Coloquios Interiores IX-XII

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O B R A S E S C O G I D A S D E S A N J U A N

E U D E S, S E G U N D A E D I C I Ó N
C E N T R O C A R I S M Á T I C O M I N U T O D E
D I O S, B O G O T Á - C O L O M B I A , 1 9 9 0

COLOQUIOS INTERIORES SOBRE EL BAUTISMO


NOVENO COLOQUIO
NUESTROS DEBERES PARA CON DIOS
COMO CRISTIANOS
1

Ser cristiano es ser hijo de Dios, tener el mismo Padre que Jesucristo, su Hijo
único. Los hizo capaces de ser hijos de Dios ( 3 ) . Y nuestro Salvador nos dice:
Subo a mi Padre que es vuestro Padre, a mi Dios, que es vuestro Dios (4). Y san
Juan: Mirad qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamamos hijos
de Dios; y además lo somos (5). Dios, por habernos creado, es nuestro principio,
nuestro rey y Soberano: y nosotros sus criaturas, su obra, sus súbditos y
servidores. Pero, además, por nuestra regeneración y el nuevo nacimiento del
bautismo que nos da un nuevo ser y una vida nueva y divina, Dios es nuestro
Padre a quien podemos y debemos decirle: Padre nuestro que estás en los cielos.
Por eso:

1. Si por el nuevo nacimiento hemos salido del seno de Dios, nuestro Padre,
también allí permaneceremos siempre, en su regazo. De otra manera perderíamos
el ser y la vida nuevas que recibimos en el bautismo. Por eso nos dice:
Escuchadme, vosotros, a quienes cargo en mi vientre, a quienes llevo en mis
entrañas (1).

1 Mt. 5,48.
2 EL 5,1.
3 Jn. 1,12.
4 Jn. 20,17.
5 1 Jn. 3.1.

2. Somos hermanos de Jesucristo, de su sangre, de su raza real y divina, y


formamos parte de su genealogía. De ahí que el cristiano, el hombre nuevo y
nueva criatura, que ha nacido únicamente de Dios, no conoce genealogía distinta
a la de Jesucristo, ni otro Padre que a Dios. No os llamaréis padres unos a otros
en la tierra (2). Ya no conocemos a nadie según la carne (3), dice san Pablo. Y el
Señor nos dice: Lo que ha nacido del Espíritu es espíritu (4).

3. Somos coherederos del Hijo de Dios y herederos de Dios. ¡Oh maravillas, oh


dignidad, nobleza y grandeza del cristiano! Mirad qué magnífico regalo nos ha
1
hecho el Padre, que nos llamemos hijos de Dios, y además lo somos (5). ¡Qué
gracia tan grande nos hace Dios cuando nos hace cristianos y cuán agradecidos
debemos vivir con su bondad!

Bien desdichado es quien desconoce a Dios como Padre y prefiere ser hijo del
diablo. Y eso hacen los que pecan mortalmente. De ellos dice nuestro Señor
Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis realizar los deseos de vuestro padre
(6).

Humillémonos a la vista de nuestros pecados. Renunciemos a Satanás.


Entreguémonos a Dios, con el deseo ferviente de vivir en adelante como
verdaderos hijos suyos, de no desmentir la nobleza de nuestro linaje, de no
deshonrar a nuestro Padre. Porque así como un hijo cuerdo es gloria de su padre,
así el que no se comporta con sensatez es su ignominia.

1 Is. 46, 3-4.


2. Mt. 23, 9.
3 2 Cm. 5,16.
4 Jn. 3,16.
5 1 Jn. 3,1.
6 Jn.. 8,44.

El cristiano es un miembro de Jesucristo. ¿Se os ha olvidado que sois miembros


de Cristo?(1) Por lo cual tenemos con Jesucristo una alianza y unión más noble,
estrecha y perfecta que la que tienen con su cabeza los miembros de un cuerpo
humano y natural. De lo cual se deduce:

2.1. Que pertenecemos a Jesucristo como los miembros a su cabeza;


2.2. Que, por lo mismo, estamos bajo su dependencia y dirección;
2.3. Que somos una sola cosa con él,

Por eso no es extraño que nos asegure que su Padre nos ama corno a él mismo:
Los has amado a ellos como me amaste a mi (2) y que escribirá sobre nosotros su
nombre nuevo (3); que tendremos con él la misma morada, que es el regazo de su
Padre: Donde yo esté allí estará también mi servidor (4); y que nos hará sentar
con él en su trono (5). Su amor y su bondad son tan excesivos que no se contenta
con llamarnos sus amigos, hermanos e hijos: quiere que seamos sus miembros.
Amémoslo, bendigámoslo y comprendamos que esta cualidad nos obliga a vivir de
la vida de nuestra cabeza, a continuar en la tierra su vida y sus virtudes. Pero,
¡qué alejados estamos de esa santa vida!
¡Qué culpa horrible es cometer un pecado mortal! Porque descuartiza a Jesucristo,
le arranca uno de sus miembros para convertirlo en miembro de Satanás.
Detestemos nuestros crímenes. Entreguémonos a Jesucristo como sus miembros
y hagamos el propósito de vivir de su vida. Porque sería monstruoso que un

