Grillo Ioan El Narco PDF
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Grillo
El Narco
En el corazón de la insurgencia criminal mexicana
Traducción de Antonio-Prometeo Moya
TENDENCIAS EDITORES
Argentina - Chile - Colombia - España - Estados Unidos - México -
Perú - Uruguay - Venezuela
Contenido
Portadilla
Mapa
1. Fantasmas
PRIMERA PARTE. Historia
2. Amapolas
3. Hippies
4. Cárteles
5. Magnates
6. Demócratas
7. Señores de la guerra
SEGUNDA PARTE. Anatomía
8. Tráfico
9. Asesinato
10. Cultura
11. Fe
12. Insurgencia
TERCERA PARTE. Futuro
13. Detenciones
14. Expansión
15. Diversificación
16. Paz
Agradecimientos
Bibliografía
Notas
Fotos
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Créditos
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Fantasmas
A hora todo parecía un mal sueño.
Había sido vívido y salvaje, de eso no cabía la menor duda, pero de algún modo
parecía algo irreal, como si Gonzalo hubiera presenciado aquellas horribles
escenas desde arriba, como si hubiera sido otro el que había cruzado disparos en
plena luz del día con los policías cubiertos con pasamontañas. Otro el que había
irrumpido violentamente en las casas y sacado a rastras a hombres inútilmente
protegidos por esposas y madres que lloraban. Otro el que había atado de pies y
manos a las víctimas con cinta adhesiva de seguridad para que recibieran golpes
sin poder moverse de la silla y estuvieran días sin comer. Otro quien les había
partido el cráneo a machetazos cuando aún estaban vivos.
Pero todo había sido real.
Cuando había hecho esas cosas era un hombre diferente, me cuenta Gonzalo.
Fumaba crack y bebía whisky todos los días, tenía poder en un país donde los
pobres no pueden defenderse, tenía una troca[*] del año y estaba en condiciones
de comprar casas pagando en efectivo, tenía cuatro esposas e hijos repartidos por
todas partes... No tenía ningún Dios.
En ese tiempo no tenía ningún temor. No sentía nada, no tenía
compasión por nada —dice con lentitud y titubeando ante algunas
palabras.
Tiene la voz aguda y nasal, dado que la policía le machacó los dientes a golpes
hasta que confesó. Su cara revela pocas emociones. Me cuesta percatarme de la
gravedad de lo que dice, hasta que más tarde rebobino el vídeo de la entrevista y
transcribo sus palabras. Entonces me doy cuenta cabal de lo que me ha dicho,
hago una pausa y me estremezco por dentro.
Hablo con Gonzalo en una celda en la que hay otros ocho presos; es un
soleado martes por la mañana y estamos en Ciudad Juárez, la ciudad con más
homicidios de todo el planeta. Estamos a unos 10 kilómetros de Estados Unidos
y del Río Grande, que corta América del Norte como las rayas de la mano.
Gonzalo está sentado en el catre, en un rincón de la celda, con las manos unidas y
los antebrazos apoyados en los muslos. Viste una sencilla camiseta blanca que
pone de manifiesto su vientre prominente, sus anchas espaldas y los poderosos
músculos que cultivó de adolescente, cuando jugaba al fútbol americano, y que a
sus 38 años mantiene aún en forma. De pie mide 1,88 metros, su físico es
imponente y hace valer su autoridad sobre sus compañeros de celda. Pero
cuando habla conmigo se muestra humilde y comunicativo. Luce un curvo
bigote negro y lleva perilla (barba de chivo) que se le ha vuelto gris. Mira con
fijeza e intensidad, su aspecto intimida y parece implacable, pero también deja
traslucir un sufrimiento interior.
Durante diecisiete años ha hecho de soldado, secuestrador y asesino a sueldo
de las bandas mexicanas de la droga. En ese período ha segado más vidas
humanas de las que es capaz de recordar. En casi todos los demás países sería
considerado un peligroso asesino en serie y estaría encerrado en una cárcel de
máxima seguridad. Pero en México, actualmente, hay miles de asesinos en serie.
Incluso en los presidios, que están atestados, se producen matanzas espantosas.
En un disturbio mueren veinte presos; en otro, veintiuno; en otro, veintitrés; y
todo esto en cárceles próximas a la misma malhadada frontera.
Dentro del sangriento presidio nos encontramos en una especie de santuario,
un ala entera para los cristianos renacidos. Es el reino de Jesús, me dicen, un
oasis donde acatan las leyes de su propio «gobierno eclesiástico». Otras alas están
en manos de las distintas bandas: una está controlada por Barrio Azteca, que
trabaja para el cártel de Juárez; otra está en poder de sus enemigos declarados, los
Artistas Asesinos, que matan para el cártel de Sinaloa.
Los trescientos cristianos tratan de vivir al margen de la guerra. Bautizada con
el nombre de Libres en Cristo, la secta fundada en la cárcel ha asimilado algunos
elementos alborotadores y radicales del evangelismo sudamericano con objeto de
salvar estas almas. Asisto a una misa carcelaria antes de sentarme con Gonzalo.
El pastor, otro condenado por tráfico de drogas, mezcla anécdotas sobre la
antigua Jerusalén con sus crudas experiencias de la calle, utiliza la jerga
delincuente y llama a su grey «los compadres del barrio». Una banda que toca en
vivo introduce en los himnos aires de rock, de rap y de música norteña. Los
pecadores se desahogan a gusto, practican el slam-dancing al compás de lo que
canta el coro, rezan con los ojos cerrados, aprietan los dientes hasta que
rechinan, sudan, elevan los brazos al cielo, aprovechan toda su fuerza espiritual
para exorcizar sus abyectos demonios.
Gonzalo tiene más demonios que la mayoría. Lo encarcelaron un año antes de
conocerlo yo y compró su acceso al ala de los cristianos esperando que fuese un
lugar tranquilo donde escapar de la guerra. Pero mientras escuchaba
atentamente sus declaraciones, me dio la impresión de que había entregado su
corazón a Cristo con sinceridad, de que rezaba realmente para redimirse. Y
cuando habla conmigo —un entrometido periodista británico que hurga en su
pasado— es como si se confesara realmente con Jesús.
Conocer a Cristo es una cosa totalmente diferente. Es un temor y uno
empieza a pensar las cosas y lo que ha hecho y dejado de hacer. Porque
era lo malo. Pensar en las otras personas; pudo haber sido un hermano
mío a quien yo le hacía eso, podría haberle pasado a mis hermanos.
Muchos padres sufrieron.
El hecho de pertenecer al crimen organizado es así. Tienes que
cambiar, pues. Puedes ser la persona más buena del mundo y la gente con
quien tú convives te cambia totalmente. Te vuelves otra. Las drogas te
hacen otra, el vino.
He visto demasiados vídeos donde se ha plasmado el sufrimiento causado por
sicarios como Gonzalo. He visto a un sollozante adolescente torturado en una
cinta enviada a su familia; a un anciano cubierto de sangre que confesaba haber
hablado con un cártel rival; una hilera de víctimas arrodilladas, con bolsas
cubriéndoles la cabeza, muertas una por una de un balazo en el cráneo. ¿Merece
el perdón quien comete estos crímenes? ¿Merece un lugar en el paraíso?
Sin embargo, veo en Gonzalo un lado humano. Es cordial y amable.
Hablamos de asuntos más superficiales. Quizás en otro tiempo y lugar hubiera
podido ser un hombre como Dios manda, que trabajara con abnegación y se
preocupara por su familia; como su padre, que, según cuenta, fue electricista toda
la vida y sindicalista.
En mi país he conocido a hombres violentos y llenos de furia; gamberros que
dan botellazos a otros o los apuñalan en una discusión sobre fútbol. En
apariencia se diría que son hombres más detestables y temibles que Gonzalo
cuando habla conmigo en la celda de la cárcel. Sin embargo, no matan a nadie.
Gonzalo ha contribuido, en el amanecer del siglo XXI, a que México sea el
sangriento campo de batalla que ha conmocionado al mundo.
En los diecisiete años que ha estado al servicio de los grupos mafiosos, Gonzalo
ha visto cambios extraordinarios en la industria mexicana de la droga.
Empezó sus andanzas en Durango, el montañoso estado del norte que se
enorgullece de haber sido la patria chica del dirigente revolucionario Pancho
Villa. Está relativamente cerca del foco de contrabandistas que vienen
exportando droga a Estados Unidos desde que Washington las declaró ilegales.
Tras abandonar los estudios secundarios y renunciar a ser un quarterback de la
Liga Nacional de Fútbol Americano, Gonzalo hizo lo que muchos chicos duros
de su ciudad: ingresar en la policía. En el cuerpo aprendió las muy rentables
habilidades del secuestro y la tortura.
El camino que conduce de la policía a la delincuencia está alarmantemente
transitado en México. Los grandes capitostes de la droga, como el «Jefe de Jefes»
de los años ochenta Miguel Ángel Félix Gallardo, empezaron siendo agentes del
orden, o como el infame secuestrador Daniel Arizmendi, alias el Mochaorejas».
Al igual que éstos, Gonzalo dejó la policía al cabo de un tiempo relativamente
breve y desde los 20 años se dedicó al delito a jornada completa.
Se instaló en Ciudad Juárez y se dedicó a hacer trabajos sucios para una red
de traficantes que pasaban droga a lo largo de 1.500 kilómetros de frontera, entre
Juárez y el océano Pacífico. Corría el año de 1992, época gloriosa para las
narcomafias mexicanas. Un año antes se había hundido la Unión Soviética, y los
Gobiernos de todo el mundo se preparaban para globalizar su economía. Un año
más tarde, la policía colombiana abatió a tiros al rey de la coca Pablo Escobar,
muerte que señaló el comienzo de la desaparición de los narcocárteles de
Colombia. Durante los años noventa florecieron los traficantes mexicanos,
enviando toneladas de drogas al norte y recaudando miles de millones de dólares
gracias al auge del libre comercio instaurado por el NAFTA [Tratado de Libre
Comercio de América del Norte]. Estos grupos reemplazaron a los colombianos
en el panorama mafioso del continente americano. Gonzalo aportó fuerza
efectiva a estos aventureros gansteriles, apretando las clavijas (o secuestrando y
matando) a quienes se negaban a pagar las facturas. Se hizo rico, ganó cientos de
miles de dólares.
Pero cuando lo detuvieron diecisiete años después, su trabajo y su industria
habían cambiado radicalmente. Por entonces dirigía grupos fuertemente
armados que participaban en la guerra urbana contra las bandas rivales. Cometía
secuestros en masa y controlaba casas francas donde había docenas de víctimas
atadas y amordazadas. Contaba con el apoyo de altos funcionarios de la policía
local, aunque libraba reñidas batallas con los agentes de la policía nacional.
Sembraba el terror del modo más brutal, por ejemplo practicando incontables
decapitaciones. Según me cuenta, era ya un hombre al que no reconocía cuando
se miraba al espejo.
Aprendes torturas, sí, muchas. Ciertamente gozaba uno haciéndolo. Nos
reímos del dolor de las personas, de las formas que las torturamos. Brazos
cortados, decapitaciones. Esa es la más fuerte verdad. Decapitas a alguien
sin sentir ningún sentimiento, ningún temor.
El presente libro trata sobre las redes criminales que pagaban a Gonzalo por
cortar cabezas. Es la historia de la transformación radical de grupos que
empezaron dedicándose al tráfico de drogas y han acabado siendo batallones
paramilitares que han matado a docenas de miles de personas y han aterrorizado
a comunidades con coches bomba, matanzas y ataques con granadas. Es una
mirada al interior de su mundo misterioso y una descripción del brutal
capitalismo gansteril que perpetran. Es la historia de muchos mexicanos
corrientes que han acabado engullidos por la guerra de bandas o que han
sucumbido en ella.
El presente libro propone asimismo un debate sobre la naturaleza de esta
asombrosa transformación. Sostiene —en contra de lo que afirman ciertos
políticos y expertos— que estos mafiosos representan una sublevación de la
criminalidad que supone una amenaza armada, la mayor que vive México desde
la revolución de 1910. Aduce que los fracasos de la guerra estadounidense contra
la droga y el volcán político y económico de México han propiciado dicha
sublevación. Y aboga por un enérgico replanteamiento de las estrategias para
impedir que el conflicto se convierta en una guerra civil de mayor alcance a las
mismas puertas de Estados Unidos. Este libro arguye que la solución no saldrá
del cañón de un arma de fuego.
Comprender la guerra mexicana de la droga es crucial no sólo por la morbosa
curiosidad que despiertan los montones de cráneos seccionados, sino también
porque los problemas de México se desarrollan en todo el mundo. Últimamente
se habla poco de la guerrilla comunista en América Latina, pero las sublevaciones
criminales se extienden como regueros de pólvora. En El Salvador, la Mara
Salvatrucha obligó a los conductores de autobús de todo el país a declararse en
huelga para protestar contra las leyes antibandas; en Brasil, el Primer Comando
Capital incendió ochenta y dos autobuses y diecisiete bancos, y mató a cuarenta y
dos policías en una ofensiva coordinada; en Jamaica, la policía se enfrentó con
partidarios de Christopher Coke, alias «Dudus», dejando setenta muertos. ¿Van a
repetir los expertos que se trata sólo de un típico caso de policías y ladrones? La
guerra mexicana de la droga es una espeluznante advertencia de hasta qué punto
podría deteriorarse la situación en los demás países mencionados. Es un estudio
de campo sobre la sublevación criminal.
Muchos miembros de las bandas callejeras salvadoreñas son hijos de
guerrilleros comunistas; y se consideran combatientes a semejanza de sus padres.
Pero lo que les importa no es el Che Guevara ni el socialismo, sino sólo el dinero
y el poder. En un mundo globalizado, los nuevos dictadores son los capitalistas
mafiosos, y los nuevos rebeldes son los insurgentes criminales. Bienvenidos al
siglo XXI.
Cualquier habitante de este planeta que preste un poco de atención a las noticias
televisivas sabe que las matanzas son espectáculos cotidianos en México. El país
está tan anegado en sangre que apenas impresiona ya. Ni el secuestro y asesinato
de nueve policías ni los cráneos amontonados en la plaza principal de un pueblo
son noticias de interés en la actualidad. La atención de los medios sólo se fija ya
en las atrocidades más sensacionales: atacar con granadas a una multitud de
juerguistas que celebraban el Día de la Independencia; coser la cara de una
víctima para que pareciese un balón de fútbol; hallar una antigua mina de plata
con cincuenta y seis personas ya muertas y descompuestas, algunas de las cuales
fueron arrojadas en su momento todavía con vida; secuestrar y matar a tiros a
setenta y dos trabajadores extranjeros, entre ellos una mujer embarazada. Las
matanzas en México son comparables a bárbaros crímenes de guerra.
Y todo esto porque unos cuantos universitarios estadounidenses quieren
colocarse.
¿O no?
Cualquiera que observe con atención la guerra mexicana de la droga se dará
cuenta enseguida de que nada es lo que parece. El engaño y los rumores
oscurecen todas las imágenes, los grupos y departamentos con intereses
encontrados discuten todos los hechos, y todas las personalidades clave aparecen
envueltas en el misterio y las contradicciones. Se filma a un grupo de hombres
con uniforme de policía en el momento de secuestrar a un alcalde. ¿Son
realmente policías? ¿O son gánsteres disfrazados? ¿O las dos cosas a la vez? Un
matón detenido lo cuenta todo, y en su confesión, que se ha grabado, hay
indicios incontestables de que ha sido sometido a tortura. Entonces los matones
capturan a un policía y lo graban dando una versión distinta de los hechos. ¿A
quién hay que creer? Un maleante comete homicidios en México y acaba siendo
un testigo protegido en Estados Unidos. ¿Se puede confiar en su testimonio?
Otro elemento anómalo es que el conflicto esté en todas partes y en ninguna.
Millones de turistas se broncean felizmente en las playas de Cancún sin detectar
el menor problema. En la capital de México se registran menos homicidios que
en Chicago, Detroit o Nueva Orleans.1 Incluso en las zonas más peligrosas la
situación puede parecer perfectamente normal.
Yo llegué a un restaurante del estado de Sinaloa veinte minutos después de
que un oficial de la policía fuera tiroteado mientras desayunaba. En menos de
una hora se llevaron el cadáver y los camareros preparaban las mesas para el
almuerzo; cualquiera podía comer unos tacos y no ver el menor indicio de que
horas antes se había cometido un asesinato. He visto a cientos de soldados peinar
un barrio residencial, derribar puertas a patadas y desaparecer de pronto con la
misma velocidad con que habían llegado.
Los estadounidenses que visitan la ciudad colonial de San Miguel de Allende
o las pirámides mayas de Palenque se preguntan a qué viene tanto alboroto. No
ven ni guerra ni cráneos seccionados. ¿Por qué la prensa y la televisión arman
tanto escándalo? Otros visitan a familiares que viven en el estado de Tamaulipas,
al otro lado de la frontera de Texas. Oyen en la calle disparos que suenan como
petardos en carnaval y se preguntan por qué esas batallas ni siquiera se
mencionan en la prensa del día siguiente.
Los políticos ya no saben cómo describir el conflicto. El presidente de
México, Felipe Calderón, se pone un uniforme militar y exige que no haya
cuartel para los enemigos que pongan en peligro la patria; pero luego se enfada
ante la menor insinuación de que en México se está combatiendo una
insurrección. El Gobierno de Obama está más confundido aún. La secretaria de
Estado, Hillary Clinton, asegura a la gente que en México sólo hay una ola de
crímenes urbanos como la que asoló a Estados Unidos en los años ochenta. Pero
luego afirma que se trata de una insurrección semejante a la de Colombia. El
aturdido Obama da a entender que Clinton no ha querido decir lo que ha dicho.
¿O sí? El director de la DEA [Agencia Antidroga] anima a Calderón a que gane la
guerra. Pero luego un analista del Pentágono avisa que México está en peligro de
fraccionarse de un momento a otro al estilo de la antigua Yugoslavia.2
¿Estamos ante un «narcoestado»? ¿Ante un «Estado capturado»? ¿O sólo ante
un país sangriento normal y corriente? ¿Existen los narcoterroristas? ¿O esta
expresión, como alegan ciertos teóricos de la conspiración, forma parte de un
plan estadounidense para invadir México? ¿O es un plan de la CIA para quitar
presupuesto a la DEA?
Puede que esta confusión sea un resultado lógico de la guerra mexicana de la
droga. Se sabe que la guerra contra el tráfico de estupefacientes es un juego de
cortinas de humo y espejos.3 México es un clásico moderno del género llamado
«teoría de la conspiración». Y en toda guerra hay confusión. Si ponemos las tres
cosas juntas, ¿qué obtenemos? Una opacidad y una oscuridad tan densas que
apenas veremos lo que tenemos delante de nuestras narices. Aturdidos por tanta
confusión, es comprensible que muchos se encojan de hombros y digan que es
imposible entender lo que sucede.
Pero debemos entenderlo.
No se trata de una explosión casual de violencia. Los ciudadanos del norte de
México no se han vuelto sicarios psicóticos de la noche a la mañana por beber
agua en malas condiciones. Esta violencia ha estallado y crecido en un contexto
temporal muy claro. Los factores que la han desencadenado pueden identificarse.
Es gente real, gente de carne y hueso, la que ha movido los hilos de los ejércitos,
la que se ha enriquecido con la guerra, la que ha adoptado una política ineficaz
en el Gobierno.
En el centro de este sucio drama están las figuras más misteriosas de todas: los
narcotraficantes. Pero ¿quiénes son?
En México se suele llamar «narco» indistintamente al narcotraficante y al
narcotráfico. Esta palabra, que se grita en los noticiarios y se susurra en las
cantinas, evoca la imagen de una forma fantasmal y gigantesca que mira con
codicia a la sociedad. Los jefes son multimillonarios misteriosos que proceden de
míseras aldeas de montaña; lo más que se conoce de ellos es alguna fotografía
granulada de hace veinte años y lo que dicen los versos de las baladas populares.
Sus ejércitos están formados por sujetos andrajosos y bigotudos que aparecen en
las páginas de los periódicos como soldados de un enigmático país enemigo que
han sido hechos prisioneros. Atacan como demonios surgidos de la nada, en las
mismas narices de los miles de policías y soldados que patrullan las calles, y la
inmensa mayoría de sus homicidios no se soluciona nunca. Se calcula que estos
fantasmas ganan alrededor de 30.000 millones de dólares al año introduciendo
en Estados Unidos cocaína, marihuana, heroína y cristales de metanfetamina. Un
dinero que desaparece como polvo cósmico en la economía global.
En pocas palabras, el narco es el amo de la calle, del barrio y de la ciudad.
Pero pocas personas conocen los rasgos faciales del amo.
En las calles donde reina el narco, estar en el hampa de la droga se dice estar
en «la movida». La palabra transmite el amplio sentido que tiene el crimen
organizado en la base; es toda una forma de vida para un sector de la sociedad.
Los gánsteres han engendrado un género musical, el «narcocorrido», han
propiciado un estilo de vestir particular, el «buchonismo», y han dado pie a la
aparición de sectas religiosas propias. Canciones, indumentaria y sermones han
construido una imaginería en que los señores de la droga son héroes icónicos a
los que los moradores de los barrios de casas de piedra artificial rinden culto
como si fueran rebeldes con arrestos para enfrentarse y parar los pies al ejército y
a la DEA. El narcotráfico lleva más de un siglo atrincherado en estas
comunidades. Si rastreamos su desarrollo en tanto que movimiento —en vez de
limitarnos a yuxtaponer las anécdotas policiales sobre los cerebros de la droga—,
estaremos mucho más cerca de entender la amenaza que representa y de
aprender los mecanismos del contraataque.
Mi contacto personal con el tráfico de estupefacientes empezó más de veinte
años antes de que acabara visitando una calurosa prisión próxima al Río Grande
para recabar anécdotas de un asesino de masas; empezó allá en los verdes pastos
del sureste de Inglaterra. Yo crecí cerca de la ciudad marítima de Brighton,
donde mi padre enseñaba antropología. En los años ochenta, cuando era
adolescente, las drogas entraban en la región como la marea, a pesar de Nancy
Reagan, La Toya Jackson y los granujientos adolescentes de un programa
británico titulado Grange Hill que exclamaban: «¿Drogas? ¡No, gracias!» Las
drogas más conocidas eran el hachís marroquí (costo, chocolate, piedra), la
heroína turca (jaco, caballo) y, tiempo después, el éxtasis holandés, llamado
simplemente E. Tanto los estudiantes como los que dejaban los estudios podían
colocarse, enrollarse, flipar, flotar y ponerse ciegos en cualquier parte, desde los
parques hasta los lavabos públicos.
Nadie dedicaba ni un minuto de atención a los lejanos países de donde venían
aquellas endiabladas sustancias ni a lo que el narcotráfico daba o quitaba a los
países en cuestión. El eslabón más lejano de la cadena alimentaria se conocía
cuando un «conecte»[**] o dealer local era detenido por los estupas (policías de
la brigada de estupefacientes) y comentábamos emocionados los detalles de la
redada y cuánta cárcel le había caído.
Cuando dejamos atrás los años de adolescencia, muchos que habían probado
las drogas consiguieron buenos empleos y fundaron una familia. Algunos
seguían reincidiendo ocasionalmente, y muchos se pasaron a la cocaína
colombiana, que se puso de moda en Inglaterra en los años noventa. Conocí a
más de uno que se había vuelto adicto, sobre todo a la heroína, y tras alguna mala
racha en que se dedicaban a robar en casa de sus padres, procuraban curarse en
centros de rehabilitación. Casi todos vencieron el hábito al final. Otros siguen
enganchados después de veinte años, y cuando vuelvo a mi país me los encuentro
medio tirados en la barra de bares de mala muerte.
Entre los 16 y los 21 años conocí también a cuatro jóvenes que murieron de
sobredosis de heroína. Dos eran hermanos. Otro pasó a mejor vida en unos
lavabos públicos. El cuarto, Paul, se había hospedado en mi casa días antes de
inyectarse la dosis mortal.
Paul era un tipo desenvuelto y musculoso, con una mata de abundante pelo
negro y manos carnosas; solía trabar conversación con desconocidos lo mismo
en bares que en paradas de autobús. Nos quedábamos despiertos toda la noche y
se ponía a hablar de la chica con la que salía, de sus peleas con su hermano
menor y de sus opiniones sobre la lucha de clases. Y de pronto ya no estaba.
Personalmente no culpo de su muerte a las personas que traficaban con heroína.
Creo que él tampoco lo habría hecho. Pero me esfuerzo por comprender los
motivos que empujan a una persona en esa dirección y por buscar un mundo
diferente en el que la muerte de Paul hubiera podido evitarse; actualmente
seguiría abordando a los desconocidos en las paradas de autobús.
Me fui a Latinoamérica con una mochila en la espalda, un billete de ida en el
bolsillo y la intención de ser corresponsal extranjero en climas exóticos. Me dio
la idea Salvador, la película de Oliver Stone en que los periodistas eluden las balas
en medio de las guerras civiles centroamericanas. Pero con la llegada del nuevo
milenio desaparecieron los dictadores militares y los rebeldes comunistas. Se
decía que habíamos llegado al «fin de la historia» y se nos prometía una edad de
oro de democracia y libre comercio en todo el mundo.
Llegué a México el año 2000, un día antes de que Vicente Fox, ex ejecutivo de
la Coca-Cola, iniciase su mandato presidencial y pusiera punto final a los setenta
y un años de gobierno del PRI [Partido Revolucionario Institucional]. Fue un
momento memorable en la historia de México, un desplazamiento sonado de las
placas tectónicas de su política. Una época de optimismo y celebración. La
camarilla del PRI que había saqueado el país y se había llenado los bolsillos
durante la mayor parte del siglo XX había sido destronada. Se habían acabado las
matanzas de estudiantes y la guerra sucia contra la oposición, y la ciudadanía
estaba contenta. Los mexicanos corrientes miraban el futuro con la esperanza de
aprovechar el fruto de su trabajo en libertad y con garantías de que se respetarían
los derechos humanos.
Un decenio después, los desencantados ciudadanos se negaban a admitir que
vivían en un Estado fallido. Los pistoleros de las bandas alfombraban las plazas
de cadáveres; los secuestradores robaban fortunas a los empresarios con suerte, y
aunque el Gobierno ya no censuraba la prensa, los gánsteres abrían fosas para
docenas de periodistas y obligaban a callar a los rotativos. ¿Qué había pasado?
¿Por qué el sueño se había convertido en pesadilla tan rápidamente?
Nadie fue capaz de prever la crisis durante los primeros años del nuevo siglo.
Los medios estadounidenses depositaron grandes esperanzas en un Fox que
calzaba botas de vaquero cuando se entrevistó con Kofi Annan y pasó a ser el
primer mexicano en dirigirse al pleno del Congreso estadounidense. La otra gran
sensación mexicana fue el subcomandante Marcos, un rebelde de la
posmodernidad que acaudilló a los mayas de Chiapas en una insurrección
simbólica por los derechos indígenas. Marcos apareció entrevistado en televisión
con pasamontañas y fumando en pipa, citando a varios poetas y dando ideas a los
izquierdistas de todo el mundo. Cuando se habló del narcotráfico, fue en el
contexto de soldados que hacían redadas en busca de jefes.
Sin embargo, el eco de los disparos y el chasquido de las hachas de los
verdugos empezó a oírse al fondo. La primera ofensiva bélica seria del cártel se
produjo en otoño de 2004, en la frontera con Texas, y repercutió en todo el país.
Cuando Felipe Calderón llegó a la presidencia, en 2006, y declaró la guerra a las
bandas, la violencia se multiplicó exponencialmente.
