CCP Paginas de Historia y de Polemica f2 PDF
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y de polémica
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
sobre todo, como guía y orientación a los jóvenes venezolanos movidos por el deseo
de conocer y comprender cabalmente nuestro curso histórico. Esa obra es hoy extre-
madamente difícil de acceder, salvedad hechas de las bibliotecas especializadas en los
centros académicos, universidades y algunas colecciones públicas y privadas.
Pero además, la obra de Parra Pérez se nos presenta acompañada de un conjunto
de características que la hacen singularmente valiosa para el lector. Es, decíamos,
una obra sustentada en el rigor investigativo de las fuentes documentales, en la bús-
queda de aquello que es verosímil a la luz de los papeles que forman la materia pri-
ma del historiador, rehuyendo posiciones preconcebidas e inamovibles, modificando en
ocasiones posturas previas según maduraba su pensamiento, y evitando apreciaciones
sesgadas que comprometen la imparcialidad de la historia: es, en esencia, el quehacer
científico y el equilibrio lo que identifica la producción de nuestro preclaro historia-
dor. Y de allí que, como expresión de una metodología de investigación que reconoce
el carácter dinámico de los estudios de historia, los muchos volúmenes que forman su
obra sean ejemplos a seguir por quienes transitan los caminos de la investigación y
el estudio de ese campo.
En varias de sus obras apreciamos como Parra Pérez admite el carácter polémico
de la historia. Entendemos que la interpretación de la historia la dota de sentido,
de proyección; añade contenido a la acumulación de evidencias que reposan en los
documentos aceptados como válidos y pertinentes. La historia es fuente de polémica
y de controversia precisamente porque pueden coexistir diferentes interpretaciones de
un mismo hecho o proceso histórico, y porque la historia debe ser interpretada según
surjan nuevas evidencias y fórmulas de entendimiento de aquello que ha ocurrido.
Así lo expresa nuestro autor en su discurso de incorporación a la Academia Nacio-
nal de la Historia. “…bien miradas las cosas, -dice- la historia es polémica
continua si por esta última se entiende, como es debido, la ventilación
de hechos que se aspira dejar averiguados.” Otras obras suyas invitan igual-
mente a la polémica, como es el caso de Miranda y la Revolución Francesa o El
Régimen de Cultos en Venezuela. Interesa, pues, que se conozcan estos aportes
y las reacciones que produjeron: de la controversia constructiva, animada por el afán
de esclarecer aquello en torno a lo cual surgen las discrepancias, se derivan, casi
siempre, apreciaciones más completas, razonadas y equilibradas.
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SALUDO AL LECTOR
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
La primera parte de esta obra está dedicada a Francisco de Miranda cuya ac-
ción, obra y polémicos juicios en torno a él han formado argumentos para la reflexión
desde los tiempos del generalísimo. La segunda parte de la obra está dedicada a las
ideas políticas del Libertador, espacio donde Parra Pérez retoma y pondera juicios
y opiniones emitidos sobre Bolívar y sus actuaciones. La tercera parte del presente
libro es un cuerpo libre que abarca temas variados, que no guardan mayor relación
con los apartes anteriores pero permiten al autor tener una visión sobre su evolución
intelectual y la polémica que ello supone en el estudio de la historia y la política;
cierra esta parte con una importante reflexión sobre la enseñanza de la historia, la
geografía y la pertinente revisión de los textos escolares desde una mirada objetiva,
aspecto que supone un objetivo vital del autor.
El académico Tomás Straka es el prologuista de esta obra y nos advierte sobre
la versatilidad del autor a la hora de abarcar temas históricos aún vigentes en el
curso de nuestra vida nacional, al tiempo de ofrecernos una amena antesala que hace
justicia a esta entrega editorial e invita al interés por su lectura.
Conviene además destacar la relación que ligó a Parra Pérez con las instituciones
que patrocinan la reedición de sus obras. Fue Individuo de Número de la Academia
Nacional de la Historia, incorporado en 1960, en la sesión solemne celebrada con
motivo del aniversario del 5 de julio. Ocupó hasta su muerte, ocurrida en París en
1964, el sillón que dejó vacante el historiador Luis Alberto Sucre. En 1966 el
Fondo Cultural del Banco del Caribe publicó, por primera vez, en idioma castellano,
la obra Miranda y la Revolución Francesa, traducida del original Miranda
et la Révolution Française (publicado por primera vez en 1924), por el propio
autor. Más tarde, en 1988, al cumplirse el primer centenario del nacimiento del
ilustre historiador, apareció la segunda edición de esta obra, con Prólogo de Arturo
Uslar Pietri, también bajo el sello del Banco del Caribe.
Ambas instituciones se complacen en ofrecer el resultado de la alianza que han
conformado con el propósito de colocar en las manos de los interesados las obras de
Caracciolo Parra Pérez. Otras iniciativas conjuntas responden también al objetivo de
divulgar la historia de Venezuela y de promover su estudio e investigación Debemos
mencionar aquí el Premio de Historia Rafael María Baralt, un concurso bienal
para historiadores jóvenes que a esta fecha ha cumplido seis ediciones; la ampliación
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SALUDO AL LECTOR
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PRESENTACIÓN
APUNTAMIENTOS PARA LA GRAN OBRA
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PRESENTACIÓN
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PRESENTACIÓN
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por los intersticios que abren, por la forma en la que dejan colar al “pin-
tor” que suele opacar el “violinista”, el hombre de su tiempo que debe
tomar postura, y de hecho la toma, ante las cosas que lo rodean. Parra
Pérez fue un hombre de Estado, comprometido sin vacilaciones con
Venezuela y con su modernización. Lo que hizo por nuestra historia es
comparable a lo que hizo por nuestro Estado en el servicio exterior. Ya
antes de la muerte de Gómez había ideado un programa de reformas,
que fue en gran medida recogido en el Programa de Febrero, y después
de su actuación como canciller de Isaías Medina Angarita durante el de-
licado momento de la Segunda Guerra Mundial, su nombre sonó como
presidenciable. Sin embargo, cuando se cotejan sus ideas con aquellas
que mayoritariamente estaban adoptando los venezolanos en las dé-
cadas de 1930 y 1940, sentimos que tal vez los años fuera de su patria
habían generado cierto desfase con el rumbo que estaba tomando. Y
eso sin juzgar que fuera bueno o malo, pero sí para explicar por qué
la opción que el encarnaba, de una evolución gradual del gomecismo
hacia la democracia dirigida por las élites, al final no pudo mantener las
cosas bajo control.
En efecto, si leemos entre líneas sus cartas y artículos, hallamos a un
diplomático que en una de las tantas cartas públicas que envía en defen-
sa de la memoria de Miranda, dice “compré entonces en el vecino quiosco su libro
de Ud. [Pouget de Saint-André] titulado Les Auteurs cachés de la Révolu-
tion Française y leílo con tanto interés, en el vagón, que al llegar a Berna llegaba
también a la última página, sin haberme detenido ni un instante a contemplar, según
mi costumbre, por la ventanilla, las cimas nevadas del Oberland que son para mí,
hijo de la montaña, motivo de perpetua maravilla.” Eso fue en 1923. Pensemos
en el boom de los campos petroleros, en el Reventón del Barroso que
recién había ocurrido, en la carretera Transandina, ya muy avanzada;
en el asesinato de Juancho Gómez, en el paludismo que preocupa a la
Fundación Rockefeller, y la frase parece la de un hombre que vivía en
otro mundo. Sabemos que eso no era tan así, que también reflexionaba
sobre cómo transformar al país, pero es evidente que el poder tendría
que pasar a manos de gente más vinculada de lo que estaba pasando en
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PRESENTACIÓN
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debe ser considerada una igual con Europa, cuya superioridad civiliza-
toria no está en discusión. En una de las cartas a Calvery le dice: “mas
permítame expresarle ante todo mis sentimientos de viva y simpática condolencia
por la muerte de su hermano el señor general Clavery, soldado magnífico caído por
Francia en ese país de África que durante un siglo ha sido teatro de las proezas de
sus compatriotas. Francia reanudó allí la tradición latina y ha sabido continuarla
gloriosamente para la causa de la civilización.” Otro tanto dice de Inglaterra
en su apología a su liberalismo. El mundo casi debe darle las gracias por
su política imperial:
El imperialismo británico tiene origen, métodos y resultados espe-
ciales. En el fondo del programa económico formulado por Chamber-
lain, se agita el ideal liberador del partido radical; y en la lucha que por
la defensa de sus mercados prosigue contra Alemania y los Estados
Unidos, durante el último cuarto del siglo XIX, Inglaterra perfecciona
sus medios de expansión y crea el edificio definitivo y admirable de su
dominio. Es conveniente recordar este movimiento para convencer-
se de que, en general, el espíritu liberal y democrático es el verdadero
inspirador de la política de la Gran Bretaña, distingue esencialmente
su expansión y hace del imperialismo inglés precioso instrumento de
cultura para el género humano.
Naturalmente, esto hubo de cambian con la Segunda Guerra Mun-
dial, cuyo horror le hizo poner en duda el porvenir de Europa como
civilización. En una nota de 1941 a un ensayo que había publicado en
1912, “Estudios Franco-hispánicos”, leemos: “En 1912 decíamos que el
acercamiento a Europa podía salvar nuestra cultura y civilización americanas. Hoy
decimos con idéntico propósito: alejémonos de Europa al menos mientras dure el in-
cendio que la devasta. Huyamos, si fuere posible, de la locura que se ha apoderado del
espíritu de los hombres de este lado del océano. Cuando vuelva la bonanza, si volviere,
que no es seguro, habrá tiempo de estudiar de nuevo las condiciones de una colabora-
ción por el momento imposible.” Son reflexiones que seguramente lo acom-
pañaron cuando participó en las reuniones para la creación de la ONU
y, sobre todo, en su gran momento: como relator del proyecto de la De-
claración de los Derechos Humanos. En Venezuela está expandiéndose
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PRESENTACIÓN
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Tomás Straka
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EXPLICACIÓN
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
***
El destino de Miranda fuera siempre argumento abierto a la reflexión de nuestro
espíritu. No solo nos ha interesado su intervención en sucesos que por su importancia
constituyen trama esencial de nuestra historia, sino que hemos tratado de comprender
al hombre mismo, quien por sí solo propone más de un problema psicológico conside-
rable. Quizá, ningún personaje histórico ha sido objeto de mayor número de juicios
falsos y de arbitrarias imputaciones. Casi todos los escritos que se reimprimen hoy se
dirigieron a destruir los primeros y a defenderle de las segundas. La obra Miranda
et la Revolution Française tuvo su origen en algunas líneas del historiador
Chuquet, último biógrafo de Dumouriez y quien acogió como pan bendito las calum-
nias y tergiversaciones lanzadas por el general tránsfuga contra el ilustre venezolano.
***
Sobre las ideas políticas del Libertador compusimos hace veinticinco años al-
gunos capítulos que fueron recogidos, en 1928, en un volumen que acaba de ser
reeditado. Ya dijimos en su prólogo que si hubiésemos debido escribir el libro por la
época en que fue publicado habríamos sin duda matizado una que otra de nuestras
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opiniones personales y temperado este o aquel juicio. Con mayor razón todavía que
entonces, insistimos en tales reservas. Pero, en conjunto y por cuanto allí nos apoyamos
sobre todo en textos bolivarianos no vemos cuál rectificación de fondo se impondrá.
La inexorable lima del tiempo se ha encargado de alisar algunas sentencias del Li-
bertador y, por la evolución normal de estos pueblos y la marcha de las ideas, del
pesimismo que agobiaba al héroe en sus últimos años nos queda solo la severa y
saludable admonición. Bolívar no será hoy partidario de la Constitución boliviana.
Bolívar confiará hoy en el porvenir de las instituciones democráticas de Iberoamé-
rica. Él dio siempre lugar preferente en sus especulaciones, y aun en la aplicación
cuando le fue posible, a la cuestión social. Es allí donde se nota, a nuestro entender,
la influencia de la Revolución francesa en su espíritu. Robespierre, cerebro confuso,
orador difuso, fue, sin embargo, quien formuló la pregunta que puede considerarse
como punto de partida del discurso socialista: “¿Es, por ventura, en las palabras
de república y de monarquía donde reside la solución del gran problema social?”.
Discípulo de Rousseau, toma de este el Incorruptible las normas constitucionales y
la inquietud religiosa. Por él, las ideas que se han llamado ginebrinas y que diferían
profundamente de las inglesas, penetraron en la Revolución. A provocar su odio
contra los girondinos contribuyó mucho la anglomanía de Brissot. Bolívar, ecléctico y
vasto genio, recibe de Rousseau la teoría de la soberanía popular y sus nociones del
gobierno representativo, pero, al propio tiempo, adopta en su mayor parte a Mon-
tesquieu y por su conducto, con la preferencia por el sistema británico, ciertas ideas
políticas que nos vienen de Aristóteles.
Hablóse recientemente de una especie de tomismo del Libertador. Aunque es
posible que este haya oído, durante sus años de estudio, algún comentario de textos de
santo Tomás es improbable que los haya leído. Por lo demás, es sabido que al santo
de Aquino se debió el renacimiento, en el siglo xiii, de las doctrinas peripatéticas y
su introducción oficial en la Iglesia. En un trabajo que data de 1920 y cuya versión
castellana aparece ahora, apuntamos nuestro parecer sobre las ideas religiosas y
filosóficas del Libertador y al tema volvimos mucho más tarde, en amistosa conver-
sación pública con el eminente monseñor Navarro. Aquel parecer reclamaría con
seguridad alguna explicación correctiva, pero no podríamos llegar hasta admitir que
Bolívar fue escolástico. Francamente, no imaginamos al Libertador buscando con
san Anselmo la prueba antológica de la existencia del Ser Supremo, ni desechando
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No hemos creído nunca que el Libertador necesite del celo de los polemistas
para conservar el puesto que tiene en los fastos del género humano. La victoria no
ha menester que se corra en su auxilio. Ni ladrido alguno perturbó jamás el impa-
sible curso de la luna. Un escritor europeo nos honró en cierta ocasión sometiendo a
nuestra crítica una obra suya sobre Miranda. Entre los poquísimos consejos que le
dimos figuraba el siguiente: “Suprima usted las injurias a Napoleón porque ya no
se usan”. Sin embargo, subsisten gentes trasnochadas que tiran piedras a Bolívar y,
cuando circunstancias de tiempo y lugar lo imponen, débese corregir al yangüés. Así
nos ha tocado hacerlo varias veces y en especial con cierto peninsular requeteincons-
ciente y frenético que rumia el singular propósito de endosar oficialmente a la Madre
Patria los crímenes de un horrendo malhechor. Por fortuna, la inmensa mayoría
de los españoles aprecia de otra manera los esfuerzos que se hacen de este lado del
Atlántico para destruir la Leyenda Negra.
***
En la tercera parte del presente libro, nombrada Silva, figuran algu-
nas piezas que no tienen conexión con la época y materia principales a
que se refieren las dos primeras. Se insertan, entre otras razones, porque
comprenden elementos útiles para la crítica de las opiniones del autor
en historia y en política.
Y cierra el volumen una nota sobre la reforma de los textos de his-
toria, argumento de conversaciones entre cancillerías y cuerpos científi-
cos americanos y llamado a tomar considerable desarrollo.
C. P. P.
Caracas: enero de 1943.
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PRIMERA PARTE
EL PRECURSOR
RETRATO AUTÉNTICO DE MIRANDA.
Pastel hecho en Zúrich en septiembre de 1788 y hallado por C. Parra Pérez, en 1924,
entre los papeles de Lavater que están en la Biblioteca Nacional de Viena,
“Bastante parecido”, dice el propio Miranda en su Diario.
MIRANDA EN LA REVOLUCIÓN FRANCESA1
HOMENAJE DE PAUL ADAM. – CARTAS CRUZADAS CON
EL ENCARGADO DE NEGOCIOS DE VENEZUELA EN PARÍS
El Nuevo Diario, de Caracas, publicó estas dos cartas, precedidas de un comentario que se
1
reproduce por cuanto envuelve un homenaje a la gratísima memoria de Paul Adam. El lector
advertirá luego que Parra Pérez no conservó intactas todas las ideas que expresara en su
respuesta al egregio escritor francés.
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
(Traducción)
París, 10 de octubre de 1917.
16, Quai de Passy.
Paul Adam.
(Traducción)
París, 23 de octubre de 1917.
7, rue de Villersexel.
Mi querido maestro:
Me ha sido grato encontrar, a mi vuelta de vacaciones, con su excelente con-
ferencia sobre el general Miranda, la carta que con fecha 10 del corriente tuvo
Ud. la amabilidad de escribirme.
Permítame Ud., desde luego, darle gracias expresivas, en nombre de mi país
y en el mío personal, por las bellas frases de justicia que su pluma consagra, en
este magnífico discurso, a un hombre que representa para Francia y Venezuela
el augusto símbolo de su unión en un ideal de libertad y de humanidad. Puedo
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asegurar a Ud., mi querido maestro, que ningún venezolano olvidará nunca sus
esfuerzos para encomiar la memoria de Miranda y para hacer de ella un lazo de
imperecedera fraternidad entre nuestros dos pueblos.
El nombre de Miranda es caro a toda la América Latina. Fue el Precursor
de la independencia continental y el apóstol generoso de los más nobles idea-
les por donde quiera que lo llevaron el azar de la vida y el anhelo de la acción.
Pero Venezuela reivindica con orgullo el honor de haber visto nacer al grande
hombre, de haber educado su infancia, como Ud. dice, y de haberle enviado
a predicar a través del mundo con la espada y la palabra la buena nueva de la
libertad humana. Nosotros sabemos, también, cuanto el espíritu y el corazón
de Miranda deben a Francia, a su cultura, al pensamiento de sus escritores y nos
complacemos, en Venezuela, en estudiar y apreciar con este motivo la influencia
preponderante de las ideas francesas en nuestro desenvolvimiento intelectual
y político.
En las reuniones de nuestra Liga, que se honra en tener a Ud. como presi-
dente, hemos hablado con frecuencia de la necesidad de trabajar por la exten-
sión de las relaciones entre nuestros pueblos, y hemos reconocido que no era
inútil recurrir al ejemplo del pasado para ayudar a la preparación del porvenir.
Miranda, comandante de un ejército francés, defendiendo el suelo francés al
lado de los grandes generales de la Revolución, indica las alturas de humanidad a
que puede elevarse el corazón venezolano. El vencedor de Amberes fue en todo
tiempo un ciudadano del mundo y prodigó fastuosamente, por decirlo así, esa
cualidad de nuestra raza latina: el altruismo. Hay pocos extranjeros que conoz-
can la historia de Venezuela tan bien como Ud., y cuando Ud. rinde homenaje
a la “élite” y al pueblo autores de una admirable epopeya, se da exacta cuenta
de los servicios hechos por mi país a la causa de la humanidad y a la causa de
América. Ud. sabe, en efecto, que hemos guerreado por nosotros y por nuestros
hermanos a la vez y que durante quince años de tremenda lucha gritamos con
Bolívar: América, he allí la patria, la libertad del mundo, he allí el fin supremo.
¿No encuentra Ud. que nuestra gestión histórica y moral siguió entonces las
mismas líneas que inspiraron a vuestros grandes revolucionarios cuando, según
justa observación, en vez de establecer los Derechos del Francés, proclamaron
los Derechos del Hombre?
Vuestros libros y vuestras ideas circularon temprano entre nosotros y con
ellos se nutrieron los patricios de nuestros congresos. El espíritu vasto e idealis-
ta de Miranda y el genio incomparable de Bolívar supieron asimilar las lecciones
de vuestros pensadores del siglo xviii, que reanimaron con nuevo aliento la
vigorosa savia de los castellanos y los vascos.
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C. Parra Pérez.
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MIRANDA Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA2
CARTA ABIERTA AL SEÑOR POUGET DE SAINT-ANDRÉ
2
Esta carta fue publicada en francés en la Revue de l’Amérique Latine (Paris), No 29, vol. VII, 19
de mayo de 1924. Una traducción española, no aprobada por el autor, apareció luego en un
diario de Caracas.
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
archivos del gobierno para que copie, en Moscú, los papeles rusos relativos a
Miranda. Y tal vez no me detenga allí porque hallo seductora la idea de agregar
a la colección las piezas depositadas en los archivos de Madrid y de Washington
y de publicar un conjunto con cuya ayuda pueda escribirse la historia definitiva
del general. Por ahora, me contento con haber compuesto un volumen: Miranda
et la Révolution Française, terminado recientemente, que aguarda un editor y que
espero será de utilidad para rectificar el juicio obstinadamente formulado en
Francia acerca del hombre que es, sin ninguna duda y por todos respectos, uno
de los más hermosos ejemplares de la raza hispanoamericana. Además, y este
dato interesa mucho, acabo de saber que el profesor norteamericano Robertson,
a quien debemos ya una obra sobre Miranda y la independencia de las colonias
españolas, publicará pronto otro libro en el cual ha utilizado, sobre todo, nume-
rosos volúmenes de correspondencia relativos al general que se encuentran en
la biblioteca de lord Bathurst, en Cirencester3.
Me es imposible señalar hoy a Ud. los groseros errores acerca de Miranda
que, en el curso de mi labor, he notado en los escritores franceses, los esclare-
cimientos que mi libro traerá al estudio de aquella vida turbada y turbadora, los
descubrimientos realizados al seguir paso a paso al general en sus viajes y en sus
empresas. No hablaré a Ud. de sus entrevistas secretas con el rey de Suecia, de
sus conversaciones con los ministros daneses, de su amistad con Lavater, de su
curiosa permanencia en Rouen, en la casa ultrarrealista de los Helie de Combray,
de sus amores con la deliciosa marquesa de Custine, de mil otros pormenores
desconocidos hasta el presente y que darán algún interés a mi obra. Sin embar-
go, es necesario que indique, sucintamente, los errores de que Ud. se hace eco,
absteniéndome de suministrar las pruebas que produzco en otra parte.
Es falso, señor mío, que Miranda haya debido su situación en Francia a la
protección de Inglaterra: Brissot y Pétion no han podido convenir en ello y
nunca lo hicieron. Miranda fue presentado a los girondinos por amigos comu-
nes de nacionalidad inglesa: es cuanto se puede afirmar. Fueron Servan, minis-
tro de la Guerra, el Consejo Ejecutivo entero y varios miembros de la Asamblea
Legislativa quienes rogaron al venezolano, entonces coronel, que prestara en el
3
La obra Miranda et la Révolution Française apareció en 1925, en la librería Pierre-Roger, París.
Fue durante sus búsquedas personales en Londres cuando el autor, guiado por la correspon-
dencia del general Hodgson, gobernador de Curazao durante la Primera y la Segunda Repú-
blicas de Venezuela, llegó a la convicción de que los papeles de Miranda debían hallarse en
Inglaterra. Dio parte de ello al director del Public Record Office y este, a su vez, le informó
de los trabajos del profesor Robertson. Se sabe en qué condiciones el gobierno de Venezuela
adquirió poco después el Archivo de Miranda. (Nota de 1935).
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
que había conocido al general en una comida ofrecida por un hombre que él,
Bonaparte, sospechaba estuviese a sueldo de una potencia extranjera; y Salicetti,
refiriéndose a las palabras de su compatriota, dijo a Madame de Permon que,
en efecto, aquel anfitrión practicaba el espionaje. En rigor, ni uno ni otro sabían
nada, pero, Ud. lo ve, ninguno hablaba de Miranda, sino del citado anfitrión.
Si, por el hecho de que frecuentaba aquella casa, Ud. formulase la misma apre-
ciación sobre Miranda, debería lógicamente agregar que también Bonaparte era
agente de Pitt. Estoy seguro de que si hubiese acordado mayor atención a la
narración de la duquesa, no habría dejado de comprobar la especie de admira-
ción que nuestro venezolano inspiró al futuro emperador, y el juicio sumario
de Salicetti: “Es un ideólogo”. Salicetti pensaba en los habituales huéspedes
del salón de Madame Helvetius y, en boca de aquel corso rapaz, el calificativo
aparece como el más bello elogio.
Queda un punto oscuro: de 1795 a 1797, Miranda vivió en París con gran
comodidad material, puede decirse con lujo. ¿Cómo pagaba tal lujo? Creo po-
der afirmar que no era con dinero inglés. “He contraído deudas”, dirá más
tarde, y cuando el general habla dice siempre la verdad. En todo caso, me pro-
pongo examinar imparcialmente, y con ayuda de los papeles rusos, si el dinero
procedía o no de las liberalidades de Catalina. Importa recordar, no obstante,
que no había necesidad de convertirse en espía para poder ser inscrito en el pre-
supuesto de la zarina, bastando haber sido distinguido por ella: tal fue el caso
de Miranda cuando obtuvo el permiso de llevar el uniforme de coronel ruso y
una carta circular a los embajadores y ministros imperiales para que le diesen
ayuda y asilo. Catalina prodigaba su dinero tanto como su cuerpo: Voltaire,
abundantemente pagado, estableció en su favor y para engañar a Europa un
bombo aturdidor según futura moda norteamericana. El conde de Provenza y
el conde de Artois, exiliados, recibían alegremente los rublos de la caja imperial
y colmaban de ditirambos a la soberana. No se cita sino un hombre que haya
rehusado dinero ruso: el rey Luis xvi4.
Es falso que Miranda haya conspirado con los realistas en vendimiario. Si se
le persiguió en aquella circunstancia fue porque los fracasos sufridos por Jour-
dan en el Rin sirvieron de pretexto para que algunos demagogos vociferaran
en el seno de la Convención que la “facción Miranda” aconsejaba el abandono
de la línea del río.
4
Investigaciones posteriores demuestran que tampoco recibió Miranda subvención de Rusia
durante el lapso referido, y que la solución del problema está en donde la indicaba el propio
general: las deudas. La correspondencia de Madame Pétion parece, a este respecto, decisiva.
(Nota de 1935).
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
C. Parra Pérez.
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EL TESTAMENTO DE MIRANDA5
5
Publicado en El Nuevo Diario, Caracas, en abril de 1924.
6
Vida de Don Francisco de Miranda, Editorial América, vol. II, pp. 46-56.
7
Francisco de Miranda, traducción de Diego Mendoza, p. 358.
8
P. C. C., 85 Effingham, Somerset House.
45
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
C. Parra Pérez.
9
Archivos del conde Woronzoff.–Carta en lengua francesa, cuya copia debo al señor Adorats-
ky, funcionario de los archivos de Estado de la República Socialista Federativa de los Soviets
de Rusia.
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DISPOSICIÓN TESTAMENTARIA
Ibidem.
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
los propios términos que Francia lo hizo con los Estados Unidos de América
(más tarde transmitidos a Caracas a don Simón de Bolívar en sesenta y dos volúmenes in fo-
lio); también una biblioteca de libros clásicos en griego, latín, italiano, francés, inglés, alemán,
portugués y español, según aparece del catálogo ii y que pueden formar en todo alrededor de seis
mil volúmenes; también el mobiliario y objetos de la casa en que vivo, No 27, Grafton Street,
con alguna vajilla y loza, según el catálogo i12.
Dejo como Agente y ejecutor testamentario en esta ciudad al Muy Honorable Nicolás
Vansittart, a quien recomiendo particularmente lo siguiente13:
1o–Que todos los papeles y manuscritos que llevo mencionados se enviarán
a la ciudad de Caracas (en caso de que el país se haga independiente, o de que
un comercio franco abra las puertas de la provincia a las demás naciones, pues
de otro modo sería lo mismo que remitirlos a Madrid) a poder de mis deudos,
del Cabildo o Ayuntamiento para que, colocados en los archivos de la ciudad,
testifiquen a mi patria el amor sincero de un fiel ciudadano y los esfuerzos cons-
tantes que tengo practicados por el bien público de mis amados compatriotas.
A la Universidad de Caracas se enviarán en mi nombre los libros clásicos
griegos14 de mi biblioteca, en señal de agradecimiento y respeto por los sabios
principios de literatura y de moral cristiana con que alimentaron mi juventud y
con cuyos sólidos fundamentos he podido sucesivamente vencer los graves riesgos
y peligros en medio de los cuales me ha colocado el destino.
2o–Toda la propiedad que queda aquí en Londres y en Francia (según llevo
expresado anteriormente) se aplicarán a la educación y beneficio de mi hijo
natural Leandro, y también Francisco15, a quien dejo particularmente recomendado a mi
12
Este párrafo sustituye al dado por el padre Blanco, que dice así: “Quedan igualmente cerra-
dos en cuatro portafolios de cuero con mi sello, recogidos ahora en sesenta tomos y folios
(sic) titulados ‘Colombia’. Según mis informes, parece que sean estos manuscritos los hallados
por el profesor Robertson en la biblioteca privada de lord Bathurst.
13
El texto de Blanco dice: “Dejo por encargados y albaceas en esta ciudad de Londres a mis
respetables amigos John Turnbull Esq., de Guilford Street (por su falta P. Turnbull, su hijo)
y al Muy Honorable Nichs. Vansittart, a quienes suplico se encarguen de mis asuntos durante
mi ausencia y la ejecución de esta mi última voluntad, en caso de fallecimiento.
14
El texto inglés no habla de clásicos latinos, sin duda por olvido de la persona que hizo la
versión.
15
Las palabras “y también Francisco” se encuentran al pie del testamento. Sería interesante
establecer si este párrafo, en la forma dada por Blanco, se hallaba en el documento de 1805,
o si se trata de una adaptación del texto reformado en 1810, que aquí se publica. Dicho texto,
por lo demás, es muy oscuro: ¿de cuál de sus hijos habla Miranda al indicar la edad de diez y
ocho meses, de Leandro en 1805, o de Francisco en 1810?
