos
brillantes de flujo que se movían de manera experta en el interior de Marta.
La mujer estaba preparada para recibirla en su interior, estaba abierta y
empapada. Ana desencadeno una reacción en cadena que llevaría a Marta
hasta el orgasmo. Cuando ese placer tomo el cuerpo de Marta fue el más
intenso que había sentido con una mujer hasta ese momento. Marta cerró los
ojos y estalló en un mar de convulsiones tan intensas como descargas
eléctricas atravesando su cuerpo. Marta siguió un rato sacudiéndose por los
espasmos que no era capaz de reprimir. Cuando por fin abrió los ojos una vez
su cuerpo comenzó a relajarse la vio a ella. Ana seguía ahí, entre sus piernas,
sonriendo y sin apartar la mirada de ella. Marta cayó al lado de la sonriente
joven y se abrazó a ella. La besó y luego tomo el revuelto edredón para cubrir
sus cuerpos sudorosos.
—Deberías volver con Javier, te estará esperando – dijo Ana.
—No. Con él duermo todas las noches, hoy quiero hacerlo contigo. Ahora
duerme y descansa pequeña. Te lo has ganado.
Marta acurrucó en sus brazos y la meció como si de una niña pequeña se
tratara. Ana sentía el calor de los pechos de Marta en su casa y escuchaba el
rítmico latido de su corazón. Poco a poco, los parpados de Ana comenzaron a
pesarle hasta que finalmente cerró sus acuosos ojos vencida por el sueño y el
cansancio de la ajetreada noche.
Cuando Ana salió de la ducha se envolvió en su cálido albornoz y subió a
su habitación. María estaba terminando de arreglar la buhardilla. Había
cambiado las sabanas y todo estaba perfectamente ordenado. Se dio que no
había ni rastro de la botella ni las copas que habían disfrutado la noche
anterior.
—Señorita, ya me marcho, he terminado – dijo María cuando se percato de
la presencia de la joven.
—No te preocupes por mí, haz lo que tengas que hacer.
—Gracias. Por cierto he hablado con mi hija y le he preguntado por el
nombre del gimnasio. Me ha dicho que se llama… ArteSport – informo
consultando un trozo de papel que saco del bolsillo de su bata.
—Muchas gracias. Voy a apuntarlo.
—No. Tome el papel a mi no me hace falta – y le entrego la nota – yo he
terminado aquí seguiré en la cocina.
—Bien. Gracias María.
María salió de la habitación y Ana se sentó frente a su escritorio y cogió su
teléfono móvil. Buscó en la agenda el número de Fabián y pulso llamada. Un
tono, dos tonos, tres tonos… Sera capaz de no cogerme el teléfono pensó
mientras esperaba. Ya estaba dispuesta a colgar cuando Fabián respondió al
otro lado.
—Hola Ana. ¿Qué tal el día?
—Bien, relajado. ¿Dónde estás metido que no me cogías el teléfono?
—Trabajando.
—¿Trabajando? No sabía que la gente como tú trabajase – dijo con cierta
mala leche.
—Pues ya ves, la gente como yo también trabaja.
—Me has sorprendido, la verdad. Pensaba que solo te dedicabas a dar
palizas y vagabundear por ahí todo el día.
—Vale. ¿Qué quieres? Estoy ocupado – la cortó Fabián.
—Tengo una idea para conseguir el teléfono del tipo que seguiste. Me
gustaría que me ayudases. Lo puedes considerar un trabajo. ¿Cuándo
podemos vernos?
—Que graciosa te has levantado hoy.
—Sí, ya ves, te parezco graciosa hoy. Si pudieses verme ahora mismo no
dirías lo mismo.
—¿Por qué dices eso?
—Porque estoy totalmente desnuda. Y estoy segura que te gustaría verme.
¿Verdad?
—¿Qué haces desnuda a estas horas? ¿Te acabas de follar a algún amiguito
pijo?
—¿Estas celoso? Porque lo pareces.
—¿Celoso yo? No te lo tengas tan creído. Por mi puedes tirarte a todo
bicho vivientes que se te ponga delante.
—Gracias. Tendré en cuenta que me has dado permiso. Bueno ¿podemos
vernos esta tarde?
—Parece que tienes prisa, ¿te está esperando el tipo en la cama?
—Pensaba que no te importaba.
—Y no me importa. Y hoy no podemos vernos tengo trabajo todo el día.
Te llamaré cuando este libre.
—Muy bien. Gracias.
—Adiós – dijo Fabián y colgó el teléfono algo cabreado por la forma de
actuar de Ana sin dejar que esta se despidiese.
Ana también colgó su teléfono y volvió a dejarlo sobre la mesa. Abrió su
ordenador y pincho sobre la cámara que aún seguía en funcionamiento. Pudo
ver su cama vacía y ordenada. Detuvo la grabación y rebobinó rápidamente.
Vio como María había hecho la cama y cambiado las sabanas. Vio cuando se
ella se levantó. Vio como estuvo durmiendo sola. Pero llego a una parte
interesante Javier estuvo ahí también. Continuó rebobinando hasta que esta
estar Marta y ella solas. Y comenzó a visionar lo sucedido después de
quedarse dormida.
Marta seguía junto a la joven en la cama y unos minutos después Javier
entraba en la habitación tan solo vestido con un pantalón de pijama. Javier se
detuvo junto a su mujer. Marta apartó el edredón mostrando a su marido los
cuerpos desnudos de ambas. El frotó su polla sobre la tela del pantalón
mientras hablaba con su mujer. Javier se aproximó al cuerpo dormido de Ana
y lo acaricio con suavidad con dos de sus dedos. Recorrió con ellos sus
labios, su cuello, sus pechos, su abdomen y finalmente llego a su sexo. Javier
mojó sus dedos en el flujo viscoso que lo mojaba aun la vagina de Ana.
Cuando los separo un fino hilo de fluido espeso unía sus dedos al sucio coño
de la joven. Javier, llevó los dedos a su boca y los chupó deleitándose. Su
mujer lo imitó y también mojo sus dedos en el coño de Ana para degustar la
mezcla ya macerada que había probado toda la noche. Luego se levantó de la
cama y beso a su marido. Ana estaba profundamente dormida en su cama,
desnuda ante el matrimonio, mientras ellos se besaban. Javier no dejaba de
recorrer el cuerpo de Marta con sus manos al tiempo que lazaba miradas al
cuerpo de Ana. Marta se puso de rodillas frente a su marido y le bajó de
golpe el pantalón, dejando a la vista su erecto miembro. No esperó un
segundo antes de empezar a comerle la polla y pajearlo delante de la joven.
Unos instantes después Javier sostenía la cabeza de su mujer y movía sus
caderas a buen ritmo. Eso ya no era una mamada. Javier le estaba follando la
boca a su mujer. Minutos después sacó su polla de la boca de Marta y se puso
de rodillas en la cama junto a Ana. Marta desde atrás lo masturbaba con
fuerza mientras su marido tenía sus manos en la nuca y los ojos cerrados con
cara de placer. Unos instantes después Javier comenzó a lanzar chorros de
semen sobre el cuerpo dormido de Ana. Marta dirigía la polla de su marido
haciendo que su leche cayese en las tetas, el vientre y el pubis de la joven
bella durmiente. Javier se puso nuevamente de pie y su mujer sentada en la
cama le limpió los restos de leche de su polla a lametazos. Luego Marta
comenzó a recoger con delicadeza la semilla vertida por su marido sobre el
cuerpo de Ana y se la tomo toda hasta dejarlo prácticamente limpio. Javier se
colocó el pantalón mientras se deleitaba con la imagen de su mujer
tomándose su leche vertida en el cuerpo de esa deseada mujer. Ana seguía
descansando plácidamente ajena a todo. Ambos se besaron. Luego los dos
besaron con ternura los labios de la joven, pero esta no despertó como en el
cuento. Javier cubrió su cuerpo de nuevo con el edredón. Marta recogió su
ropa y su marido la botella vacía y las copas que había sobre la mesilla.
Después salieron de la habitación cogidos de la mano.
Ana sorprendida por lo sucedido mientras dormía editó la grabación. Borró
todo lo sucedido después de que el matrimonio abandonase la buhardilla.
Luego guardo el archivo con el nombre, MARTA – MARTA Y JAVIER. Fue
a su armario y buscó la memoria donde guardaba las grabaciones. Ana la
insertó en el puerto correspondiente y guardo el archivo. Saco la memoria y
apago su ordenador. Ana fue nuevamente a su armario y guardo la memoria.
Luego se vistió frente al espejo y se puso a estudiar hasta la hora de comer.
—CAPITULO 15—
UN COMBATE APASIONADO

Unos días después. Aquella tarde cuando Ana fue a clase además de sus
apuntes llevaba una pequeña mochila con ropa deportiva. Había estado
pensando en ello durante toda la mañana, pero no estaba segura que fuese una
buena idea. Quería ir al gimnasio donde trabajaba Fabián, aún no había dado
señales de vida desde que lo llamó unos días antes, y pillarlo in fraganti
dando alguna clase. Estaba molesta por cómo se había burlado de ella aquella
mañana de domingo en El Retiro. Lo decidiría cuando terminase las clases,
así pues mejor ir preparara por si decidía hacerlo.
Cuando Ana termino sus clases abandonó rápidamente el edificio de la
facultad. Las clases habían sido muy monótonas y necesitaba algo de acción.
Fue derecha a la estación del metro. Después de media hora y un par de
transbordos Ana volvía a emerger a la superficie. No estaba familiarizada con
esa zona de la ciudad y estaba algo desorientada. A unos metros de ella una
pareja de policías caminaban hacia su coche estacionado en la esquina. Ana
aceleró el paso y fue a su encuentro.
—Hola. Disculpen, ¿puedo hacerles una pregunta? – dijo Ana dirigiéndose
a los agentes.
—Buenas tardes – respondieron al unísono al tiempo que saludaban con la
mano de manera marcial.
—Usted dirá señorita – agrego el mayor de los dos.
—Estoy buscando un gimnasio. Se llama ArteSport. Me han dicho que está
calle.
—Así es. Esta a unos cien metros en esa dirección – dijo el mismo policía
indicándole.
—Muchas Gracias. Muy amables – respondió Ana.
—No hay de qué. Buenas Tardes – volvieron a decir ambos y volvieron a
saludarla de manera marcial.
—Buenas tardes – se despidió Ana y caminó en la dirección que le habían
indicado.
Ana caminó por la acera con su mochila al hombro. Casi lo pasó de largo.
En la calle tan solo había una puerta con un luminoso sobre ella. ArteSport,
en letras rojas. Empujó la puerta y al entrar encontró un pequeño rellano y
unos cuantos escalones que bajar. Era el único camino. “Esto es un sótano.
¿Dónde me he metido?” pensó Ana mientras bajaba. Cuando terminó la
escalera Ana se sorprendió. El local era enorme. Por lo que pudo observar
calculó que serian alrededor de quinientos metros cuadrados, muchos espejos,
tragaluces y una perfecta ventilación. No parecía que estuviese en un
gimnasio, el aire era fresco y agradable. Miró al alto techo y gruesos tubos de
acero lo recorrían insuflando aire fresco y retirando el viciado.
—Hola, ¿qué deseas? – le preguntó una chica sonriente, rubia platino con
el pelo muy corto y un peinado informal, tras un moderno mostrador.
—Busco a un amigo.
—Si me dices quien es tal vez pueda decirte si esta.
—Se llama Fabián.
—El único Fabián que conozco aquí es uno de nuestros monitores.
—Es el que busco.
—Ahora está en clase, ¿quieres que lo llame?
—No, no hace falta que lo molestes. Esperaré por aquí. Además así hecho
un vistazo y si me gusta me matriculare. Me han dicho que es muy bueno en
artes marciales.
—Vale, como quieras. Y si es muy bueno en artes marciales, seguro que te
gusta. Por cierto si quieres probar las maquinas o cualquier cosa dímelo y te
doy una taquilla.
—Gracias.
La recepcionista volvió a sus tareas y Ana comenzó a recorrer las
instalaciones. Después de merodear un rato por el local lo vio en una de las
salas. Estaba entrenando a un joven algo mayor que él. Ambos daban
pequeños saltitos mientras se lanzaban golpes al tiempo que Fabián le daba
indicaciones. Ana observaba sus movimientos y vuelve a recordar el por qué
estaba ahí, se había burlado de ella en el parque. Continuó con su paseo por
las instalaciones. Cada vez había menos gente estaba claro que se aproximaba
la hora del cierre. Ana subió a una de las bicicletas estáticas y se puso a
pedalear.
Fabián terminó su clase y fue a la recepción mientras su alumno se fue a
las duchas a cambiarse.
—Bueno, he terminado por hoy. Me doy una ducha y me marcho. Tienes
que apuntarle a Luis dos horas de entrenamiento – le dijo a la recepcionista.
—Muy bien – dijo la chica de recepción tecleando en el ordenador – pero
antes de irte te espera una chica. Pregunto por ti expresamente y parecía
interesada en tus clases.
—¿Quién es?
—No me ha dicho su nombre.
—¿Y donde esta? ¿En la cafetería?
—No. Estaba dando una vuelta por las instalaciones. Ya te he dicho que
estaba interesada en matricularse. La encontraras enseguida, es una rubia muy
guapa vestida de calle y con una mochila.
—Gracias voy a ver.
Fabián recorrió algunas de las salas buscando a la misteriosa chica rubia
que lo buscaba. Finalmente la vio pedaleando al fondo de una sala y fue hacia
ella. La reconoció al instante.
—¿Qué haces aquí?
—Hola, Karate Kid. Pareces enfadado – respondió Ana bajando de la bici.
—¿Qué leches estás haciendo aquí? – insistió Fabián.
—Solo quería probar este gimnasio. Me han dicho que el monitor de artes
marciales es muy bueno.
—¿Y no hay mas gimnasios en Madrid?
—Supongo que sí. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
—Trabajo aquí. ¿Cómo me has encontrado?
—Yo también tengo mis métodos y no se pueden revelar.
—Vale. Eres muy lista. Voy a cambiarme y te llevo a casa.
—De eso nada. Ya te he dicho que quiero probar el gimnasio.
—Ana, por favor no digas tonterías. Venga vámonos.
—De eso nada. Quiero pelear contigo. Y esta vez en serio. No quiero que
juegues conmigo con en el parque.
—Tú estás loca. No pienso pelear contigo.
—Pues tu mismo. Yo no me pienso marchar hasta que me des la revancha.
—Anita, no digas tonterías y vámonos.
—Te he dicho un millón de veces que no me llames así – dijo Ana dándole
un fuerte puñetazo en el hombro – y no me voy.
—¡Au! No ves que vamos a cerrar.
—Muy bien. Tienes dos opciones. Una peleamos ahora y dos, si no
quieres, no vuelvas a dirigirme la palabra ya que no quiero saber nada de ti.
Ana cogió su mochila del suelo y poniéndosela al hombro se dirigió a la
salida con paso firme y decidido.
—Espera – dijo Fabián a su espalda. Ana se detuvo y se dio la vuelta
esperando que continuase – está bien tendremos un pequeño combate. Te
vendrá bien soltar adrenalina. Pero hay un problema no tienes ropa para
cambiarte. Le diré a Raquel que te deje algo.
—No hace falta. Tengo mi ropa – dijo Ana mostrándole la mochila.
Fabián no pudo evitar sonreír. Le encantaba la cara de niña traviesa que
ponía cuando se salía con la suya.
—Bien. Le diré a Raquel…
—¿Qué tenias que decirme? – pregunto esta desde la puerta.
—Que le dieses una taquilla a Ana para que se cambie.
—Pero si ya hemos cerrado. Todo el mundo se ha marchado ya. Solo
quedamos nosotros.
—No te preocupes. Tu dale la taquilla a Ana y márchate yo me encargo de
cerrar cuando terminemos.
—Bueno. Como quieras. Ana ven conmigo.
Ana salió de la sala y se marchó con Raquel. Mientras Fabián fue a la sala
para prepararlo todo y luego la esperó en recepción, después de despedir a
Raquel y cerrar por dentro. Mientras en el vestuario, Ana, después de
desvestirse también cambio su sexy conjunto de ropa interior por un top y un
culote deportivos, para luego ponerse el pantalón corto y una amplia y corta
camiseta que dejaba su ombligo a la vista. Luego salió descalza del vestuario
mientras recogía su pelo con una goma en una coleta.
—Bien, Karate Kid, cuando quieras empezamos – dijo Ana sonriendo.
—Preferiría otro apodo. Vamos.
—Cuando piense otro te lo diré.
Ambos caminaron hacia una sala con el suelo cubierto de colchonetas.
Cuando entraron Fabián le entrego las protecciones.
—No quiero protecciones.
—Venga. Yo también me las pondré.
—Ya veo que me tienes miedo.
—Vale, no discutiré más. Pero al menos los guantes sí. No quiero que te
hagas daño en unas manos tan bonitas.
—Bueno, trae los guantes. Pero que sepas que no me vas a ablandar con
piropos.
—Habrá que poner algunas reglas.
Fabián no había terminado de decir la frase cuando un puñetazo le da en
plena cara rápido y preciso.
—Muy bien. Genial – dijo Fabián tocándose la mandíbula y moviéndola a
derecha e izquierda.
—¿Nada roto? – preguntó Ana dando saltitos y lanzando golpes al aire a
modo de calentamiento.
—Estoy bien Anita. Cuando quieras empezamos de verdad.
—Ahora sí que me has cabreado.
Ana se abalanzó sobre Fabián con furia y comenzó a pegarle. Fabián
detenía riendo los golpes y patadas que le llegaban por todas partes hasta que
una patada le dio de lleno.
—¡Eh…!
—Tocado y hundido – dijo sonriendo Ana.
Aquella patada dio de lleno en la entrepierna de Fabián. Quedó doblado a
causa del dolor y cuando consiguió recobrar el aliento:
—¡Dios! ¡Así no vale!
—Lo siento, pero en la guerra todo vale.
—Y en el amor también, Ana. Si en este momento quisiera demostrártelo
creo que no estaría a la altura de lo que esperarías de mí.
—Veo que no has perdido el sentido del humor. Me alegro. Y por cierto…
No te preocupes por no poder demostrarme tu amor, confío en tu palabra.
Fabián continuó doblado intentando recuperarse. Golpeó fuerte con sus
pies en la colchoneta, llevo ambas manos a su cintura y respiró
profundamente al tiempo que se incorporaba.
—Ahora podría machacarte. Pero me importas demasiado – le dijo Fabián
más recuperado.
—Que bueno eres. ¿Por qué no vamos al ring que ahí fuera?
—¿Quieres boxear? No creo que ese sea tu estilo.
—No, efectivamente ese no es mi estilo. Prefiero una combinación de Full
Contact y Krav Maga. ¿Vamos? – Ana se lo comentó con la mayor
naturalidad del mundo, con una sonrisa en los labios y completamente segura
de sí misma.
Ana salió de la sala. Fabián la siguió. Cuando llegaron al cuadrilátero Ana
subió y levantó las cuerdas para que él pasase bajo ellas. Luego ella le siguió.
Cuando los dos estuvieron dentro Fabián intento establecer algunas reglas:
—Creo que estaría bien que no hubiese golpes prohibidos. Me refiero a los
golpes bajos, ¿vale? – le puntualizo.
Ana no le respondió se reunió con él en el centro del ring y ambos
chocaron sus guantes como si de un combate profesional se tratase.
—¿Preparada?
—Siempre. Por cierto, se admitirán todos los golpes, sobre todo los
prohibidos y los bajos. Al menos por mi parte, ya lo sabes.
—¿Debería asustarme?
La respuesta de Ana no fue verbal. Lo que tuvo como contestación fue un
intento de golpearle en la cara, pero en esa ocasión no lo pilló desprevenido y
paró el golpe. El contraataque de Fabián fue una patada en el culo de Ana,
intentando no hacerle mucho daño. Después del primer encontronazo ambos
daban pequeños saltitos dando vueltas alrededor del otro. Se estaban
estudiando mutuamente intentando descubrir los puntos débiles de su
adversario. Ana nuevamente toma la iniciativa y comienza a golpearlo.
—¿Lo estas pasando bien? Porque no voy a tardar en…
Un nuevo golpe alcanzó a Fabián de lleno en la tripa dejándolo
momentáneamente sin aliento.
—Eres rápida.
—Será mejor que hables menos y reserves tus fuerzas te harán falta.
—Solo te diré que después de un buen golpe debes continuar atacando.
Evitaras que tu contrincante se recupere.
Luego fue Fabián quien tomó la iniciativa. Lazó un par de golpes a Ana,
procurando que no fuesen demasiado fuertes ni rápidos. Ana los detuvo sin
problemas pero el tercero la golpeó en la barbilla. Ana se apartó
tambaleándose acusando el golpe. Fabián le había pegado demasiado fuerte e
intentó sujetarla para que no cayese a la lona.
—Lo siento, ¿te he hecho daño? – preguntó Fabián preocupado.
Ana respondió lanzando el puño contra la barbilla de Fabián, aunque tan
solo alcanzó a rozarlo. Para luego decir:
—No ha sido nada. ¡Vamos!
Y volvió veloz al ataque al tiempo que se colocaba un par de mechones
rebeldes que se habían escapado de su coleta y le cubrían la cara. Una serie
de patadas y puñetazos combinados le llovían a Fabián por ambos flancos. El
joven detenía el ataque como podía intentando no golpearla, aunque lo estaba
poniendo en serios aprietos. Sus cuerpos estaban cada vez más próximos
hasta que Ana logró llevarlo al rincón contra las cuerdas.
—Eres demasiado impulsiva.
Fabián se cubrió la cara con los guantes mientras ella continuaba con su
ataque. Después de un golpe que dio de pleno en su costado, el joven lo
aprovechó y bloqueó el brazo de Ana con el suyo, manteniéndola bien sujeta.
—¡Ya eres mía! Te lo he dicho eres muy impulsiva y entonces pasa esto.
Ana intentaba liberarse. Se echaba hacia delante y hacia atrás tomando
impulso contra las cuerdas para chocar contra Fabián y conseguir escaparse.
Entonces Fabián con la mano libre le dio un puñetazo en la cara pero sin
hacerle daño. Volvió a golpearla una, dos, tres, cuatro veces como si de un
saco se tratase.
—Ves lo que ocurre. ¡Esto ha terminado!
La respuesta de Ana fue intentar golpearlo con la mano que aun tiene libre.
Pero Fabián no tuvo dificultad en detenerlos, pero ella no se rendía. Ana
intentaba golpearlo tanto desde arriba como desde abajo. Se subía en la
cuerda para tomar impulso y así golpearlo con más fuerza. Pero Ana no tenía
nada que hacer. Fabián estaba quieto en el rincón y la tenía bien sujeta.
—¡Aaaaah! – gritó Ana.
Ana volvió al ataque e intentó golpearle con la rodilla pero Fabián levantó
su pierna y detuvo el golpe. Nuevamente, Ana, intentó una serie de puñetazos
con su mano libre pero a Fabián cada vez le llegan con menor fuerza y
velocidad. Ana parecía un poco cansada. Y eso era lo que Fabián esperaba
para inmovilizarle el brazo libre.
—¿Ahora qué? Parece que está potrilla salvaje va a ser domada – dijo
Fabián mientras la joven forcejea intentando liberarse — ¿Por qué no te
relajas aquí en mis brazos?
Ana persistía en su intento de soltarse pero no lo conseguía. La técnica y la
mayor envergadura de Fabián se lo hacían prácticamente imposible. Fabián
se acercó más a la joven prisionera y la besó en los labios. Ana pareció
receptiva e incluso se relajó por un momento. Pero luego.
—¡Ah! ¡Me has mordido! ¡Me cago en…!
Fabián la soltó inmediatamente liberando los brazos de la joven y rebelde
prisionera. Luego separándose de ella llevó el guate a su labio para
comprobar si sangraba.
—Has estado a punto de partirme el labio. Eres una chica mala. Parece que
quieres que vaya en serio de verdad.
—Parece que no me escuchas cuando hablo. No tengo miedo y esto va
muy en serio.
Esa fue la respuesta de Ana y para que no quedasen dudas giró sobre si
misma elevando una de sus piernas para golpearlo con una patada. Pero
Fabián rápido de reflejos se agachó y barrió la pierna de apoyo de su
adversaria. Ana cayó a su lado.
—Es mejor que te rindas Ana. Peleas bien, pero nunca vencerás al maestro.
Justo después Fabián estaba sobre ella. Le bloqueó el cuerpo con las
piernas entorno a su cintura mientras con una de sus manos la mantenía con
la cara pegada al suelo.
—¿Sabes que en este momento estas guapísima? Te lo digo totalmente en
serio – después de unos segundos de silencio — ¿Quieres hacer el amor
conmigo Ana?
—¿Aquí? ¿En el ring? – respondió sonriendo y sacudiendo la cabeza como
respuesta negativa.
—Vale. Entonces volvamos a la pelea. Pero luego no te quejes de que no te
he dado otra opción.
Fabián la liberó y ambos se pusieron en pie al mismo tiempo. El tomó la
iniciativa en el ataque hasta llevarla a uno de los rincones sin dejarle salida
posible. Ahí, Fabián, comenzó a golpear a Ana pero sin excederse. Ana era
rápida e intentó escabullirse, pero él con un empujón volvió a tenerla en el
rincón. Ana se agachaba esquivando los golpes que le llovían por todas partes
al tiempo que continuaba intentado salir ahí. Cada nueva intentona de Ana
era bloqueada rápidamente por Fabián. Este comenzaba a relajarse y eso lo
aprovechó Ana para su contraataque. En esa ocasión fue ella, con unos
rápidos movimientos que cogieron desprevenido a Fabián, la que logró
bloquear sus brazos. Fabián pensó que sería sencillo librarse de ella con un
simple cabezazo, pero desechó inmediatamente la idea mientras Ana le decía.
—¡Ves! ¿Qué harás ahora que eres tú el prisionero? – hizo una pausa para
recobrar el aliento – Espero que no me muerdas. Como lo hagas no tendré
piedad contigo.
Ana lo besó. El se dejo hacer. Era divertido. Una lluvia de besos suaves,
ansiosos y tiernos lo golpeaban en ese momento. Besos en los que el sabor de
sus salivas se mezclaba con el sudor que corría por sus rostros. Ana jugaba
con sus labios y el la abrazó con sus guantes. Ella frotaba su cuerpo contra el
de su adversario. Continuaron besándose en el rincón, frotando sus cuerpos
mientras su abrazo se iba relajando y sus cuerpos excitando. Fabián se
deshace de uno de sus guantes que cae junto a los pies de Ana. Esa mano
libre acaricia suavemente la espalda de la joven perdiéndose bajo la tela de la
camiseta para sentir la humedad y tersura de ese cálido cuerpo. Ese acto de
Fabián la hace reaccionar.
—¡Eh! ¿Dónde vas tan rápido? – dijo apartándose de él.
Fabián la tomó por la cintura y la volvió a acercar a él. Con un rápido
movimiento hizo que Ana cayese a la lona y él la sigue quedando sobre ella.
Ana trató de golpearlo en la cara con su guante pero Fabián enterró su rostro
entre los pechos de ella. Ella intentó zafarse pero él la inmovilizó nuevamente
con una de sus manos colando las de ella sobre su cabeza. Fabián con su
mano libre acarició sus brazos bajando hasta su cuello. Su piel era cálida y
estaba húmeda por el sudor. Luego besó su cuello y saboreo el sabor salado
del esfuerzo, mientras ella seguía intentando liberarse.
—¡Eres un cabrón! ¡Suéltame!
—¿Qué hacemos ahora que tu eres mi prisionera?
—¡Hijo de puta! ¡Que me sueltes! ¡Cabrón déjame!
Él no respondió a los insultos y las peticiones de Ana. Se limitó a
silenciarla poniendo su boca sobre la de ella y a besarla con pasión, mientras
ella movía su cabeza para terminar con ese beso. La mano libre de Fabián
acarició el vientre desnudo y fue subiendo bajo la corta y mojada camiseta
hasta alcanzar los pechos de Ana. Su mano pasó bajo el ajustado top de la
joven tomando posesión de una de sus tetas. Por primera vez sintió el suave
tacto del pecho de Ana, su firmeza y como se iba endureciendo conforme su
mano lo amasaba. Sus dedos lo coronaron y tomaron el pezón que ya erguido
mostraba la excitación de Ana. Luego liberó ambos pechos de la presión de la
ajustada prenda y subió la camiseta hasta el cuello de Ana dejando su torso
completamente desnudo. Ana continuaba intentando liberarse poniendo toda
la resistencia que era capaz. Fabián vuelve a basarla el cuello y bajó con sus
labios para poder subir por las montañas de sus pechos. Fabián besó las tetas
de Ana, las lamió y las chupó degustando el sabor salado de su piel, hasta que
sus labios se apoderaron de los pezones de ella. La resistencia de Ana cesó
cuando un gemido contenido se escapo de su boca. Ana sentía el duro
miembro de Fabián frotándose en su pubis y cintura, lo deseó dentro de ella.
Fabián abandonó los senos de la joven y volvió a besarla. En esa ocasión no
tuvo resistencia y ella correspondió al beso haciendo que su lengua se
enredase con la de él. Fabián la soltó y ella siguió sumisa bajo su cuerpo. En
ese momento el se detuvo y se incorporó. Miró a Ana a los ojos y vio rabia y
deseo en ellos. Fabián cubrió las tetas de Ana nuevamente con el top y la
camiseta y se puso de pie, dejándola tumbaba en la lona.
Fabián le tendió la mano. Ella extendió su brazo y el tomó su mano aun
cubierta por el guante por el pulgar del mismo para ayudarla a levantarse.
Ana quedó frente a él y lo miró fijamente a los ojos. El se perdió en esos dos
océanos que lo miraban con intensidad a escasos centímetros.
—Sera mejor que nos tranquilicemos.
—Yo no estoy nerviosa.
—Pero es tarde. Es mejor que nos demos una ducha, nos cambiemos y nos
vayamos a casa.
—¿Qué te pasa?
—Nada. No me pasa nada. Venga a la ducha y si quieres después te invito
a tomar algo – dijo Fabián separándose de ella y levantando la cuerda para
que saliese del ring.
—¿Cómo que no? Si hace un minuto casi me estabas violando y… Joder
¿Por qué no has seguido? ¿No te gusto?
—Si me gustas y mucho. Por eso no he seguido, no quiero que mi primera
vez contigo sea así. Venga ves a la ducha.
—Pero…
—No hay peros, venga ve a cambiarte.
Ana paso bajo la cuerda que Fabián levantaba y bajo del ring. Ambos se
encaminaron a los vestuarios. Ella camino junto a él siguiéndolo. Y cuando él
se dispuso a entrar en el de caballeros Ana quiso seguirlo.
—Ana, por favor. Ve al tuyo.
Ella no dijo nada. Solo hizo un gracioso mohín con su cara, como cuando
los niños pequeños se enfadan y se dio la vuelta para ir a su vestuario. Fabián
sonrió cuando ella movió su precioso culito traviesa para provocarle. Él le dio
una suave palmada en ese culito que tanto deseaba y entró en su vestuario
dejando que ella se marchase al suyo. Mientras Fabián se desnudaba y
entraba en la ducha no pudo evitar pensar como una sola persona podía
encerrar cosas tan distintas. Mirarlo con la dulzura e ingenuidad de una niña
pequeña y al mismo tiempo provocarlo y excitarlo con esos juegos traviesos
de chica mala. Pero todos esos pensamientos se evaporaron cuando el chorro
de agua helada golpeo su cuerpo. Tenía que bajar la excitación que en ese
momento sentía.
Pero Fabián no pudo evitar volver a pensar en Ana, es esa chica que en ese
mismo instante estaría bajo la ducha completamente desnuda a escasos
metros de él. ¿Pero que tiene esa chica? Se volvió a preguntar mientras se
duchaba. Tenía un culo bonito, una bonita sonrisa, era divertida y simpática.
Aunque también era agotadora. También pensó que hacía mucho tiempo que
no tenía una relación duradera con una chica. Pero… tampoco se esta tan mal
solo, se dijo después, recordando anteriores relaciones. Luego se pregunto
qué tipo de mujer sería realmente, sofisticada, pasota, derrochadora, tacaña,
loca, drogadicta o imposible. Pero la respuesta le llego en el momento. Ana
era natural, salvaje, elegante, pura, apasionada, antidroga, altruista y
divertida.
Su mente dejó de filosofar y volvió a imaginar a Ana en la ducha con el
agua escurriendo por su voluptuoso cuerpo desnudo. La polla de Fabián
reacciono a esos pensamientos y rápidamente volvió a mirar al techo. Él llevó
la mano al erecto miembro y comenzó a masturbarse. Poco a poco iba
incrementando el ritmo de su brazo cuando una voz lo interrumpió.
—Vaya, vaya – dijo Ana sonriendo.
Fabián se giró y cogió rápidamente la toalla que colgaba a su lado y se
cubrió con ella intentando disimular su erección. Se puso colorado como un
tomate. Ahí estaba Ana frente a él tan solo cubierta por una toalla anudada
sobre su pecho y que la tapaba hasta menos de la mitad de sus precios
muslos.
—Fabián, no hace falta que te tapes ya lo he visto todo.
Ana seguía sonriendo y tenía una mirada picara que la hacía irresistible.
Fabián retiró despacio la toalla y volvió a colgarla en su lugar. Su miembro
había perdido gran parte de su esplendor. Él la miró fijamente. Estaba
guapísima, con el pelo mojado, los ojos brillantes y con su piel llena de
gotitas de agua. Ana desanudó la toalla y la dejo caer a sus pies.
—Bueno ahora estamos igual – dijo ella.
Fabián no supo reaccionar. Se quedó sin palabras y con la boca abierta
mientras el agua seguía cayendo a su espalda. La tenia frente a él,
completamente desnuda, mostrándole su perfecta y escultural anatomía con
total naturalidad.
—¿Estás bien? Parece que no has visto nunca a una chica desnuda.
—Sí, estoy bien.
—Entonces, ¿Qué te pasa?
—Que eres preciosa.
Ana se acercó a él y lo abrazó. Fabián la rodeo con sus brazos y sus labios
se unieron en un largo y apasionado beso. Mientras sus lenguas peleaban
dentro de sus bocas sus manos recorrían sus espaldas sin cesar. Ana se
apoderó del culo de su compañero de juegos y sopeso su dureza con ambas
manos. Fabián siguió su ejemplo y tomo entre sus manos los firmes y prietos
glúteos de Ana. Mientras una de manos de Fabián exploraba el trasero de
Ana la otra decidió ir en busca de nuevos territorios y subió por su duro
abdomen hasta alcanzar una de las montañas gemelas. Sintió nuevamente la
calidez, la suavidad y la firmeza de ese pecho entre sus manos. Los labios de
Fabián bajaron por el cuello de la joven con pequeños y dulces besos hasta
que estos coronaron la cima de esa preciosa montaña. Fabián besó, chupó,
lamió y mordió esas preciosas tetas que tanto había anhelado. Su miembro
aprisionado contra el vientre de Ana había recuperado su esplendor y tuvo
que esforzarse por no correrse en el instante que sus labios notaron como los
pezones de Ana se endurecían entre ellos.
Fabián decidió continuar con su exploración de los nuevos territorios que
se abrían ante él. Sus labios y sus manos continuaron su viaje por la llanura
del vientre de Ana. Aprendiéndose cada una de sus curvas. Hizo un descanso
en el pozo de su ombligo antes de continuar viaje. Las manos de Ana
acariciaban la nuca y los hombros de Fabián con ternura. Cuando reanudó su
viaje de exploración y sus labios y sus manos alcanzaron el limpio pubis de la
joven el dulce y salvaje olor de su sexo invadió sus fosas nasales. Eso hizo
que Fabián acrecentase el ritmo de su viaje para alcanzar lo antes posible la
gruta que era su objetivo. Sus manos se adelantaron en la exploración del
territorio y recorrieron acariciando con suavidad la cara interna de los muslos
de Ana. Eso hizo que ella instintivamente abriese un poco más sus piernas
para facilitar la entrada a esos viajeros.
Un instante después las manos, los labios y la lengua de Fabián tomaron
posesión del lugar. Hundió la cabeza entre esas piernas dispuesto a hacer
disfrutar a esa diosa que lo acogía. Recorrió suave y depilada vulva a besos y
lametones. Luego su lengua recorrió toda la longitud de esa rajita, recogiendo
el flujo que manaba y abriendo esos carnosos y sensuales labios a su paso.
Cuando la punta de la lengua de Fabián alcanzó ese nudo de nervios que
empezaba a brotar entre los pliegues de ese precioso sexo Ana dio rienda
suelta a sus gemidos y jadeos. Fabián se centro en ese sensible punto.
Succionaba, lamia, besaba y mordía ese diminuto apéndice que tanto placer le
estaba proporcionando a la preciosa Ana. Mientras su boca no dejada de
trabajar en ese centro de sensaciones, dos de sus dedos se aventuraron a
explorar el interior de la cálida y húmeda cueva. Los dedos entraban y salían
a ritmo constante al tiempo que los abría y cerraba en su interior. Los
suspiros y jadeos de Ana se habían convertido en gritos cuando un nuevo
explorador se unió a los dos anteriores. Instantes después el cuerpo de Ana
convulsionaba de placer, un mágico orgasmo se había apoderado de su
cuerpo. Sus músculos se tensaron y su vagina se contrajo dejando a los tres
exploradores atrapados en el interior de la gruta, mientras ellos no dejaban de
hacer diminutos pataleos que prolongaban el placer que experimentaba Ana.
Un río de jugos brotó de ese manantial empapando la mano, el brazo y el
rostro de Fabián, mientras corrían a lo largo de sus piernas. Fabián no paraba
de beber ese dulce néctar. Era la prueba de que la había hecho disfrutar.
Las piernas de Ana fallaron cuando su cuerpo comenzó a relajarse. Fabián
la sujeto entre sus brazos y la sentó en el banco que había frente a ellos. Él de
rodillas frente a ella la besó y compartió con Ana su propia esencia, que
mezclada con sus salivas era el mejor de los cocteles. Cuando sus bocas se
separaron Fabián pudo contemplar de cerca la cara de estasis de Ana.
—Fabián, por favor. Hazme el amor.
A Fabián le hubiese gustado negarse, eso no era lo que él quería para la
primera vez con ella, pero no pudo. Se le pidió de una manera dulce y
sincera. Casi con un susurro como si lo que le estaba diciendo la avergonzase.
Ana, en parte, había perdido con él su habitual seguridad en todo lo que
hacía. Él tomó una toalla y la extendió en el banco donde Ana aun
permanecía sentada.
—Túmbate ahí.
Ana obedeció sin rechistar. Se sentó sobre la tolla y luego se tumbó boca
arriba sin apartar la vista de él. Estaba completamente excitado y su erecto
miembro no dejaba lugar a ninguna duda. Fabián no pudo evitar deleitarse
con la visión de ese magnífico par de tetas. Se habían separado y parecían dos
flanes coronados por una guinda cada uno. Fabián se sentó frente a ella con el
banco entre sus piernas. Los pies de Ana casi podían tocar con la punta de sus
dedos la dura verga de Fabián.
—Abre un poco las piernas.
Ella lo hizo. Separó sus torneadas piernas hasta que estas abandonaron la
superficie del banco y posó sus pies en el mojado suelo. Su húmedo y
caliente sexo se abrió ante los ojos de Fabián que no podía apartar la mirada
de ese mágico vértice. Poco a poco, Fabián se fue deslizando por el banco
acercándose a Ana. Cuando las rodillas de ambos chocaron las manos del
chico acariciaron lenta y suavemente los firmes muslos de Ana. Esas fuertes
manos subían y bajan por esos muslos recorriéndolos en toda sus longitud.
Pasaban de la cara externa a la interna en un mismo movimiento, sin levantar
las manos en un solo instante. Subiendo por el interior de las piernas de Ana
hasta casi rozar esos abiertos labios. Fabián la estaba volviendo loca con esas
caricias. Ella lo necesitaba dentro y el estaba dilatando el momento. Ana
mordía se mordía su carnosos y apetecibles labios para contener el aliento y
su deseo. Tan solo con las caricias de sus manos la estaba convirtiendo en
agua y esta brotaba sin parar entre sus piernas. Cuando las manos de Fabián
subieron por el vientre de Ana y alcanzaron sus duros pechos no pudo
contenerse más, un largo gemido salió de su garganta. Las poderosas manos
de Fabián abarcaron las sensibles tetas de la joven y las amasaron con
parsimonia. El pecho de Ana subía y abaja apresuradamente por su agitada
respiración, que se había convertido en una interminable cadena de suspiros y
gemidos. En ese momento Ana notó como algo rozaba con suavidad ese
inflamado nudo de nervios que estaba a punto de explotar. “Pero su tiene las
manos en mis tetas. ¿Con que me acaricia ahí?” pensó Ana en ese momento.
Ana se aferro con fuerza a la tabla del banco colocando las manos sobre su
cabeza. El saber que esa dura polla se estaba paseando y dando pequeños en
su clítoris la hizo explotar en un increíble orgasmo. Esa sensación de placer
se extendió por todo su cuerpo como si de la onda expansiva de una bomba se
tratase. La cantidad de flujo que salía de su cuerpo era impresionante ya que
Ana sentía que tenía una cascada entre sus piernas. Se vertía sobre el banco y
la toalla, corría por sus muslos y cosquilleaba entre los cachetes de su culo
mojando también el palpitante agujero negro.
Ana estaba extasiada. Abrió los ojos y lo miró fijamente. Fabián había
conseguido que se corriese y tener uno de los orgasmos más maravillosos de
su vida tan solo acariciando su cuerpo.
—¡Bésame! – le pidió Ana.
Fabián se aproximó a ella y Ana lo abrazó fundiéndose en un tierno beso
lleno de amor. Luego Ana acurruco su cara en su cuello. El sentir el suave
rostro de Ana, su cálido aliento y el cosquilleo de sus largar pestañas hizo que
Fabián se conmoviese. Él correspondió estrechándola entre sus brazos. Luego
volvieron a unir sus labios y luego sus lenguas. Luego Fabián se separó de
ella y la contempló expuesta ante él, abierta en canal, dispuesta para el
sacrificio ritual que él deseaba completar. Perfectamente visible el botón
rosado de su clítoris, el mismo que la punta de su miembro había acariciado
instantes antes palpitaba ante él. Fabián lo admiró en silencio. Ana continuo
ahí, quieta, sin moverse un solo milímetro. Lo miraba fijamente con sus
enormes ojos azules llenos de pasión e impaciencia. Fabián se arrodilló frente
a ella con sus rodillas en contacto con los muslos de Ana. Los dedos de
Fabián acariciaron la mejilla de la joven y luego sus labios. Ana los abrió y
chupo con lujuria ese dedo explorador. Luego continuó su recorrido bajando
por la mandíbula y el cuello hasta alcanzar el hombro. Luego Fabián volvió a
acariciar las tetas de Ana. Lo hizo despacio, muy despacio dedicándole
tiempo a los erectos, duros y rosados pezones.
—Cierra los ojos – susurró Fabián.
Ana lo hizo. La sumisión de ella era total, igual que si la hubiese atado a
ese banco que los acogía. Los dedos de Fabián coronaron por última vez la
cresta de sus pechos para luego descender hasta el hueco de las axilas y
dibujar con sus dedos el perfil de sus brazos. Fabián se tomó su tiempo
disfrutando del inexplicable pudor de Ana. Ella continuó sin moverse
sintiendo como se le erizaba la piel con el contacto de aquellos dedos sabios.
El ceremonial que Fabián estaba realizando tan elaborado, lento y minucioso
le hizo pensar que se correría sin ni siquiera penetrarla. La piel de Ana era
increíblemente suave. Mucho más que la de ninguna de las chicas con las que
había estado. Era una piel cuidada que sugería caros tratamientos de belleza,
cremas hidratantes y sales de baño. Luego Fabián continuó jugando con sus
dedos en el torso y el abdomen de Ana. Hizo un círculo entorno su bonito
ombligo y Ana involuntariamente abrió aun más las piernas. Fabián ignoró la
señal que ella le mandaba y rodeó el suave y rasurado pubis para dedicar su
atención a la cara interna de sus muslos. Fabián sabía perfectamente que Ana
estaba mojada. Sentía como sus fluidos se derramaban sin parar y vio su sexo
empapado y reluciente. La polla de Fabián estaba tensa como la cuerda de un
violín. Ana arqueó la espalda y adelanto sus caderas. Fabián sintió como Ana
contuvo el aliento cuando sus dedos acariciaron ese delicado pubis que
parecía el de una inocente niña. Fabián volvió a lamerla. En esa ocasión
primero apenas paladeó con la punta de la lengua ese inflamado clítoris y tan
solo con eso supo que estaba en su punto, dispuesto para ser degustado
nuevamente. Se tomó su tiempo y se deleito con ese nudo de nervios
apresándolo entre sus labios jugando con él y succionándolo para hacerlo
suyo. Ana sabia diferente al resto de chicas, era especial. Su sabor no era
salado con el de las otras mujeres que había probado, era un sabor
completamente diferente que no logró identificar pero que lo volvía loco y no
podía dejar de probar. Luego, Fabián, nuevamente arrodillado ante ella se
inclinó cubriendo su cuerpo. Tumbado sobre ella Fabián permaneció apoyado
en el banco para no descargar su peso sobre la frágil Ana. Él la sintió
indefensa bajo su cuerpo y no dejó de preguntarse cuanto aguantaría en esa
posición. Aquella era una postura incomoda, tenía el miembro erecto
apoyado en la palpitante e impaciente raja de Ana, como si de un león
acechando a su presa se tratara. Sus rostros se tocaron y el de Ana abrasaba
como si de un horno se tratase. Luego la miró a los ojos. Fabián los vio muy
de cerca y la parecieron dos enormes lagos azules iluminados por el brillo y
la fiebre de la pasión y el deseo. Eso a Fabián lo hizo sentirse poderoso.
Luego muy despacio comenzó a frotarle su polla contra el clítoris, volviendo
a hacer que Ana gimiese de impaciencia. La besó de nuevo y exploró por
enésima vez su boca. Ana se aferró al banco y anclo sus pies en el suelo.
Adelanto sus caderas y en ese momento Fabián entró en ella. Lo hizo muy
despacio para que ella sintiese el mas mínimo avance de su miembro dentro
de ella. Ana lo recibió con ansia, las paredes de su vagina se contraían a su
paso atrayendo hacia el interior ese deseado invasor. Cuando estuvo
completamente dentro de ella permaneció quieto, siento la presión de los
músculos vaginales de Ana entorno a su dura verga. Luego comenzó a
moverse dentro de ella, adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y atrás,
bombeando una y otra vez en esa cálida y húmeda gruta. Adelanta y atrás,
adelante y atrás hasta que Ana se corrió con un grito incontenible. Fabián
continuó adelante y atrás, adelante y atrás, aguantando unas cuantas
embestidas más. Cuando supo que no podía aguantar más e iba a terminar
salió rápidamente de Ana. Fabián se corrió sobre el abdomen de Ana. La
cubrió con los espesos chorros de semen que brotaban con fuerza. Luego
cuando se supo vacio la abrazó y la blanca leche se extendió entre sus
cuerpos por la presión. Ana rodeó el cuello de Fabián con sus brazos y le
acarició la nuca con ternura, para fundirse en un tierno beso.
Cuando se separaron permanecieron unos instantes mirándose sin apartar
sus miradas el uno del otro. Fue Fabián el que rompió la magia de ese
momento.
—Creo que deberías ir a ducharte. Es tarde y seguro que te esperan en
casa.
—Y si me ducho aquí contigo.
—Prefiero que vayas a tu vestuario.
—¿Por qué? ¿Ya te has cansado de mí? – protestó Ana haciendo un mohín
de niña enfurruñada.
—Dios no. Como me voy a cansar de ti. Eres lo mejor que me ha pasado.
La razón es que si nos duchamos juntos no creo que pueda contenerme y
volvería a hacerte el amor.
—Pues estaría encantada.
—Y yo mucho más. Pero debemos marcharnos.
Ana se acercó nuevamente a él, apoyó las manos en sus hombros y
elevándose levemente sobre las puntas de sus pies le dio un leve, tierno y
fugaz beso en los labios. Fabián sintió como sus aún excitados pezones
acariciaron su pecho. Luego Ana se separó de él, se dio la vuelta y se dirigió
a la salida. Caminaba de puntillas como si calzase unos zapatos de gran
tacón, con los brazos a lo largo de su estilizado cuerpo. Se movía con la
sutileza, la elegancia y la sensualidad de una pantera.
Después de una ducha fría, Fabián, se secó y se vistió rápidamente. Metió
sus cosas en una bolsa que guardaba en su taquilla y abandono el vestuario.
Fue a la recepción y en el cuadro de luces comenzó a bajar interruptores,
dejando una sala tras otra en completa oscuridad. Cuando llegó el turno del
correspondiente al vestuario femenino por la mente de Fabián pasó la
ocurrencia de gastarle una broma a Ana. La imaginó saliendo corriendo del
vestuario, completamente desnuda, y el frente a la puerta esperándola para
contemplar nuevamente su precioso cuerpo. Deshecho rápidamente la
ocurrencia, no quería estropear lo que había sido una tarde perfecta.
Cuando Ana salió del vestuario femenino no pareció la misma mujer.
Llevaba el pelo suelto, ligeramente ondulado, cayéndole unos mechones
sobre el rostro y se había puesto algo de maquillaje. Había sombreado sus
ojos con un gris muy suave que hacia resaltar aún más en azul profundo de su
mirada. Sus labios de un pálido color rosa con un leve brillo los hacían
tremendamente apetecibles. A pesar de su atuendo sport, vaqueros, camiseta,
cazadora y mochila de cuero, era tremendamente sofisticada. Fabián la miró
embobado.
—¿Qué te pasa? ¿En qué estás pensando?
—… En nada – respondió un poco titubeante.
—Estas pensando en mí – lo dijo con seguridad y al mismo tiempo de
forma divertida.
Ana se dirigió con paso firme y sensual a la escalera que la llevaría fuera
del gimnasio. Fabián fue rápidamente a desconectar el resto de las luces y
subió tras ella. Mientras el cerraba ello lo espero apoyada en un coche
aparcado frente a la entrada.
—Vamos tengo el coche aquí cerca te llevo a casa – le dijo a Ana cuando
se incorporo después de cerrar.
—No. Vamos a tomar algo.
—Pero has visto la hora que es.
—Venga… Yo invito. Seguro que aquí cerca hay algún sitio donde
podamos ir.
—Vale, de acuerdo. Pero iremos en el coche.
Ana se separó del coche donde estaba apoyada de un salto, feliz por
haberse salido nuevamente con la suya. Se acercó a Fabián y se apretó a él
cogiéndose de su brazo. Él sonrió y ella puso la cabeza sobre su hombro,
luego le dio un beso en la mejilla y juntos caminaron hasta el coche. Pararon
delante de un pequeño local. Bajaron del coche y entraron.
—¿Qué te parece? Es un sitio tranquilo al que no viene mucha gente.
—¿No quieres que te vean conmigo?
—Por favor… tienes ganas de discutir de nuevo. Debería haber sido más
severo contigo en el ring.
—Si quieres volvemos. Ya has visto que no te tengo miedo.
—¿Otra vez? – respondió Fabián sonriendo.
—Vale, tomemos la copa tranquilamente.
Una hora más tarde el pequeño coche blanco se detenía frente a la casa.
Ana cogió la mochila que estaba en el asiento trasero, le dio un rápido beso
en los labios y bajo del coche. La joven entró y cerró la puerta sin mirar atrás.
Fabián sonrío para sí mismo. Cuando otro conductor tocó el claxon a su
espalda este se puso en marcha y continuó su camino.
—CAPITULO 17—

