La Luz y El Espacio en Plotino
La Luz y El Espacio en Plotino
La Luz y El Espacio en Plotino
FACULTAD DE FILOSOFÍA
ÍNDICE
1-INTRODUCCIÓN....................................................................................................................4
9- CONCLUSIONES...................................................................................................................62
BIBLIOGRAFÍA.........................................................................................................................65
1. INTRODUCCIÓN
Esta grata tarea autoimpuesta pretende realizar un recorrido que se inicia en una
relación directa con el arte, con la belleza como la ve Plotino, como la recibe en su
experiencia mística de trato próximo con lo divino que le confiere una expresión de
novedosos rasgos, de profundas influencias que se extienden arraigando en el Medievo
y su producción filosófica y artística relacionada. El objetivo de este acercamiento a la
concepción de belleza plotiniana es el de comprender la relación entre la luz y lo bello
que nuestro filósofo encuentra, el de identificar los espacios libres de sombras y de
fugas deformantes por el ojo imperfecto humano, en los que se ubican las realidades
verdaderas previas a las percepciones de nuestros sentidos, el de considerar las esencias
que su pensamiento atribuye a esa relación exquisita. El acercamiento a este tándem
plotiniano luz-belleza precisa de un conocimiento breve a modo de introducción a sus
teorías estéticas, que nos mostrará la importancia que para Plotino tiene el arte como
fuente de conocimiento, la verdad que para él se obtiene de su lectura despierta e
interpretación correcta, ajena a prejuicios de una mente alejada de lo divino, próxima -
por el contrario-, a una mente de escucha que se aleja del yo perceptivo sumido en lo
material y contingente, abierta al acercamiento a la divinidad, a lo bueno, lo bello, lo
verdadero, lo otro. Se trata de un pensamiento que disfruta de una inspiración rechazada
por Platón –quien solo atiende a la razón como acceso a la belleza-, la que contempla
utilizar los sentidos de forma provechosa, aquella capaz de percibir en la belleza del
Nos adentramos seguidamente, como parte de la búsqueda de los principios que rigen
el descubrimiento por parte de Plotino de la que venimos en denominar noética de la luz
y del espacio plotinianos, en una reconstrucción de la estructura que sustenta el
pretendido sistema metafísico, espiritual y místico de nuestro filósofo, en lo que resulta
ser un equilibrado entramado que responde a una procesión de bidireccionales
tendencias, con un origen espontáneo, no dual, ajeno a tensiones y carencias, en el que
se devanan los devenires del ser, las gradaciones descendentes hacia lo que ni nada es,
hacia lo oscuro, con la forma, la idea originaria, recubriéndose de materia, sin llegar a
perder de vista la luz intelectiva, su esencia, que se va atenuando en un alejamiento
ligado a la expansión espacial del cosmos, de la materia, y hacia la que se produce el
retorno mediante el intermedio de la razón, del conocimiento, de la contemplación de la
naturaleza y su belleza inherente. Todo responde al tránsito entre lo ente supremo y lo
no ente, los límites espaciales de esta suerte de paradigma de luminoso descuelgue, de
ínfima base abisal, inaccesibles a todo pensar, una estructura que se afina en las
categorías que responden a las fuerzas de lo inteligible y lo sensible, de las formas del
ser objetivo, del pensar.
diversos autores, de las que Plotino bebe a modo de intérprete, aunque sí podemos
anticipar su origen en textos platónicos como el Parménides, el Timeo o el Filebo;
esperamos poder acercarnos a ellas someramente en el capítulo citado.
Seguidamente, tras esta breve interrupción informativa que nos acerca a los
antecedentes plotinianos, y gracias a los nuevos datos recopilados, podemos ubicarnos
con mayor plenitud en los aspectos espaciales que define Plotino en su obra. Como
veremos no se trata sólo de una geometría -tan próxima a la perfección- ordenadora, no
son solo vectores bidireccionales que establecen equilibrios de fuerzas en la estructura
espacial sostenida a partir del Uno-Bien. Atiende a la cuestión formal, a las virtudes del
límite frente a lo ilimitado, pero llega un momento en el que repara en la contemplación,
en observar los objetos hasta traspasarlos ingresando en lo que ya no es cosa o sujeto,
desgajando por fin las esencias de lo aparente. Plotino asocia el espacio a la naturaleza
que contempla en silencio, lugar cercano a lo no-ente en el que se reproducen
bellamente las formas inteligibles, compuesta de la dispersión de lo múltiple y lo
diverso finitos, de un equilibrio espacial entre lo afín y lo divergente.
Retornamos de nuevo a la luz, y esta vez nos detendremos en una luz poética
iluminadora de la inteligencia -examinada por Borrego Pimentel-, una luz que trata de
proyectarla rebasando lo material, con objeto de que no sucumba exclusivamente en lo
perceptivo, capacitándola para enfrentarse a los objetos concretos. Una actitud
plotiniana que se desarrolla en lo que se ha denominado «filosofía mística», pero que
también responde a una labor crítica y metodológica que en ningún momento pierde de
vista.
libertad externa, causada por el nepotismo de sus gobernantes, y también interna, debido
a unos objetivos personales orientados hacia la codicia y el afán de enriquecimiento1.
Las distintas escuelas helenísticas y romanas tratan la estética de forma secundaria,
con la excepción de nuestro autor, Plotino –encuadrado en el neoplatonismo- y de
Cicerón –ecléctico-.
Atenas, pese a la decadencia política y económica, mantiene su influjo y a ella
acuden filósofos de lugares diversos atraídos por sus escuelas. Fuera su filosofía
acumula seguidores, pero éstos carecen de creatividad. Las ideas estéticas se forjan en
Atenas, pero la información se encuentra fragmentada y en Roma se lleva a cabo una
importante labor de recopilación que ha posibilitado su conocimiento. En el periodo
helenístico-romano se produce poca variación en lo que respecta a los principios
estéticos, desarrollados a partir del siglo III a. C., solo renovados ligeramente en el siglo
I a. C. Hacia el siglo II se produce una corriente mística y trascendental que se
manifiesta tardíamente en Plotino en el siglo III 2. Los textos no se conservaron, y las
ideas llegan hasta nosotros gracias a la transcripción llevada a cabo por los filósofos
romanos.
Tatarkiewicz nos habla de dos tipos de estética, una general o teoría de la belleza y
del arte, cultivada por los filósofos, y otra particular, que conciben los artistas y
eruditos. En la época clásica prevalece la primera, mientras que en la helenística romana
lo hace la segunda, debido a que las tres nuevas escuelas del helenismo -epicureísmo,
estoicismo y escepticismo- se muestran hostiles a la belleza y el arte por no servir a sus
fines. No obstante, van a ser precisamente estas tres escuelas las que más contribuyan a
representar las teorías estéticas del momento, en contraste con la aristotélica, más
preocupada por lo particular y lo técnico, y la platónica, en decadencia. En el primer
lugar del interés por lo artístico se sitúa la música y después las artes plásticas. La
poética mantenía un importante lugar desde Aristóteles y la retórica desde la
antigüedad.
Pero tras esta breve reseña previa, centrémonos en nuestro autor. Plotino bebe de
estas fuentes, pero, como recordamos anteriormente, distanciado seis siglos en el
1
Ver W. Tatarkiewicz, Historia de la estética (I). La estética Antigua. Tres Cantos, Madrid: Akal, 2000,
p. 180.
2
Ibíd., p. 182.
3
Ibíd., p. 328.
Por lo cual debe decirse aquí que la belleza es más el resplandor que se trasluce de la
proporción que la proporción misma, y que ese resplandor es lo amable... De las estatuas,
son más bellas las más llenas de vida, aunque haya otras que estén más proporcionadas, y
¿no es un hombre feo, pero vivo, más bello que la estatua de un hombre bello? Sí, porque
es más deseable, y lo es porque tiene alma, y porque se parece al bien. (Plotino VI 7, 22)
4
Ibíd., p. 329.
5
Ibíd., p. 329.
por dentro, dice que es bella? Porque lo de fuera, si haces abstracción de las piedras es
la forma interior» (Plotino I 6, 3). Luego en Plotino se aúnan los conceptos de belleza
asociados a las formas externa e interna distinguidos por la estética neoplatónica; en su
pensamiento se consolida una unidad de concepto inédita.
