Vences Vidal

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 Mirador latinoamericano

MANIFESTACIONES DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN TORNO


A TRES IMÁGENES MARIANAS ORIGINARIAS. LA UNIDAD DEL
RITUAL Y LA DIVERSIDAD FORMAL
Magdalena Vences Vidal∗

RESUMEN: El artículo aborda el tema de la religiosidad popular a través del culto


a tres imágenes marianas durante la Colonia: la Virgen de Guadalupe del Te-
peyac (México), la Virgen del Rosario de Chiquinquirá (Colombia) y la Virgen
de El Quinche (Ecuador). Estos tres casos hispanoamericanos son referente
para que la autora reflexione, en la primera parte, sobre los conceptos utiliza-
dos para explicar el comportamiento religioso del pueblo ―principalmente la re-
ligiosidad, lo popular y lo oficial―; a partir del análisis de autores españoles que
tratan estos conceptos, expone el papel que desempeñaron las manifestacio-
nes colectivas externas en torno a las imágenes y fenómenos como el milagro
y la fiesta. En la segunda parte, la autora describe los medios usados para
afianzar y expandir el culto a las imágenes sagradas, en donde destaca el im-
portante papel que tuvieron los traslados de las imágenes y sus reproducciones
plásticas. Finalmente, analiza los conceptos de cultura y del barroco.

PALABRAS CLAVE: Virgen María, Religiosidad, Procesión, Cultura Barroca, Ritual.

ABSTRACT: The article deals about the popular religiosity through the cult to three
Marian images during the Colony: “The Virgen de Guadalupe del Tepeyac”
(Mexico), The “Virgen del Rosario de Chiquinquirá” (Colombia) and “The Virgen
de El Quinche” (Ecuador). This three Hispanic-American cases are a reference
the author uses to reflect, in the first part, about the concept used to explain the
religious behavior of the people –mainly the religiosity, the popular and the of-
ficial―; through Spanish authors which study those concepts, exposes the roll
the external collective manifestations had about the images and phenomena
like miracles and celebrations. In the second part, the author describes the
means used to strengthen and to expand the cult to sacred images and she
highlights the important roll that the translation of those images and their repro-
ductions had. Finally she analyses the concepts of culture and baroque.

KEY WORDS: Virgin Mary, Religiosity, Procession, Culture, Baroque, Ritual.

*
Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, UNAM
(vences@servidor.unam.mx).

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MAGDALENA VENCES VIDAL

INTRODUCCIÓN

Este artículo, acerca del culto externo manifestado por el hombre a las
imágenes sagradas, está dirigido a reflexionar sobre determinados con-
ceptos con los que se ha definido y calificado al comportamiento reli-
gioso del pueblo como: la religiosidad, lo popular y oficial, y la cultura
barroca, que tuvo su concreción en el mundo colonial americano desde
el siglo XVI. Este comportamiento social es en buena parte la base de las
formas y fórmulas o medios de manifestación religiosa que han llegado
a nuestros días a través del culto que el pueblo tiene a las más famosas
devociones y a las tenidas por imágenes milagrosas, mediante las que se
ha “recuperado” el uso de espacios que alguna vez fueron públicos.
En esta sección me valgo de una selección de autores españoles, sus
ideas y ejemplos ibéricos con los que establezco una afinidad de lo su-
cedido en Hispanoamérica, partiendo de la afirmación de que la trans-
misión de la cultura occidental europea se llevó a cabo a través del
proceso de expansión de la monarquía hispana. Paso después a resaltar
el uso de un par de medios de difusión de la imagen sagrada: los trasla-
dos y las recreaciones plásticas que se constituyeron en memoria viva y
futura de acontecimientos del pasado, elementos además de identidad;
cierro al final con una decantada cita de los conceptos: cultura y barroco.
Este acercamiento a la comprensión de la cultura cristiana católica ba-
rroca de América hispana tiene el objetivo de recuperar fragmentos de la
historia de una tradición y prácticas o modos de vivir la Religión,1 que se
dieron —con sus peculiaridades— en tres focos de devoción mariana: la
Virgen de Guadalupe (México), la Virgen de Chiquinquirá (Colombia) y
la Virgen de El Quinche (Ecuador). Principalmente expongo ejemplos de
vehículos o mecanismos comunes del comportamiento religioso desde la
segunda mitad del siglo XVI, cuya pervivencia y uso fue fortalecido en el

1
Religión entendida como “el conjunto de dogmas y bases doctrinales; lo que se debe
creer y saber”, José Domínguez León, “Bases metodológicas para el estudio de la re-
ligiosidad popular andaluza”, en María de Jesús Buxo Álvarez Santaló y Salvador Ro-
dríguez Becerra [coords.], La religiosidad popular, Barcelona, Anthropos, vol.1, p.147.

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siglo XVII a través del arte en el marco ideológico del dirigismo contrarre-
formista de los monarcas de la Casa de Austria.
Comparto plenamente la definición que han hecho especialistas en la
materia, como Rodríguez Becerra y Sánchez Herrero, acerca de que la re-
ligiosidad es la concreción de la religión en el hombre en su vínculo con
lo divino, en busca de una serie de respuestas a la pregunta: “cómo el
pueblo siente y manifiesta su religión, su relación con la divinidad”.2 De
modo que esta práctica popular o del pueblo, incluyente de todo indivi-
duo, es la manifestación de “una búsqueda de relaciones con lo divino”,
en pos de un contacto más directo con la divinidad, con los santos y a tra-
vés de la intercesora del hombre —la Virgen María— para que éstos
rueguen al Dios-Hijo y éste medie ante Dios Padre por la salvación del
ánima. Dicho comportamiento sostiene una relación, ineludible, con la
oficialidad de la Iglesia a través de sus prelados y de las autoridades se-
glares, de las orientaciones dogmáticas y normas establecidas en los tex-
tos emanados de los concilios provinciales y de los sínodos diocesanos
celebrados en Hispanoamérica en el marco de los decretos del ecuménico
Concilio de Trento, donde se afianzó el concepto de “Tradición de la
Iglesia: las Escrituras y los Santos Padres”, tradición invocada ya desde
el año 787 en el Segundo Concilio de Nicea.3 Feligresía e Iglesia en un
objetivo común, rendir culto a Dios, a la Virgen, a los santos y a las santas
Reliquias en las iglesias, santuarios, capillas, altares.
En los cultos se plasma el “concepto de religiosidad o de creencia [y
se define como] el conjunto de las interrelaciones de todos aquellos ele-
mentos conectados con ella”.4 De modo que, la religiosidad se expresa
o manifiesta en creencias concretas e impregnadas de rituales en un sis-

2
José Sánchez Herrero, “Religiosidad cristiana popular andaluza durante la Edad
Media”, en ibid., vol. 1, p. 105, apud Real Diccionario de la Real Academia. Véase Sal-
vador Rodríguez Becerra, “Introducción”, en ibid., vol. 1, p. 10.
3
Nelly Sigaut, José Juárez. Recursos y discursos del arte de pintar, Milán, Landucci
Editores y Leonardo Internacional, 2002, pp. 26 y 27.
4
Jorge Antonio Rincón Mirón, “Nuevas perspectivas de estudio sobre la religiosidad
medieval”, en Álvarez Santaló y Rodríguez Becerra, op. cit., vol. 1, pp. 136 y 137.

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tema de prácticas encaminadas a expresar un sentimiento piadoso o de


piedad en torno a determinadas imágenes sagradas a las que se venera en
espacios geográficos, político-culturales y económicos significativos.
Dado este carácter de conexión de factores hay en el ritual una polisemia
de valores, ya que “no sólo comunican mensajes relacionados con lo so-
brenatural, sino también con lo económico, lo social, lo lúdico, la iden-
tidad cultural y todo el sistema cultural”.5 Todo este conjunto estuvo
presente en el establecimiento y desarrollo de los tres cultos marianos
aquí comentados, generadores de identidades y poderío económico re-
gional, cuyas imágenes ondearon como estandartes en la construcción de
sólidos caminos de las naciones formadas después de consumados los
procesos de independencia.
En las manifestaciones externas colectivas como en los interiores de
las iglesias se reprodujo el orden social de los individuos y grupos de las
diversas comunidades hispanoamericanas; es a través del mecanismo de
las primeras con las que se impulsó el reconocimiento de un culto, su ex-
tensión y preeminencia en otras regiones. Los medios fueron la romería
individual y después colectiva al santuario —hecha a raíz de la “fama”
de la advocación por su origen milagroso, por sus prodigios o señales so-
brenaturales—; la procesión local fue de circunscripción delimitada, en
el recuadro de la población, en la misma categoría se encuentra la roga-
tiva y la fiesta de la imagen tutelar, en tanto que los mecanismos más
contundentes para dar a conocer a la imagen fue, por un lado, el traslado
de la misma de su núcleo de devoción a otros territorios en aras de sa-
cralizarlo y de extender el área de influencia y de beneficio para el afian-
zamiento del culto, por otro la multiplicación de las copias plásticas
destinadas a conquistar creyentes y a generar cofradías, así como los
lienzos memorativos de los favores a la población y a particulares que
revistieron los muros interiores de los santuarios barrocos.
Respecto al término popular hay múltiples interpretaciones y aplica-
ciones según la época o la manifestación específica de la que se hable y