VACACIONES EN CARNARIAS

———————————————————— PRIMERA PARTE


————————————————————
La mañana había empezado temprano y comenzaba a ser estresante. Ana,
no llevaba ni media hora levantada y Marta ya había estado dos veces en su
habitación. La primera, a las ocho de la mañana, para despertarla y la
segunda, veinte minutos después, para confirmar nuevamente si tenía todo
preparado. La joven había dejado preparado el ligero equipaje la noche
anterior. Cuando terminó de arreglarse cogió su maleta y el bolso y lo bajo a
la entrada de la casa. El ajetreo era increíble. Todos subían, bajaban, entraban
y salían ultimando los detalles de sus respectivos equipajes. Ana entró en la
cocina donde ya olía a café recién hecho y María estaba preparando unas
tostadas.

María colocó frente a ella una taza de café humeante y un par de tostadas.
Ana puso una cucharadita de azúcar a su café y un poco de aceite a sus
tostadas. Comenzó a comer con apetito. Mientras desayunaba pensó en lo
sucedido la noche anterior con Fabián y que al final no había hablado con él
sobre el tema que tenía pendiente. Apuró su café y cogió la tostada que le
quedaba y se dispuso a salir de la cocina. En la puerta tropezó con Javier.

—Buenos días. ¿Lo tienes todo preparado? – se interesó Javier.

—Hola. Si todo listo. Cuando quieras nos marchamos.

—Por mi encantado pero… tendremos que esperar a los demás.

Ana sonrió y dejó a Javier en la cocina, mientras ella salió al porche


delantero de la casa. El cielo estaba de un color plomizo y los gruesos
nubarrones anunciaban la inminencia de la lluvia. Mientras mordía su tostada
saco el móvil del bolsillo del vaquero y buscó el número de Fabián. Marcó y
esperó su respuesta. Después de cinco tonos:

—¿Si? – respondió una voz pastosa y dormida al otro lado.

—Soy Ana, ¿Te he despertado?

—Sí. ¿Sabes qué hora es…?

—Lo siento. Y ya son casi las nueve – dijo después de consultar su reloj.

—¿Pasa algo? No es normal que me llames tan temprano – se intereso con


una voz más normal, pero notándose que seguía tumbado en la cama.

—Ayer teníamos que haber hablado y… bueno, no lo hicimos.

—No pasa nada. Quedamos luego donde quieras y hablamos.

—No va a poder ser. Me marcho en media hora al aeropuerto.

—¿Dónde vas? ¿Vuelves a casa?

—No. Vamos a Canarias. Mis padres se han empeñado en que pasemos ahí
estos días del puente.

—¿No vas sola con ellos?

—No. Viene toda la familia. Ya sabes, para agradecerles que me hayan


acogido en su casa.

—Entonces hablamos cuando vuelvas.

—Es importante.

—¿De qué se trata?

—El teléfono de Marcos no te lo di para que se lo devolvieses. Y… me


gustaría que te hicieses con una copia del disco duro de su portátil.
—Todo eso es mejor que lo haga cuando vuelvas.

—Fabián cuanto antes mejor. ¿Podríamos vernos en el aeropuerto? Así te


doy el teléfono y nos despedimos.

—Pero… mira qué hora es. Tu ya te marchas no llegaré a tiempo.

—Inténtalo al menos. Si veo que no llegas te llamo y te digo donde te lo he


dejado.

—De acuerdo. Nos vemos en una hora más o menos.

—Gracias. Un beso. Te quiero.

—Un beso.

Ana colgó y volvió a entrar en la casa. Se había quedado helada. Se puso


su cazadora que reposaba sobre su pequeña maleta y se sentó en el salón.
Todo el mundo seguía revolucionado y Javier gritaba apremiando a su familia
ya que el monovolumen que nos llevaría al aeropuerto estaba a punto de
llegar. Javier entró al salón y se dejó caer en el sillón.

—Odio salir de viaje – dijo resoplando.

—¿Por qué? Lo pasaremos bien – le respondió Ana, conciliadora.

—Lo sé. Pero odio todo este estrés de la salida.

El timbre sonó y Javier se levantó como si eso hubiese activado un resorte


en su trasero. De nuevo comenzó a gritar mientras salía del salón para abrir la
puerta.

—¡Vamos! ¡¿Dónde os habéis metido?! ¡El coche esta aquí!

Ana salió del salón, tomo su maleta y se fue al coche que los esperaba.
Marta y los chicos bajaban apremiados por Javier. Mientras todos se dirigían
al aeropuerto Javier continuaba quejándose de todo el equipaje que habían
preparado. Tres cuartos de hora más tarde estaban en la terminal y se dirigían
al mostrador de Iberia para recoger los pasajes que los padres de Ana les
habían reservado.

Frente a la puerta de embarque, Ana, se movía nerviosa mientras miraba su


reloj. Fabián no llegaba y los pasajeros estaban comenzando a entrar.

—Javier, voy al baño. Vuelvo enseguida.

—¿No puedes esperar e ir en el avión?

—No. No puedo aguantar.

—Vale date prisa. Toma tu pasaje.

La joven camino rápidamente hacia uno de los baños. Mirando


insistentemente para ver si Javier la seguía con la vista. Cuando estuvo segura
que no estaba pendiente de ella fue hacia las consignas. Estaba a punto de
entrar cuando su teléfono sonó.

—¿Dónde estás? – preguntó Fabián sin preámbulos.

—En la sala de consignas iba a dejarte ahí el teléfono.

—Ok. En dos minutos estoy ahí. No te muevas.

Fabián no le dio tiempo a decir nada y colgó el teléfono. Un instante más


tarde los jóvenes se encontraban. Ana lo abrazó y le dio un suave beso en los
labios. Fabián se retiró de ella inmediatamente.

—¿Qué te pasa? – inquirió Ana.

—Pueden vernos.

—¿Quién?
—Tu familia.

—No es mi familia y aunque lo fueran. Soy mayorcita para besar al chico


que me gusta. Además ya están subiendo al avión – dijo sonriendo.

Él en ese momento se acercó a ella, la tomo por la cintura y estrechándola


contra él la besó sin temor. Ana correspondió al apasionado beso, pero a
desgana se separó de Fabián.

—Toma – le dijo entregándole el teléfono de Marcos junto con el cargador


y el cable que había comprado.
—¿Cómo se lo devuelvo?

—Estoy segura que se te ocurrirá algo. Y también inventaras algo para


hacerte con una copia de sus discos duros.

—Ana, creo que piensas que soy James Bon y no lo soy.

—Tú eres mi Sr. Bon y confío en ti. Ahora tengo que irme.

—Vale. Llámame cuando aterrices.

—Lo haré. No te preocupes. Estaremos en contacto.

Cuando Ana se disponía a marcharse a la puerta de embarque Fabián la


detuvo tomándola de la mano. Luego volvió a besarla.

—Te voy a echar de menos – dijo Fabián cuando se separaron.

—Y yo a ti. Te quiero.

Y Ana salió corriendo para tomar el vuelo que la llevaría a las islas
afortunadas. Entregó su pasaje a la azafata que controlaba el embarque y
subió al avión. La sobrecargo la acompaño a su asiento y vio que los demás
ya estaban acomodados.

—¿Todo bien? – se intereso Javier que estaba sentado tras ella.


—Sí. Sin problemas. ¿Mi maleta?

—Ahí arriba.

Ana se levanto y abrió en compartimento de equipajes. Bajo su pequeña


maleta y abrió la cremallera del bolsillo exterior. Sacó un libro y su
reproductor de MP3, luego dejo la maleta en su lugar. Minutos después el
comandante informaba que se abrochasen los cinturones y el avión comenzó
a rodar por la pista cuando las nubes comenzaron a descargar la lluvia que
acumulaban. Ana miró por la ventanilla como despegaba el aparato, mientras
la lluvia golpeaba con fuerza el fuselaje. Unos minutos más tarde el avión
atravesaba el manto de nubes para finalmente volar sobre un suelo de
esponjoso algodón blanco bañado por un radiante sol. Cuando el comandante
volvió a dirigirse al pasaje para indicarles la duración del vuelo, que en
Tenerife había un sol radiante y una temperatura de veinticinco grados, así
como que ya podían desabrochar los cinturones. En ese momento Ana se
puso los auriculares y se centro en la lectura de su libro para evadirse de todo
y que no la molestasen.

El vuelo pasó rápido. Antes de darse cuenta una de las azafatas ponía su
mano en el hombro de Ana para llamar su atención. Ana se quitó los
auriculares.

—Estamos a punto de aterrizar. Abróchese el cinturón. Gracias.

La joven cerró su libro y apagó su reproductor de música. Tomó los


extremos del cinturón y lo cerró entorno a su cintura. Minutos después el
aparato aterriza. Cuando el avión se detiene y los pasajeros comienzan a
levantarse Ana continua sentada sin moverse. Javier deja la maleta de la
joven el asiento que hay vacio junto a ella. Ana le hizo un gesto de
agradecimiento con la cabeza y luego guardo en la maleta su libro y su MP3.

—Vamos.— Le indicó Marta.

Ana se levantó y caminó tras Marta por el estrecho pasillo. Cuando entran
en la terminal los padres de Ana, Ricardo y Elena, los esperan. La joven corre
hacia ellos y se lanza a los brazos de su padre. Los tres se saludan muy
efusivamente. Después los padres de Ana saludan a Javier, Marta y los
chicos. Todos salen del aeropuerto. Ana sube junto con sus padres en el
coche que estos ha llevado. Javier y su familia suben en el monovolumen que
los espera y donde también cargan todo el equipaje. Los dos vehículos media
hora más tarde llegan al complejo hotelero que los padres de Ana tienen en la
isla y donde se alojaran todos. Javier y su familia se instalan en una de las
villas del complejo y Ana y sus padres en su suite del hotel.
Aquella misma tarde después de comer, todos juntos fueron a la playa.

Ana después de quitarse el mini short que ocultaba el pequeño bikini


blanco se chitó la camiseta quedándose directamente en topless. La madre de
Ana, Elena, hizo lo mismo y Ricardo no le dió la menor importancia. Estaba
acostumbrado a ver a su mujer y su hija así. Marta se animo y se quito la
parte superior de su bikini. Olga era la única que permanecía tapada a parte
de los chicos. Ana la animo y buscando la aprobación de su madre Olga
finalmente se unió al grupo y mostró al mundo sus encantos.

Javier había visto a su hija en alguna ocasión haciendo topless en la piscina


de casa junto a su madre pero siempre había procurado estar el menor tiempo
posible para que Olga no se sintiese incomoda. Y ahora estaba ahí tumbada
en su toalla con los ojos cerrados y tomando el sol tranquilamente mientras
enseña al mundo esas dos delicias. Javier no puede apartar los ojos de las
tetas de su hija y su polla tomo vida propia. Ana percatándose de ello no hace
más que provocarle.

Carlos se sentía en la gloria. Tenía a la disposición de su vista cuatro


magníficos pares de tetas. Las de Ana las había disfrutado, las de su madre
también, pero lo que no se podía imaginar es que los pechos de su hermana lo
iban a hipnotizar de esa manera. Y no quería ni mirar los de la madre de Ana
porque también le fascinaban.

La situación se repitió los siguientes días. Todas las mujeres hacían topless
tanto en la playa como en las piscinas del complejo donde se alojaban. Javier
y Carlos vivían en un estado de excitación permanente que hacia alguna que
otra situación fuese incomoda.
Los juegos en el agua hacían que padre e hijo no la pudiesen abandonar
hasta momentos después en que lograban que la tensión se relajase. Cada vez
que los pechos de su hija lo rozaban cuando se divertían en el agua o cuando
su mano accidentalmente los tocaba en algún lance del juego eso hacía que
una descarga eléctrica recorriese su cuerpo. La que estaba realmente
disfrutando de aquella situación era Marta, puesto que su marido en un estado
de excitación permanente la follaba varias veces al día en cuánto tenia
oportunidad.

Carlos no estaba disfrutando nada de la situación. Estaba todo el día


empalmado y no podía follar con nadie. Se lo había insinuado a Ana en un
par de ocasiones pero había pasado de él. Supuso que delante de sus padres
quería ser una niña buena. También lo intento con su madre haciéndole llegar
alguna indirecta, pero ella no se dio por aludida estaba planamente satisfecha
con los servicios que le estaba ofreciendo su esposo.

Olga notó que la relación con su padre durante aquellos días había
cambiado sustancialmente. Ella sentía la necesidad de estar junto a él, pero él
estaba muy tenso cada vez que ella se acercaba, hasta que finalmente se
mostró muy distante con ella.

Aquella mañana Javier estaba muchos más irascible que los días anteriores
y cuando Olga apareció en el salón con short que prácticamente no dejaba
nada a la imaginación y una camiseta bajo la que claramente se apreciaba que
no llevaba nada salvo su piel hizo que estallase. El detonante de la explosión
fue un simple beso de su hija. Olga besó a su padre como todas las mañanas,
salvo que aquella mañana el beso fue en la comisura de sus labios, algo que
lo encendió sobre manera y lo que avivo aun más la llama fue sentir el roce
de sus duros pezones a través de la delgadísima tela de su camiseta.
Javier estallo como pocas veces lo había hecho con su hija. Olga no
entendía nada. Su padre nunca se había metido en su forma de vestir y en ese
momento le estaba gritando por cómo iba vestida. Marta intento mediar en la
discusión pero Javier estaba siendo poco razonable. Al final Olga se marcho a
su habitación dejando a su padre con la palabra en la boca.

Olga entró rápidamente en su habitación y lazó la puerta tras ella. Su


intención era dar un portazo, pero no le dio el impulso adecuado, la puerta se
detuvo antes quedando entreabierta. Si vestía de manera sexy y a su padre le
ponía pero él no quería admitirlo. Tenía claro que desde que estaban en la isla
y la estaba viendo semidesnuda en la playa y la piscina la relación entre ellos
era mucho más tensa. Y por su poca eso solo quería decir una cosa, su padre
se sentía atraído por ella.

Se tiró en la cama y rodó por ella hasta quedar boca abajo. Olga pasó una
de sus manos bajo su cuerpo, desabrochó el botón del short y bajó la
cremallera, para abrir la cintura y facilitar la maniobra que tenía en su cabeza.
La mano navegó bajo su braguita acariciando su pubis y notó la humedad de
la prenda.

“¿En que estas pensando?” se dijo ella misma. Pero esa idea bullía en su
mente desde que vio a su padre aquella tarde, en aquel probador, en el centro
comercial. Y el estar en aquella isla viéndolo en bañador no la estaba
ayudando mucho a desechar la idea. Eso hacía que su excitación estuviese
alcanzando niveles críticos y ahí no tenía a Daniel, ni a Marcos, para aplacar
su deseo.

Se mordió su labio inferior cuando su índice circundó su clítoris que estaba


inflamado y necesitado de atenciones. Su cuerpo llevaba días pidiendo guerra
y ese dedo fue un alivio momentáneo. No podía esperar a regresar a Madrid.
Olga aceleró el movimiento de sus dedos que frotaban con brusquedad el
dilatado apéndice rosado que tanto placer le proporcionaba. Luego separó los
labios de su sexo y recorrió su rajita con uno de sus dedos recogiendo parte
de la humedad que los impregnaba. Ese dedo aventurero poco a poco entró en
aquella gruta donde encontró un manantial de placer. Un segundo dedo se
unió a su compañero, ambos entraban y salían explorando la cavidad.

—¡Mmmm…! – suspiró intentando no hacer ruido.

Olga comenzó a imaginar cómo sería tener a su padre disfrutando de ella


en ese momento que tanto lo necesitaba. Cómo sería follar de manera salvaje
con él. Lo que necesitaba era hacerlo con un hombre de verdad. Lo hacía con
Marcos, pero lo hacía por obligación, y aunque era algo mejor de Daniel,
estaba segura que su padre era mucho mejor que los dos juntos. Todos esos
pensamientos no ayudaban a que su cuerpo se tranquilizase. Todo lo
contrario la estaban excitando aun más. Prueba de ello era el flujo que
manaba abundante de su interior y se deslizaba por su limpio pubis. Aquellos
deditos traviesos la estaban haciendo disfrutar. Elevó sus caderas para que un
tercer explorador se uniese al grupo y así tuviesen espacio para profundizar
aún más en la cueva. Olga estaba tan cachonda que hubiese podido meterse la
mano entera. Olga rodó sobre si misma hasta quedar cómodamente boca
arriba. Abrió las piernas y se sintió extraña. Ella no solía hacer esas cosas.
Pero ahí estaba, abierta de piernas sobre la cama, masturbándose, mientras
imaginaba como sería ser follada por su podrió padre haciendo gritar de
gusto.

El pantaloncito comenzaba a ser una molestia, así pues se deshizo de él


con la mano que aun tenía desocupada. Abrió un poco más las piernas para
facilitar la labor a esos tres exploradores que continuaban entrando y saliendo
de su húmeda cueva. En su nueva postura, más cómoda, su mano libre corrió
bajo su camiseta subiéndola hasta su cuello.
Luego prestó asistencia a sus duros y sensibles pezones. De nuevo su
mente voló, e imagino cómo sería sentir los labios, los dientes y la lengua de
su papá comiéndose sus dos preciosas y firmes tetas. Y otra vez vio a su
padre entre sus piernas, follándola, y sintió el peso de su cuerpo sobre el
suyo.

Olga escucho un leve ruido que hizo que abriese los ojos. No detuvo su
juego. Observo y vio una sombra tras la puerta entreabierta. No podía ver
quién era, aunque estaba segura que a ella la podía ver perfectamente.
Observó como la sombra se movía levemente. Estaba claro que su madre no
era, ella habría entrado y por el volumen de lo que podía ver solo podía ser
una persona, su padre. ¿Qué hacia ahí? Pensó, ver como se masturbaba y
disfrutaba de sus deditos traviesos. “Entra y fóllame” quiso decirle, pero tal
vez no era la mejor idea en ese momento. Lo mejor sería jugar con él para
encenderle la llama del deseo.

La joven Olga estaba perdiendo la cabeza. En lugar de sentir vergüenza por


la situación y detener la escena, arqueo su espalda para mostrarle una visión
perfecta de sus duros pechos. Unos pechos coronados por dos rosados,
jugosos y duros pezones que deseaban ser devorados por la boca de quien
estaba tras la puerta.
La persona que estaba tras la puerta desprendía deseo y lujuria. Olga lo
podía notar, lo podía sentir. Y su respiración acelerada y profunda que a ella
le llegaba atenuada se lo confirmaba. Pero ¿Por qué seguía allí? Mirándola.
Podía haber pasado de largo, o haberse detenido un segundo y luego
marcharse. Pero no, seguía ahí, mirándola. Y Olga estaba segura que él se
había dado cuenta que ella lo había visto, que sabía que estaba ahí.

Olga vio como la enigmática sombra se movía de manera repetitiva y


rítmica. ¿Qué estaba haciendo? Se preguntó. Pero la respuesta para eso solo
podía ser dos, aunque se podría decir que la misma. Se estaba acariciando el
prominente bulto que debía tener entre las piernas o se estaba masturbando a
la vez que su niñita. Olga lo tenía ahí mismo, solo a unos metros de ella. Tan
solo tendría que gatear hasta él, como una gatita mimosa, arrancarle su
pantalón y deleitarse con aquel miembro que se había convertido en su
obsesión.

La joven se retorció de placer cuando aceleró el ritmo con el que sus


traviesos dedos la follaban. Ríos de fluido empapaban su mano. Cada vez que
se penetraba un jadeo de gusta salía de su garganta. Olga no se preocupaba
por disimularlos o contenerlos. Quería que él la escuchase. Saber que su papá
estaba ahí, escuchándola, la excitaba aún más. Hasta el punto de no saber se
aguantaría a ese ritmo mucho más. Cuando los dedos de Olga tomaron su
muy sensible clítoris el siguiente jadeo de convirtió en un débil grito.

—¡Oh!, ¡oh!, me voy a correr – dijo entre los jadeos pero de manera que el
pudiese oírla perfectamente.

Ahí estaba Olga, en su cama, totalmente abierta, con las braguitas


arrugadas en su ingle, con la camiseta en su cuello y con el pecho al aire. Y
en esa situación, con los dedos entrando y saliendo de ella a la velocidad del
rayo, mientras su pulgar presionaba rosada perla y su otra mano torturaba la
sensibilidad de sus tetas y pezones. El orgasmo invadió su cuerpo. Su cuerpo
se tensó arqueando su espalda, un calambre recorrió sus piernas haciéndolas
temblar. Un grito de placer salió de su agitado pecho.

—¡Que gusto! ¡Sí! ¡Joder!


Olga se mordió su carnoso labio inferior y disfruto de la dulce sensación
que se había apoderado de toda ella. Cuando sacó los dedos de su interior
donde seguían nadando en el abundante caudal que la abandonaba, se
incorporó y miró de nuevo a la sombra. Seguía ahí, mirándola. Estaba segura
que tendría la polla a punto de estallar, pero continuaba impasible tras la
puerta. ¿Por qué no había entrado a mostrarle su verga y a follarla como la
puta que era? ¿Cómo podía aguantar? Se preguntó. Entonces Olga decidió
usar el último cartucho que tenía en ese momento. Miró fijamente a la
apertura de la puerta. Llevo su empapada mano hasta sus labios y engullo los
tres dedos que habían estado dentro de ella. Los chupo con ansia deleitándose
con su propia esencia mientras sonreía con picardía. Al mismo tiempo le
decía con la mirada, lo que hay en mi boca podría ser tu polla. Entonces vio
como la sombra se movía y desaparecía, dejándola de nuevo sola.
Olga salto de la cama y fue hacia la puerta conforme estaba. La abrió de
golpe y se asomó. Ya no estaba. Se había ido. Pero tuvo la sensación que su
juego había calado en él y podrían disfrutarlo. Luego entró en la habitación y
esta vez sí cerró la puerta, entró en el baño y después de asearse recompuso
su aspecto.

Javier y Marta habían quedado con los padres de Ana para después de
comer ir a ver una exposición de un nuevo artista local que exponía en la
galería de un amigo. Javier estaba buscando alguien nuevo con ideas frescas
para realizar los carteles promocionales de una feria de muestras que habían
encargado en su agencia.

Ana se había encontrado indispuesta durante la comida y se había


marchado a su habitación para descansar hasta la hora de la cena.

Y Carlos en vista del aburrido panorama que tenía por delante después de
comer se marcho a dar un paseo por la playa con la esperanza de conocer
alguna chica local o extranjera y ligar con ella.

Olga decidió quedarse en la villa y pasar una tarde tranquila después de


todo lo sucedido esa mañana. Cogió el libro que se había llevado de casa y se
dispuso a pasar la tarde tumbada en la terraza leyendo tranquilamente. Pero
no se podía imaginar que su hermano tenía otros planes para aquella tarde.
Carlos saltó sobre su hermana besándola apasionadamente. Olga
sorprendida abrió por instinto levemente su boca dejando que la lengua de su
hermano la invadiese. Un fuerte sabor a menta se apoderó de sus papilas
gustativas. Una alarma se disparó dentro de Olga poniendo todos sus sentidos
en alerta y le erizó la piel.

—¿Qué coño estás haciendo? – espetó Olga separándose de su hermano.

—Besarte.

—Hasta ahí llego. ¿Por qué me has besado?

El joven respondió aproximándose a su hermana. La abrazó e intentó


besarla nuevamente. Olga apartó su cara. Pero eso no desanimo a su hermano
que oculto su cara en el cuello de Olga, lo beso y subió hasta morderle
tiernamente el lóbulo de la oreja. Olga empujó otra vez a su hermano
apartándolo de ella.

—Carlos ¿Se puede saber qué demonios te pasa?

—¿A mí? ¿Qué te pasa a ti? Primero me calientas y ahora te haces la


sorprendida. Joder, Olga. Llevo todo el puto día pensando en ti, en podernos
quedar solos y ahora me sales con estas.

—¿Qué yo te caliento? ¿Pensando en mí?

—Tú estás enfermo.

—No, yo no. Aquí la única enferma eres tú. Y si no ¿a qué ha venido lo de


esta mañana?

—¿A qué te refieres? No tengo ni idea de que estás hablando.

—Joder, que mala memoria tienes hermanita. Yo haría que me lo miraran.

—Quieres dejarte de sarcasmos y explicarme de una puta vez a que viene


todo esto.

—Increíble ¿Lo estás diciendo en serio?

—Me parece que no tengo cara de estar bromeando.

—Dios. Si que estás enferma.

—Carlos vete a la mierda.

Olga se dio la vuelta para entrar en el salón y dejar solo a su hermano en la


terraza. Pero Carlos la sujetó del brazo reteniéndola.

—Suéltame. Me estás haciendo daño.

—De eso nada. No te vas a ir dejándome así.


—Carlos, me haces daño y me estas asustando. Déjame, por favor.

—Vamos hermanita, no te hagas ahora la estrecha y la tonta. Eso no va


contigo. Tal vez engañes a papá y mamá, pero a mí no.

—Carlos ¿Qué te pasa? Explícamelo.

—¿Qué te pasa a ti? Esta mañana te pones a masturbarte sabiendo


perfectamente que te había visto, y en lugar de parar o decirme algo te
regodeaste y me incitaste. Si estabas pidiéndome a gritos que pasara a
follarte. Y ahora me sales con estas.

—¿Cómo? ¿Eras tú?

—Claro que era yo. ¿Quién iba a ser?

—Papá – respondió en un susurro prácticamente inaudible, sin pensar.

—¿Te estabas masturbando para papá? Joder Olga. ¿Te follas a papá?

