Violencia - Como Hacer de Un Niño Un Psicopata - Siglo XXI PDF
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Biblioteca Nueva
Psicología universidad Biblioteca Nueva
9 788499 409962
Psicología universidad
BIBLIOTECA NUEVA
ISBN: 978-84-9940-997-9
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ción, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los
titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser consti-
tutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Es-
pañol de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
Presentación ............................................................................... 23
1. Guía de contenidos ............................................................ 26
2. Público destinatario ........................................................... 28
3. Agradecimientos ................................................................ 29
4. Notas del autor .................................................................. 30
1
E. Fromm, Anatomía de la destructividad humana, México, Siglo XXI, 1975.
2
R. Hare, Hare psychopathy checklist-revised 2nd edition technical manual,
Toronto, Multihealth Systems, Inc, 2003.
3
M. B. First, C. C. Bell, B. Cuthbert, J. H. Krystal, R. Malison y D. R. Offord et
al., «Personality Disorders and Relational Disorders», en D. J. Kupfer, M. B. First,
D. A. Regier (eds.), A Research Agenda For DSM-V, American Psychiatric Associa-
tion, 2002, pág. 164, 6.
4
J. Ogloff y S. Wong, Electrodermal and cardiovascular evidence of a coping
response in psychopaths. Criminal Justice and Behavior, 1990, 17, págs. 231-245.
5
K. Kiehl, A. Smith, R. Hare, A. Mendrek, B. Forster, J. Brink et al., Limbic
abnormalities in affective processing by criminal psychopaths as revealed by functional
magnetic resonance imaging, Biol Psychiatry, 2001, 50, págs. 677-684.
6
K. Kiehl, A. Smith, A. Mendrek, B. Forster, R. Hare y P. Liddle, Temporal
lobe abnormalities in semantic processing by criminal psychopaths as revealed by
functional magnetic resonance imaging, Psychiatry Research, Neuroimaging, 2003,
130, págs. 27-42.
7
S. Freud, Dostoevsky and parricide, Standard Edition, 1928, págs. 177-194.
8
O. F. Kernberg, «Neurosis, psychosis and the borderline states», en A. M. F.
Kaplan y J. Sadock (eds.), Comprehensive Textbook of Psychiatry, Baltimor, Williams
& Wilkins, 1980.
9
J. Bowlby, Attachment and loss. Separation, anxiety and anger, Londres, Ho-
garth Press, 1973.
10
J. Bowlby, Forty-four juvenile thieves: Their characters and homelife, Int J Ps-
ychoanalysis, 1944, 25, págs. 121-124.
11
P. Fonagy, «Attachment, the development of the self, and its pathology in
personality disorders», en Derksen et al. (ed.), Treatment of personality disorders,
Nueva York, Kluwer Academic/Plenum, 1999, págs. 53-68.
12
J. Meloy, «Antisocial personality disorder», en G. Gabbard (ed.), Treatments
of psychiatric disorders, 4.ª ed., American Psychiatric Press, 2006.
13
K. Horney, La neurosis y el desarrollo humano, Buenos Aires, Psique, 1955.
1. Guía de contenidos
En el primer capítulo (que corresponde a la revisión de «Una
labor de búsqueda a través del homicidio», págs. 147-166, en Ense-
ñanza e Investigación en Psicología, vol. 8, núm. 1, México, 2003, al
que he añadido el apartado relativo a la naturaleza humana) me re-
fiero al homicidio como motor de búsqueda, como un acto por el
cual el victimario se adentra más allá de los límites conocidos, con
el objetivo de desentrañar un misterio y simultáneamente probar o
experimentar la embriaguez de las vivencias extremas.
En el segundo capítulo (que corresponde a la revisión de «Una
aproximación psicológica a la violencia desde el caso Oruan», pági-
nas 255-294, en C. Barros, Violencia, Política Criminal y Seguridad
Pública, México, INACIPE, 2003) aparecen reflejados los pensa-
mientos y las ideas que me fue refiriendo un recluso que cometió
varios homicidios y muchas violaciones. A través de sucesivas entre-
vistas en profundidad que mantuve con él trato de adentrarme en su
universo psíquico, en su forma de relacionarse con el mundo y con-
sigo mismo.
En el tercer capítulo (que corresponde a la revisión de «Los de-
lincuentes violentos también son seres humanos», págs. 133-139,
en Revista do Instituto Brasileiro de Direitos Humanos, vol. 6, Brasil,
2005) abogo por la necesidad de que la autoridad pública se guíe
siempre por el afán de justicia, incluso con los delincuentes violen-
tos, sin caer en la tentación de dejarlos fuera de la ley, sin derechos
ni posibilidad de defensa.
En el cuarto capítulo (que corresponde a la revisión de «Violen-
cia», págs. 592-599, en A. Ortiz-Osés y P. Lanceros, Diccionario de
la existencia, Barcelona, Anthropos, 2006) me refiero a la ayuda que
brinda la figura materna al niño para que este pueda ir reconociendo
gradualmente la separación entre lo real y lo fantaseado, entre el
mundo externo y el mundo interno, entre aquello que no es yo y
uno mismo.