La pregunta es: ¿por qué prosperaron los cárteles mexicanos durante el
primer decenio de democracia? Es trágico decirlo, pero el mismo sistema que
prometía esperanza era débil a la hora de controlar a las mafias más poderosas
del continente. Puede que el régimen anterior hubiera sido autoritario y
corrupto, pero tenía métodos infalibles para contener el crimen organizado:
desmantelaba unas cuantas redes representativas y sangraba a las demás. Casi
todos los estudiosos mexicanos admiten hoy este particular y es un tema
recurrente en este libro: la guerra de la droga está indisolublemente unida a la
transición democrática.
Así como el hundimiento de la Unión Soviética propició el auge del
capitalismo mafioso, lo mismo ocurrió con la desaparición del PRI. Los soldados
de las fuerzas especiales se volvieron mercenarios de los gánsteres. Los
empresarios que antes pagaban a los funcionarios corruptos empezaron a pagar a
los grupos mafiosos. Las fuerzas de policía se enfrentaban entre sí, llegando a
veces a producirse tiroteos entre departamentos. Cuando Calderón reemplazó a
Fox, lanzó a todo el ejército a la calle para restaurar el orden. Pero en vez de
adaptarse a la nueva situación, como Calderón esperaba, los gánsteres se
apoderaron de la administración.
Durante los primeros cuatro años de Gobierno de Calderón, la guerra de la droga
se cobró la alucinante cantidad de treinta y cuatro mil vidas.4 Basta esta trágica
estadística para comprender la seriedad del conflicto: más bajas que en muchas
guerras entre países. Pero este hecho debería enfocarse con sentido de la
perspectiva. En un país de ciento doce millones de habitantes5 es una guerra de
baja intensidad. La de Vietnam causó tres millones de bajas; la estadounidense de
Secesión, seiscientos mil; en Ruanda, las milicias civiles mataron a ochocientas
mil personas en cien días.
Otro dato contundente es la cantidad de funcionarios asesinados. En este
mandato cuatrienal, los pistoleros del cártel han matado a más de dos mil
quinientos funcionarios, entre los que figuraban dos mil doscientos policías,6
doscientas personas entre soldados, jueces, alcaldes, un destacado candidato a
gobernador, el presidente de un Gobierno estatal y docenas de funcionarios
nacionales. Este porcentaje de víctimas supera con creces el de las fuerzas
rebeldes más peligrosas del mundo y es desde luego un balance más mortífero
para un Gobierno que el causado por Hamas, ETA o el IRA en sus tres decenios
de lucha armada. Representa una seria amenaza para la nación mexicana.
El carácter de los ataques resulta más temible aún. Los matones mexicanos
acribillan normalmente las comisarías de policía con armas ligeras y
lanzagranadas; secuestran en masa a funcionarios y abandonan sus cuerpos
mutilados en lugares públicos; y en cierta ocasión incluso secuestraron a un
alcalde, lo ataron y lo mataron a pedradas en una calle importante. ¿Quién
afirmaría sin inmutarse que no es un cuestionamiento de la autoridad vigente?
Sin embargo, conceptos como «insurgente» e «insurgencia» plantean en
México cuestiones más explosivas que los coches bomba de los narcos.
Insurgentes fueron los gloriosos padres fundadores que se levantaron contra el
régimen español. La mayor arteria del país, que cruza Ciudad de México, se
llama Avenida Insurgentes. Poner esta etiqueta a las bandas criminales es dar a
entender que podrían ser héroes. Son criminales psicópatas. ¿Quién se atrevería a
compararlos con los rebeldes honorables, con los patriotas?
Hablar de insurgencia, guerras y Estados fallidos produce escalofríos a los
funcionarios que buscan los dólares del turismo y las inversiones extranjeras. La
marca México ha recibido una buena paliza en los tres últimos años. Algunos
funcionarios están convencidos de que hay un complot estadounidense para
desviar el turismo de Cancún hacia Florida.
Pero México no es Somalia. México es un país avanzado con una economía
que mueve un billón de dólares,7 con varias compañías multinacionales y once
multimillonarios.8 Tiene una clase media culta, y la cuarta parte de la juventud
estudia en universidades. Posee asimismo algunos de los mejores museos, playas
y centros turísticos de todo el planeta. Y está soportando una extraordinaria
amenaza criminal que necesitamos comprender. Mientras se amontonan las
docenas de miles de cadáveres, la política del silencio no puede ser la solución.
Como dicen allí, esto es «tapar el sol con el pulgar».
Desde el principio de mi estancia en México me sentí fascinado por la incógnita
del narcotráfico. Escribía artículos sobre redadas y confiscaciones. Pero
interiormente sabía que aquello era la superficie, que la policía y los «expertos»
no eran fuentes capaces de satisfacer mi curiosidad. Tenía que hablar
directamente con los narcos. ¿De dónde eran? ¿Cómo funcionaban sus
operaciones comerciales? ¿Qué objetivos tenían? ¿Y cómo podía un inglés
resolver estos misterios?
La búsqueda de respuestas me condujo a lo largo del decenio a ambientes a la
vez trágicos e irreales. Ascendí a montañas donde la droga nace en forma de
hermosas flores. Cené con abogados que representan a los capos más poderosos
del planeta, me emborraché con agentes secretos estadounidenses que se habían
infiltrado en los cárteles. También corrí por las calles para ver muchos cadáveres
ensangrentados, y oí las palabras de muchas madres que habían perdido a sus
hijos y con ellos su corazón. Y finalmente llegué a los narcos. Desde los
agricultores que cultivaban coca y marihuana hasta los jóvenes sicarios de los
barrios bajos, pasando por «muleros» (llamados «burros» en México) que
transportaban la mercancía destinada a los sedientos gringos y por gánsteres que
ansiaban el perdón, busqué historias humanas en una guerra inhumana.
El presente libro es fruto de este decenio de investigación. La primera parte,
«Historia», recorre la drástica transformación de los narcotraficantes, que
empezaron siendo campesinos montañeses a principios del siglo XX y acabaron
por organizarse en los grupos paramilitares de hoy. El movimiento tiene un siglo
de existencia. Esta historia no se propone seguir la andadura de todos los capos
ni cubrir todos los episodios, sino explorar los momentos clave que han dado
forma a la bestia y le han permitido fortificarse en determinadas comunidades
mexicanas. La segunda parte, «Anatomía», observa las columnas que sostienen
esta dinámica narcoinsurgente a través de los ojos de las personas que las viven
diariamente: el tráfico, la maquinaria de asesinato y terror, y su cultura y su fe
tan particulares. La tercera parte, «Futuro», se centra en la previsible trayectoria
de la guerra de la droga y cómo se puede matar a la bestia.
Aunque centrado en México, el libro sigue los tentáculos del narcotráfico
hasta Estados Unidos y los Andes colombianos. Los gánsteres no respetan las
fronteras, y el tráfico de drogas ha sido siempre internacional. Desde sus
decididos comienzos hasta la sangrienta guerra de nuestros días, el crecimiento
de las mafias mexicanas ha estado inextricablemente unido a acontecimientos
que se producían en Washington, en Bogotá y en otras partes.
Para profundizar en mi tema he contraído una deuda inmensa con muchos
latinoamericanos que han estado décadas esforzándose por comprender el
fenómeno. Más de treinta periodistas mexicanos que han desenterrado
información vital han muerto a tiros en los últimos cuatro años. No deja de
impresionarme la valentía y el talento de los investigadores locales, ni su
generosidad a la hora de compartir sus conocimientos y de brindarme su
amistad. La lista es interminable, pero mentiría si no dijera que me ha inspirado
en concreto la labor del periodista de Tijuana Jesús Blancornelas, el académico
de Sinaloa Luis Astorga, y el novelista brasileño Paulo Lins, autor de Ciudad de
Dios.
Grabé o filmé muchas entrevistas que forman este libro, así que las palabras
que se reproducen se han transcrito al pie de la letra. En otros casos pasé días
husmeando en la vida de las personas y me he basado en las notas que tomé.
Algunas fuentes me pidieron que no mencionara apodos o que cambiara los
nombres. Dada la tasa actual de homicidios que se cometen en México, no podía
desoír estas peticiones. En cierta ocasión, dos gánsteres encarcelados fueron
entrevistados en televisión, y al cabo de unas horas ya estaban muertos. Cinco
personas cuyas declaraciones han contribuido a dar forma a este libro fueron
asesinadas o desaparecieron posteriormente, aunque estoy convencido de que su
muerte nada tuvo que ver con mi trabajo. Estas personas eran:
Alejandro Domínguez, jefe de policía, muerto a tiros en Nuevo Laredo el 8 de
junio de 2005.
Sergio Dante, abogado pro derechos humanos, muerto a tiros en Ciudad Juárez
el 25 de enero de 2006.
Mauricio Estrada, periodista, desaparecido en Apatzingán en julio de 2008.
Américo Delgado, abogado criminalista, muerto a tiros en Toluca el 29 de agosto
de 2009.
Julián Arístides González, director de la policía antidroga de Honduras, muerto a
tiros en Tegucigalpa el 8 de diciembre de 2009.
El último de la lista, Julián Arístides González, me concedió una entrevista en
su despacho de la calurosa capital hondureña. Este funcionario de mandíbula
cuadrada habló durante horas del crecimiento de las bandas mexicanas en
Centroamérica y de los colombianos que las abastecían de narcóticos. En el
despacho había 140 kilos de cocaína incautada y montones de mapas y
fotografías aéreas en que se veían aeródromos clandestinos y mansiones de los
narcos. Me impresionó lo abierto y franco que era González a propósito de sus
investigaciones y de la corrupción policial que había salido a la luz. Cuatro días
después de la entrevista dio una conferencia de prensa para anunciar sus últimas
averiguaciones. Al día siguiente, dejó a su hija de 7 años en la escuela. En esto
pasó una moto y uno de los ocupantes le metió once balas en el cuerpo. Había
planeado jubilarse dos meses después y trasladarse a Canadá con su familia.
No sé hasta qué punto podrán los libros detener este incesante aluvión de
muertes. Pero la literatura sobre el narcotráfico puede al menos contribuir a
comprender mejor este complejo y mortífero fenómeno. Los ciudadanos y los
Gobiernos deben empezar a entender todos los aspectos de esta ola de violencia y
trazar políticas más eficaces para impedir que sigan repitiéndose estas tragedias.
*Todoterreno con la parte de atrás descubierta. Todas las notas a pie de página y aclaraciones entre
paréntesis son de la editorial.
HISTORIA
Amapolas
Entonces Helena, hija de Júpiter, ordenó otra cosa. Echó en el vino que
estaban bebiendo una droga contra el llanto y la cólera, que hacía olvidar
todos los males. Quien la tomare, después de mezclarla en la crátera, no
logrará que en todo el día le caiga una sola lágrima en las mejillas, aunque
con sus propios ojos vea morir a su padre y a su madre o degollar con el
bronce a su hermano o a su mismo hijo.
Homero, Odisea, canto IV
Hippies
Mira que es curioso. Todos los bastardos que quieren que se legalice la
marihuana son judíos. ¿Qué coño pasa con los judíos, Bob? ¿Qué pasa con
ellos? Supongo que es porque casi todos son psiquiatras.
RICHARD NIXON, 26 de mayo de 1971,
cintas de la Casa Blanca, hechas públicas
en marzo de 2002
S e dice que el Verano del Amor comenzó el 1 de junio de 1967, cuando los
Beatles lanzaron su histórico álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, con
aquella simbólica cubierta en que aparecían los chicos de Liverpool con uniforme
rojo, magenta, azul y amarillo. El álbum estuvo en el primer puesto de los «200
Principales» de Estados Unidos (Billboard 200) durante quince semanas
seguidas, entre otras cosas porque a los estadounidenses que compraban discos
les entusiasmaron las referencias que se hacían a las drogas. Vistas
retrospectivamente, eran referencias ridículamente pacatas. La única vez que se
mencionaba una droga era en clave, concretamente en la canción «Lucy in the
Sky with Diamonds» (cuyas iniciales, por si queda alguien que no lo sepa, dicen
LSD). Y en la canción final aparecían aquellas palabras, oh, tan rebeldes: «Me
gustaría colocarte», que bastó para que la BBC la prohibiese, alegando que podía
«promover una actitud permisiva hacia el consumo de drogas». Pero las drogas
parecían tan emocionantes aquel verano que bastaba una insinuación para que
los muchachos se acercaran corriendo. De la noche a la mañana, las hierbas
estupefacientes representaron a la juventud, la revolución y el mundo feliz. Aquel
mismo mes se contaban por miles los que fumaban marihuana delante de las
cámaras de televisión mientras Jimi Hendrix y Janis Joplin interpretaban nuevas
y extrañas formas de rock en el festival californiano de Monterey. El mundo
estaba patas arriba.
Pero no en la Sierra Madre. En el verano de 1967, un joven de 16 años
llamado Efraín Bautista dormía en el sucio suelo que venía compartiendo con sus
ocho hermanos desde que había nacido. En su pueblo de viviendas precarias de
cañas y barro nadie sabía nada del Sargento Pepper, de los Beatles, del LSD, de
Liverpool, ni siquiera de Monterey, porque nadie tenía radio ni tocadiscos, y no
digamos televisor, y los periódicos no llegaban tan lejos ni tan arriba.
Habría sido difícil tener allí un verano de amor porque la gente de aquella
parte de las montañas estaba enzarzada en una serie de enfrentamientos
mortales. Su familia estaba en guerra con otro clan a causa de una reyerta medio
olvidada que había tenido su tío por una mujer. Su tío había acabado matando a
un pretendiente rival, y el clan agraviado se había vengado matando a otro tío de
Efraín y a un primo suyo. Los dos clanes esperaban el momento oportuno para
derramar más sangre. Estas riñas solían exterminar a generaciones enteras de
ciertas familias.
A pesar de que Efraín y su aldea estaban en un mundo distinto del de los
hippies estadounidenses que sacudían la melena oyendo a Ravi Shankar, estaban
intrínsecamente relacionados por una planta verde de capullos pegajosos y un
inolvidable olor agridulce. Mientras la sed estadounidense de marihuana se
disparaba de manera vertiginosa, la hierba psicodélica corría por el campo
mexicano. Como los cultivadores sinaloenses de la droga no podían satisfacer el
exceso de demanda, los agricultores empezaron a plantarla en el estado vecino de
Durango, luego en Jalisco, luego en la zona sur de la Sierra Madre, en los estados
de Oaxaca y Guerrero, que era donde vivía Efraín. Efraín y su familia iban a
sufrir una súbita transformación; eran pequeños agricultores y pasaron a ser
productores del primer eslabón de la cadena de la droga.
El meteórico aumento del consumo de drogas en Estados Unidos durante los
años sesenta y setenta repercutió de manera espectacular en otros países, aparte
de México: a saber, en Colombia, Marruecos, Turquía y Afganistán. En menos de
diez años, las drogas recreativas dejaron de ser un vicio localizado y se
convirtieron en una mercancía global. En México, el aumento de la demanda
transformó a los productores de droga: al principio eran un puñado de
agricultores de Sinaloa, y acabaron siendo una industria nacional que afectaba a
una docena de estados. El Gobierno tuvo que responder a una infracción de la ley
que crecía como una mancha de aceite. Pero como la industria empezó a ingresar
miles de millones de dólares, los políticos quisieron sacar tajada. El incremento
del capital en juego fomentó la aparición de jefes y desató la primera ola de
matanzas relacionadas con la droga. El narcotráfico experimentó un repentino y
asombroso período de desarrollo.
La familia de Efraín se dio cuenta de que el negocio de la marihuana estaba
extendiéndose por las montañas de México cuando un primo suyo empezó a
plantarla en una aldea vecina. El padre y el abuelo de Efraín conocían el cáñamo
de toda la vida, ya que sus atractivas hojas estrelladas crecían esporádicamente
por toda la Sierra Madre. A diferencia de las adormideras, que fueron importadas
a fines del siglo XIX, la marihuana se viene consumiendo en México por lo menos
desde los tiempos del dominio español, incluso hay quienes aducen que ya la
consumían los aztecas. Durante las sangrientas campañas de la revolución, la
marihuana ayudó a muchos soldados a sumergir sus pesares en nubes de humo.
La hierba también inspiró el pasaje más famoso de la canción popular «La
cucaracha», cuya letra dice: «La cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar,
porque no tiene, porque le falta marihuana que fumar». En épocas de paz, el
cáñamo era muy conocido en las cárceles y era consumido por iconos culturales
como el muralista Diego Rivera.1
Cuando el padre de Efraín vio que su primo sacaba buenos beneficios de la
marihuana, quiso plantar él también. El primo le dio semillas con mucho gusto y
le presentó a su comprador. Efraín explica la decisión de entrar en el negocio de
la droga.
—Mi padre tenía cuatro campos, o sea que éramos una familia acomodada
para lo que era la vida en las montañas. Teníamos algunas vacas, cosechábamos
maíz y limas y algún que otro producto. Pero aun así era difícil ganar dinero
suficiente para alimentar a todos. Entre hermanos y hermanas, éramos nueve en
total, y mi padre cuidaba además de los hijos de su hermano, que había muerto
en una reyerta. Mi padre era vago, pero inteligente. Buscaba formas de ganar
dinero que dieran poco trabajo y muchas ganancias. Por eso probamos con la
marihuana.
Efraín sonríe al recordar su juventud mientras comemos huevos con chiles en
un restaurante de Ciudad de México. Vive en la capital desde hace décadas, pero
conserva ciertas costumbres montañesas: es tosco, pero abierto y sincero. Tiene
la piel curtida por el clima y unos ojos claros que él atribuye a ciertos
antepasados franceses que se remontan a muchos siglos atrás. A pesar de esta
ascendencia europea, está orgulloso de ser de Guerrero, un estado de nombre
belicoso que tiene fama de ser uno de los más violentos de México.
—Primero plantamos marihuana en medio campo; en el otro medio crecía
maíz. La marihuana es una planta sencilla de cultivar y las montañas son
perfectas para eso. La dejamos a merced del sol y la lluvia, y la tierra hizo el resto.
Al cabo de unos meses teníamos unas plantas muy crecidas. Medían metro y
medio. La cosechamos mi hermano y yo, con el machete. Es fácil de cortar.
Llenamos un par de sacos con las ramas. Olía padre, así que imagino que era de
buena calidad. La llevamos a la ciudad para venderla.
El centro comercial más cercano era Teloloapán, un pueblo de montaña con
calles de piedra que es famoso por sus platos de moles [chocolate y chile] y fiestas
en las que los lugareños se disfrazan de diablos. Efraín y su padre encontraron al
comprador del primo, que les dio 1.000 pesos por los sacos, que contenían unos
25 kilos de hierba. Aquello representaba sólo 5 dólares por kilo y era una fracción
del precio al que se vendería en los patios de Berkeley. Pero para Efraín y su
familia fue como si hubieran hallado oro.
—Fue la mejor cosecha que habíamos vendido hasta entonces, y mucho más
dinero del que conseguíamos vendiendo maíz, limas o lo que fuese. Lo
celebramos por todo lo alto, con carne, y todos nos compramos ropa y zapatos.
Así que nos pusimos a plantar marihuana en dos de los cuatro campos, y cada
tantos meses vendíamos la cosecha, que era ya de unos 100 kilos. Aún no éramos
ricos, pero tampoco pasábamos hambre como antes.
Efraín y su familia llevaban dos años cultivando marihuana cuando llegaron
soldados para destruir la plantación. Por suerte, el comprador les había avisado
con una semana de antelación, lo que indicaba que la organización que movía la
hierba tenía contactos útiles.
—Recogimos la marihuana a toda prisa —recuerda Efraín—. Parte de las
plantas había madurado ya y pudimos esconderla en sacos en las montañas. Otra
parte había crecido sólo a medias y la tiramos. Cuando llegaron los soldados a la
aldea, ni siquiera inspeccionaron los campos. Mi padre se enfadó por haber
desperdiciado tanta hierba.
»Al principio no sabíamos adónde iba a parar nuestra marihuana. Lo único
que sabíamos es que bastaba con bajar al pueblo y la vendíamos. Pero al cabo del
tiempo nos enteramos de que la llevaban al norte [Estados Unidos]. Por entonces
hubo gente de las montañas que se dirigió al norte en busca de trabajo. Pero
nosotros no quisimos irnos. Queríamos demasiado las montañas.»
Efraín y su familia llamaban a la hierba simplemente marihuana, o mota, que
es como se dice en jerga mexicana. Pero es muy probable que en Estados Unidos
se vendiera utilizando la atractiva marca «Acapulco Gold». Teloloapán está en
Guerrero, lo mismo que Acapulco, la ciudad donde Elvis Presley y Johnny
Weissmüller, el intérprete de Tarzán, tomaban margaritas en cáscara de cocos en
los años sesenta. Con el tiempo circularon toneladas de marihuana entre el sur
de la Sierra Madre y el célebre centro turístico, desde donde viajaba al norte en
barcos pesqueros. Años más tarde, al entrar en una comisaría de la policía
nacional de Acapulco, vi a un agente, que llevaba una cadenita de oro, sentado
con toda indiferencia delante de un alijo incautado de 300 kilos de Acapulco
Gold, prensada en forma de ladrillos compactos. Exhalaba un perfume tan fuerte
que se podía oler desde la calle. Al acercarme vi que tenía ese color dorado
verduzco que es la causa de que la llamen gold, «oro».
En los años sesenta, la Acapulco Gold era muy buscada por los consumidores
estadounidenses, ya que pensaban que era de mejor calidad que la hierba que
cultivaban en California o en Texas. En cualquier caso, el mercado
estadounidense de la marihuana creció tan aprisa que los traficantes la
importaban de donde podían. En resumen, fueron los estadounidenses quienes
crearon la demanda y se fijaron en México como país proveedor. Los
«pachecos»[***] (fumadores de marihuana) acudían en manada, pasaban la
frontera por Tijuana y compraban hierba de cualquier parte. Un grupo de
estudiantes del Instituto de Coronado, San Diego, con su profesor al frente,
empezó a pasar marihuana a Estados Unidos por la playa de Tijuana, en tablas de
surf. La llamada Compañía Coronado amplió el pasivo y utilizó yates, hasta que
la policía nacional los detuvo a todos.2 Otros consumidores iban a la frontera de
Texas, se apostaban en la orilla del Río Grande y esperaban a que los mexicanos
les lanzaran bolsas de hierba por encima del agua. Y otros iban a los peores
tugurios de El Paso o de Laredo y buscaban mexicanos con aspecto sospechoso
con la esperanza de que fueran camellos.
El kilo de marihuana valía en la frontera unos 60 dólares, y en las
universidades de la costa atlántica se vendía por 300. Algunos estadounidenses
con iniciativa se adentraban en México para conseguir el producto más barato
aún. Entre estos aventureros estaba George Jung, un fumeta de Boston que
empezó transportando hierba por todo el país. Boston George se pasó luego a la
cocaína, consiguió que se hiciera sobre él una película de éxito, Blow, y ha
acabado siendo un traficante superestar, con un sitio web, un club de fans y una
colección de camisetas (Smuggler Wear).
Hippie de largo pelo rubio, nariz grande y marcado acento de Boston, George
ha contado sus hazañas en numerosos vídeos y memorias escritas en su celda de
la cárcel La Tuna, en Anthony, Texas, donde cumple una condena de quince
años. Cuando fue a México por primera vez en busca de marihuana, dice, se
inspiró en la película La noche de la iguana y por eso se dirigió a Puerto Vallarte,
centro turístico de la costa pacífica. Como hablaba sólo un español macarrónico,
estuvo vagabundeando dos semanas hasta que encontró algo. No tardó en ganar
100.000 dólares al mes, transportando hierba en una avioneta. Boston George
compraba a los intermediarios, que adquirían la marihuana a miles de
agricultores como Efraín. Estos intermediarios, dice George, tenían contactos
entre los militares mexicanos.
George acabó siendo detenido con el maletero lleno de marihuana en el Club
Playboy de Chicago. Por suerte (o por desgracia) coincidió en una celda con el
colombiano Carlos Lehder, que lo presentó al Cártel de Medellín y le hizo ganar
millones con la cocaína.
El cierre de las operaciones mexicanas de George tuvo poco efecto en la
afluencia de hierba hacia el norte. El mercado siguió creciendo hasta que, en
1978, un sondeo de la Casa Blanca reveló que el 37,8 de los alumnos de último
curso de los centros de segunda enseñanza admitía haber fumado hierba. Por
aquellas fechas también aumentó el consumo de la heroína y, un tiempo después,
el de la cocaína. Los guerreros antidroga se basaron en esto para aducir que era
una prueba de que la hierba empujaba a los consumidores por una pendiente que
conducía a vicios más sórdidos. Puede que tuvieran razón. O puede que las
grandes modificaciones de los factores socioeconómicos básicos disparasen la
oferta y la demanda de las tres sustancias.
Fueran cuales fuesen los motivos, en la época se produjo un cambio radical en
el consumo de drogas en Estados Unidos. En 1966, la Dirección Nacional de
Estupefacientes (Federal Bureau of Narcotics) dijo que la droga más lucrativa del
país era la heroína, y calculaba que el mercado negro estadounidense movía al
año mercancía por un valor de 600 millones de dólares.3 En 1980, se calculaba
que el mercado negro tenía un valor de 100.000 millones de dólares. Era
ciertamente una modificación de dimensiones cósmicas que cambió la cara de
Estados Unidos, desde las universidades hasta las zonas urbanas deprimidas; y la
de México, desde las montañas hasta los palacios gubernamentales.
Durante la explosión del consumo de drogas en Estados Unidos, el presidente
que más influyó en la política de narcóticos fue sin duda Richard Nixon. El
batallador californiano declaró la Guerra a las Drogas; intimidó a los Gobiernos
extranjeros en materia de producción de estupefacientes; y creó la Drug
Enforcement Administration, la DEA, la Agencia Antidroga. Sus contundentes
decisiones definieron la política estadounidense durante los siguientes cuarenta
años; y tuvo una influencia tremenda en México. Sin embargo, como Nixon
quedó desprestigiado por el caso Watergate, los guerreros antidroga posteriores
prefirieron quitar importancia a sus titánicas aportaciones. Pese a todo, los
críticos de la política sobre drogas admiten que, aunque Nixon fue un presidente
polémico, concedió más fondos a los programas de rehabilitación que algunos de
sus sucesores liberales.
Nacido en 1913, Nixon llegó a la edad adulta durante la campaña contra la
marihuana que orquestó el director de la Dirección Nacional de Estupefacientes
Harry Anslinger, que sostenía que fumar hierba causaba comportamientos
repugnantes e inmorales e inducía a las personas a matar. Estas ideas se reflejan
en la clásica película de propaganda Reefer madness («La locura de la
marihuana», también titulada Tell your children, «Cuénteselo a sus hijos»),
realizada en el punto culminante de la abnegada campaña de Anslinger. La
película describe las andanzas de unos virtuosos estudiantes de bachillerato a
quienes un «conecte» (camello) incita a fumar marihuana, y desde entonces se
dedican a violar, matar y volverse locos. Tiene algunos momentos delirantes,
como cuando un estudiante da unas chupadas a un «toque»[****] y suelta una
carcajada de malo hollywoodense.
La idea de que la marihuana incita a las personas a violar y matar quedó
obsoleta en los años sesenta. Pero Nixon seguía creyendo que la hierba volvía
inmoral a la gente y llegó a decir que descarriaba a la juventud y era responsable
de la revolución contracultural que tan obscena le parecía a él. Quedó muy claro
lo que pensaba en las cintas de la Casa Blanca que se hicieron públicas en 2002.
Las drogas, decía, formaban parte de una conspiración comunista para destruir
Estados Unidos. Como dijo en una grabación:
La homosexualidad, las drogas, la inmoralidad en general. Ésos son los
enemigos de las sociedades fuertes. Por eso los comunistas y los
izquierdistas promueven estas cosas. Tratan de destruirnos.4
Nixon también estuvo preocupado por la heroína, a la que culpaba del
incremento de la criminalidad desde Washington a Los Ángeles. En su campaña
electoral prometió ley y orden. Y cuando ocupó el cargo, en 1969, quiso
emprender acciones que demostraran que cumplía lo que prometía. Su primer
mazazo fue cerrar la frontera mexicana.
