Bourdieu Genesis y Estructura Del Campo Religioso PDF
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Pierre Bourdieu*
CENTRE DE SOCIOLOGIE EUROPÉENNE
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principios esenciales del apriorismo; pero al mismo tiempo se inspira de este espíritu de
positividad al que el apriorismo se esforzaba en satisfacer” (F.E.V.R., p. 27).
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C. Lévi-Strauss, La Pensée sauvage, París, Plon, 1962, pp. 48-99 ; E. Durkheim y M.
Mauss, “De quelques formes primitives de classification. Contribution à l’étude des
représentations collectives”, in M. Mauss, Œuvres, París, Ed. de Minuit, 1969, t. II, pp.
13-195.
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“Por eso reconozco particularmente a M. Ricœur el haber señalado el parentesco
que podía existir entre mi empresa y la del kantismo. Se trata, en suma, de una transposi-
ción de la búsqueda kantiana en el dominio etnológico, con la diferencia de que, en lugar
de utilizar la introspección o de reflexionar sobre el estado de la ciencia en la sociedad
particular en la que la filosofía se encuentra ubicada, uno se traslada al límite: por la bús-
queda de lo que puede haber allí de común entre la humanidad que nos aparece más
alejada, y la manera como nuestro propio espíritu trabaja; intentando, pues, extraer pro-
piedades fundamentales y coactivas para todo espíritu, cualquiera que sea”. C. Lévi-
Strauss, “Réponses à quelques questions”, Esprit (11), noviembre de 1963, 628-653.
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Sobre la relación entre Durkheim y Saussure, los dos padres fundadores, desigual-
mente reconocidos, del estructuralismo, véase W. Doroszewski, “Quelques remarques
sur les rapports de la sociologie et de la linguistique: E. Durkheim y F. de Saussure”,
Journal de Psychologie, enero-abril de 1933, publicado nuevamente en E. Cassirer et. al.,
Essai sur le langage, París, Ed. de Minuit, 1969, 99-109.
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Es decir, que uno está en derecho de sospechar a priori de todas las tentativas por
aplicar a los productos de la industria cultural y a las obras de arte erudito, métodos que
no son sino la transposición más o menos mecánica del análisis lingüístico, haciendo abs-
tracción de la posición de los productores en el campo de producción y de las funciones
que cumplen estos objetos simbólicos para los productores y para las diferentes catego-
rías de consumidores.
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“Si, pues, en cada momento del tiempo, los hombres no se entendieran sobre esas
ideas esenciales, si no tuvieran una concepción homogénea del tiempo, del espacio, de la
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causa, del número, etc., todo acuerdo se volvería imposible entre las inteligencias y, en
consecuencia, toda vida común. Por eso la sociedad no puede abandonar las categorías
al libre arbitrio de los particulares sin abandonarse a sí misma. Para poder vivir, no tiene
necesidad solamente de un suficiente conformismo moral; hay un mínimo de conformismo
lógico del cual puede tampoco prescindir” (F.E.V.R., p. 24, subrayado mío).
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Los psicoanalistas, así como ciertos etnólogos, quieren sustituir las inter-
pretaciones cosmológicas y naturalistas por otras interpretaciones, tomadas
de la sociología y de la psicología. Pero entonces las cosas devienen dema-
siado fáciles. Porque un sistema mitológico que haga un lugar importante a
cierto personaje, digamos una abuela malévola, se nos explicará que, en tal
sociedad, las abuelas tienen una actitud hostil hacia sus nietos; la mitología
será tomada como un reflejo de la estructura social y de las relaciones
sociales.10
10
C. Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, París, Plon, 1958, p. 229. Los textos admi-
rables que Lévi-Strauss consagra al problema de la eficacia simbólica (op. cit., cap. IX y X,
pp. 183-226) permanecen como aislados en la obra, y el más significativo para nuestro
propósito es el capítulo de Tristes Tropiques titulado “La leçon d’écriture”: “Es algo curio-
so la escritura. Pareciera que su aparición no hubiese podido omitir determinar cambios
profundos en las condiciones de existencia de la humanidad; y que esas transforma-
ciones debiesen ser sobre todo de naturaleza intelectual […] Es necesario admitir que la
función primaria de la comunicación escrita es la de facilitar la servidumbre. El empleo de la es-
critura con fines desinteresados, con vistas a sacar de ella satisfacciones intelectuales y
estéticas, es un resultado secundario cuando no se reduce, la mayoría de las veces, a un
medio para reforzar, disimular, o justificar el otro” (C. Lévi-Strauss, Tristes Tropiques, Pa-
rís, Plon, 1955, pp. 317-318, subrayado mío).
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“A fin de que todo vaya bien para ti y de que vivas largo tiempo sobre la tierra”
(según los términos de la promesa hecha a los que honran a sus padres) (M. Weber, Wirts-
chaft und Gesellschaft, Colonia-Berlín, Kiepenheuer und Witsch, 1964, T. I., p. 317. Citado
en la continuación del artículo por W. u. G.).
