Recopilación de Textos.

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Caos 
 
15 de octubre de 2018 

   

 
 

Introducción 
1. De cuando extrañás 
2. Muñeca Barbie 
3. Intercambio 
4. Palabras 
5. Mundo paralelo 
6. Ruli 
7. La loca Tita 
8. Carmesí 

Sugerencia: ​¿El título te resultó interesante? ¿La tapa despertó tu curiosidad? ¿Algún otro 
elemento despertó tu curiosidad? Indica por qué elegiste el libro a fin de que tus compañeros  
de clase te conozcan un poco más. 

   


 

De cuando extrañás 
Y volvés, y volvés a pensar y a repensar qué pudiste haber hecho mal, o qué cosa no
pudiste prever, y se te pasó por alto, se te fue, no la viste y ya no sirve ver, ya no está
más.

Se te aparecen su risa, sus manos, sus manos tocando las tuyas, y se aparece su
mejilla rozándote, y su panza, y frenás los recuerdos. Te cuesta pero lo hacés.
Empezás a buscar recuerdos que sepan amargos pero lleva su esfuerzo. No aparecen
tan rápido como los otros, y son tanto más efímeros. Pensás que olvidar es una palabra
que habla de una acción imposible para vos. Tal vez se puede olvidar los objetos, una
fecha… te convencés de que no se puede olvidar a una persona, que esa es una
concepción errada, utópica. Los detalles, y las sensaciones, y las miradas, y las
respiraciones, están ahí. Basta con la aparición de un leve gesto similar en otro cuerpo,
pasar por un lugar que compartieron, la casualidad de una brisa trayéndote su perfume
en la calle.

Y extrañás, extrañás mucho. Incluso esas discusiones que libraban a muerte, y más las
reconciliaciones, y las burlas por ser tan tontos de discutir. Extrañás los te quiero, y los
mates, y la tarde, la noche, la mañana, los feriados, y ¡ay, los domingos! Extrañás los
juegos, los códigos, los silencios… y quizás con los silencios aparece en tu cabeza
alguno de los últimos silencios que ya no eran elegidos desde la paciencia sino desde
el enojo. Y suceden en la memoria los gritos, el dolor de estómago y los
ya-no-me-gusta-esto​ y los ​no-estamos-bien. E ​ l rompecabezas cobra sentido, y
empezás a colocar las piezas que fueron llevando al ​ya-no-te-quiero-como-antes​. Y se
te cae una lágrima. Y ves una pareja abrazarse en la calle, y la puta madre que los re
mil parió. Las lágrimas ya son diez mil, y se va todo lo malo de nuevo, y vuelve la
sensación que te enloquecía. Morirías por volver a sentirlo pero en el fondo sos
consciente de que ya no sería el mismo abrazo, porque desde el amor no se abraza
igual que desde lo partido.

Y volvés, volvés a pensar y a repensar qué pudiste haber hecho mal, o qué cosa no
pudiste prever, y se te pasó por alto, se te fue, no lo viste y ya no sirve ver…


 

   


 

Muñeca Barbie 
“Quiero comer fideos caseros, bebé, comprá fideos caseros”, me dijiste a las siete
pasaditas. Te abrí la puerta del edificio a las nueve en punto, con la sonrisa de quien
recibe un abrazo a tiempo, pero vos no tenías esa sonrisa, no tenías ninguna. No tuve
ni que preguntar qué te pasaba, lo dijiste con apuro, como quien escupe un trago que
tiene pésimo gusto: “En realidad no vine a comer. Vine a hablar”. Y subimos a mi
departamento sin mirarnos ni de reojo.

Me senté en un rincón, vos en otro, y te escuché decir esas cosas que se dicen cuando
ya no se quiere a la otra persona. Esas cosas que suenan a excusas, porque no hay
verdad en dejar de querer al otro, se tiene que inventar.

“¿Lo pensaste bien?” “Sí.” “Bueno.” “¿Bueno? ¿No me vas a decir nada más?” “No.”
“¿Vos estás de acuerdo con esto?” Me reí, sin muecas, sin sonido. ¿Quién puede estar
de acuerdo con que no lo quieran más? “Sí, me parece bien.” “¿Querés que me quedé
a comer igual?” Te miré. “No, cómo te vas a quedar a comer, andá.”

