Un Arte de Hablipulación

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La magia de la psicoterapia

“Un arte de hablipulación”

“yo más que decir, procuro ser.” María Victoria Triviño (Cernuda-Canelles, 2012),

ejemplificó de manera precisa lo que encierra la magia de la psicoterapia. Todo el embrollo

de interacciones, palabras, emociones y pensamientos que se cruzan en un consultorio

terminan siendo dominados por el ser, o por los seres que cohabitan en tiempo y espacio

compartido, es decir, el ser terapeuta y el ser consultante.

El ser terapeuta es el énfasis de este texto, ya que ser terapeuta parece una elección de

campo de acción profesional sin implicaciones de historicidad y experiencia, es necesario

aclarar que por creencias personales se sugiere que es una elección de muchos años atrás. La

primera marca evidente en el camino es la elección de la psicología como profesión, y con

ella la serie de aprendizajes, teóricos, prácticos, lingüísticos y epistemológicos a los que el

terapeuta empieza a darles sentido. Se pretende plantear en retrospectiva la importancia de

la historia y los orígenes del ser como terapeuta, puesto que sin lugar a dudas hay una

interacción entre la vida personal del terapeuta, en cada etapa de su ciclo vital, y la formación

y la experiencia, inseparables a una carrera de psicoterapia (Guy, 1995). En la historia de

ese terapeuta entran en juego sus orígenes más ancestrales, la influencia cultural, la elección

política y religiosa, la clase social y las características de personalidad y estructura de

carácter. Entre todas estas variables recién descritas se empieza a dibujar una danza de

historias, narraciones y experiencias que poco a poco ponen la semilla en el corazón de una

persona para ser terapeuta, formando una base de valores, creencias y principios que marcan

el estilo de aprendizaje y filosofía de vida, que como bucles de información internalizan

nuevas pautas y experiencias, y a su vez externalizan aprendizajes que pierden vigencia y

adaptabilidad, sobre este concepto se retomará más adelante. De esta semilla se dejan caer
en cascada una serie de decisiones que van a terminar configurando la particularidad del

modelo terapéutico, el enfoque y el estilo.

Cuando se han ordenado las experiencias y elecciones, que no son casuales, si no que

tienen una relación directa con las construcciones personales y se reconoce claramente la

historia, se estructura el estilo, marcado por aprendizajes. Se tiene entonces la herramienta

más simple y poderosa del ser terapeuta y es reconocer su propio perfil, para entender sus

reacciones ante el consultante o cliente, de esta forma diferencia sus necesidades y

expectativas y centra toda su experiencia al servicio de los intereses y demandas del

consultante. Es importante resaltar características que necesita el terapeuta, como una

formación sólida en enfoques, teorías, técnicas y tácticas que configuran la estrategia

terapéutica que otorga seguridad y confianza, para conformar el estilo personal terapéutico,

dándole la autenticidad y frescura necesaria. Como escuché repetidas veces en el proceso

formativo “hay tantos estilos terapéuticos en el mundo, como terapeutas existen.” El estilo

además de ser conformado por lo mencionado antes, también tiene el plus de creatividad, no

existe un terapeuta que no sea creativo, ya que esta creatividad implica precisión y cuidado

al momento de aplicar una técnica o táctica, es la respuesta espontánea de una demanda

inherente, la capacidad de revelar con la mayor sinceridad y amor a los consultantes y que

incluye un poco de flexibilidad, viendo la flexibilidad como la capacidad de adaptación de

una técnica a las necesidades de consultantes y familias. En fin, es esta flexibilidad

terapéutica es la que permite la aplicación de los enfoques y modelos en diferentes culturas

y espacios, ya que el origen de los modelos, no siempre corresponden al mismo contexto

cultural y social, ni tampoco al mismo terapeuta que ejerce, de esta forma el grado de

flexibilidad también depende de sus aprendizajes previos e intereses personales en la vida

del terapeuta.
El estilo terapéutico se ve reflejado también en la relación establecida con los consultantes

y familias, puesto que el espacio terapéutico se ha definido como un lugar de aprendizaje, a

lo que Vigotsky denominaría zona de desarrollo próxima y que en el subtítulo se menciona

como hablipulación, término acuñado del libro ser y hacer en terapia familiar sistémica