2
miembro viviera una vida distinta de la de su cabeza. Por eso san Gregorio de
Nisa afirma que el cristianismo es hacer profesión de vivir de la
vida de Jesucristo (6).
1 1 Cor. 6,1 S.
2 Jn. 17,23.
3 Ap. 3.12.
4 Jn. 9,26.
5 Ap. 3.21.
6 Ad Harmonium, de Professione christiana.

El cristiano es templo del Espíritu Santo, al decir de san Pablo: Sabéis muy bien
que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1). Porque si somos hijos de
Dios y una sola cosa con el Hijo de Dios, como los miembros con su cabeza, su
mismo Espíritu debe animamos. Por eso san Pablo nos dice: La prueba de que
sois hijos es que Dios envió a vuestro interior el Espíritu de su Hijo ( 2 ) y que s i
alguno no tiene el Espíritu de Cristo ese no es cristiano (3). De manera que el
Santo Espíritu nos ha sido dado para que sea el espíritu de nuestro espíritu, el
corazón de nuestro corazón, el alma de nuestra alma, para que esté siempre con
nosotros y dentro de nosotros, no sólo como en su templo sino como en una parte
de su cuerpo, vale a decir en una parte del cuerpo de Jesucristo, que es el suyo y
que debe estar animado por el pues los miembros y cada parte del cuerpo deben
estar animados por el mismo espíritu que anima a su cabeza.

¿Quién, pues, podrá concebir y expresar la excelencia de la religión cristiana, la


dignidad de un cristiano, hijo de Dios, miembro de Jesucristo, animado por su
Espíritu? ¿Cuál sea nuestra obligación para con Dios? ¿Cuál la santidad de
nuestra vida? ¿Cuán culpable quien peca mortalmente? Porque el pecador
destierra al Espíritu Santo de su templo para alojar al espíritu del mal; crucifica y
da muerte en sí mismo a Jesucristo apagando en él su Espíritu, por el cual vivía,
para entronizar y hacer vivir allí a su enemigo Satanás. Consideremos
cuidadosamente estas verdades. Grabémoslas profundamente en nuestros
corazones para incitamos a bendecir y amar a Dios, a detestar nuestras
ingratitudes y pecados pasados y a llevar en adelante una vida digna de la
perfección de nuestro Padre, de la santidad de nuestra Cabeza y de la pureza del
Espíritu.

Jaculatoria: Padre nuestro que estás en los cielos, hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo.

1. 1Cor. 6,19.
2. Ga. 4, 6.
3. Rm. 8, 9.

3
DÉCIMO COLOQUIO

MARAVILLAS OBRADAS POR EL PADRE,


EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO
PARA HACERNOS CRISTIANOS

Se necesitaban dos cosas importantes que incluyen muchas otras, para hacemos
cristianos. La primera era destruir la alianza desdichada que por el pecado
habíamos contraído con el demonio de quien llegamos a ser esclavos, hijos y
miembros. La segunda reconciliarnos con Dios, de quien nos hicimos enemigos y
establecer con él una alianza nueva, más noble y estrecha que la que teníamos
antes del pecado.

Para llenar ambas condiciones era necesario aniquilar nuestros pecados, librarnos
del poder de Satán, purificar nuestras almas de las manchas de sus delitos y
adornarlas con gracias y dones acordes con la cualidad de hijos de Dios y
miembros del Hijo de Dios.

Para este fin he aquí, en primer lugar, lo que ha hecho el Padre eterno. Nos envió
y dio a su Hijo único y amadísimo, que es su corazón, su amor, sus delicias, su
tesoro, su gloria y su vida. ¿Pero dónde, a quién, y porqué lo hizo?

1. 1. Lo envió a este mundo, a esta tierra de miseria y maldición: como quien dice
a un lugar de tinieblas, de horror, de pecado y de tribulación.

1.2. Nos lo dio a nosotros, sus enemigos ingratos y pérfidos; a los judíos, a
Herodes, a Judas, a los verdugos que lo ultrajaron, vendieron, crucificaron y que
todavía lo ultrajan, venden y crucifican cada día. Y, al dárnoslo, lo entregó a los
tormentos de la cruz y de la muerte. De tal manera amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo único ( l ) .