No se puede confiar en la gente que te pide fideos caseros para hacértelos comer con
gusto a abandono, en la gente que te dice bebé a las siete pasaditas, ni a ninguna
hora. No se puede confiar en la gente que a los tres días se arrepiente y te cita en el
obelisco, y te vuelve a cortar, sin fideos ni apodos estúpidos de por medio, pero en el
epicentro de la ciudad para que nunca más en la fucking vida mientras vivas en Buenos
Aires te olvides de ella. Es mala gente esa gente, no porque no te quiera más, sino
porque no entiende que no te quiere más y te hace padecer su ignorancia. Hay maldad
en jugar con un ser humano, maldad sin querer, como la de esas nenas que le
arrancan la cabeza a la Barbie y después la lloran. Y todos somos alguna vez esa
nena, y todos fuimos alguna vez esa Barbie. La cosa está en saber de qué lado está
parado uno. Y no prestarse al juego del otro ni jugar con la cabeza de nadie.

   


 

Intercambio 
Te fuiste. Yo te creí cuando me prometiste que te ibas a quedar, igual te fuiste. Me
quedaron cosas sin decirte, y ya no tiene sentido que las digas, no estás. Debería
escribirlas en un papel, y después prenderlo fuego. Una vez escuché que las palabras
que se queman ya no duelen tanto. ¡Lástima! Cuando te fuiste, te llevaste mis ganas de
escribir.

Creo que fuiste la primera persona que amé. En un futuro le voy a decir a alguien: ​Una
vez quise tanto a una persona que me robó las ganas de escribir y no la denuncié en
ningún lado.

Mi mamá dice que tengo los ojos tristes, y que no le gusta verme con los ojos así. A mí
tampoco me gustan mis ojos tristes, mamá. Tampoco me gustan mis rodillas, que no
están tristes, por suerte (o eso creo). No me gustan porque se ahuecan, pero las tengo
así y no me quejo. Y así tengo los ojos, tristes, y me los banco. Yo no te sé mentir la
mirada. Mi mamá sí sabe mentir y yo sospecho que en parte por eso me reta los ojos.
Como si sus palabras escondieran: ¡​Ay, nena! Todos estamos tristes, pero hay que
aprender a disimular.

Te fuiste. Yo te creí cuando me prometiste que te ibas a quedar, igual te fuiste. Te


envidio en el fondo. ¿Sabés la cantidad de veces que me quise ir de mí? Ojalá pudiera.
Ojalá pudiera ahora.

Mi profesor de guitarra dice que soy buena con la música, y todas las semanas me
pregunta ¿practicaste? y yo digo que obvio, y omito el “para no pensar en otra cosa,
para no pensar”. Me duelen los dedos de practicar, me duelen casi tanto como
escuchar el último audio que me guardé tuyo. Debería borrarlo, pero no puedo, porque
tiene tu risa y seis palabras tan hermosas que me dan ganas de ir a buscarte corriendo
para gritarte en la cara que nunca te las voy a devolver, así no se las podés decir a
nadie nunca más.

Te extraño.


 

Y me extraño un montón a mí, antes de vos. ¿Alguna vez te pasó de no reconocerte?

Devolveme las ganas de escribir, mi amor.

Te doy a cambio tu risa y las seis palabras.

Devolveme las ganas de vivir, mi amor.

Tomá tu risa, usala un montón.

Las seis palabras guardalas para cuando conozcas a alguien que te dé unas ganas de
quedarte que no te entren en el mundo:

Y quedamos a mano​. 

   


 

Palabras 
A vos, que no te gustan las desmotivaciones públicas, que escapás de toda declaración
romántica que exceda las cuatro paredes en las que nos solemos encerrar para ser
libres de las miradas, las voces, los cuerpos de esos ajenos, extraños, innecesarios,
mares de gente. A vos, que te enamoran lasñ costumbre, la honestidad y los perros
blancos (por más que yo opine que parecen tontos y excesivamente alegres). A vos y a
tu boca, que es sucia cuando habla de sexo, de dinero, de política, pero es ilustre,
desconfiada y catastrófica cuando habla de amor. A vos y a tus manos, que se tornan
inquietas cuando nos acercamos, aunque el entretelón de nuestra relación siempre sea
un abismo.

A vos y a tus deseos de revolución conflictuados con tu debilidad consumista. A vos,


que sos hippie, comunista, capitalista, de izquierda, peronista, una mezcla
concomitante y disparatada de clases, de ideas, de dudas. ¿Como no admirar esa
discusión de personalidades que te habita? ¿Cómo no rendirme al ejercicio pleno de tu
derecho de mutar banderas, fanatismos, creencias? Si eso es lo único constante, amor,
el cambio.

