Aspectos Filosóficos de La Muerte

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Aspectos filosóficos de la muerte

Si hay algo que inquieta a todo ser humano, aunque éste se niegue a aceptarlo, es lo que
sucede cuando dejamos de respirar, pensar, sentir. Cuando nuestros órganos vitales dejan
de funcionar y ya no hay actividad cerebral. La muerte es lo único certero que tenemos.

Nacimos para morir. Cada instante que pasa y cada respiro que tomamos nos acerca a la
muerte. Cómo moriremos y cuándo será son preguntas fáciles de hacer pero imposibles de
responder. ¿Tendrá relación con lo que Octavio Paz escribió? ¿Será que nosotros nos
buscamos nuestro fin? Cada paso que tomamos en vida nos lleva a un camino que nos
acerca a la muerte. Nosotros elegimos la vereda al inminente fin o inicio; depende cómo
queramos verlo.

Joan Ordi. [Este artículo es un resumen-síntesis de la ponencia que el autor presentó en la


Jornada “Ante la muerte…, ¿todo el mundo es igual? El final de la vida y la pluralidad
religiosa en imágenes, palabras y gestos”, organizada por el Espacio Interreligioso de
Migra Studium y el centro de estudios Cristianisme i Justícia].

Partiendo de la convicción de que la filosofía constituye un ámbito de reflexión que abarca


la vida y la realidad de manera global y que trasciende así el dominio mucho más
restringido de la ciencia, afrontar la muerte humana desde esta óptica implica preguntarse
qué sabiduría se nos revela en el hecho de nuestra mortalidad, ya que una explicación
meramente científica de la muerte no es suficiente para entenderla en todo su alcance. He
aquí cinco aspectos.

Primero: La vida nos garantiza un cierto saber anticipado del morir. Todo el vivir se
dilata, mientras dura, sobre la posibilidad real, dramática y permanente de morir en
cualquier punto del arco temporal de nuestra vida. La muerte es coextensiva a la vida, ya
que la vida también es coextensiva a la muerte. Por eso nos sentimos llamados a acoger la
vida con seriedad.

Segundo: Sentimos la posibilidad de morir como una amenaza global y radical a la


persona. Somos una unidad integrada de varias dimensiones que coadyuvan todas ellas a la
síntesis personal, que se ve amenazada por la muerte de una manera radical y global. Es
todo nuestro ser humano que percibe que la muerte lo puede destruir completamente.

Tercero: Al morir, la vida de una persona alcanza carácter de definitividad y de


totalidad. Morir significa hacer definitivo el proceso de crecimiento llevado a cabo y
totalizar la construcción de la propia persona. Con la muerte queda como sellada la vida en
el nivel de autoconstrucción que haya alcanzado. Y la aparente dispersión de la existencia
acaba convirtiéndose, gracias al cierre de la muerte, en una unidad ya inmodificable.

Cuarto: La muerte nos plantea la cuestión del sentido de la vida. ¿Qué habremos
edificado que haya sido noble, humano, positivo para nosotros y para los demás, como si
fuera un ideal cuyo valor ni la muerte podría desmentir? ¿Qué habrá habido de verdad, de
bien y de belleza en nuestra vida, como indicadores de una existencia que se podría
recordar con agradecimiento?

Y quinto: La experiencia anticipada de morir también nos plantea la cuestión de


confiar la propia vida. Nos pasamos la vida generando confianza en los demás y
disfrutando de la confianza ya construida a nuestro alrededor en todas las experiencias
humanamente más significativas. Por ello, la pregunta a qué o a quién confiaremos
últimamente nuestra vida y la vida de los demás en relación con la muerte, constituye un
cuestionamiento o desafío legítimo que no podemos rehuir superficialmente y que está
íntimamente relacionado con la cuestión del sentido de la vida. Si somos seres que viven
gracias a la confianza y a la esperanza, ¿podemos acercarnos a la muerte confiando en que
habrá valido la pena lo que habremos vivido, y que nuestra propia persona y la de los
demás tendrán un valor más alto que el propio poder avasallador del morir humano? La
pregunta revela la lógica interna de la vida misma.