En el quinto capítulo (que corresponde a la revisión de «Padre
protector versus padre persecutorio», 18 páginas, en Avances en Sa-
lud Mental Relacional, vol. 6, núm. 3, Bilbao, 2007) pongo de relie-
ve cómo incide la figura paterna durante la infancia, y también du-
rante el posterior desarrollo, en la posibilidad de acceder o no al re-
conocimiento de la ley.
En el sexto capítulo expongo cuáles son las características dife-
renciales del psicópata, su vivencia de la culpa y del afecto, las rela-
3. Agradecimientos
Quiero aprovechar la ocasión para manifestar que la creación de
este libro no hubiera sido posible sin el apoyo entusiasta que me ha
brindado Adriana Tamez, mi esposa. Ella siempre me ha animado a
plasmar y compartir mis reflexiones acerca de las problemáticas psi-
cológicas en cuyo estudio me he adentrado.
Doy gracias a mi esposa y a Beatriz Amenabar, mi hermana,
por haber revisado en su momento algunos de mis trabajos y por
haber revisado para esta ocasión el texto resultante de la integra-
ción en formato de libro de todas las páginas escritas; a ambas les
estoy sumamente agradecido por las valiosas observaciones y suge-
rencias que me han propuesto para mejorar varios aspectos de la
redacción.
Doy gracias a las numerosas personas que me han dedicado su
tiempo con la tramitación de permisos para que yo pudiera acceder
y disponer de óptimas condiciones en la realización de mi labor in-
vestigadora en distintas cárceles de México. No puedo empezar a
citar el nombre de estas personas sin incurrir en el riesgo, derivado
de las lagunas de mi memoria, de dejar en el anonimato a varias de
ellas. De todas formas, quiero hacer mención para darle gracias a
alguien que ha participado a lo largo de los años en prácticamente
todas las gestiones de investigación carcelaria que he precisado, ha-
biendo recibido de él ayuda, asesoría y conocimiento acerca del
mundo criminológico-penitenciario, y a quien tengo el honor de
contar como un amigo; él es José Luis Musi.
Doy gracias a José Guimón, un amigo y prestigioso psiquiatra
psicoanalista, quien ha tenido la gentileza de escribir el prólogo.
Doy gracias a Antonio Roche, editor de Biblioteca Nueva, por
haber confiado en la propuesta de libro que en su día le planteé.
Y doy gracias por la colaboración prestada en la publicación
de este libro a Rekreum, un centro especializado en la detección y
estimulación de las capacidades del ser humano, desde la niñez, cuya
filosofía consiste en fomentar el buen cuidado del alma infantil, coin-
cidiendo plenamente con la propuesta del libro, por la cual se llama la
atención sobre la necesidad de intervención psicológica desde la apari-
ción de los primeros síntomas o indicios de sufrimiento emocional y
conducta antisocial.
1
S. Freud (1930), El malestar en la cultura, en Obras Completas, tomo 3,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 3.046.
2
Ibíd., pág. 3.046.
3
J. D. Nasio (1992), Cinco lecciones sobre la teoría de Jacques Lacan, Barcelo-
na, Gedisa, 1993, pág. 51.
4
J. Lacan (1975), Aun, en El seminario, vol. 20, Buenos Aires, Paidós, 1981,
pág. 11.
5
J. D. Nasio (1988), Enseñanza de 7 conceptos cruciales del psicoanálisis, Bar-
celona, Gedisa, 1989, pág. 185.
6
Ibíd., pág. 193.
7
J. Urra (1997), Violencia. Memoria amarga, Madrid, Siglo XXI, pág. 82.
8
Ibíd., pág. 82.
9
Ibíd., pág. 84.
10
Ibíd., pág. 86.
11
Ibíd., pág. 86.
12
Ibíd., pág. 86.
13
Ibíd., pág. 87.
14
Ibíd., pág. 87.
15
Ibíd., pág. 87.
16
Ibíd., pág. 88.
17
F. Peregil (1996), «...Y mato porque me toca», en VV. AA., Los sucesos, Ma-
drid, El País, pág. 221.
18
M. Marlasca y L. Rendueles (2002), Así son, así matan, Madrid, Temas de
Hoy, pág. 95.
19
Ibíd., pág. 95.
20
Ibíd., pág. 96.
21
E. Fromm (1974), Anatomía de la destructividad humana, México, Siglo XXI,
1997, pág. 22.
22
Ibíd., pág. 254.
23
S. Freud (1915), «Los instintos y sus destinos», en Obras Completas, tomo 2,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, págs. 2.049-2.050.
24
Ibíd., pág. 2.050.
25
S. Freud (1920), Más allá del principio del placer, en Obras Completas, tomo 3,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 2.526.
26
S. Freud (1930), El malestar en la cultura, en Obras Completas, tomo 3,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 3.050.
27
S. Freud (1933), Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, en Obras
Completas, tomo 3, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 3.160.
28
W. Reich (1945), La revolución sexual, Barcelona, Planeta-Agostini, 1985,
pág. 44.
29
Ibíd., pág. 43.
30
W. Reich, La función del orgasmo, en Obras Escogidas, Barcelona, RBA,
2006, pág. 652.
31
Ibíd., pág. 645.