La Operación Interceptación surgió cuando los hombres de Nixon fueron a
Ciudad de México para convencer a las autoridades mexicanas de que rociaran
con herbicida las plantaciones de marihuana y adormidera. Las autoridades
mexicanas se negaron, alegando que la utilización del agente naranja en Vietnam
estaba causando espantosos efectos secundarios. Según cuenta en sus memorias
G. Gordon Liddy, que estuvo presente: «Los mexicanos, utilizando naturalmente
un lenguaje diplomático, nos dijeron que nos fuéramos a hacer gárgaras. El
Gobierno Nixon no podía aceptar que un Gobierno extranjero nos hiciese comer
mierda. Su réplica fue la Operación Interceptación»5.
Durante la Operación Interceptación, los inspectores de aduanas registraban
concienzudamente —«comprobaban», en lenguaje aduanero— todos los
vehículos y a todos los transeúntes que querían entrar en Estados Unidos por
cualquier punto de la frontera meridional. Entre un puesto y otro, el ejército
instaló unidades móviles de radar, mientras agentes antidroga patrullaban en
aviones alquilados. La operación causó un caos total, formándose colas que
cruzaban Tijuana y Ciudad Juárez. Los mexicanos con permiso de trabajo (green
card) no podían ir al trabajo, los aguacates se pudrían en los camiones y el
consumo que hacían los mexicanos cayó en picado en las ciudades
estadounidenses. A pesar de todo, los agentes se incautaron de pocos alijos de
droga, ya que los contrabandistas aguardaron al levantamiento del asedio. Al
cabo de diecisiete dolorosos días y un diluvio de quejas, Nixon dio marcha atrás a
la operación. Estados Unidos y México acordaron que trabajarían juntos en un
nuevo plan, la Operación Cooperación.
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre los méritos y deméritos del
agresivo experimento de Nixon. Por un lado, puso de manifiesto que Estados
Unidos no podía permitirse las consecuencias económicas del cierre de su
frontera meridional. Cuarenta años después, con un comercio bilateral mucho
más intensivo y con la inestabilidad de los mercados globales, una medida así es
impensable. Los aduaneros tienen que enfrentarse a la realidad de que sólo
podrían registrar una fracción de los coches e individuos que llegan de México. Y
por mucho que confisquen, siempre se colará cierto porcentaje de droga.
A pesar de todo, Nixon proclamó que fue un triunfo. Había dejado claro ante
sus bases que quería relaciones comerciales y un México implacable en la lucha
contra el tráfico de drogas. Como parte de la Operación Cooperación, México se
comprometió a tomar medidas enérgicas contra las plantaciones y permitió que
agentes estadounidenses operasen al sur de la frontera. Y se desarrolló un nuevo
modus operandi en la guerra contra la droga en el extranjero: obligar a los países
implicados a destruir los productos en su lugar de origen.
En 1971 Nixon aplicó esta táctica con Turquía, a cuyo Gobierno presionó
para que pusiera freno a la producción de opio, amenazándolo con suprimir las
ayudas militares y económicas estadounidenses. También presionó a Francia
para destruir la llamada conexión francesa de laboratorios de heroína. Estas
medidas tuvieron un serio impacto en la producción turca. Pero fue como agua
de mayo para los productores sinaloenses, que ampliaron sus operaciones para
cubrir el hueco. El barro mexicano y el alquitrán negro pasaron de ser el último
recurso de los yonquis estadounidenses a ser un elemento básico de su dieta.
Durante las elecciones generales de 1972, Nixon hizo de su lucha contra la
heroína una piedra angular de su campaña. Era un objetivo fácil. La heroína era
un mal, un enemigo extranjero, y no admitía réplicas. Además, desviaba la
atención de la realidad de la derrota de la Guerra de Vietnam y le permitía
afirmar que ayudaba a los negros de las zonas urbanas deprimidas al mismo
tiempo que a sus partidarios blancos. Nixon definió la guerra en términos
absolutos, augurando que el adversario sería completamente destruido:
Nuestro objetivo es la rendición incondicional de los comerciantes de la
muerte que trafican con heroína. Nuestro objetivo es desterrar por
completo el consumo de drogas de la vida estadounidense. Luchamos por
la vida de nuestros hijos. Y su futuro es la razón por la que debemos
vencer.6
Nixon ganó las elecciones llevándose el 60 por ciento de los votos, algo
sorprendente. Por supuesto, hubo otros factores que contribuyeron a su victoria,
por ejemplo la fortaleza de la economía. Pero los estrategas de todo el mundo
aprendieron una valiosa lección: la guerra contra la droga es buena política.
Con la fundación de la DEA en 1973, Nixon dejó una herencia aún más
sólida. Fundó la agencia mediante un decreto-ley destinado a «establecer un solo
mando unificado que emprenda una guerra total global contra la amenaza de la
droga».7 Y ya teníamos todo un departamento gubernamental cuya única razón
de ser era la guerra contra las drogas. Una vez instalada en Washington, la DEA
fue consiguiendo un presupuesto creciente con el paso de los años. Al principio
contaba con 1.470 agentes especiales y con un presupuesto anual de menos de 75
millones de dólares. Hoy tiene 5.235 agentes especiales, oficinas en 63 países, y
un impresionante presupuesto que supera los 2.300 millones de dólares.
En los primeros días de la DEA, días de optimismo, los agentes pensaban en serio
que podían alcanzar el objetivo nixoniano de «desterrar por completo» a los
traficantes de drogas. El error de tiempos anteriores, argüían los agentes, era que
iban detrás de los infelices camellos callejeros. Pero el nuevo equipo estaba
capacitado para ir detrás de las grandes conspiraciones... y atrapar al diablo. Los
agentes no tardaron en abrir una investigación así en México. Y se metieron en
una de las aventuras más singulares de la historia de la DEA, una investigación
con la complejidad de una novela de espías de John Le Carré, con una lista de
personajes en la que figuraban guerrilleros cubanos, una amante del presidente
de México y la Cosa Nostra.
La investigación comenzó cuando los agentes de San Diego realizaron unas
confiscaciones gracias a las cuales descubrieron que había grandes cargamentos
que entraban en California por Tijuana.8 Sirviéndose de confidentes pagados,
llegaron hasta una residencia palacial de Tijuana, llamada la Casa Redonda.
Espiaron la mansión y averiguaron que por ella circulaban invitados bien
vestidos que llegaban en caros coches deportivos y un interminable reguero de
prostitutas... y prostitutos. La riqueza y el derroche sugerían que no se trataba de
simples operaciones de nivel callejero. Al investigar al propietario de la Casa
Redonda, averiguaron que ni siquiera era mexicano, se trataba de un
estadounidense de origen cubano que se llamaba Alberto Sicilia Falcón.
En una foto puede verse al joven Sicilia, con el pelo negro engominado y
aspecto de estrella de cine. Había nacido en Matanzas, Cuba, en 1944, y había
huido a Miami con su familia a raíz de la revolución castrista de 1959. Tras un
período en el ejército estadounidense, una detención por sodomía y un breve
matrimonio con divorcio, se le vio por última vez en San Diego, en 1968. Habían
pasado los años, era ya treintañero y había ascendido hasta situarse en la jefatura
de una organización de traficantes mexicanos. ¿Cómo diablos lo había
conseguido?
Los agentes de la DEA detuvieron a algunos traficantes que trabajaban para
Sicilia Falcón y les apretaron las clavijas —en el lenguaje de la agencia—, es decir,
los pusieron en el plan de protección de testigos para que delataran al jefe. Según
su confesión, Sicilia Falcón compraba por encargo heroína y marihuana a los
productores de las montañas de Sinaloa y las transportaba en avioneta a la zona
de Tijuana. Allí cruzaba la frontera con ellas, con ayuda de un ejército de
«burros», es decir, contrabandistas pagados que en otros países llaman
«muleros»; el punto de destino era Coronado Cays, un lujoso barrio de San
Diego. Sicilia Falcón también estaba abriendo caminos nuevos para traficar con
cocaína de Sudamérica. Según cálculos de la DEA, conseguía 3,6 millones de
dólares a la semana, lo que convertía a su grupo en la más importante
organización de tráfico que los agentes hubieran visto en México.
La DEA entregó sus pruebas a la policía mexicana, que pareció
sorprendentemente contenta de hacerse con el caso. En julio de 1975, Sicilia
Falcón fue detenido en una mansión de Ciudad de México. Fue entonces cuando
empezaron a suceder cosas extrañas.
La policía registró la casa de Sicilia y encontró pasaportes cubanos,
estadounidenses y mexicanos, y libretas de ahorros de bancos suizos en cuyo
haber se cuantificaba la cantidad de 260 millones de dólares. Por lo visto, el
extravagante bisexual se movía en la alta sociedad mexicana, codeándose con
famosos y políticos. Tenía una relación particularmente estrecha con una
deslumbrante actriz de cine llamada Irma Serrano, apodada la Tigresa, conocida
por ser la amante de un anterior presidente de México. Pero esto era sólo el
principio. Después de molerlo a palos y aplicarle electrodos en todo el cuerpo,
Sicilia Falcón dijo que era agente de la CIA, que utilizaba el dinero de la droga
para abastecer de armas a los rebeldes de Centroamérica. Una historia así podía
desestimarse como típica ocurrencia que suelta un sinvergüenza bajo tortura.
Pero más tarde repitió aquellas declaraciones en un libro sobre su estancia en la
cárcel que presenta ciertas pruebas.9
Sicilia escribió que había sido adiestrado por la CIA en Fort Jackson, Florida,
como potencial elemento anticastrista. Otro detenido con él era el también
cubano José Egozi Béjar, que participó en la intentona de Bahía Cochinos de
1961 para derrocar a Castro.10 Los funcionarios estadounidenses confirmaron
que Sicilia había intervenido en alguna operación de tráfico de armas. Agentes de
la ATF (Agencia estadounidense para el control de alcohol, tabaco, armas y
explosivos) adujeron que un comerciante de armas de Brownsville, Texas, vendió
a la organización de Sicilia millones de cartuchos para armas de fuego.
La policía mexicana descubrió otra curiosa conexión. Ciertas huellas digitales
encontradas en una casa visitada por Sicilia coincidían con las del gánster de
Chicago Sam Giancana. Sin embargo, Giancana fue muerto a tiros trece días
antes de la detención de Sicilia. Documentos desclasificados en fecha posterior
han confirmado que Giancana había trabajado con la CIA en una operación para
matar a Castro. El retrato de Sicilia que se estaba pintando poco a poco revelaba
que vivía en una disparatada zona indefinida transitada por mafias, políticos y
guerrilleros.
La historia dio el último giro extraño cuando Sicilia y Egozi se fugaron de la
cárcel mexicana en 1976, por un túnel dotado incluso de luz eléctrica. Tres días
después fueron apresados gracias a un aviso anónimo que la policía mexicana
recibió de la embajada de Estados Unidos. Sicilia fue acusado de pertenecer al
crimen organizado, de tráfico de drogas, tráfico de armas y fraude, y se pudrió en
una cárcel de México. Sus supuestos vínculos con la CIA no se investigaron y
muchas preguntas comprometedoras siguen sin respuesta.
Así pues, ¿qué puede decirnos el extraño caso de Alberto Sicilia Falcón sobre
la consolidación del narcotráfico mexicano? ¿Qué era realmente este misterioso
personaje? ¿Un cerebro o un cabeza de turco? Los teóricos de la conspiración
dicen que su caso demuestra que el tráfico de drogas estaba secretamente
controlado por agentes secretos estadounidenses, un tema recurrente en la
historia del narcotráfico. Sin embargo, no hay ninguna prueba concreta. Aun en
el caso de que la CIA hubiera financiado en otra época a Sicilia y a Egozi para
luchar contra Castro, eso no significa que estuvieran todavía en activo en los
años setenta.
No obstante, no deja de tener interés el hecho de que el primer capitoste
detenido en México fuera un extranjero, trabajara con agentes secretos o no. Los
gánsteres cubanos y estadounidenses tenían una larga experiencia en el crimen
organizado, y conocimiento de las redes transfronterizas y del blanqueo de
dinero necesario para el creciente tráfico de drogas de los setenta. Si en algún
momento tuvieron contactos con los servicios secretos, mejor para ellos. Los
bandoleros montañeses de Sinaloa estaban todavía empezando a comprender los
movimientos de aquella industria multimillonaria. Los extranjeros les enseñaron
cómo funcionaba. Los periódicos mexicanos pintaron a Sicilia como una
encarnación del mal, un jefe criminal extranjero y un degenerado sexual. Pero
también comentaron su inmensa fortuna, dato que no escapó al público
mexicano.
La entrada de dólares estadounidenses había transformado a los gomeros de
Sinaloa en un clan más rico y ruidoso. Desde los años cincuenta, los prósperos
cultivadores de adormideras solían bajar de las montañas para instalarse en las
afueras de Culiacán. En los setenta tenían para sí todo un barrio llamado Tierra
Blanca, casas de lujo y camionetas pick-up nuevas para recorrer las carreteras sin
asfaltar. La prensa sinaloense empezó a llamarlos narcotraficantes o simplemente
narcos, y ya no sólo gomeros. El cambio de terminología supone un cambio de
condición social: de simples cultivadores de adormideras pasaron a ser
contrabandistas internacionales. Las viejas familias de Culiacán trataban con
desdén a los zafios narcotraficantes, con sus esclavas [pulseras] de oro, su acento
montañés y sus guaraches. Pero también miraban con ansia sus fajos de dólares.
En las calles de Tierra Blanca resonaban los disparos cuando aquellos paletos
con sombrero charro se enfrentaban entre sí, cosa que solía suceder a plena luz
del día. Durante todo 1975, los periódicos de Sinaloa estuvieron publicando
declaraciones de políticos locales que se quejaban de la creciente amenaza de los
narcos, alegando que los tiroteos eran ya el pan nuestro de cada día y que los
gánsteres se paseaban en coches sin matrícula y con las ventanillas ahumadas. Un
titular decía: «SINALOA EN PODER DE LA MAFIA CRIMINAL».11 Los funcionarios
también estaban preocupados por los informes sobre los cultivadores de droga
de las montañas, que «tienen armas de sobra para organizar una pequeña
revolución». La presión sobre el Gobierno nacional aumentó.
El mazazo cayó por fin en 1976, cuando el Gobierno preparó la Operación
Cóndor. Diez mil soldados peinaron el Triángulo Dorado, a Culiacán llegaron
nuevos jefes de policía, gente dura, y los aviones fumigaron las plantaciones de
droga. El objetivo declarado del Gobierno era aniquilar por completo a los
narcos.
La Operación Cóndor fue la mayor ofensiva que se lanzó contra el
narcotráfico en los setenta y un años de historia del PRI. Según todos los
informes, hirió profundamente a los traficantes. La DEA proporcionó aviones
para fumigar las plantaciones: en las de adormidera utilizaron ácido 2.4-D, y en
las de marihuana, el herbicida tóxico Paraquat. Se permitió que agentes de la
DEA sobrevolaran la zona en misiones de verificación para comprobar los daños.
Uno de estos agentes, Jerry Kelley, describió aquellas misiones a la corresponsal
del Time Elaine Shannon:
Sobrevolamos cada palmo de terreno y así sabíamos lo que hacían y lo
que había allí. No importaba quién fuera el corrupto. No había manera de
ocultar lo que hacían.12
Fue la primera operación fumigadora que se hizo con respaldo
estadounidense en la guerra contra la droga y ensayó una táctica que se repetiría
en todo el mundo, desde Colombia hasta Afganistán. La historia ha demostrado
ya que la fumigación por sí sola no destruye la industria de la droga. Pero
algunos traficantes mexicanos cometieron al parecer un error fatal: cosecharon
marihuana fumigada y la enviaron al norte. Las pruebas de laboratorio realizadas
por la administración estadounidense encontraron Paraquat en la hierba
mexicana. Quién sabe cuánta marihuana envenenada ha entrado desde entonces
en el mercado. Pero bastó hablar de ello para que se echaran a temblar los
legisladores estadounidenses, preocupados por la posibilidad de que sus hijos
universitarios se intoxicaran. El Departamento de Salud hizo pública una
advertencia dirigida a los consumidores de marihuana, avisando que podía
causar daños pulmonares irreversibles.
La mala prensa obligó a los distribuidores a buscar nuevas fuentes de hierba
para millones de hippies hambrientos. No se tardó en encontrar un país con
tierra, trabajadores y desorden para llenar el hueco: Colombia. Los agricultores
venían plantando marihuana en la colombiana Sierra Nevada desde principios de
los años setenta. Cuando México se vino abajo, los colombianos intensificaron el
cultivo, dando lugar a un período de expansión de la propia industria que los
historiadores locales llamaron «bonanza marimbera».13 Los agentes de la DEA
no tardaron en localizar la Santa Marta Gold por todas partes, desde los festivales
de rock del Medio Oeste hasta las universidades de la Ivy League. Este
desplazamiento geográfico de la producción de droga ha acabado conociéndose
con el nombre de efecto globo. Según este símil, cuando se aprieta una parte del
globo del narcotráfico, el aire se limita a desplazarse y a hinchar el resto.
En Sinaloa, las tropas machacaron a los narcos en tierra y desde al aire. Los
habitantes de la Sierra Madre guardan todavía dolorosos recuerdos de los
soldados que peinaban las aldeas, derribaban puertas a patadas y sacaban a
rastras a centenares de jóvenes. Se recibieron tantos informes sobre los malos
tratos que se dispensaban a los sospechosos que la asociación de abogados de
Culiacán envió a un equipo para que investigara. Sus miembros entrevistaron a
457 personas encerradas por acusaciones relacionadas con las drogas y todas se
quejaron de haber sido golpeadas y torturadas. Los malos tratos consistían en
aplicación de electrodos, quemaduras e inyecciones de agua con picante en las
fosas nasales. Otros detenidos adujeron haber sido violados por policías. Ningún
agente fue recriminado.
Puede que la táctica fuese brutal, pero fue efectiva para pararles los pies a los
narcos. Las tropelías de los soldados en las montañas incitaron a muchos
plantadores y otros agricultores a huir de las aldeas y refugiarse en los barrios
bajos urbanos. La policía nacional también mató a tiros a varios sospechosos
clave, como el cacique Pedro Avilés, muerto en 1978. Los lugartenientes de
Avilés huyeron del avispero de Sinaloa y se instalaron en Guadalajara. El veneno
del narcotráfico se había extendido. La narcotribu sinaloense se expandió y llegó
desde las montañas hasta la segunda ciudad más grande de México.
Así pues, ¿por qué el Gobierno mexicano orquestó la Operación Cóndor?
¿Habían comprendido repentinamente los políticos que el tráfico de drogas era
inmoral y peligroso?
Desde la óptica de la táctica del palo y la zanahoria, un incentivo clarísimo fue
la zanahoria estadounidense. Los jefazos de la DEA y la Casa Blanca de Jimmy
Carter entonaron encendidos cánticos a los esfuerzos mexicanos contra la droga,
calificándolos de «programa modelo». Yendo más al grano, México se quedó con
el equipamiento que Estados Unidos le suministró para las fumigaciones. En
menos de dos años, México compró treinta y nueve helicópteros Bell, veintidós
avionetas y un reactor para ejecutivos, consiguiendo así el mayor parque de
vehículos policiales de toda América Latina. La labor antidroga se convirtió en el
nuevo método para que los Gobiernos consiguieran de Estados Unidos ayuda y
potencia aérea.
El Gobierno mexicano se sirvió igualmente de la Operación Cóndor para
ajustar cuentas con los grupúsculos de izquierdistas revoltosos. Estudiantes y
trabajadores desafectos se habían rebelado en los años sesenta para protestar
contra el régimen totalitario. El PRI reaccionó adoptando una actitud tranquila y
dialogante: en 1968, rodeó de fusileros una manifestación y ordenó abrir fuego
contra la multitud. En la triste plaza Tlatelolco de Ciudad de México pueden
verse aún dibujos de los muertos. Incapaces de enfrentarse al sistema mediante
protestas, los izquierdistas han formado grupos guerrilleros que esporádicamente
cometen secuestros y ataques contra instalaciones gubernamentales. Se volvieron
muy molestos a mediados de los años setenta, precisamente cuando se puso en
marcha la Operación Cóndor.
Los soldados de las operaciones antidroga detenían a los sospechosos de
pertenecer a la guerrilla, que casualmente eran abundantes en Sinaloa y
Chihuahua, es decir, los estados donde se concentró la operación. Los
izquierdistas eran detenidos con frecuencia, acusados de estar relacionados con
las drogas. Cientos de activistas han desaparecido para siempre. Los mexicanos
hablan precisamente de «los desaparecidos» cuando se refieren a estas personas.
Cuando las operaciones antidroga se desplazaron hacia otros estados, ocurrió lo
mismo con la guerra sucia contra los izquierdistas. Sin embargo, en la guerra
contra la droga se establecía otro modus operandi, pues era una tapadera efectiva
de las operaciones contra la insurgencia.
Casualmente, también la CIA había llamado en clave «Operación Cóndor» a
su propia operación regional contra los comunistas de los años setenta.
Observando la campaña mexicana de erradicación, la CIA se dio cuenta de que el
Gobierno mexicano utilizaba al equipo antidroga para realizar trabajos políticos.
Como se dice en un desclasificado memorando para la Casa Blanca:
El ejército aprovechará igualmente la campaña de erradicación para
localizar cualquier tráfico de armas y cualquier actividad guerrillera. [...]
Las fuerzas militares de erradicación podrían dedicar tanto esfuerzo a la
seguridad interior como a la erradicación misma. Sin embargo, no
disponen de infraestructura para el apoyo aerotransportado y podrían
pedir helicópteros y otro equipo a las limitadas fuentes de erradicación
del Fiscal General.14
El resto del memorando está tachado con rotulador. Nada cuesta suponer que
ahí están las partes realmente jugosas. Pero no hay que temer nada. No nos dejan
verlas por nuestra propia seguridad.
Parece que después de dos años de la Operación Cóndor el Gobierno mexicano
quedó satisfecho y dejó de machacar a los narcos. En marzo de 1978 los
funcionarios mexicanos avisaron a los agentes de la DEA para que no hicieran
más vuelos de verificación. La campaña de erradicación proseguiría oficialmente
—y aún sería elogiada por la Casa Blanca—, pero sin la supervisión a vista de
pájaro. El presidente Carter, acorde con su menos polémica actitud hacia las
drogas, no puso objeciones. Pero los agentes destacados se quejaron a sus
superiores de que allí había una maniobra de ocultación. Los agentes de la DEA
del lado estadounidense también se dieron cuenta de que la marihuana mexicana
volvía a entrar a raudales; al parecer, se había olvidado el miedo a la hierba
tóxica.
Otro acontecimiento posterior vino a manchar la herencia de la Operación
Cóndor. El fiscal Carlos Aguilar había dirigido la detención de capos en Culiacán
y había sido tratado como un Eliot Ness mexicano. Su recompensa fue dirigir las
operaciones antidroga en todo el noreste de la nación. Sin embargo, al cabo de
unos años, abandonó el servicio e invirtió un dineral en un hotel y otras
empresas en la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo. En 1984 fue detenido con seis
kilos de heroína y cocaína, pero salió bajo fianza y huyó del país. En 1989 unos
agentes judiciales de Texas lo detuvieron en Harlingen y lo entregaron a la
policía mexicana, pero se las arregló para no ir a la cárcel. Finalmente fue abatido
de un tiro en la cabeza en su propia casa, en 1993, por motivos tal vez
relacionados con la droga.
Así pues, ¿qué fue realmente de la Operación Cóndor? ¿Sintieron los altos
funcionarios mexicanos la tentación de los narcodólares? ¿Había vuelto el país a
la política de detener a cierta cantidad de traficantes y aceptar que el tráfico
prosiga? ¿O había sido toda la operación un ejercicio para poner en su sitio a los
narcotraficantes y demostrarles quién mandaba allí? Una vez que aprendieron la
lección, los gánsteres volvieron a traficar, pero sabiendo ya que eran los políticos
quienes dirigían el espectáculo.
Las preguntas de más arriba ponen de manifiesto la naturaleza compleja de la
corrupción y el tráfico de drogas en México. Es un delicado baile de sobornos,
detenciones y cambios de chaqueta. En casi todas partes se acepta que durante el
Gobierno del PRI el dinero de la droga entraba en el sistema como el agua
subterránea en un pozo. No otra cosa demuestra el incesante reguero de policías
y funcionarios detenidos por cohecho. Pero queda sujeto a debate hasta dónde
llegaba la corrupción y hasta qué punto y con qué sistematismo estaba
organizada.
Dice un dicho popular de México que «Si tienes a Dios, ¿para qué necesitas a
los ángeles? Y si tienes a los ángeles, ¿qué falta te hace Dios?» Este adagio se
aplica a la corrupción y el tráfico de drogas. En unos casos los traficantes
contaban con la complicidad de un policía patrullero; era el ángel; no
necesitaban tener entonces en nómina a los jefes del policía. Pero en otros casos
podían contar con la complicidad de un jefe de policía o un gobernador —Dios
—, y entonces no hacía falta sobornar a sus subordinados. En algunas ocasiones
contaban con la ayuda de Dios y de los ángeles, y entonces era como estar en el
cielo.
Naturalmente, el sistema era delicado. Un hombre que sobornaba a un policía
podía acabar detenido por otro; o los agentes podían bajarle los humos a un
bribón que sobornaba a su jefe. No obstante, las cosas estaban controladas
gracias a la estructura de poder del PRI. El policía de base podía reexpedir dinero
cadena de mando arriba. Los altos funcionarios ni siquiera necesitaban saber de
dónde venían los sobornos ni tener contacto directo con los gánsteres. Todos
respetaban la jerarquía, y si un funcionario no guardaba las formas, era
reemplazado por otro aspirante a miembro del PRI.
En el contexto de la complicada corrupción del PRI apareció el sistema de
«plazas» para controlar el tráfico. La idea de plaza es fundamental para entender
la moderna guerra mexicana de la droga. Parece que, en relación con la droga, se
mencionó por primera vez a fines de los años setenta, a propósito de las ciudades
fronterizas. En los noventa había ya referencias a las plazas en todo México,
desde las costas caribeñas del sur hasta las cimas de la Sierra Madre.
La palabra «plaza» describe en México una jurisdicción que depende de una
autoridad policial, por ejemplo Tijuana o Ciudad Juárez. Sin embargo, los
contrabandistas se apropiaron del término para referirse al territorio concreto
que servía de pasillo para realizar el tráfico. Cuando el tráfico que discurría por
estos territorios pasó de varios kilos a varias toneladas, la organización de las
operaciones se volvió más compleja. En cada «plaza» apareció una figura para
coordinar el tráfico y negociar la protección de la policía. Este jefe de plaza podía
mover su propia droga y al mismo tiempo imponer sus condiciones a cualquier
otro que quisiera pasar mercancía por el pasillo en cuestión. A cambio de
mantener la concesión, pagaba la correspondiente «mordida» a la policía y a los
soldados.
Según consta, la policía era la parte favorecida en estas transacciones.15 Los
agentes podían machacar a los gánsteres, y si éstos se daban aires de importantes
—o se dejaban ver en los radares de la DEA—, quitárselos de en medio. La
policía también podía detener a cualquiera que no pagara sus deudas, haciendo
como que estaban luchando contra la droga y practicando confiscaciones y
detenciones. El sistema garantizaba el control del delito y que todo el mundo
cumpliera.