Aspectos culturales y religiosos

A lo largo de su historia, la humanidad ha manifestado una constante y universal


preocupación con respecto a la muerte. Los ritos y costumbres funerarios son algo
exclusivo de nuestra especie; estas practicas están estrechamente vinculadas con las
creencias religiosas sobre la naturaleza de la muerte y la existencia de una vida posterior,
cumplen una función social importante y están revestidas de simbolismo, el estudio del
tratamiento que cada pueblo le da a sus muertos nos permite comprender mejor su forma de
vivir, sus valores y su pensamiento.
Las primeras practicas funerarias de las que se tienen evidencias provienen del grupo de
homo sapiens. El hombre e Neardental pintaba a sus muertos con ocre rojo y los adornaba
con objetos religiosos o amuletos, a veces al fallecido se le ataban los pies.
La creencia de la religión egipcia era la idea de una vida posterior a la muerte, consistía en
la separación de los elementos materiales y espirituales del cuerpo, pero simultáneamente
suponían que el alma necesitaba de la conservación del cadáver para sobrevivir. Suntuosos
y complicados ritos aseguraban la vida de ultratumba, relacionada con la leyenda de Osiris.
En el imperio antiguo, el complicado ceremonial fúnebre estaba reservado en un principio
al faraón, incluía la momificación del cadáver y se depositaban en tumbas monumentales,
luego este privilegio se extendió a otras personas. Las tumbas jugaban un papel de primer
orden en el antiguo Egipto.
Entre los Mayas se diferenciaba el enterramiento según la clase social del muerto: la gente
ordina- ria se enterraba bajo el piso de la casa, a los nobles se los incineraba y sobre sus
tumbas se construían templos funerarios. Los Aztecas creían en la existencia del paraíso y
del infierno, y preparaban a sus muertos para luchar a lo largo de un camino lleno de
obstáculos al final del cual los esperaba el señor de los muertos, que decidía sus destinos;
para ellos eran creados simulacros de guerras llamadas guerras floridas.
Por otra parte en el norte de Europa, los antiguos hombres de esas tierras tenían una
creencia profunda en la inmortalidad del alma, creían que había una recompensa más allá
de la tumba.
La vida del difunto estaba considerada como una continuación de nuestra existencia
terrestre; esto lo prueba la costumbre d proporcionar a los muertos la mejor parte e
su propiedad y los objetos de primera necesidad. Se colocaba una moneda bajo
la lengua del muerto con el fin de que pudiera asumir sus primeros gastos durante su viaje a
la última morada; naturalmente, el muerto acudía a Odin o a Hel. Se dice que los que
morían en el campo de batalla iban a Odin, mientras los que morían de enfermedad
o vejez iban a Hel.
Los fervientes partidarios de la fe de los Asios llegaron a considerar a la muerte por
las armas como de buena suerte debido a que era invitado por el dios supremo a sostener la
última batalla.
Algunos antropólogos han observado que, a pesar de la gran variación de las practicas
funerarias, hay elementos simbólicos que son constantes. Uno de estos simbolismos es
el color: si bien la asociación del color negro con la muerte no es universal, el uso de ropa
negra esta muy difundido. Otro elemento es el pelo de los familiares: en algunos casos
rapados, en otros desordenados es señal de tristeza. Un tercer elemento es el ruido: golpes
de tambor, tañido de campanas, cañonazos; también esta la realización de practicas rituales
fijas durante la procesión con el cadáver.
Algunos de los ritos realizados con el cadáver tienen frecuentemente por objeto
individualizar la causa de la muerte. Así, por ejemplo en el sudeste de Australia se ha
observado que, en el fallecimiento de una persona, el cuerpo del difunto era sometido por
dos hombres mientras un tercero le golpeaba suavemente con unas ramas verdes
pronunciando distintos nombres.
En realidad se esperaba que al pronunciar al del causante de la muerte, quizás por
la violencia o mediante ritos mágicos, el cadáver y sus portadores experimenten una
sacudida por lo que podría ser castigado el culpable. Pero si los causantes son los espíritus
malignos, nada se podrá hacer.
En la India poseen diversas costumbres, también, en otros pueblos distantes: sacar al
difunto por un orificio de la pared y no por la puerta de la casa, borrando después toda
huella de la salida; hacer el camino de vuelta desde el cementerio por distinto lugar o en
distinto orden del que se uso durante la procesión de ida. Las explicaciones de estos ritos
son variadas: por una parte pueden manifestar el deseo de que el difunto no pueda regresar
a su antigua morada; o quizá intenten engañar a los demonios o espíritus malignos, los
cuales se piensa están listos a la puerta para arrojarse sobre el difunto en cuanto salga de los
umbrales de la casa; o simplemente, se trata de evitar que se escape con el cadáver la
felicidad de la casa.
En ciertas islas de Melanesia los parientes duermen pegados al difunto o personas que son
contratadas para llorar, también lo abrazan y lo besan continuamente.
Cuando en un grupo humano se hace presente la muerte, este reacciona según los hábitos
ancestrales, en general, fijados de antemano.
La muerte, por mucho que se espere, es siempre una sorpresa, por lo que en todas las
culturas y todas las épocas se han desarrollado tipos de actuación frente a esta eventualidad:
son los usos funerarios y el duelo.
Todas las actuaciones son de difícil interpretación, y responden, en general, tanto a
determinadas creencias como a la necesidad vital de manifestar el afecto que se tiene al
difunto, sin olvidar el temor respetuoso ante la realidad inevitable de la muerte. La
interpretación de estos ritos no debe hacerse, por lo tanto, de manera ligera, si no se quiere
caer en el ridículo que refleja esta anécdota: "un australiano pregunta, burlonamente, a un
chino, que estaba colocando un tazón de arroz junto al cadáver de su hermano, si creía que
el difunto iba a venir a comerlo; el chino respondió que no, pero a su vez preguntó si los
cristianos creían que sus difuntos pueden ver y oler las flores que los familiares les colocan
en sus tumbas".
Interpretaciones de la muerte
La muerte es una parte inevitable del proceso vital, tan natural como nacer o crecer, aunque
resulta mucho más difícil de afrontar. Cada persona adopta actitudes diferentes ante ella,
que pueden ir desde la negación o la evitación de reflexionar sobre un hecho
incuestionable, hasta la aceptación existencial. La postura individual del paciente (y de la
familia) ante la idea de la muerte, fruto de sus experiencias, sus creencias religiosas y su
situación concreta, influirá decisivamente en la forma de afrontar este proceso.
Las siguientes son las distintas interpretaciones del fenómeno de la muerte que ha hecho
el hombre a lo largo de su historia:
Separación irreversible del cuerpo del alma: es la concepción filosófica-religiosa, sus
orígenes se atribuyen a Platón. En el terreno medico su aplicación es imposible.
Cese irreversible del metabolismo de todas las células del cuerpo: la muerte es entendida en
términos biológicos, se iguala la muerte del hombre con la muerte de las células del
organismo. El principal criterio diagnostico sería la putrefacción del cuerpo.
Perdida irreversible del flujo de los fluidos vitales en el organismo: los criterios
tradicionales se han basado en este concepto. Pero sin duda existe una gran diferencia entre
afirmar que el cese de circulación de sangre oxigenada conduce a la muerte y que la muerte
consiste solamente en eso. Esta definición establece las funciones del miocardio y de los
pulmones como centro de la vida humana. En la actualidad, estas funciones pueden ser
reemplazadas por aparatos mecánicos de soporte vital.
Perdida irreversible de la capacidad de interacción social: esta definición se basa en que la
característica específica del hombre es su capacidad de raciocinio, el ser humano que pierde
totalmente las funciones mentales, incluyendo la conciencia, debería considerarse muerto.
Las objeciones que pueden hacerse a este concepto son que toma solo la parte mental para
definir la muerte, y no la totalidad de mente y cuerpo; y que nuevos contingentes de seres
humanos con funciones mentales alteradas, como por ejemplo, los autistas y dementes,
deberían considerarse como muertos.
Perdida irreversible de la capacidad para la integración corporal: parte del principio de que
cuando un ser humano a cesado de funcionar como una unidad integrada se ha perdido la
característica especifica de la vida humana y la persona ha muerto. El hecho de que ciertos
órganos sean capaces de seguir funcionando y sea en el cuerpo mismo, o en una solución de
nutrientes, o en el cuerpo de otra persona, es un problema distinto. No es la totalidad del ser
humano lo que sigue viviendo, sino parte aisladas que antes formaban una unidad.
Organización social de la muerte
Los análisis sociológicos que estudia la organización social hospitalaria tratan de la muerte
solo en forma casual y presentan muy poca atención al modo en que los médicos organizan
el cuidado del paciente desahuciado. Este estudio trata de aportar tal información, basados
sobre observaciones de campo en dos hospitales de EE.UU.: una gran institución urbana de
ciudad y un hospital general privado(llamaremos "county" al primero; y "cohen" al
segundo)
El autor analizó la composición social de los pacientes, haciendo el rol de observador no
participante.
En el "county" es un establecimiento al que acuden las clases más bajas, mientras que en el
"cohen" es casi exclusivamente para las clases medias. En "county" la mayoría de las
muertes ocurren como consecuencia de accidentes, suicidios y otros casos que no incluían
el previo periodo de hospitalización.
En el "county" el estudio de campo duró nueve meses y en el "cohen" cinco meses. Lo que
se pudo observar fue las variaciones que pueden encontrarse con respecto al tratamiento de
la muerte en dos hospitales diferentes. Estas diferencias eran bastantes notables: cada
médico se atiende a la clase de educación especializada que ha recibido, por eso, no solo
encontramos variaciones no solo en temas generales como la filosofía médica, sino también
en los detalles que conforman los procedimientos técnicos utilizados. Hay variaciones, por
ejemplo en el empleo de diferentes tipos de anestésicos, técnicasquirúrgicas y e siguen
distintos procedimientos en las reuniones de diagnostico y toma de decisiones.
Desde una perspectiva teórica y metodológica la categoría que integra la vida del hospital,
por ejemplo: vida; enfermedad; paciente; moribundo; la muerte; etc... se consideran como
constituidos por las practicas del personal (en cuanto este queda implicado en sus
interacciones rutinarias dentro de un medio organizado).
La intención del autor fue desarrollar definiciones acerca de estos fenómenos basados sobre
las acciones que implican su reconocimiento, tratamiento y consecuencia. Muerte y
morir constituyen dentro de esta perspectiva, la serie de practicas ejecutadas por el equipo,
cuando este emplea esos términos en el curso de su trabajo diario en las salas del hospital.
Tales practicas incluyen los modos de revisar el cadáver, de administrar o dar de alta a un
paciente, los tipos de consideraciones seguidas de opiniones del médico examinador y su
equipo de decisión y administración.
El verdadero reconocimiento y denominación de los acontecimientos biológicamente
ubicados como "muerte" ocurren bajo la forma de actividades sociales, lo que quiere decir
es que una separación de los componentes sociales y biológicos de estos fenómenos es
difícil de lograr con claridad.
Aspectos antropológicos
A lo largo de la historia, la muerte ha estado presente de una u otra forma en el
pensamiento del hombre, ya sea como acontecimiento (social, religioso, político, etc.)
(Evans-Pritchard 1973), como registro en la memoria, como abstracción o como reflexión
filosófica o científica. En la Antropología convergen estas diferentes formas de pensar la
muerte, en conjunto con las diferentes ciencias del hombre. En este sentido, la muerte, por
ser un fenómeno pluridimensional inherente al hombre, es estudiada desde la perspectiva
antropológica. Es decir, todo fenómeno se estudia desde su unidad fundamental, y el
hombre es esta unidad fundamental. Para poder comprender qué somos, tenemos que
estudiar la muerte, y para poder entender la muerte, tenemos que estudiar al hombre. La
muerte, entonces, se nos presenta como "objeto-sujeto" de estudio, para que, de esta
manera, podamos comprender todo el pathos por el cual la humanidad ha trazado su
existencia.

