Ficcion Historica PDF
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Ute Seydel
1. INTRODUCCIÓN
A partir de mediados del siglo XX, la ficción histórica ha proliferado
en todo el continente latinoamericano; en las últimas dos décadas
1 Este ensayo es una versión modificada del capítulo “La novela histórica del
siglo XIX y la transgresión de sus límites en la ficción latinoamericana de la segunda
mitad del XX” de mi tesis de doctorado: Narrar historia(s): la ficcionalización de
temas históricos en tres novelas de escritoras mexicanas (Garro, Beltrán y Boullosa).
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del siglo esta tendencia se fortaleció aún más. Cabe destacar que
este auge de los temas históricos en la narrativa no se observa
únicamente en América Latina, sino también en otras literaturas
nacionales. Para conceptualizar este fenómeno literario dentro del
contexto latinoamericano, la teoría ha propuesto, a partir de media-
dos de los años 80, diversos conceptos y definiciones,2 de modo
que en la actualidad disponemos de diferentes nociones entre las
que cabe destacar “novela histórica posmoderna” (cf. McHale),
“metaficción historiográfica” (cf. Hutcheon), “nueva novela histó-
rica” (cf. Aínsa y Menton), “novela histórica de fin de siglo” o
“novela histórica contemporánea” (cf. Pons).
Circulan, además, conceptos como “novela catártica”, “arqueo-
lógica”, “funcional o sistemática” (Jitrik 68-70) que parten de las
diferentes finalidades con las que el autor escribe sobre el pasado
—la catártica surge de la necesidad de entender una coyuntura
política vivida por el autor; en la arqueológica, el novelista aborda
un contexto referencial desde una gran distancia temporal o repro-
duce el lenguaje de una época lejana; mediante la funcional o siste-
mática el escritor pretende completar un conocimiento hasta ahora
deficiente o no revelado en torno a una determinada época, a un
personaje específico o a ciertos sucesos (68-70)—. Con esta
tipología que carece de precisión, Jitrik aborda tanto las novelas
históricas del XIX como las del XX. Las implicaciones que, según
Jitrik, tiene la distancia temporal entre el momento en el que se
relatan los acontecimientos pretéritos y el referente histórico re-
creado en la novela, sin embargo, no se corroboran siempre al
analizar las diferentes obras literarias. Por ejemplo, su afirmación
de que en las novelas históricas que narran sobre una época lejana
se “acentúa la pesadez de lo histórico” (68) no se puede compro-
bar en La corte de los ilusos de Rosa Beltrán, El general en su
laberinto de Gabriel García Márquez o El mundo alucinante de
Reinaldo Arenas.
4 Fuentes se refiere con este término a autores, como por ejemplo Julio Cortázar,
Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosas y Alejo Carpentier, marcando las
diferencias entre esta nueva narrativa y la anterior que se caracterizaba, según
Fuentes, por su univocidad, su provincianismo de fondo y su anacronismo de
forma (cf. La nueva novela 23 y 31). El escritor opina que la narrativa decimonónica
–también llamada criollista– se halla “más cercana a la geografía que a la literatura”
y que en ella se parece “asumir la tradición de los grandes exploradores del siglo
XVI” (9). Menton, empero, cuestiona si realmente esta literatura debe considerarse
inferior a la nueva narrativa (250, nota 6).
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6 Cf. Diferentes teóricos, como por ejemplo Irlemar Chiampi Cortéz (1978),
Alejo Carpentier (1949) y Uslar Pietri (1948) definieron lo real maravilloso y el
realismo mágico; recientemente se realizaron varios análisis de la narrativa latinoa-
mericana en los que estos conceptos se evalúan críticamente; véanse, por ejemplo,
Borsò (1994), Rincón (1991), Schmidt (1996) y Llarena (1997).
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Tanto Aínsa (cf. La reescritura 17) como Menton (cf. 45) ha-
cen hincapié en la gran variedad de la nueva novela histórica en
comparación con la escasa en la novela histórica tradicional. Des-
tacan, asimismo, que en la reciente ficción histórica se superponen
frecuentemente, en forma de anacronismos, a la época del respec-
tivo referente histórico, otros tiempos, tanto del pasado como del
futuro. Al incluir el futuro, la novela Cristobal Nonato (1987) de
Carlos Fuentes obtiene, por ejemplo, una dimensión anticipatoria.
