Crisis Psicoanalisis PDF
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Algunos atribuyen la elección de psicoterapias más dinámicas a un agotamiento del propio psicoanálisis (Ilustración: Daniel Roldán).
Irene Hartmann
Trastornos del espectro autista, trastornos afectivo bipolares o por el consumo de sustancias tóxicas.
Esquizofrenia, melancolías, paranoia y demás cuadros psicóticos. También, las neurosis: trastornos
obsesivo-compulsivos, depresión, estrés postraumático, fobias y las míticas histerias. El diccionario de
la salud mental es tan nutrido como las razones para iniciar una terapia. Pero algo está cambiando en
la oferta: sin contar las promesas que (vía spam) se auspician como “método número uno para
superar la ansiedad y todos sus síntomas para siempre”, en Argentina el psicoanálisis se está viendo
obligado a compartir su podio con un ecléctico abanico de opciones terapéuticas.
De las opciones cognitivas se puede saltar a las de marco sistémico o a los protocolos del modelo
EMDR y el mindfulness. También, elegir “alternativas” como la biodecodificación o las constelaciones
familiares. Seguro psicólogos no faltarán: se estima que en Argentina hay casi 90.000.
Algunos profesionales se resisten al cambio, pero muchos impulsan psicoterapias psicoanalíticas más breves (Getty Images)
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Una comparación del Atlas Mental Health de la Organización Mundial de la Salud (OMS) mostraba en
2014 que Argentina tenía, cada 100.000 habitantes, casi cuatro veces más psicólogos que Finlandia, en
el segundo puesto del ranking. Si bien el Sistema Integrado de Información Sanitaria Argentino (SISA)
contabiliza, hoy, poco más de 80.000 psicólogos activos, un relevamiento de 2015 de los investigadores
Modesto Alonso y Doménica Klinar (Facultad de Psicología de la UBA) había estimado que ascendían
a más de 90.000. Lo que impresiona es su despareja distribución: casi la mitad se concentra en el
radio porteño y el 80% son mujeres.
“Cuando alguien tiene un trastorno severo, el psicoanálisis no funciona”, arroja el Director Nacional
de Salud Mental y Adicciones del Ministerio de Salud de la Nación, André Blake. Agrega que “en esos
casos se necesitan teorías como las cognitivo-conductuales o la neurociencia cognitiva. Estamos más
atrasados que en el resto del mundo, pero es inexorable que esas terapias le ganarán terreno al
psicoanálisis. Hoy predomina, pero obviamente tiende a desaparecer como psicoterapia”.
Distinta es la opinión de la decana de la Facultad de Psicología de la UBA, Nélida Cervone, quien cree
que “el psicoanálisis no decayó, aunque sí hay más ofertas. Las terapias cognitivo-conductuales
tienen su peso, pero el psicoanálisis nunca estuvo lejos de la salud pública comunitaria”.
Se liga el problema de cómo atajar las urgencias. A fines de 2015, la OMS informaba que en el mundo
se cometen cerca de 800.000 suicidios por año, o sea, uno cada 40 segundos, y está entre las tres
primeras causas de muerte en personas de 15 a 44 años. Se presume que por cada adulto que se
suicidó más de 20 lo intentaron. El primer signo puede ser invisible: un cuadro de depresión. En el
mundo, esta enfermedad afecta a más de 300 millones de personas, con prevalencia mayor en las
mujeres. Otras psicopatologías para considerar son el trastorno afectivo bipolar, padecido por 60
millones de personas, y la esquizofrenia, por 21 millones.
Tal vez por eso se prevé que el 25% de la población de las grandes ciudades “necesitará apoyo
durante su vida, y los trastornos mentales están dentro de las cinco primeras causas de enfermedad
en nuestra región”, advierte la OMS. Y por encima del tabaco, “el alcohol es, en Latinoamérica y el
Caribe, el principal factor de riesgo para la salud de la población”.
Al final, por alguna razón, por alguna vía, una persona llega a terapia y pide ayuda. Según el tipo de
terapia, intentará levantar las capas de su rugosidad, modificar sus conductas o conectarse con lo
más primario de su ser. ¿El objetivo? Pisar el terreno de la cura. O sólo ser más feliz. Y cada práctica
le pondrá un nombre: “sujeto”, “individuo”, “consultante”, “paciente” y hasta “constelado” o “cliente”.