Tatarkiewicz destaca cierta ambigüedad consciente en los conceptos plotinianos, en
los que se hace alusión a una imagen psíquica, «la forma interna», pero también a otra
ideal «el modelo»6, y sin embargo su concepción de la belleza es muy clara, la belleza
como «revelación del espíritu en la materia». Su concepto de belleza espiritualista, pero
no antropocéntrica, identifica la belleza con quien es capaz de percibirla: solo las almas
bellas, los ojos habituados a la belleza, son capaces de percibirla y reconocerla, es
preciso hacerse bello para poder ver lo bello. Y no sólo el hombre resuelve acerca de la
belleza, en la naturaleza existen otras fuerzas capacitadas para ello y la belleza
resultante es equiparable a la generada por el arte, aunque superior por estar viva. En
esto Plotino hereda e incorpora a la estética la preferencia de la antigua Grecia por la
naturaleza frente al arte, aunque su intención, como se ha expuesto, sea otra.
Plotino -según describe Tatarkiewicz7- rebasa con su filosofía espiritualista el
carácter mimético de las artes e incorpora a su función representativa las razones
mediante las que el artista completa lo imitado, lo visible, dotándolo de otras
propiedades iluminadas por las ideas, por el modelo o por la forma interior. La idea en
el arte ya había sido considerada por Platón y por los estetas helenísticos-romanos,
aunque con diferencias con respecto a Plotino. Platón la consideraba invariable y eterna,
y Cicerón se centraba en el fenómeno psicológico. Plotino coincide con Platón en su
procedencia del mundo elevado, pero la entiende como «una idea viva del artista»,
atendiendo, a diferencia de Cicerón, al fenómeno trascendental, a su reflejo en la idea.
Así el artista lleva a cabo una doble función que es por una parte creativa, al no
limitarse a reproducir la naturaleza percibida por sus sentidos, sino que saca a la luz la
forma interna que atesora en su mente; pero ocurre que esa forma no es producida por
él, ya que se trata del reflejo proveniente del modelo eterno. Plotino considera el trabajo
individual del artista, su aportación al arte que hace su obra diferente, y también su
recurrencia a la razón solo cuando ha de resolver dificultades; su labor se reparte entre
6
Ibíd., p. 330.
7
Ibíd., p.331.
los dos mundos, entre este mundo, el de las formas externas, el de la symmetria, y el
otro mundo, al que accede a través de su mente, el mundo de la luz intelectiva.
El artista también saca partido a la belleza del color, que para Plotino es “simple
respecto de su forma”, y es tal porque “vence a la oscuridad de la materia por la
presencia de la luz, que es incorpórea y de la naturaleza de la razón y la forma.”
(Plotino, I, 6, 4).
Pero Plotino se afana en descubrirnos que es lo que observan los amantes de la
belleza, no se trata solamente de una forma equilibrada o de un color luminoso. Los que
se abren a la belleza siendo ya -en ese clinamen- ellos mismos bellos, descubren bellas
ocupaciones, maneras bellas, actitudes virtuosas y belleza en las almas, “la luz de las
otras virtudes [...] y, coronando todo ello, el esplendor divino del intelecto.” (Plotino, I,
6, 5).
Para Tatarkiewicz, Plotino concibe el arte como conocimiento8, observación que
enlaza con planteamientos contemporáneos referentes a estas cuestiones, como son los
expuestos por Gadamer. Mediante el arte, el espíritu se manifiesta en imágenes que
posibilitan una visión intelectual y más verdadera del mundo y la existencia, no se trata
de un conocimiento científico ni resultante de la experimentación, sino del
razonamiento y la contemplación.
Plotino encuentra una clara relación entre arte y belleza, según sostiene Tatarkiewicz,
defiende que la belleza es el primer objetivo del arte, una concepción que puede resultar
evidente actualmente y sin embargo entonces no resultaba fácil de sostener. Su estética
procede directamente de la metafísica y no de la experiencia del arte, se basa, al igual
que todo su sistema, en lo absoluto irradiando como una luz la emanación de las formas
diversas de la existencia, resultando ser la belleza el reflejo más evidente de esa
procesión desde la idea. A través de la belleza, encuentra la existencia humana uno de
los caminos más directos de la vuelta anhelada al mundo de lo absoluto. Es por ello que
la belleza y el arte se constituyen como dos elementos fundamentales de la filosofía
plotiniana, el centro de su sistema. Tatarkiewicz recoge las importantes ideas definidas
por el sistema plotiniano, que, a pesar de su unidad, procede a separar en dos partes:
8
Ibíd., p.332.
9
Ibíd., 332.
10
Ibíd., 333.
profundidad es materia, y por eso es oscura. La luz que la ilumina es en cambio forma, y
así la mente puede percibirla 11.
11
Ibíd., 333.
Tras el leve acercamiento precedente al innovador interés de los textos de Plotino por
las cuestiones estéticas -que se encuentran profundamente imbricadas con el resto de su
pensar metafísico-, procedemos a desvelar lo que podría entenderse como el “sistema
plotiniano” que subsiste en toda su obra y, a través del mismo, realizar nuestro primer
ingreso en la noética de la luz plotiniana. Karl Jaspers es uno de los muchos filósofos
que se esfuerza en la reconstrucción del orden plotiniano y lo hace considerándolo uno
de los grandes filósofos metafísicos que pensaron desde el origen 12. Es consciente de
que nuestro filósofo nunca tuvo una intención sistémica, sin embargo es posible
deducir, a la vista de sus teorías, una estructura en la que se sustenta su entramado de
ideas, un entramado equilibrado sobre el que se desarrolla un proceso bidireccional -
descendente y ascendente- extendido a una gran amplitud espacial, partiendo de un
origen espontáneo e inevitable, y no como oposición entre dos extremos, de ahí su
carácter no dual.
En el origen o culmen de tal supuesto sistema se sitúa lo ente supremo, lo Uno,
aquello que escapa a todo pensar, que no es lo Uno frente a lo otro, ni alude a cantidad,
ni a parte de la multiplicidad, por lo que al intentar pensarlo surge lo opuesto y lo
múltiple.
Tampoco admite ser pensado lo no ente -la materia- y en este sentido, comparte
cualidades comunes con lo Uno, carece de forma y determinación, no tiene cantidad, ni
cualidad, ni categoría alguna. Sin embargo –nos recuerda Jaspers- a diferencia de aquel,
su no ser es ilimitado y desmedido, siempre necesita de algo en su absoluta precariedad,
se sitúa en la hondura de la existencia individual que es total oscuridad.
El mundo es lo ente y su existencia se sostiene en un ser intermedio situado entre lo
ente supremo y lo no ente que abarca tres grados intermedios: espíritu, alma y
naturaleza. Lo ente logra ser a partir de lo Uno y a través de la materia. La corriente del
ser parte de lo Uno mostrando las formas de la existencia que se estructuran mediante
una gradación que se aleja del origen inspirador progresivamente hacia la oscuridad de
12
K. Jaspers, Los grandes filósofos (3). Los metafísicos que pensaron desde el origen: Anaximandro,
Heráclito, Parménides, Plotino, Anselmo, Spinoza, Lao-Tse, Nagarjuna. Madrid: Tecnos, 1998, p. 59.
la materia. La materia, sostiene Jaspers, “aun cuando no sea tampoco es nada” 13, su
calificación como “ser del no ser” supone una mentira presente en todo ente.
Plotino describe tres gradaciones que se estructuran entre lo Uno y la materia. En el
centro mismo del edificio del ser se alberga el alma. De ésta parte la bidireccionalidad,
la doble intención o tendencia que se orienta hacia arriba, hacia lo ente supremo, y hacia
abajo, en dirección a la materia. La vuelta hacia lo Uno precisa del nivel intermedio que
constituye el mundo inteligible de las formas puras, el Nus, hacia el que se dirige
mediante la razón; la tendencia al descenso, hacia lo no ente, también precisa de una
intermediación que posibilita el estrato intermedio inferior, labor que desempeña la
naturaleza, el mundo corpóreo.