5
Rodríguez, Introducción, en ibid., p. 9.

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los agentes que intervienen en ella. Una explicación que comparto es la


que, como otros autores, anota García García: “La adjetivación de la re-
ligión como popular hace referencia a otro tipo de religiosidad que, por
lo general, es tipificada de oficial. Ambas se entremezclan, coexisten de
forma más o menos diferenciada”.6 En uno y en otro caso hay un vínculo,
unos procesos de convivencia. Para este autor la relación establecida
entre ambas “es una cuestión de control social”, intereses individuales o
bien de grupo, y “es en la confrontación de estos sistemas de intereses,
gestados a veces en un largo proceso histórico, donde debe analizarse la
relación entre la religiosidad oficial y la popular.”7
Esta diferenciación, en los ejemplos hispanoamericanos que me ocu-
pan, se advierte en el contenido de las descripciones de los traslados y las
procesiones, donde se describe el orden de quienes trasladan y quienes re-
ciben; donde se pone énfasis en cómo a diferencia de los españoles, los in-
dios y castas manifestaban su forma de religiosidad. Aunque todos ellos
de manera conjunta participaron en un objetivo común: la búsqueda de
reconocimiento de una imagen sagrada a través de sus formas de devo-
ción y demostración de respeto, mediante conductas ejemplares en el
marco de una buena gama de parafernalia sensible —de herencia medie-
val pero también enriquecida con el aporte del territorio y las comuni-
dades locales—. Estas formas materiales del culto externo establecidas
por la tradición fueron respaldadas oficialmente y sopesadas en el tamiz

6
José Luis García García, “El contexto de la religiosidad popular”, en Álvarez Santaló,
op. cit., vol. 1, p. 19, especialmente se refiere al término en relación a las reminiscencias
de antiguos sistemas de creencias y prácticas en la religión dominante. Sánchez He-
rrero, op. cit., p. 107, apud Maldonado, subraya que “hay una relación dialéctica entre
lo popular y lo no popular (llámese oficial, institucional, etc.), es muy difícil establecer
qué fue primero en un marco histórico-temporal o diacrónico”. Por otra parte Antonio
García y García, “Religiosidad popular y derecho canónico”, en Álvarez Santaló, op.
cit., vol. 1, pp. 231 y 232, expone la problemática entre la separación y la cercanía de
ambas religiosidades que “con frecuencia se yuxtaponen […], se anteponen, se super-
ponen y hasta se contraponen”.
7
García García, op. cit., vol. 1, p. 25. En relación a la religiosidad contemporánea, véase
Domínguez, op. cit., vol. 1, pp.145 y ss., se sopesan los valores cuantitativos y cuali-
tativos como categorías para la definición de “popular”.

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de las discusiones teóricas sobre la decencia y el decoro en relación al


manejo y presentación de la imagen sagrada. Mediante los trayectos se
dio pie a la organización de sistemas sociales y económicos que garan-
tizaran el sostenimiento del culto, a través de las donaciones de materia-
les de todo tipo —donde el factor emulación entre individuos y grupos
plasmó materialmente sus resultados—; otro elemento fue auspiciar la
integración a las cofradías, de papel fundamental en el sostén del culto
y en la búsqueda del bien común de los congregados.8
En nuestra época las expresiones externas del sentimiento religioso
han quedado al margen de la vida cotidiana desde los cambios radicales
de los últimos años del siglo XIX. Rodríguez Becerra pone el dedo en la
llaga al plantear una realidad que en buena medida se comprueba aún
ahora, ante la disminución de la asistencia sacramental se percibe un
mayor interés a la concurrencia de las celebraciones públicas, en las que
en buena medida se participa como espectador: “hemos sido testigos de
un incremento o intensificación de determinadas formas de expresión
de la religión, conocidas como populares, en perjuicio de otros rituales,
considerados centrales en el cristianismo, tales como la misa.”9
Entre la conducta referida y la manifestación de la religiosidad ba-
rroca contrarreformista hay una gran distancia. A la asistencia del sacra-
mento del Altar, en el santuario, se instaba al rezo del rosario, a efectuar
novenas, a participar de la normatividad para alcanzar los privilegios de
las indulgencias; ya que cuando se visita una imagen sagrada en su san-
tuario y se está frente a ella —con velos y sin ellos— se cumple el en-
cuentro con el misterio o la divinidad. Por ejemplo, el padre Florencia
(1688) describe este uso en relación con la Virgen de Guadalupe cuando

8
Véase Magdalena Vences Vidal, “Romerías y sacralización del espacio en Boyacá, Co-
lombia, siglo XVI”, en Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos, núm. 37,
(2003/2), México, CCyDEL-UNAM, pp. 123-143; de la misma autora “La Virgen de Chi-
quinquirá y la construcción de una identidad regional en el Nuevo Reino de Granada”,
en Verónica Oikión Solano [ed.], Historia, nación y región, México, El Colegio de Mi-
choacán, 2007, vol. 1, pp. 315-349.
9
Rodríguez Becerra, op. cit., pp. 8 y 9.

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su imagen estaba en el retablo que lució en la iglesia que mandó hacer


el arzobispo Juan Pérez de la Serna, al respecto detalla el autor jesuita:

está colocada la santa imagen debajo de puerta y llave: y es la puerta de dos


bellas lunas de cristal, tan grandes, que cogen la imagen de pies a cabeza de
más de dos ricos velos o cortinas, con que está retirada a la vista, cuando no
se dice misa en el altar mayor, o cuando no hay personas de respeto, que para
velar ante ella, piden se corran; y entonces se encienden las luces del altar
para mayor adorno y reverencia.10

Sin duda como parte de la tradición cristiana, el incentivo que con-


vocó en general a la feligresía fue dar información de lo extraordinario o
maravilloso —la manifestación de la divinidad y la expresión de su
poder— así el fenómeno de la percepción de lo sobrenatural también hizo
su aparición. El milagro en sí y el reconocimiento de los favores conce-
didos fueron los medios que se utilizaron para afianzar la devoción par-
ticular en estrecha relación con el prestigio de una imagen sobre otras, o
junto a otras, en cualquier caso representativas de una comunidad o de
grupos adscritos a un territorio político y geográfico. La feligresía echó
mano de una serie de vínculos con la divinidad a través de las advocacio-
nes marianas, cristológicas, de algunos santos y aun arcángeles. El mila-
gro es entendido como “la concreción positiva de un acto de fe por el que
se vinculan el beneficiario de una gracia y, en ocasiones, el inductor de
la invocación con el santo que canaliza la concesión”.11 Es por ello que
uno de los canales de estudio de la religiosidad medieval europea ha sido

10
Francisco de Florencia, La estrella del norte, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro
Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, México, FCE, 1982, pp. 359
y 376-377. Sobre el uso de los velos en relación a la Virgen de Chiquinquirá, véase
Magdalena Vences Vidal, “La orden de predicadores y el marianismo de la monarquía
española. El culto a la Virgen de Chiquinquirá”, ponencia presentada en el IX Con-
greso Internacional de Historiadores dominicos [en prensa].
11
Ángela Muñoz Fernández, “El milagro como testimonio histórico. Propuesta de una
metodología para el estudio de la religiosidad popular”, en Álvarez Santaló, op. cit.,
vol. 1, p. 177, no obstante su naturaleza se considera un objetivo central de estudio por
ser “uno de los rasgos más característicos del nivel religioso que nos ocupa”, el de la
religiosidad popular.

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la utilización del milagro como fuente histórica.12 Dado el carácter de


relación entre la divinidad y el hombre, en la que lo sobrenatural satisface
la cercanía con lo intangible y acorta la distancia entre ambos.
De modo similar, los casos latinoamericanos también han sido some-
tidos a este tipo de análisis, entre otras metodologías, con la finalidad de
aproximarse a una explicación del hecho religioso, social y cultural.
Muñoz propone que en la perspectiva del milagro, como información, se
han de considerar dos aspectos básicos y diferenciados: uno, “el suceso
per sé, inserto en una tradicional cultural”; dos, “el testimonio de este su-
ceso”, o de las actitudes, emociones y construcción de medios materiales
y sensibles que buscaron comprobar y difundir las manifestaciones so-
brenaturales. Ambas consideraciones las he abordado en otros escritos
sobre la religiosidad en torno a las advocaciones marianas que me ocu-
pan, en los que se plantea cómo a partir de las hierofanías y milagros, la
Iglesia y la feligresía interactuaron para el establecimiento y consolida-
ción de los cultos. Es pues, importante utilizar los testimonios de prodi-
gios como fuentes para la construcción histórica de las manifestaciones
religiosas populares. La impresión y la explicación del milagro son dis-
tintas para los individuos. Acudo a la interpretación de Muñoz13 para ex-
poner esta diferencia:
la piedad popular enjuicia y entiende el milagro desde una base de percep-
ción, esencialmente emotiva, adaptable, de manera funcional, a un vasto
conjunto de necesidades de toda índole. Mediante la intervención de lo ma-
ravilloso o lo extraordinario, estas necesidades pueden ser satisfechas. El
santo hace milagros porque es santo, así se resume la explicación popular.
Como contrapartida, las posturas eclesiásticas oficiales se sitúan en otras
coordenadas de racionalización del hecho. El milagro es también una
prueba, pero subordinada o asociada a otras variables constitutivas de la
santidad, la virtus. Más apegada a la tradición dogmática, la Iglesia oficial
inserta toda consideración sobre el fenómeno en un sistema de “racionali-
dad” teológica. En esencia, el milagro es un testimonio histórico por el cual

12
Ibid., pp. 164-185.
13
Ibid., p. 169, apud R. Manselli.

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Dios certifica la santidad, indemostrable por ningún otro conducto. Pero


esta certificación se opera sobre una realidad preexistente: la virtud de obras
y de pensamiento.