Allá en las alturas de la Sierra Madre, Efraín Bautista y su familia sobrevivieron a
los cambios producidos en los años setenta y siguieron vendiendo
tranquilamente sus cosechas de marihuana en el mercado de Teloloapán. Efraín
decía que en su aldea no había guerrilleros izquierdistas, y de ese modo se
libraban de las incursiones militares dirigidas contra los insurgentes. En la
comunidad vecina de El Quemado, los soldados irrumpieron en busca de
guerrilleros y se llevaron a todos los varones físicamente aptos. Muchos no
volvieron. Efraín decía también que como sus cosechas estaban en alturas
inaccesibles, entre rocas escarpadas y bosques, se libraron de la fumigación con
Paraquat. Sin embargo, las incesantes reyertas acabaron por obligarlo a huir.
Cuenta Efraín que conforme entraba en su comunidad el dinero de la
marihuana, muchos jóvenes compraban armas más eficaces, sobre todo fusiles
Kaláshnikov. El ruso Mijaíl Kaláshnikov inventó el fusil de asalto AK-47 durante
la Segunda Guerra Mundial porque era de fácil mantenimiento y para que los
campesinos soviéticos defendieran la patria de los saqueadores extranjeros. Al
igual que los campesinos rusos, los agricultores de la Sierra Madre abrazaron el
fusil con entusiasmo, llamándolo cariñosamente Cuerno de Chivo, porque su
cargador era curvo. Efraín recuerda el momento en que su familia tuvo uno.
En las montañas, la gente tenía escopetas, o viejos Colts estadounidenses,
o Winchesters de los tiempos de la Revolución. Librábamos nuestras
batallas con estas armas, incluso con machetes. Pero de pronto
empezamos a ver Cuernos de Chivo [subfusiles Kaláshnikov]. Eran unas
armas increíbles que disparaban ráfagas en pocos segundos y daban en el
blanco desde 500 metros de distancia. Preguntamos a los que nos
compraban la marihuana y nos dijeron que ya veríamos. Y un día se
presentaron con un AK-47 nuevo, y nos quedamos con él a cambio de
toda la cosecha. Nos lo llevamos a la montaña y lo utilizamos para matar
serpientes y coyotes. Y de pronto nos vimos en la necesidad de utilizarlo
para defender a la familia.
El clan de Efraín había soportado varias reyertas en los últimos años. Muchos
beligerantes vendían marihuana, pero los enfrentamientos eran por problemas
que nada tenían que ver con la hierba, por ejemplo mujeres o faltas de respeto. A
finales de los años setenta la familia de Efraín se vio desbordada. El conflicto
empezó por una discusión entre borrachos que jugaban a las cartas y acabó
siendo una pelea a muerte.
En la familia con la que nos enfrentamos había un tipo que era un
auténtico criminal. Tenía una cara inocente e infantil que hacía creer que
no iba a hacer daño a nadie. Pero era un asesino nato. Mató a un hermano
mío y a dos primos. No tuve más remedio que huir con mi familia para no
morir.
Efraín se instaló en una zona de viviendas precarias de Mixcoac, en la parte
sur de Ciudad de México. Cuando llegó, tenía 25 años, esposa y tres niños
pequeños a los que mantener. Había vendido marihuana durante diez años,
abasteciendo de toneladas a los consumidores de Estados Unidos. Pero no había
ahorrado nada y tuvo que empezar de cero. Era uno más entre los millares que
habían entrado y salido del negocio durante las décadas de crecimiento de la
industria de la droga.
Estábamos en la ruina y teníamos que vender chicles por las calles para
poder comer. Trabajamos duro y ahorrábamos todo lo que podíamos. Yo
encontré trabajo en la construcción y me pasaba las horas transportando
ladrillos y cemento. Al cabo de los años conseguí tener dinero suficiente
para comprar un taxi y empezamos a vivir bien. Mi hijo menor pudo
terminar la secundaria y ponerse a trabajar en una oficina. Pero echo de
menos las montañas. Allí es donde está mi corazón.
****En México: cigarrillo de marihuana. Al acto de fumar se le denomina «darse un toque». En España:
canuto, porro.
4
Cárteles
Magnates
Es periodista el señor,
escribe lo que sucede,
él sigue con su misión
aunque la mafia lo agrede.
Ha denunciado al cártel,
ha criticado al Gobierno
es hombre de mucha fe,
que busca la paz del pueblo.
Es muy valiente el señor,
no cabe la menor duda,
pone a temblar la nación,
con una sencilla pluma.
El periodista es el rey,
lo dicen los analistas,
prensa de primer nivel,
el zar de narconoticias.
Los Tucanes de Tijuana, «El periodista», 2004
Demócratas
Señores de la guerra
ANATOMÍA
Tráfico
Asesinato
Cultura
C uando Fausto Castro, alias Tano, estuvo a punto de morir, no vio puertas
celestiales ni ángeles. Pero como era de esperar en un músico, se dio cuenta de
que el sonido se transformaba bruscamente. Cuando más de cien proyectiles de
Kaláshnikov acribillaron su negro Chevrolet Suburban y siete se le alojaron en
brazos, piernas y pecho, sintió que los ruidos que lo rodeaban se volvían
diáfanos, como si estuviese en un estudio insonorizado. Al mismo tiempo se
notó entumecido, aunque sin sentir ningún dolor físico.
Pero cuando se dio cuenta de que seguía vivo y volvió la cabeza para
comprobar los daños, los ojos se le inundaron de lágrimas. Caído junto a él, en el
asiento del copiloto, yacía su primo, uno de los cantantes más apreciados del
norte de México, Valentín Elizalde, llamado El Gallo de Oro. Le habían
alcanzado veintiocho proyectiles, tenía el cuerpo desgarrado y había muerto al
instante. «Lo rodeé con los brazos y lo besé —me dijo—. El momento me parecía
cargado de irrealidad. Veinte minutos antes habíamos estado tocando ante una
multitud. Se volvían locos cuando oían a Valentín. Y estaba allí, a mi lado,
empapado en sangre.»
Castro me cuenta lo ocurrido dieciocho meses después de la emboscada, que
se produjo en noviembre de 2006, después de estar en el Palenque Reynosa,
viendo una pelea de gallos. Reynosa queda enfrente de McAllen, Texas, a este
lado de la frontera. Se ha recuperado muy bien. Las heridas cicatrizaron y hoy
son pequeños bultos carnosos y rojizos que le puntean el costado derecho.
Después de estar seis meses en el hospital, camina sin ayuda, e incluso vuelve a
tocar la trompeta con su banda, a cuyo cantante, evidentemente, han sustituido.
La verdad es que su grupo, la Banda Guasaveña, nunca había estado tan
buscado. Elizalde ha estado nominado a título póstumo para un Grammy Latino,
y ha sido comparado con los mejores cantantes mexicanos de la historia, como
Pedro Infante. Sus fans llenan los locales para oír tocar al grupo las canciones
más aclamadas de Valentín, entre las que destacan «118 balazos» y «El narco
batallón». Mientras tanto, en el año y medio transcurrido desde el asesinato,
otros catorce músicos mexicanos han sido acribillados, quemados o muertos por
asfixia en atentados que llevan la marca del crimen organizado.
Para entender por qué los sicarios matan a cantantes, trompetistas y baterías,
hay que adentrarse en el mundo surrealista de la llamada narcocultura, y sobre
todo en su forma más emblemática, los narcocorridos. Valentín Elizalde fue una
de las mayores estrellas que ha producido este género. Aunque la música suele
tener el sonido tradicional de los acordeones y las guitarras de doce cuerdas, las
letras describen las hazañas de los Kaláshnikov, los jefes de la cocaína y los
asesinos a sueldo.
De forma muy diferente a lo que ocurre con el rap gansteril (gangsta rap) en
Estados Unidos, el Gobierno mexicano critica duramente esta música, que está
prohibida en la radio. Los críticos dicen que exalta a los narcotraficantes, y en
parte es responsable de mucha violencia. Sea cierto o no, la increíble popularidad
de la narcocultura ilustra el grado de arraigo de los traficantes en la sociedad. Los
narcocorridos son éxitos de ventas y se oyen en toda clase de fiestas, desde las
selvas de Centroamérica hasta los guetos de inmigrantes de Los Ángeles.
Mientras los gánsteres pasan toneladas de oro blanco por la frontera y se
despedazan entre sí en las guerras internas, los intérpretes de narcocorridos
ponen la banda sonora.
Pero los cantantes hacen algo más que poner música alegre a las matanzas.
Les ponen además un guión. Siguiendo una tradición que tiene siglos de
antigüedad, los corridos son una forma de informar a la gente de la calle,
describen fugas carcelarias, carnicerías, nuevas alianzas y pactos rotos a un
público que lee poca prensa. Si a los mariachis del siglo XIX había que oírlos en las
plazas de las ciudades, los mensajes de los grupos actuales se oyen en toda clase
de medios, desde los equipos estereofónicos de Brownsville hasta las gramolas de
las cantinas guatemaltecas.
Las canciones ponen color a las sombrías figuras de los capos del crimen. Al
jefe de jefes, el Mayo Ismael Zambada, se le conoció durante mucho tiempo
únicamente por una foto granulada de los años setenta. Pero por las calles circula
una imagen muy vívida de él gracias a cientos de canciones que describen sus
hazañas. Los versos cuentan con orgullo que soborna a los políticos más
encumbrados, descuartiza a los rivales y tiene una flota de aviones para traficar
con su mercancía. En un álbum del famoso grupo Los Tucanes de Tijuana que
lanzó Universal Music en Estados Unidos y México en 2007, hay una canción
(«El MZ») al parecer dedicada al Mayo:
Le apodan el MZ,
otros le dicen padrino,
su nombre ya lo conocen
hasta los recién nacidos.
Lo buscan por todos lados
y el hombre ni está escondido.
Los dólares lo protegen,
también sus Cuernos de Chivo [Kaláshnikovs].
En el centro de la narcocultura se alza la figura del padrino mafioso. Este
personaje se exalta en términos legendarios como el andrajoso campesino que
llega a hacerse rico; el gran forajido que desafía al ejército mexicano y a la DEA;
el benefactor que entrega fajos de dólares a las madres hambrientas; la pimpinela
escarlata que desaparece en el aire.
México no es la única nación que idolatra a los bandidos. Inglaterra ha
celebrado a Robin Hood en verso y prosa desde el siglo XIII (Robyn hode in
scherewode stod,1 «Robin Hood en Sherwood estaba»). Sicilia idealizó al
bandolero campesino Salvatore Giuliano en el cine y en la ópera. ¿Y qué sería la
cultura popular estadounidense sin Jesse James, Pretty Boy Floyd, Al Capone y
John Dillinger? ¿O sin el Notorious B.I.G. y Tupac Shakur?
Pero en el interior del México septentrional el culto al bandido tiene una
resonancia especial. La zona era una frontera conquistada por curtidos
aventureros muy alejados del eje del poder, fuera Ciudad de México, Washington
o Madrid. Añádase a esto que muchos piensan que han sido tratados de forma
injusta (y realmente lo han sido) por un país en que los políticos ricos se
divierten en sus palacios y tienen varias amantes, mientras que los pobres han de
romperse los riñones para sobrevivir. Los narcos se reverencian en tanto que
rebeldes que han tenido huevos para derrocar ese sistema. En las calles de
Sinaloa, la gente se refiere tradicionalmente a los gánsteres llamándolos «los
valientes».
La película El padrino —la suprema glorificación cinematográfica de un capo
— conoció un éxito arrollador en Sinaloa. Incluso en la actualidad, el cártel la
Familia recomienda a sus secuaces que vean la trilogía. Las tres películas son
particularmente pertinentes porque el padrino Michael Corleone apoya los
valores familiares y la lealtad, aunque a su retorcida manera (mata a su hermano
por ser desleal).
Otro gran papel gansteril de Al Pacino, Tony Montana, goza igualmente de
inmensa popularidad al sur del Río Grande. Fui a una cárcel de Nuevo Laredo
donde un jefe criminal había sido muerto a tiros. La policía nacional había
ocupado la cárcel y se estaba llevando todo el contrabando de lujo que el capo
había escondido en su celda, por ejemplo una mesa de billar y un sistema
acústico de discoteca. (El encarcelamiento había sido una fiesta para él.) Pero el
artículo que más me llamó la atención fue una gigantesca foto enmarcada de Al
Pacino en Scarface [Caracortada/El precio del poder]. Todos los machos llenos de
testosterona del mundo entero aman al ficticio cubano-estadounidense Tony
Montana. Es, pues, natural que a los gánsteres hispanoamericanos les resulte fácil
identificarse con el granuja cocainómano que se va de este mundo diciendo:
«¡Saludad a mi pequeño amigo!»
El propio narcocine mexicano ha producido literalmente millares de películas
desde los años ochenta. La industria despegó con la invención del vídeo
doméstico, que permitió a los productores hacer películas baratas que iban
directamente al mercado del VHS y luego al del DVD. Estas producciones,
llamadas vídeos domésticos, se liquidan en dos semanas de rodaje, utilizando por
lo general como actores a personas que se interpretan a sí mismas: campesinos
auténticos, prostitutas auténticas, e incluso matones auténticos con pistola y
todo. Han creado así dos superestrellas: Mario Almada, un pistolero delgado al
estilo de Clint Eastwood que normalmente hace de policía; y Jorge Reynoso, alias
el Señor de las Pistolas, un malo de película con todos los atributos que suele
hacer de criminal sediento de sangre. Almada y Reynoso han hecho más de mil
quinientas narcopelículas entre los dos y tienen multitud de fans, entre los que
hay muchos traficantes. Además, admiten haber conocido a algunos de los capos
más buscados, que son grandes admiradores de sus filmes.
Son historias de sexo y violencia con títulos tan geniales como Coca Inc., El
Hummer negro y Me chingaron los gringos. Algunos de los títulos más populares
llegan a tener siete secuelas. Como es de esperar, hay muchos trapicheos con
cocaína, mujeres ligeras de ropa, tiroteos frenéticos y camiones que arden en el
desierto.
He pasado horas viendo narcopelículas, pero me cuesta entrar en ellas. Las
tramas carecen de lógica y son confusas, y los diálogos dan risa. Pregunto a
Efraín Bautista (el natural de la Sierra Madre del Sur que creció en la aldea que
cultivaba marihuana) qué atractivo tienen. ¿Qué ve la gente en estas películas de
pacotilla? En cuanto se las menciono, sonríe de oreja a oreja. «Tendría usted que
ver cómo se ponen mis primos de las montañas cuando ven esas películas —me
dice—. Las miran como si fueran cosas de la vida real, como si estuvieran
sucediendo en ese momento. Cuando el héroe se equivoca, lo insultan, gritan al
televisor. Cuando las armas empiezan a disparar, se encogen como si una bala
pudiera alcanzarlos.»
Sin embargo, los principales consumidores de películas y cedés de
narcocorridos no viven en las polvorientas aldeas mexicanas, sino en Texas, en
California, en Chicago y en otros núcleos de latinoamericanos de Estados
Unidos. Los inmigrantes se identifican con las luchas de los pobres y disfrutan
con las visiones idealizadas de su patria. Además, compran más versiones
originales, mientras que en todos los mercados de México venden copias pirata.
Pero por muchas películas que se vendan, los productores de narcocine
cuentan con otra fuente especial de ingresos: los narcodólares. Los capos
financian películas para blanquear dinero o para que se inmortalicen sus hazañas
en la gran pantalla. El capo Edgar Valdez, alias la Barbie, dijo en un
interrogatorio de la policía que había entregado 200.000 dólares a un productor
para que hiciera una película biográfica sobre él.2 Para los cineastas frustrados y
en la ruina, cualquiera que regale dinero es como un hada madrina (aunque sea
un padrino de la mafia).
Estos dispendios por parte de un jefe mafioso caracterizan todos los aspectos
de la narcocultura. Las vistosas mansiones de los capos han creado un estilo
arquitectónico propio, la narcotectura, que mezcla la villa griega con el jacuzzi y
las jaulas para tigres. Los capos financian toda una industria de aspersores de
baño de artesanía, de oro y diamantes, con grabados complejos. Y pagan por
ropa de diseño a prueba de balas, por ejemplo chaquetas vaqueras con flecos.
Estos gastos hacen que los capos se parezcan a los señores de la Europa medieval
que financiaban las artes e imponían las modas que luego pasaban al pueblo. Y la
forma artística que los capos más apoyan, el estilo que tiene más impacto en las
calles, es el narcocorrido.
Como muchos otros elementos de la cultura mexicana, el origen del corrido se
remonta a los tiempos de la conquista española y a la fusión de las tradiciones
europeas e indígenas. Su base es el romance español en octosílabos que cantaban
tradicionalmente, acompañados por guitarras, los juglares y los ciegos. Estos
músicos fueron a América tras la estela de los conquistadores, y los mestizos del
Nuevo Mundo heredaron y desarrollaron el género.
Los romances fueron especialmente populares en el interior de Chihuahua y
Texas, en la época en que este estado pertenecía a México. Las pequeñas
comunidades separadas por áridas llanuras y espesos bosques estaban deseosas
de noticias, y los músicos ambulantes se encargaban de informar sobre
conquistas y coronaciones. Su papel fue crucial durante la sangrienta Guerra de
Independencia de 1810. La gesta del cura Miguel Hidalgo que tocó las campanas
al grito de «Viva México» se difundió en versos rítmicos. Desde aquellos
tiempos, el romance local fue rebelde y subversivo.
Pero el corrido propiamente dicho adquirió entidad propia en los diez años
que duró la sangrienta guerra revolucionaria, de 1910 a 1920. Los gritos que
pedían tierra y libertad y dinamitar las ciudades se transformaron en baladas
interminables que se cantaban tanto en los campamentos de los rebeldes como
en las caravanas de refugiados. En esta época adquirió el corrido su forma épica
moderna. «Las canciones más auténticas y que mejor representaban nuestros
sentimientos populares florecieron en el campo de batalla y en los vivaques», ha
escrito Vicente T. Mendoza, el más destacado conocedor del género.3
Demostrando una notable memoria popular, los cantantes rurales del norte
de México todavía recitan rimas de sangre y traición, como las del conocido
«Corrido de la Revolución»:
Despierten ya, mexicanos,
los que no han podido ver
que andan derramando sangre
por subir a otro al poder.
[...]
Mira a mi patria querida
nomás cómo va quedando;
que esos hombres más valientes
todos la van traicionando.
Con la aparición de la radio y la televisión, los corridos perdieron
importancia como medios de información, y los cantantes se concentraron en
historias personales de trabajo esforzado y amor perdido. Pero en un área
siguieron estando en la vanguardia de la noticia: en la criminalidad. Ya en los
años treinta, los intérpretes cantaban sobre bandidos y traficantes de licor. Un
poema popular en la época era la «Balada de Gregorio Cortez», sobre un
mexicano de Texas que mataba a un sheriff en defensa propia y huía cruzando el
Río Grande. El famoso folclorista Américo Paredes rescató el poema en su libro
With His Pistol in Hand (1958), del que se hizo una película en 1982, y una
videograbación en 1987:
Decía Gregorio Cortez
con su pistola en la mano:
«¡Ah, cuánto rinche montado
para un solo mexicano!»4
Cuando el rock dio origen a la moderna industria discográfica, la música
mexicana tuvo la puerta abierta para escalar puestos en las listas de superventas.
Ritchie Valens (o, mejor dicho, Ricardo Valenzuela) consiguió ya en 1958 un
éxito internacional con «La Bamba», y en la década siguiente Carlos Santana
fundió la música latina con el rock. Pero los corridos alcanzaron su verdadera
expresión gracias a tres hermanos y un primo que viajaron al norte para trabajar
de braceros en el sur de California en 1968. Un funcionario de inmigración que
los llamó «tigrillos» les dio la idea. Los Tigres del Norte estaban tocando un
domingo en una plaza de San José, California, cuando los vio el promotor Art
Walker (de la pérfida Albión como yo) y firmó con ellos un contrato con su
primeriza casa discográfica Fama Records. Este acuerdo fue el inicio de la colosal
trayectoria que permitiría a Los Tigres grabar cuarenta discos, ganar casi todos
los premios importantes a ambos lados de la frontera, y lanzarse a una gira
ininterrumpida que duraría cuarenta años y les haría merecer el apelativo de
Rolling Stones mexicanos.
Así como la leyenda jamaicana Bob Marley introdujo en su música un rasgo
roquero para comercializarla, Walker animó a Los Tigres a utilizar un zumbante
bajo eléctrico y una batería junto con el primitivo acordeón. El resultado fue un
éxito arrollador que definió el nuevo sonido del corrido que todavía hoy se toca;
las canciones de los Tigres eran pegadizas y bailables, y al mismo tiempo retenían
el exquisito tono melancólico y el ritmo de polca de la canción mexicana.
Los Tigres no tardaron en descubrir la popularidad de las canciones sobre
forajidos con su tercer sencillo, «Contrabando y traición», que los lanzó a la
fama. El disco de 1974, que probablemente es el primer narcocorrido en vinilo,
cuenta la historia de los traficantes Emilio Varela y Camelia la Tejana que cruzan
la frontera por San Diego con kilos de marihuana metidos en los neumáticos del
coche. Cuando llegan a una oscura calle de Los Ángeles y entregan la hierba a
cambio de dinero, Camelia saca una pistola, cose a balazos a Emilio y se marcha
con todo el botín. La canción alcanzó la categoría de himno, inspiró cubiertas de
varias bandas de rock y una película en 1977. Cuando se escucha en la actualidad,
suena como un inocente recuerdo de los buenos tiempos pasados, como si se
hablara de los traficantes despreocupados de las películas de Cheech y Chong y
no de los sicarios psicópatas que patrullan con pasamontañas.
Mientras Los Tigres titubeaban en exhibir su faceta narco, apareció un auténtico
cantante gansteril en la figura de Rosalino Sánchez, llamado Chalino Sánchez. Si
Los Tigres fueron los Rolling Stones de los corridos, Chalino fue su Tupac
Shakur, encantador y loco, orgulloso de proceder de los barrios bajos y con una
vida realmente violenta. Entraba y salía de la cárcel, participó en tiroteos, fue
considerado un auténtico malvado, a diferencia de Los Tigres, que iban con el
pelo cortado a lo salmonete y con trajes vistosos. Chalino cantaba sin cortarse
sobre la vida de los traficantes, maldiciéndola, llegando a los límites del género, y
acabó considerado como el padrino del narcocorrido duro.
Al buen estilo forajido, la sangrienta vida y la no menos sangrienta muerte de
Chalino están rodeadas de leyenda. Las investigó a fondo el reportero de Los
Angeles Times Sam Quiñones, que recorrió aldeas y buceó en archivos carcelarios
para escribir su biografía, que apareció en 2001 con el título de True Tales from
Another Mexico.5 Su historia empieza con un episodio notablemente parecido al
de Pancho Villa. Chalino vivía en un rancho de Sinaloa, y cuando tenía 11 años,
un matón local violó a su hermana. Cuatro años después, Chalino irrumpió en
una fiesta, mató a tiros al violador, intercambió disparos con dos hermanos de
éste y huyó a Los Ángeles. Durante el resto de su adolescencia trabajó de
lavacoches, de camello y de coyote (transportista de indocumentados), antes de
sufrir el doble trauma de ver asesinar a su hermano y ser enviado a la terrible
prisión Mesa de Tijuana en 1984.
La muerte del hermano introdujo a Chalino en el camino de la fama, ya que el
primer corrido que compuso fue sobre aquella tragedia. Luego se puso a dar la
lata a sus compañeros de prisión para escribir canciones sobre ellos. Al volver a
las calles de Los Ángeles utilizó su talento recién hallado para documentar la vida
de los hampones mexicanos; por las canciones recibía dinero, pero también
esclavas de oro, relojes y pistolas decoradas. Al ver el éxito que tenía, se puso a
regrabar sus cintas y a venderlas en una camioneta, al más puro estilo
underground. Corrió la voz, y cuando se dio cuenta, estaba actuando en clubes
californianos delante de miles de personas y firmando un contrato con una
importante casa discográfica. Era el Sueño Americano... durante un glorioso
momento.
Los sangrientos sucesos de 1992 lo convirtieron en leyenda. Primero fue lo del
concierto que dio en enero en Coachella, ciudad del desierto de California; un
alborotador borracho subió al escenario con una pistola y le disparó. Fiel a su
reputación, Chalino sacó la suya y devolvió el fuego. En el tiroteo siete personas
resultaron heridas y hubo al menos un muerto. El incidente se comentó en ABC
News y sus ventas se multiplicaron. Cuatro meses después, luego de actuar ante
una rugiente multitud en Sinaloa, su estado natal, fue detenido por varios
hombres con uniforme de policía. La mañana siguiente encontraron su cadáver
junto a un canal con dos balazos en la cabeza: otro asesinato en Sinaloa que no se
ha aclarado hasta la fecha.
Chalino había muerto, pero el sonido que creó se extendió. Aunque los
críticos musicales arremetieron contra sus letras malsonantes y su voz nasal y
desafinada, fue un éxito entre los matones sinaloenses y los pandilleros chicanos
de California. Los centenares de imitadores que aparecieron a ambos lados de la
frontera no tardaron en fabricar narcocorridos duros en serie. Criados con el rap
gansteril, los jóvenes estadounidenses se identificaron inmediatamente con las
letras que hablaban de drogas, con las pistolas en las cubiertas de los álbumes y
las pegatinas con alertas parentales. Los pandilleros urbanos de cabeza rapada
incluso empezaron a vestirse al estilo vaquero de Chalino: sombrero blanco de
ala ancha, inclinado hacia un lado, cinturón de hebilla grande, botas de piel de
cocodrilo y pistola empotrada en la cinturilla del pantalón. Quiñones resume así
la influencia del cantante: «En manos de Chalino, la música popular mexicana se
había convertido en una peligrosa música bailable de ciudad».
Veinte años después de Chalino, los narcocorridos son más populares que nunca.
En las calles de Culiacán hay quioscos donde se venden cientos de cedés en cuya
cubierta aparecen los intérpretes con Kaláshnikov, sombrero tejano,
pasamontañas o uniforme paramilitar. La música grita desde camionetas de lujo
y todoterrenos Hummers de un blanco cegador y con las ventanillas ahumadas
que pasan a toda velocidad sin hacer caso de los semáforos. Hace temblar los
clubes nocturnos llenos de mujeres con uñas sintéticas de tres centímetros de
longitud y con gemas incrustadas, y de hombres con botas de piel de cocodrilo
que marcan el ritmo disparando al aire con pistolas. Y es interpretada por
cuartetos apostados en las esquinas, en espera de que alguien los contrate para
tocar algunas canciones en la casa de algún juerguista borracho o harto de coca.
Dada esta demanda de corridos, miles de jóvenes aspirantes se esfuerzan por
ser los próximos Chalinos o Valentines Elizalde. Sólo en Culiacán hay cinco casas
discográficas que producen corridos, y cada una tiene alrededor de doscientos
intérpretes en su escudería.
Visito los estudios Sol Records, que se han instalado en una casa de dos
habitaciones en las afueras de Culiacán. Cuando entro, una tarde de mediados de
semana, veo docenas de músicos con puñados de cedés propios señalando las
pistas de sus presuntos éxitos futuros. En la cabina insonorizada una banda graba
una canción sobre el último derramamiento de sangre en una sesión única que-
debe-salir-bien. El cantante escupe la letra y luego agita los brazos en el aire,
imitando el gesto de disparar un fusil automático.
El productor de Sol, Conrado Lugo, es un alegre y voluminoso treintañero
que dirige la empresa que fundó su padre. Me habla del mundo surrealista del
corrido sinaloense por el que pasa un chorro interminable de músicos. Confiesa
que de adolescente prefería el heavy metal y que al principio no le gustaba
producir narcocanciones.
—Me sentía deprimido y detestaba mi trabajo. Entonces mi padre me dijo:
«¿Te gustaría tener una camioneta último modelo? ¿Te gustaría tener un reloj de
oro? Entonces han de gustarte los corridos». Tenía razón, y con el tiempo he
aprendido a amar esta música.