La Antropología pretende ser la ciencia más ambiciosa por excelencia, quiere abarcar al
hombre desde todos sus ángulos, viéndolo desde una infinidad de primas; pero como todo
proyecto ambicioso, se quedó corto. El conocimiento, la ciencia, la Antropología, no
pueden ir más allá de nuestra vida, de nuestros sentidos, de nuestro lenguaje, de nuestro
mundo, y sólo a través de esta combinación de elementos, podemos conformar cualquier
sistema de pensamiento o representación. La muerte se presenta como ese límite del cual no
podemos eludirnos. No podemos saber, conocer, ni mucho menos explicar, que hay después
de la muerte. Pregunta ancestral, bíblica, prehistórica, que sigue y seguirá retumbando en
nuestras cabezas, revoloteando caóticamente como mariposa en el fondo de nuestras
mentes. Tal vez será muerte egoísta que no nos quiere revelar los secretos de la vida, o vida
compleja que no quiere que sepamos los secretos de la muerte. Sin embargo, muerte
inscrita en la vida, pero que además, la desborda, que se expande tan rápidamente como el
tiempo. Muerte codificada en el hombre (Morin 1999), parte del componente primordial
que sustenta, fundamenta y forma la vida. Interminable ciclo fundamental del cual parten
todos los ciclos.