Estas formas de percepción son generadoras de dos canales de enten-


dimiento y práctica de la religión, una denominada popular y la otra ofi-
cial o institucional, cuyos medios de expresión además de la misa y el
sermón fueron las normatividades sinodales y diocesanas. La diferencia
cultural de los receptores genera variadas emociones y prácticas de la re-
ligión, en el exterior e interior de las iglesias de veneración, son a su vez
complementarias e incluyentes pues son la expresión de la iglesia y la co-
munidad heterogénea que es aglutinada —por una u otra forma de reli-
giosidad— en el territorio donde se ha reconocido a una imagen sagrada
como propia.
Hay que considerar que de modo similar al amplio arco cronológico del
medioevo al barroco en Europa, en Hispanoamérica la gran mayoría de la
población era analfabeta, excepción de los eclesiásticos y otros miem-
bros de la sociedad, de modo tal que las narraciones se plasman en las
artes plásticas, en el teatro y en la representación de dramas litúrgicos.
Otra de las expresiones y mecanismos de la religiosidad popular es la
fiesta, como el principal ejemplo de la manifestación externa de la reli-
giosidad, es “la que mereció siempre mayor atención por parte del dere-
cho canónico común;”14 y es a su vez, el espejo del orden social,15 como
de la plasmación del prestigio y acciones del buen cristiano.
En un principio el festejo a las tres imágenes se amparó en las fiestas
de la Virgen: la Candelaria, la Encarnación, la Visitación, la Asunción,
la Natividad y la Concepción, más tarde estatuidas de guardar en los
Concilios provinciales, unas para indígenas y otras para españoles. En la
práctica, a dos de ellas se las festejó en el día de sus prodigios: 26 de di-

14
García y García, op. cit., p. 232.
15
Antonio Rubial García, “Introducción” a Francisco de Florencia y Juan Antonio de
Oviedo, Zodiaco mariano, México, Conaculta, Sello Bermejo, 1995, p. 23.

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ciembre (Chiquinquirá) y el 12 de diciembre (Tepeyac), y fue mucho des-


pués que se llegó a formalizar un día de fiesta especial con oficio propio.
En el caso de Guadalupe, durante mucho tiempo los indios además la fes-
tejaron aparte y fue hasta 1754 que se estatuyó el 12 de diciembre,16 como
rememoración del milagro de las rosas. En tanto que para la de Chiquin-
quirá, a la cual se le celebraba en el día de su renovación, fue hasta el 29
de julio de 1819 cuando se solicitó la concesión del oficio litúrgico en
honor de la Virgen, y el 12 de abril de 1825 León XII concedió la fiesta
litúrgica en honor de Chiquinquirá; más tarde, en 1829 el papa Pío VIII
“aprobó el oficio de la Virgen” marcado en el santoral el 9 de julio.17 En
esa ocasión también se obtuvo el reconocimiento de la Santa Sede de su
patronazgo principal sobre la Arquidiócesis de Santafé.18 En tanto que a
la Virgen de El Quinche se la festejó en el día de la Presentación de la Vir-
gen al templo, desde el 21 de noviembre de 1594, con la finalidad de im-
pulsar el restablecimiento de esa festividad.19
Andalucía y Castilla es el referente obligado para el mejor conoci-
miento e interpretación de las manifestaciones de la religiosidad en las
tres regiones que me ocupan: México, Colombia y Ecuador; son dos de
los centros político-religiosos y culturales protagónicos en la unión y ex-
pansión de la monarquía española. Andalucía prerromana, tardorromana

16
Ivan Martínez, “El primer cabildo de Guadalupe”, en Nelly Sigaut [ed.], Guadalupe
arte y liturgia. La sillería de coro de la colegiata, México, El Colegio de Michoacán-
Museo de la Basílica de Guadalupe-Insigne y Nacional Basílica de Santa María de
Guadalupe, 2006, vol. 1, p. 112.
17
Víctor Raúl Rojas Peña, La coronación de la Virgen de Chiquinquirá, Obras civiles y
sagradas. El entredicho 1865-1919, Santafé de Bogotá, ABC, 2000 (Biblioteca de Au-
tores Chiquinquireños), p. 185. Vicente María Cornejo (OP) y Andrés Mesanza (OP),
Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, de
su ciudad y su convento, Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1919, p. 100. Alberto
Ariza, “Apostillas a la historia de Nuestra Señora de Chiquinquirá”, Boletín de Histo-
ria y Antigüedades, vol. LVI, núms. 651 a 653, Bogotá, enero-marzo, 1969, pp. 90-92,
el 1º de septiembre de 1760 la doctrina de Chiquinquirá se elevó a parroquia.
18
Cornejo y Mesanza, op. cit., pp.100 y 101. Ariza, op. cit., p. 92.
19
Magdalena Vences Vidal, “Un triunfo de la contrarreforma: la devoción a Nuestra Se-
ñora de la Presentación en Ecuador”, Historias 54, Revista de la Dirección de Estudios
Históricos del INAH, enero-abril, 2003, pp. 83-100.

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y visigoda, musulmana, mozárabe y castellana.20 Suma de culturas por-


tadas, en distintos rangos, por aquéllos que pasaron a residir en Hispano-
américa, y que a su vez coexistieron con otras tradiciones culturales
americanas. Andalucía-Castilla por lengua e instituciones, por manifes-
taciones artísticas, culturales y de religiosidad, en donde es importante la
diversidad de expresiones correspondiente a la procedencia y educación.

LOS TRASLADOS, LOS “EVANGELISTAS” Y LOS “APÓSTOLES” DE LAS IMÁ-


GENES, LA MEMORIA VISUAL

Retomo aquí una breve mención de alguna de las informaciones sobre


el estado de la devoción de la Virgen de Guadalupe en el siglo XVI, entre
españoles e indígenas, para después citar ejemplos de los medios de re-
ligiosidad que fueron plasmados en lienzos de pintura del siglo XVII y
que son memoria de los caminos del hombre en busca de una relación
cercana y estrecha con lo divino. Las pinturas están enfocadas a consti-
tuir un testimonio visual de tan antiguos sucesos y que se suman a otros
canales de consolidación del culto guadalupano, invocados por los crio-
llos. Así, los muros interiores de la Basílica de Guadalupe, como los de
Chiquinquirá y El Quinche, estuvieron “vestidos” de las pruebas de los
beneficios obrados por las imágenes originarias desde el mismo siglo de
la conquista y evangelización.
La devoción a la Virgen de Guadalupe y la existencia entre 1555 y
1556 de una ermita dedicada a la misma está respaldada por las mencio-
nes en un grupo de documentos. El contenido parcial de uno de ellos fue
dado a conocer ya hace tiempo por Francisco de la Maza, se trata de una
carta del 23 de septiembre de 1575 del virrey Martín Enríquez, dirigida
al monarca español, en ella se afirma que la imagen honrada en la ermita
es la misma que se veneraba en la iglesia, cuya devoción se había incre-
mentado por la difusión que hubo acerca del favor que hizo a un gana-

20
Sánchez Herrero, “Algunos elementos de la religiosidad cristiana popular andaluza du-
rante la Edad Media”, en Álvarez Santaló, op. cit., vol. 1, pp. 300-302.