Jaspers recoge la descripción del conocimiento racional mediante el que las almas se
elevan en dirección a lo Uno. Este se realiza gracias a la multiplicidad integrada en un
todo del que resulta el “cosmos del espíritu”14, constituido por el mundo atemporal de
las formas, que se denominan ideas y encierran los “arquetipos de todo ente”, lo que
“verdaderamente es”, mientras que los entes que de ellas son copia tienen tan solo un
ser aparente. El mundo intelectivo es permanente y eterno. En el Nus se da el
pensamiento, en él se identifican el pensar y lo pensado rompiendo toda oposición entre
pensar y ser; piensa la idea como a sí mismo, es la autoconciencia, la que posibilita esa
división pensar-pensado, equivalente a lo Uno y lo Otro, constituyendo “una unidad en
la pluralidad". El espíritu se concibe como lo “verdaderamente ente”, separado del
tiempo, depósito de vida de las formas puras, los arquetipos o ideas.
En cuanto a la mirada que desciende, en su acción el alma -que lo es del mundo- da
lugar al mundo temporal, a la naturaleza, proceso en el que también da vida a los entes
individuales de las múltiples existencias. El alma individual, alejada del cosmos de las
ideas, se torna temporal, mortal y finita La naturaleza se expande así espacial y
temporalmente, diferenciándose de la materia gracias a la forma, con la que se suma al
mundo de lo ente, distante de la incorporeidad de la materia imposible de percibir ni de
pensar. Según Jaspers, en este despliegue existencial el alma se va revistiendo de
13
Ibíd., p. 60.
14
Ibíd., p. 60.
sucesivos envoltorios hasta llegar a ocultarse a sí misma en el nivel más ínfimo del ser,
donde aún permanece su esencia indestructible 15.
Hasta aquí hemos entrado en contacto con las gradaciones de lo ente, y ahora
podemos ir más allá en la estructura que tratamos de dilucidar, para detenernos, como
sugiere Jaspers, en las categorías que tienen que ver con las “formas del ser objetivo”,
con lo pensable, y sucede que estas se reducen a tan solo dos, correspondientes a los
mundos inteligible y sensible. El alma no se corresponde con categoría alguna, ya que
se ubica en un mundo intermedio que depende de las intermediaciones superior e
inferior descritas, tampoco lo hacen el Uno y la materia, inaccesibles a todo pensar:
El alma conoce el reino del espíritu con las categorías inteligibles del ser, la identidad y la
alteridad, el movimiento y el reposo (tomadas del diálogo platónico del sofista); pero
también alcanza al reino de la naturaleza, y lo hace mediante las categorías sensibles del
espacio, el tiempo, la cualidad, la cantidad, etc. (las categorías de Aristóteles)16.
15
Ibíd., pp. 60-61.
16
Cita y entrecomillados siguientes, ibíd., p. 61.
Ya venimos observando que para Plotino la belleza es una cualidad del espíritu, el
Nus es lo más bello que es y lo es habitando en una luz pura, en este sentido nos
recuerda Jaspers:
Envuelve a todo ente, y hasta el mundo bello de la naturaleza no es sino una sombra de
él. Habita en su radiante majestad, pues nada hay en él que sea oscuro o carezca de medida.
El espíritu lleva una vida bienaventurada17.
17
Ibíd., p. 61.
18
Esta cita y resto de entrecomillados, ibíd., p. 62.
contempla en silencio, es un alma que duerme, no acude a conceptos, crea sin pensar,
como el artista, partiendo de ideas pero sin una referencia a imágenes. También la
equipara al geómetra, ambas maneras de crear generan trazando las figuras, pero en la
naturaleza el trazado no es preciso llevarlo hasta el final ya que los cuerpos definen sus
contornos surgiendo por sí mismos.
La tendencia bidireccional, el descenso y el ascenso, el alejamiento y el acercamiento
respecto de lo Uno, producen el pensar y el contemplar que generan lo ente, a partir del
ente supremo, y sus diversos grados. El por qué al misterio del proceso desde lo Uno no
fue revelado por Plotino, quien, sostiene Jaspers, se limitó a expresar su “intuición del
enigma”. Para Plotino lo Uno se basta a sí mismo, lo que de él procede surge sin ser
querido, si ninguna intencionalidad o movimiento por su parte. El mundo descrito por
Plotino no ha sido creado por el Demiurgo platónico, ni por el Dios bíblico, tampoco
por el motor inmóvil de Aristóteles. Según Jaspers, Plotino no concibió un concepto
claro para definir lo que después se ha denominado emanación, y que en algunos casos
también se define como procesión, generación o sucesión. Para Jaspers, en Plotino “a lo
Uno le sucede lo Otro como un destello que irradia desde él, rodeándolo, al igual que la
luz en torno al sol [...]. Cuanto más alejado esté de su fuente originaria, tanto más débil
se tornará la irradiación, hasta perderse del todo en las tinieblas, en el vacío, en la
nada”19. La generación no crea desde la nada ni lo hace a través de un sustrato previo,
sino que la vida se desborda desde lo Uno dando lugar a un ser autónomo y diferente del
originario. La generación se asocia al contemplar en reposo, así es como acontece el
Nus desde lo Uno. El contemplar es en realidad simultaneo y bidireccional, por el
deviene la generación hacia abajo y el retornar hacia arriba. Aparece también asociado
el contemplar al amar, contemplando se aspira a las ideas al pensar aproximándose al
artífice.
Lo Uno se desborda en su perfección, en su autosuficiencia y de ahí su
sobreabundancia que da lugar al mundo. Al ser principio no precisa de lo que le sucede,
no lo quiere ni lo crea voluntariamente, lo que resulta permanece ligado al ente
supremo. La generación desde lo Uno no le supone ninguna pérdida, y esto se hace
extensible a los sucesivos grados. Jaspers destaca la simplicidad superior de lo que
19
Ibíd., pp. 62-63.
20
Ibíd., p. 64.
21
Ibíd., p. 64.
del Alma (Eneada IV, 3-5). Para que el Alma pueda «proceder hacia adelante», sostiene,
es preciso que posea un cuerpo y un lugar propio:
Plotino compara el alma con un centro luminoso «que irradia esplendor»; la zona celeste
que es vecina del Alma (el sol, la luz y la luna), con los límites extremos del fuego; y la
materia, con la tiniebla en la que se va desvaneciendo el fuego 22.
Son muchas las ocasiones en las que Plotino se refiere a la luz como instrumento con
el que alumbrar sus teorías:
Para Zamora Calvo, esta intervención del Alma se produce en dos fases, una primera
en la que el Alma procede a generar la materia a modo de sustrato oscuro o tiniebla, y
una segunda en la que el Alma impone un logos que confiere una estructura a la
materia, dotándola de una especie de forma que la configura dando lugar al cuerpo, sin
el que no podría «proceder hacia delante» al no encontrar un lugar en el que ubicarse
adecuado a su naturaleza, sin él no sería posible el descenso o procesión del Alma, lo
que hace precisa la estructuración previa de la materia generada. Esto avala, por otro
lado, la preeminencia de la bondad frente a la maldad, el Alma no puede ser mala por
ser previa a la materia. El alma individual al volverse hacia el Alma universal se
22
Ibíd., pp. 239-240.
23
Ibíd., pp. 240-241.
ilumina, pues se encuentra con el ser. Más si se vuelve hacia sí misma separada de su
predecesora, se dirige hacia su postrera, hacia el no-ser, entonces surge el alma inferior
productora de la indeterminación que es la materia. Y es en el ámbito intermedio, entre
los límites del mundo inteligible y del sensible, en donde se halla su medio 24.
24
Ibíd., p. 243.
NEOPLATÓNICAS Y MISTÉRICAS.
Tras una primera indagación en el edificio que resulta de la estructura sustentante del
pensamiento plotiniano, procedemos a recoger las múltiples influencias filosóficas que
contribuyen a la culminación de su visión metafísica del mundo intelectivo, de la
noética que se imbrica en la Inteligencia engendrada por la luz del Uno-Bien y en el
alma sucesora de ella, conceptos todos que subyacen a su aspiración mística posterior a
todos los conocimientos, a todo entendimiento.