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Aunque, evidentemente, uno pueda transponer al cuerpo de los especialistas reli-
giosos lo que Engels escribe de los juristas profesionales en su carta a Conrad Schmidt
del 27 de octubre de 1890: “Ocurre lo mismo con el derecho: desde que la nueva división
del trabajo deviene necesaria y crea juristas profesionales, se abre un dominio nuevo, autó-
nomo, que, dependiendo al mismo tiempo de un modo general de la producción y del
comercio, no posee por ello menos, él también, una capacidad particular de reacción so-
bre esos dominios. En un Estado moderno, es necesario no solamente que el derecho
corresponda a la situación económica general y sea la expresión de ella, sino también que
sea una expresión sistemática que no se infrinja desaires a sí misma, con sus contradiccio-
nes internas. Y para conseguir esto, él refleja cada vez menos fielmente las contradic-
ciones económicas”. Y Engels describe a continuación el efecto de apriorización que re-
sulta de la ilusión de la autonomía absoluta: “el jurista se imagina que opera por
proposición a priori, mientras que eso no es sino reflejo de lo económico”; al hablar de la
filosofía, observa una de las consecuencias de la profesionalización que está encaminada
a reforzar, por un efecto circular, la ilusión de la autonomía absoluta: “En tanto que do-
minio determinado de la división del trabajo, la filosofía de cada época supone una docu-
mentación intelectual determinada que le ha sido transmitida por sus predecesores y de
la cual se sirve como punto de partida”.
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K. Marx y F. Engels, L’idéologie allemande, París, Editions sociales, 1968, 60.
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K. Marx, Principes d’une critique de l’Economie politique, París, Gallimard, t. II, 260.
15
Cf. M. Weber, W. u..G., p. 368 y II, p. 893 (la suerte del campesino está estrechamen-
te ligada a la naturaleza, fuertemente dependiente de los procesos orgánicos y de los
acontecimientos naturales y poco disponible, desde el punto de vista económico, para
una sistematización racional”); K. Marx, Le Capital, II, 2ª sección, cap. VIII, en K. Marx,
Œuvres, París, Gallimard, t. II, p. 655, (estructura temporal de la actividad productiva e
imposibilidad de prever); op. cit., III, 5ª sección, cap. XIX, p. 1273 (incertidumbre y contin-
gencias).
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W. u. G., II, p. 893.
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17
W. u. G., II, p. 894.
18
W. u. G., II, p. 332.
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P. Radin, Primitive Religion, its Nature and Origine, Nueva York, Dover Publications,
1957, 1ª edición, 1937.
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Cf. A. W. H. Adkins, Merit and Responsibility, A Study in Greek Values, Oxford, Cla-
rendon Press, 1960 (particularmente, el capítulo V) y sobre todo E. R. Dodds, The Greeks
and the Irrational, Boston, Beacon Press, 1957, 1ª edición, 1951.
21
Cf. W. u. G., p. 323.
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De modo tan marcado como pueda estar la ruptura entre los especialistas y los
profanos, el campo religioso se distingue del campo intelectual propiamente dicho en
que jamás puede consagrarse total y exclusivamente a una producción esotérica, i. e.
destinada sólo a los productores, y debe siempre sacrificarse a las exigencias de los laicos.
“El aedo conoce también la lengua de los dioses ‘que están siempre’, revela algunos
términos, pero está obligado a traducir para los hombres que lo escuchan y de confor-
marse a su uso” (J. Bollack, Empédocle, I. Introduction à l’ancien physique, París, Ed. de
Minuit, 1965, p. 286).
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Es necesario leer todo el capítulo titulado “La transposición” (op. cit., pp. 277-310)
donde Jean Bollack pone de relieve los principios de la interpretación y de la reinterpre-
tación que Empédocles hace con los textos homéricos y que podrían caracterizar, sin
duda, la relación que toda tradición letrada mantiene con su herencia: “Es en la variación
donde se manifestaba mejor y más visiblemente el poder que se tenía sobre la lengua”
(p. 284). “Del juego de letras hasta el nuevo empleo complejo de grupos enteros, la crea-
ción verbal se apoya en primer lugar sobre los elementos de la memoria [...] La variación
es tanto más erudita cuanto es más ínfima y deja aparecer el texto imitado” (p. 285). So-
bre la función de “la etimología sagrada” y del “juego de palabras” y sobre la búsqueda
de un modo de expresión “polifónico” entre los escribas egipcios, se podrá consultar
también la obra de Serge Sauneron, Les prêtes de l’ancien Egypte (París, Seuil, 1957,
123-133).
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Durkheim definía las categorías sociales de pensamiento como “sabios instrumen-
tos de pensamiento, que los grupos humanos han forjado laboriosamente en el curso de
los siglos y donde han acumulado lo mejor de su capital intelectual”. Y comentaba en
nota: “Por esta razón es legítimo comparar las categorías con herramientas; pues la he-
rramienta, por su lado, es capital material acumulado. Por otra parte, entre las tres nociones
de herramienta, de categoría y de institución, hay un estrecho parentesco” (F.E.V.R., 4ª edi-
ción, París, Presses Universitaires de France, 1960, p. 27 y núm. 1, subrayado mío).
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Para una crítica de esta ilusión, véase L. Boltanski, Prime éducation y morale de classe,
París, Moutton, 1969.
