Coloquios Interiores IX-XII
Coloquios Interiores IX-XII
Coloquios Interiores IX-XII
E U D E S, S E G U N D A E D I C I Ó N
C E N T R O C A R I S M Á T I C O M I N U T O D E
D I O S, B O G O T Á - C O L O M B I A , 1 9 9 0
Ser cristiano es ser hijo de Dios, tener el mismo Padre que Jesucristo, su Hijo
único. Los hizo capaces de ser hijos de Dios ( 3 ) . Y nuestro Salvador nos dice:
Subo a mi Padre que es vuestro Padre, a mi Dios, que es vuestro Dios (4). Y san
Juan: Mirad qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamamos hijos
de Dios; y además lo somos (5). Dios, por habernos creado, es nuestro principio,
nuestro rey y Soberano: y nosotros sus criaturas, su obra, sus súbditos y
servidores. Pero, además, por nuestra regeneración y el nuevo nacimiento del
bautismo que nos da un nuevo ser y una vida nueva y divina, Dios es nuestro
Padre a quien podemos y debemos decirle: Padre nuestro que estás en los cielos.
Por eso:
1. Si por el nuevo nacimiento hemos salido del seno de Dios, nuestro Padre,
también allí permaneceremos siempre, en su regazo. De otra manera perderíamos
el ser y la vida nuevas que recibimos en el bautismo. Por eso nos dice:
Escuchadme, vosotros, a quienes cargo en mi vientre, a quienes llevo en mis
entrañas (1).
1 Mt. 5,48.
2 EL 5,1.
3 Jn. 1,12.
4 Jn. 20,17.
5 1 Jn. 3.1.
Bien desdichado es quien desconoce a Dios como Padre y prefiere ser hijo del
diablo. Y eso hacen los que pecan mortalmente. De ellos dice nuestro Señor
Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis realizar los deseos de vuestro padre
(6).
Por eso no es extraño que nos asegure que su Padre nos ama corno a él mismo:
Los has amado a ellos como me amaste a mi (2) y que escribirá sobre nosotros su
nombre nuevo (3); que tendremos con él la misma morada, que es el regazo de su
Padre: Donde yo esté allí estará también mi servidor (4); y que nos hará sentar
con él en su trono (5). Su amor y su bondad son tan excesivos que no se contenta
con llamarnos sus amigos, hermanos e hijos: quiere que seamos sus miembros.
Amémoslo, bendigámoslo y comprendamos que esta cualidad nos obliga a vivir de
la vida de nuestra cabeza, a continuar en la tierra su vida y sus virtudes. Pero,
¡qué alejados estamos de esa santa vida!
¡Qué culpa horrible es cometer un pecado mortal! Porque descuartiza a Jesucristo,
le arranca uno de sus miembros para convertirlo en miembro de Satanás.
Detestemos nuestros crímenes. Entreguémonos a Jesucristo como sus miembros
y hagamos el propósito de vivir de su vida. Porque sería monstruoso que un
2
miembro viviera una vida distinta de la de su cabeza. Por eso san Gregorio de
Nisa afirma que el cristianismo es hacer profesión de vivir de la
vida de Jesucristo (6).
1 1 Cor. 6,1 S.
2 Jn. 17,23.
3 Ap. 3.12.
4 Jn. 9,26.
5 Ap. 3.21.
6 Ad Harmonium, de Professione christiana.
El cristiano es templo del Espíritu Santo, al decir de san Pablo: Sabéis muy bien
que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1). Porque si somos hijos de
Dios y una sola cosa con el Hijo de Dios, como los miembros con su cabeza, su
mismo Espíritu debe animamos. Por eso san Pablo nos dice: La prueba de que
sois hijos es que Dios envió a vuestro interior el Espíritu de su Hijo ( 2 ) y que s i
alguno no tiene el Espíritu de Cristo ese no es cristiano (3). De manera que el
Santo Espíritu nos ha sido dado para que sea el espíritu de nuestro espíritu, el
corazón de nuestro corazón, el alma de nuestra alma, para que esté siempre con
nosotros y dentro de nosotros, no sólo como en su templo sino como en una parte
de su cuerpo, vale a decir en una parte del cuerpo de Jesucristo, que es el suyo y
que debe estar animado por el pues los miembros y cada parte del cuerpo deben
estar animados por el mismo espíritu que anima a su cabeza.