Autores como Borrego Pimentel, reconocen que no existe unanimidad en lo referente
a las fuentes de inspiración plotinianas, y los estudios realizados en su mayoría se han
decantado por los aspectos filológicos e históricos. Considera insuficiente centrar el
estudio de las Enéadas desde la perspectiva hermenéutica filosófica, atendiendo
solamente a una clasificación de axiomas en referencia a los modelos anteriores o a la
influencia posterior y las formas de evolución. Es preciso tener presente el «carácter
experiencial» de los escritos de Plotino que atienden a objetivos existenciales, místicos
o psicológicos, y enfrentar la profunda orientación espiritual y noética de sus vivencias,
además de atender a los factores influyentes procedentes de su formación y de su
inculturación en las religiones mistéricas y en la filosofía neoplatónica. Ejemplos de
esta última son las influencias previas detectadas en sus textos procedentes de Platón o
de Aristóteles, pero también de Numenio de Apamea, así como de la literatura del
medioplatonismo.
Borrego Pimentel, al reflexionar acerca de la visión del ser cósmico plotiniano, de su
multiplicidad y, al mismo tiempo, de su soledad trascendental en la búsqueda metafísica
de lo Uno, incide en «la gran intuición plotiniana», que se refiere a que el ser no puede
ser concebido desde la individualidad. Lo separado e individual no se comprende sin el
todo, para Plotino, y este es un principio que se encuentra también en el pensamiento
hindú –en los Vedas- con el que se ha emparentado a Plotino, pero también es
considerado por pensadores posteriores como Spinoza o Hegel, «el esplendor de la
Unidad del Todo»25 es un elemento común en la mística de oriente y occidente.
25
E. Mª Borrego Pimentel, Cuestiones Plotinianas. Granada: Universidad de Granada, 1994, p. 63.
La primacía del Uno sobre el ser se apoya en una lectura de los diálogos platónicos. La
transformación de las tres primeras hipótesis del Parménides en tres realidades
jerárquicamente estructuradas, las tres hipóstasis, en interacción con el demiurgo y el
«receptáculo del devenir» del Timeo, y las nociones de límite e ilimitado del Filebo.
A este esquema añadimos un apartado dedicado a la función de los mitos en Plotino y al
análisis de la genealogía hesiódica (Urano-Crono-Zeus) en correspondencia con las tres
hipóstasis (Uno-Bien, Inteligencia y Alma)26.
Antes de que Aristóteles fundara la «ciencia del ser en cuanto ser», el Parménides de
Platón ya llevó a cabo la primera tematización de la metafísica que conocemos en función de
una reflexión sobre el Uno. Precisamente la evolución del neoplatonismo pagano desde
Plotino hasta Damascio va a venir determinada por esta reflexión sobre el Uno. En la
primera hipótesis del Parménides, tal y como la interpretan los neoplatónicos, el Uno ocupa
una posición predominante frente al ser. De ahí que podamos afirmar con Couloubaritsis que
en la primera construcción de la metafísica occidental la ontología no se identifica con la
metafísica. [...] De este modo los principios de la ontología clásica griega –ser, pensamiento,
vida- se dan simultáneamente en la segunda hipóstasis, la Inteligencia 27.
Para Zamora Calvo, la reflexión sobre las nociones del uno y lo múltiple y su
interrelación inevitable, es fundamental para la historia de la metafísica y se acerca a su
máxima concreción con Plotino:
26
J.M. Zamora Calvo, La génesis de lo múltiple. Materia y mundo sensible en Plotino. Valladolid:
Universidad de Valladolid. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2000, p. 22.
27
Ibíd., pp. 42-43.
Como veremos con más detalle más adelante, Plotino parafrasea al Fedro platónico
cuando narra su acceso a los dioses a través de la contemplación de la luz que de ellos
emana, y también la visión luminosa compartida que los dioses tienen del mundo, y de
la que también pueden disfrutar algunas almas. Se acerca a los textos platónicos,
especialmente a los diálogos, como un “fiel exégeta” que indaga en ellos como en el
resto de la sabiduría de la antigüedad. El neoplatonismo en sus lecturas fija su atención
especialmente en el Parménides y en el Timeo. En el Parménides Platón indaga en la
visión de la realidad a través del Uno, mientras que en el Timeo el objeto de estudio es
la naturaleza. Plotino, además, recurre a las nociones de límite e ilimitado que Platón
trata de concretar en el Filebo.
Las nueve hipótesis finales del Parménides, donde Platón muestra nueve modos
diferentes e independientes de pensar el Uno, son estudiadas a fondo por Plotino. Para
algunos autores29, en la lectura de la primera hipótesis es donde encuentra Plotino su
más profunda inspiración en lo referente al Uno. Zamora Calvo -en el estudio profundo
que realiza de la estructura del Parménides y de la hermenéutica plotiniana al respecto-
entiende que en las tres primeras hipótesis de la segunda parte del Parménides es donde
halla Plotino la base henológica que explica la relación entre lo Uno y lo múltiple,
realizando una transformación del platonismo en «neoplatonismo». Plotino toma de
aquello en lo que coincide con Platón y pasa por alto los conceptos que no le
convencen, como ocurre con el de «la instantaneidad» de la tercera hipótesis del
Parménides, ya que su concepción del tiempo difiere de la de Platón. También recurre
al Timeo y realiza entre ambos lo que Zamora Calvo denomina «trasvase
hermenéutico», así:
28
Ibíd., p. 49.
29
Ibíd., p. 51.
Para Zamora Calvo, Plotino entiende la construcción del mundo a través del Timeo,
sirviéndose del «puente hermenéutico» establecido con el Parménides. De las tres
primeras hipótesis del Parménides, extrae, transformándolas, las tres primeras
hipóstasis –el Uno-Bien, la Inteligencia y el Alma, y del Timeo, en cuanto a los cuatro
elementos que posibilitan la formación del mundo –el demiurgo, el mundo de las
formas inteligibles, el receptáculo o medio espacial y el alma del mundo-, obtiene su
cosmología matizando sus funciones y características, en un afán, propio de la época,
por explicarse el origen del mundo para poder comprender el destino humano. Así
forma Plotino la base de su sistema, en una amalgama entre la henología o metafísica
del Uno y la cosmología, con la construcción del mundo por el demiurgo -tomando
como modelo el mundo inteligible- entendida como una síntesis entre las posturas del
platonismo medio –recuperadora de esta figura- y la Antigua Academia –que lo
considera innecesario-, haciéndolo devenir a una función intermedia situada entre el ser
supremo y el mundo sensible. En cuanto a la interpretación del Filebo llevada a cabo
por Plotino, Zamora Calvo enfatiza la importancia que para Plotino adquiere, a la hora
de afrontar los conceptos de limitado e ilimitado por parte de este diálogo platónico, la
relación de la materia con lo ilimitado y la multiplicidad. Este diálogo parece completar
la teoría del Timeo, dado que lo ilimitado del Filebo parece corresponderse con el
espacio del Timeo. Plotino sostiene que lo ilimitado es la materia; lo ilimitado sometido
al límite adquiere perfección y la facultad de generar el ser, practicando «el axioma de
la productividad de lo perfecto»31. A ello volveremos en un capítulo posterior, pero
anticiparemos que Zamora Calvo expresa que este sometimiento se hace posible en los
movimientos simultáneos de despliegue o proódico –ilimitado, indefinido- y de
repliegue o epistrófico –de regreso al progenitor, al límite-, en el tránsito entre la
segunda y la tercera hipostasis.
30
Ibíd., p. 63.
31
Ibíd., p. 84.
Así, para Platón la visión consiste en la conexión de la luz que fluye del ojo con la luz
diurna circundante, entonces lo semejante cae sobre lo semejante, y en línea recta a los ojos
surge un cuerpo afín.
Para Aristóteles la visión, como las demás sensaciones, se realiza a través de un medio, lo
transparente o diáfano. La luz es el acto de transparencia, y el color actúa sobre lo
transparente «en acto» que, a su vez, actúa sobre el órgano correspondiente. [...]
Algunos académicos explican la visión como un «derrame» de un rayo de luz que se
dirige desde el ojo hasta el objeto y después regresa del objeto hasta el ojo. Según Bréhier,
para esta exposición Plotino se basa en un capítulo de los doxógrafos en que se enumeran las
distintas teorías de la visión. Desde el punto de vista plotiniano, para ellos no es necesaria la
existencia de un medio, excepto si temen que el rayo de luz se caiga.
32
Ibíd., p. 377.
Para los estoicos, la luz se extiende en forma de cono desde el ojo hasta el objeto, y el
alma se sirve de este cono como de un bastón, Según esto, la resistencia del objeto a la luz
necesita de algún medio33.