—¡No! – gritó y dio un tirón soltándose de su hermano.

—Yo creo que sí. Cuando se entere mamá de esto se va a liar una buena.

—No pensaras decírselo. No serás tan gilipollas.

—La única gilipollas aquí eres tú hermanita. Y si se lo cuento todo a


mamá, bueno, depende de ti.

—¿Qué quieres?

—¿Tú qué crees?

—Eres un cabrón.

—Tal vez. Pero tú eres una putita. Vamos – dijo finalmente cogiéndola de
la mano y tirando de ella.
—¿A dónde?

—Al dormitorio. ¿No querías que te follara papá? Pues tendrás que
conformarte conmigo, aunque siempre puedes imaginar que soy él. Venga lo
vas a pasar muy bien.

Carlos continuó tirando de la mano de su hermana. Olga lo seguía en


silencio pero no se resistía. Sabía perfectamente que era inútil. ¿Cómo me
puede pasar a mí esto? Se preguntó. Primero me chantajea el cabrón de
Marcos y ahora mi propio hermano. ¿Y si me niego? Se volvió a preguntar.
No, no puedo negarme. Se lo contaría con toda seguridad. No sería la primera
vez que lo hiciese. Ya lo hizo cuando me pillo con Daniel la primera vez que
lo hicimos y me negué a comprarle un juego para la Play. Fueron dos meses
de castigo. Pero con esto no serían dos meses de castigo. Podrían divorciarse
y papá incluso podría ir a la cárcel. No podía permitirlo, se dijo finalmente
Olga a sí misma.

—Pero esta no es tu habitación – dijo Olga frente a la puerta del


dormitorio.

—Claro. He pensado que como querías hacerlo con papá por qué no
hacerlo en su cama.

Los dos hermanos entraron en el dormitorio. En ese momento el cuerpo de


Olga se encendió como si en el hubiesen accionado un interruptor. Se la iba a
follar en la cama de sus padres. Donde su padre habría follado con toda
seguridad esa misma noche. O tal vez, solo hiciese unas horas. Olga se
mordió su carnoso labio inferior para intentar contener la excitación que
estaba fluyendo entre sus piernas.

Carlos hizo que su hermana se sentase en la cama, mientras él se quitaba la


camiseta. Olga observo detenidamente el cuerpo de su hermano. Tenía
marcados los abdominales, unos brazos fuertes y su paquete. ¿Todo eso es
suyo? Se dijo cuando vio el enorme bulto que había en su pantalón. Estaba
buenísimo. Sus amigas tenían razón cuando se lo decían. ¿Por qué ella nunca
lo había visto de esa manera hasta aquel momento? La calentura de Olga
aumentaba por momentos.

La mano de Carlos tomó la de su hermana y la acercó hasta su inflamada


entrepierna. Olga acarició el duro bulto de su hermano y la lujuria se desató
en ella. Se agachó hasta que su nariz rozó aquella vibrante tienda de campaña
que no dejaba de temblar. Olga sacó la lengua y lamió la bragueta de su
hermano mientras lo miraba a los ojos. Sin apartar la vista de él, las manos de
Olga, desabrocharon primero el cinturón y luego el pantalón. La respiración
de Carlos se aceleró cuando su hermana empezó a bajar la cremallera de sus
vaqueros. Cuando tuvo abierta la cremallera bajó de un tirón el pantalón de
su hermano hasta sus tobillos. El bóxer de color azul a duras penas podía
contener semejante miembro. Olga aproximó sus labios a la entrepierna de su
hermano y sobre la tela tomó entre sus labios el dilatado capullo. Jugó con la
punta de su lengua sobre el fino tejido estimulando la sensibilidad de su
propio hermano. Cuando Olga se separó del palpitante el miembro de Carlos,
una mancha húmeda oscurecía la zona donde los lujuriosos labios de Olga se
habían posado sobre la hombría de su hermano. Olga acercó su mano y
acaricio despacio, muy despacio, la erección de Carlos bajo el bóxer.

Olga, deseaba en su interior que su hermano explotase con los tocamientos


que le estaba proporcionando para evitar dar un paso más con él. Pero Carlos
estaba aguantando y no parecía tener intención de acabar pronto.

—Hermanita, creo que sabes lo que estoy esperando. No demores más lo


inevitable.

La joven en vista que no tendría más remedio que llegar hasta el final
decidió que no demoraría ni un segundo más lo que tenía que pasar. Olga
bajó el bóxer de su hermano hasta sus rodillas liberando su erecto miembro.
La joven se mordió su labio inferior y acercándose a Carlos recorrió con la
punta de su lengua el erguido tronco que tenia frente a ella. Su hermano no se
pudo contener cuando sintió la legua de Olga recorriendo su miembro y
emitió un profundo suspiro de gusto. Carlos cerró los ojos para concentrarse
en el placer que estaba recibiendo, echó su cabeza atrás y cogió la cabeza de
su hermana para que no retrasase más lo que estaba deseando. Estaba claro
que Carlos no estaba muy conforme con los juegos de su hermana, pero ella
continuó jugando con él a su antojo. “Ya que tenía que hacerlo, lo haría a su
manera” se dijo Olga. Situó los incisivos en la punta del capullo de su
hermanito y comenzó a bajar por ese grueso trozo de carne, con suavidad,
pero para que tuviese claro quién tenía el control de la situación. Olga lo miró
desde abajo y los hermanos cruzaron sus lujuriosas miradas llenas de deseo.
La joven rodeó con sus labios el jugoso glande y lo succionó con fuerza. Olga
se deleitó con la polla de su hermano. Carlos, ya impaciente, sujeto la nuca de
su hermana y la embistió con fuerza envainando en su garganta toda la
longitud de su verga. En ese momento la imagen de su padre apareció en su
mente y pensó lo que le gustaría que esa polla que estaba comiéndose fuese la
de él y no la de su hermano. Olga dejo de acariciar y apretar los huevos de
Carlos. Sus manos se apoderaron de su duros glúteos y clavándole las uñas lo
apretó más contra ella. Olga se había excitado con la imagen de su padre y
quería que la penetrasen por todos y cada uno de los orificios de su caliente
cuerpo. Un cuerpo excitado que comenzaba a fluir entre sus piernas
empapando sus braguitas. Olga paseó una de sus manos entre sus muslos para
intentar calmar mínimamente su calentura. Carlos se apartó de ella y le dijo:

—¡Joder! Olga, nunca me han comido la polla con tanta intensidad.

—No te puedes imaginar cómo me has puesto cabrón. ¿Me vas a follar ya?

Carlos dibujo en su cara una sonrisa de oreja a oreja e hizo que su hermana
se tumbase en la cama. Le arrancó el pequeño short y la diminuta braguita
tirando las prendas a los pies de la cama. Carlos bajó de la cama y buscó su
pantalón.

—¿Qué haces? – le preguntó su hermana.

—Busco un condón.

—No te hace falta, tomo la píldora. Vamos.

Los dos hermanos se enredaron en un apasionado abrazo sobre la cama de


sus padres. Sintieron totalmente el contacto de sus cuerpos desnudos. Se
exploraron abrazados sobre la cama. Carlos estaba maravillado de la
naturalidad con que su hermana asumía su propio deseo, sin ningún tipo de
remordimiento y sin ninguna inquietud. Fue Olga quien recorrió el torso de
su hermano con las palmas de las manos, como si quisiera memorizar cada
curva y cada musculo. Pero lo que Carlos no sabía que lo que Olga estaba
acariciando el pecho de su padre. Carlos, mientras permanecía inmóvil y,
para que negarlo algo asustado. Los hermanos habían dejado de besarse y él
volvió a contemplarla de cerca. Era preciosa y ya no era su hermana Olga, se
había transformado en una mujer diferente. Ambos jadeaban y poco a poco
fueron acompasando el ritmo de sus respiraciones hasta que acabaron
haciéndolo al unísono. Olga se abalanzo sobre su hermano, no había otra
forma de explicarlo. Carlos penetró a su hermana y ella gimió de alivio al
sentirse completamente llena. Olga tenía demasiada tensión sexual
acumulada y era la única forma de liberarla. Mientras su hermano la
penetraba, Olga escribía en la piel de él una criptografía de caricias y
arañazos que dirían al mundo que ese cuerpo había sido suyo. Los hermanos
estaban rojos, acalorados y sudorosos. Olga estaba bajo él. Carlos le acaricio
la espalda hasta que se detuvo en las caderas, para aferrarlas después a su
cuerpo con ambas manos y ambas piernas.
–Despacio. —Dijo ella.
Su hermano pensó que ella quería ser la maestra de ceremonias y llevar la
voz cantante. Carlos contuvo el aliento mientras entraba en ella de nuevo,
pero en esa ocasión, calculada y morosamente, centímetro a centímetro, de
forma que ella pudiera sentir cada diminuto avance. Realmente no le costaba
entrar en Olga pues su sexo fluía como una fuente. Carlos sentía el miembro
tenso al máximo, pleno de vigor y entusiasmo a medida que entraba y como
las paredes de la vagina de su hermana se contraían a su alrededor, como
dándole la bienvenida, como invitándole a entrar, como intentando atraerlo
hacia lo más profundo, y por fin él se supo dentro, completamente dentro,
casi fundido con ella. Y Carlos se mantuvo allí, rígido e inmóvil, sin
desplazarse un solo milímetro. Olga agitaba las caderas, impaciente, pero su
hermano permaneció inmutable, descansando en su interior, con las manos
apoyadas en el cabecero de la cama para no perder el equilibrio. Y entonces,
Carlos, muy, muy, muy despacio, haciendo gala de su autocontrol, empezó a
moverse con estudiada calma. Carlos se retiro y volvió a entrar en su
hermana como a cámara lenta, y en la segunda envestida hundió el miembro
un poco más profundamente. Poco a poco incrementó el ritmo, más rápido,
más profundo, más rápido, más profundo, hasta alcanzar tal intensidad que
con cada nuevo impacto y aquella fricción le provocaban a él un calor intenso
que se iba extendiendo por todo el cuerpo. En un momento los cuerpos de los
hermanos parecían pegados uno al otro, al momento siguiente Carlos se
despegaba. Olga respondía a cada nuevo ataque con un profundo gemido y a
medida que él aceleraba el ritmo los gemidos de ella ganaban en volumen.
Cuando Carlos comprendió que su hermana había perdido su seguridad y
había dejado de ser ella la que llevaba la iniciativa, él se sintió poderoso y
dueño de la energía necesaria para tomar aquel cuerpo. Carlos se emborrachó
en la sensación de superioridad y dominio, y sin poder evitarlo, sintió como
se unía a su hermana de una manera muy especial. De repente todo el
contenido del dormitorio de sus padres pareció converger hacia la cama, un
gemido más intenso y agudo ascendió salvaje por su garganta, y cuando lo
dejo salir, lleno a su hermana con toda su cálida simiente. En ese preciso
instante un irrefrenable orgasmo se apoderó del cuerpo de Olga tensándolo.
Carlos se desplomo sobre su hermana, entre espasmos, luego se tumbo a su
lado y ambos se abrazaron relajando sus cuerpos. Olga lo besó con una
ternura, que Carlos nunca había sentido antes.
Carlos se quedó dormido y Olga recogió su ropa y abandonó rápidamente
el dormitorio de sus padres para ir al baño a darse una ducha reparadora.
—CAPITULO 18—

VACACIONES EN CARNARIAS

———————————————————— SEGUNDA PARTE


————————————————————

Un grito despertó a Olga de su ligero sueño. Se incorporó en la cama y


miro su reloj que descansaba sobre la mesilla. Eran las tres de la madrugada.
Olga agudizó un poco el oído y dedujo que provenía del dormitorio de sus
padres. “Seguro que están follando” se dijo y recordó lo sucedido esa misma
tarde en esa misma habitación. ¿Por qué no podía ser ella la que estuviese
ahí, en lugar de su madre? Lo que había hecho con su hermano había estado
bien, muy bien incluso, pero ella quería a su padre. Olga decidió abandonar
todos esos pensamientos, si volvía a excitarse no podría dormir. Aunque tenía
la opción de desfogarse con su hermano no era lo más apropiado estando sus
padres allí.
Olga se levantó de la cama y se puso una camiseta ya que estaba
durmiendo solo con una pequeña braguita. La temperatura en las islas solía
ser agradable todo el año, pero en esos días de diciembre era especialmente
alta. Casi le recordaba una bochornosa noche de julio en Madrid, aunque ahí
era mucho más soportable. La joven fue a la cocina tomar algo que la
ayudase a conciliar el sueño. Abrió el frigorífico y buscó algo que le
apeteciese. La leche fría le resultó tentadora y saco la botella. Olga cogió un
vaso de la repisa y lo llenó. Bebió un largo trago y sintió como la frescura de
la leche relajaba su cuerpo. Salió al salón para sentarse en el sofá a terminarse
el vaso. Pero algo la sobresaltó cuando iba a acomodarse.
—¡Joder! ¿Qué haces aquí? – dijo llevando la mano a su boca para acallar
su voz.
—Tomar una copa – respondió su padre tumbado en el sofá y tintineando
el hielo del vaso que sostenía en su mano — ¿Y tú?
—No podía dormir y he venido a por un poco de leche.
—Espera.
Javier se levantó del sofá en la penumbra del salón y fue hasta el mueble
bar. El padre de Olga solo vestía un pantalón de pijama y por lo se podía
apreciar sin ropa interior. Ahí buscó una botella y volvió a sentarse junto a su
hija que ya se había acomodado. Abrió la botella y vertió un poco del
contenido en la leche de Olga. Luego metió uno de sus dedos en el vaso y
removió la mezcla. Luego llevo el dedo a su boca y lo limpio con sus labios.
—¿Qué haces?
—Es brandy, te ayudará a dormir.
—Si yo no bebo.
—Vamos, Olga, no me vengas con eso a estas alturas. Sé que bebes, no
pasa nada, pero procura hacerlo con moderación. Además haces cosas peores
que tomarte una copa.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. Pero gracias por dejar la cama hecha.
—¿Cómo? – respondió Olga mirando fijamente a su padre.
—Nada.
Pero no lo vio como siempre. Y estaba claro que él tampoco. Su mirada la
estaba traspasando más allá de la camiseta. Olga en ese momento no se sintió
como siempre se había sentido con su padre, como una niña, que era como el
siempre la miraba. En ese momento Olga se sintió como una mujer, que era
de la forma en que la estaba viendo su padre. Javier no respondió y dio un
sorbo a su copa. Olga decidió atacar.
—¿Sienta bien una copa después de follar? – le preguntó.
Su padre dio un nuevo sorbo a su copa y carraspeo para aclararse la
garganta mientras dejaba su vaso en la mesa auxiliar. Luego miró a su hija.
Olga creyó que se iba a morir. Nunca antes la había mirado de esa manera y
ella deseaba que lo hiciese pero con su rostro enterrado entre sus muslos.
—Mira Olga. Eres una niña. Bueno… al menos lo eras hace no mucho.
Últimamente no te comportas lo mismo. Entiendo que estas creciendo, que
quieras gustar a los chicos, y que quieras seducir. Pero no entiendo lo que
está pasando en tu cabeza, lo que hiciste esta tarde con tu hermano o el otro
día con Marcos.
Olga dio un respingo y todos sus sentidos se pusieron en alerta cuando
escucho nombrar a Marcos en ese sentido a su padre.
—¿Cómo sabes lo de Marcos?
—Eso ahora da lo mismo. Lo que debes entender es que hay cosas que no
debes hacerlas. ¿Qué crees que pensaría Daniel si lo supiese?
—Me da igual lo que piense.
—No, Olga, no debería darte igual. Es con él, o con cualquier otro chico de
tu edad, con quien debes hacer y experimentar esas cosas. Deja a tu hermano
tranquilo, es un crio y lo único que conseguirás es confundirlo.
—Pero…
—Espera, déjame terminar. Y en cuanto a Marcos… —la pausa de Javier
se hacía tensa ya que al recordar lo que había visto algo hervía en su interior
y debía calmarlo— Bueno, me imagino que te sentirás atraída por los
hombres mayores que tú, por su experiencia, pero creo que Marcos no es la
persona adecuada, podría ser tu padre.
—Eso es papá. Podrías ser tú.
—¿Cómo dices?
—Que a quien quiero es a ti. Es a ti al que deseo y con quien quiero estar.
Sabes me he despertado mientras lo hacías con mamá. Y me hubiese
encantado ser yo la que estuviese ahí y que me lo hubieses hecho a mí.
—Olga, no digas eso.
—Es la verdad papá. No te imaginas lo que estoy sintiendo ahora mismo al
estar aquí contigo.
—Se que tienes las hormonas revolucionadas, pero Carlos estoy seguro
que te ha dejado satisfecha. Y mejor dejamos ese tema.
—Joder, papá. No lo podemos dejar. ¿Sabes en quien pensaba mientras
esta tarde Carlos me follaba? En ti papá, en ti.
—Olga espero que no lo estés diciendo en serio –dijo cambiando la
expresión de su cara— Sabes que soy un padre comprensivo, que puedo
llegar a entender lo que has hecho esta tarde o lo del otro día. Pero lo que
estás diciendo ahora no, no lo entiendo y no voy a permitírtelo.
—¿Cómo puedes decirme eso? Crees que no me doy cuenta de cómo me
has estado mirando todos estos días en la playa. Sé que te excito. Lo he visto.
De hecho mírate –indicó con gesto hacia la enorme tienda de la entrepierna
de su padre.
—Sera mejor que te calles – dijo tenso Javier.
Olga se acercó a su padre. Poco a poco por el sofá. Luego lo miró a los
ojos y puso su mano sobre el abultamiento que elevaba la tela del pijama.
Sintió su calor y como palpitaba bajo el tejido.
—Vamos papá. Sé que tú también tienes ganas de hacerlo. No tiene por
que saberlo nadie. Venga hagámoslo aquí mismo en el sofá. Sé que deseas
darme duro papá.
Olga acarició de nuevo la hombría de su progenitor. Luego cogiendo la
parte baja de su camiseta se la quitó con un rápido gesto, mostrando a su
padre su torso desnudo, la firmeza de sus pechos y la dureza de sus erguidos
pezones. Entonces sintió como su meguilla comenzó a arderle. Su padre le
había dado una bofetada. Nunca le había pegado antes, ni siquiera un
pequeño azote cuando era una cría y hacia un millón de trastadas sacándolo
de sus casillas. Olga siguió mirando fijamente a su padre. Cogió su camiseta
y sujetándola con su antebrazo cubrió sus pechos desnudos. Sus ojos se
inundaron de lágrimas que se desbordaron por sus mejillas. Con su mano
libre acaricio el ardor de su mejilla intentando calmarlo. Luego se levantó del
sofá y de nuevo se fijó en el bulto de su pantalón. Las lágrimas seguían
corriendo por su cara para saltar hasta su pecho o la camiseta que sostenía
intentando cubrirlo.
—Espero que te hayas desahogado. Aunque no lo creo. Tu cabeza te ha
dicho que me cayes a cualquier precio, pero tu cuerpo desea otra cosa.
Buenas noches papá.— dijo la joven la mayor calma que fue capaz y un tono
de odio que no pudo evitar.
—Olga…
Olga se dio la vuelta y salió del salón sin quitar la mano de su dolorida
mejilla. “Me ha pegado, ¿Cómo ha podido hacerlo” pensó mientras entraba
en su habitación. Dejó caer la camiseta y se metió en la cama. Abrazó su
almohada y siguió llorando. A pesar de todo se sentía más tranquila y el
sueño entre lagrimas no tardó en hacerse con ella.
A la mañana siguiente Olga se levantó más tarde de lo habitual, pero el día
anterior había sido complicado. No podía quitarse de la cabeza lo ocurrido la
noche anterior y la bofetada que le había dado su padre. Sabía que ella misma
había provocado la situación y sus sentimientos eran contradictorios, rabia
por el resultado, pero excitación por todo el juego de provocación. Tenía
hambre y entró en la cocina. Olía aun a café y sobre la mesa había churros y
una nota.
“Nos vamos todos a la playa. No te he despertado porque papá me ha dicho
que has pasado una mala noche. Te dejo churros y café. Si te apetece baja a
buscarnos. Un besito. Mamá”
Olga tomó la cafetera y se puso una gran taza de café con leche. Cogió un
churro que aun estaba caliente y lo mordió con apetito.
—¡Ummm…! – no pudo evitar exclamar.
Una sonrisa de picardía se le dibujo en la cara. Estaba pensando que
comerse un plátano tenía mucho morbo y muchas chicas evitaban comerlo
delante de cualquier chico por las dobles intenciones que se pudiesen sacar,
pero un churro se lo comía cualquiera sin ninguna preocupación cuando
podía ser igual de morboso o más. Mojado en el café, morderlo y que la
gotita corriese por la comisura de los labios. Olga estaba en esos
pensamientos cuando…
—¿Está bueno? – dijo a su espalda Javier.
—¿Vas a dejar de sobresaltarme y aparecer cuando no se te espera? –
respondió Olga volviéndose enfadada.
Olga miró a su padre de arriba abajo. Tenía el pelo mojado, barba de un
par de días y tan solo vestía una amplia bermuda de baño. Su mirada se
detuvo justo en el centro de la anatomía de su padre, en ese punto donde
parecía apreciarse una leve reacción.
—¿Y tú? – dijo su padre.
—Yo ¿Qué? – y Olga dio un nuevo mordisco a su churro pero de una
manera más sensual. Pasando sus labios y su lengua por el alimento antes de
morderlo
—Deja de mirarme así. Y no hagas eso.
—¿Qué he hecho?
—Olga por favor.
—¿No tenias que estar en la playa?
—He venido a ver como estabas. Y deja de provocarme.
—Papá no te estoy provocando. Ya me diste anoche una bofetada por ello.
—Lo siento, Olga. No quería hacerlo pero…
—Pero… ¿Qué? Papá.
—Que lo que hiciste anoche no estuvo bien. No creo que ningún hombre
este preparado para que su propia hija…
—Termina la frase. Vamos papá. Ya no soy una niña, creo que anoche te
lo deje claro. Termina la frase, tu propia hija…
—Olga para mí siempre serás una niña. Mi niña. Y nunca podré concluir
esa frase.
—Dame al menos una razón.
—Solo hay una razón y no quieres entenderla hija. Lo que tú quieres no es
normal y no está bien.
—Pues no, papá, no lo entiendo. No entiendo qué hay de malo en que un
hombre y una mujer se atraigan y se deseen. Tú eres un hombre y si, eres mi
padre, pero eso no motivo para que como mujer me gustes y te desee.
—Olga, por favor. Estas entrando en terreno pantanoso. – dijo en un muy
serio e intentando mantener la tranquilidad.
—Pues en ese caso quiero ahogarme en él.
Olga se acercó a su padre, hasta quedar a escasos centímetros de él. Javier
bajo su mirada y encontró la de su hija clavada en él.
—Vamos, papá, dime que no me quieres. Dime que no te gusto. Venga
dímelo y esto se terminará para siempre. Es muy fácil papá, dímelo.
—Olga, como pretendes que te diga eso. No puedo. Sabes perfectamente
que tú, tu hermano y tu madre es lo que más quiero en este mundo. Y sabes
que haría cualquier cosa por vosotros.
La joven se abrazó a su padre y apoyó su cara en su pecho. Javier
correspondió estrechando a su hija entre sus brazos.
—Entonces ¿Por qué no lo haces por mí? – susurro Olga.
—Pero, Olga, te das cuenta lo que me estas pidiendo.
—Sí. Aunque no lo creas, lo sé. Te entiendo. Pero necesito que tú me
entiendas a mí. Que entiendas que te quiero como padre, pero también te
quiero como hombre y te deseo como tal. Por favor, papá, hazme tuya de
verdad, tómame. Aunque solo sea una vez.
—Olga…
—Por favor, nadie lo sabrá nunca.
Padre e hija continuaban abrazados. Olga notó como algo comenzaba a
endurecerse contra su vientre. Javier la estrechó con fuerza nuevamente antes
de separarse de ella.
—Estás manchada de café – dijo Javier mirándola.
—¿Dónde?
—Ahí – respondió al tiempo que limpiaba su dedo el labio superior de su
hija.
—Creo que se ha secado. Tendrás que mojarlo.
Javier se agachó un poco y puso su lengua sobre el labio superior de Olga.
Luego posó sus labios. Olga poniéndose de puntillas se abrazó a su padre y
busco su boca. Sus labios se unieron y sus lenguas pronto vencieron la
resistencia de sus dientes para enlazarse en un sensual baile e intercambio de
salivas. El beso subió en intensidad y pasión, hasta que Javier se separó de su
hija. La miró nuevamente y con dulzura colocó unos mechones rebeldes
detrás de sus orejas, para así despejar su cara.
—No sé cómo he podido besarte – dijo Javier.
—Es fácil. Los dos lo deseábamos. Además estoy segura que te gusto lo
que viste ayer por la tarde.
—No debo responder a eso.
—Ahora no me vengas con esas, papá, ¿te gustó?
—Claro que me gusto. En quién crees que pensaba mientras lo hacía
anoche con tu madre.
—Pues ahora soy tuya. Puedes hacerme lo que quieras. – dijo Olga con una
amplia sonrisa.
Javier tomó la mano de su hija y ambos salieron de la cocina. Se
encaminaron al dormitorio de Javier. Olga a cada paso sentía como su
entrepierna se licuaba, temiendo que de un momento a otro su deseo corriese
por sus muslos desnudos. Entraron en la habitación y en el ambiente aun
flotaba el aroma del deseo desbordado unas horas antes.
—¿Estás segura de lo que quieres hacer? – preguntó Javier.
Javier lo pregunto con la esperanza de que Olga, al verse tan cerca, se
arrepintiese y todo terminase. Aunque él, nunca admitiría que deseaba que
siguiese adelante.
—Es lo que quiero, papá – respondió Olga haciendo que se cumpliese el
oscuro deseo de su progenitor.
Olga puso la mano sobre el bañador de su padre y recorrió toda la longitud
de la abultada verga que se ocultaba bajo él. Lo hizo lentamente intentando
recordar con su tacto lo que había visto aquella tarde en el probador.
Deseando tener dentro de ella aquella virilidad que tanto placer prometía.
Javier no dijo nada, se dejo hacer. Tomó a su hija y la tumbó en su propia
cama. En la misma cama donde se había follado a su mujer y madre de su
hija, pensando en ella. Pero en ese momento la tenía a ella, a su hija, el objeto
de su deseo. Javier le quitó la camiseta y se recreó mirando el busto de su
hija. Se inclinó y tomo entre sus labios uno de sus erectos y rosados pezones.
Olga no contuvo su agitada respiración cuando la hábil lengua de su padre
jugaba con uno de sus pechos mientras el otro era atendido por su
experimenta mano. El muslo de Olga se acomodó entre las piernas de su
padre y su polla se movía libre bajo la amplia bermuda. Sintiéndola ahí, libre,
Olga deseaba probarla y engullirla en toda su plenitud. Javier deslizó la
escueta braga de su hija a lo largo de sus bonitas y suaves piernas
descubriendo su ansiado premio. Separó las piernas de su hija y la contemplo
totalmente abierta ante él. Alargó su mano para tomar su regalo y una duda
atravesó su mente haciendo que se detuviese. Olga vio la indecisión en el
rostro de su progenitor y como contenía el deseo de disfrutar de su rosado y
jugoso sexo.
—Es todo tuyo. Haz lo que quieras con él. Cómetelo.—Dijo para
tranquilizarlo y disipar cualquier atisbo de remordimiento.
Javier sonrió ampliamente. Olga suspiró relajada, la niebla se había
desvanecido.
—Desde anoche solo deseo hacerte esto.
Un par de dedos de Javier recorrieron en su totalidad la entrada de aquella
caverna. Cuando los deslizo en el interior de su hija, Javier, sintió su húmeda
calidez. Olga movió sus caderas llevada por el ritmo de los dedos de su
padre. Javier inclinó sobre el vértice de su hija y acarició con la punta de su
nariz la erguida y rosada pepita de Olga, sin dejar de complacerla con sus
diestros dedos.
—Eres embriagadora.
Javier clavó sus ojos en los de su primogénita y abriendo sus labios cubrió
su sexo. La respiración de Olga se aceleró y no pudo contener los jadeos.
Olga sentía como la lengua de su padre recorría una y otro vez su encharcado
coño. Estaba disfrutando como nunca. Nadie hasta ese momento le había
proporcionado un placer igual de aquella manera. Su padre era todo un
maestro en el arte del sexo oral. La chupaba, la mordía, la succionaba, la
lamía y la acariciaba en todas y cada una de las partes de su sexo. Javier
estaba sometiendo a su propia hija a la más dulce de las torturas. Olga
aferrada a las sabanas se dejo ir en un largo y agónico orgasmo que la dejó
completamente desmadejada. Fue en ese momento cuando Javier detuvo su
tortura.
—Ahora vas a hacer lo que estabas deseando. Vamos ponte en pie. –Dijo
Javier.
Olga obedeció a su padre y se levantó de la cama con las piernas aún
temblorosas por el placer experimentado. Mientras su padre se puso también
de pie frente a ella.
—Arrodíllate. –Ordenó Javier poniendo las manos en los hombros de su
hija.
La joven hizo lo que su padre le pedía y se postro frente a él. La abultada
bermuda palpitaba a la altura de su rostro. La mirada de Olga se movía con
rapidez entre dos puntos, los ojos y la erección de su padre.
—Vamos. Creo que ya sabes lo que tienes que hacer. ¿O ahora te da
vergüenza?
Olga no se dejó intimidar por su padre, cogió las perneras de la prenda que
lo cubría y de un solo tirón la bajó hasta sus tobillos. El miembro liberado se
elevó en un rápido movimiento rozando la nariz de Olga. La joven se quedo
paralizada. Visto tan de cerca era enorme y muy grueso. Olga dudó si sería
capaz de abarcar semejante barra de carne. Tomó con su pequeña mano la
base del sexo paterno y aproximó a sus abiertos labios el dilatado y morado
glande. “Es imposible que esto entre en mi boca” pensó. Pero ese
pensamiento fue fugaz. Nada mas sentir el roce de la polla de su padre en sus
labios este la sujeto con su mano por la nuca aproximándola a él al tiempo
que adelantaba sus caderas. Olga nunca había abierto su boca de semejante
manera, hasta el punto que temía que se le desencajase la mandíbula. Le
costaba respirar con la polla de su padre encajada en la garganta, pero poco a
poco se fue acomodando a la situación. Javier comenzó a follar la boca de su
hija con rítmicos movimientos de entrada y salida que golpeaban una y otra
vez su campanilla. La baba brotaba por las comisuras de los labios de Olga y
corría por su barbilla cayendo en finos hilos sobre sus endurecidos pechos.
Los ojos se le llenaron de lágrimas por los momentos de asfixia, pero no
quería que su padre dejara de follarle la boca. Olga quería mamársela y
hacerlo disfrutar, igual que ella había disfrutado. Así pues, la lengua de Olga
comenzó a enredarse en la polla de su padre cada vez que esta la invadía. La
joven clavó su intensa y lasciva mirada en los ojos de su padre. Javier le
sostuvo la mirada, mientras invadido por el placer empezó a emitir jadeos
entrecortados.
—Olga no me mires así, pareces una puta y harás que me corra –le dijo
Javier sacando su miembro de la cavidad bucal de su hija.
—Soy tu puta y quiero que te corras. – Respondió la joven acariciando sus
mejillas y barbilla doloridas por el sobreesfuerzo, al tiempo que limpia la
baba.
La joven apartó la mirada de los ojos de su progenitor y la centró en su
brillante y empapada polla que la hacía aun más deseable. Olga de muy
buena gana la hubiese encajado nuevamente entre sus doloridas mandíbulas.
Pero Javier no le dio opción.
—Acuéstate otra vez en la cama.
Cuando Olga estuvo en posición su padre se arrodilló entre sus piernas.
Javier tomó los tobillos de su hija y tiro de ella hasta que colocó sus pequeños
y delicados pies sobre sus anchos hombros. Olga sentía la dura verga de su
padre pasearse por sus hinchados labios vaginales. Sentía como la humedad
brotaba de su interior y corría empapando su apretado orto y sus firmes
glúteos.
—¿Estas preparada?
Olga no tuvo tiempo de responder. Solo pudo contener la respiración
cuando aquel sable la atravesó de una sola estocada. La joven abrió aun más
las piernas para que semejante miembro se acomodase en su interior y soltó
todo el aire que retenía en sus pulmones. Cuando Javier salió de su hija y
volvió a penetrarla más profundamente. Olga gritó de placer, recobrando una
agitada respiración. Su padre repetía el movimiento una y otra vez. A Olga le
encantaba sentir a su padre dentro de ella, se sentía completamente llena,
completa, nunca había experimentado nada igual hasta ese momento. El
cuerpo de Olga se contorsionaba de gusto, su espalda se arquea, sus manos se
crispaban y con los ojos cerrados movía su cabeza de un lado a otro sin dejar
de gritar. Javier salió del cuerpo de su hija. Olga dejó de gritar y abrió los
ojos. Miró a su padre suplicante, no podía dejarla así. Se sentía vacía, hueca y
con el sexo tan dilatado que debía parecer la boca de un túnel.
—Olga, ponte a cuatro patas.
La joven lo hizo inmediatamente. Olga deseaba tenerlo nuevamente dentro
de ella. Javier, tras ella puso una mano sobre su hombro sujetándola con
fuerza. El duro miembro de Javier recorrió el culo de su hija, bajando poco a
poco, hasta encontrar la amplia entrada que ansiaba recibirlo nuevamente. No
se hizo esperar y Javier embistió a su pequeña con fuerza. Olga volvió a
sentirse completa y lo agradeció con un nuevo grito de placer. Su padre la
tomo por la cintura y ambos acompasaron los movimientos a las profundas
embestidas. El coño de Olga se contrajo entorno a la dura polla de su padre
cuando el primero de una interminable cadena de orgasmos bombardeando su
cuerpo. Javier no cesaba en sus acometidas mientras una de sus manos
tomaba una de las bamboleantes tetas de su hijita. Mientras la otra bajaba por
su cintura hasta alcanzar su perforado sexo y empaparse con el torrente de
flujos que manaban de su interior. Jugos que empapaban la polla de su padre
y que descendían por sus muslos. Los dedos de Javier pinzaron el erecto
clítoris de su hija mientras seguía bombeando en su interior. Una explosión
de placer como nunca antes había experimentado broto en su interior y fue
extendiéndose por todas y cada una de las células de su cuerpo. Conforme el
orgasmo la atrapaba en sus brazos, las fuerzas de todos sus músculos la
abandonaban. Olga calló exhausta sobre la cama sintiendo de nuevo un gran
vacío en su interior. Pero en ese momento no tenia aliento para pronunciar
una sola palabra y pedirle a su padre que volviese a llenarla hasta correrse en
ella.
Javier dejo unos instantes para que su hija se recuperase. Acariciaba su
espalda con delicadeza sintiendo la humedad de la transparente película de
sudor que cubría su cuerpo. Finalmente las manos de Javier se acoplaron a la
firme redondez de las nalgas de Olga. Comenzó a amasarlo con delicadeza
mientras separaba los glúteos sus pulgares recorrían el valle que se abría entre
ellas. Javier se inclino sobre tan precioso manjar y comenzó a rozarlo con su
nariz, sus labios lo besaron y finalmente su lengua rodeo la rosada y prieta
apertura posterior. Olga se tenso inmediatamente al pensar lo que su
avecinaba.
—No, eso no. –Dijo e intento zafarse de las manos de su padre.
—¿Qué pasa? No me digas que aun nadie ha usado esta entrada.
—No. Ningún chico lo ha hecho. Solo Ana.
—¿Ana?
—Sí, Ana. Tenía curiosidad y me lo hizo con uno de sus juguetes.
—Bueno pues ahora sabrás lo que es hacerlo de verdad.
—No. Me dolora. No lo hagas.
—Tranquila. Yo nunca le haría daño a mi pequeña.
Acto seguido Javier dejo caer su saliva en el ano de su hija, este se contrajo
inmediatamente al sentir la humedad. Los pulgares de Javier ensalivaron la
zona con delicadeza hasta que uno de ellos se coló en el orto de Olga. La
joven sintió como el intruso la invadía y se movía en círculos en su interior.
—Olga relájate y disfruta.
Y sin darle tiempo a responder sintió como el delatado capullo de su padre
pugnaba por vencer la resistencia que ofrecía su estrecho túnel. Este
finalmente cedió al asedio del duro ariete. Y una sensación de escozor se
apodero de Olga.
—Papá, por favor, no sigas. Me duele y no podre con toda.
—Qué no. Mira.
Javier tomó la mano de su hija y la llevo hacia atrás para que ella
comprobase la situación. “No puede ser. Si casi la tengo toda dentro” se dijo
al sentir los huevos de su progenitor acariciando su perineo. El culo le ardía
como nunca antes y la molestia era casi insoportable, pero era lo normal al
estar empalada con semejante barra de erecta carne. Su padre no se movía y
le acariciaba sus glúteos y masajeaba con sus dedos la dilatada y tensa
apertura. Poco a poco, Olga, se fue relajando conforme su cuerpo se
acomodaba al invasor y las molestias iníciales comenzaban a diluirse. Javier
empezó a moverse despacio dentro de su hija. Las embestidas de Javier
fueron subiendo en intensidad. Olga seguía sintiendo el ardor de sus entrañas
pero este comenzó a confundirse con el placer cuando los hábiles dedos de su
padre se apoderaron también de su empapado sexo, masturbándola con
maestría. Javier incremento una vez más el ritmo de sus penetraciones en
ambos agujeros de su hija. Olga sentía como los testículos de su padre
chocaban una y otra vez en su sexo chapoteando en sus fluidos. La joven
estaña a punto de explotar. Lo único que necesitaba es que su padre activase
su espoleta. Y Javier lo hizo. Su dedo pulso el botón rosado del placer y el
orgasmo nuevamente se apoderó del cuerpo de Olga, que gritaba sin cesar. La
sensación se acrecentó cuando con bufidos su padre comenzó a llenarle el
intestino con su cálida semilla. Chorros y chorros de semen la rellenaban
golpeando su interior.
Cuando Javier abandono la entrada posterior de su hija esta cayo rendida
sobre las sabanas. Observo el oscuro túnel y como de él salía su simiente,
luego se dejo caer junto a su hija. Olga se volvió sobre sí misma y miró a su
padre que la observaba en estasis. La joven llevó su mano hasta su chorreante
culo y recogió con dos de sus dedos la espesa, caliente y blanca semilla de su
progenitor. Después los llevó hasta sus labios y los introdujo en su boca.
Lamió sus propios dedos y degustó la esencia de la que ella misma había
surgido.
—Ha sido maravilloso papá. Debemos repetirlo.
—Ya veremos, Olga, ya veremos.
Javier acarició el torso de su hija con ternura, le apartó unos mechones
rebeldes de su cara como cuando era una niña y la besó en la frente. Poco a
poco los parpados de la joven iban pesando cada vez más por el agotamiento
de lo vivido. Finalmente los ojos de Olga se cerraron para sumergirla en un
dulce y profundo sueño.
Cuando Olga despertó estaba en su cama. La luz del atardecer entraba por
la ventana. Estaba desconcertada. ¿Cuántas horas llevaba durmiendo? ¿Había
sido todo un sueño? Entonces levantó la sabana que cubría su cuerpo
desnudo, llevó su mano hasta la última imagen que recordaba. Una sonrisa se
dibujo en su rostro cuando sus dedos hallaron los restos de lo que había sido
una maravillosa experiencia. Olga se levantó y vio su camiseta y sus
braguitas doblas a los pies de la cama. Desnuda como estaba abrió la puerta
de su dormitorio y fue directamente al baño. Bajo el fresco chorro de agua de
la ducha y mientras sus manos enjabonaban su cuerpo su recreó con las
imágenes de lo vivido.
—CAPITULO 19—

VACACIONES EN CARNARIAS

———————————————————— TERCERA PARTE


————————————————————

Elena, la madre de Ana, Marta y Olga habían decidido quedarse en el


complejo para más tarde ir de compras por la ciudad. Ricardo, el padre de
Ana, tenía que atender unos asuntos de trabajo y se quedaría en su despacho
de la suite toda la mañana. Mientras que Javier y Carlos querían ir a dar una
vuelta por la zona del puerto. Deseaban ver a los pescadores llegar con las
capturas del día y si era posible comprarles algo de pescado fresco. Ana se
encontraba en un dilema ya que no tenía ganas de ir de compras, pero mucho
menos de ir al puerto con los chicos o de quedarse en el hotel aburrida. Como
tampoco le apetecía esa mañana ir a la playa decidió salir por la calle de en
medio. Se excusó, con sus invitados y con sus padres, y se marchó sola con el
pretexto de hacer una gestión.