Jaculatoria: Padre nuestro que estás en los cielos, hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo.
1. 1Cor. 6,19.
2. Ga. 4, 6.
3. Rm. 8, 9.
3
DÉCIMO COLOQUIO
Se necesitaban dos cosas importantes que incluyen muchas otras, para hacemos
cristianos. La primera era destruir la alianza desdichada que por el pecado
habíamos contraído con el demonio de quien llegamos a ser esclavos, hijos y
miembros. La segunda reconciliarnos con Dios, de quien nos hicimos enemigos y
establecer con él una alianza nueva, más noble y estrecha que la que teníamos
antes del pecado.
Para llenar ambas condiciones era necesario aniquilar nuestros pecados, librarnos
del poder de Satán, purificar nuestras almas de las manchas de sus delitos y
adornarlas con gracias y dones acordes con la cualidad de hijos de Dios y
miembros del Hijo de Dios.
Para este fin he aquí, en primer lugar, lo que ha hecho el Padre eterno. Nos envió
y dio a su Hijo único y amadísimo, que es su corazón, su amor, sus delicias, su
tesoro, su gloria y su vida. ¿Pero dónde, a quién, y porqué lo hizo?
1. 1. Lo envió a este mundo, a esta tierra de miseria y maldición: como quien dice
a un lugar de tinieblas, de horror, de pecado y de tribulación.
1.2. Nos lo dio a nosotros, sus enemigos ingratos y pérfidos; a los judíos, a
Herodes, a Judas, a los verdugos que lo ultrajaron, vendieron, crucificaron y que
todavía lo ultrajan, venden y crucifican cada día. Y, al dárnoslo, lo entregó a los
tormentos de la cruz y de la muerte. De tal manera amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo único ( l ) .
1 Jn. 3,16.
1.3. ¿Por qué lo envió y entregó de esa manera? Para libramos de la tiranía del
pecado y del demonio; para lavar nuestras almas con su sangre; para adornarlas
con su gracia; para nuestra redención, nuestra justificación y santificación y para
hacernos pasar de nuestra condición de esclavos, hijos y miembros de Satanás a
la dignidad de amigos e hijos de Dios, de hermanos y miembros de Jesucristo.
En segundo lugar, para hacernos cristianos el Hijo de Dios salió del seno de su
Padre, vino a este mundo, se hizo hombre y permaneció en la tierra treinta y
cuatro años. ¡Y durante ese tiempo cuántos misterios y grandezas realizó!
¡Cuántas cosas extrañas padeció! ¡Cuántos oprobios y tormentos sobre llevó!
¡Cuántas lágrimas y sangre derramó! ¡Cuántos ayunos, vigilias, trabajos, fatigas,
amarguras, angustias, y suplicios soportó! Y todo ello para hacemos cristianos,
hijos de Dios y miembros suyos. Tú, Dios mío, sólo empleaste seis días para crear
el mundo y un instante para crear al hombre. Pero para hacer al cristiano
empleaste treinta y cuatro años de trabajos y sufrimientos indecibles. Unas pocas
palabras te bastaron para la primera creación, pero para la segunda entregaste tu
sangre y tu vida con dolores infinitos. Por eso, si tengo tantas obligaciones contigo
por mi creación, mucha más tengo por mi regeneración. Si me debo todo a ti por
haberme dado el ser y la vida, ¿cuánto más por haberte entregado tu mismo a mí,
en tu encarnación, y por haberte sacrificado por mí en la cruz? Que al menos,
Salvador mío, a pesar de mi nada, te pertenezca totalmente. Que no viva sino
para amarte, servirte y honrarte y para hacerte amar y honrar en todas las formas
posibles.