Sin duda es un buen negocio para Sol Records. No es la casa discográfica la
que financia los álbumes, sino las propias bandas o sus patrocinadores quienes
pagan por las sesiones de grabación. Una de las principales fuentes de ingresos de
las bandas es tocar en fiestas privadas, juergas organizadas a menudo por los
mismos delincuentes sobre los que cantan. Incluso los grupos de nivel medio
pueden llegar a ganar 10.000 dólares por actuar una noche para estos clientes de
las cadenitas de oro. Las grandes estrellas pueden embolsarse hasta 100.000
dólares por una actuación nocturna.
Pero algo más significativo es que los traficantes pagan a los compositores
para que escriban canciones sobre ellos. Todos los artistas con quienes he
hablado comentan sin reparos el precio que cargan por componer un corrido.
Mientras los principiantes piden apenas 1.000 dólares por unos versos sobre un
matón en ciernes, los músicos establecidos pueden pedir decenas de miles de
dólares por una canción sobre un miembro destacado del cártel. Algunos
traficantes tienen dinero suficiente para desperdiciarlo, pero también lo enfocan
como una buena inversión. Un corrido dedicado a ellos significa prestigio, y en la
calle se traduce por respeto y contratos.
—Para los narcos, que escriban una balada sobre ellos es como obtener un
doctorado —dice Conrado.
El productor de Sol me cuenta la historia de un traficante de poca monta que
pagó porque escribieran sobre él un corrido muy pegadizo. Al cabo de poco
tiempo lo oía todo el mundo en el equipo del coche.
—Los amos del crimen decían: «Tráiganme al tipo ese de la canción. Quiero
que me haga un trabajo». Y subía de categoría gracias a la canción.
—¿Y qué ha sido de él? —pregunté.
—Bueno, lo mataron. Subió demasiado arriba. En el fondo fue por culpa de la
canción.
Pregunto a Conrado si cree que está mal glorificar a los gánsteres, si cree que la
música promueve el derramamiento de sangre que está matando ahora a los
propios músicos. Me da la misma respuesta que me han dado docenas de
compositores y cantantes: que ellos son simples cronistas que describen la
realidad que ven a su alrededor, y que dan al público lo que el público quiere. El
mismo razonamiento se usa para defender el rap gansteril. Puede que tengan su
parte de razón. Las canciones no matan; las armas son las que matan (aunque no
según la NRA, la Asociación Nacional del Rifle).
—Hay mucha violencia ahora. Pero no la trajeron los músicos. Matan a
cantantes, pero en la mayoría de los casos no es por su música, sino por asuntos
de mujeres, de dinero o de cualquier otra cosa. O por estar donde no deben o con
gente con la que no deben.
—¿Y los cantantes que aparecen empuñando armas en las portadas de los
discos? —le pregunto.
—Eso es pura pose. No quiere decir que sean gánsteres. Cualquiera puede
sentirse interesante posando con un arma. Yo también lo hago. —Y saca un
teléfono móvil del bolsillo en cuya pantalla aparece él empuñando un
voluminoso fusil de alta tecnología.
No obstante, concede Conrado, el tono sanguinario de las canciones ha
aumentado porque también la guerra se ha vuelto más violenta. Los corridos
aparecen a los pocos días, incluso a las pocas horas de haberse hecho pública la
noticia que causa sensación, como la muerte de Beltrán Leyva, el Barbas, o una
matanza importante. Hay varios corridos que cuentan la historia de un sicario
conocido con el nombre del Pozolero, porque disolvió en ácido los cadáveres de
trescientas víctimas del cártel de Tijuana. Y un popular corrido titulado «El
comando negro» describe la posición social de estos pelotones de sicarios con
pasamontañas que se dedican a secuestrar y torturar. Para estar a tono con esta
brutalidad, ha salido un subgénero nuevo, los «corridos enfermos». Uno de estos
corridos cuenta con detalles gráficos que unos sicarios van a una casa y mutilan a
toda una familia.
Conrado me presenta a los miembros de una de las bandas más duras que hay en
estos momentos. Su solo nombre es de los que no se andan con rodeos: Grupo
Cartel de Sinaloa o Grupo Cartel a secas. No cuesta adivinar su conexión
mafiosa.
—Yo quería un nombre que dijera lo que es, sin disfraces —me cuenta el
compositor César Jacobo, de 33 años—. No somos hipócritas, como otros. Ésta
es la vida que llevamos.
El Grupo Cartel no es internacionalmente conocido, pero en Culiacán
protagoniza actos al aire libre con miles de seguidores. Es un clásico grupo de
corridos con cuatro miembros: un batería, un bajo eléctrico, una guitarra de doce
cuerdas y un cantante-acordeonista. Este último tiene sólo 18 años y una voz
melódica y de una potencia increíble; los otros músicos son veinteañeros.
Cuando posan para que les hagamos fotos, visten todos igual: traje color crema y
camisa roja. César usa barbita de chivo bien recortada y lleva tejanos y una
moderna camisa de diseño. Se aparta para no salir en las fotos:
—No voy vestido para la cámara —dice a la banda con una sonrisa.
Salta a la vista que es él quien manda. Además de escribir las canciones,
supervisa el dinero, los contactos, los conciertos y todo lo demás. También
parece ser la figura que goza de autoridad entre otra docena de organizadores de
giras, transportistas y ayudantes. Cuando vamos del estudio a diversas
marisquerías, en el curso de un par de días, no cesa de atender a dos teléfonos
móviles por los que habla entre susurros. A pesar de eso, me presta la máxima
atención y le complace que vaya a hablar del grupo en un reportaje que preparo
para el suplemento dominical de una publicación británica.
—Va usted a hacernos famosos en Londres. La gente escuchará a Robbie
Williams y al Grupo Cartel —dice en tono de broma.
El ambiente en que se mueve el Grupo Cartel es una muestra de la
excentricidad de la actual narcocultura sinaloense. Niños de barrios bajos y
minifundios pobres se mezclan con estudiantes de colegios privados. Los narcos
de Sinaloa hace mucho que mandan a sus hijos a centros docentes caros y se
relacionan con la alta sociedad. Para los niños ricos puede resultar muy cool
vestirse de matón o andar por ahí con los hijos de los capos. Al igual que sucede
en Estados Unidos, la cultura gansteril ejerce una atracción que supera las
fronteras de clase. En la última generación se pueden encontrar jóvenes de
familias traficantes que parecen yuppies, y retoños de ricas familias hacendadas
que parecen traficantes.
Los jóvenes sinaloenses de esta narcocultura híbrida se llaman «buchones» y
visten con un estilo que mezcla lo urbano y lo rural, lo tradicional y lo moderno.
A los buchones les gustan los sombreros tejanos y las botas de piel de avestruz,
pero también el calzado deportivo y las gorras de béisbol de colores vivos. Las
buchonas suelen vestir ropa cara y ajustada, se cargan de joyas, se operan de los
pechos y presumen de la riqueza de sus novios gansteriles.
El propio César salió de la pobreza rural cuando tenía 10 años y se crió en un
barrio bajo de Culiacán. Le gusta que escuchen su música los muchachos ricos y
de clase media de Sinaloa.
—Tocamos en ésta o aquella mansión para los hijos de un empresario. Y nos
tratan como si fuéramos famosos —dice sonriendo—. Eso hace que me sienta
grande. Como si hubiéramos alcanzado algo.
Los muchachos ricos de la más sofisticada Ciudad de México se interesan
menos por los narcocorridos y prefieren el rock y la música electrónica de
Estados Unidos y Europa. Es más probable que sean fans de U2 que de Los
Tigres del Norte. Pero los narcocorridos suenan de manera creciente en las
amplias zonas depauperadas de Ciudad de México. Cedés piratas de Valentín
Elizalde, de Chalino Sánchez y del duro Grupo Cartel suenan en los autobuses y
taxis de la capital, en las fiestas caseras y en las cantinas, ya que su sonido
melancólico y sus incisivas letras atraen a todos, lo mismo a los adolescentes que
a los abuelos.
César dijo que su padre no había oído nunca la narcomúsica y que en su casa
sólo se oían canciones de amor tradicionales. Pero a César le interesaban más los
corridos sobre pistoleros y jefes del crimen de su barrio. Cuanto más tiempo paso
con él, más admite que está relacionado con este mundo. Sus amigos de la
infancia son sicarios. Otros son traficantes. Y él prefiere escribir canciones sobre
eso.
Sus letras profundizan en la vida personal de los sicarios, describen sus
conflictos por haber elegido un camino que en muchos casos conduce a la
muerte. Sus letras narran hechos con lenguaje realista, pero también introducen
fantasías y metáforas. Un corrido habla de un asesino a sueldo que llega al
infierno y tiene que enfrentarse con sus víctimas. Mientras César habla, tararea
pasajes de las canciones.
—Las palabras son para mí lo más importante. A veces se me ocurren cosas
raras y necesito convertirlas en canción. Quiero expresar bien los mensajes.
Luego hago que pegue el ritmo.
También ha escrito una canción de amor. O algo parecido. Es sobre un amigo
que fue muerto a tiros mientras estaba con su amante. En la canción, habla el
amigo, que se disculpa ante su mujer por no estar con ella, por haber muerto a
causa de una tontería. Se titula «Perdóname, María».
Quiero pedirte perdón
por ya no ver a mis hijos,
el llanto nubla mi conciencia
al emprender mi camino.
Quiero que sepas, María,
que estaré siempre contigo.
César ha tenido nueve hijos de dos mujeres. Eso es trabajar rápido para un
hombre de 33 años. Uno de los pequeños nos sigue mientras hacemos las fotos y
su padre lo entretiene cariñosamente jugando a boxear sobre un montón de
tierra.
Casi todo el repertorio del grupo habla de gánsteres concretos del cártel de
Sinaloa, a los que se identifica por sus apodos. Hay canciones sobre
lugartenientes llamados el Indio, el Cholo, el Eddy, el Güero, y textos enteros
sobre el gran jefe Mayo Zambada. En todas se describe a los traficantes con la
clásica glorificación. Como dice la canción «El Indio»:
Armas de grueso calibre,
rifle de alto poder,
mucho dinero en la bolsa [...]
Primero mandaban kilos,
ahora ya son toneladas.
Hay muchas canciones del grupo en Internet junto con fotos de los gánsteres
sobre los que cantan. En algunos vídeos hay metraje granulado de sicarios
sinaloenses disparando mientras se entrenan, o primeros planos de víctimas
cosidas a balazos, envueltas en cinta o cortadas en pedazos. Los vídeos están
montados como lo haría un aficionado y tienen cientos de miles de visitas.
Pregunto a César quién hace esos clips.
—No tengo ni idea —responde—. Hay mucha gente enferma por ahí.
César admite que los estrechos vínculos del grupo con el cártel de Sinaloa son
potencialmente peligrosos, ya que los convierte en blanco de bandas rivales. Pero
dice que son prudentes, que no tocan mucho fuera de Sinaloa o de otros estados
«amigos».
—Siempre se corre el riesgo de morir. Pero es mejor ser una estrella unos
cuantos años —añade sonriendo— que vivir pobre toda la vida.
Puede que el asesinato de Valentín Elizalde, después del concierto de Reynosa, se
debiera a su estrecha relación con el cártel de Sinaloa. O puede que la razón fuera
un vídeo de splatter music con una de sus canciones. ¿O fue porque se lió con la
mujer del gánster menos indicado? ¿O porque la novia de un sicario cometió el
error de decir que Valentín era atractivo?
Muchas mujeres del norte de México pensaban sin duda que el Gallo de Oro
era un símbolo sexual, con su ancha nariz, el sombrero blanco ladeado y la
simpática sonrisa. Pero su voz era lo que realmente despertaba pasiones. Además
de tener la imagen urbana de Chalino, poseía un toque melancólico que
transmitía tanto la alegría como las luchas de los suyos, una cualidad épica
parecida a la de un John Lennon o un Ray Charles.
La música de Valentín era además superbailable gracias a los metales de la
Banda Guasaveña. Otra gran tradición del norte de México es la banda de
música, caracterizada por el sonar de trompetas y trombones. Este sonido
procede de los inmigrantes alemanes que fundaron destilerías de cerveza en el
puerto de Mazatlán en el siglo XIX. Por tradición, ningún vocalista podía cantar
tan alto como para hacerse oír por encima del estrépito de la banda. Pero cuando
los norteños incorporaron instrumentos eléctricos y altavoces, los cantantes
pudieron hacerse oír gracias a los micrófonos.
Muchas canciones de Valentín no eran sobre gánsteres. Su éxito más famoso,
«Cómo me duele», era una canción bailable y pegadiza sobre los celos en el amor.
Pero el Gallo de Oro también escribió algunas de las narcoletras más incisivas.
Una canción, «118 balazos», habla de un mafioso que sobrevive a tres atentados.
Empieza (con clamor de metales):
Ya tres veces me he salvado
de una muerte segurita,
con puro Cuerno de Chivo
me han tirado de cerquita
ciento dieciocho balazos
y Diosito me los quita.
Poco antes de morir asesinado, Valentín conoció otro éxito con una canción
titulada «A mis enemigos». La letra tiene un aire revanchista, aunque no se sabe a
quién se estaba dirigiendo. ¿A otro músico, a un gánster rival, a un político? En
Internet aparecieron vídeos con la canción e imágenes de Zetas asesinados.
Algunos interpretaron el disco como un insulto del cártel de Sinaloa a sus rivales.
La melodía se hizo popular en el momento culminante de la guerra entre el cártel
de Sinaloa y los Zetas, y algunos instantes de los vídeos son especialmente
brutales, por ejemplo hay un momento snuff en que se ve a un Zeta atado a una
silla y luego le disparan a la cabeza.
Mientras este vídeo recibía cientos de miles de visitas, Valentín tocaba en
Reynosa, el centro del territorio de los Zetas. El concierto fue más escandaloso de
lo habitual y acabó con una lluvia de balas.6
Los fotógrafos llegaron a tomar instantáneas del guapo joven de 27 años que
yacía en el asiento del coche. Vestía traje beis y camisa negra y tenía los ojos
ligeramente abiertos. El chófer también murió en la emboscada. Que Tano
Castro sobreviviese fue un milagro.
—Todos los días doy gracias a Dios por estar vivo —me dice.
Los enemigos de Valentín no lo dejaron en paz ni siquiera en la muerte. Se
hizo un vídeo de él, tendido desnudo en la sala de autopsias. En su pecho pueden
verse los agujeros de los balazos, aún tiene los ojos entreabiertos, la chaqueta de
flecos y las botas de vaquero están al lado de la mesa, cubiertas de sangre. El
vídeo se colgó en Internet con risas de fondo. La policía dijo haber detenido a dos
empleados del instituto anatómico-forense a raíz del incidente.
Después del asesinato de Valentín hubo una serie de atentados contra otros
músicos por todo México. Una banda llamada Los Herederos de Sinaloa salían
de una entrevista radiofónica en Culiacán y fueron recibidos por cientos de balas.
Murieron tres miembros del grupo y el mánager. En una semana fueron
asesinados otros tres músicos en diferentes momentos: un cantante fue
secuestrado, estrangulado y arrojado a una carretera; un trompetista fue
encontrado con la cabeza dentro de una bolsa; y una cantante fue muerta a tiros
en el hospital donde convalecía (se estaba curando de las heridas recibidas en un
tiroteo anterior).
El asesinato de Sergio Gómez horrorizó al público mexicano de un modo
especial. Gómez había fundado el grupo K-Paz de la Sierra mientras vivía en
Chicago. Una canción de amor lo catapultó a la fama, «Pero te vas a arrepentir»,
con una melodía tan pegadiza que medio México la tarareaba. Los agresores lo
secuestraron después de celebrar un concierto en su estado natal de Michoacán y
lo torturaron durante dos días. Le quemaron los genitales con un soplete y lo
estrangularon con un cordón de plástico. También Sergio Gómez fue nominado
a un Grammy Latino a título póstumo, rivalizando por el premio con el difunto
Valentín Elizalde en 2008. Ninguno de los dos lo consiguió.
La policía no ha practicado detenciones ni ha mencionado sospechosos en
casi ningún asesinato de músicos. Esto es típico, si tenemos en cuenta que sólo se
aclara alrededor del 5 por ciento de los asesinatos que se producen en el contexto
de la guerra de la droga. Las muertes tenían «todas las trazas de ser obra del
crimen organizado», dice la policía habitualmente cuando hay un asesinato. ¿Por
qué matan a músicos?, preguntaban los reporteros. «Quién sabe», respondían.
Sin embargo, la policía practicó algunas detenciones en el caso de Valentín
Elizalde. En noviembre de 2008 la policía nacional irrumpió en una casa y detuvo
al jefe regional de los Zetas, Jaime González, alias el Hummer. En unas
declaraciones de prensa, los agentes dijeron que el Hummer había organizado y
participado personalmente en el homicidio del Gallo de Oro, como represalia
por sus vídeos musicales. El incidente sigue teniendo detalles confusos. El
Hummer fue condenado a dieciséis años de prisión por acusaciones relacionadas
con drogas y armas, pero aún no ha sido oficialmente acusado del asesinato de
Valentín.
Como en los casos de Jim Morrison, Tupac Shakur y Kurt Cobain, la celebridad
del Gallo de Oro creció con su muerte. Conociendo el fin que tuvo, sus canciones
parecen más dulces, su voz melancólica más triste, sus palabras de muerte más
siniestras.
—Su presencia se siente mucho. Todavía lo veo en sueños —dice Tano—. Y
no hago más que encontrarme con muchas otras personas que me dicen que
Valentín sigue con ellas. Su pérdida los ha dejado muy tristes.
Los amantes del corrido, de California a Colombia, visitan la tumba de
Valentín en Sinaloa y la cubren de flores.7 Y para mantener la estrella titilando,
los baladistas jóvenes incluso han escrito canciones sobre la vida del Gallo. Al
igual que los jefes mafiosos a los que cantaba, el Gallo de Oro ha sido
inmortalizado en canciones.
11
Fe
Insurgencia
FUTURO
13
Detenciones
Expansión
Diversificación
Paz
O í aproximadamente la misma frase dos veces, una en Culiacán y otra en
Ciudad Juárez. La primera en boca de Alma Herrera, la elegante señora de 50
años cuyo inocente hijo había sido asesinado al ir a reparar los frenos del coche
de la familia. Estábamos hablando de los asesinatos e injusticias que se cometían
en Culiacán, de lo indefensos que se sentían los ciudadanos normales ante el
poder de las mafias y la corrupción de policías, militares y políticos. De lo
inútiles que llegan a sentirse cuando los secuestradores se llevan a sus hijos o los
llenan de plomo antes de que cumplan 18 años. De la impotencia que sienten al
ver que los pistoleros arrebatan la vida de quien les da la gana y cuando les da la
gana. Entonces dijo la frase que se me quedó grabada en la memoria:
«Necesitamos que venga un supermán a salvarnos, que limpie esta ciudad y se
lleve a los malos».
Podría parecer ridículo, una fantasía basada en los ingenuos cómics de
superhéroes y las películas de Hollywood, un cruzado con capa que surca el cielo,
desvía las balas y atrapa a los malhechores por el pescuezo. Pero en medio de
tanta frustración y tanta desesperanza, lo que desea esta mujer es del todo
comprensible, aunque inverosímil. Culiacán es más siniestra que Gotham en sus
peores momentos. En Gotham no empalan cabezas.
Volví a oír la misma idea en Ciudad Juárez, en una canción, mejor dicho, un
rap. El rapero se llama Gabo y forma parte de una nueva escuela de hip-hop de la
frontera que critica en vez de glorificar la violencia y la vida pandillera. Gabo
daba rienda suelta a su vehemencia verbal en una acera, delante de un club
nocturno, mientras yo filmaba con un equipo de televisión. Sus versos eran sobre
la frustración que se siente al vivir en un barrio castigado por los sicarios de los
cárteles y los polis corruptos. Y entonces recitó la estrofa que pulsó otra cuerda
dentro de mí.
Paz será la última palabra que se escuche,
¿dónde están Supermán o Jesucristo?
Que bajen del cielo y contra esto luchen.
Perdóname, Dios, no soy ateo,
Simplemente estoy cansado de lo que vivo, siento y veo.
Una vez más, uno se dirige a un poder superior cuando se siente indefenso.
¿Dónde está el hombre de las mallas, el del traje rojiazul o el coronado de espinas
que bajará de las nubes? Es un deseo comprensible.
Por desgracia, no hay ningún superhombre, ningún mesías que haga
desaparecer la guerra de la droga. Ninguna varita mágica para mejorar las cosas.
La solución está en los seres humanos, codiciosos, evasivos, confusos y falsos.
Está en los mismos humanos que crearon el problema, los que hicieron crecer el
narcotráfico poco a poco, comprando drogas, vendiendo armas, blanqueando
dinero, aceptando sobornos, pagando rescates. Y está en los malos políticos de
Washington y Ciudad de México que han fomentado estrategias y planes que no
funcionan, que han dejado a los niños abandonados en un rincón, sin esperanza,
y que han dejado que los sicarios cometan asesinatos impunemente.
La solución no pasa por mejorar las estrategias en un solo país, sino por una
serie de estrategias mejoradas en México, en Estados Unidos y en otros lugares.
Aunque el narcotráfico sea una insurgencia criminal, los militares son sólo una
pequeña parte de la solución. Estados Unidos y Europa tienen que despertar y
tomar conciencia de las cantidades de narcodinero y armas que producimos. El
debate no puede posponerse por más tiempo. Se calcula que los beneficios
generados por la droga en México durante la última década superan el cuarto de
billón de dólares. Regalar a los psicópatas de los cárteles otro cuarto de billón en
los próximos diez años no es admisible. ¿Toleraríamos que una nación extranjera
regalase ese dinero a los insurgentes armados de nuestro país?
Pero aun en el caso de que los demonios del narcotráfico sean derrotados por
arte de magia, México debe resolver sus propios problemas, que son graves. El
país sigue forcejeando con una transición histórica: el viejo mundo del PRI ha
muerto; la nueva democracia aún está por construir. La nación tiene que
encontrar a los arquitectos que la construyan. Tiene que organizar una auténtica
policía que no permita que un niño inocente sea secuestrado y su vida destruida;
y tiene que ofrecer a los adolescentes más esperanza que la de empuñar un
Kaláshnikov, ganar dólares rápidos y morir antes de ser adultos.
La paz tiene que llegar algún día, pero antes habrá muchos más cadáveres. Y
me temo que no todos esos cadáveres estarán al sur del Río Grande.
Al norte de la frontera, en California, algunos dicen que tienen una solución para
acabar con el narcotráfico violento: plantas de color verde esmeralda, criadas con
luz eléctrica y vendidas en cajas de galletas. Quien recorra un kilómetro cuadrado
de Los Ángeles verá una veintena de tiendas de marihuana médica que ostentan
nombres como Little Ethiopia, Herbal Healing Center, Green Cross, Smokers,
Happy Medical Centers, La Kush Hemporium y Natural Way. Cruzamos la
puerta de una y nos detenemos ante un recepcionista que nos pide la receta del
médico que nos autoriza a fumar unos cogollos quizá por padecer alguna
enfermedad (cáncer, parálisis, Alzheimer) o por ser víctima del estrés (¿y quién
no lo es?). Luego pasamos a una sala llena de tarros de golosinas con nombres
como Purple Kush, Super Silvers, God’s Gift, Strawberry Cough, Grandaddy y
Trainwreck. Las plantas californianas de interior suelen ser más puras y tener un
color más claro que las mexicanas, con un matiz amarillento. Los pacientes
pueden tomarse la medicina en la tranquilidad de su casa y conseguir que se
desvanezcan sus pesares con el humo aromático. Y nadie resulta tiroteado por
sicarios con pasamontañas y fusiles de asalto.
Los reformistas de la política sobre la droga dicen que estas tiendas son un
atisbo del futuro. La hierba se planta en Estados Unidos, se fuma legalmente en
Estados Unidos y paga impuestos en Estados Unidos. No se gasta dinero en
decomisarla y ningún narcodólar va a parar a las manos de los ejércitos de los
cárteles mexicanos. El narcotráfico, dicen algunos, podría resistir un millón de
balazos de los militares, pero podría fenecer ante la temida palabra que empieza
por ele: la legalización. En consecuencia, pasemos a ese tóxico, polémico,
prohibido, confuso y crucialmente necesario tema: el debate de la legalización.
Precisamente cuando la guerra de la droga se recrudece, el debate llega al
segundo gran momento de su historia. El primero se produjo en los años setenta,
con Jimmy Carter en la Casa Blanca. Los defensores de la legalización, entre ellos
varios médicos, ocupaban puestos clave en la Administración, sus informes
tenían repercusión, sus ideas ganaban adeptos. Estados Unidos empezó por
despenalizar la marihuana, y la cocaína se veía en los medios como una droga
recreativa para alegrar las fiestas. Los reformistas pensaron que habían ganado la
batalla. Se equivocaban. En los años ochenta Estados Unidos cargó contra las
drogas con auténtica saña, y en los noventa la guerra contra los estupefacientes se
recrudeció. Estalló la epidemia del crack, los famosos morían de sobredosis, y
muchos padres de clase media acabaron preocupándose por los chicos de clase
media que consumían caballo, speed y maría. Según las encuestas de principios
de los noventa, muchos estadounidenses pensaban que las drogas eran el
problema número uno del país. Los medios ponían en circulación historias sobre
niños que nacían deformes por culpa del crack, sobre pandilleros que se volvían
locos, y preciosas criaturas de raza blanca que se transformaban en demonios por
culpa de las drogas.
Pero eso fue hace veinte años. Las tornas vuelven a cambiar. Por el momento.
Los estadounidenses, la mayoría al menos, ni siquiera ponen ya las drogas entre
los diez problemas más graves del país. La economía es la principal prioridad, y
el terrorismo, la inmigración, la delincuencia, la religión, el aborto, los
matrimonios homosexuales y el medio ambiente generan más preocupación que
los estupefacientes. Al mismo tiempo, los reformistas de la política sobre drogas
han salido fortalecidos con propuestas de despenalización, difusión del uso
médico, y por último legalización total de la marihuana. La Propuesta 19 de
legalizar el cáñamo en California no se aprobó por un estrecho margen, pues
consiguió el 46,5 de los votos en 2010. Los activistas están resueltos a que se
apruebe en 2012. Y si no, en 2014. O en 2016. Lo intentarán una y otra vez.
El movimiento de reforma de la política también cuenta con un gran apoyo
en América Latina, donde hay muchos políticos destacados que se unen al coro
que pide el cambio a gritos. En febrero de 2009, el ex presidente mexicano
Ernesto Zedillo, el ex presidente colombiano César Gaviria (que supervisó la
eliminación de Pablo Escobar) y el ex presidente brasileño Fernando Cardoso
firmaron un documento histórico que pedía un giro copernicano en la política.
El informe, que presentaron con la intención de que iniciara un movimiento, se
manifestaba en términos que no tenían vuelta de hoja:
La violencia y el crimen organizado asociados al tráfico de drogas ilícitas
constituyen uno de los problemas más graves de América Latina. [...]
Las políticas prohibicionistas basadas en la prohibición de la
producción y de interdicción del tráfico y la distribución, así como la
criminalización del consumo, no han producido los resultados esperados.
Estamos más lejos que nunca del objetivo proclamado de erradicación de
las drogas. [...]
América Latina sigue siendo el mayor exportador mundial de cocaína
y marihuana, se ha convertido en creciente productor de opio y heroína, y
se inicia en la producción de drogas sintéticas. [...]
El tema se ha transformado en un tabú que inhibe el debate público
por su identificación con el crimen, bloquea la información, y confina a
los consumidores de drogas a círculos cerrados donde se vuelven aún más
vulnerables a la acción del crimen organizado.