1 Jn. 3,16.

1.3. ¿Por qué lo envió y entregó de esa manera? Para libramos de la tiranía del
pecado y del demonio; para lavar nuestras almas con su sangre; para adornarlas
con su gracia; para nuestra redención, nuestra justificación y santificación y para
hacernos pasar de nuestra condición de esclavos, hijos y miembros de Satanás a
la dignidad de amigos e hijos de Dios, de hermanos y miembros de Jesucristo.

i"Oh bondad inefable, exclama san Agustín, oh misericordia incomparable! No


éramos dignos de ser los esclavos de Dios y he aquí que nos vemos contados
4
entre sus hijos" (1). ¿Cómo te pagaremos, Padre bondadoso, el don infinito de
damos lo más querido y precioso que tienes, a tu Hijo único? Te ofrecemos en
acción de gracias a este mismo Hijo, y, en unión con él nos ofrecemos,
entregamos, consagramos y sacrificamos a ti irrevocablemente. Tómanos y
poséenos perfectamente y para siempre.

En segundo lugar, para hacernos cristianos el Hijo de Dios salió del seno de su
Padre, vino a este mundo, se hizo hombre y permaneció en la tierra treinta y
cuatro años. ¡Y durante ese tiempo cuántos misterios y grandezas realizó!
¡Cuántas cosas extrañas padeció! ¡Cuántos oprobios y tormentos sobre llevó!
¡Cuántas lágrimas y sangre derramó! ¡Cuántos ayunos, vigilias, trabajos, fatigas,
amarguras, angustias, y suplicios soportó! Y todo ello para hacemos cristianos,
hijos de Dios y miembros suyos. Tú, Dios mío, sólo empleaste seis días para crear
el mundo y un instante para crear al hombre. Pero para hacer al cristiano
empleaste treinta y cuatro años de trabajos y sufrimientos indecibles. Unas pocas
palabras te bastaron para la primera creación, pero para la segunda entregaste tu
sangre y tu vida con dolores infinitos. Por eso, si tengo tantas obligaciones contigo
por mi creación, mucha más tengo por mi regeneración. Si me debo todo a ti por
haberme dado el ser y la vida, ¿cuánto más por haberte entregado tu mismo a mí,
en tu encarnación, y por haberte sacrificado por mí en la cruz? Que al menos,
Salvador mío, a pesar de mi nada, te pertenezca totalmente. Que no viva sino
para amarte, servirte y honrarte y para hacerte amar y honrar en todas las formas
posibles.

1 In Joan. Tract. 11, 13.

En tercer lugar, también el Espíritu Santo tuvo su parte para hacernos cristianos.
Porque formó en las sagradas entrañas de la santa Virgen a nuestro Redentor y
nuestra Cabeza; lo animó y condujo en sus pensamientos, palabras, acciones y
padecimientos y en el sacrificio de sí mismo en la cruz: Allí Cristo se ofreció a sí
mismo, por el Espíritu Santo, a Dios( 1 ).

Y después de que nuestro Señor subió al cielo, el Espíritu Santo vino a este
mundo para formar y establecer el cuerpo de Jesucristo, que es su Iglesia, y para
aplicarle los frutos de la vida, la sangre, la pasión y la muerte de Jesús. Sin ello
hubieran sido varias la pasión y la muerte de Jesucristo.

Además, el Espíritu Santo viene a nosotros en nuestro bautismo, para formar en


nosotros a Jesucristo y para incorporarnos a él, para hacemos nacer y vivir en él,
para aplicarnos los frutos de su sangre y de su muerte y para animamos,
inspiramos, movernos y conducimos en nuestros pensamientos, palabras,
acciones y padecimientos, de manera que los tengamos cristianamente y solo

5
para Dios. Hasta tal punto, que no podemos pronunciar como conviene el santo
nombre de Jesús, ni tener un buen pensamiento, sino gracias al Espíritu Santo (2).
¡Cuántas maravillas han obrado el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para hacernos
cristianos! ¡Qué prodigioso es ser cristiano! Cuánta razón tiene san Juan cuando
hablando en nombre de todos los cristianos dice: el mundo no nos conoce ( 3 ) .
¡Cuántos Motivos tenemos de bendecir y amar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
por habernos llamado y elevado a la dignidad de cristianos! Por eso nuestra
vida debe ser santa, divina y espiritual, ya que todo lo que ha nacido del Espíritu
es espíritu ( 4 ) .

Me doy a ti, Espíritu Santo: toma posesión de mí y condúceme en todo y haz que
viva como hijo de Dios, como miembro de Jesucristo y como quien por haber
nacido de ti, Le pertenece y debe estar animado, poseído y conducido por ti.