Los epicúreos suponen que las imágenes atraviesan por el vacío, por lo que, para que no
se vean envueltas en un atasco, precisan de un espacio libre. Ahora bien, si no se necesita un
medio, el obstáculo será aún menor. Plotino se muestra de acuerdo con esta hipótesis, y
explica la visión por la simpatía; pero se ve menos cuando hay un medio que se interpone,
porque «obstaculizará, impedirá y desvirtuará la simpatía».
Todas estas cuestiones planteadas por filósofos y escuelas precedentes, son tenidas
en cuenta por Plotino, quien, según Zamora Calvo, llega a conclusiones como las
siguientes:
Si la visión se explica por la coincidencia de la luz procedente del ojo con la luz solar
circundante extendiéndose hasta el objeto sensible, no haría falta afección alguna, pero sería
necesario un medio. Ahora bien, como la luz no es un cuerpo, no sería necesario un medio
corporal. Para ver simplemente no hace falta otra luz intermedia, que solo se requiere para
ver de lejos34.
Este esfuerzo de análisis llevado a cabo por Plotino, no tiene otro objetivo que lograr
explicar cómo funciona la percepción de lo sensible y la intervención en ella del alma
singular, al realizar una especie de proyección de los logoi mediante un rayo de luz que
los reproduce mediante imágenes que aparecen proyectadas en las formas corporales de
la materia sensible. El alma, totalmente incorpórea para Plotino, se muestra a través de
33
Ibíd., pp. 377-378.
34
Ibíd., p. 379.
una luz que en esta ocasión se manifiesta, en las hipótesis filosóficas precedentes
consideradas y retomadas, como un suceso físico.
En lo que se refiere a la interpretación por parte de Plotino de la noción platónica del
medio espacial o receptáculo del devenir, será considerada en un capítulo posterior más
específico.
Es también digna de referir la paráfrasis del Fedro de Platón llevada a cabo por
Plotino, en la que describe la visión luminosa compartida que los dioses tienen del
mundo, aspecto que abordaremos en un posterior capítulo.
Tras este sucinto acercamiento a las influencias de la tradición filosófica anteriores a
Plotino, interpretadas por nuestro filósofo, en lo que se refiere a las cuestiones que
centran la atención de este trabajo, la luz y el espacio tal y como los entiende Plotino,
procedemos a abordar con mayor profundidad el segundo de estos aspectos, el espacio
contenedor de lo procesual, en el capítulo que de inmediato comienza.
35
Ver W. Tatarkiewicz, Historia de la estética (I). La estética Antigua. Tres Cantos, Madrid: Akal, 2000,
p. 332.
espacio global, situada en su lugar contiguo al Uno y a la vez equilibrada con los
mundos inferiores a través de las ideas que dan forma contrarrestando las tendencias del
mundo de lo ente en su progresivo descenso hacia lo no-ente, sin perder el vector que lo
liga al Nus, al conocimiento supremo iniciado en lo Uno. Y en el centro espacial Plotino
ubica las almas, una primera alma del mundo muy cercana al mundo intelectivo, al Nus
eterno, aun no finita, tan cercana al pensar y conocer que reproduce las formas que en el
contempla plasmándolas en las almas finitas que devienen tras ella, naciendo y
muriendo sin que la estructura del mundo se desequilibre en su diferencia y separación,
que se sustentan, no sostenidas por una suerte de gravedad que les pudiera aproximar a
lo ínfimo, a la materia, sino suspendidas del espíritu del que no pretenden olvidarse a
pesar de su alejamiento progresivo, de un peso que se incrementa y engrosa cuanto más
alejadas de lo alto, y así, de forma inesperada, contemplando el mundo de la
corporalidad resultante, en su añoranza de las ideas, de la razón que deviene del más
elevado conocimiento que no logra conocer a quien lo genera, descubre la belleza de la
naturaleza, el resplandor que aun emana como recuerdo de la luz del origen intelectivo y
que se desprende de su inmovilidad creativa y silenciosa. La naturaleza formal, próxima
ya al límite de la existencia, a lo más alejado de lo Uno, se expande espacialmente
reproduciendo los arquetipos a través de las almas que no dejan de tender hacia el
conocimiento del mundo superior intelectivo, es lo Otro que en su devenir finito
siempre se refiere a lo Uno permanente.
Pero la cuestión espacial no sólo alude a su aspecto formal de organigrama
estructural, también atiende a la expansión del mundo de lo inteligible, de lo conceptual
y al desarrollo del conocimiento del mundo objetivo. Plotino -sostiene Jaspers- se
plantea el conocimiento desde la actualidad, lo concibe como un “demorarse allí donde
lo Uno se hace presente”, y ello se hace posible con un orar a solas, un contemplar con
el que se sale al encuentro de lo Uno solo.
El inicio de ese camino del pensar no es una presuposición efectuada en alguna frase, de
la cual pudieran extraerse consecuencias, sino un contemplar que permanece siendo el origen
y el fin de lo pensado36.
36
K. Jaspers, Los grandes filósofos (3). Los metafísicos que pensaron desde el origen: Anaximandro,
Heráclito, Parménides, Plotino, Anselmo, Spinoza, Lao-Tse, Nagarjuna. Madrid: Tecnos, 1998, p. 66.
Del mismo modo como Plotino no llega a conocer lo Uno mismo, sino a sus propias
afecciones en lo Uno, así también rechaza Lutero la theologia gloria (el conocimiento
objetivo de Dios) a favor de la theologia crucis (la revelación de Dios, que nos señala el
camino hacia él), y así también Kant penetra la nulidad de todo conocimiento metafísico,
para penetrar en el conocimiento de lo inteligible en la acción libre. Se trata de una analogía
de posiciones que, por lo demás, difieren esencialmente 37.
El ser humano forma parte de la naturaleza, que está asociada al espacio en Plotino.
La materia se hace ente a través de la forma, así se configura lo ente, la pluralidad de
formas animadas. Más la materia conserva en parte su no-ser, lo que da lugar a la
violencia, a la separación y a la división en el espacio y en el tiempo, que, sin embargo,
es lo que constituye el mundo de los entes, como reconoce Jaspers, ya que “en virtud de
la separación espacial existente, la diversidad provoca la enemistad y hace posible la
amistad”38. Así ocurre que en el mundo se da la división y también la oposición, los
elementos contrapuestos que también encierra la razón, abriéndose así a la pluralidad y
a la totalidad. En este ámbito espacial, el ser a través de la contemplación inmóvil trata
de acercarse a la luz de lo Uno y busca asemejarse a él. El ente supremo no realiza
acción alguna y sin embargo es inmenso su influjo, su fuerza generadora, a través de
ella el mundo sensible logra ser la más bella copia del mundo inteligible, así lo destaca
Plotino al describir a la naturaleza contemplando en silencio, diversa y en continuo
cambio, en permanente nacimiento y deceso, alejada de lo uno y próxima al no-ente de
37
Ibíd., p. 67.
38
Ibíd., p. 115.
39
Ibíd., p. 111.
40
Ibíd., p. 112.
Plotino incide en la tendencia humana a ver todo con los carnales ojos, tratando de
hallar en la materia la verdad del ser, dando así el mayor crédito al mundo sensible que
es en realidad el que menos ser posee, alejándose de la realidad accesible a través del
pensamiento intelectivo, del espíritu.
La otra tendencia a la que nos hemos referido, característica de la gnosis y tratada
por Plotino, consiste en considerar lo suprasensible como si fuera corpóreo, no
reconociendo ya lo realmente material, cuando “es tan solo el espíritu el que, al
imaginar lo suprasensible, puede ver en la luminosidad de lo sensible el reflejo de la luz
suprasensible”42. Se trata según Plotino, no de considerar que el mundo es el ser, ni de
rechazarlo por sus oposiciones y diferencias al verlo con una visión oscurecida y tan
alejada de lo Uno que no es capaz de reconocer los arquetipos que le han dado forma. El
pensar plotiniano recurre a menudo a la necesidad de no perder la visión consciente del
mundo organizado, coherente en la diferencia y la oposición gracias a su referencia
permanente, no finita, a las ideas que le dan forma como un todo en su multiplicidad de
entes -de forma similar a como en la armonía se dan notas contrapuestas- respondiendo
a un orden y equilibrio que se mantiene en el tiempo y en el espacio, tratando para ello
de aportar diferentes imágenes o metáforas con las que comprender y no olvidar, con las
que acceder al conocimiento despierto:
Para ver un ente de modo adecuado, es preciso dirigir previamente la mirada al todo. Allá
en lo alto, en el cosmos del Espíritu, «todas las cosas lo son todo, pero aquí abajo eso no
sucede». Aquí, en el mundo, no tienen por qué ser iguales todas las cosas. Si así fuera, sería
41
Ibíd., p. 112.