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
albacea y amigos como queda el primero en la tierna edad de diez y ocho meses y sin ninguna
otra protección de deudos o relaciones.
3o–Las 600 libras esterlinas que dejo al señor Turnbull para ir pagando la
renta y gastos de mi casa (según el arrendamiento de 70 libras por año) se en-
tregarán en la parte restante a mi fiel ama de llaves Sarah Andrews, a quien dejo
igualmente los muebles de dicha casa No 27, Grafton Street, la vajilla, loza y
adornos de la misma casa.
M…..a.
Fr. de Miranda.
Traducido fielmente del idioma español por el infrascrito en Londres,
a 10 de septiembre de 1816. Doy fe.
Fr. de Pinna.
Notario público.
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Tomás Molini.
Donald Mackellar.
24 de enero de 1817. Los señores Tomás Molini y Donald Mackellar,
antes nombrados, prestaron debidamente juramento sobre
la veracidad de este affidavit ante mí.
S. Parson.
Surr: Prest.
Wm. Fox.
Notario público.
Del general.
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
José María Arrieta (esposa de Blas Borjas) Rafaela Fernández, soltera ............
Fernández, soltera, Manuela de Orea, soltera, Nieves de Orea, soltera, Paula de
Orea, soltera, y Josefa María Núñez, esposa de Luis López Méndez), sus sobri-
nos y sobrinas y quienes son las únicas personas que con la dicha Ana Antonia
de Miranda están calificadas en lo que respecta al remanente de la herencia y
efectos personales del difunto.
51
EL NOMBRE Y LA EDAD DE MIRANDA17
53
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Aceptada tal hipótesis, nos faltaría saber por qué tenía Miranda inte-
rés en rebajar cuatro años a su edad efectiva18.
C. Parra Pérez.
PARTIDA DE BAUTISMO
(Papeles del General. Volumen No 1. Viajes)
18
La alteración de fecha en la partida de nacimiento no era rara en aquella época. En el Lucien
Bonaparte de François Piétri (p. 52), leemos que: “es curioso observar que José y Napoleón
mismo, al casarse, creen útil, sin necesidad aparente, de servirse de un estado civil falso... En
cuanto a Luciano, recurrió, por su parte, cuatro veces a este documento que le envejecía siete
años...”. (Nota de 1941).
19
Las palabras “y cuatro” han sido agregadas por una mano evidentemente distinta de la que
escribió la partida. (Nota de P. P.).
20
El texto publicado por Domínguez contiene la frase “yo el infrascrito Thte. Cura baptisé y so-
lemnemente...”. Es posible que yo haya saltado sobre tal frase al tomar mi copia. (Nota de P. P.).
54
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
PARTIDA DE CONFIRMACIÓN
(Volumen indicado)
55
DE CÓMO MIRANDA
CONSINTIÓ SERVIR EN FRANCIA21
C. Parra Pérez.
57
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
58
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
mos: yo a servir la causa de la libertad con todos mis medios y ellos en nombre
de la Nación francesa, a apoyarme y emplearme aun después de la guerra, pre-
firiéndome a oficiales franceses, puesto que, como extranjero y en las actuales
circunstancias, mi abnegación era más meritoria. Bajo estas condiciones22, fui
hecho “ipso facto” mariscal de campo. Mi amigo me abrazó; Servan me saludó
como tal. Me fui a las Tullerías a reflexionar un poco sobre mi cambio de patria,
de situación, etc. Allí encontré a Madame Pétion, a quien comuniqué mis nue-
vos compromisos y nos fuimos juntos a la Asamblea Nacional.
27.–No habiendo venido el edecán que Mr. Servan prometió enviarme fui
a casa de este. Me recibió con amistad, dejó a mi elección el ejército en el cual
quisiera servir y me dio la dirección de Mr. Debarquier, ayudante general, para
que me ayudase a comprar caballos, hacer el uniforme, etc.
29.–Vi al ministro quien me ha dado como edecán [a] Mr. Barón, capitán de
caballería, y me anunció que me destinaba a un campo que debe formarse en
Châlons, para detener al enemigo que marcha sobre París; me hizo cumplidos
por mi talento, etc. Fuimos a comprar equipajes y cosas de campaña.
Septiembre 1, 2, 3.–Me ha enviado Mr. Servan una carta de aviso en que
oficialmente me anuncia haber sido creado mariscal de campo, porque no hay
todavía patentes impresas según la nueva forma. Le hablé de Mr. Newton, ofi-
cial ruso, que quiere introducir la pica de los cosacos, y de Mr. Maxwell, joven
escocés que quiere introducir la espada romana y me ha sido recomendado por
mi amigo Andreani y el general Melville. Ambos fueron muy bien recibidos y
obtuvieron todo cuanto deseaban.
5.–Mr. Servan me envió esta mañana mis credenciales de servicio, para ser-
vir en el ejército del Norte, a las órdenes de Mr. Dumouriez, donde yo pedí me
mandasen. Muchas disputas sobre los pasaportes de los criados y sobre los ca-
ballos; y hasta los libros militares me han sido confiscados por las Secciones eri-
gidas en árbitros sin saberse por qué. Al fin el vigor y la autoridad respetada del
alcalde me han sacado de apuros, y parto mañana. Esta mañana, al entrar al club
de los “Jacobinos” que están en elección, observé a Mr. d’Orleans23 sentado en
el banco con todo el pueblo, mientras presidía Collot d’Herbois. O tempora!
6.–Mientras escribía esta mañana, el ayudante Barquier vino a hacerme una
visita y a ofrecerme su correspondencia. Tissot me ha invitado a comer con él.
A las cuatro p. m. partimos de París. Muy buenos caminos hasta el Bourget,
59
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
donde hallé que habían detenido mis caballos porque faltaba el sello de la muni-
cipalidad. El alcalde advirtió su locura, pero ya mi criado había salido para París.
Continué hasta Dammartin, y allí cenamos en el albergue Sainte-Anne. Pasable.
7.–Salí a las diez a. m. porque no había caballos en la posta. Muy buenos
caminos, con árboles a los lados. A mediodía pasamos por las gargantas de
Vaucienne, donde hay canteras y que son una buena posición para defenderse
contra un ejército. Hay un barranco con un pantano profundo, que es el foso
más terrible que pueda imaginarse. Un poco más lejos está la soberbia floresta
llamada de Villers-Cotterêts, que es muy bella. A las seis, llegamos a Soissons
(al albergue La Croix d’Or). Mi edecán fue a ver al comisario y halló en su casa
al general La Bourdonnaye, quien iba a Châlons y deseaba verme. Vino y quiso
persuadirme a seguirle24 pero creí deber obediencia a mis órdenes escritas que
son de juntarme a Mr. Dumouriez, y escribí al mismo tiempo al ministro de la
Guerra. También escribí a Mr. Dumouriez que marchaba hacia su campamento.
8.–Esta mañana hacia las diez fui a ver al comisario de guerra D’Orly, que
me parece un trapacero de antiguo régimen. Luego fui al campo donde el ayu-
dante general Chadlas me habló mucho de insubordinación, de temores de las
gentes que llegaban de París, etc. Traté de demostrarle que era necesario darles
una ocupación cualquiera, atrincherar el campo, etc. Pero pronto vi que mi ser-
món era inútil, y le dejé poco más o menos como le había encontrado. Fui a ver
al teniente coronel Pioget, que me pidió visitara su batallón y me parece el más
franco y honrado de cuantos he visto aquí. Bebimos un trago a la salud de la na-
ción. Al regreso encontré una compañía de campesinos que iban al campo. ¡Oh,
qué aire tan honrado, simple y digno! Yo iría al fin del mundo con esas gentes.
9.–Salí a las siete de la mañana de Soissons para Reims. Hermoso camino.
Hemos hallado muchos voluntarios que vuelven de Reims. Las gentes de la
posta y de las posadas se quejan de las exacciones y del maltratamiento de los
voluntarios. Yo mismo he sido detenido por un simple (?) y tres jóvenes, bajo
el pretexto de que no gritaba. Informados por mi pasaporte de mi rango y
destino, pretendieron que mi edecán tenía aspecto inglés o alemán y quisieron
arrestarlo. Por fin, les hice ver la irregularidad de la cosa y me dejaron conti-
nuar camino, no sin rogarme les dijese por qué les licenciaban. Llegados al fin
a Reims, que estaba en una consternación igual a la de París, me vi obligado a
ir a la municipalidad para obtener caballos. Mi edecán llevó mis pasaportes, los
cuales dijeron ser muy defectuosos porque les faltaba el sello del Estado, etc.,
mas, por último, se me permitió seguir. Veo, sin embargo, en la parte más sana
60
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
61
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
11.–Muy mal tiempo y lluvia continua desde nuestra llegada ayer. A las once,
fui al Château a ver a Mr. Chazot, quien me recibió muy bien, un poco a la anti-
gua petulante manera, que se rebajó pronto al leer mis credenciales de servicio.
Me invitaron a comer, lo cual rehusé; y me aseguró que Mr. Dumouriez estaría
aquí esta tarde. Vi después al tesorero, al comisario general, y volví a mi aloja-
miento, para pasar mi tiempo estudiando el mapa y las nuevas leyes militares.
Dumouriez llegó a las ocho de la noche y me recibió con amistad y distinción.
12.–A las seis de la mañana, su edecán Monban (?) vino a buscarme para
algo importante, y se me dio la orden de efectuar un reconocimiento contra
los prusianos que fueron batidos por mi destacamento, con una fuerza muy
inferior. Yo tenía cerca de dos mil hombres, infantería y caballería, y el enemigo
seis mil hombres tanto de infantería como caballería. El combate comenzó a
las once, en la aldea de Morthomme, y terminó a las seis, en Briquenay. Es mi
primer ensayo en el ejército francés25.
DOCUMENTO ADJUNTO
Persuadido como estoy del heroísmo y de la magnanimidad con los cuales la
Nación francesa defiende su soberanía, y de la gloria que en consecuencia debe
recaer sobre los que tengan el honor de unirse a ella para sostener la libertad,
fuente única de la felicidad humana, consiento en servirla fielmente y en unirme
íntimamente a esta Nación, bajo las siguientes condiciones:
1a–Debo entrar en el ejército francés con el grado y sueldo de mariscal de
campo.
2a–Como una nación libre debe obrar siempre con justicia y equidad hacia
los que la sirven fielmente, se me empleará, una vez terminada la guerra (en lo
militar o en alguna otra parte), en un puesto que pueda darme una renta sufi-
ciente para vivir decentemente en Francia (25.000 frs.).
3a–Siendo la libertad de los demás pueblos un objeto también interesante
para la Nación francesa, y principalmente la libertad de los pueblos que habitan
la América del Sur (o colonias hispanoamericanas) que con su comercio con
Existe un informe completo de Miranda sobre el combate de Briquenay, donde por primera
25
vez las tropas de la Revolución derrotaron al ejército prusiano. A este respecto, los historia-
dores franceses solamente citan a Valmy, simple duelo de artillería verificado algunos días más
tarde y en el cual los prusianos quedaron dueños del campo. La “victoria” de Valmy es una
farsa histórica. (Nota de P. P.).
62
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Francia hacen gran consumo de sus mercaderías; y que desean igualmente sa-
cudir el yugo de la opresión para unirse con aquella: es necesario que su causa
sea eficazmente protegida por Francia como que es la causa de la libertad, y que
se me acuerde el permiso (cuando la ocasión se presente) de ocuparme princi-
palmente en su felicidad, estableciendo la libertad y la independencia del país,
deber sagrado de que me he encargado voluntariamente y para el logro del cual
los Estados Unidos de América así como Inglaterra han prometido su ayuda en
la primera oportunidad favorable.
En París, el 24 de agosto de 1792.
F. Miranda.
63
DE CÓMO LOS PAPELES DE MIRANDA
FUERON A PARAR A LONDRES26
de las cartas que ahora viene a completar el expediente y está dirigida por Hodgson a Van-
sittart. La copiamos del libro de correspondencia del gobernador de Curazao. (Véase en el
presente volumen el artículo “Bolívar y Hodgson”).
65
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
que aquel dinero no provenía de los españoles sino del tesoro venezo-
lano y fue dado a Robertson por el gobierno de Miranda, para comprar
armas destinadas a continuar la lucha.
C. Parra Pérez.
***
(Llévala el coronel Douglass, en el Sapphire).
Curazao, 2 de septiembre de 1813.
Señor:
Tengo a honra comunicarle que la correspondencia del general Miranda con
muchas distinguidas personas pasó a mi poder hace algún tiempo. Habiendo
obedecido las órdenes del secretario de Estado respecto a dicha corresponden-
cia, recibí instrucciones de Su Señoría de despacharla a Inglaterra.
Las cartas inclusas fueron halladas sueltas, y he dicho a Mr. Goulburn que
las he remitido a Ud. como muestra de respeto. Hay otras varias cartas de Ud.
pegadas en libros, que no podrían ser desprendidas sin destruir la correspon-
dencia.
Tengo que presentar muchas excusas por tomarme la libertad de dirigirme
a Ud., pero la naturaleza del asunto añadida al considerable grado de intimidad
que subsistió entre su familia y mi difunto padre durante su residencia en Berk-
shire, confío en que me servirá de disculpa.
Tengo a honra suscribir,
J. Hodgson.
66
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
Add. Mtt.
31231
pp. 9-10
Privado. Copia.
67
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
N. Vansittart.
Mayor general Hodgson, etc., etc.–Curazao.
***
W. O. 1-112.
pp. 112-114.
Nº 75.
Curazao, 25 de septiembre de 1812.
Señor:
Tengo el honor de comunicar a v.e. que Cumaná y Barcelona se han entre-
gado a las fuerzas realistas.
El general Miranda existe todavía y comparece ante una comisión militar: se
supone, generalmente, que su vida no corre peligro.
No he oído nada más respecto a la insurrección de los negros en Caracas.
Supongo, de consiguiente, que ha sido subyugada, o que no tiene el carácter
alarmante con que se la representó al comienzo.
Tengo el honor de suscribirme, etc.
J. Hodgson.
Al muy honorable conde Bathurst, etc., etc.
68
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
W. O. 1-112.
pp. 133-6.
Nº 78.
Curazao, 5 de septiembre de 1812.
Señor:
Hónrome en remitir a v. e. copias de una correspondencia entre don Do-
mingo Monteverde y yo respecto de la suma de veintidós mil dólares traídos a
esta isla por un Sr. Robertson, en el Sapphire y que aquel reclama como propie-
dad de la Corona de España.
Remito asimismo copias de los pagarés del Sr. Robertson por los dólares en
cuestión: los originales, con varios endosos, hállanse ahora en posesión de un
Sr. Lenz quien ha entablado un litigio para recuperar la suma.
El Consejero Fiscal, cuya opinión va adjunta, considera este asunto como
una operación comercial y que no sería legal que yo interviniese, puesto que el
caso depende de la Corte Suprema de esta isla.
Respecto del Celoso, no me considero autorizado para acceder a la solicitud
del Sr. Monteverde, sin órdenes de v. e. Este buque pertenecía primitivamente
a la Corona de España, y fue aprehendido por el Gobierno revolucionario de
Venezuela; la manera como llegó a este puerto ha sido ya detallada en mi carta
de 8 del último mes.
Envío una lista del contenido de los cajones y baúles aludidos por el Sr.
Monteverde.
La vajilla la reclama un don S. Bolívar, pero habiendo desembarcado clan-
destinamente ha sido decomisada por el recaudador de las aduanas de Su Ma-
jestad y está ahora en litigio; según el informe algunos de los baúles que estaban
vacíos al secuestrárseles, contenían platería de iglesia cuando fueron desembar-
cados, sin embargo no es posible aducir ninguna prueba satisfactoria de esto.
La correspondencia de Miranda con muchos personajes distinguidos en
Europa, encerrada en uno de los baúles, está cuidadosamente conservada; y
suplico a v. e. el honor de favorecerme con órdenes al respecto, lo mismo que
sobre los otros tópicos de esta carta.
69
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Deploro tener que decir que varias cartas dirigidas a Miranda por muy altos
personajes de Inglaterra se han publicado en esta isla, con el propósito, a no
dudarlo, de propalar la opinión de que la Gran Bretaña es favorable a la Revo-
lución en Sur América.
Tengo el honor, etc. etc.
J. Hodgson.
Al muy honorable conde Bathurst, etc., etc.
***
F. O. 72-150.
Oficina Postal.
Curazao, 2 de septiembre de 1812.
William Price.
Agente Postal.
70
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
W. O. 1-113.
pp. 34-39.
Curazao, 24 de febrero de 1813.
J. Hodgson.
Señor Henry Goulburn, etc., etc.
71
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
***
W. O. 1-113.
pp. 331-3.
Nº 101.
Curazao, 2 de septiembre de 1813.
J. Hodgson.
Señor Henry Goulburn, etc., etc.
72
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
W. O. 66-3.
Nº 011.
Downing Street
21 de enero de 1814.
Señor Gobernador:
Tengo el honor de avisarle recibo de sus comunicados mencionados al mar-
gen28 y de informarle que los he comunicado a Su Alteza Real el Príncipe Re-
gente, pero que las cajas que contienen la correspondencia de Miranda no han
sido recibidas todavía en la Oficina.
Los documentos adjuntos a su carta No 104 relativos a la causa contra los
señores Robertson y Belt han sido comunicados a los lores del Consejo Priva-
do, con súplica de que Sus Señorías los consideren antes de llegar a ninguna
decisión al respecto.
Tengo el honor, etc.
Bathurst.
Al gobernador Hogdson.–Curazao.
***
W. O. 1-115.
p. 521.
Portsmouth
22 de enero de 1814.
Señor:
Habiendo llegado hoy de Curazao, vía Jamaica y Bermudas, tengo el honor
de informarle que, al dejar la primera de dichas islas, el mayor general Hodgson
me confió tres baúles de cuero negro dirigidos a Su Señoría, que contienen la
correspondencia del general Miranda, revolucionario suramericano.
No 101, 2 de stbre. 1813.–No 102, 9 de stbre. 1813.–No 104, 16 de octubre, 1813. (Todos
28
73
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
R. Douglass.
Coronel del Regimiento Nº 55.
***
(Escrito al dorso)
Copia.
He recibido del coronel Robert Douglass, del Regimiento 55, tres baúles de
cuero negro con este rótulo: “Secreto – Al Muy Honorable Conde Bathurst,
Downing Street, Londres”, los cuales deben permanecer cerrados en la Aduana
hasta que se reciba autorización para despacharlos sin examen alguno.
Aduana de Portsmouth, 22 de enero de 1814.
Wm. Norris.
(Guarda almacén).
***
(Escrito al dorso)
Nota.
Escríbase una carta a la Tesorería ordenando que, puesto que estos cajones
contienen documentos de carácter muy confidencial, deben ser expedidos sin
abrir a este Departamento, debiendo informarse al coronel D. de consiguiente.
Hecho.
74
LA INSPIRACIÓN DE MIRANDA29
75
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
76
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
77
MIRANDA Y LOS PATRICIOS DE 178230
C. Parra Pérez.
79
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
***
Carta de D. Juan Victe. Bolívar, D. Martín de Tobar y Marqués de Mixares,
al Sor. Don Francisco de Miranda.
Caracas, 24 de febrero de 1782.
80
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
D. F. A. de Arrieta a D. F. de Miranda.
Don Pedro Nava ha benido de The Rey, es Cavro Canario, su edad 37 años,
mui bien informan de sus circunstancias y su avilidad, mui compinche de Co-
cho, aier me dijo a mi tambien delnte la oficialidad q. desde Madrid trahia de-
seos de ser mi amigo; este es vellisimo empleo, tres mil pesos sin absolutamente
travajo, asi lo pudieras proporcionar para quando se haga la paz, pues este tiene
muchos brazos y querrá hirse. Arse va de Govor, a Maracaibo, le pesará bas-
tantes vezes; Huerta el Alferes fue embiado por el Gral con pliegos y se crehe
perdido o apresado, pues tardava demasiado en llegar a España: ese Sr. Galbes
es criado con los Oreas, no te dejes de insinuar q. al difo Dn Marcos lo amaba
y los SSrs. viejos, el Sr. D. Matías le escrivia de Hijo y mui tiernamente y aun el
Sr. Ministro con el más agrado.
Este padre Cárdenas es mui mio, sugeto lleno, en su oficio y en los demás,
oxalá pudieras servirle en algo q. se le pueda ofrezer a lo menos prestate fran-
camente a su amistad cuia noticia deseo, y ver tus cartas en tu padre, y á dios a
qn. ms as. Caracas y 25 febrero 1782.
Su hermano afmo. y amigo
F. A. de Arrieta.
81
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
***
El mismo al mismo:
Hai van esos testos afin de q. se conosca loq. ha havido en nra Vecindad,
pero la zédula me parece recargadita a favor del Señor Arsobispo, la Rl orn.
incorrespondiente aun Virrey y auna audiencia y la carta de Compre yo hera
primer Atte. quando se asomaron estos ruidos y intentamos primores, y los hu-
vieramos hecho con otro gral., pero enfin embiamos gente hasta Mérida, y allí
están, al otro año de solo regidor fuí diputado al gral. y sin nada consentir me
pagó en vozes galanas, puede q. en Madrid se piense q. somos levantados, pero ya
oy tendrán documentos y mui formales de lo contrario. Homre de Dios escribe
a tu Padre y aquí en Caracas a 16 de Junio de 1782.
D. F. A. de Arrieta.
82
DELFINA DE CUSTINE, AMIGA DE MIRANDA31
publicadas por el autor del presente volumen en París (Ediciones Excelsior, 1927).
83
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
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En aquella obra se indican las fuentes bibliográficas. La mayor parte de las cartas se hallan en
32
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
tropical, apenas sufrió el yugo de las mujeres hasta cierto punto, es decir,
que aunque tuvo muchas amigas acaso no quiso con pasión a ninguna.
Mas de ello nada sabemos positivamente. Por su parte Delfina sintió
por el general uno de aquellos anhelos sinceros habituales en ella y no
se resignó con facilidad a verse descuidada. Esforzóse después en de-
mostrarle que, en todo caso, la amistad podía sobrevivir a un amor de
que Miranda ya no gustaba. Porque fue sin duda este quien se alejó: ni
su orgullo, que era ilimitado, ni su carácter duro y absoluto se avenían a
un repartimiento. Podría también sostenerse, por idénticas razones, que
Miranda enamorado en realidad de la marquesa solo se decidió a romper
cuando advirtió que no era el único que gozaba de sus favores. Esto
concordaría bastante con cuanto sabemos de la psicología del perso-
naje: si hubiera sido otro hombre habría continuado contándose como
un número entre los felices mortales que conocían el pequeño canapé.
Delfina no hizo nunca alarde de fidelidad en amor: en plena adoración
de Chateaubriand no perdió de vista a su Fouché y las escapadas con
Koreff datan precisamente de la época del reinado de René.
Es desgracia que no poseamos cartas de Miranda a Delfina, ni exis-
ta alusión alguna de aquel a sus amores. Una sola vez hemos encontra-
do el nombre de Madame de Custine en la pluma del general (quien,
sin embargo, la mencionó más tarde en un interrogatorio de policía),
cuando utilizó el viaje de su amiga a Suiza, en 1795, para escribir a
Lavater una misiva que tuvimos la fortuna de descubrir en la Biblio-
teca Central de Zúrich. Allí, como era natural, no se trata de amor
sino “de las virtudes y otras sublimes cualidades” de que Miranda cree
conveniente exornar a la marquesa para hacerla “muy digna” de la es-
timación del pastor. “No debo –escribe el general– decir nada al señor
Lavater, quien sabiendo conocer mejor que nadie, por la fisionomía,
las nobles cualidades del corazón, sabrá mejor que nadie distinguir la
interesante persona que tendrá el placer de entregarle esta carta. Ella
está encargada igualmente de presentarle los cumplidos de quien bajo
el nombre incógnito de Meirat, en Zúrich, el año 88, recibió tantas
pruebas de amistad del señor Lavater, al que dejó su retrato y la prenda
de su sincera amistad y del más perfecto agradecimiento”.
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He aquí la traducción castellana de las páginas que dedicamos al célebre creador o divulgador
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Vese que Delfina ama al general, pero también que siente por él alta
estima y deferencia particular; aun podría decirse que le teme. Para acer-
cársele, tórnase humilde y habla con el tono lastimero y como asombra-
do que hallamos casi siempre en la correspondencia de aquella mujer
infortunada. No tutea a Miranda, por lo menos cuando le escribe, pues,
a pesar de sus innumerables caídas y debilidades, Delfina es siempre
gran señora y no se emplea el tú en la buena compañía. ¿No prohibía
Madame de Sabran a su caro caballero que usase con ella tal libertad?
Es cierto que Boufflers no tomaba muy en cuenta el mandato: “Ese
usted me hiela... Es como si debiera hacerte una reverencia en vez de
abrazarte. Retira tu prohibición: si me vuelves cortés me volverás falso
y frío, sobre todo, torpe. El amor es un chico mal educado”.
Después del 18 de brumario Miranda, que no había obtenido del
gobierno inglés ayuda para sus proyectos americanos, regresó a Fran-
cia. Madame Pétion y “la fiel Francisca”, su criada, hacen lo imposible
e impelen a Lanjuinais: Fouché, arisco, inclínase por fin ante una or-
den de Bonaparte. No tomó entonces parte Madame de Custine en
las diligencias laboriosas que dieron por resultado alcanzar del Primer
Cónsul “consentimiento tácito” para que Miranda, desterrado, pudiera
atravesar la frontera. ¿Deberemos ver en esta abstención de la mar-
quesa un pequeño misterio de orden sentimental? ¿Por qué no inter-
vino directamente en favor de Miranda? Considerable fue siempre la
influencia de la encantadora mujer en el ministro de la Policía. Tiempo
después logró que este apartase la vista del caso de Bertin que, acusado
de conspiración contra el Estado, había vuelto a París sin permiso; y un
día pudo decir que, a solicitud suya, Fouché había hecho a M. de Brezé
par de Francia. Fouché sabía todo y seguramente que la marquesa fuese
antes amiga del general. ¿Tenía celos y un sentimiento de esa índole se
mezclaba acaso a las razones políticas que podían hacerle considerar in-
deseable la presencia de Miranda en París? Es posible. En todo caso, la
malevolencia del ministro fue siempre marcada y puede asegurarse que
la ejerció contra aquel en el ánimo de Bonaparte. En tales condiciones,
su solo instinto femenino aconsejaba a Delfina abstenerse.
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Sea lo que fuere, una de las primeras visitas de Miranda fue sin
duda a su amiga. Quizá tardó en volver, porque pronto escuchamos a
esta reclamar con insistencia. Parece como si el general hubiera deci-
dido no reanudar sus amores con la marquesa, aunque le conservara
su amistad. La inconstancia de Delfina, sus múltiples relaciones no
podían agradar a un hombre grave y altanero que poseía también, en
buen español, corazón celoso y tiránico. Al contrario, los últimos bi-
lletes de Delfina, llenos de mimo sutilmente matizado, demuestran sus
esfuerzos para reconquistarle. Una comida con Boissy d’Anglas sirvió
de pretexto para esta cita más de una vez aplazada. Mientras tanto, la
marquesa consiente en recomendar a Fouché Malouet, amigo de Mi-
randa, como después recomendará a Bertin, amigo de Chateaubriand.
También da a Sprengporten la dirección del general.
Bonaparte, súbitamente, cambia de parecer: Fouché aprisiona de
nuevo a Miranda y muy luego, a pesar de las instancias de Lanjuinais,
ordena expulsarle. Ha llegado el momento de la separación definitiva.
Delfina escribirá ocho meses más tarde una postrera carta para expresar
su alegría de saber, por Barthélemy, que Miranda no la olvida. Esperaba
todavía verle para gustar de su “elocuencia”; y le transmite el elogio más
bello, de boca de Madame de Sabran: “Mi madre dice que os escucharía
un día entero”.
Pero Miranda, al dejar para siempre a París, irá a consagrarse por
completo a terminar aquel volumen de América de que hablaba Smith
y que contiene las páginas más admirables y dolorosas de su vida. La
marquesa, por su parte, se enamorará locamente de Chateaubriand. En
el otoño de 1816, Delfina está en Fervacques: hace largo tiempo que
olvidará a Rousseau y al barón de Holbach cuya lectura habíala antes
convertido al materialismo. La moda oficial y, sobre todo, los beneficios
oficiales no se compadecían ya con la filosofía y el jacobinismo, y la mar-
quesa era de nuevo monárquica. Tampoco tardaría en sentir el temor de
Dios y en pedir a su hijo que orase por ella al menos dos veces por día.
Vivía entonces de tristezas y recuerdos. ¿Dedicó acaso alguno de estos a
Miranda que, precisamente, acababa de morir encerrado en un calabozo?
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EL EQUIPAJE Y LOS PAPELES DE MIRANDA34
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C. Parra Pérez.
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***
Ministerio de la guerra
1/112 pp. 169-170.
Lista de los baúles, paquetes, etc. depositados en las Casas de adua-
na de Su Majestad, cogidos y embargados el día 17 de agosto pasa-
do en la Casa de los señores Robertson y Belt, negociantes residentes
en Scharlo, por Henry Livesay servidor e inspector para el puerto de
Ámsterdam, en la isla de Curazao, pues los nombrados efectos, etc.
fueron clandestinamente desembarcados de la corbeta de Su Majestad
Sapphire y no fueron declarados en las aduanas de Su Majestad, siendo
primero reclamados como equipaje privado de Jorge Robertson Esq. y
ahora reclamados por extranjeros, Vizt. (sic).
101
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
R. B. Lloyd. C. A. de Lannoy.
Recaudador interino. Interventor interino.