1 Hb. 9,14.
2 1 Cor. 12.3.
3 1 Jn. 3,1.
4 Jn. 3. 6.

Jaculatoria: Alaben al Señor por sus misericordias, y por las maravillas que hace
con los hombres ( 1 ) .

UNDÉCIMO COLOQUIO
POR EL BAUTISMO SOMOS CRISTIANOS.

El Bautismo es una nueva creación. Por eso la santa Escritura llama al cristiano
nueva criatura ( 2 ). De esta segunda creación la primera es solo sombra y figura.
En la primera creación Dios nos sacó de la nada. En la segunda nos sacó de una
nada mucho más extrema: de la nada del pecado. Porque la primera nada no se
opone al poder de Dios: en cambio, la segunda le resiste con su infinita malicia.
Cuando Dios nos creó en Jesucristo ( 3 ) , como dice san Pablo, cuando nos dio
un ser y una vida nuevos en él por el bautismo, nos encontró en la nada del
pecado, en estado de enemistad y de oposición a él. Pero Dios venció nuestra
malicia con su bondad y su poder infinitos.

En la primera creación Dios nos dio un ser humano, débil y frágil; en la segunda
un ser celestial y divino.

En la primera nos hizo a su imagen y semejanza: en la segunda restauró su


imagen que el pecado había borrado en nosotros, nos la imprimió de manera
mucho más noble y excelente, pues nos hizo partícipes de su divina naturaleza
(4).

6
En la primera creación Dios colocó al hombre en este mundo visible, creado por él
en el comienzo de los siglos: en la segunda colocó al cristiano en un mundo
nuevo, que es Dios mismo con todas sus perfecciones. Ese mundo nuevo es el
regazo de Dios. Es Jesucristo, Hombre-Dios, con su vida, sus misterios, su
cuerpo, que es su Iglesia triunfante, militante y sufriente.

1 Sal. 106, S.
2 2 Cor. 5, 17; Ga. 6,15.
3 Ef. 2, 10.
4 2 Pe. 1,4.

El mundo de la primera criatura es un mundo de tinieblas, pecado y maldición. El


mundo entero está en poder del maligno (1). En cambio, el mundo de la nueva
criatura a es un mundo de gracia, de santidad y bendición, con bellezas y delicias
infinitas. En efecto, ¡cuántas maravillas y encantos hay en Dios, en su santidad,
eternidad, inmensidad, en su gloria y felicidad, en sus tesoros, en la vida temporal
de Jesucristo, con sus misterios, acciones, padecimientos y virtudes; en su vida
gloriosa e inmortal, en su Iglesia y en la vida de todos sus santos!

En el mundo de Adán, hay cielos, astros, elementos. En el mundo del cristiano el


ciclo es Dios y el seno de Dios; el sol es Jesús, la luna es María; los astros y
estrellas los santos; La tierra es la humanidad sagrada de Jesús; el agua es la
gracia ¡a cristiana: el aire es el Espíritu Santo; el fuego, el amor y la caridad; el pan
es el cuerpo de Jesucristo; el vino es su sangre; los vestidos son Jesucristo:
porque cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo
(2).

En el mundo cristiano no hay pobres ni plebeyos. Todos los verdaderos cristianos


son infinitamente ricos: Todo es vuestro ( 3 ) . Todos son nobles, príncipes y
reyes.

Nada me importa ya el mundo de Adán, podrido y pestilente por causa del pecado.
Dejémoslo a los hijos de este siglo y coloquemos nuestro corazón en nuestro
mundo. Salgamos del mundo de Adán para entrar en el mundo de Jesucristo.
Porque todos los que son de Jesucristo no pertenecen al mundo como tampoco
pertenece a él Jesucristo (4). En nuestro mundo encontramos las riquezas,
honores y deleites verdaderos. Los hijos del siglo colocan su placer en las cosas
del mundo: en hablar y oír hablar de ellas. Ellos pertenecen al mundo, por eso
habían el lenguaje del mundo (1) En cambio, nosotros debemos colocar nuestro
gozo en ponderar y oír ponderar las maravillas y noticias de nuestro mundo,
mucho más deleitosas que las del mundo del pecador.

1. Jn. 5,19.
2 Ga. 3.27.
3 1 Cor. 3, 22.
4 Jn. 17, 16.

7
Finalmente, debemos estar muertos para el mundo de Adán y no vivir sino en
nuestro mundo y de la vida de nuestro mundo que es Dios y Jesucristo nuestro
Señor. Porque estamos en él como una parte de él mismo, que debe estar
animada por su Espíritu para vivir de su vida. Esa muerte y esa vida las expresa
san Pablo con estas palabras: Estáis muertos y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios (2). Entreguémonos a Dios para entrar en sus sentimientos y
roguémosle que imprima en nosotros desprecio y aversión por el mundo de Adán
y gran aprecio y amor por el mundo nuestro.