32
Ibíd., pág. 639.
33
Ibíd., págs. 638-639.
34
Ibíd., pág. 713.
35
Ibíd., pág. 616.
36
Ibíd., pág. 637.
37
Ibíd., pág. 637.
38
W. Reich (1967), Reich habla de Freud, Barcelona, Anagrama, 1970, pág. 94.
39
E. Fromm (1974), Anatomía de la destructividad humana, México, Siglo XXI,
1997, pág. 24.
40
A la información facilitada en el presente capítulo sobre Oruan se añaden las
viñetas del capítulo 7.
Desde este punto de vista, si la víctima sale viva del ataque, ten-
dría que darle gracias al victimario. Este le habría enseñado una gran
lección, para que en lo sucesivo tome más precauciones. Y si no es la
víctima quien aprende la lección, otras personas podrían hacerlo a
partir del conocimiento de las circunstancias en que se ha producido
el terrible suceso.
Para entender en profundidad el significado de las violaciones,
no se puede soslayar ni considerar de manera independiente o aisla-
muy mal estado, ella permite que ese malestar avance en mí, pero
lo permite con el dolor de su corazón. Ella no puede hacer nada
por mí; se desliga del sentimiento. Ese sentir de mi madre es el
mismo sentir que siento yo. Mi madre me da lo que ella tiene, lo
que está a su alcance. Mi madre jamás ha hecho lo imposible ni
está dispuesta a hacer imposibles por ayudarme.
41
A. Camus, «Reflexiones sobre la guillotina», en A. Koestler y A. Camus, La
pena de muerte, Buenos Aires, Emecé, 1972, pág. 134.
42
R. Girard (1972), La violencia y lo sagrado, Barcelona, Anagrama, 1983,
pág. 22.
43
Ibíd., pág. 23.
44
Ibíd., pág. 29.
45
Ibíd., pág. 23.
46
México ocupa el segundo lugar en el mundo, solamente superado por Co-
lombia, en cuanto al número de secuestros denunciados. Así lo señala José Antonio
Ortega Sánchez (Presidente de la Comisión de Seguridad Pública de Coparmex y
47
F. Alexander y H. Staub, El delincuente y sus jueces desde el punto de vista
psicoanalítico, Madrid, Biblioteca Nueva, 1961, pág. 232.
48
Ibíd., pág. 233.
49
S. Freud (1915), «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muer-
te», en Obras Completas, tomo 2, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 2.104.
50
F. Alexander y H. Staub, El delincuente y sus jueces desde el punto de vista
psicoanalítico, Madrid, Biblioteca Nueva, 1961, págs. 235-236.
Integración psicológica
y relaciones interpersonales
La vida de cada hombre es un camino ha-
cia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo
de un sendero. Ningún hombre ha llegado a ser
él mismo por completo; sin embargo, cada cual
aspira a llegar, los unos a ciegas, los otros con
más luz, cada cual como puede. Todos llevan
consigo, hasta el fin, los restos de su nacimien-
to, viscosidades y cáscaras de un mundo prima-
rio. Unos no llegan nunca a ser hombres; se
quedan en rana, lagartija u hormiga. Otros son
mitad hombre y mitad pez. Pero todos son una
proyección de la naturaleza hacia el hombre.
51
D. W. Winnicott (1971), Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa, 1982,
pág. 119.
52
Ibíd., pág. 125.
53
D. W. Winnicott (1954), «Necesidades de los niños menores de cinco años
en una sociedad cambiante», en El niño y el mundo externo, Buenos Aires, Hormé,
1993, págs. 16-17.
IV.2. La alteridad
Tanto desde el planteamiento de Winnicott como desde el de
Bion, lo que se pone de relieve es el papel fundamental de la figura
materna para que el niño pueda ir haciendo suyas las experiencias
(tanto placenteras como displacenteras) en que participa en el pro-
ceso de relaciones interpersonales. Cabe destacar, a este respecto,
que las interacciones del niño, de cualquier persona, con los otros,
54
W. R. Bion (1962), «Una teoría del pensamiento», en Volviendo a pensar,
Buenos Aires, Hormé, 1996, pág. 160.
ternándose con los encuentros, y los afectos con los desafectos, por-
que todo eso forma parte de lo que podemos experimentar en pre-
sencia del otro.
55
J. Baudrillard (1990), La transparencia del mal, Barcelona, Anagrama, 1991,
pág. 139.
56
S. Freud (1921), Psicología de las masas y análisis del yo, en Obras Completas,
tomo 3, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 2.583.
57
J. Baudrillard (1990), La transparencia del mal, Barcelona, Anagrama, 1991,
pág. 145.
58
M. Klein (1960), «Sobre la salud mental», en Obras Completas, tomo 3,
Barcelona, Paidós, 1994, pág. 278.
59
D. W. Winnicott (1962), «La integración del yo en el desarrollo del niño»,
en Los procesos de maduración y el ambiente facilitador, Barcelona, Paidós, 1993,
pág. 74.