La muerte es el gran proyecto, es el fin totalizador. En la muerte acaba la conciencia del


hombre, diluyéndose en lo desconocido. La muerte es, en parte, metafísica, pero también es
acontecimiento, aleatoriedad, focalización, accidente, la muerte es hegeliana, pero también
es nietzscheana; es dialéctica y eterno retorno a la vez. Es el punto cero de nuestro mundo,
es el momento que no podemos aprehender, del que habla Ernst Bloch. La muerte es el
infinito horizonte que se nos escapa a cada instante, desorden y orden sintetizados,
fragmento dislocado que se diluye en la historia, en la vida, en nuestro ser.

La muerte se nos presenta como biológica, pero también como cultural, es dato empírico,
pero también simbólico, es el rasgo más humano (Morin 1999: 13) diría MORIN. Somos
los únicos seres vivos en la Tierra que reflexionamos acerca de la muerte, y no sólo de La
muerte, sino,- y esto es más importante-, de nuestra propia muerte, es el siguiente paso que
nos lleva a una nueva madurez, saber que nos estamos muriendo y que otros también se van
a morir. Ningún animal tiene la capacidad de hacer consciente su propia muerte, sólo
muere, no existe la muerte para los animales, sino aquel instinto, que igual que nosotros,
esta instaurado biogenéticamente: el instinto de supervivencia. Pero el animal no está
consciente que se está muriendo instante a instante, que cada día que pasa se acerca
inevitablemente, que en cualquier momento puede irrumpir inesperadamente en nuestra
vida, ¿irónico? o ¿también la vida puede irrumpir en la muerte?

La vida irrumpe en la muerte a todo momento, en el constante eterno retorno del instante y
del irrepetible acto creador; así, unos mueren para que otros puedan vivir. En la antigüedad,
los muertos son los que tenían la vida, preceptores, consejeros y guías de lo vivos. Vivo o
muerto, el hombre sirve y servirá a la vida.

"El hombre no sólo se apropia míticamente de la ley de muerte-resurrección para


fundamentar su propia inmortalidad, sino que se esfuerza también por utilizar mágicamente
la fuerza engendradora de vida que constituye la muerte, para sus propios fines vitales"
(Morin 1999: 121)

La muerte que nos da vida, nos hace conscientes de nuestra finitud, de nuestro estado
efímero y transitorio (2), mantiene y delimita la existencia, la muerte nos particulariza, sin
ella no somos nada ni nadie. Otorga la principal característica la de ser humano: nuestra
dignidad. En este sentido, toda subjetividad está atravesada por la muerte, así como todas
las limitaciones objetivas de la práctica del ser humano.

Desde que el hombre se hizo consciente de este fenómeno, aparecieron los grandes mitos,
las majestuosas leyendas que le dieron vida a la historia homínida. La muerte es,
duplicación, imagen del otro. Los muertos, en las sociedades prehistóricas, poseen
alimentos, armas, ropas, deseos, pensamientos, motivaciones; los muertos son dobles de los
vivos y viceversa. La muerte es renacimiento, ciclo interminable, como en las religiones
cristiana y budista, aunque cada una de ellas interprete la muerte-renacimiento de diferente
manera, incluso de manera contradictoria.

Es evidente que no se sabe acerca de la muerte, sólo se sabe acerca de la actitud que se
tiene ante ella. Sólo sabemos acerca de dolores, agonías, procesos, fases, etapas, no de la
muerte en sí, sino del morirse; muerte absoluta, muerte repentina, muerte aparente, qué más
da, no sabemos nada. Entonces, la agonía es la condición médica, psicológica, sociológica
de las personas que se encuentran en la fase final de una enfermedad o trauma severo, es el
último instante de la existencia. Sabemos que pasa justo antes de que irrumpa en la
conciencia y lo desvanezca todo. Únicamente conocemos el dato biológico inmanente al
cuerpo material.

De esta manera, debemos ver a la muerte en su completa desnudez, descontaminada de


nosotros, desenmascarada; tenemos que quitarle esa "personalidad", o más bien, dejarla de
concebir como persona (máscara). Mascara construida por la sociedad y el superyó. Hay
que dejarla de ver fuera de nosotros, y verla dentro, no como aquel fantasma, doble, espíritu
o alma que refleja nuestro propio ser, sino como una realidad, como elemento constituyente
de nosotros y nuestro mundo. Esta máscara nace de la imposibilidad de hacer consciente la
experiencia de la propia muerte, por tanto, la conciencia tendrá que adoptar una
representación de la muerte dada por la sociedad en la que el sujeto se encuentra inserto. En
este sentido, sólo conocemos nuestra muerte gracias a la muerte de los demás ya que la
muerte aniquila los medios y los sentidos que disponen los seres humanos para verificar su
existencia. Para la conciencia, la muerte es el último límite antropológico de la existencia.
3. Dialéctica y transformaciones culturales sobre la muerte

"Lo finito no sólo se cambia, tal como algo en general, sin


perece; y no es simplemente posible que perezca, de mod
pudiese también existir sin tener que perecer, sino que el ser (e
de las cosas finitas, como tal, consiste en tener el germen del p
como su ser-dentro-de-sí: la hora de su nacimiento es la hora
muerte."
G. W. F. Hegel, Ciencia de la lógica.