(Ceberio & Linares, 2010) donde no se hace con las manos, sino con las palabras. Es allí en

esa relación pautada por el estilo, donde se evidencia la magia de la terapia, el sortilegio de

la transformación terapéutica, es un espacio que Martín describe como centrado en lo atípico,

la terapia mueve a examinar lo que no es común de forma minuciosa, ya que es por medio

de esto que las personas escapan de las historias que determinan sus percepciones y, por

ende de sus vidas relatadas en palabras que encuentran el lugar para transformar en un

encuentro (Payne, 2016), que como menciona Fritz Perls es un catalizador químico que

media la transformación de dos sustancias (Stevens, 2009), de esta forma el terapeuta no

será el mismo una vez acabada la intervención, ni un consultante o familia sería igual, este

es el objetivo de cada proceso que se inicia. Y llegados a este punto surge la inquietud ¿Qué

de todo eso es lo que genera el cambio y la trasformación? La respuesta que se plantea desde

este enfoque es el encuentro, ni la experiencia, ni los conocimientos previos, ni la técnica.

Es la magia de encontrarse con otra persona, de permitirse el contacto con el ser, con el

propio ser y con el ser que llega, o los seres que llegan, incluir la percepción de lo evidente

y lo no mostrado, ir más allá de la frontera exterior (Alexander, 1991), para permitir el fluir

de la transformación no solo comportamental, emocional, cognitiva y relacional, sino

también espiritual.

Surge espontáneamente la paradoja de ser terapeuta y de construir ese ser, para que ese

cúmulo de aprendizajes no sea el responsable de la transformación, porque al final

sencillamente son dos personas que se unen en un intercambio de palabras que permite la

manipulación, es decir la hablipulación transformadora, ya que la magia se encuentra en las


palabras, la palabra expresada, la palabra recibida y escuchada, y la palabra guardada secreto,

todas ellas convergen en el centro terapéutico como explosión transformadora, como hechizo

mágico cambiante. Allí entonces no hay un modelo evidente, no hay una técnica ni lenguaje

científico, allí hay un contacto entre seres y se vuelve al inicio del texto, donde todo lo

aprendido surge como desaprendizaje. Retomando la externalización de aprendizajes llego

al momento donde todos los conceptos que tienen tanto valor, necesitan ser desaprendidos,

como el proceso de la vida, según Rüdiger Dalhke (1999) en la mitad de la vida se permita

soltar herramientas, estrategias y aprendizajes, para empezar el retorno como seres más

completos, más desnudos y mas sabios. De la misma forma que Herman Hesse en su poema

grados:

“Asi como toda flor se marchita y toda juventud cede a la vejez,

así florece cada grado de la vida, florece toda virtud y sabiduría a su

tiempo,

Y no debe permanecer eterna.

Es preciso que a cada llamado de la vida,

el corazón esté dispuesto para la partida y un nuevo comienzo,

para entregarse con valor y sin duelo a otros nuevos lazos.

Y en cada comienzo vive un hechizo que nos protege y ayuda a vivir.”

Empieza entonces un nuevo proceso en la construcción de ser terapeuta y es reducir el

valor de la academia, para permitirse el hechizo de vivir una nueva experiencia, sin embargo

es un proceso que como prerrequisito necesita el aprendizaje concienzudo y amplio de las

teorías, técnicas y estrategias psicológicas y terapéuticas, para que después empiece el

proceso de desaprender. Una vez se han adquirido esos conocimientos precisos, cuidadosos
y trascendentes llega el momento de buscar el desierto personal, donde se olvida, se

externaliza y se expulsa del bucle lo que no permite continuar con la disposición del corazón,

para que se unan los aprehendizajes experienciales, intelectuales en solo un ser que es

terapeuta.

La conclusión que se plantea de lo aprehendido en el proceso de ser terapeuta, es que ese

ser se construye y deconstruye, de tantas formas y tantas veces como sea necesario, hasta

llegar al punto de equilibrio entre la ciencia y lo humano, y la ciencia de lo humano, para

llegar a la erudición humilde y sencilla de hablipular un camino de transformación.

Maria Alejandra Sánchez López

Referencias.

Alexander, G. (1991). La eutonía. Buenos Aires: Paidós.

Ceberio, M. R., & Linares, J. L. (2010). Ser y hacer en terapia familiar sistémica. Buenos
Aires: paidós.

Cernuda-Canelles, G. (2012). Gracias. Barcelona: plataforma editorial.

Dalhke, R. (1999). Las etapas criticas de la vida. Barcelona: Plaza y Janés Editores S.A.

Guy, J. D. (1995). La vida personal del psicoterapeuta. Barcelona: Paidós .

Payne, M. (2016). Terapia narrativa. Barcelona: Paidós.

Stevens, B. (2009). No empjes el río. Santiago de Chile: Cuarto vientos.

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