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dero. La misiva citada refiere la importante respuesta a ese núcleo sa-


grado, pues ya se registra la fundación de una cofradía

en la cual dicen habrá cuatrocientos cofrades y de las limosnas se labró la


iglesia y el edificio todo que se ha hecho, y se ha comprado alguna renta, y
lo que parece que ahora tiene y lo que se saca de limosnas envío ahí, sacado
del libro de los mayordomos de las últimas cuentas que se les tomaron y la
claridad que más se entendiere se enviará a vuestra majestad.21

Acerca de esta primera etapa del culto entre españoles e indígenas re-
curro a lo registrado por Chimalpahin respecto a los sucesos del año
1556, pues fue importante entre los indígenas, al respecto dice: “entonces
ocurrió la aparición, dicho sea con respeto, de nuestra querida madre,
Sancta María de Guadalupe en el Tepeyácac”.22 Esta información está
puesta de relieve entre otras advocaciones marianas estimadas por los in-
dios, dada su participación en las fiestas de guardar y en el desarrollo de
sus cultos. Referente obligado para ese mismo año es la controversia
entre el arzobispo fray Alonso de Montúfar (OP) y el provincial francis-
cano fray Francisco de Bustamente, respecto al culto de la imagen en el
Tepeyac: de lo que se derivó la famosa Información jurídica de 1566;
el prelado dominico argumentó ante la crítica del franciscano Bustamante,
que “no se hace reverencia a la tabla [¿?] ni a la pintura, sino a la imagen
de Nuestra Señora por razón de lo que representa”.23 Montúfar en calidad
21
Francisco de la Maza, El guadalupanismo mexicano, México, Porrúa y Obregón, 1953
(México y lo mexicano, 17), p. 19. Mina Ramírez Montes, Ars Novae Hispaniae, antolo-
gía documental del Archivo General de Indias, México, IIE-UNAM, 2005, t. 1, p. 72, carta
del 23 de septiembre de 1575, es respuesta a la cédula real emitida en El Escorial el 15 de
mayo de 1575, en otro fragmento el virrey expuso que no era conveniente fundar convento,
mucho menos una parroquia, ya sea para indios o para españoles, sólo un clérigo encar-
gado de impartir el sacramento de la confesión a los devotos, en tanto que las limosnas se
invertirían en el Hospital Real de los indios o dotación de matrimonios de huérfanas.
22
Relaciones originales de Chalco Amaquemecan por Francisco de San Antón Muñón
Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, paleografía, trad. y glosa de Silvia Rendón, México-
Buenos Aires, FCE, 1965, p. 264.
23
De la Maza, op. cit., p. 14. Toda esta información redondea y amplía las afirmaciones
de una larga lista de autores: Torre Villar y Navarro, O´Gorman, Noguez, Godínez;
véase Sandoval op. cit., vol. 1, pp. 153-177.

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MANIFESTACIONES DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN TORNO A TRES IMÁGENES MARIANAS...

de máximo prelado, representante de la monarquía y patrono de la Iglesia


en Nueva España, respaldó el naciente culto construido en las afueras de
la ciudad de México, con todo el protocolo jurídico sobre el caso.
Este respaldo es una característica común a los otros dos casos que
me ocupan; así, en los últimos años del siglo XVI en el nuevo Reino de
Granada, el arzobispo fray Luis Zapata de Cárdenas (OFM) actuó con rigor
sobre el origen del culto a la Virgen de Chiquinquirá, como expresión del
acatamiento a las normatividades tridentinas, del mismo modo ante una
situación diferente, fray Luis López de Solís inspeccionó en la Diócesis
de Quito el estado de la devoción a la Virgen de Oyacachi (Quinche).24
En la “Memoria de templos, monasterios, ermitas y cofradías de la
ciudad de México”,25 se cita la ermita de Guadalupe donde se dice misa
y que para entonces era una de las 18 cofradías existentes, menos una,
todas las demás se sustentaban de limosnas. Además de la integración
numerosa de la cofradía y de las cuantiosas limosnas administradas por
los mayordomos, hicieron su aparición las indulgencias especiales que
se concedían a través de la advocación originaria novohispana, la emi-
sión de éstas fue más temprana de lo que se hubiera pensado, pues en
1575 el pontífice Gregorio XIII prorrogó las “que en años anteriores
había otorgado la santa Sede a la ermita guadalupana”.26 En tanto que las
primeras en Chiquinquirá fueron emitidas en 1596 —casi diez años des-
pués del año oficial de la manifestación prodigiosa de la imagen— cuyos
beneficiarios serían los devotos y peregrinos que hicieran la visita anual
y rezaran a la imagen novogranadina (del mismo carácter fueron conce-
didas a los miembros de la cofradía del Rosario en 1613 y 1644). En
ambos casos como medidas oficiales para afianzar la devoción entre

24
Sobre la Virgen de El Quinche véase Magdalena Vences Vidal, “Una imagen mariana
entre los indígenas de Ecuador: de Oyacachi al Quinche”, Latinoamérica. Revista de
Estudios Latinoamericanos, núm. 33, México, CCyDEL-UNAM, 2002, pp. 25-62.
25
Ramírez, op. cit., pp. 65-67, ciudad de México, 15 de septiembre de 1575; la informa-
ción sobre la ermita de Guadalupe y el destino de la renta asignada en una carta que el
virrey Martín Enríquez envió al rey, t. 1, p. 71, “Relación de cartas […], 21 de septiem-
bre de 1575.
26
Sigaut, José Juárez…, p. 211, véase nota 2.

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otros incrementos, pero también resultado de las instancias de los pro-


motores de sus cultos ante la sede pontificia.
Es indudable que para entonces, en el último cuarto del siglo XVI,
en el caso mexicano y en el colombiano ya había un grupo considerable
de devotos españoles e indígenas, con vistas a involucrar a toda una re-
gión y al virreinato, que se lograría en buena medida hasta el siglo XVIII.
Este primer momento fue el de la construcción de las leyendas en torno
a los favores concedidos y el reconocimiento de la imagen como propia,
fueron los largos años de diseminación del culto. El destino de la abun-
dancia de limosnas en el caso de Guadalupe fue propuesto para canali-
zarlo a una obra pía, ya sea al Hospital Real de indios o la dotación de
huérfanas, como otros de los medios menesterosos y ejemplares de pro-
pagación del culto a la imagen. En poco más de doce años, en Chiquin-
quirá operó de modo similar: la fama de la imagen prodigiosa, la
recolección de limosnas para construirle una capilla, la organización de
la cofradía, la designación de los mayordomos, el libro de cuentas con
el registro de los donantes, etc. En toda esta obra mucho se hizo y resultó
de las prácticas externas de vivir la religión.
Como bien se sabe las fuentes del culto a Guadalupe del Tepeyac ex-
hiben diferenciadamente a dos destinatarios: tal es el Nican Mopohua cuyo
relato en náhuatl está dirigido a los indígenas, atribuido a Antonio Vale-
riano y publicado en 1648.27 En tanto que a la del bachiller criollo, Miguel
Sánchez, correspondió la difusión de los relatos entre los criollos y los
mestizos mediante esta obra simbólica sobre la “tradición establecida del
culto guadalupano”,28 del año 1648. Éste es el primero de los cuatro “evan-
gelistas” o autores que escribieron en el siglo XVII sobre los orígenes de la
imagen de nuestra señora de Guadalupe; el primero seguido de la obra en

27
Edmundo O’Gorman, Destierro de sombras, luz en el origen de la imagen y culto a
Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac, México, UNAM, 1991, pp. 60 y 61. Fran-
cisco Miranda Godínez, Dos cultos fundantes: Los Remedios y Guadalupe (1521-1649).
Historia documental, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2001, pp. 21 y 233.
28
Sigaut, José Juárez…, p. 212.

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náhuatl publicada por el bachiller Luis Lasso de la Vega, luego el texto


histórico-científico del bachiller erudito Luis Becerra Tanco, y el del je-
suita Francisco de Florencia.29
De acuerdo con Florencia, en La estrella del norte,30 el primer tras-
lado de la Virgen de Guadalupe se hizo de la ciudad de México a su
ermita, la procesión fue acompañada del esplendor y decoro correspon-
dientes: la imagen bajo palio, los indios con sus vestidos de plumas, la
presencia de la luz verdadera a través de las ceras y hachones, la música
y los mitotes. Después, por decisión del arzobispo y en conformidad con
el virrey Marqués de Cerralbo, el 25 de septiembre de 1629 la imagen
de Guadalupe fue colocada en una canoa, al igual que la comitiva, para
trasladarse de su ermita a la ciudad de México, con la finalidad de acla-
mar el cese de la inundación, ahí estuvo hasta el 14 de mayo de 1634,
cuando el arzobispo Manzo y Zúñiga la llevó al Tepeyac.31 Con tal mo-
tivo y conforme a la costumbre, la procesión que acompañó a la imagen
salió de la catedral hasta la iglesia de Santa Catalina, en las calles se dis-
pusieron enramadas, con flores, frutos y aves, entre otros adornos que
acostumbraban los indígenas.32 Con similar ajuar los muiscas en el nuevo
Reino de Granada recibieron la imagen de la Virgen de Chiquinquirá en
Bogotá, en 1633, cuando fue trasladada de su lugar de origen, Chiquin-
quirá (vía Tunja); también en el siglo XVII cuando llevaban la imagen en
recorridos procesionales en la plaza de Chiquinquirá cada siete años y
era colocada en las capillas Posas de la plaza, igualmente el esmero de
la fiesta era mayor pues se aderezaban cuatro altares, costeados por los

29
De la Maza, op. cit., pp. 34, 38 y ss. Miguel Sánchez, Relación de la milagrosa Apa-
rición de Nuestra Señora de Guadalupe de México, en De la Torre Villar y Navarro,
op. cit.
30
Ibid., pp. 376 y 377.
31
Rubén Vargas Ugarte, Historia del culto de María en Iberoamérica y de sus imágenes
y santuarios más celebrados, 3ª ed., Madrid, Talleres Gráficos Jura, 1956, vol. 1, p.
192, la comitiva y canoas llegaron a la iglesia de Santa Catalina y al otro día a la ca-
tedral. Xavier Noguez Ramírez, Documentos guadalupanos. Un estudio sobre las fuen-
tes de información tempranas en torno a las mariofanías en el Tepeyac, México, FCE/El
Colegio Mexiquense, 1993, p. 120, apud Navarro de Anda.
32
Ibid., p. 120, apud Cayetano Cabrera y Quintero.