A vos, que te tortura perder el control de las cosas, y que sos incapaz de contar una
anécdota de forma breve, como si fuera un crimen ahorrar detalles (es tan gracioso y
absurdo que te preocupen estas cosas). A vos, que te fascinan los instrumentos, las
personas independientes y la cerveza fría. A vos, con tu buen humor matutino, tu
manera lenta de comer y esa arruguita que se te forma abajo del ojo derecho cuando
sonreís.

A vos, con tus miedos profundos, inestables, irracionales: a la entrega, a la vida, a


llegar tarde al laburo. A vos, que exigís garantías para querer, pero te desarmás en un
abrazo.


 

A vos, mis palabras frágiles, rotas, inexactas.


 

Mundo Paralelo 
En un mundo paralelo, vos estás acá, durmiendo al lado mío, y yo te beso los ojos. No
tengo más miedo a la soledad porque vos existís, y te compartís conmigo. En un
​ pretándome fuerte
mundo paralelo, vos estás acá, te despertás y me decís ​te quiero, a
las manos, como deslizando bajito el “no te vayas nunca” que fantaseamos desde que
las películas nos contaron cómo era el amor. En un mundo paralelo, nos levantamos a
hacer tostadas y las tostadas se queman porque nos colgamos riéndonos. En un
mundo paralelo, tu carcajada es hermosa y constante, y la mía menos ruidosa y
destartalada.

No sé si es ese mundo paralelo la justicia existe, ni si Dios ayuda a los que se levantan
temprano. No sé qué música está de moda, si ahí las mariposas viven más de un día,
si Diego Maradona les hizo ese mágico gol a los ingleses. Y no me importa. En ese
mundo paralelo estoy idiotizada por vos y no siento culpa de que seas el sol al que le
giran alrededor todos mis sueños. No sé en qué planeta vivimos ni si hay otros. Me da
igual. Y si me escucha Copérnico, me mata, pero para qué quiero a Saturno si con tu
abrazo me basta.

En un mundo paralelo, vos estás acá, gritándome nuestras diferencias y nos fascina no
parecernos en nada. Tu mamá me adora, y tu papá tiene defectos. Nos vamos mucho
de viaje, hacemos el amor en inglés, quemamos otra vez las tostadas.

En un mundo paralelo, vos estás acá, y la muerte muy lejos. Tenemos hijos, y tienen tu
alma. Yo te amo con cordura, ​porque aprendí a amar.


 

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Y yo aprendo y desaprendo tu ausencia. Y me acuerdo y me olvido de llorarte. Otra vez


el miedo a la soledad me ataca… pero lo lucho, y está bien este lado, ¿sabés? Porque
en el fondo, no quiero un mundo sin el gol del Diego, y después de estudiarlo catorce
años en la escuela, tengo que reconocer que a Saturno le tomé cariño.

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Ruli 
Ayer se me acercó

un tipo borracho y drogado

me pidió plata

y me contó una historia de amor.

Se llamaba ​Ruli​ el tipo

lo repetía a cada rato

y me tocaba un poco la pierna

mientras juraba no tener un harén

pero sí un par de minas por ahí

“aunque la única que me importa es ella”.

Ella​ le escribía poesía en las paredes

de la ciudad

pero andaba con otro tipo,

no entendí bien por qué.

Ruli decís que por guita

pero estaba tan puesto

que no puedo asegurarlo.

“Ruli, andá a buscarla

no seas miedoso”

le dije

y el tipo se largó a llorar

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como un desgraciado

y le seguí diciendo

“Dale, Rulito, no seas cagón”

porque a esa altura

ya éramos amigos.

“¿Ella me ama?”

me preguntó como diez veces.

Y yo le respondí a la onceava:

“¿Y de qué te sirve que te amé

si vos no haces nada para estar con ella?”

Le vendí psicología a Ruli

en plena avenida Rivadavia

yo con una Heineken en la mano

y él con una curda de aquellas.

Tenía la nariz torcida Ruli

le daba a la fruta como loco

estaba muy sucio y roto por fuera

casi tanto

como yo por dentro

(las dos cosas).

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“¿Sabés dónde está?”

“Viviendo abajo de un puente.”

“¿Y la vas a ir a buscar?”

“Sí.”

Sonreí y le volví a decir

para que no se lo borre

ni tamaña borrachera

“Andá a buscarla, Ruli,

no seas cagón”.

El amor que te vuela la cabeza es uno

los demás, los importan de China.