102
SOBRE LOS HIJOS DE MIRANDA35
103
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
104
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
En las piezas que, vertidas del inglés como las anteriores, insertamos
a continuación, se habla de un hijo de Miranda, que ocupaba entonces
un importante puesto oficial e intervenía directamente en la política
exterior de Colombia. Es probable que se trate de Leandro, pero como
no disponemos en este momento de datos ciertos preferimos dejar a
otro el cuidado de afirmarlo.
Debe advertirse que, a juzgar por su manera de escribir, la señora Andrews no parece haber
36
recibido una educación de primer orden. Sin hablar de faltas de ortografía análogas a las que
también cometían entonces grandes damas y aun grandes hombres, su inglés presenta expre-
siones y giros sospechosos o francamente impuros.
105
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
37
Foreing Office, 18-52.
106
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
con el junhkeer Van Stuers que dimos en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, junio-
septiembre de 1929. El Boletín estropeó el nombre del caballero holandés. (Nota de 1935).
107
MIRANDA Y LADY STANHOPE40
I
Para redactar una noticia satisfactoria sobre las relaciones de Mi-
randa y lady Stanhope se necesitaría al menos consultar, entre copiosa
bibliografía, el Diario y las Notas del general y los seis volúmenes de las
Memorias de la inglesa escritas por su médico el doctor Carlos Meryon.
Ni aquellos papeles ni esta obra se hallan por ahora a nuestro alcance.
La publicación de Meryon, por otra parte, inspira confianza relativa y
proviene de apuntes tomados después de conversaciones más o menos
coherentes con la heroína. En consecuencia, aplazamos para ocasión
más propicia el estudio detenido de la cuestión. El objeto de las presen-
tes líneas es servir de introducción a algunas cartas cruzadas entre aque-
llos dos célebres personajes, traducidas de los originales ingleses que se
hallan en el Archivo hoy en Caracas, y cuya publicación contribuirá a
restablecer el verdadero carácter de la amistad que los unió41. Miranda
amante de lady Stanhope, lady Stanhope madre de los hijos de Miranda:
he allí otra fábula destruida para desesperación de cuantos decretan que
el héroe venezolano vivió, irremediablemente, en una atmósfera de se-
cretos románticos o en situaciones equívocas. Utilizamos en particular,
para dar idea de la personalidad de la sobrina de Pitt, dos libros recien-
tes de Mlle. Paula Henry-Bordeaux42, que cuentan con exactitud y en
hermoso estilo la epopeya de la singular mujer en Oriente.
40
Publicado en El Universal, Caracas, 19 de abril de 1928.
41
Es posible que entre los papeles de Miranda se encuentren otras cartas de o para lady Stanhope,
pero solo tuvimos tiempo de hojear y no de ojear dichos papeles antes de enviarlos a Caracas,
y apenas copiamos las cartas que aquí se insertan. (Negociaciones, vol. XVIII).
42
La Circé da Désert y La Sorcière de Djoun.
109
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
110
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
111
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Las relaciones de Miranda y Wilberforce merecen también capítulo aparte. Los papeles del
46
112
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
113
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
114
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Acaso era el mismo coronel Patricio Campbell que había representado a la Gran Bretaña en
47
115
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Philip-Henry, quinto conde Stanhope, autor del libro Notes of Conversations with the Duke of
49
Wellington, en cuya página 69 se narra una interesante escena entre Miranda y Wellington en
1808, relativa a la fallida expedición a Sur América.
116
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
C. Parra Pérez.
II
Cartas
117
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Hester L. Stanhope.
***
Lady Stanhope a Miranda.
Green Street, martes en la tarde.
***
Lady Stanhope a Miranda.
Green Street, lunes en la noche.
Mi querido general:
Ruégole venga a comer con nosotros el jueves próximo si es posible, pues
salimos de la ciudad el viernes o el sábado. Ud. encontrará durante la comida al
único abogado honrado que yo haya conocido: él arreglará conmigo un pequeño
asunto al pie de la escalera, en una media hora, después de la comida y luego
se marchará.
Con gran respeto y consideración, créame sinceramente suya,
H. L. S.
118
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
Lady Stanhope a Miranda.
Green Street, lunes en la mañana.
H. L. S.
Me vi obligada el jueves pasado a enviar un expreso a Jacobo y remito a
Ud. la respuesta que recibí por el mismo medio: Ud. puede conservarla y de-
volvérmela cuando nos encontremos. De estar Ud. muy ocupado, envíeme una
contestación verbal sobre la comida de mañana aquí.
***
Jacobo Stanhope a lady Stanhope.
George Inn, lunes a las 4 de la tarde.
119
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
que se dirige muy al Sur; uno para los Estrechos; y uno para Lisboa, al último
de los cuales pertenece el Manila.
No hay en esta menos de doce fragatas, fuera de los buques de combate adscritos a los
convoyes y seguramente podría prescindirse del Manila. Seymour no tiene la más leve objeción
(así lo ha dicho espontáneamente) a llevarla a Ud. durante todo el viaje, aunque
teme que esté incómoda. Por consiguiente, mando al duque de Cambridge o al
general Grenville a casa del viejo Mulgrave y de Bickerton para que estos pidan
a Seymour que se le permita llevar a Ud.; que abandone su convoy o si no que
acompañe a Ud. desde Lisboa después de dejar su convoy en seguridad. De
todos modos yo iré con Seymour y si Ud. puede dejar la ciudad el miércoles y
el doctor Meryon el jueves en la noche con el correo, o el jueves por la mañana
en silla postal, podríamos embarcar el viernes. En todo caso, tan pronto como
reciba esta carta escriba al viejo Temple pidiéndole sus cartas para Berkly, que
podremos quemar si no las necesitamos. Dígale que las dirija aquí.
¿Ha habido nunca nada tan extraño como la conducta del Almirantazgo?
Bickerton me dijo el jueves que Seymour no se haría a la mar sino a mediados
de esta semana y que seguiría a Cádiz; y al día siguiente mismo dio órdenes de
conducir un convoy a Lisboa y de partir con el primer viento favorable sin decirnos ni
una palabra al respecto. ¡Es el desbarajuste más inexplicable que haya existido
jamás!
La única objeción de Seymour para ir al Mediterráneo, cuando le vi la última
vez, consistía en la esperanza de una guerra americana. No desea hacer ninguna
solicitud, pero si Ud. puede obtener que se le impartan otras órdenes, está a la dispo-
sición. De no recibir otras órdenes obedecerá las que tiene implícitamente y se hará a
la vela con el primer viento favorable. No se puede rehusar a Ud. embarcarse en su na-
vío desde Lisboa. Esperaré la carta de Ud. de mañana en la noche y procederé en con-
secuencia. Seymour tiene calefacción, está colocando mamparos, acomodará sus
sirvientas en sofás en el propio camarote de Ud. y se ocupará del equipaje de la
mejor manera posible. Es todo bondad, pero no tiene ni la mitad de sus enseres
del Pallas, tanto le han apresurado. La ciudad está repleta, pero hallaré alojamiento
para Ud. en tiempo oportuno si se me escribe mañana por la noche. Suplícola
venga el miércoles si el viento sigue como ahora. No se engañe al respecto: hay
un buen cataviento sobre Chesterfield House. Como continúe soplando viento
del Sur hacia el Oeste y Noroeste, no podrán hacerse a la mar. Dios la bendiga.
(Sin firma)
120
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
(Dirigida)
Por expreso que salió de Portsmouth el lunes a las 4 de la tarde. A lady
Hester Stanhope.–14, Green Street. Park Lane. Llegar antes de la una.
***
Miranda a lady Stanhope.
Grafton Street, 21 de enero de 1810.
Era tarde ayer, querida y amable lady Hester, cuando recibí su carta de 19
de los corrientes enviada de Portsmouth y no tuve tiempo de contestarla por el
correo del sábado. ¡Qué cúmulo de desengaños y enojos la asedian a Ud. ahora!
Mas espero que la superioridad de su espíritu la ponga por encima de estos. Lo
que me inquieta es tan solo el estado precario de su salud por la que le ruego,
ante toda cosa, velar. Y no dudo que mi dilecto Jacobo haya de cumplir estric-
tamente su promesa de cuidar de modo especial a su inestimable hermana: ¡le
envidio, en verdad, esta grata tarea!
Mi entrevista del miércoles último con el señor W(ilberforce) fue larga, in-
teresante y satisfactoria. Tuve otra el día siguiente (a requerimiento suyo) con el
duque de G.(loucester) a quien veré de nuevo pasado mañana sobre el mismo
asunto; y no olvidaré el mensaje de Ud. Ambos me parecen fervorosos y espe-
ranzados. Yo desearía que Ud. estuviera cerca para comunicar y dar consejos.
Las cosas aparecen ahora prometedoras y dentro de poco debemos percibir la
realidad.
121
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Con gran placer veré al capitán Moore. El hermano me fue siempre sospe-
choso por la misma causa que Ud. menciona en su carta: tan detestable tráfico
acabará por destruir todo principio de virtud en este que fue una vez glorioso
y muy floreciente país.
Sírvase recordarme a mi dilecto amigo el capitán Stanhope; y no olvide que
si algún día se saca un perfil de la divina “Irenide” (y pienso que así se debería)
Ud. me prometió una copia.
Adiós, o mejor eutuxh en griego.
Siempre y sinceramente suyo,
M.
***
Lady Stanhope a Miranda.
Portsmouth. Jueves en la noche.
30 de enero (de 1810)
H. L. S.
El coronel Anderson es en verdad hombre sincero, probo y un verdadero
amigo del general Marnes.
122
PRÓXIMO LIBRO EN INGLÉS SOBRE MIRANDA
123
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
C. Parra Pérez.
127
ACERCA DE MIRANDA51
Publicado, en francés, junto con la respuesta del Sr. Clavery en el Journal des Débats, Paris, 29
51
de septiembre de 1928. Esta carta, que creo cortés y comedida, abrió una polémica que, de-
bido a la irritante mala voluntad de aquel y no poco a su limitada comprensión de los asuntos
tratados, no tardó en agriarse. Toda la culpa fue suya.
129
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
C. Parra Pérez.
Ministro de Venezuela en Roma.
131
CARTA AL SEÑOR CLAVERY52
Carta inédita, traducida del francés. Nótense, todavía, nuestros pacientes esfuerzos para man-
52
tener esta discusión en un terreno objetivo e impedir que el señor Clavery la trabucara. El
lector desocupado o curioso de cierta especie de aberraciones hallará en los escritos de aquel
vasta materia de reflexión.
133
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
C. Parra Pérez.
***
Réplica al señor Clavery
134
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Viene ahora Parra Pérez en este trabajo que ofrecemos a los lectores de El
Universal, a precisar interesantes puntos históricos referentes a la vida del Gene-
ralísimo Miranda, a la que ha dedicado especiales estudios.
Estas rectificaciones constituyen una reposada y rotunda lección al señor
Clavery y a cuantos como él pretenden hacer la historia de las jóvenes naciona-
lidades hispanoamericanas sin someterse a las recias disciplinas necesarias para
obtener una preparación eficiente y realizar una efectiva labor histórica y no
una burda caricatura de personajes y hechos.
***
Con retardo de cerca de dos meses del cual debemos excusas, nos referimos
al fin a la respuesta del señor Édouard Clavery a las observaciones que le dirigi-
mos, por órgano del Journal des Débats, sobre algunos datos erróneos relativos a
los papeles del general Miranda y a ciertos hechos de la vida de este venezolano
ilustre53. El estudio de la historia es apenas para nosotros una especie de violín
de Ingres y obligaciones profesionales nos impiden con frecuencia entregarnos
a aquel pasatiempo favorito. El señor Clavery no podía contradecir de bue-
na fe nuestras afirmaciones y no lo hizo; pero, deslizando sobre la verdadera
cuestión, tocó otras más importantes respecto de las cuales nos parece todavía
que vale la pena criticar sus palabras. No conviene, por otra parte, dejarle en la
ilusión de habernos reducido al silencio. Tales son las razones de este artículo.
Véase para los antecedentes de la cuestión Le Temps del 10 de septiembre y el Journal des
53
Débats del 21 y del 29 de septiembre de 1928. Los documentos que muestran cómo y por
qué el Archivo de Miranda fue enviado a lord Bathurst por Hodgson, gobernador inglés de
Curazao en 1812, fueron extraídos por nosotros de los Archivos de Londres y publicados en
El Universal de Caracas, el 26 de junio de 1926. Es allí donde el señor Clavery habría podido
encontrar comprobación del hecho y no en “sus libros y expedientes privados”, que nada le
dirán probablemente respecto de un punto histórico desconocido hasta la fecha de nuestra
publicación.
135
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
I
MIRANDA EN LOS ESTADOS UNIDOS
El señor Clavery habla una vez más de “un batallón agregado por
España (a consecuencia del Pacto de familia) a las tropas que lucha-
ban por la independencia de los Estados Unidos”. Ahora bien, se sabe
que Carlos iii declaró la guerra no solo en virtud del Pacto de familia
sino también con el deseo muy natural de reconquistar a Gibraltar y
a Mahón, que se hallaban hacía largo tiempo en poder de Ingla-
terra. Además, los ingleses con el pretexto de que los barcos de
los insurgentes norteamericanos encontraban entrada y refugio en
los puertos españoles, visitaban y despojaban los navíos de esta
nacionalidad e interceptaban la correspondencia de ultramar. Por
lo demás, Floridablanca titubeó mucho antes de entrar en guerra,
pues esperaba obtener a Gibraltar por medio de negociaciones y, aun
cuando quisiese guardar fidelidad a los compromisos del Pacto, trataba
por otra parte de libertarse de la tutela de Francia. “Trabajemos por
separado, proponía a Versalles, sin dejar de ser amigos”. Fue en tales
condiciones como las tropas españolas se embarcaron para guerrear
en las islas y en Florida, al mismo tiempo que se atacaba a Gibraltar y a
Minorca. El ejército y la flota de la monarquía habían sido movilizados.
¿Solicitó Miranda, como se ha repetido, ir a batirse por la libertad
de los Estados Unidos? Nada de eso: Miranda se vio en la necesidad de
pasar a América conforme nos lo dice él mismo en carta dirigida al rey
de España y fechada en Londres el 10 de abril de 1785. La divulgación de
las verdaderas condiciones en las cuales el venezolano sirvió en el extran-
jero arruina tal vez el aspecto romántico de sus célebres “alistamientos”,
con gran dolor sin duda de cuantos aman las leyendas; pero no tenemos
escrúpulos en contribuir a dicha divulgación porque estamos convenci-
dos de la inmortalidad de la leyenda y creemos poder contar honrada-
mente la historia sabiendo que no llegaremos a destruir ciertos errores
generosos que se creen, a veces, más bellos y útiles que la simple verdad.
Miranda, que era capitán en el ejército activo español en el momento de
136
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
137
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
lazos de estos dos hombres, que muchos nos presentan con frecuencia
como habiendo servido juntos en los Estados Unidos y dialogando
sobre la libertad de ambos mundos.
Durante su viaje, Miranda adquirió en Norteamérica, según dice el
presidente John Adams, “la reputación de ser hombre que había hecho
estudios clásicos, que poseía conocimientos universales y era maestro
en el arte de la guerra. Se le tenía por muy sagaz, de imaginación viva y
de curiosidad insaciable”. “Sabía, concluye el presidente, más que nadie
sobre nuestra vida social y política, sobre nuestra guerra, batallas y esca-
ramuzas, sitios y combates que conocía y juzgaba con mayor serenidad
y exactitud que cualquiera de nuestros hombres de Estado”.
II
MIRANDA, GENERAL FRANCÉS
A propósito de la fecha de esta carta, debemos decir que a pesar de lo que se afirma en un
54
certificado de Hélie de Combray, fecha 12 de abril de 1796, que citamos en el libro Miranda
138
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
et la Révolution Française, p. LVI, no parece que Miranda haya estado en Rouen antes de venir
a París en 1792. Su estada en aquella ciudad se efectuó probablemente dos o tres años antes.
Los papeles del general, hallados no ha mucho, revelaron que viajó por Francia de 1788
a 1789, con el nombre de conde de Meiroff, gentilhombre livonio, provisto de pasaporte
firmado por Luis XVI. Miranda fue directamente de Londres a París en marzo de 1792: los
documentos presentan ciertas contradicciones sobre el día preciso de su llegada.
139
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
En español en el texto. Las palabras y frases subrayadas lo están en el original. Estos docu-
55
140
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
141
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Esta cuestión se puso en claro en nuestro libro citado, pp. 17-18. Cuando aquel fue escrito no
56
142
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Valmy, p. 111.
57
143
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
III
EL VALOR PERSONAL DE MIRANDA
144
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
IV
LA HISTORIA FALSIFICADA
146
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
calumnias que han sido destruidas hace tiempo. Es posible que en otra
oportunidad volvamos a referirnos a aquel volumen.
V
MIRANDA E INGLATERRA
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
VI
LA LEYENDA, INMORTAL
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Un caso curioso de interpretación de textos por Mancini aparece en la pág. 170 de su libro
60
Bolívar y la emancipación de las colonias españolas, donde arregla, embellece y presenta como fór-
mula de convocación mirandina para reuniones secretas relativas a la independencia hispano-
americana, algunas palabras de una tarjeta por la cual el norteamericano Smith y el arquitecto
francés Legrand rogaban al general fuese a comer y a hablar de arte en su “pequeño comité de
filósofos”. Esto ocurría en 1801, cuatro años después de la conspiración de Gual y España, que
Mancini cree haber salido de aquellos conciliábulos (véase nuestro citado libro, p. 428). A ve-
ces el llorado escritor se equivoca completamente en cuanto a los hechos históricos mismos.
152
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
VII
NAPOLEÓN
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
154
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
155
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
El voto del tribunado sobre [la] creación del Imperio fue redactado así: “1o Que Napoleón
62
Bonaparte, primer cónsul, sea proclamado Emperador de los Franceses, y en esta calidad encarga-
do del gobierno de la República Francesa”. El senado consulto orgánico de 28 de floreal año XII
establece: “Art. 1o El gobierno de la República se confía a un Emperador que tiene el título de
Emperador de los Franceses”. Pero queremos transmitir los siguientes datos al señor Clavery,
para aumentar, si cabe, su confusión en materia de títulos: cuando Thouret, a la cabeza de
sesenta diputados, presentó a Luis XVI la Constitución de 3 de septiembre de 1791, dijo estas
palabras: “Señor: los representantes de la nación vienen a ofrecer a la aceptación de Vuestra
Majestad el acta constitucional que consagra los derechos imprescriptibles del pueblo francés,
que mantiene la verdadera dignidad del trono y que regenera el gobierno del imperio...”. Aquella
Constitución que habla del “Rey de los Franceses”, reza: “Las colonias y posesiones francesas
de Asia, África y América, aunque hacen parte del imperio francés, no están comprendidas en la
presente Constitución”. Y el rey decía a la Asamblea el 14 de septiembre: “Pueda esta grande
y memorable época ser la del restablecimiento de la paz, de la unión y la prenda de la felicidad
del pueblo y de la prosperidad del imperio”. (Véase a Duguit et Monnier: Les Constitutions et les
principales Lois politiques de la France, pp. XVIII, XXIV-XV). He allí, si siguiésemos la teoría del
señor Clavery, a Luis XVI Emperador de los Reinos de Francia y de Navarra. Y con aquel
monarca sus predecesores y su hermano y sucesor, pues como recordaba hace algún tiempo
el señor Henri Déhérain, en el Journal des Débats, no solo los soberanos musulmanes daban a
los reyes de Francia, en su correspondencia oficial, el título de emperador, sino que, hecho
más curioso aún, Luis XVIII notificó su advenimiento al Sultán por comunicación fechada
en “nuestro Palacio Imperial de las Tullerías” y refrendada por Talleyrand como ministro de
Negocios Extranjeros de “Su Majestad el Emperador de Francia”. (Nota de 1935).
156
LA REINCIDENCIA DE MONSIEUR CLAVERY63
I
LOS PAPELES
El libro del señor Clavery se llama exactamente: Trois Précurseurs de l’Indépendance des Démocraties
64
157
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
por el señor Stamp, director del Public Record Office y fue por medio de
este como entré en relaciones con lord Bathurst. Alberto Adriani, uno
de los jóvenes “intelectuales” más sólidos y brillantes con que cuenta
Venezuela, a la sazón en Londres, consintió, a mi ruego, en trasladarse a
Cirencester donde acogido con benevolencia por el noble lord, examinó
el archivo y me informó de su importancia. Lord Bathurst envió luego
los papeles a Londres, a fin de que yo pudiera estudiarlos personalmen-
te, cosa que verifiqué poco después en el local del Record. Apresuréme a
dar cuenta del hallazgo al gobierno venezolano, por órgano del ministro
de Relaciones Interiores. Adquirido ya el archivo, con las tres mil libras
esterlinas que me giró el doctor Arcaya por orden del general Gómez,
Presidente de la República, suplicóme el señor Stamp, en nombre de
lord Bathurst, que permitiese tomar algunas fotografías de ciertos docu-
mentos destinadas al profesor Robertson, a lo que accedí de buen grado.
Supongo que este último utilizó dichas fotografías en su interesante vo-
lumen sobre el primer viaje de Miranda a los Estados Unidos65.
Poco después de la muerte de Alberto Adriani, uno de sus paisanos cuyo nombre
65
importa poco se refirió a los archivos de Miranda en frase tan inexacta como insolente
(Cultura Nacional, número de agosto de 1936). No creo que llorara más sinceramente
que yo sobre la tumba de Adriani ninguno de los acaparadores póstumos de las ideas reales
y apócrifas de este; y no esperé la catástrofe, propicia a la egoísta publicidad y a la propaganda
con mira política, para darme cuenta del gran mérito de quien armoniosamente juntó en su
atrayente personalidad la mesura, el talento, la ilustración y el patriotismo purísimo. Desdeñé
entonces devolver en pleno duelo la saeta que a mi lado caía, por no mezclar la cara memoria
al “detalle baladí”. Pero, cazador de verdades a través de libros y papeles, no me place que
bajo pretexto alguno se digan mentiras acerca de mi propia humilde persona. Adriani no
estudió con tal hijo de lord Bathurst, supo solo por mí de la existencia del archivo citado, se
ocupó de él a mi solicitud porque yo no podía volver en aquel momento a Londres y fue pre-
sentado a la familia del lord en Cirencester, adonde le indiqué fuese, previa autorización que
a aquel pedí al efecto. Si mi afirmación tuviese necesidad de testimonio ajeno invocaría el del
doctor Diógenes Escalante, para entonces ministro de Venezuela en Inglaterra. Con fecha 9
de diciembre de 1925, Adriani me informó del resultado de su misión en carta que comienza:
“Estuve el lunes en Cirencester. Me fue muy bien. El noble lord estuvo muy amable. Fue a
encontrarme en la estación, me hizo visitar su casa, me presentó a sus hijos, almorcé y tomé
té con su familia. Desde el sábado me había invitado a almorzar, por telégrafo. La biblioteca
en donde se encuentra el archivo de Miranda está en el pueblo, cerca de su casa de habitación.
Pues bien, el ‘tío’ fue conmigo y me ayudó en las primeras búsquedas. Por último, envió uno
de sus hijos a que fuera a acompañarme a la estación, a mi regreso”. (Nota de 1938).
Últimamente hube de volver sobre la adquisición de los papeles de Miranda por el gobierno
de Venezuela, y escribí una explicación aclaratoria al director de La Esfera, quien la publicó en
el número correspondiente al 2 de septiembre de 1941. Aun cuando allí se repite mucho de
cuanto ya he dicho, reprodúzcola a continuación:
158
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
159
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
II
JAMAICA
en el asunto. Debo advertir que cuando ya estaba virtualmente adquirido el archivo para
Venezuela, permití a solicitud del señor Stamp, que se tomase de algunas piezas copia foto-
gráfica destinada al profesor Robertson.
Así sucedieron las cosas, y aun cuando estos pormenores pertenecen a la llamada ‘pequeña
historia’, he querido darlos por la circunstancia de ser quizá Miranda el personaje histórico
del cual se haya dicho más mentiras. Hasta sobre la compra de sus papeles, corren por ahí
versiones falsas.
Para concluir debo también decir que no tengo conocimiento de que los descendientes del
conde de Cartagena guardasen o guarden documentos relativos a Bolívar y que por lo tanto,
no me ha tocado intervenir en su adquisición. Me ocupé, sí, en examinar una parte del ar-
chivo de Sucre, que está en poder de las nietas del general Flores, en Niza. El gobierno del
general López Contreras convino en dar a aquellas una indemnización de tres mil dólares por
los papeles. Las señoras Flores aceptaron; pero ignoro por qué quedó el asunto en suspen-
so.–Muy cordialmente suyo.–C. Parra-Pérez”.
La expresión verdad verdadera que se halla en mi carta al señor León, universalmente usada
con la intención que el más lerdo descubre, dio motivo a que algunos plumistas alborotados
denunciaran ingenuamente el “gazapo” y a que otros plumistas no menos alborotados que
los primeros pero más pérfidos, trataran de explotar la circunstancia hasta para fines políticos.
No he tenido nunca tiempo ni humor para devolver “chinitas” de esa especie, pero personas
sabidoras lo hicieron benévolamente por mí. Ángel Corao repartió algunos coscorrones entre
los jóvenes y un señor Flores, a quien no tengo el gusto de conocer, dictó en la misma Esfera
una lección breve pero reveladora de conocimientos literarios y lingüísticos. Allí salió no solo
la vérite vraie de los franceses, sino también the only truth which is true de los ingleses y, evocado
por Flores, Somerset Maugham acabó de poner en fuga a la regocijada banda con aquello de:
If truth is a value it is because it is true and not because it is brave to speak it. (Nota de 1941).
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
III
PITT
IV
EL SEFARDÍ
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
V
VALMY
VI
JEMMAPES
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
VII
NEERWINDEN
163
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
sobre ello están de acuerdo los críticos militares, a comenzar por el suizo
Jomini que es, en su materia, el perito más ilustre de todos los tiempos y
cuyo sentido estratégico ha sido calificado en Francia de infalible66.
Aparte de las condiciones en que se dio la batalla, hubo la fuga de
una parte de los soldados franceses. Los gendarmes y los voluntarios
escaparon como liebres, no solo en el cuerpo de Miranda, sino también
en el que mandaba Chartres-Égalité. Mal que le pese al señor Clavery,
y a otros, en los primeros combates de la Revolución solamente las
tropas de línea –herencia de la monarquía– permitieron hacer frente al
enemigo. El pánico se extendía con rapidez en aquellas formaciones
heterogéneas, que los oficiales no lograban contener. Biron, Lafayette,
sufrieron por esta causa durante el primer año de la guerra y Dillon, si
mal no recuerdo, perdió la vida en una desbandada. En Montcheutin
el desbarajuste fue colosal: partidas de fugitivos llegaron hasta Reims,
vociferando contra la supuesta traición de los generales. Cuando llegó
Dumouriez, ya Miranda había salvado al ejército. Entre los que se dis-
tinguieron en aquella ocasión figuraron Stengel, alemán del Palatinado
muerto luego gloriosamente en Italia, y el viejo Duval, hombre probo y
enérgico, grande amigo del venezolano. No será difícil al señor Clavery
aumentar la lista de los oficiales dignos de mención en la circunstancia,
puesto que Miranda, como todo general, debía servirse de oficiales
para mandar a los soldados. Los voluntarios y reclutas, encuadrados,
concluyeron forzosamente por convertirse en veteranos, y de la amal-
gama salió aquel formidable instrumento de combate que defendió al
país y atacó muy luego a los vecinos, al mando de grandes capitanes
En los comienzos de la última guerra, Joffre, generalísimo francés, destituyó al general Lan-
66
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
VIII
MI LIBRO
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Dice Henri Pirenne: “Soy de los muy numerosos que han leído este Miranda repleto de sus-
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tancia e igualmente precioso para los historiadores de Europa y de América. Admiro la pre-
cisión con que el autor habla de los acontecimientos a los cuales Miranda estuvo mezclado
en Bélgica y he tenido gran placer en citar su obra en el último volumen de la historia de este
país”.
Verhaegen escribe: “Para nuestro país en particular, este estudio tiene una importancia con-
siderable. He admirado la riqueza de la erudición del autor y la serena imparcialidad de sus
juicios que hacen del volumen una obra de primer orden”.
El profesor Ronze, de la Sorbona, opina: “No conocemos muchas obras de tal valor, ni en la
historia americana ni tampoco entre los estudios recientes sobre la Revolución francesa”.
Y Gonzague de Reynold: “Este libro me parece muy científico sin pesadez, muy serio sin que
sea fastidioso y, sobre todo, excelentemente redactado”.
El insigne historiador de España D. Antonio Ballesteros y Beretta, escribió hace poco al au-
tor: “Es un libro magnífico... que posee una amenidad y encanto verdaderamente sugerentes.
Lo que más me gusta es lo referente a la campaña de Bélgica y a la batalla de Neerwinden.
Patético lo que concierne a las prisiones de Miranda y acabado y cabal todo lo demás. Es
usted desde este libro el príncipe de los mirandistas y un historiador de primera fila”.
Por último, François Pietri, político, diplomático y escritor notabilísimo, al enviar al autor
de Miranda un ejemplar de su admirable biografía de Luciano Bonaparte, llámale honrosa y
amablemente “técnico elocuente de la historia de esa asombrosa época”. (Nota de 1941).