En tercer lugar, también el Espíritu Santo tuvo su parte para hacernos cristianos.
Porque formó en las sagradas entrañas de la santa Virgen a nuestro Redentor y
nuestra Cabeza; lo animó y condujo en sus pensamientos, palabras, acciones y
padecimientos y en el sacrificio de sí mismo en la cruz: Allí Cristo se ofreció a sí
mismo, por el Espíritu Santo, a Dios( 1 ).
Y después de que nuestro Señor subió al cielo, el Espíritu Santo vino a este
mundo para formar y establecer el cuerpo de Jesucristo, que es su Iglesia, y para
aplicarle los frutos de la vida, la sangre, la pasión y la muerte de Jesús. Sin ello
hubieran sido varias la pasión y la muerte de Jesucristo.
5
para Dios. Hasta tal punto, que no podemos pronunciar como conviene el santo
nombre de Jesús, ni tener un buen pensamiento, sino gracias al Espíritu Santo (2).
¡Cuántas maravillas han obrado el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para hacernos
cristianos! ¡Qué prodigioso es ser cristiano! Cuánta razón tiene san Juan cuando
hablando en nombre de todos los cristianos dice: el mundo no nos conoce ( 3 ) .
¡Cuántos Motivos tenemos de bendecir y amar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
por habernos llamado y elevado a la dignidad de cristianos! Por eso nuestra
vida debe ser santa, divina y espiritual, ya que todo lo que ha nacido del Espíritu
es espíritu ( 4 ) .
Me doy a ti, Espíritu Santo: toma posesión de mí y condúceme en todo y haz que
viva como hijo de Dios, como miembro de Jesucristo y como quien por haber
nacido de ti, Le pertenece y debe estar animado, poseído y conducido por ti.
1 Hb. 9,14.
2 1 Cor. 12.3.
3 1 Jn. 3,1.
4 Jn. 3. 6.
Jaculatoria: Alaben al Señor por sus misericordias, y por las maravillas que hace
con los hombres ( 1 ) .
UNDÉCIMO COLOQUIO
POR EL BAUTISMO SOMOS CRISTIANOS.
El Bautismo es una nueva creación. Por eso la santa Escritura llama al cristiano
nueva criatura ( 2 ). De esta segunda creación la primera es solo sombra y figura.
En la primera creación Dios nos sacó de la nada. En la segunda nos sacó de una
nada mucho más extrema: de la nada del pecado. Porque la primera nada no se
opone al poder de Dios: en cambio, la segunda le resiste con su infinita malicia.
Cuando Dios nos creó en Jesucristo ( 3 ) , como dice san Pablo, cuando nos dio
un ser y una vida nuevos en él por el bautismo, nos encontró en la nada del
pecado, en estado de enemistad y de oposición a él. Pero Dios venció nuestra
malicia con su bondad y su poder infinitos.
En la primera creación Dios nos dio un ser humano, débil y frágil; en la segunda
un ser celestial y divino.
6
En la primera creación Dios colocó al hombre en este mundo visible, creado por él
en el comienzo de los siglos: en la segunda colocó al cristiano en un mundo
nuevo, que es Dios mismo con todas sus perfecciones. Ese mundo nuevo es el
regazo de Dios. Es Jesucristo, Hombre-Dios, con su vida, sus misterios, su
cuerpo, que es su Iglesia triunfante, militante y sufriente.
1 Sal. 106, S.
2 2 Cor. 5, 17; Ga. 6,15.
3 Ef. 2, 10.
4 2 Pe. 1,4.
Nada me importa ya el mundo de Adán, podrido y pestilente por causa del pecado.