Una de las corrientes más fuertes de lo que sería el ala “cientificista” es la psicoterapia cognitiva o
cognitivo-conductual (TCC). Uno de sus referentes es Fernando Torrente, director del Departamento
de Psicoterapia Cognitiva y del Laboratorio de Investigaciones Psicopatológicas del Instituto de
Neurología Cognitiva (INECO), y decano de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Conducta en la
Universidad Favaloro “Especificidad” es un término clave. El individuo llega con un problema y a
través de la TCC se le ofrecerán técnicas específicas, que aplicará en sesión y fuera de ella, de modo de
modificar sus cogniciones y conductas. “La terapia se denomina cognitivo-conductual porque si
buscamos regular nuestras emociones (la depresión, la ansiedad) debemos cambiar lo que pensamos
sobre las situaciones (cogniciones) y las conductas que adoptamos”, define Torrente, y precisa:
“Usamos técnicas como llevar notas de situaciones experimentadas o identificar y cuestionar
creencias, además de entrenar habilidades psicológicas específicas”.
“Es una terapia activa, basada en el trabajo colaborativo entre paciente y terapeuta, quien realiza
preguntas, ofrece información, propone técnicas y ejercicios, indica tareas. También es estructurada,
con objetivos delimitados, establecidos entre paciente y terapeuta al comienzo del tratamiento. Y está
focalizada en el presente: el interés del modelo está puesto en modificar los factores actuales que
disparan y mantienen el problema. Se atiende a la historia del individuo -para entender cómo se llegó
a la situación actual-, pero el foco del cambio está en el presente”.
Terapia sistémica
Una cosa es hablar de uno y otra de las relaciones con los demás. Desde la Escuela Sistémica
Argentina, Marcelo Ceberio comenta que “esta teoría surgió en los años 60 y se basa en la teoría
general de sistemas y en la cibernética, de la que derivaron una rama computacional y otra aplicada
a las ciencias sociales. Vivimos en sistemas, y en sistemas de sistemas: el sistema familiar está dentro
del social, y el social en el país. Los sistemas tienen funciones y reglas de funcionamiento que
exploramos”.
“Un diálogo posible en una terapia de pareja”, plantea Ceberio: “Exploramos el pensar, el decir y el
actuar. ‘Si ella te dice eso, ¿qué sentís?’ ‘Tengo bronca’, me contesta. Le digo, ‘¿y qué pensás?’ ‘Que me
está engañando’. Insisto: ‘¿Y qué hacés?’ ‘Me voy de casa’. Le pregunto a ella: ‘¿Qué te pasa cuando él
se va?’ ‘Pienso que no me quiere’. Exploramos todos los circuitos de interaccion. La pregunta es qué
hago yo para generar esto en el otro”.
“En la clínica se puede atender a un individuo, pero lo más común es que trabajemos con familias o
parejas”, explica Cecilia Gelfi, del Equipo de Terapia de Familia y Pareja de INECO. “El objetivo es
modificar conductas que se volvieron problemáticas, concibiendo al paciente dentro de un sistema o
contexto, no aisladamente”.
Pero hay que delimitar el radio del conflicto, dice Gelfi: “Se toman los datos de quienes participan y se
observa su interacción y los patrones que se repiten. El terapeuta explora qué soluciones se
intentaron y plantea una meta que pueda desglosarse en etapas”. Ceberio traza un paralelismo: “Si
analizás sistemas políticos, muchos conflictos son emergentes de disfunciones del sistema social”.
Es una terapia de corto plazo, puntualiza Ceberio: “Es activa y breve. Podés trabajar seis meses, una
vez por semana. Incluso un año, pero una vez cada quince días. Y no es que el problema vuelva, como
dicen muchos. Se trabaja profundamente, pero con el paradigma de otro modelo”.
El mindfulness es un programa psicoeducativo antes que una terapia. Se usa para entrenar la
atención plena, de modo de hacer mayor foco con más relajación y amabilidad frente a los
fenómenos que toca vivir. Se trabaja con un protocolo, el Mindfulness Based Stress Reduction (de
fines de los 70), que consta de ocho sesiones, cada una con un tema, relacionadas al manejo del estrés
y la ansiedad. “A partir de ese entrenamiento básico se crearon las ‘terapias de aceptación’, que se
están validando y se basan en mindfulness”, cuenta el licenciado Martín Reynoso, psicólogo, orador
de mindfulness en las charlas TED.
“Estas terapias se usan para abordar problemáticas vinculadas a la no aceptación del paciente;
también en pacientes rígidos cognitivamente. Hay varias: el ACT (Acceptance Commitment Therapy)
es de las más conocidas. El formato grupal es más productivo, pero para trastornos específicos (un
ACV, por ejemplo), por estar en plena recuperación, se necesita un espacio propio”.