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tructura del sistema de las prácticas y de las creencias religiosas con la división
del trabajo religioso. Es lo que hace Durkheim, pero sin sacar ninguna conse-
cuencia de ello, porque ese no es su objetivo, cuando distingue de las “religiones
primitivas” las “religiones complejas” caracterizadas por el “choque de las teo-
logías, las variaciones de los rituales, la multiplicidad de los agrupamientos, la
diversidad de los individuos”: “¡Se consideran religiones como las de Egipto, de
la India o de la antigüedad clásica! Se trata de un enmarañamiento tupido de
cultos múltiples, variables con las localidades, con los templos, con las genera-
ciones, las dinastías, las invasiones, etcétera. Las supersticiones populares están allí
mezcladas con los dogmas más refinados. Ni el pensamiento ni la actividad religiosa
están igualmente repartidos en la masa de los fieles; según los hombres, los medios, las
circunstancias, las creencias como los ritos son experimentados de maneras diferentes.
Aquí son sacerdotes, allá, monjes, en otra parte laicos; hay místicos y racionalis-
tas, teólogos y profetas, etcétera”.26 De hecho, es extremadamente raro que los
etnólogos proporcionen informaciones sistemáticas sobre el universo completo
de los agentes religiosos, sobre su reclutamiento y su formación, su posición y
su función en la estructura social; no se plantean sino excepcionalmente la cues-
tión de la distribución de la competencia religiosa según el sexo, la edad, el ran-
go social, la especialización técnica o tal o cual particularidad social, prohibién-
dose, al mismo tiempo, interrogarse sobre la relación entre el domino práctico
del sistema mítico que detentan los indígenas, en grados de excelencia diferen-
tes, y el dominio erudito que el etnólogo puede darse al término de un análisis
fundado en informaciones sistemáticamente recogidas por la observación arma-
da y por la interrogación de informantes diferentes y elegidos por su competencia
particular. Si se sabe, además, que hoy tienden a descartar, en nombre de una
ideología ingenuamente antifuncionalista, la cuestión de las relaciones entre la
estructura social y la estructura de las representaciones míticas o religiosas, se
observa que no pueden plantear la cuestión (que sólo los estudios comparativos
permitirían resolver) de la relación entre el grado de desarrollo del aparato reli-
gioso y la estructura o la temática del mensaje. En resumen, la tradición intelec-
tual de su disciplina, la estructura relativamente poco diferenciada (incluso
desde el punto de vista religioso) de las sociedades que estudia y el método
idiográfico que utiliza, tienden a imponer al etnólogo la teoría de la religión que
resume la definición durkheimiana de la Iglesia, diametralmente opuesta a la de
26
F.E.V.R., p. 7, subrayado mío.
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F.E.V.R., pp. 62-63. Durkheim observaba, sin embargo, en algunas páginas anterio-
res, que por todas partes uno encuentra, aunque más no sea de modo rudimentario, la
división del trabajo religioso: “Sin duda, es raro que cada ceremonia no tenga su direc-
tor en el momento en que se celebra; incluso en las sociedades más sumariamente orga-
nizadas, hay generalmente hombres que la importancia de su rol designa para ejercer
una influencia directa sobre la vida religiosa (por ejemplo los jefes de los grupos locales
en ciertas sociedades australianas). Pero esta atribución de funciones es todavía muy
flotante” (F.E.V.R., p. 61, núm. 1).
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Y sin duda, más o menos confusamente, de todo etnólogo que tiene un interés pro-
fesional en rechazar la tesis de Marx según la cual las formas más complejas de la vida
social encierran el principio de la comprensión de las formas más rudimentarias (“La
anatomía del hombre es la llave de la anatomía del mono…”).
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Sobre este punto, se puede consultar la síntesis del debate entre Claude Lévi-
Strauss y Paul Ricœur (Esprit, noviembre de 1963, pp. 628-653) donde se verá que la cues-
tión de la especificidad de las producciones del sacerdocio es escamoteada, tanto por el
filósofo, preocupado por salvar la irreductibilidad bíblica (A), cuanto por el etnólogo,
que, reconociendo explícitamente el trabajo religioso de los especialistas (B), la elimina de su
análisis : (A) “por mi parte, estoy impactado porque todos los ejemplos sean tomados en
el área geográfica que ha sido la del supuesto totemismo, y jamás en el pensamiento se-
mítico, prehelénico o indoeuropeo […] Me pregunto si el fondo mítico con el cual esta-
mos conectados –fondo semítico (egipcio, babilónico, arameo, hebreo), fondo protohelé-
nico, fondo indo-europeo– se presta tan fácilmente a la misma operación, o, más bien […]
ellos se prestan seguramente, ¿pero se prestan totalmente?” (p. 607) (B) “El Antiguo Tes-
tamento, que, ciertamente pone en práctica materiales míticos, los retoma en vistas de
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como lo observa justamente Weber, la visión del mundo que proponen las gran-
des religiones universales es el producto de grupos bien definidos (teólogos pu-
ritanos, sabios confucianos, brahmanes hindúes, levitas judíos, etcétera) incluso
de individuos (como los profetas) que hablan para grupos determinados, el aná-
lisis de la estructura interna del mensaje religioso no puede impunemente igno-
rar las funciones sociológicamente construidas que cumple, en primer lugar,
para los grupos que lo producen, y, por otra parte, para los grupos que lo con-
sumen. Así, la transformación del mensaje en el sentido de la moralización y de
la racionalización puede, por ejemplo, resultar –al menos por una parte– del he-
cho de que el peso relativo de las funciones que se pueden llamar internas, crece
a medida que el campo se autonomiza.