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curas de cuatro pueblos, el ornato que portaban los arcos incluía “mucha
variedad de frutas, aves, y animales, en que se ven Leones, Osos, Tigres,
y Venados, con otras especies, que solicitan para mayor celebridad de
esta fiesta”.33
Ahora bien, respecto a la Virgen de Guadalupe, Lasso de la Vega en
calidad de capellán del santuario de Guadalupe “hizo pintar el primer
ciclo aparicionista que decoró los muros que protegían el manantial co-
nocido luego como el Pocito en 1648”.34 Otro tipo de testimonios plásti-
cos, como fuente de información de los milagros de la imagen benéfica
hacia su pueblo y la respuesta de éste ante su culto, son tres monumentales
representaciones pictóricas a las que remito sumariamente. La primera, in-
titulada “Traslado de la imagen de la Virgen de Guadalupe a la primera
ermita y representación del primer milagro”, ca. 1653, atribuida a José
Juárez y su taller,35 es junto a las obras escritas un elemento clave de la
construcción del culto guadalupano. La supuesta presencia de Zumárraga
y el milagro de la resurrección de un indio, después de haber muerto a
causa de un flechazo accidental, son elementos clave para exaltar la an-
tigüedad de esta imagen poderosa. En palabras de Sandoval: “Además
de ser un cuadro que enaltece el poder milagroso de Guadalupe, eleva la
condición beneficiaria de los indios y su participación como fundadores
de la tradición”;36 además de la presencia de las autoridades religiosas y
civiles, entre los asistentes resaltan los indígenas aún más, por sus atavíos
y por la serie de escenas simultáneas que expresan su forma de religiosi-

33
Pedro de Tobar y Buendía (OP), Verdadera histórica relación del origen, manifestación
y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la imagen de la Sacratísima Virgen
María Madre de Dios Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, edición facsimilar
de la primera edición de 1694, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1986, pp. 151 y 152.
Véase también Vences, “La Virgen de Chiquinquirá…”, vol. 1, p. 345.
34
Sigaut, José Juárez…, p. 212,
35
Noguez, op. cit., pp. 111-121, traslado en 1533 según el cuadro, autores del siglo XVII
manejan los años 1531 y 1532; Cuadriello, “Tierra de prodigios…”, pp. 180-227. Si-
gaut, José Juárez…, pp. 209-224. Tanto esta pintura como la siguiente pertenecen a la
Basílica de Guadalupe.
36
Martha Sandoval Villegas “La devoción y el culto de los indios a la Señora del Tepeyac.
Una República elegida por la Reina del Cielo”, en Sigaut, Guadalupe arte…, vol. 1, p. 160.

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dad: vestidos “de caballeros de las milicias aztecas […] dos ancianos, con
coronas florales de romería y un bezote, uno de ellos identificado como
el señor de Azcapotzalco, Francisco Plácido, tañe con sus baquetas el te-
ponaxtli […] al tiempo que entonan sus cantares memoriosos”.37
La segunda pintura expone visualmente la “Procesión franciscana de
Tlatelolco al Tepeyac implorando la intercesión de la Virgen de Guadalupe
para aplacar la peste de cocolixtli de 1554”, también ha sido atribuida al
taller de José Juárez, ca. 1653-1655. Es la representación del segundo mi-
lagro en donde nuevamente se exalta a los beneficiados —los indígenas—
quienes llegan ante ella a través de una dura disciplina de sangre por
parte de niños y adultos. Previa a esta memoria histórica que señala la
devoción indígena en relación a la Virgen de Guadalupe, ya los españoles
habían sido representados en la obra de Stradanus (1615), ante estas plas-
maciones irrefutables, Sigaut afirma: “donde los beneficiarios son espa-
ñoles, es evidente que un nuevo grupo criollo-mestizo llegaba al punto
de querer contar su versión de la historia”.38 La recuperación de la salud
y el libramiento de otros males es el tema de los registros de los favores
en el grabado arriba citado, asociados unos a las propiedades curativas
del agua del pocito o del aceite de la lámpara, así como a la realización
de novenas.39 Leyendas estereotipadas que también se utilizaron en las
descripciones de favores de El Quinche y Chiquinquirá, como en muchas
otras devociones marianas.
La tercera obra “Traslado de la imagen y estreno del santuario de Gua-
dalupe”, 1709, está firmada sólo con el apellido Arellano.40 Una de las

37
Ibid., apud Cuadriello, “Tierra de prodigios…”, p. 195.
38
Sigaut, José Juárez…, p. 214, esa forma doliente de rogar clemencia fue prohibida
desde el siglo XVI y queda como testimonio plástico de las referencias en las crónicas
del siglo anterior.
39
Godínez, op. cit., p. 344, apud Chauvet.
40
Rogelio Ruiz Gomar, “Pintura religiosa de los siglos XVII y XVIII”, en México en el
mundo de las colecciones de arte, Nueva España 1, México, 1994, pp. 236 y 237.
Joaquín Berchez, ficha de catálogo número 3, en Los siglos de oro en los virreinatos
de América 1550-1700, Madrid, 1999, pp. 149 y 150, registra como autor a J. Arellano
acorde a la inscripción en el lienzo.

LATINOAMÉRICA 49 (MÉXICO 2009/2): 97-126 113


MAGDALENA VENCES VIDAL

manifestaciones de la religiosidad del pueblo en torno a su imagen sa-


grada por excelencia, además del ritual ordenado y jerárquico de los asis-
tentes señalado por los eclesiásticos, es la presencia de la música, el
canto y, por supuesto, las danzas. En las pinturas citadas como en otras
descripciones literarias hay registro de estos complementos festivos que
en el mundo americano tuvieron un importante desarrollo. En el caso
novohispano, especialmente la danza llamada mitote, que se llevaba a
cabo por los indígenas en la fiesta a la Virgen. Estas manifestaciones
forman parte del repertorio que regionalmente enriqueció a las tradicio-
nales procesiones en un camino barrido, con arcos de juncia y ramilletes
de flores a la usanza medieval, pero también práctica análoga entre al-
gunos de los pueblos antiguos de América registradas para el caso novo-
hispano por el dominico Diego Durán.
La celebración de la octava, la procesión y la fiesta en septiembre de
1566, fue con motivo del suntuoso regalo que el rico minero don Alonso
de Villaseca donó al culto de la Virgen de Guadalupe, una efigie toda de
plata. Un testimonio indígena puntualiza “hubo allá danza; el canto de los
Pescados, lo cantaron los mexicanos y los Tlatilolcas el canto de Gue-
rra”.41 Pero también los cantares de contenido devocional a la guadalu-
pana, que acompañaban al mitote: “esto se corrobora con el pregón del
Atabal, antiguo poema náhuatl de tradición guadalupana”.42 Estas parti-
cularidades no las he encontrado en relación con la participación indí-
gena en los otros dos cultos estudiados; por ejemplo en Chiquinquirá,
además de la mención de danzas, lo más novedoso como parte del
adorno de los arcos y bóvedas de follaje fue la presencia de frutos y ani-

41
Sandoval, op. cit., p. 157, apud Solange Alberro. De la Maza, op. cit., p. 24, vista por
el pirata Phillips, dos años después. Cfr. Vargas Ugarte, vol. 1, p. 189, apud García
Icazbalceta.
42
Sandoval, op. cit., pp. 158, 161 y 162, el mitote no era exclusivo de la fiesta a Guada-
lupe; respecto al Pregón, De la Maza, op. cit., p. 23, explica que fue el padre Mariano
Cuevas quien le dio ese nombre al cantar indígena de finales del siglo XVI; Noguez, op.
cit., p. 118, sobre la mención por vez primera del mitote a cargo de Becerra Tanco
(1666 y 1675).