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Carmesí 
Me fascinan los labiales. Su forma, su color, su suavidad. Me gusta pasármelos por la
piel, por los labios. Me gusta pintar, a veces, papeles con ellos. Colecciono labiales
desde que tengo doce años. Doscientos siete labiales que nunca usé, que ni siwa
saqué de su envase. Treinta y nueve labiales que cuentan versiones de mí que no le
repetí a nadie. Perdí solo seis. Me dolieron inmensamente. Mi color favorito de labial es
el carmesí. ​Tus labios de rubí, de rojo carmesí, parecen murmurar mil cosas sin
hablar… M ​ e baño la boca de carmesí y sueño que Sandro compuso para mí esa
canción, que me la canta al oído, que ninguna boca luciría tan bien esa letra como la
mía. Sueño con Sandro cada vez que me pinto los labios, y por lo menos, una noche a
la semana, cuando duermo, con mi boca desnuda de carmesí, con mi boca llena de
nada. Hay dos verdades horribles en esto, y no sé cuál es peor. Despertar del paraíso
carmesí a mi vida nula, o esos cinco minutos posteriores en los que entiendo que
Sandro nunca va a soñar conmigo.

Soy un monstruo encerrado en el cuerpo de un hombre que se pinta los labios.

El psicólogo me preguntó el otro día qué me hacía feliz. Yo le dije: “mi mujer, mi hija,
jugar al ping-pong, las tostadas quemadas en su punto exacto”. Él sonrió. Pobre. Ojalá
le hubiera dicho: “Mi colección de labiales y discos del Gitano, de todo lo demás puedo
prescindir”. ¿Se habría desfigurado su cara de doctor de las palabras? ¿A quién le
empezaría a echar la culpa? ¿A Mamá Golpeada o a Padre Borracho?

Soy un monstruo encerrado en el cuerpo de un hombre que tiene un secreto.

Julio, el contador. Julio, el papá de Milagros. Julio, el esposo de Emilia. Julio, el mejor
amigo de Ernesto. Julio, el que se pinta la boca escondido en los baños, y se mira, y se
ríe, y después llora por no poder pintarse la boca a toda hora, en todo momento, en
todo lugar.

Soy un monstruo encerrado en el cuerpo de un hombre que no quiere ser monstruoso,


pero lo es.

La primera vez que fui feliz era verano. Mamá estaba sentada en la cocina, y en la
Mesa tenía un espejo circular en el que se miraba, y se tapaba con cuidado los

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moretones en la cara. Yo me acerqué, con mis diez años y la inocencia tan herida
como sus pómulos, y le dije, bajito, para que no se enterara Dios: “Cuando sea grande,
voy a matar a papá, y a vos nunca más te va a doler nada”. Mi mamá me miró
sonriendo, llena de lástima en los ojos, y me dijo: “Julito, vení, dame un abrazo y dejá
de decir pavadas”. Me sentó en sus piernas, y se siguió maquillando. Entonces lo vi, en
Medio de todas sus cosas, brillando, gastado, viejo, hermoso, carmesí. Ella me miró
mirarlo, lo agarró y se pintó la boca. Vaya a saber por qué, me la pintó también a mí.
Yo sentí la electricidad en las venas. Me volví loco de alegría. Mi mamá me besó la
frente y me dijo: “Mi pequeño payaso”.

Soy un monstruo encerrado en el cuerpo de un hombre que no deja salir al monstruo.

Dos años después, Mamá murió. Padre Borracho la mató partiéndole en la cabeza una
botella de lo que lo mataba a él, y se escapó. Niño Payaso quedó en casa, con una
promesa incumplida y un cuerpo que cuando estaba vivo le contaba historias de piratas
y le pintaba los labios de color Rojo. Hombre Policía fue a buscar a niño payaso una
semana después, Maestra había denunciado que no estaba yendo al colegio. Lo
encontró abrazado al cuerpo de Mamá, pálido y mudo. Asistente de menores llevó al
Niño Payaso a un orfanato, Niño Payaso se llevó el labial carmesí de Mamá escondido
en un bolsillo del pantalón, sin todavía poder decir nada. Cuidó ese labial con su vida.
En un orfanato no importa el nombre, ni la historia, ni el dolor. En un orfanato importan
los objetos. En los lugares en los que nadie tiene nada, cualquier cosa es un tesoro. Le
costó muchas palizas pero nadie le robó ese labial. Niño Payaso tuvo que dejar de
pintarse la boca a diario para no gastarlo todo, y lo hizo. A los dieciséis años, una tía
lejana lo rescató. Le dijo: “Julito, lo que te pasó fue terrible. Pero tenés que luchar para
olvidarlo, tenés que salir adelante”. Lo ayudó mucho esa tía. Lo convenció de terminar
el colegio. Le dio casa, comida, y labiales que robarle a la noche, un ratito, un solo
ratito. Lo convenció de estudiar en la universidad. Para ese entonces, Niño Payaso ya
no era niño, ni payaso.