La Escritura llama al bautismo baño de regeneración y nuevo nacimiento por el


agua y el Espíritu Santo (3). De esa generación y nacimiento es ejemplar y
prototipo la generación y el nacimiento eterno del Hijo de Dios en el seno de su
Padre y su generación y nacimiento temporal en el seno virginal de María.

Porque así como en su generación eterna el Padre le comunica su ser y su vida y


todas sus perfecciones, también en nuestro bautismo ese mismo Padre nos da por
su Hijo y en su Hijo, un ser y una vida santos y divinos.

Y así como en la generación temporal del Hijo de Dios, su Padre le da un ser


nuevo y una vida nueva, la cual, aunque santa y divina se halla revestida de
mortalidad, de pasibilidad y de las miserias de la vida humana, así la vida nueva
que Dios nos da en el bautismo está rodeada de fragilidad y debilidades de la vida
humana con la que está unido.
1 1 in. 4, S.
2 Col. 3.3.
3 Tit. 3, 5; Jn. 3,5.

Además, así como el Espíritu Santo fue enviado para formar al Hijo de Dios en las
entrañas de la santa Virgen, también se le envía para formarlo y hacerlo vivir,
mediante el bautismo, en nuestra alma, para incorporamos y unirnos a él y
hacemos nacer y vivir en él: A menos que uno nazca del agua y del Espíritu ( 1 ) .

Y así como las tres divinas Personas han cooperado conjuntamente con el mismo
poder y bondad, en la obra de la encarnación, también esas Personas se hallan
presentes en nuestro bautismo para damos el nuevo ser y la nueva vida en
Jesucristo. De esa manera nuestro Bautismo es una inefable generación. Por
propia iniciativa nos engendró ( 2 ), y un nacimiento admirable, imagen viva del
nacimiento eterno y temporal del Hijo de Dios. Por eso nuestra vida ha de ser
imagen perfecta de la suya. Hemos nacido de Dios en Jesucristo por la acción del
Espíritu Santo (3). Por lo cual sólo debemos vivir de Dios, en Dios y para Dios y de
la vida de Jesucristo, animados, conducidos y poseídos enteramente por su
Espíritu.

8
Humillémonos al vernos tan alejados de esa vida. Entreguémonos a Dios con el
ferviente deseo de empezar a vivirla. Roguémosle que destruya en nosotros la
vida del mundo y del pecado y establezca la suya, para no ser de aquellos a
quienes san Pablo llama ajenos a la vida de Dios ( 4 ) .

El bautismo es una muerte y una resurrección. Es una muerte porque si uno murió
por todos, luego todos han muertos. Es decir, todos los que, por el bautismo están
incorporados a él como sus miembros. Porque si tenemos una Cabeza crucificada
y muerta, también debemos estar sus miembros crucificados y muertos para el
mundo, el pecado y nosotros mismos.

1 Jn. 3. 5.
2 Sant. 1, 18.
3 Jn. 1, 13; 3,6.
4 Ef 4, 18.
5 2 Cor. 5, 14.

El bautismo es una resurrección: salimos de la muerte del pecado a la vida de la


gracia.

Es una muerte y una resurrección cuyo ejemplar es la muerte y resurrección de


Jesucristo.

Su muerte: porque dice san Pablo: Hemos sido bautizados en su muerte; hemos
sido sepultados en la muerte con Jesucristo por el bautismo. Su resurrección:
porque como Jesucristo fue resucitado de la muerte, así nosotros empezáramos
una vida nueva (1).

Por consiguiente, por el bautismo estamos obligados a morir a todo para vivir con
Jesucristo de una vida celestial, como quienes ya no pertenecen a la tierra sino al
cielo y que tienen allí su espíritu y su corazón, como decían los primeros cristianos
por boca de san Pablo: Nosotros somos ciudadanos del cielo (2) y también: Si
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, no ¿as de ¿a tierra (3) .

Finalmente, por el bautismo debernos hacer verídicas aquellas palabras: Estáis


muertos y vuestra vida escondida con Cristo en Dios ( 4 ) . Muertos a lo que no es
Dios para vivir únicamente en Dios y con Jesucristo. Como muertos que han
vuelto a la vida ( 5 ) . Deben llevar en la tierra la vida del cielo, es decir una vida
santa que sea ejercicio constante de amor, de adoración y alabanza a Dios y de
caridad con el prójimo.