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X
KANT
XI
INSANIAS
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XII
EL APOCALIPSIS
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que toma en los negocios de las Doce Tribus? Sus escritos parecen obra
de una imaginación semítica presa de locura sagrada. Nada ni nadie en-
cuentra gracia ante el hombre de Belial, que pasea su impunidad bajo
las pacíficas especies de un burgués del Vésinet. Y no concibió Dante
para sus condenados mayor tortura que esta de sumergir en una sola
caldera, desbordante de derechos del hombre y del ciudadano, a Loyola,
Bossuet, Fleury, Voltaire, el gran Federico, la Enciclopedia, el Vicario
saboyano, Cicerón, La Fayette, Moliére, Terencio, Leibnitz, Spinosa, Lu-
crecio, Espejo, Monsieur Herriot, Boileau, Tycho-Brahe y mil persona-
jes más nacidos bajo todas las latitudes. Mas, como si ello no bastara a
calmar su furor satánico, el señor Clavery mete también en la incon-
mensurable caldera la Santa Ampolla, el primer parlamento islandés, la
batalla de Farsalia y el Cotopaxi en erupción.
XIII
CONCLUSIÓN
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LOS EXTRANJEROS Y NUESTRA HISTORIA
I
MONSIEUR CLAVERY
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Invoquemos, como acostumbra hacerlo Lloyd George y como último argumento, la Enci-
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II
MÍSTER ROBERTSON
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Rosso, Buenos Aires, 1932. El Dr. Pueyrredón tomó recientemente la generosa y trascendental
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iniciativa de erigir un monumento a Miranda con la contribución de todas las naciones la-
tinoamericanas. La realización de ese proyecto, acogido desde luego con profunda simpatía
por el gobierno y la opinión pública de Venezuela, simbolizaría, al fin, la justicia histórica y
vendría a recordar al continente entero, perennemente, el ideal mirandino de grandeza en la
unión y la paz. Ya me decía Pueyrredón, amigo noble y cordial, en alguna de nuestras sabro-
sas charlas de Roma: “Hay un nombre que debe y puede unirnos a todos, el de Miranda”.
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III
ALDAO Y OTROS
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Si Aldao en el extremo Sur trató de ajar a Bolívar, por el Norte D. Carlos Pereyra empezó a
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escribir un libro de historia sobre la juventud de Bolívar y terminó un libelo contra Miranda,
cuya carrera califica de estéril y quien “habituado a las grandes combinaciones de arbitrismo
internacional” (?), nunca buscó otra cosa que imponer a su país el “protectorado” inglés.
Según el escritor mexicano, uno de los hombres más notables que haya producido la América
española goza de “celebridad inmerecida” pues fue, simplemente, “torpe”, “ligero”, “débil”,
“infeliz”, “inerte”, “intrigante”, “incapaz”, “tortuoso”, “cobarde”, “aturdido”, “abyecto”,
“duro”, “engañador”, “ocultador”, “desertor”, “malhechor”, “vendido” y, por último, “mise-
rable despojo humano”.
Los esfuerzos de los historiadores venezolanos para poner en claro las circunstancias de la ca-
pitulación de 1812 y de la prisión del generalísimo, son una “bien graduada serie de trémolos
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IV
JACQUES BAINVILLE
compuesta para dejar intactas las dos glorias nacionales. Entre Miranda y Bolívar se presenta-
ba la sombra del traidor Casas, y sobre ella caía todo lo que pudiese haber de responsable en
la aprehensión de Miranda por Bolívar. El Precursor y el Libertador quedaban reconciliados
en la inmortalidad”.
Es el caso de decir, con Talleyrand, que lo exagerado no cuenta. Pero, cabe también pregun-
tar: ¿hasta dónde llega el derecho de injuriar a los muertos, especialmente cuando la memoria
de estos forma parte del patrimonio moral de una nación extranjera? Que no se invoquen los
acomodaticios fueros de la crítica histórica o las libertades aun mayores de la polémica, ni se
crea que la certeza de la impunidad justifica tales excesos. (Nota de 1940).
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Denoel et Steele, Paris, 1935. Bainville murió poco tiempo después de haber sido escrita la
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presente página.
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LA CAÍDA DE LA REPÚBLICA EN 181277
C. Parra Pérez.
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***
Grafton Street, 11 de marzo de 1813.
Querría, querido Molini, poder satisfacer el leal y legítimo interés que Ud. me
ha manifestado en conocer con exactitud los detalles de la muy famosa catástro-
fe de Caracas; pero sería necesario para ser suficientemente exacto una memoria
mucho mejor que la mía; poder acordarse de una infinidad de circunstancias, de
la conducta de gran número de individuos que no han podido inspirar nunca
sino el más perfecto desprecio, y que mi carácter me ha obligado siempre a olvi-
dar. Así, me limitaré a transmitirle los hechos que podré recordar y los que han
sido comunicados a Mariano Montilla por Robertson y otros amigos.
Fue la toma de Puerto Cabello la que ocasionó todos los males, llevó al col-
mo el desaliento, el desorden, la confusión, al mismo tiempo que casi decupló
la audacia y el partido de los enemigos, que en este momento estaban sin nin-
guna especie de municiones y habían determinado retirarse dentro de dos días.
Apenas esta importante plaza les fue entregada, con los inmensos almacenes
y municiones de guerra que ella guardaba, un enjambre de navíos enemigos
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***
ALGUNAS NOTICIAS SOBRE LOS INDIVIDUOS
NOMBRADOS EN LA PRESENTE RELACIÓN
Don José de Sata y Bussy era natural de Azángaro, Perú. (N. de la R.).
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CARTA A FAYARD Y CÍA.
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C. Parra Pérez.
Como era de esperarse y según costumbre casi general de periodistas y escritores, M. Lucas-
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Dubreton no rectificó sus errores, y, como dicen sus compatriotas, il s’en tira par une pirouette.
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MIRANDA Y LA REVOLUCIÓN
EN EUROPA Y LAS AMÉRICAS82
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gobierno se lo brinda, más aún, insiste para que lo admita. “Yo le rogué
vivamente –dirá el general Servan, ministro de la Guerra– que ayudase
a Francia con sus talentos...”. Y el propio Miranda: “Acepté en 1792 el
honorable empleo que me fue ofrecido, con instancias reiteradas, de
defender contra la liga de los déspotas la libertad francesa”.
Nombrado general de la república, el excoronel de Su Majestad Ca-
tólica, no se muestra inferior a las responsabilidades que asume. El 12
de septiembre, ocho días antes de Valmy, bate al conde Kalkreuth en
Briquenay, y es allí donde por vez primera los soldados del rey de Prusia
ceden el campo a las tropas del nuevo régimen. Casi al mismo tiempo
Stengel, otro extranjero también alistado en Francia, rechaza en Saint-
Juvin los ataques de Hohenlohe. Poco después, Miranda salva el ejér-
cito desbandado por el pánico de Montcheutin y lo concentra en War-
gemoulin: fue sin duda aquel, secundado por Stengel y Duval, quien
preservó la fortuna de esta campaña decisiva. Muy luego el cañoneo de
Valmy y la subsiguiente retirada de Federico Guillermo abrieron a los
franceses el camino de estupendas y repetidas victorias.
Mientras tanto Brissot, momentáneo factótum de la política exte-
rior de la Revolución, proyecta sublevar las colonias latinoamericanas y
trabaja para que se dé a Miranda el mando de una expedición a Santo
Domingo. A insinuación suya, el Consejo ejecutivo pide al general que
vaya a discutir el grave asunto, en París, con su comité diplomático. No
busca Miranda abatir la dominación española para entregar el imperio
al extranjero; su plan, repetimos, consiste en independizar al continen-
te, no en que este cambie de dueño. Además, comienza a inquietarle el
desenvolvimiento que toman las ideas en Francia, pues, aun en aquellos
momentos el venezolano es, en el fondo, una especie de conservador
autoritario a quien repugna hacer concesiones a la anarquía. Por estas
razones, a las cuales juntáronse acaso otras de índole personal, esforzó-
se el general con buen éxito en disuadir al gobierno de la expedición a
América. A causa de su feliz oposición de entonces, aquel podrá decir
más tarde que había librado a las colonias de la “influencia fatal del
sistema francés”.
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EL BALANCE DE LA REVOLUCIÓN83
El señor Aulard escribe que los hombres de 1789 legislaron para los
franceses y para su tiempo y no como se afirma, para la humanidad y
para los siglos. Quiere así el historiador defender a los revolucionarios
del reproche de haber perdido el contacto con las realidades y extraviá-
dose en el doctrinarismo y la ideología.
Tendría razón si los legisladores del 89 se hubiesen limitado a regis-
trar y codificar los desiderata contenidos en los memoriales preparados
con ocasión de los Estados Generales, que enumeraban las verdade-
ras reivindicaciones del pueblo francés, correspondientes a necesida-
des puramente francesas. Mas no sucedió así y los declamadores de la
Constituyente obraron como apóstoles humanitarios y entendieron, en
su sonora ingenuidad, establecer la Ley eternal. Por lo demás, el señor
Aulard toma un camino peligroso y cabe preguntarle qué nos deja de
la leyenda y del prestigio revolucionarios si arrebata a la Revolución la
tendencia y el carácter llamados universales.
Espíritus muy diversos, de opiniones filosóficas diferentes sobre el
conjunto de los hechos que juzgan, pertenecientes a escuelas políticas
e históricas opuestas, llegan sobre este punto a conclusiones idénticas.
Durante cien años, la ilusión latina se ha nutrido de la torpe y sangrienta
superchería de 1793. La Revolución francesa nada inventó: ni la repú-
blica y la democracia, que vienen de Grecia; ni la noción jurídica de la
Capítulo final de una obra inédita del autor titulada Lecturas sobre la Revolución francesa.
83
Fue publicado en El Universal hace más de diez años y se reproduce aquí porque sirve de
complemento y resumen a ciertas ideas enunciadas en los artículos que acaban de verse.
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Hace poco, en Le Temps de 30 de mayo del presente año, escribía el profesor Joseph Bar-
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thélemy, demócrata y radical, uno de los publicistas y juristas más notables de la Francia
actual: “La Revolución no inventó la pequeña propiedad. La desarrolló, amplió, multiplicó
y nos dio así esta clase campesina que, a despecho de cuantos persistentes esfuerzos se han
acumulado para desalentarla y corromperla, es todavía hoy la pieza más sólida de la armazón
de nuestro pueblo... Las aportaciones reales de la Revolución son bastante substanciales y es
inútil inflarlas artificialmente”.
Por esta misma fecha efectuóse en París una reunión del Círculo Fustel de Coulanges, en
la cual los profesores Louis Dunoyer, de la Sorbona, y Fallot, del Colegio de Francia, y M.
Peyron, del Instituto Pasteur presentaron sucesivamente un conjunto de hechos incontrover-
tibles para demostrar cómo, al contrario de lo que se ha afirmado, la Revolución no innovó
en materia de ciencias. Así, por ejemplo: la Academia de Ciencias fue fundada por Luis XIV,
la Oficina de Longitudes existía, con otro nombre, desde 1679, el sistema métrico se usaba
hacía tiempos. “Respecto de instituciones científicas –concluyó M. Dunoyer– la Revolución
casi no hizo sino destruir, para restablecer bajo otra forma no preferible”. Según M. Fallot,
la Francia revolucionaria “ignoró” a Condorcet y a Lavoisier. Yo agregaré que, en realidad, la
Revolución hizo algo más que ignorar a estos dos sabios puesto que guillotinó a uno y obligó
al otro a suicidarse. (Nota de 1939).
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Uno de los pontífices del radicalismo jacobino en Francia quien es al mismo tiempo histo-
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riador e ilustre hombre de letras, Édouard Herriot, decía en Versalles el 6 de marzo de 1939,
en su discurso conmemorativo de la Revolución: “Y he aquí, pienso, una segunda verdad.
No acepto, por mi parte, decir que la Revolución es un bloque. Cometió errores, faltas, ¡peor
todavía! Los mutuos odios de los hombres pusieron trabas al movimiento de las ideas. Ro-
bespierre consultó con demasiada frecuencia la sombra irascible de Rousseau. La ejecución
de Bailly o de Lavoisier ¡qué inútil barbarie! Cerca del palacio donde estamos reunidos un
adorable poeta, heredero directo de Racine, cree poder escapar a las tempestades de París.
Día vendrá en que André Chénier perderá su cabeza en el cadalso. ¡Qué duelo!”. Y al celebrar
la famosa noche del 4 de Agosto en artículo publicado en Paris-Soir, el 21 de mayo de este
mismo año de 1939, Herriot escribe: “A pesar de la fórmula célebre puesta en circulación
por Clemenceau, la Revolución no es un bloque. Ella tiene de excelente y de detestable. Si se
quiere sacar de ella para el porvenir las enseñanzas necesarias, importa distinguir sus diversos
elementos. Personalmente, no me exalta la toma de la Bastilla. La operación dirigida contra
esta fortaleza por el pueblo tuvo sobre todo valor simbólico. El 14 de julio de 1789 se encon-
traron allí siete prisioneros, de los cuales un demente y cuatro falsarios. Los calabozos que se
suponía llenos de instrumentos de tortura no existían, o no existían ya”. (Nota de 1939).
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MIRANDA Y LA INDEPENDENCIA DEL BRASIL86
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Publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Nº 73, Caracas, enero-marzo de
1936.
87
Vol. II, p. 63, nota 2.
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encuadran los fragmentos que ahora traducimos. Que los eruditos esta-
blezcan la identidad de Archibald Campbell, de Jennings, de Rawson y
digan si efectivamente una expedición estuvo a punto de partir de Liver-
pool para el Brasil, de acuerdo con conspiradores existentes en este país
y en combinación con el ataque de Miranda a Venezuela.
El expediente consta de dos partes. La primera está formada por
cartas de Campbell a Domingo Antonio de Sousa Coutinho, ministro
de Portugal en Londres, en las cuales se descubren los principios de la
conjuración y se insinúa que, mediante pago del servicio, podría reve-
lársela completamente. La segunda parte se compone de notas de otro
intermediario, Rawson, quien capta la confianza de Jennings, principal
correspondiente de Miranda. Campbell es un negociante de Liverpool
que comercia con África y América y allí viaja. Pide 2.500 libras ester-
linas como precio de su denuncia: se trata –dice– de dos expediciones,
una al Brasil, otra a Venezuela, esta bajo las órdenes directas de Mi-
randa. Campbell asegura haber entrado con 2.500 libras en la primera
y 2.100 en la segunda y, con la traición, quiere recuperar su dinero al
menos en parte. Afirma que desde octubre de 1805 había propuesto
al gobierno español comunicarle los planes del agitador venezolano.
Rawson es holandés, sospechoso por su modo de vivir, “persona de
poca nota, por cierto”, dice Sousa Coutinho. En agosto de 1806 se va
a Liverpool con intenciones de alistarse en la expedición al Sur, para
informar al ministro de cuanto hagan los conjurados.
Entre las personas que corresponden con Miranda figuran, además
de Jennings, cuyo criado William traiciona, ciertos Rouvière y Mendoza
residentes en Portugal. Sousa Coutinho anuncia que solicitará el paradero
real de Jennings, pero no encontramos el resultado de su investigación.
El representante portugués había referido a la expedición de Miran-
da a Venezuela el final de una larga nota enviada el 22 de abril de 180688
a su ministro de Negocios Extranjeros Antonio de Araujo d’Azevedo,
en que se lee:
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Lo subrayado es de Campbell.
89
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Liverpool: 8 de julio.
He descubierto, cosa que hasta ahora ignoraba, que los conjurados de
Europa solo esperan informes de Miranda. Si el éxito de este correspon-
de a las esperanzas saldrán para América sin pérdida de tiempo, y si aquel
logra su empresa creo que será difícil al gobierno portugués impedir un
levantamiento en sus colonias, a menos que tome inmediatamente me-
didas de precaución, según la magnitud y necesidad que el caso requiere.
Si Miranda es vencido, fracasarán los designios contra el Brasil; si tiene
buen éxito, que Portugal se ponga en guardia.
Ud. sabrá otra vez de mi muy pronto.
Liverpool: 11 de julio.
Mi espionaje empieza a tomar forma más decidida y me aventuro a pen-
sar que será casi imposible que sus operaciones sigan inadvertidas. Des-
pués que escribí la última vez, Jennings fue a Parkgate a pasar el día con
unos parientes, y en su ausencia su criado me enseñó algunos papeles de
los que tomé pasajes que me parecieron de cierta consecuencia. Se trata
principalmente de cartas y de memoranda de respuesta a estas sobre el
asunto. Así he sabido que la Isabella tocará en Trinidad donde desem-
barcará el pasajero (un español cuyo nombre es Veronfay). Seguirá al Río
de la Plata y volverá luego a Trinidad para tomar allí la parte que tiene
designada en la empresa.
... Encuentro entre los papeles la copia de una carta de Jennings a una
persona de Londres. Está dirigida a “J.C. Esq.” y dice entre otras cosas:
“Se ha decidido siguiendo la opinión del general Miranda y la mía propia
que los cinco buques toquen en Santa Catalina. Estas islas están situadas
en longitud 42,17 O., latitud 27,35 S. y allí podremos pasar insospecha-
dos y desconocidos.
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Liverpool: 13 de julio.
Estos papeles contienen también una larga correspondencia entre el ge-
neral Miranda, Jennings, una persona llamada Rouvière y otra llamada
Mendoza. Las cartas de Rouvière están fechadas en Lisboa y las de Men-
doza unas veces en Lisboa y otras en Oporto.
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tuvo el informe. Pero, concluyó, ello no significa que los conjurados que
han ido demasiado lejos y concebido grandes esperanzas de buen éxito
puedan ser disuadidos por alguna causa que no sea un señalado y com-
pleto trastorno, improbable en los momentos actuales.
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SEGUNDA PARTE
EL LIBERTADOR
RETRATO DEL LIBERTADOR,
por Doña Mercedes San Martín de Balcarce, hija de San Martín.
(Buenos Aires, Museo Histórico Nacional)
BOLÍVAR Y LA GUERRA90
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presidente Torre Tagle: “Ud. crea que el país no se salva así. El mío se
ha libertado porque ha habido unidad y obediencia, no siempre volunta-
ria, pero siempre constante. De Pradt dice, con mucha razón, repitiendo
a los maestros de la guerra, que el alma de esta es el despotismo, es decir,
mando sin límites y obediencia sin examen”. Y al general Sucre: “He
amenazado al gobierno de irme del Perú si dentro de un mes no me
dan dinero para mantener la tropa”. Y agrega: “Necesitamos, querido
general, hacernos sordos al clamor de todo el mundo, porque la guerra
se alimenta del despotismo, y no se hace por el amor de Dios. No aho-
rre Ud. nada por hacer, despliegue Ud. un carácter terrible, inexorable”.
Hombres severos e intachables, como Salom, no escapan a las ad-
vertencias de Bolívar. “Yo soy irrevocable, como el destino, en los ne-
gocios de disciplina”, dice a aquel general. “Si Ud. quiere que yo lo
aborrezca, ampare Ud. estos desórdenes. Mande Ud. en el acto al ge-
neral Valero para Colombia, sin pérdida de un instante y sin el menor
disimulo o indulgencia. Añado: mande Ud. a todos los que hayan par-
ticipado de sus ideas; digo más, en lo sucesivo es Ud. responsable si no
castiga con el último rigor los delitos de esta naturaleza que se cometan
en ese ejército”.
El año de Junín y de Ayacucho marca el apogeo de la energía del Li-
bertador y corona su eficaz autocracia. El “triunfar” de Pativilca resume
los fines del dictador, y la febril actividad de Trujillo de la Costa indica
cómo espera realizarlos. Esta ciudad, dice O’Leary, “se convirtió en un
inmenso arsenal donde nadie estaba ocioso y donde las mujeres ayuda-
ban a los trabajadores. Manos delicadas no acostumbradas a las rudas
labores no desdeñaban coser la burda ropa del soldado”. Todo se hacía
“bajo la inspección inmediata del Libertador, que infundía actividad con
el ejemplo, y cuando este no bastaba recurría a las amenazas y al castigo”.
Entretanto, se prepara en Venezuela la rebelión de Valencia, que Bo-
lívar considera como “un paso escandaloso y funesto para Colombia, y
una lección para todos del peligro de los cuerpos deliberantes en donde
la paz y el orden no están perfectamente establecidos”. En esta emer-
gencia, vemos al Libertador dando pruebas de habilidad consumada
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BOLÍVAR Y LA PAZ UNIVERSAL91
Este estudio fue publicado en francés y reunido con los dos siguientes en folleto por el Bulle-
91
tin de l’Amérique Latine, París, 1919. Reproducido en español por El Nuevo Diario, Caracas.
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El historiador César Cantú, al ensayar tal vez una figura de retórica,
hizo una observación profunda. En efecto, cuando la libertad sucumbe
en Europa entre las manos de Napoleón, sálvala en América la espada
de Bolívar. Esta coincidencia tuvo resultados incalculables, porque vino
a mantener la continuidad del pensamiento revolucionario y ofreció asi-
lo inesperado a los principios liberales perseguidos en el Viejo Mundo
por los furores de la reacción.
Ningún hombre en la historia poseyó mejores condiciones que Bo-
lívar para soportar el pesado cargo de campeón de la libertad. Tiene la
cabeza formidable y el brazo poderoso de los grandes dominadores,
con el corazón ardiente y convencido de los apóstoles. Encarnación del
más bello de los ideales, vive en la conciencia de su destino y habla y
obra siempre en el ejercicio de su misión libertadora. “Yo soy, procla-
ma, el centro de reunión de cuantos aman el derecho de los pueblos”.
Sabe su prestigio, lo que de él se espera y, orgullosamente, lo declara:
“Mi nombre es un talismán. Conozco las vías de la victoria y los pue-
blos viven de mi justicia”. Y cuando identifica su persona y su obra, res-
ponde al poeta Casimir Delavigne: “Acepto vuestros elogios, no porque
lisonjeáis mi fortuna, sino porque habláis como amigo de la libertad”.
Bolívar ama la paz, la paz en la libertad. Cree que su causa es grande
porque interesa a la humanidad y al mundo. La humanidad, el mundo, la
paz son palabras que brotan sin cesar de los labios de este hombre que
se levanta como el profeta de un tiempo mejor sobre la cima del idea-
lismo. No hay un solo incidente de la vida nacional, al que no atribuya
estrecha relación con la vida de todos los pueblos. “Hemos vencido,
querido amigo, escribe a sir Robert Wilson después de los sucesos de
Valencia; la humanidad ha vencido con nosotros”.
Esta paz humana, ¿cómo la concibe Bolívar? Desde luego por la
independencia y la igualdad absolutas entre las naciones; en seguida
por la consagración en el régimen interior de cada una de ellas de cierto
número de principios que garanticen la seguridad de los ciudadanos y
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propios; cada hombre utiliza las fuerzas que tiene en la mano. Cuando
Bolívar arma contra la Santa Alianza imperialista y reaccionaria y la
excluye de su Liga, sigue una política racional con respecto a las “po-
tencias centrales” de su tiempo. Y cuando pide la unión de las naciones
latinoamericanas con los países liberales extranjeros, Inglaterra, Esta-
dos Unidos, quiere agrupar, para defenderlos mejor, todos los pueblos
que viven bajo un régimen de democracia y de libertad.
Por desgracia, la Liga del Libertador tropezó en América con obstá-
culos más serios que el escepticismo con que Europa recibiera en nues-
tros días el propósito wilsoniano. En otro estudio notó el autor de estas
líneas que Bolívar era el único hombre que se daba entonces cuenta exac-
ta de la solidaridad continental. Él concebía a América como una unidad
moral que podría, en la diversidad armónica de sus pueblos, ejercer todas
las actividades impulsada por un alma colectiva. Pero los hombres que
gobernaban aquellas repúblicas fueron incapaces de alzarse por encima
de las fronteras regionales y de seguir el potente vuelo del águila liberta-
dora. En Buenos Aires, Rivadavia declaró enfáticamente que el congreso
arbitral convocado por Bolívar era “una imitación inútil y peligrosa del
consejo anfictiónico de la antigua Grecia”. El Brasil permaneció neutral
en el conflicto de España con los nuevos Estados: el emperador Pedro
prometió enviar a Panamá plenipotenciarios que nunca llegaron. El go-
bierno chileno alegó, para retardar su decisión, la necesidad de consultar
al parlamento.
Además, y ello tuvo influencia decisiva en el fracaso del Congreso,
ni la política inglesa ni la de los Estados Unidos respondieron a las es-
peranzas del Libertador. Sería ocioso, por otra parte, examinar aquí las
razones que movieron a los gobiernos británico y americano a adoptar
una actitud desfavorable al proyecto.
La situación general de la América latina fue sin duda la causa que
impidió establecer un acuerdo leal y fructuoso entre los diversos paí-
ses. La guerra exterior apenas terminaba, se abría el ciclo de las revo-
luciones. Los nacionalismos se exaltaban y los pueblos, olvidando el
bello propósito de unión y de confraternidad hecho en vista del peligro
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IDEAS RELIGIOSAS Y FILOSÓFICAS
DE BOLÍVAR92
Bolívar era deísta y cuando tuvo que manifestar sus ideas religiosas
díjose cristiano católico. Se sirvió frecuentemente de las creencias del
pueblo para fines políticos y como legislador supo amalgamar en las
teorías un volterianismo indudable con los escrúpulos y el fanatismo de
la opinión. En este punto, como en todos, mostró el Libertador ampli-
tud de miras y perfecto conocimiento de la realidad y de las necesidades
nacionales. Verdadero hombre de Estado, desarrollaba sus planes con
oportunismo, aprovechando igualmente las iniciativas de su genio y los
recursos del medio y dejando una parte del éxito a la evolución social.
El doctor Gil Fortoul señala el pensamiento de Bolívar, al recordar las
declaraciones de este a un viajero norteamericano: “Cuando se formó
la Constitución de Colombia, conociendo que no sería admitida la to-
lerancia de ninguna otra religión sino la católica, puse yo cuidado en
que no se dijese nada sobre religión, de manera que, como no hay una
cláusula que prescriba la forma de culto, los extranjeros adoran a Dios
como les parece. El pueblo de Colombia no se halla preparado toda-
vía para ningún cambio en materia de religión. Los sacerdotes tienen
grande influencia con las gentes ignorantes. La libertad religiosa debe
ser consecuencia de las instituciones libres y de un sistema de educa-
ción general”93. En la Constitución de Bolivia aplicó el Libertador estos
principios y los razonó en la forma delicada y respetuosa que conve-
nía, en su mensaje al Constituyente de aquella República. “Legisladores,
dice: Haré mención de un artículo que, según mi conciencia, he debido
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104
Loc. cit., pp. 90, 100, 138, 167, 213. En su Delirio, cuando en la cima de los Andes su propia
grandeza parece confundirse con la gloria nacional y la majestad del universo, Bolívar se sien-
te poseído por el Dios de Colombia, Jehovah guerrero y libertador, que armara su brazo de la
espada redentora de los humanos... Bolívar ve a Dios sobre las nieves del Chimborazo, como
le vio Moisés en la zarza ardiente del Sinaí, la poderosa diestra extendida sobre su pueblo,
dictando a Israel la ley suprema de salud.
105
El Libertador a Peñalver. Cuenca, 26 de septiembre de 1822.
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en el extremo sur del continente. Se sabe que el general argentino Belgrano detuvo en el
campo de carreras la procesión de la Virgen de las Mercedes para entregar a esta el bastón de
mando y proclamarla Generala del ejército de Buenos Aires.
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Monseñor Lasso de la Vega, después obispo de Quito, hombre de gran valer, conocido por su
fidelidad al rey y luego por sus ideas monárquicas. El historiador Groot cuenta que, por marzo
de 1821, hallándose el Libertador en Trujillo, fue invitado por el obispo a venir a la iglesia.
“La contestación fue, dice el prelado, presentárseme a dicha puerta, teniendo yo el mayor
gozo de verle edificar a todo aquel pueblo, arrodillándose a besar la cruz, y luego en las gradas
del presbiterio, hasta que, concluidas las preces, di solemnemente la bendición”. Véase Doc.,
tomo VIII, p. 456.
108
El Libertador al general Santander. Lima, 11 de marzo de 1824.
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La cuestión, no resuelta aún, de saber si fue el obispo o el cura quien administró a Bolívar los
últimos sacramentos es de interés secundario. El hecho histórico de la confesión parece es-
tablecido. Sobre el delirio del Libertador se puede consultar con provecho la obra del doctor
Carbonell: Psicopatología de Bolívar, París, 1916.
113
Loc. cit., IV, p. 412.
114
Loc. cit., I, p. 495.
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115
Ver en el Bulletin de la Bibliothèque Américaine del mes de noviembre de 1912: “Les Caractères
de la littérature de l’Amérique Latine”, por Oliveira Lima. Ver también a Gil Fortoul, loc. cit.,
I, p. 205.
116
A Joaquín Mosquera. Guayaquil, 3 de septiembre de 1829.
117
Gil Fortoul, loc. cit., I, p. 205.
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Diario de Bucaramanga, pp. 134 y 168; O’Leary, Narración II, p. 31; Gil Fortoul, I, p. 200.
120
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121
El presente artículo apareció, como el anterior, en el Bulletin de l’Amérique Latine. Lo tradujo y
publicó en español la revista Cultura Venezolana, de Caracas (Nº 9, diciembre de 1919). Inser-
tamos esa traducción con ligeras variantes de estilo. Nuestro propio texto español del artículo
se ha extraviado.
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Estas afirmaciones, que eran todavía entonces generalmente repetidas y se apoyaban en to-
dos los autores no corresponden a la realidad. (Nota de 1940).
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la acepto con un gozo y una gratitud que llegarán, junto con los restos
venerables del padre de la América, a las más remotas generaciones de
mi patria”.
Más tarde, en 1828, Mrs. Elisa Parke, nieta de la esposa de Washing-
ton, encarga al general d’Evereux de una misión igualmente conmove-
dora: hacer llegar al Libertador un paquete de cartas íntimas dirigidas a
su esposa, durante la campaña, por el libertador de los Estados Unidos.