otros fines que el que fue originariamente el suyo. Sin ninguna duda, ciertos redactores
los han deformado interpretándolos; esos mitos han sido sometidos pues, como dice
muy bien Ricœur, a una operación intelectual. Sería necesario comenzar por un trabajo
preliminar, que apunte a volver a encontrar el residuo mitológico y arcaico subyacente a
la literatura bíblica, lo que, evidentemente, no puede ser la obra sino de un especialista”
(p. 631) “Conocemos muchos mitos historizados por el mundo; es totalmente impac-
tante, por ejemplo, que la mitología de los indios zunis del suroeste de Estados Unidos,
haya sido ‘historizada’[...] por teologías indígenas, de una manera comparable a la de
otras teologías a partir de los mitos de los ancestros de Israel” (p. 636).
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W. u. G., p. 335.
31
M. Weber, Gesammelte Aufsätze sur Religionsoziologie, Tübingen, J. C. B. Mohr, 1920-
1921, vol. I, pp. 276-536.
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Sin duda, no hay formación social que, por débil que fuera el desarrollo del apara-
to religioso, ignore la oposición que establecía Durkheim, después de Robertson Smith,
entre la religión institucionalmente establecida, expresión patente y legítima de las creen-
cias y de los valores comunes del grupo, y de la magia como el conjunto de las creencias
y de las prácticas características de los grupos o de las categorías dominadas (como las
mujeres) o que ocupan posiciones sociales estructuralmente ambiguas (como el herrero o la
vieja dama en las sociedades bereberes).
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W. u. G., pp. 368-369.
34
F.E.V.R., pp. 59-60.
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2.1. En tanto que sistema simbólico estructurado que funciona como prin-
cipio de estructuración que 1) construye la experiencia (al mismo tiempo
que la expresa) en calidad de lógica en estado práctico, condición impensada
de todo pensamiento, y de problemática implícita, –i. e. de sistema de cues-
tiones indiscutidas que delimitan el campo de lo que merece discusión por
oposición a lo que está fuera de discusión, por lo tanto admitido sin dis-
cusión–, y que 2) gracias al efecto de consagración (o de legitimación) que
ejerce el solo hecho de la explicitación, hace sufrir al sistema de las disposi-
ciones respecto del mundo natural y del mundo social inculcadas por las
condiciones de existencia, un cambio de naturaleza. Particularmente, trans-
mutando el ethos como sistema de esquemas implícitos de acción y de
apreciación en ética, como conjunto sistematizado y racionalizado de nor-
mas explícitas, la religión está predispuesta a asumir una función ideológi-
ca, función práctica y política de absolutización de lo relativo y de legitimación
de lo arbitrario que no puede cumplir sino en tanto que asegure una función
lógica y gnoseológica y que consiste en reforzar la fuerza material o simbóli-
ca susceptible de ser movilizada por un grupo o una clase, legitimando
todo lo que define socialmente ese grupo o esa clase, i. e. todas las propie-
dades características de una manera entre otras de existir, por lo tanto ar-
bitrarias, que le están objetivamente asociadas en tanto que ocupa una posición
determinada en la estructura social (efecto de consagración como sacralización
por la “naturalización” y la eternización).
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dominio práctico, la alquimia religiosa hace “de necesidad virtud”, o, según los
términos de William James, “hace fácil y feliz lo que es inevitable”, en el domi-
nio gnoseológico hace “de necesidad razón” transformando las barreras sociales
que definen lo “impensable” en límites lógicos, eternos y necesarios. Así, por
ejemplo, sería fácil demostrar que, como lo sugiere Paul Radin, la representa-
ción de la relación entre el hombre y las potencias sobrenaturales que proponen
las diferentes religiones, no puede superar los límites impuestos por la lógica que
rige el intercambio de bienes en el grupo o la clase considerada;35 todo ocurre
como si la representación “eucarística” del sacrificio, casi totalmente desconoci-
da en las sociedades primitivas, donde los intercambios obedecen a la ley del don
y del contra-don, e incluso en las clases campesinas que, como lo observa Weber,
tienden a obedecer, en sus relaciones con el dios y con el sacerdote, a una “moral
estrictamente formalista del do ut des”, no pudiera desarrollarse sino cuando las
estructuras del intercambio económico vengan a transformarse, en particular con
el desarrollo del comercio y del artesanado urbano, que, instaurando la relación
con el cliente, hace posible la concepción de una moralización calculadora de las
relaciones entre el hombre y la divinidad. Y se sabe el efecto de consagración que
puede ejercer, en retorno, no solamente en el dominio práctico sino también en el
dominio teórico, la transfiguración religiosa del ethos ascético de la clase burgue-
sa naciente en una ética religiosa de la ascesis en el mundo.
