Sociología Del Consumo Cultural
Sociología Del Consumo Cultural
Sociología Del Consumo Cultural
En relación con el estudio del consumo, la sociología ha sido una disciplina que
mostrado como el enfoque tradicional de estudio del consumo, aquel que lo construía
como un fenómeno estrictamente económico, estaba más que desfasado, por su
reduccionismo y por la escasa validez para explicar un fenómeno social de tal
magnitud y complejidad como es el consumo.
A mediados del siglo XX, el sistema fordista de producción logra que el obrero
industrial de principios de siglo, que mantenía un consumo de casi subsistencia, pase
a formar parte activa, a través del consumo, de una nueva sociedad de clases medias.
Una sociedad en la que se produce una homogeneización cultural y del consumo,
resultado de la capacidad productiva del sistema fordista de producción de grandes
series de productos estandarizados y orientados a grandes mercados.
Para Bourdieu, por tanto, las prácticas de consumo están fuertemente influidas por la
clase social objetiva a la que pertenece el individuo, en la que se ha configurado un
sistema de disposiciones (el habitus), que genera un conjunto de condicionamientos
en relación a las pautas de desarrollo de los gustos, que se ven así modelados por la
clase social de origen. Los marcos de referencia del consumo serían tres: uno
estructural (la clase social), otro simbólico (el estilo de vida), y por último, el habitus.
Consecuentemente, las diferencias en los gustos y los correspondientes estilos de
vida asociados serían consecuencia de las desigualdades sociales, por lo que la
existencia de diferentes estilos y gustos, y su jerarquización, serían el resultado de
estrategias de distinción operadas sobre la base de una lógica de la dominación. En
este sentido, se establece una homología entre el campo de las relaciones sociales y
del consumo cultural, por la que los distintos actores sociales tendrían un abanico de
aficiones y preferencias limitado y fuertemente constreñido por sus orígenes de clase
(Fernández y Heikkilä, 2011: 586).
4. El dilema estructura-acción/individuo-sociedad en
el análisis del consumo
La complejidad de la realidad social ha determinado que los estudios sociológicos
muestren, en su trayectoria histórica, la dialéctica entre dos grandes perspectivas o
enfoques: la estructura y la acción. Desde el enfoque de la estructura, se considera
que lo social es una realidad objetivada, externa al individuo, construida y constituida,
que condiciona la acción y los comportamientos de los individuos. Esta posición
teórica queda claramente representada por el estructuralismo. Por el contrario, desde
el enfoque de la acción, se considera que la realidad social se encuentra en constante
proceso de producción por parte de los actores individuales, y encuentra en el
individualismo metodológico su expresión más directa.
El habitus incluye las estructuras mentales o cognitivas a través de las cuales las
personas manejan, perciben, comprenden, aprecian y evalúan el mundo social, y que
influyen directamente en sus prácticas y en como las perciben y evalúan. El habitus es
el resultado del transcurso de la historia colectiva y se adquiere como resultado de las
posiciones sociales que ocupan los individuos y, por tanto, variará dependiendo de la
naturaleza de la posición o posiciones que ocupa en el sistema social. En
consecuencia, aquellos que ocupan la misma posición dentro del mundo social suelen
tener habitus similares.
El estudio precursor de este enfoque fue el desarrollado por Wilensky. En él, expone
este investigador, que aquellos grupos sociales que presentan altos niveles
educativos no sentían aversión alguna por lo que conocemos como "cultura de
masas" sino que por el contrario eran consumidores de los productos y objetos
asociados a ella. (Herrera-Usagre, 2011:144-145). Pero ha sido la argumentación de
Robert Peterson sobre el omnivorismo cultural la obra más influyente en los nuevos
estudios sobre consumo cultural. Peterson explica cómo en los países occidentales
existe un sector de la población al que le gusta un abanico mayor de formas de cultura
que en épocas previas, lo que reflejaría un aumento de la tolerancia social hacia otras
formas y gustos culturales.
La teoría del omnivorismo cultural incorpora un análisis que subraya que la clase
social no puede ser el factor explicativo decisivo del gusto y del consumo cultural. La
posición social, como argumentaba Bourdieu, no es la vía de adquisición dominante
del gusto cultural. Del mismo modo, el consumo cultural y el capital cultural no son
determinantes, ni reflejo exacto de los procesos de diferenciación y de distinción
social. En este sentido, una de las aportaciones esenciales de las investigaciones de
Peterson es la de introducir más complejidad en el análisis de los gustos, de forma
que la clase social no sea el único y exclusivo factor explicativo. Frente a la idea de
diferenciación y jerarquización de los estilos de vida basada en la adquisición de
capital cultural que enunciaba Bourdieu, los defensores del concepto de omnivorismo
cultural defienden, por el contrario, que los gustos legítimos de las nuevas clases
dominantes se caracterizan, en la actualidad, por un amplio abanico de preferencias
culturales, con gustos que se extienden desde las artes más refinadas a
manifestaciones propias de subculturas populares. Las clases altas practicarían muy
diversas formas de ocio, de las más masivas a las más exclusivas y, también, las
personas de status alto, lejos de participar sólo en actividades de status alto, tienden a
hacerlo en una mayor variedad de tipos que las personas de status bajo. En este
sentido, su capital cultural no se basa sólo en el monopolio, sino en la variedad. Las
clases bajas, por el contrario, son unívoras, es decir, tienen y muestran un repertorio
más restringido de actividades, gustos y formas de ocio (Noya, 1998, 71).