Dejémoslo a los hijos de este siglo y coloquemos nuestro corazón en nuestro
mundo. Salgamos del mundo de Adán para entrar en el mundo de Jesucristo.
Porque todos los que son de Jesucristo no pertenecen al mundo como tampoco
pertenece a él Jesucristo (4). En nuestro mundo encontramos las riquezas,
honores y deleites verdaderos. Los hijos del siglo colocan su placer en las cosas
del mundo: en hablar y oír hablar de ellas. Ellos pertenecen al mundo, por eso
habían el lenguaje del mundo (1) En cambio, nosotros debemos colocar nuestro
gozo en ponderar y oír ponderar las maravillas y noticias de nuestro mundo,
mucho más deleitosas que las del mundo del pecador.
1. Jn. 5,19.
2 Ga. 3.27.
3 1 Cor. 3, 22.
4 Jn. 17, 16.
7
Finalmente, debemos estar muertos para el mundo de Adán y no vivir sino en
nuestro mundo y de la vida de nuestro mundo que es Dios y Jesucristo nuestro
Señor. Porque estamos en él como una parte de él mismo, que debe estar
animada por su Espíritu para vivir de su vida. Esa muerte y esa vida las expresa
san Pablo con estas palabras: Estáis muertos y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios (2). Entreguémonos a Dios para entrar en sus sentimientos y
roguémosle que imprima en nosotros desprecio y aversión por el mundo de Adán
y gran aprecio y amor por el mundo nuestro.
Además, así como el Espíritu Santo fue enviado para formar al Hijo de Dios en las
entrañas de la santa Virgen, también se le envía para formarlo y hacerlo vivir,
mediante el bautismo, en nuestra alma, para incorporamos y unirnos a él y
hacemos nacer y vivir en él: A menos que uno nazca del agua y del Espíritu ( 1 ) .
Y así como las tres divinas Personas han cooperado conjuntamente con el mismo
poder y bondad, en la obra de la encarnación, también esas Personas se hallan
presentes en nuestro bautismo para damos el nuevo ser y la nueva vida en
Jesucristo. De esa manera nuestro Bautismo es una inefable generación. Por
propia iniciativa nos engendró ( 2 ), y un nacimiento admirable, imagen viva del
nacimiento eterno y temporal del Hijo de Dios. Por eso nuestra vida ha de ser
imagen perfecta de la suya. Hemos nacido de Dios en Jesucristo por la acción del
Espíritu Santo (3). Por lo cual sólo debemos vivir de Dios, en Dios y para Dios y de
la vida de Jesucristo, animados, conducidos y poseídos enteramente por su
Espíritu.
8
Humillémonos al vernos tan alejados de esa vida. Entreguémonos a Dios con el
ferviente deseo de empezar a vivirla. Roguémosle que destruya en nosotros la
vida del mundo y del pecado y establezca la suya, para no ser de aquellos a
quienes san Pablo llama ajenos a la vida de Dios ( 4 ) .
El bautismo es una muerte y una resurrección. Es una muerte porque si uno murió
por todos, luego todos han muertos. Es decir, todos los que, por el bautismo están
incorporados a él como sus miembros. Porque si tenemos una Cabeza crucificada
y muerta, también debemos estar sus miembros crucificados y muertos para el
mundo, el pecado y nosotros mismos.
1 Jn. 3. 5.
2 Sant. 1, 18.
3 Jn. 1, 13; 3,6.
4 Ef 4, 18.
5 2 Cor. 5, 14.
Su muerte: porque dice san Pablo: Hemos sido bautizados en su muerte; hemos
sido sepultados en la muerte con Jesucristo por el bautismo. Su resurrección:
porque como Jesucristo fue resucitado de la muerte, así nosotros empezáramos
una vida nueva (1).