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males. En el caso de Oyacachi, dadas las ceremonias sospechosas que


aún a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII realizaban sus ha-
bitantes,43 se debió haber vigilado más sus manifestaciones de religiosi-
dad; aunque no faltaron al día siguiente de la fiesta la diversión hispana
de los toros, los juegos de cañas y los saraos.44
De la llamada fiesta grande que los indios tenían en relación a Gua-
dalupe del Tepeyac, se celebraba entre el 20 y 30 de noviembre, Sandoval
ha establecido una interesante relación con la festividad de la Presenta-
ción de la Virgen en el templo —el 21 de noviembre— y las prácticas ri-
tuales de los indios hechos en esa festividad.45 Cabe recordar que la
festividad de la Virgen de El Quinche se cambió a esa fecha porque no se
la podía celebrar en el día de la Candelaria —fiesta de guardar entre los
indios— por el insufrible clima y condiciones para llegar a Oyacachi, por
ello también se trasladó la imagen al pueblo de El Quinche. Ambos
casos, por la festividad y la titularidad, en uno y otro, revelan de algún
modo el cuidado de las autoridades de orientar el culto a la Virgen María
en los días señalados para su festejo, más aún en el marco del restable-
cimiento, en el calendario, de la fiesta de la Presentación de la Virgen,
como ya he referido ampliamente.
Las pinturas anteriormente mencionadas forman parte de una serie
visual que difundió y afianzó una tradición, así como el culto interno y
externo. Sobre esto último también son reveladoras otro tipo de noticias,
una de 1600 sobre la existencia de pinturas de la Virgen de Guadalupe
en manos de indios en sitios cercanos al santuario, como el barrio de
Tlatelolco (D. F.) y en el barrio de Ecatepec (Estado de México).46
Respecto a la Virgen de Chiquinquirá si bien hay una buena cantidad
de información respecto a sus traslados y procesiones, al parecer no se

43
Vences, “Una imagen mariana…”, p. 55.
44
Manuel María Pólit Moreno, “Un manuscrito inédito acerca de Nuestra Señora del
Quinche”, Boletín Eclesiástico. Revista de la Arquidiócesis, t. XXXIX, núms. 8-9,
Quito, Imprenta del Clero, agosto-septiembre, 1932, p. 456.
45
Sandoval, op. cit., pp. 171 y 172.
46
Ibid., pp. 156 y 157.

LATINOAMÉRICA 49 (MÉXICO 2009/2): 97-126 115


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conservan las pinturas que adornaron la iglesia barroca. De ellas el cro-


nista dominico Tobar y Buendía comenta brevemente la cantidad de pin-
turas al respecto: “y en el cuerpo de la Iglesia, 34 grandes lienzos, en
que están pintados treinta y cuatro grandes milagros, de los que ha hecho
esta Soberana Señora”.47 Pero, al describir los milagros ocurridos, en
varios ejemplos anotó que para memoria del favor se hizo un lienzo que
se halla en el interior del santuario, de los cuales citaré los más novedo-
sos respecto a la información que tiene parecido con las otras dos advo-
caciones. El que se cita como el primer milagro, se plasmó en una pintura
que ejemplifica el arrepentimiento de la vida pecadora que llevó una
joven hermosa de nombre Catarina García —natural de la ciudad de Ma-
riquita— a la que apodaron el Ángel del río Gualy, “cual otra Magda-
lena” renunció a lo mundano y material para ofrendar su vida penitente
a la Virgen; don Francisco cacique de Tussa fue librado de la muerte por
garrote, pues en la boca le protegía una medalla de la Virgen; un residente
del puerto de San Lúcar de Barrameda invocó a la Virgen cuando fue atra-
vesado con la espada por unos ladrones y salvó la vida, hizo peregrinación
y rezó las novenas.48 Otros, fueron los típicos libramientos de la muerte
por enfermedad, por la caída de un caballo o en una construcción, picadura
de serpiente, cautiva entre indios belicosos, ahogado, ataque de animales,
rayos, algunos salvados por traer una medalla de la Virgen; todo ello su-
cedido a pobladores de distintas ciudades del nuevo Reino de Granada.
Las pinturas debieron ser interesantes además por la descripción del en-
torno natural en donde acontecieron la mayoría de los favores.
Una modesta representación pictórica, idealizada, de lo que debió
ser la capilla de la “renovación de la imagen” es la que se presenta en la
sección inferior de un grabado novohispano de la segunda mitad del
siglo XVIII,49 se incluye este elemento para redondear el respaldo visual

47
Tobar, op. cit., p. 147.
48
Ibid., pp. 168 y 169; pp. 194, 242 y 243.
49
Magdalena Vences Vidal, La Virgen del Rosario de Chiquinquirá, Colombia: afirma-
ción dogmática y frente de identidad, México, Museo de la Basílica de Guadalupe [en
prensa].

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de una imagen que a sus devotos y peregrinos procura la salud. Respecto


a la representación plástica de las procesiones en las ciudades de visita,
cito como ejemplo la que se llevó a cabo en Tunja en 1587, cuando se
trasladó la imagen para darla a conocer e implorar misericordia a causa
de los efectos negativos de una peste.50
En relación a la Virgen de El Quinche, el traslado más importante fue
con motivo de su cambio de sede, de la población de Oyacachi a la de El
Quinche (distante unas ocho leguas), de un lugar internado de difícil ac-
ceso a un sitio definitivamente ventajoso en muchos aspectos materiales,
humanos y clave en la red de comunicación cultural del incanato —ca-
minos aprovechados en la época colonial—, aspectos todos ellos que ga-
rantizarían el desarrollo del culto, aunado a que desde 1591 cuando la
imagen fue adquirida de manos de Diego de Robles, inmediatamente,
se dice, empezó a realizar prodigios. Entre sus cronistas se cuenta al cura
beneficiado Diego de Londoño (su capellán en 1601), el bachiller Miguel
Sánchez Solmirón (autor de un texto de 1640 sobre la referida advoca-
ción), Diego Rodríguez de Ocampo (1650); por otra parte los llamados
“apóstoles de la Virgen de El Quinche” fueron aquellos que promovieron
desde Quito las romerías y que acopiaron la limosna para la construcción
de la capilla en Oyacachi y su ajuar para la liturgia, entre ellos estuvo el
padre Fernando de Cisneros y Pedro de Balenzuela —a quien corres-
pondió celebrarla con decoro en el día de la Presentación de la Virgen y
organizar la cofradía.
Los autores mencionados describieron algunos pormenores de los
prodigios ocurridos en torno a esta imagen mariana, patrona de Ecuador,
conforme a una serie de estereotipos: el canto de unas aves en la noche,
éstas “eran del tamaño de una golondrina con unas cruces blancas en los
pechos”; la luz que caía del humilde techo de paja de la capilla; el tañido
nocturno de las campanas que anunciaba la muerte de un indio; escam-
paba la lluvia cuando la sacaban en procesión; llegaba con los pies enlo-
dados; el rostro le cambiaba de color, etc. También los devotos empezaron

50
Vences, “La Virgen de Chiquinquirá…”, vol. 1, pp. 336-342.

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MAGDALENA VENCES VIDAL

a mostrar su religiosidad a través de la romería, la celebración de novenas


y las procesiones en la plaza con la alegría de los arcos y los castillos.
Por decisión del obispo fray Luis López de Solís, el 10 de marzo de
1604 el padre Diego de Londoño llevó a cabo el traslado de la imagen
de la Virgen de Oyacachi a su nueva iglesia, acompañada de los elemen-
tos tradicionales y simbólicos del manejo decente de las imágenes sagra-
das: cruz y pendones, hachas encendidas, la presencia de españoles y más
de cien indígenas procedentes de El Quinche, todo ello solemne y festivo
con la algarabía de la asistencia y los instrumentos musicales. En deter-
minados puntos del recorrido se instalaron unas estaciones con colgaduras
a manera de dosel, cera encendida y música para recibirla adecuada-
mente.51 A ese nuevo sitio se dirigieron las romerías, de ahí sacaron la
imagen para después llevarla a Quito (a 6 leguas) con la finalidad de
pedir su intercesión para cesar enfermedades (1634, la de tabardillo) pes-
tes, tempestades y hasta pedir la lluvia ante una sequía muy prolongada.
En el trayecto a la ciudad de Quito no faltó el recibimiento con el adorno
clásico de arcos hechos de tela, el sonido de la música, las banderas sos-
tenidas en altas cañas, el rezo del rosario y la letanía en coro. Carlos
Sono detalla que “en el ejido, que se halla a las afuera de Quito, la aguar-
daban el Cabildo con su venerable prelado al frente, el Clero, las comu-
nidades religiosas, los gremios todos y las tropas formando larga calle en
dos alas divididos, con las músicas militares, y más de dos mil alum-
brantes”,52 una vez que se disponía a entrar a la ciudad, la imagen era
conducida en hombros “de las más distinguidas matronas de la Capital”,
por supuesto como en la procesión citadina, las calles también estaban
adornadas, los balcones colgados y la lluvia de flores caía a su paso so-
lemne y piadoso.
De su intercesión ante las pestes del siglo XVII dan testimonio las Actas
del cabildo: de viruela en 1648 queda plasmada memoria en un lienzo y

51
José María Vargas (OP), Patrimonio artístico ecuatoriano, Quito, Santo Domingo,
1972, p. 351.
52
Carlos Sono, Historia de la imagen y del santuario del Quinche, 2ª ed., Quito, 1903
(la primera de 1883), pp. 78 y 79.