La correspondencia de Bolívar y La Fayette, franca y cordial, conti-
núa en lo sucesivo. En diciembre de 1826, el general escribe: “Me siento
penetrado de efusión y reconocimiento hacia Vuestra Excelencia con
la carta que Vuestra Excelencia se ha dignado enviarme con el coronel
Soyer. Nada puede exceder al elevado precio en que tengo vuestra esti-
ma y vuestra amistad; mi admiración y los votos que hago por Vuestra
Excelencia datan de vuestros primeros esfuerzos por la causa patriota.
Estos sentimientos se han fortificado cada año, con la vasta utilidad de
vuestros triunfos, la fecunda beneficencia de vuestros talentos, la supe-
rioridad de vuestra abnegación republicana por causa de las ambiciones
subalternas que han desconocido la verdadera gloria, y por el constante
pensamiento de vuestra influencia en la libertad de ambos mundos. A
todos estos títulos pasados, presentes y futuros, que tan fuertemente
me ligaban a Vuestra Excelencia, yo me complazco en añadir el de ami-
go, pues que Vuestra Excelencia me ha autorizado para ello”.
La Fayette informa a Bolívar que su amistad por él es el origen de
numerosas peticiones de recomendación: “Los franceses que marchan
para la América del Sur desean ser presentados a Vuestra Excelencia,
dando con razón a esto el más alto precio”. El viejo soldado aprove-
cha todas las ocasiones de dar al Libertador avisos llenos de pruden-
cia sobre los escollos por evitar en su política y hacerle observaciones
perspicaces sobre la situación europea. Nobles emisarios se encargan a
veces de llevar aquellas misivas a América. “Esta carta, escribe el gene-
ral, en marzo de 1827, la entregará a Vuestra Excelencia el coronel de
Trobriand, relacionado con Vuestra Excelencia por lazos de parentesco
y por quien tiene Vuestra Excelencia personal afecto. Sin embargo de
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esto y por antiguos que sean los títulos que él tenga para con Vuestra
Excelencia, no puedo dejar de decir a Vuestra Excelencia aquí que el
señor de Trobriand, ex-coronel del 7º regimiento de húsares, ayudante
de campo del mariscal Davoût, fue uno de los más valientes oficiales
del ejército francés y de los más queridos y estimados de sus jefes y sus
camaradas, cuyos sentimientos le han guardado, aun cuando en 1815
dejó el servicio militar”.
Hacia la segunda mitad de 1830, Bolívar, traicionado por todos, sin-
tiendo cercano su fin y viendo su obra zozobrar en el torbellino de las
pasiones desencadenadas, dirige un postrer llamamiento a sus amigos
para que tomen su defensa. En América triunfan la reacción, el fraccio-
namiento, el furor nacionalista que divide y enfrenta unas a otras aque-
llas pequeñas patrias de que él quiso hacer una sola patria fuerte y unida.
En Europa, aumenta la desconfianza de la opinión liberal y Benjamín
Constant, extraviado por errores de apreciación, le ataca y calumnia.
El Libertador sufre en lo más profundo de su corazón por aquel
desconocimiento absoluto de sus sentimientos. Teme, sobre todo, el
juicio de la historia. Con voz solemne, en plena conciencia de su propio
valer, ruega al Congreso colombiano que acepte su dimisión: “Salvad
mi gloria, exclama, salvad mi gloria, que es de Colombia”. Suplica a
sus amigos de Europa que esclarezcan la opinión, que muestren cuán
difícil es mantener el orden y la libertad en medio del caos americano.
“Lucho solo contra la mitad del mundo”, escribe a sir Robert Wilson.
Y en la angustia, se vuelve hacia su viejo amigo La Fayette y le pide “sus
venerables consejos”.
La Fayette siempre es fiel. “No, mi querido general, dice el vetera-
no en una carta fechada en La Grange, el 1º de junio de 1830, yo no
consentiré jamás en deprimir el gran nombre de Bolívar y en descender
yo mismo hasta el punto de imputar a Vuestra Excelencia los inconve-
nientes y los deseos de una ambición vulgar. La corona fue para Napo-
león una degradación, así como su segundo matrimonio fue una alianza
inferior: no conoció cuánto le elevaba sobre los tronos de Europa una
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BOLÍVAR Y ROMA123
El Universal de 17 de diciembre de 1930 publicó este prólogo precedido de una nota que dice:
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“Acaba de ver la luz pública en Roma, editada por el ‘Instituto Cristóbal Colón’, con el auxilio
del gobierno de Venezuela, la versión italiana del libro Bolívar de nuestro colaborador doctor
C. Parra-Pérez. Dicha traducción es obra del doctor Paolo Nicolai, joven intelectual de la
nueva gloriosa Italia. El doctor Parra-Pérez habría querido componer un estudio de alguna
extensión sobre el vasto y rico tema de la influencia de Roma en Bolívar. La falta de tiempo
le ha obligado a limitarse a escribir el prólogo que a continuación publicamos”.
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que pudiera llamarse dictadura legal, suprime por decreto las munici-
palidades y da sus atribuciones a los jefes políticos y de policía, ciegos
instrumentos del poder central. Sin embargo, el Libertador aprecia la
eficacia histórica y civil de la citada institución y piensa que la duración
de Roma se debió al solo hecho de haber esta guardado, al extender sus
conquistas, las viejas leyes de república municipal.
Como jefe militar, Bolívar ejerce la dictadura a la romana, sin trabas
ni contrapeso: primero, porque la guerra “se alimenta de despotismo”,
luego, porque la división del poder impide establecer el gobierno tal
como lo concibe, ejecutor de “leyes inexorables”. Para el dictador la
disciplina es obligación natural y necesaria del cuerpo social: “¿A qué
no se han sometido los hombres, a qué no se someterán todavía?”. Al
defender su gestión en la tremenda época de la Segunda República, se
vale de una síntesis elocuente: “Los ejemplos de Roma eran el consuelo
y la guía de nuestros conciudadanos”. Mas, como es temporal el reme-
dio de la dictadura, como los títulos de un soldado feliz al mando son
precarios, Bolívar invoca el desprendimiento de Sila y pide se le deje
volver a la vida privada: “Un hombre como yo es un peligro en un go-
bierno popular”. Alguna vez responde al asalto de implacables adversa-
rios con el acento desdeñoso de Escipión: “Estoy cansado de mandar
esta república de ingratos”. Atráelo por fortuna el ejercicio de la autori-
dad y las circunstancias le sujetan. Libertador de naciones, jamás podrá
libertarse de sí mismo. Es el titán que ha luchado con los dioses para
dar luz a los mortales y expía su crimen bajo el pico del buitre.
A la dictadura militar sucede en 1828 un verdadero cesarismo apli-
cado como sistema de gobierno. El procónsul victorioso envaina la
espada, pero el magistrado conserva el azote bajo los pliegues de su
toga. Después de haber buscado largo tiempo el apoyo de los restos de
la oligarquía que han sobrevivido a la guerra, en pugna con el descon-
tento o la abierta insurrección de los caudillos locales, que crearán en
la desordenada vida de los nuevos Estados una especie de régimen feu-
dal, proveniente, a no dudarlo, del espíritu mismo de las constituciones
coloniales, grávidas de federalismo, el Libertador gobierna a Colombia
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SIMÓN BOLÍVAR124
Bolívar nació en aquel año de 1783, que vio la conclusión del primer
tratado de Versalles y el reconocimiento de la independencia de los Es-
tados Unidos de Norte-América. El imperio inglés, que habría podido
creerse dislocado por la pérdida de las trece colonias, entraba, al contra-
rio, en un período de desarrollo imprevisto. De los países vencedores,
Traducción del francés. Este trabajo fue escrito a ruego del señor Henri Bonnet, director del
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los colonos la debilidad militar del régimen y dejó tras sí odios y renco-
res. Algunos notables de Caracas escribieron a su compatriota Miran-
da, quien servía a la sazón en Cuba, excitándole a ponerse a la cabeza
de una sublevación contra la metrópoli. Calmóse todo, sin embargo, y
la vida reanudó su curso normal en la Capitanía, cuya administración,
aplicando las sabias ordenanzas de Carlos iii, la conducía hacia la rela-
tiva prosperidad material de que gozará al estallar la revolución, a pesar
de las dificultades creadas por el enemigo extranjero.
Muchos autores han escrito lo esencial sobre los primeros años del
futuro Libertador. Vástago de una familia perteneciente a aquella no-
bleza que ejercía influencia decisiva en los negocios públicos de la Co-
lonia y acaparaba los principales empleos o, como entonces se decía,
“los oficios de república”, Simón Bolívar recibió educación e instruc-
ción tan apreciables como podía darse en aquella época a los jóvenes de
familias ricas, en Caracas u otras partes. “He sido muy bien educado”,
responderá más tarde a alguien que parecía presentarle como víctima
de la supuesta ignorancia española, y entonces mencionó todas las ma-
terias que desde su más tierna infancia habían tratado de enseñarle.
Su profesor de gramática y primeras letras fue D. Simón Rodríguez,
preceptor hábil aunque lleno de ideas y manías extravagantes, a quien
la posteridad no ha vacilado en acordar el pomposo título de maestro
del Libertador. D. Miguel José Sanz, admirable tipo representativo del
humanista de fines del siglo xviii, enseñó sin duda al niño más nociones
que el gramático, sin economizarle las lecciones que le dictaba su vasta
cultura clásica. Vino después el viaje a España, casi de rigor para los
mozos nobles de la Colonia, la presentación a la Corte y, un poco más
tarde, el matrimonio con la encantadora María Teresa del Toro, muerta
prematuramente al regresar a la patria.
Para olvidar su dolor, Bolívar parte de nuevo, inicia en París un idilio
con su “prima” Fanny de Villars, recorre varios países de Europa y, arro-
jando el dinero a manos llenas, disipa una crisis de neurastenia aguda
en medio de mujeres y de naipes, placeres de hidalgo. Alardeando ideas
avanzadas, rehúsa a su curiosidad el espectáculo de la Consagración en
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mismo que dejó sobre los sucesos de la época la noticia cuya traducción
nos dio recientemente el señor Stabler, en el Boletín de la Academia Nacio-
nal de la Historia, No 60, octubre-diciembre de 1932.
***
Curazao, 4 de septiembre de 1813.
Señor:
Tengo a honra agradecer a Ud. el recibo de su carta de 9 de agosto, por la
cual me comunica el último cambio de gobierno en Venezuela y cuya copia
no he dejado de transmitir al Muy Honorable Conde Bathurst. Al recibir las
órdenes del gobierno de Su Majestad en esta importante materia comunicaré a
Ud. su sentido sin pérdida de tiempo.
Tengo a honra ser, Señor, con el mayor respeto, su más obediente y humilde
servidor.
J. Hodgson.
Don Simón Bolívar, etc. etc. etc.
***
Curazao, 4 de septiembre de 1813.
Señor:
Habiéndoseme representado que muchos españoles europeos están ence-
rrados en La Guaira y Caracas, a causa de la parte que tomaron en los recientes
desgraciados disturbios de Venezuela, y que es probable que se les condene
a muerte, tengo a honra importunar a Ud. sobre ello y a pesar de que, por la
conocida humanidad de su carácter, no puede considerar ninguna medida de
este género. Sin embargo, es posible que haya entre las personas que ejercen la
autoridad en aquellas ciudades quienes no posean sus generosos sentimientos
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J. Hodgson.
Don Simón Bolívar, etc. etc. etc.
***
Curazao, 22 de abril de 1814.
Señor:
La Gaceta de Caracas ha publicado un suelto anónimo desdoroso para la re-
putación del señor Semple, negociante de esta Colonia, y este me pide interven-
ga cerca de usted sobre ello.
La fama de honor e integridad del señor Semple es indudable y estoy con-
vencido de que es incapaz de haber tenido la conducta que se le atribuye en
aquel calumnioso y ofensivo suelto. Tal circunstancia me induce a transmitir
su carta a la consideración de Ud. confiando en que su conocida rectitud y el
liberalismo de su carácter le acordarán la reparación que solicita.
Tengo a honra ser, Señor, con el mayor respeto, su más fiel y obediente
humilde servidor.
J. Hodgson.
Don Simón Bolívar, etc. etc. etc.
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LA INSANIA DE CASARIEGO
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C. Parra Pérez.
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DE LA GUERRA A MUERTE
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espalda con espalda. No siempre eran unos mismos los suplicios: va-
riábalos y combinábalos de mil maneras, para procurarse el fruto de la
novedad... Sucedió entonces que un niño de doce años se le presentó
ofreciendo su vida por salvar la de su padre. Hízolos matar a entrambos,
antes al hijo”. Supongo que el señor Casariego no recusará el testimonio
de Level de Goda, fiscal del rey, ni la descripción de Rafael María Baralt,
sucesor de Donoso Cortés en la Real Academia Española.
Los magistrados regulares españoles trataban en vano de poner coto
a aquella sangrienta locura. ¿Sabe el señor Casariego, quien quisiera im-
pedirme invocar la majestad de España, cómo he defendido yo a su pa-
tria que él trata de identificar con un criminal peor que los arriba nom-
brados? Que juzgue el lector entre él y yo: al narrar estos atroces sucesos
dije entre otras cosas: “Más tarde, Baralt escribirá impropiamente que
Venezuela volvió en aquellos días al ‘estado colonial’. No: el estado colo-
nial no fue nunca el reinado del despotismo. En la época de Monteverde
la tradición de la Colonia se encarna en la Real Audiencia que protesta
contra la tiranía, ordena la libertad de los presos, casa los decretos de la
autoridad usurpadora. Heredia, Vílchez, Uzelay, Gali, con su integridad
y valerosa actitud, salvan entonces del oprobio el nombre español”.
IV
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propuesto por los emisarios de Bolívar, en agosto de 1813”. Nótense las fechas:
dos meses apenas después de la declaración de Trujillo, Bolívar propo-
nía canje de prisioneros. Y sépase que sus emisarios fueron dos españo-
les de España, enemigos de la República, el padre García Ortigosa y don
Francisco González de Linares, quienes luego publicaron un manifiesto
contra la conducta de “Monteverde y sus secuaces”.
Probable es, por otra parte, que en aquella ocasión, con Caracas en
peligro y sin fuerzas bastantes, Bolívar recordara cómo los prisioneros
que con muchos miramientos guardaba en 1812, cuando mandaba la
fortaleza de Puerto Cabello, se habían sublevado contra él mismo y
apoderádose de esta.
De todos modos, no seré yo quien trate de justificar la horrenda
ejecución. Mi propósito fue solo demostrar al señor Casariego que la
“iniciativa” de tales atrocidades no pertenece a Bolívar.
En frases cinceladas, años más tarde, el Libertador sintetizaba aque-
llos tiempos: “No ha sido la época de la República que he presidido una
tempestad política, ni una guerra sangrienta, ni una anarquía popular:
ha sido, sí, la inundación de un torrente infernal que ha sumergido la
tierra de Venezuela. Un hombre ¡y un hombre como yo!, ¿qué diques
podía oponer al ímpetu de estas devastaciones?”. Y en sus últimos días,
cuando se dispone a dejar el mundo, pero no quiere que le echen de su
patria, quizá porque tiene fijo el pensamiento en los años formidables
de 13 y de 14 dice con augusta gravedad: “Me siento morir; mi plazo
se cumple; Dios me llama. Tengo que prepararme a darle cuenta, y una
cuenta terrible, como ha sido terrible la agitación de mi vida; y quiero
exhalar el último suspiro en los brazos de mis antiguos compañeros,
rodeado de sacerdotes cristianos de mi país y con el crucifijo en las
manos: no me iré”.
Bolívar y Morillo se vieron en Santa Ana de Trujillo, en 1820, y
ambos colocaron con sus propias manos la primera piedra del monu-
mento que debía conmemorar su encuentro. Entonces quedó sellada
la reconciliación moral de españoles y venezolanos, sepultándose bajo
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***
Madrid, 28 de enero de 1941.
Excmo. Señor
D. Juan Peche y Cabeza de Vaca.
Ministerio de Asuntos Exteriores.
Mi querido ministro y amigo:
Con referencia a mi carta al señor Casariego, cuya copia me permití
enviar al Excmo. señor Serrano Suñer, y a la nota oficial Nº 5 a .e., de
11 de los corrientes, confirmo a usted cuanto le expresé en nuestra
conversación de esta mañana.
No vacilo en repetir que la glorificación de Boves por medio de
lápidas conmemorativas y aun de estatua, según el propósito atribuido
de nuevo al general D. Luis Bermúdez de Castro y a otros en artículo
publicado ayer por el diario El Alcázar, es la idea más extravagante que
pueda ocurrir a persona alguna. El oidor Heredia, decano de la Real Au-
diencia de Caracas, testigo de las atrocidades de aquel bárbaro y de su
usurpación de las funciones de los representantes legítimos de la Coro-
na, le llamó merecidamente “bandolero”, “insurgente de otra especie”.
Y Andrés Level de Goda, fiscal y gobernador político de Cumaná por
el rey, dijo en informe oficial, que aquel bandolero mató “a millaradas”
hombres, mujeres y niños inocentes. Todo conato de rehabilitación es
inútil desde el punto de vista de la historia, y notable error político y
psicológico. El pueblo venezolano recibiría tal glorificación como una
ofensa gratuita e inexplicable. Quienes pretenden hacer de Boves un
símbolo de España, de la lealtad, del heroísmo, del honor españoles
cometen un sacrilegio, y brindan argumento inesperado a los últimos
sostenedores de la “leyenda negra”, contra la cual me ha sido honroso
luchar durante veinte años con hechos y escritos.
Agradézcole por adelantado y vivamente cuanto haga en el sentido
que tuvo a bien prometerme, y me reitero de usted muy afectísimo amigo.
C. Parra Pérez.
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***
Madrid, 5 de febrero de 1941.
Señor D. J. E. Casariego,
Director de El Alcázar.
Ciudad.
Muy señor mío:
Vuelve usted al sistema epistolar que desechó en su carta de 7 de
enero. Sufra que a mi turno lo emplee, por última vez.
Usted pretende desviar el debate hacia un terreno al que no pue-
do seguirle, porque tengo conciencia precisa de mi responsabilidad. Al
buen entendedor, pocas palabras.
La cuestión que nos divide es concreta y se reduce a dos puntos:
1º He demostrado a usted que Bolívar no “inició” la guerra a muer-
te. Nada replica a ello porque es imposible.
2º He tratado de demostrarle que Genserico no es tal héroe. ¿Que
usted insiste en endosar a su patria los crímenes del vándalo? Allá usted,
señor mío, y los que como usted piensen. Es difícil ser más realista que
el rey. Lástima grande que las tiernas misivas filiales y los certificados
de buena conducta escolar no hayan podido confortar en sus postreros
instantes a las decenas de millares de hombres, mujeres y niños vene-
zolanos que debieron al santo hombre su tránsito a mundo mejor. Así
como Heredia escribió que Boves “y los demás bandoleros” fueron
“insurgentes de otra especie”, será necesario aceptar que también exis-
ten partidarios de la leyenda negra “de otra especie”.
El virrey de Nueva Granada Montalvo comprobó en relación oficial
cuán perjudiciales fueron a la causa real los malhechos de Boves. Los
escritores que en América, de buena fe y contra viento y marea, han
dedicado libros a combatir la famosa leyenda, habrán de asumir, si tu-
vieren tiempo y humor, que ello no es seguro, la apendicular tarea de
probar que la opinión del señor Casariego no es la opinión española, y
la de reparar con paciencia la porcelana de marras.
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C. Parra Pérez.
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TERCERA PARTE
SILVA
ESTUDIOS FRANCO-HISPÁNICOS128
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LA TRADICIÓN LIBERAL BRITÁNICA129
Cierta vez oí decir a sir Thomas Barclay que la protección que Ingla-
terra ha prestado en el curso de su historia a los pequeños pueblos, es el
resultado de una debilidad de la raza inglesa, de la extrema sensibilidad
de una nación constitucionalmente inapta para tolerar el establecimien-
to de la tiranía de los fuertes de la tierra sobre las débiles agrupaciones
de hombres libres. El antiguo diputado a Comunes creía entonces dar
curso al humour británico, cuando en realidad enunciaba, en términos
ingeniosos, la teoría de la política de su país. La lucha por el equilibrio
universal, el incesante combate contra las tentativas de hegemonía de las
potencias continentales, tal es la historia de este pueblo insular, dueño
de un imperio que se extiende a las cinco partes del globo, condenado
a defender la libertad de las rutas militares y comerciales del mar como
la condición de su propia existencia. Los ingleses, insistía Barclay, miran
con desconfianza los ejércitos inmensos que se levantan de tiempo en
tiempo en Europa, que sirven de instrumento a sucesivas expansiones
y amenazan convertir los puertos del continente en bases agresivas con-
tra las costas británicas. Las grandes flotas son inútiles para las naciones
de tierra firme, en tanto que para Inglaterra la dominación del océano
es una necesidad vital.
A la luz de ese criterio aparece la continuidad de un programa de
política exterior. La Gran Bretaña sostiene una contienda decisiva cada
cien años, obedeciendo al sincronismo de las tentativas de dominación
de diversos Estados continentales. “En mis reinos no se pone el sol”,
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Guyot, la Santa Alianza habría hecho la guerra para forzar a las colonias
de la América del Sur a ahogarse bajo el monopolio de España”. La uni-
dad de la diplomacia de Londres se revela en las discusiones del primer
cuarto del siglo, fecundo en beneficios para el porvenir de la humanidad.
Inglaterra combate la obra de reacción proseguida por Alejandro i y Met-
ternich. Apenas si en la cuestión de Polonia flaquea Pitt, para rechazar,
invocando los tratados existentes, el propósito del czar de restaurar aquel
reino, en nombre del principio de las nacionalidades. Equilibrio, derecho
de los pueblos para disponer de sí mismos: tal es el programa inglés. En
las conferencias de Chaumont, lord Castlereagh sostiene la necesidad de
derribar a Napoleón y de establecer el equilibrio general bajo la garantía
de Europa. En Viena, los plenipotenciarios británicos, alarmados por el
poder creciente de Rusia, se muestran dispuestos a examinar las proposi-
ciones de Talleyrand sobre la formación de una alianza de Francia, Ingla-
terra y Austria contra Rusia y Prusia. El antagonismo de ambos grupos
se manifiesta en aquel momento a propósito de la cuestión de Sajonia,
reino que Federico Guillermo iii pretende anexar. Esta oposición debía
terminar en Laibach por una ruptura: los gobiernos constitucionales de
Francia y Gran Bretaña se separaron de la alianza formada por los sobe-
ranos de Rusia, Austria y Prusia. Diez años después, Palmerston podía
decir que había dos campos en Europa: el de los absolutistas: el czar, el
rey de Prusia, el emperador de Austria, el sultán, y el campo de los pue-
blos libres: Inglaterra y Francia. Dicho antagonismo explica la evolución
de la política europea en el último siglo y revela las causas del conflicto
actual. Asistimos a la última fase de la lucha que Canning inició contra
la Santa Alianza, “la liga de los soberanos que aspiran a tener en cadenas
a Europa”, y que continúa contra la supervivencia de un extraordinario
concepto medioeval que partió al asalto de las fortalezas de la libertad,
después de haber irritado las discusiones diplomáticas golpeando sobre
el tapete con su puño enguantado de hierro.
En medio de la fiebre reaccionaria que lanzaba a los gobiernos euro-
peos a aplastar las aspiraciones populares, solo Inglaterra, por la boca de
Castlereagh, protestaba contra “la locura que los gobiernos cometían,
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al dar la impresión que habían contraído una alianza contra los pue-
blos”. La Santa Alianza, repetía el lord, es un misticismo sublime, pero
es, sobre todo, un contrasentido. En el Congreso de Viena, Wellington
protesta enérgicamente contra la intervención de las potencias en los
negocios interiores de España y de Nápoles, que considera como “in-
compatible con los principios según los cuales Su Majestad británica ha
obrado invariablemente”. Castlereagh combate las severas condiciones
que Hardenberg quiere imponer a Francia en nombre del gobierno pru-
siano y aconseja la moderación en las proposiciones que deben presen-
tarse al gran país vencido. En 1826, la iniciativa de Canning determina
la mediación de las potencias en favor de los griegos rebeldes. En 1831,
Palmerston propone neutralizar a Bélgica, idea que encuentra inmediata
acogida en el gobierno francés. Y este ministro es el primero que da, en
nombre de Inglaterra, su adhesión a la Constitución española de 1834,
que abolió el régimen de Fernando vii y llevó al poder a los liberales
de Martínez de la Rosa. En España como en Portugal, ni el carlismo ni
el miguelismo han contado jamás con las simpatías inglesas. En 1843,
la presión británica fuerza al rey Otón de Grecia a adoptar el régimen
parlamentario, en oposición al despotismo que este bávaro inepto im-
portara de Alemania.
Si exceptuamos a Francia, el pueblo libertador de Magenta y Solfe-
rino, ninguno otro cooperó con mayor eficacia a la obra de la unidad
italiana como el pueblo inglés, y es por ello que el papado llegó a consi-
derar a Inglaterra, nota un escritor, como la sirviente de Satán, es decir,
como el baluarte de todas las libertades. Es falso que la Gran Bretaña
contrariase nunca el desarrollo de la nación prusiana, desde los tiem-
pos en que solo el gobierno de Londres defendió a Federico ii contra
una coalición formidable. Fue necesario que Alemania abandonase los
principios puramente nacionalistas para explotar la tesis del “racialismo
maléfico”, apoyada en un “militarismo turgente”, convirtiéndose en un
peligro europeo y universal, para que se despertara en Inglaterra el viejo
espíritu de libertad y la decisión por una lucha implacable. La aventura
de la Weltpolitick ha formado contra los Hohenzollern una coalición
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una política por la gran masa de la nación inglesa. La vuelta al poder del
partido liberal fue la condenación, en bloque, de diez años de procedi-
mientos brutales, “del orgullo delirante, de la rapacidad, del menospre-
cio del derecho, del culto de la violencia, de la inepta teoría de la nación
elegida”. En su conjunto, y a pesar de algunas empresas gravemente
comprometedoras, como las campañas comerciales contra China, la po-
lítica extranjera de la Gran Bretaña ha sido benéfica y tolerante.
Dueña y señora de las aguas por la flota inmensa y las rutas estratégi-
cas Inglaterra no vacila, en 1907, en sugerir la reglamentación de la gue-
rra marítima, y su buena voluntad contrasta con la oposición que una
gran potencia continental ofrece, en la misma época, a la restricción de
los derechos de los beligerantes en la guerra terrestre. La Gran Bretaña
figura en primer término entre las naciones que han recurrido al arbi-
traje o como medio de terminar sus diferencias con los demás países.
Un realismo humanitario, un cálculo generoso sirven de base a esta
política que se ha convenido en motejar de egoísta. La perfidia de Al-
bión es una conseja que no resiste a la crítica. La suprema habilidad de
los romanos consistió en hacer de Cartago la patria de la fe púnica. En
verdad, los ingleses han sido los más hábiles explotadores de la riqueza
del mundo, los constructores de un imperio que, como dice Maurras,
“hace figura de una de las más grandes cosas humanas que haya jamás
existido”. Pero, de esa construcción gigantesca la civilización ha sacado
incalculables ventajas. Los que se interesan, sobre todo, en el progreso
social, los que pueden elevarse a un plano de crítica superior, y aprecian
audazmente, por encima del incendio de Corinto y de Numancia, el
conjunto de la obra romana, quedan impresionados ante el espectáculo
de ese mundo formado por Inglaterra que señala, sin duda, el más alto
grado de evolución de la política general y de la libertad individual que
se haya obtenido.
Se ha escrito que en el porvenir podría formarse una coalición con-
tra el navalismo inglés, a ejemplo de las constituidas contra los militaris-
mos continentales. Sir Roger Casement, irlandés que obtuvo del gobier-
no británico un título de caballero y una horca, llamaba a Europa, desde
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Un problema infinitamente más grave para Inglaterra es el de Irlan-
da. ¿Cómo se explica que la política británica, firme y decididamente
liberal en todas las provincias del imperio, se vea condenada en Irlanda
a tanteos, fluctuaciones y fracasos? Es que las dificultades de esta cues-
tión provienen de las condiciones políticas y sociales de la isla misma.
Las invasiones anglonormandas, las guerras entre credos religiosos, las
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pudo reunir la totalidad de los partidos de la isla, puesto que las fraccio-
nes nacionalistas de O’Brien y de la Irish League y los revolucionarios
no concurrieron, en tanto que los orangistas declararon que rechazarían
sistemáticamente el Home Rule. Entonces, como siempre, se justificaron
las desalentadoras palabras del leader Rillon: “Las grandes partes del
pueblo irlandés parecen más ocupadas en combatir a sus propios com-
patriotas, que en oponer una nación unida al enemigo común”. La Con-
vención se separó dejando en el Blue Book una indicación útil para que
el gobierno preparase el bill irlandés. El proyecto, que reunió la mayoría
de los convencionales, prevé la creación de un parlamento y de un po-
der ejecutivo en Dublín. Por desgracia, la oposición suscitada por la ley
de servicio obligatorio, forzó al gobierno a abandonar por el momento
todo propósito de autonomía. Sin embargo, el esfuerzo de conciliación
que produjo el proyecto de sir Horace Plunkett merecía mejor suerte.