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P. Radin, op. cit., pp. 182-183.
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analistas, los novelistas y los consejeros conyugales, sin hablar de los semana-
rios femeninos, tienen por condición social de posibilidad un desarrollo del in-
terés por los problemas de conciencia y un incremento de la sensibilidad a las
miserias de la condición humana que no es en sí misma posible sino en un tipo
determinado de condiciones materiales de existencia: la representación del pa-
raíso como lugar de una felicidad individual mantiene con la esperanza milena-
rista de una subversión del orden social que habita la fe popular, la misma
oposición que la revuelta “metafísica” contra la absurdidad de la existencia hu-
mana y contra las únicas “alienaciones” universales –las que la situación de
privilegio no elimina jamás totalmente y que puede incluso redoblar desarro-
llando la actitud para expresarlas, para analizarlas y, por ello, para experimen-
tarlas–, y la resignación de los desheredados frente al destino común de sufri-
mientos, de separaciones y de soledad. Todas esas oposiciones paralelas tienen
por principio la oposición entre las condiciones materiales de existencia y las
posiciones sociales donde se engendran esos dos tipos opuestos de representa-
ciones transfiguradas del orden social y de su porvenir.
Si la representación del paraíso como lugar de una felicidad individual co-
rresponde mejor hoy a las demandas religiosas de la pequeña burguesía que a
las de las fracciones dominantes de la burguesía, tan propicias a la escatología
cientista de un Teilhard de Chardin, como a la futurología de los planificadores
prospectivistas, es porque, como lo observa Reinhold Niebuhr, el “milenarismo
evolucionista ha expresado siempre la esperanza de las clases acomodadas y
privilegiadas que se juzgan demasiado racionales como para aceptar la idea de
una emergencia repentina del absoluto en la historia”, para quienes “el ideal
está en la historia y camina hacia su triunfo final” e “identifican Dios y la natu-
raleza, lo real y lo ideal, no porque las concepciones dualistas de la religión clási-
ca son demasiado irracionales para ellos, sino porque no sufren tanto como los
desheredados las brutalidades de la sociedad contemporánea y no se hacen una
imagen tan catastrófica de la historia”.36
2.2.1. Dado que el interés religioso tiene por principio la necesidad de le-
gitimación de las propiedades asociadas a un tipo determinado de con-
diciones de existencia y de posición en la estructura social, las funciones
36
R. Niebuhr, Moral Man and Immoral Society, Nueva York, Charles Scribners’s Sons,
1932, 62.
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W. u. G., p. 371.
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Por esta razón, la tentativa de Max Weber para caracterizar las grandes religiones
universales por los grupos profesionales o las clases que han jugado un rol determinante
en su propagación tiene, sobre todo, un valor sugestivo en la medida en que indica el
principio del estilo propio de cada uno de los grandes mensajes originales: “Si uno quiere
caracterizar con una palabra a los grupos sociales que han sido los portadores y los pro-
pagadores de las religiones universales, se puede indicar, para el confucionismo, el buró-
crata ordenador del mundo, para el hinduismo, el mago ordenador del mundo, para el
budismo, el monje mendigo errante por el mundo, para el islam, el guerrero conquista-
dor del mundo, para el judaísmo, el comerciante que recorre el mundo, para el cristianis-
mo, el compañero artesano itinerante: todos esos grupos que actúan no son como los por-
tavoces de sus ‘intereses de clase’ profesionales o materiales, sino en tanto que portadores
ideológicos (ideologische Träger) del tipo de ética o de doctrina de salvación que armonizaba
mejor con su posición social”. (W. U. G., pp. 400-401, subrayado mío).
39
E. Troeltsch, Die Soziallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, Tubingen, Mohr,
1912, t. I. in Gesammelte Schriften von E. Troeltsch (1922), reimpresión, Aalen, Scientia Ver-
lag, 1961.
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2.3. Dado que una práctica o una ideología religiosa no puede, por de-
finición, ejercer el efecto propiamente religioso de movilización que es
correlativo al efecto de consagración, sino en la medida que el interés
político que la determina y la sostiene permanezca disimulado tanto a
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L. Finklestein, The Pharisees: The Sociological background of their Faith, Nueva York,
Harper and Bros., 1949, 2 vol.
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Cf. C. Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, op. cit., cap. IX y X, pp. 183-226.
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Bastará con relatar aquí la plegaria que una comunidad del Pendjab famosa por su
piedad, dirige a su santo patrón:
“Un hombre afamado no puede cumplir tu culto.
Retoma tu rosario.
No pido sino el polvo de los pies del Santo.
Haz que no esté endeudado.
Te pido dos seer de harina,
Un cuarto de seer de manteca y de sal.
Te pido la mitad de un seer de pulse,
Que me alimentará dos veces por día.
Te pido un lecho de cuatro patas,
Un cojín y un colchón.
Te pido un taparrabo para mí
Y entonces tu esclavo te servirá con devoción.
Jamás he sido codicioso.