Soy un monstruo encerrado en el cuerpo de un hombre que dice desear matar al


monstruo, pero miente. Quiere morir él.

Me fascinan los labiales. Su forma, su color, su suavidad. Me gusta pasármelos por la


piel, por los labios. Me gusta pintar, a veces, papeles con ellos. Colecciono labiales
desde que tengo doce años. Hoy tengo treinta y siete. Ya soy grande. Encontré a papá

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y lo maté. Estoy pensando qué labial ponerle en forma de despedida. Nunca el


carmesí.

Soy el cuerpo de un hombre al que pronto van a encerrar. El monstruo escapó.

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La loca Tita 
En el barrio le decimos la loca Tita. Tita porque se llama Roberta, y loca porque no deja
pasar oportunidad para gritar barbaridades a los vecinos. Tita insulta que da calambre,
y al contrario de otros locos su relación con la coherencia es inaudita. Tita acusa con la
verdad. “Yo estoy loca pero no soy boluda”, me dijo una tarde muerta y domingo que
vino a casa a tomar mate. “A vos el Mario te pega, nadie que sepa cebar amargos tan
buenos como vos, coordina tan mal los pies para bajar las escaleras”, me tiró, y a mí
casi se me cae la cara con la dignidad al piso. En ese entonces, era cierto que Mario
me pegaba, muy poquito, sólo cuando tomaba de más. Yo pensaba que nadie se daba
cuenta, que los moretones eran chiquitos, pero la loca Tita tenía la mirada de los
ciegos, era de las pocas que podían ver de frente al sol sin lastimarse los ojos y me lo
cantó, con la confianza que canta el envido un tramposo. Cuando Mario supo que la
loca Tita me había dicho eso, me dejó de pegar. Una cosa era excederse con unas
copas, y otra que los vecinos se enteraran. Sabía que Tita lo iba a perseguir a las
puteadas, y cuando eso pasara, él se iba a morir de vergüenza. Mario también estaba
loco, y tampoco era boludo.

En el barrio le decimos la loca Tita, Tita porque se llama Roberta, y loca porque
asegura que habla con los animales, más que nada con los perros. “En la vida anterior,
fui callejera”, me contó un miércoles mientras yo barría de la vereda. “Marroncita, de
cola larga”, sonrío satisfecha. “Por eso hablo el idioma animal, y por eso no me llevo
bien con los gatos”, entrecerró los ojos. “Los gatos no son de fiar, ni siquiera los de
buen corazón, que son pocos pero los hay. ¿Vos sabés qué fueron en su vida anterior
los gatos? Abogados, políticos y empleados del Fondo Monetario Internacional. ¿Y
sabés qué son en su vida posterior los perros? Tita. Vos fijate, nena, en quién confías.”

En el barrio le decimos la loca Tita, Tita porque se llama Roberta, y loca porque usa
siempre la misma ropa y se la pone al revés. Tiene la etiqueta de su remera naranja en
la garganta, mas alpargatas en el pie puesto, el cierre la pollera larga y floreada en el
ombligo. Dice que todas las personas necesitamos una incomodidad en la vida, pero no
todas podemos elegir cuál. “Yo elijo como ser infeliz, Olguita. Yo elijo a conciencia las
cosas en las que quejarme. Y elijo que sean pocas, porque apenas se te va la mano, te
convertís una persona amargada. Y de la armadura no hay retorno”.

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En el barrio le decimos la loca Tita, Tita porque se llama Roberta, y loca porque tiene
casa y familia, pero duerme seguido en la calle. “Cuando uno está de remate, lo
quieren mandonear. Le dicen a qué hora comer, a qué hora dormir, cuándo hay que
bañarse. Lo ponen a mirar televisión, lo dejan salir poco a pasear, le meten pastillitas.
Algunos días lo soporto, otros días un carajo, me escapo. Cualquier uno está cuerdo
dirige la vida de otros porque cree que sabe más que cualquiera. Yo estuve cuerda una
vez hace mucho. Iba al banco, tenía mi plata, tenía mi trabajo, pagaba impuestos,
usaba documento, hasta tuve pasaporte. Tenía mis hijos, mis cigarros, mi clases de
pintura, hacía fila para comprar cosas. Yo estuve cuerda y después no lo estuve más...
y espero no volver a estarlo, porque ya me olvidé cómo se hacía”.

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