Esa debe ser la vida de todo bautizado. Los que, en cambio, viven de la vida del
mundo, de la vida de los paganos y de los demonios, renuncian a su bautismo y
se hacen más réprobos que ellos.

9
Qué temible es el pecado: destruye en nosotros una vida tan noble y preciosa, la
vida de Dios y de Jesucristo en nuestras almas y la cambia por una vida pecadora
y diabólica.

1 Rm. 6,3-4.
2 Fp. 3.20.
3 Col. 3. 1-2. Col. 3. 3. 5 Rm. 6, 13.

Detestemos, pues, nuestros pecados, renunciemos de corazón a la vida del


mundo y del hombre viejo. Entreguémonos a Jesús y roguémosle que la destruya
en nosotros y establezca la suya.

Jaculatoria: Que ya no viva yo sino Cristo en mí.

DUODÉCIMO COLOQUIO

EL BAUTISMO ES UNA ALIANZA ADMIRABLE


DEL HOMBRE CON DIOS

El bautismo es un divino pacto del hombre con Dios, que incluye tres grandes
acontecimientos.

El primero es que Dios, con misericordia incomparable, desata la alianza maldita


que por el pecado teníamos con Satanás y que nos convertía en sus hijos y
miembros y nos hace entrar en maravillosa sociedad con él. Dios os llamó a la
unión con su Hijo Jesucristo (1), dice san Pablo, y san Juan: Lo que vimos y oímos
os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y
nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (2).

Se trata de la sociedad más noble y perfecta que pueda imaginarse. No es sólo


alianza de amigos, de hermanos, de hijos con su Padre, de esposo con su esposa,
sino la más íntima y estrecha: la de los miembros con su cabeza.
La unión natural y corporal de los sarmientos con el tronco de la vida (3) y de los
miembros del cuerpo humano con su cabeza, es la más estrecha en el orden
natural; pero sólo es figura y sombra de la unión espiritual y sobrenatural que por
el bautismo tenemos con Jesucristo. La primera se ajusta a la naturaleza material
de las cosas que une entre sí. En cambio, la unión de los miembros de Jesucristo
con su Cabeza se ajusta a la excelencia y naturaleza divina. Y así como esta
divina Cabeza y sus miembros superan la cabeza y miembros naturales, así la
alianza que los cristianos contraen con Jesucristo supera la unión de la cabeza
con los miembros de un cuerpo humano.

10
1 1Cor. 1, 9.
2 1 Jn. 1. 3.
3 Jn. 15. 5.

Pero hay más aún: y es que la sociedad que por el bautismo establecemos con
Jesucristo, y por él con el Padre, es tan alta y divina que Jesucristo la compara
con la unidad existente entre el Padre y el Hijo: Que todos sean uno, como tú
Padre, estás conmigo y yo contigo. Yo unido con ellos y tú conmigo para que
queden realizados en la unidad (1). De manera que la unidad del Padre con el Hijo
es ejemplar de la unión que encontramos con Dios por el Bautismo y ésta es la
viva imagen de tan adorable unidad.

Además, lo que ennoblece la alianza contraída con Dios por el bautismo es que se
funda y origina en la sangre de Jesucristo y que la realiza el Espíritu Santo. El
mismo Espíritu que es la unidad del Padre y del Hijo, como dice la Iglesia: en la
unidad del Espíritu Santo, es el vínculo sagrado de la sociedad y unión que
tenemos con Jesucristo y por Jesucristo con el Padre, unión señalada con las
palabras: para que queden realizados en la unidad.

Vemos así cómo, por el bautismo somos una sola cosa con Jesucristo y por
Jesucristo con Dios, de la manera más excelsa y perfecta que pueda existir,
después de la unión hipostática de la naturaleza humana con el Verbo eterno. ¡Oh
alianza y sociedad inefable! ¡Cuántas obligaciones tenemos ron la bondad de Dios
por algo tan grande! ¡Qué alabanzas y acciones de gracias debemos tributarle!
¡Bendito sea Dios por don tan inefable!

Pero si estamos asociados de manera tan íntima con el Santo de los Santos, ¡qué
santa debe ser nuestra vida! Ciertamente si somos una sola cosa con Dios,
debemos tener un solo corazón, un mismo espíritu, una misma voluntad, un
mismo sentir con él: estar unidos con el Señor es ser un espíritu con él (2). Sólo
debernos amar lo que él ama y odiar lo que él odia, es decir, el pecado. Porque
quien peca mortalmente viola y rompe esa divina alianza que hemos contraído con
Dios por el bautismo y contrae alianza con su enemigo, Satanás; deshonra la
unidad del Padre y del Hijo al destruir su imagen; profana y hace inútil la sangre de
Jesucristo que es el fundamento de esa sociedad; apaga el Espíritu de Dios que
es su vínculo sagrado, contra lo cual nos previene el apóstol cuando dice: No
apaguéis el Espíritu (1).