Cuando Ana salió del complejo fue directamente al puerto deportivo donde
su padre tenía amarrado su barco en esa época del año. A Ana le encantaba
ese barco, era uno de los pocos lugares donde se sentía realmente libre,
además de que en él había pasado muy buenos momentos.
De camino al puerto, Ana, hizo algunas paradas. Una de ellas en un
tenderete donde había una infinidad de sombreros. Se probó algunos, aunque
no era su complemento preferido, a ella le gustaba más una simple gorra, era
mucho más informal y menos llamativo. Pero en ese momento el probárselos
a Ana le pareció divertido. Finalmente se decidió y se compro una bonita
pamela de color blanco. Continuó su camino y Ana se dio cuenta que estaba
siendo el centro de muchas miradas. Muchos hombres se paraban y se
volvían a mirarla. Pero a ella no le importaba le gustaba ser el centro de
atención y esa mañana lo había conseguido. Un corto vestido blanco
vaporoso que dejaba al descubierto prácticamente la totalidad de sus
torneadas y doradas piernas. Unas sandalias de tacón que además de realzar
aún más la longitud de sus piernas, hacían destacar su firme trasero que se
movía insinuante con cada paso de la joven. Su melena rubia suelta bajo el
sombrero recién adquirido y sus inseparables Ray—Ban de aviador le daban
un toque al conjunto sensual y misterioso.

Ya en el puerto deportivo, Ana, fue directamente al bar del club marítimo


donde compró una botella helada de exquisito vino blanco de la isla, algunas
delicatesen para picar y una bolsa de hielo. Desde ahí Ana fue caminando
lentamente por el muelle. Saludó a algunas personas que descansaban en sus
barcos o realizaban alguna tarea en ellos. Cuando llego al final del muelle ahí
estaba amarrado el barco de papá. Parada frente a él, Ana, observo el barco y
rememoró algunos momentos vividos en él. Luego leyó el nombre
“Thalikundia” y no pudo evitar sonreír. Recordó cuando era aún una cría, de
cinco o seis años, y sus padres la llevaron por primera vez a verlo. Recordó
cómo mientras ella correteaba descalza de un lugar a otro de la cubierta sus
padres intentaban ponerse de acuerdo en cómo bautizar el barco. Recordó
cómo se acercó a su padre y tirando de su pantalón le dijo:

—“Thalikundia”

—¿Cómo dices hija?

—“Thalikundia” – repitió la pequeña Ana.

—¿Qué es eso? – intervino su madre.


—El nombre que estáis buscando. “Thalikundia” – respondió ella.

—Pero ¿Qué es eso? ¿Qué significa? – le pregunto su padre agachándose


para ponerse a su altura.

—Significa lugar bonito. Lo he leído en un cuento – respondió Ana a su


padre sonriendo.

Ricardo, el padre de Ana, miro a Elena, su mujer y esta le hizo un gesto


afirmativo con la cabeza sonriendo. Su padre le dio un tierno beso en la
mejilla mientras su madre le revolvía el pelo con ternura. Luego la pequeña
Ana volvió a sus juegos en la cubierta. Recordó como unos días después
fueron a la botadura y ella soltó la cuerda que lanzó contra el casco una
botella de champagne haciendo oficial el bautismo del barco.

Ana, feliz por estar ahí, se quitó los zapatos y subió a bordo. Abrió una de
las escotillas y bajó en busca de una cubitera un sacacorchos y una copa. De
nuevo en cubierta, la lleno la cubitera con el hielo que había comprado,
descorchó la botella y la dejo reposar en el frio elemento dejando la copa al
lado. Luego se quitó el sombrero y recorrió de popa a proa toda la cubierta.
Se acomodó en uno de los sofás de popa y llenó la copa. Dio un sorbo al frio
y exquisito vino y probó algunos de los manjares que le habían puesto para
acompañarlo. Luego mecida por el mar, mientras el suave sol de las islas y la
brisa acariciaban su piel, se perdió en sus pensamientos mientras miraba al
horizonte.

Carlos y Javier, después de dar un largo paseo por el puerto de pescadores


y no conseguir su objetivo de comprar algo de pescado recién cogido llegaron
al puerto deportivo. Javier habló con el encargado para que los dejase pasar
con la escusa de que estaban buscando un barco que comprar. Luego padre e
hijo recorrieron los muelles viendo las embarcaciones que allí estaban
amarradas. Al final de uno de los muelles por el que paseaban padre e hijo se
fijaron en la joven que descansaba plácidamente en la popa de aquel barco.
Ambos se miraron como si supiesen lo que estaba pensando el otro y ambos
lo dijeron a un tiempo.
—¡Es Ana!

—¡Ana! ¡Ana! – grito Javier para hacerse oír.

La joven abrió los ojos y miró hacia el lugar del que provenían los gritos
que la llamaban. Cuando vio a Javier y Carlos se puso en pie y se aproximo a
la borda.

—¿Qué hacéis por aquí? Pensaba que ibais al puerto de los pescadores –
dijo Ana desde lo alto.

—Fuimos pero no hemos podido comprar nada. Luego hemos venido por
aquí y le dije al encargado que estaba interesado en comprar un barco y nos
ha dejado pasar – respondió Javier.

—Que malos sois.

—¿Y tú qué haces ahí? – pregunto curioso Carlos.

—Anda, quitaos los zapatos y subid a bordo.

Padre e hijo se descalzaron aceptando la invitación de la joven. Una vez en


cubierta los tres fueron a sentarse donde antes descansaba Ana.

—¿Qué haces aquí? – volvió a interesarse Carlos.

—Es el barco de mi padre.

—Pensaba que lo tenía amarrado en Mallorca – comento Javier.

—Normalmente sí, pero durante los meses de invierno le gusta tenerlo aquí
que hace mejor tiempo para navegar. ¿Os apetece una copa de vino y picar
algo? No tengo otra cosa que ofreceros.

—Nos lo podías haber dicho, esto es guay – añadió Carlos.

—No sabía que os gustaran los barcos.


—Tiene que ser genial navegar en uno de estos y estar en mar abierto –
continuó el joven.

—¿Queréis que demos una vuelta?

—De verdad podemos – dijo entusiasmado Carlos.

—Claro.

—¡Eh! Más despacio chicos – interrumpió Javier.

—¿Qué pasa? – le interrogo impaciente su hijo.

—Que no es tan fácil como parece. Se necesita un permiso para llevar un


barco de estos – respondió Javier.

—Javier no te preocupes. Tengo el título. Si quieres te lo enseño está ahí


en la cabina. Además lo he llevado cientos veces. No hay ningún problema.

—Pero necesitaras ayuda para llevarlo y nosotros no tenemos ni idea –


continuo poniendo trabas Javier.

—Javier de verdad, no te preocupes. Puedo llevarlo sola pero si te quedas


más tranquilo solo navegaremos a motor y no nos alejaremos de la costa.

—Venga papá. Ana sabe lo que hace – insistió Carlos.

—Está bien – accedió finalmente Javier.

—En ese caso grumetes ¡soltad amarras! – les dijo Ana sonriendo.

—¿Cómo? – respondió Carlos.

—Que desatéis las cuerdas que hay a los extremos del barco. Mientras
llamaré por radio al puerto para informar que salimos y me informen del
estado del tiempo y la mar.
Ana fue hasta la cabina para comunicarse con el puerto mientras padre e
hijo se dispusieron a cumplir la orden de la capitana. Después de los
preparativos el barco salía por la bocana del puerto rumbo a mar abierto.
Carlos y Javier disfrutaban de la travesía mientras Ana, situada tras el timón
gobernaba la embarcación. Javier no pudo evitar fijarse en la joven. Con su
cabello dorado mecido por la suave brisa y ocultando su mirada turquesa tras
su gafas de sol, estaba preciosa. Cuando Ana notaba como Javier la
observaba se limitaba a sonreír. Conforme la mañana avanzaba la
temperatura iba en aumento y la sensación de calor se empezaba a acrecentar
conforme la brisa que hasta ese momento disfrutaban rolaba para
transformase en una incómoda calima.

—¡Que calor! Pensaba que en el mar se estaba fresquito – dijo Carlos algo
contrariado.

—Normalmente sí. Pero ésta empezando a soplar calima. Así que


tendremos que volver pronto a puerto.

—¿Pues qué es eso? – se intereso Carlos.

—Es el viento que viene del desierto.

—Por aquí que yo sepa no hay desiertos – se hizo el enterado Carlos.

—Sí, el Sahara – respondió Ana.

—Venga ya. Quieres tomarme el pelo.

—Te lo digo en serio. Cuando tome fuerza traerá el polvo del desierto y no
se verá nada.

—Ya. Seguro que va a llegar la arena del Sahara aquí.

—Carlos, no seas cabezona no está de broma – lo corto su padre.

—Pues yo sigo teniendo calor – dijo Carlos. Acto seguido, el joven, se


quitó la camiseta.

—Es una pena que no hubiésemos planeado la salida antes. Podríamos


haber traído los bañadores y disfrutar de nadar en mar abierto – dijo Ana al
contemplar a los dos hombres.

—Tienes razón pero ninguno habíamos previsto esto – dijo Javier.

—Y si nos quedamos en ropa interior como si fuesen los bañadores. Al fin


y al cabo tampoco hay tanta diferencia – propuso Carlos.

—No creo que sea lo más apropiado – respondió Ana. Mas por guardar las
apariencias ante padre e hijo que por vergüenza.

—Carlos tiene razón. Además solo estamos nosotros, nadie nos vera – los
sorprendió Javier con su comentario.

A continuación Javier se puso en pie y comenzó a desnudarse. Primero la


camisa, mostrando su definido y depilado torso. Después, bajo su pantalón
mostrando sus bóxer ajustados que no dejaban demasiado a la imaginación.
Carlos imitó a su padre y también se deshizo de su pantalón, quedando solo
vestido por un slip de color blanco muy sugerente.

Ana maniobro la embarcación posicionándola con la proa a barlovento y


soltó el ancla. Después, animada por padre e hijo, la joven comenzó a
despojarse de su vestido. Bajó la cremallera lentamente con algún
movimiento sugerente, que todos rieron, como si de un striptease se tratara,
hasta que la prenda terminó sobre la cubierta. El conjunto de ropa interior de
Ana era sencillo pero tremendamente sexy. El sujetador y la pequeña braga,
sin llegar a ser un tanga, eran de un color azul muy pálido y de un fino tejido
que no llegaba a transparentarse pero que era tremendamente insinuante.
Luego con total naturalidad Ana se tumbó en la proa, sin quitarse sus gafas, a
tomar el sol. La joven parapetada tras el espejo de sus cristales veía como
Carlos y Javier no perdían detalle de su bonito cuerpo. “Si queréis guerra la
vais a tener. Haber hasta donde sois capaces de llegar” pensó Ana. Y
comenzó con un juego de insinuaciones cuando era observada por alguno de
los hombres. Entre otras cosas estuvo formado por un amplio abanico de
carias descuidadas y movimientos aparentemente despreocupados. Ese juego
hizo la que la temperatura de todos subiese aun más, pero sobre todo la de
padre e hijo.

—Hoy el sol es excelente. Nos pondremos moremos enseguida. Vamos a


ser la envidia de todos cuando volvamos a Madrid – dijo Ana.

—Ya lo creo, será alucinante cuando se lo cuente a mis amigos – comento


Carlos.

—Aunque lo mejor será quitarse toda la ropa. Es muy feo que el sol deje
marcas. A mí por lo menos no me gusta. ¿Qué os parece si nos desnudamos?
– soltó Ana.

Padre e hijo se miraron sorprendidos por la propuesta de la joven capitana.


Después miraron a Ana y Javier quiso imponer algo de sentido común.

—No. No me parece bien. No creo que sea lo más adecuado que te


desnudes estando nosotros aquí, ni que nosotros lo hagamos estando tú.

—Venga Javier no me vengas con eso ahora – respondió Ana.

—Ana no insistas no nos sentiríamos cómodos ninguno.

—Yo no sé si me atreveré – dijo Carlos casi en un susurro.

—No creo que debas preocuparte por eso Carlos. No creo que padre se
asuste por verte desnudo y tú no creo que te asustes por verlo a él. En cuanto
a mí, no voy a ver nada que no haya visto ya y vosotros tampoco – concluyo
Ana sonriendo.

Carlos y Javier se volvieron a mirar. Las palabras de Ana golpearon a


ambos. No podían dejar de observarse. Javier no se podía imaginar que su
pequeño Carlos se había tirado a su invitada. O habría sido al revés. Pero
prefirió pensar que su chico era todo un machote y que no desaprovechaba la
ocasión de tirarse a una bella mujer, ya que por lo que tenía entendido su
novia era un poquito estrecha. Javier esbozó una sonrisa. Carlos estaba
perplejo, su padre se había follado a Ana, que solo tenía un par de años más
que su hermana. Si podía ser su hija. No pudo evitar que se le pasase por la
cabeza si su padre también se habría acostado con su hermana. Sintió algo de
repelús, pero luego se dio cuenta que él había follado con su madre y la
sensación desapareció. Aunque esa incógnita quedó ahí.

—Javier ¿tú tampoco te atreves? – pregunto Ana.


—Déjalo Ana no creo que esto sea lo más normal.

—¿Lo dices en serio? Es lo más normal del mundo tomar el sol desnudo en
las cubiertas de los barcos. Además, mira. Es tan sencillo como esto.

Ana se puso en pie llevó sus manos a la espalda y soltó el sujetador. Los
tirantes corrieron por sus brazos y liberaron unos pechos firmes que no se
inmutaron por la ausencia de la prenda. La capitana lo dejo caer a sus pies.
Después comenzó a bajar lentamente sus braguitas. Estas se enrollaron en sus
brillantes muslos hasta que finalmente quedaron en la cubierta junto al
sujetador. Ahí estaba Ana, desnuda, a escasos centímetros de padre e hijo que
la miraban con la boca abierta y cada de incredulidad.

—Ahora es vuestro turno – los animó Ana.

—Pero… — comenzó a decir Javier.

—Yo sería justo que yo este así y vosotros no.

—Me da vergüenza – soltó Carlos.

—Ahora me vienes con eso. ¿Quieres que te desnude yo? – dijo Ana
aproximándose a él.

—No creo que eso sea necesario – interrumpió Javier.

Este se puso en pie y bajó su bóxer de golpe hasta los tobillos, lo pisó y lo
retiró de una patada. Ana no pudo evitar dirigir la mirada a la polla de su
Javier que empezaba a estar excitado. Javier miró a su hijo y le dijo:
—Venga, solo quedas tú.

Carlos se puso colorado como un tomate. Su padre lo inquirió con la


mirada y el chico se puso en pie e imitó a su progenitor. Bajo su slip y su
miembro completamente erecto saltó golpeándole el vientre. Ana sonrió al
ver el espectáculo. Tenía para ella sola a padre e hijo, uno preparado para la
batalla y el otro presto para estarlo. Cuando ambos miembros estuvieron en
todo su esplendor Ana deseo disfrutar las dos. Aunque la naturaleza es sabia
y hace que la especie vaya mejorando generación, tras generación, en este
caso el padre superaba ligeramente al hijo, aunque ambos estaban
excelentemente bien dotados.

Ana decidió calmar el calor que empezaba a brotar en su interior además


del propio que imponía el fuerte sol. La capitana se aproximo a la borda y se
lanzo de cabeza al mar. Disfrutó de esa sensación en la que hay algo
incitante, íntimo y salvaje, afín con la naturaleza, en el simple hecho de estar
ahí sumergida completamente desnuda. Sintió como el mar la ceñía con su
frescura y como el agua acariciaba todo su cuerpo como ningún hombre sería
capaz de hacer. El mar la estaba acogiendo, la estaba envolviendo y jugaba
con ella. El mar le lamió los pezones y consiguió ponérselos de punta,
mientras le besaba todo el cuerpo. Cuando Ana daba una patada para avanzar
bajo el líquido elemento, el mar que iba y venía se deslizaba entre sus piernas
como la lengua del más experto de los amantes. Cuando estuvo cansada de
nadar y empezó a sentir dolor, un dolor tan placentero que se confundía con
el placer de hacer el amor. Cuando Ana salió de su estasis miró al barco
donde padre y hizo la seguían con la mirada.

—Vamos. Tiraos al agua. Esta ideal y disfrutareis la agradable sensación


de nadar desnudos en el mar – los animó Ana.

Ambos se lanzaron al agua aceptando la invitación de la joven. Nadaron


unos instantes y después los tres jugaron en el agua como si fueran niños.
Aunque en esos juegos, toques, roces y caricias no había nada de inocencia.

Ana salió del agua y esperó a sus dos acompañantes al pie de la escalerilla
de popa por si tenía que ayudarlos a salir. Cuando ambos salieron se
encontraron a escasos centímetros de su rostro la depilada vulva de la
capitana, recorrida por gotitas de agua que hacían un rápido y sensual eslalon
por todo su cuerpo. Luego Ana bajó a la cabina y regresó un instante más
tarde con unas toallas de un blanco inmaculado y un bote de protección solar.

—Tomad unas toallas y secaos. Luego poneos protección u os quemareis –


les advirtió la joven ofreciéndoles las toallas.

Todos empezaron a secarse. Se miraban unos a otros y todos sonreían.


Cuando Ana terminó de secarse cogió el bote de protector solar y se lo tendió
a Javier, diciendo:

—¿Puedes ayudarme con esto?

Javier se colocó a la espalda de Ana, se puso una buena cantidad de


protector en las manos y comenzó a aplicarla en la espalda de la joven.
Primero los hombros y desde ahí fue descendiendo hasta alcanzar el redondo
y prieto culo de la capitana. Javier continuó con la aplicación del protector en
la zona con total naturalidad. La sensación de sentir las manos de Javier en su
culo, delante de Carlos, hizo que el placer recorriese su cuerpo.

—Ayúdame. No querrás que Ana se queme – dijo Javier a su hijo para que
se uniese a la pareja.

Ana sintió pronto las manos de Carlos sobre su cuerpo. Cerró los ojos y se
dejó llevar por las sensaciones. Las manos de Carlos recorrían las curvas de
la joven siguiendo el camino abierto por su padre. Hombros, cintura y antes
de darse cuenta ya tenía sus manos amasando los duros glúteos de Ana. Pero
Carlos fue más osado que su padre y aprovechó para que su mano se perdiese
entre esos preciosos cachetes y su dedo entrase en aquel estrecho agujerito.
Mientras, Javier, recorría los brazos de Ana y su firme abdomen para
finalmente proteger sus duros y tersos pechos. Los amasaba como si de dos
masas de pan se tratasen con la habilidad de un experto panadero. Ana se
limitaba a disfrutar de las agradables sensaciones que le estaban
proporcionando aquellas cuatro manos. Una de esas manos se aventuró entre
sus piernas y recorrió despacio, muy despacio todo el lugar hasta cubrir
totalmente aquel precioso y depilado coñito. Un largo dedo invadió su
intimidad mientras el resto de la mano giraba haciendo pequeños círculos
sobre su inflamado clítoris. Un profundo y placentero gemido salió de Ana.
Aquellas cuatro manos ya no le estaban aplicando el protector solar, solo le
proporcionaban placer. Se habían apoderado de todos y cada unos de los
lugares que hacían que se estuviese convirtiendo en un torrente de flujo.
Aquellas manos dueñas de su sexo, su culo, sus pechos y aquellos dos pares
de labios y aquellas lenguas que no dejaban de recorrer su piel, habían hecho
que Ana perdiese totalmente el sentido. Los orgasmos se sucedían sin parar
recorriendo toda su bella anatomía. No había logrado recuperarse de uno
cuando el siguiente ya había explotado en su interior. Los gritos, jadeos y
suspiros de Ana se sucedían incesantes, hasta que las fuerzas que la sostenían
abandonaron su cuerpo y sus piernas dejaron de sustentarla. Ana calló sobre
la cubierta como si fuese una muñeca de trapo deshecha por el placer.

Carlos y Javier se sentaron junto a ella. Acariciaron su pelo y cubrieron de


besos sus hombros, su cuello y sus labios, mientras Ana se recuperaba de
todo el placer vivido. Cuando estuvo repuesta, Ana, correspondió a los besos
y caricias que padre e hijo le regalaban. Entonces Javier la detuvo y dándole
el frasco de crema protectora le dijo:

—Creo que ha llegado nuestro turno.

Ana comenzó por él. Puso crema en sus manos y empezó a recorrer su
espalda y su pecho, disfrutando de la definición de ese cuerpo que ya se
conocía. Sus manos disfrutaron de la dureza de aquel culito pero se cansaron
pronto de él y se centraron en aquel enorme y erecto miembro que pedía a
gritos atenciones. La engrasada mano de Ana subía y bajaba una y otra vez
por el duro mástil de Javier. El rostro del hombre no dejaba lugar a dudas de
que estaba disfrutando de aquellas pequeñas pero habilidosas manos. Carlos,
lejos de permanecer pasivo frente al disfrute de su progenitor se unió a la
pareja. Mientras el padre gozaba con los juegos de manos de Ana, el hijo
decidió hacer gozar a su capitana. Carlos abrazo el cuerpo de Ana desde atrás
rodeando su estrecha cintura, mientras, su otra mano se apoderaba de
aquellos pechos y esos erectos pezones que tanto le gustaban. La potente
erección del joven se apretaba contra el cuerpo de Ana recorriendo sus
lumbares. Pero poco a poco esa dura caricia fue bajando hasta lograr
encajarse en la zanja de sus nalgas. Ana no dejo de proporcionar placer al
padre ni un solo instante, mientras el hijo disfrutaba de aquel placentero
bocadillo de salchicha.

—Ana, para por favor. Voy a estallar – la detuvo Javier entre jadeos.

La capitana obedeció, se detuvo, y dejó que Javier siguiese disfrutando de


la situación sin correrse. Ana se giró haciendo que aquella dura salchicha
saliese de entre sus nalgas. Tomó el frasco de protector y comenzó a recorrer
el cuerpo del pequeño Carlos. Pero Javier, celoso por las atenciones que Ana
estaba dispensando a su retoño no se contuvo. Comenzó a recorrerla con sus
fuertes manos, sus labios y su lengua. Javier prestó atención a los puntos que
por experiencia sabia la harían disfrutar más. Eso hizo que Ana no pudiese
evitar volver a gemir y ronronear como una gatita en celo. Padre e hijo la
abrazaron con fuerza, uno desde el frente y otro desde atrás. Javier la tomo de
su culito y elevó en sus brazos. Ana abrazó su cuello y rodeo la cintura del
hombre con sus piernas. Javier la dejo caer un poco, lo suficiente para que el
grueso y duro estilete que tenía entre las piernas entrase en ella haciéndola
gozar. Un suave subibaja hacia que Ana disfrutase del vigor de aquel
miembro en su interior, mientras entre jadeos y respiraciones entrecortadas
no dejaban de comerse la boca.

Pero el placer de Ana no había alcanzado aún su punto más álgido. Sintió
el frescor de la crema rodeando y estimulando su abertura posterior y como
dos dedos la profanaron sin previo aviso. Carlos no tardo en posicionar su
inflamado miembro en la entrada de aquel oscuro canal. Ana sentía la presión
y como aprovechó que su padre bajaba su cuerpo para entrar en ella. En el
siguiente movimiento Ana sintió como aquellos duros y erectos miembros la
apuñaban al unísono y como chocaban en su interior separados por una fina
membrana. Los gritos de placer de Ana podían ser escuchados a varias millas
a la redonda. Aquellos minutos de gozo sintiéndose completamente llena
alcanzaron su cima cuando padre e hijo desataron en ella son orgasmos
simultáneos. El cuerpo de Ana se tenso y agito con aquellos dos terremotos
que recorrían su cuerpo desde dos epicentros muy próximos pero claramente
diferenciados. Carlos y Javier aceleraron sus embestidas perfectamente
sincronizadas. Ana pensaba que la iban a destrozar por dentro fruto de la
excitación. En ese momento, padre e hijo, comenzaron a inundar las entrañas
de Ana con los potentes, abundantes y cálidos chorros de su placer. Ana soltó
el cuello de Javier y abrió el candado que sus piernas hacían en su cintura.
Cuando sus pies tocaron la madera de la cubierta continuaba empalada en
aquel par de estacas que poco a poco perdían su firmeza. Javier fue el
primero en extraer su puñal del cuerpo de la joven y a continuación su hijo
saco el suyo. El relax que lleno el cuerpo de Ana después de la tensión de
aquel doble orgasmo simultáneo hizo que sus piernas le fallasen. Tuvo que
apoyarse en los hombros de Javier para evitar volver a caer. Este la abrazó
por la cintura y la besó con ternura en los labios, mientras Carlos le apartaba
el cabello y besaba su cuello. Ana estaba en el cielo.

Cuando los tres se separaron del dulce abrazo, Ana, camino hasta el sofá
de popa. Sintió como la blanca semilla de ambos hombres mezclada con sus
propios jugos descendía lentamente por sus muslos desde sus dos profanadas
y dilatadas entradas. Se sentó y lleno su copa de vino. Padre e hijo la
siguieron y se sentaron frente a ella. Ana les hizo un gesto con la copa a
modo de saludo y brindis para después beberla de un solo trago. Javier tomo
la botella helada que descansaba en la cubitera y dio un largo trago del frio
vino directamente de la misma. Cuando sació su sed le paso la botella a su
hijo que hizo lo mismo que su padre.

La mano de Ana que no sostenía la copa descansaba entre sus piernas


abiertas. Sus dedos inquietos y traviesos comenzaron a teclear sobre un
prominente botón rosado que abrió de nuevo las compuertas de su dique
interior. Además, ese mismo botoncito, por extrañas conexiones, esta
activando los dos misiles que reposaban frente a ella y que comenzaban a
elevarse hasta su posición de lanzamiento. Cuando el primero de los misiles
estuvo listo, Ana, se levanto de su sitio y se arrodilló frente a Carlos justo
entre sus piernas, que ella misma separó. Sin dar tiempo a decir nada, la
capitana, comenzó a recorrer aquella dura barra de carne con la punta de su
lengua, una y otra vez. La joven no apartaba su mirada de la del chico, que no
pudo disimular su asombro cuando vio como su polla desaparecía ante sus
ojos dentro de la boquina de Ana. La verga de Carlos aparecía y volvía a
desaparecer, una y otra vez, cada vez más rápido conforme la mamada
ganaba en intensidad. El padre del muchacho quiso unirse a la fiesta de los
jovencitos y hacer que Ana disfrutase como solo él sabía hacerla disfrutar.
Javier se posicionó tras la joven la tomo de la cintura y la posicionó para lo
que iba a hacer. Mientras Ana seguía comiéndose la polla de Carlos su padre
comenzó a comerse el culito de ella. Javier mordía sus duras nalgas, pero lo
que la hizo estremecer fue sentir su lengua entrando por su orificio posterior.
Esa acción de Javier hico que Ana incrementase el ritmo de la mamada que le
estaba brindando a Carlos.

La hábil lengua de Javier estaba haciendo maravillas en el culito de la


joven. Todas las sensaciones que brotaban desde ese punto recorrían su
cuerpo. Pero lo que hizo que el orgasmo volviese a brotar en su interior, fue
sentir el durísimo miembro de Javier empapándose entre sus piernas, para
después colocado en su orto embestirla con todas sus fuerzas hasta
empotrarse en su interior. Ana no pudo reprimir el grito de placer al sentir
toda aquella carne dentro de su cuerpo, lo que hizo que dejase de comerse la
polla de Carlos. Cuando su padre comenzó a follarle el culo con ganas a la
capitana, esta retomó el trabajo que estaba realizando al joven, mientras sus
miradas se cruzaban denotando lo que ambos estaban disfrutando.

Carlos, instantes después saco su miembro de la boca de Ana y con una de


sus manos la sostuvo por la nuca, mientras con la otra se masturbaba con
fuerza. Potentes disparos se estrellaron contra su cara, su cuello y sus pechos,
cubriéndola de espesos surcos blancos. Ana al sentir los espesos y cálidos
impactos se aparto instintivamente hacia atrás apretando su culo contra el
padre del muchacho que no dejaba de dispararle. La joven sintió como los
huevos de Javier rebotaban en su encharcado coño cuando su polla estuvo en
lo más profundo de sus entrañas. Ahí, se quedó quieto mientras su miembro
se dilata aun más dentro de Ana. Luego con leves pero potentes embestidas
Javier inundó con su leche caliente el cuerpo de la capitana. Ana gritaba de
placer aferraba con ambas manos a los muslos de Carlos.

Cuando Javier salió de la joven a esta le quedo una enorme sensación de


vacío en su interior. Ana se tumbo en la cubierta con los brazos en cruz y
mirando al cielo para recuperarse. Pero el impetuoso Carlos no le dio
oportunidad, quería probar también el coñito de la joven. Se arrodillo entre
las piernas de Ana y tomándolas por los tobillos las subió hasta sus hombros.
En esa posición la miró y acarició sus tetas, untando con su propia semilla el
torso de la joven. Carlos tomo su verga y recorrió con ella desde su dilatado
ano hasta su hinchado clítoris, cubriéndola con los jugos de la joven y el
semen de su propio padre. Entonces, Carlos, comenzó a follarla. Lo hacía con
fuerza, cogiéndola de la cintura para aproximarla a él en cada embestida y
que esta fuese lo más profunda posible. Ana gritaba con cada golpe de cadera
del joven mientras sus pechos bailaban como flanes. Javier no se pudo
contener y cubrió las tetas con sus manos. Pero el padre del impulsivo y
vigoroso Carlos no se iba a conformar con eso. Se puso de rodillas con la
cabeza de Ana entre sus piernas y mientras con una mano no dejaba de
amasarle las tetas, con la otra tomó su polla y comenzó a acariciar su cara con
ella mientras se masturbaba. Carlos continuaba follando a su capitana con
más ímpetu aún al ver los jueguecitos de su padre. La excitación de ambos
era máxima. Los dos frente a frente, observado lo que hacen y tan solo
separados por el cuerpo de la joven del que ambos disfrutan al mismo tiempo.
Javier cayó los gritos de Ana enterrando su miembro en su boca para
follársela. Eso calentó a su hijo hasta el punto de no poder contenerse. Tensó
su cuerpo y comenzó a bombear leche en su interior inundando su matriz. El
padre al ver como su vástago se corría tampoco se contuvo. Extrajo su verga
de la boca de Ana y comenzó a regarle el cuerpo con su semilla, mientras se
la meneaba para darle hasta la última gota.

Una vez que padre e hizo estuvieron completamente secos se apartaron de


Ana sentándose en uno de los sofás. La joven quedo tirada en cubierta,
desmadejada de placer por los infinitos orgasmos que habían recorrido su
cuerpo y cubierta de semen de ambos hombres. El cansancio pudo con ella y
sin poder moverse se quedo dormida en ese mismo lugar. Cuando abrió los
ojos ambos estaban vestidos y charlaban en la proa del barco. Ana se puso en
pie a duras penas pues sus piernas casi no la sostenían. Y llamó la atención de
sus amantes al grito de:

—¡Lavad anclas! Nos vamos a casa.

Ninguno de los dos dijo nada y acataron la orden. Ana tal como estaba,
completamente desnuda y cubierta de semen se puso tras el timón poniendo
rumbo a puerto. El viaje de vuelta fue prácticamente en silencio hasta que
tuvieron el puerto a la vista y se disponían a entrar en él.

—Javier, toma el timón un momento – ordenó la capitana.

Este volvió a acatar la orden sin rechistar. Cuando Javier estuvo tras el
timón Ana comenzó a recoger su ropa que estaba desperdigada por toda la
cubierta. Luego bajo a la cabina. Un minuto después apareció de nuevo en
cubierta tan solo vestida por un blanco albornoz y ocupo su puesto al timón
para la maniobra de entraba al puerto.

—¿Estás bien? – le pregunto Javier.

—Sí. Estoy bien.

—Estas muy callada.

—Solo estoy cansada. Además vosotros también estáis muy callados.

—Bueno… la situación ha sido… no sé cómo decirlo… Lo que quiero


decir es que uno no hace esto todos los días con su hijo, ni un hijo con su
padre. Vamos que cuando dicen que padres e hijos tienen que hacer cosas
juntos creo no se refieren precisamente a esto.

—No te pienses que yo me tiro todos los días a un padre y un hijo juntos.
Habéis sido los primeros. Además, esto os va a unir.

—¿Por qué?

—Compartís un secreto. Eso suele unir.

Cuando Ana concluyo la maniobra de entrada en el puerto y el barco


estaba atracado en su pantalán, les indicó a Carlos y Javier como debían
amarrarlo. Una vez que todas las operaciones amarre estaba terminadas Javier
le dijo a Ana:

—Será mejor que te vistas y nos vayamos a casa.

—Mejor marchaos vosotros. Yo me quedaré un rato más para descansar y


arreglarme tranquilamente.

—¿Pero no vas a comer? – intervino Carlos.

—No tengo apetito en este momento. Nos vemos esta noche.


—¿Estás segura? ¿Quieres que me quede? – pregunto Javier.

—No. Será mejor que os vayáis los dos. Olga y Marta os esperan para
comer.

—Vale como quieras. Pero Marta seguro que se preocupa si no vas a


comer – añadió Javier.

—Invéntate cualquier cosa – respondió Ana.

—Vale. Ya veré que me invento.

Padre e hijo abandonaron el barco mientras Ana los observaba desde la


popa. Cuando ya se disponían a marcharse por el muelle Javier se volvió.

—Le diré a Marta que me llamaste pare decirme que comerías con una
amiga que te has encontrado – y después de una pausa esperando que Ana
dijese algo – Por si Marta te pregunta esta noche.

—Hasta la noche – fue la respuesta de Ana.

—Hasta luego — se despidieron Carlos y Javier a un tiempo.

Ana esperó a que los dos abandonasen el muelle y perderlos de vista. Una
vez completamente sola bajo a la cabina y fue hasta su camarote. Tiró el
albornoz a los pies de la cama y se metió en la ducha. Dejo que el agua
helada corriese por su cuerpo haciendo que sus músculos se contrajesen.
Luego se lavo en profundidad, todos y cada uno de los rincones de su cuerpo
hasta que se sintió nuevamente limpia y fresca. Volvió a dejar que el agua
corriese sobre ella unos minutos y salió de la ducha envuelta en una toalla. Se
tumbo en su cama y volvió a quedarse profundamente dormida mecida por el
vaivén leve del agua.
—CAPITULO 20—

VACACIONES EN CANARIAS
———————————————————— CUARTA PARTE
————————————————————

Ana estaba tumbada en la terraza de su suite tomando el sol completamente


desnuda cuando la alegre música del teléfono la saca de sus ensoñaciones. La
joven coge el aparato que descansa sobre una pequeña mesa junto a ella y
mira la pantalla. La foto de Fabián aparece en el aparato y ella pasando su
dedo responde la llamada.

—Hola.

—Hola ¿Cómo estás? ¿Te estás divirtiendo?—pregunta el joven al otro


lado de la línea.

—Bien y bueno hago lo posible por no aburrirme mucho.

—¿Qué estás haciendo ahora?

—Estoy tumbada en la terraza, completamente desnuda tomando el sol.

—Tú lo que quieres es calentarme.

—¿No me crees?

—No. No te creo. Por que tus padres estarán por ahí.

—Espera un momento.

Ana coge el aparato, pulsa la aplicación de la cámara, enfoca su cuerpo


desnudo abriendo ligeramente las piernas y hace una foto donde se le ve todo
menos la cabeza. Inmediatamente la adjunta a un mensaje y lo envía a su
interlocutor.

—Bueno, ¿qué me dices ahora? – pregunta la joven sonriente.

—Joder, es verdad. Sabes cómo me has puesto ahora mismo.


—Me lo imagino. Pero estoy segura que no me has llamado para que te
ponga cachondo y cuando cuelgue te hagas una paja a mi salud.

—No. No te he llamado para eso, pero me hare una paja pensando en ti.

—Mmmm… Eres un chico malo.

—No te imaginas cuanto.

—Sabes que yo ya me estoy tocando solo de imaginarte.

—Anita, estas salida.

—¡Que no me llames Anita! ¡Joder! Veras cuando te tenga al lado.

—¿Qué me vas a hacer?

—Ya lo veras. Pero nos veremos en el Ring.

—Mmmm… Eso me gusta. Sobre todo si termina como la última vez.

—Ya veremos.

—Que mala eres, serias capaz de darme una paliza y luego no


compensarme.

—Eso no lo dudes.

—Entonces mejor no te provoco más.

—Está bien. Pasemos a lo que querías.

—He conseguido una copia del disco duro de Marcos y ya le he devuelto


el teléfono.