Los primeros hombres que habitaron el globo terráqueo sepultaban a sus muertos con
piedras, ramas y tierra, después los enterraban con sus armas y osamentas. Otras culturas
practicaban la actividad funeraria de conservación del cadáver, algo que implica la pura
prolongación de la vida (los egipcios, sumerios, andinos, son un ejemplo). Así, la práctica
cristiana de no abandonar a los muertos (velorio), implica también su supervivencia. Estas
prácticas de conservación en nuestra época posmoderna son representadas por la cirugía
plástica (Baudrillard 1980). El cirujano plástico hace el rol de embalsamador egipcio y sus
pacientes juegan una suerte de rol morboso, son como muertos en vida. De esta manera, la
prolongación de la vida se instaura en la vida misma, no ya en la muerte, sino antes de esta.
La conservación del cadáver pasa a convertirse en conservación del cuerpo y así, la
creencia de inmortalidad se difunde a lo largo y ancho de nuestra cultura moderna, hacia
todos los niveles societales, desde los nuevos medicamentos, que tienen como fin el
antienvejecimiento, hasta los nuevos métodos de criogenia. La vida es congelada; se
perpetua la vida (en un estado de no-vida) para luego esperar el momento adecuado para
vivir, la muerte transmuta en una especie de vida que se prolonga.

Esto era impensable, o incluso demoniaco e infantil para las sociedades arcaicas. Para ellas,
la muerte nunca es natural, la muerte no se puede dar por accidente o azar, siempre hay un
culpable, un causante, un malhechor que la causó o un sujeto responsable; la muerte se da
por maleficio. En este sentido, podemos ver como los intereses de los muertos y los vivos
están entrelazados unos con los otros:

"El vivo puede ir en ayuda del muerto, proveerlo de alimentos y de otros objetos
necesarios; el muerto puede mostrarse no menos generoso dando a los vivos
medicamentos dotados de virtudes mágicas, amuletos y talismanes de todas clases
para ayudarles en su trabajo" (Levy-Bruhl 1972: 73) .

Por eso no hay accidentes, el azar no existe, siempre se quiere saber y siempre se tiene que
saber, o por lo menos simular, la pesquisa del evento, ya que los muertos lo hubieran
querido al igual que los vivos, a saber, que la verdad sea revelada. En este sentido, nuestros
antepasados tenían una mayor relación con sus muertos, tenían una muerte vivida, llena de
vida, y vida llena de muerte. Como nos muestran las siguientes palabras de Levy-Bruhl:
"Los muertos son parte integrante del grupo social, y el individuo no se siente
enteramente separado de ellos. Tienen obligaciones para con los mismos, y de las que
no se extrañan como tampoco de las que tiene con los vivos" (Levy-Bruhl 1972: 76).

Vivían en mundos intercomunicados, indisociables; muertos y vivos convivían o trataban


de convivir armónicamente, sus interese están relacionados y mezclados (Levy-Bruhl 1972:
80) se influían los unos a los otros. Entre ellos engendran tipos de comunicación, de
rituales, de socialización; gracias a la muerte y gracias a los muertos, los vivos se
cohesionaban, se adherían socialmente.

Al igual que nuestros predecesores, tenemos una conciencia realista de la muerte, ya que la
muerte existe, la muerte acontece, más no tenemos una conciencia de la esencia de la
muerte, nunca se tuvo, ni se tendrá, la muerte no tiene ser, solo ocurre. La muerte y la
inmortalidad, que en ella se inscribe, nos "ayuda" a vernos como mortales. De esta manera,
se dicotomiza, se le acepta y niega a la vez, se nos presenta como signo ambivalente lleno
de contradicciones y síntesis. Sin embargo no debe entenderse como algo real de un sujeto
o de un cuerpo solamente, la muerte es una forma en la que se pierde la determinación del
sujeto y del valor que a este se le da. La muerte, se entiende como reversibilidad.
Reversibilidad no por que se pueda detenerla o pararla, sino porque se encuentra en lo más
profundo de la vida misma, se pierde en ella, se diluye y difumina, es reversible porque es
indisociable. Lo opuesto a la vida entendiéndola de ésta manera, es lo no-vivo.

Fue el homo sapiens el que se hizo por primera vez consciente del hecho antropológico de
la muerte. Este primer acontecimiento traumático fracturó la mente de nuestro antecesor
llevándolo a percibir su vida, y su mundo, de una manera nueva y para siempre inquietante.
Como diría el gran filósofo Voltaire: La especie humana es la única que sabe que va a
morir y no lo sabe más que por experiencia. En este sentido, Morin nos expone de una
manera brillante y reveladora la irrupción de la muerte en la conciencia del homo sapiens:

"El enlace de una conciencia de transformaciones, de una conciencia de coacciones,


de una conciencia del tiempo indican en el sapiens la emergencia de un grado más
complejo y de una calidad nueva del conocimiento consciente (...) Todo nos indica
que la conciencia de la muerte que emerge en el sapiens está constituida por la
interacción de una conciencia objetiva que reconoce la mortalidad, y de una
conciencia subjetiva que afirma, si no la inmortalidad, por lo menos una
trasmortalidad. A la vez los ritos de la muerte expresan, reabsorben y exorcizan un
trauma que provoca el aniquilamiento. Los funerales, y esto en todas las sociedades
sapienciales conocidas, traducen al mismo tiempo una crisis y la superación de tal
crisis, por una parte del desgarramiento y la angustia, y por la otra la esperanza y el
consuelo. Todo nos indica que el homo sapiens es atacado por la muerte como por
una catástrofe irremediable, que va a llevar en él una ansiedad específica, la angustia
o el horror a la muerte, que la presencia de tal muerte se convierte en un problema
vivo, es decir, que ocupa su vida. Todo nos indica igualmente que ese hombre no
solamente rechaza la muerte, sino que la recusa, la supera, la resuelve en el mito y en
la magia" (Morin 2000).
La muerte surge de la misma naturaleza como de la cultura; por tanto, la muerte es social y
cultural. Los muertos servían (en algunas sociedades todavía lo hacen) como medio de
comunicación y trasmisión de información entre los antepasados y los descendientes,
forman parte de un dialogo colectivo en forma de ritual entre los muertos y los vivos.
Tenían la función de ayudar a mantener el poder a los responsables de ostentarlo; la muerte
abarca todos los ámbitos sociales, desde el ritual mágico-técnico (Frazer 1974), hasta el
político-económico, pasando por el ámbito terapéutico, en donde el muerto, ayuda a
recuperar la salud o curar algún mal. Gracias a que los muertos son investidos con poderes
sobrenaturales, por su cercanía y similitud con los dioses o héroes antepasados, pueden, ya
sea el caso, ayudar y proteger a los vivos o, atemorizar y proferirles algún mal o
inconveniente.

Para la cultura del mundo capitalista-mercantil, la muerte "es la nada", es sólo un obstáculo
que atenta contra la productividad, por sustraer un medio de producción y reproducción del
mercado laboral, es utilizada directamente para fines mercantiles (Godelier 1972). De la
muerte de unas personas se saca provecho en el mercado, en este sentido, los riñones, los
pulmones, el corazón, la piel, el pelo, se convierten en mercancías, en valores de cambio. El
cuerpo humano muerto y muchas veces vivo, entra en el ámbito del consumismo, es una
cosa, un objeto más del mercado, es un producto con precio y descuentos que se atiene a las
alzas y bajas de la economía y de la industria médica.

Este tipo de sociedades se beneficia de la muerte, en cuanto esta se presenta como


transacción, en prácticas en las cuales los vivos integran su conciencia consumidora. De
esta manera, se deja, de ser un destino para convertirse en simple intercambio y consumo
de mercancía. La muerte se convierte en estado de no-intercambio, de no-consumo, de no-
producción.

"Toda nuestra cultura no es más que un inmenso esfuerzo para disociar la vida de la
muerte, conjurar la ambivalencia de la muerte en beneficio exclusivo de la
producción de la vida como valor y del tiempo como equivalente general"
(Baudrillard 1980: 170-171).

Un ejemplo de tal disociación, del desprecio e indiferencia hacia la muerte es el caso de los
moribundos de la sala de emergencias de un hospital, es un ejemplo de este tipo de
sociedad mercantilista, nihilista, llena de miedos, codicias y sordera. El moribundo no tiene
palabra, no significa nada, lo que él quiera o diga no tiene ningún valor, en su lugar otros
hablan por él, se adueñan de lo que creen es su discurso, le inventan deseos y pensamientos,
inclusive, cuando ni si quiera a formulado ningún discurso explícito. Por otro lado, los
otros, doctores, médicos, enfermeras, técnicos, su familia y demás deciden por él, lo que
ellos creen que es dignidad. De esta forma, se convierte en un objeto de una práctica
medico-racional que es completamente ajena a él.

El hombre mercancía es la realidad de este mundo, reducido a simple objeto de estudio, de


intercambio, de productividad, de funcionalidad, su dignidad intrínseca se desaparece poco
a poco, se diluye y difumina en las conciencias. Deja de ser un fin, pierde su muerte, y se
convierte en un medio.
4. Muerte democrática, muerte clasista

"La muerte, en cuanto supuesto universal de la condición huma


existe sino desde que hay una discriminación social de los mu
J. Baudrillard, El intercambio simbólico y la muerte.

No hay igualdad (3) ante la muerte (Aguilera 2007: 15-49). En el seno de una sociedad de
clases, la muerte no es democrática, no se reparte equitativamente, al contrario, nacer en
algunas partes del mundo como en Bangladesh, Palestina, Sierra Leona, Irak, entre otras
localidades, significa estar destinado a una muerte prematura y muchas de veces, horrible.
Solamente cuando se está muerto, cuando se oponen dos cadáveres de distinta procedencia
y clase, cuando se presentan como cuerpos inertes es cuando son totalmente iguales entre
sí.

