Comentario de Romance de La Luna Luna
Comentario de Romance de La Luna Luna
Comentario de Romance de La Luna Luna
Como podemos advertir, el poema comienza con una prosopopeya mediante la cual la
luna, dotada de atributos femeninos y ataviada anacrónicamente con un polisón, se
presenta en la fragua, es decir, en el ámbito de los gitanos. El polisón de nardos
constituye una original metáfora preposicional «a de b»(1), puesto que los nardos
metaforizan la blanca y brillante luz de la luna.
Reparemos en que el poema comienza con la utilización del tiempo verbal característico
de la narración: el indefinido vino que, además de situarnos en un clásico espacio
narrativo, supone la adopción de un punto de vista interno respecto del espacio de la
acción, ya que se dice vino en lugar de fue; es decir, el narrador se adscribe
implícitamente al mundo evocado en calidad de testigo ocular.
Los cuatro primeros versos se dividen en dos mitades equivalentes, la segunda de las
cuales presenta al otro personaje de la trama: el niño. Destaca el contraste entre la
normalidad gramatical del primer artículo –la luna– y la transgresión de la norma al
presentar determinado a un ser que todavía no lo está –el niño–.
Aparte de esto, resalta también el juego de las alternancias verbales que García Lorca
toma prestado del Romancero viejo en que lo narrativo (tiempo pasado) y lo lírico
(tiempo presente) se funden. Así, frente al pasado narrativo vino nos encontramos con el
presente la mira, mira que actualiza la acción y que nos lleva de la narración de un hecho
que ya pasó a la contemplación presente de la escena.
Tampoco debe pasar inadvertido el típico fenómeno lírico de la repetición de una palabra
–la mira, mira– en abierta consonancia paradigmática con el título –Romance de la luna
luna–. Dicha repetición, tan característica de las canciones de corro, no sólo impregna la
escena de un halo ingenuo e infantil, sino que potencia asimismo el aspecto durativo de
la perífrasis siguiente: la está mirando.
En cuanto a la caracterización de los personajes, se opone la actitud activa de la luna
frente a la pasiva y contemplativa del niño, lo cual anticipa lo que va a ser el desarrollo y
desenlace del romance.
Sabemos que para Lorca la luna es símbolo de muerte, pero al principio de la
composición no nos muestra todavía su guadaña. Aparentemente esta bella luna es
diferente de esa luna negra de los bandoleros de la Canción de jinete o de aquella luna
menguante que pone cabelleras amarillas del Muerto de Amor. Esta luna sensual y
seductora realiza cual «bailaora» gitana una suerte de danza provocativa en la que agita
los brazos y muestra el busto igualmente metaforizado por la fórmula «a de b»: senos de
duro estaño.
En la doble adjetivación lúbrica y pura encontramos un fenómeno antitético, ya que
fonéticamente los dos vocablos constituyen una rima interna en asonancia que a su vez
nos remite al título –luna–, creándose así una afinidad en el plano de los significantes
muy evidente, mientras que los significados establecen en principio una clara oposición
entre pureza y lubricidad, paradoja que se resuelve si reconocemos que la lubricidad es
pura por ser instintiva.
También salta a la vista la personificación del aire que parece hacerse eco de la
conmoción que experimenta el niño y que a su vez constituye un presentimiento del
drama que se avecina:
A partir del verso noveno asistimos al tenso diálogo entre el niño y la luna:
Como vemos, se pasa al estilo directo sin verbo enunciativo que sirva de puente,
salpicado de vocativos y verbos en imperativo. Advirtamos cómo dicho diálogo se halla
repartido equilibradamente entre los dos personajes, tanto por el número equivalente de
versos dedicados a uno y otro como por el uso de la anáfora.
El duelo dramático entre ambos personajes queda reforzado por las respectivas
advertencias de muerte que, curiosamente en los dos casos, aluden a esa tercera entidad
que son los gitanos:
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
De nuevo un corte seco nos lleva a un aserto de naturaleza puramente lírica. La zumaya
es el ave nocturna de canto intermitente al que aquí parece otorgarse un valor ominoso,
de mal agüero, y en ese ¡ay! parece descargarse toda la tensión del discurso.
Los versos en que vemos al niño por el cielo constituyen una dulce estampa
maternofilial que contrasta vivamente con la idea de la muerte del niño. La luna-
mujermuerte- madre se ha llevado al niño a otro espacio, al espacio de la indefinición.
Por eso no dice con el niño, sino con un niño. Siguiendo un proceso gramaticalmente
contradictorio se ha pasado de la definición a la indefinición.
Los cuatro últimos versos constituyen el epílogo de la historia. En ellos se omite
mediante una elipsis narrativa la llegada de los gitanos y se describe directamente la
desolación que los aflige por la muerte del niño y que se expresa con violencia por
medio del llanto.
El poema culmina con dos versos enigmáticos e inquietantes extraídos de una copla
popular(3) en que el aire, de nuevo personificado, vela la fragua. Reparemos en cómo en
estos dos versos, en clara consonancia con la repetición del principio –el niño la mira,
mira / el aire la vela, vela–, se cifra toda la ambigüedad del texto, ya que si al principio
el aire se hacía eco de las connotaciones sensuales del ambiente, ahora es él el encargado
de velar al niño muerto.
En definitiva, hemos podido comprobar cómo, al igual que en los mejores romances
viejos, tenemos en éste de García Lorca una hermosa historia llena de sugerencias ante
las que cualquier tipo de razonamiento lógico queda corto. No interesa tanto la anécdota
como lo otro: esa sensación agridulce que nos deja el poema, suspendido en un presente
irreal y eterno. Una vez más, Lorca nos recrea el eterno conflicto de la noche del
hombre.
Guía para el comentario
1.Tema
2.Estructura
El poema se plantea como un cuento y en este sentido, se puede apreciar en él una cierta
progresión: presentación de los personajes (vv. 1-8), planteamiento del conflicto en el
diálogo niño-luna (vv. 9-20), clímax (vv. 21-28) y desenlace trágico (vv. 29-36).
predomina, sin embargo, el carácter expresivo y poético sobre lo narrativo; todo el texto
puede leerse como una gradación desde el silencio pasmado del niño al principio hasta
los gritos y llantos finales de los gitanos.
La forma métrica utilizada es un romance (36 versos octosílabos con rima asonante en
los pares). Conviene comentar el carácter épico-lírico de la forma romance: contenido
narrativo (anécdota) y contenido lírico (sentimiento).