—Genial. ¿Cómo lo has hecho?


—Un profesional no desvela sus métodos.

—De acuerdo. ¿Qué hay?

—Hay mucho material. Podemos hacer con ese tío lo que nos dé la gana.
Te lo mando y échale un vistazo cuando puedas. Y ya me dirás cual será el
siguiente paso.

—Muy bien. Te llamo mañana.

—¿Sigues tocándote?

—No. Me has dicho Anita.

—¡Joooo!

—Eso pasa por ser malo. Pero te quiero un besito.

—Un besito.

La joven colgó y dejó el aparato de nuevo sobre la mesilla. Volvió a


recostarse en su hamaca y cerró los ojos, mientras se relajaba con su mano
diestra paseando entre sus muslos hasta que el sopor vespertino se hizo con
ella. Una mano se posó en su hombro y la movió con suavidad. Poco a poco
Ana salió del mundo de los sueños abriendo con dificultad sus bonitos ojos
azules molestos por el resplandor. Puso una de sus manos frente a ellos para
protegerlos de la claridad y ver quien la importunaba. Era la mano de su
madre la que la había despertado.

—¡Mamá!

—Toma ponte estoy y entra un momento – le dijo tendiéndole un pareo.

—¿Pasa algo?

—Nada serio. Entra y hablamos. –respondió su madre y entró en la suite.


Ana se puso de pie y enrolló el pareo entorno a su pecho para luego
cruzarlo y anudarlo tras su cuello formando un sensual vestido bajo el que
solo estaba su cálida piel. Luego entró siguiendo los pasos de su madre. Sus
padres la esperaban sentados en uno de los amplios sofás que decoraban la
habitación. Ana caminó hasta donde se encontraban.

—Siéntate Ana. – le dijo su padre.

—¿Qué sucede? Me estáis asustando – preguntó la joven sentándose frente


a su padre y cruzando las piernas para evitar mostrar su intimidad a su
progenitor.

—No te asustes no es nada serio. Tenemos que volver a Palma. –respondió


su madre.

—Pero se suponía que estos días estaríamos juntos. – replicó Ana


decepcionada.

—Ya lo sé cariño, pero han surgido unos problemas y tengo que


solucionarlos. –explicó su padre.

—¡Joder papá! Siempre lo mismo. Nunca tenéis tiempo para mí.

—Ana, no te enfades. Son cosas que pasan te compensaremos. – intentó


mediar la madre.

—Mamá no quiero que me compenséis. Solo quiero que pasemos unos


días juntos como una familia sin que tengáis que marcharos a toda prisa. –
Ana hizo un puchero cuando estaban a punto de saltarle las lágrimas.

Su padre se levantó y se sentó a su lado abrazándola con ternura y dándole


un cariñoso beso en la mejilla.

—Lo siento de verdad peque, no llores. Sabes que si no fuese realmente


importante no iríamos. – se disculpó su padre.

—Lo sé. – y una lagrima corrió por la mejilla de Ana.


—Venga no llores. –Su padre la abrazó y secó esa lágrima con el torso de
la mano. Ana respondió a su abrazo.

—¿Cuándo os marcháis? – preguntó Ana.

—Esta noche. – le respondió su padre.

—Por qué no hacemos una fiesta esta noche. – propuso su madre


alegremente para relajar la tensión.

—Para qué, si os marcháis. – dijo Ana desilusionada.

—Nos iremos cuando termine la fiesta. Venga alegra esa cara. – la animó
su padre.

—Yo me encargo de todo. Tu solo diviértete. – tomo la iniciativa su


madre.

—Está bien. – fue la respuesta de Ana con una sonrisa triste. – Voy a mi
habitación.

Ana se levanto del sofá y se dirigió a su dormitorio. Estaba desilusionada.


Lo estaba pasando bien esos días. Cogió su portátil y se tumbo en la cama
para revisar su cuenta de correo. Había al menos una decena de correos de
Fabián todos con datos adjuntos. Con paciencia descargo todo lo que le había
enviado y fue guardándolo en una memoria USB.

Antes de guardarla memoria en un sitio seguro hecho un vistazo rápido a


todo lo que ahí había. Encontró todas las imágenes de aquella noche. El
cabrón de Marcos quería tener cubiertas las espaldas e hizo una copia. Pero lo
que vio después era demasiado. Había decenas de carpetas, todas y cada una
con una nombre de mujer. Comenzó a abrir unas y otras al azar. El contenido
de todas era similar. Un Currículum, con todos los datos de cada una de las
chicas, la mayoría de ellas modelos y otras que deseaban serlo, un montón de
fotos y algunos videos donde los protagonistas era la chica de turno y el
cerdo de Marcos. Revisó las edades de las chicas y todas estaban en una
franja de entre dieciséis y dieciocho años.

Ana estaba muy enfadada con lo que estaba viendo y de la gran cantidad
de chicas de las que se había aprovechado ese cerdo. Estaba segura que a la
mayoría les habría prometido algún trabajo en publicidad para que accediesen
a estar con él, y así, aprovechar para fotografiarlas y gravarlas para poderlas
chantajear como estaba haciendo con Clara. Tal vez no iría a la cárcel si
alegaba que habían sido relaciones consentidas y las chicas no lo negaban.
Aunque con el material que tenía siempre podrían alegar coacción. Pero lo
que tenía claro es que sacar todo ese material a la luz arruinaría la reputación
de Marcos y lo que más deseaba que su mujer y su hija lo mandasen a la
mierda y lo dejasen en la ruina. Cuando guardo la memoria USB en su cabeza
ya tenía el esbozo del plan a seguir. Luego Ana se dejo el pareo sobre la cama
y se fue a la ducha para arreglarse para la fiesta.

La fiesta fue todo un éxito. La madre de Ana pese a solo tener unas horas
para organizarlo todo lo había conseguido. Hay estuvieron todos sus amigos
de la isla. Además de amigos y conocidos de sus padres, y por supuesto,
Javier, Marta y sus hijos.

A la media noche Ricardo y Elena, los padres de Ana, se despidieron de


ella. El coche que los llevaría al aeropuerto los estaba esperando. Le
advirtieron cariñosamente que se portase bien y no dejase que la fiesta se
desmadrase demasiado. Finalmente quedaron en llamarla por la mañana para
saber cómo salió todo.
La fiesta continuó. Bebieron y bailaron hasta que el jefe de recepción del
hotel subió a decirles que los huéspedes se estaban quejando. En ese
momento Ana tuvo que dar por finalizada la fiesta si no quería una buena
bronca de sus padres. Todos los invitados se marcharon. Ana, Javier y Olga
se quedaron solos. Marta y Carlos se habían marchado un rato antes a su
villa. Marta no se encontraba bien por algo que había tomado y Carlos había
tomado demasiado sol y le dolía la cabeza.

xxx

Marta había abandono la fiesta alegando que no se encontraba bien, pero


antes se despidió de los padres de Ana y le dijo a su marido que se marchaba
a descansar. La villa estaba en completo silencio. Los grandes ventanales que
durante el día brindaban unas espectaculares vistas del mar estaban abiertos.
El suave rumor de las olas se escuchaba desde el dormitorio y un agradable
olor a salitre invadía el ambiente. Marta estaba cansada pero el bañarse en el
mar en ese momento le resulto la idea más apetecible y relajante. Se quitó el
vestido y buscó en el cajón uno de sus bikinis. Solo encontró el de color
blanco ya que el resto los había enviado a la lavandería y hasta la mañana
siguiente no los tendría disponibles. Frente al espejo de despojó de su ropa
interior y se puso el bikini. No se lo había puesto hasta ese momento ya que
consideraba que no la favorecía, pero después de los días que llevaban en las
islas esa prenda resaltaba espectacularmente el bonito color dorado de su piel,
además de acentuar todas y cada una de sus curvas.

Salió de la villa accediendo directamente a la playa privada que se extendía


frente a ella. Caminó con calma sintiendo la suave y fina arena en sus pies
hasta que el agua comenzó a romper en sus tobillos. Poco a poco fue entrando
en el agua, sintiendo como el agradable frescor del mar acariciaba sus
pantorrillas, luego sus muslos, después empapó su sexo a través de la fina tela
del bikini, siguió subiendo por su abdomen hasta alcanzar sus pechos. Estos
reaccionaron inmediatamente con el fresco y húmedo beso del mar en sus
pezones. Marta comenzó a nadar. Nadó durante unos minutos antes de
regresar a la playa, paseo por ella para secar su cuerpo con la suave y cálida
brisa antes de volver a la villa y meterse en la cama.

Estaba a un centenar de metros de la villa cuando una sombra apareció


frente a ella. Pudo adivinar el brillo de unos ojos de gato. Se quedó quieta.
No debía haber nadie a esa hora. La sombra avanzaba muy despacio hacia
ella. Conforme se acercaba pudo ver como los rasgos de la sombra se iban
definiendo. Vestía una camiseta blanca y pantalón oscuro. Finalmente cuando
estaba a una decena escasa de metros de ella vio quien era. Era Carlos, su
hijo, y se suponía que estaba durmiendo porque le dolía la cabeza.

—¿Qué haces aquí? ¿No te dolía la cabeza? – preguntó su madre


sorprendida al verlo.

—Sí, ya se me ha pasado. Además me apetecía pasear. Te estaba


esperando. – respondió Carlos.
—¿Cómo?

—Hace un buen rato que te espero. Vamos.

—¿Qué quieres Carlos?

—Te quiero a ti. Quiero hacerle el amor. Quiero sentir tu cuerpo en mi


cuerpo – fue la respuesta de su hijo.

Carlos puso sus manos en la cintura de su madre. Marta sintió el calor de


las manos de su hijo en su piel y la atrajo hacia él. Carlos buscó la boca de su
madre, la besó, su lengua exploró cada rincón de su boca. Su lengua buscaba
la de Marta y ambas se enlazaron en una suave y cálida danza. Marta notó un
agradable sabor a menta y su hijo compartió su chicle con ella.

El joven cansado de la boca y de los labios de su madre bajó por su cuello,


por sus hombros, hasta encontrar sus pechos. Esos pechos que una vez lo
alimentaron. Se deshizo hábilmente de la parte superior del bikini. Las manos
del joven masajeaban suavemente las turgentes tetas de su madre, mientras su
lengua no dejaba de jugar con sus pezones ya duros como piedras. Marta
estaba inmóvil, Carlos, no la dejaba que se moviese y ella se dejaba hacer. El
joven tumbo a su madre sobre la arena y le quito la parta inferior del bikini.
Carlos tiró su camiseta, se liberó de sus vaqueros y volvió a estimular con
habilidad los pechos de su progenitora. Después bajó por su vientre hasta su
sexo y no lo dudo un instante, lo devoró. No dejó un solo milímetro en el que
Marta no sintiese la suavidad de los labios de su hijo, la humedad de su
lengua o el calor de su aliento. Carlos lamió el clítoris de su madre con
maestría volviéndola loca de placer, haciendo que se aferrase con fuerza a la
arena con sus manos, abrió sus labios con sus dedos y la punta de su lengua
penetro su intimidad. El joven no dejó un solo segundo de estimular ese
botón del placer que tanto le gustaba.

Marta estaba totalmente empapada por los fluidos que manaban de su


interior y por la saliva de su hijo. Este levantó sus piernas colocándoselas
sobre los hombros y situándose de rodillas frente a ella. Carlos empezó a
penetrarla despacito haciendo que sintiese cada centímetro de su polla
invadiendo su interior. Cuando se supo completamente dentro el ritmo suave
con el que el joven comenzó a follarse a su madre fue incrementándolo
progresivamente. Sus embestidas, pausadas y seguidas, se convirtieron en
fuertes y enérgicos golpes de cadera conforme el rostro y los ojos de Marta le
indicaban su necesidad.

Carlos cansado ya de follarse a su madre en esa posición la ayudó a


ponerse a cuatro patas haciendo que su culo en pompa estuviese a su entera
disposición. Comenzó a comerle el coño y el culito desde atrás, su lengua
recorría una y otra vez el camino que separaba el clítoris de su madre de su
entrada trasera. Cuando supo que estaba nuevamente a punto empezó a follar
su palpitante y caliente coño. A Carlos le encantaba poseerla así, viendo
como con sus embestidas su madre movía hacia adelante cada vez que se la
clavaba hasta el fondo y sintiendo como sus tetas bailaban al ritmo que el
imponía.

La mano del joven alcanzó la boca de Marta. Comió sus dedos mojándolos
con su saliva. Cuando Carlos consideró que estaban suficientemente
ensalivados empezó a perforar con ellos el culito prieto de su madre y en
ningún momento dejo de taladrar su coño con su potente herramienta. Sus
hábiles dedos prepararon concienzudamente el ano de Marta para lo que a él
más le gustaba. Cuando Carlos vio que el orto de su progenitora quería algo
más grande y contundente, saco su polla del túnel que la alojaba. La penetro
despacio pero con fuerza. Marta sentía dolor conforme la invadía ese gran
trozo de carne dura y caliente, pero poco a poco, cuando estaba totalmente
dentro de ella se movió muy lentamente, con movimientos prácticamente
imperceptibles, haciendo que su cuerpo aceptase al invasor transformando el
dolor en placer. Comenzó a follarla más fuerte. Con calma incrementaba el
ritmo con el que le partía el culo a su madre. Los gritos y jadeos de Marta le
indicaban a hijo que le fascinaba que la follase de esa manera. Los jadeos y
su respiración acelerada de Carlos le decían a su madre que él también estaba
disfrutando de se precioso y sensual cuerpo. El placer que sintió Marta
cuando su pequeño comenzó a follarle ambos agujeros hizo que se anclase
con fuerza a la arena y no dejase de arañarla. La polla de Carlos cambiaba de
orificio a tal velocidad que su madre sentía como si dos hombres la follasen a
un tiempo, sentía un placer inmenso que la hizo estallar en un orgasmo
indescriptible entre gritos de placer.
Marta no había conseguido recuperarme aún de ese inigualable placer
cuando su hijo la hizo tumbarse boca arriba. Abrió sus piernas y se situó de
rodillas entre ellas. La tomó por la cintura, la aproximó a él, al tiempo que
elevaba sus caderas para empalarla de un solo golpe con su gran verga.
Carlos entraba y salía a una velocidad vertiginosa. La velocidad era tal que
parecía que su polla no se movía del coño de su madre, pero la fricción y el
calor que esta sentía en su interior eran tremendamente placenteros. Era como
si estuviera siendo follada por un rayo. Un nuevo orgasmo tomo el cuerpo de
Marta encadenándolo con el anterior e hizo que se corriese de gusto encima
de la polla de su hijo empapando su vientre sin ningún control. Los gritos de
Marta con seguridad se escuchaban en toda la playa y el las villas cercanas a
esta.

Pero Carlos no estaba dispuesto a dejarlo ahí. No dejo que su madre se


recuperase de ese placer y descansara. Se levanto tomó a su madre en brazos
con las piernas abiertas y la empotró contra una palmera cercana y empezó a
follarla nuevamente. La follaba a pulso, en vertical, solo sujetándola por la
cintura con sus manos, con su rabo dentro y las piernas de su madre
enlazadas entorno a su culo. Cuando Carlos vio que su madre estaba a punto
de desvanecerse por el placer que no dejaba de sentir en ningún momento la
devolvió a la arena. El se puso de rodillas frente a ella. Nuevamente la tomó
de las piernas y elevándolas para acomodarla a él, su enorme asta, volvió a
empitonarla. Carlos la embestía con fuerza, con furia, arrancándole a su
madre con cada golpe de sus caderas un nuevo grito de placer, hasta que por
enésima vez hizo que me corriese entre fuertes espasmos, como si hubiera
estado poseída.

Carlos ya no podía aguantar más, sacó su enorme rabo del interior de su


madre dejándola vacía. Con unos movimientos de muñeca el joven comenzó
a correrse sobre Marta. Potentes chorros de leche caliente bañaron su cuerpo,
cayeron en su vientre, sus tetas y su cara. Cuando esa fuente inagotable
esperma dejo de fluir las manos del chico acariciaron el cuerpo de su madre
haciendo que se impregnase con su esencia para que no pudiese olvidar que
había sido suya.

xxx
Ana intentó poner un poco de orden antes de irse a la cama. Pensó que
Olga y su padre se habrían marchado ya a dormir, pero no, los vio a ambos
sentados en la terraza con una copa cada uno.

—¿Aún os quedan ganas de fiesta? – preguntó Ana sentándose en una silla


que había junto a la mesa.

—Estaba diciéndole a papá que podíamos jugar al póquer – dijo Olga –


pero que te parece si para hacerlo más interesante, quien pierda debe quitarse
una prenda.

—¿Lo estás diciendo en serio? – dijo Ana incrédula, ya que espera que
Javier hubiese puesto alguna objeción a la propuesta de su hija.

—Claro que lo digo en serio.

—Javier tú no tienes nada que decir – le inquirió Ana.

—No. No tengo nada que objetar. Solo os pongo una condición.

—¿Cuál? – le pregunto su hija impaciente.

—Cuando alguno de nosotros pierda su última prenda se termina el juego y


todos a la dormir. Y solo pierde prenda el que tenga la peor jugada de los
tres. ¿De acuerdo?

—Por mi vale – dijo Olga.

—¿Ana? – insistió Javier.

—Si a vosotros no os importa y os parece bien. No seré yo quien me


niegue – dijo Ana en tono apagado.

—Genial. Pero anímate Ana, no seas sosa – le soltó Olga y aplaudió


contenta.
Javier miró a su hija y después a Ana esperando la reacción de esta. Pero
no hubo reacción alguna por parte de la joven. Al menos que exteriorizase.
Ana no podía creerse que esa mosquita muerta que hacía apenas unos meses
no sabía prácticamente nada de sexo y se escandalizaba por cualquier cosa la
llamase sosa a ella, y estuviese dispuesta a quedarse en pelotas delante de su
padre. Podía esperarlo de Javier, después de lo que vio en aquel probador y lo
que pasó aquella noche después de la fiesta, lo estaba esperando. Pero lo que
Ana no podía creer es que esa cría se lo pusiese en bandeja delante de sus
narices.

—¿Queréis que bebamos algo? – pregunto Ana.

—Yo tomare un ron con hielo – pidió Javier.

—Pues yo lo mismo – dijo Olga mirando a su padre.

Javier no puso ninguna pega. Ana entró en busca de las bebidas. Un


momento después la joven regresaba a la terraza con una botella de ron
dorado y tres vasos llenos de hielo. Los dejó sobre la mesa y puso la bebida.
Olga ya tenía una bajara francesa en las manos y movía las cartas entre sus
dedos. Ana se sentó a la mesa y dio un buen trago a su copa. Le parecía
increíble que Javier hubiese aceptado jugar a esto con su propia hija.

—¿Os parece bien si empiezo yo repartiendo? – pregunto Olga después de


tomar un pequeño sorbo de su vaso.

—Adelante – le dijo su padre.

Ana se limitó a hacer un gesto de aprobación con la cabeza mientras


apurada el resto de su copa de un solo trago y volvió a llenarla. Olga repartió
las cartas. En la primera mano la suerte fue esquiva con Olga, aunque a ella
parecía no importarle mucho el haber perdido. Olga se quito la camiseta. Bajo
la prenda vestía un bonito sujetador de color negro semitransparente. Los
ojos de Javier se abrieron como platos al ver el espectáculo que le brindaba
su propia hija. El siguiente en repartir fue Javier y en esa ocasión la peor
mano fue la de Ana. Cuando tuvo que pagar su prenda decidió que si Olga
quería jugar duro ella también lo haría y pagó con el pequeño short vaquero
que llevaba. Javier tampoco perdió detalle de cómo Ana deslizaba en
pantaloncito por sus piernas dejando al descubierto un precioso y sexy tanga
de color marfil. Pero Javier perdió el interés por Ana en cuanto esta volvió a
sentarse y la preciosa imagen se perdió bajo la mesa. Javier volvió a centrar
su mirada en el generoso y voluptuoso pecho de su hija. Ana fue la última en
dar las cartas y no te trajo suerte a Javier. Fue él quien perdió en esa ocasión
y pagó con su camisa. Cuando Olga vio el torso desnudo de su padre le fue
imposible disimular la mirada de deseo. Nuevamente fue el turno de Olga
para dar las cartas y de nuevo fue su padre el que tuvo la peor mano. Javier se
puso en pie y tranquilamente se quitó el pantalón delante de las dos jóvenes.
Las dos chicas no tuvieron más remedio que fijarse en la potente erección que
ocultaba su bóxer. Ana y Olga se miraron e inmediatamente volvieron a
centrar su atención en lo más obvio. Javier no parecía incomodo por la
situación, sino todo lo contrario, permaneció en pie más de lo necesario
exhibiéndose ante las jóvenes para que disfrutasen de su esplendido miembro.

—Que bien lo va a pasar mamá esta noche – dijo Olga cuando su padre
volvió a sentarse.

—Creo que no. Esta noche tu madre no está para fiestas y me quedaré con
las ganas.

—O tal vez no. Nunca se sabe lo que puede pasar – le respondió su hija.

Era increíble. Si Ana no hubiese estado delante hubiese dicho que aquello
no había pasado. Olga le estaba tirando los tejos a su padre descaradamente
delante de ella. Esa chica se había convertido en toda una puta. Ana
empezaba a dudar si era buena idea vengarse de Marcos por lo que estaba
haciéndole, puesto que, parecía que Olga había aprendido a disfrutarlo. Tal
vez debería olvidarse del asunto.

Javier mezcló las cartas y las repartió de nuevo. En esa ocasión la suerte
volvió a ser esquiva con Ana que tuvo la peor combinación. No se lo pensó
dos veces y se quitó la camiseta con la esperanza que Javier se centrase en
sus tetas que tanto había deseado en lugar de las de su hija. Pero Javier no fue
capaz de centrarse en ninguna de las dos. Sus ojos pasaban de una a otra de
tal forma que en lugar de jugar al póquer parecía que estaba viendo un
partido de tenis. Ana tomó la baraja y dio las cartas. En esa ocasión la peor
mano fue la de Javier. Se deshizo de la única prenda que le quedaba, su
bóxer, mostrándoles a las chicas su erección.

—¡Joder! – dijo Olga sin poder contenerse.

—Olga, por favor – le respondió el y volvió a sentarse. Pero lo hizo a


cierta distancia de la mesa para que ambas sin mucho esfuerzo continuasen
disfrutando del espectáculo.

—Bueno. Ya hemos terminado. Sera mejor que nos vayamos a dormir –


sentenció Ana.
—¿Por qué? – dijo Olga algo molesta.

—Es lo que ha dicho tu padre. Cuando uno de nosotros perdiese toda su


ropa terminaba el juego.

—Es verdad. Sera mejor que nos vayamos a dormir – medió Javier.

—No. Aun tienes los zapatos – le dijo su hija.

—Olga no fastidies – la increpó Ana.

—Son las reglas. Yo no las he puesto.

—Javier, creo que deberías decirle algo a tu hija.

—Venga chicas no discutáis. El único que podría estar incomodo en esta


situación soy yo. Y no me importa. Jugamos tres o cuatro manos más y lo
dejemos. ¿Estáis las dos de acuerdo? – medio Javier.

—Está bien – accedió Ana sin ganas, pero para no quedar como una
estrecha mojigata delante de la puta de Olga.

—¿Olga? – la insistió su padre.

—Vale. Me parece bien. Pero…

—Pero… ¿Qué? – la animo a continuar su padre.

—Por qué no hacemos estas últimas manos más interesantes.

—Que quieres decir.

—Que deberíamos subir la apuesta.

—¿Cómo? – pregunto Ana.

—Fácil. El que tenga la peor mano a de hacer algo que le pida el que tiene
la mejor.

—Olga te estás pasando – le respondió Ana visiblemente molesta.

Olga miró a Ana sorprendida. No se lo podía creer, la chica liberal que


disfrutaba de todo sin importarle nada se estaba cortando. ¿Por qué? No podía
entenderlo. Estaba segura que ella y su padre se habían acostado, estaría
incomoda porque era ella la que estaba llevando las riendas de la situación, o
por qué le estaba tirando los tejos descaradamente a su propio padre delante
de ella. Tal vez la alumna había aventajado a la profesora. Entonces le
respondió:

—Venga Ana, no me vas a decir que este juego no te está poniendo


cachonda.

—Javier. No deberías decir algo – lo inquirió Ana.

—No. Yo ya lo he perdido todo. Ahora solo puedo ganar – fue la


respuesta.

—Muy bien juguemos entonces. Pero antes iré a por más hielo – concluyo
Ana.

—Genial. Pero no tardes estoy desenado de verte desnuda – le dijo Olga


con picardía.

Ana se levantó y retiró los vasos. Entró en la suite y los llenó nuevamente
de cubitos de agua helada. Había creado un monstruo, pensó. Pero en una
cosa si tenía razón estaba cachonda. Tener a Javier desnudo y a Olga
insinuándosele descaradamente la habían puesto a tono. Tenía el tanga
empapado, pero no iba a reconocerlo delante de esa niñata.

Cuando Ana regresó prosiguieron con el juego. La siguiente en perder fue


Olga y pagó su prenda. Pero en lugar de quitarse la falda se deshizo del
sujetador. La polla de su padre que estaba frente a ella reacciono al instante
emocionada. Olga que había perdido detalle se acaricio uno de sus pezones
de manera descarada. Se notaba perfectamente que los tenía duros como
piedras. Ana hubiese querido decirle algo pero prefirió mantenerse en
silencio ya que parecía que el tema de subir la apuesta se había olvidado.
Pero en la siguiente mano fue Ana la que perdió y Javier el que tenía la mejor
jugada. Cuando Ana se disponía a quitarse el sujetador para pagar la apuesta
Javier la detuvo.

—No te quites nada. Quiero que Olga te desnude.

—Javier qué coño estás diciendo – le respondió Ana cabreada.

—Las apuestas hay que pagarlas – dijo Olga puesta en pie y acercándose a
ella.

—No. Esto es una gilipollez.

—Ana no te enfades solo es un juego – dijo Javier.

—Sí, pero hay ciertos límites. Joder, Javier. Que es tu hija.

—No me vengas ahora con eso Ana, los dos sabemos que ha hecho cosas
peores.

Olga miro a su padre y a Ana sorprendida. ¿De qué estaban hablando?


¿Sabrían algo de lo que estaba pasando con Marcos? Pero hizo que esas
preguntas desapareciesen pronto de su mente y siguió con el juego.

—Venga Ana, si te va a encantar, he tenido una buena profesora – le dijo


susurrando junto a su oído – Papá me ayudas – añadió en voz alta, mientras
deslizaba suavemente su mano por su espalda.

—No. Yo me limitare a mirar ese es el juego.

—Por favor, levántate – pidió Olga con un tono sensual en su voz.

Ana aparto su mirada de Javier al que estaba fulminando con ella y se puso
de pie. Olga acarició los hombros de su amiga y deslizó los tirantes por ellos
hasta que colgaron de sus brazos. Bajó las copas de la prenda descubriendo la
firmeza de sus pechos y la dureza de sus excitados pezones. Olga se inclinó
sobre ellos y tomo entre sus carnosos labios la erecta protuberancia. Ana
intentó negarse pero en lugar de una protesta lo que salió de su garganta fue
un gemido de placer. Miró a Javier con la esperanza de que detuviese aquella
locura, pero estaba claro que no lo iba a hacer. Lo estaba disfrutando
demasiado. Recorría toda la longitud de su erecto miembro con su mano, una
y otra vez, con un ritmo suave, mientras su mirada no perdía detalle del
espectáculo que ambas chicas le ofrecían. Olga continuó estimulando los
sensibles pechos de su amiga. Los recorría con su lengua, los besaba, los
mordía y los sopesaba en sus suaves y pequeñas manos.

—¿Te gusta?

Pregunto Olga a su amiga. Pero Ana no le respondió y ella tampoco esperó


respuesta. Decidió comprobarlo por ella misma. Olga llevo su mano al vértice
donde las piernas de Ana se unían. Puso la mano sobre la escasa tela que
cubría el sexo de Ana y sintió la humedad de la prenda.

—Veo que lo estas disfrutando – comento Olga.

Rodeo el cuerpo de Ana con sus brazos, acercando se mucho a ella y


ambas sintieron el excitado aliento de la otra en sus labios. Olga desabrochó
el sujetador de manera sutil y casi imperceptible. Cuando Olga se aparto de
su amiga retiró la prenda dejando su torso completamente desnudo. Le tiró el
sujetador a su padre y este lo unió a su placer, masturbándose con él. Olga
continuó con sus caricias sobre el cuerpo de Ana. Su lengua recorrió su firme
estomago que se movía agitado por la excitada respiración. Cuando llego a la
frontera que marcaba la cintura de su tanga no se detuvo. Lo apartó lo
suficiente para que sus labios tomasen el dilatado clítoris de Ana. Cuando
Olga lo mordió con delicadeza tirando de él, Ana, no pudo contener un fuerte
gemido de complacencia. Ana sintió como la lengua de Olga profanaba la
humedad de su raja entrando y saliendo con maestría. Luego se ayudo de sus
dedos y mientras estos la follaban el caliente coñito de su amiga, sus labios y
su lengua volvieron a adueñarse de la deliciosa perla rosada del placer. Ana
no pudo evitar que su cuerpo se tensase y un potente orgasmo recorriese su
cuerpo mientras su rajita se corría con una abúndate emisión de fluido.
Cuando aun se recuperaba de su orgasmo un gruñido llamó su atención y Ana
abrió los ojos. Miró a Javier y vio su vientre y su sujetador cubiertos por su
blanco semen.

—¿Te ha gustado papá? – le preguntó Olga después de ver como se corría.

—Muchísimo hija. Tendremos que jugar a esto más veces. No os imagináis


lo cachando que me habéis puesto las dos. Tú también lo has disfrutado
¿verdad? Ana.

Ana no dijo nada solo hizo un leve gesto de desaprobación mientras se


colocaba el tanga en su lugar. Olga no había llegado a quietárselo y Ana se
limitó a dejarlo.

—Venga Ana, no finjas que no te ha gustado, te has corrido como una


perra – le escupió Olga.

—Eres una…

—Vamos chicas sentaos y continuemos jugando – corto Javier de raíz.

Las dos jóvenes volvieron a sus asientos mientras Javier mezclaba de


nuevo las cartas. La fortuna estaba aliada con Javier y nuevamente tuvo la
mejor mano. La peor le correspondió a su hija. Olga lejos de intimidarse por
la situación miró fijamente a su padre y con una lasciva y sensual voz le
preguntó:

—¿Qué quieres que haga papá?

Javier no dijo nada. Como única respuesta elevó ligeramente su pelvis para
mostrarle la nueva erección de su verga. Olga no lo pensó, se puso de rodillas
frente a su padre y comenzó a lamer lentamente la dureza de su miembro.
Ana notó como un fuego prendía en su interior mientras miraba a padre e
hija. Javier gemía mientras su hija cada vez se tragaba un poco más de su
virilidad. Ana en su silla, sin darse cuenta fue bajando sus dedos hasta que se
colaron en su tanga y se apoderaron de su clítoris. Comenzó a masturbase,
frotando y golpeando el sensible nudo de nervios, mientras humedecía sus
dedos en sus propios jugos para facilitar la labor. Olga seguía engullendo sin
descanso la polla de su padre. Había aumentado la intensidad de su mamada
y ya se la tragaba completamente, hasta el punto que su naricita chocaba una
y otra vez con el pubis de su progenitor. Javier tenía la cara desencajada, la
respiración acelerada y gemía sin parar con los ojos cerrados.
Indudablemente intentaba concentrarse para no correrse y seguir disfrutando
de la boca de su hija. Pero Olga estaba haciendo un excelente trabajo a su
papá y no aguantó mucho más. Javier sujetó con ambas manos la cara de su
hija, esta lo miraba fijamente a los ojos, el movía sus caderas follándosela sin
control mientras le inundaba la garganta con su espesa semilla. La misma
semilla de la que un día había salido ella. Ana ante semejante imagen no
pudo contenerse y se corrió nuevamente. Aunque su orgasmo pasó
inadvertido para padre e hija. Cuando Javier se detuvo, Olga, lamio los
hinchados huevos de su padre mientras su mano exprimía su polla para
sacarle las últimas gotas de leche que recogió con la punta de su lengua.
Cuando dejó completamente limpio el miembro de su progenitor se puso en
pie y le dijo:

—Papá estoy demasiado excitada para seguir jugando.

Su padre ni respondió. Puso la mano en el tanga de su hija y recorrió su


raja sobre la tela mojada marcando bien sus labios. Luego la llevo hasta su
nariz y se deleito con su aroma de mujer. Javier se puso en pie tomó la mano
de su hija y entraron en la suite. Ana los siguió hasta su dormitorio con la
incómoda sensación de que estaban pasando de ella. Cuando entró en la
habitación Olga la miró y la invito a que se acercase a ellos.

—Siéntate en la cama apoyada en el cabecero – le indicó Olga.

Ana hizo lo que le pidió la joven mientras besaba a su padre metiéndole la


lengua en la boca. Acomodó las almohadas a su espalda y esperó que
terminase el apasionado beso.

—Papá me follará primero a mí y luego a ti. ¿Te parece bien?

Sin nada que decir, Ana, asintió afirmativamente. Olga gateó por la cama
como una gatita mimosa hasta colocar su cabeza entre las piernas de Ana.
Apartó la empapada prenda que envolvía el deseado manjar y comenzó a
comerlo con ansia. Javier tras su hija también retiró en mojado envoltorio, lo
suficiente para empapar su miembro en los jugos que manaban de su hija.
Luego con su apéndice bien lubricado comenzó a penetrarla poco a poco. Los
gemidos de Olga al principio eran suaves y cadenciosos, los intercalaba con
el trabajo que su boca, lengua y labios hacia en la entrepierna de Ana. Pero
conforme su padre incrementaba el ritmo y la violencia de las embestidas a su
hija, los gemidos de esta fueron transformándose en gritos de placer. Eso
impedía que su boca siguiese dando placer a Ana, así pues, metió tres dedos
en el inundado pozo de su amiga y la masturbo con violencia. La misma
violencia con la que su padre la penetraba. El placer de ser penetrada era
incrementado por la presión de su pulgar sobre el sensible clítoris. Ana no
tardó en correrse y cuando abrió los ojos Javier ya no estaba follándose a su
hija. Estaba de pie frente a la cama masturbándose mientras veía como Olga
daba placer a Ana.

—Ana, lo has debido pasar de miedo con mi padre, me ha follado de


maravilla. Papá ¿Puede Ana comerme la rajita? Quiero sentir sus labios ahí.

—Está bien, pero solo un poquito. Quiero ser yo quien te lo coma en


profundidad.

—Sigue pajeándote para mí. Me excita un montón y me vendré mucho


antes.

—Vale, pero déjame tus braguitas.

Olga sentada en la cama se quitó el tanga lo deslizó por sus piernas y se lo


tiró a su padre al tiempo que abría ante el bien las piernas para mostrarle bien
abierta su rosada intimidad. Javier tomó la intima prenda de su hija, la
envolvió en su duro miembro y comenzó nuevamente a masturbase para ella.
Luego Olga y Ana intercambiaron sus lugares. Ana empezó besando el
caliente sexo de su amiga para luego recorrer con su lengua sus jugosos
labios y bebió el jugo que manaba cuando los abría con su lengua. Cuando la
estimulación bucal de Ana se centró en el hinchado clítoris de Olga esta
comenzó a gritar de gusto mientras aplastaba la cara de su amiga contra su
palpitante coño. Una vez que Ana estaba dispuesta a llevar al cielo a Olga
sintió como un par de dedos entraban en su culito en pompa. Miró de reojo y
pudo ver como Javier le estaba profanado su entraba trasera mientras con la
otra mano continuaba dándose placer. Olga no apartaba la vista de su padre al
tiempo sus manos amasaban sus pechos y tiraban de sus sensibles y duros
pezones. Ana dispuesta al último asalto empezó a meter dedos en el
manantial de Olga hasta que estos dejaron de nadar. Tres dedos cupieron en
aquel dilatado coño que era un mar de jugos. Los dedos de Ana entraban y
salían con destreza moviéndose en el interior de su amiga para que el placer
fuera máximo. Los jadeos y gritos de placer de Olga se acentuaron cuando
los labios y los dientes de Ana torturaron su sensible nudo de placer. La hija
de Javier estaba a punto de correrse cuando su padre retiró a Ana de entre sus
piernas e hizo se arrodillase frente a él.

—¡Hazme lo que sabes que me gusta! – le ordeno Javier.

Ana lo miró desde abajo y este le indicó con un gesto para que comenzase
con la mamada. Así lo hizo. Lo primero fue meterse sus huevos en la boca y
acariciarlos con la lengua al tiempo que los succionaba con fuerza. Luego
recorrió con la punta de su lengua toda la longitud de aquel grueso e
inflamado tronco hasta llegar a aquella seca roja y pasar suavemente sus
dientes por ella. Javier estaba a punto de explotar porque sujeto la nuca de la
joven y le clavo su polla en la garganta con brusquedad. Comenzó a follarla
con fuerza pero unos segundos después inundaba de leche su garganta hasta
casi atragantarla. Javier la ayudó a ponerse de pie, la besó con pasión
degustando en la boca de Ana el coctel formado por su propia simiente y los
jugos de su hija.

—Riquísimo quiero más – dijo Javier sentándose en la cama.

Ana miró su polla y continuaba en plena forma no había perdido ni un


ápice de fuerza. No era posible pensó, a no ser que hubiese pedido ayuda a la
pastillita azul, pero ella no se había percatado que tomase nada a parte de las
copas de ron.