Otras críticas, como la realizada por Bernard Lahire, insisten en que debería
abordarse el análisis del consumo cultural desde la perspectiva de la amplitud de
oferta y la elección de esos objetos de consumo, pero en consonancia con el grupo de
pertenecía o de referencia de los individuos. Porque en la sociedad contemporánea, la
movilidad social, el contacto con la heterogeneidad, la diversidad social y cultural de la
vida social permite y facilita que los individuos puedan construir su diferencia.
Reconociendo que los individuos se comportan en relación con los procesos de
socialización a los que han sido sometidos, así como con la estructura normativa y el
sistema de valores de los grupos a los que pertenecen, también se admite su
capacidad para construir su diferencia y comportarse de manera atípica en relación a
su grupo o grupos de referencia. En este sentido, deberíamos hablar de la existencia
de un amplio espectro de gustos individuales que pueden ser consonantes o
disonantes respecto al grupo social de referencia. Ser consonante significa mantener
una coherencia en las preferencias y prácticas culturales respecto al grupo de
referencia, y este grupo puede poseer un gusto tanto socialmente legítimo (elitista,
caso de las clases altas) como ilegítimo (popular, caso de las clases bajas); ser
disonante implica, precisamente, que las preferencias y prácticas culturales del
individuo difieren o son atípicas respecto al grupo social de referencia. En definitiva,
se produce un reconocimiento de la heterogeneidad, la diversidad social y cultural de
la vida social, características de las sociedades contemporáneas y que posibilitan la
constitución del rasgo distintivo del consumo cultural en la actualidad, el eclecticismo.
(Fernández y Heikkilä, 2011: 599-600)
Las críticas al omnivorismo cultural también indican que este enfoque muestra a las
clases altas como las únicas que se muestran activas, curiosas y abiertas a nuevas
experiencias, tolerantes y abiertas. Frente a ellas, las clases bajas aparecen como
pasivas ante la cultura y despreocupadas por su estilo de vida e intolerantes. Así
mismo, muestra a las clases que ocupan las posiciones más altas, desarrollando un
cierto "eclecticismo del gusto", dispuestas al consumo y disfrute de una amplia gama
de productos y servicios culturales, mientras que el resto mostrarían una restringida
capacidad de disfrute de la oferta de géneros, productos y servicios culturales,
limitándose solo a algunos de ellos. En este sentido, la teoría del omnivorismo cultural
podría ser catalogada como cargada de un cierto elitismo (Fernández y Heikkilä, 2011:
599-600; Herrera-Usagre, 2011:144-145).
A modo de epílogo
Como hemos apuntado, el consumo es una actividad social que se ve impregnada de
nuestros sueños de satisfacción de necesidades y deseos (Bauman, 2005:43). Su
multidimensionalidad y complejidad abarca, alcanza y afecta a la creación y
estructuración de las identidades, individuales y colectivas, así como las formas de
relacionarnos con los demás (Alonso, 2005:30). Consecuentemente, y en relación con
esta instrumentalización al servicio de la identidad de la cultura, es sencillamente
imposible olvidar que la cultura no es sólo la expresión de lo común, sino también la
expresión de la diferencia y la desigualdad, de ahí que siga siendo muy cuestionable
que el consumo cultural pase a ser contemplado como una mera y simple expresión
del gusto y de la elección individual (Ariño, 2009).
En una sociedad plagada de desigualdades es incuestionable que ésta se reflejará en
todos sus contextos, incluido el del consumo cultural. El estatus social, el nivel
educativo, la incorporación de los nuevos valores de tolerancia, apertura, de
adaptación a las situaciones cambiantes en la era de la globalización y en la sociedad
del riesgo constante, y las experiencias individuales benefician el enfoque de la
omnivoridad, pero benefician a algunos, a otros no. El peso del orden social y de la
estructura sigue vigente, de manera que aquellos que tienen mayores posibilidades de
desarrollar un gusto ecléctico son, aún, aquellos que ocupan las posiciones
jerárquicamente más altas, en el ámbito de lo económico, de lo social, de la política,
de la educación, etc.
Para la Reflexión
Como acercamiento al estudio sociológico del consumo podríais consultar las
siguientes obras: Pablo García Ruiz, Repensar el consumo, Ed. EIUNSA, Madrid,
y R. Bocock El consumo, Talasa, Madrid, 1993.
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