42
Ibíd., p. 113.
imposible la manera de ser del mundo, la articulación y la ordenación de sus partes, cada una
de las cuales puede considerarse externa a las demás. Por ello, el todo que configura el
mundo es comparable a un organismo vivo, y también por ello no debemos preguntar si algo
es inferior a otro, sino si ese algo, tal y como es, ocupa la posición que le corresponde. [...]
La razón no quiere que todo sea bueno, al igual que el artista, al plasmar la figura de un
animal, no hace que todo en el sean ojos. De igual modo, la razón tampoco lo convierte todo
en dioses, sino, en parte, en dioses, en parte, en dáimones y, siguiendo la serie, en hombres y
en animales; y ello todo lo hace, no por envidia, sino con razón, pues la razón encierra en sí
una diversidad intelectual43.
Los entes individuales aspiran al bien, cada uno según su capacidad y es la materia
la que contiene el no-ser, la violencia que divide y separa espacial y temporalmente. La
razón es consciente de esa tendencia en el mundo que provoca lo sin medida, lo que no
43
Ibíd., p. 114.
44
Ibíd., p. 115.
encuentra su sitio separado de todo, y trata de volverlo a su ser, de, mirando a lo más
perfecto, tratar de restaurar el equilibrio de lo Otro que se asemeje a lo Uno, de traer lo
no-ente de lo ente de la oscuridad a la luz que da forma al mundo sensible y material, a
la naturaleza que, incluyendo en ella lo feo, es capaz de reflejar la belleza en todo su
conjunto, en sus bosques, en animales y plantas, en sus mares y en el cielo.
Plotino en ocasiones recurre a la clarificación de diferentes conceptos mediante
figuras ordenadas geométrica y espacialmente, en el orden resultante de una relación
estructural concreta se sustentan visiones del mundo inteligible. Borrego Pimentel
centra su atención en el caso de la analogía de los círculos y de la relación entre sus
centros, que utiliza para expresar la diferencia entre la separación o cercanía de los seres
materiales e incorpóreos entre ellos, de la dificultad que el espíritu manifiesta en su
radicalidad existencial de hacerse uno con lo divino, en su aspiración al bien:
Se explica que los cuerpos físicos estén separados por su propia corporeidad y no puedan
comunicarse entre ellos. Pero los seres incorpóreos no lo están, lógicamente, y, en
consecuencia, lo que les aleja a unos de otros no es el lugar, sino la «alteridad» y la
«diferencia». Plotino concluye por analogía que nuestro espíritu no se hace presente al Bien
sino cuando no hay alteridad en nosotros respecto a él. Por ello es preciso que estemos
siempre en torno suyo como los círculos máximos de una esfera o como un coro en torno a
un director. Si en medio de una actuación se vuelven los cantores a mirar al público, se
deshace la conjunción coral. La razón de esta necesidad queda expuesta dramáticamente sin
analogías en los siguientes términos: «En el momento en que dejemos de existir en torno al
centro universal, que es el bien, será para nosotros la destrucción total y ya no seremos
más»45.
45
E. Mª Borrego Pimentel, Cuestiones Plotinianas. Granada: Universidad de Granada, 1994, pp. 188-189.
Según Enrique Borrego Pimentel, las categorías establecidas por Plotino dan lugar a
un esquema organizado que configura un «sistema de conceptos del entendimiento»
mediante el cual cualquier objeto puede ser identificado mediante la conciencia.
Entiende el pensamiento plotiniano como un Todo que no debe ser desvirtuado
mediante destrucciones lógicas a las que conducen análisis parciales centrados en su
metafísica, su teoría mística o sus doctrinas morales. Y es que en Plotino se da, afirma,
«el análisis de una experiencia de la Totalidad», incluida la «posibilidad de captación de
lo divino», rechazada tanto por filósofos empiristas como por aquellos que la acusan de
panteísmo46. Encuentra que las teorías plotinianas configuran una suerte de «filosofía
mística» basada en su experiencia existencial y apoyada en lo común con ella que cree
entrever en Platón a partir de las interpretaciones de Ammonio y Numenio, entre otros.
Pero también destaca en Plotino una actitud crítica o metodológica que le conduce a
analizar y definir las capacidades del conocimiento en las que encuentra líneas comunes
con el pensamiento kantiano, en lo referente a como llevar a cabo el uso teórico de la
Razón para evitar errores en el estudio del objeto metafísico 47. El conocimiento
objetivo para Plotino pasa por adquirir una consciencia previa de las capacidades para
enfrentarse a los objetos concretos, por ser capaz de evaluar la propia capacidad de
conocer; esta se adquiere mediante la interiorización, se trata de un proceso espiritual
que acerca a la persona a su relación con lo divino. Para Borrego Pimentel las
conclusiones a las que llegó Plotino podrían haber servido como respuesta implícita a
los racionalistas presupuestos kantianos:
46
Ibíd., p. 13.
47
Ibíd., p. 22.
48
Ibíd., pp. 22-23.
49
Ibíd., p. 23. Enéada V, 3, 3, 2-9.
50
Ibíd., p. 24. Enéada V, 3, 3, 9-11.
51
Ibíd., p. 24. Enéada V, 3, 3, 26-28.
52
Ibíd., p. 25.
53
Ibíd., p. 26.
54
Ibíd., p. 27.
55
Ibíd., p. 29.
También nos llama la atención Borrego Pimentel, sobre las reflexiones de Plotino
referidas a los equívocos del pensamiento objetivo que se producen en el retorno al
conocimiento cotidiano tras haber entrado en contacto con la razón intelectiva superior,
realizando críticas al mal uso de la razón que llevan a cabo algunos filósofos
esforzándose en probar con sus simples conceptos verdades solo accesibles a través de
la meditación filosófica. Alude especialmente, a lo que parecen ser réplicas anacrónicas
de Plotino a las tesis kantianas:
[...] Plotino postula la necesidad de que la razón discursiva «conozca que conoce
verdaderamente lo que ve [en la intuición intelectual] y lo que enuncia».
[...] Así pues, la crítica plotiniana al uso de la razón nos recuerda, a causa de su calidad de
correctivo, aunque no de su planteamiento, la que hace Kant del uso de las categorías de la
razón teórica. Solo que detrás de la crítica kantiana está la creencia en la imposibilidad de
otro conocimiento superior, mientras que la crítica de Plotino se sustenta de la experiencia de
un conocimiento «que viene de arriba», de la región del espíritu, en donde todo tiene una
significación distinta, una peculiar vivencia, intuición o estado de conciencia en el que se da
una «comprensión intelectual» más allá de los conceptos y las palabras y. por supuesto, más
allá del conocimiento sensible. 56
Según Borrego Pimentel, para Kant una experiencia semejante de lo inteligible, ideal
de la razón pura, supone desvirtuar el uso de la razón natural a través de la experiencia,
cuyo resultado es su ingreso en una suerte de vértigo -resultado de su intento de
descifrar lo «incomprensible e inescrutable»- que no encuentra parangón en el reposo
del alma descrito por Plotino 57.
Borrego Pimentel sostiene que el carácter místico de la teoría plotiniana del
conocimiento se manifiesta especialmente en su alusión e identificación de lo más
elevado de la Inteligencia con la luz, con la iluminación, además de su fundamentación
teocéntrica.
En su estudio acerca de Plotino, no puede evitar la reflexión acerca del c. 17 de la
Enéada V, III, en lo que califica como «poema de la luz»58. Destaca la evidencia de la
56
Ibíd., p. 30
57
Ibíd., p. 31.
58
Ibíd., p. 191.