—Vamos os voy a hacer gozar a las dos. Olga voy a comerte el coño hasta
que te corras como una putita y a ti, Ana, te voy a follar hasta reventarte
dentro.
Javier se tumbó en la cama, le indicó a su hija que se colocase de rodillas
con su cabeza entre las piernas y a Ana que se acomodase sobre su erguido
mástil. Javier penetró a Ana rápido y con contundencia, mientras trabaja con
su boca los bajos de su hija. Ana y Olga se aproximaron y empezaron a
besarse al tiempo que Javier seguía dándoles placer a ambas. Las fuertes
embestidas estaban partiendo a Ana por dentro, mientras empezaba a comerse
la perlita de su propia hija. Las chicas seguían comiéndose sus respectivas
bocas con lujuria y sus manos acariciaban las tetas y la espalda de su
contrincante. Las sensaciones eran indescriptibles y aquello prometía ser una
explosión de placer como pocas veces se consigue. El coñito de Olga era
perforado con maestría por la lengua de su padre y su clítoris empezó a ser
estimulado por la experta mano de su amiga. La otra mano de Ana se apodero
de los huevos de Javier y los retorcía con delicadeza mientras sus
penetraciones se volvían más intensas y contundentes. Olga también ayudo a
su amiga estimulándole su botón del placer. Las dos continuaban con sus
bocas juntas, pero más que besarse lo que hacían era intercambiarse sus
alientos agitados, sus jadeos contenidos y sus gritos de placer. Javier sujetó la
cintura de Ana y tensándose en su interior comenzó a descargar su orgasmo
dentro de ella con profundas penetraciones. El semen inundando sus entrañas
espoleo el orgasmo de Ana haciendo que esta se corriese con una abundante
emanación de fluidos que empaparon la polla de Javier. Los acelerados
jadeos de placer de Ana y la fuerte presión de sus dedos en el clítoris de Olga,
junto con los profundos lametazos de su padre en su inflamada raja,
detonaron lo inevitable. Olga se corrió sobre su propio padre empapándole la
cara con un abundante y húmedo orgasmo. Olga gritó y cayó desecha sobre la
cama. Ana se dejó ir junto a ella quedando los tres hechos un revoltijo de
brazos, piernas, torsos y cabezas. Todo aliñado por los jugos, el esperma y el
sudor de todos ellos, con una aroma a sexo y pasión que hacia el ambiente
prácticamente irrespirable.

Poco a poco aquel ovillo de cuerpos se fue desenredando y fueron


acomodándose en la cama revuelta. Ana con la garganta seca se levanto a por
un poco de agua. Cuando la joven regreso a su dormitorio encontró a padre e
hija besándose. Pero no era un beso lascivo y lujurioso, era un beso con la
pasión de dos enamorados. Estaban abrazados y se acariciaban con ternura,
pero no la ternura de un padre a una hija o viceversa, no, era la ternura de un
hombre hacia una mujer. Ana se dio cuenta que sobraba en aquella
habitación, fue al armario y cogió en edredón que ahí había. Salió de su
dormitorio cerrando la puerta tras ella y se acomodó en el sofá. Estaba claro
que no la iban a echar en falta. Cuando Ana estaba a punto de dormirse
escuchó los gemidos que provenían de su habitación.

xxx

Cuando Carlos se acercó a su madre la abrazó y recogió con su lengua su


propia esencia que tenía en la mejilla. La besó compartiendo con ella esa
semilla. Sus besos fueron tiernos pero apasionados. No dejó de besarla
mientras la estrechaba contra su pecho hasta que la dejo descansar, por fin, en
brazos de Morfeo.

Cuando Marta despertó, con las primeras luces del día, estaba en su cama
cubierta por la fina sábana blanca junto a su marido, que dormía
plácidamente. Se levantó de la cama envolviendo su cuerpo con la tela y
recorrió la villa. Carlos y Olga dormían en sus habitaciones como si no
hubiese pasado nada. Las únicas evidencias de lo sucedido la noche anterior
eran su cuerpo desnudo y dolorido, por la intensidad de los juegos realizados,
las piezas de su bikini en el suelo junto a la cristalera y un rastro de arena
hasta el dormitorio.
xxx
A la mañana siguiente cuando Ana se despertó, la puerta del dormitorio
estaba abierta. Se envolvió en el edredón y entró. Lo único que encontró fue
la cama revuelta y un fuerte olor a sexo acumulado. Ana abrió el ventanal y
una bocanada de aire fresco con aroma a mar inundo la estancia. Lo aspiró
profundamente dejo caer el edredón a sus pies y busco un pantalón y una
camiseta en la cómoda que había junto a ella. Salió a la terraza y sintió el sol.
Miró la inmensidad del océano que se extendía frente a ella y volvió a llenar
sus pulmones de esa frescura mientras una suave y cálida brisa acariciaba su
dorado pelo revuelto y un montón de imágenes y pensamientos inundaban su
mente.
—CAPITULO 21—

VACACIONES EN CANARIAS

———————————————————— QUINTA PARTE


————————————————————

Ana estaba tumbada en el amplio sofá de su suite cuando sonó el teléfono.


La joven cerró el libro dejándolo junto a ella y cogió el aparato que insistía en
ser atendido sobre una mesita junto a ella. Descolgó el auricular.

—¿Sí?

—Señorita Céspedes, siento molestarla pero hay un joven que pregunta por
usted – respondió la voz del recepcionista.

—¿Quién es? ¿Cómo se llama?

—Dice que se llama Carlos y que usted lo conoce.

—Está bien, déjele que suba.

—Así lo hare. Siento haberla molestado – se disculpó el encargado de la


recepción.

—No se preocupe.

—Gracias.

La joven colgó el teléfono y fue hacia la puerta. Cuando Carlos salió del
ascensor Ana lo esperaba en el ático con la puerta abierta. La joven vestía
unos vaqueros y una camiseta de finos tirantes de color blanco. El muchacho
se acercó a ella y le dio un piquito que ella no rechazo pero al que tampoco
respondió.

—Pasa – le indicó – Carlos, has bebido.

—Si me he tomado un par de copas antes de venir. El tipo de abajo me ha


dicho que no querías visitas – dijo Carlos para romper el hielo.

—Así es. No estoy sola. Deberías haberme llamado antes de venir.


—Lo siento. No quería molestarte. Sera mejor que me marche.

—No es lo que piensas. Tú hermana esta aquí.

—Es que me moría de ganas de verte y de estar contigo.

—Espera. Vamos a mi habitación.

—Claro.

En el salón, en ese momento, estaba sentada Olga frente al televisor. Tenía


el pelo mojado y solo estaba vestida con una toalla. Con uno de sus pies
sobre la mesita de centro pintaba sus uñas de color negro. Olga no se imputó
al ver entrar a su hermano.

—Hola – dijo Carlos a su hermana.

—Hola – respondió Olga sin apartar la vista de su tarea.

—Olga lo siento yo…

—Carlos déjalo no pasa nada – lo cortó mirándolo en ese momento


fijamente a los ojos.

—Pero…

—He dicho que no pasa nada. No te preocupes. Papá y mamá no se


enteraran. Además, nadie nos obligó a hacerlo. ¿Verdad?

—Gracias. Pero… ¿Por qué te has venido aquí?

—Solo necesitaba estar sola un rato. Estoy bien. De verdad.

Olga se levanto del sofá y le dio un casto beso a su hermano en la mejilla.


Algo totalmente diferente a lo que había sucedido la noche anterior. Carlos
no pudo evitar mirar el pecho de su hermana prieto por la toalla y como esta
apenas tapaba sus glúteos.
—Vamos a mi habitación. Tenemos que hablar – dijo Ana a Olga.

—No os preocupéis.

Ana y Carlos entraron en la amplísima habitación. Carlos se sentó en la


cama directamente. Ana abrió un mueble situado junto al gran ventanal de la
habitación. Sacó una botella de güisqui y puso dos copas. Ana le entregó una
a Carlos y se sentó junto a él en la cama.

—No debería haberte dado la copa.

—¿Por qué?

—Tengo la sensación de que ya has bebido demasiado.

Carlos no respondió. Ana abrió un cajón de la mesilla que estaba junto a


ella. Cogió un paquete de cigarrillos y puso uno entre sus dedos. Lo llevó a
sus carnosos labios y aproximó al pitillo la azulada llama del mechero.
Después de una primera calada, Ana, dejó salir el humo de una manera muy
sensual entre sus labios. Después miró a Carlos y le dijo:

—Bueno, ¿Por qué tantas ganas de verme?


—¿Tú qué crees?
—Ya lo imaginaba pero hoy no podrá ser. Tu hermana está ahí fuera.
—Seguro que no le importa, o igual se anima, y se une a nosotros.
—Carlos tú te estás oyendo.
—Claro. ¿Qué pasa?
—Nada. Solo que no dejáis de sorprenderme.
—¿Por qué?
—No me hagas caso. Entonces ¿Te gustaría hacer un trío tu hermana y
conmigo?
—Creo que estaría bien. ¿Te importaría que me follase a Olga delante de
ti?
—Lo que a mí me importe da igual. Además, creo que no soy la única a la
que te follas, aparte de tu novia y a tu hermana. Estoy completamente segura
que tienes algún lio más por ahí.
—No, te equivocas, ahora eres mi único lio. Pero no has respondido, a si te
importaría que lo hiciese con ella aquí delante de ti.
—Carlos estás enfermo o borracho, tal vez ambas cosas. Y sí, me
importaría, ya es bastante tener que compartirte con tu novia.
—Entonces…
Carlos se acercó a ella y metió la mano bajo la camiseta. Ana sonrió y dijo:

—Ten cuidado. Cuidado, que estoy fumando y cuidado con el güisqui me


lo vas a verter.
El joven comenzó a besarle el cuello. Carlos le quitó el vaso de la mano y
el cigarrillo, que apagó en el cenicero. Luego la empujó, se puso sobre ella y
abrió sus piernas con la suyas. Se frotó con ella. Ana no quería e intentó
detenerlo con calma.

—Venga para. No seas cabezón Carlos. Hoy no puede ser.


Carlos intentó desabrocharle el pantalón y Ana le agarró la muñeca con
fuerza.

—No Carlos, aquí no, que te lo estoy diciendo.


Pero Carlos continuó intentándolo. Estaba algo bebido y estaba obstinado
en conseguir su objetivo. Hasta que Ana en tono imperativo lo detuvo.

—¡Que no hostias! ¡Que te he dicho que aquí no!


Carlos se levantó y fue hacia la puerta del dormitorio. Ana se levantó tras
él y se interpuso en su camino.

—Carlos entiéndelo. Siéntate y hablamos tranquilamente.


—Ana, estoy cansado de hablar. Lo que quiero es follar.
—Y donde ibas entonces, a buscar a tu madre.
—¿Cómo?
—No te hagas el sorprendido. Sé todo lo que pasa en vuestra familia.
—Mejor así. Así no te asustaras de lo que va a pasar.
—¿Qué vas a hacer? ¿Dónde vas?
—Al salón a decirle a Olga si quiere echar un polvo.
—No serás capaz.
—¿Quieres verlo?
En ese momento unos nudillos golpearon la puerta. La voz de Olga se
escucho al otro lado.

—Ana, perdona que os moleste, voy a bajar un momento a dar un paseo.


Me dejo el móvil cargando, no creo que me llamen, si suena diles que vuelvo
enseguida.

—Vale. No te preocupes – respondió Ana.

—Gracias, perdonad por haberos molestado – Y Olga se alejó en dirección


a la puerta.
—¡Olga! –gritó Carlos.
—¿Sí, queréis algo? –pregunta Olga otra vez al otro lado de la puerta.
—Pasa por favor – dice su hermano.
Carlos sonrió y apuró su copa de un solo trago. Empujó a Ana nuevamente
hacia la cama haciéndola caer sobre ella. La puerta de la habitación se abrió y
desde la puerta Olga dijo:

—No quería molestar. Siento haberos molestado. Si queréis me entretengo


un buen rato por ahí.
—Sé lo que estas pensando y ya te he dicho que no – dijo Ana a Carlos.
—¿Qué pasa? – preguntó Olga.
—Vamos a ver, le estaba diciendo a Ana que iba a ir a decirte si te apetecía
follar – dijo Carlos a su hermana.
—Ya veo que estas más tranquilo y después de lo del otro día. Yo estoy
dispuesta. Pero si Ana no quiere no hare nada –respondió Olga.
Ana se quedó sorprendida por la respuesta de la Olga. Sabía que Olga se
estaba desinhibiendo en todo lo referido al sexo, pero con esa respuesta supo
que se había convertido en una puta profesional. De nuevo Carlos la intentó
besar. Cuando Ana aparta la boca, Carlos, le dice al oído.

—Venga Ana por favor, te lo pido por favor.


Carlos tomó una mano de Ana y la llevó hasta su entrepierna para que le
tocase el duro bulto que allí había.

—Carlos si hago esto te juro que de esta te vas acordar –dijo Ana.
—Venga Ana por favor… pensaba que eras mucho más atrevida para estas
cosas, pero me estas desilusionando –siguió insistiendo Carlos intentando un
chantaje emocional.
—Que no –se negó nuevamente Ana.
—Ana…
—Carlos te lo he advertido. Lo voy hacer, por pesado, pero no lo hago a
gusto – sentenció Ana.
—Venga Olga únete a nosotros –le indicó Carlos a su hermana.
—Ana ¿Estás segura, quieres que me una a vosotros? – preguntó Olga
buscando su confirmación.
—Sí, ya has oído a tu hermano. Únete a nosotros. Ya verá él las
consecuencias de esto –dijo Ana a Olga.
Ana fue nuevamente hasta el mueble que había junto al ventanal y sacó
otro vaso. Se lo dio a Olga. Luego le puso un güisqui, también le relleno la
copa a Carlos y ella misma volvió a llenar su vaso.
—Vamos, ¿Cuál de las dos empieza a quitarse la ropa? — preguntó Carlos
con una sonrisa de satisfacción por haberse salido con la suya que no le cabía
en la cara – o mejor aún, nos vamos quitando una prenda cada uno por turno.
Venga Olga empieza tu – organizó su hermano el jueguecito.
—¿Empiezo? – preguntó Olga mirando a Ana.
Esta le indicó que podía comenzar con un gesto de cabeza. Carlos estaba
sentado en la cama, su hermana, seguía de pie cerca de la puerta con su copa
en la mano y Ana estaba sentada en un sillón que había a los pies de la cama.
En la primera ronda, Olga, se quito la camiseta quedándose en sujetador. El
siguiente fue Carlos, que se quito la camisa. En último lugar Ana se quito los
vaqueros. Carlos miraba insistentemente a su hermana, concretamente sus
exuberantes pechos, cautivos en el sujetador color menta. La ronda siguiente
fue Carlos el primero, se quitó el pantalón. Ana y Olga no pudieron evitar
fijarse que Carlos estaba totalmente empalmado, por el más que apreciable
bulto que se dibujaba en su bóxer. A Carlos no le importó que Ana y su
hermana lo viesen así. Ana la lo había visto todo y su hermana estaba a punto
de hacerlo. Así que Carlos quedó un ratito de pie frente a Olga exhibiéndose.
Quería que las dos chicas se deleitasen con su esplendoroso cuerpo. Su
hermana miró a Ana sin poder contener una sonrisa.
Fue nuevamente el turno de Ana, se quitó la camiseta con la esperanza de
que Carlos dejase las tetas de su hermana y se fijase en las suyas. Pero la
jugada no salió como ella esperaba. Carlos repartió sus miradas entre las dos.
Olga que nuevamente tenía el turno de quitarse prenda, decidió jugar fuerte, y
en lugar de quitarse su faldita como era previsible, se quitó el sujetador. La
polla de su hermano palpitaba bajo su bóxer, pugnando con la tela de la
prenda por salir de allí. Olga que no perdía detalle se acaricio sus pezones
para calentar aun más a su hermano. Cuando nuevamente le correspondió a
Ana comenzar una ronda, Carlos se adelanto saltándose el turno. Este se
quitó la única prenda que le quedaba, el bóxer. Estaba totalmente empalmado
y cuando la polla fue liberada saltó con fuerza hasta chocar con sus
abdominales.

—Lo que habrás disfrutado con semejante instrumento – dijo Olga


sonriendo traviesa a Ana. Era evidente que Olga estaba gustando la situación.
—Creo que va siendo hora de que vayamos un paso más allá – dijo Carlos
mientras acariciaba su polla – ¿qué os parece si ahora cada uno pide una cosa
y el otro, o la otra, o los otros dos lo hacen?
—No te estás pasando – le dijo Ana.
—Ana no me digas que esta situación no te está poniendo cachonda – soltó
Olga de improviso.
Ana no respondió. Se había quedado de piedra, la alumna había superado a
la maestra. Recogió los vasos de todos y los dejó sobre la cómoda. Pero en
realidad, Ana, estaba muy excitada y sentía la humedad fluir entre sus
piernas. El hecho de ver ahí a Carlos totalmente desnudo y empalmado, junto
a su hermana tan solo vestida con esa minúscula faldita la tenía a mil. Pero
por supuesto no podía decirlo.

—Vamos a echar a suertes quien empieza a hacer las peticiones – dijo


Carlos, organizándolo todo nuevamente.
—Perfecto – secundo su hermana.
—Bien ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo lo echamos a suertes? – preguntó Ana
menos entusiasmada que Olga.
—Nos lo jugamos a los chinos – respondió Carlos, cogiendo unas cuentas
de una pecera que había sobre la mesilla de noche y entregándoles tres a cada
una de las chicas.
Todos escondieron las manos en la espalda y sacamos los puños cerrados
al frente. Y empezaron a decir cada uno el número que pensaban sería el
ganador.

—Cuatro –dijo Olga, que fue la primera en lanzarse.


—Tres –pidió Ana.
—Pues seis – sentenció finalmente Carlos – vamos manos abiertas.
Abrieron las manos y aparecieron las cuentas. Dos que guardaba Olga, una
que guardaba Ana y tres que tenía Luis.

—¡Genial seis! ¡Gano yo! – exclamó Carlos con satisfecho.


—¿Qué vas a pedir? – le preguntó su hermana con impaciencia.
—Quiero que desnudes a Ana – fue la orden de Carlos.
Olga se acercó a Ana y se puso a su espalda. Estaba preparada para
desabrochar el sujetador de su amiga y sus dedos acariciaban su espalda.
Cuando lo tenía desabrochado, Olga preguntó a su hermano:

—¿Me ayudas?

—No. Yo solo os miro – respondió Carlos acariciándose la polla que


estaba a punto de explotar.
Ante esa respuesta Olga continuó con su mandato. Acarició los hombros
de Ana y bajo los tirantes por ellos, dejando caer el sujetador por sus brazos.
Luego se lo tiró a su hermano que lo cogió al vuelo y aspiró su aroma. Olga
se puso frente a Ana y beso sus pozones. Ana no pudo evitar emitir un leve
gemido al sentir los cálidos labios de su amiga sus ya duros pezones. Ana
miró a Carlos que se masturba sentado en la cama con su sujetador mientras
las observaba.

—¿Te gusta? – le pregunto Carlos a Ana, mientras movía su brazo


rítmicamente.
—No – fue la respuesta de Ana de forma seca.
Olga bajo su mano a la entrepierna de Ana, pasando su mano suavemente
sobre la tela de la braguita y notando su humedad.

—Si te ha gustado – dijo Olga susurrando al oído de su amiga.


Poniéndose de rodillas frente a Ana, Olga paso su lengua por el abdomen
de de su amiga hasta llegar al elástico de la braguita. Lo apartó un poco, lo
suficiente, para rozarle el clítoris. Ana no pudo evitar suspirar. Sintió como la
lengua de Olga empezó a entrar y salir de su cueva totalmente empapada.
Olga empezó a ayudarse con los dedos hasta que Ana se corrió en un húmedo
orgasmo. Un gemido ronco y ahogado las hizo mirar hacia donde estaba
sentado Carlos, del que se habían olvidado hasta ese momento. Carlos se
había corrido. Estaba tumbado en la cama con el estomago cubierto de semen
y con el sujetador de Ana en la mano salpicado también de motitas blancas.

—¿Ha sido satisfecha tu petición? – le pregunto su hermana.


—Totalmente satisfecha. Has hecho más de lo que yo pensaba, vamos a
tener que jugar a esto más veces, me habéis puesto muy cachondo – dijo
Carlos.
Olga no le llegó a quitar las braguitas a Ana, así que esta se quedo con
ellas puestas. Aun le temblaban las piernas cuando Olga pidió seguir jugando.
Volvieron a jugárselo a los chinos quien hacia la petición. Nuevamente ganó
Luis.

—¿Qué hay que hacer ahora? – le pregunto su hermana, entusiasmada, que


evidentemente estaba disfrutando mucho con el jueguecito.
Carlos adelantó sus caderas para que Olga viese que su polla estaba
nuevamente erecta. No le hizo falta nada más. Olga se puso de rodillas
nuevamente, ahora frente a su hermano, y empezó a comerle el hinchadísimo
glande lentamente. Ana notaba como su excitación subía mientras los miraba.
Carlos gemía mientras su hermana cada vez engullía un poco más de su polla.
Sin darse cuenta, los dedos de Ana bajaron hasta su clítoris y empezó a
masturbarse sentada en su sillón. Olga incrementó la intensidad con la que se
comía la polla de Carlos. Ya se la tragaba totalmente y Carlos parecía que iba
a correrse otra vez por la intensidad que alcanzaban sus jadeos. Ana se corrió
antes que Carlos y Olga pero ellos no se dieron ni cuenta. Cuando Carlos se
corrió por fin, su hermana le comía los huevos y lo seguía masturbando para
sacarle hasta la última gota de leche.

—Estoy muy, pero que muy excitada – dijo Olga limpiándose los restos de
semen de su hermano con el dorso de la mano.
Su hermano sin decir nada paso su mano bajo la falda Olga para tocar su
entrepierna. Impregnó sus dedos de la humedad de su tanga e inspiró su
aroma. Luego cogiéndola de la mano la tumbo en la cama olvidándose de
Ana totalmente. Olga le hizo un gesto para que se uniese a ellos.

—Túmbate aquí – le pidió Carlos a Ana, mientras le quitaba la faldita a su


hermana – primero voy a follarme a Olga y luego te follare a ti.
Ana se tumbó en la cama como Carlos le indicó. Olga le quitó las braguitas
y poniéndose a cuatro patas hundió la cabeza en el sexo de Ana, haciendo que
su lengua no dejase un solo pliegue de sus labios que recorrer. Olga besó,
chupó y mordió cada uno de los pliegues de su amiga hasta que se centro
totalmente en el dilatado clítoris de Ana. Mientras Carlos se follaba a su
hermana desde atrás. Primero poco a poco y luego acelerando el ritmo. Lo
que hacía que Olga gimiese y gritase de placer entre las piernas de Ana.
Cuando Ana se corrió en un prolongado orgasmo, Carlos, ya no se estaba
follándose a Olga, estaba sentado en el sillón masturbándose mientras las
miraba.

—Ana quiero que me comas el coño. Tengo ganas de sentir tus labios en
mi rajita – pidió Olga.
—Me parece bien. Pero yo también quiero comértelo – apostilló Carlos
uniéndose a la petición.
—Sigue masturbándote mientras te miro, eso me pone muchísimo y me
correré antes – le dijo Olga a su hermano.
—Vale pero déjame tu tanga para meneármela.
Olga deslizó el tanga que tenia arrugado en su ingle a lo largo de sus
piernas y de una patada se lo lanzo a Carlos. Este lo recibió con ansia e
inmediatamente siguió pajeándose. Luego se tumbó en la cama y Ana
comenzó su misión. Primero le besó su rajita, luego acarició con su lengua
los labios inferiores, y notó como fluía el jugo de ellos. Olga comenzó a
gemir, era señal que Ana, como no podía ser de otra manera, estaba haciendo
un buen trabajo. Ana sintió como unos dedos entraban en su culo. Miró un
segundo y vio como Carlos la penetraba, mientras con la otra mano seguía
pajeándose la polla. Olga no dejaba de mirarlo mientras jugaba con sus
pezones que a esas alturas eran rocas. Ana metió un dedo en la gruta de Olga
pero nadaba en un mar de fluidos sin resistencia. Aumentó la apuesta y metió
tres de sus dedos en la inundada cueva de Olga, follándola con ellos
rápidamente. Olga se volvió loca de placer cuando además Ana le comió su
dilatado clítoris. Olga estaba a punto de estallar en un salvaje orgasmo
cuando su hermano apartó a Ana de su trabajo. Carlos puso a Ana de rodillas
frente a él.

—Mámamela, quiero correrme en tu boca – ordenó Carlos.


Carlos estaba a punto de correrse, el líquido pre—seminal que salía de su
capullo así lo indicaba. Ana le comió sus huevos introduciéndolos en su boca
y luego su lengua subió haciendo un reguero de saliva desde estos hasta su
dilatado glande. Un calambrazo de placer recorrió la espalda de Carlos y
metió su polla en la boca de Ana con impaciencia. Ana subía y bajaba sus
labios a lo largo de la polla de Carlos al tiempo que este acompasaba el
movimiento agitando su pelvis. Unos instantes después una leche cálida y
espesa inundaba la boca de Ana, mientras Carlos no paraba de gemir de
gusto.

—Es mi turno – dijo Carlos al tiempo que una de sus manos apretaba los
pechos de Ana y la otra introducía un dedo en su rajita para comprobar si
estaba lubricada.
Carlos se tumbó, su hermana, se puso de rodillas sobre su cara y este
inmediatamente empezó a trabajar en su húmedo chochito. Ana se acoplo
sobre el erecto miembro de Carlos que no había perdido un ápice de vigor y
este la penetro rápidamente. Olga y Ana Olga se besaban y jugaban con los
pechos y pezones de la otra. Ana sentía las profundas envestidas de Carlos.
Olga disfrutaba con el trabajo que la lengua de su hermano hacia en su
clítoris. Carlos perforaba la vagina de su hermana con su lengua y la mano de
Ana empezó a masajear el clítoris de su compañera mientras con la otra
estrujaba los huevos de Carlos. El mete saca de Carlos se volvió más rápido e
intenso hasta que se corrió dentro de Ana sin dejar el movimiento de bombeo.
Luego fue Ana la que exploto en un prolongado orgasmo que hizo que se
corriese sobre la verga de Carlos que aun estaba en su interior. La ultima en
terminar fue Olga, lo hizo con un grito de placer y empapando la cara de su
hermanito con todos los fluidos que salían de su interior.

Agotados, cayeron los tres en la cama, siendo una masa informe de


cuerpos, cabezas, brazos y piernas sudados y cansados. Cuando poco a poco
fueron recomponiéndose los tres se tumbaron. Carlos en el centro y Ana y
Olga a cada uno de sus lados. Carlos empezó a besar y acariciar a su hermana
y la abrazó con ternura. Ya no eran dos hermanos solo eran un hombre y una
mujer. Ana contempló la escena y se levantó de la cama. Recogió su ropa y
salió de la habitación. Ninguno de los dos la había echado de menos. Un rato
después, desde el salón, Ana escuchó como Olga gemía mientras de nuevo su
hermano la follaba.

Ana puso una película para no hacer caso a lo que estaba pasando en su
dormitorio. Finalmente se centro en la película cuando los gritos y gemidos
cesaron en el dormitorio. Un rato después Carlos apareció en el salón
abrochándose el pantalón y con la camisa abierta. Se sentó al lado de Ana en
el sofá e intentó besarla. Ella rechazó sus besos. Carlos lo intentó de nuevo
pero obtuvo una nueva negativa de Ana.

—Venga Ana no seas así, bésame. – le dijo Carlos. Y esta niega con la
cabeza – Bueno por lo menos hazme una última paja antes de marcharme.
—¿Y tú hermana? ¿Por qué no lo hace ella?
—Está dormida. ¿No te abras enfadado? Si solo ha sido un juego y todos lo
hemos pasado muy bien.
—Sí, un juego paro antes de empezar te advertí que tendría consecuencias.
—No esas así, Ana. Vamos hazme una paja y me voy. Por favor – suplicó
Carlos.
—Te la voy hacer por pesado y porque quiero perderte de vista. Espero
que estés excitado porque en cuanto acabe la película me largo y ahí te
quedas como estés – le advirtió Ana.
Olga le abrió la bragueta sin ningún cuidado y le bajó un poco los
pantalones. Luego comenzó a tocarle bruscamente, sin ganas, y sin besarle.
Pero a Carlos ese sentimiento de que Ana lo hacía contra su voluntad le
excita aun más.

—Bésame – le pidió Carlos.


La agarró, por la nuca, para acercarla hasta su boca abierta. Ana se resistía
y rechazaba sus lengüetazos. Mientras, Ana, continúa masturbándole
mecánicamente. Su mano recorría de arriba abajo el miembro de Carlos. El
líquido que brotaba del dilatado capullo hacía que este brillase y ayudaba a
lubricar y suavizar los bruscos movimientos de la mano de Ana. El ritmo que
marcaba la mano de Ana era cada vez más rápido. Carlos sentía algo de dolor
cada vez que la mano de Olga chocaba con la base de su polla. Le encantaba.
Sobre todo lo excita la brusquedad y la desgana con la que lo tocaba.
Instantes después, Carlos, se corrió con un gemido y apretó su cara junto a la
de Ana.

—Bueno ¿ya estas contento? – preguntó Ana sin sonreír.


—Sí –respondió Carlos satisfecho.
—Pues ahora, coges, te abrochas los pantalones y te largas de aquí – le
ordenó Ana.
—Venga Ana no te pongas así – dijo Carlos en un tono suplicante.
Olga se levantó del sofá y fue a la puerta de la cocina que estaba integrada
en el salón.

—Ya sabes lo que tienes que hacer. Vete – fue la respuesta de Ana en tono
serio y enfadado.
Después Ana se centro en trajinar en la cocina. Carlos fue al baño y se
limpió el vientre con papel del váter, meó, y se fue. Se asomó al dormitorio
para despedirse de su hermana, de la que había disfrutado tanto. Pero Olga
continuaba dormida. Entró en la cocina para despedirse de Ana.

—Nos vemos luego – se despidió Carlos.


—Adiós – fue lo único que obtuvo de ella.
Ana no lo acompañó a la puerta. Se quedó en la cocina y continuó
preparándose un bocadillo. A Carlos no le importó. Salió de la suite con una
sonrisa de satisfacción. Lo que no imaginaba era que esa era la última vez
que vería a Ana y hablaría con ella.

—¿Estas enfadada? —Preguntó Olga apoyada en el marco de la puerta


completamente desnuda.

—¿Por qué dices eso? ¿Crees que debería estarlo? –respondió Ana dando
un bocado a su bocadillo.

—No lo sé. Tal vez, yo lo estaría.

—Olga, todos somos mayorcitos ya, lo que hagas con tu hermano no es


asunto mío. Yo no soy la más adecuada para criticarlo. Así que no te
preocupes. Yo estoy bien. Será mejor que te des una ducha y te vistas para
volver a la villa con tus padres, has estado todo el día aquí y te echarán de
menos. – y Ana volvió a morder su bocadillo.

—Está bien. Solo espero que me perdones y no me guardes rencor por lo


de esta tarde.

—No hay nada que perdonar ya te lo he dicho. Todo está bien, de verdad.
—Gracias. –dijo Olga y se fue al baño.

Ana terminó de comerse su bocadillo y recogió lo que había ensuciado en


la cocina. Luego fue al salón y se puso a leer el libro que había elegido para
esos días. Un rato después Olga apareció en el salón duchada y vestida.

—Ana me voy. ¿Nos vemos luego en la cena?

—Creo que no. Estoy cansada, me quedaré aquí leyendo esta noche. Se lo
dirás a tus padres.

—Claro no te preocupes.

Ana se levantó del sofá donde estaba acomodada y fue con ella hasta la
puerta de la suite. Hay le dio un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.

—¿Estás bien? – preguntó Olga extrañada.

—Muy bien.

—De acuerdo, entonces nos vemos mañana. – se despidió Olga.

—Adiós. – fue la respuesta de Ana.

Cuando cerró la puerta, Ana, fue directamente a su habitación. La cama


estaba hecha un revoltijo y los vasos encima de los distintos muebles. Cogió
los tres vasos y junto los restos de güisqui en uno de ellos, luego se lo bebió
de un solo trago. Llevó los vasos a la cocina y volvió al dormitorio. Adecentó
un poco la cama y puso su maleta sobre ella. Abrió el armario y los cajones
de la cómoda y comenzó a llenarla con sus cosas.

Media hora más tarde, con la maleta hecha esperándola junto a la puerta,
salió a la terraza y vio como empezaba a ponerse el sol en el horizonte. Entró
cogió su maleta y abandonó la suite. Cuando estuvo en la planta baja fue a
recepción, ahí dejo un sobre para Javier. El recepcionista le dijo que el
director quería despedirse de ella. Pero Ana pidió que la disculpase, no tenía
ganas de hablar con ese tipo arrogante, y salió para tomar el taxi que ya la
esperaba para llevarla al aeropuerto.
—CAPITULO 22—
TODO TIENE UN FINAL