Para poder abrir los ojos ante la luz debe realizarse un esfuerzo
por asumir, en lugar de rechazar, lo que preferiría dejarse en la som-
bra, alejado de la conciencia. Por último, y como conclusión, quisie-
ra señalar que de la capacidad para portar y procesar el dolor psíqui-
co depende la posibilidad de aceptar la realidad del otro y de uno
mismo; porque «la integración siempre implica dolor»60.
60
M. Klein (1960), «Sobre la salud mental», en Obras Completas, tomo 3,
Barcelona, Paidós, 1994, pág. 278.
61
S. Freud (1921), Psicología de las masas y análisis del yo, en Obras Completas,
tomo 3, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 2.585.
62
D. W. Winnicott (1971), Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa, 1982,
pág. 186.
63
Ibíd., pág. 187.
64
J. E. Milmaniene (1995), El goce y la ley, Buenos Aires, Paidós, pág. 61.
65
Ibíd., pág. 55.
66
D. W. Winnicott (1971), Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa, 1982,
pág. 193.
67
La información acerca de este caso, que también en parte aparece reflejada
en tres viñetas del capítulo 6, la he entresacado de dos entrevistas realizadas por
Arthur Ginsberg (la primera de ellas en 1992 y la segunda en 2001) para el progra-
ma de televisión America Undercover, de HBO.
entre las que se encuentran a veces las figuras parentales, con inten-
ciones y actuaciones malsanas y destructivas. La respuesta de Kuklin-
ski acerca del padre que comparte con su hermano, si no supiéramos
que la ha brindado él mismo, podría pensarse que corresponde a un
experto en psicología que emite un dictamen sobre dos biografías
marcadas por la violencia. Dicha respuesta revela que se ha dado una
identificación con el agresor, con un progenitor que los lastimó y
traumatizó cuando eran niños en lugar de tratarlos y guiarlos a par-
tir del respeto y del amor.
Hemos de tener en cuenta que un individuo cuyo padre se ha
hecho presente como perseguidor, malvado o inicuo, está herido de
identificación, con alta probabilidad de personificar o encarnar
aquello que repudia y odia. De hecho, en el relato que Kuklinski
hace de su vida se desliza la convicción de que, en caso de haber
dispuesto de un referente paterno distinto al que tuvo, los hechos
protagonizados por él hubieran sido otros.
68
A. Miller (1988), El saber proscrito, Barcelona, Tusquets, 1998, pág. 31.
69
Ibíd., pág. 211.
Los psicópatas
¡No digas de ningún sentimiento que es
pequeño, ni indigno! Cada uno es bueno, muy
bueno; también el odio, la envidia, los celos y
la crueldad. No vivimos de otra cosa que de
nuestros pobres, hermosos y magníficos sen-
timientos, y cada uno de ellos contra el que co-
metemos una injusticia es una estrella que
apagamos.
VI.1. Empatía
Somos seres sociales. Estamos destinados a interactuar con la
gente, a convivir, y al hacerlo tratamos de sondear a quien está con
nosotros para así intentar predecir cómo pueden ir trascurriendo los
términos de la relación. Con mayor o menor discernimiento, todos
realizamos una especie de evaluación psicológica del otro al mismo
tiempo que somos objeto de dicha evaluación. Y en la medida que
vamos conociendo a alguien y dándonos a conocer, nos vamos im-
plicando afectivamente, las fronteras psíquicas se desdibujan, somos
capaces de detectar lo que siente y padece, y participar de ello. La
empatía se expresa generalmente con familiares, amigos o sujetos
con los que nos sentimos aceptados y queridos. Las alegrías de al-
70
R. D. Hare (2000), «La naturaleza del psicópata: algunas observaciones para
entender la violencia depredadora humana», en A. Raine y J. Sanmartín, Violencia
y psicopatía, Barcelona, Ariel, pág. 17.
71
Ibíd., pág. 19.
72
Ibíd., pág. 20.
73
R. D. Hare (1993), Sin conciencia, Barcelona, Paidós, 2003, pág. 96.
74
R. D. Hare (1970), La psicopatía, Barcelona, Herder, 1984, pág. 15.
VI.3. Sadismo
75
Ibíd., pág. 18.
76
Ibíd., pág. 18.
77
Ibíd., pág. 19.
78
Ibíd., pág. 19.
79
D. J. Cooke (2000), «La psicopatía, el sadismo y el asesinato en serie», en A.
Raine y J. Sanmartín, Violencia y psicopatía, Barcelona, Ariel, pág. 196.
80
L. Rojas Marcos (2004), Las semillas de la violencia, Madrid, Espasa, 2008,
págs. 122-123.
81
D. J. Cooke (2000), «La psicopatía, el sadismo y el asesinato en serie», en
A. Raine y J. Sanmartín, Violencia y psicopatía, Barcelona, Ariel, pág. 197.
mal por lo que han hecho, el pasado les persigue y les tortura, viven
atormentados o abatidos por la culpa, algo que no les ocurre a los
psicópatas, quienes se muestran distantes, fríos, cuando no cínicos y
burlones con respecto al sufrimiento provocado. Veamos dos casos:
Caso Oruan82 (1.ª viñeta de 2)
82
Las viñetas sobre Oruan son fragmentos de la revisión en extenso que hago
de ese caso en el capítulo 2.