No amo nada más que tu nombre”
(P. Radin, op. cit., pp. 305-306).
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“Quesalid no se convirtió en un gran hechicero porque curara a sus enfermos, sino
que sanaba a sus enfermos porque se había convertido en un gran hechicero” (C. Lévi-
Strauss, op. cit., p. 198) Para darse una imagen más cercana a esta dialéctica, sería nece-
sario analizar las relaciones objetivas y las interacciones que unen el pintor con su públi-
co grosso modo desde Duchamp y que encuentran su forma arquetípica hoy entre los
sostenedores del arte pobre o del arte conceptual, conducidos a “vender” su convicción o
su sinceridad en tanto que es la garantía única y última de su pretensión a decretar la
pertenencia de un objeto cualquiera a la clase de las obras de arte o, lo que viene a ser lo
mismo, a afirmar su pretensión al monopolio de la producción artística por el solo hecho
de producir como artistas, i. e. pensándose como artistas, dándose por artistas, un objeto deli-
beradamente cualquiera, y que no importa quien podría producir.
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Basta pensar en aquel profeta del que habla Evans- Pritchard, que vivía en el mon-
te, comiendo excrementos humanos y animales y que corría del suelo a la cima de su es-
tablo, o en tal otro que pasaba todo el día gritando desde lo alto de la pirámide de tierra
y de residuos que él mismo había edificado (E. E. Evans-Pritchard, Nuer Religion, Oxford,
Clarendon Press, 1962, 1ª edición, 1956, pp. 305-307). Del mismo modo en Le Judaïsme
antique, Max Weber describe a los profetas bíblicos, que descienden a la calle para cubrir
de invectivas personales, de amenazas y de injurias a los altos dignatarios del judaísmo
y que manifiestan todos los signos de la pasión más furiosa. Diversos estados patológi-
cos precedían a estos momentos de alta inspiración: Ezequiel se golpeaba los riñones y
pateaba el suelo; luego de una de sus visiones, permanece paralizado durante siete días;
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se sentía flotar en el aire. Jeremías era como un hombre ebrio. Muchos profetas conocían
las alucinaciones visuales y auditivas: caían en estados de hipnosis y se lanzaban en
discursos incontrolados.
45
Sobre la distinción entre el nivel de las interacciones (donde se sitúa el análisis
weberiano de las relaciones entre los especialistas) y el nivel de la estructura de las rela-
ciones objetivas, véase P. Bourdieu, “Une interprétation de la théorie de la religion selon
Max Weber”, Archives européennes de Sociologie, II, (1971), 3-21-
6 2
GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL CAMPO RELIGIOSO
tora en la estructura del campo religioso, del capital de autoridad del que dis-
pone. Esta relación circular, o mejor, dialéctica (ya que el capital de autoridad
que las diferentes instancias pueden comprometer en la concurrencia que les
opone es el producto de las relaciones anteriores de concurrencia), está en el
principio de la armonía que se observa entre los productos religiosos ofrecidos
por el campo y la demanda de los laicos, al mismo tiempo que de la homología
entre las posiciones de los productores en la estructura del campo y las posi-
ciones en la estructura de las relaciones de clase de los consumidores de sus
productos.
6 3
PIERRE BOURDIEU
6 4
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6 5
PIERRE BOURDIEU
46
W. u. G., pp. 181 y 347.
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6 7
PIERRE BOURDIEU
nes y que condonan la pena, de los peregrinajes emprendidos para obtener las
“grandes indulgencias”, de los jubileos romanos, de las confessionalia que otor-
gan a ciertos fieles favores espirituales en el uso de la confesión”.47 En tal situa-
ción, el campo religioso es coextensivo al campo de las relaciones de concurren-
cia que se establecen en el interior mismo de la Iglesia. Los conflictos por la
conquista de la autoridad espiritual que se instauran en el subcampo relativa-
mente autónomo de los eruditos (teólogos) que producen para otros eruditos e
inclinados, por la búsqueda propiamente intelectual de la distinción, a tomas de
posición cismáticas en el dominio de la doctrina y del dogma, están destinados
por su naturaleza a permanecer circunscriptos al mundo “universitario”, y la
transformación de lo que llamaremos los cismas clericales en herejías populares
es quizás siempre más aparente que real,48 en la medida en que, incluso en los
casos más favorables a la tesis de la difusión (e. g. John Wyclif y los lolardos, Jean
Huss y los husitas, etcétera), sin duda, en realidad tiene que ver con una mezcla
de invención simultánea y de reinterpretación deformante, acompañadas de
una búsqueda de las autoridades y de las cauciones eruditas. Todo lleva a supo-
ner que es en la medida, y sólo en la medida, en que la estructura de las relacio-
nes de concurrencia por el poder en el interior de la Iglesia le ofrece la posibili-
dad de articularse con un conflicto “litúrgico” y eclesiástico, i. e. un conflicto por
el poder sobre los instrumentos de salvación, que el cisma clerical tiene posibili-
dades de devenir una herejía popular;49 si las ideologías religiosas (e incluso
47
E. Delaruelle, “Dévotion populaire et hérésie au Moyen Age”, in J. Le Goff (editor),
Hérésies et sociétés dans l’Europe pré-industrielle, XIº-XVIIIº siècles, París-La Haya, Mouton,
1968, 152
48
Cf. H. Grundmann, “Hérésies savants et hérésies populaires au Moyen Age”, in J.