[...] como si el intelecto del hombre que se encuentra en ese momento contemplativo se
hubiese arriesgado a desprenderse de la seguridad de sus principios, de su lógica, y hubiese
saltado al abismo de la nueva conciencia, válida solo en tanto es conciencia iluminada, en un
estado peculiar del espíritu más que un discurso ordenado. Este «estar sin luz» sólo se da,
pues, cuando ya «todo es distinto» después de haber contemplado. [...].
El pensamiento discursivo es como una tiniebla, un estar sin luz, para el que lo ha
trascendido una vez a través de la contemplación transformante59.
59
Ibíd., p. 192. Entrecomillada cita de Enéada V, 3, 17, 15-17.
Plotino, en lo que Borrego Pimentel describe como una «mística metafísica», no solo
acaba con la dualidad objeto-sujeto, sino que llega considerar la conciencia como una
«irradiación del Bien» que se hace posible mediante la luz que «engendra la
inteligibilidad de lo real»:
60
Ibíd. pp. 193-194. Enéada V, 3, 17, 28-38.
61
Ibíd., p. 184. Enéada VI, 7, 36, 17-26.
«Тό καλόν», el esplendor del ser, aparece místicamente, como en un lugar invisible: «se
levanta en las alturas y extiende su luz sobre éstos. Lo llena todo con su claridad. Deslumbra
a los seres de abajo, los cuales se vuelven porque les es tan imposible mirarlo como mirar al
sol. Sin embargo, algunos, gracias a él, vuelven a levantar los ojos y lo contemplan»...«Los
demás están turbados, tanto más cuanto más alejados están de él. Al verle los que pueden
contemplarlo, miran lo que hay en él pero cada uno ve algo distinto en él: uno al fijar los
ojos en él, ve la fuente y la naturaleza de la justicia, otro se ve totalmente penetrado por la
visión de la sabiduría»62.
62
Ibíd., pp. 195-196.
La luz a la que el hombre tiene acceso gracias a una capacitación especial que proviene
de ella misma, parece ser una forma de acceso del saber del hombre, en ese momento
unitivo, a la sabiduría divina en cuanto «realizada» u objetivada en la maravillosa eclosión
del universo. Es, de algún modo, el ideal spinoziano que pretende la identificación con la
voluntad divina gracias a la comprensión de «lo que tiene que ser». Solo que Spinoza quiere
conseguir ese ideal por el esclarecimiento racional del estudio metafísico sin llegar, por ello,
a ese conocimiento «distinto», que se alcanza como espectáculo de belleza y que trasciende,
al parecer, el ámbito del discurso lógico. [...] En el pasaje de la caverna, el hombre que ha
tenido acceso a la luz adquiere también una sabiduría nueva que le hace comprender que su
teoría anterior sobre las cosas era una ilusión; ya se trate de un conocimiento intelectual o
místico, Platón piensa también que verá finalmente el sol mismo, no una imagen reflejada, y
que lo podrá contemplar «tal cual es» (οίον έοτιν)63.
63
Ibíd., pp. 197-198.
64
Ibíd., pp. 189-190.
65
J.M. Zamora Calvo, La génesis de lo múltiple. Materia y mundo sensible en Plotino. Valladolid:
Universidad de Valladolid. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2000, p. 22.
66
Ibíd., p. 21.
Así, en el tratado, Que los inteligibles no están fuera de la Inteligencia y sobre el Bien,
Plotino nos dice: «ni lo Bello ni los seres proviene del mal, ni tampoco de algo indiferente al
bien y al mal; ya que el productor es mejor que el producto, pues es más perfecto».
[...] El producto ha de ser siempre inferior a su productor. Éste es el principio que Igal
califica de «degradación progresiva». El centro luminoso va expandiéndose en círculos
concéntricos, cada vez menos perfectos, cada vez menos luminosos, hasta llegar a la tiniebla
absoluta de la materia, última circunferencia en la que todo se desvanece67.
67
Ibíd., p. 25.
68
E. Mª Borrego Pimentel, Cuestiones Plotinianas. Granada: Universidad de Granada, 1994, pp. 66-67.
69
Ibíd., p. 188.
Plotino explica en un lenguaje más sencillo esta radicalidad: si un ojo fuese por sí mismo
la luz, no tendría necesidad de ver la luz. Y el ser que tiene necesidad de servirse de sus ojos
busca la luz porque él no tiene por sí mismo más que tinieblas. Pero el ser «que posee unos
ojos para ver» tiene que mirar allí donde la luz irradie. Esta función constituye su propia
radicalidad, que, en este caso, es su razón teleológica. La dinámica del ojo es, pues, a la
necesidad de visión, y el círculo es a su centro, lo que el espíritu es al Bien-Uno. Esta es la
raíz de lo que podríamos llamar el existencialismo plotiniano que es a la vez metafísico y
fenomenológico70.
García Baca compara estos dos momentos con un río cuya corriente corre contra una
contracorriente. De este modo, cada nivel de ser esta «procediendo de» y «volviendo a»,
porque procede dependientemente y depende porque procede. El rayo de luz no sólo procede
del sol, sino que también está revirtiendo a él71.
70
Ibíd., p. 190.
71
J.M. Zamora Calvo, La génesis de lo múltiple. Materia y mundo sensible en Plotino. Valladolid:
Universidad de Valladolid. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2000, p. 27.
72
Ibíd., p. 27.
73
Ibíd., p. 28.
Del mismo modo que el hombre artesano produce un objeto tomando un material
adecuado, la arcilla, por ejemplo, al que da forma según un modelo, el artesano divino utiliza
un modelo (las formas inteligibles) por medio de las cuales produce en un medio espacial (el
receptáculo del devenir) una imagen, el mundo sensible. [...] El demiurgo es el encargado de
organizar un modelo espacial informe, para lo que contempla las formas inteligibles y
produce así las imágenes, las cosas sensibles. Esta metáfora artesanal implica una visión
74
Ibíd., pp. 28-29.
ontológica en la que se relacionan el demiurgo, las formas inteligibles (modelo), los objetos
sensibles (imagen) y el medio espacial (receptáculo) 75.
Mediante esta alegoría, Platón describe la creación de la parte corporal del mundo,
no del Alma, ya que esta es increada. De este modo, según expresa Zamora Calvo, trae
lo ilimitado y eterno a un ámbito limitado y simultáneo, temporaliza lo eterno, expresa
humanamente la relación visible-invisible, tiempo-eternidad.
Como vemos Platón contempla un medio espacial, que resulta ser inicialmente
caótico, el receptáculo del devenir que es preciso organizar mediante los modelos
inteligibles, mediante la adecuación formas inteligibles-cosas sensibles, el demiourgós
ejerce las labores pertinentes con sus múltiples funciones, es el productor técnico, no
biológico. La figura del demiurgo desaparece en la Antigua Academia y reaparece en el
platonismo medio. Aristóteles descarta el productor artesanal platónico, que ha de
esforzarse, calcular, reflexionar, e interpreta el Timeo optando por la producción
espontánea y sin esfuerzo de la naturaleza, lo que llega a Plotino a través de los
comentarios de Alejandro de Afrodisia76.
Según Zamora Calvo, para Platón el «espacio» (χώρα) es un «tercer género eterno»
que, situado entre las formas inteligibles y los objetos sensibles, posibilita su
diferenciación y resulta difícil de precisar y de captar si no es mediante un
«razonamiento bastardo» al margen de la percepción sensible. Citando el Timeo aclara
lo siguiente:
Cuando miramos este tercer género, que no admite destrucción, «soñamos y decimos
que necesariamente todo ser está en un lugar y ocupa un cierto espacio, y que lo que no
está en algún lugar en la tierra o en el cielo no existe»77.
El «receptáculo del devenir» es, prosigue, una realidad vaga, confusa y oscura que no
se puede percibir por los sentidos ni por la inteligencia, pero es necesario comprenderlo
para poder entender la génesis del mundo, y la forma de hacerlo solo puede ser
75
Ibíd., pp. 67-68.
76
Ibíd., pp. 70-71.
77
Ibíd., p. 75.
Esta última analogía del espacio material con el espejo será la que retome Plotino, a
la que alude utilizando el mito de Dionisio y su distracción con el espejo:
Mas las almas de los hombres, al ver sus respectivas imágenes cual en el espejo de
Dionisio [...], se adentraron en ellas lanzándose desde lo alto, pero sin que aun en ellas se
desconectasen de su propio principio, esto es, de la Inteligencia79.