La clase imperante (en este caso la capitalista-consumista) impone su sistema de


significaciones, de lo que es la realidad. En este sentido, la muerte es usada como
instrumento simbólico, para persuadir, influir, intervenir, engañar a la clase oprimida para
su control y consecuente dominación. Incluso la muerte es usada como medio de
dominación, no es más que otro instrumento utilizado por los capitalistas-mercantilistas
para permanecer con el control, para seguir acumulando riquezas y obtener más poder. Los
cementerios son un ejemplo muy representativos acerca de este fenómeno, los grandes
mausoleos y las lujosas lapidas están separadas y sólo son usadas por la clase dominante,
por aquellos que se pueden pagar una muerte "rica", una "muerte dorada", como si en el
cielo existieran las clases sociales y se quisiera asegurarse un estatus en el más allá.
Mientras que los pobres, aquellos marginados, "no tienen ni donde caerse muertos". Así
dicen cada vez que una persona no tiene ni una sola posesión y dinero para poder
asegurarse una vida en este mundo terrenal y celestial. Frase equivoca, en verdad si tienen
en donde caerse muertos, pero ese lugar no es el lugar acostumbrado y común al que los
demás van a parar. Los ricos gastan una fortuna en un ritual majestuoso, con lujos
exorbitantes con los cuales se les podría asegurar una vida digna a miles de personas. En
cambio, para los pobres marginados, su lugar está en las fosas comunes, los anfiteatros, las
universidades o cualquier lugar; definitivamente los pobres tienes infinidad de lugares
donde caerse muertos y eso es lo reprochable, que ni si quiera les dan un lugar digno donde
yacer. La dignidad no es respetada ni protegida en la muerte. Ahora, un animal cualquiera,
en especial las mascotas, tienen una muerte más digna que cualquier hijo nacido en la
Sierra chiapaneca mexicana o en Sierra Leona. A los animales se les inyecta, se les aplica la
eutanasia, se les entierra, incluso incinera, mientras tanto, a los desdichados sin suerte
predestinados a morir cruelmente, se les deja podrir donde sea, claro, siempre y cuando, no
interrumpan la vida cotidiana de aquellos que se consideran más importantes, les causen
problemas de conciencia y conflictos morales, o simplemente les parezca poco estético.
"Los moribundos no tienen ya estatuto y en consecuencia no tienen dignidad. Son
clandestinos, marginal men cuya angustia se empieza a adivinar" (Ziegler 1976: 280-281).
Hay que traer de vuelta a la muerte, quitarle toda su máscara simbólica, desclasarla y
hacerla universal, democrática, que sea equitativa, que la mayoría, y no sólo los que se
consideran más poderosos, tengan el derecho a una vida digna y por consecuencia, a una
muerte también digna. Se olvida que existe una identidad biológica que une a todo ser
humano, a toda persona una con otra (Bastide 1973). Esta identidad es pre-social, esto
quiere decir que no está manchada y contaminada por signos o símbolos especiales
predeterminados por una clase y tipo de personas. Esta identidad biológica nos pone ante
nuestros ojos una igualdad irreductible con todos los seres existentes, que perecieron y que
están por venir. Es una igualdad que es anterior a todos los procesos sociales complejos.

Adueñarse de nuestra propia muerte, es una de las tareas que debemos de realizar,
recuperarla para nosotros y para los demás, como Sócrates diría, y que después veríamos
que también hizo coherentemente: el procedimiento de morir es una fase esencial de la
vida. Si la vida es la búsqueda de la verdad, la muerte vendría a revelar esa verdad.

"La muerte abre la puerta del saber absoluto. El alma, por fin liberada del cuerpo,
puede llegar al conocimiento puro" (Ziegler 1976: 243).

Debemos de conquistar nuestra muerte, arrebatarla de la indiferencia, entrenarnos en el arte


de morir y de la muerte, adquirir las libertades del espíritu y de la vida misma, educarnos
para la muerte como se nos educa para comer o para nuestra profesión. Debería de ser una
tarea de todos para nuestra súper-vivencia. Ya que todos vamos a morir, o mejor dicho,
todos debemos de morir, es urgente el aprendizaje y la instrucción del morir, de la "muerte
feliz".

La muerte es nuestro único destino seguro, es la única certeza, por no decir verdad, de
nuestra vida, sin la muerte el hombre no tendría un destino o un fin. La vida no tendría
sentido si se la privara de la muerte. En este sentido, nuestros fines, límites y destinos le
dan significado a nuestra vida. Por lo tanto, nuestra libertad, no existiría sin la presencia de
la muerte.

5. A manera de conclusión: El fin de la muerte, conciencia y voluntad de vivir

"Si la muerte sólo tuviera facetas negativas, morir sería u


impracticable."
E. M. Cioran, Del inconveniente de haber nacido.

La muerte irrumpe en nuestra consciencia de distintas maneras y formas, por lo general se


nos presenta como enfermedad y consecuentemente como agonía (4), es un choque para
nuestro "yo", el cual, se aferra a la "realidad" (Hegel 1966: 24) entendida como aquel
mundo exterior a ella que la conforma ontológicamente. Por tanto, en esta fase, no podemos
incorporarla a la vida, la conciencia se mantiene fracturada sin poder asimilar este
fenómeno. El mundo sólo existe a través de nuestra conciencia como diría Schopenhauer.
Después de que la muerte se asienta en la conciencia, produce un cambio radical en nuestra
personalidad causado por la misma radicalidad de la muerte que se inserta en contra de
nuestra voluntad. De esta manera, tratamos de darle un sentido a la muerte. La muerte nos
otorga un sentimiento de otredad hacia con los demás, nos sentimos distintos a todo lo
exterior, y no por una cualidad subjetivada que ocasiona la muerte, sino porque la muerte
misma, al hacernos conscientes de ella, nos transforma radicalmente en nuestra misma
constitución ontológica.