Por consiguiente, por el bautismo estamos obligados a morir a todo para vivir con
Jesucristo de una vida celestial, como quienes ya no pertenecen a la tierra sino al
cielo y que tienen allí su espíritu y su corazón, como decían los primeros cristianos
por boca de san Pablo: Nosotros somos ciudadanos del cielo (2) y también: Si
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, no ¿as de ¿a tierra (3) .
Esa debe ser la vida de todo bautizado. Los que, en cambio, viven de la vida del
mundo, de la vida de los paganos y de los demonios, renuncian a su bautismo y
se hacen más réprobos que ellos.
9
Qué temible es el pecado: destruye en nosotros una vida tan noble y preciosa, la
vida de Dios y de Jesucristo en nuestras almas y la cambia por una vida pecadora
y diabólica.
1 Rm. 6,3-4.
2 Fp. 3.20.
3 Col. 3. 1-2. Col. 3. 3. 5 Rm. 6, 13.
DUODÉCIMO COLOQUIO
El bautismo es un divino pacto del hombre con Dios, que incluye tres grandes
acontecimientos.
10
1 1Cor. 1, 9.
2 1 Jn. 1. 3.
3 Jn. 15. 5.
Pero hay más aún: y es que la sociedad que por el bautismo establecemos con
Jesucristo, y por él con el Padre, es tan alta y divina que Jesucristo la compara
con la unidad existente entre el Padre y el Hijo: Que todos sean uno, como tú
Padre, estás conmigo y yo contigo. Yo unido con ellos y tú conmigo para que
queden realizados en la unidad (1). De manera que la unidad del Padre con el Hijo
es ejemplar de la unión que encontramos con Dios por el Bautismo y ésta es la
viva imagen de tan adorable unidad.
Además, lo que ennoblece la alianza contraída con Dios por el bautismo es que se
funda y origina en la sangre de Jesucristo y que la realiza el Espíritu Santo. El
mismo Espíritu que es la unidad del Padre y del Hijo, como dice la Iglesia: en la
unidad del Espíritu Santo, es el vínculo sagrado de la sociedad y unión que
tenemos con Jesucristo y por Jesucristo con el Padre, unión señalada con las
palabras: para que queden realizados en la unidad.
Vemos así cómo, por el bautismo somos una sola cosa con Jesucristo y por
Jesucristo con Dios, de la manera más excelsa y perfecta que pueda existir,
después de la unión hipostática de la naturaleza humana con el Verbo eterno. ¡Oh
alianza y sociedad inefable! ¡Cuántas obligaciones tenemos ron la bondad de Dios
por algo tan grande! ¡Qué alabanzas y acciones de gracias debemos tributarle!
¡Bendito sea Dios por don tan inefable!
Pero si estamos asociados de manera tan íntima con el Santo de los Santos, ¡qué
santa debe ser nuestra vida! Ciertamente si somos una sola cosa con Dios,
debemos tener un solo corazón, un mismo espíritu, una misma voluntad, un
mismo sentir con él: estar unidos con el Señor es ser un espíritu con él (2). Sólo
debernos amar lo que él ama y odiar lo que él odia, es decir, el pecado. Porque
quien peca mortalmente viola y rompe esa divina alianza que hemos contraído con
Dios por el bautismo y contrae alianza con su enemigo, Satanás; deshonra la
unidad del Padre y del Hijo al destruir su imagen; profana y hace inútil la sangre de
Jesucristo que es el fundamento de esa sociedad; apaga el Espíritu de Dios que
es su vínculo sagrado, contra lo cual nos previene el apóstol cuando dice: No
apaguéis el Espíritu (1).
1 Jn. 17,22-23.
2 1 Cor. 6,17.