83
La información acerca de este caso, ya facilitada en parte en el capítulo 5 y
que aparece reflejada en tres viñetas del presente capítulo, la he entresacado de dos
entrevistas realizadas por Arthur Ginsberg (la primera de ellas en 1992 y la segunda
en 2001) para el programa de televisión America Undercover, de HBO.
dije que era posible que le hiciera esos trabajos y me preguntó: ¿es
posible o puedes hacerlos?; ¿te crees capaz de hacerlos? Y le dije
que sí era capaz de hacerlos. Entonces le dijo a Freddy que busca-
ra el auto. Vino con el auto, subimos al asiento posterior y Freddy
se quedó conduciendo. Fuimos a un lugar que no conocía en
Nueva York. Llegamos al lugar que íbamos y nos quedamos sen-
tados allí hasta que vimos a un hombre que estaba paseando a su
perro. Entonces me dijo: Muy bien. Mata a ese tipo. Entonces le
pregunté que a quién se refería. Me dijo que al hombre que pa-
seaba al perro. Me bajé del auto, comencé a caminar hacia el
hombre. El hombre paseaba al perro como cualquier persona
normal. Después de pasar junto a mí, me volteé y le disparé. Así
fue como comencé a trabajar con Roy».
84
W. McCord y J. McCord, El psicópata, Buenos Aires, Hormé, 1966, pág. 37.
85
L. Sacher-Masoch (1870), La Venus de las pieles, Barcelona, Tusquets, 2006,
págs. 185-186.
nada parte del trasero, y un poco más allá de esa zona el dolor le
resulta agónico. A decir verdad, «A ningún sadomasoquista le gus-
tan todos los tipos de dolor»86.
Cuando el sumiso o masoquista pronuncia la palabra clave, in-
dicadora de haberse sobrepasado los umbrales del juego erótico, el
dominante (en caso de continuar con la práctica sexual en lugar de
darla por terminada) tendrá que recular o rectificar, debiendo incor-
porar a continuación otras acciones que resulten aceptables y tolera-
bles. Necesita contar con capacidad de entendimiento y buen juicio
para estar en disposición de calibrar acertadamente el grado de su
intervención. Ha de estar pendiente para valorar cuándo, de qué
manera y con qué intensidad actuar, si no quiere apartarse de su
cometido. «Resulta difícil encontrar el punto justo en la domina-
ción sexual: si llegas demasiado lejos, tu pareja se puede sentir ava-
sallada; si no llegas lo bastante lejos, se sentirá engañada. La domi-
nación es menos popular de lo que se suele creer porque implica
demasiadas responsabilidades»87. Es por eso que los masoquistas
«aprecian a los compañeros sofisticados que saben exactamente
cómo actuar dentro de las reglas del juego, al mismo tiempo que
—con matices exquisitos— aparentan violar sus límites»88. Es en ese
contexto que se hace comprensible lo comentado por cierta mujer:
«una vez que usted me teme, quiero que se sienta a salvo y seguro de
que no voy a hacerlo sangrar si no quiere, o que si yo quiero que
sangre, no habrá nada malo en eso. Que si yo hago que sangre, está
bien»89.
Al hablar del dominante y del masoquista lo hago de manera
genérica, sin que ello suponga referencia a un sexo determinado,
dando por supuesto que entre ambos individuos pueden darse com-
binaciones de tipo heterosexual (mujer dominante/hombre sumiso
u hombre dominante/mujer sumisa) y homosexual (hombre domi-
nante/hombre sumiso o mujer dominante/mujer sumisa).
Quisiera comentar también que el término sadomasoquismo
hace referencia en una segunda acepción a la coexistencia de sadis-
mo y masoquismo en un mismo individuo.
86
R. J. Stoller (1991), Dolor y pasión, Buenos Aires, Manantial, 1998, pág. 29.
87
A. Phillips (1998), Una defensa del masoquismo, Barcelona, Alba, pág. 183.
88
R. J. Stoller (1991), Dolor y pasión, Buenos Aires, Manantial, 1998, pá-
gina 32.
89
Ibíd., pág. 97.
90
L. Sacher-Masoch (1870), La Venus de las pieles, Barcelona, Tusquets, 2006,
págs. 48-49.
91
Ibíd., pág. 49.
el dolor por sí mismo sea apetecible; «los latigazos son cualquier cosa
menos placenteros. No son sino un requisito previo para el contacto
sexual que se espera para después [...]. Una vez recibido el castigo, el
cuerpo estará vivo para la sensación, completamente abierto a la re-
ceptividad y ansiando una sensualidad positiva»92. El dolor o sufri-
miento experimentado posibilita el acceso al gran gozo, a lo su-
blime. Y en tanto que aparece como acompañante o catalizador del
placer, tiene una finalidad, un sentido, como así lo plantea en el
programa Sexo en secreto93 una masoquista:
Yo no aguanto. Yo disfruto. En el momento en que aguanto
o solo aguanto, se acaba la sesión, la corto. Porque yo no vengo a
aguantar dolor; yo vengo a disfrutar, a gozar. El dolor per se no me
gusta. El dolor per se no tiene sentido.