Al adentrarse la muerte en nuestra condición subjetiva nos separamos de ella, el mundo del
cual nos hemos separado por sentirnos diferentes y distintos se nos presenta como
amenazante y peligroso, como el extraño y el enemigo, lo exterior a nosotros, gracias a la
"muerte consciente", nos parece aterrador (Hegel 1966: 349), inseguro y amenazador. El
sentimiento de separación, por el cual nos sabemos "irretornables", nos pone en un plano de
participar en el mundo; este proceso se agudiza y nos produce un sentimiento de
desesperación kierkegaardiano. Esta desesperación es acompañada de una depresión
causada por la angustia de no ser-ahí-con-el-otro, lo cual produce una caída y un malestar
profundos. Sin embargo, la esperanza que siempre se presenta como potencia, o dicho en
otros términos, el horizonte de la esperanza produce un resurgimiento de la conciencia con
la propia muerte. Esta insurrección de la conciencia trae consigo un momento de paz, a esto
podría llamársele la aceptación, la calma y la tranquilidad del moribundo. Muerte y mundo
se unen en uno solo por la esperanza o el pensamiento de trascendencia de la existencia. En
este sentido, la agonía, se presenta como el progreso de la conciencia. Después de toda una
lucha y confrontación con lo extraño, lo oculto y lo místico, la conciencia se encuentra
activa, tal vez más activa que nunca, como si la conciencia, se viera inmersa en un mar de
lucidez interminable. Esta presencia tan cercana con la muerte nos permite ver las invisibles
cualidades de la vida. Todo ser humano posee una percepción de su propia muerte, de su
propia agonía, única e irreparable, así, como ya hemos visto, vida y muerte se presentan
como si fueran una sola cosa.

La muerte es un trauma irreparable, es una catástrofe biofisiológica, que sin embargo, no


destruye la voluntad de vivir, la conciencia se niega a concebir su propia abolición, su
propia destrucción, rechaza contundentemente su muerte. Toda conciencia nunca envejece,
no se encuentra al borde de la muerte física, no existe para ella, se mantiene en un estado de
transformación, en un constante encuentro, como un eterno permanecer. Mientras la
conciencia adquiere su mayor progreso y sus más radicales transformaciones, el cuerpo
humano se halla en una etapa de decadencia celular. Así es como, en las sociedades
primitivas, mientras más se envejece más se acerca a la muerte, a los antepasados, quienes
otorgan poder y sabiduría.

Toda conciencia persevera como si estuviera destinada a eternizarse. Así es cuando


pensamos en los muertos, quienes después de esta vida siguen actuando en la muerte. El
cuerpo podrá diluirse en la tierra y desaparecer en la nada, pero la conciencia tiene otro
destino, un destino social que prosigue entre los vivos de las sociedades. Desde la antigua
Grecia la conciencia de los hombres ha querido y ha permanecido eterna en el corpus
social, la gloria de los guerreros helénicos y espartanos, las obras maestras de literatura,
filosofía y ciencia han atravesado y marcado la historia del hombre. La conciencia se
mantiene viva por medio de las obras y actos que realiza. Así diría Engels en una oración
fúnebre el 17 de marzo de 1883 a su colega, maestro y amigo, Karl Marx: "Su
nombre perdurará a través de los siglos, lo mismo que su obra" (Fromm 1962: 269). En este
sentido, todo hombre está dotado de un sentido social después de haber muerto.

Para la conciencia, la muerte es un asesinato, un atentado, no es una necesidad, ya que no


envejece. El cuerpo, que es el único sostén de la conciencia, cuando enferma, envejece o se
acerca a la muerte, prefigura como un escándalo a la conciencia, para ella es simplemente
una agresión. Para esta conciencia inmarcesible, la muerte sólo se le presenta como una
necesidad existencial, ya sea por el destino que le da sentido a la vida, o por la sensación de
finitud, con la cual la vida acontece como única e irrepetible, como la única oportunidad.
En este sentido, la muerte como destino, es la que completa el proyecto inacabado del
hombre (Hegel 1966: 120), el hombre no está completo si no es por el advenimiento de la
muerte.

Otra característica de la conciencia por la cual no quiere la muerte, la niega, y se espanta de


esta, es como la muerte se presenta como su límite, es hasta ahí donde esta pueda llegar.
Mientras la muerte quiere seguir conociendo, quiere seguir sabiendo, la voluntad de saber
se opone a la muerte, porque es esta la interrupción del saber, del seguir conociendo. "El
entendimiento, pues, ignora a la muerte, dado que sólo conoce el devenir. Se encuentra así
en la misma ignorancia de la muerte que caracteriza el ello, de tal forma que ignorándola, la
niega, creyendo negar la cosa negando el concepto" (Morin 1999: 271).

Por otro lado, la muerte de uno siempre va a ser el nacimiento de otro, "unos mueren para
que otros puedan vivir". Como diría Bataille: "La vida es siempre producto de la
descomposición de la vida. Es tributaria, en primer lugar, de la muerte, a quien deja el
lugar; después de la corrupción, que sigue a la muerte y vuelve a poner en circulación las
sustancias necesarias para la incesante llegada al mundo de nuevos seres" (Bataille 1979:
62).

La muerte, entonces, le permite a la vida continuar, realizarse una y otra vez, nacer
infinitamente. La muerte es indispensable para que la vida siga, la muerte de los individuos
es asegurar la permanencia de la especie. Sin la muerte de los individuos la vida de este
planeta ya estuviera agotada, no habría recursos con los cuales subsistiera la especie. La
muerte asegura la vida. Esto significa que la muerte es la posibilidad de vida a los que están
por llegar. Los hombres vivos se postran sobre sus antepasados muertos, en consecuencia,
viven gracias a sus muertos. Es la dialéctica de lo particular y universal (Hegel 1966: 299),
el individuo muere o mata a otro para asegurar la universalidad de la especie (Hegel 1966:
266) (Kojeve 1972). La muerte es la semilla, lo que mantiene en movimiento a la vida

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