FABULA
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NUEZ DE ORO
La linda Maria, hija del guardabosques, encontró un día una nuez de oro en medio del sendero. -Veo que has encontrado mi
nuez. Devuélvemela -dijo una voz a su espalda. María se volvió en redondo y fue a encontrarse frente a un ser diminuto,
flaco, vestido con jubón carmesí y un puntia-gudo gorro. Podría haber sido un niño por el tamaño, pero por la astucia de su
rostro comprendió la niña que se trataba de un duendecillo.
-Vamos, devuelve la nuez a su dueño, el Duende de la Floresta -insistió, inclinándose con burla.
-Te la devolveré si sabes cuantos pliegues tiene en la corteza. De lo contrario me la quedaré, la venderé y podré comprar
ropas para los niños pobres, porque el invierno es muy crudo.
-Déjame pensar..., ¡tiene mil ciento y un pliegues!
María los contó. ¡El duendecillo no se había equivocado! Con lágrimas en los ojos, le alargó la nuez.
-Guárdala -le dijo entonces el duende-: tu generosidad me ha conmovido. Cuando necesites algo, pídeselo a la nuez de oro.
Sin más, el duendecillo desapareció.
Misteriosamente, la nuez de oro procuraba ropas y alimentos para todos los pobres de la comarca. Y como María nunca se
separaba de ella, en adelante la llamaron con el encantador nombre de 'Nuez de Oro".
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El Cabrito y El Lobo
Al salir la cabra de su establo encargó a su hijo el cuidado de la casa, advirtiéndole el peligro de los animales que rondaban por los alrededores con
intención de entrar a los establos y devorar los ganados.
No tardó mucho en llegar el enemigo: ¡Un lobo horrible, amiguitos míos, un lobo!, que imitando la voz de cabra llamó cortésmente a la puerta para
entrar.
Al mirar el cabrito por una rendija vio al feroz carnicero y, sin intimidarse le dirigió el siguiente discurso:
- Bien sé que eres nuestro mayor adversario y que, imitando la voz de mi madre, pretendes entrar para devorarme. Puedes marcharte, odiado animal,
que no seré yo quien te abra la puerta.
MORALEJA:
Sigue el consejo de tus padres
y vivirás feliz toda la vida.
EL LEON Y EL RATON:
Unos ratoncitos, jugando sin cuidado en un prado, despertaron a un león que dormía plácidamente al pie de un árbol. La fiera, levantándose de pronto,
atrapó entre sus garras al más atrevido de la pandilla.
El ratoncillo, preso de terror, prometió al león que si le perdonaba la vida la emplearía en servirlo; y aunque esta promesa lo hizo reír, el león terminó
por soltarlo.
Tiempo después, la fiera cayó en las redes que un cazador le había tendido y como, a pesar de su fuerza, no podía librarse, atronó la selva con sus
furiosos rugidos.
El ratoncillo, al oírlo, acudió presuroso y rompió las redes con sus afilados dientes. De esta manera el pequeño exprisionero cumplió su promesa, y
salvó la vida del rey de los animales.
El león meditó seriamente en el favor que acababa de recibir y prometió ser en adelante más generoso.
MORALEJA: