Los Sofistas y Sócrates 2.
Los Sofistas y Sócrates 2.
Los Sofistas y Sócrates 2.
“Sofista” significa literalmente el que hace sabios a otros, el que instruye o adoctrina (así
llama Esquilo a Prometeo, el titán que enseñó a los hombres las artes fundamentales). En
efecto, la educación tradicional ya no era suficiente en el periodo de máxima expansión de
la democracia, en que gran parte de las polis, inclusive las sicilianas, se habían librado de
los tiranos o habían superado en otra forma definitivamente la fase del predominio
aristocrático.
Ciudades como Atenas trajo una gran cantidad de sofistas. Por eso se habla de ilustración
sofística, porque al igual que la ilustración europea del siglo XVIII, aprovechaba filosofías
elaboradas precedentemente para examinar y criticar a la luz de la pura razón humana, los
mitos, las creencias y sobre todo las instituciones políticas y sociales.
LA POLIS
Se denomina Edad Oscura al periodo de la historia de Grecia que transcurre desde el colapso
del mundo micénico (entre 1200-1100 a. C.(Se supone que fue la época descrita por Homero) )
hasta la época arcaica griega (siglo VIII a. C.), caracterizado por la escasez de fuentes que
hagan referencia a la muy difícil reconstrucción de las realidades históricas de este periodo.
Así pues, lo que importa es aprender a distinguir entre opiniones útiles y opiniones dañosas, lo
que se facilita por el hecho de que no existen opiniones teóricamente ciertas y no hay nada que
no pueda considerarse desde puntos de vista diversos e incluso opuestos.
Ejemplo. Teoría: 1. nada existe, 2. aunque algo existiese sería inaferrable para el hombre, y 3)
aun cuando fuera
concebible para él sería incomunicable para el prójimo. La afirmación “nada existe” no quiere
decir que no existan aquellas apariencias sensibles en medio de las cuales se desarrolla la vida
cotidiana de los hombres: esas apariencias existen como apariencias, pero más allá de ellas no
hay aquella realidad única, inmutable y eterna de que hablaban los filósofos.
LA EDUCACIÓN SOFÍSTICA
En general, se puede considerar a los sofistas como los fundadores de la educación “liberal” tal
y como seguirá impartiéndose por milenios en Occidente; es de subrayar a este propósito que a
ellos se remonta la introducción del curriculum educativo de las disciplinas que más adelante se
denominarán precisamente las siete “artes liberales”, divididas en el trivio (gramática, dialéctica
y retórica) y el cuadrivio (aritmética, geometría, astronomía y música).
La finalidad práctica que perseguían los retóricos fue la de formar personalidades completas y
abrían las mentes a todo lo conocible de su tiempo en manera que podía ser más o menos amplia,
pero que no tenía nada en común con el conocimiento vulgar.
Sus cursos se impartían a base de conferencias y debates sobre temas fijos o improvisados, y, en
ocasiones, de lecturas y comentarios de textos poéticos (tal será más o menos la enseñanza
universitaria hasta nuestros días). A ellos se debe también la ampliación del concepto griego de
paideia, que de simple educación de los niños llega a significar cultura en general, puesto que la
educación del hombre continúa bien pasada la adolescencia, en tanto haya interés y deseo de
aprender y perfeccionarse, es decir, sin límites de tiempo.
SÓCRATES Y SU MAGISTERIO
Sócrates de Atenas, hijo de un escultor y una comadrona, fue el hombre que reaccionó con todas
sus energías contra la perversión de la sofística, no en defensa de la ética aristocrática, ni tampoco
de la democrática, en la forma como se había constituido históricamente, sino de los que hoy
llamaríamos los derechos de la libre conciencia individual que considera con seriedad casi
religiosa sus deberes morales y políticos.
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Sócrates no escribió nada. Se sabe que nació en 470 ó 469 a. C., que vivió siempre en Atenas,
menos cuando tuvo que participar como soldado en campañas guerreras, que se mantuvo alejado
de la política activa, pero discutió siempre con fervor en toda ocasión y lugar los conceptos
rectores de la política y la vida humana en general, como la justicia, la santidad, el valor y la
virtud, y que en el periodo de la restauración democrática posterior a la derrota de Atenas y la
imposición por Esparta de los Treinta Tiranos (con los cuales por lo demás se había negado a
colaborar), fue acusado de corromper a los jóvenes y de enseñar creencias contrarias a la religión
del Estado. Procesado, se defendió exaltando su misión educativa y declarando que no la
descuidaría jamás en interés mismo de los ciudadanos. Reconocido culpable, se le invitó (según
el procedimiento ateniense) a proponer él mismo una pena: propuso que se le mantuviese de por
vida en el pritaneo como se hacía con los beneméritos de la patria. Fue condenado a beber la
cicuta por una mayoría mucho más alta que la que lo había declarado culpable. Acató la condena
“con filosofía”, se rehusó a huir de la cárcel, como hubiera podido hacerlo sin dificultad, y en fin
bebió la cicuta serenamente después de haber discutido sobre la inmortalidad del alma con un
grupo de amigos y discípulos (399 a. C.).
Para reconstruir su pensamiento y hacernos una idea de lo que fue su enseñanza disponemos de
tres fuentes principales: los diálogos de su excelso discípulo Platón, en los cuales aparece casi
siempre como protagonista; algunas obras de Jenofonte (cf. § 23); los testimonios de Aristóteles.
De esta manera, queda patente la clara diferencia que existía entre las enseñanzas de los sofistas
y la de Sócrates. Y es que, mientras que en las primeras los maestros realizaban exposiciones para
que los alumnos aprendieran, el filósofo lo que pretendía era que sus “discípulos” consiguieran el
conocimiento por sí mismo mediante la ayuda individualizada de aquel.