La impresión causada en Gran Bretaña y en el extranjero por la
oposición al servicio militar obligatorio fue considerable y privó a Ir-
landa de gran parte de la opinión pública americana. Mas, es necesario
no engañarse con las apariencias. Los nacionalistas irlandeses rehúsan
someterse a la conscripción, no porque se trate de dar soldados al im-
perio, sino porque desean que la contribución de Irlanda sea libre como
la de los Dominios de la Corona. La negativa es también arma política
para obligar al gobierno británico a otorgar la autonomía. Durante la
guerra, más de trescientos mil voluntarios se han batido con magnífica
bravura al lado de las tropas inglesas, y la mejor prueba de su lealtad es
el fiasco de las tentativas hechas por Alemania para levantar una brigada
entre los prisioneros irlandeses. La oposición al servicio militar ha sido
alentada por el episcopado católico de la isla, en lo general adversario
de Inglaterra, aunque se proclame home ruler. Parte del clero joven, nota
Tréguiz, simpatiza con los revolucionarios.
Otro de los elementos que complican el problema es la situación eco-
nómica de Irlanda, que es precaria a pesar de los progresos realizados en
los últimos años. El fenómeno de la emigración obedece, sobre todo, a
causas de esta índole. En verdad, sería interesante examinar hasta qué
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FRANCISCO GARCÍA CALDERÓN
Y SU ÚLTIMO LIBRO131
Al reproducir esta nota veintiún años después de su publicación, pienso que García Calderón
no plantearía hoy de distinto modo el amplio tema de aquel libro, pero sin duda desecharía
algunas de sus conclusiones y matizaría otras.
El “igualitario socialismo” no ha resuelto aún la cuestión social ni presentado un “equivalente
moral” de la guerra a los pueblos desorientados. Los principios marxistas parecen inadaptables
a sociedades civilizadas, en las cuales la libertad del individuo es el bien supremo y cuya com-
plejidad económica no puede soportar la dirección absoluta que pretenden darle innumerables
e incapaces burocracias. En cuanto al comunismo, que es el marxismo triunfante, ¿quién dice
que es un sistema “avanzado”? A pesar de los cincuenta mil libros escritos con oscuridad
germánica o con claridad francesa y diseminados por el vasto mundo, en todas las lenguas, es
imposible hacer feliz a un pueblo moderno con métodos que apenas bastaban para asegurar
la tranquilidad a los súbditos de Huayna Cápac, y ello solo, quizá, en las páginas paradisíacas
de Garcilaso. Es fácil gastar el capital acumulado por otros, y más fácil aún establecer fábricas
o explotaciones agrícolas, imponiendo a los hombres el trabajo forzado. Así edificaron sus
pirámides los faraones. Y estas pirámides subsisten porque son de piedra, mientras que nada
quedará de nuestras construcciones hechas de bajareque y granzón.
La guerra contra el oro es, simplemente, la guerra por el oro. Cuando M. Renaudel amenaza
con “tomar el dinero donde está”, demuestra que necesita el dinero para alimentar su de-
magogia. Cuando se dice que la causa principal de la presente ruina de España proviene del
robo por los rojos de las existencias de oro de los bancos, proclámase sin rebozo que país
sin oro es país arruinado. Cuando los rusos amontonan en los sótanos del Kremlin el oro
español o rumano y continúan explotando las minas del Ural, prueban que para los comu-
nistas ciento por ciento el vil metal es más precioso que nunca. Cuando los gobiernos llama-
dos totalitarios y autárquicos hacen declarar por doctos profesores y periódicos asalariados
que las “economías nacionales” y aun “continentales” no habrán menester el oro sino para
sus negocios con el extranjero, confiesan que el oro es todavía el mejor instrumento del
comercio.
Nadie puede creer de buena fe que sea un adelanto destruir la moneda, que los hombres inventa-
ron hace tres mil años precisamente para salir del sistema de trueques y permutas que ahora nos
proponen como desiderátum económico los pedantes de Bonn y otros Tubingen. Mas todo ello
es vana palabrería: si, lo que es imposible, Hitler ganara la guerra actual, su primera condición de
paz sería el traslado a Berlín de los lingotes y bellas piezas amonedadas del Banco de Inglaterra
y de la Reserva Federal. En cuanto a las famosas autarquías o economías cerradas y al no menos
famoso control de cambios, regímenes obligatorios para países bloqueados en tiempo de guerra,
significan en la paz tan absurda regresión y es tan difícil su aplicación, que los alemanes mismos,
sus teorizantes seudocientíficos, opinan también ya que habrá de volverse al buen sentido. En
efecto, la prensa comunica que el vicepresidente del Banco Nacional del Reich acaba de declarar
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
en Colonia: “Nos damos cuenta perfectamente de que para realizar un intercambio de mer-
cancías con los países de Ultramar la libertad de cambios desempeñará un papel importante y
será preciso, para salvaguardar los intereses del comercio extranjero alemán, conceder especial
atención a esta libertad”. Por consiguiente, aquel Banco “no ha perdido de vista la importancia
del resurgimiento y reorganización del sistema económico internacional”. Allá deberá, pues,
retornarse: reconocimiento de zonas de producción en el mundo, libertad de comercio para
canjear los productos, libertad de cambios para efectuar los pagos y, por ende, restauración de la
moneda más cómoda que han creado los hombres: el oro.
Además del socialismo de Estado propiamente dicho, tenemos el “corporativismo” y el “sin-
dicalismo”, que tanto ruido hacen sin que hasta ahora sus creadores hayan logrado traspasar
los límites de la pura doctrina, acertar con su funcionamiento y presentar, como no sea en la
prensa oficial, resultados satisfactorios. No es imposible que el sindicalismo ofrezca ciertas
fórmulas aplicables; pero, en el fondo, los sindicatos son cosa vieja. Existían desde la Edad
Media, bajo el nombre en Francia, de corps de métiers y murieron con la Revolución. Lo intere-
sante será saber si la vuelta a las corporaciones medioevales y su transformación y adaptación
a las ideas políticas actuales y a las exigencias eternas de la economía, bastarán para resolver el
conflicto entre el capital y el trabajo, asegurar la indispensable producción de riqueza y dar a
los productores posibilidad normal de convivencia. Así como el marxismo no logra establecer
la paz interna, porque lleva en sí mismo gérmenes de guerra, tampoco logró la Sociedad de
las Naciones establecer la paz externa, porque olvidó los principios que conducen la vida de
los Estados a través de la historia. La idea de justicia absoluta no puede reemplazar a la polí-
tica en la dirección de los pueblos ni regular sus relaciones mutuas, y por ello los organismos
ginebrinos fueron siempre como las aspas de un molino que giraran en el vacío. Ni siquiera
llegó Ginebra a coordinar sus métodos de acuerdo con aquella idea que servía de base al
Pacto. Durante diez y ocho años de frecuentación en asambleas y comisiones asombróme
siempre la perseverancia con que hombres eminentes o distinguidos condenaban en público
la política, es decir, el noble arte de gobernar las naciones, y practicaban entre bastidores la
engañifa pueril, imaginando haberlo resuelto todo cuando anegaban las cuestiones más graves
en copioso expedienteo. Como de la vida de José II, el príncipe de Ligne habría dicho que
la vida de la Sociedad de las Naciones fue una perpetua gana de estornudar. Ginebra era el
fiel reflejo del mundo contemporáneo, que se caracteriza por la confusión de nociones, el
abandono de las ideas generales y el fetichismo del peritaje y la estadística. La burocracia
fue allí insuperable y reunió los especialistas más notables de Europa en derecho, hacienda,
economía, higiene, tránsito y no sé cuántas cosas más. No hubo sino un político, de talla
ciertamente: sir Eric Drummond, hoy lord Perth. Al comenzar a hablarse de la partida de
sir Eric, escribí al ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela que la crisis de la Liga
se abriría, llena de peligros, cuando aquel saliese de la Secretaría donde, en mi sentir, era
irreemplazable. Desechado el doctor Benes, a quien algunos acusaban de “balcanizador” y
demasiado maniobrero, cayóse en el señor Avenol, tozudo y notable hacendista en cuyas
manos se perdió el barco. Mas sir Eric, que ejercía eficaz dictadura administrativa, bajo formas
consuetudinarias inglesas muy aceptables, e inspiraba y aun redactaba el texto preciso en el
preciso momento, no podía llegar hasta dirigir la conducta de los gobiernos que, por lo demás,
no estaba casi nunca de acuerdo con el propio respectivo interés. No se hable de conformidad
con el interés común. La impotencia de la Sociedad de las Naciones fue la impotencia de las
grandes potencias para contentar sus apetitos rivales. Los países de menor importancia, los
“pequeños” fueron siempre comparsas de buena intención, clientes asiduos, muchos de cuyos
representantes gastaban elocuencia y no raramente indiscreta locuacidad en el afán de lisonjear
alternativamente diversos patronos. Abusábase de las palabras, alterando su sentido. Albania o
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Liberia (pongo por países cuyos ciudadanos no leerán nunca las presentes líneas) intrigaban en
nombre de la democracia para obtener puestos de directores y de responsabilidad en el Consejo,
como si la democracia, ley del número, no pareciera lógicamente dar la preponderancia a los
ochocientos millones de hombres que viven en los imperios de las cinco grandes naciones que
estaban allí presentes, y como si monseñor Fan Noli o el barón Lehmann pudiesen asumir
responsabilidad alguna o dirigir cualquier cosa fuera de sus propias casas.
Cierta vez, en comida amistosa de los miembros de la Comisión Fiscalizadora, a la que per-
tenecí durante doce años, indiqué, tratando de ser irónico, aquella antinomia de la ley de-
mocrática y los discursos de algunos delegados que pretendían “democratizar” el Consejo
expulsando a los representantes de las mayorías y agregué que, por mi parte y para mi país,
me contentaría con la aplicación sincera del principio de protección de minorías. Aquello no
hizo reír a nadie, porque yo no acierto nunca a decir chistes, pero mi querido amigo el francés
Réveillaud opinó con cierta condescendencia muy de su nación: Tiens, il y a du vrai là-dedans.
A la voz de minorías, el húngaro Ottlick, hoy director del Pester Lloyd, iba a meter su cuchara,
cuando el checoeslovaco Osuski frunció de tal manera el entrecejo que lord Meston, quien
encarnó siempre entre nosotros la cordura, se apresuró a desviar la charla hacia las dificultades
del presupuesto. La cuestión de minorías provocó siempre verborreas. El delegado de Lituania
presentó una proposición cuyo resultado habría sido extender la epidemia minoritaria a todos
los países y contaminar el universo. Fue la única ocasión en que lituanos y polacos estuvieron
de acuerdo. El representante de la Celeste República se manifestó entonces dispuesto a votar
todas las mociones que se hicieran a favor de las minorías, siempre que se aprobara alguna
en favor de las mayorías chinas. Con lo cual y las cuchufletas de un canadiense tan humorista
como el chino, quedó enterrada la proposición Galvanauskas.
Pero la prueba más palmaria de la incapacidad de “las delegaciones” para resolver un pro-
blema político pude apreciarla durante las sesiones de la comisión llamada de los Trece, de
la cual formé parte, en unión del colombiano doctor Francisco José Urrutia, como “repre-
sentante de la América Latina” (rico tema que dejaré para otra ocasión este de la “América
Latina” en Ginebra). La Comisión de Trece fue convocada aparentemente para remediar lo
que en el metafórico lenguaje del Lemán se llamaba “malestar de la Secretaría”. En realidad,
tratábase de un asunto grave, de cuya resolución dependería la permanencia de Alemania,
Italia y Japón en la Sociedad o su salida de ella. El carácter esencialmente político de la Co-
misión se marcó con el nombramiento de sus miembros, que en su mayor parte eran hom-
bres de autoridad y de gobierno en sus respectivos países. Por desgracia, algunos de estos
como el sutil Scialoja, y Loucheur el juglar de millones, no quisieron o no pudieron asistir y
designaron sustitutos de influencia nula, o que raramente tradujeron el pensamiento real de
sus gobiernos. Miembros de esta comisión fueron también: Robert Cecil, tory liberaloide y
prolijo, curioso ejemplo del estrago que pueden producir ciertas “ideologías” filtradas por
el cerebro de un lord demagogo; el conde Bernstorff, agresivo pangermanista de la Gran
Guerra súbitamente transmudado en pacífica paloma, por las necesidades de la causa de
Alemania vencida y anárquica, diplomático de alto coturno que sabía ocultar bajo corteses
maneras su desdén de junker; el vizconde Musakoji, embajador del Japón en Berlín, distante
tras sus anteojos de oro, que escuchaba con indiferente sonrisa los más encontrados pare-
ceres y proponía con placidez cuestiones embarazosas; Hambro, el parlamentario noruego,
instruido, rudo y elocuente, de principios en apariencia inquebrantables, jefe de partido con-
servador propenso a aventurarse en enredos de izquierda; el doctor Nederbragt, prototipo
del funcionario laborioso e inexorable, que empezaba por declarar “no tener nada contra”
lo que acababa de oír y terminaba por enfliar una retahíla de argumentos que no convencían
a nadie, pero mostraban de modo perentorio la holandesa decisión de no aceptar ninguna
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
de las sugestiones del honorable preopinante; Cahen Salvador, casuista consejero de Estado,
con su lenguaje de nitidez francesa, sembrado de asechanzas talmúdicas; el doctor Urrutia,
repleto de precedentes, sinceramente americano, amigo leal y jurista de prudencia bogotana.
Tales fueron los señores que con algunos más dejaron de constituir una comisión política,
para formar un comité “técnico” sin técnicos. En lugar de cumplir el mandato importante
y efectivo, dímonos los Trece a introducir en el sistema de reclutamiento del personal y en
otras partes de la simple administración reformas inadecuadas que la Comisión Fiscalizadora
debió luego reformar a su vez, paulatinamente y por orden de la Asamblea. En esta materia
puramente administrativa, el doctor Urrutia y yo firmamos, en unión de otros colegas, un
informe de minoría, con grande escándalo de quienes creían que los latinoamericanos está-
bamos obligados a acatar siempre los textos de la Secretaría.
Al decidirse la constitución de la Sociedad de las Naciones, sir Eric Drummond procedió a
organizar sus servicios e hízolo, probablemente con razón y en todo caso por necesidad, con
elementos reclutados casi todos en Inglaterra y Francia. Posteriormente fueron ingresando
en la Secretaría empleados de las demás nacionalidades, sin que llegara a debilitarse de modo
sensible la preponderancia, en calidad y número, de ingleses y franceses. Y como, por otra
parte, Inglaterra y Francia dominaban en la política europea, la Sociedad se convirtió muy
luego en instrumento de la política anglo-francesa, o inglesa o francesa, según los casos, que la
Secretaría no podía menos de aplicar. Por tal situación planteóse el delicado problema político
que, en aquel ambiente rico en eufemismos y hallazgos verbales, fue bautizado, como he dicho,
con el nombre de malestar de la Secretaría.
Complicóse la situación cuando la Unión Soviética entró en la Sociedad. La Secretaría, que sir
Eric abandonara como se ha dicho, volvióse definitivamente un nido de intrigas tejidas por
funcionarillos irresponsables. El nivel de la hasta allí capacísima burocracia bajó bruscamente
con la partida de los mejores, cambiando al mismo tiempo la calidad del trabajo. Las fórmulas
fueron ya menos felices. Los juristas debieron adaptar sus dictámenes a situaciones irreme-
diables. Politis, magistral sofista, cambió por las contrarias en un cuarto de hora, sin tocar las
premisas, conclusiones aprobadas en comisión durante el pleito etíope.
El primer golpe mortal al Pacto diólo el Japón. Los miembros de la Comisión Fiscalizadora
que discutíamos el presupuesto de la misión Lytton, conocimos de los primeros el informe de
este por telegrama que recibió el secretario general. Sir Eric creía que el gobierno de Tokio se
inclinaría. Alguien que conozco íntimamente le observó: “El embajador del Japón en Roma
me ha dicho que su país abandonará primero a Ginebra que a Mandchuria”. Así fue.
Luego vimos el triunfo de Hitler y su decisión de echar por tierra el Tratado de Versalles, al cual
otros países deseaban quedase atado el Pacto. Cualquiera que sea el criterio que se tenga hoy
del nacional socialismo, del papel histórico de su jefe y de esa fuerza, independiente de rótulos
y marbetes, que es el imperialismo alemán, no hay duda de que en aquellos momentos era nece-
sario revisar la política ginebrina. De no tratar con Alemania, de igual a igual, había que atacarla
mientras estaba aún desarmada. Prefirióse continuar los discursos sobre grandes principios y
seguridad colectiva, a tiempo que, apenas en la penumbra, los bolchevistas tiraban las guitas de
Polichinela.
Vino, por último, la “negociación” definitiva. Los etíopes se habían refugiado en la Sociedad,
porque una campaña de prensa extranjera contra la esclavitud les hizo temer próximas inter-
venciones. Así me lo afirmó personalmente el duque de Entoto, francés, jefe efectivo de la
delegación de Abisinia, cuando pidió que Venezuela votase en favor de la admisión de aquel
país. Lo que entonces sucedió, sábelo el mundo. Lo que en fin de cuentas sucederá, solo lo
sabe Dios. Pero el hecho realizado es que la Sociedad de las Naciones sucumbió; y el hecho
probable será que si las potencias que habrán de defender la futura paz cometen los mismos
errores, volverán catástrofes idénticas a la que presenciamos. (Nota de febrero de 1941).
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LOS AMIGOS DE LAS LETRAS FRANCESAS
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de las Letras Francesas. Zérega Fombona, que es uno de los más altos re-
presentantes de las letras venezolanas. Yo habría querido haceros tam-
bién, en aquel momento, una pequeña apología de su persona y de su
obra; mas no me atreví a ello, en el temor de que las gentes ingeniosas
se marchasen diciendo que pedía simplemente a mi camarada la devo-
lución del ascensor.
Por el contrario, la honra que esta noche se me confiere, es, confe-
sadlo, francamente inmerecida. Yo no soy, en efecto, hombre de letras.
Cuando, a diez y ocho años, comencé a escribir, como casi todo el mun-
do lo hace a tal edad, abrigaba, sí, la esperanza de serlo un día. Con-
sejeros caritativos no tardaron en demostrarme que erraba mi camino,
porque era evidente que carecía sobre todo de imaginación, cualidad
que parece indispensable para ejercer el oficio. Me consagré entonces
al estudio de la historia en cuyo dominio es posible, más que en cual-
quiera otro, darse apariencias de decir algo nuevo, pillando a los demás
y sin funestas consecuencias. Luego, no contento con hundirme en el
pasado, quise contemplar el presente, y a fin de procurarme una cómo-
da butaca, entré en la diplomacia. Mi abuelo, que era jurista y letrado,
pretendía que mi espíritu, previamente deteriorado por el estudio del
derecho, se dañaría por completo con la frecuentación de los literatos.
¡Qué no agregaría hoy, aquel, si pudiera considerar los estragos causa-
dos en mi carácter por diez años de vida diplomática!
Ya véis que todo esto no es suficiente para justificar la iniciativa
del señor Homen Christo. Razón de más, sin embargo, para que desde
el fondo de mi corazón le exprese las gracias por haber inducido a la
Sociedad a escogerme como pretexto para honrar de nuevo la cultura
venezolana.
Vuestras intenciones son nobles, caro amigo, tan nobles como vues-
tro hermoso talento y vuestro esfuerzo. No me corresponde procla-
mar aquí el brillante buen éxito de vuestra carrera; pero, ¿cómo podría
hablarse de ella sin asociar a sus triunfos esa mujer exquisita, vuestra
compañera e inspiradora, cuyo ingenio y gracia vivaracha bastan para
encantaros la vida?
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LA MUERTE DEL JONHKEER VAN STUERS132
Particular.
Exh. 29 de marzo de 1829. Nº 32/b.
Maracaibo, 20 de noviembre de 1827.
Excelencia:
Las particularidades de la desgraciada muerte de nuestro cónsul general en
un duelo con el teniente colombiano Miranda, hijo del difunto general Miranda,
así como los motivos que dieron lugar a este triste caso, me fueron comunica-
dos por el señor D. Bing. En consecuencia, juzgo oportuno acompañar a la pre-
sente un extracto de la carta del señor Bing. Acabo de recibir esta comunicación
por el correo y me apresuro a transmitirla a Vuestra Excelencia, no dejando de
agregar que es de deplorar que un miembro tan útil de la sociedad, un hombre
digno de elogios haya sido arrancado por un joven insignificante de 19 años a
su Patria y a su Rey.
Aceptad, etc.
Edw. Brook Penny.
nota bene.–Me permito referirme al Constitucio-
nal anexo, del 8 de noviembre, Nº 167.
Por copia conforme.
El Secretario del Gobierno (de Curazao)
Wm. Prinse.
A Su Excelencia el Señor Gobernador de Curazao.
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
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(traducción del inglés.–copia)
Exh, 29 marzo. Nº 32/b.
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el terreno (doce pasos); el Caballero insistió para cargar él mismo sus propias
pistolas, lo cual hizo con gran precaución. Dispararon al mismo tiempo; el
Caballero erró el tiro; su antagonista le atravesó la cabeza, y aquel cayó instan-
táneamente sin un gemido. La bala había atravesado el sombrero en el lugar de
la cinta y entrado por la sien derecha, esparciendo sus sesos.
Ud. puede difícilmente imaginar la sensación causada por esta catástrofe aquí,
donde la gente no tiene idea del duelo y propende a llamarlo asesinato abierto.
Lo que más sorprende a todos es que el Caballero haya escogido a este joven que
no tiene más de diez y ocho o diez y nueve años de edad y no había nunca en su
vida usado una pistola y con el cual jugaba frecuentemente ecarté at partice (sic).
Se ha hecho mucho ruido sobre esto de parte de las autoridades, como ocurre
siempre en tales casos. Aunque los padrinos son muy conocidos, ninguno, por
supuesto, ha venido a acusar y el joven Miranda ha desaparecido. El Caballero
fue enterrado, un sermón fúnebre o misa se efectuó en la capilla de la Catedral.
Como muchos relatos erróneos de este infausto suceso irán hasta allá, pensé
que sería bueno dar a Ud. las narraciones de los hechos como realmente ocu-
rrieron, para su información.
Por copia conforme.
El Secretario de Gobierno (de Curazao)
Wm. Prinse.
***
(traducción del holandés)
El Gobernador de Amberes.
9 de febrero de 1828. Nº 31.
383
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
***
(traducción del holandés)
Nº 86-4. Recibida el 9 de febrero de 1828. Exh. Nº 31.
Bogotá, 7 de noviembre de 1827.
Señor:
Lamento mucho deber informar a Vuestra Excelencia de la muerte del se-
ñor cónsul general Caballero de Stuers, el 30 del pasado mes de octubre, a las
cinco y treinta minutos de la tarde.
No tengo necesidad de deciros cuánto me ha impresionado este golpe. Lejos
de mi patria y de mis amigos, no teniendo aquí ni siquiera un compatriota, la pér-
dida de un amigo paternal como el Caballero de Stuers me pesa sobremanera.
Me es también muy desagradable tener que señalar la manera antipática
como el señor Stuers ha perdido la vida. Una desgraciada querella con un joven
oficial, hijo del general Miranda, causó un duelo del cual fue víctima el señor
Stuers; la bala fatal le tocó en la frente determinando inmediatamente su muerte.
Sobre su mesa encontré dos cartas. La primera, al señor ministro de Ne-
gocios Extranjeros Revenga, diciéndole que en caso de enfermedad, de ausen-
cia o de fallecimiento yo me encargaría de las funciones del señor Stuers; una
copia de dicha carta seguirá. Al día siguiente expedí la carta al señor Revenga,
notificando al mismo tiempo a Su Excelencia la muerte inesperada del cónsul
general, con súplica de informar de ella al presidente. El señor Revenga me
respondió el 2 del corriente comunicándome que el presidente sabía ya lo su-
cedido y que Su Excelencia había mostrado su interés, dando el 30 por la tarde
orden de abrir una averiguación y de castigar los “partidos” de acuerdo con la
ley; (las leyes de Colombia condenan a muerte a los dos “partidos” y a los que
los secundan); y en seguida que era muy agradable a Su Excelencia confirmar
la confianza que el Gobierno ponía en mí para cultivar las relaciones amistosas
existentes entre los dos países. Creo que como indico a Vuestra Excelencia el
contenido de esa carta es superfluo enviársela original, lo cual aumentaría los
gastos de correo.
La segunda carta estaba dirigida a mí y contenía la última voluntad del señor
Stuers. Dice, entre otras cosas: “Escribid al Rey; recomendad a Su Majestad mi
mujer y mis hijos. Decid que el sentimiento del honor nacional era todo en
mi conducta”.
384
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
385
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Creo, señor, haber cumplido con esto mi triste deber y pido perdón a Vues-
tra Excelencia si hay algo que no sea claro (en mi carta), pues debo confesar que
me hallo aún muy impresionado por la muerte del Caballero de Stuers.
No me queda sino suplicar a Vuestra Excelencia que asegure a Su Majes-
tad que haré todo para llenar mi deber, en la medida que me lo permitan mi
inteligencia modesta y mi poca experiencia, de manera que el fallecimiento del
cónsul general perjudique lo menos posible al servicio de Su Majestad.
Tomo al mismo tiempo la libertad de suplicar a Vuestra Excelencia me haga
saber, tan pronto como pueda si, durante el período en que estaré encargado
del Consulado General, recibiré una subvención extraordinaria. Espero que
Vuestra Excelencia no tomará esta súplica como una prueba de egoísmo, pues
puedo asegurarle que, si como vicecónsul me ha sido dable vivir modestamente
en mi cuarto de mi sueldo, ahora me será imposible hacerlo. He tenido que
alquilar una casa para instalar las oficinas, habiendo debido amueblar por lo
menos una pieza para recibir al público. El Gobierno no da nada para gastos
de oficina: Vuestra Excelencia no exigirá ciertamente que yo pague dichos gas-
tos. Me he visto obligado a pedir prestado dinero a los señores Bunch & Cía.
que, felizmente para mí, se han servido acordarme el crédito que mi conducta
anterior merece.
Tengo el honor de ser con el más profundo respeto de Vuestra Excelencia
obsecuente servidor.
El vicecónsul encargado del Consulado General de los Países Bajos en Co-
lombia
R. F. van Lansberge.
A Su Excelencia el barón Verstolk van Soelen, etc. etc. etc.–La Haya.
386
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
(traducción del francés–copia)
Viceconsulado de los Países Bajos.–Bogotá
Exh: 9 de febrero de 1828.–Nº 31.
Bogotá, 30 octubre de 1827.
Señor Ministro:
El señor R. F. van Lansberge, vicecónsul de los Países Bajos, residente en
Bogotá, habiendo sido encargado de reemplazarme en mis funciones en caso
de enfermedad, de ausencia o de muerte, tengo a honra avisarlo a Vuestra Ex-
celencia, a fin de que las comunicaciones entre mi Gobierno y el suyo no sufran
ninguna interrupción, si me encontrase en uno de los casos precitados.
Tengo a honra ser, etc.
De Stuers.
Por copia conforme.
El Vicecónsul,
R. F. van Lansberge.
387
PROYECTO INGLÉS CONTRA TIERRA FIRME133
El señor William Spence Robertson menciona este documento en su obra Francisco de Miranda
134
389
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Por otra parte, el doctor Gil Fortoul relata135 cómo sir James
Cockburn, ya instalado en su gobernación, envió a mediados de 1808
emisarios a Caracas y Maracaibo, con el fin de adquirir informes fide-
dignos del estado de aquellas provincias. La curiosidad de sir James
coincidía con los demás esfuerzos del gobierno británico para darse
cuenta exacta de la situación de nuestro país en punto de defensa mili-
tar y de la repercusión que allí tenían los sucesos de Bayona.
Nos parece útil publicar también el texto completo castellano de
los informes de Christie y de John Robertson, traducidos de la copia
inglesa que tomamos en los archivos del Ministerio de la Guerra de
Londres136. De estos documentos insertó el doctor Gil Fortoul, en su
obra, sendos párrafos.
C. Parra Pérez.
***
Hist. Mss. Comms.
Fortescue Mss.
IX. 40-44.
1807, 17 de febrero.
11, Harley Street.
SIR ARTHUR WELLESLEY A LORD GRENVILLE:
En una conversación que tuve hace algunos días con sir James Cockburn,
me informó que el señor Windham contemplaba la idea de emplear las tropas
que se destinan a servir en Nueva España en conquistar el reino de Tierra
Firme, procediendo luego a darles ulterior destino; y que deseaba que yo con-
siderase el asunto y le diera un memorándum sobre él. Incluyo la copia del que
envié a sir James para que lo someta al señor Windham.
incluso: memorándum. 15 de febrero de 1807.
390
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
Se ha sugerido que podría ser practicable emprender un ataque contra el
reino de Tierra Firme con las tropas destinadas eventualmente a atacar a Nueva
España, y que la operación en el primero de estos países podría ejecutarse antes
de que llegara la estación, la cual es de lo más favorable para el servicio en el
último de ellos.
Se recordará que, según el plan, el ataque contra Nueva España estaba pre-
parado para principios de diciembre. Esta es la estación en la cual debería ata-
carse el reino de Tierra Firme. Las lluvias comienzan allí en mayo y terminan
en noviembre y a pesar de que aquellas podrían no ser un obstáculo insuperable
para la mera ocupación de la ciudad de Caracas, lo serían sin duda para la con-
quista del reino.
Las operaciones de las tropas, suponiendo que pudieran mantenerse en el
campo, estarían necesariamente limitadas a las tierras altas, pues los territorios
bajos de las riberas de los ríos se inundan durante la época lluviosa; y muy par-
ticularmente sería menester retardar hasta el mes de diciembre por lo menos
cualquiera operación en el Orinoco. Este río comienza a hincharse en el mes
de abril; desborda y cubre gran parte de caminos del país, y alcanza al nivel más
alto en el mes de septiembre; entonces empieza a disminuir, llegando al nivel
más bajo en el mes de febrero. Aparece por lo tanto que el mes de diciembre
es el período más avanzado en que sería practicable sostener operaciones en el
Orinoco.