Ana bajó del coche en la puerta del aeropuerto arrastrando tras ella su
pequeña maleta. Una maleta pesada, no por su contenido, sino porque
representaba lo que estaba dejando atrás y las vivencias que se llevaba con
ella.
Tenía que marcharse. Ella ya no era la protagonista de los juegos. Había
sido sustituida por su alumna cosa que nunca imaginó que pasaría. Era Olga
la que provocaba y sugería. Habían cambiado los papeles y ahora era ella la
que se escandalizaba por lo que había provocado. Se preguntaba por qué. Tal
vez algo había cambiado dentro de ella, tal vez los nuevos sentimientos hacia
Fabián. Lo único que tenía seguro era que su sitio ya no estaba con Javier y
su familia. Para ella había llegado el momento de cerrar ese capítulo y pasar
al siguiente. Pero la diosa Fortuna es caprichosa y sus deseos no eran
exactamente lo que Ana esperaba.
En el mostrador de la compañía aérea la joven pidió un pasaje para el
primer vuelo a Madrid. Le ofrecieron una plaza en el último vuelo del día con
salida programada en la media noche. Aun quedaban un par de horas. Ana
fue hasta uno de los restaurantes donde pidió algo para cenar. Pero lo único
que consiguió fue picotear algo de los platos. Tenía el estomago cerrado.
Fue hasta una de las salas de espera e intento concentrarse en su libro pero
le fue imposible. En su cabeza había demasiadas cosas dando vueltas para
centrarse. Sacó el teléfono de su bolso, buscó el número de Fabián y llamó.
Una llamada, dos, tres, cuatro, Ana empezó a desesperarse cuando a la sexta
Fabián aun no había respondido. Fue a la octava cuando escuchó su voz al
otro lado de la línea.
—¿Sí? –respondió con un tono divertido.
—Soy Ana.
—Hola Ana ¿Qué tal todo por las islas? – continuó con el tono que
denotaba que reía.
—Regular. Estoy en el aeropuerto. Salgo para Madrid dentro de un rato.
—¿Ha pasado algo? – se interesó sin que se borrase su sonrisa.
—Te lo cuento cuando nos veamos. Puedes recogerme en el aeropuerto
llego sobre las dos de la mañana.
—Ana lo siento mucho pero no voy a poder. Tengo un compromiso y no
puedo cancelarlo, además no sé cuando terminaré.
—Está bien, no te preocupes. – Dijo Ana un poco decepcionada por la
respuesta de Fabián.
—No sabía que venias hoy, si me hubieses avisado con antelación. –
Intentó disculparse el chico.
—De verdad, no pasa nada ya me las arreglaré.
—Vale. Llámame mañana y nos vemos.
—Hasta mañana. Te quiero – se despido Ana.
—Nos vemos – se despidió Fabián sin disimular su tono feliz y colgó.
Ana guardo de nuevo el teléfono en el bolso y vio el llavero. Se encogió de
hombros y se dijo a si misma que podía ser peor. Se puso los auriculares y
esperó que llegase la hora del embarque.
———xxx———
Fabián no estaba solo, Tania, su prima lo acompañaba. De hecho
prácticamente se había instalado en su casa durante esos días. María, la madre
de Tania y tía de Fabián, aprovechando que Javier y su familia estaban de
vacaciones se había marchado al pueblo a ver a la familia.
Tania era una chica de cabello negro y una media melena de amplios y
desiguales rizos. Sus ojos negros y profundos como la noche, daban a su
precioso rostro y picara sonrisa un toque misterioso. Su cuerpo espectacular
hacia que el conjunto fuese irresistible y atrayente para la mayoría de los
hombres.
Habían cenado en casa, Tania tenía buena mano con la cocina y con
cualquier cosa era capaz de preparar algo rico. Estaba claro que su madre
estaba detrás de eso. Después de la cena se habían acomodado en el sofá
frente al televisor viendo una película que aunque aparentemente parecía otra
cosa terminó siendo de terror. Tania había acabado abrazada a su primo ya
que las continuas escenas inquietantes hacían que la chica se encogiese a cada
instante.
Mientras Fabián hablaba por teléfono con Ana no podía evitar tener una
sonrisa en los labios. Tania vestía un pequeño pijama de dos piezas, un
escueto culote y una ajustada camiseta, sin ninguna prenda más bajo él.
Fabián acaricia la espalda y la pierna de su prima mientras besaba su cabello,
al tiempo que estuchaba que Ana volvía a Madrid. Cuando Fabián colgó el
teléfono beso a Tania con suavidad y ternura. Tania permaneció impasible
ante el beso de su primo concentrada en la película. Pero cuando él menos se
lo esperaba y la tensión de la escena que se proyectaba iba en aumento la
joven correspondió al beso de su primo. Fue un beso largo, muy largo, sus
lenguas se entrelazaron y exploraron unidas la boca de su contrincante.
Cuando sus labios se separaron Tania se acomodó sobre las piernas de su
primo y volvió a besarle. Mientras sus lenguas continuaban su lucha, las
manos de Fabián recorrían la espalada de su prima has que finalmente
bajaron hasta su firme culo y tomaron posesión de él. El joven amaso los
glúteos de Tania aproximándola cada vez más a él. Finalmente logró
colocarla sobre su erección. La prima pudo notar sin ningún género de dudas
la dureza del miembro de Fabián a través de la fina tela de su pijama y del
pantalón del chico.
Las manos de Fabián se aventuraron bajo la ajustada camiseta de su prima.
El joven sintió la suavidad y calidez de la piel de Tania. Cuando la joven se
separó de él para mirarlo a los ojos con picardía su primo comenzó a subirle
la camiseta hasta que finalmente la despojó de ella. Fabián nuevamente tenía
ante él los pechos desnudos de su prima. Unos pechos que lo volvían loco.
Unos pechos del tamaño justo, ni grandes, ni pequeños, que se ajustaban
perfectamente al cuenco de su mano. Unos pechos redondos, erguidos,
coronados por unos pequeños, duros y rosados pezones que pedían a gritos
ser degustados. Los labios de Fabián no pudieron resistirse y besaron con
ansia las maravillas que se alzaban ante él, mientras sus manos los sopesaban
con suavidad. Los dedos del joven atendían el pezón libre de su prima
haciendo que creciese entre ellos al tiempo que se endurecía
considerablemente.
Tania separó a su primo del deleite de sus pechos y lo besó con ansia,
sacando toda la furia y el deseo que tenía en su interior. La joven devoraba la
boca de Fabián, mordía su labio inferior y recorría con sus manos la fuerte
espalda de su primo. Tania le arrancó la camiseta a tirones impacientes y
luego ambos se deshicieron con prisa de las pocas prendas que les quedaban.
Cuando la erección de Fabián fue liberada por su prima esta se apresuro a
colocarse a horcajadas sobre él, ensartándose ella misma en esa dura barra de
carne. Tania cabalgaba el miembro de su primo, con las manos en sus
hombros, y la cabeza y la espalda curvadas hacia atrás. Fabián con las manos
en su cintura intentaba controlar el endiablado ritmo con el que la joven subí
y bajaba una y otra vez. En la respiración acelerada de la joven se
intercalaban profundos gemidos que ella no podía controlar. Los gemidos y
suspiros de Tania conforme se aproximaba el momento fueron aumentado en
frecuencia e intensidad. Cuando llego el orgasmo su vagina que contrajo
entorno al miembro de su primo absorbiéndolo hacia su interior. Un profundo
y gutural gemido broto de su garganta. Fabián intento contenerlo comiendo la
boca de su prima y toda su pasión. Tania se paró en seco empalada en la polla
de su primo mientras sin dejar de besar a Fabián su cuerpo comenzaba a
relajarse.
—No creas me que conformo con esto. Además tú no has terminado –
fueron las palabras de Tania al oído de su primo.
Y entonces fue Fabián el que tomó la iniciativa. Sin pensárselo dos veces
colocó a Tania de rodillas sobre el sofá y con los brazos apoyados en el
respaldo. Con la espalda arqueada, su cabello negro sobre los hombros y
expuesta completamente ante él, era una visión impresionante a la que no
pudo resistirse. Fabián tomo nuevamente a su prima igual que aquella lejana
ya primera vez. El cuerpo de Tania era envestido por su primo con más
violencia que velocidad. Hundía su miembro hasta lo más profundo de sus
entrañas una y otra vez. El calor de la pasión se apoderó de sus cuerpos y
Tania no pudo contener sus gemidos de placer. Fabián hizo más cortas sus
envestidas pero lo compenso con mayor ritmo. La fricción en el interior de
Tania era máxima aunque el movimiento era mínimo lo que la hacía sentirse
completamente llena en todo momento. El joven amordazó con su mano la
boca de su prima cuando los gritos de esta subían en decibelios. Una vez
logró contener los gritos cogió con fuerza una de las tetas de Tania y la
amasó con fuerza entre sus dedos. Fabián estaba a punto de alcanzar su meta
e hizo un último esfuerzo. Sus embestidas fuertes y rápidas ganaron en
intensidad. El joven estaba a unos cuantos golpes de cadera de su merecido
premio cuando Tania volvió a tomarle la delantera. La joven estalló entre
gritos en un orgasmo que se extendió por toda su anatomía tensando todos y
cada uno de sus músculos. Fabián soltó el pecho de su prima y llevo la mano
hasta su clítoris sin dejar de penetrarla con fiereza. Lo frotó con rabia
haciendo que el orgasmo de su prima se prolongase lo suficiente para el
alcanzar su objetivo. No dejo un solo instante de estimular el nudo de nervios
de su prima y de follarla con rabia. Las paredes de la vagina de Tania
contraídas en torno a su férrea polla hicieron el resto. Fabián comenzó a
llenar con su simiente las entrañas de su prima sin contener un ahogado
gemido de gusto. Después de la tensión sus miembros se relajaron y Fabián
se desplomó sobre la espalda de su prima. Tania también cayó desmadejada
sobre el sofá bajo su primo. Fabián se hizo a un lado para retirar su peso del
frágil cuerpo de su prima, se sentó y la tomó entre sus brazos para
acomodarla sobre él y besarla con ternura. Tania se aproximo a la oreja de su
primo y tomo su lóbulo entre sus dientes, para arrancarle un escalofrío que
recorrió de su espina dorsal en toda su longitud.
—Sera mejor que continuemos en un lugar más cómodo. – Le susurro de
manera sensual la joven.
Fabián se puso en pie con su prima pegada a su cuerpo. Él la sujetaba por
el culo mientras ella abrazaba con sus piernas su cintura y sus brazos se
enroscaban en su cuello. Durante el breve camino hasta el dormitorio de
Fabián los labios de ambos no se separaron ni un solo momento. El joven
dejó a su prima sobre su cama y se acomodó entre sus piernas para besarla
nuevamente. El apasionado beso fue correspondido con deseo por Tania. Las
manos de ambos viajaban ansiosas recorriendo la anatomía del otro
dibujando una sinfonía de caricias y arañazos. Pecho contra pecho, piel con
piel. Fabián sintió como los pezones de Tania se endurecían hasta clavarse en
su cuerpo. El joven abandonó los labios de su prima y despacio dibujo un
camino de besos y saliva. Un camino que bajaba por su cuello, recorría su
clavícula para luego ascender por el monte de sus pechos. Cuando Fabián
alcanzó la cima atendió debidamente aquellos insolentes que coronaban la
cumbre. Se tomó su tiempo y mientras sus labios besaban, chupaban,
succionaban y mordían uno de esos duros y rosados botones, su mano
acariciaba, amasaba y pellizca el otro a la espera de ser atendido por su boca.
Tania se aferraba a las sabanas y al cuerpo de su primo disfrutando del placer
que este le proporcionaba mientras no cesaba de emitir delicados suspiros y
gemidos.
Una vez tuvo conquistadas ambas cumbres, Fabián, siguió dibujando su
camino. Bajo por el valle que se abría entre ambos montes para adentrarse en
la llanura de su vientre. La recorrió de parte a parte hasta que encontró el
pozo de su ombligo. Lo rodeo mil veces con su lengua y lo penetró con ella
otras tantas hasta haces que el vientre de Tania se contrajese por la sensual
sensación. Continuó su viaje hacia el sur. Subió el monte de Venus y cuando
lo bajo encontró un brillante manantial donde saciar su sed.
La lengua de Fabián se abrió paso entre los dulces, suaves y rosados
pliegues que ocultaban la entrada de esa cueva. La recorrió en toda su
longitud una y otra vez, llegando un poco más arriba. Hay encontró a un
erguido y sensible vigilante. Cuando los labios y la lengua de Fabián tomaron
contacto con el clítoris de Tania esta se estremeció de placer. Un calambre
recorrió su cuerpo, hizo que arquease su espalda y que un gemido
incontrolado abandonase su garganta. Fabián mordió, lamió, chupó, besó y
sopló aire cálido en todos y cada uno de los rincones de aquel apetitoso y
jugoso manjar, mientras sus dedos entraban y la salían de la calidez de
aquella cueva que de nuevo querían explorar. La acelerada respiración de
Tania hacia que su pecho se moviese agitadamente y fuese pasando de
gemidos contenidos a gritos incontrolados. La joven tomo la cabeza de su
primo para hundirla más entre sus piernas y apretar sus firmes muslos contra
ella. Tania explotó nuevamente en un húmedo y abundante orgasmo que
sació la sed de su primo, que bebió hasta la última gota de ambrosia que
brotó de las entrañas de su precioso cuerpo. Fabián hizo el camino inverso
hasta llegar al punto de partida. Hay beso a Tania y compartió con ella un
delicioso coctel de jugos y semen que no era la primera vez que probaban.
Tania, una vez recuperada, hizo que su primo se tumbase boca arriba
tomando de nuevo la iniciativa. Después de besarlo fue bajando por su
definido pecho dejando un rastro de suaves y tiernos besitos. Se lo tomo con
calma hasta que llego a una erguida y dura polla plena de vigor nuevamente.
La joven aferró el miembro de su primo y comenzó a masturbarlo. El ritmo
pausado del principio fue aumentando progresivamente en intensidad hasta
que su brazo comenzó a cansarse. Tania se detuvo, miro a su primo fijamente
con una sonrisa pícara y su lengua y sus labios continuaron el trabajo. La
lengua de la joven rodaba y jugaba con el delatado glande de su primo
mientras sus sensuales labios abrazaban el contorno de su verga avanzando y
retrocediendo una y otra vez. A medida que el ritmo aumentaba Tania
engullía cada vez más longitud de aquella dura barra de carne, hasta que su
nariz comenzó a golpear el pubis de su primo. Fabián miraba la escena sin
parpadear viendo como aparecía su polla y al instante siguiente se esfumada
dentro de la boca de su prima.
Cuando Fabián sintió que estaba al límite de su aguante hizo que su prima
se detuviese. Deseaba follársela otra vez. Tania recostada en la cama con las
piernas abiertas esperaba impaciente la entrada de su primo. Este se colocó
entre sus piernas y la beso. Pero la joven no estaba para preámbulos y
cogiendo la polla de Fabián la guio con prisas a su entrepierna. Cuando el
joven enterró su miembro en el oscuro légamo de Tania su calor y humedad
lo abrasaron, pero no cambiaria aquella sensación por nada del mundo. La
joven gritó cuando estuvo completamente llena y su primo comenzó a
moverse lentamente. Fabián la sacaba casa por completo para luego volverse
a hundir en ella más profundo y más fuerte arrancándole, a Tania, cada vez
un nuevo grito de placer. Un placer que no podía disimular su rostro de ojos
entrecerrados y boca abierta, con un intenso color rojo en sus mejillas. La
velocidad de las penetraciones de Fabián iban en aumento y Tania no
queriendo que la abandonase en su ritmo se encadeno con sus piernas a la
cintura de su primo para conseguir cortas y rápidas envestidas. Fabián con
gran esfuerzo logró zafarse del candado con que las piernas de su prima lo
sujetaban. Una vez libre subió las piernas de Tania sobre sus hombros para
que sus penetraciones fuesen aun más profundas. Las entrañas de la joven se
contrajeron abrazando al deseado invasor. Un nuevo orgasmo se hizo con
ella. Las contracciones sobre su hinchado miembro hicieron que Fabián
inundase por segunda vez con su semilla en cuerpo de su prima.
Poco a poco sus cuerpos se fueron relajando después de la tensión del
orgasmo y tumbados uno junto al otro volvieron a besarse. Fueron besos
pausados, tiernos y amorosos, ya desprovistos de la lujuria y la pasión del
principio del encuentro. Los besos se fueren espaciando cada vez más en el
tiempo hasta que Tania fue vencida por el sueño. Fabián cubrió sus cuerpos
con el edredón y abrazado a ella también se dejo llevar por Morfeo.
———xxx———
Eran más de las tres de la madrugada cuando el avión procedente de
Tenerife tomó tierra en Madrid. Ana recorrió la terminal desierta seguida de
su pequeña maleta hasta la salida. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando
pisó la calle que la hizo temblar. Cogió un taxi que la llevase a casa de Javier.
Agradeció el calor del coche y se arrebujo en el asiento. El termómetro del
taxi indicaba que la temperatura exterior era de dos grados bajo cero. El
taxista intento entablar conversación pero Ana no se encontraba con ánimos y
respondía con monosílabos. Cuando el coche se detuvo frente a la casa Ana
pagó la carrera y busco el llavero en su bolso antes de salir. Se dirigió
apresurada por el frío hasta la puerta mientras el taxista esperaba que la joven
entrase. Entró y cerró tras ella sin mirar atrás. Atravesó corriendo el jardín y
con la misma premura abrió la puerta de la vivienda.
Ana subió directamente a su buhardilla. El frio se había metido en su
cuerpo, buscó el pijama más gordo que tenía y bajó al baño para darse una
ducha caliente. El agua hizo que el cuerpo de la joven recobrase el calor
perdido. Se envolvió en el mullido albornoz y secó su pelo. Se puso su
pijama más calentito y se metió rápidamente en la cama buscando no perder
el recobrado bienestar bajo su edredón. El cansancio del viaje, lo sucedido en
los últimos días y el sentirse relajada después de su baño hizo que
rápidamente se sumergiese en un profundo sueño.
A pesar de haberse ido a la cama a altas horas de la madrugada Ana abrió
los ojos después de apenas cinco horas de sueño. Se desperezó y se reubicó.
Se encontraba descansada como hacía mucho que no se había sentido. Saltó
de la cama y de dispuso a vestirse, en lo que no tardó más que unos minutos.
Buscó su maleta grande y metió en ella todo lo necesario para irse a casa de
Fabián y poder sacar sus cosas de la buhardilla de Javier más adelante
tranquilamente. Ana no se entretuvo en desayunar, quería hacerlo con él.
Llamó a un taxi se puso su cazadora de cuero marrón y salió a la calle.
Cuando el coche llegó le indicó la dirección de Fabián y fue a su encuentro.
———xxx———
Fabián abrió los ojos lentamente, mirando al techo, molesto por la claridad
que entraba por la ventana de su dormitorio. Inmediatamente llegó a su mente
el recuerdo de lo sucedido la noche anterior y una sonrisa se dibujó en su
rostro. Estiró su mano buscando el cuerpo de Tania a su lado, pero lo único
que encontró fue un vacio y unas sabanas revueltas. Se levantó de la cama y
tras ponerse el pantalón del pijama salió del dormitorio. Caminó en silencio
recorriendo los pocos metros cuadrados de la vivienda para encontrarla en la
cocina. Tania vestida solo con su ropa interior, un bonito conjunto de lencería
de color cielo, trajinaba en la cocina preparando algo para el desayuno.
Fabián sigiloso se aproximó a ella por su retaguardia y la abrazó por su
desnuda y firme cintura.
—¿Qué tal has dormido? – le preguntó el chico en un susurro junto al oído
tras darle un tierno beso en el cuello.
Tania dio un respingo al sentirse atrapada. Giró sobre sí misma, rodeada en
todo momento por el fuerte brazo de su primo, para clavar sus profundos ojos
negros sobre él. La joven colocó sus manos en los hombros de su primo y
poniéndose de puntillas lo besó en los labios. Fabián respondió a ese beso sin
soltar su cintura.
—Hacía tiempo que no dormía tan bien. No he querido despertarte y estaba
preparando algo para el desayuno. – Le respondió Tania después de separar
sus labios.
—Pues deberías despertarme, creo que aun estoy dormido.
—Tal vez tu cabeza superior este dormida, pero tu amiguita de ahí abajo
hace rato que se ha levantado. –Respondió Tania al sentir la erección de su
primo presionando su vientre.
Tania, pegada a él notó como sus pezones comenzaban a endurecerse
clavándose en el pecho de su primo. Fabián lo sintió claramente. La pierna de
la joven se introdujo entre las suyas y la movió suavemente hasta subir a su
entrepierna.
—Tania…—Susurro Fabián.
—¿Sí…?—Respondió ella con un profundo suspiro junto a su oído y
mordió su oreja.
—Nada. – Dijo dejando escapar un leve suspiro de su pecho.
Se miraron fijamente a los ojos y ambos vieron lo mismo: pasión y deseo.
Tania apoyó sus manos en su duro abdomen de su primo y fue subiendo muy
despacio, para que sus manos recordasen ese camino otras veces recorrido.
Cuando sus manos llegaron a los hombros de su primo, este la estrechó entre
sus fuertes brazos sus nuestros labios se juntaron de nuevo. Las manos de la
joven recorrían los brazos y la espalda de su primo mientras sus lenguas
jugaban dentro de sus bocas.
Fabián sentía el calor del cuerpo de su prima en su pecho y como sus
pezones erectos y duros se le clavaban a través del fino encaje del sujetador.
Las manos del joven recorrieron la espalda de Tania bajando hasta si culo y
lo agarraron con fuerza, sopesando si todo seguía lo mismo que la noche
anterior. Entonces sus labios se separaron y volvieron a mirarse.
—¿Qué te parece?— Preguntó Tania con la mirada clavada en él.
—¿Qué?— Respondió como si no supiera de qué hablaba.
—Mi culo— Dijo sonriendo.
—Esta exactamente igual que ayer, durito y apretado— Fue la respuesta y
volvieron a besarse.
Volvieron a juntas sus labios sin dejar de recorrer nuestros cuerpos sus
nuestras manos. Fabián agarró el culo de Tania con más fuerza y la alzó hasta
depositarla sobre la encimera de mármol de la cocina. Entonces el deseo y
pasión volvieron a desbocarse. Sus labios chocaban con impaciencia, sus
lenguas luchaban incansables por conquistar la boca del otro y tiernos
mordiscos hacían que las lenguas no escapasen. Las manos de Tania
aferraban con fuerza la nuca de su primo para aproximarlo aún más a ella al
tiempo que sus piernas abrazaban su cintura. Las manos de Fabián se
abrieron paso bajo el sujetador de su prima encontrándose con sus duros y
sensibles pechos. Cuando la joven sintió el tacto de sus manos en ellos, como
los acariciaba y apretaba, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Tania no pudo
contener el suspiro de placer que se escapo de su garganta.
—Espera un momento—Le dijo Fabián.
La joven obediente se detuvo. Fabián dejó los pechos de su prima deseosos
de seguir sintiendo sus manos y bajo estas hasta su cintura para luego subir
por su espalda. Fabián manipuló con habilidad el cierre del sujetador de su
prima dejando al descubierto su pecho desnudo que se erguía insolente y
deseoso de más atenciones. Sus labios se juntaron mientras sus fuertes manos
volvieron a conceder a las tetas de Tania las atenciones que merecían. Los
labios del joven empezaron a recorrer la barbilla de su prima, luego bajaron
por su cuello dejando un delicioso y húmedo camino. Cuando los labios de
Fabián llegaron a sus pechos comenzaron ascender por ellos mientras sus
manos no dejaban de acariciarlos y apretarlos con ternura. Finalmente sus
labios hicieron cumbre y tomaron posesión nuevamente de las montañas
perdidas. Besó sus duros y sensibles pezones, los mordió y su lengua jugó
con ellos como tantas otras veces. Mientras sus manos seguían amasando con
calma sus tetas su baca siguió su viaje. Bajó por el abdomen de su prima y
rodeó su ombligo con un círculo de saliva. El cuerpo de Tania no dejaba de
estremecerse al sentir de nuevo esas manos y esos labios recorriendo y
acariciando su piel. Cuando Fabián llegó al elástico de la braguita sus manos
se apresuraron a introducirse él. La joven alzó su cuerpo para facilitarle la
labor y su diminuta braguita descendió por sus piernas para perderse en el
suelo junto a su sujetador.
Fabián, agachado como estaba, con su cara a la altura del sexo rezumando
humedad de su prima, cogió sus piernas y las acarició recorriéndolas en toda
su longitud. Luego las coloco encima de sus fuertes hombros y se puso en
pie. Esto hizo caer hacia atrás a Tania apoyándome en los codos. El joven
besó la cara interna de sus muslos con un claro objetivo final. Sus manos no
paraban de recorrer las nalgas, las caderas, la cintura, los pechos, la boca y el
cuello de Tania. Ella sentía su aliento cálido acercarse. Tania estaba
impaciente por sentir los labios y la lengua de su primo en ese lugar. Ese
lugar que solo hacia unas horas el había visitado. La respiración de la joven
se aceleró y sintió que el corazón se le iba a salir del pecho cuando la lengua
de Fabián empezó a recorrer los bordes de sus despejados labios mayores.
Las piernas de Tania se cerraron entorno al cuello de su primo para atraerlo
más a ella. Sentía el cosquilleo de su barba de tres días en sus muslos,
mientras Fabián engullía sus labios con tirones ansiosos. Tania estaba en el
cielo, estaba a punto de correrse, cuando su primo succiono con fuerza su
clítoris, lo sujeto con sus labios y lo mordió suavemente mientras su lengua
no dejaba de rodearlo. Un escalofrío recorrió su espalda. El placer era
máximo. Tania mordía sus labios para intentar contener el orgasmo que
luchaba por invadirla al tiempo que contraía mi vagina. La lengua de su
primo empezó a moverse de manera vertiginosa haciendo que las descargas
que brotaban de ese punto a todas y cada una de las partes del cuerpo de la
joven fueran incontenibles. Eso hizo que Tania no pudiese evitar el mover sus
caderas para acomodarlas al ritmo de la lengua de Fabián.
Los orgasmos empezaron a encadenarse uno tras otro. Tania no acababa de
recuperarme del anterior cuando la lengua desenfrenada de su primo hacia
que saltase otro. Los largos dedos del joven se unieron al juego y buscaron la
humedad que empapaba el sexo de su prima. Sin más, dos de sus dedos
entraron y los jadeos y gritos salían de la garganta de Tania sin control. Con
cada nueva embestía de sus dedos, Fabián, hacia que aumentase de volumen.
Un nuevo dedo se unió a los anteriores y esos tres diablos entraban y salían
de de la joven, giraban en su interior, acariciaban y frotaban las paredes de su
vagina que se cerraba entorno a ellos para no dejarlos escapar. Un nuevo
orgasmo mucho más intenso que los anteriores broto del interior de Tania.
Sus piernas se tensaron en torno a su primo lo mismo que cada musculo de su
cuerpo. Un grito desgarrado de placer surgió de lo más profundo de ella
dejándola totalmente sin aire, mientras se corazón iba a explotar en se pecho.
Después, el cuerpo de la joven se quedo sin fuerza y se desplomó sobre la
encimera con los brazos extendidos a lo largo de su cuerpo inerte, mientras
sus s piernas como dos trapos aun descansaban sobre los hombros de Fabián.
—Tania. Tania. ¿Estás bien?—Preguntaba Fabián ansioso mientras la
sujetaba por los hombros y la movía para hacerla reaccionar.
Poco a poco los pulmones de la joven se fueron llenando nuevamente de
aire y sus brazos y piernas recobrando la fuerza perdida. Luego, cuando
Tania notó que su respiración volvía poco a poco a la normalidad pudo
decirle algo.
—Dame un minuto—susurró entrecortadamente y lo abrazó. Acercó sus
labios a su oído—Ha sido el mejor orgasmo de mi vida.
—Joder me habías asustado—dijo Fabián más relajado y en su rostro
brillante bañado de los jugos de su prima se dibujo una sonrisa.
—Si me das otro minuto veras de lo que soy capaz—dijo ella más relajada.
Los ojos de su primo brillaron, y su rostro se ilumino al escuchar sus palabras
—Ve a la mesa—le dijo mas repuesta mientras bajaba de la encimera.
Fabián fue hasta la mesa y apartó las tazas de café que Tania había
preparado para el desayuno. Cuando terminó se giro hacia ella. Tania se
acercó despacio a él dejando que se recrease en su cuerpo.
—Túmbate en la mesa—le ordenó cuando estuvo junto a su primo.
Tania puso sus manos sobre el pecho de su primo y le empujó suavemente.
Cuando Fabián estuvo tumbado en la mesa del salón subía la cabeza para ver
lo que ella iba haciendo y como me movía a su alrededor. Ella acarició las
fuertes piernas de Fabián por encima de la tela del pantalón de su pijama y
llegando a su entrepierna pasó sus manos por encima de ese bulto que
palpitaba bajo la tela. La joven notó su miembro erecto duro e impaciente.
Sus manos acariciaron sus inflamados testículos sobre la tela del pijama.
Tania se inclinó sobre él y su lengua recorrió la silueta dibujada por su erecto
miembro en el suave tejido. Después lo liberó del pantalón y se lo tiró a la
cara. Fabián sonrió. Las manos de la chica acariciaron el miembro de su
primo bajando hasta sus testículos y apretándolos suavemente. Después, lo
miró fijamente y se humedeció los labios con su lengua de una forma sensual.
Tania se inclinó sobre la polla de Fabián y sujetándola con su mano aproximó
sus labios a ella. La joven apoyó sus labios sobre la punta de su glande y fue
descendiendo muy despacio, ejerciendo una ligera presión sobre el miembro
con sus labios y sus dientes, su lengua jugaba a su alrededor hasta que su
nariz chocó con el pubis del chico. Tania había engullido totalmente la verga
su primo, su lengua lamía ese firme falo y se centraba especialmente en ese
hinchado capullo.
Cuando la joven comenzó a retirarme para Fabián fue una tortura
insoportable. Con la boca totalmente ensalivada, Tania, devoraba ese
miembro, ascendía un centímetro y se detenía para seguir jugando y
atendiendo con se lengua ese delicioso manjar. La joven antes de continuar
subiendo volvía a bajar la mitad de lo ascendido y volvía a dejar que su
lengua atendiera debidamente esa dura polla que latía en el interior de su
boca. A Tania le encantaba torturarlo de esa manera. La chica sabía
perfectamente que su primo estaría a las puertas del orgasmo cuando alcanzó
la parte baja de su glande y lamió con ansia la zona del frenillo llevándolo
casi a un punto sin retorno. Los labios y la lengua de Tania lamieron el
dilatado capullo como si de un caramelo se tratase para finalmente despegar
sus labios de la polla de su primo. Fabián había aguantado in extremis las
atenciones que su prima le había brindado y que no creyó que aguantase sin
correrse.
Tania empezó a besar los abdominales, el ombligo y continué por el pecho
hasta llegar a los pezones de su primo que sus dientes mordieron mientras lo
miraba a los ojos con cara de chica mala. Chupó y lamió los pezones de
Fabián mientras la mano de la joven no dejaba de jugar son su polla y sus
huevos. La boca de Tania subió hasta la de su primo y sus labios de
apropiaron de los suyos. La mano de la chica seguía acariciando la dura polla
y los huevos bajando hacia el perineo y lo acarició suavemente. Tania retiró
la mano sin dejar de besarlo y la lleve a su empapada entrepierna, la
humedeció bien en sus propios jugos y volvió a acariciar el perineo de su
primo. Sus lenguas continuaron luchando. La empapada mano de la joven
buscó la entrada oscura de su primo y uno de sus dedos lubricado con su
propia humedad se abrió camino en su interior. Fabián no protestó por la
atrevida incursión de su prima. Ella sabía que le gustaba y le ponía a mil
sodomizarlo mientras no dejaban de comerse la boca.
La joven ya no aguantaba más y el fuego que había en su interior tenía que
ser apagado. Tania subió a la mesa y montó sobre las caderas de su primo
buscando la manguera capaz de apagar lo que ardía dentro de ella. Se dejó
caer sobre ese duro miembro que se clavó en su interior por completo. Así en
esa posición con sus ojos clavados en los de Fabián permaneció unos
segundos deleitándome con esa plenitud que llenaba su interior. Una de las
manos de Tania acariciaba sus huevos para estimularlo y con la otra atendía
sus tetas y pellizcaba sus duros pezones.
Ella cerró los ojos y las manos de Fabián tomaron sus caderas, muy
despacio fueron subiendo por su abdomen y su torso hasta que alcanzar sus
pechos. Fabián retiró la mano de su prima y estrujó, amasó y masajeó sus
firmes y duras tetas con una mezcla de impaciencia, pasión y dulzura. El
trabajo de Fabián sobre los pechos de su prima la excitó hasta el punto de casi
correrse. No podía evitar emitir intensos jadeos. Tania se inclinó apoyado las
manos en los fuertes hombros de su primo. Las manos del joven aferraron
con fuerza el culo de su prima ayudándola a iniciar una lenta y erótica
cabalgada. Cada vez que el cuerpo de Tania descendía clavándose
nuevamente su polla en su interior, ella, buscaba el placer se rozar se dilatado
y sensible clítoris con el pubis de Fabián. Estaban perfectamente acoplados y
sincronizados como el movimiento de un reloj suizo. Tania estaba
disfrutando de cómo cada centímetro de miembro llenaba su interior y como
frotaba las paredes de su vagina que se cerraban en torno a él para aumentar
el mutuo placer.
Fabián se incorporo y empezó a comerle las tetas mientras ella no dejaba
de cabalgar sobre él. Eso hizo aumentar la excitación de Tania y sus
movimientos sobre su primo aumentaron de intensidad para dejar salir el
orgasmo que ya crecía en su interior. Ella sabía que Fabián estaba a punto de
correrse, sentía como su miembro se dilataba en su interior y casi podía sentir
sus hinchadas venas. Sabía que intentaba contenerse, pero también, sabía que
no podría hacerlo por mucho más tiempo. Los ojos del chico recorrían el
cuerpo empapado en sudor de su prima, se embelesaba con el vaivén de sus
tetas y con se cara que no podía disimular el placer que sentía.
—¡Córrete Tania, córrete!—le dijo y apretó con fuerza sus nalgas.
—¡Siiiii…!—fue lo único que pudo responder ella.
Los músculos de Tania se tensaron y sus piernas se aferraron con fuerza al
cuerpo de su primo. Un placer infinito invadió cada rincón de su cuerpo. El
orgasmo fue intenso y prolongado, sentía como Fabián seguía bombeando en
su interior mientras la llenaba con su cálida y espesa semilla haciendo que lo
que estaba sintiendo se intensificara aun mas. Tania cayó rendida sobre el
pecho de su primo, sus labios besaron su cara y su boca, mientras su miembro
aun en su interior se iba relajando. La mano de Fabián acaricia su espalda y
otra se perdía en la nuca de la chica enredándose en su pelo. Se fundieron en
un apasionado beso. Sus lenguas se buscaron sin prisa y se deleitaron en el
placer del deseo satisfecho.
El sonido del timbre de la puerta hizo que la pareja se separase. Tania bajó
de la mesa y buscó sus braguitas en el suelo de la cocina. Una vez con ellas
puestas cubrió sus pechos con su antebrazo y se dirigió a la puerta donde al
otro lado no dejaban de insistir. Fabián aún sentado en la mesa observó a su
prima como miraba por la mirilla.
—Tania no iras a abrir así. – dijo Fabián.
—No pasa nada, es una chica. –y abrió la puerta.
Una joven de cabello rubio y ojos azules apareció al otro lado acompañada
de una enorme maleta. Ambas se miraron intentando adivinar quién era quién
y qué hacia ahí.
—Hola. Siento molestarte. – dijo Ana al ver como la joven morena de ojos
negros había abierto la puerta. – Creo que me he equivocado de piso. Busco a
un chico que se llama Fabián. ¿Lo conoces? ¿Puedes decirme dónde vive?
—No te has equivocado. Es aquí. Pasa.
Tania flanqueo la entrada permitiendo que Ana entrase en el apartamento.
Una sonrisa se dibujo en su cara cuando vio la expresión de la rubia al saber
que no se había equivocado.
—Fabián, te buscan – gritó Tania mientras cerraba la puerta.
Ana vio como Fabián saltaba de la mesa y se apresuraba a buscar algo que
ponerse. Una vez encontró el pantalón del pijama salió al salón.
—¡Ana! ¿Qué haces aquí? – dijo sorprendido.
—Yo necesito una ducha os dejo solos – anunció Tania aunque sabía que
no era atendida por ninguno de los dos y caminó contoneándose en dirección
al baño.
—Nada. Creo que no he venido en un buen momento. Será mejor que me
marche. – Y una lágrima corrió por su mejilla.
—Ana, yo…
—No digas nada. No hace falta.
—Pero Ana, por favor déjame explicarme.
—Creo que está todo muy claro. – cortó mientras abría la puerta.
—No es lo que tú crees. Tania es mi prima. – dijo en un intento de
detenerla.
—Claro, eso lo explica todo. Adiós Fabián. – se despidió entrando en el
ascensor.
Fabián salió para intentar detenerla pero las puertas del elevador se lo
impidieron. Su última imagen de Ana seria una chica triste y decepcionada
con el rostro cruzado por surcos de lágrimas. Corrió por la escalera
intentando darle alcance pero cuando Fabián alcanzó la calle Ana se
marchaba en un taxi. Volvió a subir a su casa donde Tania lo esperaba
envuelta en una toalla terminando de preparar el desayuno interrumpido.
Cogió su teléfono móvil y marcó el número de Ana. Ella no respondió
ninguna de sus insistentes llamadas y finalmente la única respuesta que
recibía era la de: “El teléfono marcado está apagado o fuera de cobertura”.
Fue a buscarla a casa de Javier, pero ahí no había nadie. Se acordó de cuando
hablaron por primera vez frente al Ángel Caído y también fue ahí en su
busca. Preguntó a los vecinos de Javier y a los paseantes. El único que le dio
noticia de ella fue el vecino de al lado. Pero lo único que le dijo era lo que ya
sabía. Había llegado de madrugada a casa, salió temprano con una maleta y
no había regresado. Fabián volvió abatido a su casa donde Tania lo esperaba.
Pensó que había dejado escapar a una tía genial por no saber tener la polla
guardada en los pantalones. Pero pronto se olvido de Ana cuando su prima le
mostró los encantos que podía disfrutar.
————— Epilogo ————
Ana subió a un taxi e indicó al conductor que la llevase a un hotel. Su
teléfono no dejaba de sonar insistentemente una y otra vez, el nombre de
Fabián aparecía siempre en la pantalla. Y una u otra vez su respuesta era la
misma rechazar la llamada hasta que finalmente apagó el aparato. Una vez en
su habitación dejó la maleta a un lado y se tiró sobre la cama llorando. Se
sentía traicionada por todos. Lloró hasta que el agotamiento pudo con ella y
se quedó dormida.
Cuando despertó de madrugada decidió que debía hacer algo. Lo primero
buscarse un apartamento y recoger todas sus cosas de casa de Javier antes que
regresaran. Y lo segundo: era conseguir dinero para financiarse sin ayuda de
sus padres su estancia en la ciudad hasta que terminase el curso, ya que ellos
no debían saber que no estaba con sus adorables amigos. Ana tenía muy claro
quién le daría el dinero, Marcos.
A primera hora de la mañana Ana salió del hotel decidida a llevar a cabo
todo lo que tenía pensado. Localizó un guardamuebles y esa misma mañana
una empresa de mudanzas se llevó todas sus cosas dejando la buhardilla
completamente vacía. Dejó una nota dirigida a Javier junto con una memoria
flash con una copia de algunas de las cosas que habían hecho. En la nota le
indicaba que no debía decirle nada a sus padres sobre que se había marchado
o ese material tan sensible podría caer en manos poco adecuadas.
El resto del día lo pasó visitando los apartamentos que le ofrecía la agencia
inmobiliaria a la que había recurrido para acelerar el proceso. Esa misma
tarde tenía apalabrado un bonito apartamento frente al Parque del Retiro.
Ya solo tenía que conseguir el dinero. Esa misma noche después de cenar
en el restaurante del hotel llamó a Marcos para concertar una cita. Al
principio se mostró reticente, pero cuando Ana le insinuó que sabía que
estaba haciendo con la hija de su socio todo fueron facilidades y quedaron en
reunirse al medio día en su despacho de la agencia.
A las doce en punto Ana entraba en la agencia y se dirigió directamente al
mostrador donde se encontraba la recepcionista, que la saludó
afectuosamente.
—Buenos días Ana. ¿Qué tal las vacaciones, ya habéis regresado?
—Hola Sara. Muy bien te puedes imaginar. Solo he regresado yo. Javier y
su familia se han quedado unos días más yo tenía cosas que resolver y me he
adelantado.
—Ya me imagino, lo que daría por poder irme unos días.
—Si tienes unos días libres llámame y me encargo de todo. Toma mi
número. –Ana apunto su teléfono en una hojita de papel y se la entregó a
Sara.
—Muchas gracias, te tomo la palabra. ¿Te puedo ayudar en algo?
—¿Esta Marcos?
—Si está en su despacho, esperaba una visita pero aun no ha llegado.
—Entonces voy a verlo antes de que llegue.
—¿Quieres que lo avise?
—No hace falta. Nos vemos ahora. – y Ana se encaminó hacia el despacho
de Marcos.
Ana llamó a la puerta pero no esperó respuesta y entró directamente.
Marcos estaba sentado tras su escritorio y a pesar de conocer la visita de la
joven su rostro denotaba sorpresa. La joven avanzó decidida y se sentó frente