92
A. Phillips (1998), Una defensa del masoquismo, Barcelona, Alba, pág. 183.
93
J. Gordon (2006), Sexo en secreto, en Documentos TV, Televisión Española.
94
F. Sáez y O. Viñuales (2007), Armarios de cuero, Barcelona, Bellaterra,
pág. 32.
encajan: los detalles del guión adulto cuentan qué le pasó al niño»95.
Dicho trauma se reproduciría en la vida erótica adulta, pero con la
particularidad de que en esta ocasión el desenlace es favorable, pues-
to que la producción del dolor no supone un dolor intolerable así
como tampoco la representación de la humillación provoca verda-
dera humillación. Todo está bajo control, dentro de los límites de un
guión. Es así que la imitación del trauma (que incluye dolor y/o
humillación) no es traumática. Al contrario, implicaría un intento
de superación o elaboración.
Y hablando de acontecimientos del pasado y de su incidencia en
el devenir de la sexualidad humana, quisiera mencionar una aporta-
ción especialmente relevante. Corresponde al creador del psicoaná-
lisis, a Freud. Él estudia la fantasía de fustigación o paliza a un niño
que le es relatada por seis pacientes adultos (cuatro mujeres y dos
hombres) y que, acompañada de sentimientos placenteros, remite a
lo acontecido en la infancia. Con respecto a los pacientes del sexo
femenino, la mencionada fantasía sería el producto o resultado de
las siguientes etapas:
95
R. J. Stoller (1991), Dolor y pasión, Buenos Aires, Manantial, 1998, pág. 39.
96
S. Freud (1919), «Pegan a un niño», en Obras Completas, tomo 3, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2007, pág. 2.472.
97
O. Kernberg (1995), Relaciones amorosas, Buenos Aires, Paidós, 1997,
pág. 218.
98
Documentos TV del 18 de diciembre de 2006.
99
F. Sáez y O. Viñuales (2007), Armarios de cuero, Barcelona, Bellaterra, pág. 38.
100
Ibíd., pág. 147.
101
Ibíd., pág. 202.
102
Ibíd., pág. 38.
103
A. Phillips (1998), Una defensa del masoquismo, Barcelona, Alba, pág. 29.
104
Ibíd., pág. 97.
105
Marqués de Sade (1795), La filosofía en el tocador, Madrid, Valdemar,
2004, pág. 223.
106
Ibíd., págs. 145-146.
107
Las viñetas sobre Oruan del presente capítulo se suman a la información ya
facilitada en extenso en el capítulo 2.
108
R. J. Stoller (1991), Dolor y pasión, Buenos Aires, Manantial, 1998,
pág. 35.
109
Ibíd., pág. 35.
VIII.2. El machismo
A la hora de abordar la violencia que un hombre ejerce sobre la
mujer hemos de destacar como variable primordial, de primer or-
den, la variable social o cultural. Cada uno de nosotros, a lo largo de
nuestra vida, participamos de un proceso de socialización en el que
las normas y costumbres, los juicios y prejuicios existentes van im-
pactando e influyendo en nuestra forma de ser y de relacionarnos,
Ideas machistas
110
W. Reich (1949), Análisis del carácter, en Obras Escogidas, Barcelona, RBA,
2006, págs. 237-238.
111
K. Horney (1932), «El miedo a la mujer», en Psicología femenina, Madrid,
Alianza, 1986, págs. 163-164.
112
Ibíd., pág. 165.
113
Ibíd., pág. 165.
114
K. Horney (1932), «Problemas del matrimonio», en Psicología femenina,
Madrid, Alianza, 1986, pág. 145.
115
W. Reich (1949), Análisis del carácter, en Obras Escogidas, Barcelona, RBA,
2006, pág. 238.
116
D. W. Winnicott (1950), «Algunas reflexiones sobre el significado de la
palabra “democracia”», en Obras Escogidas, vol. 3, Barcelona, RBA, 2007, pág. 503.
117
Ibíd., págs. 502-503.
118
D. W. Winnicott (1957), «La contribución de la madre a la sociedad», en
Obras Escogidas, vol. 3, Barcelona, RBA, 2007, pág. 393.
119
Ibíd., pág. 393.
su amor. Le dice que la necesita, que no puede vivir sin ella, que la
ama con locura. Da muestras de dulzura y afecto, de cariño y aten-
ción, con la finalidad de seducir nuevamente, por enésima vez, a
una mujer que quiere creer que por fin su pareja está en el camino
del cambio. Y este hombre quiere creer que su mujer ya no volverá
a darle más motivos para agredirla.
El hombre machista pretende hacer dependiente a la mujer para
ocultar su propia dependencia con respecto a la figura femenina y que
entronca con la relación vivida con el primer objeto de amor, la madre.
Ella lo es todo para él, aunque él quiera hacer ver (y en bastantes oca-
siones parece alcanzar su propósito) que él lo es todo para la mujer.
Ambos pueden llegar a necesitarse y a depender mutuamente sin espa-
cio para la libertad, debiendo considerarse entonces que el vínculo
amoroso que han establecido es patológico. La mujer se engancha en
este vínculo porque, captando que es necesaria e imprescindible para el
hombre, con ello consigue un gran monto de gratificación narcisista.