Por ello, romper el tabú y reconocer los fracasos de las políticas
vigentes y sus consecuencias es una condición previa a la discusión de un
nuevo paradigma de políticas más seguras, eficientes y humanas.1
La declaración causó una conmoción en todo el continente. Pero, detalle
típico de los debates sobre drogas, fue una palinodia que cantaron ex presidentes,
no quienes ocupaban la presidencia. Cuestionar la licitud de la guerra contra la
droga se ha considerado desde hace mucho como una forma segura de perder
votos. Hasta que el político en cuestión abandona el cargo.
Otro jefe de Estado retirado que se unió al movimiento en favor de la
legalización fue Vicente Fox. Fui a verlo a su rancho para hablar con él de su
nueva postura. Parecía indudablemente menos estresado que cuando estaba en el
cargo; ahora se paseaba por su extensa propiedad en tejanos y camiseta. Cuando
le pregunté por qué había cambiado de planteamiento, me explicó que también
la situación había cambiado; el problema de la violencia suponía ahora un coste
más elevado para México.
Me sorprendió que sus opiniones sobre la reforma fueran tan radicales. No
quería sólo despenalizar, sino que hablaba de legalización absoluta, y de gravar
con impuestos a toda la industria de los estupefacientes. Ya ve a los cultivadores
de marihuana de la Sierra Madre cuidando de sus cosechas como agricultores
legítimos. La marihuana mexicana podría ser como la industria del tequila,
permitiría algunos magnates rurales, y sería conocida por los consumidores de
todo el mundo. Añadió que era una lástima que la Propuesta 19 no hubiera sido
aprobada en California, porque habría sido un primer paso importante. Con su
habitual voz de barítono, el ex presidente prosiguió: «La prohibición no sirvió de
nada en el Jardín del Edén. Adán comió la manzana. Y Al Capone y Chicago son
el mejor ejemplo de que la prohibición no funciona. Cuando se legalizó el
alcohol, desapareció la violencia.
»La prohibición está costando a México unos perjuicios que no harán sino
agravarse. Afecta a las inversiones y al turismo. Destruye hoteles, restaurantes y
clubes nocturnos en el norte del país. Importantes empresarios abandonan el
país y se van a San Antonio, a Houston o a Dallas.
»Pero no se trata sólo de una pérdida de ingresos. Es también la pérdida de la
tranquilidad. En la psicología colectiva, hay miedo en el país, y cuando se vive en
un clima de discordia y crispación, ningún ser humano puede dar lo mejor de sí
mismo. No vale la pena pagar este precio.
»También hay que pensar en la responsabilidad del consumidor de drogas.
Hay que informar y educar a las familias. No podemos dejar esa responsabilidad
en manos del Gobierno. El Gobierno tiene que responder urgentemente de
nuestra seguridad. Tiene que asegurarse de que nuestros hijos lleguen a casa
sanos y salvos, de que no se vean atrapados de pronto en un tiroteo.»
Fox aborda algunos puntos básicos que vienen planteando desde hace años los
reformistas de la política sobre drogas en Estados Unidos: que la prohibición de
las drogas no ha detenido el consumo; que origina crimen organizado con
consecuencias catastróficas; y que la sola idea de que un Gobierno diga a los
ciudadanos qué deben consumir carece de sentido.
La defensa de la legalización ha llenado libros enteros y éste no pretende ser
uno más. Éste es un libro sobre el narcotráfico y la guerra de la droga en México.
La mayoría de la gente tiene ya una idea más o menos firme sobre la legalización.
Pero el debate es fundamental para entender el futuro del narcotráfico, porque
según se interprete la reforma de la política sobre drogas habrá unas
consecuencias u otras para México.
El creciente movimiento en favor de la reforma es de composición muy
heterogénea. En él están desde los rastafaris que fuman maría hasta los
fundamentalistas del libre mercado, pasando por todos los que caben entre estos
dos extremos. Hay socialistas que piensan que la guerra de la droga perjudica a
los pobres, capitalistas que ven una oportunidad económica, liberales que
defienden el derecho a elegir, y conservadores en asuntos económicos que se
quejan de que Estados Unidos gaste 40.000 millones de dólares al año en la
guerra contra las drogas en vez de ingresar unos cuantos miles de millones
gravándolas con impuestos.2 El movimiento está de acuerdo en que la actual
política no funciona, pero en poco más. Sus miembros discuten si las drogas
legalizadas deberían estar controladas por el Estado, por empresas, por pequeños
comerciantes o por agricultores independientes; y tampoco saben si deberían
anunciarse públicamente, gravarse con impuestos o entregarse gratis a los
adictos en cajitas blancas.
Hay grupos poderosos que han cerrado filas contra la reforma. Ciertos grupos
cristianos y algunas organizaciones de orientación religiosa creen que las drogas
son inmorales y que nuestra obligación es combatir su consumo. Este principio
viene guiando la guerra contra las drogas desde que el director general para el
Opio Hamilton Wright arremetió contra las adormideras en 1908, y no debería
subestimarse la influencia de dicho principio en la opinión estadounidense.
Muchos miembros de los organismos de lucha contra la droga también
permanecen firmemente atrincherados en sus posiciones. La DEA no quiere
perder su presupuesto de 2.300 millones de dólares, y los militares que han
dedicado su vida a esa batalla no soportan la idea de que haya sido en vano.
Muchos agentes bienintencionados creen con sinceridad que los estupefacientes
son una plaga contra la que hay que luchar con energía. Y por último tenemos
ese grupo que ha empujado a los políticos a lanzar el grito de guerra desde el
comienzo: la preocupada clase media. Ser enérgico con las drogas se considera
bueno para ganar votos por una razón: los padres están seriamente preocupados
por el tema.
Fuera de Estados Unidos también hay voces que se suman al campo
antidroga. Los tratados de las Naciones Unidas piden que todos los firmantes
mantengan políticas prohibicionistas y aquí es difícil que haya cambios. Apoyan
esta postura conservadora representantes de países como Italia, Rusia, Irán,
Nigeria y China: todos están convencidos de que la política de prohibición no
debe modificarse. Si California legalizase la marihuana, no sólo infringiría las
leyes nacionales de Estados Unidos, sino que además incumpliría el tratado de
Naciones Unidas. Sería legalizar una fuente de problemas.3
Conforme se multiplican las peticiones de reforma, los que militan en el
campo contrario suben el volumen de sus protestas. Afirman que la legalización
de las drogas sería una catástrofe. Aunque legalizáramos la marihuana, dicen,
¿cómo vamos a legalizar cosas como la cocaína, la heroína y la metanfetamina?
Un informe especulaba a tontas y a locas que el consumo de cocaína se
multiplicaría por diez. Si creen que las cosas están mal ahora, dice, imagínense el
caos que se organizaría si las drogas fueran legales. Habría drogadictos
psicópatas y armados en todas las esquinas. Sería el infierno en la Tierra. El
narcotráfico habría vencido.
A pesar de estos importantes obstáculos, hay varios factores que hacen que el
movimiento reformista sea más fuerte que nunca. El más decisivo es la
experiencia histórica. Desde los años sesenta, en que comenzó el consumo
masivo, han transcurrido más de cuatro decenios, durante los que se han
observado las tendencias dominantes. Algo revelador es que las leyes no parecen
ser el factor subyacente que determina el consumo. Holanda, por ejemplo, ha
tenido leyes liberales al respecto, y sin embargo el consumo es allí inferior al del
Reino Unido, cuyas leyes son más estrictas. Portugal, cuya legislación era estricta,
tenía uno de los índices de consumo más bajos de Europa, y ha seguido
descendiendo a pesar de la despenalización de todas las drogas que se decretó en
2001. El principal logro de este cambio fue ahorrar dinero y reducir contagios del
sida.
Estados Unidos continúa teniendo uno de los niveles de consumo más altos
del mundo, a pesar de seguir con una política prohibicionista en términos
generales. Hay que señalar, sin embargo, que con el paso del tiempo han
cambiado las drogas que se consumen. La cocaína en polvo estuvo de moda en
los años setenta, el crack hizo irrupción en los ochenta, el éxtasis adquirió
protagonismo en los noventa, y los cristales de metanfetamina tuvieron
temporada de fama con el advenimiento del nuevo milenio. Estos cambios
parecen estar más relacionados con las modas y la transformación de los
entornos sociales que con la legislación y los golpes policiales al tráfico. El
argumento de que la legalización de las drogas crearía una catastrófica avalancha
de consumidores no está avalado por los hechos.
El consumo en América Latina, México incluido, es muy inferior al de
Estados Unidos, aunque se ha elevado mucho en los últimos veinte años, por lo
que los distintos países tienen problemas propios con adictos y batallas por las
esquinas urbanas. A juzgar por la experiencia histórica, es probable que el
consumo aumente en esos países, hagan lo que hagan los Gobiernos. Las drogas
son parte de la globalización y de las modernas sociedades de consumo. Esto
redundará en beneficio del narcotráfico y volverá más apremiante la reforma de
la política.
Defender la legalización de las drogas no es afirmar que sean buenas, ni
mucho menos. Todo el mundo está de acuerdo en que la heroína es una
calamidad. Los reformistas aducen que la mejor forma de controlar los
estupefacientes es que circulen abiertamente y regularlos. Al mismo tiempo, los
miles de millones de dólares que se gastan tratando de prohibirlos podrían
invertirse en campañas de prevención y rehabilitación. En general, los
consumidores no son adictos problemáticos, del mismo modo que los
consumidores de alcohol no son en términos generales alcohólicos patológicos.
Pero los adictos entregan casi todos sus recursos al crimen organizado y causan
los peores daños a sus familias y a sus comunidades. Los asistentes que trabajan
en rehabilitación saben que quienes sufren de consumo compulsivo tienen otros
problemas: maltrato infantil, pobreza, abandono. Necesitan ayuda.
Normalmente, criminalizarlos agrava sus males en vez de solucionarlos.
Al mismo tiempo, el delito violento relacionado con la droga no se deriva de
los estupefacientes en cuanto tales; surge precisamente porque están prohibidos.
Los hampones matan por las esquinas porque buscan la riqueza que genera el
mercado negro, no porque fumen marihuana. Los gánsteres mexicanos no les
cortan la cabeza a sus rivales porque estén viajando con ácido. Cometen tropelías
porque hay mucho dinero por medio.
Los defensores de la reforma imaginan un futuro optimista en el que la
comunidad internacional se reconciliará con el consumo de drogas dentro de un
marco legal. De este modo se acabaría con las mafias del tráfico, que ya no
tendrían razón de ser. Ya no habría más trifulcas por las esquinas, ni tiroteos por
los cargamentos, ni ejecución de camellos minoristas que no han pagado la
cuota, ni dinero negro que fuera a parar a las manos del Barrio Azteca, el cártel
de Sinaloa, el cártel de Medellín, los Zetas, La Familia, la Cosa Nostra, las bandas
jamaicanas. Ya no habría peleas por la cocaína en las favelas brasileñas, ni
atentados de los cárteles contra los zares antidroga, ni más derramamientos de
sangre relacionados con la droga en ninguna esquina ni rincón del planeta.
Este enfoque ha sido objeto de burlas y calificado de utópico y de inverosímil.
Pero está adquiriendo fuerza y seduciendo a nuevos conversos, desde nuevos
convertidos entre los multimillonarios de Internet hasta agricultores
latinoamericanos. Este impulso da a los defensores de la reforma un efecto de
bola de nieve, la sensación de que la historia está de su parte. Como decía Victor
Hugo: «Nada es más poderoso que una idea cuyo momento ha llegado».
De todos modos, muchos activistas se sienten como en los años setenta. La
confianza excesiva puede ser peligrosa. El péndulo siempre retorna.
El principal cambio de política hasta la fecha ha sido la despenalización del
consumo. Los Gobiernos que adoptan esta medida siguen considerando ilegales
los estupefacientes, pero no castigan —o al menos no encarcelan— a nadie por
llevar encima una cantidad para uso personal. Esta política se ha adoptado ya en
trece estados de Estados Unidos en lo referente a la marihuana, y también en
Holanda y en Portugal. En los últimos años ha ganado terreno en los países
punteros de América Latina. El tribunal supremo de Argentina dictaminó que la
posesión de marihuana no era delito, y Colombia y México también han
despenalizado el uso personal de casi todos los estupefacientes. Según la
legislación mexicana aprobada en 2009, la persona que esté en posesión de dos o
tres «toques» (porros), unas cuatro rayas de cocaína, incluso un poco de
metanfetamina o heroína, ya no podrá ser detenida, multada ni encarcelada.4 No
obstante, la policía proporcionará a la persona en cuestión la dirección de la
clínica de rehabilitación más próxima y le aconsejará que no consuma. La ley se
aprobó basándose en que la policía tenía que fijarse metas más importantes,
como perseguir a delincuentes de más relieve y más violentos. Y desde luego, hay
muchos.
Esta ley mexicana ha sido un hito histórico, en particular si tenemos en
cuenta la reacción de Estados Unidos. En 2006, el Parlamento mexicano había
aprobado una ley casi idéntica. Pero la Casa Blanca de Bush se puso agresiva y
presionó al presidente Fox, que la vetó. En cambio, la Casa Blanca de Obama no
dijo absolutamente nada en 2009, y Calderón la firmó. Esta reacción no dejó de
advertirse en toda América Latina y podría indicar un cambio de orientación a
largo plazo en Washington y en las capitales del resto de América. Otro detalle a
tener en cuenta es que la ley mexicana no tuvo ningún efecto inmediato en el
consumo a nivel callejero. Los escolares no salieron corriendo a probar la heroína
ni hubo un consumo masivo de crack entre los niños. A largo plazo,
naturalmente, la cosa podría ser diferente. Pero desde el punto de la política
social, derriba el argumento de que la Tierra dejaría de dar vueltas si se
despenalizasen las drogas. Un factor que viene alimentando la polémica desde
hace mucho tiempo es el miedo al desconocido mundo de las drogas autorizadas.
Sin embargo, aunque la despenalización ahorra dinero a la policía y deja de
castigar a los adictos, sus enemigos tienen razón al señalar que no sirve para
detener el crimen organizado. Aunque el consumo de drogas sea legal, el tráfico y
la venta siguen en la sombra. Probablemente tendremos que vérnoslas con esta
dolorosa contradicción durante muchos años.
La Propuesta 19 de California no ataja estas contradicciones, pero permite dar
un paso en un nuevo reino, el de la marihuana legalizada. La versión de 2010
proponía que cualquier persona mayor de 21 años tendrá derecho a poseer hasta
una onza (28,35 gramos) de hierba para uso personal, a fumarla en su casa y a
cultivarla en un invernadero. Habría comerciantes autorizados para venderla y
tiendas de marihuana medicinal donde se darían ejemplos prácticos; no haría
falta receta médica. El debate se reanudará en 2012, y habrá polémicas sobre la
salud de los niños y la economía pública. (Los defensores dicen que con la
marihuana el Estado podría ingresar alrededor de 1.400 millones de dólares al
año.) Pero habrá otros que estén observando atentamente a cientos de kilómetros
al sur de la frontera, en los campos de marihuana de la Sierra Madre.
Todo el mundo está de acuerdo en que la legalización de la marihuana en
Estados Unidos repercutiría en el narcotráfico mexicano. La cuestión es hasta
qué punto. Tenemos que volver al problema básico de que como el comercio de
drogas es ilegal, no sabemos cuánto produce México ni cuánto cruza la frontera,
ni siquiera cuántos estadounidenses fuman hierba. Pero podemos hacer cálculos.
Y las estimaciones sobre cuánta hierba vende México a Estados Unidos varían
mucho, entre un impresionante máximo de 20.000 millones de dólares y un
mínimo de 1.100 millones.
Las cifras más altas proceden de la oficina del zar antidroga [director de la
Oficina de Política Nacional para el Control de Estupefacientes], que en 1997
multiplicó la producción estimada de los campos de marihuana mexicanos,
según las observaciones aéreas y otros factores. Luego multiplicó este
rendimiento por los precios a que se vendía en las calles estadounidenses y
obtuvo una cifra astronómica con muchos ceros. Era incluso más de lo que
ganaban los mexicanos con la cocaína. La oficina llegó así a la conclusión de que
las bandas mexicanas sacaban de la hierba el 60 por ciento de sus ingresos.
Volvió a llegarse a una cifra parecida cuando el Gobierno mexicano calculó que
los cárteles cultivaban unos impresionantes 35 millones de libras [16 millones de
kilos] de marihuana al año, multiplicó esta cantidad por el precio de coste en las
calles estadounidenses (unos 525 dólares la libra, o 1.156 dólares el kilo) y obtuvo
los 20.000 millones. Esta cantidad circuló por los medios durante la etapa previa
a la votación de la Propuesta 19.
La Rand Corporation hizo públicos sus propios resultados antes del
referéndum californiano.5 El informe supuso un ataque a las cifras máximas,
alegando que no se podían tomar en serio. «Los defensores de la legalización se
acogen a esas cifras para lubricar sus argumentos de siempre», decía. Y pasaba a
exponer los tremendos problemas de las estimaciones y que los números que
manejábamos eran dudosos. El informe hacía a continuación sus propios
cálculos con muchas ecuaciones que parecían de broma, a base de letras y largas
cifras. Tras adentrarse en el confuso territorio de adivinar cuánta hierba se pone
en cada «toque» (canuto) (una posibilidad era 0,39 gramos), pasaba a los datos
dividiendo a los fumadores en cuatro categorías que iban de los consumidores
accidentales a los fumadores crónicos. Y entre pitos y flautas llegaba a la
conclusión de que los traficantes mexicanos ganaban entre 1.100 millones de
dólares y 2.000 millones en todo el mercado estadounidense de la maría, y que
sólo el 7 por ciento procedía de California. En resumen: votar sí a la Propuesta 19
no afectaría a la violencia mexicana de la droga.
Toda esta especulación es muy cuestionable. La fuente más concreta que
conocemos, los decomisos, muestra que en California entran toneladas de hierba
de los cárteles directamente desde México. El mayor alijo de marihuana que se ha
confiscado desde los años ochenta fue en la frontera con California, en Tijuana,
en el año 2010 (dos semanas antes de la votación de la Propuesta 19). Eran 134
toneladas. Había tanta hierba que tuvo que transportarla un convoy de camiones
y los soldados llenaron un aparcamiento con ella. Los prietos fardos de color
amarillo, rojo, verde, gris y blanco llegaban al cielo. La hoguera fue espectacular.
Aquella hierba habría valido 100 millones de dólares en las calles de California.
Tal vez como represalia, un cártel eliminó a trece adictos en un centro de
rehabilitación. Una vida por cada diez toneladas de hierba.6
Si los cárteles matan por entrar hierba de contrabando en California es
porque se trata de un mercado importante. Y lo de arriba fue sólo una
confiscación. Las patrullas fronterizas y el personal de aduanas confisca cientos
de toneladas de cáñamo al año.
La marihuana mexicana que entra en California se desplaza también hacia
otros estados del país. Si California legalizara la hierba, la confusión sería
notable: tendríamos hierba plantada y cosechada legalmente en California y
vendida de forma ilegal en otros estados; hierba mexicana introducida
ilegalmente en San Diego y vendida sin receta en Los Ángeles, y muchas otras
combinaciones para marear al personal. Y para los soldados mexicanos sería
grotesco apoderarse en Tijuana de un camión de maría que fuera a venderse
legalmente en consultorios al otro lado de la frontera.
Los defensores de la reforma, como es lógico, ven California como un primer
paso. Una vez que se viera que funciona allí, la nueva política podría aplicarse en
Nuevo México o en el estado de Washington. Al final podría legalizarse en todo
el país. Y si Estados Unidos legaliza la marihuana, México, de manera inevitable,
legalizaría el trabajo de los cultivadores y transportistas. Los campesinos de la
Sierra Madre saldrían del tráfico y entrarían en la esfera de la economía legal;
sería un cultivo más, como el café, el maguey del tequila o los aguacates.
Se podría discutir eternamente por las cifras que describen el tamaño de esta
industria. Pero aun en el caso de que se prefieran las más bajas, el comercio de la
marihuana mexicana en Estados Unidos es del orden de miles de millones cada
año. Si se legalizara, el crimen organizado se quedaría sin ese dinero. Causaría
anualmente un daño económico superior al que infligieran la DEA o las fuerzas
armadas mexicanas en una década.
Apartar la producción de marihuana del mercado negro significaría invertir
menos dinero en Kaláshnikov y en asesinos de niños. Pero ocurra lo que ocurra
en la reforma de la política de la droga, los ejércitos privados de los cárteles no
desaparecerán de la noche a la mañana. Bandas como los Zetas y La Familia
seguirán luchando por las drogas ilegales que queden en el mercado y
cometiendo extorsiones, secuestros, contrabando de personas y todos los demás
delitos que tengan en reserva. Representan una amenaza que México debe
resolver.
Algunos analistas temen llamar insurgentes a estos grupos porque temen la
aplicación de tácticas contrainsurgencia. Los ejércitos que combaten a los grupos
rebeldes han ocasionado tragedias en todo tiempo y lugar, desde Argelia hasta
Afganistán. Los soldados mexicanos ya han infringido los derechos humanos en
multitud de sitios, y si se estrenan para una auténtica campaña antiinsurgencia,
sus actuaciones podrían empeorar. Es un temor justificado.
Pero la guerra de la droga ya está completamente militarizada. Aunque el
Gobierno mexicano se niege a admitir que está combatiendo una insurgencia, la
verdad es que utiliza una estrategia totalmente militar contra las milicias de los
cárteles, enfrentándose a ellos con el ejército de tierra, la infantería de marina y
las unidades de la policía nacional. Hay manifestaciones para protestar por los
excesos de los soldados; pero también protestan porque el Gobierno no acierta a
defender a los ciudadanos de los gánsteres. A menudo se protesta contra las dos
cosas en la misma manifestación. Es el problema básico de Calderón y de quien
le suceda. Se le condena si utiliza el ejército; y se le condena si no lo utiliza.
Desde un punto de vista práctico, ningún presidente retirará totalmente a los
militares mientras grupos como los Zetas tengan la fuerza que tienen
actualmente. ¿Cómo va a permitir un Gobierno que unidades de cincuenta
hombres con fusiles automáticos, lanzacohetes y ametralladoras de cinta arrasen
los pueblos? Tiene que hacerles frente. Y sólo los militares tienen capacidad para
enfrentarse cara a cara con los comandos negros de los Zetas.
No obstante, el Gobierno podría sin duda hacer más sutil esta estrategia. El
ejército de tierra, o sobre todo la infantería de marina, han sabido golpear a los
jefes de los cárteles, como cuando capturaron a Arturo Beltrán Leyva, el Barbas,
en su propia casa. Pero los soldados emplean demasiado tiempo asaltando casas
al azar cuando están faltos de información, hostigando a los civiles en la calle e
instalando controles en oscuras carreteras comarcales. Los soldados se ponen
nerviosos y han matado a muchos inocentes en esos controles. Los militares han
de movilizarse para las operaciones pesadas. La información ha de ser recabada
por agentes civiles que entienden de estas faenas, o por los agentes
estadounidenses que han sido delincuentes y que de todos modos están muy al
tanto de estas cosas; y las labores policiales diarias han de estar en manos de la
policía.
La infantería de marina ya se está reorganizando como fuerza de élite para
esta clase de operaciones. Como revelan los informes de WikiLeaks, son el
cuerpo mexicano más respetado por los funcionarios estadounidenses. En un
cable de diciembre de 2009, el entonces embajador de Estados Unidos Carlos
Pascual elogiaba a los infantes de marina por su actuación en la eliminación del
Barbas y de algunos dirigentes Zetas, mientras deslizaba reproches contra el
ejército de tierra, que, según el embajador, no había sabido aprovechar la
información estadounidense.
La eficaz operación contra ABL [Arturo Beltrán Leyva] se produce a raíz
de un agresivo esfuerzo de SEMAR [infantería de marina] en Monterrey
contra fuerzas Zetas y pone de manifiesto su creciente papel como
elemento clave en la lucha antinarcóticos. SEMAR está bien entrenado,
bien equipado, y ha demostrado que es capaz de responder rápidamente a
información viable. Su éxito pone al ejército de tierra en la difícil posición
de tener que explicar por qué ha sido reacio a actuar con buena
información y a realizar operaciones contra objetivos de alto nivel.7
El embajador también dejaba constancia (demos las gracias a WikiLeaks) de
que la unidad de infantes de marina que realizó la operación había recibido «un
intenso entrenamiento» del Mando Norte de Estados Unidos, el centro de
operaciones conjuntas del Pentágono en Colorado. Otros informes expresaban
las dudas de los estadounidenses acerca del ejército de tierra mexicano y
recomendaban más adiestramiento con fuerzas de Estados Unidos. John Feeley,
ministro plenipotenciario de la embajada de Estados Unidos en Ciudad de
México, escribió en enero de 2010 unos comentarios muy cáusticos sobre la
capacidad de los militares mexicanos. Decía que las fuerzas armadas eran
«pueblerinas y reacias a arriesgarse», añadía que eran «incapaces de asimilar
información y de entender indicios», y llamaba «actor político» al ministro de
Defensa, general Galván. Aquello contrastaba con la actitud pública de Estados
Unidos, y para Feeley fue muy embarazoso cuando sus palabras aparecieron en
Internet. La solución de Feeley: más instrucción con Estados Unidos y con los
colombianos.8
Estados Unidos seguirá invariablemente entrenando a las tropas mexicanas, y
organizar unidades de élite que machaquen a los peores gánsteres y comandos es
una buena perspectiva. Pero México también tiene que hacer un esfuerzo para
pagar a esas unidades decentemente, para conservar su lealtad y que no deserten
para convertirse en mercenarios. La moderna infantería de marina está mejor
entrenada y tiene más experiencia que Arturo Guzmán Decena cuando se pasó a
los Zetas. Si una compañía de infantería de marina desertara alguna vez,
representaría un peligro impresionante. Aunque Estados Unidos entrena a los
mexicanos, el empleo de tropas estadounidenses debería descartarse
radicalmente. Sería una catástrofe que haría brotar resentimientos nacionalistas y
pondría a las fuerzas armadas estadounidenses en un atolladero.
Estados Unidos necesita ir un paso más allá y ayudar a mejorar la policía
mexicana. Una solución a largo plazo para resolver los problemas de seguridad
en México es entrenar a policías de verdad, no a gánsteres con uniforme que
permiten que los delincuentes maten impunemente. Haya un solo cuerpo
nacional o instituciones autonómicas, la calidad de los agentes ha de mejorar
mucho. Es un proyecto que tardará generaciones, no algo que sucederá
milagrosamente en uno o cinco años, ni siquiera en diez. Los policías de base
tienen que entrenar, mejorar, seguirse de cerca, seleccionarse y volver a
entrenar... Además de recibir ayuda de la policía estadounidense, el apoyo de las
demás policías latinoamericanas es crucial, pues se trata de cuerpos que viven en
culturas y circunstancias parecidas. Hay que hacer elogios de la Policía Nacional
de Colombia, como es lógico, pero también otras fuerzas de policía han ganado
respeto y alcanzado buenos niveles de competencia en América Latina, incluso la
policía de Nicaragua, el país más pobre de Centroamérica, aunque uno de los
más seguros.
Afrontar las montañas de asesinatos y delitos sin resolver que arrastra México
parece hoy por hoy una hazaña imposible. Así que la policía tiene que fijarse una
lista de prioridades. Detener a los pequeños traficantes es una empresa de nunca
acabar que llena las cárceles, pero no detiene el tráfico ni la violencia. El
secuestro a cambio de rescate es el delito antisocial más nauseabundo y no
debería tolerarse por ningún concepto. Dada la cantidad de secuestros que hay
en México, debería ser la prioridad número uno.
La buena nueva a propósito del secuestro es que puede tener fin (a diferencia
del tráfico de drogas). Me lo señaló el ex presidente de Colombia César Gaviria.
En una entrevista me describió la experiencia colombiana con el secuestro en los
años noventa y lo que México podría aprender de ella.