En el entrenamiento se hace un trabajo focalizado en la “atención plena a las sensaciones del cuerpo,
los pensamientos y las emociones. El reconocimiento del cuerpo es esencial y requiere de un
aprendizaje. Los orígenes están en la meditación budista, dejando de lado la parte ideológico-
religiosa”, explica Reynoso, y agrega que, “en cambio, las terapias de aceptación basadas en
mindfulness ofrecen un contexto terapéutico entre el terapeuta y el cliente o paciente. Ya no son ocho
sesiones sino que depende de lo que traiga la persona”.
Para Reynoso, “los pacientes suelen estar peleados con su síntoma, y eso es tan importante como el
problema en sí. La idea es aceptar la condición. Por eso estas terapias son recomendables para
trastornos crónicos (con diabetes, oncológicos...). No se busca eliminar el síntoma sino aceptar el
dolor o la deformación”.
Hay que aclarar que estas terapias no se aplican a enfermedades graves. “Es para psicopatologías
menos severas”, admite Reynoso, y añade: “Otro objetivo es fortalecer la conexión de la persona con
sus valores, aspecto que se acerca a las terapias existenciales. Utilizamos ejercicios de respiración
consciente y escaneo del cuerpo. Y, desde ya, también hay lugar para el diálogo”.
EMDR
La hipótesis es que tras un evento traumático se almacena información de modo disfuncional. Los
expertos detallan que “el impacto emocional del evento supera las posibilidades del cerebro de auto
regularse para llegar a un equilibrio”. El Sistema de Procesamiento de la Información hacia un Estado
Adaptativo (modelo con el que trabajan) permite integrar experiencias internas y externas.
Parece simple, pero cuesta imaginarlo: “El reprocesamiento permitirá que la información ‘t’ (o
trauma) se conecte con redes positivas: buenos recuerdos y experiencias de apego seguro, de modo de
construir una red de memoria adaptativa. Así, la información se transmuta, o sea que cambia a nivel
neurobiológico”.
Biodecodificación
“Los síntomas son mensajes de algo que pugna por expresarse y alcanzar la reparación. Son ‘aliados’
del paciente y no enemigos”, explica Paris. La biodecodificación busca reconocer el conflicto y vaciar
el estrés a través de protocolos de ‘des-programación’ y ejercicios de sentido simbólico. “Mi base
teórica es psicoanalítica, y tanto los estudios culturales, la literatura y las biografías de
personalidades de la historia (con sus árboles genealógicos) me permiten trazar paralelismos,
repeticiones y desvíos de los puntos críticos en las sucesivas generaciones de un clan”, aclara.
“Una sola sesión podría ser suficiente”, explica Paris. “Otros casos necesitan dos o tres, pero no más
porque no es un tratamiento sino una toma de conciencia a partir de las respuestas de la biología. El
lema de EDBO es hazte bio-lógico”.
Constelaciones familiares
Otra opción que busca respuestas en los orígenes de la vinculación, “en un movimiento de
reconciliación para honrar la vida, con lo fácil y lo difícil, con lo que hay y con lo que no”, explica
Andrea Kovacs Kadar, médica psicoterapeuta abocada al abordaje transpersonal y sistémico.
Constelaciones familiares, un recurso terapéutico desarrollado en Alemania por el teósofo y lósofo Bert Hellinger.
El mentor de las constelaciones familiares, el teólogo alemán Bert Hellinger, “experimentó como
sacerdote con indios zulúes en África cuando vio en ellos una interacción que habíamos perdido. Las
constelaciones ponen en evidencia esas fuerzas”, aclara Kadar, y explica: “La relación de jerarquía
con tus padres, el dar y recibir definen transacciones para toda la vida”. Señala que “las
constelaciones son un sí a la vida, un retorno al origen y una apertura hacia un campo de
información más grande de sanación y de reconciliación. Hay que salir de la queja y el reclamo”.
El formato grupal puede incluir momentos de meditación, pero el formato individual es más
psicoterapéutico: “La persona viene con una inquietud a ‘constelar’ la situación. Hacemos una bajada
de significado y después se pasa a una dinámica sistémica. Configuramos plantillas, y van trabajando
fenomelógicamente el consultante y el facilitador (o constelador). El objetivo es que el constelado se
vuelva un observador en una frecuencia compasiva, reconciliándose con el origen. Si me paro en un
lugar reconciliador de mi historia, mi observación va a modificar lo observado y eso me modificará a
mí”.
Según Kadar, “la idea es que vengas a tomar tu empoderamiento, reconciliarte con tu identidad. Pero
no te puedo explicar cómo es el gusto del chocolate. Tenés que probarlo”.