1 Jn. 17,22-23.
2 1 Cor. 6,17.

¡Qué horror debemos tener de nuestros pecados pasados y cuánto temor de


recaer en ellos! ¡Cuánto cuidado para conservar tan preciosa alianza, y cómo
debemos esmerarnos por asociar a ella el mayor número posible de nuestros
hermanos!

11
2

Lo segundo que ha tenido lugar en nuestro pacto bautismal con Dios, es que
después de recibirnos en sociedad con él, como a sus hijos y a miembros de su
Hijo, se ha obligado a mirarnos y amamos y tratamos como a sus propios hijos,
como a verdaderos hermanos y miembros de su Hijo y a nuestras almas como
esposas suyas. Ya desde entonces nos ha tratado de esa manera y
concediéndonos dones inestimables ajustados a la dignidad y santidad de nuestra
alianza con él: nos da su gracia, de la que el menor grado vale más que todos los
imperios terrenos. Nos da la fe, la esperanza y la caridad, tesoros sin precio de
bienes indecibles, y las demás virtudes, vinculadas todas a la caridad. Nos da los
siete dones del Espíritu Santo y las ocho bienaventaranzas evangélicas. Y desde
el día de nuestro bautismo mantiene sus ojos paternales fijos sobre nosotros y su
corazón dedicado a amarnos, Nos da cuanto necesitarnos para el cuerpo y para el
alma y cumple fielmente sus promesas. Más aún, nos asegura que seremos sus
herederos en el cielo y que allí disfrutaremos de una felicidad que ojos de hombre
jamás vieron, ni oídos humanos jamás oyeron, ni corazón humano jamás puede
imaginar. Demos gracias a Dios por su misericordia, por las maravillas que hace
con los hombres ( 2 ) .

1. 1Ts. 5, 19.
2 Sal. 106 (107), 8.

Aconteció, en tercer lugar, en ese divino pacto, que nuestros padrinos y madrinas
nos presentaron, ofrendaron, entregaron y consagraron a Dios; que le prometimos
por su boca, renunciar a Satanás y a sus obras, es decir, a todo pecado, a sus
vanidades, es decir, al mundo, y adherimos a Jesucristo.

En efecto, según el rito antiguo de administrar el bautismo, el candidato se volvía


hacia el ocaso y decía: Renuncio a ti, Satanás. Luego, vuelto hacia el Oriente
exclamaba: ¡Voy tras de ti, oh Cristo! Y lo mismo se expresa hoy día en términos
equivalentes. Esa es la promesa solemne que hicimos a Dios en nuestro
bautismo, delante de toda la Iglesia; promesa incluida dentro de un gran
sacramento, tan comprometedora que nadie podrá jamás dispensamos de ella;
promesa que, al decir de san Agustín, está escrita por los ángeles y sobre la cual
Dios nos juzgará a la hora de nuestra muerte.

Juzguémonos pues, desde ahora a nosotros mismos, para no ser condenados.


Examinemos rigurosamente si hemos cumplido esa promesa y nos daremos
cuenta de que, a menudo, nos hemos comportado corno si hubiéramos prometido
todo lo contrarío y como si, en lugar de renunciar a Satanás, al pecado y al
mundo, y de seguir a Jesucristo, a éste le hemos vuelto las espaldas y lo hemos
negado con nuestras obras para pasamos a sus enemigos. ¡Cuánta perfidia e
ingratitud después de recibir semejantes favores! Cómo debemos detestar nuestra

12
infidelidad, y renovar con mayor fervor, la promesa y profesión de nuestro
bautismo.

Es eso lo que voy a hacer desde ahora. Dios mío. De todo corazón y con todas
mis fuerzas renuncio a ti, maldito Satanás. Renuncio a ti, pecado abominable.
Renuncio a ti, mundo detestable. Renuncio a tus falsos honores, a tus vanos
placeres, a tus riquezas engañosas, a tu espíritu diabólico, a tus máximas
perniciosas y a toda corrupción y malignidad.

Me entrego a ti, Señor Jesús, totalmente y para siempre. Quiero adherir, por la fe,
a tu doctrina, por la esperanza a tus promesas, por el amor y la caridad a tus
mandatos y consejos. Quiero seguirte en la práctica de tus virtudes y seguirte
como a mi Cabeza, como uno de tus miembros. Quiero continuar tu vida sobre la
tierra, en cuanto me sea posible, mediante tu gracia que imploro de ti
encarecidamente.