11
2
Lo segundo que ha tenido lugar en nuestro pacto bautismal con Dios, es que
después de recibirnos en sociedad con él, como a sus hijos y a miembros de su
Hijo, se ha obligado a mirarnos y amamos y tratamos como a sus propios hijos,
como a verdaderos hermanos y miembros de su Hijo y a nuestras almas como
esposas suyas. Ya desde entonces nos ha tratado de esa manera y
concediéndonos dones inestimables ajustados a la dignidad y santidad de nuestra
alianza con él: nos da su gracia, de la que el menor grado vale más que todos los
imperios terrenos. Nos da la fe, la esperanza y la caridad, tesoros sin precio de
bienes indecibles, y las demás virtudes, vinculadas todas a la caridad. Nos da los
siete dones del Espíritu Santo y las ocho bienaventaranzas evangélicas. Y desde
el día de nuestro bautismo mantiene sus ojos paternales fijos sobre nosotros y su
corazón dedicado a amarnos, Nos da cuanto necesitarnos para el cuerpo y para el
alma y cumple fielmente sus promesas. Más aún, nos asegura que seremos sus
herederos en el cielo y que allí disfrutaremos de una felicidad que ojos de hombre
jamás vieron, ni oídos humanos jamás oyeron, ni corazón humano jamás puede
imaginar. Demos gracias a Dios por su misericordia, por las maravillas que hace
con los hombres ( 2 ) .
1. 1Ts. 5, 19.
2 Sal. 106 (107), 8.
Aconteció, en tercer lugar, en ese divino pacto, que nuestros padrinos y madrinas
nos presentaron, ofrendaron, entregaron y consagraron a Dios; que le prometimos
por su boca, renunciar a Satanás y a sus obras, es decir, a todo pecado, a sus
vanidades, es decir, al mundo, y adherimos a Jesucristo.
12
infidelidad, y renovar con mayor fervor, la promesa y profesión de nuestro
bautismo.
Es eso lo que voy a hacer desde ahora. Dios mío. De todo corazón y con todas
mis fuerzas renuncio a ti, maldito Satanás. Renuncio a ti, pecado abominable.
Renuncio a ti, mundo detestable. Renuncio a tus falsos honores, a tus vanos
placeres, a tus riquezas engañosas, a tu espíritu diabólico, a tus máximas
perniciosas y a toda corrupción y malignidad.
Me entrego a ti, Señor Jesús, totalmente y para siempre. Quiero adherir, por la fe,
a tu doctrina, por la esperanza a tus promesas, por el amor y la caridad a tus
mandatos y consejos. Quiero seguirte en la práctica de tus virtudes y seguirte
como a mi Cabeza, como uno de tus miembros. Quiero continuar tu vida sobre la
tierra, en cuanto me sea posible, mediante tu gracia que imploro de ti
encarecidamente.
Jaculatoria: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, para tener comunión con el
Padre y con su Hijo Jesucristo (1).
MEDITACIÓN
Piensa que el único estado que debes escoger es el que Dios te ha señalado
desde toda eternidad: porque no te perteneces a ti mismo sino a él, por infinitas
razones. Porque te ha creado, conservado, redimido y justificado: por la soberanía
que tiene sobre todas sus criaturas; por tantos títulos como pensamientos,
palabras, acciones, padecimientos y gotas de sangre Le ha dado el Hijo de Dios
para librarte de la esclavitud del diablo y del pecado.
2.2. Purifica tu alma de todo pecado y apego al mal, mediante una verdadera
conversión y una confesión extraordinaria para alejar de ti cuanto pudiera
obstaculizar las luces y gracias celestiales que para ello se requieren.
2.7. Implora el auxilio de la santa Virgen, de san José, tu ángel custodio y demás
ángeles y santos para que te alcancen la gracia de conocer y seguir lo que Dios
pide de u.
Ruega a Dios que te dé la gracia de poner en práctica estos siete consejos y
esmérate por seguirlos.
3.4. Si el motivo que a ello Le lleva es puro y desinteresado, con la única intención
de honrar a Dios y cumplir su voluntad.
3.5. Si aprueban y confirman tu propósito algunos servidores de Dios capaces de
dirigirte en asunto de tantas consecuencias.
15