Le Goff, op. cit., pp. 209-210, 218.
49
Greenslade ha visto muy bien el peso determinante que retoman las “disputas li-
túrgicas” en los cismas de la Iglesia primitiva (Cf. S. L. Greenslade, Schism in the Early
Church, New York, Harper and Bros., 1953, 37-124). Entre los factores explicativos de la
aparición de las herejías, es necesario tomar en cuenta las propiedades estructurales de
la burocracia sacerdotal, y, en particular, su mayor o menor aptitud para reformarse o
para acoger y tolerar en su seno a los grupos reformadores: así, se pueden distinguir en
la historia de la Iglesia cristiana de la Edad Media, periodos durante los cuales las ten-
dencias “heréticas” pueden realizarse al mismo tiempo que aniquilarse con la creación
de nuevas órdenes religiosas (sea grosso modo hasta comienzos del siglo XIII) y periodos
durante los cuales esas tendencias no pueden tomar la forma más que del rechazo explí-
cito de la orden eclesiástica, en razón de la prohibición de fundar órdenes nuevas (Cf. G.
6 8
GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL CAMPO RELIGIOSO
Leff, in J. Le Goff, op. cit., p. 103 y 220-221). Prolongando una sugerencia de Jean Le Goff,
uno puede preguntarse si las variaciones de la frecuencia de la herejía no mantienen una
relación con fenómenos morfológicos tales como las fluctuaciones del volumen del cuer-
po de los clérigos y de la aptitud correlativa de la Iglesia para dirigir las herejías, ofre-
ciéndoles una evasión mística en su propio seno.
6 9
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50
L. Kolakovski, Chrétiens sans église, la conscience religieuse et le lien confessionnel au
XVIIºsiècle, París, Gallimard, 1969, 306.
51
La contestación de la jerarquía establecida que, con el montanismo, va hasta el re-
chazo del principio mismo de orden y de autoridad, conduce a las herejías de la Iglesia
primitiva a temas ideológicos totalmente vecinos de los de las herejías medievales (Cf. S.
L. Greenslade, op. cit.).
7 0
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7 1
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52
W. u. G., p. 421.
53
Cf. P. Bourdieu, Sociologie de l’Algérie, París, Presses Universitaires de France, 1ª
edición 1958, tercera edición 1970, 101-103.
7 2
GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL CAMPO RELIGIOSO
54
Cf. J. Le Goff, “Culture cléricale et traditions folkloriques dans la civilisation
mérovingienne”, in L. Bergeron (ed.), Niveaux de culture et groupes sociaux, París, Mouton,
1967, 21-32.
55
Cf. P. Bourdieu, ibid.
7 3
PIERRE BOURDIEU
56
W. u. G., p. 361.
57
W. u. G., p. 362.
58
W. u. G., p. 366.
59
P. Radin, op. cit., p. 19.
60
P. Radin, op. cit., p. 37.
7 4
GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL CAMPO RELIGIOSO
7 5
PIERRE BOURDIEU
Sin duda, no es por un efecto del azar que dos de las fuentes más importan-
tes de la filosofía escolástica manifiesten, de manera ideal-típica, en su propio tí-
tulo, la homología entre las estructuras políticas, cosmológicas y eclesiásticas
que la Iglesia tiene por función inculcar: estas dos obras, atribuidas a Denys el
Areopagita, Sur la hiérarchie céleste y Sur la hiérarchie ecclésiastique, encierran una
filosofía emanantista que establece una estricta correspondencia entre la jerar-
quía de los valores y la jerarquía de los seres haciendo del Universo el resulta-
do de un proceso de degradación desde lo Uno, lo Absoluto, hasta la materia,
pasando por los arcángeles, los ángeles, los serafines y los querubines, el hom-
bre y la naturaleza orgánica. Este sistema simbólico, donde la cosmología aristo-
télica se integra sin dificultad, con su “primer motor inmóvil”, que transmite su
movimiento a las esferas celestes más altas, de donde desciende, por grados su-
cesivos, hasta el mundo sublunar del devenir y de la corrupción, parece predis-
puesto por cierta armonía preestablecida para expresar la estructura “emanatis-
ta” del mundo eclesiástico y del mundo político: cada una de las jerarquías
–papa, cardenales, arzobispos, obispos, bajo clero, emperador, príncipes, du-
ques y otros vasallos–, siendo una imagen fiel de todas las otras, no es, en última
instancia, sino un aspecto del orden cósmico establecido por Dios, por lo tanto
eterno e inmutable. Instaurando una correspondencia tan perfecta entre los dife-
rentes órdenes, a la manera del mito que reduce la diversidad del mundo a se-
ries de oposiciones simples y jerarquizadas, ellas mismas reductibles las unas a
las otras, alto y bajo, derecha e izquierda, masculino y femenino, seco y húmedo,
la ideología religiosa produce esta forma elemental de la experiencia de la
necesidad lógica que engendra el pensamiento analógico unificando universos
separados. La contribución más específica de la Iglesia (y más generalmente, de
la religión) al mantenimiento del orden simbólico consiste menos en la transmu-
tación al orden de la mística61 que en la transmutación al orden de la lógica que hace
sufrir al orden político por el solo hecho de la unificación de los diferentes
órdenes: el efecto de absolutización de lo relativo y de legitimación de lo arbitra-
rio se encuentra producido no solamente por la instauración de una correspon-
dencia entre la jerarquía cosmológica y la jerarquía social o eclesiástica sino tam-
bién y sobre todo por la imposición de un modo de pensamiento jerárquico que,
61
“El sistema social está de alguna manera transferido en el plano de la mística, don-
de funciona como un sistema de valores sociales ubicado al abrigo de toda crítica y de
toda revisión” (M. J. Fortes y E. Evans-Pritchard, African Political Systems, p. 16).