Según este aspecto del asunto, yo juzgaría impracticable relacionar los ata-
ques contra Tierra Firme y Nueva España, los cuales deben considerarse como
enteramente distintos. Sin embargo, el gobierno puede creer deseable obtener
la posesión del reino de Tierra Firme, y como he estudiado la cuestión, pido
permiso para ofrecer a su consideración las observaciones siguientes:
Toda la población de los territorios que forman el gobierno del capitán ge-
neral de Caracas, incluyendo la Guayana española y la isla de Santa Margarita, es
inferior a 800.000 almas; de este número 150.000 son blancos, 200.000 esclavos,
alrededor de 300.000 libertos negros o descendientes de ellos y el resto indios.
El gobierno de este territorio está dividido en cinco departamentos: el de la
provincia de Venezuela en el centro; el de Maracaibo al oeste, el de Cumaná al
este, el de Guayana al sur, y el de la isla de Santa Margarita al nordeste.
Hay en Venezuela un ejército formado de 6.558 hombres, de los cuales 918
de infantería regular, 900 de artillería, principalmente milicia, 150 de caballería
391
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
392
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
“... the most fertile in the world, and might turn out to be the most valuable colony that Great
137
393
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
entre estos territorios y otras partes de Sur América; y hay razones para creer
que grandes cantidades de la producción británica son ya transportadas al reino
de Tierra Firme por medio de neutrales y el tráfico de contrabando. El benefi-
cio que se derivaría de la posesión de estos países, provendría de la extensión y
mejoramiento de su cultivo, el cual, como el comercio de esclavos será abolido,
no da esperanzas. Por este motivo consiguientemente la posesión de la colonia
sería de poca ventaja positiva para la Gran Bretaña. Se necesitará en todo tiem-
po una gran fuerza para guardar la posesión de aquella; fuerza probablemente
tan grande como la que se empleará para conquistarla. No puede caber duda
de que los hábitos y prevenciones de los criollos nativos y de los españoles ha-
bitantes de Tierra Firme serán adversos al gobierno británico; y a consecuencia
de la abolición del tráfico de esclavos, sus sentimientos no serán neutralizados
por el beneficio y provecho que derivarían del empleo de capital británico y
del aumento del número de brazos en el cultivo y mejoramiento de sus pro-
piedades. Estoy, por consiguiente, convencido de que la ganancia que la Gran
Bretaña deducirá de la posesión de esta colonia, en las presentes circunstancias,
no compensará la pérdida que pueda sufrirse, el gasto en que se incurrirá para
la conquista y la incomodidad de mantenerla.
Pero si no tomásemos posesión de estos territorios durante la guerra, tengo
poca duda de que el gobierno francés se apoderará de ellos, después de la paz.
Desde estos puntos de vista, la conquista de Tierra Firme se convierte en muy
importante, como que envuelve la cuestión de abandonar al poder de Francia
los medios de establecerse, en el país más fértil y más ventajosamente situado
para el comercio que ninguno otro en Sur América138.
El único modo que puedo sugerir para lograr este importante objeto, sin in-
currir en el inconveniente de mantener en Tierra Firme una gran fuerza militar,
sería establecer allí un gobierno independiente. Bien que todo dependa de los
detalles de tal arreglo, no es este el momento de discutirlos; y solo observaré
ahora en cuanto a este aspecto del asunto que, considerando la situación local
de estos territorios, la probabilidad de que sean atacados y la fuerza de la po-
tencia que podría atacarlos, el establecimiento de un gobierno independiente en
ellos no ofrece la misma dificultad que en otras partes de los territorios españo-
les, respecto de los cuales esta cuestión ha sido considerada.
“... the means of establishing herself in the most fertile, and the country most advanta-
138
394
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
War Office 1/100
pp. 179-183
Curazao, 19 de agosto de 1808.
J. CHRISTIE A SIR JAMES COCKBURN
Sir:
Conforme al mandato de Vuestra Excelencia, me apresuro a presentarle
un bosquejo de algunas circunstancias relativas a la parte de Tierra Firme que,
siguiendo sus órdenes, visité últimamente.
Encuentro que poco más o menos desde el grado 70 de longitud oeste, co-
menzando en el golfo de Venezuela con el estrecho y el lago de Maracaibo al
este, hasta el río Orinoco en el oeste, el conjunto de la inmensa extensión del
país intermedio puede denominarse Caracas. Las varias provincias que compo-
nen esta vasta región, es decir, Venezuela, Maracaibo, Barinas, Cumaná, Gua-
yana y la isla de Margarita, etc., eran hasta hace muy recientemente tan poco
conocidas del mundo político como las más inaccesibles partes de China. La
ciudad de Caracas, capital y asiento del gobierno del país entero, está situada
alrededor de catorce millas inglesas del mar, donde su puerto comercial es
La Guaira, la cual es una rada abierta para los navíos extremadamente ex-
puesta a un pesado oleaje, que causa tan gran marejada que no es raro que la
comunicación de aquellos con la costa sea por completo interrumpida durante
cinco o seis días sucesivamente. La ciudad de Caracas es un cuadrado de cerca
de diez millas de extensión, entre dos montañas de la gran cadena que va para-
lela al mar de Coro a Cumaná. El valle –que está abundantemente regado por
cuatro ríos pequeños– presenta la apariencia de un estanque en medio de aque-
llas estupendas montañas que tienen sus cimas muy sobre las nubes. El clima
no es el que pudiera esperarse de su latitud que es muy poco más de diez grados
del ecuador. Por el contrario, sus habitantes gozan de una especie de primavera
eterna; el aire y las aguas son puros y frescos; y las frutas, duraznos, fresas, etc.
son como las de Europa. Esto se explica por su grande elevación: Caracas se
yergue a casi quinientas toesas sobre el nivel del mar. La población de la ciudad
se calcula, poco más o menos, en 45.000 almas, de las cuales cerca de 1.400 son
nativos de la vieja España, principalmente mercaderes o capitalistas, quienes
aunque no son ardientes por la causa de la independencia, seguirían su bandera,
según todo lo que he oído. Los funcionarios que dirigen los departamentos civil
395
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
y militar son numerosos. Supongo que no hay menos de quinientos, los cuales
por miedo de perder sus puestos procuran moderar los deseos de la masa de los
habitantes nativos del país, quienes en caso de que Francia conquiste a España
están decididamente por la independencia. Pero tienen entusiasmo por la causa
de Fernando, por la que irían a cualquier parte, y en caso de muerte de Fernando,
en mi opinión, este entusiasmo podría conservarse vivo y para la Gran Bretaña
de lo más ventajosamente dirigido, con solo darles presencia de cualquier otro
miembro de la familia de Borbón. La milicia, los hacendados y otros claman aún
por una declaración de independencia, con protección británica.
Aunque una fuerza francesa podría tal vez lograr tomar posesión de ciertos
puntos de la costa –como Cumaná, Barcelona, Coro, etc. y aun La Guaira– no
creo que haría nada que fuese huella decidida en el interior, si se considera el
aspecto del país y los hombres en armas, que calculo montan a:
Hombres
Regulares (incluyendo ingenieros, artillería, etc.) ........................... 2.000
Diez regimientos de milicia en el vecindario
de la ciudad y movilizablesen 24 horas ............................................ 9.000
Del interior, movilizables en una semana ........................................ 20.000
31.000
Además de estos, tómense en consideración los numerosos indios esparci-
dos, muy expertos en el uso de las armas de fuego, enteramente gobernados
por los curas y de esta suerte adictos a los españoles de Caracas.
El país está situado en toda su extensión sobre el océano Atlántico y defen-
dido por una inmensa cordillera de montañas, a insignificante distancia del mar;
solo los pequeños valles entre ellas están cultivados. Los pasos de estos valles
hacia el interior son todos en extremo difíciles –indescriptiblemente en algunos
puntos– y de tan vario modo dominados que es incuestionable que una fuerza
muy pequeña, irregular y dispersa sería capaz de defenderlos contra un núme-
ro muy superior, el cual, a cada paso que avanzase, se vería expuesto durante
muchas millas sucesivas al fuego de un enemigo invisible. Puede ser oportuno
observar que los hombres de la milicia son bien formados, fuertes, musculosos
y al contrario de lo que podría esperarse del clima poseen toda la vida y activi-
dad de los montañeses del Norte. Están, además, muy familiarizados con los
caminos. Sus oficiales, en general, y particularmente los subalternos, son hom-
bres jóvenes como los descritos; pero los jefes y de altos mandos, con pocas
396
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
War Office 1/000.
pp. 203-209.
Curazao, 2 de agosto de 1808.
JOHN ROBERTSON A SIR JAMES COCKBURN
INFORME
397
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
398
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Habiendo los dos oficiales navales más viejos de Maracaibo, servido con
frecuencia conjuntamente con los ingleses, los encontré no solo despojados de
ideas preconcebidas, sino también muy adictos y dispuestos a entrar en rela-
ción. No se menciona a los franceses, sino en términos de execración, y parece
evidente que la cordialidad no existió jamás ni puede existir entre los dos pue-
blos, al menos en este lugar.
La ciudad de Maracaibo tiene alrededor de 25.000 habitantes.
Su fuerza militar (actualmente en servicio), incluyendo artillería, tropas de
línea y milicia, blancos y gentes de color, sube a cerca de 2.000; pero los ha-
bitantes están todos disciplinados como para servir en la milicia cuando se les
llame. Ahora están muy necesitados (tengo razones para creerlo) de armas y
municiones.
A mi llegada los hallé absolutamente ignorantes del estado de España. Ha-
bían recibido algunos relatos indirectos y no comprobados de que Fernando
era rey, a consecuencia de la abdicación de su padre, pero no sabían nada de los
acontecimientos subsiguientes.
Parecieron muy complacidos, tanto de la comunicación de estos sucesos por
Vuestra Excelencia, como de la manera con que tuvo a bien participárselos, y
estoy enteramente persuadido de que de ese modo se ha establecido tanta con-
fianza que debe inevitablemente producir las mayores consecuencias benéficas,
de lo cual se tendrá prueba de muy amplia manera.
El gobernador de Maracaibo no perdió tiempo en comunicarse con el virrey
de Santa Fe y con los demás gobiernos de su vecindad.
La primera impresión producida por el importante mensaje de Vuestra Ex-
celencia, para enviar la misión a Maracaibo, se ha hecho ahora general y debe
llevar el más feliz resultado.
La brevedad del tiempo me servirá de excusa, espero, si presento a Vuestra
Excelencia un informe tan incompleto sobre tan importantes asuntos.
John Robertson.
Secretario.
399
SOBRE INDEPENDENCIA DE MÉXICO140
140
Publicado en El Nuevo Diario, Caracas, 22 de junio de 1932, con el siguiente suelto intro-
ductivo: “Nuestro distinguido colaborador el doctor Caracciolo Parra Pérez, incansable y
afortunado huésped de los archivos europeos, para todo lo referente a los orígenes de las
Repúblicas latinoamericanas, nos envía el artículo y documentos que insertamos en seguida
acerca de la independencia de México. Gracias y aplauso al celebrado autor de Miranda y la
Revolución Francesa y de tanta obra histórica de positivo mérito”.
141
Francisco de Miranda y la revolución de la América española. Traducción de Diego Mendoza. Bogotá.
142
Colonial Office, 137-177, Londres.
401
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
402
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
C. Parra Pérez.
403
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
***
DOCUMENTOS
Señoría:
Tomo la libertad de transmitir adjunto a Vuestra Señoría un documento
de carácter particularmente extraño. Tal vez estimaréis que las aserciones que
contiene merecen examen atento y, si son fundadas, que hay lugar a realizar hoy
lo que entonces estaba proyectado.
Tengo el honor de etc.
(Firmado) Frans-Louis Cardinaux.
A Su Excelencia el mayor general John Dalling,
capitán general, gobernador y comandante en jefe.
***
El 26 de febrero de 1780.
A Su Excelencia el Gobernador Dalling.
Excelencia:
No obstante mi desilusión al ver incumplida la promesa que se me hiciera de
nombrarme Capitán en el Real Cuerpo de Voluntarios de Jamaica (Royal Jamaica
Volunteers), a causa de haberse rehusado el ingreso en su seno de prisioneros
franceses, no por ello dejo de quedar vuestro más reconocido servidor, debien-
do a Vuestra Excelencia la mayor gratitud por la acogida benévola y diligente
dispensada a mi petición. Confieso que la ocasión que se me presentaba había
despertado en mí el deseo de reanudar mis servicios en el ejército, donde la
experiencia práctica del arte militar, adquirida al principio de mi vida, me ha-
bría permitido cumplir mi deber con celo y valor; y seguramente hubiese hecho
cuanto de mí dependiera para merecerme un poco de esa estima que (por lo que
sé) Vuestra Excelencia concede a los oficiales de su regimiento, que son compa-
triotas míos (Suizos).
Habiendo aceptado, mi honorable amigo M. William Gray, llevaros este
mensaje, he unido a mi carta unas observaciones, que someto a vuestro examen;
404
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
***
OBSERVACIONES SOBRE LA MANERA DE FAVORECER
UNA SUBLEVACIÓN GENERAL EN EL IMPERIO MEXICANO
405
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
406
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
religiosas (que, por otra parte, eran los principales agentes de la sublevación)
prometían procurar por sí solas;
4º–se empeñaban, además, si Inglaterra quedaba implicada en una guerra
por causa de México, a suscitar como diversivo, una sublevación semejante en el
Perú y Chile; se habían concentrado y puesto de acuerdo sobre este punto, esti-
mando muy fácil la ejecución de ese plan, porque no podían entenderse con pa-
rientes y amigos, igualmente numerosos en los dos países; además considerando
que la corte de España sabía perfectamente que todas sus fuerzas combina-
das no podían someter esos vastos imperios el día que se sublevaran, pensaban
que no trataría de recuperar a Vera Cruz o México, resignándose tácitamente
a perderlos, y contentándose con la posesión del Perú y de Chile. Se crearía
una República a favor de los habitantes de México, cuyo territorio tiene 1.500
millas de longitud, y una anchura de más o menos igual; el gobierno británico
debía apoyar la revolución y dispensar su protección a la República imperial de
México, garantizando su territorio, y dejando a los habitantes la posesión de sus
bienes, así como también su propia forma de gobierno y el libre ejercicio de su
religión; los ingleses no ocuparían territorio más allá de Vera Cruz. Se convino
igualmente que las regiones de Orizaba, Jalapa y Córdoba, que son un pasaje de
Vera Cruz a México, se constituirían en Estado soberano, atribuido al marqués
d’Aubarède, para establecer una frontera política y religiosa entre los ingleses
de Vera Cruz y los súbditos de la República. Este territorio tiene una longitud y
una anchura de cerca de 100 millas; Orizaba debía ser el centro de las relaciones
comerciales entre México y Vera Cruz; los mexicanos traerían allí su dinero y los
ingleses sus mercancías de Vera Cruz. Este tráfico, según una razonable tasación
establecida y aprobada por el gobierno inglés –como se ha indicado más arriba–
le produciría a Inglaterra por lo menos 15.000.000 de libras esterlinas por año,
en oro, plata y mercancías preciosas; a esa cifra habría que añadir por lo menos
8.000.000 de libras, procuradas por la región costera del Perú en cambio de las
diversas mercancías destinadas a ese país; los mexicanos cuidarían de proveer de
mercancías sus depósitos de Acapulco, adonde los peruanos vendrían a buscar-
las en todo momento, sin riesgo ni peligro, a despecho de la corte de Madrid.
El marques d’Aubarède, debidamente autorizado al efecto, fue a Inglaterra
para decidir con el gobierno británico sobre cuáles serían las medidas más efi-
caces para llevar a ejecución el proyecto. Se sometió el plan entero al examen
de la administración, se enviaron correos urgentes a Madrid, París, Venecia y
Roma, para obtener todos los datos necesarios, y, después de varios meses de
deliberaciones, durante los cuales se estudiaron cuidadosamente todas las cir-
cunstancias y se examinaron en detalle las pruebas, el plan fue aceptado por el
407
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
408
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
cia de América, de nuestro compatriota Carlos A. Villanueva, dimos con una referencia a los
proyectos del marqués d’Aubarède quien, se dice allí, estuvo prisionero en la Bastilla antes de
ir a España “en busca de aventuras”. Villanueva no cita estos documentos y apunta ciertas
circunstancias que no aparecen en ellos, por lo cual se ve que su información proviene solo
de los archivos franceses que consultó (páginas 19, en nota, y 26-27). El licenciado Isidro Fa-
bela, en su obra Los precursores de la diplomacia mexicana, parafrasea a aquel historiógrafo, según
puede verse en el folleto Nº 20 del Archivo Histórico Diplomático Mexicano.
En el tomo XV del Archivo del General Miranda, publicado en 1938, páginas 5 a 27, está repro-
ducido un folleto en inglés, sin pie de imprenta, relativo al “Proyecto singular del Marqués
d’Aubarède, sobre formar una República en México por los años de 1770”. A juzgar por
la hoja de servicios allí inserta, el Guillaume Claude citado por Miranda, distinto de Louis
d’Astorg, conde d’Aubarède, es indiscutiblemente nuestro personaje. Lord Shelburne le hizo
ciertas promesas que no fueron cumplidas, entre otras la de una pensión de doscientas libras
esterlinas. Algunos períodos de la exposición de Cardinaux al gobernador Dalling están to-
mados textualmente de la publicación de d’Aubarède. (Nota de 1942).
409
RESPUESTA AL DOCTOR GIL FORTOUL147
147
Al dar cuenta de la aparición del libro El régimen español en Venezuela, el doctor José Gil Fortoul
escribió en El Nuevo Diario, de Caracas, número de 13 de marzo de 1933:
“NOTAS RÁPIDAS.–Por el nombre del autor, por las relaciones intelectuales que venimos
cultivando desde que él empezó a escribir y por el asunto mismo, leo con interés el libro cuyo
título acabo de transcribir. Parra-Pérez figura entre los más distinguidos venezolanos a quie-
nes atraen las cuestiones de historia patria y ha publicado obras tan valiosas como su Miranda
y la Revolución Francesa, que bastaría para asegurarle merecido renombre.
“Lo dicho me permitirá apuntar algunos reparos, que tal vez resulten justificados y oportu-
nos. En trece cortos capítulos, Parra-Pérez resume los conocidos datos que se encuentran en
historias y recopilaciones sobre el estado social, intelectual, económico, político de la Colo-
nia. Labor útil, pero ¿con qué propósito? No con el propósito de escribir historia propiamen-
te dicha. Antes con el fin de sostener una tesis. En el capítulo XIV, que es el último y se titula
‘Deducciones’, advierte (p. 263) ‘No pretendemos, lejos de ello (¡) irradiar luz (!) sobre los siglos
coloniales. Pero este libro, escrito deliberadamente en estilo polémico y que tal vez algunos califica-
rán de agresivo quiere responder, con datos ciertos y conocidos, a varias cuestiones planteadas
a propósito del régimen español en el país, y en tal sentido representa una contribución a
la tarea de desvanecer las tinieblas que por la voluntad de los hombres o en virtud de ciertas
doctrinas cubren aún para todo nuestro pueblo el período de su formación, hasta el momento en
que se declaró independiente de la metrópoli.
“De suerte que, para el autor, en nada ha contribuido todo el secular trabajo de historiado-
res y recopiladores (que traen los mismos datos) al conocimiento de los siglos coloniales...
Pasemos: cualquiera, si le agrada, puede emplear sus horas en descubrir la luna o inventar la
pólvora o divertirse con el huevo de Colón... Lo que intento aquí es señalar una tesis que me
parece insostenible, y, peor todavía, polvorientamente anticuada en los presentes tiempos de
crítica científica.
“Durante la guerra internacional de Independencia y en los primeros años de la República,
lógico fue que los patriotas venezolanos (aunque lo propio se pudiera decir de los demás
patriotas indiohispanoamericanos, prefiero limitarme a mi tierra) lógico fue que pintasen el
régimen español como despotismo absolutamente detestable y modelo de atraso en todo
sentido. Porque la urgente necesidad de entonces era insuflar de cualquier modo a la clase
inferior, la idea y el sentimiento de patria modernizada, autónoma, desligada de dominacio-
nes extranjeras. El Libertador, que sin embargo veía más alto y lejos que la muchedumbre
de sus contemporáneos, empleó también a veces un lenguaje violentamente exagerado; pero
siempre, sobre todo en los años de 1820 y 21 (cuando ya había triunfado en Nueva Granada,
e iba a triunfar en Venezuela, y se preparaba a triunfar definitivamente en Ecuador y Perú)
se mostró deseoso de una reconciliación con España, a condición, por supuesto, de que la
antigua metrópoli reconociese sin reservas la soberanía absoluta de los nuevos Estados...
“Ahora, ciertos polemistas pretenden, por irreflexivo espíritu de reacción, popularizar la tesis
histórica contraria; que el régimen colonial fue casi perfecto, entre varias razones porque otras
411
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Los amigos del doctor Gil Fortoul, que somos muchos, y sus adver-
sarios, que son algunos, admiran todos en tan eminente compatriota no
solo la elevada y dinámica inteligencia y la cultura vastísima sino tam-
bién la generosidad, notable por rara en hombre de letras y que él pa-
rece conciliar sin inconveniente, como perfecto deportista que es, con
potencias europeas colonizadoras no hicieron nada (?) mejor. Pero, si las cosas iban tan buenas
en Hispanoamérica, ¿a qué la Independencia? ¿para qué nació el Libertador? ¿por qué nos
convertimos en República? Preferible hubiera sido continuar gobernados por algún cualquier
representante de Carlos IV y Fernando VII, y olvidar también que en la misma España estalló
otra revolución republicana. Desgraciadamente para España su revolución fracasó, cuando
afortunadamente para las antiguas colonias la revolución libertadora venía triunfando en todas
las Indias Occidentales...
“Aquellas dos tesis contrarias no merecen ya que se pierda tiempo en exponerlas ni discutirlas.
Ahora tratamos de escribir historia, sin prevenciones sistemáticas ni apasionamientos anacró-
nicos. El Libertador y nuestros demás antepasados que fundaron la patria nueva, pelearon
contra España porque el régimen político, social e intelectual de España se había quedado
atrás en la revolución iniciada por Inglaterra, continuada por América del Norte, rematada por
Francia y acabaron con el gobierno colonial, porque ya había llegado la hora de que el Imperio
de Carlos V de Alemania y I de España, después de una sucesión de monarcas casi todos
enajenados o miopes o idiotas, se convirtiese acá, en este lado del Atlántico, en Repúblicas
modernas... Al cabo de un siglo largo estamos por fin viendo a España consumar también su
revolución, renacer, renovarse, para acercarse a un ideal en que por la lengua y otros lazos no
menos fuertes seguirá abrazada con las nacionalidades nacidas de sus antiguas colonias...
“¿Para qué gastar más pluma ni papel en polémica anticuada? Gástense en acopiar datos que
se añadan a los ya conocidos; estúdiese atentamente la evolución de estos pueblos america-
nos, desde los comienzos del siglo XVI hasta las postrimerías del XVIII, momento en que
comenzó la revolución emancipadora; y señálese en honor de España, cómo desde mediado
el siglo XVIII, una parte de sus hijos, los vascongados, trajeron a estas regiones venezolanas,
junto con nuevos métodos de cultivar la tierra y mejorar sus frutos, las ideas revolucionarias
que alboreaban en Francia; repítase al ‘hombre de la calle’ cómo un criollo caraqueño, el
Precursor Miranda, logró, desde Londres, desde París, desde Filadelfia, propagar en toda
Hispanoamérica la aspiración de ser independiente; repítase cómo y por qué sacrificaron
su vida por el mismo ideal los mestizos de Coro, y José María España, muerto en la horca
y Manuel Gual, envenenado en el destierro, y aquellos otros nobles mestizos ahorcados y
descuartizados en Caracas y La Guaira; repítase cómo el criollo Simón Bolívar, con su cortejo
de patriotas, pudo finalmente fundar la nacionalidad venezolana y llevar a otras colonias la
bandera libertadora. Aspiró también –sueño generoso– a llevarle a España la misma bandera.
No lo olvidan los descendientes de Riego, y bien lo saben los altos espíritus que están ahora
empeñados en transformar a España y en preparar el porvenir que por su raza y por su genio
espera a la hidalga e inmortal España... A esos altos espíritus, con algunos de los cuales he
cambiado cordial apretón de manos, envío en esta ocasión saludo fraternal...
“Parra-Pérez –mi amigo de siempre, a veces colaborador en misiones diplomáticas, colega
distinguido en aficiones históricas– anuncia que tiene en preparación una Historia de la Primera
República de Venezuela. Será bienvenida y encomiada, porque espero que en ella, cambie la
pluma anticuada del polemista por la de verdadero historiador, que él sabe manejar también
con talento y maestría”.
412
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
413
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Repúblicas actuales del caos, sin gestación previa, por mágico conjuro y
en virtud de ciertas fórmulas y principios luminosos que no podían lle-
garnos sino del oriente exótico. Este último partido, digo, se proclama,
naturalmente, científico y moderno, apellida a sus adversarios anticua-
dos y anacrónicos y considera los argumentos que van contra el statu
quo como indigna polémica, sin cabida posible en el sereno y límpido
dominio de la Historia, la cual Historia está ya preparada en caracte-
res indelebles y para uso del pueblo por los escribas rituales. Situación
semejante creóse en Francia cuando la escuela de Taine, después de
remover el polvo de los archivos, reexaminó el formidable expediente
de la Revolución, desgarró el velo del sanctasanctórum y mostró el
cocodrilo sagrado a “los curiosos de zoología moral”. Aun no ha ce-
sado el clamor de los adoradores fanáticos del saurio, quienes –apunta
Lenôtre– aplican en historia la ley contra los sospechosos y rechazan de
plano pruebas y explicaciones.
El nombre que uno se dé a sí mismo y el que endilgue a su conten-
dor son de importancia capital en las luchas de ideas o de ambiciones,
pero no siempre definen realidades. Ni el hábito hace al monje ni la
bacía del barbero es el yelmo de Mambrino. Las cosas tienen esencia
propia e independiente de fáciles logomaquias. No podía dejar de im-
putarse en esta oportunidad el pecado de reacción al inquietante movi-
miento revisor. En cuanto personalmente me concierna, declaro que el
cargo no me intimida, si con él quiere decirse que contribuyo a reaccio-
nar contra embustes generalmente aceptados. Y entiéndase que en este
caso mi “espíritu de reacción” no impetra circunstancias atenuantes ni
paliatorias: es reflexivo... El libro Miranda y la Revolución francesa, que mi
ilustre impugnador aprecia con tanta simpatía, obedeció ya a reacción
contra las fábulas y calumnias que muchos extranjeros y algunos vene-
zolanos han acumulado alrededor de una figura que es parte integrante
del patrimonio nacional.
El doctor Gil Fortoul tiene a bien conceder que mi labor es “útil”,
mas se pregunta inmediatamente cuál propósito pudo guiarme al em-
prenderla y responde que, lejos de escribir historia, apenas sostengo
414
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
una tesis. ¿Qué tesis? ¿De química o derecho? No: sostengo una tesis
de historia, revisora de un período histórico y me baso en hechos his-
tóricos que no invento, que tomo de autores cuyos nombres no callo y
de documentos que cito. Digo que los datos son “ciertos y conocidos”
y me parecen suficientes para formular conclusiones, aun cuando no
me sea posible completarlos en la actualidad, por razones que aduzco.
Aquellos hechos son patentes, pero el doctor Gil Fortoul tiene libertad,
como yo, ni más ni menos, para interpretarlos a su manera, para desvir-
tuarlos o debilitarlos con otros hechos. Frente a mi tesis puede levantar
otra, pero necesita fundarla en pruebas y no en desdenes. ¿Puro depor-
te esto de discurrir sobre la época española? Vasto error. El estudio de
aquella, el conocimiento profundo, en lo posible, de la vida colonial es
tan esencial para seguir la “evolución de estos pueblos americanos”,
como el estudio y conocimiento de la vida republicana, a que ha contri-
buido eficazmente en Venezuela la con justicia encomiada Historia cons-
titucional. Cuando apareció esta obra que clarifica y explica en estilo im-
pecable y con vigoroso criterio, sucesos narrados por los cronistas de la
Colonia y por historiadores como Restrepo y Baralt, a nadie vino la idea
de acusar al autor de “descubrir la luna, inventar la pólvora o divertirse
con el huevo de Colón”. En historia no hay generación espontánea.
Las fuentes son públicas y su entrada libre: cada uno llena su vasija y el
agua idéntica toma de aquella forma peculiar. Al aprovechar la copiosa
bibliografía que indico en las primeras páginas del libro, demostré que
aprecio en lo que vale “el secular trabajo de historiadores y recopilado-
res”, sabido de unos cuantos letrados y especialistas. A que lo conozca
“todo nuestro pueblo” tendemos algunos estudiosos que, por lo demás,
no vamos enteramente de acuerdo en política pura, en filosofía ni en
otras materias. Mi obra es modesta contribución a aquel empeño y por
ello advertí que no pretendía “irradiar luz” (que así es lícito escribirlo
sin pleonasmo ni exclamaciones), es decir, que no pretendía llevar mi
candilejo a todos los rincones oscuros de los siglos coloniales. Limité
mi programa a responder “a varias cuestiones planteadas a propósi-
to del régimen español en el país”. Enuncié conclusiones personales;
combátalas quien las crea falsas.