Siente que es alguien por ser algo (o todo) para alguien, quizá porque
no sabe vivir para sí misma ni nombrarse por sí misma, y tal vez antes
de la relación actual de maltrato ya había sido maltratada o dominada.
Habría vivido para servir, para ayudar y complacer. Su identidad y so-
porte narcisista se habrían fundamentado en la subordinación.
El hombre machista trata de demostrar que es un «verdadero
macho», que tiene una mujer que le pertenece y obedece. Anhela ser
el conquistador, el dominador en la relación, penetrar y habitar en
la mente de la mujer, colonizarla psíquicamente, constituirse en su
voz, para así acabar con todo atisbo de cuestionamiento frente a la
posición de amo que intenta cimentar. El control que el hombre
machista ejerce sobre la mujer lo vive él como algo vital para su
existencia; porque sin la atención exclusiva de ella para con él se ve
confrontado con su desvalimiento emocional, su sentimiento de
minusvalía. Tanto es así que la posibilidad de perder a su mujer le
puede sumergir en la angustia más terrible.
Si la mujer empieza a dar pasos encaminados a una separación,
el hombre machista trata de retenerla por todos los medios: la ame-
naza, la acosa por teléfono, la vigila y la persigue. Si no consigue
retenerla, angustiado, desesperado y alterado, puede verse inundado
por el odio destructivo y acabar con ella, la persona que hasta enton-
ces había estado a su disposición y que le resultaba tan odiable como
necesaria para su supervivencia psíquica. El hombre que mata a su
mujer puede manifestar lo siguiente: «La maté porque era mía» (lo
que en realidad significa: «La maté porque no quería ser mía»), alar-
de de omnipotencia, afán de posesión y control llevado al extremo,
tiene que las mujeres vestidas con minifalda van buscando que al-
guien las viole o cuando se asegura que a las mujeres les corresponde
atender adecuadamente a sus maridos para así evitar el maltrato) el
ciudadano no debe callar. Hay que cuestionar todos los prejuicios
machistas y educar a los hombres desde niños en el respeto a las
mujeres. Para que la sociedad no sea reino del machismo.
Se ha de plantear la relación simétrica, igualitaria. Se ha de lu-
char para que la mujer, al igual que el hombre, pueda participar en
todos los ámbitos de la sociedad. Que el espacio público (la calle, la
política, el trabajo, etc.) y el espacio privado (la casa) sean lugares de
encuentro, de colaboración y de participación entre hombres y mu-
jeres, y que la rigidez de los roles dé paso a la asunción flexible de los
mismos.
La vida en pareja ha de constituirse en función de la reciproci-
dad y del intercambio, de tal manera que cada uno de los integran-
tes trate de darse y entregarse al compañero, sin dejar de ser en esa
interacción el que es. Si bien es cierto que la vida en pareja implica
compromiso y cierta dependencia para con el otro, eso no debería ir
en detrimento de poder mantener y desarrollar la identidad perso-
nal. Resulta necesario que el hombre reconozca a la mujer como un
ser del que puede descubrir y aprender muchas cosas, con quien
puede participar y colaborar, en condiciones de igualdad, en todo
tipo de proyectos.
Tenemos que apostar decididamente por la igualdad, para posi-
bilitar que la mujer acceda a puestos y espacios que le habían sido
vedados, y al mismo tiempo reclamar la creación de las condiciones
sociales necesarias para que todos los seres humanos, independien-
temente del sexo, podamos explorar y manifestar libremente tanto
los componentes «masculinos» como los componentes «femeninos»
de la personalidad, porque ello, lejos de suponer en el hombre la
pérdida de la masculinidad y en la mujer la pérdida de la feminidad,
nos permitirá caminar hacia el crecimiento personal. Deberíamos
asumir cierto grado de bisexualidad, puesto que «ni desde el punto
de vista psicológico, ni desde el biológico, es posible hallar [...] la
pura masculinidad o la pura femineidad»120. Para terminar, y como
idea directriz de este capítulo, quisiera referir lo siguiente: es impor-
tante que el hombre reconozca y elabore el miedo a la mujer, acer-
cándose a ella e integrando en su persona la «parte femenina» que
120
S. Freud (1905), Tres ensayos para una teoría sexual, en Obras Completas,
tomo 2, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 1.223 (nota de 1915).
Pit ágoras
121
D. W. Winnicott (1946), «Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia
juvenil», en Deprivación y delincuencia, Buenos Aires, Paidós, 1996, pág. 138.
122
Ibíd., pág. 139.
123
S. Freud (1933), Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, en Obras
Completas, tomo 3, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 3.186.
124
F. Dolto (1994), ¿Cómo educar a nuestros hijos?, Barcelona, Paidós, 1998,
págs. 75-76.
125
O. Fenichel (1945), Teoría psicoanalítica de las neurosis, en Obras Escogidas,
Barcelona, RBA, 2006, pág. 780.
126
F. Dolto (1994), ¿Cómo educar a nuestros hijos?, Barcelona, Paidós, 1998,
pág. 162.
127
Ibíd., pág. 162.
128
Ibíd., pág. 163.