Jaculatoria: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, para tener comunión con el
Padre y con su Hijo Jesucristo (1).

MEDITACIÓN

SOBRE LA ELECCIÓN DE ESTADO

Piensa que el único estado que debes escoger es el que Dios te ha señalado
desde toda eternidad: porque no te perteneces a ti mismo sino a él, por infinitas
razones. Porque te ha creado, conservado, redimido y justificado: por la soberanía
que tiene sobre todas sus criaturas; por tantos títulos como pensamientos,
palabras, acciones, padecimientos y gotas de sangre Le ha dado el Hijo de Dios
para librarte de la esclavitud del diablo y del pecado.

Por eso tiene derecho a disponer de ti, de tu vida y ocupaciones. Porque le


perteneces a él infinitamente más que un súbdito a su rey, que un esclavo a su
amo, que una casa a su dueño, que un hijo a su padre. Renuncia, por tanto a ti
mismo. Entrégate a Dios, declárale que quieres pertenecerle y servirlo de la
manera que más le agrade y en el estado a que le plazca llamarte. Ruégale que te
dé a conocer su santa voluntad y haz el propósito de aportar las disposiciones
requeridas para descubrirla y seguirla.

Para disponerte a conocer la divina voluntad tocante a tu vocación debes tener en


cuenta siete cosas:

2.1. Humíllate profundamente y reconoce que eres indigno de servir a Dios en


cualquier estado y condición; que por estar lleno de tinieblas, no puedes discernir
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por ti mismo la voluntad de Dios y que no mereces que él te comunique sus luces
para ello.

1 Sal. 72 (73), 28; 1 Jn. 1, 3.

2.2. Purifica tu alma de todo pecado y apego al mal, mediante una verdadera
conversión y una confesión extraordinaria para alejar de ti cuanto pudiera
obstaculizar las luces y gracias celestiales que para ello se requieren.

2.3. Reafírmale a Dios que deseas pertenecerle totalmente y servirlo de todo


corazón y únicamente por su amor, en el género de vida al que le plazca llamarte.

2.4. Colócate en total indiferencia frente a cualquier profesión en la que puedas


agradar a Dios y despójate de tus planes y proyectos. Coloca a los pies de nuestro
Señor tus sentimientos, deseos e inclinaciones para que él te comunique los
suyos. Abandónale tu libertad para que disponga de u según su beneplácito.
Coloca tu corazón entre sus manos como cera blanda o como carta blanca que él
grabe y escriba en él la expresión de su adorable voluntad.

2.5. Suplícale confiadamente que por su infinita misericordia, a pesar de tu


inmensa indignidad, te coloque en el estado que te ha señalado desde toda
eternidad y le dé las luces y gracias necesarias para entrar en él y servirlo allí con
toda fidelidad.

2.6. Acompaña tu oración con mortificaciones, limosnas y buenas obras,


corporales o espirituales.

2.7. Implora el auxilio de la santa Virgen, de san José, tu ángel custodio y demás
ángeles y santos para que te alcancen la gracia de conocer y seguir lo que Dios
pide de u.
Ruega a Dios que te dé la gracia de poner en práctica estos siete consejos y
esmérate por seguirlos.

Si después de cumplir estas recomendaciones y de asumir las disposiciones en


ellas señaladas, sientes inclinación por algún género de vida, no te apures en
seguirlo. Examínalo bien para no tomar los instintos de tu voluntad o de tu amor
propio, o del espíritu malo, como si fueran del Espíritu de Dios. Para no engañarle,
examina atentamente:

3. 1. Si la condición a la que te sientes atraído es tal que puedes en ella servir


fácilmente a Dios y realizar tu salvación.

3.2. Si Dios te ha dado las cualidades físicas y espirituales convenientes y las


condiciones requeridas para entrar en ella.
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3.3. Si el deseo que tienes es estable y permanente.

3.4. Si el motivo que a ello Le lleva es puro y desinteresado, con la única intención
de honrar a Dios y cumplir su voluntad.
3.5. Si aprueban y confirman tu propósito algunos servidores de Dios capaces de
dirigirte en asunto de tantas consecuencias.

Si estas cinco señales de la verdadera vocación de Dios coinciden con el deseo


que tienes de un estado o género de vida, sólo te queda tomar la firme resolución
de llevarlo a cabo, de buscar los medios conducentes y rogar a Dios que te dé las
gracias necesarias para llegar a él y para servirlo y honrarlo conforme a los
designios que tiene sobre u. Invoca con este fin la intercesión de la santa Virgen,
de los ángeles y de los santos.

Jaculatoria: Indícame, Señor, el camino que he de seguir, pues a ti levanto mi


alma ( 1 ) .

1 Sal. 142 (143). S.

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