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su inscripción, cuya hechura patrocinó el canónigo de la catedral de Quito,


Manuel Morejón;53 otras visitas se sucedieron por diversas enfermedades
en 1667, 1672-1674, 1677, 1691; la debacle y concentración de pestes en
1693.54 El cabildo la juró por patrona de la ciudad de Quito, en 1698,
en los devastadores terremotos de Latacunga y de otras poblaciones; este
amparo fue ratificado en 1757, para entonces el patronímico de El Quinche
ya había prevalecido sobre el de su sede originaria, Oyacachi.
Las pinturas que se conservan en el actual santuario de El Quinche,
con el tema de los milagros de la Virgen de esa advocación, son, al igual
que las anteriores advocaciones, obras posteriores —de mediados del
siglo XVII— que se mandaron hacer con similar cometido de las de Gua-
dalupe y de Chiquinquirá, dejar memoria visual de la antigüedad de los
favores otorgados y de su presencia entre los habitantes de un determi-
nado territorio. A esa época corresponde el inicio de un afianzamiento
del culto a las tres imágenes. De modo tal que se produjo una recreación
pictórica de varios milagros, colocadas las pinturas en los muros laterales
de la que fuera la iglesia barroca “un templo muy especial” registra el je-
suita Bernardo Recio a raíz de su visita en 1754. Todavía el padre Sono
conoció esa iglesia que fuera afectada y después derruida por los terre-
motos de 1859 y 1868, en su escrito hay descripción de los lienzos.55
Los primeros milagros ocurrieron en el bosque de alisos en ocasión del
corte de madera para la construcción de la capilla de la Virgen de Oya-
cachi, el primero que cita es aquel testimonio plástico que refiere cómo
el indio Francisco Guacán fue librado de la muerte cuando cortaba un
árbol; otro muy afamado es el del hijo de la india Marta Sumanguilla, a
punto de ser devorado por un oso; de otra temática es aquel que refiere
cómo la Virgen acoge en su brazo a una niña que resucitó (teniendo en
el otro a su Hijo); otro lienzo registra cómo al salir la imagen en proce-
sión, el día de su fiesta, la lluvia intermitente cayó fuera del área en que

53
Vargas, op. cit., p. 356. Sono, op. cit., pp. 127 y 128, en seguida describe otro lienzo
de similar tema, “más sonado y moderno”.
54
Vargas, op. cit., p. 357. Sono, op. cit., pp. 129-132.
55
Vargas, op. cit., p. 354.

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se realizaba el recorrido. Una pintura más rememoraba el premio que le


dio la Virgen a una mujer que le llevó donativos y de realizar un largo
camino desde Popayán se encontró con la iglesia cerrada; desconsolada
se echó de rodillas, entonces las puertas se abrieron, entró y la imagen se
dejó ver en su nicho al levantarse el velo que la cubría. Un prodigio de
extrema ternura es el de un hombre pobre que tocaba el arpa para cele-
brar a la Virgen, cuyo esqueleto intacto mostraba las manos “incorruptas
y frescas”.56
Se conserva un cuadro de Joaquín Pinto sobre el libramiento de la
muerte al escultor Diego de Robles cuando atravesaba un puente y cayó
del caballo. Una constante en la serie de pinturas que exponen los favores
de la Virgen del Quinche es la recreación del paisaje exterior en donde se
localizaba la primera población y ermita de Oyacachi (que no es la actual)
a tres mil metros de altura en una estrecha meseta rodeada de bosques y
enmarcada por las montañas de la tercera cordillera donde se asienta, hay
así una estrecha conexión entre la imagen sagrada y el territorio que sa-
cralizó, como si se expresara la gran protección que ella tuvo a su cargo
en esa región inhóspita poblada por sus primeros devotos. Dos de los lien-
zos recordatorios incluyen a los donantes agradecidos por algún favor, los
otros tres evocan milagros y son interesantes también por lo anecdótico
de los casos, el de la corrida de toros que rememora el milagro de 1660
sobre el párroco Juan de Cepeda, es obra del jesuita Nicolás Javier Gorí-
bar; un par de lienzos de cierta extensión incluyen a la ciudad de Quito.57
El preludio de lo “barroco” americano se concreta en los ajuares en-
viados a la Virgen de Guadalupe de Extremadura, a la Virgen de la An-
tigua de Sevilla, al Cristo de Burgos y a otros, este suntuoso y colorido
regalo hizo su aparición muy tempranamente en España, apenas dos años
después de consumada la conquista de México-Tenochtitlan. Entre los

56
Sono, op. cit., pp. 13 y 14; 16-18; 24-27; 87-90; 96 y 97; etc.; p. 54, los lienzos estu-
vieron colocados en orden cronológico, los ocurridos en Oyacachi y luego los de El
Quinche,
57
Vargas, op. cit., pp. 336-366, Goríbar fue discípulo de Miguel de Santiago. Sono, op.
cit., p. 84.

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MANIFESTACIONES DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN TORNO A TRES IMÁGENES MARIANAS...

objetos y ajuares de plumaria que Hernán Cortés envió al emperador


Carlos V, cobra significado el registro de los regalos confeccionados por
los amantecas a cargo de este tipo de objetos suntuarios —con materiales
preciados sólo usados por la nobleza: oro, plumas y piel—, los lotes fue-
ron destinados a resaltar la dignidad de una serie de imágenes de culto
ibéricas, simbólicamente a todas se les integró un elemento defensivo,
signo de la preeminencia y del poder de las mismas. A la que empezaban
a saber que era la Madre del verdadero Dios, a Guadalupe de Extrema-
dura se le destinó un vestuario que consistió en

un plumaje a manera de capa, el campo verde y la orladura de plumas verdes


largas, el cabezón labrado de oro y pluma azul aforrado con un cuero de
tigre. Ítem, un corse(le)te de pluma azul y oro, abierto por los pechos, a ma-
nera de sacrificado al uso que acá se sacrifican, con la cintura de pluma
verde. Ítem, una rodela, el campo azul con un hombre figurado en medio la-
brado de oro.58

Como bien se conoce la presencia de ajuares propios de la tierra fue-


ron intercalados con la moda europea en las representaciones pictóricas
de la pintura barroca desde el siglo XVII.

LA CULTURA BARROCA
Sánchez Herrero, como otros autores, ha llamado la atención sobre la
aplicación del concepto de “barroco” fuera de la temporalidad del arte
de la Contrarreforma. Señala contundentemente “Andalucía es barroca
con anterioridad a que el barroco exista”. Esta afirmación parte de una
manifestación cultural especialmente asociada a una identidad étnica en
una región, y además como manifestación de religiosidad popular en los
siglos XIII al XV. El ejemplo utilizado por el autor, para describir los ele-
mentos que constituyen lo barroco en una manifestación religiosa, es la
recepción de los reyes en Sevilla ocurrida en los años de 1327 y 1340,

58
Ramírez, op. cit., t. II, p. 668, ca. 1523.

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acerca de la que opina “En dicha recepción encontramos todos los ele-
mentos que hoy siguen estando presentes en un desfile procesional de
Semana Santa o del Corpus: el palio, el incienso, las calles enramadas,
los balcones adornados, la gente, etc.”59 Aunque sin duda, ese antece-
dente y las manifestaciones externas de religiosidad de siglo XVI son el
preámbulo del barroco del siglo XVII.60 El medio de plasmación es el arte
pero, además, hubo todo un marco ideológico que definió a esa época y
a las manifestaciones culturales, la Contrarreforma.
¿Cómo se ha definido lo barroco por los elementos que contiene?
Color, expresión retórica y visual, teatralidad, exaltación de los sentidos
(visual, auditiva, olfativa), mediante el recurso del realismo que incita a
lo táctil, a lo humano que ensalza y tiende a obtener la gloria con Dios.
El arte va dirigido a los sentidos y a lo sensorial, no a la razón.61
En una medida similar, este tipo de elementos se encuentran también
en la religiosidad de diversos grupos étnicos en México, en Perú, Colom-
bia, y que desde finales del siglo XVI tuvieron un acoplamiento con las
prácticas medievales, en el uso de pebetes o sahumerios con pastillas o
copal que desprenden buen olor, enramadas de flores y aves para adornar
que otorgan frescura, aroma y alegría multicolor; el uso de la madera
policromada en forma de arcos y bóvedas para realzar el camino proce-
sional, la actitud respetuosa y festiva o bien doliente de la asistencia,
según el tipo de mecanismo de vivir la religión, rogativa para aclamar el
cese de las enfermedades y desastres naturales, el traslado de la imagen
en la construcción de identidad, las procesiones en el día de la fiesta.
Andalucía también ha sido el centro de un marcado culto a la diosa-
madre, hasta la actualidad, de donde se desprenden formas particulares.
De acuerdo a Domínguez Morano citado por Sánchez Herrero:

59
Sánchez Herrero, “Algunos elementos…”, p. 299.
60
Ibid., pp. 299, 303 y 304, “el pueblo andaluz y el del mediterráneo son dados a mani-
festaciones extrovertidas y lúdicas… en tanto que la religiosidad castellana, se tiñe de
barroquismo”.
61
Jorge Alberto Manrique, “La fe en la forma según el Concilio de Trento”, Ars Auro
Prior Studia IoanniBíalostocki, Sexagenario Dedicata, Varsovia, Panstwowe Wydau-
nictwo Naukawe, 1981, p. 771.