7 6
GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL CAMPO RELIGIOSO
62
F. E. V. R., p. 24, n.
7 7
PIERRE BOURDIEU
4.2. La aptitud para formular y para nombrar lo que los sistemas simbó-
licos en vigor rechazan en lo informulado o lo innombrable, y para des-
plazar así la frontera de lo pensado y de lo impensado, de lo posible y
de lo imposible, de lo pensable y de lo impensable, aptitud que es corre-
lativa de un alto linaje asociado a una posición de voladizo en la estruc-
tura del campo religioso y en la estructura de las relaciones de clase,
7 8
GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL CAMPO RELIGIOSO
63
W. u. G., II, p. 442.
64
M. Mauss, Œuvres, III, Cohésion sociale et divisions de la sociologie, París, Ed. de
Minuit, pp. 333-334.
7 9
PIERRE BOURDIEU
65
W. D. Wallis, Messiahs, Their Role in Civilization, Washington, American Council on
Public Affairs, 1943, p. 182.
66
Op. cit., p. 45.
8 0
GÉNESIS Y ESTRUCTURA DEL CAMPO RELIGIOSO
67
C. Vasoli, “Une secte hérétique florentine à la fin du XVº siècle, les ‘oints’”, en J. Le
Goff, op. cit., p. 259.
8 1
PIERRE BOURDIEU
opera el mito presenta bajo una forma paradigmática la oposición entre los dos
poderes antagonistas, entre la celeritas y la gravitas, principio de toda una serie
de oposiciones secundarias tales como la oposición entre lo discontinuo y lo
continuo, entre la creación y la conservación, la mística y la religión: “los brah-
manes y también los flámines con la jerarquía sacerdotal que abren, representan
la religión permanente y constantemente pública en la cual encuentra lugar –con ex-
cepción de un solo día– toda la vida de la sociedad y de todos sus miembros. Los lu-
percos y también el grupo de hombres entre los cuales Gandharva parece ser la
transposición mítica, constituyen precisamente esta excepción; salen de una reli-
gión que no es pública ni accesible sino en una aparición efímera […]. Flámines y
brahmanes aseguran el orden sagrado, Luperco y Gandharva son los agentes de
un desorden no menos sagrado; de las dos religiones que representan, una es estáti-
ca, reglada, calma, la otra es dinámica, libre, violenta; es justamente a causa de esta
naturaleza que la segunda no puede dominar sino en un tiempo muy corto, el
tiempo de purificar y también de reanimar, de ‘recrear’ tumultuosamente la prime-
ra”.68 Basta agregar que los flámines son bebedores y músicos, mientras que los
brahmanes se abstienen de licores embriagantes e ignoran el canto, la danza y
la música: “nada original, nada que resulte de la inspiración y de la fantasía”;69 que “la
velocidad (rapidez extrema, aparición y desaparición súbitas, toma inmediata,
etcétera) es el comportamiento, el ‘ritmo’ que mejor conviene a la actividad de
esas sociedades violentas, improvisadoras, creadoras”, mientras que la religión pú-
blica “requiere un comportamiento majestuoso, un ritmo lento”;70 que los luper-
cos y los flámines se oponen también como juniors y seniors, como livianos y
pesados (gurú); que los flámines “aseguran el curso regular de una fecundidad
continua, sin interrupción, sin accidente”, pero, capaces “de prolongar la vida y
la fecundidad” por sus sacrificios, no pueden “reanimarlas”, mientras que los
milagros de los lupercos, “al reparar un accidente, reestablecen una fecundidad
interrumpida”;71 y en fin, que “es porque son ‘excesivos’ que los lupercos y los
ganndharva pueden crear, mientras que los flámines y los brahmanes, no sien-
do sino ‘exactos’ no pueden sino mantener”.72
68
G. Dumézil, Mitra-Varuna, Essai sur deux représentations indo-européennes de la souve-
raineté, París, Gallimard, 1948, pp. 39-40, subrayado mío.
69
Op. cit., p. 45.
70
Op. cit., p. 47.
71
Op. cit., p. 52.
72
Op. cit., p. 53.
8 2
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73
K. Marx, Le 18 brumaire de Louis Bonaparte, París, Ed. Sociales, 1963, p. 13.
8 3