La ironía socrática se reduce a esto: hacer que el interlocutor se confiese ignorante, lo que es el
primer paso hacia la sabiduría. En este procedimiento aparece con frecuencia la “ironía” en el
sentido común del vocablo, porque Sócrates abre el diálogo con grandes declaraciones de
ignorancia y desmesurados elogios a la sabiduría del interlocutor que éste acepta lisonjeado; pero
al final se pone de manifiesto que el único sabio es Sócrates que por lo menos sabe que no sabe,
mientras el interlocutor creía saber sin saber realmente nada, puesto que sus opiniones han sido
confutadas hábilmente por Sócrates con el método “dialéctico”, que consiste en aceptarlas como
verdaderas y luego demostrar que de ellas se desprenden consecuencias absurdas y
contradictorias.
Del mismo modo Sócrates ayuda a sus interlocutores a iluminar y expresar verdades que él no
les ha formado ni puesto en la mente, sino que se han madurado en su interior y sólo hay que
volverlas explícitas y evidentes. Un hombre solo no lo podría conseguir: para ver claro en nuestra
alma es necesario espejarse en otra alma, es decir, para
llegar a la formulación de la verdad se necesita el diálogo, aquel tipo de diálogo denso y preciso,
“pequeño discurso”, que Sócrates contrapone polémicamente al tipo de “gran discurso”
deslumbrador de que se complacían los sofistas con el único fin de persuadir al precio que fuere,
preocupados más del éxito que de la verdad y la justicia.
LA MORAL SOCRÁTICA.
Éstas eran, pues, las formas de la enseñanza socrática, pero ¿cuál era la sustancia? Hasta
donde nos es dado saberlo, la sustancia estaba en gran parte implícita en las formas
mismas. En efecto, como hemos visto, se trataba de una búsqueda colaborativa o asociada
de la verdad. Está abierta a todos los hombres y por ello todos los hombres pueden y deben
reconocer y aceptar sus resultados. Es decir, la búsqueda debe rematar en un concepto,
en un saber válido para todos y que todos puedan poner a prueba y demostrar; en este
sentido se dice que Sócrates fue el descubridor del concepto, es decir, del conocimiento
universal, si bien su campo de investigación estuviese estrictamente limitado a los
conceptos morales. “Sócrates se ocupaba exclusivamente de las cosas morales y se
desentendía de la naturaleza entera; en aquéllas buscaba lo universal, y fue el primero en
fijar el pensamiento en las definiciones.” con simples ejemplos de su uso o cualificaciones
generales, sino que exigía delimitaciones precisas de su ámbito de significación que se
llamaban precisamente definiciones y que determinan los conceptos. Para llegar a ese
punto se detenía con frecuencia a examinar toda una serie de casos particulares
remontándose al final a una consideración más amplia y general: es decir, razonaba, como
se dirá más tarde, por inducción o por el método inductivo. Al parecer, deseaba fundar una
auténtica ciencia de la moral que permitiese a los hombres entenderse sin equívocos y
realizar unidos el bien personal y el del estado.
Platón
(Atenas, 427 - 347 a. C.) Filósofo griego. Junto con su maestro Sócrates y su discípulo Aristóteles,
Platón es la figura central de los tres grandes pensadores en que se asienta toda la tradición filosófica
europea.
La circunstancia de que Sócrates no dejase obra escrita, junto al hecho de que Aristóteles
construyese un sistema opuesto en muchos aspectos al de su maestro, explican en parte la
rotundidad de una afirmación que puede parecer exagerada. En cualquier caso, es innegable que la
obra de Platón, radicalmente novedosa en su elaboración lógica y literaria, estableció una serie de
constantes y problemas que marcaron el pensamiento occidental más allá de su influencia inmediata,
que se dejaría sentir tanto entre los paganos, como en la teología cristiana, fundamentada en gran
medida por San Agustín sobre la filosofía platónica.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, Platón abandonó su inicial vocación política y sus
aficiones literarias por la filosofía, atraído por Sócrates. Fue su discípulo durante veinte años y se
enfrentó abiertamente a los sofistas
(Protágoras, Gorgias). Tras la condena a muerte de Sócrates (399 a. C.), huyó de Atenas y se apartó
completamente de la vida pública; no obstante, los temas políticos ocuparon siempre un lugar central
en su pensamiento, y llegó a concebir un modelo ideal de Estado.
Viajó por Oriente y el sur de Italia, donde entró en contacto con los discípulos de Pitágoras; tras una
negativa experiencia en Siracusa como asesor en la corte del rey Dionisio I el Viejo, pasó algún
tiempo prisionero de unos piratas, hasta que fue rescatado y pudo regresar a Atenas. Allí fundó en
el año 387 una escuela de filosofía, situada en las afueras de la ciudad, junto al jardín dedicado al
héroe Academo, de donde procede el nombre de Academia. La Academia de Platón, una especie
de secta de sabios organizada con sus reglamentos, contaba con una residencia de estudiantes,
biblioteca, aulas y seminarios especializados, y fue el precedente y modelo de las modernas
instituciones universitarias.
En ella se estudiaba y se investigaba sobre todo tipo de asuntos, dado que la filosofía englobaba la
totalidad del saber, hasta que paulatinamente fueron apareciendo (en la propia Academia) las
disciplinas especializadas que darían lugar a ramas diferenciadas del saber, como la lógica, la ética
o la física. Pervivió más de novecientos años (hasta que Justiniano la mandó cerrar en el 529 d. C.),
y en ella se educaron personajes de importancia tan fundamental como su discípulo Aristóteles.