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La íntima conexión entre la diosa-madre y la naturaleza posee indudables


paralelismos con la estrecha relación que también se ha establecido entre
María y la fecundidad de la tierra. Los santuarios marianos como los de la
diosa-madre se sitúan en parajes privilegiados por la naturaleza, frecuente-
mente al lado mismo de un pozo o un manantial, y no raras veces rodeados
de leyendas que hablan de la fecundidad milagrosa de la tierra.62

Las cualidades benéficas del agua asociadas a los cultos de la Virgen


del Quinche, Chiquinquirá y Guadalupe. Las preguntas latentes ¿estos
cultos originarios están preñados de creencias nativas o son su continui-
dad bajo otro rostro, hubo una coexistencia, se borró con las efigies de la
Virgen María todo vestigio antiguo, o podemos hablar mejor de fusión y
adopción de modelos rituales a los cultos y rituales cristianos? Entre la
manifestación externa de los pueblos del mediterráneo y los de América
Antigua en su relación con el territorio, la diferencia es nítida.
La religiosidad en torno a una imagen sagrada llegó a Hispanoamé-
rica al final del reinado de los Reyes Católicos, seguido de la monarquía
de Carlos I de España y emperador V de Alemania en donde hay que con-
siderar las improntas alemanas, flamencas y de los Países Bajos. Esta
gran herencia cultural fue percibida, aceptada y decantada, como parte de
un proceso de implementación, apropiación y transformación; posterior-
mente amalgamada con las tradiciones culturales americanas insertas en
un repertorio de creencias ancladas en los ciclos naturales, como siglos
atrás había sucedido con las culturas mediterráneas. En los tres lugares
que me ocupan especialmente, se vivió una religiosidad hispana (caste-

62
Ibid., p. 302, hay que tener presente que en el siglo XIII Andalucía se castellanizó: len-
gua, instituciones, costumbres y sangre, de modo tal que “la religiosidad cristiana po-
pular andaluza de la baja Edad Media, siglos XIII al primer tercio del siglo XVI, está
enmarcada dentro de la religiosidad castellana de la misma época. Todas las manifes-
taciones de la religiosidad bajo medieval andaluza, aun aquellas que puedan parecer
más típicas, tienen un antecedente, son prolongación o un doble de la castellana”; ni
en toda Castilla ni Andalucía se celebraba la Semana Santa con “procesiones, cofradías
y disciplinantes hasta finales del XV o primeros años del XVI”.

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llanizada como la lengua),63 se experimentó y se apropió por la comple-


jidad étnica y cultural en el proceso de construcción de la América Latina.
La cultura barroca en Hispanoamérica es, por un lado, la gran herencia
de los reinos y pueblos constituyentes de la monarquía hispánica y, por
otro, la apropiación y pertenencia de la herencia de dos mundos culturales,
lo que de las fórmulas europeas hicieron los criollos, los indígenas, los mes-
tizos y castas, que sostuvieron y mantuvieron el “reino de Dios”, al mismo
tiempo que reivindicaban un pasado americano. Acorde a la opinión de Es-
candón: España que “generó y luego transmitió a sus dominios ultramarinos
esta cultura de apego a la tradición y de peculiar religiosidad”.64
La cultura barroca comprende lo ideológico visual incentivado por
lo retórico auditivo, aunque entre los grupos humanos dominó la acep-
tación, entendimiento y ante todo la percepción de lo primero. El arte fue
el medio eficaz de afirmación y exaltación de dogmas, dio respuesta a
la manifestación de los sentimientos humanos; a través de las composi-
ciones y expresiones formales se llevó a cabo la finalidad de conmover
con alegría, dulzura, ternura, dolor y se convocó a la piedad. En opinión
de Sánchez Lora:

La cultura barroca no está pensada para el intelecto, pues no pretende con-


vencer, sólo mover conductas conmoviendo, sacudiendo la sensibilidad
emocionando, y nada emociona más que lo que entra por los ojos, como ya
prescribieran Aristóteles y Horacio. Por ello toda la batería apunta a entrar
con artificio, a impactar deslumbrando al ojo, forzando a hacer ver.65

63
Parcialmente como sucedió la aceptación y apropiación de la religiosidad castellana en
Andalucía, en el siglo XIII, pues sufrió “una modificación, de matiz, de carácter, sen-
cillamente pasa a ser algo castellano, pero traducido, expresado, vivido por las gentes
andaluzas”, en ibid., p. 302.
64
Patricia Escandón, “La cultura barroca en Indias: la visión de Mariano Picón Salas”,
Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos, núm. 42, México, CCyDEL-
UNAM, 2006, p. 37.
65
José Luis Sánchez Lora, “Barroco y simulación: cultura de ojos y apariencias, desen-
gaño de ojos y apariencias”, en Pedro Chalmeta, Fernando Checa et al., Cultura y
culturas en la historia. Quinientas Jornadas de Estudios Históricos, Salamanca, Uni-
versidad de Salamanca-Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporá-
nea, 1995, p. 75.

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MANIFESTACIONES DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR EN TORNO A TRES IMÁGENES MARIANAS...

El barroco, y en su definición como categoría o instrumento de estilo


sigo y comparto la opinión de Manrique, no es únicamente un estilo ar-
tístico, el concepto en efecto involucra otras manifestaciones de la cul-
tura, no sólo lo que llamamos arte, por lo tanto también califica a toda
una gran época homogénea, es además “un estilo común de vida”.66
Sin embargo, no dejo de señalar, y me sumo a otros autores, que la
cultura barroca trascendió su época de mayor expresividad en el siglo
XVII hasta llegar aun a nuestros días, con una propia tradición seglar y re-
ligiosa tal, que se observa en los rituales cotidianos y ceremonias, afir-
mación que se comprueba por ejemplo en la fiesta del santo patrono de
Coixtlahuaca, San Juan Bautista, en la Mixteca alta de Oaxaca, hay ahí
como en otras partes de la región un importante despliegue de los usos
y costumbres, que se expresan en la jerarquía territorial y humana, en la
forma de gobernar con la cooperación de la comunidad en beneficio de
las áreas públicas, en los vínculos con la Iglesia a través de las imágenes
de mayor devoción; también al interior de los hogares, en la distribución
espacial —aparentemente fragmentada— de la casa tradicional (aunque
esté construida con materiales modernos) y en el uso de esos espacios
para llevar a cabo una serie de ceremonias en momentos importantes de
los núcleos familiares. El protocolo y el ritual son fundamentales, para-
fraseando a Picón Salas, tanto en el “reino del hombre” como en el
“reino de Dios”, entre la tradición y la modernidad. En modo similar a
lo que Escandón ha expuesto sobre otros ejemplos.67

66
Jorge Alberto Manrique, “Barroco mexicano: ¿qué tan barroco? ¿qué tan mexicano?”,
Memoranda, núm. 15, año III, 1991, México, Subdirección General de Servicios So-
ciales y Culturales del ISSSTE, p. 6. Del mismo autor, “La formación de la arquitectura
barroca americana”, Nuestra América, El barroco latinoamericano, núm. 3, 1980, pp.
81-88.
67
Escandón, op. cit., p. 36, “A quienes creen que aquello que se dio hace 300 años ha per-
dido todo su efecto y vigencia, les sugiero que presencien las fiestas del santo patrono
en alguna barriada, o que me expliquen, en términos de los usos sociales contemporá-
neos, los complicados rituales y protocolos de una familia tradicional de Lima o Gua-
najuato”.

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En buena medida la pervivencia de estas conductas sociales se debe


a las creencias religiosas que se maceraron desde el mismo siglo XVI con
toda una cepa previa de origen medieval. Conforme a lo expuesto ya por
varios autores y que retomo para ir cerrando estas reflexiones:

la renuencia de la cultura hispánica a desprenderse de la parte más profunda,


del corazón de sus tradiciones —y me refiero en este caso a la religiosa,
pero hay otras—, no es una elaboración del periodo barroco, sino un rasgo
previo, que bien puede venir de la Reconquista o de la unificación política
de la época de los Reyes Católicos; en cualquier caso, tiene un fuerte aroma
medieval, que evoca la inmutabilidad de una estructura estamental o jerár-
quica, cuya cúspide es Dios.68

La búsqueda de la cercanía con Dios, de la recepción de los bienes


otorgados, en este caso, por imágenes de la Virgen María, generó una
serie de ritualidades cuyo fin fue el santuario de veneración —centro, al
mismo tiempo que destino y camino hacia lo sagrado— simbólicamente
relicario del tabernáculo de Dios, ante la imagen mediadora se imploraba
misericordia, se agradecían los beneficios y se le rendía honor. Pero toda
esta demostración sirvió también como elemento de cohesión de una co-
munidad devota, estamentada, de distinta procedencia étnica y vinculada
a un territorio; los lazos de identidad se construyeron, además de los
traslados de las imágenes y otros mecanismos, mediante la plasmación
pictórica de esos recorridos y los favores otorgados, como el testimonio
visual más poderoso que garantizara una tradición seglar y eclesiástica,
española e indígena, criolla y mestiza alrededor de la devoción a la Vir-
gen de Guadalupe del Tepeyecac, a la Virgen del Rosario de Chiquin-
quirá y a la Virgen de la Presentación de El Quinche.

Recibido: 15 de agosto, 2008.


Aceptado: 17 de enero, 2009.

68
Escandón, op. cit., p. 41.

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