129
R. Diatkine y J. Favreau (1960), «Le psychiatre et les parents», citado por
S. Lebovici y M. Soulé, en El conocimiento del niño a través del psicoanálisis, México,
Fondo de Cultura Económica, 1993, pág. 377.
130
S. Freud (1913), «Múltiple interés del psicoanálisis», en Obras Completas,
tomo 2, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 1.866.
131
F. Dolto (1994), ¿Cómo educar a nuestros hijos?, Barcelona, Paidós, 1998,
pág. 137.
132
W. Reich (1926), «Los padres como educadores: la compulsión a educar y
sus causas», en W. Reich y V. Schmidt, Psicoanálisis y educación 2, Barcelona, Ana-
grama, 1973, pág. 81.
133
F. Dolto (1994), ¿Cómo educar a nuestros hijos?, Barcelona, Paidós, 1998,
pág. 75.
134
Ibíd., pág. 75.
135
Ibíd., pág. 76.
136
O. Fenichel (1945), Teoría psicoanalítica de las neurosis, en Obras Escogidas,
Barcelona, RBA, 2006, pág. 781.
137
F. Dolto (1977), Tener hijos/1. ¿Niños agresivos o niños agredidos?, Barcelona,
Paidós/Pomaire, 1981, págs. 187-188.
138
S. Freud (1933), Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, en Obras
Completas, tomo 3, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pág. 3.186.
139
W. Reich (1926), «Los padres como educadores: la compulsión a educar y
sus causas», en W. Reich y V. Schmidt, Psicoanálisis y educación 2, Barcelona, Ana-
grama, 1973, pág. 81.
140
L. Rojas Marcos (2004), Las semillas de la violencia, Madrid, Espasa, 2008,
pág. 100.
Mijaíl B akunin
141
H. G. Wells, «El país de los ciegos», en El país de los ciegos y otros relatos,
Barcelona, El Aleph, 2005, pág. 37.
142
Ibíd., pág. 50.
143
Ibíd., págs. 50-51.
144
Ibíd., pág. 51.
145
Ibíd., pág. 51.
146
Ibíd., pág. 60.
147
Ibíd., pág. 61.
148
Ibíd., pág. 63.
149
Ibíd., pág. 64.
150
Ibíd., pág. 64.
151
Ibíd., pág. 64.
152
Ibíd., pág. 66.
153
E. Fromm (1953), «Patología de la normalidad del hombre actual», en La
patología de la normalidad, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 20.
154
E. Fromm (1955), Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Madrid, Fon-
do de Cultura Económica, 1981, pág. 20.
155
W. Reich (1949), Análisis del carácter, en Obras Escogidas, Barcelona, RBA,
2006, págs. 43-44.
156
Ibíd., pág. 282.
157
Ibíd., págs. 281-282.
158
Ibíd., pág. 282.
juicio o criterio que se tenga con respecto a lo tolerado sino que más
bien hace referencia al acto de renunciar a la posibilidad de margi-
nar, perseguir o reprimir a alguien por el simple hecho de que su
modo de ser y de relacionarse sea singular, peculiar. Por tanto, la
tolerancia no debe confundirse con una actitud de aprobación in-
discriminada o de extrema indiferencia (como si a uno no le impor-
tara, no le afectara o no le impactara nada de lo que sucede a su al-
rededor).
La tolerancia constituye una prueba de apertura psicológica
ante el que es diferente (la capacidad para admitir que el otro tiene
derecho a vivir su singularidad, a mostrarse tal como es), del que se
puede llegar a tolerar todo menos la violencia. La tolerancia siempre
se sustenta en el respeto como marco de contención o relación para
favorecer la convivencia entre diferentes propuestas o formas de
vida. La tolerancia de la intolerancia es una contradicción en sus
propios términos, eso no es otra cosa que impunidad de la violencia.
Es reprobable toda vulneración de los derechos humanos. La
conducta abusiva no debe ser aceptada sino denunciada y contra-
rrestada, independientemente de las motivaciones políticas, reli-
giosas o culturales argumentadas por quien la ejerce. Hemos de
tener en cuenta que el poder de muchos dictadores y enemigos
de la libertad se ha reforzado y afianzado cuando muchas personas
que podían haberse rebelado no lo han hecho, cuando estas han
sido condescendientes o complacientes con la acción abusiva y
han decidido acogerse a las ventajas de participar de una relación
de complicidad.
El individuo sano se conmueve con el sufrimiento del prójimo
y rechaza las injusticias, por lo que es usual verle comprometido en
la lucha a favor de las víctimas. Él es un defensor de la libertad y,
como tal, es capaz de advertir las acciones irracionales y dañinas que
pudieran darse en determinada comunidad, como el vidente en el
país de los ciegos, disponiendo de recursos psicológicos para salvarse
a sí mismo («lucha de manera racional para conservar su manera de
vivir»)159 y ayudar a los demás.
Para detectar y denunciar el discurso alienador, en cualquiera de
los planes de persecución o exclusión social, es preciso disponer
de capacidad crítica y libertad de pensamiento además de la valentía
suficiente para enfrentarse a la posibilidad de ser convertido en ob-
jeto de persecución por parte de unos perseguidores que probable-
159
Ibíd., pág. 282.
Fr ay Luis de León
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