415
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Histoire d’Espagne: “Il y aurait beaucoup à dire sur les raisons de cette négligence, mais il
vaut mieux se réjouir de la voir aujourd’hui cesser. Mon livre a donc la chance de venir à
son heure, et, si imparfait qu’il soit, il peut, en restaurant des vérités élémentaires longtemps
méconnues, avoir d’heureux effets pour la pacification des esprits. Cette affirmation suscitera
un étonnement plus ou moins sincère chez ceux pour qui l’impartialité consiste à traiter avec
la même considération la vérité et l’erreur, le bien et le mal; cette impartialité-là me parait
être une violente partialité en faveur de l’erreur et du mal. La vérité, ici comme toujours, est
pacifiante”. (Nota de 1939).
416
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
417
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
418
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Al día siguiente, el doctor Gil Fortoul insertó en su periódico esta respuesta y reprodujo su
propio artículo con la siguiente nota: “En El Nuevo Diario de 13 de marzo último, dediqué
unas Notas rápidas al último libro del Dr. C. Parra-Pérez titulado El Régimen Español en Vene-
zuela. En El Universal de ayer 8 de mayo, aparece una respuesta suya. Cumplo con el deber de
reproducirla, para que se tenga a la vista las dos opiniones contrarias. Polemiquear aquí, fuera
incurrir en el mismo reproche que me permití dirigirle amablemente a Parra-Pérez. Diferi-
mos en cuanto a método de escribir historia y en cuanto a tendencias intelectuales. Juzguen,
y escojan, los lectores que entiendan de estas cuestiones–J. G. F.”.
419
LAS CONTROVERSIAS DEL DEÁN151
Se alude en este párrafo que no apareció en El Universal al comentario sobre Patronato ecle-
152
siástico.
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
I
LA MASONERÍA Y LA INDEPENDENCIA
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
más justa idea que la que el alto y bajo vulgo se tiene imaginada. Y es
cosa bien singular por cierto que habiendo tanto personaje ilustre en
América, que por su virtud y talentos han formado la grande y compli-
cada obra de esta independencia, nadie tiene un aplauso general ni la
popularidad que este jefe... Así igualmente las producciones y hechos
de tantos individuos en América reflejan sobre la Independencia y con-
centran, como en el foco, en Washington... Usurpación tan caprichosa
como injusta”. En otra ocasión Miranda dice que el general Knox es
mucho más instruido que “el Ídolo” en cosas de guerra. Más tarde, en
1795, escribe en folleto político: “El Presidente de los Estados Unidos
de América, a quien conozco personalmente, no ha obtenido la con-
fianza de sus conciudadanos por cualidades brillantes, de que carece,
sino por la precisión de su espíritu y la rectitud de sus intenciones”.
Conclusión: si el señor Chilhsom solo puede ofrecernos su fantasía
como prueba de la supuesta iniciación, su afirmación irá a confundirse
en el cesto de los desperdicios con otras innumerables inexactitudes
que se han escrito sobre Miranda.
Razón tienen monseñor Navarro y otros escritores bien informa-
dos al decir que la “Gran Reunión Americana” no fue propiamente
una logia masónica, pues no se ve cómo pudiera el Precursor arrogarse
la facultad de crear por su cuenta organizaciones de aquella natura-
leza. Los textos de Mitre, aun parafraseados por Mancini, hablan de
sociedades de carácter político, con fines exclusivos de emancipar las
colonias españolas. Sin embargo, los iniciados empleaban fórmulas y
símbolos masónicos, y de esa circunstancia nació sin duda la creen-
cia de que eran masónicas aquellas reuniones de conspiradores154. El
doctor Carlos A. Pueyrredón, en obra reciente, dice, que de 1798 a
1800, Miranda “estableció un curso de matemáticas que aumentaba sus
recursos y servía para disimular las reuniones políticas, siendo ellas el
origen de las logias Lautaro y de los Caballeros Racionales o Gran Reu-
nión Americana; los iniciados juraban defender la libertad de sus países
423
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
155
En tiempo de los virreyes, p. 45.
156
Ernesto de la Cruz, Epistolario de don Bernardo O’Higgins, I, p. 12.
157
Vicuña Mackenna, Vida de don Bernardo O’Higgins, pp. 62-63.
158
Pliego titulado: Memorias útiles para la historia de la revolución suramericana.
424
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
159
De La Cruz, loc cit.
160
La fin de l’Empire Espagnol, p. 81.
161
Páginas de historia, p. 266.
425
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Venezuela no hubo logias antes de 1814 según nos dice, entre otras
personas dignas de crédito, el señor J. P. Reyes Zumeta, en conferen-
cia pronunciada en Caracas el 17 de octubre de 1927. Nada se sabe,
con certeza de la logia “Unión”, que algunos suponen existió en 1809.
Los católicos que entablaron polémica con Guillermo Burke, por 1811,
hablaban de “los amargos frutos de la francmasonería”, que extendía
su influencia “hasta el desolado Guárico”162. Es claro que el folleto de
monseñor Navarro no agota el debate de la cuestión general; pero debe
convenirse en la imposibilidad actual de descubrir inspiraciones direc-
tas de la masonería en el trastorno revolucionario, porque carecemos de
documentos en que apoyarlas.
En Francia, las logias se lanzaron a la lucha política después de em-
pezada la Revolución, y encuestas recientes prueban que hasta 1789
aquellas eran solamente círculos sociales e intelectuales donde se prac-
ticaba sobre todo la filantropía. Príncipes reales, duques y pares, genti-
leshombres, clérigos seculares y regulares respetuosos todos del trono y
del altar, formaban parte de dichas asociaciones constituidas para escu-
char buena música, para comer, beber y gozar de la “dulzura de vivir”
de la época prerrevolucionaria. La princesa de Lamballe dirigía una lo-
gia que contaba entre sus adeptas a las más ilustres damas de Versalles.
Los masones hacían celebrar misas el día de san Juan o de otro santo y
cantar el Te Deum en ciertas ocasiones, asistiendo en cuerpo a la iglesia.
Los estudiantes francmasones de tal o cual ciudad prestaban juramento
de no atacar de ningún modo al Estado, las leyes ni las buenas costum-
bres. En las sesiones elogiábase al rey casi tan ritualmente como hoy se
toca el God Save the King en los cinematógrafos ingleses.
Es evidente que muchas personas juntaban a sus ocupaciones masó-
nicas actividades de índole política y filosófica. Algunos de los grandes
espíritus cuyos escritos influyeron en la Revolución eran masones. Exis-
tían también sectas como la de los iluminados, originaria de Alemania y
la de los teósofos, sin contar a los discípulos de Mesmer, que trataban
de aunarse con la francmasonería persiguiendo fines particulares.
426
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
427
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II
TEMAS BOLIVARIANOS
Bulletin de l’Amérique Latine, Paris, Nos 9 y 10, junio-julio de 1919. (Ver más arriba p. 185.
164
429
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IV, p. 415.
165
430
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431
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IV, p. 412.
167
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III
DISQUISICIÓN SOBRE
EL PATRONATO ECLESIÁSTICO
433
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
Alusión a la conocida frase de Luis XIV, o del embajador español, a Felipe V: “Ya no hay
170
Pirineos”.
434
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
también estos textos en el capítulo VIII de su obra. Mi eminente amigo el doctor Carlos F.
Grisanti ha tenido la bondad de comunicarme un interesante trabajo inédito sobre este asun-
to, en el cual se señalan, entre otros, los documentos aquí referidos.
435
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
436
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Monseñor Navarro dio a las dos primeras partes de estos comentarios la siguiente respuesta:
172
“El Generalísimo Miranda y el Clero.–En torno de unos lisonjeros comentarios.–Consideración final sobre
el debatido tema de la religiosidad del Libertador.–Algo tardíamente, por causas del todo ajenas a mi
voluntad, vengo a darme por entendido de las gentiles apreciaciones que le han merecido al
eminente publicista y aventajado diplomático doctor C. Parra-Pérez algunos de mis opúsculos
sobre temas que han estado sobre el tapete de la discusión en estos últimos tiempos. Bajo el
mote: Las controversias del Deán, esas apreciaciones aparecieron en las columnas de El Universal,
los días 5 y 6 y 7 de agosto último, y muy grato me es darle desde estas mismas columnas un
cordial apretón de manos al ilustre amigo al referirme en las presentes líneas a sus doctos
comentarios.
Desde luego, reciba el doctor Parra-Pérez mis más cálidas gracias por las frases con que se
ha servido favorecerme. Nada tan satisfactorio para mí como ese testimonio, proveniente de
437
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Vicente de Maya, Magistral; D. Justo Buroz y doctor D.P. Echezuría y Echeverría, Racioneros;
D. Bartolomé Cerdá y D. Pablo Gomilla, Medio-Racioneros.
Ya en mis Anales Eclesiásticos Venezolanos, pág. 149, consta una cita de este documento, en la cual
aparece haber decretado el gobierno revolucionario la prisión del Arzobispo, ‘por sugestiones
de Miranda (que aborrecía a Su Sría. Ilima. como contrario a sus ideas y detestables irreligiosas
máximas’): prisión que no llegó por fin a efectuarse. Y cuanto al hecho particular que ahora
nos interesa, el mismo documento lo especifica, anunciándolo como ‘la inaudita carnicería que
intentó ejecutar Miranda con otros sus semejantes el año de doce’. Me repugna copiar literal-
mente el pasaje, y por eso he evitado hasta ahora hacerlo, limitándome a una alusión al vuelo.
Pero veo que ya no tengo más remedio que transcribirlo íntegro, para quitarme de encima el
sambenito de ‘imputaciones sin fundamento’. Dice, pues, nuestra acta:
‘El horrible plan era, que el Jueves Santo, al primer golpe de la queda o silencio que acostum-
bra tocarse con la campana mayor en la Metropolitana esa noche, comenzase el degüello de
todos los eclesiásticos seculares y regulares, comenzando por el Señor Arzobispo, a reserva
de muy pocos abiertamente declarados y exaltados en su sistema; había setenta encargados
repartidos por manzanas para la cruel ejecución, que se habría realizado si a las cuatro de esa
tarde por particular disposición de Dios no se hubiera experimentado el horrendo terremoto
que derribó todos los templos y casi todos los edificios de la ciudad dejando sepultados bajo
sus ruinas más de seis mil de sus habitantes e infinidad de estropeados: este es un hecho en
el día indubitable, y que aterrados con el espanto de tan visible castigo publicaron a voces esa
tarde muchos de los destinados a la execución’.
Es evidente, por tanto, que yo estuve bien apoyado al emitir mis conceptos, ya que difícilmente
se podrá hallar un testimonio contemporáneo mejor garantizado de cualquier suceso histórico.
¿Exageraron aquellos Señores en su narración? ¿Fueron excesivamente crédulos y se dejaron
llevar demasiado lejos por las prevenciones corrientes contra el filosofismo del Precursor? Eso
sería cuestión de averiguarlo aparte, y no tenía yo para qué detenerme en semejante trabajo crí-
tico. Si a cuentas vamos más bien me gustaría que Miranda saliera ileso de tal acusación, pues
nunca le he sido hostil; antes bien, siempre he admirado su personalidad y reconocido sus altos
méritos en la preparación de la gesta emancipadora. Pero entretanto, ahí está el documento,
en cuya presencia no es posible negar que Miranda careció de ambiente favorable en Caracas,
a causa de sus ideas y detestables irreligiosas máximas, sin que hubiesen sido parte a desvanecer la
irreductible antipatía los agasajos de su proclama de Coro y sus invocaciones en ella a la Divina
Providencia y al Creador del Universo.
Me complazco, sin embargo, en reconocer que el doctor Parra-Pérez está en lo cierto al asen-
tar que ‘Miranda no pudo nunca dar orden alguna del género, por la sencillísima razón de que
antes del terremoto no ejercía absolutamente ningún poder civil o militar que se lo permitiese’.
La expresión mía de que nuestro documento le acusa de haber ordenado la ejecución en masa,
etc. no es, en efecto, del todo exacta. Allí se habla, en el primer caso de ‘sugestiones’ hechas
por Miranda al gobierno revolucionario; y, en el segundo, de cosa ‘que intentó Miranda con
otros sus semejantes’. Se trata, pues, no de ejercicio de autoridad que ordena y manda, sino
de influencia política y de actividades extraoficiales de un hombre que, por más que fuese ‘un
simple diputado’, gozaba de gran prestigio entre sus compañeros de causa, y de cerca o de
lejos podía fomentar planes de magnitud espantable. Y así queda desvanecida la incongruencia
que sería justo advertir en mi expresión.
Cuanto a las buenas relaciones que Miranda gustó siempre de guardar en sus campañas con el
Clero, permítaseme agregar aquí, a la cita que el doctor Parra-Pérez ha hecho de su bello libro
Miranda et la Révolution Française, y como una ofrenda mía a la gran memoria del Precursor, esta
otra de la misma obra (1ª pte., c. VI, pp. 86 y 87):
439
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
‘El clero belga fue compelido a suministrar mucho dinero para contribuir al mantenimiento
de las tropas francesas: en Gante él consintió al general Ferrand un préstamo de un millón de
libras en numerario, de las cuales trescientas mil fueron destinadas al ejército de Miranda, por
orden del comisario-ordenador. Al convocar a los delegados de la ciudad de Amberes, el 5 de
diciembre, Miranda había hecho venir también a los jefes del clero para explicarles las resolu-
ciones de la Convención respecto de Bélgica y las intenciones de los comandantes militares;
esas explicaciones parecieron satisfactorias. El clero, que había suministrado al general un poco
de numerario, le prometió dar el valor total del empréstito que pedía; por lo cual, en aquel mo-
mento, Miranda juzgaba que no había motivo de queja tocante a la conducta de los delegados
del clero y del pueblo, y esperaba poderlo arreglar todo. En verdad, de parte de un general
jacobino, parece que las relaciones de Miranda con las autoridades eclesiásticas fueran más bien
demasiado amigables; cuando iba él a dejar a Amberes, el Obispo Mons. Corneille-François de
Nelis sentía que ‘los destinos llamasen a otra parte al general, y que éste partiese tan pronto para
el gusto de sus solícitos deseos’. El prelado, que se había presentado en su casa, no habiéndole
encontrado, le enviaba ‘como tarjeta de visita, las bagatelas adjuntas’: unos clásicos latinos y
españoles y folletos de su composición; si el general gustaba del regalo, el Obispo se permitiría
remitirle pronto otras ‘naderías literarias’. Dondequiera ‘que esté el general Miranda, agregaba
Mons. Nelis de manera muy lisonjera, el respeto y todos los sentimientos debidos a los grandes
talentos irán a encontrar, de parte de su servidor, al hombre de letras, al filósofo lleno de ame-
nidad y de los más vastos conocimientos, al gran militar, a aquel, en fin, de quien Homero y tras
él Horacio habrían dicho: Qui mores hominum multorum vidit et urbes’.
El comentario de los Tópicos Bolivarianos es también sobrado lisonjero y, para mi fortuna, nada
contiene que me obligue a hacer aclaraciones. Repito que estamos sustancialmente de acuerdo
y en lo tocante a la sincera religiosidad del Libertador, que es el tema de mayor cuantía, básta-
me poner de resalto esta conclusión de Parra-Pérez:
‘Cualesquiera que hayan sido las circunstancias, es un hecho que Bolívar murió en el seno de
la Iglesia y nada permite dudar de su sinceridad. En último análisis, puede admitirse que el
Libertador evolucionó en materia religiosa y que su espíritu, abandonando progresivamente
las ideas brillantes de la juventud, buscó nueva orientación, bajo la influencia de la edad y del
medio y por la conciencia de sus graves responsabilidades’.
Después de esto, algunas pequeñas divergencias de criterio en la interpretación de ciertos
hechos, actitudes o palabras, no merecen la pena de ser tomadas en cuenta.
No obstante, por no dejar, como decimos en criollo, y sin que ello sea incurrir en argucia, permí-
tame el doctor Parra-Pérez oponer al apotegma de Locke: ‘Nada hay en el espíritu que no haya
pasado antes por el canal de los sentidos’, el viejo axioma escolástico: Nihil est in intellectu nisi
prius fuerit in sensu, con el cual, manteniéndose inconmovible la espiritualidad del alma, quedan,
sin embargo, del todo desechadas las ideas innatas. Me bastaba, pues, someter las palabras
de Bolívar ‘al crisol de una crítica discreta’ para despojarle del significado materialista que,
seguramente, no se avenía con la medida de su grandeza. No hay que olvidar, por otra parte,
que Bolívar no era un creador de sistemas de filosofía ni un profundo estudioso de la materia;
por lo cual es preciso no tomar muy en serio sus dichos sobre el particular y darnos por bien
servidos de que ni acusen herejías filosóficas ni contengan adefesios dogmáticos.
Termino, pues, reiterando las más cordiales gracias a mi buen amigo el doctor C. Parra-Pérez
por la amable atención que se ha dignado prestar a mis modestas producciones.–N. E. Nava-
rro, Prot. Apost.”.
(El Universal, 27 de septiembre de 1934).
440
MIRANDA Y EL CLERO173
bien escribirnos con referencia a este nuevo artículo: “Aunque no se ha tratado, en el caso, ni
con mucho de una polémica, sino de una simple aclaración de puntos de vista, no ha dejado
de ser aplaudida la serenidad y cortesía en que este cruce de ideas se ha desarrollado, sobre
todo en los momentos en que por un asunto fútil, se exhibían aquí por la prensa los conten-
dores con demasiada acerbidad”.
441
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
442
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
443
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
hasta que votada la Carta, formuló sus reservas. Aquí podríamos re-
cordar aquello de que la ideología mirandina perdió a la República y
otras doctísimas sentencias. Si las ideologías constitucionales perdieron
a la República, fueron ellas de Roscio, de Uztáriz y de otros próceres, y
nunca del general, cuyos incas no tuvieron ninguna responsabilidad en
la catástrofe, aunque sirvieron quizá de alimento a la guasa de los ca-
raqueños, quienes siempre han sabido reír. Recuérdese, en todo caso y
para su descargo, que en la tradición peruana Miranda solo buscaba un
nombre, apoyándose en ciertas razones. Es probable que a estas se agre-
gara entonces la de no querer, por odio a Bonaparte, llamar cónsules a
sus magistrados. En 1816 Belgrano y tal vez San Martín pensarán en
coronar en Buenos Aires a un inca auténtico. Pero esa es otra historia.
444
NOTA SOBRE MADARIAGA175
445
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
446
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
181
Citado por Becerra: Vida de don Francisco de Miranda, II, p. 20. (Edición de Madrid).
182
Biografías de hombres notables de Hispanoamérica, I, pp. 111-112.
183
Nacimiento de las repúblicas americanas, II, p. 132.
184
Recuerdos de la rebelión de Caracas, p. 17.
447
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448
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
187
Relación documentada, p. 30. (Edición de la Editorial América, 1917).
188
Loc. cit., p. 287.
189
Amunátegui, Vida de don Andrés Bello, 9 de junio de 1811, pp. 101-102.
190
Miranda, se entiende.
449
CARACCIOLO PARRA PÉREZ
191
War Office, loc. cit. Nos vemos naturalmente obligados a retraducir los textos al español.
192
Documentos para la vida pública del Libertador, III, p. 32. Véase también a Restrepo, Historia de
Colombia, I, p. 106; y a Gil Fortoul, Historia constitucional de Venezuela, I, p. 187.
193
Loc. cit., p. 219. La cita de Doc. III, p. 610, hecha por Mancini respecto de esta relación del
viaje de Madariaga es inexacta.
450
PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
siglo xix, defendió a Miranda en 1806 desde las columnas del Barbados
Mercury y envió más tarde al almirante Durham interesantes informes
sobre el estado de América y de Venezuela en tiempos de nuestra Se-
gunda República194. Creemos oportuno recordar que el eclesiástico chi-
leno no fue el descubridor del Meta y que los españoles practicaban por
esas aguas considerable comercio, que fue después abandonado. Mas
he aquí la traducción de Robinson:
“No fue sino en los años 1810 y 11, durante el período en que Ca-
racas gozó de corta vida independiente cuando un distinguido patriota
llamado Madariaga Cortés, canónigo de Chile, se propuso explorar una
navegación al interior, desde las extremidades de Venezuela hasta pocas leguas de
la ciudad de Santa Fe de Bogotá, capital de Nueva Granada195. Seguido solo
de algunos compañeros, partió de Santa Fe hacia las cabeceras de un
río llamado Meta, que era tan desconocido de los geógrafos como de
reputación. Algunos jesuitas escapados de la persecución y algunos mi-
sioneros, eran los únicos habitantes blancos que habían visitado este
río y a quienes se permitiera establecerse en él. El canónigo de Chile
y su pequeña e intrépida banda, en lanchas de su propia construcción,
comenzaron sin aprensiones la bajada, visitaron varias tribus de salvajes
que vivían en las riberas o a pocas millas del río, siendo tratados hos-
pitalariamente por todas ellas, debido a que el canónigo llevaba en sus
manos el estandarte de la libertad y se declaraba hostil a los españoles.
De otra manera no habría pasado con seguridad, pues muchas de estas
tribus traían guerras eternas con los últimos y habrían sacrificado a to-
dos estos aventureros, sin la habilidad y buena dirección del canónigo.
Después de navegar catorce días, a través de un país muy bello y fértil y
por un río de una milla de ancho generalmente y de cinco o seis brazas de profundi-
dad, de plácida corriente, sin caída o bajo algunos que interrumpiesen el
curso de más de ochocientas millas, llegaron a los ríos Apure y Apurito,
194
Foreign Office, 72-181. Georgetown, 1815. El título completo del Informe es: “Ojeada sobre
Hispano-América, en particular sobre los vecinos Virreinatos de México y Nueva Granada,
con el intento principal de ilustrar una política de pronta conexión entre los Estados Unidos
y estos países”.
195
La bastardilla es de Robinson.
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uno que serpea por el corazón de Venezuela y otro que desciende hacia
el Orinoco (sic), probando así una grande y fácil comunicación por agua
de más de mil seiscientas millas, desde las bocas del Orinoco en el Atlántico, en el
golfo de Paria, hasta el centro mismo de Nueva Granada y a pocas millas
de Santa Fe”.
“La suerte del Canónigo se deplora en toda la América del Sur. Ni el
brillo de sus talentos, ni sus virtudes privadas, pudieron preservarle de
la rabia de Monteverde. Este ordenó encerrarle durante muchos meses
en las bóvedas de Puerto Cabello y de allí se le envió encadenado a
España. Las noticias más recientes dicen que arrastra sus grillos en la
fortaleza de Ceuta”.
Saltemos sobre los incidentes de la carrera de Madariaga en la época
de la Primera República, que son perfectamente verificables196, para lle-
gar precisamente a su prisión en Ceuta y en compañía de Roscio, Juan
Paz del Castillo y Juan Pablo Ayala. Según Rojas, los americanos se
fugaron de aquella plaza, a fines de febrero de 1814, con la complicidad
del comerciante inglés de Cádiz Tomás Richards, refugiándose en Gi-
braltar. El gobernador general Campbell entrególos de nuevo a las au-
toridades españolas y fue entonces cuando los próceres imploraron la
intercesión del príncipe regente y del gobierno de Inglaterra. Los otros
revolucionarios que habían sido enviados con aquellos a España, Varo-
na o Barona, Mires, Ruiz e Isnardi, que eran peninsulares, permanecían
también en prisión y varios autores afirman que allí murieron197. Estos
y los cuatro americanos formaban el grupo de “los ocho monstruos”
de que hablaba Monteverde a la Regencia.
196
Con referencia al amistoso cambio de idea que tuvimos hace poco con monseñor Navarro
sobre el tema Miranda y el clero, recordemos que en 1812 se había designado a Madariaga
para ir en misión diplomática a los Estados Unidos; pero, el 5 de julio, el dictador decidió que
fuese Gual en su lugar y se quedara el canónigo “para arreglo de materias eclesiásticas”. Este
último recibiera antes las conocidas órdenes para llevar al arzobispo a La Guaira, órdenes
pronto suspendidas por una carta de Soublette, secretario de Miranda. (Véase a José María de
Rojas: El general Miranda, pp. 687-688).
197
Sin embargo, Mancini (loc. cit., p. 394), da noticia de la evasión de Mires.
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A juzgar por toda esta correspondencia y por la fuga misma, el encierro de los patriotas en
199
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201
Foreign Office, 72-76, Nº 4; ibidem, Nº 17. Nota a Castlereagh.
202
Foreign Office, 72-186.
203
Loc. cit., p. 229.
204
Cartas de Bolívar, 1, p. 256.
205
Ibidem, p. 291, 6 agosto de 1817.
206
Rojas, loc. cit., p. 235.
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LA CONFESIÓN DE BERNARDO BERMÚDEZ208
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UN BUEN PUNTO AL VIEJO GUZMÁN212
El doctor Caracciolo Parra, quien murió de noventa años y conservó hasta sus últimos tiem-
213
pos notable vigor intelectual y físico, era en la conversación diaria fuente inagotable de he-
chos, anécdotas y críticas referentes a los hombres públicos del país. “El viejo Leocadio”
no salía favorecido de sus comentarios, dichos en tono zumbón y salpicados de agudezas.
Aprendimos a conocer a los Monagas con los nombres de “el viejo Tadeo”, “el viejo Grego-
rio” y “Rupertico”. Las ideas políticas de nuestro abuelo coincidían con las de su hermano el
doctor Antonio Parra, cuya muestra puede verse en algunas cartas publicadas recientemente
por el doctor José Santiago Rodríguez. El doctor Caracciolo Parra creyó en la Revolución
Azul y llevó correspondencia personal con José Ruperto. Había un hombre a quien jamás
despojaba de su grado: “el general Páez”.
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***
CARTA DE GUZMÁN A PÁEZ
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DISCURSO PREPARADO POR GUZMÁN
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pueblo? No: ningún mortal. Esto no es mas en cuanto a mi, qe una muestra de
la omnipotencia social. Es una dádiva magnífica, ostentosa, inmerecida. Es la
prueva qe da Venezuela al mundo de qe no puede haber ya espada, ni hombre,
ni poder qe le arranque, ni le mengüe siquiera, el (¿beneficio? ¿ejercicio?) sobe-
rano de su libertad. Si se me decreta y se presenta a mi es solo como al Gral.
del pueblo; porque fué el pueblo en masa, el qe formó el Exto restaurador de
la Consts215. Solo bajo este aspecto, me es lícito gozar hoy, a par de mis compa-
triotas, la emoción del placer.
Nada mío tengo que ofrecer a la patria, en el momento solemne en que ella
me da un puesto en la historia y una recomendación pa la posteridad. Yo la con-
sagré mi corazón, mi brazo y hasta mi alvedrio al tpo qe la vi nacer. Spre he sido
suyo, en el campo, en el gavinete y en el hogar. Pero esta espada es un poder
qe ella me da hoy, y que yo le consagro desde luego. A la voz del Govierno, la
rodearan sin duda todos los venezolanos en el momto. de cualq. peligro ella ser-
virá de antorcha entre el polvo y el humo del combte. y arrancaremos sin duda
la victoria. Si antes me tocare morir, iré seguro de qe todos mis compatriotas
volarán sobre mi cadáver, a rescatar esta prenda de su amor: ellos serán los que
la arranquen a mis manos. Si como debemos esperarlo, pasaron ya todos los
días de dolor pa la patria y ya las armas han dejado pa siempre el campo a la
razón y a la libertad; yo protesto, qe en el seno de la paz, aunque la veleidosa
fortuna me ciñerá los ojos con su propia venda, esta espada, talisman sagrado,
me conducirá spre pr la senda del deber, hta lograr una muerte que lloren to-
dos; porque no haya un solo enemigo de la soberanía del pueblo de Venezuela,
ni del Imperio apacible, inalterable y filantrópico de la ley.
PALABRAS DE...
AL ENTREGAR LA ESPADA AL GENERAL PÁEZ
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CARACCIOLO PARRA PÉREZ
CONTESTACIÓN DE PÁEZ
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PÁGINAS DE HISTORIA Y DE POLÉMICA
Si como debemos esperarlo, pasaron ya todos los días de dolor para la patria,
y ya las armas han dejado para siempre el campo a la razón y a la libertad, yo
protesto que en el seno de la paz, aunque la veleidosa fortuna me ciñera los ojos
con su propia venda, esta espada, talismán sagrado, me conducirá siempre por
la senda del deber, hasta lograr una muerte que lloren todos, porque no haya un
solo enemigo de la soberanía del pueblo de Venezuela, ni del imperio apacible,
inalterable y filantrópico de la Ley216.
del año corriente un interesante artículo sobre este asunto: “Un título y una espada”. Vemos
allí que no fue, como creíamos, el presidente del Congreso quien entregó la espada a Páez,
sino el propio general Soublette, encargado de la presidencia de la República; y que el acto de
la entrega se efectuó en abril y no en febrero del citado año de 1838. Los párrafos de la con-
testación de Páez que inserta el señor García Chuecos presentan ligeras variantes de nuestro
texto. (Nota de noviembre de 1941).
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MEMORIA SOBRE LA REFORMA
DE LOS MANUALES DE ENSEÑANZA217
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II
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III
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IV
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Para evitar confusiones acaso convendría reemplazar aquí “nacionalista” por “nacional”.
218
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REVISIÓN DE TEXTOS
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VII
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ÍNDICE
SALUDO AL LECTOR................................................................................................................................ 5
PRESENTACIÓN........................................................................................................................................ 11
EXPLICACIÓN............................................................................................................................................ 25
El lector tiene pues la dicha de ver rescatadas y reunidas aquí, por primera vez en un solo
volumen, dos obras que yacen absolutamente desaparecidas del mercado editorial desde que
fueran editadas por primera vez en 1939 y 1953 y que, al mismo tiempo, ofrecen un valioso
instrumento para la comprensión de la política insurgente venezolana que, como puede verse
gracias a las exploraciones documentales de Parra Pérez, también experimentó, con puntos y
comas, una serie de contactos más allá de los que comúnmente se conocen de su relación con el
mundo exterior.