«El secuestro es un problema debido al mal mantenimiento del orden. Porque
la buena policía siempre captura a los secuestradores. Los malos tienen que
descubrirse para ponerse en contacto con la familia y sacarles el dinero. Y por ahí
es por donde se los localiza. Si el índice de secuestros impunes baja radicalmente,
el negocio deja de parecer ventajoso.
»A diferencia de los traficantes de droga, no hay tantos secuestradores. Si se
encierra a una sola banda de secuestradores, eso influye en la cantidad de
secuestros. Si se detiene a cinco bandas, se produce un cambio significativo.»9
En Colombia, prosiguió Gaviria, la policía perseguía encarnizadamente a los
secuestradores y la situación terminó por cambiar de manera radical. Se pasó de
tener el peor índice de secuestros del mundo a ocupar el noveno puesto de la lista
(con México en cabeza, seguido por Irak y la India). Casi todos los secuestros que
hay todavía en Colombia se producen en los rincones rurales devastados por la
guerra. Los secuestros por dinero se han reducido prácticamente a cero en
Bogotá, la capital.
México necesita una estrategia práctica parecida para combatir el secuestro.
Gaviria sugería tener una unidad nacional antisecuestro para cada caso. (En la
conflictiva situación actual que hay en México, unos secuestros están bajo la
responsabilidad de los «federales» y otros bajo la de la policía estatal, de la que no
se fía la gente por si estuviera compinchada con la banda.) Si una unidad
nacional cuidadosamente vigilada alcanzase un alto índice de eficacia, la gente
confiaría más en las fuerzas del orden y pagaría menos rescates. Una vez que las
víctimas empiecen a recurrir a la policía, los secuestros dejarán de ser una
industria en crecimiento.
Aunque la policía de México se modifique, los malos barrios seguirán
produciendo hampones. Cuando los adolescentes dejan la escuela, vienen de
hogares rotos, figuran en pandillas violentas, no tienen empleo, son hostigados
por los soldados y no tienen ningún porvenir a la vista, se ponen en manos de la
mafia. Todos los políticos prometen mejores oportunidades de empleo, pero del
dicho al hecho... ya se sabe. Sin embargo, hay formas de remediar las
comunidades deterioradas incluso con recursos limitados.
El gobierno de Ciudad de México fomentó un plan de becas y ayudas para
que los muchachos completaran la enseñanza secundaria. Si conseguían cierta
nota media, recibirían una asignación mensual para salir adelante. El plan se hizo
muy popular, llegando a beneficiarse cincuenta mil alumnos. Las autoridades de
Ciudad de México dicen que es una de las razones por las que el índice de delitos
violentos de la capital se mantiene al nivel de las ciudades estadounidenses, en
vez de alcanzar los devastadores niveles de Juárez o Culiacán. Los cincuenta mil
muchachos pobres ya no vagan por las calles, no trabajan de halcones, no roban
ni se prostituyen, no son sicarios. ¿Por qué no se ha implementado un plan así en
toda la nación? A veces, invertir un poco de dinero en la adolescencia sale más
barato que encerrarlos luego cuando van por mal camino. (Mantener a un preso
cuesta 125 pesos diarios, mantener a un chico en la escuela cuesta 23.)10
A veces, lo único que necesitan los adolescentes es más atención. Sandra
Ramírez es una asistenta social que trabaja en los barrios bajos del oeste de
Ciudad Juárez, caldo de cultivo de muchos matones de los cárteles. Desempeña
su cometido en el centro llamado La Casa, que ofrece orientación, así como
talleres de pintura, de música, de informática, y un lugar donde pasar el rato.
Cierto día que hacía un calor infernal vi docenas de muchachos de ambos sexos
corriendo y saltando con monopatín o sentados en la sombra y tocando la
guitarra. Sandra, que creció en el barrio y trabajó en una planta de montaje,
trabaja abnegadamente con los chicos y chicas para apartarlos de la vida
delictiva.
«Hay un muchacho con el que trabajo que tiene catorce años y sólo ha
estudiado primera enseñanza —me dijo—. Su madre se droga y él no vive con
ella. Me dijo que se le acercó un coche con unos individuos a los que no había
visto nunca. Y que le ofrecieron quinientos pesos (cuarenta dólares) a la semana,
un teléfono celular y trabajo. Y lo único que tenía que hacer era quedarse en un
sitio y vigilar. Hay centenares de casos así en Juárez, centenares. Nadie más ha
venido a ofrecerle nada. Sólo esa gente.»
El futuro del chico pende de un hilo y Sandra y La Casa son lo único que le
impide caer. Otro adolescente, algo mayor, que hay en el centro, nos enseña lo
que ha hecho: un retrato del barrio con perfiles surrealistas, gente borrosa,
inmersa en la niebla. A un lado hay jefes mafiosos de aspecto tenebroso, al otro
un soldado con cara de sádico. Los chicos del barrio están en medio. Es una
imagen deprimente, pero el autor dice que al pintarla se ha sentido relajado... y
ha puesto de relieve su talento artístico. Cuando las personas encuentran algo de
valor en sí mismas, tienden a alejarse de la calle y del delito.
Sandra y La Casa han salvado la vida a docenas de muchachos, pero sólo hay
dos centros sociales como éste, mientras en el resto de la zona occidental de la
ciudad no hay ninguno. La Casa, que depende de los donativos de las ONG y del
Gobierno, ha perdido recursos desde que empezó la guerra de la droga, recursos
que necesita urgentemente. Puede que con un pellizco de los presupuestos
generales del Estado, que reservan para los políticos algunos de los salarios más
elevados del mundo —o con una pequeña fracción de los 1.600 millones de
dólares de la Iniciativa Mérida que entregó a México los helicópteros Black
Hawks—, pudieran financiarse más centros en los barrios bajos. Los asistentes
sociales son más útiles que los soldados a la hora de ayudar a los adolescentes
marginados.
Hay dos capitales mafiosas, en otros países, que han sido reformadas gracias a
una autoridad con iniciativa. Una es Palermo, en la isla de Sicilia, cuna de la
mafia más célebre de todas. La ciudad fue tristemente famosa durante mucho
tiempo, por sus asesinos y sus ladrones. Sin embargo, cuando el ex profesor
universitario Leoluca Orlando fue alcalde durante dos mandatos, en los años
ochenta y noventa, se produjo un renacimiento, se restauraron ciento cincuenta
edificios en peligro, se construyeron parques, se puso alumbrado público en las
calles que no lo tenían. Fomentó planes para comprometer a los ciudadanos,
incluidos los escolares, en el mantenimiento del patrimonio comunitario,
haciendo que se sintieran orgullosos de él. Puede que no sea el método
tradicional de combatir la delincuencia, pero el índice de delitos descendió
radicalmente.11
Al otro lado del Atlántico, en Medellín, el melenudo matemático Sergio
Fajardo fue nombrado alcalde de la ciudad en 2004 y llevó más lejos las ideas de
Orlando. Invirtió dinero municipal en la construcción de un teleférico que
llegaba hasta los barrios periféricos (comunas) y contrató a arquitectos
mundialmente célebres para construir edificios públicos, entre ellos una
biblioteca de forma singular y el mejor conservatorio de música del municipio.
La reforma del transporte hizo posible que la clase media viajara a las comunas,
para muchos ciudadanos por vez primera. Durante el mandato de Fajardo, los
homicidios descendieron espectacularmente. Al visitar Medellín, pregunté a
Fajardo si tal regeneración sería posible en una ciudad tan agresiva como Juárez.
Su respuesta fue inmediata: «Tiene que hacerse. No tenemos otra opción. El
Gobierno tiene la obligación de llevarla a cabo. Yo lo veo como un problema
matemático. ¿Cómo se pueden corregir las desigualdades sociales? Muy sencillo.
Los edificios más hermosos tienen que estar en las zonas más pobres».
Los críticos señalan que Fajardo no fue el único responsable del descenso de la
tasa de asesinatos en Medellín. También supo sacar provecho de la actitud de un
importante padrino mafioso, Diego Murillo, alias Don Berna, que tuvo a los
sicarios a raya gracias a la organización Oficina de Envigado. Quien quisiera
cometer un homicidio tenía que recibir el permiso, o morir a su vez. Don Berna
podía terciar en la paz y en la guerra en su imperio incluso desde la cárcel. Pero
cuando fue extraditado a Estados Unidos, en 2008, la Oficina se escindió en dos,
estalló una guerra por el territorio y el índice de homicidios de Medellín volvió a
subir.
En 2010, los dirigentes cívicos, entre ellos un conocido sacerdote y un ex
guerrillero, se reunieron con los jefes de la mafia en una cárcel de Medellín y
negociaron otra tregua. Hablar con los gánsteres fue un movimiento polémico.
Pero al parecer surtió un efecto inmediato, pues descendió la cantidad de
muertes en la calle. Los dirigentes cívicos no tenían respaldo oficial del
ayuntamiento y no ofrecieron a la mafia nada a cambio. Fue una simple súplica:
«Por el bien de la comunidad, ¿no podrían dejar de matarse entre ustedes a plena
luz del día?»
Las peticiones de tregua también podrían dar un respiro a las capitales
mexicanas del homicidio. Pedir paz no es autorizar el crimen organizado. Es
únicamente pedir a los jefes de las bandas que dejen de matar. Estados Unidos
utiliza esta táctica en las penitenciarías y se trabaja activamente con las bandas
carcelarias para negociar treguas. Algunos jefes mafiosos escuchan esas
peticiones: tampoco ellos quieren que se mate a sus familiares. No hace falta
hablar con los padrinos en sus palacios, también los subalternos de banda
callejera se preocupan por la comunidad. Las sangrientas guerras territoriales y
los altos índices de homicidios no ayudan a derrotar a la mafia; antes bien, crean
un clima de inseguridad en el que el delito prevalece.
México tiene un serio problema para curar las heridas de los incontables
ciudadanos que han perdido familiares en el baño de sangre. El creciente número
de huérfanos de la guerra de la droga necesita ayuda, o esos chicos y chicas se
convertirán en una generación más perdida aún, que buscará venganza
derramando más sangre. Otros países con conflictos todavía candentes han
implementado planes nacionales para las víctimas. En algunos casos, los
huérfanos o las viudas necesitan ayuda económica; pero en muchos otros la
necesidad es psicológica.
Las familias de las víctimas se ayudan entre sí compartiendo su dolor. En
Culiacán hay un grupo de hombres y mujeres que se reúnen para hablar del
sufrimiento que sienten por haber perdido a sus seres queridos. Muchas mujeres
son madres. Nunca se harán a la idea de haber enterrado a sus hijos, pero al
menos se dan cuenta de que otras personas sufren como ellas.
Alma Herrera, la mujer cuyo hijo murió tiroteado en el garaje, me lleva una
tarde a ver a una amiga en sus mismas circunstancias. Vamos a un parque del
centro de Culiacán donde los ancianos descansan, los niños juegan junto a las
fuentes y las parejas jóvenes se arrullan en los bancos y siembran las semillas de
su futuro enlace y su futura familia. La luz que baña Sinaloa poco antes del
crepúsculo es hermosa, de un azul pródigo y brillante que llena las calles.
La amiga de Alma tiene 40 años y se llama Guadalupe. Perdió a su hijo
mayor, Juan Carlos, abatido por la policía. Lleva una foto grande de él, un guapo
muchacho de 23 años que mira fijamente a la cámara. La policía buscaba a otra
persona en el barrio, dice Guadalupe, y Juan Carlos cayó alcanzado por el fuego
cruzado. Solloza con fuerza, incapaz de contenerse, mientras cuenta lo sucedido.
Lo tuvo con sólo 17 años, lo llevó en su seno, le cambió los pañales, vigiló sus
primeros pasos, lo llevó a la escuela... y luego besó su cadáver.
Guadalupe tiene en brazos un niño de tres meses. El pequeño duerme
mientras la madre solloza y cuenta la historia, de pronto despierta porque tiene
hambre, luego vuelve a dormirse. Pregunto por su nombre. «Juan Carlos», dice la
madre. El mismo que el del primogénito tiroteado. Un nuevo hijo a cambio del
que desapareció. La madre ha depositado sus esperanzas en el nuevo retoño para
que crezca y mejore el mundo que mató a su hermano. También nosotros
debemos depositar en él nuestras esperanzas.
Agradecimientos
U n periodista extranjero no podría cubrir ni un centímetro de la guerra que se
libra en México contra el narcotráfico sin el trabajo y la ayuda de periodistas y
estudiosos mexicanos que trabajan día a día en condiciones extremadamente
difíciles. Nunca dejaré de sorprenderme por el profesionalismo y la generosidad
de mis colegas mexicanos. Gracias especialmente a los que cito a continuación.
También quiero dar las gracias de modo especial a todas las personas que
accedieron a ser entrevistadas para este libro y que me contaron sus historias de
crimen, tragedia y supervivencia, a menudo corriendo un riesgo personal.
Además de las personas mencionadas en el texto, hay otras docenas de
entrevistados que contribuyeron a dar forma a mi historia. Entre ellos, hay
muchos agentes de la ATF, la DEA, el FBI, la Procuraduría General de la
República, la Policía Federal Preventiva y el ejército de México, parlamentarios,
abogados y activistas, así como muchos gánsteres, contrabandistas, drogadictos,
y bastantes borrachines.
Ciudad de México: Diego Osorno, Alejandra Chombo, Daniel Hernández,
Alejandro Almazán, Luis Astorga, José Reveles, John Dickie, Marcela Turati,
Alfredo Corchado, Dudley Althaus, Guillermo Osorno, Gustavo Valcárcel, Mark
Stevenson, Eduardo Castillo, Wendy Pérez, Laurence Cuvilliert, Matthieu
Comín, Jonathan Roeder, Jason Lange, José Cohen, José Antonio Crespo,
Lorenzo Meyer, Federico Estévez, Ciro Gómez Leyva, Alejandro Sánchez,
Alberto Nájar, Enrique Martí, Jorge Barrera, Marco Ugarte, Olga Rodríguez,
Louis Loizides.
Sinaloa: Fernando Brito y El Debate de Sinaloa, Fidel Durán, Javier Valdez (y
el personal de El Guayabo), Ismael Bohórquez, Froylán Enciso, Vladimir
Ramírez, Raúl Quiroz, Bárbara Obeso, Cruz Serrano, Emma Quiroz, Bobadilla,
Arturo Vargas y todos los de La Locha, Elmer Mendoza, Lizette Fernández,
Francisco Cuamea, Manuel Insunza, Socorro Orozco, Mercedes Murillo.
Resto de México: Miguel Perea, Justino Mirando, Francisco Castellanos,
Magdiel Hernández, José María Álvarez, Vicente Calderón, Víctor Jaime, Víctor
Clark, Luis Pérez, Martha Cazares, Miguel Turriza, Jorge Machuca, Jorge Chárez.
Centroamérica y Sudamérica: Alfredo Rangel, Oliver Schmieg, John Otis,
Wenceslao Rodríguez, Juan Carlos Llorca, Lourdes Honduras, Mery Cárcamo,
Kenya Torres, Noé Leiva, Karla Ramos, Gustavo Duncan, Otilia Lux.
Estados Unidos: Michael Marizco, Mike Kirsch (Mad Dog), Elijah Wald,
Chris Shively, Darlene Stinston, Dane Schiller, Jim Pinkerton, Tracey Eaton, Tim
Padgett, Howard Chua, Tony Karon, Stephanie Garlow, Mark Scheffler, Tomás
Mucha, Charles Sennot, Jorge Mújica, George Grayson, Rob Winder.
Mi especial agradecimiento a mi agente Katherine Fausset y al responsable de la
edición Pete Beatty por creer en este libro y convertirlo en realidad. Sin ellos no
habría llegado a ninguna parte. Ni sin mis padres. Ni sin mi mujer, Myri, que ha
tenido que aguantar mis indagaciones sobre el narcotráfico durante los últimos
diez años. Gracias.
Bibliografía
L a literatura sobre el narcotráfico en Latinoamérica es casi tan compleja como
el propio narcotráfico. Abarca investigaciones excepcionales, estudios
académicos profundos, informes de agentes estadounidenses, anecdotarios de
gánsteres medio analfabetos y novelas fascinantes, que a menudo constituyen la
forma más segura de contar lo innombrable. He tratado de leer todo lo que se ha
publicado sobre el hampa mexicana, pero es difícil estar al día con todo el alud de
libros que han aparecido en los últimos años. Destaca El cártel de Sinaloa, de
Diego Osorno, que entre otras cosas pone a nuestra disposición los diarios del
padrino Miguel Ángel Félix Gallardo. Los libros de José Reveles, Julio Scherer,
Ricardo Reveles, Javier Valdez y Marcela Turati también son imprescindibles
para trazar un cuadro general de este complicado tema.
La veterana obra de Jesús Blancornelas todavía brilla, sobre todo su histórico
libro El cártel: los Arellano Félix, la mafia más poderosa en la historia de América
Latina. Entre los académicos mexicanos, o narcólogos, el campeón indiscutible
sigue siendo Luis Astorga. Sus libros El siglo de las drogas y Drogas sin fronteras
son particularmente útiles. La moda de la narcoficción ha producido grandes
novelas de Élmer Mendoza y Alejandro Almazán, aunque la más famosa es La
reina del sur, del español Arturo Pérez-Reverte.
Los libros en inglés sobre el narcotráfico mexicano han sido más esporádicos.
Desperados, de Elaine Shannon [traducción en castellano: Los señores de la droga:
la batalla que EE.UU. no podrá ganar, Madrid, 1989], es una joya para el
contexto histórico, ya que cuenta la odisea de los agentes de la DEA en los años
ochenta, mientras que Drug Lord, de Terrence Poppa, presenta una fascinante
historia protagonizada por los propios traficantes en la misma época. Charles
Bowden ha escrito una serie de títulos influyentes sobre el tema, y Down By the
River me permitió conocer todo el contexto de la época de Salinas. Entre los
estudiosos estadounidenses, y concretamente entre los mexicanólogos, destacan
John Bailey y George Grayson. También me ha sido muy útil Drug War Zone, del
antropólogo Howard Campbell, por sus entrevistas con traficantes del lado
estadounidense de la frontera. Para México en general, Distant Neighbors
[traducción en castellano: Vecinos distantes, Ciudad de México, 1986], de Alan
Riding, sigue vigente después de treinta años. Bordering on Chaos [traducción en
castellano: En la frontera del caos, Javier Vergara, Buenos Aires, 1996. México en
la frontera del caos, Barcelona, 1999] de Andrés Oppenheimer, y Opening Mexico
[traducción en castellano: El despertar de México, Ciudad de México, 2004], de
Julia Preston y Samuel Dillion, también me ayudaron a recomponer la turbulenta
transición de la democracia de los años noventa.
En otros países se han publicado libros sobre el crimen organizado que me
han sido útiles para descifrar el enigma mexicano. McMafia [McMafia, el crimen
sin fronteras, Destino, Barcelona, 2008], de Misha Glenny, permite entender los
entresijos de la mafia rusa y la expansión global del crimen organizado desde el
fin de la Guerra Fría. El clásico de Roberto Saviano, Gomorra [Gomorra: Un viaje
al imperio económico y al sueño de poder de la Camorra, Debate, Barcelona,
2007/2010], es útil para identificar sistemas criminales y no sólo familias del
crimen. Confesiones de un paraco [Bogotá, 2007], de José Gabriel Jaraba, me
ayudó a entender el crecimiento de las organizaciones paramilitares colombianas
y sus equivalencias mexicanas. Cocaine, de Dominic Streatfeild, es una historia
de la droga, muy bien escrita. Pero Goodfellas[*****] y Casino[******], dos libros
sobre la mafia neoyorquina de Nicholas Pileggi, uno de los mejores periodistas
de sucesos de todos los tiempos, nos demuestran que los libros sobre el crimen
organizado pueden ser muy exactos con los datos y a pesar de todo leerse como
si fueran novelas.
*****Título original Wiseguy. Hay un vídeo en castellano: Goodfellas: Uno de los nuestros, RBA, Barcelona,
1999/2006.
Capítulo 1: Fantasmas
1. Comparación de las estadísticas del FBI sobre homicidios con las estadísticas
de la PGJDF [Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal] de Ciudad de
México.
2. Informe titulado Joint Operating Environment 2008, del United States Joint
Forces Command con sede en Virginia.
3. La expresión «cortinas de humo y espejos» para describir la guerra contra la
droga procede del clásico de Dan Baum Smoke and Mirrors. The War on Drugs
and the Politics of Failure (Little, Brown, Nueva York, 1996).
4. Base de datos hecha pública en diciembre de 2010 por la Secretaría de
Seguridad Pública de México, sobre las muertes relacionadas con el crimen
organizado.
5. Según el censo de 2010, México tenía 112.332.757 habitantes.
6. La cuenta de los policías muertos fue hecha pública por el secretario de
Seguridad Pública Genaro García Luna el 7 de agosto de 2010, y fue actualizada
en diciembre del mismo año.
7. El Fondo Monetario Internacional valoraba en 2010 el producto interior bruto
de México en 1,004 billones de dólares, la decimocuarta economía más fuerte del
mundo.
8. Lista Forbes de los multimillonarios del mundo (2010).
Capítulo 2: Amapolas
1. El cruce descrito está en la aldea de Santiago de los Caballeros, municipalidad
de Badiraguato, Sinaloa.
2. La casa familiar de Joaquín Guzmán está en La Tuna, aldea de la
municipalidad de Badiraguato, Sinaloa.
3. Mi historia de Sinaloa está en deuda con Sergio Ortega, Breve historia de
Sinaloa (Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1999).
4. El Tratado de Guadalupe Hidalgo se firmó el 2 de febrero de 1848 en la
entonces villa de Guadalupe Hidalgo, hoy incorporada al Distrito Federal. Las
nuevas fronteras territoriales aparecen descritas en el artículo 5, que empieza:
«La línea divisoria entre las dos repúblicas comenzará en el golfo de México, tres
leguas fuera de tierra...»
5. El primer estudio detallado sobre los receptores del opio fue publicado por
Candace Pert y Solomon H. Snyder en marzo de 1973.
6. David Stuart, Dangerous Garden: The Quest for Plants to Change Our Lives
(Frances Lincoln Limited, Londres, 2004), p. 82. [Hay traducción en castellano:
El jardín de la tentación: plantas que curan, plantas que matan y plantas que
enamoran, Océano, Barcelona, 2006.]
7. Lo-shu Fu, A Documentary Chronicle of Sino-Western Relations, The
Association for Asian Studies, The University of Arizona Press, Tucson, 1966,
vol. I, p. 380.
8. La referencia figuraba en el estudio gubernamental Geografía y estadística de la
República Mexicana, citado por Luis Astorga en El siglo de las drogas: El
narcotráfico, del Porfiriato al nuevo milenio, Plaza y Janés, Ciudad de México,
2005, p. 18.
9. La fotografía descrita es de un fumadero de opio de Malinta Street, Manila,
Filipinas, y puede verse en la Biblioteca del Congreso de Washington, D.C.,
sección Prints and Photographs, LC-USZ62-103376.
10. Edward Marshall, «Uncle Sam is the worst drug fiend in the world», New
York Times, 12 de marzo de 1911.
11. Edward Huntington Williams, «Negro cocaine “fiends” new southern
menace», New York Times, 8 de febrero de 1914.
12. El documento fue enviado por F. E. Johnson, agente de servicio, 16 de
septiembre de 1916, citado por Luis Astorga en Drogas sin fronteras: Los
expedientes de una guerra permanente, Grijalbo, Ciudad de México, 2003, p. 17.
13. Informe entregado por G. S. Quate, interventor delegado del Departamento
del Tesoro, 15 de enero de 1918, citado por Astorga en Drogas sin fronteras, p.
20.
14. «Customs agents in gun battle with runners», El Paso Times, 16 de junio de
1924.
15. Manuel Lazcano, Una vida en la vida sinaloense, Talleres Gráficos de la
Universidad de Occidente, Los Mochis (Sinaloa), 1992, pp. 38-39. Edición de
Nery Córdova Solís.
16. Ibíd., p. 40.
17. «Todavía no han logrado aprehender a La Nacha», El Continental, 22 de
agosto de 1933.
18. Vargas Llosa pronunció esta muy citada frase en 1990, durante un debate con
Octavio Paz organizado por la revista Vuelta.
19. El periodista Alan Riding tiene un capítulo sobre esta metáfora en su clásico
Distant Neighbors: A Portrait of the Mexicans, Knopf, Nueva York, 1985. [Hay
traducción en castellano: Vecinos distantes: un retrato de los mexicanos, Joaquín
Mortiz/Planeta, Ciudad de México, 1985.]
20. Lazcano, Una vida, p. 207.
21. Ibíd., p. 202.
22. Carta de Anslinger al periodista Howard Lewis, citada en Astorga, Drogas sin
fronteras, pp. 138-139.
23. Lazcano, Una vida, p. 207.
Capítulo 3: Hippies
1. El consumo de marihuana por Diego Rivera y otros pintores mexicanos se
describe en el libro del muralista David Alfaro Siqueiros Me llamaban el
Coronelazo (Grijalbo, Ciudad de México, 1977).
2. Los detalles del caso de la Compañía Coronado pueden verse en el sumario
The United States vs. Donald Eddie Moody, 778F.2d 1380, 4 de septiembre de
1985.
3. Elaine Shannon, Desperados: Latin Drug Lords, U.S. Lawmen and the War
America Can’t Win (Viking, Nueva York, 1988), p. 33. [Hay traducción en
castellano: Los señores de la droga: la batalla que Estados Unidos no podrá ganar,
Madrid, 1989.]
4. Grabación del Despacho Oval, 13 de mayo de 1971, entre las 10.32 y las 24.20
horas.
5. G. Gordon Liddy, Will: The Autobiography of G. Gordon Liddy (St. Martin’s
Press, Nueva York, 1980), p. 134.
6. Discurso de Richard Nixon, 18 de septiembre de 1972.
7. Richard Nixon, Orden Ejecutiva 11727, Cumplimiento de la Ley sobre
Estupefacientes, 6 de julio de 1973.
8. Uno de los primeros informes generales sobre el caso de Sicilia Falcón fue un
artículo alemán, «Die gefährlichen Geschäfte des Alberto Sicilia», Der Spiegel, 9
de mayo de 1977. El caso aparece también descrito con detalle en la obra de
James Mills Underground Empire (Dell Publishing Company, Nueva York, 1985).
9. El libro que Sicilia Falcón escribió en la cárcel se titulaba El túnel de
Lecumberri (Compañía General de Ediciones, México, DF, hacia 1977 [2.ª ed.,
1979]).
10. José Egozi figura en los Cuban Information Archives como partícipe de la
invasión de la bahía de los Cochinos. Su número en clave era R-537.R-710.
11. Luis Astorga, El siglo de las drogas (Plaza y Janés, Ciudad de México, 2005), p.
115.
12. Shannon, Desperados, p. 63.
13. Fabio Castillo, Los jinetes de la cocaína (Editorial Documentos Periodísticos,
Bogotá, 1987), pp. 18-21.
14. Documentación desclasificada de la CIA, Mexico: Increases in Military
Antinarcotics Units (desclasificado en octubre de 1997).
15. Puede verse una descripción gráfica del sistema de plazas de los años setenta
en Terrence Poppa, Drug Lord: The Life and Death of a Mexican Kingpin (Pharos
Books, Nueva York, 1990).
Capítulo 4: Cárteles
1. La expresión «república bananera» fue acuñada por el escritor estadounidense
O. Henry en su libro Cabbages and Kings (1904).
2. El primer caso de tráfico de cocaína se encuentra bien documentado en
Andean Cocaine: The Making of a Global Drug (University of North Caroline
Press, Chapel Hill, 2003), de Paul Gootenberg, máxima autoridad en la materia.
3. Entrevista del programa de televisión Frontline con George Jung en la cárcel
(año 2000).
4. Pablo Escobar se disfrazó de Pancho Villa en una foto representativa en la que
aparece con sombrero charro y cananas. La foto puede verse en James Mollison,
The Memory of Pablo Escobar (Chris Boot, Nueva York, 2009).