78
Ibíd., p. 78.
79
Ibíd., p. 317.
Por eso, pues, no nos fiamos, o nos fiamos menos, de que las imágenes reflejadas en los
espejos sean reales, porque se ve en el espejo en que están y él mismo es permanente
80
Ibíd., p. 321, cita Enéada III, 6 [26] 9, 19.
81
Ibíd., p. 320.
La materia actúa como un espejo que refleja irrealmente las formas inteligibles, así
las cosas sensibles no existirían sin materia, como sucede con las imágenes que no
podríamos percibir sin el espejo.
La materia para Plotino no es, como para los estoicos, «pasible» y «versátil», sino
impasible, las imágenes no le afectan, como ocurre con los espejos, es además
incorpórea, la corporalidad la sucede y ambas constituyen el cuerpo. Esta interpretación
plotiniana del espacio platónico como materia, utilizando la analogía del espejo, merece
sin duda el calificativo de original que algunos le atribuyen. A continuación
reproducimos un fragmento de la descripción que realiza Zamora Calvo:
La materia «rehúye» constantemente las formas en virtud de su propia naturaleza del todo
impasible. Como la materia no se sale de sí misma, ha de ser «totalmente otra», y haber
huido de la esencia de los seres, por lo que no es receptiva ni de los seres, ni participa de su
imagen, ni tampoco se apropia de ella, ya que, si se apropiara de alguna forma, dejaría de al
instante de ser «otra», y el «receptáculo» de todas las cosas. Así, cuando las cosas entran y
salen de ella, se mantiene totalmente impasible, y lo que entra, lo hace sin dejar rastro, como
un «fantasma», como una imagen en otra imagen, «como algo verdadero en algo no
verdadero»83.
82
Ibíd., p. 321, cita Enéada III, 6 [26] 13, 44-46.
83
Ibíd., p. 323.
84
Ibíd., p. 325.
85
Ibíd., p. 325.
86
J.M. Zamora Calvo, La génesis de lo múltiple. Materia y mundo sensible en Plotino. Valladolid:
Universidad de Valladolid. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2000, p. 50.
Desde este momento, los neoplatónicos seguidores de Plotino comentarán este pasaje del
Timeo con la ayuda del relato del desmembramiento. El mito del pequeño Dionisio es el
símbolo de la procesión del nivel inferior del Alma que llega a su último eslabón, la materia.
Dionisio, dirá más tarde Proclo, «tras contemplar su imagen, sale de sí mismo y se difunde
en toda la creación divisible».87
87
Ibíd., pp. 325-326.
que la luz penetre perforando hasta lograr eliminar la oscuridad interior que oculta la
belleza contenida, así como la del propio contenedor y la del espacio como vacío de la
forma interna. En ello se afana la técnica como su principal objetivo, la luz, y los logros
sucesivos que van llenando la piel externa arquitectónica de huecos profusos, llevan
aparejados, como en una aserción de los principios plotinianos, la belleza, la esbeltez,
pero también la pericia, la perfección constructiva y estructural de las obras
monumentales del final del Medievo. En cuanto a las obras pictóricas de este largo
periodo, las imágenes reproducidas traídas a un primer plano, carentes de sombras
deformantes, de profundidades desvirtuadas por perspectivas engañosas, dan como
resultado originales obras de arte que, de pronto, a la luz de estos axiomas, son
comprendidas en su supuesta ingenuidad, desprendidas de heredados prejuicios
oscurantistas, descubiertas, de pronto, con una nueva mirada capaz de observar su
audacia separada de la mímesis, de la competición con la naturaleza, de la emulación de
las deformidades de la visión, como si de una tendencia contemporánea se tratara.
La luz y el espacio entrevistos por Plotino se insertan en la formulación de una
noética que deviene en la clausura del mundo clásico, expandiéndose hacia una nueva
época. Con su trabajo de interpretación, de recopilación, sintetiza la tradición filosófica
que le antecede y la muestra renovada a sus sucesores. Su mayor inclinación hacia el
mundo de las Ideas platónico es evidente, sin embargo, haciendo un guiño aristotélico,
esboza una apertura hacia el mundo de los sentidos, a los que atribuye la posibilidad de
percibir la luminosidad subyacente en la belleza, aquella que procede de la forma
originaria inspiradora. Los sentidos, pues, no siempre resultan engañosos, es más bien la
materia, las tinieblas alejadas del nous, del mundo intelectivo, las que ocultan lo
verdadero, la perfección. El arte ya no es sólo proporción ni mímesis, desempeña un
importante papel revelador, purgante de las indefiniciones matéricas, similar al de la
catarsis aristotélica. La procesión desde el Uno se expresa como una energía productiva
luminosa generadora de los entes que se manifiestan en la corporalidad finita habitada
por el alma individual, una energía activa inspiradora retomada por los filósofos del
cristianismo incipiente, cuya potencia se extiende a través de los siglos venideros,
llegando a ser reconocida incluso en Tomás de Aquino, de quien el deán Inge asegura
que «está más cerca de Plotino que del verdadero Aristóteles»88.
La luz del pensamiento de Plotino resplandece largamente en el Medievo, y logra
traer hasta el presente su herencia griega, lo que supone que para algunos filósofos,
como es el caso de Bertrand Russell, sus méritos intelectuales sean dignos de gran
consideración:
88
B. Russell, Historia de la filosofía occidental, I. Madrid: Espasa Libros, 2010, p. 380.
89
Ibíd., p. 382.
9. CONCLUSIONES
Plotino hace hermenéutica, interpreta la tradición que le precede muy atrás y obtiene
el sustrato de su no pretendido sistema, obteniendo así su metafísica del Uno, su
henología, y su cosmología, en una amalgama fruto de su intenso estudio y de su
profunda intuición, así como una reconocida inclinación contemplativa, descubridora de
la luz emanada de la belleza y el arte, de consecuencias espirituales y místicas que
perdurarán a la postre.
Con Plotino se destaca la bondad del límite, lo ilimitado se asocia en su noética a las
tinieblas alejadas del mundo del intelecto, a la materia, aquello que sometido al límite
adquiere perfección y capacidad de generar el ser. Lo múltiple e ilimitado se aleja de la
perfección, cuanto más se amplía la multiplicidad hacia lo ilimitado más imperfecta se
hace. Por eso la Inteligencia ha de establecer un límite, estabilizar, delimitar las esencias
acercándolas a las formas, escapando de las ilimitadas tinieblas que son la informe
esencia de la materia, carente de medida, incomprensible.
Plotino se afana en definir el alma del mundo y el alma de las cosas, una y múltiple,
como la luz que emana de un objeto corpóreo incandescente, que le pertenece siendo
ella totalmente incorpórea. La luz es el símbolo de lo más elevado en Plotino, la
manifestación de la mayor belleza que se expande desde el culmen llegando a ser
percibida tenuemente desde las tinieblas, desde la materia. Es la belleza intelectiva
visible con los ojos del Espíritu. La luz que se desprende de lo bello solo es visible para
aquellos que, capaces de observarla, se tornan así mismo bellos. Es la luz del
conocimiento que se manifiesta en el arte, que no es sólo mímesis, no sólo proporción,
una luz que se aproxima, en este aspecto, al pensamiento gadameriano. Acceder a esa
luz requiere conocer previamente las tinieblas, conocimiento al que se llega a través del
logos del Espíritu, tras desviar la mirada del reconocimiento de la belleza pareja a todo
pensar la verdad y la bondad, lo que supone un salto hacia una nueva conciencia
iluminada, que sin embargo es como un permanecer sin luz tras tocar el límite tras
trascender los principios de toda lógica. Plotino accede a la luz a través de la
contemplación, se sume en ella suprimiendo todas las cosas, las dualidades objeto-
sujeto, entendiendo la conciencia como irradiación del bien.
Establece una interrelación entre el ser y lo bello, el ser como multiplicidad de las
cosas que son, que es preciso ser capaces de observar más allá de las formas
BIBLIOGRAFÍA
JASPERS, K., Los grandes filósofos (3). Los metafísicos que pensaron desde el origen:
Anaximandro, Heráclito, Parménides, Plotino, Anselmo, Spinoza, Lao-Tse, Nagarjuna.
Madrid: Tecnos, 1998.