Menton recalca a propósito de la representación de la historia
en la nueva novela histórica que ésta puede ostentar un alto nivel
de historicidad, como por ejemplo Noticias del imperio de Fernando
del Paso, o una gran soltura en cuanto a la imaginación por parte
del escritor, como en las novelas, llamadas “seudohistóricas” por
Menton (45), entre ellas Terra nostra (1975) de Carlos Fuentes o
Los perros del paraíso (1987) de Abel Posse. También es factible
incluir en el rubro de nuevas novelas históricas aquellos relatos
completamente apócrifos como La noche oscura del Niño Avilés
(1984) de Edgardo Rodríguez Juliá. Esta última es ejemplo de que
en algunas novelas, que reescriben la historia, “todo se inventa, sin
documentación ni lectura de libros de historia”, ya que autores como
Edgardo Rodríguez Juliá y Reynaldo Arenas consideran que éstos
son mentirosos y por ello rechazan la novela histórica documentada
(cf. La reescritura 21 y 23). Para Edgardo Rodríguez Juliá, “lo
apócrifo no es ajeno a la verdad histórica, aunque la historicidad se
convierta en falsificación” (apud La reescritura 21 s.). En la novela
El mundo alucinante, el narrador expresa la desconfianza en el
dato “minucioso y preciso” y pregunta si la historia es “¿una fila de
cartapacios ordenados más o menos cronológicamente?” (Arenas
15). Partiendo aún del concepto tradicional y positivista de historia,
(1975). Aínsa sostiene asimismo que Fuentes “ingresó en el género histórico por la
anacronía, la ironía y el grotesco e inauguró la corriente de obras donde los hechos
históricos, si bien son reconocibles, han sido integrados a la ficción a través de un
tratamiento de deformación y adulteración deliberada”. Aínsa identifica como pro-
cedimientos la multiplicación de puntos de vista, de la manera de contar con el fin
de borrar los referentes inmediatos y relativizar toda posible verdad histórica (cf.
La reescritura 16).
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12 Véase las evaluaciones críticas que realizaron Schmidt (cf. De héroes 44) y
König (cf. 82,87,92) de la monografía de Menton.
13 Jitrik constató al respecto que, al adoptar el modelo scottiano a las necesi-
dades del subcontinente, ya en el siglo XIX se tomaron personajes históricos impor-
tantes como protagonistas de las novelas históricas latinoamericanas (cf. 44).
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17 Fernando Benítez emplea esta técnica de llenar las áreas oscuras del saber
histórico en las escenas de El rey viejo en las cuales los diálogos se desarrollan entre
el personaje Carranza y sus seguidores que lo acompañan en el refugio de
Tlaxcalantongo, así como entre los militares que lo traicionarían (cf. 134-139). Son
diálogos imaginados, ya que la historiografía no tiene nada que reportar acerca de
estas conversaciones.
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19 Con respecto a las ciencias históricas del siglo XIX, White (1973) emplea,
por ejemplo, el término Metahistory.
20 Valdés afirma en este mismo sentido que “the metafictional text inherited
from modernism in its postmodernist manifestation moves beyond the mise en
abyme of interior duplication so highly favoured by modernism and envelops the
reader in a tensional contradiction” (456).
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esto es que integra las historias del Otro cuyas historias por razo-
nes de género, raza o estrato social permanecían en el silencio. En
segundo lugar, se apropia de la supuesta “verdad histórica”, para
convertirla en verdades; dicho de otro modo, al poner en tela de
juicio la verdad histórica difundida por el discurso oficial, el escritor
entra a un terreno del saber donde antes solamente los historiado-
res exponían diferentes puntos de vista. En tercer lugar, las nocio-
nes posestructuralistas de texto y escritura amplían el espectro de
posibilidades interpretativas en el proceso de lectura. Por otro lado,
se define la actividad del escritor como trabajo de relectura y recu-
peración de otros textos, así como interacción con ellos.
En cuanto a la verdad histórica, que antes los historiadores se
proponían reconstruir, es pertinente recordar que se ha cobrado con-
ciencia de que no sólo ésta sino cualquier verdad debe considerarse
como algo limitado, transitorio y provisional (cf. A poetics 43). Por
otra parte, lo posmoderno problematiza las prácticas de significa-
ción, los modos de establecer referencias extratextuales y todo aquello
que se ha asumido, con anterioridad, como natural y sobreentendido.
Es importante señalar que las metaficciones historiográficas no sólo
traen la historia al texto literario sino que exploran “el modo en que
las narrativas y las imágenes históricas estructuran la manera cómo
nos vemos a nosotros mismos y cómo construimos nuestras nocio-
nes de individuo en el presente y en el pasado” (Montilla V. 59).
Según Claudia Montilla V., coexisten “productivamente ficción e his-
toria, verdad documental y verdad poética, lectura y relectura, y fi-
nalmente escritua y re-escritura”. Es una “actividad escritural que
no es ni histórica ni ficticia, una producción textual que funciona
desde el límite que separa a la historia de la ficción. Es una “activi-
dad experimental incompleta”. Establece un diálogo entre historia y
ficción “en su intento de reconciliar premisas opuestas” (58 s.).
Hutcheon opina que no únicamente la literatura posmoderna sino
la cultura posmoderna, en general, usa y abusa de las convenciones
discursivas, puesto que no se puede colocar fuera de estas conven-
ciones (A poetics XIII). Para la literatura y en especial la metaficción
historiográfica esto significa que se reconsideran y reelaboran las
formas y los contenidos del pasado:
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BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA
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