5. Documentos del Tribunal de Casación del 9.º Distrito de Estados Unidos, USA
vs. Matta Ballesteros, N.º 91-50336.
6. Billy Corben, Cocaine Cowboys (Rakontur, Miami, 2006).
7. Michael Demarest, «Cocaine: Middle Class High», Time, 6 de julio de 1981.
8. Estadísticas oficiales sobre homicidios del Departamento de Policía de Miami-
Dade.
9. Las fotos de Félix Gallardo fueron publicadas por su hijo en el sitio de Internet
http://www.miguelfelixgallardo.com hasta que el sitio se suspendió.
10. La granja de marihuana estaba en el rancho El Búfalo, cerca de Jiménez y
Camargo, estado de Chihuahua, registrado en noviembre de 1984.
11. Documentos del Tribunal de Casación del 9.º Distrito de Estados Unidos,
USA vs. Matta Ballesteros, 91-50165 (causa vista el 4 de enero de 1993).
12. El diario de la cárcel fue entregado por Félix Gallardo a su hijo y publicado en
Diego Osorno, El cártel de Sinaloa (Grijalbo, Ciudad de México, 2009), pp. 207-
257.
13. La confiscación se produjo en Yucca, Arizona, el 27 de noviembre de 1984.
14. USA vs. Matta Ballesteros, N.º 91-50336.
15. El episodio se cuenta también en Elaine Shannon, Desperados (Viking, Nueva
York, 1988), pp. 213-214.
16. El discurso de Ronald Reagan fue transmitido en directo el 14 de septiembre
de 1986.
17. La versión completa de la serie Dark Alliance, más docenas de archivos de
audio y pruebas documentales, se ha colgado en la red, en el sitio
http://www.narconews.com/darka lliance/drugs/start.htm.
18. The Senate Commitee Report on Drugs, Law Enforcement and Foreign Policy
es también conocido como Informe Kerry, por el senador John F. Kerry, que
presidió la comisión que lo preparó.
19. CIA Report on Cocaine and the Contras, párrafo 35. El informe se publicó en
1998, durante el intento de acusación de Bill Clinton, ocultando la noticia de que
se reconocieron algunas verdades básicas de Dark Alliance.
20. La violencia se describe con detalle en B. Esteruelas, «Cinco muertos en una
manifestación frente a la embajada norteamericana en Honduras», El País, 23 de
febrero de 1988.
Capítulo 5: Magnates
1. Jesús Blancornelas, «Death of a Journalist», El Andar (otoño de 1999).
2. Cifras oficiales procedentes de la Oficina del Representante Comercial de
Estados Unidos.
3. Diego Osorno, El cártel de Sinaloa (Grijalbo, Ciudad de México, 2009), pp.
184-185.
4. Jesús Blancornelas, El cártel: Los Arellano Félix, la mafia más poderosa en la
historia de América Latina (Plaza y Janés, Ciudad de México, 2002), p. 46.
5. Ibíd., pp. 46-48.
6. Informe titulado Amado Carrillo-Fuentes, de la Unidad de Inteligencia
Operacional del Centro de Inteligencia de El Paso, con el sello «DEA
confidencial».
7. La búsqueda de Pablo Escobar se cuenta con detalle en Mark Bowden, Killing
Pablo: The Hunt for the World’s Greatest Outlaw (Penguin, Nueva York, 2001).
[Hay traducción en castellano: Matar a Pablo Escobar: la cacería del criminal más
buscado del mundo, RBA, Barcelona, 2001/ 2007.]
8. La investigación de la policía suiza estuvo dirigida por Valentin Roschacher y
el informe se preparó en 1998. Se detalla en Tim Golden, «Questions Arise
About Swiss Report on Raúl Salinas’s Millions», New York Times, 12 de octubre
de 1998.
9. Tim Padgett y Elaine Shannon, «La Nueva Frontera: The Border monsters»,
Time, 11 de junio de 2001.
10. Blancornelas, El cártel, p. 237.
11. Ibíd., pp. 243-244.
12. Ibíd., p. 284.
13. Jesús Blancornelas en entrevista con Guillermo López Portillo para Telvisa,
2006.
Capítulo 6: Demócratas
1. Fox hizo este lamentable comentario en una conferencia de prensa celebrada
en Puerto Vallarta el 13 de mayo de 2005.
2. Entrevisté a Vicente Fox en San Francisco del Rincón el 25 de noviembre de
2010.
3. La cita procede de Nightline (ABC) de 3 de julio de 2000, transcrita de la
grabación original por gentileza de la oficina de ABC en Ciudad de México.
4. José Reveles, El cártel incómodo: El fin de los Beltrán Leyva y la hegemonía del
Chapo Guzmán (Random House Mondadori, Ciudad de México, 2010), pp. 57-
71.
5. Una serie de cartas de amor de Joaquín, el Chapo Guzmán, se publicó con
mucho aparato en Julio Scherer García, Máxima seguridad: Almoloya y Puente
Grande (Nuevo Siglo Aguilar, Ciudad de México, 2009), pp. 21-28.
6. La anécdota se comenta también en Diego Osorno, El cártel de Sinaloa
(Grijalbo, Ciudad de México, 2009), p. 193.
7. En la revista Proceso y otras publicaciones mexicanas han aparecido multitud
de artículos sobre los vínculos del Gobierno nacional y el cártel de Sinaloa.
8. Juan Nepomuceno, llamado también el Padrino de Matamoros, fue una
destacada figura durante más de medio siglo. En la vejez concedió una entrevista
a Sam Dillon, «Matamoros Journal: Canaries Sing in Mexico, but Uncle Juan
Will Not», New York Times, 9 de febrero de 1996.
9. Texto tomado de «Manual de SOA [School of Americas]: Manejo de Fuente,
capítulo V», disponible en
http://www.derechos.net/soaw/manuals/manejo5.html.
10. Detalles de estos ataques en el comunicado zapatista titulado Sobre el PFCRN,
La ofensiva militar del Gobierno, los actos terroristas y el nombramiento de
Camacho (11 de enero de 1994).
11. El texto de la conversación fue hecho público por un miembro de la Agencia
Federal de Investigación (AFI).
12. El agente de la DEA era Joe DuBois, y el agente del FBI, Daniel Fuentes.
13. De la reunión habló antes que nadie el periodista mexicano Alberto Nájar,
que obtuvo un documento informativo de la PGR. Posteriormente fue
corroborada por testimonios, recogidos por agentes nacionales, de testigos
protegidos.
14. La matanza tuvo lugar en Nuevo Laredo el 8 de octubre de 2004.
15. Las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el lugar de nacimiento de Lazcano,
aunque los indicios señalan diversas ciudades del estado de Hidalgo cercanas a la
frontera con el estado de Veracruz, en las que ha financiado por lo menos dos
iglesias.
16. El asesinato del jefe de policía de Nuevo Laredo Alejandro Domínguez
ocurrió el 8 de junio de 2005.
17. Bradley Roland Will, de 36 años, fue muerto a tiros el 27 de octubre de 2006
en Oaxaca de Juárez. Por lo menos otras dos personas murieron en los tiroteos
que se produjeron en la misma ciudad el mismo día.
18. Los comentarios de Fox en su blog personal, 7 de agosto de 2010.
Capítulo 7: Señores de la guerra
1. Felipe Calderón, El hijo desobediente: Notas en campaña (Aguilar, Ciudad de
México, 2006), p. 16.
2. Primer debate presidencial, 25 de abril de 2006.
3. Cubrí esto para la agencia AP en artículos como Ioan Grillo, «Thousands of
mexicans troops ordered to arrest smugglers, burn marijuana and opium fields»,
Associated Press, 12 de diciembre de 2006.
4. Felipe Calderón hizo estos comentarios en una dependencia de la Secretaría de
Defensa en Ciudad de México, el 10 de febrero de 2007. Puede verse el texto
completo de su discurso en
http://www.lupaciudadana.com.mx/SACSCMS/XStatic/lupa/template/declaracion_detalle.asp
n=5925.
5. El acuerdo inicial de la Iniciativa Mérida fue de 1.600 millones de dólares
durante los años fiscales de 2008 a 2010. La ayuda ha ido más allá. El presidente
Obama solicitó 334 millones para financiar a México en 2011.
6. El presupuesto de la seguridad nacional aprobado para 2011 se repartía del
siguiente modo: 4.700 millones de dólares para la Secretaría de Defensa (Sedena),
1.460 millones para la Armada y la infantería de marina (Semar), 2.800 millones
para la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), y 5.760 millones para la
Procuraduría General de la República (PGR); total, 14.720 millones de dólares.
7. La declaración de Edgar Valdez fue tomada y filmada por agentes de la
Secretaría de Seguridad Pública (SSP) y luego entregada a la prensa.
8. Una tonelada de cocaína equivale a mil ladrillos de 1 kilo y a un millón de
papelinas de 1 gramo.
9. El narcomensaje fue hecho público en mantas en diversas ciudades del país el
12 de febrero de 2000.
10. Paquiro, «Breve tumba-burros culichi-inglés para corresponsales (de guerra),
La Locha, septiembre de 2008.
11. Arturo Beltrán Leyva fue muerto el 16 de diciembre de 2009. La información
sobre el tiroteo se detalla en el informe clasificado del Departamento de Estado,
luego publicado por WikiLeaks y titulado «Mexico Navy Operation Nets Drug
Kingpin Arturo Beltrán Leyva» (con fecha de 17 de diciembre de 2009).
12. El cómputo de homicidios del propio Gobierno mexicano comparado con las
cifras del censo da 191 asesinados en Ciudad Juárez por cada 100.000 habitantes
en 2009, y 229 asesinados por cada 100.000 en 2010. Según estadísticas del FBI,
Nueva Orleans era la ciudad más violenta de Estados Unidos en 2009, con 52
homicidios por cada 100.000 habitantes.
13. La estimación de los diez mil Zetas procede de un miembro del CISEN, el
servicio de espionaje de México, que se reunió con periodistas extranjeros en
2010.
14. La Comisión Nacional de Derechos Humanos informó en una conferencia
celebrada en Ciudad de México el 22 de noviembre de 2010 de que había más de
cien expedientes sobre civiles muertos por policías y soldados.
15. El subsecretario del ejército de Estados Unidos, Joseph Westphal, hizo estos
comentarios en el Instituto Hinckley de Política de la Universidad de Utah el 8
de febrero de 2011.
Capítulo 8: Tráfico
1. Las estadísticas sobre decomisos proceden del Departamento de Seguridad
Interior, que abarca tanto el servicio de patrullas fronterizas como el de vías de
entrada.
2. Datos de 2010 World Drug Report, que publica la oficina de Naciones Unidas
para drogas y delincuencia (United Nations Office on Drugs and Crime).
3. Los agentes del servicio de patrullas fronterizas descubrieron en enero de 2006
un túnel de 730 metros en Otay Mesa. Sigue siendo el más largo descubierto
hasta la fecha.
4. El estudio se titula «National Survey on Drug Use & Health».
5. El estudio, titulado «What America’s Users Spend on Illegal Drugs, 1988-
2000», fue preparado por consultores privados para la Oficina de Política
Nacional para el Control de Estupefacientes (la oficina del zar antidroga).
6. Petróleos Mexicanos (Pemex), Informe Anual 2009.
7. Cifras del Banco de México basadas en transferencias y movimientos
bancarios de pequeñas cantidades.
8. El secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, hizo la declaración
durante un discurso pronunciado en la Conferencia Nacional de Gobernadores,
Puerto Vallarta, 7 de agosto de 2010.
9. Jason Lange, «From Spas to Banks, Mexico’s Economy Rides on Drugs»,
Reuters, 22 de enero de 2010.
10. La lista negra se titula «List of specially designated nationals and blocked
persons», y la publica la Oficina de Control de Haberes Extranjeros del
Departamento del Tesoro.
11. En World Drug Report 2009, del United States Office on Drugs and Crime.
12. La entrevista fue concedida a la oficina de AP en Nueva York en mayo de
2007 y finalmente publicada en julio del mismo año, después de que la agencia de
noticias tratara de corroborar la información considerada confidencial. La
demora disparó hipótesis conspirativas en los medios mexicanos.
Capítulo 9: Asesinato
1. Un detallado capítulo sobre el Gitano en Diego Osorno, El cártel de Sinaloa
(Grijalbo, Ciudad de México, 2009), pp. 95-109.
2. José González, Lo negro del Negro Durazo: Biografía criminal de Durazo,
escrita por su Jefe de Ayudantes (Editorial Posada, Ciudad de México, 1983), p.
22.
3. Fabio Castillo, Los jinetes de la cocaína (Editorial Documentos Periodísticos,
Bogotá, 1987), p. 11.
4. Estadísticas de homicidios por el Instituto Nacional de Medicina Legal y
Ciencias Forenses de Colombia.
5. La policía mató a tiros a Pablo Escobar en Medellín el 2 de diciembre de 1993.
6. La tasa de desempleo juvenil en Colombia del 22 por ciento —
aproximadamente el doble de la tasa de desempleo general— se refiere a marzo
de 2010, cuando sostuve la entrevista.
7. Del Grupo Cartel, un conjunto norteño.
8. El escándalo de los presos que salían para cometer homicidios estalló el 25 de
julio de 2010, causando una tormenta política.
9. Según el censo de 2010, el municipio de Ciudad Juárez tenía 1.328.000
habitantes.
10. Del estudio (costeado por el Gobierno) Todos somos Juárez, reconstruyamos
la ciudad (Colegio de la Frontera Norte, Ciudad Juárez, marzo de 2010), p. 4.
11. Las penas máximas para menores varían según la edad y el estado, pero en
ninguno se permite una condena mayor de cinco años. En el estado de Morelos,
los menores de edad de 16 años sólo pueden ser condenados a tres años, hecho
que llamó la atención pública a raíz de la detención, en diciembre de 2010, del
presunto sicario Edgar Jiménez, alias el Ponchis, de 14 años.
Capítulo 10: Cultura
1. Del primer poema sobre Robin Hood que se conoce (siglo XV).
2. La declaración de Edgar Valdez, alias la Barbie, fue tomada y filmada por
agentes de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) y cedida a la prensa.
3. Vicente T. Mendoza, El romance español y el corrido mexicano, estudio
comparativo (UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México], Ciudad de
México, 1939), p. 219.
4. Américo Paredes, With His Pistol in His Hand (University of Texas Press,
Austin, 1958), p. 3. [Hay traducción en castellano: Persecución en Texas = The
Ballad of Gregorio Cortez (videograbación), IVS (Internacional Vídeo Sistemas),
Pamplona, 1987.]
5. Sam Quiñones, True Tales from Another Mexico: The Lynch Mob, the Popsicle
Kings, Chalino and the Bronx (University of New Mexico Press, Albuquerque,
2001).
6. El asesinato de Valentín Elizalde se produjo en Reynosa, el 15 de noviembre de
2006.
7. La tumba de Valentín Elizalde se encuentra en Guasave, estado de Sinaloa.
Capítulo 11: Fe
1. El cardenal de Ciudad de México, Norberto Rivera, escribió una declaración
en el periódico parroquial Desde la fe (31 de octubre de 2010), reconociendo y
condenando la extendida costumbre de dar narcolimosnas.
2. Del «Corrido de Malverde» de Julio Chaidez.
3. Antes de la conquista española de 1521, Ciudad de México se llamaba
Tenochtitlán y abarcaba el centro histórico actual, más Tepito y otros barrios
periféricos.
4. La actriz y bailarina Niurka Marcos, de origen cubano, se casó con el actor
Bobby Larios en febrero de 2004 en una ceremonia celebrada por David Romo.
5. La iglesia de Romo estuvo registrada en la Secretaría de la Gobernación con el
nombre de Iglesia Católica Tradicional México-EE.UU. La Secretaría anuló el
registro en abril de 2007.
6. La vida y la muerte de Jonathan Legaria se cuenta también con detalle en
Humberto Padgett, «Vida, obra y fin de Padrino Endoque, el ahijado de la Santa
Muerte», Emeequis, 1 de septiembre de 2008.
7. Los cadáveres fueron hallados en el estado de Yucatán el 28 de agosto de 2008.
Los tres supuestos asesinos fueron detenidos cerca de Cancún el 2 de septiembre
del mismo año.
8. Mictecacihuatl recibe también el nombre de Catrina y se representa asimismo
como un esqueleto, igual que la Santa Muerte.
9. Los gánsteres perpetraron esta atrocidad en Uruapán, estado de Michoacán, el
6 de septiembre de 2006.
10. John Eldredge, Wild at Heart: Discovering the Secret of a Man’s Soul (Thomas
Nelson, Nashville, 2003).
11. Armando Valencia Cornello, presunto cabecilla de Michoacán, fue detenido
el 15 de agosto de 2003.
12. Publicado en La Voz de Michoacán, 22 de noviembre de 2006.
13. Servando Gómez, alias la Tuta, llamó por teléfono en directo al presentador
del programa Voz y solución, Marcos Knapp, el 15 de julio de 2009.
14. Nazario Moreno, al parecer, fue muerto a tiros en Apatzingán el 9 de
diciembre de 2010. Tenía 40 años.
Capítulo 12: Insurgencia
1. Breaking Bad, producida por Vince Gilligan, segunda serie, episodio 7, 19 de
abril de 2009.
2. Alejandro Almazán, Entre perros (Grijalbo Mondadori, Ciudad de México),
2009.
3. John P. Sullivan y Adam Elkus, «Cartel v. cartel: Mexico’s Criminal
Insurgency», Small Wars Journal, 26 de enero de 2010.
4. Informe titulado Joint Operating Environment 2008, del United States Joint
Forces Command con sede en Virginia.
5. Clinton hizo este comentario en el Council for Foreign Relations, Washington,
8 de septiembre de 2010.
6. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 22.ª edición, 2001.
7. Declaración de la Secretaría de Asuntos Exteriores de México, 9 de febrero de
2011.
8. Eric Hobsbawm, Primitive Rebels: Studies in Archaic Forms of Social
Movement in the 19th and 20th Centuries (Manchester University Press,
Manchester, 1959). [Hay traducción en castellano: Rebeldes primitivos, Ariel,
Barcelona, 1968.]
9. Stephen Metz, «The future of insurgency», Strategic Studies Institute, 10 de
diciembre de 1993.
10. El interrogatorio de Marco Vinicio Cobo corrió a cargo de la inteligencia
militar, a raíz de su detención el 3 de abril de 2008 en Salina Cruz, Oaxaca.
11. Servando Gómez, la Tuta, llamó por teléfono en directo al presentador del
programa Voz y solución, Marcos Knapp, el 15 de julio de 2009.
12. Rodolfo Torre, candidato del PRI, fue muerto por pistoleros el 28 de junio de
2010. Su hermano ocupó su lugar y fue elegido gobernador de Tamaulipas.
13. Editorial de primera plana de El Diario de Juárez, 19 de septiembre de 2010.
14. Miguel Ortiz fue interrogado por miembros de la Secretaría de Seguridad
Pública.
15. El atentado contra Minerva Bautista tuvo lugar en las afueras de Morelia, el
24 de abril de 2010.
16. El vídeo de entrenamiento de supuestos miembros de La Resistencia fue
hecho público en febrero de 2011.
17. Cifras publicadas por la Secretaría de Defensa mexicana (Sedena).
18. Informe titulado Combating Arms Trafficking, publicado por la embajada de
Estados Unidos en Ciudad de México, mayo de 2010.
19. La captura se produjo en Laredo, Texas, el 29 de mayo de 2010.
20. Nick Miroff y William Booth, «Mexican drug cartels’ newest weapon: Cold
War-era grenades made in U.S.», Washington Post, 17 de julio de 2010.
21. Los infantes de marina mataron a tiros a Ezequiel Cárdenas en Matamoros el
5 de noviembre de 2010.
22. Según el informe titulado Advisory: Explosives Theft by Armed Subjects,
publicado por el United States Bomb Data Center, 16 de febrero de 2009.
23. La confesión de Noé Fuentes fue publicada por la Secretaría de Seguridad
Pública a raíz de su detención, el 13 de agosto de 2010.
24. Los cadáveres fueron hallados en el estado de Yucatán, el 28 de agosto de
2008.
Capítulo 13: Detenciones
1. El primer escándalo estalló en 2005, con las crónicas de Alfredo Corchado en
el Dallas Morning News. El segundo en 2009, con noticias procedentes de
diversas organizaciones informativas.
2. Andrés López, El cártel de los sapos (Planeta, Bogotá, 2008).
3. Los detalles del caso Cárdenas fueron revelados en una serie de artículos
publicados por Dane Schiller en el Houston Chronicle en 2010.
4. Discurso de Richard Nixon, 18 de septiembre de 1972.
Capítulo 14: Expansión
1. De FBI Uniform Crime Reports, 2004-2010.
2. Cifra proporcionada por el Departamento de Policía de Phoenix.
3. Ibíd.
4. Ibíd.
5. National Drug Intelligence Center, Cities in Which Mexican DTO’s Operate
Within the United States, 13 de abril de 2008, actualizado en National Drug
Threat Assesment 2009, enero de 2009.
6. Acta de acusación del U.S. District Court, Northern District of Illinois, Eastern
Division, United States of America vs. Arturo Beltrán Leyva.
7. Del excelente documental Blood River: Barrio Azteca, quinta serie, episodio 4,
ciclo «Gangland», de History Channel, emitido el 18 de junio de 2009.
8. Las agresiones contra los empleados del consulado ocurrieron en Ciudad
Juárez el 13 de marzo de 2010.
9. Revelado en el juicio y reiterado en el recurso de apelación titulado Rosalio
Reta vs. State of Texas, presentado el 3 de marzo de 2010 en el 49.º distrito
judicial, Texas.
10. Del informe titulado Precursors and chemicals frequently used in the illicit
manufacture of narcotic drugs and psychotropic substances, realizado por el
International Narcotics Control Board, 19 de febrero de 2009.
11. El general Julián Arístides González fue muerto a tiros en Tegucigalpa el 8 de
diciembre de 2009.
12. El funeral tuvo lugar en Tegucigalpa el 9 de diciembre de 2009.
Capítulo 15: Diversificación
1. En 2011 seis millones de pesos equivalían aproximadamente a medio millón
de dólares.
2. Estudio publicado por la Cámara de Diputados del Parlamento de México,
basado en cifras oficiales, 7 de septiembre de 2010.
3. Los presidentes de la Cámara de Comercio y la Asociación de Maquiladoras de
Ciudad Juárez (Amac) pidieron públicamente la intervención de la ONU en
noviembre de 2009. Los funcionarios de la ONU dijeron que hacía falta una
petición directa del Gobierno nacional.
4. Daniel Arizmendi fue detenido en Naucalpán, Estado de México, el 17 de
agosto de 1998. Cumple una condena que no podrá exceder de cincuenta años.
5. Vicente Fernández dijo después que se ofreció a trasplantar sus propios dedos
a su hijo, pero un médico le aconsejó que no lo hiciera.
6. Rosario Mosso Castro, «Secuestradores vienen de Sinaloa», Zeta, edición de
2007, n.º 1721.
7. Comisión Nacional de Derechos Humanos, Informe especial sobre los casos de
secuestro contra migrantes, 15 de junio de 2009.
8. Amnistía Internacional, Mexico: Invisible victims. Migrants on the move in
Mexico, 28 de abril de 2010.
9. El superviviente contactó con los infantes de marina el 23 de agosto de 2010.
Se cree que la matanza tuvo lugar el 21 o el 22 de agosto.
10. Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), Encuesta nacional de
ocupación y empleo, informe publicado el 13 de agosto de 2010.
11. Diego Gambetta, The Sicilian Mafia: The Business of Private Protection,
Harvard United Press, Cambridge (Mass.), 1993. [Trad. cast.: La mafia siciliana.
El negocio de la protección privada, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires,
2007.]
12. Estimaciones de Pemex.
13. Informe anual de Pemex sobre 2010, 1 de marzo de 2011.
Capítulo 16: Paz
1. Zedillo, Gaviria y Cardoso expusieron sus argumentos en un documento
titulado Drogas y democracia. Hacia un cambio de paradigma, 11 de febrero de
2009. Disponible en Internet, en
http://www.plataformademocratica.org/Publicacoes/declaracao_espanhol_site.pdf.
2. Estimación tomada de un estudio de Jeffrey Miron (Harvard) y Katherine
Waldock (Universidad de Nueva York), The Budgetary Impact of Ending Drug
Prohibition (Cato Institute, Washington, D.C., 2010).
3. Los tratados comprenden la Convención de N.U. contra el tráfico ilegal de
estupefacientes y sustancias psicotrópicas de 1988, la Convención sobre
sustancias psicotrópicas de 1971 y la Convención única sobre estupefacientes de
1961.
4. La ley que despenaliza en México la posesión de pequeñas cantidades de
estupefacientes fue aprobada el 20 de agosto de 2009.
5. Rand Corporation, Legalizing marijuana in California will not dramatically
reduce mexican drug trafficking revenues, 12 de octubre de 2010.
6. La marihuana fue aprehendida el 18 de octubre de 2010. Los adictos que se
rehabilitaban fueron asesinados el 24 de octubre.
7. Informe clasificado del Departamento de Estado, luego publicado por
WikiLeaks, «Mexico Navy Operation nets drug kingpin Arturo Beltrán Leyva»
(dado a conocer el 17 de diciembre de 2010).
8. Informe clasificado del Departamento de Estado, luego publicado por
WikiLeaks, «Scene-setter for the opening of the Defense Bilateral Working
Group» (dado a conocer el 29 de enero de 2009).
9. Entrevista del autor con Gaviria en Ciudad de México, 22 de febrero de 2010.
10. La cifra fue dada a la prensa por Mario Delgado, secretario de Educación de
Ciudad de México, el 6 de diciembre de 2010.
11. Leoluca Orlando fue alcalde de Palermo de 1985 a 1990 y de 1993 a 2000.
Fotos
La medicina de Dios. Adormideras de la Sierra Madre Occidental. (Fernando Brito)
Mezclando pasta de coca en un laboratorio clandestino de Putumayo, Colombia. (Oliver Schmieg)
El producto acabado. Un ladrillo de kilo de coca pura. Las marcas indican a qué cártel pertenece. (Oliver
Schmieg)
Economía de escala. Soldados arrancando una plantación de marihuana de tamaño industrial en
Sinaloa. (Fernando Brito)
Los intérpretes del Grupo Cártel, especializados en narcocorridos, posan delante del cementerio del
Humaya de Culiacán. Los mausoleos del fondo son de narcotraficantes muertos. (Fernando Brito)
La Santa Muerte. El devoto reza, baila y fuma delante de un altar
d e la Santa Muerte de Tepito, Ciudad de México. (Keith Dannemiller)
El Eliot Ness de México. El presidente Felipe Calderón explica su estrategia en la guerra contra la droga.
(Keith Dannemiller)
Sinaloa. Un soldado en el escenario de un crimen del cártel. (Fernando Brito)
Medellín. El sicario Gustavo en un piso franco del cártel. (Oliver Schmieg)
No te muevas o te mato. Fuerzas especiales colombianas detienen una furgoneta cargada de cocaína.
(Oliver Schmieg)
Guerra urbana. Soldados corriendo hacia el escenario de un crimen en Culiacán. (Fernando Brito)
Sinaloa. Una víctima del cártel. (Fernando Brito)
Duelo diurno. Miembros de la familia despiden a un policía asesinado en Sinaloa. (Fernando Brito)
El cuerpo es el mensaje. Cadáver arreglado por los gánsteres en Sinaloa. (Fernando Brito)
Terror. Una víctima del cártel sumergida en un canal de Sinaloa. (Fernando Brito)
¿Paz en el futuro? Colegialas de Culiacán en una manifestación contra la violencia. Llevan fotos de
víctimas inocentes. (Fernando Brito)
Título original: El Narco. The Bloody Rise of Mexican Drug Cartels
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