a él. Ambos se observaban sin decir una sola palabra intentando encontrar un
punto débil en su adversario. Después de unos tensos minutos de silencio
Marcos se decidió a comenzar la reunión.
—Bueno, tú dirás.
—Ya veo que quieres ir directamente al grano.
—Sí, tengo cosas que hacer dejemos a un lado las formalidades.
—Está bien. Toma. – Ana dejo una memoria USB sobre la mesa.
—¿Qué es eso?
—Creo que es algo que puede interesarte.
—¿Qué tiene que ver con Olga?
—Puedes ver el contenido. No tengo prisa y así sabremos de qué hablamos
los dos.
Marcos cogió la memoria flash y la pincho en uno de los puertos de su
ordenador. En el monitor ante él aparecieron un serie de carpetas todas con
nombre de mujer. De una manera u otro todos aquellos nombres le sonaban
de algo. Pincho en una de ellas al azar y aparecieron dos subcarpetas. Fotos.
Videos. Hizo doble clic sobre la de fotografías y aparecieron en la pantalla
decenas de fotos de una joven en distintas situaciones embarazosas y en
muchas de ellas él la acompañaba. Cuando hizo lo propio con la carpeta de
videos pudo ver varios en los que la joven y él eran los protagonistas. La cara
de Marcos cambio de gesto y se puso completamente blanco. Decidió probar
en otra y buscó la que se llamaba OLGA. Pudo ver fotos y videos de sus
encuentros con la hija de su socio.
—¿De dónde has sacado todo esto? – preguntó Marcos intentado contener
su rabia.
—Eso ahora no importa. Lo que realmente importar es que hago con todo
ese material.
—Voy a borrarlo ahora mismo – dijo Marcos alterado moviendo el ratón
sin sentido.
—Como quieras. Tengo varias copias más listas para ser entregadas a
quien corresponde.
—Eres una puta. ¿Qué quieres? – dijo visiblemente cabreado.
—Puede que sea una puta, no te lo negaré, pero te advertí que me dejaras
en paz.
—Yo a ti no te he molestado.
—Es cierto. Pero has molestado a Olga y eso me cabrea mucho más. Y
mira por donde resulta que he encontrado cosas muy interesantes.
—Vamos. ¿Qué coño quieres de mí?
—Es fácil. Quiero ciento cincuenta mil euros en efectivo y tu deportivo.
Así me olvidaré de todo.
—¿Qué? Tú estás loca.
—Tal vez. Veo que no te interesa la oferta. – Ana se puso en pie y se
dispuso a marcharse.
—Espera, siéntate. – la detuvo Marcos. – Negociemos.
—Está bien. ¿Qué ofreces? – dijo Ana volviendo a sentarse.
—Te doy diez mil, te olvidas de todo y yo no uso las fotos que tengo tuyas
de la fiesta. ¿Qué dirán tus padres si las ven?
—¿Intentas chantajearme tu a mi? Marcos, por favor te creía más
inteligente. Me da lo mismo lo que digan mis padres, no creo que se
sorprendan por eso, saben que he hecho cosas mucho peores. Y si decides
enviarlas a mis amigos o conocidos puedes hacerlo cuando quieras, me es
indiferente. Solo te digo una cosa: Estas seguro que a ti también te es
indiferente que eso lo vea tu mujer, tu socio, la policía y un juez de menores.
Si es así estamos perdiendo el tiempo los dos.
—No te atreverías.
—Quieres apostar algo a que en menos de 24 horas tienen una copia de
todo eso y tú duermes en comisaria esta noche.
—¿Cómo puedes ser tan zorra?
—Digamos que he ido evolucionando hasta llegar aquí, gracias a tipos
como tú.
—Vale. Te daré cincuenta mil y te compro un coche pequeño. – Intentó
negociar Marcos.
—¿Qué tal… ciento cincuenta y tu coche?
—Setenta y cinco.
—Mira Marcos, sabes cuál es mi precio y no pienso bajar un solo céntimo.
Tómalo o déjalo pero no me hagas perder el tiempo. ¿Qué?
—¿Es tu última palabra?
—Sí. Así que dame una respuesta. Lo tomas o lo dejas.
—Está bien – dijo aceptando su derrota.
—Perfecto. Mañana a la misma hora quiero el dinero y las llaves del coche
con los papeles en regla. Yo traeré las copias.
—No puedo hacerlo en tan poco tiempo.
—Estoy segura de que si puedes. Mañana a las doce paso a recogerlo.
Hasta mañana. – dijo Ana levantándose y salió del despacho con una sonrisa
de satisfacción en la cara.
Al día siguiente cuando en la radio que Marcos tenía en el despacho daban
las señales horarias del medio día Ana entraba en su despacho sin llamar. La
joven sorprendió a Marcos con un maletín abierto sobre la mesa.
—Espero que eso sea lo mío – dijo Ana a modo de saludo.
—Sí, es lo tuyo. Espero que tú hayas traído lo mío.
—Claro. Soy una mujer de palabra.
Marcos cerró el maletín y puso sobre él una carpeta con la documentación
del coche y los juegos de llaves, para luego empujarlo suavemente hasta Ana.
—Ahí lo tienes. El coche esta abajo en el parking.
—Aquí tienes lo tuyo. – y Ana saco de su bolso cinco memorias flash que
dejó sobre la mesa.
Ana cogió el maletín, la documentación y las llaves y se dispuso a salir del
despacho.
—¿No lo cuentas?
—No, no hace falta. Me fio de ti.
—Tal vez no deberías.
—Yo creo que sí. Igual que tú has de fiarte de mí.
—¿Cómo? No me has traído todas las copias.
—Sí. Esas son todas las copias. El original lo tiene un notario con las
instrucciones pertinentes por si a mi casualmente me sucede algo o
simplemente intentas engañarme. Solo tengo que hacer una llamada y tú serás
historia.
—Pero…
—Pero nada Marcos, entre putas y cabrones hemos de fiarnos los unos de
los otros. ¿No crees? Adiós.
Ana salió del despacho, bajo al parking y salió conduciendo su nuevo
coche. Unos días más tarde estaba instalada en su nuevo apartamento. Esas
Navidades las pasó con sus padres en Mallorca. Cuando regresó tras las
vacaciones retomó sus estudios. No volvió a tener contacto con Javier y su
familia a excepción de Olga con la que se encontró en algunas ocasiones en
la facultad. Marcos la había dejado tranquila aunque seguía manteniendo con
su padre un apasionado romance en complicidad con su madre y su hermano.
———xxx———
Algún tiempo después…
—Olga, me tienes cautivado – susurró su padre a su oído –. Vamos a mi
dormitorio quiero follarte.
Cuando se levantaron de la mesa a Javier le era imposible disimular su
erección, abrazo a su hija por la espalda y así fueron hasta la habitación.
Entraron apresurados y se abrazaron para besarse con lujuria, mientras su
ropa iba cayendo prenda a prenda a sus pies.
—Esto es una locura – dijo Olga cuando Javier la estrechó de nuevo en sus
brazos.
—¿Te arrepientes de algo? – pregunto su padre mientras tomaba los
pechos de su hija y acomodaba su verga entre sus muslos. – Me tienes
cautivado y te deseo a todas horas. ¿Te arrepientes?
—No. No me arrepiento de nada – respondió Olga entre jadeos.
—Disfrutemos entonces.
Javier flexiono las piernas para acomodarse a la anotomía de su hija.
Movía la cadera adelante y atrás de tal manera que su polla acariciaba el sexo
de su hija. Sus manos amasaban sus firmes y duras tetas. Olga en respuesta
movía las caderas haciendo chochar su culito respingón con el abdomen de su
progenitor. El sexo de Olga convertido en flujo empapaba a ambos.
—Si continuas así harás que me corra sin que me la metas – acertó a decir
Olga entre grito y grito.
Minutos después Olga se corría con un escandaloso orgasmo. Lejos de
relajarse eso hizo que el deseo de la joven se intensificara. Javier ya conocía
las necesidades de su pequeña y la dejo recuperar el aliento. La acerco hasta
la cómoda e hizo que se inclinase formando un ángulo de noventa grados.
Olga se sujetó con fuerza al borde del mueble mientras su padre abría sus
piernas.
Olga creyó que la penetraría en ese momento, estaba empapada y deseaba
tenerlo dentro. Pero esos no eran los planes de su padre, se puso de rodillas
tras ella y hundiendo su cara entre las piernas de su hija comenzó a lamerla.
La joven no pudo contener los gritos de placer cuando la lengua de su
progenitor estimuló su punto más sensible.
Los dedos de Javier acompañaron el trabajo de su lengua y si adentraron en
el interior de su pequeña niña. Sus labios recorrían la limpia y suave vulva de
su hija haciéndola enloquecer. Javier estimuló el clítoris de Olga justo en el
momento que sus dedos se hacían con el punto de máximo placer interior. La
joven agarrada con fuerza al borde de la cómoda se retorcía de placer y
sacudía la cabeza entre gritos y gemidos de placer. Javier alternaba
magistralmente las succiones de sus labios sobre el clítoris de su hija con la
penetración de sus dedos. Los músculos del sexo de Olga se contraían
entorno a los dedos de su padre anunciando lo inminente. Una ola de placer
se apoderó de su cuerpo mientras se corría por segunda vez. Su sexo se había
licuado y empapaba la cara de su padre.
—Eres exquisita, un manjar de dioses. – dijo Javier mientras continuaba
lamiéndola.
—Lo sé – respondió Olga con un punto de inmodestia. – Ahora fóllame.
Javier se puso en pie y separando los cachetes de su pequeña acomodó su
capullo en la entrada de su sexo. Olga se estremeció al sentir la polla de su
padre a las puertas de su cueva del placer. Cuando el hombre adelanto su
cadera su miembro se abrió paso en el interior de su hija. Javier la penetraba
con fuerza enterrándola en cada embestida completamente en el cuerpo de la
joven. Arrancándole con cada nueva penetración un grito de placer.
—¡Más fuerte papá, fóllame más fuerte! – exigió Olga.
Su padre no respondió tan solo incremento el ritmo y la fuerza de sus
embestidas. Los pies de Olga se elevaban del suelo con cada envite y ella se
aferraba a la cómoda con fuerza para no perder el equilibrio. Su reflejo en el
espejo mostraba una Olga desencajada por el placer y un Javier concentrado
en darle todo a su hija sujeto a su cintura.
El placer de nuevo se apoderó del cuerpo de Olga y un orgasmo que se
repetía una y otra vez avanzaba imparable por todos y cada uno de los
rincones de su cuerpo. Su coño fluía en cataratas que corrían por las piernas
de ambos, mientras Javier seguía penetrándola sin parar. La joven gritaba,
gemina y se retorcía de gusto. Su padre en un último esfuerzo acelero sus
embestidas hasta inundar las entrañas de Olga con su simiente. Esta estaba
aun en el séptimo cielo del orgasmo cuando alguien la interrumpió.
—¡Javier! ¿Qué coño haces? – gritó Marta desde la puerta del dormitorio.
El hombre no respondió a su esposa. Se limito a salir del cuerpo de su hija
y a relajarse del esfuerzo realizado. Olga se incorporó jadeando y se
aproximo a su madre mientras el semen de su padre mezclado con sus jugos
resbalaba por sus muslos.
—No pasa nada. Solo lo pasamos bien. Vamos únete a nosotros – dijo
Olga con un tono suave y cautivador.
Olga avanzaba hacia su madre de manera sensual mientras su mano se
empapaba en el coctel que manaba entre sus piernas. Javier las observaba en
la distancia cuando su hija le tendió la mojada mano a su mujer.
—Pruébalo y dime que no lo deseas.
Marta lamió la mano y los dedos de su hija. Al principio tímidamente y
luego con glotonería mientras miraba a su marido y este le sonría aliviado.
Olga levantó su pierna y la apoyó en la cama de sus padres haciendo que su
sexo se abriese.
—Es todo tuyo, mamá – susurro la joven.
Su madre se puso de rodillas y metiendo la cara entre sus piernas comenzó
a limpiar a lengüetazos el flujo de su hija y el semen de su marido. Olga se
dejó llevar de nuevo por el placer que su madre le proporcionaba. La lengua
de Marta se movía ágil entre los pliegues de su hija. Olga aun muy sensible
por el orgasmo anterior soltó la cabeza de su madre y gimió cuando la lengua
de esta jugó con su clítoris. Marta estaba excitada y llevó sus al sexo de su
hija.
Javier abrazó a su hija por la espalda. El dudaba estando su mujer ahí, pero
cuando sus miradas se cruzaron por un instante supo que tenía su aprobación.
Entonces acoplo su verga entre los glúteos de su hija y sus manos apresaron
sus pechos.
—Te deseo –dijo Javier al oído de su hija.
Marta penetraba a su hija con sus dedos con un continuo y excitante ritmo
de entrada y salida, mientras sus labios succionaban con fuerza el sensible y
delicado botón rosa de Olga.
—¡Mmmm! Enséñame que sabes hacer con tu boquita mama – dijo Olga
extasiada.
Olga tuvo claro que su madre era una experta y que no era su primera vez
con una mujer. Sus dedos se movían dentro de ella de una manera magistral.
Sabia tocar los puntos exactos que la hacían disfrutar y sus labios acompañan
la labor de forma única. Mientras, Javier movía su polla entre sus nalgas
como si la estuviese penetrando. Las personas que un día se unieron para
concebirla ahora se afanaban en darle placer.
Cuando las piernas de Olga no fueron capaces de sostenerla su padre la
sujetó con fuerza. Ella tomo la cabeza de su madre y la acercó aun más a ella
para que no dejara de darle placer. Volvió la cara hacia Javier y este la besó
en la boca ahogando el grito de su orgasmo.
Javier liberó a su hija de entre sus brazos y esta cayó de rodillas junto a su
madre. Olga la abrazó y la beso con ansia en la boca. La joven tomó a su
padre de la mano e hizo que se pusiese frente a ellas. No hizo falta nada más.
Marta cogió la polla de su marido y se la metió en la boca. La madre de Olga
era buena en las técnicas orales de eso no cabía duda. Estaba haciendo un
gran trabajo en la mamada a su padre. Se tragaba la verga por completo con
lujuria y succionaba con fuerza mientras estimulaba sus huevos con su mano.
Olga colocándose tras su madre la abrazó y la besó en el cuello. Buscó la
cremallera de su vestido y cuando esta bajó hasta su tope este cayó hasta sus
corvas donde estaba arrodillada. Luego bajó el tanga y le dio un azote.
—¿Qué hacéis? – interrogó una voz desde la puerta.
Cuando la joven giró la cabeza su hermano Carlos los observaba.
—¿Qué haces ahí? – inquirió Olga.
—Eh… – Carlos no supo que decir.
Aquello era extraño pero a partir de ese momento había una nueva relación
familiar. Se acostaba con su padre y su madre acaba de comerle el coño como
nunca lo habían hecho. Por la mirada que su hermano y su Marta
intercambiaron podía adivinar que había más que la relación filial. Sería
mejor que todos estuviesen en ello, pensó Olga. Luego se puso en pie y se
acercó a su hermano.
—Venga Carlos únete a nosotros – dijo seductora.
Carlos se tensó cuando su hermana lo abrazó completamente desnuda
delante de sus padres que se encontraban en la misma situación. Se relajó
cuando vio que nadie decía nada y pasó a la acción. Besó la boca de su
hermana con pasión y agarro su culo para apretar sus cuerpos uno contra otro.
Olga pudo sentir la dura polla de su hermano en su vientre.
—Vamos quítate la ropa – lo apremió Olga mientras acaricia el bulto de su
entrepierna sobre el pantalón.
Mientras Carlos se quitaba el pantalón y su hermano no se perdía detalle
este le hizo un gesto con la cabeza para que mirase a sus padres. Javier se
había recostado en la cama y Marta se disponía a ponerse a horcajadas para
follarlo.
—¿Te has follado a Carlos? – preguntó Javier a su mujer.
—Sí, y puedes estar orgulloso de él porque esta a tu altura – respondió
Marta. Luego gritó cuando al dejarse caer sobre el erecto miembro de su
marido este la llenó completamente. Marta recobró el aliento y comenzó a
mover sus caderas.
Carlos ya desnudo junto a su hermana mostraba una potente erección.
Ambos hermanos se abrazaron y volvieron a besarse. El joven acopló su
miembro entre los muslos de su hermana mientras sus manos amasaban otra
vez sus posaderas. Olga elevó su pierna para rodear a la cintura de su
hermano dejando su húmedo sexo a su entera disposición. Carlos metiendo su
mano desde atrás acarició el sexo de su hermana, haciéndola gemir cuando su
dedo abrió sus sensibles labios.
Mientras sus padres disfrutaban en la cama. Marta cabalgaba sobre su
marido y sus tetas bailaban al ritmo de sus saltos. Javier sujetaba a su mujer
por la cintura para acompañar sus movimientos con las envestidas de su
cintura.
—Si quieres follarme vamos al baño. Tengo el coño inundado de leche de
papá – indicó Olga.
—¿Estás segura? – susurró Carlos.
—Claro. Vamos.
Olga cogió de la mano a su hermano y entraron en el baño del dormitorio
de sus padres. Ella se sentó en el inodoro y frente a su hermano vació su
vejiga sin pudor. La joven sentía como la simiente de su padre resbalaba de
su sexo.
—Tú no meas – le dijo Olga a su hermano cuando se incorporo.
Carlos se colocó en posición y tomo entre sus dedos su polla semierecta y
apuntó. El dorado liquido manó y Olga lo miraba recordando la primera vez
que vio a un hombre hacer eso y en lo que derivó. Recordó como su padre
entró en el baño mientras ella se duchaba y meo frente a ella sin ningún
reparo. Luego todo fue surgiendo. Los gritos que llegaban desde el
dormitorio anunciaban que Marta estaba en pleno éxtasis. Los hermanos se
miraron y sonrieron como cuando eran niños y estaban a punto de hacer una
travesura.
Olga entró en la ducha y abrió el mando de la ducha manual, subió una de
sus piernas y enfocó el chorro de agua en vértice de ellas. Con la mano libre
abría su sexo para que el agua penetrase en él y quedar lo más fresca posible
para su hermano.
—Entra conmigo – invitó Olga a Carlos.
Carlos no se hizo de rogar y entró en la ducha junto a su hermana. Olga lo
besó en los labios, estaba excitada y las emociones de las últimas horas
habían sido intensas. Carlos alargó la mano y acaricio el sexo de su hermana.
Ella le dio el bote de gel y este lavó con entusiasmo la concha de Olga. Ella
gemía al sentir sus dedos recorriendo su rajita una y otra vez. Olga puso gel
en sus manos y enjabonó a conciencia el erecto miembro de su hermano,
mientras el agua seguía cayendo sobre sus cuerpos desnudos. Cuando Olga
dio por buena la limpieza de sus cuerpos aclaró el jabón de ambos y cerró el
agua. Se puso de rodillas frente a Carlos tomó la dura herramienta de este en
su mano y mirándolo a los ojos le dijo.
—Voy a hacerte una mamada pero no quiero que te corras en mi boca,
tengo otros planes para ti.
Olga comenzó a masturbarlo y cuando sus labios envolvieron el capullo de
su hermano este no pudo contener un gemido de placer. Con más de la mitad
de la verga de Carlos en su boca los labios de la joven la estrechaban con
fuerza mientras su lengua hacia infinitos círculos entorno a su inflamado
capullo. Carlos jadeaba sin cesar mientras se sacudía follando la boca de su
hermana. Olga jugaba con los huevos de su hermano al tiempo que él se la
metía hasta la campanilla. Sus tetas danzaban al son que imponían las
embestidas de Carlos, mientras ambos buscaban la mirada del otro. Olga se
separó de su hermano sacándose la polla de la boca para lamerla en toda su
longitud. Después metió las bolas de Carlos en su boca y las devoró con
ganas.
—Te toca hermanito. Pórtate como el hombre que se que eres. No me
defraudes.
Y dicho eso, Olga se puso en pie. Luego doblo su cintura formando un
ángulo recto, separó sus piernas y apoyo con firmeza sus manos en la grifería.
Momentos antes su padre la había follado en esa posición y ahora era el turno
de su hermano. Carlos se colocó tras ella y recorrió su culo con sus manos.
La estaba acariciando con deseo y lujuria. Olga espera la embestida de su
hermano pero esta no llegó. Carlos se arrodilló y metiendo la cabeza entre sus
piernas insufló su cálido aliento en la humedad de su concha. Eso hizo que el
cuerpo de Olga fuese recorrido por un escalofrío de placer. Carlos lamía con
devoción todos y cada uno de los pliegues de la intimidad de su hermana. Su
lengua hacia círculos en los lugares más sensibles para luego penetrarla con
ella y se deleitaba degustando los jugos que destilaba el cuerpo de su
hermana. Finalmente se centró en el clítoris de Olga succionándolo con
fuerza y alternar una serie de movimientos. Primero succionaba al tiempo que
tomaba aire, después con leve movimiento de cabeza su nariz penetraba la
intimidad de su hermana dejando ahí su aliento para después volver a
comenzar. Olga gritaba con cada nuevo halito de su hermano y su sexo era un
manantial del que no dejaban de manar sus placenteros jugos.
—¡Carlos fóllame ya! – ordenó Olga con un grito totalmente indiferente a
la presencia de sus padres en la habitación contigua.
Su hermano no se hizo esperar y una vez incorporado la tomó por las
caderas. Carlos la penetró despacio para que saborease todos y cada uno de
los centímetros de su hombría. Olga se derretía y desesperaba con el lento
avance que ya le adelantaba las primeras notas del orgasmo. Cuando estuvo
totalmente empalada en la polla de su hermano esta se dilato en su interior
haciéndola gritar de gusto. La joven no contuvo el movimiento de sus caderas
buscando el placer de la penetración que le estaba negando. Carlos comenzó
a bombear atendiendo las señales de su hermana. Entraba y salía de ella con
fuerza haciéndola gritar con cada una de sus estocadas. No pudiendo
contenerse un segundo más, el cuerpo de Olga fue poseído por un húmedo y
prolongado orgasmo.
Marta y Javier observaban a sus hijos follar dentro de su ducha. Carlos
seguía penetrando sin parar a su hermana haciendo que su orgasmo no
tuviese fin. Javier se colocó entre los brazos de su Olga dejando a la altura de
sus labios su erección, mientras los cuerpos de sus hijos seguían chocando
nalga contra abdomen en un baile sin final. Olga con semejante herramienta
frente a sus ojos no lo dudó un segundo y abrió su boca.
Las embestidas de Carlos, en el coño de su hermana, hacían que esta se
tragara la polla de su padre hasta que su nariz chocaba con su pubis y su
capullo impactaba en su campanilla ahogándola. Javier la sujetó de los
hombros para no asfixiarla en cada golpe de cintura de su propio hijo. Así
Olga pudo degustar de nuevo el miembro de su padre. El coctel de semen y
jugos de sus progenitores la embriagó aun más en el deseo. Un deseo que su
padre y hermano se afanaban por saciar. Mientras uno follaba su boca sin
control, el otro continuaba haciendo lo mismo chapoteando en su coño.
Marta no quiso ser ajena al disfrute familiar. Cuando vio los pechos de su
hija moviéndose en un desordenado vaivén no pudo resistirse. Se posicionó
bajo Olga y tomó sus voluptuosas tetas en sus manos. Las amasaba sintiendo
su suave firmeza al tiempo que sus labios, dientes y lengua se ocupaban de la
erección de sus sensibles pezones. Javier y Carlos sincronizaron sus
movimientos y entraban y salían del cuerpo de Olga a un tiempo, mientras
Marta se afanaba en mamar de su propia hija. El placer que Olga sentía era tal
que los orgasmos se encadenaban uno tras otro sin cesar. Carlos no pudo
contenerse al sentir las convulsiones orgásmicas de su hermana y se corrió
gritando mientras le inundaba con su leche las entrañas. Javier viendo el
placer de sus vástagos no contuvo el suyo depositando su semilla en la
garganta de Olga. Esta la tomó con gusto procurando no dejar escapar una
sola gota de tan preciado manjar.
Cuando padre e hijo abandonaron el cuerpo de Olga dejándola vacía, su
cuerpo desmadejado cayó sobre el de su madre que la recogió en sus brazos.
Marta acunó a su hija en sus brazos mientras la besaba con pasión para
saborear la leche de su esposo. Olga correspondió al beso de su madre con la
misma pasión.
Olga fue extendiendo su cuerpo sobre el de su madre. De sus entrañas
escurría la leche de su hermano y en su boca aún había restos de la de su
padre. Cuando madre e hija acoplaron sus cuerpos ambas movían en círculos
sus caderas para que sus sexos rozando y frotándose uno contra otro
encontrasen el mayor placer. Al mismo tiempo la dureza de sus pechos se
clavaba en la contraria para acentuar la sensación de bienestar.
Javier no quiso desaprovechar la ocasión y se sentó de forma que las
cabezas de su mujer e hija quedaron entre sus piernas. Ambas mujeres no lo
dejaron pasar por alto y estimularon adecuadamente el miembro de su padre
y esposo con sus bocas. Carlos no queriendo ser ajeno al nuevo juego recorría
con sus manos los cuerpos de Marta y Olga al tiempo que enterraba su ya
dura vergas entre las nalgas de ambas.
Madre e hija se disputaban el miembro del cabeza de familia. Cuando
Marta mamaba con ansia la polla de su marido, Olga se ocupaba de estimular
adecuadamente con su boca los huevos de su padre para luego
intercambiarse. Las dos mujeres hacían esto sin dejar de mover sus caderas
para que sus sexos nadasen en sus respectivos flujos y en la simiente de los
hombres de la familia que habían depositado en sus entrañas. Madre e hija
imitando la penetración masculina hacían chocar sus cuerpos hasta alcanzar
el clímax. A pesar de sus respectivos orgasmos no dejaron desatendida la
verga de Javier que ante semejante espectáculo no se contuvo y cubrió de
blanco los rostros de sus mujeres. Carlos también incontenible ante la imagen
que se tenía ante él descargo su leche en la zanja de las nalgas de su madre.
El amasijo de cuerpos y extremidades comenzó a deshacerse cuando Javier
sugirió que era el momento de ducharse y regresar al dormitorio donde
estarían más cómodos. Todos se pusieron en pie. Madre e hija frente a frente,
con los ojos cerrados, se abrazaron mientras padre e hijo enjabonaban sus
cuerpos. Olga y Marta unieron sus labios mientras cuatro manos recorrían sus
cuerpos y unas vergas sin nombre buscaban un lugar entre sus muslos. La
tibieza del agua de la ducha cayó sobre los cuatro cuerpos cuando Javier la
conectó para que la espuma escurriese de sus cuerpos.
Poco a poco se fueron separando pero la excitación seguía habitando en
sus cuerpos. Fueron saliendo de la ducha y secando sus cuerpos con las
toallas y albornoces que entraron. Luego fueron saliendo hacia el dormitorio
sin pudor a sus cuerpos desnudos para ocupar un puesto en la amplia cama de
matrimonio. Padres e hijos reían y jugaban como cuando los chicos eran
pequeños e invadían su cama los domingos. Las únicas diferencias eran que
habían pasado quince años, los niños eran ya un hombre y una mujer, todos
estaban desnudos y las risas se debían a juegos mucho menos inocentes.
———xxx———
Unos meses más tarde…
Aquella tarde de principios de julio cuando Javier entro en el jardín de su
casa encontró un espectáculo maravilloso, tres bellas mujeres tomando el sol
en topless. Ya estaba más que acostumbrado a encontrarse a su mujer y a su
hija de ese modo, de hecho en algunas ocasiones incluso las había encontrado
completamente desnudas. Pero esa tarde madre e hija querían guardar
mínimamente las apariencias ante su invitada. Clara la novia de Carlos estaba
pasando la tarde con ellas.
—Buenas tardes – saludo Javier.
—Hola – respondieron Olga y Marta sin inmutarse.
—Buenas – dijo Clara al tiempo que se cubría el pecho con su antebrazo y
se ponía visiblemente colorada.
—¿Dónde está Carlos? – se interesó su padre.
—Ha salido pero no ha dicho donde – respondió su madre.
—Parece que estáis muy bien aquí y yo vengo asfixiado. Voy a cambiarme
y os acompaño después de darme un chapuzón – informó Javier y se dispuso
a entrar en la casa.
—Yo creo que será mejor que me marche ya a casa – dijo Clara.
—Quédate, Carlos seguro que vuelve pronto y así cenas con nosotros –
propuso Olga.
—Claro quédate – animo Marta.
—Gracias pero tengo que marcharme. Es el cumpleaños de mi abuela y
cenamos todos en su casa – se excusó Clara.
—Como quieras – le dijo Marta para luego gritar — ¡Javier!
—¿Si? – respondió Javier asomando se nuevo al jardín.
—Espera, no te cambies y lleva a Clara a su casa. Tiene que irse – pidió
Marta a su marido.
—No hace falta, no quiero molestar – añadió Clara.
—No es molestia. Además Javier estará encantado de llevarte – le dijo
Marta.
—Marta, de verdad, no hace falta molestar a Javier. Puedo ir sola – insistía
Clara.
—Clara no seas cabezota. Te lleva Javier y no se hable más – sentencio
Marta en tono de madre autoritaria.
—En ese caso voy a cambiarme – respondió Clara sumisa.
Clara cogió la parte superior de su bikini que descansaba en la hierba junto
a la hamaca sin retirar el brazo que cubría su pecho. Luego entró en la casa
mientras Javier se sentaba en el porche a esperarla. La joven al pasar junto al
hombre de forma inconsciente dirigió su mirada a sus pantalones que
parecían abultados en el sitio más obvio. Eso quería decir que lo más
probable es que ahí abajo estuviese su impresionante erección. La joven fue
directa al baño que compartían los hermanos y ahí se despojó de la braguita
del bikini para darse una ducha.
Cuando terminó, frente al espejo, la joven Clara observo la imagen de su
cuerpo desnudo. Se sentía a gusto con ella misma y con su precioso cuerpo.
El último año le había sentado muy bien. Con sus dieciocho años recién
cumplidos había concluido su trasformación y sus formas de mujer lucían en
todo su esplendor. Tenía unos preciosos pechos, altos y firmes, coronados por
unos erectos pezones en el centro de sus rosadas aureolas. Acarició la
erección de sus pezones, provocada el agua fría de la ducha, con las palmas
de sus manos. Ese leve contacto provocó un calambre que terminó en su
entrepierna. Retiró inmediatamente la mano, no quería entretenerse, la
estaban esperando. Continuó deleitándose con su cuerpo. Su culito firme y
duro era casi perfecto. Acaricio con ambas manos sus glúteos y un nuevo
calambre se prolongo al vértice de sus piernas. Retiró de nuevo las manos y
guiándose un ojo ante el espejo termino de secarse.
Una vez en el coche sentada junto a Javier, Clara, se dio cuenta que la
habían empujado de nuevo a estar a solas con él, después de mucho tiempo.
Sabía que no podría resistirse si él le hacía alguna insinuación. Seguía
enamorada de Javier, aunque había sido ella la que decidió dar por terminada
la relación después de unos meses apasionados. No estaba bien acostarse con
el padre de su novio.
Subiendo por La Castellana la mano de Javier se posó sobre la rodilla
desnuda de la joven después de un cambio de marcha. Antes de que Clara se
diese cuenta los dedos del hombre ya se aventuraban bajo su corta falda,
recorriendo la cara interna de sus muslos.
—Javier, no. Estate quieto, por favor – advirtió Clara apartándole la mano.
—Estaba deseando hacer esto desde que he entrado en el jardín –
respondió con deseo.
—Creo que te dejé claro la última vez que habíamos terminado. Te quiero
Javier pero no podemos seguir con esto. No está bien lo que le estamos
haciendo a Carlos y Marta. Además imagina que mi padre se enterase. No
podemos volver a hacerlo.
—Pensé que te referías a que tenías miedo a que enterasen de nuestra
relación. Y eso es una tontería sabes de sobra que tomamos todas la
precauciones posibles – respondió Javier.
Y la mano del hombre volvió a perderse bajo la falda de la joven. Clara,
tomándolo de la muñeca intento apartar la mano de su entrepierna. Pero no lo
logró Javier era mucho más fuerte.
—Mira, estás empapada – exclamó sonriente.
Los dedos de Javier acariciaban la suave tela de la braguita que cubría la
vulva de Clara, y ella dejó de oponer resistencia. No podía resistirse a sus
caricias, nadie la tocaba como él. No pudo resistirse ni la primera vez, cuando
casi la hace correrse con simple roce de sus dedos. Cuando debería haberle
dado una bofetada y contárselo a su padre. Lo que hizo fue aferrarse a su
cuello, besarlo y guardar el secreto.
Clara está enamorada de Carlos, de eso no tiene la menor duda. Carlos es
el chico ideal, es cariñoso, atento y casi siempre puede contar con él. Además
lo pasa genial con él en la cama, desde que empezaron a acostarse hace unos
meses, nunca imagino que sin tener experiencia sería tan buen amante.
Pero… no era Javier. Estar con Javier era distinto a todo. Si Clara fuese un
chico diría que Carlos es jugar en primera división, pero con Javier era jugar
la Champions. Además con Javier tenía un acicate que nunca tendría con
Carlos, el placer de lo prohibido.
Javier intentó quitarle la braguita a la joven llevando su mano hasta su
cintura. Era complicado con el coche el marcha si ella no ayudaba.
—¡Javier, para! – gritó asustada cuando el coche dio un bandazo.
—Quítatelas – ordenó Javier con dulzura.
La joven sabía que no debía hacerlo, pero lo estaba deseando y no podía
resistirse. Levantó el culito del asiento, subió su falda lo suficiente para bajar
sus braguitas y dejarlas a la altura de sus tobillos. Luego adelanto sus caderas
y abrió las piernas, para permitirle a Javier libre acceso al objeto de su deseo.
Y los dedos del hombre no se hicieron esperar yendo directamente al rosado
botón del placer.
Clara con los ojos cerrados disfrutaba de las caricias y el placer que Javier
le daba. No se percató que ya no iban a su casa y se dirigían a las afueras de
la ciudad hasta que Javier retiró la mano y abrió los ojos. La había dejado al
borde del clímax anhelante de obtener su recompensa. Pero ella sabía
perfectamente cómo obtenerla y que esperaba Javier de ella.
Las manos de la joven fueron directamente a la bragueta del conductor.
Sus pequeños y hábiles dedos bajaron la cremallera, para que su mano se
perdiese en su interior en busca de la dura carne. Extrajo de su escondite el
poderoso miembro y tomándolo con su mano comenzó a recorrerlo arriba y
abajo. Clara se inclinó sobre Javier y abriendo sus lindos labios tragó la
mayor longitud de miembro que pudo. Su cabeza subía y bajaba
acompañando los movimientos con su mano. De vez en cuando detenías sus
movimientos para pirarlo y así circunvalar con su lengua en hinchado glande
del hombre, durante unos segundos, antes de volver a comerle la polla. Clara
se incorporó de nuevo cuando notó que el coche se había detenido y no
escuchaba el ronroneo del motor.
Estaban en un parking que a Clara le resultaba familiar y en cuanto ambos
bajaron del coche lo reconoció al instante. Era el aparcamiento subterráneo
del hotelito donde daban rienda suelta a sus instintos durante sus encuentros.
Un hotel apartado y discreto frecuentado por parejas como ellos. Camino al
ascensor la joven coloco su falda, oculto en su pucho las braguitas mientras
con la otra mano se limpiaba los labios y Javier volvía a acomodar su
erección dentro de sus pantalones.
Como siempre una vez en el hall del hotel ella esperó junto a los
ascensores mientras Javier se acercaba a recepción. Ya no hacían falta
palabras y el recepcionista sabía que debía darle. Subieron juntos en el
ascensor y caminaron de la misma forma hasta su habitación habitual. Nada
en sus gestos y comportamiento presagiaba lo que ocurriría al cruzar la
puerta, aunque ella lo sabía perfectamente.
Ya en la habitación las manos de Javier tomaron los bordes de la camiseta
de la joven y la subieron hasta su cuello. Luego una de sus manos se perdió
nuevamente fajo la corta falda retomando las caricias iniciadas en el coche,
mientras la otra mano y su boca se ocupabas de sus ya más que duros y
sensibles pezones.
El puño de Clara se abrió dejando caer las arrugas bragas. Desabrochó su
falda y esta cayó a sus pies acompañando a la otra prenda. En el momento
que Javier se apartó de ella para comenzar a desabotonar su camisa
aprovechó para también quitarse la camiseta. Ahí estaba, de nuevo, desnuda
ante él aunque se había jurado que eso no se repetiría. Clara le sonrió con
picardía, mientras él se deshacía de su cinturón, y se subió a la cama
poniéndose en cuatro sobre ella. Apoyada en rodillas y codos volvió a
mirarlo, a él le encantaba verla así y como siempre lo notó en el brillo de sus
ojos al poderla contemplar expuesta para él.
Javier paseó su capullo por la húmeda entrada de aquella cálida cueva que
tan bien conocía para hacerse desear. Finalmente, después de unos segundos
que a Clara se le hicieron interminables, sintió como aquel puñal se
introducía en su vaina sin dificulta. Javier de pie tras ella la embestía con
fuerza una y otra vez hundiendo su miembro en lo más oscuro y profundo del
cuerpo de la joven.
La respiración acelerada se trasformo en jadeos y los jadeos en gritos
conforme el ritmo de las penetraciones se incrementaba. Clara ya conocía las
reacciones de Javier y lo que ellas implicaban. Su polla palpitaba en su
interior tras cada embestida, lo que significaba que estaba próximo el punto
en el que no había vuelta atrás. La joven se rebulló de su amante hasta lograr
tumbarse de espaldas, con las piernas abiertas para mirarlo fijamente. Javier
la cogió de las pantorrillas y tiró de ella para acercarla a él. La tomó de la
cintura y la elevó hasta que pudo penetrarla nuevamente. Clara descansó las
piernas en los hombros de su amante que la follaba con dureza, mientras ella
atendía con sus manos su inflamado clítoris y sus sensibles pezones.
Todo estaba a punto para la gran explosión. Las entrañas de la joven
comenzaron a contraerse con fuerza aprisionando la polla de Javier en su
interior. Sus empellones, más cortos, pero fuertes y profundos hicieron que la
brutal reacción se desencadenara recorriendo todos y cada unos de los
rincones de su anatomía. Mientras, Javier la inundaba con su leche
mordiendo su labio inferior para hacer más prolongado su placer.
Ambos se derrumbaron sobre la cama como si los hubiesen dejado sin
esqueleto que los sostuviese. Mientras ambos se recuperaban Javier besaba el
cuello de su joven amante que buscaba refugio entre sus brazos.
Pero en esa ocasión no tenían tiempo para más arrumacos. Javier se
levantó y comenzó a vestirse. Era tarde y a Clara la esperaban en casa. La
apremió para que se vistiese pero no la dejó que se pusiese las bragas. Las
acercó a su nariz, aspiró su aroma y las guardo en el bolsillo de su pantalón
antes de salir de la habitación.
De camino a casa de Clara ambos miraban al frente en silencio. Siempre
era así. Ella se sentía culpable por no resistirse a los encantos de Javier y se
juraba que no volvería a caer. Pero sabía que el fondo deseaba que se
produjese otra oportunidad en la que poder entregarse de nuevo a él.
El coche se detuvo frente a la casa. Clara se disponía a abrir la puerta y
despedirse pero Javier se adelantó con una petición.
—Mastúrbate para mí antes de irte. Quiero ver como lo haces.
—Ni lo sueñes. ¿Qué pasa si sale alguien de casa y me ve? Adiós Javier.
Clara se dispuso de nuevo a salir del coche pero Javier se adelanto
bloqueando con el seguro todas las puertas.
—Clara… hazlo por favor. Tócate para mí – le pidió de nuevo en un
irresistible susurro y con una mirada a la que no se pudo negar.
De nuevo había caído en su red. Clara subió su falda y llevó sus manos a
su vulva, iniciando unas lentas caricias. En ese momento supo que tenía que
llegar hasta el final. Los dedos de una de sus manos frotaban con fuerza su
clítoris en una interminable sucesión de círculos, mientras su otra mano se
entretenía estimulando los hinchados labios de su sexo. Clara jadeaba sin
parar con los ojos cerrados sabiendo que Javier tenía clavados sus ojos en ella
y en cada uno de sus gestos y reacciones. Su placer aumentaba
exponencialmente anunciándole que estaba cerca su recompensa. Javier, en
ese instante, metió dos de sus dedos en su vagina. Ella abrió los ojos y miró
al exterior. Le daba igual estar frente a la puerta de su casa, estaba a punto y
junto a Javier el pudor y la razón no tenían sentido. Los dedos de su amante
se movían en su interior con maestría y no dejaron de hacerlo aunque otra vez
esa tarde un intenso y prolongado orgasmo recorrió su cuerpo.
Javier sacó sus dedos al tiempo que desbloqueaba las puertas. Lamió la
esencia de Clara empapaba su mano y luego la beso en la mejilla. Ella abrió
la puerta, bajo del coche con las piernas aun temblorosas y que a duras penas
sostenían el peso de su pequeño cuerpos. Cerró la puerta y el cristal
descendió.
—Adiós Clara – le dijo Javier.
El coche arrancó antes de que ella tuviese tiempo a responder. Clara entró
en casa en silencio. De nuevo culpable por no resistirse a los encantos de
Javier y jurándose no volver a caer en ellos. Pero, como siempre, consciente
que a la menor oportunidad nuevamente se entregaría a él.
Javier también volvía a casa en silencio, también se sentía culpable por lo
que hacía con la hija de su socio. Pero no por él. Él se merecía que se follase
a su hija y seguro que cosas peores que no se atrevía a hacer. Se sentía
culpable por engañar a su hijo, pero era el precio que debía pagar por
vengarse del cabrón de su socio.
———FIN———
Quiero agradeceros a todos el seguimiento que habéis hecho de esta serie
de relatos. Gracias a ello, a vuestros comentarios, correos, consejos y
sugerencias ha sido posible.
Siento si algunos de vuestros correos han quedado sin responder pero el
tiempo es limitado. Quiero que sepáis que todos y cada uno de ellos los he
leído y tenido en cuenta.
Muchas gracias a todos. Besos apasionados.
Dark.

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